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Monstruos, demonios y maravillas A FINES DE LA EDAD MEDIA
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AKAL UNIVERSITARIA Serie Interdisciplinar Director de la Serie:
José Carlos Bermejo Barrera
Maqueta: RAG
Título original: Monstres, démons et mer\>eilles á ¡a fin du Moyen Age
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© Payot. París, 1980 © Ediciones AWal. S. A., 1986, 2004 Sector Foresta, 1 28760 Tres Cantos Madrid - España T e l-.918 061 996
CLAUDE KAPPLER
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MONSTRUOS, DEMONIOS Y MARAVILLAS A FINES DE LA EDAD MEDIA
Traducción Julio Rodríguez Puértolas
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AGRADECIMIENTOS
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El presente trabajo debe mucho a las bibliotecas universitarias de Estrasburgo, Basilea y Ginebra, generosamente abiertas a los in vestigadores. Es en ellas donde he hallado lo esencial de la docu mentación iconográfica, así como excepcionales condiciones de tra bajo y todas las facilidades posibles para la reproducción de materiales. Los bien provistos fondos antiguos de la Biblioteca Nacional de Estrasburgo me han sido de gran ayuda, y debo expresar aquí mi reconocimiento a quienes en ella me han facilitado mi trabajo, en especial al Sr. Claude Rehm. Con excepción de los clichés que debo a la amabilidad y profesionalidad del Sr. Jean-Pierre Bouley, la mayoría de las reproduc ciones fotográficas que aparecen en este libro han sido realizadas por el Sr. Kistler, de la Biblioteca Nacional y Universitaria de Es trasburgo. En lo que a este asunto se refiere, agradezco a la Sta. Greiner, conservadora-jefa de la misma institución, las autorizacio nes que generosamente me concedió para reproducir los oportunos materiales, y a la Sta. Zehnacker por la ayuda prestada. No pudiendo mencionar a todos aquellos que me han ayudado de modo tan precioso, debo al menos manifestarles, por lo menos, ' mi total gratitud. Deseo que Jean Subrenat, profesor de la Universidad de Pro venza, encuentre aquí un testimonio de mi profundo reconocimien to: es él quien, con una paciencia y una generosidad siempre a pun; to, me ha ayudado paso a paso en mi trabajo, y me ha hecho des cubrir lo mejor de mi investigación al darle el sabor de la vida.
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INTRODUCCIÓN
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La idea de llevar a cabo este trabajo nació contemplando la obra de Hieronimus Bosch, el Bosco. La cual, pese a todo intento de in terpretación, continúa siendo un misterio para las generaciones mo dernas. Mas no ocurría lo mismo en los siglos XV y XVI: sus cua dros fueron adquiridos en gran número por Felipe II, «el Rey Ca tólico», quien deseó tener frente a sí, en la hora de la muerte, el tríptico de El jardín de las delicias. El Bosco fue extremadamente apreciado en vida, y sin duda comprendido. Hay quien, para em pezar, rechaza la imagen de un pintor diabólico, alucinado, hereje, maldito, imagen que de acuerdo con algunos críticos modernos, lle varía a «explicar» su monstruosa creación. Y así se plantea el pro blema que se halla en la base de nuestra investigación: lo que para nosotros es oscuro parece haber sido claro en aquella época. cPor qué? Si el Bosco fue, a lo que parece, un artista muy apreciado, pero sin «historia» y sin escándalo; si su obra fue aceptada de ma nera natural y generalmente reconocida, es porque se inscribe en un contexto que la aclara y la explica. Ese contexto es lo que aquí nos interesa: nos interesa por sí mismo y no en tanto que explica ción del Bosco. Quisiéramos así rasgar el velo que nos oculta la ac titud de la Edad Media ante el monstruo. Los modernos no com prenden éste al modo medieval, ello es evidente. Para ellos, el m onstruo es misterio, escándalo, ralea maldita: está ligado a una pa tología, ya sea de la Naturaleza, de los artistas creadores o del es píritu humano en general. Pero, ¿qué era en la Edad Media? ¿Cómo se entendía entonces el monstruo y el papel que representaba? Según indica este punto de partida (la obra de un pintor), nues tro estudio tiene por objeto el monstruo en la imaginación y no en la naturaleza; sin embargo, la actitud adoptada con respecto a lo pri mero puede ser parcialmente tributaria de lo que suscita lo segun do. Y así, no rehusaremos el recurrir a las posibles iluminaciones que pueda ofrecer esa naturaleza. Para partir en busca del monstruo nos hemos dirigido a los tex9
lo s lite ra rio s, o . com o se les califica en ocasiones con c ie rta c ir c u n s p e c c ió n . «paraliterarios»». No teníamos ideas p re c o n c e b id a s en c u a n to al cam po de investigación se refiere: la que se h a im p u e s to e s la que hem os descubierto ahí donde aparece la m ás a lta d e n s i d a d de m onstruos, allí donde los monstruos se m u e stra n m á s «vi vos». Los m onstruos no están ausentes de los «g ran d es» t e x t o s li te ra rio s. mas aparecen en ellos muy disem inados y son r e l a t i v a m e n te raros. En los libros de viajes, por el contrario , a p a re c e n co n ta n ta frecuencia, con tanta insistencia y de m odo tan n a tu ra l, q u e a d q u ieren existencia propia. En estos libros, en e fe cto , fo rm a n u n c o n ju n to para el que no hemos hallado equivalente. Se e n m a rc a n en un cuadro concreto: el mundo de los viajeros, la te x tu ra d e e n c u e n tros. de experiencias vividas, de paisajes...; lo q u e so n los viajes, en fin. Hay. sin duda, viajes pretendidam ente re a le s q u e so n . en verdad, compilaciones. Tales viajes no son, p o r ta n to , « im a g in a rios»»: compuestos a partir de otros auténticos, so n t a m b i é n reales en el espíritu de todos (incluido el autor). La d istin c ió n e n t r e rea! e imaginario es, por otro lado, una convención m e to d o ló g ic a: se verá lo que se hace preciso pensar acerca de esta d istin c ió n al tra tar de las narraciones medievales (cf. capítulo ii, p. 49). N o h a b la re mos mucho de las peregrinaciones: tienen lu g ar seg ú n esq u em as convencionales y a lo largo de itinerarios que n o o fre c e n grandes misterios. Los monstruos habitan esp ecialm en te en t i e r r a s lejanas y poco —o casi— conocidas: el O riente y A frica so n s u s p a tr ia s de elección. Nos ocupamos de la época de los « g ra n d e s v ia je s » , del si glo XIII al siglo XV. sin olvidar los com ienzos del X V I. Los libros de viajes nos han conducido d e m o d o n a tu r a l hacia el ámbito de la cosmografía y de la geografía, q u e a c l a r a n satisfac toriamente ciertos aspectos. Las estru ctu ras del u n iv e rso tie n e n sor prendentes «correspondencias» con las e s tru c tu ra s m e n ta le s , a menudo, estas últimas son tributarias de las p r i m e r a s : s o n las que determinan los lugares en que se d esarro lla lo i m a g i n a r i o . E s to s ira bajos de aproximación nos ayudan a in fo rm a rn o s a c e r c a d e l estado espiritual de los viajeros, el clima in telectu al d e los v ia je s y el clima mítico de la época. Interesa precisar la re la c ió n e n t r e el v iaje, el cuento y el mito: en efecto, c o n sid eram o s q u e los m o n s tr u o s que aparecen en los libros de viajes se d irig en a u n c i e r t o n ú m e ro de funciones mentales igualmente so licitad as p o r c u e n t o s y m ito s No» interesa de modo muy particular lo q ue B ru n o B e t t e l h e i m h a dicho sobre los cuentos de hadas: A ctú an ai nivel d e lo c o n s c ie n te y d e lo in c o n s c i e n t e ( . . . ) Los obietos que p o n en e n e s c e n a d e b e n a s í p o d e r a d a p t a r s e al nivel de co n scien te, ev o c a n d o a s o c ia c io n e s m u y d i f e r e n t e s d e las de su up* re n te significación1.
1 B. Bettelheim. Ps\chanal\se des com es de fées. p 332.
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Entre esos «objetos» figuran los monstruos. Y así nos parece que entre viajes, cuentos y mitos existe una afinidad natural: en cada caso, la imaginación es fuertemente estimulada. Una afinidad también muy fuerte une al monstruo con esa tríada: no sólo el mons truo aparece con frecuencia en esos tres ámbitos, sino lo que es más, «funciona» de acuerdo con los mismos principios. Cada uno de esos elementos —viajes, cuentos, mitos— constituye un vehícu lo para marchar, a veces por oscuros caminos, hacia una Verdad; el viaje es, para el individuo, una búsqueda de varias dimensiones; búsqueda del conocimiento del mundo; búsqueda de la verdadera identidad; búsqueda de una Verdad superior. El mito: . y con me nor fuerza primordial el cuento*3, son. igualmente, caminos que con ducen hacia esa Verdad. En fin. el monstruo ofrece también una vía de acceso al conocimiento del mundo y de uno mismo. El mons truo es un enigma: apela a la reflexión, exige una solución. Todo monstruo es una suerte de esfinge: interroga y se relaciona con las encrucijadas del camino de toda vida humana. Diferentes puntos de vista sobre lo imaginario se destacan tam bién en la Primera Parte (capítulos I-III), en los cuales se intenta abordar al monstruo sin enfrentarse directamente con él. La Segun da Parte (capítulos 1V-VII) es un ataque directo: se trata de una «di sección» del monstruo. ¿Es posible clasificar a los monstruos al modo en que los naturalistas clasifican los diversos componentes de la Naturaleza? Los procedimientos de composición se prestan de buen grado a tal experiencia. Los monstruos tienen en sí mismos vitalidad suficiente para resistir a unos intentos tales que marcan sus propios límites. «Desmontar» el monstruo, como puede hacer se con una maquinaria, ofrece ciertas satisfacciones, pero, de modo inmediato, parece más atractivo observar cómo cobra vida a través de diversos modos de expresión; lengua e imagen encierran dos gér menes de monstruosidad y se disputan el honor de producirla, des cribirla, hacerla figurativa. La observación del monstruo y de su gestación a través de los medios de expresión abunta a penetrar su misterio: sin embargo, es la exploración de la noción misma de monstruo lo que permite una aproximación más acuciante. De Aristóteles a Lucrecio, en San Agustín, Sébastien Brant, Ambroise Paré, el monstruo es asediado de modos diversos: se le integra —de grado o por fuerza— en sis temas del mundo que se explican y se comentan mutuamente. El monstruo se justifica, y ahí reside su auténtica de-construcción en piezas. Sin embargo, queda por desvelar su razón de ser: nunca ven cido, el monstruo se perpetúa a través de los siglos, de las civiliza ciones. Si surge con mayor facilidad en unas épocas que en otras, y en particular en la Edad Media, ello significa, quizá, que tiene una ventaja que le es propia. Sabe, en efecto, hacerse útil recogien¿ Véanse los trabajos de C. G Jung. M Eliade y C Lévi-Strauss ' Véase en particular la obra de B Bettelheim más arriba citada.
d o y e x p re sa n d o todo aquello que produce tem or; sa b e ta m b ié n h a c e r re ír. E n tiem pos en que los instrum entos del c o n o c im ie n to se r e v e la n frágiles frente a la inmensidad de la ta re a , el m o n s tru o se a firm a co m o un «símbolo de totalización, de re c u e n to c o m p le to de p o s ib ilid a d e s naturales»4. L a p a la b ra sím bolo aparece, en efecto, en estas p á g in a s; sin e m b a rg o , en ningún momento forma parte de n u estro p ro p ó s ito esb o z a r u n a te o ría del símbolo. El monstruo es una im a g e n . N o d u d a m o s en intentar descubrir sus funciones en el a lm a h u m an a. A lo largo del presente trabajo nos hem os se rv id o , c o m o hem os d ic h o , de los libros de viajes. Pero tam bién o tro s te x to s h a n con trib u id o a ensanchar el panorama de nuestras in v e stig a c io n e s, a des c u b rir puntos de vista numerosos acerca del m o n s tru o : e n tr e ellos fig u ran textos de los cosmógrafos (esen cialm en te la Im a g e du M o nde de Pierre d ’Ailly); los textos didácticos (c o m o el B u c h der N atur de Conrad von Megenberg o el H ortus San ita tis d e Jo h an n e s de C uba), una versión rimada y m oralizada d el tr a ta d o d e T h o m as de C antim pré sobre los monstruos, textos p o ético s c o m o la D ivina Comedia, polémicas y semi-poéticas com o la d e S é b a s tie n B rant. uno de los primeros manuales inquisitoriales (M a lleu s M aléficarum), crónicas (en particular la Chronica M u n d i d e H a r tm a n n Schedel), escritos diversos, tales como los Carnets d e L e o n a r d o d a Vinci... En cuanto a la cronología, no nos hem os d e te n id o a fin a le s del siglo XV, como hubieran querido viejas c o n v e n c io n e s5, y h e m o s re currido también a textos del XVI que nos h an p a re c id o te n e r es trecha relación con el pensamiento m edieval: C o n ra d G e s s n e r , Ambroise Paré y otros de sus contem poráneos, q u e , e n g ra d o s diver sos, han servido para enriquecer nuestras re fle x io n e s. Cada exploración en un nuevo corpus rev ela p r o f u n d id a d e s tam bién nuevas. Demonios y maravillas son d o s p o lo s d e l m o n stru o , múltiples al propio tiem po, y seria ilusorio p e n sa r q u e el m onstruo se deja encasillar bajo un título. La m a te ria es a b u n d a n te p o r de más; crece, y con frecuencia se oculta. El e s tu d io d e l m o n s tru o no podría, en verdad, ofrecer «respuestas». C o m o h a d ic h o G . Lascault, cada nuevo punto de vista instaura otra forma de plantear la cuestión del m onstruo; pone en evidencia el carácter fragmentario y parcial del problem a previamen te planteado; no discute las soluciones ofrecidas: las hipótesis se re velan a la vez fundadas, justificadas e insuficientes6. * G . D urand, Les Struciures anthropologiques de l'imaginaire, p . 360 5 Cf. por ejem plo el epílogo de R o b e n K lein a la fa m o sa o b ra de Burckhardt La Civtlúanon de la Renaissance en Italie, d o n d e m a n ifie sta abundantes reservas acerca de la idea tradicional del R enacim iento c o n sid e ra d o « c o m o un gran desper tar» Es ya un hecho admitido que los lím ites c ro n o ló g ico s d e la Edad Media y del R enacim iento están mucho más lejos de h a b e r sid o d e lim ita d o s de lo que se p reten d ía. 6 G . L ascault, Le Monstre dans l'art occidental, p. 13.
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El lector se sorprenderá, acaso, ante cierta clase de razonamien tos que a menudo proceden por analogía, por asociaciones de ideas: ello es debido a la propia naturaleza del tema estudiado y a las fre cuentes «desapariciones» del mismo. La búsqueda del monstruo es una cacería rica en imprevistos. El monstruo, en efecto, tiende constantemente a escapar, y ello es, sin duda, uno de los atractivos de esta persecución sin fin; es mejor entregarse a ella con flexibilidad, con placer y también con fantasía antes que obstinarse ciegamente en una «lógica» inadecuada; es me jor hacerlo con habilidad que con la violencia de un duelo, que ten dría ganado de antemano este proteico adversario. Si en ocasiones el discurso sobre el monstruo puede aparecer como sospechoso él mismo de monstruosidad, que nadie se sorprenda más de lo nece sario: otros, antes de nosotros, se han apercibido de los peligros de la contaminación7 y han aceptado el riesgo. Las gentes lógicas pue den irritarse ante lo que acaso sea considerado como una flagrante desenvoltura: sin embargo, deseamos evitar tanto como sea posible esos momentos en que el pensamiento fraterniza con el adversario. Este libro está jalonado de ilustraciones, en su mayor parte gra bados en madera procedentes muy a menudo de hermosísimos in cunables, entre los que destacan de modo especial la Chronica Mundi de H. Schedel y las Fables d ’Esope de S. Brant. Estas «Ilustra ciones» no aparecen aquí como un simple ornamento: el monstruo es un objeto esencialmente visual y por ello el texto se refiere una y otra vez a la imagen, así como la imagen al texto. Ambas formas de expresión se inspiran mutuamente, y es inconcebible hablar del monstruo sin ofrecer su imagen. Los textos medievales que tratan de los monstruos suelen aparecer abundantemente ilustrados. La mayoría de los ejemplos aquí incluidos —muchos de ellos inédi tos— acompañaban en la Edad Media a los textos que estudiamos. Otros provienen de fuentes diversas: incunables cuyo texto no nos ha sido de utilidad directa; obras gráficas o pictóricas célebres, como las de Alberto Durero; más raramente, ediciones modernas. La ico nografía de los monstruos es, como se sabe, un mundo inmenso, he mos dado siempre preferencia a las ilustraciones que guardan relación con los textos, y de modo muy particular con los aquí es tudiados. Queremos así devolver al monstruo medieval algo de esa espontaneidad, de esa presencia inmediata que Ies dieron en el pa sado y les dan, todavía hoy, todo su atractivo.
7 Ibid. , p. 13. Véase también C. Lévi-Strauss. Le cru ei le cun, «Ouverture».
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LA C O S M O G R A F ÍA Y LO IM A G IN A R IO
En la perspectiva medieval, los monstruos son parte integrante de la creación; figuran entre la exuberante población del universo. Si existe, como es el caso, una solidaridad entre la criatura y su lu gar de elección, merece la pena detenerse un momento en este último. ¿Cómo se representaba la Tierra, el Universo, en la Eda'd Me dia? Cuestión un tanto ridicula si se piensa que esa Edad Media se extiende, más o menos, a lo largo de diez siglos. Se ve, en efecto, que las representaciones cosmográficas no experimentan revolución alguna entre los siglos V y XV; en esta última centuria, las más an tiguas y sumarias coexisten con las más recientes. La Ymago Mundi de Pierre d’Ailly, de hacia 1410, es un buen ejemplo de tales con fluencias de teorías; constituye un excelente cuadro de las diversas cosmografías conocidas en aquel momento. Por añadidura y por for tuna, se conserva un manuscrito de d’Ailly anotado por Cristóbal Colón1: es decir, que de una sola ojeada abarcamos la elaboración erudita del texto y la manera en que éste ha sido recibido por uno de los más grandes viajeros. Pierre d’Ailly, para quien una de las auctoritates más importan tes es Isidoro de Sevilla (prelado del siglo VII, heredero por igupl de las tradiciones antigua, bíblica y patrística), ofrece a sus lecto res, ante cada posible cuestión, los pareceres de varios autores, al tiempo que su preferencia personal —y razonada— por uno u otro, o bien los motivos oportunos para permanecer en la duda. Una de las principales características de la cosmografía medie val es la de admitir la coexistencia de sistemas muy diferentes y aceptar, al propio tiempo, las teorías más variadas, sin partir nunca de una tabula rasa que permitiera favorecer a un sistema fren te a otros. 1 C onservado en la Biblioteca Colom bina de Sevilla. 17
N o resulta fácil imaginarse a los viajeros de los siglos X III a XV provistos del enorme bagaje intelectual form ado p o r la acum ula ción de todas esas tradiciones, así como tam poco p a re c e m uy hace d ero conceder un abanico tal de conocimientos a to d o s los q u e han descrito el mundo o hablado de la N aturaleza. Pese a e llo , las va rias visiones del universo formaban un clima e sp iritu al q u e en bue na medida determinaba las condiciones de la creación in d iv id u al, li teraria, pictórica o filosófica. Lournagioaxte-medievahe s ^ tre m a d a m e n te « e s tru c tu ra 1ista >>; es la J o rn ia Jg,significante*^^es d é la form a de la q u e se p a rte para imaginar el contenido_que se ignora, o p a ra ju stific a r lo que se¡£0nóce7 *" ~~ ' J El universo se ordena en una geometría sim bólica y según una escala de valores que atribuye un lugar a cada e le m e n to , ta n to es piritual como material. Si ese lugar está claram en te determ inado, el elemento que se le atribuye es a la vez uno y m ú ltip le: siendo él mismo, es al propio tiempo una parte del T o d o , del q u e encubre sus cualidades y su secreto. Entre el m undo y cad a e le m e n to exis ten afinidades, correspondencias. Por ello, o cu p arse d e un aspecto específico de la creación significa, al propio tiem p o , e n fre n ta rse con el universo entero. Las grandes obras enciclopédicas de la E d ad M ed ia testim onian esta necesidad: el conocimiento del mundo no co n o ce el tra b a jo de detalle. Speculum Majus, Speculum Historíale, S p e cu lu m S a tú ra le estos tres grandes textos de Vincent de B eauvais así lo in d ican , cada parte del mundo es espejo del Todo, y la o b ra m ism a no sabe ser otra cosa que un espejo encargado de reflejar ese conocim iento Si minerales y plantas reflejan y explican la o rg an izació n del uní verso, el reino animal y el hombre, que ocupan en la je ra rq u ía de la creación un rango más elevado, son espejos to d a v ía m ás ricos y más seductores para ser descifrados. Pero el en ig m a q u e esos rei nos suponen en la repesentación habitual se d esd o b la e n o tro que puede, a la vez, oscurecer las pistas y ayudar a d e sc ifrar el prime ro; es lo que ocurre con las criaturas que m uestran a lg o , q u e la Na turaleza designa como enigmas vivos, contrad icto rio s, y q u e desde la Antigüedad se conocen con el nom bre de m o n stru o s. El monstruo constituye un problema al cual no es posible sus traerse. Un mundo en el cual todo es norm al, en el cual to d o se en cuentra en su lugar, tanto desde el punto de vista g e o m étric o y es pacial como desde el espiritual, no precisa ser c o m e n ta d o ; el co mentario no es otra cosa, en suma, que un discurso d e acción de gracias o una paráfrasis del universo, a través de lo cual el alma.*I. 2 Forma dat esse reí, adagio relacionado con las teorías aristotélicas: Física, libre II. 193b; Metafísica, libro VI, 1.041b. Estas referencias nos han sido amablemente facilitadas por M Toumon (Universidad de Provenza, U E R , A rte s . Letras, Expre sión). según el cual, sin embargo, no sería necesario ver en tal fórmula esbozo a! guno de estructuralismo
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animada por un espíritu cósmico, tiende a acercarse a un conoci miento más perfecto, a lo largo de un camino en el que el único obs táculo es la densidad de lo material. Mas el monstruo ofrece una imagen distorsionada del orden an tedicho; es a la vez misterio y mixtificación. Desconcierta, y con forme el universo se halla más organizado y más jerárquicamente justificado, el problema planteado por el monstruo es más acucian te. No bastan las explicaciones: el enigma exige ser descifrado. ¿Cómo acercarse a él, en una primera aproximación? La tentativa inicial no puede consistir en justificar tal desorden, sino en entregarse con placer y confianza al juego propuesto por la na turaleza a través del monstruo: Hec atque talia ex hominum genere ludibria sibi nobis miracula in geniosa fecit natura ad detegendam eius potentiam sequentes gentes ín ter prodigia ponere libuit3. («Todas esas criaturas relacionadas con el género humano, diversio nes para ella y milagros para nosotros, las ha producido la ingeniosa naturaleza para que nosotros podamos descubrir su poder: he aquí por qué le ha placido situar esas razas anexas entre los prodigios»). La Naturaleza se divierte: el monstruo no constituye, a priori, una negación o una duda del orden que ella ha instaurado, sino la prueba de su poder. Los cuatro elementos —fuego, aire. agua, tierra— no pueden aislarse uno de otro, y ello hasta el punto de que cada uno de ellos lleva en sí cualidades de los otros, lo que per mite las transmutaciones. En un sistema de oposiciones, incluso, hay puntos de contacto entre los varios elementos. Por lo tanto, ¿es concebible que el orden pueda prescindir de su contrario, el desor den, para testimoniar su poder y para revelar su propio misterio? Si como ha dicho M. Foucault. «el mundo se enrosca sobre sí mis mo»4, la circularidad sería el carácter dominante de la actividad universal, así como el de la actividad intelectual que se dedica a des cifrarla, a describirla o a comentarla. El
u n iv e r s o d e l a s f o r m a s
El todopoderoso círculo, en efecto, se afirma tanto en el ámbi to de las formas como en el del pensamiento. El universo es circu lar, como lo atestigua el sistema de las nueve esferas insertadas en un orden inmutable; la tierra se halla en su centro, y viene a ser
3 Hartmann Schedcl, Chronica Mundt (Augsburgo, 1497), «Secunda Etas Mundi», fol. XII. 4 M. Foucault. Les Mots el les choses, cap II, p. 32.
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co m o la yem a del huevo, según im aginaron m uchos a u to re s m e d ie v ales, en tre ellos Beda el Venerable: La tierra es un elemento situado en el centro del mundo; está en el centro como la yema lo está en el huevo; en torno a la tierra está el agua, como en tomo a la yema del huevo está la clara; en tomo al agua está el aire, como en torno a la clara del huevo está la mem brana que lo encierra; y todo ello está rodeado por el fuego, del mis mo modo que la cáscara en el huevo. Así, la tierra está situada en el centro del mundo, soportando sobre sí todos los pesos5. Se han dado a la tierra las form as más so rp re n d e n te s . Cosm as Indicopleustes, viajero egipcio que escribía en el siglo V I d e nues tra era, asegura, con un fanatismo im penitente, q u e el tabernáculo de Moisés es la verdadera imagen del mundo, que la tierra es cuadrada y que está encerrada por el sol, la luna y los de más astros en una especie de jaula o de enorme cofre oblongo, cuya parte superior está formada por un doble cielo6. Cosmas rechaza con violencia cualquier o tra p o sib le idea del mundo, ya que sólo la del tabernáculo de M oisés es co n fo rm e con las Escrituras; todas las dem ás posibilidades no son sino el produc to de espíritus orgullosos que buscan una inútil gloria p erso n al fue ra de los caminos de la verdad; un cristiano, y co n m a y o r razón la propia Iglesia, debe execrarlos. Tam bién en el siglo V I Prisciano imagina la tierra en forma de honda, y en el siglo IX e l mapam undi de Asaph ofrece análoga concepción. Es posible ser asaltado por la p erplejidad a n te la enum eración que en su prefacio a la Ymago M undi de P. d ’A illy h ace Edmond Buron: «la tierra ha sido sucesivam ente re p re se n ta d a con figuras cuadradas, oblicuas, triangulares, ovaladas; co n sem icírculos; en clám ide». Los dibujos que acom pañan dicho te x to so n extrem ada m ente sumarios y no ofrecen claridad alguna. N o es indispensable profundizar en esta cuestión porque in teresa no ta n to p re se n ta r esas form as como comprender sus relaciones con las e stru c tu ra s menta les; de m om ento, ha de bastarnos m encionar tales fo rm as e imagi n a r la confusión que podía reinar en este o rd e n de ideas. Pues si E . B uron se dedica a ofrecernos este vértigo g e o m étrico , crea al m ism o tiem po la ilusión de un orden cronológico: tales form as no h an sido creadas de modo «sucesivo»; en su m ay o ría h a n coexistido d u ra n te siglos. No todas conocieron igual é x ito ..., p e ro significaría tra ic io n a r el espíritu de la cosm ografía m edieval su p o n e r que en al gún m om ento se puso una junto a o tra acu d ien d o al pretexto de 5 B eda, libro IV , De elementis Philosophia, p. 225. (citado p o r S am aro n , t 6 E d o u ard C harto n , Voyageurs anciens et m odernes (P arís, 1855), t. II. p
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p ie rvie n e k n r r f t r c p * r (je n m d o n * C r r f r cy • o irm d rc a r t fo n * d c ñ r m u í te re * de r t * > k w . E m ff q t U d ? *k - * d i fc4c fl r td n r td a c tftc c fr í ia f r d r 9m c r*c io n a d r c c n fc n ttl o n f i co m m c f l tp p rrT trd c ó e fo ft r * n o c t r f q a d k ifo n r e n g e n d re n k * n y n r i p * r |« ter n é l i d ¡> ilm r o e (c 4n lJ lw É n r(t> « k w d 1 d n w v « a c rrte r f ■ ulcuncfoy • c m fc oc c o l ra p o o n f i tóme fl « p e m oa m fro o r ir d in t q u i « t W b tip p o e r c « « fe be >• < t> « k » 4 -rtm » ¿ < f r iy o O c liir q u ifo n e b r tfiq O c fJ u i k i n l a r i tKK rre fc k f U c tw k n r f i r tm ifw le í d > o ft» be f l b » l to c e C tlk i be l if f n i / f i co m m r ti le p a re q u in e U c tx k u r m onee be h n 01 c6 o a tflt U fe rre en n w e rln n re n tir a l« r «a fe n p ( • rrc tw e f U c tH k w . f l * * " o llc • ir fa iie fo y * I r * c tM e -i t w r i f l c-onm w d ip q p c it be -m g o c o fq *< e ft r ie r a lo cd b e f i n a t re q it rfl o x ir r t p ie I * d > a k w en fe iJ O * m c t> k f l« d ftla r U f i * * é a s x fo y s k a c fá r w
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Fig. I. Barthélemy de Glandeville: Le propiétaire en francoys (Toulousc, H. Meyer, 1494; m folio), p. C5. Fotografía de la Biblioteca Nacional de París.
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B x s b m m é q u tiK i.
que eran demasiado fantásticas para p o d er hacer o tra c o sa . Pasan las centurias, pero nadie se siente obligado a m a rc h a r al ritm o del tiem po; así, en el siglo XIII, R obert de S ain t-M arien d A u x e rre y Gervais de Tilbury dan al m undo form a c u a d ra d a , c o m o lo había hecho Rábano Mauro en el IX , es decir, c u a tro c ie n to s a ñ o s antes. La mirada no nos lleva hacia un p resen te o h acia un fu tu r o de descubrimientos que permitan hacer un corte o e leg ir e n tre la m ás ajustada de las formas posibles, sino hacia las e s tru c tu ra s p e trific a das del pasado. Algunos m apam undis, si bien c o n c e b ía n la tierra como redonda o esférica, la inscribían en un c u a d ra d o co n o b je to de estar de acuerdo con la palabra bíblica, según la c u al los ángeles anuncian la hora del juicio final en las cu atro e sq u in a s del u n iv e r so: «Emittet angelos suos cum tuba et voce m ag n a et con g reg ab it a quattour angulis terrae»7. Por o tro lado, tal re p re se n ta c ió n se h a lla en armonía con el simbolismo universal del círcu lo — figuración de lo increado, de lo trascendente— y con el c u a d ra d o , q u e desig na el universo creado: la asociación de am bas fig u ras sim b o liza «dos aspectos fundamentales de Dios: la unidad y la m anifestación divina»8. Resulta difícil imaginar hasta qué p u nto los co sm ó g rafo s su frie ron para representar la tierra com o un volum en; el p ro p io C olón, para quien la tierra no era cuadrada, se d e ja d e cir e n c ie rto m o mento que «por los cuatro costados, nu estra tie rra h a b ita b le e stá ro deada por una tierra desconocida»9. U na in creíb le d ificu ltad para representar la tierra de modo concreto b a jo la fo rm a de un volu men esférico —como lo admitía teó ricam en te— llevó a C o ló n a re fugiarse, espontánea e involuntariam ente10, en u n a visión plana y cuadrada, traicionada por las palabras utilizadas. E llo p o d ía prove nir en parte, acaso, del hecho de que los m ap am u n d is m edievales son representaciones «planas» del universo; no ex istían sin o esca sas esferas: la de Nicolás O resm e11, del siglo X IV , te n ía pocos antecedentes. Ninguna de las formas de la tie rra era c o n sid e ra d a co m o «im posible», e incluso a fines del propio siglo X V a p a re c e n conjeturas tan sorprendentes para nosotros com o las de la m ás an tig u a Edad Media. Cristóbal Colón, quien pese a las fantasías exp resiv as seña ladas poco más arriba no d u daba de la esfericid ad de la tie rra , se 7 Maleo, 24.31: «El cual enviará sus ángeles, que a voz de tro m p eta so nora, con gregarán a sus escogidos de las cuatro partes dei m undo, desde el uno al otro ex tremo del ciclo* 8 Dictionnaire des symboles. artículo «Carré» (« C u ad rado»), p. 141. * En Fierre d'A illy, t. III, apostilla 664, p. 623. 10 Esta frase es una nota escrita al m argen de la Ym ago M undi de d'A illy: se fc puede conceder una espontaneidad cuya intensidad no sería la m ism a inserta en u«' cuadro más elaborado. 11 Sin duda inspirada en una esfera de A ristóteles o de G uillaum e Fillastre. se gún los concilios de Pisa y Constanza. Tam bién G crb crt se servía d e una esfera para sus enseñanzas en Reims.
im a g in a a é sta de una form a bien particular en verdad: com o una p e r a , p o rq u e el P araíso T errenal (que según m uchos autores está e n la p a r te m ás a lta del plan eta) constituye una especie de hincha z ó n a n á lo g a a la q u e ofrece la pera en la base del pedúnculo. E l p a ra ís o es el p u n to m ás alto de la tierra; para llegar hasta él es p re c is o a s c e n d e r, y a causa de su altura es por lo que escapó ai d ilu v io . T al id e a estu v o m uy extendida, pero en general, no dio lu g a r a e sp e c u la c io n e s so b re la form a de la tierra com o las hechas p o r C o ló n . C o n to d o , se ría in ju sto p en sar que la E dad M edia sólo ofrecía v isio n e s sim p lista s de la tie rra y del universo; a lo largo de los si g lo s h a y n u m e ro s o s y anim osos espíritus que proclam an la esferici d a d d e la tie rra : N icolás O resm e. Sacrobosco. R oger B acon, por no c ita r sin o los m ás fam osos, com pusieron tratados que gozaron de a m p lia d ifu sió n . D e Sphaera. de Sacrobosco, fue una obra utili z a d a c o m o m an u a l h a sta finales del siglo X V II, y publicada todavía e n 1656; só lo del X V conocem os veinticuatro ediciones. En cuanto a P ie rre d ’A illy, se a d e la n ta a C opérnico en defen d er la idea de que la tie r ra y los a stro s giran a lre d ed o r del sol, y no al contrario. / Si la co e x isten c ia y la sim ultaneidad de las varias teorías es algo A d e s c o n c e r ta n te , lo es m ucho m ás la am bigüedad que a m enudo e n - 1 c ie rra n . E n ig m a s in q u ie ta n te s, com o el de la ex trañ a «esfera» que I a p a re c e p in ta d a en la p a rte ex te rio r de los p a n e le s12 que cierran el \ ^ tríp tic o d e E l ja rd ín d e las delicias del Bosco. A h í, la tie rra es re p re se n ta d a com o un disco plano en el que se a d iv in a n u n a s fo rm a s angulosas, quizá rocas o plantas, sin vida ani m al o h u m a n a : ¿se tra ta de la tie rra después del diluvio? ¿del m un d o e n el te r c e r día de la creació n , todavía sin anim ales? La cues tió n n o h a sid o d ilu c id a d a , ni tam p o c o , p o r el m o m en to , nos in te r e s a 13. El c ita d o disco se inscribe en una esfera translúcida; volu m e n y tra n s p a re n c ia q u e d a n sugeridos y reflejados en el panel de la iz q u ie rd a . E l b o rd e inferior del disco te rre stre perfila con los con to rn o s d e la se m ie sfe ra tam bién in ferio r u na superficie en form a de m e d ia lu n a , u n ifo rm e m e n te grisácea. El volum en su p e rio r de la e s fe ra lo o c u p a un cielo to rm e n to so , n uboso en to d o caso. L a a m b ig ü e d a d de esta figuración p ro v ien e de la necesidad de r e p r e s e n ta r u n a su perficie te rre s tre p la n a , tal com o la vivim os co tid ia n a m e n te , sin p a sa r p o r re p re se n ta c io n e s g e o m é tric as a b stra c ta s , y d e la n e c e s id a d ta m b ié n , sin e m b a rg o , de d a r una id ea de la e s fe ric id a d d el u n iv erso : el efe c to de tra n sp a re n c ia y de volum en o b te n id o g ra c ia s a los reflejo s sim ula una e sfera de vidrio. La im p re sió n d e a lg o in m a te ria l así c re a d a recoge la am b ig ü e d ad nacida del 12 Se trata de los paneles de la derecha y de la izquierda, que se cierran sobre c1<-n*ríll- C uando el tríptico está cerrado es cuando puede verse la -esfera-. 1 El panel de la derecha lleva la siguiente inscripción. «Ipse dixit et factum íuit-. Y el de la izquierda: «Ipsc nominavit et creata fuit». Ello favorece la tesis de que se trata de una creación. 23
c h o q u e d e la percepción in m e d ia ta c o n la a b s tr a c c ió n d e la s fo rm a s d e l u n iv e rso . Si la visión del universo es so b re to d o c ir c u la r , e llo h o e x c lu y e la p o sib ilid a d d e una o rg an izació n e n t o r n o a u n e j e v e rtic a l. A s í, la e sfera tran sp aren te del B o sc o se c o m p o n e d e d o s s e m ie s fe r a s u n id a s p o r un eje co m p u esto p o r el d o b le z d e d o s p a n e l e s . Los c írc u lo s o esferas concéntricas del u n iv e rs o r e p r e s e n t a d o p o r P ie rre d ’A illy e stán atravesados p o r u n e je v e rtic a l, lla m a d o « e je d e la tie r r a * , que va del uno al o tro p o lo . L a m is m a n o c ió n d e e je tie n e u n a im p o rtan cia p rim ordial. E l itin e ra rio d e D a n t e , p a r a q u ie n el m u n d o es efectivam ente u n a se rie d e « c írc u lo s» c o n c é n t r i c o s 14, se e fe c tú a siguiendo prim ero u n m o v im ie n to d e s c e n d e n te y d e s p u é s as c e n d e n te . El Infierno tiene u n e je v e rtic a l q u e n o e s o t r o q u e e l p r o p io c u erp o de S atán. C u a n d o d e sp u é s d e h a b e r v is ita d o to d o s los círculos infernales D an te y V irgilio a b a n d o n a n a q u e llo s lu g a r e s , el p rim e ro se aferra con am b o s b ra z o s a su g u ía y d e s c ie n d e n h a s ta la c a d e ra de Satán p a ra , tra s g ira r s o b re sí m is m o s , t r e p a r a lo largo de los m uslos. C u an d o lo g ran salir y m ie n tr a s d e s c a n s a n e n una ro ca, D a n te m ira en to rn o suyo y ve al D e m o n io « p a ta s a r r i b a » 15. A n te la so rp resa de D a n te , V irg ilio le e x p lic a q u e d e s c e n d ie n d o a lo largo del c u erp o de S a tá n h an lle g a d o al o tr o h e m is f e r io , d e s d e el q u e se ve al D em onio en p o sició n in v e rtid a . E l c e n t r o d e la tie r r a es, p o r así decir, el o m bligo d e S a tá n , y s u c u e r p o , e l e j e del 7 Infierno. D e igual m odo que ha d e sc e n d id o d e c írc u lo e n c ír c u lo , D a n te sube d e cielo en cielo h asta el n o v e n o ; u n a v e z a llí, se d a la v u e lta y co n tem p la las «bóvedas v o la n te s» q u e g ira n e n t o r n o a u n c e n tr o refu lgente: la T ie rra . P o d ría d e c irse q u e n o h a y u n e je e x a c t a m e n te v ertical, y q ue el ascenso s e ría fa c tib le d e m o d o o b lic u o . E n r e a lidad, la verticalid ad e s a q u í m á s e s p iritu a l q u e m a te r ia l:
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mas las vueltas son m ás divinizadas en el m undo sensible, en la m edida en que del centro se hallan a le ja d a s16.
14 E l In fie rn o c o n sta de n u ev e c írc u lo s, al ig u al q u e el P a ra ís o y el m u n d o de Las nuev e e sfe ra s, e n cuyo c e n tro se e n c u e n tra la tie rra . E s ta e s tr u c tu r a es vivida p o r D a n te in te n sa , físicam ente: su v ig o ro so le n g u a je lo a te s tig u a a c a d a instante 15 In fie rn o , c a n to X X X IV , w . 88-90: ¡o levai gli occhi, e credetti vedere L u c ífe ro c o m 'io i'avea lasciato e vidili le g a m b e in su ten ere. T e x to ita lia n o según la Societá D antesca Italiana. (L a tra d u c c ió n c a s te lla n a de éste y d e lo s d e m á s frag m en to s de D a n te , seg ú n la m e n c io n a d a e n la n o ta bibliográfica d e l tr a d u c to r ) . 16 P a ra ís o , c a n to X X V III, w . 49-51: S i a n el m o n d o sen sib ile si p u o te veder le volte tan to p iu d ivin e, q u a n t’elle so n da l cen tro p iu rem ó te.
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El últim o cielo, el noveno, previo al Em píreo, el que asegura el m ovim iento del universo, es el más perfecto, ya que es el am or di vino el que lo m ueve. E n c u a n to a los otros nueve círculos del Paraíso, es más perfec to el q ue se encuentra más próximo a) centro del que «toma su ser»; a este últim o círculo del Paraíso corresponde el último del univer so físico: éste, pues, que arrebata al peso grave de todo el universo, pertenece al cerco que más ama y que más sabe17. C ada universo de las esferas responde a otro como su homólo go o su contrario, y cada uno se organiza, al igual que el conjunto, según una jerarquía vertical. M ijail Bajtin considera que tal jerarquización es lo verdadera m ente medieval: Lo que caracteriza al cuadro del cosmos en la Edad Media es la graduacíón de los valores en el espacio; los grados espaciales que iban de lo bajo a lo alto correspondía rigurosamente a los grados de valor (...) Los conceptos e imágenes relativos a lo alto y lo bajo, su expresión en el espacio y en la escala de valores, eran consustanciales al hombre de la Edad Media18. C ierta representación gráfica ilustra de modo notable la doble estructuración del espíritu medieval, a la vez circular y vertical, una imagen que ha servido como figuración de la tierra más a menudo que otras; su frecuencia y su aspecto especialmente curioso han he cho que se designe tal representación con la fórmula «Mapas T.O.». La tierra es un círculo en el cual se inscribe la T, figuración geo m étrica de tres mares: el Mediterráneo (indicado por el trazo ver tical de la T), el Helesponto y el Mare Indicum (que comparten el trazo horizontal). El nombre del Mediterráneo no varía, pero los otros dos m ares cambian con frecuencia; un ejemplo de ello puede verse en los mapas de Honorio d'Autun, que insertamos a conti nuación (figs. 2 y 3). La cruz sirve de eje de la tierra, como es eje del mundo el árbol invisible en torno al cual se despliega la espiral de la serpiente que aparece en un extraordinario grabado de las Geórgicas (fig. 4). En cuanto a la posición del hombre en el universo, varía poco durante 17 Paraíso, loe. cit., w . 70-72: Dunque costui che lutto quanto rape l'altro universo seco, cornsponde al cerchio che piú ama e che piú sape. 18 Mijail Bajtin, La cultura popular en (a Edad Media y en el Renacimiento, p. 328. (En la traducción castellana por mí utilizada parece una notable errata, que he corregido: «grandes espaciales» por «grados espaciales». Nota del Traductor).
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la Edad M edia, y p o d ría defin irse así: el h o m b r e e s tá e n e l c e n tro del m undo físico (fío n u m F in itu m ). e n el p u n to d e c o n v e r g e n c ia de todos los elem entos, en el c e n tro d e los c írc u lo s ; se e n c u e n t r a tam bien equidistante del universo d el M al — lu g a r d e l f u e g o o s c u r o \ de tem pestades abism ales— y del c írc u lo d e l B ie n A b s o l u to (fíonum ¡nfinitum ), lugar del fuego lu m in o s o , s e d e d e D io s . M u n d o s Archetypus. Si el ser hum ano está situ ad o de m o d o d e f in itiv o e n el u n iv erso (fig. 5), y si en este vasto d o m in io , p u r a m e n te im a g in a d o e n sum a, su lugar no se presta a confusión, no o c u rre lo m is m o c u a n d o se tra ta de precisar cuál es el que o c u p a e n e l e s p a c io te rre s tre . E n efecto , el m undo era m uy m al c o n o c id o . A u n q u e la p e n ín sula hindú y las islas del O c é a n o In d ic o f u e r a n f r e c u e n ta d a s por a lg u n o s v iaje ro s y co m ercian tes, eran te r r ito r io s p o b r e m e n te r e p r e se n ta d o s. Se desco n o cían las costas ú ltim a s d e C a t a y , y n o se sabía d ó n d e « te rm in a b a » el m undo p o r O rie n te . A fric a no e ra co n o cid a sino hasta los lím ite s im p u e s to s p o r el A tla s; se ig n o ra b a to d o acerca de las fu e n te s d e l N ilo . e n to rn o a lo cual se p ro p a g a b a n c o n je tu ra s fa n tá stic a s; se s u p o n ía q u e A frica e ra un c o n tin e n te m uy p e q u e ñ o s itu a d o t o d o é l a q u e n d e el e c u a d o r, en n u e s tro h e m is fe rio , y n o se su p o n a d a d e s u s c o s ta s occi d e n ta le s h a sta las n a v e g a c io n e s p o r tu g u e s a s , h a c ia 1434. N o se so sp e c h a b a q u e p u d ie ra e x istir o t r o c o n ti n e n te « e n tre las c o stas o c c id e n ta le s de E s p a ñ a y las c o s ta s o r ie n t a l e s d e la India»: e sta «laguna» explica q u e C o ló n no q u is ie ra r e c o n o c e r n u n c a haber d e sc u b ie rto un « n u ev o m u n d o » . M ás allá d e G a d e s . «la p u e r ta d e l m u n d o » , se s u p o n ía la exis te n c ia de las islas A fo rtu n a d a s , la d e S an B a r a n d á n . u o t r a s no m e n o s m ític a s, h a lla d a s u n a vez p a ra ja m á s v o lv e r a e n c o n tra rla s E n c u a n to a las reg io n e s á rtic a s , h a b ía n s id o e x p lo r a d a s hasta el M a r B la n c o , p e ro se tra ta b a m á s b ie n d e c o n o c im ie n to s d e ma 26
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Fig. 4. Virgilio: Opera (Estrasburgo, J Gruninger, 1502; in folio), p XL1X ver so. Fotografía de la Biblioteca Nacional de París.
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r i n o s y d e p e sc a d o re s a n te s q u e d e g e ó g ra fo s : a llí f u e r o n situ a d a s v a r i a s islas fa b u lo sa s, p a ra o c u p a r el e s p a c io y e l e s p í r i t u . L o s p ro g re s o s e n el c o n o c im ie n to d e la t i e r r a c h o c a b a n c o n d o s o b s tá c u lo s in su p e ra b le s. E x c e p to e l M e d i te r r á n e o y s u s a n e j o s , una p a r t e d e l O c é a n o In d ico y las a g u a s q u e b a ñ a n lo s p a ís e s d e l n o rte, n o s e so s p e c h a b a n a d a d el siste m a d e l c o n ju n t o m a r i n o ; p o r otro l a d o , la s tie rra s del h e m isfe rio s u r e ra n c a si d e s c o n o c i d a s , au n q u e a lg u n o s n a v e g a n te s h u b ie se n c o n s ta ta d o a lg u n a v e z q u e a p a r t i r de t a l o cu al p u n to d el O c é a n o In d ic o el f ir m a m e n to n o e r a e l m ism o, q u e c ie rta s co n stelacio n es h a b ía n d e s a p a r e c id o , q u e o t r a s habían c a m b ia d o de lugar y q u e el m o v im ie n to d e l so l ta m p o c o e r a ig u a l19. E l h em isferio su r p la n te a un p r o b le m a e s p in o s o : ¿ e s tá h a b ita d o , y e n tal caso , p o r se res h u m a n o s ? L o s c o n o c im ie n to s g e o g rá fi c o s d e la época no p e rm itía n o tra c o sa s q u e h ip ó te s is d e l o r d e n de n u e s tr a science-fiction *. V a ria s teo rías se e n fre n ta b a n e n tr e sí. U n a s p r e t e n d í a n q u e to d o el h em isferio su r e sta b a c u b ie rto p o r las a g u a s ; o t r a s , m á s m atiza d a s, afirm ab an q u e te n ía m u ch a a g u a , e sc a sa t ie r r a y u n firm a m e n to m uy p o b re en c o m p a rac ió n co n el d e l n o r te . E s la o p in ió n de D a n te , p a ra q u ien el h em isferio su r es c o m o « u n n a tu r a l p a s a je con i su elo d u ro y con cla ro r m ez q u in o » 20. O tr a s o p in io n e s , e n fin, suI g ieren que dicho h em isferio p o d ría se r u n a r é p lic a d e l nuestro T ales c o n je tu ra s, sin e m b a rg o , tr o p e z a b a n e n to d o m o m e n t o I con el p ro b lem a de la zona in te rm e d ia , la c u a l f o r m a b a c o m o u n a especie de «tam pón» — c o n sid erad o in fra n q u e a b le -— e n tr e los dos hem isferios. Se la llam aba «zona tó rrid a » , y m u y a m e n u d o s e la re p re se n ta b a cu b ierta p or aguas n o n a v e g a b le s , a c a u s a d e l e x c e s i vo calor. N o faltab a q u ien , com o P ie rre d ’A illy , la c o n s id e ra b a a si m ism o « tó rrid a» , p ero sin agua; o tro s , e n fin , p o r c o n tr a s te c o n los a n te rio re s, ia im aginaban te m p la d a , y lle g a b a n a a fir m a r q u e e r a el lugar del p rim er E d é n 21.
I
Se tr a ta d e u n a c o n s ta ta c ió n p u r a m e n te e m p ír ic a : u n o b s e r v a d o r s itu a d o en el h e m is fe rio n o r te y m ir a n d o h a c ia e l s u r . v e al s o l l e v a n ta r s e p o r su iz q u ie rd a > p o n e rs e p o r su d e r e c h a ; o t r o , s itu a d o e n e l h e m is f e r io s u r . h a b r á d e m ir a r hacia el n o rte p a r a te n e r al so l fr e n te a sí y v e rle s a lir p o r la d e r e c h a y p o n e r s e p o r la \i q u ie r d a . P u e d e v e rse u n a e x te n s a d is e r ta c ió n s o b r e e s te a s u n t o e n M andeville (c a p 2 0 ). S u s c o n s id e r a c io n e s s o n casi in c o m p r e n s ib le s , p u e s a p a r e c e n e n u n a cas c a d a d e m e d ia c io n e s e n g ra d o s y m in u to s (« m in u s» o « m e n u tz » ) r e f e r id a s a la posi c ió n d e v a ria s e s tre lla s . T a le s m e d ic io n e s so n o p u r a f a n ta s ía o p u r a c ie n c ia : a los a s tr ó n o m o s le s to c a d e c id ir. * E n in g lé s e n e l o rig in a l ( N o ta d e l T r a d u c to r ) . 20 I n f ie r n o , c a n to X X X IV , w . 98-99: ...n a tu r a l b u rella c h 'a v e a m a l su o lo e di lu m e d isa g io . 21 A e s te r e s p e c to , h a y e n P d ’A illy u n d iv e r tid o p a s a je q u e d a u n a b u e n a ideJ d e l e m b r o l l o d e te o r ía s e n q u e se d e b a tía n los c o s m ó g ra fo s . D ic h o fra g m e n to figur * e n u n c a p í t u l o titu la d o « E l d ie c ise isa v o c a p ítu lo , q u e c o n tin u a n d o la ex p o sic ió n dd p r c c c c i e n t c , d is ip a a lg u n a s o sc u rid a d e s» (P r e m ie r T ra ité d e la C o sm o g ra p h K c a p 16 t. I I I , p . 6 4 7 ). D e s d e e s ta p e rs p e c tiv a e sc la re c e d o ra e s c o m o el te x to ofre&
t o d o su s a b o r:
LlBRi.VlI.
TRACTATV’S .f-
S2 verFig. 5 .
RciscK: M a ,S*ri,a Phifoiophica ( E ^ » u r g o . J Scho». .504). P-
F o to g ra fía de la B iblioteca Naciona
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E n to d o caso y puesto que esta z o n a , c u a le s q u ie r a q u e s e a n sus c u a lid a d e s clim áticas, no es fra n q u e a b le , el h e m is f e r io s u r e s tá ri g u ro sam en te aislado del nuestro. A d m ita m o s q u e h a y a e n é l tie rra s h a b ita d a s: el problem a es c o n sid e ra d o p o r S a n A g u s tín e n el L ib ro X V I, capítulo IX , de La ciudad de D io s; p a r a lo s a u t o r e s m e d iev ales resulta im posible olvidar este te x to . S e d ic e q u e la p a la b ra d e D io s fue predicada en el universo entero. M a s c o m o la z o n a tó rri d a es inaccesible, esa palabra no p u d o lle g a r a lo s e v e n tu a le s h a b i ta n te s del hem isferio contrario del n u e s tro . P o r lo t a n t o , n o puede adm itirse que existan allí seres h u m a n o s p o r la s e n c illa ra z ó n de q u e si así fuera serían víctim as de u n a in ju s tic ia m o n u m e n ta l, al no p o d e r estar «sujetos a la Iglesia de R o m a » 22. L a a r g u m e n ta c ió n es p erentoria: el m undo está dividido e n tre c ris tia n o s e « in fie le s» , y n o es concebible que pueda h a b e r o tra c a te g o ría d e g e n te s n o cris tianas (no culpables de su paganism o) en n u e s tr a tie r r a , e n tre g a d a al combate entre el Bien y el M al. Como consecuencia, si tales tie rra s e x iste n , d e b e n e s ta r d e sh a bitadas o, por el co ntrario — y ello es lo m ás c ó m o d o — e s preciso admitir que, en efecto, no existen. En el caso de que no se d escarte la a rg u m e n ta c ió n te o ló g ic a de t San A gustín, es difícil sostener sin re stric cio n e s la id e a d e q u e el hem misterio sur esté habitado. P ierre d ’A b a n o se lib e r a , e n el siglo 1 X IU, de tal problem a gracias a u n a p iru e ta b e lla e n verdad Se puede objetar que estas partes de la tierra estén h ab itad as, y (que) tal opinión no estaría en contradicción con la de A ristóteles, quien creía que estaban deshabitadas a causa del excesivo calor, porque una gran porción de estas regiones (nótese bien) se halla ocupada por los mares, y quienes habitan en los trópicos o en sus proxim ida des viven, por así decirlo, de una m anera extrao rd in aria* . D ’A b an o invita, en sum a, a los p a rtid a rio s d e la in h ab itab ili d a d , a hacer dos pequeñas concesiones q u e — se c a p ta la insinúa ción— no les costaría mucho adm itir. L a p rim e ra c o n sis te en una ligera alteración de la idea de que el h e m isfe rio s u r se h a lla total «Avicena enseña en su décim o libro de los A n im a le s y en el p rim e ro del Ar¡< de la Medicina que estos parajes son los m ás te m p la d o s. D e tal hecho, har concluido algunos teólogos que el p araíso d eb e e sta r a llí, e n c ie rta montará situada en la parte oriental. C ualquiera q u e sea la o p in ió n d e A viccna y de los teólogos tocante a esta región p re te n d id a m e n te m u y te m p la d a , es sin env b arg o verosímil la afirmación de T o lo m eo , q u ie n so stie n e q u e esto s lugarí' son b astante tem plados por los razonables m otivos q u e A v icen a alega por p a rte en apoyo de una opinión contraria». E l te x to latin o dice, «quas in contrarium A vicenna cgregie assignat» (« q u e Avicen-' u tiliz a n o ta b le m e n te para probar lo con trario » ). L o q u e a q u í no s in te re sa es el b ro s o sesgo de d ’Ailly: Avicena y T olom eo p ru e b a n do s o p in io n e s co n trarías co<| a y u d a d e los m ism os argum entos. Piénsese, d esp u és de e s to , en la p erp lejid ad de le c to r, sea m edieval o m oderno. 22 N ico lás O rc sm c , L'espére, cap. X X X , en Y M , t. I , p. 200. 23 C ita d o p o r S an tarem , t. 1, p. 88.
m ente ocupado por las aguas: si hay tierras, son tan escasas que no vale la pena ocuparse de ellas. La segunda consiste en aceptar que si hay criaturas en tales lugares son tan «extraordinarias» que se ap artan por com pleto de los parám etros en que aplicamos nuestro razonam iento: son extravagancias que bien pueden ignorarse. D e este m odo, la tierra pertenece casi por completo al hombre. Las aguas quedan relegadas a las zonas en que menos molestan. El océano, por ejem plo, es enviado a la periferia del universo, y ello sucedía ya en tiem pos de H om ero, lo cual podía satisfacer a los más ardientes partidarios de la tradición. Nicolás O resm e parece confiar grandem ente en la experiencia: ¿podía servir ésta en la E dad Media para aclarar las cosas? Nada m enos seguro, si aceptam os lo dicho por d'Ailly: C u a le s q u ie r a q u e s e a n e s ta s v a ria s o p in io n e s, n o es cosa m ía el p ro n u n c ia rm e a c e rc a d e e lla s , p u e s, p o r u n la d o , n o o saría yo p o n e r en d u d a el te s tim o n io d e lo s a n tig u o s , y p o r o tro , no es im posible co n tr a d e c ir las a firm a c io n e s d e los te stim o n io s o cu lares m o d e rn o s24.
N o será Pierre d ’Ailly el único que permanezca a la expectati v a... ¿N o se encuentra ahí la idea de no impedir por más tiempo el progreso del conocim iento del m undo y también la de desanimar a quienes desean llevar a cabo sus propias investigaciones? D'Ailly responde a su m anera proponiendo una actitud de gran desinterés: que la avidez de la certeza ceda el paso a la humildad de la inves tigación. E sta renuncia, que no es una dimisión, sí es, en efecto, una de las pocas soluciones que perm ite, pese a todo? seguir adelante: A u n q u e n o se p u e d a n c o n o c e r las co sas con ex actitu d p erfecta, debe c o n s id e r a r s e sin e m b a r g o el c o n o c im ie n to e n sí com o algo bello y ú til, c o n ta l d e q u e n o se a falso en su p rin c ip io 25.
¿D e qué principio se trata? Acaso no nos equivocamos en de m asía si suponem os que se trata esencialm ente de una actitud mo ral de honestidad y sinceridad en la investigación. Posiciones com o las de Nicolás Oresm e o Pierre d'Ailly son casi científicas. Y sin em bargo, incluso en el caso de espíritus tan avan zados com o los suyos, ¿puede la imaginación, para representarse lo desconocido, p artir de o tra cosas que no sea lo conocido? Cuales quiera que sean sus esfuerzos para «liberarse de lo conocido», para escapar a las opiniones establecidas, les es difícil apartarse por com pleto de la visión del m undo propia de su época. La im portancia concedida a las estructuras universales sigue siendo prim ordial, ya que es, pese a todo, la única «certeza» que se tiene: n uestro m undo terrenal, entregado al combate de las teo-*23 24 y m , t. n , p. 455. 23 Y M, t. I, cap . V . p. 191.
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r í a s y p a r a l i z a d o p o r la i g n o r a n c ia , s e r í a e n v e r d a d c a ó t i c o s i n o re c i b i e r a l a im p r o n ta d e l o r d e n c e le s tia l. LOS LUGARES Y LAS FO R M A S
C i e r t o s lu g a r e s , p o r s u n a t u r a l e z a y p o r s u p o s i c i ó n e n e l u n i v e r s o , e s tá n p re d e s tin a d o s a u n a f u n c ió n m ític a , a u n a g e r m in a c ió n m a r a v illo s a y s o rp re n d e n te . Si el lu g a r e n q u e s e e n c u e n t r a e s la p ri m e r a r a z ó n d e s e r d e to d a c o s a , e s ta m b ié n a llí d o n d e r e s i d e la e x p lic a c ió n d e l m o n s tru o : lite r a lm e n te , e s p r o d u c t o d e l a t i e r r a que l e s o s t i e n e . S e t r a t a d e u n a le y n a t u r a l e n u n c i a d a a s í p o r R o g e r B ac o n : « e l lu g a r d e su n a c im ie n to e s e l p r in c ip io q u e p r e s i d e la g e n e r a c i ó n d e la s c o s a s » 26. E s t a i d e a n o e s e x c l u s i v a m e n t e m e d i e v a l S a n A g u s t í n a f i r m a q u e h a y a n i m a l e s q u e n a c e n d e l a tie r r a , c o m o p o r e j e m p l o la s r a n a s ( « r a n a e n a s c u n t u r e x t é r r a » 27) , y a c u d e p a ra e l l o a a q u e l p a s a j e d e l G é n e sis ( 1 .2 4 ) e n q u e D i o s o r d e n a a l a t ie r r a q u e p ro d u z c a a n im a le s :
\
Si v e r o té r ra e x o r t a e s u n t s e c u n d u m o r ig in e m p r im a m , q u a n d o dixit D e u s : « P r o d u c a t té r r a a n im a n v iv a m » .
A n t e s d e c u a l q u i e r d i s t i n c i ó n p a r t i c u l a r d e c l i m a y d e p a is a j e , o s l u g a r e s s o n s o m e t i d o s a u n j u i c i o d e v a l o r g e n e r a l d e d u c i d o de ►u p o s i c i ó n e n l a j e r a r q u í a u n i v e r s a l . L a l e y d e l o a l t o y d e - l o b a jo , d e l o s u p e r i o r y d e l o i n f e r i o r , t i e n e , s in d u d a , u n p a p e l p r i m o r d i a l L a t ie r r a e s c o m o u n c u e r p o c u y a p a r t e m á s n o b l e e s e l ro s tro N i c o lá s O r e s m e , c ita n d o a A r is tó te le s , r e c u e r d a q u e « la p a r t e ha b i t a b l e d e l a t i e r r a e s c o m o e l r o s t r o y e l f r o n t a l d e l a t i e r r a » . Es e v i d e n t e q u e s ó l o p o d e m o s h a b i t a r l a p a r t e s u p e r i o r d e l a tie r r a , « e l f r o n t a l » , e s d e c i r , la p a r t e q u e « m ir a h a c i a e l f r o n t a l d e l c ie lo » B a s á n d o s e m á s q u e e n la o b s e r v a c i ó n e n e l v a l o r s i m b ó l i c o d e n u e s t r a p o s i c i ó n e n e l u n i v e r s o , O r e s m e d e c l a r a s u p r e f e r e n c i a p o r la h i p ó t e s i s q u e a f i r m a q u e « n o s o t r o s e s t a m o s e n l a p a r t e s u p e r i o r del m u n d o , l a m á s d i g n a y la m á s n o b l e » 29. E l h e m i s f e r i o q u e se e n c u e n t r a d e b a j o d e l n u e s t r o e s t á , d e al g u n a m a n e r a , « d e t e r i o r a d o » , c o r r o m p i d o , p o r q u e e s e l l u g a r e n que S a t á n s e s u m i ó a ra íz d e su c a íd a . D e m o d o p o é t i c o , D a n t e o f r e c e u n a i m a g e n s o r p r e n d e n t e d e m o v i m i e n t o , v i v a , d e l h e m i s f e r i o in f e r i o r : c o m o e n u n e s p a s m o d e t e r r o r , la t i e r r a s e r e f u g i a e n e l h e m i s f e r i o s u p e r i o r , y lo q u e q u e d a a llá a b a j o s e « o c u l t a » b a j o e l m ar
26 R o g C r B a c o n , O p u s M ajus ( h a c i a 1 2 6 0 ): « f o r t h e i r p l a c e o f b i r t h is t h e prin c i p l e o f t h e g e n e r a t i o n o f th i n g s ~ C i t a d o p o r A . P . N e w t o n e n T ra v e l a n d Trove Ittrrs o f t h e M id d U - A g r s . i n t r o d u c c i ó n ^ Z7 y 2* S a n A g u s t í n . ___ T a ciudad de D ios, l i b r o X V I . c a p . 7 : « l a s r a n a s n a c c n d e l a t i e r r a » . « S í e n e f e c t o n a c e n d e la t i e r r a , s e g ú n s u e s p e c i e , c u a n d o O i o s d»J° s’ q u e l a t i e r r a p r o d u z c a s e r e s vCi vXoX V III. c ita d o p o r E . B u r o n , e n Y M , t. I. cap 29 O r e s m e , J ’c s p é r e , c a p
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T am bién las estrellas escapan hacia nuestro hem isferio, dejando allí un firm am ento casi vacío; esa parte inferior del globo es una parte enferm a, m inada p o r un «gusano» que le «perfora:30» la N aturale za, con el h o rro r físico que de pronto experim enta ante tales intru sos, da a luz en un m undo mal form ado, degradado. E n el sistem a de las esferas, el Infierno se halla en el centro, ya que es, com o hem os visto, el punto más alejado de la perfección de esas esferas, y p o r lo tan to ocupa, como sugiere D ante, «il pun to al qual si traggon d ’ogni p arte i pesi31»: Satán es com o el centro de gravedad, es «da tu tti i pesi del m ondo costretto»32, el prim e ro de cuyos castigos consiste en hallarse sujeto en el punto donde el universo p esa de m odo inconm ensurable. Si, pese a to d o , el cen tro no es ya el de una esfera (o esferas), sino sim plem ente la zona m edia de la superficie terrestre, puede sur gir un valor co n trario : el sentido simbólico de la palabra centro o m edio, con las nociones que com porta de sim etría, equilibrio, igual dad, equ idistancia, conduce a la idea de perfección. D ’A illy busca — no sin precaución— situar el Paraíso Terrenal en función de esa sim bología del centro: A u n q u e c ie r ta s c o m a r c a s s itu a d a s m á s allá d e C a p ric o rn io 33 sean h a b ita b le s ; si al d e c ir d e A ris tó te le s y d e A v e rro e s en los lib ro s D el C ie lo y D e l M u n d o , c o n s titu y e n la p a rte m á s n o b le y h e rm o sa de la tie r r a , e s to e s , el p a r a ís o te r r e n a l a n tig u o , c o m o p re te n d e n algunos a u to r e s , n o e s m e n o s c ie r to q u e n in g u n o h a c e u n a d escrip ció n de ta les c o m a rc a s .
Es la objetividad la que habla aquí, pues si no hay descripcio nes de las zonas geográficas en cuestión, no faltan las del paraíso. En cuanto al p u n to m ás elevado del m undo, es designado como lugar del P araíso T e rre n a l gracias a o tro tipo de excelencia, por ser, según expresión de A n to in e de La Sale, «la cabeza del cuerpo de toda la tie rra » 34. En una visión este-oeste de la tierra, como en los mapas T .O ., el punto m ás alto (el P araíso) se en cu en tra «allí donde comienza el m undo, do n d e se u n e n , se dice, los confines de la tierra y del ciélo» . El paraíso se halla en los extrem os orientales, ya que el con tinente asiático es la p a rte su p erio r del m undo habitado. Por o tro lado, en una visión de la tierra norte-sur, como la de d ’Ailly, el p araíso d e b ería e sta r situado en el Polo N orte. Sin em bargo, de h ech o , co n tin ú a en o rien te. C on todo, el mencionado Polo N orte incluye u n a región feliz q ue, a causa de las muy parti*J C
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30 Inlierno, c a n to X X X IV , v. 108. M Infierno, c a n to X X X IV , v. 110: «y el punto en que converge todo peso». 33 ^>araIso ’ canto X X IX , v. 57: «pesos del m undo hacer de confluencia» YM , t. I, cap. 11, p. 233 Se tra ta de la zona intertropical o zona media A. de L a Sale, L a Salade, p. 139. 5 San A vito (v. 523).
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c u l a r e s c o n d ic io n e s d e su re lie v e 36, e s c a p a a la le y d e l G r a n Norte y c o n s t it u y e u n p a ra íso q u e n o lle v a t a l n o m b r e ; e s u n lugar d o n d e se hallan las gentes más felices de la tie r r a : g e n te s q u e nunca m ueren, pero que se lanzan al m ar d esd e lo a lto d e u n acantilada cuando se han cansado de vivir. E n E u ro p a se le s lla m a h ip e rb ó re o s y aronfeos en Asia37. A d e m á s de los c ita d o s s is te m a s , e x is te u n c a s o e s p e c i a l , el de C o l ó n . Sin d u d a sin in te n c ió n a lg u n a d e h a c e r u n j u e g o d e pala b r a s , co n sig u e co n ciliar la id e a d e q u e e l p a r a í s o e s t á e n o r i e n t e \ a l p r o p io tie m p o e n el p u n to m á s a lto d e l a t i e r r a ; s e g ú n C o ló n y c o m o se d ijo m ás a rr ib a , la tie r r a t ie n e f o r m a d e p e r a , y el pa r a í s o fo rm a el a b u lta m ie n to d e l e x tr e m o s u p e r i o r d e e s a figura E n to d o c a so , el P a ra ís o es u n lu g a r i n a c c e s i b l e , « a n o s t r a ha b ita b ile reg io n e s e g re g a n ^ » 38, s e g ú n G e r v a i s d e T i l b u r y . U n a s ve c e s , esa se g re g a c ió n h a s id o c a u s a d a p o r la s a g u a s : e n t a l c a so e p a ra ís o e s c o m o u n a isla 39. O t r a s , se d e b e a la s t i e r r a s : s e g ú n An to in e de L a S a le , e l p a ra ís o e s tá r o d e a d o p o r a l t a s m o n t a ñ a s , po b la d a s de d ra g o n e s , s e r p ie n te s y o tr a s b e s t ia s « p r ó x i m a s a l elemen . t o íg n eo » 40. E l fu e g o , a m e n u d o s irv e c o m o d e b a r r e r a n a t u r a l de tí p a ra ís o : e s a m o d o d e u n c in tu ró n d e g r a n d e s m u r a l l a s encendidas B Y , e n fin , e l p a ra ís o e s ta m b ié n in a c c e s ib le a c a u s a d e s u situaciór .1 p a rtic u la rm e n te e le v a d a . S e g ú n I s id o r o d e S e v i l l a , J o s é D a m a s c o ° o , B e d a el V enerable , E s tr a b ó n y P lin io , c i t a d o s p o r d ’ A i l ly e n con fu s o r e v o ltijo , « e stá ta n a lto q u e to c a la e s f e r a l u n a r , y e l agua de d ilu v io n o lle g ó h a s ta allí»41. L o q u e la s m e n c i o n a d a s a u to rid a d e t o m a b a n al p ie d e la le tra e s , p a r a d ’A i l ly , u n a e x p r e s i ó n h p e rb ó lic a , q u e significa sim plem ente que su altitu d , e n re la c ió n a la d e las tierra b a ja s, es incom parable, y que alcanza las c a p a s d e l a ire calm o qt* d o m in an la atm ósfera turbulenta, d o n d e d e s e m b o c a n las em anacio n es y los vapores que form an, com o dice A le ja n d r o , u n flu jo y u' re flu jo hacia el globo lunar42. T a l e s id e a s a c e rc a del lu g ar d e l P a r a ís o T e r r e n a l n o s o n con^ d e r a d a s c o m o fá b u la s . T ie n e n u n a g ra n i m p o r t a n c i a p a r a lo s viaj¿ r o s : t o d a e x p e d ic ió n h a c ia o rie n te e s u n a f o r m a d e a p r o x im a c ió n p a r a í s o . C u a n d o C o ló n , c re y é n d o s e j u n t o a la s c o s t a s de la Indi36 S e t r a t a r í a d e u n a m o n ta ñ a c ó n c a v a , e s p e c i a l m e n t e a p t a p a r a r e c i b i r lo s ra' d e l s o l . c o n c e n t r a r l o s , y v o lv e r a e m itir lo s m u l ti p l i c a n d o s u i n t e n s i d a d . YM . 1 c a p - 12, p - 2 4 1 .
37 Y M , t- I, cap. 11. p 235.
3e 39 40 41
C i t a d o p o r S a n t a r e m , t. 1. p . 108: « s e p a r a d o d e n u e s t r a t i e r r a h a b ita t" T a m b i é n s u e l e r e p r e s e n ta r s e así e l o t r o m u n d o c é lt i c o . A - d e L a S a l e , L a Salude, p. 139. Y M , t . I I , c a p . 5 2 , p- 459.
42 Y M , t. I I , c a p 52, p 459
entonces «en el extremo oriental del mundo», descubrió la desem bocadura del Orinoco, estaba persuadido de haber hallado uno de los ríos del paraíso terrenal, y convencido de que si remontaba el curso de tal río llegaría al propio paraíso: la tibieza del agua y los vientos perfum ados que le llegaban, aumentaban su íntima con v ic c ió n . El mundo está así surcado por rutas fluviales o terrestres que no deben considerarse desde un punto de vista utilitario o pura mente material, sino como caminos vivos que conducen a otros mundos. Si hay ríos que salen del paraíso, también los hay que sa len del Infierno, como el Aqueronte o el Leteo. El universo está lleno de «agujeros» que llevan al Infierno: el lago Averno, las islas Lípari, y en general los volcanes, «pozos del infierno»4344. El purga torio de San Patricio, que se encuentra en Irlanda, fue un lugar de peregrinación cuya fama atrajo durante toda la Edad Media no sólo a multitud de fieles, sino también a toda clase de marginados45. Nunca se pierde de vista la estructura geométrica que determi na la existencia de lugares tan notorios: Y por eso dicen los sabios que así como el dicho paraíso terrenal es la cabeza de la tierra por su enorme altura, los infiernos son la parte más baja y profunda del cuerpo de la tierra, donde desembocan to das las suciedades y hediondeces de los cuatro elementos46. Las posiciones respectivas del infierno y del paraíso se deducen y se complementan mutuamente. Entre la altura sublime y la pro fundidad fétida, la bondad divina quiso situar, en el céntro del mun do, una ciudad humana y fuerte, en la cual murió «el Hombre-Dios nacido sin mancha y muerto sin mancha»:47: Jerusalén. Los caminos que irradian de Jerusalén, que conducen a las de más ciudades, a los lugares ordinarios de la humanidad, son los que pueden llevar a los mismos viajeros a los más fascinantes lugares míticos. La estructura universal así construida, organizada de acuerdo con las relaciones de fuerza que van desde un punto importante a 43 Cristóbal Colón, Tercer Viaje, «Memorial a los Reyes», (p. 184): «Y creo que si yo pasara por debajo de la línea equinoccial, en llegando allí, en esto que más alto que fallara muy mayor temperancia y diversidad en las estrellas y en las aguas; no porque yo crea que allí es el altura del extremo sea navegable ni agua, ni que se pueda subir allá, porque creo que allí es el Paraíso Terrenal, adonde no puede lle gar nadie, salvo por voluntad divina». ^ A. de La Sale, La Salade, p. 140. A fines del siglo XV el pozo fue cerrado por orden del Papa (véase Ferdinand Denis, Le Monde enchanté, pp. 156-157). Volvió a ser abierto más tarde, y luego cerrado definitivamente por mandato de Enrique VIII de Inglaterra. Buena prueba de hasta qué punto esta «geografía» es intensamente vivida por el conjunto de la cristiandad. 46 A. de La Sale, La Salade, p. 139. 47 Dante, Infierno, canto XXXIV, v. 115.
otro, llega a ser así el lugar de una maravillosa e b u llic ió n que va a invadir toda la tierra y a modelar la geografía d e a c u e r d o con si propia fantasía. Si hay unos lugares especialmente caros a lo im a g in a rio , son la< islas. Una isla, contrariamente a un continente, d o n d e lo maravi lloso se halla siempre englobado en un conjunto q u e « d ilu y e » el en canto, es un universo cerrado, replegado en sí m ism o : estéticam er. te, se asemeja al «género» del medallón, en el q u e se in scrib e el re trato dentro de un marco para él cincelado, h ech o a su m e d id a . L isla es, por naturaleza, un lugar en donde lo m a ra v illo so existe pe sí mismo fuera de las leyes habituales y bajo un ré g im e n q u e le e propio, es el lugar de lo arbitrario. El ser com ún q u e llega a un< isla no puede observar todas sus particulares c a ra c te rístic a s si deci de quedarse en ella: debe elegir entre abandonar e so s lu g a re s o re vestirse de la nueva naturaleza que aquéllos le im p o n e n . A sí, Ul. ses y sus compañeros no escapan a la m etam orfosis sin o porqu; huyen de la isla de Circe. Ya desde la antigua Grecia las islas son lugares p re d ile cto s par; las más extraordinarias aventuras humanas y div in as. N o es so: préndente que hayan sido los griegos quienes h a n a lim e n ta d o est. i* mitología, ya que sus costas están bañadas p o r un m a r ta n rico e: islas48. Y tampoco puede sorprender que los v ia je ro s medievale volvieran a utilizar esa mitología al descubrir las a b u n d a n te s isla del Océano Índico, más de una de las cuales p o d ría p a re c e r-fabi / lo», con justo título, a los occidentales. Ames incluso de ocupamos de la literatura, la sola consulta d< mapas y mapamundis nos descubre el interés p o r las islas; así ur del Codex Taurinensis (siglo XII) «encierra» varias en el corredo mediterráneo, donde aparecen como una especie d e c o fre s, bien lk nos, bien varios. El mapa ofrece casi igual n ú m ero d e unos y otros; unas llevan, sin más precisiones, la lacónica inscripción de \r sula\ otras esperan una denominación real o una a p o rta ció n de i-' imaginario, pero no tienen necesidad de ello p ara ex istir, y son, alguna manera, «blancos» donde la fantasía p ued e e jercitarse colibertad. Tal procedimiento prueba también que n o existía mucb preocupación para fijar la posición y la denom inación de lugares (' que ese juego de la fantasía podía llevarse a cabo con la may satisfacción Otras representaciones de la tierra son m ás precisas; p o r ejetf pío, el mapamundi de Hereford es fiel al pro ced im ien to del «nv dallón», e inscribe en algunas de sus islas oblongas un m onstruo aspecto especialmente curioso. Pero la posición de las islas, disput* ta como un collar en el océano circular, es casi p o r compld1 arbitraria. ** La mitología acerca de las islas es igualmente muy nca en el m undo céH»1" pero nos inclinamos hacia el Mediterráneo y el Oriente por razones que a p a re c í con mayor claridad en lo que sigue más adelante
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Es probable que, además del placer de dar rienda suelta a la fan tasía y del placer estético que pudieran procurar, las islas fuesen un expediente cómodo para imaginarse y situar, sin atormentar el es píritu, tierras desconocidas esparcidas por el espacio marítimo, en gran parte también desconocido. Para algunos autores, las islas proliferan más allá de toda me dida: se llegan a enumerar hasta doce mil en el Océano Indico; es inútil detenerse en el carácter sagrado de esta cifra. Mandeville es un caso extremo: si hubiera tenido que hacer un mapamundi, es casi seguro que en él los continentes hubieran ocupado un espacio mínimo en medio de mares invadidos por las islas. Cada capítulo de Mandeville, cuando se trata de oriente, describe una isla e in cluye fórmulas que mencionan otras. Basta abrir al azar su libró para hallar ejemplos como el aquí compendiado: De aquesta tierra se va hombre por la mar océana por muchas y di versas islas (...) Item , yendo de aquella tierra de Moni suso dicha para M ediodía hay una otra isla (...) Después de aquesta isla falla hombre otra isla grande y buena, la cual se llama Canamase (...) De aquesta tierra se va hombre por la mar Océana en una isla que ha nombre Boffón (...) E después pasa hombre por muchas islas de mar, fasta una isla que ha por nombre Millo (...) De aquesta isla se va hombre por la mar océana por muchas islas hasta una isla que ha nombre Bacemerán...*
Se trata exclusivamente de un periplo insular. Expresiones como «por la mar» o «la mar Océana» pueden hacer creer que cuando se trata de continentes la manía desaparece, mas no es así; Mandevi lle no se priva tampoco en este caso: Este país de India está formado por diversas islas a causa de estar regado por los ríos que vienen del paraíso terrenal, que dividen la tierra en muchas partes49.
La frase «este país de India está formado por diversas islas» no es eso que suele llamarse «un modo de hablar»; corresponde en ver dad a la idea que Mandeville tiene del Oriente, y condiciona la pre sentación de su libro: los continentes han estallado en tantas islas como capítulos y parágrafos... Por ello, es ilusorio buscar ahí uni dad o encadenamiento alguno. Es raro que lo maravilloso exista dentro de los límites de nues tro horizonte: casi siempre nace allí donde no alcanza nuestra vis ta. Es por ello por lo que los «extremos» de la tierra son tan fecunEl texto se refiere al capítulo 21 de Mandeville, que no se corresponde con nin guno equivalente en la versión española que he utilizado. Lo citado, en pp. de ésta (Nota del Traductor). Cap. 30, p. 383 (Este texto no figura en la traducción manejada por mí. Nota del Traductor). ^
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d o s , io mismo se trate de las regiones p o lares q u e d e la p e rife ria o sim plem ente de lugares misteriosos, in e x p lo ra d o s, e n lo s confines d e l m undo conocido. E l estado de ánimo más favorable a la c re d u lid a d o a la fabulació n es el de receptividad extrema y de in q u ie tu d e n q u e se en cu en tra n los viajeros que marchan por vez p rim e ra a u n o d e e s o s terri to rio s en que no se puede estar muy seguro d e la m a te ria lid a d del su elo que se pisa ni del equilibrio entre los v a rio s e le m e n to s . Esta e s la disposición anímica de Giovanni de M a rig n o li, q u ie n al atra vesar el desierto de Gobi describe esas montañas de arena formadas por el viento, m ás allá de las cuales, antes de que los tártaros vinieran a visitarlas, se pensaba que se ex tendía un país inhabitable, si es que llegaba a pensarse que existía tierra alguna...50. Ese país, aunque esté poblado, no es m en o s in q u ie ta n te : los tár taros son considerados con dificultad com o s e re s h u m a n o s , y se les describe casi como demonios; los m isioneros q u e se aventuraban por aquellos lejanos territorios tenían n e c e sid a d d e p ra c tica r el exorcismo:
i
en este país Dios ha favorecido tanto a los frailes m enores para arro jar al diablo del cuerpo de los posesos, que ya lo hacen como si ex pulsasen de casa a un perro51.
Y en fin, es Piene d’Ailly quien m ejo r re su m e e sa s visiones qu¿ se producen en los extremos de la tie rra , al tr a ta r d e la s regiones polares: Hermes afirma, según Haly, que en estas reg io n e s e x tre m a s habité los malos espíritus, los demomos y las b estias h o stile s y e n e m ig a s hombre52.
N ada de ello puede sorprender; es en esas p a rte s d o n d e se abrcf los respiraderos del infierno: «y enco n tram o s q u e e n los m ás leí3 n o s lugares del cuerpo de la tierra se a b re n re sp ira d e ro s p o z o infernal»53. El autor. A ntoine de L a S ale, a lu d e tam bién 3, «pozo del purgatorio» que hay en H ib ern ia, a los « respiraderos» ^ A frica y a los volcanes de Italia y de Sicilia: E stro n g o l y BouUa Si se cita a estos últimos tras los a n terio res, a u n q u e se en cu en t^ e n p len o M editerráneo, es porque la colo ració n in fe rn a l de los t ire m o s terrestres es tan fuerte que hace q u e to d o v o lc á n , más 3
50 51 52 53
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M ichel Mollat, Grands voyages..., t. II, p. 170. O dorico de Pordenone. cap. XXXI, p. 485. Y M , t. I. cap 12- P 241 A . de La Sale, La Salade, p 140, versión C.
de su situación real, sea considerado como secreción de las regio nes maléficas. El prestigio de esos lugares «extremos» se impone tanto en O riente como en Occidente. Si nosotros hemos imaginado en los confines orientales del mundo una numerosa familia de monstruos, los asiáticos nos han devuelto el favor, y a su vez han poblado de monstruos el extrem o occidental de la tierra, el nuestro. Baste un ejem plo. Si nosotros suponíamos la existencia en el Este de un pue blo de m onoculi (seres con un solo ojo), ellos situaban en nuestras regiones a las mismas criaturas: ¡tanto aquí como allí eran sin duda monstruos muy cortos de vista! Los lugares aislados, los desiertos y las montañas son también lugares favoritos para lo imaginario. M arco Polo, espíritu positivista, poco dado a lo maravilloso, al tratar del desierto de Lop se entrega al placer de narrar una anéc dota destinada a producir fuertes sensaciones en el lector: P u es c a b a lg a n d o d e n o ch e p o r aquel lugar, si un m ercader se reza g a , s e p a rá n d o s e al c a b o d e sus co m pañeros con o b jeto de dorm ir, o p o r a lg u n a o tr a ra z ó n , si el g rupo desap arece cam inando tras una co lina o m o n ta ñ a , c u a n d o el re tra sa d o q u iere alcanzarlo puede que los espíritus m alig n o s le h a b le n a través de los aires, fingiendo ser sus a c o m p a ñ a n te s ; y m u ch as veces le llam an p o r su nom bre (...) obli g á n d o le a se g u ir su s voces h asta qu e p ierde la R u ta; de suerte que ya n u n c a a lc a n z a rá la c a ra v a n a , y nunca nadie volverá a encontrarlo ni a s a b e r n a d a d e él ( ...) , m uchos v iajeros m ueren tras haberse p e rd id o 54.
El desierto, cubierto por las tinieblas, da lugar a toda clase de fantasmas: el ser hum ano no se lleva bien ni con los espacios «va cíos» ni con la noche que borra los contornos. La angustia crea la alucinación: la caravana real es perseguida en cada uno de sus com ponentes aislados por una caravana inmaterial, doblete de magia y de maleficio, espejism o auditivo en el que el hombre sólo se pierde como a través de un espejo. Mas no puede decirse que se trate úni camente de ilusiones nocturnas; también de día el desierto es esce nario en el que pululan los espíritus: Y a ú n a ñ a d iré q u e e sto n o sólo pu ed e ocu rrir de n o ch e, sino ta m b ién d e d ía . M u c h o s h o m b re s h a n oído las voces de estos espíritus; y o tra s v eces se e sc u c h a re so n a r en el aire el sonido de gran n ú m ero d e in s tru m e n to s m u sicales, so b re to d o tam b o res ( ...) A sí, p asan d o ta n to s p e lig ro s , m ie d o s y a n g u stias, se logra a trav esar el d e sie rto 55.
No es M arco Polo el único que ha hablado de esta misteriosa música; m uchos otros viajeros la han escuchado. 54 Marco Polo, cap. LV1I1, p. 121. 55 M arco Polo, cap. LVI1I, pp. 121-122.
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También las montañas son lugares en donde flo rece el m isterio, lo insólito; según Jourdain de Séverac. nadie ha p o d id o h o lla r las nieves del monte Ararat: gracias a una especie de p ro d ig io , los ani males perseguidos por los cazadores dan media v u e lta c u a n d o lle gan a las alturas nevadas, y se entregan por sí m ism o s a sus enemigos56. Una suerte de barrera magnética protege las cim as; la p ro p ia na turaleza experimenta el poder del carácter sagrado d e ta le s lugares el instinto más elemental e irreprimible de supervivencia su fre una auténtica revolución: la palabra retrocedunt evoca m uy b ie n ese mo mento en que la naturaleza bascula sobre sí m ism a, e n q u e las le yes de la vida se invierten brutalmente en dirección c o n tra ria ai movimiento natural, ante el absoluto poder de u n esp a c io pro hibido. El lugar secreto, a causa de su naturaleza y del d e stin o que so bre él pesa, lo monstruoso. Babilonia, ciudad maldita, ciudad destruida, h a d e ja d o sobre la tierra su huella infernal: la tierra, como si estuviese em porzoñada produce monstruos y terrores57. Como en el desierto de Lop, la noche tiene so n id o s extraños no la ilusión falsamente tranquilizadora de voces am ig as,.sin o cía mores, gritos, silbidos infernales. Ningún hom bre a c e p ta ría pasa: una sola noche —ni siquiera rodeado por un p o d e ro so ejército en ese lugar, en que le asedian «ilusiones y te rro re s infinitos»58 La naturaleza humana se ve vencida por los p o d e re s salidos de la tierra. Cualquiera que sea su fe en la fuerza generad o ra d e la tierra, ls Edad Media es heredera de una tradición bíblica de la q u e hay tes timonio en Isaías. Las profecías sobre Babilonia son tex to s sorpren dentes, de extraordinario vigor. En B ab ilo n ia, la poblador humana será sustituida por animales dañinos o p o r seres de moniacos: se guarecerán allí las fieras (...) y allí retozarán los sátiros peludos5' También en Edom surgirá el desierto maléfico: y gritarán unos contra otros los sátiros; allí se acostará lilit y encor trará su reposo60. De modo especial, que este monstruo fem enino p u ed a desear * Jourdain de Séverac, cap. I. p. 38 ,,r 57 Jourdain de Séverac, cap VIH, p. 59: «Est ib» una te n a in qua erat Baby' destructa el deserta, ubi sunt pilosi serpentes atque anim aba m onstruosa», s* Ibid «Pro íllusiombus et terroribus infmitis». * Isaías, 13.21. 40 Isalas, 34.14.
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sar entre un pueblo también monstruoso y bullcnte refleja la natu raleza del lugar en cuestión. Nuestro hemisferio, por fecundo que pueda ser en criaturas monstruosas, haría mal en intentar rivalizar con su simétrico, el al ter orbis. Según quienes lo creían habitable, el hemisferio sur está poblado por los antípodas o antíctonos. Por otro lado, estos seres son tan fascinantes porque no existe comunicación alguna entre ellos y nosotros. Según Beda el Venera ble, «ninguno de nosotros puede visitarles, ni ninguno de ellos pue de llegar hasta aquí»61 . Tal opinión se perpertuará hasta mediados del siglo XV, época en que los portugueses empiezan sus navega ciones a lo largo de la costa occidental de Africa. Colón, anotando la Ymago M undi de Pierre d ’Ailly, escribe al margen del capítulo 6 que la zona considerada como inhabitable e innavegable no lo es en realidad, p o rq u e los p o rtu g u e s e s la navegan hoy. Incluso está muy poblada. Bajo la lín e a e c u a to ria l se e n c u e n tra el F u erte de la M ina, p erten e cien te al se re n ísim o rey d e P o rtu g al, y que nosotros hem os visto62.
Se adivina la revolución que afirmaciones y experiencias tales podía llevar a cabo en espíritus acostumbrados a imaginar el mun do según leyes simétricas extremadamente rígidas. Lo cierto es que hasta dicha época el alter orbis fue conside rado por lo general como un lugar inaccesible, y en el cual todo ocurría al revés, puesto que era el «otro lado» de la tierra. El término «antípoda» es bien característico, y define lo que de signa: los antípodas son «gentes que tienen los pies hacia nosotros, porque están en la parte opuesta de la tierra»6 . Más sorprendente es la fórmula de Mardeville por el espectacular efecto que crea: p o rq u e v o so tro s sab éis b ien q u e aquello s que son en derecho de la e stre lla A u te n tiq u e * , so n d e re c h a m e n te de aquellos que están deb ax o de n o s o tro s , y son p ies c o n tra pies con nosotros que estam os d e b a x o d e la T ra m o n ta n a ; p o rq u e to d a s las p artid as de la m ar tie n en sus c o n tra ria s p a rte s h a b ita b le s, d e acá y de allá64.
Los antípodas son gentes literalmente pegadas a nuestras sue las; a cada uno de nosotros nos corresponde uno de ellos. Tal idea, que lleva a su límite extrem o la concepción de los antíctonos, lleva a pensar en ciertas visiones del mundo propias de los pueblos chamánicos descritos por M ircea Eliade65: el otro mundo66, el de los 61 Citado por Santarcm , t. I, p. 27. 62 Apostilla 16, en Pierre d’Ailly, YM , t. I, p. 197. 6J Nicolás O resm e, citado por Santarem. t I. d . 142 Anientique es. claro está, «Autártica» (Nota del Traductor). M Mandeville, pp 118-119. ^ M. Eliade. Le chamanisme et les lechniques archaiques de l'éxtase. \ Las palabras alter orbis se traducen de modo natural por «el otro mundo», que hoy sirven para designar el de los muertos.
e s p ír itu s , es reflejo exacto del nuestro, de ahí las p r á c tic a s fu n era r ia s consistentes en enterrar al m uerto con su c a b a llo , o b je to s fa m ilia re s , alimentos. Resulta interesante te n e r e n c u e n t a la s ideas m e d ie v a le s porque en buena medida lo fa n tá stic o o lo m o n stru o so e n la E d ad Media hace pensar en m itologías c h a m á n ic a s . E n el país de los antípodas todo ocurre «al r e v é s » , c o m o en un n e g a tiv o fotográfico: el sol se levanta allí c u a n d o se p o n e aq u í; el ritm o de noches y días es diferente; cuando n o s o tro s e s ta m o s en in v ie rn o ellos están en verano, y viceversa; su f ir m a m e n to e s oscuro y p o co estrellado, al contrario que el n u e stro , e tc . T o d o lo qu e un a u to r medieval sabe de los antípodas a d q u ie re u n s e n tid o especial a la luz de este fragmento de M. E liade ace rc a d e la s fu n c io n e s psicofúnebres de los chamanes del norte de A sia: Los pueblos del Asia septentrional co n cib en e l o tr o m u n d o come una imagen invertida de éste. T odo pasa allí c o m o a q u í, p e ro al re vés: cuando es de día en la tierra, es de n o ch e e n e l m á s alia (...) al verano de los vivos corresponde el in v iern o e n e l p a ís d e los muer tos (...) En el Infierno, los ríos se re m o n ta n h a c ia su s fuentes. N . todo lo que en la tierra está invertido se h alla e n p o s ic ió n norm al en tre los muertos. Jes por ello por lo que se d a la v u e lta a los objeto que,en la tumba, se ofrecen para uso de los d ifu n to s , a m enos que no se rompan, porque lo que está ro to aq u í e stá in ta c to en el ma> allá, y viceversa . ; 1 — -
En ninguno de los textos que hem os u tiliz a d o a p a re c e n alusio nes al mundo de los m uertos, ya que el c ristia n ism o tie n e ideas mudiferentes a\ respecto; sin em bargo, no es im p o sib le q u e el m ito de alter orbis y de los antípodas sea un re c u e rd o d e e s o s o tro s mito norasiáticos, de los cuales, por lo dem ás, q u e d a n o tr o s v e stig io s e: las leyendas occidentales. L os antípodas, como los m uertos, p la n te a n u n e n ig m a : ¿exister o n o , y bajo qué forma? H ablando de las d o s z o n a s h a b ita b le s, de cía M acrobio que «una de ellas está p o b la d a p o r n o s o tro s ; la otra p o r h o m b res de especie desconocida». A la c e rtid u m b re que repre s e n ta ese nosotros, y que M acrobio c o n sid e ra in ú til c o m e n ta r , o p o n e la incertidum bre representada p o r e sa especie h u m a n a qó n u n c a hem o s visto y que nunca v erem os. R e c o rd e m o s ta m b ié n > fó rm u la de Pierre d’A bano, según la cual n o h a y c o n tr a d ic c ió n a' g u n a 68 en adm itir que estos seres existan o n o , y a q u e e n to d o ca>‘ te n d r ía n form as extraordinarias. Se c o m p re n d e así la consistenci re a l e irre a l de las criaturas míticas qu e p u e b la n lo s m a p a m u n d i* lo s lib ro s de viajes. L o s an típ o d as plantean todavía o tro e n ig m a : ¿ c ó m o se sost»^ n e n e n el g lobo terráqueo, ya que al igual q u e las m o sc a s camina p o r e l te c h o ellos lo hacen cabeza a b a jo p o r el o tr o la d o d e la tierr* 67 M . E l i a d e , o p . c u ., cap . V I, p. 188. ** Cf. su p ra , p- 30.
San ^A lberto M agnt^ piensa que «acaso les atraiga alguna fuerza m agnética, com o el imán al hierro»69. La misma idea se encuentra e n jT o lo m e o jy se expresa de diferentes m aneras. [Hartmann Schedeljrazona así, no sin cierto lirismo: C ur autem non decidant mirantur et illi nos non decidere. Natura enim repugnante ut possint cadere. Nam sicut ignis sedes non est nisi in ignibus, aquarum in aquis, spiritus nisi in spiritu, ita terre arcentibus cunctis nisi in se locus non est70. («Produce sorpresa que no se caigan, al igual que ellos se sorpren den de que no nos caigamos nosotros: es que la Naturaleza repugna el dejarles caer. Así como el lugar del fuego no es otro que el fue go, el del agua las aguas, el del aire los aires, para todas las criaturas ancladas a la tierra no hay otro lugar que en ellas mismas»). C a d a c ria tu ra tie n e en sí m ism a su p ro p ia justificación, su p ro pia e x p lic ac ió n . E s te tip o d e p en sam ien to m edieval — al m enos tal com o es c o m p re n d id o p o r un h om bre m o d ern o — tiene la p ro p ie d a d de n e g a r el p ro b le m a y de e n c e rra r la cuestión en sí m ism a, de m a n e ra q u e se h a c e im posible el dilucidarla. Es p ropio de los mis terio s y es p ro p io de esas c ria tu ra s ser lo que so n , allí donde estén. A caso no sea ta m p o c o ex ag erad o ver ahí la idea de que no existe la m e n o r d u a lid a d e n tre la criatu ra y el lugar que la contie ne: c a d a c ria tu ra es su p ro p io lugar. * ¿ H a q u e rid o H a rtm a n n S chedel re sta u ra r la unidad original de la c re a c ió n a trib u y e n d o a cada cosa un c arácter de necesidad y de e v id e n c ia m ás allá de posibles explicaciones? Su fórm ula puede p re sta rse a v a ria s in te rp re ta c io n e s. M as ocurre que si ella dism inu ye los p ro b le m a s , é sto s, sin e m b a rg o , no desaparecen. La E d a d M e d ia g u sta b a de sus enigm as, así com o de «la infinita diversidad» de la n a tu ra le z a y del ancho cam po que ésta ofrecía p ara la b ú sq u e d a gustosa d e explicaciones q u e , sin agotar nunca las posibilidades de la investigación, con stitu ían , p o r otro lado, com en tarios acerca d e ta n d e le ita b le variedad: e ra un juego, una m anera de « sa b o re a r y ru m ia r» 71 el p lac e r p ro p o rcio n ad o por la contem plación activa. A c a so se creía asim ism o que el m undo estaba tan bien o rd e n a d o q u e n a d a p o d ría ro m p e r su unidad. U n a p rim e ra cap tació n de tal u n idad se ob ten ía ante la eviden cia de las fu erz a s q u e ligan tie rra y criatu ras. E n tre una y otras exis te una relaci(5ri e n v e rd a d sustancial;' sL en un lugar hay pigmeos. 69 Citado por Santarem , t I, pp. 80-81. . ™ C/tronica M undi (1493), fol, 2, «Secunda Etas Mundi». \ 1[M ontaigne, E ssais.iIII.xiii: «Los otros experim entan el dulzor del contento y de la prosperidad. Yo lo experim ento tam bién, al igual que ellos, pero no de pasada ni frívolam ente: es preciso estudiarlo, saborearlo y rumiarlo para dar gracias con dignas de lo que se nos otorga». Puede sorprender la cita que aquí se hace de Mon taigne, p ero, sin em bargo, el espíritu del com entario medieval se define, en gran me dida. por la necesidad de gustar el m undo y dar gracias a su Creador. '
e * p o i q u e c * c lujUM n o p u e d e p t o d i m i s i n o p i g m e o s . «<< u . m . i , , j g e n t e n m m W q u e h a b i t a c o n e l l o s t i e n e h i j o s e n a q u e l p a í s , t u l e s ,h h m » o n s c m c i a n t c s e n l o d o » l o s p i g m e o s » . E s t a o p i n i ó n d e < >,\(l r i c o ? í r e a p a r e c e e n M a tu lc v illc , q u i e n a ñ a d e e s ta e x p lic a c ió n C u a n d o e n t e n d í a n h ijo s n o s o n m a y o r e s q u e l o a o t r o a d e la i»r i l , C a to c a u s a la n a tu r a d e a q u e l l a t i e r r a 75. V a q u e se c o n s id e ra n n a t u r a l e s la s l e y e s q u e r i g e n a l a s p la n ta s j ¿ p o r q u ó h a b r í a n d e p a r e c e r s o r p r e n d e n t e s a l a p l i c a r l a s a u, h o m b re s? * ^Si t a l r e l a c i ó n d e s e m e j a n z a p u e d e e x i s t i r e n t r e l a t i e r r a y h c r i a t u r a s e s p o r q u e la f i e r r a e s t a m b i é n u n c u e r p o . A . d e L a Sale c o m o y a se h a v is to , h a b l a e n s u d e s c r i p c i ó n d e l m u n d o d e l «cuci p o d e l a t i e r r a » , e l c u a l , c o m o e l d e l h o m b r e , t i e n e u n a « c a b e /.» n o b l e (e l p a r a ís o ! y u n a s e x t r e m i d a d e s i n f e r i o r e s i n m u n d a s ; el m t r e m o s e e n c u e n t r a e n « l a p a r t e m á s b a j a y p r o f u n d a d e l c u e r p o cU la tie r r a , d o n d e d e s e m b o c a n t o d a s la s s u c i e d a d e s y h e d io n d e c e s ' d e l o s c u a t r o e l e m e n t o s » 723 4 . P a r a l e l a m e n t e , t a m b i é n l a m e d i c i n a s e o c u p a d e e s t u d i a r la! « g e o g ra fía » s e g ú n la c u a l se d i s p o n e n la s r a íc e s d e l c u e r p o hum ano y ^ la s d i v e r s a s « c o m p l e x i o n e s » d e l c u e r p o d e l a t i e r r a : L o s m é d ic o s d ic e n q u e , p o r lo q u e s e r e f i e r e a c o n o c e r l a n a v u ra le /a d e l c u e r p o h u m a n o , c o n v i e n e a t e n d e r a l a r a í z d e a r r i b a , e s t o e s. e' c ie lo , y a la d i s p o s ic ió n , y q u e c o n v i e n e t a m b i é n c o n s i d e r a r la raí*T d e a b a j o , e s to e s , la c o m p l e x i ó n o d i s p o s i c i ó n d e l a p e r s o n a D e m o d o s e m e j a n t e , p o r l o q u e s e r e f i e r e a l a p o b l a c i ó n d e l a tierra u n a c a u s a g e n é r ic a t ie n e q u e v e r c o n e l c i e l o , a s a b e r , l a d istan cia m o d e ra d a o a te m p e ra d a d e l c a m in o d e l s o l . e t c . P e r o o t r a s c a u s a s e s p e c ia le s p u e d e h a b e r p o r l o q u e a l a t i e r r a se re f i c r c , y s o n t r e s p r i n c i p a l m e n t e , e t c . . . 75.
