Discurso, teoría y análisis
2
CÉSAR GONZÁLEZ OCHOA
Directores de la Revista
FERNANDO C ASTAÑOS Instituto de Investigaciones Sociales Universidad Nacional Autónoma de México UESADA R AÚL Q UESADA Facultad de Filosofía y Letras Universidad Nacional Autónoma de México
Comité Editorial
FERNANDO C ASTAÑOS Instituto de Investigaciones Sociales Universidad Nacional Autónoma de México CÉSAR GONZÁLEZ OCHOA Instituto de Investigacione Investigacioness Filológicas Universidad Nacional Autónoma de México R AÚL Q UESADA UESADA Facultad de Filosofía y Letras Universidad Nacional Autónoma de México ASLAVSKY Y D ANIELLE Z ASLAVSK El Colegio de México
OSALBA C ASAS GUERRERO R OSALBA Directora del Instituto de Investigacione Investigacioness Sociales Universidad Nacional Autónoma de México ILLEGAS MORENO GLORIA V ILLEGAS Directora de la Facultad de Filosofía y Letras Universidad Nacional Autónoma de México
Discurso, teoría y análisis 28 (invierno, 2007): ?-??.
INTRODUCCIÓN
Discurso, teoría y análisis Núm. 31
Año 2011
UTÓNOMA DE MÉXICO UNIVERSIDAD N ACIONAL A UTÓNOMA DE Instituto de Investigaciones Sociales Facultad de Filosofía y Letras
México, 2011 Discurso, teoría y análisis 28 (invierno, 2007): ?-??.
4
CÉSAR GONZÁLEZ OCHOA
CD 410 / D3 LC P302/ D3 Discurso, teoría y análisis / ed. por el Instituto de Investigaciones Investigaciones Sociales. - -Año.1, No.1 (Mayo- Agosto de 1983). – México: Universidad Nacional Autónoma de México, IIS, 1983- V-. Anual ISSN 0188-1825
DR © 2011. Universidad Nacional Autónoma de México Instituto de Investigaciones Sociales Circuito Mario de la Cueva s/n Zona Cultural, Ciudad Universitaria C.P. 04510, México, D.F. Facultad de Filosofía y Letras Circuito Interior Ciudad Universitaria C.P. 04510, México D.F. Certificado de Licitud de Título 8045 Certificado de Licitud de Contenido 5696 Reserva de título 04-2007-062809485900-102 Coordinación editorial: Berenise Hernández Alanís Cuidado de la edición: Mauro Chávez Rodríguez Composición tipográfica: María G. Escoto Rivas Diseño de la portada: Cynthia Trigos Susán ISSN: 0188-1825
Impreso y hecho en México por Editorial Color, S.A. de C.V., Naranjo núm. 96 bis, colonia Santa María la Ribera, delegación Cuauhtémoc, C.P. 06400, México D.F. El tiraje consta de 750 ejemplares. Se terminó de imprimir en marzo de 2011. Discurso, teoría y análisis 28 (invierno, 2007): ?-??.
INTRODUCCIÓN
Contenido
Presentación Y R AÚL Q UESADA UESADA . . . . . . . . . . . M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA Y
7
El imperio del género. La ambigua historia política de una herramienta conceptual ÉRIC F ASSIN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
11
La teoría literaria feminista y sus lectoras nómadas N ATTIE GOLUBOV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
37
Pensamiento en resistencia Pensamiento NA M ARÍA M ARTÍNEZ DE LA ESCALERA . . . . . . . . . . . . . . . . . A NA
63
De la “economía política del sexo” al “género”: los retos heurísticos del feminismo contemporáneo M ÁRGARA MILLÁN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
75
Textos clásicos y sus aportes al canon, o un texto clásico no nace, se hace LUCÍA R AYAS. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
95
“Hacer y deshacer” el género: Reconceptualización, politización y deconstrucción de la categoría de género M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
Discurso, teoría y análisis 28 (invierno, 2007): ?-??.
6
CÉSAR GONZÁLEZ OCHOA
INTRODUCCIÓN
Presentación En este número se reúnen textos para celebrar los 25 años de la publicación de dos artículos que transformaron las formas de percibir y trabajar los estudios de género y el feminismo. Nos referimos a “El género: una categoría útil para el análisis histórico” histórico”,, de Joan W. W. Scott, y “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”, de Gayle Rubin.1 Nuestro objetivo es ofrecer una lectura de las formas en que estas autoras transformaron el valor interpretativo y las lógicas de intervención sociocultural, política y jurídica del feminismo desde los llamados estudios de género, un registro analítico de las dinámicas discursivas que inauguraron. Queremos subrayar la vigencia y actualidad de ambos artículos después despu és de un cuarto cu arto de siglo a partir de seis ensayos ensayos que analizan y debaten con Scott y Rubin. Así, Éric Fassin, Nattie Golubov, Ana María Martínez de la Escalera, Esca lera, Márgara Millán, Lucía Rayas y Marisa Belausteguigoitia hablan desde distintos lugares disciplinarios, temáticos y políticos de la importancia de estas intervenciones y sus formas de posibilitar que el género “cuente” “cuente”.. Sobre todo nos invitan a reflexionar ref lexionar acerca de cómo los sujetos en resistencia o que están en la frontera del poder —mujeres, —muje res, migrantes, indígenas, grupos minoritarios— han encon encontrado trado en los discursos sobre la construcción y deconstrucción de la diferencia una forma de hacer el género (construir sujetos ideales, esencializados o víctimas supremas) o deshacerlo (preguntarse sobre sobre el significado de los conceptos “mujer”, “indígena”, “migrante”). Las tensiones producidas por esta operación de hacer (esencializar) y deshacer (deconstruir) el género, El artículo de Joan W. Scott fue publicado en inglés como “Gender: a useful category of historical analysis”, en 1986, en American Historical Review , 91, pp. 1053-1075; y en español apareció en Historia y género: las mujeres en la Europa moderna y contemporánea , editado por James S. Amelang y Mary Nash en 1990. El texto de Gayle Rubin “Thinking sex: notes for a radical theory of the politics of sexuality” apareció en el libro Pleasure and Danger: Exploring Female Sexuality de Carole S. Vance, que fue traducido al español en 1989. 1
8
M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA Y Y R AÚL Q UESADA UESADA
esta producción de significado entre operaciones que fijan las nociones de diferencia entre hombres o mujeres, o las desestabilizan, nos permiten preguntar desde dónde se construye la diferencia y qué es lo que ha permitido la visibilidad de nuevos sujetos que escapan a definiciones dicotómicas de la identidad. En su ensayo, Fassin narra el género como nos lo dibuja Scott, aludiendo a sistemas de dominación diversos, diversos, engarzando engarz ando sus distintos vectores, los sexuales, los políticos, los públicos y los privados, recordando el fármaco derridariano al establecer el género como veneno o como remedio, vaciándolo así de su carga esencialista. Lo más importante es que interviene performativamente: el género puede ser una categoría semivacía que se carga de contenidos y direcciones políticas según las intenciones de hacerlo o deshacerlo, es decir, transformarlo o sostener su normativización. Así, Fassin Fassin narra los avatares de la libertad y la democracia sexual en los marcos legales, de perversión y exclusión delineados por Rubin, y hace que el género cuente (hable) en los términos deconstructivos que propone Scott. El texto de Nattie Golubov analiza los contextos discursivos especí ficos ficos de las categorías “mujer” y “mujeres”; así, se desplaza del reduccionismo esencialista al postestructuralismo para proponernos una interpretaciónn distinta de las interpretació la s teorías de género y de los sujetos a que da lugar. Este nuevo sujeto surge a partir del locus de la feminista como sujeto lector, lector, específicamente. específ icamente. Al trabajar tr abajar al sujeto femenino como lectora, la constituye en entidad nómada, situada en un espacio de enunciación que logra una lectura dual simultáneamente situada: sujeta a las restricciones sociales e institucionales y, a la par, productora de un sujeto (una lectora) activo(a), un usuario de la cultura definido por su conciencia de opresión. Es aquí donde ofrece el potencial interpretativo de los estudios de género y las teorías literarias feministas, doble puntal de sitio y saber situado. Ana María Mart Martínez ínez de la Esca Escalera lera nos invi invita ta a pens pensar ar en las palabras, en su contenido, en la manera en que se hacen y deshacen sus significados, y con ellos los sujetos, que son su efecto. Parece iluminar el primer párrafo del artículo de Scott:
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 7-10
PRESENTACIÓN
9
Quienes quisieran codificar los significados de las palabras librarían una batalla perdida, porque las palabras, como las ideas y las cosas que están destinadas a significar, tienen historia. Ni los profesores de Oxford ni la academia francesa han sido capaces de contener por completo la marea, de capturar y fijar los significados libres del juego de la invención y la imaginación humanas (Scott, 1996: 265).
Martínez de la Escalera nos encara con la palabra que nos ocupa, feminismo; una palabra molesta, dice, también para muchas mujeres. Feminismoo como proceso de significación que se resiste a ser aplanado Feminism y vaciado. ¿Cómo se forja una palabra, cómo circula? ¿Cómo se regulan sus excesos? ¿Cómo interrogar la noción de feminismo? ¿Qué fines políticos pueden perseguirse al esencializar aún más a la mujer? Martínez también llama a declarar al feminismo. Nos ofrece una definición de crítica vinculada a la forma de rellenar o reactualizar el contenido de esta noción. Nos propone un mecanismo deconstructivo, una genealogía, como trabajo de descubrimiento del porqué algo se convierte en invisible o inaudible. Llama a declarar a otra palabra: resistencia . Ambas, feminismo y resistencia , producen el efecto crítico que buscamos. Márgara Millán releva las aportaciones centrales del feminismo y los estudios de género a partir de una clave epistemológica: la comprensión de las implicaciones de la construcción histórica y simbólica de la diferencia. Entrelaza los trabajos de Scott y Rubin al remarcar la producción de lo social a partir de la construcción y el reforzamiento del sistema sexo/género y de la categoría de género. Recorre, de esta manera, escenarios constitutivos de los feminismos contemporáneos, a los que llama derivas epistémicas. Así, muestra cómo la aportación que encierra la categoría de género (pensar y comprender su construcción histórica y simbólica) ilustra procesos de construcción de la semiosis social. Lucía Rayas plantea preguntas que resuenan con las de Scott y su impulso reconstructor: ¿Cómo se genera un texto clásico en estudios como los de género, que no son hegemónicos? Un clásico, nos dice Rayas, adquiere tal carácter a partir de la propia comunidad de estudiosos y estudiosas que fortalecen una comunidad epistémica. Su formación es un asunto aparte. Este contingente crítico enfrenta muchas dificultades; Scott misma narra la hostilidad ante su teorización postestructural de la Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 7-10
10
M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA Y Y R AÚL Q UESADA UESADA
historia, una historia desde abajo. Rayas nos ofrece un debate con los autores clásicos en el que se subraya el concepto de experiencia desde las elaboraciones de Scott como un conjunto de mediaciones. Aquí aborda una de las deudas conceptuales de Scott al perfilar el uso de este concepto desde las elaboraciones de Thompson Thompson y su definición del concepto de experiencia como “puente”, “puente”, aludiendo aludiendo al acto de cruzar y a su construcción simbólica. Rayas muestra cómo cava Thompson la trinchera y cómo es útil la categoría de experiencia para la construcción de un sujeto social. Lo hace problematizando la noción de experiencia percibida , con lo que critica en vivida y percibida cr itica las expresiones acartonadas del materialismo histórico. Muestra cómo se aleja Scott del empirismo y busca un pilar postestructural para entender la experiencia no reducida desde el quehacer histórico. Marisa Belausteguigoitia comenta los artículos de Scott y Rubin en tres dimensiones: la primera aborda las tesis t esis de las autoras enfocándose a un efecto central, el narrativo y discursivo, es decir, la manera distinta de hacer sentido, su particular contribución discursiva para hacer que el género “cuente “cuente”” (de forma esencializada al hacer el género y desconstructiva al mostrar cómo puede ser deshecho) y así posibilitar que hablen sus distintos sujetos. La segunda apunta a la forma en que entendieron la diferencia, no sólo como un atentado a “la mujer” sino como un elemento estructural que, desde luego, atraviesa a las mujeres, pero que va más allá del género. Es este “más allá del género”, entendido deconstructivamente, lo que ha permitido generar el valor interpretativo y teórico estratégico de los estudios de género, lugar de enunciación de ambos ensayos. La tercera pretende acercarse a la elaboración del término queer desde estas dos autoras, no con el fin de sentar un “origen” sino con el objetivo de localizar algunas de las reflexiones fundacionales de esta categoría. Con estos textos esperamos favorecer la posición académica y crítica de los estudios de género y la forma en que se han transformado durante este último cuarto de siglo. Marisa Belausteguigoitia y Raúl Quesada
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 7-10
El imperio del género. La ambigua historia política de una herramienta conceptual Éric Fassin* ESUMEN R ESUMEN
El género fue creado en los años cincuenta y sesenta por psicólogos estadounidenses para medicalizar la intersexualidad y la transexualidad. En los años setenta, las feministas se apropiaron el término para desnaturalizar la feminidad, transformando esta categoría normativa en herramienta crítica. En los años ochenta, mientras los estudios feministas gozan en Estados Est ados Unidos de un reconocimient reconocimientoo institucional, en Francia no son aceptados por las académicas feministas en el campo universitario. Cuando estas cuestiones vuelven a debatirse a partir de 1989, esta politización se ve rechazada en nombre de la República: el concepto de género se convierte en un reto nacional. A finales fi nales de los años noventa los debates públicos se reactivan alrededor de las cuestiones sexuales, y después del 11 de septiembre la nueva legitimidad del género es tomada como un imperialismo nuevo de la democracia sexual. La naturaleza ambigua a mbigua del género, género, a la vez normativo y crítico, es hoy en día una tensión que define los estudios feministas. Palabras clave: género, transexualidad , feminismo, cultura nacional , imperialismo. BSTRACT A BSTRACT
“Gender” was created in the 1950s and 60s by American psychologists in order to medicalize intersexuality and transsexuality. trans sexuality. In the 1970s, 1970s, feminists in the U.S. appropriated the term to denaturalize femininity, while transforming this normative category into a critical tool. In the 1980s, while in the U.S. women’s studies benefited from an institutional recognition, feminists were not welcomed in French academia. When feminist issues got a new start after 1989, this politicization was rejected in the name of the Republic: the concept of gender became a matter of national culture. In the late 1990s, public debates about sexual issues were rekindled, and since * École Normale Supérieure (París), Institut de Recherche Interdisciplinaire sur les Enjeux Sociaux (Iris, Centre National de la Recherche Scientifique/L’École des Hautes Études en Sciences Sociales). La traducción de este texto es de Karine Tinat.
12
ÉRIC F ASSIN
9/11, the newfound legitimacy of gender has become entangled in the new imperialism of sexual sexua l democracy. Gender’s Gender’s ambiguous nature, both normative and critical, is today a defining tension in feminist studies. Key words: gender , transsexuality , feminism, national culture , imperialism.
ARMA DE DE DOBLE FILO UN ARMA
No es al feminismo al que debemos la invención del concepto género. A partir de 1955, al comenzar varios decenios de trabajo en la Universidad Johnss Hopkins, John Hopkins, John John Money Money reformula reformula los acercamient acercamientos os heredados heredados de la antropóloga Margaret Mead sobre la socialización de los niños y las niñas; por su parte, en vez de hablar de sex roles , el psicólogo médico opta por el término gender roles . Él se interesa, en efecto, por lo que solemos llamar “hermafroditismo”, y que hoy en día calificamos de “intersexualidad” (Money y Ehrhardt, 1972). Cuando la anatomía es ambigua al momento del nacimiento, la noción de género no tiene otro objetivo que desarticular la evidencia natural del sexo: más allá de que, en este caso, los roles vienen a confirmar las asignaciones biológicas, el género permite nombrar el sesgo entre los dos. Sin duda, la cirugía más precoz parece necesaria para resolver toda incertidumbre, pero es solamente en una lógica behaviorista, para facilitar el aprendizaje del rol sexual. Para John Money —quien participa de una visión progresista de la ciencia constituida después de la segunda guerra mundial en reacción contra las desviaciones del biologismo—, la educación es la que hace al hombre, o a la mujer (Fausto-Sterling, 2000; Redick, 2004). El psiquiatra y psicoanalista Robert Stoller sigue esta misma lógica en la Universidad de California, en Los Ángeles, y se interesa más específicamente por la transexualidad —condición, en el léxico patologizante del “transexualismo”, de las personas que no se identifican con su sexo de nacimiento—. Conocemos bien la expresión de Karl Heinrich Ulrichs, pionero del movimiento homosexual en 1860: anima muliebris virile corpore inclusa. Esta “alma de mujer en un cuerpo de hombre” remite al conjunto de lo que se llamaba “psicopatologías sexuales”, que alteran a la vez el orden de los sexos y las sexualidades. En aquella época la cuestión del género se asimila con la de la sexualidad: Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
EL IMPERIO DEL GÉNERO
13
de la misma manera, se confunde la homosexualidad masculina con el afeminamiento. En cambio, un siglo más tarde, cuando Robert Stoller usa la expresión gender identity , en 1964, lo hace con la intención de separar a los transexuales de los homosexuales, en términos de identidad de género o de orientación sexual, dependiendo de si su deseo es ser o tener un hombre, o una mujer (Stoller, 1968). Si John Money había hecho anteriormente la distinción entre sexo y género, Robert Stoller opone, por su parte, el género a la sexualidad. El contexto no es menos político: aunque la homofobia de Estado causa estragos bajo el macarthismo, la transexualidad, al autonomizarse, escapa del estigma homosexual (Meyerowitz, 2002; Califia, 2003). La invención psi del género —es decir, desde la psicología— va a encontrarse con la tarea feminista de desnaturalización del sexo, que resume la famosa frase de Simone de Beauvoir en El segundo sexo, publicado en 1949: “no se nace mujer, se hace”. Es, de hecho, a Robert Stoller a quien la socióloga británica Ann Oakley pide prestada la distinción (1972) al plantear que “el género no tiene origen biológico, que las conexiones entre sexo y género no tienen realmente nada ‘natural’”; así, ella introduce el término en un campo de estudios feministas que va a constituirse a partir de los años setenta (Jami, 2003; Bassin, 2004). No es casual que sea en la antropología donde va a encontrar primero su campo de aplicación en Estados Unidos: al igual que Simone de Beauvoir, con quien se identifican justamente, jóvenes antropólogas van a apoyarse en la distinción entre naturaleza y cultura que hace Claude Lévi-Strauss a partir del primer capítulo de Las estructuras elementales del parentesco, aunque este último, como era de esperarse, no se encuentra con De Beauvoir en el Panteón feminista. Esta herencia reivindicada se manifiesta en las dos obras fundadoras de la antropología feminista en Estados Unidos, publicadas ambas en 1975. Así, en la primera, Sherry Ortner se pregunta: “¿Será la mujer al hombre lo que la naturaleza es a la cultura?” Para entender la universalidad de la dominación masculina, fundada en la división sexual de los roles sociales, ella pone la mirada en la constante relegación de las mujeres al polo, supuestamente natural, de la reproducción —haciendo eco de los análisis de Michelle Rosaldo y de la psicoanalista Nancy Chodorow en la misma obra, pero también en consonancia con los Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
14
ÉRIC F ASSIN
trabajos que desarrolla Nicole-Claude Mathieu en Francia en la misma época (1991)—. La antropología cultural de los roles sexuales encuentra así su prolongación en una antropología feminista de la asignación de las mujeres a roles “naturales”. “naturales”. En la segunda obra, publicada simultáneamente, Gayle Rubin propone una relectura femenista de los análisis del parentesco, conjugando a Lévi-Strauss y Lacan, a Engels y Freud. La misma Nicole-Claude Mathieu traducirá ese texto fundador sobre “la ‘economía política’ del sexo”, que lejos de hacer del género el reflejo del sexo biológico recuerda que con el matrimonio los sistemas de parentesco “convierten a los machos y a las hembras en ‘hombres’ y en ‘mujeres’, siendo cada categoría una mitad incompleta que sólo puede encontrar la plenitud en la unión con el otro”. Hoy en día vemos mejor cómo la “valencia diferencial de los sexos” sexos”,, tan estimada por Françoise Héritier, se alejará de las vías del género releyendo a Gayle Rubin: “Hombres y mujeres son, por supuesto, diferentes. Pero no son tan diferentes como el día y la noche”. La perspectiva naturalista, entonces, se invierte: “lejos de ser la expresión de diferencias naturales, la identidad de género es la supresión de similitudes naturales” (1975: 159, 179-180). Sin embargo, al apropiarse del género para desnaturalizar el sexo, los estudios feministas van a oponerse a los trabajos de John Money y Robert Stoller en un punto decisivo: el imperio médico sobre el género no es solamente un saber; es también, inseparablemente, un poder. Dos historias emblemáticas lo muestran simétricamente. Primero, el caso (tristemente) célebre de “John/Joan” proporciona una ilustración espectacular: a este niño le fue amputado el pene después de un accidente ocurrido durante una cirugía en su primer año de vida; luego, por consejo de John Money, le hicieron la ablación de los testículos y lo educaron como niña —el triunfo aparente de esta teoría behaviorista tuvo que ser desmentido en los años ochenta por la persistencia de su identidad masculina en la adolescencia—. Fue solamente a través del suicidio, en 2004, que el hombre casado, que reivindicaba llamarse David Reimer, pudo definitivamente escaparse del dominio médico sobre su identidad de género (Butler, 2006a). Un segundo caso, no menos emblemático, puede ser leído en relación con este primero. El sociólogo Harold Garfinkel, gran figura de Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
EL IMPERIO DEL GÉNERO
15
la etnometodología, relató la siguiente historia en un texto escrito en colaboración con Robert Stoller (Garfinkel y Stoller, 1967). En 1958, Agnès acudió a una consulta: la joven mujer había nacido con sexo masculino, pero declaraba haber visto su cuerpo feminizarse espontáneamente en la pubertad, con c on excepción de los órganos genitales. En otras palabras, se habría tratado, fenómeno raro, de una intersexualidad tardíamente revelada. Psicólogos, Psicólogos, psiquiatras y médicos se pusieron de acuerdo para armonizar, por cirugía, su anatomía con su nueva condición —tanto más porque como mujer era perfectamente “convincente”—. Este artículo sobre el passing , es decir, sobre la capacidad de (hacerse) pasar por , sin ser descubierto, demuestra que el género es una construcción social que se elabora en una serie de interacciones. Ser una mujer (o un hombre) requiere de todo un trabajo que implica, en este caso, a médicos y pacientes: se trata, pues, de una “ejecución”. “ejecución”. Así, la lectura sociológica se reencuentra con el acercamiento psiquiátrico. Pero el apéndice, publicado al final del volumen, reserva una sorpresa: ocho años más tarde, después de la operación, y una vez tranquilizada por un especialista sobre la normalidad de su nueva vagina, Agnès reveló que, a escondidas de todos, había estado tomando estrógenos desde los doce años. Agnès es la imagen en espejo de John/J John/Joan. oan. Su caso, caso, finalmente, finalmente, no se trataba de intersexualidad padecida al momento del nacimiento, sino de transexualidad elegida en la pubertad. En cuanto a David Reimer, aunque su caso sirvió efectivamente para justificar los protocolos aplicados a la intersexualidad, atañe en realidad a una transexualidad accidental. Pero la simetría viene aún más del hecho de que, en su relación con la medicina, Agnès invierte la relación de poder que el segundo padece: lejos de ver que se le asigna una identidad como John/Joan, es Agnès quien consigue imponerla como algo evidente. Sin embargo, lo que las dos historias demuestran también es que los sujetos no tienen el poder de cambiar las reglas del juego. A lo mucho pueden desempeñar su papel, bien o mal, e incluso burlar el control médico a fuerza de saber-hacer, pero sin redefinir los términos. Nunca es replanteada la norma de género. De hecho, tanto John Money, en la universidad Johns Hopkins, Hopkins, como Robert Stoller Stoller,, en la Universidad de California, en Los Ángeles, están al principio en “clínicas de identidad de género género”: ”: Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
