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¿Mujeres Primero? La protesta global y la nueva división internacional del trabajo Ethel Brooks (International Center for Advanced Studies. New York University). Traducción: Ethel Brooks y Javier Auyero En un día de verano de Junio de 1995, Judith Viera, una trabajadora de la maquiladora Mandarin International en la zona franca salvadoreña San Marcos, se acercó al podio en la convención fundadora de la federación sindical norteamericana UNITE (the Union of Needletrades, Industrial, and Textile Employees), para contar su historia. Ella habló de su lucha, y la de sus compañeras, de sus esfuerzos por organizar un sindicato en la fábrica donde guardias de seguridad niegan la entrada a las personas sin tarjeta de identificación, y revisan el cuerpo de quienes entran a trabajar –la mayoría de las cuales son mujeres de entre 15 y 20 años de edad. Viera habló de la existencia de régimen de visitas al baño severamente restringido y de la anticoncepción obligatoria en Mandarin, una maquiladora que confecciona ropa para el mercado estadounidense, sub-contractada por compañías como The Gap, Inc., JC Penney, y Eddie Bauer. También contó de los despidos másivos de más de 300 trabajadoras de Mandarin, y del cierre forzoso de una fábrica contra unas 5000 trabajadoras que simpatizaron con quienes querían formar un sindicato ya reconocido por el Ministerio de Trabajo salvadoreño. Durante los dos meses siguientes, bajo los auspicios del Comite Nacional Laboral de Nueva York (NLC, en inglés), la adolescente Judith Viera, con su compañera hondureña Claudia Molina de Orion Fashions en San Pedro Sula, hizo una gira por los Estados Unidos y Canadá, charlando con grupos de estudiantes, miembros de sindicatos, periodistas, y organizaciones de activistas locales. Sus testimonios inspiraron un boicot a nivel nacional contra The Gap, una serie de artículos detallados en el New York Times, y manifestaciones fuera de tiendas de The Gap desde el estado de Maine hasta Chicago y San Francisco. Como dijo Bob Herbert en uno de sus artículos del New York Times: “El Comite Laboral Nacional trajo a Claudia Molina y Judith Viera a los Estados Unidos para que cuenten sus historias. ¿Por cuánto tiempo podemos nosotros, como hacen las compañías grandes de ropa, negarnos a escuchar?”1 *** Mucha gente escuchó a Judith Viera y Claudia Molina. Sus testimonios sobre el trabajo de maquila, sobre el abuso en la fábrica, y sus propias posiciones como mujeres jóvenes de color en “la nueva división internacional de trabajo,” junto al amplio activismo que ocurrió como resultado de sus esfuerzos, llevaron a un acuerdo entre la NLC y el Gap firmado el 15 de Diciembre del 1995, en una iglesia de Brooklyn, Nueva York. El acuerdo del 15 de Diciembre obligó al Gap a mantener sus pedidos a Mandarin y Orion con las siguientes condiciones: que el código de conducta del Gap para condiciones laborales sea respetado dentro de las fábricas; que las trabajadoras despedidas sean re-contratadas y sindicalizadas; que las violaciones laborales como visitas limitadas al baño y el acoso físico y sexual de las trabajadoras en las fábricas sean prohibidas; y que un sistema de monitoreo independiente de grupos locales religiosos, activistas, y de derechos humanos, sea formado en la fábrica 1
New York Times, Julio 21, 1995.
