EL SALARIO DEL IDEAL
P UNT O C R I T I C O
PUNTO CRITICO Colección coordinada por Enric Berenguer
punto
CRÍTICO se propone dar a conocer ensayos que
planteen las grandes cuestiones de nuestro tiempo. Su objetivo es ofrecer trabajos que aporten un pensamiento srcinal y provoquen la reflexión, avanzando si es preciso en contra de opiniones mayoritarias. PUNTO CRÍTICO convoca así a diversas disciplinas a la
apertura de un debate que tenga en cuenta la complejidad de la historia y de la política, la diversidad de las sociedades y las estructuras familiares, los efectos de la ciencia y la técnica, y las transformaciones de la sensibilidad estética y moral. Anne
C ad oret
Padrescom o los demás Homosexualidad y parentesco (Próxima aparición)
C hant al M ouff e
Laparadoja democrática
EL SALARIO DEL IDEAL La teoría de las clases y de la cultura en el siglo xx
Jean-Claude Milner
Traducción de Enrique Folch González
Titulo del srcinal en francés: Le salaire de l'idéal. La théorie des classes et de la culture au XXesiècle
® Éditions du Seuil, 1997 ® Jean-Claude Milner Traducción: Enrique Folch González
Primera edición: mayo 2003, Barcelona
® Editorial Gedisa, S.A. Paseo Bonanova 9 , l° l a 08022 Barcelona, España Tel 93 253 09 04 Fax 93 253 09 05
[email protected] www.gedisa.com ISBN: 84-7432-949-3 Depósito legal: B. 19944-2003 Diseño de colección: Sylvia Sans Impreso por Carvigraf, Cot, 31 - RipoLLet Impreso en España Printed in Spain Queda prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada de esta versión castellana de la obra.
ÍNDICE
Advertencia .............................................. Prólogo....................................................
11
1. La burguesía remunerada
......................
15
2. El salariado b u r g u é s .............................
27
3. La civilizac ión y el o c i o .........................
41
4. Ot i um , libertades y cultura ....................
53
5. El axioma de la economía polític a
...........
67
6. La estructura occidental ........................
77
7. La solu ción francesa ................ .........
91
.
a is d e g ©
.
.
9
8. El fin del Palacio N a c io n a l..... .................
109
9. Los enterradores de la b u r g u e s ía .............
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ADVERTENCIA
Algun as de l as sigui entes prop osicione s fueron presenta das en un seminario del Collège international de philosophie durante el curso 19961997. Agradezco a esta institución que tuviese a bien acogerme en su seno.
PRÓLOGO
Para los teóricos y testigos del siglo xix, el burgués es fundamentalmente propietario y vive únicamente de las rentas que extrae de sus bienes. Ésta es la figura general del rentista. Así habían sido ya los burgueses de Molière o de Marivaux; así son los burgueses de Balzac y de Labiche; y así serán también Swann y Roquentin. En la real idad, no tod os los burgueses eran r entistas ; much os tra ba jab an y tení an que completar con ello la renta insuficiente de su patrimonio; y algunos eran incluso asalariados. Pero las representaciones perduran: todos los analistas de la época, ya seeltrate de Guizot o delosMarx, reconocen en el rentista tipo fundamental; mismos burgueses reconocen en él su ideal, la po sición que h an de ocu par de derecho aunque no la ocupen de hecho, la posición que esperan alcanzar al final de su existencia terrena o que esperan al menos hacer alcanzar a sus hijos, gracias a las leyes de herencia. Ahora bien, nada semejante es cierto en las sociedades occid ental es contem poránea s. Se las calif ica fá cilmente de bu rgue sas, pero en ellas la calidad de burgués se atribuye mayoritariamente a sujetos sociales que son poco o nada propietarios y cuyos ingresos dependen principalmente de una remuneración. Antaño marginales, los burgueses no propietarios consti-
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tuyen hoy en día la mayoría numérica. Los burgueses propietarios siguen existiendo, pero cada vez es más excepcional que alguno de ellos extraiga únicamente de su patrimonio lo principal de sus ingresos. Su patrimonio, cuando posee uno, le procura como máximo un complemento de recursos. En suma, ¿quién podría vivir hoy en Francia como lo hacían todavía en los años veinte las hermanas Davernis, inmortales damas de sombrero verde, o como Roquentin en los años treinta? A tal punto de masividad, el aumento estadístico equivale una mutacióna lay burgu afecta esía a la han estructura. Loso. L o títulos dea pertenencia cam biad que funda la atribución ya no es la propiedad, sino cierto nive l de ingresos y e l m od o de vida que éste permite, independientemente de que esos ingresos se extraigan de una propiedad (arrendamientos, alquileres, divid end os, beneficios de ex plo tac ión , etcét era) o d e la remuneración de un trabajo (eventualmente, el trabajo que el sujeto realiza en el seno de la empresa o de la explotación de la que, por otra parte, es propietario). En lo sucesivo, el burgués remunerado constituye el tipo fun dam ental a pa rtir del cual se regula e l con junto de l a clase. El i deal que to do burgués persigue pa ra sí mismo y para sus hijos ya no es la propiedad ni la renta, sino el oficio remunerador. Por eso el rentista, antaño animal sin brillo, se encuentr a ahor a ad orn ado po r los discre tos encantos d e la nostalgia. Soñadora burguesía, escribía Drieu La Ro chelle; sueños de la renta, deberíamos decir nosotros. Lo s pueb los burgue ses siempre se com placen m ás en las imágenes del mund o rentista; cult ivan e l recuerd o co nmo vido de sus ap oge os (Belle Ep oqu e o Guitr y, For sy
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the o C hristie); les gu sta que se pinte su decli ve y su heroica resistencia al mundo moderno. ¡Son innumerables las novelas y series de televisión de nuestras pantallas e n las que unos vásta go s de buena familia luchan por preservar un dominio, preguntándose con ansiedad el espectador si podrán seguir viviendo de arrendamientos y de cupones de obligaciones de renta fija, sin duda a costa de un duro trabajo, pero en el muy noble espacio de la renta (preferentemente de bienes raíces)! D am as de la costa, dominio de Los Álamos, microcosmos de M iss M ar ple... para los burgueses remunerados de hoy, la burguesía propietaria desempeña el papel que los aristó crata s de antaño desempeñaro n para esta última: se ha convertido en proveedora de lo novelesco. ¿Qué indicio más seguro que un desplazamiento decisivo? Modo de vida e ingresos antes que propiedad; la emergencia masiva de la burguesía remunerad a ha m odificad o la defini ción mism a de burguesí a, en extensión y en com prensión . El lug ar del camb io es Occidente; recíprocamente, hoy podemos calificar de «occide ntal» (y esto, sea cual se a su sit uación geog ráfica) todo dispositivo social que contenga, en número suficiente, una burguesía remunerada. El tiempo del cambio es el siglo xx histórico, que empieza con la guerra de 1914; recíprocamente, podemos llamar «siglo XX» al ti emp o de la bu rguesía rem unerad a y de su pro gres iva asc ensión al poder. De ell o concluimos que j i?
el del siglo XX históricohacia coincidirá con2000 el final de la final remuneración burguesa, el año o no. Por lo tanto, hoy en día nos hemos de preguntar si la burguesía remunerada tiene algún futuro.
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LA BURGUESÍA REMUNERADA
El tipo antiguo
Aunque el fenómeno fue minoritario, cuando no marginal, se pudo en su momento acceder a la burguesía propietaria por medio de la remuneración. En general, partiendo de alguna capacidad especial. Eso atestiguan, desde fi nales d e la Edad M edia y e l Ren acimiento, médicos, artistas, hombres de ley, cortesanas y especialistas diversos. Sin duda, constituyeron, por conductos y en proporciones variables según los tiempos y los lugares, una burguesía remunerada de tipo Sin antiguo. embargo, una primera restricción: las particularida des históricas a fectan a la pureza del dispositivo. Así, habríamos podido creer que el sacerdote y el soldado tenían que abrirse las puertas de la burguesía propietaria más masivamente que otros. Pero en Occidente es tos d os tipos se a taron p ronto a do s instit uciones, la Iglesia y el Ejército, que administraron de una manera propia el sistema de las remuneraciones y oscurecieron la cuestión de la propiedad. Jurídicamente, se supone que el sacerdote y el soldado no son propietarios de nada; de su posición, solamente pueden esperar ingresos (la realidad, evidentemente, puede ser otra). Ad em ás, la regla del celibato en l a Iglesi a ca -
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tólica hace que el sacerdote pue da esperar a lcanzar individualmente el rango de los poseed ores, al const itui r para sí una fortuna personal a partir de sus ingresos, pero no puede acceder a ella por medio del matrimonio y, si accede, no tiene, en principio, posteridad a la que transmitir en línea directa las propiedades eventualmente adquiridas. Excluido del matrimonio y del linaje, el sacerdote está fuera de la máquina social; se inicia en este punto la figura bernanosiana del sacerdote com o paria (anunciada por el desech o balza quia no del Curé de Tours). Aun cuan do las excepciones individuales sob reabu nde n, la estructura pe rmanece: en un país católico, no hay burguesía sace rdo tal.1Advertiremos que e l protestantismo cam bió tod o esto; el papel que tuvo en Francia la burguesía legista (véase Le roman bourgeois, de Furetiére, lleno de procuradores y de notarios) corresponde en Inglaterra y en Alemania a los vicarios y pastores (véase El vicario de Wakefield, de Oliver Goldsmith). Segun da restri cción: no a tod os los espe cialistas se les permitía la ascensión por la capacidad. Véase el mun do de Molière y l a posición muy importante de los especialistas no domé sticos, médicos o notarios, por oposición a los domésticos, cocineros, cocheros, etcétera; los primeros pueden tener la pretensión de alcanzar algú n día el rango de la burguesía; los segundos no pueden, sea cual sea el nivel de sus ganancias. En el í. La hom osexualidad de l os guerrer os y la rápid a mortalidad tuvieron consecuencias similares para el soldado: en Europa, no hay burguesía militar. Para que haya una, es necesario que el ejército se inscriba en el sistema general de una función pública. Es el caso de Prusia y de la Rusia zarista. Pero es excepcional.
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siglo xix, la cortesana, que se sitúa en las fronteras de la bu rgue sía y que a vece s se integrará en e lla, se opon e a la muj aerun defuturo mala vida, obrera pag ad ano a destajo y condenada de pobreza, cuando de miseria y de crimen, como atestigua, entre mil ejemplos, Jules Janin y el muy admirable capítulo XVIII de El asno muerto. De manera más general, el aburguesamiento por capacidad se debía clásicamente a profesiones tan antiguas com o la human idad misma: legistas, médicos y pro stitu tas, es decir, los más v iejos oficios del mund o. Tercera restri cción: la remun eración de l a burg uesía antigu a dependía am pliamente de l pa go en el acto, c asual y variable, cuando no de la pura y simple gratificación. Además y sobre todo, el horizonte de éxito seguía dete rminado por la propiedad : se trata ba de co ns tituir, mediante las remuneraciones acumuladas, una pr op ied ad que permitiese entr ar, al final del trayecto y a m enudo a través del matrimon io, en el rang o de la verdade ra bu rguesía, que aún era l a burgue sía propietaria. Una vez dad o el paso , las le yes de he renc ia debían ase gu rar la pe rpetuac ión de la per tenenc ia. Este e s el pr op ósit o fallido de los Diafoiru s. El diálogo de El enfermo imaginario (acto I, escena V ) aclara sus resortes. Mientras que Toinette percibe el matrimonio proyectado com o una uni ón desa certada («C on to do s los bien es que poseéis, ¿qu erríais casa r a vuestr a hija con un médico?»), Argan responde con una evaluación: «El. Apartido más ventajoso lone que sa m o s.. .» lo que es Toinette obj eta: de «Tie quepenhabe r m atado a mucha g ente par a hac erse t an rico». La ob servación es desp reciativa. N o solamente alcanza a los médico s, sino a quien quie ra que extr aiga su s bien es di· una remuneración acumulada.
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Donde Diafoirus fracasa, el doctor Adrien Proust triunfará m ás tard e al casa rse con Jeanne We il y construir una fortuna suficiente para que al menos uno de sus hijos viva estrictamente de sus rentas, de un modo que no deja de recordar a Argan.2 Por lo demás, el esquema solamente puede evocar a Flaubert, a quien el patrimonio heredado de su padre médico permitirá vivir como enfermo ocioso, es decir, como «rentista», según el apodo despreciativo que, como dicen, le habría dado su sobrina. Observaremos de paso que el matrimonio Proust no repite solamente el matrimonio Diafoirus, sino que también repite, con éxito, con esti lo ciud ada no y con alianza judeo cristiana, e l matrim onio Bovar y, fallido, ru ral y estri ctamente ca tólico. 2. En 19 97, los médicos internos franceses hicieron huelga quizá po r primer a vez en su historia. En rea lidad, só lo tenían un objetivo: preservar un derecho que les viene del curandero neolítico, el de hacerse rico o incluso muy rico. Como Diafoirus, Monsieu r Purgon o Adri en Proust. N os comp lace cre er que este derecho a la rique za (que se ha de distinguir bien del derecho a disponer de ingresos dec entes) solamente lo defendían por a mor de sinteresado a M olière y a la literatura. Según Hannah Arendt, la burguesía propietaria judía tenía esta particularidad: auto rizaba a sus hijos a aprovechar el patrimonio acumulado por los padres para convertirse en escritores, artistas o sabio s. Ilustración tópica : Walter Benj amin. Conviene añadirle un correctivo: llegado el cas o, la burguesía rem unerada de tipo antiguo compartía esta particularidad, inclusive cuando era católica. Es comprensible: el patr imon io del que disponía se había construido partiendo de la capacidad intelectual. Por lo tanto, la elecci ón de Proust e s ambig ua: ¿la hemos de aproxim ar a la de W. Benjamin (itinerario específicamente judío) o a la de Flaubert (itinerario de la burguesía por capacidad)?
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Las mujer es gal antes proponen por su part e algunos ejemplos. Basta con leer las memorias de Céleste M og ad or o con pensar en el fracaso de la Dam a de l as camelias. El itinerario de Jeanne de Tourbey es una ilustración aún m ás tóp ica: m antenida por príncipes y hombres mundanos bajo Napoleón III, amiga de los escritores y de los artistas, se convirtió, tras la caída del Impe rio, grac ias a un m atrim onio muy breve, e n la condesa de Loynes y luego, durante la Tercera República, en la Dama de las violetas, consejera de la más respetable y conservadora extrema derecha. Los curiosos iluminándolos el Fulla, uno con el ) de otr o, elpueden Diariorecorrer, íntimo (Barcelon a, Alta 19 87 los Go ncou rt y la anodina h agiog rafía de Art hur Me yer (Ce que je peux dire, París, Plon, 1912). Encontrarán ahí otro modelo, el de Odette de Crécy, la Dama de las gua rías, destinada a abrirse las puertas del gra n mu ndo m ediant e el antidreyfusismo . R econo cerán e n esta última una figura típica del futu rob urgu és de los especiali stas. D espués de Diafo irus y Bova ry, propone adoctor su vez un simétrico y profanador del no Proust mismo. Rcarnavalesco asg o p or rasg o (judío/gentil; especialista/ especialista; París/provincia; propietario/ no propietario; bur guesía/pueb lo; hombre/mujer) , el matrimonio SwannOd ette de Crécy invi erte el matrimo nio Weil Adrie n d ’Illiers. Uno y otro vienen del mism o p asad o, de un tiempo en que la prop ieda d y sus rentas determinaban el inmutable horizonte. a is d e g
©
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La burguesía remunerada de tipo moderno
La burguesía remunerada de tipo antiguo era minoritaria, se encerraba en especialidades inmemoriales y se ajustaba al ideal de la propiedad y de la renta. En el siglo xx, los burgueses rem unerados se vuelven de hecho mayoritarios en su clase. Para ser considerados burgueses, dejan de tener que convertirse necesariamente en propietarios rentistas. Entre otras consecuencias, el matrimonio cambia de naturaleza: al no exigirse un pasaporte a los especialistas no propietarios para unirse a los propietarios no especialistas, al desligar se por lo tanto de la prop iedad y singularmente de la dote, se comprende que en lo sucesivo se rija por el divorcio fácil. Finalmente, los burgueses remunerados rebasan ampliamente sus antiguos dominios de especialidad para entrar en profesiones intrínsecamente modernas y ya no neolíticas; más precisamente, se convierten en los paladines de la modernidad misma. Sus soportes predilectos son las profesiones nacidas de las innovaciones tecnológicas (ingenieros) o del Estado industrial moderno (funcionarios). Recíprocamente, la exp losión tec nológica del sigl o xx proporciona la base material de la mutación social. Por lo tanto, señalar esta evolución técnica y reconocer que, a través de ella, se afecta al paradigma burgués son una sola cosa. Si la omnipotencia de la técnica es consustancial al capitalismo, entonces el cambio del paradigma de clase también lo es. Modernidad técnica y modernidad social van a la par. Si convenimos en reservar el nombre de «moderno» pa ra lo que acom pañ a a la ciencia y la téc nica del siglo XX, entonces la burguesía remunerada es la única bur -
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guesía moderna. Correlativamente, una sociedad burguesa an timod erna se reconoce e n que si gue consideran do la pro pie dad y la renta bienes raíces o no) pensar com o una condición necesaria de (de pertenencia. Podemos en el Por tuga l de Salazar, e n la Esp añ a anterior a 19 70 , en la Italia del Sur, en la provincia francesa anterior a 19 60 , o en la Polonia de Pilsudski y de Walesa. Semejante sociedad deberá mantenerse apartada de la explosión técnic a, no por ru ralidad o catolicismo, com o se afirma a menudo , sino por lógica intern a. Por l o tan to, cuando se habla de modernizar una sociedad burguesa, eso sólo significa una cosa: con un mismo gesto y una misma decisión, abrirse a la innovación tecnológica y aumentar el número de burgueses remunerados, ya sea aburguesando a algunos remunerados no burgueses, ya sea empobreciendo a ciertos burgueses rentistas para obligarles a dejarse remunerar. Éste es el problema paradigmático de Occidente en el siglo XX. Todo discurso modernista, tanto si invoca la máquina de vapo r com o el átom o o Internet, tropieza con este problema y propone una solución, o al menos lo considera soluble. Casi todos los países occidentales han deseado no descolgarse demasiado de la modernidad técnic a, si n dud a po rque la supon ían condici ón de la prosperidad económica o de la potencia militar. Por eso mism o, han tenido que construi r algún sistema efect Son solucion esna di-ferentivo es,de es remu cierto,neración e n funcibur ón guesa de los.espac ios n acio les, per o pa ra un solo y mismo problem a. Al mismo tiempo, toda la terminología clásica se vuelve obsoleta, ya que se apoya subrepticiamente en una defi nición es trictamente prop ietaria de la burgu e-
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sía: e l pequ eñobu rgués es u n pequeño p rop ietario, las clases med ias ti enen pro piedad es de dimensi ones medianas, etcétera. Ahora bien, en el siglo XX, es preferible razonar en términos de ingresos pequeños, medianos y elevados; es cierto que entonces se complica el contraste. Si admitimos que todo burgués remunerado, el cual extrae de su única remun eración un os ingresos I, será necesariamente menos rico que un burgués propietario que extraiga de su propiedad unos ingresos iguales a I, admitiremos que todo burgués remunerado no pro pietario perte nece al máx im o a la burguesía media, po r elevada que sea su remu neraci ón. En sentido i nverso, una pro pied ad que prop orcione unos in gresos comparables a los que asegura una remuneración media h abr á de se r muy impo rtante .3 Su pose edo r pertenecerá por lo tanto a la alta burguesía, y no a la burguesía media. E n consecuencia, «m edio/pequ eño» y «remunerado» son dos predicados diferentes, pero los conjuntos que determinan tienden a solaparse en extensión. Hemos admitido que todo burgués remunerado es medio (o pequeño); podemos admitir la recíproca: hoy en dí a, no hay otra bu rguesía media o pequeña que la remunerada. Al mismo tiempo que la b urguesía remunerada se vuelve mayoritaria, su remuneraci ón camb ia de natu ra3. Propo ngo al lector un ejercicio elemental: calcular, pa rtiendo de un interés del 5%, qué capital permitiría extraer una renta de 15.000 francos mensuales. A lo que habría que añadir, para ser exactos, el coste de la cobertura social que paga el empresario, y que un rentista debería satisfacer con sus propios fondos.
