Ordenación General de la «Liturgia de las Horas según el rito monástico»
I I . O TR A S S I G L A S U T I L I Z A D A S
AAS Acta Apostolicae Sedis (Typis Polyglottis' Vaticanis) AG Decreto Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, del Concilio Vaticano lí. CCL Corpus Christianorum Latinorum (Brepols, Turnhont) CSEL Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum (Viena) Directorio Directorio del Opus Dei L.C Pablo VI, Constitución Laudis canticum LHM Liturgia de las Horas según el rito monástico LHR Liturgia de Sus Horas según el rito romano MG.H Moímrr.enia Germaaiae Histórica (Hannover) OGLH Ordenación general e la Liturgia de las Horas PG Patrología Graeca PL Patrología Latina PLS Patrologiae Latinae Supplementum PO Decreto Presbyterorum ()rdinia, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, del Concilio Vaticano II, PS Patrología Syriaca RB Regla de san Benito SC Sources chrétiennes (Le Cerf, París) SCL Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre lasagrada Liturgia, del Concilio Vaticano II.
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DIRECTORIO DEL OPUS DEI INTRODUCCIÓN El presente Directorio del Opus Dei o «liturgia de las Horas según el rito monástico» quiere ser la respuesta de la Comisión Litúrgica de la Confederación benedictina al deseo expresado por la Congregación del Culto divino con fecha de febrero de 1964. En 1970, Pablo VI promulgó, para la Iglesia universal, el Oficio divino revisado según las normas emanadas del Concilio Vaticano II. En la edición de la << Liturgia de las Horas según el rito romano», la Congregación para el Culto divino introdujo, en lugar de las «Rúbricas generales», un documento titulado «Ordenación general de la Liturgia de las Horas» (OGLH). En este magnífico documento se encuentran, expuestos con claridad, los tesoros de doctrina espiritual relativa a la celebración de las Horas del Opus Dei, tenida siempre como sagrada en la tradición monástica. Con ocasión de la reafirmación de tales 'normas por la autoridad suprema, se urge una vez más a los monjes de nuestra generación a que hagan del Opus Dei el verdadero centro de la vida espiritual en las comunidades monásticas. No pretendemos repetir --ni siquiera resumir— aquí cuanto con notable acierto se dice en la OGLH. Nos limitamos a presentar las directrices de la tradición monástica, revisadas a la luz de los principios de la renovación litúrgica, tal como se exponen en la OGLH. Expondremos asimismo las diferentes experiencias de oración que, dentro de los límites de la renovación litúrgica iniciada y propiciada por el Concilio Vaticano II, se han hecho en varios monasterios. De este modo, la tradición monástica entrará en contacto —en materia de oración— con las tendencias espirituales vivamente presentes en el mundo y en la cultura de nuestro tiempo, al amparo de aquella apertura legítimamente pluralista, en la que la Iglesia posconciliar reconoce elementos válidos para la edificación del Cuerpo de Cristo. Estas consideraciones no quieren ser una síntesis sistemática de teología del Opus Dei. Son simples reflexiones destinadas a iluminar diversos aspectos de la oración litúrgica, de enorme incidencia en la vida monástica. Reflexiones de orden teórico, en la primera parte, y de carácter práctico, en la segunda. Al ofrecer este Directorio a todos los monasterios de la Confederación Benedictina, los miembros de la Comisión Litúrgica hacen constar con gratitud que muchas de las ideas aquí expuestas, son debidas a monjes y monjas, cuyos consejos y sugerencias la Comisión gustosamente aceptó. Por lo que es lícito esperar que 2
todos los hijos e hijas de san Benito descubran en estas notas su propia manera de entender la celebración del Opus Dei, que es el culmen espiritual de la vida monástica.
PRIMERA PARTE TEOLOGÍA DEL OPUS DEI 1. Primado del Opus Dei en la tradición benedictina,- I a tradición benedictina de todos los tiempos ha asignado a la celebración del Opus Dei un lugar de privilegio: como fuente cíe yenuina espiritualidad y como medio de jalonar la jornada monástica.-Al conservar y observar fielmente la norma de la Regla: «Nada se anteponga al Opus Dei» (RB 43,3), el monacato se líate intérprete de la constante convicción de la Iglesia, cuando afirma que «la oración pública y comunitaria del pueblo de Dios figura con razón entre los principales cometidos de la Iglesia» (OGLH 1), y que «el cristiano está llamado a orar en común» (SC 12). La mencionada frase de la Regla de san Benito no ha de ser únicamente considerada como una norma disciplinar, sino más bien como expresión de la estima que los monjes sentían por ¡a oración y la celebración litúrgicas En efecto, el monje manifiesta la autenticidad de su vocación «si busca sinceramente a Dios y es solícito por el Opus Dei» (RB 58,7). Desea matricularse en aquella «escuela del servicio divino» (RB Pról 45), en la que «asistir al Oficio divino» (RB 19,2) es indudablemente un privilegio, mediante el cual hace patente de modo muy particular «el servicio de su devoción» (RB 18,24). 2. Dimensión eclesial del Opus Dei.- Siempre que las comunidades monásticas se reúnen para la celebración comunitaria del Opus Dei, «representan de modo especial a la Iglesia orante, pues reproducen con mayor plenitud el modelo de la Iglesia, que incesantemente alaba al Señor con armoniosa voz» (OGLH 24). Sería erróneo pensar que esta dimensión eclesial del Opus Dei deriva primariamente del hecho de que la comunidad monástica celebra la Liturgia poi «delegación» o «en nombre» de la Iglesia: pues la misma comunidad, reunida para celebrar la Liturgia de las Horas, es de suyo «iglesia orante», si bien condicionada por límites espaciotemporaies, y en ella se ejerce de hecho la (unción sacerdotal de Cristo, que constituye «la obra de la redención humana y de la perfecta glorificación divina» (OGLH 13; cf SC 5). En este contexto, se comprende mejor la relación existente entre una determinada comunidad orante y la Iglesia universal. De la Iglesia universal recibimos no sólo normas 3
preceptivas litúrgicas o rúbricas, sino el mismo contenido de la oración, que es la expresión de la fe («que la norma de creer establezca la norma de orar»). Si procuramos contemplar en esta perspectiva el Opus Dei, evitaremos el peligro de considerar la celebración litúrgica —lo que sería un deplorable error— como la mera suma de las oraciones de los distintos miembros de la comunidad, al amparo de una cierta solemnidad externa. No; la Liturgia de las Horas, celebrada por una comunidad monástica, no es la mei a suma de oraciones privadas, sino que mediante ella los monjes forman una verdadera «iglesia orante». 3. Signo de «comunión».- La dimensión eclesial que una comunidad monástica congregada para la celebración del Opus Dei asume, no ha de entenderse únicamente en el sentido de una unión que se ha dado en llamar «vertical», es decir, de aquella unión que, mediante la Liturgia de las Horas, se establece entre el monje y Dios. Esta unión personal con Dios sólo será verda dera y auténtica en la medida en que integre además la dimen sión «horizontal», esto es, la unión entre los hermanos; y, por consiguiente, en la medida en que el Opus Dei —como la Eucaristía— se convierta en signo de «comunión» monástica. A los que llegan tarde al Opus Dei, san Benito les ordena que «no ocupen su lugar en el coro», «ni presuman incorporarse al coro de los que están salmodiando» (RB 43,4.11). La razón de esta norma es, al parecer, que la presencia de todos los miembros de la comunidad en la celebración del Opus Dei es una exigencia basada en el hecho de que la asamblea litúrgica es realmente la comunión vital de todos con Cristo —cuyo signo es—, y no la simple reunión de un grupo en un lugar determinado. De donde puede deducirse la gravedad de la excomunión monástica, pues el Opus Dei «pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta e influye en él» (OGLH 20; cf. SC 26), En efecto, según la gravedad de la culpa, la excomunión monástica priva al monje de tomar parte activa en la celebración del Opus Dei (RB 24,4), o le excluye radicalmente de participar en él hasta que haya dado congrua satisfacción (RB 44,1). 4. Diálogo con Dios.- La estructura esencial de la Liturgia de las Horas es «el diálogo entre Dios y el hombre» (OGLH 33). Y como quiera que somos miembros de 4