16
ÉRIC F ASSIN
el trabajo médico no consiste en absoluto en cuestionar la norma sexual, sino en ayudar a los individuos rechazados por su anomalía a que accedan a la normalidad ajustándose a las expectativas sociales, incluidas las más estereotipadas. Sin duda el género permitió desnaturalizar el sexo, pero el discurso psi , heredado de los años cincuenta y sesenta, lejos de denunciar las convenciones, participa en un trabajo médico de normalización. El objetivo es el passing , conformidad que refuerza la evidencia de la feminidad (como, por supuesto, la de la masculinidad). Así se explica, en respuesta, la virulencia del panfleto que publica en 1979 la feminista Janice Jan ice Raymond Raymond contra contra “el “el imperio imperio transexual” transexual” —a —a riesgo riesgo de confundir confundir en su crítica el poder médico y la demanda de los pacientes, la categoría psi y los sujetos a los que se impone (1981)—: (1981)—: esta polémica alimentará de manera duradera las tensiones políticas con un movimiento “trans”, definido de la misma manera por la cuestión del género. Más allá, sin embargo, el feminismo va a intentar no sólo perseguir la lógica de desnaturalización establecida desde John Money y Robert Stoller alrededor de la categoría del género, sino invertir su perspectiva, para sustituir la tarea de normalización por una operación crítica. Para el feminismo, a diferencia de lo que sucede en el discurso psico-médico, el género no es tanto lo que se debe hacer , como lo sugiere la lectura de Harold Garfinkel, sino sobre todo lo que conviene deshacer , para retomar un título de la filósofa Judith Butler. Dicho de otro modo, importa menos jugar el juego que desbaratarlo. No obstante, esta inversión no implica forzosamente hoy en día, como al final de los años setenta, una oposición a la transexualidad. Al contrario, lejos de sostener los clichés de género, los transgéneros manifestarían, por excelencia, un “trastorno en el género” género”:: es que qu e ellos o ellas —y tal vez la partición de género pierde entonces, al mismo tiempo que su pertinencia, su evidencia— pueden hacer visible la norma, regularmente invisible a fuerza de jugarla, incluso de burlarla para apropiársela (Butler, 2006b). Sin embargo, la noción de género no escapará nunca de manera definitiva de esta ambigüedad fundadora: todavía hoy en día sigue presa en una doble lógica, potencialmente contradictoria, entre categoría normativa y herramienta crítica. Dicho de otro modo, el género es, si no por naturaleza por lo menos de origen, Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
EL IMPERIO DEL GÉNERO
17
un arma de doble filo. Es lo que nunca hay que perder de vista para entender la historia de su circulación, como lo vemos cuando pasamos de la transferencia disciplinaria entre discurso médico y feminista a la transferencia nacional, de una orilla a otra del Atlántico. A NACIONALIZACIÓN NACIONALIZACIÓN DEL GÉNERO L A
A lo largo de los años setenta la apropiación feminista del género se desarrolla sobre un fondo de convergencias transatlánticas. En Estados Unidos la gente se basaba en autores franceses, mientras que en Francia la gente no dudaba en inspirarse en lecturas estadounidenses. Claude Lévi-Strauss encarna bien este doble movimiento: es a partir de la antropología cultural estadounidense que define primero su manera de proceder, y a cambio su obra proporciona un punto de partida a numerosos trabajos en lengua inglesa. Sin embargo, no se trataba sólo de antropología, como ya vimos, sino también de historia y de “nueva historia” —de hecho, más allá del feminismo, las dos disciplinas se cruzaban entonces fácilmente en un intercambio transatlántico entre la historia cultural y la antropología histórica, entre Princeton y la nueva École des Hautes Études en Sciences Sociales—. En cuanto a las pioneras americanas de la historia feminista, ¿no eran frecuentemente especialistas de Francia, donde gozaban de un pleno reconocimiento, como Natalie Zemon Davis? El espacio de los estudios feministas está construido de inicio, por lo tanto, sobre el modelo de las investigaciones investigaciones interdisciplinarias en ciencias humanas; no en la oposición entre modelos nacionales sino en una circulación internacional. Así es como la revista Le Débat invita, en 1981, poco después de su lanzamiento, a la historiadora Joan W. Scott a realizar el balance de “diez años de historia de las mujeres en Estados Unidos”, antes de abrir sus columnas a Arlette Farge, en 1983, para llevar a cabo “Diez años de historia de las mujeres en Francia”. Esta comunidad intelectual transatlántica nacida en los años setenta va a deshacerse primero de manera casi invisible a lo largo de los años ochenta, y luego a partir del bicentenario de la Revolución francesa, y en particular alrededor de la disciplina histórica de manera visible —inDiscurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
18
ÉRIC F ASSIN
cluso espectacular— a mediados de los años noventa. Por lo tanto, lo que ahora importa explicar, después de la convergencia, es la divergencia franco-estadounidense. En Estados Unidos los estudios de género se constituyeron como un verdadero campo durante los años ochenta. De hecho, se institucionalizaron en los campi no solamente a través de artículos y libros, coloquios coloqui os y números especiales, sino también de revistas y congresos, carreras y programas universitarios. Si podemos hablar de campo es porque durante aquel periodo no solamente se desarrollaron referencias comunes, es decir, una cultura científica que se compartía, sino también controversias que lo dividen. Es así como el entusiasmo militante por el descubrimiento de una historia de mujeres se encuentra rápidamente interrogado: en 1983, Joan W. Scott reivindica que “la historia feminista se convierte convierte no en el relato de la gesta de las la s mujeres, sino en la actualización de las operaciones del género, a menudo silenciosas y escondidas, que no por eso dejan de ser fuerzas bien presentes que definen la organización de la mayoría de las sociedades” (1988a: 27). En cambio, en Francia, durante el mismo periodo, los estudios feministas no encontraron realmente un derecho de ciudadanía en el mundo universitario, a pesar del ATP “Investigaciones sobre las mujeres e investigaciones feministas” lanzado por el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) después del coloquio de 1982 en Toulouse sobre Mujeres, Feminismo e Investigación. En el ámbito de la edición, la excepción monumental que constituye la Historia de las mujeres en Occidente —publicada a principios de los años noventa con la dirección de Michelle Perrot y Georges Duby, y aclamada en un coloquio que publica los Annales — no debe disfrazar la ausencia de reconocimiento institucional a los estudios feministas en su conjunto. Para progresar en la carrera universitaria más vale renunciar a este ámbito de investigaciones; en todo caso, es mejor comprometerse en este campo cuando ya se tiene un puesto: a diferencia de lo que constatamos en la misma época al otro lado del Atlántico, no se construye de manera ordinaria un itinerario profesional en los estudios feministas. Un informe del CNRS expone esta preocupación en 1992: “Uno de los talones de Aquiles más visibles de la investigación francesa sigue Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
EL IMPERIO DEL GÉNERO
19
siendo el estudio de las mujeres, y más generalmente el de las relaciones sociales de sexo” (Hurtig, Kail y Rouch, 1991: 6). El desfase entre la institucionalización en Estados Unidos y la falta de reconocimiento en Francia no implica, sin embargo, un divorcio entre los dos lados del Atlántico. Sin duda la mayoría de las investigadoras francesas ven el término gender con prudencia, incluso con desconfianza, prefiriendo justamente el de “relaciones sociales de sexo”. Temen, de hecho, que el género oculte a las mujeres, o, más precisamente, las relaciones de dominación que constituyen la diferencia de los sexos. La reticencia es, entonces, ante todo, de orden político. Se encuentran más cercanas de sus orígenes militantes que sus colegas estadounidenses porque están más alejadas de la constitución de un campo autónomo que está redefiniendo los términos del otro lado del Atlántico. El género, sin embargo, no está ausente de la discusión francesa —como lo prueban el coloquio Sexo y Género, organizado con el auspicio del CNRS en 1989 (Hurtig, Kail y Rouch, 1991), el número de Cahiers du Grif sobre sobre “el género de la historia” (1988) y un expediente de la revista Genèses sobre “Mujeres, género, historia” (1991)—, el diálogo no está roto. Esto se debe a que la cuestión del género no se ha nacionalizado (todavía): aunque el artículo fundador de Joan W. Scott sobre “el género: una categoría categoría útil para el análisis histórico”, histórico”, publicado por primera pr imera vez en 1986, se tradujo muy pronto al francés (1988b), la crítica que se puede leer en esta lengua contra esta nueva aproximación, que se aleja de la historia social clásica, no proviene en un primer momento de los lectores y lectoras francesas, sino de Louise Tilly, quien traduce la revista Genèses (1990). Es en la víspera del bicentenario de la Revolución francesa que el sesgo va a empezar a aparecer a la vista de todos —y de manera aún más significativa porque se trataba de un campo historiográfico donde, hasta entonces, coincidían los investigadores de los dos países en una complicidad intelectual sin problemas—. En Francia la crítica feminista a la “democracia exclusiva”, exclusiva”, según la expresión de Geneviève Fraisse, se encuentra relegada a los márgenes de la conmemoración, pero también de la institución. Más allá del Atlántico, en cambio, los estudios feministas van a aprovechar el lugar que han conquistado para cuestionar la consagración de una visión liberal de la Revolución francesa, recordando, como lo hizo Joan W. Scott, que su Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
20
ÉRIC F ASSIN
universalismo reivindicado instituyó, al mismo tiempo que la partición universalismo entre lo público y lo privado, la segregación entre los sexos, la relegación de las mujeres. No es sino hasta 1995 que un “ensayo sobre la singularidad francesa” publicado por Mona Ozouf, que bosqueja un cuadro del feminismo en blanco y negro y opone rasgo por rasgo a las dos orillas del Atlántico, expone abiertamente una verdadera nacionalización de la cuestión de las relaciones entre los sexos —al mismo tiempo que contribuye a cristalizarlas, bajo el efecto de la controversia (Ezekiel, 1995; Bassin, 1999)—. Para aprehender la genialidad francesa de la feminidad, la historiadora de la Revolución francesa propone, en efecto, una serie de retratos de grandes figuras femeninas —de Madame du Deffand a Simone de Beauvoir— que vinculan una misma interrogación: “¿Por qué el feminismo, cuando lo comparamos con las formas que toma bajo otros cielos, tiene tiene en Francia un aire de tranquilidad, tr anquilidad, de mesura o de timidez según lo que tenemos?” Los otros cielos son, por supuesto, “anglosajones”: por ejemplo, de la violación atribuiríamos “a los Estados Unidos una definición bastante elástica, para ya no estar compuesta sólo por el uso de la fuerza o la amenaza, y para englobar toda tentativa de seducción, aunque esté reducida a la insistencia verbal”. Estaríamos, entonces, en las antípodas del “comercio feliz entre los sexos” —heredado en Francia de los salones aristocráticos— para moderar una u na “democracia extrema” que del otro lado del Atlántico “no pone pone ningún límite l ímite a la idea igualitaria” (Ozouf, 1995: 11, 389, 395). No obstante, este ensayo que tuvo tanta influencia en el espacio público estuvo lejos de generar unanimidad entre los especialistas —aunque muchos admiren su calidad literaria, otros (a veces los mismos) lo acusan de ignorar la historia de Estados Unidos, y, del lado francés, de mantener la ilusión de una “historia sin enfrentamientos”, según Michelle Perrot (Le Débat : 130), mientras favorece “la ocultación de la cuestión de la igualdad” para Geneviève Fraisse (1995: 340)—. Esto, sin embargo, merece ser analizado. Las reacciones no se reparten de ninguna manera según divisiones nacionales: la estadounidense Lynn Hunt Hunt y la francesa Elisabeth Badinter aplauden el ensayo, mientras que la francesa Michelle Perrot y la estadounidense Joan W. Scott coinciden en la crítica política. Po Podemos, demos, entonces, preguntarnos: ¿Por Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
EL IMPERIO DEL GÉNERO
21
qué el género se ha convertido hoy en día en un asunto de interés nacional? Es justamente lo que confirma la respuesta de Mona Ozouf a sus críticas: lo que se le reprocharía es que “no usa esta noción de ‘género’ convertida en el concepto multiusos de la historia de las mujeres”; ahora bien, el gender sería “una palabra casi intraducible en francés” (Le Débat , 1995: 139, 143). No obstante, ni siquiera es necesario importarla: desde la escuela primaria todos los niños de Francia escuchan hablar de género, al mismo tiempo que de número. Y este uso gramatical no está tan alejado del concepto feminista: después de todo, para no tomar más que un ejemplo, si la luna y el sol cambian de género al pasar del francés al alemán se debe a que lo arbitrario del signo no remite a la naturaleza de las cosas, sino a una convención social. Si para Mona Ozouf la palabra es “intraducible” es porque así la hizo, no en función de alguna propiedad lingüística esencial esencial del francés o del inglés, ni de algún rasgo inmemorial de la cultura nacional de un país u otro, sino en razón de una nacionalización de los retos científicos y políticos del género; en resumen, debido a una historia. ¿Cómo comprender lo que se impuso en el transcurso de los años noventa como una evidencia compartida tanto en el mundo universitario como en el debate público: a saber, que el gender se reduciría a su origen para no tener sentido más que en el contexto de la cultura política estadounidense, donde fue formulado por primera vez? La génesis de este lugar común debe menos a las controversias en el mundo universitario —es importante anotarlo— que a los debates en el espacio público. De hecho, más allá de las conmemoraciones históricas, el año del bicentenario de la Revolución francesa fue también el de la caída del muro de Berlín y el de la primera disputa sobre el velo islámico en Francia. Dicho de otra manera, el del final del marxismo como “horizonte insuperable”, según la famosa expresión de Sartre, y el del principio de las polémicas que oponen la Francia republicana al multiculturalismo considerado “estadounidense”. De hecho, es precisamente en 1989 cuando se invierte el sentido de la “retórica de América” (Mathy,, 1993), particularmente en el discurso liberal que dominaba el (Mathy paisaje intelectual francés desde los años ochenta. Durante este decenio “América” había proporcionado el modelo de una Revolución liberal, en Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
22
ÉRIC F ASSIN
contraste con el Terror Terror francés y sus prolongaciones marxistas; a partir de 1989 iba a encarnar, en materia de política minoritaria, los excesos de las “pasiones democráticas”; en otras palabras, los de una igualdad sin freno. Resumiendo, “en las polémicas, el ‘PC’ de lo ‘políticamente correcto’ reemplazó al PC del partido comunista: a partir de entonces ‘América’ encarnaba el antiliberalismo” antiliberalismo” (Bassin, 1993a; 1994; 2001: 82). En efecto, la disputa de lo “políticamente correcto” es importada a Francia por intelectuales liberales neotocquevilianos, antes fervientes fer vientes admiradores de América, quienes de repente se convirtieron al antiamericanismo —como François Furet y Philippe Raynaud, especialistas en historia política— en Le Débat y en las Notas de la fundación SaintSimon, pero también en Le Nouvel Observateur y Libération . Así fue como la ofensiva lanzada en 1990 en Estados Unidos por intelectuales neoconservadores contra la izquierda radical de los campi encontró un relevo en Francia a partir de 1991, no solamente a la derecha sino también a la izquierda. En otras palabras, la batalla política entablada en la vida intelectual al otro lado del Atlántico se transforma, en su versión francesa, en un contraste nacional entre dos culturas políticas. Esta nacionalización culturalista de las divisiones políticas fija la mirada sobre el conjunto de las políticas minoritarias, prohibiendo en particular a los descendientes de inmigrantes existir como sujetos políticos, so pena de contravenir el universalismo que supuestamente define la República: hacía falta prevenir a la nación francesa contra todo comunitarismo “a la gringa”. La polémica contra lo “políticamente correcto” encontrará, sin embargo, una prolongación específica en los ataques contra lo “sexualmente correcto” (Fassin, 1991, 1993b, 1997). Aunque esta expresión, utilizada para denunciar la politización del género gé nero y la sexualidad, en particular en las violencias hacia las mujeres, data de 1993 tanto en francés como en inglés, la carga es lanzada por primera vez en 1991, cuando el juez negro Clarence Thomas es acusado de acoso sexual por la jurista negra Anita Hill, su antigua subordinada, en la víspera de ser confirmado por el Senado para llegar a la Corte Suprema. La resonancia de las audiencias supera ampliamente las fronteras de Estados Unidos: en Francia nos escandalizamos fácilmente no por el acoso sino por la denuncia. La ensayista Elisabeth Badinter se rebela en Le Nouvel Observateur (1991) contra una verdadera “cacería de Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
EL IMPERIO DEL GÉNERO
23
brujas” que sería imputable a una herencia puritana —antes de utilizar los análisis de Michèle Sarde, universitaria francesa emigrada a Estados Unidos, para alabar los encantos de la mixidad francesa—: “las feministas estadounidenses reprochan con frecuencia a las francesas su connivencia con los hombres. Es cierto que, más allá de las polémicas y críticas que opusieron a hombres y mujeres, la francesa nunca ha roto totalmente el diálogo con su cómplice” (Badinter, 1992; Sarde, 1984, 2007). Según Elisabeth Badinter, Badinter, la singularidad francesa prepara así el terreno de la excepción francesa para Mona Ozouf. Aunque la tesis de Ozouf es discutida, sus críticas se ins inscribían, cribían, incluso antes de la publicación de su ensayo, en una perspectiva sobre el género formulada en términos nacionales. Sucede lo mismo con Michelle Perrot en un balance sobre la historia de las mujeres que publica un año antes en Estados Unidos. La historiadora justifica en estos términos la mixidad constantemente reivindicada de la Historia de las mujeres en Occidente , incluso en la dirección del proyecto compartido con Georges Duby: “debilidad objetiva”, “falta de ambición”, pero “nuestra actitud ilustra también la vía que, por coacción y por elección, hemos seguido: la de la integración, más que de la secesión, que caracteriza, de una manera general, la del feminismo francés”. Y vuelve sobre esta hipótesis: “En Francia las mujeres tienen más bien el deseo de evitar todo enfrentamiento con el otro sexo, incluso la voluntad de estar de acuerdo con él”. Esto sería por razones que vienen de la cultura política: “La ‘conciencia de género’, el ‘nosotras’ ‘nosotras’ de las mujeres francesas no puede, en esta democracia individualista, alcanzar el nivel o por lo menos tomar las mismas formas que en la sociedad comunitarista estadounidense” (1994: 55-56). Si Michelle Perrot hace aquí aparentemente la promoción de Mona Ozouf, a quien no dejará de criticar poco después, no es sólo porque cada una retoma el argumento reconfortante propuesto por el historiador de las ideas Pierre Rosanvallon (1993) sobre otra especificidad francesa, menos halagadora, casi embarazosa a la hora en que emergen justamente las reivindicaciones paritarias: el retraso en materia de sufragio femenino. Es también porque ambas se inscriben en un mismo espacio público, francés, definido por la importación de las controversias sobre lo “políticamente correcto” y lo “sexualmente correcto”. Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
24
ÉRIC F ASSIN
Porque el rechazo a los estudios feministas es también el rechazo al feminismo: si el gender es relegado como una extrañeza extranjera intraducible, que calificamos de buena gana de “anglosajona”, es porque, en un contexto de fuerte politización de las cuestiones sexuales al otro lado del Atlántico, aparece como portador de un proyecto crítico que pone en duda la visión consensual de una armonía entre los sexos inherente a la cultura francesa. Es entonces, al final de un proceso político, que el mundo culto francés cierra la puerta al género. El rechazo a establecer un diálogo con los trabajos de lengua inglesa sobre el gender , a pesar de una retórica de cientificidad, se debía menos a las exigencias del campo científico que a las lógicas del debate público, ya que el culturalismo de la “retórica de América” remitía a un nacionalismo que estaba en el aire del tiempo republicano. Si el género no tenía derecho de ciudadanía en Francia, y particularmente en el campo universitario, es porque aparecía como una herramienta crítica. Asimismo, cabe subrayar la ironía de esta nacionalización del género con espejismo transatlántico en la primera mitad de los años noventa. Si en Francia el mundo universitario, más deseoso de autonomía científica después de las contrariedades ideológicas de los años setenta y las renuncias de los ochenta, acusaba a los estudios feministas de ser aun menos científicos que comprometidos (Lagrave, 1990), es precisamente la debilidad institucional en este ámbito de investigación lo que los hacía más vulnerables a las órdenes del espacio público. Si en Estados Unidos el reconocimiento permitió la constitución de un campo autónomo, en Francia, paradójicamente, la falta de reconocimientoo hizo el juego de la heteronomía, y la distancia se mide, reconocimient entonces, con la fortuna (o el infortunio) del concepto género. ¿UN IMPERIALISMO DEMOCRÁTICO? En 1997, la historiadora Françoise Thébaud, quien había dirigido el quinto y último volumen de la Historia de las mujeres , publicó una síntesis particularmente rica sobre este campo historiográfico. La autora inscribía su obra en reacción al ensayo de Mona Ozouf y en el “nuevo empuje de antiamericanismo centrado en la denuncia de la Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
EL IMPERIO DEL GÉNERO
25
political correctness y de los prejuicios del feminismo del otro lado del
Atlántico en la sociedad sociedad y la universidad” universidad”.. De hecho, hecho, si la tercera tercera parte, sobre “El tiempo del gender ”, ”, conservaba el término en inglés, al lado de una historiografía estadounidense, los volúmenes de Historia de las mujeres fueron presentados como “El gender a la francesa”. Françoise Thébaud terminaba su introducción confesando haber vacilado mucho sobre la elección del título, con variantes en particular sobre una versión “cronológica: ‘De la historia de las mujeres a la historia de las relaciones entre los sexos’, o: ‘De la historia de las mujeres a una lectura sexuada de la historia’, o incluso: ‘De la historia de las mujeres a una historia del género’” (Thébaud, 1997: 22). La historiadora había ophistoire ire des femmes , pero en 2007, para la tado finalmente por Ecrire l’ histo reedición, esta solución más neutra se ve completada por et du genre . Diez años antes todavía había que disculparse por hablar de género: el mismo historiador Alain Corbin, ¿no evocaba e vocaba en el prefacio “el debate que opone una historia anglosajona dominante a una historia nacio nal que clama su diferencia”, para preocuparse de la eventual “desaparición de la especificidad francesa”? (1997: 11). De la ocultación al alarde: éste es el itinerario del género en Francia durante el último decenio, que resume este ejemplo editorial. Al contrario de lo que sucedía ayer, hoy en día la palabra se escribe fácilmente en francés y sin comillas: desde los años 2000, se le encuentra, cada día más, en el campo universitario en títulos de artículos y libros, así como en los de revistas y colecciones editoriales; incluso en categorías institucionales del mundo de la investigación. Las traducciones constituyen un buen indicador. Después de su artículo inaugural sobre el género, publicado en 1988, la historiadora Joan W. Scott no fue muy traducida al francés, hasta la aparición, en 1998, de La citoyenne paradoxale , en donde, en tanto respuesta a Mona Ozouf, establece un vínculo entre la crítica feminista a la Revolución francesa y la actualidad de la reivindicación paritaria (Scott, 1998, 2005). En cuanto a Gender Trouble , la obra que la filósofa Judith Butler publica en Estados Unidos en 1990, hubo que esperar hasta 2005 para contar con una traducción al francés, aun cuando esta obra ya había sido traducida a otras dieciséis lenguas (Butler, 2005).