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leza. Ésta ad op ta cad a vez m ás la forma del salari o. Lo que el siglo XX ve po r lo tanto emerger en Occide nte, no son solamente los burgueses remunerados en general, sino los burgueses asalariados: ejecutivos, ingenieros, funcionarios, empleados, técnicos, etcétera. Por el mismo movimiento que la burguesía remunerada se vuelve mayoritaria dentro de la burguesía, la burguesía asalariada se vuelve mayoritaria dentro de la burguesía remunerada. Por este motivo, no solamente es cóm od o, sino también legít imo, designar e l tod o por la parte. La burguesía asalariada vale por el conjunto de la burgdeuesía rem uner ada y, apredicados través de e lla, por el con junto la burguesía. Si los «m edio/pequeño» y «remunerado» se solapan, ocurre lo mismo con los predi cados «remunerado» y «asa lariado ». L a cons ecuencia e s clara: hoy en día, no h ay otra b urgue sía media o pequeña que la asalariada. Toda proposición económica o política sobre la pequeña burguesía o las clases medias se ha de volver a interpretar a esta luz: explícita o implícitamente, concierne en lo fundamental a la remuneración burguesa, a sus condiciones materiales de posibilidad, a su pre sente y a su futuro : concier ne por lo tanto al s alario burgués . Co mo po r lo demás la s ociedad burguesa mo derna está fund ada en la burguesía remunerada, com prend em os, de rechazo , que al mism o tiempo es té fun dad a en la burguesía peq ueña o media. La transiti vidad es com pleta: todo lo que consolida o am enaza e l salario b urgués consolida o amen aza la remuner ación burguesa; todo lo que consolida o amenaza la remuneración burguesa consolida o amenaza la burguesía pequeña o media; todo lo que conso lida o amenaza la burgu esía pequeña o media conso lida o amenaz a la so
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ciedad burguesa moderna; todo lo qu e consoli da o am enaza la sociedad burguesa moderna consolida o ame naza el mundo moderno tal com o es. En consec uencia, la cuestión de saber si aprobamos o desaprobamos el mundo moderno se reduce las más de las veces a la cuestión de saber qué pe nsam os del pri ncipio de l a remuneración burguesa. Y esta cuestión se reduce ella mism a a la cuest ión de saber qué pen sam os del salario burgués.
2
EL SALARIADO BURGUÉS
Si, en la sociedad burguesa moderna, todo burgués tiende a convertirse en un asalariado, la correspondencia estre cha que M ar x hab ía estableci do ent re proletaria do y salariad o se rompe. A pesar de ello, no se trata de que la burguesía ya no se pueda distinguir del proletariado. Por lo tanto, en primer lugar, conviene que la remuneración salarial burguesa se pueda distinguir del salario proletario. Emerge entonces una estructura salarial de tipo nuevo. Salario y sobresalario
el salario proletario está determinado p or el precio mínimo de la mercancía «fuerza d e traba jo». Sabemos que, según M arx, Admitamos el teorema de Marx:
ese precio mínimo también está determinado por el precio mínimo de las mercancías que se estima necesarias p ar a la reconstitución fisiológica de la fuerza d trabajo considerada. El precio de las mercancías en a is d e g ©
e
juego el mercado. de La lalista puede variar función d elolasfija características f uerza de trab ajo en c onsiderada: manual o intelectual, cualificada o no, etcétera. La lista puede igualmente variar según los tiempos y los lugares: en el siglo xix, en Francia, no incluía el
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alquiler de u n aloja miento decent e, y en el siglo XX, lo incluye; al m enos en Fra ncia , pero no necesariamente en todas partes, y en extender este caso oelrestring mercadoir interviene de nuevo, pud iendo el conjunto de los bienes pertinentes, y eso en una medida que varía según si el mercado está protegido o no. Sin ser siempre estri ctamente igual a este mínim o, el salar io p role tario depende de él, y el precio mínimo de la mercancía « fuer za de trab aj o» merec e po r ello que se lo tenga po r el fundamental del sistema ca pit alis ta (en el sentido en que se habla de la no ta fu nda mental de un aco rde ).4 Recíprocam ente, un sist ema económico se caracteriza 4. De hecho, sólo retengo de M ar x la proposición : «H ay un precio mí nimo de l a fuer za de trab ajo ». No entro verdaderamente en la manera en que se fija ese precio mínimo y no decidiré si el patró n de la reconstitución fisiológica es necesario o suficiente. Sólo los menciono para fijar las ideas. Supongo, por otra parte, que es posible proyectar sobre una escala cuantitativa única las diferencias cualitativas (manual/intelectual, cualificado/no etcétera) que pueden afectar a la fuerza de trabajo.cualificado, A cada grado de la escala corresponde así un valor diferente del fundamental (que es un mínimo relativo a cada grado y admite tantos valores como grados hay). Partiendo de esto, podemos determinar evidentemente un fundamental medio. Es lo que hace Marx en Salario, precio y ganancia (Júcar, 1977). Es interesante advertir cómo ciertas políticas de Estado dependen aún hoy en día del cálculo marxista. En Francia, el RMI funciona como el contravalor mínimo de las mercancías necesarias para el mantenimiento de una fuerza de trabajo que no se pone en práctica (como no se pone en práctica, su calificación no importa); el SMIC, en cambio, funciona como el contravalor mínimo de las mercancías necesarias para la reconstitución de una fuerza de trabajo efectivamente puesta en práctica y lo menos cualificada posible. Por lo tanto, es un intento de realizar el valor más bajo del fundamental. Paralela
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com o capitalista cuando ha determinado com o su f undamental un cierto precio corriente: el precio mínimo de la fuerza de trabajo, es decir, un salario. Del teorema, extra em os el lema si guiente: mientras
es esencialmente distinto del salario proletario, el salario burgués es esencialmente independiente del fundamental. No es que el salario burgués no merezca
plenamente su nombre de salario. Como todo salario, compra una mercancía que es una fuerza de trabajo. En sí misma, la fuerza de trabajo del burgués no se distingue cualitativamente de las otras; como toda fuerza de trabajo , puede, cua ndoy,secomo ponetoda en práctica, crear valor y fundar una plusvalía; fuerza de trabajo, tiene su precio. La única diferencia reside en la m anera de calcu lar ese pr ecio. Se trata de un preci o «po lítico », ampliamente ind ependiente del mercado, porque la existencia misma del salariado burgués, o mejor, su generalización, responde a una necesidad política, y no a una necesidad económica. Puesto que se trata de precio, la distinción y la independencia ev oca da s en el lema se pro yecta rán en desigua ldad aritméti ca. De ah í un segundo le ma: el salario
burgués debe ser las más de las veces sensiblemente desigual al salario fundamental correspondiente. El sala rio fundamental conserva sin duda una pertinencia, pero como mera indicación. mente, el índice de precios al consumo es un intento de realizar la lista mínima de las mercancías necesarias para la reconstitución de la fuerza de trabajo menos cualificada. Sobre la continuidad y la vitalidad científicas del paradigma marxista, véase actualmente Gérard Jorland, Les paradoxes du capital, París, Odile Jacob, 1995.
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Mientras el asalariado burgués fue marginal en com paración con la burguesía propietaria, la forma de la de sigua ldad fue fácilmen te una subestimac ión. El ra sgo distintivo que, durante mucho tiempo, hizo que las señoras de compañía, los preceptores, los escritores, los sacerdotes o los artistas siguiesen, en su pobreza, perteneciendo a la burguesía era que su remu neración salarial podía ser sensiblemente inferior al salario proletario mínimo. Ser corre ctamente pag ad os hubi ese si do par a ellos, y a veces a sus propios ojos, una degradación. En la función pública francesa o inglesa, la regla era inclu so casi explícita: cuanto más apropiado era el puesto, por su prestigio, para seducir a un natural de la burguesía, menos elevado era e l salario. ¿Ac aso no se consideraba que el burgués digno de este nombre poseía además un patrimonio? Si lo poseía realmente o no, eso era un detalle anexo. Esta situación todavía se observaba no hace mucho en l as ram as reservadas a la vieja burguesía: m agistratura, dip lomacia, ejér cito. L a regla antigua se puede resumir así: un salar io b urgués digno de este nombre no debe, literalmente, permitir vivir. Pero a medida que el asalariado burgués se impuso com o tipo fundamental, se f ue instaurando un cam bio. En lo sucesivo, l a form a m ás significativa de la desiguald ad sería una sobrestim ación.5 Com prendemos por qué. Si el burgués se convierte mayoritariamente 5. Esto no quiere decir que tod os los burgueses se beneficien realmente de ello. Basta con que la posibilidad se abra para un número razonablemente elevado y que sea manifiesta. Por razonesmasivo que yadeaparecerán, asistimos además hoy en día al retorno la desigualdad inversa. Un número creciente de artistas y de intelectuales advierten que ya no pueden esperar de la sociedad más que la pobreza y el paliativo. Por amar-
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en un asalariado no propietario, y si esa extensión, lejos de im plicar una degradación, debe al contrario social,han entonces el signo yconsolidar el soporteuna de superioridad esta superioridad de residir solamente en el salario y en alguna ventaja que lo marque. La única ventaja que puede distinguir a un salario de otro es que s ea má s elevado: que por la mism a cuantía de fuerza de trabajo (habida cuenta de las diferencias cualitativas) se pague má s. Por l o tanto, a m edida que se generaliza, el salario burgués se caracteriza por ser sistemáticamente quecontraste el salario fundamental, y esto paramás cadaelevado grado del cuantitativo. Llamaremos a este dispositivo sobresalario. Sobresalario y calificación
Aunque a menudo se invoque la diferencia entre trabajo cualificado y no cualificado, intelectual y no intelectual, con diplomas y sin diplomas, etcétera, el sobresalario no tiene nada que ver con ella. Seamos claros. Es perfectamente conforme a la lógica económica del salario que una capacidad se pague y que un sistema de justo precio deba pagar más por una fuerza de trabajo cualificada que por una fuerza de tra ba jo no cu alific ad a.6 Sin em barg o, este diferen cial no
a s i d e g S
go que resulte, este mal pago sistemático de los talentos y de las capacidades equivale a un título de burguesía. 6. Por supue sto, también pod em os sostene r que el mero hecho de tratar una fuerza de trabajo como una mercancía comprable es en sí mismo una injusticia, y que la expresión «justo precio» es en este caso una contradicción en los términos. Dejo de lado este problema voluntariamente.
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se debe al sobresalario, sino al fundamental (véase nota 4, págs. 3031). Por su parte, el sobresalario burgués no depende calificación,Debe incluso caso en que invoque de esa lalegitimación. su en exis-el tencia general a otra causa y el nivel de cada sobresalario particular no se correlaciona con ella. Esta ausencia de correlación, oscurecida cuando comparamos salarios burgueses y no burgueses, salta a la vista si comparamos los salarios burgueses entre sí. Puede haber sobresalario elevado en ausencia de toda calificación; y puede haber sobresalario pequeño, e incluso subsalario, en presencia de una calificación. Los casos de coincidencia (sobresalario nulo) exist en; se los util iza fácilment e com o argu men to, com o si fuesen t ípicos y pro po rcion asen la clave d e los fenómenos. Este no es e l caso . Si el burgués c ualificad o está mejor pa ga do que u n peón, no lo est á porq ue es té cu alificado (aunque lo esté) , sino po rque es un burgués; y porque es un burgués, podría estar mucho mejor pagado lo que que percibe está realmente, mucho peor. Si se da el cas de o de exactamo ente su justo salar io, es en consecuencia por azar. Los ejemplos de tal coincidencia son en realidad infinitamente más raros de lo que creemos; son árboles dispersos que disimulan un bosqu e impenet rabl e. Un m arxista no dir ía que e l salario proletario es arbitrario, diría que es inicuo. El salario burgués, en cam bio, es arbitrario; más exactam ente, ref leja los arbitrajes políticos de una sociedad y su definición del poder. Se sobr epa gará al que sea considerado sobrepo deroso, y se le sobrepagará según su sobrepoder. Este es el princip io. Determ inar quién será e l mejor p ag ad o entre el profe sor, el po licía y el militar es, p or lo tanto,
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revelador. El hecho de que un presentador de televisión es té mejor pa ga do que un sabio no t iene nad a que ver calificación; lo admitiremos ignora. No tiene más que con ver lacon la utilidadnadie social, generalment e. T am poc o tiene que ver con el mercad o, lo cual es más desconocido. Sin embargo, la situación es clara: las capacida des puestas en práctica por un presentadorestrell a están muy extend idas; en cam bio , la necesidad de presentadoresestrella es poco elevada (basta con uno o dos po r cadena). Al contrario, las ca pacid ade s puestas en práctica po r un sabio son exce pcionales, y su necesidad es relativamente elevada (en cualquier caso, superior a la de presentadoresestre 11a). La simple ley de la oferta y la demanda debería conducir a una inversión de lo que observamos. Si no ocurre nada semejante, se trata sin duda de un asunto de arbitraje. No siendo el criterio decisivo ni la calificación , ni la utilidad, n i el mercad o, só lo nos qued a la cuestión del poder sociológico: se supone que el presentadorestrella es sobrepoderoso, y que ésa es la razón de que se le sobrepague.7 7. En realidad , la situación es más perversa. Es sabi do que el presentador no es en absoluto poderoso por sí mismo; solamente tiene el poder de la cadena que lo emplea. Por lo tanto, al aceptar sobrepagarle, la cadena no hace sino rendir homenaje a su propio poder. Más exactamente, llama la atención de la sociedad sobre su propio poder. Como tiene interés en pasar por más poderosa de lo que es, tiene interés en pagar a sus estrellas mejor de lo que realmente necesita. Beneficio suplementario: al dar a entender que el presenta dor se pag a muy caro por lo que es, la cadena disimula lo que ha de permanecer en secreto: que se le paga por lo que no es y que, a través de él, solamente la cadena cuenta.
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Po dem os generalizar . Si el criterio decisivo es realmente el pode r socioló gico, entonces po de mos esperar que un burgués será tanto p eor pa gad o cu anto m ás útil sea socialmente y cuanto más cua lificado esté intelectualmente. La pureza del poder supone en efecto que se lo separe de toda utilidad y de toda calificación. Ahora bien, eso es lo que observamos. Los profesores y las enfermeras lo experimen tan ama rgamen te en to das partes. La convicción generalmente extendida de que hace n bien su trab ajo y de que son indispensables es justamente lo que explica que sus reivindicaciones salariale s tenga n muy poca s po sibilidades de ser escuchadas. Sin llegar a tales arbitrajes y autorizándolos, hay un solo y mismo hecho estructural : en la sociedad burguesa, ocurre que el capita lista acepta pa gar al burgués , en términos de salario , un salario má s elevado de lo que prevería el cálculo económico del fundamental. Ahora bien, el axiom a cap italista es que el salario fun damen tal es sistemáticamente equitativo: paga la fuerza de trabajo a su justo precio, simplemente porque el justo precio no tiene otra definición. Cuando es más elevado que el fundamental, el salario burgués paga por lo tanto una determinada fuerza de trabajo mejor de lo que es justo. Respecto al justo precio, el sobresalario, por definición, no retribuye ninguna cuantía de la fuerza de trabajo ; pa ga un no trabajo. Sobresalario y plusvalía
En el siglo XX, el burgués es típicamente un asalariado, y el burgués asala riado es típicament e un as ala -
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riado cuyo salario tiene una fracción que responde a una pérdida pura para el capitalismo pagador. ¿Con qué se paga esa fracción? Podemos responder legítimamente: con una fra cción de la p lu sv alía .8 Desde un pun to de vista teórico , el esqu em a es el siguient e: el capitalismo pa ga do r dispone li bremente de las plusvalías que extrae. Las realiza como le parece: nuevas inversiones productiv as, ga sto s de puro prestigio (lujo d e los particulares; política militar de los Estados, etcétera). Esta elección depende de los fines que persiga; estos últimos pueden variar. Por razones que ya aparecerán, e l capitalismo occident al acepta co nsa grar una parte de sus plusvalías a pagar cierta fuerza de trabajo más caro de lo que vale en el mercado. Recíprocamen te, podem os considerar que, par a el burgués asa laria do , ese exce dent e es una toma de pa rticipación en la plusv alía glo ba l, la cual se supone fun damen to de l a econom ía cap italista. Por l o tanto, el so bresalario es una de las formas de realización de la plusvalía. Para el que lo abona, es una marca de fidelidad de clase. Para el que lo percibe, es una marca de pertenencia. La evoluc ión d e la propie dad , lej os de po ner en entredicho la coincidencia material entre burguesía (determinación social y política) y capitalismo (determinación econó mica), la c onfirm a en un primer momento.
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8. Este pá rra fo debe mucho a las observacion es de Pierre Giraud, quien llamó mi atención sobre la cuestión de la realiza ción de la plusvalía. Es éste un problema decisivo cuyo alcance excede ampliamente los límites que me he impuesto.
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Sobretiem po y sobre rremun eració n
sobelresa lariocaso, se puede realizar en se tiempo o en dinero.ElEn primer el salariodinero sitúa cerca del salario fundamental correspondiente, pero el tiempo p ara gan arlo es menor: se dete rmina así u n sobretiempo. En el segun do c aso , el tiempo de trab ajo es igual o i nclus o su perior al t iempo de trab ajo máxim o previsto por la ley, pero, para un tiempo de trabajo igual, la remuneración es sensiblemente más elevada: se determina así una sobrerremuneración. Por lo demás, dos form as devariables. l sob resalario se pueden com binar enlasproporciones Una vez adm itido esto, hay dos tipos extremos de burguesía asalariada: la burguesía del sobretiempo y la burguesía de la sobrerremuneración, con una gran variedad de tipos intermedios. Una ilustración de la burguesía del sobretiempo: por lo general, en Occident e, el profesor m edio apen as gan a m ás que un obrero especializado, pero en un tiempo de trab ajo diari o y anual más corto. Una ilustración de la burguesía de la sobrerrem uneración : el ejecut ivo de los añ os ochenta trab aja ba tanto ti empo y tan i nten sament e como un obrer o, pero po r una remuneración sensi blement e más elevada. Por supuesto, los dos tipos extremos se envidian mutuamente: los burgueses con sobretiempo tienen a los burgueses con sobrerremuneración por ávidos y moralmente de spreciabl es; y los burgueses con sobrerremuneración tie nen a los burgueses con sobretiempo por perezosos y harapientos. Algunos detal les complican la d escripción. Así, allí donde vence e l sobretiempo , se lo ha de volver inmune a la compe tencia, la cual
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es devoradora de tiempo; por lo tanto, esta elección implica establecim iento dea protec cione que s diver sas (los empleoselpúblicos se prestan ello mejor otros, pero no son los únicos protegidos). Allí donde vence la sobrerremuneración, conviene en cambio, para que sea lo más elevada posible, que la competencia la regule. Por lo tanto, es de esperar que los funcionarios públicos correspondan al sobreti empo y los asala riados privados a la sobrerremuneración. Sin embargo, la competencia puede precisamente hacer que ciertos sujetos sociales estén en condiciones de obtener a la vez un sobretiempo máximo y una sobrerremuneración elevada; para ello, basta con que sean al mismo tiempo muy infrecuentes y muy solicitados. En cambio, puede suceder que la inclinación al poder de las regalías conduzca a determinado s funcionarios del Estad o a acep tar la com binación de un salario po co ele vado con un pro gram a de trabajo cargad o. incluso que,tipo según dispositivosPodemos nacionales, se haobservar elegido un anteslosque otro: Estados Unidos opta más bien por la burguesía de la sobrerremuneración (y, con pre ferenc ia, privada); F ra ncia, más bien por la del sobretiempo (y, preferentemente, pública). De ahí que, en Estados Unidos, la burguesía d el sobretiempo cu an do existe tome a menudo el modelo de la burguesía de la sobrerremuneración; así, para unos ojos franceses, el profesor de
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universidad estadounidense se parecerá más a un exe cutive que a un universitario. Por e l con trario, en Fran cia, la burguesía de la sobrerremuneración adopta fácilmente e l mode lo de l a bu rguesía del sobretiempo: par a unos ojo s estadounidenses, un periodista que trabaja en un gran órgano de prensa, un responsable de
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una gran editorial o un director de banco se parecen más a un os funciona rios depriv Estad los los ejecu tivos de una emp resa capitalista adoa.que De aahí estereotipos: los estadounidenses tienen avidez de ganancias, p ero son eficaces, ráp ido s, inventivos , etcét era; los franceses son perezosos, rutinarios, arrogantes, pero se toman el tiempo de vivir, etcétera. Todo esto forma parte del sobresalario.
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LA CIVILIZACIÓN Y EL OCIO
¿A qué se dedica el sobresalario? Fundamentalmente, al ocio. No hay que entender por ello el reposo; el reposo es en efecto un segmento del trabajo, requerido por la reconstitución fisiológica de la fuerza de trabajo. Es productivo, útil e indirectamente creador de valor; es en cualquier caso cuantificable. Se lo incluye en la lista de las mercancías cuyo precio determina el fundamental del salario. Se lo incluye como tiempo y por las m ercancías q ue es e tiempo da la op or tunidad de consumi r. El salario p ag a el repo so y l os o bjetos del reposo. El ocio es otra cosa.
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Es cierto la separación empíricade nomanera es fácil de percibir. Ocioque y reposo se materializan similar: a través de un tiempo y de unas m ercancías con sumidas durante ese tiempo. Es más, a menudo sucede que en las negociaciones destinadas a obtener un preci o má s elevado d e la mercancía «fuerza de tra ba jo », los interlocutores aceptan colocar en el reposo p aga do un tiempo que h asta entonce s se r eservaba para el oci o gratuito. L a separa ción teórica es más cóm oda, pero no evita la confusión. El uso corriente se atiene a una simetría simple: e l ocio se pro po ne com o una im agen invertida del trabajo; le convienen entonces los predicados de no productividad, de no utilidad, de 110 creación de valor, etcétera (ésta sería la descripción de
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la «clase ociosa» de Thorstein Veblen). Pero en realidad la negaci ón marca en este caso la absolu ta no pertinencia, y no la oposición: el ocio no es, hablando con propiedad, no productivo, inútil, no creador; es lo que no depende, por ninguna razón, de la productividad, de la utilidad, de la creación de valor. En este sentido, no es menos distinto del reposo a un qu e se le parezca y adopte sus formas exteriores que del trabajo, al que no se pare ce.9 En lenguaje estructu ralista, se establecerían tres términ os, artic ulad os en tri ángulo: el trabajo y el reposo, que están en oposición pertinente el uno del otro, y el ocio, que se opon e a la p are ja tr abajo/rep oso como una imagen inv ertida tanto de u no como de otro. Podemos entonces enunciar el siguiente teorema: El salario fundamental pag a el reposo; no
paga el ocio. Solamente el sobresalario puede pagar el ocio. La más simple expresión material del ocio es evidentemente el sobretiemp o, com o tiempo rad icalmente exceptuado del trabajo, es decir, también del reposo. Descriptivamente, podríamos decir que este tiempo del ocio v iene a añad irse al tiempo del repo so (las verdaderas vacaciones dicen los que las tienen empie9. En un sistema en el que existen vacacione s paga das, éstas dependen de la categoría del reposo (reconstitución fisiológica de la fuerza de trabajo). Por lo tanto, es esencial que los so bretiempos de la burguesía asalariada no se puedan percibir como un caso particular de aquéllas. que sean por másotras largos o más cortos, repartidos de otroEs mopreciso do, justificados razones, etcétera. Por supuesto, el núcleo mítico de todo Frente popular consiste en negar la distinción: sea identificando el sobretiempo burgués con un reposo (miserabilismo explícito), sea identificando el reposo con un ocio (miserabilismo implícito).
