1 INTRODUCCIÓN LA ETNOARQUEOLOGÍA: ARQUEOLOGÍA COMO ANTROPOLOGÍA * Eduardo Williams El Colegio Colegio de Michoacán Michoacán
Archaeology Archaeology is anthropology anthropology or or it is nothing… nothing…
Philip Phillips (1955) Archaeology Archaeology is archaeology archaeology is archaeology… archaeology…
David Clarke (1978) Antecedentes
El propósito de este breve ensayo es explorar la relación que ha sostenido la arqueología con la antropología a través del tiempo, y el papel de la etnoarqueología como posible puente de unión entre ambas disciplinas. Ha pasado ya casi medio siglo desde que Philip Phillips pronunciara su bien conocido dictum que aparece como epígrafe en este texto. Según este mismo autor, la arqueología americana había mantenido una relación cercana con la antropología general, dependiendo de ella en lo que respecta a la teoría. De acuerdo con Phillips, la antropología cultural observa el comportamiento de grupos humanos en dos dimensiones: social y cultural. También se interesa en el comportamiento simbólico (lenguaje, arte, mitos, etc.) y en la cultura material (artefactos, tecnología, etc.). Por otra parte, la arqueología observa principalmente las consecuencias materiales del comportamiento humano, y ocasionalmente se refiere al comportamiento colectivo a través de inferencias, por ejemplo la interpretación de costumbres funerarias, planos de casas, patrones de asentamiento, caminos, sistemas de riego y otros fenómenos similares. Así pues, parece que las materias primas de ambas disciplinas no son tan diferentes después de todo (Phillips 1955: 246-249).
* Agradezco a varios colegas que leyeron este ensayo y me hicieron muy valiosas observaciones: Phil C. Weigand, David Grove, Michael Shott y Manuel Gándara. El autor, sin embargo, es el único responsable por las ideas expresadas aquí. Publicado originalmente en 2005. © Eduardo Williams.
2 Sin embargo, en años recientes la relación entre la arqueología y la antropología sociocultural ha sido cada vez menos armoniosa; se ha notado una falta de diálogo entre ambas disciplinas y parece que cada una ha optado por seguir su propio camino. Por una parte los posmodernistas ven a los enfoques científico, materialista y evolutivo de la arqueología como los enemigos de la antropología (Kelly 2002: 14), mientras que por otra parte en nuestro país la “arqueología oficial mexicana” se ha dedicado en gran medida a la reconstrucción de sitios arqueológicos con el fin de promover el turismo y el nacionalismo, olvidándose casi por completo de las perspectivas antropológicas. En Latinoamérica los casos de México y del Perú son los que más se mencionan para ejemplificar la manera en que los símbolos arqueológicos y los elementos prehispánicos se han usado para mantener un sentido casi sagrado en torno a la historia de cada nación-Estado. De esa manera, los integrantes de la arqueología oficial mexicana, -- o sea el establishment arqueológico de este país – han sido fuertemente apoyados por un Estado al que le interesa legitimar su reclamo al poder político y al orgullo nacional (Benavides 2001: 357; cfr. Gándara 1992). Esto fue evidente sobre todo e el proyecto del Templo Mayor de la ciudad de México, donde la arqueología se subordinó a la ideología del Estado dominante (Vázquez 1996). Es bastante claro que esta situación va en detrimento de una arqueología científica, con objetivos antropológicos. Para mejor comprender la compleja relación entre la arqueología y la antropología, y el papel de la etnoarqueología dentro de este contexto, conviene echar un vistazo a los desarrollos teóricos que han marcado esta relación por espacio de varias décadas. En su conocida obra sobre el desarrollo histórico de la arqueología en el Nuevo Mundo, Gordon Willey y Jeremy Sabloff (1980) proponen varios períodos, incluyendo el “clasificatoriohistórico”, que cubre la primera mitad del siglo XX y se divide en dos etapas: una temprana que comprende entre 1914 y 1940, y una tardía, que va de 1940 a 1960. Según estos autores, el tema central del periodo clasificatorio-histórico en su etapa temprana fue la preocupación por la cronología, y la excavación estratigráfica el principal método para conseguirla. Los primeros estudios arqueológicos que emplearon el método de la estratigrafía en Mesoamérica tuvieron lugar en el Valle de México. Manuel Gamio –influenciado por Franz Boas, quien estaba en México en esa época-- llevó a cabo la exploración de un profundo
3 pozo en Culhuacán, así como el estudio de un montículo en San Miguel Amantla, excavación que el mismo investigador llamó “la primer y única excavación realizada con métodos científicos en el valle de México” (Gamio 1928). En ese lugar encontró Gamio la secuencia Arcaico-Teotihuacan-Azteca, aunque no logró extenderla al resto del valle, mucho menos a áreas fuera del mismo (Bernal 1980: 164)1 . Si bien anteriormente las clasificaciones de artefactos habían sido hechas con el propósito exclusivo de describir los materiales, ahora se empezaban a ver como medios para trazar las formas culturales en el contexto temporal y espacial. En pocas palabras, el objetivo principal de la arqueología americana durante esta época siguió siendo la elaboración de una síntesis histórico-cultural de las diversas regiones del Nuevo Mundo, con base en secuencias y distribuciones de tipos cerámicos y de otros materiales (Willey y Sabloff 1980: 83). El enfoque histórico-cultural en la arqueología mesoamericana
Escribiendo sobre la arqueología mesoamericana de los años cuarenta, Eric Wolf (1976: 1) menciona que este campo parecía estar firmemente en manos de “tepalcateros” y “piramidiotas”, es decir arqueólogos que se dedicaban casi exclusivamente al estudio de tepalcates (fragmentos de cerámica) o a la reconstrucción de pirámides, habilitando a los
sitios arqueológicos para ser visitados por los turistas. Pero ya desde entonces se estaban dejando sentir nuevas influencias en la arqueología mesoamericanista; las más notables fueron los intentos pioneros, ambos formulados en los años treinta, de combinar los métodos y perspectivas de la arqueología con los de la geografía histórica, la historia y la etnología para arrojar nueva luz sobre los orígenes y crecimiento de la civilización. Uno de estos intentos pioneros fue el de V. Gordon Childe, que tuvo gran impacto en la arqueología del Nuevo Mundo. Childe usó en su obra Social Evolution (1951) el registro arqueológico de una manera nueva y excitante: como campo de prueba para las teorías sociales. Childe estaba de hecho llevando a cabo lo que hoy día muchos arqueólogos consideran uno de los principales objetivos de la arqueología. Más que una simple reconstrucción del pasado, Childe enfatizó el papel de la arqueología como ciencia social, 1
Aunque tradicionalmente se da a Thomas Jefferson el crédito de haber sido el autor de la primera excavación arqueológica en el Nuevo Mundo en 1784 (Daniel 1981: 41), también debe mencionarse que fue anterior el trabajo de Don Carlos de Sigüenza y Góngora en Teotihuacan. Este ilustre mexicano realizó en 1675 la primer excavación arqueológica en nuestro país con finalidades y método que la diferenciaron de una mera “búsqueda de tesoros” (Schavelzon 1983: 121-122).