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
26
ÉRIC F ASSIN
¿En qué contexto social se inscribe la entrada del género, concepto crítico, en la caja de herramientas científicas? Desde finales de los años noventa, y aún más en la primera década del siglo XXI, en Francia el género ya no se esconde, se reivindica. Ya Ya no es un estigma; hasta puede rendir beneficios simbólicos. Empezamos a hacer una carrera profesional profesio nal en el género, como lo atestiguan las tesis y subvenciones de investigación, que esperan la confirmación de puestos. Por supuesto encontramos todavía reacciones muy significativas por su hostilidad: van de la Comisión General de Terminología Terminología y Genealogía, que publica en 2005 una “recomendación sobre los equivalentes franceses del gender ” en el Journal officiel , al Consejo Pontifical para la Familia, del que podemos leer el mismo año un Léxico de los términos ambiguos y controvertidos , donde el género es objeto de tres artículos hostiles; en otros términos, del Estado francés al Vaticano (Fassin, (Fassin, 2008). No importa: ayer vilipendiado, el género es hoy más legítimo, incluso a la moda, como lo demuestran las revistas… Lo que no ocurre sin una banalización, con el riesgo de debilitar lo que Joan W. W. Scott llamaba su “filo crítico”: en 1999, en un nuevo prefacio a su compilación fundadora, la historiadora se muestra preocupada por semejante evolución en la lengua inglesa: “mientras que nos acercamos al final de los años noventa, el ‘género’ ‘género’ parece haber perdido su capacidad de asombrarnos y provocarnos. En Estados Unidos ya forma parte del ‘uso ordinario’: lo proponemos comúnmente como sinónimo de mujeres, de diferencia entre los sexos, de sexo. A veces significa las reglas sociales impuestas a hombres y mujeres, pero raras veces se remite al saber que organiza nuestras percepciones de la ‘naturaleza’” (Scott, 1999: xiii). ¿Cómo entender este notable cambio de la ilegitimidad a la banalización? Precisémoslo primero: por supuesto, no hace falta deducir deduc ir que no es que las preguntas sexuales no se plantearan en la Francia de principios de los años noventa; es más bien que no eran externadas —era más difícil hacerlo a causa de esta ilegitimidad—. No atormentaban menos a la sociedad francesa. Después de todo, es justamente durante este periodo de antifeminismo que emerge, con la toma de conciencia de una exclusión política, la reivindicación paritaria, pero también es cuando se vota la primera ley sobre acoso sexual, en 1992, mientras que el mismo año una encuesta sobre sexualidad —que anuncia la gran Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
EL IMPERIO DEL GÉNERO
27
Encuesta sobre las violencias hacia las mujeres que publican el Institut National d’Études Démographiques ( INED) y el Institut National de la Statistique et des Études Économiques (INSEE) en 2003— revela, de paso, un problema que contribuye también a cuestionar la visión conciliadora de un “suave comercio” entre los sexos. Es necesario, entonces, invertir la perspectiva: la nacionalización del género no debe interpretarse como el signo de una armonía preestablecida que la amenaza extranjera de una americanización vendría a perturbar; es, al contrario, en reacción contra un malestar en “el orden simbólico” —cuyos síntomas empiezan a aparecer en la sociedad— que la cultura nacional es invocada con la esperanza de conjurarlo. El culturalismo tiene como objetivo prevenir la politización de las cuestiones sexuales en el momento mismo que ésta emerge, remitiéndola fuera de Francia Francia,, hacia la extrañeza o singularidad de “América”. En otros términos, se trata otra vez de hacer política. Lo que cambia a finales de los años noventa no es, entonces, la politización, ya inscrita en el paisaje francés a principios del decenio, sino la legitimidad de esta politización. Una vez más, el contexto político viene a aclarar las condiciones sociales de la conceptualización. En efecto, es debido a que las cuestiones sexuales se vuelven de actualidad en el debate público que la cuestión del género se convierte en “buena para pensar”, incluso en el campo universitario. En 1997, la inesperada llegada al poder de la “izquierda plural” lanza un doble debate, a la CS —o pacto civil de solidaridad vez, sobre lo que será en 1999 el Pa CS destinado a las parejas, del mismo sexo o no— y sobre la paridad en los mandatos electorales y las funciones electivas, lo que da lugar el mismo año a una revisión de la Constitución. Mientras que, anteriormente, y como lo vimos, desde 1989 las políticas minoritarias eran recusadas para evitar toda americanización de la cultura francesa, actualmente son las cuestiones de sexualidad y género las que irrumpen en el debate público, con la prostitución y la pornografía, el acoso sexual y la violencia hacia las mujeres. Luego, entonces, es el turno de Francia: lo que se veía como extraño para su cultura ahora define el debate público. La politización de las cuestiones sexuales se convierte en un asunto de actualidad (Fassin, 2006c).
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
28
ÉRIC F ASSIN
Este cambio se acompaña de un vaivén fuera de la lógica estrictamente nacional. El rechazo al género significaba ayer la excepción francesa; la suscripción al género señala hoy en día la inscripción en la modernidad occidental. El género ya no es el síntoma de un malestar en la cultura americana; se ha convertido en el emblema de la democracia. De hecho, convendría hablar de internacionalización más que de americanización —como lo demuestra la influencia en este ámbito, en el caso de la ley francesa sobre el acoso sexual, de la Unión Europea, pero también de organizaciones internacionales—, y es así como en 1995, en el marco de la conferencia de Pekín sobre las mujeres, auspiciada por la Organización de las Naciones Unidas, muchos, al igual que el Vaticano, toman conciencia de que el género está a punto de ser un lenguaje privilegiado de la modernidad democrática. Sin embargo, después del 11 de septiembre de 2001 la nueva geopolítica del género no avanza sin traer, también, nuevos problemas. De hecho, lo que he propuesto llamar la “democracia sexual”, es decir, la desnaturalización del orden de los sexos y de las sexualidades en nombre de los principios políticos de libertad e igualdad, se encuentra inserto en la retórica del “confli “conflicto cto de las civilizaciones” (Fassin, (Fassin, 2006a, 2007): el argumento propuesto por el experto conservador Samuel Huntington (1993) después del final de la guerra fría es revisado por los politólogos Ronald Inglehart y Pippa Norris (2003), para quienes el “verdadero conflicto de las civilizaciones” sería sexual, y estaría fundado sobre un abismo irreducible entre las culturas “occidental” y “musulmana” que se manifiesta en los desafíos alrededor del velo islámico, de los matrimonios forzados y de la poligamia, de la mutilación de los genitales y, más generalmente, de la condición de las mujeres, pero también de los homosexuales, de la despenalización de la sodomía al principio del matrimonio: se trata, a la vez, de igualdad entre los sexos y de libertad sexual. En nombre de la democracia sexual se pone en marcha el nuevo orden internacional y, y, efecto perverso que se concibe fácilmente, la crítica al imperialismo se acompaña a menudo hoy en día, y no solamente en el mundo musulmán, de una politización reaccionaria contra el imperio de la democracia sexual. Por supuesto el reto no concierne solamente al ámbito académico, pero es en este amplio contexto donde se despliega en la actualidad la Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
EL IMPERIO DEL GÉNERO
29
política científica del género. Figuras centrales en la historia de este concepto no se equivocaron: hoy en día toman por objeto de reflexión los usos imperialistas del género en el escenario internacional, como lo hace Judith Butler (2008) en un recorrido que la lleva de Guantánamo al Vaticano, pasando por los Países Bajos de Pim Fortuyn y Theo van Gogh, o en Francia, al igual que Joan W. Scott (2007) en su ensayo histórico sobre el velo islámico; después de todo, ¿la igualdad entre los sexos no se ha convertido, durante la campaña presidencial de Francia en 2007, en un ejemplar de la identidad francesa, si escuchamos a Nicolas Sarkozy? Lejos de las la s supuestas incompatibilidades incompatibilidades entre culturas cultura s nacionales, estas teóricas estadounidenses coinciden coinciden con una feminista igualmente igu almente comprometida desde hace mucho tiempo con la tarea de pensar el género, como lo es Christine Delph D elphyy (2006), (200 6), quien intenta desmontar la oposición entre “antisexismo” y “antirracismo” como “un falso dilema” (Fassin, 2006b), o con una socióloga como Nacira Guénif-Souilamas (2004), quien trata de pensar los términos de una resistencia de las beurettes (jóvenes mujeres árabes) en el manifiesto feminista contra “el muchacho árabe” (Butler et al .,., 2007). Esta conciencia del nuevo contexto afecta también a la antropología, como sucede con Ann L. Stoler (2008), cuyo trabajo histórico sobre la política colonial de la intimidad aclara la actualidad del biopoder sexual, y con Saba Mahmood (2005), feminista pakistaní pakista ní establecida en Berkeley que ha teorizado su etnografía de la piedad femenina en Egipto a la luz de la intervención estadounidense en Afganistán —que la esposa del presidente Bush justificaba justif icaba en nombre de la emancipació emancipaciónn de las mujeres—, lo mismo m ismo que los análisis de Nilüfer Göle (2003), profesora-investigadora turca en París, sobre el velo en Turquía, Turquía, releídos bajo una nueva luz después del 11 de septiembre. En resumen, el abismo transatlántico se reduce hoy en día no sólo porque Francia finalmente, renunciando a reivindicar una singularidad, se suma con las otras naciones al género, sino también porque el feminismo, tanto en su versión universitaria como en sus prácticas militantes, es atravesado, en los dos lados del Atlántico, por una misma tensión que resulta de los usos imperialistas del género. Esta cuestión fue planteada desde finales de los años noventa en Francia: ¿Qué es lo Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
30
ÉRIC F ASSIN
que la legitimidad hace al género? Pero puede ser reformulada, y el rasgo se endurece después del 11 de septiembre de 2001: ¿en qué se convierte una herramienta crítica cuando es utilizada con fines normativos? Como ya vimos, la tensión entre los dos proyectos está inscrita en la historia del género: en los años setenta las feministas estadounidenses lo tomaron del discurso psicomédico, que lo desarrollaba desde los años cincuenta, para conservar sólo la desnaturalización, invirtiendo su perspectiva normativa para privilegiar una interrogación crítica. La coyuntura histórica en la cual se inscribe nuestra actualidad es la de la imagen en el espejo: la nueva retórica de la democracia sexual es, sin duda, explícitamente política, y el supuesto anclaje en una cultura “occidental” no nos hace volver a alguna naturaleza de la diferencia de los sexos, pero esta vez las políticas de los Estados se apropian el concepto que el feminismo había desviado con la intención de transformar la mirada crítica en proyecto normativo. En cualquier caso, observamos, sin embargo, que la ambigüedad del género proviene del contexto político. ¿Estará la autonomía científica constantemente amenazada por la heteronimia? Sin duda, algunos verán la confirmación de su desconfianza ante un concepto “impuro”, en tanto que es tachado de político, pero la historia que acabamos de reconstruir podría, a la inversa, incitar, por lo menos es la intención que la guía, a la toma de conciencia de que no hay concepto “puro”, independiente del contexto de su emergencia o importación. Las herramientas con las cuales trabajan las ciencias sociales no escapan nunca a su naturaleza social. La ventaja de los conceptos politizados abiertamente, desde el mismo punto de vista de la cientificidad, es que no permiten que nos ceguemos sobre esta verdad. El género nos compromete, así, a no ocultar la historicidad de las nociones con las que trabajamos. Al contrario de las ciencias “duras”, es en el terreno de la historia donde se construye la arquitectura de las ciencias sociales, y en este paisaje movedizo, casi surrealista, nuestras herramientas conceptuales se revelan como escaparates flexibles impregnados de historia.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
EL IMPERIO DEL GÉNERO
31
BIBLIOGRAFÍA Le Nouvel Nouvel Observateur (17-23 B ADINTER , Elisabeth. “La chasse aux sorciers”. Le de octubre de 1991).
_____. XY XY.. De l’identité masculine . París: Odile Jacob, 1992. BUTLER , Judith. Trouble dans le genre. Le féminisme et la subversion de l’identité, trad. Cynthia Kraus. París: La Découverte, 2005 (reimpresión, 2006). _____. “Doing justice to someone: Sex reassignment and allegories of transsexuality”. En Undoing Gender. Nueva York/Londres: Routledge, 2006a, pp. 57-74. (Traducción al francés: “Rendre justice à David. Réassignation de sexe et allégories de la transsexualité”. En Défaire le genre, trad. Maxime Cervulle. París: Éditions Amsterdam: 2006a, pp. 75-93.) _____. “Undiagnosing gender”. En Undoing Gender. Nueva York/Londres: Routledge, 2006b, pp. 75-101 (T (Traducción raducción al francés: “Dédiagnostiquer le genre”. En Défaire le genre, trad. Maxime Cervulle. París: Éditions Amsterdam: 2006b, pp. 95-122.) _____. “Sexual politics, torture, and secular time”. The British Journal of Sociology , vol. 59, núm. 1 (2008): 1-23. BUTLER , Judith, Éric Fassin y Joan W. Scott. “Pour ne pas en finir avec le ‘genre’”. Sociétés & Représentations: (En)quêtes de genre , núm. 24 (noviembre de 2007): 285-306. C ALIFIA , Patrick. Sex Changes. Transgender Politics . San Francisco: Cleis Press, 2003 (1997). DELPHY , Christine. “Antisexisme ou antiracisme? Un faux dilemme”. Nouvelles Questions Féministes. Sexisme et racisme: le cas français , vol. 25, núm. 1 (2006): 59-83. EZEKIEL, Judith. “Antiféminisme et anti-américanisme: un mariage politiquement réussi”. Nouvelles Questions Féministes , 17 (1995): 59-76. F ASSIN, Éric. “Pouvoirs sexuels: le juge Thomas, la Cour Suprême et la société américaine”. Esprit , núm. 12 (diciembre de 1991): 102-130. _____. “La chaire et le canon. Les intellectuels, la politique et l’Université aux Etats-Unis”. Annales ESC , núm. 2 (marzo-abril de 1993a): 265-301. _____. “Dans des genres différents: le féminisme au miroir transatlantique”. Esprit , núm. 11 (noviembre de 1993b): 99-112. Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
32
ÉRIC F ASSIN
_____. “Political Correctness en version originale et en version française. Un malentendu révélateur”. Vingtième Siècle , núm. 43 (julio-septiembre de 1994): 30-42. _____. “Le ‘date rape’ aux États-Unis. Figures d’une polémique”. Enquête , núm. 5 (1997): 193-222. _____. “The purloined gender. American feminism in a french mirror”. French Historical Studies , 22: 1 (invierno de 1999): 113-138. _____. “Good Cop, Bad Cop. Modèle et contre-modèle américains dans le discours libéral français depuis les années 1980”. Raisons Politiques . Le moment tocquevillien, núm. 1 (febrero de 2001): 77-87. _____. “Le genre aux États-Unis”. En Quand les femmes s’en mêlent. Genre et pouvoir , coordinado por Christine Bard, Christian Baudelot y Janine Mossuz-Lavau. París: París: La Martinière, 2004, pp. 23-43. _____. “La démocratie sexuelle et le conflit des civilisations”. Multitudes , “Postcolonial et politique de l’histoire”, núm. 26 (otoño de 2006a): 123-131. _____. “Questions sexuelles, questions raciales. Parallèles, tensions et articu_____. lations”. En De la question sociale à la question raciale?, coordinado por Didier Fassin y Éric Fassin. París: La Découverte, 2006b: 230-248. _____. “The rise and fall of sexual politics. A transatlantic comparison”. Public Culture , 48, vol. 18, núm. 1 (2006c): 79-92. _____.. “Les frontières sexuelles de l’Etat _____ l’Etat”. ”. En L’inversion de la question homosexuelle (2005). París: Éditions Amsterdam, 2008: 115-126. F AUST AUSTO O-STERLING, Anne. “Of gender and genitals. The use and abuse of the modern intersexual”. En Sexing the Body. Gender Politics and the Construction of Sexuality . Nueva York: BasicBooks, 2000. Muse de de la raison. Démocratie et exclusion des femmes en FRAISSE, Geneviève. Muse France . París: Gallimard, 1995, pp. 340-341. ARFINKELL, Harold, y Robert Stoller. “Passing and the managed achievement G ARFINKE of sex status in an ‘intersexed’ person”. En Studies in Ethnomethodology . Cambridge: Polity Press, 1984 (1967), pp. 116-185, y el apéndice, pp. 285-288. (Traducción al francés: “‘Passer’ ou l’accomplissement du statut d’Ethnométhodologie odologie . París, sexuel chez une personne intersexuée”. Etudes d’Ethnométh PUF.)
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
EL IMPERIO DEL GÉNERO
33
Genèses. Sciences Sociales et Histoire. Femmes, genre, histoire , núm. 6, coordi-
nado por Susanna Magri y Eleni Varika (diciembre de 1991). GÖLE, Nilüfer. Musulm Musulmanes anes et modernes. Voile et civilization en Turquie . París: La Découverte, 2003 (1993). GUÉNIF-SOUILAMAS, Nacira, y Éric Macé. Les féministes et le garçon arabe . París: L’Aube, 2004. HUNTINGTON, Samuel P. “The clash of civilizations?” Foreign Affairs, vol. 72, núm. 3 (1993). HURTIG, Marie-Claude, Michèle Kail y Hélène Rouch (coords.). Sexe et genre. De la hiérarchie entre les sexes, París: CNRS Éditions, 1991 (reimpresión, 2002). INGELHART, Ronald, y Pippa Norris. “The true clash of civilizations”. Foreign Policy, núm. 135 (marzo-abril de 2003). J AMI, Irène. “Sexe et genre: les débats des féministes dans les pays anglosaxons, 1970-1990”. Cahiers du Genre. La distinction entre sexe et genre. Une histoire entre biologie et culture , núm. 34, (2003): 127-147. L AGRA AGRAVE VE, Rose-Marie. “Recherche féministe ou recherche sur les femmes”. Actes de la Recherche en Sciences Sociales , 83 (junio de 1990): 27-39. Le Débat. Femmes: une singularité française? (alrededor de Palabras de la mujer ,
con la colaboración de Bronislaw Baczko, Elisabeth Badinter, Lynn Hunt, Michelle Perrot y Joan W. Scott, y una respuesta de Mona Ozouf), núm. 87 (noviembre-diciembre de 1995): 117-146. Les Cahiers du Grif. Le genre de l’histoire , núms. 37-38 (1988). Feminist st Subject . M AHMO AHMOOD OD, Saba. Politics of Piety. The Islamic Revival and the Femini Princeton:: Princeton University Press, 2005. Princeton
M ATH ATHIEU IEU, Nicole-Claude. “Homme-culture et femme-nature?” L’anatomie politique. Catégorisations et idéologies de sexe . París: Côté-femmes, 1991 (publicado por primera vez en 1973), pp. 43-61. M ATH ATHY Y , Jean-Philippe. Extrême Occident: French Intellectuals and America . Chicago: The University of Chicago Press, 1993. MEYEROWITZ, Joanne. How Sex Changed. A History of Transsexuality in the United States . Cambridge: Harvard University Press, Press, 2002.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
34
ÉRIC F ASSIN
MONEY , John, y Anke Ehrhardt. Man and Woman, Boy and Girl. Gender Identity from Conception to Maturity . Baltimore: Joh Baltimore: Johns ns Hopkins Hopkins Universi University ty Press, 1972. O AKLEY , Ann. Sex, Gender and Society . Londres: Temple Smith, 1972. ORTNER , Sherry. “Is female to male as nature is to culture?” Women, Culture, and Society , dir. por Michelle Zimbalist Rosaldo y Louise Lamphere. Stanford: Stanford University Press, 1975, pp. 67-87. OZOUF, Mona. Les mots des femmes. Essai sur la singularité française . París: Fayard, 1995 (reedición de “Tel”, Gallimard, 1999, epílogo: 399-421). PERROT, Michelle. “Où en est l’histoire des femmes en France?” French Politics & Society, vol. 12, núm 1 (invierno de 1994): 39-57. AYMOND MOND, Janice G. L’empire transsexuel , trad. Jeanne Wiener-Renucci. París, R AY Le Seuil, 1981. (Título en inglés: The Transsexual Empire. The Making of the She-Male . Nueva York: Teachers College Press, 1979.) EDICK , Alison. Amer American ican History History XY XY.. The The Medical Medical Treat reatment ment of of Intersex Intersex,, 19161916R EDICK 1955 . Tesis doctoral, New York University, 2004, 342 pp.
R OSANVALLON “L’histoire du vote des femmes: réflexion sur la spéciOSANVALLON, Pierre. “L’histoire ficité française”. En Femmes et histoire, dir. por Georges Duby y Michelle Perrot. París: Plon, 1993. UBIN, Gayle. “The traffic in women: notes on the ‘political economy’ of R UBIN sex”. Toward an Anthropology of Women, dir. por Rayna R. Reiter. Nueva York/Londres: Y ork/Londres: Monthly Review Press, 1975, pp. 157-210. (T ( Traducción al francés: “L’économie politique du sexe. Transactions sur les femmes et systèmes de sexe/genre”, de N.C. Mathieu. Cahiers du CEDREF , núm. 7, 1999.)
S ARDE, Michèle. Regard sur les françaises . París: Stock, 1984. _____. De l’alcôve à l’arène. Nouveau regard sur les françaises . París: Robert Laffont, 2007. SCOTT, Joan W. “Women’s history”. Gender and the Politics of History . Nueva York: Y ork: Columbia University Press, Press, 1988a. _____. “Genre: une catégorie utile d’analyse historique”. Les Cahiers du Grif. Le genre de l’histoire , núms. 37-38 (1988b): 15-153.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
EL IMPERIO DEL GÉNERO
35
_____. La citoyenne paradoxale. Les féministes françaises et les droits de l’homme . París: Albin Michel, 1998. _____. “Preface”. Gender and the Politics of History . Nueva York: Columbia University Press, 1999 (1988). _____. Parité! L’universel et la différence des sexes . París: Albin Michel, 2005. _____. The Politics of the Veil . Princeton: Princeton University Press, 2007. STOLER , Ann L. “Imperial debris: Reflections on ruins and ruinations” ruinations”.. Cultural Anthropology , vol. 23, núm. 2 (mayo de 2008): 191-219. STOLLER , Robert. Sex and Gender. On the Development of Masculinity and Feminita . Nueva York: Science House, 1968. (Traducción al francés: Recherches sur l’identité sexuelle . París: Gallimard, 1978.) THÉBAUD, Françoise. Ecrire l’histoire des femmes . Lyon: ENS Editions, 1997. (Reeditado con el título Ecrire l’histoire des femmes et du genre , 2007.) TILLY , Louise A. “Genre, histoire des femmes et histoire sociales”. Genèses , núm. 2 (diciembre de 1990): 148-166.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 11-35
La teoría literaria feminista y sus lectoras nómadas Nattie Golubov * ESUMEN R ESUMEN
En este texto se presenta una breve recapitulación acerca de cómo, en las teorías literarias feministas que más influencia han tenido en los estudios literarios académicos, las categorías mujeres y mujer han dejado de ser conceptos esencialistas y se han convertido en signos que adquieren sentido en contextos discursivos específicos. Para realizar este recorrido, primero se traza esta trayectoria como se ha hecho convencionalmente, una historia lineal que va del reduccionismo esencialista al postestructuralismo, para proponer después una interpretación distinta que destaca la ubicación y el papel de la lectora feminista. En el ensayo se propone que esta lectora es una entidad nómada y un locus de enunciación producto de la teorización feminista en general, una lectora que transita libre pero intencionadamente entre muchas perspectivas interpretativas, que incluyen al lector implícito en el texto y a la lectora situada contextualmente. Palabras clave: teoría literaria feminista , esencialismo, locus de enunciación, interpretación feminista . BSTRACT A BSTRACT
This paper revisits two foundational essays that have reshaped the field of feminism, gender and literary studies. I show how the category of woman has been unpacked and the ways it has shifted to become a contested sign that acquires meaning in specific discursive contexts. The essay maps a conventional trajectory that begins with essentialist reductionism, ends with poststructuralism, and continues to offer another interpretation of this history, which underlines the role of the feminist reader. This essay proposes that this reader is a nomadic entity and a locus of enunciation, a product of feminist theory in general, a reader that freely though intentionally moves between many interpretive perspectives perspectives that include that of the reader implicit in the text as well as that of the contextually situated reader. literary theory theory , essentialism, locus of enunciation, feminist interpret interpretation ation. Key words: feminist literary
* Centro de Investigaciones sobre América del Norte, Universidad Nacional Autónoma de México. Correo electrónico: electró nico:
.