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para verificar el cumplimiento del acuerdo. El acuerdo NLC-Gap, y la campaña transnacional de derechos laborales, con Judith Viera y Claudia Molina al frente, fueron historias de éxito proverbiales, replicadas en campañas posteriores de derechos laborales y giras posteriores por Estados Unidos de jóvenes trabajadoras de maquila de todo tercer mundo. *** Quisiera hacerme las siguientes preguntas: ¿Cuál es el papel de las mujeres en el activismo laboral transnacional? ¿Hasta dónde puede la política de izquierdas transformar la agencia en las fábricas maquiladoras que emplean mujeres en los países del tercer mundo? Yo quisiera examinar los métodos de utilizar, definir y desplegar a la mujer como categoría en dos contextos diferentes del movimiento internacional laboral. Los dos contextos toman las categorías de género, raza, clase social, y nación en unas maneras que son monolíticas, misógenas, y muy difíciles de contestar. El primer contexto, la producción de la ropa en sitios tales como Mandarin en El Salvador, Seo Fashions en Nueva York, o Samrana Fashions en Bangladesh, prácticas locales de patriarquía y de explotación del género se despliegan en la producción de ropa para los mercados del mundo. Éstas prácticas localizadas, de género, de raza, y de clase, han sido documentadas en un número de importantes estudios feministas.2 En el segundo contexto, las campañas transnacionales de protesta contra violaciones laborales de trabajadoras en la industria global de la confección de ropa, éstas categorías y prácticas parecen ser desafiadas de una manera transnacionalizada y sofisticada por portavoces como Judith Viera en nombre de sus compañeras de Mandarin. Las campañas de organización transnacionales se han dedicado a afectar la manera de presentar la imagen de un producto, cómo consumirlo y venderlo, a los efectos de mostrar la persecución de las mujeres en los régimenes de producción de la ropa en el mundo. Estas campañas reúnen a consumidores y activistas del Norte con las trabajadoras del Sur, y, con un uso mediático inteligente de los testimonios de las mismas trabajadoras, apuntan a las corporaciones que subcontratan la confección a los efectos de mejorar prácticas de trabajo al nivel de las fábricas. Ésta organización parecería ser un ejemplo del desafío que Lisa Lowe, en su trabajo sobre el activismo de las mujeres Asiáticas-Americanas en la industria de la ropa, llama “el encuentro complejo entre el capital transnacional y las mujeres dentro de las estructuras patriarcales del género, [donde] los mismos procesos que producen a una proletariada racializada y feminizada desplazan patriarquías tradicionales y nacionales y sus regulaciones definitivas del género, espacio y trabajo, y racializan a las mujeres en relación a otros grupos racializados.”3 Según Lowe, este desafío tiene el potencial de producir 2
Vease, por exemplo, Lourdes Benería y Shelley Feldman, Unequal Burden: Economic Crises, Persistent Poverty, and Women’s Work (Boulder, 1992: Westview Press); María Patricia Fernández-Kelly, For We Are Sold, I and My People: Women and Industry in Mexico’s Frontier (Albany, 1983: State University of New York Press); Aihwa Ong, Spirits of Resistance and Capitalist Discipline: Factory Women in Malaysia (Albany, 1987: State University of New York Press); y Sheila Rowbotham y Swasti Mitter, Dignity and Daily Bread: New Forms of Economic Organising among Poor Women in the Third World and the First (London, 1994: Routledge). 3 Lisa Lowe, “Work, Immigration, Gender: New Subjects of Cultural Politics,” en Lisa Lowe y David Lloyd, The Politics of Culture in the Shadow of Capital (Durham, 1997: Duke University Press), 360.
