¿Qué recibió Moisés en el Monte Sinaí? Conforme al relato presente en la sección de la Torá de esta semana (Deuteronomio 10:1-5), y cuya versión paralela la encontramos en el libro de Éxodo (cap. 34), la respuesta a la pregunta formulada en el título de este artículo es clara y contundente: las l as Tablas de la Alianza. Según está escrito: ``El escribió en las tablas lo mismo que había escrito antes, las diez Palabras que Yahveh había dicho en el monte, en medio del fuego, el día de la Asamblea. Y Yahveh me las entregó. Yo volví a bajar del monte, puse las tablas en el arca que había hecho y allí quedaron, como me había mandado Yahveh''" (Deuteronomio 10:4-5). Sin embargo, la tradición judía amplió el significado de la revelación original otorgada a Moisés, estableciendo que el líder de Israel no sólo recibió en esa oportunidad las tablas de la Ley, sino también toda la Torá. Según el octavo principio formulado por el gran sabio judío medieval Maimónides: ``Que toda la Torá que actualmente poseemos ha sido si do revelada a Moisés, nuestro maestro de venerada memoria''" (Ritual de Oraciones para todo el año [Buenos Aires: Consejo Mundial de Sinagogas, 1965] p. 358). Pero la imaginería religiosa no se detuvo aquí. De acuerdo a la tradición presente en la literatura rabínica, además de la Torá Escrita le fue otorgada a Moisés otra más, la l a Torá Oral. Según está escrito: ``Moisés recibió la Torá desde el Sinaí y la transmitió a Josué, Josué a los ancianos, los ancianos a los profetas, los profetas la transmitieron a los hombres de la Gran Asamblea''" (Pirke Avot 1:1; en: La Misná. Edición preparada por Carlos del Valle, Madrid: Editora Nacional, 1981, p. 789). 789). O como lo fija la tradición presente presente en Abot de Rabbí Natan: ``Y sucedió que algunos estaban parados ante Shammai y le dijeron: ``¿Rabbi, cuántas Torás tienes? Y él les dijo: Dos, una escrita y otra oral''" (versión A, 15). Con el tiempo, la revelación acaecida en el Monte Sinaí se transformó aun en más abarcativa hasta el punto de comprender toda la sabiduría judía producida en la antigüedad: ``Dijo Rabbí Simeón ben Resh Laqish: `Y te daré las tablas de piedra, pi edra, la Ley y los mandamientos que tengo escritos para su instrucción' (Éxodo 24:12). Las tablas se refieren a los Diez Mandamientos; Mandamientos; la Ley - al Pentateuco; los mandamientos - a la Misná; que tengo escritos - estos son los profetas y los hagiógrafos; para su instrucción - esto es el Talmud. Todo esto le fue dado a Moisés en el Monte Sinaí" (Talmud de Babilonia, Berajot 5ù). Y siguiendo esta misma línea lín ea de pensamiento, no sorprende encontrar la tradición según la cual, no sólo el Pentateuco, la Mishná y el Talmud le fueron revelados a Moisés en el Sinaí, sino incluso también ``lo que un estudiante habría de exponer ante su maestro en el futuro''" (Talmud de Jerusalén, J erusalén, Peah 2:4. Cf. También Midrash Tanhuma, Yitro 11). Pero en la época greco-romana (siglos II a.e.c.-I e.c.) encontramos otra tradición, no necesariamente opuesta a la presente en ámbitos rabínicos, sino antes bien, complementaria. De acuerdo a esta esta última, Moisés habría recibido en el Sinaí enseñanzas que no fueron fueron escritas en la Torá o Pentateuco conocido por nosotros, sino en otros libros de carácter
esotérico. Estos libros habrían comprendido revelaciones, sea en el campo legal como así también la pureza ritual, el tiempo sagrado y el espacio. Un libro en este sentido sería la obra apócrifa llamada Libro de los Jubileos, conocido en versión completa en etíope clásico o Ge'ez, y de manera fragmentaria en griego y en hebreo [catorce manuscritos de este documento fueron hallados en las cuevas de Qumrán], datado para mediados del siglo II a.e.c. En la apertura del libro se narra lo siguiente: ``En el año primero del éxodo de los hijos de Israel de Egipto, en el tercer mes, el dieciséis de este mes, habló el Señor a Moisés: `Sube al monte, donde yo estoy, y te daré dos tablas de piedra con la ley y los mandamientos, que enseñarás tal como los he escrito. Subió Moisés al monte del Señor, y su gloria se asentó sobre el Sinaí, y una nube lo cubrió por seis días. Al séptimo día, el Señor llamó desde la nube a Moisés, que vio la gloria del Señor como fuego ardiente en la cima del monte. Moisés permaneció en el monte cuarenta días y cuarenta noches, y el Señor