Cristo y osamos llamar a Dios «Padre», la Liturgia de las Horas es «el diálogo entre el hijo y el Padre», según la antigua definición monástica de la oración. Para que el Opus Dei consiga realmente todo valor espiritual, se requiere en primer lugar, que cada uno de los participantes se emplee a fondo en entablar un verdadero diálogo con Dios y que cada día avance en una progresiva profundización de la oración, hasta tener de ella una auténtica experiencia, viviéndola en su espíritu antes de pasar a expresarla como «tributo de labios que bendicen su nombre» (Heb 13,15). En segundo lugar, hay que procurar que los elementos formales conserven su valor de medios para establecer el diálogo de forma cada vez más intensa, en los elementos que le son propios: escucha y respuesta a la Palabra, así en la salmodia como en la plegaria, comunitaria o silenciosa. Estos elementos formales y externos que integran la alabanza de la celebración, no han de ser considerados como indiferentes, pues —según las disposiciones de quienes participan en la celebración— pueden favorecer o entorpecer el diálogo con Dios, al que el Opus Dei tiende por su misma naturaleza. 5. El silencio sagrado.- Para que este diálogo con Dios se realice en condiciones de mayor eficacia, se recomienda que «se guarde asimismo, a su debido tiempo, un silencio sagrado» (OGLH 201; cf. CS 30). El silencio de la comunidad orante es el intervalo necesario «para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la Palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia» (OGLH 202). En estos espacios de silencio, el Espíritu Santo, sin el que no puede darse oración cristiana (OGLH 8), «intercede por nosotros con gemidos inefables», e inspira la oración «según el querer de Dios» (Rm 8,26-27). Por definición, la vida monástica lleva inviscerada una exigencia de silencio. En los monasterios debe reinar el silencio externo; y los monjes se esfuerzan por cultivar el silencio interior, razón por la cual podría parecer menos necesario introducir en el Oficio divino el silencio sagrado. Sin embargo, son muchos los monasterios que han experimentado los beneficios derivados de intercalar en la Liturgia de la Palabra, es decir, en el Oficio divino, liturgias del silencio, bien después de cada salmo —según una antiquísima costumbre monástica—, bien a continuación de las lecturas, antes o después del responsorio (OGLH 202). Estos espacios de silencio permiten asimilar, saborear 5
e incorporar con mayor profundidad la Palabra escuchada y hacer que germine en el alma con mayor vivacidad la palabra de respuesta (cf. Is 55, 10-11). «Ha de evitarse, sin embargo, que las pausas de silencio sean tales, que deformen la estructura del Oficio o resulten molestas o pesadas a los participantes» (OGLH 202; cf. RB 20,4: «La oración debe ser breve y pura»; RB 20,5: «En comunidad abréviese la oración lo más posible»). También en este aspecto ha de moderarse todo «de suerte que los animosos deseen más y los débiles no rehuyan» (RB 64, 19). 6. La música.- En su afán de potenciar el diálogo entre Dios y el hombre, la tradición monástica ha concedido siempre a la música un lugar de privilegio. Entre los diversos elementos y signos que intervienen en la plegaria litúrgica, el canto no ha de ser considerado como algo accidental a la celebración: es parte integrante y muy eficaz de la alabanza divina y, además, «vivamente recomendado» (OGLH) 268). Y eso por tres razones: primera, «por responder mejor a la naturaleza de esta oración y ser indicio de una mayor solemnidad y de una más profunda unión de los corazones al proferir las alabanzas divinas» (OGLH 168); segunda, por expresar más eficazmente el sentido pleno de la Palabra de Dios; y por último, para que la respuesta a la Palabra de Dios que se ha proclamado «dimane de lo profundo del espíritu del que ora y alaba a Dios» (OGLH 270). El canto no se utiliza en la Liturgia por puro estetismo, como si la música fuera un fin en sí; el canto ha de estar siempre al servicio de la Palabra, a la que comunica una nueva dimensión expresiva de la oración. Los monjes no tienen la misión de conservar el arte musical de una época pretérita cual insigne monumento histórico, sino que, sea cual fuere el tipo de música que adopten, la utilizan como medio para expresar adecuadamente las palabras de la Liturgia y estimular convenientemente a la comunidad orante (cf. OGLH 273). Entre los géneros musicales que nos ha legado la tradición, ocupa un destacado lugar el canto gregoriano, por ser el más apto para comunicar a la expresión latina la intensidad oracional (Musicam sacram 50: AAS 59 (1967) 314). 7. Los signos externos.- Los miembros de una comunidad monástica participan en el Opus Dei con todo su ser, alma y cuerpo. La compostura, los gestos y la misma voz deben ser signo de la devoción interior, con la que la comunidad —movida por el Espíritu Santo— manifiesta la presencia del misterio de Cristo mediante una participación viva, activa y consciente. Para que los elementos externos puedan ser signos eficaces, se requiere que 6
sean capaces de ponernos en contacto con las realidades espirituales a que se refieren. Así, por ejemplo, acudir al coro a una hora determinada no es solamente un acto de obediencia a un horario establecido: es sobre todo expresión del deseo de «ser iglesia»; los textos de la Liturgia se proclaman y se reciben con el expreso deseo de que penetren en el corazón de los oyentes; el canto o la recitación de los salmos tienen como finalidad que, mediante la inspirada voz de Cristo, «lleguen hasta nosotros las peticiones y alabanzas de todos los hombres; la aclamación ha de ser el eco de un «consciente» impulso interior; los espacios de silencio son «la voluntad de penetrar más y más la Palabra escuchada» en el Espíritu, de modo que brote en el alma una fuente de oración, que responda a la Palabra escuchada. Para que la celebración consiga de verdad este fin, es necesario: 1. que no centre la atención en sí misma —seria un signo opaco—, sino en la realidad del misterio celebrado; 2. que sea inteligible: de lo contrario sería un signo sin contenido; 3. que no se realice mecánicamente: en caso contrario sería un signo absurdo, desconectado de su fin originario, que es el de comunicar espíritu y vida. Superados estos defectos, una correcta celebración del Opus Dei exige que se respeten las leyes y normas establecidas, pero teniendo en cuenta que el aspecto legal, preocupado por la validez de los ritos, no es el ingrediente único dei Oficio divino: una celebración —impecable desde el punto de vista de las rúbricas— puede resultar fría, ceremonial y pseudohiératica, que desnaturalice la importancia humana de los gestos de toda la celebración. Lo que la celebración está llamada a significar —y a producir— no se consigue únicamente con la simple proclamación de unos textos, ni con la mera observancia de unas normas, - sino también con la misma forma de la celebración: esto es, una gran dignidad en la ejecución (dignidad, no pompa), una recitación sin prisas y tranquila, la presencia de espacios de silencio y, al menos en las Horas principales, la solemnidad aneja al canto. Hay que vigilar asimismo que el carácter demasiado racional o conceptual de nuestra devoción reduzca la celebración a huera palabrería. Es verdad que la palabra es un signo importantísimo en la Liturgia, pero puede ser depauperada si se la despoja de otros signos complementarios, como son la música, la luz, los gestos, los ornamentos, etc. Mediante tales signos, la asamblea litúrgica, radicada en la fe, expresa su participación en el misterio de Cristo. La modulación de la voz, la postura del 7
cuerpo, la manera de pronunciar una fórmula o proclamar una lectura, todo ha de estar animado por una verdad y un fervor interior, fruto de una consciente participación. De este modo, comunicaremos a los demás «la viva presencia de Cristo» que percibimos en su Palabra y en nuestra respuesta a la misma: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba? Quédate con nosotros, Señor» (Le 24,32.29). 8. Momento fuerte en la vida de oración del monje.- El Opus Dei no agota toda la capacidad de oración del creyente. «En efecto, el cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su cuarto para orar al Padre en secreto» (SC 12; cf. OGLH 9). Y el monje, de modo especial, está obligado a «darse con frecuencia a la oración» (RB 4,56). Sin embargo, en el monasterio se da la primacía al Opus Dei, que —según la común estimación— constituye el momento fuerte en la vida de oración del monje, al ser el oficio divino la celebración del misterio de Cristo, comunitariamente vivido, rs-:uchando la Palabra y respondiendo en la plegaria. En cuanto momento fuerte de oración, el Opus Dei: 1. hoce cada vez. nías vivo el contacto rio sólo con Dios, presente ya ín la comunidad (RB 19,1 2), sino también con el misterio de s ü-vación, según el modo peculiar con que Dios lo ofrece a la comunidad; 2. expresa de manera insuperable la intercomunión Je los miembros de la comunidad, al crear aquella sintonía (Mi 18, 19) de vo/ y de espíritu con la que se consigue la respuesta favorable dada por Dios a la oración, en virtud de la presencia le Cristo orante en medio de la comunidad (Mt 18,20); 3. dispo ic al monje a abrir su alma «al aféelo c inspiración de la divina gracia» (RB 20,4), de forma que pueda «orar privadamente .. más en secreto... con lágrimas y fervor del corazón» (RB 52, 3-4), es decir, que pueda continuar el diálogo con Dios, comunitariamente iniciado. 9. Las Horas del Opus Dei.- Las Horas del Opus Dei no son simples intervalos que jalonan el tiempo cósmico (que los griegos llamaban «chronos»), sino espacios que el culto conviene oportunamente en momentos de la historia de la salvación (esto es, en «kairoi»), y que nos permiten acceder a Dio:;. Las Horas del Opus Dei son fracciones de tiempo que Dios nos concede (Lc 19,44) para que salgamos a su encuentro y pueda él cumplir en nosotros su promesa (Me 1,15). Se trata de momentos (kairoi) de Cristo (Mt 26,18; .(n 7,6.8), que en cada celebración nos sitúan en la hora (Jn 2,4; 7,30 etc.) en que el Señor realizó el tránsito pascual (Jn 13,1), en el que llevó e incesantemente 8
