“Los Pepes”, un horror que sigue en la impunidad Solo un hombre ha sido condenado por los crímenes de esa organización, enemiga del cartel de Medellín, y está muerto. Y al cabecilla en poder de la justicia, ni siquiera lo han interrogado. NELSON MATTA COLORADO |ELCOLOMBIANO.COM Publicado el 29 de noviembre de 2013 El primero de marzo de 1993 un comando de mercenarios con prendas de la Fuerza Pública ingresó de madrugada a la urbanización Villa Jardín, de El Poblado, y secuestró al constructor Luis Guillermo Londoño White. Su cadáver magullado apareció, horas más tarde, en un paraje del barrio Loreto, con un letrero que decía: “Servil testaferro iniciador de secuestros al servicio de Pablo Escobar”, firma “los Pepes”. Tres días después, otro grupo armado que vestía atuendos del DAS torturó y asesinó al abogado Raúl Jairo Zapata Vergara. El cuerpo fue hallado en el sector La curva del Diablo, de Moravia, con un cartel que pregonaba: “Por inescrupuloso defensor del cartel, abogado de Escobar, Santiago Uribe (jurista), Salomón Lozano Cifuentes, Gilberto Gómez, Luis Ángel y Claudia de la Procuraduría”, signado por el mismo grupo. Con una serie de atrocidades similares, se dio a conocer ese año un clan de vengadores, autoproclamado “Perseguidos por Pablo Escobar”, que firmaba sus acciones con la rúbrica de “los Pepes”. Su objetivo era aniquilar todo aquello que guardara una relación, así fuera por mera sospecha, con el patrón del cartel de Medellín. En una sentencia de radicado 766F-10.676 (del año 1997), un juez regional sin rostro definió así los alcances de la cofradía: “Al desatar la guerra interna, algunas víctimas deciden su entrega a las autoridades en procura de protección estatal, y a cambio suministran información para ubicar a integrantes de la terrorista agremiación, iniciándose así la desarticulación del cartel”. Y prosigue: “Pero otros que habían sobrevivido al exterminio de los Moncada y los Galeano, pusieron en marcha su plan de venganza para la ejecución del jefe del cartel y sus esbirros, amparados por un aparato terrorista tan o más sanguinario que aquel que el cartel había estructurado, acuñado bajo el rótulo de ‘los Pepes’,
destruyendo en el oriente, sur y suroeste antioqueño innumerables propiedades, sumándose los crímenes de varios agentes cercanos al capo y sus abogados, obligando a los familiares de este a viajar al exterior. Lo que condujo al desenlace final el 2 de diciembre de 1993, ya conocido públicamente”. Para los investigadores, el origen de esta facción data de los días posteriores al 4 de julio de 1992, cuando Escobar ordenó la muerte de sus socios Gerardo “Kiko” Moncada y Fernando “el Negro” Galeano en la cárcel La Catedral, por considerar que lo habían traicionado. Al doble homicidio le siguió el saqueo de sus propiedades y la eliminación sistemática de sus trabajadores. Absoluciones En indagatorias ante la Fiscalía, posteriores a su reclusión en el penal de Itagüí, Roberto Escobar Gaviria manifestó que “los Pepes” estaban conformados por antiguos socios del cartel de Medellín, paramilitares, la cúpula del cartel de Cali y miembros corruptos de la Fuerza Pública con apoyo del gobierno de E.U. El grupo operó entre 1992 y 1993, detonando bombas, secuestrando, destruyendo edificaciones y aplicando el sicariato desenfrenado (ver el recuadro). Pese a estas conductas, la justicia ha obrado con una sorprendente parsimonia. A la fecha, señalan fuentes judiciales, apenas hay una sentencia contra “los Pepes” y el condenado no pagará un solo día de prisión por ello, porque está muerto: Fidel Castaño Gil, alias “Rambo”, precursor de las autodefensas en Colombia. La sentencia con radicado 11220-50217-0770 fue proferida por el Juzgado Tercero Penal del Circuito Especializado, el 30 de noviembre de 2001. En ese expediente fueron procesados los hermanos Fidel, Carlos y Vicente Castaño Gil, así como Eugenio León García Jaramillo, apodado “Lucho” o “el Taxista”. Los delitos que les endilgaban eran incendios, terrorismo, conformación de grupos armados ilegales, homicidio agravado, porte ilegal de armas, lesiones personales y secuestro extorsivo, por su presunta militancia en “los Pepes”. No obstante, muchos de quienes los denunciaron, incluyendo al propio Roberto Escobar, se retractaron a lo largo del proceso. En consecuencia, el juzgado absolvió a Carlos, Vicente y García, y condenó a Fidel por apenas uno de los delitos investigados: conformación de grupos armados ilegales. La pena fue de 13 años y medio de celda y una multa de 3.000 salarios mínimos legales vigentes, proferida siete años después de su asesinato en San Pedro de Urabá. Los informantes
En el citado expediente, así como en otros procesos contra lugartenientes de Escobar, hay múltiples referencias a dos integrantes de “los Pepes”, antiguos trabajadores del narcotraficante “el Negro” Galeano: alias “el Ñato” y “Semilla”, temidos por su crueldad contra los miembros del cartel. En un fallo del Juzgado Segundo Penal Especializado de Medellín (radicado 10.676766C-E-H-99000430 del 21 de julio de 2001), se cita la declaración de un testigo, quien reseñó que había ocultado la muerte de un secuaz de los Galeano porque “me daba miedo de ‘Semilla’ y ‘el Ñato’, que eran íntimos amigos de ‘Bocadillo’ (el occiso), miedo de que me mataran o a mi familia si se enteraban de que yo lo había hecho”. El paso del tiempo confirmó que estos motes hacían referencia a los hermanos Diego Fernando y Rodolfo Murillo Bejarano. Diego (“el Ñato”), también apodado “don Berna”, llegaría a ser jefe de las organizaciones criminales “la Terraza”, “la Oficina” y los bloques Cacique Nutibara, Héroes de Granada y Héroes de Tolová de las Auc, así como inspector general de las autodefensas de Colombia. Lo extraditaron en 2008 y hoy paga una condena de 31 años en E.U., por narcotráfico. “Semilla” fue asesinado en un concesionario de carros de la avenida El Poblado, el 28 de octubre de 2001. En uno de sus diálogos con la prensa, Murillo reconoció que su grupo era el tercer puntal en la mesa contra Escobar. Los otros dos eran la DEA y el gobierno colombiano. Según estudios de Inteligencia en poder de la justicia, estos hermanos fueron informantes del Bloque de Búsqueda contra Escobar, cuando el comandante era el coronel Hugo Rafael Martínez Poveda (1992/93). A cada uno se le asignaba un código, correspondiéndole a “el Ñato” el V0027 y a “el Taxista” el V0016. De “los Pepes”, el Bloque contaba con cinco informantes reclutados y 36 voluntarios, entre los cuales había antiguos socios del “Patrón”, como “Julio Fierro” (muerto) y “Perra Loca” (extraditado); la lista de fuentes la complementaban 37 personas que enviaban correos en Medellín, 96 que lo hacían en Bogotá y 802 catalogados como “informantes casuales”. De “los Pepes” originales, han muerto los hermanos Castaño, “Doble Cero”, “el Tigrillo”, “Semilla” y otros. El sobreviviente más visible es Murillo, ¿entonces por qué la justicia no lo ha procesado por esos crímenes?
Duro de investigar Entre 1997 y 1999 fueron asesinados por sicarios 12 investigadores del CTI de Medellín, los cuales tenían a su cargo investigaciones contra “los Pepes”, “la Terraza”, “la Oficina” y las Auc, es decir, las organizaciones en las cuales participaron “el Ñato” y sus amigos. La Fiscalía 15 adscrita a la Unidad Nacional de Justicia y Paz le imputó a Murillo las muertes de esos servidores públicos el 4 de septiembre de 2012, porque este las había reconocido durante las versiones libres ligadas a su reinserción. El proceso de confesiones marchaba sobre ruedas, Murillo había aceptado su responsabilidad en los asesinatos de personajes tan sonados como el jurista Jesús María Valle y el humorista Jaime Garzón, pero cuando la Fiscalía iba iniciar los interrogatorios relacionados con las acciones armadas de “los Pepes”, un imprevisto ocurrió. Murillo, desde la prisión de La Florida, trató de dilatar el momento, al parecer, por temor a delatar a algunos exaliados que ahora ocupaban cargos importantes en el Gobierno, según una fuente cercana al extraditado, que pidió la reserva de su nombre. Luego la Dirección Central de la Fiscalía la relevó de su cargo a la fiscal 15, Patricia Hernández Zambrano, trasladándola a un despacho en Florencia (Caquetá). Ella, entre otros casos, tenía a cuestas las versiones libres de Murillo y las indagaciones sobre su supuesta militancia en “los Pepes”. El traslado provocó que la Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Medellín, el pasado 16 de enero, enviara una carta al fiscal General Eduardo Montealegre, en la que sustentaba un “serio motivo de preocupación” por esa medida. “La decisión significa un desestímulo para la mencionada fiscal quien, a juicio de la Sala, era una de las dos mejores fiscales con que contaba la Unidad de Justicia y Paz de Medellín y estaba comprometida con el esclarecimiento de la verdad y la celeridad en el proceso de Justicia y Paz. Estos procesos, por la magnitud de los delitos cometidos y la trascendencia para el país, necesitan de los mejores fiscales y su desmantelamiento paraliza la gestión de la Sala de Justicia y Paz”, dice la misiva. A pesar del reclamo, hubo cambio de titular en la Fiscalía 15. Al preguntarle por la suspicacia que generaba en el ambiente el traslado de funcionaria, antes de iniciar las versiones libres por los actos de “los Pepes”, el vicefiscal General, Jorge Perdomo, argumentó de esta manera lo decidido: “No debe haber lugar a sospechas, es una decisión que tomamos para darle más realce al caso, asignaremos a una persona de más perfil”.
A la fecha, sin embargo, no han comenzado las diligencias con Murillo. El expediente sobre la agrupación clandestina permanece en un silencio tan sepulcral como el de aquellos tiraderos de cadáveres, donde hace 20 años aparecían las víctimas con un letrero manchado de sangre, firmado por “los Pepes”Los crímenes por los que investigaban a “los Pepes” En la única sentencia judicial contra “los Pepes”, donde fue condenado Fidel Castaño Gil, se le atribuye a esa organización la siguiente lista de crímenes: Ene/31/93: bomba al edificio Altos del Campestre, donde vivía Pablo Escobar con su familia. Feb/2/93: homicidio de Gustavo Adolfo Posada Ortiz. Feb/10/93: masacre de Juan Carlos Gallego Sánchez, Alexánder Martínez Martínez, Santiago Vélez Saldarriaga, Fredy Alberto Ríos Londoño, Juan Carlos Isaza Bedoya, Iván Darío Bedoya García y Óscar Grisales Hincapié. feb/15/93: incendio de una casa de Escobar en El Poblado (carrera 42 con la calle 16Bsur). Feb/17/93: destrucción de obras de arte, propiedad de Pablo Escobar, en una bodega de Guayabal. Feb/18/93: destrucción de las fincas La Manuela y Sausalito, en el oriente antioqueño. Feb/22/93: destrucción de la finca Villa Kelly, en Fredonia. Mar/1/93: homicidio del constructor Luis Londoño White. Mar/4/93: homicidio del abogado Raúl Zapata Vergara. Abr/16/93: tortura y homicidio del abogado Guido Antonio Parra Montoya, su hijo Guido Andrés Parra Sierra y el taxista Jairo Aristizábal Aristizábal. Abr/18/93: destrucción de la discoteca bar Cama Suelta, en la Loma del Chocho (Envigado). May/17/93: secuestro de Nicolás Enrique Escobar Urquijo (sobrino de Pablo Escobar e hijo de “el Osito”) y de su cuñado Jaime Alberto Ospina Restrepo. May/25/93: secuestro de Gustavo Adolfo Gutiérrez Arrubla, alias Maxwel, integrante del cartel de Medellín
Jun/25/93: homicidio de Eliécer Castro Marín, administrador de una finca de Roberto Escobar. Jul/29/93: secuestro de John Raúl Castro Ortega. Ago/17/93: homicidio de Juan Martín Suárez Aguirre, quien le llevaba comida a la cárcel a Roberto Escobar. Oct/3/93: atentado con granadas contra el investigador Octaviano Vargas (custodiaba una casa de Escobar). Nov/6-10-18/93: secuestros de Alba Lía Londoño de Araque (profesora particular de Pablo Escobar Jr.), Alicia Vásquez y Nubia Jiménez. Nov/12/93: destrucción de la finca Villa Linda. Nov/18/93: destrucción de finca Las Águilas (Rionegro). – Varios hechos atribuidos a la banda, que no están en el fallo judicial, incluyen atentados contra los familiares del capo y este par de casos: Abr/20/93: carrobomba al edificio Dallas (Medellín). Ago/28/93: rapto y castración de “Terremoto”, un caballo de un millón de dólares, propiedad de Roberto Escobar.
Los bienes “iconos” del narcotráfico: entre el abandono y el uso estatal De la Redacción Nacional Con el proceso de extinción de dominio que el gobierno adelanta en los bienes de los narcotraficantes, muchas de esas propiedades fueron destinadas para uso de entidades del gobierno y otras se encuentran en el abandono, según se desprende de una investigación adelantada por Caracol Radio Con el proceso de extinción de dominio que el gobierno adelanta en los bienes de los narcotraficantes, muchas de esas propiedades fueron destinadas para uso de entidades del gobierno y otras se encuentran en el abandono, según se desprende de una investigación adelantada por Caracol Radio Las propiedades mas significativas, y que aún recuerdan los colombianos, como la hacienda Nápoles, el edificio Mónaco o los suntuosos inmuebles del Cartel de Cali, pasaron a manos de la Dirección de Estupefacientes, que a su vez los utilizó para albergar oficinas públicas o para funciones sociales.
En el caso de Pablo Escobar Gaviria, los edificios Mónaco y Dallas, la hacienda Nápoles, en Puerto Triunfo, y la finca La Palma, en el sur del Aburrá, se convirtieron en las primeras propiedades a las que se les aplicó esta figura jurídica de extinción de dominio. La Hacienda Nápoles Después de su familia, su esposa y sus hijos, la hacienda Nápoles, en comprensión municipal de Puerto Triunfo, era la niña mimada de Pablo Escobar.. Allí celebraba sus fiestas, tenía un famoso zoológico, llevaba a sus invitados más encopetados, hacía deportes, y tenía hasta la avioneta en la que, según la leyenda, coronó el primer embarque de cocaína hacia los Estados Unidos. Nápoles fue el símbolo del poder económico del temido narcotraficante. Por allí desfilaron políticos, periodistas, dirigentes populares y artistas. Pero el robo, los saqueos, las invasiones y la desaparición de los elementos que la identificaron han cambiado la historia y la cara de estas 800 hectáreas de tierra en el Magdalena Medio. Algunos animales pasaron a protección de las autoridades ambientales de la región, mientras que otros murieron, fueron pasto de otros animales, y algunos, como los grandes hipopótamos, deambulan por la zona con peligro para la comunidad y con la dificultad para ser trasladados a un hábitat propicio. La Hacienda Nápoles, en el corregimiento Doradal, pasó a ser administrada por la Oficina de Estupefacientes y ahora, una porción de cien hectáreas, será destinada para la construcción de una cárcel mientras que el resto es propiedad del municipio de Puerto Triunfo. Los lujos del edificio Mónaco y Dallas En el sector de El Poblado, una zona que en la década de los ochenta se abría como barrio con mansiones, edificios de apartamentos lujosos, en el estrato seis de la ciudad, se observaba la riqueza de los narcotraficantes, toda su extravagancia y poderío económico y de intimidación.Una de esas propiedades fue el edificio Mónaco, levantado en el barrio Santa María de los Ángeles, en cuyas instalaciones Pablo Escobar se alojaba frecuentemente con su familia durante largas temporadas, y donde sufrió un potente atentado, con el primer carro-bomba que estalló en Medellín, en esa época de terror que vivió la capital antioqueña.El edificio Mónaco salió del anonimato en la madrugada del 13 de enero de 1988, cuando la explosión despertó la ciudad y causó cuantiosos destrozos en las
residencias vecinas; y pocos en la propia edificación objeto del ataque terrorista, en el que murieron dos vigilantes. Hoy, luego de los procesos de extinción de dominio carece de lujos la ostentación que podría darle su primer propietario, y cada día, convertido en oficinas, lo habitan los empleados de la Dirección Administrativa y Financiera de la Fiscalía Seccional Antioquia. Con la construcción de una enorme edificación búnker, para integrar todas las dependencias de la Fiscalía en Antioquia, el edificio Mónaco pasará a manos del Ejército para destinarlo a vivienda de oficiales de la Cuarta Brigada. También el Edificio Dallas se conoció siempre como una de las propiedades amadas del narcotraficante. Ubicada en la Avenida El Poblado, en la conocida Milla de Oro, donde están las más lujosas propiedades residenciales y de oficinas, centros comerciales del sur de la ciudad, el edificio Dallas también sufrió un atentado terrorista y hoy está deteriorado, sin servicios públicos y, desde 1994, ocupado por una familia de desplazados. Fue dinamitado el 19 de abril de 1993 por el recordado grupo “Los Pepes”, (Perseguidos Por Pablo Escobar) agrupación creada por Carlos Castaño para combatir al capo de Envigado y al Cartel de Medellín. Un año después lo ocuparon y aún viven entre sus muros malolientes y sin servicios algunos cuidadores. Los bienes del Cartel de Cali Los decenios de los ochentas y noventas eran las épocas donde lo suntuoso y extravagante identificaba al Cartel de Cali. Hoy en día son historia, anécdotas y parte de innumerables bienes que están en manos del Estado o en proceso de extinción de dominio, pero sin los cuidados que los narcos les daban debido a la cantidad de dinero que ostentaban. José “Chepe” Santacruz Londoño, construyó la réplica del Club Colombia. Todo, dice el mito, porque no fue admitido como socio del exclusivo club de la sociedad caleña. Hoy el edificio está abandonado en poder del Estado. La finca “Caballo Loco” de Gilberto Rodríguez, tenía como atractivo una piscina giratoria. El edificio Conquistadores de propiedad de “Chepe” Santacruz, donde funcionó el primer almacén especializado para niños, se quemó el 24 de diciembre de 1984.
También están como referentes de lo que fue el poder de algunos narcos, el Palacio de Cristal de Juan Carlos Abadía, alias “Chupeta”. En general todos estos bienes estan abandonados o alquilados, sin el brillo que le daban sus dueños que hicieron realidad sus excentricidades gracias al poder del dinero del narcotráfico. El hotel El Prado Con una inversión que supera los 3 mil millones de pesos, se inició el proceso de recuperación de el hotel El Prado de Barranquilla, joya arquitectónica de la Costa Caribe, en proceso de extinción de dominio desde 1997. El Hotel de propiedad de la familia Nasser Arana, fue asumido inicialmente por la Fundación Matamoros, pero debido a su deterioro administrativo y estructural, el gobierno nacional, a través de la oficina de estupefacientes, decidió entregarlo a la cadena de hoteles Dann. El proceso de extinción de dominio de este inmueble, se inició por la investigación que adelanta la Fiscalía por los delitos de lavado de activos y narcotráfico. Este patrimonio histórico de la ciudad tiene un valor comercial de 40 mil millones de pesos, genera 120 empleos fijos, 60 temporales y mil 160 indirectos.
A Guillermo Cano lo mató ‘El negro Pabón’ por orden del ‘cartel de Medellín’: ‘Popeye’ John Jairo Velásquez Vásquez, alias ‘Popeye’, ex jefe de sicarios de Pablo Escobar, afirmó que alias ‘El negro Pabón’ fue el hombre que asesinó al director del diario El Espectador, Guillermo Cano Isaza, por orden de su patrón y de los también narcotraficantes Jorge Luis Ochoa Vásquez y Gonzalo Rodríguez Gacha. Así lo indicó alias ‘Popeye’ en entrevista sostenida con RCN La Radio Noticias de la Mañana, desde la cárcel de máxima seguridad en Cómbita (Boyacá). Cano Isaza fue asesinado el 17 de diciembre de 1986 cuando salía de la sede del periódico El Espectador, en el occidente de Bogotá. “A don Guillermo Cano lo mata alias ‘El negro Pabón’ con un muchacho de Medellín, por orden de Jorge Luis Ochoa Vásquez, Gonzalo Rodríguez Gacha y Pablo Escobar, quienes estaban en una finca en Bolombolo, Antioquia, de propiedad de los Ochoa donde celebraban la supuesta caída de la extradición”, reveló Vásquez Velásquez.
Dijo que el detonante para ordenar la muerte de Cano Isaza fue la decisión del Presidente de la época, Virgilio Barco, de restaurar el mecanismo de la extradición por vía administrativa. Inmediatamente el Director de El Espectador publicó un editorial titulado, ‘Se le aguó la fiesta a los mafiosos’, lo que enfureció a los miembros del ‘cartel de Medellín’, anotó. “El patrón (Pablo Escobar) envía a ‘El negro Pabón’ a Bogotá. Ya la inteligencia a Guillermo Cano estaba hecha y era muy fácil matar al director del diario El Espectador, porque él tenía una rutina y hombre que tenga una rutina es hombre muerto”, indicó. Santofimio era el contacto entre el ‘cartel de Medellín’ y Alfonso López: “Popeye” Desde su celda en la cárcel de Combita (Boyacá), el ex jefe de sicarios del ‘cartel de Medellín’, “Popeye” aseguró que el ex ministro Alberto Santofimio Botero era el verdadero enlace entre Pablo Escobar y el ex presidente liberal Alfonso López Michelsen. En el diálogo sostenido con los periodistas de RCN La Radio Noticias de la Mañana, alias ‘Popeye’ habló de la relación política–narcotráfico y afirmó que Pablo Escobar soñaba con mantener ese vínculo llevando a la presidencia a Alberto Santofimio Botero. Desde la cárcel de máxima seguridad de Cómbita (Boyacá), Velásquez Vásquez señaló que el ex presidente liberal Alfonso López Michelsen fue el político que siempre protegió al ‘cartel de Medellín’. “Él estuvo muy cerca de Alfonso López Michelsen. Siempre le enviaba las razones con Alberto Santofimio Botero, porque no se reunían muy a menudo”, precisó alias ‘Popeye’. ‘Popeye’ pide perdón a Francisco Santos por su secuestro John Jairo Velásquez Vásquez, jefe de sicarios del capo del ‘cartel de Medellín’, Pablo Escobar, pidió perdón a Francisco Santos, por haber coordinado su secuestro y estar dispuesto a cumplir la orden de ejecutarlo si la Asamblea Constituyente aprobaba la extradición de colombianos. En un diálogo de más de una hora en una improvisada sala en la cárcel de máxima seguridad de Cómbita (Boyacá), alias ‘Popeye’ aseguró que con el secuestro de Francisco Santos, Pablo Escobar buscaba presionar al período El Tiempo y a su director Hernando Santos Castillo para que cayera la extradición en Colombia. “Yo he sembrado para este perdón. Este problema se arregla es hablando con la gente, porque en este país si no se da el perdón no hay nada, y no se puede construir y uno sabe que él tiene el corazón grande”, afirmó.
Velásquez Vásquez, quien lleva más de 20 años en prisión, reveló que Pablo Escobar contempló la posibilidad de secuestrar en Nueva York a la esposa del industrial Julio Mario Santo Domingo, negó que el ‘cartel de Medellín’ hubiera comprado la Constituyente, como lo quisieron hacer creer sus archienemigos del ‘cartel de Cali’ y señaló que el crimen de Marina Montoya, la hermana del entonces secretario general de la Presidencia, Germán Montoya, fue ordenado porque Escobar se sintió engañado por Montoya. Alias ‘Popeye’ puso al descubierto los vínculos de Pablo Escobar con el Eln, especialmente con el ‘cura Pérez’ y con el M-19. Reveló la existencia de lo que la mafia llamó el ‘plan B’ de la toma al Palacio de Justicia, que consistió en quemar los expedientes de los extraditables. Indicó que el ‘cartel de Medellín’ aprendió el uso de los carros-bomba de la mano de alias ‘Miguelito’, un terrorista de ETA que estuvo preso en España con Jorge Luis Ochoa y Gilberto Rodríguez Orejuela. Según alias ‘Popeye’, para lograr la liberación de los dos cabecillas del narcotráfico los extraditables pagaron en ese momento más de 30 millones de dólares que “se comieron la Audiencia Nacional de España y el gobierno español”. Sobre el crimen del ex ministro de Justicia, Enrique Low Murtra, reveló que Pablo Escobar negó haber ordenado ese asesinato “porque esa fue la bala más peligrosa de toda la negociación” para lograr la caída de la extradición. John Jairo Velásquez Vásquez, quien en 18 meses dejará la cárcel, reveló que quiere vivir en Costa Rica o en México, pero que si su pasado no lo perdona buscará refugio en la montaña, protegido por una caleta de armas que aún conserva de su jefe Pablo Escobar. Manuel A. Noriega, Daniel Ortega, Fidel y Raúl Castro colaboraron con el narcotráfico: ‘Popeye’ John Jairo Velásquez Vásquez, alias ‘Popeye’, también habló de los vínculos del ex hombre fuerte de Panamá, Manuel Antonio Noriega, el hoy presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y los hermanos Fidel y Raúl Castro con los capos del narcotráfico en Colombia. Alias ‘Popeye’ aseguró que Manuel Antonio Noriega, extraditado a Panamá para que responda por crímenes de algunos opositores, recibía dinero a cambio de la protección que brindó a los capos del ‘cartel de Medellín’. “Noriega los protegía a ellos allá, le daban dinero y él los protegía en Panamá”, insistió Velásquez Vásquez, tras calificar al ex hombre fuerte de Panamá como “el perro miserable de Centro América. Es peor porquería que Pablo Escobar, que cualquier asesino de nosotros”, anotó.
Desde su celda en la cárcel de alta seguridad de Cómbita (Boyacá), ‘Popeye’ también se refirió a la relación del ‘cartel de Medellín’ con el hoy presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, al que calificó de narcotraficante. “Para mí el presidente Ortega es un corrupto narcotraficante que en esa época utilizó el dinero de la mafia, porque de las pistas de Managua salían cargamentos de droga hacia Miami. Ellos cogieron dinero del narcotráfico para hacer su revolución y el dinero que deba tener hoy en día el señor Daniel Ortega es del narcotráfico; él es un narcotraficante”, subrayó. En su diálogo con RCN La Radio, Velásquez Vásquez habló de una relación entre los hermanos Fidel y Raúl Castro y el capo del narcotráfico Pablo Escobar. “El patrón tenía contacto directo con Fidel Castro. Yo una vez llevé una carta muy gruesa a México, para entregársela al Nobel de Literatura, Gabo; se la entregué yo mismo, no iba destapada. Yo no la leí, pero era para Fidel”, insistió. Según alias ‘Popeye’, el ‘cartel de Medellín’ necesitaba la colaboración del gobierno de Cuba para poder “coronar” sus cargamentos de droga en Miami. “La droga no podía llegar en aviones de Colombia y era una ruta más costosa, pero llegaba a México en barcos y de ahí en aviones pequeños llegaba a la isla a pistas militares porque Raúl era el jefe del Ejército y de ahí en lanchas rápidas a Cayo Hueso y la escondíamos en Boca Ratón, que es uno de los barrios de lujo de Miami”, puntualizó Velásquez Vásquez.
Así está ‘La Catedral’ de Pablo Escobar Aún se conserva la garita que hacía las veces del primer retén. Por allí entraban los camiones de doble fondo con los visitantes autorizados por Pablo Escobar. Llegaban socios narcotraficantes, subalternos, familiares y prostitutas para entretener al ‘Patrón’ y a los ocho mantones que se entregaron con él, el 19 de junio de 1991. El sacerdote eudista Rafael García Herreros, el Procurador Carlos Gustavo Arrieta, el director de Instrucción criminal Carlos Eduardo Mejía, el congresista Alberto Villamizar y el periodista Luis Alirio Calle no escondieron su sorpresa con la construcción que encontraron, en medio de los árboles y la neblina del cerro La Paz, cuando llegaron a las 5 de la tarde a la cárcel de La Catedral.
La garita donde se hacía el primer retén para acceder a Pablo Escobar en La Catedral, en 1991, aún se conserva intacta.
Escobar calculó todo para su entrega. En 1989, dos años antes, pensando en una posible negociación con el Estado, el capo instruyó a su abogado, Guido Parra, para que acordara con el alcalde de Envigado la construcción de la cárcel en un terreno adquirido por él en el cerro de la Paz. El cerro formaba parte de la geografía de su infancia. Aledaño al barrio del mismo nombre en Envigado, a donde llegó la familia en 1961 después de haber vivido en El Tablazo y Titiribí, Pablo Escobar lo conocía de memoria por aquellos paseos juveniles que no olvidaba y que le sirvió de escondite en muchos momentos de la guerra contra el gobierno. Allí quedaba la tradicional finca La Catedral, enclavada en un terreno quebrado cubierto de bosques en donde nacían viejos caminos coloniales que por el oriente conducían al municipio del Retiro, por el sur hacia Sabaneta y Caldas y por cuya ruta llevaba a Itagüí y la Estrella. Eran vías de escape que necesitarían ante cualquier eventualidad, tal como sucedió. El 22 de julio de 1992, cuando el general Pardo Ariza llegó con tropas desde Bogotá para tomar el control de La Catedral, no encontró sino el rastro de la huida por uno de los caminos que aún se conservan intactos entre las ruinas de La Catedral. Con él habían huido ‘Popeye’, ‘Arcángel’, ‘Angelito’, ‘Valentín’, ‘Palomo’, ‘Juan Garra’, ‘Juan Urquijo’, ‘Otoniel’ y ‘el Osito’. En el penal se quedaron ‘El Mugre’, ‘Tato Avendaño’ y ‘El Arete’.
Por este camino que lo llevaba a El Retiro, se escapó el capo en julio de 1992. El camino nacía en la parte alta de la finca donde terminaba el bunker subterráneo que edificó para defenderse de posibles ataques aéreos y al que solo entraban sus dos hombres de confianza: ‘el Limón’ y ‘Papocho’, los mismos que lo atendían en su habitación. En la entrada se conserva el ‘ojo’, un pequeño orificio porque vigilaban desde el interior a quienes se acercaban, así como el puente de acceso que atravesaba la quebrada que los proveía de agua.
Al búnker sólo tenía acceso el círculo inmediato de Escobar. La activa vida del penal ocurría alrededor de las oficinas y la cancha de futbol donde aterrizo el helicóptero que lo trajo junto con ‘el Mugre’ y ‘Otoniel’, con el Padre García Herreros como garante. Las oficinas estaban junto a la celda circular de Pablo Escobar, de la que se conserva el piso, con una amplia vista sobre la cordillera, el Valle de Aburrá y Medellín. A menos de trescientos metros corre aún el agua cristalina de una quebrada entre cerros, que se nutre de un grueso chorro que aprovechaban para bañarse, pero dicen, en los recuerdos fatídicos, que allí se lavaban ropas, utensilios y hasta armas para borrar las huellas de la sangre.
Desde su celda se divisaba el Valle de Aburrá. La garita que protegía esta parte de la cárcel también se conserva, aunque su techo fue reparado recientemente. En la cancha se realizaban los juicios que condujeron a decenas de asesinatos como el de sus socios Kico Moncada y el Negro Galeano que ocurrió en vísperas de la huida de Escobar y que significó el comienzo del fin del capo.
En la cancha aterrizó el helicóptero con el padre Rafael García Herreros. Allí se realizaban los juicios que terminaban en torturas y asesinatos. Esta sección de La Catedral estaba flanqueada por las celdas en las que permanecía la guardia personal de Escobar. Entre los acuerdos que hizo para su entrega fue la de lograr seleccionar con el alcalde de Envigado la mitad de los cuarenta guardianes. Debían ser antioqueños y generarle la confianza para que el capo y su gente pudieran moverse a su antojo. Alrededor de La Catedral y de la vida de Pablo Escobar allí se tejen todo tipo de leyendas, que repiten los nuevos ocupantes, un grupo de sacerdotes de la comunidad Benedictina Fraternidad Monástica Santa Gertrudis, a la cual el municipio de Envigado le cedió el terreno en comodato.