38
N ATTIE GOLUBOV
En este ensayo voy a presentar una breve recapitulación acerca de cómo, en las teorías literarias feministas que más influencia han tenido en los estudios literarios académicos, las categorías mujeres y mujer han dejado de ser conceptos c onceptos esencialistas y se han convertido en signos que adquieren sentido en contextos discursivos específicos.1 Para efectuar este recorrido trazaré primero esta trayectoria tal y como se ha hecho convencionalmente, convencionalmen te, como una historia lineal que va desde el reduccionismo esencialista hasta el postestructuralismo, para proponer después una interpretación distinta de esta historia que destaca la ubicación y el papel de la lectora feminista específicamente. Propongo que esta lectora es una entidad nómada y un locus de enunciación producto de la teorización feminista en general, una lectora que transita libre pero intencionadamente entre muchas perspectivas interpreta tivas, tivas, que incluyen al lector implícito en el texto y a la lectora situada contextualmente. Aunque esta lector lectoraa puede constr construirse uirse de muchas maneras, quiero sugerir que el sujeto lector feminista es semejante al sujeto femenino del feminismo, “un sujeto genérico, heterogéneo y heterónomo” que está atado simultáneamente, según Teresa de Lauretis, a las restricciones sociales e institucionales; es un sujeto (una lectora) activo(a), un usuario de la cultura “definido desde el inicio por su conciencia de opresión —de opresión múltiple—” (Lauretis, 1991: 179). Si ponemos atención a la posición que ha ocupado la lectora feminista ante el texto literario en Por esencialismo entiendo “el modo de pensar que supone que todas las manifestaciones de la diferencia de género son innatas, transculturales y ahistóricas. En esta formulación el esencialismo constantemente hace referencia a las diferencias biológicas entre los sexos, empleando esta lógica para explicar las manifestaciones más amplias de la diferencia sexual. Este tipo de esencialismo biológico fue rechazado por la mayoría de las feministas a favor de una perspectiva socio-constructivista de las relaciones de género. Más recientemente, las feministas han cuestionado la naturaleza de la relación entre sexo y género y la prudencia de replicar implícitamente la oposición binaria entre naturaleza y cultura. También se han preguntado si la manera en que comprendemos a la naturaleza ha sido suficientemente investigada. Desde el punto de vista del posmodernismo, algunas feministas han cuestionado la validez de las categorías de género argumentando que sólo pueden definirse en relación unas con otras sin hacer referencia a una verdad exterior” (Pilcher y Whelehan, 2004: 41). Diana Fuss ha señalado que el esencialismo en sí mismo no es “ni malo ni bueno, progresivo o reaccionario, benéfico o peligroso”, peligroso ”, el problema es su uso. Además, la idea del esencialismo como “creencia en la esencia real y verdadera de las cosas” (Fuss, 1989: xi) puede utilizarse en contextos muy diversos y con distintos propósitos. De lo que se ocupa una lectora feminista es de analizar y explicar estos usos de las categorías, los procesos de significación. 1
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
L A A TEORÍA TEORÍA LITERARIA LITERARIA FEMINISTA FEMINISTA Y Y SUS SUS LECTORAS NÓMADAS
39
los tres momentos convencionales identificados más adelante, éstos pueden reorganizarse en dos: aquellos que usan el texto literario como fuente de información sobre la ideología del autor o la experiencia de la autora y aquel en el que se reconocen las restricciones que el texto literario impone a su potencial semiosis ilimitada, al tiempo que atiende no sólo las diferencias entre una lectora y otra, sino en cada una de ellas. Pero antes de extenderme quisiera hacer algunas acotaciones. Desde hace ya varios años se ha reiterado el hecho de que la teoría literaria feminista no es —ni ha sido nunca— una teoría unificada con un cuerpo finito de obras que ofrezcan un conjunto de técnicas y conocimientos necesarios para el análisis de las características, propiedades y funciones formales y temáticas de los distintos tipos de texto que hay y de los procedimientos, modelos y estrategias para darles sentido con “perspectiva feminista”, puesto que hay teoría literaria feminista marxista, postestructuralista, narratológica, estructuralista, poscolonial, psicoanalítica, psicoanalíti ca, bajtiniana, queer , deconstruccionista, neohistoricista, entre muchas otras.2 No obstante esta diversidad, cabe señalar que las teorías literarias feministas son teorías de la interpretación y la lectura, aunque difieren de otras teorías de la interpretación por las tres elecciones interpretativas que se explican en los puntos 2, 3 y 4 que se tratan a continuación. El primer elemento lo comparten las teorías literarias feministas con la teoría literaria en general: 1. Para empezar, son semejantes a la teoría literaria que, en su formulación más simple, puede definirse como “el proceso de reflexionar sobre los marcos, principios y supuestos subyacentes que conforman nuestros actos de interpretación” (Felski, 2008: 2).3 Esta tarea incluye el análisis y la discusión autorreflexiva de los supuestos y criterios con los que operan las diferentes escuelas teóricas y críticas, como la nueva Véase, por ejemplo, Ambigu Ambiguous ous Discourse: Discourse: Feminist Feminist Narr Narratology atology and British Women Wr Writers iters , de Kathy Mezei; Feminism, Bakhtin, and the Dialogic , de Dale Bauer y Susan McKinstry; las Nobody’s’s Story: The Vanishing Acts of Women obras neohistoricistas de Catherine Gallagher, como Nobody Writers in the Maerketplace, 1670-1820, y Feminism and Deconstruction, de Diane Elam; Colonial Fantasies: Towards Towards a Reading of Orientalism, de Meyda Yegenoglu, entre muchos otras. 3 Todas las citas que en el original están en inglés han sido traducidas por mí. 2
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
40
N ATTIE GOLUBOV
crítica, el formalismo ruso, la mitocrítica, la estética de la recepción, la semiótica y el estructuralismo, por mencionar sólo algunas. 2. Las teorías literarias feministas suponen que existe una relación compleja entre los textos que se analizan y el entorno sociocultural y geográfico en el que fueron escritos y son leídos. Esta relación nunca es transparente (la literatura no refleja una situación o condición extraliteraria, sino que la representa), ya que la obra literaria se concibe como (inter)texto, una instancia en la que se entretejen e integran los sistemas de significado a los que se refiere. Esto significa que las teorías literarias feministas rechazan el proyecto inmanentista inmanentista de la literatura, que plantea que “cada texto será su propio marco de referencia […] y la tarea del crítico ajena a todo juicio de valor se agotará en el esclarecimiento de su sentido, en la descripción de las normas y los funcionamientos textuales” (Todorov, 1991: 139). En cambio, sostienen que el sentido de cada texto sólo puede ser establecido en relación a sus contextos particulares de escritura y recepción. Incluso, aquel análisis que parezca más inocente , por limitarse a rasgos intrínsecos y textuales, como metáforas, aliteraciones, tramas, tipos de narrador, etc., favorece una concepción de la literatura que fomenta, a su vez, una cierta cosmovisión. Desde el feminismo, no puede disociarse la interpretación de la evaluación, así como tampoco pueden divorciarse los elementos formales de la obra literaria del entorno sociocultural y geográfico en el que ésta se concibe, puesto que también son fenómenos históricos. Por supuesto, en este aspecto las teorías literarias feministas son comparables a las posturas marxistas, neohistoricistas y materialistas de la literatura y mantienen un diálogo con ellas. 3. Del punto anterior se deriva el tercer eje de la interpretación: las relaciones entre los textos literarios y los discursos que se encuentran en ellos y los disponibles para un público lector o una comunidad interpretativa son necesariamente políticas, porque implican relaciones de poder poder.. Como bien han señalado autores como Teun Teun A. van Dijk, Mary Mar y Talbot, Talbot, Norman Fairclough, Ann Weatherall, los discursos como sucesos de la comunicación “son cuerpos de conocimiento y de prácticas históricamente constituidos que otorgan lugares de poder a unos y no a otros. Pero sólo pueden existir en la interacción social y en situaciones específicas. Así que el discurso es tanto acción como convención” (Talbot, Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
L A A TEORÍA TEORÍA LITERARIA LITERARIA FEMINISTA FEMINISTA Y Y SUS SUS LECTORAS NÓMADAS
41
2001: 154). Entre otras cosas, esto implica que los discursos producen activamente lugares de enunciación y posiciones subjetivas que tienen consecuencias materiales y simbólicas, individuales y colectivas. Las teorías literarias feministas están atentas en un primer momento a las formas androcéntricas (por ejemplo, en el uso del género masculino como neutro) de la propia lengua y las consecuencias que esto tiene en los procesos de significación, pero sobre todo analizan las condiciones histórico-sociales de la producción y las condiciones histórico-sociales de la interpretación de los discursos, entendidos como sistemas de representación, y su relación con las prácticas sociales no discursivas, considerando que los textos literarios participan activamente en estos procesos de interacción social. A raíz de la reciente revisión del concepto de cultura en los estudios culturales, las teorías literarias feministas han ampliado su campo de acción para abarcar otros fenómenos culturales (el cine, la moda, la comida, la corporalidad), sin perder de vista que los productos culturales tienen una lógica y un funcionamiento propios, que no pueden ser reducidos a otros fenómenos (como el modo de producción o el patriarcado) y que algunas dimensiones sociales o económicas que anteriormente se pensaban independientes de la cultura tienen aspectos culturales (Barker y Galasinski, 2001: 1). 4. La cuarta y última propuesta es quizá la más importante: lo que comparten todas las teorías literarias feministas es su preocupación por las mujeres como escritoras, lectoras y objetos de representación. El marxismo argumenta que la subjetividad es resultado de las relaciones sociales de producción y el psicoanálisis sugiere que es producto del lenguaje; a estos procesos estructurantes de la subjetividad el feminismo añade otros, las “tecnologías del género”, para usar la frase de Teresa de Lauretis, que “tienen el poder para controlar el campo del significado social y, por ello, el lo, para producir, promover e ‘implantar’ representaciones del género” (1991a: 259). De Lauretis retoma el término “tecnología” de Michel Foucault para mostrar cómo las la s representaciones representaciones del género se construyen por medio de todo tipo de prácticas discursivas y nodiscursivas dis cursivas (desde los medios de comunicación hasta lo que Althusser llamó los aparatos ideológicos del Estado, y el propio feminismo, por supuesto) que organizan las maneras de “hacer” género, con el propósito de transformarlas. Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
42
N ATTIE GOLUBOV
Tenemos, entonces, entonces, que es e s posible reunir las diversas teorías literarias feministas porque son teorías de la lectura: revelan que ninguna interpretación es inocente y, tras reconocer este sesgo, responden con un ejercicio de lectura intencionado, “entre líneas, o ‘a contrapelo’” (Lauretis, 1991a: 272), desde otro espacio discursivo. Dicho de otro modo, estudian el texto literario como un proceso que incluye la producción y la interpretación para investigar cómo incide el género en ambos, y en la medida en que el objeto de estudio se construye como dinámico, la recepción crítica del texto también lo hace. Este tipo de ejercicio interpretativo sugiere que toda instancia de crítica literaria feminista —la discusión razonada y el análisis textual de obras literarias concretas— supone implícitamente la existencia de un tipo particular de sujeto, que, en mi opinión, es un sujeto (teórico) del feminismo, una lectora feminista. Esta lectora no es la lectora empírica del texto literario (objeto de análisis de la sociología de la lectura) ni la narrataria, la lectora ideal o la lectora implícita (aunque la teoría feminista atiende todas estas instancias), sino un lugar desde donde se practica la crítica literaria feminista y que es resultado de la teorización feminista. Lo que me interesa destacar son las características de este locus de enunciación que se deriva de algunas teorías literarias feministas, un locus que cambia conforme cambian los textos que se leen y las condiciones institucionales donde se practica la crítica literaria, así como por la transformación de la teoría feminista en su conjunto como resultado de la revisión e incorporación de ideas, conceptos y métodos provenientes de otras disciplinas, como la filosofía, la antropología, la historia, la sociología, el psicoanálisis. No intentaré elaborar una teoría de la lectura, sino destacar algunos de los rasgos que las teorías literarias feministass le adjudican a una lectora feminista. feminista feminista. Este Este sujeto lector es un derivado de las teorías literarias feministas que han elaborado, en su conjunto, una posición de lectura feminista —una posición discursiva producto tanto del propio texto como del contexto y del campo semántico feminista—, que esencialmente se ha dado a la ambiciosa tarea de establecer “el fundamento semiótico de una producción diferente de referencias y significados”, una reescritura de la cultura (Lauretis, 1991: 179). Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
L A A TEORÍA TEORÍA LITERARIA LITERARIA FEMINISTA FEMINISTA Y Y SUS SUS LECTORAS NÓMADAS
43
Dado que el feminismo está siempre atento a las formas en que las circunstancias sociales y culturales, políticas y económicas sujetan/subjetivan a las mujeres, y que, por tanto, la crítica literaria feminista atiende específicamente a las prácticas significantes significantes que producen a “la mujer” en textos específicos, la lectora feminista ocupa una posición frente al texto literario que podría describirse como nómada, incómoda, distinta de lo que podríamos denominar una lectora femenina o una mujer lectora, porque supone una autoconciencia y una actividad reflexiva que exige una postura móvil ante el texto literario y un exilio metafórico con respecto a la literaturidad. Si pensamos en la teoría literaria feminista como una forma de “toma de conciencia del carácter discursivo, es decir, histórico-político, de lo que llamamos realidad” (Colaizzi, 1990: 20), que en la práctica constantemente se enfrenta a la necesidad de reemplazar las representaciones dominantes y preferentes de “la mujer” —un sujeto colectivo esencializado y homogéneo— para reemplazarlas con “las mujeres” —sujetos materialmente engendrados con identidades múltiples, cambiantes y contradictorias—, la lectora feminista no sería simplemente una “lectora resistente” (Schweickart, 1986: 42), atrincherada en una posición ideológica, sino un lugar de enunciación necesariamente inestable que coopera irreverentemente con el texto. Quizá, como sugiere Ruth Robbins, sería más atinado describir los muchos análisis textuales feministas como una serie continua de intervenciones en aquellas prácticas de lectura que no contemplan el género como elemento constitutivo de los discursos literarios y no literarios, intervenciones orientadas a politizar la lectura (2001: 47). Como señalé anteriormente, las teorías literarias feministas, al igual que aquello conocido simplemente como teoría feminista, se resisten a toda generalización, debido, en parte, a que ha sido una empresa intelectual exitosa y prolífica de gran diversidad —metodológica, temática, ideológica— que ha transformado radicalmente el estudio académico de la literatura porque ha demostrado que la escritura, publicación, circulación y recepción de las obras literarias están inevitablemente marcadas por el género. Sin embargo, a juzgar por el volumen de artículos, ar tículos, libros y antologías revisionistas publicados en años recientes, parecería que esta empresa colectiva ha llegado a su fin, puesto que ha cumplido con el objetivo de revisar los criterios con que se constituyó el canon Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
44
N ATTIE GOLUBOV
literario, recuperar la obra de autoras que habían sido excluidas de él y leer críticamente la literatura escrita por hombres. Asimismo, parecería que metodológica y conceptualmente se ha agotado la empresa teórica: ahora se trata de emplear sus propuestas y contrapropuestas para analizar obras literarias de todas las épocas escritas por hombres y mujeres, revisar los criterios valorativos que sustentan el canon literario y los géneros literarios que éste privilegia y replantear teorías literarias (teoría de la recepción, narratología, semiótica, etc.) con el género como eje de análisis. Podría pensarse que el éxito de las teorías literarias feministas ha precipitado su fin, al menos en lo que respecta a sus propuestas teóricas. En este sentido, las teorías literarias feministas comparten el mismo destino que las de la época de oro de la teoría cultural, que, según Terry Eagleton, ya terminó: “la generación posterior a la de [las] figuras innovadoras hizo lo que las generaciones posteriores hacen habitualmente. Desarrollaron las ideas originales, las ampliaron, las criticaron y las aplicaron. Los que pueden, reelaboran el feminismo o el estructuralismo; estructuralismo; Moby Dick o a El gato garalos que no, aplican estos puntos de vista a Moby bato” (2005: 14). El resultado es que existe una plétora de inventa rios rios y balances que reconstruyen una genealogía continua de la teoría literaria feminista (en singular), por lo general con c on fines pedagógicos, que implícitamente sugieren una progresión que va desde la intensamente política pero teórica y conceptualmente ingenua crítica a la década de los años setenta hasta la sofisticación postestructuralista de los ochenta en adelante.4 Esta historia, engañosamente progresiva (que en ocasiones también se describe con un dejo de nostalgia por las certezas pasadas y el vigor del compromiso político), va más o menos como sigue. Empezamos con la madre fundadora, Virginia Woolf, y seguimos con la época posterior a 1968, identificada con el feminismo de la segunda ola (aunque en ocasiones se menciona a Simone de Beauvoir), que proliferó en el contexto del movimiento de liberación femenina. Este periodo se asocia con un conjunto de textos fundacionales como Thinking about a bout Women Women, de Mary Ellman (1968); Patriarcal Attitudes , de Eva Figes (1970); El eunuco femenino, de Germaine Greer (1970), y el 4
Véanse Guerra, LeBihan y Gallop como ejemplos de esta tendencia revisionista.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
L A A TEORÍA TEORÍA LITERARIA LITERARIA FEMINISTA FEMINISTA Y Y SUS SUS LECTORAS NÓMADAS
45
más conocido de todos, Política sexual , de Kate Millett (1970), que son clasificados por su análisis crítico del “patriarcado”, el deseo masculino y el cuerpo objetivado y cosificado de las mujeres. Suponían que las mu jeres eran condicionadas condicionadas para cumplir con con las normas internalizadas internalizadas de una feminidad pasiva, dependiente, sumisa, cuyo deseo está orientado exclusivamente a satisfacer el deseo masculino. Basta una cita de Millett para ejemplificar el tono y la actitud de esta perspectiva: En nuestro orden social, apenas se discute y, en frecuentes casos, ni siquiera se reconoce (pese a ser una institución) la prioridad natural del macho sobre la hembra. Se ha alcanzado en él una ingeniosísima forma de “colonización “co lonización interior”, más resistente que cualquier tipo de segregación, y más uniforme, rigurosa y tenaz que la estratificación de las clases. Aun cuando hoy día resulte casi imperceptible, el dominio sexual es, tal vez, la ideología que más profundamente arraigada se halla en nuestra cultura, por cristalizar en ella el concepto más elemental del poder. Ello se debe al carácter patriarcal de nuestra sociedad y de todas las civilizaciones históricas (1975: 33).