llevará a plenitud la salvación prometida. Cada Hora del Opus Dei es aquella hora de Cristo, que la comunidad créala en su tiempo humano varias veces al día, para adorar ; 1 Padre «en espíritu y en verdad» (Jn 4,23). Dicha Hora tiene su origen en aquella hora de Cristo. Debe quedar bien sentado que la distribución del Opus Dei en diversas Horas no tiene como objetivo la subdivisión del día en unos espacios que, sumados, nos den como resultado la suma total del tiempo que hay que consagrar a la oración Es indudable que necesitamos dedicar un determinado tiempo a la oración, ya que no nos es dado «orar en todo tiempo» (Lc 18,1) corno sería lo ideal. Por eso oramos en determinados momentos de la jornada. 10. Memorial del misterio de Cristo.- El Opus Dei es una oración que trasciende cualquier otra forma de oración y que, en consecuencia, se distingue de ellas, ya que por su naturaleza específica es celebración del misterio de Cristo. Como la Eucaristía —a la que está íntimamente ligado—, el Opus Dei es un memorial. No sólo trae a la memoria, sino que presencializa la historia de salvación, cuyo principio, medio y fin es Cristo. De esta forma, se confirma la sublime actividad de ese «buscar a Dios», que es el distintivo peculiar del monje y de su oración. a) En Cristo —único sacramento en que se opera la salvación de la humanidad— la oración fue siempre «un acontecimiento salvífico», ya que Cristo, hombre perfecto, abrió a toda la humanidad el acceso al Padre, para que la humanidad pudiera entablar con él un diálogo filial. La comunidad, en su calidad de Iglesia reunida en oración «en nombre de Cristo», goza de la presencia del Señor (Mt 18,20). Por lo cual, en ella se presencializa una vez más Cristo, hombre perfecto, y, en consecuencia, su oración litúrgica será •—por su misma naturaleza— «un acontecimiento salvífico» (OCiLH H). b) Ahora bien: si el misterio de Cristo se presencializa realmente en la celebración del Opus Dei, es con el fin de que cada miembro de la comunidad, mediante la fe y la devoción personal, pueda entrar en contacto con el mista io de Cristo y vivir gracias a él (Mediator Dei, 32,36). e) Cabe señalar aquí cierta analogía con la Eucaristía. En la Eucaristía, el memorial se apoya en dos razones: una objetiva, que es la misma acción de gracias y de alabanza realmente presente en el sacrificio de Cristo, renovado en el altar, con su valor salvífico universal; otra subjetiva, es decir, la relación perso9
nal y el conocimiento experimental en la comunión con el cuerpo y la sangre del Salvador. Este contacto personal, mediante el cual nos sumergimos en el memorial del misterio, es precisamente el medio por el que el Opus Dei «hace extensiva la alabanza y la acción de gracias a las distintas horas del día» (OGI.H i2; el'. PO 5), que jalonan la vida humana. De esta forma, se establece entre el Opus Dei y la Eucaristía un movimiento de i lujo y reflujo; esto es, que el Opus Dei se conviene simultáneamente en preparación y prolongación de la celebración Eucaristica. Como quiera que el Opus Dei es de hecho «oración-memorial» de la historia de salvación, y comparte esta cualidad con la Eucaristía, merece, como ella, la denominación de «sacrificio espiritual». 11. Tres ciclos temporales.- En cuanlo celebración del misterio de Cristo, el Opus Dei abarca la celebración del misterio de salvación en su totalidad, que comprende el anuncio de la salvación, su cumplimiento en Cristo y la prolongación de esta consumación en la Iglesia hasta su plenitud escatológica. La celebración en el tiempo de esta totalidad, se desarrolla según un ciclo ternario: el día, la semana y el año. De esta manera, se propone siempre de nuevo a la consideración del creyente el único «acontecimiento pascual», esto es, el tránsito con el que Dios llevó a cabo la liberación de los hombres en Cristo. El día litúrgico. Las Horas del Opus Dei nos presentan dia a día el misterio de Cristo de un modo nuevo y directo. Cualquiera que sea la fiesta o el misterio que en un día concrete' se conmemora, en último análisis siempre se apoya en el «acontecimiento pascual». Es lo que afirma categóricamente Hipólito al tratar, en su Traditio Apostólica 41, del simbolismo de las Horas, afirmando que todas ellas son «memorial de lo que Cristo hizo». La semana litúrgica expresa, por una parte, el único misterio de Cristo, esto es, el misterio pascual, según las sucesivas fases de su realización (semana del misterio de Adviento, de Navidad, etc.) y, por otra, gira en torno al día que —a causa de la uni lad y totalidad del misterio pascual expresada en la fracción del pan— denominamos con el sublime nombre de «día del Señor» o domingo. El año litúrgico por ser la síntesis del gran «año de redención», que, en Cristo, recapitula toda la historia humana (Le 4,16-21), no puede ser más que 10
la celebración del acontecimiento pascual. En esta celebración que se desarrolla durante todo el año en torno al domingo —memorial de la resurrección del Señor—, van apareciendo las distintas festividades litúrgicas, en las que se conmemora de un modo particular este o aquel aspecto del misterio de la salvación: en primer lugar, la Pascua del Señor, luego su Navidad, dos fiestas que, ambas, van precedidas de un período de preparación y seguidas de un tiempo do celebración del misterio, íntimamente conexas con el misterio de Cristo están las memorias de los mártires y de otros santos, signo de la unidad de lodo el pueblo de Dios en el eielo y en la tierra, ¡mugen del Cristo total que glorifica al Padre. 12. Culmen y fuente de la jornada monástica.- Admitido el principio de que «nada debe anteponerse al Opus Dei», su ce lebración no ha de estar condicionada por ninguna otra activi dad del monasterio. Al contrario, la Liturgia de las Horas debe jalonar la jornada monástica según un ritmo que le es propio, de forma que, mediante la celebración del Opus Dei, se subraye el primado de los tiempos del encuentro de los monjes con Dios. No cabe duda de que tanto el trabajo como la lee tío divina son elementos esenciales de la vida monástica. Sin embargo, el monje que busca a Dios y desea unirse a él, encuentra en el Opus Dei la expresión más acabada de su vida, que es al mismo tiempo lo más característico de la vida benedictina. En él, las Horas tienen la misión de recordar y apuntalar nuestra limitación humana, necesitada de unos ritmos de oración. De esta disposición de la Regla benedictina se sigue —como es evidente— que el Opus Dei ocupa y debe seguir ocupando el primer ""centro de interés y que ha de servir de pauta para establecer el horario del monasterio. Dado que la vida monástica consiste en la búsqueda de Dios en un contexto cultural determinado —lo cual postula determinadas condiciones de vida—, hemos de afirmar que si en la ordenación del horario del monasterio aseguramos al Opus Dei el puesto preeminente que le corresponde, estamos observando con cora/ón sincero el espíritu de la Regla de san Benito. 13. Alabanza contemplativa.- El memorial del misterio de Cristo -—objeto de la celebración del Opus Dei— debe suscitar en la comunidad orante la alabanza contemplativa, como pri 11
mera y fundamental tensión del alma. El primer impulso oracional que, al despuntar el día, brota del corazón de los monjes unidos en comunidad, es la súplica dirigida a Dios a fin de que «abra nuestros labios para proclamar su alabanza». El Opus De: intenta ser —igual que el sacrificio del altar— una Eucaristía, esto es, una acción de gracias y una alabanza a Dios por toda; las maravillas que en su bondad obra en nosotros y que nosotros contemplamos en su misterio. En el Opus Dei cobramos conciencia de entrar en el «momento fuerte» de aquel canto de alabanza, al que el Padre nos llamó en Cristo: «por su medio [de Cristo|, Dios hizo de nosotros su heredad... destinados... a ser un himno a su gloria» (Ef 1, 11-12). En la Regla de san Benito se evidencia con absoluta claridad la función laudatoria del Opas Dei a partir de las palabras ce la Escritura (Sal 118,164) y se establece que «en estas horas alabemos a nuestro Creador por sus justos mandamientos» RB 16,5). Además, en la Regla se ordena que los Laudes —esto es, los tres últimos salmos del Salterio— se digan el domingo \ los días feriales —o sea, diariamente- en Maitines (-nuestras Laudes: RB 12,4; 13,11); recuerda la presencia, en el coro monástico, de los ángeles, cantores por excelencia de la alabanza divina (RB 19,6; cf. Sal 102, 20; 148,2) y adoradores natos de Dios (Sal 96,7; el'. 1U> 1,6; Ap 4,8-11 ; Is 6,2), «con quienes alegres nos unimos en la adoración, cantando con ellos sus alabanzas» ' Todo lo cual es una prueba palmaria de que el componente «alabanza» en el Opus Dei es de capital importancia para los monjes. El monje no sólo alaba a Dios, sino que: es consciente de que «por su voz, las demás criaturas» 2 alaban el nombre del Señor, y a una con los ángeles —que no sólo son los ministros de la alabanza, sino «poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de su palabra» (Sal 102,20)— se esfuerza por sintonizar en perfecta armonía su mente con la palabra que pronuncian los labios. Sólo a condición de que «nuestra mente concuerde con nuestros labios» (KB 19,7), será auténtica la alabanza. 14. El ministerio de la oración. La plegaria del Opus Dei puede muy bien ser considerada como el carisma peculiar por el que el Espíritu Santo confía a la comunidad monástica su propio ministerio «para la edificación del Cuerpo de Cristo» (Ef 4,12), al que cabría calificar de «ministerio de la oración». L.os monjes, «dedicados, por su inmenso amor a los bienes celestes, exclusivamente al culto de Dios... cual personas a él consagradas como 12
supremo señor del universo y en beneficio del género humano..., ejercen su sacerdocio tanto por sí mismos como en bien de los demás» *. Mediante su oración y a través de su vida informada por la plegaria, se pone de manifiesto el papel que les corresponde en la conversión de la humanidad (ACi 40; cf. OGLH 17).