El municipio de Envigado le entregó a la comunidad Dominica el terreno para construir el Monasterio de Santa Gertrudis. Cuentan que se oyen gritos desesperados y voces nocturnas, de dolor, cuando el camino se acerca al que fuera el territorio del capo más buscado del mundo. Son capaces de reconstruir a partir de los cimientos y escasas hileras de ladrillos que se conservan la vida del capo en esos intensos catorce meses en los que mantuvo el negocio del narcotráfico a sus anchas y sin las restricciones de la guerra. En diciembre de 1991 celebró el cumpleaños 42, junto a su esposa María Victoria Henao, entre música y comida típica y la navidad corrió por cuenta de su madre, doña Hermilda, quien le llevó de regalo un gorro ruso que había traído de Moscú en un viaje con sus amigas, para que soportara las frías noches del penal.
Para las navidades de 1992, doña Hernilda, la madre del capo, le llevó este gorro ruso que utilizó para la única foto que se conoce de su tiempo en La Catedral. Cuando Pablo Escobar se entregó, estaba preparado para permanecer, cómodo, al menos dos gobiernos, tal como se había comprometido con Alberto Villamizar en la última visita que le hizo a La Catedral antes de viajar como embajador a Holanda. Pero todo terminó por cuenta de la información que Rodolfo Ospina, alias
‘Chapulín’ y los llamados 12 del Patíbulo le entregaron a l Fiscal Gustavo De Greiff sobre las irregularidades de La Catedral a raíz del asesinato de Mocada y Galeano. Pero Escobar no estaba dispuesto a dejarse controlar y el fantasma de la extradición apresuró aún más su fuga. El capo huyó con su familia, de escondite en escondite, durante catorce meses. El gobierno Gaviria no tenía opción distinta a recapturarlo o asesinarlo y armó con tal propósito un frente común con la policía nacional, el servicio de inteligencia de los Estados Unidos y el grupo irregular de Los Pepes comandados por Carlos Castaño y Don Berna. El 2 de diciembre de 1993 cayó muerto de varios disparos, con alias ‘Limón’ como único escudero, en una casa en el barrio Los Olivos, un día después el que el capo cumplía 44 años de edad.
Cómo era Pablo Escobar, el narcotraficante más temible del mundo Se cumplen 20 años de la muerte del emperador de las drogas, que amasó una de las fortunas más grandes del planeta a fuerza de miles de asesinatos y atentados
Crédito: AP Pablo Emilio Escobar Gaviria nació el 1 de diciembre de 1949 en la ciudad de Rionegro del departamento de Antioquia, Colombia. Desde el comienzo, la persona que más lo marcó fue Hermilda Gaviria Berrío, su madre. Si bien vivía también con su padre, Abel de Jesús Escobar Echeverri, éste tuvo un rol pasivo en su niñez. “Su madre era la figura dominante del hogar. Era sobreprotectora, lo cuidaba y lo consentía. Pero sobre todo, le repetía permanentemente que él tenía que saber hacer bien las cosas. Aunque fueran malas, debía saber cómo hacerlas bien”, cuenta, en diálogo conInfobae, el criminólogo Germán Antía Montoya, decano de la Facultad de Ciencias Forenses del Tecnológico de Antioquia y estudioso de la vida de Pablo Escobar. Todos los testimonios de quienes lo tuvieron como compañero en la escuela destacan su liderazgo y su capacidad para hacer negocios, que iban desde el armado de rifas hasta la venta de exámenes. No tuvo dificultades para terminar el bachillerato y estuvo a punto de hacer una carrera universitaria en la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín. Pero su avidez por el dinero rápido pudieron más.
No se puede entender a Escobar sin inscribirlo en el período histórico en el que vivió. “Hay que pensarlo en el marco de las circunstancias sociales que existían en la Medellín de los ’70. Fue una época marcada por la caída de un modelo económico basado en la industria textil, lo que repercutió en el aumento del desempleo y el desplazamiento de la población rural a las ciudades”, dice el criminólogo. “Un montón de chicos se empezaron a asentar en la periferia de la ciudad, en zonas caracterizadas por la ausencia cualitativa y cuantitativa del Estado. En ese contexto se empezó a imponer el paradigma de que se podía hacer dinero fácil. Pero no sólo entre los sectores marginales, sino en toda la sociedad”, agrega. Escobar, que era hijo de un ganadero y de una maestra rural, estaba lejos de pertenecer a los sectores más postergados. Sin embargo, tejió una relación muy particular con ellos y desarrolló cierta identificación cuando, siendo joven, su familia comenzó a tener dificultades económicas.
“Su primera actividad criminal -continúa Antía- fue robar lápidas en los cementerios. Luego empezó a dedicarse al hurto de vehículos y autopartes”. Su habilidad para las relaciones sociales le permitió empezar a trabajar como asesino a sueldo para Alfredo Gómez López, conocido como El Padrino, que era uno de los mayores contrabandistas de Colombia. Esto le abrió nuevas puertas y le permitió ingresar al negocio de la droga a través del tráfico de marihuana a Estados Unidos. Su conversión en el zar del narcotráfico En la década del ’70 comenzó a participar del tráfico internacional de cocaína, trayendo la coca desde Ecuador y Perú para luego procesarla y venderla a Estados Unidos. Hasta que en 1976 se asoció con otros narcos como Gonzalo Rodríguez Gacha, Carlos Lehder y los hermanos Ochoa, y fundó el Cartel de Medellín. En muy poco tiempo, el grupo logró controlar el cultivo, el procesamiento de la coca, el transporte con camiones, aviones y pistas clandestinas, y el comercio del producto en Medellín, y desde ahí hacia Estados Unidos. Se estima que el cartel llegó a vender el 80% de la cocaína consumida allí. “La gente suele decir que era muy inteligente -dice Antía-, pero no. Tenía una mentalidad perversa y lo que más llamaba la atención era la gran memoria que tenía. Podía recordar todas las rutas que tenía sobre el Caribe para llevar droga a Estados Unidos. También conocía perfectamente a todos sus pilotos, y la frecuencia con la que realizaban sus itinerarios”.
Una de las claves en la consolidación de su imperio criminal fue su habilidad para manejar información. Para saber antes que nadie todo lo que acontecía en Medellín, Escobar fue construyendo una amplia red de informantes. “Tenía un círculo de choferes de taxis, remises y colectivos que le reportaban desde las terminales de transporte quiénes llegaban a la ciudad y en qué hoteles se hospedaban. En muchos casos, los que venían de Cali (donde funcionaba el principal cartel rival) eran asesinados gracias a esa actividad de seguimiento que le permitían los choferes”, cuenta Antía. Otra muestra de la claridad que tenía para comprender cómo llevar adelante su empresa criminal es su relación con las drogas. Si bien algunos testimonios certifican que consumía marihuana, se sabe que era plenamente consciente de los efectos destructivos de la cocaína que vendía. “Pudo haber utilizado algunas sustancias en su época de juventud, pero no tomaba drogas adictivas, solo las traficaba. Tenía claros los efectos que podía producir sobre él y sobre su familia. De hecho, tampoco permitía que se drogaran sus lugartenientes, que hacían fiestas y bebían, pero no podían consumir droga”, cuenta el investigador. Su ambición era tan grande que no sólo quería ser uno de los hombres más poderosos del país por el manejo de la economía ilegal, sino que además aspiraba a ser un recocido líder político. En un comienzo su estrategia dio resultado y llegó a ser electo diputado en 1982. Pero las denuncias que comenzaron a hacer algunos periodistas, particularmente desde El Espectador, de sus vínculos con el narcotráfico desbarataron su plan y lo hicieron abandonar la carrera política. Escobar no perdonaría el daño causado a su imagen por el periódico y no dudaría en vengarse.
El crecimiento irrefrenable de sus negocios con el narcotráfico durante toda la década del ’80 le permitieron alcanzar la mayor fortuna del país, que según distintas estimaciones oscilaba entre los 8.000 y los 25.000 millones de dólares. Incluso llegó a ocupar un lugar en la revista Forbes como el séptimo hombre más rico del mundo. El máximo emblema de la opulencia con la que vivía era la Hacienda Nápoles, una de las más grandes del país. Funcionaba como su hogar y como su centro de operaciones durante la mayor parte del año. Además de los lujos más extravagantes, la hacienda albergaba a más de 200 especies de animales exóticos, como hipopótamos, jirafas, elefantes, cebras y avestruces.
La consolidación de un imperio del terror Escobar construyó su imperio a partir del terror. Cuando alguna persona, sin importar si era pública o privada, lo incomodaba o podía llegar a comprometerlo de alguna manera, no dudaba en mandarla a matar. Ese terror que infundía no era sólo para sus enemigos. Lo usaba también como herramienta de disciplinamiento para sus propios subalternos y asociados. “Cuando alguna persona que pertenecía a un cartel enemigo iba a contarle sus actividades y a ofrecerle sus servicios, él la escuchaba y luego la ejecutaba. Estaba convencido de que si era capaz de delatar a sus jefes anteriores, podía delatarlo a él también”, cuenta Antía. Tan grande era su impunidad que asesinó a numerosos referentes de importancia en la lucha contra el narcotráfico, como Bernardo Jaramillo Ossa, Luis Carlos Galán y Carlos Pizarro Leongómez, candidatos a presidente para las elecciones de 1990; Enrique Low Murtray Rodrigo Lara Bonilla, ministros de Justicia; y el comandante de la Policía de Antioquia, Valdemar Franklin Quintero. Además de Guillermo Cano, histórico director de El Espectador, el periódico que más denunció sus delitos. También se deshizo de cientos de jueces, fiscales y policías que pretendieron investigarlo. “En Medellín llegaron a ser asesinados mil policías por año -continúa Antía-. En su perversión no le importaba nada. Podía poner una bomba en un colegio o en una autopista. Eso le permitió infundir un terror tal que el Fiscal General de la Nación no se podía acercar a Medellín, y si lo hacía tenía que ser con vehículos blindados”. Según las autoridades, Escobar fue responsable directo o indirecto de unos 10.000 asesinatos a lo largo de su vida. Muchos de ellos fueron por encargo, pero otros el resultado de salvajes atentados terroristas. Se calcula que en sus más de 250 ataques con bombas murieron más de 1.000 civiles. El ejemplo más gráfico de su extrema frialdad lo dio el 27 de noviembre de 1989, cuando en plena guerra contra el Estado quiso dar un mensaje asesinando al candidato presidencial César Gaviria. Destruyó con una bomba un avión de Avianca en el que creía que viajaba Gaviria. El político decidió a último momento no tomar el vuelo, pero murieron las 110 personas que sí lo abordaron. “Otra de sus estrategias -dice Antía- era utilizar como sicarios a menores de edad, ya que en ese momento la legislación no establecía penas para ellos. Con él los jóvenes entraron al mundo del delito“. Según informes de inteligencia de la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá revelados por El Espectador, Escobar llegó a controlar 25 organizaciones armadas de jóvenes que operaban como sus ejércitos privados.
Pero la mejor manera de comprender el impacto que tuvo Escobar sobre la sociedad colombiana es ver la evolución de la tasa de asesinatos durante su apogeo. “En Medellín llegaron a producirse 450 homicidios cada 100.000 habitantes, lo que quiere decir que por año morían asesinadas hasta 4 mil personas por año. Tras la muerte de Escobar, esas tasas empezaron a caer considerablemente”, explica el criminólogo. El feroz asesino que era hombre de familia y benefactor Escobar tenía una personalidad partida en dos. Su despiadada frialdad en el manejo de los negocios contradecía con el cariño y cuidado con los que trataba a su familia, y con su trabajo como benefactor de los pobres en Medellín.
“Tenía una fundación que iba a barrios periféricos que en los años ’70 y ’80 carecían de servicios públicos esenciales y repartía dinero, hacía baños, regalaba electrodomésticos. La gente veía que hacia caridad, entonces empezaron a considerarlo como un benefactor y rezaban por él, para que fuera protegido. Esto contribuyó a generar su propio mito”, cuenta Antía. Su obra más recordada es “Medellín sin tugurios”, un barrio entero que construyó informalmente para los pobres de la ciudad. Es popularmente conocido como el barrio “Pablo Escobar”. Lo cierto es que más allá de los buenos deseos que pudiera tener por los sectores populares, su obra benéfica le resultaba absolutamente funcional para reclutar jóvenes como asesinos baratos. Pero donde sí podía verse un contraste muy fuerte con lo que era como narcotraficante era en el trato con su familia. “Uno podría interpretar que una parte suya estaba exclusivamente dedicada a la actividad criminal, y otra exclusivamente centrada en su familia. Él no quería que ella tuviera participación alguna en el delito y en la droga”, dice Antía. “Cuando sus lugartenientes veían que estaba muy agresivo y temían que los hiciera asesinar, sabían que para contenerlo debían llevarle a sus hijos. Así se volvía otra persona, y la ira desaparecía”, agrega. Escobar se casó con Victoria Eugenia Henao Vallejo en 1976, cuando ella tenía apenas 15 años. Fue la mujer que lo acompañó toda su vida y la madre de sus dos hijos: Juan Pablo, nacido el 24 de febrero de 1977, y Manuela, el 24 de mayo de 1984. La debilidad que sentía por ellos fue una de las causas que desencadenaron su muerte, ya que fue interceptando comunicaciones mantenidas con su hijo que las
fuerzas de seguridad lo encontraron (ver mañana en Infobae “La increíble historia de la caída de Pablo Escobar”).
Confesiones de Pablo Escobar a ‘Popeye’ Mauricio Aranguren relata un encuentro de ‘Popeye’ con su ‘Patrón’ en el que le revela sorprendentes secretos sobre su vida y sobre muchas de sus acciones delictivas. Primera parte. Tenía doce años de edad y cinco días cumplidos la mañana en la cual descubrí que por mis venas corría sangre fría. Ese jueves se parecía a cualquier otro, pero no fue igual. A la salida del colegio, ante mis ojos y frente a mi heladería favorita, fui testigo de cómo dos hombres, machete en mano, se enfrentaban a muerte. Uno de ellos se resbaló y allí, al borde mis pies y mi niñez, con sevicia, uno le dio al otro un machetazo en la yugular. La sangre salía a borbotones. La gente se escondía ante el horror. Pero yo no. No corrí. La sangre me fascinó. Esperé hasta que la víctima falleciera y el victimario comenzara a huir. La larga lámina del arma, plana y brillante, casi medieval para mi inocente mirada, quedó manchada del color rojo oscuro de la sangre derramada. La mano de aquel tipo temblaba sin dejar de aferrarse al mango del machete. Salpicado de muerte, el hombre se vio sorprendido por mi impávida presencia, no me quitó los ojos de encima durante unos segundos, casi eternos. Yo le sostuve la mirada hasta que escapó. Caminé a paso lento, despacio y en silencio me fui a casa. Así perdí la inocencia y volví a nacer para el mundo que me tocó vivir, no aquel que mi madre soñó para el pequeño Jhon Jairo Velásquez Vásquez, sino el que me encontré en la calle y en lo más profundo de mi condición humana. A partir de ese día, yo ya no fui el mismo. Poco a poco y sin notarlo, comencé a transformarme en ‘Popeye’. Mi primera misión para el Cartel de Medellín no parecía muy emocionante, sin embargo tuve mi recompensa justo ese mismo día. Llevé a Elsy Sofía hasta una lujosa casa construida al filo de la montaña que rodea el valle de Aburrá por el oriente, la cara moderna de la ciudad, el lugar más exclusivo de Medellín: el barrio el Poblado. Mientras uno sube es inevitable mirar al otro lado, a la montaña del frente, la comuna nororiental, el lugar donde se aprende a ser un matón. La escuela de sicarios más famosa del mundo. Por ser la primera vez, Elsy me indicaba en qué esquina girar, por dónde subir o bajar. No debía importarme lo que ella iba a hacer allí, menos el lugar; sin embargo, al acomodar el retrovisor y admirar sus ojos azules, su cabello rubio y sobre todo
las dos bellezas que se asomaban por el escote de su blusa, lo pude intuir y hasta imaginar. Cuando se bajó de la camioneta, fue inevitable contemplar cómo sus pies desnudos, perfectos, desfilaban ante mi indiscreta mirada entre unas delicadas sandalias rojas. Aunque la mujer tenía finos modales y se le notaba la clase, –era la Reina Nacional de la Ganadería de aquel año–, para mí era iguala todas las hembras con las que crecí en el barrio. Las conocí bien, con ropa de trabajo y sin ella. Y, sin lugar a equivocarme, les aseguro que mujeres como ésta pueden ser, al mismo tiempo, el paraíso y el infierno de cualquier hombre. La recuerdo de manera fugaz por ser mi primera patrona, pero si confesara cuales fueron las mujeres que marcaron mi vida en la mafia, nombraría sólo dos: Wendy y Ángela María. Wendy me enseñó que las hembras en la guerra son más peligrosas que un balazo en el pecho. Con Ángela María entendí cómo un amor platónico al convertirse en realidad puede terminar siendo, al final, la peor de las pesadillas. Elsy Sofía me ordenó esperarla dentro de la camioneta y eso hice. Observé desde allí los alrededores de la casa. No había pasado un cuarto de hora y como un fantasma, de la nada, apareció ‘el Patrón’ en persona. Era el mismo Pablo Emilio Escobar Gaviria. ‘El Patrón’ se acercó hasta la camioneta y puso su mano derecha sobre la puerta. El vidrio estaba abajo. Mirándome a los ojos me preguntó: –¿Y usted quién es? – Yo soy ‘Popeye’, el chofer de Elsy, la señorita que acaba de entrar – le contesté emocionado, mirándolo bien fijo y a los ojos; sin dudas. Pablo dejó ver una leve sonrisa, pero una muy leve, apenas si la dejó aparecer. Se separó de la camioneta y entró a la casa. Pude notar que yo le había caído bien; bueno, eso creo, por lo menos le hizo gracia que tratara de señorita a una de las muñecas de la mafia, que de señoritas poco. En el cartel, un bandido entra recomendado por otro bandido, pero en mi caso no hubo espaldarazo de criminal alguno. Como chofer y guardaespaldas de Elsy Sofía, fui conociendo la organización al frecuentar los escondites de Pablo. Yo acompañaba a la novia de ‘el Patrón’ hasta altas horas de la noche; ella hacía lo suyo y yo lo mío: esperar. Popeye iba a durar más que Elsy Sofía al lado de Escobar, eso lo tenía bien claro, es que en mi barrio lo veía todos los días: un ‘duro’ cambia de muñeca cada fin de semana y algunos a diario. Mis respetos para aquella hembra, debió ser muy buen polvo para que prolongara su relación con Pablo durante dos años. Lo suficiente para que ella consiguiera apartamento y carro, y yo, por mi lado, me diera a conocer, comentara mi experiencia como aspirante a cadete de la marina nacional, sub oficial de la policía y matón a sueldo. Suficientes cartas de presentación para comenzar a trabajar directamente con el capo de capos.
Cuando acepté el empleo, lo hice de inmediato y sin dudarlo; así fue como se comenzó a definir mi vida, de la manera más simple e inesperada pero con la precisión de un reloj suizo. Yo aún no estaba preparado para comprender las consecuencias de mi decisión. Mucho menos el signo cruel de la fatalidad. El paso definitivo a las filas de Pablo Escobar ocurrió durante los primeros meses del año 1986, después del accidente en helicóptero de Elsy Sofía y ‘el Jefe’. Venían de una playa privada en el Pacífico colombiano frontera con Panamá, cuando el motor de cola de la nave falló y el aparato se precipitó atierra. Cayó sobre un árbol frondoso y la cabina quedó suspendida entre las ramas, mientras los ocupantes fueron expulsados por el impacto a un lodazal que rodeaba el árbol. De manera asombrosa, tal y como sucedió hasta el final de sus días, Pablo Escobar contó con una suerte casi diabólica. Salió ileso. No tenía un sólo rasguño en la piel, ni un chichón en la cabeza, nada. ‘El Patrón’ tuvo más vidas que un gato. En cambio el piloto quedó mal herido y alias ‘la Yuca’, uno de los guardaespaldas que lo acompañaba, tuvo fractura abierta de fémur. Elsy Sofía se quebró el brazo izquierdo. Para suerte delos heridos cada vez que ‘el Patrón’ viajaba en helicóptero siempre lo escoltaba una nave más de su flotilla. En el segundo aparato venía alias ‘Otto’, quien recogió a los heridos y, junto a Pablo, los trasladó a la Clínica las Vegas, en Medellín. Elsy Sofía frecuentó al Patrón varias veces después del accidente, pero enyesada perdía el encantó. La relación se acabó y de inmediato el mismo Pablo me incorporó a su grupo de guardaespaldas. Este fue el día más importante de mi vida, mi ingreso al mundo de la mafia criolla. Yo pensaba: ya estoy en la nómina de Pablo Escobar. ¡Soy parte del Cartel de Medellín! En mi barrio se regó la noticia como pólvora, mis amigos murmuraban: “A Popeye lo matan este año”. Y qué irónico, quienes me auguraron la peor suerte, hoy están muertos. Esa ha sido mi constante, ser un sobreviviente. Consideren este testimonio un milagro, no sé cómo no me han matado antes de contar mi verdad. Aquí me atrevo a confesar los crímenes que cometí y algunos más por los que otros bandidos, tan culpables como yo de una década llena de sangre traición y muerte, deben responder ante la justicia o por lo menos frente a la opinión pública. Su ascenso en el Cartel fue vertiginoso, en sólo dos años, pasó de manejar el carro de una muñeca de la mafia a ser uno delos hombres de confianza de Pablo Escobar. El 16 de enero de 1988 realizó su golpe más célebre como miembro del brazo armado de los Extraditables: el secuestro del expresidente de Colombia Andrés Pastrana Arango, entonces candidato a la alcaldía de Bogotá. Cuatro días después, se encontraba solo con Pablo Escobar. Esa madrugada lo acompañó en su refugio
favorito. Si algo recuerda ‘Popeye’ con precisión son esos momentos de intimidad que pasó al lado del capo de capos. –Con Pablo, no todo fue bala– dice ‘Popeye’ y evoca con una precisión sorprendente, las extensas y apasionantes tertulias junto al que en ese momento de su vida era el hombre a emular. El día que conocí a Pablo Escobar Hacía las dos y treinta de la madrugada, Pablo sufría del antojo más raro que le conocí a mafioso alguno. Raro, por lo simple, lo extravagante era lo normal durante el auge del narcotráfico, lo sencillo era lo extraño. Su deseo más recurrente era fácil de complacer. –¿La señora de la cocina dejó arroz hecho? –me preguntaba–. Como siempre, ‘el Patrón’ le respondía: –Prepárate comida para los dos, vos sabes qué me gusta –me decía. Este diálogo era casi un ritual, ocurría cuando la servidumbre dormía y ‘el Patrón’ me pedía que le cocinara. Su comida favorita nunca fue un plato francés minúsculo y bien decorado, tampoco una langosta rolliza, menos el caviar; su gusto era tan sencillo como Pablo, le encantaba el arroz con huevo. Yo prendía el fogón, echaba cuatro huevos en una paila y justo antes de verlos freír, les deslizaba encima el arroz, revolvía todo con un poco de sal y quedaba delicioso. En otra parrilla calentaba dos arepas. El vaso de leche caliente no podía faltar. Media hora más tarde él interrumpía la conversación y me decía: estoy antojado de un café con leche, pero como el que vos sabes hacer: batido en licuadora, bien espumoso. Cuando no teníamos a la Policía detrás, Escobar se acostaba en la madrugada y solía levantarse a las doce o una de la tarde. ‘El Patrón’ fue un trasnochador empedernido y también un amante fogoso. Nunca bebió licor en exceso y en la cama siempre fue un caballero con las mujeres, fuera alguna de sus amantes o una simple prostituta de las muchas que nos acompañaron. Jamás lo vi borracho y no me tocó una orgía con él. Si todo iba bien y el ambiente era propicio, Pablo se relajaba con un ‘cacho’ de marihuana, le daba dos o tres pitazos y lo pasaba con una o máximo dos cervezas, nada más. Las muñecas de la mafia llegaban y el compartía un rato con sus amigos o llegado el caso con nosotros, pero luego escogía a la mejor y se la llevaba para el cuarto. Escobar sólo tuvo tres amantes. Las demás mujeres fueron de paso, hembras para una noche o un fin de semana. Eso sí, todas hermosas. Por su cama gatearon desnudas reinas de belleza, modelos, presentadoras de televisión, deportistas,
colegialas y mujeres del montón que acostumbraban ir a las dos discotecas de moda en Medellín, Acuarios y Kevins. Fue la época de oro de las mujeres paisas, cuando aún tenían las tetas originales y el resto sin cirugías. La que era hembra, lo era de verdad. Pablo tuvo morenas, blancas, trigueñas, pelirrojas y casi no repetía, era raro ver a la misma muñeca dos o tres veces. La única perversión que le conocí, si así se le puede llamar, fue su fascinación por la pérdida de la virginidad de una mujer heterosexual con una lesbiana experimentada. Tenía una celestina que le conseguía mujeres dispuestas a experimentar por primera vez los besos y las caricias de otra mujer, hasta lograr orgasmos múltiples. Las sedientas lesbianas atacaban a las novatas con lujuria. Cuando al ‘Patrón’ le ofrecían un show lésbico tradicional él lo rechazaba, lo suyo era esa experiencia intensa e irrepetible para una mujer. Me imagino que le gustaban los tríos, digo, me imagino porque lo que les cuento lo supe de su boca, pues estos encuentros pasionales eran privados. –Patrón, aquí está el cafecito como le gusta –le dije. Luego de entregarle el espumoso café con leche, y ya que veníamos hablando de mujeres, aproveche para comentarle lo que me había sucedido con el ‘Kit de carretera’, así le decíamos al maletín donde ‘el Patrón’ mantenía un pene con dos cabezas y demás aditamentos para los juegos lésbicos. –Jefe, se acuerda de la última fiesta con chimbas. –Sí, ¿por qué? –Usted me mandó por el ‘Kit de carretera’ y antes de llegar al escondite me paró la policía en el retén de la avenida las Palmas. Me esculcaron el baúl del carro y ahí mismo pegaron el brinco !Y esto! Yo los miré haciéndome el apenado, les dije que eso era de mi patrona y soltaron la carcajada. –Y qué pasó después –me preguntó Pablo. –Nada, me dejaron pasar pero antes de montarme al carro me dijeron con ironía: ¡pero pasa maluco su patrona! –Hombre, ‘Popeye’, pobre doña Tata, usted haciéndola quedar mal por la calle, si María Victoria es una santa. –No, patrón, no me refería a su esposa –le dije. Ahora sí tenía vergüenza de verdad, pero él lo había tomado en son de chiste. –A ver Pope, con las únicas mujeres que he usado el ‘Kit de carretera’ han sido patronas suyas, son Elsy Sofía y la loca de la Wendy. Ah, espere, ahora caigo en cuenta, usted nunca trabajó para Wendy. Sólo para Elsy.
–Patrón, ¿y cuánto duró con Elsy Sofía? –le pregunté. –Casi dos años. Hasta que le entró la ambición. –¿Cómo la ambición? –Usted conoció el apartamento de lujo que le tenía en el poblado, los carros, las joyas y los viajes que le di. –Sí, claro que me acuerdo del palacio donde ella vivía, –le dije. –Bueno, al final no estaba conforme y me pidió lo imposible. Después del accidente del helicóptero, con el brazo enyesado y todo, se le ocurrió ponerme un ultimátum:!La Tata o yo! Obviamente seguí con mi esposa. ¡Ni guevón que fuera! a María Victoria la conocí cuando yo no tenía un peso en el bolsillo, en esa época me quiso pobre y sin plata, y ahora rico y con problemas me sigue queriendo igual. Eso es amor. Y pensar que yola enamoré dedicándole canciones y regalándole chocolatinas. En cambio esta vieja me conoció con dinero y poder; no estaba claro qué tan enamorada estaba de mí o del mito Pablo Escobar. –¿Y si a Elsy le entró la ambición, qué le pasó a Wendy? –le pregunté. –A Wendy le picó el mismo bicho, aunque a ella le dio algo peor: celocitis aguda, casi mortal. Cuando me veía con otra mujer me tiraba el carro. Estaba tan loca que una vez se atrevió a chocarme y hacerme un escándalo en plena calle. Se le corrió la teja. Me tocó amenazarla: ¡Si me sigue persiguiendo se muere! –le dije– pero por un oído le entró y por el otro le salió. Esa es una mujer intensa en todo el sentido de la palabra. No la mandé a pelar porque encontré otra forma para alejarla de una vez por todas. Pablo se quedó pensativo, su penetrante mirada se fue al vacío y tomó otro sorbo de café con leche. Sentí que ese tema se había cerrado y nunca pregunté qué método usó para apaciguar a la fiera en la que Wendy se había convertido. En la mafia hay cosas que es mejor no saber ni preguntar, aunque ese dato, tiempo después, me hubiera ahorrado un gran dolor de cabeza. Todo lo malo y lo bueno de esta mujer se me revelaría de la peor manera posible para un hombre enamorado. Más adelante lo descubrirán y me darán la razón. Acompañé a Pablo en su silencio y cuando lo consideré prudente cambie el tema, le hice un comentario sobre su creciente guerra contra la extradición de colombianos a los Estados Unidos. –Patrón, y hablando de todo como los locos, las declaraciones más duras contra usted, son las del senador Luis Carlos Galán. Ese político no sabe el enemigo qué se está echando encima –le dije.