4 sin ver una dicotomía entre las interpretaciones históricas y las explicaciones sociales (McNairn 1980: 133). Las siguientes palabras de Childe son bastante ilustrativas sobre la relación entre la arqueología y la historia, según se concebía en la época [1942]: Ayudada por la arqueología, la historia con su preludio la prehistoria se convierte en una continuación de la historia natural[...] La prehistoria puede observar la supervivencia y multiplicación de la especie [humana] a través de mejoras en el equipo artificial[...] que asegura la adaptación de las sociedades humanas a sus entornos[...] La arqueología puede rastrear el mismo proceso en tiempos históricos, con la ayuda adicional de registros escritos, al igual que en regiones donde se ha retardado la llegada de la historia escrita[...] Puede seguir hasta el presente el delineamiento de tendencias que ya se discernían en la prehistoria (Childe 1982: 12). Childe fue único entre sus contemporáneos no por hacer inferencias históricas a partir del registro arqueológico, sino por su interés específico sobre la naturaleza de estas inferencias, o sea la interpretación y la explicación históricas. Fue durante la década de los treinta cuando por primera vez aclaró su intención de interpretar los datos arqueológicos según un punto de vista marxista de la historia (McNairn 1980: 104): Es un tipo anticuado de historia la que se compone por completo de reyes y batallas, excluyendo descubrimientos científicos y condiciones sociales. Igualmente, sería una prehistoria anticuada la que considerara como su función social rastrear migraciones y localizar las cunas de los pueblos. La historia se ha vuelto recientemente mucho menos política –menos un registro de intrigas, batallas y revoluciones – y más cultural. Ese es el real significado de lo que mal se llama la concepción materialista de la historia[...] sería más apropiado llamarla concepción realista, ya que pone en relieve cambios en la organización económica y descubrimientos científicos (Childe 1935, en McNairn 1980: 104). A lo largo de su carrera Childe mantuvo una firme creencia en el progreso, y fue esta convicción la que ligó sus pensamientos con los de Marx, Darwin, Spencer y toda una tradición de ideas evolucionistas. Childe sostuvo que uno de los principales propósitos de la historia era la definición del progreso, y en este contexto la arqueología tenía una gran importancia (McNairn 1980: 106): Evidentemente la arqueología puede extender y enriquecer a la historia[...] [lo cual] es esencial si la historia ha de realizar sus funciones de manera digna. Una de estas es seguramente definir el progreso[...] Para llegar a un juicio sin sesgos por prejuicios personales, uno debe estudiar un campo mucho más amplio que el cubierto por documentos escritos[...] La arqueología puede contemplar las vicisitudes de la cultura material del hombre, de las economías humanas, no
5 solamente por espacio de los[...] 5000 años iluminados parcialmente por los registros escritos, sino por espacio de 5000 siglos (Childe 1935, en McNairn 1980: 106). Finalmente, el contenido social del enfoque de Childe queda de manifiesto por su utilización de las ideas de Karl Marx: Marx insistió sobre la gran importancia de las condiciones económicas, de las fuerzas sociales de producción, y de la aplicación de la ciencia como factores de cambios históricos[...] este tipo de historia puede naturalmente relacionarse con lo que se llama prehistoria. El arqueólogo colecta, clasifica y compara las herramientas y armas de nuestros ancestros y predecesores, examina las casas que estos construyeron, los campos que araron, los alimentos que comieron (o más bien que desecharon). Estas son las herramientas e instrumentos de producción, característicos de sistemas económicos que ningún texto escrito describe (Childe 1936, en McNairn 1980: 109). Escribiendo en la misma época que Childe, pero en el otro lado del Atlántico, Strong (1936) hizo una importante contribución al desarrollo teórico de la arqueología, explorando sus nexos no solamente con la historia, sino también con la antropología. Según este autor, las investigaciones arqueológicas podrían corregir o confirmar conceptos derivados de los datos históricos y etnológicos. Los enfoques etnológico y arqueológico, al aplicarse de manera combinada, ofrecían posibilidades que casi no se habían explotado (Strong 1936: 363). Según Strong, la interrelación en el tiempo y el espacio del desarrollo biológico y cultural forma la columna vertebral de toda investigación antropológica. La antropología, como ciencia, no se ocupa del estudio de la cultura como fenómeno aislado, sino en relación con los portadores de tal cultura, ya sea vivos o extintos. Sin embargo, para este autor la antropología no era una disciplina meramente cultural, sino una ciencia amplia e histórica, preocupada por la relación entre los factores culturales y biológicos a través del tiempo y del espacio (Strong 1936: 367). Tanto la etnología como la arqueología en esa época eran meramente descriptivas; en el caso de la primera, no era hasta que sus resultados se usaban para propósitos generalizadores o históricos que se veían involucradas la sociología o la antropología, y en el caso de la segunda, adquiría historicidad a través de su relación con la historia documental y como parte de la antropología. Los aspectos prehistóricos nunca podían percibirse completamente por alguien que no estuviera ampliamente familiarizado con los
6 principales resultados y técnicas de la etnología y de la antropología física (Strong 1936: 364). Una de las más fuertes críticas dirigidas a los arqueólogos que trabajaban en Mesoamérica durante la década de los treinta (y antes) fue la escrita por Kluckhohn en 1940. Según este autor, muchos investigadores en este campo no eran sino “anticuarios reformados” con una obsesión sobre los detalles y una injustificada proliferación de nimiedades, que producían estudios donde se ignoraban casi por completo las categorías de “metodología” y “teoría” (Kluckhohn 1977: 42-44). Por otra parte, según Julian Steward (1942: 339) la etnología solía ignorar los resultados de la arqueología, mientras que esta última se concentraba sobre sus técnicas de excavación y sus métodos de descripción y clasificación de las propiedades físicas de los artefactos. La arqueología se consideraba como ciencia “natural”, “biológica” o “de la Tierra”, más que como ciencia cultural. Este autor expresó su desacuerdo sobre la falta de interacción o diálogo entre la arqueología y la antropología con las siguientes palabras: [...]se olvida con demasiada frecuencia que los problemas de orígenes culturales y de cambio cultural requieren de más que secuencias cerámicas o listas de elementos[...] en la medida en que[...] la arqueología puede tratar con problemas específicos de pueblos específicos, siguiendo los cambios culturales, las migraciones y otros eventos hasta los periodos protohistórico y prehistórico [...]contribuirá al problema general de comprender el cambio cultural. Sus datos pueden manejarse directamente para fines teóricos; no hay necesidad de taxonomía (Steward 1942:339). El “enfoque histórico directo” propuesto por Steward (1942) se basaba en la suposición de que existía una continuidad entre los grupos humanos mencionados por la historia y los más antiguos, estudiados por la arqueología. Este autor sugirió combinar los datos derivados de la etnografía con la información procedente de documentos históricos, con lo cual se podrían resolver muchos problemas de investigación y análisis: “de hecho, si uno toma la historia cultural como su problema, y los pueblos del periodo histórico temprano como el punto de partida, la diferencia entre los intereses estrictamente arqueológicos y estrictamente etnográficos desaparece” (Steward 1942: 339). El enfoque histórico directo serviría para recordar tanto a los arqueólogos como a los etnólogos que ambas disciplinas compartían no sólo el problema general de cómo se había desarrollado la cultura, sino también una gran cantidad de problemas específicos.