1. Misal Romano, Prefacio de los Ángeles. 2. Misal Romano, Plegaria Eucarística IV, \\. 1¡7. j. EUSEBIO DE CESÁREA, Demostración evangélica, 1,8: PG 22,75. Este ministerio «para la edificación del Cuerpo de Cristo» el monje lo ejerce por medio del Opus Dei, primero en el servo mismo de la comunidad, pues cada vez que la comunidad monástica se constituye en «iglesia orante», «Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre eterno» (SC 7; cf. 83); en ella, «la construcción se va levantando compacta, para formar un templo consagrado al Señor., una morada de Dios en el Espíritu» (Ef 2,21.22; cf. 1 Pe 2.5). En segundo lugar y trascendiendo la propia comunidad, alcanza al mundo entero en espera de la salvación. «Reproducen más de lleno el modelo de la Iglesia, que incesantemente alaba al Señor con armoniosa voz, y cumplen con el deber de cooperar —principalmente con la oración— en la edificación e incremento de todo el Cuerpo místico de Cristo» (OGLH 24). «Por tanto, la comunidad eclesial ejerce su verdadera función de conducir las almas a Cristo no sólo con la caridad, el ejemplo y los actos de penitencia, sino también con la oración» (OGLH 17). 15. Elemento el más característico de la espiritualidad monástica.- El Opus Dei no sólo es la actividad privilegiada de la comunidad monástica: es el elemento más característico de su espiritualidad. Gracias al Opus Dei, esta espiritualidad es: 1. una espiritualidad objetiva que, mediante la celebración litúrgica, actualiza cíclicamente la historia de la salvación; 2. una espiritualidad dialogal y contemplativa, que se actualiza principalmente en la oración; 3. una espiritualidad de comunión, que liene por meta la revelación al mundo del amor de Dios. Una espiritualidad objetiva. La vocación monástica es fundamentalmente 13
una conversión: «Arrepentíos y creed la buena noticia» (Me 1,15), conversión a la que el monje desea entregarse intensamente viviendo de la fe en Cristo y en su presencia salvífica. Ahora bien: el misterio de Cristo captado por la actividad interior, es decir, por la fe, comprende lodos los aspectos del misterio tal como sucesivamente se van conmemorando en la celebración litúrgica. A este ritmo, la comunidad orante se va progresivamente sensibilizando con todo el misterio de Cristo en su realidad objetiva, «creciendo hacia aquel que es la cabeza, Cristo» (Ef 4,15) y al misino tiempo en la celebración halla el ritmo de su propio crecimiento, que tiende a configurar la comunidad con el mismo misterio, según los diversos aspectos que van apareciendo en la sucesión de tiempos y días litúrgicos. Espiritualidad dialogal y contemplativa. Mediante el contacto con la Palabra de Dios, iniciado en el opus Dei y continuado en la oración secreta y silenciosa, el monje es conducido a la contemplación cara a cara y cada vez más intensa de la gloria de Dios, hasta ser transformado en su imagen con resplandor creciente (cf, 2 Co3,18).t Espiritualidad de comunión. La diaria repetición del Opus Dei no sería auténtico signo de comunión, si se limitase al solo momento de la celebración y no fuera capaz de crear en el monasterio un talante de comunión, elemento básico de la espiritualidad benedictina. Esta espiritualidad es de cuño cenobítico y se define como una «comunión de vida». Conviene, pues, insistir nuevamente en que el Opus Dei es la celebración del misterio de Cristo, mediante el cual cada día comparecemos ante «la manifestación del amor (ágape) del Padre, que por nosotros envió al mundo a su Hijo único (1 Jn 4,9). Sólo veremos realmente a Dios en el Opus Dei —sólo se nos revelará su amor (ágape) —, si por amor estamos unidos a nuestros hermanos en una auténtica comunión. Pues únicamente en este supuesto «Dios permanece en nosotros» (1 Jn 4,12). La regla de san Benito se sitúa en este mismo nivel (ver más arriba, n.° 3: Signo de comunión). 16. El peligro de un ritualismo vacío,- Aunque el Opus Dei, por ser la presencialización del misterio de Cristo, posee una dignidad tan grande, con todo si su celebración no es esperada con un vivo deseo, diariamente renovado, como el momento culminante de todo el día, corre el grave riesgo de degenerar en huera palabrería, tanto más vacía cuanto más solemne sea el aparato ritual que la envuelve (RB 20,3). 14
Que tal peligro no es meramente hipotético, ahí está la experiencia para demostrarlo. Consta, en efecto, por la historia de la ¿espiritualidad, que las campañas divulgadoras de la oración mental fueron provocadas por el deseo de reavivar la devoción, ausente muchas veces de las celebraciones litúrgicas. El ritmo siempre igual, la inmutabilidad de las fórmulas una y otra vez repetidas, pueden dar paso franco a la rutina —que de tan mala prensa goza—, si no se las vivifica con un impulso interior. La preocupación —nacida de una atenta observancia de la ley— que tiene más en cuenta la cantidad del rezo que su calidad, más la forma externa que su contenido real, puede ser otro escollo que haga derivar hacia un vacío ritualismo, desconectado de la vida espiritual. Para asegurar la plena eficacia del Opus Dei —y de la Liturgia globalmente considerada—, «es necesario que los fieles —por tanto, también los monjes— se acerquen a la sagrada Liturgia con recia disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano» (SC 11). El hábito de dialogar íntimamente con Cristo, que ha de ser característica de la vida monástica, podrá liberar de verdad al monje de una desganada celebración del Oficio divino. Este hábito se nutre de la asiduidad de la lectio divina: meditar, rumiar, saborear la Palabra de Dios que la sagrada Escritura nos transmite. SEGUNDA PARTE
LA CELEBRACIÓN DEL OPUS DEI 17. Signo litúrgico y realidad significada,- El Opus Dei —Celebrado por el ministerio de la comunidad monástica— está integrado por una serie de actos humanos, es decir, de actos que —como dicen los filósofos4-- «proceden de la voluntad deliberada». Estos actos tienen valor de signo, mediante los cuales se establece en la oración un contacto con el misterio de Cristo. Si la forma de celebración —en cuanto suma de actos— no es realmente una actividad humana, ¿cómo podrá contener una realidad divina o ser significativa de cualquier valor santificante? Entre la celebración externa y la realidad destinada a contener se da la misma interrelación existente entre «signo significante» (sacramento) y «realidad significada». En consecuencia, si la celebración no es «signo», no es nada. Más aún: además de la relación objetiva entre el 15
gesto y lo que el gesto significa, se requiere la aportación humana —la conciencia—, capaz de comprender esta relación y percibir el significado del gesto. Lo que sigue es aplicable a toda la Liturgia: «Una liturgia real es una liturgia capaz de ser interiorizada, capaz de producir realmente la res (significada) en el alma del pueblo fiel, capaz de ser recibida y personalizada en la conciencia del hombre..., una
4.
1. GREDT, Elementa Philosophae anstotelico-thomisticae, n. 881, 1.
liturgia que pueda consumarse realmente en el corazón de los hombres» 5. Si la asamblea monástica no adopta un talante espiritual, por el que se reconoce como Iglesia, mal podría pensar que su oración tiene un valor derivado «ex opere operantis Ecclesiae». Pues donde no hay Iglesia, mal puede haber «Iglesia orante». Dígase otro tanto de los gestos que de suyo son significativos de la oración (por ejemplo, la elevación de las manos en forma de cruz). Ninguno de ellos es signo litúrgico adecuado, a menos que esté informado por la presencia interior del espíritu. De lo cual se deducen dos consecuencias: 1. que en nuestras celebraciones no deben disminuirse los signos externos, ya bastante limitados por la índole de la Liturgia de las Horas (cf. más arriba, n.° 7); 2. que habrá de incrementarse el valor de estos signos mediante la presencia interior del espíritu que, con el valor simbólico, les da vida y los hace suyos. Sólo con esta condición serán «signos humanos» y, en consecuencia, signos eficaces. 18. Asamblea «santa».- El Opus Dei debe configurar una asamblea que, en su misma estructura, sea sensiblemente distinta de rio importa qué otro grupo comunitario. Cuando todos los miembros de una comunidad se reúnen para celebrar, en el Opus Dei, el único misterio de Cristo, la asamblea resultante tiene esta propiedad: la de intentar conducir ininterrumpidamente a cada uno de sus participantes a una más elevada unidad espiritual y, por lo mismo, queda sublimada sobre cualquier otra manifestación comunitaria en el monasterio. El tránsito de una cierta dispersión (diversidad de trabajos, de ocupaciones y la 16
consiguiente diversidad de actitud interior) a aquella unidad que es presupuesto para la celebración litúrgica (y que en ella se produce), sólo es posible si el alma abandona consciente y deliberadamente dicha multiplicidad para preparar la unidad de signo preponderantemente interior. Así pues, se requiere un rápido y vigoroso proceso de purificación (y tal vez de pacificación) del espíritu, un esfuerzo por crear espacios de silencio sólo quebrantado por la «voz», en la que se reconoce y se encuentra «a Jesús solo» (Le 9,36). Por tanto, hay que preparar la asamblea litúrgica creando un espacio intermedio entre la oración y las restantes ocupa5.
