Luces y Sombras - Ana Alvarez

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LUCES Y SOMBRAS

Ana Álvarez Álva rez







































1.ª edición: febrero, 2016 © 2016 by Ana Álvarez © Edicion Edicio nes B, S. A., 2016 Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España) ww.edicionesb.com ISBN DIGITAL: 978-84-9069-228-8

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Para todos los que después de una ruptura han tenido que reconstruir su vida. Ese es el momento justo para empezar a perseguir sueños.







































Contenido Portadilla Portadilla Créditos Dedicatoria Dedicato ria Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 12 Capítulo Capítu lo 13 Capítuloo 14 Capítul Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18







































Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Epílogo Nota de autora









































Capítulo 1 Apenas la llave giró en la cerradura del piso que compartía con Sonia, Lucía escuchó las voce alteradas de su amiga amiga en el interior interior.. —¡Lucía, —¡Lucía, por fin llegas! ¿Dón ¿Dónde de te has has metido? metido? Esta entró y le salió al encuentro. —¿Cóm —¿Cómoo que que dónde me me he metido? metido? Con Roberto tom tomando ando unas unas copas ¿Dón ¿Dónde de si no? —Ven —Ven aquí, aquí, siént sié ntate. ate. Ya te te he solucionado solucionado las vacaciones. vacaci ones. —¡Eh, —¡Eh, para, para...! ¿De ¿De qué estás hablando? hablando? —De tus tus vacaciones. vacaci ones. Ya Ya no tienes que que quedarte aquí aquí sola todo el verano. ve rano. —Sonia, no no me me asustes que que te conozco. conozco. —Te vienes conmigo. conmigo. —¿Cont —¿Contigo igo a dónde? dónde? —A la sierra sier ra de Gredos a hacer las prácticas. —¿Pero tú estás estás loca? loca ? —Siéntate —Siéntate y no no me me interrum interrumpas. pas. Déjame Déjame contártelo. contártelo. Lucía se sentó en el sofá colocando el bolso a su lado y se dispuso a escuchar cualquier disparate que su amiga fuera a decirle. Sonia se caracterizaba por hacer las cosas primero y pensarlas después. —Veng —Venga, a, cuenta... cuenta... ¿Qu ¿Quéé se te ha ha metido metido en la cabeza? —¿Recuerdas que hoy he ido a un unaa entrevis entrevista ta para escoger la empresa empresa donde voy a hacer las prácticas de la l a carrera? carr era? —Sí, me me lo contaste. contaste. Tenías Tenías varias var ias opciones. opci ones. —Pero —P ero me decidí por una una que se dedica a hacer deportes de portes de riesg ries go en la Sierra Si erra de Gredos. Pens









































—No te lo tienes tienes que tomar tomar como como un trabajo, mujer. Total, solo tendrás tendrás que poner un unas as cuantas cuantas tiritas y disfrutar de la sierra durante dos meses, y además cobrando. Venga, Lucía ve mañana. ¿Qué puedes perder? —Por favor, Sonia.... ¡Me ¡Me metes metes en un unos os follones...! —¿Pero tú sabes cóm có mo nos lo vamos vamos a pasar las dos juntas? juntas? ¿Tú sabes lo l o que se liga en un sitio de vacaciones como ese? Y además, allí no van tíos fofos ni fondones... todos cachas, deportistas, bronceados…. —¿Todavía no no sabes que mientras mientras más más músculos músculos menos menos cerebro? —Ya, —Ya, por eso «tu» «tu» Roberto debe de be ser s er un Einstein, Einstein, porque de cuerpo está fatal. fatal. No me extraña extraña que no te ponga. —¿Qué —¿Qué te te hace pensar pensar que no no me me pone? —Que —Que lleváis llev áis seis sei s meses meses saliendo sal iendo juntos juntos y todavía no te te has acostado con él. No sé a qué esperas. —A estar segura. segura. —¿Segura —¿Segura de qué? qué? Si lleváis ll eváis seis se is meses meses es porque p orque hay hay algo, algo, ¿no? ¿no? —Sí, claro. cla ro. —Pues —P ues entonces... entonces... Supongo Supongo que ant a ntes es de que se vaya os daréis un hom homenaje. enaje. Porque vais a esta mes y medio separados. —Aún es pronto. —Lucía, lo tuyo tuyo es increíble. Veintitrés eintitrés años y tan virgen como como naciste. Ni siquiera con tu novio. novio. No pensarás pensarás en e n llegar en ese estado al matrim matrimonio, onio, ¿verdad? ¿verdad? —No, claro que no. no. Pero aún es pronto. pronto. —¡Pronto! —¡Pronto! ¿Y Roberto qué qué dice? —Nada, nun nunca ca hemos hemos hablado de eso. —¿No —¿No será gay? gay?









































Lucía no era muy amante de los deportes de riesgo, pero tuvo que reconocer que el lugar era mu bonito, bonito, aunque aunque solo fuera fuera para pasar p asar unos unos días de descanso.









































Capítulo 2 Lucía se vio literalmente arrastrada hasta el hotel donde debía celebrarse la entrevista para el trabajo de enferm enfermera era en e n el centro centro de ocio. A cada paso que daba se preguntaba qué estaba haciendo allí, pero sabía que con Sonia no había quien pudiera cuando se le metía algo en la cabeza, y prefería mil veces acompañarla a la entrevista y decirle directamente a aquel señor que no le interesaba el trabajo, que negarse a ir. Sabía que si hacía esto último tendría a su amiga durante días insistiéndole y tratando de convencerla. Le hicieron entrar en una sala de recepciones no muy grande y se sentó con Sonia a su lado esperando que la recibieran. Poco después entró un hombre, que según su criterio rondaría los cincuenta y cinco años, pero conservaba un aspecto fuerte y musculoso, y derrochaba vitalidad. —Hola, soy An Antonio tonio Navas, el dueño y director direc tor del centro centro de La cañada del Puente Puente Tibetano. Tibetano. Sonia, sentada junto a ella, habló por su amiga. —Ella es e s Lucía Lucía Camacho, Camacho, la amiga amiga de la que le hablé. hablé. Esta la miró por un momento, molesta por la intromisión. —Sonia... ¿no ¿no te te importa importa salir? sali r? Me gu gustaría hacer yo la entrevista, entrevista, si no tienes tienes inconvenien inconveniente. te. —Sí, claro cla ro —dijo —dij o levantándose levantándose y saliendo de la habitación. habitación. Lucía se volvió hacia Antonio. —Perdone, —P erdone, pero es que Sonia le ofreció ofreci ó ayer mis mis servic s ervicios ios sin s in consultárm consultármelo, elo, y yo yo quisiera lleva esto personalmente. —Sí, lo comprendo. comprendo. No se preocupe. ¿Pero ¿Pero debo suponer suponer que no no está interesada interesada en e n el puesto? —No tenía tenía pensado trabajar durante durante el verano, ver ano, si le soy sincera. sincera.









































—No importa, importa, siempre hay algun algunas cosas que puedo hacer. hacer. Pero Per o los chicos son competen competentes, tes, lo llevan bien. —¿No —¿No hay ning ningún empleado empleado que no no sea de la famili familia? a? —Sí, —S í, la cocinera, la limpiadora y un enferm enfermero, ero, pero este ha encontrado encontrado un trabajo mucho más estable en un hospital y nos ha dejado. Y como comprenderá sin enfermero no podemos hacer la temporada de verano en un sitio como este. Allí son frecuentes las pequeñas heridas, los golpes, las caídas... aunque para los casos graves acudimos al hospital cercano, no podemos estar continuamente en el camino camino por pequeños pe queños accidentes, quem quemaduras aduras solares solar es y cosas así. —Sí, por supuesto. supuesto. —En —E n eso consistiría su trabajo, trabaj o, nada complic complicado, ado, y con un horari horarioo bastante bastante libre libr e y flexible. La condiciones incluyen comida y alojamiento, y mientras no tenga a nadie a quien atender puede disponer de su tiempo como quiera, aunque deberá estar localizable mediante un teléfono móvil que le daremos. El domingo solemos hacer el intercambio entre los grupos que se marchan y los que entran y no es frecuente que se produzcan accidentes, por lo que sería su día libre. También puede participar participa r en las actividades, actividades , si quiere. Si tiene tiene que hacer curas o administrar administrar medicación edicac ión pu puede ede distribuir el horario como mejor le venga para disponer de ratos libres. ¿Le interesa? —No lo sé, ya le l e he dicho di cho que mi intención intención no era trabajar durante durante el verano. Teng engoo un empleo empleo como enfermera en un internado, algo muy parecido a lo que me ofrece. Atiendo caídas, golpes y ese tipo de cosas de los chicos y en verano cierran por vacaciones por lo que dispongo de casi tres meses libres. libr es. A mediados de septiembre septiembre debo de bo incorporarm incorporar me de nu nuevo. evo. —En —E n realidad reali dad nosotros nosotros durante durante los inviernos disminuim disminuimos os las actividades y no tenem tenemos os tantos tantos clientes como para necesitar una enfermera a tiempo completo; si hay algún problema acudimos al centro de salud del pueblo cercano. Pero en verano con las aglomeraciones de público, no solo es necesario sino que la ley nos obliga. El problema está en que es difícil encontrar a alguien que le interese un contrato por solo dos meses y medio. Todas las personas que he entrevistado quieren un











































—Sí, yo teng tengoo coche, no no se preocupe. —En la página página web hay instrucciones instrucciones precisas preci sas de cómo llegar. —Sí, las vi. —Pueden —P ueden elegir para dormir dormir entre entre un unaa habitación habitación en el e l alberg alber gue individual o doble o compartir compartir una de las cabañas con su amiga. Lucía recordó la foto que mostraba las cabañas por dentro y por fuera y decidió por las dos. Si Sonia había decidido sobre su verano, ella lo haría sobre el alojamiento. —La cabaña, por supuesto. supuesto. Es más más independiente. independiente. —¿No —¿No lo consulta consulta con su amiga? amiga? —No hace hace falta. —De acuerdo enton entonces, ces, nos vemos vemos en julio. julio. Antonio se levantó y se estrecharon las manos. Los diez días que faltaban para incorporarse a su trabajo de verano se le fueron a Lucía en u abrir y cerrar de ojos. Intentó no escuchar demasiado a Sonia haciendo planes y parloteando todo el día sobre lo bien que lo iban a pasar, los tíos buenos que iban a conocer, lo morenas que se iban a poner y se dedicó a ser práctica y comprar un equipo equipo de ropa adecuada al trabajo y al lugar lugar donde iban a pasar el verano.











































todo llegaría. La noche antes de que él se marchara, Sonia se las arregló para pasarla fuera del piso que compartían y Lucía y él salieron a cenar y cuando regresaron a tomar una copa, estuvieron besándose en el sofá. Se acariciaron un poco, pero cuando él intentó desabrochar la cremallera del vestido, Lucía le detuvo la mano. —No, Roberto... no. —¿Por qué? qué? Vam Vamos os a estar un mes y medio medio separados, sepa rados, como mínim mínimo. o. —No qu q uiero hacerlo solo sol o por el e l hecho de que que vamos a estar un tiempo tiempo sin vernos. Para P ara mí esto e algo importante, no para hacerlo porque sí. Tal vez a la vuelta te haya echado tanto de menos que esté loca por irm i rmee a la cama cama contigo, contigo, pero ahora no. —De acuerdo —aceptó él, y se lim li mitó a continu continuar ar besándola durante durante un rato. Lueg Luegoo se marchó. marchó.











