–Galán está atizando una vieja hoguera, él tiene una deuda conmigo pero mientras no sea un presidenciable con opción, no vale la pena saldarla. –Patrón, ¿cómo comenzó la pelea entre usted y Galán? –Traiga otro café con leche y lo actualizo –me dijo. Pablo me contó los antecedentes de una guerra en la que yo tendría mucho que ver, pero a la cual llegue muchos años después de iniciarse. –Todo comenzó cuando a Luis Carlos Galán se le ocurrió hacer política destruyendo mi corta carrera de congresista, ¡es que no había comenzado y ya Galán me estaba casando la pelea! –exclamó Pablo, bebió otro poco de café, y continuo sin pausas. –El dos de febrero de 1982 el líder del Nuevo Liberalismo descalificó la lista del Movimiento de Renovación Liberal de Antioquia que me incluía a mí en el primer renglón de suplencia para el Congreso. El principal era el político Jairo Ortega. El golpe fue duro, yo compartía los ideales del Nuevo Liberalísimo, de hecho nuestro movimiento estaba avalado por Luis Carlos Galán, pero después dela descalificación quedamos muy mal parados ante la prensa, ¡aunque jamás ante la gente! El pueblo antioqueño estaba con nosotros. La carta de Galán dirigida a Jairo Ortega fue una declaración de guerra, palabras más palabras a menos, decía algo así: “No podemos aceptar vinculación de personas cuyas actividades estén en contradicción con nuestras tesis de restauración moral y política del país. Si usted no acepta estas condiciones yo no podría permitir que la lista de su movimiento tenga vinculación alguna con mi candidatura presidencial”. El movimiento lo financiaba yo y Jairo no tuvo otra opción que buscar otro movimiento liberal al cual adherirse para poder continuar con la campaña hacia el Congreso. La reacción fue inmediata, al instante nos vinculamos al movimiento Alternativa Popular, que presidía ‘el Santo’, el senador Alberto Santofimio Botero, rival político y generacional de Galán dentro del liberalísimo. Todas mis propiedades, incluyendo la hacienda Nápoles, los aviones y helicópteros, fueron puestos a servicio de Santofimio y nuestro grupo político. Luego Galán volvió y atacó, esta vez en mi propia casa. En una manifestación política en Medellín me repitió la dosis, y a mí me tocó aguantarme el ‘barillazo’. Ante tal golpe político, y en plena campaña sólo se me ocurrió decir que era un asunto normal en una contienda electoral. Le di la vuelta a la crítica porque le eché la culpa a la oligarquía, a los políticos de siempre que sólo rajaban, comían prójimo y no hacían nada. En cambio yo sí tenía algo qué mostrar, todas mis obras, las canchas de fútbol, el polideportivo, los barrios de trescientas casas que construí y la ayuda que le di a la gente a través de mi fundación ‘Civismo en marcha’ y ‘Medellín sin tugurios’. Mientras más palo nos daban, más plata le invertía a la gente pobre. Desde enero de 1979 yo venía
aliviando el hambre del pueblo antioqueño. Muchos habitantes vivían en los basureros de la ciudad; otros eran obreros. Era una base fuerte, las clases menos favorecidas me veían como su benefactor y salvador. –Huy, ‘Patrón’, yo me acuerdo de eso, y no se me olvidará nunca cuando en la revista Semana le decían a usted en la portada: ‘El Robin Hood Antioqueño’. Aún no tenía el gusto de conocerlo, Patrón; sin embargo ya lo admiraba a la distancia. La primera vez que hablamos fue cuando era conductor de Elsy Sofía, pero la primera vez que lo vi a usted, acababa de salir al balcón de su casa en la hacienda Nápoles. Yo estaba recién retirado de la policía y sin hacer nada, hasta que me salió un puesto de ayudante de electricidad. Una vez me tocó arreglar el toro mecánico que ‘el Patrón’ tenía en el centro de la piscina, usted se veía imponente con las dos manos apoyadas en el barandal y divisando ese paraíso. Desde ese largo balcón se veía todo su zoológico. –No exageres hombre, Pope, la hacienda es muy grande como para poder verla desde un solo lugar, pero mejor no nos salgamos del tema. El cuento es que Luis Carlos Galán ganó una curul en el Senado de la república y así quedo planteada la guerra en un terreno que nunca me fue favorable, un lugar al cual nunca pertenecí, al que quise entrar y no me dejaron. Yo era un novato en el congreso y Galán estaba en su salsa, era su territorio. –Patrón, con todo respeto y perdone que meta tanto la cucharada, ¿sí es verdad que al llegar al capitolio, se le olvidó llevar corbata y como allá sólo puede entrar uno disfrazado de pingüino, le tocó pedir una prestada? –le pregunte sonriendo, traté de suavizar mi impertinencia. –El que le contó el chisme no miente. Así fue –me contestó de buen humor. Yo iba muy bien vestido pero sin corbata, nunca me gustó usarla, además con el tiempo se convirtió en el símbolo de mis enemigos, los políticos a las órdenes de la DEA y no al servicio de los colombianos. Luis Carlos Galán y su escudero, el ministro de justicia, Rodrigo Lara Bonilla, fueron los primeros. En el congreso me hicieron la vida imposible, escarbaron en mi pasado y me humillaron en público, acusándome de asesino y narcotraficante. Ellos, junto a los gringos, fueron los autores intelectuales de mi única derrota en la vida: mi salida a sombrerazos de la Cámara de Representantes. Lograron sacarme, me ganaron una batalla, ¡más no la guerra! Antes de iniciarse el ataque político de Galán y su gente en el Congreso, yo combinaba las actividades de narcotráfico con las dela política y gozaba de inmunidad parlamentaria. En Medellín había comprado los mejores lotes del barrio El Poblado. Allí construí muchos edificios, entre ellos el mío, el famoso edificio Mónaco, donde fijé mi residencia en el penthouse; el resto del edificio me
gusta mantenerlo desocupado, a excepción del apartamento de ustedes, la escolta de mi familia y, por supuesto, mis hombres. Yo había llegado a la política precedido de un gran número de inversiones en la vida económica de la ciudad. Gran parte de la élite paisa, los poderosos de la ciudad, en un comienzo me permitieron el ingreso a la vida política y económica, más por conveniencia que por miedo. –¿Dígame a qué paisa no le gusta el billete, ‘Popeye’? –A todos, Patrón, les gusta tanto o más que la arepa –le contesté. Pablo continuó sonriente. –Yo invertía gran cantidad de dinero en propiedad raíz. La construcción se disparó y la propiedad se encareció. Los banqueros me buscaban para que moviera mi dinero en los bancos. La plata dela droga cambió la vida de la ciudad y una nueva clase social emergió sobre los ricos tradicionales, quienes nos buscaban para vendernos sus quebradas industrias y sus tradicionales propiedades al triple de su valor real. Nosotros pagábamos en efectivo, contante y sonante. A ellos les encanta la plática que huele a nuevo, en especial si son verdes. Los automóviles de lujo no eran exclusividad de los mismos de siempre. Las discotecas se convirtieron en lugar de encuentro entre nosotros y las más bellas mujeres, la mayoría de ellas se dejaban tentar por cuanto mafioso aparecía, algunos “traquetos” fundaron los más ostentosos sitios de baile y comenzó una desaforada cultura consumista. Uno de esos efectos raros que tuvo la abundancia de dólares en la ciudad, fue que a los centros comerciales terminaran llamándolos Malls, como les dicen en Miami. La cultura del dinero fácil invadió la ciudad.
Documental cuestiona la versión oficial de la muerte de Pablo Escobar Por medio de entrevistas, testimonios y reconstrucciones de los hechos, un nuevo informe plantea la posibilidad de que el narcotraficante colombiano haya sido asesinado por Los Pepes Crédito: AP Un nuevo documental que se estrena el domingo en la noche en el canal de cable Infinito en México, Venezuela, Colombia, Chile y Argentina, examina a fondo el papel que jugó el grupo ilegal Los Pepes, acrónimo de Perseguidos por Pablo
Escobar, en ayudar a las autoridades para dar de baja al sanguinario jefe del cartel de Medellín. Producido por Julián Rousso, Sebastián Gamba, Matías Gueilburt y Nicolás Entel, el filme cuenta con múltiples entrevistas en Colombia y los EEUU así como imágenes de archivo tomadas en varios casos de noticieros de la época. “Para Colombia fue sacarse el estigma, la espina, era un cáncer perdidamente Escobar en Colombia, era de lo único de lo que se hablaba durante los años 90″, dijo Pablo Galfre el jueves en entrevista telefónica desde Buenos Aires, y quien fue encargado de la producción periodística del documental llamado “¿Quién mató a Pablo Escobar?”. “El tema (la ayuda de los Pepes) prácticamente no se ha tocado, en Colombia nadie ha puesto en duda esta cuestión”, agregó el productor del documental nominado al Emmy “Confesiones de un sicario”. Figuras clave en la caída de Escobar como el presidente colombiano César Gaviria Trujillo; el general Hugo Martínez Poveda, entonces comandante del colombiano Bloque de Búsqueda; Joe Toft, ex jefe de la DEA en Colombia, y el ex agente de la DEA Javier Peña fueron entrevistados acerca del operativo que le dio la muerte al capo del narcotráfico. En algún momento Toft lamenta que para lograr la muerte de Escobar se hubiera recurrido a grupos mafiosos.”Me hubiera gustado mucho más que atrapáramos a Pablo Escobar sin que estuviera involucrado el cartel de Cali y Los Pepes”, dice Toft en la producción. “Eso me dejó un muy mal sabor de boca porque no sólo fue una victoria para las autoridades sino que fue más una victoria para el Cártel de Cali”, agrega. “Todos los organismos de inteligencia del mundo reciben información de criminales, las valoran, tienen que saber, pero eso no significa que sean cómplices de los criminales”, dijo Gaviria sobre la posible colaboración de estas organizaciones delictivas. Pablo Escobar fue abatido en diciembre de 1993 por un escuadrón del Bloque de Búsqueda, conformado por la Policía Nacional, el Ejército y los cuerpos antidroga de los EEUU, en un tejado de un barrio de Medellín. La foto de Escobar descalzo, con la camiseta levantada mostrando su abdomen, rodeado por oficiales sonrientes, se quedó fija como el punto final a la vida del perpetrador de los peores ataques de narcoterrorismo en su propio país. Para el documental también fueron entrevistados los periodistas Astrid Legarda, Natalia Morales, Juan Diego Restrepo y Santiago La Rotta, así como el ex narco Carlos Ramón Zapata, quienes también dijeron que Los Pepes fueron cruciales para dar información que llevó a acorralar al narco. “Analizamos quienes son Los Pepes, cómo se formaron, quienes eran y a partir de las entrevistas y, sobre todo, de los archivos desclasificados de la DEA y el Departamento de Estado de los EEUU. Hubo
una relación más importante de la que siempre se dijo entre Los Pepes y el Bloque de Búsqueda, que no fueron simples informantes sino que trabajaban a la par”, dijo Galfre. Mark Bowden autor del libro “Killing Pablo”, un detallado recuento de la caída de Escobar, quien no participó en el documental, sostiene que sólo las fuerzas del gobierno colombiano y posiblemente de los EEUU participaron en el operativo final para encontrar a Escobar. “Lo que sé es que la forma en la que fue ubicado, acorralado y asesinado sólo involucró a la policía colombiana y posiblemente a asesores estadounidenses”, dijo Bowden en entrevista telefónica desde Filadelfia. “Yo diría que los Pepes no lo hicieron definitivamente, pero facilitaron que ocurriera”.
El asesinato de Rodrigo Lara Bonilla
Informe conjunto de los medios de comunicación sobre el estado de la investigación del asesinato del ministro de Justicia. Son muchos los colombianos que hoy, tres años después del asesinato del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, creen que este crimen permanece no sólo en la impunidad, sino también en el misterio. Sin embargo, ninguna de estas dos impresiones es totalmente cierta. Desde cuando el 30 de abril de1984 en la noche, a pocas cuadras del lugar del asesinato, las autoridades capturaron al conductor de la moto desde donde se había ametrallado al ministro, una madeja con muchas puntas y muchos nudos comenzó a ser desenredada por los investigadores del DAS, el F-2 y la Procuraduría. La detención de Byron Velásquez Arenas, un antioqueño de 18 años que nunca llegó a terminar segundo de bachillerato, permitió comenzar a tirar del hilo de la madeja. En efecto, el jueves 3 de mayo, menos de 72 horas después del asesinato, Velásquez fue interrogado en la cama número 251 de la Clínica de la Policía, a donde había sido trasladado en la noche del 30 para que se repusiera de sus heridas. El interrogatorio permitió conocer lugares, fechas y algunos nombres falsos de las personas que habían estado detrás de Guizado y Velásquez en la planificación y preparación del magnicidio. LOS RELATOS DE VELASQUEZ
Velásquez relató a quienes lo interrogaron que había venido de Medellín a Bogotá en dos oportunidades en los días previos a la muerte de Lara. El objetivo para el cual habían sido contratados en Medellín, por dos millones de pesos con un adelanto de $20 mil, era el de asesinar a un señor de un Mercedes blanco que se había robado, según les dijeron, 4 kilos de coca. El primer viaje había sido el 25 de abril. En la tarde de ese día, Guizado y Velásquez se dirigieron en la moto hasta el Ministerio de Justicia, pero como no vieron el Mercedes blanco concluyeron que el hombre se había ido y aplazaron la ejecución del asesinato. Según dijo Velásquez en el interrogatorio, ese día “a eso de las horas de la tarde, sacaron el carro y me entregaron a mí un chaleco y al compañero mío le entregaron otro chaleco y una ametralladora y dos granadas que las tenían en el carro, entonces el compañero que andaba conmigo en la moto me las echó en el bolsillo derecho del chaleco que para que le quedara más fácil sacarlas a él, entonces como yo no conocía a Bogotá, no conozco las calles ni avenidas, no conozco pues nada aquí en Bogotá, él me explicaba por donde voltiaba, hasta que pasamos por una oficina que es como un segundo piso y tiene un garaje y una puerta es una reja y se ve todo al fondo, que cuando pasamos él dijo que no estaba el Mercedes, ahí entonces nos devolvimos”. El segundo viaje fue el domingo 29, víspera del asesinato. Sobre lo sucedido el lunes, Velásquez dijo a quienes lo interrogaron: “…cuando nos entregaron todas las cosas le dijeron a Carlos Mario (Guizado) que hablaban en Medellín ya, entonces Carlos Mario me dijo que fuéramos para la oficina donde el señor del Mercedes blanco y fuimos, pasamos por ahí y no estaba el Mercedes blanco, entonces eran como las siete y diez y siete y cuarto cuando pasamos por ahí y vimos que no estaba el Mercedes y entonces dijo que tampoco estaba el señor ahí, que ya había salido, entonces ahí mismo que fuéramos por la casa de él y él empezó a explicarme por donde voltiaba, entonces cuando ibamos como por debajo de un puentecito salió un rompocito, una glorieta ahí, entonces cuando asomamos él vio que el Mercedes iba por ahí adelante y me dijo que lo alcanzara por ahí adelante, cuando lo fuimos a alcanzar vi que iba atrás una camioneta como grisecita o cafecita, entonces ahí mismo me dijo que lo arrimara al pie del Mercedes blanco y apenas lo arrimé empezó a disparar por el vidrio de atrás…”. LOS HOTELES DE LA 19 Pero estos relatos no fueron lo más revelador del testimonio de Velásquez. El interrogado dijo a las autoridades ese 3 de mayo, que un hombre que se hacía llamar John Jairo Franco, que se había alojado en un hotel de la avenida 19 había estado en permanente contacto con él y con Guizado. Estas y otras revelaciones hechas por Velásquez condujeron a los investigadores a varios hoteles, restaurantes y almacenes de la avenida 19. También a un parqueadero a donde
Franco les había entregado a los sicarios los chalecos antibalas, una ametralladora y dos granadas, armas que se encontraban guardadas en un Renault 12 verde. Aparte del de Franco apareció otro nombre, a todas luces falso, el de Juan Pérez, quien también se había registrado en un hotel de la 19, y había comido en varias oportunidades en la Fonda Antioqueña, con otros miembros del grupo que fueron conociéndose a medida que avanzaba la investigación. Los testimonios de los empleados de los hoteles de la 19 y de la Fonda permitieron establecer otra identidad, la de un hombre que hablaba susurrando y que desde entonces se conoció como “El Ronco”. Gracias a algunas fotos de archivo de las autoridades y a un retrato hablado efectuado con base en el testimonio de los empleados del hotel y de la Fonda, los investigadores lograron identificar a Franco como John Jairo Arias Tascón, un peligroso expresidiario de Medellín. Arias Tascón era el primer hombre plenamente identificado que aparecía vinculado a la organización que respaldó a Velásquez y Guizado. Pero la madeja se siguió desenredando, y aparte del nombre de Juan Pérez las autoridades descubrieron otro, también presumiblemente falso: Luis Javier Rodríguez. Los investigadores decidieron jalar la pita por el lado del misterioso Pérez, quien había estado registrado en los hoteles Nueva Granada y Bacatá, y había hecho varias llamadas a Medellín al teléfono de la señora María Morelia Vásquez. Los investigadores establecieron con ella que en esos días había recibido varias llamadas de Bogotá de su hijo, Rubén Dario Londoño, quien tenía un juicio pendiente en Itaguí, su firma se obtuvo en el juzgado y se comparó con la de Pérez. Los grafólogos no dudaron de que se trataba de la misma persona. Un retrato hablado corroboró lo anterior, y se pudo así identificar plenamente a un segundo miembro de la organización que había planeado el asesinato. Los investigadores lograron también la identificación de Luis Javier Rodríquez, quien había dejado sus huellas digitales en el almacén donde el grupo había comprado dos motos, entre ellas la que sirvió a Velásquez y Guizado. Estas huellas permitieron establecer que Rodríguez era en realidad Luis Javier Ruiz. Finalmente, “El Ronco”, delatado por su voz y porque fue visto en el parqueadero La Concordia de la avenida 19 en compañía de Velásquez, fue identificado como Germán Alfonso Díaz, un peligroso delincuente cuya misión era la de atentar contra el ministro Lara si fallaban Velásquez y Guizado. De los testimonios recogidos en el hotel, donde se hospedaba Ruiz se pudo establecer la existencia de otro personaje, cuyos rasgos físicos fueron confirmados por testimonios de los empleados de la Fonda Antioqueña. Se trata de “El Negro”, quien decía llamarse Jairo Velásquez y resultó ser Julio César Vargas. Hizo varias llamadas a Pereira y a Giovanni Amézquita y Oscar de Jesús Rico, quienes por
primera vez aparecieron vinculados a la investigación. En otro hotel de la 19 llamadas telefónicas y testimonios de los empleados permitieron relacionar a Guizado con Raúl Castaño, así como incluir en la lista de miembros de la organización a Oscar Villa y Otoniel Alvarez, quienes se habían alojado en los hoteles Nueva Granada y Cristal. Todos ellos conformaban, según las autoridades, un grupo de alta peligrosidad vinculado a Pereira y a Medellín. La relación con gente de Medellín había sido establecida desde el principio de la investigación, con las primeras declaraciones de Velásquez. Pero la de la gente de Pereira no era tan clara. ¿Por qué el grupo que planeó el crimen había contactado personas de la capital risaraldense? La respuesta comenzó a encontrarse en algunos testimonios de allegados al ministro, que recordaron que él se preparaba para viajar el 1° de mayo a Pereira. En efecto el ministro Lara había cancelado el viaje antes de ser asesinado. Había sido advertido por un alto mando de la existencia de un complot para asesinarlo, que bien podía llevarse a cabo en Pereira. ¿DE DONDE VENIA LA ORDEN? Pero el hecho de que existiera no uno, sino varios planes para matar al ministro planteaba nuevas preguntas: ¿De dónde podía venir una orden tan perentoria? ¿Cuál era la cabeza? Una de las llamadas efectuadas desde Bogotá por los cómplices de Guizado y Velásquez condujo a los sabuesos al municipio de La Estrella, al suroccidente de Medellín y considerado como uno de los fortines políticos del Movimiento de Renovación Liberal Independiente del parlamentario Pablo Escobar. Uno de los teléfonos rastreados resultó ser el de la casa de Luis A. Cataño, alias “El Chopo”, quien había sido el comprador del R-12 verde en que se guardaron las armas del asesinato. Cataño fue el primero de los integrantes del grupo de Medellín en llegar a Bogotá. Sus familiares declararon a los investigadores que Cataño era guardaespaldas de Pablo Escobar y cuidandero de su hijo. Otro teléfono marcado por los cómplices del crimen desde Bogotá condujo a una dirección en Medellín donde los investigadores pudieron establecer la relación del grupo que planeó el asesinato con Juan Fernando Maya, quien fue aspirante al Concejo de Envigado en 1984, como suplente de Alba Marina Escobar Gaviria, hermana de Pablo Escobar, en listas del Movimiento de Renovación Liberal Independiente. Otro teléfono más, de los que fueron marcados por los cómplices del crimen, figura a nombre de María Victoria Escobar de Henao, hermana de Pablo Escobar. Entre tanto, los investigadores siguieron adelante con su trabajo, y sondearon más a fondo las pistas del municipio de La Estrella, en donde pudieron establecer, que Rubén Darío Londoño, aquel que se hacia llamar Juan Pérez, figuraba en la lista de
candidatos al Concejo de esa población por el Movimiento de Renovación Liberal, y había trabajado en ese grupo político de Pablo Escobar. Desde el principio de la investigación se descubrió que uno de los documentos de Byron Velásquez había un número telefónico anotado. Esta pista se siguió durante varias semanas y condujo a Wilmar de Jesús Henao, enlace de Londoño y Byron. Estos y otros avances en las averiguaciones permitieron establecer que Byron Velásquez había trabajado en varias ocasiones para Pablo Escobar. Todo lo anterior sirvió de base al juez Tulio Manuel Castro Gil y al procurador delegado penal, Alvaro López, para sustentar el llamamiento a juicio a Pablo Escobar y a otros implicados. Castro Gil fue asesinado a mediados de 1984, López, varias veces amenazado de muerte, debió abandonar el país. Meses después de esto el Tribunal Superior sobreseyó temporalmente a Escobar y a los implicados más cercanamente relacionados con él. En el juicio que se está llevando a cabo estarán como reos presentes Byron Velásquez y Germán Díaz “El Ronco”. Como reos ausenten serán juzgados Rubén Darío Londoño, John Jairo Arias y Luis A. Cataño. Como puede verse, es posible que el asesinato del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, quede, al menos parcialmente, en la impunidad. Pero lo que ya no se podrá decir es que quedó en el misterio. LA “LEY DEL SILENCIO” Desde la noche del 30 de abril de 1984 los colombianos esperan tener la respuesta a uno de los mayores interrogantes en la historia del país: ¿Quién ordenó el asesinato de Rodrigo Lara Bonilla? Junto con la respuesta a este interrogante también se espera que la investigación condene a alguien más que a un pistolero a sueldo. Pero tratándose de un caso en el que se mueven intereses y personas tan oscuras, el proceso ha tropezado con varias dificultades. Entre esas dificultades se cuentan las amenazas a los investigadores y el asesinato de estos y de quienes pudieran ser testigos claves, cuyas declaraciones llevarían al esclarecimiento del crimen. A continuación, la lista de los muertos relacionadas con la investigación del caso Lara Bonilla: -Tulio Manuel Castro Gil. Juez encargado de la investigación del caso Lara Bonilla. Fue asesinado en la noche del 23 de julio del 84 en la Caracas con 47 cuando se dirigía en un taxi a su residencia, después de dictar su cátedra de derecho en la Universidad Santo Tomás. A pesar de las repetidas amenazas, se le había retirado la escolta. Dentro de la investigación que adelantaba en el caso Lara resultaron involucrados varios capos del narcotráfico, pero pocos días antes de su muerte Castro Gil levantó las órdenes de captura que pesaban sobre varios de ellos. Por su despacho pasaron varios casos de difícil manejo, entre los que se destacan el del
llamado “Crimen del quinto piso”, que se caracterizó por una serie de extrañas muertes, en especial la del parlamentario José Antonio Vargas Ríos, quien a su vez investigaba el robo de los 13.5 millones de dólares. El otro caso estaba relacionado con el asesinato del jefe de bodegas de la Aduana de Eldorado, por el cual llamó a juicio a los hermanos Hernández Pacheco. -Coronel Jaime Ramírez Gómez. Habiendo sido la mano derecha del ministro Lara Bonilla, el coronel Ramírez conocía no sólo las amenazas que se cernían sobre él, sino el nombre de sus autores. Una vez sobreseído temporalmente el narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, en la etapa de reapertura de la investigación, el testimonio que debía rendir Ramírez Gomez para explicar los hechos que se le imputaban a aquel, eran virtualmente base de acusación. Ignoraba que desde enero de 1986 se fraguaba un plan para asesinarlo, que se consumó el 17 de agosto del mismo año. -Rubén Dario Londoño Vásquez. Acusado de ser coautor del crimen de Lara Bonilla, estaba prófugo de la justicia desde el día del asesinato del ministro. Fue muerto el 18 de julio del 86 en Envigado, cuando descendía de un campero, sin que se conozca aún la identidad de los asesinos. Contaba con 30 años de edad y en el 84 salió elegido concejal principal para el periodo 84-86 por el Directorio Liberal Independiente, fundado por Pablo Escobar Gaviria. -Dora Emperatriz Torres Sánchez. Cayo asesinada en Medellín el 3 de agosto de 1984. Era la amante de Iván Guizado Alvarez, asesino del ministro Lara Bonilla, quien fue dado de baja cuando intentaba huir del lugar del crimen. La muerte de Dora Emperatriz sucedió en el preciso instante en que el juez 77 de Instrucción Criminal, Luis Antonio Lizarazo, llegaba a Medellín para interrogarla. El juez Lizarazo fue designado por Castro Gil para que adelantara varias diligencias relacionadas con el caso Lara. LLAMADOS A JUICIO Y SOBRESEIDOS Pablo Escobar Gaviria fue llamado a juicio por el entonces juez primero superior, Tulio Manuel Castro Gil, como autor intelectual del crimen del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, con base en los siguientes indicios que constituyen el presunto móvil del asesinato: -El haberse opuesto a la campaña moralizadora de Lara Bonilla contra los llamados “dineros calientes”. -La reavivación de todos los expedientes adelantados contra el ex parlamentario. -Por estar probada la cantidad de gente colocada a su disposición para ejecutar el plan tomando como punto de referencia lo afirmado por la entonces viceministra
de justicia, Nazly Lozano, de que supuestamente el crimen se fraguó en la casa de Escobar Gaviria. -Se sumaron a esto las relaciones existentes entre Luis Alberto Cataño Molina (alias “El Chopo”), Dagoberto Ruiz Moreno y Rubén Darío Londoño Vásquez (alias “La Yuca”), vinculados a la investigación por el crimen del ministro. El primero resultó ser guardaespaldas de Escobar y los otros ligados a su movimiento político. -Igualmente, las grandes sumas de dinero gastadas en Bogotá por el sindicado Rubén Darío Londoño Vásquez y las derrochadas por Byron Alberto Velásquez o Iván Darío Guizado Alvarez, los sujetos de la motocicleta empleada para el crimen, amén de las llamadas telefónicas hechas por la banda a la casa de Escobar Gaviria en Medellín. -Venganza por el golpe dado por el grupo antinarcóticos de la Policía a Tranquilandia (complejo productor de cocaína), el 10 de marzo de 1984, cuyo principal propietario era Pablo Escobar. -La desbandada de los principales “capos” de la mafia la misma noche del crimen y la no presencia de Escobar Gaviria a rendir indagatoria, no obstante gozar del fuero parlamentario. Toda esta pluralidad de indicios llevaron a Castro Gil a llamar a juicio a Escobar Gaviria como uno de los autores intelectuales de la muerte de Lara Bonilla. LO QUE DIJO EL TRIBUNAL El Tribunal, al resolver la apelación contra la providencia del juez Castro Gil, revocó el llamamiento a juicio de Escobar Gaviria y lo benefició con un sobreseimiento temporal. Para esto tuvo en cuenta los siguiente: -Se carece de elementos de juicio serios para arribar a la conclusión de que el mandato delictivo para acabar con la vida de Lara Bonilla provino del procesado Pablo Escobar Gaviria. -“Si se analizan desprevenidamente los términos contenidos en las exposiciones del coronel Jaime Ramírez gestor del golpe a Tranquilandia, del jefe del Crupo Antinarcóticos, coronel Gilibert Vargas, y de la viceministra Nazly Lozano, se llega a la deducción de que no solamente señalan a Pablo Escobar como el posible autor del plan para eliminar al ministro, sino que lo hacen extensivo al Clan Ochoa, a Gonzalo Rodríguez Gacha, a Carlos Lehder y a Pascual Gil Vargas, a sí como a Evaristo Porras”. -“Con base en estas afirmaciones, por demás equívocas e imprecisas, dice el Tribunal que no resulta ni lógico, ni jurídico concluir que Escobar Gaviria detente la calidad de sujeto determinador en el sacrificio del ministro de Justicia, porque
dentro de la misma lógica el grupo de personas atrás relacionadas ostentarían la misma condición para reputarlos determinadores de este magnicidio”. -La Corporación señala que la inconsistencia del cargo es de tal dimensión que hasta el mismo juez del conocimiento incurre en dubitaciones al analizar la prueba. -Sobre las llamadas de los presuntos sicarios a la casa de Escobar Gaviria sostiene el Tribunal que este aserto aparece destituido del respaldo probatorio, pues no se allegaron al diligenciamiento criminal las grabaciones de las conversaciones, desconociéndose así cuál fue su contenido. -Estima la sala que con “base a especulaciones y lucubraciones por inteligentes que estas sean, no es dable enjuiciar a una persona, ya que para llegar a esta meta es menester que obren debidamente en el proceso las pruebas a que hace alusión”. -En relación con la participación de Londoño Vásquez y Cataño Molina en el movimiento político de Escobar Gaviria, dice que esta deducción sólo tiene asentamiento en la mente del juzgador y no en el haz probatorio. El Tribunal dice que emergen tremendas lagunas investigativas imputables a la deleznabilidad y ausencia de elementos de juicios serios e imparciales. SITUACION DE LOS OCHOA Fabio Ochoa Restrepo fue vinculado al proceso a raíz de las acusaciones del coronel Jaime Ramírez y otras versiones que hacen presumir que el Clan Ochoa intervino en el crimen de Lara Bonilla. El juez, en providencia de agosto 31 de 1984, no halló merito suficiente para dictar auto de detención contra Ochoa Restrepo. Su incriminación se hizo con base a que éste tiene vinculación personal con la finca Tranquilandia, habiéndose afirmado en el decurso de la investigación que desde esta área se hacían vuelos transportando cocaína a la finca Repelón (Atlántico) de propiedad de Ochoa Restrepo, cargo que el juez consideró sin ninguna importancia jurídica en relación con la muerte de Lara Bonilla. De la misma manera se implicó a los hermanos Jorge Luis, Juan David y Fabio Ochoa Vásquez, hijos de Ochoa Restrepo, a quienes se les conoce como traficantes de estupefacientes. Fueron varios los testimonios en los que el juez cifró sus presunciones de que podrían estar comprometidos en el asesinato del ministro. El Tribunal anotó que ninguna evidencia procesal, fuera de la anterior sindicación, emerge del proceso siquiera como leve indicio de que el Clán Ochoa hubiese contribuido en forma alguna en el asesinato de Lara Bonilla y que las incriminaciones que dimanan de los testimonios de los coroneles Ramírez y Gilibert Vargas , Sofia Lara Bonilla y Aristóbulo Alvarez Hernández, carecen de suficiente fuerza probatoria para residenciarlos en juicio criminal como coautores.
Por esta razón los sobresee definitivamente y revoca el sobreseimiento temporal que les dio el juez Castro Gil.
El barrió Pablo Escobar, último feudo del narcotraficante en Colombia En Medellín existe un barrio que lleva el nombre del narcotraficante, en donde le rinden tributo. Casi veinte años después de la muerte de Pablo Escobar, el mayor narcotraficante de la historia de Colombia conserva un feudo en su ciudad natal, Medellín, donde los habitantes del barrio que lleva su nombre profesan por él una fe ciega que camufla el pasado violento del capo. “Bienvenidos al barrio Pablo Escobar. ¡Aquí se respira paz!”, reza el desconcertante mural que preside la entrada al barrio que fundó el jefe del cartel de Medellín para acoger a personas que malvivían en un vertedero, en plena campaña para ser elegido como representante en el Congreso de la República en 1982. Sus habitantes tienen muy claro quién les entregó las casas: “¿usted se imagina salir de un basurero para recibir una casa digna? Eso sólo lo daba Pablo Escobar, ¡que era un hombre bueno!”, explicó a Efe Wberney Zabala, presidente de la Junta de Acción Vecinal del barrio. Fue precisamente Zabala quien pintó hace unas semanas el mural, que está custodiado por dos imágenes del rostro de Escobar “para recordar a los políticos de Medellín quién entregó estas casas”. El líder comunal explica que el barrio, oficialmente conocido como “Medellín sin Tugurios” ya que la administración no admitió su denominación popular, carece de todo tipo de servicios: escuela, cancha de fútbol y lo atribuye a una especie de venganza de los poderes públicos por no querer renunciar al nombre. “Uno puede renunciar a muchas cosas pero nunca a la dignidad, este barrio lo hizo Pablo Escobar y la historia no se puede cambiar”, afirmó Zabala. Cada noche, pocos minutos antes de las nueve, el barrio pierde su habitual vitalidad y se paraliza. Sus habitantes, pequeños y mayores, se congregan en las casas alrededor de los televisores para ver la telenovela “Escobar, el patrón del mal”, que ha creado verdadero furor en el Pablo Escobar. Furor pero también discordia: a muchos les duele revivir los crímenes del capo del cartel de Medellín y buscan justificarle como un hombre “bueno” que tuvo que llegar a esos límites. “De lo que están presentando en esa novela hay mucha cosa que no es la realidad, de tanta violencia, tanta agresión, pero las cosas buenas no todas las muestran,
como la historia de este barrio o de otros que fundó en Itagüí o Manizales”, explicó a Efe Iván Hernández, antecesor de Zabala y uno de los fundadores del barrio. Zabala, más joven que Hernández, tiene un recuerdo parecido: “él era una persona sonriente, muy educado, muy formal, simpático, a todo el mundo saludaba, abrazos, besos y le colaboraba a mucha gente”. Los 4.000 asesinatos que de acuerdo a estimaciones oficiales perpetró el cartel de Medellín en las décadas de los ochenta y noventa son, según estos vecinos, resultado de las circunstancias. “A lo último ya le cambió el genio porque se sentía cansado, acorralado y le obligaron a entrar en muchos problemas. Pablo ya no podía salir de allí y por eso cambió de manera de ser, pero él era una persona muy humanitaria”, justificó Hernández. Ambos tienen algún recuerdo de Escobar en sus casas: Zabala un cuadro pintado donde el narcotraficante aparece junto al escudo del Deportivo Independiente Medellín, su equipo de fútbol favorito, mientras que Hernández tiene un retrato suyo enmarcado. Irene Gaviria, otra de las fundadoras del barrio, también tiene varios retratos de Pablo en su casa y no duda en enseñarlos con orgullo al visitante mientras fantasea con lo “lindo que era Pablo”, sobre todo “cuando se afeitaba y se organizaba, que era un tipazo”. La octogenaria también tiene un buen recuerdo de quien le regaló la casa donde vive y defiende que “si hizo algo malo el Gobierno mismo tuvo la culpa porque lo atacó”, al afirmar orgullosa que “fue tan bravo que le corrió diez años a la ley”. Aunque aseguran que la fuerza pública les requisó muchos de los recuerdos durante el verano de 1992, cundo buscaban a Escobar tras su sonada fuga de “La Catedral”, la cárcel en la que estaba confinado, aún conservan un buen número de imágenes del narcotraficante a las “que oran y rezan”, explicó Hernández. “Nosotros no tenemos la culpa de los crímenes que él cometía o pagaba para que hicieran, nosotros vivimos agradecidos por lo que hizo y (tenemos) nuestro respeto a las familias que le guardan rencor”, confesó el líder comunal.