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zan cuando se ha terminado de descansar). Pero conviene reconoc er, adem ás de esta exp resión ma terial directa, una expresión m ás indirect a: un conjunto de ob jetos y de prácticas que podemos llam ar la civilización material. Podemos definir la civilización como un tratamiento de la pérdida. En verdad, como el duelo. De hecho, toda civilización empieza y termina por unos ritos funerarios, a tal punto que la desaparición o la suspensión de tales ritos constituye la marca más segura de la barbarie (léanse los últimos versos del De rerum natura y lo que el siglo XX nos ha dejado ver). Pero el duelo no es lo único que está en juego, y podemos generalizar. Esa es al menos la doctrina de Batai lle. En la pérdida concurren toda sustancia corporal que se considere como eliminada del cuerpo (secreciones y deyecciones diversas), todo tipo de marca fisiológica que se considere como inútil para la vida continuada (caracteres sexuales secundarios), y todo ejercicio de lenguaje que se libere excesivamente de la comu nicación. En la civil ización concur ren en conse cuencia las prácticas que aquí nazcan: la urbanidad llam ad a «pueril y conveniente», inmediatamente con voc ada al tratamiento de las se crec iones; la com po stura, como tratamiento ritualizado de alguna producción epidérmica aparente; y los palabreos ornamentales: poesías, verborreas y charlat anerías. En este sentido, h ay civilización allí donde h ay seres par lante s, pue sto que só lo el lenguaje permite que, e n la realidad, se determine una parte perdida. La pérdida, antes que la presencia, es, después de todo, el origen de toda nominación posible. En cualquier caso, las sociedades no son todas iguales. Todas construyen
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una declinación de las partes perdidas posibles, pero no todas las configuran igual. En las sociedades fundad as en el tr ab ajo , es decir, en el tiem po de tra ba jo , la parte perdida se configu ra muy preci samente como ocio en calidad de tiempo perdido pa ra el trab ajo. En esas sociedade s, po dem os deci r por lo tanto que e l ocio e s el lugar fu ndam ental de la civil ización. En sentido estrict o, to da la civili zación se convi erte e n metáfo ra tejida de ese tiem po que se ha exceptuado del trabajo y del rep oso. Así, una socie dad fund ada en el tiempo d e trabajo es civilizada solamente si propone esa metáfora, y lo es tanto más cuanto más diversos son los signos de la multiplicidad en la que la polimeriza. Por el contrario, es bárbara toda sociedad de trabajo que enrarezca esos signos, que prohíba su posesión y su uso, o que simplemente los censure, ya sea en nom bre de la moral, de la religión o de la maldad de los tiempos. Ad ornos v esti mentarios, artes d e la mesa, cuadros, libros: estos signo s articulan una civili zación; son tan to legibles másComprendemos abiertamente se ordenan conmás el placer y lacuanto belleza. ahora que, en el instante mism o del placer y d e la belleza, cad a uno de ellos se permita alguna pérdida y, más especialmente, respecto al trabajo, una pérdida de tiempo. Cada uno de ellos se coloca a la vez en simetría inversa respecto de la productividad y de la utilidad, hasta enco ntrar a veces la for ma límite d e la inversión, que es el lujo. Es p osible que Veb len tenga razón y que haya gru pos que componen una «clase ociosa» cuyo tiempo social está completamente apartado del trabajo. Si esto es así, sus miembros definen los bienes y las conductas cuya posesión y práctica constituirán las mar-
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cas del ocio como ta l. C ad a uno de los q ue saque p ar tido del oci o en la socied ad p od rá pretender una u otra de esas marcas, por imitación o por préstamo. Algunas em presas de la indu stria del oci o pretende n haber construido su éxito sobre esta articulación. Pero también es posible que Veblen esté equivocado y que la clase ociosa se reduzca a un fantasma, nacido de un resentimiento bárbaro en contra del ocio mismo y de toda civilización (aparentemente, esto es lo que pensaba Adorno). En realidad no importa. El movimiento es mucho más general que la existencia real o supuesta de semejante clase. Los museos nos proponen colecciones de objetos de las civilizaciones materiales. Proponen al mismo tiempo signos materiales del ocio. Por eso se desarrollaron tanto en el siglo XIX en las sociedades más abiertamente fundadas en el trabajo. Por eso también, como verdaderos relicarios de la pérdida, estaban hechos para estar desiertos. Por eso finalmente las rebeliones del trabajo han de plantear necesariamente la cuestión de su destrucción definitiva. Paralelamente, todos los dandismos encuentran en ellos su paradigma, e imponen a sus sectarios que se conviertan ellos mismos, más allá del placer y la belleza, y contrariamente a lo útil y lo agradable, en objetos de colección, cristalizando, gracias a los adornos, la civilización para un museo que nadie visita.10 Comprendemos al mismo tiempo que algún dandi se revea is c e g C
lo.
Citaremos las palabras de un joven inglés al que se reprochaba, durante la guerra de 1914, que no se hubiese unido al ejército junto a los que luchaban por la civilización: «¿Para qué habría de ir? Yo soy la civilización por la que combaten».
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le, si se tercia, como el más secreto y el más encarnizado de entre los que rechazan una sociedad donde nada se pierde y nada se crea. En este caso, basta con nombrar a Baudelaire. Pero a veces se producen cambios muy extraños. Si suponemos que una sociedad fundada en el trabajo también es una sociedad comercial (y toda sociedad comercial parece efectivamente fundada en el trabajo), entonces los signos de la pérdida se inscribirán en la formamercancía. La civilización se convierte en un vasto almacén de mercancías y, recíprocamente, el conjuntomaterial. de las mercancías deletrea el texto de la civilización Ahora bien, todo ese texto es metáfo ra del oc io . 11Entonce s, por una v uelta d e tuerca suplementaria, una maravillosa estratagema dispone sus resortes. Gracias a los poderes de la metáfora y gracias a la captación de la civilización por la formamercancía, el ocio mismo se convierte en algo comprable y vendible. Nace el ociomercancía. A los que les importa que el tiempo de trabajo se utilice al máximo , lavida sociedad l es propo ndrá en loociotiempo sucesi vo co m pensar una desprovista de cualquier ofreciéndoles el medio de comprar equivalentes comerciales. De resultas, la ci vilizaci ón material trasto ca sus significaciones. Si antes afirmaba que el tiempo se podía perder, y demostraba mediante objetos de placer y de 11. No hay ni puede haber civiliza ción del trabajo . Dicho de otro mo do, una civili zación material mode rna no se puede fundar únicament e en la opo sición bilateral de reposo y traba jo. La URSS trató de lograrlo en los años veinte, no sin heroísmo intelectual. Y fracasó.
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belleza que esa pérdida era lícita, en adelante afirmará que el tiempo p erdid o, qu e el tiemp o de ocio , tiene un equivalentemercan cías, y que, gra cias a ell a, siempre se puede hacer, y cada vez más, que lo absorban objetos. Precisamente en la m edida en que habla del ocio, la civiliz ación material permite reducirl o materialmente a un ti emp o nulo. Incluso e l luj o termina po r invertirse; los indu striales del lujo lo sabe n m ejor que nadie: antaño destinado a los ociosos, se convierte en la panop lia de los que dedican las veinti cuatro h oras del día a ganar dinero. La civilización permite la expansión del tiempo de trab ajo a la vi da enter a. Por eso algunos la juzga rán indistinguibl e de la barba rie extrema. Se esforzarán p or librarse de ell a. M ientr as qu e el dandi de searía erigir un monumento de adornos a la pérdida como tal, estos nuevos ascetas solamente encontrarán una expresión digna de la pérdida en la condena de los adorno s. Es s abido que el islam ha instituido a veces como principio la negación de l a civil izac ión material . Com prendem os que se haya convertido en una fantasía del Occidente sobreasalariado. Una sociedad de trab ajo civilizada, comerc ial, bu rguesa y moderna tiene los medios para llevar hasta su límite extremo el aprovechamiento de los sujetos y pa ra transform ar la civil ización materi al m isma en una manera eficaz de comprar su tiempo. Le resulta posible sustituir el tiempo poco dem asiado p oco comercidemasiado al por signos entmaterial eramentey m ateri ales y ent eramente com erciales. Al m ismo tiempo, la realización del sobresalario en ocio admite matices infinitos y permite una flexibilidad muy eficaz. El ocio tiene en efecto dos materializaciones: una sim
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pie y directa, que es un tiempo, y la otra substitutiva e indirecta, que es la posesión de ciertos bienes o la práctica de ci ertas conductas. A centuando los rasgo s, ya hemos hablado de ociotiempo y de ociomercancía. Al primero responde el salario como sobretiempo; al segundo responde el salario como sobrerremunera ción. Sin duda , la sobrerremuneración ha po did o, y pue de aún marginalmente, servir para la constitución de una pro pied ad. Pero, e n la generalidad de los caso s, la sobrerremuneración se consagra principalmente al gasto: a ese gasto particular que ha de dar a ver el sobresalario mediant e la com pra de oci omercanc ía como sustituto del ociotiempo. También es preciso que el ociomer cancía propo nga unas m ercancí as lo basta nte abundantes, diversas y renovadas para que la sobrerremuneración se pued a realizar en el las. Dicho de otro mod o, la civiliz ación m aterial se convie rte en el espejo del sobresalario. Su despliegue continuado es a la vez con dición y consecuencia del desarr ollo com pleto de este últim o. A las dos formas del sobresalario responden, recordémoslo, dos tipos extremos de la burguesía asalariada. Sea, por lo tanto, una burguesía de la sobrerremuneración que no dispone de ningún tiempo de ocio. Al ser las vacaciones y, de manera general, los tiempos libres (desayunos, de cinco a siete, antes de acostarse, asuetos) un reposo interno al tiempo de trabajo y pagado sobre el salario, no le quedan al registro del ocio más que bienes materiales, mercancías par a co m pra r y consumi r. C om o el ociot iempo falta, se han de poder consum ir durante los tiempos de trabajo mismos (reposo incluido). En el seno del tiempo
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de trabajo se aloja entonces, como un parásito necesario, un tiempo de gasto puro y de consumo. Esto sólo es posible si los bienes de ocio se reducen a ornamentos, que se lucen en los mismos lugares de trabajo/reposo. M obiliarios diversos, automóviles, com pañeras o compañeros, etcétera. Este es el horizonte de algunos ejecutivos. Sea, invers amente, una b urguesía del sobretiem po que dispone de una remuneración pequeña, igual, cuando no inferior, al fundamental proletario: su sobresalario se convierte íntegramente en tiempo de ocio. Pero, por falta de dinero para pagar las mercancías apr op iad as, ese tiempo no se puede amue blar co n ningún contenido substancial. Sólo queda la pura y simple contemplación del vacío (intros pección, pesca, cam ping, bricolaje, qu ehaceres dom ésticos, et céter a) o las diversiones gratuitas (deporte, escenas familiares, adulterios, recolección de setas, etcétera). En este caso, el sujeto social se encuentra separado de toda civilización material. Por eso el nombre de «cultura» sirve a veces para excusar y enmascarar esta separación. Este es, en Francia especialmente, el horizonte de algunos funcionarios. Por fortuna, es sabido que las dos formas del sobresalario se combinan en proporción variable. Por eso las do s for mas del ocio no siempre s e excluyen. Pero si las situaciones extremas permite n la caricatura, tam bién permiten, al pa sa r al límit e, analiz ar la realida d; en particul ar, permi ten il uminar las expresione s em parea s i d e g S
jadas «sociedad de consumo» y «sociedad de ocio ». La primera transmite el ideal de una sociedad enteramente compuesta de burgueses no propietarios, donde el sob resa lario se pa ga ría únicamente e n diner o (una
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sociedad de ejecutivos, completamente sometida a la competencia); esto primado de la formadi nero y del gasto. Laimplica segundaeltransmite el ideal de una sociedad enteramente com puesta de burgueses no pro pietarios, donde la conversión del sobretiempo en dinero s e suspendería sistemáticam ente (una socieda d de asalariados, muy protegidos y todos pagados más o menos igual); esto implica que se desprecie el dinero, que se rechace el gasto por el gasto, que se deje tiempo al tiempo, que nomateriales, siempre se que prefiera e n su lugar la se p osesión de bienes el ociomercancía considere frívolo, etcétera. El primer ideal se considera a menud o cond enable, m ientras que e l segun do se dej a reconciliar con la moral filosófica o religiosa. Porque han elegido la formadinero del sobresalario, Estados Un idos ha ele gido e l consum o: p or lo tanto, son m alos. Suecia, en cam bio , es buena, p orqu e al el egir la forma sobretiempo del sobresalario, ha de ocupar ese sobre tiempo e n distracc iones patriarcales. En su op osi ció n, los dos mitos no hacen sino materializar las dos caras del imaginario sobresalarial.
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OTIUM, LIBERTADES Y CULTURA
Hemos supuesto que el ocio es un término correlacionado con el par trabajo/reposo. Según la definición capitalista, el salario está determinado por el precioeldeprecio compra de la fuerza de trabajo, el cual incluye de compra del reposo reconstituyente de la fuerza d e trab ajo. Que el sobr esala rio se consagre al ocio (en tiempo o en mercancías) es por lo tanto lo que prevé la lógica interna del capital. Pero además, sucede que, en su vínculo particular con el s obreti em po , el sobre salario gar antiza simultáneamente una f unción histórica muy difer ente . Es de gra n im portan cia y no tiene nada que ver con el capital. En efecto, en ese sobretiem que elque sobre rio permite, se i nstala, si s etercia, una po entidad le sala resulta radicalmente e xtran jera y que podemos llamar otium. Para representarla con su forma más clara, podemos pensar en la sociedad de los señores antiguos, liberados del trabajo por la esclavitud. El otium no es solamente un tiempo desligado de las exigencias del tra bajo , sino que también es diferen te del repo so (que es lo que reclama el trabajo para poder continuar) y s a i d e g ©
del ocio (que es la ima gen inverti da del traba jo/reposo). Más precisamente, neutraliza la oposición entre ocio y trabajo/reposo. La neutraliza porque no depende de ella. Sin embargo, no está vacío ni es informe.
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En las sociedades modernas y burguesas, parece que sea electivamente el tiempo en que el individuo se encuentra consigo mismo, el tiempo del tiempo ante sí mismo, del tiempo para sí mismo, del momento para sí mism o. Pero en tod as las s ocie dad es en que el otium ocupa algún lugar, ya sea público o clandestino, es el tiempo de dos gestos mayores: las libertades y la cultura. Las libertades, lo que llamamos con ese nombre, se reducen al despliegue de conductas materiales que afectan al cuerpo viviente: ir y venir, hablar, pensar, etcétera. En una sociedad de derecho, son necesarios unos derechos que las garanticen, pero, en conformidad con esos derechos, todas son de ejecución. Ser libre es ejercer libertades, nada más y nada menos. Ejercer libertades es ser un cuerpo viviente (en lenguaje cartesiano, un cuerpo unido a un alma, pero el nombre de alma no es del todo correcto).12 Esta es la razón 12. en Sigeneral un derecho es únicamente tía dematerial una libertad, el Derecho es tratamiento formal garan del hecho de que las libertades sean múltiples e inconsistentes. Pero si lo son, es que son liberta des del cuerpo en cuanto que está unido a alguna cos a que le resulta radicalmente heterogénea . A ese Otro término, Descartes le da el nombre de alma; Lacan lo llama Inconsciente o Deseo. Mediante esta variación (que no es anodina), la un ión del cuerpo y de su O tro es un cuerpo fragmenta do. La multiplicidad y la inconsistencia de las libertades se siguen de esta fragmentación. Cuando llamamos de buen grado «hombre» al soporte in dividualizable de la fragmentaciónunión, la expresión «derechos del hombre» se puede descifrar cómodamente. Comprendemos por contraste por qué una máquina no es un sujeto de derecho. No es que no piense: podemos, por el contrario, definir el pensamiento de tal ma nera que una máqu ina piense (doc-
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por la cual el tiempo y el lugar de ejercicio de las libertades del cuerpo viviente no pueden ser ni el trabajo, ni el reposo, ni el ocio que son obligaciones o inversión de las obligaciones, sino lo que no tiene ninguna relación con las obligaciones del trabajo: el otium (en este punto, podemos evaluar lo que tiene de etern amente abom inable la consigna Arbeit macht freí y lo que tenía de ocasionalmente profundo la intuición de Paul Lafargue de un derecho a la pereza). De esto se sigue que las libertades sólo se pueden escribir en el alfabeto del Sí mismo (recíprocamente, las libertades colectivas, cuando son solamente colectiva s, son una v ariació n de la tir an ía) .13 Lo mismo le ocurre a la cultura hoy en día. Es cierto que la Antigüedad perdura en ella. Como modernos uraloatlánticos, volvemos a encontrar en nuestro otium las ocupaciones de los señores antiguos y mediterráneos. Tal vez se trate de una deuda literal otium de la que no podemos escapar. No importa; del trina de Turing); el punto decisivo es que no tiene cuerpo, o que, si tiene uno, no está fragmentado. Por lo tanto, las libertades no la conciernen; por lo tanto, los derechos no se dejan definir. Con el mismo razonamiento, pero invertido, el cartesiano concluirá que los animales no tienen ningún derecho, pues son cuerpos desunidos de toda alm a. El lacaniano será menos categórico, y alegará el caso particular de los animales domésticos, fragmentados por las pasiones humanas (les damos además un nombre propio). Pero las premisas se mantienen. a s i d e g e
de área otro mo do, lallibertad un grupo cualquiera fam 13. ilia, secta,Dicho naci ón, cultura no pue dedetener por exp resión el avasallamiento de uno de sus miembros. Recíprocamente, ningún grupo puede presentar semejante avasallamiento como el puro y simple ejercici o de su libe rtad de grupo.
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dependen las letras y las ciencias (pero quizá no ciencia, como veremos), las artes y la filosofía, la po-
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lítica y la a mistad , el amo r y el plac er; en res umen, las obras y las prácticas de los Antiguos, aun cuando el universo moderno haya subvertido sus formas. Los que se dedican a estas prácticas solamente se reconocen plenamente a sí mismos en el espacio y el tiempo del otium ; y el otium solamente recibe forma y contenido de estas prácticas. Comprendemos que las libertades les resulten necesarias y que, en cambio, la puesta en práctica de las libertades coincida naturalmente con las obras de la cultura. Comprendemos asimismo que a las mentes limitadas les resulte fácil reducir el otium al ocio. Y cuando el otium se ha reducido al ocio, comprendemos finalmente que a las mentes vulgares les resulte fácil reducir ese todo al reposo. Por lo tanto, las proposiciones son: • entre reposo, ocio y otium no hay ninguna comunidad de naturaleza, pero hay superposición; • entre libertades, cultura y otium , hay coperte nencia estructural; • entre civilización y otium, no hay copertenencia; • entre civilizaci ón y cultura (o l ibertades), no hay ni incompatibilidad ni homogeneidad: puede haber civilizaciones incultas y civilizaci ones de la servidumbre; y puede haber una cultura sin civilización.14 14. Contrariamen te a lo que se dice con frecuencia, el nazismo produjo una civilización, es decir, una civilización material, constituida por objetos múltiples, entre los que no hemos
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Pero ocurrió lo siguiente: el mundo moderno integró lisa y llanamente las obras de la cultura en las marcas de la clase ociosa (el Balzac de Monsieur de Guerm antes, mecenazgo, esnobism o, etcé tera). En consecuencia, hizo de ellas uno de los elementos de la civi lizaci ón m ateri al; más exactamente, volvi ó im posible percibir la menor diferencia entre ambas cosas. Con ello, inscribió las obras de la cultura en la forma mercancía. P aralel amente, hizo que se superpusieran el tiempo de ocio y el otium , que nada tiene que ver con el primero; m ás exactam ente, volvió imposibl e percibir la menor diferencia entre ambos. Podríamos sostener fácilmente que En busca del tiempo perdido es paso del oci o Tiemp o p erd ido al otium Tiempo recobrado. Esto implica que el Narrador y el mismo Proust comprueban hasta qué punto estas dos entidades son extrañas la una a la otra. Impli ca también y pr evia mente que com prueban hasta qué pu nto se la s puede confundi r. Por eso las ep ifanías del Tiempo recobrado pertenecen a la panoplia de dudar en incluir los peores. Quien elaborase un diccionario completo de la civilización nazi debería incorporar las cámaras de gas. La clave es que la civilización nazi es estructuralmente inculta, puesto que en ella el otium es un crimen. A su manera desviada y perversa, Jünger ya lo había percibido; teniendo el otium , según él, su lugar en el retiro en el seno de los bosques, el Gran Guardabosques es decir, Hitler es aquel que destruye a is d e g ©
sistemáticamente todosnolosesbosques y que persigue otium. Pero el nazismo el único ejemplo: todatodo civilización material fundada solamente en el trabajo tiende hacia ese punto extremo. La incultura es así el horizonte de algunas civilizaciones protestantes. Inversamente, la cultura del filósofo antiguo tiende a separarse de toda civilización material.