Capítulo 3 —El —E l primer desvío a la derecha —dijo Sonia mirando por la ventanilla ventanilla el gran cartelón que e medio de la carretera anunciaba el Centro de Ocio. Apenas quinientos metros más adelante un pequeña in i ndicación dicaci ón señalaba señal aba el estrecho y serpent ser penteant eantee camino, camino, y Lucía giró el volante con cuidado entrando entrando en él y recorriendo recorri endo despacio los dos do s kilómetros kilómetros que la llevar l levaron on hhasta asta el lug l ugar ar buscado. El aparcamiento estaba casi vacío, y pudo dejar el coche bajo la sombra del chamizo de cañas habilitado a un unoo de los lados de la explanada, explanada, ocupado en ese moment omentoo por solo tres coches. Sonia bajó de un brinco y Lucía Lucía la sig si guió hasta hasta el maletero para impedirl impedirlee sacar las bolsas. b olsas. —Creo que no no deberíam deberí amos os sacar el e l equipaje todavía hasta inform informarnos arnos de cómo cómo va esto. —Bueno —Bueno —respondió su amiga amiga dando dando un vistazo a su alrededor. alrede dor. Se encontraban en una explanada circular bordeada de cabañas también redondas muy pintorescas, construidas en piedra y coronadas con techo de madera. —Es bonito el sitio —admitió—. —admitió—. No está mal mal para unas unas vacaciones. vacaci ones. —¿Has —¿Has visto vis to eso? —pregunt —preguntóó Sonia Sonia con un un grito de admiraci admiración. ón. —Sí, ya te te he dicho dicho que es bonito. bonito. —No, Lu Lucía... me me refiero a «eso» «eso » —dijo de nuevo señalando con un unaa mano mano exten extendida. dida.











































tipo de prácticas. —Eres tremenda... tremenda... —Y respecto a si es creído o estúpido, voy a averiguarlo —dijo avanzando avanzando resueltam r esueltament entee hacia él. Desde el coche, Lucía la vio acercarse con pasos ondulantes hasta el chico, que no parecí percatarse de su presencia. presencia. Cuando Cuando estuvo estuvo junto junto a él, saludó: —Hola. Él levantó la cabeza y Sonia se encontró con unos preciosos ojos azules y una sonris encantadora. —Hola —respon —respo ndió. —Perdona —P erdona que te moleste, pero acabo de llegar y mi amiga amiga y yo estamos estamos un poco perdidas. perdid as. ¿Podrías decirme de cirme dónde está información, información, o recepción, recepci ón, o lo que quiera quiera que haya haya aquí? —Sí, por supuesto. supuesto. ¿Ves ¿Ves aquella casa grande y alargada que está al otro lado de las cabañas? cab añas? —Sí. —Pues ese es el albergu al bergue. e. Dentro Dentro se encuent encuentra ra la recepción. r ecepción. Pregunt Preguntaa por Carolina. Caroli na. —Carolin —Caroli na... —Sí, es ella el la quien lleva todo lo referente referente a huéspedes huéspedes y actividades. —Bien, graci gracias. as. Se ve que llevas ya un un tiempo tiempo aquí... aquí...











































Lucía se echó a reír. —No sé por qué, pero me parece que voy a tener tener ojos azules azules y sonrisa s onrisa encantadora encantadora hasta hasta en la sopa durante unos días. —Por supuesto. supuesto. Me Me haré inseparable suya. suya. —Si —S i es cierto todo lo l o que has vislu visl umbrado en un flash, estará casado o tendrá tendrá novia o amant amantee o algo. —No sea agu aguafiestas. afiestas. No sería serí a justo que un tío tan bueno bueno se reserve reser ve para un unaa sola mujer. ¡Qué ¡Qué desperdicio! —No dirías lo mismo mismo si fuera fuera tuy tuyo. o. —Pero no lo es... y quiero un un poco de su tiempo… tiempo… y de otras otras cosas. cos as. Ambas se dirigieron a la casa alargada que Sergio le había indicado a Sonia, y entraron a u vestíbulo fresco y agradable en contraste contraste con el fuerte fuerte calor cal or de la explanada. explanada. Un mostrador de madera con un ordenador y un teléfono quedaba a la derecha de la entrada, detrás del mismo solo vio a una niña de unos cinco o seis años, de pelo castaño corto y mirada intensa, que las observaba sin decir nada. —Esta no no será Carolina... Carol ina... —dijo Sonia. —Claro —Cl aro que no. Déjame a mí. mí. Los chicos rubios son so n tu tu fu fuerte, los niños el mío —respondió —r espondió Lucí acercán acercá ndose hasta el mostrador. —Hola. Estamos Estamos buscando buscando a Carolina.













































—¿Y tiene tiene novia? —Sí, tiene much muchas. as. —¡Ah, —¡Ah, bien! Estupendo... Estupendo... Del interior de la casa salió una chica rubia con el pelo largo recogido en una cola de caballo vistiendo unos pantalones cortos y una camiseta azul con el nombre del centro de ocio estampado en un círcu círc ulo a la altu al tura ra del pecho. —Buenos —Buenos días. ¿En qué puedo puedo ayudarles ayudarles?? ¿Tienen ¿Tienen reserva? —No, somos somos Sonia y Lucía, venim venimos os a trabajar. trabajar . —Ah, —Ah, bien. Os Os estábamos estábamos esperando. esper ando. Yo Yo soy Caroli Carolinna y llevo la recepción. rec epción. —Y ya ya vemos vemos que tienes tienes una una buena buena ayudan ayudante. te. —Sí, —S í, es Berta, mi sobrina. sobri na. Ella Ell a se queda aquí conmigo conmigo y me ayu ayuda da mientras ientras su padre trabaja ¿Verdad?











































Capítulo 4 Lucía se levantó temprano, dispuesta a comenzar su primera jornada laboral. A pesar de que se había visto un poco forzada a aceptar ese trabajo trabaj o estaba segu se gura ra de que lo iba a disfru dis frutar tar.. Com Co mo Sonia S onia había dicho, el entorno era magnífico y ella, ni de lejos podría nunca permitirse unas vacaciones en un sitio como aquel. aquel. La cabaña donde d onde las habían alojado estaba un poco retirada re tirada de la parte par te central central más bulliciosa del complejo, lo que Lucía agradeció para poder disponer de un poco más de privacidad. privac idad. Tras darse una ducha y ponerse unos pantalones cortos y una camiseta, salió de la cabaña dejando todavía a Sonia dormida y enfiló el sendero que llevaba al núcleo del centro de ocio. El olor de la plantas aromáticas aromáticas que florecían a ambos ambos lados lado s del sendero la acom ac ompañó pañó hasta el comedor, comedor, que que a esa hora tan temprana, estaba prácticamente vacío. Solo una de las mesas estaba ocupada por un hombre











































quieres. —No, graci gracias. as. Se me me indigestaría indigestaría el e l desayuno. desayuno. Se dio la vuelta en dirección a otra mesa, lo más alejada posible de allí, y mientras comía trató de analizar la ext e xtraña raña situación situación que había había vivido. ¿Quién ¿Quién sería? sería ? Había H abía dicho d icho el hermano hermano equivocado, equivocado, así que debía tratarse de otro de los hijos de Antonio. Pero desde luego no se parecía a él por su amabilidad, ni tampoco a Sergio o a Carolina. ¿Qué se había creído? ¿Que ella iba a saltarle encim y violarlo sobre la mesa del comedor? No podía dejar de mirarle mientras comía, por mucho que trató de pasar de él. Él desayunaba como si el incidente no hubiera tenido lugar, pero a ella le había dejado un mal sabor de boca y había perdido de golpe todo el apetito con que se había levantado. Y también las buenas buenas vibraciones vibr aciones que había había tenido aquella aquella mañana. «Espero «Es pero qu quee no caig cai gas enf e nferm ermoo —pensó—, porque por que no no me apetece en absoluto ni ni siquiera s iquiera dirigirte di rigirte la palabra, mucho menos atenderte.»











































Carolina se echó a reír. —¿Simpático —¿Simpático o antipático? antipático? —Yo no no quería decirlo, decirl o, pero más más bien antipático. antipático. —Entonces —Entonces no no es Quique, Quique, sino Álvaro. Álvaro. ¿No se presentó? presentó? —No, solo dejó claro cl aro que no no iba a acostarse acos tarse conmigo conmigo ni ni a llevarm ll evarmee al cine. ci ne. Carolina se rio con más fuerza. —Álvaro, sin si n duda. No No se lo tengas tengas en cuent cuenta, a, está pasando un un mal mal mom moment ento. o. —¿Él es el padre de Berta? —Sí. —Bueno, —Bueno, si está casado entiendo entiendo que que no quiera quiera acostarse a costarse conmigo conmigo —bromeó. —bromeó. —Está —E stá separado. separado . Y le está costando costando superarlo; por eso puede llegar l legar a resultar desagradable con las mujeres.











































—En ese caso, olvida lo l o que he he dicho. —Nos vemos vemos en la reunión reunión dentro dentro de una una hora, hora, ¿te ¿te parece? —De acuerdo.













































Capítulo 5 A la hora indicada y acompañada de Sonia, Lucía entró en el salón. Ya estaban allí Antonio y sus tres hijos y además una mujer de mediana edad. Solo faltaba Carolina. Antonio se dirigió hacia ellas.











































actividades son de media jornada y se suelen realizar por las tardes, y Quique lleva el piragüismo el tiro con arco. Carolina organiza las excursiones a caballo. Algunas de estas actividades se llevan a cabo de forma simultánea, por lo que tú, Sonia, deberás alternarlas para poder hacer prácticas de todas. —Sí, por supuesto. supuesto. —Lucía, deberás deber ás estar especial es pecialm mente ente aten a tenta ta en las de escalada es calada y rappel donde se suelen producir rasguños y pequeños golpes y en las de puente tibetano donde lo más habitual son las crisis de











































Capítulo 6 Un tímido golpe en la puerta de la enfermería hizo que Lucía soltase las medicinas que tenía en l mano y que estaba ordenando según su criterio. Para su gusto, estaba todo un poco mezclado en los estantes estantes y había había decidido decidi do dedicar dedi car la l a tarde a organizar organizar la l a enferm enfermería ería a su manera. manera.











































—Pues —P ues claro. No sabes lo bien bie n que que me me vendrá un poco de ayuda. Todo Todo esto es mucho mucho trabaj trabajoo para mí sola. sol a. —Luis —Luis nunca nunca me me dejaba entrar aquí salvo que tuviera tuviera que curarme. curarme. —Yo —Yo no soy s oy Luis y agradezco much muchoo un poco de ayu ayuda. da. Pero Per o ant a ntes es ve y dile a tu padre o a tu tía tía dónde estás para que no no se alarmen. alarmen. —A mi mi tía; mi mi padre nunca nunca me me dice lo l o que que tengo tengo que hacer. hacer.











































lleguen los excursionistas, salvo que esté atendiendo a alguno. Y métete en la cabeza de una vez que yo he venido aquí a trabajar, y no a ligar. —Me da igual igual a lo que hay hayas as venido, como como si te quieres tirar a todos los tíos que veng vengan an este verano... siempre y cuando no le afecte a mi hija. —No te preocupes, p reocupes, no le l e haré daño. Eso es lo último último que yo haría, me encantan encantan los niños, trato con ellos continuamente en el colegio. Y si me permites una opinión, Berta está muy necesitada de contacto con otros niños.





























































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































—¿Es un un reproch reproc he? —Claro —Cl aro que no. No vayas a empezar empezar como como tu hermano. hermano. Es solo que me extraña, tú nunca nunca viene vi ene por aquí. —Quería —Quería avisar a visar a Berta de que que el abuelo la busca. Anda, Anda, cariño, cariñ o, está en recepción. recepci ón. La niña se despidió despidi ó y salió sali ó de la enferm enfermería ería y Lucía Lucía se sentó sentó en la banqu banqueta eta de los l os pacient pa cientes. es. —¿Y qué más? más? Sergio se echó a reír. —¿Qué —¿Qué ha ha pasado en la excursión? excursión? —¿Por qué qué piensas que ha ha pasado alg al go? —Pedro, —P edro, un chico que iba i ba en ella, el la, le ha pedido pedi do a Carolina Carol ina que le l e preparase prepar ase la cuenta cuenta porque po rque se se marcha y que le descuente los días que no va a estar aquí. Ella se ha negado porque no es norma devolver dinero si alguien se marcha voluntariamente, pero él ha amenazado con denunciar a Álvaro por agresión si no lo hacemos. hacemos. Cu C uando le hemos hemos preg pre gun untado tado a mi mi hermano, hermano, se ha ha lim li mitado a decir deci r que le devolvamos el dinero y que estaremos mucho mejor sin él. Dime, Lucía, ¿qué ha pasado? ¿M hermano hermano ha ha agredido en realidad real idad al a l chico? ¿Ha bebido acaso? ac aso? —¿Quién, —¿Quién, Álvaro? Álvaro ? No, no ha bebido, aunque aunque sí ha agredido agredido a Pedro. P edro. Pero P ero en defensa defensa propia; propi a; él l atacó prim pri mero. —¿Por qué? ¿Álvaro se le l e ha puesto puesto borde? Ya Ya sé que no no quería hacer esta excursión, excursión, que que la gente gente no estaba preparada. ¿No habrá dicho, os lo advertí o algo peor? —No, no ha sido por nada de eso. Fue Pedro Pedr o el culpable de todo. Bebió B ebió y se metió en mi mi tiend tiend queriendo enrollarse conmigo. No aceptó mi negativa y Álvaro nos escuchó discutir y forcejear e intervino. Le dijo que se fuera, pero Pedro se negó a hacerlo y se le puso chulo. Le lanzó un puñetaz que tu hermano desvió y le dio un rodillazo en los huevos. Eso fue todo. —Bien, —Bi en, en ese caso, Álvaro Álvar o tiene tiene razón. razón. Es mejor que se marche. Le devolverem devolver emos os el dinero nos libraremos de él. Solo quería estar seguro de que mi hermano no ha vuelto a meterse en problem proble mas y sobre todo de que que no ha ha vuelto a beber. —Ni una una gota. gota. ¿Ha ¿Ha tenido tenido problem probl emas as con el alcohol? —Bebía —Bebí a bastante bastante durante durante un un tiempo tiempo cuando cuando volvió de d e la cárcel, cár cel, pero per o logramos logramos convencerl convencerlee de que lo dejara, de que eso no le ayudaría a recuperar la custodia de Berta. Se levant l evantóó dispuesto di spuesto a marcharse. marcharse. —Lament —Lamentoo todo esto.







































encima que me defendió, tenga complicaciones. —No lo hará, conoz c onozco co a esos mierdas. ierdas . Muy galli gallitos, tos, pero no se arriesgarán arri esgarán a que nadie nadie les pued acusar de nada. Quédate tranquila. Y no le digas a mi hermano que he venido a preguntarte, ¿quieres? Que esta conversación quede entre nosotros. —De acuerdo. Sergio se marchó y Lucía sintió que le costaría trabajo olvidar todo lo ocurrido. Su cabeza n dejaba de volver vol ver una una y otra vez a lo ocurrido la l a noche noche anterior, tanto tanto a la actitud actitud de Álvaro Álvar o como como a la de Pedro.







































