MARIANO Y LA BOTELLA MÁGICA Mariano era alegre, soñador y travieso, pero también muy descuidado. Era de los niños que cuando comía, botaban las envolturas, los papeles, las servilletas y hasta las cascaras de fruta en cualquier lugar. A él parecía no importarle la limpieza. Un día se tomó una gaseosa, y como la botella era de vidrio no la tiró al suelo porque sabía que se podía romper, pero cuando buscaba un rincón donde dejarla escuchó que la botella le hablaba. ¡Qué sorpresa!. Inmediatamente pensó que se trataba de una botella mágica. La comenzó a frotar y frotar esperando que algún genio apareciera. La decepción de Mariano fue grande cuando vio que no aparecía ningún genio que le cumpliera sus deseos, pero la botella le dijo: ¡El genio eres tú! Yo deseo que me pongas en el contenedor verde. Ante la sorpresa de Mariano, la botellita le explicó e xplicó que el vidrio es reciclable, es decir, que a partir de un envase usado se puede fabricar uno nuevo igualito al primero y que en este proceso ya no se utiliza arcilla ni arena del suelo que sirven para fabricar el vidrio y que, además, era muy bonito ser útil una y otra vez. El niño caminó hasta el contenedor verde, la colocó allí y escuchó la voz de la botellita que le decía: "Gracias". Mariano sintió una gran alegría en el corazón, se dio cuenta de que él podía hacer mucho cuidando al planeta, y a partir de ese día no volvió a tirar nada al suelo.
En un pueblo de la costa vivía el abuelito Simón, él construyó muchas colmenas para que vivieran en ellas las abejitas. Él se dedicaba a la producción de miel de abeja porque sabía que era un gran alimento para todos. Rosi, la abeja reina, era la más entusiasta, ella animaba a las otras abejitas a trabajar contentas recordándoles que a todos los niños les gustaba la miel. Un día unos tractores llegaron para construir una carretera, "eso nos traerá progreso porque podremos viajar y vender mucha miel", dijo el abuelito Simón a su nieto Benjamín. Pero al pasar los días, las máquinas hacían mucho ruido y las abejitas no se podían comunicar entre ellas. "Zzzrrr, encontré nuevas flores," decía una abejita, pero las demás no podían escucharla por la bulla. Por la noche Rosi, la abeja reina, reunió a toda la colmena y les dijo: "la bulla las máquinas nos está enfermando, debemos hallar una solución". Una abejita, muy molesta, les dijo: "hay que hincar con nuestros aguijones a los trabajadores hasta que se vayan", pero Rosi dijo que la violencia no era la solución y que lo mejor era marcharse a otro lugar para vivir. Al amanecer el abuelito Simón vio a las abejas que se alejaban y exclamó. "¡Oh, las abejitas se van, ya no tendré miel para mi nieto!". Benjamín le dijo: "se van por el ruido, abuelito". Simón preguntó a los ingenieros si había forma de evitar tanta bulla. Ellos le respondieron que podían usar silenciadores para los motores de las máquinas, pero era muy caro. Simón explicó a los ingenieros que el ruido espantó a las abejas por eso se quedaron sin miel. Ellos comprendieron el daño que causaron, compraron los silenciadores y construyeron la carretera casi sin hacer ruido. La abeja Rosi, al darse cuenta que la bulla
había terminado, ordenó regresar a todas las abejas y desde ese día produjeron la riquísima y nutritiva miel.
UN ARBOLITO EN EL DESIERTO En un barrio muy pobre, a mitad de un cerrito, vivía Pedrito. Un día su mamá vio que guardaba la semilla de la palta que acababan de comer. Cuando le preguntó por qué lo hacía, él le respondió que la iba a sembrar, pues la maestra les había dicho que si cada persona sembrase un árbol salvaríamos nuestro planeta, ya que los árboles brindan el oxígeno que respiramos. Pero su mamá le advirtió que era inútil sembrar porque vivían en una zona arenosa y seca, y que ellos no iban a desperdiciar el agua que con tanto trabajo subían en baldes para regar un arbolito; además tampoco le iba a dar dinero para comprar abono ni fertilizantes para la tierra. Pero Pedrito no se desanimó; puso la semilla en un vaso con el agua que juntó después de que su mamá lavara unas papas. Para que no estuviera totalmente sumergida, la sujetó con tres palitos de fósforos, y cuando le salieron raíces, convenció a su madre y la sembró delante de su casa. Todos le decían que ese árbol no iba a crecer, pero él usó su ingenio y cada día regaba su plantita con el agua que se usaba para lavar las verduras. También chancaba bien los residuos de cascaras o restos de comida y los ponía en una bolsa para que se descompusieran, hacía compost, es decir, lo convertía en abono que mezclaba con la tierra alrededor de su arbolito. A los cinco años, ¡sorpresa! El arbolito dio cincuenta paltas. El niño estaba contento, vendía las paltas y ganaba dinero, pero sobre todo se sentía orgulloso porque muchos vecinos lo imitaron y ahora el arenal estaba lleno
de árboles que purificaban el ambiente. Pedrito les decía a todos: "Si cada persona siembra un arbolito, habremos salvado nuestro planeta".