El día que muere Pablo Escobar El señor de las drogas El día que murió Pablo Escobar se cerró el ciclo de la violencia narcoterrorista. Ese nombre alcanzó fama universal por su sorprendente inteligencia para la maldad. Cinco minutos antes de las 3 de la tarde del jueves 2 de diciembre de 1993, el Ministro de Defensa, Rafael Pardo, se disponía a iniciar las actividades en su oficina, después de un debate en el Congreso, cuando el teléfono de su oficina sonó.
Era el subdirector de la Policía Nacional, el general Octavio Vargas Silva: “Cayó Escobar” -le dijo-. Pardo llamó al presidente César Gaviria y le dio la noticia: “Acaba de caer Escobar”. A esa misma hora en Washington, el presidente estadounidense Bill Clinton concluyó una reunión en la Casa Blanca y al dirigirse al despacho oval, un funcionario del Consejo Nacional de Seguridad le entregó un pequeño memo preparado por la oficina de la CIA en Bogotá. La noticia de que uno de los hombres más peligrosos del planeta había muerto ya le había dado la vuelta al mundo. El desenlace de la historia de Pablo Escobar se había iniciado 15 días antes, cuando el capo adquirió, por intermedio de un testaferro de su organización, la residencia de la calle 79A No. 45D-94, en el sector de Los Olivos, un barrio de clase media cerca del estadio de fútbol Atanasio Girardot, en Medellín. La residencia de dos pisos había sido ubicada por el propio Escobar en desarrollo de su angustiosa costumbre de andar comprando casas por diferentes zonas de Medellín para construir allí caletas y esconderse, lo que explica su manía de reunir decenas de recortes de avisos clasificados del periódico El Colombiano en el fólder que cargaba para arriba y para abajo desde hacía meses, con sus cartas, apuntes y documentos. Escobar se mudó en la tercera semana de noviembre. Llegó a la casa una noche en un taxi Chevette amarillo en compañía de Alvaro de Jesús Agudelo, apodado ‘el Limón’, pero tal y como se lo aconsejaban sus normas de seguridad, poco permanecía en ella. Consciente de que sus llamadas telefónicas eran monitoreadas por el grupo de inteligencia y telecomunicaciones del Bloque de Busqueda, realizaba casi más llamadas para despistar que aquellas que realmente necesitaba hacer. Se movía por varias zonas de la ciudad con un teléfono inalámbrico de muy largo alcance y potencia, que no era otra cosa que una extensión de un aparato fijo que también era cambiado de lugar constantemente por los hombres de Escobar. Esto explica que muchas veces los hombres del Bloque rastrearan una llamada del jefe del cartel de Medellín gracias a la intercepción de las líneas telefónicas locales, y terminaran allanando una casa donde efectivamente hallaban un receptor telefónico con su antena extendida al máximo, pero no encontraban ni el auricular ni a Escobar. Estas tareas de contrainteligencia del capo exigían de él una disciplina a toda prueba que implicaba que pensara continuamente en producir señales falsas sobre sus desplazamientos, como hacer llamadas por el teléfono inalámbrico desde diferentes sitios de la ciudad y en constante movimiento. Para ello necesitaba dedicar su mente casi exclusivamente a estos asuntos, algo que se le estaba volviendo cada vez más difícil debido a que una creciente preocupación copaba su tiempo y su cabeza: la seguridad de su familia.
Su esposa María Victoria y sus dos hijos Juan Pablo y Manuela estaban en la mira de todos sus enemigos, y en especial del grupo de ‘Los Pepes’, ese nombre tras el cual se unieron todos los adversarios de Escobar en el mundo del narcotráfico y el paramilitarismo. De ahí que él estuviera obligado a pensar cada vez más en sacar a su familia del país, y menos en protegerse del Bloque de Busqueda, despistándolo con sus llamadas telefónicas móviles. Esta desesperación llegó a su clímax el domingo 28 de noviembre, cuando las autoridades alemanas de inmigración le negaron la entrada a ese país a la esposa y a los hijos de Escobar. Fracasaba así el que a la postre sería el último intento del jefe del cartel por ubicar a su familia en un lugar seguro. Desde ese momento, la suerte de Pablo Escobar quedó echada. Al regresar su familia a Bogotá para ser instalada en Residencias Tequendama bajo protección de la Policía -la institución que con mayor ferocidad había combatido a Escobar en los últimos años- el jefe del cartel se desesperó. Mientras millones de colombianos expresaban su indignación por el despliegue de tropa destinada a proteger a los Escobar y por las comodidades de que estaban gozando, el jefe del cartel tuvo en claro que su esposa y sus dos hijos estaban encerrados en una trampa cuya presa sería él mismo. Por ello, perdió definitivamente la calma y comenzó a cometer errores. A partir del lunes hizo un total de seis llamadas a Residencias Tequendama. En los sótanos de la escuela Carlos Holguín, sede del Bloque de Búsqueda en Medellín, el rastreo de la llamada por el sistema de triangulación radiogonométrica operado desde hacía 14 meses y casi sin descanso por una joven oficial de la Policía pudo ubicar el lugar desde donde Escobar estaba hablando. De inmediato se desató un operativo del Bloque. Como la ubicación del lugar donde se suponía estaba Escobar parecía tan exacta, la decisión de los hombres del Bloque fue la de enviar un grupo tipo comando, con los 17 mejores hombres de la organización. A las 2:35 de la tarde llegaron al sector de Los Olivos tres furgones del Bloque de Búsqueda. Al acercarse a la zona, desde una camioneta color crema que siempre acompañaba a los agentes y soldados, los equipos electrónicos ofrecieron una confirmación aun más precisa del origen de emisión de las llamadas -la casa adquirida por Escobar 15 días antes-, pues éste seguía hablando por teléfono, esta vez al parecer con un periodista a quien le estaba respondiendo un cuestionario. El jefe del cartel acababa de almorzar un plato de espaguetis, se había quitado los zapatos y había decidido realizar su llamada telefónica mientras descansaba en su cama. A su interlocutor le dijo: “Espérate que oigo algunos movimientos raros allá afuera”. ‘el Limón’, su guardaespaldas de los últimos días, se asomó a la ventana en el momento mismo en que los hombres del Bloque se acercaban a la puerta por el frente de la casa.
En un acto de desesperación y entrega para con ‘el Patrón’, Agudelo salió a la calle disparando su pistola 9 milímetros, en una maniobra que pretendía distraer al comando uniformado, y darle la oportunidad a Escobar de escapar por la parte trasera de la casa. La maniobra no alcanzó a funcionar: ‘el Limón’ cayó abatido en cuestión de segundos en el antejardín, mientras Escobar saltaba desde una ventana del segundo piso hacia el tejado de barro de la casa vecina. Pero allí lo esperaban dos hombres del Bloque, Escobar comenzó a disparar hasta agotar 12 de las 13 balas que llevaba en su Sig Sauer 9 milímetros, pero no logró escapar. Los dos efectivos del Bloque dispararon con gran precisión. Tres tiros atravesaron la cabeza de Escobar. Dos balas más se alojaron en su pierna derecha, otra en el muslo izquierdo y una más arriba de la cadera. Por más increíble que pareciera, Pablo Escobar Gaviria había sido abatido por el Bloque de Búsqueda en un operativo de no más de 15 minutos mientras el país intentaba curarse de las heridas que dejó más de una década de terror. A Pablo Escobar se le recordará como hombre capaz de matar a un policía que lo detenía en la calle; al juez que lo mandaba a la cárcel; al militar que le quemara un laboratorio; al periodista que denunciara su poder de corrupción. Su poder estaba basado en la cocaína y la muerte. Muchos pensaron que con Escobar morían los carteles, el narcotráfico y el crimen organizado. Pero el día que murió Escobar empezó a incubarse un nuevo enemigo. Carlos Castaño y Diego Murillo ‘Don Berna’, por mencionar sólo algunos, quienes fueron activos miembros de ‘Los Pepes’ y contribuyeron a la muerte de Escobar, poco tiempo después emularían sus métodos de terror desde el paramilitarismo. EMOTIVO FUNERAL DE ESCOBAR Publicado el 04/Diciembre/1993 | 00:00 Medellín. 04.12.93. Miles de personas se aglomeraron hoy en el cementerio Jardines Montesacro para dar el último adiós al narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, mientras su familia lo despidió con música y flores. Un mariachi entonó esta madrugada ‘El Rey’, la célebre ranchera de José Alfredo Jiménez, quizá para recordar que el difunto reinó durante más de una década en el bajo mundo de las drogas. A los jardines de Montesacro de Itagui, al sur de Medellín, acudieron gentes de todas las condiciones sociales, en una interminable romería. La policía calcula que unas 20 mil personas acudieron a ver el féretro que reposaba junto a su fiel guardaespaldas Alvaro de Jesús Agudelo, alias ‘El Limón’, que murió ayer intentando salvar a su ‘patrón’ cuando un comando policial tomó por asalto la residencia en donde vivía oculto. ‘Estamos asistiendo a un momento histórico’, dijo a la AP
Héctor Gallego, actor de teatro de 30 años, que pugnaba por entrar a la pequeña sala de velación al señalar que Escobar Gaviria ha entrado ya a la galería de los hampones mas famosos del mundo como Al Capone, Lucky Luciano o Dillinger. Escobar Gaviria era admirador de los gangsters. Una foto suya con la indumentaria de Al Capone le he dado la vuelta al mundo. El actor era un mero observador, pero entre la multitud había gente humilde que quizás alguna vez recibió las dádivas del jefe del cartel de Medellín. Escobar Gaviria construyó decenas de viviendas para albergar a los marginados que ganaban el sustento escarbando los desechos de la basura en el sur de Medellín. La revista Semana lo llamó algunas vez ‘El Robin Hood Colombiano’ porque utilizaba parte del dinero adquirido con la explotación del vicio de la droga en los países ricos para auxiliar a los pobres. ‘El ayudó a la gente’, dijo Doria Villada, una joven humilde de 20 años que llegó al cementerio con el ánimo de ver el cadáver del legendario bandido. ‘Claro que también hizo mal’, agregó. Marta Martines, de 45 años, paralítica de nacimiento llegó en muletas al cementerio. ‘Vine por curiosidad. Era un hombre importante’, comentó. Mientras la gente continuaba llegando, varias unidades de la policía militar tomarán posiciones estratégicas, poniendo el alto sus fusiles. Todos los dolientes, curiosos y periodistas fueron objeto de minuciosa inspección. También los automóviles y los ramos de flores que llegaban periódicamente. Había el temor de que alguien pudiera entrar armado al cementerio. La familia de Escobar Gaviria, encabezada por su madre Hermilda, estaba al frente de la situación e impartía ordenes. Muchos periodistas no pudieron ingresar a la sala de velación. Para los periodistas extranjeros había una terminante prohibición: no podían ingresar porque ningún país les otorgó asilo a Maria Victoria Henao, la esposa del zar de la droga, y a sus hijos Juan Pablo y Manuela. De vez en cuando la multitud lanzaba vivas a Escobar Gaviria. Alguien colocó sobre el ataúd la bandera del Atlético Nacional, uno de los equipos de fútbol más importante de Colombia. Escobar Gaviria era aficionado al fútbol y dueño de los pases de algunos de las estrellas del balompié colombiano. Para la mayoría de los 2,5 millones de habitantes de Medellín la muerte de Escobar Gaviria constituye un alivio y la perspectiva de una nueva era de paz.
‘La gente está contenta y satisfecha porque finalmente la justicia, aunque cojeó durante mucho tiempo, por fin llegó para castigarlo’, manifestó Arturo Gallego, chofer de taxi que una vez escapó ileso de la explosión de un automóvil dinamitado en una calle de Medellín. Los habitantes de Medellín reaccionaron anoche con cautela y se refugiaron temprano en sus viviendas. ‘Anoche no hubo casi trabajo porque había muy poca gente en las calles’, dijo Gallego. Había temor de que los amigos del jefe del Cartel de la droga intentaran acciones terroristas de represalia. La policía reportó apenas tres muertos en riñas por embriaguez. Un viernes o un sábado el índice de muertos supera los 30.
El fantasma de las guacas de ‘El Mexicano’ El afán de buscar guacas en Pacho (Cundinamarca), llevó a un grupo de exploradores a desviar las aguas de la laguna El Papayo, ubicada en la vereda La Ramada, hacienda Mazatlán. La Hacienda Cuernavaca, una de las propiedades del extinto narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha. Se habla de tesoros escondidos, carros enterrados, canecas repletas de dólares y hasta bolsas con dinero. La Hacienda Cuernavaca, una de las propiedades del extinto narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha. Leyenda. Años después de la muerte de Gonzalo Rodríguez Gacha, en Pacho (Cundinamarca) “la capital naranjera de Colombia”, se sigue hablando de un solo tema: sus riquezas. Tesoros escondidos, carros enterrados, canecas repletas de dólares y bolsas con dinero hacen parte del día a día en las bocas de muchos pachunos que son parte de un auténtico ejército que en los últimos 10 años han desfilado por las veredas cercanas a la población, en procura de dichos tesoros. Hombres con palas, picas, camiones y maquinaria pesada, llegan a los lugares más recónditos para tratra de dar con las caletas. El deseo de encontrar alguno de los tesoros que, se dice, yacen allí, se ve reflejado en el desvío de las aguas de la laguna El Papayo, ubicada en la vereda La Ramada, hacienda Mazatlán, donde, según algunos pobladores, se encuentra un carro que transportaba lingotes de oro. “Me infiltré un miércoles por la tarde a finales de febrero. Encontré un medio croquis para destruir no solamente la laguna El Papayo, sino también varios puntos alrededor de ella para buscar guacas. Unas máquinas estaban haciendo
huecos porque estaban buscando un carro lleno de oro”, relata Humberto Barragán, uno de los tres veedores municipales que hay en la región. Afán Pero no solamente el afán de hallar dicho automóvil con oro, hizo que los guaqueros buscaran en ese sitio. Se habla de otros cinco lugares cerca de esa zona donde habría más dinero. Allí también hubo excavaciones. ” Esos puntos son El Fical, El Pinal, El Poleo y más abajo dos, en unas corralejas”, dice Barragán. Otro de los enigmas es el secreto de si encontraron y se llevaron lo que buscaban quienes acabaron con la laguna que abastecía de agua a 570 familias de las veredas cercanas, y que ahora están obligados a pasar trabajos para tener el líquido natural. “Alrededor de la laguna hicieron un socavón de 40 metros de largo por 10 de ancho y de una profundidad de siete metros”, cuenta el veedor municipal. La laguna, sin embargo, no solo ha sido el centro de atracción de los exploradores. También cuentan los mismos habitantes que en otros puntos cerca del río hay canecas llenas de dólares, una de las formas que caracterizó a Rodríguez Gacha, ‘El Mexicano’, a la hora de guardar su ilícita fortuna. La creciente En una de las calles polvorientas, a siete minutos de Pacho, camina José Parra, un hombre que lleva cerca de 50 años como vecino de la Hacienda Cuernavaca, lugar que habitó por muchos años el extinto narcotraficante y que hoy es una base militar. Con camisa blanca a cuadros y pantalón azul cielo y un palo que utiliza como bastón, Parra relata los momentos en que asomó parte de la fortuna “El Patrón”, como aún se le llama al narco. “Creció el río y entonces salieron unas canecas que estaban llenas de dólares. La gente venía corriendo a sacar el dinero, eso fue hace 10 años. Muchos se tiraron de cabeza para coger todo”. Cerca de José, a unos cuantos pasos en la puerta de su hacienda, está Aurora, una niña de aproximadamente 15 años de edad, que con mirada tímida recuerda las historias que no solo escuchó en su escuela sino también por las calles del pueblo. Dinero “En Cuernavaca hay un hueco grande donde encontraron mucho dinero que era de `Don Gacha´. Con una máquina encontraron una guaca con plata”, cuenta. Cerca de allí, otros vecinos de Cuernavaca aseguran que ven pasar motos, carros y camiones con forasteros que preguntan el lugar exacto de la famosa hacienda. “Pasan por aquí y preguntan por ese sitio. Que la guaca, que la plata y que si el cuento de las canecas con dólares es cierto”, dijo doña Patricia.
Lo único que han escuchado los habitantes del sector es que por lo menos 20 guaqueros están excavando para encontrar una caleta que contiene por lo menos 8 mil millones de dólares en uno de los puntos de las 220 hectáreas que aproximadamente tiene Cuernavaca. Ejército y gobierno El segundo comandante del Ejército, general Carlos Lemus reconoció que firmó un acuerdo con 23 personas que llegaron al municipio de Pacho para encontrar tesoros por 8 mil millones de dólares que, según los guaqueros, se encuentran enterrados en la finca del extinto narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha. “Es una caleta construida estratégicamente que alberga armas, joyas y dinero. Ellos nos dijeron que estaban en capacidad de trabajar para encontrar este tesoro, razón por la que el Ejército se comprometió a garantizar la seguridad para que ellos hicieran los trabajos, pero hasta ahora no se ha encontrado nada”, indicó el oficial. En cuanto al convenio, Lemus aseguró que “hay un convenio donde se establecieron unas normas de carácter logístico. El Ejército se compromete a garantizar la seguridad y ellos se comprometen a efectuar un trabajo. Ese convenio está fundamentado en una directiva ministerial donde se establecen unas reglas claras de la distribución de ese eventual tesoro”, indicó. Tesoro Entre tanto, el alcalde de Pacho, Uriel Mora, dijo que del tesoro se ha rumorado desde hace varios años, pero que no hay una confirmación real del mismo. “Esa finca estuvo desocupada mucho tiempo y yo me pregunto por qué no la buscaron en ese tiempo. En su momento, finalizando la década de los 80 se encontraron muchas caletas y después las fincas pasaron a estupefacientes, pero la verdad esas fincas quedaron abandonadas”, subrayó. A principios de la semana pasada, el ministro del Interior y Justicia, Carlos Holguín Sardi, aseguró que hay que darle tiempo a los guaqueros para verificar si existe o no la caleta. “Hay un convenio suscrito entre el Ejército y los informantes. Hay que darle una oportunidad a las personas que lo firmaron por un tiempo adicional para ver si se encuentra esa caleta”, aseguró Holguín. El funcionario aclaró que parte de esa finca le pertenece a la Dian, por los impuestos que se deben de la propiedad del Estado, otra de Estupefacientes, una parte incautada y otra extinguida. “Vamos a darle esa oportunidad, puede que no sea cierto pero hay que hacerlo”, acotó. Pacho
El municipio de Pacho se encuentra localizado al Noroccidente del departamento de Cundinamarca y es cabecera de la Provincia del Rionegro, de la cual hacen parte también los municipios de La Palma, Yacopí, Caparrapí, El Peñón, Paime, Topaipí, Villagómez y San Cayetano. Esta población, limita por el norte con los municipios de San Cayetano, Villagómez y Topaipí; por el Sur con los Municipios de Supatá y Subachoque; al Occidente con los Municipios de Vergara y el Peñón; y por el Oriente, con los Municipios de Zipaquirá, Tausa y Cogua. ‘El Mexicano’ Gonzalo Rodríguez Gacha, alias ‘El Mexicano’ nació en 1947 en Pacho (Cundinamarca). Este capo se inició en el negocio de las esmeraldas donde ascendió en medio de la violencia que azotó las zonas esmeraldíferas en los años 1970 y años 1980. Se vinculó al negocio del tráfico de cocaína en asocio con el también reconocido narcotraficante y jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar Gaviria. Junto a este hombre, formaron ‘Los Extraditables’, una organización armada delincuencial que buscaba proteger los intereses de los narcotraficantes, amenazados por la posible extradición a los Estados Unidos. Mediante un operativo policial, el 15 de diciembre de 1989 murió junto a su hijo Fredy en Tolú (Sucre).
El otro Pablo El primer viaje a Miami Al día siguiente de llegar a Miami, Pablo nos dio diez mil dólares a cada una y nos dijo: “Esta plata es para que compren lo que quieran, antes de que se vayan les voy a esculcar el bolso a todas y la que lleve un solo dólar para Medellín se lo quito”. Yo nunca en mi vida había tenido tanto dinero para ir de compras, como tampoco había visto tantas cosas hermosas al alcance de mi mano. (…) Pero el sueño se hizo realidad, salimos hacia el centro comercial y compramos ropa, electrodomésticos, juguetes para los niños y muchísimas cosas que no se conocían en Medellín. Allí, en medio del lujo y la novedad, se destacaban unas enormes y distinguidas joyerías. Gloria y yo, que siempre hemos sido fanáticas de las joyas, entramos a curiosear; mientras yo me deslumbraba por despampanantes anillos de piedras preciosas, Gloria se medía un brazalete con unos diamantes hermosísimos. El tiempo pasaba y nosotras seguíamos viendo todo tipo de alhajas; cuando habíamos saciado completamente nuestra curiosidad y sin comprar ninguno de los costosos artículos, salimos del almacén. Estábamos conversando mientras caminábamos por los pasillos del centro comercial cuando Gloria levantó la mano para arreglarse
el cabello y le vi en la muñeca esos hermosos diamantes resplandecientes. Las dos lanzamos un grito y Gloria me dijo abrumada: —Ay, Marina, mirá lo que me traje. —Gloria, vamos a devolver eso inmediatamente —le respondí con un susto tremendo, pero mi hermana se negaba y yo insistía—: no se olvide que nosotras estamos con Pablo y no lo podemos meter en problemas después de todo lo que ha hecho por nosotras. Además, lo más seguro es que se lo cobren a los vendedores, que nada tienen que ver. Finalmente la convencí y fuimos a devolver la valiosa joya. Los empleados de la joyería no sabían qué hacer con nosotras para agradecernos el honesto gesto de regresar. “No enfurezcan a Pablo” En las festividades de noviembre de 1980 Pablo nos invitó al baile de coronación del Reinado Nacional de Belleza en Cartagena de Indias. Era un grupo grande de personas en el que estaban Pablo, mi mamá, Roberto, Tata (Victoria, la esposa de Pablo) y varios miembros de su familia, mi hermano Miro, su esposa y yo. Todos estábamos entusiasmados con la idea de hacer parte del glamoroso concurso de belleza, pero como no conocíamos el protocolo ni las exigencias de los diferentes eventos del reinado. En la mayoría de ellos optamos por improvisar y sacar lo mejor de nosotros para sumergirnos en el engañoso e intrigante mundo de la clase alta colombiana que se daba cita en esa época en la ciudad de Cartagena. (…) Para el esperado baile de coronación, todos estábamos elegantísimos, vestidos largos y brillantes para las mujeres y los hombres luciendo finos trajes de etiqueta con los que se veían espectaculares. (…) En ese baile celebramos el triunfo de Nini Johanna Soto, la nueva reina nacional. Nosotros conversábamos y bailábamos mientras oíamos a la gente alardear de sus empresas, su apellido y sus carros último modelo. En un salón reluciente y refinado pasamos en familia una noche muy agradable, y como a las tres de la madrugada, vencida por el cansancio, decidí irme para el hotel. Ya estaba poniéndome la piyama cuando Tata tocó la puerta de mi habitación completamente alterada: —No… qué vamos a hacer, Pablo va a matar a un tipo y se devolvió para allá… Dios mío, no sé qué va a pasar. —¡Cómo así, Tata! —exclamé sorprendida—. Pablo le dice que va a matar a un tipo, ¿y usted se viene para acá y lo deja que se vaya y se meta en un problema bien grande? Me puse de nuevo el vestido largo, los tacones y salí rápidamente para el Club Naval. En la entrada encontré a Pablo y a Roberto custodiados por sus guardaespaldas, planeando la mejor forma de matar al tipo. Al llegar le pregunté a
Pablo por lo que había ocurrido; al parecer, al calor de los tragos Roberto se había enfrentado con un hombre desconocido que lo había agarrado a puños por el solo hecho de haberse quitado la chaqueta dentro del club, y ellos, con el ego herido, habían decidido liquidar al desconocido individuo. —Ese hijueputa le pegó a Roberto y yo no voy a permitir que le hagan nada a un hermano mío… Qué le parece, pegarle a Roberto porque se quitó el saco, ese güevón yo no sé qué se cree. —Sí, Pablo —opté por seguirle la corriente al verlo tan furioso, incitado por el licor y decidido a matar por vengar el honor de su hermano—. Ese hijueputa se merece es que lo maten, pero le voy a decir una cosa, Pablo, no vaya a ser tan bobo de ir a matar usted mismo a ese tipo, mande a los guardaespaldas y usted no se involucre porque aquí nos conoce todo el mundo… Vení, mostrame cuál fue el hijueputa que se metió con Roberto… Pablo me dio la razón y se dispuso a llevarme sigilosamente hasta donde pudiera ver al personaje. Luego me señaló a un muchacho joven y aprensivo. —Pablo, mirá a ese muchachito —le dije—. ¿Vos vas a matar a ese pobre güevón?, miralo, es un cagoncito, un culicagado que no sabe lo que hace ni lo que dice(…). Qué te vas a poner a matar a ese niño, dejalo que si sigue así de agresivo no va a terminar nada bien… (…). —Tenés razón —me contestó mirándome a los ojos—, mejor vámonos. Afortunadamente ese incidente tuvo un final feliz. Yo conocía a Pablo como la palma de mi mano, sabía cómo hablar con él, cuáles temas lo afectaban y, por fortuna, esa noche mi estrategia había surtido efecto. Regresamos al hotel y ahí terminó la noche, y con ella la pelea a muerte. Lo que nunca supo el pobre tipo es que estuvo a punto de morir y mucho menos que gracias a mí pudo ver otro amanecer. El romance con Virginia Vallejo Mucho se ha dicho de los millones que Pablo gastó en Virginia y lo más seguro es que sea cierto; sin embargo, el amor no se mide en galones de gasolina ni por el precio de las joyas o los regalos exuberantes que se reciban. (…) El amor verdadero nada tiene que ver con lo material, va más allá de eso y de cualquier intimidad física, y Pablo sí que sabía del tema. Por eso la única mujer constante en su vida fue Victoria, en los buenos y en los malos tiempos, y eso es un hecho que ninguna historia ni ninguna versión pueden desmentir. No tuve la oportunidad de conocer a Virginia, mis apreciaciones estaban basadas en los breves encuentros y los comentarios que surgían sin cesar a raíz de su relación con mi hermano. Hubo, sin embargo, un hecho que realmente me
impresionó en medio de tanta habladuría. Pablo tenía la costumbre de interceptarle el teléfono a todo el mundo, ahí estaban incluidos políticos, comunicadores, presidentes, ex presidentes, industriales, comerciantes, secretarias, enfermeras, maridos, amantes… Cuando digo que interceptaba las comunicaciones de todo el mundo, me refiero a miles de personas. En una de mis visitas a una caleta en la que Pablo se encontraba, me senté a revisar las transcripciones de esas llamadas. En una habitación permanecían cerros y cerros de papeles con los secretos de medio Colombia, y a mí me parecía divertido sentarme a leer esas transcripciones ya que esos papeles, que se veían tan simples e inocentes, dejaban al descubierto las más inverosímiles situaciones; allí me enteraba de las infidelidades de las esposas de los políticos, del empresario que estaba robando a otro, del famoso galán de televisión que era homosexual, de las secretarias que en las noches se convertían en ardientes amantes, y así conocí los más íntimos secretos de muchas personalidades de este país. Pero entre las miles de hojas de infidencias encontré una conversación que captó inmediatamente mi atención: era una llamada que recibió Virginia Vallejo en la que un reconocido cantante del país le cobraba una comisión por haberle presentado a Pablo. La conversación fue larga y acalorada, el cantante insistía en cobrarle la comisión mientras Virginia se negaba con vehemencia a pagarle. Hojas y hojas de reclamos hacían parte del desagradable descubrimiento. Pablo nunca me habló de Virginia. Varios meses después me enteré por un amigo muy cercano a Pablo de que ella viajó muchas veces a Medellín a buscarlo, pero él se le negaba y evitaba el encuentro. Había pasado el encanto de los primeros días y ya no sentía deseos de verla. Estaba tan cansado de esa relación que se ideaba los planes más absurdos para deshacerse de ella; en una oportunidad la envió a que le trajera unos tenis de Nueva York con todos los gastos pagos y estadía para varias semanas, y ella regresó al poco tiempo con múltiples maletas llenas de tenis para él. El plan no había sido efectivo para alejarla lo suficiente, así que la inscribió en unos cursos de actuación en Estados Unidos y así marcó el fin de la escandalosa relación. Empieza la guerra Inmediatamente después de la bomba, la situación para Victoria (la esposa de Pablo), los niños y la servidumbre no fue nada fácil. En el momento en que ocurrió la explosión, Manuela, su hija menor, se encontraba tomando el biberón y una ventana entera cayó sobre la cuna a pocos centímetros de aplastarla. En medio del caos y la devastación, Victoria salió desesperada a buscar a Juan Pablo y lo encontró gritando debajo de un cielo falso a punto de asfixiarse: “Mamá, mamá… ¿me vas a dejar morir?”. Victoria cuenta que no sabe de dónde sacó fuerzas para levantar la fracción de techo y sacar rápidamente a Juan Pablo de la pesada prisión. Más tarde uno de mis trabajadores me contó que fueron necesarios seis hombres fuertes para levantar la porción del techo que minutos antes había levantado Tata
sola con el único apoyo de su valor de madre. Esa noche Pablo había estado en el edificio Mónaco con su familia hasta muy entrada la madrugada. Quienes pusieron la bomba creyeron que se había ido a dormir, cuando en realidad salió para una caleta en lo alto de El Poblado, llamada El Bizcocho. Cuando estaba a punto de irse a la cama escuchó la explosión y salió fuera de la cabaña para tratar de visualizar el punto exacto del estallido. Inmediatamente tuvo la certeza de que había sido en su edificio. En ese mismo instante sonó el teléfono; Pablo corrió a contestar esperando que fuera su esposa, pero sorpresivamente escuchó al otro lado de la línea a uno de los caleños. Cuando este escuchó la voz de Pablo se quedó mudo, pero al momento reaccionó y le dijo: “Acabo de escuchar por radio la noticia de que te pusieron una bomba en Mónaco, te llamo para saber cómo estás… Te ofrezco mis servicios y estoy a la orden para ayudarte incondicionalmente en lo que necesites”. Pablo pensó que la llamada era absolutamente irregular, además de presentarse a escasos segundos de la explosión cuando la noticia aún no llegaba a ningún medio de comunicación: “Sí, hijueputa, vos mandaste a ponerme la bomba y llamaste para cerciorarte de que me habías matado, tremendo susto te llevaste cuando escuchaste mi voz”. Pablo llamó de inmediato a su familia y, sabiéndola a salvo, empezó a prepararse para la guerra que vendría.(…) La muerte de Pablo Ya en el sitio veo la casa completamente rodeada de militares y policía que por centenares cubren el lugar. (…). La confusión y el bullicio hacen gala sobre la muerte, de repente veo un cuerpo sin vida en el piso, en un principio no lo reconozco, pero con mi mente puesta en el único objetivo de encontrar a Pablo le digo a mi mamá: “Tranquila, mamá, ese no es Pablo”. Ella, como una fiel devota, se arrodilla sobre el pavimento para darle gracias a Dios, pero al instante se acerca y me dice con la voz entrecortada: “Ese es ‘Limón’… Pablo estaba con ‘Limón’”. Yo no sabía que andaban juntos por esos días, creía que solo estaba con mi prima. Me acerco lentamente y veo la escalera. Son momentos de completo desorden, y entre imágenes confusas y sonidos indescifrables oigo una voz que dice: “Hay otro hombre en el techo” (…) Ya han pasado varios minutos y de repente veo una camilla que deslizan lentamente hacia la escalera, a mi distancia solo alcanzo a ver unos pies al descubierto. Gloria, que acaba de llegar al lugar, me mira consternada y dice: “Sí… Es él, son sus mismos pies”, entonces nos cae toda la certeza de su muerte como si el cielo se hubiera desprendido y cayera sobre nosotras aplastándonos sin clemencia; él viene con los ojos aún abiertos, me acerco a él, le cierro los ojos al mismo tiempo que le doy las gracias por lo bueno que había sido conmigo, rezo un padre nuestro y lo observo lentamente, su cabello está ensangrentado, largo, del mismo largo que yo lo acostumbraba llevar y que ya no llevo más por seguridad, pues es un elemento que me caracteriza, no me había dado cuenta antes si estaba exactamente igual, así de negro, así de grueso, por un instante lo desconocí, yo sé
muchas cosas, pero tal vez no veo con claridad, quizá no es realmente mi hermano, antes, cuando venía abriéndome paso entre la muchedumbre, tuve la certeza de haberlo visto o de ver a alguien que se despedía y al mismo tiempo me pedía silencio. (…)A pesar de mis tenues esperanzas, la certeza de su muerte es evidente, y yo, tratando de alimentar mis agonizantes dudas, camino junto a la camilla, entro con él a la morgue y lo analizo cuidadosamente. Un rayón en el pie que parecía hecho por un clavo cuando trató de huir y un solo disparo en la sien derecha, nada más. Un solo disparo en un lugar tan específico… es un poco raro. Llegan a mí varios recuerdos, como aquella vez que le dije mientras limpiaba su pistolita: —Pablo, a vos te persiguen con helicópteros, batallones enteros con armamento pesado y vos andás con esa pistolita tan chiquita, vos estás loco si pensás que te vas a defender con eso… —Es que esta pistolita no es para defenderme… —me respondió con su voz serena—, usted sabe para qué es… Tras recordar esas palabras y revisar nuevamente el disparo limpio y certero sobre su sien derecha, tengo la absoluta seguridad de que nadie asesinó a mi hermano, solo él tomó control de su vida y de su muerte para evitar que lo exhibieran como fenómeno de circo desde una cárcel de Estados Unidos. Como siempre, hizo lo que ya tenía fríamente calculado.