Capítulo 12 Sonia consultó el reloj. Sergio ya debía haber terminado su tarde de escalada. Hacía varios día que apenas le había visto después de la noche que pasaron juntos. Ambos habían tenido que realizar tareas por separado y ni siquiera habían coincidido en el comedor. Tampoco habían podido comentar su noche noche de sexo, y ella necesitaba saber si para p ara él también también había había sido s ido tan estupenda estupenda como como para ella. ella . Esa tarde le había preguntado a Carolina por él y esta le había dicho que la escalada debía estar punto punto de terminar terminar,, así que enfiló enfiló el sendero que pasaba pasab a por la piscina. pisci na. El E l rocódromo se encontraba encontraba entre la tirolina y el puente tibetano. A medida que se acercaba vio venir en sentido contrario a algunas personas, lo que le hizo comprender que la actividad debía haber terminado ya. Cuando llegó, lo vio con dos chicas al pie de la pared y aparentemente explicando algo referente al descenso. Las chavalas fingían mirar la pared, pero Sonia se dio cuenta de que por el rabillo del ojo le miraban a él. Iba a darse media vu v uelta y esperarle esperar le en el camino camino cuando cuando Sergio la vio. —Hola, Sonia; ensegu enseguida estoy contig contigo. o. Ya he he terminado. terminado. —No hay hay prisa —respondió ella. ell a. Él se volvió hacia las chicas y terminó su explicación en unos segundos. —Y ahora, si me perdonáis, Sonia y yo tenem tenemos os que preparar prepar ar algun algunas cosas para las actividades de mañana. Ellas se miraron decepcionadas. —¿Nos —¿Nos veremos luego luego en el comedor? comedor? —pregu —pr egunt ntóó una. una. —Quizás... —Quizás... estoy algo ocupado ocupado hoy. hoy. Las chicas se marcharon marcharon y Sonia Sonia se acercó. ac ercó. —Sient —S ientoo haberte interrum interrumpido; pido; yo solo quería dar un paseo hasta el rocódromo y verlo ver lo de cerca. Como me dijiste la otra noche que podrías entrenarme para hacer escalada en la montaña... —No te preocupes, te agradezco agradezco que hay hayas as venido. Esas dos se estaban poniendo poniendo un poquito poquito pesadas. No sabía sabí a cómo cómo librarm libr armee de ellas. ell as. —Entonces —Entonces me me alegro. No hubiera hubiera querido estropearte un ligue. ligue. —No quiero ligar con ellas. ellas . Ya Ya las veo venir, conozco conozco el paño. Solo S olo son dos pijas pi jas a la caza ca za de un un tío bueno con el que acostarse y luego a la hora de marcharse te piden una foto en memoria de los







































—Por —P or lo menos es consecuent consecuentee con sus ideas. Lo peor es cuando cuando un unaa mujer se acuesta con u hombre solo para dárselas de moderna o de liberada y en realidad se limita a tenderse en la cama y dejarse hacer lo indispensable. Esto no, aquello tampoco... y tú te das cuenta de que ni está disfrutando ni le apetecía, ni nada. Solo está esperando que termines cuanto antes para darse la vuelta y echarse echarse a dormir. —No estás hablando hablando en serio... serio ... eso era en tiempos tiempos de mi mi madre. madre. —Y ahora también, también, te lo aseguro. aseguro. Me he acostado con bastantes bastantes mujeres y noto noto cuando cuando es así. Y por desgracia se da con cierta frecuencia. frecuencia. Claro Clar o que lo que nu nunnca falla es la foto, foto, como como ya te dije antes. Sé que muchas se acuestan conmigo solo para poder presumir después. —¿Y por qué entras entras en el juego? juego? —A veces es difícil darse cuenta cuenta antes. antes. En otras ocasion ocasio nes si las ves venir. venir. Lo que pasa es que a veces tienes ganas de echar un polvo y entras al trapo. Pero no abundan las mujeres como tú, Sonia. Ella se echó a reír. —Te aseguro aseguro que yo yo no te te pediré pedir é una una foto foto ni ni te exhibir exhibiréé como como un trofeo. —No me me refería a eso. es o. Quiero Quiero decir dec ir que lo nuestro nuestro fue fue estupendo. estupendo. —Para mí sí que que lo fue, fue, te lo aseguro. aseguro. —Y para mí. mí. Yo sentí sentí que tú tú lo estabas pasan pasa ndo bien y que querías querías que yo yo también también disfrutara. disfrutara. —Por supuesto. supuesto. —Me gust gustóó que entraras entraras en el juego juego de caricias. cari cias. Espero Esper o haberte sorprendido. —Lo hicis hiciste. te. —Quería —Quería haberte visto antes antes para decírtelo, de círtelo, pero per o he he estado muy muy ocupado estos días. —Yo pensé pensé que me me rehuías. rehuías. —Yo creía que eras tú la que me me rehuía rehuía a mí. mí. —Bueno, —Bueno, por lo l o visto los dos hemos hemos estado haciendo el tonto. tonto. ¿Enton ¿Entones es no tienes tienes inconvenient inconvenientee e que practiquemos en el rocódromo un día de estos? —Cuando —Cuando quieras. No te digo ahora porque he quedado con c on Caroli C arolinna en llevarl l levarlaa al pueblo par que vea a Jorge. Mi padre se va a hacer cargo de la recepción por un rato. —No tengo tengo prisa. —Podemos —Podemos quedar mañana mañana a última última hora. —Bueno... —Bueno... —Y con respecto a lo de la otra noch noche, e, si te apetece repetirlo repetirl o en algun alguna ocasión ocasi ón yo estaré







































—Te avisaré avisa ré en cuant cuantoo vuelva del pueblo. —Si quieres te doy el núm número ero de mi mi móvil. móvil. Me das un toque toque cuando cuando llegues, llegues, y me me reuniré reuniré contigo. contigo. —De acuerdo. Y ahora regresemos, regresemos, se me me está haciendo haciendo un un poco tarde. Juntos regresaron hasta la parte central del complejo y luego Sonia continuó hasta su cabaña, situada un poco más apartada, y se dispuso a arreglarse. Esta vez no iba a pillarla desprevenida sacó del cajón de la ropa interior el conjunto más sexy que tenía. Entró a ducharse y se estaba vistiendo cuando llegó Lucía. Le abrió en bragas y sujetador. —Vaya, —Vaya, vaya... vaya... hay hay movida movida por lo l o que veo. —He quedado quedado con Sergio Sergio para esta es ta noche noche después después de la cena. c ena. —¿Con —¿Con Sergio Sergio otra vez? vez? —Al parecer a él le gustó gustó tanto tanto como como a mí, mí, y quiere quiere repetir. r epetir. Lucía sonrió. —Estupendo, —Estupendo, ¿no? ¿no? —Pues —P ues sí; yo estoy encant encantada. ada. No siem s iempre pre se te present pr esentaa la l a ocasión ocas ión es estar e star con un tío como él, menos de repetir. r epetir.









































Capítulo 13 Lucía estaba atendiendo a un hombre con dolor de muelas cuando la puerta de la enfermería se abrió de golpe y una Berta llorosa entró en tromba. La pequeña siempre llamaba y esperaba que ell le diera permiso para entrar, pero en aquella ocasión iba visiblemente alterada. —Lucía... —Lucía... —gimió. —gimió. —Berta, espera un moment omentoo en esa habitación, habitación, ensegu enseguida ida estaré contigo. contigo. Terminó de dar a su paciente un calmante y las instrucciones para tomarlo y se dirigió rápidam rápida mente ente a la l a habitación donde donde estaba la l a niña. Esta se abrazó ab razó a ella ell a llorando. ll orando. —Cariño, ¿qué ¿qué te pasa? —Papá y la tía Carolina se han han peleado muy muy fuerte fuerte por mi mi culpa. —No, nena... nena... segu seguro que no. no. Te habrás habrás equivocado. —No me he equivocado, les l es he oído. oí do. Le dije a papá que quería quería ir con él de excursión, excursión, pero per o la tí no me deja. Y papá estaba muy enfadado. Se están peleando y yo tengo la culpa. Lucía la apretó con más fuerza y sintió el cuerpecito temblando. —Papá —P apá gritaba much mucho. o. Yo Yo no quiero que se enfade. enfade. No me im i mporta no ir i r de excu e xcursión, rsión, de verdad que no... Pero que no se peleen... que no griten. Lucía la soltó. —Te diré lo que vamos vamos a hacer. Yo Yo hablaré con tu padre y ya verás como como estás e stás equivocada e quivocada y no se ha enfadado. No siempre se está enfadado cuando se grita, Berta. —¿No? —¿No? —Claro que no. no. Ya verás como como no. no. Hablaré con él cuando cuando cierre. cierr e. La niña se calmó y apenas media hora más tarde Lucía cerró la enfermería y se encaminó hacia l cabaña de Álvaro, Álvar o, que tenía tenía la l a luz encendida. encendida.









































—¡Mierda! —¡Mierda! —Tienes que que convencerla convencerla de que no no estás enfadado. enfadado. —Es —E s que lo l o estoy —casi gritó—. ¡Muy ¡Muy enfadado! enfadado! ¿Quién ¿Quién no lo estaría, maldita sea, si ni siquier puedo llevar a mi hija hija a una una puta puta excursión? excursión? Lucía apartó por un momento la vista del rostro de Álvaro y la posó sobre una botella de whisky recién reci én abierta. Junto Junto a ella ell a había un vaso a medio llenar. l lenar. —¿Has —¿Has bebido? bebid o? —le pregu pre gunt ntó. ó. —Aún no, pero per o voy a hacerlo. Voy a tomarm tomarmee toda la maldita botella para olvidar olvida r la mierda que hay en mi mi vida v ida.. —Por favor, no lo hagas... hagas... piensa piensa en Berta. Berta. —No pienso en otra cosa. Por eso me la voy a beber. —Esa no es la solución. —¡¿Y —¡¿Y qué qué sabrás tú?! —Mucho —Mucho más más de lo que piensas... en problemas soy toda una una experta. experta. —Pues este en concreto no no es asunto asunto tuy tuyo, o, así que no no te metas. metas. —Tienes razón, razón, el que tú bebas be bas o no, no es asunto asunto mío; pero si lo haces le l e afectará a Berta, y lo que le pase a ella, sí me importa. No voy a permitir que te bebas esa botella y eches a perder todo lo que llevas gan ganado ado —dijo —dij o mient mientras ras cogía c ogía la botella botell a de la l a mesa. mesa. Los ojos de Álvaro echaron chispas chispas.. —¡Dam —¡Damee eso! —¡Ni —¡Ni hablar! —Lucía, —Lucía, te estás pasando tres pueblos. pueblos. ¡No tienes tienes ning ningún ún derecho! derecho! —Quizás, —Quizás, pero no voy a dártela. Al menos menos volunt voluntariamen ariamente. te. —¡No —¡No me me obligues obligues a...! —¿A qué? ¿Qué ¿Qué vas a hacer? ¿Pegarme? ¿Pegarme? Bien, B ien, hazlo... hazlo... Así me podré creer cree r todo lo que dicen de ti Porque hasta hasta ahora no he podido hacerl









