7 En la segunda parte del periodo clasificatorio-histórico (1940-1960), la etnología y la antropología social se consideraban las verdaderas fuentes de los desarrollos teóricos y de los conocimientos, mientras que la arqueología era un tanto periférica en este sentido (Willey y Sabloff 1980: 130). Las nuevas tendencias dentro de este periodo se ocuparon del contexto y la función, y ya se vislumbraba el interés por los procesos culturales. Desde la perspectiva de estos nuevos enfoques “contextuales-funcionales”, los artefactos prehispánicos habían de entenderse como vestigios materiales del comportamiento social y cultural. También fue muy importante el estudio de patrones de asentamiento, o sea la forma en que los seres humanos se acomodaron sobre el paisaje, estudio que ofrecía importantes pistas para entender las adaptaciones económicas y las organizaciones sociopolíticas. Finalmente, la relación entre la cultura y el medio ambiente cobró fuerza a través de la ecología cultural (Willey y Sabloff 1980: 130). Todavía a finales de la década de los cuarenta seguía la discusión de si la arqueología estaba más íntimamente relacionada con la historia o con la antropología. En 1948 Walter W. Taylor señaló que, si bien la arqueología americanista había sido designada como una rama de la antropología, y los objetivos de la arqueología estaban relacionados con los de la antropología cultural, los arqueólogos parecían estarse dirigiendo conscientemente hacia la historia, hacia la recreación del pasado aborigen de las Américas (Taylor 1948: 26). Según este autor, la arqueología se relacionaba con la historia de varias maneras, pues ambas disciplinas trataban del pasado y del tiempo secuencial, y sus intereses giraban en torno al ser humano como ente cultural. La arqueología, entonces, era para Taylor “una de las así llamadas disciplinas históricas” (Taylor 1948: 42). Por otra parte, este mismo autor definió la relación entre la arqueología y la antropología cultural con las siguientes palabras: cuando el arqueólogo recolecta su información, construye sus contextos culturales, y[...] procede a realizar un estudio comparativo de la naturaleza y funcionamiento de la cultura en sus aspectos formal, funcional y/o de desarrollo, entonces[...] está “haciendo” antropología cultural y puede considerarse un antropólogo que trabaja con materiales arqueológicos (Taylor 1948: 43). Otro punto de vista de Taylor, sin embargo, sugiere que la arqueología realmente no es parte de la historia ni de la antropología, sino que se trata de una disciplina autónoma, de
8 un método y un conjunto de técnicas especializadas para recabar información cultural (Taylor 1948: 43-44). Con el término conjunctive approach Taylor se refirió al enfoque interdisciplinario en la arqueología, una propuesta realmente innovadora en su época (sobre todo si tomamos en cuenta que la obra de Taylor fue escrita en 1938, tardando en publicarse más de diez años); este autor realmente se adelantó a su época. Una década después de la publicación de la obra de Taylor citada anteriormente, apareció el libro de Willey y Phillips intitulado Method and Theory in American Archaeology (1958), que se puede considerar como ilustrativo del enfoque cultural-
histórico. Para los autores, el término “integración cultural-histórica” cubre casi todo lo que hace el arqueólogo para organizar sus datos primarios: la tipología, la taxonomía, la formulación de “unidades arqueológicas”, la investigación de las relaciones entre estas últimas y los contextos de función y de medio ambiente, y finalmente la determinación de sus dimensiones internas y las relaciones externas en el tiempo y el espacio. Para estos autores la integración histórico-cultural era comparable con la etnografía, añadiendo la dimensión temporal. En este nivel de análisis ya no sólo se preguntaba qué era lo que había sucedido en una cultura antigua determinada, sino también cómo e incluso por qué había sucedido. En otras palabras, ya no era suficiente investigar los procesos culturales e históricos sin hacer referencia a las causas del cambio cultural, que siempre son los grupos humanos y que por tanto están dentro de la esfera social (Willey y Phillips 1958: 5-6). El enfoque cultural-histórico, tal como fue aplicado por Willey y Phillips a la arqueología del Nuevo Mundo, les permitió postular cinco etapas o periodos para entender el desarrollo de las culturas indígenas anteriores a la conquista española: Lítico, Arcaico, Formativo, Clásico y Postclásico. Estos periodos se derivaron de la inspección de secuencias arqueológicas en todo el hemisferio, aunque los autores mencionan que “el método es comparativo, y las definiciones resultantes son abstracciones que describen el cambio cultural a través del tiempo en la América nativa. Las etapas no son formulaciones que expliquen el cambio cultural” (Willey y Phillips 1958: 200). La explicación, en opinión de los citados autores, habría de obtenerse a partir de la compleja interacción entre los múltiples factores del medio ambiente natural, así como de la densidad de los grupos
9 humanos, de la psicología de los grupos e individuos, y finalmente de la cultura misma (Willey y Phillips 1958: 200). En 1966 apareció el libro An Introduction to American Archaeology , una obra monumental escrita por Gordon Willey, en la cual puso al día la historia cultural prehispánica de todo el Nuevo Mundo. En esta importantísima aportación, el autor sigue fielmente la tradición cultural-histórica comentada en líneas anteriores, lo cual queda patente en la introducción, donde se menciona que [...]la intención de este libro es la historia—una introducción a la historia cultural de la América precolombina[...] el plan es seguir las historias de las principales tradiciones culturales de las Américas[...] cada tradición cultural se caracteriza por un patrón definido de prácticas de subsistencia, de tecnología y de adaptaciones ecológicas. Cada tradición cultural importante probablemente también tuvo un patrón definido de ideología, o visión del mundo[...] No estoy clasificando las culturas según principios funcionales o de desarrollo, sino que las estoy describiendo y rastreando sus respectivas historias[...] las esferas históricoculturales o marcos de referencia para la mayor parte del discurso arqueológico [son] la cultura del desierto[...] los cazadores de megafauna (del Pleistoceno)[...] la tradición cultural arcaica[...] el sudoeste [de los Estados Unidos][...] la cultura mesoamericana[...] Este libro