Millett, como las demás críticas de esta época, suponía una relación transparente entre las imágenes literarias de las mujeres y la realidad, y entre el género del autor y el narrador, además de que se pasaron por alto las particularidades de la literaturidad y la textualidad. En términos del feminismo, tampoco fue muy útil este tipo de lectura porque no se formularon propuestas alternativas a los estereotipos negativos que se identificaron y que tanto se criticaron. Sin embargo, la idea de que el proceso de lectura puede ser diferente para hombres y mujeres fue revolucionaria porque denunció el supuesto tácito subyacente a toda crítica y teoría de la época de que los lectores eran hombres. Por ejemplo, Judith Fetterley postuló en The Resisting Reader (1978) que, como el lector implícito de los textos literarios es varón, las obras “cooptan “cooptan”” a la lectora mujer, produciendo “un reconoci reconoci-miento contrario a ella misma” (Littau, 2006: 201). Según Littau, esto significó que era de importancia política para una mujer “encarar esos textos ‘como lectora resistente en lugar de aquiescente’” a fin de invertir el proceso de “inmasculación de las mujeres que llevan a cabo los hombres” (2006: 201). Este enfoque supone dos cosas: que todas las Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
46
N ATTIE GOLUBOV
mujeres decodifican los textos de la misma manera porque sus sistemas de significación son semejantes, en tanto que están determinados por el patriarcado, y que los textos no permiten otras lecturas porque son “sistemas clausurados y monolíticos” (2006: 201) carentes de indeterminaciones. No obstante, una aportación importante de esta crítica es que pudo establecer una distinción entre la lectora feminista que se resiste a ser interpelada —“cooptada”— por la estructura apelativa del texto, al proclamar la libertad de la intérprete, y las destinatarias ideales que colaboran en la realización del texto en los términos que éste impone. Una segunda etapa inicia a finales de la década de los setenta, cuando aparecieron libros como The Female Imagination , de Patricia Meyer Spacks (1976); Literary Women, de Ellen Moers (1978); A Literature of Their Own, de Elaine Showalter (1977), y The Madwoman in the Attic (1979), de Sandra Gilbert y Susan Gubar. Este conjunto de obras se clasifican como pertenecientes a la fase ginocrítica de la teoría literaria feminista porque, a diferencia de autoras como Millett o Figes, que destacaron las imágenes negativas de las muj mujeres eres en la literatura escrita por hombres (se analizaban los estereotipos y roles femeninos y el posible efecto negativo que tenían cuando se internalizaban), se enfocaron en las imágenes y experiencias de las mujeres y la feminidad en la literatura escrita por mujeres. Algunas de las preguntas que se plantearon fueron las siguientes: ¿Qué escritoras habían sido excluidas de las historias literarias y cuáles fueron los criterios estéticos que explicaban esta exclusión del canon? ¿Eran apropiados los periodos literarios para dar cuenta de la escritura femenina? ¿Bajo qué condiciones materiales y culturales escribieron estas mujeres? ¿Hay temas o preocupaciones comunes que emergen de su situación compartida de opresión y explotación? ¿Hay rasgos comunes a la literatura de mujeres que justifiquen la creación de una tradición literaria femenina? ¿Hay un “estilo femenino” o una “escritura femenina” femenina” que exprese ex prese una “conciencia femenina”? femenina”? Se rescaresc ataron y visibilizaron dimensiones otrora devaluadas de la vida de las mujeres, como las relaciones entre madres e hijas, la experiencia de la maternidad y el matrimonio, la amistad entre mujeres; se analizaron ana lizaron estrategias de resistencia y transformación de tramas y estereotipos convencionales para ver cómo incide el género en el género literario (los géneros populares, el Bildungsroman, el Kunstleroman, los cuentos de Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
L A A TEORÍA TEORÍA LITERARIA LITERARIA FEMINISTA FEMINISTA Y Y SUS SUS LECTORAS NÓMADAS
47
hadas, la autobiografía): “debemos tener en mente —explica Annette Kolodny en un artículo de 1975— que hasta ahora en la literatura las mujeres mujer es han expresado lo que han podido pod ido expresar, como resultado del juego compl complejo ejo entre determinacion determinaciones es biol biológicas, ógicas, talento y oportunidades individuales, y los efectos más amplios de la socialización que, en algunos casos, pueden gobernar los límites de la expresión o hasta de la percepción o de la experiencia misma” (1975: 76). Según Mary Eagleton, esta perspectiva, aunque muy productiva y prolífica, eventualmente perdió fuerza debido a que su posición era inherentemente contradictoria: “criticaba la historia literaria y el pensamiento canónico pero deseaba formar parte de él; buscaba las convergencias entre mujeres pero no quería imponer la uniformidad; dudaba de los valores estéticos tradicionales pero los usaba para valorar valo rar a las escritoras; deseaba hablar en nombre de todas las mu jeres pero mostraba un interés particular particu lar en un grupo pertenecien per teneciente te a cierta clase y raza en un momento particular” (2007: 110). La diferencia diferencia entre hombres y mujeres era entendida exclusivamente en términos de la diferencia sexual, además de que esta oposición era el único eje de la opresión de las mujeres: aprendían a mirarse y evaluarse a sí mismas con la mirada masculina mascu lina porque no había había manera de ubicarse fuera del entramado de representaciones representaciones simbólicas y culturales dominant dominantes, es, por lo que su identidad estaba constituida principalmente por el género, “el elemento elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas ba sadas en las diferencias que distinguen los sexos” (Scott, 1999: 61). Sin embargo, el lugar que ocuparon las críticas que contribuyeron al corpus de obras ginocríticas es interesante porque aquéllas postularon la existencia de un mundo femenino en el que de alguna forma participaban todas las mujeres porque sus circunstancias socioculturales les permitían otra perspectiva sobre el mundo. Tenemos, entonces, que la primera vertiente teórica planteó que todas las muje mujeres res compartían compartía n la experiencia de la opresión como consecuencia de la valoración negativa de la feminidad; en esta segunda etapa la diferencia se revaloró, la especificidad femenina dejó de ser un rasgo esencial de las mujeres para volverse un fenómeno cultural; ya no fuente de inferioridad sino de fortaleza. A esta etapa siguió siguió un cambio de paradigma, paradigma, un periodo en en que “el “el significado de ‘mujer’ como término significante fue sometido a sus más Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
48
N ATTIE GOLUBOV
radicales desestabilizaciones y, y, por ende, se transformó lo que significa ser feminista y practicar crítica literaria feminista” (Plain y Sellers, 2009: 210). En este periodo confluyeron dos corrientes teóricas: por una parte la de muchas mujeres cuya experiencia había sido ignorada por la reflexión feminista previa, que partía del supuesto de que todas las mujeres vivían el patriarcado de forma similar, y por la otra el postestructuralismo. El ámbito circunscrito de la crítica feminista precedente —interesada principalmente en la literatura de escritoras y escritores canónicos de Occidente— se amplió para incorporar la diversidad de la experiencia y creatividad de otras mujeres —mujeres de color, lesbianas, inmigrantes, las provenientes de la “periferia” metropolitana—, además de que resultó evidente que era necesario reflexionar sobre la masculinidad cuando se incorporó la teorización sobre el género: “Pocas “Pocas mujeres blancas están dispuestas a reconocer que el movimiento de liberación femenina se estructuró consciente y deliberadamente para excluir a mujeres negras y no blancas y sirvió principalmente a los intereses de las mujeres blancas de la clase media y alta con educación superior que buscaban igualdad con hombres blancos de la clase media y alta”, dijo bell hooks en 1981 (hooks, 1992: 147). Las “múltiples opresiones” se volvieron tema de análisis como resultado de que “las otras”, las excluidas por lo que se llegó a conocer como el feminismo blanco heterosexual, introdujeron a la discusión la idea de que el género interactúa con otras categorías identitarias, como la clase, la etnia, la orientación sexual, la raza, que, de maneras complejas, situadas, constituyen una “matriz de la dominación”, dominación”, para usar la frase de Patricia Hill Collins. Esta perspectiva busca reemplazar los modelos aditivos de la opresión (que están arraigados en el pensamiento dicotómico) con un modelo antirracista, antisexista y anticolonialista de análisis que entiende la raza, la clase y el género como sistemas de opresión entrelazados: La raza, la clase y el género representan los tres sistemas de opresión que más afectan a las mujeres afroamericanas. Pero estos sistemas y las condiciones económicas, políticas e ideológicas que los sostienen podrían no ser las opresiones más fundamentales, y definitivamente afectan a más grupos. Otras personas de color, los judíos, los pobres, las mujeres blancas
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
L A A TEORÍA TEORÍA LITERARIA LITERARIA FEMINISTA FEMINISTA Y Y SUS SUS LECTORAS NÓMADAS
49
y los gays y lesbianas han obtenido todos justificaciones ideológicas similares de su subordinación. Todas las categorías de humanos etiquetados como Otros han sido equiparados entre sí, a los animales y a la naturaleza (Collins, 1991: 225).
Este tipo de reflexión dio pie, posteriormente, a la noción de interseccionalidad, término acuñado por Kimberlé Crenshaw en 1989 para señalar que la subjetividad está constituida por los vectores de la raza, el género, la clase y la sexualidad, que se refuerzan mutuamente (Nash, 2008: 2). Como resultado de la influencia del postestructuralismo,5 mucha de la teoría literaria feminista se vio en la necesidad de descartar la idea de que la literatura refleja una experiencia o una conciencia femenina, porque este supuesto ubica el significado fuera del texto, en la vida y conciencia de la autora, más que en la interacción situada entre lectora y texto: la legendaria “muerte del autor” eliminó la posibilidad de que los textos literarios pudieran leerse como expresión auténtica de la experiencia preexistente de una escritora con acceso a su interioridad porque está plenamente presente y es transparente a sí misma. Se sigue que cuando el texto se lee como evidencia de la experiencia, la lectora feminista busca en él imágenes de la feminidad y la experiencia femenina que también existen fuera del texto. En cambio, la teoría literaria feminista postestructuralista interpreta textos como sitios sin fronteras donde se produce el género, cuyos significados están relacionados con y cobran sentido cuando se articulan con los discursos disponibles en el momento histórico de su producción y con el entramado discursivo disponible en el momento de su recepción. Para usar el ejemplo de Chris Como señala Judith Butler, una amplia y muy diversa gama de posicion posiciones es se reúnen —equivocadamente— bajo el rubro del posmodernismo, o el postestructuralismo, “como si fuera el tipo de cosa que pudiera ser la portadora de un conjunto de posiciones”, “que son mezclados entre sí y a veces mezclados con la deconstrucción, y a veces entendidos como un ensamblaje indiscriminado del feminismo francés, la deconstrucción, el psicoanálisis lacaniano, el análisis foucaultiano, el conversacionalismo conversacionalismo de Rorty y los estudios cultura les” (2001: 10). Comparto la preocupación de Butler, por lo que únicamente retomo del postestructuralismo la noción de que, en palabras de Seyla Benhabib, “una subjetividad que no estuviera estructurada por un lenguaje, por una narración y por las estructuras simbólicas del relato disponible en una cultura, sería impensable. Hablamos de quienes somos, del ‘yo’ que somos, por medio de una narración” (Benhabib, 1). 5
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
50
N ATTIE GOLUBOV
Weedon, si el lenguaje ya no es pensado como un medio transparente Weedon, para la expresión de significados estables ya constituidos en el mundo, las imágenes masoquistas de las mujeres, por ejemplo, no reflejan mujeres reales, así como los héroes de las novelas de James Bond no reflejan hombres reales (1987: 148); lo que ofrecen los textos son construcciones de posibles formas de feminidad y masculinidad, culturalmente disponibles —legibles, imaginables— y sujetas a las normas de la literaturidad y a las restricciones de los géneros literarios vigentes en el momento de la producción y la recepción. Para este tipo de análisis literario la diferencia hombre/mujer deja de entenderse como fija y se analiza como resultado de un proceso continuo y fluido f luido de identificación identificac ión y desidentificación. También También lo femenino y lo masculino, así como otros vectores de la identidad, se analizan como resultado de un proceso de producción de significados, más que como esencias de las personas o los grupos sociales. socia les. La identidad es relacional, esto es, constituida en el juego de la semejanza y la diferencia entre distintos grupos sociales, por lo que es inherentemente cambiante y contradictoria. Es decir, aparte de ser una forma “primaria de relaciones significantes de poder” (Scott, 1999: 61), el género comprende los símbolos culturalmente disponibles que evocan representaciones, mitos, narrativas culturalmente aceptadas de las mujeres y “conceptos norma tivos” tivos” que se despliegan en un intento por fijar el sentido de estas representaciones por parte de distintas instituciones y organizaciones religiosas, políticas, legales, civiles, educativas, etc. (Scott, 1999: 62). Es en esta fase de la reflexión feminista donde la intervención de Joan W.. Scott fue decisiva, puesto que su ensayo invita a las historiadoras a W analizar cómo se produce el género de formas contradictorias en el cruce de múltiples factores, desde las representaciones hasta la economía, la política, las relacion relaciones es internacionales, las relacion relaciones es de parentesco, etc. Esta estrategia de lectura dio pie a que el análisis textual estudiara cómo se figura lo femenino en el texto; esto es, no deben estudiarse únicamente la masculinidad y la feminidad de personajes y narradores, sino la forma en que el género marca ( genders ) los espacios y el tiempo, los símbolos y las imágenes, las narrativas culturales inscritas en el texto y la descripción de la alteridad, las nociones de nación y hogar, las prác-
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
L A A TEORÍA TEORÍA LITERARIA LITERARIA FEMINISTA FEMINISTA Y Y SUS SUS LECTORAS NÓMADAS
51
ticas cotidianas y la corporalidad, y permite que se vinculen distintas esferas de la vida social y cultural con la particularidad. Según el recuento anterior, parecería que antes del momento postestructural no había conciencia c onciencia de que “las mujeres” o “la mujer” fueran signos que cobran sentido en contextos discursivos y socio-históricos específicos. No obstante, en el innovador ensayo “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo” (1975), de Gayle Rubin, así como en “El género: una categoría útil para el análisis”, de Joan Scott (1986), ya se percibía esta idea porque ambos textos ubican sucintamente el principal problema y objeto de la reflexión teórica feminista, y es a partir de esta idea que es posible elaborar una propuesta para el análisis textual que no sea ni prescriptiva ni suponga una relación transparente —no mediada/producida por el lenguaje— entre el texto literario y la experiencia narrada o la realidad. Mi punto de partida son estas dos citas: “En alguna ocasión, Marx preguntó: ¿Qué es un esclavo negro? Un hombre de raza negra. Sólo se convierte en esclavo en determinadas relaciones”. relacio nes”. […] Podríamos parafrasear: ¿Qué es una mujer domesticada? Una hembra de la especie. Una explicación es tan buena como la otra. Una mujer es una mujer. Sólo se convierte en doméstica, esposa, mercancía, conejita de playboy , prostituta o dictáfono humano en determinadas relaciones (Rubin, 1986: 96). …varón y mujer son al mismo tiempo categorías vacías y rebosantes. Vacías porque carecen de un significado último, trascendente. Rebosantes porque, aun cuando parecen estables, contienen en su seno definiciones alternativas, negadas o suprimidas (Scott, 1999: 73).
La categoría sexo/género de Rubin no ha sido superada en el uso más común de la categoría de género: cuando se sostiene que el sexo es dado y el género es socialmente construido se está haciendo eco de la categoría sexo/género elaborada por ella. Cuando el sexo es entendido como una característica biológica natural e insustituible sobre la cual se construye el género, que, a diferencia del sexo, varía según tiempo, contexto y cultura (porque es la organización sistemática de la diferencia sexual), y por lo tanto puede ser transformado mediante procesos de Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
52
N ATTIE GOLUBOV
concientización, estamos ante la herencia de Rubin, quien rechaza el determinismo biológico al argumentar que el género es el resultado de un proceso social productivo, de la interacción entre estructura y cultura. Pero el artículo de Rubin hace más que sólo desarrollar herramientas conceptuales que explican por qué y cómo se mantiene la opresión de las mujeres por medio de normas y prácticas sociales sistémicas: muestra cómo puede el feminismo hacer un uso crítico de la obra de otros —Stoller, Marx, Lévi-Strauss, Freud, Lacan— para explicar la ubicación social y cultural de las mujeres y nos ofrece, quizá su contribución más importante para las teorías literarias feministas, un modelo para comprender cómo es que las mujeres circulan como objetos semióticos: el tráfico de mujeres. Las mujeres circulan como mercancía, como objeto de intercambio, como don, como cuerpos deseados y deseantes, como signos de una plétora de otredades feminizadas, signos “al mismo tiempo vacíos y rebosantes de significado”. A partir de esta idea es factible recuperar la propuesta central del artículo de Rubin para el estudio de la literatura y hacer un intento por soslayar la historia de la teoría literaria feminista, que se narra como un tipo de Bildungsroman colectivo, para emplear un término de Mary Eagleton (1996: 4), que empieza con la ingenuidad de la primera crítica a la sofisticación teórica actual, de la concepción ingenua de la experiencia como inmediata y accesible a la conciencia y sujeta de ser expresada en la literatura, a la densidad teórica que desconfía de toda certeza y se adhiere a “las tesis de la muerte del hombre, de la Historia y de la Metafísica” (Benhabib, 1). Otra manera de trazar esta historia, y que me parece más útil, es tomar en cuenta que en una primera pri mera etapa se creía que el texto literario reflejaba la condición de las mujeres y la opinión del autor: el “contexto” socio-cultural era un trasfondo inerte y la figura del autor “permite explicar tanto la presencia de ciertos acontecimientos en una obra como sus transformaciones, sus deformaciones, sus modificaciones diversas (y esto por la biografía del autor, la ubicación de su perspectiva individual, el análisis de su pertenencia social o de su posición de clase, la puesta al día de su proyecto fundamental)” (Foucault, 1984: 51). Posteriormente, el contexto dejó de ser un trasfondo para transformarse en un entramado discursivo que guarda una relación dinámica con el texto literario, porque éste se Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
L A A TEORÍA TEORÍA LITERARIA LITERARIA FEMINISTA FEMINISTA Y Y SUS SUS LECTORAS NÓMADAS
53
postuló como un lugar de articulación —digamos que un momento de clausura arbitraria— de significaciones. A su vez, el autor se convirtió en una función discursiva del texto, en una estrategia textual. Luego la crítica feminista se da a la tarea de investigar y explicar las conexiones, las correspondencias entre discursos jerárquicamente organizados por relaciones de dominación como parte de un proceso continuo e ilimitado de producción de significado. Utilizando una tipología de la lectura elaborada por Umberto Eco, podríamos decir que el énfasis ha pasado de la interpretación como investigación o búsqueda de la intentio auctoris (lo que el autor quiere decir) a la interpretación como imposición de la intentio lectoris (la intención de la lectora), para culminar con la interpretación de la intentio operis (la intención del texto). El resultado de la teorización del género y de las teorías literarias feministas es la propuesta de que los signos —“hombres”, “mujeres”— no circulan ni significan en el vacío: es esto lo que aprendemos de los ensayos de Scott y Rubin. El vínculo entre significado y significante no es causal —ni casual—, c asual—, así que los signos deben interpretarse interpretarse como parte de un sistema de convenciones para comprender el mecanismo de su significación, que no es otra cosa que el efecto de la relación entre significantes que, en cuanto tales, no significan. De esta manera, se pueden estudiar tanto los signos convencionales basados en códigos explícitos como las prácticas práctica s sociales que no son primordialmente actos comunicativos pero que desencadenan distinciones que tienen significado para los miembros de una cultura. Si se recupera la idea de que las identida des des —aun aquellas que son más cómodas, más transparentes y familiares, incluso las formas en que reflexionamos sobre nuestra persona— son función del lenguaje, de una organización particular del deseo, de la disposición subjetiva, de una articulación discursiva específica que nos ubica en determinado lugar social y cultural que da forma a nuestra autopercepción, historizar lo femenino y la feminidad implica entender y explicar cómo se naturalizaron y legitimaron para adquirir estatuto de verdad, como propone propone Scott cuando cu ando señala la necesidad de “romper “ro mper con la noción de fijeza, descubrir la naturaleza naturalez a del debate o la represión que conduce a la aparición de una permanencia atemporal en la representación binaria del género” (1999: 62). Las diferencias —no únicamente la diferencia sexual— no pueden saberse ni conocerse de Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
54
N ATTIE GOLUBOV
antemano, no existen más allá de sus representaciones, se (re)conocen en el proceso de lectura conforme transcurre la realización del texto. En este sentido, las representaciones son productivas, como bien han mostrado los estudios culturales, porque no reflejan diferencias predeterminadas, sino que las crean. Además, puesto que en un momento dado pueden existir representaciones contradictorias de la feminidad y las mujeres, la diferencia ahora se entiende también como una diferencia interior —por ejemplo, el sujeto que habla y el yo del que habla no son idénticos ni coincidentes—, además de que se abre la posibilidad de analizar las diferencias entre mujeres. Esto es, si anteriormente la diferencia significaba la diferencia entre hombres hombres y mujeres, ya fuera en términos ahistóricos o desde una perspectiva constructivista, ahora se “destacan las diferencias tanto dentro de la propia categoría de mujer como dentro de las existencias sociales específicas de las mujeres” (Barrett, 1990 990:: 314). 314). Si vinculamos el ensayo de Scott con el de Rubin podemos esbozar una práctica de la lectura feminista que se basa en la noción de un su jeto teórico del feminismo, una figu figura ra “nómada”, “nómada”, para pa ra emplear el término de Braidotti, que sería un lugar de interpretación y enunciación. enunciación. Si adaptamos la descripción que esta autora hace de la feminista como nómada a las teorías literarias, para interpretar textos literarios la lectora nómada transita entre lenguajes, artefactos culturales y medios, disciplinas y espacios (lo público y lo privado); está atenta a los procesos discursivos y no discursivos que fijan y estabilizan identidades y significados, consciente de la geopolítica del conocimiento y de la naturaleza encarnada y situada de los sujetos: “el nuevo sujeto feminista nómada que sostiene este proyecto es una entidad epistemológica epistemológica y política que será definida y afirmada por las mujeres en la confrontación de sus múltiples diferencias de clase, raza, edad, estilo de vida y preferencia sexual”. La práctica interpretativa feminista está orientada a articular los temas de la identidad individual, corporeizada, marcada por el género con asuntos relacionados con la subjetividad política, vinculando a ambos con el problema del conocimiento y la legitimación epistemológica (Braidotti, 1994: 30). Teresa de Lauretis argumenta que el punto de partida de la teoría feminista es una paradoja derivada de dos preguntas que formuló el feDiscurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
L A A TEORÍA TEORÍA LITERARIA LITERARIA FEMINISTA FEMINISTA Y Y SUS SUS LECTORAS NÓMADAS
55
minismo de los años setenta: “¿Quién o qué es una mujer? ¿Qué o quién soy yo?” Como se partía del supuesto de que el lenguaje era el lenguaje de otro, androcéntrico, ¿cómo se pueden decir las mujeres mediante lo que estructuralmente no las dice? Las mujeres, según Cavarero, no son sujetos de su lenguaje, la mujer “se dice y se representa en un lenguaje ajeno, es decir, mediante las categorías de lenguaje del otro. Se piensa en tanto es pensada por el otro” (1995: 157). Al buscar respuesta a estas preguntas, dice de Lauretis, se develó: la paradoja de un ser que se encuentra al mismo tiempo cautivo y ausente del discurso, constantemente hablado pero inaudible o inexpresable, desplegado como espectáculo y todavía sin representación o irrepresentable, invisible pero constituido como el objeto y la garantía de la mirada; un ser cuya existencia y especificidad son simultáneamente aseverados y negados, invalidados y controlados (Lauretis, 1990: 115).
Esta paradoja da pie a varias preguntas, pero la más importante para nuestros propósitos es la siguiente: ¿desde dónde habla/escribe el sujeto feminista ? Esta pregunta ha permitido una reconceptualización del sujeto como efecto y proceso, un ensamblaje discordante organizado y producido en el cruce de múltiples ejes de diferencia y semejanza. Así, es posible replantear la manera en que reflexionamos la marginalidad para transformarla en una ubicación tanto de identificación como de desidentificación que permite la posibilidad del autodesplazamiento entre un lugar fijado en y por un sistema de representación y otros, una posición de enunciación sesgada y coyuntural que es un lugar de lectura, lo que podríamos llamar el lugar del exilio, entendido como lugar metafórico y semejante a la condición del exiliado descrita por Edward Said como: el estado de no considerarse nunca plenamente adaptado, sintiendo siempre como algo exterior el mundo locuaz y familiar habitado por los nativos, tendiendo siempre —por decirlo de alguna manera— a evitar e incluso mostrar antipatía a los adornos de la acomodación y el bienestar nacional. En este sentido metafísico, el exilio para el intelectual es inquietud, movimiento, estado de inestabilidad permanente y que desestabiliza a Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
56
N ATTIE GOLUBOV
otros. Te ves imposibilitado para retroceder a una determinada condición anterior y tal vez más estable de sentirte en casa, y, por desgracia, tampoco puedes llegar nunca a sentirte plenamente a gusto con tu nuevo hogar o situación (Said, 1994: 64).
La lectora nómada comparte con el exiliado la sensación de no estar “plenamente adaptada” a las prácticas interpretativas y a los procedimientos metodológicos de la crítica literaria institucionalizada, ni puede volver a su condición anterior de lectora respetuosa del “principio de cooperatividad” (Culler, 2002: 50) que sostiene y posibilita la comunicación porque lee a contrapelo, de acuerdo con otro código, que es feminista. Consciente de que la estructura estructu ra apelativa del texto “provoca una actitud participativa, cooperativa” por parte del lector, y de que el lector implícito es un constructo “intratextual en tanto que es la suma de requisitos que deben cumplirse para hacer posible una lectura plena” (Vital, 1995: 249), es una lectora que navega los textos literarios como nómada porque simultáneamente obedece y desobedece las marcas textuales que orientan la lectura, además de que el punto de visión móvil que tiene todo lector se exacerba porque ella se ubica entre, al menos, dos códigos semánticos: el arraigado profundamente en una cultura, y sugerido por el texto literario, y el del discurso feminista que opera con otro mapa de significación. Si la posición del lector es un efecto de la lectura, el sujeto que lee está consciente de que: La “posición” sexual del texto sólo puede discernirse contextualmente y en términos de la posición desde la que habla el sujeto hablante (el “yo” implícito o explícito del texto); el tipo de sujeto (implícitamente) supuesto como el sujeto (o público) a quien se habla , y el tipo de sujeto (u objeto) de quien se habla . Al igual que la gama diversa de sujetos situados en todo texto, la posición del texto también depende del tipo de relaciones afirmado entre estos distintos sujetos (Grosz, 1995: 99).