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“nuevas posibilidades precisamente porque han conducido a una ruptura y a una reformulación de las categorías de la nación, de la raza, de la clase, y del género, de esta manera incitando a una reconceptualización de las narrativas oposicionales del nacionalismo, del marxismo, y del feminismo.”4 *** En realidad, los éxitos de la organización transnacional laboral durante los últimos años no han conducido ni a una ruptura ni a una reformulación de las categorías de la nación, de la raza, de la clase o del género. Sus mismos éxitos, intento demostrar en éste artículo, han descansado en el mantenimiento y en la reproducción de estas categorías tanto en las campañas como en las mismas fábricas. *** En el proyecto de investigación que sirve de base a este trabajo, examino tres historias exitosas de organización transnacional contra la nueva división internacional del trabajo– una que se centra en violaciones de trabajo en Mandarin International en el Salvador, la segunda centrada en la utilización de trabajo infantil en la industria de la ropa de Bangladesh, y la tercera en fábricas que explotan a inmigrantes en Nueva York. En cada uno de las campañas, me centro en el lazo entre los organizadores de las campañas transnacionales y las trabajadoras de maquila que estos quisieran representar. Durante mi investigación de campo realicé un etnografía de sitios mutiples que se movió entre los sitios de protesta y de organización de las campañas en los Estados Unidos y las fábricas maquiladoras que son al centro de las campañas. Entre 1996 y 1998, hice investigaciones en Dhaka, la capital de Bangladesh, San Salvador, la capital de El Salvador, y la ciudad de Nueva York en los Estados Unidos. Me entrevisté con trabajadoras, encargados de fábrica, y propietarios de companía, además de organizadores sindicales, activistas feministas, funcionarios del gobierno y de la industria, y representantes de organizaciones internacionales. Rastreo y defino las conexiones específicas entre el género, la clase social y la raza en las giras de los Estados Unidos, en las campañas activistas y en las fábricas maquiladoras. Varios investigadores han identificado al período actual de los sistemas de producción flexibles, justo a tiempo (JIT), y a la nueva división del trabajo internacional (NIDL) como marcados por una globalización creciente de la producción y de las finanzas.5 La literatura de la globalización también se ha centrado en el espacio como producto social e histórico, la organización del cual puede cambiar en el tiempo. 6 Tales clasificaciones son útiles para entender al período de finanzas y producción globalizadas como algo nuevo; sin embargo a menudo el foco en “intercambios simbólicos”7 y signos 4
Lisa Lowe, “Work, Immigration, Gender: New Subjects of Cultural Politics,” 360. Vease, por ejemplo, David Harvey, The Condition of Postmodernity (Cambridge, MA, 1989: Blackwell); Scott Lash y John Urry, Economies of Signs and Space (London, 1994: Sage); Alain Lipietz, Mirages and Miracles: The Crises of Global Fordism (London, 1977: New Left Books); y Saskia Sassen, The Global City: New York, London, Tokyo (Princeton, 1991: Princeton University Press). 6 Vease, por ejemplo, Henri Lefebvre, The Production of Space (Cambridge, 1991: Blackwell) y Edward W. Soja, Postmodern Geographies (New York, 1989: Verso). 7 Malcolm Waters, Globalization (New York, 1995: Routledge). 5
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nos lleva a pensar en la globalización como sucediendo por fuera de las relaciones cotidianas y de los intercambios productivos. Es justamente esta concepción, junto con las condiciones materiales mismas del proceso de la subcontratación que les permite a las companías de la producción moverse a otra parte del planeta cuando enfrentan problemas laborales o intentos de la sindicalización, la que se convierte en una barrera a la organización y protesta laboral.8 Las campañas de consumidores que presionan por mejorar las condiciones de trabajo en la industria de la ropa cuestionarían tales formulaciones, diciendo que es mediante esta influencia diaria sobre quienes están en ambos extremos de la cadena de mercancías –la gente que hace la ropa y la gente que la compra—que el cambio pueden suceder. Como Charles Kernaghan, el director del Comité Laboral Nacional, ha precisado: “hay más conocimiento del consumidor y más presión contra corporaciones estadounidenses aquí [en los Estados Unidos] que en cualquier otro lugar en el mundo.” 