E l h o m b r e , c o m o l a s p l a n t a s , t i e n e s u s r a í c e s , p e r o m á s p e rf c ^ t o , l a s r a m i f i c a t a n t o h a c i a e l c i e l o c o m o h a c i a l a t i e r r a . « D e rcx° [ s e m e j a n t e » la tie r r a , c o m o e l h o m b r e . . . A l l l e g a r a q u í s e hace a r t i f i c i o s o q u e r e r d e t e r m i n a r u n a r e l a c i ó n , s e a m a t e r i a l o d e sltl[Y l i t u d . e n t r e l a t i e r r a y e l h o m b r e , y a q u e u n a y o t r o s o n escasam ^ t e d i f e r e n t e s e n t r e s í , p u e s v i v e n d e u n m i s m o e s p í r i t u y d e u n a &L m a c a r n e . L a f ó r m u la d e \M . F o u c a u l t ^ s e g ú n l a c u a l « e l c u e rp o . m a n o e s s i e m p r e la m ita d p o s ib le d e u n a t l a s u n i v e r s a l » 76, n ° h a s t a e l f o n d o d e l p e n s a m ie n to m e d ie v a l: e l h o m b r e e s u n o , l a t i e r r a e s u n a , y t a n t o la t i e r r a c o m o e l h o m b r e , a q u é l l a c o n c 72 73 74 T5 ?6
O d o r ic o d e P ord en on c, cap X X IV . p . 3 4 5 . M an d e v ille . p 136. a . d e L a S a l e , Lu» S a l u d e „ p . 1 3 9 . , O r é a m e , l » ‘E s p i r e , c a p . X L . e n Y M . 1, p . 2 4 0 . p o u c a u lt, M o t s e l le s c h a s e s , c a p . I , p . 3 7 .
lo i huid e n mu n ilc g i mIíu I un albín u iu v n sa l I .a figura dr Im !ierra de p e n d e , e n igual m e d id a q u e la del h o m b re , de la» condicione» mi m oH Íérica», clim ato ló g ica » , axtrale*. P ara I a u to rc » m edieval*» (corno para I del uglo X VI), el It'límn no ««lamente e je rc e una influencia vibre el f t o > o la m oral, de lo» hombre»: lo» produce, lo» form a a su imagen.¡ Fierre d ’ resu m e así la o p in ió n d e sus predecesores: ^ o n
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T olom eo. H aly y otro» antiguos autores pretendían que en esa» do» regiones extrem a»77 hay hombres salvajes antropófago», de rostro disform e y horrible Haly atribuye este hecho a la distribución desi gual del calor y del frío en dichas regiones, causa de complexiones anorm ales y de espantosas deformaciones, causa también de la per versión de costum bres y de la imjicríección grosera del lenguaje: se trata de seres de los que resulta difícil decir si son hombres o bes tias, según la expresión del bienaventurado Agustín7879. L a d e s ig u a ld a d d el clim a e n tra ñ a la anom alía, la deformación (y la d e fo rm id a d ), la p e rv ersió n : ello implica la fealdad. La Edad M ed ia es a q u í h e r e d e r a " d é la A n tigüedad; para Platón, «la inele gan cia d e la fo rm a , la fa lta de ritm o v de arm onía, son hermanas del e sp íritu y d e l c o ra z ó n perversos» . D el clim a e n q u e viven d e p e n d e la conform ación de las criatu ras te rre s tre s ; d e su c o n fo rm a c ió n física depende su conformación m oral: la c a d e n a d e in te ra cc ió n e n tre los diversos elem entos es tal q u e a m e n u d o a p a re c e ta m b ié n en otros dom inios de la ciencia m ed iev al. E n e sta n a tu ra le z a rig u ro sam e n te o rd en ad a, en que la deform i d a d y la fe a ld a d tie n e n su razó n de ser, lo m ás terrible es el ele m e n to d e c o n fu sió n q u e a p o rta n una y o tra jC o ló n j anotando el ci ta d o p a s a je d e d ’A illy , e scrib e al m argen: es allí donde hom bres, b estias y m o n s tru o s tie n e n tan ho rrib le aspecto, que resulta difícil d istin g u ir u n o s d e o tro s» . C o lón d a un paso m ás que d ’Ailly; éste, a u n q u e c o n s ta ta la a n o m a lía de tales criaturas, las sitúa en dos rei n o s, el h u m a n o y el a n im al; C olón , p o r su parte, añade otro: el re in o d e lo m o n s tru o s o . E llo es señal de que la dualidad normala n o rm a l n o se c o n c ib e co m o un funcionam iento natural en el do minio d e los re in o s e x iste n te s (com o habitualm en te enseñan las es tru c tu ra s m e d ie v a le s). P o r el c o n tra rio ,[lo anorm al se sale de tales e n c u a d ra m ie n to s p a ra c o n stitu ir un rein o propio, que parece rom p e r e se e q u ilib rio in te rn o en q u e lo positivo y lo negativo no son sino m u tu o s re fle jo s in v e rtid o s. ) [ i P a re c e q u e c o n fo rm e la E d a d M edia se acerca a su final se acen tú a m ás e s ta te n d e n c ia a h a c e r de lo m onstruoso un reino aparte,!
77 Esto es, los polos. 78 YM, t. I, cap. 12, p. 241. 79 La República, 401a. *
a complacerse en ello y crear así una nueva estética; ta l m o d a l ida, de gusto aparece ya completa en la fórmula de San B e rn a rd o : dt formisformositosocformosadifformitas;defo rm idad d e la bellez, y belleza de la deformidad. El excepcional atractivo de tal expresión proviene d e q u e excluye toda visión unilateral de la naturaleza; niega un a v isió n simplist; del mundo, en la que lo que no es ni «bello» ni « co n fo rm e» sen* lo contrario de bello y conforme lAl negar esta falsa id e a d e orden se afirma otro en que no puede existir ni contradicción n i falta al guna, ya que la consustancialidad de los contrarios es la condicio: misma de la estética.) En tal sentido es preciso interpretar el m onstruo: o sc u re c e . iguá j que ilumina, el orden universal, esto es, lo oscurece p a rá llu m in a ; j lo. Lugar donde la naturaleza se manifiesta, es un en ig m a qu e ofre ce al hombre la posibilidad de alcanzar el conocim iento fu e ra ya ¿I caminos pueriles, donde se extravía su ilusoria n ecesid ad d e de$e< tructurar —para comprenderlo— lo que es uno.
II.
VIAJES Y MENTALIDADES
El inventario libresco conocido nos ha ofrecido un paisaje inte lectual. Nos dirigimos ahora hacia paisajes más tangibles. Tras una incursión en el universo de las ciencias —cosmología y geografía— , nos acercamos a individuos que han vivido el descubrimiento del mundo. ¿Q uiénes eran los viajeros? ¿Por cuáles climas históricos viajaban? Y sobre todo, ¿cómo veían y pensaban por comparación con el fondo intelectual y fabuloso de su época? La situación histórica en que tienen lugar los viajes condiciona grandemente, sin duda, el ánimo y el punto de vista de quienes los hacen. Es también esa misma situación histórica la que impone sus leyes en la selección de viajeros —soldados, misioneros, diplomá ticos, comerciantes, exploradores, etc.— , y la que, como con secuencia, determ ina las diferencias en las observaciones de la realidad y en las narraciones que de ellas resultan. A mediados del siglo XIII se inicia la época de los grandes via jes, que durante siglo y medio fueron casi únicamente continentales. Hasta entonces, las gentes que se habían desplazado hacia . Oriente o hacia O ccidente lo habían hecho con espíritu hostil: el si glo ( ¡ XI e n efecto, es para nosotros el de las Cruzadas, las guerras santas; un estado espiritual que una vez despojado de su belicosi dad no tuvo otro resultado que el de las peregrinaciones a los San tos Lugares. El próxim o O riente no es sino una región de infieles que es preciso aplastar, conquistar o convertir. En cuanto al Extre mo O riente, es tierra de leyendas, a la cual el hombre occidental no ha tenido acceso desde la época de A lejandro Magno. Se le ima gina también de acuerdo con las historias de A lejandro, repletas de fábulas, o según los escritos de los antiguos, de que ya hemos ha blado. Por otro lado, el Extrem o O riente manifiesta idéntica igno rancia que el O ccidente. Michel M ollat1 no hace sino comenzar a 1 M ichcl M o llat, Grands voyages et connaissance du m onde du milieu du X llle siécle á la fin du X V e siicle. P rim era P a rte: A sia; p. 30.
desflorar la cuestión al señalar que Hay allí tantas leyendas sobre el Occidente le ja n o c o m o aq u í sobre el Extremo Oriente. Los chinos ignoran todo de O c c id e n te , salvo al gunas leyendas muy vagas. Europa se halla a u se n te d e sus libros cas; ( por completo. También para ellos, el O ccidente es u n m u n d o mítico [ y escatológico23. '
Los comienzos del siglo XIII ven el surgir de u n o d e los más inv portantes pueblos orientales: los mongoles. En 1214, Gengis Khan invade China, p ara e m p re n d e r despucs una sistemática marcha de conquista hacia el o e ste: el im perio de los Seleúcidas. el Irán...; avance sangriento q u e sus sucesores lie varón hasta Europa. Cracovia cae el 9 de abril d e 1241. H ungría es invadida. El ejército mongol avanzaba hacia V ien a c u a n d o , feliz mente para la cristiandad, la muerte del G ra n K h a n O godai in temimpe la conquista a fines del terrible año 1241. El avance mongol había tenido lugar con u n a ra p id e z y una efi cacia asombrosas, y sobre todo con «un gran lujo d e atrocidades» hasta el punto de poner a la cristiandad en posición desesperada El 3 de julio de 1241, Federico II lanza este llam am ien to :
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Esperamos que los tártaros que han venido del T á rta ro sean arroja dos al Tártaro (es decir, al Infierno). El mismo S a ta n ás les^alient¿ í Y cuando todos los pueblos del Occidente decidan unánim em ente en \ viar soldados contra ellos, no tendrán que luchar c o n tra hombre? sino contra demonios45.
Se alza entonces con intensidad el mito del A n ticristo : son ellos los pueblos de Gog y de Magog, dominados en el p a sa d o por Alf jandro, los destinados a invadir y destruir la cristian d a d entera. Hc aquí lo cjue escribe Vincent de Beauvais, citando a S im ón de Saifl1 Quentin , para explicar «los varios nom bres de K han»: En su lengua, Cuyné y Gog son la misma cosa; G og es su noin^ propio, y Magog el de su hermano. Pues el S eñor, p o r su p r o f e t a E z quiel, predijo la venida de Gog y de Magog, y con ellos nos a m ^ za con la ruina y la desolación. También, los tártaros llevan el n° bre propio de Mongles o Mongoles. El espíritu de este G og Kh<*n^ inflama con la destrucción de los hombres, y es co m o un fuego diente, dispuesto a devorarlo todo6. 2 Se verá más adelante hasta qué punto los p u eb lo s m o n g o le s h a b ía n sido r tid o s d e un sentido escatológico por los occidentales. .u,i" 3 V éase sobre esto René Grousset, L 'E m pire des S te p p e s, p p . 330-333; B a ltru sa itis, La Edad Media fantástica, cap. V , p. 172. 4 J. B aJm isaitis, op ca .,p . 191. .ófie5 P a rte para su tarea misionera el año 1247 N o p o s e e m o s n in g u n a re»aC cflcrita suya; el único testimonio conocido es el de V in c e n t d e B e a u v a is , q u,e S p e c u lu m Historíale inserta vanos capítulos to m ad o s d e S a in t-Q u e n tin . * 6 B e rg e ro n , Relaiion de Plan Carpin, cap. X , col. 17.
De este m odo, en la proclama de Federico II Tatar se transfor ma en Tártaro por asociación de ideas, y por otro lado, Mongol lle ga a ser Magog por contagio fónico: todas estas contaminaciones diabólicas acaban por asociar a este pueblo con el propio Infierno. En medio de esta situación de alarma generalizada, el papa Ino cencio IV reúne en 1245 el concilio de Lyon y decide el envío de misioneros a O riente. • Podría creerse que las perspectivas demoníacas que se abrían ante los misioneros habrían de aterrorizarles hasta el punto de im posibilitarles todo contacto con esos pueblos y toda objetividad. En realidad no fue así; los misioneros eran —al menos cierto número de ellos— hombres de espíritu muy abierto, y en cuanto a los mon goles, no estando en pie de guerra, aparecieron como gentes muy acogedoras y llenas de curiosidad por las cosas de Occidente. Tal aproximación, lo mismo desde el punto de vista oriental que occidental, se ilustra con dos notables ejemplos. Uno lo proporcio na Federico II, quien desde 1228-1229 considera que las tres gran des religiones, «cristianismo, budismo, islam, ofrecen una explica ción del mundo igualmente respetable»; Federico II conocía el ára be y visitó los santuarios musulmanes7. El otro procede de Mangu Khan, quien antes de la despedida de uno de los misioneros cris tianos, Guillaume de Rubrouck, organiza en su corte una gran «disputa» en torno a las varias religiones allí representadas por nestorianos, sarracenos, tuinianos (especie de maniqueos) y cristianos8. Cada representante es encargado de ofrecer una exposición de su religión; el Khan escucha a todos con interés y cierra estas justas oratorias explicando su propia fe, la doctrina «moal». La intensidad del tráfico humano de Occidente a Oriente no puede explicarse sino por la tolerancia de los mongoles: las rutas terrestres hacia el Extremo Oriente se cerraron en 1368 con el ad venimiento de la dinastía Ming. Hasta entonces, se suceden los viajeros de toda clase y origen. La primera generación de misioneros incluye nombres de gran va lía: Jean du Plan de Carpin (1245), Nicolás Ascelín (1246). Simón de Saint-Quentin (1247), Guillaume de Rubrouck (1253)9. Plan de Carpin y Rubrouck sobre todo eran notables personalidades, y han dejado cautivadoras relaciones de sus viajes. Sin embargo, en menos de diez años, el espíritu de los misione ros cambia; la relación de Plan de Carpin termina con una muy violenta incitación a la Cruzada (con objeto de impedir una nueva invasión tártara), mientras que la de Rubrouck acaba de manera
7 Les Métamorphoses de l'humaniié. Les Cathédrales, p. 205. Bergéron, Voyage de Rubruquis (o Rubrouck), cap. XLV. Edición latina de la Socieié de Géographie, pp. 355-359. Las fechas entre paréntesis son las del comienzo del viaje hacia oriente.
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mucho más moderad*, propone enviar en lo su c e siv o c o m o misio ñeros no frailes menores, sino obispos y e m b a ja d o re s Se multiplican las relaciones entre O riente y O c c id e n te . L os her manos Polo. Nicoló y Matteo, regresan de su p r im e r v ia je con la misión de pedir al Papa, con destino a la c o rte d e l G r a n Khan Cien hombres sabios, para que predicasen la religión y la doctrine; cristianas; y quería que fuesen expertos en las siete vías del conocí miento divino1011. Los Polo volvieron a partir hacia C hina en 1271; a llí permane j rieron durante veinte años. Se llegaba entonces a Oriente por d ife re n te s r u ta s terrestres pero también por vía marítima12. Una segunda o le a d a d e misione ros parte en condiciones bien diferentes a la p rim e ra : G io v a n n i di Montecorvino (1289), Odorico de P o rd e n o n e (1 3 1 4 ), Jourdair de Séverac (hacia 1320)13 Pascal de V ictoria (h a c ia 13 3 8 )1415, Gio vanni di Marignoli (1342) . Había entonces en China iglesias, arzobispos, c o n v e n to s francis canos y bautizados, incluso en la familia im p e ria l. L e jo s estaban ya los tiempos en que era preciso callar, y e ra p o sib le , c o m o lo había hecho ya Marco Polo, observar librem ente, a d m ira rs e , m aravillar se. Todos los viajeros religiosos nos han d e ja d o su s e sc rito s; por e contrario, los comerciantes, con excepción d e M a rc o P olo y de Francesco Balducci Pegolotti16, no hicieron re la c ió n d e sus ex / periencias. El interés de esta serie de viajes radica e n h a b e r p u e s to en cir culación, entre Oriente y Occidente y a la in v e rs a , u n a serie de ideas religiosas, de influencias artísticas y ta m b ié n a rtíc u lo s y obje tos cuya influencia en Occidente es bien c o n o c id a . E l flujo haci^ Oriente fue sin duda más importante, p e ro ta m b ié n fu e ro n busca dos por aquél los contactos con O ccidente17. Los viajes se hicieron desde entonces con p e rs p e c tiv a s muy di ferentes: no dependían de una grande y sola c o r r ie n te , sino de ini ciativas más dispersas. Aunque los cam inos d e O r ie n te quedaror casi cerrados hacia 1368, seguirá habiendo v ia je ro s q u e m a rc h e n ha cía el Este: Hans Schiltberger (1396)18, R uy G o n z á le z de Clavija
)
10 B erg ero n , Voy age de Rubrouck, col. 150. E d ic ió n d e la S o c ié té d e G éograph'
p. 395. n M a rc o Polo, cap V IH , p. 28. 12 V éase R G rousset, L'Empire des Sieppes, y L . B o u ln o is , L a R o u te de la í *71 ,J V é a se lo dicho en nota 9. 14 S u relació n está fechada el 10 de ag o sto d e 1338. 15 F e c h a de su llegada a Pekín. 16 C o m e rc ia n te florentino de com ienzos d el sig lo X IV . 17 V é a s e R . G rousset, op cu., pp 372-373, 4 4 2 -4 4 3 , 4 4 8 -4 5 1 . lo * « d e n h o m b re s sabios- solicitados por el G r a n K h a n K u b ila i. e0 ís V ia je fo rz a d o , pues Schiltberger cayó p ris io n e ro d e lo s tu r c o s e n 1 3 VO. b a t a l l a d e N icó p o lis
(1403), Guillebert de Lannoy (1413), Nicoló de Conti (1419), Josaphat y Ambrogio Contarini (1473), Bernhardt de Breydenbach (1483), San Anselmo (1507), Martini a Baumgarten, etc., todos los cuales han dejado relación de sus viajes. Pero los viajeros miran hacia el Oeste cada vez más. Ello no sig nifica, sin embargo, que piensen en el descubrimiento de un conti nente desconocido: lo que buscan son islas... islas de las que han oído hablar como Afortunadas; a este respecto, el descubrimiento de las Azores y de las Canarias 9 podría haber constituido suficien te satisfacción. Pero también se busca, hacia Occidente, una nueva ruta para llegar a las Indias: no es otro el objetivo de los viajes de Cristóbal Colón (1492-1503), de Jean Cabot (1497-1498), de Américo Vespucio (1497-1504), de Vasco de Gama (1498-1503), de Ma gallanes (1519-1520)20. De todos estos viajes quedan las oportunas relaciones. Esta breve ojeada da una idea del Corpus formado por los libros de viajes. Todos los mencionados son auténticos viajeros; sin em bargo, sus narraciones no han conocido la celebridad que sobrevive a los siglos. Paradójicamente, es un «viajero de cámara», Mandeville, el autor del libro más famoso, el de las Maravillas del mundo (1356). A lo que parece, Mandeville visitó Tierra Santa y quizá Egipto, pero había evitado ingenuamente (casi sin quererlo, se di ría) llegar hasta la India: y nosotros habríamos ido a ver estos árboles del sol y de la luna, si pudiéramos pasar, mas no podrían allá pasar cien mil hombres d’armas, por causa de la gran copia de bestias salvajes...**21 Se nos presenta Mandeville como destrozado por el reumatis mo, atenazado por «gotas artríticas»22; tal carácter, delicado y sua vemente cobarde, contrasta de modo bien cómico con la decisión y audacia de otros viajeros. Aunque no haya visto los países de que habla, Mandeville no duda en multiplicar las protestas de veracidad: Y los que hayan visitado este país (...) me creerán y sabrán si digo lo que he visto23. Esta relativa mala fe contrasta también con el deseo de objeti vidad de los verdaderos viajeros24. La obra de Mandeville tuvo un lv Juan de Betancourt llevó a cabo, en nombre de España, la conquista de las Cananas entre 1402 y 1405. Los sucesos de la expedición fueron narrados por fray Pierre Bontier. franciscano que tomó parte en ella. (Las Canarias no fueron conquistadas por «España», como dice el autor, sino por Castilla. Nota del Traductor). 21 Viaje narrado por Pigafetta, un italiano que formaba parte de la expedición. Mandeville, edición española citada, p. 174. 22 Mandeville's Travels, edición Hakluyt, tomo II. p. 411. 23 Ibid., p. 353. 24 Véase más abajo, p. 55. 53
éxito extraordinario: se conservan más de trescientos m an u scrib en diez lenguas diferentes (francés, inglés, latín, a le m á n , holandés danés, checo, italiano, castellano, irlandés)* y n o v e n ta ediciones hasta el año 160025. El éxito se explica, en parte, por el carácter selectiv o d e la ohr; de Mandeville: este «viaje» es casi exclusivamente u n a compilación un «concentrado» de mirabilia. Acaso su fama y d ifu sió n se debar 1 también a la que la primera versión difundida fue e s c rita en ler gua vulgar: Y debéis saber que escribí este librito en latín, para más brevemen redactarlo. Mas porque muchos entienden mejor el rom ance que < latín, lo he romanceado, para que todos lo entiendan (...y Este deseo de propagación, que responde, ad em ás, a u n a nece sidad de «público» (utilizando un cliché m oderno), n o e s un cas: único. Jean du Plan de Carpin, a su regreso de T a rta ria , se habí embarcado, en 1247, en una verdadera gira de co n feren cias pe Francia:
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Había escrito un grueso volumen con lo que había visto de notab entre los tártaros y en otras partes27, y cuando le cansaban con pn guntas, hacía leer su relación, como yo muchas veces he oído visto* Los frailes leían su libro, y él interpretaba y explicaba lo que paree algo oscuro29. (Crónica de fray Salimbene de Salimbeni).
Los libros de viajes despertaban, pues, un in te ré s apasionad, el descubrimiento y desarrollo de la im prenta les proporcionad una difusión aún mayor. Famosos manuscritos son e n to n c e s repd ducidos en gran número, como el 1380 de la B ib lio teca N acional^ París, que incluye en particular las narraciones del m o n je Haitof de Ricoldo da Monte Croce, de Odorico de P o rd e n o n e : más q* nunca, los viajes del pasado gozan de todos los h o n o re s . La prenta no sirve únicamente para difundir las « noved ad es» , sino ta'T' bién para fijar esquemas y conocimientos arcaicos. L o s siglos y XVII verán grandes ediciones, las de Simón G ry n a e u s , Giambtista Ramusio, Reinier Reinecke, Richard H ak lu y t, to d a s las cu tes incluyen tanto viajes medievales como los m á s r e c ie n te
• También en aragonés y en catalán (Nota del trad u ctor.) 25 Véase R. Grousset, op cit., p. 450. 26 Mandeville s TraveLs, p. 231. 27 El texto latino dice. «De factis Tartarorum et aliis m irabilibus 28 Crónica de fray Salimbene de Salimbeni, en Sbaraglia, Supplem enium e; agatio ad scripiores tnum ordumm Francisci, p. 452; citado y trad u cid o por d zac, loe. cu., p 598. 29 Citado y traducido por Michel Mollat, op. cit., t. 1, p. 44. jo Son también del siglo XVU la compilación de Sam uel P u rch as (1626) )' ‘ modesta de Fierre Bcrgcron (1634).
T ales son las co n d icio n es d e los viajes, tal la atm ó sfera q u e les rodea. E n c u a n to a los v ia je ro s m ism os, ¿con qué estad o de ánim o em prenden sus e x p e d ic io n e s, cuál es su actitud an te sus propios descubrim ientos? Según M an d e v ille , los o ccid en tales han nacido p a ra viajar; su constitución, su d e stin o a stra l les im pelen a ello, al co n trario que los o rien tales, los cuales no son movibles porque están en el primer clima, que es el de Sa turno, y Saturno es lento y se mueve poco, ya que tarda treinta años en hacer su recorrido por los doce signos31. Si S aturno es vimiento ligero», nos en un m es». influenciado p o r
u n p la n e ta le n to , la L una es un p lan eta de «m o u n « p lan eta v iajero», que «pasa p or los doce sig Según e sto , los occidentales estam os en un clima la L u n a ,
la cual nos da ocasión y voluntad de movernos ligeramente y de ca minar por caminos diversos y de conocer cosas extrañas y las diver sas cosas del mundo32. La m isma expresión de M andeville, llena de m ovim iento, indi ca bien ese carácter giróvago de este occidental de pies ligeros. El verbo conocer es utilizado en las situaciones más típicas: «co nocer» lejanos países33, «conocer» el m undo34. Tam bién lo em plea Marco Polo en el p rim er capítulo de su libro, donde afirm a que an tes’ de él nadie h a «conocido» ni viajado «en las distintas partes del mundo ni tan grandes m aravillas»3 . La búsqueda de las m aravillas constituye uno de los más im por tantes atractivos de la exploración del m undo. Las m aravillas son el gran tem a de todos los libros de viajes. La relación de .Jourdain de Séverac lleva, sencillam ente, el título de Mirabilia, algo m uy habitual en la E d a d M edia. La prim era página es paradigm ática, y com ienza así: « Inter Siciliam autem et Calabriam est unum mirabile*6 in m ari». C u atro líneas después: «ñt una revolutio mirabilis»*1. O cho líneas más abajo: «et hoc est mirabile valde»38. Diez más: «mirabile m agnum etian»39. A bundan exclamacio nes como M irabile!*0, M irares!*1, Mirae adm ir adonis*2\ son muy frecuentes las expresionesdel tipo «m aravillarse», «deben maravi llarse»43. Su sentido sigue siendo el del verbo latino mirari, que in-
33 Ibid., p. 411. 34 Ibid., p. 333. ^ í *1, -v Marco DPolo, cap. I, p. 20. 37 y 38 Jourdain, p. 37. Jourdain, p. 38. y 42 Jourdain, re: respectivam ente pp. 43 y 45, 49, 44. Maco Polo, passim.
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dica admiración, sorpresa, gusto por lo n u ev o y e x tr a o r d in a r io , n p o r lo bello. J . Para un lector moderno no dejan de te n e r e n c a n to fra s e s core éstas: En esu isla se hallan las gentes más maravillosas y m ás m alvadas dt mundo (...) El padre se come al hijo, el hijo al p a d re , el mando la mujer y la mujer al marido*4344. Las maravillas son fértiles en sensaciones f u e r te s , y a h í radie, el placer buscado. Marco Polo era apreciado e n la c o r te mongo por su talento de narrador; ello es lo que hizo q u e s e fija se en e pese a su juventud, el Gran Khan, por sabcT contar todas las novedades y cosas m aravillosas que hab visto45. El gusto por lo exótico reinaba tanto e n O r ie n te c o m o en (Á cidente. Mandeville, como todo autor de mirabilia, e r a conscien: del carácter popular de su obra. porque muchos toman placer y solaz en oir fablar las cosas e\ trañas46*.
Las novedades llegadas de tierras e x tra n je ras a p o r ta b a n a la vio. un elemento de diversidad que la E dad M edia a p re c ia b a d e mo¿ particular. El comienzo del libro de M arco P o lo , c o n su estilo ó charlatán de feria, atestigua la fascinación que e je r c e e s a diversidac Señores, Emperadores y Reyes, M arqueses, D u q u e s , C ondes, t balleros, Burgueses, y todos vosotros, en fin , q u e a n h e lá is conoce las diferentes razas de los hombres y la e n o rm e v a rie d a d de las d ' versas regiones del mundo, y deseáis inform aros s o b re su s usos y cos tumbres: tomad este libro y hacedlo leer; p u es e n él hallaréis tod*’ y cada una de las extraordinarias m aravillas y p e c u lia rid a d e s de Armenia Mayor y la Menor, de Persia, de T u r q u ía , d e la India yj las tierras de los tártaros, así como de tan tas y ta n ta s reg io n es ( 1
El hecho de que las cosas de los países le ja n o s s e a n , en conjur 1 to , diferentes de las nuestras es uno de los e le m e n to s m á s imp° 1 ta n te s (y más buscados) del viaje: Simpliciter dico: quod haec India, quod fru ctu s e t a lia , a térra chn | tianitatis est aliena*®. 44 M a rc o P o lo , cap 119, p. 133 de la edición c ita d a p o r e l a u t o r . 43 M a rc o P o lo , cap 17, p 39. 44 M a n d e v ille . edición española citada, p. 19. n {,0 47 M a r c o P o lo , cap 1, p 19 La diversidad r e a p a re c e c o m o u n leitmotiv d e v ille , c f Trovéis, cap 16, p 309. 44 J o u r d a m d e S éverac, p 42.
(«En una palabra: todo lo que hay en la India, sean frutos u otra cosa, todo es diferente de lo que se encuentra en tierra cristiana»).
La diferencia provoca la maravilla: algunos de sus pájaros son tan extraños y diferentes de los nuestros que provocan asombro49.
La diferencia es también garantía de calidad: y todas sus cosas son muy diferentes de las nuestras, pero mucho me jores y de mayor belleza50.
Y constituye también un aspecto de las relaciones antitéticas que existen entre nuestro mundo conocido y el que descubren los via jeros. Esta radical falta de semejanza es la que expresa Colón del siguiente modo: En este tiempo anduve así por aquellos árboles, que era la cosa más fermosa de ver que otra se haya visto (...), y los árboles todos están tan disformes de los nuestros como el día de la noche; y así las fru tas y así las hierbas y las piedras y todas las cosas51. Todos los viajeros experim entaban en algún momento la gran sensación de e n tra r en otro m undo. Plan de Carpin dice a propósi to de los tártaros: Forma personarum ab ómnibus hominibus aliis est remota52. Son diferentes, por su aspecto, del resto de los hom bres. R ubrouck nota con claridad esta sensación de pasaje: Después de haber partido de Soldaia, al tercer día nos encontramos con los tártaros; y cuando los hube visto y observado^ me pareció en trar en un mundo nuevo: «quoddam aliud seculum» 3. Jourdain de Séverac, que sitúa en las fronteras de la India el co mienzo del o tro m undo, traduce idéntica sensación mediante el giro más familiar de alter mundus: Hic sunt multa et infinita mirabilia; et incipit in hac prima India quasi alter mundus54.
49 Marco Polo, cap. 194, p. 464. 50 Marco Polo, cap. 183, p. 446. 51 Colón, Prim er V iaje, miércoles, 17 de octubre de 1492; p. 39. 52 Plan de Carpin, cap. 11, Société de Géographie. p. 611. 53 Rubrouck, B ergéron, col. 5, y Soc. Géo., p. 220. Cf. también Soc Géo., p. 238. «Quando crgo ingressi sumus ínter istos barbaros, visum fuit michi, ut dixi superius, quod ingrederer aliud seculum» («Cuando nos encontramos en medio de es tos bárbaros, me pareció, com o dije más arriba, que entraba en otro mundo»). 34 Jourdain, p. 41.
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(«Hay aquí infinitas y numerosas maravillas; e n e s ta prim era Ind comienza como otro mundo»). Esc mundo no se caracteriza ú n icam en te p o r u n a infinidad c diferencias, sino también porque allí m u ch a s c o s a s s o n lo contrar de las nuestras. Marco Polo nos ofrece u n c o n v in c e n te e je m p lo , gr cías a su misma sencillez: aquellas gentes hacen retratar y pintar a todos sus dioses e ídolos color negro, mientras que sus diablos son blancos com o la me pues dicen que Dios y todos los Santos son m uy negros, y blanc ios demonios5'. Pintan sus dioses de negro y sus dem onios d e b la n c o . P a ra el cr tiano. el negro es el color diabólico, evoca la m a ld a d d e l pe cae mientras que el blanco es el de la p u rez a, d e la tra n s p a re n c ia esp ritual, de ia santidad, por lo tanto. Puede notarse que la expresión otro m undo h a evolucionado partir de Rubrouck: éste se contenta con d e c ir aliud seculum . de pues se utiliza aher mundus. Se sabe que el m e d ie v a l es un lai más que decadente, pero ello no im pide p e n s a r q u e el sentidi3 ^ alter designa el otro no entre otros varios p o s ib le s , sin o com o of sición nominal de dos cosas: alter es el que n o so y y o . Alter mur ^ dus es. en la perspectiva de dos únicos m u n d o s p o s ib le s , el núes: u y el de los «otros», esto es. el contrario del n u e s tr o 56. ■ Ese otro mundo, en fin. es un m undo v irg en : lo s viajeros so' f l°s primeros en descubrirlo, y al hacerlo e x p e rim e n ta n una suei' V ^e embriaguez. Afirma Colón en su te rc er v ia je q u e su itinerar «nunca nadie lo ha andado ni enviado a b u sc a r h a s ta a g o ra » 57. E le confirma en la idea de que el otro m u n d o es ta m b ié n un nu do nuevo: este de acá es otro mundo en que se tra b a ja ro n ro m a n o s y AU" dre y gnegos. para lo haber con grandes e jercic io s58.
Es nuevo en tamo que hasta entonces no h a b ía sido visita^ p u es existe desde siglos atrás en la T radición: C o ló n a lu d e , en c,e‘ to . a gnegos y romanos. Lo que se busca es lo « conocido» m''1 visto. Rubrouck. durante su estancia en tre los tá r ta r o s del n^1' p reg u n ta por la existencia de criaturas q u e . al d e c ir d e Solin. h*. ta b a n «en los límites de este país, a la p a rte d el septentrión tuve curiosidad de informarme acerca de e sto s h o m b re s mon*11* sos. mencionados por Solin e Isidoro, p ero m e d ije ro n que n° -*•* *+ *’ » 59
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M a rc o Polo cap 179. p. 429. C í supra. cap I. pp 39-40. C o ló n . T ercer Viaje, cana a los R eyes, p. 183. C o ló n , ib id . p 171. B c rg c ro n . col 89
bían de qué se trataba y que no habían oído nunca hablar de ellos, de lo que quedé sorprendido, y en la duda de si era así o no60. Para el religioso R u b ro u c k debió tratarse de un caso de concien cia: ¿es posible d u d a r de la palabra de las auctoritatesl T am bién G iovanni de M ontecorvino se esforzó por verificar la tradición; su conclusión es lacónica, pero revela su buena voluntad para con las «autoridades»: he preguntado y he buscado mucho, no he podido encontrar nada61. Estos v iajeros so n , en su m ayor parte, espíritus «curiosos»; quie ren, sinceram ente, conocer lo que existe. Tienen necesidad de ver dad, una necesidad que suponen tienen también sus lectores. Sus , narraciones se hallan repletas de protestas de veracidad, y a menu do comienzan con una tom a de posición extrem adam ente clara en favor de la objetividad. En cierta ocasión, Marco Polo da muestras de una firm eza de estilo que, por lo general, no se encuentra en él: Por ello os presentaremos las cosas vistas como vistas, y como oídas las que así lo fueron, de suerte que nuestro libro sea sincero y ver dadero, sin sombra de mentira (...), cualquiera que haga su lectura o la escuche deberá darle crédito por ser verdadero en todas sus partes62. No es M arco Polo el único en insistir en su propia objetividad y en la credibilidad de su narración. Al comienzo de su libro, Odorico no pierde tiem po en anunciar, en una corta frase, el tema de su obra, con objeto de conseguir más rápidamente la confianza del lector: No quiero poner en este libro ninguna cosa como verdadera que no haya visto yo mismo. Y si pongo algo que haya oído contar a gentes dignas de fe y nacidas en el país del que se dicen esas maravillas, se rán pocas, y las pondré tal como las oí decir, y las atestiguaré úni camente como oídas63. Todo depende, sin duda, de lo que se entienda por testimonios «dignos de fe» y de hasta dónde lleguen las exigencias de los via jeros que los escuchen64. A este respecto es bien edificante el párra fo inicial de Jourdain de Séverac relativo a «la Tercera India»: Bcrgeron. col. 83, y Soc. Géo., p. 237: «Quesivi j e monsiris. sivc de monstruosis hominibus. de quibus narrant Ysidorus el Solinus. Ipsi dicebant michi quod nunouam viderunl talia. de quo multum miramur si verum sit». 6 Cúado por Michel Mollai. op. cit., t. I. p. 119. 62 Marco Polo, cap. 1. p. 20. 63 Odorico. pp 1 y 2. ** En lodo caso, puede ponerse en el haber de tales viajeros esas pruebas de bue na voluntad. Jacques de Vitri ciia sus fuentes en su Historia Ontntalis (siglo XII), 59
I>e Tcrtia autem India dicam: quod non vi d i, e o q u od ubi non ♦ . vcnim a ñde digms audivi mirabilia multa; nam ibi sunt dracone^ quanntaic maxima, qui super caput portant lap id es lucentes, qui c¿ bunculi vocantur («Quiero hablar de la Tercera India, que no he v isto porque noestado allí, pero he oído muchas maravillas acerca de ella a testig dignos de fe; en efecto, hay allá dragones en gran número, que van en la cabeza unas piedras luminosas q\ie se llaman carbunc i i » )
Parece que ese nam figura en el te x to c ita d o p a r a ilustrar la o b jetividad de los testimonios aducidos. P ero e s m e n o s p érfid o y cíe tam ente más justo pensar que tal palabra in d ic a q u e e l país en cue tió n es fértil en maravillas. Es allí ta m b ién d o n d e se encuentra pájaro rock, ave fabulosa famosa ya en JL^cvs m il y vina noches**, l «verdaderos unicornios» (ártico m e s veri), lo s h o m b r e s con cabe: de perro, etc. ¡Que se juzgue la veracidad d e e s o s testim onios du nos de fe! El capítulo siguiente se refiere a la A r a b i a M a j o r , > en la primera frase declara Jourdain: Oe Majori Arabia, ubi fui, pauca narrare possum —67 («De la Arabia, donde estuve, poco puedo decir__»). Las maravillas no vistas personalm ente d e b e n ex istir en algu: Pa n ^, ¿por qué dudarlo? Pero desde esta ó p tic a , h a y m en os que ¿ cir del país visitado— N o acusemos a Jourdain d e S é v e r a c . s i n err ^arg°> de haber prestado oídos d em asiad o co m p la cien tes a narraciones fabulosas, ya que es posible q u e la ú n ica versión q> d e su libro ha llegado hasta nosotros haya sid o abundantem ente rr-1 tila d a o refundida por un copista p oco e sc r u p u lo so . E n conjunto, los viajeros dan pruebas de un in n eg a b le deseo*! o b jetiv id a d . Rubrouck encuentra, en el país d e lo s tártaros, a -1 s a c e r d o te de Catay vestido con una túnica d e un rojo espléndido' I y le pregunta acerca de ella. Le responde qu e e s e admirable coK 'l r o j o s e obtiene a partir de la sangre de ciertas extrañas criatuf j q u e s e parecen a los hombres, pero que n o so n más altos de un -codo, están cubiertos de pelo a las que nadie ha p o d id o llegar**8* .
y
Habitan en
caven*
y d e s p u é s a p a r e c e c o m o totalm ente in d ife r e n te a la s r e a c c i o n e s d e l lecto r : «Si *° a l i c u i i n c r e d i b ü i * v id ean tu r, nos n em in em c o m p e l lim u s a d c r e d e n d u m » («Si p a r e c e n i n c r e í b l e s , n o obligam os a nadie a a c e p t a r l o s » ) . <•5 J o u r d a i n , p . 55 V éa n se tam bién pp 5 6 -5 7 . 6* / yic r r tíi y u/w/ ncxrHtrs, traducción fra n cesa d e A n t o i n e G a lla n d (E d . Ga*1'*1 *. F l a m m a n o n ) . t . 1, - S e g u n d o viaje de S im b a d » , p . 2-41, t. I I I , - H is t o r ia de Al n o » , aa
p
l ”7 4 sr-y J o u r d a i n , p - ->f R u b r o u c k , B e r g e r o n . coi. 90. y S o c
G éo..
p. 328.
Para poder acercarse a tales seres, se vierten licores embriaga dores en los hoyos donde se recoge el agua que beben; una vez adorm ecidos, se les extraen «tres o cuatro gotas de sangre de algo más abajo de la garganta»: esta es la base del color rojo que Rubrouck encontró tan herm oso. El cual cree que tal historia tiene un aire de autenticidad, pero se niega a aceptar lo que sigue: Este mismo sacerdote me aseguró algo que yo no creo de buen gra do, que más allá y más lejos que Catay existe una provincia donde los hombres, cualquiera que sea su edad, permanecen en dicha edad desde que entran en ese territorio hasta que salen de él69. En sum a, hay cosas extrañas en las que se puede creer y otras a las que no se puede dar crédito. ¿Cuál es el principio que preside esta selección? R esulta difícil juzgar la cuestión con certeza, pues Rubrouck no explica nada más. De hecho, las opiniones de los via jeros no son libres; si en ocasiones pueden escapar al contexto ima ginario y mítico de su época, se hallan mucho más a menudo in fluenciados por un conjunto de fábulas que parecen creíbles, bien a causa de cierta fam iliaridad que ofrecen con el folklore o con las concepciones m edievales de la naturaleza, bien por otras razones profundas. O dorico, quien como muchos otros se encuentra en tal situación, no d uda, sin em bargo, en reconocer la realidad cuando las cosas no ofrecen duda ninguna: Si hablo de la tierra del Preste Juan y de la isla Pentesona, no es mía la centésima parte de lo que se dice acerca de que sea rica región y noble país70. El reino del Preste Ju an , es cierto, había servido de pretexto a tantas maravillas, que la realidad debía ofrecer un contraste en ver dad sorprendente. La relación de Pigafetta, la más reciente de todos nuestros via jeros, trata con m enosprecio de la m ayoría de las narraciones oídas durante el viaje. A sí cuando habla de los panotis71 Li nostri non andarono a vedergli perche il vento, correntia del mare gli era contraria, reputarono quello che fu loro detto di detti populi esscr fauole72. («Los nuestros no fueron a verlos porque los vientos y las corrientes marinas eran contranos, y consideraron que lo que les fue dicho de tales gentes era fábula»). 69 R ubrouck, B ergeron, col. 90, y Soc. Géo., p. 328. ™ O dorico, cap. X X V III, p. 433. 71 «Hom bres que tienen orejas tan grandes que pueden cubnrse con ellas» (Pi gafetta, p. 135). Cf. capítulo ÍV del presente libro, «Tipología del monstruo». 72 Ram usio, t. I. fol. 406c, d.
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Entre la actitud crítica de viajeros an te rio re s y la d e Pigafetu se sitúa la de Cristóbal Colón: las relaciones e n tre lo o b je tiv o y l( fabuloso alcanzan en él un raro grado de c o m p lejid ad y sutileza. Co lón es capaz de hacer juicios muy medidos q u e s o rp re n d e n porque revelan su capacidad de análisis. En su p rim e r v ia je , los indios que le acompañan tiemblan de miedo al llegar a u n a isla , ya que Había en ella gente que tenía un ojo en la fre n te , y o tro s que se lia maban caníbales, a quien mostraban tener gran m ie d o . Y desque vit ron que lleva este camino, diz que no podían h a b la r p o rq u e los c mían y que son gente muy armada. El A lm irante d ice q u e bien ere. que había algo de ello, mas que, pues eran a rm a d o s, sería gente dt razón, y creía que había captivado algunos y q u e p o rq u e no volvía: dirían que los comían73. Colón no conocía todavía a los can íb ales a n tr o p ó f a g o s , pero s. análisis es notable; se apoya en u n a a tre v id a d e d u c c ió n : si esas ger tes, consideradas como extraordinarias, c o n s ig u e n h a c e r prisionc ros de modo sistemático, es que están b ie n a r m a d a s , y p o r lo tañí civilizadas, o al menos organizadas. L o c u al n o s ig n ific a , adema' que sean monstruos. Antes de aceptar u n a v e r s ió n fa b u lo s a d e 1 historia, Colón prefiere atenerse a una e x p lic a c ió n a p o y a d a sólo la realidad. Lo que Colón propone rev ela u n a c i e r t a penetracior al tiempo que una interesante disposición p a r a e l a n á lis is d e los ir tos. De hecho, Colón razona a partir de lo c o n o c id o (s u p ro p io mur do); con todo, esta actitud positiva p u e d e im p e d ir e l v e r o acepta una realidad nueva. Colón pane de la idea de que iba a c o n q u is ta r lo s fa b u lo so s pai j ses del Onente. Por un lado, constata q u e n o h a lla m o n stru o s, lo i monstruos que siempre se espera e n c o n tra r e n O r ie n te : Hasta el presente, no he hallado en estas islas h o m b res monstrua sos, pese a lo que piensa tanta gente74. Por otro lado, está firmemente decidido a d e s c u b r ir , a pesar ^1 to d o , el país del Gran Khan, y no o tro . A sí, c u a n d o lo s indíg<-’n3' le hablan con terror de los «caniba» o « c a n íb a le s » , d e d u c e quCh alla ya en los dominios del Gran K han (K h a n h a b r ía d a d o , por riv ació n, caniba )75. Igualmente, cuando d e s c u b re C u b a la asifl1'*1' a C ip an g o :76 entre la objetividad y el s u stra to m ític o se in sta u ra 11 1 c o n sta n te vaivén. C o ló n necesita convencer a los so b e ra n o s e s p a ñ o le s d e quv 11 1 d e sc u b ie rto efectivamente las Indias, de lo q u e é l m is m o no di^’ t
73 C o ló n , 74 C o ló n , 7 5 p n m er 76 p rim e r
Prim er Viaje, viernes, 23 de noviem bre d e 1492; p . 66. carta a Luu de Santángel acerca del P rim e r V ia je ; G a llim a rd . P V iaje, martes, 11 de diciembre de 1492; p. 85. V iaje, martes, 23 de octubre de 1492; p . 45.
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si bien constata im portantes diferencias entre las narraciortes que ha leído y la realidad que encuentra: La gente de que escribe Papa Pío, según el sitio y señas, se ha ha llado, mas no los caballos, pretales y frenos de oro77. Colón había leído la cosmografía de Eneas Silvio78; si éste no insistía en lo de las gentes monstruosas, es probable que, como los demás, los m encionase. Colón cree haber descubierto los lugares de que habla porque ciertam ente ha encontrado en Eneas Silvio, co mo en Pierre d ’Ailly, mediciones que concuerdan con las que él mis mo ha ido haciendo durante su navegación. Pero concede un tanto apresuradam ente a las gentes que encuentra la certidumbre que tie ne sobre los lugares, y así, traiciona en parte a la vez la realidad que está viviendo y los libros de que habla. Para Colón es sin duda de importancia primordial el probar que todo se va cumpliendo con normalidad; ha encontrado ya ciertos de talles que dem uestran que se halla ya en las Indias, y descubrirá otras tierras que no harán sino confirmar su opinión: y que no podía ser que, andando el tiempo, no hobiese la España de aquí grandes provechos, pues que se veían las señales que escri bieron de lo que de estas partidas tan manifiestas, que también se llegaría a ver el otro complimiento79. Sabiendo desmitificar su viaje cuando «toca en lo vivo», Colón, con todo, se ve obligado (por su propio error, pues creía y quería estar ervlas Indias) a imponer a la realidad el elemento fabuloso de las narraciones anteriores, y, cosa curiosa, es lo fabuloso lo que prueba la verdad de sus descubrimientos. He aquí cómo se felicita del éxito de su navegación, que consi dera como una victoria: Y no c ab e d u d a de qu e esto lo es, pues ya se había hablado o escrito de estas tie rra s, p e ro ú n icam ente p o r conjeturas y sin aportar prue bas m a te ria le s, de m an era qu e la m ayor parte de quienes de ello oye ron h a b la r p en sa b a n q u e se tra ta b a de historias fabulosas80.
Según Colón, no se trata ya de narraciones fabulosas, sino de una realidad en que se confirma lo fabuloso. De hecho, aunque la posición de Colón sea bastante contradic toria, lo es menos de lo que parece: lo fabuloso que pretende Cuarto V iaje, carta a los Reyes, p. 199. (El autor dice, equivocadamente, que se trata del T ercer Viaje. N ota del Traductor). Cosmographia seu historia rerum ubique gestarum, locorumque descriptto. Es obra compuesta en la prim era mitad del siglo XV, antes de que su autor accediera al solio pontificio. ™ Colón, Tercer V iaje, carta a los Reyes; pp 170-171. Carta a Luis de Santángel acerca del Primer Viaje; Gallimard, p. 187.
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h a b e r d e sc u b ie rto radica e s e n c ia lm e n te e n l a s r i q u e z a s r e a l e s o v t u a le s d e lo s países d e s c u b ie rto s , a sí c o m o e n e l c a r á c t e r paradisi., \ c o d e la g en ero sa n a tu ra le z a d e a q u e l lo s c l i m a s . S i C o l ó n s ig u e en [ p ic a n d o u n térm in o v ag o c o m o fa b u lo s o p a r a r e c u b r i r realidad? \ p re c is a s , ello es p o rq u e n e c e s ita s u s c i t a r e n s u s l e c t o r e s (F e rn a m e I s a b e l, o sus p rin cip ales p r o t e c to r e s , j u n t o a l o s m o n a r c a s ) mav e n tu s ia s m o , con o b je to d e q u e le a u t o r i c e n á e m p r e n d e r n u e v o s vi je s . P u e s C olón sabe b ie n q u e la r e a l i d a d e s s i e m p r e m e n o s sedui t o r a q u e el m ito. F re n te a este sutil c o m p ro m is o e n t r e l a o b j e t i v i d a d y la fide! d a d a la ley en d a se sitú a n a c titu d e s m á s e l e m e n t a l e s o m á s suma ria s , m ás c la ra m e n te a ñ n c a d a s e n e l r e a l i s m o . P a ra ad h erirse a lo m a ra v illo s o e s n e c e s a r i o s e r u n p o c o poet E n tr e n u e stro s v ia je ro s h a y u n o q u e p a r e c e l o m e n o s p ro c liv e pe sible a ta l e sta d o de á n im o : M a r c o P o l o 81. E l l o n o s i g n if ic a que ¿ | v ez en cu an d o n o se a u n m ix tif ic a d o r , p e r o e s a n t e t o d o u n comci I c ia n te , y si ta b u la , lo h a c e e n e l d o m in i o q u e l e f a s c i n a : lo s palacio I de o ro ñ n o , la v id a d e lo s g r a n d e s s e ñ o r e s , l a r i q u e z a y e l nivel deB civilización de las c iu d a d e s , p o r n o h a b l a r s i m p l e m e n t e , e n ocasn I nc?: ^ el n *v c' d e v id a. C u a n d o se r e f i e r e a l p a p e l m o n e d a que v. I utiliza e n C h in a , in sin ú a (h a y q u e s u p o n e r q u e c o n h u m o r ) que se Duede decir que el G ra n K h a n e s tá e n p o se sió n de alquimia42. T ie n e M a rc o P o lo la te n d e n c ia a c o n s i d e r a r q u e s e t r a t a de «p i p e í m o ja d o » , q u e n o vale lo q u e la s e s p e c i e s c o n t a n t e s y sonante S u a so m b ro lin d a con la in c o m p re n s ió n a l v e r c a m b i a r a n t e é l bn' I c a d o s , se d a s , p ie d ra s p re c io s a s , p e r l a s , p o r e s t e p a p e l monedJ I C o n s ta ta q u e gracias a e s ta m o n e d a s in v a l o r e l G r a n K h a n po^ [ to d o el o ro y p la ta y p ie d ra s p re c io s a s d e la t o t a l i d a d d e su s tierra*'
T o d o e llo , e n fin, le p a re c e , h a s ta d o n d e s o m o s c a p a c e s de inte-1 p r e t a r l e , u n a ingeniosa s u p e rc h e ría . M a r c o P o lo es el m ás re a lis ta , e l m á s m a t e r i a l i s t a d e to d o s tult" ! t r o s v ia je r o s , y no p ierd e o c a sió n d e e n v i a r a l d e s v á n d e lo s tra^ 1j i n ú ti l e s las c ria tu ra s m íticas. L a m á s d i v e r t i d a d e e s a s desmitit*1'11 c i o n e s e s la q u e hace del u n ic o rn io : T ie n e n m u ch o s elefan tes s a lv a je s y t a m b i é n u n i c o r n i o s , q u e s‘ 1 m e n o r e s q u e los c ic la n te s , é s to s t i e n e n la p ie l c o m o la d e l búbl ‘ Q u e n a d i e se u ir p r c n d a de e ste a v e n c c u c r ó n i c o h a c i a l a o b j e t i v i d a d . en efecto, depende de los in d iv id u o s y d e lo s c a r a c l c r r c s m á s q u e d e l con* tiem po M a r r o P o lo , c a p W , p. 227. n4"a* M a r c o P o lo , c a p W . p . 230. P o lo n o lle g a h a s t a fo r m u la r e l ju ic io t r o i | c i m b u i m o s , p e r o se tra n s p a rc n ln su o p i n i ó n p c r s o n u l .
ia pezuña como la del elefante, con un gran cuerno de color negro en medio de la frente. Mas he de advertiros que no atacan a los hom bres ni a los animales con su cuerno, sino utilizando la lengua y las patas; pues tienen en la lengua unas espinas muy agudas y largas (...) Su cabeza es similar a la del jabalí silvestre y siempre la lleva baja, inclinada hacia tierra; suelen reposar sobre el limo y el fango de los lagos y bosques y son animales de muy desagradable y horri ble aspecto. En nada se parecen a los de las leyendas que en nues tras tierras cuentan, cuando pretenden que se dejan atrapar por una virgen si los cogen del pecho. Y en realidad actúan contrariamente a cuanto entre nosotros se cree84. Para Marco Polo, el unicornio es un animal más o menos como el elefante. Tiene un grueso cuerno de color negro en medio de la frente, y su cabeza recuerda la de un jabalí salvaje. Para colmo de desgracias, el lugar favorito del unicornio es el cieno y el fango. Es muy desagradable, y no se parece en nada a ese puro unicornio de las ingenuas historietas occidentales. Imaginemos una «doncella» que en vez de un unicornio tenga en su regazo un rinoceronte... ¡Porque de un rinoceronte se trata! ¡El encanto ha queda do roto! Con todo, si M arco Polo desmitifica el unicornio, no queda cla ro que desee superponer su imagen a la del rinoceronte, y a la inversa. Con el pretexto del realismo, Marco Polo llega a desconocer to talmente el folklore local y a «rectificar» con su propia mitología la de otro pueblo. Así se enfrenta con el grifo: se e n c u e n tra n , según dicen los pocos hom bres que han llegado tan lejos y tan a b a jo , uno s terribles pájaros a los que llaman grifos (...). Mas no creáis q ue se parecen a los grifos de los que hablan las gen tes de aq u í, haciéndolos rep resen tar com o m itad aves y mitad leones (...) , d esm esu rad am en te grandes ( ...) A seguran en efecto que es aquél un anim al ta n grande y poderoso que. tom ando un elefante en tre sus g a rra s, lo llevan por los aires subiéndolo hasta el cielo (...) Los que los viero n aseguran que es tal su tam año que con las alas abiertas cub ren m ás de treinta pasos, y que las plumas con las que vuelan tien en doce pasos de longitud; y añaden que son muy grue sos, p ro p o rcio n ad am en te a sus restantes dim ensiones (...) Añadiré que ios h o m b res de aquella isla lo llaman rock"5, sin darle ningún otro n o m b re; y n o han oído hablar nunca de los grifos ni saben qué cosa p u eden ser; m as a mí m e parece, por el enorm e tam año que atri buyen a este p á ja ro , que debe ser el mismo que nuestro grifo*6.
En suma, es el mismo Marco Polo quien llama grifo a un ave * Marco Polo, isla de Java. can. 169, pp 393-394. ^ Se tratu del pájaro rock, famoso tanto en Oriente como en Occidente Marco Polo, cap. 194. pp 465 467. Lo* puntos suspensivo» corresponden a in cesantes repeticiones, que ofrecen un ejemplo del estilo de Marco Polo en sus peo res momentos, y hacen de su sintaxis un verdudero cao*. ft í
que no tiene nada de tal, y ello con una a u to rid a d q u e h u n d e en menosprecio a la tradición local: esto es e n v e r d a d c o m o ton el rábano por las hojas, y decir que las h o ja s s o n lo q u e impon Otros viajeros, más sobrios y más m o d esto s q u e M a rc o Polo s ben desmitificar de modo mucho m ás eficaz. A sí. G u illa u m e de R brouck, a propósito de un episodio de b ru je ría 8^ c o n sig u e poner descubierto que se trata de una m aquinación d e s tin a d a a acusauna honesta joven, y no se deja en g añ a r p o r la escenogra! preparada. Bernhard de Breydenbach señala que los c o m e rc ia n te s egipci venden pieles de dragones, pero que es p rec iso d e sc o n fia r de falsificaciones: Solcnt naute captis cocodrillis pelles d e tra h e re e t e a sd e m dessicat mercatoribus venderé qui eas in longinquas d u c e n te s té rra s pelles t so asserunt esse draconum8788. («Suelen los marinos, cuando capturan c o co d rilo s, q u itarles la pi¿ Después de secarlas, las venden a los c o m ercia n te s, q u e las llevan tierras lejanas y afirman falsamente que se tra ta de pieles dragones»). Es seguro que tales viajeros te n ía n g ra n m é r ito a l s e r objetivo ¿cómo distinguir la verdadera de la falsa c u a n d o o s o f r e c e n una p* de dragón? ¿creéis en los dragones? Tales bestias no eran solam ente c r ia tu r a s lib r e s c a s durante E dad M edia. En muchas ciudades salían u n a v e z a l a ñ o d e sus > ■ biles en form a de «dragones p ro c e sio n a le s» , c o n o c a s ió n d e algu í festividad religiosa89. El ejem plo m ás fa m o s o , p e r p e t u a d o (con term itencias) hasta 1946, es la tarasca d e T a r a s c ó n . C e re m o n ia s ' i m e ja n tes y tam bién conocidas te n ía n lu g a r a s im is m o en Ly°r 1 R o u e n , M etz, M ons, etc. T odavía hoy p u e d e n v e r s e e n el teso’ I d e la c a te d ra l de M etz los «despojos» d e G r a o u lly 90, u n d ra g ó n u t c id o d u r a n te la E d a d M edia p o r S a n C l e m e n t e , obispo • j dicha ciudad.* E sos m om entos de la vida litúrgica p u e d e n s e r in te r p r e ta d ^ diversas form as. E s bien sabido que la im a g in a c ió n h u m a n a e*N rím e n la una fuerte influencia de ta le s rito s . L o q u e h a d ich o L
87 R u b ro u c k , B crgcron. col. 125 (cap. X L V I1). S o c. G é o ., p . 364. 88 B e rn h a rd de Breydenbach (edición de 1490; fol. 9 6 r ) . 89 S o b re este asunto véase A rnold van G e n n e p , M a n u e l d e fo lk lo r e franqa^ jv te m p o r a in e , t. III (1937). pp. 423-424: m onstruos y g ig a n te s p ro c e s io n a le s Tanl H e n r i D o n te n v ille , M ythologie Franqaise, pp. 162-169. ..i 90 Y a e n el siglo X I, la Gesta E piscoporum d e M e tz c u e n ta la le y e n d a ta'kt s e hn a p e rp r p ceiu tuaaw d ov . arascas existían — y existen todavía— e n E s p a ñ a . R e c u é rd e s e la M(i. •• L a s T Tarasca m ee nn ttee es g u ra m es la la m ás fam osa de todas, la d e T o le d o . (N o ta
D um ont a propósito de la tarasca se puede aplicar también a otros dragones procesionales: La explicación popular más favorecida, que es también la de algu nos autores, ve en la tarasca una muestra de alguna especie animal conocida, actual o fósil91. El espectador de la procesión o el participante en ella veía en tal conm em oración com o un residuo de una realidad histórica de he cho legendaria: en la base de todo ello se encuentra la noción, producto del sentido común, de que en toda leyenda hay algo de verdad12. Dicho de otro modo: entre el mito y la realidad hay lazos muy estrechos, de lo cual podrían ofrecerse abundantes ejemplos. N uestros viajeros viven en una época en que esos lazos mencio nados son tan fuertes que les resulta difícil situarse con nitidez a uno o a otro lado. La siguiente frase de Pierre d’Ailly es un mode lo que puede encontrarse en casi todos los viajeros: En la Mauritania Tingitana hay bestias salvajes, simios, dragones y avestruces. Plan de Carpin reproduce el mismo tipo de enumeración a propó sito de las diversas etnias de las regiones del norte: Este país de Comania tiene inmediatamente hacia el norte, después de Rusia, a los morduinos y a los bileres, es decir, la Gran Bulgaria; a los bastarcos, que es la Gran Hungría; después, a los parositas y a los samogedos, que se dice tienen rostro de perro...93. Los parositas, precisa Carpin, son seres monstruosos que no tie nen boca, sino un minúsculo orificio en su lugar, y no se alimentan sino del olor de la comida94. Las curiosidades forman parte de la realidad, lo mismo que las cosas más conocidas. La figura número 6 ofrece un ejemplo entre muchos; se trata de un grabado en madera de la edición de 1490 del Itinerarium Hierosolymitanum ac in terram sanctam, de Bemhard de Breydenbach. ¿Qué es la realidad? ¿Qué es el mito? (Precisemos aquí que no damos a la palabra mito el sentido extremadamente preciso que le dan, cada uno a su manera, Mircea Eliade o Claude Lévi-Strauss, ^ Louis Dumont, op. cit., pp. 213-214. Ibid., p. 215. Lo subrayado, en el texto original. ^ Plan de Carpin, Bergeron, col. 62; Soc. Géo.. p. 720. Para una enumeración más completa, véase Bergeron (Plan de Carpin), col. 48, y Soc. Géo., p. 677 y ss.
s in o la acepción más vaga y más amplia de tra d ició n le g e n d a r ia , su s tr a to fabuloso). Bastará acudir a frases co m o la s sig u ie n te s p a ra com pren der que, si hay una distinción entre re a lid a d y m ito , o p e r a s e g ú n unas modalidades que se nos escapan: U n a gran maravilla he oído c o n ta r y a fir m a r e n t r e g e n t e s dignas de f e , p e ro yo no la he visto. E n el re in o d e C a d il i o C a lo y h a y unas m o n tañ as llamadas «crispadas»95. D ic e n q u e e n e s t a s m o n ta ñ a s cre c e n unas frutas m aravillosam ente g ra n d e s . C u a n d o e s t á n m aduras, se las abre y se encuentra en su in te rio r u n a b e s t e z u e l a v iv a , al modo d e un pequeño cordero, y se c o m e n e sa s f r u t a s y e s a s b estezu elas. M uchas gentes no lo quieren c re e r, y sin e m b a r g o e s t o e s ta n posi b le y tan creíble como las ocas q u e e n I r la n d a n a c e n e n lo s árboles9697. i
Por su parte, Mandeville se apropia de esta h istoria y la termina d e l siguiente modo: au n q u e yo les dixe que yo no lo te n ía a g ra n m a r a v il l a , p o r q u e tam bién había árboles en n u e stra tie rra , e s a s a b e r e n I n g la tie r r a . que las flores que caen en la tie rra se to m a n p á x a r o s v o l a n t e s y son bue nos para com er, y no viven m ás; los q u e c a e n e n e l a g u a viven . A l ig u al q u e O d o r ic o , M a n d e v ille s e s i r v e d e u n a m a r a v i l l a para ^ í f i c a r o tr a . O m á s b ie n c o n s i d e r a n q u e e s e c o r d e r o v e g e ta l es p r e te n d id a m a r a v illa , y a q u e e n I r l a n d a h a y á r b o l e s q u e proo c a s ... lo c u a l e s c o s a t o t a l m e n t e n a t u r a l . U n a m i n i a t u r a del j L ^im o de las M aravillas ( m a n u s c r ito fr. 2 8 1 0 , B i b l i o t e c a N a c io n a l j d e a r i s , fo l. 2 1 0v) ilu s tra e s ta c u e s tió n d e m o d o b i e n c l a r o ; a lo* i ¿y*-* o r i e n t a l e s q u e o fre c e n u n c o r d e r o v e g e t a l , r e s p o n d e n tre s oc* J c i d e n t a l e s b la n d ie n d o u n a r a m a d e la c u a l p e n d e n t r e s p á j a r o s . ¡M* j r a v i l l a p o r m a ra v illa ! (fig u ra 7 ). M a s ta le s p ro d ig io s p a re c e n a n u la r s e m u t u a m e n t e . S ó l o h ay m* j r a v i l l a si e l « o b je to » e x tr a o r d in a r io e s t á l o c a l i z a d o e n u n ú n ic o t r e m o d e l m u n d o , si e s e x c lu s iv a m e n te a j e n o . E s a « exclusividad » ¡ e s l a c o n d i c i ó n d e la s o rp re s a y d e la a d m i r a c i ó n . E s p o s i b l e a s o m b ra rs e a n te el h e c h o d e q u e e l á r b o l i r l a n d é s ^ : f i g u r e e n la c a te g o r ía d e lo m a r a v illo s o , y m á s a ú n q u e e l l o ocuñ* I e n l a s n a r r a c i o n e s d e O d o ric o y d e M a n d e v i l l e . S i n d u d a q u e est i a u t o r e s t e n í a n u n a n o c ió n d e lo p o sib le m u y d i f e r e n t e a l a nuestf* • n o e s s i e m p r e fá c il p a ra n o s o tro s c o m p r e n d e r p o r q u é c o s a s igu* \ m e n t e e x t r a o r d i n a r i a s p u e d e n s e r c o n s i d e r a d a s y a c o m o m ito > j c o m o re a lid a d . x. I S e d a e l c a s o d e q u e m ito y r e a l id a d n o s o n c a t e g o r í a s antag n i c a s : l a s c iv i l iz a c io n e s e n q u e la m a g ia t i e n e u n l u g a r o f i c i a l m ^ . r e c o n o c i d o s o n u n e je m p lo . E n las s o c i e d a d e s c h a m á n i c a s , el ** O « C a s p i a s - , d e l C a s p io 96 O d o r i c o , c a p . X X V I, p. 424.
97 M a n d e v ille , pp
160-161
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Breydcnbach: Itinerarium Hierosolymitanum ac in
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je* del chamán es un viaje real: desciende efectivam ente a los in fiernos, se meiamorfosea realmente en lobo o en o tro animal má gico Todo lo que proviene del otro mundo es considerado como A auténtico. Los espectadores no pueden verlo con sus propios ojos. I pero se les ofrece un testimonio gracias a la danza del chamán. I* música, el canto, el ritmo del tambor y los diferentes estados físicos f y nerviosos (el trance) que experimenta el cham án ante sus ojos. Rubrouck se acerca de este modo a una experiencia sem e ja #
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Algunos de ellos se dedican también a invocar a los diablos. pafl aprender de ellos lo que desean saber. Cuando quieren responder* j alguna pregunta que les hace el Khan, ponen durante la noche # j zos de carne cocida en medio de la casa, tras de lo cual el que haCÍ i la invocación comienza a murmurar sus fórmulas mágicas, y con | tamboril en la mano, lo golpea fuertemente contra el suelo, y se 0 j ve y agita de tal manera que parece fuera de sí, y comienza a & j vanar, tras de lo cual se hace atar de modo bien apretado, y vlC.jJ ¡ el Diablo en la oscuridad de la noche, y le da a comer de aqu¿ carne, y Ies da la respuesta a sus preguntas98. _ij{ Rubrouck habla también del «viaje» de una jo v e n esclava Qj
los «adivinos»habían «dormido»; al cabo de tres d ías regresó * «viaje» y dio los nombres de las personas que h a b ía visto: d e c | se deducía que esas gentes vistas en el otro m u n d o h ab rían de rir pronto". 98 Rubrouck, Bergcron. col 127. Sobre la función de la carne cocida, véa*’ ^ cea Eiiade, Le Chamnisme el les techmques archaiques de l'exiase, p “s cen las carnes para enseñar el arte de 'chamamzarV 99 Rubrouck. ibid._________________________________________
En otros casos, el m ito es re v iv id o p erió d ic am en te p o r la co m u nidad entera en form a de fie s ta ; ya h em os visto un e jem p lo , el de los «dragones procesionales», q u e serv ían de p retex to p ara c erem o nias más im portantes, ta n to e n el p la n o social com o en el religioso. La Edad M edia e ra m uy apta p a ra la introducción de elem en to s m í ticos o irracionales en la vida fe stiv a , al igual que ocurre en n u m e rosas sociedades «prim itivas», e n q u e las fiestas son a m en u d o un importante soporte m ágico. E n alg u n as de esas sociedades, el b ru jo es el m aestro de cerem onias. La magia es un reino en el cual to d o es posible. C onfiere al mago un poder sobre todas las c o sa s, todas las criaturas. La magia es como el eje vertical que atraviesa el universo, del Infierno al Pa raíso; pone en relación todas las fu erzas, todos los seres, que, sin ella, quedarían confinados en la o scu rid ad y el aislamiento. Los casos de m agia que los v ia je ro s descubren a lo largo de sus itinerarios son muy ab undantes. C ie rto que los orientales son m a gos de primera clase. M arco Polo no d e ja de insistir en este punto. Rubrouck y Plan de C arpin se im presionan tam bién ante la importancia de la m agia en tre los tá rta ro s: Divinationibus, auguriis, aruspiciis, veneficiis, incantationibus multum intendunt100. («Se dan mucho a las adivinaciones, augurios, arúspices, sortilegios, encantamientos».) Se trata p re c isa m e n te d e los p u e b lo s originarios del Altai de que habla M ircea E lia d e ; allí las tra d ic io n e s cham ánicas están sólida mente ancladas. Marco P olo, e n u n o d e los c ap ítu lo s dedicados a la vida en la corte del G ran K h a n , n a r r a co n c ie rto co lo r de verdad, pues sitúa lo que cuenta en u n c o n te x to d e sc rip tiv o y etnográfico perfectam en te verosímil. Son las g e n te s d e l T e b e t (T ib et) las que llevan a cabo los encantam ientos m ás e sp e c ta c u la re s: Tanto poder m uestran entonces aquellos sabios hechiceros y encan tadores con sus ciencias y conjuros, que las copas, llenas como es tán, se alzan por sí solas y avanzan por el aire hasta colocarse frente al Gran Khan, siem pre que quiere beber; hacen esto sin que nadie las toque, volviendo las copas por sí mismas al lugar de donde vi nieron, una vez que el G ran Señor las ha apurado. Muchas veces ha cen esto ante diez mil testigos atentos, y ante todos aquéllos a los que el Señor quiere m ostrar este prodigio. Y podéis tener por cierto lo que os digo, por ser digno de fe y sin mezcla alguna de mentira101. Así pues, d u ra n te los b a n q u e te s , los tib e ta n o s presentes conseguían
Plan de C arp in , Soc. G é o ., p. 626; B erg éro n , col. 32-33. Marco Polo, cap . 76, p. 168. 71
grandes éxitos al enviar al G ran K h an p o r lo s a i r e s c o p a s llenas j* bebidas sin que nadie las tocara. Estando Rubrouck en la corte del G r a n K h a n , e s te s tig o de ui acontecimiento mágico, algo d iferente p e r o n o m e n o s típico: Una vez que fueron llegados estos m aestros ad iv in o s, sentándose algo alejados de la enferma, ordenaron a u n a d e las m ujeres que pu siera su mano en el sitio en que aquélla se n tía m ás dolor, y queá encontrara algo, lo arrancara de inm ediato. L o cual hizo la mujer, y halló un trocito de paño o fieltro, que le h iciero n echar a tiem, el cual, de improviso, comenzó a hacer ruidos y a re p ta r por el sudo como si estuviese vivo; arrojado después al ag u a, adquirió de pronto forma de sanguijuela; fue entonces cuando d eclararo n resueltamen te que la dama había sido embrujada ( ...) 102. El universo recorrido por el viajero e s tá s o m e tid o p o r completo a los poderes mágicos. Así, uno de los rie sg o s p o s ib le s n o es otro que el de ser embrujado y, por e je m p lo , n o p o d e r reg resar a su país. La tripulación de Colón es presa del p á n ic o d u r a n te el cuarto viaje, en el curso del cual, en efecto, se p ro d u c e n te m p e s ta d e s y re veses varios, hasta el punto de que los m a rin e ro s a c a b a n por pre guntarse si no habrán caído bajo el p o d e r d e a lg ú n sortilegio Cuando yo andaba por aquella m ar en fa tig a , e n alg u n o s se p*^ herejía que estábamos enfechizados, que h o y d ía e stá n en ello
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Varios días antes habían arribado a u n a isla , d o n d e , según Co-1 lón, los habitantes «son grandes fechiceros»104; le s h a b ía n enviado. a dos ninas que se habían puesto a b ailar a n te e llo s , y q u e «traía®j polvos de hechizos escondidos»105. Cieno que la magia no es para el cristian o c o sa d iv in a , sino q# por lo general se trata de una m aquinación d ia b ó lic a . L o que di# Ricoldo da Monte Croce es categórico: Et etiam coram hominibus comedunt sco rp io n es e t serp en te s non ^ | lum crudos sed etiam crudos vivos. Sed sig n u m a liq u o d uúle, PfJ ta deliberacionem infemi vel aliquid ta le , n u llo m o d o possunt re, sed sola Antichristi signa ut precu rso res A n tic h risti faciunt («Comen delante de la gente escorpiones y s e rp ie n te s , y no solantf® te crudos, sino crudos y además vivos. P e ro n o sa b e n hacer nada utilidad; todo lo que saben hacer es actu ar y c o m p o rta rse com° Anticristo y los precursores del A nticristo»). L a m agia no puede ser otra q u e un « a rte d i a b ó lic o » 107. 102 R u b ro u c k , Bergeron, col, 125; Soc. G éo., p. 364. 103 C o ló n . C u arto Viaje, carta a los R eyes, p 199. km y ios C o ló n , C uarto Via)e, carta a los R e y e s, p . 199 106 R ic o ld , cap XXXVI. p. 141, Miracula S a rra c e n o ru m l0fT O d o n c o , cap. XXVI, p 369
Si nuestros v iajero s son m uy activos y propagan la religión cris tiana con infatigable a rd o r, el D iablo, por su parte, es un vagabun do terriblem ente eficaz; Me asom braba m ás de una vez al ver cómo el Diablo había llevado allá la falsa ley de M ahom a, pues desde la Puerta de Hierro, que está en la extrem idad de Persia, hay más de treinta jornadas de via je, y los desiertos se extienden a lo largo de E tilia...108
Como se ve, el D iablo es un caminante envidiable, un campeón al que no le d etien en desiertos ni montañas, y al que sus competi dores difícilmente p o d rán alcanzar. En estos países alejados de la cristiandad, el dem o nio se hace oir sin problemas: Quid dicam? D iabolus ibi etiam loquitur, saepe et saepius, hominibus, nocturnis tem poribus, sicut ego audivi109. («¿Qué decir? A quí el D iablo habla a las gentes a menudo, muy a menudo, por la noche, com o yo mismo he escuchado»). Parece, e n e fe c to , q u e se le oye m ucho más en O riente que en tre nosotros; los id ó la tra s n o se d a n cu en ta de que cuando hablan sus ídolos es el D ia b lo el q u e se expresa por medio de ellos. Et cum a daem onibus eis respondetur credunt quod Deus ipse loquatur110. ¡Y cuando los d e m o n io s les re sp o n d e n , imaginan que es Dios el que habla! T a m b ié n M a rc o P o lo co n sid era que hacer hablar a los ídolos es cosa d e « e n c a n to s y a rte s diabólicas» 111. En algunos casos le falta poco p a ra to m a r p o r d e m o n io s a los propios indígenas. Des cribe a los n egros d e Z a n z íb a r d e u n a m anera que nos parece bien pintoresca: son «m uy g o rd o s y g ran d es» , y m enos mal que no son tan grandes com o g o rd o s , p u es si así fuera «parecerían gigantes». Son extraordinariamente fuertes (...) Son totalmente negros y van ente ramente desnudos, aunque cubren sus naturas (...) Y su boca es muy grande, y sus narices tan chatas112 y respingonas como las de los mo nos, y tan gruesas que parece imposible (...), y sus labios muy grue sos (...) y tienen tan grandes y saltones los ojos que todo ello junto constituye un rostro espantoso; de modo que quien los viese en cual quier otra región del m undo creerían que eran diablos113.
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Rubrouc^- B e rg c ro n , col, 40; Soc. G éo., p. 266 ^ourt^a' n de Séverac, Soc. G éo ., p. 53. p,an de C arp in , cap III, Soc. G éo ., p. 626. Marco Polo, cap. 49. p.108. original dice rebufes. Marco P olo, cap. 195, p p . 467-468.
Podemos preguntamos en qué país p o d ría o c u r r ir ta l cosa, y qué circunstancias harían de un encuentro s e m e ja n te u n ep iso d io infer nal. Nuestros viajeros, varios de ellos al m e n o s , v ie r o n al diablo a persona, pero hablaremos de ello m ás a d e la n te 114. Cuando los viajeros son, adem ás, relig io so s, g o z a n d e l privile gio de dar órdenes a los demonios y de e x p u ls a rlo s . E l capítu lo XXXI de Odorico, «Los rabiosos», es m uy b re v e y p u e d e citarse completo: En este país Dios ha favorecido tanto a los frailes m e n o re s para arro jar al diablo del cuerpo de los posesos, q ue y a lo h a c e n como si ex pulsasen de casa a un perro. Lo mismo h a ce n e n la G ra n Tartaria, y les traen gentes rabiosas de lugares situ ad o s a m á s de diez joma das, y les sacan los diablos del cuerpo en el n o m b re del Padre y dd Hijo y del Espíritu Santo. U na vez curados, se h a c e n bautizar y arro jan sus ídolos al fuego, y a menudo ocurre q u e p o r el po d er del dia blo los ídolos salen de las llamas, pero los frailes lo s rocían con aguí bendita y el fuego acaba con ellos. C uando los d ia b lo s escapan. $t van gritando por el aire, y dicen: «He sido a rro ja d o d e mi casa». Y así se convierten muchos a la fe cristiana115. Estos viajeros cristianos y religiosos se h u b i e r a n sorprendido grandemente de saber que algunos de su s a c to s e r a n realizad o s con un ánimo también próximo a la m agia. R o b r o u c k c u e n ta de mane ra vivaz y divertida la enferm edad de C o tta , u n a d e la s grandes da-j mas de la corte tártara. Es prim ero e n tr e g a d a a lo s c u id a d o s de un j tal Sergio, que se dice fraile y en q u ie n R u b r o u c k h a reconocido i | un charlatán e impostor. Sergio se e m b a r c a e n la t a r e a de sanar { a la dama, mas su única m edicina es u n a p o c ió n d e ru ib a rb o qu* [ pone en trance de muerte incluso a los e n f e r m o s m e n o s graves * A n te la catástrofe que se avecina, so licita la a y u d a d e Robrouck- ¡ q u ie n , por caridad, acepta. Y he aquí c o m o c o n f e c c io n a n el nuevo rem edio entre los dos: una noche, S erg io p o n e u n c ru c ifijo en $ p o ció n de ruibarbo, al tiempo que R o b ro u c k a ñ a d e a g u a bendita p u e s ésta tiene «gran virtud para a rro ja r los e s p ír itu s m alignos» ^ e n fe rm e d a d , en efecto, es considerada c o m o o b r a d e lo s malos p íritu s. Es necesano expulsar el m al — o el e s p ír itu d e l m a l ^ 9ü.e se h a introducido en el cuerpo de la e n fe rm a . A l d ía sig u ien te vlS1 ta n a la dam a, y mientras que Sergio le a d m in is tr a la poción. ^ b ro u c k lee «sobre ella» la Pasión según S a n J u a n . E s ta magia & g r a d a , unida a la magia de pacotilla d e S e rg io , p r o d u c e b u en o s1 s u lta d o s , y la dama queda sana y sa lv a 116. P o r d e s g r a c ia , la cür{() c ió n d u ra bien poco, y la m ujer m o rirá n o m u c h o d e sp u é s. e llo y a no form a parte de nuestra h isto ria . ¡. E l m u n d o se halla dominado por fu e rz a s c o n tr a r ia s , todas
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C í infra, cap. VI, «La noción de monstruo**. 1,5 O d o ric o , cap 31. pp 485-486 116 E l e p iso d io aparece en Bcrgeron, col 86-88; S o c . G é o ., p p
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traordinariamente poderosas: todo puede ocurrir. Los objetos ina nimados se animan, se desplazan, se metamorfosean. Y los seres humanos... Los viajeros siguen tras las huellas de caminantes so brenaturales; sus senderos se cruzan; en ocasiones incluso compar ten hasta los gastos. Bajo tales condiciones, ¿cómo sorprenderse de que no les im presione esta o aquella maravilla? ¡Las esperan! Se narra un fenó meno extraordinario, se habla de una planta, de un animal prodi gioso: el mundo está tan saturado de cosas pasmosas que siempre es posible encontrar una maravilla tan convincente, si no más, que la anterior. Y sin embargo, lejos de ser indiferentes o incrédulos, estos viajeros mantienen viva una impresionante capacidad de asombro, de admiración, y una amable propensión a fabular en sus propios escritos...
III. VIAJE, CUENTO Y MITO
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Los e ru d ito s q u e se han m o strad o interesados en la edición de libros de v iajes h a n sid o so b re to d o geógrafos e historiadores. Así, Plan de C a rp in , R u b ro u c k y Jo rd a in de Séverac han sido publica dos por la Société de (Jéogrpahie; O dorico aparece incluido en la colección Recueil de voyages et de documents pour servir a i kisto iré de la géographie. E ste títu lo es bien significativo: desde esta óptica, el viaje q u e d a a sim ila d o a un d o cu m en to ; se utiliza para servir, y ofrece in terés en la m e d id a q u e enriquece la serie de conocimien to» históricos y g eo g ráfico s. Esta p ersp ectiv a p a re c e ex clu ir de la literatura los libros de vía jes, en la cual lo a g ra d a b le es m ás im portante que lo útil Se ignora así todo un a sp ec to d e los lib ro s de viajes que saboreaba con gusto la Edad M ed ia, y q u e d e sd e la A n tig ü ed ad asum en, entre otras im portantes fu n cio n es, la del p lacer. Es inútil p re g u n ta rse si el libro de viajes constituye un género literario: d esd e la Odisea h a sta las novelas de science-fiction* del si glo XX (viajes en el tie m p o , en el espacio, a través del cuerpo hu mano, e tc .), p a sa n d o p o r L u cian o (historias verdaderas, y otra» narraciones), la a b u n d a n te lite ra tu ra de viajes reales c imaginario» responde a n u e stra s n e c e sid a d e s. A lo largo de la historia del hom bre, el viaje, el lib ro d e v iajes, son vehículos ideales de sueños y de mitos. ¿ C ó m o , p u e s, ig n o ra r sus aspectos estéticos? Se p ro d u ce, sin e m b a rg o , un curioso fenóm eno: las narraciones elegidas p ara ser p u b lic a d a s m ás a m en u d o y ofrecerlas así a la aten ción del p ú b lico , las q u e se p re se n ta n com o m ás dignas de interés, no son siem p re las q u e tie n e n m ás valor literario. El fenóm eno se produce ya en la E^dad M edia: los viajes m ás famosos son los de Mandcvillc, q u e n o a h o rra n al lec to r la m olestia del aburrim iento. Ya hem os visto q u e M andeville no es un viajero: sufría de reu ma y tenía un te m p e ra m e n to m edroso. Pero com puso, a base de E n inglés e n el o r ig in a l ( N o ta d e l T r a d u c to r ) 79
compilaciones, una especie de sum m a, c o m o e l a n u a r i o telefonía lo es a su manera. No aparece en é l, e n v e r d a d , la e stru ctu ra de! viaje; quedan las maravillas, las curiosas , q u e s e e n s a r ta n una tras otras sin constituir un conjunto. Quien quiere ir a ultramar puede ir por m uchos cam inos, o por mar o por tierra (...) quien pane de poniente de In g la te rra , d e Irlanda, de Escoda, de Noruega, puede ir por A lem an ia y por el reino de Hungría (...) y ha de pasar gran tierra, po rq u e h a d e andar Hungría. Esdavonia y una gran partida de Panonia y de B ulgaria (...), vdel reino de Rusia (...)*. El género es, sin duda, ingrato: el sim p le e n u n c ia d o d e un iti nerario no tiene necesariamente un in te ré s e s té tic o , p e ro idéntico procedimiento se encuentra en m uchos o tr o s c a s o s e n que es me nos excusable. Sucede que las frases se e n c a d e n a n sin el m e n o r nexo sintáctico entre ellas. Unas veces, el n e x o e s im p líc ito , p o rq u e e conjunto de las oraciones se sostiene g ra c ia s a u n a id ea común; otras, se recurre a una enum eración c o m o la s ig u ie n te :
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En este país hay unas gallinas blancas que no tienen p lu m as, sino lana blanca, como corderos. Las mujeres casadas llevan en este país un sombrero con un cuerno, para diferenciarse de las no casadas En este país hay un animal que se llama layre, el cual se acerca a las aguas para comer los peces. Se echa este anim al en los viveros yen los ríos profundos, y sacan del agua peces grandes, tantos como se •desea12.
Desgajadas del marco que podría d a rle s su v a lo r, estas «mara villas» no consiguen, en verdad, co b rar vid a: n o so n «explotadas» estéticamente, como ocurre en otros a u to re s. ¿Por qué, pues, la Edad Media se ha in te re s a d o ta n to e n el te*' to de Mandeville? Lo maravilloso es la e sp u m a d e l v ia je , y el hom b re alimenta en ocasiones la ilusión de q u e a is la n d o e sa s maravilla* las saboreará mejor. Imaginemos por un in s ta n te q u e no se reto* v iese de los cuentos sino los elem entos m a ra v illo so s, c o m o espejosan illo s y otros accesorios mágicos...: se d e c u d iría c o n facilidad qü¿ h a desaparecido la sustancia vital. Si la Edad Media mostró tanto interés p o r el L ibro de las ^ ravillas de Mandeville, que no tiene una c a lid a d lite ra ria incuesti0' n a b le , nosotros, los modernos, hem os a c tu a d o d e m o d o sem ejad e n o tr o texto, los Viajes de Marco Polo. N o se tr a ta d e denigrar e*ta o b r a , sino de situarla en un conjunto m ucho m e n o s conocido a p* s a r d e sus cualidades. En ocasiones, M arco P o lo e s m u y vivaz. Pc^ e s a s ocasiones parecen raras si se tiene en c u e n ta la ex ten sió n su lib ro : 232 capítulos (algunos son breves, es c ie r to ) , q u e ocuf 1 M an d e v ille. pp 1L122 M a n d e v ille , pp 345-346 (según la edición c itad a p o r e l a u to r) .
288 páginas e n la e d ic ió n d e la S o ciété G éo g ra p h iq u e . M u c h o s de ellos no so n sin o re p e tic ió n d e lo q u e se h a d ich o e n o tro s p re c e dentes, y no d ic e n n a d a n u e v o , ni e n e stilo ni e n c o n te n id o . El c a pítulo 148 — p o r n o c ita r s in o u n e je m p lo — p o d ría se r el m o d e lo de los d em ás. E s lo s u f ic ie n te m e n te b re v e co m o p a ra s e r in c lu id o
aquí com pleto: N am ghín es u n a pro v in cia noble y rica perteneciente al Mangí, que está situ ad a e n dirección a Poniente, sus habitantes son idólatras y súbditos d el G ra n K h a n , y utilizan su moneda de papel. Viven del com ercio y d el a rte sa n a d o y tienen mucha abundancia de seda con la que fabrican p a ñ o s de o ro , de todas clases y calidades; tienen tam bién gran c a n tid a d d e to d o tipo de granos y de cuanto necesitan para vivir, pues es u n a provincia fértilísima en la que abundan todo tipo de caza. Q u e m a n allí los cuerpos de los muertos, y hay muchos mag níficos leones e n to d o aquel país. Como viven en él gran cantidad de poderosos y ricos m ercaderes, el G ran Señor obtiene muchos in gresos y trib u to s gracias a sus aranceles sobre todas las compras y ventas que realizan. Mas p artien d o de e ste lugar, pues no hay nada más que sea digno de m ención, h a b larem o s de la noble ciudad de Saianfú, de la que hay mucho que c o n ta r, pues es de gran importancia cuanto de ella tenemos que d e ciro s3. N o se d e je e l le c to r s e d u c ir p o r el final del cap ítu lo , pues véase cómo c o m ie n za e l s ig u ie n te ; Saianfú es una ciudad grande y noble que tiene bajo su señorío otras doce grandes y ricas poblaciones (...). Cuenta con mucho comercio e industria y sus h a b itan tes son idólatras, usan la moneda de papel, incineran a sus m u erto s y obedecen al G ran Khan, etc. El libro d e M a r c o P o lo te r m in a c o n un to n o épico bien inespe rado, e incluye a b u n d a n te s d e s c rip c io n e s d e batallas. La prim era (capituló 205) p a r e c e m u y b ie n tr a z a d a ; e stá c o m p u esta, sin duda, atendiendo al e fe c to a r tís tic o q u e q u ie re p ro d u c ir. Por desgracia, el m odelo ha q u e d a d o a s í d e f in itiv a m e n te e sta b le c id o , y se reproduce en cada b a ta lla ; a p a r e c e d e m o d o casi id e ñ tic o en los capítulos 212, 219, 228, 229, 2 3 0 ... (la lis ta n o e s e x h a u s tiv a ). El estilo d e M a r c o P o lo p a s a p o r se r v iv az; c ie rto es que la je r ga fran c o -ita lia n a e n q u e e s tá e s c rita la p rim e ra versión es muy sa brosa. P ero h a y p a s a je s e x tr a o r d in a r ia m e n te m ed io cres, en los cu a les, si no se q u ie re b u s c a r m á s , se im p o n e al m en o s algo evidente: que ni M arco P o lo ni su e s c rib a s e n tía n la m e n o r necesidad de re leer lo que se a c a b a b a d e d e c ir . E l fra g m e n to q u e describe el p á jaro rock es u n a o b r a m a e s tr a e n su g é n e r o (M a rco Polo pensaba, por o tro la d o , q u e ta l a v e e r a u n g rifo ): « C ap ítu lo 148, p p 321-322. Capiculo 149, p. 322.
Mas no creáis que se parecen a los grifos de los q u e hablan las te: tes de aquí, haciéndolos representar como m itad aves y mitad le nes. Esto no es verdad, según aseguran los que los h an visto Pu. yo mismo, Marco Polo, cuando oí hablar de ellos p en sé q u e aqucll* aves eran los grifos de los que se habla en n u e stras tie rra s; y pr guntando por ellos a los que afirman haberlos v isto , éstos respond í I ron siempre que en nada se parecen a ningún anim al terrestre, sir que tiene dos patas de pájaro y son en todo iguales a las águilas, au: que desmesuradamente grandes y gigantescos. Para que os hagáis una idea os diré lo que afirm an a este respe, to, así como lo que por mí mismo pude com pro b ar. Aseguran ; efecto que es aquél un animal tan grande y podero so q u e , toman, un elefante entre sus ganas, lo llevan por los aires subiéndolo hac el cielo sin ayuda de ningún otro pájaro; y añaden que cuando esta' ya muy altos, dejándolos caer estrellan los elefantes contra la tierra deshaciéndose por completo; baja entonces el p ájaro grifo hasta dr de ha caído el cuerpo del elefante y, desgarrándolo, se lo come h ta que queda harto y satisfecho (...) En cuanto a lo que pude ver > comprobar por mí mismo, lo contaré en otro lugar, pues así conv ne al buen orden de nuestro libro5. Muy a menudo, el estilo es el de la lengua h a b la d a . C uando M r | c° Polo se olvida de algo, no tiene el m en o r e s c rú p u lo en explu lo así .
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Habéis de saber que hemos olvidado relatar una importante bata que tuvo lugar en el reino de Uncián; y como debe contarse en ehbro, la narraremos ahora con toda claridad, tal como ocurrió ye todos sus detalles67.
H ay, 000 t0í*0, momentos de calidad e n el lib ro de M arco 1 (de los que hablaremos más abajo; cf. pp. 86-87) m a s, pese a *l'Jl no se comprende bien por qué ha sido tan p u b lic a d o e n los lienipjj modernos mientras se han dejado en el o lvido te x to s como lo>_ Je a n de Plan de Carpin o de Guillaume de R u b ro u c k . M e jo r• t tu n a ha tenido Cristóbal Colón, ya que una e d ic ió n c o m p le ta de \ o b ras apareció en el siglo XIX a cargo de M a rtín F ern án d ez de v arrete ; en francés, han sido publicadas d o s n u e v as ediciones1 cientem cnte. Muchos libros de viajes escrito s e n latín duran*1’ E d a d Media no han sido traducidos. E xiste in clu so una vieja,f ducción sepultada en algunas bibliotecas, y ra d ic a lm e n te olv¡d;,J la com pilación de Bergeron.
5 Capítulo PM, pp 465-4ft6 * C apitulo 124. p. 286. 7 M Fernández de Navarrctc. Colección de los viajes y descubrimiento> Citrón p o r nutr los esputóles desde fines del siglo X V , cinco vo lú m en es en ñ o r (M adrid. 1H25). Traducción francesa de De V crn eu il y D e lu H‘u*‘
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'*c ra *ura, que a prim era vista parece secundaria (sobre
to o si sólo se conocen los ejem plares actualmente accesibles en li brerías y bibliotecas), resulta ser de excelente calidad una vez me jor conocida. No mencionaremos sino algunos ejemplos, destinados a dar cier ta idea del sabor de los libros de viajes. Añadamos que, con todo, con muestras aisladas resulta difícil apreciar apropiadamente el ca rácter vivo del conjunto de un relato y su unidad de tono e inten ción, todo lo cual hace de estos textos una lectura agradable y atractiva. Las imágenes más brillantes aparecen en la relación de Ru brouck. Así se refiere a su caballo, terrero de todas las incomodi dades de este tipo de viajes: Pero de veinte o treinta caballos, nosotros teníamos siempre los peo res, ya que éramos extranjeros. Porque ellos, antes que nosotros, ele gían los mejores. A mí me proveían siempre de un caballo más fuer te que los demás, puesto que yo era un poco más pesado y grueso; pero si el animal era tranquilo o rudo, de eso no se preocupaban. Yo no me quejaba, con tal de que me dieran uno que fuera capaz de trotar (...) Muy a menudo, los caballos no podían ni llegar hasta el próximo alojamiento; teníamos entonces que hostigarles y golpear les, cargar nuestros fardos en otros, cambiar nosotros mismos de ca balgadura, e incluso montar dos en un sólo caballo8. Mas no eran las cabalgaduras las únicas dificultades que era preciso superar. A R ubrouck se le proporciona un intérprete (un trucha mán) particularm ente inepto y holgazán: Me enojaba mucho, sobre todo al ver que cuando quería decirle al guna palabra de edificación, nuestro truchamán me replicaba: «no me prediques hoy; no entiendo nada de lo que me dices». Y era ver dad, pues luego supe, cuando comencé a comprender un poco la len gua, que cuando yo le decía algo, su fantasía le hacía decir cosa muy diferente9. Por ello, viendo R ubrouck el peligro en que se hallaba al hablar por medio de su in térp rete, prefiere callar10: decisión más bien frus trante cuando se viaja para evangelizar y convertir. Hay, sin em bargo, ocasiones en que no puede prescindir de su truchamán, y cuando los tártaros se retuercen de risa y le señalan con el dedo, „ Rubrouck, Fiercerón, col. 4H; Soc. Géo . pp 276-277. Bcrgcron, col, 27-28; Soc. Géo.. pp. 248-249. El texto latino es más expresivo «vjuando diccban unum , ipse totum aliud diccbat secundum quos ei occurrebat» io 8 ,a 8° ,0 U»lmcntc diferente, según se le ocurría») P 24V- I u n c v,dcns Pcr,culuni loqucndi per ipsum, elegí mugís lacere»; Soc. Géo..