En el peor de los casos, mucha crítica literaria que pretende estudiar el género no hace más que analizar las imágenes literarias de las mujeres y los tropos asociados a lo femenino, y aquellos intentos por historizar el mundo diegético suelen suponer una relación directa y transparente entre la realidad de la ficción y el contexto en el que fue escrito. Esta Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
L A A TEORÍA TEORÍA LITERARIA LITERARIA FEMINISTA FEMINISTA Y Y SUS SUS LECTORAS NÓMADAS
57
aproximación es sin duda valiosa porque desenmascara el sexismo de muchas de nuestras representaciones y géneros literarios, pero como supone que cualquier identidad tiene cierto contenido intrínseco y esencial definido por un origen común, por una estructura común de experiencia o por ambas cosas, el resultado es que se “adopta la forma de la recusación de las imágenes negativas por medio de otras positivas”, e implícitamente sugiere que hay otras que se postulan como auténticas y originales y apropiadas (Grossberg, 2003: 151): es en este sentido que la crítica es prescriptiva. No obstante, supone una simplificación tanto de las operaciones de significación propias de la literatura como de las estrategias de lectura desarrolladas por las teorías literarias feministas. ¿Qué es una mujer? es una pregunta que no tiene respuesta. Además, cualquier definición marca un límite y empobrece nuestras figuraciones de la experiencia y la actividad de la lectura y la interpretación, por lo que el ámbito propio de la teoría y la crítica literaria feministas es precisamente la paradoja identificada por Lauretis. En este sentido, vale la pena recordar la frase célebre de Virginia Woolf en Una habitación propia : “y pensé en lo desagradable que era que la dejaran a una fuera; y pensé que quizás era peor que la encerraran a una dentro”.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
58
N ATTIE GOLUBOV
BIBLIOGRAFÍA BENHABIB, Seyla. “Feminismo y posmodernidad: una difícil alianza”, traducción de Pedro Francés Gómez. Disponible en: . >.
B ARKER , Chris, y Dariusz Galasinski. Cultural Studies and Discourse Analysis . Londres: Sage, 2001. B ARRETT, Michèle. “El concepto de diferencia”, traducción de Marta Lamas. Debate Femin Feminista ista , año 1, vol. 2 (septiembre de 1990): 313-328. BRAIDOTTI, Rosi. Nomadic Subjects: Embodiment and Sexual Difference in Contemporary Feminist Thought . Nueva York: Columbia University Press, 1994. BUTLER , Judith. “Fundamentos contingentes: el feminismo y la cuestión del ‘posmodernismo’”, ‘posmodernismo’”, traducción de Moisés Silva. La Ventana , núm. 13 (2001): 7-41. AVARERO ARERO, Adriana. “Para una teoría de la diferencia sexual”. Debate FemiC AV nista , año 6, vol. 12 (octubre de 1995): 149-179.
COLAIZZI, Giulia. “Feminismo y teoría del discurso. Razones para un debate”. En Feminismo y teoría del discurso , ed. por Giulia Colaizzi. Madrid: Cátedra, 1990, pp. 13-25. COLLINS, Patricia Hill. Black Feminist Thought. Knowledge, Consciousness, and the Politics of Empowerment . Londres: Routledge, 1991. CULLER , Jonathan. “La literaturidad”. En Teoría literaria , de Marc Argenot et . al , traducción de Isabel Vericat Núñez. México: Siglo XXI Editores, 2002, pp. 36-50. E AGLETON, Mary. “Literary representations of women”. En A History of Feminist Literary Criticism, ed. por Gill Plain y Susan Sellers. Cambridge: Cambridge University Press, 2007, pp. 105-119. _____. “Who’s who and where’s where: Constructing feminist literary studies”. Feminist Review , núm. 53 (1996): 1-23. E AGLETON, Terry. Después de la teoría , traducción de Ricardo García Pérez. Barcelona: Debate, 2005.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
L A A TEORÍA TEORÍA LITERARIA LITERARIA FEMINISTA FEMINISTA Y Y SUS SUS LECTORAS NÓMADAS
59
ECO, Umberto. “Intentio lectoris . Apuntes sobre la semiótica de la recepción”. En Los límites de la interpretación, traducción de Helena Lozano. Barcelona: Lumen, 1992, pp. 21-46. FELSKI, Rita. The Uses of Literature . Oxford: Blackwell, 2008. FOUCAULT, Michel. “¿Qué es un autor?”, traducción de Corina Yturbe. Dialéctica , año IX, núm. 16 (diciembre de 1984): 51-82. FUSS, Diana. Essentially Speaking. Feminism, Nature and Difference . Londres: Routledge, 1989. G ALLOP, Jane. Around 1981: Academic Feminist Literary Theory . Londres: Routledge, 1992. GROSSBERG, Lawrence. “Identidad y estudios culturales: ¿no hay nada más que eso?” En Cuestiones de identidad cultural , compilado por Stuart Hall y Paul du Gay, traducción de Horacio Pons. Buenos Aires: Amorrortu, 2003. GROSZ, Elizabeth. “¿Qué es la teoría feminista?”, traducción de Mónica ManFeminista sta , año 6, vol. 12 (octubre de 1995): 85-103. sour. Debate Femini GUERRA , Lucía. Mujer y escritura. escritura. Fundamentos Fundamentos teóricos de la crítica crítica feminista . México: Universidad Nacional Autónoma de México-Programa Universitario de Estudios de Género, 2007. HOOKS,
Ain’t’t I a Woman. Woman. Black Women Women and Femin Feminism ism. Boston: South bell. Ain End Press 1992.
K OLODNY OLODNY , Annette. “Some notes on defining a ‘feminist literary criticism’”. Critical Inquiry , vol. 2, núm. 1 (otoño de 1975): 75-92. L AURETIS , Teresa de. “Eccentric subjects: Feminist theory and historical consciousness”. Feminist Studies , vol. 6, núm. 1 (primavera de 1990): 115-150. Disponible en: [Consulta: 10 de enero de 2010]. _____. “Estudios feministas/estudios críticos: Problemas, conceptos y contextos”. En El género en perspectiva. De la dominación universal a la representación múltiple , compilado por Carmen Ramos Escandón, traducción de Gloria Elena Bernal. México: Universidad Autónoma Autónoma MetropolitanaIztapalapa, 1991, pp. 165-193. _____. “La tecnología del género”. En El género en perspectiva. De la dominación universal a la representación múltiple , compilado por Carmen Ramos Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
60
N ATTIE GOLUBOV
Escandón, traducción de Gloria Elena Bernal. México: Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, Metropolitana-Iztapalapa, 1991a, pp. 231-278. LEBIHAN, Jill. “Feminism and literature”. En The Routledge Companion to Feminism and Postfeminism, ed. por Sarah Gramble. Londres: Routledge, 2001, pp. 129-139. LITTAU, Karin. Teorías de la lectura. Libros, cuerpos y bibliomanía , traducción de Elena Marengo. Buenos Aires: Manantial, 2006. MILLETT, Kate. Política sexual , traducción de Ana María Bravo García. México: Mé xico: Aguilar, 1975. MOI, Moi. Teoría literaria feminista , traducción de Amaia Bárcena. Madrid: Cátedra, 1988. N ASH, Jennifer C. “Re-thinking intersectionality”. Feminist Review, 89 (2008): 1-15. PLAIN, Gill, y Susan Sellers. “Introduction to Part III”. En A History of Feminist Literary Criticism, ed. por Gill Plain y Susan Sellers. Cambridge: Cambridge University Press, 2009, pp. 210-213. PILCHER , Jane, e Imelda Whelehan. 50 Key Concepts in Gender Studies . Londres: Sage, 2004. R OBBINS OBBINS, Ruth. “Will the real feminist theory please stand up?” Introducing Literary Theories. A Guide and Glossary . Edinburgo: Edinburgh University Press, 2001, pp. 46-66. R UBIN UBIN, Gayle. “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”, traducción de Stella Mastrangelo. Nueva Antropología , año/vol. VII, núm. 30 (1986): 95-145. S AID, Edward. Representacion Representaciones es de los intelectuales , traducción de Isidro Arias. Barcelona: Paidós, 1994. SCOTT, Joan. “El género: una categoría útil para el análisis histórico”. En Sexualidad, género y roles sexuales , compilado por Marysa Navarro y Catherine R. Stimpson; traducción de Marysa Navarro. México: Fondo de Cultura Económica, 1999, pp. 37-75. SCHWEICKART, Patrocinio P. “Reading ourselves reading: Toward a feminist theory of reading”. En Gender and Reading. Essays on Readers, Texts, and Contexts , ed. por Elizabeth Flynn y Patrocinio Schweickart. Baltimore: Johns Hopkins University University Press, 1986, pp. 31-62. Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
L A A TEORÍA TEORÍA LITERARIA LITERARIA FEMINISTA FEMINISTA Y Y SUS SUS LECTORAS NÓMADAS
61
ALBOT T, Mary M. Language and Gender. An Introduction. Cambridge: Polity, T ALBO 2001.
TODOROV , Tzvetan. Crítica de la crítica , traducción de José Sánchez Lecuna. Caracas: Monte Ávila Latinoamericana, 1991. W EEDON EEDON, Chris. Feminist Practice and Postructuralist Theory . Oxford: Blackwell, 1987. V ITAL ITAL, Alberto. “Teoría de la recepción”. En Aproximaciones. Lecturas del texto, ed. por Esther Cohen. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1995, pp. 237-249.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 37-61
Pensamiento en resistencia Ana María Martínez de la Escalera * ESUMEN R ESUMEN
El problema de la catacresis, de las expresiones que pierden su precisión referencial y comunicativa, es ampliamente conocido. Este impulso, sin embargo, no es natural, y debe ser integrado a nuestro esfuerzo colectivo para analizar feminismo a través de sus el discurso. En este artículo se examina la palabra feminismo usos por la academia y el activismo. Palabras clave: análisis del discurso, feminismo, crítica, resistencia. BSTRACT A BSTRACT
The problem of catachresis, of expressions losing their referential precision and communicative force, is widely known. This impulse, however, is not natural, and it must be integrated in our collective effort to analyze the experience of discourse. This article examines the word feminism through its use by academia and activism. Key words: discourse analysis, feminism, critical, resistance.
Cada cierto periodo de tiempo el vocabulario de la vida cotidiana experimenta modificaciones diversas, tanto o más que el de las jergas técnicas en circulación a través de las comunidades de sabios y especialistas. Cualquier región de la experiencia puede apropiarse secretamente de signos y códigos y decidir no compartirlos con el resto de los humanos; reproduce así su singularidad y la actualiza poniéndola al día 1 del debate y practicando nuevos usos sobre viejos significantes. En su * Profesora de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México ( UNAM) y coordinadora de la línea de investigación “Alteridades de género, memoria y testimonio”, en el Programa Universitario de Estudios de Género, de la propia UNAM. Correo electrónico: . 1 Sobre los significados críticos de esta expresión, véase Jacques Derrida, El otro cabo. La democracia, para otro día , Barcelona, Ediciones del Serbal, 1992.
64
A NA NA M ARÍA M ARTÍNEZ DE LA ESCALERA
Curso de lingüística general (1901), Ferdinand de Saussure se admiraba
con razón del desmesurado número de significados que debían encajar en el reducido coto de significantes, y agregaba que algún día haríamos bien en extraer provechosas consecuencias de esta situación natural.2 Estas transformaciones se deben en su mayoría al uso de la lengua, y a través de él a las fuerzas que entrando en juego durante el intercambio de palabras, gestos y silencios entre los hablantes proponen un nuevo standard comunicativo. Es preciso que las describamos como fuerzas de intromisión porque no son puramente lingüísticas; su naturaleza o talante es muy otro. Proceden de la economía, de la política y de la academia con sus mandatos o llamados a la irresistible uniformización global de la escritura de papers, a la claridad o la conveniencia de adoptar una terminología mainstream . Una activista china (Marcos y Waller, 2008: 57-98, 99-136) se quejaba en un congreso internacional feminista de la imposición etnocentrista de conceptos descriptivos por parte de las colegas europeas, quienes así reproducían las prácticas colonialistas impositivas que decían criticar. De esta manera, también las palabras envejecen, se gastan, perdiendo precisión y especificidad en la función referencial y descriptiva: en este caso la fuerza que modifica el discurso es retórica y la operación producida es la catacresis 3 (Beristáin, 1985: 86). Pero el envejecimiento de una palabra nunca es un hecho natural: es producido o inducido por acontecimientos o manipulaciones en los medios globales, o mediante el discreto uso del rumor en corrillos, cotos o vedados académicos tan propios del régimen de repartos del saber en nuestras instituciones. Éste ha sido el caso de la expresión feminismo, que ha sido vaciada de referencia, puesta en cuestión, vilipendiada por propios y ajenos, usándola de manera irrisoria en nombre de purezas idiomáticas y políticas. Por tal motivo, estas últimas deben ser llamadas a declarar, deben ser examinadas puesto que su exigencia de claridad no es sino un golpe efectista de sexismo, aún en vigor después de tantos Lo que Saussure comentaba a los asistentes a sus cursos no parece haber interesado a sus discípulos. Hoy, Hoy, sin embargo, podría ser útil para legitimar una lectura crítica del libro saussuriano en función precisamente de la “naturalización” de la esfera de producción del discurso. Lévi-Strauss lo comenta en Antropología estructural , México, Siglo XXI Editores, 1981. 3 La catacresis es una figura retórica que ha dejado de serlo al perder originalidad por su uso excesivo, lo que a su vez hace olvidar su eficacia y su historia semántica. Es un cliché . 2
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 63-73
PENSAMIENTO EN RESISTENCIA
65
años de supervivencia exitosa de la crítica feminista. Según Nelly Richard (2007), crítica cultural y ensayista, la conmoción que causa la feminismo sigue tan viva como siempre, por lo que ella suele palabra feminismo usarla de manera discrecional para incomodar siempre que se enfrenta a un público académico conservador. La mera enunciación pública del compromiso con el feminismo se traduce de inmediato en un acto crítico contra las sensibilidades regidas por el sexismo. La crítica es, en este sentido, una actualización de la controversia o del conflicto por las interpretaciones sobre cómo son “las cosas”, es decir, sobre los referentes sociales que son puestos en cuestión por la expresión feminismo y el efecto poderoso del shock de la experiencia y la memoria (Benjamin)4 cuando no nos reconocemos como parte de la tradición de las exclusiones (lo peor de nuestra herencia de género, de clase, de raza, etcétera). Debemos tomar en cuenta que, en el caso de los vocabularios a través de los cuales se genera y comunica el conocimiento, las actualizaciones del significado significado responden a factores internos de las propias disciplinas y su comunicación. Michel Foucault dedicó El orden del discurso (1970) a mostrar esos factores. Por nuestra parte, podríamos hablar de resignificación en resistencia en los intercambios coloquiales públicos, o de resignificación normada en el caso de los saberes científicos. Para la reflexión que nutre el debate político al introducir la perspectiva de género, los procesos de transformación del significado y la referencia de los léxicos son sumamente importantes. Sobre todo cuando esta reflexión asume el examen crítico5 de las implicaciones éticas y políticas de los vocabularios del disenso político, sin descontar las prácticas de desujetación de los individuos que él mismo produce, y así los ofrece al más amplio debate y a la discusión abierta. Condición El shock fue trabajado por Walter Benjamin a partir de ciertas intuiciones tomadas de la traducción de las vanguardias surrealistas, de manera particularmente interesante en su presentación en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. 5 Para acercarse al problema de la práctica crítica, a la importancia que concede a la contingencia y a la oportunidad, así como a su fuerza política desujetante, véase Foucault (1995); para los procedimientos retóricos retóricos como parte fundamental del accionar accionar de la puesta en cuestión crítica, véase Judith Butler (2007). Además, habrá que relacionar los procedimientos de la crítica con la idea kantiana del “uso público” de la razón en ¿ Qué es la Ilustración? (Kant, 1987: 25-38). 4
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 63-73
66
A NA NA M ARÍA M ARTÍNEZ DE LA ESCALERA
insuperable esta última, en su calidad interdisciplinaria, del carácter público del debate, en el que se esperan razones y argumentos plurales en lugar de la resignación que produce el consenso. De hecho, la apertura resulta una condición indispensable del pensamiento ejercido colectivamente si se le entiende como una práctica que interroga sobre lo oportuno de reescribir las reglas mínimas del debate en cada ocasión para defender la pluralidad y la responsabilidad (la alteridad) que le atañe. En efecto, la condición de apertura introduce la práctica en perpetua y contingente renovación de la transdisciplina,6 la cual rehace el vocabulario utilizado para el intercambio entre saberes y prácticas; por ejemplo, entre feministas de academia y activistas. Este intercambio no busca, por tanto, imponer un orden jerárquico o asimétrico entre las dos esferas y sus agentes, sino que se suscita a través de las preguntas, mediante la práctica de cuestionar las fronteras disciplinares de los saberes, fortificando opciones indóciles para el examen de conceptos, de argumentos y de debate. La primera cuestión, el examen, no compete únicamente al significado o connotación del léxico del debate; tampoco a la corrección de la referencia o lo adecuado del significante, como, por ejemplo, en la desperdiciada discusión sobre la pertinencia de la traducción “femicidio” sobre “feminicidio”,7 aunque nunca está de más Por transdisciplina habría que entender una operación antes que un producto; así, más bien hablaríamos de “transdisciplinar el discurso” como una práctica que pertenece a los procedimientos de la crítica del discurso y a su genealogía inscrita en las humanidades actuales y su “incondicionalidad” de proposición y de crítica. Para incondicionalidad y su fuerza, y Universidadd sin condición, de Derrida. Por otra su paradójica vulnerabilidad performativa, véase Universida parte, para transdisciplina, entendida como ejercicio, véase Martínez de la Escalera, Alteridad y exclusiones: Diccionario para el debate , en proceso de edición. Hay además una discusión anterior (2004: 25-47). 7 Esta discusión comenzó cuando se tradujo, a iniciativa de Marcela Lagarde, para el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (de la Universidad Nacional Autónoma de México) el texto de Diana E. Russell y Roberta A. Harmes (2001): lo que entonces se discutía era si la traducción del neologismo femicide en inglés debía ser “femicidio” o “feminicidio” “feminicidio” en español. Sin embargo, lo que el tono subido de la argumentación no dejó ver fue lo que realmente estaba en juego: la vulnerabilidad o la fuerza de los usos de la expresión y sus efectos performativos, antes que la justeza y adecuación a un supuesto referente. En realidad la referencia se produce en el acto mismo del uso en el debate; no es, desde luego, una relación natural entre palabra y mundo. Para la noción de performatividad que aquí uso puede consultarse Cómo hacer cosas con palabras , de J.L. Austin, así como la discusión derridiana respecto a la no adecuación entre contenido, significado y performatividad en Limited Inc . 6
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 63-73
PENSAMIENTO EN RESISTENCIA
67
establecer los elementos de una discusión, siempre que esto se haga con brevedad y puntualidad. El examen no debe ser confundido con una práctica cuyo sentido pudiera ser la interpretación de una palabra o discurso, lo que por regla general implica postular una finalidad causal de la expresión (ya sea referencial o comunicativa) y una función privilegiada del lenguaje. Brevemente diremos que el examen es un ejercicio de lectura que está atento tanto al discurso analizado filológica y retóricamente como a la tecnología que lo hace posible. Esta tecnología no es sólo instrumental: tiene efectos de aplicación y de sentido que son contingentes pero decisivos. Significado no debe entenderse simplemente como lo que puede predicarse de algo, es decir, como un discurso sobre un término, que en principio progresa hacia una meta o función preestablecida. Es importante recordar que distinguir la dimensión del significado de una palabra en uso y luego dotarla de existencia autónoma propia crea confusiones más que resolverlas. Una vez establecida la relación entre significado y significante su separación sólo consigue deificar la noción en cuestión, provocando excesos metafísicos. Las palabras —como el ejemplo propuesto de “femi “feminismo nismo”, ”, y la discusión que ocultó los efectos pragmáticos de su uso en contextos académicos, jurídicos y del activismo— son ante todo palabras, no espejos de cosas o relaciones, sino, por encima de todo lo demás, pasajes a la acción propios del discurso. En efecto, las palabras actúan sobre los seres humanos, con ellos y mediante ellos. Se hacen cosas con palabras, cosas sociales, políticas, éticas, singulares o colectivas (Austin, 1990; Butler, 2006: 281-282, 296, 308). Son prácticas de apropiación del sentido, de las fuerzas de la contingencia y de los individuos, que de ser simples usuarios de la lengua se tornan agentes. Esto es así porque la palabra no es el elemento de una función semántica, comunicativa o referencial, o, más bien, no lo es exclusivamente: la palabra dicha, escuchada o leída sucede como un evento, como algo que tiene lugar y acarrea efectos. Es pronunciamiento, acontecimiento y acto. Se diría que tiene relación con una secuencia de procesos vinculados más o menos estrechamente por contigüidad en el tiempo y el espacio. La palabra es, después de todo, actividad, proceso de lo sensible; es la conmoción que provoca, por ejemplo, el uso de “feminismo” en un contexto conservador y reaccionario. Este proceso de lo sensible no responde Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 63-73
68
A NA NA M ARÍA M ARTÍNEZ DE LA ESCALERA
a una finalidad hermenéutica o referencial, sino a la propia fuerza de realización del discurso, de lo hablado —eficacia que Spinoza llamaba conatus y que Nietzsche llamó fuerza en La genealogía de la moral —. —. Esta fuerza es una más entre aquellas espontáneas, atacantes, asaltantes, re-interpretadoras, re-directoras y conformadoras (Nietzsche, 1983: 88). Es una fuerza resignificante, y re-significar no es introducir una causalidad en el discurso sobre el acto o nombre (acción de nombrar) que se describe; es decir, no es un sentido determinado haciendo prevalecer entre muchos significados (polisemia) uno de ellos (no necesariamente el más adecuado, en el caso de que creamos que hay adecuación entre significados y lo que es nombrado). Resignificar puede entenderse como el movimiento contrario de la catacresis retórica, generadora del lugar común y del olvido de la vida de las palabras: es una de las fuerzas del usus analizado por Quintiliano en la Institutio, o de aquella dimensión de la enunciación que la retórica llama actio. Entendida de esta manera, la acción de resignificar parece el movimiento contrario a ubicar la palabra en su historia, en su vida de palabra: resignificar sería olvidar. Por el contrario, siempre es conveniente hacer la historia de la confusión entre acto y función del feminismo, en tanto palabra, siguiendo nuestro ejemplo analítico. No será, por lo tanto, su capacidad descriptiva, acertada, adecuada o pertinente, la que nos interese, sino las conmociones ligadas a su uso, el régimen estético —régimen de la sensibilidad que gobierna lo que es audible y lo que no— que se la apropia, quizás incluso las intensidades deleuzianas (Deleuze y Parnet, 1980) que despierta en quien escucha. El procedimiento —acción de leer en clave feminista, como regreso de lo excluido— no ha sido inventado para cumplir el destino de una finalidad semántica, sino que se ha vinculado a ella mediante cierta fuerza, la cual vuelve invisibles su misma acción y sus efectos. Sólo una lectura histórica o genealógica muestra cómo y de qué manera algo se vuelve invisible o inaudible. Volvamos al ejemplo del feminismo. Hoy 8 la noción es prácticamente indefinible, no sólo a causa de una exagerada proliferación de su polisemia sino por el peso de los efectos prácticos —intimidación, Hoy presupone la fecha de la lectura, y por lo tanto indica el espacio en el que se desarrolla, así como las fuerzas que entran en juego al leer, interpretar o decodificar la noción de feminismo y sus efectos (comenzando por la incomodidad que produce en los públicos). 8
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 63-73
PENSAMIENTO EN RESISTENCIA
69
puesta en entredicho, asombro, etc.— que produce en el orden del saber y fuera de él, por encima de consideraciones estrictamente semánticas o de definición. Éste es justo el momento para dedicarse no al abandono, sino a la formulación de un acercamiento genealógico. La genealogía es histórica, pero no se agota en la cronología; no trata a las palabras, al menos no a los sustantivos como feminismo, como cosa abstracta, como artefacto de anticuario en el discurrir inexorable y sin concesiones del tiempo. No se priva, sin embargo, del placer de tratarlas como positividad, esto es, como cosa, antes que como idea o generalidad. Le interesan las palabras pa labras en su accionar, en su proceder, el cual siempre se había considerado secundario, irrelevante o, al menos, derivado: a la genealogía le importa el trabajo de las palabras sobre los hablantes presentes y futuros. Según J.L. Austin en How to do things with words (1 (1962), 962), la genealogía trabaja a su vez ve z sobre las palabras, que al actuar sobre los hablantes y su circunstancia los describe, los inserta; los inscribe ideológica, social y culturalmente; también sexual y políticamente. Si decimos trabaja es porque se trata precisamente de una labor, de un quehacer, del trabajo del genealogista (nietzscheano), que procura descubrir qué, quién y cómo se forjaron las palabras con las cuales nos describimos a nosotros mismos, para eventualmente sentar así las bases de la interpelación (por la que se realiza la subjetivación como sujetación) o la resistencia (la que realiza la subjetivación en la libertad y la decisión). Entonces: ¿Cómo se forja una palabra? ¿Cómo se pone en circulación? ¿Cuál es esa economía de intercambio y apropiación de la palabra que se nos escamotea cuando somos hablantes o usuarios del lenguaje? ¿Quién es el prestidigitador que logra esto último? ¿Cuál el juego de espejos comprometido? Lo que las interrogantes destacan es el cómo de esta economía de la descripción. Se trata, desde luego, de procedimientos, de operaciones realizadas por agentes hablantes, tanto más anónimos cuanto más eficaces son. Diríamos que la genealogía descubre máquinas de discurso para las cuales los hablantes mismos son el resultado y no los operadores anteriores y exteriores del sentido. En un párrafo pá rrafo anterio a nteriorr introdujimos la noción noción de resistencia . Debemos recordar que ésta es solidaria de la noción de crítica y ambas lo son de lo que llamaremos práctica genealógica . En este sentido, el examen Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 63-73
70
A NA NA M ARÍA M ARTÍNEZ DE LA ESCALERA
genealógico (Nietzsche, 1983) puede dar cuenta del pasado uso distributivo de una palabra, mientras que la crítica cr ítica aspira a pasar a la acción. Los dos son recursos estratégicos imprescindibles para los ejercicios de resistencia ante la eficacia de las máquinas discursivas que dotan de sentido a nuestras experiencias. Máquinas u operaciones que constituyen aquello de lo que dicen ser prolongación o simple reproducción, como el género, la etnia, la diferencia de clases, las jerarquías, las asimetrías; en fin, las exclusiones que capitalizan las diferencias, afiliándolas a un régimen supuestamente natural e inevitablemente ahistórico de dominación. Y la capitalización, como sabemos, siempre produce excesos. Son los excesos aquello que las prácticas en resistencia evitan y tienen como función desarmar. La resistencia en el mundo de las palabras y los discursos toma la figura de la crítica feminista, que transforma, en primerísima instancia, el sentido de la noción de crítica, luego el del feminismo, en cuyo nombre opera la anterior, anterior, y después el de política, que, a su manera, subvierte los anteriores. En esta perspectiva, las palabras de un vocabulario para el debate político en clave feminista son el enclave resistente y, a la vez, la ocasión (kairós ) donde se entabla el conflicto de interpretaciones y donde las artes genealógicas y críticas rinden sus mejores frutos al tomar la forma de problematizaciones. Una problematización pone en relación las descripciones con las relaciones de fuerza de postulación y pronunciamiento, lo mismo que las relaciones de poder (jerarquías) que las trabajan, sin olvidar las formas de subjetividad que producen. No debe confundirse con el término problema , cuya función sería ir en busca de solución o de clarificación. La anterior expresión “feminista” en aquel contexto es un ejemplo preciso de cómo ha sido redescrita su polisemia mediante una problematización de carácter crítico, como un conflicto de interpretación. Todo Todo conflicto demanda una política de la interpretación y una responsabilidad con el porvenir. Esta responsabilidad es para con las generaciones y el mundo futuros, para evitar cancelarles la posibilidad de redescripción del feminismo; una palabra molesta —incluso para las mujeres— cuya fuerza crítica aún habrá de ser explotada hasta sus últimas consecuencias. Para el conflicto interpretativo no precisamos de un vigilante que regule y administre el uso y el abuso del sentido, sino del oficio del debate público, plural y argumentado, Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 63-73
PENSAMIENTO EN RESISTENCIA
71
en el cual debe deb e prevalecer, no obstante la intensidad de la discusión, el libre intercambio de ideas. Siendo la libertad la clave del intercambio de opiniones podemos esperar que se realice no tanto con la finalidad de llegar a un acuerdo o consenso, sino de dar curso a la pluralidad, que no a la asimetría. Llamamos política al ejercicio del debate porque organiza campañas de intervención contra la maquinaria discursiva mediática, académica o disciplinaria, contra sus apropiaciones del sentido y sus efectos de exclusión y clausura institucional. Y esta particular política es estratégica: no se opone al poder sino que hace aparecer otras intensidades, otras conmociones, otras solidaridades. Éstas tres le pertenecen por derecho propio al debate y a las comunidades que lo sostienen y lo hacen posible ante la apropiación de los escenarios del discurso, de sus órdenes, de sus formas de transmisión e intercambio, y de las jerarquías de las que se hacen acompañar: la figura del sabio y su comunidad. ¿Qué se problematiza?, o bien ¿de qué tipo de problematizaciones hablamos cuando nos referimos a la noción de feminismo? Contestemos: Problematizar es poner en relación lo diferente: la etimología con la filología de la palabra, la cronología de sus usos y abusos con su contraria, la genealogía, que muestra su relación con las prácticas de subordinación de las mujeres y sus resistencias, que relaciona también el significado crítico con la historia subordinada del significante y de esa manera pone a prueba la crítica, la historia y el debate a través de sus efectos políticos sobre la experiencia. Es también, como escribió Walter Benjamin (1980, 175-192), un modo de pasarle el cepillo a contrapelo a la historia (oficial) evidenciando que las finalidades (esto es, el progreso moral) no revelan las alturas del espíritu humano, como podría suponerse. Más bien, el verdadero espíritu humano debería buscarse en el trabajo de resistencia de innumerables generaciones de mujeres, conducido a través del dolor y la humillación por la carencia de nombre propio para sus luchas. Benjamin gustaba de reconocer positivamente la valía de este trabajo anónimo con el sustantivo, resignificado, de barbarie .