9 Cierto es que los consumidores estadounidenses se han vuelto más activos en los años recientes con respecto a condiciones de trabajo, y mejor informados sobre las condiciones laborales que producen la ropa que compran. Sin embargo, cuando los investigadores y los activistas sostienen que las campañas de los consumidores son la cara de una nueva globalización desde abajo, yo sostendría que el conocimiento de las condiciones de trabajo en los sitios de la producción no constituye una nueva política. De hecho, mi argumento sostiene que lo que vemos no es tan nuevo; es una réplica de la misma globalización desde arriba, pero enmarcada como globalización desde abajo. Ambas formas de globalización utilizan a mujeres del Sur en sus régimenes de producción: de la ropa y de imágenes. Podemos ver a la nueva política transnacional como un éxito en cuanto acción colectiva, sólo si pasamos por alto las maneras en que este nuevo internacionalismo emplea a la agencia racial y de género (raced gendered agency) en sus batallas de construcción de imagen. *** Las corporaciones ahora se centran primariamente en la comercialización como estrategia acumuladora, y la industria de la ropa ejemplifica las formas más avanzadas de la globalización, la explotación laboral, y la publicidad. En la producción de la ropa y en la protesta transnacional, la construcción de la imagen es central –tan central que las compañías como The Gap, Inc. rechazan divulgar su presupuesto de publicidad. El propósito de las campañas laborales transnacionales es vincular la imagen corporativa con las prácticas de trabajo para mejorar estas últimas. Las corporaciones son vulnerables a los ataques contra sus imágenes, sus marcas y sus reputaciones. Esta vulnerabilidad es reciente y poderosa. En el pasado, por ejemplo, Sears Roebuck no tenía la misma vulnerabilidad. En la publicidad, es la imagen de la marca y Vease, por ejemplo, Edna Bonacich, Lucie Cheng, Norma Chinchilla, Nora Hamilton y Paul Ong, Global Production: The Apparel Industry in the Pacific Rim (Philadelphia, 1994: Temple); y Gary Gereffi y Miguel Korzeniewicz, eds., Commodity Chains and Global Capitalism (Westport, 1994: Praeger). 9 Ethel Brooks y Winifred Tate, “After the Ward: Cross-Border Organizing in Central America,” (NACLA Report on the Americas, Vol. 32, January/February, 1999), 36. 8
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del distribuidor la que vende, y es esa imagen que las corporaciones protegen, revelan y fomentan. Es a esta producción de la imagen corporativa que los activistas ahora apuntan, más que a la producción en las fábricas. Sin embargo, el mismo foco en la imagen tiene sus límites, en cuanto a los cambios que pueden ser realizados y a quién puede participar en el cambio --y, en el extremo, en cuanto a cómo se concede la agencia. ¿Cómo funcionan el género, la raza, la nación y la clase social en estas campañas activistas? Para contestar algunas de las preguntas planteadas más arriba, volvería a la descripción de la campaña exitosa, considerándola a través del prisma de la fábrica Mandarin en El Salvador, en una tentativa por problematizar las descripciones ahora tradicionales de la circulación dentro de la protesta global. Mi análisis toma en cuenta la circulación de cuerpos, de capital y de la performance en la producción de ropa y en las campañas laborales transnacionales. *** Presentaron a Judith Viera y Claudia Molina en los Estados Unidos como trabajadoras “típicas,” muchachas adolescentes explotadas. Ambas mujeres, que habían sido abusadas en sus fábricas respectivas, corrían más de un riesgo al relatar sus historias a los consumidores estadounidenses de la ropa que ellas produjeron. Pero el acuerdo de Brooklyn, y sus consecuencias, fracasó en varias maneras. Lo que sigue es un examen de lo qué sucedió en la fábrica Mandarin después del éxito de la campaña de 1995. En el transcurso de los despidos en Mandarin que Viera narró en su gira de los Estados Unidos, el apoyo y la membrecía sindical cayeron considerablemente. No sólo el sindicato fue expulsado de la fábrica, y las 350 miembras del sindicato despedidas, pero, según una trabajadora con quien me entrevisté, antes de diciembre de 1995, los guardias de seguridad de Mandarin “perseguían a las que estaban sindicalizadas, buscaban a gente en sus casas y las amenazaban por teléfono.” La oficina de derechos humanos de El Salvador señaló que en 1996 los derechos de trabajo todavía no eran respetados dentro de la fábrica y las condiciones laborales no habían cambiado con la firma del acuerdo. El Ministerio del Interior denunció a los activistas laborales de Mandarin como traidores e ingratos, diciendo que merecían “la pena de la muerte” por discutir públicamente las violaciones de derechos laborales. Las miembras de la dirección del sindicato (todas ellas mujeres) en Mandarin