El último día de Pablo Escobar La preocupación que el capo colombiano tenía por su familia hizo que delatara su posición. Hace un tiempo conocí a un funcionario federal norteamericano que trabajaba -o decía trabajar- en el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, y, en medio de una conversación informal, me contó que él había estado en Colombia para el 2 de diciembre de 1993, fecha en que murió baleado el famoso capo colombiano Pablo Escobar, conocido como ‘El Patrón’. Y no solo eso: el funcionario, quien supuestamente había sido asignado por el Departamento de Agricultura para ayudar a las autoridades agrarias colombianas, contaba que en la oficina en la que trabajaba había tenido la oportunidad de escuchar ‘en vivo’ la interceptada conversación telefónica en la que se escucha a Escobar, que había cumplido 44 años el día anterior, diciendo: “Espérate que oigo
algunos movimientos raros allá afuera”, poco antes de que estallara una lluvia de balas. Minutos antes, otra conversación telefónica interceptada por las autoridades colombianas había permitido que estas rastrearan la llamada y localizaran a Escobar en una residencia de dos pisos que este había comprado unos 15 días antes en Los Olivos, un barrio de clase media en Medellín. Lo irónico es que Escobar, quien llevaba años jugando al escondite con las autoridades antidrogas, era un experto en eso de eludir el rastreo electrónico: según se dice, además de poseer un teléfono inalámbrico –precursor del celular– también tenía la costumbre de hacer numerosas llamadas al día, moviéndose por diferentes puntos de la ciudad en que se encontrara, con el fin de confundir a la unidad policial llamada ‘Bloque de búsqueda’, que el Gobierno había formado exclusivamente con la misión de atraparle. De hecho, esa unidad comando, adiestrada y ayudada por los Estados Unidos, llevaba 14 meses tratando de rastrear sus llamadas. Para empezar, el año anterior, Escobar había escapado de la lujosa prisión llamada La Catedral, que las propias autoridades colombianas le habían dejado construir para que cumpliera una condena de cinco años a cambio de prometerle que no lo extraditarían a los Estados Unidos. Esa prisión, de la que Escobar era el único prisionero, era a todas luces un lugar muy especial: tenía una barra, un jacuzzi, una piscina y hasta un campo de fútbol. Escobar se paseaba por ella tan a sus anchas, teniendo incluso el privilegio de escoger a sus propios guardias, y desde allí seguía dirigiendo cómodamente su imperio de narcotráfico, y hasta se hacía traer a sus enemigos para torturarlos o asesinarlos. En determinado momento, el escándalo sobre este trato tan especial provocó que el gobierno del presidente César Gaviria tomara la decisión de mudarlo a una cárcel convencional… y Escobar se lanzó a la huida. ¿Cómo logró estar tantos meses en escapada? Además de sus enormes recursos económicos y su ejército personal, Escobar había logrado labrarse entre un sector del pueblo colombiano una imagen de Robin Hood: el ladrón que ayudaba a los pobres. Así, la gente no solo lo protegía, sino que su llegada a algunos pueblos provocaba que se arremolinara a su alrededor llamándolo ‘don Pablo’, y bombardeándole con su afecto y sus peticiones.
Y él respondía en grande: en los ochenta había llegado a construir urbanizaciones enteras para regalárselas a familias pobres, y también sufragó obras de reforestación e iluminación, así como la construcción de campos de fútbol. De hecho, se sabe de casos en los que incluso los cuarteles policiacos pueblerinos le debían favores, al haberles comprado él flotas completas de patrullas nuevas. Doblemente perseguido Pero a fines de noviembre de 1993, todo cambió: Escobar sabía que no solo seguía sus pasos el comando policial, sino una agrupación en busca de venganza llamada Los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar), un grupo financiado por el rival cartel de Cali y compuesto por parientes de algunos de los muchos que Escobar había asesinado o mandado a asesinar Por consiguiente, él dedicaba buena parte de sus esfuerzos a tratar de sacar del país a su esposa y dos hijos. Estos esfuerzos, no obstante, parecieron desvanecerse el 28 de noviembre, cuando el gobierno de Alemania -el último de los consultadosrechazó acogerlos en su país. Bajo esas circunstancias, Escobar envió a su esposa y sus hijos a Bogotá, donde se pusieron en manos de la Policía en busca de protección. A su vez, la Policía, bajo intensas medidas de seguridad para protegerlos de Los Pepes, los alojó en las exclusivas Residencias Tequendama, y fue al teléfono de esa dirección que, cada vez más desesperado y echando a un lado su cuidado habitual, Escobar llamaba una y otra vez desde Los Olivos. En fin, a las 2:35 p.m. del jueves 2 de diciembre, instantes después de que rastrearan su llamada, el Bloque de Búsqueda envió tres furgones que contenían 17 de los mejores agentes de la organización, llegando a la escena a eso de las 2:50 p.m. A esa hora, Escobar, que acababa de comer un plato de espaguetis, se había quitado los zapatos y se había tirado a la cama para hablar por teléfono cuando escuchó un ruido y le pidió a su entrañable guardespaldas, apodado ‘El Limón’, que echara un vistazo. Al abrir la puerta y ver la avalancha policial que le venía encima, este salió disparando para que su jefe tratara de escapar y murió en el acto Escobar, en efecto, huyó por una puerta trasera y encaramó al techo de la casa. Allí recibió 12 balazos: uno de ellos fue detrás de su oreja izquierda, por lo que muchos creen que se suicidó. La sospecha tenía base: cuando era un ciudadano más o menos respetable, Escobar siempre se había opuesto a que se extraditaran a los Estados Unidos los principales
criminales colombianos, haciéndose eco del lema de esa campaña: “Mejor en una tumba en Colombia que una cárcel en los Estados Unidos”. A fin de cuentas, miles de personas asistieron a su sepelio y, según se dice, Pablo Escobar sigue siendo “el muerto más visitado de Colombia” en su tumba en el cementerio Montesacro, en Medellín. Lea también la entrevista en tres partes a Juan Pablo Escobar, hijo de Pablo Escobar: – Primera entrega: El peso de ser el hijo de Pablo Escobar – Segunda entrega: Hijo de Pablo Escobar cree que su padre se suicidó – Tercera entrega: Juan Pablo Escobar vende la imagen de su padre
Entrevista en BOCAS: Alias ‘Popeye’ Entrevista de la edición 16 de BOCAS con John Jairo Velásquez Vásquez, ‘Popeye’, desde la cárcel. Dice que no tiene miedo de ser asesinado, y que afuera sus únicos enemigos son los hermanos Ochoa. jhon jairo velazquez alias popeye Dice que no tiene miedo de ser asesinado, y que afuera sus únicos enemigos son los hermanos Ochoa. Entrevista publicada en febrero de 2013 en la edición 16 de BOCAS. Popeye –uno de los asesinos más cercanos a Pablo Escobar– dice que mató a más de 250 personas y que participó en la muerte de otras 3.000; no siente remordimientos, pero alega que ya cumplió con la justicia y espera salir libre este año después de 22 años en la cárcel. No tiene miedo de ser asesinado, dice que afuera sus únicos enemigos son los hermanos Ochoa, que no quiere volver a matar y que su gran sueño es una película con la verdadera historia del Cartel de Medellín. Por Daniel Vivas Barandica / Fotos Sebastián Jaramillo El pabellón de recepciones de la Cárcel de Máxima Seguridad de Combita, en Tunja, es un patio pequeño, de concreto gris, compuesto por 20 celdas y un solar enrejado, por el que han pasado los mayores criminales del país pedidos en extradición por EE. UU. En este lugar está detenido, desde hace cerca de ocho años
y exiliado de población carcelaria por su seguridad, John Jairo Velásquez Vásquez, “Popeye”. Fue uno de los hombres más sanguinarios del Cartel de Medellín y lugarteniente de Pablo Escobar. Popeye está vestido con un jean Levi’s azul oscuro, lleva una cachucha que alguna vez fue roja, un buzo escarlata y unos Crocs negros. Me saluda efusivamente. Se nota que le gusta que lo entrevisten. Se quita la cachucha, me muestra su cabeza y dice que ya dejó de contarse las canas. Nos sentamos en una mesa donde reposa un tablero de ajedrez. Me confiesa que no sabe jugar y que las fichas son de su único compañero, “Sebastián” [Erickson Vargas Cardona, el máximo cabecilla de la “Oficina de Envigado”]. Sebastián me mira de reojo y se mete en su celda. Popeye me dice que no sabe nada de su compañero y luego me recalca que estamos para hablar de él. Y empieza por su prontuario: asesinó a 250 personas, bajo sus operaciones murieron cerca de 3.000 colombianos, entre ellos excandidatos presidenciales, altos mandos de la policía, periodistas, magistrados y civiles. “Yo estoy condenado por todos los delitos del Cartel de Medellín, por la muerte de Luis Carlos Galán, el atentado del avión de Avianca, las bombas en Cali, Bogotá y Medellín, por todas las muertes que ocasionamos”. Con cierto orgullo me muestra dos impactos de bala que no pudieron acabar con su vida. Uno entró y salió por un costado de su brazo. El otro por su pecho, le rozó el corazón y salió por la espalda. El policía que hizo el último disparo murió segundos después, “reaccioné rápido y lo maté”. Tras casi 22 años de estar recluido alega que ya ha sido suficiente. Aunque dice no sentir remordimiento por las víctimas, pide perdón y reconoce que actuó cegado por el dinero, la codicia y su devoción por Pablo Emilio Escobar Gaviria, a quien no deja de admirar y del que dice “era un ser de otro planeta”. Hoy solo quiere reintegrarse a la sociedad –entre julio y septiembre de este año sale libre–, y recalca que ya es hombre de paz. Que a pesar de que todavía haya gente que lo quiere matar, no volverá a tomar un arma para acabar con la vida de otro ser humano. ¿Es verdad que este año sale libre? ¿Qué piensa hacer? Sí. Entre julio y septiembre. Una cosa es cuando uno está aquí adentro y otra cuando ya toca el pavimento. He pensado en irme del país, pero las cosas cambian con el tiempo, hay que esperar lo que suceda en la calle. Tengo perspectivas sencillas. Ahora quiero disfrutar de las cosas pequeñas de la vida. Tengo claro que no vuelvo a recibir un contrato para matar a alguien. ¿Cómo son sus días en la cárcel? Me levanto a las seis de la mañana, organizo mi celdita, hago una oración, pongo a calentar el café, me pego una duchita con agüita bien fría. Me preparo el desayuno y oigo noticias en la radio o me pongo a ver el noticiero. Puedo ver televisión de
seis de la mañana a seis de la tarde. Entran los canales nacionales. Tengo un teléfono directo instalado en un costado del pabellón. Según el día, llamo a mis abogados para saber cómo va mi proceso con el juez de ejecución de penas. También hablo con mi hijo y con los pocos amigos que me quedan. Después me pongo a escribir. Aquí el enemigo más grande es la monotonía. ¿Quién lo visita regularmente? Mis abogados, periodistas, muchos periodistas. Desde hace cinco años no tengo visitas de familiares o amigos cercanos. Tampoco conyugal. Tengo derecho a una visita íntima cada mes, pero no me gustan las prostitutas. Me cuido mucho, le tengo miedo al sida. Tampoco tengo novias porque “en este paseo” todo es más difícil. Acá me conseguí una novia, abogada, nos enamoramos, pero al primer escándalo salió corriendo. Me la levanté a punta de carreta. Yo soy bien tierno, me enamoro fácil. Más de uno cree que porque fui bandido y asesino no soy respetuoso con las mujeres. ¿Cómo es la relación con los guardias? Como todo en la vida. Si los respeto, ellos me respetan. Con ellos no hay mucha ternura [risas]. Son gente buena, hemos tenido problemas, una vez me golpearon, pero descubrí una herramienta más poderosa que las ametralladoras: la justicia. Si uno tiene un problema, recurre a la Procuraduría y allá se lo solucionan. Yo era muy agresivo, pero aprendí a respetar. ¿Ya vio la serie de Escobar el patrón del mal? Sí, apenas la estoy empezando. Me la mandaron hace poco, la estoy viendo en dvd piratas. Me gustó mucho, porque Andrés Parra hace un personaje inigualable. Yo creo que ni en Hollywood pueden conseguir un actor como este para hacer de Pablo. La voz es igual, la actitud. Me gustó también el personaje de Carlos Mariño, el que hizo de “Popeye”, o como le ponen allí: “El Marino”. Fue bonito verme interpretado, porque aborda el personaje con mucho respeto. Me impactó que actuaba muy parecido a mí. Se le arrimaba al patrón igual que yo: con respeto. ¿Quiere llevar su vida al cine? Con Hollywood estamos tratando. Astrid Legarda Martínez, la experiodista de RCN que escribió conmigo el libro El verdadero Pablo: Sangre, traición y muerte, está en Estados Unidos haciendo contactos, hablando con personas que se han mostrado interesadas en un proyecto cinematográfico. Por el libro ella tuvo que salir exiliada del país. Yo quiero que hagan una película bien hecha, con los nombres reales. Hace un tiempo me contactó la gente que hizo Paraíso Travel, pero ofrecieron muy poquito y no pudimos llegar a un acuerdo. ¿Dónde nació?
Nací en Yarumal, Antioquia, un pueblito a dos horas de Medellín. Un lugar de tierra fría, conservador. Tuve una niñez un poco limitada, porque el lugar es montañoso. Allá no se juega al fútbol, no se monta en bicicleta, no se hace nada. Luego, por el trabajo de mi papá, nos trasladamos a Itagüí. Allí empecé a ver el mundo. Conocí gente y tuve mi primer acercamiento con la violencia, con la crudeza de una zona industrial. Años después nos fuimos a un barrio de clase media-alta de Medellín. Allí me vinculé al mundo del narcotráfico. ¿Qué quería ser cuando era niño? Oficial de la policía. Luego quería ser marino. Me gustaban mucho las armas. Yo quería el mundo de las armas con la constitución, con las Fuerzas Militares. No se dio y me tocó llegar a ellas por la ilegalidad. ¿Pero intentó al menos cumplir su sueño? Sí. Cuando estaba en cuarto de bachillerato dejé de estudiar e ingresé en la Escuela de Suboficiales de la Armada en Barranquilla. Me aburrí. Yo soñaba con majestuosos navíos, pero no había nada de eso. Solos unos barcos de madera decomisados a marimberos. Me retiré y me devolví a Medellín a terminar el colegio. Luego me fui para Bogotá e ingresé a la Escuela de Oficiales de la Policía Nacional General Santander, pero también me desencanté. Solo estuve seis meses. Regresé a la ciudad y me reencontré con Pinina, un amigo del barrio. Hábleme de Pinina… “Pinina”, John Jairo Arias Tascón, era un hombre por ahí de 1,64 metros de estatura, inteligente, muy bien presentado, tenía una cara perfecta, el pelo largo, por eso le decían Pinina, por su parecido a la actriz argentina Andrea del Boca, que interpretaba ese papel. Nos conocimos en el barrio. Él era el hombre que tenía Pablo Emilio Escobar Gaviria para que lo reemplazara en el Cartel de Medellín y protegiera a su familia en caso de que lo mataran. Pinina murió por el Bloque de Búsqueda en 1990. Yo estaba con él ese día. Me fui a recoger un dinero y cuando él entró a su apartamento a esperarme, le cayeron. ¿Cómo fue su primer acercamiento con Pablo Escobar? Cuando me reencontré con Pinina yo ya sabía que él pertenecía a los hombres de Pablo Escobar. Luego comencé a trabajar con un ingeniero, un señor que le decían Nandito, amigo de Gustavo Gaviria, primo del patrón. A Nandito le tocó a arreglar un toro mecánico de la hacienda Nápoles. Allí fui testigo, por primera vez de la vida que yo podía llegar a tener. Un año después un conocido me puso a trabajar de conductor y escolta de una niña del barrio El Poblado, Elsy Sofía. Empecé a trabajar con ella y resultó siendo novia de Pablo Escobar. ¿A qué edad comenzó a trabajar para el Cartel de Medellín?
Desde muy joven. A los 18 años empecé a recibir “contratos” (asesinatos) por parte de esta organización. Comencé a operar al lado de Pinina, él me enseñó a trabajar. Después me dejaron “caminar” solo. A tirar operativos tan grandes como el secuestro del señor Andrés Pastrana. A ser la cabeza de acciones como el secuestro y posterior asesinato del procurador Carlos Mauro Hoyos. A dirigir los asesinatos de personajes de la justicia de este país. A callar a más de un periodista. ¿Qué escribe? Muchas cosas. Acabé de terminar mi segundo libro. Lo vamos a presentar en la Feria del Libro de Bogotá en abril. Relata los casi 22 años que llevo preso. Escribí todas mis vivencias. Me han pasado cosas muy charras como encontrarme con mis grandes enemigos, los hermanos Rodríguez Orejuela y “Don Berna”. Mi celda es la 17, a él lo recluyeron en la 18, nos comportamos como si nada hubiera pasado. Por acá también estuvieron “Macaco” y “Rasguño”. Más adelante me gustaría escribir una novela a cuatro manos, con un escritor bien ranqueado. No soy un buen escritor, pero soy buen relator. ¿Por qué se convirtió Don Berna en uno de sus grandes enemigos? Don Berna era chofer de los narcotraficantes Fernando y Mario Galeano. Un simple escolta de ellos. Ni siquiera llegó a conocer personalmente al patrón. Cuando matamos en la cárcel la Catedral a Fernando “el Negro” Galeano, Don Berna se fue para donde los hermanos Castaño a contarles lo que habíamos hecho. Desde la cárcel ordenamos atentados contra él porque nos dimos cuenta de que estaba planeando vengarse por la muerte de sus patrones. Pero se nos voló a Cali con Rafael Galeano, otro de los hermanos que aún seguía con vida. Allá, con el aval de los Castaño, se alió con los hermanos Rodríguez Orejuela y cogió mucho poder dentro del grupo de “Los Pepes” [Perseguidos por Pablo Escobar]. ¿Por qué Pablo Escobar comenzó a ejecutar a sus socios? El patrón era socio de los hermanos Galeano y los hermanos Moncada Cuartas. Antes de entregarnos a la justicia hicimos un acuerdo con ellos, donde se convino que a Pablo Escobar, por ser el jefe, se le iba a mantener económicamente durante su estancia en la Catedral mientras se reactivaba el narcotráfico. Es que llegamos allá ilíquidos. Se pactó que todos los demás narcos siguieran traqueteando, pero debían mandarnos mensualmente quinientos mil dólares. La plata llegó durante los primeros diez meses. Al undecimo mes solo mandaron 50 millones de pesos. El patrón devolvió ese dinero diciéndoles que no les estaba pidiendo limosna. Los hermanos Moncada y Galeano respondieron que no tenían ni un peso, pero el patrón sabía que ellos eran muy ricos. Dio la casualidad que ese mes, un trabajador del “Chopo” encontró 23 millones de dólares en una caleta en el barrio San Pío de Itagüí. De una nos reportó ese dinero y lo tomamos. Fernando Galeano y uno de los Moncada –Gerardo “Kiko”– se dieron cuenta de que un muchacho de nosotros tenía
la plata y subieron a la Catedral para hablar con el patrón. No se imaginaban lo que les esperaba. ¿Cómo fue la muerte de estos dos narcotraficantes? Los hicimos entrar a la cárcel la Catedral, porque afuera era más difícil matarlos. Si mandábamos a uno de los hombres a secuestrarlos, nos lo podían “voltear” – sobornar– con cien millones para que los liberaran. Por eso el Patrón dio la orden de amarrarlos, torturarlos y darles sus tiros de gracia. Como sacar los cuerpos en un camión era un problema a causa de los anillos del Ejército que custodiaban la cárcel, el Patrón tomó la decisión de descuartizarlos y quemarlos. Les dijimos al Ejército y al director del penal que íbamos a hacer una fogata durante la noche. Para que no se sintiera el olor de los cuerpos quemándose –y por si al Ejército le daba por inspeccionar–, al lado de la fogata hicimos un asado. El olor de la carne asada se camufló con el de los cadáveres rostizados. Ambos olores son parecidos. Pero “cremar” a una persona en esas condiciones es muy difícil, y eso que duramos toda la noche volteando los restos en la fogata. Lo que quedó lo desmenuzamos con un martillo y lo deshicimos en ácido. Eso de que encontraron huesos en la Catedral es mentira. ¿A qué otras personas mataron en la Catedral? Se habla de cientos de muertos, pero la verdad es que no matamos a nadie más. Sí se ordenaron muchos asesinatos. Cuando llegamos a la Catedral teníamos una pelea muy brava. Guerra con los paramilitares, guerra con el Cartel de Cali, y guerra con la Policía. El patrón mandó a ejecutar a Henry de Jesús Pérez [jefe de las autodefensas del Magdalena Medio, asesinado en 1991 en Puerto Boyacá]. El otro Galeano –Mario– y el otro hermano Moncada –William– fueron asesinados por los demás muchachos del grupo grande que se quedó afuera. El patrón mató a sus socios porque ya sabía que ellos tenían acuerdos con el Cartel de Cali. ¿Cómo era la rutina en la Catedral? Eso allá era una parodia de cárcel. La guardia municipal eran bandidos disfrazados de guardianes del Inpec. Y la guardia que sí era del Inpec, a nivel nacional, estaba en la parte externa. No teníamos contacto con ella. El último anillo de seguridad era el del Ejército. Pero ellos también se hacían los de la vista gorda. Quien realmente tenía el control de la seguridad del lugar era el patrón. Esa cárcel se ganó en una guerra. Por eso dejaron que tuviéramos condiciones especiales. ¿Cómo fue la relación del Cartel de Medellín con el de Cali? En un principio los hermanos Rodríguez Orejuela eran amiguísimos de nosotros. Estuvieron muchas veces presentes en las reuniones que se hacían en la hacienda Nápoles. Incluso, cuando en 1984 capturaron en España a Jorge Luis Ochoa y al señor Gilberto Rodríguez Orejuela, se unieron los dos carteles para planear un
rescate de las dos cabezas de cada una de las organizaciones, antes de que los extraditaran a Estados Unidos. Finalmente, con mañas judiciales, lograron que los mandaran a Colombia. Acá los absolvieron a ambos. ¿Entonces por qué empezó la disputa? La guerra empezó por un lío de faldas entre “Piña” y Jorge Elí “el Negro” Pabón. “El Negro” Pabón era un hombre muy leal a Pablo Emilio Escobar Gaviria. Y Alejo Piña era un hombre de “Pacho” Herrera. Ambos habían sido amigos en una cárcel de Nueva York. Pero cuando El Negro salió de prisión, se enteró de que Piña estaba viviendo con la que había sido su esposa. El Negro habló con el patrón y acordaron que había que matar a Piña. Como el Cartel de Medellín mató a Hugo Hernán Valencia, un hombre que había tenido un problema con Gilberto Rodríguez, les pedimos a los Rodríguez que nos devolvieran el favor. Que nos dejaran matar a Piña, o que ellos mismos, con su gente, se encargaran de él. Nosotros no sabíamos del poder económico y militar de “Pacho” Herrera. Los Rodríguez, en vez de explicarle esto al patrón, fueron directamente a decirle a “Pacho” Herrera que el Cartel de Medellín le quería matar a Piña y ahí se armó la guerra. Los Rodríguez se beneficiaban de “Pacho” Herrera. Él era el rico de Cali. ¿Cómo fue su primer asesinato? Me tocó matar a un despachador de buses en Envigado. Cuando él era conductor, la mamá de un amigo de Pablo Escobar se subió al bus que él conducía, y antes de bajarse arrancó, la hizo caer, la dejó tirada en el suelo, no la ayudó y ella murió; cuando este muchacho consiguió plata, le pidió a Pablo Escobar que lo ayudara a vengarse del conductor. Yo hice la inteligencia, encontré al tipo y lo maté. No sentí nada. Eso de que uno no duerme pensando en los muertos no aplica conmigo. Tampoco he necesitado recurrir a la droga, a fumar cigarrillo o tomar pastillas para estar tranquilo. Los actos que he cometido no me han quitado el sueño. ¿Cuál era su arma preferida? Dentro del Cartel de Medellín una subametralladora MP5 que tenía el patrón. También el fusil AR-15 556. Hicimos la guerra con armas relativamente pequeñas, hasta con pistolas y revólveres. Luego aprendimos a usar la dinamita. Con esa arrodillamos al país. Pusimos 250 bombas en Cali, Bogotá y Medellín. La más brava fue la del DAS. En la serie nos han mostrado usado rockets (lanzacohetes). Alcanzamos a tener pero casi nunca los usamos. Un rocket es muy difícil de manejar, para eso se necesita entrenamiento militar. Me acuerdo que un día estábamos en la hacienda Nápoles, Carlos Lehder sacó uno para probarlo contra una casa, disparó y el misil se le fue contra unas fincas más allá, ¡hizo un daño ni el verraco! ¿Quiénes quedan vivos del Cartel de Medellín?
“El Arete” vive en España. Unos dicen que “el Mugre” está vivo, otros que está muerto, no estoy seguro. Y no más. ¿Tenía algún ritual para antes o después de matar? Para nada. Gracias a Dios yo soy muy educado. Nunca me comí el cuento de que había que encomendarse a un santo o hacer algún ritual. Los que hacen eso están locos. En esa época había ritos y muchachos que andaban con escapularios. No niego que creo mucho en Dios. Usted sabe que el paisa es rezando y matando… [Risas]. ¿En algún momento pensó en traicionar a Pablo Escobar? Jamás. Lo primordial era protegerlo y pelear con él. Incluso en su momento más crítico, cuando le dio paludismo cerebral, los únicos que estuvimos a su lado fuimos El Arete y yo. El patrón estuvo varios días enfermo y tirado en una cama. Yo pude haberlo metido en un costal y venderlo como un bulto de papas. Pero él era amado por nosotros en el buen sentido de la palabra. Fue quien nos enseñó a pelear y nos dio todo. Si Pablo Escobar volviera a nacer me iría con él sin pensarlo. ¿No sintió que Pablo Escobar podía traicionarlo o entregarlo como hizo con Carlos Lehder? Lehder fue entregado a las autoridades por Pablo Emilio Escobar Gaviria porque cometió un error: mató al Rollo por un lío de faldas. El Rollo era un sicario muy importante para el Cartel de Medellín, del mismo talante mío. Lehder se había vuelto inestable, problemático, todo el día metía cocaína. En esa época la policía de Medellín trabajaba con nosotros. Los altos mandos nos llamaban y nos decían que si no había alguna captura los iban a cambiar. El patrón lo entregó para parar la jauría. ¿Qué puede decir sobre Griselda Blanco, asesinada hace poco, y de quien se dice fue la patrona de Pablo Escobar? Una dura. En un principio, cuando era dueña del barrio Antioquia, tuvo mucho más poder que Pablo Escobar. Alcanzó a ser la patrona de Medellín, pero el patrón no quiso marchar para ella. Por eso, cuando ella ve que el patrón está creciendo, lo quiere matar. Y ahí es cuando él se le enfrenta con todo el grupo y la saca corriendo para Miami a finales de los años setenta. Griselda prefirió no entrar en una guerra. ¿Alcanzó a ser rico? Sí. Nosotros ganábamos mucho dinero. Y había gente que dependía de mí y también le iba muy bien. Hoy no soy rico. Pero por ahí tengo unos pesitos que me ayudan a mantenerme, a vivir bien. Yo aprendí que en este país para vivir bien no se necesita mucho. Eso sí, no vuelvo a comprarme un reloj de oro, un MercedesBenz, una finca con piscina. Y la próxima mujer que me consiga tiene que ser
humilde. Una mujer que no sea tan gastona para no tener que meterme en problemas. ¿Alguna vez se dio alguna excentricidad? No. El único gusto que me he dado en la vida son las mujeres. Dentro de las que he tenido puedo nombrar a mi exesposa Ángela María Morales y a mi novia Wendy Chavarriaga, exnovia de Pablo Escobar, y a quien me tocó mandar a matar por orden de él. Dos princesas hermosísimas, reinas de belleza. ¿Se arrepiente del asesinato de Wendy? Lo de Wendy fue una locura. Yo mandé a un grupo de muchachos –hoy todos está muertos– que estaban bajo mi mando. No fui capaz de ejecutarla. Le puse una cita y ellos se encargaron. Realmente hoy no lo haría. No me arrepiento de nada, no se puede cambiar el pasado, pero a veces en mi celda me lo recrimino… Si algún día vuelvo a ver a Wendy, solo podría decirle como en las películas: “I’m sorry”. No era yo. Tenía toda esa violencia en la cabeza. Lo que pasa es que en esa época yo era un hombre muy leal a Pablo Escobar y ella se había convertido en informante del Bloque de Búsqueda. Wendy nunca le perdonó al patrón que la durmiera y con la ayuda de un veterinario la hiciera abortar un hijo de ellos dos. Hábleme de su exesposa y su hijo… Tengo rota la unidad familiar… Soy separado gracias a Dios, porque el matrimonio es una cadena perpetua, por lo menos aquí me rebajan los años [risas]. Mi exesposa vive con mi hijo en Estados Unidos. Con él hablo por teléfono, nos escribimos, me manda ropa. Yo no he querido que venga a visitarme. No quiero que le tomen fotos, no quiero arriesgar su vida. No sé si cuando salga lo vaya a buscar. Además, como le digo, la situación con la mamá es complicada. ¿Cómo fue su matrimonio? Mi padrino de bodas fue Iván Urdinola Grajales. Con él nunca hubo problemas porque era del Cartel del Norte del Valle. Tuvimos una boda “normalita”, sencilla. El cura no me quería casar porque me faltaba un papel, me tocó coger un cuchillo y amenazarlo [risas]. Le dije: “me casa hijue…, o lo mato”. Me casé con un cura amenazado y el matrimonio me salió “malangas”. ¿Cuando salga quiénes pueden atentar contra su vida? Mi cabeza tiene precio solo para la familia Ochoa Vásquez. Por eso estoy protegido acá. Ellos son los únicos que me quieren matar. La familia del patrón solo se dedica a difamarme y desvirtuarme. Pero el que realmente está ofreciendo dinero para que me maten es Jorge Luis Ochoa Vásquez, apoyado por una persona que siempre ha estado oculta y la historia ha dejado como víctima por haber sido secuestrada por el M-19: Martha Nieves Ochoa, “la hermana maquiavélica”. El patrón, con la
aprobación de Jorge Luis Ochoa –dato del que quizás se entere apenas con esta entrevista– le mandó a matar al esposo cuando no quiso aportar dinero al grupo de Los Extraditables. El encargado de ese trabajo fue Pinina. Lo ejecutó dentro un gimnasio del barrio El Poblado en Medellín. Usted afirma que el hijo de Pablo Escobar (hoy Sebastián Marroquín) alcanzó a cometer delitos… Sí, él es un bandido. Cuando yo estaba en la cárcel La Modelo, el patrón me autorizó para que le pagara 50.000 dólares a un testigo que pensaba declarar contra Juan Pablo, en la muerte del capitán de la policía Fernando Hoyos Posada en 1992. Juan Pablo estuvo el día del atentado. Ayudó a instalar una caneca con dinamita para volar la casa donde murió el oficial. Juan Pablo, desde los doce años, participó en varias torturas que llevamos a cabo en la hacienda Nápoles. ¿Cómo eran las torturas? Duras, crudas. Utilizábamos muchas cosas para torturar a los que considerábamos nuestros enemigos. Bolsas, agua caliente, herramientas, soldadores, cuchillos. Los llamábamos “métodos de presión”. Lo último que les mostrábamos a los que llevábamos a torturar en la hacienda Nápoles era un arma de fuego. Qué tiene para decirle a la gente que no está de acuerdo con que usted salga libre… Soy un hombre que busca una oportunidad en la sociedad. Un hombre que está en paz consigo mismo. Cuando salga, repito, no pienso hacerle mal a nadie. No le tengo miedo a la justicia porque me he dado cuenta de que inclusive para un hombre como Popeye puede haber justicia.