—Pues claro que no no lo soy; Si lo fuera no no habría permitido permitido esta situación. situación. —Si no lo fueras fueras ella el la no querrí querríaa ni verte, y esa niña te quiere. quiere. —Porque no no entiende... entiende... Espera a que crezca. crezca. —Un niño entiende entiende el amor amor y el afecto por muy pequeño que sea. Con su edad yo rezaba cad noche porque mi padre no llegara a casa... porque resbalase y cayera o le atropellase un coche. Cualquier cosa con tal de que no viniera... y por supuesto no le pedía que me llevara de excursión. No, Álvaro, Álvar o, claro que eres un buen buen padre, solo que a veces te vienes vi enes abajo. abaj o. Pero Per o no voy a permiti permiti que te refugies en la botella cuando esto te ocurra, ¿me oyes? No mientras yo pueda evitarlo. —¿Y qué piensas piensas que debo hacer hacer cuando cuando me me ocurra? —Echarle —E charle huevos huevos y tirar para pa ra adelant ade lante. e. Dem De mostrarle al mundo mundo que que está equivocado con c on respecto ti, y obligar al juez a que que te devuelva la custodia custodia de tu hija. hija. —No es tan fácil. —No he dicho que lo sea, pero tampoco tampoco es imposibl imposible. e. Por lo menos gasta tus tus energías energías e intentarlo, no en pelearte con el resto del mundo, y menos aún con el whisky. —De acuerdo. Puedes Puedes llevarte ll evarte la botella; botella ; te te prometo prometo que que no beberé. Vete Vete tranqu tranquila. ila. —Aún no. Todavía no te he he hablado de lo que venía venía a decirte. deci rte. —Está bien, te te escucho. escucho. —Sé —S é que el problem proble ma de esta tarde se debe a que no puedes llevar l levar a tu hija hija de excursión excursión porque p orque Carolina está muy ocupada y no puede acompañaros. —Sí, —S í, así es, y por culpa culpa de un juez gilipollas gilipoll as me me veo oblig obli gado a negarle negarle a mi mi hija una una de las pocas po cas cosas que me ha pedido nunca. —El —E l doming domingoo es el día de los cambios cambios de los grupos grupos y mi día libre. libr e. Si lo que necesitas ecesi tas en un tercera persona que os acom ac ompañe pañe a mí no me me im i mporta hacerlo. Si es que puedes puedes soportar s oportar mi presencia todo un día, claro. Ya sé que no te caigo muy bien. —Yo no no tengo tengo nada contra contra ti en particular, mi mi rechazo es contra contra las mu mujeres en general. general.









































—Sí, hacia arriba. arri ba. Empezó a masajear con suavidad. —¡Uf, —¡Uf, está está como como las cuerdas de un piano! —Solo necesito un un analgésico. analgésico. —Te equivocas, necesitas ecesi tas un masaje. No te preocupes, sé hacerlo, acerl o, teng tengo un diploma que lo acredita. —No es eso, es que no no me me gusta gusta que que me me toquen. toquen. Me pone pone nervioso. —No te estoy estoy tocando, tocando, solo alivia al ivianndo tu dolor de cabeza. c abeza. Relájate. Deslizó las yemas de los dedos desde el cuello hacia abajo por la espalda. —¡Madre —¡Madre mía, mía, estás fatal! Tiéndete Tiéndete en la cama. —Ya te he he dicho... —¡Por Dios, que no voy a comerte! comerte! Soy un unaa profesional y no estoy tan desesperada desesper ada como como par meterle mano a un paciente. Y menos a uno tan borde y tan desagradable como tú. Tu voto de castidad está a salvo conmigo. Tiéndete ahí —dijo con un tono que no admitía discusión. —Los tienes tienes bien puestos, puestos, ¿eh? ¿eh? —Cuando —Cuando hace hace falta. Él obedeció y se tendió en la cama. Lucía se arrodilló a su lado y clavó los dedos en su espald subiendo poco a poco desde la cintura hasta la nuca. Durante un rato apretó, golpeó y masajeó con suavidad a veces, ve ces, con fuerza fuerza otras, sintiendo sintiendo cómo poco a poco los nudos de los músculos de Álvaro Álvar o se iban soltando y la rabia y el mal humor de él se disolvían también. Su respiración se hizo más relajada, incluso cerró los ojos. Al fin Lucía dio por terminado su trabajo. —Bueno, —Bueno, ya ya está. ¿Qu ¿Quéé tal? Él se incorporó. —El dolor de cabeza ha ha desaparecido. desapar ecido. —Por supuesto. supuesto. Era pu sional.









































niño al que quiero. Hasta mañana. Se despidió y salió. Álvaro se quedó allí de pie mirando la botella que al fin Lucía se habí dejado sobre la mesa. La cogió dirigiéndose al baño con ella y la vació en el lavabo. Después salió a buscar a Berta. Lucía ya estaba en el comedor cuando él entró con la niña, comiendo en la misma mesa que Sergio y Sonia y él se sentó con Berta en una grande esperando a su padre y hermana. A la mañana siguiente, Lucía se levantó como cada día, muy temprano. Le gustaba el centro de ocio a primeras horas de la mañana, antes de que se levantaran todos los huéspedes. Y desayunar en el comedor casi vacío. Cuando entró en el mismo, solo había una pareja en una de las mesas. Se sentó en su sitio habitual, unto a la ventana, y se sirvió un desayuno generoso. Afortunadamente, tenía una constitución delgada que le permitía comer comer sin si n problemas problemas de peso. Estaba terminando su segunda tostada cuando Álvaro entró en la habitación. La vio nada má llegar, y para su sorpresa sorpres a carg car gó una una bandeja y se diri d iriggió hacia ella, ella , en lugar lugar de hacerlo hacia la l a mesa mesa que solía ocupar en un rincón. —¿Puedo —¿Puedo sentarm sentarmee aquí? —pregun —preguntó detenién deteniéndose dose a su lado. —Eres el dueño, puedes puedes sentarte donde donde quieras. —Me he expresado expresado mal. Te estoy es toy pregunt preguntando ando si te molestaría que me me sient si entee a desayunar desayunar contigo. contigo. Prometo Prometo no no ser borde ni desagradable. des agradable. Se sentó frente frente a ella. el la. —Hablé —Habl é anoche anoche con Berta. Le he pedido a ella que te invite a venir con nosotros. nosotros. Espero Espe ro qu aceptes. —Ya te dije ayer que que iría irí a con much muchoo gusto. gusto. —Pero —P ero no le he dicho a mi mi hija que tú tú y yo yo ya lo habíamos habíamos hablado. Haz como como que no lo sabes, le











































superé. Lo siento. Vuelvo a decirte que no es nada personal, pero no puedo evitar sentir resentimiento hacia todas las mujeres, y a veces incluyo en el lote a quien no se lo merece. —Disculpas aceptadas. —Me gu gustaría staría que la l a excursión excursión del doming domingoo no te la tomaras tomaras como como un favor que me haces, sino como un motivo para pasarlo bien. Aunque mi compañía no sea la más agradable del mundo, trataré de ser un buen cicerone y de que Berta y tú os divirtáis. —De acuerdo. Habían terminado de desayunar. —Te dejo, tengo tengo trabajo. —Yo también. también.











































Capítulo 14 El domingo, y tal como habían acordado, Lucía se reunió con Álvaro y con Berta para realizar s excursión. Cuando entró en el comedor a desayunar ya estaban allí padre e hija y ambos la llamaron. En su mesa había preparado un cubierto más y Lucía cargó su bandeja y se sentó con ellos. —Buenos —Buenos días —saludó. —Buenos —Buenos días. ¿Estás ¿Estás preparada prepar ada para andar much mucho? o? —le pregu pr egunt ntóó la niña. —Sí. —Porque a papá le gusta gusta ir mu muy lejos. —Me tem temoo que hoy hoy no vamos vamos a ir muy muy lejos —añadió este. e ste. —¿Por qué? qué? —Porque va a hacer hacer much muchoo calor, Berta. —¿Y cómo cómo lo sabes si todavía no ha ha salido sali do el sol? sol ? —Precis —P recisam ament entee por eso. es o. A esta hora ya ya debería deberí a estar alto al to y no es así. Y los días nu nublados blados dan un una sensación de bochorno mucho peor que si el sol estuviera brillando. Si fuera así con unas gorras protección solar sería se ría suficiente, suficiente, pero con el nublado... nublado... —¿Enton —¿Entonces ces no vamos vamos a ir a la l a catarata? —pregunt —preguntóó decepcionada. decepci onada.











































—Y recoge tu tu mochila con todo todo lo necesario. ¿La ¿La tienes preparada? —Sí, papá. Está todo guardado guardado desde anoche. anoche. —Así me me gusta. gusta. No te te olvides olvide s de meter meter la cantim cantimplora plora de agu a gua. a. —No... La pequeña desapareció en la cocina volviendo a aparecer a los pocos minutos con una gran bolsa, que le entregó entregó a Álvaro. —Toma, —Toma, papi. —¡Madre mía! Debí decirle decir le a Rosa que solo íbamos a saltarnos dos comidas, comidas, el almuerz almuerzoo y l merienda. No vamos a pasar hambre, no. Como siempre volverá más de la mitad. Bueno, Lucía, s vas a ponerte el traje de baño, podemos salir ya. —De acuerdo, ensegu enseguida ida vuelvo. —¿Puedo —¿Puedo ir contigo? contigo? —pregunt —preguntóó Berta. —Sí, claro... cla ro... —Berta, no no seas pesada. pes ada. —No lo es, déjala... déjal a... es su día. Cogió a la niña de la mano y se dirigió a su cabaña. No tardó mucho en cambiarse y poco despué se reunían con Álvaro de nuevo. —Ya estamos estamos aquí. —Pues en archa en











































—Era más más buena buena de lo que me me hubiera hubiera gustado. gustado. Berta se colocó entre ambos dándole una mano a cada uno, y empezó a charlar sin parar sobre lo que iba a hacer cuando llegaran a la catarata. Apenas llevaban andando media hora bajo un plomizo cielo gris y espeso con un aire húmedo y caliente flotando a su alrededor, Berta pidió agua. Álvaro, que le había hecho soltar su cantimplora y la llevaba él, se la dio. Lucía también aprovechó para beber un poco. Se S e sentía sentía sudorosa, el calor de aquel día era muy incóm incómodo odo y se alegró de que que al final del cam c amino ino pudieran pudieran meterse meterse en el agua y ponerse frescos. Después de beber, be ber, Berta se dirigió diri gió a ella. ell a. —Mi papá es muy muy fuerte, fuerte, ¿sabes, ¿sabes, Lucía? Lucía? —Sí, ya lo sé. —Pero much mucho, o, much mucho... o... A veces cuando cuando estoy cansada, me me lleva lle va en los hom hombros. bros. Él soltó una carcajada. —¡No —¡No empieces empieces,, pequeñaja...! —No, si no te te estoy diciendo dici endo que que estoy cansada... —Ya... —Pero es que me me gustaría gustaría que Lu Lucía viera vi era lo fuerte que que eres, porque por que seguro seguro que que no se lo cree. Ambos Ambos estallaron estall aron en carcajadas. carcajadas . —Anda, —Anda, ven... Le demostraré demostraré a Lucía Lucía lo fuerte que que soy. Berta se colocó delante de su padre y este la levantó por los brazos y tiró de ella hasta levantarla sobre su cabeza y sentarla sobre los hombros. Lucía observó que la había levantado con facilidad,











































—Quería decir que cuando cuando estoy es toy contig contigoo me siento siento tan a gusto gusto como como si estuviera estuviera solo. A veces la gente gen te me me estorba e storba.. —¿Solo a veces? —Bueno, —Bueno, casi siempre. —¿Y yo no? no? —No, y hoy much uchoo menos. Hoy no solo te estoy agradecido sino que me gu gusta sta que veng vengas as co nosotros. Pienso disfrutar de cada minuto de esta excursión, y de la compañía. —Yo también. también. Y prometo prometo guardarte guardarte el secreto de que puedas puedas result res ultar ar una una compañía compañía agradable. —Aún no ha term terminado inado el día, no cantes cantes victoria. Después de caminar otro rato, Álvaro volvió a soltar a Berta en el suelo, y muy poco despué llegaron a un sitio bastante escondido detrás de una pronunciada cuesta, casi imposible de descubrir si no se conocía, donde en medio de un claro corría un río en uno de cuyos extremos había un salto de agua como de un metro de alto. El agua caía sin demasiada fuerza, solo salvando un pequeño desnivel. —¿Puedo —¿Puedo bañarme, papá? —Un mom moment ento, o, espera a que los demás demás estemos estemos preparados. prepara dos. Ya Ya sabes que aquí no te dejo que te bañes sola. sol a. —Si sé nadar. —Ya lo sé, pero hay un poco de corrient corr iente. e.













