Y. CONGAR, Sacerdoce el Laical, París 1962, p. 166.
ciones de la vida. Lo cual podría conseguirse, por ejemplo, haciendo la señal con cierta antelación al comienzo de las Horas del Opus Dei, o mediante la costumbre bastante generalizada de la statio, es decir, reuniéndose la comunidad en un lugar próximo al coro momentos antes de la hora del Oficio, para esperar juntos y disponerse interiormente a la celebración de la Hora; o de cualquier otro modo, procurando que los miembros de la comunidad, aunque lleguen privadamente al coro, dispongan de espacio suficiente para recogerse antes de la celebración. Conviene, sin embargo, advertir que este espacio intermedio no debe entenderse como una ruptura entre las diferentes ocupaciones de nuestro día, sino más bien como catalizador de las mentes antes de acceder al momento fuerte de la vida monástica. Para mantener la «intensidad» de la celebración, se recomienda: 1. mentalizar las comunidades para que los signos no se desvirtúen ni queden privados de contenido; 2. cuidar de que los monjes adquieran una buena preparación en cuestiones bíblicas y patrísticas para que puedan entender con mayor facilidad los textos litúrgicos y ofrecer así una tierra bien dispuesta a la semilla divina; 3. impartir al monje una adecuada formación musical y ceremonial, que tal vez pudiera descuidarse por el temor de que nuestras celebraciones degeneren en espectáculo o en un concierto. 19. Lo antiguo y lo nuevo en el Opus Dei.-El ordenamiento litúrgico del Opus Dei, tal como aparece estructurado en los capítulos 8-20 de la Regla de san Benito, es un 17
claro testimonio de que los monasterios benedictinos poseen su propia tradición litúrgica. Esta tradición se apoya en dos principios: 1. el monasterio es considerado como una comunidad eclesial concreta, puesto que posee su propia Liturgia de las Horas; 2. esta Liturgia de las Horas no es la mera reproducción de otra preexistente: en su estructura hallamos elementos libremente adoptados,) transmitidos por antiguas instituciones —especialmente monásticas—, a la vez que se da amplia cabida a las nuevas exigencias de orden eminentemente práctico. La Regla benedictina se aparta con gran libertad del «cursus» catedralicio; reintroduce las Horas de Tercia, Sexta y Nona (RB 16-18), herencia de una antiquísima tradición cristiana; instaura la celebración diaria de la Vigilias nocturnas (RB 8-11), que fuera del monasterio se celebraban únicamente una vez por semana (el domingo), en los aniversarios (memoria de los mártires) o en ocasión de las estaciones (sábado de Témporas). La misma ponderada libertad se manifiesta en la adopción de venerables tradiciones monásticas como, por ejemplo, el número de salmos en las Vigilias nocturnas (RB 9), el uso de Prima y Completas (RB 16-17), la proclamación del «Padrenuestro» por el abad en el Oficio matinal (Laudes) y vespertino (RB 13,12). Más importante todavía fue la nueva distribución de la salmodia de las Horas del día y de la noche (RB 18), y la introducción de los himnos en las distintas Horas del Opus Dei (RB 9,4 etc.). Otras iniciativas se dejan a las necesidades concretas de la vida, como por ejemplo, el mayor o menor número de monjes que integran la comunidad (RB 17,16), las diferencias entre el verano y el invierno (RB 8-10), imperativos laborales (RB 48,7), e incluso, por eventuales distorsiones del horario, la falta material de tiempo (RB 11,12). Finalmente, existe una gian libertad para estructurar el Salterio de otra manera, caso de que la distribución propuesta no agradare (RB 18,22). En la actualidad, el monacato benedictino, heredero de esta tradición y animado de idéntico espíritu, se abre a un cierto pluralismo en la forma de celebrar el Opus Dei, persuadido —tras madura deliberación— de que esto en nada perjudicará la unidad del espíritu de oración y de contemplación fundada en la Regla benedictina y en su tradición. Más aún: el deseo sentido en los monasterios de revitalizar el Opus Dei partiendo de la normativa del Vaticano 11, ha tomado, en estos últimos tiempos, una doble dirección: una, representada por los monasterios que 18
desean conservar sustancial-mente el «cursus» litúrgico de la Regla benedictina, adaptándolo a las exigencias, relativas a la revisión litúrgica, emanadas del Concilio, y a las modificaciones sugeridas por la historia de la liturgia; otra, propiciada por aquellos monasterios que usando en diversa escala de los «indultos» a la ley fundamental, concedidos por el Consejo para la ejecución de la Constitución sobre la sagrada Liturgia, del 29 de diciembre 1968, se atienen a la mens de la Sagrada Congregación para el Culto divino, que en carta al Abad Primado, del 8 julio 1971, propuso: <
realizarse de acuerdo con el tiempo litúrgico y la Hora de que se trate; 2. A la forma objetivamente determinada, bien por la estructura misma de la celebración, «de modo que se tenga siempre la salmodia, precedida del himno; luego la lectura, breve o larga... y, finalmente, las preces» (OGLH 17); bien por las exigencias de la asamblea orante, que se complace en orar según unos módulos previamente establecidos: por ejemplo, el modo de alternar salmos y lecturas, número y distribución de los salmos, canto o recitación de los mismos: por un cantor o por el coro, según un esquema responsorial o antifónico; sin olvidar las diversas posturas corporales: de pie, sentados, genuflexiones, elevación de la¡ manos, etc.). 21. La triple dimensión del Opus Dei.Para ser auténtica, la celebración del Opus Dei requiere que en la asamblea litúrgica se den siempre y simultáneamente tres dimensiones, integrantes de toda verdadera celebración: dimensión eclesial, es decir, una comunidad limitada en el tiempo y en el espacio, en la que se actualiza el misterio de la Iglesia; dimensión comunitaria: todos son uno, pero cada cual ocupa su propio lugar y ejerce su propia función; dimensión personal: el encuentro con Dios no se realiza en un grupo de hombres sin nombre, sino en cada persona humana llamada por su nombre y plenamente responsable. No cabe duda de que la dimensión personal es fundamento y condición existencia! de las otras dos; si llegara a faltar, automáticamente desaparecerían también ellas. La celebración del Opus Dei es eficazmente personal, 1. en su —por descontado— razón de ser: la presencia de cada uno de los miembros de la comunidad orante debe ser un verdadero signo de la mutua aceptación en la íntima unión de maneras de pensar y modos de sentir (Mt 18,19; :Hch 1,14; 4,32); la oración verdadera, la única que da gloria a Dios, es la que a través de la uaidad de voces, expresa la intima unión de corazones (Rm 15, 1-7); 2. en su naturaleza real, ya que cada uno se suma deliberadamente a la oración comunitaria, participando en ella activa y conscientemente, de modo que «nuestra mente con-cuerde con nuestros labios» (RB 19,7). 22. Una celebración abierta a todos.- Si bien la asamblea litúrgico-monástica ha de ser considerada como un coro de monjes, sin embargo, no puede erigirse en ghetto cerrado, sino que ha de estar abierta a todos los que deseen participar y aprender «a adorar al Padre en espíritu y verdad, primordial-mente en la acción litúrgica» (OGLH 27). 20
Esta apertura de que aquí se habla, no ha de entenderse como una apertura de dispersión comunitaria, volcada hacia el exterior, sino de aquella apertura acogedora que permite a los de fuera integrarse en el seno de la comunidad orante. 1. La oración litúrgico-monástica abierta a todos es aquella que, aún conservando su propio ritmo —y en cierto modo hasta su propia lengua—, procura no obstante hacer las oportunas adaptaciones pastorales, como es justo esperar de un monasterio —masculino o femenino— que desea ser en su medio ambiente, fermento de vida. Ahora bien: el coro no necesariamente ha de estar indiscriminadamente abierto a todos y siempre; la apertura y su dosificación dependerá de las «situaciones» concretas. Cada comunidad debe abrigar la íntima persuasión, de que el Opus Dei ha de estar organizado de modo que, quien lo desee, pueda unirse al coro mediante una participación activa, pues el Opus Dei es, en realidad, «la oración común de la Iglesia». 2. La apertura de la asamblea litúrgico-monástica supone asimismo que la comunidad ha de estar siempre atenta a «los signos de los tiempos», a fin de que sea capaz de asumir en su propia liturgia —que es la celebración del misterio de salvación universal— las preocupaciones todas de la humanidad y todos sus problemas. Conviene que preste una atención especial a aquellos problemas más característicos del lugar y del momento concreto, a las ideologías y movimientos que directa o indirectamente favorecen o dificultan la implantación del Reino de Dios. La comunidad monástica no se contentará con «llegar a todos los hombres mediante el culto público y la oración, contribuyendo así en notable manera a la salvación del mundo entero» (OGLH 27); procurará asimismo que el Opus Dei sirva de ocasión para que, el que lo desee, pueda asistir y unirse a la plegaria de los monjes. Ha de ser un testimonio vivo de que la oración —nacida al reclamo de la Palabra de Dios— es capaz de crear una unión íntima y vital con Dios, ya que incesantemente nos permite hacer una nueva experiencia de Cristo. 23. Importancia de los diversos elementos del Oficio.- A conseguir el fin que se pretende en el Opus Dei —es decir, «el diálogo entre Dios y el hombre» (OGLH 33)— concurren las diversas partes que integran su estructura: unas son hasta tal punto necesarias, que nunca pueden faltar y siguen un orden estable; tales son: el himno, la salmodia, las lecturas, las preces; otras se incorporan teniendo en cuenta la 21