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del ocio magdalenas, paseos, conciertos, veladas, mientras que, en realidad, anuncian el reino venidero del enteramente otium, nizada de una obra , y nodedicado al ocio. aLala sescritura temiblesencarmadres (la madr e de l Narrador, M adam e Prous t, Mad am e Arman de Caillave t) creen que l a diferencia en tre los do s Tiem pos se deja ve r: ir a la cas a de las du que sas es pe rder el tiempo; escribir artículos no lo es. Hallamos la misma creencia en los temibles padres: el padre del Narrador, el doctor Proust, SainteBeuve o la Nouvelle Revue Française. E s sabid o que esta ú ltima conducirá a Gide a tener En busca del tiempo perdido por una distracción de des ocu pa do. Y es que los medio h ábiles no saben que la naturaleza del ocio y del otium y por lo tanto, la naturaleza de los dos tiempos está tan esenci alment e sep ara da que la pueden realizar tanto objetos idénticos com o objetos opu estos. Al fr ecuen tar la cl ase ocio sa (las duq uesa s), se puede estar más cerca del otium que del ocio mismo; al solicitar las letras y las obras del otium, se puede estar más inmerso en el ocio. Y cuando el Tiempo recobrado haya establecido su reinado, el otium h ará de Proust un esclavo. Haber hecho que se superpongan en homonimia dos e ntidades tan radicalmente distintas com o el ocio y el otium es por lo tanto una gran mentira del mundo moderno. Por otr a parte, com o ese mism o mundo ha construido, partiendo del ocio, un salariado burgués, se deduce que la burguesía asalariada tiene una buena razón p ara p ensar que puede acce der al otium, aun cu an do sean nece sarios esa men tira y una seme s janza exterior. I Es cierto qu e, a diferencia del ocio, el otium no ad mite ningún equivalent e substitutivo en mercancías:
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hay un ociomercancía; no hay un otiummercancía. En el seno de la burguesía asalariada, la burguesía del sobre tiem po es po r lo tanto la que tie ne el privilegio de dar con el otium y las obras que lo enriquecen. Paralelamente, admitiendo que las obras de la cultura se inscriben en la formamercancía y ocupan un lugar en el almacén de la c ivili zación material, la burgu esía a sa lariada de la sobrerremuneración es la que puede oca sionalmente adquirir esas obras. De ahí que el profesor tenga todo el tiempo para disfrutar de las obras que no puede poseer , y que el ejecuti vo tenga to do s los medios para poseer las obras que no puede disfrutar. Del sobresalario al sobretiempo, del sobretiempo al otium , del otium a la cultura. Podemos decir que la cadena del salaria do burgués se ha converti do en la ba se material de la cultura. Así, cuando la burguesía propietaria se percibía y se describía como la enemiga hereditaria de la cultura (Flaubert), la burguesía remunerada, y más especia lmente la burguesía asa laria da , se convirtió en su más sostén, ocupando el lugardedelhecho mecenazgo de lasólido clase ociosa. De la cultura a las libertades: puede suceder que la transitividad conduzca sus efectos hasta ese punto. Una vez má s, existe un lími te: a diferencia d e las o br as de la cultura, las libertades realizadas se inscriben difícilmente en la formamercancía. La sociedad burguesa moderna las forzará por lo tanto en el lecho de Procusto del simple ociotiempo. La burguesía del sobretiempo se reserva muy naturalmente su teoría completa. Hasta el punto final: solamente merece el nombre de libertad lo que esta burguesía reconoce como tal. Si además convenimos en atribuir el nombre de política a toda cuestión que afecte a la realidad de las
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libertades, discer nimos la figura q ue ha ad op tad o de hecho en Occidente; solamente merece e l nombre de pol ítica lo que ocupa a la burguesía del sobretiempo. Como la burguesía del sobretiempo también rei vindica y desde el mismo punto el privilegio de la cultura, fabrica a ratos perdidos ese híbrido extraño y estéril llamado cultur a p olíti ca, un m ontaje de caprichos y distraccio nes ociosas.15 En general, se admite que la sociedad moderna se dist ingue por haber aco rdad o la primacía al negotium sobre el otium. Y, de hecho, es bien sabido que ha elegido el traba jo com o su pa labra clave. Con ese punt o de interr upción, si n em barg o, con stituido por la realidad del ocio y del sala riad o burgu és. ¿ Direm os que, de esta manera, el otium está preservado, así como las obras que acoge? Sin duda , pero hay q ue pag ar un precio por ello, y es bastante oneroso. Ese precio es una perpetua equivoci dad. En una sociedad d e trabajo , los objetos y l as m arcas de la civilización material son por esencia merecedores del repr oche de frivolidad, pu esto que dependen del ocio como tal; en cuanto dependen de la forma mercancía, son por esencia merecedores del reproche de excesiva carestía, aunque sólo sea porque son frívolos; si por casua lidad se l os toma p restado s de la clase ociosa, se dejan tachar de esnobismo, de imitación 15.
Un conocido lugar común: un país como Francia , que
prefiere el sobretiempo a lala sobrerremuneración, un de paísci-de fuerte cultura política, por misma razón que es unespaís vilización brillante; un país como Estados Unidos, que prefiere la sobrerremuneración al sobretiempo, es bárbaro y, por la misma razón, no tiene cultura política.
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ridicula, de vanidad. Véase
El burgués gentilhombre ,
mere cedoosr del de una lectura enteramente en tiemp salariad o burgués, todo reversible. lo que valePer oci oo también vale otium y sus o br as: las libertades y la cultura. También estas últimas están siempre a punto de ser con sider ada s lujo y va nidad. A lo que s e añade que el salario burgués, como todo salario, ha de pagar el reposo, el cual no se deja diferenciar bien del ocio. En este punto se man ifiesta claramente la extrañeza del «tiempo libre». Este últi mo no es ambiguo simplement e, sino tripl emente, pue s aco ge, con una indistinción a veces imposible de desenredar, tres entidades radicalmente distintas: repos o, ocio y otium. Karl Ab raham hab ía defini do la neurosis de l domingo; aho ra encuentra su srcen estructural. El domingo del salariaunbeimlicb do burgués es por excelencia el día de lo [inquiet ante], reuniendo en e l mism o lugar las entida des más extrañ as una a otra. A prop ósito, el domingo proletario no va le mucho más. C om o el dom ingo burgués, al que se esfuerza por parecerse lo más posible, pro duce equ ívoc os infini tamente. I mita a la clase ociosa (costum bre del dom ingo y deporte) y practica el otium (vida interior y religión, vid a e xterior y polític a). En la época en que domingo y misa eran totalmente sinónimos, comprendemos que Marx estuviese a punto de escribir: «La religión es el otium del pueblo». Cuando la literatura sustituyó a la piedad, al menos por lo que a los burgueses comprend emos que gun toca os hici eran d el domcultos, ingo su ale go ría .16 Cu an doa lla a is d e g S
16. Sería en ver dad muy opo rtun o discernir si la literatur a depende del reposo, del ocio o del otium. Para quien prefiera sin embargo lo equívoco, la alegoría del domingo se impone.
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Tercera Re púb lica hubo term inado la ab sorción de la política por las costumbres parlamentarias, comprendemos que el domingo se convirtiera en el día de las elecciones. De esta equivocidad podríamos decir que tiene un nombre, el ideal , del que Ibsen decía que no es má s que otro nom bre de la mentira. El ideal es propiam ente lo que vu elve op aca la di ferencia de natura leza que se pa ra al re poso , al ocio y al otium. Es al mismo tiem po lo que vuel ve o pa ca la diferenc ia ent re ci vilizaci ón m aterial y cultura, entre frivolidad y libertades, entre obra y ociosidad . Gr acias a él, los signos de cada térm ino se convierten en signos de otro término. De resultas, en ese mundo las inversiones dictan la ley. Como la barbarie y la civil ización, como la obra y la desocu pació n, lo frívolo y lo serio se intercambian incesantemente cua ndo no se susti tuyen uno a otro. L o frívolo es a ve ces la marca de lo que es tan serio que excede al traEsta última adopta el nombre de «domingo de la vida» en Queneau en tiempos del Frente popular y de Kojéve. A la luz de la camaradería de camino, Sartre escribirá más tarde «Odio los domingos», alegoría de un «Odio la literatura» siempre amenazador. El razonamiento es claro: el domingo solamente puede ser el lugar de la literatura desligad a del trab ajo; pe ro si la literatura es comprometida, se compromete junto al trabajo y, por lo tanto, no está desligada de él. Consecuencia: si la literatura ha de ser comprometida, hay que odiar los domingos. Quedan, en cuanto al domingo empírico, encantos de la utopía. El filme colectivo de Siodmak, Ulmer,losWilder y Zin nemann, Gente en doming o, describía el domingo feliz de algunos asalariados en el Berlín de 1929. En esto, era propiamente revoluc ionario. Lo parafrasea ríamo s de bu en grado: «L a feli cidad del domingo es una idea nueva en Europa».
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bajo y al repo so, y lo ser io es a ve ces la m arca de la más profunda de seriedad. Pero también puede rrir que lafalta apariencia no engañe y que haya que ocuatenerse a ella para no errar. La inteligencia y el discernimiento son entonces las virtudes más necesarias. Pero también son l as m ás extrañas al burg ués asalariad o. El ideal está ahí para descerebrarlo.
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EL AXIOMA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA
Queda que el sobresalario es una herejía contra la axiomática del capital. Es una herejía manifiesta. Si se la acepta, es que existen razones graves. Es preciso que la pérdida económica permita algo más importante a largo plazo que el equilibrio inmediato del intercambio comercial entre vendedor y comprador de la fuerza de traba jo. En este caso, la respuesta es clara: se trata de polític a, es dec ir, de dom ina ción y de so ciedad. Generalmente, se admite este axioma: la domina-
ción de la burguesía sobre la sociedad es la forma política compatible desarrollo capitalista. Podem osmás sostener que e ncon esteelaxiom a se funda la econom ía po lítica, po r cua nto ésta liga indi solublemen te' una proposición econ óm ica a una proposición p olíti ca: la b urgu esía es e l brazo político del cap italism o; el cap italism o es el bra zo econó mico de l a burg uesía. Por eso lo llamaremos el axioma de la economía política. Adm itamos es te axio m a como lo admit ieron ap arentemente los vencedores del siglo xx (incluidos los que, en Rusia , concluyeron que destruir la burguesía y salir del capitalismo eran una sola cosa). Entonces, es perfectamente consecuente que el capitalismo acepte una contravención local a su prop io para digm a, pu esto que en última instancia, y por costosa que sea, esa
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contravención constituye la condición sine qua non de la dominación burguesa, ella misma condición del desarrollo continuado del capitali smo. De hecho, a la noción de dominación como tal le sucedió algo. En el universo moderno, se la define en términos de cantid ad, y no de calidades (fuer za militar o excelencia). Podemos sostener sin absurdidad que esto tiene algo que ver con la ciencia galileana. Si Hobbes fue el primero en definir la noción de poder sin calidades (análogo, en política, a la materia sin calidades de los físicos), todavía faltaba darle a ese poder sin calidades un apoyo igualmente despojado de calidades. En lugar del rey, siempre demasiado deca pitable, la burguesía terminó por preferir una mayoría que no tuviese otro rostro que el aritmético: adhesión al sufragio, inicialmente censual y luego cada vez más irresistiblemente llamado a convertirse en universal, y f inalmente recurs o sistemático al sondeo. L a p ro gresión se explica: el sufragio aún es cualitativo porque supone la forma antigua del voto personal, y la persona nunca se despoja completamente de sus calidades; al definirlo en términos estrictamente formales y jurídicos, lo volvemos ciego a las diversas calidades que circulan en la sociedad, pero, por esa misma razón, dejamos que éstas subsistan, en estado flotante, sin absorberlas en la lengua cuantitativa. El sondeo, fundado en el simple cálculo, responde mejor a un poder no cualificado; precisamente porque integra las calidades, permite llevar a cabo su retraducción a la lengua cuantitativa; gracias a él, toda calidad social se deja representar como un entrelazamiento de porcentajes. El Leviatán contemporáneo es estadístico.
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Pero es necesario que hable en lengua política, es decir, en griego o en latín. La emergencia del simple número como fundamento de la dominación se llamará «dem ocra cia», gracias a una valiosa homoni mia entre demos (no num erado) y mayoría (num erada). Ya lo percibió Tocqueville: existe un uso de la palabra «democracia» mediante el cual se designa solamente la conjunción del número y el poder.17 Contrariamente a lo que a menudo pe nsam os, esta conjunción no e s cosa del proletariado; es cosa de la burguesía. Si una socie dad polít burg uesa es simplemente ad esía, que ss ei considera icamente dom inada una po rsocied la burgu una sociedad moderna es una sociedad que ha tomado la decisión política m odern a de reducir tod o pode r al puro número, si una sociedad que h a tom ado la decisión política moderna es una democracia, entonces una sociedad burguesa moderna es una sociedad democrática donde la burguesía es numerosa y crece sin cesar. En términos relativos, pero también en términos absolutos, puesto que vivimos en un universo en el que las poblaciones crecen en número absoluto. Supongamos entonces que la burguesía sigue fundándose en la simple propiedad. Estaría indefectiblemente condenada a ser cada vez menos numerosa, no sólo relativamente, sino también absolutamente, y esto a causa de la concentración mecánica que el mercado genera. Estaría así condenada al mismo destino que a s i d e g
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17. Sin duda, exist en otros usos de la palab ra «dem ocracia» que requieren precisamente que el número no sea el único fundamento de la dominación. De modo que esta palabra no puede ser más oscura ni más ambivalente.
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la nobleza (o el campesinado): una mayoría incesantemente creciente de nobles (o de campesinos) venidospropiedad, a menos y/o sacados deevita su clase. Al desligarse de la la burguesía un proceso que, según sus propios criterios, la conduciría a la catástrofe. Por lo tanto, es muy probable que el desarrollo de la remuneración burguesa, y en particular del salariado burgués, se funde, en el siglo xx y en Occidente y en su estela, en un proyecto de consolidación social y política. Al reventar el cerro jo de la prop ieda d, permite el aumento del número de burgueses, en relación de los no burgueses y especialmentecon conelelnúmero de los proletarios. Encontramos de nuevo el Manifiesto, por medio de una cláusula adicional que invierte su conclusión sin alterar su matriz lógica. La proposición «La burguesía produce sus propios enterradores» se cumple en la proposición simétrica inversa: «La burguesía produce su propio incremento». ¿Quién no ve su articulación? Precisamente porque produce sus propios enterradores, la burguesía de desearEnelun incremento de su número absoluto ha y relativo. universo donde el principio de dominación política es numérico, asienta con ello su dominación de clase y estabiliza el dispositivo social en el que esta dominación se ejerce, y esto a pesar de los efectos necesariamente destructivos de esta dominación misma o, más bien, a causa de ellos. Lector del Montesquieu historiador, Marx explicó, como él, que las causas de la grandeza son a vecesA exacta y estrictamente las causas de la de- L a cadencia. es to lo llam aba «dialécti ca histórica». burguesía, tan dialéctica como Marx, ha sabido hacer de las causas de su decadencia anunciada el au-
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mentó numérico de los enterradores la causa de su grandeza con tinuada el aumento numérico d e la burguesía. El pivote de la inversión es el salario. Desde un punto de vista descriptivo, el aumento numérico signifi ca una so la c osa: es preciso que los no burgueses se vuelvan burgueses. Ellos o sus hijos. Es precis o ad em ás que esa posibilidad est é abierta para la mayoría. Ahora bien, la fuente de las mayorías no se puede h allar n i en las antigu as clases d ominan tes (eran oligár quic as y, por lo tanto , m inoritarias) n i en el cam pesin ado (siendo rural, es extranjero al mund o del poder, que es urbano; además, incluso allí donde aún es abu nd ante, su número no de ja de disminuir desde e l siglo xviii ); por lo ta nto , se halla rá en e l pro leta riad o de las ciudades. El futuroburgué s de los no burgueses se reduce por lo tanto estadísticamente al futuroburgués de una parte si gnificati va del pro letariad o urban o. El hecho de que un número creciente de sujetos se reconozca como burgués, o más precisamente que un número creciente de no burgueses se vuelva burgués, es lo que llamamos de buen grado el progreso social. Progreso de toda la sociedad y, a la vez, progreso de la burgu esía m ism a.18 En cam bio, el futurop roleta-
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18. Por el con trario, el futurono ble de num eroso s no nobles se percibía como una decadencia de la nobleza y de toda la sociedad aristocrática. Molière proporciona una ilustración paradójica: al burgués que quiere convertirse en gentilhombre (y que lo logrará, aunque sea en farsa) responde el noble venido a menos (Don Juan al comportarse como un vendedor deshonesto ante Monsieur Dimanche; Dorante al volverse adulador de Monsieur Jourdain; etcétera). La ascensión de uno y la degradación del otro no son dos tipos de fenómenos que se compensen, sino un único fenómeno que se divide en dos.
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rio de un gran número de no proletarios se percibe como una regresión de toda la sociedad (regresión social). La noción de progresomoderna, social esentendida por lo tanto la otra cara de la democracia como articulación del poder y de las mayorías. Comprendemos que las dos nociones se combinen. Tomadas conjuntamente, no dicen, en general, nada más que el incremento de número y de poder de la burguesía. Como ese incremento depende materialmente de l incr emento de número y de pode r de la bu rguesía remunerada, y como el motor del incremento de la burguesía burguesía asalanada riad a, la pareja de lo remunerada democrático esy lolasocial no dice m ás que el incr emento de número y de pod er de la bu rguesí a asalariada . Una sociedad m ás democráti ca, más justa, m ás igual, más resp etuosa de los derechos de la mayoría, más tolerante, más próspera, más generosa, etcétera, es si mplemente un a so cied ad en la que siempre hay más burgueses asalariados. El horizonte real de la feli cidad terrenal es e l sobre salario . Muchas nociones usuales hoyTodo en día encuentran en de estelaspunto su fundamento. «proyecto de sociedad» se reduce a la pregunta «¿Cuál es el plan para acelerar la generalización del sobresalario?» (o para frenar su enrarecimiento, en versión triste) . El lenguaje de l a integración, d esp oja do de sus bellezas progresistas, se deja descifrar como una exhortación diri gida a l os burgueses asa lariad os: «velen para que nada obstaculice el aburguesamiento de alguien».19 Todo progreso reconocido como tal hace eco 19. Variantes sacrificiales : «Con sideren que el mantenimiento de su propio sobresalario (o de su propio sobretiempo)
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a la caja regi stradora : «un burg ués asalariad o m ás» . La prop osición «mantener para el trab ajo un precio el evado» permite presentar como caso particular de una ley general el hecho, a la vez decisivo y disimulado, de que algún trabajo burgués se haya de pagar más de lo que vale. En el nombre mismo de socialdemocracia se encuentra a l descubierto la pareja fundam ental: definición estrictamente numérica de la dominación y programa de incremento numérico de la clase dominante. Por eso la socialdem ocracia es la ideología natural de todo burgu és asalar iad o, p or poco que haya el egido esperar. Pero sucede que el temor, hermano siamés de la esp eran za, vence; entonces, la petición se convie rte en «Impedir que el número de burgueses asalariados se reduzca demasiado». Evitar que el número de burgues es asalaria do s se r eduzca demasiado puede significar medidas de apoy o de diversos ti po s; evita r que aumente dem asiado ráp ido el número de no burgueses en relación con el número de burgueses puede significarfesionales, medidas ex de pulsion restricción numérica: pro es, limitac ión dprohibiciones e los naci mientos pobres, eugenismo, etcétera. La socialdemocracia pref iere asociar se con las prime ras, pero no deja de re currir a las segundas, en las que reconocemos la negra som bra que s iempre producen los ci snes inmacu lados. El horizonte necesario del temor burgués es una sociedad donde ya no quede ni un solo burgués asalariado, sea porque existen solamente burgueses pro
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es el obst ácul o mayor para el sobr esal ario (o el sobretiempo) ajeno »; «Para permitir el aburgu esamiento de todos, deseen su propia prole tariza ción »; etcétera . Es el discurso de la izquier da crisliana.
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pietarios (infierno balzaquiano), sea porque existen solamente asalariados no burgueses (infiernoburguesa soviético). El horizonte necesario de la esperanza es una sociedad donde ya no quede nada salvo burgueses asalariados; lo cual implica a la vez que no haya ni un solo burgués propietario y que no haya ni un solo asalariado no burgués, sin que por ello se abandone ni el derecho de propiedad ni la regla del capital. Esto se resume en unas pocas palabras apropiadas: ventajas sociales y sociedad ociosa, es decir, sobrerremuneración y sobretiempo para todos. He aquí la razón por la cual los países socialdemócratas, y entre ellos la sacrosanta Suecia, son una Tierra prometida para todos los que esperan.