—Debiste hacerte hacerte much muchoo daño. —Sí, —S í, bastante. bastante. Las quemaduras quemaduras duelen much ucho. o. Procu Proc ura tener tener cuidado con el fuego fuego y las cosa calientes. —¿Y no se te te curó? —Sí —S í se me curó, pero pe ro las quemaduras quemaduras dejan cicatriz. Para Par a quitárm quitármela ela tendría tendría que operarm oper armee y no me gustan los quirófanos ni los hospitales más que para trabajar. Y solo se ve cuando estoy en bikini. Álvaro in i ntervino en la conversación. conversaci ón. —Deja —Dej a ya de pregunt preguntarle arle a Lucía, Lucía, seguro seguro que no le gu gusta sta recordarlo. recorda rlo. Ya podemos podemos bañarnos. ¡Al agua! —dijo tirándose de cabeza. Berta le imitó y Lucía también se lanzó a continuación. El agua estaba fresca y era una delicia para calmar el calor sofocante del camino y aliviar el cansancio. Juguetearon durante un rato y luego salieron y se dispusieron a comer. El paseo y el baño les había abierto el apetito y dieron buena cuenta de la mayor parte de la comida que Rosa les había preparado.











































algunos días de acampada. Berta se lo pasa muy bien. —¿Toda la famili familia? a? —Menos mi mi padre y Quique. Quique. Este regresa a Madrid Ma drid para par a seguir seguir su s us estudios y también también para salir sal ir divertirse un poco. Aquí metido en el centro de ocio todo el verano no tiene muchas ocasiones. Él no es como Sergio y yo, que disfrutamos con la naturaleza más que con ninguna otra cosa. A Quique le gustan las discotecas, los cines, los restaurantes... Probablemente cuando termine los estudios no se quedará aquí todo el año como hemos hecho los demás. —¿Qué —¿Qué está está estudiando? estudiando? —Ha hecho hecho magisterio de educación física y ahora está metido en un curso de dos años para especializarse en deportes acuáticos. Por eso, porque su especialidad es más propia de la época estival, pienso que se quedará trabajando en Madrid la mayor parte del año y vendrá aquí solo los veranos, como hace ahora. Sin embargo, a los demás nos sacas de aquí y nos quitas toda capacidad de disfru di sfrutar. tar.











































—Sabes que Carolina no no tomará tomará ningu ninguna na decisión en la que tú tú no estés estés de acuerdo. —Ya, —Ya, pero la responsable legal de la niña es ella, y yo no puedo obligarla a que no hag hagaa su propia vida a causa c ausa de un error mío. Demasiado Demasiado hace ya cuidando cuidando a una niña desde los veinte años, cuando tendría que estar disfrutando de la vida y del tiempo libre. Un niño ata mucho. Y todo porque yo una noche estaba tan caliente que no quise pararme para ir a comprar un condón. —¿Te arrepientes de haberla haberla tenido? tenido? —No, claro que no. no. Ella E lla es lo l o único bueno que que hay en mi mi vida. Pero Per o lo l o que me me molesta es que n soy yo el que tiene que cargar con la responsabilidad de mis actos, sino mi familia, que no tiene la culpa de nada. Si mi padre pa dre y Caroli C arolina na no no se hu hubiera bierann hecho hecho cargo de la l a niña me la habrían quitado... y yo... no sé qué hubiera hecho sin ellos... sin su apoyo, sin su comprensión. Y te aseguro que lo han pasado mal por mi mi culpa, pero siem si empre pre han estado ahí. —No sabes cómo cómo te envidio la famili familiaa que tienes. Yo siem si empre pre he estado es tado muy sola. ¡Ojalá algún día yo pueda sentir que pertenezco a una familia, que tengo a alguien a quien acudir en los momentos











































hubiera podido ser lvaro si su vida hubiera hubiera hubiera sido más más feliz. Después Después de un un rato, él salió del agua. agua. —¡Vam —¡Vamos, os, Berta! Tú también. también. —No, papá... todavía no. no. —Sí, papá... todavía sí —la imitó él. Ya es tarde, tarde, hay que merendar merendar y secarse para volver. vol ver. —¡Pero si todavía es de día! dí a! —Ya —Ya lo sé, pero per o hay que llegar a casa cas a antes antes de que oscurezca. oscurezca. ¿No me me dirás dir ás que no tienes tienes hambre hambre con todo todo el rato que llevas en el agua? agua? —Sí, una una poquita; poquita; pero luego luego podemos podemos bañarnos otra vez. —Luego —Luego hay hay que que secarse secar se y volver, nena. nena. No insistas. insistas. Berta se resignó a que no iba a convencer a su padre en esta ocasión y se comió el bocadillo que Lucía le había preparado. Y después todos se pusieron la ropa sobre los trajes de baño y emprendieron emprendieron el regreso. —Bueno... —Bueno... ¿No ¿No le pregun preguntas a L cía como se lo ha ha pasado? —le —l e dijo Álvaro Álvar o a la niña.











































Capítulo 15 Cuando Lucía entró aquella mañana en el comedor, Álvaro estaba en su mesa habitual. Después d la excursión habían coincidido varias veces y se habían sentado juntos. También esta vez cogió su bandeja y se dirigió diri gió hacia la mesa que ocupaba, porque aun aunque que él parecía parecí a haber terminado terminado de desayun desayunar, Lucía hubiera hubiera jurado que la esperaba. esperaba . —Hola, buenos buenos días. —Hola —respon —respo ndió él. —¿No —¿No te importa importa que que me me siente, verdad? Aun Aunque ya ya has acabado. —No, en realidad reali dad te estaba esperando. Voy Voy a ir por otro café; teng tengo que hablar hablar cont c ontigo. igo. Sorprendida, Lucía esperó que regresara, no se le ocurría qué podría querer decirle. Poco después él regresó con una taza humeante en la mano y se sentó de nuevo frente a ella.













































—Estupendo. —Estupendo. —Y luego luego siempre papá nos nos invita a comer comer en una una pizzería. pizzería. ¿Te gu gustan las pizz pi zzas? as? —Mucho. —Mucho. —Mi favorita es la de atún. atún. ¿Y ¿Y la tuya? tuya? —A mí mí me me gustan gustan todas. Mientras charlaban, Lucía observaba la nuca de Álvaro que conducía en silencio, como si n estuviera en el coche. El trayecto hasta el pueblo, situado a cincuenta kilómetros se le hizo muy corto.











































—Sí —respondió —res pondió la niña. niña. —Espera aquí con Álvaro mient mientras, ras, o podéis podéi s dar una una vuelta vuelta si os apetece. ap etece. Tardaremos un un rato. —Estaremos —Estaremos bien aquí —dijo él. Se marchó llevándose a la niña y ellos se sentaron en los sillones. —Vu —Vuelvo a agradecerte agradecer te todo todo lo que estás haciendo haciendo por mi mi hija... —Deja —Dej a de hacerlo, no supone supone ningún ningún sacrifici s acrificioo para mí. Ya te he dicho much uchas as veces que me encantan los niños, y Berta especialmente. Un crío que lo haya pasado mal me llega al alma. Ningú











































llevaba limpio y brillante, y no pudo dejar de pensar que debía resultar muy agradable acariciarlo. Pero ella jamás se atrevería a hacerle una caricia a Álvaro, aunque se tratara solamente de un gesto amistoso. Recordaba aún su respingo cuando le dio el masaje en la espalda. Había botado como si le estuviera arañando al principio. Había tenido que tocar un punto situado en el cuello que casi paralizaba paral izaba todo el cuerpo para par a que él se relajara. relaj ara. Un pequeño truco truco que había había aprendido a prendido cuando cuando hizo hizo el curso de fisioterapia y masaje, para ayudar a relajar a los pacientes aún en contra de su voluntad. No, ella e lla nu nunca nca se atrevería a hacerle un unaa carici c ariciaa a pesar de qu q ue int i ntuuía que todo él pedía un unaa a gritos











































—No, claro que no. no. Cualquier Cualquier cosa que pueda hacer hacer por Berta lo haré encantada. encantada. —La niña niña te quiere quiere mucho. mucho. —Y yo yo a ella. el la. En realidad reali dad me me encantan encantan los niños. Trabajo en e n un un colegio y para hacerlo renuncié renuncié a unaa plaza un pl aza en un impor important tantee hospital hospi tal donde d onde hubie hubiera ra podido podi do ganar mucho mucho más. más. —¿Quieres —¿Quieres a Berta como como a los demás niños niños del colegio? —Tengo —Tengo que reconocer reconocer que no, no, que que para mí Berta Berta es algo especial. especial . —¿Por qué? qué?











































Lucía levantó los ojos y miró fijamente a la mujer que tenía delante. —¿De verdad piensas que Álvaro le haría daño a la niña? ¿Qué ¿Qué clase de psicóloga psicól oga eres? ¡É amás le haría daño a su hija, la quiere muchísimo! —exclamó con vehemencia. —También —También quería quería a su s u mujer y la envió al hospital. —Sí, eso dicen di cen todos... todos... incluso él mismo. mismo. —¿Tú no no lo crees? cree s? —Me cu













































—¿De —¿De qué crees que tiene tiene miedo? miedo?





































morbosa. Además, no quiero hurgar en sus heridas.





































—¡Lucía! —¡Lucía!





































tacto. Le entraron muchas ganas de acariciárselo, pero se separó inmediatamente sin hacerlo.





































Capítulo 16

































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































—A mí mí concretament concretamentee me me gustaría gustaría terminar terminar este rollete roll ete de verano que que tenem tenemos os ahora. Ya Ya me me estoy cansando de esperarte en mi habitación cada noche y ver cómo te marchas al amanecer. —O sea que quiere quieress cortar. Él apretó apr etó un poco más el abrazo. —Yo —Yo no he dicho eso. Estoy hablando hablando de terminar terminar el rollete roll ete y empezar empezar algo más serio. serio . Me gustaría gu staría pensar qu q ue si decides quedarte no no es por el trabajo sino si no por mí. mí. Los ojos de Sonia brillaron cuando le echó los brazos al cuello. —¿Me —¿Me estás ofreciendo un un noviazg noviazgo, o, quizás? quizás? —Nada de quizás. quizás. Puedo cam ca mbiar mi habitación en el albergu alber guee por un unaa cabaña para los dos. Es nos daría más intim intimidad idad y más más espacio. esp acio. Claro Clar o que si quieres un unaa cabaña para ti sola... s ola... Sonia se apretó contra él y le besó, después se separó un poco. —¿Sabes que me me estás es tás otorgando otorgando el derecho a sacarte los ojos si te veo tontear tontear con algu al guna na de las l as niñas del centro? centro? —¿Me —¿Me has visto tont tontear ear con alguna alguna últim últimam ament ente? e? —No. —En —E ntonces... tonces... Pero P ero te concedo el derecho a hacerl hacerloo si ves qu q ue me me fijo en otra. otra. Y te advierto que yo yo haré lo l o mismo mismo cont co ntigo. igo. —De acuerdo. Y ahora sí quiero que nos nos vayamos vayamos a tu habitación. habitación. —¿Ahora? —¿Ahora? ¿Con ¿Con lo bien que que se está aquí al aire libre? libr e? —Sí, pero aqu aq uí no podemos podemos hacer nada. nada. —¿Quién —¿Quién ha dicho eso? Ya Ya verás... ver ás... —dijo —di jo él é l dejándose de jándose caer en el su s uelo con la espalda e spalda recostada contra contra el tronco tronco del árbol—. Ven aquí. aquí. Metió Metió las l as manos manos por debajo del vestido ve stido y tiró de las la s bragas. Luego Luego la hizo hizo sentar sobre él. él . —Aquí nu nunca nca vien vie ne nadie de noch noche; e; mis hermanos hermanos y yo tenem tenemos os un sitio secreto s ecreto cada uno dentro dentro del centro de ocio y este es el mío. Nadie va a venir aquí. —Eso espero esper o —dijo besándole. be sándole.







































Capítulo 21 Después de ver cómo Sonia se iba con Sergio una noche más, felices y contentos para celebrar s relación, rela ción, Lucía Lucía rehu r ehusó só la compañía compañía de los dem de más en el salón sa lón y se marchó marchó a su cabaña dispuesta di spuesta a leer un rato. Se sentía bastante deprimida esa noche, acababa de terminar la regla, pero el síndrome depresivo que solía acompañarla no la había abandonado como otras veces. No tenía ganas de estar con nadie, ni de hablar, ni de nada. Se tendió en la cama pero fue incapaz de coger el libro. Su mente voló a los primeros años de s amistad amistad con Sonia, S onia, cuando cuando salió sal ió del centro centro de acogida faltándole faltándole aún un un año para terminar terminar la carrera, carrer a, y ambas compartían el piso con otra compañera. La amistad había surgido entre ellas dejando un poco excluida excluida a la otra chica, pero Lucía Lucía había encontrado encontrado algo que nun unca ca antes antes tuviera tuviera,, y de esto hacía ya cuatro años. Su sino era perder a la gente que quería, irlas dejando en el camino y seguir sola esperando encontrar a alguien que pudiera sustituir el afecto perdido. Solo que ahora la persona que esperaba sustitu sustituyyera lo l o que había había perdido era incapaz i ncapaz de hacerlo. Sintió quemar en sus ojos el escozor de las lágrimas, y consciente de que hasta que no llorase un buen rato no iba a sentirse sentirse mejor, aprovechó la soledad y las dejó salir sali r libres libr es y consoladoras, esperan espera ndo que se llevasen l levasen con ellas ese sent se ntim imient ientoo de soledad s oledad y amargu amargura ra que le había dejado Sonia cuando cuando le confirmó confirmó aquella aquella tarde que iba a quedarse con Sergio. Lucía había querido a pocas personas en su vida, pero todas ellas iban quedando atrás y eso le producía aquella noche noche más más amargu amargura ra que nun nunca. ca. Sabía que la regla tenía mucho que ver, con frecuencia le producía esos estados de ánimo, aunque pocas veces estos persistían persi stían hasta después de terminar terminar.. De todas formas, formas, en esas es as ocasiones tenía tenía a Sonia a su lado para animarla. Y ahora no estaba. Aunque tenía que ser sincera y confesarse que no era su amiga quien quería que la consolara en esta ocasión. Esta noche necesitaba algo más que las palabras palabr as y las l as bromas bromas de Sonia; esta noche necesitaba unos brazos en los l os que refugiarse, refugiarse, un unaa boca que buscara la suya y el amor de un hombre que no podía amarla. Se abrazó con fuerza fuerza a la l a alm al mohada y las lágrim l ágrimas as suaves se volvieron vol vieron violent viol entos os sollozos s ollozos mientras mientras pronunciaba pronunciaba el nombre nombre que era para ella el la todo en aquel mom moment ento. o. —Álvaro... Álvaro...







