dimensión comunitaria de la oración y ayudan a profundizar más en su contenido. Entre estos elementos de importancia secundaria hay que enumerar las aclamaciones iniciales («Señor, ábreme los labios», «Dios mío, ven en mí auxilio») y finales («Bendigamos al Señor»); los versículos, responsorios y saludos, («El Señor esté con vosotros»), que sirve de transición de una a otra parte del Oficio; las antífonas que marcan la interpretación de los salmos y señalan el tono en que ha de cantarse el salmo. Es, pues, evidente que estos elementos son signos e instrumentos al servicio de la índole comunitaria del Opus Dei, y su valoración depende, en consecuencia, de la aportación que, ba-- jo este aspecto, puedan prestar a la celebración. (Ver, por ejemplo, RB 17,6, donde se establece que, en las Horas menores, las antífonas se añaden si la comunidad es numerosa, y se omiten si es pequeña; RB 11,12, donde se dice que cuando, por error del campanero, los monjes se levantan más tarde, «deberán abreviarse un tanto las lecturas y responsorios»). De acuerdo con la costumbre generalizada en la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos, también en el Opus Dei puede comenzarse con un rito introductorio: el presidente saluda a la comunidad y con brevísimas palabras introduce a los participantes en el misterio del tiempo o fiesta y de la Hora que se disponen a celebrar. Por lo demás, no cabe la menor duda de que estos diversos elementos secundarios contribuyen en gran medida a situar toda la celebración en el marco del misterio del tiempo o fiesta litúrgica y de la Hora que va a celebrarse. Por eso, hay que vigilar cuidadosamente para que, por un inconsiderado deseo de retornar a formas más simples y esenciales, no privemos a la celebración de estos diversos elementos y ésta quede notablemente empobrecida. 24. Conservar el carácter monástico de la celebración.- Sin poner en tela de juicio lo anteriormente establecido (n.° 20), esto es, que el Opus Dei ha de celebrarse de acuerdo con un texto y una forma objetivamente determinados, hemos de afirmar no obstante con igual fuerza que la celebración del Opus Dei y la asamblea celebrante están íntimamente condicionados. Uno y otra están tan estrechamente vinculados, que muy bien pudiera afirmarse que cada comunidad requiere su propia liturgia. A una consideración atenta de la relación existente entre Liturgia y 22
Asamblea litúrgica no se le escapa el hecho de que la comunidad monástica es un sector local de la Iglesia universal y, por ende, mediante la Liturgia, debe entrar a formar parte de la Iglesia orante. Pero al mismo tiempo es una comunidad eclesial monástica. En consecuencia, la comunidad benedictina lleva necesariamente la impronta de este doble carácter, al que no puede sustraerse. De donde se sigue que, ya desde el principio —como más arriba hemos visto— y siguiendo su propia inspiración monástica, adoptó un «cursus» distinto del de las iglesias catedrales, que comprende varias Horas no contempladas por éste. De igual modo, si en la actualidad un monasterio desea adoptar la Liturgia de las Horas según el rito romano, debe hacerlo de forma que la celebración revista un carácter monástico. Así pues, al afirmar su autonomía en materia litúrgica, la comunidad monástica no ha de olvidar que el Opus Dei que celebra, debe ser reflejo de la iglesia local y muy especialmente de la iglesia monástica, puesto que ha de ser expresión de una comunidad en la que el Opus Dei jes tenido en mayor estima que cualquier otro valor espiritual de la jornada monástica, por ser una oración comunitaria de índole contemplativo-laudatorio. Temer que de este modo se abra la puerta al «particularismo», considerado como nocivo —cuando lo que realmente se pide es un ponderado equilibrio entre comunidad y liturgia—, y tratar de «conservar la uniformidad» —que no siempre es sinónimo de verdadera «unidad»—, sería enfocar todo el problema con una mentalidad juridicista, como si fuera válido este razonamiento: «Exi_ste una comunidad, luego debe existir el Opus Dei», sin pararse a analizar la relación vital existente entre comunidad y Opus Dei, ni investigar su definición. Lo correcto seria decir: «Existe tal comunidad, luego debe existir tal Opus Dei». 25. El número de las Horas.- La ditribución monástica del Opus Dei en siete Horas diurnas y las Vigilias nocturnas intentaba ser la respuesta al mandato relativo a la oración incansable, insistente, continua (Le 18,1; Rm 12,12; Col 4,2; 1 Tes 5,17), a la que el monje, en virtud de su profesión, se entrega con especial dedicación (RB 16). Si bien, apoyados en las nuevas perspectivas de la vida espiritual, se nos propone hoy día una nueva valoración del número de las Horas diurnas, esto no debe ir en detrimento del mencionado mandato divino ni disminuir la entrega del monje. La intención es más bien la de —habida cuenta de las legítimas exigencias— disponer de este modo de una oración de mayor calidad. 23
El Concilio Vaticano II confirmó sabiamente —al menos de manera implícita— que la reglamentación de la liturgia debía hacerse teniendo en cuenta las diversas, condiciones de la vida moderna. Tuvo a bien aligerar un tantopa tarea de nuestra servidumbre» (RB 50,4), es decir, la celebración de la Liturgia de las Horas, pero confiriéndole un nuevo peso de orden espiritual, esto es, incrementando su calidad. Todos sabemos que entre los problemas hoy más debatidos, ocupa un primer puesto el de la relación existente entre cantidad y calidad. Ya en la regla de san Benito (18, 22-24) se aborda esta cuestión: la solución se decanta en favor de la calidad. (Véase también la brevedad de las Vigilias según RB 9, en comparación con las Vigilias del rito romano: el domingo, éste comprende 24 salmos, en cambio el rito benedictino 12 salmos y 3 cánticos). Es verdad que la calidad de la oración no depende ni del número de salmos que se rezan ni del número de Horas que se celebran, sino de la disposición interior de la mente y del corazón. Ahora bien: para que se cree esta disposición interior se requiere: 1. que todos abriguen el ardiente deseo de situar la oración en el cogollo mismo de la vida comunitaria, pues que la oración es el momento fuerte en que, en diálogo abierto con Dios, todos los trabajos y todos los problemas se orientan a la glorificación de Dios; 2. que con análogo fervor aspiren todos a que la oración se convierta en el medio eficaz de conseguir aquella unidad comunitaria, a que están llamados. La preocupación por la calidad de la oración conlleva asimismo el que la celebración del opus Dei se disponga de modo que todos puedan asistir y participar activamente en él. lista presencia comunitaria se ve dificultada a veces por el excesivo número de celebraciones, pues con frecuencia urge la necesidad de hacer algún trabajo —apostólico o manual—, lo cual puede ocurrir «si las condiciones del lugar o la pobreza exigiesen...» (RB 48,7); san Benito aduce el caso de la pobreza del lugar, porque este tipo de trabajo era el único medio de subsistencia. Si se abrigare la creencia de que la organización cotidiana del Opus Dei ha de ser necesariamente tal, que la vida del monasterio sea radicalmente distinta de la vida del mundo entorno, resultaría, por desgracia, que la vida monástica no podría entrar a formar parte del misterio universal de salvación; y aunque en sí misma fuera de un gran valor, aparecería sin embargo como situada «al margen del mundo». Si pareciere aconsejable una disminución del número de las Horas del Opus Dei y ensayar una nueva distribución, ténganse muy presentes dos cosas: 1. la 24
disminución de las Horas de celebración no conlleva una disminución del tiempo dedicado a la oración ni de su calidad. Más bien habrá de cuidarse que cada celebración sea un momento fuerte del Opus Dei, incluso en la forma de celebrarlo, celebración que comprende los siguientes elementos: escucha atenta, tranquila y ávida de la Palabra; intensificación de la oración silenciosa; dar más cabida al canto; una más cuidadosa variedad en los modos de celebración, etc. 2. es plausible la práctica de enriquecer las Horas que quedan al reducir su número. Pero jamás deben unirse dos o más Horas del Opus Dei: esto no tendría otro objeto que el de tranquilizar la conciencia, pues que al obrar asi se habría satisfecho la obligación de recitar todo el Oficio. Así, por ejemplo, cuando se unieran en una misma celebración Tercia, Sexta y Nona, se tendría la sensación de haber rezado tres Horas distintas, pero tal diferenciación sería puramente nominal. Además, esta práctica contradiría la norma fundamental referente a la «verdad de las horas», que ha de respetarse; más aún: sería enfocar la celebración del Opus Dei con mentalidad juridicista, como si se tratara de algo que hay que cumplir simplemente porque lo manda la ley. Con lo cual, no se conseguiría el verdadero fin del Opus Dei y sus diversas Horas, que es «la santificación del día y de todo el trabajo humano»" (OGLH 11). 26. Las Horas más importantes.- Tanto si se conserva el número tradicional de las Horas del Opus Dei, como si disminuye, ha de tenerse como válida la norma establecida por el Concilio Vaticano II, reiterada por la OGLH, esto es: «Las Laudes, como oración matutina, y las Vísperas, como oración vespertina que —según la venerable tradición de la Iglesia universal— son el doble quicio del Oficio cotidiano, deben considerarse y celebrarse como las Horas principales» (SC 89; OGLH 37). La preeminencia de estas Horas se basa en que son «memorial» respectivamente de la resurrección y de la muerte de nuestro señor Jesucristo y, por tanto, íntimamente conexas con la Eucaristía, con la que forman la tríada más importante en la distribución espiritual de la jornada monástica. Ambas deben participar de la preeminencia que a la Eucaristía le es reconoci-,da, incluso en la forma externa de una mayor solemnidad en la celebración —que conviene que sea cantada—, y sobre todo con • la asistencia plena y activa de toda la comunidad. No estaría mal que el Oficio de Laudes fuera realzado con una «liturgia de la luz» y el Oficio de Vísperas con una «liturgia del incienso». Dada por bien sentada la preeminencia de estas dos Horas, conviene subrayar, sin embargo, que en la tradición monástica también las Vigilias son importantísimas, por la tensión 25
escato-lógica atribuida a este Oficio. La celebración de las Vigilias resalta no tanto por la solemnidad externa, como por su propia índole de oración contemplativa, tranquila, prolongada.