me dijeron en 1997 que, aunque 35 de ellas fueron re-contratadas y las condiciones de trabajo mejorado, sus vidas se han hecho más difíciles desde su regreso a la fábrica. En repetidas oportunidades, resaltaron el hecho de que 315 de sus compañeras sindicalistas NUNCA fueron re-contratadas – que fueron, de hecho, totalmente dejadas fuera del acuerdo y de la historia de éxito. Es importante remarcar que ninguna de estas miembras de sindicato, ni ninguna persona de El Salvador o de Mandarin, habían participado en las negociaciones de Brooklyn. Activistas estadounidenses junto con los representantes de The Gap –todos hombres norteamericanos blancos—tomaron las decisiones que dieron lugar al acuerdo de Brooklyn. El proceso de negociación, debido a la manera en que fue dirigido, no podía tratar a condiciones tales como aquellas sobre las que se quejó una miembra de la dirección sindical, “los supervisores han alentado a las trabajadoras para que le hagan la vida imposible a las miembras del sindicato; nos han atacado, se nos han separado en
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diversos departamentos, y se nos ha insultado continuamente”. Las trabajadoras de Mandarin continúan trabajando horas extras—ahora voluntariamente, más que por la fuerza –con poco pago, teniendo a menudo que alcanzar cuotas de producción de alrededor de 100 piezas por hora, durante días de trabajo de entre 10 y 12 horas. La manifestación física del acuerdo de Brooklyn se ve en las puertas bloqueadas y en los guardias armados que rodean a las zonas francas en todo El Salvador. Las zonas son, a menudo, difíciles de alcanzar estando ubicadas en lugares bastante aislados. A primera vista, son amenazantes, con paredes altas rodeando los grandes edificios fabriles que, usualmente, suelen tener sus propios guardias armados para disuadir a gente de entrar o de retirarse sin permiso. Para entrar a la zona y a la fábrica, el permiso tiene que ser concedido por uno o ambos directores de la zona y de la fábrica. Los cuerpos de las mujeres son revisados cuando entran y salen de la fábrica, y no se permiten a las mujeres entrar o irse hasta que las hayan revisado completamente – desde el examen de sus bolsos y pertenencias personales hasta la revisión de todo cuerpo. 10 Semejante vigilancia se asegura de que sólo las que trabajan pueden entrar, y de que no se pueden ir excepto en horas señaladas o con permiso. Las mujeres ya no son forzadas a tomar píldoras anticonceptivas, pero tampoco se les permite usar maquillaje en la fábrica porque se les dice que este puede dañar la ropa que producen. Para resumir, la historia transnacional exitosa de Mandarin reunió a activistas consumidores estadounidenses, bajo la bandera de los testimonios de Judith Viera, para presionar The Gap para que cambie su política de producción subcontratada. Al fin, sin embargo, aunque algunas condiciones de trabajo mejoraron, las mismas mujeres que trabajan en Mandarin y que tomaron el riesgo de formar un sindicato en la fábrica han quedado fuera de la historia oficial. Desde las 315 trabajadoras nunca recontractadas hasta las 35 que continúan luchando como sindicalistas en Mandarin, aisladas y burladas, todas son las víctimas olvidadas de este proyecto-modelo de organización laboral transnacional. *** En cuanto a Judith Viera, a quien conocí en noviembre de 1997, ella ahora trabaja como cajera en una gasolinera en Apopa, un pueblo fuera de San Salvador. Viera me dijo que cuando ella regresó de los Estados Unidos en 1995, no podía encontrar trabajo. Dijo que a su llegada al aeropuerto de San Salvador fue recibida por la prensa y por varios provocadores quienes la vilificaron inmediatamente como traidora y mala ciudadana. Viera dijo que recibió cuatro cheques mensuales de 1000 colones cada uno (aproximadamente US$115) de parte del NLC luego de su regreso a El Salvador. Los cheques se suspendieron después de enero de 1996, y ella ya no volvió a oir del NLC; Viera no está segura si los cheques fueron enviados y tomados por la central del sindicato a la cual ella pertenece, y con la cual ella ya no está en buenos términos, o si los pagos fueron simplemente suspendidos después del acuerdo de Brooklyn en diciembre de 1995. Viera siente que todos en la campaña la trataron mal, si bien, como ella me dijo, el éxito de la campaña y el acuerdo de diciembre no habrían sucedido si ella no hubiera participado en 10
Es importante notar que no me han revisado el cuerpo nunca al entrar o al salir de cualquiera de las fábricas o de las zonas francas que he visitado en El Salvador. Más importante, ningunos de los académicos o profesionales con los cuales he entrado en las fábricas han sido registrados.