le mostró lo pasado y lo futuro de la distribución de todos los días de la ley y la revelación. Dijo: `Presta atención a todo lo que voy a decirte en este monte y escríbelo en un libro, para que vean sus generaciones que no les perdonaré el mal que hicieren, descuidando la norma que establezco hoy entre tú y yo, por siempre, en el monte Sinaí'''" (1:1-5; en: A. Diez Macho ed., Apócrifos del Antiguo Testamento II [Madrid: Ediciones Cristiandad, 1983]p.81) Otro ejemplo en este sentido lo encontramos en el libro no canónico conocido como la Vida de Adán y Eva (versión griega) o llamado también el Apocalipsis de Moisés. En la apertura del mismo se nos cuenta sobre una de las enseñanzas secretas transmitidas a Moisés sobre el origen de la raza humana: ``Historia y vida de Adán y Eva'', las primeras criaturas que Dios reveló a Moisés, su siervo, cuando recibió las tablas de la ley de la alianza de mano del Señor, instruido por el arcángel Miguel''" (en: Diez Macho, Apócrifos, p. 325). Y, finalmente, otra evidencia de las enseñanzas esotéricas recibidas por Moisés en el Monte Sinaí, y de las cuales no se hacen mención en nuestra presente Torá, es la existente en el rollo del Templo (un manuscrito hallado en la cueva 11 de Qumrán en el año 1956), en donde está escrito: ``Precaved a los hijos de Israel de toda impureza. Que no se contaminen con aquellas cosas que yo te declaro en este monte''" (col. LI, 6-7; en: F. García Martínez ed., Textos de Qumrán [Madrid: Editorial Trotta, cuarta edición, 1993] p. 220). (Nota: Aun cuando el nombre de Moisés no aparece mencionado de manera expresa en el manuscrito que nos ha llegado a nuestras manos, no queda duda que en la versión completa el receptor de la revelación habría sido Moisés.) Pero la creatividad judía de esa época no vio sólo a Moisés como el único receptor de las revelaciones divinas. Por el contrario, la literatura nos testimonia que otras figuras del pasado mitológico también habrían sido depositarias de secretos divinos en el campo legal y otros temas. Un ejemplo en este sentido son los secretos acerca de la historia humana comunicados por el ángel Uriel al héroe ante diluviano Henoc en ocasión de su viaje celestial: Me dijo: `Mira, Henoc, las tablas celestiales y lee lo que está escrito en ellas, entérate de cada cosa. Miré las tablas celestiales, leí todo lo escrito y supe todo; y leí el libro de todas las acciones de los hombres y todos los seres carnales que hay sobre la tierra, hasta la eternidad''" (81:1-2). Y
como en el caso de Moisés, también se le ordenó a Henoc comunicar estas enseñanzas por medio de un libro: ``Informa de todo a Matusalén, tu hijo, y enseña a todos tus hijos. Durante un año te dejaremos con tus hijos hasta que nuevamente tengas fuerzas para enseñarles, escribirles estas cosas y dar testimonio de ellas a todos tus hijos''" (81:5-6). Y así hizo Henoc, cuando le dijo a su hijo: ``Ahora, hijo mío, Matusalén, voy a decirte todas estas cosas y te las escribiré: todo te lo he revelado y te he dado los libros de todo esto. Conserva, hijo mío, el libro de mano de tu padre, para darlo a las generaciones eternamente''" (82:1; en: A. Diez Macho ed., Apócrifos del Antiguo Testamento IV [Madrid: Ediciones Cristiandad, 1984] págs. 106-107) En suma, el espíritu creador de Israel fue mucho más allá de lo narrado en la literatura bíblica. En vez de una lectura estrecha de la revelación del Sinaí, los antiguos sabios judíos ampliaron los límites de la narración original, atribuyendo a distintas obras antiguas también un origen divino. En algunos casos, un origen mosaico; en otros, un origen henóquico. Por rara paradoja, esta estrategia no fue en detrimento de la Torá, sino por el contrario, fue en su beneficio, ya que de esta manera, el contenido de la Torá se vio enriquecido por otras enseñanzas, creando nuevas posibilidades interpretativas. Y así la Torá, en vez de convertirse en un texto anquilosado, se convirtió en una obra flexible capaz de responder a los desafíos del tiempo. Esta actitud del espíritu le permitió a los judíos experimentar de manera práctica el pluralismo religioso. Una enseñanza aún válida en nuestros días, cuando los aires viciados del fundamentalismo invaden nuestras sociedades, llevando a los hombres a posiciones de intolerancia ideológica y a la violencia descontrolada.
¡Shabat Shalom! Dr. Adolfo Roitman