EL PRÍNCIPE PICAFLOR El príncipe Picaflor vivía en un parque en medio de la ciudad, era muy guapo, pero también muy engreído. Sus papas el rey Picaflor y la reina Colibrí le habían hecho creer que él era el mejor en todo y siempre tenía que ser el primero en escoger las flores para alimentarse. Ellos se sentían felices porque los demás los miraban con admiración. Un día todos vieron llegar una gran nube negra y el príncipe Picaflor dijo: "yo seré el primero en atravesarla", pero Dianita, una joven colibrí, voló interponiéndose en su camino y le dijo: "esa nube está contaminada, no entres". Pero el príncipe Picaflor no escuchó los consejos, se metió a la nube y a los pocos minutos comenzó a toser y no podía respirar. Dianita aguantando la respiración, entró a la nube y logró salvarlo. El príncipe Picaflor, ya recuperado, le pidió disculpas a Dianita por su vanidad y egoísmo. Dianita le contó que la nube venía de las ciudades donde había esmog. "El esmog es el humo que sale de los autos cuando se usa gasolina o petróleo, los autos antiguos contaminan más", dijo Dianita. Cuando el príncipe Picaflor entendió la explicación, llamó a sus papas y les propuso una idea. Esa tarde se reunieron los picaflores, colibríes, mariposas y, a la hora de mayor tránsito, unieron sus » cuerpos en el cielo formando letras m que decían: "Queremos aire limpio". La gente admiró el esfuerzo de las avecillas y comprendió que se debía hacer algo para no seguir contaminando el aire. Algunas personas cambiaron sus autos viejos por nuevos, además se organizaron de manera que unos carros circulaban sólo los lunes, miércoles y viernes y los otros los martes, jueves y sábado. Los
domingos todos podían transitar. Así utilizaban menos gasolina y el aire ya no se contaminaba. El príncipe Picaflor, Dianita y sus amigos, volvieron a volar felices y sanos por el parque.
SACO CHICO
“EL PELICANO”
DIEZ EL PULPO JUGUETÓN En un mar azul y hermoso, cerca de un pequeño puerto de pescadores, había una gran colonia marina donde vivían muy contentos los caracoles, calamares, estrellas de mar, pulpos y muchos peces. Entre todos ellos destacaba un joven pulpo muy juguetón al que todos llamaban Diez porque en vez de tener ocho brazos, como la mayoría de los pulpos, él tenía diez brazos. A Diez, el pulpo juguetón, le gustaba organizar carreras y campeonatos, una tarde les dijo a sus amigos para jugar a recolectar anémonas, es decir flores marinas, el que juntara más sería el ganador. Un cangrejo se encargó de tomar el tiempo: "en sus marcas, listos, ¡ya!". Era gracioso ver cómo los pulpitos recolectaban anémonas y nadaban hasta llegar a la meta. Un día Diez, el pulpo juguetón, vio una mancha verde flotando, pensó que era una anémona y nadó para tomarla, pero era una bolsa de plástico y antes de que se diera cuenta le cubrió la cabeza y comenzó a ahogarse. El caballito de mar, muy asustado, avisó a los demás pulpos y todos lo ayudaron y lo salvaron de una muerte segura. La bolsa era parte de la basura que los hombres tiraban al mar, por eso los animales marinos, con el pulpo Diez a la cabeza, ¡untaron todas las bolsas y las llevaron a la orilla del mar. Esa mañana las personas no podían creer lo que veían, toda la costa llena de millones de bolsas, eran tantas que los barcos no podían salir a navegar.
Entonces las personas entendieron el daño que le hacían al mar al arrojar basura y bolsas, así que limpiaron la playa y no volvieron a tirar desperdicios. Poco a poco el mar se fue limpiando y Diez, el pulpo juguetón, volvió a organizar carreras con los demás pulpos, ahora en un mar limpio y sano ¡qué divertido!.