que cubría cubría su boca y su cuerpo cuerpo y el su s udor pegajoso procedía procedí a de sí s í misma. misma. Se sentó temblando en la cama y todavía miró a su alrededor para cerciorarse de que estaba sola, de que en la cabaña no había nadie más. El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho y un ataque de ansiedad le impedía respirar con normalidad. Trató de calmarse, fue al baño y se echó agua en la cara y los brazos. Y sintió un miedo repentino repentino de volver vol ver a la habitación. El corazón aún parecía salírsele del pecho y tuvo la certeza de que estaba sufriendo una taquicardia. Decidió ir a la enfermería y tomarse una de las pastillas que tenía allí para esos casos. Se puso un vestido encima del camisón y salió a la noche sin ningún temor. La explanada donde se encontraba la enfermería y el resto de las dependencias estaba desierta, apenas iluminada por un par de faroles con luz tenue. Entró y encendió la luz, y con dedos temblorosos buscó en el mueble de las medicinas. Cogió las pastillas y se sirvió un vaso de agua para tomarla tomarlas, s, y después, incapaz de volver volve r a su habitación habitación y enfren enfrentarse tarse de nu nuevo evo a su pesadilla, pesadil la, no por vieja viej a menos menos dolorosa, se dejó dej ó caer en la camill camillaa llorando llor ando de nuevo. nuevo. No llevaba llev aba allí más que unos unos minutos inutos cuando cuando la l a puerta puerta de d e la l a enferm enfermería ería se abrió sin que mediara ninguna llamada y Álvaro entró en la habitación. —Lucía, —Lucía, ¿eres tú? —Álvaro. ¿Qué ¿Qué haces aquí? aquí? Es de madrug madrugada. ada. —Yo podría preg pre gun untarte tarte lo mismo mismo a ti, ti, ¿no ¿no crees? —He venido a tomar tomar una medici medicina; na; he he sufrido un ataque ataque de ansiedad —dijo —di jo entrecortadam entrecortadament ente—, e—, producido por una una pesadilla. pesadil la. Álvaro Álvar o avanzó avanzó hacia ella el la dán dá ndose cuenta cuenta por fin del estado en que que se encontraba. encontraba. De su llanto, llanto, del temblor temblor de sus manos manos y de su s u dificultad dificultad para respirar. respi rar. —Por Dios, criatu cri atura... ra... Cálmate. Cálmate. Lam Lament entoo haberte sobresaltado. Vuelve Vuelve a echarte. echarte. La hizo hizo tenderse tenderse de nuevo nuevo de espaldas espald as sobre sobr e la camill camillaa y apoyando apoyando las manos sobre sus sienes las masajeó asaj eó suavemente. suavemente. —Relájate. No pienses en nada. nada. Vam Vamos, os, respira... respi ra... respira. respi ra. Lucía sintió que poco a poco el aire volvía a entrar con regularidad en sus pulmones, que los dedos de Álvaro y sus palabras habían conseguido relajarla, pero no pudo evitar que las lágrimas continu continuaran aran fluyendo fluyendo silenciosas sil enciosas de sus ojos cerrados. cerrado s.







































delante de ella—. Una pesadilla. —Muy —Muy terrible ha debido ser. se r. —Sí. —Bueno, —Bueno, lo mejor mejor de los l os malos malos sueños es que al día sig si guiente uiente no no te acuerdas. acuerdas. —Dudo —Dudo que yo yo olvide este. e ste. —Ya verás como sí. —No... no, no, porque sucedió sucedió una una vez. Él se sentó a su lado y le cogió la mano. Lucía se estremeció. Nunca antes había tenido un gest así con ella, nunca espontáneamente la había tocado. Levantó los ojos y le miró. Estaba serio, aunque la ex e xpresión presi ón de su cara no era dura, sin si no amable. amable. —Cuént —Cuéntam amelo elo —pidió. —pidi ó. —No, no no quiero contarlo, contarlo, ni recordarlo. recor darlo. —¿Te —¿Te acuerdas de la noch nochee que habías terminado terminado con tu novio y yo te conté conté lo sucedido el día encontré a mi mujer con otro? Ella asintió. —Pues te te aseguro aseguro que desde entonces entonces todo todo aquello me me hace menos menos daño por dentro. dentro. —Nunca —Nunca he he hablado de mi mi pesadilla pesadi lla con nadie. nadie. Ni siquiera si quiera Sonia Sonia lo sabe. s abe. —Tampoco —Tampoco lo mío lo sabía nadie salvo s alvo mi famili familia... a... buen buenoo y Susan S usana, a, claro. claro . Tuve Tuve que contársel contárseloo para que pudiera pudiera ayudar a Berta. Berta. Dime, Dime, ¿qué ¿qué pasó que te atorm atorment entaa de esta forma? forma? ¿Tiene ¿Tiene que ver con el intento de violación que me dijiste aquella noche en la tienda de campaña? Ella asintió. —Sí, —S í, aun aunque que en realidad reali dad eso es o solo s olo fue fue el último último de much uchos os episodi e pisodios os espantosos... espantosos... quizás el peor, pero no el ún único. ico. Mi padre fue fue un borracho durante durante toda su s u vida. No teng tengo ningún ningún recuerdo recuerdo de él e que no estuviera bebido. Siempre llegaba a casa gritando, insultando... Golpeaba a mi madre co cualquier excusa, por cualquier motivo. —¿También —¿También te pegaba pegaba a ti? —No, a mí no, pero no por eso yo le tenía menos menos miedo. miedo. Vivía aterrada cada ca da día, rogaba para que ocurriese algo y no llegara a casa, y cuando lo hacía procuraba esconderme, quitarme de su camino, si hubiera podido hubiera dejado de respirar para hacerme más invisible. Cuando crecí y me hice mayor intenté ayudar a mi madre cuando la atacaba, pero pocas veces conseguía reaccionar; me quedaba paralizada escuchando en cualquier rincón, era como si una cuerda me atara y me impidiera







































—¿Qué —¿Qué edad tenías tenías enton entonces? ces? —Diez, doce años. —Solo eras era s una una criatu cria tura. ra. —Después —Des pués empecé empecé a tener tener la l a regla, re gla, crecí y según según todos me me puse muy muy gu guapa. apa. Un Unaa noche noche se levantó y se metió en mi habitación. Yo tenía trece años. Me pilló dormida, cuando desperté estaba encima de mí, me besaba... sentía sus manos por debajo del camisón, sudorosas y repugnantes. Yo tenía ganas gan as de vomitar... vomitar... recuerdo re cuerdo especialm especi alment entee esas esa s nauseas... nauseas... Me arrancó ar rancó las bragas... La respiración de Lucía volvió a hacerse agitada. —Tranquila, —Tranquila, no sigas si gas si s i no quieres —dijo Álvaro Álvar o apretando más su s u mano, mano, pero per o no le hizo hizo caso, ahora necesitaba segu se guir ir hablando, hablando, contárselo todo. —Me separó las piernas con brusquedad, brusquedad, me hacía daño al penetrarme... penetrarme... y entonces entonces se abrió la puerta puerta y entró entró mi madre, una mujer mujer que yo desconocía... des conocía... enfadada, fuerte, fuerte, decidida dec idida.. Le agarró por el pelo y tiró de su cabeza hacia atrás, y le pegó, le arañó como como no lo había hecho nun unca ca para defenderse a sí misma. Hizo por mí lo que yo nunca había hecho por ella. Lucía estalló en violentos sollozos y de pronto se sintió abrazada, mecida y acunada. —Ese es el autént auténtico ico problem probl ema, a, ¿no ¿no es así? así ? Que Que piensas que nun nunca ca hiciste nada nada por ayudarla ayudarla.. Lucía no contestó, pero lloró durante mucho rato sobre el hombro de Álvaro, hasta que sintió que las lágrimas aliviaban la tensión contenida durante años. Después se separó y continuó hablando. —Aquello le l e dio a mi mi madre madre las l as fuerzas fuerzas necesarias para separar s epararse. se. Fu F uimos imos a un centro centro de acogid a cogid y allí nos buscaron una casa y un trabajo para ella. Pero cuando cumplí los dieciséis, enfermó; tenía el hígado muy dañado de una paliza antigua y le empezó a dar problemas. Murió un año después. Yo era menor y volví al centro de acogida y estuve allí mientras seguía estudiando. A los dieciocho tuve que abandonarlo. Aún me faltaban dos años para terminar la carrera, encontré un trabajo que me permitía permitía seguir seguir estudiando y respondí a un anu anuncio ncio de Sonia Sonia solicitando sol icitando compartir compartir piso pis o con ella y con otra chica. El resto ya lo sabes. —¿Y tu padre? —Después —Des pués de aquella paliza y cuando mi madre pidió el divorcio, divorci o, desapareció. desapare ció. No he vu v uelto saber de él. —¿Sigu —¿Sigue vivo? —Supon —S upongo. go. Nadie me ha comun comunicado icado su muerte al menos. Durante Durante un tiempo tiempo viví asustad pensando pensando que volvería, volverí a, que nos encontraría, encontraría, pero no fue fue así y con el tiempo tiempo lo fui fui superando, superando, me









































—¿Qué —¿Qué creías? —No es e s la primera vez que que alguien alguien fuerza fuerza la puerta de la enfermería enfermería buscando buscando drogas. La gente gente se mete cualquier cualquier cosa que pueda pillar. pill ar. Lucía miró el reloj. —¡Dios —¡Dios mío, es tardísimo! tardísimo! ¿Cu ¿Cuánt ántoo tiempo tiempo te he he tenido tenido aquí? —Un —Un buen rato. Quizás Quizás una una hora hora o algo más. más. —Lo siento. siento. Tienes Tienes mañana mañana un una ruta ruta larga, ¿verdad? —Sí, pero no importa; importa; daré la talla. —Me voy a mi mi cabaña y te dejo dormir dormir el rato que que te queda. queda. —¿Estás —¿Estás bien de verdad? —Sí. —Te acompaño acompaño entonces. entonces. —No hace hace falta, conozco conozco el camino. camino. —Pero —P ero no has has debido debi do venir sola, sol a, tu cabaña está es tá retirada y esto está lleno de gente gente que que no sabemos sabemos qué intenciones tiene. —Sé —S é defenderm defenderme. e. Aprendí artes marciales arcia les y además además por mi profesión conozco conozco algun algunos pun puntos tos capaces de paralizar para lizar a un armario armario empotrado. empotrado. —Pero la noche de la tienda tienda de campaña campaña si no llego a entrar entrar hubieras hubieras pasado un mal rato. —Aquella noche me me pillaron pil laron dormida dormida y metida metida en un un saco de dormir dormir con co n los bazos inmovili inmovilizados. zados. Hoy es diferente. —Aun —Aun así voy contigo, contigo, quiero quiero asegu a segurarme rarme de que que estás bien. —Como —Como quieras. Bajaron de la camilla y tras cerrar la enfermería se encaminaron juntos hacia la cabaña. Al llegar a la l a misma, misma, él volvió a preg pre gun untarle: tarle: —¿Seg e estás bien? No m sta dejarte aquí sola. Quisi Quisiera era quedarm igo.









