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 63-73
72
A NA NA M ARÍA M ARTÍNEZ DE LA ESCALERA
BIBLIOGRAFÍA USTIN, J.L. Cómo hacer cosas con palabras . Barcelona: Paidós, 1990. A USTIN
BENJAMIN, Walter. “Tesis de filosofía de la Historia”. En Discursos interrum pidos I . Madrid: Taurus, 1980. _____. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica . México: Itaca, 2003. BERISTÁIN, Helena. Diccionario de retórica y poética . México: Po Porrúa, rrúa, 1985. BUTLER , Judith. Deshacer el género. Barcelona: Paidós, 2006. _____. “¿Qué es la crítica?” En Los contornos del alma y los límites del cuerpo: género,, corporalidad género corporalidad y subjetivación subjetivación, coordinado por Rodrigo Parrini Roses. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Programa Universitario de Estudios de Género, 2007. DELEUZE, Gilles, y Claire Parnet. Diálogos . Valencia: Pretextos, 1980. DERRIDA , Jacques. Limited Inc . Evanston, IL: Northwestern University Press, 1988. _____. Universid Universidad ad sin condición. Madrid: Trotta, 2002. FOUCAULT, Michel. El orden del discurso. Barcelona: Tusquets, 1970. _____. “¿Qué es la crítica?” Revista de Filosofía-ULA (en línea), 1995. K ANT, Immanuel. Filosofía de la Historia . México: Fondo de Cultura Económica, 1987. M AR ARCOS COS, Silvia, y Marguerite Waller (eds.). Diálogo y diferencia. Retos feministas a la globalización. México: Universidad Nacional Autónoma de MéxicoCentro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, 2008. ARTÍNEZ EZ DE LA ESCALERA , Ana María. “Interdisciplina”. En Interdisciplina. M ARTÍN Escuela y arte . México: Conaculta, 2004.
NIETZSCHE, Friedrich. La genealogía de la moral . Madrid, Alianza Editorial, 1983.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 63-73
PENSAMIENTO EN RESISTENCIA
73
R ICHARD ICHARD , Nelly. Fracturas de la memoria. Arte y pensamiento crítico. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2007. R USSELL USSELL, Diana E., y Roberta A. Harmes. Feminicidio: una perspectiva global . México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2001.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 63-73
De la “economía política del sexo” al “género”: los retos heurísticos del feminismo contemporáneo Márgara Millán * ESUMEN R ESUMEN
Este ensayo propone una lectura de intervenciones canónicas en el feminismo contemporáneo, la de Gayle Rubin y Joan W. Scott, con el objetivo de mostrar el potencial crítico y heurístico del género como un concepto que enfatiza la producción de sentido que el mundo de lo humano realiza a través de la significación de la diferencia . Estas intervenciones teóricas hacen visible que lo que ocurre en y a través del género es semiosis social, revelando siempre algo más de lo que está en juego en la producción propia del género. Palabras clave: género, semiosis, discurso crítico, epistemología feminista. BSTRACT A BSTRACT
This essay proposes a “r “reading” eading” of canonical interventions on contemporary feminisms, those of Gayle Rubin and Joan W. Scott, with the aim to expose the critical and heuristic potential of gender as a concept that enhances the human production of meaning through the elaboration of difference . These feminisms make social semiosis in general visible, and not only reveal that which is at work in the production of gender. Key words: gender, semiotics, critical discourse, feminist epistemolog y.
ISTEMA SEXO SEXO-GÉNERO SISTEMA
La publicación, en 1975, del influyente ensayo “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”,1 de Gayle Rubin, marcó el rumbo de los feminismos angloamericanos de los años setenta. En él se delineaba la definición de un concepto que vendría a orientar * Profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México. Correo electrónico: . 1 “The traffic in women: notes on the ‘political economy’ of sex”, publicado por Reyna Reiter en la compilación Toward an Antropology of Women, Nueva York, Monthly Review
76
M ÁRGARA MILLÁN
el desarrollo teórico del feminismo, contribuyendo a consolidar lo que podemos denominar como una revolución heurística del conocimiento social, una aportación que desde la experiencia de las mujeres es teorizada al punto de abrir un campo específico multidisciplinario que sería denominado estudios de género. No cabe duda de que la aportación de Rubin a los estudios feministas es producto de la interdisciplinariedad interdisciplinariedad que va a caracterizar a la crítica feminista en tanto producción de conocimiento. Una lectura crítica y postestructuralista de Marx, Freud y Lévi-Strauss, es decir, a través de Foucault y Lacan, irá delineando el campo del feminismo teórico contem contemporáneo. poráneo.2 Diez años más tarde, en 1985, el concepto de género y el campo disciplinar de su estudio serán llamados a cuentas por la historiadora Joan W. W. Scott en un ensayo que cierra, desde mi punto de vista, el ciclo abierto por Rubin, dando un contenido multidimensional y procesal al concepto de género en el sentido de desarrollar su capacidad heurística. El ensayo de Rubin propone una lectura“idiosincrática y exegética”, en sus palabras, de Freud y Lévi-Strauss Lévi-Strauss frente a un reduccionismo del feminismo socialista, que de diversas maneras señalaba el origen de la opresión de las mujeres como un derivado de la opresión de clase. El papel insuficientemente insuficientemente explorado por el marxismo de la sexualidad en la constitución de lo social era relevado en la antropología y el psicoanálisis. El feminismo de los años setenta en Estados Unidos era parte de la nueva izquierda . Encuadraba la opresión de las mujeres como fuerza de trabajo hiperexplotada, como consumidoras que sirven a la economía del capital o, en sus intentos más ambiciosos, como parte del proceso de reproducción material del capitalismo. El develamiento del trabajo doméstico como necesidad de la reproducción de la fuerza de trabajo y, Press, 1975, y en español en la revista Nueva Antropología (1986) y en Marta Lamas (comp.), El género: la construcción cultural cultural de la diferencia sexual, México, Universidad Nacional Autónoma de México-PUEG/M.Á. Porrúa, 1996. 2 Por feminismo entiendo un movimiento multidimensional (político y epistémico) que ocurre tanto en la acción como en el pensamiento social, que se constituye en las luchas de las mujeres por reivindicaciones en el ámbito del reconocimiento, pero también, y de manera simultánea, en el terreno heurístico y epistémico, que funda las representaciones sociales y el conocimiento en general. Como movimiento político y epistémico es parte también de tradiciones teóricas y culturales locales. Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
DE LA “ÉCONOMÍA ÉCONOMÍA POLÍTICA POLÍTICA DEL DEL SEXO” AL “GÉNERO”
77
simultáneamente, como una actividad (no remunerada) realizada siempre y sólo por mujeres constituía, vale decir que entonces como ahora, uno de los puntos más importantes de este análisis feminista marxista. Pero lo que permanecía oculto en las más ricas propuestas de este feminismo era la “producción social” del sexo. Rubin supera el horizonte explicativo hasta entonces presente, sintetizado de alguna forma en la primacía del concepto de “patriarcado” en el feminismo de la época. Si bien es cierto que su movimiento conceptual busca sortear los escollos que presenta el análisis materialista, esto es sólo para abogar por un trabajo más profundamente marxista. Éste es el papel que juega Engels en el texto de Rubin, para quien es claro que “El reino del sexo, el género y la procreación humanos ha estado sometido a, y ha sido modificado por, una incesante actividad humana durante milenios. El sexo tal como c omo lo conocemos —identidad —identidad de géneros, deseo y fantasías sexuales, conceptos de la infancia— es en sí un producto social”.3 Es, sin embargo, una indicación de Engels la que resalta Rubin como la sugerencia que no ha sido desarrollada a profundidad, y es la que señala “la existencia y la importancia del campo de la vida social que quiero llamar sistema de sexo-género”.4 Ni “patriarcado” ni “modo de reproducción” dan cuenta de lo que Rubin desea describir y descubrir, aunque la primera definición de “sistema sexo-género” sea deudora de un paradigma basado en la dicotomía naturaleza-cultura, naturaleza-cu ltura, necesidad-satisfacción: “un conjunto de disposiciones disposiciones por el cual la materia prima biológica del sexo y la procreación humanas son conformadas por la intervención humana y social y satisfechas en una forma convencional”.5 La idea de sistema sexo-género apuntaba ya hacia el contenido semiótico del género, en el sentido de señalar la construcción significativa de la diferencia sexual. Gayle Rubin, “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”, en El género: la construcción cultural c ultural de la diferencia sexual , p. 45. 4 Idem. El concepto de género es usado con anterioridad en el contexto médico psicológico. 3
Marta Lamas señala, siguiendo el trabajo de H.A. Katchadourian, que John Money (1955) es el primero en usar el término “papel genérico” y Robert Stoller (1968) en proponerlo como “identidad genérica”. genérica”. Véase “La antropología feminista y la categoría de ‘género ‘género’”, ’”, en El género: la construcción cultural de la diferencia sexual , compilado por Marta Lamas, México, UNAMPUEG/M.Á. Porrúa, 1996, p. 112. 5 Gayle Rubin, op. cit ., ., p. 44. Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
78
M ÁRGARA MILLÁN
A Rubin le interesan dos aspectos de esa construcción significativa-discursiva del sistema sexo-género: el que elabora Lévi-Strauss en Las estructuras elementales del parentesco , donde se plantea que el intercambio de mujeres por los hombres es lo que fundamenta el lazo social, y, seguidamente, la concatenación de la construcción del lazo social con la heteronormatividad compulsiva, cuya explicación se encuentra en Freud. La teoría de la reciprocidad primitiva ampliada al matrimonio presenta una explicación del lugar real y simbólico de la mujer en la cadena de mediaciones que dan como resultado el lazo social. La noción del “intercambio de mujeres” resulta, oblicuamente, una explicación de la opresión de las mujeres, ya que describe el hecho de que son los varones quienes pueden intercambiar a sus hijas o hermanas, sin que aparezca nunca en la historia el derecho inverso. Tanto el sexo como el género son producidos en y a través de relaciones de intercambio entre varones. Sexo y género superan, bajo estas premisas, cualquier contenido biologicista y esencializante para ser visualizados como efectos de relaciones asimétricas. La necesidad de construir significativamente la diferencia sexual como heteronormativa aparece como correlato del parentesco, como leyes de intercambio (de mujeres) entre varones. Lévi-Strauss y Freud corroboran el mismo entramado material y simbólico, donde lo que se devela es la construcción de la diferencia y su sentido. “La idea de que los hombres y las mujeres son más diferentes entre sí que cada uno de ellos de cualquier otra cosa tiene que provenir de algo distinto de la naturaleza […]. Lejos de ser una expresión de diferencias naturales, la identidad de género exclusiva es la supresión de semejanzas naturales. Requiere represión”. represión”.6 Es aquí donde aparece Freud para explicar la necesidad (cultural en general para Freud, cultural en particular para Rubin) de la identidad de género exclusiva como supresión de semejanzas naturales . La construcción de la diferencia (sexual) por sobre las semejanzas aparece, entonces, como heteronormatividad apareada con el tabú del incesto, las reglas del parentesco y, y, subsidiariamente, la desposesión de 6
Ibidem, p. 59.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
DE LA “ÉCONOMÍA ÉCONOMÍA POLÍTICA POLÍTICA DEL DEL SEXO” AL “GÉNERO”
79
las mujeres de su propia subjetividad por quedar normadas por la ley del intercambio sexual, que es, a su vez, la del vínculo social. La heteronormatividad busca garantizar claramente la procreación; es también la forma propia de la cultura. Françoise Héritier,7 antropóloga discípula de Lévi-Strauss, plantea que la construcción social del género es pensada como parte de un “orden más general de representaciones”, donde Masculino/Femenino se desdobla de múltiples maneras (caliente/frío, arriba/abajo, cerrado/ abierto, activo/pasivo), haciendo significativo el cosmos y equilibrando sus elementos contrarios. Sin embargo, al realizar esta obra de sentido y equilibrio, intercambio y reciprocidad, se produce una valencia diferencial, o imparidad, que da sustento a lo que Bourdieu denomina la dominación masculina .8 Héritier constata que el primer objeto de reflexión del hombre al emerger de la animalidad es el propio cuerpo y el lugar que ocupa en relación con lo otro: especies animales y vegetales. Reconocer estas fronteras de lo idéntico y lo diferente constituye el núcleo de todo pensamiento humano: En lo idéntico y lo diferente veo la base objetiva e indiscutible de un sistema global de clasificación desde el punto de vista del sujeto hablante. Esta categorización de base dualista es en mi opinión el resultado de la observación preliminar de la diferencia sexuada sobre la cual la voluntad humana no tiene influencia. Está en el núcleo de todos los sistemas de pensamiento, en todas las sociedades… La aprehensión intelectual de la diferencia sexuada sería así concomitante con la expresión misma de todo pensamiento.9
Este núcleo primordial de observaciones sobre la naturaleza humana se traducirá en una serie abierta y compleja de ordenamientos simbólicos cuya característica será dual. La clasificación dualista es, así, uno de los primeros anclajes del pensamiento simbólico, es decir, del Françoise Héritier, Masculin/Féminin: La pensée de la difference , París, Editions Odile Masculin/Féminin II: Dissoudre Dissoudre la hiérarchie , París, Editions Odile Jacob, 2002. Jacob, 1996, y Masculin/Féminin 8 Véase Pierre Bourdieu, La dominación masculina , Barcelona, Anagrama, 2000. 9 Françoise Héritier, Masculino/Femeni Masculino/Femenino no II: Disolver la jerarquía , México, Fondo de Cultura Económica, 2007, p. 16. 7
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
80
M ÁRGARA MILLÁN
pensamiento humano. “No hay sociedad alguna que haya sido capaz de constituir un discurso coherente sin haber recurrido a las clasificaciones dualistas”.10 Pero la clasificación dualista no deviene naturalmente en la jerarquización, y menos aún en la jerarquización positiva sistemática de lo masculino. El parentesco y la filiación no son hechos “naturales”, salidos enteramente de los lazos biológicos. En los grupos humanos la consanguinidad es una cuestión de elección, manipulación y reconocimiento social. La filiación es la regla social que define la pertenencia a un grupo. “No se encuentra ningún sistema de parentesco que en su lógica interna y en los detalles de sus reglas de derivaciones pudiera ser establecido como una relación que va de mujeres a hombres, de hermanas a hermanos, que fuese traducible en relaciones donde las mujeres serían las mayores o pertenecieran estructuralmente a la generación superior”.11 Es esta ausencia la que reafirma que todo sistema de parentesco es una manipulación simbólica, una lógica de lo social. Para Héritier, como para Rubin, resulta evidente que a partir del entramado arcaico del parentesco y las reglas del matrimonio se instaura una experiencia subjetiva distinta para hombres y mujeres, donde el derecho que tiene el primero sobre su prójimo mujer (hija o hermana) es diferente al derecho que tiene la mujer sobre su prójimo varón (hijo o hermano). Pero lo que inquieta a Rubin, más que mostrar la imparidad de la “lógica de lo social” y la construcción distinta de las subjetividades entre hombres y mujeres, es la idea de la construcción de la diferencia como mandato cultural. Nuevamente Lévi-Strauss proporciona el análisis de las condiciones previas para que funcionen los sistemas de matrimonio mediante el análisis de la división sexual del trabajo, concluyendo que 10
Ibidem, p. 130.