Rubrouck se pregunta si tal hilaridad p ro v ie n e d e lo q u e él ha que rido decir o de lo que su intérprete, llev ad o p o r su fantasía, h: dicho. Las costumbres de los tártaros no son sie m p re d e l gusto de Ir misioneros, y en ocasiones chocan d irectam en te c o n su s costumbre —y convicciones— religiosas. Así, los K h an es e x ig e n q u e se postre ante ellos con las dos rodillas en tierra y la c a b e z a e n el suelo Rü brouck, que es diplomático, inventa un p e q u e ñ o tru c o teológio para que tal gesto, sólo a Dios debido, n o c o n stitu y a sacrilegio Puse entonces una rodilla en tierra, como ante un hombre, peroei me indicó que pusiese las dos, lo que yo hice, no osando desobede cerle; imaginaba entonces estar rezando a Dios, ya que doblaba la dos rodillas, y comenzaba mi arenga con estas palabras: S e ñ o r mu\ roguemos a Dios, de quien iodo bien procede, etc. 11 La misión de Ascelin es mucho más cóm ica p o r lo que a este as pecto se refiere (se trata del punto de vista d el le c to r, desde lue go)* Es una embajada que carece totalm ente d e su tileza; Ascelir:y sus compañeros están más dispuestos para el m artirio que para b carrera diplomática. Rehúsan arrodillarse a n te el K h an Bajotno\ ¡ su horda no se hace cristiana, lo cual indigna m ucho a los tártaros, .quienes dicen: Que no debían exhortarles a hacerse cristianos y perros como ellos, que el papa era un perro y todos ellos igualmente verdad^1* peños. El hermano Ascelin quiso responder a esto, pero no pu^ a causa del gran escándalo, amenazas, gritos y rugidos que Píl tiñeron12. El Khan, en medio de un terrible acceso de ira, decide coi^e nar a muerte a los cristianos, y se discuten las ideas m ás extra' gantes y refinadas acerca del método de ejecución. E n tre ellas.ve se una que debía ofrecer tonalidades especialm ente ag rad ab les de el punto de vista tártaro: otros pensaron en desollar al principal de ellos, rellenar su Plt heno y enviársela al papa13. A p a rte de este fragmento de A scelin, v e r d a d e r o festival ( p u e s no es otra cosa, por decirlo así), la n a rra c ió n m ás rica >'' to re s c a sigue siendo la de R ubrouck. G ra c ia s a e lla disponen10 11 Bergeron, col. 43 12 Bergeron, col. 71. 13 Bergeron, col. 72.
los más precisos datos acerca de la vida cotidiana de los viajeros, con una expresión ágil, viva, y en ocasiones chispeante de malicia. Mandeville está lejos de poseer ni la mínima parte de las cuali dades de R ubrouck, pero no faltan en él momentos divertidos. Al contrario que éste, no ha visto la mayor parte de las cosas que des cribe; en R ubrouck, lo pintoresco viene dado por la experiencia viva y directa; en Mandeville procede a menudo de su ingenuidad, como testim onia su descripción de los cocodrilos: estas sierpes llo ran mientras devoran a la gente14. También los autores de libros de viajes tienen preocupaciones literarias. Cuando Mandeville desea describir las propiedades del diamante, sabe que esa página intere sará sobre todo al lapidario y que estará un poco fuera «de tono»; la idea de que está «alargando» su texto le lleva a justificarse así: Y por esto los grandes señores y caballeros que quieren haber honor de armas, los lievan de buen grado en sus dedos. E aun yo fablaré adelante un poco de los diamantes, aunque alargue la materia, a fin que ellos no sean engañados por aquellos que los lievan vendiendo por el m undo15. Mas es C ristó b a l C o ló n q u ien , quizá, expresa más intensamente la poesía del viaje: su cam ino hacia la «tierra prometida» (fórmula que en su caso no es ex ag e ra d a) se enriquece día a día con una ten sión cada vez m ás v ib ran te. La pureza del cielo, la calma o los ca prichos de la m a r, los p á ja ro s, las plantas llevadas por las olas, todo es anotado p o r C o ló n con ta n to entusiasm o como precisión, y dan al texto un realism o y un vitalism o incomparables. Cuando Colón, navegando en u n a m ar calm a y con herm oso tiempo, evoca el Gua dalquivir, la p rim av era sevillana, la suavidad del aire, los ruiseño res y los perfum es de A n d a lu c ía 16, pone de manifiesto, sin afecta ción y sin artificio, su sentim iento poético, al contrario de lo que ocurre con ta n to s «profesionales» de la literatura. Tam poco el libro de M arco Polo se halla exento de preocupa ciones literarias. N o resulta dem asiado sorprendente que las mis mas aparezcan en la segunda p a rte de su narración: es precisamen te escribiendo (o m e jo r dicho, dictando) cuando Marco Polo siente la comezón literaria. E ste com erciante que es Marco Polo, enfras cado únicam ente en las realidades m ateriales, debió de compren der de im proviso que tenía a su disposición un instrumento de excepcional valor, acaso no im aginado por él hasta entonces: la ru tina del dictado cotid ian o podía transform arse en pretexto para ha-
U ^ aní cv'ü c caPf‘u l° 31. P ift Mandeville, p 105.
396 (según la edición citada por el autor).
fcchl lu n i s 18 dC octubrc; sábado 29 dc setiembre, etc. (La pnmera eferrñ? c M“ 'vc>cada: se trata del miércoles 17 de octubre, p 39; la segunda cfercncia, en p. 25. N ota del T raductor). K
cer una obra de arte. Los episodios é p ic o s q u e j a l o n a n el libro d< M arco Polo del capítulo 205 en a d e la n te , r e v e la n c o n to d a evide: d a esa voluntad artística. A parecen a h í to d o s lo s t e m a s d el géner los dos ejércitos magníficamente o r d e n a d o s , l a e m b ria g u e z de lo d a rin e s, los combates m ortales. Son d e rig o r la s f ó r m u la s poética com o puede verse en este breve fra g m e n to : todo el aire cubierto por las flechas, com o si de u n a gran lluvia < tratase. Entonces caen muchos hom bres y caballos m ortalm ente h ridos, todo con tanto ruido y griterío que los tru e n o s de Dios no p: dían escucharse. Y atacándose así los dos p artid o s, lo hacían con tí dureza que bien se veía cómo eran m ortales enem igos (...) cómo ta tos hombres tambaleantes caían en tierra (...) Sin duda realizó aqie día el rey Caidú grandes proezas17.
En esta pintura no falta tam p o co el h é ro e : e l á n im o del res su coraje galvanizan su ejército. P o r o tro la d o , a m b o s bandos v igualmente valerosos, y en ocasiones n o h a y v e n c e d o re s ni vencido' Son evidentes, desde H om ero, las a fin id a d e s e n tr e viaje y ep peya. Puesto que ésta es la prim era m a n ife s ta c ió n q u e se califica o «literaria», ¿podría el libro de viajes te n e r u n a re la c ió n c o n s u s u r cial con la epopeya, y podría tam b ién fig u ra r e n tr e las formas ex presivas primeras y esenciales? Aparte de la m ateria épica, el libro d e M a rc o P o lo incluye tanv 1 bién varios episodios que son au tén tico s c u e n to s e n m in iatu ra * I capítulo 181, por ejem plo, narra la h isto ria d e u n p rín cip e de Ce f lán con inclinaciones a la santidad. Su p a d re , e l re y , le h abía ocu tado el hecho de que los seres hum an o s m u e r e n , y h a b ía prohibí q u e tullidos y deformes aparecieran e n su p re s e n c ia . C ierto día ; príncipe, durante una cabalgada, d e scu b re p rim e ro u n muerto | después un anciano enfermo. Al m o stra r su s o r p r e s a , su séquito" in fo rm a de que ése es el destino de to d o s lo s n a c id o s. El prín^t d e c la ra entonces que no quería permanecer por m ás tiem p o e n u n m u n d o in,Pe¡L;í y malvado; y se propuso iniciar la b ú s q u e d a d e A q u él que m uere y de Aquél que todo lo hizo18. D e c id e c o n sag rar su vida a D io s y se h a c e e r m i t a ñ o . L a ¿ e r i g i d a a su m em o ria después d e m u e r to f u e e l p r i m e r íd o lo o ^ l á n . E s t e c u e n te c illo no es ú n ic o , y se a s e m e j a m u c h o a otras c i o n e s q u e se llam an ta m b ié n ... « m ito s » .
17 C a p ítu lo 202. pp 490-491 *• C a p ítu lo 181, P 439.
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it o s y c u e n t o s e n l o s l ib r o s d e v ia je s
Sucede con frecuencia que el mito, el cuento, están como sub yacentes en los libros de viajes. ¿De qué manera? Según Mircea Eliade, «un mito es una historia verdadera ocurri da en el comienzo de los tiempos y que sirve de modelo para el com portamiento hum ano»19. «En el comienzo de los tiempos» es tra ducible por otra expresión, algo más vaga, cara a Eliade: in illo tempore. El mito es «la revelación de un suceso primordial que ha dado origen a una estructura real o a un comportamiento humano»20. No es necesario tom ar al pie de la letra las palabras «historia verdade ra»: no se trata de una verdad histórica, sino de una verdad ante rior a la H istoria. Un hecho considerado como verdad por el mito ha dado origen, anteriorm ente al tiempo histórico, a una creencia, a un com portam iento, que desde entonces se repiten, de acuerdo con un ritmo regular, en el cuadro de la Historia. La narración de Marco Polo más arriba citada señala la «histo ria verdadera» que dio origen al culto idolátrico. Los mitos tienen también la misión de transmitir, en forma ima ginada, las experiencias humanas fundamentales: juventud, vida y muerte constituyen uno de los temas básicos (la muerte encierra en sí misma el nacimiento). Así, el joven príncipe de la historia en cues tión es justamente uno de esos héroes que, de modo voluntario o no, parten al encuentro de la muerte, descubriendo el ciclo vital y fundando en este conocimiento una vida regida por aspiraciones superiores. Con todo, el mito, en tanto que está vivo, es sentido por el in dividuo y por la colectividad como reactualización del acto o acon tecimiento original al que se refiere21. Mas no puede decirse que sea así como Marco Polo siente y transmite la narración antes cita da: el mito ha pasado a la literatura, se ha transformado en cuento. «Cuando no se asume como revelación de los ‘misterios', el mito se ‘degrada’, se oscurece, llega a ser cuento o leyenda»22. Bajo esta forma «velada» recibe la Edad Media los mitos, y no pudiendo vi virlos exactamente como una sociedad arcaica los vive, se ve forza da a reciclar la energía vital del mito en una manera tal que no se transforma en acto. Acaso podría decirse, incluso, que la explota ción literaria o artística del mito no se hace posible sino a partir del momento en que la experiencia mítica ha desaparecido... Se podría objetar que nada de lo dicho tiene una relación evi dente, incuestionable, con el viaje. Pero no debe olvidarse que via jar no es solamente ver, observar, contar; es también escuchar y re^ Mircca Eliade, Mythes, réves el mystéres (Idées/Gallimard, 1957), p. 22. 2j tbid., p. 14. 32 ^ asc ^ ‘rcea Eliade, Initiation, rifes, socittis secrétes (Idées/Gallimard, 1959), 22 Mircea Eliade, Mythes..., p. 14.
tener las historias de algún hábil narrador, encontrado por azar du rante el viaje. Y al igual que en Las mil y una noches los cuento^ se engarzan unos con otros, la narración del viaje se decora cor cuentos diversos o historias de sustrato mítico, que la jalonan de foi ma atrayente. Estos «adornos» del texto contribuyen a conferirle un carácter estético, y los autores, en numerosos casos, saben uti lizar tal recurso. Si el viaje es fácilmente proclive a lo maravilloso, es porque 1* partida hacia lo desconocido es un momento esencial de la avenid ra humana. El viaje supone, a la vez, un cierto número de datereales y un gran componente extraordinario, en el sentido primor dial deí término. El cuento fantástico reúne también tales caracú rístkas. Cuentos y mitos, como ha mostrado en concreto Claude L« vi-Strauss, se encargan de expresar un conjunto de estructuras hu manas y sociales fundamentales. Pues lo que hace avanzar al mu do, lo que le hace pasar de la inmovilidad primera al movimiento y progreso, es una separación inicial: separación del cielo y de tierra en los mitos cosmogónicos; separación de Dios y de los hotr bres. De tal hecho se deriva un estado inestable entregado al a:a<
de las aventuras, pero sobre el cual el hombre tiene un cierto cor. trol. Son, exactamente, las características del viaje: el viaje es rup
tura, y esta ruptura engendra el peligro. Pero es un peligro que pue de ser fecundo: al igual que en los mitos de los orígenes la ruptura del estado edénico primero se salda no solamente con el sufrimier to, pero también con la cultura, sello del genio específicamente hü mano, el viaje conduce al individuo hacia un conocimiento supe rior del Mundo, del Hombre y de sí mismo. El viaje encierra u: mensaje: el mensajero (que no podría ser otra cosa que viajero)C' el intermediario, desde tiempos inmemoriales, entre el secreto de los dioses y de las cosas y los hombres. De este modo, lo deseen cido se entrega a la humanidad. Cuentos y mitos presentan un cierto número de procedimiento: descriptivos y de temas que se encuentran en los libros de viajes La geografía terrestre es también una «geografía de las historias' los mapamundis de Ebstorf, de Hereford (siglo XIII), son buer ejemplo de ello. Monstruos y criaturas fabulosas aparecen ahí acotf panadas de una leyenda de pocas líneas, en un marco convención* de montañas, ríos, ciudades reales; pero tales lugares se sitúan coruna precisión relativa, y son a menudo elegidos por su carácter re presentativo o evocador (las columnas de Hércules, R om a, Dd1'Jcrusalén, Jericó...). La intención del mapamundi no es la de cluir la totalidad de los conocimientos geográficos, sino la de pfl poner una selección de lugares destinados a servir d e cuadro, si ^ de urna: no son sino el continente, y éste importa m ucho menj que lo que designa. Ninguna ruta terrestre surca este espacio es «utilizable» en la práctica. Para desplazarse, el viajero usa i ‘ raríos de otra naturaleza, pero sabe que en alguna parte de ^ te», cerca de las bocas del Oxus, hallará la manticora (rigor 88
próxima al tigre y al minotauro; que en el espacio comprendido entre el Nilo, el Mar Rojo y el Mar Muerto, encontrará la salaman dra, la mandrágora, el ave-fénix... Esa geografía no tenía por lo tan to, con mínimas excepciones, nada fijo. El viaje, tal com o se desarrolla en la práctica, es como un doble astral: inscrito en el espacio fuertemente cualitativo de los mapa mundis, despliega su red de imágenes, de criaturas, de narraciones legendarias, y si los pies de los viajeros hollan los caminos, su ca beza se encuentra en una atmósfera más tenue (pero no menos real). Ciudades y paisajes no son los únicos que señalan los cam bios de comarcas: las historias que se cuentan de un lugar a otro balizan, como testim onios seguros, el paso de nuevos umbrales... Este fenómeno puede compararse con uno de los cuentos de Las mil y una noches: Marzaván viajó de ciudad en ciudad, de provincia en provincia, de isla en isla, y a cada uno de los lugares que llegaba, no oía sino ha blar de la princesa Badur [así se llamaba la princesa china) y de su historia. Al cabo de cuatro meses nuestro viajero llega a Torf, ciu dad costera grande y muy poblada, donde ya no oyó hablar de la pnncesa Badur, sino del príncipe Camaralzamán, del que se decía esta ba enfermo, y del que se contaba una historia muy parecida a la de la princesa Badur23.
^'8-8. SébastianBrant: Fabies d ’É sope(ediciónde 1501),fol. 189verso;«De u,tUris indicis». Las mil y una noches (Garnier-Flammarion). t. II. p 177.
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En este texto, las atmósferas geográficas se corresponden cor presencia de diversas narraciones, y se n o ta e l cam bio en ei m mentó en que ya no se escuchan esas n arra cio n e s. P e ro cada atnx fera no es sino el revés de otra, pues la h isto ria q u e se cuenta muy semejante, la del príncipe C am aralzam án. S erá a éste a l. busque ahora el viajero, y traza su cam ino siguiendo el hilo, Ariadna que constituyen los cuentos. El viaje es, por esencia el pretexto p a ra innum erables narra: nes; ello significa que, en ciertas civilizaciones, la transmisión o:, tiene un papel mayor que la escrita, y q u e la n arración hablada más movida, rica y viva que el texto: éste n o es sino una vers.: petrificada de los hechos. Es por ello p o r lo q u e , p o r ejemplo. Pi de Carpin no puede contentarse con en tre g ar su libro a quienes: hacen preguntas acerca de su viaje: p a ra satisfacerles, debe ex? cario, y añadir detalles y aclaraciones. Puesto que el viaje guarda relación con los resortes fúndame' tales del ser humano (pasiones, vida, m u e rte ...), su narración viste a menudo un carácter de necesidad. E n m uchos casos, los^jeros se ven obligados a contar sus aventuras (casi siempre el m mo viaje) para salvar su propia vida. E sta situación, bien cono: en el cuento —veánse, como ejem plos concretos y en particu dos narraciones de las Mil y una noches: la historia de los tres D: viches ciegos24 y la del comerciante y el genio25— , es uno de componentes del viaje. El cual es, a m en u d o , ocasión de halla: muerte, mientras que la narración del viaje suele serlo de sa’yla vida. Esta brecha entre la realidad vivida y la transposición de la rtf lidad narrativa, que encuentra su analogía en la doble función ma te-vida, permite bien comprender la im portancia que para lo m ginario puede tener por una parte el viaje y p o r otra la narrad Viaje y cuento son nociones tan íntim am ente unidas que a mer> resulta difícil desenredar el nudo de sus relaciones. Comportar cúmulo tal de conexiones que constituye un verdadero probledistinguir las recíprocas influencias que existen entre ambos La distinción entre cuento y libro de viajes tal como aparecenuestros autores da paso, con todo, a varias constataciones D^‘ nuestro pumo de vista, el elemento de «realidad» es más impoí!*:, te en los libros de viajes: la presencia del detalle vivido actual^ experiencia. El contenido realista del libro de viajes, cuando e*j\ (pues ello no es sistemático), envuelve los episodios míticos P°® distinguirse el cuento del libro de viajes por la intensidad de b ^ presión y de la intención míticas. El cuento ofrece un conjun^ experiencias míticas o arquetípicas de form a concentrada; e*TJ cuento es raramente cuestión de desenredar o de delimitar 1°
24 G am ier-F lam m arion, t. I, pp. 113-224. 25 G am ier-F lam m arion, t. II, pp. 45-63.
ravilloso de lo real, ya que uno y otro forman un todo, pues se ha llan indisolublemente unidos al menos por la existencia de seres y de objetos mágicos, que los mantienen en contacto en todo mo mento. El cuento ofrece lo real-maravilloso en estado puro: se
sitúa p o r com pleto a un sólo lado del mundo. Si acudimos al her moso filme O rfeo, de Jean Cocteau, vemos de qué modo los pro tagonistas pasan de un m undo a otro a través de espejos. En el cuen to, la acción y los actores están «al otro lado del espejo», en un sólo ámbito: no se traza el límite de lo maravilloso; el mundo es uni lateral. En el caso del libro de viajes, la realidad y lo maravilloso no tienen las relaciones geminadas del cuento: existen entre ellas contactos que atraviesan esa impalpable película que es la conscien cia del doble aspecto del m undo. Pero no se trata aquí de una dis tinción entre lo real y lo fabuloso, menos aún entre lo real y lo irreal: hasta el siglo X V (época que hace de pivote) no aparece una brecha sem ejante, to d o es real. Más que a una discriminación ver tical entre niveles de realidad, se asiste a una confrontación hori zontal (espacial, cabría decir) entre el aquí y el allá, lo familiar y lo extraño, lo ordinario y lo unheimlich*. C uando el a u to r de la narración no es al propio tiempo el actor Á del viaje que c u e n ta , com o es el caso de Mandeville y en parte el J de Jo u rdain, el tex to se aproxim a, sin duda, al cuento. Por el contrario, cuando el n a rra d o r es el viajero, se observa que lo mágico se encarna, p e n e tra en la vida, como la vida penetra en lo mágico, • form ando así una en tid ad que no cesa de afirmar la unicidad de su doble n atu raleza. O cu rre que los viajeros pasan, sin saberlo, a tra vés del espejo; un ejem plo de ello puede verse en el episodio en que O dorico p re te n d e que el cordero vegetal no tiene nada de ex traordinario, ya que en Irlanda existe un árbol en el que nacen ocas. A m biguo p o r natu raleza, el carácter maravilloso del libro de via jes se mezcla rep etid am en te con el del cuento. Recordemos con qué insistencia se d etien e R ubrouck en la impresión de que, a partir de cierto m om ento, p e n etra en otro mundo. El viajero, en efecto, re corre los lugares dei o tro mundo; el mundo encantado existe con evidencia suficiente com o para que se pueda vivir a la vez con am bos registros: lo o rdinario y lo extraordinario. Colón vivió en este estado de espíritu d u ran te los primeros meses del viaje de 1492: le parecía que estaba encantado26. dice que to d o era tan herm oso lo que vía, que no podía cansar los ojos de ver tan ta lindeza y los cantos de las aves y pajaritos27.
Esa «lindeza» es la de la Naturaleza. Marco Polo, por el con trario, es m ás sensible a las bellezas y obras humanas. El Gran Khan ^ En alem án en el original. (Nota del traductor.) 27 M artes, 27 de noviem bre de 1492; p. 72. Sábado, 3 de noviem bre de 1492, p. 53. 91
es, como el rey de los cuentos maravillosos, hermoso, arrogante J valiente: E* de buen* estatura, ni muy bajo ni muy alto, sino de mediana ta lla. No es excesivamente gordo ni delgado, sino de adecuadas pro.; porciones, bien formado de todos sus miembros. Tiene su rostro muy blanco con mejillas bermejas, del color de la rosa, lo que le da una agradable expresión, con los ojos negros y hermosos y la nariz bien hecha y adecuada a sus facciones2*.
El palacio del Khan es un lugar mágico, en el que los reflejos del oro y de las piedras preciosas contribuyen a la fascinación de los visitantes:
(
Los muros de las salas y de las diferentes cámaras están totalmente recubiertos en su interior de plata y oro; y en ellos se representan, finamente cincelados, leones y dragones, pájaros y todo tipo de ani males (...) y hay allí además cuatrocientas cámaras, número que parece verdaderamente increíble. El palacio es tan grande, tan hermo so, tan rico y tan proporcionado, que ningún hombre en el mundo podría imaginarlo o construirlo mejor. Sus techos, en la p a rte mis alta y vistos desde fuera, son de colores rojos, verdes, am arillos y de distintos tonos del azul, de los más claros a los más o scu ro s, en finvde todos los colores, tan bien barnizados todos ellos q u e bullan como cristal resplandeciente, y se les ve lucir desde mucha distancii a la redonda (...) Entre los diversos cinturones amurallados que an tes os decía hay bellas y muy grandes praderas y jardines, con her mosos árboles frutales de variadísimas especies; y muchos extraños animales, ciervos blancos (...j*29.
Los palacios maravillosos abundan en Las m il y una noches y en otros muchos cuentos. La princesa china B ad u r, de la q u e ya sí ha hablado, vive en este ambiente: El primer palacio es de cristal de roca, el segundo de bronce, el tei' cero de fino acero, el cuarto de otra clase de bronce m á s precios0 que el anterior y que el acero, el quinto de piedra angular, el sc*t° de plata, y el séptimo de oro macizo. Están amueblados con una su0' tuosidad asombrosa (...) No son de olvidar los jardines q u e les deán, los parterres de césped esmaltados de flores, estanques, dores, canales, cascadas, bosquecillos en que se pierde la vista (•••) Los palacios chinos, como se ve, fascinaba ya la im a g in a c ió n ^ persas y árabes. Por otro lado, lo que M arco Polo dice en pocas ífa u Marco Polo, capítulo 83, pp. 187-188. ^ 29 Marco Polo, capítulo 85, pp. 193-194. Véase tam bién el capítulo 97, otra5 cripciones fastuosas; halcones y pabellones de caza del G ran Khan. ^ «Historia de los amores de Camaralzamán»; G am ier-Flam m anon, t. H- P
ses, Mandeville lo expresa con am plitud; su descripción del palacio del Gran Khan, puesto q u e no lo ha visto en persona, se halla muy próximo al cuento; la frecuencia de sus repeticiones atestigua la atracción que sentía por la lectura de narraciones previas, así com o su deseo de transm itirla al lector: Primeramente al cabo de la sala está la silla del emperador, bien alta, donde él se asienta a comer, que es labrada de piedras preciosas y perlas gruesas. Y las gradas por donde él sube a la silla son todas de piedras preciosas, con los cabos de oro". Tam bién C o ló n se sien te fascinado por la visión de Eldorado. Ha partido p a ra d e sc u b rir unas islas en que el oro se recoge a ma nos llenas: Pero supo el A lm irante, de un hombre viejo, que había muchas islas comarcanas a cien leguas y más, según pudo entender, en las cuales nace muy mucho oro, y en las otras, hasta decirle que había isla que era todo oro, y en las otras que hay tanta cantidad que lo cogen y ciernen como con cedazos y lo funden y hacen vergas y mil labores: figuran por señas la hechura32. Colón u tilizará h a sta el últim o m om ento la magia del oro ante sus contem poráneos y sus reyes. El oro justifica el viaje, y ¿cómo se podría ren u n ciar co n scien tem en te a su búsqueda cuando se sabe que el preciado m e ta l confiere un poder casi maravilloso?: Genoveses, venecianos y toda gente que tenga perlas, piedras pre ciosas y otras cosas de valor, todos las llevan hasta el cabo del mun do para las trocar, convertir en oro: el oro es excelentísimo, del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mun do, y llega a que echa las ánimas al paraíso33. El térm ino convertir es bien significativo: genoveses y venecia nos com parten u n a ex p erien cia casi alquímica. La riqueza d e los países lejanos no está constituida sólo por el oro y las p iedras p recio sas; se m anifiesta también en la abundancia de toda clase de b ie n es. T o d o lo necesario para la vida lo ofrece ahí la N aturaleza: tienen todo lo necesario para vivir, muy abundante y barato34. " M andeville, p. 139. J} Martes, 18 de diciem bre de 1492; p. 96 i* L uarl° v ‘aje, c arta a los R eyes; pp. 200-201 Marco Polo, cap ítu lo 183, p. 447.
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L a isla de Madagascar, nos dice M arco P o lo 35, ea d e una nquqj ex trao rd in aria: marfil, sándalo, á m b a r, b r o c a d o s d e o ro y de scdi, a lim en tan un comercio en extrem o flo re c ie n te . L o s a n im ale s son 4 v erso s y numerosos: leopardos, o so s, le o n e s , c ie rv o s , corzos, g* m o s, jabalíes salvajes... Una gran m u ltitu d d e a v e s se añade a tala encantos. E s un mundo mágico. ¿U na tra n sp o sic ió n d e la r e a lid a d , por lo ta n to ? Si así ocurre, en efecto, en los lib ro s d e v ia je s q u e narran d e oídas, ¿qué decir de los que d e sc rib e n u n a r e a lid a d vivida? Viaje ro s como Marco Polo han visto , e n v e rd a d , riq u e z a s fabulo sas. Lo que en sus descripciones se a s e m e ja a lo s c u e n to s nocí precisam ente lo im aginativo, sino m ás b ie n su a so m b ro ante uní re a lid a d que h asta e n to n c e s n o h a b ía s id o p a r a ello s sino soñada. Ciertos temas son m ás aptos q u e o tro s p a r a m a n te n e rs e en equi librio en el punto de contacto de tres e le m e n to s , m ito , c u e n to y rea lidad, sin acusar añnidad especial p o r u n o u o t r o , d a d o que parti cipan por igual de los tres. E n tre eso s te m a s , la N aturaleza vista como un ja rd ín m a ra v illo so . Pues en los países o rien tales la N a tu ra le z a e s , e n e fe c to , un jar dín maravilloso; tal evidencia im p re sio n ó d e ta l m o d o a Colón que por dos veces bautizó a ciertos lu g ares c o n el n o m b re de jardín. C uando durante su segundo viaje d e sc u b re las islas situ a d a s cerca de C uba, las llama «Jardín de la R ein a» ; d u r a n te el c u a r to viaje re conoce la parte oriental de C osta R ica y d e s c u b re la z o n a del Cabo L im ón, una región que llam a, sim p le m e n te , « L a H u e rta » . Véaseli descripción que hace, el 21 de o c tu b re d e 1 4 9 2 , d e L a Isabela: Y aquí en toda la isla son todos v e rd e s y las h ie rb a s com o en el abrí en el Andalucía; y el cantar de los p a ja rito s q u e p arece que el hom bre nunca se querría partir de a q u í, y las m a n a d a s de los papagayo* que oscurecen el sol; y aves y p a ja rito s d e ta n ta s m aneras y tan^ versas de las nuestras que es m arav illa; y d e s p u é s ha árboles de mí m aneras y todos de su m a n era fru to , y to d o s huelen que ** m aravilla .
T a m b ié n se encuentran ja rd in e s en M a rc o P o lo y e n Mandew Ue, p e ro son jardines cerrad o s, d e b id o s a la m a n o d el hombrem ie n tra s q u e el jardín m aravilloso d e C o ló n es u n e sp a c io virgenv a s to , h e ch o a la m edida del C re a d o r m ás q u e al d e la criatura V isla d e M o a, a la que llega el 25 d e n o v ie m b re d e 1492, se le ap*' re c e c o m o un cuadro grandioso: L a s sierras altísimas, de las cu ales d e sc e n d ía n m u c h a s aguas lindí* m
M a r c o P o lo , capítulo 194, pp. 463-467.
36 C olón, p 43. 94
mas; y todas las sierras llenas
Las anotaciones realistas (cien navios podrían acogerse a cierta cala; esos p in a re sp o d ría n prop o rcio n ar mástiles «para las m ayores naos de España» ; los ríos son propicios para la instalación de a ser raderos), si bien exageran en ocasiones las posibilidades reales de explotación, b o rd ean lo p o é tic o : Vio venir un grande arroyo de muy linda agua que descendía de una montaña abajo y hacía gran ruido. Fue al río y vio en 61 unas pie dras relucir, con unas manchas en ellas de color de oro39. Esas p ie d ra s p e rm ite n p re sa g ia r, sin duda, minas de oro. No es preciso te n e r e n c u e n ta q u e realism o y poesía son cosas diferentes: la realidad es m á g ic a , y e s to es lo que fascina a Colón. El tem a d e l ja r d ín m a ra v illo so es algo más que un asunto favo rito de los c u e n to s ; tie n e u n a dim ensión casi mítica. Sufre variacio nes de una h is to ria a o tr a , m as no es nuestro propósito analizarlas. Pero en los c u e n to s o rie n ta le s , al igual que en los occidentales (y no olvidemos las m in ia tu ra s , e n que tan a m enudo aparece el tema), el jardín es un lu g a r d o n d e florece el sueño. Persas y á ra b e s s ie n te n u n a auténtica pasión por los jardines (por otro lad o , b ie n ju s tific a d a p o r el clima). Son abundantes en Las mil y una n o ch es, a u n q u e sean jardines reales: Me parecía estar en un jardín delicioso: veía árboles por todas par tes, unos cargados de frutos verdes y otros de frutos maduros, y de riachuelos de agua tranquila y clara que hacían agradables revueltas. Probé los frutos, que encontré excelentes, y bebí de ese agua, que parecía ofrecérsem e40. O jardines fa b u lo so s: bajó de la terraza y se detuvo en el jardín para observar los frutos que no había visto antes sino al pasar. Los árboles de este jardín es* Colón, p. 68. 39 Colón, P rim er V ia je , p . 68. 40
Uc hahi^H*nt° v‘aí e d e S im b ad » ; G arnier-F lam m arion, t. I, pp. 268-269. Mandevide «ma dC á rk ° les q u e , e n E g ip to , «llevan siete veces fruta en el año» (p. 37), y no t|e nzan*s» deliciosas llam ad as «m anzanas del paraíso» (p 37), «y cada manza$in duda m^S de c‘e n manzanas>> (P 38). E n la India hay una fuente cuyas aguas, yeCes a’ vienen del P a ra íso , « u n a fu en te qu e tiene olor y sabor Y quien bebe tres 8a* (ddC v ?e% Uas d c e sta f u c n tc - q u ctla sanado de cualquier enfermedad que tendin del p j'326, ed lció n c ñ a d a p o r el au to r). Se reconocen ahí elementos del Jar-
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Uban todos repletos de frutos extraordinarios. C ada árbol tem¿ ú ferente color, los había blancos, relucientes y transparentes con J cristal; rojos, unos más intensos que otros; verdes, azules, \ miel! (...) Los blancos eran de perlas; los relucientes y transparentes,! diamantes; los de color rojo más fuerte, de rubíes; los de color roj más suave, de corindones; los verdes de esm eraldas; los azules dettí quesas; los violetas, de amatistas (...), y estos frutos eran todos** un tamaño y de una perfección sin igual en el m undo41. .
Tam bién nuestros cuentos e u ro p e o s h a n u tiliz a d o el tema dd jardín, pero con un sentido m ás sim bólico y m ístic o . E l ámbito dd unicornio es, precisamente, el ja rd ín . V ie ja s b a la d a s , c o m o «Lab* Ha está en el jardín del A m or», re v e lan u n a in sp ira c ió n poética* que se adivina la mística am orosa. E n fin , e n c u e n to s m ás «reciet* tes», pero en los cuales el sim bolism o e s p a rtic u la rm e n te rico, como La Bella y la Bestia, se co n tin ú a a n im o s a m e n te la tradición; Se dirigió al jardín, donde a pesar del rigor del invierno notó, coa» si fuese primavera, que las más raras flores exhalaban un perfuu* encantador. Se respiraba un aire suave y tem plado. P á ja ro s de toda clases mezclaban sus gorjeos al vago murmullo de las aguas, forma do una deliciosa armonía42.
La
n o s t a l g ia d e l p a r a ís o
Los jardines naturales com portan un re g u sto del Paraíso. Joifl* dain de Séverac hace una descripción d e C e ilá n casi edénica U enum eración de las aves es in te resan te ta n to p o r la fascinación q# ejercen sus colores (tem a clásico de los c u e n to s m aravillosos y * las pinturas del paraíso) como p o r la co n clu sió n d e l au to r: D e avibus autem dico: (...) sunt alb ae a liq u a e sicut nix per totuia aliquae virides sicut herba; aliquae m e d io ru m colorum coloratae.* tanta quantitate et jocunditate, q u am n o n p o te st dici. Psittaci vel papagii, uniuscujusque colorís in g e n ere su o , excepto colore ^ gro, quia nunquam nigri in v eniuntur, sed albi p e r totum , c^v,Iv¿ et rubei, et etiam colorís perm ixti. V id e n tu r recte aves istuifl^ creaturae Paradisi43. («H ablando de los pájaros, diré q u e algunos de ellos son com o la nieve; otros, rojos com o g ran o d e escarlata; otroS’ des como la hierba; otros, en fin, d e co lo res tan variados y he
41 « H is to n a d e A ladino»; G a m ie r - F la m m a r io n , t. I I I , p . 79. *2 C o n d e s a d ’A u ln o y (C lub d e s L ib r a ir c s d e F r a n c e . L e s Libraires 19651, p . 34. 4 Í J o u r d a i n d e S év erac, p. 50.
Im m tn r M
P u e d e describir. Periquitos y papagayos de todos
los c o lo r e s , p e r o n u n c a negros: los hay blancos, verdes, rojos, inclu so d e c o lo r e s m e z c la d o s. A decir verdad, estos pájaros de ia India p a r e c e n c r ia t u r a s d e l P araíso»),
A sí se e s ta b le c e la re la c ió n en tre los seres de este país real y los del P araíso. P o r o tr o la d o , la descripción continúa hasta form ar un todo m uy c o h e r e n te . S e h a b la de una alberca en medio de la cual crece un á rb o l. T o d o o b je to m etálico que allí cae, se transform a en oro; to d a h e rid a o lla g a fro ta d a con una hoja de ese árbol, queda sanada44. L o s a n im a le s s o n m ás grandes que en otros lugares, y a menudo m uy e x tr a ñ o s , c o m o los dos gatos alados que el autor vio durante su e s ta n c ia e n C e ilá n . A lgunos árboles tienen hojas tan enorm es q u e c a d a u n a d e e lla s puede albergar hasta cinco hom bres45. En o tra isla , h o m b r e s y m u je re s van desnudos, y no se guare cen sino tra s u n a e s p e c ie d e c o rtin as: E st e t a lia í n s u la u b i h o m i n e s e t m u lie r e s o m n e s sim pliciter incedunt nu d i ( . . . ) I s t i , d e p a n n i s q u o s e m u n t , fa c iu n t a d m o d u m co rtinarum p a ñ e te s ; n e c c o o p e r i u n t s e , n e c v e r e c u n d ia s su as, aliquo tem p o re m u n d i46. (« H a y t a m b i é n u n a is la e n q u e h o m b r e s y m u je re s van d esnudos, co n to d a i n o c e n c i a . C o n t e l a s q u e a d q u ie r e n , co n feccio n an unas a m o d o d e c o r t i n a s , y n o s e v i s t e n n u n c a , y n o c u b re n ni siquiera sus v e rg ü e n z a s , c u a l q u i e r a q u e s e a la e s ta c ió n d e l a ñ o » ).
Se tra ta d e la p r i m e r a d e s c rip c ió n d e un país real llevada a cabo por un v ia je ro q u e e f e c tiv a m e n te lo h a visto47 con la suficiente cla ridad com o p a r a a s im ila r la a la s d e l p a ra íso terren al propiamente dicho. Esa p ro fu s ió n v e g e ta l y a n im a l, e sa sim plicidad de la desnudez hum ana, se h a lla n t a m b i é n e n el tríp tic o del Jardín de las delicias del Bosco. A v e s , a n im a le s v a ria d ís im o s , e n o rm e s frutos, seres hu manos q u e v iv e n e n a m p o lla s d e v id rio (n a d a im pide com parar és tas con las « c o rtin a s » — c o r tin a r u m p a ñ e te s del texto mencionado), así com o la p r e s e n c ia d e l a g u a , d e fu e n te s ... to d o ello parece como *a ilustración d e l t e x t o d e J o u r d a in . El te m a d e l P a r a í s o , e n e f e c to , e s u n o de los grandes asuntos la lite ra tu ra m e d ie v a l d e v ia je s . E l P a ra ís o es o b je to de una bús queda b ien r e a l, y si e n o c a s io n e s a lg u n o s v ia je ro s piensan que nunt H>id.,: « e st a q u a u n a e t in m e d i o q u a e d a m a rb o r. O m n c m ctallum quos lavatritaCUni aq ua c f f ic itu r a u r u m ; o m n is p la g a , in q u a p o n u n tu r folia illius arbons inm cd iatc c u r a tu r » . na -t°u rd a in d e S é v c r a c , p . 50: « S u n t a r b o r e s q u a e d a m q u a e babent folia ila mag¿ u o d p a ssin t s ta r e q u i n q u é v c l s e t h o m in e s , valde b cn e sub um bra illius». 47 J o u rd a in d e S p e v e r a c , p . 5 1 . Es d e c ir, « p r im e r a » e n e l c o r p u s q u e h e m o s seleccionado y delim itado.» m .
ca llegarán a encontrarlo, hay otros que c o n tin ú an aferrados a vj creencia. . , Pero existen paraísos engañosos. El viajero p u e d e encontrarse; con peligrosos y maléficos espejismos que le llev arán a creer quej se halla ante el Paraíso, y ello por verse atra p ad o e n tre las image-i nes vividas de una naturaleza tan generosa com o en el alba de los] tiempos (que ofrece un parentesco tan próxim o al E d én original)) las imágenes soñadas del Paraíso T errenal, lugar ún ico , geográfica-: mente delimitado (si no incluso «situado»), lugar tam bién histórico; — hasta arquetípico— del primer hom bre. Entre los países donde la naturaleza es pró d ig a en toda clase de bienes, los hay civilizados, donde «lujo, calm a y voluptuosidad- pri man sobre la visión del jardín edénico. A llí, la existencia paradisía ca es para los privilegiados. De tal m odo describe M andeville. como en una atmósfera de ensueño, la vida de los m andarines (término que él no utiliza, pero que puede deducirse sin problem as)48 Son aquellos que viven «sin facer ningún fecho d ’arm as»49. Su nacimien to les otorga tal existencia. El m andarín está ro d e a d o de mujeres, cincuenta doncellas y m u jeres q u e le s irv e n a c o m e r cada ñen y facen otras cosas que le p la c e n 50.
día. yta
Le sirven la comida y le cantan m ientras le llevan a la boca, uno a uno, trozos de alimento,de modo que el señ o r no toca nada coo sus manos (sus uñas son tan largas, que se e n rro llan en torno a lo* dedos): «y desta manera vive» . Hay en sus ja rd in e s un peq u eñ o pabellón («monesterio») muy ricam ente a d o rn a d o , donde el man' darín se retira para tomar el fresco: y este m onesterio no es fech o sin o ta n s o la m e n te p o r su placer51-
Lo que fascina a Mandeville es precisam ente que el placer & el único fin de una existencia tal, fascinación q u e se encuentra bién muy a menudo en otros autores b a jo d iferen tes formas. Elp!r cer perfecto en este mundo es objeto de una búsqueda tan ap3^ nada como engañosa. En la ya m encionada «H istoria del tercer viche ciego» se narra un episodio q u e, curio sam en te, hace peflS* en el de Mandeville y en el análogo de M arco Polo53: ----------------
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48 Gracias a detalles como éste, «y la nobleza dellos es te n e r grandes uí,a5p certas alargar y crescer en manera que ellos encubren las m anos; y esta es gr bleza* (p. 180). 49 M andeville, p. 180 *>y 51 Ibid , pp. 179 y 180. 52 M andeville, p 180. ,.\(r 53 M arco Polo, capítulo 8 3 , pp 1 8 8 - 1 8 9 : sobre las innum erables m u j e r e s o
Khan. 98
Me encontré frente a una puerta abierta, por la que penetré en un gran salón, donde estaban sentadas cuarenta doncellas, de una be lleza tan perfecta que la misma imaginación no podría ir más lejos. Estaban magníficamente ataviadas. Cuando me vieron, se levanta ron todas al mismo tiempo (...) «Hace mucho tiempo (...) que es perábamos a un caballero como vos»'4. Se ponen a servirle, no sin antes pedirle «una relación de su via je»55, y satisfacen to dos los deseos del caballero durante un año. Después... D esp u és el viajero tendrá que sufrir una prueba, y-si tie ne éxito, ese paraíso le pertenecerá para siempre, para lo cual ten drá que resistir la o p ortuna tentación. Por desgracia fracasa, por que, en este m u n d o , el paraíso no es para criaturas débiles, como son los hom bres. Odorico c u en ta u n a historia predilecta de todos los viajeros, la del «Viejo de la M ontaña». El anciano en cuestión había cercado una m ontaña, donde tenía encerradas las más bellas doncellas que había podido en contrar, y toda clase de cosas que podían dar placer al cuerpo hu mano, y llamó a este lugar Paraíso56. El cual se ab ría a jóvenes vigorosos; una vez que habían gusta do sus delicias, el viejo los dorm ía con un brebaje soporífero y los hacía transportar lejos de la m ontaña. Cuando despertaban, com parecían ante él, quien les anunciaba que nunca retornarían al «pa raíso» a m enos que m atasen a ésta o aquélla persona. Los jóvenes obedecían, deseosos de regresar; de este modo tenía siempre ase sinos a su servicio. M arco Polo cuenta la misma historia con más detalles57. Los jóv en es de que disponía el Viejo de la Montaña, se llamaban, precisam ente, «asesinos»58. Al contrario de Odorico, que pasa rápidam ente po r las delicias de este «paraíso», Marco Polo se detiene con m orosidad en describir el jardín, sus cuatro ríos (de vino, leche, m iel y ag u a), los dorados palacios, etc.59. Entre los paraísos engañosos hay uno que destaca de forma ori ginal, el de A ntoine de La Sale. U no de los pasajes más interesan-*
* «Historia de los tres D erviches ciegos»; Gamier-FlammarioD, t. I, p. 191.
55 Ibid.,
p. 192.
56 Odorico, p. 474. ” Marco Polo, caps. 42-44, pp. 95-100. 59 «Asesinos» o haschishins. Este episodio, con aspecto de cuento, corresponde de hecho a una realidad mstónca. A bundantes fuentes (véase Henri C ordier, Odoric, pp. 476-483, n 1-5) oc cidentales, árabes y chinas, nos hablan de los «asesinos», nombre que les fue dado a os ismaelitas por la costum bre que tenían de tomar haschish. El ambiente de «inoxicacton» descrito por los viajeros está históricamente documentado Tan poderoca r f ? a - • an‘9 u,lada en 1256 por el khan mongol Hulagú Por lo tanto, en la époser l VI^j,e • ^ arco Polo el m encionado suceso histórico había podido pasar ya a
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tes de La Saladle está dedicado a narrar una experiencia de! .m„r durante su subida al monte de la Sibila, en los A peninos, entre An] cona y Spoleto; ello ocurrió el 18 de mayo de 1420. D e La Sale desl cubrió en la cima una gruta de la cual partían unos conductos sub* terráneos que se suponía llevaban al paraíso de la reina Sibila De La Sale no llegó nunca allá, pero cuenta lo que le narraron dos hora* bres, los cuales formaban parte de un grupo de cinco que alguno* años antes habían iniciado la búsqueda de ese m undo subterráneo. El héroe de la aventura era un caballero alem án, ya que las gente* de este país son «muy viajeras y buscadoras de las av en tu ras del mundo»40. Después de un trayecto extrem adam ente peligroso, el caballero, junto con su escudero, llegó hasta una serie d e salas ri camente adornadas, donde encontró gran cantidad de damas, doncellas, caballeros y escuderos. Fue conducido ante la reina, quien, al igual que sus súbditos, sabía hablar todas las lenguas dd mundo, un don que, al cabo de cierto tiem po, recibían también loa huéspedes del reino. La soberana informa a sus visitantes que allí todos son inmortales:
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«Y todavía hay algo más», dijo la reina, «porque permaneceremos en el estado en que nos veis mientras dure el mundo». «¿Cieno, se ñora?», replicó el caballero. «Entonces, vos y los vuestros sois loa más felices de todos. Y cuando acabe el m undo, señora, ¿qyé serf de vosotros?» Dijo ella: «ocurrirá con nosotros lo que está orden* do, y no queráis saber más»606162.
La respuesta es inquietante, porque el fin d e l m u n d o verá el cas tigo de todos aquellos que no han vivido d e a cu e rd o con la ley divina.
Las costumbres de ese país son tales que los visitantes no pufden salir de él sino en unas fechas concretas: después de n u e v e días, de treinta, de trescientos. Si no se han m archado transcurridos tres cientos treinta, no lo podrán hacer jamás. D espués de trescientos días de placer, el caballero se pone a reflexionar; piensa en DK#a quien había olvidado durante todo ese tiem po; piensa en la vid* pecadora que allí ha llevado. Comienzan a preocuparle algunasd* cunstancias de aquella vida paradisíaca: Cuando llegaba el viernes, a la media noche, sus acompañante** levantaban y se alejaban de la reina, al igual que todos los den*' Permanecían en cámaras y otros lugares semejantes en estado de^ lebras y serpientes, todos juntos, y así se estaban hasta la medial che del sábado, en que todos regresaban junto a la reina, quien* : mañana siguiente aparecía más hermosa que nunca. Pues jam^ vejedan, ni sabían que cosa es el dolor... 2. 60 L a Salade, p 89, versión B. 61 L a Salade, p 94, versión B. 62 L a Salade, p. 97, versión B.
h a c e p e n sa r en la leyenda de Melusina, así como en los sabbaís d e las b ru ja s (notas comunes son la capacidad de metam orfosearse y las afin id ad es con la naturaleza de las serpientes): el texto p e rte n e c e al siglo X V , época en la que la «caza de brujas» co mienza a te n e r c a ra c te re s inquietantes El p araíso e n cu estió n es muy ambiguo; allí no ocurre nada malo, p e ro la ú n ic a cosa condenable es el placer que en él reina: Finalmente, hay en él tantas delicias mundanales como el corazón po dría imaginar y la lengua decir63. S em ejante es la am b ig ü ed ad del Jardín de las delicias del Bosco. La lum in o sid ad y la serenidad del panel central hacen casi in verosímil u n a c o n d e n a c ió n m oral de los seres que lo pueblan. Y sin embargo, ciertas señ a le s indican la fragilidad de ese universo (las ampollas de v id rio , p o r e jem p lo ), la latente bestialidad (los anima les que sim bolizan la lu ju ria ), el frenesí del placer (esas gentes que muerden áv id am en te frutos gigantescos). Este tema del «jardín de las delicias te rre n a le s» q u e no puede ser sino un paraíso engaña dor, es uno d e los m ás frecu en tes en los libros de viajes. El viajero marcha hacia u n a s u e rte de A bsoluto, y t,qué universo sería mejor que el Paraíso o el In fiern o , es decir, los extremos del ser humano? La descripción del P araíso T errenal propiamente dicho no apa rece muy a m e n u d o en los viajeros, los cuales, sin duda, no lo han visto: Del paraíso, por cierto, no vos osaría fablar propiamente, porque yo no he ende estado, de lo cual no soy contento, porque yo no soy digno64. No pueden re fe rirse a ese paraíso sino «de oídas». Es lo que se propone hacer M andeville: Y este paraíso es cercado de muro, y no sabe hombre de qué es aquel muro. Y están cubiertos los muros de boira, y no se parece piedra ni otra cosa de los muros; y extiéndense los muros contra la vía de la Tramontana, y no hay sino una entrada, la cual está cercada de fuego ardiente, de manera que ninguna persona mortal puede en trar. En el más alto lugar, en medio del paraíso terrenal, está la fuen te que echa los cuatro ríos que corren por diversas tierras65. Esos ríos son el Fisón (o G anges), en el que se hallan «muchas piedras preciosas, y m ucho m adero de áloe e gran mena de oro»; el Agrón (o N ilo); el T igris y el Eufrates. Tal es la imagen esque mática del P araíso T e rre n a l. M andeville no dice nada de lo que en “ La Salude, p. 97, versión B. M andeville, p. 176.
Ibid.,
pp.
1 7 6 -1 7 7 .
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é\ hay; se refiere únicamente a sus lím ites e x te rio re s y a sus cu.iirp ríos. Puede decirse que si los viajeros no d e sc rib e n el P a r a ís o es por. q u e se preocupan poco de imaginarse cóm o e s, y a q u e se trata de algo bien conocido, o acaso porque no q u ie re n d e sc rib ir un lugar al qu e, evidentemente, no pueden llegar. D e h e c h o , es muy proba ble que la descripción de ese paraíso ideal c a re z c a ta m b ié n de sa bor. Para los viajeros, una vez que han d e sc rito los lu g a re s reala — los cuales proporcionaban ya una idea d el p a ra íso te rre n a l bas tan te completa y coherente— parecía inútil im a g in a rse otros apro piados para el único paraíso «oficial». C om o c o n secu en cia, las ¡migenes que ofrecen son las que ya hem os se ñ a la d o al h a b la r de los jardines de delicias. Sin embargo, el caso de C ristóbal C o ló n m e re c e m en ció n apar te. No se contenta con hacer, de m an era d isp e rsa , descripciones de una naturaleza paradisíaca, pues tenía la firm e convicción de estar navegando por parajes próximos al P araíso T e rre n a l:
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Y digo que si no procede del Paraíso T e rre n a l q u e viene este ríoy procede de tierra infinita, pues el A u stro , d e la cual fasta agora» se ha habido noticia66.
Es continua la insistencia de C olón en e ste p u n to ; así termin» la relación de su tercer viaje: Y agora, entre tanto que vangan noticias de e sto , de estas tierras agora nuevamente he descubierto, en q u e ten g o sen tad o en el ánij#**• que allí es el Paraíso T errenal, irá el A d e la n ta d o con tres naviosbií® ataviados para ello a ver más a d elan te, y d escu b rirán todo lo quepü‘ dieren hacia aquellas partes67.
Im aginem os qué efecto debió de p ro d u c ir ta l declaración: t*** b arco s a la conquista del P a raíso ..., y to d o ello d u ra n te una ir ^ sía del Atlántico. P ara sustentar su hipótesis. C olón se fu n d a en d a to s tornad, un p o co por todas partes68. Se tra ta de p ro b a r la concordancia ta le s d ato s con su propia experiencia. u\ H e aquí lo que dice M andevillc de la situ ació n geográfica P araíso : Paraíso terrenal dicen que es la m ás a lta tie rra del mundo, Y a lto que cuasi toca el círculo de la lu n a; p o r el cual círculo huce su curso69. 60 T e r c e r V ia je , c a ria a los R e y e s, p. 186. • 7 ¡ b td . p 188. •• V í a s e s o b re to d o el T e rc e r V ia je , p p . 185-186. M a n d e v illc . p . 176.
Se trata, sin d u d a , d e u n a localización muy vaga. P ara un n a v e gante, es una sim ple in d ic a c ió n , y C olón considera que n a d a p re c i so se ha escrito n u n ca a c e rc a de e sta cuestión: Y no hallo ni jam ás he hallado escriptura de latinos ni de griegos que certificadamente diga el sitio en este mundo del Paraíso Terre nal, ni visto en ningún m apam undo7". Aunque existan m a p a m u n d is en que aparece el Paraíso T e rre nal (el de H e re fo rd , p o r e je m p lo ), no puede decirse q u e se halle verdaderamente localizado. L a única indicación es que se en cu e n tra en O riente, allá d o n d e el m u n d o acaba. Ya en su p rim er viaje Colón está co n v en cid o de a c e rc a rse a tales lugares: Maravillóse en g ran m anera ver tantas islas (...), y dice que cree que estas islas son aquellas innumerables que en los mapamundos en fin de O riente se p o n e n 71. El ju e v es 21 d e f e b r e r o d e 1493, ya de regreso hacia España, nota C olón q u e d e s p u é s d e h a b e r d e ja d o atrás «las Indias-», la mar se vuelve in q u ie ta y to r m e n to s a . H a sta entonces, «había siempre buenos tie m p o s y q u e u n a s o la h o ra no vido la m ar que no se puediese bien n a v e g a r» 72: Concluyendo, dice el A lm irante que bien dijeron los sacros teólogos y los sabios filósofos que el Paraíso Terrenal está en el fin de Orien te, porque es lugar tem peradísim o. Así que aquellas tierras que ago ra él había descu b ierto es —dice él— el fin del Oriente73. Tal co n vicción se re f u e r z a e n c a d a v iaje, y C olón llega, durante el tercero d e e llo s , a fo rm a rs e la o p in ió n de que el m undo no es enteram ente e s f é r ic o , sin o q u e tie n e form a de p era, cuyo extremo corresponde al P a r a ís o T e r r e n a l74. E llo c o rro b o ra la idea de Mandcville y de o tro s m u c h o s a u to r e s , según la cual el paraíso «es la tierra m ás a lta d e l m u n d o » : Llamo yo fin de O rien te que, en pasando de allí al cia el ciclo su av em en te, y cia y se m uda el aguja de
adonde acaba toda la tierra e islas (...), Poniente, ya van los navios alzándose ha entonces se goza de más suave temperan m arcar73.
La e x p re sió n « y a v a n lo s n a v io s a lzá n d o se hacia el cielo suaveC olón, T e rc e r V ia je , p 183. PV,m cr v i» jc , m ié rc o le s , 14 d e n o v ie m b re de 1492; d . 61 y P rim e r V ia je , p. 147. ;s VéuHc n u e s tro c a p ítu lo I, « C o sm o g rafía» . •creer V ia je , p. 1H1
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m en te» es una frase de ensueño. M a s p a r a Colón s e tra ta de , realid ad. C on objeto de convencer a los d e m á s d e q u e h a descubierta -i proxim idades del Paraíso, alega C o ló n g r a n n ú m e r o d e prueban \\ llegar a los veinte grados al n o rte d e la lín e a e c u a to r ia l, ha enca tra d o , a lo largo de la costa a fric a n a , h o m b r e s m u y n e g ro s y tierras abrasadas por el sol («allí es la g e n te n e g ra e la t i e r r a m uy quema d a » )76*. Llega hasta Sierra L e o n a ; d e s p u é s n a v e g a h a c ia el oeste, er. m edio de «extremos calores», y se r e m o n ta , d ic e , m á s allá de L i nea ecuatorial. De hecho, C o ló n n u n c a p a s ó e l e c u a d o r , si es verdad que, como afirm a, en su e x p lo ra c ió n d e la c o s ta africana no fue más lejos de Sierra L e o n a . Sí lo h a b ía h e c h o e n sus suposicio nes, pues imagina que ha n a v eg a d o h a s ta s u p e r a r e l ecuador de< pués de lo cual descubre la isla T r in id a d ( n o le jo s de las cos:asj venezolanas y de la d esem b o cad u ra d e l O r in o c o ) . E s allí donde em pieza a percibir algunas de las c a ra c te rís tic a s d e l P a ra íso : tempera*; tura muy suave, herm osa v e g e ta c ió n , b e llo s tip o s humanos ■ En su prim er viaje. C olón tra z ó u n c u a d r o id e a l de las gentes que había encontrado. A u n q u e L a E s p a ñ o la e s tu v ie s e lejos de la zona paradisíaca, allí la h u m a n id a d r e s p ir a b a e l a m o r y la inocen cia del Edén: Creo que no hay mejor gente ni m ejor tierra: ellos am an a sus prj* jimos como a sí mismos, y tienen un h ab la la m ás dulce del mun<* y mansa, y siempre con risa. Ellos andan d esn u d o s, hombres v jeres, como sus madres los parieron. M as, c re an V uestras Ai'fZ3$ que entre sí tienen costumbres muy b u en as78. El Paraíso, por lo ta n to , se e n c u e n tr a p o r e n c im a de la l¡n¿* ecu atorial. Colón no tiene la in g e n u id a d n i la p re te n s ió n de afir111 q u e p odrá llegar hasta allá, p e ro sí c re e que allí es el Paraíso Terrenal, adonde no pu ed e llegar nadie. por voluntad divina79.
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S abe Colón que los ríos q u e p ro c e d e n d e l P a ra ís o son de n^ j fu e rte s corrientes. Por su p a rte , M a n d e v ille , q u e no hace sin °^| p e tir lo que otros han dicho a n te s d e é l, d e d ic a u n p árrafo bas^ e x te n s o a las defensas n atu rales d el P a ra ís o : por cuanto no podría llegar al paraíso te rre n a l, porque por t>erf3 puede ir por las bestias salvajes, y por las m ontañas y rocas, rtV $ i no podría ninguno pasar, y por los lugares peligrosos y p o r10 7
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por la agua que corre tan reciamente que veréis venir así grandes onas, que ninguno no podría navegar; y asi trae tan gran ruido que no se oirán unos a otros, por alto que fablasen80. C u an d o C o ló n llega a las bocas del Orinoco se siente muy sor prendido «m uy conform es»81 las señales que ve con las que m en cionan «to dos los sanos teólogos»8'. Se tratan, para él, de «grandes indicios» . L as aguas del golfo de Paria le parecen provenir del Paraíso:84 y que de allá de este golfo corre de continuo el agua muy fuerte ha cia el Oriente, y que por esto tienen aquel combate estas dos bocas con la salada85. Esas «bocas» son los dos canales por medio de los cuales el gol fo de Paria, c e rra d o p o r la isla Trinidad, se comunica con el océa no. El agua del golfo es dulce, y Colón se sorprende grandemente de que «tanta c an tid ad de agua dulce fuese así dentro e vecina con la salada»86. E stá convencido de que el río que alimenta el golfo de Paria viene del Paraíso: Y si de allí del Paraíso no sale, parece aún mayor maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tart fondo87. Colón ha llegado al golfo de Paria en julio-agosto, es decir, en el justo m om ento en que el río. crecido por las lluvias, lleva una masa de agua m ucho m ás extraordinaria que lo acostumbrado. El Padre Las C asas describe así tal situación: Esta masa de agua es arrastrada hacia el mar, el cual por su parte y naturalmente, ejerce su presión sobre la tierra; y como este golfo está limitado por el continente por un lado y por el otro por la isla Trinidad, es demasiado estrecho para que esta impetuosa corriente, de modo que su choque produce una violencia terrible, muy peligro sa para los que allí se encuentran88. Colón se e n fre n ta con tal peligro por dos veces, pero es capaz de hacer un buen análisis del fenóm eno y fuera de todo contexto mítico, si bien é ste , de todos m odos y paralelamente, existe para él. Sin em bargo, los nom bres que da a los dos canales, «Boca de la Serpiente» y «B oca del D ragón», llevan en sí la marca de un com80 Mandeville, p. 177. \ 82 y 83 T ercer V iaje, p. 184. P. 184: «y creo que pueda salir de allí esa agua, bien que sea lejos, y venga a parar allí donde yo vengo y faga este lago». “ Ibid.. p. 183 “ y " ' Ibid., p. 184. P 450, nota 32 (según la edición citada por el autor). 105
bate tan mítico como real... Lo que C olón h a experimentad* esas «bocas» coincide con lo que M andeville se ñ a la a propósit. los audaces que han intentado p en etrar en el P araíso Ierre: Muchos grandes señores y de gran esfuerzo, h an tentado de ¡r: aquel río la vía del paraíso con gran com p añ a; m as jam ás lo har: dido acabar; antes murieron muchos por la g ra n fatiga y cama: de remar y navegar contra las ondas de la ag u a; y muchos otr-> tomaban flacos, y muchos sordos por el so n id o d e la agua; v mu. otros se afogaron en el río; de form a q ue ningún hom bre m ••• pudo llegar ai paraíso, si no fuese por especial gracia de Di El primer encuentro de C olón con el f u r o r d e la s aguas que nen del «Paraíso» da ocasión a u n a d e s c rip c ió n extraordinaria!]..: te poderosa, y la emoción que e x p e rim e n ta e n to n c e s , la efervesa* cía de lo vivido, hacen que su te x to a p a r e z c a c o m o recorrido per una suerte de terror sagrado: Y en la noche, ya muy tarde, estando al b o rd o de la nao, 01 un n¡a muy terrible que venía de la parte del A u stro hacia la nao, y me ?-"• a mirar y vi levantando la mar de Poniente a L evante en maner a una loma tan alta como la nao, y todavía venía hacia mí poco a :vx y encima de ella venía un filero de corriente que venía rugiendo-'O) muy grande estrépito, con aquella furia de aquel rugir que de & otros hileros que yo dije me parecían ondas de mar que daban s peñas, que hoy en día tengo el m iedo en el cu erp o que no me irt bucasen la nao cuando llegasen debajo de ella; y pasó y llego e f¿su la boca, adonde allí se detuvo grande despacio . Si Colón continúa recordando d e ta l m o d o e l h e c h o de habetf en frentado con semejante peligro, re c u e rd a ta m b ié n las penas frim ientos, fatigas y vigilias, de sus a v e n tu r a s , d e las que sufre ra las consecuencias: había adolescido por el desvelar de los o jo s, que bien que elVli){ que yo fui a descubrir la tierra firme estuviese trein ta y tres concebir sueño y estoviese tanto tiem po sin vista, non se me ron los ojos, ni se me rompieron de sangre y con tantos dolores^ agora*9091. H a b la por sí sola la sem ejanza d e l te x to d e M andeville (qu
dad, recupera las categorías primarias de lo vivido, que lo han crea do en el pasado. Colón ha estado «realmente» en las proximidades del Paraíso T errenal. Por desgracia, será el único que tenga tal convicción. Ni sus soberanos ni España tomaron en serio tal idea. El viaje al Pa raíso, que hubiera debido concluir gloriosamente, no aportará a Co lón sino tristeza e indignación. T anto se tra te de «jardines» maravillosos con coloración edéni ca como del Paraíso Terrenal, todas estas evocaciones, toda esta búsqueda, revelan el mismo y único instinto mítico que Eliade lla ma, sencillam ente, la nostalgia del Paraíso. Esta nostalgia, y los mi tos que la expresan, reaparecen con notable continuidad a lo largo de la historia del ser humano: se puede suponer con justicia que el recuerdo mítico de una felici dad sin historia fascina a la humanidad desde el momento en que el hom bre tom a conciencia de su situación en el Cosmos92.
Si el m ito se encarga de evocar, en sentido estricto, el illud tempus de los orígenes, el más original de los lugares de aquel tiempo es el Paraíso. Es anterior a la Historia: la comunicación con el Cielo era, in illo tempore, fácil, y el encuen tro con los dioses tenía lugar in concreto**3.
Al favorecer la ruptura con los tiempos históricos, el mito tiene la misión de restablecer esa comunicabilidad. Encontrar el Paraíso es, pues, volver a los orígenes y recuperar el estado primigenio de perfección. Los indicios del Paraíso que descubre Colón, la naturaleza edé nica que muchos viajeros admiran, no son los únicos ejemplos de ese estado primigenio: los «buenos salvajes», no dejados de envi diar por tantos hasta tiempos modernos, son, para muchos, testi monios casi «contem poráneos de esa época mítica primigenia»94. Las gentes que M arco Polo, Jourdain de Séverac o Cristóbal Co lón encuentran, viven en feliz libertad, tanto por lo que se refiere al vestido como a las necesidades materiales y al sexo; tienen cos tumbres irreprochables y son considerados como encarnación del es tado edénico: El estado de inocencia, de beatitud espiritual del hombre antes de su caída, del mito paradisíaco, se transforman en el mito del buen salvaje, el estado de pureza, de libertad y de beatitud del hombre ejem plar en una Naturaleza maternal y generosa95. H Eliade, Mythes. réves et mystéres; Idées/Gallimard, p. 93. “ tbid., p. 86. P 9J tbid., p. 44. Ibid., p. 42. Eliade añade (p. 31) que «la ‘Naturaleza', y sobre todo la Natu107
Los propios indígenas a los que se a trib u y e e l p a p e l d e tro s míticos» creen en el mito del b u e n s a lv a je : Hay algo que merece destacarse: el «buen salvaje» de los vi.-,,,., ideólogos de ios siglos XV-XV1U conocía ya el m ito del H,u „ SaJ vaje; era su propio ancestro mítico y había vivido realmente una, w tencia paradisíaca (...) Pero este Buen A ncestro Prim igenio, ul(1X) el ancestro bíblico de los europeos, había perdido su paraíso ram.j b»én para el salvaje la perfección se hallaba en los orígenes*] Estas perspectivas, en que el p u n to d e o rig e n retrocede cons tantem ente hacia el Infinito («infinito» q u e , d e m o d o paradójico, es la «perfección» inicial), testim onian, e n e fe c to , la p ro fu n d id a d y la universalidad del mito paradisíaco. LOS VIAJES INIC1ÁTICOS La búsaueda del Paraíso es uno de los a sp e c to s m ás seductores de la nostalgias de los orígenes, pero los m ito s q u e los expresan tie' nen paralelismos con otras series m íticas. L os m ito s heroicos, las mi* | tologías de la M uerte, constituyen o tra vía « p a ra a b o lir la duración | temporal —en otras palabras, la existencia h istó ric a — y recuperar \ la situación primigenia»97. S im bólicam ente, m o rir es regresa* a da ✓ Noche Cósmica para poder ser creado de n u e v o , es decir, para po der ser regenerado»9®; es recuperar un e sta d o pre-form al: «es nc* | cesario abolir la obra del Tiem po, re c u p e ra r el in sta n te aurora! pre vio a la Creación»99. Por el contrario, n a c e r es p a sa r d el Caos a la Creación, repetir la gesta prim igenia de la C o sm o g o n ía. Pues muer te y resurrección constituyen, p rec isa m e n te , el esq u em a básico de los ritos iniciáticos: «morir», volver al c o m ien z o , «significa una reac tivación de las fuerzas sagradas»100. L a m u e rte d e la existencia pro* fan a permite al individuo renacer de a c u e rd o co n un m odo de ser to talm en te diferente, que no deja lugar p a ra lo incom pleto; reviví el m ito es, así. «entrar en la historia sa g ra d a del M u n d o y de 1 H um anidad» . ^ E sta forma iniciática de m uerte y de n a c im ie n to se transparen^ m uy a m enudo en los libros de viajes. E n sí m ism o, el viaje-es' u n soporte iniciático. Si tom am os com o u n id a d referencia) el cue^ to m ítico 102, hallaremos muchos aspectos suyos en los libros de"
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r a le z a e x ó tic a , no h a perdido nunca e sta e s tr u c tu r a y f u n c ió n p a ra d isía c a, ni siQulf ra e n la é p o c a del positivism o m ás obtuso»*. *• / bi d , p 45 w “ y w Ibid., p . 274. ,0° E lia d e , Iniliations, rites, sociétés secrétes; I d é e s /G a llim a r d , p. 16. 101 Ibid., p 21. en 102 E n u n a p rim era versión del p re s e n te c a p ítu lo (c f. la te sis defendida e n la U n iv e rs id a d 'd e A ix*en-Provencc c o n el títu lo d e M o n s tr e s , d ém o n s íl U e s ...), a n a liz á b a m o s de m odo d e ta lla d o u n h e rm o s o c u e n to d e Las m il y
jes. U nas veces, si aparecen b a jo la form a de episodios, tien en la suficiente cohesión com o p a ra poder ser considerados cu en to s en miniatura, p e ro en el m arco de un conjunto m ás vasto; por el co n trario, otras veces los e le m e n to s m íticos aparecen disem inados por la narración, de acuerdo con las circunstancias, y d ep en d erá de la percepción a la vez analítica y global del lector la posibilidad de ex plotar esa m ateria prim igenia. E l p a ís d e irás y no volverás es algo familiar para muchos via jeros. Así, la tripulación de C olón se inquieta durante el primer viaje de m odo extraordinario ante la calma chicha de la mar; Y como la m ar estuviese mansa y llana, murmuraba la gente dicien do que pues por allí no había mar grande, que nunca ventaría para volver a E sp arta-p ero después alzóse mucho la mar y sin viento, que los asom braba10 .
Cada «anom alía» que se p re se n ta durante el curso del viaje pro voca el miedo de m odo in m e d ia to . El lunes 17 de septiembre de 1492, tomaron los pilotos el Norte marcándolo, y hallaron que las agujas norucsteaban una gran cuarta, y temían los marineros y estaban pe nados y no decían de qué. Conociólo el Almirante; mandó que tor nasen a m arcar el N orte en amaneciendo, y hallaron que estaban bue nas las agujas104. C olón a n o ta c a d a d ía la distancia recorrida, pero en realidad hace dos cálculos: u n o , el a u té n tic o , que se reserva; otro, falseado, para la trip u la c ió n anduvo aquel día diez y nueve leguas, y acordó contar menos de las que andaba, porque si el viaje fuese luengo no se espantasen ni des mayase la gente105. En la h isto ria q u e c u e n ta A n to in e de La Sale acerca del «Paraí so de la rein a S ib ila» , los do s prim ero s viajeros que penetran en la gruta no v u elv en ja m á s ; sólo reg resa el sacerdote al que habían pe dido que les e s p e ra s e ju n to a las p u ertas del palacio. Durante todo el episodio d el c a b a lle ro a lem án que visita el paraíso de Sibila, se insiste en el h e c h o d e q u e u n a vez pasados ciertos plazos de tiempo ya no es posible salir d e allí, plazos expresados en cifras mútiplos de 3: bien c o n o c id a es la im portancia prim ordial de esta cifra. En la n av eg a c ió n d e San B aran d án , o tro viaje iniciático marahes, «H istoria de d o s h e rm a n a s celosas de la más joven» (Garmer-Flammanon, t. i£P 387-433), q u e n os p arecía ser un m odelo de viaje iniciático. UM Pr' m cr 'Visaje, d o m in g o , 23 de setiem bre de 1492; p. 23 ios P n m cr v >»je. P 20. Prim er V ia je , d o m in g o , 9 d e setiem bre de 1492; p. 19.
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u* mtmtn* npitrttttti i»m una ii'gnlrttltlnd ta l qtm n«., |, ubi? iUi«ÍAt de*u valor «A||iA«lo San MammlAn navega tlr ni«».i.. temático o bien tri»* o bien he* me»e»; en Iw» I»Ih* n l.r. ,jl|Q llega, la* éMmlla* habitúale* xon de he* tila* También lim, ,.IR|j importancia el número 40: |torntaneer ctintenta día» tic ¡uníf(j la i*la Ailbci. y otro* cuarenta en la tic lo* Pajaro»; reprcsciii:ui |.f, nodo* tic reposo. I I mianio número corresponde también t m monto* vio prueba, cuando el barco queda a merced do la-, nUy no hay fuerza humana uue pueda gobernarlo. También el numero 7 tiene, en fin. un papel semejante: esto* viaje» duran sirte años, como los de Simbad fueron siete. M ás importante es esta cilla para Colón; siete artos es el plazo en el cual habrá debido rcunit el uro suficiente para que sus soberanos puedan emprender la rccoiupiisic de los Santos Lugares. En una carta dirigida al papa Alejandro VI, Colón explica el móvil que le llevó a iniciar sus viajes:
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Fue comenzada esta empresa con el propósito de costear, con lo que de ella se pudiera obtener, la conquista de la Casa Santa [de Jeru* salén] para la Santa Iglesia. Después de haberla llevado a buen fifl y después de haber reconocido esas tierras, escribí al Rey y a la Rei* na, mis señores, para decirles que de aquí a siete artos yo podría su* fragar los gastos de 50.000 hombres de a pie y de 5.000 de a caballo para la dicha conquista106.
Cuando durante su tercer viaje, en la ta rd e d el día d e Navidad de 1499, Colón se encuentra en situación d e se sp e ra d a y h a debido refugiarse en una pequeña carabela, escucha la voz d e l Señor ¡Animo, no pierdas la confianza y no temas nada! Yo proveeré & todo. Los siete años del plazo relativo a la cuestión del oro, noh®11 pasado todavía...107*. En el cuarto viaje, después de haber su frid o los efectos de oj1 espantosa tempestad, llega Colón a una isla (la sem ejan za con elv,a je de San Barandán o con los de Sim bad es ex trem ad am en te curj sa). H a sido tan zarandeado por la m ar, que es incapaz de caled la situación de la isla, y nadie sabría volver a h allar la ruta que tem pestad le ha hecho seguir: Una cuenta hay y razón de astrología y cierta: quien la entienda le abasta. A visión profética se asemeja esto . Las únicas cifras posibles serían las «reveladas» por una cía casi divina, y como todas las cifras p roféticas, tendrían un tido misterioso, que sólo los «iniciados» p o d rían com pré 106 Edición Gallimard, p 307. 107 Edición Gallimard. p 268. 10B C uarto Viaje, p. 198.
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Se trata, pues, de una m ontaña. L a M o n t a ñ a , a m e n u d o corh derada como el ombligo de la tie rra, re v e la e l m is m o simbolism que el Arbol: «la ascensión a una m o n ta ñ a s ig n ific a sie m p re un v; je al ‘Centro del Mundo1»111. En la cima, el caballero y los dem ás v ia je ro s e n c u e n tr a n una cue va de la que parten varios conductos s u b te r r á n e o s : « la caverna \ : laberinto siguen teniendo una función d e p r im e r o r d e n en los pi de iniciación)»112. Pensamos en T e s e o ... S u s e m e ja n z a con nuestr; historia es tal que no es posible ev itar tal e v o c a c ió n ; lo s testigos ocu lares directos que Antoine de La Sale ha te n id o o c a s ió n d e interr gar utilizaron, justamente el m ismo m e d io q u e T e s e o p a ra hallar ia salida de la cueva: Se proveyeron de cuerdas, gruesas y delgadas, de hasta seis mil toe sas, que ataron a la entrada de la cueva, con el fin de volver a e: contrar el camino si menester fuese113. Según Eliade, el laberinto significa « u n ‘v ia je p e lig ro so ' por ¡as entrañas de la Madre Tierra»11 . E s, e n e fe c to , d e lo que se trata y el sentido simbólico de la cueva así lo c o n firm a : «cuevas y hetv diduras de las montañas, sím bolos d e la m a triz d e la Madre Tierra»115 han tenido un im portante p a p e l e n las cerem o n ias iniciaticas que hacían pasar al novicio por un regressus ad uterum. El cual i podía operar de formas varias (citem os, e n tr e o tr a s , el ser tragado por un monstruo marino o por alguna clase d e o fic io ), y la historia , de de La Sale incluye, como se v erá, el e n u n c ia d o d e dos de lo* | más característicos procedimientos. Este simbolismo de las cuevas n o es sin o u n a fantasía de ; mitógrafo: El término chino tong, «cueva» ha te rm in a d o p o r adquirir el sen tido de «misterioso, profundo, tra s c e n d e n te » , e s d e c ir, ha llegado a ser un equivalente de los arcanos re v e la d o s e n las iniciaciones U na vez en la cueva, cierto núm ero d e p r u e b a s e sp era n a los'1' i sitantes, que habrán de dom inar su te m o r si q u ie r e n seguir adel3t1 te . La primera de esas pruebas es u n a « v e n a d e v iento»:
)
/
Encontraron entonces una vena de tie rra q u e atrav esab a la cué'J i de la cual salía un viento tan terrible y m a ra v illo so que ninguno | ellos osó avanzar más, pues cada vez q u e se a p ro x im a b an a esa ve « les parecía que el viento se los llev ab a117.
1,1 112 115 1,4 1X5 1X6 1,7
M irc e a E liad e, Le Cham anism e, p . 244. Ib id ., p 61. V e rsió n B , pp- 80-81. E lia d e , Iniiiations..., p. 135. I b id ., p 127. I b id ., p 128. V e rs ió n B , p 81.
Pero esa vena de viento no dura más de quince toesas, y io más fuerte es a la entrada, que no será cosa de más de tres o cuatro pasos, con lo que lo demás lo pasaron bien fácilmente118. D esp u és de lo o cu rrid o , no sucedió ninguna «cosa peligrosa» du rante las tre scie n ta s toesas siguientes. Los visitantes continuaron ad elan te, d esc e n d ien d o , hasta enfrentarse con la prueba siguiente: Entonces se encontraron ante un puente, que no se sabe de qué está hecho, pero es de saber que no tenía sino medio pie de ancho, y pa recía muy largo. Bajo el puente se abría un terrible y profundo abis mo, en el fondo del cual se oía un gran ríe, que hacía un tal estruen do que parecía propiamente, de todo en todo, que no tenía fin, tal era su maravilloso horror. Sin embargo, ya en el puente, éste era su ficientemente ancho, y conforme se avanzaba por él, iba haciéndose menos estrecho y menos profundo el abismo, y se oía cada vez me nos el ruido del agua. Y cuando se llega al otro lado del puente, co mienza un camino llano y ancho119. Se trata de un pu en te que recuerda el de la Visión de Tondale: el puente del P u rg ato rio es extrem adam ente estrecho, y a su alre dedor se oyen los gritos de los pecadores atormentados. Un olor in soportable dom ina la escena, y el m enor paso en falso supone una caída irrem ediable. E n el panel derecho del Jardín de las delicias del Bosco aparece, en el Infierno, un puente tendido sobre un agua negruzca, en la que intentan sobrenadar gentes cadavéricas. E ntre las pruebas que ha de superar Lanzarote figura también un puente peligroso. La en trad a al país donde Ginebra está prisio nera no es factible sino «a través de dos difíciles accesos»: el Puen te de D ebajo del A gua y el Puente de la Espada. Este último, como el del paraíso de la reina Sibila, pasa por encima de aguas tempes tuosas. (Los tem as del «Puente del Diablo» y del «Puente de las Animas» aparecen ricam ente desarrollados en la literatura medie val, en especial en las Visiones; se trata bien del Infierno, bien del Purgatorio; en to d o caso, es representación del Viaje del Alma, lo que explica su presencia en un contexto como el del Grial). Lanzarote cree ver q u e dos leones o leopardos guardan el otro extremo del puente; sin desanim arse, cruza el Puente de la Espada y cons tata, una vez e n el otro lado, que los leones que había creído ver no habían sido sino m era ilusión. De forma semejante, los visitan tes del paraíso de la reina Sibila ven, una vez atravesado el puente, dos dragones. D e inm ediato se dan cuenta de que tales monstruos, como dice el texto, están «hechos artificialmente»: m i b i d , p. 85. 1,9 Ibid., pp. 85-86. 113
mas parecía en verdad que estuviesen v iv o s, p u e s a u n q u e no se:: vían, relucían tanto sus ojos que ilu m in a b a n to d o e n torno sin
Encuentran después un sendero ta n e s tr e c h o q u e se hace pi-... so caminar por él uno detrás de o tro , y lle g a n a sí a u n a «placita, j drada», en la aue hay «dos p u ertas d e m e ta l q u e n o cesan de ba día y noche*12*. Les parece que « n ad ie p o d r ía p a s a r p o r allí sin >ei aplastado»1201122. Dominando una vez m ás e l m ie d o , e l caballero ale m án y su escudero franquean las p u e rta s . A l o t r o la d o , en la oscu ridad, se escuchan unas voces que p a re c e n h u m a n a s : Detrás de las puertas había tan p oca c la rid a d q u e n o se veía nada, pero se oían grandes ruidos que p a re c ía n v o c e s h u m a n a s 123. E l puente ta n e stre c h o c o m o el filo d e u n c u c h il lo , las puertas! q u e se cierran y ab ren p a ra « a p la s ta r» a l v i s i t a n t e , t o d o ello constitu y e «un ‘p asaje p a ra d ó jic o ’, im p o s ib le d e r e a l i z a r e n el plano de la experiencia c o tid ia n a» 24. E s u n tip o d e p r u e b a lla m a d o globalm ente por E liade S im p le g a d es, r e c o r d a n d o e l n o m b r e de las rocas que a la e n tra d a del B ó sfo ro te n ía n c o m o m is ió n d e s tr u ir a los na vegantes e x tra n jero s. E x iste n v a ria s v e r s i o n e s d e la s Simple#adfírocas que chocan entre sí, «cañaverales q u e b a ila n » , puertas en for ma de mandíbulas, dos m ontañas c o rta n te s y sie m p re en movimien to, dos icebergs que chocan, una b a rre ra g ira to ria , u n a puerta hech* con las dos mitades del pico de u n á g u ila , y otras más... ■ L as Sim plegades son ju s ta m e n te p r u e b a s q u e n o pueden supe ra rs e p o r la fuerza física, y c o n tra la s c u a l e s la ú n ic a acció n posiH* e s la espiritual. Son to d a s ilu s tra c io n e s d e la v a g in a dentata*’*^ o rific io m ortalm en te p e lig ro so q u e c o n d u c e a l ú t e r o de la Madtf T ie r r a . R ep rese n tan el O tro M u n d o e n e l s e n t i d o m á s am plio: nu>r' d o d e los m u erto s, p e ro ta m b ié n m u n d o d i v i n o , y m á s generalm^ te , e s ta d o tra sce n d e n tal. E ste tip o d e r e g r e s s u s a d u te ru m no es^ i m is ib le a una vuelta al e sta d o e m b r i o n a r i o d e m u c h a s iniciación*5126 ( e n lo s rito s de p u b e rta d , p o r e je m p lo ) : j Lo que caracteriza a todas las fo rm as d e e s te peligroso regreso uterum, es que el héroe lo e m p re n d e e s ta n d o vivo y como adu " es decir, que no muere y no vuelve a u n e s ta d o em brionario. está en juego en tal em presa es algo, e n o c a sio n e s, excepcional tra ta , sencillamente, de alcanzar la in m o rta lid a d 127. 120 121 122 123 124 125 126 127 *
1
A
L a Salade, versión B , p. 86. I b i d , p. 86. I b id . p. 87. I b i d , p 88. E lia d e , ¡nitiations. p 117. I b i d , p. 140 I b i d , p p 116 y 142. I b i d , p p . 117-118
Pues el paraíso de la reina Sibila promete precisamente la in mortalidad, al menos hasta el fin del Tiempo. U na vez franqueadas las puertas metálicas, el caballero y su es cudero se hallan en ese «paraíso». Gentes elegantemente ataviadas les reciben, y antes de admitirles en su mundo les hacen entrar en una pequeña sala, «ricamente dispuesta», especie de antecámara del paraíso, donde se les despoja de sus vestidos y les dan otros muy lujosos. En principio, esta es la fase final de la iniciación, y reviste un sentido simbólico: el ser humano deja su revestimiento de criatura ignorante y mortal para penetrar en un mundo donde los secretos aparecen sin velo alguno ante la luz del espíritu. Cuan do San Barandán, tras siete años de navegación, encuentra por fin la «tierra de promisión de los santos», descubre que se trata de una isla iluminada por la luz eterna: Lux enim illius Christus est128. («Pues su luz es la de Cristo»). Las últim as p u e rta s del paraíso de la reina Sibila, las que se atra viesan una vez vestidos con nuevos ropajes, son de cristal: cristal que es la tran sp aren cia m ism a del conocim iento y de ios misterios revelados. El viaje de San B aran d án explica claram ente que el objeto de búsqueda era esa tie rra lum inosa, mas que no era posible hallarla hasta que D ios no hu b iera revelado sus secretos: D eus voluit tibi ostendere diversa sua secreta129. («Dios ha querido m ostrarte la diversidad de sus secretos»).
El viaje al paraíso de la reina Sibila se sitúa, por lo tanto y sin duda, en la larga tradición de los viajes iniciáticos. Sin embargo, ha perdido de m odo visible el sentido del esquema iniciático, que el autor utiliza de m odo inconsciente: lo que espera a los viajeros al final de las p ruebas no es ni un estado trascendental ni una solida ridad espiritual fuera de lo com ún, sino una vida de placeres de tér mino incierto y am biguo, una vida que se deja con dolor, un mun do del cual se sale culpable y nostálgico. El interés de un viaje tal radica en la mezcla íntima de elemen tos míticos y reales. La form a casi etnográfica con que Antoine de La Sale narra su historia, rem ontándose a las fuentes y reconstru yéndola etap a tras e tap a con la ayuda de testimonios directos cada vez más precisos y com pletos, parece indicar que para él este viaje tiene una gran verosim ilitud, y tanta que no merece el calificativo de im aginario. C on todo, es algo reticente en aceptar por completo 128 y 129 Edición de C. W ahlund, p. 98. p1 ' . m ‘ 1•**
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la historia que tienen pata de La Sale c a r á c te r d e g r a n pwkr ¿ jeros occidentales es el Desierto d e lo s D e m o n io s , p a r a los o r i e n dad mas no de realidad indiscutible. tales habitantes de aquellas r e g i o n e s es Otros viajeros sienten menos e scrú p u lo s. ¿ H a n v iv id o en ver. dad una experiencia tan desconcertante c o m o p a r a a t a r c o rto su es un lugar de encantamiento, donde los cuerpos se hacen inmortales píritu crítico? Quienes atravesaron el V alle d e l I n f ie r n o o Valle Pe y gozan de esa paz y esa serenidad que encuentran también en los Campos Elíseos de las fuentes del Ganges134. ligroso no tuvieron, sin duda, el deseo d e m in im iz a r s u propio mirito, y evitaron que en sus narraciones a p a re c ie s e n e le m e n to s apro Este desierto está en un v a lle , d e d o n d e su fr e c u e n te nombre piados para suscitar dudas o para c u e stio n a r la n a tu r a le z a exacta de Valle Peligroso o del Infierno: de su aventura. Cuando Marco Polo h a b la d e l d e s ie r to d e Lop130, dedica casi por completo el oportuno c a p ítu lo a a n o t a r las provisio Al aproximarme, oí diversas maneras de instrumentos, y especial nes que previamente ha reunido para su jo m a d a ; e x p lic a dónde hay mente arpas. Cuando llegué más cerca escuché grandes ruidos^...) agua salobre y agua potable: es, en su m a, u n g r a n re a lis ta . Pero d Este valle tiene sus buenas siete u ocho millas de largo, y dicen las desierto de Lop es escenario de lo m a ra v illo so : se o y e n voces que gentes del país que si alguien entra en él jamás puede salir135. llaman por su nombre a las gentes, a las q u e a tr a e n h a c ia lugares en que se pierden, Incluso de día se escu cha e l s o n id o « d e gran nú Aparece así el te m a del «País de irás y no volverás», una de las mero de instrumentos musicales, sobre to d o ta m b o r e s » 131. causas de tem o r m ás frecu en tes en los viajes136, reales o míticos: Otros han atravesado también esos lu g a re s ; e l ú ltim o capítulo ruidos, gritería, voces, p ro d u cto de «enemigos invisibles». Sin em de Odorico se dedica a narrar su p ro p ia a v e n tu r a . E l desierto de bargo, O dorico p e n e tra en ese desierto «para saber de qué se trata»: los Demonios, o de Lop, queda situado, se g ú n M a rc o P o lo , proba blemente entre el Turquestán O riental y e l d e s ie r to d e G obi. ¿PoHabía allí tantos muertos yacentes que nadie podría creerlo. Aden dría, acaso, identificarse con el de L ob Ñ o r? P e r o e l fenóm eno de! trándome más, vi un rostro humano muy horrible y espantoso cerca de la montaña, en una piedra. Era tan horripilante que pensé morir desierto «musical» (que se puede explicar c ie n tíf ic a m e n te 132) no es de miedo, y pronuncié estas palabras: Verbum caro factum est13 . único, y otros viajeros hablan de ello: a lg u n o s lo s itú a n en la vasta zona que se extiende entre Badakchán y e l J o r a s á n , m á s e n concrt El gran núm ero de m u erto s m encionado acredita la versión del 10algo al norte de estos territorios, e n tre B o ja ra y S a m a rk a n d a . te \ Infierno, y la vista de ese espantoso rostro humano, del que se in sutta difícil saber de qué región habla O d o r ic o , p u e s la única indi-! tuye su carácter diabólico, suscita la reacción salvadora del Verbum caá n que proporciona es que llega allá s ig u ie n d o e l c u rso de «un° j caro factum est, q u e, com o fórm ula mágica, protege al que la pro e os nos del Paraíso». Cabe p reg u n tarse c u á l, y a q u e los cuatro ¡ nuncia. El valor de la P alab ra (pues es significativo que Odorico tnnSrfcnt Co SUÓn (CÍanSes’ E úfra te s , N ilo ) s e h a lla n en terri* j haya elegido precisam ente dirigirse al V erbo), es primordial: la pa o almente diferentes. Cierto es q u e n o d e b e m o s sorprender- i labra, en efecto, es llave e instrum ento de todas las «magias», en nos demasiado si recordamos este tex to d e M a c o u d i, b ien intero sante, por otro ladoel más amplio sentido. Odorico, no osan d o acercarse al horrible rostro, se dirige hacia el otro lado del valle y sube a «un m onte de arena», desde el cual, Eufrates1^ ^ aí*a P°r hos tan importantes como el Tigris) dominando el p an o ram a, in ten ta descubrir el misterio de aquellos lugares:
¡
g r * O d o r i c o nos revela que dicho desirí101 sada además mw* U°-n0 ^ un ^uSar míticos. Digamos de P1' j
!" a Pítul° »- PP- 120-122
LUIüa'fw.o.
132 Puede acud ir* a |a - n ,0 \ en su su edición de O donco (nota W ° ° d , a lg o c o n f u s a , c ita d a por cuestión ¡stión, véam e las notas que , ’ ^ *94-496) . P a r a t o d o l o q u e se rcfiei iw 1,3 O ta d o por C ordier ? rcccn c n P P 492-496.
Miré a mi alrededor, pero no vi ni oí nada, mas hallé gran cantidad de plata. Llené mi seno de ella, mas por fin no la llevé conmigo, y así me alejé de allí138.
Tom ado de G odinho de Eredia, según Cordier, loe. cit., p. 494, nota 1. 1J6 Odorico, edición C ordier, pp. 489-490. d o ^ ° r c ícm plo cn -lourdain de Séverac, a propósito del lugar de la destrucción c Babilonia, lugar después infernal: «noctumis temporibus audiuntur tot clamores, °t vúulatus, tot sibila quod vocatur Infemús» (capitulo 8, p. 59). Odorico, p. 490. Ibid., p. 491
* cu- P 492, nota 1. 116
117
Es curioso que Odorico no se haga pregunta alguna a n t e - ^ cho de no oir ni ver nada desde lo alto del m onte; no s e o c u p a ec absoluto de tal paradoja ni se cuestiona la experiencia v iv id a en el fondo del valle. La insólita presencia de la «plata» le i m p i d e , qui zá, poner en duda el carácter sobrenatural del lugar. El c u a l n o pue de ser otro que infernal, pues en él reina la Tentación. E l tem a de la plata o las riquezas de que es mejor no apoderarse e s extrema damente frecuente. Así, en la isla a la que llega San B a r a n d á n halia un castillo vacío, pero de gran riqueza; la mesa está puesta y los lechos preparados. Después de la cena, los frailes duermen, pero el santo vela: Vi la obra del diablo y un etíope con un fre n o d e caballo en la mano, que retozaba ante el fraile ya m en cio n ad o 139. Se trata de un fraile, po r d e sg ra c ia , d e s t i n a d o a su cu m b ir: cuan do abandonan el castillo, lleva c o n sig o e l f r e n o d e p la ta del etíope, lo que le supondrá m orir de in m e d ia to , n o s in a n t e s h a b e r solicita do y obtenido el perdón de San B a r a n d á n , q u e e x p u ls a r á de su cuer po un pequeño diablo, negro y a u lla d o r. U na vez que O dorico logra sa lir d e l d e s i e r t o , e s recibido como un héroe:
)
Todos los sanacenos que me vieron venir y q u e supieron que yo ha bía estado allí, me hicieron gran reverencia y d ijero n que yo est* bautizado y que era un santo hom p e ro allí esta Estas son las últimas palabras d e lbre, lib ro d e q uOed los o r icque o , que dan eran todos diablos del infierno140. m ism o un sentido del que acaso c a re c e ría sin e lla s : v en ced o r T entación y del D em onio, quien h a s u p e r a d o la p r u e b a es r^c0^e. cido como «un santo hom bre» (lo q u e tr a e u n a v e z m ás a Ia ¿ m o ría el final del viaje de San B a ra n d á n ). D io s le h a concedió0 ^ cualidad y una fuerza espiritural re c o n o c id a p o r las gente* m u ñ e s... K M andeville, siempre atraído p o r la s g r a n d e s o c a s io n e s Q p e rm ita n fabular, transform a su c o r r e s p o n d ie n te v e rsió n del ^ so valle en un verdadero festival in fe rn a l. E l c o n c ie r to de a*? c u ch ad o por Odorico es aquí un e s tr u e n d o d e ta m b o r e s , tr0l^¿vi1|í y tru en o s. Al único rostro e sp a n to so v is to p o r O d o r ic o , M»*1 a ñ a d e una multitud de diablos: ad Este valle es lleno de diablos, donde están to d av ía; y dicen due lia es una de las entradas del infierno141. ,M Edición de C. Wahlund, p. 17. 140 O dorico. pp. 491-492. 141 M andeville, p. 170.
«Infierno» no es palabra utilizada aquí por Odorico. Es un valle repleto de oro y de plata, y eso es lo que atrae a los viajeros. Mandeville cuenta su propia travesía del Valle Peligroso con tal lujo de detalles y una puesta en escena tan cuidadosa que todo ello ocupa cuatro páginas142. El centro de interés del valle sigue siendo la cabeza del Demonio: Y en m edio del valle, encima de una roca, hay una cabeza que tiene la vista muy espantable de mirar, y no paresce de alto, sino la cabe za fasta las espaldas (...) y paresce que lo haya de tragar, porque es muy espantable de mirar, por cuanto así mira a la persona cruelmen te, que es extraña cosa; y tiene los ojos movibles y centelleantes (...); ninguno, por gran osadía que tuviese, no se atrevería a llegar a ella; y lanza de sí fuego y fumo e tanto de mal olor que apenas ningún hombre lo podría sufrir143.
8 bis.
«El demonio de Mandeville»
El g rabado en m a d e ra que ilustra este pasaje en una de las pri meras ediciones de M andeville está lejos de provocar el terror que la descripción quiere com unicar al lector, y por muy bien dispuesto que se halle el público, el «coco» que ahí figura es más propio de 142 Pp. 17U-172 (com o puede verse, son tres páginas y no cuatro las que ocupa este texto en la edición por mí manejada. Nota del Traductor). u ’ Mandeville. p. 170.
una opereta que de un thriller*. C on to d o , a te n ié n d o n o s ai ■ aparecen en él elementos infernales clásicos, a los q u e se an;i l(¡¡ «mal olor» o hedor de que habla tam b ién la V is ió n de I «míale. Antes de penetrar en el valle, M andeville y su s com panaosd* liberan acerca de si adentrarse en él o n o ; p o r s u e r te , figuran enh expedición dos frailes menores que tra s c o n fe s a rle s , d icen misa» les dan la comunión. La descripción de la tra v e s ía pro p iam en te di cha es espectacular. La entrada del valle es b a s ta n te esp acio sa, pero bien pronto todo comienza a «oscurecerse, c o m o e n tre el día yli noche», y al poco todo lo cubren las tin ie b la s m á s e sp e s a s El tra tamiento al que son sometidos los v iajero s e n ta n p r o f u n d a oscuri dad es tan terrorífico como primitivo: Y en estas tinieblas fuimos derribados en tie rra m á s de mil veces y de diversas maneras, que apenas nos p o n ía m o s e n pie volvíamos* caer144. El pasaje adquiere o tra to n a lid a d si se le e a la lu z d e un texto de Maqoudi, quien habla de o tra tra v e s ía p o r u n v a lle semejante (¿acaso el mismo?), situado en el c a m in o q u e v a d e Jo rasán had* China, en la parte de B ojara y S a m a rk a n d a . H a y a llí m o n t a ñ a s con sales amoniacales cuyos vapores se in f la m a n e sp o n tán eam en te y emiten unas humaredas cuyo o lo r d e b ía d e s e r b a s t a n t e sofocanteEn el verano, he visto, a una distancia de u n a s cien parasangas*. gosque en la noche brillaban en lo alto d e las m o n tañ as; durante61 día, a causa de los rayos deslum brantes del sol, no se ve s^0 el humo145. H e aquí cómo es el viaje de q u ie n q u ie r e s e g u ir tal camin0 A la entrada del valle, contrata a los p o rte a d o re s, quienes por undj vado precio cargan sobre sus espaldas los b u lto s. Llevan en la nt&JJ un bastón, con el cual van tocando c o n tin u a m en te los costados viajero que va delante de ellos, por tem o r a q u e , vencido por 1® tiga, se detenga y perezca en este peligroso lu g a r146. Si los viajeros eligen esta ru ta , es p o r q u e p o r e lla el cam ino ^ ta C hina es sólo de cuarenta días de m a rc h a , m ie n tr a s q u e poro m ás fácil, es de cuatro meses. E s posible que los relatos de O d o ric o y d e M a n d e v ille sean tf p o siciones de la situación real d e sc rita p o r M a q o u d i. L a comP^, c ió n de las varias «versiones»» de u n a e x p e r ie n c ia (fa b u lo s a P°r. pa p a r te , realista por otra), m uestra q u é p r o p e n s ió n p u e d e te n e r el .ji je a colorearse de toda suerte de e le m e n to s m a ra v illo s o s , su*r * E n inglés en el onginal (N ota del tra d u c to r.) 144 M andeville, p. 392 de la edición citada p o r el a u to r. • P arasanga, medida persa, equivalente a u n o s 5 ,2 5 m e tr o s d u c to r ) i4s y i4o Q t a do por Cordicr, pp. 492-493.