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la gira. En nuestras discusiones, Viera estaba totalmente enterada de las maneras en que el éxito de la campaña Mandarin confió en su participación y en su agencia. Durante la gira, Viera dijo, ella trabajó para el NLC por días que duraron doce horas, a menudo sin comer o descansar. También, Viera dijo que tenía 18 años de edad cuando trabajaba con Mandarin, donde no trabajaba como maquiladora, sino como secretaria.11 El NLC la había elegido a través de la central del sindicato al que ella pertecenía. Un miembro sindical dijo: “Judith no era miembra del sindicato, pero ella tenía conocidos en la dirección central.”12 En realidad, Viera me dijo que ella es la sobrina de Amanda Villatoro, líder sindical centroamericana, y que ella fue la única que quería participar en la gira de los Estados Unidos. Viera dijo que fue elegida para la gira como el “niño símbolo” de la campaña Mandarin/Gap, y que fue su papel en la gira lo que realmente ayudó al caso Mandarin. Viera me dijo: “Mi papel central en la gira ayudó al país y trajo a la luz la situación de la maquila y sus problemas. También ayudó a los grupos en los Estados Unidos y contribuyó a su imagen. Yo me siento traicionada y abandonada.” En un anuncio reciente en La Prensa Grafica, uno de los periódicos nacionales más grandes de El Salvador, la campaña gubernamental “Nuestro Nuevo El Salvador” indicó, en obvia referencia a las campañas internacionales y a la destrucción subsecuente de los esfuerzos de sindicalización: 1994: El Salvador no tenía una imagen favorable para la inversión nacional y extranjera. Reorientamos la política exterior, para dar a conocer nuestro progreso económico y atraer inversiones al país. El Salvador es ahora reconocido en el mundo como un lugar atractivo para invertir. Empresarios salvadoreños y extranjeros han invertido US$1,795 milliones en promedio anual, entre 1994-1998. El doble de inversión del quinquenio anterior. Toda esta confianza se ha traducido en 335 mil nuevos puestos de trabajo. 1998: Con más y mejores empleos, estamos haciendo un nuevo país. Moderno, Democrático, Participativo.13 --INSERTAR IMAGEN 1-La mitad del anuncio, que ocupa una página completa del periódico, muestra a una trabajadora de maquila sonriente delante de una máquina, cosiendo ropa en el color azul de la bandera nacional. Las letras del anuncio están en negro, con el azul de la bandera en un fondo blanco y el sello nacional en una esquina. Como el anuncio ejemplifica, la marca de El Salvador una vez más se puede usar para atraer la inversión, así como The Gap es ahora santificado en su acumulación de la mayor cantidad de ganancias de sus subcontratistas en El Salvador y en todo el mundo. La NLC puede gozar de la legitimidad creada por su “éxito” en El Salvador para realizar otras campañas y para recolectar más fondos, en el nombre del trabajo femenino y de las condiciones laborales en todo el mundo. *** Como he mostrado con la descripción de la campaña NLC-Gap en El Salvador, las 11
Entervista de la autora con Judith Viera, Octubre de 1997. Entrevista de la autora con una líder del SETMI, San Salvador, Noviembre de 1997. 13 La Prensa Gráfica, 21 de junio 1998. 12
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historias del éxito de la protesta transnacional han dependido de exclusiones de género y raza, y la política opositora utilizada refleja las mismas relaciones que se intenta disputar. En realidad, la elección de emplear a Judith Viera en la gira por los Estados Unidos para contar su historia es determinada por el mismo conjunto de presupuestos que emplea Mandarin para contratar a sus compañeras de trabajo. Éstos son presupuestos sobre las mujeres de color, del tercer mundo y de áreas inmigrantes de las ciudades estadounidenses, sobre lo que son capaces de hacer, y sobre cómo pueden ser útiles. En la gira del 1995, las propias trabajadoras de la ropa abordan sus propios problemas en la fábrica y en sus vidas diarias, y disputan la manera en que la feminidad como categoría se implementa en el proceso de la producción de