está organizado alrededor del concepto de las tradiciones culturales importantes, y del devenir cronológico general de la historia (Willey 1966: 2-5). Estas ideas y enfoques, sin embargo, no tardaron en ser atacados por investigadores que buscaban un papel más ambicioso para la arqueología dentro de las ciencias sociales, algo que rebasara la simple clasificación de objetos antiguos y la descripción especulativa de fenómenos, para abordar los aspectos dinámicos de la cultura, los procesos sociales. Estas críticas se empezaron a escuchar en la década de los sesenta, aunque desde antes trabajos como el de Taylor (1948) ya vislumbraban estas nuevas tendencias. A finales de los años sesenta Kent Flannery publicó una reseña del libro de Willey citado arriba, en la que, si bien reconoce la importancia de la obra y su aportación al conocimiento del Nuevo Mundo prehispánico, no deja de expresar algunas dudas y críticas sobre el enfoque general del autor. Según Flannery (1967), cuando la etnología se ocupaba casi exclusivamente de la recolección de artefactos como lanzas, canastas y penachos de los indios, la arqueología era poco más que la simple recolección de “tepalcates”, piedras, etc. Al ampliar la etnología su atención hacia aspectos como la estructura de las comunidades, la arqueología respondió a su vez con estudios sobre los patrones de asentamiento prehispánicos. Al surgir el concepto
10 de ecología cultural, la arqueología mostró un gran interés sobre las secuencias evolutivas y la clasificación de “etapas” en el desarrollo de la humanidad. Uno de los debates vigentes dentro de la arqueología del Nuevo Mundo a finales de los sesenta era si esta disciplina debía ocuparse del estudio de la historia cultural, o bien del proceso cultural. Los adeptos al primer enfoque habían tratado de construir grandes cuadros sinópticos que mostraban variaciones a través de los siglos; también intentaron descubrir al “indio detrás del tepalcate” a través de la reconstrucción de las “ideas compartidas” que sirvieron como modelo a quien elaboró el artefacto (Flannery 1967: 5-6). A pesar de haber transcurrido casi cuatro décadas, las ideas de Flannery siguen en gran medida vigentes: si bien la “escuela procesal” reconoce la utilidad del anterior enfoque [históricocultural] para la clasificación, sostiene que no sirve para explicar las situaciones de cambio cultural. Los miembros de esta escuela piensan que el comportamiento humano es una “articulación” entre una gran cantidad de sistemas, cada uno incluyendo fenómenos tanto culturales como de otro tipo. La estrategia de la escuela procesal es aislar cada uno de estos sistemas y estudiarlo como una variable independiente, con el fin último de reconstruir todo el patrón de articulación, conjuntamente con todos los sistemas relacionados. El objetivo final es la explicación, más que la simple descripción, de las variaciones en el comportamiento humano de la prehistoria (Flannery 1967: 5-6). El enfoque procesal y la “Nueva Arqueología”
Las inquietudes de Flannery citadas arriba ya habían sido anticipadas por Lewis Binford, quien señalaba en un influyente artículo intitulado “Archaeology as Anthropology” (1962) que los arqueólogos no habían hecho contribuciones importantes a la explicación dentro del campo de la antropología, pues no concebían a los datos arqueológicos dentro de un marco de referencia sistémico, sino que más bien seguían una perspectiva particularista, dentro de la cual la “explicación” se ofrecía en términos de eventos específicos como migraciones entre regiones, o bien se hablaba vagamente de “influencias” o “estímulos” entre distintas culturas. Según este autor, las explicaciones de las diferencias y similitudes entre complejos arqueológicos debían ofrecerse en términos de nuestros conocimientos actuales sobre las características estructurales y funcionales de los sistemas culturales (Binford 1962). Estas nuevas ideas y enfoques contribuyeron a formar lo que dio en llamarse la “Nueva Arqueología” (Willey y Sabloff 1980), producto de una perspectiva antropológica desarrollada (principalmente durante las décadas de los sesenta y los setenta) por
11 investigadores que habían estudiado con antropólogos sociales a la vez que con arqueólogos. Su principal preocupación tenía que ver con la identificación de los procesos culturales, así como con llegar a proponer “leyes de dinámica cultural”. Otra idea relacionada con este enfoque era que la arqueología, al revelar y explicar los procesos culturales, resultaba relevante no sólo para el resto de la antropología, sino también para el resto del mundo moderno. Los enfoques propios de la arqueología procesal pueden resumirse de la siguiente manera: 1. Punto de vista predominantemente evolucionista; 2. Teoría general de sistemas, con un punto de vista sistémico sobre la cultura y la sociedad; 3. Aplicación del razonamiento deductivo. La posición evolucionista de la mayoría de los adeptos a la “Nueva Arqueología” suponía que el ámbito técnico-económico de la cultura era el principal elemento determinante para los cambios, mientras que los ámbitos social e ideológico cambiaban de manera secundaria (Willey y Sabloff 1980: 185-186). Para Lewis Binford, uno de los principales exponentes de la escuela procesal de la arqueología americana, el reto para los arqueólogos es cómo relacionar los restos arqueológicos con nuestras ideas acerca del pasado; cómo utilizar el mundo empírico de los fenómenos arqueológicos para generar ideas sobre el pasado y a la vez usar estas experiencias empíricas para evaluar las ideas resultantes (Binford 1981: 21). La teoría arqueológica se ocupa del ámbito de los eventos y condiciones del pasado, así como de explicar por qué ciertos eventos y sistemas se generaron en la antigüedad. Su área de interés son los sistemas culturales, sus variaciones y la forma en que pudieron pasar de un estado a otro. Sin embargo, es importante tomar en cuenta que todo nuestro conocimiento sobre el aspecto dinámico del pasado debe de inferirse, ligando los eventos antiguos con los actuales en términos de algunos principios generales: “debemos conocer el pasado en virtud de inferencias obtenidas de nuestro conocimiento sobre cómo funciona el mundo contemporáneo[...] y[...] debemos ser capaces de justificar la suposición de que estos principios son relevantes[...] Todas nuestras interpretaciones dependen de un conocimiento general, preciso y no ambiguo de la relación entre el aspecto estático y el dinámico” (Binford 1981: 21-22).