(Nota
dido e n tre las in sta n c ia s divinas y las tentativas diabólicas. Pues e. viaje, a u n q u e sea re a l, es p o r esencia una av en tu ra del individuo a través d e to d a s las fo rm a s d e conocim iento del m u n d o y d e c o n o cim iento de sí m ism o . L a re a lid a d , antes incluso de ser llevada por la n arració n al d o m in io d e la ficción, es vivida com o una sup ra-realidad, co m o u n a re a lid a d m ás allá de la hum ana. Al igual q u e el mito, el v iaje se in scrib e e n u n a historia contada, n arrad a; ta n to el uno com o el o tro s u fre n fo rzad am en te el poder del lenguaje, q u e, fijado a la re a lid a d , im p o n e una «traducción». Pero no se tra ta ine vitablem ente d e u n a tra n sp o sic ió n . Los libros de viajes nos p resen tan «golpes» q u e se s o p o rta n com o no provocados por causas h u manas, ra cio n ales. Se c o n sid e ra b a , sin duda, que el viaje está cons tituido, en o c a sio n e s, p o r exp erien cias fuera de lo ordinario: en el umbral de esas e x p e rie n c ia s n ad a parece absurdo, y las penalidades son in co n d ic io n alm en te a c e p ta d a s, m uy probablem ente considera das com o in ev ita b les. L o s golpes form an parte de las torturas iniciáticas m ás fre c u e n te s , y sim bolizan la m uerte ritu al147. ¿Existe, en el espíritu de e so s v ia je ro s, algo com o una intuición del sentido místico de su a v e n tu ra ? L a n arració n misma no nos perm ite hacer grandes su p osiciones. O c u rre q u e el texto no ofrece la menor po sibilidad p a ra e n c o n tr a r los asid ero s reales de una situación dada, y que el su stra to m ítico tie n d e a d esb o rd ar el papel subyacente en el que, p or lo g e n e ra l, ha sido confinado. R esulta casi e v id e n te q u e M andeville no ha visitado la región del Valle P elig ro so , p e ro no cabe duda, al propio tiempo, de que para él se tra ta del tra d ic io n a l e inevitable cam ino del infierno que se encuentra e n to d o v iaje digno de tal nom bre. Las rep etid as c aíd as de los v iajero s son resultado de las asechan zas de enem igos invisibles, p e ro tam bién de animales que frecuen tan la oscuridad a ra s de tie rra : H abía gran m u ltitu d de bestias, y no podíam os ver qué eran, mas pa recían com o c e rd o s v erd es y negros, y muchas otras maneras de ani males que c o rría n p o r e n tre nuestras piernas y nos hacían caer, unas veces hacia a d e la n te y o tra s hacia atrás (...) G randes truenos, ho yos, fu ertes v ien to s, nos hacían caer, de tal m anera que nos parecía que nos h erían en los riñones. Y hallam os muchos muertos bajo nues tros pies, que se q u e ja b a n de que pasásem os por encima de ellos,lo que era m uy e sp a n to so de oir. Y estoy seguro de que si no hubiése mos recibido el C orpus D o m in i hubiéram os permanecido perdidos en aquel v a lle 148.
M andeville se p re g u n ta p o r qué esos m uertos no están corrom pidos, y con ra z ó n , y su p o n e que se tra ta de una estratagema más Eliade, Iniíiations . , p. 86: «En el Africa sudorienta!, los maestros golpean sin piedad a los novicios, que no d eb en m ostrar señal alguna de dolor. Tales excesos Pr°i'««Can a m enudo la m u erte de los jóvenes». M andeville, p 392 de la edición citada por el autor
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del Enemigo, que les hace parecer d e ta l m o d o , p u e s la corrupci* • de los cadáveres es algo inevitable. A p u n ta la id e a d e que puede tratarse de una ilusión, idea que a p a re c e ta m b ié n a propósito ¿el oro y la plata que se encuentran en el valle: Empero, porque los espíritus malignos a las vegadas facen estas co- ? sas por engañar, yo no toqué cosa dello149. Se trata de uno de los raros casos e n q u e e n v ia je ro s a n te rio re s al siglo XV se perfila la idea de que la p e rc e p c ió n p u e d e ser enea ñosa, que existe acaso un desnivel e n tre la re a lid a d y el m o d o en que ésta es sentida y vivida. Entre golpes y caídas repetidas, M an d e v ille y sus compañeros sufren «desmayos, como m uertos»: y en estos desmayos veíamos especialmente muchas cosas maravillo sas, de las que no oso h a b l a r . Los clérigos que iban con ellos les p ro h íb e n , e n efecto, hablar, «para no revelar los misterios del S e ñ o r» 151, típ ic a situación del Ini ciado que no puede descubrir los secreto s q u e le a ca b a n de ser des cubiertos (pero también del farsan te q u e n o sa b ría qué decir: Les quedan, a los viajeros, las señ ales físicas de su v isita al «infierno»: Quedamos heridos en lugares diversos (...), yo en el cuello, de tal modo que pensé que la cabeza se me desprendía del cuerpo, y lie'* una señal negra como el carbón más de dieciocho años. Muchas per* sonas la han visto. Pero una vez que me he arrepentido de mis pe* cados y me he puesto a servir a Dios según mi fragilidad, dicha seña' ha desaparecido, y tengo allí la piel más blanca que en ninguna oír2 parte. Pero sin embargo, el golpe dura y durará tanto como dure Ia carroña152. Queda así Mandeville m arcado de p o r v id a p o r su viaje Pef0 la mancha negra, sello diabólico, se tra n s fo rm a e n m ancha blancaimpronta divina, signo de elección incluso, g racias al cual se cuen'3 entre los seres humanos más selectos. Todos los autores —O dorico, M an d e v ille , A n to in e de La Sal* hasta Plan de Carpin y R ubrouck— q u e h a n v u e lto del «otro do», donde habían vivido entre los « d em o n io s» tá rta ro s, sccua^ de G og y de Magog, ofrecen aspectos típ ic o s, p e ro fragmentar'0 j de los viajes iniciáticos. Son episodios q u e c o n stitu y en nwnifatl^ de sus respectivas narraciones, y no d e te rm in a n la perspectiva ,4V Mandeville, p 171. 150 Mandeville. p. 392 de la edición citada por el a u to r 131 Mandeville, p 392 de lu edición citada p o r el au to r. 132 M andeville, p. 393 de la edición citada p o r el au to r.
la cual el v ia je e s, en su co n ju n to , vivido y contado. Por otro lado lo q ue so rp re n d e , si es que se pretende descubrir un plan global en cada un o d e esto s lib ro s, es su ambición casi exclusivamente narra tiva. N o se e stru c tu ra n siguiendo el eje de un gran proyecto gene ral, en to m o al cual se organizarían, de modo significativo, los di ferentes e p iso d io s. E n este sentido, no es posible hacer otra cosa que fijar p e rsp ec tiv a s m ás o m enos precisas: misionales para Plan de C arpin y R u b ro u c k ; com erciales — pero transfiguradas por el pla cer de n a rra r— p a ra M arco Polo; didácticas y fabuladoras para M andeville; etc. O tro s libros, com o el de Odorico, son menos en c u a d ra b a s , y n o p a re c e n form ados sino por una serie de «diaposi tivas» b ien c o m e n ta d a s. E n cualquier caso, parece siempre excesi vo, llevados p o r las n ecesidades del análisis literario, querer orien tar estas n a rra c io n e s m ultiform es en un sentido único. El v iaje de C o ló n , sin em bargo, no coincide exactamente con los a n terio re s. L e atra v iesa de p arte a parte una gran idea, la de que ese v iaje es u n a m isión divina. Los elem entos de carácter iniciático q u e lo ja lo n a n , tie n e n im portancia no en tanto que tales, sino desde la ó p tic a de la m eta espiritual última. En ningún caso puede el suyo ser re d u c id o a un viaje iniciático; es un viaje profético, según el p ro p io C o ló n 153. «C osas de m u c h a m arav illa» 154 (acerca de las cuales no se sabe nada) «D ios h a b ía m o stra d o en él»*55. Esas circunstancias maravi llosas c o n trib u y e n a d a r al viaje real un carácter igualmente mítico. La ciencia d e la n av eg ació n la ha recibido Colón de las propias ma nos de D ios: es así que el Señor abrió mi entendimiento como con una mano palpable156. Es ta m b ié n p o s e e d o r de una verdad «revelada157, y su viaje a las Indias e s, seg ú n sus p ro p ias p alab ras, «un milagro evidente»158. V iaje q u e n o c o n siste ú n icam en te en el descubrim iento de las In dias, sin o , s o b re to d o , e n el de los N uevos Cielos y la Nueva Tierra: Es a mí a quien Dios había elegido como su mensajero, al mostrar me dónde se encontraban el nuevo cielo y la nueva tierra de que el Señor había hablado por boca de San Juan, en su Apocalipsis, y de que antes había hecho mención Isaías159.
1 H em o s lle v a d o a c a b o un estu d io más detenido de esta cuestión en el a r tículo «La v o c a tio n m e ssia n iq u e de C hristophc C olom b», Stntftance, num . 2; C«^ u e r 'M u . U n iv e rsid a d de P rovenza (H onoré C ham pion). 1976, pp. 257-271. * y 155 P rim e r V ia je , m iérco les, 13 de febrero de 1492; p 142 (El autor equiVoc?v|a fecha: se tra ta e n re a lid a d del jueves 14 de febrero. N ota del T rad u cto r). i 57 ( a r t a a *os K cy es (1501-1502), p. 29K de la edición citada por el autor. nw y nM Ib id ., p. 299 d e la ed ició n citada por el autor. C a rta a la N o u rric c , p. 254 de la edición citada por el autor.
De tal modo, este viaje se realiza e n u n a a tm ó s fe ra como Final de los Tiempos. Según los c álc u lo s d e C o ló n , n o le quedaría al mundo, hasta el último día, sino 155 a ñ o s . P a r a entonces, Jerasalén habría sido reconquistada p o r el re y d e E s p a ñ a gracias aloro aportado por Colón, y se podría así c o n q u is ta r « la C asa Santa [de Jerusalén] para la Santa Iglesia»160. Esta reconquista había sido ya im a g in a d a p o r Mandeville (de acuerdo con una tradición m ás le ja n a ) c o m o e l com ienzo de una nueva Edad de O ro: un príncipe c ristia n o faría cantar la misa a ley de cristianos debaxo de aquel árbol seco, y que después reverdescería y faría fojas blancas y fruto161. Este árbol, que, literalm ente, re s u c ita , p r o m e te una profunda regeneración del m undo y el re to rn o al e s ta d o d e fertilidad y pie nitud originales. El viaje de Colón, com o to d a e m p re s a e sc a to ló g ic a , está jalo nado de episodios notables, de m o m e n to s d e p r u e b a , de penalida des. Una de las más terribles te m p e sta d e s d e l c u a rto viaje es des crita con la ayuda de un léxico cuya c o lo ra c ió n in fe rn a l es evidente El viento no era para ir adelante ni daba lugar para correr hacia al gún cabo. Allí me detenía en aquella mar fecha sangre, hirviendo como caldera por gran fuego. El cielo jam ás fue visto tan espantoso: un día con la noche ardió como forno; y así echaba la llama con los rayos, que cada vez miraba yo si me había llevado los másteles yve las. Venían con tanta furia espantables que todos creíamos queme habían de fundir los navios162. A la prueba del fuego se añ ad e ta m b ié n la d e l agua: En todo este tiempo jamás cesó agua del cielo, y no para decir que llovía, salvo resengundaba otro diluvio163. A firm a Colón que esta tem p e sta d d u ra n u e v e días; la mayoría de los núm eros que utiliza el A lm iran te so n d e c a rá c te r mítico: múl tiplos de 3, el 7, el 40164. H ay que recordar tam bién la p ru e b a co n q u e se enfrenta Coló11 en el golfo de Paria y el te rro r que sien te a n te su s fenóm enos acu* ticos de rara violencia. El hecho de q u e h a y a b a u tiz a d o a los do^ canales del golfo con los nom bres de «B oca d e la S erp ien te» y <
del D ra g ó n » , c o n f ie r e a e s te e p iso d io un carácer m ítico, el p aso por las fau ces d e u n m o n s tr u o se rp e n tifo rm e o acuático (incluso a u n que e ste p a s o s e a e s e n c ia lm e n te v e rb a l, com o es el caso d e C olón, en el q u e la e x p e r ie n c ia e s interpretada m ediante los no m b res d a dos a las b o c a s e n c u e s tió n ) c o n stitu y e una m u erte ritu al, previa a un n u e v o n a c im ie n to , a u n a reg en eració n total del individuo. P o r d o s v e c e s C o ló n — e n lo p e o r de sus penalidades— escucha la voz d e D io s , q u e le o r d e n a n o te m e r nada y le recu erd a q u e sus sufrim ientos tie n e n u n s e n tid o : N o tem as, confía: todas estas tribulaciones están escritas en pie dra m árm ol, y no sin causa165. C u a n d o e s c u c h a e s ta v o z , C o ló n se halla en un estado de p o s tración ta l q u e c o n fin a c o n el s u e ñ o : así están los cham anes una vez alcanzada la fa s e d e l tr a n c e , c u a n d o h ab lan los espíritus. Las expe riencias m ístic a s se a s e m e ja n e n tre sí, más allá de diferencias culturales. A sí, al b u s c a r e l P a ra ís o T e rre n a l y al em p ren d er una em presa bendecida y q u e r id a p o r D io s , C o ló n anuncia la llegada de los U l timos D ía s, lo s T ie m p o s e n q u e p o d rá reg en erarse el M undo y re producirse c o m o e n su s o ríg e n e s . Se sitú a así en la más im portante tradición m ític a , y n o p u e d e vivir sus descubrim ientos y su D estino sino com o u n a e t a p a d e l v ia je d e re to m o a los orígenes. El v ia je tie n e re la c io n e s ín tim a s con el pensam iento mítico. El libro de v ia je s e s u n m o d o d e in cluir e n un m arco tem poral y es pacialm ente c e r r a d o e le m e n to s — el tiem p o de la lectura, el espa cio del lib ro o d e l lu g a r d e la le c tu ra — cuya p ro p ied ad , cuando son vividos y h a n s id o v iv id o s , e s la de m ultiplicarse. El m om ento de la lectura p e rs o n a l o d e la le c tu ra pública in tro d u ce una ru p tu ra en el c o rrer d e l tie m p o , ta l c o m o é ste e s vivido o rd in ariam en te. La re lación a n a ló g ic a q u e e x iste e n tr e la lite ra tu ra y el m ito halla un fiador, y se a c la ra p o r sí m is m a , e n la que establece C laude LéviStrauss, d e f o r m a m u y e la b o r a d a , e n tre la música y el mito. M ito , m ú sic a y lite r a tu r a s o n , e n e fe cto , «m áquinas p ara supri mir el tie m p o » 166. C a d a u n a d e ellas c re a , en el interior de una cé lula c e rra d a s o b r e sí m is m a , u n a m o d a lid a d tem poral que tiene sus propias le y es y p e r m a n e c e e n e l se n o del tiem po histórico com o un núcleo ir r e d u c tib le . Si e n su tr a b a jo analítico C laude Lévi-Strauss ha e leg id o — al c o n tr a r io d e lo q u e hacem o s nosotros— relacionar c a rta a *os R e Yc s . P 196- La prim era vez que Dios se había lo * £ d M C H Ó n’ Cn a n o c h c d c N a v id a d de »o había hecho en térm inos anáfc' W u a c s p c r tó c o n su b ra z o d iv in o y m e dijo: “ ¡L evántate, hom bre de poca ri a u t o r / ° ° te n g a s m ,c d ° r * (c a rta a la N o u m c e , p. 254 de la edición a ta d a por ture U.C p U
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LéV,' SlrauSS’ M y th o lo Zl(1ues L e cru el le cuil (P ión, 1964), «Ouver-
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«el m ito con la música, antes que el m ito c o n la le n g u a » 167 rs porque ha estimado en su ju sto valor el poder extraordinario que tiene la música para actuar simultáneamente sobre el espíritu y sobre los sentidos, de poner en movimien to a la vez ideas y emociones, de fundirlas en una corriente en que cesan de existir unas ai lado de las otras, y quedan como testimonios y como fiadores168. La música actúa con una « v e h e m e n c ia » 169 de qu e sólo ella es capaz. El texto leído está lejos de a c tu a r c o n ta n ta fu erz a. Pero el tex to dicho, hablado (y se sabe qu e este fue el c a so e n la Edad Media con los libros de viajes)170, e n c u e n tra u n a e n e rg ía qu e tiene el mis m o sentido que la «vehem encia» d e la m ú sica. Acaso sea esta m anera de vivir los lib ro s d e v iajes, tanto como lector o como oyente, lo que ex plique q u e e n a q u ella época no haya existido una preocupación co n stan te p o r d ife re n c ia r, en ellos, lo real de lo irreal. Si M andeville no sien te la n e c e sid a d de profundizaren la cuestión de saber si es una «ilusión» lo q u e v e ; si Odorico, cons tatando de visu desde lo alto de un o b s e rv a to rio apropiado la au sencia de fenóm enos vistos proco a n te s , ta m p o c o se preocupa po* tal cosa, lo que ello significa es q u e la d istin ció n real-irreal no ofre ce un especial interés para ellos. P o r lo m ism o , no podremos ha blar de «fantástico», en el sen tid o m o d e rn o d el térm in o , en los#' pítulos siguientes: la noción de irrea lid ad q u e c o m p o rta para noso tros basta para prohibirlo. U n a «m arav illa» , en su acepción rn^s3¡J) p lia, es algo que sorprende p o rq u e no p e rte n e c e al curso ordinan de las cosas, pero que no se o frece c o m o b lan c o a la duda siste^ tica. E n lo A bsoluto no existen un R e al y un Irre a l. Más a ntf d o , ello se determ ina, con gran e la stic id a d , a voluntad de * dividuo. Las maravillas son, sim p le m e n te 171, la ocasión Para.a^ . cibirse de una acción y de una p resen c ia m ás m anifiestas de K> ^ g ra d o . Pues para una m entalidad a rcaica (y e n la E dad Med,a co n serv an muchos de sus c a ra c te re s), «lo sa g ra d o es lo rea ^ e x ce le n cia » 172. E l hecho de vivir las «m aravillas» y los m ito s transm itid05^ lo s lib ro s de viajes no es, en m o d o a lg u n o , ilu so rio : ello Per.tejl0ma la experiencia sagrada del c o n o cim ie n to d el m u n d o que el 167 Ib id . p. 23. 168 I b id .. p 36 169 Ib id ., p. 36. bf°uCk' 170 Y a hemos visto un ejemplo de ello con la «gira de conferencias» de p e r o conviene recordar también la fama que M a rco Polo adquirió en ^ nn |os9l r a n te su cautividad, cuando su propensión a extenderse con complacencia ^ p e c to s fa b u lo so s de su viaje le valió el título de M e s s e r M illio n e . A l men° la explicación que se da de tal remoquete. ^ C o m o se verá más adelante, a propósito de los monstruos. 172 E lia d e , M ythes..., p. 148.
brc medieval persigue sin descanso. Hemos presentado los escena rio iniciáticos como particularmente importantes, pues se trataba de mitos cuya existencia ritual había casi desaparecido para enton ces: no subsisten sino los avatares populares, que es preciso consi derar como tales y no como elementos religiosos. Pero si «'los clichés iniciáticos aparecen hasta la saciedad» en los textos medie vales, es porque «tales aventuras correspondían a una necesidad profunda» . En adelante, sólo la imaginación será «trabajada» por esos mitos; tal actividad no es, por lo tanto, irreal; sabemos, gra cias en especial al psicoanálisis, que la actividad psíquica del indi viduo condiciona toda su vida. Cuando los mitos han perdido su «realidad ritual»174, y cuando se han transformado, entre otras modificaciones, en «motivos lite rarios»175, su actividad no deja de tener una intensa actividad sub terránea, y de esta manera continúan ofreciendo «su mensaje espi ritual en otro plano de la experiencia humana»176.7
l7«
Initiaüons.... p. 266.
IV. TIPOLOGÍA DEL MONSTRUO
Hasta a h o ra , n o s h e m o s lim ita d o a p in tar el marco y el fondo del cuadro; ya es h o ra d e c o m p le ta rlo con sus figuras: los mons truos. Los aco n tec im ie n to s d e l v ia je , los encuentros, los descubrimien tos, se organ izan en la n a rra c ió n de form a a la vez sorprendente (maravillosa) y n o rm a l. L o in e sp e ra d o es, en cierta media, «espe rado», p o rq u e v ien e p re c e d id o , en el espíritu de los viajeros, por una tradición. P e ro el p u n to m áxim o de una experiencia viajera es —o será— el e n c u e n tro con u n o o varios m onstruos, encuentro que es previsto com o m o m e n to difícil del viaje; cuando no se produce, se deja sentir u na c ie rta d e c e p c ió n , cuando no am argura o reacción contra una tra d ició n m e n tiro sa o a unos narradores demasiado crédulos. El en cu en tro con los m o n stru o s es una piedra de toque de la au tenticidad de una e x p e rie n c ia v iajera: quien no los ha visto, no ha viajado. E sta « regla», co n to d o , tien e algunas excepciones: la pre sencia efectiva de los m o n stru o s no es absolutam ente indispensa ble; muy a m e n u d o b a sta con en co n trarse con un testigo «digno de fe» que anuncie co m o cosa seg u ra {p ro certo) la existencia de tal o cual m onstruo, te n ie n d o en cu en ta que él mismo lo ha visto «con sus propios ojos». Sin em b arg o , n o sería n ecesario considerar la búsqueda de los monstruos com o u na razó n d e te rm in an te del viaje, pues éste siem pre tiene una finalidad: esp iritu al (m isioneros, peregrinos), mate rial (com erciantes) o in telectu al. La búsqueda de los monstruos es, en relación con el m o tiv o principal del viaje, un epifenómeno, que revela su im p o rtan cia en u na perspectiva mucho más general: el via jero de la E d ad M edia d esea en to d o m om ento precisar tanto su si tuación espacial com o te m p o ra l. Pertenece a una atmósfera geográuca que incluye tal o cual tipo de hum anidad, de maravillas o de ^riosidades n a tu ra le s, y se define a sí mismo com parando su situaC|ón original, lejan a en principio, con la que descubre. Pertenece 131
igualmente a una fase determ inada de la e v o lu ció n de la hu dad, mientras que los monstruos fo rm an p a rte d e u n a etapa rente: son vestigios de una época en q u e la c reació n conocio ay* tares ahora estabilizados u olvidados; p u e d e n se r tam bién testimo nios de otro modo de concebir la creación. A títu lo de tales, sot «reveladores». Sin embargo, cuando se produce el e n c u e n tro con uno o monstruos, ello no da lugar a una de esas gran d io sas escenas cas que cabría esperar. Edipo y su esfinge, T e seo y su minotauio, pertenecen a una civilización en que el h o m b re se descubría i través de los mitos porque no podía h acerlo a trav és de Dios Pan encontrarse a sí mismo, el hom bre m edieval dispone de una espirítualidad «reglada» de otro m odo, y la m itolog ía no es para él si» un residuo. El cual sigue siendo fascinante, p e ro e stá definitivamct te relegado, por la consciencia, a un segundo plano. En cuantoi lo que realmente hay en el subconsciente, sólo cabe hacer con jeturas. Para el hombre medieval, el m o n stru o es u n a «anomalía mal», un avatar necesario, inevitable, m isterioso p e ro no d rá ^ co testimonio de la imaginación y de la creació n divinas. CoiTSíÜ' ñas excepciones. Para el hombre normal, los m onstruos so n , ante todo, fofl& diferentes de él mismo. Esas form as son el resultado de una o # nización no habitual de los elem entos o rd in ario s de composic^0 de un amasijo diferente de la m ateria inicial. H ay muchas ma^ ras de crear un monstruo: lo que q uerem os analizar ahora sofl^ procedimientos de «fabricación». « Ello puede conducir a una clasificación de los monstruos: ^ lisis cartesiano o los métodos de los n atu ralistas del siglo drían, acaso, ser aplicados aquí. Es lo que h a intentado hacer Lascault en su estudio sobre L e M onstre dans Vart occidentalfpeí® *1 él mismo reconoce los límites de esta clasificación, bien ente11di 0 que toda clasificación conlleva un im p o rtan te elem ento de riedad. La tabla establecida por Lascault se justifica dentro ríe . perspectiva; otra puede igualm ente justificarse, pero dejarern ^ ; los partidarios fervientes de las clasificaciones la preocupad6^ j proseguir o de recomenzar ese trab ajo . U n a clasificación es,etl a na medida, una «ficción» racional, y pu esto q ue d e p en d e eíl yr ¡ parte de los principios y del talante del «analista», toda nueva tativa clasificatoria es como tarea de Sísifo. ^ El propio Lascault pone de relieve la incom odidad inhef esta clase de operaciones:
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Para comprender los fallos de la posición cartesiana es pr ecis°1 —
capl ái»1 1 G ilbert Lascault, Le Monstre dans l ’art occidental; Segunda Partc¿ci c^v pp. 115-175. E n 'especial, pp. 174-175, donde puede verse una «Tabla
abreviado de monstruos»
d e la im p re s ió n d e in c o m o d id a d 1 qu e provocan los m onstruos perci b id o s g ra c ia s a u n a clasificació n form al, que les reduce a su m odo d e c o n s titu c ió n .
Y, sobre to d o , señala el peligro que supone esta ilusión intelect: C u r io s a m e n te , la c la sific a c ió n fo rm a l, cuando llega a ser el en tram a d o in d is p e n s a b le y e x c lu siv o p a r a p ercib ir a los m onstruos, elim ina su c o m p le jid a d , s u r iq u e z a se n sib le ; bien p ro n to , el espectador pasa d e la r e p r e s e n ta c ió n a las p a la b ra s q u e la resum en, de la form a a lo q u e la e s t r u c t u r a , d e lo c o n c r e to p re se n te a una génesis hipotética: d e m o d o c la r a m e n te p a r a d ó jic o , la clasificación form al conduce al es p e c ta d o r a r e e m p la z a r su fa sc in a c ió n p o r lo visible por una especu la ció n a c e r c a d e lo in v is ib le *4.
Son las últim as p alab ras de Lascault las que nos han llevado a definir nuestro cap ítu lo com o una tentativa de «especulación acer ca de lo visible». Si las form as m onstruosas son «fascinantes», tam bién es fascinante y ex citan te p ara el espíritu el intentar desmontar el mecanism o d e su fabricación (en un prim er momento, al menos). C uando se nos dice q u e D ios m oldeó el barro para darle form a, el m isterio de ta l c reació n nos parece insondable. Esa forma inicial de la h u m an id ad p e rte n e c e al ám bito de lo puramente arbitrario, aunque el G é n esis h ay a q u e rid o reducir el elem ento misterioso al afirmar que esa fo rm a h u m a n a se hizo «a imagen de Dios», fórmu la vaga si las hay. Mas c u an d o se d isp o n e de un cierto núm ero de formas, produc to de un ju e g o im a g in a tiv o , ello atrae la curiosidad de aclarar algo los p ro ced im ien to s de e sa creació n contrahecha y ridiculamente ri val de la P rim e ra . D e sd e e sta perspectiva, i e s e d e s v ío q u e c o n r e la c ió n a la n a tu r a le z a co n stitu y e el moi d e ja d e s e r u n a v e r d a d e r a tr a n s g r e s ió n d e l o rd e n n a tu ra l; es u n sim p ie e n t r e t e n i m i e n t o , p u e r i l y e x tr a v a g a n te , co n los ju g u e te s del m un- ; d o ; h a c e r u n m o n s t r u o c o n s is te e n a lte r a r lo que p o d ría llam arse el
rompecabezas divino5. C o n sid e ra re m o s lo s m o n s tru o s , a lo largo del presente capítulo, desde un p u n to d e v ista p u ra m e n te form al, como una creación de la im ag inación h u m a n a y n o com o una creación divina; adoptare mos así u n a p o s tu r a to ta lm e n te d ife re n te y contraria a la medieval. Pero la p ro p ia E d a d M e d ia h a ju g a d o de tal m odo con las form as, en la re p re s e n ta c ió n g rá fic a y e n la escultu ra, así com o en el m un do de las id e a s , q u e p o d re m o s se r excusados de haber utilizado tal p ro c e d im ie n to . 2 S u b ra y a d o e n e l o rig in a l. 4 Ib id ., p 181. 5 H>td., p 183. H>id.%p. 179
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El análisis de los sistemas de composición se organizará segúff un orden analógico (por ejemplo, a la sección «Mezcla de remos» seguirá la de «Hibridación»); no nos ha parecido útil introducir en las diveftas secciones nexos más o menos ficticios por el simple pla cer de poder hacer una clasificación cartesiana y de sacrificar alas leyes de una «especulación acerca de te invisible» otras que yase han utilizado con suficiente aceptación. A partir de un método único, nuestro estudio se orientará en dos direcciones: el análisis de las formas monstruosas será objeto de la primera parte; el de los fenómenos prodigiosos, de la segun da. Estos últimos, en efecto, entran en el ancho campo de las «ma ravillas», y paralelamente al juego de las Formas ejemplificado por los monstruos, representan un juego de Fuerzas en que participad Universo todo.
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|478)
F'8- 9- Conrad von Megenberg: Buch der
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PRIM ERA PA RTE: L O S M O N S T R U O S O E L J U E G O D E L A S FO R M A S
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M O N S T R U O S : L U G A R D E LO ANTITÉTICO, DE «TODO )DO LO
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OTRO»
A) aboluta:
Los que difieren de los seres normales según una simetría
—Los antípodas. —Los colores totalm ente contrarios a los nuestros: lo que aquí es blanco, es negro allá, y viceversa. Ejemplo: los ídolos descritos por Marco Polo en las Indias: los dioses están pintados de negro, los diablos están pintados de blanco6. B) Los que hacen lo contrario de lo que nosotros hacemos y no realizan ciertos actos que para nosotros son primordiales. Ejemplo: Jourdain de Séverac7: In ista India, et in M inore, hom ines qui sunt longe a mari habitan tes, infra terram , e t in locis nemorosis totaliter videntur infernales; non edentes, non b ib en tes, nec se cooperientes sicut alii qui habitant juxta m are. («En esta p a rte de la India, y en la India Menor, hay hombres que habitan lejos del m a r, b ajo tierra y en los bosques; tienen un aspec to totalm ente in fern al; no com en, no beben, no se visten, al contra rio de los que viven cerca del mar»).
supra, c a p ítu lo II.
7
León A fric a n o , e n R a m u s io , t. I , fol. 17A. ° u rd a in , c a p . 4 , p 5 3 , « D e M a jo ri India».
137
^
II.
E l MONSTRUO:
EL QUE CARECE DE ALGO ESENCIA!
A) Así es como Lucrecio define, por decirlo d e algún moá monstruo8*10,cuando describe la ju v e n tu d d el mundo: I
Numerosos fueron también los monstruos que en aquel momentolt tierra se esforzó en crear, y que nacían con rasgos y miembros e> traños—como el andrógino, intermedio entre los dos sexos, que no es ni lo uno ni lo otro ni pertenece a ninguno de los dos—; seres dev provistos de pies o de manos; o mudos y sin boca; o que resultarot ciegos y sin vista; o con los miembros enteramente pegados al cuef po de modo que no podían hacer nada, ni moverse, ni evitar el pe ligro, ni atender a sus necesidades. Es inútil que la tierra cree y trai ga al mundo estos monstruos y esta clase de prodigios, porque la na turaleza prohíbe su crecimiento y no pueden alcanzar la tan deseada flor de la edad, ni hallar alimento, ni unirse en el acto de Vena, Hemos citado el pasaje completo con o b je to de ver con clari dad su abundancia de negaciones y de características negativas: Id monstruos son seres que no tienen lo que nosotros tenemos,
t )
Monstruos sin cabeza.
Blemmyas: En una otra ysla, vers midia, fincan gentes de fea statura e de malí natura que non han point de cabera e han los ojos en las espaldasc la boca tuerta como una ferradura en medio de los pech o s. En u» otra ysla son así bien gentes sin cabera e han los ojos e la boca p# de cagua las espaldas . Estos últimos no son sino una variante del prim er tipo.
2)
Monstruos con cabeza, pero sin ojos, nariz, labios. Et en una otra ysla ay gentes que han la cara plana e toda egoal.J* narizes e sin ojos, sino dos forados chicos redondos en logar d’ojok e una boca plana 0
Son monstruos muy semejantes a los astom ori, que no tico®11 sino un pequeño forado en lugar de la boca, y por allí comen1’. 8 v 10 11
Lucrecio, De Natura R erum , w . 837-848; edición Budé, t II, p SI M andeviile, pp. 130-131. M andeville, p. 131. Ibid.. p. 131.
F ‘g 12
139
Fig. 13
3)
F'g IV
Sin lengua. E no tienen lengua, porque no hablan, salvo que hacen señas una a otros como mudos, y así se entienden12. Sin articulaciones en las rodillas. Recordemos este texto de R ubrouck1314: en Catay había unas criaturas que tenían en todo forma y facciones de hombres, pero no podían doblar las rodillas, mas iban de un lado a otro yan daban yo no sé de qué manera, como saltando.
--
Todos los anteriores, son m onstruos heredados de la Antigüe dad griega. B) 1)
Origen de la monstruosidad.
Los que deben su monstruosidad al clima. Procedentes autem ad regionem frigidissiman invenimus pulchf*® vitatem, in altissimo loco sitam, cuius nomen est A rcirum Ibic* ^ tutn frigus, quod invenimus magnam multitudinem hominum t torum: ab aliquo pes, vel pedes, vel crura, ab aliquo manus p r frigus (Ricold'4).
12 Ibid., p. 131. 13 Bergeron, col. 90; Soc. Géo., p. 328. 14 Ricold, capítulo XIII, p. 122. 140
(«D e camino hacia una región mus fría, llegamos a una hermosa ciu dad, situada en alto lugar, llamada Arcirum El frío es allí tal. que encontramos gran núm ero de mutilados a unos les faltaba un pie, o ambos, o las piernas; a otros una mano. »).
Los miembros helados, se desprendían por sí mismos. 2)
Aquellos cuyo defecto es de nacimiento. Siguiendo el consejo de sus padres, una joven nacida sin ojos fue lle vada ante San José... (Jacobo de la Vorágine15).
3) En fin, «pasan» a la Historia monstruos míticos como los blemmyas: la B iblioteca de Lille conserva un almanaque para el año de gracia de 1591, ed itad o en Amberes, que recuerda que el 13 de octubre de 1514 h ab ía en Leiden «un niño sin cabeza que tenía los ojos y la boca en el pecho». III.
M o n s t r u o s p o r c a m b i o s e n l a r e l a c ió n e n t r e sus ÓRGANOS
A) H ipertrofia de ciertos órganos: 1) Las orejas: panotios. In queste isole vicine intereso dire, che si trouauano huomini con le orecchie tanto grandi, che si copriuano le braccia con quelle. Questi popoli sono C a p h ri (Pigafetta16). (« H e oído decir que en estas islas vecinas hay hombres con orejas tan grandes que pueden cubrirse los brazos con ellas. Estas gentes con C afres»).
Estos m onstruos que Pigafetta asimila a los cafres, son conoci° s desde la A n tig ü e d ad g riega17. El cuello (cf. F igura 40). 2)
Un p ie : sciapodas (doblete de sciapodos). Hay gentes que no tienen sino un pie, así ancho que ellos se facen sombra con él a todo el cuerpo contra el sol cuando están echados (Mandevillc18).
16 ^ 0 ° ^ ° de *a ^ o r^8*n e - Leyenda Dorada, t II, p 499. 17 ^ R am usio. t i. fol 393D (según la edición citada por ManH- “i? C n ,d o * Récits lndiens. edición de J. Lacarnérc. p. 270. uevule. p. 103; cf. tam bién San Isidoro. Etimologías. XI.3.23. 141
Fig. 15
3) Con el labio inferior desproporcionado. En otra isla hay una gente de muy fuerte faición, y tienen los bezos de la boca tan grandes que cuando ellos duermen al sol. ellos se cu bren la cara con sus mesmos bezos (Mandeville19). Véase figura 18. 4)
Hipertrofia de los órganos sexuales. En este país hace tanto calor que los testículos de los horTlbre¿ salen del cuerpo y les cuelgan hasta las rodillas o hasta m edia p1 (Odorico20).
B) Unicidad asociada a la hipertrofia: Scidpodas y «monobrazos»:
-er1o* De allí fue hacia el sur, hacia Armenia, y al atravesar los encontraron también monstruos con forma humana, pues sino un brazo en medio del estómago, y sólo un pie (•••)* ^ 19 Mandeville, p. 131. 20 Odorico, capítulo, IX. p. 69.
142
tan ráp id am en te q u e el caballo más ligero no podía alcanzarles. Corrían saltan d o con ese pie, y luego marchaban sobre una mano y un pie com o una ru e d a (...) (Plan de Carpin21). En P linio (H is t. N a t ., V II. 2 3 ), e sto s sciapodas son al mismo tiempo m o n o c u li, s e r e s c o n u n so lo o jo . Las PodgCntes Sue ven m as *a lluv‘a q ue e * so1 transforman a los scidas en «pies-paraguas»; así los describe el mapa de Walsperger22: h
V 'a n d e
C'
Véase . t- a r p in ; B e r g e r o n , c o l. 48-49; 5oc. (Jéo., p p 679-680. Var H a llb e r g , o p . c it., p. 359.
Fig. 18
«Hic homines latent sub pedibus suis ex pluvia.» («A quí los hom bres se protegen de la lluvia bajo su propios pies»). Sin embargo,el citado mapa los sitúa en Etiopía. Ello prueba al propio tiempo la ri gidez de la noción de monstruo (todo lo que viene de otro lugar) j la flexibilidad del propio monstruo, que goza de una notable capa cidad de adaptación al clima, a lo que parece. C)
Unicidad o m ultiplicidad de ó rg a n o s, de miembros.
1)
Unicidad: cíclopes o m o n o cu li (fig u ra 19). sciapodas, « m o n obrazo s» .
2)
Reduplicación: hom bres o an im ales con dos cabezas.
L a reduplicación de ciertos m iem b ro s e n tra ñ a , e n ocasiones y c o m o efecto secundario, un c arác te r de gigantism o: a) H o m b re s o anim ales con dos cabezas (figura 20 y 21): En esta isla hay unos pájaros tan grandes como ocas, y estos pájaí0S tienen dos cabezas (Odorico23). 23 O d o n c o . capítulo X V III, p. 220. V éase tam bién Mandeville, p 129
144
Fig. 19
Fig. 20
Item , unum anim al bíceps horribihssimum va';de. quod ausum est transvadere E u p h ratem e t iré ultra ad habitatores terrae (Jourdain de Séverac24). («Tam bién u n anim al con dos cabezas, en verdad horrible, que osa atravesar el E u frate s y andar por entre los habitantes de la región»).
La naturaleza m ism a del a n im al im porta poco cuando tiene dos cabezas. Hay m onstruos hum anos con d o s cabezas en el Líber Chronicarum de Hartmann Schedel («Secunda Etas Mundi», fol. X11V; «Sex ta Etas M undi», fol C C X V II, r y v.). b) M onstruos con dos cuerpos (figura 25): Según Jacobo d e la V orágine25, un monstruo semejante nació a comienzos del siglo X II, bajo el reinado de Lotario: En su tiem p o , en E sp añ a, una m ujer trajo al mundo un monstruo que tenía d o s c u erp o s; los rostros miraban cada uno al lado contra rio y los d o s c u erp o s p arecía que estaban como soldados.
3) Multiplicidad : — dos pares d e o jó s (figura 22). — dos brazos y d os piernas (figura 23). H. Schedel, Líber Otronicarum, fol. X IIv y fo l. C C X V IIv. — de dedos: ib id. (figura 24). — de dedos d el pie: según M andeville26, hay seres que cami nan con las rodillas, «e tien en en cada pie ocho dedos». a jourdain, capítulo 8, p. 6U
*
Cit ' l- n ’ PP 469-470.
Mandeville, p. 137
145
F ig. 22
146
Fig. 23
Fig. 24
147
IV .
M
o n s t r u o s c a r a c t e r iz a d o s p o r :
— g ra n d a z a o p e q u e ñ e z d e l c u e r p o . — la rg a o c o rta v id a. A) 1)
G r a n d e z a o p e q u e ñ e z d e l c u e rp o : G ra n d e z a :
a ) L os gigantes. H a y u n a isla e n la cual hay g e n te s de m uy gran forma, como gigan te s ( ...) y co m en ( ...) c arn e d e h o m b re s (M andeville27*).
L a e n o rm id a d va a c o m p a ñ a d a a m e n u d o de ferocidad y de ca n ib a lis m o (cf. el g ig a n te -c íc lo p e -a n tro p ó fa g o de la Odisea). E l g ig an tism o no q u e d a ú n ic a m e n te c o n fin a d o en los límites del m ito . P ig a fe tta d escrib e g ig a n te s a 49 g ra d o s de latitud sur: u n h u o m o di sta tu ra di g ig an te; co stu i e ra cosí grande, che li nostn n o n gli arriv av an o alia c in tu ra ( ...) h a n n o la testa quasi mezzo bracc ió lunga (...) . (« u n h o m b re tan alto com o u n g ig an te, y ta n to , que los nuestros no le lle g a b a n a la cin tu ra ( ...) su cab eza m ide casi media braza» [un0* o c h e n ta cen tím etro s]).
b ) A nim a les enormes. — to r tu g a s g ig a n te s29. — r a ta s y ra to n e s «tan g ra n d e s c o m o un p e rro » 30. 27 M a n d e v i l l e . p . 172. 23 R a m u s i o . t. I. fo l. 3 9 0 D . 29 M a n d e v i l l e . c a p ítu lo 2 1 . p . p í t u l o 8 . p . 6 0 ; O d o r i c o . c a p ítu lo 30 M a n d e v i l l e . c a p ítu lo 18. p . O d o r i c o . c a p í t u l o I X . p . 71.
j 3 9 1 A - C (s e g ú n la e d ic ió n citada por el aüIfl 3 3 9 d e la e d ic ió n c ita d a p o r el au to r; Jourdam X V I . p . 188. b,it 324 d e la e d ic ió n c ita d a p o r el autor; cf ta
h o rm ig a s « g ran d es com o perros» que guardan las minas de oro en el país d e l P re s te Ju a n . Criaturas míticas conocidas en la A n tigüedad (C te sia s h a b la de ellas en sus Narraciones Indias, y Plinto en su H istoria N atural', X I. 111). — p e rro s g ig a n te s. E n A lbania, según Isidoro, había perros tan grandes y tan tunosos, que hacían frente a los toros y mataban a los leones. Lo que hay de verdad acer ca de esto en nuestros días (lo he escuchado de quienes han viajado) es que hacia el m ar Septentrional utilizan los perros como si fuesen bueyes para arrastrar sus carros, así son de fuertes y poderosos (Rubrouck31). La ley en ta d e e sto s fu ertes perros se halla en Solin. — serp ien te s gig an tes. Según Marco Polo32, en la provincia de Caragián hay grandes culebras y enormes serpientes, tan desmesuradas que pa rece increíble (...) Tienen la cabeza enorme y los ojos muy relucien tes y mayores que una hogaza de cuatro dinares; sus fauces son tan vastas que pueden tragarse a un hombre de una sola vez, y están pro vistas de enormes y agudos dientes. Son tan espantosamente repul sivas, enormes y feroces, que no hay nadie en el mundo (...) al que no causen horror. — anim ales m íticos. • El p á jaro rock: In ista India T e rtia su n t aves quaedam quae Roe vocantur, ita magnae quod de farili elev an t unum elephantem in aere; ego vidi quemdam qui d iceb at se vidisse unam de illis avibus, cujus solum una ala tenebat in longitudincm palm as octoginta (Jourdain de Séverac33). («En esta India T e rce ra hay unos pájaros llamados rock. Son tan grandes, que llevan un elefante por los aires con facilidad. Yo mis mo m e he e n c o n tra d o con un hombre que decía haber visto uno de estos p á ja ro s, una de cuyas alas, sola, tenía una longitud de ochenta palmos»).
• Los grifos: Según M andeville34, tienen la fuerza de ocho leones y de cien águilas. Pueden llevarse p o r los aires un caballo con su jinete, o dos bueyes y la c a rre ta correspondiente.
31 Rubrouck, capítulo X X I; Bergeron, col. 39; Soc. Géo., p. 266. ,3 Marco Polo, capítulo 122, pp. 27S-279. Jourdain, capítulo 5, p. 56. Mandeville, pp. 163-164.
2)
Pequeñez: los tradicionales pigm eos:
H. Condier estudia detalladam ente esta leyenda en sus n
Fig 26
D e acuerdo con una tradición que se rem onta hasta la Anl$!f dad (véase por ejem plo Plinio, Historia N atural, X .30,1-3), losPj m eos sufren la persecución de las grullas, con las cuales comba* gran parte del año, hasta que los pájaros emigran. ¿Por qu^ ta n in c o m p a tib le s p ig m eo s y g ru lla s ? La respuesta quC en el aire... vit^ E ntre los pigmeos, todo aparece reducido, incluso el ciclo Estos pigmeos son gentes pequeñas. No tienen más de tres p®1 de altura. Son bellos y graciosos dentro de su tamaño; hombres y^ jeres se casan y tienen hijos a los seis meses de edad, y viven lo más siete años (Odorico3536). M andeville añade 37 que «si viven ocho tiénenlo por muy V1
35 Pp. 348-355. 36 O d o n co , capítulo XXIV, p. 345. 37 M andeville, p. 136.
150
B)
L a rg a o c o r ta vida:
1. B re v e d a d d e la vida: véase H «aso
V.
A)
S u s t i t u c i ó n d e u n e l e m e n t o h a b it u a l po r o t r o IN S Ó L IT O
D ife re n c ia s d e o r d e n físico o anatóm ico:
L G a llin a s c o n la n a (fig u ra 27): En China hay «gallinas» que «no tienen plumas como las nuestras, sino lana com o los corderos» (O dorico42). C o rre s p o n d e n a u n a r a z a q u e ex iste en realidad. 2* S eres q u e c a m in a n c o n la s rodillas: Gtra isla hay cerca d é sta , en la cual hay gentes que andan sobre las Rodillas m uy m arav illo sam en te, porque parece que a cada paso de b e n caer; e tie n e n en cada pie ocho dedos43. 3v ¡)1a n d c v ,lle, c a p ítu lo 3 2 , p . 401 d e la ed ició n citada por el autor. 4(1 v;a n d e v ‘lle . p . 174.
ó l c a p h u l o X X I , p . 2 6 3 . C f. ta m b ié n M arco Polo, capítulo 158. p 358; v? C o ló n , C u a r t o V ia je , p . 199. Mandeville, p. 137.
151
Fig. 27
gano su p eréq u m ad o 'e n 'l? 1' 61116 c o n tra d itto n a s - ya nJ OS ín o n struo s q u e carecen de articula' ’en tierra, y se ven nSi-6 j lncorP ° ra rs e p o r sí solas cuandoci piernas. *gadas a a rra stra rse so b re las rodillas o 3 c
en lugar de boca tien en d o s pequeños o rifa0*
Fig. 28 152
B)
D if e r e n c i a s r e la tiv a s a la alim entación:
1. L o s a s to m o r i ( m o n s t r u o s sin boca). Son seres que no se ali m entan s in o d e o l o r e s . M a n d e v ille 44 extiende esta particularidad a criaturas q u e e n a p a r i e n c i a n o tie n e n ningún carácter m onstruoso:
Los que en esta isla m oran, no labran ni cavan (...) Aquestas gentes desta isla viven del olor de unas manzanas salvajes, y como ellos van a otra parte, ellos lievan las manzanas consigo, porque si ellos per dían el olor de las m an zan as, ellos morían luego. 2. A l c o n t r a r i o d e e s t o s s e r e s q u e no comen, hay otros que co men to d o lo q u e le s v i e n e a m a n o . E sta es, según Plan de Carpin 45 una c a ra c te rís tic a d e l o s t á r t a r o s , d e quienes ya hemos visto su na turaleza « d e m o n ía c a » : Cibi e o m m s u n t o m n ia quae mandi possunt. («Su alim en to e s to d o aquello que puede ser comido»). Estos a lim e n to s n o s o n n e c e s a ria m e n te repugnantes, pues inclu yen p erro s, lo b o s , z o r r o s , c a b a llo s ... P ero Plan de Carpin añade, con d e sa g ra d o , q u e lo s t á r t a r o s c o m e n tam bién piojos, ratas, rato nes, sin c o n ta r « to d a s la s p o r q u e r ía s q u e las yeguas expulsan al na cer los p o tro s » (s in d u d a la p la c e n ta , de aspecto, en efecto, nada apetitoso p a r a el c o m ú n d e lo s m o rta le s ; tal costumbre, ¿tendrá algo de s im b ó lic o e n u n p u e b l o d e jin e te s? ). La a lim e n ta c ió n e s u n e le m e n to im p o rtan te en la transforma ción del in d iv id u o ( n o h a b l a r e m o s a q u í d e la antropofagia). Puede Producir m u ta c io n e s m o n s t r u o s a s , c o m o las del siguiente apartado.
~ *
Sustitución del lenguaje humano p o r un «lenguaje» animal: egun Mandeville46, los habitantes de la isla de Tacorde comen carne d e c u le b ra s y sierpes, y por cuanto ellos comen tales iandas, e no fa b la n n a d a , mas silban unos en pos de otros, como s,erPes (figura 29).
En j Princinin^ 11 ^°S ^ n<^m e n o s m o n s tru o s o s constituidos a partir del d e s u s tit u c ió n , p u e d e c ita rs e la «m ar de arena», ^ e a ^ r l 0^3 ó í a rÜn a y P ° Ivo>sin gota de agua, la cual arena se muégrandes h o n d a s, a m an era de la mar (Mandeville47). <4
« BcT0devi"<=. P- 173
Be fiftarííe oománbus ferpcntest£c lucano z 'SJirgihc, KSrfozuma piYllie fertur gms: vírica térras \ 11/íiÍ® m colíta too ferpentuminnona mozfu* i fi&armaridepffllúpar üngua/potcnnbus bcrbi?, duin ctfi&arrubia venirx>cgente facerdos: Spargerc qui fomnoe/cantU($manuefc folebat Vipéreo generriet grauiter fperánbus b^drist fiPmlcebatqj iras:et mozfus ane leuabau Fig. 29. Sébasiien Brant: Fables d'Ésope, fol. 178 verso.
VI. A)
M ezcla
d e r e i n o s : a n i m a l , m i n e r a l , vegeta
Animal-vegetal:
1. El ejemplo más famoso es el del cordero vegetal. Numert> viajeros aluden a él o lo describen. D os de los nuestros, Odón' Mandeville4*, hablan de él prolijam ente. Odorico le presenté' «una gran maravilla oí contar y afirm ar a gentes dignas de fe T yo no la he visto». En efecto, en las m ontañas «caspias»: crecen unos frutos maravillosamente grandes. Cuando están®, ros, se les abre y se encuentra una bestezuela de carne viva.a
** Odorico, capítulo XXVII, p. 425, Mandeville. pp. 160-161.
154
un c o rd e rito , y se com en esos frutos v esas bestezuelas (cf. figura 7, y figura 30).
E s ta c ria tu ra m a r a v illo s a n o p re o c u p a ú n ic a m e n te a los v ia je ros. S e ñ a la H u iz in g a en E l otoño de la Edad Media 49 que Luis X I so stien e c o rre s p o n d e n c ia c o n L o re n z o de M édicis (...) acerca de un agnus d e iy un p ro d u c to v e g e ta l lla m a d o tam b ié n agnus scythicus, que p a sa b a p o r s e r ta n ra ro c o m o m ilagroso. L a c ita d a p la n ta -a n im a l in te resará m u c h o a los v ia je ro s h a s ta el siglo X V II: el b a ró n Sigm und d e H e r b e r s te in , q u e hizo un viaje a R u sia (d e 1 5 1 1 a 1526) y d e jó u n a re la c ió n la tin a de su itin erario ; O le a riu s , a u to r d e un Voy age d e M o s c o v ie a p a re c id o en 1636; J e a n S tru y ss, q u e visi tó el m ism o p a ís tr e in ta añ o s d e s p u é s . H e n r i C o r d i e r c ita fragm entos d e to d o s ellos e n sus notas a O d o ric o 50. La le y e n d a d e e sta p la n ta m aravillosa n o d e ja d e te n e r al Fig 30 gún fu n d a m e n to re a l. E ste c o r dero tá rta ro o a g n u s S c y th ic u s, llam ado b a r o m e tz o b o r a m e tz en ruso (que significa «cordero»), co rresponde a u n a p la n ta c ata lo g a d a en la Botánica entre las polipodas. M e jo r q u e u n a d efin ic ió n botánica preferim os la descripción que de ella h a ce O le a riu s 51*: ofrece un carácter de evidente reali dad, b a sa d a e n la o b s e rv a c ió n (ello pese a que no se trata de un testim onio d ire c to , p u e s O le a riu s a p o rta el de varios nativos), mas la descripción tie n e , p e se a to d o un encan to relacionado, de lejos, con lo m a ra v illo so : Se nos asegura que cerca de Sam arka, entre el Volga y el D on, se encuentran una especie de melones, o más bien calabazas, con as pecto de c o rd e ro , del cual este fruto representan todos sus miem bros, u n id o a la tierra p o r el tallo que le sirve de cordón umbilical. C u a n d o crece cam bia de lugar, en tanto se lo permite el tallo, y hace que se seque la h ierb a allí donde está. Los moscovitas llaman a eso pastar o p ace r, y dicen tam bién que cuando está maduro el tallo se seca y el fru to se recubre de una piel velluda, la cual se puede pre parar y e m p le a r c o m o forros. Llam an a este fruto b o r a m e z , es decir, co rdero ( . . . ) . Iu l. Scalígero lo menciona en su E x e r c it., 181, y dice que este fru to crece continuam ente mientras no le falte hierba, y que 5o C ap ítu lo X III, p 288. 5. Op. c it., p p . 426-432. tbid., p p . 429-430.
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no mucre sino por falta de alimento. Añade que no hay an>r que lo coma sino el lobo, y que las gentes se sirven de él paraa¿ par al dicho lobo; esto también lo dicen los moscovitas. Aunque en esta narración la planta no sea sino eso, una plan:: subsiste la comparación con el animal, y los verbos pastar opac» son las señales más aparentes de ello. Angelo de Gubernatis, en fin ofrece algunas hipótesis interesar, tes a propósito del cordero vegetal52: relaciona esta fábula conle yendas indias y añade unas consideraciones anomásticas que po drían explicar cómo se ha formado este ser. 2. Esta leyenda presenta alguna analogía con la del árbol de & ocas. El propio Odorico establece un nexo entre el cordero dei Escitia y las «ocas que en Irlanda crecen en los árboles5354» (cí. apra, capítulo II). ¿Puede, acaso, haber sido influenciado por sucar pañero de viaje, el hermano James, fraile irlandés? Por lo deirí. ocurre que esta historia irlandesa es también muy conocida'J. \ qsu ámbito geográfico no se limita a aquella isla. Para todo lo relativo a este asunto es preciso consultar el cap; tulo IV de La Edad Media fantástica, de J. Baltrusaitis, titulada «Arabescos fantásticos», que se ocupa esencialmente de las plantas zoomórficas. Señala que El sistema es de origen asiático y se propaga generalmente sobre todo bajo formas orientales. La planta abierta en animales aparece ya sobre los sellos de Mohendjo-Daro, en el Indo, a comienzos* tercer milenio a.C.55. Estos motivos aparecen igualmente en tejidos, cerámica, manus critos, en todos los objetos apropiados para circular y propagar su5 estilo. Según J. Baltrusatis, es en los siglos XII y XIII cuando se produce la difusión másinteo-1 sa: en la decoración de los cobres incrustados, sobre los tejidos> I la cerámica56. La leyenda irlandesa del árbol de las ocas se explica por el ^ cho de que el tema penetró bien pronto en Occidente: Lo encontramos no solamente en Italia durante el siglo VIII. ,0 do de tejidos mesopotámicos e iraníes, sino también en el artece que se inspiró en tejidos coptos57. •'*’ Mvthologtc des plantes, t. I, pp. 30-31. Odorico, p. 425 54 Cf. supra, capítulo II, pp. 62 y 64. 55 J. Baltrusaitis, op. cu., p. 113. * Ibid., p. 114. Ibid., p 117.
156 .
E sto ultim o es lo que pudo hacer creer a Odorico que la leyenda^ de origen oriental, era auténticam ente irlandesa. N o hem os hallado mención del árbol en que nacen pájaros sino en O dorico y en M andeville. Si creemos a Baltrusaitis, ello se ex plicaría p orque sin embargo, la v e rd a d e ra eclosión occidental de todas las varieda des del tema e n e s ta d o p u ro , se produce en los manuscritos de la se gunda mitad del sig lo XIII y del XIV58. Estas excrecencias animales que invaden el mundo vegetal tie nen, por lo ta n to , origen en fantasías ornamentales. El caso de la «planta de fru to s zoom órficos» es complejo; deriva de «una doble tradición: o rn a m e n tal y legendaria59». B)
V egetal-hum ano.
1. Con to d o , el árbol de fruto zoomórfico, de origen oriental, evoluciona, b a jo la influencia musulmana60 hacia un género supe rior, y llega a d a r fru to s antropomórficos. En nuestros textos he mos hallado pocas alusiones a este árbol, lo que puede parecer sor prendente dada la a b u n d an te producción iconográfica del tema. No habla de ello O d o ric o , según el manuscrito publicado por Cordier, pero un códice italian o del siglo XlV60b,s que contiene únicamente el texto de O d o rico y una breve narración del viaje de tres frailes al Paraíso T e rre n a l, incluye un pasaje muy interesante: Quivi udi dire che sono albori che producono uomine e femmine a modo di frutti, e sono di grandezza un gomito, e sono fitti nelTalbore insino al bellico, e c o s í istanno; e quando trae vento c sono freschi, e quando n o n, pare che si seccano. Questo non vidi io, ma udilo dire a persone che i’aveano veduto. (« O í decir que hay árboles que producen hombres y mujeres a modo de frutos, del tam año de un codo, y están sujetos al árbol por el om bligo, y así están; y cuando sopla el viento están frescos, y cuando no, parece que se secan. Esto no lo he visto yo, mas lo oí contar a personas que lo habían visto»).
Esta leyenda p e rte n e c e a un grupo de fábulas agrupadas en tor no al wak-wak. B altru saitis habla de ello con morosidad, y parece apropiado citar a q u í un ex ten so fragm ento de las páginas que dedi ca al tema:
”
P 118.
M lbld . P 123. B altrusaitis, op. cit., pp 127-128. cía f ? " ,a *S czionc P alatina- de la Biblioteca Nacional de Florenncó iñ n. ’ 7 t S C m a n u s c n ,o de Y ule había elegido para editar el texto de Odo• io que constituye un s e n e em peño
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La visión debe relacionarse con los cuentos árabes relativos ;i los boles que producen seres vivos, difundidos a partir del siglo VIH El cuento ha tenido varias versiones. Según unas, este árbol mar.i vilioso de una isla lejana, lleva sobre sus ramas las cabezas de los hi jos de Adán; al amanecer y por la noche grita «wak-wak» y canta himnos al Creador. Para otros, tiene como frutos cuerpos completos de mujer y su reclamos «wak-wak» son un mal presagio. La leyenda se nos cuenta en Los libros de maravillas de India, escritos en el si glo X, en el cual aparece un árbol cuyos frutos, parecidos a calaba zas, ofrecen algún parecido con una cara humana. Pero su primera mención la encontramos en una relación china. T'ong-tien (...) Otra variante figura en el Kitáb al-haiyawán de al-Djahiz (859). en el que el wak-wak produce animales y mujeres suspendidos por los cabe llos. Estas últimas están coloreadas y no dejan de decir «wak-wak.'. Se callan y m ueren cuando se las se p a ra del árbol. Según el Knáb al-dejaghrafiya de un geógrafo an ó n im o de Almería del siglo XII es tas plantas crecen en la isla W akw ak, que se encuentra en el mar de China. Sus hojas se parecen a las de la higuera. Los frutos comien-1 zan a form arse al com ienzo del m es d e m arzo , momento en que se B ven aparecer los pies de las m uchachas. Los cuerpos surgen en el fi mes de abril, la cabezas en el de m ayo. E stas muchachas son mag- 8 niñeas y adm irables. C om ienzan a c a e r a comienzos de junio, y a me- Ij d ia d o s de m es ya h a n d e s a p a r e c id o . Cuando caen, gritan fi «wak-wak»61.
Mandeville no m enciona este árbol fabuloso, mas parece haber visto algo parecido cuando habla del árb o l d e las ocas; los pájaros' viven m ientras están unidos al árb o l, luego «caen en la tierra (,..)f j y no viven más»61*”1. Es en un texto bastante tard ío , en fin, d o nde hallamos algo muy j parecido al wak-wak. Pigafetta, en quien descubrim os siempre un intenso realismo y un espíritu b astan te escéptico, encuentra en la Insulindia un árbol con hojas vivas; Lo que hallé más extraño fu ero n unos árb o les cuyas hojas, al caer, se anim aban. Son sem ejantes a las de m o re ra , o más largas, con pe ciolo corto y puntiagudo, y cerca del peciolo, a ambos lados, tienen dos pies. Si se les toca, se escap an ; p ero al partirlas no sale sangre. G uardé una durante nueve días en una caja, y cuando la abría se pa seaba alrededor; opino qu e viven del aire62.
2. Los árboles del Sol y de la L una están emparentados con el w a k-w a k, pues son árboles p a rla n te s. Según Mandeville63, son es to s los que «hablaron a A le ja n d ro y le significaron su muerte». U leyenda fue conservada por los á ra b e s, que la asociaron a la epo peya de A lejandro M agno desde com ienzos del siglo XI64. Al pnO’ 61 J. Baltrusaitis. op. cit.. pp. 123-124. 6lb,‘ mandeville. p. 161. 62 Pigafetta. p. 108 63 Mandeville. p. 174. M J. Baltrusaitis. op. cit., p. 124. 158
a p io , esto s á rb o le s estab an dotados únicamente de palabra, y en las ilu stracio n es o p o rtu n a s no figuraban cabezas. D espués, de acuerdo con u n a evolución bien comprensible, fueron provistos de ellas; así es c o m o a p arec en en el / .ibr<> de tu\ Maravilléis del duque de B e r r y . L o s á rb o le s de Jesé, el árbol heráldico del Mal66, se re lacionan con e s ta tra d ic ió n . De este modo, la Edad Media adapta también el le g e n d a rio árbol a sus sistemas religiosos y simbólicos (...) I.a planta con cabezas hu manas cam bia constantemente de significación, desde la alquimia hasta los emblemas morales67. Si las p la n ta s p u e d e n d a r fru tos hum anos, d e los h um anos pueden, ig u a lm e n te , b ro ta r ra mificaciones v e g e ta le s . E s al menos lo q u e p a r e c e h a c e r creer, como si d e u n a ilusión ó p tica se tra ta se , un g ra b a d o en madera de la seg u n d a edición de Mandeville h e ch a en A u sg b u rg o por Antón Sorg, d el q u e no h e mos hallado c o m e n ta rio alguno en el texto. 3. O tra c ria tu ra m uy c o n o ci da ilustra la e stre c h a relación existente e n tre los re in o s h u m a no y vegetal: la m a n d rá g o ra . Son sus raíces las que tienen forma hu mana, de h o m b re o d e m u je r, según el caso. No nos detendremos a estudiar aq u í e sta le y e n d a bien conocida y abundantemente ana lizada durante siglos. Se h a lla rá n muy interesantes observaciones y un resumen de los a sp e c to s m ás im portantes de esta cuestión en el trabajo de Ivar H a llb e rg , p p . 213-217. C) M ineral-anim al. Los m inerales, q u e p a re c e n m ucho m enos provistos de vida ani mal que las p la n ta s, p u e d e n ta m b ié n e star animados de una sorda ebullición in te rio r. E n c ie rta s ép o cas del año, las piedras preciosas despiertan a una v id a q u a si a n im a l; hay entre ellas masculinas y fe meninas, y si se d a n c ie rta s co n d icio n es, engendran y conciben, se multiplican según un p ro c e s o sin d u d a tan primitivo como el de los protozoos, que se d iv id e n y re p ro d u c en a partir de una célula informe. 1. Hay una c re e n c ia q u e se re m o n ta hasta la Antigüedad, y que «, w*aSC ' PP D O y 134; ta m b ié n H. O m onr. L e Livre des Merveilles. p. 190 „ Véase J. B altru saitis, o p . c it.. p p . 129. 133-134. i Baltrusaitis. o p . c it.. p. 134.
159
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Fig. 32. Johannes de Cuba, Hortus sanitatis, Mainz 1485 (foto Univer^ bibliothek, Bile). 160
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aparece nada menos que en Plinio: la perlas nacen del rodo. 1: abundancia de rocío y de ostras en una región hace creer que alii se hallarán numerosas perlas. Es una deducción que hace Las Cu sas, resumiendo una idea de Cristóbal Colón: Añade a este propósito que si es derto que las perlas nacen del ro do que cae sobre las ostras entreabiertas, como afirma Plinio, hay razones más que suficientes para hallarlas en estas regiones. En efec to, el rodo es allí muy abundante, y las ostras, muy numerosas y ¡ muy grandes68. Las Casas añade por su cuenta una amplia disertación sobre ¡a I vieja teoría del origen de las perlas a partir del rocío, señalando to-1 das las fuentes antiguas y comentando que quienes tienen dudas I acerca de esta cuestión de historia natural son escritores «moder* I nos y sin mucha autoridad»69. 2. Mandeville, que ha escrito un lapidario, se enorgullece de te-1 ner cierta autoridad en la m ateria, y extiende la sobredicha partí-1 cularidad de las perlas a los diamantes: Y ende crescen así como por las montañas o rocas donde hay menaj de oro. Y allí crescen ellos en uno, según arriba es dicho, y crianse* del rocío del cielo, y ellos los cavan así siempre, y los pequeños son| machos que se aumentan y crescen todos años. E yo he visto mu-1 chas vegadas esto, que hombre los conserva con una poca de la minag de la roca donde ellos crescen. La cual mina falla hombre al ca bo de alto, y mójalos hombre muy a menudo con el rocío de mayo,o, y ellos crescen todavía; y entonces los pequeños se facen grandes y bien gruesos, según su natura, porque así como la perla se engruesa del rocío del cielo, así mesmo se face del diamante70. Si Mandeville ha hecho la experiencia a menudo, no hay razón alguna para ponerlo en duda: el milagro está al alcance de todos. Tal creencia, sin embargo, no es una aberración propia de .Mande ville; se une con el mito de la Terra Mater. Dice Mircea Eliade: Si la Tierra es una Madre viva y fecunda, todo lo que produce es* la vez orgánico y animado; no sólo hombres y plantas, sino también piedras y minerales71. Las piedras son consideradas como embriones de la tierra: Si la tierra es asimilada a una Madre, todo lo que encierra en suentrañas es homologado a embriones, a seres vivos en proceso de n+ duración, es decir, de crecer y desarrollarse72. Las minas son como «la matriz de la Madre-Tierra»73. 68 y 69 Las Casas, 1.135; cf. Oeuvres de C. Colón, Gallimard, n 47. p 1 70 Mandeville, p 104. 71 Mircea Eliadc, Myihes, réves el mystéres, p. 208. 72 y 73 Ibid . p. 209. 162
Bajo apariencias fabulosas e ingenuas, la Edad Media, al negar se a levantar una barrera clara entre un reino y otro, no está muy alejada de la opinión de nuestros primeros naturalistas «científicos». Buffon (His. N aí., Discurso Primero; citado por Robert, Artículo Regne [«reino»]) sospecha que esas «grandes divisiones» no se ha llan en verdad tan separadas unas de otras como suele creerse: Preveo que se nos podrán hacer dos objeciones; la primera, que esas grandes divisiones que consideramos como reales no son, quizá, exactas; que, por ejemplo, no estamos seguros de que se pueda tra zar una línea de separación entre el reino animal y el vegetal, o bien entre el reino vegetal y el mineral... En cuanto a F. M oreau (Introducción, p. 12, Pléiade; citado por Robert, ibid.), va más lejos, al afirmar que A los ojos del naturalista, zoología y botánica son inseparables... Sin embargo, el mundo vivo es tan vasto que los científicos han mante nido, pese a la identidad radical de los dos reinos, el hábito de con servar la distinciones admitidas por los profanos... Esta división en reinos de la Naturaleza es considerada casi como una convención. Hay sin duda diferencias entre una actitud como la citada, que renococe un m argen de interferencia entre los reinos de la Natura leza después de haber constatado y sobrepasado los límites clasifí catenos, y la actitud de la Edad Media, que mezcla en un mismo crisol seres anim ados e inanimados. Pero queda en pie, más allá de ambas actitudes y de lo que las une, una convicción que se impone con vigor: «el mundo vivo es tan vasto...» Que cada quien saque su propias conclusiones, unos en favor de alguna clasificación, incluso errónea, llevados por la necesidad de alguna especie de ordenam iento; otros, en favor de una prolife ración y de una interpretación, llevados por la necesidad imagina tiva, y también porque la vitalidad de la Naturaleza se impone con demasiada fuerza.
163
v il. M
A)
ezcla d e sex o s
,
d is o c ia c ió n
d e
sexos
Mezcla de sexos:
Fig. 34.
Andrógino.
1. La mezcla más conocida es la del andrógino, que es a lava macho y hembra (figuras 34 y 3 5 ). H artm ann S chedel ofrece dos ejemplos en su Chronica Mundi. 2. Una variante más com pleta; existen seres con d o b le sexuafr dad, y según el caso, utilizan un órgano u otro para reproducirse Hay en otra isla unos hombres y mujeres que se tie n e n en unop*’ gados, y no tienen más de una teta. E tienen m ie m b ro s de hombrt y de mujer cada uno dellos; y usan de aquel que q u iere n , y el para como mujer, aquel se empreña y pare h ijo s (Mandeville™ B)
Disociación de sexos:
1. Desde los tiempos antiguos existe la leyenda de las «isla cho» e «islas hembra», como las llama M arco Polo75. En esasis* 74 Mandeville, p. 132. 73 Marco Polo, capítulo 192, pp. 456-458.
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F ig . 35.
Fig. 36
A n d ró g in o .
Fig. 37
cada sexo vive se p a ra d o u n o del o tro ; en una habitan los hombres, en otra las m ujeres. L os p rim ero s pasan tres meses en la isla de las mujeres (m arzo, ab ril y m ay o , según M arco Polo), tras de lo cual regresan a la suya. Si las m u je re s traen al mundo varones, los en vían a la isla de los h o m b re s. 2. Es leyenda la a n te rio r próxim a a la de las amazonas si bien ni Marco Polo, J o u rd a in de Séverac ni Mandeville utilizan tal pa labra a propósito d e esas m u je re s isleñas, que al igual que las ama-
zonas son terribles guerreras. P edro M ártir de Anglería dice a, narrar el segundo viaje de C olón 76 que si se las persigue, se defienden con flechas, con las que son muy h. biles y certeras. En todo caso, el propio C olón creía firm em ente en esta leyen d a, como atestigua este pasaje suyo77: Dijéronle los indios que por aquella vía hallaría la isla de Matmir, que diz que era poblada de mujeres sin hombres, lo cual el Alrr rante mucho quisiera por llevar diz que a los Reyes cinco o seis de ellas (...), mas diz que era cierto que las había. Esta segregación recuerda uno de los aspectos de la leyenda de los cinocéfalos; el paralelo hom bres/m ujeres-perros/m ujeres permi te ver acaso en estas dos historias un elem ento c o m ú n , ante la apa rición de una expresión simbólica del sistem a de oposición natuuleza/cultura. Los cinocéfalos, salvajes que com en cosas crudas, c acoplan periódicamente con m ujeres herm osas y civilizadas (saben cocer sus alimentos, lo que indica un estadio más evolucionado! Los varones nacen cinocéfalos; las hem bras, to ta lm e n te humanas Marco Polo, que ha visitado las «islas m acho» y las «islas hembra», no vio cinocéfalos. A n o ta que los h a b ita n te s de estas is las, hombres y mujeres, son cristianos bautizados, y se atienen a la fe y las costumbres del Viejo Testamento7*. Marco Polo no dice esto como explicación a tan extraña sepa ración, mas podría servir, en p arte, com o tal, y los hechos son dig nos de tenerse en cuenta: pues cuando una mujer está en cinta su marido no vuelve a juntar# con ella hasta que pare ; y aún después sigue apartándose de elladu rante otros cuarenta días79. N ueve meses de gravidez: no quedan sino o tro s tres de poslblí cohabitación.
76 En Voyageurs Anciens el M odernes. t III. p 144. 77 C olón. Primer Viaje, miércoles. 16 de enero de 1493: pp 131-17M M arco Polo, capítulo 192. p 456. w Ibid.. p 456 166
VIII. H ibridación D esignam os con este término genérico de hibridación a todos los seres constituidos po r elementos anatómicos dispares que alte ran el aspecto físico norm al. No es térm in o utilizado aquí en su sentido estrictamente bioló gico. Se llam a hibridación a un cruce entre sujetos que difieren al menos en la variedad. En la práctica, las hibridaciones entre variedades, especies diferentes, son corriente: entre géneros distintos son extremadamente raras80. Se excluye, en to d o caso, que la copulación entre un ser huma no y un anim al p u e d a ser fecunda. Los monstruos «híbridos» más frecuentes son, precisam ente, seres en que se mezclan elementos humanos y anim ales. Se trata de una tradición tan sólidamente an clada en la im aginación que Robert no puede por menos de citar este pasaje de J. C aries81: Una leyenda muy difundida en ambientes populares explica el ori gen de los monstruos por medio de hibridaciones fantásticas atesti guadas por narraciones en que la precisión aumenta conforme se ale jan de su fuente. Los gametos humanos no se sienten más atraídos por los gametos de otras especies que por las motas de polvo... Ello es cierto no sólo por lo que a los animales domésticos se refiere, sino también con respecto a los monos, pese a lo que puedan decir los periódicos de la tarde. El tem a de los p arto s monstruosos pertenece a todos los tiem pos y a todas las culturas. Plinio explica (Hist. Nat., VII.2) el na cimiento de criaturas m edio humanas medio animalescas por la co pulación de seres hum anos y de animales. De igual modo explica Plutarco la existencia de m inotauros, silvanos, egipanes, esfinges y centauros. Los partos m onstruosos eran asunto corriente durante la Edad Media, de éxito creciente hasta llegar al paroxismo en el siglo XVI, cuando hicieron las delicias de Licóstenes, André Thévet, Conrad Gessner, Sebastian M unster, Ambroise Paré y otros cosmógrafos o naturalistas m uy serios. Los grabados que ilustran las obras de es tos autores re p re se n ta n seres «reales» que tienen, como todo el mundo, fecha y lugar de nacimiento. Si la «hibridación» e n tre hombre y animal es extremadamente frecuente, la que se p roduce entre animales de especies y géneros diferentes ha conocido tam bién éxito prodigioso. Son estos dos sis temas, llevados h asta sus límites más extremos, los que hacen de Dictionnaire e R o b e n , artícu lo «Hybridation». J. C aries, L a F écondation. V. p. 103 (edición PUF).
167
los monstruos del Bosco criaturas ta n originales, en las que las po sibilidades de renovación son infinitas. A ) Los m onstruos híbridos de anim ales diversos son muy va riados, y la imaginación puede dedicarse a ellos hasta la saciedad siendo ilimitado este m étodo de «fabricación», no es posible aden trarse en su mundo. 1. Para dar una idea, b astará o frecer a la reflexión del lector un artículo publicado en cierto diario regional con fecha del 18 de fe brero de 1974; desde la E dad M edia, el gusto apenas ha cambiado y los métodos de com posición son los m ism os: Un monstruo que sería una curiosa y espantosa mezcla de león, leo pardo y perro, aterroriza desde hace cuatro meses a los habitante' de la región de Bungoma, 480 kilómetros al oeste d e Nairobi, en Kenya. El terror producido por «el monstruo de Bungoma» ha provocado la movilización de los guardas forestales de una comarca agrícola de 130 kilómetros cuadrados. Según los habitantes de las aldeas, cente nares de cabras, corderos, vacas y perros han sido víctimas del monstruo. De acuerdo con las descripciones hechas por los indígenas, el animal en cuestión tiene las garras y la ferocidad del león; los dientes, cue llo y cabeza del tigre; las manchas amarillas y negras del leopardo, y el instinto olfativo del perro... Así term ina el artículo; su a u to r, aparentem ente, no ha sentido la menor necesidad de poner algún distanciamiento ante un hecho tan «diferente»: el últim o párrafo p o d ría h ab er sido escrito literal mente por cualquiera de nuestros au to res medievales. 2. León A fricano82, citando las narraciones de historiadores de Africa (pero la receta no es exclusiva de ese continente), escribe que, en ocasiones, el águila se ap area con la loba; la gravidez de ésta es tan m onstruosa, se hincha hasta tal punto, que acaba por reventar: n’esce fuori un dragone, il quale ha il rostro le ali di ucello, la coda di seipe, i piedi di lupo, et il pelo pur di serpe macchiato di diuersi colorí. («Y nace un dragón, el cual tiene cabeza y alas de pájaro, colade serpiente y patas de lobo, y piel de serpiente tachonada de colore1 diversos»). A ñade el autor que no ha visto personalm ente tal criatura, pe*0 non dimeno é fama publica per tutta l’Africa, che si vide que110 mostro. («sin embargo, es fama pública en toda Africa que tal monstruo p1^ de verse»). 82 E n R am usio. t. I. fol. 102B.
D e m ás so b ria com posición, pero de reputación universal es el grifo, uno de los m ás célebres animales híbridos: A lgu no s dicen que los grifos tienen el cuerpo como águila delante y detrás com o león; y dicen en ello verdad, mas su cuerpo es mayor y más ancho que del león y más fuerte es que cien águilas (Mandeville83).
P ara e sta categ o ría de monstruos, basta el expediente de citar alguna c ele b rid a d , com o la manticora. con triple fila de dientes, ojos v erd es, ro s tro y orejas de hombre, color rojo sangre, cuerpo de león, cola de escorpión, voz que parece un concierto de flauta y tro m p eta, d e gran rapidez, y que se alimenta con preferencia de carne h u m an a. (L a descripción más completa, en Plinio, Hist. Nat., V III.75). B) C u a n d o el procedim iento se reduce al mínimo, los anima les se co n ten tan con cam biar de cabeza. Según Jourdain de Séverac84, los cocodrilos tienen «cabezas como de puerco» (caput hahentia sicut p o r c i), y A nto in e de La Sale85 ofrece una imagen sor prendente de la fau n a subm arina islandesa: Se ven allí pescados monstruosos muy maravillosos, pues por delan te unos tienen aspecto de caballos, otros de bueyes, otros de cier vos, otros de cabras, otros de perros, y otros parecen hombres y mu jeres de cintura para abajo, y de cintura arriba tienen escamas.
C) H íbridos de ser hum ano y de anim al. 1. E n tre los m ás ex trañ o fi guran los m o n stru o s con dos cuerpos, uno h u m a n o y o tro ani mal. Según J a c o b o de la V orá gine, en el siglo X II nació un monstruo m itad h o m b re m itad perro: E n España, una m ujer trajo al m undo un m onstruo que tenía dos cuerpos; los rostros m iraban cada uno al lado contrario, y los dos cuerpos parecía que estaban como soldados. P o r un lado era un hombre com pleto, con todos sus m iem bros; p or el otro te nía la figura de un perro, con c u e r p o y m i e m b r o s de perro86. M an d ev ille, p. 163. Jo u rd a in , c a p ítu lo 3 , p. 44. A. de La S a le . L a S a lu d e , p. 134. L eyen d a D o ra d a , t. II p. 469.
Fig 38
169
Schedel describe un monstruo constituido según un sistema me nos completo: Monstrum quoddam gemini corporis mulier peperit ante h a b c n s í;. ciem hominis, retro canis. («Una mujer trajo al mundo un mostruo con dos c u e r p o s , por de lante con rostro humano; por detrás, de p e rro »).( f i g u r a 3 8 ).
2. Seres humanos con cabeza de animal. En nuestros días, uno de los más conocidos es el minotauro, pero en la Edad Media entre los más célebres figuraban lo s cino céfalos. Es categoría muy difundida por todo el mundo, y pueden incluirse en ella todas las divini dades egipcias, como Anubis, el dios-chacal (muy cercano a los cinocéfalos); Amón, el dios con cabeza de c a rn e ro ; H o ru s, con cabeza de toro; etc. En la época de Marco Polo podían verse ídolos tales en Chi na, Catay y Mangí: unos ídolos con cabeza de buey, otros con cabeza de cerdo, otros de perro, otros de cordero y aún otros mu chos de diferentes formas y maneras (Marco Polo87).
Fig. 39
En la imaginería religiosa hay representaciones de estos «monstruos». Existen más concretamente incluso en la escenificación df los dramas litúrgicos —o misterios— de varias civilizaciones de la Antigüedad: las danzas con máscaras de los magos o d e lo s medíCine-men** tienen lugar desde la prehistoria. En las r e p r e s e n ta c io nes de los mitos, los actores visten a menudo como animales y lle van máscaras apropiadas. A este respecto, la gran enciclopedia ate* mana Musik in Geschichte und Gegenwart ofrece datos específicos en su artículo liturgische Drama**, e incluye una fotografía d e una máscara que representa a un chacal —cuyo parecido con un peff0 es sorprendente— , procedente de Egipto. También en la Antigüe* dad prácticas tales se conocen en las civilizaciones asiriasHg M arco Polo, capitulo 164, p. 384. • En inglés en el original (N ota del T raductor). K" M usik in Geschichir und Gfgenwarr, especialm ente pp. 1010 y 1011. ¿ l*v A rm and Machabcy, citando una decena de obras sobre religión y mag¡* ^ rías relacionadas con himnos, letanías y encantam ientos, schala que «se poiuldn relieve en estos trabajos algunos pasajes relativos a la danza ritual, que p¡*ríCÍ^ Susa (vasijas pintadas de hacia el arto 3000 a de C ), en Chazar-Bazar (d»1'1* 170
™n^?fvLíí,r^í ^enosotros' en fin, se encuentran santos cristianos e animal; es el caso de ciertas representaciones de los ciiaíro evangelistas, así como, más en especial, el de San Cristóbal. Señala Cj. Lascault a propósito de los cinocéfalos que existe una curiosa imagen en ciertos iconos, un San Cristó bal con cabeza de perro; L. Réau90 presenta ejemplos de este «Cristóbal cinocéfalo desde un códice del siglo XII hasta los iconos populares del XIX»91. Este tipo de composición monstruosa puede emplearse igualmente como alegoría: un ser humano con largo cuello y pico de pájaro, que aparece en la obra de Schedel sin comenta rio alegórico, puede interpretarFig 40 se, de acuerdo con convenciones que se remontan al siglo XII, como una imagen de la sabiduría. Indica G. Lascault que en el Livre de Sidrach (de hacia 1285) se dice que el hombre debe tener cuello de grulla, largo y nudoso, con objeto de que tenga tiempo de reflexionar antes de comenzar a hablar N*. Pero se trata de casos aislados: los seres humanos con cabeza de ani mal aparecen en la imaginación mítica desde las más antiguas civi lizaciones y llegan hasta nosotros. Los cinocéfalos gozaron de una popularidad extraordinaria; con variantes ocasionales, hablan de ellos todos nuestros autores. Al tra tar de la isla de Agamán, en la India, Marco Polo escribe,,2; Pues en verdad os digo que todos los habitantes de esta isla tienen cabeza de perro y dientes y ojos como los de este animal (...), son gentes muy crueles, que se comen crudos a cuantos hombres pueden capturar...
sacerdotes con cabezas de pájaros; hacia el 4000 a. de C.). en Ur (hacia el 2700 a. laleC *’ C63* E” Musicolo&ie' J Chai,lcy- capítulo VI. -L Antiquité Orion-
L. Réau. Iconographie de l'ari chréüen, 1IM, p. 310. O. Lascault, op. cít Véanse también pp. 229 y 305.
fbid., p . 293.
2 Marco Polo, capítulo 175. p. 402. 171
Es la descripción básica, a la que Jourdain de Sévcrac añade que las amantes de tales criaturas son fam osas por su belleza, y Plan de Carpin que tienen pezuñas de buey y que su lenguaje es en par te humano y en parte canino: Pronunciaban escasas palabras al modo humano, el resto era com< un ladrido de perro, mezclando aquéllas y éste para hacerse en tender93. El rey Hethoum habla de sus acoplam ientos con mujeres y de las criaturas que de ellos nacen94, y señala que si bien «ellas son ra zonables, a la m anera hum ana», ellos, los cinocéfalos, son «sin ra zón». Odorico 95 pretende que en la isla de Vacumerán (sin duda Nicobar) «las gentes tienen rostro de p erro , tanto los hombres come las mujeres», extendiendo así este fenómeno a los dos sexos, y Mandeville96, al contrario que Hethoum, afirma que «son razo nables y de buen entendim ien to». Añada que adoran «a un buey así como a su dios, y cada uno lleva un buey de oro en la frente como a su dios». Les atribuye también cos tumbres antropófagas. Colón, interpretando infor maciones proporcionadas por los indios (y ya se sabe hasta qué punto tales interpretaciones son personales), asocia cíclopes con cinocéfalos, y les dota de una fe Fig. 41 rocidad aún mayor que los d e más autores: Entendió también que lejos de allí había hombres de un ojo yotros con hocicos de perros que comían los hombres y que en tomando uno lo degollaban y le bebían su sangre y le cortaban su natura' Hay pocos monstruos que se presten a variaciones tan numeré sas, lo que prueba la riqueza y la importancia de este mito 3. Animales m onstruosos con cabeza o tronco humanos Entre los más célebres figuran los sátiros, pero nos ocuparemos de ello5 al tratar de los hombres salvajes. V3 Plan de Carpin; Bergeron, col. 48; Soc. Géo., p. 678. 94 Nouveau Journal Asiatique, t. X II, p. 287. 9i Odorico, V y u u i l W i capítulo XVII, ” * * * p 201.. 9 6 Mandeville, np. 1127. 01 Colón. Primer Viaje; dom ingo, 4 de noviembre de 1492; p. 54. 172
*»w ^u4iw > /aacaia/icucorron/a raopcdtDtw* S t inm te g o m a bomínum/cflput bocee amnum
C erera ín bum ano ccnpoic mcmbza geriu Fig. 42
a) Animales monstruosos con cabeza humana: Para Dante, tales criaturas son el símbolo mismo del mal y la encamación de Satán98: Y del fraude la fétida quimera vino, y posó en la orilla testa y busto sin dejar que la cola se le viera. Su faz era la faz de un hombre jus to, tan benignos sus cueros parecían, mas era de reptil el resto adus to: pelos en ambas garras le nacían... Más anodinos son los monstruos de las crónicas. Informa Jacobo de la Vorágine que hacia 1107, en la parroquia de Lieja una cerda trajo al mundo un puerco con ros tro humano99. Criaturas semejantes aparecen en Licóstenes y en Ambroise Paré. Sébastien B rant 100 habla también de un niño monstruoso na cido en Italia: De puero quadrupede in agro florentino ex equa nato.*10 Dante Infierno, canto XVII. w.7-13; p. 94 edición espartóla atada Leyenda Dorada, t. II, p 469. 10 S. Brant, Fables d'Esope. fol. 198r. 173
B e puero q u a d ra p c d e in a g ro flo :É tm o q :c q u a n a t 04 Fig. 44 Emitía vagidos humanos. El campesino que lo encontró le corto la cabeza, «horrore atque abominatione». En el grabado oportuno sin embargo, el rostro del campesino es bastante menos tierno ^ el del «monstruo». En fin, la leyenda de las bestezuelas de Odorico (retomada^ Mandeville) nos lleva a un universo más maravilloso. Cuenta Od? rico en el capítulo XXII de su libro 101 su visita a un monasíf^ 101 O d o n c o , c a p í t u l o X X I I , p . 2 9 9 .
budista, donde, acompañado por un religioso, se encuentra con esas criaturas. La aventura es narrada con tanta vitalidad y encanto, que el episodio merece ser citado por entero: El religioso me condujo a cierto lugar y me mostró dos grandes va sijas llenas de restos de comida, que estaban sobTe la mesa; después abrió una puerta que daba a un jardín y me llevó hasta un monteci11o que había en medio de dicho jardín. Agitó una campanilla, y a su sonido bajaron del monte hasta tres mil bestias, que tenían rostro como humano, parecido al de las marmotas. Fueron bajando muy or denada y apaciblemente. El sobredicho religioso puso la comida en vasijas de plata, delante de las bestias, y cuando éstas hubieron co mido hizo sonar otra vez la campanilla y todas regresaron adonde ha bían venido. Yo lo tuve por gTan maravilla. Pregunté de qué se tra taba. Me respondió que eran las almas de hombres nobles, que des cansaban allí por el amor de Dios. Yo le censuré duramente tal creen cia, diciéndole que no se trataba de almas de seres humanos, sino que eran bestias irracionales, pero por muchas cosas que pude de cirle, siguió creyendo que eran almas de hombres nobles... De todos modos, no cabe duda de que lo mismo para el fraile occidental que para el monje oriental, tales bestias tenían rostro hu mano. En lo único que no se entendieron fue en la interpretación del fenóm eno.
r
Fig. 45.
eos
L i v r e d e s M e rve iile s,
fol 109 v e n o
Piensa H. Cordier que podría tratarse de una especie de macao semnopitecos, y recuerda que los monasterios budistas aco175
gen a m enudo a diferentes a n im a les102, particularm ente a |(Jv m onos. La m iniatura, con to d o , los a sem eja m ás a puercos qui m onos, y extrapolando, los d o ta n o sólo de rostros humanos. sin, tam bién de cabezas hum anas. b) M onstruos con tro n co hu m an o :
23c fpbtnge el cúie cnigmatc^; Status Fig. 46.
Esfinge.
M andeville, cuya ardiente im aginación no retrocede ni amelas m ayores audacias, hace una descripción de los hipopótamos que es candalizaría a los centauros de la m ás pura tradición: En aquesta tierra hay animales llamados «hipotom cs», los cualesson medio hombre y medio caballo. Y c u a n d o ellos alcanzan alguna per sona, ellos se la comen103. En fin, las sirenas con cola de pez y las m u jeres-serpiente cons tituyen un rico tem a que ha alim entado la tradición popular \ los cuentos durante siglos. A sí la leyenda de M e lu s in a (relacionada con la de las guivres, wivres o vuivres: tienen en la frente un extraordi n ario y codiciado carbunclo, del que se despojan para bañarse, pero ¡ay del que se acerque! Son «diosas» de las fu e n te s, según viejas creencias célticas, pero se llega hasta dotarlas d e alas y del poder de volar). 102 O dorico. nota 14 de H. C o rd ier, pp. 332-333. 103 M andeville. p. 163. 176
Fig. 47.
Centauro.
La leyenda de Melusina habría aparecido por vez primera en for ma novelesca en La noble hystoire de Luzignen, de Jean d’Arras, de hacia 1392-1393, en que se traza la genealogía de los Lusignan. Mas el tema es anterior a esas fechas; se halla ya en Gervais de Tillbury y en Vincent de Beauvais, que lo sitúan en otros países. Me lusina es un hada; el caballero de Lusignan se la encuentra cierta noche junto a una fuente; se casa con él y promete hacerle neo con la única condición de que jamás intentará verla los sábados. Acep tado el trato, va en aumento la fortuna del caballero y nacen varios niños de tal unión. Pero un día, un sábado precisamente, corroí do por las sospechas, el caballe ro espía a su esposa y la encuen tra en el baño: es enconces cuan do descubre que Melusina es medio mujer y medio serpiente. Se produce así la caída y la se paración: Melusina huye, y la le yenda ofrece finales diversos. H. Dontenville resume así el de Jean d’Arras:
Fig. 48
177
Sin embargo, de manera bien aorprendenfe, la «condcnmln» m-up, ra por la* noches una forma a medius humana y acude, si» s;il>rj|l su desolado marido, a dar el pecho a sus dos hijos más pcqunWY Dontenville explica de este modo la correspondiente mm¡, tura det manuscrito: Bajo las arcadas sostenidas por gráciles columnas, M c lu s in n , nil» • desnuda, se acerca a uno de sus hijos; su larga cola de p la ta van se apoya en un bello pavimento que parece un tablero d e l jucgi>.:: damas; con una mano acerca el pecho al niAo, mientras q u e pasan cuidado el otro brazo por debajo de la almohada, para levantarle poco la cabeza. El artista, sin embargo, se ha inspirado en la mujer pez, no en la mujer-serpiente104105. La leyenda no pertenece únicamente a nuestro folklore. Ha doto explica el origen del pueblo scita en el libro IV de s u s Hts: rias: de una pasajera unión de Hércules con una criatura medio ni:: I jer medio serpiente, a la que encontró en la cueva de un bosque I habrían nacido tres niños; el último de ellos, Scita, sería el trota I de su nación. Estos monstruos con torso humano (esfinge, centauros, sirena' I melusinas) son, como los sátiros, símbolo de una sexualidad fuerte I y primitiva. No es posible tratar aquí con más detalle un tema tai I extremadamente rico. La serie se enriquece aún más si se incluyen en ella los mons I truos humanos dotados de atributos animales varios, o simplemen-1 te de carácter salvaje que no se traduce en particularidades ana-1 tómicas. De modo objetivo, se trata de una sola y única categona; a con todo, estos monstruos de nuevo tipo no responden exactamen- j te a la idea de hibridación, y aún más, constituyen un género tani original y rico que merece ser estudiado aparte. IX .
M o n st r u o s c a r a c t e r iz a d o s p o r
u n a a nim a lid a d
I
TODOPODEROSA (H O M B RES SALVAJES)
Desde la Antigüedad hasta nosotros, el tema de los hombres^' vajes ha gozado de una notable continuidad; alimenta la leyendatanto como sucedidos diversos, las crónicas y la ciencia. El hombre salvaje se define por sus costumbres y por su físico La primera de sus características es que se comporta como una N5' tía, y ello por varias razones: A) Por razón de su «habitat»: (, 1. Ello se aprecia con claridad en una descripción de trogl001 tas hecha por Ricold106:
Habítant cornmumtcí Mib lena ad rnoriurn falnarum. hti egrediunCUT tic cutirnos (erre quasi muies («Habitan generalmente debajo de tierra, como topo». Salen de *u» cuevas subterráneas como ralas»), Es de notar que estas frases se hallan directamente encadenadas; el carácter animalcsco es sentido de modo tan intenso que queda expresado en dos imágenes cercanas, pero diferentes: quienes ha bitan bajo tierra como topos, se «transforman» en ratas cuando sa len de sus cuevas. 2. En su evangelio (8.27), Lucas menciona un hombre salvaje poseído por los demonios: que ni sufría ropa encima ni moraba en casa, sino en las cuevas sepulcrales. La señal de su curación: junto a Cristo, «sentado a sus pies, ves tido, y en su sano juicio»*. La desnudez no es necesariamente in dicación característica del hombre salvaje, mas aparece muy a menudo. B) Por razón de la ausencia de organización social o religiosa: Según Marco Polo107, en la «Provincia de la Oscuridad» las «gentes no tienen señor (...), viven como animales», y en las mon tañas de la Java Menor «son como bestias» y no tienen una religión coherente108: Una gran diversidad de cosas reciben su adoración; pues cuando se levantan por la mañana lo primero que ven lo adoran como si fuera un dios. Resulta evidente que esas gentes no son, en modo alguno, hom bres salvajes, en el sentido estricto del término; es el desprecio de los más civilizados el que les atribuye esa característica bestial. Bes tialidad que para Marco Polo reside en el hecho de que viven sin ley: son como bestias y carecen de religión109. Y distingue perfectamente la diferencia que existe entre esas gentes y las criaturas que, en ese mismo país, se intenta hacer pa sar por hombres salvajes, lo que se lleva a cabo empalando monos muy pequeños que tienen un rostro tal que parecen hombres: Mar co Polo denuncia tal superchería sin complacencia alguna. |o7Lucoí, 8.35 (Nota del Traductor). iog Marco Polo, capítulo 221, pp. 515-516. ,09 iJ arco Po,°- capítulo 169. p. 393.
y ios h . Dontenville, Mythologie Frangaise. p. 221. i0b Ricold, capítulo VIII, p. 114. 104
179 178
C) Bien diferentes son. por ejemplo, los hombres salvajes, critos por Schiltberger: pertenecen a la «raza» que sirve de sm de estudio a los naturalistas. Tras haber hablado de su físico, Sdi berger precisa su descripción: Sie lauffen and wie andere wilde Thier in dem Gebirg umb w nichts anderss den laub und grass und was sie ankommen (Seto berger110). («Van por la montaña como los demás animales, y no se alimerra sino de hojas, de hierbas o de lo que pueden encontrar»). Caminan a cuatro patas y se alimentan de hojas y de hierba* (como Nabucodonosor cuando quedó reducido al estado anima y se comportan «como los demás animales», dice Schiltberger. quie al utilizar esta expresión incluye a unos y a otros en la mism. categoría. D) La alimentación es una referencia importante: si hay hom bres salvajes inofensivos y vegetarianos, existen otros mucho m* temibles. Marco Polo cuenta 111 que en la Java Menor, donde pas' cinco meses, se vio obligado, junto con sus compañeros, a construí: una especie de campo fortificado: por temor de los animales y de aquellas gentes malas y bestiales quí devoran a los hombres. Pigafetta dice 112 haber oído contar que en las Molucas existía' «hombres velludos» llamados beneyanos: cerca de un río había unos hombres velludos, grandes guerreros \ rv celentes arqueros, armados además con dagas de un palmo de lar:: y que cuando cogen a algún enemigo se le comen el corazón crudo con zumo de naranja o de limón. Como se ve, estos salvajes son más gastrónomos de lo habitúaOcurre que leyenda y realidad se entremezclan. Así, Marco Polf afirma 1 que en la isla de Angamán, cerca de Java, viven gente* que son «como animales» y que tienen cabeza de perro y dientes y ojos como los de este animal, yno j béis dudar de esto que os digo, pues puedo aseguraros que susc» ¡ bezas son en todo similares a las de los más grandes mastines i son gentes muy crueles, que se comen crudos a cuantos hom bres p-‘ ¡ den capturar, siempre que no sean de los suyos. 1.0 1.1 n2 1,3 180
Viaje de Schiltberger; cf. infra, n. 139: Marco Polo, capítulo 170. p. 395. Pigafetta. p. 110. Marco Polo, capítulo 175. p. 402
Los cinocéfalos se llevan bien con el salvajismo y la antropofa gia. El del hom bre salvaje es, sin duda, un tema pleno de recursos E ) S u físico ofrece también variantes: Según M andcville114, en un desierto del reino del Preste Juan
hay — «muchos hom bres salvajes de bella forma, y no fablan cosa, sino que gruñen como puercos, c tienen cuernos en la cabeza». Ade más, en una isla, — «hay gentes que tienen los pies como caballos, y son muy po derosas gentes y grandes corredores; porque corriendo, toman las bestias salvajes y se las comen»115. Es característica habitual de los hombres salvajes cazar a la carrera de anim ales también salvajes. Estos hom bres cornudos y horribles, estos seres con pezuñas de caballo, estarían muy próximos a la familia de los sátiros, que tam bién han sido considerados como hombres salvajes: cornudos, con pezuñas de cabra, a m enudo peludos y de color rojo, viven en bos ques, m ontañas o desiertos, según los climas. Encontrarse con un sátiro no d eja de tener sus problemas, como veremos depués. — D e hecho, las criaturas que merecen más auténticamente el calificativo de hom bres salvajes, quienes han pasado a la postendad con tal n o m b re, son seres peludos y, a menudo, provistos de rabo. A m bas características pueden existir simultánea o sepa radamente. Tanto M arco Polo como Mandeville pueden iniciar el tema con estas constataciones, que se incluyen una junto a otra: lle n o d e a n im a le s d e m u ch as y m uy diversas especies, monos sobre to d o , a lg u n o s d e e llo s ta n g ran d es y de tan extraña constitución que p a re c e n h o m b r e s 116. G e n te s que a n d a n a c u a tr o pies, y son todos pelosos e súbense por los á r b o le s m u y p re s ta m e n te , com o xi fuesen simios117.