ropa. La gira en sí misma se volvió casi inmune a la crítica porque fue enmarcada como una vía para disputar el poder. A menos que procuremos movernos entre sitios – entre las giras y las fábricas, y entre los sitios del activismo y los sitios de la producción— no podremos reconocer las maneras en que Judith Viera fue clave para el éxito de la campaña Gap de 1995 – tan clave, de hecho, como lo fueron sus compañeras de trabajo en Mandarin, mujeres que entonces fueron despedidas y substituidas por otros centenares de mujeres que necesitaban trabajo para sostener a sus familias. Los mismos presupuestos sobre la mujer, sobre la raza y sobre la clase social que determinan condiciones en las fábricas determinaron la posición y la performance de Viera en la gira de Norteamérica. *** ¿Significa ésto que la organización transnacional no puede ocurrir, que es imposible forjar coaliciones transnacionales? No necesariamente. ¿Pero cómo podemos luchar contra la política de la globalización, sin utilizar ni reproducir las categorías actuales del género, de la raza, de la nación, o de la clase social? *** Existen lugares en donde las mujeres pueden determinar su propia subjetividad en la nueva división internacional del trabajo – como agentes, como actores—como demostraré dando el ejemplo de un grupo de mujeres con quien trabajé mientras que realizaba investigaciones de campo en Bangladesh. UBINIG, siglas bengalíes que significan “la investigación para alternativas al desarrollo”, es un grupo feminista activista de investigación basado en Dhaka que establece alianzas transnacionales, pero que se niega a permitir que las organizaciones internacionales de la solidaridad definan su trabajo comunitario o su agencia a nivel global. UBINIG está situado en la sección de Shyamoli en la vecindad de Mohamedpur de Dhaka –una vecindad llena de fábricas de ropa y de bastis de bambú, un área de tugurios. Tiene programas que incluyen la enseñanza primaria para las mujeres y para los niños de la vecindad en áreas de Dhaka, así como en Chittagong, ambas ciudades que tienen una alta concentración de fábricas de ropa. El programa que enseña UBINIG combina la lectura, la escritura y las matemáticas con lo que la organizadora de UBINIG Sheema Das Shimu llamó, en una entrevista, un programa de estudios y de vida "anti-patriarcal, proambiental.” Las miembras de UBINIG también han instalado una biblioteca para mujeres de la vecindad y un salón del té llamada Adda, que significa “chisme” en bengalí. También tienen un almacén cooperativo que vende libros, ropa, papel y joyería hecha por las
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participantes. Publican un diario crítico activista, Chinta, que significa “preocupación” en bengalí, que se distribuye a las miembras y se vende en la librería, y también se utiliza en las clases de la instrucción como libro de texto. Junto con sus programas de enseñanza y comunitarios, UBINIG ejecuta Shramo Bikash Kendra, un centro de educación sindical, y da clases de derecho laboral, políticas de despidos, huelgas de trabajo, y horas extras. También se encargan de los procesos legales para las trabajadoras textiles y para las trabajadoras del sexo a quienes se les ha negado paga, acosado y abusado sexualmente. Como Shimu precisó en una de nuestras discusiones: “muchas mujeres no conocen sus propios derechos, y necesitan saber. No es necesario ser miembra, pero ellas necesitan saber.” --INSERTAR IMAGEN 2-UBINIG participa en la solidaridad transnacional, y realiza intercambios con grupos parecidos en otras partes de Asia, de Europa y de Canadá –pero con sus propios criterios. Según miembras de UBINIG, los grupos con quienes trabajan respetan su modelo de organización feminista de la comunidad, y permiten que las miembras determinen su propia participación. Algunas organizaciones internacionales proporcionan a lo que llama Shimu “fondos solidarios” sin ataduras ni condicionantes. La actividad organizativa local de UBINIG combina visitas a los hogares de la gente y en las comunidades en donde trabajan con las clases educativas, con protestas