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LA ESTRUCTURA OCCIDENTAL
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Existen rasgos comunes que encontraremos en todos los dispositivos del Occidente moderno. Porque quiere ser intr ínsecamente num erosa y numéricamente creciente, la burguesía, a diferencia nobleza o el campesinado, se ha de convertir en de unala clase integradora. A los ojos de los campesinos (o de los nobles), es legítimamente imposible convertirse en cam pesino (o en noble) si no se ha nacid o co mo tal de padr es que eran tale s. Para ellos, la ancestralidad es esencial. En cam bio, ha de ser posible reconoce r com o b urgués a alguien que ha nacido de padres que no eran tales; y no solame nte ha de ser posible de hecho, sino que esa posibilidad también ha de fundar de derecho la definición distintiva de la burguesía. Sin duda, los comportamientos sociológicos (cascada de desprecio, rechazo oca sion al de los matr imo nios m ixtos,20 etcétera) 20. La ratio ultima de la pertenencia a una misma clase es el matrimonio mixto. La cuestión del matrimonio de ancestralidad socialmente inconexa es por lo tanto crucial para la burguesía («¿Daría usted su hija a...?»). Comprendemos que, al menos desde Moliére, éste sea un tema central de la comedia y de la novela burguesas. Comprendemos asimismo la importancia material del matrimonio civil para una sociedad burguesa plenamente desarrollada; permite que la diferencia religiosa deje de ser un obstáculo para el matrimonio mixto.
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pueden oscurecer esta evidencia estructur al, pero no pueden evitar que perdure: una sociedad burguesa se funda en la integración y sólo hay integración en una sociedad cu alquie ra a través de la burgue sía (cuan do la ha y. Pregunt a en suspenso: ¿permite alguna integraci ón una sociedad sin burguesía? La respuesta, por ahora, parece negativa). Habiéndose reducido la cuestión de la integración a la pregunta «¿C óm o conver tirse en burg ués?» , es necesario que h aya vías de acceso y que no sean solamente evidentes, sino también fáciles. Cuando la burguesía era propietaria, la pregunta era: «¿Cómo convertirse en propietario cuando no se es propietario?». La respue sta no era evidente, n i fáci l de pon er en prá ctica. La s El matrimonio de los padres de Proust resulta, una vez más, interesante: en términos de propiedad, Adrien Proust no es un igual de su esposa; pero se convertirá en su igual gracias a la amplitud de sus remuneraciones. Tampoco es un igual de su esposa en términos de nivel social, pero la superioridad de Ma demoiselle Weil se compensa con el hecho de que es judía (recordemos que no se convertirá por respeto a sus padres, según se decía). Por lo tanto, en este caso, el matrimonio mixto entre burguesía propietaria y burguesía remunerada se vuelve más fácil por la corrección inversa que introduce otra dimensión del matrimonio mixto: entre católicos y judíos. Esto aclara por contraste algunos aspectos de la Francia de los años noventa. Si en Francia hay pocos inmigrantes magre bíes integrados, es porque tampoco hay una burguesía de origen magrebí (en el sentido en que hay una burguesía de srcen italiano, judío polaco, español, etcétera); si en Francia no hay burguesía magrebí, queislam. para El rentas el matrimonio to es difícil. A causaesdel veloiguales de las niñas significa,mixentre otras cosas, lo siguiente: jamás daremos nuestra hija (o nuestra hermana, o nuestra prima, o nuestra criada, etc.) a un infiel.
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máximas generales del tipo «enriquézcase usted» no hacen más que diferir el problema, y la herencia, por definición, es aleatoria. El salariado es infinitamente más fácil. Una vez admitido esto, la existencia de la burguesía asalariada no tiene ningún fundamento económico, y representa al contrario una partida de gasto no productivo. Por supuesto, este gasto sólo es posible si por otra parte exist e una masa de ganancias suficiente. Recursos naturales, racionalización de los procesos de producción, evoluciones tecnológi cas, exp lotación sin sobresalario de zonas circunscritas (las más de las veces exteriores a Occidente), las soluciones han variado. Evaluar su eficacia, aprovechar las que han dado prueba de sus aptitudes, inventar otras nuevas, éste es el fondo de las políticas económicas occidentales. De hecho, por ahora, el problema siempre se ha resuel to de alguna m anera; por lo tanto, p or decis ivo que sea desde un punto de vista práctico, es legítimo neutralizarlo desde el pun to de vista de l razonam iento. Queda repartir los sobresalarios y su nivel. Es sabido que no se dejan calcular a partir del fundamental mediante aplicación del criterio de calificación, ni mediante verificación de los títulos universitarios, ni mediante simple juego de las leyes de la oferta y la demanda. Estando justificada su sola existencia por razones estrictamente políticas y superes
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tructurales, su distribución su nivel también dependen de criterios políticos yysuperestructurales, de lo que hemos llamado arbitraje (véase págs. 3435). Por lo tanto, todo variará según la imagen que una sociedad particular quiera dar de sí misma, mediante las instituciones q ue le son pro pia s. Co mo la codifi cación
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fund am ental de es te tipo de imagen es nacional, y como la codificación fundamental de este tipo de instituciones es estatal, la forma la burguesía asalariada varía según las naciones y losdeEstados. Se organiza distintamente en Francia, en Inglat erra, en Est ado s U nidos, etcétera. C om o debe su exist encia a ese dispositivo nacional o estatal, cree deberle fidelidad. Por lo tanto, constituye de hecho la base m aterial, en cad a nación y en cad a E stado, de la burguesía nacional. Recíprocamente, todo dispositivo nacional o estatal occidental moderno reposa en una burguesía asalariada. Por es ta amelisma razón,de noacceso se puede aband onar la contingenci principio al sob resalar io ya su sistema de distri bución. Lo mejo r es que parezcan depender de un documento legalmente definido y públicamente reconocido, lo que se llama un título. El espacio de reconocimiento de ese documento y de ese título e s, lógic amente, el espac io nacional. En to da s ociedad burguesa del siglo XX, el dispositivo nacional ha de contener por lo tan to u na serie d e títulos, que se pueda articular grado a grado con la jerarquía de los sobresalarios, y un procedimiento reglado de obtención de los títulos. Esa serie de títulos y ese procedimiento serán tanto m ás ac epta do s cuanto m ás efic azmente di simulen el carácter esencialmente arbitrario que marca al sobresalario. Deben proponer una legitimación plausible. Esta se puede sacar del mercado (oferta y demanda) sólo marginalmente, puesto que el sobresalario no tiene ningún fundamento económico. Difícilmente se puede enunciar como lo que es: la confirmación del derecho de la burguesía a disponer de sí misma y de los otros. Se ha de fundar aparentemente en objetividad.
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En lo que hallamos de nuevo la calificación. Pero no existe un patrón independiente de la calificación. Por tanto,suplem el criterio es frágil y se hasede lastrar un crloiterio entario. En general, adm itecon pe ro se trata de un puro asu nto de con cep ción que conviene referirse a la can tidad de sabe r teorizable que la actividad c onside rada pone en práctica ex plícita o implícitamente (esta concepción se remonta al menos al Gorgias de Plat ón; tod as las culturas m arcad as po r la fi losofía griega la admiten; éstas son, es cierto, tan numerosas que casi podríamos proyectarlas sobre un universal). Como un trabajo intelectual se deja reducir más fácilmente que un trabajo manual a una presentación íntegramente teórica, un trabajo intelectual siempre se cons iderar á intríns ecamente más cua lificado que un tra bajo manual. La separación del trabajo manual y el trabajo intelectual ocasiona la inferioridad jerárquica del primero en relación con el segundo. Sin duda, puede o curr ir que la ley de la oferta y la dem and a subvierta la relación, pero eso se percibirá como una injusticia. Una consecuencia, que generalmente se comprueba: si el tra ba jo burgués se ha de sobr easalariar, ha de ser posible citar un número razonable de casos en los que combine el doble carácter de la calificación y de la intelectualidad, atestiguando un documento oficial ese doble carácter. Esta es sin duda la mejor estratagema. Gracias a ella, podremos dar a entender que la a is d e g ©
recíproca verdadera: que ladelcalificación y laque, intelectualidadesestán en el srcen sobresalario; a pesar de las eventuales injusticias que afectan a su dist ribuci ón porm enorizad a, su fundam ento es j usto. No olvidemos nunca que nada de eso sucede y que no
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hay alternativa a lo arbitrario o, mejor, al arbitraje político. Decir que se trata de política es decir que se trata de dominación. La existencia del sobresalario debe asegurar la perpetuación de la dominación política de la burguesía. El criterio real de su distribución reside por lo tanto en una determinada evaluación de los medios de esa dominación. Pero cuand o la políti ca pa sa a plantear su cues tión de fondo «Quién domina a quién», tiene el mayor interés en espesar las tinieblas. Por eso le resulta tan deseable respaldarse contra un sistema institucional suficientemente visible, aun cuando no se sienta obligad a a respet arlo. Que, para este fin, se recurra a las instituciones del trab ajo inte lect ual e s muy natural. Que esas instituciones sean las más inmemoriales posibles es muy cómodo. Ahora bien, Occidente posee al menos una, que la historia le ha legado. Se la llama escuela. Y, en el seno de la escuela, están las universidades. La existenc ia de esas instituci ones es por lo tanto crucial. N o son reliquias del pasado, ni suplementos de alma, ni homenajes rendidos a las idealidades del saber; están en el cent ro del sobresa lario. Aunque heredad as de la Antigüedad y de la Edad Media, garantizan una función estrictamente moderna: aumentar el número de burgueses, más allá de los límites de la propiedad. Lo hacen espe cialment e m ediante el cotejo de los g rad os; tod o gra do universitari o se convi erte e n un título , que hemos deburgués, entenderescomo de crédito sobre el salariado decir,uneltítulo sobresalario. Como se considera que ese título depende del dominio de un saber teorizado, se podría decir que el
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sobresalario a cambio depende de ese dominio. Gracias al so fism a de inducci ón ileg ítima, de resultas, todo sobresalario ve justificado su principio. El mec anism o es tan eficaz que se ha gene ralizado. Sea cual sea el dispositivo institucional nacional del que dependa la existencia de la burguesía asalariada, incluye siempre u n sistem a esco lar y universitario, com o man ufac tura rec ono cida de la burgu esía asa lar iad a.21 Esto implica en particular que los profesionales de ese sistema (profesores de diversos tipos) sean ellos mismo s burgueses asadelaria s. Sería i nclus o deseable q ue al menos algunos ellosdoestuviesen razonablemente bien pa ga do s, a fin de que garantiz aran con el ejemplo la promesa que encarnan:22 que los burgueses asala21. Con una salvedad: e n una sociedad socialdem ócrata, s e supone que todo lo que compete al a rbitraje político se h a de regular a cielo abierto mediante negociación y acuerdos; la cuestión del sobresalario no será una excepción. Como, por lo demá s, est e tipo de sociedad desea extend er el sobresalario a todo el mundo, esto viene a ser lo mismo que considerar que todo salario se ha de regular mediante negociación. Com o, finalmente, la extensión del sobresalario implica su igualación, el abanico de los sa lar ios se ha de cerrar. T odo esto su pone que no hay ningún lazo objetiv o entre sobre sala rio y calificación o, lo que en e ste caso viene a ser lo mismo, que la noción de calificación no tiene una definición objetiva. Una consecuencia particular: si la negociación lo ha de regular todo, entonces el sistema universitario ya no sirv e, ni siquiera en calidad de determinar distribución de los sobresalarios. Deapariencia, resultas, yapanorasirve de mu- l a cho. T oda elección sociald em ócra ta conduce a la decadencia ciclas universidades, sea por despoblación, sea por masificación. 22 . Est a condición se satisface ca da vez menos. Un recordatorio: que un profesor est é mejor pag ado que un peón no significa necesariamente que perciba un sobresalario muy impor-
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riados existen, que su sobresalario se funda en razón (es decir, en capa cidad ) y que, grac ias a la m anu factura universitaria, es posible convertirse en uno de los mejo r pagad os. Puesto que se trata del sobr esalario, solamente importa, es cierto, esa enseñanza que se sobreañade, de man era no ob ligatoria, a las enseñanzas que se considera nece sarias para la pertenenci a social. Por supuesto, el límite de lo necesario ha variado con el transcurso de los tiempos, como ha variado la lista mínima de las mercan cías que s e conside ran nece sarias para la reconstitución la son fuerza trabajo. Porida lo que demás, las dos evoluci de ones paradelelas: a med la l ista crecía, por el mismo movimiento, la noción de mínimo social de ins truc ción se mo dificaba. Concluir emos que el mínimo social de instrucción (la instrucción obligatoria) está de acuerdo con el salario proletario
tante. Es posible que el diferenci al respond a solamen te a la diferencia de calificación (en cuyo caso el sobresalario es nulo, si no negativo). Además, a menudo ocurre que el sobresalario (cuando existe) se abona más bien en forma de sobretiempo que en forma de dinero. Éste es el caso de Francia. En remuneración financiera pura, el profesor francés está más bien subpagado, en atención a su calificación. Solamente podemos hablar de sobresalario si su tiempo de trabajo es corto. Si ese tiempo de trabajo se sobrecarga sin aumento de salario (tendencia iniciada en 1981), el sobretiempo tiende a desaparecer; por lo tanto, podemos sostener que la t endencia a la anulación del sobre salario ha empezado. Esto no quiere decir que el sistema del sobresalario en general se haya puesto en entredicho; quiere decir que el arbitraje político ha preferido reservar su ventaja para otras profesiones (por ejemplo, los presentadores de televisión y los futbolistas).
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mínimo y que, de rechazo, sólo una sobreenseñanza puede justificar un sobresalario. Hasta los años cincuenta, el sobresalario contentó en Francia la da enseñanza sec unda riasey con su coron ación , lacon reváli del bachillerato; hoy en día, el sobresalario requiere la enseñanza superior, y la reválida del bachillerato se incluye cada vez más en el mínimo. No importa el detalle; la estructura es clara: es precis o que exista una sobreenseñanza; es preciso que unas instituciones la dispensen; de hecho, estas últimas han con serva do generalmente el viejo nombre de universidades. Toda sociedad burguesa sin Universidad, o toda sociedad burguesa en la que la Universidad no ejerza su func ión producto ra, o toda sociedad b urguesa en la que los gra do s escolares y universitari os no garantic en un derecho al sobresalario, o toda sociedad burguesa en la que los profesionales de la escuela estén al margen de la burguesía (sobre todo porque están dem asiado m al pag ad os o porque se los de sprecia dem asiado), es hoy e ncuya día una sociedad bu riad rguesa mala recurrir form ada. nación burguesía asala a deb a lasToda universidades extranjer as p ara renovar se a sí misma es una nación de pend iente. Tod o Esta do cuya burgue sía asa lariada esté fabricada por instituciones privadas es un Estado cuya influencia sobre la sociedad es débil: quien quiera debilitar el Estado, porque lo considera demasiado presente, deberá privatizar la enseñanza; quien quiera mantener y desarrollar una enseñanza púb lica deberá ace ptar un Esta do fuerte, a ri esgo de tener que combatir constantemente sus intrusiones. ¿Y el saber?, preguntaremos. El sistema universitario y escolar se de fine por él. ¿H em os de adm itir que el sobresalario burgués le ha proporcionado un sostén
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material, como ha hecho con la cultura? Sin duda. Más aún cuando, por otra parte, la burguesía desea hacer e la exp losión¿Lo tecn ológica de su espectaculardprogresión. m ás sencillalobase no serí a ento nces que hubies e algun a correspond encia entre el saber llamado a justificar el sobresalario y el saber llamado a permit ir las técnicas ? Sin em bargo , pode mos ver la cadena de confusio ne s que se i nicia. En con tram os en este punto los equívocos de todo el salariado burgués. De la misma manera que otium, ocio y repo so se solapan , el saber efectivo y la justificación fingida se corresponden. El saber es central, puesto que se le supone condición de tod a sobrerremu neración. Pero e so lo sujeta a un fin que no tiene nada que ver con él. En el saber retenido, la cienc ia está presen te, pue sto que se la supone condición de la técnica y que a la técnica se la supone co ndición de la gan an cia. Pero la cienci a no está so la en e l saber, n i ocu pa necesariamen te un lugar central e n él; en realidad , los sistem as u niversitarios y escolare s occiden tales acogen a la ciencia, pero no son po r ello su lugar natural. P roporciona n un salario a los creadores de saber y de ciencia. Pero sin reconocerlos necesariamente com o tales . A lo que se añade un último equívoco, más sutil. Puesto que el saber debe fundar la sobrerremuneración, puesto que la sobrerremuneración se realiza en sobretiemp o, puesto que el sobretiemp o aco ge el otium ycolares la cultura, entoncesuna losrelación sistemas con universitarios mantienen la cultura.yNes-o so lamente dan a conocer sus obras, sino que también pueden proporcionar un sostén material a los creadores de cultura, como lo hacen a veces con los creadores de saber. Ahora bien, cultura, saber y ciencia no se so-
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lapan; sus lógicas no son las m ismas, ni so n iguales las condiciones de su despliegue. Sin embargo, las universidades Todas, siempre, por todas partes. que todovacilan. el dispositivo reposa sobre una serie de Porsola pamientos y de parecidos superficiales. Entre el uso instr umen tal de l saber com o justific ación del sobresalario y la autonomía del saber como libre creación, la diferenci a es de e sencia, pero los a paratos tienen dificultades en tomar la salida. Entre saberes, ciencia, técnica y cu ltura , el pare cido exte rno es grande, cuando su distinción es esencial. Los diversos sistemas nacionales harán elecciones variables. Ninguna de ellas es buena, y algunas son peores que otras. En resumen, el problema universitario sigue sin estar resuelto en Occidente, precisamente porque es fundamental.
LA SOLUCIÓN FRANCESA
En el dispositivo occidental, el caso francés es inseparable de l a Terc era Repú blica; la tarea de desarro llar la burguesía asalariada en Francia al alba del siglo xx le correspondió históricamente a ella. A tal punto que los progresos de la República son exactamente paralelos a la marcha de la burguesía asalariada hacia la dominación. Analizar el modo particular en que la Terc era Rep úb lica resolvió el prob lem a es po r lo tanto tratar en profundidad lo que distingue la solución francesa de todas las otras soluciones posibles. Dicho de otro modo, es responder a la cuestión de la «excep ción franc esa» en lo que t iene de r eal. Ahora bien, la Tercera República resolvió el problema en términos de salariado de Estado. En ello reside la excepción francesa, puesto que en otras partes el salariado burgués es mayoritariamente de tipo privado. La Tercera República eligió el salariado de Estado porq ue así podía resolv er dos problemas a la vez: por una parte, el problema general que surgía para todas las burguesías del mundo occid ental la constitución de una burguesía remunerada (ahora bien, la debilidad relativa del capitalismo francés lo volvía particularmente incapaz de pagar los sobresalarios en cantidad suficiente); por otra parte, un problema particula r pa ra el gobiern o republicano después de IS7 5.
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Este problema se analiza así: 1. La Terc era Re púb lica quiere ser república e n un solo p aís. N o tien e ningún proyecto de expo rtación , ni siquiera pacífica, del mode lo repu blicano, a dif erenci a de la Primera y de la Segunda Repúblicas. Por lo tanto, es una república nac ional, y no internacional; la clase en la que se apoy e principalmente tam bién hab rá de ser nacional, y no internacional (obreros) ni prenacio nal (campesinado, aristocracia terrateniente). 2. Es una república e n un país de may oría antirrepublicana; por ello, ha de imponer una determinada form a de gobier no de Estad o a una sociedad que no se reconoce del todo en ella. En particular, la sociedad francesa es estadísticamente cató lica; pero el catolicismo se opone de modo explícito a lo que la República invoca: los pr incipios de 17 89 . La R epúb lica, por l o tan to, ha de cerrar se a los cató licos (vers ión conciliadora: cerrarse solamente a los sacerdotes; versión dura: cerrarse igualmente a los laicos creyentes); al cerrarse a los católic os, se ha de cerr ar a la socie dad tal com o es. Solamente una administración de funcionarios, distinta y relativamente se pa rad a de la r ed de la sociedad civi l, puede acceder a sem ejantes resultado s. Es prec iso además que es té controlada por funcionarios que no sean neutrales, sino positivamente republicanos. Como éstos no existen, hay que fabricarlos. 3. Es una repúb lica burguesa en un país de cap italismo timorato. Al menos desde la Restauración, el capitalismo francés es mayoritariamente reticente a toda pérdida inmediata, por portadora que sea de ganancias por venir, de efectos prestigiosos o de beneficios políticos a largo plazo. El segundo Imperio trató de imponerle otro ritmo; la derrota de 1871 puso fin
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a esa tentativa. Por lo tanto, ni hablar de que el capitalis mo fran cés ac epte d e bue n grado pa ga r sob resalarios (ni siquiera en el supuesto de que dispusiera de los medios financieros para pagarlos en gran número, lo que no es seguro). Solamente los pagará empujado por una fuerza exterior: la del Estado, que fabrica su propia burguesía asalariada y la propone como modelo al capital privado.23 Consecuencia : Puesto que tod a burguesía remunerad a es una burgu esía nacional, puesto que e n Francia la m ayor ado pta da por l a burguesí a remunerada forma es un salariado de Estado, deducimos la superposición, en el lugar republicano, de lo nacional y lo estatal. En Francia, la burguesía nacional es, en términos de clase, una burguesía de Estado, y el Estado que lo permite es republicano. La reciprocidad republicana entre nacional y estatal, en el lugar burgués, es la base
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23. al tipoIncluso el ingeniero, encapitalismo cualquier iiulus otro lugar representa de burgués asalariado que por el trial, se form ará en Fran cia a partir del modelo del ingeniero de Estado (el politécnico). Los comentadores liberales denuncian a cual más esta influencia estatal; sin embargo, se plantea esta cuestión: cuando vemos qué es un capitalista francés del siglo xix, su timidez, su parsimonia y su pasión por el pequeño beneficio (en comparación con sus homólogos ingleses, alemanes, austría eos y norteamericanos), ¿quién puede creer que habría com pren dido p or sí mismo que un ingeni ero bien form ado se ha tic pagar muy bien? Por supuesto, siempre podemos sostener que la imbecilidad ca si inveterada del capitalista francés es una c on secuencia de la omnipresencia del Estad o. También podem os im putarla a su mentalidad de propietario y al terror abyecto que a todo propietario francés (recuerdo de 1793 y de la Comuna) le inspira todo no propietario, aunque esté animado por las mojo res intenciones de clase.
