Todo intento de la humanidad por desarrollarse como tal ha estado marcado por la necesidad de reducir la incertidumbre que caracteriza nuestra existencia, nuestro vagar por el mundo, que impone discontinuidades y no permite vislumbrar horizontes. En este sentido, la tríada del „quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos‟ resume la búsqueda constante de
unas respuestas que den sentido a nuestro estar en el mundo de una manera segura y cierta. Unas respuestas que van en función de cuáles son las historias que nos contamos en un momento y lugar determinados y así poder asumir la incertidumbre que implica vivir.
A pesar de los recelos, la ciencia y el mercado se establecen como nuestras principales herramientas de cara a la producción y reproducción del orden social. Un orden basado en la distribución de bienes y personas según sea su capacidad de acceso a ambos elementos: conocimiento (ciencia) y poder adquisitivo (mercado). La ciencia genera control por medio del „diagnóstico‟, ubicando socialmente a cad a uno, según sea la posición que le toque jugar.
Una posición que se juega siempre dentro de los límites del mercado, bajo la prerrogativa moderna del „trabajar para vivir‟. Fuera de los límites de la ciencia y el mercado, todo es
riesgo, en este caso de e xclusión social: el enfermo, el preso, el analfabeto, el viejo… todo ello de cara a topografiar y matematizar el espacio de nuestra existencia; un espacio mensurable y estadísticamente concebido, bien por la epidemiología o bien por el balance de cuentas.
Por este procedimiento de ubicación social, se nos dice, garantizamos la seguridad colectiva; todos nos sentimos a resguardo del caos que deambula por los alrededores de toda civilización. Gracias a este orden, extramuros quedan las asechanzas de lo incierto, de lo inseguro, en definitiva, del riesgo. Todo aquello que es susceptible de generar incomodidad ha de ser desterrado, para mayor gloria del ciudadano que trabaja y paga, como marcan los cánones. Así pues, el riesgo se convierte entonces en una mercancía más producto de la modernidad y de las tendencias capitalista, y es entonces el negocio de las aseguradoras el más lucrativo. Se paga por la posibilidad de riesgo, “aumenta la concepción científica de los
riesgos; y aumenta el comercio con el riesgo” (Beck, 1998: 78). Sin embargo, y a pesar de la cientificidad del riesgo no se sabe a ciencia cierta si éstos se han intensificado o sólo se ha
intensificado la percepción que de ellos tenemos como producto de la publicidad que se le hace.
Ahora bien, producto de la mundialización que persigue occidente, al menos desde los albores de la modernidad, las fronteras cada vez son más difusas y lo es, por tanto, la capacidad de distanciamiento respecto de los tradicionales elementos considerados como socialmente „nocivos‟ (riscosos). Una difuminación de la marca entre „adentro‟ y „afuera‟ que nos hace vivir en una especie de desierto, carentes de cualquier „refugio contra la tormenta‟ y
siempre al borde de un abismo anómico provocado por la falta de referentes claros.
Este vendría siendo el contexto que nos plantea Ulrich Beck, en su obra “la sociedad del riesgo, hacia una nueva modernidad”, para caracterizar a la nueva sociedad emergente: una
sociedad post-ideológica, donde el paradigma de la lucha de clases y la distribución de los bienes cede terreno en pos de una „democratización‟ de los riesgos: el conflicto lo será para todos, pues la radioactividad no entiende de fronteras que, literal y simbólicamente, “ Se
puede dejar fuera la miseria, pero no los peligros de la era atómica . Ahí reside la novedosa fuerza cultural y política de esta era”. Un tipo de sociedad caracterizada por "el final de los
otros , el final de toda posibilidad de distanciamiento" (Beck 1998: 11).
Esta es la obra más importante del sociólogo alemán Ulrich Beck, escrita en la década de 1980 bajo los efectos de la catástrofe nuclear de Chernóbil. Vivimos el pasaje desde la modernidad industrial hacia una sociedad del riesgo, a través de una transformación producida por la confrontación de la modernidad con las consecuencias no deseadas de sus propias acciones, “Los riesgos de la modernización afectan más tarde o más temprano
también a quienes los producen o se beneficin de ellos. Contienen un efecto bumerang que hace saltar por los aires el esquema de clases, tampoco los ricos y poderosos están seguros ante ellos.” (Beck, 1998: 34) . incluye una descripción detallada de las transformaciones
contemporáneas en el proceso de trabajo (individualización de las tareas, desregulación, precarización del empleo, generalización del desempleo), en el rol de la mujer (incorporación al mercado de trabajo, mayor independencia), y en las ciencias (cambio de paradigmas, necesidad de incorporar la interdisciplinariedad, competencia de saberes)
El desarrollo industrial no regulado por el sistema político produce riesgos de una nueva magnitud: son incalculables, imprevisibles e incontrolables por la sociedad actual. Además, estos riesgos no pueden afrontarse desde los Estados Nación por cuanto trascienden sus fronteras. Ello implica que surge objetivamente una comunidad mundial, que falta -y será necesario- construir de forma política. La sociedad del riesgo implica una serie de cambios que pintan un paisaje de la actualidad e invitan a reflexionar. En palabras de Bec k, “La sociedad del riesgo es una sociedad catastrófica. En ella, el estado de excepción amenaza con convertirse en el estado de normalidad” (Beck, 1998: 36)
Podemos decir, con todo, que la sociedad del riesgo es una sociedad basada en la desprotección, e n la idea del „sálvese quien pueda‟; el riesgo no es sino el estar desprotegido en una situación determinada. Como el desierto que no ofrece refugio alguno, la sociedad actual se caracteriza por la desaparición de cualquier otro que pueda darnos cobijo, preocupado éste por el propio sostenimiento y salvación. “¿Cómo podemos dominar el miedo si no sabemos las causas del miedo?” (Beck. 1998: 108)