Según M arco P o lo , se trata de monos que parecen hombres; se gún M andeville, de hom bres que parecen monos. Ambos puntos de vista ponen de m anifiesto y de modo inmediato la ambigüedad de la cuestión. Lo que los viajeros encuentran y califican como hombres salva jes, hom bres con rab o , son, casi siempre, monos de diversas espe cies. Ello no sim plifica el problem a; tanto para los antiguos como para el hom bre m edieval resulta difícil trazar una frontera clara en tre el ser h u m an o y ese anim al evolucionado que es el mono. El cual, en efecto, se co m p o rta a menudo como el hombre; es su imi1,4 M andeville. p. 166. 1,3 M andcville, p. 131. 1,6 Marco P olo, capítulo 184, pp. 447-448. M andeville, p. 137. 181
tador más cercano, como indica este grabado tomado de S Afirma Aristóteles118que monos, babuinos y cinocéfalos son^ naturaleza tal que «tienen algo a la vez del hombre y de los^ drúpedos». Son así seres situados en los límites de las dos lezas», y se les puede clasificar en la categoría intermedia de * bres salvajes». "* Aristóteles, Hist. Anim.. II.4.
Fíg. 51
El hombre salvaje más famoso, aquel cuya representación ten drá más largo éxito y que aparece a través de las obras científicas del siglo XVI, surge por primera vez (por lo que nosotros sabemos) en el / t in c r a r iu m H ie r o s o ly m ita r u m de Bernhard de Brcydcnbach (1483). Se trata de un grabado con diversos animales, curiosos o monstruosos; el hombre salvaje no ocupa aquí sino un modesto lu gar, en la esquina inferior derecha119, y más modesta es aún la le yenda que le acompaña: n o n co n sta t de nom ine («no consta el nom bre»). Este ser sin nombre es una mujer de largos cabellos, vellu da, dotada de una larga cola. Se trata de una especie de pitecán tropo cuyo rostro aparece desprovisto de pelo, al igual que las pal mas de las manos (detalle que señala Mandeville al hablar de una isla «cuyas gentes son velludas, excepto el rostro y las palmas de las manos»1"0). Cf. s u p r a , figura 6. Para nuestros viajeros, estos seres seguían siendo hombres: hay en aquel reino unos hombres que, aunque no tienen pelo, les cre ce un rabo de más de un palmo de longitud. Hay allí muchos de es tos que viven muy lejos, en las montañas, no en las ciudades; y su cola es de un grosor similar a la de los perros121. 119 Cf. supra. capítulo II, figura 6. 120 Mandeville, capítulo 32, p. 401 de la edición citada por el autor. 121 Marco Polo, capítulo 172, p. 399. 183
Es «sí como se crea la leyenda de los «hombres con rabo., ( u. lo muestra un grabudo de Mandeville (figura 52), son seres hu manos, con la única particulari dad de estar dotados de un ex traño apéndice caudal. Entre las islas que Colón hubiera querido visitar, «una de ellus se llama Aván, y es en ella donde nacen los hombres con rabo122». Para Colón, estas islas inexploradas figuran entre otras que suponen otras tantas visitas fallidas: es donde habitan los cinocéfalos, los cíclopes, las mujeres solas (esas «amazonas» que no tienen nombre). Fig 52 Los hombres con rabo for man también parte de una serie de monstruos míticos. En el $w ma Naturae de Linneo, «el hombre con rabo se sitúa entre lasti mas del homo monstruosus»123. —Los hombres salvajes figuran desde la Antigüedad en la pe queña historia. El periplo de Hannón (siglo V a. de C.) cuenta, episodio de la navegación en que los marineros pudieron apodera se de tres mujeres salvajes, «horribles y enteramente peluda*”.; duda gorilas. Después de matarlas, llevaron su pieles a Cartago.p.. les que inmediatamente fueron consideradas como pertenecientes la Gorgona, y depositadas en el templo de Saturno; allí estaban.to davía a la caída de Cartago. Plutarco (Vidas de hombres ilustres: Sila), traducido por Ame en 1567, relata que cerca de la ciudad de Apolonia, en un parque consagrado a las Ninfas, apareció un sátiro dormido: Fue conducido ante Sila, e interrogado utilizando todos los tmeb manes que tenía a su disposición, pero no respondió nada que rdiera ser entendido; únicamente emitía una áspera voz mezclada c" relinchos de caballo y balidos de macho cabrío: de lo cual Sila se ma ravilló, sintió horror y ordenó que se lo llevaran de su presenc; como cosa monstruosa124125.
Cuenta Colón en la Lettera rarissima125 un cruel episodio lid10 de enseñanzas acerca del espíritu de la época: Un ballestero había herido una anim aba, que se parece a unp'1' paúl, salvo que es mucho más grande, y el rostro de hombre: tíiwf 122 Colón, Primer Viaje, carta a Luis de Santángel: Gallimard. p. 184 ,2J F. Tinland. L'homme sauvage. p. 91. 124 Jbid., p. 34. 125 Colón. Cuarto Viaje, p. 199.
184
•travesado con una saeta
Ocurre entonces algo muy «divertido» para quienes presencian la escena; C olón azuza contra esa criatura una especie de «puerco* lla mado begarc: en llegando a él, así estando a la muerte y la saeta siempre en el cuer po, le echó la cola por el hocico y se la amarró muy fuerte, y con mano que le quedaba le arrebató por el copete como a enemigo. El auto tan nuevo y hermosa montería me hizo escribir esto. Esta «herm osa m ontería», que demuestra el innoble salvajismo de ese ser herido y m utilado, revela, al propio tiempo, que los es píritus de la época se hallaban bien templados, y oue el gusto por monstruosidades y atrocidades no se había dulcificado en nada. — ¡Ay de las criaturas salvajes así capturadas por los hombres! C. Gessner inform a que en 1531 se encontró en un bosque de las cercanías de Salzburgo un ser peludo, de un color rubio rojizo, en teramente salvaje («ganz wild»), el cual no quería ver a nadie y se escondía por donde podía. Como rechazaba toda comida y bebida, murió a los pocos días de su captura («starb derhalb in wenig tagen nach dem es gefangen»: lacónica información; fin del artículo). Des cripción tan sum aria no coincide con el grabado extremadamente elaborado que la ilustra, lo que prueba hasta qué punto la fantasía del artista puede dispararse a partir de algo tan banal y poco evocador (figura 53). El nom bre q u e G essner da a esta criatura es el de Forstteüfel, «diablo de los bosques», no porque se parezca al demonio tal como éste suele ser rep resen tad o , dice, sino porque este ejemplo mues tra, quizá («villeicht») que la condenación divina del pecado es tan implacable que hasta su criatura preferida, el hombre, puede ser «arrojado en un h o rro r indecible» («in unságliche abscheühung verstosst»). Así pues, estos seres salvajes son también malditos, son un horror para el resto de la hum anidad, como lo demuestran asimis mo el m encionado episodio de Plutarco y la despiadada y «hermo sa montería» de C olón. El parentesco con el diablo y con las fuer zas del mal es esbozado en el texto de Gessner; volveremos sobre ello más adelante. Una sola voz se levanta, en el siglo XVI, en favor de estas cria turas portadoras del h o rro r, la de A. Thévet, quien en Singularités de la France antarctyque intenta desmitificar la leyenda: A p e s a r d e t o d o , h a y m u c h o s q u e sostienen la absurda opinión de q ue e s ta s g e n te s q u e n o s o tro s llam am os salvajes viven por los bos qu es y c a m p o s casi a la m a n e ra de las b estias, tan peludos como osos, ciervos o le o n e s , in c lu so los re p re se n ta n así en ncas pinturas; en su m a, p a r a d e s c r ib ir u n h o m b re salv aje les han do tad o de abundan185
cía de pelos de los pies a la cabeza, a modo de accidente insepati ble, como el color negro lo es del cuervo. Ello es totalmente falso Al contrario, los salvajes, tanto en la India Oriental como en núes tra América, salen del vientre de su madres tan hermosos y lindos como los niños de nuestra Europa126.
Si bien la intención de Thévet es muy loable, se le puede repro char haber confundido el «salvaje» de los países exóticos con el hombre salvaje. Mas su texto testimonia la existencia de una tena¿ leyenda. El hombre salvaje conservará todavía por largo tiempo sus características de diabolismo, antropofagia, ferocidad, etc. Que se trate de seres humanos (caníbales cubiertos con pieles de fieras, por ejemplo, como es sin duda el caso de los salvajes descritos por P; gafetta: hombres que viven en estado salvaje como consecuencia de accidentes diversos; pueblos muy primitivos), o que se trate de mo nos antropoides, como gorilas, orangutanes o chimpancés, los hom bres salvajes, los hombres peludos o los hombres con rabo consti tuyen, para la Edad Media, una sola familia, en la cual reina uno ambigüedad imposible de eliminar.
126 A. Thévet, Les Singularités de la France Antarciique (reedición G GafU,c! París, 1878; Maisonneuve; p. 151): citado por F. Tinland, op. cu.
X.
M o n s t r u o s d e c a r á c t e r destructor
1. A propósito de los hombres salvajes hemos mencionado ya el caso de los antropófagos: son «monstruos» que en verdad han fas cinado la imaginación de la Edad Media y de otras épocas. El cí clope antropófago de la Odisea da lugar a uno de los episodios más sorprendentes de esta epopeya. Todos los pueblos considerados como salvajes son, para los via jeros, sospechosos de antropofagia. Señala Plan de Carpin127 que los tártaros no se hallan exentos de tal vicio: en caso de necesidad no tiene dificultad alguna en comer carne humana.
Fig. 54
Se trata, de todos modos, de «un caso de necesidad». Se sabe que cuando se produce una penuria general, un asedio, cuando reina el hambre, el canibalismo reaparece. Existe también un canibalismo religioso128, y aunque ello pueda parecer paradójico, es a menudo lo que ocurre con los pueblos vegetarianos; en este caso se trata de un tipo de canibalismo relacionado con el «nacimiento» de las plan tas alimenticias; existe también un canibalismo iniciático... Para todo ello, puede acudirse a los trabajos ya citados de Mircea Eliade. 1 8
Bergcron. col. 37; Soc. Géo.. p. 638. Véase por ejemplo M. Eliade. Ininations, riles, sociitis secrites. pp. 151-152
187
i
1-m viajero* que wt en cu e n tra n con el cnnibuliHino n<> •„ l Li lean , claro c»ia, cuc»tlonc» de e tn o lo g ía o de hiMoiiti «I. i.».,,«i,Vli( nc» el canibalismo e», a prtori. un vicio monMiuoHo. y |«»%,|1(li ' viajero» »c reafirm an en »u opinión te n ie n d o en cucni.i qu. j,,.. lh tropóiugo» (tguian desde la A n tig ü e d ad en el cutrilogn «l, mon»tiuo». h» esc carácter a priori m on stru o so tic tu itntropoíiigiu el <|u, pele a lo» viajero» a tabular y a d o ta r a lo» imtiopOlugos .1. ,,iniUl lo» efectivam ente m oiutruoion: cabe/.a de p e n o , un sol.. Cristóbal Colón oye hablar ya en nu prim er viaje de Ion n (balen- a lo» indio» que le airven de guían:
arate que tenia un ojo en la frente, y otro» que se llamaban«.huIm le*, a quien mostraban tener gran micdo,iy. Dice A lexandrc C torancscu que e»te pasaje e* el acta de nacimiento d e la palabra cunibal, que |m otro lado e» la mama que el francas curuibe, caribe en español Añade que caribe conserva todavía en español el doble sentid» de «habitante de las Antillas» y « an tro p ó fag o » 130.
2. Sería imposible a n o tar to d o s los m onstruos destructores, pe es factible citar, al m enos, algunos de ellos: — «colegas» de la v íb o ra1” : Hay hacia el austro otra isla con muchas gentes malvadas y crueles mujeres, que llevan piedras preciosas delante de sus ojos, y sonde tal naturaleza, que si miran con enojo a una persona, la matan sólo con la mirada, como hacen los basiliscos. El basilisco es una especie d e serp ien te con alas y cabeza de pa ja ro , cuya mirada m ata. — los viajeros refieren varías an écd o tas relacionadas con peque í ños anim ales, en apariencia inofensivos, pero cuyo poder destruc j to r es, sin em bargo, tem ible. R ec u e rd a Bernhardt de Breiden b ach 13 que San Isidoro hablaba ya del enidros (X II.2): Enidros, inquit, est bestiola ex eo nuncupata quod in aquis versetur et máxime in Nylo, qui si invenerit cocodrillum dormientem, volutat se in luto primo et intrat per os ejus in ventrem et carpit omma in teriora ejus et sic morítur. («El enidros, dice, es una bestezuela así llamada porque vive en el agua. Se encuentra en particular en el Nilo; si halla un cocodrilo dor129 130 131 132 188
C olón, Prim er V iaje; viernes, 23 de noviem bre de 1492; p. 66 C olón, Oeuvres, nota 194 de A . C ioranescu, p. 403. M andevitle, capítulo 31, p. 394 de la edición citada por el autor B ern h ard t de B reidenbach, op. cit., íol. 92v (edición de 1490).
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Fig. 55
3. Diversos fenómenos «maravillosos» relacionados con las aguas. Mandeville describe el Mar Muerto como un lago donde no hay cosa alguna de fondo. E jamás quien ende entra, pue de dende salir*134.
Las aguas que se tragan objetos y hombres son familiares a los marineros. Jourdain de Séverac describe el estrecho de Messina (es tila y Caribdis) como un horrible remolino de aguas oscuras y ma ravillosas: «vorago quaedem horribilis, unde aqua exit sic obscura et mirabilis»135. Ese remolino o vorago, devora, traga navios de to dos los calados. Según otra vieja leyenda, una mano puede surgir 113 134 135
Pigalctta, p. 87. Mandeville. p. 123. Jourdain, capítulo 1, p. 37.
189
de la m ar y llevarse consigo los barcos. Idéntico papel puede ser asi mido por una serpiente gigantesca. A ntoin e de La Sale136 ¡magín* que en Groenlandia las lam preas pueden anudarse entre ellas cor el mismo objeto: De los esteros de Groenlandia salen las lampreas, que desciendehasta las profundidades del mar, con una longitud de hasta tremí* codos, e incluso más, y tienen un codo de diámetro y cabezas redor das, y a menudo se anudan unas con otras y rodean un barco eni¿ mar, al cual, si no está muy prevenido, le hacen pronto hundirse Fierre d’Ailly, en fin, habla de las aguas asesinas del lago Aver no: desde la época rom ana, ningún ave puede sobrevolarlas sin mo rir137. Se dice que la región fue saneada por César Augusto. Les vapores pestilenciales que salían del dicho lago son primos lejanos de olores que matan; según Jourdain de Séverac 1 , en la India cuando están en flor los árboles del clavo, exhalan un perfume que mata a todo hombre que lo respira: imittunt odorem ita fortem quod interficient omnem hominem inte cas eunter nisi quibusdam rebus clauderent os et nares. («exhalan un olor tan fuerte que mata a todo hombre que se acer que, a menos que se proteja boca y nariz»). También los volcanes y los tem blores de tierra son m irabilia. in fernales y temibles. 4. Existen asimismo en la tradición monstruos asesinos, drago nes y unicornios que causan estragos o incluso libran combates mor tales entre ellos, como puede verse en un pasaje de Schiltberger del que no citamos sino un breve fragm ento: Also kam er darzu dass sie sich mit einander bissen/er sahe íhn zatos dass der Lindwurm die flucht gab, den jaget das Einhom aussem;n Hül in einem felsen...139. («Llegaron a morderse mutuamente, hasta que el dragón acabó por emprender la huida; el unicornio, después de haberle expulsado^ ' su antro, le persiguió hasta unas rocas...»). 5. O tros «m onstruos», com o los tártaro s que describre Plain de \ C arpin, se entregan a la destrucción de un modo tan radical como refinado: Procuran abolir todo servicio religioso, perder las almas y acabar con los cuerpos con toda clase de insufribles torturas140. 136 A. de La Sale. La Sal ade, p. 134. 137 P. d ’Ailly. op. cit., t. II, capítulo 54, p. 457. 138 Jourdain. capítulo 4, p. 51. 139 Incunable, s. 1., s. f., sin paginación. 140 B ergeron, col. 60. 61; Soc. G éo ., p. 717. 190
Lo cual no es sino una prefiguración de los tormentos que sabe infligir el M aestro de los Suplicios Infernales, el más poderoso de todos los monstruos. XI.
Se r e s de
c u y o c a r á c t e r p r o d ig io s o o m o n s t r u o s o d e p e n
DE P A R T IC U L A R ID A D E S NO MORFOLÓGICAS
Color, aislamiento, lenguaje A)
E l color:
Es un elem ento que forma parte de la apreciación de la belleza, como se ve en: —Mandeville 140b,t: y son mujeres negras y de mala gracia. —Marco P olo141: muy proporcionados en todos sus miembros, mas siempre van muy pálidos y blanquecinos. La multiplicidad de colores puede justificar por sí sola la repu tación de un ser o de un objeto. —Mandeville señala la existencia, en una isla de las Indias, de una piedra preciosa de sesenta colores; los habitantes la guardan celosamente: aquesta piedra aman ellos mucho e no saben qué virtud tiene: mas ellos la conocen por su fermosura tan solamente142. —El color ejerce una fascinación tal que se traduce en efectos estilísticos en ocasiones muy curiosos. Es el caso de Jourdain de Séverac143, cuando habla de los pájaros de la India: diversorum generum, in albedine albissimae, et vinditate vindissimae, et mediorum colorum colórate, in tanta pulchntudine quos nullatenus posset dici. («de diversos géneros, de un blanco blanquísimo, de un verde ver dísimo, coloreados de colores mezclados, y de una belleza tal que no se pueden describir»»). I40b,t Mandeville. p. 101. Marco Polo, capítulo 221. p. 517. Mandeville. p. 127. Jourdain. capítulo 3. p. 45. 191
—Hay fragmentos, en nuestros libros de viajes, en que estall¿ una sinfonía de colores absolutamente arrebatadora. Así en Mar deville144, la referencia a los camaleones «que no viven sino de. aire, y no comen ni beben nunca» (lo que les sitúa de inmediatoen tre los prodigios), y que «cambian muy a menudo de color», supo ne un verdadero delirio colorista. La enumeración de Mandcvifc es demasiado extensa para poder ser citada. —Existen también serpientes gigantescas que tienen muy diversos colores, rojos, rojizos, verdes, amarillos, índigos, re gros, y todos mezclados (...), y manchadas como cervatillos(...) V bay leones enteramente blancos. Hay asimismo animales fabulosos llamados loherans o udacks (odenthos), que tienen la cabeza muy negra y tres cuernos rojos en la frente y el cuerpo entero de color leonado (...) Y hay también una especie de ocas rojas, mucho más grandes que las nuestras, y tienen la ca beza, el cuerpo y las plumas de color negro. Mandeville termina su cuadro señalando que existe gran vane dad de pájaros, pero que seria demasiado largo ocuparse de ellos Si hay una manera de jugar con las formas, también la hay para hacerlo con los colores. Pues el color es uno de los medios más apro piados para diversificar los seres y multiplicar las curiosa. Es unen terio de belleza o de fealdad; confiere un indiscutible interés a se res vivos y a objetos; juega con la naturaleza, y cuando traspasa sus leyes (lo que puede hacerse hasta límites extremos en este as pecto), crea «monstruos» como los agatirsos, gentes scitas descritas por S. Brant (Fables, fol. 201), que tiene medio rostro de color azt negruzco y medio de color blanco; el más noble entre ellos ese. que tiene más colores («plurimus ut color est, quisque ita nobilior») Sin duda se trata de la transposición al orden de lo monstruoso de una observación etnográfica. B) Aislamiento: Se trata de una situación característica de lo monstruoso o de lo maravilloso, como ya hemos visto. Cuanto más inaccesible sea una maravilla, parece más asombrosa; se trata de un lugar común No insistiremos aquí en este asunto, pero si hemos de referirnos a uno de los más famosos pueblos legendarios, el llamado, segúnl» casos Inclusi o Gog y Magog. Las montañas en que se le situasen por lo general, las «Caspias», y más en concreto la zona de lagat 144
192
Mandeville, capítulo 31. pp. 396-397 de la edición citada por el autor
ganta de Bamián, en Afganistán, en el territorio llamado Hin dú Kusch. Es Mandeville quien más escribe sobre este tema, narrando la leyenda con todo detalle145. A él pertenece este fragmento: Bot y Magot no pueden salir en ninguna manera de aquellas mon tañas, donde fueron encerrados veintidós reyes con todo el pueblo.
Fue el mismo Dios quien encerró y aisló ahí a estas gentes, aten diendo un ruego de Alejandro Magno146. La historia de los Jnclusi aparece con frecuencia a partir del si glo XIII, y especialmente a fines de la Edad Media; la irrupción de las hordas mongolas les da una actualidad y un vigor más durable. Ya hemos visto que para Plan de Carpin las tribus tártaras Ung y Mungul eran en realidad las tribus Gog y Magog, que deberán, con la llegada del Anticristo, destruir la cristiandad entera. Escribe Hallberg que Cuando los mongoles iniciaron sus invasiones, el Ocadente, y tam bién el mundo mahometano, creyeron ver en ello que se había pues145 Mandeville. pp. 161-163. 146 La leyenda está unida, en efecto, a la de Alejandro. La cuestión es demasia do complicada para tratarla aquí; remitimos a un muy interesante y detallado estu dio, «La légende d'Alexandre en Asie Céntrale», publicado en la revista Folklore bol 85; invierno 1974; Londres. «The Folklore Socicty»).
to en libertad a -lo» pueblo» encerrados», que avanzaban c o n el An ticritto a la cabeza14 Según N. Cohén, estos Inclusi figuran en toda la apocalíptica medieval... Al principio, considera dos como habitantes de las regiones septentrionales, se les sitúa al otro lado del Cáucaso, lo que permitía asimilarles con m as facilidad a las hordas que periódicamente salían de lo más profundo del Asín Central1 47148149. Que la leyenda cobre mayor importancia a partir del siglo XIII no tiene nada de sorprendente, ya que es al final de la Edad M e d ia cuando se hacen más vivas las cuestiones apocalípticas. Sin embargo, se mezclan elem entos más bien dispares, y la le yenda se forma a base de confusiones de las que algo puede vis lumbrarse gracias a Mandeville y a partir de un texto de Comodia no resumido así por N. Cohén: Comodiano pretende que Cristo no volverá seguido p o r una co horte de ángeles, sino a la cabeza de las diez tribus dispersas de Iv rael, las cuales, habrán sobrevivido en lugares se c re to s , ignorados por el resto de los hombres. Este pueblo escondido, sa n to , superior vive en el marco de una comunidad particularmente virtuosa. Comunidad de notable longevidad (recuérdese el caso de los arinfeos, que aislados en sus m ontañas con forma de espejo solar no mueren sino cuando están cansados de vivir). La primera de las confusiones de Mandeville — de la que no es el responsable inicial— consite en transformar las diez tribus santas en tribus malditas \ de hacer de ellas las tropas del A nticristo en vez del ejército del Cristo vencedor: lo contrario de lo que eran según una tradición más antigua. En efecto, según C om odiano. Estos santos son también guerreros invictos y feroces... El Anticristo, presa del terror, huye hacia el Norte, y se pone al frente de un I ejército de infieles que, sin duda, incluye los pueblos fabulosos de j Gog y de Magog, encerrados por Alejandro Magno, según la leyen da, en las tierras septentrionales150. E n la historia de los Inclusi se m ezclan, por lo tanto, dostradi \ d o n e s, una bíblica y o tra helenística. Cualquiera que seasuongen. i en la Edad M edia significa la existencia de una bolsa maléfica j q u e, en el mom ento o p o rtu n o , se abrirá para anegar el mundo con ¡j su violencia hasta entonces contenida. E sta idea general tiene una j excepción; la carta de fray M auro analiza la cuestión desde unpun i 147 I. Hallbcrg, op cii., pp. 260, 261. - J 148 N. C ohn, Les fanatiques de l'A pocalypse, nota 8 del capítulo I. P 149 y 150 Op. cií., p. 25.
194 1
tO de vista muy crítico, pero el texto (que cita por entero Hallbcrg, p. 264) es muy poco claro. C)
Lenguaje:
— En Mandeville, la leyenda de los luchan termina, curiosamen te, con una extraña disertación acerca de su lenguaje. Estas gentes no se encuentran rodeadas por montañas impracticables por todas partes; el M ar Caspio, que bordea una de sus «fronteras», podría ser una vía de salida. Mas no es así, pues ellos no saben algún lenguaje, sino aquel su lenguaje primero, lo cual ellos no podrían salir151. Del lado del Caspio, la lengua constituye una verdadera barrera natural; como un impedimento casi físico, se opone a la salida de los Inclusi. El final del texto es todavía más curioso: Y dicen que éstos han de salir en tiempo del Anticnsto y que mata rán muchos cristianos. Por tanto, los judíos que están derramados por todas las tierras, aprenden hebraico con la esperanza que, como aquellos de las montañas saldrán, que entonces aquellos otros judíos sepan entenderlos y traerlos entre los cristianos para matar aqué llos152. El texto está redactado de tal manera que podría hacer creer que la lengua es un arma, de la cual se servirán los Inclusi para des truir la cristiandad. En cualquier caso, el lenguaje parece tener gran importancia a la hora de definir a los seres humanos. — Hemos hablado ya de enanos que en lugar de boca no tie nen sino un pequeño orificio y no hablan; de gentes que no hablan, pero silban, ya que se alimentan de serpientes crudas; de hombres cornudos que gruñen como cerdos; de cinocéfalos que ladran o que a sus ladridos incorporan algunas palabras humanas. El lenguaje es un elem ento de fascinación que, como el color, contribuye a intensificar el grado de lo maravilloso. Según Mande ville153, entre los papagayos o «papagays» hay tales que fablan de su mesma natura, y saludan a las gentes que pa san por el camino del desierto, y asi desenvueltamente como faría una persona.
¡si yJ S2 Mandeville, p. 162. Mandeville, p. 166.
SEGUNDA PA R T E : LO S FE N Ó M EN O S PRODIGIOSOS O E L J U E G O D E L A S FUERZAS
XII. M a n if e s t a c io n e s
e x c e p c io n a l e s
de
los
elementos
A) En ocasiones, la tierra y el fuego se manifiestan de modo excepcionalmente violento o curioso. 1. Entre los fenómenos violentos figuran los volcanes y te temblores de tierra. En la Edad Media, los volcanes eran conside rados como «pozos* o «espirales» del Infierno. Entre las llamas que salen de los volcanes, pueden verse, en ocasiones —como en la n¿ vegación de San Barandán— a los condenados, atormentados p:Satán. Una descripción del monje Winibaldo, enviado por el Papa a Si cilia, en el siglo VII, habla del volcán de «la isla de Vulcano. don de está el infierno de Teodorico»154. El monje y quienes le acón pañaban subieron hasta el cráter, pero a causa de las cenizas yde la humareda no pudieron ver nada del mencionado «infierno-; pero vio salir del pozo, con un estruendo como de trueno, una liara negra y horrible, la cual, junto con el humo, llegó a una altura 2mensa: era un espectáculo espantoso y sublime1” Cuando Antoine de La Sale subió con sus compañeros al volcas «Estrongol», tuvo una serie de aventuras tragicómicas que, pesea todo, acabaron con un encuentro con el diablo en persona. Acaso por analogía con los volcanes se crea una leyenda quese entrevé en esta frase de Jourdain156:
154 y 155 Voyageurs anciens ti modernes, t. II, p. 89 156 Jourdain, capítulo 6, p. 57. 196
in ista Aithiopia, .sunt dúo montes it»nci, ct in medio, mons aureus unus. («En esta Etiopía hay dos montañas de fuego, yen medio de ellas, una montaña de oro»). Esas montañas de fuego, así como la de oro, podrían no ser otra cosa que una transposición simbólica de los volcanes, de fuente olvidada. 2. Los temblores de tierra son otra «maravilla», como atestigua este pasaje de Jourdain157: Thebis fui, ubi sun tot terrae motus quod non posset crcdere nisi qui expertus est; nam quinqué vcl sex ct septemvicibus, Ínter diem et noctcm, sunt, ita quod, propter terrae motus multotiens et frequenter cadunt et ruunt fortissimae domus ct muri. («Fuí a Tcbas; hay allí tantos temblores de tierra que hace falta ha berlo vivido para creerlo; en efecto, hay cada día cinco, seisosiete, tanto de día como de noche, de tal modo que muy amenudolasca sas más sólidas se hunden y los muros se desploman»). Lo maravilloso reside aquí en la frecuencia de los temblores, como revela el vocabulario empleado. Mas en cualquier caso, toda manifestación de la potencia de los elementos es considerada como «maravillosa». B) Las aguas: 1. Los movimientos marinos pueden asimismo multiplicarse más de lo razonable; Ínter insulam Nigripontis et Terram ftrmam, mare fluit et refluit, aliquociens ter, aliquociens quater, et aliauociens plus ad modum fluminis rapidi; et hoc est mirabile valde . («Entre la isla del Mar Negro [Negroponto] y la tierra firme, el flujo y reflujo del mar tiene lugar tres o cuatro veces seguidas, y más en ocasiones, al modo de un río rápido, lo que es en verdad sorpredente»). 2. El mar puede estar, como todas las criaturas, vivo o muerto. Cuando está m uerto, carece de peces, y huele tan mal que no es po sible navegar por él: ln ista Armenia, est unum Mare Mortuum, amarissimum, ubi dici\oetor?*>n0n CSl a^ u*s P'sc*s>nec potest navigañ, ut dicitur, pro lourdain. capítulo l, p. 37. Jourdam, capítulo l, p. 39. 191
(«E n esta A rm enia hay u n m a r m u e r to , dice no hay peces, ni ta m p o c o , c u e n ta n , al hedor»).
muy salado, en el que se se puede navegar, deludí,
3. Mas. por el contrario, el agua puede tam bién tener un poda vital regenerador, que o bien sana, o bien da a todo lo que toca un carácter mágico. Según Jourdin160, hay en la India aqua una el in m edio q u a e d u m a rb o r. O m n e m etallum quod lavatui cum aqua illa efficitu aurunv, o m n is p la g a , in q u a ponuntur folia illius arboris trita. inm ediato c u ra tu r. («una laguna y en m edio d e e lla u n Arbol. T o d o objeto metálico que cae en ella se tran sfo rm a en o ro ; to d a llaga tocada con una hoja de ese árbol, queda in m e d ia ta m e n te sa n a d a » ).
4. El agua que transforma los m etales en oro (realizándose así milagrosamente, el sueño de todo alquimista) se mezcla aquí cor la leyenda del Arbol de la Vida, mas ello no tiene nada de sorpren dente: del mismo modo que el A rbol de la Vida puede otorgarL eternidad, existen las aguas de la Juventud, que dan longevidad inmortalidad. Que ambos temas aparezcan aquí tan estrechamente asociados es bien significativo: el árbol se alim enta del agua milagrosa, ysu hojas dan la salud. La «simbiosis» se realiza de modo perfecto Los elementos de la naturaleza tienen tanta vida que pueden in cluso, con la ayuda de algún interm ediario, luchar entre sí. Sch¡¡: berger narra, en un pasaje muy curioso, un combate de serpientes que se repite periódicamente cerca de la ciudad de Sampon: sera nen allí serpientes que proceden de los bosques y otras que vienen del mar. Permanecen en ese lugar durante cuatro días, y luchan des de la salida hasta la puesta del sol: del triunfo de unas o de otras se puede predecir tal o cual presagio. 5. La vitalidad de los elem entos puede también traducirse en una productividad prodigiosa. O dorico y Mandeville 161 hablan de una gran maravilla que ocurre en China: E n este país tien e lu g a r u n a g ra n m arav illa: todas las diferentes cía- ; ses de peces q u e h ay e n el m a r se a c e rc a n a este país, de tal mane:; | q u e no se ve en d ich o m a r o tr a co sa q u e p eces. Y viene cada especie p o r sí, y p erm an ece tre s d ía s e n la o rilla , y después se van Vienta continuación o tra e s p e c ie , y s u c e d e lo m ism o, y sic de aliis, hasta q u e tod o s se ac e rc an u n a v e z , s ie m p re p o r especies. Y cuando seprt j gun ta a los n a tu ra le s d el p a ís q u e significa esto, dicen que lospeces vienen a re n d ir h o m e n a je al re y d e e s te p a ís 162.
160 Jourdain, capítulo 4, p. 50. 161 Odorico, capítulo XVI, p. 188; M andeville, p. 124. 162 Odorico, capítulo XVI, p. 188. 198
Son
p e c e s l l e n o s
l
^ ,, c c s ,n a s n i c r i l o i i o ) , y el m a r o lrc c c mi m a ra v illo s a varicüao de p e s c a d o s c o n u n a p r o d ig a lid a d s o b r e n a tu r a l, ya que «no se VC Cn (lleno m a r o t r a c o s a q u e peces*» 6. Río de piedras preciosas: Puede o c u r r i r ( |u e la s a g u a s s e a n p o r ta d o ra s n o só lo d e elem en tos vivos, sino tam bién d e r iq u e z a s fa b u lo sa s La im a g in a c ió n se e n carga de hacerlas p r o d u c i r la s c o s a s m ás ra ra s y fa sc in a n te s. Mandeville habla de un río que viene d e l P a ra ís o T e rre n a l, y todo es de piedras preciosa» sin agua, río que tiene «grandes ondas» y es muy ruidoso16'. Durante los tres días por sem ana que corre dicho río, «no osa hombre entrar» en él. Este flujo in term iten te de piedras preciosas parece tener un carác ter mágico, y acaso tem ible. O tros testim onios m enos fabulosos señalan la presencia de pie dras preciosas cn el fondo de las aguas. Odorico* sitúa en la isla de Ceilán una m ontaña con un «gran lago», el cual se habría for mado, según la leyenda, con las lágrimas derramadas por Adán y Eva. O dorico pone tín duda tal origen, mas afirma que en el fondo de dicho lago hay «gran cantidad de piedras preciosas», al igual que en los arroyos de la citad a m ontaña. Lo que decían nuestros viaje ros fue confirm ado, siglos después, por algunos comerciantes. En la parte meridional de la isla, basta escarbar en la arena de los arroyos o en la tierra de los aluviones, en la llanura, para sacar a la luz piedras preciosas de todas clases, excepto diamantes165. XIII.
F e n ó m e n o s q u e in t e r r u m p e n e l c u r s o n o r m a l d e la NATURALEZA
Se trata de un c ie rto n ú m e ro de prodigios cuya enumeración no es exhaustiva. H em o s q u e rid o te n e r en cuenta aquellos cuyas ma nifestaciones se d irigen a las form as m ás fundam entales de percep: ción, los que están re la c io n a d o s con los elem entos naturales o los que utilizan las c ate g o ría s esp acio -tiem p o . Existen dos opúsculos que forman una de las m ás bellas colecciones de prodigios conoci das: Des Prodiges, d e Ju liu s O b se q u e n s, y Dialogue des Prodiges, de Virgilio Polidoro. A m b o s nos o c u p arían dem asiado, por desgra cia. Si bien se refieren a h e c h o s m edievales que pueden seguirse des-16*
161 Mandeville, p. 165. ° dorico* capítulo X V III. p. 219. 230. n o tlT 1, HÍStOÍre du C o m m e rc e
1 99
de Jacobo de Vorágine hasta N artm an S chedel, aparecen tambicr en 1533 en J. de Tournes, en L yon. A b u n d a n tes y muy interesan tes grabados en madera ilustran el texto. Con todo, se trata de un tem a m en o r p o r lo que se refiere a! núcleo de interés del presente tra b a jo , y p o r ello no nos ha paree, do útil formar un repertorio exhaustivo de prodigios espigados en narraciones y en crónicas. M encionem os al m enos, y como mue> tra, las alteraciones en el ritm o de noches y días (la «Provincia Ge las Tinieblas» o «El día que nunca a m an ece» 166); los prodigios ope rados por los magos del G ran K han, que h acen , a voluntad, q u e saiga el sol o la luna167; las p ertu rb acio n es m eteorológicas (los mis mos magos saben «cambiar los tiem p o s168; son señores de los vien tos, y provocan, cuando quieren, la calm a o la tempestad*» )-- En tre los prodigios figuran tam bién los fenóm en o s acústicos; en cier tos desiertos orientales, el sol hace ta n to estruendo cuando se le vanta que los habitantes de esas regiones no pueden soportarlo. se esconden bajo tierra para p ro teg erse. P o r lo demás, ya heme* mencionado la música sobrenatural del D esierto de los Demonio; y del Desierto de L op1691 70. Entre los fenómenos p re te rn a tu ra les que exigen la presencia de un elemento natural o la fuerza de un o b je to también natural.: guran todos los prodigios realizados por las piedras preciosa* 1. Ciertas piedras preciosas tien en la virtud de sanar las llaga* de proteger contra toda clase de h eridas a quienes las portan, odt hacer salir el veneno de una m o rd ed u ra de serpiente. Odorico no ofrece una lista com p leta de tales virtudes, pero dice lo que sigue:
En estas cañas se encuentran piedras preciosas de tal naturaleza que quien las lleva consigo no puede ser dañado ni herido; habitualme: te, los naturales de este país portan tales piedras. Por su virtud.:^ man a sus hijos y les hacen una profunda herida en el brazo ype nen allí la piedra; después, cogen una especie de polvos y los espar cen en la herida, la cual se cierra, e inmediatamente se cura M arco Polo cuenta que en el J a p ó n , d u ra n te la ejecución deuna pena capital, ocho condenados «se resistían» a m o rir; no erapw ble cortarles la cabeza p o rq u e llevaban consigo la piedra en cues tión. Sólo cuando se les e x tra jo la rep etid a p ie d ra se les pud* d ecap itar171.
166 167 168 169 170 171 200
M andeville, pp. 158, 159-160. M arco P olo, ca p ítu lo 76, p. 167, e tc . ^ M arco Polo, ca p ítu lo 76, p. 167; c a p ítu lo 107, p. 247; capítulo 193. p P lan de C arp in . col. 43-44, y S o c . G é o .. p p . 660-662. O d o ric o , cap ítu lo X V . p. 175. M arco P olo, c a p ítu lo 163, p p . 383-384.
2. La ley en d a de las piedras preciosas curativas se remonta, sin a Vn a m u y antigua tradición oriental. La carta de fray Mau
ro
indica q u e en las m ontañas de la ciudad de Here (¿Herat?), Hay muchos dragones que tienen una piedra en la frente, la cual cura todos los males. Cuando los habitantes quieren matar los dra gones, hacen un gran fuego en los bosques de las montañas; la hu mareda m ata a los tales animales, tras de lo cual se les corta la ca beza y se coge la piedra. Con la carne de dragones, y otros ingre dientes, se hace la triaca, remedio que sana muchos males...
Hay acaso un «deslizamiento» en la interpretación a partir de las propiedades antivenenosas de la piedra sobredicha: llamada en ocasiones —según Yule— sn a k e sto n e * (es preciso suponer que la palabra traduce una expresión local), tiene, como consecuencia de un razonamiento an aló g ico, la fama de encontrarse en la cabeza de las serpientes y, por ex ten sión, en la de los dragones. A menos de que sus propiedades supuestamente curativas no procedan de la le yenda según la cual tales piedras se hallan en la cabeza de las serpientes.
Fig. 57.
Sébasticn Brant: Fables d'Ésopc (1501), fol. 182 (verso).
Citada por Hallberg, op. cú., pp. 238. 239. En ingles en el original (Nota del Traductor). 20 \
3. La mirada de los dragones, mirada de fuego, miníela en mata (figura 57), es acaso responsable de esta o tra interpretación de la leyenda, mencionada por Mande ville 1 Hay hacia el austro otra isla con m u c h a s g e n te s malvadas y nudo mujeres, que llevan piedras preciosas d e la n te d e sus ojos, y son * tal naturaleza, que si miTan con enojo a u n a persona, la matan si'ii,, con la mirada, como hacen los b a silisc o s.
Esas «crueles mujeres» nos parecen muy próxim as a las ser pientes-tWvrts. Las piedras preciosas, dotadas así de caracteres contradictorios dejan a lo largo de la leyenda y de la historia una estela fabulosa que puede seguirse hasta nuestros días. XIV.
L as
m e t a m o r f o s is
Entre los fenómenos prodigiosos, son las m e ta m o rfo sis lasque guardan más afinidades con la m onstruosidad: todo individuóme tamorfoseado acaba siendo alguna clase de m o n stru o para i. ex-semejantes. 1. El especialista en m etam orfosis es S atán , que también pro porciona a las brujas el poder de transform arse y de transforman otros. A este respecto, el M alleus M aleficarum ^74 plantea probie mas extrem adam ente sutiles que resuelve de muy complicad: m anera17314175176. 2. Las metamorfosis, ¿son reales, o basta creer que se trata de ilusiones impuestas por el dem onio a los sentidos (visuales), por un lado de quienes miran y po r o tro de quienes parecen metamorfoseados (de quienes se im aginan e sta r metam orfoseados)?. Como dice el M alleuslY6t la mutación es de dos maneras: ya según una forma natural quepa tenece a la cosa que se ve, ya según una form a que no se encuentra sino en los órganos y potencias del que mira. Todos los estudiosos del fen ó m en o se refieren a un famoso Ca M a l l e u s 117. Según dicho canon
non Episcopi ab undantem ente co m en tad o en el
173 M andeville, capítulo 31. p. 394 d e la ed ició n citada por el autor 174 Primera ed ició n , 1486. 1487 ( E s tra s b u rg o . Jc a n Pruss; in folio). 175 Hemos hecho un estudio d e ta lla d o d e este asu n to en el artículo titulado«L; D iable. la Sorciére et l’In q u isite u r d ’a p ré s le M alleus M aleficarum ». en Sénrf¡M< n ú m 4 («Cahiers de C u c r-M a n » . U n iv e rsid a d de A ix-en-Provcnce. 1978; Honeit Cham pion»). 176 E dición Pión (1973). p. 367. ... 177 Véanse en particular p p . 237-246; P rim e ra P a rte ; cuestiones X y • 202
una transmutación formal y real, en el curso de la cual una sustancia se transforma en otra: una tnuim ión tal \ólo¡¡urde hacerla Dios, crea dor de las esencias*/M L a m e ta m o rfo sis real de hom bre en bestia sería, como conse cuencia im p o sib le. C on todo, dice el inquisidor: El canon alegado no puede excluir estas mutaciones: la autoridad, la razón, la experiencia, están ahí para ser deducidas; en especial lo que dice San Agustín en el Libro de La Ciudad de Dios179. C o m o p r u e b a , se citan seguidam ente varias mutaciones: la de los c o m p a ñ e ro s d e U lises en cerdos; la de los de Diomedes en pá jaros; la d e l p a d re d e P re sta n d o en caballo; la de ciertos huéspedes tra n s fo rm a d o s e n ac ém ila s por posaderos mal intencionados. ¿C óm o e x p lic a r e sta s m etam orfosis que no son tales, pues el canon citado d e c la ra h e re je s a quienes pretenden que son reales? El razo nam iento se h ace a renglón seguido muy sutil, y por milagro con sigue d a r u n sesgo al canon. Acudiendo a Santo Tomás, que esta blece u n a d ife re n c ia e n tre sortilegio y visión imaginaria, el inquisi dor d efin e a m b o s p o n ién d o lo s en relación: En el sortilegio, en efecto, puede haber una cosa en la realidad y que aparece ante los ojos, incluso aunque se la vea de otra manera a como es. La visión imaginaria no requiere de modo necesario esa presencia objetiva; puede darse sin ella, simplemente por las imáge nes sensibles internas, que ponen en marcha la capacidad ima ginativa180. E n to n c e s, ¿ c ó m o in te rp re ta r las metamorfosis? El Malleus, y ello es b ien s o rp re n d e n te , p erm ite elegir entre varias hipótesis, como p u e d e v erse e n el siguiente análisis del caso de los compañe ros de D io m e d e s, q u e c ierra el capítulo: incluso si sus com pañeros hubiesen podido ser vistos en una simple visión imaginaria por acción de los demonios; sin embargo, se pre sume más bien que los demonios se dejaron ver en cuerpos que no eran los suyos, volando como pájaros, o incluso que otros pájaros naturales fueron enviados por los demonios para que les repre sentaran181. E n c u a n to a las p e rs o n a s q u e se consideran a sí mismas como m etam o rfo sead a s, so n v íctim as de u n a ilusión; el demonio transmi te a sus se n tid o s e n g a ñ a d o s to d a s las sensaciones del animal al que van a im itar; 178 I7 V
180 181
¡bid., p. 367. Ibid., p. 368. ¡bid., p. 369. Ibid., p. 370.
203
El diablo puede, trastornando las percepciones y los humores ínter nos, dedicarse a trastornar tam bién el acto y la potencia sensitiva nutritiva, apetitiva, o cualquier o tra co rp o ral, y ello por metlio de un agente físico cualquiera, al decir de S anto T o m as .
En el caso, por ejemplo, de los huéspedes convertidos e n acé milas por el posadero, o el del padre de Prestancio, quien «trans formado en caballo, había cargado sobre sus lomos la cosecha, jun to con los demás animales». Se trata de «una trip le ilusión \ engaño»1*3: La primera, que estos hom bres hayan ap arecid o cambiados en bes tías gracias a un sortilegio (de la form a ya dicha); la segunda, que esos fardos demasiado pesados para las fuerzas de quienes los lleva ban, los hayan llevado los dem onios de m anera invisible; la tercera que quienes aparecían ante los dem ás cam biados en bestias, serr.e jaban tales a sus propios ojos, com o ocurrió tam bién con Nabucodonosor. que por siete años fue tran sfo rm ad o en buey y comía hie: ba como tal .
Los demonios son de una habilidad sorprendente, y, sobre todo se multiplican con un celo desbordante; la pereza no es su vicio mayor, a lo que parece. Lo dicho no significa que ningún ser hum ano no pueda trans formarse en animal. Júzguese el contenido de lo que sigue: En cuanto a los que creen h ab er sido tr a n s fo r m a d o s en aminales'''. es preciso saber que esta clase de m aleficio no se practica en núes tros países de Occidente igual que en los de O riente. En efecto, er éstos, las brujas transform an en anim ales a las gentes; por el con trario, entre nosotros y com o ya se ha dicho, son las propias brujas las que se presentan bajo tal form a ante los ojos de los demás. Por lo que es preciso aplicar los rem edios propuestos en la tercera pane es decir, el exterminio de las b ru jas p o r el brazo secular18*.
3. Así como Satán puede transform arse (« p u es el propio Satán se transforma, tomando la figura y la sem ejanza de diversas perso nas» 18 ), las brujas, instrumentos del D e m o n io , reciben de su se ñor la misma facultad (no entrarem os en los detalles más tortuosos de tal demostración, pero remitimos al lector al capítulo IX de la Segunda Parte del Malleus*18567l88). Así pues, las b ru ja s son, indiscuti blemente, capaces y culpables de metamorfosis. ¿Por qué es el Oriente más propicio a tales practicas llevadas a cabo en otras per Ibid., p. 240. 183 y 184 Ibid ., p. 368. 185 subrayado en el original. 186 Ibid.. pp 471, 472. 187 Ibid., p 240. 188 Y en particular a las pp. 376-379. 204
Fig 58
s o n a s ? S in d u d a q u e a llí, p o r lo d e m á s tie rra s fértiles en monstruos, los d e m o n i o s n o s o n d e e s p ír itu ta n re fin a d o , tan sutil, y son inca p a c e s d e a s i m i l a r la c a s u ís tic a d e los in q u isid o res occidentales... y p o r q u e O c c i d e n t e y a t i e n e b a s ta n te q u é h acer con las metamorfosis d e la s s o l a s b r u j a s . P o r o t r o l a d o , n i e n O c c id e n te ni e n O rie n te la imaginación po p u la r s e s i e n t e e m b a r a z a d a p o r los ra z o n a m ie n to s a la hora de acep ta r la r e a l i d a d d e la s m e ta m o r f o s is . A lo l a r g o d e e s t e a n á li s is tip o ló g ic o h em o s visto la im portan cia, la p e r m a n e n c i a d e la s tr a d ic io n e s , y en particu lar de la tradi ció n o r i e n t a l . L a s f o r m a s s e tr a n s m ite n d e u n a a o tra cultura, de u n a g e n e r a c i ó n a o t r a , s in q u e lo s c re a d o re s sean , en verdad, cons c ie n te s d e l p a t r i m o n i o d e q u e s o n trib u ta rio s . ¿S erá preciso añadir q u e e n e s t e d o m i n i o n o h a y o r ig in a lid a d ? U n a o b ra com o la del Bosc o , q u e si b i e n s e s ir v e d e m a te r ia le s tra d ic io n a le s hace literalmen te q u e s a l t e n p o r lo s a i r e s lo s lím ite s d e lo im aginario, no nos per m ite , p e s e a t o d o , a l e j a r n o s d e ta l h ip ó te sis. M as es preciso reco n o c e r q u e si b i e n e s i n n e g a b l e la v a rie d a d d e los seres monstruo sos, lo s p r o c e d i m i e n t o s d e c o m p o s ic ió n no son ilim itados. Lo que es m á s , s e a p r e c i a e n lo s a u t o r e s u n a co m p lacen cia en repetir for m as y a c o n o c i d a s , la s c u a l e s , e n su m a y o ría , tien en un contenido m ític o , y a s e a a p a r e n t e y a o c u lto . U n a d e las características del mito es la d e s e r r e p e t i t i v o , b ie n se t r a t e d e u n a rep etició n idéntica, bien 205
Fig 59 206
<*m bos casos engendra un mito de la misma familia, pero e ram a distinta. Por ello se justifica plenamente la opinión de G. Lascault: D e igual m o d o q u e según Lévi-Strauss los mitos piensan unos en o tro s , se p o d ría d e c ir que tam bién las formas se moldean entre sí189.
Tanto para las formas monstruosas como para los mitos, hay un inconsciente colectivo en el que abrevan los individuos. Lascault dis tingue con nitidez las dos actitudes existentes ante el monstruo, la del espectador y la del «creador»: P a ra el e s p e c ta d o r, lo m onstruoso se opone a todo lo habitual; apa rece c o m o u n a in v en ció n todavía hoy escandalosa. A los ojos del his to ria d o r p u e d e , co n razó n , ser considerada a veces como uno de los índices d e ese h á b ito m en tal, de ese habitus según el cual el creador, sin s a b e r lo ni q u e r e r lo , fo rm a parte de su colectividad y de su é p o c a 190.
Se sabe que Paré tuvo graves problemas con la Facultad a causa de sus tratados Des Monstres et Prodiges y De la Génération. Res pondió a las acusaciones que se le hacían (una de las cuales era que hablaba de los m onstruos en francés, esto es, sin usar el velo pu doroso del latín) afirm ando, precisamente, el carácter banal, tradi cional, del monstruo: E n c u a n to a la a d v e rte n c ia que hacéis acerca de los monstruos, yo los he re c o g id o d e R o n d e le t, G esnerus, C ardan. Boaistuau, que ya se e n c u e n tra n o rd in a ria m e n te en las m anos de damas y doncellas. A d e m á s, ¿ n o se les p u e d e v er en carne y hueso todos los días en esta c iu d a d d e P a rís y p o r c u alq u ier o tra p a rte 191?
Hay épocas y culturas en que la difusión del monstruo es tal que se hace muy difícil escapar a las representaciones conocidas para in ventar otras. Ello explica que ciertos grabados con monstruos pa sen de una obra a o tra a lo largo de casi todo un siglo, encontrán dose así, contra toda lógica, en un contexto con el que casi no guar dan relación alguna192: son ya ornamentos casi intercambiables, y no se duda en volver a em plearlos tanto en contextos distintos como en un marco análogo al precedente. I8W G. Lascault, op. cit., p. 224 l” Ibid., pp. 224-226. 191 A Paré, «Rcsponse de M Ambroisc Paré (...) aux calomnies d’aucuns Medecins ct chirurgiens. touchant ses oeuvres». Citado por J Céard. introducción a Des Monstres et Prodtges, pp XV-XVI. Pensamos, por ejem plo, en la narración de Schiltbereer. muy curiosamente ilustrada. 207
E l e x a m e n d e las fo rm a s m o n s tru o s a s n o s c o n d u c e , sin embar g o , a la d e ce p c ió n : e sa s fo rm a s tie n e n u n c o n te n id o , y éste varíe e s c ie rto q u e los m o n s tru o s d e o rig e n o rie n ta l h a n experimentad ¡ u n c a m b io in te rp re ta tiv o al p a s a r a O c c id e n te . D e una cultura, o t r a , d e u n a é p o c a a o tr a , e in clu so e n u n a é p o c a determinada de u n in d iv id u o a o tr o , la in te rp re ta c ió n d e u n a fo rm a se halla sujeta a v a ria c io n e s: u n c in o c é fa lo p u e d e s e r c o n sid e ra d o bien como un m o n s tru o salv a je y s a n g u in a rio , b ie n c o m o u n S an Cristóbal carita tiv o . D e l m ism o m o d o , e n las fo rm a s tie n e lu g a r un juego de com b in a c io n e s re la tiv a m e n te c o m p re n d id o , e n el q u e los contenidop u e d e n p re s ta rse a to d o s los c a p ric h o s d e l p en sam ien to . Si se ao m ite , e n fin , c o m o lo h a ce p o r e je m p lo C . G . Ju n g , que los arque tip o s salid o s d e l in c o n sc ie n te c o le c tiv o v a ría n m uy poco de un ex tr e m o a o tro d e la h u m a n id a d , se e n te n d e r á q u e esa permanencia d e las fo rm a s, le jo s d e e x p re s a r u n a b a n a lid a d ridicula, revela, por el c o n tra rio , la fu e rz a d e los in s tin to s m á s fundam entales, y pone d e re lie v e u n a n e c e s id a d v ita l: la d e m a n ife sta rla s con apariencia d e e te rn id a d .
208
MONSTRUO,
LENGUA E
imagen
El monstruo, producto de una combinación de formas, no es so lamente el fruto malsano de una afición desmedida por el puzzle*. El monstruo se organiza también por medio de la lengua: podría sorprender el hecho de que los autores se dediquen con tanta obs tinación a describir con palabras lo que la imagen explica mucho más fácilmente. Hay para ello muchas razones, una de las cuales es que la elaboración del monstruo con ayuda del lenguaje constituye una creación específica que tiene modalidades, características y pla ceres propios. Sin embargo, la lengua tiene estrechas relaciones con la imagen, y ambas formas de representar al monstruo se interfie ren constantemente, se influencian entre sí y terminan por formar una pareja indisoluble en la elaboración del monstruo o de lo extraño. En esta elaboración es necesario distinguir dos actitudes típicas. O bien el autor es un mixtificador consciente que quiere hacer pa sar por monstruo lo que a priori no lo es, y contribuye asi, querién dolo, al enriquecimiento de la familia de tales criaturas, o bien es ajeno a todo deseo fabulador y el monstruo se crea sin aquél sa berlo. En esto último lo que revela las auténticas capacidades crea doras de la lengua, que lo son tanto como las de la imagen, sus ocul tos recursos vitales, esenciales..., independientes de la intención humana que los manipula. En un trabajo descriptivo no resulta siempre fácil ver cuál de las dos actitudes señaladas ha prevalecido sobre la otra; a menudo se entremezclan, y no se las puede separar ni en un sentido ni en otro: también ahí es preciso admitir la existencia de interferencias. Mixtificar a sabiendas es relativamente raro, y no siempre es per ceptible con una simple lectura. Mandeville, que es un fabulador En inglés en el original (N ota del Traductor). 211
n a to , no pertenece en realidad a la categ o ría de los mixtificadores Si se com para su texto con sus fu en tes (en p articu lar con Odorico de P ordenone), se constata que a d o rn a , que d eco ra, que noveliza p ero no se le puede acusar de q u e re r b u rlarse del lector; sus aña didos personales serían más bien un rev alo rizar y desarrollar las m form aciones obtenidas de otros. E l episo d io del Valle del Infierno es, desde este punto de vista, bien significativo y esclarecedor. \ ha sido tratad o por Jourdain de Séverac1 23, O dorico^ y Mandeville' He aquí cóm o se desarrollan los tre s «viajes»;
1 D e C a ld c a , pp. 59-60. 2 C a p ítu lo X X X II, pp. 490-491. 3 Pp. 170-172. 212
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Como se ve, Mandeville transforma las narraciones previas1Cf un gran fresco (si bien oscuro y tenebroso), lleno de sonidos \ ani mado con un movimiento alucinante. No ha visitado ese alieú-. Infierno»*, y se le puede reprochar el que haga com o si en efecto io hubiera hecho, pero no es un mixtificador deliberado en la medida en que —según todas las apariencias— cree en la posibilidad de la viaje, en su realidad. El poder de sugestión de su texto es. adcnií, fruto de un momento de inspiración. Las narraciones de sus prede cesorcs han sido enriquecidas por él. adornadas con una multite; de detalles que excitan la imaginación, y ha creado un ambienten gustioso, con un movimiento exterior aportado por las acciones de moníacas y otro interior, el del terror de las alucinaciones. Caofragmento de Mandeville constituye, en efecto, un gran moment de fabulación en el cual se reconoce no al mixtificador, sino alar tista. Se podría objetar que también el arte es una mixtificación pero ello nos llevaría a un debate mucho m ás amplio. Hay gran diferencia entre la definida actitud de Mandeville . de adornar y crear así una obra de arte, y la puramente mixtific* dora que se descubre ocasionalmente (y de m odo más raro en otros en A. Paré. El cual, por ejemplo, a propósito del caballo m arr afirma que este monstruo «fue visto en la mar océana; un (libe: suyo fue llevado a Roma, al Papa entonces reinante»5. El dibu jo que menciona Paré está tomado de Conrad Gessner. q u ie n , as-, vez, lo había tomado de Belon. Este último
4 Es sabido que Mandeville se sirvió abundantem ente de narraciones anienotf ya que su viaje es, en esencia, una compilación; cf. H. Cordier, OdoncdercJ none, passim. 5 Paré, op. cit., p. 106
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observó que el dicho caballo figuraba entre las «cosas que pueden m ostrar la gran licencia y libertad que tenían los antiguos en sus fá bulas y ficciones poéticas»6, y reconocía (según la expresión de J. C éard ) en él una representación simbólica de la ambición de poseer el dom inio sobre la tierra y sobre el mar7.
Bclon no solamente no aporta anécdota alguna acerca del caba llo marino, sino que además le incluye de modo categórico entre las «ficciones poéticas» y los símbolos. También Gessner se atiene a esta opinión. Mas Paré, sin empacho alguno, dota a este mons truo de un carácter de realidad gracias al aspecto anecdótico con que le presenta; como única referencia histórica, remite osadamen te al lector a un pasado intemporal. El dibujo que ilustra sus pala bras está destinado a dar al caballo marino la consistencia que no le confiere la Historia. No se trata de dramatizar estas pequeñas mixtificaciones; como se ha visto, Paré se acusa a sí mismo de «abusar» de la idea del monstruo, mas por nobles motivos, es decir, para «enriquecer su tratado». Por otro lado, llega a estigmatizar las supersticiones y a restablecer la verdad8. En el caso que acabamos de mencionar, la superchería de Paré es mínima, en la medida que no ofrece ninguna precisión local ni histórica. La mentira, utilizada conscientemente como tal, no es frecuen te; de modo más habitual, se trata de dar a un asunto más impor tancia de la que tiene, de enriquecerlo o adornarlo cuando se ha de cidido fabular. Por otro lado, y como señala Gilbert Durand‘\ es necesario distinguir entre la mixtificación y la actitud de sumisión a un pensamiento mítico todopoderoso. Subraya Durand que nues tra época, que rinde culto a la objetividad, confunde muchas veces mito con mixtificación10, ignorando así una de las actividades esen ciales del espíritu humano, y, en fin, escribe: Se ha puesto de relieve muy a menudo, y Lévy-Bruhl ha dedicado buena parte de su talento a señalarlo así, cuántas veces la represen tación humana ha tenido dos registros, «en la misma época y acerca del mismo asunto», que ha sido de alguna manera mítica sin por ello ser mixtificadora, es decir, sin perder el sentido de las necesidades y de los significados temporales**1.
También nosotros hemos decidido dejar a un lado el término «mixtificación», que corresponde más a una obsesión moderna que 6 Paré, op. cu ., nota 262 de J. Céard. 1 Ibid., nota 262. * Capítulo X X X I, pp 96-98, y capítulo XXXII, p. 99. Structures anthropologiques de itmavinaire, pp 479 v 4% Ibid., p. 495. Ibid., p. 479. Hay un asterisco que aparece jumo a\ nombre de Lévy-Bruhl. ronctions mentales dans les Sociétés inférieures. pp 453 y ss
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• una realidad medieval. A tal p a la b ra , y a to d as las nocionc* q u e implica, preferim os la de fa b u la c ió n , q u e p o n e de relieve cipa, peí de la lengua. El pensam iento m ítico, el sím bolo, el m o n stru o , han de pasap o r la formalización del len g u aje, el cual h ace de intermediario n — según nosotros— entre «la im aginación y la razón», como dice G . D u rand12, sino en tre la im aginación y su epifanía, su manifes tación hic et nunc. G racias al len g u aje, lo im ag in ario se encarna.po dría decirse. Los procedim ientos ex presivos revisten así una partí cular im portancia, en especial la actitu d m etafó rica en todas sus for mas. Sin em bargo, y ello es inev itab le, to d a form a expresiva e s .en cierta m edida, una transposición: toda expresión añade al sentido propio el aura, el «halo» del estile y la retórica domina a la poesía engañadora1314. La lengua no sabría c o n ten tarse con lim itarse a transcribir; ne ne sus propias reservas de cre ativ id ad , e incluso, conduce a lacrea ción; en ocasiones, el le n g u aje, com o u n a m áquina recalentada se acelera. Y así, cuando Jourdain d escrib e las serp ien te s de la India Me nor, se deja invadir p o r una especie de em b riag u ez de los colores la cual, enseguida, com o p o r re b o te , le lleva a im aginar, ademas serpientes de dos, de tres, h asta de cinco cabezas: serpientes multi, maximi ultra modum, et diversarum coloren nigri, rubei, albi et vindes, et mediis coloribus coloran; biapno etiam, tricípites, et quinqué habentes capita, mirae admiratioms* («Hay muchas serpientes, grandísimas, de todos lo s colores, negras rojas, blancas, verdes, de colores mezclados, con d o s , tres v hasta cinco cabezas, cosa sorprendente»). O curre tam bién que el c a rá c te r e x tra o rd in a rio de ciertas criatu ras no es o tra cosa que p ro d u c to de un estilo calculado. En la T ercera India existen, según J o u rd a in , ho m b res intensamente ne gros, ventrudos, gruesos al tie m p o q u e p e q u eñ o s, de muy homto aspecto; se dedican a cazar fieras salv ajes tam bién horribles («fetas horribiles») y serp ien tes a ú n m ás e sp a n to s a s («atque horribilisstnw serpentes»): et sunt feri ferociter contra feras. («y son ferozmente salvajes con las fieras»). El tex to e stá c o m p u esto con m ed io s sum arios, pero eficaces.cor vistas al efecto que d e b e p ro d u c ir. 12 G . D u ra n d , op. cit., p. 483. 13 Ib id . . p. 484. 14 P. 444. 216
Con todo, aunque pueda sospecharse en nuestros autores un de seo manifiesto de impresionar o de arreglar una narración (véase Mandeville, poco más arriba) o un capítulo (como el Vde Plan de ( arpin ), muy a menudo lo fabuloso se introduce en Jos textos como consecuencia de una cierta ingenuidad. Jourdain e x p l i c a e l sis tema monetario chino como una operación mágica; la moneda chi na es de papel, mas con él se pueden adquirir las más preciosas riquezas, y, en una palabra, todo Jo que un hombre pueda desear; cum qua habetur aurum, argentum, sericum. lapides pretiosi, etsimpliciter omniu quae vull homo16. («Con la cual [moneda de papel] es posible otener oro, plata, seda, piedras preciosas, y. en suma, todo lo que un hombre desee»).
Tales formas de fabulación involuntarias son frecuentes. Marco Polo ha oído hablar, en la provincia de Tenduc, de Ung yMongul, nombres regionales de dos territorios tártaros y de sus habitantes. Pero al igual que Plan de Carpin, se sorprende ante la semejanza de tales palabras con Gog y Magog, y cree asimismo establecer la verdad al relacionar aquéllos con los pueblos malditos de la Biblia: se llama en nuestras tierras Gog y Magog; mas los que allí viven lo llaman Ung y Mongul17. La sem ejanza fónica produce la asociación de ideas. Cuando no se han visto por sí mismo la realidades exóticas, hay la tentación —por así decir— cuando se sabe de ellas, cuando se lee acerca de ellas, y con m ayor razón cuando se describen, de hacer asociacio nes de ideas con cosas conocidas. Mandeville, que describe a los chi nos utilizando entre otras fuentes a Marco Polo, recuerda que éste los había visto con barbas muy poco espesas: apenas hallaréis hom bre que en su barba tenga sesenta pelos, y és tos tiénenlos muy ralos, semejantes a un leopardo o a un gato18.
Poco hará falta, en efecto, para imaginarse a tales hombres como provisto de un «bigote» de gato o de leopardo. Es probable que si hubiese que ilustrar gráficamente tal descripción no sería difícil de jarse llevar por alguna bufonada semejante. La asociación de ideas voluntaria o semivoluntaria está bien próxima al procedimiento de la comparación y de la m etáfora. Para describir a sus oyentes o lec-15 15 Bcrgcron, capítulo V, col. 40 y ss , Soc. Géo., pp 649-678 Plan de Carpin se preocupa por alternar episodios reales, incluso realistas, e intervenciones de lo anuloso. Se trata de un inteligente mosaico que atestigua un notable cuidado por la composición ^ '* Jourdain, p. 58. \%Marco pólo, capítulo 75, p. 160. PP 6771yna^eV1,,C’ P' B 3 ' Para las fucn,es- cf- lamb‘*n Pl*n de Carpin, Soc Geó ,
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to rc s co sas d e sc o n o c id as, el v ia je ro se sirv e d e lo conocido, proce d e p o r aproxim ación', ta l p a rte d e u n a c ria tu ra exótica se parece ¡ ta l o tra d e un ser fa m ilia r, y así se c o n tin ú a si se detalla cada pane d el o b je to de la c u rio sid ad g e n e ra l. E l c o m p o rta m ie n to , las costum b re s de c ie rto s p u e b lo s, p u e d e n d a r lu g a r a com paraciones que no tie n e n n a d a d e e tn o ló g icas. R ic o ld s e ñ a la , al d e sc rib ir su encuentre co n la « m o n stru o sam e t ra b io s a m g e n te m C u rto ru m » , uue habitar e n m o n ta ñ a s y lugares e s c a rp a d o s sicu t capre silvestres'* , como ca b ra s salvajes. El re to de la d e sc rip c ió n n o o fre c e ningún otro ele m e n tó p ro p ia m e n te m o n s tru o s o . R ic o ld , en cuyo texto parece: flo re c e r las c o m p a ra c io n e s a u d a c e s , n o se a tie n e siempre a aprou m acio n es m ás o m e n o s « p o é tic as» e in o c e n te s com o la recién men c io n a d a . P u e d e llevar m u c h o m á s le jo s la com paración: (...) homines bestiales qui Sarraceni et habitant communitcrsubtc;;: ad m odum talparum . Isti egrediuntur de caucrnis terre quasi mj res*...)20. («hombres bestiales, como sarracenos, que habitan generalmente de bajo de tierra, como topos. Salen de sus cuevas subterráneas come ratas»). L a p re su n c ió n h o m in e s bestiales h a ce q u e estas comparación; se a n v e rd a d e ra s a sim ilac io n e s, y to d o s los elem en to s del texto cor trib u y e n a re fo rz a r la im p re s ió n c re a d a (su b térra, de cuuerms) Er la d o b le im a g e n an im al ta m p a r u m - m u r e s , d o s veces despreciativa, re p u lsiv a , c a d a té rm in o p u e d e s e r c o n c e b id o com o en compeiicic co n el o tro . ¡N o les q u e d a m u c h o d e h u m a n o a esos sarracenos L as d e sc rip c io n e s e x tra o rd in a ria s d e seres hum anos o de anima le s re a le s a p a re c e n e n a b u n d a n c ia . U n m o d e lo en su género es q u e h ace J o u rd a in d e S é v e ra c d e l e le f a n te , y m erece ser analiza; e n d e ta lle : Estos animales son extraordinarios: por su tamaño, por su volume: por su fuerza y tam bién por su inteligencia, sobrepasan a todoslos animales del m undo. T ienen una gran cabeza; ojos pequeños (m ¿> pequeños que los de un caballo); orejas en forma de alas de búho de murciélago; una nariz q u e, naciendo en lo alto de la cabeza.lltp hasta el suelo; dos dientes exteriores dirigidos hacia adelante, de. tam año, grosor y longitud fuera de lo común (implantados enlana: dfbula superior) (...) T ienen pezuñas enorm es, provistas de seisufa parecidas a las del buey o más bien a las del camello. Este anur.¿ puede tran sp o rtar sobre sí, en una especie de habitáculo de rr,adera más de treinta hom bres21. E l te x to a ñ a d e q u e e l e le f a n te se u tiliza en la guerra, y que hace t a n t o e s tr a g o c o m o c in c u e n ta h o m b re s y m ás. Hay tres cosas enti 19 C apítulo XV, p, 123. 20 C M apítulo ip u u iu V V lIII, l l , p. p . 114. I l t . 21 Jourdain de Séverac, De M ajori India, p. 48. 218
mundo que no es posible resistir con la tuerza de las armas: el ravo. la balista y el elefante. El autor desea dar al propio tiempo la impresión de una fuerza admirable (sitúa al elefante al mismo nivel que el rayo, fenómeno celeste) y de asombro. El animal es enorme; su cabeza, sus pezu ñas, su nariz —que nace en lo alto de la cabeza llega hasta el sue lo— son atributos monstruosos que pueden encontrarse en los tra jes y máscaras de carnaval, por ejemplo22. Los dientes gigantescos son característica frecuente de los dioses orientales. Si se pasa rá pidamente por la fórmula de comparación acl modum, que no apa rece sino dos veces en el texto, el elefante parece reunir elementos de diversos animales: ojos de caballo, orejas como las del búho o del murciélago, pezuñas gigantescas parecidas a las del buey o del camello. La imagen que del elefante se hace el lector se resiente de todas esas comparaciones. Entre los grabados que ilustran el viaje de Mandeville hay uno, en efecto, que atribuye al ele fante pezuñas de buey y orejas como alas de murciélago; ade más, el animal porta una curio sa «casa», casi una torre, tan alta como él. Este ejem plo demues tra que las fórmulas com parati vas constituyen barreras bien débiles para la capacidad imagi nativa del espíritu humano. No solamente el objeto comparado puede ser asimilado al del se gundo término de la comparación, sino que, adem ás, elem entos a priori anodinos se modifican de modo sorprendente: el habitáculo para quienes van encima del ele fante, explicado por Jourdain con una vaga fórmula (quodam arti ficio de lignis), se transform a en otros autores en una auténtica casa. Es cierto que en la India, con ocasión de ciertas ceremonias, tal construcción puede llevar un dosel, lo que justificaría más satisfac toriamente la com paración citada. En cualquier caso, el lector o el ilustrador interpretan esa «casa» a su propia manera. La descripción de Jourdain no se limita al aspecto físico del ele fante. Si se tratase únicam ente de un animal extraordinario, no se ría lo bastante fascinante para la imaginación; Jourdain y otros in sisten, adem ás, en su inteligencia:
Las muy curiosas máscaras del carnaval de Basilea, vivido todavía en nuestros días como una especie de fiesta litúrgica, suelen tener, en contraste con sus peque ños ojos, grandes orejas y enorm e nariz. 219
Istud animal nihil facit nisi cum verbo; itaque m agister suus non ha bet aliud facere nist quod dicat semel sibi: tac hoc et (acit; nec vide tur aliter brutum, sed utens ratione (...) Mira res! genu flcctit. jacct. sedet, vadit et venit, solum ad praceptum m agistri sui. («Este animal no hace nada sino incitado por la palabra; le basta a su dueño decir una sola vez «haz esto», y lo hace; no parece una bes tia, sino que tenga razón (...) ¡Cosa admirable!: se arrodilla, s e echa se sienta, va y viene, y todo a la voz de su dueño»). Dos expresiones llaman la atención en este texto: v e r b o y utem ratione, que relacionan al elefante con el ser humano gracias a su inteligencia y a su comprensión de la palabra. Esta m a s a gigantes ca, esta fuerza desmesurada, se somete al hombre ante u n a sola pa labra de éste. Su gran mansedumbre contrasta con sus habilidades guerreras: et est animal mansuetissimun et doctum ad
b ellu m ...
Se distingue de las bestias por la finura de su razón , y también por su sensiblidad. Más de un siglo después de la descripción hecha por Jourdain aparece en S. Brant una sorprendente fórmula Magna quoque ingenii dos est conccssa elcph an to . Scnsibus huma nis vim gerit illc parem. Intellectus adest: discit. memorat, adora: («El elefante está dotado de gran ingenio. P arece tener tanto sentí do como los humanos. Tiene inteligencia: ap ren d e, tiene m em oria adora»). La comparación con la sensibilidad humana es inequívoca, y la expresión intellectus adest brilla como prueba luminosa. El elefante es ya tan fabuloso que se le atribuye incluso el poder de combaiir a los dragones23: Pugna his interdum/sevisque draconibus atrox. («Libra un combate atroz con los furiosos dragones»). El grabado (figura 62) muestra, en efecto, un elefante luchando con un dragón; éste tiene alas como de murciélago, y no se dife rencia mucho de su enemigo: queda relegado a un rincón del gra bado, medio oculto por un elefante situado en primer plano quepa rece no tratar muy bien a otro de sus congéneres. E l dragón no se distingue sino por sus orejas puntiagudas, su cola (no dem asiados sible, por lo demás), y por la especie de espolón que prolongase hocico: versión apenas diferente de las defensas de sus adversarios 23 Esta particularidad es mencionada a menudo, y no se trata de personal Cf Brunet, Jeux et Sapiences du Moyen Age (pléiade). pp. 814-HO ^ nardo da Vinci, Carnets, t. II. pp 384 y 387. 220
A p a r t i r d e la s c o m p a r a c i o n e s se o p e ra , pues, un insensible des lizam iento h a c i a lo f a b u lo s o . A u n q u e el texto se redacte teniendo en c u e n ta el e f e c t o q u e q u i e r e p ro d u c ir en el lector, no se le puede acusar d e d e f o r m a r la r e a l i d a d d e m o d o inadmisible. Es la yuxta posición d e t é r m i n o s e v o c a d o r e s , el efecto de la acumulación, los que e la b o ra n lo f a n t á s t i c o . E s e «deslizam ien to » no es sólo produc to de las im a g in a c io n e s m e d ie v a le s . E d o u a rd Charton ofrece una «versión a b re v ia d a » del t e x t o d e C ristó b a l C olón (ya abreviado, a su vez, en el siglo X V I, p o r L a s C a sa s) en el siglo XIX, en su sene de V o y a g e u r s a n c i e n s e t m o d e r n e s , y u n a descripción de cierto pez en un re s u m e n to ta lm e n te p e r s o n a l . E l tex to colom bino original era el siguiente: P e s c a ro n ta m b ié n co n re d e s y hallaron un pece, entre otros muchos, q u e p a r e c ía u n p r o p io p u e rc o , no como tonina, el cual diz que era to d o c o n c h a m u y tie s ta y n o tenía cosa blanda sino la cola y los ojos, y u n a g u j e r o d e b a j o d e ella p a ra expeler sus superfluidades. Man d ó lo s a la r p a r a lle v a r lo q u e viesen los Reyes24.
H e a q u í el re s u m e n d e C h arto n : P e s c a ro n u n p e z m u y d u r o ex c ep to los ojos y la cola, recubierto de e s c a m a s , e n to d o s e m e ja n te a un c e r d o .
En su a u d a z re s u m e n , la fórm ula de Charton es perfectamente*5 * Prim er V iaje; viernes, 16 de noviembre de 1492; p. 63. 5 E. C harton, o p . c it., t. III, p. 113.
monstruosa: este cerdo con escamas no tiene nada que ver. su: duda, con aquei pez pescado aquel lejano día..., pero tampoco con Jos cerdos auténticos. El resumen de Las Casas tiene más manees. La imagen del cerdo ocupa un lugar menos visible, y está asociada con el delfín, es decir, con un animal marino bien conocido. No pen semos. sin embargo, que la descripción de Colón ofrece menos oca siones de dar pábulo a la imaginación. En efecto, el delfín era co nocido con el nombre de cerdo marino, y esta denominación daba lugar, todavía a fines del siglo XV, a representaciones como la que se halla en S. Brant. ¿Quién reconocería en ese «cerdo marino» a un delfín? (figura 63). Como se ve, la comparación no está lejosde la metáfora, y da lugar a un fenómeno de asimilación difícil de discutir.
Fig. 63 . A propósito de la jirafa, se encuentra en Mandeville un ejenv pío muy poético de lo dicho: Y hay animales que se llaman orafles, que están en los árboles b un animal salpicado de manchas, y no es tan grande com o un caba llo, pero su cuello tiene sus buenos veinte codos de largo. Puede mi rar sin problemas por encima de una casa26. Tal descripción, por lo que nosotros sabemos, no ha dado lugar a una representación que tenga en cuenta la fórmula «que estañen 26 Mandeville, capítulo 31. p. 3% de la edición citada por el autor. 222
los á rb o le s» . E l c a r á c te r com puesto hasta por si mismo para d a r una im p re s ió n tal d e e x tra ñ a confusión que lo fantástico se e lab o ra si o tro a y u d a q u e las p a la b ra s. L o s e je m p lo s c ita d o s nos llevan al centro de un debate in ev ita ble c u a n d o se h a b la d e m o n stru o s. U na ve/ que se ha co n statad o el p a p el c re a d o r d e la le n g u a , es posible concluir aceptando su p o der s o b e r a n o ; p e r o e n la E d a d M edia es evidente que existe un co n flicto d e in flu e n c ia s e n tr e la im agen y el texto: ¿cuál es más apto para rep resen ta r lo e x tra o rd in a rio y lo m onstruoso? 6cuál es más a p ro p ia d o p a ra c re a r? D o s te m a s bien diferentes que constituyen, cada u n o u n a e ta p a d e l d e b a te . P o d ría p e n s a rs e q u e el m o n stru o exige ser visto, que la lengua no b a sta p a r a d o ta r le d e im ag en . N o solam ente la lengua seria un in stru m e n to in s u fic ie n te p a ra describir a los m onstruos, pero ade más sería to rp e d e s c rib ir la re a lid a d de un ser norm alm ente consti tuido, d e l cu al — c o m o se h a visto— podría hacerse un ser m ons truoso. P ie n s a n a lg u n o s q u e el m o n stru o podría nacer de la p o b re za de la le n g u a , d e u n le n g u a je inad ecu ad o . A si, B. H euvelm ans atribuye la m o n s tru o s id a d d e los anim ales m arinos «a la pobreza de n u e stro v o c a b u la rio , al m e ca n ism o m ism o de nuestro lenguaje (...)» 27. T a l o p in ió n p e rte n e c e a u na c o rrie n te que G . Lascault re sume así: ciertos m onstruos, com o ciertos mitos, testimonian que la lengua no se adapta siem pre a sus fines, que no dice siempre lo que quiere de cir, que no ofrece siem pre la pura descripción del mundo percibido, que no es un instrum ento perfecto: una concepción positivista de la lengua considera com o enferm edad estos usos del discurso, que ella no ha previsto28. Es c ie rto q u e la le n g u a n o p u e d e d a r cu en ta de u n a re a lid ad vi sual con a d e c u a c ió n p e r f e c ta . L o s a u to re s m edievales tie n e n c o n ciencia d e e llo . L a d e s c rip c ió n del e lefan te term in a con u n a frase en que a p a re c e n e x p líc ita m e n te re c o n o cid a s las lim itaciones ta n to de la escritura c o m o d e la le n g u a : simpliciter, non possint scribi (per modum loquendi) proprietates istius anim alis29. («En sum a, no es posible describir (por medio de la palabra) las p ro piedades de este anim al»). D e c la ra c io n e s ta le s a b u n d a n , y so n a m e n u d o p ro c e d im ie n to s por m ed io d e lo s c u a le s e l a u t o r q u ie re h acer e n te n d e r al le c to r q u e B. H eu v elm an s, D a n s le s illa g e d e s m o n s tr e s m a n n s , pp 33-34; citado por G Lascault, o p . c u . , p. 220. ^ * G L ascault, o p . c u . , p p . 221-222. Jo u rd ain , o p . c i t ., p. 48.
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es preciso imaginar m ucho m ás de lo q u e dice. Jourdain pretende en todo m om ento que no p u ed e d ecir so b re algún asunto ^todo ¡< que debería («scribere p ra e te rm itto p ro p te r prolixitatem » ), dan do, con todo, una descripción detallada d el o b je to en cuestión ) no lo hace para evitar el d ecir m ás cosas, sino p ara añadir a su ais curso el halo suplem entario de lo m iste rio so , de lo indecible. L poesía, com o se sab e, es p re c isa m e n te lo inefable. E n ocasiones, el au to r se confiesa in cap az de describir todo por que necesitaría m ucho tiem po: Mira vaíde possum dicere de ista India; sed describere minime vale, propter temporis brevitatem303132. («Muchas cosas asombrosas puedo decir de esta India, pero no pue do describir mucho de ello a causa del escaso tiempo»). La expresión m in im e valeo señ a la u n a especie de impotencia dei lenguaje ante la en o rm id ad d e la e m p re sa . Jo u rd ain afirma a vece; que la lengua no tiene los m ed io s n ecesario s p ara expresar bien lo que ha visto con sus ojos: Mirabile est! revera, non potest bene hoc vel lingua expnmi quod vidi oculis meis . («¡Es admirable! En verdad, mi lengua no puede expresar lo que han visto mis ojos»). E sta inferioridad del le n g u a je con relació n al objeto visto dato davía m ás valor a é ste , com o indica, p o r lo dem ás, ese Mirabile es: E l quit dicam q u e ta n fre c u e n te m e n te h allam o s, o la fórmula y qué os diría que ap arece en M arco P olo d e m o d o casi obsesivo, indicar este constante d eseo d e se ñ a la r al le cto r el desnivel entre la cosa vista y la cosa dich a, y acaso ta m b ié n u n a dificultad auténtica para e x p re sa r una realid ad ta n d ife re n te d e lo habitualm ente conocido M as no conviene co n clu ir con d e m a sia d o apresuramiento que la lengua es im p erfecta; de esa im p erfecció n se sirven, precisamente y d e m odo m uy h áb il los a u to re s. P a ra em p ezar, la señalan, como ya hem os visto; en caso d e n e c e sid a d , la exageran ante el lector ad em ás y sobre to d o , p o rq u e c o n o c e n el p o d e r d e sugestión de la len g ua y su c a p a c id ad p a ra su sc ita r en la imaginación nuevas eflorescencias. L a im perfección d e la le n g u a es el m o to r mismo de la imagina ció n . A este re s p e c to , a p a re c e e n C o ló n una frase significativa Y finalmente dice que cuando el que lo ve le es tanta la admirad 30 Jourdain. p. 45. 31
Jourdain, p. 46.
32 Jourdain, p. 44.
Oiánto más será a quien lo oyere, y que nadie lo podrá creer si no lo viere . Tal conciencia del poder sugestivo de la narración aparece ra ramente con tanta sinceridad y claridad antes de nuestros teóricos modernos. La cosa vista, cuando es extraordinaria, es, sin embar go, menos «maravillosa» que su descripción, va que revela lo esen cial de su misterio: muestra todo, o muestra demasiado. La imagi nación se detiene ante los contornos del objeto, que, fijado en la retina, queda también fijo en el espíritu. Así se aclara para noso tros la misteriosa frase que aparece casi en la parte más alta del ma pamundi de Hereford: omnia plus legenda quam pingenda. («Todas las cosas que más vale leer que pintar»). El artista, que tenía a su disposición los recursos del grafismo, proclamaba así sin dudarlo la superioridad del lenguaje. Es tan cu rioso como significativo que Hereford haya escrito legenda («leer») y no scribenda («escribir»): sin duda tenía en cuenta el punto de vis ta del lector y no el del pintor o del redactor. El artista tiene con ciencia de ofrecer al lector una materia básica: lo que importa es el trabajo imaginativo que hará que reciba esa materia, y no el verda dero trabajo poético. Que los autores tengan conciencia clara de ello, como Colón, o que tengan sólo un oscuro presentimiento, como en el mapamundi de Hereford, es un hecho capital. Se sabe que ante la creación artística la Edad Media tiene una humildad ex traordinaria; el artista no fija una obra o más modestamente una imagen: es materia viva, ofrecida a todos como un tema con sus va riaciones; la forma expresiva que permite más libertad a esas varia ciones es considerada como la mejor. Por ello, es totalmente exagerado considerar como una «enfermedad» del lenguaje las descripciones llamadas «inadecuadas». La Edad Media ha utilizado demasiado la descripción y los procedimientos descriptivos (compa ración, matáfora, preterición...) como para haber ignorado sus re cursos. Se servía, en efecto, de las imperfecciones de la lengua como recursos creativos; ha utilizado con tanta constancia y habilidad los instrumentos imperfectos de la descripción que no es posible pen sar que ello haya sido hecho de modo infantil. Es lo que explica apretadamente Lascault en un breve párrafo, en el que señala las limitaciones de las teorías que presentan al monstruo como resultado de diversos intentos de imitación fracasa dos a causa de la imperfección de los medios empleados: Cuando el significado de las palabras «salta» a otro significado por medio de metáforas que cesan de dejarse de ver como tales, la len-3 33 Colón, Primer Viaje; domingo, 25 de noviembre de 1492; p. 69 225
fuá afirma au aobcranla, au autonom ía, con relación id imm. percibido*4. Y afirm a L ascault, e n ré p lic a a q u ie n e s p re s e n ta n a la helad M día y m ás en general a la le n g u a c o m o víctim a s de una inadcui., ción instrum ental básica: es necesario encontrar las razones de tal inadecuación y del nu,m que supone para quienes la repiten y para quienes la escuchan «¡; van'5. Sin e m b arg o , no q u e re m o s c a e r en o tr a exageración y proel,, m ar el im perialism o d e la le n g u a . L e n g u a e im ag en forman unap* reja dem asiado creativ a c o m o p a ra e n fre n ta r u n a con otra La im agen tie n e un p a p el e n o rm e e n la m e d id a en que es la la tu ra del p o b re . E n e fe c to , d ice S an G re g o rio q u e ln ipsa ignorantes vident quod sequi debeant, in ipsa legunt qui teras nesciunt*3536. («En ella los ignorantes ven aquello que deben hacer, en ella Ice los que no saben leer»). T am bién G u illa u m e D u r a n d , o b isp o d e M en d e, atribuye a b im agen un papel d e e n se ñ a n z a y d ifu sió n : Pictura et ornam enta in ecclesia sunt laicorum lectiones37. («Las pinturas y ornam entos de las iglesias son la lectura de lo legos»). Q u e nadie se s o rp re n d a p o r e sta s re fe re n cia s a autores ajenos; n u estro Corpus: al h a c e rla s, n o d u d a m o s en acudir así a unatrao: ción a la cual to d o s se s o m e tía n . A sí pues, e n a q u e lla é p o c a la im a g e n es m ás «accesible» quelo escrito; incluso to d a v ía h o y , c u a n d o e n principio el libro está ai a canee d e to d o s, la im a g e n tie n e un p o d e r d e fascinación inmediat: del que carece el te x to ; lo q u e d e p rim itiv o hay en nosotros se dea llevar m ucho m ás d e in m e d ia to p o r la im ag en ; la facilidad de pe: cep ció n , la p e re z a ta n a m e n u d o p u e s ta de relieve y consistentee' d e ja rse llevar p o r esa fa c ilid a d , h a c e n d e la imagen un temible irfru m e n to , p o r lo d e m á s y sin d u d a , el m e jo r adaptado a la repre sen tació n d e los o b je to s v isu ales. L e o n a rd o da Vinci manifiesta 14 35 36 49 n
G. Lascault, op. cit., p. 222. G. Lascault, op. cit., p. 222. De consecra!. Dist. III.c. C itado por R. Villeneuvc, Le Diableáis.*''1 1 ’ 37 R a tto n a le divinorum officiorum , libro I. capítulo 3. C itado por R V'illíi*’-'' ib id. 226
convicción en un incisivo p a s a je ; al m argen de un grabado a n a tó mico que représenla el corazón h u m a n o , esc ribe ¿Con qué p a la b ra s , oh escritor, podrás alcan/ai la organizada per fección d e e ste d ib u jo ? Falto de c o n o c im ie n to s necesarios, tu descripción es tan confusa que no da sino u n a p e q u e ñ a iden de la ver¡latiera forma ¡le Iuí roías, y te ilusionas c o n ello persuadiéndote de que eres capa/ de satisfacer por c o m p le to al o y e n te , cuando tú hablas de la representación de una cosa q u e tie n e una sustancia y que rodea una superficie. Yo te aconsejo que no te dejes engañar por las palabras a no ser que hables a los ciegos. Sin em bargo, si te atreves a una demostración verbal dirigida a los oídos antes que a los ojos de los hombres, que tu discurso se ocupe de las cosas sustanciales o naturales, y no le ocu pes de hacer entrar por los oídos lo que tiene relación con los ojos-, en tal empresa se rá s superado, con mucho, por la obra del pintor. ¿Cómo p o d ría s , co n las p alabras, describir este corazón sin necesitar todo u n v o lu m e n ? Pues cuantos más detalles acumules, más llenarás de confusión el espíritu del oyente. Y tendrás siempre necesi dad de c o m e n ta ris ta s y de recurrir a la experiencia... 8. El texto de Leonardo da Vinci analiza perfectamente todas las dificultades que experimenta el lenguaje para transmitir las formas, los volúmenes, los efectos de profundidad, de perspectiva, etc. La verdadera form a de las cosas se halla fuera del alcance del lengua je. La descripción verbal no es sino una compensación únicamente válida para los ciegos. El propio escritor aparece aquí casi como un enfermo. Pese al tono desmesurado, casi polémico, de su demos tración, Leonardo señala con justeza los problemas específicos de la descripción verbal (o escrita): es preciso acumular detalles para describir un objeto visual, acumulación que es fuente de confusión. Dado que el objeto que ha de ser descrito tiene una cierta comple jidad, se hace imposible organizar los detalles para formar un conjunto coherente. Se podría ir más lejos incluso que Leonardo: el dibujo puede representarlo todo, hasta las abstracciones. Cierto esquizofrénico del siglo XX, que veía a sus psiquiatras redactar in formes acerca de su delirio, exclamaba irónicamente: Ustedes escriben sin cesar. Para decir todo eso, bastaría con que yo hiciese un dibujo. Yo veo todo eso con una sola mirada*39. Sin duda a partir de cierto nivel de abstracción el dibujo ya no es tan adecuado para esa representación ideal como lo es para lo concreto: en tal caso también puede precisar de comentaristas. Pero el enfermo mental antes mencionado pone de relieve una de las cua lidades esenciales del dibujo: la imagen permite una percepción glo bal que no ofrece lo escrito. . w Les Carnets de Léonard de Vinci; t. I, pp. 123-124 39 R- Volmat, L ’A rt psychopathologiquc, p 209 227
No w ju»mU' lu-gni q u r 0I ittnttttruo **rt qi> .1. (lt( no** M el texto i'niuvit^K1h »iuUmi««Io m I iiiu UHV“ | " “ f,‘ '»*•••. Ili rtyudrt d r 11*píete til tu tulle* vltualo», no drhllltrtfb» im»l 11I»l* m. m, iu puf ello rtilltlcUl tt Irt bota de rtllrtlt/m lux luonslnioh n,, , ( i Iimi el dibujo tnu ate m ám em e to m o lo* (ex io i; **h m* luh«» 1*11,1,lt que cu Irt imaginación, hablando n i g c m in l, 0I iiiimfiinm up,,,,. n i pnniot luga» bajo U turnia de im agen, y que 1¡» k iig u .i....... venga uno
Puede ocurrir que po r razones de tipo esencialmente gráfico un ser insólito se transform e en un ser m onstruoso. Así una desenpción A puede ser re in terp retad a po r un lector en función no exac tam ente de la im agen que concibe. A ’, sino de la que quiere con cebir, B; esta últim a, m ás g eo m étrica, m ás simétrica o sencillamen te más sorprendente, condiciona la nueva descripción B’4041: * En el original, juego de palabras entre partielle y partíale, más ajustadoí* en castellano (Nota del Traductor.) . 40 Una de las fuentes de Paré: Guillaume Rondelet. L'Hisloire entil't sons composee premieremetu en latín par maistre Guillaume Róndela úV(C pourtraits au naif (Lyon. Mace Bonhommc. 1558). p. 360. ^ 41 A , A*. B. B*. sugieren, a título de hipótesis, el orden de sucesión de le rentes operaciones mentales.
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Un ejcmjWo de role p io r n o sr encuclilla en he\ Mnnure> W Prodigex de Paré; un auunal moiistiuoso <1*1 A hita, a! cual Paré no
le da n o m b re , flpuira* en mi limado ron una huma que él repiescnta por p u n ie ra v r/ (liguia 64)4' Paré pretende haber «sa< ado* este animal tic Lerin A lm ano, cuando en realidad lo toma de Boc* mus, quien, sim plem ente, dice: En esta isla hay unas b e s fe /u e la s
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Esta descripción es interpretada por Paré, quien añade alguna detalles que no dejan de tener importancia, derivados sin duda de la representación visual que se hace del animal en cuestión, <>de |,i que quiere dar: ... y sobre la espalda tiene cruzadas y marcadas dos rayas amanHm con figura de cruz, y al final de cada raya tiene un ojo y u na orei.-; I (...) Estas bestias tienen muchas patas alrededor d e l cuerpo, con Lis cuales pueden caminar del lado que quieren sin retorcer el cuerpo, la cola, muy larga, con su extremo recubierto d e m u ch o pelo1'
Puede verse de qué modo la prim era descripción, por otro lado poco clara, es interpretada y transform ada. En el animal de Pare las rayas están cruzadas y son de color amarillo, las patas pueden ir en cualquier dirección, y la cola merece una mención especial. Lo que Paré ha hecho es, simplemente, modificar la descripción pre via en función de una representación visual. En tanto que lo dicho por Boemius es impreciso y se presta mal a una interpretación grá fica, el texto de Paré recurre al dibujo mediante un conjunto de da tos geométricos concretos y sencillos. Dicho texto, ¿ha sido redac tado a posteriori con objeto de com entar la imagen que Paré I probablemente se había imaginado? Es lícito hacerse tal pregunta, i Podría pensarse que se trata de un ejem plo aislado, más de he- [ cho, conforme se avanza en la lectura del tratado de Paré se apre- t cia mejor cuántos grabados son anecdóticos. Nota Jean Céard que í en el tratamiento de los animales monstruosos (...) el dibujo es lo r primero, y el texto no constituye sino una nota explicativa extensa; Ij el dibujo también se caracteriza desde ese momento por ser una ver-1 dadera «puesta en escena» (...) Se podrían así describir casi todas las ilustraciones de cada capítulo sin que el texto explique nunca to dos sus detalles4 445. Hemos regresado al punto de partida, aquel en que se había po dido pensar que la imagen era el m ejor medio para representar al monstruo, objeto visual por excelencia. De hecho, se trata de un debate del cual no se puede salir con facilidad si se sigue atendien do a la idea de superioridad o de adecuación privilegiada de uno u otro medio de expresión. T anto la imagen gráfica como el texto es crito (se podría mencionar tam bién el relato oral) tienen su razón de ser en tanto que ilustraciones del universo, m ás es deseable que cada uno de ellos se atenga a los medios específicos de su prop10 arte: que la imagen muestre y que el texto hable. En ambos casos, el fracaso es el resultado de un intento de mim etism o: la derro es frecuente cuando el texto quiere m ostrar y la imagen hablar M 44 Paré, op. cit., pp. 138-139. Las palabras subrayadas corresponden a didos hechos con relación a la primera descripción. 45 Jean Céard. Introducción, p. XXVI. 230
cuando cada cual utili/.a su propios recursos, la realización está lle na de vida. Ya liem os visto cómo Mandcvillc describe, a partir de narraciones p revias, su pretendido viaje por eJ Valle del infierno4*. Ya sabem os cóm o transform a esas narraciones en un gigantesco caos de sonidos, golpes sin cuento, animales invisibles, tinieblas en que pululan bestias y agresivos demonios, desmayos de los viajeros alucinados... H e a h í un ejem plo literario que bien puede ralacionarse con las visiones infernales del H osco La originalidad de este texto es q u e invoca no sólo representaciones visuales (las tinieblas son tan espesas q u e los viajeros no ven nada, excepto la luminosa cabeza del d e m o n io ), sino tam bién las sensaciones de angustia crea das p o r esa procesión de ciegos, por la oscuridad y sus habitantes audibles, p e ro invisibles. Las únicas «imágenes» —las cuales no se describen— son las alucinaciones mentales que los viajeros no pue den revelar. P e ro hay en este texto, que no utiliza en absoluto re presentaciones visuales, una fuerza mucho mayor que en la narra ción de Jo u rd a in y de O dorico. Por su parte, este último manifiesta un m étodo c la ra m e n te más creativo que Jourdain, quien había sen tido la necesidad de añ ad ir a su texto, por sistema, la descripción de tres anim ales m onstru o so s sin duda superfluos. Así pues, si los a u to re s utilizan los medios propios de su oficio, sin hacer co n cesio n es a quienes así no lo practican (en el caso de los escritores se tra ta de g u ard ar las debidas distancias con respecto a las artes p lásticas), es cuando obtienen los más ricos y sugerentes resultados. Es cierto q u e el calificativo de visionario, a menudo aplicado a los escritores g e n iales, nos lleva a matizar el juicio precedente; en modo alguno d e se a m o s disociar artificialmente tendencias tan com plementarias en m a te ria de creación artística. La imagen y la len gua juegan e n tre sí con la p e lo ta de la imaginación; se refuerzan re cíprocamente y se a lim e n ta n m utuam ente. En un d o m in io m uy c o n creto , existe algo que ejemplifica muy bien este ju e g o d e influencias recíprocas: el manuscrito o el libro ilustrados. Ilu m in ac io n e s, m iniaturas, grabados, enriquecen el tex to; tengan o no re la ció n con él, le aportan su potencial creativo. La unión de am bas fo rm a s ex presivas hace del «libro» un objeto total, que podría satisfa c er a la im aginación si ésta pudiera alguna vez sen tirse saciada. El m onstruo es e la b o r a d o ta n to por medio de las formas lingüis ticas como p o r las de la im ag en ; algo de casual, de involuntario, se desliza en esta c re a c ió n . A m b a s, lengua e imagen, son instrumen tos im perfectos. P e ro esa m ism a imperfección origina medios crea dores de ex p resió n : e s p re c iso ingeniárselas para satisfacer la nece sidad de d escrib ir la re a lid a d ; e sta «descripción» se transforma en 46 46 Cf. supra, pp. 176-177.