12 En estas palabras se manifiesta la necesidad de realizar investigaciones antropológicas fuera del registro arqueológico, para obtener elementos de análisis y de comparación, principalmente a través de la analogía etnográfica. En otra obra del mismo autor se refuerza esta relación dinámica entre el presente (etnográfico)y el pasado (arqueológico): El registro arqueológico[...] es un fenómeno contemporáneo, y las observaciones que hacemos acerca de él no son enunciados “históricos”. Necesitamos sitios que preserven cosas del pasado, pero igualmente necesitamos las herramientas teóricas para dar significado a estas cosas cuando las encontramos. El identificarlas acertadamente y reconocer sus contextos dentro del comportamiento antiguo depende de un tipo de investigación que no puede realizarse en el mismo registro arqueológico[...] si pretendemos investigar las relaciones entre lo estático y lo dinámico, debemos de poder observar ambos aspectos simultáneamente, y el único lugar donde podemos observar el aspecto dinámico es en el mundo moderno, en este momento y en este lugar[...] (Binford 1983: 23). Lo que Binford buscaba era un medio preciso de identificación, así como buenos instrumentos para medir las propiedades específicas de los sistemas culturales del pasado, en otras palabras “piedras de Rosetta” que permitieran una traducción de las observaciones de lo estático hacia enunciados sobre lo dinámico. Para ello propuso buscar un nuevo paradigma, para la construcción de una “teoría de rango medio” (Binford 1981: 25). El concepto de “teoría de rango medio” tuvo su origen en la sociología; fue Robert Merton (1967, citado en Shott 1998) quien, si bien reconoció la importancia de la teoría general, consideró igual de importante la capacidad de comprobarla ante los datos empíricos (Shott 1998: 302). Sin embargo, para probar la teoría general con base en observaciones empíricas se requería de un corpus inmediato de teoría que fuese en sí mismo directamente comprobable; esto es lo que Merton llamó “teoría de rango medio”, definiéndola como “teorías que están entre las hipótesis de trabajo menores pero necesarias, que evolucionan en abundancia durante las investigaciones cotidianas, y los esfuerzos[...] sistemáticos de desarrollar una teoría unificada que explique todas las uniformidades observadas del comportamiento social, la organización social y el cambio social” (Merton 1967: 39, citado en Shott 1998). La teoría de rango medio es lo que relaciona a la observación con el paradigma, la ontología o la filosofía; se trata de una teoría de fenómenos sustantivos, del comportamiento humano en su contexto cultural y social. Sin embargo, es solamente un
13 eslabón en una larga cadena de inferencias que va desde la teoría general hasta la observación, y siempre debe ser susceptible de verificación (Shott 1998: 303). En su contexto original dentro de la sociología, la teoría de rango medio fue propuesta como una base para desarrollar teorías sobre las causas del comportamiento social humano; de esa manera se trataba de contrarrestar una tendencia dentro de las investigaciones en las ciencias sociales, de dividirse por una parte en teorías inestables de alto nivel de abstracción, y por otra en estudios empíricos de bajo nivel, desligados de la teoría. Según la propuesta original, los estudios que hicieran uso de este enfoque se distinguirían por tener una base empírica, pero a la vez contarían con una jerarquía de proposiciones que existían en un nivel medio de abstracción y por tanto proporcionarían un vínculo crucial entre la recolección de datos y las teorías de alto nivel (Raab y Goodyear 1984: 265). Los estudios realizados entre poblaciones actuales, ya sea arqueología experimental o etnoarqueología, serían importantes fuentes de teorías de rango medio. Esta creencia inspiró las investigaciones etnoarqueológicas realizadas por Binford; de hecho, este autor prácticamente definió a la teoría de rango medio con base en estudios que siguieron el enfoque etnoarqueológico (Shott 1998: 305). Discusión
Hasta aquí hemos presentado de manera breve un panorama diacrónico sobre algunos aspectos del desarrollo de la arqueología, en particular su relación con la antropología y con otras ciencias sociales, como la historia. En las siguientes páginas discutiremos el papel de la etnoarqueología como vínculo entre la antropología y la arqueología, en un contexto de falta de diálogo entre ambas disciplinas y de falta de intereses mutuos entre sus practicantes. Recientemente varios distinguidos arqueólogos pidieron que la arqueología se separara de los departamentos de antropología. Incluso Lewis Binford, uno de los principales proponentes de la “arqueología antropológica”, ha mencionado que la antropología sociocultural se ha vuelto irrelevante para la arqueología2 . El deseo de separar la arqueología del resto de la antropología se ha visto motivado en gran parte por las 2
Esta discusión tuvo lugar durante el simposio “Archaeology is Archaeology”, organizado dentro de la reunión anual de la Society for American Archaeology, que tuvo lugar en Nueva Orleáns en abril de 2001. El objetivo del simposio fue discutir el asunto de la autonomía para la arqueología académica en Estados Unidos (Society for American Archaeology 2001: 9).
14 “diferencias irreconciliables” existentes con los adeptos al postmodernismo, quienes ven a los enfoques científico, materialista y evolutivo de la arqueología como los enemigos mortales de la antropología (Kelly 2002: 13-14). Las recientes propuestas de que los arqueólogos se separen de la antropología para cambiarse a departamentos especializados de arqueología3 es preocupante, pues seguramente todas las disciplinas antropológicas, y la arqueología como subárea de la antropología, se verían afectadas negativamente. Aunque nos hayamos vuelto más especializados en algunas de nuestras técnicas de investigación, es un error pensar que ya no tenemos nada qué decirnos unos a otros (Lees 2002: 11). Pero lo más problemático es “el prospecto de que los arqueólogos, una vez aislados en sus propios departamentos[...] se alejen de los objetivos, valores, y temas que una vez fueran el foco central de la antropología como disciplina” (Lees 2002: 12). De hecho, lo cierto es que la arqueología ha sido desde hace mucho tiempo una de las subáreas más integradoras de la antropología, ya que los arqueólogos deben hacer uso de la lingüística para estudiar movimientos de poblaciones antiguas, de la antropología biológica para examinar restos humanos, y de la antropología cultural para llevar a cabo la interpretación del registro arqueológico. No obstante lo anteriormente señalado, se ha sugerido que la arqueología nunca ha encajado bien dentro de la antropología desde su fundación como disciplina académica (Gillespie 2004). Si bien ha logrado mantener su relación con la antropología a través de los años, esto ha sido gracias a una elección consciente por parte de los arqueólogos. Según la citada autora, a fin de continuar dentro de la antropología --una disciplina en constante evolución-- los arqueólogos habrán de ser más diligentes en sus intentos de promover la interdisciplina dentro de sus investigaciones, aunque esto implique reformar las estructuras académicas e institucionales para que se apeguen más a las realidades de la arqueología desde la perspectiva de la investigación, la práctica y la educación (Gillespie 2004: 13-16). La idea de la arqueología como “puente” de unión entre varias disciplinas sociales (así como las ciencias naturales) es algo que vale la pena rescatarse, ante la aparente indiferencia de la antropología social. Esta idea sigue viva en el discurso y praxis de los arqueólogos, como señala Linda Manzanilla con las siguientes palabras:
3
Esto sucedió en los Estados Unidos; lo menciono aquí por el impacto que podría tener sobre la arqueología en México, al menos la que se lleva a cabo en las universidades del país.