EL LEÓN Y EL CARPINTERO Un día un pato partió de su isla que se hallaba situada en medio de un caudaloso río. Se fue en busca de aventuras hacia otros países. Nadando alcanzó la orilla del río. Con mucho esfuerzo arribó a tierra firme y, oteando el horizonte, descubrió todo un mundo frente a él. Como estaba muy cansado se durmió junto al río. En su sueño oyó una voz que decía: "Pobre pato, has llegado al país de tus sueños, tierra magnífica y grande pero no olvides que aquí vive el hombre. Desconfía de él porque es capaz de todas las astucias imaginables". El pato despertó sobresaltado. Abrió los ojos como platos, vio el horizonte y a lo lejos unas montañas. Se encaminó a ellas. Tras mucho andar llegó a una gruta donde dormía un león que le preguntó por el motivo de su viaje. El pato le contó los motivos. El león lo escuchó y luego le dijo que él también había tenido un extraño sueño similar, pero confesó que él no tenía miedo a los hombres, porque era fuerte. Y para demostrarlo, al día siguiente iría a atrapar uno. Esto consoló al pato que, al lado del león, se sentía seguro. Al otro día, león y pato se pusieron en camino. A lo lejos vieron una nube de polvo. Un borriquillo trotaba hacia ellos. Cuando llegó hasta ellos le preguntaron que por qué corría. El asno dijo que iba huyendo del poder de los humanos. El león le dijo que no tuviera miedo, que fuera con él porque a su lado serían invencibles. Y continuaron los tres el camino. Vieron otra nube de polvo, está la hacía un caballo que también huía del hombre. El león le dijo que no tuviera miedo, que junto a él sería un animal invencible. Y el caballo se unió al grupo. De nuevo se vio otra nubecilla de polvo. Era un camello cuyos amos lo habían oprimido y obligado a cruzar cientos de veces el desierto. El león volvió a repetir que él era muy fuerte, y convenció también al camello para que se uniera a aquella comitiva de animales. Juntos caminaron hasta que a lo lejos vieron a un hombre, un sencillo carpintero que cargaba unas tablas a quien el león preguntó: "¿A dónde te diriges, insignificante humano?"
El hombre dijo que iba camino de la guarida de la pantera, la reina de los animales, quien le había mandado construir una casa con aquellas tablas. El león, furioso, rugiendo ordenó al carpintero que le hiciera primero una casa a él. Ante las amenazas, el hombre comenzó a construir las paredes. Solo faltaba el techo. Entonces el carpintero le dijo al león: "Está tu casa. Entra para que el tejado se calcule a tu altura".
LA NARRACIÓN EN TRES MOMENTOS
DON SAUCE Y LOS BARQUITOS DE PAPEL Muy cerca de una laguna muy hermosa Vivian Rosita y Felipe, eran dos hermanitos que les gustaba jugar a recortar papel, ellos hacían figuras de aviones y de soldaditos, pero su juego favorito era hacer barquitos. Ambos cogían un papel muy blanco y brillante que les daba su papá y hacían concursos para ver cuál barquito aguantaba más en el agua sin deshacerse. Rosita y Felipe usaban papeles blancos para hacer sus aviones o barquitos, ellos no se daban cuenta de que muy cerca vivía un viejo árbol de sauce que estaba triste. Un día Felipe quería que su avioncito volara más alto, se subió al árbol, pero perdió el equilibrio y se cayó, felizmente el sauce estiró una de sus ramas y lo pudo salvar. El árbol llamado don Sauce les preguntó a los niños “¿Ustedes no saben que al usar el papel nuevo de papel provocan que se corten muchos árboles? Los árboles talados van a una máquina que se llama desfibradora, se le echan químicos, pasan por rodillos hasta tener una pasta del que se hace el papel. Por eso hay menos árboles en el mundo que purifiquen el aire. Rosita y Felipe llamaron a sus amigos y escucharon la explicación de don Sauce, ellos se pusieron tristes al saber de dónde provenía el papel que usan para jugar. Entonces decidieron no hacer barquitos ni
aviones nunca más, pero don Sauce les dijo que podían seguir jugando, pero esta vez con papel usado, de periódico o con papel reciclado. Al día siguiente Rosita y Felipe hicieron un concurso de aviones y barquitos, pero hechos solamente con papel usado, de periódico o reciclado. Don Sauce estaba feliz y soltaba algunas de sus hojas para que ellos adornaran sus barcos y avioncitos. Los niños y don Sauce se convirtieron en grandes amigos para siempre y todos aprendieron a cuidar el medio ambiente.