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«transcripción», en interpretación. Todo un juego de espejos, de in terferencias, se instala entre imagen y lengua, haciendo de ambos medios expresivos una pareja en ocasiones celosa, en ocasiones cómplice. La elaboración del monstruo no es solamente el resulta do de una combinación de formas; es también producto de un sis tema mucho más complejo, cuyo secreto es el del arte mismo
‘»¿ÍV
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V I. L A N O C IÓ N DE MONSTRUO
¿Q ué es un m onstruo y qué ideas comporta? ¿Cómo se sitúan éstas con relación a una visión del mundo y cómo se adecúan a la misma?. Resulta claro que no existe una definición del monstruo, sino di versos intentos de definición, que varían según los autores y, sobre todo, según las épocas. En el sentido más amplio, el monstruo se"1 define ron relación a ja norma, siendo ésta un postulado de sentido común; el pensarm ento*no atribuye al monstruo con facilidad una¿ existencia en s í, m ientras que la concede espontáneamente a la nor ma. Así pues, todo depende del modo en que se define esa norma. Tales ideas son relegadas a la categoría de ficción por la biología y la genética m odernas; en el siglo XX, la ciencia rechaza el aislar un tipo ideal, acabado; cada especie es un «depósito de genes» some tidos al juego de la combinación y de las mutaciones. Si la especie humana presenta aspectos relativamente estables, ello se debe en parte a su carácter reciente: queda así excluido el punto de vista nor mativo. Ello no impide que el hombre común continúe utilizando tales ideas, y que en el mundo científico la teratología no sea toto vía letra muerta'. A unque el monstruo no sea ya definido por com-I paración con un tipo inmutable, se le puede caracterizar como una excepción si se le relaciona con el resultado habitual de la combi natoria genética, teniendo en cuenta las diversas modalidades de ésta en el estado actual de la evolución biológica. Esta idea no es una exclusividad del siglo XX; se resume per fectamente en una fórm ula de Aristóteles; el monstruo es un fenóT^T meno que va contra «la generalidad de los casos», pero no contra la naturaleza considerada en su totalidad: ^ tcj-ri y \ p
W/r tó$
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r í p a g tcjv n a p ¿ t o v o i v ( t i ), n a p \ ¿ ti tó 'ro lé (IV, IV, 770 b)(').
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La edición de Aristóteles a que nos referimos es la siguiente: Generahon of Ani máis, con traducción inglesa de A. L. Peck («The Loeb Classical Library»; Londres, Williain Heincmann L. T. D .; Cambridge, Massachusctts, Harvard Umversity Pressedición revisada y corregida de 1953).
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No es posible trazar aquí la historia de la noción de monstruo, por ello, hemos elegido hacer algunos «sondeos» en el pasado a fin de ofrecer una ojeada del problema. Los ejemplos seleccionados lo han sido a la vez por su diversidad, por sus relaciones de parentes co o de antinomia que existen entre ellos, y por su interés históri co. AJ utilizar a Aristóteles, a San Agustín y a varios autores me dievales, no intentamos esbozar una «evolución» de la noción de monstruo: semejantes saltos de una época a otra o de una civiliza ción a otra condenarían la empresa al fracaso. Deseamos únicamen te poner de relieve algunos puntos de vista significativos. Los cua les nos ofrecen tres tipos de razonamiento: — genético, que tiene en cuenta las causas (Aristóteles, y mucho más tarde Ambroise Paré). — teológico y estético, que tiene en cuenta la armonía del universo (San Agustín). — ejemplarísta o normativo, por su referencia a modelos de los que los monstruos son apartados como reproducciones im perfectas. Es el punto de vista de la Edad Media, que no excluye el de San Agus tín (perfectamente conocido y en parte aceptado por él), y que si bien muy alejado del de Aristóteles, no deja de tener relación con el mismo. Aristóteles, en su libro Generación de los animales, ex p o n e con . un rigor casi científico su reflexión acerca de los seres v iv o s. Según él, la formación de un individuo —sea animal u hombre— es tribu taria del combate entre Forma y Materia. El «principio» es mascu lino2. Bartholomeus Anglichus retoma la teoría aristotélica en su Lí ber de proprietatibus rerum (en francés, Propriétaire), L ib ro X. ca pítulo II, «De la forma», y la interpreta a su manera, a la vez poé tica e ingenua: la forma es semejante al hombre porque puede preñar muchas ma terias, de igual manera que un hombre puede preñar muchas mujeres. El principio masculino es, a la vez, la Causa Eficiente, laque da al proceso el impulso inicial, y la Causa Formal es la q u e deter mina el carácter particular del curso que sigue el proceso. E ste prin cipio es también elA<5yo$ ttjj ovoíag que caracteriza la esencia de las cosas, que Bartholomeus traslada en una hermosa frase: «la for ma es lo que nos da belleza y esencia y luz a cada cosa». El principio masculino actúa sobre la Materia, la cual e s, por na turaleza, femenina, y carece de capacidad actuante3. D e s d e el pun to de vista generativo, el principio masculino es el «semen» del hom bre, y la Materia, «residuo» femenino, una sustancia sanguínea 2 TÓ p l v S p p n ’ á t p y r j tic « ai afiioi> í/trri). (IV , I, 766 a). 3 T o i i S ’& p p i r ¡ ó i v a r a t ti, fffjAv S i 5 A S v ra r/T (IV , I, 766 a>. 236
asimilada al flujo m enstrual (IV.1.766b) La primera etapa de este encuentro e n tre F orm a v Materia es un combate que decide la na turaleza del e m b rió n , y, en primer lugar, su sexo: si el principio mas culino consigue dom inar a la Materia, «atrae hacia sí y produce un embrión d e sexo m asculino»4. Si resulta vencido, o bien se trans forma en su c o n tra rio (es decir, en Materias, sutancia femenina), o es destruido5. El ideal, o la norma, es la reproducción idéntica: un niño varón debe parecerse al p a d re . Cuanto más se aleja del modelo, mayor es la imperfección6. En el estadio más alejado, el retoño ni siquiera tiene apariencia h u m a n a, sino aspecto de monstruo7. Por lojanto, la primer* característica d el monstruo es la de ser diferente: l a r i &¿
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(IV, IV, 770 b).
La noción de m onstruosidad, según Aristóteles, es mucho más1 amplia que la d e los m odernos; en efecto, todo niño que no se pa rece a sus p a d re s p u e d e ya ser considerado como un monstruo en la medida en q u e , p o r él, la Naturaleza ha sobrepasado límites del tipo original8. La p rim era etapa de esta desviación es la formación^ de un individuo fem en in o en lugar de otro masculino9; sin embar go, A ristóteles tie n e la precaución de señalar que esta imperfección inicial es necesaria p a ra la continuidad de la especie; no es por lo tanto exagerado d e d u cir de ello que la mujer no es un monstruo, sino sim plem ente un hom bre im perfecto10; es como «un hombre es téril». R esulta curioso n o ta r que desde Aristóteles a Freud no pue de dejarse de lado que la m ujer es un hombre castrado. Si bien el n acim ien to de individuos femeninos no es realmente una m onstruosidad, p u e sto que es necesario y general, en la mayo ría de los casos es la M ateria, principio femenino, lo que triunfa, con lo cual q u ed a la p u e rta abierta para los monstruos. La m o n struosidad, o la desem ejanza, puede ser diversamente modulada, e incluye tam b ién anomalías tales como las «mutilacio nes»11, o bien ó rg a n o s y y m iem bros en número excesivo. SuLem.bargo, la. N a tu ra le z a -n o o b ra p o r.azar12, no hace nada sin un fin, no se equivoca, au n q u e ciertos de subproductos sean contrarios a la norma, a « la_generalidad deTIoi-casosa,13; tiene sus hábitos, que 4 Kparrjaav p l v o l v (1$ a í r o ¿(yei (IV, I, 766 b). 3 KpárTfdiv 6 'i \ $ r o v v a r r í o f p íta fS á íX X ii f) tic pOoyir (IV, I, 766 b). 6 Sería necesario p recisar las diversas modalidades de semejanza, niños que se parecen al padre; niflos q u e se parecen a la madre; niñas que se parecen al padre; niñas que se parecen a la m ad re (del triunfo total a la derrota relativa, pasando por estados interm edios), e tc ... ’ tq S 'o í S ’ ¿krdpojnuf rr^v \Sía tv á X X , ’r)bti típ a r t (IV, I, 767 b). v *0pe*0éjhixe év tovtoi<; éx xoO yévouí tptrnov \\.\á (IV. 1.767b). 10“ PX'I n p ú jjrj t A OT¡Xv y t u o d a i ko \ utj típpn■(IV, |, 767 b». n ^ yvvr) ¿ u o m p K p p tv H yo i'o v (I, XX, 728 a). u A i’a y i p í a rf< l a t u - (IV, III, 769 b). 13 ^ * 1^ 770 * * a p **T*t v r * & u '^ r T a ^ ,J| i ¿ í l"f*To«M Trr¿«'T"S(IV.IV.770b).
consideramos como la norma, pero las excepciones que llámame monstruos por comodidad lingüística y de modo casi abusivo, nconstituycn en ningún caso una puesta en cuestión del orden mu versal. Aristóteles, San Agustín y la Edad Media coinciden en cm, punto; para el primero de ellos, por lo demás. Ja noción de mom truc es a la vez muy amplia y muy relativizada.. Estas ideas, que vemos expresadas en Aristóteles de forma imn coherente en el marco de un sistema, las volveremos a encontr,:: diseminadas en los autores medievales; si se reunieran esos í i ,iL> mentos esparcidos, acaso podría formarse una teoría completa Ji la monstruosidad, mas parece que tal empresa carecía totalmcnir de interés en la Edad Media. En un texto famoso y citado por muchos autores medievales (7 ciudad de Dios, XVI.8), San Agustín señala ya todas las «degrada ciones» que ha sufrido el pensamiento aristotélico acerca de im cuestión. El monstruo existe en todos los niveles de la Creación (lo que era evidente para Aristóteles), lo mismo se trate del reino humana animal, mineral o vegetal. San Agustín no se interesa sino en i monstruos humanos o reputados como tales, en la medida en qu¿ plantean un problema teológico y ofrecen al cristiano un m o n te para la duda. Se aprecia que su fin no es el de aclarar científica mente la cuestión (en particular, es para él indiferente discernir con precisión la noción de monstruosidad y la de sus causas); se trata para San Agustín, de hacer volver al buen camino al fiel cristiane que se deja llevar de los peligros del pensamiento. Ello es loque se descubre en expresiones tales como nullus fidelium dubitam («ningún fiel dudará que»), quis ita desipiat ut («quién sería lobas tante loco para pensar que»), y confidendum est («es necesario crecí que») . Por otra parte, el título del capítulo revela la naturaleza exacta de la preocupación de San Agustín: las razas monstruosas, ¿descienden de Adán? La cuestión es planteada honestamente, pues la partícula an no prejuzga la respuesta El razonamiento de\SañA gustín\m erece ser expuesto, pues anuncia una forma de péhsar"propia dé"la Edad Media: ésta, rehu sando considerar una cosa en sí, no puede examinarla sino en una perspectiva teológica general. En cuanto a la noción de monstruo sidad, tal como aparece en San Agustín, y tal como se encuentra en la Edad Media, la deduciremos del texto en una segunda etapa San Agustín se propone invitar enérgicamente al fiel cristiano a no poner en duda los correctos fundamentos y la perfección deia Creación en su totalidad: quien, ante la monstruosidad, cansía que se ha producido un error déTCreador, d e m u é M já jm n ^ 14 14 La edición de más fácil consulta es la siguiente: San Agustín, 0e«vrfJ Quinta Serie, La Cité de Dieu, libros XV-XVIII. Texto de la cuarta edición. B. Dombart y A. Kalb; traducción francesa de G. Combés (Desclée de Btou 1960). Todas nuestras citas, del libro XVI, capítulo VIH. 238
píritu estrecho, en electo, no siendo capaz sino de ver un aspecto muy lim itado del universo, no puede comprender la razón de aque llo que le sorprende: Quis ita dcsipiat, nt existime! (...) errase ( rcatorem. quamvis nesciens tur hoc fecerit.
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(«¿Ouién sería lo bastante loco para pensar que el Creador se ha ^
• equivocado, cuando ignora por qué razón ha hecho eso?»).
J
El hombre que duda es, simplemente, un ignorante; su horizon-,
te es extrem edam ente limitado:
qui totum inspicere non potest. tamquam dcformitate partís ofíenditur, quoniam cui congruat ct quo referatur ignorar
Quien no puede «tener en cuenta el todo, se sorprende ante la aparente deform idad de una de las partes, pues desconoce la armo nía y relaciones de ese todo»15. Es, en efecto, en términos de armonía y de relaciones con los que es preciso pensar en la monstruosidad: reencontramos así la idea —ya enunciada por Aristóteles— de que nada ocurre por azar, y que Dios (o la Naturaleza) no puede equivocarse. San Agustín em plea una expresión extremadamente interesante, que bien podría hallarse en A ristóteles o en un materialista como Lucrecio, para quien el artesano del universo es la Naturaleza; según San Agustín, no se trata de considerar a los monstruos como obra de un artista menos capaz: velum artem cuiuspiam minus perfecti opificis.
Dios, sin duda, tiene sus razones: Ita etsi major diversitas oriatur, scit ille quid egerit, cuius opera iuste nemo reprehendit. («S i es cierto que hay así mucha diversidad, el Creador, de quien na die podría criticar sus obras, sabe lo que hace»).
La diversidad, tan cara a la Edad Media, es puesta en primer plano como para aducir el carácter perentorio de tal fórmula. Otro modo de hacer más atrayentes estas fórmulas es decorarlas, pero en este caso al final de la frase: Dus enim creator est omnium, qui ubi et quando crean quid oporteat vel oportuerit, ipse novit sciens umversitatis pulchntudinem quarum partium vel similitidine, vel diversitate contexat.
15 Op. cit., p. 211. 239
(«Dios es el creador de todas las cosas que sabe lo que hace falt< crear o aquello en lo que ha faltado, dónde y cuando, que tiene e sentido de la belleza del universo y que sabe disponer las vanas par tes en su relaciones de semejanza o de diferencia»). La belleza del universo considerada en su conjunto es como ur tejido en el que se entrelazan la sem ejanza o la d iv ersid ad de las partes. Estos arabescos gustan en la Edad M edia. Si el criterio de Sar Agustín es la belleza del universo, la sem ejanza o la diversidad —por no decir la desemejanza— , ello no es por azar. Hemos visto en efecto, que por definición los m onstruos son diferentes con re lación al prototipo humano, desiguales. San Agustín t r a ta , precisa mente, de minimizar la gravedad de esa desemejanza: no porque los monstruos no se parezcan a los otros seres humanos dejan de tener también su origen en el prim er hom bre, ex illo uno protopioy to. Alega en su razonamiento los niños que están lejos de parecer se a sus padres (punto de vista contrario al de Aristóteles, para quien los tales están ya en los límites de lo monstruoso). L a seme janza es el criterio de la norm alidad, y lo esencial de razonam iento agustiniano gira en tom o a esta idea. En efecto, si existen ratas monstruosas en el mundo, son la justificación de los individuos tam bién monstruosos que figuran entre nosostros a título de excepcie nes, las cuales no dejan de tener equivalentes en el universo, nc son absurdas. La fórmula de comparación quem ad modum... no (segunda frase), apoya con fuerza tal pensamiento: Quid si propterea Deus voluit nonnullas g e n te s ita crea re, ne inhis monstris, quae apud nos aportet ex hominibus nasci, esus sapientiair, qua naturam fingit hamanan ( . . . ) putaremus errasse? N o n naque no bis videri debet absurdum, ut, quem ad modum in singulis quibusque gentibus quaedam monstra sun hominum ita in universo genere humano quaedam monstra sint gentium?16. («¿Por qué Dios no habría querido crear de la misma m anera cieñas gentes? ¿por miedo de que creyésemos, al ver nacer u n monstruo en tre nosotros, que la sabiduría que ha dado forma a la naturaleza hu mana ha errado en su obra (...)? Tam poco debe parecemos absurdo que haya en la humanidad razas de monstruos, c o m o hay en cada una algunos monstruos humanos»).
En la desemejanza hay, sin duda, grados, y algunas veces ellas plantea problemas; en efecto, en cuanto a los monstruos hominum v e l quasi hominum genera, no hay gran dificultad en clasificarlos dentro del linaje humano. Pero si se trata de individuos en que lo animal parqce predom inar, magis bestias quam homines, como por ejem plo los|cnTüc£falc?r, fes necesaria la mayor prudencia. He ahí el 16
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Op. cu., p. 213
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problem a de San Agustín, podría decirse; nosotros no tenemos nada que ver con su obstinación en incluir a los monstruos entre los des cendientes de Adán. Mas esa obstinación nos interesa pnncipalmente en la medida en que conlleva la única definición de este capítulo; podría esperarse una definición del monstruo a propósito del de sarrollo del mismo, más todo lo que se obtiene es una definición del hom bre en general; animal racional mortal. Esta posición, que es ya medieval, e 3pjjca_acasopor qué es tandifícil encontrar en los autores de la Edad Media unadelWTóñ~dnirroi\strao: kfqútfim ^ porta no son losJj&ü¡He¿—v eTmonsTfiro es, precisamente íüTrlf. sino el plan de conjunto vl^aüTbav en su centro, esto es, él hombre. ( y l* '* ' Es p o r ello por lo que nos vemos reducidos a deducir la noción de monstruosidad a partir de fragmentos sueltos. Se hace preciso reunir ahora los criterios que, unidos a los ya expuestos, completan la imagen del monstruo. El cual —maravilla o prodigio—se distin gue por su rareza en comparación con lo que es abundante: Apparet tamen quid in pluribus natura obtinuerit et quid sit ipsa raritate mirabile. («Se distingue sin embargo lo que la naturaleza produce en abun dancia y lo que, por su rareza, es sorprendente»). Monstruo es aquel cuyo aspecto nos resulta insólito por la for ma de su cuerpo, color, movimiento, voz, «e incluso por las fun ciones, partes o cualidades de su naturaleza»; (...) nostris inusitatam sensibus gerat corporis formam seu colorem sive motum sive sonum sive qualibet vi, qualibet parte, qualibet qualitate naturam. Así, la naturaleza se ha apartado de su curso habitual (abusitato cursu), como si se hubiera salido de su órbita (exorbitasse). El monstruo es algo aparte en relación con la forma (con lo cual no estamos muy lejos todavía de Aristóteles); sin embargo, la de formidad no es fealdad, puesto que contribuye a la hermosura del universo, como hemos visto, en tanto que elemento de diversidad. Si hemos estudiado tan en detalle el texto de San Agustín es por que resulta útil apelar a la tradición. La Edad Media, sin duda, lleva la im pronta de esa tradición en todo lo que se refiere a los monstruos — y a tantas otras cosas—, y en este ámbito no es pre ciso buscar una originalidad desbordante. De igual modo que el fon do monstruoso de la Edad Media se debe a la Antigüedad (griega o romana), y más tarde, desde los siglos XI1-XIII, al Oriente (en el que ya se habían inspirado los griegos) y en especia! a China, la actitud intelectual con relación a la monstruosidad se halla poco in clinada a renovarse. Hay escasa creatividad o pensamiento original acerca del tem a hasta el siglo XV; aunque en el dibujo y en la pin241
tura aparezca una nueva generación de m onstruos, será noces,mu esperar hasta el siglo XVI para e n co n trar un intento de reflexión coherente y sistemático sobre el asunto: a ello se dedicará A diImoi se Paré, quien, con todo, será todavíu y en buena medida ti ibuta rio de la herencia medieval. ¿Gracius a qué obras es posible discernir la noción de lo mons truoso en la Edad M edia? Él corpus es en o rm e ; incluye obras de cosmografía, como se ha visto; tra ta d o s didácticos com o los de So lin o San Isidoro; de historia natu ral, com o el famoso Physiologuy origen de innumerables versiones y continuaciones entre los si glos 11 y XV, en un considerable núm ero d e len g u a s (entre ellas armenio, árabe y etío p e...); sum m as enciclopédicas, como las de San Alberto Magno, Vincent de B eauvais, T hom as de Cantimpré o de Brabante, Robert B acon, B artholom eus A nglichus; swnma\ teológicas, como la de Santo Tom ás de A q u in o ; poéticas y filosó ficas, como la de D ante; crónicas; textos literarios... Es inútil decir que se trata de un campo de investigación q u e sobrepasa con mu cho los límites del presente libro. C on o b je to de lim itarnos a un corpus más reducido y especializado, habrem os de referirnos principal mente a los libros de viajes, sin rechazar la p o sibilidad de acudir, en ocasiones, a los datos ofrecidos por textos d e o tro tipo. ¿De qué manera trabajaban los au to res interesados en el tema de los monstruos? Conrad von M egenberg, que escribió un Buch der Natur por los años de 1348-1350, creyó, al h acerlo , estar tra d u c ie n d o una obra de San Alberto Magno. En realidad, vertía, sin sab erlo , el De Sa tura Rerum de Thom as de C antim pré: tal h e c h o d a idea, a la vez. de un relativo desorden en las obras de estos naturalistas y de un carácter, si no intercam biable, al m enos repetitivo de sus textos. Los autores a quien sigue von M egenberg son, claro está, aquellos a quienes se refiere el autor a quien tra d u c e, y a p arecen citados en un total caos cronológico; Agustinum, Ambrosium, Aristotelem, Basilum. Ysidorum, Plinium, Galienum, Avicennam17. El más moderno de todos ellos es A v ic e n a ; p u e d e verse que los sabios contem poráneos no in teresab an a p e n a s al traductor El cual, con todo, no carece de sentido crítico, y al c o m ie n zo del Segundo Libro anuncia unas intenciones to ta lm e n te p e rso n a les: Dejo aquí el orden del libro latino porque está muy embrollado'5 T ras de lo cual hace una nueva clasificación, d ife ren te , en efecto, de la de Thomas de C an tim p ré. A p a ren tem e n te , a C onrad von Me genberg no le gustaban los m onstru o s; había elim inado el capitulo III de Cantim pré (D e m onstruosis hom inibus Orientis), pero sermo n ead o por algunas buenas g e n tes, se creyó en el d e b e r de incluirlo i? y »» Wifly Ley, Ces bites qui ont fait nos légendes, p. 135. 242
en un anexo, y precisa que lo lía te -p«u i.i/oncs d e a m is ta d » P o r lo d e m á v no %c priva de p r e c is a r que su opinión no coincide con la del a u t o r : no podem os minginai cuales son mis innovadoras ideas; el punto de litigio consiste en s a b e r si ciertos monstruos descienden o no de A dán. T odo lo cual ofrece una curiosa mezcla de fidelidad al pasado y de intervenciones personales; es, en cierta medida, el caso de casi todos los au to res medievales, (juienes, aparentemente, se conten tan con seguir a aquellos que les precedieron, pero que al propio tiempo revisan o vuelven a considerar parte de sus obras. El copis ta, el traductor o el vulgarizados son traidores que se ocultan, y a quienes no es posible desenmascarar de buenas a primeras.Pese a todo, no faltan espíritus particularmente independientes, como San A lb erto M agno, quien califica de absurdas buen número de historias que le parecen increíbles; no se priva tampoco de juz gar la «ciencia» de Plinio y de encontrar en su obra abundantes erro res; cuando habla de autoridades como Solin. llega a suponer que mienten. C onsidera que los sciapodas de que hablan Pimío y mu chos otros son una aberración puramente fantástica y físicamente imposible (afirm ación hecha tras un razonamiento lleno de buen sentido); que las ocas del «árbol de los pájaros» son una fábula ab surda, pues él m ism o ha visto a las ocas irlandesas acoplarse y con formarse a los m odos habituales de todas las ocas. Aristóteles escapa p o r bien poco al negativo juicio de San Alberto Magno21. Entre nuestros viajeros, no hay ninguno que demuestre tan no table independencia de pensamiento; hombres de la categoría de Plan de C arpin, R ubrouck o Colón se contentan con hacer algunas correcciones a una tradición que para ellos sigue siendo válida en una proporción más o m enos importante. Para deducir de nuestros textos la noción de lo monstruoso nos ayudaremos de una versión francesa, en verso, de Thomas de Cantimpré, y utilizarem os com o «contrapunto» el tratado de Ambroise Paré Des M onstres et Prodiges (primera edición, 1573; segun da, 1579). La dificultad inicial que se alza al querer discernir la noción de monstruo en n u estros au to res es que éstos no siempre utilizan la pa labra m onstruo; en c o n ju n to , no aparece muy a menudo. Ocurre que ante textos com o el siguiente no se sabe muy bien qué pensar de la m onstruosidad, y, sobre todo, del modo en que estos autores la conciben: Me dijo que en las partes orientales de Catay había grandes rocas huecas, donde viven unas criaturas que tenían en todo forma v fac19 y M Ibid., ÍA u ísb u ro n 'T d ?^ H c ? os P °dldo consultar un ejemplar del Buch der Nami do a8nues^as r r ? r u ^ nHerVad° Cn ,a B,b,,otcca Universitaria de Basüea. pero debí nos a las a ta s de W Le*y P af* com Prcnder c* ^ m á n medieval preferimos atener
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cxonc*2122234de hombres, pero**' no podían doblar sur rodillas, mas iban de un lado a otro y andaban yo no sé de qué manera, como salían do; que no eran más altos de un codo, y todos cubiertos de pelo, lia hitando en las cavernas, alU donde nadie podía acercarse^4. ¿D ónde comienza el anim al? ¿ H asta d ó n d e llegan las formas \ choc.i. des de el principio* con la a m b i g ^ d a d j ^ t f i j ^ monstruo es un ser que se aparta cjt_aT^na~jned \d a de la._aojJHiiri^p¡üaicÍ¿ resrde enja. form a en q ue d esem ejan /:i Las «erialj ras» He que habla R ubrouck p e rte n ec e n a la categ o ría de los mons truos, pero si nos acogem os a la p rim era definición («que tenían en todo forma y facciones de h om bres»), sin co n ced er al «pero*» que sigue más valor que una restricción de o rd e n secundario —lo que parece ser el caso— , podem os d e jarn o s c o n fu n d ir por una fórmula estilística engañosa. Se puede tam bién co n statar que R u b ro u ck habla de la forma mas invoca, como lim itación, p articu larid ad es que no tienen nada que ver con ella (la rigidez de las p iern as, la talla, el estar cubiertos de pelo); ello ha hecho q u e, p o r o tro lad o , B ergeron traduzca \ complete la fórm ula de R ubrouck: elim ina lo que tiene de absurde y, por lo mismo, de interesante. El criterio de la m onstruosidad ra d ic a, pu es, en la forma, pero la desem ejanza que tal o cual c ria tu ra p re sen ta con relación a esa form a es una cuestión de apreciación subjetiv a. Bartholomeus Anglichus, citando a A ristóteles, afirm a, q ue «la form a es aquello por lo cual una cosa es diferente de o tra»: es esa diferencia, justamen te , lo que queda por ver. La versión francesa de T h o m as de C an tim p ré no se pierde en sutilezas, y dice, sin más:
figuras hum anas y dónde em piezan las del m o n stru o ?
Sachiés de voir: Oriental sont tout autre que nos ne soumes25. («Tenedlo por cierto: los orientales son completamente distintos de nosotros»). Se objetará que aquí no se h ab la de m onstruos, pero estandodf dicado el libro de C antim pré a ellos, q ue son casi inevitablementf «orientales», nos vem os inclinados a considerar estos dos versos com o una especie de definición del m o n stru o , el cual seria comfIf 21 Cf nota 10, ibid., pp. 124-125.
.
. u,
22 «Y facciones» son palabras añadidas por Bergeron. El texto latino dice * bentes per omina formam». 23 En latín: «excepto quod». 24 Rubrouck, Bergeron, col. 89; Soc. Géo., p. 328. . 25 A lfons H ilka. E m e altfranzósische m orahsierende Bearbeitung• des • l M o n stru o sa H om m ibus O rien ta » aus T hom as von Cantimpré, •De Natura*
Se trata aquí de los versos 10 y 11. 244
tamente d istin to ; jx>r lo demás, se trata de una fórmula que recuer da, palabra p o r palabra, la que Kurinlí Otto dedica a lo sagrado2*. Lo sagrado es el g n n z a n tie r ? *. Mas de esta semejanza no se puede deducir una relación entre el monstruo y lo sagrado, si bien es cierto que ha y a hí algo prim ordial; el monstruo guarda con la divini dad una conexión directa o indirecta. LJ propio pseudo-Tomás (de signaremos así, p o r convención, al autor de la versión francesa ri mada y m o ra liza d a ) establece el nexo con lo sagrado, ya que en los versos 12-14 añade, sin transición; Se dire vos en sai les soumes sans raison n ’a Diex fait en vain nule rien... («O s lo diré en suma; sin motivo Dios no ha hecho nada...)*). Por m isterioso que sea, el monstruo es una manifestación de Dios. Pero no basta esto para definirlo: se busca situarlo, más a me nudo, en relación con la Naturaleza. Ambroise Paré, en el prefacio de 1573 a su tratado D e s M o n s tr e s e t P ro d ig es, define los monstruos como cosas que aparecen contra el curso de la Naturaleza. Se trata de una definición bien espontánea y que peca por falta de matices. C u a n d o nos preguntam os acerca de la noción de monstruo no basta una definición tan estrecha, aunque sólo fuera si atende mos al hecho de que en la monstruosidad hay niveles muy diversos y abundantes. E n el prefacio de 1579, Paré enriquece y afina su idea: monstruos son cosas que aparecen m ás allá del curso de la Na turaleza2 27. 6 Y hace una distinción entre monstruos, prodigios y «mutilados»; Prodigios son cosas que ocurren totalmente contra Natura (...). Los Mutilados son ciegos, tuertos, jorobados, o que tienen seis dedos en la mano o en los pies, o menos de cinco, o unidos, etc28. Establecer así una escala de apreciación es algo bien notable; uti lizando un m aterial de base m u y medieval (entre otras cosas, las in formaciones p ro p o rcio n a d a s p o r crónicas que se remontan al final 26 R. Otto, L e Sacré. „ *J^n •lemán en el original (Nota del Traductor), y _ A Paré. D es M onstres et Prodiges; edición crítica y comentada de Jean (Ginebra, Droz, 1971), p. 3 .
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del siglo XV)29, Paré ha querido sistem atizar su pensamiento y p< ner algo de orden en un ám bito hasta entonces muy fluido En efecto, nociones como contra Natura o más allá de lo naiur„ son, en nuestros autores, muy volátiles. Entre los intentos de def; nición, uno de los más interesantes es de Mandeville (a l tratar de algo totalmente diferente, es preciso decir), en un p a s a je en qi: quiere fijar una distinción entre «simulacros» e «ídolos»: Simulacro es una imagen fecha a semejanza de hombre, o de bestia o de otras cosas naturales, e ídolo es semejanza fecha por loca vo luntad de hombre, que no podría fallar semejante en las cosas nao, rales; así como una imagen que tiene cuatro cabezas y un hombre con cabeza de caballo, o de otra bestia que jamás fueron vistas • gún natura30. En la obra de Mandeville este fragmento representa un rasgo de verdad; en cierta medida, constituye una condena inconscierte de los mismos monstruos de que el propio M andeville habla abun dantemente y con seguridad a lo largo de su libro, y por bien poco no da el paso definitivo: la monstruosidad es una especie de locura, y en primer lugar, locura de la imaginación. Su modo d e definirlos monstruos (sin utilizar esta palabra) es ú n icam en te negativo El en terio está en la Naturaleza, ya que p a ra estos autores la N aturaleza es la Norma. Este continuo recurrir a la N aturaleza como'Nóríñi es fo que más puede confundirnos, y acaso sea también el obstácu lo principal para llegar a una definición del m onstruo, a un razona miento sobre la Monstruosidad31. La expresión de Mandeville es más hábil, ya que deja abierta la' cuestión del carácter de «contra Natura» o de «más allá» de lo na tural que el monstruo tiene, el cual no es, así, sino lo que no se con*¡ forma a la «disposición segura» del modelo considerado. Esta definición es la más razonada y sólida que hem os podido encontrar en nuestros autores, y nos obliga a constatar que elmons-j truo es refractario a definiciones positivas: estas últim as' están llenas de asechanzas, como puede entreverse en el prefacio de Parí, pues exigen que se dé a las palabras (contra, más allá. para no ha blar de Naturaleza) un contenido preciso y, sobre todo, límites de terminados, lo que para un tem a que nos ocupa es muy espinoso En el mismo plano que el pasaje citado de Mandeville pueden situarse unos versos del pseudo-Tom ás, quien utiliza, en vez de Na turaleza, una palabra harto interesante, Razón: Car bien sai que nos senefie lor forme tot el que raison: 29 Cf. mfra, nota 56 del presente capítulo. 30 Mandeville, p. 107. El subrayado es nuestro. ,{ 31 Para autores de espíritu «abierto», como Paré, el significado de Natu muy amplio, y abarca tanto lo que es Kcrtat tpvoiv como lo que es fíat* al igual que en el pensamiento de Aristóteles (IV.V.770b). 246
en home ne doit par raison avoir comes, queue ne vois; car jou dis, se ii a ces trois, ^ou sont par superfluiic; car forme d'ome n 'est pas tési2. f («Pues bien sé que nos muestra ' su forma a todo el que razona: el hombre no debe, por razón, tener cuernos, rabo ni voz (monstruosa); pues yo digo que si tiene esas cosas ello es por superfluidad, pues la forma humana no las tiene»).
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Sería conveniente saber qué significa razón para el autor, pero el resto de su obra por desgracia, está lejos de sutilezas semejan tes. El interés de la palabra radica en que aquí es empleada en lu gar de Naturaleza. La idea de razón es demasiado compleja para intentar analizar la ni siquiera brevem ente, mas se hace preciso, al menos, tener en cuenta algunos aspectos de su sentido etimológico; ratio es, primor dialmente, un cálculo; es también sistema, procedimiento, plan; es apropiación inteligible de las cosas. La Edad Media no conservó estos significados latinos, pero daba a la palabra razón un cierto nú mero de acepciones, de las que se desprende la noción de orden, de medida justa: sus contrarios, desorden, desmesura, son manifesta ciones de la sinrazón de la locura. Ni Dios ni la Naturaleza podrían ser acusados de sinrazón; por el contrario, en el origen del desor den puede hallarse una «loca voluntad de hombre», según la expre sión de M andeville. Se aclara así. indirectamente, la noción de Na turaleza: organizada por Dios, se ordena según una sabiduría sin errores3233. El m onstruo e s. pues, una manifestación del desorden. Pesor-, den~por defecto o por «superfluidad», siendo el criterio la forma ini cia) de homBre, anim al o planta, forma perfecta tal como Dios.la creárEÍ m onstruo es así, por naturaleza, «imperfecto». Esta pala bra se encuentra en un pasaje del Malleus Maleficarum, en el cual aparece subyacente la noción de monstruo; Alberto, en su Libro de los Animales, al examinar si los demonios e incluso los brujos pueden realmente hacer animales, responde que pueden, con la permisión divina, hacer animales imperfectos34. 32 Versos 1.152-1.158. 33 Podría objetarse que hay un error en el razonamiento si el monstruo es un producto de la Naturaleza, el desorden existe en la propia Naturaleza. Pero la Edad Media resuelve el problema con facilidad: lo que nosotros llamamos desorden per tenece a un plan de conjunto del que ignoramos su ordenamiento. El desorden no existe sino en apariencia (cf, supra, San Agustín, p 210). Malleus Maleficarum (E l martillo de las brujas), traducción francesa de Amand Danet (París, Pión, 1973), p. 243. Citaremos siempre esta obra según su título en wín. y de acuerdo con esta edición.
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A nim ales que no son sino u n a m ala im itació n , una copia. un¡ creación distorsionada. Bien sabido es hasta q u é p u n to es fu n d a m e n ta l p a ra la Edad Me dia, en todos los dom inios, la id e a d e perfección. El «número au reo» es, para los artesan o s, u n a relació n p e rfe c ta de proporciona es lo que d eterm ina, p ara un o b je to , el e sta d o d e perfección ira avanzado en la escala de realizaciones h u m a n as. T oda la música me dieval, desde el siglo X II h asta el X V I, e stá fundada en el meir perfecto (te m a rio ), tem pus perfectu m , y sus posibles combinaciones con el m etro im perfecto (b in a rio ), tem p u s im p e rfe c tu m . En todo los ám bitos, la perfección es el p u n to o b lig ad o de referencia. \ s la N aturaleza sirve p ara los m o n stru o s ju sta m en te de punto de re ferencia, es p o rq u e, p o r p o stu la d o , es p erfecta. La im perfección se m anifiesta en el d e so rd en , pues éste e* ¡migen del m al: De igual modo que la naturaleza y el o rden están u n id o s a !a idu del bien, según Agustín, el desorden se relaciona con la idea del mal Entre los ángeles buenos no existe nada desordenado; entre losar geles malos, no hay nada ordenado35.
E1 m onstruo, hijo del d e so rd e n , im agen de la deformidad, e tam bién muy a m enudo co n sid e ra d o com o enemigo delo~BelL Cristóbal C olón, no hab ien d o e n c o n tra d o indígenas feos, concluí; que tam poco ha en co n trad o n a d a m o n stru o so .
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Hasta el presente, yo no he en c o n trad o en estas islas hombre monstruosos, pese a lo que piensa m ucha gente. P o r el contran:. los indígenas son de muy hermoso aspecto ( ...) 36. algo m ás ad ela n te , en la m ism a carta: Así pues, yo no he visto monstruos, ni he tenido noticias acerca dr ellos. Lo único que sé es que en una de estas islas (...) sus habili tes son gentes consideradas en todas las dem ás islas com o especia mente feroces, y que se alimentan de carne humana (...) Sin embar go, no son más deformes que los otros37. Sabem os que h a b itu a lm en te los antropófagos son clasificado* e n tre los m o nstruos; c u a n d o C olón afirm a que «no son más defor m es que los otros», su b ray a u n a p a ra d o ja . L a fealdad es atribute casi obligado del m o n stru o ; así, R icoldo da M onte Croce asociad< m odo esp o n tán eo los a d jetiv o s m o nstru o sa m et horribilem, al des crib ir a unos tá rta ro s 38. V erem o s al poco q u e esos tá rta ro s se transform an en m onstrua 35 Ibid., p. 173.
36 y 37 P rim er V iaje, c a rta a L uis de S antángel; Gallimard. p. 185. 39 R icold, IX , p. 114.
en la descripción de Ricoldo por el simple hecho de considerarles feos y «diferentes». En muchos casos, el monstruo es un ser dañino; Jourdain de Séverac, hablando de ciertos animales de tamaño gigantesco, deduce, sin más formalidades, su carácter dañino y «venenoso por demás»39. Lo gigantesco está próximo a lo excesivo, y por lo tanto, se ha lla estrechamente unido a lo monstruoso40. Sin embargo, lo que se sale de los límites ordinarios no es sistemáticamente hombüis, rabiosus y cosas semejantes. Puede ocurrir que un monstruo se dis tinga por su belleza, y sorprende descubrir en Ricoldo la excepción, la rara joya: un asno salvaje (asinum silvestrem) u onagro, que entre otros monstruos (ínter alia monstra), sobrepasa en belleza a todas las bestias, a todos los animales del mundo (excedii in pulchritudine omnes alias bestias et animalia mundi)41*. La monstruosidad se sitúa así en los extremos, tanto se trate de lo Bello como de lo Horrible. En fin, el monstruo se distingue por su rareza. León Africa_no_dice a propósito de unjnimal enque nada se aprecia de^ñotable, que No se en cuentra en abundancia-excepto en los desiertos de Libia; es cierto qué s¿~verTátgini(?rén el territorio de la Numidia. pe.ra_s¿]és tiene poricosá m onstruosa7^
Ello demuestra hasta qué punto la idea de monstruo puede ser relativa y subjetiva. San Agustín demuestra su sabiduría al suponer que las razas llamadas monstruosas podrían existir para justificar la existencia de criaturas consideradas, entre nosotros, como mons truosas; ello significaría el negar, o casi, la noción misma del mons truo, o al menos relativizarla mucho: en la medida en que una cria tura no es una excepción, no es un monstruo. En sus Histoires Prodigieuses, Belleforest lucha contra esta ten dencia a llamar monstruo a «lo que en su especie es ordinario den tro de la Naturaleza», y alaba a Scalígero por no caer en el erro r de muchos (...) al considerar como monstruoso lo que no lo es, com o quienes llaman monstruos horribles al coco drilo, al hipopótam o y a otros tales, siendo asf que la naturaleza no ha hecho nada que esté más alia de su perfección (...): veo que de este m odo, todo lo que lleva el título de rareza necesitaría también portar el de m onstruo43.
^Jourdain de Séverac, p. 57. 40 Ricold, capítulo XV, p. 123. " Ibid., capítulo XV, p. 123. .. Citado por J. Céard en su introducción a Paré, op cit„ p. xxxi. La referencia UOL1996) remite a la edición de J. Plantin (Amberes, 1556). Histoires Prodigieuses, t. III, capítulo 10. Citado por J. Céard en su introduc e n a Paré, op. cit.. p. xxxi. 249
En el siglo XVI, en efecto, la noción de monstruosidad provee abundantes divergencias de opinión; Paré, del que por lo demás v conocemos sus límites, era uno de esos «monstrificadores» que de nuncia Belleforest. Utiliza el adjetivo m onstruoso por las más fot: Ies razones; así, a propósito de las «piedras» (cálculos renales), dice Los dichos Collos me han entregado las tales piedras para guárda las en mi gabinete como cosas monstruosas, y las he hecho dibu-ar de la forma más real posible44. Y a propósito de mujeres víctimas de problemas ginecológico? tan raros como peligrosos: Del mismo modo, es cosa bien monstruosa ver mujeres con una se tocación de la matriz estar tres días sin moverse, que no parecen pirar, sin pulsaciones aparentes de las arterias, que han sido enterre das vivas, pensando sus allegados que estaban muertas45*47. Belleforest incluye entre los «monstruos terrestres» a la jirata. el camaleón, y también el haiit, «que no vive sino del aire»4" La noción de monstruo se amplía exageradam ente a todo lo que noes banal. Por otro lado. Paré se justifica a sí mismo del siguiente modo De ninguna manera abusamos de la palabra monstruo para enriquecer más este tratado; incluimos en esta categoría a la ballena, ydi remos de ella que es el más grande monstruo-pez que se encuentre en el mar ( ...) . Terminaremos este panorama con el recuerdo de la aventuré casi humorística que le ocurrió a R ubrouck mientras se dirigía ala corte del Gran Khan: Cuando la gente nos veía pasar, nos miraban con asombro, cornea fuésemos monstruos, y sobre todo porque llevábamos los pie» desnudos48. El texto latino dice tanquam m onstra: el europeo, que tiene la tendencia a ver en los monstruos aquello que se sale de su mundo habitual, se encuentra así a un paso de la situación contraria Ru brouck, un franciscano que se obstina en caminar con los pies des calzos en medio de un extremado frío, mientras que los habitantes de la región van provistos de pieles y botas, es considerado sin dud-» como un loco, si no como un monstruo. La expresión m < ^ 44 43 44 47 48 250
Des Monstres el Prodiges, capítulo XV, p. 49. Ibid., capítulo XVI, p. 56. ibid., capítulo XXXVI, p. 131. Ibid , capítulo XXXVI, p. 131. Bcrgeron, col. 67; Soc. Géo , p. 300.
monstra se d eb e, claro está, al sentido del humor de Rubrouck, y nada nos im pide ver en ello el testimonio de un hombre inteligente que, en el transcurso de sus viajes, hace cierta observación sobre sí mismo y juzga, con extraordinario sentido de la relatividad, la no ción de lo m onstruoso. Los intentos de definición que acabamos de ver se refieren so bre todo al aspecto físico de los monstruos. Pero la Edad Media se preocupa igualm ente por su naturaleza moral. Los monstruos, ¿son inteligentes? ¿pueden ser buenos, virtuosos? ¿tienen alma?49. La presencia o ausencia de alma es considerada como un crite rio o norm a. C onrad von Megenberg concede gran importancia'a esta cuestión, a pesar de su escaso interés por los monstruos, y uti lizando su propia reflexión, se esfuerza por pensar de otro modo que su m odelo latino. Tiende a creer que los seres cuya parte su perior del cuerpo es hum ana, o al menos la cabeza, participan de la naturaleza justam ente humana; mas el problema es complejo, y le lleva a hacer una formulación en que la firmeza del estilo incluye una cierta confusión de pensamiento; En cuanto a mí, M egenberg, soy de la siguiente opinión: hay dos cla ses de seres milagrosos, los que tienen alma y los que no la tienen. E ntre los prim eros incluyo a los que tienen alma humana pero tam bién defectos físicos. Los que carecen de alma pueden tener cierta sem ejanza con la forma humana de un modo u otro (...)50.
Así pues, resulta difícil saber con qué criterios puede dilucidar se si un m onstruo tiene alma o no. En uno de los pasajes más afor tunados de su libro, Mandeville da más luz sobre esta cuestión. Como se verá, los erem itas medievales demostraban una notable sangre fría en sus encuentros con los monstruos (acaso incluso los esperaban, pues si atendem os a las Tentaciones de San Antonio y más en particular al Bosco, monstruos y asechanzas varias eran mo neda corriente entre los ermitaños), criaturas que, en ocasiones, po dían m ostrar gran delicadeza: En E gipto, en las montañas altas, había un buen hombre ermitaño ha gran tiem po en un monesterio. el cual contaba que en el desierto de Egipto había un hom bre con cuernos grandes y tajantes en la fren te, el cual tenía el cuerpo como hombre hasta la cintura, y dende abaxo tenía cuerpo de cabra. Al cual, como el dicho ermitaño lo vido, lo conjuró por Dios que él le dixese quién era; el cual le res pondió que era criatura mortal, así como aquélla, cual Dios había hecho, la cual estaba en aquel desierto buscando su sustentación, y rogó al erm itaño que suplicase a Dios por él51. 49 Es esta última pregunta la que provoca el desarrollo que San Agustín hace de la cuestión: los m onstruos, ¿descienden de Adán? Si es así, tienen alma Ahí está para él, como ya se ha visto, el único problema 50 Wiliy Ley, op. cit., p. 138 51 Mandeville, p. 36. Este episodio aparece también en San Jerónimo, Vida de San Pablo Ermitaño (Patrología Latina, XXIII, cois. 23-24), y en Thomas de Can-
Si exceptuamos el hecho de que tuviera tres cuernos, este monstruo se parece mucho a un sátiro, pero su delicadeza y bue nas maneras impiden llevar más lejos la comparación. La pre gunta del ermitaño («quién era») está hecha de tal modo que indica con claridad que des de el comienzo le sitúa entre las criaturas dotadas de razón. Ello, complementado con la respues ta del monstruo, nos permite de finir a éste como animal racional mortal, fórmula agustiniana, como sabemos, para definir el ser humano. Que el ermitaño pueda rezar por esta criatu ra es pac ba de que tiene alma. Podría verse en este monstruo humilde yme lancólico a un ser sometido por Dios a un castigo, a una especie Je purgatorio terrenal, de donde la necesidad de q u e rece por él: * la impresión de trasfondo que se desprende de este episodio j el texto lo presenta únicamente como criatura mortal cual Dioí ‘li bia hecho: por ello, tiene su lugar en el universo, en tanto que c:.¿ modalidad de tales criaturas. Pese a su suerte poco envidiable w su monstruosidad (por la cual parece sufrir), no e s tá en situación más caída que el hombre, y como él, tiene necesidad de que se recej por la salvación de su alma. En la ya citada compilación de Sébastien Brant hay un grabado en que una criatura muy similar parece interceder, en actitud de pie j garia, en favor de sus hermanos los monstruos que le acompañan (figura 66). Ya San Agustín en La ciudad de Dios ( X V I .8 ) había de algún modo clasificado los monstruos en dos categorías: los que al igual que el hombre son criaturas rationalia mortalia^y los qut^son nu¡D bestias quam homines, como por ejemplo los¡j,ipocéfak)L Duda cu incluir estos últimos — hombres por su cuerpo y perros por suca beza— ent re los seres humanos-par iencr. como único lenguaje un latratus, ün ladrido. Así pues, es en buena medida la lengua, en tanfO^qiTC'Testimohio de pensamiento, de razón, lo que decide la na turaleza humana, moral, de los monstruos. El caso expuesto pl)í Mandeville nos lleva a idéntica conclusión. No son raras las observaciones acerca del carácter «racional»^
timpré (De naturu rerum, III). Cf. asimismo la Histoire des vies des Saints 5 chorétes, ermiies religieux et saintes religieuses: «Vie de Saint Paul l'Ucrmut’ ^ duaón de J. Gauthier; Roucn. 1624; pp. 170-171). El pusaje lo ata F W» L'Homme sauvage, capítulo 1; pp. 37-38. 252
los monstruos; por ejemplo en Odorico. quien dice de los pigmeos que «son claramente personas —teniendo razón como nosotros»52. Por su parte, Mandeville53, mezclando monstruos diversos, declara a propósito de Jas gentes que «viven del olor de unas manzanas», seres pequeños, pero «de buen color y buena faición. fermosa se gún su grandeza», que no son poco pequeños.
ra z o n a b le s , aunque son muy simples, y son
todos muy
Puede verse así de qué manera se mezclan, en la descripción de un monstruo, el carácter intelectual o moral y las particularidades físicas.
Fig 66
Para ser un monstruo, por otro lado, no es indispensable ser fí sicamente anormal. Ya se sabe que los antropófagos son conside rados como monstruos, y como tales son vistas en la versión rimada de Cantimpré las gentes que se comen a sus padres vivos o muertos (vivos cuando saben que su fin está próximo, y muertos para evitar que sean devorados por los gusanos)54. Lo mismo se piensa en dicho texto de quienes se arrojan a las llamas por amor 12 Capítulo XXIV, p. 347. SJ Mandeville, p. 1/3. 54 Verso» 214-226.
a otra persona" (probable alusión a las m ujeres indias, que deacuerdo con la costumbre, se dejan quem ar en la pira que consume el cuerpo de su esposo difunto). Pero aunque existan seres mons truosos por el sólo hecho de sus costum bres y hábitos, en su defi nición más genérica, y pese a todo, el m onstruo sigue siendo un ser de físico anormal. Los monstruos plantean, evidentem ente, muchos problemas, i en particular el de sus causas. En la Edad Media no se ha tratado esta cuestión de modo sis temático, y por ello debemos acudir al siglo XV I, que en este as pecto constituye una prolongación y una síntesis de la tradición me dieval (cf. nota 56). ¿Qué circunstancias determinan el nacim iento o la aparición del monstruo? Paré anota trece causas; entre ellas, las dos primeras son de orden divino; de orden humano de la tercera a la doceava; la última, resultado de la intervención de «demonios o diablos» Resulta muy instructivo el plan del tratado de Paré ya mencioN nado. Des Monstres et Prodiges: sólo un muy breve prefacio está deUdicado a definir los monstruos. La enum eración de las «causas» es |e l objeto del capítulo primero, y los siguientes son, cada uno, un jf comentario de tales causas, consideradas sucesivamente de la pri' mera a la catorceava. Si el libro tiene más de catorce capítulos es debido a que ciertas causas son explicadas con más detenimiento, y también a que Paré ha añadido al plan previsto inicialmente un extenso apéndice sobre los monstruos marinos, volátiles, terrestres y celestiales. La descripción ocupa más espacio que el análisis. Pare puede ser para nosotros un punto de referencia, ya que su libro es una auténtica síntesis de los datos medievales; no hace sino orde nar un material en gran parte tradicional, aderezándolo con algu nos ejemplos contemporáneos, los cuales se suman a los preceden tes sin modificar seriamente la perspectiva general*56. ,3 Versos 199-206. 56 Acudamos a la introducción de Jean Céard: no se trata de menospreciarla obra de Paré, mas es preciso tener conciencia de que su libro es una enorme com pilación, y en ocasiones un puro y simple plagio (véanse pp ‘ xix-xxv). Paré roma elementos de todos sus predecesores del siglo XVI: Escalígero, Boaistuau, Tesserant, Ronsard, Jean Wier, Lavater, Pedro Mártir de Anglería, Jean Bodin. Ronde let, Gesner, Thévet, Simón Goulart, Licóstenes, Belon, Cardan, Noel du Fas'.. Matthiole... Por no saber latín, la cultura de Paré es de segunda mano en todo lo referenie a textos antiguos o medievales. Sin embargo, tuvo acceso a ellos por medios diver sos (cf. la bibliografía de Jean Céard, pp. 2 0 3 -2 1 7 ). Entre sus fuentes medievales pueden citarse: San Alberto Magno, Benivenius (médico italiano. 1440-1502), Ca siano (c 360, muerto después de 4 3 3 ) , Forcsti (ermitaño-cronista italiano 1434-1518), Fulgosio (cronista italiano nacido hacia 1440), Institoris (autor del Ma ¡leus Maleficarum, primera edición, 14 8 0 ), San Jerónimo, León Africano, Mondino di Luzzi (médico y anatomista italiano, 1 2 6 0 -1 3 2 6 ). Enguerrand de Monstrelct (cro nista francés, 1390-1453), Sebastian Munster (cosmógrafo, 1488-1552), Juhus Obse quens (autor latino —siglo IV— de un Prodigium Líber que tuvo gran éxito en e. siglo XVI), Jean de Roye (cronista del siglo XV), Saxo Grammaticus (hisionadot 254
La fidelidad de Paré a la tradición medieval es grande. En efec to, dice Jean C éard57 que Su preocupación no consiste en modo alguno en confrontar las des cripciones, en separar lo verdadero de lo falso, sino en dar rienda suelta a la imaginación. Evita también modificar los dalos tradicio nales, incluso en casos en que los sabe sin duda falsos. (N o sería necesario añadir que esta afirmación no se refiere sino al tratado del que aquí nos ocupamos) El ejemplo del avestruz es, en este sentido, convincente. Según una tradición legendaria, este animal tiene la particularidad de poder digerir el hierro, mas Paré ha tenido la ocasión de ver avestruces ya antes de 1574, y ha podi do constatar por sí mismo, desde tal fecha, que «esta opinión de la vieja historia natural es cosa fabulosa»58. Ello no le impedirá con tinuar afirm ando —sin sentir la necesidad de corregir tal opinión en sus ediciones de 1579 y 1585— que es un milagro de la naturaleza que este animal digiera sin problemas toda clase de cosas59. Por ello, Jean Céard se siente autorizado a decir que más bien que un tratado de teratología, lo que ha escrito Ambroisc Paré es un libro de las maravillash0. Si en lo esencial el tratado de Paré desarrolla la cuestión de las «causas» que originan los monstruos, no es preciso ver en ello una muestra de espíritu revolucionario y científico, aunque sus reflexio nes sean a m enudo resultado de una observación directa. Analizan do su libro a partir del primer capítulo, puede notarse una curiosa mezcla de las tradiciones antigua y medieval, de superstición popu lar (en especial la causa séptima), de observación directa (causas nodanés, c. 1115-1204), Valescus de Tarento (médico, 1382-1418), Voltenanus (cro nista italiano, 1452-1522). Y entre los autores antiguos: Galeno, Hipócrates, Heliodoro, Plutarco (traducido por Amyot en 1572) y Plimo (traducido por Antoine du Plinct). Puede verse hasta qué punto Paré es deudor de la Edad Media en este tratado. Al contrario que sus contemporáneos más críticos, menos inclinados a la creduli dad, Paré es un ferviente coleccionista (en sentido propio, y también en el figurado) de monstruos. Si nos referimos a su libro Des Monstres et Prodiges es porque se tra ta de un a modo de compendio final de las concepciones medievales y no de una obra del Renacim iento «científico», tal como éste se entiende habitualmente y. en ocasiones, con cierta precipitación Conviene insistir en el hecho de que estas ob servaciones no se refieren en modo alguno a la obra del Paré médico y cirujano, no puede cuestionarse su papel de innovador y precursor en este ámbito 57 Introducción a Des Monstres et Prodiges, pp. xxvi-xxvu 59 C itado por Jean Céard, ibid., p xxvii 59 Ibid., pp 126-127. 60 Ibid , p. xxvi¡¡. 255
vena y duodécima) y de inspiración religiosa situada a medio cami no entre las fuentes bíblicas y la caza de brujas (causa treceava) Capitulo primero: De las causas de los monstruos. Las causas de los monstruos son varias. La primera es la gloria de Dios. La segunda su ira. La tercera, ¡a cantidad excesiva de semen. La cuarta, la cantidad muy escasa de se men. La quinta, la imaginación. La sexta, la angostura o estrechez de la matriz. La séptima, la posición indecente de la madre que cuan do está embarazada se sienta por mucho tiempo con las piernas cru zadas o apretadas contra el vientre. La octava, por golpes dados en el vientre de la madre cuando está embarazada. Las novena, por en fermedades hereditarias o accidentales. La décima, por podredum bre o corrupción del semen. La onceava, por mixtura o mezcla de semen. La doceava, por artificio de los perversos bigardos La tre ceava, por los demonios o diablos61.
Puede notarse que las causas humanas se hallan sólidamente en- j cuadradas entre Dios —que encabeza la lista— y demonios y día ' ■blos —que la cierran—. ¿Podría imaginarse una estructuración más ' medieval? No ha sido propósito nuestro el reunir, a través de las obras me- i ¡ dievales, opiniones susceptibles de ajustarse a las trece causas de | Paré; de éstas, nos interesan únicamente las dos primeras y la últi- \ ma. Las otras conciernen de modo más particular a la historia de las ciencias naturales, la etnología (por las creencias populares) y la sociología (a causa de los «bigardos», marginales bien conocidos en la Edad Media, que sirvieron para alimentar la imaginación —en especial la del Bosco— por lo que se refiere a los «monstruos» fa bricados artificiosamente). Los viajeros se interesan por los monstruos sin mostrar gran ne cesidad de interrogarse acerca de las causas que los originan; no es en ellos, en efecto, donde hay que buscar una reflexión etiológica Es por el contrario entre los compiladores, sabios «de gabinete», in telectuales que pueden dedicarse a pensar con toda tranquilidad y que, además, tienen algunas tendencias didácticas, donde se halla todo un campo para la investigación. Nos interesará de modo es pecial la versión rimada de Thomas de Cantimpré, por ser, con toda evidencia (el estilo es revelador), obra de un fraile muy poco culti vado. Lo que aparece ahí —aparte del texto latino de Cantimpré que traduce— son las migajas del festín que sus hermanos más «do tados» podían ofrecer a los medios intelectuales, migajas, sin duda, muy representativas de lo que se hallaba más largamente difundido Según Paré, la primera causa del origen de los monstruos es lo gloria de Dios. En un capítulo muy breve, que consta de sólo unas líneas, menciona Paré un fragmento del evangelio de San Juan (9.1-3). A propósito de un ciego a quien Jesús acaba de devolver A1 Ibid., p. 4.
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la vista, p reg u n tan los discípulos si el mal le había sido causado por los pecados d el padre o de la madre: Respondió Jesús: no es por culpa de éste, ni de sus padres, sino para que las obras de Dios resplandezcan en él62.
Por ello es p o r lo que Jean Céard está íntimamente convencido de que Paré «colecciona» monstruos, haciendo con ello una obra pía: En primer lugar, yo he recogido muchos monstruos (...), y he hecho grabar sus figuras y retratos a fin de que todos reconozcan la gran deza de la Naturaleza, servidora del poderoso Dios63. P resen tar los m onstruos en una obra dedicada a tan especial asunto, « retratarlo s» , reunirlos, es contribuir a mostrar la glona de DioSjJa^cual se m an ifiesta por intermedio de la Naturaleza, que desdeeJjn o m eitlQ - jque..es_ _Su _i
Lo
que p a re c e ser n a p á es así K c rtá como ya se vio en A ristó teles. T odo lo que pertenece a la Naturaleza es bue no; verdad y diversidad son los principios de su línea de acción: (...) Four renomee le fist Nature, qui ainc mal ne fist, que por aucune vénté a fait mainte diversité64. 62 Ib id., p 5. " Ibid., según por Jean Céard, p. xi. Lo citado procede de la Epitre de dédicace a Monsetgneur le Duc d'Uzés, 1573. 64 Versos 1.493-1.496. 257
(«...A mayor fama suya lo hizo Naturaleza, que nunca hizo nada mal, y que verdaderamente ha hecho muchas cosas distintas»). En tomo a estos versos volvemos a encontrar la idea, común a la Antigüedad y a la Edad Media, de que «la Naturaleza se com place en sus propias obras»65, complacencia virtuosa que muestra la gloria de Dios y el renombre de la Naturaleza misma. Para el hombre «normal» los monstruos son ocasión p a ra alabar a Dios. El pseudo-Tomás se remite a la fealdad de los m onstruos; para probar qué agradecido hay que estar a Dios por no parecerse a ellos (w. 1.035-1.041): Si li devons grant gré savoir que sor tote autre creature nos fist loiaus selonc sa figure. Por ce dont qu’il nos a fait teus que samblant ne somes a ceus que vos vées qui si sont lait, loér Ten devons del bien fait. («Se lo debemos mucho agradecer, pues sobre toda otra criatura nos hizo según su imagen. Por habernos hecho tales que no nos parecemos a los que veis que son tan horribles, debemos loarle por el bien que nos ha hecho»). Incluso los propios monstruos pueden participar en el gran coro de alabanzas que el universo dirige a Dios: (...) por ce que cil ont, le loissiens parfaitement; se li roi Davis ne nos ment, qui dist que tuit li esperite qui par deseure terre habite loént Diu selonc lor corage66. («[...] por lo que ellos tienen, lo alaban sin cesar; si el Rey David no nos miente, que dice que todos los seres que habitan en esta tierra loan a Dios según el dictado de su propio corazón»).
65 Paré, Des Monstres et Prodiges, p. 102. 66 Versos 1.044-1.049. 258
D e b e m o s lo a r a D ios por haber sido creados diferentes a los m o n stru o s, p e r o é sto s, si se llega a la conclusión lógica del texto bí blico, e stá n ta m b ié n sobre la tierra para alabar asimismo a Dios, «según el d ic ta d o d e su propio corazón». De este modo, resuena por to d a s p a rte s el eco de la gloria divina. A l c o n tra rio d el asp ecto «gratuito» de esta primera causa recién vista, «la ira de D io s» interviene para castigar a los pecadores; así, el que n a zc a n n iñ o s con un sapo, o con cara de sapo, ocurre, según el p se u d o -T o m á s, p a ra «m ostrar» la venganza divina: Mais n ’est raisons sens ne droiture ue (n) j ’en die el c’une moustrance ’une crüeus, piesme venjance que D ieus veut mostrer a cascun67.
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(«Pero no hay razón, sentido ni motivo para que yo no afirme, además, que es la muestra de una cruel y dura venganza que Dios quiere mostrar a todos»). H a llam o s a q u í re u n id o s la noción de monstruo y el verbo mos trar, cosa d e g ra n in te ré s , com o veremos enseguida. E n tre las c a u s a s biológicas y humanas de los monstruos hay una que siem p re h a c a u s a d o gran impresión y que ha servido para ex plicar a m u c h o s d e ellos. H em os visto que los híbridos constituyen una de las c a te g o ría s m ás im portantes: durante mucho tiempo se creyó q u e « p o r m ix tu ra y m ezcla de semen»68 podían crearse seres que fu eran a la v ez h o m b re s y animales. La zoofilia era considera da, sin d u d a , c o m o u n a abom inación. Aristóteles no creía en los hí bridos; seg ú n é l, e ra n im posibles. Sin embargo, la Edad Media se interroga a c e rc a d e la existencia de estos monstruos. Thomas de C antim pré, q u e se p la n te a la cuestión —claro está— de saber si cier tos m o n stru o s d e sc ie n d e n de A dán, se muestra muy categórico al respecto: Et respondendum est quod non, nisi forte, sicut Adelinus philosophus dicit, de m onocentauris, qui per adulterinam commixúonem hominis et bestiae, si tamen verum est, quod dicitur monstra diu non posse vivere ab homine et bestia generata69. («Y es necesario responder que no, sino en rigor, como dice el filó sofo A delino, los monocentauros, producto de la copulación de un ser hum ano y de una bestia; sin embargo, si lo que se dice es cierto, estos m onstruos producto de hombre y animal no pueden vivir mu cho tiem po»). *
* Versos 1.230-1 233. w f.a ré ! °P capítulo XIX, p. 62. Versión rim ada citada, p 24, nota. 259
No son dudas como las anteriores las q u e p o d e m o s esperar en Paré, quien anota con com placencia u n a serie de ejem plos toma dos mitad por mitad de la E dad M edia y d e su propio siglo; no duda en rem ontarse hasta 1110, cuando en L ieja una cerda parió un lechón con cabeza y rostro humanos, y manos y pies, y el resto como un cerdo7071. Es todavía la E dad M edia la que ap arece en el capítulo XXV del libro de Paré; «Ejem plo de cosas m onstruosas hechas por los demonios y las brujas». El Malleus Maleficarum codifica la cuestión hasta en sus meno res detalles en la C uestión III de la P rim era Parte: «¿existe la pro creación de seres hum anos por dem onios íncubos y súcubos0 * Tras algunos «presupuestos», el M alleus responde rápidamente \ categóricamente; Tras estos presupuestos, necesarios para comprender la cuestión de los demonios íncubos y súcubos, decimos; afirmar que por estos de monios son a veces creados seres humanos es afirmación tan católica que lo opuesto es una declaración contraria no solamente a /a? pala bras de los santos, sino también a la tradición de las Santas Es crituras7273. Los «presupuestos», que tras el pasaje citado son seguidos de otros muchos del mismo género, se refieren a la tradición (y en par ticular a la tradición agustiniana), a la Biblia y a glosas diversas Se gún la Glosa sobre el Exodo, los demonios recorren el mundo, hacen acopio de semen de vanas procedencias, y con su mezcla pueden crear especies diversas La Glosa sobre el Génesis participa en la misma demostración con el episodio en que «viendo los hijos de Dios la hermosura dt las hijas de los hom bres...»74. La glosa lo in te rp re ta a su manera, suponiendo que los gigantes fueron engendrados «en mujeres por ciertos dem onios deshonestos»75. M uchas otras glosas participan en el debate, como la Glosa sobre Isaías, la Glosa sobre el bienaven turado Gregorio, etc. E n tre o tros puntos de referencia figura B e d a (Historia Ecclesiastica), G uillaum e d'A uvergne (Somme de l’L'mvers), Tom ás el D o cto r, T hom as de C antim pré (llamado también de B rabante: Des Abeilles). L a m ateria es abundante. 70 71 72 73 74 75 260
Paré, op. cit., capítulo X IX , p. 64. Pp. 162-173. P. 168. Lo subrayado, aparece en itálicas en el texto original. Malleus, p. 164. Génesis, VI. 1-2; Malleus, p. 164. Malleus, p. 164.
L a B iblia proporciona al «monstruólogo» una aportación muy a p r e a a b le . D e esta fuente provienen las «primeras» razas mons tru o sas y la opinión de que los demonios pueden engendrar m o n stru o s. H ab lan d o de la descendencia de Cam, uno de los tres h ijos d e N o é (el peo r de ellos, maldecido por su padre y conside ra d o c o m o a n tep a sad o del Gran Khan), Mandeville ofrece de esta «g eneración» u na imagen bien pintoresca: Los diablos del infierno venían a jugar con las mujeres de su gene ración, en las cuales engendraban diversas gentes: los unos sin ca bezas; los otros monstruos con grandes orejas; los otros con un ojo; otros con un pie; otros gigantes; otros con pie de caballo, y otros con miembros designados. Y de aquesta generación de Cam son ve nidas las primeras gentes y las diversas islas de mar que son en la India76. N o se p o d ría ser más ecléctico en materia de monstruos; la ac ción d e los d em o n io s puede explicar así la existencia de gran nú m ero de tales criaturas. P o r lo q u e se refiere a la demonología, la flexibilidad es muy grande: to d a s las tradiciones son bien recibidas, lo mismo se trate de la g rieg a, la ro m a n a o la céltica. El Malleus Maleficarum no ofre ce sino u n a m u e stra , revuelta y mezclada, de todos esos monstruos de d iv erso o rig e n habitualm ente llamados faunos o íncubos, y ello en un e x ten so y confuso párrafo: Muchos afirman haber constatado u oído de testigos dignos de fe lo que aquí se afirma: silvanos y faunos, llamados vulgarmente íncu bos, se presentan con impudor ante las mujeres, las desean, y con suman la unión con ellas. También, al decir de muchas personas de calidad, cuyo testimonio sería vergüenza recusar, ciertos demonios llamados lutinos por los galos, intentan continuamente llevar a cabo tal deshonestidad con las mujeres77. L a m u je r, sin d u d a , está muy amenazada; basta acudir al texto del Apóstol: debe la mujer llevar un velo en la cabeza a causa de los ángeles; muchos lo interpretan así: a causa de los ángeles íncubos7879. E n su m a, n o es posib le dudar de la acción de íncubos y súcubos, d e los cu ale s se h a b la p o r todas partes y sobre los que se lee en los m e jo re s a u to re s : si alguien quiere conocer historias de íncubos y de súcubos, que consulte a Beda, Guillermo, Tomás, y también Tomás de Brabante
^ 7# 79
M an d ev ille, p. 142. M alleus. p p . 166-167. í í *idí.,’ p. p 168. b * a t a dc San Pab,cb en Corintios I. XI 10. tb
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¿Cómo actúan los dem onios? N o p u ed en d ar la vida por sí mis mos, pues Dios no les ha concedido este d o n , p e ro pueden e x tra er el semen de un hom bre tom ando la form a d e un sú cu b o , y «pasar lo» a una m ujer haciéndose íncubo («el d e m o n io , en efecto, p rim e ro súcubo de un hom bre, se transform a después en íncubo d e una m ujer»80). De este m odo, el sem en llega a su d e s tin o final e n p e r fecto estado d e conservación: los demonios pueden lograr la conservación del semen p o rq u e el ca lor vital no se evapora . Sin embargo, el así engendrado «es hijo no del demonio, sino de un hom bre»82. El dem onio, sencillam ente, se contenta con ase gurar el traspaso del sem en, lo que basta p ara p ro d u cir m o n stru o s bien dignos de tal nom bre. La aparición de m onstruos no se debe sólo a las trece causas \a mencionadas más arriba. Pero no es una nueva causa lo q u e ahora queremos m encionar, sino m ás bien una situación que crea un «me dio» favorable a la eclosión de m onstruos. Sabemos q u e p a ra la Edad Media el m undo está form ado por varios niveles en cada uno de los cuales se refleja y se contiene el conjunto del universo; cada microcosmos es la imagen del m acrocosm os, y como en u n juego de espejos, las imágenes se reflejan entre sí hasta el infinito De este m odo, el mar contiene exactam ente los mismos seres que la tierra, pero adaptados al medio: hay leones, caballos, vacas, jabalis, cerdos, elefantes, caracoles m arinos; tam bién «cáncer de mar, parecido a los tumores cancerosos» (alias cangrejo); sin o lv id ar si renas y tritones, diablos y frailes de m ar, e incluso (nunca se olvida la jerarquía), «un monstruo m arino que parece un obispo revestido de pontifical»83.
67.
R epresen tació n de un jabalí m arino
80 Ibid., p. 169. 81 Ibid., p. 173. 82 Ibid., p. 172. , c monstn*» 83 Paré, op cu., pp. 102-105, capítulo XXXIV. dedicado a los m marinos. 262
68.
Representación de un tritón y de una sirena.-vistos en el Nilo
R epresentación horrible de un diablo ma 263
70. Monstruo marino con cabeza de fraile, armadura y cubierto de escamas de pescado.
71. Representación de un monstruo marino, parecido a un obispo revestido de pontifical.
P lin io ( H i s t . N a t . , I X . 2 ) e ra y a d e la o p in ió n de que toda cosa te r r e s t re tie n e su h o m ó lo g o e n e l m a r . L o s m o n s tru o s , por seme j a n z a , m a n i f i e s t a n , c o m o si f ir m a s e n u n te s tim o n io , una homología g e n é r ic a . E s t o s se res n o s o n m o n s t r u o s s in o p o r c o m p a ra c ió n con las criat u r a s te rre s tre s , y e n este c a s o n o p o r q u e sean diferentes, sino al c o n t r a r i o , p o r t e n e r e le m e n t o s d e s e m e ja n z a c o n aquéllas. De este m o d o , la n o c ió n d e N o r m a se h a c e m á s e stre ch a y la de Monstruo m á s a m p lia : si se a te n d ie re a e l l o , e l u n iv e r s o estaría poblado, pro p o r c i o n a l m e n t e , p o r m a y o r n ú m e r o d e m o n s tru o s que de seres nor m a le s . L o c u a l s ig n ific a o b ie n lle v a r la n o c ió n de monstruo mucho m á s a llá d e lo s lím it e s h a b it u a le s ( l o q u e s u p o n d ría que la excep c ió n se c o n s t it u y e c o n r e la c ió n a la re g la de una minoría), o bien n e g a r la n o c ió n m is m a d e m o n s t r u o . E s ta id e a de p r o p o r c i ó n . im p o r t a n t e p a r a d e f in ir la e x c e p c ió n c o n re la c ió n a la regla, aparece e n P a r é , m a s e llo n o le o c a s io n a la m e n o r in q u ie tu d : L a N a tu ra le za fecunda ha puesto proporcionalm ente en 264
el perfed0
M icro co sm o s to d a clase de cosas, para hacerlas parecer y ser como im agen v iv a de este gran mundo'14. P o r c o n s e c u e n c ia , lo que a nosotros nos parece monstruoso no lo es p a r a la N a t u r a le z a , ya que «manifiesta de modo sensible la c o r re s p o n d e n c ia u n iv e rs a l»85. T o d o ser es a la vez semejanza, im a gen r e f le ja d a d e o t r o , y al mismo tiempo diferente en aquello que le es p r o p i o . L a n o c ió n de monstruo es así relativizada al extremo, algo p a r e c id o a lo q u e hace Aristóteles, para quien el monstruo no es c o n t r a r io s in o a la generalidad de los casos y no a la Naturaleza m is m a 86. P e r o la p ro p o rc ió n norma-monstruoso tal como aparece a q u í es b ie n s o r p r e n d e n t e , en la medida en que el monstruo es con s id e ra d o c o m o e s p e jo apenas modificado de la norma, y como con se cu e n cia , n o es p o s ib le definir n o rm a y m o n s t r u o s o p o r su fre cuen cia r e c íp r o c a . A s í , la noción de m o n s t r u o se tra n s fo rm a en una s im p le c o n v e n c ió n q ue sirve para d e s ig n a r u n a in m e n s a cate goría de se re s re la c io n a d o s unos con o t r o s , d e a lg u n a m a n e ra se le ccio n a d a p o r el s e r h u m a n o de m o d o a r b it r a r i o . Y e llo p o r la única r a z ó n d e q u e es el h o m bre, en su p e n s a m ie n t o , quien o rg a n iza las re la c io n e s e n tre los seres y las co s a s d e u n la d o y el u n ive rso d e o t r o . A p a r t ir d e lo d ic h o se hace casi in ú til b u s c a r las causas de la existencia d e lo s m o n s t r u o s : el un ive rso es u n a m a q u in a r ia que los p r o d u c e , y e llo n o tie n e nada de a n o r m a l. E l h o m b r e , o el a n i m al, tale s c o m o s o n se gú n la n orm a r e f e r e n c ia l, e stá n ro d e a dos p o r sus p r o p io s r e f le jo s , los cuales son m á s o m e n o s d if e r e n tes según su p r o p ia e s p e c ific id a d o las n e c e s id a d e s d e a d a p ta c ió n a su m e d io b io l ó g ic o . 72 Representación de una m ujer E l h o m b r e e s tá c o n s t a n t e peluda y de un mfto negro, producto de m ente a m e n a z a d o p o r la m o n s la capacidad imaginativa
r . L iv r e tr a ita n t d e la p e tite vérole, apéndice al capítulo 111. L itado por Jean '•^ard , in tr o d u c c ió n , p . xh *’ Ib id . * C f su p ra , p. 245.
265
truosidad: muy pocas condiciones bastan para que nazca un m ons truo. L a im a g in a c ió n es traidora, y m uchas veces, sin saberlo la con ciencia, pone en relación diferentes elem entos que así se m ezclan y dan lugar a seres curiosos. Paré dedica to d o un capítulo —el no veno — a las imaginaciones en to rn o a la m u je r embarazada, y alude más de una vez a autoridades bien antiguas:
j
Damasceno, autor grave, testifica haber visto una joven tan peluda como un oso, a la cual su madre había traído al m undo tan horrible y disforme como para compararla con la figura de un San Juan ves tido de pieles con sus pelos, la cual estaba atada a las patas de ia cama mientras tenía lugar el parto. Por razones semejantes. Hipó CTates salva a una princesa, acusada de adulterio por haber dado a luz un niño tan negro como un moro, mientras que ella y su esposo tenían la pie) blanca; según Hipócrates, la m encionada princesa fue absuelta gracias a la pintura de un m oro, parecido al niño, habitualmente colocado junto al lecho de la madre87. La anécdota había sido m encionada y com entada por San Jeró nimo en sus Q u a e s tio n e s in G e n e s i m 88. L a s causas de la aparición de monstruos son legión, com o los d e m o n io s expulsados por Cristo (Lucas, 8.30). E n m edio de esta m u ltip lic id a d , ocurre que el hombre, asombrado, no sabe a qué causa a tribuir el monstruo, o que, sencillamente, su espíritu renuncie a com prenderlo, como do minado por la profundidad de un m isterio que sobrepasa toda in teligencia humana. E n el p rim e r ca p ítu lo de sus ediciones de 1573 y 1575, Paré señala, inicialm ente, el lím ite del sistema clasificatono de las causas: Hay otras causas que yo dejo aparte de momento, porque más allí de las razones humanas yo no puedo ofrecer otras suficientes \ S probables89. E l pseudo-Tom ás reconocía ta m b ié n , en su época, la cia de la inteligencia hum ana en ciertos casos: Et ciertes, ce ne puet savoir ñus hom qui vive fors que Dius et Nature, qui tant soutius est que ñus nel poroit comprendre90. ( « Y ciertamente, esto no lo puede saber ningún hombre vivo salvo Dios y Naturaleza, pues es cosa tan sutil que nadie podría com prenderla»).
87 “ 89 90 266
Paré, op. cit., pp 35-36. Cf. Jean Céard, op. cit., nota 64, p. 165. Citado por Jean Céard, introducción, p. xxxii. O p. cit., versos 1.224-1.227.
insuficien- .
E l secreto sólo lo posee Dios; es el señor de los monstruos, com o lo es de toda criatura. Ante una maravilla que trastorna su enten d im ie n to , M a n d cville proclama con un vigor especialmente sorpren dente en él: Y o no sé la razón por qué. mas Dios lo sabe, que es sabidor de to das las cosas, pero todo esto que es dicho de suso yo lo he visto de mis ojos; lo cual tengo en mayor maravilla que otra cosa ninguna que haya visto en este mundo, porque la natura face muchas cosas y muy maravillosas, mas aquesta por cierto no es de natura, mas es sobrenatural ( .. .) , mas yo pienso que esto no puede ser sin gran significancia91. L a idea que M andeville expresa de modo convincente, si bien asim ism o algo confuso, encontrará en Paré una forma más refina da, tan p u ra , tan perfecta, que conviene tenerla en cuenta: I H ay cosas divinas, ocultas y admirables en los monstruos, sobre todo 1 / en aquellos que son totalmente contra Natura, porque aquí fallan los 1 / principios de la Filosofía, ya que no es posible hacer un juicio \ I cierto92. D i v i n a s , o c u l t a s , a d m i r a b l e s : palabras plenas de gravedad y en las que se p e rcib e una especie de humildad, de temblor ante lo sa grado. E l ser h u m a n o no se halla aquí ante la cuestión — casi ba nal, p o r c o m p a ra c ió n — de las causas, sino que se enfrenta con el s e n t i d o m iste rio s o , escondido, del testimonio del poder divino. Se encuentra en el co ra zó n del problem a, en las raíces mismas de la palabra m o n s t r u o . N o es p o sib le d ecir que los autores medievales tengan una con ciencia clara de esas r a íc e s ; no nos ha sido posible encontrar en ellos un c o m e n ta rio « filo ló g ic o » del término m o n s tr u m , y no sabemos con certeza lo q u e pensaban al utilizarlo. Pero nosotros creemos en la p e rm a n e n cia de las ideas a través de la sustancia original de las palabras: a u n q u e su p a trim o n io haya sufrido avatares, aunque esté cubierta p o r estratos de pensamientos y de culturas diferentes, y aunque esté fu e ra de los lím ites de la clara consciencia, continúa vi viendo c o m o el a lm a de la palabra. E l « a lm a » d e l té rm in o m o n s t r u m es la raíz m e n , que indica los m ovim ie nto s del e s p íritu . D e ahí proceden tres categorías de palabras: — la fa m ilia / u u r i j O K c u , m e n s , m e m in i, etc. — la fa m ilia de m o n e r e , m o n i t i o , sobre cuya base se forma, por una p re fija c ió n m a l e xp lica d a po r los lingüistas, m o n is tr u m , que ha bría d a d o m o n s t r u m . L a fa m ilia de m o n s t r a r e , que incluye de modo natural mons^ M andeville, p. 125. ° P cu., capítulo X IX , p. 68.
267
trum . M o n ere es un aviso divino. Los otros términos latinos para monstruo o prodigio están todos relacionados más o menos d e cer ca con el mismo sentido; por ello, Cicerón se apoya, con to d a bue na fe, en un juego de palabras intraducibie:
Qui enim ostendunt, portendunt, monstrant, pórtenla, monstra, prodigia dicuntur93.
p ra e d ic u n t, ostenta,
De hecho, la etimología de p r o d ig iu m es dudosa. E n c u a n to a o ste n tu m y p o rte n tu m , vienen de te n d o , o b s - te n d o y p o r-te n d o ; se gún R. Bloch, quieren decir, estrictamente, algo que se presenta, un sign o , y el va lor de presagio que de modo inmediato se les confiere no tiene nada que ver con su primer sentido94. El significado más pleno del poder sagrado es, por lo ta n to y cla ramente, el de m o n s tr u m , palabra que, justamente, h a prevalecido sobre las demás a lo largo del tiempo. La noción de sig n o d iv in o es, en verdad, la sustancia misma de la palabra. El griego poseía el mismo núcleo semántico c o n el tér mino t í pac,, de oscura etimología95. Nos parece muy útil traer a colación el análisis que R. B loch de dica96 a la distinción entre presagio y el grupo m o n s tru o -p ro d ig io El presagio era considerado como una «advertencia rápida, fugaz, relativa a una empresa inmediata», mientras que el m o n s tru o o el prodigio son «el rayo que trastorna la conciencia»: La divinidad, si quiere interrumpir por un tiempo la m arch a normal del universo, no lo hace a la ligera y sin graves razones. Razones que no pueden ser otras que la cólera provocada p o r el olvido del antiguo pacto. Por tal razón, ello «causa en el hombre un sentimiento d e horror, un estremecimiento ante la intervención tangible del p o d e r divino». Hemos visto que según el pseudo-Tom ás, el monstruo p u ed e ser una «dura venganza que Dios quiere mostrar a to d o s» (w. 1 .2 3 2 -1 .2 3 3 ). Versos que apunta en la misma dirección q u e el sen tido latino de m o n s tr u m - p r o d ig iu m señalado por R. Bloch. Sin em bargo, la Edad Media ha enriquecido estas palabras o e s ta s nocio-
W JDe divmaiione, 1.93.Citado
por Raymond Bloch, Les Prodiges dans i Ani p . 84. ** R. Bloch., op. c i l, p 85 9i Hjalmar Frisk ( G r i e s c h i s c h e s e t y m o l o g i s c h e s W ó r t e r b u c h , p. 878) da para if Dadlos sentidos de «Vorzcichcn, Wahrzcichcn, W under, Schrcckbild, Ungchcucr» Parí : TcOariuDvft «tpúvftEpfktQ, {teftefriOvYOíooXX» (^agao)iXXooo, AArvo óf ofvndo), n a p a : TcDacruoó «Vorzcichcn brigend, von übcr Vorbcdcutung» (que pon* un presagio, que es de mal augurio). 94 Op cil., p. 83.
quilé classique,
268
nes: se p o d ría decir que las ha explorado te que la re lig ió n rom ana.
mucho más profundam en
P a ra la E d a d M e d ia , el monstruo, el prodigio, son signos que
preceden a los acontecimientos y los prefiguran, un aviso a través de un se n tid o o c u lto ; por ello, monstruos y prodigios son materia de in te rp re ta c ió n , p o r no decir de adivinación. Durante toda la épo ca m e d ie v a l, p e ro más especialmente al final y durante el siglo X V I ,
el m o n s tru o es considerado como un signo premonitorio, según pue de verse en este fragm ento de una carta de Cristóbal C o ló n : A g re g o que no solamente el Espíritu Santo revela las cosas futuras a las criatuas dotadas de razón, sino también, cuando le place por m edio de ciertos signos del ciclo, del aire o de los animales Tal ha sido el caso del buey que hablaba en Roma, en tiempos de Julio Cé sar, y podrían aducirse otros muchos ejemplos, que seria demasiado p ro lijo enum erar, y que además son muy conocidos de todos’7. Sé b a stie n B r a n t , en un pliego suelto dedicado a un nacimiento m o n s tru o s o o c u r r id o en W o rm s en 1495, da al monstruo un sentido e x tre m a d a m e n te preciso: G o t ordentlich gesetzet hat all ding sin wesen. Z il und statt und der natur ein lauff verían dar inn sein sol on mittels gan und den dem besten nach vollenden der gütig schoepffer tüt nit wenden leichtlich. D e n selben last er still es sen dann das er wircken will etwas vast gross verborgen datt . L o c ita d o , es el c o m ie n z o del poem a: D ios ha dado a cada uno su p ro p io s e r, su fin a lid a d y su puesto en el mundo. Ha impuesto a la N a tu ra le z a u n c u rs o que debe seguir fielmente y con el cual debe acordarse en t o d o . E l c re a d o r no abandona con facilidad la norma de las cosas, la m a n tie n e , a m enos que quiera anunciar algo oculto y de la m a y o r im p o rta n c ia . E s ta r u p t u r a d e l c u rs o n o rm a l de la Naturaleza conduce con fa cilid ad a p r o v o c a r el se n tim ie n to de h o r r o r de que habla R . Bloch. Signos m u y a n tig u o s , q u e se rem ontan a varios siglos atrás, pueden referirse a é p o c a s to d a v ía m u y lejanas en el futuro. U n bajorrelie ve de la v ie ja a b a d ía de San Serenín de Toulouse (actualmente con se rvad o en el M u s c o de los A gustinos de la misma ciud ad ), reali-
C a rta a lo s R e y e s. 1 5 0 t; G alh m ard . p 3(Jü. ’* El facsím il d el p lie g o su e lto original se encuentra en Paul H eitz, Flugblúner des Sebastian B r a n t m it 25 A b b ild u n g e n (Jahresgaben der Gescllvchatt fur clsassrv che L ite ra tu r: E s tr a s b u r g o , 1915). El texto aparece también en S B ran t. Sarrensc h iff (d c u tsc h hg. v o n F. B o b e rta g ; B erlín Siuttgart. un fecha) m iio d u co O n . po. X-XIlí. rr
2b9
zado ha d a 1150, ilustra un o de los tres signos q u e , según S a n Je ró n im o , habrían a p a re a d o en tiem pos de C é s a r: « E n To u lo u se , dos m ujeres co n d b ie ro n dos niñas, una de las cuales dará a l u z , e n su m o m en to , un león, y la otra un c o r d e r o ». San J e ró n im o in te r p r e t a tal suceso com o una señal escatológica: en el Día del Juid o , el Señor aparecerá como león terrible los réprobos, y como pacífico cordero para los justos".
contra
L a Leyenda Dorada contiene abundantes presagios d e l m is m o tip o Pero es sobre todo a fines del siglo X V — época en q u e lo s m itos escatológicos florecieron de m o d o especial— cu a n d o la in te r p r e t a ción de los monstruos llegó a co n stitu ir una ve rd a de ra o b s e s ió n La interpretación alegórica había co n o cid o en el siglo X I V u n e x tr a o r dinario desarrollo: la versión rim a d a y « m o ra liz a d a » d e T h o m a s de Cantim pré no es, en realidad, sino una in te rm in ab le c o le c c ió n de alegorías. Bastará un e je m p lo , pues la insistencia m o r a l i z a d o s no tiene parangón sino en el tedio q ue p ro d u c e . A p r o p ó s i t o d e los hom bres «silvestres» que tienen seis m a no s en c a d a b r a z o , dice
I
Sachiés Nature mout Pama, car par mains nos mostré briément que large sont itele gent. Par mains nous est senefié que Paumosne estaint le pecié9 100. 9 («Sabed que Naturaleza mucho los ama, pues por medio de esas manos nos muestra qué generosas son esas gentes. Por esas manos se nos señala que la limosna extingue el pecado»).
Estos hombres «silvestres», im agen del vicio y del pecado, ya que son considerados casi co m o anim ales salvajes, son redimidos a cau sa tíe su largueza y generosidad. H e a q uí un caritativo a v is o para incitar a la práctica de la lim osna. T a m b ié n en el siglo X I V el R o m á n d e F a u v e l constituye u n a vas ta alegoría; el protagonista, un h o m b re con cabeza de asno, a p a re ce com o un m onstruo. Su n o m b re — p o r necesidades a le g ó ric a s — está form ado de elem entos va rio s: cada letra de F a u v e l es la inicial de un vicio. L a obra es polém ica en e x tre m o : en esta d ire c c ió n así privilegiada se orientará la inte rp reta ció n de los monstruos e n el si glo X I V . Sébastien B ra n t ofrece e je m plo s típicos de la utilización polé m ica y política de los m o n struo s, en fo rm a de F lu g b lá tte r . * lo s plie gos sueltos, de difusión más fácil y más am plia que los lib ro s , son 99 C itado por G uy K noché, Trésors de l'A r t R om án; Colección Marabout. p 130 100 V ersos 910-914. • En alem án en el original. (N o ta del T ra d u cto r.) 270
los antepadasados de nuestras «historietas» y ir a c is ** modernos U n o de esos pliegos sueltos, en latín, impreso en Basilea en 1495 (y c o n s e rv a d o en la Biblioteca Universitaria de la misma ciudad), ha lle g a d o , en parte, a nosotros, t i texto ocupada dos folios in q u a rt o , d e los q ue solamente uno subsiste; sin embargo, se conoce el tex to c o m p le to de una versión alemana en una sola hoja (gran f o l i o ) '01. S e ría el e q uivale nte a la primera página de un diario Que se trate de u n te x to latino o de una versión alemana, se ocupan, en cual q u ie r caso, de un nacimiento monstruoso ocurrido en Worms en 1495, ya m e n cio n a d o : dos niños nacidos con sus cabezas unidas por la fre n te . E n su com entario, S. Brant comienza por recordar varios p ro d ig io s de la A ntigüedad (especialmente romana) y su significa d o . Pasa después a r e b u s m o n s tr a creata n o vis («monstruos creados re c ie n te m e n te »). E n tiempos de Otón III nació un niño con dos ca bezas ( b í c e p s ) . E l texto alemán es más preciso: el niño, en efecto, tenía dos torsos, cuatro manos y dos cabezas, y cuando una de ellas c o m ía o v e la b a , la otra dormía. En ambos textos— alemán y lati no— la in te rp re ta ció n es la misma; representa la división del Im p e rio A le m á n : ( . . . ) illius acta docet; O th o etenim imperii ducibus bona distnbuendo corpora divisit per* didit im penum . E s to es, O t ó n , al d ivid ir el Im p e rio e n tre los va n o s príncipes, ta m b ié n ha d iv id id o el cuerpo ú n ic o , y lo ha p e rd id o . Y des pués de esa é p o ca , es m uy raro que p u e d a verse alguna clase de u n id a d e n tre esos príncipes y en el Im p e r io . E n contraste con tan triste e je m p lo , B r a n r cita el de M a x im ilia n o , q ue convoca en W o r m s a to d o s los príncipes electores d e l Im p e rio — c u n e ta i m p e r i i m e m b r a — para el bien de e llos y p a ra salvar la «cabe z a » d e l Im p e r io , u t tr a c ta r e s a lu te m / i l l o r u m e t c a p á is p o s s e t et i m p e r i i . A s í re co n s tru yó M axi m ilia n o la u n id a d im pe rial. Y D io s , p a ra m o s tra r su aproba c i ó n , e n v i ó p re c is a m e n te a W o r m s , la c iu d a d en que se fir m ó la p a z , u n m o n stru o que1 0 E n inglés en el original. (Noca del Traductor.)
101 Editado facsimilarmente en la obra de Paul Heitt; cf supra, nota 98 271
representaba de modo simbólico la unidad: e l n i ñ o con dos cuerpos unidos por la frente. El singular empleado para designar a esta cria tura es característico de la idea que Brant se hace del problema para él no hay sino un solo niño, en la medida de que están subor dinados los dos cuerpos a un solo cerebro: Yo pienso que no hay sino un solo cerebro y una sola razón en esta cabeza, y creo sinceramente que Dios quiere inaugurar el tiempo en que el reino será reunido, al igual que también serán reunidos bajo una sola cabeza el poder espiritual y el poder temporal y el reino ro mano y el reino griego, separados desde hace tanto tiempo"' L o que aparece aquí es un sueño de unidad total: la unidad del Imperio no es sino una prefiguración de la unidad reencontrada con la Iglesia, y de la unidad de las dos iglesias separadas. E l texto ata ba con una discreta exhortación a M axim iliano (que Dios siga ins pirándole por el camino de la unidad) y con animosos llamamien tos a los príncipes electores: que perseveren, y que el honor y la ^prosperidad sean el premio a su fidelidad. Si, por el contrario, al(guien se rebela, merecerá y sufrirá males comparables a su culpa jbilidad. En fin, el que tenga oídos entienda y comprenda que Dios •va a realizar prodigios inauditos:
i Wer oren hab der hór und merek Got wird uns zaigen wunder wcrck.
maravillo ! rant’ ?e ^ ‘niciado, como nunca antes, una época de as, la era de los monstruos, testimonios de la voluntad di vina com o avisos, castigos o aprobación. Otros monstruos aparece rán, todos los cuales, según Brant. significarán las mismas cosas (cf. D e p o r í e n t i f i c o s u e in Sunigaudia, 1496; en ese mismo año, otro plie go suelto hace una síntesis de todos ios monstruos nacidos úl timamente). Sébastien Brant inauguraba así la era de las interpretaciones po lémicas; Lu te ro utilizará en abundancia idénticos procedimientos, con un tono más panfletario. En uno de sus famosos libelos se ocu pa de un Papa-Asno (der Papast-Esel) y de un Fraile-Becerro ( M ó n c h k a l b ) nacido en Friberg am Misne en 1528, presagios de la ira divina contra una Iglesia corrompida. Una ilustración de Des M o n s ír e s e t P r o d ig e s de Paré re presenta, a lo que parece, dicho Fra ile -B e c e rro . Por desgracia, las interpretaciones se vuelven contra sus propios autores; Lu tero había fustigado en esta cria tura «la hipocresía de los frai les»103. P ero algunos años des pués, m onseñor Sorbin replica ba que el m encionado monstruo significaba que Lutero -sería transfor mado de fraile en becerro». como así ha ocurrido104.
sld^acrofancti Eomani tmperi) muicciíTtmú líinúidcportérificoSuí.iftSútgiudii:lcAlfdi»Marciji Anno íic.xcvj.tdito tóid
Fig. 74 102 Prefenmos el texto latino por su mayor facilidad de comprensión, pero su plimos sus faltas (lagunas o imprecisiones) con el texto alemán siempre que parece necesario, como es el caso. Por razones de brevedad, esta vez damos únicamente nuestra traducción.
272
Como ya se vio, a Fines del si glo XV tiende a intensificarse la proclividad «monstrificadora»; seres que, en principio, no te nían un carácter monstruoso bien determinado, son progresi vamente ganados por la conta minación. El diablo, en particu lar, se hace tema de ricas varia ciones en cuanto a formas mons truosas. Por lo que a la alegoría se refiere, parece que no puede pasarse sin los monstruos; en la Nefs d e s F o u s de Sébastien Brant, los grabados incluidos aparecen invadidos por diablos 0 criaturas infernales embosca dos tras los personajes centrales. í??do P°r Jcan C*ard*op.
Iota.