15 La arqueología es una ciencia social que estudia a las sociedades humanas y sus transformaciones en el tiempo. Es una ciencia histórica porque investiga el pasado. Forma parte de la antropología y estudia al hombre como ente social y su influencia en el medio. Sin embargo, es una disciplina que integra información procedente del conocimiento de la Tierra (geología, geofísica y geografía), con datos provenientes de la biología (paleobotánica, paleozoología y paleoantropología). En consecuencia, la arqueología es un poderoso puente interdisciplinario de unión (Manzanilla 1995: 493). La arqueología tiene una obvia asociación con la historia, ya que ambas tratan sobre el pasado del ser humano. El estudio del pasado a partir de manifestaciones culturales y sociales tiene el objetivo de narrar lo sucedido en ese pasado, así como de explicar los eventos y procesos que le dieron forma. Las diferencias entre la arqueología y la historia son principalmente de método, más que de perspectiva filosófica. La arqueología también está asociada a la antropología, que es una disciplina generalizadora y comparativa, con el fin ulterior de explicar las formas en que los fenómenos sociales y culturales son generados, así como su funcionamiento y sus cambios, para llegar a comprender los procesos mayores (Willey y Sabloff 1980: 1). Sin embargo, las ideas expresadas arriba, que podrían resumirse con el dictum de Phillips (1955) “La arqueología es antropología o no es nada …” no carecen de escépticos, que ven a la arqueología como una ciencia independiente de la antropología, con sus propios paradigmas, objetivos y metodología. Uno de estos autores es Karl Butzer (1982). Si bien menciona que la arqueología y la antropología cultural tienen una cercana relación de tipo simbiótico, ya que la primera depende de los estímulos y modelos basados en la antropología social, biológica y evolutiva, también señala que la arqueología depende igualmente de la geología, de la biología y de la geografía. Si bien la arqueología es una ciencia social compleja por derecho propio, depende en gran medida de los métodos empíricos y modelos de las ciencias naturales, pudiéndose considerar como ciencia social sólo en virtud de sus objetivos (Butzer 1982: 11). El contexto representa una preocupación tradicional de la arqueología, y se determina con la aplicación de conceptos tanto de la antropología cultural como de la geografía humana y de la ecología biológica (Butzer 1982: 12). Este interés por el contexto arqueológico es lo que distingue a la arqueología como disciplina científica:
16 Estoy entonces proponiendo una arqueología contextual, más que antropológica[...] un enfoque que trascienda la tradicional preocupación con artefactos y sitios en aislamiento, para llegar a una apreciación realista de la matriz ambiental y de sus potenciales interacciones (espaciales, económicas y sociales) con el sistema de subsistencia y de asentamientos[...] Este enfoque contextual depende en gran medida de la arqueobotánica, la arqueozoología, la geoarqueología y la arqueología espacial[...] La arqueología contextual complementa las tradicionales preocupaciones sobre análisis e interpretación socioeconómica de los artefactos y de sus patrones, proporcionando nuevas dimensiones espaciales, jerárquicas y ecológicas (Butzer 1982: 12). Acorde con las ideas de Butzer, al dictum de Phillips se contrapone el de David Clarke (1978: 11): “[...]la arqueología es arqueología es arqueología[...]” Para este último autor la arqueología es una disciplina por derecho propio, que se ocupa de los datos arqueológicos, mismos que agrupa en entidades que muestran ciertos procesos, y que se estudian según objetivos, conceptos y procedimientos arqueológicos. Aunque reconozcamos que estas entidades y estos procesos alguna vez tuvieron una naturaleza histórica y social, dadas las características del registro arqueológico no hay una forma sencilla de equiparar los preceptos de nuestra disciplina con los eventos del pasado (Clarke 1978: 11). Pero el reclamo de una identidad propia para la arqueología, independiente de otras disciplinas sociales como la antropología, no debe verse como un movimiento subversivo, mucho menos como un capricho que se da sin razón alguna. A causa del alto grado de especialización y del propio desarrollo intelectual de la antropología cultural, los departamentos de antropología en varias partes del mundo se han visto fragmentados, generando feroces guerras académicas en los últimos 15 años. Esto ha hecho que los arqueólogos reafirmen su propia posición profesional y su propia disciplina académica. Pero este movimiento hacia la autonomía no debe verse como un ataque a la antropología o alguna otra disciplina, sino simplemente como una respuesta a la necesidad de establecer su propio currículum, sus estándares profesionales, sus criterios y prioridades para la investigación, la práctica profesional y la educación (Wiseman 2002: 8-9). Hasta aquí hemos visto de manera muy breve algunos aspectos de la relación – compleja, mutuamente enriquecedora, pero no carente de conflictos– entre la antropología sociocultural y la arqueología. Aparentemente no bastaron las buenas intenciones de un gran número de investigadores, y las divisiones entre ambas disciplinas acabaron por
17 volverse insalvables. La antropología sociocultural parece haberse olvidado del pasado, ha decidido dar la espalda a miles de años de evolución cultural de la humanidad para dedicarse a estudiar fenómenos sociales recientes, fuera de su contexto histórico. Esto es palpable en México, al igual que en otros países. En las palabras de Guillermo de la Peña, La antropología[...] estructural funcionalista[...] redundó en México[...] en una serie de estudios de comunidad, estudios regionales[...] en donde[...] la interdisciplina de las disciplinas antropológicas[...] se daba con la sociología; fue un planteamiento interdisciplinario que casi hace desaparecer a las propias tradiciones etnológicas que existían en México dentro de los conceptos de la sociología[...] lo que se fue constituyendo[...] fue[...] un dominio del paradigma sociológico y una especie de refrectariedad [sic] hacia la comunicación con otras disciplinas, incluso[...] dentro de las ciencias antropológicas[...] (De la Peña 1995: 88). Más adelante se pregunta el autor de forma retórica: “¿qué pasó con el planteamiento fundador de la antropología mexicana?” y al evaluar “esta interdisciplinariedad de las ciencias antropológicas entre sí, y la capacidad de diálogo de todas estas ciencias con otras disciplinas científicas[...]” concluye con la siguiente sentencia: “la experiencia ha sido por desgracia[...] una experiencia de divergencia” (De la Peña 1995: 90). En este estado de cosas podría pensarse que ya todo se ha perdido, que ya no hay mucho que hacer para salvar la relación entre la antropología sociocultural y la arqueología, para evitar el rompimiento y el eventual divorcio. Sin embargo, la búsqueda de nuevos métodos analíticos no se ha detenido, y los arqueólogos, conscientes de la necesidad de un marco de referencia científico y humanista para sus investigaciones, se han vuelto de nuevo hacia la antropología, esta vez con nuevos ojos. Como parte de esta nueva forma de ver las cosas surge la etnoarqueología: investigaciones etnográficas realizadas en el campo por arqueólogos, con el propósito de resolver problemas de interpretación arqueológica, ligando los restos materiales con el comportamiento del cual son resultado (Thompson 1991: 231). Ante el reciente desprestigio de la etnografía y la cada vez más evidente falta de interés de los antropólogos sobre aquellos problemas que más interesan a los arqueólogos, principalmente los relacionados con la cultura material, los investigadores interesados en las culturas del pasado se han visto obligados a salir al campo a recabar su propia información etnográfica. Esta situación ha sido descrita por Manuel Gándara con las siguientes palabras:
18 La etnoarqueología es sin duda uno de los desarrollos más interesantes en nuestra disciplina en los últimos años[...] la etnoarqueología rescató y perfeccionó procedimientos de trabajo etnográfico que prácticamente habían sido abandonados por los etnólogos, en particular hoy día en que está de moda concentrarse en los aspectos simbólicos, olvidándose a veces aspectos cruciales o rudimentarios como el tamaño del grupo estudiado, el registro de su repertorio tecnológico, etcétera. En ese sentido, la preocupación sempiterna de los arqueólogos por la “cultura material” ha estimulado nuevas formas de registro etnográfico, o el registro de datos que hubieran sido olvidados en otras condiciones, por ejemplo, en lo que toca a procesos de abastecimiento, preparación [y] manufactura, desecho o almacén de productos y herramientas[...] La etnoarqueología debe ser vista no como una ciencia diferente a la arqueología, sino como una de las técnicas heurísticas que intentan facilitar la producción y evaluación de inferencias sobre el pasado[...] La analogía etnográfica[...] es[...] un procedimiento para facilitar la producción de conocimiento[...] No es un sustituto[...] para el trabajo empírico, sino una ayuda en la investigación[...] La analogía etnográfica no es opcional en la arqueología: es constitutiva de la teoría arqueológica[...] en el pasado como en el presente, existe una relación significativa entre la actividad del hombre y los contextos materiales que esta actividad produce[...] la analogía[...] es[...] indispensable para la inferencia arqueológica en su nivel más profundo (Gándara 1990: 45-46, 76). Si bien una buena parte de las investigaciones arqueológicas puede hacerse sin tomar en cuenta los datos etnográficos, hay muchas situaciones en las que los conocimientos etnográficos son indispensables para entender cabalmente la información arqueológica. Los arqueólogos que buscan información etnográfica relacionada con la esfera material de la cultura se han visto frustrados desde hace mucho tiempo por la falta de atención de los etnógrafos sobre este aspecto (aunque se han realizado más estudios etnográficos sobre la cultura material de lo que usualmente se reconoce) (Thompson 1991: 231-232). Las inquietudes sobre la utilización de datos etnográficos para el análisis de contextos arqueológicos no son nada nuevas; hace ya más de un cuarto de siglo David Clarke mencionaba que el enfoque etnográfico representaba una llave con bastante potencial para descifrar la información encerrada en los datos arqueológicos. En la opinión de este autor, era algo muy desafortunado que los antropólogos raramente analizaran la cultura material de los grupos humanos que estudiaban de una manera que pudiera ser realmente útil a la arqueología. Esta crítica, desafortunadamente, sigue vigente. En la opinión de Clarke, en vista de que la antropología moderna se había alejado de la etnología y de la etnografía, “es interesante señalar que el arqueólogo está asumiendo muchas de las
19 tareas y problemas que anteriormente correspondían al etnólogo, dando pie a la aparición de la etnoarqueología” (Clarke 1978: 12, 370). Las relaciones de la etnoarqueología con la arqueología, con la etnografía, con la lingüística y con las etnociencias se representan en la Fig. 1. La etnoarqueología es vista por Nicholas David y Carol Kramer (2001: 9) como una combinación de enfoques arqueológicos y etnográficos, que puede involucrar el estudio sistemático ya sea de un sólo aspecto de la cultura material, el estudio a fondo de partes significativas de una cultura viviente, o bien de una cultura en su totalidad. Por otra parte, Susan Kent (1987, citada en David y Kramer 2001: 9) al definir los conceptos centrales para la investigación etnoarqueológica reconoce cuatro categorías analíticas distintas entre sí: 1) Arqueología antropológica: es un enfoque que utiliza las varias subáreas de la antropología para obtener la descripción más completa posible de un grupo arqueológico; sus objetivos suelen ser de naturaleza histórico-cultural. 2) Etnografía arqueológica: la utilización de material etnográfico potencialmente útil como ayuda en la analogía para realizar descripciones arqueológicas. 3) Etnoarqueología: formulación y sometimiento a prueba de métodos, hipótesis, modelos y teorías con orientación arqueológica, con base en datos etnográficos. 4) Analogía etnográfica: observaciones de grupos históricos que se usan para identificar patrones dentro del registro arqueológico, ya sea con base en datos arqueológicos, etnográficos o de otro tipo. Como ya ha quedado dicho, la cultura material es el principal objeto de estudio tanto de la arqueología como de la etnoarqueología, puesto que los artefactos son el medio por el que podemos conocer (a través de la inferencia) a las culturas del pasado (Schiffer 1988: 469). El núcleo irreductible de la arqueología es identificar y explicar las relaciones entre el comportamiento humano y la cultura material. Gracias a sus propiedades formales, espaciales, cuantitativas y relacionales, los artefactos en contexto arqueológico pueden servir como evidencia para inferir fenómenos culturales del pasado, por lo que el entendimiento de la cultura material puede darnos importantes perspectivas sobre la forma
20 en que las sociedades – tanto antiguas como modernas -- funcionan y se transforman (Schiffer 1988: 469). Sin embargo, hay una escasez en la literatura antropológica tanto de material descriptivo útil para las comparaciones como de escritos teóricos sobre cultura material. Los trabajos que nos legaron importantes investigadores como Boas, Kroeber, Wissler, Haddon y muchos otros que juntaron miles de objetos etnográficos y escribieron incontables páginas sobre ellos carecen de la información necesaria para reconstruir la materia prima de la etnología de los procesos técnicos: una secuencia operacional, o chaine opératoire: “una serie de operaciones que transforma a una materia prima de su estado
natural a un estado fabricado” (Lemonnier 1986; cfr. Leroi-Gourhan 1945). Ante esta multicitada falta de información en la literatura antropológica sobre los asuntos de interés para la arqueología, el reto para los arqueólogos ha sido llenar esta laguna, emprendiendo investigaciones de tipo etnográfico que aborden precisamente esos temas (por ejemplo, producción, uso y desecho de artefactos, uso del espacio doméstico, las huellas dejadas sobre el paisaje por actividades de subsistencia, etc.) que luego se utilizarán para descifrar el registro arqueológico. Comentarios finales