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de cl ase del Estadonación. Por lo tanto, e n Francia s olamente hay Estadon ación en e l sentido moderno par a y por la burguesía asalar iada de Estado. Adverti remos de pas o que, e n esto, la Te rcera Rep ública no es de ningún mo do heredera de la mon arquía abso luta ni d e los jacobinos. La doctrina de Taine es mítica. Entre lo que llamam os Estadonación ante s de 1 875 y lo que llamam os Esta don ación en el siglo XX exist e una ru ptura radical. 4. Es una república burg uesa en un pa ís de bur guesía divi dida. La forma republicana de l Estado sólo se pudo instaurar en 1875 gracias a la división en el seno de las clases dominantes surgidas de 1815 o, dicho de otro m odo , grac ias al hec ho de qu e la burguesía propietaria estaba dividida en legitimistas, orleanistas y bonapartistas.24 El problema general que encuentra toda burguesía en el siglo XX reviste por lo tanto una forma particular. En Francia, no solamente ha de crecer numéricamente, sino lograr asimismo que ese incremento trate una fractura interna irreductible. El increment o pa sar á po r lo tanto por una alianza de clase específica que unirá a la burgue sía no pro pieta ria y adustrial la fracción mejorderemunerada proletariado inen contra la burguesíadel propietaria. Se trata de una alianza política y social. Significa más que un acuerdo entre aparatos representativos (los cuales, por lo demás, no existían entonces); supone una permeabilidad efectiva entre los miembros de la alianza . En sum a, se considera que en Francia la república tiene por fundamento material la circulación libre, o casi libre, entre capas inferiores de la bur24 . Quiero recordar que, a partir de 18 15 , la diferencia entre burguesía y aristocracia es superficial.
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guesía asalariada y capas superiores del proletariado industrial; lo que habitualmente se llama una pequeña burguesía trabajadora. Esta circulación la organiza y la administra el Estado por cuanto emplea y paga a sus propios asalariados, en el seno de lo que llamamos servicios públicos. Esta es la sol ución del radicalism o, que se tran sformará en progresismo en cuanto el proletariado industrial se descubra dom inad o po r el PCF. Com prendem os al mismo tiempo p or qué el radicalism o ha s ido, y por qué el prog resism o es aún hoy en día, el úni co d iscurso de gestión de Estado disponible en Francia. Podemos llamar a esto una estrategia democrática, y más precisamente una democracia social. Es diferente de la socialdemocracia. Esta última, como es sabido, forma la ideología natural de la burguesía asala riada, pero supone una burgues ía unifi cada que, en su totalidad, establece un contrato de sociedad con el proletariado un contrato quePor no el re-con quiere ni ocasio na industrial, ninguna perm eabilidad. trario, la democracia social afronta una división aún vivaz de la burguesía, y la trata mediante una alianza ofensiva, diri gida contra la burguesía prop ietaria, una alianz a cuyo medi o may or es una perme abili dad. Com prendemos por lo tanto que progresismo y socialdemo cracia se encuentren en distribución complementaria
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yles, que su distribución repitaresolver las divisiones confesionapuesto que pretenden el mismo problema el incremento numérico de la burguesía remunerada, pero en condiciones opuestas: unión allí donde el protestantismo permite que burgueses propietarios y no propietar ios estén de acu erdo sobre los m ode los políticos; división allí dond e la Iglesi a rep udia ciertos mo
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délos políticos esencialmente todos los modelos mode rnos y separa a la burgue sía. Comprendem os también porocracia qué lasocial socialdemocracia a reemplazar a ela dem en cuanto laviene un idad ve nce esp cialmente, en cuanto la Iglesia transige con el mundo moderno y se acerca a los procedimientos protestantes; la Cuarta y la Quinta Repúblicas encuentran en ello su punto de herejía al respecto de la Tercera. Sea com o fuere , el tan alaba do consenso de las socialde mo cracias es únicamente la unión de las burguesías. Y la tan deplorada división de los países progresistas (Francia partida en dos) es solamente la división entre dos burguesías. Consecuencia: C om o en Francia l a burguesía asa lariada es una burgues ía de Esta do, com o esa burguesía d e Estad o sólo puede mantenerse por su perm eabilidad social al proletariado, como esa permeabilidad social define la democracia social, podemos completar la caden a de sinonim ia en que consis te la excepción francesa: lo que depende del Estado no es solamente republicano y nacional; es también democrático y social, y, recípro cam ente, lo que es repub licano ha de depender del Estado tomado en el nivel nacional (toda regionalización es por lo tanto antirrepu blicana); y l o que es dem ocrático y social ha de depender del Esta do tomado en el nivel nacional (toda descentralización es por lo tanto antidemocrática y antisocial). Esta sinonimia se enuncia explícitamente en el artículo primero de la Constitución de 1946 (retomado como artículo segundo de la Constitución de 1958): «Francia es una República indivisible, laica, democrática y socia l». A menudo se la r esume, por metonimia, co n el nombre de «pa cto r epub licano». Por eufemis mo, de-
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signa la dominación numérica de la burguesía asalariada , gracias a su alianza con una fr acción de l proletariado industrial. La alianza est á cimentada po r la permeabilidad, y la permeabilidad tiene como lugar predilecto el servicio público llamado a la francesa: el proletario puede form ar parte de é l (ferroviarios, gas istas , electrici stas, etcétera), o bien percibirlo, gracias a la escuela pública, como futuro posible de sus hijos (porvenir funcionario de los hijos de obrero). Podemos añadir así el término «público» a la cadena sinonímica que lo enlazará , po r mediación de lo nacional y lo republicano, con lo democrático y lo social. 5. Sin dud a, hay servicios públicos en otro s lug ares distintos de Francia. En todas partes, en Francia y allende, han de cumplir funciones técnicas. Pero en Francia, se les añaden al menos dos pertinencias más: garantizan una función social (ayudar al nacimiento y la persistencia de una burguesía asalariada finan-
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ciando so bresalariosentre ) y una funció n polít ica (garantizar la permeabilidad la burguesía remunerada y una fracción del proletariado ). En lo que concierne a los sobresalarios, razones financieras (entre otras) harán que el sobretiempo resulte preferible a la sobrerremuneración; de ello se sigue que en Francia la burguesía del sobretiempo es esenci almente asala ria da del servicio público y recípro camente, mientras que la burguesía de la sobrerremuneración depende de lo privado (estereotipos: funcionarios perezosos y descuidado s/ej ecutivos excitad os y ávidos). En lo que conci erne a la permea bilidad , la ga rantizarán los procedimientos de reclutamiento (concursos d iversos), que hab rán de neutralizar, tanto com o
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se pueda, el dominio o no dominio por un individuo de las marcas de la sociedad ociosa (elocución, ropa, modales de mesa, etcétera); ésta es una de las condiciones de la permeabilidad. H e a quí po r qué se preferirá el reclutamiento a pa rtir de exámen es al reclutamiento a part ir de entrevista s, im po rtará m ás lo escri to que lo oral, con tará la orto grafía y no contarán los refi namientos de la pronunciación. My Fair Lady no tiene asistente francés. Al servicio público responde el cuerpo de Estado (un servicio municipal casi no se percibe como un servicio público, aunque lo sea). Importa sumo grado que cada cuerpo sea reconocible comoendistinto (por sus derecho s y sus deber es, por sus grad os, po r sus procedim ientos de reclutam iento, etcétera) a la vez de los otros cuerpos de Estado y de lo que no es cuerpo de Estado.25 Esta organización es, dentro de una ambigüe da d sistem ática, una marca del carácter burgués d e la socied ad (dom inación de los burgueses sobre los no burgueses) y una marca de su carácter democrático (integración de los no burgueses la burguesía). Solamente el acontecimiento puedeendecidir qué aspecto es el gan ado r. 25. Comprendemos por qué la creación de la Escuela Nacio nal de Administración (ENA) debilitó final mente el sistema de los cuerpos de Estad o. En un primer momento, al definir u na noción general de competencia administrativa, aplicable a cualquier objeto de Es tado, contribuyó a suprimir las diferencias en tre cuerpos de Estado . En un segundo momento, al proponer la compete ncia administrativa como base de una competencia gestora general, administrativa o no, aplicable a cualquier objeto, sea de Estado o no, contribuyó a suprimir las diferencias entre cuerpo de Estado y lo que no es cuerpo de Estado.
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En Francia, como en todas partes, el sistema universitario y escolar está en el corazón del dispositivo, lo está deburguesas, una manera Como en todas pero las sociedades los srcinal. profesores tienen por misión principal fabricar burguesía remunerada (y generalmente asalariada). Como en otros lugares, ellos mismos han de constituir su núcleo seminal. Pero, además, han de formar a una burguesía que entre en la alianza democrática y social. Esa burguesía ha de oponerse políticamente a la burguesía no republicana; ha de sustituirla en los empleos y, por lo tanto, vencerla en la competencia; ha de proponerse como modelo dominante a todos los burgueses en evolución. El moderno Julien Sorel dejará de balancearse entre Iglesia y Ejército y elegirá la Universidad, apostando al mismo tiempo por la República, contra todo tipo de monarquía. Podemos esperar que, al escapar así de los riesgos del preceptorado, termine en la presidencia del Consejo, antes que en el patíbulo. Todo parte de la división srcinal: a causa de ella, la Tercera República necesita a la Universidad y a la burguesía asalariada; las necesita como poder de Estado, el cual ha de mantenerse frente a adversarios políticos. Por eso, la Universidad ha de ser un segmento del aparato de Estado. En los países occidentales en general, las universidades y las escuelas se mantienen distintas de los servicios públicos propiamente dichos, aun cuando en términos jurídicos, de estatuto público, y nosean, privado. En Francia, constituyen el servicio público por excelencia. Las razones que hacen que la Universidad francesa deba ser un segmento del aparato de Estado hacen que también deba ser un segmento extenso. Dicho de
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otro modo, no se la puede restringir a la enseñanza superior. Ha de incluir en su seno, para controlarlo, todo el dispositivo destinado a fabricar en cantidades crecientes la masa de los asalariados burgueses. En otras palabras, la enseñanza de los liceos le resulta esencial. Napoleón estableció la estructura apropiada y los gobiernos sucesivos la mantuvieron. La Tercera Repú blica pod ía y debía con servar, reforzándola y mo dificándola, esa institución heredada: la Universidad en singular como simbiosis de las universidades y los liceos. No se trata de un conservadurismo inerte ni de una comodidad administrativa, sino de una verdadera necesidad de existencia. Es sabido que la máquina durará hasta 1968; no es tan sab ido que no es, en sentido prop io, nap oleón ica, sino que constituye una nueva utilización, con fines políticos y sociales muy distintos, de la invención napoleónica. Por eso merece que se la llame UniversidadRepública. Más fácilmente que ningún otro servicio público, puede hacer coinci dir su funci ón técni ca pro pia (ma ntener alguna relación con el saber) con sus funciones extratécnicas (fabricar burgueses remunerados). Ella sola realiza lo que debería ser, en Francia, la República bu rgue sa ideal : pone en corresp onde ncia exa cta los grados del sobresalario con los grados académicos; traduce constantemente el sobresalario en sobretiempo. Si el maestro dispone de un sobretiempo menos largo que el catedrático de liceo, si éste dispone de un sobretiempo menos largo que el profesor de universida d, si es te últ imo, deten tor del gr ad o un iversitario de Estado más elevado de la sociedad francesa, dispone del sobretiempo más largo de todos, no hay ninguna
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paradoja en todo ello, ni ninguna injusticia, sino, al contrario, lógica perfecta y justicia rigurosa. Una sociedad que es tuviese orga nizad a en s u totalida d según este modelo sería, a los ojos de los franceses de la Tercera Rep ública, una sociedad lógica y just a.26 7. El sobretiemp o será tanto má s legí timo cuanto que apa recerá com o el lugar material de la cultura y d e las libertades: gracias a la cadena que pasa del sobre tiempo al ocio, y del ocio al otium. Esto es cier to para todos los servicios públicos, pero, una vez más, solamente la UniversidadRepública manifiesta con toda claridad la sinonimia a través de la cual todo el dispositivo público pue de asp irar a fund arse en razón; es com o el imán del q ue extraen su magn etismo tod os los otium anillos que lo tocan. En la solución francesa, el universitario no se ha de atribuir a una particularidad de las universidades, en la medida en que se distinguen d e los ap ar ato s de Estad o (eve ntua lmen te, un a herencia de las li bertad es medievales). Depende, al contrario, por med iación del sobretiempo, de una característica general del conjunto de la burguesía asalariada de Estado. Esta característica se funda en la noción de servicio público. Es extensible, e n grad os d iversos, a todos los funcionarios. Y de ahí, a todos los que encuentran en el funcionario su modelo y su horizonte; es decir, el
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26 . Recíprocamen te, todo ataque lanzado contra el sobro tiempo de los universitarios (véa se nota 22, pág s. 8586 ), sea cual sea la raz ón que se invo que, se inscribe en Francia en una lógica de desestabilización de la burguesía asalariada de Estado en su totalidad. Es curiosolaque el únicotriunf ataque exitoso de esteseptenio tipo lo de haya emprendido izquierda ante del primer François Mitterr and.
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conjunto de los burgueses inst ruidos, aun cuando dependan de hecho del sector privado. Y, en particular, el conjunto los actoresy de cultura. En suma, las nociones dedefranquicia de laprivilegio universitario, que tanto predo minan fuera de Francia, no tie nen ningún estatuto en la UniversidadRepública. El profesor francés no obtiene su derecho al otium y al sobretiem po de lo que l e disti ngue com o p rofe sor (público o privado) de cualquier otro burgués remunerado, sino de lo que le apr ox im a a todo fu ncionario públic o (profesor o no), aun cuando esos derechos gener ales puedan adoptar formas particulares en cada servicio público particular. Sin embargo, esto no le debilita, sino todo lo contrario, pue sto que él mism o consti tuye, par a el conjun to de la burguesía remunerada, una referencia y un paradigma. Volvemos a encontrar en este punto la diferencia confesional. Mientras que, en los países capitalistas protestantes , el tipo ideal d e burgués as alar iad o instruido, libre y cultivado lo constituye el pastor, la Tercera República en Francia (el único país capitalista importante hasta mediados del siglo XX en ser mayo ritari amente católico) elige el prof esor de liceo com o p atrón de medida para toda la burguesía asalariada de Estado y, a través de ella, para toda la burguesía remunerada.27 27. Se dice con frecuencia que, hasta med iados del siglo xx, los países capitalistas protestantes estaban más «adelantados» en ma teria de capitalism o. N o es seguro en lo que conci erne al salariado burgués. Los ingresos del profesor de liceo francés tienen una estructura infinitamente más moderna que los de los pastores, muy dependientes del pie de altar, que es un pago en el acto. Más aún: en Inglaterra, los sacerdotes anglicanos per-
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Por lo tanto, en Francia, la relación entre sobre tiempo, otium , libertades y cultura pasa sistemáticamentes por el Estado republicano. acarrear grave contrad icciones. Si el Es Esto tad opodría concede el sobre tiempo, ¿no termina por controlar el otium ? ¿No termina po r con trolar las libertades y la cult ura, cuyo lugar es el otium ? Esto solamente se evita mediante una decisión a la ve z fundam ental y aleato ria: qu e el Esta do p retenda ser él mism o libre y cult o. En tonces to do
cibieron hasta la Segunda Guerra Mundial retribuciones de tipo feudal, beneficios y diezmos. Tal vez por esta razón la burguesía inglesa de los años treinta sea más arcaica, en su organización y en sus representaciones. El modelo y los valores del propietario y lo que es más, del propietario señorial siguieron prevaleciendo. La novela policiaca de lo s años treinta cincuenta es il uminadora. La burguesía asalariada (de Estado o no) se excluye masivamente del mun do de Agat ha Christie. Existe en Dorothy Sayers, pero como cincel diabólico de lalloverdadera burguesía inglesa, la cual gravita alrededor del casti y de la parroq uia, exp resamente descritos como un mundo inmóvil desde la Eda d M edia (véase, por ejemplo, Busman’s honeymoon). Se les opone Simenon. En este último, la burguesía asalariada de Estado, con la apariencia de Ma igre t (tan fijo com o la muerte y la vida en el centelleo de las ilusiones sociales), no deja de advertir el hundimiento de la burguesía prop ietaria, urb ana o rural. Se p uede dec ir de otro m odo: el futu ro y el presente pa san del lado de Vautrin, siempre que Vau trin se convierta en funcionario medio. Por supuesto, la novela policiaca inglesde a contem poráneaquehano integrado la evolució n, pero sobre un fondo desesperanza engaña sobre la naturaleza del paraíso perdido: la casa de campo del gentlemanprop\e tario (véase especialmente P.D. Jam es y, en particular, la muy bella Sangre inocente (Barcelona, Tusquets, 1989), donde además el paraíso perdido se revelará como no habiendo existido nunca).
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se ordena: el sob resala rio que p ag a el Es tad o va al so bretiempo; este sobretiempo acoge naturalmente a la cultura, puesto que el Estado es culto; y acoge naturalmente a las liberta des, p uest o que el Es tad o es libre. Las conductas de libertad y las obras de la cultura se realizan y se responden mutuamente, a través de una armonía que consolida al pod er de Estado , mejor de lo que lo haría un control. Que el Estado sea libre, se supone que eso se sigue autom áticamen te de la constitución republicana. Q ue sea culto, en cambio, pasa por una decisión complementaria, la cual considera legítimo que el sobretiempo de los asa lari ad os de Est ad o se dedique a la cultur a. Al consumo de obras, en la mayoría de los casos, pero también, en algún otro, a la produ cción de obra s nuevas. Ser eventualmente un creador, com o se dic e, de filoso fía, de literatu ra, de arte, de ciencia, d e po lítica , es un derecho del asalariado de Estado: una condición suficiente para que merezca plenamente su sobresalario y su sobretiem po. A m enudo será pro fesor; a veces será diplomático. A partir de este modelo, el sector privado ha organizado su propio sistema de sobresa lariado para los creadores. Es lo que podemos llamar en sentido estricto la R ep úblic a de las artes y de l as letras. Se olvi da con dem asiada facili dad que esta última sólo es, de sde l a Tercer a Rep ública, la som bra que pr oyecta el Estado culto. Nada indica que pueda sustituirlo si éste llegara a faltar. En cualquier caso, el Estado culto no tiene nada que ver con eldoEstado se le confund e a menu y q uecultural, pret endecon pagelarque la creación m isma, sea comprando las obras ya realizadas, sea asalariando la fuerza d e creación, e n espera de las obra s p or
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venir (investigador asalariado en cuanto investigador; artista asa laria do en cuanto artist a; servi cio público a la Vilar). En este caso, la relación decisiva no es con el sobretiempo, sino con el tiempo de traba jo. El salar iado cultural sigue al salariado proletario. El talento, a la fuerza de trabajo. La obra realizada, a la plusvalía de la que se ap ro pia (en términos de prestigio, de efectos políticos o pu blicita rios, etcét era) el que pag a el sa lario. Por una vez, es inevitable el control: de la cantidad de la producción de los sabios y de los artistas, de su calidad y de su naturaleza. Estado no no puede ser un Estad o libre; u nUn Estad o comcultural anditario puede ser un Estado culto. To do se fund am enta en la decisi ón inicial , a través de la cual el Estado se anuncia libre y culto. Y es necesario que esa decisión no se reduzca a un si mple anu ncio. La fuerza y la debilidad de la Tercera República consistieron en supon er que la decisión s e volvería efectiva gracias a los individuos que deciden en el Estado. Para que el Estado sea libre y culto, es preciso que los decididores d e Estad o sean el los mismos republicanos y cultos. Ahora bien, durante la Tercera República, el verdadero decididor de Estado era e l alto funcionario, mu cho antes que el dip utad o o el ministro. Por lo tanto, es esencial que el alto funcionario sea republicano y culto. Lo será si ha sido formado para serlo. En lo que hallamos de nuevo las grandes escuelas de la República y, en particular,elladeclive EscueladeNormal (ENS). Recíprocamente, la ENS Superior coincide con la ascensión al po der del Estado cult ural. Es po sible que e l Estad o libre y culto solamente hay a existido en Francia; en cualquier caso, nace en ella con el salariado burgués, el cual nace con la Tercera República.
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¿Habrá desaparecido con ella? No podemos excluirlo: ¿no significa nada que los temas del Estado cultural d eba n tan to a Vichy?28
28. Marc Fumaroli (L’État culturel, París, Éditions de F llois, 1991) ha producido a este respecto documentos irrefutables. Señala con razón que la doctrina del Estado cultural ha de considerar la Tercera República como contramodelo y ene-
migo principal.