Lucía entró en el baño y se lavó la cara. Después se miró al espejo y suspiró; y pensó que cómo iba Álvaro a querer nada con ella con lo espantosa que estaba. Los ojos enrojecidos, la car hinchada, hinchada, el pelo pel o desordenado. desor denado. Cuando Cu ando salió él se s e estaba es taba quitando quitando la cam ca miseta. —¿Te importa importa que que me me la quite? No puedo puedo dormir dormir con ropa en el cuerpo. cuerpo. Ella son s onrió. rió. —Puedes quedarte quedarte en bolas si quieres, estoy acostum acostumbrada. Soy enferm enfermera, era, he visto de todo. —Conmigo —Conmigo no te llevarías llev arías ning ningun unaa sorpresa, sorpre sa, soy de lo más normalito. normalito. Si quieres ver algo espectacular, dile a tu amiga que te deje echarle un vistazo a Sergio. Es el fenómeno de la familia. Lucía se echó a reír. —Hubo —Hubo una una época en que que estaba dispuesta a compartirlo compartirlo con co nmigo, pero ahora ahora dudo que que quiera. —¿Queríais —¿Queríais compartir a Sergio? —Yo —Yo no, pero ella, ella , muy muy generosa, generosa, me lo ofreció. Le echó el ojo desde el moment omentoo en que lo vio; lo que no se pensaba era qu q ue iba a quedarse pillad pi lladaa con él. Recuerdo R ecuerdo que decía que un hombre hombre así as í no podía desperdic des perdiciarse iarse con un una sola mujer. mujer. Seguro Seguro que ahora ahora no piensa piensa lo mismo. mismo. —Seguro —Seguro que no. no. Álvaro, con c on los vaqueros puestos, puestos, se tendió tendió en e n la cama. —Puedes quitarte quitarte los pantalones pantalones si quieres; ya ya te he he dicho que que no me me importa. importa. —No me me estorban es solo por arriba ar riba donde no puedo puedo tener tener nada. —¿Ni —¿Ni siquiera si quiera en invierno? —Ni siquiera en invierno, y aquí aquí los meses de enero y febrero resultan muy duros. Lucía pensó que resultaría muy agradable acercarse a él en los meses de invierno y sentir el calor de su cuerpo desnudo. Desechó esos pensamientos, temerosa de que Álvaro los adivinara quitándose quitándose el vestido, ve stido, se quedó con el camisón camisón de alg al godón que que llevaba ll evaba debajo de bajo y se tendió tendió en la cama cama también.









































—Sí, —S í, me cuesta cuesta creerlo; cr eerlo; au a unqu nquee en realidad real idad no debería. deber ía. También ambién los hombres ombres tenem tenemos os esa es a fama fama y yo llevo más de dos años sin estar con una mujer. Casi sin darse cuenta de sus palabras, Lucía se encontró preguntándole: —¿Y no no te apetece estar con alguna? alguna? No me refiero a la primera excursionista que se cruce en tu camino, sino con alguien... no sé, con alguien. Álvaro miraba al techo cuando contestó. —Al principio sufrí un un bloqueo, bloqueo, dejé de tener erecciones. Ni siquiera me mastu masturbaba. rbaba. La miró miró de reojo. reoj o. —No te importa importa que que te hable hable de esto, es to, ¿no? ¿no? Eres enferm enfermera. era. —Claro —Cl aro que no. Esta es la noch nochee de las confidencias confidencias íntim íntimas. as. ¿Y todavía sigues sigues con ese problem proble ma? Debes ir al médico, puede ser algo al go físico. —No, esa etapa pasó; no hay problem proble mas fisiológicos. Vuelvo a tener tener erecciones erecci ones y deseos sexuales. Lo único que no tengo es ganas de estar con mujeres. Digamos que he vuelto a mi etap adolescente. —O sea, que solo pajas. —Solo. —Perdona que que vuelva a pregunt preguntarte arte lo mismo. mismo. ¿N ¿Noo te apetece estar con un unaa mu mujer? —Es más más fácil meterte meterte en el baño. Te quedas quedas igual igual de relaja re lajado do y te evitas problemas. —Pero —P ero no es lo l o mismo, mismo, ¿no? ¿no? Bueno, Bueno, supongo; supongo; yo nunca nunca he estado con nadie. ¿No echas de meno los besos y las caricias, el contacto de otra piel? —No me perm per mito ese lujo. Prefiero P refiero no tener besos ni carici c aricias as porque por que no no confío en que que los l os que me me den sean sinceros. Lucía se incorporó i ncorporó sobre un codo para par a mirar mirarle. le. —Álvaro, todas las mujeres mujeres no son como como Bárbara. De hecho, hecho, la mayoría mayoría no lo son. son. —Y lo sé, la quería pensaba sincerament sincerament ella í también. también. En la









































—Tenías novio. novio. —Sí, —S í, pero no era especial. especi al. Y no creas c reas que no sé de qué hablo, porque sí s í he sentido sentido el deseo de estar con alguien, alguien, de sentir sentir su piel y sus besos, de perder la virgin vi rginidad idad en sus brazos. —¿Y por qué no no lo hiciste? —Porque a pesar de que yo yo pensaba que que era el hombre ombre de mi mi vida, yo no no era la mujer mujer de la l a suya. suya. —Pero cuando cuando se tiene esa certeza certeza hay que luchar. luchar. —Yo no no soy una una luchadora. luchadora. —Por supuesto supuesto que que lo eres; ere s; mient mientras ras más te te conozco conozco más más me me convenzo convenzo de ello. ¿No ¿No hiciste nada? nada? —En —E n mis circunstan circunstancias cias solo se podía hacer un unaa cosa: alejarse. alej arse. Tú deberías deberí as saber mejor que nadie que no se pueden forzar las circunstancias ni los sentimientos de la gente. Al final no trae nada bueno. bueno. Si estás enamorada enamorada de alguien alguien que no te am a ma, y sabes que nun nunca te amará, lo l o mejor es poner tierra por medio. Y tratar de olvidar. —Sí, —S í, eso es cierto. Bueno, Bueno, no desesperes desesper es si no te correspondía cor respondía probablem probable mente ente no era tu hom hombre. bre. El tuyo está ahí esperando en algún recodo de tu vida para hacerte muy feliz, ya lo verás. —Seguro. —Seguro. —Y ahora ahora creo cre o que deberíamos deberíamos dormirnos, dormirnos, es muy muy tarde. —Sí, lo sient si ento, o, no no dejo de desvelarte. desv elarte. Buenas Buenas noches, noches, Álvaro. Álvaro. —Buenas —Buenas noches. noches. Él se volvió en la cama y le dio la espalda. Lucía permaneció mirándole a la leve luz que entrab por la ventana, ventana, apenas una una som s ombra bra en la habitación, habitación, los l os músculos de la espalda firmes firmes y delineados. Y quiso alargar la mano y tocarle. Quiso decirle que era él y no otro ese hombre especial con que ella soñaba. Ese hombre del que tenía que alejarse, el único al que ella había soñado entregarse. El único que podría curar sus heridas igual que ella deseaba curar las suyas. «Date la vuelta —susurró mentalmente—. Cruza estos metros que nos separan y déjame amarte. Jamás Jamás nadie te dará d ará unos besos más sinceros que los míos.»









































oscuridad empezó a hacerse menos densa le sintió levantarse de la cama. El corazón se le paralizó pensando pensando que iba a acercarse acercars e a ella, ell a, pero sus pasos se alejaron al ejaron hacia la puerta. Se volvió. —¿Álvaro? —¿Álvaro? ¿Eres ¿Eres tú? —pregunt —preguntóó aunque aunque sabía perfectament perfectamentee que sí. —Sí. —S í. Me marcho antes antes de que se haga haga de día... dí a... No quiero que nadie me me vea salir sal ir de tu cabaña. N quiero que piensen lo que no es. —A mí mí no me me importa importa lo que piensen. piensen. —Pero a mí sí. —De acuerdo. Graci Gracias as por todo. —De nada. nada. Sigue Sigue durmiendo durmiendo un un rato rato más, más, aún es temprano. temprano. Y cerrando la puerta tras él, desapareció en la noche.











































Capítulo 22 La puerta de la enfermería se abrió de golpe y Sergio entró en la misma. Lucía, que se encontrab guardando algunos efectos personales en una gran caja de cartón para llevárselos al día siguiente, le miró sonriente. —¡Vaya! —¡Vaya! ¿Es ¿Es una una visita visi ta amistosa amistosa o profesional? Él alargó las manos mostrando una desolladura en las palmas. —¿Puedes darme darme algo para esto? La cuerda del rocódromo se s e ha deshilachado des hilachado un poco y me h dejado las manos hechas hechas polvo. pol vo. —Déjame —Déjame ver. Cogió las manos por las muñecas y las examinó. —Sí, te has has hecho hecho unas unas buenas buenas rozaduras. Me Me temo temo que que esto te dejará sin escalar escala r unos unos días. —Solo tengo tengo una una sesión de tirol tirolina ina esta tarde. tarde. Quique Quique se encargará. Un trueno retumbó de pronto en el cielo y una lluvia torrencial se precipitó de pronto sobre el centro de ocio. —Uf, —Uf, menu menuda da torment tormenta. a. Esto nos nos va a hacer suspender suspender todo lo previsto previ sto para esta tarde. Espero que a Álvaro se le ocurra volverse, no deben estar lejos. —Menudo —Menudo final final la paña. Buen libr de pedirl Quiqu











































—Espero que no no me me guardes guardes rencor r encor por quedarme quedarme con Sonia. Sonia. —Claro —Cl aro que no; aunque aunque la voy a echar mucho mucho de menos. Pero P ero yo también también me quedaría si alguie alguie especial me lo pidiese —dijo seria—. Y me alegra ver que ha sentado la cabeza por fin. Está muy enamorada. —Yo —Yo también también de ella. ella . Pero Per o está preocupada pr eocupada por ti, dice di ce que te vas a ver muy sola en Madrid Madri d sin s in ella y sin Roberto. Roberto. —No echaré de menos a Roberto. A ella el la sí, pero no se lo digas. Estaré bien, cogeré otro trabajo trabaj o para ayu ayudarm darmee a pagar el e l alquiler. No quiero volver a compartir compartir el piso, eso sí sería serí a muy duro. No me apetece acostumbrarme a alguien nuevo. Me mantendré ocupada y no será tan malo —dijo sabiendo que no era verdad, que cuando volviera a Madrid no tendría nada ni a nadie a quien agarrarse. Ni siquiera si quiera una una amiga. amiga. —Estaré —E staré bien —repitió, más para sí misma isma que para Serg Ser gio. Él comprendió comprendió su ang angust ustia ia y l pregunt preguntó. ó. —Lucía, —Lucía, ¿por qué no no te quedas? quedas? Sabes que tam también bién hay hay trabaj trabajoo aquí para ti. —En invierno invierno no lo hay. hay. Además, Además, a mí mí nadie me me ha invitado invitado a quedarme quedarme —trató de bromear. bromear. —Claro —Cl aro que sí, yo te estoy invitando. invitando. Mi sobrina me ha pedido hace un rato que lo l o hiciera, hicie ra, igual igual que con Sonia. Sonia. Dice que la quiero a ella más que a ti. —Eso es verdad. verd ad. —No, solo la quiero de diferen di ferente te form forma. a.











































—¿Quieres —¿Quieres que hable hable con él? —No, no por favor. favor. Ni siquiera menciones enciones el tema, tema, ni pronuncies pronuncies mi nombre. nombre. Quiero despedirme des pedirme de él igual que de los demás. Si le dices algo se perderá por alguna montaña hasta que me haya ido, lo sé. s é. Olvida esta conversación y no no le digas nada a nadie. Ni a él ni a Sonia. Nun Nunca. —Como quieras. Pero de verdad que lo siento. Sinceramente Sinceramente creo que entre entre vosotros hay alg al g especial. —Gracias, —Gra cias, pero será mejor que te vayas a buscar a Sonia y dejes de hablarme hablarme así. Lo único qu vas a conseguir es que me ponga a llorar, y ya he tenido bastante con Berta hace un rato. —Adiós entonces. entonces. Nos Nos veremos en el comedor. Álvaro, sentado en el claro delante de recepción hacía tiempo en espera de la hora de la cena. L tormenta había hecho regresar al grupo de excursionistas que iba a realizar el último trayecto en bicicleta bici cleta de la temporada, temporada, y había había paralizado par alizado toda actividad programada programada para la l a tarde. Carolina estaba bañando a Berta y él, agobiado y desasosegado, llevaba rato dando vueltas como un perro sin amo, amo, sin si n saber qué hacer ni dónde posarse. posar se. Escuchó los menudos menudos pasos de su hija hija a su espalda espal da y se volvió. vol vió. La niña, oliendo a jabón j abón y coloni coloni se acercaba hacia él, mientras su hermana permaneció dentro de la recepción observándole atentamente. Sabía que Carolina leía en su interior, que veía sus sentimientos encontrados, y volvió la cabeza c abeza para evitar evi tar sus ojos. Berta se sentó sentó a su s u lado y le cogió la mano.











