27. El canto en la celebración.- Gracias al canto, la comuni dad monástica —que es.una comunidad eclesial estable— puede subrayar diversamente: 1. el rango de la celebración de una so lemnidad, de una fiesta, de una memoria o de una feria; 2. las distintas Horas del día; 3. la naturaleza de un texto. Reconociendo el gran valor del canto en cualquier celebración del Opus Dei, los monjes lo cultivan de una manera especial como aptísimo medio de la expresión laudatorio-contem-plativa, que es una característica muy destacada de la celebración monástica. Los domingos y días festivos conviene dar mayor extensión al canto o utilizar melodías más solemnes, de acuerdo siempre con la índole de cada asamblea litúrgica. De igual modo, si las Horas principales —Laudes y Vísperas— se celebran solemnemente con canto, todos las considerarán como los momentos realmente- más importantes del día. Hay textos que, por su misma naturaleza, exigen ser cantados. Tales son los himnos, los cánticos, los salmos. La música potencia el papel de las aclamaciones, de las antífonas y de los responsorios. 28. Los actores de la celebración.- El Opus Dei es una ora ción en la que el diálogo interior con Dios, se proyecta al exte rior por la palabra en el ámbito de una comunidad. Los miembros de la comunidad son los actores de la celebración li túrgica. Toda celebración presupone una comunidad, que se constituye en asamblea litúrgica. En ella:, los diversos actores hacen el papel de animadores de la celebración. . Actores de la celebración del Opus Dei son: el presidente de la asamblea, a quien compete abrir y cerrar (con la oración conclusiva) la celebración; según la tradición benedictina —vigente hoy en la mayoría de los monasterios— el abad o la abadesa ejercen por sí mismos o delegan en el hebdomadario ciertas funciones presidenciales; el lector (o lectores) proclama las lecturas tomadas de la sagrada Escritura o de otros escritos; el cantor a quien incumbe entonar los himnos, las antífonas, los versículos y los 26
responsorios; los salmistas (uno por cada coro) entonan los salmos en la salmodia alterna, o uno de ellos proclama el salmo, alternando con el otro salmista o con el coro; el monitor que hace las moniciones (didascalías), por ejemplo, antes de los salmos o lecturas; la escola a la que corresponde la ejecución —bajo la dirección del cantor— de ciertos cantos, alternando siempre con la asamblea; finalmente, la misma asamblea integrada por todo el coro o bien dividida en dos coros para el canto alterno de salmos y cánticos, es el conjunto de actores, que escuchan o responden a los ya enumerados. Todos los actores de la celebración deben meditar el precepto de la Regla de san Benito: «No presuma cantar o leer sino el que puede desempeñar este oficio de modo que los oyentes salgan edificados» (RB 47, 3). Y los oyentes salen edificados cuando el actor desempeña su cometido «con humildad, gravedad y temor» (RB 47,4). La costumbre generalizada, ampliamente difundida en los monasterios, de que todos desempeñen por turno los distintos oficios, no debe tener aplicación cuando se trata de las funciones a desempeñar en la celebración del Opus Dei. Para que los actores de la celebración puedan edificar a los que en ella participan, es necesario que estén bien preparados.
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL SER, EL HABER Y EL HACER DE LA «LITURGIA DE LAS HORAS SEGÚN EL RITO MONÁSTICO» I. EL SER 1. Después de la publicación de la típica vaticana y española de la Liturgia de las Horas según el rito romano (LHR), que regula la oración oficial de la Iglesia especialmente adaptada —de acuerdo con las disposiciones del Vaticano II— al elemento más dinámico de ella, como es el clero secular y los religiosos de vida «activa», comprometidos en el apostolado directo (LC 1, OGLH, 73), un equipo de liturgistas pertenecientes sobre todo a las Órdenes monásticas, con la aprobación y el estímulo de la Santa Sede y del Secretariado Nacional de Liturgia de España, ha elaborado un cursus litúrgico más en consonancia con el ritmo de vida y las peculiares exigencias de los religiosos denominados de vida «contemplativa». De esta forma, quedan cubiertos los dos tipos tradicionales de oración existentes en la Iglesia: el del clero secular y religiosos de vida «activa», y el de los monjes y religiosos de vida «contemplativa», de acuerdo con el principio 27
según el cual a ritmos de vida diferentes han de responder también distintos ritmos de respiración orante. 2. Esta Liturgia de las Horas según el rito monástico (LHM) se basa fundamentalmente en el Thesaurus Liturgiae Horarum Monásticas aprobado por la Sagrada Congregación para el Culto divino con fecha del 10 febrero 1977; en el es quema sálmico aprobado asimismo por dicha Sagrada Congre gación para todos los monasterios «contemplativos» de habla hispana, con fecha del 11 de noviembre 1981; en la LHR en su edición típica vaticana promulgada por Pablo VI el 1 no viembre 1970 mediante la Constitución Laudis Canticum; v, fi nalmente, para la traducción de los textos, en la edición t.pica española de la Liturgia de las Horas según el rito romano (19791981). 3. Este ordenamiento litúrgico quiere ser una respuesta a los deseos y a las necesidades de los «contemplativos» de Espa ña e Hispanoamérica. Y no sólo del grupo monástico en sus di ferentes ramificaciones (benedictinos, cistercienses, trapeases, camaldulenses, cartujos, Jerónimos), sino de todos los con templativos no vinculados a Órdenes estrictamente monásticas (carmelitas, clarisas...). Creemos ser una señal de unidad y de solidaridad la adopción de un mismo ritmo de oración por to dos aquellos que vivimos un análogo ritmo de vida, aun cuando los elementos lingüísticos sean diferentes. II. EL HABER 4. El contemplativo es un cristiano que siente con la Iglesia —por ser él mismo Iglesia—, pero que, en aras de su peculiar vocación, imprime a su vida un ritmo diferente del del común de los fieles. Éste «sentir con la Iglesia» y éste «ser diferente» dentro de la Iglesia condiciona la estructura de la LHM. 5. En lo que le homologa con la Iglesia universal, el monje tiene vocación ecuménica y quiere sentir y orar con y como la Iglesia una. De ahí que la LHM adopte el esquema romano para 28
la celebración de las dos Horas que son como el quicio sobre el que gira todo el Oficio divino: Laudes y Vísperas (SC 89 a). Es la traducción concreta del deseo de incorporar la oración mo nástica —sin perjuicio de los valores que le son propios— a la reforma litúrgica del Vaticano II. Además de tener un valor de signo en un tiempo en que el Pueblo de Dios toma nueva con ciencia de la vitalidad de la Iglesia orante, esta iniciativa quiere facilitar la participación de los fieles en la plegaria eclesial, espe cialmente en estas dos Horas principales del Opus Dei —no estrictamente monásticas—,, secundando así el explícitamente expresado por el Vaticano II (SC 100).
deseo
6. Mientras Laudes y Vísperas adoptan un más marcado ca rácter de celebración pública, con normal participación de fieles, se ha procurado que las demás Horas—consideradas co mo más características de la intimidad monástica— tengan más acentuado el tono meditativo y contemplativo característico de la plegaria monástica, que un documento romano ha definido certeramente como una «oración prolongada, hecha en común, distribuida en el tiempo» '. Por esta razón, los Maitines, las Horas menores y las Completas están ordenadas de modo que su ejecución coral pueda hacerse con calma, suficientemente espaciada y con un distensión del espíritu que facilite una mayor interiorización. 7. En la oración meditativa o contemplativa conviene dar un relieve muy particular al silencio, entendido no sólo como una distribución de espacios alternantes con los textos, sino co mo un fondo permanente que favorezca la plegaria interior, de la que han de brotar y a la que deben tender las expresiones de la plegaria proferida no sólo de los salmos, sino también de las oraciones sálmicas que, siguiendo una venerable tradición y la recomendación de la LC 3 y de la OGLH 12 se han puesto en apéndice al servicio de las comunidades que lo desearen. 8. Con este fin, la Hora del Opus Dei más específicamente contemplativa, es decir, los Maitines —que en su celebración coral conservan el carácter de alabanza nocturna (SC 89 c)— consta de unos salmos sobre un fondo de silencio, a los que se unen normalmente —amén de otros elementos— dos lecturas 29
con sus responsorios, según un ciclo bienal previsto por la LC 6 y por la OGLH 145-6. Los domingos y días festivos cuentan con un tercer nocturno, provisto de unas lecturas convenientemente adaptadas al ciclo trienal de lecturas bíblicas del Misal romano. De esta forma, los maitines conservan en la LHM su carácter tradicional de oración meditativa, contemplativa'y prolongada, al que la LHR ha debido renunciar, con sano criterio, por impe rativos pastorales (LC 1; OGLH 73). 9. Las Horas menores y las Completas requieren —dentro de esta visión— una estructura y una ejecución mucho más ági les. 10. Importa acentuar el matiz de interiorización de estas Horas de oración más típicamente contemplativas, como base y
1. Carta del Consejo para la ejecución de la Constitución de la Sagrada Liturgia al abad Primado de ios benedictinos Confederados, del 8 julio 1971.
contrapeso de las demás Horas y, sobre todo, de la proyección pastoral comunitaria cada día más exigente y acaparadora. 11. Dada esta capacidad de interiorización, propia del con templativo, y puesto que la lectio divina ha debido familiarizar al monje con la Sagrada Escritura y especialmente con los Sal mos, a diferencia de la LHR, la LHM conserva íntegro en sus celebraciones litúrgicas el Salterio de 150 salmos, sin supresión alguna de salmos o versículos llamados «imprecatorios». Si se tienen en cuenta los principios hermenéuticos expuestos en el n.° 108 de la OGLH y se insiste en una más sólida formación en materia bíblica y litúrgica auspiciada por el Vaticano II (SC 90), desaparecen las dificultades que una recitación menos atenta a los géneros literarios y a la progresiva revelación de Dios en la Escritura Santa pudieran crear. Para obviar las posibles dificul tades que algunos salmos o versículos de salmos pudieran susci tar en orantes menos familiarizados con los mismos, se han se leccionado los salmos más difíciles o de contenido más sapien 30
cial o reflexivo reservándolos para el momento más tranquilo de la celebración litúrgica, como es el rezo de los Maitines en las horas silenciosas de la noche. 12. Con el fin de acentuar el sentido peculiar de cada salmo y dar mayor expresividad y variedad de colorido a su ejecución orante, además de el elemento musical de tan capital importan cia, se ha recurrido a la escenificación coral de los salmos, aten dida la índole y naturaleza de cada pieza sálmica (OGLH 121-2; Directorio, 28). 13. Esta misma estructura coral se ha introducido en los Cánticos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento que, según una costumbre inmemorial, se vienen utilizando en las ce lebraciones litúrgicas. También en este aspecto, la LHM ha po dido incorporar una más nutrida selección de Cánticos, espe cialmente destinados al tercer nocturno de domingos y festivi dades, poniendo en juego los 75 (76) Cánticos recogidos en el Thesaurus Liturgiae Horarum Monasíicae, contra los 37 que re coge la LHR.