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Ac ab am os de describir u n objeto singul ar, en el que se combinan, no sin elegancia, particularidad nacional y elecciones estructurales. Si lo consideramos con ojos neutrales, constituye una especie de obra de arte política. Infinitamente más eficaz que el dispositivo bis marckiano, que sin embargo había deslumbrado al mundo, infinitamente más sutil que el demasiado alabado dispositivo inglés, merece que se le llame Palacio Nacional. En adelante, lo designaré con este nombre. N o obstante, evaluemos la fragilidad d e un dispositivo tan exactamente ajustado que todo se sostiene. Si el Es tad o d eja de ser culto (por ej emp lo, al r eclutar sus altos funcionarios en una escuela superior basada en la inexactitud y la imprecisión de los con ocimientos, en resumen, la EN A), si deja de ser li bre (por ejemplo, al r eclutar sus altos fu ncionarios en una escuela superior basada en el desprecio de las libertades mate riales, en resumen, nuevamente la EN A), si humilla sistemáticamente a sus pro fesore s (una política constante desde Giscard ), si a cambio sus universitarios se contentan con su humillación, al desplegar sin cesar nuevos signos de su pro pio envilecimiento (progresi smo espo ntáneo y polític a SGEN), * *
(N. del T.)
SG EN : Sindicatos Generales de la Educación Nacion al.
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si sus decididores dejan de dar valor al respeto de las formas legales, si el Estado aspira a ser indistinguible de la sociedad, presta consideración loshace, diversos poderes espirit si uales, entonces todo seades enteramente. Quedan afectados tanto los predicados republicano y democrático de la forma de gobierno como las condiciones de subsistencia de toda cultura y de toda libertad. La íntima solidaridad de los eslabones de la cadena de sinonimia hace que, entre los delirios policiales (escuchas d e Mitterran d, intrigas d e Pasq ua) y la previsible miseria de los letrados y sabios, la relación lógica sea completa, mediante el sometimiento de la cultura a lo cultural, del saber a lo educativo, del otium al bronceado. Por lo tanto, el Palacio Nacional se encuentra hoy en día ampliamente abandonado. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí? Es ci erto que, muy pronto, h ubo voces que se levantaron para quejarse del edificio. Es cierto que, en tiempos oscuros, acogió la vergüenza y la bajeza. Es cierto sobre todo que un día reveló que ya no serví a pa ra nada. Pues l a b urguesía francesa ya no estaba dividida. ¿Desde cuándo? Se puede discutir. Yo supondría de buen grado que la reconciliación data de la victoria de 1918. Sin embargo, desde entonces y a lo largo de tod o el siglo xx , alg un as crisis nacion ales volvie ron a reavivar las fracturas y a retardar los efectos de la unidad objetiva y subjetiva. La más violent a de esas crisis f ue la Resistencia; la má s recie nte, la guer ra de Ar geli a. En cualquier caso, desde Evia n, ya na da pareció ser un obstáculo: la burguesía francesa pudo y quiso comprenderse como una sola. Más exactamente, en los hechos era una desde hacía tiempo; lo era cada vez
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más gracias al salariado; sólo le faltaba percibirlo mejor y construir la representación política adecuada de esa pe rcepci ón.29 Qu e su seruno s e lea como gaullism o o como centrismo de derecha o como centrismo de izquierda, como nacionalismo republicano o como eu ropeísmo no republicano, es un detalle retórico. Entre los vend edores de cola, la competición hace furo r, pero con fines de colaje idéntico s. Si esto es así, la conclusión se impone: desde 1 96 2, fecha de los acuerd os de Évi an, el Palaci o Nacional estaba condena do. «M ole sta », decía aprox imad am ente Vianss onPont é en 19 68. Para la desaparic ión program ada, una sola difi cultad mayor. El Palacio N acion al simbolizaba la versi ón propiamente f rancesa d el salariado burgués . H ab ía ab riga do su naci miento y su despl iegue. No se po día toca r el Palacio sin sustituir, por una solución nueva, la solución vieja que durante tanto tiempo había pasado por exitosa. El papel histórico de Grenelle fue iniciar el proceso de sustitución. Med iante unos acue rdos m uy cel ebrados, Franci a interiori zaba para síque mism dosda tesis Una, propiam te francesa , sostenía ya ana im .portante dividí enaa la burgu esía, siempre que ést a se situara po r completo 29 . Com prendem os que la historia como discipli na sea un envite. La división de la burguesía francesa es un dato histórico, a la vez contingente y probado por documentos. Si ha de dejar de tener efectos, pod em os ju zgar oportu no reescribir la histori a a partir de concepciones nuevas que, especialmente, permitan dem ostrar que 178 9 y, po r lo tanto, tod as las ruptu ras que de é l se derivan son epifenómenos (François Furet). De una manera más vulgar , pode mo s defo rma rla (Mitter rand) u olvidarla (Cíis card) . Tam bién pode mos sustitu ir la historia, que es u n saber, por la memoria, que no lo es.
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en el espa cio del sala riad o; otra , gener al pa ra tod o O ccidente en tiempos de los treinta años gloriosos/' sostenía que l a acum ulación era necesaria: el mercad o generaría una cantidad creciente de ganancias, siempre que se le ayudara a seguir su ley profunda. Respuesta de Grene lle, ad op tad a p or la derecha y po r la izquie rda parlamentarias: las ganancias del mercado pueden y deben servir para pagar una cantidad creciente de sobresalarios. Por lo tanto, de sobretiempo; p or lo tanto, de ocio; po r lo tanto, de otium. Dicho de otro modo, G renelle estará tanto más adaptado al mundo por venir cuanto mejor garantice el futuro de la burguesía asalariada en Francia. De ello nace lo que podríamos llamar la doctrina de los años setenta: el mercado no solamente no es el enemigo de l sobre salario , sino que e s adem ás su mejor mantillo. El Esta do no tiene nada mejor que hacer que acompañarlo, ya reforzándose administrativamente, ya debilitándose: ésta es una s imple disputa sin fund amento. En el régimen de la acumulación necesaria, la elección entre Estad o fuerte o E stad o débil importa poco. Del mism o m od o, el sistema de equilibrio inverso en tre sobre rremuner ación y sobreti empo imp ortará cada vez meno s; se vuelve realista pedir la maxim izac ión sim ultánea de a m bas cos as, teniendo po r horizonte e l fin del trabajo, mediante transmutación del salario: un salario en teramente abs orbid o por el sob resa lario y que no paga más que sobretiempo («Tomen sus deseos por rea lida des» ). Un paso más y se pod rá com batir e l mer cado aprovechándose de él: vivir al lado, o más bien * Lo s treinta años glorio sos: el período 194 51 975 , de fuerte crecimiento económico. (N. del T.)
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en los intersticios que, por su fuerza propia, permite. Arrancarle por astucia y habilidad todo tipo de prebendas fue el sueño de la juventud. En vista de que, en pe ríod o de paz m und ial, la burguesía en su conjunto no debía dejar de crecer en número y e n porce ntaje, el resu ltado último no sería otra cosa que la generalización del sobresalario a todo el mundo. En un mercado mundializado, esta generalización debía extend erse universal mente. Pero si el so bresalario era universal, entonces la ganancia desaparecería, bien sedereduciría a una pura simple circulacióno más (doctrina los fl ujos). U na vezy que las co sas fueron favorecidas por el Ímpetus de los treinta años glorio sos, las pa labr as no pudi eron dejar d e res ponde r. Bast ab a con man ejarlas bi en. La s mente s más privilegiadas estaban dispuestas a ocuparse en ello. De su influencia nacerían los capitalistas del año 20 00 , a tal punto más gen erosos, más i lustrados y más conscientes de sus verdaderos intereses que se declararían espont áneamente dispuestos a abo nar to da s las sobrerremuneraciones o a permiti r todos los sobret iem pos. Sus más inteligentes representantes eran además los primeros en reconocerlo; nació entonces esa inenarrable figura del «representante más inteligente del capitali sm o franc és mo dern o», cuyos valores ha n po dido v aria r de 196 8 a nuestros días, de Se rvanSchrei ber o Riboud a Tapie. Les responde esa otra figura del
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«representante más nointeligente franc és m oderno», cuyo valor ha variadodeldesalariad 1968 a onuestros días, de la CF D T a la C FD T .* Entre el asalariad o inte* CFDT: Confederación Francesa Democrática del Tra ba jo. (N. del T.)
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ligente y el cap italis ta inteligente, reinaría una arm onía tan perfecta como la de las esferas. Una condición previa: la disolución de la Univer sidadRepública. Se comprende. Era el lugar decisivo en el seno del Palacio. Pero también era un lugar de debilidad y dividido contra sí mismo. Como todos los sistemas universitarios, la Univer sidadRepública estaba prendida en una red de coincidencias contra dictorias: entre enseñanza e investigación, entre saber y cultura, entre ciencia y técnica. Lo estaba más dramáticamente que los otros, porque abrazaba tod enseñanzanada. y pretendía haber pretendía el egido todo vez, sina sacrificar En resumen, habera la logra do una transacción. N o a la inves tiga ción s in enseñanza, no a la enseñanza sin investigación, no a la ciencia sin cultura, no a la cultura sin saber, no al descubrimiento sin tradición, no a la tradición sin invención, etcétera, etcétera, ad nauseam. La transacción tuvo cierto éxito y permitió algunos tra ba jos que no eran indignos. Pe ro la verdad ob liga a reconocer se reveló frágil. talentos excep cionales yque éstos son raro s. LaRequería s tensiones i ntern as no dejaron de acentuarse. En vista de que, a pe sar de la aparien cia y tal v ez de las intenci ones, la transac ción no hab ía sido enteramente equitativa, cada vez que había sido necesario decidir la UniversidadR epública hab ía elegido la cultura en detrimento de la ciencia y del saber.30 Habien do eleg ido la cultura, había elegido el otium, cuya forma empírica es a is d e g ©
30. Atr apa da en contradicciones com parab les, la Universidad alemana anterior a 1933 siempre había hecho la elección inversa.
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el sobretiempo. Otium estud ioso, activ o y, sobr a decirlo, creador, puesto que se ha de dedicar, en principio, a la creación de saberes nuevos, a lo que de ordinario se llama investi gación. Pero pode mos ver a qué precio: la investiga ción científica se inscribe en e l luga r del otium; no se inscribe en el universo del trab ajo . Dicho de otro mod o, la Univer sidadRepúbl ica permitía el tra ba jo intelectual y científico; no lo convertía en su problema. De ahí su angelismo inveterado en lo que concierne a las bases materiales de semejante traba jo (loca les, lab ora torio s, herramient as, bibliot ecas, revist as). Añ ada mos que e l otium es un lug ar del Sí mismo, y que el Sí mismo nunca se realiza mejor que en la so leda d. Esto quie re decir que la investi gación no tenía otro estatu to que e l solita rio: un individuo tan solo, tan d esligad o de toda relación inte lectual co n el pr ójimo, tan desprovisto de medios m ateri ales , com o un estilita; éste era el ideal que la UniversidadRepública favorecía espontáneamente. Este modo de funcionamiento no es en absolu to ap rop iado p ara la cie ncia m oderna; no lo es más para los saberes positivos en su generalidad; podemos incluso dudar que sea verdaderament e apro piad o pa ra las humanidades clásicas, qu e reclaman archivos, libros, colaboraciones. Solamente se escapa de la esterilidad gracias a talentos excepcionales; ahora bien, todo dispositivo que requiera talento es un dispositivo frágil. Laestá UniversidadRepública hecha para la cultura, no hecha para la cienciaestá moderna, no está hecha para los saberes positivos, no está hecha para la produ cción de co nocimientos nue vos. N o es una cue stión de dinero; e s una cuestión de concepci ón. Se co mprende entonces que las mentes apasionadas por la
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creación intelectual y científ ica pud iesen consid erar que la UniversidadRepública era su enemigo principal. De hecho, las más de las veces, la institución manifestaba a su respecto desconfianza, hostilidad y desprecio. Por eso deseaban de manera repetida crear lugares más prop icios pa ra la investigación auténti ca. El discurs o espontáneo de los amigos del saber será pues reformista , es decir, hostil al Palacio N acio nal. En camb io, los defensores del Palacio serán casi siempre mentes mediocres, animadas por pequeños temores con respecto a cualquier o bjeto nuevo. En realida d, serán igual de an tigalileanas que el Santo Oficio, pero menos instruidas que él. Co nden ada a la v ez por los am igos de la li bert ad, por los am igos del mercado y por los am igos de l saber (adem ás, a vec es se tratab a de las m ismas person as), la Unive rsidadR epúb lica tenía que desaparecer . Este fue el asunto de la ley Faure, que fue votada unánimemente.31 La burgue sía a sa lar iad a fran cesa no vio e n ab soluto am enazad a su exi stencia al v er que desaparecía la inst itución que, si el n em barg de o, la1 96 ha 8,bíaunhecho. En vista de que, si guiendo rastro a derecha inteligente (recordemos que en lengua política francesa 31. En aquel entonce s, la ambición de algunos era fundar un sistema más acogedor para los saberes positivos, la ciencia galileana y la investigación. Se suponía que la ley Faure lo facilitaría mediante una combinación de flexibilidad administrativa y elitismo intelectual, pero, a falta de universitarios razonablemente brillantes, el éxito se hizo esperar. Después de quince años, el fracaso era patente y la reforma Savary tomó nota de ello, combinando una extrema pesadez administrativa con un indudable laxismo intelectual. Resultado perseguido y obtenido: una Universidad de Estado ni libre ni culta.
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«inteligente» es sinónimo de «transaccionai») se esforz ab a p or hacer le descifrar el texto en la sola lengua económ ica. Al mismo le hacía más claramente, si eratiempo, preciso, que los comprender tiempos de laaún división burguesa habían terminado definitivamente. O, lo que e s lo mism o, que la burguesía franc esa ya sólo se dividiría por futilidades. La burguesía propietaria convenientemente renovada y la burguesía asalariada p odían c om partir e n lo suces ivo l os m ismos va lores fundamen tales . L as viejas cuenta s de 187 5 e staban saldadas, por no decir incluso las de 1789. Se podía saltar directamente de Luis XV a 1974. La página estaba en blanco, decía el giscardismo. Pronto, el mitterrandismo, que es un giscardismo apenas renovado, afirmará «cambiar la vida», es decir, «cambiar de remunerador». Aunque se silenció cuidadosamente su nombre, este nuevo remunerador no era evidentemente otra cosa que el mercado. Pero eso debía dejar de dar miedo, incluso a los progresistas. Sobre todo si, como lo hacían por lo demás los hábiles de la segunda izquierda, se desbautizaba el mercado encontrándole, como anta ño R enán a D ios, un bonito est uche de sinónimos. El Esta do mism o se convier te en uno de ellos. Asid ua ment e extenuado, ora por adelgazamiento, ora por ex pansión cancerosa, se desinteresa de todo lo que no hace de é l un am plific ad or de lo rentab le, pero se mue stra interesado en tod form a deunrentabilidad (una buena nacionalización se aconsidera medio de cumplir mejor con las le yes del merca do liberal ). Todo progre so del Esta do puede pa sar entonces por un prog reso de la formam ercancía. C om o tod o progreso de la fo rma mercancía debe pasar por un progreso de la humani-
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dad, el nombre mismo de «hombre» se convierte a su vez en sinónimo del mercado. Nada hasta la palabra «cultura», que abandona toda relación con lo culto, para elegir lo cultural como único compañero, sirve para hacer entender a la gente del Sí mismo y del otium que no perderá nada en la desaparición del salariado de Estado. Jack Lan g demostró a la faz d el mundo que un ministro valía una duquesa. Aunq ue empe zó relat ivamente tarde, el proce so de deconstrucción del Palacio Nacional tuvo su oportunidad y su justificación inm ediatas en l os treint a año s glorioso s. C om o es sab ido , estos úl timos s e terminaron un día . Pero el proc eso ya se había pu esto en marcha. Además, no tenía ninguna razón para detenerse, ya que la burguesía francesa se i nstalaba cada vez más decididamente en sus propios consensos. Por el contrario, se consideraba que las dificultades económicas volvían aún m ás ne cesaria la deconstrucción iniciada. Durante los años setenta, se admitió que, abandonado a sí mismo, el mercado tendría cada vez más dificultades para pagar los sobresalarios. Sin embargo, una vez alcanzado este punto, no ponía en entredicho e l ax iom a de la econom ía política, n i sobre todo su versión vulgar: la burguesía asalariada es el futuro del mundo. Solam ente había que hacer mejor las co sas , en circunstan cias que se hab ían vuelto más hostiles, para permitir que el axioma desplegara sus consecuencias. En parti cular, había que tom arla sist emáticamente con cada uno de los términos de la cadena sinonímica que circundaba a la República y q ue, por así deci rlo, o bstaculizaba su modernización: con lo estatal, media nte la regionalización; con lo nacional, mediante la religión europea; con la demo cracia social, mediant e los
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temas de la socialdemocracia; con lo que quedaba de Universidad, mediante el pathos educativo; con la separación entre las Iglesias y el Estado, mediante los sueños vacíos de la nueva laicidad. Este fue efectivamente el discurso del triple septenio antirrepublicano (19741995). A principios de los años noventa, el objetivo casi se había alcanzado. El azar quiso que la em presa se terminara, por m ediaci ón de G iscard y d e Mitterrand, en el momento mismo en que el axioma que la f un dab a em pezaba a ser puesto en duda.
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LOS ENTERRADORES DE LA BURGUESÍA
Pues hoy en día ya no se trata del fin de los treinta años gloriosos. Tampoco se trata de la crisis. De eso hablamos desde hace casi treinta años, sin obtener la menor luz intelectual y sin que podamos deducir ninguna decisión clara. En adelante, se anuncia una puesta en duda más radical. Afecta al axioma según el cual la burguesía asalariada es el futuro del mundo. Allende este axioma, afecta al axioma fundador de la economía política misma, según el cual
la dominación de la burguesía sobre la sociedad es la forma política más compatible con e l desarrollo capi. talista Algunos índices dan a entender, por el contrario, que, en cuanto la ley del mercado se extiende al mundo entero , la burguesía siempre cuesta muy caro. Que, entre burguesía y axiomática capitalista, no es la compatibilidad lo fundamental, sino la contradicción; que su relación efectiva ha sido disimulada por la coyuntura del siglo xix y, singularmente, por la inexistencia de hecho de un mercado mundial real; que el siglo XX, po r el con trario, la re vela cada vez más cru damente. Desde un punto de vista estrictamente teórico y formal, la contradicción no debería sorprendernos. Puesto que u na sociedad es tanto má s burgu esa cuan -
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to más mayoritaria es la burguesía, el resultado de la sociedad burguesa no es otra cosa que la generalización del mercado sobresalario a todoelel desvanecimiento mundo. Puesto que ley del significa de la las superestructuras estatales y nacionales, esa generalización ha de extenderse universalmente. Pero si el sobresalario es universal, entonces la ganancia desaparece. E nco ntram os de nuevo la tesi s de la t endenci a a la baja del índice de ganancias, reducida a una contradicción entre burguesía y capital. Con todo, si solamente se tratara de esto, la situación no tendríasiempre nada de ha muysabido catastrófico. La economía capitalista gestionar este tipo de contradicción estructural. El punto de inflexión está en otra parte; es empírico y contingente. Hemos de hablar ahora de los países asiáticos, por otras razones que no son las que se invoca de ordinario, y que se resumen en el precio de la fuerza de trabajo. Es cierto que en esos países el salario proletario es muy bajo. cierto apro que losvech capitalismos occidentales, después deEs haberse ado ampliamente de el lo, tendrán cada vez mayores dificultades para reservarse esa ventaja. Podem os prever que e n lo sucesivo los países concernidos trabajarán cada vez más para sí mismos, y no para Occi dente. Por lo tanto, será n y a so n unos temibles competidores. Sin embargo, esto no es lo más importante. La novedad más grave es que esos países no adoptan para sí mismos la vía del sobresalario. Esto nopero quiere decir que ennoellos no haya sobreasala riados, estos últimos constituyen de ningún modo una clase estabilizada ni, sobre todo, una clase estadísticamente mayoritaria. Los países emergentes
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no se limitan por lo tanto a desviar de Occidente una parte del filón, obligándole así a pagar los sobresalarios a partir de unos fondos más reducidos; aparentemente, demuestran que es posible construir economías capitalistas óptimas en cuanto a la axiomática capitalista, sin que se distinga en ellas el menor esbozo de clase media o de sobresalariado a gran escala. Ahora bien, la evolución de los países asiáticos podría anunciar un nuevo modelo, generalizable a otras partes del mundo: ¿quién puede asegurar que Rusia no seguirá, de la manera caótica que le es propia, caminos comparables? ¿Quién puede asegurar que preferirá seguir los buenos modos europeos (fabricar una burguesía y pagar sobresalarios), antes que maximizar sus ganancias? Hasta ahora, la historia parecía demostrar que las soluciones antiburguesas eran inestables y que, en resumidas cuentas, siempre nacía una burguesía media, manifiesta o disfrazada. Sin embargo, hoy en día, los ob servadores parecen du dar. N o exclu yen En est resumen, a inquietante po sociedades sibil ida d.32 existen capitalistas no burguesas. En ese caso, no se trata solamente de reemplazar una solución sobresalarial demasiado costosa y poco competitiva (por ejemplo, la solución francesa) por otra solución sobresalarial menos costosa y más competitiva (por ejemplo, la solución eurosajona). Se impone un radicalismo muy diferente. Si, efectivamente, una burguesía numerosa y numéricamente cre 32. Me inspiro en este punto en los muy notables análisis de Pierre Gir aud (L’inégalité du monde, París, Gallimard, 1997). Sin emb argo, la interpretac ión que doy de ellos no e s imputable a su autor.