Escobar en terrenos del mito El 22 de julio de 1992, Pablo Escobar Gaviria se fugó de la cárcel de La Catedral, en Envigado, con varios lugartenientes. En la fotografía se registra una escena de una de sus fugas anteriores, cuando huía de las autoridades y logró evadir un operativo de captura, por las mangas de El Poblado y Envigado. Foto Archivo EL COLOMBIANO. “Me dicen que un señor con una figura idéntica a la de Pablo Escobar, que estaba enfermo de sida, se prestó para la patraña de que lo mataran, con tal de dejarle una platica a su familia”. Las palabras de María Trinidad Ochoa, una de las beneficiarias del barrio Medellín sin Tugurios, construido por el capo del narcotráfico, en 1984, recogen el
pensamiento de muchos que, casi nueve años después de su muerte, se niegan a aceptar su partida. Pero Trinidad tiene motivos para creer lo contrario. “Claro que también me hago a la idea de que no fue así, porque ese día mataron a ´El Limón´, el guardaespaldas de don Pablo, que vivía en la parte alta del barrio”. Como sus hijos le enrostran que las huellas digitales tomadas en la necropsia dejan sin peso lo que se especula en la calle, agrega que hay gente que “no lo quiere perder del todo y, por eso, se hace ilusiones de que vive”. En ese asentamiento, levantado en la ladera centroriental, que para sus moradores es, a secas, el barrio Pablo Escobar, y para la municipalidad es el sector de Los Caunces, habitan 500 familias que no ven al delincuente ni la forma como acumuló su fortuna, sino al “benefactor”. No ignoran sus actos de terror, pero imploran para ellos el perdón divino que creen merecido por las “obras de caridad” que realizó. Con el paso del tiempo mitifican al que, incluso ancianos que pasan de los 80 años, todavía llaman “papá”. Tales calificativos se sustentan en las viviendas que recibieron, aún sin terminar, en mayo de 1984, cuando se desató la persecución contra el capo después del crimen del ministro Rodrigo Lara Bonilla. En la ladera centro oriental de Medellín se levantan las 500 casas que entregó Pablo Escobar a familias pobres, que aún lo recuerdan como a un “benefactor”. “Que Dios lo perdone” En el primer aniversario de la muerte de Escobar repartieron una oración que Trinidad nunca volvió a ver, y admite que algunas personas la rezaban, como quiera que una vecina le dijo que “hacía milagros”, pero nunca contó cuáles. En cambio, conserva una foto ampliada en la que Escobar aparece con su mamá, Hermilda Gaviria. “Me mantengo superagradecida con ellos porque me dieron casa y le regalaron un solar a un hijo con cuatro niños que no tenía dónde vivir”. Otra de las viviendas abriga a Nubia Elena Echeverri, quien durante 15 meses fue empleada doméstica de doña Hermilda. De una pared cuelga un cuadro con las fotos de Escobar y su madre. “Lo tengo desde que murió, son los benefactores que me dieron la casita”, dice. Da vuelo a su imaginación cuando coge taxi para el barrio y los taxistas le preguntan si cree que Escobar está muerto. “Les digo que ojalá que no, que Dios le haya perdonado sus errores, si los cometió, y que le dé mucha salud, si es que está vivo”. Nubia no sabe de milagros propios ni ajenos y suele visitar la tumba de Escobar “para rezar por el descanso de su alma, si es que está muerto”. En otro sector, Irene Gaviria evoca que conoció a Escobar en los ranchos del antiguo basurero de Moravia, cuando “subía a codearse con la gente pobre y bien mugrosa”.
Más elocuente, el anciano Francisco Luis Flórez, cree que “fue una belleza de hombre que era muy bueno con toda la pobresía” “Si está muerto, que Dios lo perdone”, dice, como tendiendo, sin mencionarlos, un manto de olvido sobre sus crímenes y la ola de terror que sembró tras su fuga. Irene Gaviria, quien recuerda que “me estaba ahorcando ese gentío” cuando alcanzó a verlo en el ataúd el día del entierro, repara que no se le pareció en nada. En su mente prevalece otra imagen distinta. Tumba de Escobar en Montesacro. La tumba de Escobar, en Jardines Montesacro, sigue siendo lugar de romería para habitantes de la ciudad y extranjeros, quienes van a curiosear, rezar o a tomar nota del epitafio que dice: “Mientras el cielo exista, existirán tus monumentos y tu nombre sobrevivirá como el firmamento”. Hasta hace algún tiempo tuvo una alforja de hierro que la aseguraba como una celda, pero fue retirada por la familia en un gesto que la gente interpretó como prueba de la exhumación del cadáver. De ahí nació el rumor de que sus despojos ya no están, aunque continúan las visitas. Un sepulturero cuenta que los visitantes se toman fotos al lado de la tumba y que muchos “dejan cartas con ruegos, peticiones y oraciones”. Entre el cementerio y las paredes de la ciudad aparecen sentencias que revelan los amores y odios que despertó Escobar, aunque algunos de ellos piden misericordia, como el poema escrito por un ser anónimo en los ladrillos de un edificio que él dejó inconcluso en El Poblado: “Por esto, en condición de humano/ y fe en mi vocación que fue la suya,/ elevaría un grito de aleluya/ que interroguen los cielos soberanos/ y plegar por su pacífico descanso/ y el perdón que todos merecemos./ Pues hoy espero, también el mundo entero,/ que se repita lo que tanto recordamos:/ esa historia de Dimas, que fue malo/ y al fin pudo conquistar el cielo”. Como ha sucedido con ciertos delincuentes en el mundo, el imaginario popular los coloca en los terrenos del mito. El periodista Luis Alirio Calle, a quien Escobar pidió como uno de los garantes de su entrega a la justicia en junio de 1991, expresa que para quienes lo pusieron como ídolo, arquetipo de la osadía y lo cubrieron de gloria, queda la lección de que nada de lo conseguido mediante la violencia tiene porvenir. “Creo que el imaginario de Pablo Escobar sigue afianzado en numerosos sectores populares marginalizados del poder, porque es un imaginario que cuestiona mucho el orden social. Este tipo de figuras que llaman bandidos sociales por su capacidad de desafiar a los poderes establecidos, se anclan muy fuerte en la memoria popular y se mitifican y se les atribuyen muchas más cualidades de las que tienen.
Por otro lado, Pablo Escobar sigue siendo una sombra y una pregunta muy grande sobre toda la sociedad colombiana. No me atrevería a decir que la figura de Escobar crece con los años, pero sí se mantiene, sobre todo porque hay un sustento muy fuerte en la cultura colombiana de la ilegalidad, donde este personaje es muy funcional para desafiar los poderes y las normas y también porque el fenómeno mismo que dio a conocer a Escobar, que es el narcotráfico, sigue muy presente en la sociedad. Lo mismo sucede con Rodríguez Gacha en la zona de Cundinamarca, son personajes que lograron, más allá de simples narcotraficantes, ser símbolos de desafío a un orden y la gente en Colombia que no se siente representada en los poderes establecidos, los acoge y los mantiene en su memoria”.
Escobar: Dos décadas de guerra sin cuartel Fecha de publicación 2 de diciembre de 1993 En los últimos veinte años Pablo Escobar Gaviria dejó a su paso una interminable lista de enemigos: desde oficiales de alto rango, capos de la mafia caleña, hasta ex socios de la organización lo buscaban. Los primeros en procura de recapturarlo tras la fuga de La Catedral y los demás, la gran mayoría, para ajustarle cuentas. Esa cadena interminable de hombres que intentaban ubicar Escobar fue creciendo en el último año, cuando el cartel de Medellín puso en marcha la más tanebrosa purga contra la estructura financiera de la organización. Ocurrió en los primeros días de junio de 1992. La muerte sistemática de los hermanos Moncada y Galeano y la de sus contadores produjo una desbandada de hombres hacia las filas del cartel de Cali, organización que desde 1988 había iniciado una guerra a muerte con el de Medellín. A principios de este año la respuesta a los ataques narcoterroristas ordenado por Escobar en Bogotá y Medellín, que dejaron centenares de víctimas y millonarias pérdidas materiales, fue el surgimiento de un grupo clandestino llamado Perseguidos por Pablo Escobar (Pepes) . Los Pepes , liderados por antiguos socios del cartel como Fidel Castaño, iniciaron una serie de ataques sistemáticos contra la organización del cartel. En el frente oficial, Escobar tenía muchos enemigos: el general (r) Miguel Maza Márquez, blanco en dos ocasiones de atentados terroristas; el general Oscar Eduardo Peláez Carmona, a quien también el cartel intentó asesinar en 1989.
En 1992 Escobar se convirtió en enemigo del coronel Hugo Martínez Poveda, comandante del Bloque de Búsqueda y del también coronel Humberto Bermúdez, sobre quienes se fraguaban acciones criminales. Enemigos en el Estado En el Estado el capo había cazado guerras desde 1989. Así, por ejemplo, un día después de entregar su puesto como director del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), el 7 de septiembre de 1991, el general Miguel Maza Márquez dijo a EL TIEMPO: Escobar quiere matarme . El sustento de esa afirmación eran las innumerables veces que Escobar intentó asesinar a Maza, un curtido oficial de la Policía que en los últimos dies años se convirtió en el principal blanco del cartel, desde el 30 de marzo de 1989, cuando ocurrió la primera acción terrorista en su contra. Pero esa vez, Escobar le respondió, en desarrollo de un nuevo capítulo de mensajes que durante los últimos diez años se entrelazaron Maza y el cartel de Medellín, en cabeza de Escobar: El se vive inventando atentados . Ese fue solo un capítulo más de la guerra que se inició el 30 de mayo de 1989, cuando, por primera vez, José Gonzalo Rodríguez Gacha, El Mexicano , ordenó un atentado contra Maza en la carrera 7a. con calle 57 de Bogotá, con la instalación de un carrobomba al paso de su vehículo blindado. Lo que ocurrió después fue una persecución implacable contra Escobar. Maza señaló directamente a Rodríguez Gacha, El Mexicano , y a Escobar de la acción criminal. El 5 de diciembre de 1989 el cartel de Medellín intentó nuevamente alcanzar al ex oficial, tras un atentado con un bus-carrobomba que estalló en la carrera 27 con calle 19, frente a las instalaciones del DAS, que dejó como saldo la muerte de sesenta personas. Maza, nuevamente, sindicó a Escobar, como autor del atentado. Para ese entonces, el director de la Dirección de la Policía Judicial de Investigación, hoy general Oscar Eduardo Peláez Carmona, iniciaba una serie de operaciones contra la organización de Escobar. Corría entonces la más violenta escalada terrorista del cartel de Medellín. En esa guerra fueron innumerables los comunicados de Escobar sindicando a Peláez como el autor de las masacres ocurridas en 1989 en la capital antioqueña. El cartel cargó un Monza negro con ochenta kilos de dinamita, similar al que se parqueaba al lado del blindado del oficial en la Dijin, para atentar en su contra. La acción se frustró, pero Escobar siguió intentándolo. Los Moncada En el último año Escobar incrementó su número de enemigos. En los primeros días de junio de 1992 la capital de Antioquia y las localidades de La
Estrella e Itagí, se convirtieron en el escenario de un siniestro plan de desapariciones y asesinatos de importantes hombres del cartel de Medellín. La ola de desapariciones fue dirigida contra los hombres que eran considerados por los servicios de inteligencia del Estado como los gerentes financieros y contabilistas de la organización. Más allá de las hipótesis iniciales, que señalaban la existencia de una purga en las filas del cartel, lo que en realidad estaba ocurriendo era un enfrentamiento entre capos de la mafia antioqueña por una suma que rebasaba los 15 millones de dólares y que iniciaría el desmoronamiento del cartel. La tenebrosa historia se inició en esos días cuando los hermanos Fernando y Mario Galeano, Gerardo, Kiko , y William Moncada y los Alvarez Lopera, todos desaparecidos, sostuvieron una reunión en una hacienda de La Estrella con sus contabilistas para denunciar la pérdida del dinero. Durante la reunión uno de los hermanos Galeano, Fernando, hizo saber la desaparición de 15 millones de dólares, producto de las operaciones de narcotráfico del mes, que se hallaban ocultos en una caleta del barrio San Pío, en Itagí (Antioquia). Los hermanos Galeano, según las informaciones dadas a las agencias de seguridad por informantes del cartel, señalaron como autor del robo del dinero a un hombre conocido como Tití , quien trabajaba para Pablo Escobar Gaviria. Seis meses después, tras su captura por parte del Bloque de Búsqueda, Tití sería identificado como John Jairo Posada Valencia. De acuerdo con versiones de dos de los integrantes del cartel que se hallaban en esa reunión y que posteriormente se salvaron de ser asesinados, los jefes de la organización acordaron terminar con las cuotas que por embarques de droga se le entregaban mensualmente a Escobar en La Catedral. A Escobar hay que tenerlo pobre para que no joda , habría de decir uno de los jefes financieros del cartel. Fernando Galeano se comprometió a sostener una reunión con Escobar en La Catedral para indagar sobre el dinero hurtado. El 3 de junio acudió en compañía de El Capi , su conductor, para hablar con Escobar y Tití , pero no regresó. Fue torturado y asesinado por Mario Alberto Molina Yepes, Chopo . Un día después de la reunión Escobar ordenó, por intermedio de Mario Alberto Molina, El Chopo , el secuestro y muerte de todos los agentes financieros. Todos murieron. Las acciones también fueron dirigidas contra todas las familias, objeto de la persecución. Las agencias de seguridad indican que algunos parientes de las
víctimas fueron obligados a entregar firmadas las escrituras de sus propiedades a cambio del respeto de su vida. Los cadáveres empezaron a aparecer en sectores rurales de Envigado, La Estrella, Itagí y Medellín en automóviles hurtados. Nacen los Pepes El secuestro y muerte de los agentes financieros del cartel, a mediados de 1992, desencadenó una persecución sin cuartel de los socios de los hermanos Moncada y Galeano que se habían salvado de la purga. Reiteramos que si Escobar no siente dolor cuando pone en riesgo la vida de niños, ancianos y personas inocentes, nosotros tampoco lo sentiremos en la respuesta que le demos a él, sus colaboradores y amigos . Quienes emitieron ese comunicado se habían unido al cartel de Cali en busca de apoyo para una guerra que apenas empezaba. Entonces nació el grupo clandestino Perseguidos por Pablo Escobar, (Pepes) . El grupo anunció acciones dirigidas a aniquilar al capo, sus lugartenientes y sus bienes. El mensaje fue hecho público el 1 de febrero pasado. Esta vez, la guerra no la buscó Escobar. A partir de ese momento, la agrupación clandestina realizó veinte ataques dinamiteros contra las propiedades e intereses económicos de su familia y otros miembros del cartel de Medellín. Fue entonces cuando en las afueras de Medellín comenzaron a aparecer cadáveres con letreros en los que los Pepes se adjudicaban el homicidio de Rodrigo Arrieta Polanía, hermano de Alejandro, Boliqueso , el industrial Luis Guillermo Londoño White y a Raúl Zapata Vergara, abogado de Escobar. A Los Pepes se les atribuye la muerte de Jorge Eliécer García Bedoya, El Gordo , y de Juan Yepes Flórez, John Lada , colaboradores cercanos de Escobar. Los Pepes destruyeron dos lujosas residencias, una galería de arte, una valiosa colección de 11 autos Rolls Royce, Mercedes Benz y Porsche; la discoteca Cama Suelta, en Envigado; y el edifico Dallas en Medellín. Igualmente, dinamitaron e incendiaron ocho propiedades rurales del capo y su familia en el oriente, sur y suroeste antioqueños, cuyos daños fueron calculados en más de veinte mil millones de pesos. Además de los atentados contra los intereses económicos del cartel, los Pepes habían asesinado a más de cincuenta hombres cercanos a Escobar y a cinco abogados, entre ellos Guido Parra y Salomón Lozano, que llevaron sus procesos ante la Fiscalía. Otros familiares de los lugartenientes del cartel fueron asesinados.
La presión de los Pepes también obligó a importantes hombres, entre ellos Carlos Alazate Urquijo, Arete , a entregarse sin el consentimiento del capo. El pasado 29 de noviembre los Pepes anunciaron la reactivación de sus ataques contra Escobar. Para los investigadores Escobar desestimó la capacidad militar de sus enemigos que aplicaron a su organización la ley del talión… La mafia caleña Pero la principal de sus guerras la libró Escobar contra el cartel de Cali, organización a la que apuntaron más de cien atentados terroristas contra Drogas La Rebaja y la emisora Grupo Radial Colombiano por parte del cartel de Medellín. El punto de discordia de ese enfrentamiento, que se desarrollaría durante los ochentas, se originó por la disputa de los mercados de Nueva York que eran controlados por el cartel de Cali. La guerra se inició en Nueva York. La organización de Medellín intentó entonces sustituir la distribución de cocaína en esa capital a sangre y fuego. Los cadáveres de hombres vinculados al narcotráfico aparecían en las calles, pero se ignoraba la razón de fondo de esta lucha. El 13 de enero de 1988 la situación tomó otra dirección: a las 5:18 de la madrugada un carro-bomba con veinte kilos de dinamita estalló frente al edificio Mónaco, propiedad de Escobar. El edificio, situado en el barrio El Poblado de Medellín, fue semidestruido y las pérdidas superaron los mil millones de pesos. Eran las primeros indicios de una nueva era en el terrorismo: el carrobomba. Seis meses después, Escobar denunció que el cartel de Cali lo buscaba para matarlo. A los pocos días, en junio 9 de 1989, agentes de la Oficina de Control de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego y de la Aduana de Estados Unidos descubrieron un plan que tenía por objeto su muerte. En la operación fue confiscado un arsenal compuesto por ametralladoras, explosivos plásticos y un avión de aeromodelismo. Este último, según Patrick O. Brien, agente especial al servicio de Aduanas de la Florida, haría explosión a control remoto mientras sobrevolaba a la víctima: Escobar. El cartel de Cali no desistió en lograr su deseo de matar a Escobar y durante 1989 contrató un grupo de mercenarios ingleses preparados para llevar a cabo su objetivo. La historia, con visos cinematográficos, la dio a conocer un diario londinense el 14 de agosto de 1989, y algunos de sus episodios fueron ratificados por las autoridades colombianas.
El 21 de mayo de 1989 se difundió la noticia de que un helicóptero que sobrevolaba la Sierra Nevada de Gicán con cinco personas a bordo había caído al río Casanare. Escobar estaría herido. La nave tenía la matrícula HK 3205 y correspondía a un avión C-46 Curtis fabricado en 1942 que, según la Aeronáutica Civil, estaba en reparación en los hangares del aeropuerto Eldorado. El hecho se conoció porque un radioaficionado de Cali escuchó las palabras de ayuda de uno de los presuntos ocupantes del helicóptero y de inmediato informó a la torre de control del terminal aéreo Alfonso Bonilla Aragón. Según el mensaje, las heridas de los pasajeros eran abiertas y Escobar estaba entre ellos. Además, personas no identificadas trataban de comunicarse con los sobrevivientes con palabras como ratón, ratón… conteste, qué les pasó?, cómo está papá? Posteriormente se estableció que se trataba de un complot del cartel para asesinar a Escobar.
Escobar: La hora final Fecha de publicación28 de febrero de 1993 La Entrega o la muerte. Son las únicas opciones que, en palabras de expertos, le quedan a Pablo Escobar Gaviria, el jefe del Cartel de Medellín. Por qué? Porque en los últimos 220 días la estructura criminal controlada por Escobar se ha derrumbado poco a poco, como un castillo de naipes. Ese paulatino desmoronamiento de la enorme estructura montada por el capo a lo largo de la última década es a juicio de investigadores de la Fiscalía General de la Nación y el Bloque de Búsqueda el resultado de múltiples factores que terminaron por minar el poder del Cartel. En los últimos ocho meses, después de su fuga de La Catedral, los frentes que manipulaba Escobar en materia jurídica, política y militar han sufrido serios reveses. No era así antes de su precipitada evasión. Durante los 406 días de reclusión, Escobar se encargó de reorganizar el Cartel, debilitado militarmente en la guerra contra el Gobierno de Virgilio Barco.
La organización había sufrido la pérdida de José Gonzalo Rodríguez Gacha, El Mexicano ; Gustavo de Jesús Gaviria Rivero primo de Escobar; Jhon Arias Tascón, Pinina , y David Ricardo Prisco Lopera, dos de los hombres más importantes del Cartel en la ejecución de acciones criminales. Expertos consultados por EL TIEMPO indican que desde el interior del penal de Envigado, Escobar reorganizó por completo su maquinaria: Las finanzas eran manejadas por las familias Moncada y Galeano; el ala terrorista en receso ante un eventual ataque a su prisión estaba en manos de Brances Muñoz Mosquera Tyson ; el frente jurídico, a cargo de un pool de prestigiosos abogados; y el político, manipulado por algunos dirigentes que le debían favores pasados. Además, dicen los investigadores, desde su cómoda oficina en la cárcel, Escobar logró articular un complejo sistema de comunicaciones con el exterior, compuesto por una emisora de frecuencias VHF, un sistema de buscapersonas para mensajes cifrados, ocho teléfonos móviles y la línea telefónica de la prisión. Las tropas que ocuparon la prisión al día siguiente de su fuga hallaron plenas pruebas de ello: registros de llamadas hechas desde La Catedral a ciudades como Boston, Miami, Masachusetss y Nueva York (Estados Unidos) y Madrid (España). Es decir, y lo comprueban los recibos, diariamente Escobar activaba sus enlaces con sus socios en el mercado negro de las drogas de EE.UU. y Europa. El control total del penal llevó a Escobar, según afirman fuentes del Bloque de Búsqueda, a incurrir en un exceso de confianza que a la postre desencadenaría los hechos que condujeron a la fuga del capo y sus lugartenientes. La limpieza de casa Ocurrió en los primeros días de julio de 1992. Fernando Galeano Berrío, uno de los socios y jefe financiero del Cartel, se reunió con su hermano Mario y los hermanos Julio y Gerardo Moncada y les informó que habían desaparecido diez millones de dólares (7.200 millones de pesos), producto de las operaciones de narcotráfico del mes de junio. El dinero desapareció de una caleta oculta en una residencia del barrio San Pío de Itagí. Sin titubeos, Galeano sindicó del robo a un hombre conocido como Titi , identificado seis meses después como Jhon Jairo Posada Valencia, luego de su captura por las autoridades en el barrio El Poblado de Medellín. Titi era solo uno de los pistoleros que desde la calle controlaba los trabajitos de los sicarios y se encargaba de cobrar las cuentas del Patrón . En esa reunión con sus socios, Galeano les dijo que dos días después se reuniría con Escobar en la cárcel para aclarar lo ocurrido.
El 3 de julio reveló para ese entonces un delator Fernando Galeano fue hasta La Catedral para hablar con Escobar con la presencia de Titi . Después de la masiva evasión, la Fiscalía General de la Nación halló pruebas contundentes que indican que ese día Galeano fue asesinado y luego sepultado en una fosa al lado de su conductor, un hombre conocido como El Capi . De acuerdo con las pruebas recopiladas por fiscales regionales, Escobar ordenó el robo del dinero y la eliminación de Galeano porque consideró que sus socios lo habían dejado solo en su lucha contra la extradición y se habían adueñado del negocio después de su entrega. Lo que ocurrió después fue una persecución a los gerentes financieros del Cartel, en una purga dirigida por Arete , Tyson , El Zarco , Chopo y Comanche , los hombres de confianza de Escobar. Y la estrategia utilizada fue la de secuestrar a los contadores de los Moncada y los Galeano, para obligarlos a llamar a sus jefes y luego culminar el trabajo. Las autoridades saben que esa purga interna produjo, entre el 1 y el 8 de julio de 1992, la muerte de cincuenta hombres, entre contadores y traficantes. Fueron salvajemente torturados para obtener la información financiera que ellos conocían. Por otra parte, decenas de propiedades de los socios de Escobar pasaron a manos de testaferros de la organización. Lo que Escobar no calculó en concepto de los expertos fue que en adelante se iba a desatar una guerra que en los ocho meses siguientes le costaría la vida a sus principales hombres y colocaría a su familia en el blanco de sus enemigos. Palabra de mujer Luego de la fuga de La Catedral, el delincuente se desplazó al municipio de Caldas, justamente detrás de los terrenos de la cárcel. Allí, el grupo de fugitivos se dividió en dos. Escobar tomó un rumbo y su hermano Roberto se fue al lado contrario. Dos días después, tras abandonar la finca donde estaban refugiados, Escobar envió el primer mensaje planteando algunas exigencias para regresar a prisión: la misma cárcel y vigilancia de fuerzas especiales de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Pero lo que el narcotraficante no sabía era que para ese entonces mediados y finales de julio sus enemigos, entre éstos los pesos pesados del narcotráfico en el Valle, empezaban a poner en marcha una estrategia para provocar la guerra. Así, el 5 de agosto, en una acción de provocación atribuida al Cartel de Cali, estalló un carro-bomba en el centro comercial Monterrey de Medellín.
Al mismo tiempo, una mujer asumió la responsabilidad de emprender la guerra, a nombre de las familias Moncada y Galeano, contra Escobar. El Gobierno, en la otra orilla, dio paso a la creación del Bloque de Búsqueda, un organismo integrado por la Policía y las Fuerzas Especiales del Ejército, que recibió la única misión de localizar a Escobar y sus hombres. Escobar, no obstante, intentó por diversos medios condicionar su entrega. Primero fue en una comunicación telefónica con tres periodistas. Luego con el gerente del metro de Medellín y recientemente a través de tres políticos antioqueños con la mediación del Procurador Regional de Antioquia. Pero el Gobierno fue aún más inflexible ante el condicionamiento que Escobar quería darle a una nueva entrega. Y respondió con contundencia. El 12 de agosto, por primera vez en la historia de la lucha contra las drogas, el Estado ofreció mil millones de pesos por la información que permitiera localizar a Escobar. Sumultáneamente, el presidente estadounidense, George Bush, que se alistaba para las elecciones de diciembre, se vinculó a la campaña con dos millones de dólares. El sistema de delación empezó a arrojar resultados más pronto de lo que el mismo Gobierno se imaginaba. Viaje a la capital Entre tanto, Escobar acudió de nuevo al sacerdote eudista Rafael García Herreros, el hombre que había intervenido en la primera entrega y a través de él planteó un nuevo sometimiento. Los siguientes pasos indicaron que la estrategia marchaba en esa dirección: Jorge Eduardo Avendaño Arango, Tato , se entregó en la Fiscalía Regional de Antioquia, el martes 15 de septiembre. No obstante, la presión del Bloque de Búsqueda sobre la organización se intensificó hasta tal punto que el capo decidió plantear la guerra. Me han informado que por orden suya se están haciendo seguimientos a dos muchachas (novias) que tienen relación con nosotros (…) Si se presentan desapariciones de mis seres queridos no tendré contemplaciones , le dijo en una carta al director de la Dijin, general Luis Enrique Montenegro Rincón. La búsqueda se intensificó. Entre julio y septiembre el Bloque de Búsqueda realizó 700 operaciones en sectores urbanos y rurales de Envigado y el Valle de Aburrá. Solo en El Poblado se efectuaron 112 allanamientos, entre ellos el exclusivo hotel Poblado Plaza.