Hay que tomar en cuenta los recientes procesos de cambio dentro de la antropología para comprender cabalmente lo que está sucediendo con la disciplina. La etnografía se enfrenta ante una crisis, en la que el cambio en el pensamiento social, su objetivo, lenguaje y la posición moral del análisis ha sido bastante profundo[...] Los antropólogos usaban con orgullo la frase “presente etnográfico” para designar un modo distanciado de escribir que normaba la vida, describiendo las actividades sociales como si los miembros del grupo las repitieran de la misma forma[...] La noción clásica de que la estabilidad, el sentido del orden y el equilibrio caracterizan a las supuestas sociedades tradicionales se derivaban en parte de la ilusión de eternidad, creada por la retórica de la etnografía[...] Las posturas analíticas que se desarrollaron durante la era colonial ya no pueden sustentarse[...] la etnografía se enfrenta a fronteras que se entrecruzan en un campo antes fluido y saturado de poder (Rosaldo 1991: 46, 47, 49). Otro grave problema que aqueja a la antropología social es su cada vez mayor distanciamiento de la historia y de los estudios históricos evolutivos de todo tipo, a fin de adoptar una postura ahistórica. Esta es una de las posturas anticientíficas del
21 postmodernismo en la antropología, y se ha convertido en una de sus más absurdas manifestaciones en años recientes (para un ejemplo de este enfoque en la arqueología, ver a Hodder 1989). La antropología general tradicionalmente se ha dividido en cuatro áreas para el estudio de la humanidad: antropología cultural o social, lingüística antropológica, antropología física y arqueología. El enfoque particular de la antropología se caracteriza por tener una perspectiva global, comparativa y multidimensional (Harris 1980: 5). Sin embargo, como ya quedó dicho, en los últimos años se ha notado una falta de diálogo entre estas disciplinas, pues cada una parece estar siguiendo sus propios intereses, lo cual ha hecho que esta división en cuatro áreas llegue a considerarse como “un mito”: con base en un análisis de los artículos publicados en los últimos 100 años en la revista American Anthropologist, Borofsky (2002) llega a las siguientes conclusiones: de 3,264 artículos
publicados entre 1899 y 1998, menos del 10% utilizan de manera sustancial más de una área de la antropología para analizar sus datos. Dos puntos resultan evidentes para este autor: (1) se publicó un número proporcionalmente más pequeño de artículos que integren dos áreas de la antropología antes de 1970 que después de esta fecha, y (2) la inexistencia de una “edad de oro” bajo Boas y otros cuando se suponía que imperaba la cooperación entre áreas. Según este autor mucha gente afirma que las cuatro áreas funcionaban bien de manera conjunta en tiempos anteriores (lo que él llama “el mito de la edad de oro”), pero en realidad no hay prueba que confirme tal afirmación (Borofsky 2002: 463-468). Pero la arqueología también es en parte responsable de esta falta de comunicación entre las diversas áreas de la antropología. Si algunos antropólogos socioculturales se han mostrado poco deseosos de acercarse más a la arqueología, probablemente se deba a la exagerada especialización de los estudios arqueológicos, que les resultan en gran medida incomprensibles. En este contexto cobran nuevo significado las críticas de Wolf (1976: 1) lanzadas hacia los “tepalcateros” y los “piramidiotas” --arqueólogos completamente sumergidos en el análisis de materiales, sin una teoría que los ligara al universo de la antropología o de la historia. Ignacio Bernal en su momento también hizo críticas a sus colegas, mencionado a los “animistas arqueológicos que, olvidando a la gente que las creó, describieron culturas en términos de sus tipos cerámicos o líticos. La olla de tres patas, las
22 puntas de proyectil, ocupan el centro del escenario mientras que sus creadores son ignorados[...]” (Bernal 1980: 10). Pero la crítica más acérrima es tal vez la de Phil Weigand, quien acuñó el término ceramocentrismo para referirse al énfasis que se da sobre la cerámica en muchos estudios
arqueológicos, hasta la casi exclusión del resto de los datos arqueológicos, y carente de una posición analítica más balanceada. Sus palabras son bastante elocuentes: Mientras que nadie disputa el hecho de que la cerámica antigua es una de las más accesibles formas de información material para el arqueólogo, hay mucho menos convergencia de opiniones sobre la validez que este material tiene para la interpretación antropológica de las sociedades antiguas[...] los arqueólogos frecuentemente han colocado a la cerámica en un “pedestal conceptual”, dándole una carga interpretativa irremediablemente mayor a la que este tipo de datos puede sobrellevar. No es una carga que deba soportar la cerámica, si realmente estamos interesados en una arqueología antropológica[...] A través de las décadas, el enfoque de la investigación arqueológica [en muchas áreas][...] ha consistido en examinar primero la cerámica, estableciendo sus tipologías, la cronología de sus cambios, las fronteras de distribución de varios tipos, y después hacer que los demás datos arqueológicos (si acaso existen) se amolden dentro de este limitado marco (Weigand 1995: 12-13). Aparte del enfoque “ceramocentrista”, otro problema patente en la “arqueología oficial mexicana” casi desde sus orígenes, ha sido el predominio de actividades encaminadas no hacia el esclarecimiento de problemas antropológicos concretos, sino hacia otros fines más mundanos, como la reconstrucción de sitios arqueológicos para promover el turismo. Esto claramente va en contra de los fines académicos que se esperan de la arqueología antropológica, y ha contribuido a que enfoques como la etnoarqueología se releguen a un plano secundario. Hay una larga tradición en la arqueología mexicana, que ha sido criticada por limitarse a la restauración de monumentos y a crear museos con el fin de reafirmar la identidad nacional. Ante esta situación, Gándara (1992) ha señalado la necesidad para la arqueología mexicana de una orientación con objetivos científicos claramente definidos, y con una integración de la teoría y la práctica. Por otra parte, hay que mencionar que, a pesar de las críticas vertidas por varios autores, la arqueología mexicana no carece de ejemplos de buenas investigaciones con objetivos y métodos a la par de los mejores del mundo.
23 La historia cultural fue casi el único enfoque utilizado por los arqueólogos latinoamericanos hasta la década de los sesenta, y sigue siendo el paradigma dominante de las investigaciones arqueológicas. Sin embargo, sería injusto caracterizar el panorama teórico actual de esta parte del mundo en estos términos. Muchos nuevos desarrollos e innovaciones metodológicas están transformando a la arqueología latinoamericana en una disciplina más dinámica y flexible, con investigaciones que van en múltiples direcciones. Un importante desarrollo de tiempos recientes ha sido la etnoarqueología, aunque hay que mencionar que a pesar de la riqueza y variedad cultural de las sociedades que habitan en muchas partes de nuestro continente, hasta la fecha se han realizado relativamente pocos estudios siguiendo este enfoque. Las oportunidades para llevar a cabo estudios etnoarqueológicos son en realidad enormes (Politis 2003). Los ejemplos que pueden citarse de investigaciones etnoarqueológicas llevadas a cabo por investigadores mexicanos o adscritos a instituciones mexicanas son pocos, pero de excelente calidad (ver, por ejemplo: García y Aguirre [1994]; Fournier [1995]; Sugiura [1998]; Suigura y Serra [1990]; Weigand [2001]). Finalmente, los trabajos reunidos en este volumen son una buena muestra de las investigaciones etnoarqueológicas que actualmente se están desarrollando en Mesoamérica y en varias partes de Sudamérica. En su conjunto, estos trabajos ponen de manifiesto el potencial de la etnoarqueología de ser un verdadero puente interdisciplinario, es decir arqueología como antropología.
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