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cíente no es necesaria para la expansión continuada del capitalismo, si existen capitalismos competitivos que prescinden de ella, entonces ya nadaque resuelve antinomia del sobresalario. Supongamos subsis-la ten, una al lado de otra y en libre competencia, economías capitalistas burguesas y economías capitalistas no burguesas, estando c aracterizadas las primeras por el sobresalario y las segundas por la ausencia de sobresalario. En régimen de competencia, las primeras se verán ne cesariamente desfav ore cida s en relación con las segundas. Más que de una desigualdad de grado, se trata de una desigualdad radical e irreductible. Mientras se podía suponer que una economía sin sobresalario se revelaría, de todas formas, condenada políticamente, esta desigualdad no tenía importancia. La victoria a largo plazo de las sociedades con sobresalario estaba asegurada, pues el adversario estaba destinado a las revueltas sociales. Si suponemos en cambio que esta condena política se puede eludir, entonces la ley del mercado decidirá. Y esta última solamente puede estigmatizar al sobresalario, y pronunciar un veredicto de obsolescencia contra la clase que se nutre de él. Un futuro se perfila: la disminución drástica relativa o absoluta del número mundial de sobreasa lariados, primero fuera de Occidente, y luego en Occidente mismo. Una vez más, hay que volver a escribir el Manifiesto, modificándolo de una manera diferente de las ya realizadas. M ar x su puso que la burguesí a producía sus propios enterradores. Convencido del axioma de la economía política, concluía que los enterradores de la burguesía serían también los enterradores del capitalismo. Hoy en día se teme que el capitalis
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mo mismo sea el enterrador de la burguesía. Y esto a causa del sobresalario. Ru sia será tal ve l ugar ponía deci sivo para dificación. Si, no hacez un mucho, todas sus esta fuer-m ozas al servicio de un programa de destrucción conjunta del capitalismo y de la burguesía, se puso luego en posición de separarlos. Si elige a su vez la vía capitalista antiburguesa, entonces habrá que concluir que la caída del Muro y de las estatuas, en la medida misma en que ha sido una victoria del capitalisXX occidenmo, acabará con las burguesías. El siglo
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tal (pero ¿existe algún otro?) vio la emergencia de la burguesía remunerada y especialmente asalariada. Es posible que el siglo xxi vea su declive. Más exactamente, es posible que la especificidad del siglo XXI en su oposición al siglo xx consista en este declive mismo. Esta doctrina es diametralmente contraria a la econom ía políti ca. Sin em bargo , parece que la cie ncia económica conduce a ella. Sin duda, no es éste un discurso explícito, pero en el conjunto del mundo occidental reina la inquietud. Lo atestigua particularmente la cri sis g enera l de todo s los sistemas universitarios. Estos fabrican un número creciente de diplomados, y todos los diplomados tienen el derecho de reivindicar un sobresalario. Pero el mercado no los puede pagar. Si n dud a, se pue de seguir contraviniendo al mercado; Occidente, a pesar de las apariencias, no ha dejado de elegir esta solución, en virtud del axioma de la economía política y para salvar la estabilidad de las sociedades burguesas. No obstante, si la ley del mercado acentúa su influencia, especialmente porque el mercado se ha vuelto efectivamente mundial, solamente hay dos soluciones que
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le sean conformes: o bien la limitación numérica de los diplomados (en la variante que sea), o bien la supresión del lazo entre diploma y sobresalario (desempleo de los diplomados o saldo de los diplomas o descalificación). En los dos casos, se suspende la relación natural entre sistema universitario y sobresalario. Tal vez las universidades puedan sobrevivir a esto; después de todo , so n instituci ones que naciero n en tiempos difíciles y que han atrave sado mucha s tormentas. La dificultad más grande es para la burguesía diplomada: sus miem bros, priva dos de tod o derecho per manente a l sobresalario, que afrontar directamente la y leypor del mercado. tendrán Sin embargo , no tienen nada esc aso lo tanto c ar o que vende r (nada más cor riente hoy e n día que la competencia). Las consecuencias políticas empiezan a aparecer. Recordemos que en política moderna la dominación desca nsa en e l número. En es e caso , la disminución numérica de los burgueses asalariados relativa o absoluta ha de ocasionar su muerte política. Desde ese momento, dos posibilidades: o bien es preciso esforzarse por reducir o detener el aum ent o de los no burg uese s (en este punto, do s variantes que n o se excl uyen: el prog reso social, que integra en la burguesía un número creciente de no burgueses; y la expu lsión de los no burgueses considerados como no integrables), o bien es preciso que el poder deje de descansar en el número (se restringe entonces el acceso a la decisión efectiva, sin modificar necesariamente las apariencias). Son síntomas de ello el debilitamiento tan dep lora do de los sistemas de representación parlamentarios, la constitución de círculos de poder restringidos y ocultos, y la emergencia de burocracias insituables y cerradas.
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Pero cuan do el peligro es grande, la respuesta m ás usual es el «sálvese qui en pu eda». Cada zona del mund o occidental piensaenque podrá salvar su propia burguesía asalariada detrimento de lasa otras. La burguesía asalariada se considera entonces capaz de proteger la antigua mecánica mediante barreras institucionales. De esta manera, el sueño de aburguesamiento generalizado se salva dentro de unas frontera s pro tegidas. Estados Unidos considera con facilidad que será la única economía capitalista del mundo que pueda generar suficientes ganancias para pagar sobresalarios. Pero dentro de unos límites estrechos: solamente los ciudadano s de Estados U nidos podrán a spirar a ell os. Serán entonces la burguesía del mundo y, dado que burguesía se identifica con civilización, serán la civilización. De manera análoga, la Europa comunitaria se propone, por la salud de la civilización mundial, como conservatorio de la burguesía asalariada, de la que, después de todo, fue la cuna. Es cierto que los tiempos son duros y que, en el seno de la comunidad, las rivalidades se exasperan. El tratado de Roma se concertó para que el mundo entero pudiese contemplar e n Europ a, erigi da en mo dern o Paraguay de una n ueva C omp añía de Je sú s hasta qué punto el sobresalario burgués era conforme a la voluntad de Dios y las demandas de los hombres, y hasta qué punto el vocabulario nacional estaba impregnado de herejía. En lo sucesivo, en el seno de Europa, la túnica vuelve a encontrar sus de co stu la rasherejía , y cadrenace, a burg uesía nacion al piensa que ha $ vencer a las otras. Desde este punto de vista, nada más risible que seguir las variaciones de l a Iglesia europea. En los año s s
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setenta, sus profesos y profesas sabían a ciencia cierta que Europa era el mejor medio, el único, de mantener la prosperidad de los treinta años gloriosos. En los años ochenta, sabían a ciencia igualmente cierta que era el mejor med io, el único, de mantener el ax io ma de la economía política, en el momento mismo en que l a prosp eridad de los trei nta años glorio sos había desaparecido (contrariamente a las certidumbres anteriores). En los años noventa, saben a ciencia aún igualmente cierta que es el mejor medio, el único, de mantener a las burguesías asalariadas europeas en su conjunto, en el momento mismo en que el axioma de la econom ía política se pone en duda (contr aria mente a las certidumbres anteriores). En los años dos mil, sabrán a ciencia nuevamente y aún más cierta que es el mejor medio, el único, de que al menos una burgues ía nacion al europea ¿p ero cu ál? venza a l as otras y mantenga su primacía en medio de los escombros, ya que, contrariamente a las certidumbres anteriores, habrá escombros. El mero nombre de M aastricht taq uigrafía el conjunto de las esperanzas contradicto rias. Así, puede invocar, según el grado de conciencia de los usuarios, el optimismo beato de los años setenta o el egoísmo feroz de los años dos mil. La verdad obliga a confesar que, en l o sucesivo, el egoísm o venc e. A cad a burguesía asalariada de cada país europeo que la posea, Maastricht da por lo tanto a entender, ya no solamente que salvará a la burgu esía asala riada en general ¿q uié n puede todo, creerlosalvará, y a quién le preocupa?, también que, sobre eventualmente ensino detrimento de las otras burguesías asalariadas de los otros países de Europa, a una burguesía asalariada en particular.
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Así, los alemanes esperan firmemente ser la burguesía sal vad a. Lo esperan tanto más cuanto que l a bu rguesía por Maastricht convertirá, la derrotasalvada prometida de todas lassedemás, en lacon Única burguesía asalariada de Occidente y por lo tanto del mundo. Y este reinado podría durar mil años. Es cierto que este dulce sueño no les pertenece exclusivamente. L os ingleses ha cen lo mism o, mutatis mutandis. N o dudan que Maastricht conducirá al conjunto de los burgueses asalariados del continente a una combinación de socialdemocracia anquilosada y de austeridad financiera, una mezcla mortal que los arruinará, mientras la burguesía asalariada inglesa, salvada por el tha tcherismo, será la única burguesía verdadera del mundo occidental, como lo había sido, en el siglo XVIII, su antepasada la burguesía comercial y propietaria. «Rule Britannia.» Cuando se dirige a los oídos franceses, el discurso se convierte en: la burguesía asalariada francesa está destinada a salvarse a sí misma utilizando sus ventajas especiales. Estas no son propiamente económicas, sino administrativas. Los franceses tal vez no han construido el capitalismo más competitivo del mundo, pero han producido la mejor administración. Al menos, la que mejor sabe traicionar cualquier convicción pa ra salvag uard arse a sí misma. Volvi endo a las andadas de la Francia del siglo xix, a escala de Bruselas, los franceses juegan la carta de los servicios comu nitarios. Creen tener vocación de pro po rcion ar (en detrimento de los ingleses arrogantes, los alemanes obtusos, los italianos marrulleros, etcétera) la mayor parte de los gestores públicos y privados de la máquina, sustituyendo simplemente el viejo gobierno por
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los mecanismos de la joven eurocracia. Pueden incluso liberar el programa de ingredientes progresistas y conferir el dulce de Europa os. social de des pach os, pa nombre sill os y funcionari Paraa esa quered Euro pa sea social, una condición es necesaria y suficiente: que utilice muchos funcionarios sociales, y, en este punto, ¿quién puede te ner más éx ito que los franceses, form ado s en la doble escuela de la econom ía m ixta y de l pr ogresismo generalizado? El axioma oculto de cada nación es: tenemos la mejor burguesía del mundo. Basta con otorgarle los medios adecuados. Es cierto que esos medios varían. Algunos piensan que han de romper con la dogmática europea y declarar abiertamente su proyecto nacional; así, la Iglesia anglicana recupera las pompas de Enrique VI II y de Cranmer. Otros med itan el ejemplo de Tartufo y saben que no hay mejor forma de servir a los intereses particulares que utilizando los términos más generales. La Iglesia alemana y la Iglesia francesa ejercitan paralelamente en hablar lenguaje másseintemacionalista posible para promo-el ver mejor su propia parroquia burguesa. En el seno mismo de la Iglesia francesa, la secta cristianomercantil de Jacques Delors no practica los mismos ritos que la secta socialistamercantil de Edith Cresson. De la misma manera, dominicos y jesuítas diferían antaño acerca de los medios para someter las almas y los cuerpos. Con todo, a la salida, la corona del último de los justos sólo ceñirá una cabeza. Aso ma el esceptici smo, es cierto. Pues fi nalmente, pensar que Europa, como un pulmón, será un recurso válido sean cuales sean las circunstancias es mucho pedir: en la prosperidad y en la pobreza, en nom-
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bre de la economía política y en contra de la economía política, a favor del capitali sm o com ercial y a favor de las mejoras sociales. Todo esto no puede ser cierto al mismo tiempo y desde el mismo punto de vista. En cuanto al razonamiento según el cual todo éxito comprobado de Europa ha de animar a hacer más E uro pa, serí a m ás convi ncen te si, por otra parte, todo fracaso comprobado de Europa demostrara igualmente que hay que hacer más Europa. Y esto tampoco podría ser verdadero al mismo tiempo y desde el mismo punto de vista. De de resultas, el recuerdo Palacio Nacional cuenta n uevo las mentes. Aldel menos, podem os defreterm inar claramente en qué acertaba y en qué fracasaba. Esa es su gran ve ntaja. O bsolet o, sea, pero la economía políti ca también está obsoleta, y lo cond enaba sin apelación. En cuanto a las novedades que supuestamente debían reemplazarlo, llevan, desde ahora, los estigmas de la decrepitud. Un signo no engaña: en lo sucesivo, está permitido que los agoreros políticos, sin reventar de risa, utilicen el nombre de República. Los acontecimientos de diciembre de 1995 se dejan descifrar así. Se ha dicho repetidamente que constituían una respuesta a Maastricht. Sin duda, pero de una manera precisa. Se trataba, en términos de clase, de una huelga de la burguesía asalariada de Estado, dirigida contra la forma particular que el discurso europeo ad optó en la époc a del fin de la economía p olítica. En diciembre de 1995, estaban en juego los signos distintivos mediante los cuales los asalariados de Estado se diferencian en Francia de los otros asalariados burgueses. Entre estos signo s, a los que se llama fácilmente «p rivile gio s», hay que inclui r evidente mente
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ese sobretiempo constituido por la relativa precocidad de la edad de jubilación. Pero actualmente se sabe que estos privilegios solamente son la manera francesa de tratar la cuestión del sobresalario, cuyas diversas ventajas adquiridas rechazan versiones variadas. Atentar contra estos privilegios y ventajas, ¿no significa atentar contra el principio del sobresalario como tal? Se comprende la solidaridad manifestada por el conjunto de la sociedad francesa. Esta última (burgueses y no burgueses, burgueses asalariados y no asalariados) descansa enteramente en la existencia de la burguesía asalariada, como horizonte y promesa de todas las sobrerremuneraciones deseadas; pero la burguesía asalariada misma descansa enteramente en la burguesía asalariada de Estado, como testimonio y garantía de todos los sobresalarios existentes y futuros. Incluso los ejecutivos percibieron que su propio destino estaba ligado a los que de ordinario denuncian. Y es que, en resumidas cuentas, su propia sobrerremuneración es únicamente el reverso del sobretiempo. Dicho de otro mod o, la burguesía asa lariad a en su totalidad se reunió en torno a la burguesía de Estado. Manifestó unánimemente su escepticismo naciente al respecto de la religión europea. ¿Y si se empieza a murmurar la desaparición de la burguesía asalariada' de Es tad o significara lisa y llanamente la desa pa rición de tod a burguesí a as alar iad a en Francia? ¿Y si la perspectiva de convertirse, a través de Maastricht, en la principal burguesía asalariada mundo, oabando al me nos del continente europeo, fuesedelsolamente nar una ventaja segura a cam bio de una esperanza v ana ? Desp ués de todo , la apuesta de Pascal sólo convence a
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los que Dios ya ha favorecido; del mismo modo, la apu esta de Delors, que es una copia de la ant erior, podría renunciar convencera lo solamente que ya concluido que seguro a acalosmbio dehan lo inseguro es e n sí una señal de sabiduría. Es cierto que en Francia son muchos los que a sí conc luye n: los pro gresistas, p orque ésa es la ley de su discu rso; y los intelectu ales, porq ue é sa es su enfermedad profesional. Por eso la religión europea sigue teniendo futuro, pero su futuro depende cada vez má s de lo que tiene d e irracional, y ya no de lo que tiene de racional. Esto no de ja de ser contrad ictorio pa ra un progra m a que se presentaba fác ilmente como la r acionalidad misma. En 1 99 5, el sob resala rio estaba en el punto de par tida. No estaba en el punto de llegada. Al menos, no estaba solo. Por primera vez des de hacía m ucho ti empo , se percibieron los efectos reales de la estructura de cadena en la que está atrapado. Lo que se llama, por refer encia a M ar x, el carácter l ógico de los movimientos sociales no ti ene otro fundam ento en Francia. L as huelgas de 1995 recorrieron término a término la sinonim ia por la cual, en Fra ncia , lo estata l se anud a con lo democrático. Al hacerlo, tomaron cada uno de los eslabones en lo más serio de su conformación y de su fuerza. Los doctos podrían reconocer en ello el momento republicano, el mom ento nacional o el mom ento democrático; si los universitarios franceses no fuesen tan unánimes estu dian tes y pro fes ore s en erigirse en desechos, se hubiese visto mejor el momento de la civilización y el del otium\ sin embargo, estos momentos estab an ahí grac ias a algunos escritor es y a algunos artistas (que debieron de parecer más explícitos contra la ley Debré).
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Lo s doc tos más atentos podrían descubri r sin embargo que cada uno de los momentos estaba destinado a desplegar sus posibilidades a riesgo de hacer saltar la cadena misma. Pues nada indica que la sinonimia antaño soñada por la República haya resistido décadas de guerras y revoluciones. Por eso fue necesario suspender con bastante rapidez la moción iniciada, y por eso, entre las potencias y las dominaciones, nadie parece desear hoy en día que semejantes huelgas vuelvan a empezar. Antes que ellas, se prefiere la queja. La denuncia, cada vez más frecuente hoy en día, del horror económico no es otra cosa que el lamento de la burguesía asalariada al descubrir con escándalo que en lo sucesivo es una clase económicamente condenada. Los humanistas deploran ver cómo el trabajo desaparece del mundo. Solamente se trata, pensándolo bien, del trabajo burgués como fuente de una sobrerremune ración. Solamente se trata del sobresalario. No hace mucho, la burguesía aún se pod ía con fortar con la economía política. Ena su seno,con se valentía, levantaban, a menudo con generosidad, veces sujetos para defender a los que estaban condenados. Pero su indignación descansaba en una convicción no iniciada: en régimen capitalista, la burguesía en su conjunto estaba condenada a participar de los despojos. El balance siempre sería globalmente positivo para la clase considerada globalmente. Por eso los más indignados concluían que había que salir del capitalismo com o tal. Pero, revolucionarios o no, indignados o no, los burgueses sostenían que los vencidos por el capital eran los otros. Sobre este fondo, cada cual elegía en conciencia.
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Hoy en dí a, la sit uación ha camb iado radicalmen te. La burguesía m isma se sabe venci da por el ca pita lismo. Los que hasta hace poco creían estar del lado de los vencedores, aunque hagan todo por moderar la victoria e incluso por impedirla mediante una generosa traición de clase, se descubren del lado de los vencidos. Imploraban por los otros y ahora imploran por sí mismos. La increíble boga del discurso caritativo no ti ene otro srcen. En cuanto a la escena pa rlamentaria, ésta descubre con sorpresa que, entre derecha e izquierda, arranque ya noyselosproduce en términos de capital,el los unos a favor otros en contra. En lo sucesivo, se plantea una sola cuestión: ¿qué partido será el más eficaz defensor del sobresalario? En Francia, donde la forma del asalariado de Estado proporciona el paradigm a domina nte d e todo sobresalario, parece que la izquierda, defensora tradicional de la función pública y protectora natural de toda categoría amenazada, se haya convertido desde hace poco, para toda la burguesía, en su escudo más seguro. Esto es lo que, en cualquier caso, parecen indicar los votos. La izquierda habla de mantener un precio decente del trabajo; la burguesía entiende por ello la p ro mesa de mantener lo que la hace vi vir, a el la y sólo a ella: la posibilidad de que el trabajo burgués se pague mejor de lo que vale en el mercado. En calidad de partido de los asa laria do s, la i zquierda s e con -
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vierte por la misma razón, en en elelpartido partidodel de sobresalario la burguesíay,históricamente consciente. La socialdemocracia deja de aparecer como un medio de tratar la cuestión política y social en términos más equitativos, pero aparece como el único medio eficaz de salvar a la burguesía de la ley
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férrea del capital. Si Francia vota tan a menudo a la izquierda, lo hace por la misma razón que vota tan a menudo a la derecha: porque es el país más burgués del mundo. Sin embargo, los votos no cambian nada en el dilema entre capitalismo o burguesía. Ante el hundimiento de las políticas económicas no capitalistas, ante el inmovilismo de las políticas económicas so cialdemócratas, ya sólo queda invocar razones antieconómicas: humanitarias o morales. La burguesía asalariada recuerda entonces que es, por excelencia, la clase del ideal. Expuesta a las rigurosas necesidades de la econom ía, proc lam a la existencia d e misiones más elevadas: salvar a la humanidad y a la civilización, mejor de lo que ella misma lo hizo cuando tuvo la oportunidad. Llega incluso a invocar, bajo el nombre d e los derechos hu manos, las figuras del otium , la cultura y la libertad, como si hubiese hecho algo más que acogerlas por accidente. Utilizando todos los recursos de lo equívoco, hace de ellos un arma poderosa. Como en este mundo el ideal tiene por correlato económico al sobresalario, piensa que captand o a los países emergentes para la causa del ideal, los persuadirá mejor de convertirse a las costosas pompas del sobresalario. Podemos dudar que semejante lenguaje sea muy escuchado. La conclusión no varía: si se demuestra que las sociedades capitalistas no burguesas son tan viables como las sociedades capitalistas burguesas, entonces las segundas están condenadas. Por eso vemos que la lamentación se conforta con una esperanza secreta: que, después de todo, se haya tenido razón al suponer que las sociedades capitalistas no burguesas ten-
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drían una in estabilidad irredu ctib le, que la guerra y la ruina las acecharían, que los que viven en ellas estarían condenados a sufrir mi l muerto s. L a mafia rusa y Tiananmen tranquilizan. El burgués asalariado de Occidente solamente dejará de llorar por sí mismo el día en que, como antaño, pueda llorar por los otros.