El rastreo, con base en los delatores, se realizó en predios de Segovia, Cimitarra, Puerto Parra, Puerto Boyacá, Puerto Triunfo, Doradal, El Retiro, La Estrella, Envigado, El Trianón y La Paz. Escobar optó entonces por intensificar la presión sobre el Gobierno mediante una campaña de amenazas terroristas. El 26 de septiembre, un informe de inteligencia dijo: una fuente que tiene acceso a las actividades del Cartel de Medellín afirma que hace 15 días llegaron a Santafe de Bogotá varios grupos de sicarios, contratados por Pablo Escobar, con el fin de cumplir planes terroristas de trascendencia nacional en la capital de la República . Los otros capos En Medellín, las retaliaciones de Escobar cubrieron a los agentes del servicio de inteligencia de la Policía, encargados de manejar el engranaje del sistema de delaciones implantado por el Gobierno. Un informe reveló entonces que Escobar ha fijado el precio de cinco millones de pesos para el sicario que asesine a un agente y una cifra que se puede duplicar y hasta triplicar si el asesinado es de una jerarquía superior . El desarrollo de ese plan, según informes de las autoridades, corría por cuenta de Luis Carlos Molina Yepes, José Fernando Posada Fierro y Gustavo Upegui, conocidos hombres del Cartel. Los hechos sucedían de manera casi simultánea. En el plano jurídico, el Estado, a través de la Fiscalía Regional de Medellín, se encargó de poner la primera piedra de la que sería la avanzada legal contra la organización. Así, fue dictado auto de detención contra Escobar y sus nueve lugartenientes por los delitos de fuga de presos y secuestro extorsivo. A finales de septiembre el sistema de delaciones obtuvo el primer resultado concreto. Un informante reveló el lugar donde permanecía uno de los principales hombres de la guardia personal de la familia del capo. Sergio Alfonso Ramírez Ortiz, conocido en el bajo mundo del Cartel como El Pájaro , disparó contra el sargento Eder Ariza Lancheros, durante el allanamiento al edificio Mompox, en El Poblado de Medellín. Usted nos responde por lo que le pase a él , le dijo telefónicamente Juan Pablo, hijo de Escobar, al procurador Regional de Antioquia. En adelante, señaló un informe de inteligencia, Escobar empezaba a ser vulnerable porque El Pájaro sabía con certeza de los movimientos de Escobar y su familia. Desde que se produjo la captura dijo un informe fechado el 30 de septiembre distintos informantes manifestaron a las unidades de inteligencia que la
preocupación por la seguridad de los prófugos se había multiplicado al punto que podía calificarse como paranoica . Instruidos por su defendido, en septiembre y octubre el pool de abogados de Escobar hizo nuevos contactos con diversos sectores de la capital antioqueña para culminar el segundo sometimiento a la Justicia. Pero en ese frente también surgió un revés. El 30 de septiembre el principal abogado de Escobar, Santiago Uribe, fue comprometido en el hallazgo de casetes con las conversaciones telefónicas de la Jueza Miriam Rocío Vélez, asesinada el 18 de septiembre por pistoleros. También encontraron una carta del capo en el que, complacido, decía: santidad (…) creo que nos hicieron un favor porque ella estaba aspirando al Tribunal y habría sido muy difícil que actuara en derecho . Tiempo de delatar A pesar de que la situación era difícil para los prófugos de La Catedral, Escobar aún mantenía en firme su determinación de regresar a prisión. Solo aguardaba, según un documento, el término de la investigación que una comisión del Senado realizaba por la fuga y las elecciones de Estados Unidos. Así las cosas, el jueves 8 de octubre, justamente cuando una comisión del Senado visitó al presidente César Gaviria, dentro de la investigación por la fuga, tres de sus hombres se sometieron nuevamente a la Justicia: John Jairo Velásquez Vásquez, Popeye ; Otoniel González Franco, Otto ; y Roberto Escobar Gaviria, El Osito , su hermano. En el fondo dijo un informe de esa fecha era una estrategia de Escobar encaminada a aliviar la presión que sobre el Gobierno ejercen sectores de oposición contrarios a la aplicación de la política de sometimiento a la Justicia . Para Escobar era primordial que esa política se mantuviera vigente. Y la reforzó el 13 de octubre con la entrega de Gustavo González Florez Tavo . Dos días después se sometió Juan Carlos Aguilar Gallego El Mugre . Lo que ignoraba Escobar, dijeron las fuentes consultadas por este diario, era que la precipitada entrega de sus hombres había sido generada por la presión del Bloque de Búsqueda. La situación empezaba a complicarse porque los lugartenientes del capo estaban dispersos y las autoridades tenían en la delación una herramienta eficaz. Este mecanismo era alimentado por las familias Galeano y Moncada, que conocían las intrincadas redes de sicarios que en Antioquia estaban al servicio del Cartel. En donde estaba, estaba muy aburrido y estaba muy bloqueado; tú vieras… culebras como un hp (…) y uno duerma mal en una puta pieza , le dijo Otto a una mujer en la cárcel de Itagí, 16 días después de su segunda entrega. Guillotina a
Cuchilla Pero los enemigos más próximos a Escobar no se quedaron en el simple suministro de información. También empezaron a actuar. Y se inició el asesinato sistemático de los hombres cercanos a la organización. El 16 de octubre, poco después de su entrega, fueron asesinados los guardaespaldas de El Mugre . Escobar, en un intento por bajar la presión en su contra, señaló a la Policía en una carta enviada al Fiscal General de la Nación. Si continúan las desapariciones causadas por Unase y la Dijin dijo en su mensaje significa que ya no nos queda otra alternativa que la de responder a la violencia, porque no nos vamos a quedar con los brazos cruzados esperando que nos asesinen. Lo mismo nos da tener un sumario que 20 o 50 . En el fondo no era más que una soterrada declaratoria de guerra. Escobar no escribió el mensaje de su puño y letra, pero agregó que si fuera necesario también estaría dispuesto en cualquier momento a colocarle mi huella y mi firma . Para los investigadores el punto culminante del debilitamiento militar de Escobar se inició el 28 de octubre del año pasado, cuando el Bloque de Búsqueda dio muerte a Tyson , el hombre que el capo había mantenido al margen de su estrategia de sometimiento a la Justicia, con la única misión de controlar el brazo armado del Cartel. Los expertos afirman que esa pérdida empujó a Escobar a la guerra. Y acudió a una vieja arma que en el pasado le dio buenos resultados: la muerte de policías. En los dos meses siguientes a la muerte de Tyson fueron asesinados 58 agentes secretos a manos de bandas de sicarios controladas por Carlos Mario Castaño Molina, El Chopo ; Carlos Alzate Urquijo, Arete y el prófugo Jhony Rivera Acosta, El Palomo . Mientras caían policías en las calles de Medellín y sus municipios cercanos, en noviembre el frente jurídico de Escobar sufrió un nuevo impase después de que el Bloque de Búsqueda retuvo al abogado Roberto Uribe. Al mismo tiempo, las capturas de Alejandro Arrieta Polanía, Boliqueso , y Romel Alexis Muñoz Mosquera, hermano de Tyson y La Quica , significaron la filtración de importante información sobre los movimientos de Escobar. Y en el campo financiero, el Cartel fue golpeado por los Galeano y los Moncada, quienes secuestraron a Guillermo Zuluaga Cuchilla , el hombre que al parecer manejaba la titulación de las propiedades que Escobar les quitó a sus socios.
Aún se desconoce el paradero de Cuchilla , por lo que las autoridades presumen que fue asesinado. Se prende la mecha lenta La muerte del sacerdote Rafael García Herreros, el 24 de ese mes, fue dolorosa para el capo que, además, empezó a quedarse sin interlocutores válidos para retornar a prisión. La ayuda al Bloque de Búsqueda era cada vez más efectiva. El sistema de delaciones arrojó nuevos resultados el viernes 27 de noviembre, cuando Jhonny Rivera, El Palomo fue localizado en una casa del barrio Calatrava de Itagí. Escobar respondió. Primero fue la explosión de un carro-bomba, el 3 de diciembre de 1992, en el estadio de Medellín al término de un encuentro de fútbol entre Nacional y Júnior. Una patrulla de la Policía fue dinamitada y diez agentes murieron. En los días siguientes estallaron otros nueve coches-bomba en esa ciudad. Los investigadores encontraron que los automotores tenían una característica particular: ninguno fue dotado con los sofisticados mecanismos utilizados por el Cartel entre 1989 y 1990. Todos detonaron por el sistema común de mecha lenta. Por esa razón las autoridades presumen que el Cartel había actuado con precipitud y ya no tenía a su servicio a los expertos en acondicionar los vehículos. Aunque la estrategia terrorista conseguía el objetivo de aterrorizar, la entrega de información a las autoridades hizo que el ala militar del Cartel recibiera golpes todos los días. Así, neutralizar la credibilidad del servicio de inteligencia del Bloque de Búsqueda y desestimular a los delatores, se convirtió en prioridad de Escobar. Entonces optó por ejecutar personalmente algunas acciones militares en un intento por demostrar que no estaba derrotado y para infundirles ánimo a los hombres que todavía hacían parte de su aparato militar. Escobar, de acuerdo con informes obtenidos por el Bloque de Búsqueda dirigió, al lado de Titi y otros veinte hombres, la destrucción de una casa que el capitán de la Policía, Fernando Posada Hoyos, utilizaba como fachada para operar contra la organización. La osada acción ocurrió el 20 de diciembre. En los días siguientes, Escobar estuvo al frente de dos retenes que unos treinta hombres suyos montaron en la vía a Las Palmas. Buscaban atraer patrullas del Cuerpo Elite para dinamitarlas.
No funcionó, pero en la retina de sus hombres quedó el hecho de que El Patrón , uno de los hombres más buscados del planeta, se hubiera atrevido a desafiar a sus persecutores. Pero pocos días después, el 30 de diciembre, se produjo el tercer golpe importante contra Escobar. Titi , el hombre que sabía lo ocurrido en La Catedral y desde entonces permanecía a su lado, cayó en manos de las autoridades por intermedio de un delator. Los fiscales sin rostro que indagatoriaron a Titi se sorprendieron por el enorme conocimiento que el delincuente tenía de la organización. Titi reveló todo lo que sabía. Contó la historia de Cuchilla y las intimidades de los múltiples crímenes que el Cartel había ejecutado entre 1988 cuando ingresó a la organización hasta ahora. Los golpes al Cartel continuaron con toda intensidad y ya en la primera quincena de enero había perdido a Juan Carlos Ospina Alvarez, Enchufe y a Víctor Giovanny Granados, El Zarco , presuntos pistoleros. También fue descubierta una base terrorista en la finca Calandaima, situada en El Poblado. El 15 de enero, en una abierta declaratoria de guerra, Escobar afirmó estar en condiciones de agrupar un comando llamado Antioquia Rebelde, para que el Gobierno le diera un tratamiento como delincuente político. En su mensaje, enviado al fiscal Gustavo De Greiff, el narcotraficante aceptó por primera vez que perdió el frente jurídico y que Bloque de Búsqueda había conseguido diezmar su brazo armado. Mis abogados han sido allanados, saqueados, encarcelados y amenazados (…) para mostrarlos como delincuentes terroristas (…) no queda otra alternativa diferente a la de descartar la lucha jurídica y emprender y asumir una lucha armada y organizada . De inmediato el Gobierno rechazó la posición del capo y la calificó de falso ropaje político . El rechazo total Escobar, afirmaron fuentes oficiales, no tenía otra vía que desatar la guerra contra el Estado. Pero no calculó que sus enemigos ya tenían en marcha un plan de exterminio. Entonces el capo quiso presionar aún más. El 21 de enero, terroristas, presuntamente liderados por Carlos Alzate Urquijo, Arete , hicieron estallar un carro-bomba con 80 kilos de dinamita en la calle 72 con carrera 7a.
La Policía, no obstante, logró un éxito. Los terroristas fueron detenidos la misma noche de la explosión. 1.500 kilos de dinamita fueron decomisados en el procedimiento. El autor intelectual: ese señor Escobar , les dijo a sus interrogadores de la Policía uno de los terroristas que aceptó cooperar con la Justicia. Sinembargo, Escobar aún mantenía en sus planes la posibilidad de entrega. Así lo manifestó el 26 de enero de este año en una carta enviada a los senadores Alvaro Villegas Moreno y Alvaro Uribe Vélez y al procurador regional de Antioquia, Iván Velásquez. En el mensaje condicionó su entrega al retiro de los comandantes de Policía de Envigado e Itagí y a la creación de una guardia de prisiones integrada por miembros de la FAC, la Armada o un organismo internacional y el agrupamiento de sesenta de sus hombres en una sola prisión. Sin olvidar su vieja disputa con la Policía, Escobar aprovechó de nuevo para acusarla aplicar los mismos sistemas que sus pistoleros emplearon tiempo atrás en la ejecución de los Galeano y los Moncada. Algunos de los familiares y amigos de quienes se sometieron de nuevo a la Justicia dijo Escobar fueron secuestrados y conducidos a la Escuela de Policía Carlos Holguín para ser mutilados o sometidos a inhumanas torturas, tales como taladros en las rodillas o en los oídos y sopletes en los testículos . El Gobierno que desde el día de la fuga fue tajante en afirmar que no había lugar a una negociación volvió a decirle al delincuente que estaba dispuesto a combatirlo a cualquier precio. No obstante, la Procuraduría se mostró dispuesta a investigar las denuncias del delincuente. Pero regresó el terrorismo. Veinte personas murieron y setenta quedaron heridas al explotar un carro bomba en el corazón de Bogotá. La opinión condenó el ataque del Cartel contra personas inermes que pasaban por el lugar. Esa era la arma con que contaba Escobar para doblegar al Estado. El sabe dice un investigador que el terrorismo genera una presión de la comunidad hacia el Gobierno, pero esta vez ocurrió diferente. La gente se volvió más solidaria . En el fondo esta apreciación se tradujo en una condena unánime a la muerte de niños y adultos como consecuencia de un acto terrorista. En la calle se hicieron
frecuentes comentarios como ruego a Dios que a los hijos de Escobar no les pase lo mismo . Esa queja de la población se tradujo en la conformación de un nuevo grupo criminal que el primero de febrero dinamitó una casa campestre de propiedad de la madre de Escobar, Hermilda Gaviria y un edificio en donde reside María Victoria Henao, La Tata , esposa de Escobar. Agrupados en Perseguidos por Pablo Escobar , (Pepes), muchos cazadores de recompensas, sicarios a sueldo y ex paramilitares respondieron los ataques con la misma arma: la dinamita. Lazos familiares Para los investigadores de la Policía los atentados eran una clara advertencia a Escobar: ahora sus familiares estaban en la mira de sus enemigos. Detrás de los Pepes estaría, según han revelado diversas fuentes gubernamentales, Fidel Castaño, el jefe de numerosos grupos de justicia privada que operan en el departamento de Córdoba y el Urabá antioqueño. Mientras la guerra se abría paso entre el Cartel y los Pepes , el Gobierno optó por subir a cinco mil millones de pesos la recompensa por Escobar. Y las delaciones también continuaban. Leonardo Rivera Rincón, Leo , lugarteniente de Arete , murió el viernes 5 de febrero en un enfrentamiento con el Bloque de Búsqueda. Cinco días después otro hombre, todavía no identificado, cayó a manos de los Pepes . Los mensajes sobre la persecución a la familia de Escobar se hicieron más claros el 11 de febrero. Siete motociclistas, todos amigos de Juan Pablo Escobar, el hijo del capo, fueron asesinados en El Retiro. Entre estos hombres cayó, además, uno de los enlaces del Cartel. En esa semana también fueron asesinados por los Pepes el comerciante Gustavo Adolfo Posada Ortiz, sindicado de hacer parte del Cartel y Rodrigo Arrieta Polanía, hermano de Alejandro Arrieta Polania, Boliqueso . Un informante le dijo al Gobierno que Escobar tenía intacto su sistema de comunicaciones y que intentaba reorganizar la guerra. Por esa razón fue suspendido el servicio de buscapersonas en Antioquia durante un mes. Así, estaba en marcha una estrategia para aislar al capo. La persecución de los Pepes , afirman los investigadores, se encaminó entonces a golpear objetos muy apreciados por Escobar. Su valiosa colección de autos, la fábrica de cerámicas de su cuñada y los apartamentos y fincas de su familia, fueron blanco de la acción dinamitera.
Ante el asedio y la posibilidad de que su familia fuera alcanzada por sus enemigos, Escobar se vio precisado a ordenar que su familia saliera precipitadamente del país. Con la cooperación de agentes del DAS el capo había logrado borrar de las pantallas el destino final de sus hijos, en un intento por evitar la persecución de los Pepes . La crisis interna del Cartel pareció llegar a un punto crítico el pasado 18 de febrero cuando Arete uno de los hombres de confianza de Escobar se entregó a la Justicia sin su consentimiento. Y lo hizo ante el temor de que el Bloque de Búsqueda lo ubicara tras la muerte de Carlos Mario Ossa Salazar, El Canoso, su más inmediato colaborador y quien le servía de enlace con Escobar. Al mismo tiempo, arreciaron los ataques de los Pepes contra los bienes del capo en El Peñol, Envigado y los barrios El Poblado y Los Conquistadores de Medellín.
Ex jefe de sicarios de Pablo Escobar: ‘No me voy a esconder como una rata’ Salud Hernández-Mora | Cómbita (Colombia) Actualizado miércoles 20/03/2013 09:59 horas El preso 007 lleva 21 años tras las rejas, los últimos diez en la cárcel de máxima seguridad de Cómbita, a unas tres horas de Bogotá. “Aquí no lo pueden matar a uno, estoy bien cuidado. Fuera soy otro gallo”. Si nada se cruza en su camino, en junio o julio, John Jairo Velásquez, quien fuera el jefe de sicarios de Pablo Escobar, autor de centenares de homicidios, volverá a pisar la calle. “Soy sobreviviente de muchas guerras, sobreviví a Leónidas Vargas (capo mafioso), un perro miserable, que murió en un hospital de Madrid, gloria a Dios. A la guerra de La Modelo (penal de Bogotá), en donde hubo 300 muertos y 100 desaparecidos (a finales de los 90, principios del siglo XXI), así que me sé cuidar. Para matarme a mí tienen que tenerlas bien puestas”. Pregunta: Le faltan vidas para pagar lo que ha hecho, en Estados Unidos estaría en el pabellón de la muerte. Respuesta: Colombia es una república bananera, aunque hay que tener en cuenta que yo me sometí a la Justicia (y obtuve rebajas). Pero si mato a 540 policías en
Miami o al que va a ser candidato a la presidencia (de EEUU) no hay arreglo. (Pablo Escobar y su gente asesinaron a candidatos presidenciales colombianos) P.: ¿La cárcel es el doctorado del criminal o puede reinsertarse? “Soy sobreviviente de muchas guerras [...] Me sé cuidar” R.: Aquí hay unos planes del Inpec (Instituto Penitenciario), he hecho unos diplomados. Tengo 50 años, estoy preparado para ser el bandido más grande de Colombia y darle un vuelco a la mafia para regresar a los tiempos de antes, y si usted me falló, mato a toda la familia. Pablo Escobar decía: “Un bandido que quiera ser un bandido completo tiene que hacer un año de cárcel cada diez años”. Yo llevo Magister. Pero tomé la decisión, me dieron la oportunidad (de reinsertarme), les dije a unos niños que vinieron a Cómbita que no es bueno matar. Estudien, consigan un empleo bueno y van a disfrutar su casita así sea humilde. P.: Ningún mafioso que sale de la cárcel vive mucho. R.: Hay una cosa muy clara, estoy retirado del crimen, pero si yo veo que vienen tres tipos a matarme, les doy más plomo que mi Dios paciencia. Tampoco me voy a esconder como una rata, yo salgo a la calle y me como mi helado, mi cerveza fría cuando pase la condicional… Me sé cuidar. Y yo a la muerte no le tengo demasiado miedo, prefiero morir en una lluvia de balas que enfermo, tirado en una cama, porque yo realmente estoy solo. P.: ¿No tiene contacto con su familia? R.: No, yo no hablo con mis hermanos, están desconectados conmigo, son profesionales, llevan sus vidas. Mi papá murió hace un año, lo mató un carro; mi mamá tiene Alzheimer. Y mi hijo tiene 18 años y vive en Estados Unidos. P.: Vuelvo a lo de antes, tarde o temprano a los que salen de la cárcel los matan. “Estoy retirado del crimen, pero si yo veo que vienen tres tipos a matarme, les doy más plomo” R.: Ningún otro bandido en el mundo fue capaz de enfrentar al Estado como Pablo Escobar, pero no lo enfrentó solo, los que salíamos a matar éramos nosotros. Teníamos encima a los Pepes (perseguidos de Pablo Escobar, otros matones aliados con autoridades), la Infantería de Marina, los ingleses, a los israelíes, a los americanos… Todo el mundo dice que son bobos, ¡las huevas! Esa gente es jodida. Si fui capaz de defenderme en esa época, puedo defenderme ahora. Yo no tengo lastre, no tengo mujer, no porque sea homosexual, como dijo Santofimio (político colombiano, asesor de Pablo Escobar), le dije, présteme su mujer y verá. P.: ¿Dónde residirá? Nadie querrá ser su vecino y todos lo conocen.
R.: La gente me saca muy fácil aquí en Cómbita, pero mucha gente del común no ve ni televisión ni lee periódicos. Y si estoy en la calle y me dicen ‘Popeye’, yo le digo: “ese no soy yo”. P.: Si me toca ser vecina de usted, que asegura que puede ser muy malo o muy bueno, ¿con cuál John Jairo me voy a encontrar? R.: A mí me dio un golpe la vida muy duro. Yo le salvo la vida al miserable de Juan Pablo (hijo de Escobar) y ahorita ese hijodeputa es enemigo mío. Yo no vuelvo a tener causa, yo no vuelvo a pelear por nadie. Esa vecina se va a encontrar siempre con el bueno. P.: ¿De qué vivirá? Si tiene una guaca (escondite de dinero) ya se la comieron las ratas. R.: Yo no soy rico pero tengo de qué comer. Y además encontré un tesoro más grande, más que el oro o un Mercedes Benz: llegar a una pastelería y comerme el pastel que quiera, tomarme un vaso de leche helado, tener el control de la luz… Aquí el guardián, llegan las ocho y la apaga, estoy leyendo y no puedo decirle nada. P.: Pero si me lo cruzo por la calle, no estoy segura de que no se le cruce un cable. R.: Psicología del penal. Me han entrenado para que haga la fila para pagar los servicios y si alguien se cuela, tengo que saber manejar la situación, si alguien me estruja o me dice viejo marica, tengo que manejarlo. Si voy en mi automóvil y me choco… Yo primero mataba porque estaba lleno de odio, pero ya no, no se puede. “A mí me apenan los delitos sexuales y no tengo”. P.: En 21 años de cárcel, ¿cuál fue su peor compañero? R.: Yo he conocido porquerías, pero el peor fue Rodrigo Granda, mal compañero, mal elemento, un miserable. Granda (comandante de las FARC) me odiaba porque yo soy testigo del tráfico de drogas de Pablo con Raúl y Fidel Castro. ¿Sabe por qué lo odio yo? Un día, una guerrillera mandó una carta de Valledupar, ‘camarada, no tengo ni para las toallas higiénicas (compresas)’. Averiguó quien tenías toallas en el pabellón (los presos guardan cosas femeninas para las visitas conyugales) y se las mandó en un sobre. Ella esperaba que le pusiera sus 500.000 pesitos (unos 200 euros), como nosotros en la mafia. Yo a esta tetrahijodeputa guerrilla no le jalo. P.: ¿Qué crimen le dio vergüenza confesar? ¿Quizá uno dónde muriera una niña? R.: No, realmente yo nunca he tenido recato. A mí me apenan los delitos sexuales y no tengo. P.: ¿Era un trabajo y punto?
R.: Era un trabajo. Me mandaban matar a una señora y estaba embarazada, hubo que matarla porque esa señora estaba entregando a Pablo Escobar, iba contra mi líder. Yo no estaba mirando el embarazo si no que quedó muerta. P.: ¿Usted sólo veía un sapo (soplón)? R.: Sí, veía un sapo. Pero que diga el patrón: vaya a matar a ese niño y yo mirarle a los ojos e ir a dispararle a la cabeza, no, de eso no soy capaz yo. Tampoco de matar un sacerdote. Una vez íbamos a matar al obispo de Medellín, que estaba a favor de la extradición, y el patrón me llamó a mí y le dije: “Naranjas, a mí esa sangre de cura no me gusta, yo soy muy rezandero”. P.: En la Comuna 13 de Medellín da una patada y sale una ONG, pero da otra y sale un niño que quiere ser sicario. R.: La violencia intrafamiliar es la escuela de sicarios, la madre de toda la violencia en Medellín. Tienen que trabajarla y gastar en educación o a los ricos de Medellín los van a colgar en los semáforos. P.: Usted achaca responsabilidad a los consumidores de drogas. R.: Le dije a un danés que me entrevistó y consumía coca: “Usted es un asesino porque compraba el gramo a 100 euros para que yo matara aquí. Los dos somos asesinos, papito ¿oyó? Estoy encanado (preso), usted está libre pero está sucio. Si no compra, no hay nada, si a mí no me pagan, no mato”. P.: ¿Sabe? Yo escribiré su obituario. R.: (Risas) Está bien, pero yo muero con valor, no soy un cobarde, yo peleo.
Fantasma de Pablo Escobar todavía persigue a Colombia MEDELLIN, Colombia (Reuters) – Todas las mañanas, Adela Galeano enciende un cirio blanco y coloca rosas frescas en el altar de su dormitorio dedicado a sus tres ángeles de la guarda: La Virgen María, el Niño Jesús y el desaparecido rey de la cocaína Pablo Escobar. “El pudo haber hecho muchas cosas malas pero a nosotros nos dio esta casa a cambio de nada y por eso aquí es un santo”, dijo Galeano, una mujer de 56 años que vive en una pequeña casa de ladrillos con su marido desempleado y sus siete hijos mayores.
Este sábado se cumplen siete años desde que Escobar fue abatido por una unidad de élite de la policía, pero su memoria vive aún en las mentes de muchas personas que consideran que el antiguo jefe del narcotráfico fue un Robin Hood colombiano. Incluso hay quienes se niegan a creer que esté muerto. Es tanta la gente que visita su tumba para dejar flores y sacarse fotografías que la gerencia del cementerio tiene que cambiar frecuentemente la hierba que la rodea, y son miles las personas que peregrinan a los lugares donde vivió o estuvo encarcelado. Desde la tumba, Escobar sigue siendo motivo de polémica. Este mes, el encarcelado hermano de Escobar acusó al ex presidente peruano Alberto Fujimori de haber recibido un millón de dólares procedente del cartel de Medellín para financiar su primera campaña electoral hace 10 años, algo que Fujimori negó. También este mes, Amnistía Internacional urgió a Estados Unidos que investigue recientes reportes de prensa que vinculaban a la Dirección de Lucha contra la Droga (DEA) con un oscuro grupo de pistoleros llamados los Pepes, o Perseguidos por Pablo Escobar, involucrados en la caída final del capo. Y el grupo Human Rights Watch pidió esta semana al gobierno de Colombia que no retire la protección de una ex jueza que fue amenazada por Escobar en 1988, alegando que, aunque muerto, Escobar todavía podía cumplir su advertencia de dejarla “sin antepasados ni descendientes en tu árbol genealógico”. Apodado “El Patrón”, Escobar pasó de ladrón de lápidas a monarca absoluto de un imperio multimillonario. Aterrorizó a Colombia con una feroz campaña de bombas que mató y mutiló a cientos de personas. Pero también regó su viejo vecindario con regalos, construyendo casas y campos de fútbol para los pobres. Su muerte fue celebrada con júbilo por la DEA y las autoridades antidrogas de Colombia, que pensaron que habían dado un golpe mortal al narcotráfico en este país sudamericano. Pero siete años depures, una nueva generación de narcotraficantes más pequeños y sofisticados ocupó el vacío dejado por Escobar y hoy Colombia es el primer productor mundial de cocaína, con unas 520 toneladas al año. UNA VIDA DE VERDADES Y FABULAS Como otros grandes criminales del siglo, la vida y muerte de Escobar son una combinación fabulosa de verdades y fábulas.
Su padre era campesino y su madre maestra de escuela, pero para su muerte, a los 44 años, Escobar había acumulado una fortuna valorada en 3.000 millones de dólares. Su fantástica ascensión desde la pobreza fascinó a muchos en Colombia, donde la mitad de la población vive en la miseria y la corrupción generalizada y estrictas divisiones de clase social son motivo común de frustración. Mientras era perseguido por la policía y la DEA, Escobar alardeó durante una entrevista clandestina con una emisora de radio que quería vivir hasta el año 3047. Su vida de lujos fue legendaria. Se decía que había comprado un flota de aviones, 200 apartamentos en Miami y un zoológico privado en una finca cerca de Medellín con llamas, camellos, canguros e hipopótamos. Escobar se convirtió en miembro del Congreso y construyó un vecindario de 500 casas en un antiguo basurero en las colinas de Medellín bajo un programa que bautizó “Medellín Sin Tugurios”. El vecindario es conocido hoy como “Barrio Pablo Escobar.” Su sencilla tumba es visitada a diario por turistas y antiguos colaboradores, quienes se detienen ante ella para tomarse una fotografía junto a la lápida con la foto de Escobar y un epitafio que dice: “Mientras el Cielo exista, existirán tus monumentos y tu nombre sobrevivirá como el Firmamento”. Cada aniversario, sus admiradores contratan Mariachis para que canten sobre la tumba la melodía preferida de “El Patrón”: ”Sigo Siendo el Rey”. “Tenemos unas 50.000 almas pero la mayoría de la gente pregunta por la tumba de Pablo”, dijo Adriana Martínez, directora del cementerio Jardines Montesacro. “Mucha gente que viene a enterrar a sus seres queridos dicen: ‘Vamos a ver la tumba de Pablo ya que estamos aquí’. Y hay especulación que él no es quien está enterrado ahí, sino que está vivo en algún lugar”. Para Jhon Fredy Gaviria es un castigo que su hermana acabara enterrada junto a Escobar. “Mucha gente viene a ver a Pablo y nos pisan las flores”. EL MITO DE EL DORADO DE ESCOBAR Después de entregarse a la justicia en junio de 1991, Escobar pasó un año en la lujosa cárcel de La Catedral, cerca de Medellín, donde los guardias le servían tragos durante sus fiestas. Hoy todo lo que queda de La Catedral es el esqueleto de un edificio cubierto de graffiti, a donde suben turistas con niños para hacer picnic entre las ruinas, jugar
cartas o disfrutar de las maravillosas vistas del valle y la fragancia de los eucaliptos. Tras su fuga, los vecinos derribaron la cárcel ladrillo por ladrillo debido a los rumores de la existencia de enormes fortunas escondidas en su interior. “La gente se llevó los baños, las tubería, las baldosas”, dijo Alvaro David, dueño de una tienda. “Yo subí alguna vez pero nunca encontré un peso”. Daniel Otero, un promotor que está construyendo una residencia campestre llamada “Ciudadela de Sueños” cerca de la vieja cárcel, dice que reciéntemente vió un helicóptero lleno de periodistas japoneses aterrizar en el lugar. “Todas esas historias de que Escobar está vivo son mitos. Pablo Escobar está muerto y ahí no hay nada que ver”. Pero no todos opinan igual. Fabio, un obrero al que le faltan los dientes frontales, dijo que le gusta dormir de vez en cuando en las ruinas de La Catedral para estar más cerca del fantasma de Escobar. “El Patrón era un buen hombre”, dijo mientras fumaba un cigarrilo de marihuana.”Me gusta venir aquí porque se que está vivo en algún lugar. Lo puedo sentir entre estas paredes”.
Germán Castro Caycedo, sus encuentros con Pablo Escobar german_castro_caycedoEl escritor y periodista acaba de lanzar su libro Operación Pablo Escobar. Es el relato de una decena de entrevistas que el capo le concedió desde la clandestinidad, y que ahora se suma a la oleada de series de televisión y documentales sobre el narcotraficante, que se transmiten en este momento. Germán Castro Caycedo sigue dedicado a lo que siempre ha hecho: escribir crónicas e historias periodísticas. La que acaba de lanzar, Operación Pablo Escobar, surgió a partir de su experiencia como investigador y la preocupación de mostrar las dos caras de la moneda del narcotráfico en el país. Después de 20 años de haber iniciado este proyecto, hoy, desde su estudio de trabajo en el norte de Bogotá, recuerda la manera cómo lo armó. La primera parte de su nuevo libro es un relato construido a partir de las charlas con el coronel retirado de la Policía, Hugo Aguilar, el hombre que dio de baja a Pablo Escobar Gaviria el 2 de diciembre de 1993. “Es la historia narrada con cada
uno de los detalles de la persecución al capo durante tres años largos, cuando se organizó el Bloque de Búsqueda y su cuerpo élite de 40 integrantes”, dice el escritor. Y la segunda parte, se nutre con la decena de entrevistas que Germán Castro alcanzó a hacerle a Escobar en diferentes lugares de Medellín, antes de que se iniciara la guerra entre carteles, “cuando explotó el carro bomba con 40 kilos de dinamita frente al edificio Mónaco, supe que no era prudente continuar con esos encuentros”, dice. ¿Cómo evitar caer en la apología de un criminal? -La apología está ligada al moralismo. Pero, en todo caso, el libro se narra desde el lado de la ley. El coronel Aguilar comienza su historia diciendo: “Llegamos a Medellín, y al poco tiempo encontramos que todo el Ejército estaba a sueldo de Pablo Escobar”. Ahí se evidencia una violencia que la gente no se puede imaginar. Son episodios que dan cuenta de la búsqueda de la Policía a Escobar durante dos años. Después, su entrega y permanencia de un año en una cárcel que él mismo construyó a su gusto, en un terreno estratégicamente ubicado. Y luego, su fuga y posterior persecución que se extendió por más de tres años, tiempo en el que la Policía decomisó los 1.700 fusiles AK47, con los que se mataba a la gente en las calles y en los parques de Medellín. ¿Cuándo conoció a Pablo Escobar? -En 1982, en el Congreso de la República, cuando era Representante Suplente a la Cámara por el movimiento Alternativa Popular. En ese momento, le propuse que me contara su vida, pero solo tres años después me decidí a llamarlo al teléfono que me había dado y ahí estaba Faber, el hombre que siempre contestaba sus llamadas. ¿Cómo fueron sus encuentros? -Como Escobar tenía tanta información, ya que manejaba toda la delincuencia de Antioquia, yo necesitaba un método para poder hacer sistemáticas las entrevistas. Concertamos citas cada quince días en Medellín. Yo llegaba al hotel, me recogían a las 9:30 de la noche, me llevaban a una de las casas donde él se escondía, y hablábamos hasta la cinco de la mañana del día siguiente. ¿No dormían? -Los bandidos no duermen de noche y en ese momento era cuando Pablo más se amarraba los zapatos. Nunca lo vi descalzo, siempre estaba como en un partidor, listo para huir en cualquier momento. ¿Cómo logró que le hablara durante tantas horas? A él le interesaba que escribieran sobre su vida. Me preguntó una noche: “¿Cómo se llama esa frase que encabeza los libros”. Acápite, le contesté. “Le voy a dar el acápite para su libro”, me dijo. “Yo soy todo lo que quise ser. Un bandido”. Y es el título del segundo capítulo del libro. ¿Cuál es la intención de Operación Pablo Escobar? -La misma de todos los libros que he escrito hasta ahora. Lo primero que me enseñaron es que el periodismo
tiene que ser equilibrado y preciso. La intensión de los periodistas siempre debe ser contar lo que pasa. ¿En qué está trabajando ahora? -En lo que me gusta hacer. Estoy escribiendo crónicas para El Colombiano. La primera se publicó el domingo 25 de junio y está dedicada a la cría de búfalos en La Dorada, Caldas. Ya tengo planeada la próxima entrega con el tema de la importante labor de la aviación en la lucha antiguerrilla en Colombia. El acuerdo con el diario es publicar una historia cada mes.