callejeras, o en la casa de té-libreríacooperativa. Las miembras escriben artículos críticos en Chinta y en publicaciones internacionales, y trabajan con grupos transnacionales activistas tales como la InterChurch Action for Development, Relief and Justice (ICA) y la agencia canadiense internacional de desarrollo. En síntesis, la suya es un ejemplo de cómo la solidaridad internacional puede ser útil, pero mediante el respeto por lugares, y condiciones locales, de parte de los activistas transnacionales en el norte y en el sur. *** Ahora regreso a las categorías de género y de clase que son críticas para la política de la imagen realizada en la gira estadounidense de Judith Viera. Tales campañas transnacionales han sido promovidas como modelos de activismo global, centrados en la mujer y en la trabajadora si bien, en realidad, han reforzado las categorías de nación, de raza, de clase y de género, reproduciendo a menudo la nueva división internacional de trabajo dentro de los mismos movimientos. Sí, es cierto, las mujeres (de color, del tercer mundo, trabajadoras, inmigrantes, latinas, asiáticas, africanas) son incluidas, pero en términos del espectáculo, de imagen y de comercialización. Las campañas de consumo tales como la campaña Gap-NLC de 1995 no habrían podido tener éxito sin confiar específicamente en los testimonios, los cuerpos y el trabajo de Judith Viera, Claudia Molina y otras trabajadoras de maquila. El género, la raza, la nación, la clase social –y las mismas trabajadoras—hacen el trabajo que mantiene el proceso de la protesta transnacional unido, mientras que los campos de la agencia local son canalizados en una política de espectáculo. La actividad organizativa transnacional, en la manera en la que se la ha realizado en la campañas-modelo que parecerían ubicar a las mujeres en primer plano, continúa en
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realidad confiando en jerarquías de género y de raza. Algunas mujeres consumen mientras que otras producen, algunas participan y actúan, mientras que otras son retratadas como víctimas de fuerzas fuera de su propio control. Esta construcción de la imagen es paralela a las imágenes de los anuncios, y a las imágenes provenientes de un anterior discurso antropológico y desarrollista, limpiado, purificado, y hecho atractivo y consumible. Incluso cuando la participación de mujeres parezca abierta y obvia, los análisis del género – y cómo trabaja junto con la raza y la nación – permanecen sumergidos. Las campañas utilizan a ciertos cuerpos de mujeres para promover ropa, mientras que otros cuerpos se utilizan para protestar. Aún otros cuerpos se utilizan para producir la ropa y para producir la narrativa de víctima/modelo para una audienca de activistas estadounidenses de izquierda. Al fin y al cabo, parece que la protesta laboral transnacional, en la manera de que se lo ha realizado, tiende para ejemplificar la advertencia que Spivak formuló sobre la creencia en la plausibilidad de una política global alianzas, donde “en la otra cara de la división del trabajo internacional, el sujeto de la explotación no puede saber ni hablar el texto de la explotación femenina”. La protesta transnacional, mientras que ayuda a mejorar muchas de las más terribles violaciones laborales, está contribuyendo a la creación de nuevas subjetividades – globales, trabajadoras y de género – y, potencialmente, a una réplica de las desigualdades inherentes en los regímenes actuales de manufactura. *** Mi investigación de las campañas transnacionales por los derechos laborales, y las coaliciones que engendran, plantea otras preguntas sobre la posibilidad de una sociedad civil verdaderamente global. También alienta a otros investigadores a explorar si los movimientos sociales transnacionales, constituidos como estan en la actualidad, pueden tratar con diferencias de clase, de nación, de raza y de género y construir, al mismo tiempo, coaliciones eficaces. En nuestros esfuerzos por disputar el significado de la ciudadanía, ¿podemos trascender la nueva división internacional de trabajo y otros tropos de la economía política?