Fig. 25. Rcptcvcnución de un momuuo hotnble. conm m y pic\debuey, ] otm coas muy moavuumai
cii, nota 67. p 166
m
La primera edición, alemana, titulada N a r r e n s c h i) (Basik-j 1494; B . von O lp e ), aparece ilustrada p o r A lb e rto Durero y sus di- I cípulos. E l ser humano aparece com o m anejado por el demonn Quien halla un tesoro perteneciente a o tro , es convencido por d de monio — que le habla al oído— para apropiárselo (figura Ib ). E mujer que, llena de confianza en sí m ism a, no es sino vanidad \ or gullo (U e b e r h e b u n g d e r H o c h f a h r t ) , aparece sentada sobre un bas tón sostenido por el diablo; se trata de un bastón hendido, como el I que se utilizaba para atrapar pájaros: el sím bolo es claro. A mis 1 pies, una parrilla con las llamas del Infierno (figura 77). Quienes se apartan del cam ino correcto, com o las vírgenes lo- J cas, son vigilados por una criatura infernal que apenas acaba de en gullir su última presa ( A b l o s s u n g g u t t e r W e r c k ) . E n fin, también el Anticristo es inspirado por el diablo, que le habla al oído (figuras 78 y 79). M u y a menudo el A n ticristo no es representado corno un monstruo, pero sí por lo general rodeado de demonios, ya se trate de los que le inspiran su conducta, ya de los que, cuando llegue el fin del m undo, en el m om ento de su caída, se apoderarán de el El grabado de la C h r o n ic a M u n d i de H a rtm a n n Schedel que ilustra este asunto es particularmente adm irable: el Anticristo aparece ro deado de monstruos que le arrebatan, fo rm a nd o una especie de red demoníaca en que el núcleo hum ano parece perderse (figura 79). E l final de la Edad M edia conlleva un deslizamiento progresivo de lo monstruoso hacia lo diabólico. Occidente es invadido por los diablos orientales a partir del si glo X I I I (cf. el análisis de J. Baltrusaitis, capítulo V de La Edad M e d ia fa n tá s tic a ) , y en conjunto, llegan a ser tema predilecto de ins piración. E l carácter cada vez más so m b río de la última Edad Me dia se une a las creencias estéticas para m oldear un mundo más pe simista. Lo monstruoso, que hasta entonces formaba parte de las categorías naturales, ofrece caracteres nuevos en el siglo XV. He mos visto aparecer en Sébastien B ra n t el m onstruo «individual», fe chado, localizado, con pretensiones de historicidad; monstruo que «h a b la » de realidades próxim as, que condena o aprueba circunstan cias actuales, que interpela a todo un pueblo en nombre de Dios (esto es, al menos, lo que piensan quienes explotan políticamente su aparición), que tiende a im plantarse en el m undo de una forma más angustiosa que el m onstruo «co sm o ló g ico ». Este último era algo lejano, y justificado por unas visiones del mundo que le man tenían en su sitio; en el siglo X V , esos encuadramientos se hicieron cada vez más discretos, y el m o n stru o , que no está verdaderamente «s u je to », hace irrupción tanto en la vida com o el el arte, en la re ligión como en la teología. M o n struo s p o r todas partes. El mons truo se afirma a sí m ism o; de este m o d o m adura el absceso de fi jación, y vierte sus secreciones en un receptáculo común. El Dia b lo, la M u je r, el M o n s tru o , se encuentran, y van a constituir,por parejas o en co n ju n to , una poderosa unidad. E l diablo es un mons tru o , el m onstruo se hace diabólico tan a m enudo como es factible* 274
^'8- 76.
Sébastien Brant: S'arrenschif (Basilea. H94)
275
T P e r ^ o c ^ f a r tif l/v n b íf iíf íc f fo S e n
Vnb fygen wíJl allefn vajl oSen .S e n fegt 9ertiifefVff f?n£fo£en
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q •*]• Fig 77.
276
Sébastien Branl:
N a r r e n sc h if
(Basilea. 1494).
^
F>g 78 Sébastien Brant: S a r r e n s c h i f {Basilea.
íVy/
Fig. 80.
H artm ann Schcdcl: Chrumca Mundi.
27l)
y la vida se im pregna de un o m n ip re se n te e n tra m a d o monstruosodiabólico que se im pone p o r u n a especie de evidencia Se hace di fícil discernir la noción de m o n stru o en m e d io de una amalgama tal E l diablo es en el siglo X V , con fre cue n cia , el héroe de aven turas que le son especialmenjte dedicadas, c o m o en el L i b r o de Bel ia l , D a s B u c h B e l l e a l (tra d u c id o del latín al alem án a partir de la obra de Jacques de T h e r a m o ), p u b lica d o en Estrasburgo en 1480 p o r K n oblo tze r. A p a re ce a hí B e lia l, con piel de macho cabrío \ grandes orejas; el rostro es h u m a n o , hasta la expresión sorprende p o r su caracterización y revela una e xtra o rd in a ria «sensibilidad-. L o monstruoso parece pasar a un segundo p la n o ; sin embargo, esta mezcla casi indiscernible de lo m on struo so y de lo humano es una señal reveladora; lo m onstruoso se infiltra en lo norm al hasta el pun to de que un tal ser parece plausible y no sorprende (figura 82).
Fig. 82.
Das Buch Belleal (E stra sb u rg o . K noblotzer. 1480)
O tro s grabados nos m uestran diablos que quisieran ser mons truos, pero que no son sino figuras de un arcaísmo cómico. E n L y o n y en 1484 a parecía, en la im p re n ta de Mathis Huss.el m ism o L i v r e d e B é l i a l , tra d u c id o al francés con el título de Le Livrt d e l a c o n s o l a t i o n d e s p o u v r e s p é c h e u r s . .. (figuras 83, 84) La misma obra continúa su ca m in o d u ra n te el sigló X V I , sin perder su carác ter m edieval. E n la edición de O liv ie r A rn o u lle t (L y o n , 1554), apa rece un B élial de grandes orejas d ispu ta n do con un M oisés cornu d o , a los pies de C ris to (p á g in a p rim e ra ). E l título ha sido ligera m ente m odificado: L a c o n s o l a t i o n d e s p é c h e u r s / d ic te p a r maruirt d e p r o c é s m e n é e n t r e M o y s e , p r o c u r e u r d e J e s u c h r i s t , el le Bélial d( l ' a u t r e p a r í , p r o c u r e u r d ' e n f e r . E l texto es el m ism o que el de la edi
ción de 1484, tra d u cid o p o r P ie rre F e rg e t, com o en el pt'nier 280
cuso10'. Llama nuestra atención la edición itonc.su de MK-I de M,u hjs Huss. Ln ella aparece un Bélial al modo del tic Lsiiasbuipi , j I4H0, acompañado o rodeado de diablos «multiplicados»», típicos i|(siglo X V , si bien con un aspecto muy rudimentario c ingenuo I o rostros se multiplican en el cuerpo; pareciera que se ha hecho im posible representar un diablo, tan banal como pueda ser, sin doi.n le al menos de dos rostros. El humor, el sarcasmo, el placer poi l.i caricatura, intervienen en este nuevo gusto obsesivo Pero ¿es un gusto? ¿Es una familiaridad? Los diablos que se ciernen sobre n Anticristo de la C hronica M u n d i de H . Schedel testimonian en fa vor de ambas hipótesis. El artista, sobre leído cuando es un maestro, se complace en di bujar demonios ya horribles, ya cómicos o seductores, pero siem pre notables por su carácter plástico. E l ilustrador de las i obles de Sébastien Brant tiene hallazgos extremadamente «felices», como un diablo femenino con bigotes, grandes orejas, un cuerno"*'', y pico de pájaro. Aparecen en él gran cantidad de atributos animales, y sin embargo, se muestra como poderosamente individualizado: con I gesto autoritario, ase a cuatro sacerdotes de rostro muy semejante. J que acusan una falta de carácter y de individualidad que contrastan j con la desbordante personalidad de su demoníaco acólito (figu9 ra 85).
Fig. 85
Sébastien Brant: hables d'Ésope (Basilca, 1501)
105 Los tres incunables se encuentran en la Biblioteca Universitaria de Ginebra Las ilustraciones que aquí se incluyen han sido tomadas de dichos ejemplar 106 Para la originalidad relativa de este «hallazgo», véase J. Balirusaitis, Lo L 0 Media fantástica, capitulo V, p. 167.
282
Fig. 86.
Alberto Durero.
283
Durero ha grabado monstruos diabólicos de p r o d ig io s o u g o i ya se trate de la Bestia del Apocalipsis o de diablos in fe rn a le s . t,i les seres revelan la extraordinaria fuerza inspiradora d e l m u n d o de moniaco. La perfección gráfica es, además, señal d e un a r te cons ciente, voluntarioso, que domina sus medios y s u s fu e n te s . Nos encontramos ante los límites del ámbito que n o s e s im pues to, ya que más alia, la libertad y la perfección d e l d ib u jo so b rep a san con mucho a los textos que se ocupan de describir m onstruos y diablos. Habremos de atender también a estos e je m p lo s , que ofre cen una rápida visión de un asunto inmenso y a p a s io n a n te 1" El tema de la relación de los monstruos con el d e m o n io n o deja de ser ambiguo: monstruos totalmente fantásticos, in o fe n s iv o s , pro ducto de la ambigüedad griega, como panotios o b le m m y a s y otros ejemplares de la misma familia, aparecen a m e n u d o desprovistos de carácter diabólico. Sin embargo, tienen analogías e v id e n te s con los monstruos chinos, sin duda temibles. Tales familias de m ons truos aparecen en Occidente sobre todo a partir del sig lo X III ;i raíz de las invasiones mongolas y del desarrollo d e l c o m e rc io con Oriente; esos monstruos transmiten su carácter d e m o n ía c o a las criaturas «agradables» de la Antigüedad:
No se trata de infiltraciones esporádicas, sino de una vcrcl.ult-r.i m vasirtn. Incluso los genios con caras sobre el pecho y vien tre, asocia dos primitivamente al mundo grecorromano sobre todo, llegan aho ra junto con estas hordas (...) A la tradición antigua se supeiponen en un determinado momento las leyendas orientales. I n los tratados chinos se citan también pueblos semejantes a los ukvplutlos ilt- lie ródoto y a los Blemmis de Plinto y Pomponio M ola. Marco l'olo y Mandeville también se refieren a ellos cuando describen estos mons truos (...) Encontramos los mismos prodigios entre los diablos (. ) Mientras que en Occidente estos seres fantásticos experimentan un largo eclipse y sólo renacen a finales del siglo XIII en forma tn. ul tiempo que hace interesante» enm patacionc» con el ¡ule onrnlul (|em ct, chino, tilxMano). l a iconogtalla está muy api opiadamente rlrgnla, y se anuden a ella numeiosns lefrieiuias u teptescnUO'1 lies que no lian iiodido ser repioductdas en el libro Por olio lado, la hhul Malm fantástica de J iiullrusnitis c» un estudio lint rico como pienso, y pina todo I" ir lativo n los diablos puede atildóse al capitulo V, que Hala con detalle de la» apo taciones provenientes del Extremo Oriente .1 HaUrusaitis, ap di., pp. 171-172.
Fig. «7.
S¿ba$ucn iirani habtn d'fiittpr (Manlca 1501).
con cal o cual form a monstruosa, sino con el monslruo en general, en la m e d id a en que supone un «desorden» (cf supra, pp 217-21K) A u n q u e estos monstruos sean considerados como criaturas «a g ra d a b le s », divertidas, su afinidad con el Mal es implícita Sin em b argo, en los siglos X I I I y X I V este aspecto no privaba sobre los dem ás, c o m o es el caso en el siglo X V . cuando no es posible apar tar esta fam ilia de monstruos de la atmósfera de satanismo que se expande tan notablem ente. I:n este sentido, es reveladora la colec ción de h u h l e s de B r.in t; la interpretación moral, alegórica, de tales m onstruos los sitúa claramente en un mundo amenazador y (¿pro bo. L o s d ia b lo s se infiltran en el libro de Utant, c. insidiosamente, a m e did a que a va n za , lo invaden más y más. Ni la ambigüedad m la d u d a son posibles: esos monstruos se afirman nítidamente tomo m inistros de Satán (figu ra H7). M a s n o es necesario deducir que el Diablo sea sistemáticamente un m o n s tru o , el episodio de L a S a lud? en que Anlomc de l a Sale se e n cu e n tra co n un catabres. verdadero demonio encarnado, prue ba que n o es p reciso ser un monstruo para ser un demonio Un hom bre algo d e fo rm e , y sobie todo con abundante cabello, peludo, su cio y m al v e s tid o , sil ve perfectamente para el propósito, l o cómico ‘leí texto p ro v ie n e tanto de la descripción de tan pintoresco peí so••aje c o m o de la insistencia con que se mencionan los detalles ‘pie lian im p ic s io n a d o m ás al narrador l.s en particulai bien divertido r l lu e g o de a d je tiv o s p r l l u y p v l l é * , aplicados a la piel del persona (*) J u e g o d e pululo tu r n ire l'Hlu (»j>rludo>) y ju-liz (•priado») (N oli
je en cuestión, agraciado con un rico sistema piloso, y a su
vestido,
el cual, por el contrario, no es de la m ejor calidad: Y los q ue lo vim os, así, ta n m a ra v illo sa m e n te g ra n d e , m ucho mas q u e el ta m a ñ o hab itu al d e u n se r h u m a n o , q u e d a m o s m uy asom bra dos ( ...) . Y todos los q u e e s tá b a m o s ce rca d e él v e ía m o s el disforme ro stro , cu e rp o , b razos y pies q u e e s te h o m b r e te n ía . P o rq u e, en pri m e r lugar, su cab eza e sta b a c u b ie rta d e larg o s y n e g ro s cabellos mez clados con otro s blancos, q u e le lle g ab a n h a sta los h o m b ro s, sin peí n a r, sobre los q ue llevaba u n a v ieja g o rra d e la n a azu l o scuro, min p elada; la fre n te la te n ía llena d e a rru g a s; los o jo s, m u y pequeños \ hu n d id o s, el blanco d e los cu a le s e ra c o m o te ñ id o ; las cejas grandes y p eludas, con algunos p elo s b la n co s; las m ejillas, g ra n d e s y arruga das; la nariz, ancha y m uy a p la sta d a ; las o re ja s , g ra n d e s, peludas \ m uy pegadas a la ca b ez a; la b o ca e n o rm e , c u a n d o se re ía , la barba, n eg ra, c o rta , ancha y m u y p o b la d a , q u e casi o cu ltab a la boca; el cue llo m uy c o rto ; g ran d e s e sp a ld a s y b ra z o s, así co m o las m anos, mm delgadas, y las ju n tu ra s d e los d e d o s m uy p elu d as; uñas largas y gran des, con m ucha su cied ad e n tre ellas y la c a rn e ; el c u e rp o , como ya se h a d ich o , e n o rm e ; v estid o c o n un sa y o p u n tia g u d o , d e viejo paño m uy p elad o ; p ie rn a s largas y g ra n d e s en rela ció n co n el cuerpo; lle vaba calzas de c u e ro le o n a d o m u y p e la d a s ; te n ía los pies grandes \ planos ( ...) . ¿ O u é m ás p o d ría d e c iro s? C a d a v e z q u e m e acuerdo de él, m e p arece verle a n te m í109.
E l carácter diabólico de este personaje quedará confirmado por los acontecimientos subsiguientes, y todos se convencerán de ha berse encontrado con una encarnación de Satán: «en verdad era uno de los espítitus de Estrongol o de B o u lc a n »lllJ. El episodio ocurre, en efecto, en las islas L íp a ri. Este personaje, que desde el punto de vista de su constitución física no tiene nada en verdad de monstruoso, ofrece al propio tiem po una imagen que se halla en los límites de lo monstruoso, de lo sobrenatural. La exuberancia de sus cabellos, de su barba, de sus negros pelos, su descuido, sus afi nidades con «lo sucio», la desproporción de las varias partes de su cuerpo, todo im prim e su sello en la imaginación. El tamaño de la nariz, de las orejas (elem ento m uy im portante en los diablos), de la boca; la longitud de brazos, manos y piernas; la gran estatura sitúan a este personaje, inm ediatam ente, fuera de los límites de lo com ún. Resulta chocante el contraste entre el aspecto rechoncho de la parte superior de su cuerpo y la delgadez de sus miembros E n fin, las calzas le o n a d a s , «m u y peladas», form an, con el resto de su vestimenta, un conjunto infernal m uy homogéneo. Sólo le faltan rabo y cuernos, pero aún sin ellos, que harían de él un monstruo, su imagen queda profundam ente impresa en el espíritu de quienes le han visto. Podría pensarse en un grabado del siglo XV, muy sobrio y rudo, en el que aparece uno de los más impresionantes diablos a causa 109 La Salude, pp 147-150; versión B. 1,0 Ibid., p. 158. 286
f Fig. 88
de su simplicidad. Si se exceptúan sus pies (que. en todo caso, son también muy extraños en el calabrés de La Salude), este personaje no tiene nada de monstruoso. Y. sin embargo, la expresión fría y decidida, la extraña cabellera y la forma del rostro no dejan lugar a dudas por lo que respecta a su carácter y a su personalidad dia bólicas. La austera y glacial maldad de su expresión contrasta stn duda con el aspecto riente y sardónico del «diablo» calabrés: si éste es un mal picaro, aquél es un ser nada agradable. La elegancia del uno contrasta también con la elegancia del otro. Mas pese a todo, hay en ellos una comunidad de espíritu. El siglo XV, que produce formas exuberantes, alucinantes, conttnúa, al propio tiempo dando lugar a formas muy simples en que el carácter monstruoso es difu so, implícito y, pese a todo, manifiesto (figura 88). A fines de la Edad Media las nociones de lo monstruoso y de lo demoníaco se hallan tan estrechamente unidas que no es indis pensable, para representar a las fuerzas del Mal. recurrir a las for mas monstruosas. La interpenetración de ambas es progresiva a lo largo del tiempo y también dentro de los límites de una sola época, y variable, según los casos. Aparece de modo más completo en el siglo X V que en los precedentes, pero la Edad Media continúa ha ciendo que coexistan representaciones diversas, en las cuales la do sificación de los dos elementos citados noes nunca la misma. Es pre ciso admitir que si el siglo XV ha producido tantos monstruos de formas extravagantes, lujuriantes, es porque sentía placer con ellos, más incluso de lo necesario. Durante toda la Edad Media pudieron coexistir pacíficamente diversas visiones del mundo, como ya se dijo; cada una de ellas con sigue armonizar, en cierta medida, los problemas que suscita y las 287
respuestas que ofrece. Pero el monstruo medieval plantea cu estio nes que la época no ha conseguido, en verdad, resolver L a d efini ción de monstruo cambia bien poco hasta el siglo X V Í; su s re p re sentaciones evolucionan sensiblemente, pero lo esencial d e las m o dificaciones conduce a la interpretación del papel que el m o n stru o representa en el universo. La Edad Media se halla atenazada entro la necesidad de explicar el «desorden» que supone el m o n s tru o y la de creer en el postulado según el cual la Naturaleza, obra d e Dios, es perfecta, y por lo mismo ordenada de acuerdo con un sistem a im perturbable. Es preciso aceptar lo dicho por Aristóteles, para quien el monstruo se integra en un orden natural superior al percibido por nosotros, y también lo escrito por San Agustín, para q u ien el monstruo forma parte del plan divino y contribuye a la belleza del universo en tanto que elemento de diversidad. Sin embargo, para la Edad Media y sobre todo para la época final de la misma, sub siste la paradoja. En efecto, el monstruo es, de una u otra form a, fruto del pecado; nace, después de la caída, de la unión de los «lu jos de Dios» (altamente sospechosos de ser los ángeles «m alos-) ' con las «hijas de los hombres», y después del Diluvio el m onstruo proviene del hijo maldito de Noé, de Cam . cuya d e s c e n d e n c ia pa rece haber sido también atractiva para «los enemigos infernales». Sin duda, el monstruo es tolerado por Dios, a menos que nos haya sido enviado como castigo por «algunos malvados», pero no perte nece al Edén. En su M élusine, Jean d’Arras, para justificar la existencia de la mujer-serpiente, acude a David, según el cual «los juicios y los castigos de Dios son como abismos sin fondo y sin orillas, y no es pru dente el hombre que intenta comprender tales asuntos con su en tendimiento». Acude también d'Arras a Aristóteles, para quien las cosas creadas aquí abajo «certifican ser tal como son» (¡literal!), y a San Pablo, que en una de sus epístolas a los romanos prom ete algo del conocimiento de las cuestiones divinas a los «hombres que saben leer libros y dan fe a los autores que nos han precedido». Pero piensa d’Arras finalmente que «ni siquiera un hombre como Adán tuvo conocimiento perfecto de las cosas ocultas de Dios..». ; y por ello aconseja a la criatura humana no hacerse demasiadas pre guntas y contentarse con el asombro:
Í
y al m aravillarse, co n sid e ra r có m o p u e d e d ig n a y devotam ente loar y glorificar a A qu el q u e tal ju zg a y o rd e n a tales cosas a su voluntad y d eseo , sin co n trad icció n a lg u n a 1' 1. No nos corresponde a nosotros intentar comprender qué puede ser el monstruo, libertad y voluntad de Dios. 1,1 Jean d’Arras, Mélusine (Ginebra, A Steinstaber, 1478), fol 3. Se trata de comienzo del libro, inmediatamente después del «Envío» al príncipe Jean de Berrv que le había ordenado escribir esta obra.
288
VII.
L A S FUNCIONES D F
í
EN EL ALMA HUMLAM N0aNSTRUO
¿ P o r q u é se ha creído con tanta constancia en los m onstruos a través de los siglos? ¿Qué funciones cum plían en el alm a humana? ¿P o d ría el hom bre pasarse sin los monstruos, o bien hay que pen s a r q u e éstos asum en una fu n c ió n psíquica indispensable? En rela c ió n con estas cuestiones generales podem os preguntarnos también cuál es la especificidad del monstruo m edieval, y más en particular al final de la E d a d M e d ia . E n ocasiones, hay la tendencia a relegar los m onstruos occidentales a un medievo tan oscurantista como pue r il y atorm entado: el H u m a n ism o , el G ran Siglo francés, después el de las Luces y la Era Industrial, habrían elim inado tales m ani fe s ta c io n e s . La Edad Media creadora de monstruos, y con ella uno de sus más brillantes representantes en este campo, «el creador de m onstruos de Bois*íe-Duc». el Bosco, no volvieron a gozar de cierto prestigio hasta no hace mucho. Todavía se considera a esta «fabrica» de monstruos como fenómeno particular de la Edad Me dia, por no decir original y único. Sin embargo, hemos visto que tal fenómeno fue en el medievo cosa en buena medida prestada: sólo al final de aquella época la imaginación desborda todo lím ite y la originalidad se hace presente. Se piensa aún en la Edad M edia como en un tiem po enferm o, trabajalo porTas caíam7Ja~dcs7icosáüobo r las pesies; de este modo, la creación de monstruos sería una mani festación patológica. Un reflejo de tal opinión aparece en ciertos li bros de arte que comienzan o terminan su discurso sobre la Edad Media con una intención vagamente poética: para contrarrestar la imagen de un medievo en el que la m ortalidad es la de un pueblo primitivo que vive subalimentado, expuesto a todos los azotes, en condiciones lamentables1,
se le concede «el privilegio de la calidad mágica»2. Clichés seme jantes se perpetúan y se transmiten de autor en autor. 1 y ; Frates citadas por F. Cali en «L'ordre flamboyanl», pág 10.
Se habla con cierto placer del final de la E d a d M edia como de un oscuro infierno del cual los del B o s c o aparecen a m odo de un reflejo perfectamente explicable, y muchos son los que se compla cen en la visión de una época sufriente, torturada, desesperada. Las esculturas de las catedrales, por e jem plo , son comentadas a s i por F. Cali: Esculturas patéticas, se ha dicho, esculturas del su frim ie n to y escul turas sufrientes, desesperadas, que a te m o r iz a b a n a las buen as gen tes, que las miraban y las miran todavía p a ra a s o m b ra rse an te unos signos ocultos y esculpidos que se asemejan, en la m a y o ría de los ca sos. a esos cuerpos convulsos que penden de los garfios de los matarifes3. En suma, se hace con facilidad de la E d a d Media no solamente una época privilegiada en lo m ágico, sino también favorita de la monstruosidad. Mas nosostros quisiéramos m ostrar, a lo largo del presente capítulo — al igual que lo hemos intentado en los anterio res— que los monstruos «m edievales» no son únicamente el pro ducto de u n a época. Los monstruos aparecen esbozados de modo diverso, según los gustos y las civilizaciones, según los individuos) según las edades, p e r o la s v a r ia n te s s o n d e f o r m a y n o d e fondo. C o m o bien señala Riese en un estudio sobre V a n Gogh (en el cual la imaginación se manifiesta no a través de los monstruos, sino de un florecimiento de lo fantástico): el número de motivos, por grande que sea. es en verdad limitado, mientras que el sentido y la voluntad de la forma siguen siendo ina gotables en el artista4. Esta opinión, aunque manifestada p o r Riese a propósito de un pintor m uy próxim o a nosotros y sopechoso de locura, se adapta en realidad a un campo extrem adam ente am plio , el del oscuro mundo «del que brota todo esfuerzo c re a d o r»5. Los monstruos interesan aquí en tanto que criaturas de ese «os cu ro m u n d o », que ha sido explorado de m odos diversos a lo largo de la H istoria, pero entre el final de la E d a d M edia y nosotros hay ciertos elementos com unes. E l psicoanálisis, es una especie de «cue stión» m oderna, lleva, sin esfuerzo alguno, a la «cuestión» me dieval, época en que tantos desgraciados (b ru ja s, locos, histéricos, im postores, e tc.) cayeron en m anos de los inquisidores. La diferen cia radica en que, en los tiem pos m o d ern o s, el enfermo se plantea a sí m ism o la dicha cuestión; el analista ha enm udecido, o poco me nos. L a noción de cu lp a b ilid a d , que en la E d a d Media presidia la 5 4 a W 5 292
Ibid., p. 31. R V olm at, en L 'A rt psychopathologique, p. 155. cita esta opinión refiriéndose Riese, Vicenl Van Gogh in der K rankheit (M unich. Bergham. 1926) R V olm at. o p cit., p. 155.
re la ció n verdugo-víctim a, se ha desplazado; el enfermo ya no es acu sa d o , sino que se acusa a sí mismo: se siente culpable de haber v i v id o tan to tiem po con el sentimiento de culpabilidad. M . Foucault p o n e de relieve este sutil mecanismo, que al tiempo que elimina la n o c ió n de culpa en las relaciones con el analista, la reintroduce su b re p tic ia m e n te 6. E n todos los casos, lo que cuenta es la c o n f e s i ó n : co n fe sió n ante sí mismo, confesión ante otro. Es inútil recordar que en la perspectiva de la investigación al igual que en la terapia el ana lista se sirve, con preferencia, de todas las manifestaciones no ra ciona les del espíritu: los sueños, las eflorescencias de lo imagina r io , las form as artísticas en que se manifiesta más libremente el «os c u ro m u n d o » . E n este terreno, los monstruos ocupan un lugar bien h o n o ra b le . E l arte prim itivo, el infantil, el surrealista, el psicopato ló g ic o , m u n d o s en los cuales las pulsaciones más profundas se ex presan co n m a y o r libertad, ofrecen campos privilegiados para la in ve stig a ció n : todos ellos se sirven de los monstruos. El monstruo es a la v e z un m e d io de investigación del alma — ya que en él se re velan m u ch o s y auténticos secretos— y un instrumento terapéutico: p ro y e c ta r los fantasmas en un monstruo equivale a exorcizarlos, y p o r e llo , a ju zg a rlo s y a liberarse, parcial o totalmente. Los mons truos de las T e n t a c i o n e s d e S a n A n t o n i o no son «sufridos» pasiva m ente p o r el santo; esas te n ta c io n e s funcionan al modo de psicoa nálisis. E n su introducción al B o s c o , Cari Linfert considera que U n a tentación es otra cosa que la simple transcripción. la parafrásis de las opresiones morales, es una resistencia contra la realidad Tan to de un lado como del otro (...), tentador y tentado se enfrentan con la realidad. El último se lanza hacia un «ver» nuevo7 E l d o b l e m e c a n i s m o d e p r o y e c c ió n d e fa n ta s m a s y d e recrea ció n d e la r e a l i d a d q u e d a d e m a n i f i e s t o e n e l m o n s tr u o , el cual es una ma n era de v e r n la hahitualm ente no se ve y lo que quiere ver
se j T a ñ J y s r i a l y l d e s ^ ^ Además, al igual que ocurre con la te n ta c ió n , el m o n stru o no es sino un episodio de la experien cia h u m a n a , u n a de las fases por las que pasa el ser humano en bús queda de sí m is m o . T a l es el sentido de los monstruos que hallan en su c a m in o los héroes míticos: Gilgamesh, Uliscs, E d ip o ... Se e x p lic a n así la peren n id a d de los monstruos y al propio tiem po la re p e tic ió n de form as monstruosas: las pulsaciones fundamen tales d e l ser h u m a n o no son indefinidamente variables. Q ue cada época h a ya in te rp re ta d o tal o cual monstruo a su propio m odo, o que h a ya d a d o m a y o r im po rtan cia a otro, es indudable Pero lo que nos im p o r t a d e t e rm in a r a q u í es la razón de ser del m onstruo, la fu n ción en e l p s iq u is m o . E n f in , n u e s tra ú ltim a cuestión nos lleva a la eterna a m b igü e - *
* M . F o u c a lt, H isio ire de la sexualué, la volonié de savoir, p. 17 Ju ró m e B o s c h . ed ició n del «Ccrcle d'A rt». introducción de C ari L in ter!
29*
dad del monstruo, ambigüedad que la Ed ad M e d ia ha puesto de re lieve de manera particular: el m onstruo, ¿debe figurar en la lista de manifestaciones patológicas o . com o ocurre en el medievo, es pre ciso reconocer su lugar en la N o rm a de la N aturaleza y del Espíritu V La universalidad del m onstruo y el hecho de que los rasgos de individuos llamaos «no rm a les» reproduzcan m otivos monstruosos clásicos parecen conferirle un papel necesario, quizá incluso vital en la psique humana. Si el m onstruo aparece en todas las civiliza ciones, en todas las épocas, y en individuos «n o rm a le s » tanto como en enfermos mentales, es que tiene en verdad una f u n c i ó n natural Si es cierto que el m onstruo expresa pulsaciones fundamenta les, parece útil determ inar éstas. Según F re u d . y muchos otros des pués de él, estamos dom inados por dos instintos contradictorios. Eros y Thánatos. Pierra-Jean Jo u ve . en su prefacio a S u e u rs de S a n g . «Inconscient. spiritualité et catastrophe» (título que bien po dría servir para caracterizar al otoño de la E d a d Media), ve en el hombre u n a co lo n ia de fu e rz a s in sa c ia b le s, r a r a m e n te m u e v en y g iran p e s a d a m e n te c o m o c a n g r e jo s
satisfechas, que se que se defienden'.
Tales fuerzas son monstruos que se alim entan del humano:
f
corazón
Se a p re c ia n en el c o ra z ó n d e l h o m b r e y e n la matriz de su inteligen cia ta n to s insecto s c h u p a d o r e s , b o c a s m a lig n a s, materias fecales ama d as y o d ia d a s, un tal a p e tito c a n íb a l o in v e n c io n e s incestuosas un te n a c e s co m o e x tra ñ a s , to d a e s ta te n d e n c ia o b sc e n a y esta magia, p ro d ig io sa a c u m u la c ió n , e n fin. u n m o n s tr u o d el D eseo alternando c o n u n verd u g o tan im p la c a b le q u e ( . . . ) por ultimo decimos: ¿cómo es p o sib le q u e el h o m b re h a y a lle g a d o a oponer la consciencia ra cio n al a fu erza s ta n te m ib le s v d ecididas?'*.
Esta es la situación del hom bre q ue. extrayendo de su imaeinación monstruos aptos para llegar a transform arse en objetos mili cos o estéticos, crea a E ro s al tie m p o que lo condena con el sello de la deform idad: el m onstruo es. en cierta m edida, una manifes tación racional (y por lo m ism o, m arcada por Thánatos) de Eros E l conflicto insoluble entre E ro s y Th á n a to s se halla unido a la fa talidad que pesa sobre cada ser desde su nacim iento, la Culpa E l hombre lleva consigo, desde que nace, como un poder diabóli co engendrador de culpa10.*
* G allim ard. p 139. P J. Jouve estaba fam iliarizado con Freud. Conocía, en par ticular. su ensayo Au-dclá da principe de plaisir. y su prefacio se nutre de las teona> frcudianas. que reinterprcia a la luz de su propio misticismo. v Ibid . pp. 139-140 Ib id .. p 144. 294
Según Jouve. lo demoníaco es la vida misma de los instintos11, lo cual desborda ciertamente el pensamiento de Freud, pero se une con el medieval. El hombre esta marcado por la Culpa, y sus dos instintos fundamentales no pueden liberarse de tal maldición: N o se ro m p erá nunca la relación entre la culpabilidad —sentimiento fu n d a m e n ta l en el corazón humano— y la imbricación inicial de los d o s in stin to s capitales12.
la perspectiva del presente capítulo, nos parece que P -J. lleva a cabo un curioso y fructuoso compromiso entre los re del psicoanálisis y las nociones medievales, de las que él hace nociones generales. Afirma que el hombre de hoy puede ser «más g ra n d e » que el de la Edad Media o del siglo XVI «porque, herido su narcisismo, necesita tener acceso a fuerzas imprevisibles»*'3, y, sin embargo, estas nuevas fuerzas que le ayudan a dar nombre a sus monstruos interiores, a reconocer su origen y su naturaleza, no le sirven para acabar con su sentimiento de culpa... Lo cual debe ría ser, precisamente, uno de los logros de tal operación. Como su braya Jouve, el siglo XX comparte con ciertas épocas de la Edad M e d ia un instinto de c a tá s tr o fe (Jouve no habla sino del año 1000, pero tam bién los siglos XIV y XV se incluyen sin problema en tal p erspectiva): instinto que impide al ser humano beneficiarse de esas fuerzas, que podrían liberarle y hacerle progresar Jouve ve al hom bre en una de esas fases de la civilización en la que En Jo u v e cursos
la psiconeurosis del mundo ha llegado a un punto tal que puede ha cer temer en el suicidio14. Idea que coincide con la de los movimientos apocalípticos de la E d a d M e d ia , p o r lo que se refiere a la creencia en una catástrofe inm inente. Se resuelven así todas las tensiones, tienden, en efecto, a resolverse con el triunfo de Thánatos,
en uno de esos cambios pnmarios que atañen al aspecto de todo lo existente: destruir el bien con el mal. hacer desaparecer al hombre a l t i e m p o que la Muerte le ilumina15. Se trata de una situación que Jouve ve en nuestra época, y que según nosotros, es también la del siglo X V ; vemos en la Inquisi ción, en la caza de brujas, una caza de monstruos, la bruja, una vez ilustrada acerca de lo monstruoso que ella encarna, debe ser destruida, aunque se arrepienta, aunque reconozca su culpa; no hay perdón en este m u n d o ... La sociedad no podría contentarse con re11 Ib id ., p. 141. 12 I b id ., p. 140. 13 ¡b id , p. 141 14 y 15I b id .. p 143.
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conocer y n o m bra r su E ro s transform ado en algo m onstruoso, y cre yendo salvarse al destruir la b ru ja , pierde las posibilidades de ac ceder a su propia verdad. E l análisis de Jo uve tiene sobre el de F re u d la ventaja de ser poé tico. T ie n e tam bién el m érito de establecer un nexo entre dos épo cas igualm ente atorm entadas y sem ejantes en numerosos aspectos D e ahí partirem os nosotros hacia «e l continente n e g ro »1'1 de la sexualidad, una de las formas de E ro s de la cual se han apoderado los m onstruos. N o s servirá de referencia el análisis del símbolo sexual llevado a cabo por F re u d . Ese continente se halla ocupado esencialmente en la E d a d M e d ia , p o r la m u je r, y por la forma más m onstruosa de la m u je r, la b ru ja . C o m o se indicaba en las páginas iniciales del presente capítulo, buscarem os en el m onstruo el aspec to patológico que se le atribuye ha b itua lm e nte : los dibujos de los enferm os mentales y la form a en que son u t i l i z a d o s por esos enfer m os para su propia terapia, nos revelarán algunos mecanismos uti lizados am pliam ente por los creadores de m onstruos, enfermos o
no.
_
D gsde— tiempos m uy antiguos la /sexualida ID está rolarinn.uh con lá"monstrunsi5ad~\la esfinge 1' es un e je m p lo tan ilustre que ha dado ocasión a innum erables co m e nta rio s, e incluso ha proporcio nado al psicoanálisis su « c o m p le jo » más célebre. Las divinidades de la fecundidad tiene en ocasiones elem entos m onstruosos, como las diosas-m adres. Frecuentem ente polim astas (la D ia n a de Efeso. por e je m p lo 1 18) , o bien se hallan dotadas de atributos viriles, como 7 6 M o u t, diosa egipcia con cabeza de b u itre , que reúne características sexuales masculinas y fem eninas19.
16 Lascault (Q uinta P arte, capitulo I) utiliza en el su b títu lo la expresión «el con tinente negro de la sexualidad fem enina», fórm ula tan vaga com o ambigua, pues se trata más bien de cóm o los hom bres ven la sexualidad de la m ujer 17 Se sabe hasta qué punto este m onstruo se halla unido a las andanzas de los héroes por los cam pos de la sexualidad. L a am bigüedad sexual de la esfinge (la grie ga es vinl por su cuerpo de león y fem enina p o r su cabeza y pecho) tenderá a dis m inuir en el O ccidente cristiano en favor de in terp retacio n es más unívocas, que ha rán de ella uno de los sím bolos de la lujuria: «E n el R enacim iento, se creia que la esfinge de G izeh representaba la h etaira R odopis; A lciato veía en la esfinge la vo luptuosidad. y su com entarista M inos precisa q u e. al igual que la esfinge, la volup tuosidad está al principio llena de dulzu ra, p ero es am arga y triste cuando se la ha g ustado » (G . L ascault. op. cu .. p 295). 18 G . D uran d . op. c u ., p 296. 19 S F reud. «U n souvenir d'en fan ce de L éo n a rd de Vinci». en Auswahl aus Freuds S ch n ffte n . p. 55: «su cuerpo, cuyos pechos caracterizan como femenino, tie ne un m iem bro vinl en erección» F reu d rec u erd a {ibtd . p. 55) que tal particulari d ad no es exclusiva de M out. sino qu e ap a rece tam bién , episódicam ente, en lsis. en H a to r y «en o tras divinidades egipcias, com o N eiih de Sais, que se transforma des p u és en la A ten e a griega», y que caracteriza asim ism o a «muchos de los dioses grie gos. en particular del ciclo de D ionisos. p ero tam bién a A frodita, reducida pronto al p apel único d e diosa fem enina del A m o r. Los m itólogos pueden también internar explicar este hecho el falo que ap a rece en el cu e rp o fem enino debe significar la fuer za cre ad o ra y p n m itiv a de la n atu ra lez a (.-..). sólo la unión del principio masculino y del principio fem enino rep rese n ta d ig n am en te la perfección divina». 296
D iv e rs o s monstruos pueden asociarse con los simbolismos de la fe c u n d id a d : los animales emparentados con la serpiente; los drago n es, q u e incluyen el simbolismo de los cuatro elementos20. Son se res q ue en la m itología cristiana están relacionados con la sexuali dad, y encargados de una misión maléfica. En el A p o c a lip s is ( X I I . 1 -7 ) aparece un dragón con siete cabezas, «aquel dragón des c o m u n a l, aquella antigua serpiente, que se llama diablo, y Satanás» ( X I I . 9 ) , q ue intenta destruir a la Mujer (la Virgen) que acaba de tra e r al m u n d o a su hijo (Cristo). Este Dragón es una de las mani festaciones de la Bestia, la R a m e r a (X V I !. 15), símbolo de la impu ra B a b ilo n ia , con la que «los reyes de la tierra estuvieron amance b a d o s » ( X V I I I . 3 ). La Bestia aparece caracterizada y estigmatizada co n p a la b ra s tom adas del léxico sexual; la sexualidad es señalada y c o n d e n a d a en los monstruos que la representan: el mecanismo g ira so b re sí m ism o . O tra ilustración de este eterno combate entre la lu ju r ia y la virg in id a d la constituye el mito del unicornio, en el que a p a re ce u n o de los aspectos de esta lucha. L o s m o n s tru o s viriles, como faunos, silvanos, sátiros o centau ro s, son ta m b ié n sím bolos de una sexualidad desmedida. En la A n tig ü e d a d tie n e n un sentido orgiástico, sobre el cual la Edad Media lanzó su a n a te m a . L o s «hom bres salvajes» pueden revestir tal ca rá cte r y s im b o liz a r asimismo la lubricidad. En un fragmento de su d e s crip ció n de G r e c ia , Pausamas se refiere al viaje de una nave he lena p o r unas islas m al afamadas y pobladas por gentes peligrosas; L o s m a r i n e r o s d a b a n a estas islas el nom bre de Satíndas Sus habi t a n t e s s o n d e c o lo r r o jo y tienen colas casi tan largas como las de lo s c a b a l l o s . C o r r ie r o n h acia la nave tan pronto como la vieron. Sin l a n z a r u n s ó lo g r ito , se a b a la n z a ro n sobre las m ujeres del barco Los m a r i n e r o s , a t e r r o r iz a d o s , a c a b a ro n por arro jar a tierra una m ujer sal v a j e . L o s s á t i r o s n o s o la m e n te la violaron al m odo habitual, sino que a b u s a r o n t a m b i é n d e c a d a p a rte de su cuerpo21.
El d e m o n io m e d ie v a l ofrece una semejanza notoria con los fau n o s -ce n ta u ro s d e la A n tig ü e d a d ; de él dice el M a lleu s que tie n e n u n a f u e r z a n a tu r a l q u e sobrepasa iodo poder corporal, tal que
no puede compararse con ninguna potencia terrenal (.. )22* . L a p r im e r a d e estas afirmaciones se adapta sin problemas a los m o n stru o s a n tig u o s . E sa «fu erza natural» supra-corporal aparece, en el c ris tia n is m o , teñ id a de lo sobrenatural y demoníaco Reto" G D u r a n d , o p c u , p. 367: «en las culturas paleo-orientales y mediterráneas, la se rp ie n te to m a a m e n u d o el lugar del falo: asi. Príapo aparece a veces bajo for mas d e o fid io . U n a u n ió n m ística con la serpiente estaría en la base ntual de los mís ten o s d e E le u sis y d e la G ra n M adre». . P a u s a ma s , D esc rip c ió n d e Grecia, I XXIII 6. 6. 7; atad o por F Ttnland en L H o m m e s a u v a g e , p. 32. M a lle u s, p . 331
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m ando la idea de C asiano, p a ra q uien ex isten « ta n to s espíritus im puros com o en el hom bre hay deseo s (p e rv e rso s) », el M al leus in cluye a los sátiros y c riatu ras se m e ja n te s e n tre los dem onios: Los peludos, dice la Glosa, son hombres de los bosques; hirsutos, íncubos, sátiros, un género de demonios24. Según San Isidoro, «íncubos viene de “ ac o sta rse en cim a d e ” , es decir, violar*»25. C on scien tem en te, el M alleu s tra d u c e lutinos y fa u nos por íncubos: y así los galos los llaman lutinos, porque realizan a menudo tales ac tos impuros; el comúnmente llamado íncubo, los romanos le dicen fauno-con-higos26. Se unen así todas las tradiciones. Sin e m b a rg o , estas fuerzas de la N aturaleza, estos m onstruos im p u ro s, n o son los m ás agresivos; para el Malleus son «chocarreros y b u rlo n e s» , les gusta de m odo es pecial «gastar brom as» y «reirse de los d e m á s» 27. E n comparación ^ con los dem onios que a to rm e n ta n «los c u e rp o s d e los posesos»28. I aquéllos, que se co n tentan con « m an ch ar» a los seres hum anos, en la noche, «con el pecado de la lu ju ria» , su p o n e n un mal de menor categoría. Este tipo de m o n stru o p u ed e lleg ar a ser m ucho más terri ble cuando presta su apariencia a uno de los m ás aborrecidos en la E dad M edia, el A nticristo. E n e fe c to , se ñ ala N . C o h n que el An ticristo «ha sido asim ilado tam b ién a la re p re se n ta c ió n del hombre salvaje»;
J
Como ha mostrado el Dr. Pernsheimer en su ensayo, el hombre sal vaje de la demonología medieval era un monstruo dotado de poder érotico y destructor, un espíritu de la tierra primitivamente relacio nado con la familia de Pan, de los faunos, sátiros y centauros, pero transformado en un demonio espantoso29. El A nticristo tiene com o se rv id o res a las g ran d es pasiones: D ivitia, A varitia, L uxuria. R e c u e rd a N. C o h n q ue esto s personajes fi guran en la esquina inferior d e re c h a del p ó rtic o de Moissac: el Lu cro «aparece com o un d e m o n io v a ró n , m ie n tra s q u e la Lujuria está en carn ad a por la M u jer con s e rp ie n te s, un dem o n io ctónico y re p resentación visual del d e seo » 30. A sí pues, la L u ju ria se e n c arn a ta n to en m onstruos masculinos com o fem eninos, y tam b ién bisexuales. Y a h em o s visto que los dia blos del final de la E d ad M edia e sta b a n a m en u d o provistos de se nos de m u je r; no d e ja de ser cu rio so q u e un p in to r del siglo XVII q u e se creía poseído p o r el d e m o n io d e scrib iera un diablo en todo 23 Ib id . p 330. 24 y 25 y 26 Ibid., p. 167. 27 y 28 /bid., p 331. 231 N Cohn, Les fanaiiques de l'Apocalypse. ilustraciones Plancha I el Papa apa rece representado con los rasgos del Anticristo, según Melchior Lorch 30 N Cohn. op. cit , p 94 298
s e m e ja n te a los recien m encionados. Freud ha estudiado este caso u tiliz a n d o los docu m en to s de los exorcistas con los cuales el c itad o p i n t o r tu v o c o n ta c to , así como el diario personal del in teresad o : O tro detalle de las relaciones del pintor con el diablo nos lleva de nuevo a la sexualidad. I . a primera vez ve al Diablo (...) bajo la apa riencia de un honorable burgués Pero desde entonces el Diablo apa rece desnudo, deforme, y con pechos de mujer Tendrá en ocasio nes un par, en otras varios, pero los pechos femeninos no faltarán ya en ninguna de las apanciones. En una de ellas, el Diablo llevará e n tre los pechos un enorme pene terminado en forma de serpiente'1 A ñ a d e F re u d q u e los pechos en cuestión son «voluminosos y col g a n te s » : es ju s ta m e n te el caso de las representaciones medievales, y e n e s p e c ia l el de los dem onios de D urero (figuras 89 y 90). L o s m o n s tr u o s bixesuales ponen sin duda de manifiesto fantas m a s q u e n o son exclusivam ente m edievales: tienen antecedentes en la A n tig ü e d a d , y te n d rá n una descendencia de la que hemos visto u n e je m p lo e n el caso m encionado por Freud. S in e m b a r g o , los diablos con pechos de m ujer aparecen a Fines d e la E d a d M e d ia , es d ecir, en una época en que, cada vez más. el s im b o lis m o fe m e n in o se carga de culpabilidad, de maldición. Sin d u d a p u e d e e x p lic a rse la aparición de estos m onstruos gracias a la in flu e n c ia d e l a rte c h in o y tib e ta n o 12. pero si han gozado de una for tu n a ta l e s p o r q u e h an llegado al punto apropiado para encarnar u n a f a m ilia r id a d sie m p re m ás acuciante. La m ujer, y progresiva m e n te la b r u ja , a c a b a rá n siendo m onstruos; esta evolución llega a su a p o g e o a fin e s de) siglo X V , y se m anifiesta con claridad en uno d e lo s p r im e r o s m a n u a le s inquisitoriales, el Malleus Maleficarum ¿ P o r q u é e s la m u je r la encargada de expresar todos los tem o re s r e la c io n a d o s c o n la sexualidad? Parece que cada sexo puede ver e n e l o p u e s to u n « m o n stru o » , o al m enos un objeto que inspira’ te m o r. P e r o e n las so c ie d a d e s en las que es el hom bre quien esen c ia lm e n te m a n if ie s ta su pensam iento, quien escobe, quien actúa, e s te t e m o r tie n d e a e x p re sa rse en un sólo sentido. E n e l sig lo X III y según B runeto L atini, el A m or se traduce en un s ím b o lo m a lé fic o , la sire n a . En las sirenas de B runeto. en efec to , se c o n f u n d e n d o s trad icio n es legendarias, la de la sirena-pájaro g r e c o - r o m a n a y la d e la sirena-pez céltica, de ahí que estas «m ere tric e s » , c o m o las lla m a B ru n e to , ofrezcan muy ricas posibilidades d e i n te r p r e ta c ió n : y dice la historia que tienen alas y uñas como representación del a m o r, q u e vuela y hiere; y que habitan en el agua porque la lujuria nace de la h u m edad31. F re u d . o p c it... «U ne névrose obscssionnelk au XVllIe siécle*. p 246. ^ C f supra. capitulo VII. nota 106 Jeux et saptences du M oyen Age. p. 780
299
Fig. 89.
A lberto D urero: La bajada de C nsio a los infiernos (detalle)
E s ta a fin id a d d e la « lu ju r ia » c o n e l m u n d o h ú m e d o del interior d e l c u e r p o h u m a n o , c o n la « h u m e d a d » f e m e n id a , q u ed a subrayada a q u í c o n u n a s e n c ille z m a g is tr a l. A f in id a d ta n v ieja com o el mun d o , y ta n f a s c in a n te c o m o te m ib le d e s d e los o ríg e n e s: ¿cómo exor c iz a r e l m ie d o s in o d e s a c r e d it a n d o la c a u s a d e ese m iedo? Consi d e r a r c o m o im p u r a a la m u je r s ig n ific a tr a ta r la com o a un mons tr u o : r e le g a r la al lu g a r e n q u e se la p u e d e a c u s a r, juzgar, eliminar. C u a n d o se d e s a r r o lla e l m ito d e la b r u ja , la s o c ie d a d medieval con s ig u e p r o y e c t a r su t e m o r a la m u je r , su te m o r a la m uerte, en una im a g e n ú n ic a m e n te m a lé fic a d e e s a m is m a m u je r: sirve de chivo ex p i a t o r i o p o r t a d o r d e t o d o s lo s m ia s m a s d e la so cied ad . 300
Fig. 90
La bruja encarna el aspecto nocturno de la mujer: se comu nica con el mundo de Allá Aba jo y copula con el demonio (fi gura 91); de esta unión con el m onstruo ctómco nacen otros m onstruos. En las orgías noctur nas del sabbat se llevan a cabo todas las perversiones, parodias del acto sexual y simulaciones invertidas del coito natural. Mas la m u je r, para ser impura, no necesita del concurso del diablo, la repetición regular del ciclo m enstrual la señalaba, en la tra dición hebraica, como natural m ente (si bien de modo provi sional) im pura. Paré se apoya en la au to rid ad del profeta Esdras c^ an d o escribe que las m ujeres manchadas por la sangre m enstrual engendra rán monstruos (...). En con clusión. es algo sucio y bár b a ro te n e r relaciones con una m u je r m ientras se purga btt,bl* P a ré .
op.
c u .,
capítulo 1H, P P ^ '
Fig 91
Ta! idea es común a muchas civilizaciones. Pero la brutalidad lapi daria de la frase citada tiene algo de prim itivo, de arcaico La s o la idea de que la mujer «se purga» en tal ocasión parece indicar qui se purifica así de una impureza natural que radica en su propio ser. antes de transmitirse a su sangre menstrual. En cuanto a los térmi nos utilizados para calificar a esa sangre, «viciosa, sucia y corrom pida»34, sorprende por su virulencia. O tras expresiones, no menos violentas, ofrecen una curiosa mezcla de repugnancia y de poesíalos menstruos son ponzoñosos, y las m ujeres que tiene casi ponzoñosas3536.
s u s f lo r e s
son
En suma, impura por naturaleza, hay m om entos en que la mu jer está predispuesta a engendrar, en su propia ponzoña, mons truos. Poco falta para que ella sea, periódicam ente, casi monstruo sa. El Malleus va más lejos, y hace de la m ujer un monstruo Tú no sabes que la mujer es una quim era, pero debes s a b e r lo . Este monstruo reviste una triple forma: se engalana con el noble ro stro del león resplandeciente, se ensucia con un vientre de c a b r a , se arma con la cola venenosa del escorpión. Lo que significa: su a s p e c to es hermoso; su contacto es fétido; su com pañía, mortal (...) M e n tiro s a por naturaleza, lo es también por su lengua; hiere al t i e m p o q u e en canta. Por lo que la voz de las mujeres se compara c o n el c a n to de las sirenas, que con dulce melodía atraen a los que p a s a n y los matan*.
El Malleus, sin duda, se basa en la tradición37. Pero con expresio nes tales, va más lejos que la simple banalidad de las figuras reto ricas: la mujer mata insidiosamente a quienes encanta. Es, según el Malleus, «el signo de la concupiscencia»38, y como tal, es conside rada por el Eclesiastés como más mortal que los propios monstruos. Quisiera meior habitar con un león o con un dragón que jer malvada39.
c o n u n a m u
La «buena mujer» no está exenta de la maldición: como todas ellas, está también «sujeta a la pasión carnal»40, lo que de modo irreme diable hace de ella motivo de suciedad y de caída: 34 I b i d , p
6.
” I b i d , nota 16 de Jcan Céard, p 152. 36 M a l l e u s , p. 207. 37 Fulgencio hacía del amor un monstruo encarnado en la Quimera tema tres cabezas para representar los tres estadios amorosos (comienzo, desarrollo, final), una parte de león por la violencia de la pasión que domina al alma, parte de cabra por su inextinguible sed de lujuria, parte de dragón por el veneno del pecado que inocula a sus víctimas (Lascault, o p . a l . , p 295). 38 M a l l e u s , p. 208. 3W I b i d . , p. 202 40 I b i b . p. 201 302
H e
a q u í l o q u e p r o v o c a ias la m e n ta c io n e s d e l E c le s ia s té s y d e la I g l e
s ia
( ...)
e lla
H a llo
que
la m u je r es m á s a m a rg a q u e la m u e r t e ,
porque
e s u n a t r a m p a y su c o r a z ó n u n a re d . y sus b r a c o s c a d e n a s ( . . . )
M as
am arga
m u e r te
que
la
muerte, esto es, que el diablo, cuyo
nom bre
es
( p e s t e ) , s e g ú n e l A p o c a l ip s i s ( V I 8 ) ( . . . ) . L o s h o m b r e s , e n
los viento que
e f e c t o , n o s o n s o la m e n t e c a u t iv o s d e sus d e s e o s c a r n a le s , a u n q u e ven
y
los
c o m p r e n d e n , a tr a íd o s p o r su r o s tr o ,
que
es u n
a b r a s a , y s u v o z . q u e es u n a s e r p ie n te q u e s ilb a , s e g ú n S a n B e r n a r
do;
p e ro
t a m b i é n s e d u c e n g ra c ia s a lo s m a le fic io s d e in n u m e r a b le s
h o m b r e s y b e s t ia s ( . . . )4
M á s a m a rg a que la muerte es la mujer, según el Eclesiastés, peor q u e el d ia b lo , tal como la volvemos a encontrar en el Malleus. mons tru o s d e los m onstruos, si se toma la expresión al pie de la letra. E s la m u je r la que reúne y contiene en sí toda la monstruosidad del g é n e ro h u m a n o , porque sólo ella asume esta vocación maléfica, de la c u a l, m ilagrosam ente, el sexo masculino está preservado: B e n d ito sea el Altísimo, que. hasta el presente ha preservado al sexo m a sc u lin o de tal plaga. El. que. en efecto, ha querido nacer y sufrir c o m o v a ró n 42.
¿ P o r q u é la m ujer es en tal grado maldita? Es ella quien ha ong in a d o el p e c a d o , ella ha sido la causa de la Caída Este pecado ori g in al p a re c e ser la consecuencia de una afinidad natural de la mu j e r c o n la lu ju ria ; es como si tuviese unos apetitos carnales tan des m e s u r a d o s q u e el hom bre fuese incapaz de saciar: T o d o s e sto s asuntos [de brujería] provienen de la pasión camal, que e s [e n e sta s m ujeres) insaciable Como dice el Libro de los Prover b io s: tre s cosas hay insaciables, o más bien cuatro, que jamas dicen « b a s ta » ; el in fierno, la matnz de la estéril y la tierra que nunca se sa c ia de a g u a ; adem ás el fuego, el cual nunca dice -basta- Para no s o tr o s . a q u í: los labios de la matriz Por lo que para satisfacer su pa s ió n , e s a s m u je re s «retozan» con Jos demonios4-5
N o p o d r ía o fre c e rs e una imagen más angustiosa y realista («los la b io s d e la m a triz » ) del sexo femenino. Los términos de la compara c ió n s e ñ a la n su ficien tem en te el miedo ante la posibilidad de no po d e r s a tis fa c e r a la m u jer («saciar la tierra») o de ser devorado por su s e x o («el in fie rn o » ), de ser consumido por el fuego sexual. L a s m u je r e s m ás proclives a la brujería son las «adúlteras y for n ic a d o ra s » , las «m ás infectadas»45 de lujuna; sus poderes se ejer c e n d e m o d o esp ec ial en la «capacidad genital»: L a s b r u ja s p u e d e n hechizar la capacidad genital hasta el punto de q u e e l h o m b re sea incapaz de copular y la mujer de concebir*6 41 Ib id ., p. 208. 42 y 434 Ib id .. p 208 44 Ib id . p. 223. 45 Ib id .. p. 209 4ft ib id ., p 356.
Mas los poderes de las brujas alcanzan no sólo al acto sexual e n particular, a la impotencia que pueden causar en el hombre, s in o también al acto genital en general: el coito es estéril. En tal opor tunidad. el hombre fracasa, y en los diversos actos sexuales; q u e d a reducido a la nada, amenazado por la m uerte tanto en su cuerpo da impotencia es considerada así como una forma de muerte) como e n la especie, pues no puede reproducirse. ¿Por qué las brujas t ie n e n tanto poder sobre la sexualidad?: S an to T o m ás, tra ta n d o del i m p e d i m e n t o m a l é f i c o i \ de las razono po r las cuales D ios p e rm ite un m a y o r p o d e r d e hech izo sobre los ac tos v enéreos q u e so b re o tro s ; es p re c iso d e c ir, ig u a lm e n te , que son las m u jeres m ás in fectad as las q u e se e n tre g a n a ta le s actividades D ice, en efecto , q u e la c o rru p c ió n p rim e ra d el p e c a d o , por la cual el h o m b re ha lleg ad o a se r esclav o d el diablo', se n os ha transmitido po r la vía gen ital. P o r l o q u e D i o s p e r m i t e a l D i a b l o e j e r c e r un poder m a lé f ic o
m a y o r so b re e sto s a cto s q u e s o b r e
o t r o s ' 1** .
Es sabido que la impotencia proviene, en parte, de esta c r e e n jeia primitiva, arcaica, en la posibilidad que tiene la mujer de repe tir «indefinidamente» el acto sexual. El hom bre se sentiría así c o m o absorbido, desecado de sus jugos vitales: dentro de la m u j e r , p u e de quedar como aniquilado. Lo cual coincide con la referencia q u e el Malleus hace a los apetitos sexuales «insaciables» de la mujer. Se gún el principio de bipolaridad del placer, la m ujer tiene ( d e s d e el punto de vista masculino) tanto el poder de dar placer c o m o de ne garlo; es por ello por lo que las brujas pueden ejercer s u i n f lu e n c ia sobre el acto sexual. Hay ahí, quizá, un resto de mentalidad a r c a i ca: la primera imagen de la m ujer es, para el ser humano en g e n e ral, la madre; la madre todopoderosa; «la giganta de la n u r s e r v » ' . como dice Jung; la madre que concede o niega el alimento; la m a dre que puede ser dulce o agresiva; la m adre, que imponiendo su ley a las necesidades biológicas de la lactancia, «tortura», e s to es, causa la misma angustia que la m uerte. El poder que la mujer ejerce sobre el placer e s también u n p o der sobre la vida: igual que puede rehusar dar aquél, p u e d e im p e dir la reproducción. Y así, la bruja es capaz de hacer que la s m u jeres no conciban: la imagen de la M ujer Fecunda se d e s d o b la y se une a la de la M ujer D estructora, esterilizadora, la de la m a d r e m a l vada, la de la madre asesina. La bula de Inocencio VIII r e ú n e t o das estas fobias y resume los siete m étodos (número que n o e s c a sual) «para infectar m ágicam ente e l acto v e n é r e o y e l fe to concebido»49:
47 En itálicas en el texto. I b i d , pp 209-210 * En inglés en el original (Nota del T raductor). 4V I b i d . p 209. Las palabras en cursiva, aparecen en itálicas en el texto **
304
,
\
»
P r im e r a , llevando el espíritu de los hombres a un am or desordenad o , s e g u n d o , impidiendo su poder de procreación; tercero, escam o t e a n d o el m iem bro propio para e! acto; cuarto, transform ando m á g ic a m e n te a los hom bres en animales varios; quinto, impidiendo la f e c u n d ia d de la m uier; sexto, provocando abortos, séptimo, ofrecien d o los n iñ o s a los demonios. Todo esto sin olvidar los diversos daños c a u s a d o s a los anim ales o a las cosechas, de lo que hablarem os d e s p u é s , p o r el m om ento, damos nuestro consejo acerca de Jos d a ñ o s c a u s a d o s a los hombres*" E s t a ú l t i m a f ra s e e s p a rticu la rm e n te indicativa del papel m ito l ó g i c o q u e e n d ic h a b u la se atribuye a la m ujer; ella es. en prim er l u g a r , la G r a n D io s a . M a gna M ater, señora de la tierra, de las c o s e c h a s . d e la F e c u n d id a d de los anim ales; diosa que puede ser b e n é f i c a o m a l é f i c a , c o m o o c u rre en tantas civlizaciones Eros y Thán a t o s a p a r e c e n in d is o lu b le m e n te unidos. El culto de Cibeles pone d e m a n i f i e s t o p e r f e c ta m e n te estos d*s grandes instintos; «de una f o r m a c a s i d e l i r a n t e » sim b o liza «los ritm os de la m uerte y la fecun d i d a d , d e la f e c u n d i d a d p o r la M uerte» x. L a s g r a n d e s d io s a s o rie n ta le s del A m or son tam bién las diosas d e la m u e r t e , d e la g u e r r a . E n la leyenda de Gilgam esh. cuando Isht a r le d i c e a a q u é l v e n a m i. G ilg am esh ; sé mi esposo, dame la semilla de tu cuerpo'2. G ilg a m e s h re sp o n d e:
¿ Q u é s e ra de m í? Tus amantes dicen de ti que e r e s c o m o u n a hoguera que arde en el frió. .s3. I s h t a r n o t o m a u n a m a n te sino para destruirlo aceptar su am or s ig n i f ic a , f a t a l m e n t e , la m u e r te ; rechazarlo, condenarse a idéntica s u e r t e . E l r e c h a z o d e G ilg a m e s h se traduce en siete años de sequía, la m u e r t e d e i n n u m e r a b l e s jó v e n e s, «la confusión d e c e n te s, los de a q u í a r r i b a c o n lo s d e las p ro fu n d id a d es inferiores»- . y. en fin. la m u e r t e d e l h é r o e E n k i d u . el h o m b re que podía dominar a los m o n s tr u o s y a l a s f u e r z a s d e la N a tu ra le z a , el m ejor amigo de Gilgam e s h ; s u d o b l e , p o r a s í d e c irlo L a E d a d M e d i a d o t ó a la b ru ja de esa misma potencia sexual, u n id a a u n a F u e r z a d e s tr u c to r a capaz de herir el corazón m ism o de la v i d a . L a b r u j a , n o s a tis fe c h a con hacer estériles a hom bres y m u je r e s , l l e v a a c a b o t a m b ié n el asesinato de niños recien n acidos- el M a lle u s a c o n s e j a la m a y o r d e las desconfianzas con respecto a las » M
/fc't/.. p. 2 0 9 . L as p a l a b r a s e n cursiva, aparecen en itálicas en el testo
. , tJ ,c ,io n n a tr e des sy m b o /e s. artículo C\b*lt p 271. La cursiva también en el texto o rig in a l m («L es óditcurs francais réums», Parts), p 5 *“*
p . 59
pulieras, yu que éstas pueden ofrecer el recién uncido ni demonm o bien matarle mediante in aplicación de ciertos ungüentos y i.mi bien con otros m étodos": Asi, en la diócesis de Hasilea. en la ciudad de Timón, u n a h n i|a «|m fue quemada confesó haber matado mas ile cuarenta n iñ o s del siguiente: una ve/ salidos del claustro materno, les clavaba una agu ja en la cabeza, con la que les atravesaba el cerebrov\ Tales prácticas podrían compararse con otras que c o n s i s t í a n c u utilizur las hostias de muñera «elimina!»: habiendo una bruja t o m a do la comunión, se sacó de la boca «el cuerpo de Cristo», s e lle v o la forma a su casa y la metió «en una olla en que guardaba un s a p o » , olla que escondió en el establo. Pero un cam pesino que pasó por allí, escucho una voz. como la de un niño que llorase'7. Informadas las autoridades, toman nota do ello, sin saber «que el Cuerpo del Señor estaba ahí escondido». Mas la bruja es por fin apresada y su crimen descubierto. No son las brujas las únicas en jj dedicarse a tales menesteres; también los judíos profanan las h o s tias, las ensucian, las pisotean, las agujerean, las destrozan; t o d o lo cual atestiguan
I
las innumerables narraciones en que aparece el Niño Jesús, sangran do y gritando de terror, surgiendo de la hostia torturada'8. Estas historias, en fin, están relacionadas con la c u e s t i ó n d e la práctica de la circuncisión, uso q u e dio lugar a la p e r s i s t e n t e le y e n da según la cual los judíos se entregaban durante sus r e u n io n e s , asambleas u orgías, al asesinato de niños. En la Chromca Mundi de H. Schedel aparece un grabado con una escena de circuncisión especialmente impresionante: u n n iñ o se debate en medio de un grupo de judíos; uno de estos aparece ar mado con un enorme cuchillo, con el que amenaza el sexo del niño: la misma desproporción del cuchillo esgrimido indica c o n clari dad la fuerza obsesiva de esta obsesión. No se crea que al hablar de los judíos nos alejamos del m u n d o de la mujer. En efecto, F. Raphaél ha demostrado que «la c o lu s ió n del Judío, de la Mujer y del Diablo» es «una constante de la m e n talidad medieval»59. La persecución de judíos y de brujas s o n dos *• " M a l l e u s . p 326. Las brujas pueden trasladarse mágicamente de un lugar a otro «gracias a ungüentos hechos con niños asesinados antes de ser bautizados» M a l l e u s . p. 404. •7 I b t d . p 353. ' H N. Cohn. o p c u . , p. 79. w R e v u e d e s S c i e n c e s S o c i a l e s d e l a F r a n c e d e l ' E s i (1972)- F Raphael. «Le Ju.f dans l'A rt Médiéval», p. 38. 3 06
m o d alu l.K lrs d r iin,i snl.i tol>i¿i rl Judio rs «la verdadera e n c a rn a ' c lo n d e l <11.• ( »l«>.. , y |.i Mujer, l.i ( omp.inrra favorita dr éste M ju tlío L astra y asesm.i runos, la funja fíate impotente al hom bre, re tim e los niieiiibios viriles y mata a los limos reden nacidos; esa scm i- m u c r tc q u e es la r astrar n'ui es, a mcrnnlo, símbolo de la m uerte to ta l, e n el pleno sentirlo riel término'’1 I,a castració n rjue llevan a cabo las brujas no es solam ente un a c to sim b ó lic o rjue se manifiesta en la impotencia; como se vio en la ya c ita d a bula ele Inocencio VIH, el tercer método «para infectar m á g ic a m e n te el acto venéreo» consite en «escamotear el m iembro p r o p io p a ra el acto» I I Malleus se detiene con morosidad en esta c u e s tió n y vuelve a ella con frecuencia; así en la cuestión IX de la P r im e ra P a rte ; «¿Pueden las brujas encañar hasta el punto de h a c e r c r e e r q u e el m iem bro viril ha desaparecido o se ha separado del c u e r p o ? » R esp u esta: los dem onios pueden «realmente hacer desa p a r e c e r d ic h o m iem bro o cualquier otro;» las brujas «no siempre»; e n to d o c a so , si pueden «restituirlo». Por lo tanto, acaso ellas no lo « e s c a m o te a n » en verdad62. Menos matices ofrece ya el capitu lo V II d e la S egunda Parte, primera cuestión principal: -D e cómo las b r u ja s sa b en hacer desaparecer el miembro viril de los hom b re s» . S e g u n d a cuestión principal, capítulo IV. «De los remedios p a r a los h o m b re s que por maleficio son privados de su miembro vi ril ( ...) » . Si bien el inquisidor es de la opinión de que se trata de u n a ilu sió n d iab ó lica, no puede evitar la ocasión de hablar de las b r u ja s q u e a veces reúnen gran número (veinte o treinta) de miembros viriles y los esconden en los nidos de los pájaros o los guardan en cajas, y los tratan como si estuvieran vivos, dándoles de comer avena^ otras cosas, según algunos que lo han visto y es opinión establecida63 R e s u lta in te re s a n te relacionar lo anterior con Jos falos alados de la tra d ic ió n h e le n ística , que Lascault clasifica entre los monstruos ( re p r o d u c id o s e n la pág. 382 de su obra ya a ta d a ), y que para él r e p r e s e n ta n « q u izá un m edio de exorcizar el miedo de la cas tra c ió n » . C u r io s a m e n te , es posible constatar que entre las precauciones q u e e s p re c is o to m a r m ientras se procede a la tortura de las brujas fig u ra la s ig u ie n te : A feitarles el pelo y el vello de todo el cuerpo: (...)lle v a n amuletos supersticiosos tanto en tre sus vestidos como entre el pelo de su cuerpo. S hakespeare. El mercader de Venena. II 2. cnado por F Raphael. ibid . p 37 El cu lto de Cibeles, por ejemplo, presenta la misma asociación de cas tración-m uerte 61 M alleus, pp. 236-237. 63 Ibid , p. 363. 307
e incluso en esos lugares más ocultos que no se nombran64. A p a re ce así el p o d e r m aléfico del p ro p io sexo de la bruja. Afei ta rla , constituye una especie de ablación del sexo, un sutituto de la c a strac ió n , una venganza sobre los p o d e re s c a strad o re s de la hechi ce ra . T al tem o r an te la cap acid ad «ofensiva» del sexo de la m u je r, este d eseo de d e sn u d arla, de d e sp o ja rla de to d o velo para exorcizar su secreto, de h u m illarla, p ro ced e no solam ente de una m en talid ad arcaica, sino tam bién y de m odo m ás especial de una sex u alid ad enferm a. E n e fe c to , varios de los m ayores exterminadores de b ru jas eran tam bién d e p ra v a d o s sexuales que se servían de las hechiceras para satisfacer su d e seo s de m aníacos: las que cre yendo así lograr el p erd ó n se so m etían al c h a n ta je , acababan igual m en te en el to rm en to o en la h o g u e ra . El inquisidor H. Sprenger recom ienda a rd ien tem en te a sus colegas q u e no m iren con compla cencia a una bruja d esnuda y so m e tid a a la to rtu ra : ¡que sólo la ne cesidad guíe las m iradas del inquisidor! E n c u a n to a los verdugos. • se les pide que no m anifiesten un p lacer excesivo cuando reciben i la o rd en de dar to rm ento: que obedezcan de inmediato, no con alegría, sino como con una inquietud interior65. E s preciso g u ard ar las fo rm as, el d e c o ro . El inquisidor insinúa tam b ién que el afeitado to tal no es sie m p re , acaso , una práctica inocente: sin duda, en nuestras regiones de Germ ania. este afeitado, la masoría de las veces y especialmente en torno a los lugares secretos, es tenido por deshonesto66. D e c lara el au to r que él m ism o no utiliza tal práctica (se confor m a con hacer afeitar la cab eza de las b ru ja s), pero señala que en o tro s países el rasu rad o c o m p le to es cosa c o rrien te . Recomienda, en fin. que no se abuse del in te rro g a to rio , o no hacer, en un pri m er m o m e n to , sino un in te rro g a to rio m o d e ra d o , «sin efusión de sa n g re » 67; es p referible in te rro g a r «sin innovar y sin sutilezas»6*, «si d e sp u és de una to rtu ra a p ro p ia d a e lla 69 no quiere confesar la v e rd a d , se le m o strará n o tro g é n e ro de to rm e n to s...» Procedimien tos sin d u d a h u m an o s, p ro g re sista s, sin violencias superfluas. El que ta le s co n sid e rac io n es se c o n sid e rase n necesarias prueba que el erow 65 66 67
Ibid.. Ibid . Ibid.. Ibid . Ibid . *** Ibid . 308
p p p p p
580 575. 584 574 576.
p. 576. -Ella», es decir, la bruja
tism o enferm o se manifestaba en abundancia por la vía del sadis m o . G ilíes de Rais atestigua esta perversión al afirmar, a propósito d e sus victim as. que sentía d mayor placer con la muerte de dichos niños, al ver cor tar sus cabezas y miembros, al verlos sufrir y al ver su sangre cuando los conocía carnalmente E so s cuerpos desmembrados, mutilados, devienen monstruosos E l g u sto del Hosco por los tullidos (como testimonia un folio con b o c e to s suyos); la reflexión de Paré acerca de los -mutilados», a q u ie n e s incluye precisamente entre los monstruos..., nada de ello se e n c u e n tra muy lejos de ese placer morboso por la tortura Así. p a ra e s c a p a r al M onstruo-M ujer, capaz de castrar al hombre, de d e s m e m b ra rlo , el inquisidor la hace sufrir —de otra manera— la s u e r te q u e piensa le amenaza a él mismo, y al hacerlo, se compona c o m o u n a bru ja a la inversa '. E l p ro p io inquisidor no puede evitar una cierta fascinación (debe re c o n o c e rs e , en honor suyo, que una fascinación tal existe) por el s a d is m o , del cual es bien sabido que expresa un erotismo incapaz d e m a n ife s ta rs e po r los caminos normales del acto genital Si para a lg u n a s de ellas mismas las brujas eran enfermas mentales, como p u e d e d e d u c irs e gracias a cienos datos707172*, los cazadores de brujas te n ía n u n a a c titu d no menos patológica, y a través de ellos se ex te rio riz a la neurosis de toda una época visceralmente atravesada p o r el m ie d o . Sin e m b a rg o , pese a que esta fobia haya conocido a fines de la E d a d M e d ia una fase aguda, no es únicamente propia de una épo ca d e te r m in a d a . El sexo femenino da lugar, en el simbolismo uni v e rsa l, a rep re sen ta cio n e s más o menos monstruosas en que se tr a n s p a r e n ta la angustia, ya sea la de la castración o la del temor a s e r d e v o r a d o o absorbido. E n t r e las representaciones del sexo femenino —producto de la im a g in a c ió n ta n to de m ujeres como de hombres— aparecen las que a q u é l tie n e fo rm a de una boca con dientes Mircea Eliade ha estu d ia d o el a s p e c to m ítico de la vagina dentóla11: sería a causa del mie70 G corges Bataille. Le procés de Gilíes de Rais (J J Pauvert, 1965), p 285 71 Julio C aro B aroja, Las brujas y su mundo, p 254. 72 Se creía que las brujas tenían en su cuerpo cienos lugares insensibles (las mar cas del D iablo); si pinchadas en ellos no reaccionaban, quedaban convictas de bru jería. E sta anestesia electiva es justamente una de las señales de la histero-cpilepsia Por otro lado. Freud. que conocía el Vialleus Malefica/um. indica que toóos «los ac tos perversos practicados por el demonio en su adoradores eran idénticos a los re latos de su infancia hechos por sus enfermos» (Molleus, introducción de Amand Danet; p. 63. nota 6). lo que le hace decir que «mitología y folklore no pueden ser com prendidos sino a través del conocimiento de la vida sexual infantil» (ibid , p 63, nota 6) E* evidente que nosotros no atribuimos la brujería a esta única causa, pero es interésam e tenerla en cuenta. ¡ninations, rites, sociétés secretes, p 116 y passm
do por ío que se produce un peligroso regressus a d uterum , una vuel ta a la primera materia. El sentido de este regressus sería a la ve/ individual (símbolo de la regeneración total, o en ocasiones de la inmortalidad del ser humano) y cosmológico74. Esta i n t e r p r e t a c i ó n no excluye otras, que pueden proceder del simple sentido común Mandeville menciona una costum bre oriental según la cual e l jo ven recién casado cede su puesto, en la noche de b o d a s , a un «especialista»; La costumbre es que la primera noche, una vez que s e h a n c a sad o , hacen que otro hombre yazga con sus m ujeres para d e s v ir g a r la s , \ les pagan generosamente. Y en muchas de sus c i u d a d e s h a y c ie rto s donceles que no se ocupan de otra c o sa ...7'.
El nombre con que se conoce a estos «donceles» significa « lo c o s desesperados», lo que indica bien a las claras que su profesión es considerada como peligrosa:
!
pues los de este país tienen a la m ujer por algo tan grave y p e lig ro s o que Ies parece que quienes las desvirgan se ponen en peligro de muerte76.
i
La mujer es así «algo peligroso» que pone al hombre en p e lig r o mortal. Que esta «muerte» se asocia a la idea de castración no o f r e ce casi ninguna duda, si se acepta la explicación que los indígenas en cuestión hacen de su costumbre: Y preguntamos la causa por la cual tienen esta costumbre. Y d ije ro n que antiguamente muchos habían m uerto al desvirgar a la s m u je re s , las. cuales tienen serpientes en su cuerpo, y por ello tienen e sta cos tumbre, y hacen que otro les abra el camino antes q u e p o n e r s e en peligro tal77.
La mujer es poseedora de un sexo peligroso, una boca que p u e de asir y matar. La serpiente, que entre otros tiene u n s e n t i d o f.ilico, se relaciona a menudo con la m ujer; los héroes que en lo s m i tos de varias civilizaciones son muchas veces engullidos por un o f i dio monstruoso tendrían mucho que ver con esto. No insistiremos en tales mitos, abundamentcmente estudiados por Eliade7"; con todo, es interesante tener en cuenta una imagen de la Mujer-Peca do, un grabado de hacia 1 3 5 0 - 1 3 6 0 ™ . En el lugar del sexo, y ju n t o a la inscripción gula*0, tiene una cabeza de perro con la lengua fue74 I b t d . pp 87-90, 115, 127, 128. 7S, 7ft y MancJevillc, capítulo 31, p. 394 de la edición citada por el auior 7K I n m a l l o r u .., pp. 87-88, 109 y ss; cí. s u p r a , capítulo IV n Reproducido, sin más indicaciones, por Lascault, o p . c u .. p. 408 *' La inscripción gu/a, que designa la cabeza ventral, bien entendida significa en la Edad Media «los placeres de la b oca-,.es decir, glotonería, exceso en la comida, etc. No es menos claro que se refiere también al simbolismo sexual del grabado y a la voracidad del sexo fememmo G u l a y l . u x u r i a forman una pareja habitual en c medievo.
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r a , c a b e z a q u e se p ro lo n g a en un c u e r p o d e s e r p i e n t e p ro v is to en su e x t r e m o d e o t r a c a b e z a cuya b o c a e s t á m o r d i e n d o . A p a re c e a q u í e l d o b l e s im b o lis m o falob o c a c o n d i e n t e s , q u e p u e d e in t e r p r e t a r s e d e d iv e rs o s nítidos. Y a h e m o s m e n c io n a d o la in te r p r e t a c i ó n f r e u d i a n a (cf. supra, p . y n o t a 1 9 ); la q u e re s u m e Lasc a u l t e s t á e n la m ism a lin c a , si b i e n e s l i g e r a m e n t e d istin ta : las im á g e n e s de la m ujer con p e n e , d e la m adre fálica, del h e rm a fr o d ita , frecuentes en la clín ica psicoanalítica, son ig u a lm e n te m onstruos por sob re c o m p e n s a c ió n , por recha zo in c o n sc ie n te de enfrentar se c o n la castración81. N o e s e s t e e l lu g a r de in te n ta r una dem ostración apoyada en h e c h o s c lín ic o s ; los d ib u jo s de en ferm o s m entales estudiados más a d e l a n t e e n e s te m ism o c a p ítu lo , así com o la abundante literatura d e d i c a d a al t e m a , o fre c e n arg u m en to s suficientem ente convincen t e s . N o s e t r a t a s ó lo de u n a cuestión de psicoanálisis; M. G riaule. e n s u e s t u d i o A r e s d e i A fr iq u e N oireH2, y en particular sobre las más c a r a s , m u e s t r a c o n c la rid a d cóm o «funciona» la imagen simbólica, e s a t e n d e n c i a a to ta liza r diverso aspectos del universos y del s e r : e l h o m b r e p rim itiv o se proyecta en la im agen, y reúne en au d a z s í n t e s i s s u s te m o r e s y su deseos. Mas ello no ocurre solam ente e n e s t a s c u l t u r a s ; e n to d o s los tiem pos, la im agen, gracias a su sim b o lis m o « c o d if ic a d o » , rem ite con facilidad a las más arcaicas te n d e n c ia s . E l a n á li s is d e lo s su e ñ o s com o observación del simbolismo pri m itiv o , o e l d e l a r t e psico p ato ló g ico . nos enseña que cualquiera que s e a e l e l e m e n t o c o r p o r a l éste puede ser dotado de la capacidad de « s o b r e - c o m p e n s a r el se n tim ie n to de privación»81: los sciapodas. m o n s t r u o s o s s e r e s c o n u n a sola pierna, cuyo enorm e pie les sirve d e s o m b r i l l a , p u e d e n se r in terpretados de tal m odo; el fetichism o d e l p i e , d e l q u e n o se ig n o ra su carácter de fantasma sexual, puede c o r r o b o r a r u n a ta l in te rp re ta c ió n 84. Los panotios pueden igualm en* L a a c a u lt, t>[>. cit , p. 386. * M O r i a u l c , Les arts de l'Afrique noire M L a s c u u lt, op cu., p 386. ó . D u r a n d r e c u e r d a U frecuencia de la» inuiilacionc* * en lo* rilo* agro-tunare* vvj»iri&. B u c o , O r f e o , R ó m u lo . Attis, etc ). y scrtala que a menudo aparecen en la
te participar de este simbolismo de sobre-com pensación (com o tam bién pueden, por lo demás, manifestar otras fobias8'). U na joven en ferma mental que dibujaba orejas enorm es parece ¡lustrar este tipo de fenóm eno. Víctima de una obsesión, se veía ro d e a d a sin cesar por los mismos fantasmas: se me martiriza, se me arrancan trozos de m i ca rn e , no soy sino esqueleto...8'*.
un
Una representación claram ente sexual de las o reja s gigantes se halla en el panel derecho del Jardín de las delicias (el Infierno) d e l Bosco: dos orejas unidas entre sí por una flecha que las atraviesa de parte a parte, y de las que sale la hoja de un cuchillo, y q u e r e presentan —como puede suponerse— tan to el m iem bro viril como los fantasmas de la castración y los de la pentración de un falo q u e atraviesa. Freud, en fin, hubo de estudiar en uno de sus enferm os una «imagen obsesiva» bien conocida por nosotros, la cual representaba al padre [del enferm o] com o la p arte inferior de un cuerpo desnudo, con brazos y piernas, y al cual le faltaban la c a b e z a y el tronco. Los órganos genitales no estaban señalados, y los r a s g o s del rostro aparecían en el vientre87.
Se trata exactamente de la blem m ya antigua y m edieval, que Freud descubrió después por azar88 y relacionó con la dicha repre sentación. En su artículo posterior ( R a p p o r t e n tre un sym bole et un s y m p tó m e , 1937), explica Freud que en las imaginaciones, como en m ultitud de síntom as, la c a b e z a a p a rece también como un sím bolo del m iem bro viril, o , s i s e q u i e r e , como su sustituto. Más de un analista ha o b servado que su o b s e s o s manifiestan ante la decapitación una repugnancia y una o p o s i c i ó n o s * les ritos seres que no tienen «sino un sólo pie o una sóla mano». También hay mons truos mutilados en los ritos del fuego: «en numerosas leyendas y escenarios relativos a los “chores del fuego", los protagonistas sin achacosos, tuertos, tienen una sola pierna, y probablemente son recuerdo de mutilaciones iniciáticas» ( o p . c u . , p. 353). “ Los panotios aparecen, incidcnialmente. en un articulo de Freud sobre las imá genes obsesivas: «la imagen obsesiva es una notoria caricatura. Nos hace pensar en otras representaciones en que, con una intención particular, se sustituye a la perso na entera por un sólo órgano, por ejemplo los genitales (...), o incluso en formas de hablar chistosas, como cuando se dice «soy todo oídos». En F r e u d s A u s w a h l . «I'aralléles mythologiqucs á une rcprésenlation obsessionnellc plastiquc» ( l ‘>16), pp. 151-152 ** Psychopatologie de l'expression, publicación periódica de los Laboratorios Sandoz Lo citado, en el núm. 17, «Marques el néomorphismes che/ una tilinte psychotiquc» 1,7 Freud. op. cit., p. 151. M Ibtd , p. 152. 312
p e n a le s, rnay o i q u e am e c u a lq u itf otro genero de m u erte l .sos a n a listas (...) c o n sid e ra n la decapitación com o un su stitu to de la castración"'*. L a b le rn m y a es un set decapitado, cuyos rasgos la tía le s a p a r e
cen e n el p e c h o . Se tra ta de una figura, com o otras del sexo fe m e nino d e v o ra d o r -c a s tr a d o r. asociada con el sim bolism o de la n u tri ción; F r e u d c ita , sin h a c er conclusión alguna, una historia de la a n tigua G r e c ia m e n c io n a d a por un mitólogo'*": Según la mitología griega. Démeter, en busca de la hija que le ha sido robada, llega a Eleusis, donde fue recibida por Disaulo y su mu je r B aubo, pero, llena de dolor, rechazó alimento y bebida. Enton ces, quitándose de improviso su túnica y dejando ver su vientre. Bau bo la hizo reir (...) £:n las excavaciones de Pnene. en Asia Menor, se han encontrado terracotas que representan a Baubo Se trata de un cuerpo de m ujer sin cabeza ni pecho, en cuyo vientre aparece di bujado un rostro... 1. S in in sis tir e n las bien conocidas relaciones en tre D ém eter y las c o s e c h a s , la tie rra fe c u n d a , y las de su hija con el ritm o de las es ta c io n e s , p o d e m o s sin e m b a rg o estab lecer, a p a rtir del m encionado a rtíc u lo d e F re u d y de sus referencias a la A ntig ü ed ad , las tres si g u ie n te s n o c io n e s: castración------acto de devorar------nutrición. M . E lia d e h a m o stra d o cla ram e n te en su estudio sobre la inicia ción q u e e x is te u n a « so lid arid ad m ística e n tre nutrición, sangre y s e x u a lid a d » 92. E n m u ch o s casos, en efecto, la iniciación se co m p en dia e n e s te e s q u e m a : a) Seres míticos (...), matan, comen, tragan o queman al novicio. b) Le resucitan, pero transformado, dicho brevemente, en un «hom bre nuevo». c) Tales seres se manifiestan también en forma de animal, o son so lidarios de una mitología animal . T a m p o c o so n e x c lu siv am e n te fem eninos; puede tra ta rs e asim is m o d e m o n s tr u o s m ascu lin o s. P ero la tónica del c o n ju n to sigue sie n do la d e l s im b o lis m o fe m e n in o , por su com ún referencia al « vientre d ig estivo y s e x u a l» 94: e ste regreso al vientre, sufrido o b u sc ad o , es, ta n to e n la m ito lo g ía c o m o en el psicoanálisis, un r e to m o a la M a*M ()p. cit., p 443. Salom ón Kemach. Cuite j , Mythes et Reh/fians (1912). ‘ F reud. op< cit., p. 152. 'J1 Initiations..., p. 73. ^ Ibid., p. 65. O . D urand, o p cit., p 22H.
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d re. G . D u ra n d , en su síntesis de to d o s los in te n to s d e in te rp re ta ción sim bólica, resum e así este e n c u en tro d e las fu n c io n e s digesti vas y sexuales: La imaginación «descendente» verifica la intuición freudiana que hace del tubo digestivo el eje descendente de la libido antes de su fijación sexual (...) La confusión, descubierta por Freud, entre lo sexual y lo digestivo, se halla, por otro lado, tan establecida, que el descenso al vientre creador se hace en los cuentos folklóricos lo mis mo por la boca que por la vagina95. U na carta de Huon de N arbona a G é ra d d e M a le m o rt, escrita en 1241 o 1242, asocia estrecham ente a n tro p o fa g ia y sexualidad: Los jefes de estos tártaros (...) se alimentaban de los cadáveres como si de pan se tratase, y no dejaban a los buitres sino los huesos (...) Las mujeres viejas y feas eran entregadas a estos antropófagos, como se les llama vulgarmente, para servirles de alimento durante la jor nada. En cuanto a las hermosas, no las comían, mas pese a sus gri tos y lamentaciones, las destrozaban por la multitud de violaciones a que eran sometidas. Mancillaban a las vírgenes hasta hacerlas en tregar al alma; después, les cortaban los pechos, que eran reserva dos para los jefes como manjar exquisito, y devoraban con glotone ría sus cuerpos vírgenes96. De tal asociación inconsciente e n tre lo d igestivo y lo sexual se halla un ejem plo muy curioso en los Carnets d e L e o n a rd o da Vinci. Al final de una de las raras páginas en que el a rtista ha dibujado un m onstruo — un gigante que lleva a cabo u n a v e rd a d e ra carnice ría de seres hum anos— aparecen las siguientes p a la b ra s misteriosas y sin relación con el resto del texto, en el cual el n a rra d o r no inter viene jam ás como actante ni hace uso de la prim era persona: Yo no sé qué decir ni qué hacer; tengo la impre sión de que nado, con la cabeza agachada, en las inmensas fauces, y que desfigurado por la m uerte, soy sepultado en el gran vientre97. A sí term ina lo que dice L eonardo. Sin d u d a alguna, no ha atra vesado las fronteras del sim bolismo: la a v e n tu ra de los seres huma nos devorados por el m onstruo ha llegado a ser la suya propia. Es com o si él mismo hubiese sido trag ad o p o r las fa u ces del monstruo; sin em bargo, nada indica el m enor c a rá c te r c a rn ice ro o antropófa go del gigante, aunque la descripción de su ro stro y boca sea tan sorprendente:
95 Ibid . pp 228-229 96 Citado por J P Roux en Les Exploratcurs au Moyen Age (Scuil, 1967). 97 Carnets., t. II, p. 362. 314
La nariz, como el hocico de un jabalí, con enormes fosas nasales de las que salen cantidad de grandes pelos, sobre una arqueada boca de gruesos labios, en cuyas comisuras tenía bigotes como Jos de los ga tos; los dientes, amarillos98. E n o tro lugar de sus Carnets, sin embargo, Leonardo da cuenta d e u n a especie de m onstruo, «más negro que un abejorro», con ojos c o m o b rasa s, el cual m ontaba un caballo semental de seis codos de ancho y más de veinte de largo, con seis gigantes sujetos aJ arzón de Ja silla y otro más a su mano, el cual hacía rechinar sus dientes99. E s te g ig a n te, señ o r de otros m ás pequeños que él, está sin duda em p a re n ta d o con el recién m encionado; en Leonardo hay tan pocos m o n stru o s que es posible, sin arriesgar demasiado, relacionar tan ra ra s ap aricio n es. Es un gigante que no sabría hacer otra cosa que d e v o ra r, a u n q u e no se m encione esta particularidad; es preciso pen sar, sin d u d a , en Polifem o, pero también en otro gigante nacido con el cristianism o, el diablo infernal que. a menudo, devora a los co n d e n ad o s. U n a ilustración de A ntonio da Siena representa a un diablo gi g an tesco q u e, con tres bocas a la vez, devora a los humanos, a los que p a re c e , prim ero, aplastar con sus enormes patas (reproducido en J. B u rc k h a rd t. L a Civilisation de la Rennaissance en Itahe; Pión, 1958; p. 287). E n el panel derecho —el infierno— del Jardín de las delicias del B osco, un diablo sentado en una silla agujereada engu lle a los condenados, que expele en forma de excrementos. E n fin, las representaciones tan habituales del Infierno como e n o rm e s fauces abiertas, forman parte de idéntico simbolismo. R. d e V illeneuve describe con una fórmula que merece destacarse una «boca del Ifierno» del siglo XIII: En un Apocalipsis de! siglo XIII (...) aparecen ya dos cabezas alar gadas y unidas, con la boca abierta llena de condenados. Vulva enor me, molusco monstruoso, doble gorgona cuyo origen ve J. Baltrusaitis en un escarabajo de Tharos del siglo IV antes de Cristo...100* La com paración de Villeneuve queda perfectamente justificada si se tien en en cuenta las representaciones que incluye (Lascault re p ro d u ce, d e n tro de la misma perspectiva, una miniatura del siglo X II to m ad a del Salterio de W inchester), y si se tiene asimismo en cuenta la im agen simbólica de una concha «devoradora», el m eji llón q u e rep re sen ta la lujuria, como aparece en el panel central del
98 Ibid., p 361. 99 Ibid , p. 362. 100 Le Diable dans l'Art, pp. 80-81. 315 j
Jardín de las delicias del R osco, que se c ie rra sobre d o s c u e rp o s luí m anos de los que no asom an sino sus piernas. Todas estas figuras sim bólicas convergen en una d e las fu n d o nes m ás generalm ente adm itidas del m o n stru o , la de d e v o ra r, y ocu rre con frecuencia que esta función coincide con el sim bolism o sexual fem enino. R ecordem os la m isteriosa frase de L e o n a rd o au tes citada: el ser tragado que n a d a , «con la cabeza a g a c h a d a , en las inm ensas fauces» es «sepultado en el gran v ien tre» . ¿ H a querido L eo n ard o dar la im agen de un feto o ha h ech o una asociación in voluntaria? La m u erte, en la im aginación co lectiv a, es a m enudo concebida como un regreso al estad o fetal. La m u je r es así investi da de una doble función: m aléfica por la boca y el v ien tre devoradores: benéfica com o cavidad reg en erad o ra. El cristianism o ha disociado estas dos funciones y ha conserva do esencialm ente la m ás m aléfica, e n c a rn a d a en la b ru ja . Entre otros muchos casos, el Malleus se refiere a la b ru ja d ev o rad o ra de niños en térm inos muy sim ples y realistas: \
Ciertas brujas (...) tienen la costumbre de despedazar y de devorar a los niños (...) Un hombre vio. en efecto, que un niño había desa parecido de su cuna, habiendo descubierto una asamblea de mujeres en medio de la noche, juró haberlas visto matar al niño y beber su sangre'01. El poder callar (la fuerza necesaria p a ra no co n fesar durante el torm ento) se consigue «asando en el h o rn o a un niñ o varón y re cién nacido»102*. Interrogada una b ru ja p o r un inquisidor acerca del m odo en que se com ía los niños, resp o n d ió con la m ay o r precisión y explicó de qué m anera los asaba . N inguna posibilidad de regeneración es o frecida a esta boca de voradora y trituradora de las brujas: el n iñ o , una vez asado y redu cido después a polvo de m odo que p u e d a se r a ñ a d id o a una bebi da, hace de quien tal ingiere un «m aestro», alguien que «adquiere inm ediatam ente todo conocim iento»104. T al es la función del bre b aje sagrado, «unido tan to a la renovación ( ...) com o a los esque m as de la deglución y de la in tim idad».105 L legam os así a un tema que no harem os o tra cosa que m en cio n ar — p u es ya no tiene que ver con los m onstruos— , el de la ingestión de o tro niño, santo entre to dos, el Cristo de la hostia consagrada. Sin em bargo, abundantes m etáfo ras alu d en al p ro p io Dios como m onstruo que tritu ra y dev o ra; según San Ju an d e la Cruz, Dios Rompe el alma y la deshace, la precipita en tinieblas tan oscuras, que el alma, en presencia así de sus lü' Malleus, p. 247. 102 Ibid.. p. 324. i°3 y km ¡bíd p 320 105 G.Durand, op. cit., p. 297. 316
m iserias, ve ve como derretida y morir «Ir muerte ta n c ru el co m o Si, d evo ra d a por un m on .lruo. le pareciese que éste la dig iere en las oscuridades de sus cutianas, sintiendo to d o su h o r r o r 10*. O t r o m ís tic o , l a u l e r . u tili/a tam bién las m ism as m e tá f o r a s 107.