La guerra de los carteles El cartel de Cali era una especie de cooperativa de 12 o más grupos de traficantes. Tenía una jerarquía de mando más firme que la del cartel de Medellín, métodos empresariales más modernos y había evitado enfrentarse violentamente con el Gobierno. Por Manuel Salazar Salvo A fines de los años 80, Colombia se convulsionaba en una lucha fratricida. Los carteles de Medellín y de Cali no se daban tregua, sembrando calles y caminos de explosiones y muertos. La policía, el Ejército y varias de las agencias de inteligencia de Estados Unidos redoblaban sus esfuerzos para frenar la violencia y detener el creciente tráfico de drogas hacia las principales capitales del mundo (ver Capítulo IV, “El debut de los colombianos”, LND del 15 de abril de 2007). El 18 de agosto de 1989 fue asesinado el político liberal Luis Carlos Galán, el favorito para ser el próximo Presidente. En los días siguientes se realizaron cientos de allanamientos y se detuvo a diez mil personas, mientras Washington ofrecía enviar tropas, inquieto, además, por el poder de fuego de las guerrillas de izquierda y las bandas de ultraderecha, que empezaban a forjar alianzas con los narcos. Pablo Escobar Gaviria, el jefe del cartel de Medellín, advirtió que morirían diez jueces por cada colombiano extraditado a Estados Unidos. A fines de septiembre, el embajador norteamericano agregó leña al fuego al entregar una lista de 12 senadores y diputados vinculados al narcotráfico. El senador Juan Slo declaró: “Todo el que en Colombia haga política, directa o indirectamente está vinculado con el narcotráfico. Todos hemos recibido ayuda de los narcos y todos nos hemos sentado en los clubes al lado de ellos”. El 6 de diciembre, un camión con una tonelada de dinamita explotó en Bogotá, junto al cuartel central de la policía secreta, el Departamento Administrativo de
Seguridad. El atentado dejó 40 muertos, más de mil heridos, decenas de automóviles destruidos y un edificio de 12 pisos en ruinas. Entre 1985 y 1990, en Medellín, una ciudad de 2,2 millones de habitantes, hubo más de 23 mil asesinatos. En 1990 se registraban 20 muertes diarias por armas de fuego, y sólo entre abril y agosto fueron asesinados más de mil jóvenes y 300 policías. El país entraba en una espiral sangrienta que nadie podía detener. Escobar, en tanto, comenzaba a perder la batalla contra los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, los capos del cartel de Cali, por el control de los mercados internacionales de la cocaína. La organización caleña había logrado establecer acuerdos con las mafias italianas para abrir rutas de distribución a través de España, Portugal, los Países Bajos, Checoslovaquia y Polonia. La agencia de control de drogas norteamericana, la DEA, calculó que en 1990 ingresaron cerca de 180 toneladas de cocaína a Europa. Y si en 1984 se incautaron 900 kilos de cocaína en todos los países del Viejo Continente, en 1990 la cifra había subido a 17 toneladas. Los análisis de Interpol explicaban el interés de los colombianos por ingresar a Europa: en 1990, un kilo de cocaína costaba entre 11 mil y 23 mil dólares en Estados Unidos, entre 27 mil y 35 mil en España, y entre 41 mil y 94 mil dólares en Alemania. La DEA también sabía que los hermanos Rodríguez Orejuela tenían cerca de tres mil funcionarios en todo el mundo, muchos en calidad de “células dormidas”. “Los miembros de una célula no saben lo que hacen los integrantes de otra. Para cada tarea hay designadas distintas personas. El cartel manda a alguien a un lugar del mundo y le encarga abrir un negocio legal. Esa persona se queda allí y espera su misión. Quizá su única labor sea la colaboración positiva. Hemos confiscado libros donde se explica cómo tienen que actuar los residentes. Deben alquilar una casa, levantarse por las mañanas, ir al trabajo, cortar el pasto los sábados, saludar a los vecinos, etc. Llevar una vida lo más normal posible, pero en algún momento su negocio servirá para contrabandear drogas o blanquear dinero. Operan como agentes de un servicio secreto, y a veces pertenecen a la organización durante cinco o diez años antes de entrar por primera vez en acción”, explicaba por ese tiempo un agente de la DEA a periodistas alemanes. El cartel de Cali era una especie de cooperativa de 12 ó más grupos de traficantes. Tenía una jerarquía de mando más firme que la del cartel de Medellín, métodos empresariales más modernos y había evitado enfrentarse violentamente con el Gobierno. En vez de los pequeños aviones y lanchas que utilizaban los traficantes de Medellín, los de Cali preferían vías más lentas pero más seguras, como los
embarques marítimos de café, chocolates, madera y frutas. Las estructuras de distribución y venta estaban rigurosamente controladas para evitar la infiltración de informantes, y los posibles compradores tenían que ser aprobados personalmente, previo depósito de una cuantiosa fianza. Álvaro Guzmán, un sociólogo de la Universidad del Valle de Cali que seguía de cerca las evoluciones del cartel, definía sus diferencias con el cartel de Medellín: “Uno es el capitalista salvaje representado por Pablo Escobar, que tiene su propio ejército y se cree dueño del país. El otro, el de Cali, es el gerente moderno, que trata de acomodarse con el poder político y que opera dentro del Estado igual como la Mafia en Estados Unidos”. Una fuga y dos versiones Al promediar 1991, el Presidente colombiano, César Gaviria (1990-1994), declara que la guerra se ganará o perderá en la justicia, y crea un sistema especial de “jueces sin rostro”, protegidos de amenazas y sobornos. También ofrece a los narcos rebajar sus penas y les garantiza que no serán extraditados. La condición es que se entreguen, confiesen sus crímenes y devuelvan las ganancias mal habidas. El 19 de junio de 1991, Pablo Escobar acepta la oferta y se entrega a la justicia con 14 de sus principales lugartenientes, pero pone como condición ser llevado a La Catedral, una prisión que él mismo se había construido en Envigado, su localidad natal. La opinión pública se divide: unos creen que se ha cedido ante los criminales; otros consideran que es una salida para terminar con tanta violencia. Washington, por su parte, decide aumentar la presión. Una investigación del Senado norteamericano denuncia que en la isla caribeña de Antigua, mercenarios británicos e israelíes han estado entrenando a los “soldados” del cartel de Medellín en tácticas y operaciones terroristas. Casi un año después, el 22 de julio de 1992, tras pagar 1,5 millones de dólares en sobornos, Escobar y sus hombres se fugan de La Catedral, eludiendo un férreo cerco de policías y militares. En las inmediaciones les esperan más de 70 esbirros, armados incluso con cohetes tierra-aire. En los minutos siguientes se pierden en la selva. Dos versiones intentan explicar la huida: una señala que fuerzas de elite del Ejército norteamericano intentarían secuestrar a Escobar; la otra apunta a una rebelión del segundo mando que había quedado a cargo del cartel. En cualquier caso, un día después, “Dakota”, vocero de Escobar, anuncia en Radio Caracol: “La guerra ahora será a fondo, contra nuestros enemigos de Cali y contra los altos dignatarios del Gobierno”.
Cientos de sicarios salieron a las calles en sus motos a cazar policías. Los jefes militares del cartel de Medellín pagaban con gruesos fajos de dólares por cada uniformado muerto. En tanto, Los Pepes (Perseguidos por Escobar), una organización formada por el cartel de Cali, también ofrecía elevadas sumas de dinero por las cabezas de los lugartenientes del capo de Antioquia. Las víctimas se contaron por cientos en el año 1993. Finalmente, el 2 de diciembre, a los 44 años de edad, Pablo Escobar fue abatido en su refugio, tras ser sorprendido por una unidad militar de elite que seguía sus pasos. El período más cruento de la guerra de los carteles llegaba a su fin. El de Medellín entraba en una etapa de dispersión. El de Cali, en cambio, aunque algo dañado, mantenía casi intactas sus estructuras. No obstante, en ese momento se inició un proceso de dispersión de las organizaciones criminales colombianas que se agudizaría hasta inicios del siglo XXI. Cuatro nuevos carteles habían ya crecido a la sombra de la lucha entre Escobar y los hermanos Rodríguez Orejuela, los de la Costa, de Bogotá, de Pereira y de Villavicencio. El diablo pasa la cuenta El 7 de agosto de 1994 asumió como Presidente de Colombia el liberal Ernesto Samper. Cinco meses después, en enero de 1995, el Mandatario fue acusado de haber financiado su campaña con aportes del cartel de Cali. El escándalo se agravó cuando se supo que el jefe policial a cargo de las fuerzas que perseguían a los Rodríguez Orejuela, el coronel Carlos Velásquez, había sido filmado en un motel en brazos de una supuesta informante, en verdad una infiltrada de la agrupación mafiosa. En mayo, una denuncia periodística dejó en evidencia que el cartel de Cali pagaba los gastos de decenas de personajes públicos que frecuentaban uno de los hoteles más lujosos de Cali. Parlamentarios, jueces y funcionarios estatales, además de figuras de la televisión y del espectáculo, disfrutaban de fiestas y banquetes a cuenta de los narcotraficantes. En agosto, la corrupción salpicó a quien había sido contendiente de Samper, el conservador Andrés Pastrana Arango, quien sería años después Presidente de la República (1998-2002) y más tarde, a partir de 2005, embajador de Colombia en Washington. Los esfuerzos de la DEA para acabar con el cartel de Cali tuvieron su recompensa en 1995. El 9 de junio cayó Gilberto Rodríguez Orejuela; el 19 de junio, Henry Loaiza Ceballos; el 24 del mismo mes, Víctor Julio Patiño Fomeque, responsable de los embarques; el 4 de julio, José Santacruz-Londoño, el número tres, y el 6 de agosto, Miguel Rodríguez Orejuela.
Pese a ello, la producción de drogas se mantuvo, sumándose incluso miles de hectáreas dedicadas al cultivo de adormidera para elaborar heroína. Los capos de Cali seguían dirigiendo el tráfico desde prisión. Y mientras los tentáculos de los carteles seguían extendiéndose hacia todos los continentes, las semillas de corrupción que habían plantado durante años empezaban a florecer en todas las esferas del acontecer local. En enero de 1996, el ex jefe de campaña y ex ministro de Samper, Fernando Botero, reconoció la relación con el cartel de Cali. Enseguida, los 15 principales gremios empresariales del país pidieron en una declaración pública la renuncia del Mandatario. Se supo entonces que el Jefe de Estado se había reunido cuatro días antes de su elección con emisarios de los Rodríguez Orejuela. La ley colombiana establecía un máximo de cinco millones de dólares para gastar en las campañas presidenciales; Samper había dispuesto de 18 millones. En mayo, un nuevo escándalo cayó sobre el Gobierno cuando la Fiscalía General de la Nación ordenó el arresto del procurador general, Orlando Vásquez Velásquez, ex ministro del Interior, ex embajador en Chile y ex senador. Vásquez fue acusado recibir dinero y dádivas del narcotráfico. Por el mismo proceso estaban detenidos Botero, siete congresistas liberales y varios otros dirigentes. Ese mismo mes, el Instituto de Medicina Legal entregó un nuevo balance trágico: en 1995 se habían registrado 39.375 muertes violentas, una cada 20 minutos, 70 al día. De ellas, más de 30 mil correspondían a homicidios. El 11 de julio, la Casa Blanca decidió cancelar la visa para viajar a Estados Unidos a Samper, “por proteger los intereses de los carteles de la droga”. Y cuando el gobernante aún no terminaba de protestar, el 20 de septiembre la policía descubrió tres kilos de heroína ocultos en el avión presidencial, poco antes de que despegara hacia España para una visita oficial. Armas desde Ecuador Con 70 mil hectáreas de cultivo, Colombia desplazó a mediados de los ’90 a Bolivia como segundo productor mundial de hojas de coca, y se ubicó detrás de Perú. Esas plantaciones le permitían producir entre 500 y 700 toneladas anuales de cocaína. Los cultivos de amapola, por su parte, ocupaban 20 mil hectáreas, situándose como el primer productor latinoamericano, por encima de México y Guatemala. Los cultivos de cannabis, estancados desde fines de los años 70, repuntaron de manera explosiva. La detención o rendición de la mayoría de los líderes de los carteles de Medellín y Cali dejó paso a medio centenar de organizaciones de mediana importancia, a las que había que sumar unas dos mil empresas familiares dedicadas al tráfico de estupefacientes.
Al mismo tiempo, las guerrillas, enfrentadas al aislamiento internacional como resultado del derrumbe de los regímenes comunistas y sin posibilidad de alcanzar el poder, optaron por mantenerse mediante los recursos generados por las drogas. Enfrentadas a ellas, los grupos paramilitares de extrema derecha, apoyados a menudo por el Ejército, colaboraban estrechamente con los narcotraficantes. Lo que en Colombia llaman “paramilitarismo” se organizó de manera muy estructurada en torno a dos familias: los Castaño y los hermanos Carranza. Carlos Castaño era el líder de la Autodefensa de Córdoba y Urabá, aliados del cartel de Cali y con creciente dominio en la zona norte del país luego de los golpes sufridos por la organización de los Rodríguez Orejuela. Su organización asumió la dirección de las principales bandas criminales y la industria del secuestro de Medellín. Los Carranza, por su parte, propietarios de minas de esmeraldas y de grandes explotaciones ganaderas, pasaron a controlar parte del centro de Colombia. La unión de estos dos grupos formó un cinturón de control político y administrativo desde la región amazónica, en las fronteras con Venezuela y Brasil, hasta la costa atlántica. Esa situación permitió a los Castaño y a los Carranza apoderarse de unos 3,5 millones de hectáreas, casi un tercio de las mejores tierras agrícolas del país. Los Castaño planearon entonces construir un proyecto político contrainsurreccional de extrema derecha, para lo cual disponían del apoyo de sectores políticos y empresariales colombianos. De todas los nuevas organizaciones que irrumpieron en la escena colombiana, la más importante pasaría a ser el cartel del Norte del Valle, asentado en el valle del Cauca, al suroeste del país, y dirigido por los hermanos Orlando y Arcángel Henao, a la cabeza de un temible ejército de pistoleros y que declaró una guerra sin cuartel a los hermanos Rodríguez Orejuela después de que éstos se rindieran. La entronización de los Henao se vio facilitada por la alianza con el grupo paramilitar dirigido por Carlos Castaño. Su influencia militar, que se extendía ya a todo el noroeste de Colombia, se amplió a gran parte del litoral del Pacífico, de la frontera con Panamá a la de Ecuador. Por lo tanto, las rutas de exportación de cocaína y marihuana hacia Estados Unidos y Europa tuvieron menos obstáculos que franquear. Asimismo, las armas llegaban a los paramilitares y a los narcos por las mismas rutas, especialmente desde Ecuador. El Gobierno de Samper toleró las actividades de Carlos Castaño y los pistoleros del cartel del Norte del Valle en la medida en que, con el apoyo del Ejército, hacían frente a las guerrillas y, de manera general, a todas las manifestaciones de oposición de izquierda.
Casi sin darse cuenta, los políticos colombianos, cada vez más comprometidos con las organizaciones criminales, sirvieron la mesa a fines del siglo XX para que los paramilitares de derecha y los guerrilleros de izquierda empezaran a controlar la producción de drogas, las rutas y los laboratorios. Los viejos traficantes, en tanto, empezaban a blanquear sus dineros, invirtiendo en los países vecinos, en las costas del Mediterráneo y en las más grandes transnacionales del planeta. LND
Manuela, la hija del Patrón, enfrenta su propio drama Pablo Escobar y Manuela EscobarEl periodista antioqueño José Alejandro Castaño vivió durante más de quince días con los Escobar en Buenos Aires, Argentina. Estuvo con María Victoria Henao y sus dos hijos, Juan Pablo y Manuela. Los acompañó en la vida cotidiana y se acercó a la hija de Pablo Escobar, quien tenía diez años cuando vivió al lado de su papá la huida de caleta en caleta. Manuela es una mujer atormentada por recuerdos de infancia, que la atropellan porque independientemente de cualquier cosa, Pablo Escobar, el bandido, era su padre. Y Manuela era para él su princesa. De allí el nombre del libro: ‘Cierra los ojos princesa’, editado por Icono Editorial. He aquí un capítulo de una historia real recreada por la pluma de Castaño, un paisa que nació en las Comunas y vivió en carne propia la toma del narcotráfico de las clases populares de Medellín. Eso le dijeron. Que morirse es irse. Y su padre se había ido lejos, lejos como Pascual. Es que la vida también puede ser cruel como en los cuentos de hadas, y aunque no lo parece, los dragones sí existen y son malos, y se llevan a los reyes para separarlos de sus princesas; pero, tranquila, mi niña: de todas maneras, cuando mueren, los reyes se van a su cielo privado, uno muy bonito y elegante, el cielo más lujoso, y allí viven esperando a sus princesas, y mientras tanto juegan parqués y comen helados, y ven caricaturas y montan a caballo. Los caballos del cielo tienen alas y son blancos, de crines largas. Un tiempo atrás, ella, su madre y su hermano hicieron un viaje. Se fueron a una tierra más allá del mar. Dieron vueltas en un aeropuerto, escoltados por muchos hombres. A ella la cubrieron con una chaqueta y le dijeron que era una capa mágica para hacerla invisible. Subieron escalas, bajaron, volvieron a subir, todo el tiempo rodeados de hombres, tropel de pasos, centelleo de cámaras. Tú nunca estarás sola,
debes acostumbrarte a gente a tu alrededor, pero no confíes. Nunca confíes. La niña alzaba los bordes de la tela que la cubría y miraba afuera. Su hermano también se ocultaba, y su madre, procesión de cuerpos sin cabeza. Entraron a un avión. Todo cesó. El aire adentro olía a café. Les dieron galletas y luego salchichas. Pronto se durmió. Ella recordaría años después, en consultorios de sicólogas a las que tenía prohibido contarles toda la verdad, que el resto de ese viaje ocurrió muy despacio, como en fotos. Cuando despertó ya habían cruzado el mar. Llovía. Estaba amaneciendo. Unos hombres los esperaban. Tenían las manos frías. Llevaban uniformes. Eran altos. Parecían molestos. Ella se asustó y quiso llorar. Una mujer le dio un bombón de chocolate, después le regaló una muñeca. Los subieron a un carro con luces rojas que titilaban sobre el asfalto húmedo. Llegaron a un cuarto. Su madre estaba ahí, podía verla a través de un vidrio pero no la escuchaba. Movía los brazos. Mostraba unos documentos. Se llevaba las manos a la cabeza. Parecía que gritaba. Su hermano estaba en otro lugar. No sabía dónde. El siguiente recuerdo es de nuevo en un avión, de regreso a donde todo comenzó. No los habían dejado entrar a ese país, ni a ningún otro, quién sabe por qué. Su madre leía la Biblia en silencio. Su hermano estaba a su lado. Él siempre estaba a su lado, así en la tierra como en el cielo. Era mayor cinco años. Tenía un peinado a la moda en forma de hongo. La madre le hacía fiestas con muchos comensales. Les decían comensales porque todos comían. La condición era que debían vestirse de un mismo color escogido por ella. Le hizo la fiesta azul, la roja, la blanca, la rosada, la amarilla, la fucsia, la negra en Halloween, la verde cuando el equipo de fútbol al que su papá le pasaba dinero ganó una copa internacional y los jugadores llegaron a la fiesta en limusinas pintadas de blanco y verde. Cada cosa debía ser del mismo color: los vasos para el helado, los manteles, la cubierta del pastel, los globos, el uniforme de los músicos, los listones alrededor de las copas, los vestidos de los papás de los niños invitados, hasta las aleluyas que caían de las piñatas, de las que también solían caer fajos de dinero envueltos en cintas del mismo color de la fiesta. En la época feliz, cuando el padre aún no había comenzado la guerra contra los ejércitos del otro reino, su madre hacía tantas fiestas que parecía que los colores iban a agotarse. Entonces, para no repetirlos, se ideó combinaciones que dieron lugar a un arcoíris de la alegría. La señora era una artista, decían todos, y celebraban sus ocurrencias aunque los guardarropas se les llenaran poco a poco de trajes de payaso que jamás usaban otra vez. En el aeropuerto volvieron a cubrirla para hacerla invisible.
De nuevo tropel de pasos, centelleo de cámaras. Voces, maldiciones, puertas que se abrían, que se cerraban, ruido de sirenas. Llegaron a un castillo. Había soldados afuera y dos tanques de guerra, uno a cada lado de la calle. Pasaban helicópteros, temblaban los vidrios. Adentro había alfombras rojas y floreros con girasoles marchitos; en las paredes, cuadros de generales con medallas de antiguas batallas en las que fueron héroes, o algo así. Era un hotel. Quedaba en el centro de la capital, en esa era la de ella ni la de su madre ni la de su hermano; tampoco la de su padre, al que oyó decir que la odiaba por triste, por lluviosa, por fría, porque le daba dolor de cabeza y ganas de vomitar. Los encerraron en un piso para ellos solos. Tenían prohibido asomarse a las ventanas. Ni siquiera podían bajar al comedor. Les llevaban la comida a las habitaciones, luego de que un hombre la revisara. Era un sujeto del tamaño de un niño, manos fuertes, piernas arqueadas, de gesto nervioso. Le decían Tattoo, como al enano de La Isla de la Fantasía, ese programa de los domingos que era el preferido del padre. El señor Roarke y Tattoo recibían a los invitados vestidos de blanco impecable: «Queridos señores, soy su amigo, el señor Roarke, su anfitrión. Bienvenidos a la Isla de la Fantasía». Y les concedía sus deseos sin importar lo imposibles que parecieran: ganarse la lotería, conocer el amor de una sirena, convertirse en gladiador romano, hacerse cazador de tigres en la India, ser astronauta en una misión a la Luna, darle vida a un maniquí. A diferencia del enano de la televisión, el del castillo llevaba pistola y chaleco antibalas, y aunque no vestía esmoquin, sí era gracioso. En eso se parecían. Usaba un aparato mágico en la oreja por el que oía cosas antes de que ocurrieran; por ejemplo, que venía una persona y él preguntaba si podía dejarla pasar. Tattoo olía los platos de comida y a veces los probaba antes de que cualquiera pudiera comerlos. Su padre le había contado esa historia. En los reinos antiguos había hombres llamados juglares. Eran casi siempre pequeños para que pudieran caber por cualquier parte. En tiempos de paz cantaban canciones alegres y vestían trajes de colores y danzaban y reían. En tiempos de guerra cambiaban sus ropas y en vez de flautas llevaban espadas y probaban los alimentos de los reyes para evitar que sus enemigos los envenenaran. Afuera del castillo los esperaba una jauría de reporteros. Los fotógrafos disparaban sus cámaras contra los vidrios de los carros a prueba de balas. El suyo era el último de la caravana oficial y antes de que alguien pudiera advertirlo los entraron el sótano. Ya en el cuarto, mientras se quitaba la ropa, la madre cayó en cuenta de que su hija no tenía la muñeca que le había regalado la mujer del aeropuerto. Ella aprovechaba cualquier pretexto para intentar una conversación con la pequeña, distante y silenciosa desde la misma noche en que su esposo les dijo que no podían volver a verse. ¿Y la muñeca? La niña se encogió de hombros. ¿La habría dejado en el avión? No le importaba, tal vez porque no alcanzó
a bautizarla. Su esposo creía que la mejor manera de olvidar era dejar todo en manos de la memoria, pero si lo que se quería era recordar, bastaba con poner marcas distintivas, por ejemplo a las personas, vestirlas con un alias. Habrá tenido razón también en eso, quién sabe en dónde lo leyó: que sin un nombre, el recuerdo es mudo. Tarde en la noche. Después de cruzar el mar de ida y vuelta, la niña se quedó dormida imaginando a su padre el rey sobre un caballo blanco: ella en su regazo, él mostrándole las riquezas de su reino por un camino de hierba verde y flores amarillas donde pastaban hipopótamos y cebras y avestruces y canguros y antílopes y bisontes y tortugas y osos hormigueros y elefantes y una jirafa, todos en paz. Su padre amaba los animales.
“Mi padre hizo lo que nadie quería hacer” galanEn el marco del lanzamiento del libro ‘Galán 25 años’, el senador de la República e hijo de Luis Carlos Galán, Carlos Fernando, habló con Colprensa sobre los mejores recuerdos que tiene de su padre y del legado del mártir para el país. Apenas unas horas después del acto central en los homenajes por cumplirse un cuarto de siglo del asesinato del entonces precandidato liberal a la Presidencia, Carlos Fernando Galán también se refirió a la situación que se vive en el país con víctimas y victimarios, durante el proceso de diálogo con las Farc, que se desarrolla en La Habana. – ¿Cuál es el mejor recuerdo que tiene de su papá? Es uno muy especial: estábamos en una campaña política de él en Puerto Tejada (Cauca) y las hijas de un líder del pueblo me invitaron a comer helado. No fui capaz de ir, porque era muy tímido, me agarré fortísimo del pantalón de mi papá y no me solté, él se dio cuenta y solo me dijo: “Tranquilo, quédate acá”. Esa noche en el hotel me llamó a un lado: “Bueno, tú y yo tenemos que hablar”; pregunté de qué y me dijo: “De la timidez, tú eres muy tímido, yo he sido muy tímido y he tenido que dejar a un lado esa condición, para poder hacer lo que he tenido que hacer en la vida, así que tenemos que trabajar en tu timidez”. La recuerdo muchísimo, porque fue una charla muy de padre e hijo, de un tema importante para mi vida, algo muy personal. – ¿Y cuál es el recuerdo de la noche en que mataron a Luis Carlos Galán?
El que más me marcó fue el momento en que el médico le dijo a mi mamá: “No hay nada que hacer, falleció”, nunca voy a olvidar esas palabras. – ¿Cómo cree que habría sido su padre de haber conseguido la presidencia? Es difícil hacer un ejercicio especulativo al respecto; creo que no habría sido una presidencia fácil, por los cambios que él quería generar, le habría tocado enfrentar cosas que enfrentó Gaviria, como el Cartel de Medellín, como el apagón (por crisis energética). En el tema económico habría tenido una política distinta, él era partidario de una integración más regional y progresiva, no tan brusca; habría priorizado más el tema de educación, que era su eje fundamental desde que fue ministro; creo que habría generado, sobretodo, más cambios en la conciencia de los colombianos, de los que han pasado en los últimos años. Su muerte contribuyó mucho; a pesar de no haber podido llegar a la Presidencia, jugó un papel fundamental en el cambio de mentalidad de los colombianos y creo que habría sido un expresidente profesor el resto de la vida, eso era lo que quería ser. – Estamos en medio de un proceso de diálogo con las Farc en el que vemos a victimas reconciliándose con victimarios en La Habana. Usted es una víctima, directamente del narcotráfico de Pablo Escobar. Si él estuviera vivo ¿podría perdonarlo? El perdón es una cosa muy personal y muy difícil. Es un ejercicio complejo que no se puede imponer a nadie ni obligar a nadie, hay que permitir que cada persona tenga su proceso interno. Para el perdón son fundamentales algunos elementos: al menos, que haya verdad y que se vea de cierta forma un arrepentimiento. Entonces es muy difícil pensar cómo sería si él estuviera vivo. No lo sé. Está muerto y es distinto, pero sé que quiero vivir sin rencor, así que habría hecho todo para vivir así, sin odio, como hay que vivir. – ¿Y a ‘Popeye’ (sicario de Escobar que acaba de quedar en libertad)? No lo odio. Él contribuyó a la verdad, aportó su testimonio, confesó y gracias a eso fue condenado y también se condenó a Santofimio (Alberto, político liberal que instigó la muerte de Galán). Ha pagado más cárcel que cualquiera del Cartel de Medellín, entonces pienso que si la justicia dice que debía salir, pues debía salir. Solo digo que ojalá ese señor no cometa más crímenes, se re-socialice, se recupere y aporte a la sociedad en los años que le quedan. – ¿Cuál es la herencia más grande que le dejó su papá? La valentía que tuvo para enfrentar las amenazas. Ese es el ejemplo y, lo más importante, la responsabilidad más grande que me genera, porque a uno lo miden con una vara distinta que a los demás. Eso es muy complejo, pero también lo ayuda a uno a tomar decisiones; siempre, antes de todo, digo: “qué pensaría mi papá, qué
haría él”. No heredé su valentía entera, pero por lo menos sí tuve un ejemplo de ella. – Luis Carlos Galán para las generaciones que no lo conocieron es una leyenda, el ícono de lo que podría haber sido. Más allá de eso, ¿cómo deben recordar y qué deben pensar de Luis Carlos Galán Sarmiento? Deben pensar que fue un hombre muy valiente, que se enfrentó al narcotráfico, que hizo lo que nadie quería hacer, pero deben saber que fue mucho más: fue una persona que creció políticamente en el Frente Nacional, un sistema político restringido, y que aun cuando perdió todas las elecciones en las que participó, ganó, porque abrió un camino nuevo. Creo que el ejemplo más importante que les puede dar a las nuevas generaciones es para que se le recuerde como al hombre que ayudó a cambiar la manera de pensar de los colombianos. Como decía: “Un pueblo libre, un pueblo desarrollado es un pueblo en el que la gente es consciente de sus derechos y deberes”, que tengan lo que él quería, una conciencia crítica, analítica, y política. Entonces, para estas generaciones mi papá puede ser un norte. Tal vez este país se va a demorar mucho en alcanzarlo, pero al menos existe ese norte, el mensaje es no conformarse con lo que plantean los medios, sino analizar, profundizar y, como ciudadanos, tomar decisiones para que seamos más libres.
Ordenan la libertad de alias ‘Popeye’ John Jairo Velásquez saldría de la cárcel en los próximos días tras cumplir las tres quintas partes de su condena. Ordenan la libertad de alias ‘Popeye’ . Tras cumplir las tres quintas partes de su condena, quien fuera el lugarteniente del capo Pablo Escobar, John Jairo Velásquez Vásquez, alias ‘Popeye’, podría salir de la cárcel. La determinación fue proferida por el juez primero de ejecución de penas de Tunja. A ‘Popeye’ también se le tuvo en cuenta el tiempo que redimió de pena con trabajo dentro de la cárcel de Barne en Combita (Boyacá). En ese penal, el exsicario de Escobar purga actualmente la pena de 23 años por los crímenes que cometió. El juez le descontó a Velásquez 24 meses por trabajo y dos meses más por el tiempo que estudió dentro de la cárcel. Pese a que recobraría su libertad en una semana aproximadamente, la medida está sujeta a un periodo de prueba que supera un poco más de cuatro años.
Entre las condiciones que tendrá ‘Popeye’ está el que debe informar cada vez que se cambie de lugar de residencia. Además de mantener una buena conducta y comparecer ante las autoridades judiciales cuando lo requieran. Tampoco podrá salir del país sin la autorización del juez que vigile la ejecución de su pena. Aunque la orden del juez fue la de conocerle la libertad ‘Popeye’, este podría ver frustrada su salida de prisión si aún tiene algún proceso pendiente. Antes de abandonar la cárcel deberá pagar nueve millones de pesos. Se calcula, por sus confesiones, que Velásquez es responsable de al menos 300 homicidios, de los cuales las víctimas fueron principalmente policías y narcotraficantes. En entrevista con SEMANA, Velásquez lo confirmó y aseguró que creía que había matado alrededor de 300 personas y coordinado alrededor de 3.000 muertes más. ‘Popeye’ tiene una condena de 20 años de prisión por homicidio y otra de doce años y medio por narcotráfico y concierto para delinquir. El exsicario de Escobar también fue sentenciado por el magnicidio de Luis Carlos Galán. A ‘Popeye’ se le atribuye el secuestro de Andrés Pastrana Arango años antes de llegar a ser presidente. Además de la instalación de unos 200 carros bombas. Esta no es la primera vez que se anuncia la salida de ‘Popeye’ de la cárcel. El año pasado sucedió lo mismo, pero el juez de ejecución de penas que tiene su proceso desde hace varios años señaló en ese momento que aún no cumplía los requisitos.