—Pero —P ero ella quiere quedarse, yo lo sé. Esta tarde cuando cuando le he pedido que no se fuera fuera me h abrazado muy fuerte y se ha puesto a llorar. Papá, seguro que le da mucho miedo irse a vivir sola a Madrid. A mí me daría mucho miedo estar sola en una casa. —Lucía —Lucía es mayor, mayor, cariño. cari ño. A las personas mayores mayores no no les asu as usta estar solas. —Eso —E so no es verdad. Las personas per sonas mayores mayores necesitan tam también bién que les l es cuiden, cuiden, ella el la me lo l o ha dicho esta tarde, que tengo que cuidar de ti porque no tenemos mamá. Lucía tampoco tiene mamá, ¿verdad? ¿Quién ¿Q uién va a cuidar de ella? ell a? —La cuidan cuidan en el colegio col egio donde donde trabaja. —¿Igu —¿Igual al que a los niños que que están allí? allí ? —Sí, igual. igual. —¿Por eso se va? ¿Porque ¿Porque quiere much muchoo a esos niños? ¿Tú crees que los quiere quiere más que que a mí? mí? Álvaro revolvió el pelo de su hija y tragó saliva antes de contestar. —No, no no creo que los quiera más más que a ti. ti. —¿Enton —¿Entonces ces por qué se va con ellos? ¿Tú crees que si yo le pido otra vez que que se quede...? —Berta, —Ber ta, escuch esc ucha, a, hija... Ya Ya sé que quieres much uchoo a Lucía Lucía y que no quieres que se vaya. Pero P ero no siempre basta con desear una cosa para que sea posible. Estas son cosas de mayores, deja que sean los mayores los que decidan, ¿vale? No le digas nada a Lucía porque seguro que le da mucha pen tener que irse y dejarte, y solo conseguirás hacerla sufrir más. Te aseguro que si no se queda es no puede. Lo tien hacer ir divierta divie rta el tiem le queda











































—Sí, Lucía Lucía se ha hecho hecho querer querer por todo el mun mundo. do. —Todos la extrañaremos extrañaremos —admitió —admitió él—. ¿Sabes? Berta ha ido esta tarde a hablar con Serg Ser gio para que la invite a quedarse quedarse com co mo ha hecho hecho con Sonia. Piensa Piensa que eso hará hará que se quede. quede. —Bueno, —Bueno, quizás quizás no no esté tan descaminada... descaminada... Quizás Quizás solo se haya equivocado equivocado de hermano. hermano. Álvaro levantó la vista y le lanzó una mirada enigmática. —Esa —E sa fue fue la l a primea frase que le dije a Lucía Lucía el día que nos conocimos, conocimos, que se había equivocado de hermano... y que no iba a acostarme con ella. —Muy —Muy propio de ti. Y al fin de cuent cuentas as lo has cumplido cumplido a rajatabla, r ajatabla, ¿no? ¿no? —¿Qué —¿Qué quiere quieress decir? decir ? Carolina le revolvió el pelo como había hecho él un rato antes con su hija, como si fuera un crío. —Nada, herm hermano. ano. Nada. Nada. Álvaro desvió la vista y clavó la mirada en el camino por donde debería aparecer su hija acompañada de Lucía y de Sonia. Sería la última vez que la viera; al día siguiente tenía que hacer l excursión que se había suspendido aquella tarde a causa de la tormenta, y cuando regresara ya las dos chicas se habrían marchado. Sergio le había dicho que pensaban irse a media mañana. Tendría que despedirse despedir se de Lucía durante durante la cena. c ena. Aguardó impaciente sintiéndose nervioso y agitado, la tormenta que había descargado hacía un rato sobre la sierra había llenado el ambiente de electricidad y todos parecían acusarlo. Álvaro lo notaba, no era solo él quien estaba nervioso e inquieto, todos en la casa lo estaban, como si













































Trató de concentrarse concentrarse en la com c omida, ida, de no pensar. pensar. No quería que se volvier vo lvieraa a repetir r epetir la l a escena de aquella tarde cuando Berta dijo que la iba a echar de menos, en que la abrazó y no pudo evitar echarse a llorar. La niña se había visto afectada y a ella le había costado mucho serenarse. No, tenía que aguantar; había pasado por muchas cosas en su vida, tenía que poder con esto. Sin ningún apetito, se limitó a probar todos y cada uno de los platos especiales que Rosa habí preparado prepar ado aquella noch noche, e, y al final final si se tomó tomó la tarta y bebió el cava que Antonio Antonio descorch descorc hó dispuesto a brindar por el estupendo verano que habían pasado juntos y porque se repitiera el año siguiente. Pero Lucía estaba casi segura de que ella no estaría allí el año próximo. Aunque viniera ver a Berta de vez en cuando. Álvaro también brindó y bebió su copa aunque había rehusado el vino de la cena y había comido con agua, como solía hacer. En el momento del brindis sí le miró, levantando su copa como todos los demás y con la vista clavada en ella. —Por —P or el maravilloso aravil loso moment omentoo en qu quee se me ocurrió pedir una chica en prácticas, que nos ha











































una sudadera y un pantalón de chándal con el que pensaba dormir. El resto de la ropa la guardó definitivamente en la maleta, dejando solo unos vaqueros y una camiseta que se pondría para el viaje al día siguiente. siguiente. Dedicarse durante un rato a terminar de recoger la ayudó a tranquilizarse, y cuando lo tuvo todo preparado prepar ado se arrepint arrepi ntió ió de haberse dejado llevar lleva r por la depresión depresi ón y no haber vuelto al comedor comedor a despedirse de Álvaro. Miró el reloj; ya era tarde, todos debían de estar en la cama, pero más serena, se resistía a irse sin despedirse de él. Y salió de la cabaña dispuesta a buscarle. Necesitaba hablar con él por última vez y decirle, no lo que sentía porque eso era algo que debería seguir guardando para ella sola, pero sí lo que ese e se verano había significado significado para ella y como él la había ayu ayudado dado a superar supera r algunos algunos malos alo s momentos. omentos. Se dirigió hacia su cabaña esperando ver luz todavía, pero cuando llegó la encontró completamente a oscuras. Llamó aún a riesgo de despertarle si estaba dormido, ya había llegado hasta allí y no iba a volverse atrás. Tenía que verle, que hablarle por última vez. En realidad sabía











































familiar en la negrura de la noche. Al fin le divisó sentado en el suelo, bajo un gran árbol que mantenía antenía seco el terreno que había había debajo. Estaba inmóvil, con la vista fija en las cuerdas del puente que tenía delante, pero Lucía estab segura segura de que no no las veía. Se dijo que no había sido una buena idea haber ido hasta allí y decidió dar media vuelta regresar. Pero aunque había creído girarse con el mismo sigilo con que había llegado, el detectó su presencia. Miró a su alrededor a la vez que que pregunt preguntaba: aba: —¿Quién —¿Quién está ahí? Descubierta, avanzó avanzó hacia él. —Soy yo, yo, Álvaro, Lucía. Lucía. He venido a despedirm despedir me; Carolina me me dijo que te encont encontrarí raríaa aquí. Él no contestó. Lucía siguió hablando. —Pero —P ero nada más más llegar ll egar me me he dado cuenta cuenta de que no no es un buen buen mom moment ento, o, me me marchaba marchaba de nuevo. nuevo. Es evidente que no tienes ganas de compañía.











































programadas. programadas. —Lo siento, no he debido debi do venir sin ser invitada. Carolina Carol ina me dijo d ijo que no te im i mportaría, pero no debí hacerle caso... Te he interrumpido en un mal momento. —No es malo... malo... solo difícil. di fícil. —No te entretendré entretendré mucho... Solo quiero decirte decir te adiós, y que a pesar de no tener tener much uchoo entusiasmo por venir a pasar el verano aquí, puesto que me dejé convencer por Sonia y por tu padre para no estar sola en Madrid estos meses, meses, me alegro much muchísimo ísimo de haber venido. Por P or prim pr imera era vez e mi vida he sentido el calor de una familia y he comprobado que existe algo que yo pensaba solo se daba en los libros libr os y en el cine. Una Una famili familiaa como la tuya, tuya, que que sois soi s una una piña, piña , que todos os lleváis ll eváis bien y os ayudáis, y os queréis, y a pesar de eso respetáis vuestra individualidad. No sabes cómo os envidio, yo nunca he tenido nada de eso. Me alegra mucho haber podido participar un poco en vuestra vida familiar este verano. Sentirme útil y compartir vuestros problemas... y ayudar. Te estoy especialm especi alment entee agradecida a ti por dejarm dejar me ayudar ayudar a Berta, le l e he cogido tanto tanto cariño... ¡Dios, cóm c ómoo l











































—¿Tenías —¿Tenías miedo de mí? mí? ¿Por qué? qué? —De ti no, de mí. Porqu Porq ue cuando cuando he levant l evantado ado la mano para par a llamar a tu puerta he comprendido comprendido que en realidad yo no había ido allí para despedirme, que a pesar de lo que te dije la primera vez que nos vimos, lo que más deseaba en el mundo en aquel momento era pasar la noche contigo, y no en la cama cama de Sonia. Sentir el tacto de tu piel en mis mis dedos... volver vol ver a estrechar tu cuerpo cuerpo ent e ntre re mis brazo sin pesadillas por medio. Hacer que superes conmigo el trauma de tu adolescencia. Y sentí pánico, un pánico atroz, como si me estuviera lanzando al vacío y di media vuelta y me vine aquí. La voz de Álvaro era tranquila y serena, sin inflexiones, como si estuviera hablando del tiempo, pero Lucía Lucía sabía que no era así. Sentía su respiración respi ración agitada y casi podía escuchar escuchar su corazó latiendo con violencia. La mano de él, todavía sobre su brazo empezó a trasmitir un calor que traspasó la l a tela de d e la sudadera y penetró penetró la l a carne car ne exten extendiéndose diéndose por todo su cuerpo. cuerpo. La voz le tembló tembló al hablar. —No sé qué decir...













































—No... yo yo vine aquí aquí solo a trabajar. trabaj ar. No entraba entraba en mis mis cálculos cál culos necesitarl necesitarlos. os. ¿No ¿No tienes tienes tú? —Aunqu —Aunquee los tuviera estarían caducados, caducados, pero sé s é dónde guarda guarda Sergio su reserva. reser va. —Espera, —E spera, seguro seguro que Sonia tiene, tiene, a menos que los hay hayaa gastado todos, porque lleva un veran vera no muy movidito. Lucía se dio la vuelta y rebuscó en un cajón del armario —¿Ves? —¿Ves? —dijo —dij o sacando un unaa caja. Él se acercó hacia ella y apartándole el pelo de la cara le pregunt preguntó: ó: —¿Estás —¿Estás segura segura de que quieres quieres perder tu virginidad virginidad conmigo? conmigo?











































todo acabara allí, allí , aquella noche, y ella se marchase al día sigu s iguient iente, e, se sentía sentía feliz, feli z, fu fuerte y poderosa porque ahora sabía lo que era er a amar amar y sentirse amada. amada. Y eso es o nada podría pod ría cambiarl cambiarlo. o. Quedaría para siempre en su recuerdo. No importaba lo que le deparase el futuro, no importaba lo mal que pudiera pasarlo... pasarl o... siempre podría acudir al recuerdo de aquella noch noche. e. Porque ella sabía que aquella noch nochee Álvaro la había amado con toda su alma y con todo su cuerpo, aunque le dijera adiós al día siguiente. —Gracias —Gra cias —le susurró susurró en el oído. Él levantó la l a cabeza de su cuello y la miró intensam intensament entee co los ojos brillantes y la respiración aún agitada.











































Capítulo 23 Unos fuertes golpes en la puerta de la cabaña la sobresaltaron y luchó por sacudirse el pesado sueño en que que estaba sumida. sumida. Escuch Esc uchóó la voz de Sonia al otro lado de la puerta: puerta: —¡Lucía, —¡Lucía, Lucía! Lucía! ¿Estás ¿Estás bien? Abre. Medio dormida aún se sentó en la cama. Álvaro no estaba.











































—No, ya im i magino agino que tú le conoces much uchoo mejor, sobre todo ahora. Allá Al lá tú, ya eres e res mayorcita. Supongo que sabes lo que haces. Además, ya veo que te ha dejado impactada, tienes una cara de «bienfollá» que no puedes puedes con c on ella. —Estoy enamorada, enamorada, Sonia. Muy Muy enam enamorada. orada. —¡Joder, esto es peor de lo l o que que pensaba! No No he debido dejarte sola tanto tanto tiempo, tiempo, es culpa mía. mía. —No es culpa tuy tuya. a. —Cl que sí. Debí estar ás contigo contigo cuando cuando lo de Roberto. Has debido sentirte sentirte uy sola p











































Esta se volvió y la vio agitando un papel en la mano. —Creo que tu tu Romeo Romeo ha dejado esto para ti. Se precipitó hacia su amiga y le arrancó la hoja de la mano. Con letra bien visible estaba escrito: «Tengo que hacer la última ruta. Volveré a mediodía. Por favor, no te vayas antes de que llegue. Álvaro». —Intu —Intuyo yo que que no nos nos irem ire mos inmediatam inmediatament entee y almorzarem almorzaremos os aquí —dijo Sonia burlona. burlona.













































—E

pendo. Y ah

ieres dar

a vuelta hasta la h

del alm

o?

ó conscien c onscien





































—Buen si quieres saber i opinión com h

bre,

no te pediría pedi ría

solo









































































—No quisiera

dos años

volver

igo. Un





































—Con los oj

ados. Te seguirí seguiríaa al infierno, si f

io.

























































































































































































































































































































































































































































































































Luces y Sombras - Ana Alvarez

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