En e l s e n t i d o q u e le d a la m ística, el ser «devorado* p a ra a c a b a r en las e n t r a ñ a s d iv in a s tie n e un asp ecto regenerador del q u e c a re c e el v i e n t r e f e m e n in o : p e ro (el alm a) debe habitar esta tumba de muerte te n e b ro s a p a ra conocer la resurrección e sp iritu a l que e sp e ra 0*. Sin e m b a r g o , e n el á m b ito m ístico, com o en o tro s, la ob sesió n e n la a s c e s is , e n la re n u n c ia c ió n , en la autén tica e x p e rie n cia. H u iz in g a c ita a lg u n o s fra g m e n to s de K uysbroek en que con un asombroso r e a lis m o se d e s c rib e la d esm esu rad a ham bre de C risto:
aparece
nos d e v o ra a todos de raíz, pues él es un glotón árido y tiene el ham bre c a n in a ; d ev o ra la médula de nuestros huesos (...) Primero pre p a ra su co m id a y quem a en el amor todos nuestros pecados y faltas, y c u a n d o estam o s limpios y asados en el amor, bosteza ándam ente p a ra en g u llirlo to d o ... Si pudiésemos ver el árido deseo que tiene C risto d e n u estra bienaventuranza, no podríamos menos de volar a su g a rg a n ta 109. E v i d e n t e m e n t e , el c ris tia n o ta m b ié n consum e en la E ucaristía a su D io s , « a s a d o a l f u e g o , b ien h e rv id o * 110, y el m ístico bebe la sa n gre d e la s lla g a s d e C r is to : e n S a n B u e n a v e n tu ra , en S anta C atalina de S ie n a y e n m u c h o s o tr o s flo re c e n tale s m etáfo ras. M e tá fo ra s q ue. p o r o t r o l a d o , p u e d e n lle g a r a s e r algo m ás q u e figuras retó ric a s, c o m o e s e l c a s o d e u n a « d e v o ta d e D ie p e n v ee n (que) siéntese to ta lm e n te i n u n d a d a p o r la s a n g re d e C risto y q u ed a sin s e n tid o * 111. N os h a lla m o s a s í. d e n u e v o , a n te el sim bolism o sexual; H uizinga lo su b ra y a y lo p o n e d e m a n ifie s to d e m o d o especial en o tro m ístico. A la in d e la R o c h e o A la n u s d e ru p e , q u e se d istingue p o r «el c a rá c te r i n t e n s a m e n t e s e x u a l d e sus fan ta sía s, a la vez q u e la fa lta d e esc to n o d e p a s i ó n a r d i e n te q u e p o d ría justificar la re p re s e n ta c ió n sexual d e la s c o s a s s a n t a s * 11 . S a b e m o s, ad em ás, q u e A la in d e la R o c h e fu e p r e c e p t o r d e J a c o b o S p re n g e r, uno de los d o s a u to re s del M a lle u s M a l e f i c a r u m %y « p ro p a g a d o r en A le m a n ia d e la c o fr a día d e l R o s a r i o , f u n d a d a p o r A la in » 113. 06 San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, capítulo 18, en Eludes Carméhtaines (1939), yol I. (Ni este texto de San Juan de la Cruz, ni el citado al poco, figuran en las ediciones españolas del místico por mí y algunos amigos consultadas. Tampoco ™ e tenido acceso al volumen de Etudes Carmelnaines en cuestión. N. del T.). Etudes Carmélitaines (octubre 1938), p 86. l0¡t San Juan de la Cruz, cf. nota 106. ... Cj1®*10 Huizinga, El otoño de la Edad Media, p. 310 , y 1,1 Ibid.. 311. y ,,J Ibid., pp. 312 y p. 313. 317
El círculo se cierra. Si hem os querido señ alar la estrecha rela ción existente entre el m onstruo y la sexualidad no ha sido por acep tar el m oderno rito de la pan-sexualidad ni p ara q u em ar incienso en el altar del psicoanálisis; m ás allá de las m odas de nu estro tiem po, esa afinidad se pone de m anifiesto de m últiples m an eras, tanto en la E dad M edia com o en las m ás antiguas civilizaciones. Se transp arenta tan to en los textos de esas épocas com o en sus representa ciones plásticas. H em os recurrido al psicoanálisis no com o in terp retació n sobe rana, sino com o uno de los posibles puntos de vista acerca de esta m anifestación eventualm ente patológica que es el m onstruo en el a rte ; el psicoanálisis es tam bién un tipo de p ensam iento simbólico, y es por ello por lo que puede sernos de utilidad. H em os visto cóm o se encarna en el m onstruo la angustia rela cionada con el «cuerpo mal vivido»114. El sim bolism o nacido de esta angustia es tan frecuente que no puede ser considerado como pa tológico, a no ser que lo patológico sea ju stam en te la norm a. Por ello, es preferible no abusar de tal palabra: las estru ctu ras de lo ima ginario son polim orfas, y es peligroso no ver cada una de ellas en un conjunto más com plejo, que las aclara, enriquece y m atiza. Gilbert D urand, que ha explorado ám bitos m uy variados — entre ellos el de la psiquiatría— con ob jeto de analizar dichas «estructuras», es de la siguiente opinión: En los estados psíquicos llamados normales no se da nunca una se paración neta de los regímenes de la imagen. Estructuras esquizomórficas, místicas y simbólicas son (...) «tres direcciones fundamen tales en las cuales se despliega y se dilata la vida humana». Estos «fac tores» están simultáneamente constituidos por las raices de toda cons ciencia normal y no tienen otra realidad que la metodológica, gracias a la coherencia que cada uno introduce en el campo de la consciencia115*. Si es erróneo dar m ás im portancia a una de estas estructuras a expensas de las otras, sería tam bién equivocado m arginar cualquie ra de ellas; por lo m ism o, tenem os la intención de p o n e r en su apro p iado lugar a la estructura llam ada «esquizom órfica». C on todo, no hay acuerdo total acerca de la n atu raleza y la definición entre las varias tendencias de quienes se han d ed icad o a distinguir diferentes m odalidades de funcionam iento en el psiquism o hum ano. La opi nión poco m ás arriba m encionada elim ina de su term inología la dis tinción norm al-anorm al; la del D r. V olm at estab lece, en la produc ción de lo im aginario, distinciones m ás d ire c ta m en te comprensibles p a ra el com ún de los m ortales:
114 Según expresión de Lascault, op. cit., p. 390. 1,5 G. Durand, op. cit , p. 441. El pasaje omitido entre paréntesis corresponde a una cita incluida en el texto de Durand. 318
Tenem os en cuenta vanas categorías de contenidos: un contenido norm al; un contenido de significaciones más explícitamente patoló gico; un contenido, en fin, de significación simbólica116. L o s e sp ec ialista s coinciden todos en la presencia de la función s im b ó lic a , q u e es la q u e nos interesa aquí, si bien Volmat define el s ím b o lo d e n tr o de una perspectiva más «operativa, funcional*»117, p s iq u iá tric a en fin, que los antropólogos o los m itólogos118. E ste p u n to d e vista es perfectam ente defendible con tal de que se siga in te r p r e ta n d o el sím bolo en el abanico de significaciones universa les y a rq u e típ ic a s , que resulta difícil ignorar. P a ra n o s o tr o s , el m onstruo es un ejemplo de funcionamiento sim b ó lic o d e l p s iq u is m o . D ejarem os de lado la dialéctica norm al-anor m a l, d a d o q u e no es posible abordar aquí el problema de la relati v id a d d e c a d a u n a de esas nociones y de sus interferencias m utuas. E n lo s fru to s de lo im aginario, no resulta siempre fácil distin g u ir e n tr e los p ro d u c to s del psiquism o sano y los del psiquismo en fe rm o ; u n a te n ta tiv a tal sería, por lo que se refiere a los creadores m e d ie v a le s , to ta lm e n te ilusoria. Los críticos que han creído nece sa rio « e x p lic ar» la o b ra del Bosco en virtud de una enferm edad m e n ta l o al u so d e alucinógenos, ofrecen puntos de vista interesan te s , p e r o m a n ifie s ta n , al propio tiem po y por ello mismo, una cier ta in c o m p re n s ió n , así com o su dificultad para adaptarse a la rique za im a g in a tiv a d e u n a época. Es posible que el análisis psiquiátrico no s e a a lg o in se n s a to aplicado a artistas más próximos a nosotros. Sin e m b a r g o , n o se tra ta de hacer de la expresión artística, cual q u ie ra q u e s e a , u n a trad u cció n fiel de la personalidad: «el conteni do d el c a r á c te r d e la personalidad no coincide necesariam ente con el c o n te n id o d e las rep resen tacio n es» 119. Quien parece loco en su a rte p u e d e s e r p e rfe c ta m e n te sano en la vida, y al contrario. T am b ién es ilu s o rio h a c e r el diagnóstico de un artista a través de su o b ra 120; p o r o tr o la d o , es preciso adm itir que ciertos artistas reú nen e n sí « la d o b le p re se n c ia del genio y de la locura»121. T a m p o c o te n e m o s la intención de explicar el m onstruo e a e l arte a c u d ie n d o a la s p ro d u c c io n e s de los enferm os m entales. N uestra in-
1.6 R. Volmat, op. cit., p. 177. 1.7 Ibid., p. 180 n# «El símbolo cristaliza en torno a un esquema dinámico de acción, de com portamiento, una estructura en las dimensiones del tiempo (actualidad, pasado, fu turo) y en las dimensiones de la personalidad (estructura profunda)». R. Volmat op. cit., p. 180. Ií9 G. Durand, op. cit., p. 441. 120 «Conviene, por lo tanto, señalar la extrema relatividad y alieatonedad de un diagnóstico de la enfermedad mental basado únicamente en los caracteres de una obra. Se corre el riesgo de considerar como el estilo de una enfermedad lo que no es sino el estilo de una escuela, y a la inversa, creer que es una enfermedad lo que resulta ser la expresión acusada o incluso exagerada de un rasgo». J. Delay, citado PorVolmat, op. cit., pp. 150-151. R. Volmat, op. cit., p. 149.
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tención es esencialm ente descriptiva', q u e re m o s m o s tr a r , s im p le m ente, que al igual que existen «puentes»* e n tr e el a rte y la lo c u ra , el m onstruo es, en sus diversas fo rm u la c io n e s, p r o d u c to d e fu n c io nes m entales por lo general «divididas»; de a h í su im p o rta n c ia e in cluso su necesidad en el psiquism o h u m a n o . P u e s to q u e c o n stitu y e un lugar de acogida ex tre m a d a m e n te to le r a n te y d is c re to p a ra las manifestaciones psíquicas v ariadísim as, en o c a s io n e s c o n tr a d ic to rias, (su aspecto simbólico le e m p a re n ta co n la m á s c a ra ), el m o n s truo es una forma privilegiada de e x p re sió n . C o n to d o , su c a rá c te r ambiguo nos impiae ofrecer u n a tra d u c c ió n u n ív o c a , al ig u al que nos prohíbe confinarlo en un sistem a in te rp re ta tiv o y no e n o tro . Puesto que el enferm o m ental vive a m e n u d o en un e s ta d o re gresivo, se expresa de buena gana en el d ib u jo , el c u a l, mejor que el delirio, remite fácilmente a las últimas form as signifi cantes posibles, al simbolismo tradicional e irreem plazable. Es tam bién inútil esperar del enfermo que traduzca en lenguaje corriente las grandes zonas de significación de su o b ra '22. Aunque ciertos enferm os sean cap aces d e p o n e r su s d e lirio s por \ escrito12123, o de com entar sus d ib u jo s con in te rp re ta c io n e s de estilo poético124, su m edio de expresión fav o rito e s, en e fe c to , el dib u jo . Ya que nuestros m ostruos so n , a n te to d o , fo r m a s — incluso au n q u e pasen a la literatura— , nos p erm itim os c o n c e d e r n u e s tra atención a sus representaciones plásticas. P or o tro la d o , la fu n ció n del d ib u jo va más allá que el del tex to , h ab lad o o e scrito : en el dibujo, como en el delirio, se esboza un gran movimiento de interpretación del mundo, del que se deja llevar todo pensamiento que funciona al nivel de las imágenes’25. El pensam iento neurótico, en e fe c to , fu n cio n a de m o d o sim bó lico, como el pensam iento prim itivo, a rc a ic o ; n o e s tá aislado de otras form as del psiquismo h u m a n o 126. ¿D e qué m anera se sirven los e n fe rm o s m e n ta le s d e l d ib u jo ? En ellos, como en los prim itivos, m uy a m e n u d o el d ib u jo cum ple la función de un ritual m ágico. E n tre los ú ltim o s, tal función aparece atestiguada en un cerem onial dogón d e scrito p o r G ria u le . Sus m ás caras, de m adera, son consideradas co m o p e lig ro sa s, pues la fuerza del animal está violentamente presente en la madera, y con viene desembarazarse de ella, con el fin de que el que danza pueda cubrirse la cabeza sin demasiados riesgos127. 122 Ibid.. p. 47. ’2Í Ibid., «Caso de René Pe...*, pp. 200-204. 124 Ibid.. «Caso 180*, pp. 70-72. 125 ibid., p. 46. 126 Esta relación de las artes patológicas con el arte arcaico, primitivo, no es el único nexo con las esferas no patológicas; se ha señalado que «las móndalas d ibuja das por los neurópatas Obedecen a las mismas leyes que las mandolas místicas*. R Volmat, p. 42. 127 Citado por Volmat, op, cit., p. 208. 320
I P a r a O m i n a r *;i fu c r/a anim al de- las m ascaras en c u e stió n , se la s h a c e to c a r p o r tres veces unas pinturas rupestres que se su p o n e d a t a n d e tie m p o s m ísticos, al tiem po que se repite esta p leg aria: Q u e in d a s l o s f u e r z a s p o s e n o l o q u e esta d i b u j a d o . .,2H En este se n tid o , la o b r a d e a rte tien e carácter m ágico, sirve para "d e fe n d e r a la s o c ie d a d o al in d iv id u o c o n tra los poderes de lo invisible»12^. t n e l c a s o d e R ué P e ... (ct. nota 123). analizado por V o lm at, e s p a r tic u la r m e n t e ilu stra tiv o ; este en ferm o dib u jab a m ucho, y en p a r t i c u l a r m o n s tru o s , y a d e m á s escrib ía, co m entaba sus d ibujos. H e a q u í el s e n tid o cpie d a b a a su p roducciones: D e ciencia en ciencia, tic hilo en aguja, se llega a dibu)os como es to s, c o s o s que florecen f a n t á s t i c a s ~a p n o r i Se puede pasar por loco con facilidad. E s ta s
c o s a s , sin e m b a rg o , « tie n e n
un sen tid o explicable y
r e a l» 128*13013. Y e n e f e c to , se lo d a a sus d ib u jo s. E stá obsesionado por la id ea d e h a lla rs e a se d ia d o p o r u n a in ten sa actividad m icrobiana, es t o s m i c r o b i o s so n al m o d o d e m o n s tru o s p ro te ifo rm e s que pueden
a p a r e c e r c o m o c u a lq u ie r a d e lo s ó rg a n o s del c u e rp o h u m ano que in v a d e n : L o e le m e n ta l es un m icrobio de gran tam año, que se alimenta de v u e s tro organism o, que se hincha, que term ina por alojarse a lo lar g o d e v u e stra piel, que hace cuerpo con vosotros, que adopta vues tra fo rm a . Si se le expulsa, en el exterior sigue teniendo vuestra
form a111. U n o d e sus d ib u jo s, una «esfinge» (figura 93). tiene la propie d a d , se g ú n su a u to r, de a tra e r a sí sus «microbios», para purgarle H e hecho este dibujo para expulsar los testículos y ver gas que tengo en la cabeza, porque sólo con mirarlo, au to m á tic a m e n te . el microbio que tiene la forma de los ór ganos sexuales se adhiere al d ib u jo q u e es su fo r m a . El pa pel le atrae, y queda so ju zg a d o . Se precipita sobre la for m a que está en el papel, que es la suya propia, o algo se m e ja n te . Este dibujo se pare ce a ciertas figuras antiguas, co m o la cabeza de la esfinge. L a esfinge ha sido creada con este fin , para atraer la ralea m ic ro b ia n a , cualquiera que 128 lb id , p 208. ,2V lb id , p. 203. 130 lb id ., p. 203.
131 lb id .. p. 202.
Fig. 93.
Una «esfinge»
sea su tamaño (...) A fuerza de tom ar los microbios y de lanzar los sobre el dibujo, de cargarlos, de descargarlos, de hacerlos cam biar de lugar, acaban por desgastarse y desaparecer. Y es precisa mente con este fin para lo que yo uso diferentes m edios, entre otros el dibujo. Ello consiste en eliminar los microbios y en recuperar u n a forma estética normal'*2. C o m e n ta n d o o tro d ib u jo , afirm a tam b ié n q u e al d e s e m b a ra z a r se d e los m icrobios «recupera una fo rm a p ro p ia » 133. N o p o d ría en unciarse de m o d o m ás claro el p a p e l c a tá rtic o del m o n stru o y d e su figuración. T a m b ié n la pala b ra p u e d e llevar a cab o esta función purificadora: He puesto aquí estas cuatro palabras: caribe, caníbal, canaco. gen tuza. Esto para despegar los microbios adheridos a las osamentas de estos individuos, que infestan la tierra desde hace siglos. D e e s t a s c u a tro palabras he hecho una. «racaical**. q u e co n tien e a
to d a s
e lla s .
Las he subrayado con cinco líneas, y he puesto encima dos estrellas. Los microbios son atrapados por esas líneas, y pasan así a las plabras y a las estrellas (...) l5J. N otem os que los «m onstruos» a q u í ex o rcizad o s so n an tro p ó fa gos o p erten ecien tes a su casta; la angustia de p e n s a r ser absorbido o deform ado p o r los m icro b io s-an tro p ó fag o s se p ro y e c ta en la pa labra síntesis, racaical. Los m icrobios, en fin. no son ú n ica m en te « a tra p a d o s por esas líneas» de m odo «autom ático»; el d ib u jo p u e d e s e r d e utilidad en un ritual m ágico m uy eficaz; el en fe rm o p o n e el d ib u jo sobre su c u e rp o , en el lugar que quiere p u rg a r, y lo d e ja allí el tiem po ne cesario para que se realice el tra sp a so de m icro b io s: Tiro del dibujo y viene a colocarse sobre mí, a la altura correspon diente. Permanece ahí un tiempo más o menos largo. Atraigo y d e j o allí las m ías m as que tienen esa fo r m a , que se han fundido allí dentro ( ...) C uando la fo rm a está com pleta, se d esprenden de sí mismos y arrastran a los que hay en m i1**.
P u ed e n o tarse aquí la im p o rtan cia d e la fo r m a , n o ció n cuyo interés ya ha sido su b ray ad o en la co n cep ció n h a b itu a l del monstruo. El funcionam iento del m o n stru o q u e d a p e rfe c ta m e n te explica d o p o r este en ferm o ; el d ib u jo c o p ia de m o d o ex a cto la form a de sus m o n stru o s in terio res, d e sus fan tasm as. El fen ó m e n o de p r o yección es expuesto con c la rid a d ; c u a n d o , g racias a la analogía de ibid., p. 204. l" I b i d . . p 207. *En francés la cuatro palabras en cuestión son C a r a í b e . C a n n i b a l e . Lanaque. R u c adle. De ahí Racaical. imposible de adaptar al castellano (nota del traductor) I b i d . . p 208 1 ,5 I b i d . . p 214 322
las formas, se ha realizado la transferencia, y cuando el monstruo dibujado ha absorbido al monstruo interior, el enfermo recupera una «forma propia», su «forma estética» normal. Gracias a los tex to s de este enfermo vemos algunas características ya mencionadas a propósito del monstruo medieval: en sus comentarios, al igual que e n los textos medievales, el monstruo aparece como esencialmente deforme. Por otro lado, y com o hemos visto con la palabra racaic a l , aparece uno de los procedimientos típicos de la fabricación de m o n s tru o s : los compuestos, híbridos, productos de la fusión de ele m e n to s dispares. Se trata de un método frecuentemente utilizado p o r los enfermos mentales, que llevan asi a cabo una «gran empre sa de integración del mundo»; En este inmenso contenido latente que es cada dibujo, los objetos obedecen a la ley de la fusión de las formas y a su nivelación por compenetración. Una gran atracción hace que los objetos se amplíen telescópicam ente136. La ley de aglutinación de las imágenes se cumple tanto en el domi nio de las artes —primitivas, infantiles, patológicas— como en el de los sueños, de los mitos o de los delirios. Estos nos ofrecen múlti ples imágenes compuestas y fundidas (esfinges, centauros, faunos, ángeles, grifos, etc.) y muestran una tendencia a combinar formas hu m anas, animales, vegetales o cristalinas, de modo que se produce una forma única de gran significación mágica137*. E l p ro c e d im ie n to es, p o r lo tan to , com ún a diversas formas de a r te y d e «regím enes» del psiquism o. Com o el soñador o el hombre p rim itiv o , el e n fe rm o consigue, con la ayuda del m onstruo mágico, m u ltif o rm e , a d a p ta rse ai m undo al restablecer en sí «la casi totali d a d d e l m u n d o » . D el m ism o m odo, sin duda, el creador o el imi ta d o r m e d ie v a l, al rep re sen ta r incansablem ente los mismos m ons tr u o s , ve en ello s, conscientem ente o no, una síntesis, un resum en d e l u n iv e rs o : el m on stru o es un espejo del m undo, un espejo m á g ico q u e o fre c e no un reflejo parcial, sino una imagen global a rti fic ia lm e n te c re a d a y querida por el espíritu, es decir, una im agen q u e p e rte n e c e a su au to r. G r a c ia s al p ro ced im ien to de la «aglutinación», al igual que por el d e la an tro p o rm ific ac ió n — tan frecuente (plantas, a n tro p o m o r fo s, a n im a le s provistos de elem entos hum anos)— . tiene lugar el « e x o rc is m o d e sí m ism o » 139, la reestructuración del m undo. Al c re a r e s to s s e re s im ag in ario s y al recrearse con su ayuda, el e n ferm o se tra n s fo r m a e n «el h é ro e de toda historia y en el v e rd a d e ro c re a d o r d e l u n iv e r s o » 140. P uede correctam ente pensarse q u e la E d a d M e d ia n o e s c a p a a e sta ley, que no es exclusiva de los e n fe rm o s m e n ta le s , a u n q u e se m anifiesta en ellos de fo rm a m ás e v id e n te .
136 Ibid., p 47. 137 ¡bid., p. 163. y .Se ¡b ld
ua
p 4?
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!
E sta apro p iació n del m u n d o y d e sí m ism o a tra v é s d e l m u n d o p u ed e m an ifestarse, en un e n fe rm o m e n ta l, c o n la c la rid a d q u e ilu m ina to d a creación d e m o n stru o s: Puedo hacer que toda la tierra entre en mí. cum plidam ente, porque esto no tiene fin. Purifico la m ateria haciéndola en trar en mi cuer po. Esta materia tiene una form a, porque yo la he dado form a (...) Me pregunto si la materia toda no es la mía. M i tierra domina a la antigua, que es absorbida por la mía (...) Se encontrará entonces en una tierra nueva (...) El planeta se hace ahora; es sólido; se puede caminar141. E sta gigantesca rc-c re a c ió n , e sta re o rg a n iz a c ió n , n u e v a c o n fo r m ación del cosm os, es de o rd e n m ítico ; c o m o in d ic a R . V o lm at, el e n ferm o está obligado a abolir su «historia»* personal, traum atizante, al repetir de modo de lirante el acto cosmogónico, lo que le sitúa in tilo tempore, elim inan do el tiempo profano, y a construir su edificio delirante según el sim bolismo del centro, sobre un axis m undi, elim inando así también el espacio profano142. '
El centro es el e n fe rm o m ism o, q u e a p a rtir d e su p ro p ia form a repite el acto divino. D elirios se m e jan te s, tan e s tru c tu ra d o s y a d e m á s escrito s, no son m o n ed a co rrien te. Nos h em o s e n c o n tra d o a q u í c o n un luminoso caso d e fun cio n am ien to arcaico , sim b ó lic o y c a tá rq u ic o del m ons tru o , y m ás en gen eral, d e la o b ra de a rte . E l e n fe rm o no fue cu rado p o r su d ib u jo s, p e ro su e s ta d o m e jo ró d e s d e el m o m e n to que se puso a hacerlos y a co m u n icar su « sistem a d e l m u n d o » . E sta úl tim a expresión — «sistem a del m undo»— n o s re m ite a esa tentativa tan a m en u d o renovada en la E d a d M e d ia d e c o n s tru ir u n a imagen clara del m u n d o , co m p re n sib le, d e p a lia r la z o n a de som bras con explicaciones que tien en co m o b a se a D io s , al p rim e r A dán y al h o m b re tal com o es: caíd o , ig n o ra n te , a n g u s tia d o . C o m p lacerse en la creació n m onstruosa e q u iv ale a b u rla r la a n g u stia al repetir la C re a ció n a su p ro p io m o d o y con el av al de c u ltu ra s a n te rio re s, de fo rm a irrisoria, a b su rd a y a veces o s c u ra p a ra su p ro p io a u to r, mas p o d e ro sa p o r sí m ism a. L as relaciones e n tre los m o n stru o s d e los e n fe rm o s m entales y los m o n stru o s m ed iev ales, la c o m p a ra c ió n d e su s resp ectiv as razo n es d e se r, de sus fu n cio n e s, n o c o n s titu y e n d iv e rtim e n to s fortui tos. E n e fe c to , los e n fe rm o s d ib u ja n m o n s tru o s e n tre los cuales pue d e n reco n o cerse seres fam iliare s e n la E d a d M e d ia . N o hablarem os d e los unicornios (cf. V o m a t, o p . c it., p la n c h a X I, figura 20), de las esfin g es, de los d ra g o n e s o c ria tu ra s re la c io n a d a s c o n los ofidios, ni ta m p o c o d e los d iab lo s, q u e en d ic h o s e n fe rm o s p u e d e n ser recuer141 y ,4* Ibid.. p. 211. «Caso de Rcné Pe...»*, continuación.
d o s d e m onstruos muy conocidos. Por el contrario, no pecan por e x c eso de celebridad los astomori (seres que no tienen sino un pe q u e ñ o orificio en ve/ de boca y absorben su alimento con la ayuda d e u n c a n u to ; cf. rupra, capítulo IV. p 122. Volmat. op. cit., plan c h a L X V , figura 121), Jos blcmmyas (criaturas sin cabeza, con el ro s tro en el pecho; cf. supru, capítulo IV, p. 121, y capítulo VII. p . 275 ni los panotios (cf. supru, capítulo IV, p í24, y capítulo V II, p. 274). E ste tipo de seres son los más ilustrativos, y pueden sig n ificar que el m onstruo pone de manifiesto ciertos procesos m en ta le s p e rm an en tes, pese a las diferencias cíe épocas y de culturas. A la Juz de esta perspectiva, nos fijaremos a título cíe eiemplo en u n só lo m onstruo, cuya representación coincide con la de los a sto m o ri. E n un caso de disfagia histérica143, el enfermo ha dibujado un p e rs o n a je de aspecto asiático (relacionado con el arte japones) de c u rio sa s extrem idades (brazos muy flexibles y pies muy pequeños), cu y as m anos sostienen, elevándola hasta el mentón, una inmensa c o p a -c a la b a z a (m ás del doble que la dimensión de la cabeza) i acía E l ro stro se caracteriza por una boca minúscula144. Esta, y la cala b a z a , ilustran la estructura misma del síntoma, que no es sino la de to d o sín to m a, tal com o dice Freud: tiene una formación de compromiso entre dos pulsaciones igualmen te imperiosas, pero contradictorias: el principio de la realidad y el principio del placer14'. El psiquiatra com enta así ese «compromiso» que es el dibujo: El principio de la realidad lleva al enfermo a representar (a menudo de modo obsesivo) el elemento desagradable nns o menos trauma tizante. aquí el uso de la sonda o la preocupación de los medios por lo que a la alimentación se refiere (...). Por el contrario, el principio del placer .«.* hace al propio tiempo ne gar esa realidad y escapar de ella. No se trata ya de su dibujo, sino de sí mismo (...). No se representa «en persona», sino que dibuja en su lugar un personaje de otro país muy lejano (...). Esta imagen repite así la escena de la nutrición, profundamente de sagradable, aquélla en la que el enfermo está obligado a vivir; pero a la vez, la niega y huye; la calabaza está vacía; por otro lado es, al mismo tiempo, incapaz de comer, pues su boca se halla reducida a un orificio minúsculo, cerrado, crispado, bloqueado146. N o pretendem os que el significado de los astom ori m edievales se a ex a cta m e n te el mismo; es bien probable que estos m onstruos e x p re s e n una angustia relacionada con la nutrición, pero no nos ¡bui., «Caso 138»: Incapacidad de ingenr alimento, lo que traduce una an siedad aguda 144 Cf. Volmat, op. cit.. plancha LXV. figura 121. 145 y í46 Volmat. op. cit.. p 176.
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a v e n tu re m o s a a firm a rlo . L o q u e n o s in te r e s a e s p o d e r d istin g u ir, a p a rtir del d ib u jo del e n fe rm o e n c u e stió n c ie rto s h á b ito s d e l su b co n scie n te . P a rec e q u e la e s tru c tu ra b ip o la r p u e s ta al d e s c u b ie rto p o r F re u d p u e d e a p lic arse p e rfe c ta m e n te al m o n s tr u o e n g e n e ra l; se tra ta , a la vez, de u n a h u id a de la re a lid a d tra u m a tiz a n te (las di fic u lta d e s d e la v id a , ya se a n d e o r d e n b io ló g ic o o d e o tro ) y de u n a re p re se n ta c ió n de los e le m e n to s m ás a n g u stio so s: el m o n stru o e s un se r im a g in a rio e n el q u e a p a re c e n a n g u s tia s b ien re a le s . C re a r un ser ta l e q u iv ale a e n c a m a r la a n s ie d a d , y p o r lo m is m o , a libe ra rs e de ella en p a rte , y a g o z a r d e l a s p e c to fa n tá s tic o , irre a l, in cluso a veces hasta rid íc u lo y d iv e rtid o d e e s ta « c ria tu ra » . E l m ons tr u o , al tie m p o q u e p o n e de m a n ifie s to la a n g u s tia , ta m b ié n la nie ga; se ría así a p to p a ra e x p re s a r ta n to los s ín to m a s d e v a ria s e n fe r m e d a d e s m e n ta le s c o m o las d iv a g a c io n e s d e los in d iv id u o s co n sid e ra d o s co m o c a re n te s de e sp íritu . P e ro es m e jo r n o e n tre g a rs e sin a lg u n a p r e c a u c ió n a la ta re a de in te r p re ta r los m o n stru o s; d e b e m o s te n e r ta n to c u id a d o al analizar los sim bolism os d e las d iv e rsa s m e n ta lid a d e s y s itu a rlo s en su m ar co c u ltu ra l e h istó ric o co m o al tr a ta r los sim b o lis m o s d e los e n fe r m os m en ta le s. E n e ste ú ltim o c a so , se tr a t a d e re n u n c ia r a hacer p a sa r sus d ib u jo s y p in tu ra s p o r n u e s tro s is te m a p e rs o n a l de com p re n sió n ; n o p o d re m o s e n te n d e rlo s « sin o in tro d u c ié n d o n o s en la fo rm a d e ex isten cia q u e e s ta p in tu r a tie n e n p a r a el e n fe rm o » 147*. P o r e llo , el a rte p a to ló g ic o n o p u e d e s e r s in o u n e le m e n to de co m p a ra c ió n , a veces ú til, y n u n c a el p r e te x to p a ra u n a panacea in te rp re ta tiv a . L a m ay o r p a rte d e los m o n s tru o s d e la m ito lo g ía u n iv ersa l apa re c e e n los d ib u jo s de los e n fe rm o s m e n ta le s ; el te m a de la d eshu m a n iz a c ió n , las m e ta m o rfo sis ( h o m b re -a n im a l-v e g e ta l-m in e ra l), los m e c a n ism o s de d e fo rm a c ió n , de d is to r s ió n , d e a g lu tin a m ie n to de fo rm a s , d e e stiliz ac ió n , to d o e llo e s u tiliz a d o — s im u ltá n e a o sepa r a d a m e n te — en m u c h o s d e los c a so s c lín ic o s y e n c u ltu ra s di f e re n te s . P o r ta l ra z ó n , ta n to se tr a te d e l a r te p a to ló g ic o o d e l conside r a d o c o m o n o p a to ló g ic o , n o p u e d e v e rs e e n e s ta s fo rm a s sino m a n ife s ta c io n e s v a ria s d e l p e n s a m ie n to s im b ó lic o e n su m ás am plio s e n tid o . C o m o d ice V o lm a t, el s ím b o lo e s « p o liv a le n te , con senci llo p re d o m in io , p o r su s ig n ific a c ió n c o r r e s p o n d ie n te , al nivel en que f u n c io n a el p s iq u is m o » 1 . C o m o c o n tr a p u n to a los e s tu d io s a c e r c a d e l a s p e c to psicológico d e lo s m o n s tru o s m e d ie v a le s p o r u n la d o , y a c e rc a d e l de los e n f e r m o s m e n ta le s p o r o t r o , p o d e m o s a p o r t a r a lg u n o s te stim o n io s de m o n s tr u o s « c o n te m p o rá n e o s » c r e a d o s p o r in d iv id u o s « co m o todos lo s d e m á s » , es d e c ir, n o rm a le s . H e m o s to m a d o d e L a s c a u lt la id e a d e u n a e x p e rie n c ia llevada 147 Volmat, op. cu., p. 176. Ibid.. p. 160.
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a c a b o con escolares adolescentes Lascault había propuesto (o h e c h o p ro p o n e r) a 1200 alum nos de liceo, de uno y otro sexo, desde el s e x to a ñ o hasta el final del ciclo, que dibujasen y coloreasen un m o n s tr u o , y que po r escrito hiciesen algunos com entarios acerca del s e r a sí c re a d o (en las pp. 425-436 de su citada obra puede verse una e x p o sic ió n de los resultados obtenidos). Por razones de brevedad n o p o d e m o s incluir aquí nuestras propias reflexiones acerca de los f r u to s de tal ex p eriencia; nos ocupam os de ello en otro libro (a p u n to d e a p a re c e r) dedicado a los m onstruos del siglo XX. Por el m o m e n to , b a s ta rá con a n o tar algunas observaciones al respecto. E n tr e n u e stro s m onstruos contem poráneos, hallamos los que es tá n e m p a re n ta d o s con los m edievales. Pero lo que nos interesa, más a llá d e se m e jan z a s form ales o tipológicas, son los com entarios que les a c o m p a ñ a n ..., com entarios que ningún autor medieval nos ha d e ja d o de m an e ra sim ilar. En efecto, en la Edad M edia nadie h a c re a d o «su» m o n stru o . En cuanto a los «comentarios» m edieva les, e ra n el resu lta d o de convenciones extra-individuales, cuales q u ie r a q u e fuesen sus orientaciones (cosm ológica, religiosa, m oral, a le g ó ric a , e tc .). N o existía en el m edievo el com entario personal, « e s p o n tá n e o » (o m ejo r dicho, en aquella época la espontaneidad te n ía p o c o q u e ver con lo individual). Y precisam ente, lo que encon tra m o s en los m o n stru o s contem poráneos es la claridad directa que s o b re ellos p ro y ec ta su cread o r en el instante mismo de la creación, m ie n tr a s e stá to davía viviendo la experiencia e implicado personal m e n te en ella. La p alabra confiere a estos m onstruos una transpa re n c ia excepcional. H e m o s llevado a cabo una p ru eb a sim ilar a la de Lascault a es c a la d e lib e ra d a m e n te p e q u e ñ a, y, sin em bargo, los resultados difie re n b ien p o c o de los o b ten id o s po r aquél en un ám bito m ayor. Un g ru p o h u m a n o m uy lim itado puede d a r, en este dom inio de la c re a c ió n m o n stru o sa , resultados tan interesantes com o el de o tro m ás n u m e ro s o , lo q u e ten d e ría a probar que dicha creatividad es casi u n a fu n ció n n a tu ra l. A dem ás, el hecho de que en una y o tra ex p e rie n c ia p u e d a co n statarse una cierta uniform idad en las respuestas p e r m ite su p o n e r q u e , en efecto, hay en la elaboración del m ons tr u o u n a s « co n stan tes» form ales y verbales. Sería in teresan te sab er si e s a s c o n sta n te s ap arecen igualm ente en épocas d iferentes. T e n d r ía m o s a h í un cam p o de estudio m ás vasto, del que el p resen te e n sa y o n o o fre c e sino las prem isas. N o es posible negar que cada época se expresa con to n o s que le s o n p ro p io s. P ero , cosa curiosa, cuando se intenta d e te rm in a r la e s p e c ific id a d de lo im aginario en un m om ento histórico c o n c re to , s a lta a la vista hasta qué punto esas determ inaciones p u e d e n igual m e n te a d a p ta rs e a o tra s é p o c as149. 149 G. D urand, op. en., pp. 449-450: «el inventano de una cabeza romántica» es desento en tales términos que podrían aplicarse perfectamente al de una «cabeza m edieval-, y ello aunque cada una suponga formas de pensamiento en extremo diferentes.
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Entre los monstruos medievales y los contem poráneos, el ele mento que parece más sujeto a variaciones es la técnica misma del dibujo. Otros motivos de diversificación se encuentran no en el pro pio monstruo, sino en el uso que de él se hace según el nivel cul tural, el marco histórico, etno-sociológico, psicológico, etc. Puede pensarse, sin duda, que existen diferencias de sentido entre mons truos de épocas varias: no podríamos adherirnos sin reservas a este punto de vista. Nos parece más justo decir que si algunos sentidos tienen más importancia en ciertas épocas, los dem ás tam bién están presentes, si bien en un segundo plano. Pensamos que a lo largo de los tiempos hay un sentido eterno y universal del m onstruo, sobre el cual se imprimen otro u otros predilectos, incluso «convencio nes», propio todo ello de cada época. Estos últimos sentidos pue den oscurecer al primero, mas no impedir que exista. Así, toda una gama de variables características de un m om ento determ inado, del artista, de su medio (en el más amplio sentido), se conjuga con la de las constantes, constituyendo como su ornam ento exterior. Asimismo, merecería la pena no encerrarse en la manía inter pretativa ni limitarse a puntos de vista exclusivistas. El horizonte del monstruo y de lo imaginario es demasiado vasto para poder re ducirlo con la ayuda de sistemas, cualesquiera que sean. Estamos por completo de acuerdo con Gilbert D urand cuando atribuye a esos sistemas, y en particular al psicoanálisis — sin ignorar su va lor—, un alcance sólo relativo: La imaginación humana parece virgen de toda predeterm inación ca tegórica, y se podría hablar, más allá de las marcas del carácter y del sexo, de una universalidad de lo imaginario, no desm entida sino por la excepción patológica, en la cual la imaginación parece bloqueada en el interior de alguna estructura exclusiva150.
Como se ve, la propia excepción patológica revela la universa lidad de lo imaginario. Bien que su secreto resida en la memoria hum ana, de una he rencia mental transmitida a través de los tiem pos, o en una noción primigenia, el monstruo se perpetúa, siempre sem ejante a sí mis mo; tejido de sombra o de luz, frecuenta los ámbitos del hombre, vive de su vida, muere de su muerte.
1,0 Ibid., p. 444. El subrayado es nuestro. 328
CON CLU SIÓN MI FIN ES MI C O M IE N Z O ...
R ondó Mi fin es m i com ienzo y m i com ienzo m i Fin y m i auténtico com portam iento. M i tercer canto sólo tres veces retrocede, y asi acaba.
(Guillaumc de Machaut) El m o n s t r u o es el lugar p o r excelencia de la pluralidad: p l u r t » l i d a d d e s e n t i d o s , d e f u nci on es , de f o r m a s ... Hasta el siglo X V I in c l u i d o , el m o n s t r u o es una cr ia tu r a m ás o m en os am b ig u a; el in te r é s q u e d e s p i e r t a se d e s d o b l a e n p r e g u n t a s inquietantes: ¿ p o r qué f i g u r a e n la c a t e g o r í a de las c r i a tu r a s universales?. 6qu é es lo que p o r m e d i o s u y o q u i e r e r e v e l a r n o s el S e ñ o r del m u n d o ? , ¿t ien e alie v e r c o n los p o d e r e s d e A llá A rriba o con los de Allá A b a j o ? Si algo o a l g u i e n p u e d e c u e s t i o n a r la per fe cc ió n y omnisciencia de Uios es el m o n s t r u o , m a s p o r lo q u e se re fie re a la obra divina no es lícita p r e g u n t a ni d u d a alg una s: F.l hom bre , habiendo sido instalado en esta hermosa morada, o mejor, «n esic m agnífico te a tro , debe contem plar el ciclo, las estrellas, el aire, la tierra, los am m ales. las plañías; iodo hecho con (al a rtificio , ornado de lan encélen le h c llc /n . u nido y compuesto con (al armonía y dolado de tan gran virtud, tan bien o rd en a do , que no hay nada m ejor*
Y así, d u r a n t e siglos, se ha a c e p t a d o co n h u m i l d a d el no p o d e r c o m p r e n d e r al m o n s t r u o , ya q u e t a m p o c o nos es accesible el pl an d e c o n j u n t o de l u n i v e r s o . C o m o en la boca del salmista, sólo la a l a b a n z a es p o s i b l e :
1 G u illa u m c K o m lc lc t, l.'lU uoirr emiérr des poisums... (l.yo n . Mace Bonhom m c. 1558); p re fa c io , pg A3.
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Alabad al Señor, vosotros criaturas de la tierra; monstruos del mar y vosotros todos, oh abismos.^ Fuego, granizo, nieve, hielos, vientos procelosos2... P rete n d e r juzgar la creación no es sino d e sa tin o c rim in a l; al igual que en el L ibro de J o b , la P reg u n ta , la re c rim in a ció n p o r p a rte del h o m bre no tiene sentido; No hay hombre justo si se compara con Dios. Si Dios quisiere en trar en juicio con él, no podrá responderle de mil cargos, que 1c hará, a uno sólo34. E n este p u n to , la lam entación de Jo b no es re sig n a d a , sin o a m a r ga, casi e n o jad a . Será preciso, p a ra a ce p ta r el p e rm a n e c e r en la ig n orancia, sentir el soplo de D ios en u n o m ism o. L a P a la b ra d e D ios, irónica, d u ra , pone en su lugar a e ste «valien te» p re g u n tó n {Job, 40), y al hacerlo, le pone por d elan te los g ra n d e s m o n stru o s B e h e m ot y Leviatán: Mira a Behemont (...), él es el principal de los animales de DiosA. Su fuerza es gigantesca, pero au n q u e to d o p o d e ro s o , se h alla a ¡merced del que lo ha creado; esclavizado, d o m e stic a d o , se sorbe un río sin que le parezca haber bebido mucho; aún presume poder agotar el Jordán entero5.
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A l igual que A d án , tam bién flor de las o b ra s d iv in as, fue a m e nazado con la espada y alejado del ja rd ín de la c re a c ió n ; la s e m e jan za que existe en tre lo que se dice en Jo b 40.19-20 y G énesis 3.24 ilum ina con una extraña luz de p a re n tesc o las re la cio n e s e n tre el h o m b re y el m onstruo. T anto el uno com o el o tro , el h o m b re c o m o el m ayor de los m onstruos, son señ o res, e stá n en los lím ites de la perfección. D espués de D ios, L eviatán es el se r m ás p o d e ro so de la creación: ¿Quién puede resistir a mi semblante? (...) En fin, no hay p o d e r so bre la tierra que pueda comparársele, pues fue criado para no tener temor de nadie6. El p o d e r de L eviatán m anifiesta el de su S e ñ o r D io s. N ad ie p u e de so p o rta r su vista, ai igual que no es p o sib le m ira r el ro stro de D ios:
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pues su sola vista basta para quedar aterrorizado7. ( 2 3 4 5 6 7
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Salmo 14H, 7-8. Job, 9 2-3. Job, 40. 10 y 14 Job, 40.22-23. Job. 41, 1 y 24. Job. 41.1.
E l gran m o n stru o es un nec plus ultra, sobrepasa a toda criatura: En fin, no hay poder sobre la tierra que pueda comparársele, pues fue criado para no tener temor de nadie. Mira debajo de sí cuanto hay de grande; como quien es el rey de todos los demás soberbios animales8910. H ijo del orgullo, al igual que Adán, quién por ello perdió su re a leza. E n la rebelión de Job, lo que triunfa es la extensa descripción d e los dos grandes m onstruos citados, en la demostración del po d er d e D io s, las m aravillas de la creación no son sino el primer arg u m e n to ; lo que supone la sumisión de Job es el segundo argum ento, la p ru e b a de que Dios señorea no solamente las fuerzas positivas d e la vida, sino tam bién las negativas, las destructoras. Ante el es p ectá c u lo de la sum isión de estos monstruos todopoderosos, Job se re c o n o ce com o «ignorante», sin inteligencia, v queda reducido al si lencio a n te unas m aravillas que le anonadan . L a creación en tera testim onia la grandeza de Dios, y Dios no p u e d e m anifestarse en su poder sin que alguna criatura situada en los confines de la potencia imaginable se alce ante El... para que D ios se divierta: tuyo es este mar tan grande y de tan anchurosos senos (...), ese dragón o monstruo que formaste para que retozara entre sus olasIu. T an m agistral aparición de los monstruos en el Libro de Job ilu m ina c ru d a m en te , aJ igual que ocurre en la Edad Media, su doble e sta tu to : p o r un lado, maravilla, emanación de un poder creador in concebible para la inteligencia humana; por otro, fuerza maléfica, abism o devorador. En am bos casos, el monstruo provoca un terror sagrado. Se nos puede o b je ta r que muchos monstruos medievales no tie nen el c arác te r terrorífico de Behemot y Leviatán; únicamente po d ría com parárseles con Satán. Sin embargo, la Edad Media consi d e ra a los m onstruos como un conjunto, sin que intervengan las cuestiones de detalle: el problema esencial es el que plantean los m o n struos ante la idea de armonía y perfección del universo. Para h acer m enos inquietante dicho problema, la Edad Media se esfuer za en p ensar en térm inos de relatividad, si así puede decirse, en vir tud del principio que ya insinúa el Libro de Job y que también enun cia San A gustín: el hom bre no ve sino una pequeña parte del plan de c o n ju n to de la creación, y no puede juzgar la armonía que exis te e n tre las diferentes partes porque ignora cui congruat et quo reHJob . 41.25-26.
9 Job . 42.3. 10 Salmo 103,
25-26. (Lo citado, es la versión de la Biblia cspartolu mencionada; la versión del autor está mucho más en consonancia con lo que él dice: «y Leviatán. que has creado para alegrarte» Nota del Traductor).
feratur11. Y así, San Agustín se dedica a m anten er en lo posible la ambigüedad del m onstruo, la bipolaridad que le confiere su ince sante balanceo entre el bien y el mal. Se trata de un acto de voluntad más que de un acto de fe. Esta aplicación, a veces problem ática, se explica en p arte p o r la necesi dad: era preciso estar de acuerdo con una teología cerrad a; discutir la organización del mundo y el arte del C reador significaba co n d e narse a sí mismo a la incertidum bre, a la angustia nacida del senti miento de lo absurdo. Sin am bargo, no es imposible d e ja r de ver en tal opinión otra cosa que un reflejo defensivo y descubrir en ella una ironía inconsciente. El m onstruo, aunque sea considerado co mo una criatura más del universo, tiene tam bién el colorido de lo imaginario; criatura de Dios, es asimismo engendrada por el espí ritu humano: su doble nacimiento le añade una am bigüedad más. Lo imaginario y sus monstruos perm anecen en el ám bito del hom bre; así, cuando la Edad Media se pregunta, de m odo bien inteli gente, si la creación monstruosa cuestiona la creación divina, ma n ifie sta en el arte de lo esquivo disposiciones inquietantes. E ste arte '.de lo esquivo, ¿no procedería del hecho de que el hom bre se siente ¡¡oscuramente señor de los monstruos, de un alzarse con ironía re gocijada frente al Señor divino, quien, por cortesía y com odidad, se eclipsa...? Los monstruos serián así una «transgresión no transgresiva». Gracias a ellos el hombre afirma su libertad, se levanta contra todo lo que oprime, contra todos los males de la condición humana. Si G. Durand ha podido ver en la función fantástica una «función de esperanza» es porque, m ediante ella, el hom bre se dis tancia tanto de lo que se refiere al Mal invasor com o a la inalcan zable Perfección. La ambigüedad es una constante del m onstruo, p ero una «cons tante variable». En el siglo XV se abre una brecha: el m onstruo tien de a instalarse a un sólo lado del m undo, y a pactar con lo diabó lico. A partir del siglo XIV, en efecto, la idea de un cosmos arm o nioso es combatida por la evidencia de la desarm onía: pestes, asesinatos en masa, omnipresencia de la m uerte. El cuerpo-univer so, el cuerpo social, el cuerpo sagrado de la Iglesia, el cuerpo hu mano, se cubren de pústulas: el Cristo leproso de B rioude, terrorí fico crucificado, ofrece de tal situación una imagen que se halla en los límites de lo soportable. La confusión religiosa, la obsesión con el fin del mundo, la creencia en la llegada del A nticristo, llevan a las masas de exceso en exceso, de una violencia a otra: de la extre ma piedad a la extrema impudicia; de la penitencia ostentosa al goce desenfrenado; de la devoción al sacrilegio. Así vive Gilíes de Rais, criminal, «monstruo» —según le califica G eorges Bataille— , dispuesto a fraternizar sin cesar con el dem onio, pero que muere lleno de contrición, implora el perdón y hace verter las lágrimas de
11
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Cf. supra, capítulo VI, p. 198. La ciudad de Dios, XVI.8 .
quienes le ven marchar como si de un santo se tratara camino de la hoguera. Los m onstruos que atormentaban a los San Antonio del Basco, de Martin Schongauer, de Matthias Grunewald. son escasamente ambiguos, pues su carácter diabólico estalla con violencia inaudita. El monstruo no sale indemne de su paso por el Infierno. El si glo XVI intentará relegar a un segundo plano el aspecto diabólica mente trágico y agresivo de la centuria anterior, pero el monstruo, si sigue siendo criatura de la naturaleza, es ya sospechoso. Ya no existe la adhesión sistemática a la belleza de la paradoja, del mis terio, de «lo otro»; el siglo XVI está como sobrecogido, indeciso, ante el monstruo. Lo utiliza para su política, para sus polémicas, y como no desdeña repetir lo que decían sus padres, continúa ado rando a Dios en la naturaleza y en todas sus criaturas. Pero sobre todo, el gusto reside ahora más en el conocimiento que en la con templación (y sin embargo, la contemplación, ¿no es también conocimiento?): Sin duda no hay nada más hermoso ni más exquisito en este mundo que dicha ejercitación y conocimiento, y nada que en las tinieblas de nuestra vida y ante la infinita variedad de opiniones nos permita co nocer mejor a Dios que su palabra, contenida en esas santas letras12.
i Evoluciona la reflexión acerca del monstruo, pero esa evolución se lleva a cabo teniendo siempre en cuenta los rasgos dominantes. El predom inio de cierto sentido en una época dada no excluye la perm anencia de todos los demás. La coexistencia, la interpenetra ción de planos, es una constante del pensamiento medieval y del pri m er Renacim iento. La cronología no puede escucharse sino en la polifonía. Cada esfera del arte y de la vida pone de manifiesto esta expe riencia profunda de la polisemia, de la superposición de sentidos. Es p o r ello por lo que resulta difícil asir al monstruo: esta atrapado en la com plejidad del mundo medieval y no puede producir un so nido único. Tal situación —de la que hemos hallado abundantes tes tim onios— resalta con extraordinaria expresividad en un cuadro conservado en el Museo Unterlinder de Colmar, la predella de Tempelhof von Bergheim (siglo XV, escuela del Alto Rhin). Con un agudo simbolismo y sin sensiblería, el juego de las miradas teje com o una red de estrellas: la composición divide el cuadro en dos escenas, que se relacionan sutilmente entre sí por medio de un per sonaje central y por la dirección de las miradas. A la izquierda, San Juan Bautista, con los ojos fijos en el es pectador del cuadro, señala con el dedo a Cristo, cuya venida anun cia. E ste, con la mirada algo perdida, parece volver sus ojos a quie nes están sentados a los pies del Bautista, algunos de los cuales mi12 G uillaum e R ondelct,
o p . c it.;
prefacio, p. A3
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ran al Señor m ientras que otro s parecen distraídos, E n el e x tre m o izquierdo del cuadro, dos santos (o p ro feta s), c o m p añ e ro s del B a u tista, dirigen su vista, por delante de éste , a C risto. T al es la «es cena» que ocupa esta m itad de la p in tu ra. E n el c e n tro g eo m étrico de la predella, una princesa o reina ap arece a rro d illad a so b re una piedra redondeada, cerca de unas rocas verticales y de un arbusto: unas y otro sirven de transición sim bólica e n tre am b as escen as y de «punto de apoyo» a los dos p ersonajes. C risto y la rein a (o p rin c e sa), que situados hacia adelante, mas no p o r co m p leto , se d an lige ram ente la espalda, orientado cada uno hacia la escena q u e le co n cierne. La parte derecha del cuadro m uestra a San Jo rg e a b atien d o el dragón, escena que, gracias a la presencia de la p rin cesa sobre la piedra, recuerda el mito de Perseo liberando a A n d ró m e d a . La princesa, si bien vuelta hacia San Jorge y el d rag ó n , p re sta su a te n ción a la escena de la izquierda, según puede verse en varios d e ta lles de su actitud y en su m irada, dirigida de re o jo , con los p á rp a dos entreabiertos, hacia el Cristo situado a su derech a. La predella de Bergheim organiza sus m otivos según un sistema i típicam ente medieval. En virtud del juego de m irad as, n ad a queda [ aislado; ningún personaje, ningún asunto tiene un fin en sí mismo; | cada uno conduce a los otros, rem ite a o tra cosa. La distribución del espacio, la disposición de los motivos y de los p e rso n aje s en la geom etría del cuadro, contribuyen al mismo fin: seres y o b je to s no tienen sentido sino por las relaciones que los unen e n tre sí. El m ons truo, que figura en lugar destacado, se inscribe en un d ev en ir, y no aparece como excepción injustificable; si está c o n d en a d o al ex ter minio, ello no es razón para considerar inútil su existencia (al con trario ), y si aparece en el extrem o derecho inferior del cu ad ro , se ría inútil basarse en algún «sentido de lectura» para situ arlo en una cronología puram ente lineal. Por su posición p o d ría indicar un pun to de salida, pero Cristo, la Virgen y San Jorge son todos ellos ven cedores del m onstruo, cada uno a su m anera y en su pro p io tiem po. Gracias a estos tres personajes, el m onstruo rem ite a tres mo m entos diferentes de la aventura hum ana y divina.
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L a s dos escenas, la de la derecha y la de la izquierda, no e n c ie rra n la ultim a ratio del cuadro: la clave está en el elemento ines p e ra d o . La rein a (o princesa), que esta en el centro geométrico de la Predella sin ser el centro de interés, parece ignorada por todos. Si C risto no adelantase ligeramente un pie hacia ella, y si no se su p iese q u e — com o A ndróm eda— es el motivo de la lucha con el m o n stru o (el ju ego de referencias mitológicas basta para dar a la esc e n a un sen tid o por lo menos doble), mal podría explicarse su p re sencia. La princesa es, por lo tanto, el único personaje que encierra en sí u n a superposición de diferentes sentidos, los cuales irradia en to rn o suyo. L a p rin c e sa A ndróm eda puede representar a la Virgen corona d a , e m p e ra triz de los cielos, a la Iglesia esposa de Cristo o a la Mu je r, ta m b ié n c o ro n a d a, del Apocalipsis, victoriosa asimismo del dra gón. E l sim bolism o del cuadro se presta a todas y cada una de estas in te rp re ta cio n es. Es en este enigmático personaje en el que se ha lla el n u d o sem ántico. El mensaje del Bautista aparece teñido de m atices varios, pero no divergentes; el combate de San Jorge se des cifra igualm ente a través de unas cuadrículas que no excluyen entre sí, sino que se enriquecen mutuamente y se devuelven sus reflejos com o en un p o lied ro de espejos. Tal es el sistem a del cosmos medieval, tal es el universo del pin to r, com o atestigua esta deslumbradora exposición de Leonardo da Vinci: T odos los objetos tienen sus imágenes y semejanzas proyectados y m ezclados juntos a través de la entera extensión de la atmósfera que los rodea. La imagen de cada punto de su superficie material existe en cada punto de la atmósfera, y todas las imágenes de los objetos están en todos los puntos de esa atmósferá. El conjunto y las partes de la apariencia de la atmósfera se contienen en cada parte de la su perficie de los objetos situados frente a ella. He ahí por qué las imá genes de los objetos se hallan, en parte y en todo, en cada parte de la atm ósfera que está frente a ellos; y la sustancia atmosfénca se re fleja en el todo y en cada parte de la superficie. Resulta así evidente que la sem ejanza de cada objeto, sea en su conjunto, sea una de sus p artes, se encuentra de modo intercambiable en cada parte y en el co n junto de los objetos situados frente a ella, como puede verse en un juego de espejos situados frente a frente .
U n texto ta n adm irable sitúa en su verdadero lugar la cuestión del m o n stru o ..., al igual que cualquier otra cuestión. Podemos tam bién preg u n tarn o s si es oportuno disertar sobre ello o es mejor de jarse a rra stra r p o r el vértigo alucinatorio. Pero ya no es tiempo para to m ar una decisión. En un universo tan fantástico, el monstruo no tiene la última pa labra, y aunque haya podido atravesar los siglos, no es sino un es tallido de luz, tan fulgurante como fugitivo, al cual responden otros estallidos lum inosos, en un parpadeo sin comienzo ni final. ,J Leonardo
da
Vinci, Carnets, t I. p. 309 337
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P r e d e lla d e T e m p e lh o f d e B e r g h e im (sig lo x v , e s c u e la d e l A lto R h in ) . M u s e o U n terlin d e n , C o lm a r. (F o to g ra fía d e O . Z im m e rm a n n .)
ALGUNAS ABREVIATURAS
BNUS: Biblioteca Nacional y Universitaria de Estrasburgo. BU: Biblioteca Universitaria. Col.: columna. D.P.: Dover Publications. G.-F.: Garnier-Flammarion. RVDHG: Recueil de voy ages et de documents pour servir á l’histoi• re de la Géographie. RVMSG: Recueil de voy ages et de mémoires publiés par la Société de Géographie. Soc. G éo.: Societé de Géographie. Y.M .: Y mago Mundi. Nota: Es nuestro el subrayado de todas las palabras, expresiones o frases que aparecen en las citas, excepto cuando señala expresa m ente en nota, en cuyo caso corresponde al autor en cuestión.
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tischer Verlag) 1910; «Un souvenir d'cnfancc de Léonard de Vinci», 1916. «Parallóles mythologiques á une représentation obsessionncllc plastique»; 1923 «Une névrose démomaque au XVIIle siécle»; 1937: «Rapport entre un symbole et un symptóine». Grousset (René). L'Empire des steppes (Payot, 1948).
Hallberg (Ivar). L' Extréme-orient dans la littérature et la cariographie de iOccidenl des XUIe, XlVe et XVe síteles. Elude sur l'histoire de la géographie: Handlingar (Góteborgs Vetensk Samhálles Handlingar, 1904-1906; 7-9), 4 vols. Heuvclmans (B). Dans le Sillage des monstres marins (Pión. 1958). Hippeau (M. C ). Le Bestiaire divin de Guillaume, elere de Normandie... avec introduction sur les bestiaires. volucraires et lapidaires du Moyen Age, considérés dans leurs rapporis avec la symbolique chréttenne (Caen. Hardel, 1852). Lacamére (Jacques). La Découvene du monde anúque (Club des Libraires de France. 1957). Contiene: Heródoto de Halicarnaso. Voyages ei relalions (I-IV); Ctesias de Cnido. Récits indiens, Hannon. Pénple, Amano, Pénple de Néarque en mer Erythrée. Lévi-Strauss (Claude). Mythologiques. Le cru et le cuii (Pión. 1964). Ley (Willy). Ces Béies qui ont fail nos légendes (Editions France-Empire, 1971). MacCrindle (J. W ). Ancient India as Described by Kiesias ihe Knidian (BombayLondres. 1882). Major (R. H.). India in ihe Fifieenth-Century (Londres. Hakluyt Society, 1857). Mély (F de). «Le De Monstris chinois et les Bestiaires occidentaux», Révue Archéologique (1897). pp. 353-373. Meyer (P ). Alexandre le Grand dans la littérature frangaise du Moyen Age (París, 1886). 2 vols. Milner (Max), y otros. Entreúens sur l'homme et le diable (París-La Haya. Mouton, \ 1<*>5). \Mollat (Michel). Grands voyages et connaissance du monde du milieu du XUIe siécle á la fin du XVe siécle (CDU. Sedes. 1969). Primera Parte: Asia. Segunda Parte:
I Océano Indico y Africa Oriental. I Monmer (Jean) La Descente aux enfers, étude de pensée réligieuse, d'art et de litté rature (París. 1905). en octavo; con iconografía. Murray (Margaret) Le dieu des sorcitres (Denocl. 1957). Pagel (W ). Paracelse. Introduction á la médecine philosophique de la Renaissance (Arthaud. 1963).' Piehler (Paul T ). The Visionary Landscape, A Study in Medieval Allegory (Londres Arnold. 1970). Poerck (Guy de). «La tradition manuscrite des voyages de Jean de Mandevillc», Ro mánica Gandensia. IV (1956), pp. 125-158. (Nueva clasificación de los manus critos. Trabajo preparatorio para una edición crítica). Préaud (Máxime) Les Sorciéres. Catálogo de la exposición celebrada en la Biblio teca Nacional (Biblioteca Nacional. 1973; 147 pp.. 252 trabajos). Psychopaihologie de l'expression. (Colección Iconográfica Internacional, editada por Sandoz). vol. XIV, «Entre Eros et Thanatos» (Basilea. 1970). Vol. XVII. «Mas ques et néomorphismes chez une fillctte psychotique» (Basilea, 1971). 20a Serie. «Toxicomanie et peinlurc. symbolisme mystique dans les dessyns d'un jeune toxicomane» (Basilea. 1973). Vol. XXI, «Masques et faces grimaqantcs dans l'Hallucinose toxique» (Basilea. 1974). Raphael (Freddy). «La représentation des Juifs dans l’art médiéval en Alsace». Revue des Sciences Sociales de la France de l'Est (Estrasburgo. 1972), núm. 1. Samtyves (Pierrc). En marge de la Légénde dorée. Songes, miracles et survivances (Nourry, 1930) Tervarent (Guy de) Attributs el symboles dans l'art profane. 1450-1560. Dictionnaire d’un langage perdu (Ginebra. Droz, 1958). Tinland (Franck). L'Homme sauvage (Payot, 1968). Tonquédec (Padre de, S. J.). Les matadles nerveuses ou mentales et les mamfestations diaboliques (Beauchesne. 1938). Volmat (Robert). L'Art psychopathologique (PUF. 1956). Wittkover (R ). «Marvels oí the East», Journal of the Warburg and Courtauld Institutes, V, p. 159. Wittkover (R ). Marco Polo and the Picturtal of the Marvels of the East (Roma, 1957).
346
N ota
bibliográfica dll traductor
L as citas que el au to r hace de Dante Alighieri. Mi;ail Bajtin. J urgís Baltrusaítis. C ristó b a l C olón. Johan Huizinga. Antonio Pigafetta y Marco Polo, han sido toma d a s d ire c ta m e n te de las siguientes ediciones españolas (con las excepciones señala d a s e n su lugar oportuno): D a n te A lighieri. D i v i n a A n g e l C respo. Mi jai! B atjin. L a c u l t u r a d e F r a n ^ o is R a b e la is
C o m e d ia .
3 vv. (Barcelona. Planeta. 1983). Traducción de
p o p u l a r e n ¡a E d a d M e d ia y e l R en a c im ie n to . E l co n texto
(Barcelona. Barral Eds.. 1974). Traducción de Julio Forcat
y C é sa r C onroy. Ju rg is B altrusaitis. L a E d a d M e d ia fa n tá s tic a (Madrid. Cátedra. 1983). Traducción de Jo sé Luis Checa. C ristó b al C olón L o s c u a tr o v ia je s d e l A l m i r a n te v s u te sta m ie n to (Madrid. Austral. 1980). Jo h a n H uizinga. E l o t o ñ o d e ¡a E d a d M e d ia (Madrid. Revista d e Occidente. 1971). T rad u cció n de José Gaos. A n to n io Pigafetta P r i m e r v ia je e n to r n o d e l g lo b o (Madrid. Austral. 1963). M a rco Polo. V i a je s : L i b r o d e ta s c o s a s m a r a v illo s a s d e l O rie n te ( Madrid. Akal. 1983). T raducción de Juan Barja de Quiroga He tenido también a la vista la traduc ción de Liliana Piastra. L a d e s c r ip c ió n d e l m u n d o (Buenos Aircs-Madrid. Hisp á m e ric a . 1985).
A g rezco a C arlos Alvar su generosa ayuda en la traducción al castellano de las citas en francés m edieval que aparecen e n el texto.
347
TABLA DE LAS ILUSTRACIONES
I. Barthélemy de Glandvüle. Le Propietaire en franfoys (Touiousse, H. Meycr. 21494), p. C5. Fotografía Biblioteca Nacional. París. [ 2. y 3. Mapas T. O., Altas de Lelewel. Géographie du Moycn Age (Bruselas 1852-1857). sin paginación. BNUS. 4. Virgilio. Opera (Estrasburgo. J. Gruninger. 1502). p. XLIX verso. Fotogra fía Biblioteca Nacional. París. 5. Gregorius Rcisch. Margarita Phtlosophica (Estrasburgo. J. Schott. 1504). p, S2 verso. Fotografía Biblioteca Nacional. París. 6 . Diversos animales reales y míticos. Bernhard de Breydenbach. Itinerarium Hierosolymttanum ac in terram sanctam (Spira. Pierre Drach, 1490). BNUS. 7. Cordero vegetal y árbol de las ocas. Fol. 210 verso del Libre des Merveilles, Mandevillc Tomado de H. Cordier. Odoric de Pordenonc (París, 1891), p. 427. BNUS. 8 . Fabies d'Esope. Sébastien Brant (edición de 1501). Fol. 189 verso. De ihauris indtcis.
8 bis El Diablo. Mandeville. Todas las ilustraciones de Mandevillc aquí repro ducidas están tomadas de la misma fuente: Albert Schramm. Der Bilderschmuck der Frühdrucke (Leipzig. 1921). vol. IV. Se trata de los grabados de la segunda edición de Antón Sorg (Augsburgo. 1481). 9. Monstruos diversos. Conrad von Megenberg. Buch der Natur (Augsburgo. 1478). BU de Basilea
10.
Ibid
II. Blemmya. Mandevillc 12 Monstruo sin nanz y sin labios. Hartmann Schedell. Chronica Mundi (Nuremberg. Antón Kobergcr. 1493). «Secunda etas mundi». fol. XII. BNUS. El resto de los grabados de H. Schedel. tomados también de este ejemplar. Fotografías de la BNUS 13. Astomori. Mandevillc. 14. Astomori. Cf. supra. figura 12. ibtd. 15. Panotio. H Schedel. loe. cit >fol. XII. 16. Sciapoda. H. Schedel. loe. eit.. fol. XII 17 Sciapoda. Mandevillc 18 Monstruo con el labio inferior hipertrofiado, H. Schedel, loe. eit., fol XII19. Cíclope. Mandcville 20.. Oca con dos cabezas, ibtd. 21. Niño con dos cabezas. H. Schedel. op. eit., «Sexta etas mundi». fol CLl 22. Ser con dos pares de ojos. H. Schedel, op cu., «Secunda etas mundi», fol XII verso.
348
N.flocon dos pares de brazos \ de piernas. H Schede!. op. cu., -Sexta etas mundi», fol. CLI. 24. Ser con seis dedos. H. Schedel. op cu., -Secunda etas mundi». fol. XII
v e rso .
25. Seres dobles o que tienen d u p lic a d a s alguna p a rte de sus cuerpos S. Brant (pliego suelto. 1 4 9 6 . fragmento): en P aul Heaz' Fluglatter des Sebastian Brant (Es trasburgo, 1915. facsímil). BNUS. 26. «De bello p y g m e o r u m c t g ru u m » . S. B ra n t. hables d'ísope, fol 1 9 5 . 27. Gallinas con lana, Mandeville. 28. Seres que en lugar de b o c a tienen d o s p e q u e ñ o s orificios. Mandeville. 29. «De Marsis domantibus s e rp e n te s » . S. B ra n t. hables d'ísope. fol 178 verso. 30. Cordero de Tartana o cordero vegetal. Mandeville 31. Hombre árbol, ibid. 32 y 33. Mandrógoras masculina y femenina. Johannes de Cuba. Hortus Sanita ris (Mainz, 1485). BU de Basilca 34. Andrógino. H. Schedel. op. cit., «Segunda etas mundi». fol. XII verso. 35. Andrógino, ibid., op. cit., fol. XII. 36 y 37. Seres bisexuados, Mandeville. 38. Ser con dos cabezas, una de perro y otra humana. H. Schedel. op. cu.. «Sex ta etas mundi», fol. CXCVIII. 39. Minotauro. Mandeville. 40. Ser con cuello muy largo. H. Schedel, op. cit, fol. XII verso. 41. Cinocéfalo, Mandeville. 42. Cinocéfalo y otros monstruos, «De cynophelais. acicala, leucotrata ct sciopedibus», S. Brant, Fables d'ísope, fol. 179 verso 43. Cerdos con cabeza humana. Lycosthénes, Prodigiorum ac ostentorum chronicon (Basilca, 1557). Reproducido por H. Cordier. op. cit., p. 322. BNUS. 44. «De puero quadrupede in agro florentino ex aqua nato». S. Brant. Fables d ’íso p e, fol. 198. 45. Las «bestezuelas» de Odorico, con cabeza humana Fol 109 verso del Li bre de Merveilles; reproducido por H. Cordier. op. cit., p 303. BNUS. 46. «De sphingc et eius enigmate», S Brant, Fables d'ísope. fol. 180 verso 47. Centauro, H. Schedel, «Secunda etas mundi». fol. XII verso 48. Figura semejante a la de Melusina. Mandeville 49. Seres con cuernos y pies de cabra, ibid 50. Ser con cuernos y pies de cabra. H. Schedel, loe. cit., fol XII. 51. «De simcarum natura», S. Brant, Fables d'ísope, fol. 180. 52. Seres humanos con rabo, Mandeville. 53. Diablo de los bosques. Conrad Gesner. Icones Animalium quadrupedum. viviparorum et oviparorum (Tiguri, C. Froschoverus, 1560; segunda edición), p. 95. 54. «De anthropophagis», S. Brant, Fables d'ísope. fol. 179. 55. «Ouomodo denles crocodyli purgent», ibid., fol. 189 56. «De helonis et agathyrsis» (seres con el rostro parcialmente coloreado de azul), ibid., fol. 2 0 1 . 57. «De regulo et mustela», ibid., fol. 182 verso. 58. Circe; los compañeros de Ulises transformados en animales. H. Schedel,. op. cit., «Tercia etas mundi», fol. XLI 59. Brujas metamorfoseadas en animales camino del sabbat Ulrich Molitor. Des sorciéres el des devineresses (Colonia, 1489). 60. Caballo marino. Ambroise Paré, Oeuvres (París, Gabriel Buon, 1585; cuar ta edición). Libro XXV, p. mlxx. 61. Elefante con una casa sobre la espalda, Mandeville 62. «De pugna elephantoruni ct draconum», S Brant, Fables d'ísope, fol. 196
verso.
63. «De amore Delphini et pueri». ibid., fol. 185. 64. Animal con múltiples patas, cuatro ojos, etc A Paré, op cu., Libro XXV, p. mxci. 65. Encuentro de un ermitaño y un fauno. Mandeville 6 6 . «De Blemiis aliisque monstruosis gentibus», S. Brant, Fables d’ísope, fol. 196 verso. ' 349
67. Jabalí marino. A. Paré, Oeuvres (París, Gabriel Buon, 1585; cuarta edi ción). Libro XXI. p viii-xix. 6 8 . Tritón y sirena, ibid., Libro XXV, p. mlxvi. 69. Representación espantosa de un diablo marino, ibid., p. mlxix. 70. Monstruo marino con cabeza de fraile..., ibid., p. mlxvii. 71. Monstruo marino semejante a un obispo..., ibid., p. mlxvii. 72. Representación de una joven velluda y de un niño negro, productos de la capacidad inventiva, ibid., p. mxxxvii. 73. De monstruoso partu and Wormaciam, A nno M CCCCXCV, pliego suelto de S. Brant. Reproducción de un original conservado en la BNUS. 74. De portentifico sue in Suntgaudia, anno 1496. Según el facsímil de Paul Heiiz, Flugblátter des Sebastian Brant, mit 25 Abbildungen (Estrasburgo, 1915). BNUS. 75. El fraile-becerro. Representación de un horrible monstruo, con manos y pies de buey... A Paré. op. cit.. Libro XXV. p. mxxxvii. 76. «Von Schatz Fybden», S. Brant, Narrenschif (Basilea, 1494). Según el fascímil de Franz Schulz (Estrasburgo, 1913). BNUS. 77. «Ucberhcbung der hochfart», ibid. 78. «Der Endknst», ibid. 79. La caída del Anticristo. Hartmann Schedel, Chronica mundi, «Séptima etas mundi», fol. CLXXX1X verso. ---------80 80. Bruja camino del sabbat. Hartmann Schedel. Chronica mundi, «Sexta etas tundí» undi», fol. CLXXX1X verso. 81 81. Diablo con dos rostros. Mandeville. 82. Das Buch Belleal (Estrasburgo, Knoblotzer, 1480). BU de Ginebra. 83. 8^ Le Livre de Béhal (Lyon, Mathis Huss, 1984). ZBU de Ginebra. 84 Ibid 85. «De Sacerdote, diabolo et peregrino», S. Brant. Fables d'Ésope, fol. 175. 86 Combate de San Miguel con el dragón (detalle). Alberto Durero, Apoca lipsis de San Juan. Estrasburgo, Gabinete de Estampas. 87. «De eo qui in somnis aurum reperiebat», S. Brant, Fables d'Ésope, fol. 156 .
verso.
88 El Diablo ante la boca del Infierno. Tomado de E. Major, Holzschmtte des X Vten Jahrhunderts. .. (Estrasburgo, 1908). Grabado núm. 16, procedente de la Alta
Alemania, 1475. BNUS. 89. Bajada de Cristo a los infiernos (detalle). Alberto Durero, El gran Cristo de Leiden. Estrasburgo, Gabinete de Estampas. 90 Representación de varios monstruos, entre ellos uno marino. S. Brant, Fa bles d'Ésope, fol. 1 2 2 verso. 91. Amores de una bruja con el diablo. U. Molitor, De lamiis et phitonicis mulienbus (Colonia, 1498). 92 La mujer-pecado (1350-1360). G. Lascault, Le monstre dans l’art occidental (Khncksieck. 1973), p. 408, figura 102. Tomada de J. baltrusaitis, Réveils et prodiges (Armand Colín, 1960), p 310. 93 Dibujo de una «esfinge» hecho por un enfermo mental. R. Volmat, L ’art psychopathologique (PUF. 1956), p. 203.
I lustraciones
al frente de cada capítulo
Monstruo con seis brazos. H. Schedel, Chronica mundi, «Secunda etas mundi», fol. XII verso. Capítulo l. «Von der wunderlichen zusamefugung der óbersten Planetcn» (detalle fragmento izquierdo). Grabado en madera (270 x 135) que ilustra un pliego suel to de S. Brant. Reproducido por Paul Heitz, Flugblátter des S. Brant BNUS. Capítulo II. Escena exótica Viajero rindiendo homenaje al rey-monstruo del lu gar. Incunable alemán (sin lugar ni fecha; puede datar de 1475). Capítulo III.. Viajero encontrando «tigres» monstruosos. «De tygribus», S. Brant; Fables d'Esope, fol. 190 verso. Introducción.
350
Capitulo IV. Plancha coloreada con diversos monstruos lomada del fíuch der Natur de Conrad de Megenberg Bt' de Basilea Capítulo V. «De hippopodihus et phancsiis»; S Brant. hables d'Esope. íol. 186 verso. Capitulo VI. Unicornios enjaulados «en observación" Grabado en madera proce
dente del incunable de Schiltbergcr citado más arriba (capitulo II). Capitulo Vil Mujer salvaje H Schedel. Chromca mundi, fol. XII verso Conclusión. Serpientes enlazadas H Schedel. Chromca mundi I lustraciones provenientes de las coi ecc iones de la Biblioteca Nacional y U niversitaria de E strasburgo. C on mención de: la signatura de cada obra (FOTOGRAFIAS REALIZADAS POR LOS SERVICIOS DE REPRODUCCION DE LA BNUS)
R 95. Schramm, Albert: Der Bilderschmuck der Fruhdrucke Tomo IV (Leipzig. Karl W. Hiersemann. 1921). Nums. 8 bis. 11 13. 17. 19. 20. 27. 28. 30. 31. 36. 37. 39. 41. 48, 49. 52. 61. 65. 81. R 981. Bernhardt de Brevdenbach Voyage en Terre Sainte (Spira, Pierre Drach, 1490). folio 110. Núm. 6 R 10607. R 10608. Brant. Scbastien. Fables d'Esope Núms 8 . 46. 57. e ilustra ciones al frente de los capítulos III y V Los otros grabados de las Fables d'E sope. tomados de un ejemplar conservado en la BU de Basilea. K 951. Brant. Sébastien: Feuille volante sur une naissance monstrueuse á Worms en ¡495 (Augsburgo. J Froschauer. 1495). Núm 73 H 352. Gesncr. Konrad: Icones ammalium quadrupedum (Tiguri. C. Froschoverus. 1560; segunda edición). Núm 53. K 2626. Molitor, Ulrich: De lamas et phitonicis muheribus (Reutlinger, J. Otmar. 1489). Núms. 59 y 91. R 10669. Paré. Ambroise: Oeuvres (París. Gabriel Buon. 1585; cuarta edición). Núms. 60. 64. 67-72. 75. K 3246. Schedel. Hartmann: Chromca mundi (Nuremberg. Antón Koberger, 1493). Núms. 12. 14-16. 18. 21-24. 34. 35, 38. 40. 47, 50. 58. 79. 80. c ilustra ciones al frente de la Introducción, del capitulo Vil y de la Conclusión. I lustraciones provenientes de las colecciones de la Biblioteca Universitaria de Basilea
Brant, Sébastien. Esopi apologi sive mythologi cum quisbundam carminum et fabularum additionibus Sebastiam Brant (Basilea. Jacobus de Phort2 heim. 1501). A. N. VI 198. Núms. 26. 29, 42, 44, 51, 54-56, 62. 63, 6 6 . 85, 87, 90. Johanncs de Cuba. Hortus Samtatis (Mainz, 1485). Bot. 3856 Incunable Núms. 32, 33. Conrad von Megenberg. Buch der Natur (Augsburgo, 1478). Bot 3256. Núms. 9, 10 e ilustration al frente del capítulo IV. Schiltbergcr, Hans. Der Schiltberger der vil tvunders erfaren hall in der heydenschaften und in der Türkey (sin lugar nt fecha). Ilustraciones al frente de los ca pítulos II y VI. I lustraciones provenientes de las colecciones de la biblioteca universitaria de G inebra
p ú b l ic a y
Jacques de Théramo. Das Buch Belleal gennant von der Genchtes Ordenung (...) zum Teutsche gebracht (Estrasburgo. Knoblotzer, 1483). Be 501 Rés Núm. 82 Jacques de Theramo. Le livre de la consolation des pouvres pécheurs, nouvellement translaté du latín en franqois par frére P. Ferget (Lyon, Mathis Huss 14841 Be 478 Rés. Núms. 83. 84. ’
351
tabla de materias
IN T R O D U C C IÓ N
C A P ÍT U L O 1
La Cosmografía y lo imaginario 17
Intro d u cció n I.
E L U N IV E R S O D E L A S F O R M A S
A) B)
E l u n iv e rs o o e l C irc u lo T o d o p o d e r o s o .................................................. L as fo rm a s de la T i e r r a .................................................................................. J e ra rq u ía y e s tru c tu ra v e r t i c a l ...................................................................... E l espacio te rre s tre la in v e s tig a c ió n c h o c a c o n la s e s tr u c tu r a s sagradas (o la cu e stió n de la tie r r a h a b i t a b le ) .....................................
C)
D)
II.
..............................................................
L o s lug a re s q ue d e te rm in a la g e o g ra fía d e l U n iv e r s o 1.
2. 3.
B)
L a le y de lo de a rrib a y lo d e a b a j o ............................................... E l c e n tro y la c im a .................................................................................. E l In fie rn o y e l P a r a ís o .......................................................................... L o s « cam inos» q ue u n e n esos p u n t o s ............................................
1.
Las islas ............................................................................................
2.
L a s re g io n e s e x tr e m a s ............................................................................. L o s lu g a re s aisla d os y p o c o accesibles-, d e s ie rto s y m o n ta ñ a s L o s lu g a re s m a ld i t o s ............................................................................... A l o tr o la d o d e l e s p e jo , la s A n t í p o d a s .........................................
C) C o n c lu sió n
352
..................
E l espa cio te rre s tre y lo s lu g a re s p r e d ile c to s d e l o im a g in a r io
3. 4. 5.
E l H o m b r e y la T ie r r a , d o s se res e n u n o s o lo
22
24 25 32
LOS L U G A R E S Y LA S F O R M A S
A)
19 19
............................
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CAPITULO II V ia jes
y
m e n ta lid a d e s
Introducción .......................................................
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Nuevas relaciones entre Oriente y Occidente I.
VIAJES Y VIAJEROS .......................................................... Los tártaros, su aparición, sus conquistas, imagen que ofrecen de sí mismos .......................................................................... Apertura recíproca deOriente y Occidente ............................... Los viajes a Oriente: primera generación de misioneros, los herma nos Polo y Marco Polo, segunda oleada de misioneros, los via jeros de los siglos xiv y xv ........ ...................................... Los viajes de descubrimientos en el Oeste y en las Américas...... Un caso particular: Mandevillc ............................................... Exito y difusión de los libros de viajes.....................................
II. EL VIAJERO MEDIEVAL: GUSTOS Y ESTADO DE ES PÍRITU ................................................................................... El temperamento del hombre occidental: por qué es naturalmente inclinado a viajar............................................................... Gusto por lo maravilloso, la diversidad, lo diferente.................. Sensación de penetrar en otro mundo (alier mundus), virgen, nuevo
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III.
EL CLIMA INTELECTUAL DE LOS VIAJES...................... 58 Curiosidad .............................................................................. 59 La objetividad y sus límites ........................................................ 61 Un caso de análisis de los mitos: Cristóbal Colón...................... 62 Los ámbitos de la leyenda ...................................................... 64 Tentativas de dcsmitificación................................................. 64
IV.
EL CONTEXTO MÍTICO DE LA ÉPOCA ........................... Mito y realidad; Los dragones en la vida festiva y litúrgica........................... Mezcla de seres míticos y de seres reales............................. Las facultades de discernimiento de los autores medievales ... La magia, un mundo en el que todo es posible.......................... La magia, «arte del diablo**........................................................ Prácticas mágicas de viajeros religiosos ..............................
65 66
67 68
71
Conclusión ...........................................................................................
73 74
CAPÍTULO III Viaje, cuerno y mito Preámbulo ........................................................................................
79
Posición del libro de viajes en la literatura ................................ Narraciones conocidas y poco conocidas .................................. Ojeada a algunos aspectos atractivos y poéticos de los libros de
79
via*c s .....................................................................................................
gQ 83
353
74
I.
MITOS Y CUENTOS EN LOS LIBROS DE VIAJES................ Definiciones......................• • .......................................................... Afinidades del mito con el v ia je ..................................................... Importancia del tema del viaje en los cuentos................................. Caracteres maravillosos del libro de viajes. Paralelos con los cuentos Entre Mito, Cuento y Realidad, un tema favorito: El Jardín Maravilloso................................................................................
87
94
II. LA NOSTALGIA DEL PARAÍSO O CÓMO REGRESAR A LOS ORÍGENES.......................................................................... La Naturaleza lujuriante: prefiguración del Paraíso....................... Los falsos paraísos terrenales.......................................................... El Paraíso Terrestre ......................................................................
96 97 98 105
88
91
III. LOS VIAJES INICIÁTICOS Afinidades entre el viaje y la Muerte: el viaje es una búsqueda . . . El país de irás y no volverás ......................................................... Presencia de números míticos en los libros de viajes..................... Tres tipos de narraciones iniciáticas: El Paraíso de la reina Sibila........... El Valle Peligro o Valle del Infierno El viaje profético de Colón ...........
116 123
Conclusión
125
108
108 109 110
111
CAPÍTULO IV Tipología del monstruo Introducción .........................................................................................
131
Primera parte: Los monstruos o el juego de las fo rm a s ..........................
137
I. LOS MONSTRUOS: LUGAR DE LO ANTITÉTICO. DE -TODO LO OTRO»................................................................. A) Monstruos que difieren de los seres normales según una si metría absoluta.................................................................. B) Monstruos que hacen lo contrario de lo que nosotros ha cemos ................................................................................
137
II. EL MONSTRUO: EL QUE CARECE DE ALGO ESENCIAL A) Su constitución: 1. Sin cabeza ......................................... 2. Con cabeza, pero sin ojos, nariz, labios 3. Sin lengua ......................................... 4 Sin articulaciones en las rodillas......... B) Origen de la monstruosidad:...................... 1 . El clima ............................................ 2. Defecto congénito.............................. 3. La leyenda.........................................
138 138 138 138 140 140 140 140 141 141
354
137 137
III
S U S ^ R G A N O S ° R C AMRI0S t N 1 A E L A C IÓ N ENTRE A)
1. L a s o r e j a s , el cuello 2. Un pie ................. 3. El labio inferior............ 4. L o s ó r g a n o s sex u a les B ) Unicidad asociada a la hipertrofia Sciopodas Monoculi C) Unicidad o multiplicidad de órganos, de miembros:......... 1. Unicidad: cíclopes, sciopodas. cf. supra..................... 2. Reduplicación:........................................................ a) Hombres o animales con dos cabezas.................. b) Hombres o animales con dos cuerpos.................. 3. Multiplicidad: de ojos, brazos, dedos, articulaciones ... IV
V.
141
Hipertrofia d e cierto s o réano s
141 141 141 142 142 142 142 142 144 144 144 144 145 145
MONSTRUOS CARACTERIZADOS POR A) GRANDEZA O PEQUENEZ DEL CUERPO; B) LARGA O CORTA VIDA 148 A) 1. Grandeza:..................................................................... 148 a) Gigantes ............................................................ 148 b) Animales enormes: ............................................ 148 — tortugas gigantes ............................................. 148 — ratas y ratones gigantes.................................... 148 — hormigas grandes como perros ...................... 149 — perros gigantes.............................................. 149 — serpientes gigantes........................................ 149 — animales míticos:pájaro rock, grifos................... 149 2. Pequenez: pigmeos....................................................... 150 B ) 1. Corta vida: pigmeos.................................................... 151 2. Longevidad:.................................................................. 151 — gentes que viven junto al Arbol del Sol y de la Luna 151
SUSTITUCIÓN DE UN ELEMENTO HABITUAL POR OTRO INSÓLITO.................................................................. A ) Diferencias de orden físico o anatómico:........................... 1. Gallinas con lana.......................................................... 2. Seres que caminan con las rodillas............................. 3. Seres que en lugar de boca tienen dos pequeños onficios B) Diferencias debidas a la alimentación:............................... 1. Astomori (sólo se alientan de olores).......................... 2. Gentes que comen de todo, incluso inmundicias (el ejem plo de los tártaros)......................................................... C) Sustitución del lenguaje humano por un lenguaje animal...
VL MEZCLA DE REINOS...................................................... A) Animal-vegetal:............................... 1. El cordero vegetal.................. 2. El árbol de tas ocas . . . . .......................................
151 151 151 151 152 153 153 153
153 154
Vegetal-humano, frutos antropomórfico*:.................... 1. El árbol que produce seres humanos owak-wak ........... 2. Arboles que hablan: el Arbol del Sol y de laLuna . . . . 3. La mandrágora ............................................................. Mineral-animal:.................................................................... 1. El nacimiento de las perlas.......................................... 2. Reproducción de los diamantes.....................................
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VIL MEZCLA DE SEXOS. DISOCIACIÓN DE SEXOS : ............. A) Mezcla de sexos:.................................................................. 1. Andróginos .............................. '................................. 2. Seres con doble sexualidad, y según el caso utilizan un órgano u otroparareproducirse...................................... B) Disociación de sexos:.......................................................... 1. «Islas macho» e«Islas hembra» ..................................... 2. Amazonas ................................................................... 3. Relaciones con un aspecto de la leyenda de los ci nocéfalos ....................................................................
164 164 164
VIII. HIBRIDACIÓN........................................................................ Introducción: la hibridación, el método más habitual para la fa bricación de monstruos: explicación habitual de la mons truosidad ............................................................................ A) Monstruos híbridos de varios animales:............................... 1. Un ejemplo moderno.................................................. 2. Monstruos medievales .................. ........................... B) Híbridos con solo la cabeza «tomada» de otro animal ....... C) Híbridos de ser humano y de animal:................................. 1 Monstruos con dos cuerpos: uno de animal, otro humano 2. Seres humanos con cabeza de animal........................... 3. Animales con cabeza o tronco humanos:...................... a) Con cabeza humana: una de las representaciones de Satán; varios ejemplos «auténticos» (en Odorico. S. Brant).................................................................. b) Con tronco humano: sirenas, esfinges, centauros: Melusina..............................................................
167
B)
O
IX.
164 164 164 165 165
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176
MONSTRUOS CA RA C T E R IZ A D O S PO R UNA A N IM A L I DAD T O D O P O D E R O S A ....................................................................
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El tema del hombre salvaje ..................................................... A) Por razón de su habitat: ........................................... 1. Trogloditas..................................................................
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2 P osesos........................................................................................
178
Hombres salvajes por ausencia de organización social o religiosa............................................................................ C) Hombres que viven como animales.................................... D) Antropofagia y costumbresguerreras.................................. El Aspectos físicos:................................................................ Seres cornudos, hipopodas. seres peludos (orangutanes Vani males de la misma familia), monos, babuinos, cinocéfa los. «diablos de los bosques» ....................................... B)
179 180
180 181
X. MONSTRUOS DE CARÁCTER DESTRUCTOR 1. Antropófagos............................... 2. Wivrcs. bastí icos, enidros................................................. 3. Aguas que tragan, remolinos .......................................... 4. Dragones ........................................................................ 5. Un pueblo demoniaco: los tártaros....................................
1H7 ]g7 jgg 189 190
XI. SERES CUYO CARÁCTER PRODIGIOSO O MONSTRUO SO DEPENDE DE PARTICULARIDADES NO MORFOLÓ GICAS .................................................................................... A) El color:........................................................................... — seres humanos negros ........................................... . — seres humanos pálidos................................................ — piedras........................................................................ — pájaros........................................................................ — camaleones ................................................................. — serpientes..................................................................... B) Situación de aislamiento:................................................... Inclusi, Gog y Magog, pueblo del Anticristo..................... C) Lenguaje: una anécdota de Mandcville:............................ — uso que los inclusi hacen del lenguaje.......................... — papagayos y monstruos mencionados en V. C ..............
190 191
Segunda parte: Los fenómenos prodigiosos o el juego de Fuerzas ........ XII.
XIII
MANIFESTACIONES EXCEPCIONALES DE LOS ELEMEN TOS .......................................................................................... A) La tierra y elfuego:............................................................ 1. Volcanes....................................................................... 2. Temblores detierra........................................................ B) Las aguas:............................................................................ 1. Frecuencia anormal de los movimientos marinos......... 2. Mar M uerto................................................................. 3. Aguas curativas, aguas que producen la inmortalidad .. 4. Aguas que transforman ios metales ............................. 5. Aguas nutricias ............................................................ 6 . Río de piedras preciosas ........................................... FENÓMENOS QUE INTERRUMPEN EL CURSO NORMAL DE LA NATURALEZA .......................................................... A) Alteraciones del ritmo de las noches y de los d ías:............. 1. La Provincia de la Oscuridad ....................................... 2. Magos que tienen podersobre la noche y el día............. B) Alteraciones metereológicas................................................. C) Alteraciones temporales ....................................................... D) Alteraciones climáticas ......................................................... Acción del calor................................................................... E) Fenómenos acústicos:............................................................ 1. Ruido insoportable producido por el s o l ....................... 2. Música sobrenatural . . .'............................................... 3. Ruidos que salen de las tumbas ....................................
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XIV.
METAMORFOSIS ............................................................................. 1. Satán es el principal artesano de las transformaciones de las brujas ..................................................................................... 2. Las metamorfosis, ¿son consideradas como realidad o como ilusión?............................................................................................. 3. Satán y las brujasse pueden m etam orfosear................................
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202 204
205
C o n c lu ió n general d e l c a p ítu lo ........................................................................................
CAPÍTULO V M o n stru o , lengua e im agen Introducción
I.
ELABORACIÓN D EL M ON STRU O PO R M E D IO D E L LEN G U A JE ......................................................................................................... 1. 2.
II.
2.
211 215
— — — — —
217 217 217 221 222
in g e n u id a d .............................................................................................. asociación de i d e a s .............................................................................. com paración ......................................................................................... efectos del «resum en» en las descripciones c o m p a ra d a s . . . m e tá fo r a ..................................................................................................
El lenguaje, ¿debe ser co n sid e rad o com o h e rra m ie n ta im perfecta?: a) Los lím ites del l e n g u a j e ................................................................. b) La im perfección del lenguaje es el m o to r m ism o de la im aginación ....................................................................................... La imagen: ................................................................................................ a) b)
A) B)
V entajas de las rep resen tacio n es gráficas, y m ás general m ente de las visuales ..................................................................... La im agen crea, la im agen es in terp retació n de la realidad, con los m ism os títulos que el lenguaje; tam bién fabula: — La im agen engendra la d e sc rip c ió n .................................... — La im agen es previa: el texto no es sino leyenda de aquélla ........................................................................................
Los m edios específicos de la im agen y del l e n g u a je .................. El libro ilustrado, o b jeto t o t a l ..........................................................
C o n c lu s ió n ..................................................................................................................
358
211
M ixtificación « v o luntaria», e n riq u e c im ie n to d e la n a rra c ió n . efectos e s tilís tic o s ....................................................................................... Lo fantástico involuntario: .....................................................................
L E N G U A O IM A G E N : ¿ C U Á L D E E S T O S D O S M E D IO S D E E X P R E S IO N ES M A S A P T O P A R A R E P R E S E N T A R LOS M O N S T R U O S . P A R A C R E A R L O S ? ...................................................... 1.
III.
211
224 224 225 225 226
226 227 228
229 230 231 231
Introducción................................ ............................. ............................................. I.
II.
235
LA T R A D IC IÓ N ................................................. .................! .................
236
1. 2. 3.
236
El pensamiento de A ris tó te le s ........................................................ La visión teológica de los monstruos según San Agustín ......... Persistencia de los monstruos a través del tiempo y de las civilizaciones......................................................................................
LA NOCIÓN DE MONSTRUO A TRA VES DE LOS A U T O R E S MEDIEVALES . . . . : .............................................................................
238 241
Fidelidad a la tradición.......................................................................... Espíritu crítico (San Alberto M agno)..................................................
242
A)
244
B)
C)
Aspectos físicos: ............................................................................ 1. Criterios de la monstruosidad:
241
— El monstruo representa un apartamiento con respecto a la Form a........................................................................ 244 — El monstruo aparece contra o más allá del curso nor mal de la N aturaleza...................................................... 245 — El monstruo, locura de la imaginación, locura de la Naturaleza....................................................................... 246 — El monstruo considerado con respecto a la Razón .. . 246 — El monstruo es desorden, y por ello se relaciona con el Mal y con lo H orrible............................................... 247 249 — El monstruo es exceso................................................... 249 — El monstruo es una excepción ..................................... 2. Unos exagerados de las palabras monstruo, m onstruoso: 250 — Ambroise P a r é ............................................................ 251 — Anécdota humorística de Rubrouck ......................... Naturaleza moral de los monstruos: 251 — Los monstruos, ¿tienen alm a?.......................................... 254 — Seres monstruosos a causa de sus costumbres................. Las causas de los monstruos;................................................. 256 1. Según Paré ........................................................................ 256 256 2. Escaso interés de los autores medievales por esta cuestión 256 3. Las causas; ........................................................................ a) La glona de D io s ...................................................... 256 259 b) La ira de D ios............................................................ 259 c) Causas biológicas:...................................................... 260 — zoofilia ................................................................. — demonios íncubos y súcubos ............. ............... — adaptación al medio (ejemplos; monstruos ma 262 rinos) .................................................... ...........
Ul- AMPLIACIÓN DE LA NOCIÓN DE MONSTRUO ............... A ) — La noción se relativiza en extremo.................................. — Las causas de la monstruosidad son innumerables ....... La Razón renuncia a comprender...................................
264 265 265 *66
359
B)
— Sentido oculto del monstruo ................................................. — El monstruo revela la voluntad d iv in a ................................. — La interpretación de los monstruos.......................................
267 268 269
OMNIPRESENCIA DEL MONSTRUO ........................................ — En el siglo xv. los monstruos, los diablos, invaden el arte gráfi co y pictórico.................................................................................. __ — Monstruos multiplicados................................................................ * — El Diablo ............................................
273
IV.
274 274 280
CAPÍTULO VII Las funciones del monstruo en el alma humana Introducción........................................................................................
291
Las pulsaciones fundamentales y los monstruos; rasgos comunes a la Edad Media y al siglo x x ......................................................... Relaciones milenarias de los monstruos con la sexualidad .............
295 296
I. MONSTRUOS Y SEXUALIDAD EN LA EDAD MEDIA......... La mujer es un monstruo.............................................................. La bruja, monstruo sexual: .......................................................... — poder destructor ............................................................... — asesinato de niños.............................................................. — fantasmas de castración; sadismo ....................................... Las representaciones monstruosas del sexo femenino:.................... — vagina dentata .................................................................. — sobredeterminación sexual, biscxualidad ............................ — viente digestivo, vientre sexual ........................................... — la boca del infierno........................................................... Reencuentro de este simbolismo con el simbolismo divino............
298 298 301 301 304 307 309 309 311 313 315 316
II. EL MONSTRUO Y LA PSICOPATOLOGÍA ............................ Las tres direcciones fundamentales del alma humana: esquizomórfica, mística y simbólica ........................................ El monstruo, función necesaria delespíritu humano...................... Afinidades entre el monstruo y la enfermedad mental .................. ¿Qué uso hacen del monstruo los enfermos mentales? ................. Monstruos psicopatológicos y monstruos medievales: analogías............................................................................... La imaginación humana no se deja encerrar en ningún sistema de in terpretación, escapa al «fatalismotipológico»........................... Sentido universal y sentido relativo de los monstruos...................
318
326 327
Conclusión. Mi fin es el comienzo....................................................... Algunas abreviaturas ........................................................................ Bibliografía ..................................... ........................ ..................... . Nota Bibliográfica del Traductor........................................................ Tabla de las ilustraciones.................................................................... Tabla de materias.............................................................................
329 339 340 347 348 352
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I monstruo medieval aparece a través de la obra de los pintores y grabadores del fin de la Edad M ed ia como una creación misteriosa: nuestra época, intentando encontrarle sentido, le imputa intenciones subversivas, orí genes patológicos, una inspiración deudora de los alucinógenos, etc. (por ejemplo, todos los «clichés» que se han que rido aplicar al Bosco). Estas tentivas de explicación, por lo general, no entran realmente en el universo medieval. Este libro se propone contextualizar al monstruo y la noción de monstruo para llevar a cabo un estudio de los conoci mientos propios de la Edad M edia: estructuras del universo, paisajes de las mentalidades, pensamiento místico y mítico. La tradición grecorromana (su herencia oriental) y la tradi ción de los «divinos doctores» medievales se entremezclan para mantener y enriquecer la existencia de los monstruos. El siglo XV, en una crecida y aguda obsesión por lo diabóli co, engendra una nueva generación monstruosa que, no obs tante, coexiste con la precedente. El autor persigue al monstruo a través de los textos literarios y paraliterarios (en particular descripciones del mundo y rela tos de viajes) del siglo XIII al XV en un intento de restituir la mirada del pasado sobre sus propias creaciones, tomándose la libertad de usar recursos del siglo XX para encontrar puntos en común entre aquella época y la nuestra. Una iconografía abundante y en gran parte inédita ilustra este propósito.
"l? ISBN 8 4 -7 6 0 0 -1 4 0 -1
9
76 00 1400