III. EL HACER 14. Como normas prácticas para la buena ejecución del rezo coral de la LHM, téngase presente lo que sigue: a) Los ritmos de variación de las diferentes Horas del Oficio divino revisten tres modalidades: unas (como las Completas), que se desarrollan según un ritmo semanal, repitiéndose idénti cas semana tras semana; otras (como los Maitines), cuya ce lebración se desenvuelve en ciclos de dos semanas; y otras,-fi nalmente (como Laudes, Vísperas y Horas intermedias), que se mueven en ritmo de cuatro semanas. Para la utilización del ciclo semanal, no hay dificultad: todos los días de la semana tienen su formulario propio, que se repite invariado en igual día de la semana siguiente; para los ritmos de dos o cuatro sema nas, tampoco hay dificultad de especial mención, correspon diéndose entre sí las semanas pares e impares. Así, la 1.a sema 31
na de Maitines coincide siempre con la 1. a y 3.a de Laudes y Vísperas, y la 2.a semana de Maitines es paralela a las semanas 2.a y 4.a de Laudes y Vísperas. La interrelación entre el Ciclo de dos o cuatro semanas del Ordinario y el Año Litúrgico es igual que en la LHR, es decir, que se empieza siempre con la 1. a se mana (omitiéndose en su caso las restantes) en los domingos 1.° de Adviento, 1.° de Cuaresma y 1.° del Tiempo Ordinario. b) Las oraciones sal/nicas puestas en el Apéndice, son de uso facultativo, no preceptivo. Tienden a ayudar a la interpre tación «cristiana» de cada salmo y su utilización realza la so lemnidad de la celebración dándole profundidad y compendian do en un único marco litúrgico, la oración pública de la Iglesia y la personalizada de cada orante. Después de cantado o recitado el salmo y acabada la doxología «Gloria al Padre», se observa un sagrado silencio oracional, al final del cual la oración sálmica recoge, en única y unificada conclusión, los afectos y deseos de toda la Asamblea orante (OGLH 112; LC 3). c) Para las comunidades que deseen reforzar la salmodia de Maitines, se ha asignado una salmodia complementaria. d) A fin de facilitar la provechosa recitación de los salmos, se encomienda —atendida la índole propia de cada pieza sálmica— su proclamación a una variedad de actores: un sal mista (S), toda la asamblea (T) o bien alternando los coros (1C, W-cíilmietae (\ Har va-
riedad a cada salmo, resaltando los diferentes elementos del mismo. e) Respecto de las antífonas, éstas se han colocado sólo al comienzo de cada salmo, sin repetirla al final del mismo, ya que su iteración al final es sólo potestativa, no obligatoria (OGLH 123). 14. De acuerdo con el criterio fundamental de la LHR, se gún el cual y de cara a la salmodia, no interesa tanto el aspecto cuantitativo de «rezar salmos», cuanto el cualitativo de «orar mediante los salmos», (OGLH, 121), se ha tenido siempre en consideración la singularidad de cada salmo, tomado como una 32
pieza completa e indivisible en sí misma. Este respeto a la uni dad peculiar de cada pieza sálmica, obliga a abandonar el nú mero clásico de 3 salmos por cada nocturno o por cada una de las Horas menores y las Completas, basado en una absoluta mística del número, buscando en compensación un equilibrio más bien en la real extensión de la salmodia, que en el número convencional de salmos o fragmentos sálmicos que se rezan. Te niendo en cuenta que la media absoluta es de 15 versículos por salmo, se ha procurado que cada celebración o cada nocturno cuente aproximadamente con 45 versículos, repartidos en uno, dos o tres salmos unitariamente ejecutados. Pues no se trata de diluir los salmos en el tono gris de una salmodia monótona, si no de asumirlos, bien seleccionados, con toda su rica variedad, a fin de que la oración litúrgica resulte enriquecida. 15. El presente esquema de la LHM aspira a dar una orien tación para que la plegaria monástica —atenta a las necesidades y a los condicionamientos actuales— pueda ser al mismo tiem po más auténtica y orada con mayor intensidad. 16. Como quiera que la comunidad monástica se actúa par ticularmente —más que en otro momento alguno— en los en cuentros de oración, esta LHM sólo conseguirá la finalidad a que aspira si ayuda de verdad a la oración comunitaria de los monasterios, preparada y seguida por la oración personal, hasta cpnseguir xjue el Opus Dei sea realmente el centro de la vida y la ocupación primordial del monasterio y de cada uno de sus mon jes, segúrila fórmula tan acertadamente formulada por el Padre de los monjes de Occidente: Nada se anteponga a la Obra de Dios (RB 43,3). TABLA DE LOS DÍAS LITÚRGICOS según las Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el Calendario La precedencia entre los días litúrgicos, en cuanto a su celebración, se rige únicamente por la tabla siguiente: 33
I 1. Triduo pascual de la Pasión y Resurrección del Se ñor. 2. Navidad del Señor, Epifanía, Ascensión y Pente costés. Domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua. Miércoles de Ceniza. Semana Santa, desde el lunes al jueves, inclusive. Días de la Octava de Pascua. 3. Solemnidades del Señor, de la Santísima Virgen María y de los santos inscritas en el Calendario general. Conmemoración de todos los fieles difuntos. 4.Solemnidades propias, a saber: a) Solemnidad del patrono principal del lugar, sea pueblo o ciudad. b) Solemnidad de la dedicación y aniversario de la dedicación de la iglesia propia. c) Solemnidad del título de la iglesia propia. d) Solemnidad: o del título, o del fundador, o del patrono principal de la Orden o Congregación. f II 5. Fiestas del Señor inscritas en el Calendario general. 6. Domingos del tiempo de Navidad y del tiempo ordi nario. 46* - tabla de los días litúrgicos 7. Fiestas de la Santísima Virgen María y de los santos inscritas en el Calendario general. 8. Fiestas propias, a saber: a) Fiesta del patrono principal de la diócesis, b) Fiesta del aniversario de la dedicación de la igle sia catedral. c) Fiesta del patrono principal de la región o pro vincia, de la nación, de un territorio más exten34
so d) Fiesta: o del título, o del fundador, o del patro no principal de la Orden o Congregación y de la provincia religiosa, quedando a salvo lo prescri to en el número 4. e) Otras fiestas propias de alguna iglesia. f) Otras fiestas inscritas en el Calendario de cada diócesis o de cada Orden o Congregación. 9. Las ferias de Adviento desde el día 17 al 24 de di ciembre, inclusive. Días de la Octava de Navidad. Las ferias de Cuaresma. III 10. Memorias obligatorias inscritas en el Calendario general. 11. Memorias obligatorias propias, a saber: a) Memorias del patrono secundario del lugar, de la diócesis, de la región o provincia, de la na ción, de un territorio más extenso, de la Orden o Congregación y de la provincia religiosa. b) Otras memorias obligatorias propias de alguna iglesia. c) Otras memorias obligatorias inscritas en el Ca lendario de cada diócesis, o de cada Orden o Congregación. 12. Memorias libres, que aun en los días señalados en el número 9 se pueden celebrar, pero según el modo peculiar descrito en las Ordenaciones generales del Misal romano y de la Liturgia de las Horas. De la misma manera se pueden celebrar como memorias libres las memorias obligatorias que accidentalmente caigan en las ferias de Cuaresma. 13. Ferias de Adviento hasta el día 16 de diciembre, inclusive. Ferias del tiempo de Navidad desde el día 2 de enero al sábado después de Epifanía. 35
Ferias del tiempo pascual desde el lunes después de la Octava de Pascua hasta el sábado antes de Pentecostés, inclusive. Ferias del tiempo ordinario. OCURRENCIA DE VARIAS CELEBRACIONES Si en un mismo día ocurren varias celebraciones, el Oficio se celebra de la que ocupe lugar preferente en la Tabla de los días litúrgicos; sin embargo, toda solemnidad que sea impedida por un día litúrgico que goce de precedencia se traslada al día más próximo que esté libre de los días inscritos en los números 1 -8 de la Tabla precedente, observando las normas del año litúrgico establecidas en el número 5 de las Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el Calendario (cf. Misal romano, p. 102). Las otras celebraciones se omiten aquel año. Cuando en el mismo día hubieran de celebrarse las Vísperas del oficio en curso y las primeras Vísperas del día siguiente, prevalecen las Vísperas de la celebración que en la Tabla de los días litúrgicos ocupe lugar preferente; en caso de igualdad, se prefieren las Vísperas del día en curso.
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