Traducción mía del texto Masculin/Féminin. La pensée de la différence , París, Editions Odile Jacob, 1996, p. 67. Héritier se interesa en los sistemas matrilineales crow , que deberían mostrar la figura inversa al sistema patrilineal omaha (ambos de los indios de Norteamérica), donde hermano/hermana se vuelve padre/hermana. La lógica de la apelación inversa que traduciría hermana/hermano como madre/hijo no llega a formularse plenamente. Interviene el orden generacional. Un hermano mayor no puede ser considerado como hijo de la hermana. Entre los iroqueses el derecho matrilineal le da a las matronas (mujeres maduras ya en la menopausia), poderes considerables, sobre todo ante las mujeres jóvenes. Pero esto no las lleva al ejercicio de la igualdad en los procesos de decisión. 11
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
DE LA “ÉCONOMÍA ÉCONOMÍA POLÍTICA POLÍTICA DEL DEL SEXO” AL “GÉNERO”
81
no se trata de una especialización biológica, sino de una diferenciación con un propósito, el de “asegurar la unión de hombres y mujeres haciendo que la mínima unidad económica viable contenga por lo menos un hombre y una mujer”.12 Desde esta perspectiva, afirma, la división sexual del trabajo es un tabú contra la igualdad de hombres y mujeres, que divide a los sexos en dos categorías mutuamente excluyentes, “un tabú que exacerba las diferencias biológicas y así crea el género”.13 En esta afirmación se encuentra in nuce el desarrollo performativo que hace Judith Butler, Butler,14 donde el sexo es un efecto del género y no al contrario, como generalmente se entiende. Si las estructuras elementales del parentesco y la división sexual del trabajo lo que hacen es crear la diferencia excluyente entre masculino-femenino, la introyección de esta división en términos de identidad monolítica y totalitaria es descrita por el psicoanálisis. Freud da cuenta del proceso de “adquisición de género”, revelándolo como un proceso necesario y a la vez traumático para ambos sexos, pero especialmente para el sexo femenino. Rubin lee a Freud con Lacan para superar la interpretación biologicista que domina en el psicoanálisis clínico norteamericano y buena parte del feminismo. El guiño aquí es hacia “el lenguaje y los significados culturales” de la anatomía, es decir, de las diferencias. Para Rubin, el psicoanálisis según Lacan es “el estudio de las huellas que deja en la psique del individuo su conscripción en sistemas de parentesco”. 15 Estructuras del lenguaje, leyes del matrimonio y parentesco e inconsciente como un mismo territorio, lo cual da cabal sentido al “complejo de Edipo”. De esta forma, antropología y psicoanálisis (franceses) son herramientas básicas para la crítica feminista interesada en la emancipación Gayle Rubin, op. cit .,., p. 57. Rubin se refiere en esta parte al trabajo “The family”, de Lévi-Strauss, publicado en H. Shapiro (ed.), Man, Culture and Society , Londres, Oxford University Press, 1971. 13 Gayle Rubin, op. cit ., ., p. 58. 14 Judith Butler, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad , México, Universidad Nacional Autónoma de México-Programa Universitario de Estudios de Género/ Paidós, 2001, y Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo” , Buenos Aires, Paidós, 2005. 15 Gayle Rubin, op. cit ., ., p. 68. 12
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
82
M ÁRGARA MILLÁN
no sólo de las mujeres, sino de la humanidad. Rubin apunta con esta intencionalidad crítica del feminismo hacia el desbordamiento de lo que hasta ese momento (y parcialmente en la actualidad) había sido su objeto: la opresión de las mujeres, y bellamente afirma: Personalmente, pienso que el movimiento feminista tiene que soñar con algo más que la eliminación de la opresión de las mujeres: tiene que soñar con la eliminación de las sexualidades y los papeles sexuales obligatorios. El sueño que me parece más atractivo es el de una sociedad andrógina y sin género (aunque no sin sexo), en que la anatomía sexual no tenga ninguna importancia para lo que uno es, lo que hace y con quién hace el amor .16
En estas palabras de Rubin se presenta el excedente no conmensurable de la persona, es decir, del sujeto, aquello que escapa a los discursos a pesar de ser construido-contenido por ellos. La aportación teórica de Rubin es en sí misma parte de lo que indica: deconstrucción de género (como diferencia excluyente) para liberar sus efectos sobre las sexualidades humanas y las personas. El sistema sexo-género es perfectible, tendiendo hacia el horizonte de la no patologización de las sexualidades, a la eliminación del “residuo edípico” de la cultura. En este punto, la utopía de Rubin muestra su confianza en lo que denomina “la evolución cultural”. En el cierre de su ensayo se ancla en la idea de la modernidad, rinde una cierta “superfluidad” a la organización del sexo y del género, que habiéndose establecido como necesidad arcaica se reprodujo de manera automática hasta la actualidad. Y SEXUALIDADES SEXUALIDADES. EMERGENCIA MERGENCIA DE DE LA LA TEORÍA TEORÍA QUEER FEMINISMO(S) Y
El horizonte emancipatorio de los setenta dará paso al estudio de las emergencias discursivas, ya anunciado con el concepto de sistema sexo-género. “Thinking sex” 17 es un ensayo tan importante como “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”. Si el primero es 16
Ibidem, p. 85. Las cursivas son mías.
Gayle Rubin, “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”, publicado en Carole S. Vance (comp.), Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina , Madrid, Ediciones Revolución, 1989. 17
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
DE LA “ÉCONOMÍA ÉCONOMÍA POLÍTICA POLÍTICA DEL DEL SEXO” AL “GÉNERO”
83
considerado como el que da las bases del feminismo postestructuralista, el segundo se piensa como el que abre el campo de la llamada teoría queer . Lo cierto es que en este ensayo Rubin se lanza con la más clara vena foucaultiana a analizar las formas discursivas, en este caso el discurso médico y legal sobre la sexualidad en Estados Unidos, mostrando cómo opera una jerarquía sexual que estratifica (sexo bueno versus sexo malo) en una escala históricamente cambiante, entendiendo claramente “la especificidad del discurso como objeto de estudio”: “Tarea que consiste en no tratar —dejar de tratar— los discursos como conjuntos de signos (de elementos significantes que envían a contenidos o representaciones) sino como prácticas que forman sistemáticamente los objetos de que hablan”.18 El discurso, entendido de esta forma, es más (siempre más) que “lengua y palabra”. Si son objeto de “legitimidad”, si en ellos se juega la construcción de la “verdad”, es por su peligrosidad: objeto de sofisticados sofisticados mecanismos de control, históricamente renovados. Estos procedimientos combinan sistemas de exclusión que obturan sentidos y recortan los límites de lo decible (las temáticas y los conceptos legítimos), pero también sistemas altamente productivos que ofrecen en cada espacio, en cada disciplina, en cada situación, las modalidades, sus retóricas y estrategias de enunciación.19
Rubin es una autora eminentemente política. En esta segunda contribución al debate del feminismo plantea la idea, a contrapelo de lo que se puede leer en el ensayo de 1975, de que la sexualidad humana es un vector de opresión distinto aunque confluyente con el género que se posiciona muy fuerte. La estratificación sexual es algo que puede ser aminorado por la pertenencia a cierta clase, raza o grupo étnico, pero no reducida a esta pertenencia. Rubin considera que no contamos con Michel Foucault, La arqueología del saber , México, Siglo XXI Editores, 1985, p. 81, citado por July Cháneton en Género, poder y discursos sociales , Buenos Aires, Eudeba, 2007, p. 50. 19 July Cháneton, Género, poder y discursos sociales , p. 50. En este extraordinario volumen la autora explicita la idea de la semiosis de género, retomando los estudios de Eliseo Verón, La semiosis social , Buenos Aires, Gedisa, 1987, concepto particularmente atinado al enfatizar el carácter procesual y abierto del género. 18
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
84
M ÁRGARA MILLÁN
un concepto de “variedad sexual benigna”, benigna”, que es la base para desarrollar una “ética sexual pluralista”. Cito in extenso: La variedad es una parte fundamental de toda forma de vida, desde los organismos biológicos más simples hasta las formaciones sociales humanas más complejas y, sin embargo, se supone que la sexualidad debe adaptarse a un modelo único […]. Esta idea de una única sexualidad ideal es característica de la mayoría de los sistemas de pensamiento sobre el sexo. Para la religión el ideal es el matrimonio procreador. Para la psicología la heterosexualidad madura. Aunque su contenido varía, el formato de una única norma sexual se reconstituye continuamente en otros marcos retóricos, incluidos el feminismo y el socialismo. Es igualmente objetable insistir en que todo el mundo deba ser lesbiana, no monógamo, como creer que todo el mundo deba ser heterosexual o estar casado, aunque este último grupo de opiniones está respaldado por un poder de coerción considerablemente considerablemen te mayor que el primero.
Y más adela adelante: nte: “Hemos apren aprendido dido a amar las difere diferentes ntes cult culturas uras como expresiones únicas de la inventiva humana, no como los hábitos inferiores y repulsivos de los salvajes. Necesitamos una comprensión antropológica similar de las diferentes culturas sexuales”.20 La vuelta a la biología que sugiere Rubin es justamente en el orden de la diversidad, la pluralidad, contra un trabajo homogeneizador que hace la cultura. La diversidad erótica es, sin embargo, contextual, construida, aprendida, al igual que el modelo dominante. La experiencia erótica humana que ocurre a pesar de o como resultado de los discursos normativos que la provocan es el área a investigar. 21 Para Rubin el feminismo feminismo muestra un claro límite en su tratamiento de la sexualidad humana, ya que la sexualidad es un elemento comple jo de las relaciones relaciones entre los géneros: géneros: “una “una parte importante de la opreopresión de las mujeres está contenida en y mediada por la sexualidad”. 22 Gayle Rubin, “Reflexionando sobre el sexo…”, pp. 142 y 143. Este acercamiento antropológico, fresco y franco, de Rubin a la sexualidad humana recupera estudios como los de Alfred Kinsley, Guardell Pomeroy, Clyde Martin y Paul Gebhard, Conducta sexual del hombre , Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 1967, y Conducta sexual de la mujer , Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 1967, entre otros. 22 Gayle Rubin, “Reflexionando sobre el sexo…”, p. 171. 20 21
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
DE LA “ÉCONOMÍA ÉCONOMÍA POLÍTICA POLÍTICA DEL DEL SEXO” AL “GÉNERO”
85
Con la idea de que las sexualidades, desviadas o no, son construcciones sociales, Rubin cuestiona la suposición de que el feminismo es o deba ser el privilegiado asiento de una teoría sobre la sexualidad. El feminismo es la teoría de la opresión de los géneros, y suponer automáticamente que ello la convierte en la teoría de la opresión sexual es no distinguir entre género y deseo erótico… La fusión cultural de género con sexualidad ha dado paso a la idea de que una teoría de la sexualidad puede derivarse directamente de una teoría de género […]. El género afecta el funcionamiento del sistema sexual y éste ha poseído siempre manifestaciones de género específicas. Pero aunque el sexo y el género están relacionados, no son la misma cosa, y constituyen la base de dos áreas distintas de la práctica social. En contraste con las opiniones que expresé en “The traffic in women”, afirmo ahora que es absolutamente esencial analizar separadamente género y sexualidad si se desea reflejar con mayor fidelidad sus existencias sociales distintas. Esto se opone a gran parte del pensamiento feminista actual, que trata la sexualidad como simple derivación del género. 23
El feminismo tiene mucho que decir sobre la sexualidad y viceversa, pero sus saberes, discursos y prácticas tienen una autonomía relativa. El sistema sexo-género muestra una parte de la imbricación de estos dos vectores. Sin embargo, es necesario contar con una teoría radical de la liberación sexual (y no de la opresión de género) para comprender y articular adecuadamente el terreno de la “cr “creatividad eatividad erótica”, erótica”, así como las relaciones de poder que la contienen. En el tardo capitalismo, esta teoría se presenta como la teoría queer . PARA EL EL ANÁLISIS ANÁLISIS HISTÓRICO” EL GÉNERO COMO “CATEGORÍA ÚTIL PARA
La vuelta hacia lo discursivo en el entendimiento de lo que es el género y cómo opera tiene una segunda inflexión en el trabajo de la historiadora Joan W. Scott.24 Luego de una década de poner a circular la idea de Ibidem, pp. 182 y ss. Joan W. W. Scott, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en Marta Lamas (comp.), El género: la construcción cultural de la diferencia sexual , México, Universidad Nacional Autónoma de México-Programa Universitario de Estudios de Género/M.Á. Porrúa, 1996. 23 24
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
86
M ÁRGARA MILLÁN
sistema sexo-género como intento de reflexión al interior de los feminis-
mos anglos para superar el determinismo biológico y para comprender la imbricación de la construcción de la diferencia sexual con el todo social, Scott puede hacer un balance de la utilidad y los límites de esta apropiación y renovación teórica. El uso del concepto de género es variado. Scott se refiere a su campo, el de la historia, para indicar usos descriptivos o causales como modelos de su empleo limitado. También señala que la década de los ochenta puede ser caracterizada como la de la “búsqueda de legitimidad” académica por las “estudiosas feministas”, en el sentido de que sustituyó a la palabra “mujeres”; el concepto de género tuvo desde el origen una doble función: ser una entrada “neutra” para dar legitimidad académica y de alguna forma “oficializar” los estudios feministas en el contexto académico, pero también abrir el campo para develar la complejidad de la constitución discursiva de la sociedad a partir de la diferencia. Incluso el entendimiento del género como relacional, constructo que atañe tanto a hombres como a mujeres y se refiere a “un sistema completo de relaciones que puede incluir el sexo, pero no está directamente determinado por el sexo o es directamente determinante de la sexualidad”,25 no sobrepasa el horizonte descriptivo del concepto. “El género es un tema nuevo, un nuevo departamento de investigación histórica, pero carece de capacidad analítica para enfrentar (y cambiar) los paradigmas históricos existentes”,26 concluye Scott. Esta evaluación sobre el impacto de la categoría en el análisis de lo social sigue vigente, al igual que la ambivalencia contenida en el concepto; por un lado su capacidad heurística y por el otro su uso institucional, es decir, su capacidad deconstructiva y su capacidad normativa. ¿Cómo fortalecer un uso del concepto que releve su capacidad analítica, como sugiere Scott? Se trata de visualizar el género como “construcción de verdad”, es decir, como proceso sociopolítico basado en un ejercicio de significación. Representaciones y prácticas de género aparecen, entonces, como nudos centrales en un uso analítico del concepto. 25 26
Joan W. Scott, op. cit .,., 271. Idem.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
DE LA “ÉCONOMÍA ÉCONOMÍA POLÍTICA POLÍTICA DEL DEL SEXO” AL “GÉNERO”
87
El concepto de género tiende a ser “fijado” en el “sujeto” y reificado en tanto “antagonismo que se origina subjetivamente entre varones y mujeres como hecho central del género”.27 Es necesario salir del centramiento heterosexual y subjetivante de una u na cierta concepció c oncepciónn de género para convertirlo en una categoría analítica de la vida social. Se trata de un desbordamiento que recurre a la especificidad y variabilidad históricas como estrategia, ya que “al insistir en las diferencias fijas… las feministas contribuyen al tipo de pensamiento al que desean oponerse”, lo cual es necesario evitar, y para ello propone “rechazar la calidad fija y permanente de la oposición binaria, lograr una historicidad y una deconstrucción genuina de los términos de la diferencia sexual”. 28 Así, el concepto es útil analíticamente si aspira a concebir la “reali“realidad social” en términos de género, desplazando la polaridad hombre/ mujer como objeto de estudio para colocar en su lugar la construcción misma de la alteridad, el pensamiento binario, como mecanismo de producción-reproducción social en la dimensión estructural del sentido. El ejercicio crítico contenido en el concepto de género es, entonces, “exceder” el contenido fáctico de la bipolaridad masculino/femenino para comprender cómo da forma esta dualidad a la cultura en su dimensión simbólica, material-institucional y subjetiva. El dilema de la sociología y las ciencias sociales tradicionales, enunciado como la tensión entre individuo y sociedad, que también es una tensión del campo político (formulado, por ejemplo, como la disyuntiva liberalismo/comunitarismo), se encuentra en el centro de la crítica que hace posible el “género”, entendido y analizado como proceso que estructura y vincula estos ámbitos, es decir, como la “naturaleza de Ibidem, p. 283. Scott establece un posicionamiento crítico al horizonte explicativo lacaniano al implicar que en esta teoría “El falo es el único significante: el proceso de construcción del sujeto genérico es predecible, en definitiva, porque siempre es el mismo. Si como sugiere… Teresa de Lauretis necesitamos pensar en términos de construcción de la subjetividad en contextos sociales e históricos, no hay forma de especificar estos contextos dentro de los términos propuestos por Lacan Lacan”, ”, p. 284. 28 Joan W. Scott, op. cit ., ., p. 286. Acá Scott toma la idea de Jacques Derrida de deconstrucción, entendiéndola como “el análisis contextualizado de la forma en que opera cualquier oposición binaria. Invirtiendo y desplazando su construcción jerárquica, en lugar de aceptarla como real o palmaria, o propia de la naturaleza de las cosas”, p. 286. Ese movimiento deconstructivo estaría ausente en la teoría freudiana y levistraussiana regresando a la lectura “exegética” de Gayle Rubin, y bajo esta mirada de Scott también en la teoría lacaniana. 27
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
88
M ÁRGARA MILLÁN
las interrelaciones” entre sujetos individuales y la organización social: “Cuando los historiadores buscan caminos por los que el concepto de género legitima y construye las relaciones sociales, desarrollan la comprensión de la naturaleza recíproca de género y sociedad, y de las formas particulares y contextualmente específicas en que la política construye al género y el género a la política”. 29 Lo más importante en este concepto, y por ello es de utilidad analítica para la historia, es la comprensión de que el género “actúa”. Teresa de Lauretis, semióloga feminista, aplicará francamente la idea foucaultiana de “tecnologías de género” para expresar esto mismo. 30 El género actúa en distintas dimensiones constitutivas de lo social de manera simultánea y relativamente autónoma. Estas dimensiones constitutivas de lo social son “camp “campos os de fuerza” discursivos donde ocurren las relaciones de poder, entendiendo el poder social como “constelaciones dispersas de relaciones desiguales”. El problema de la estructura y la agencia del sujeto, el dilema del cambio social y la reproducción de las fuerzas tendientes a evitarlo, es encuadrado por Scott como el terreno de la lucha discursiva. Parte de esa lucha, agregaríamos, es comprender de esta forma el mismo concepto de género sin esencialismos reificantes que lo que provocan es la reinscripción de la dicotomía excluyente y totalizante de género. La agencia es colocada significativamente: 31 “Dentro de estos procesos y estructuras [refiriéndose a los campos de fuerza sociales] hay lugar para un concepto de agencia humana como intento (al menos parcialmente racional) de construir una identidad, una vida, un entramado de relaciones, una sociedad con ciertos límites y con un lenguaje, lenguaje conceptual que a la vez establece fronteras y contiene la posibilidad de negación, resistencia, reinterpretación y el juego de la invención e imaginación metafórica metafórica”. ”.32
Joan W. W. Scott, op. cit . p. 294. Teresa de Lauretis, Technologies of Gender. Essays on Theory, Film and Fiction, Bloomington, Indiana, University Press, 1987. 31 Scott recupera esta noción de agencia presente en la obra de Michel Foucault y Pierre Bourdieu. 32 Joan W. Scott, op. cit ., ., p. 289. 29 30
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
DE LA “ÉCONOMÍA ÉCONOMÍA POLÍTICA POLÍTICA DEL DEL SEXO” AL “GÉNERO”
89
El género pasa entonces a ser parte de las “artes de hacer”,33 tanto de la identidad (la subjetividad) como de lo social, tanto de lo social instituido como de lo social instituyente. El género se hace desde abajo y desde arriba, y como “forma primaria de relaciones significantes de poder”34 es una reserva de sentido para toda relación de poder, para el universo de sentido de lo humano, porque, recordando a Héritier, “No hay sociedad alguna que haya sido capaz de constituir un discurso coherente sin haber recurrido a las clasificaciones dualistas”. El género es, entonces, una codificación que aparece dando forma y significado de múltiples formas (sexualidad, economía, política) a las relaciones sociales en cualquier ámbito. “Se refiere al significado de la oposición varón/mujer, pero también lo establece”, dice Scott.35 Y lo que es más, el género es una clave metafórica que reinscribe la subordinación, relación de dependencia, de fuerza o debilidad, en el ámbito del poder político. Es así como la guerra, la conquista, la colonización, las relaciones entre las naciones, recurren al arsenal significativo de las analogías y las metáforas de género. Feminizar al indio es parte de la construcción de la hegemonía del blanco o mestizo, por ejemplo. América es subyugada y penetrada como mujer, connotando la virilidad y el dominio del conquistador. La historia puede ser leída desde este mirador de construcción de sentido, y es alterada y transformada, resistida y resignificada también desde ese posicionamiento: “En esa vía, la oposición binaria y el proceso social de relaciones de género forman parte del significado del propio poder; cuestionar o alterar cualquiera de sus aspectos amenaza la totalidad del sistema”.36 La teoría de género enunciada por Scott se hace cargo también de una nueva concepción de “cambio social”. Se trata de una concepción que trasciende la idea moderna de “revolución”, “revolución”, donde por un acontecimiento histórico, señalado como la “toma del poder”, desaparecerían las relaciones de poder enmarcadas en la subordinación, y apunta más Como es desarrollado en los trabajos de Michel de Certeau, véase La invención de lo cotidiano 1. Artes de hacer , México, Universidad Iberoamericana/Instituto Tecnológico y de Estudios 33
Superiores de Occidente/Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, 1996. 34 Joan W. Scott, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, op. cit ., ., p. 289. 35 Ibidem, p. 299. 36 Ibidem, pp. 299-300. Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
90
M ÁRGARA MILLÁN
bien a la escala micro de un cambio que se origina en muchos lugares, a veces en los más insospechados, como apuntan los estudios de las feministas árabes sobre la resignificación crítica del Corán,37 o los estudios poscoloniales que interrogan los procesos de construcción de sentido de las mujeres en Asia,38 que cuestionan la construcción de las mujeres del “tercer mundo” por un cierto feminismo académico hegemónico, 39 y la reciente reivindicación de los llamados feminismos emergentes, como el feminismo indígena. 40 Todo ello para señalar el campo referido a la “emancipación” de las mujeres y su diversidad en términos de contextualización y horizonte de sentido. El género como concepto “útil para el análisis histórico” trasciende, entonces, la descripción de las políticas públicas relativas a las mujeres para dar cuenta de la forma en que esas políticas reinscriben o alteran una determinada concepción de género en el horizonte del poder político. Su utilidad histórica también está relacionada con el hecho de no fijar la heteronormatividad como lo central del género, y comprender, con una mirada más amplia, que el género regula también las relaciones entre mujeres y entre varones, y cómo las analogías y metáforas discursivas y simbólicas no se agotan en la heterosexualidad y el matrimonio. De esta forma, el sexo es más que biología, y el género es más que diferencia sexual. En palabras de Scott, podemos dar cuenta de la naturaleza del proceso de cambio sólo si “reconocemos que ‘hombre’ y ‘mujer’ son al mismo tiempo categorías vacías y rebosantes. Vacías porque carecen de Saba Mahmood, “Teoría “Teoría feminista y el agente dócil: algunas reflexiones sobre el renacimiento islámico en Egipto”, en Liliana Suárez y Rosalva Aída Hernández (eds.), Descolonizando el feminismo. Teorías Teorías y prácticas desde los márgenes , Valencia, Cátedra, 2008. 38 Como los trabajos de Vandana Shiva y Maria Mies, conocidos como el ecofeminismo, Ecofeminism, Australia/Nueva Zelandia, Zed Books, 1993; Uma Narayan en Dislocating Cultures: Identities, Traditions, and Third World World Feminism, Nueva York/Londres, York/Londres, Routledge, 1997, y la compilación editada por Sylvia Marcos y Marguerite Waller, Diálogo y diferencia. Retos feministas a la globalización , México, Universidad Nacional Autónoma de México-Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, 2008. 39 Chandra T. Mohanty, “Bajo los ojos de Occidente: academia feminista y discursos coloniales”, en Liliana Suárez y Rosalva Aída Hernández (eds.), Descolonizando el feminismo. Teorías y prácticas desde los márgenes , Valencia, Cátedra, 2008. 40 Aída Hernández, “Feminismos poscoloniales: reflexiones desde el sur del río Bravo”, en Teorías y prácticas Liliana Suárez y Rosalva Aída Hernández (eds.), Descolonizando el feminismo. Teorías desde los márgenes , Valencia, Cátedra, 2008. 37
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
DE LA “ÉCONOMÍA ÉCONOMÍA POLÍTICA POLÍTICA DEL DEL SEXO” AL “GÉNERO”
91
un significado último. Rebosantes porque aun cuando parecen estables, contienen en su seno definiciones alternativas, negadas o eliminadas”. 41 He revisado las aportaciones de dos autoras feministas en tres textos canónicos de un feminismo que al hablar de las mujeres quiere hablar del todo social. Espero haber mostrado cómo, en sus teorizaciones, el movimiento postestructuralista, que hace del lenguaje, el discurso y las prácticas los objetos centrales de la investigación social, encuentra un reto heurístico importante. Este reto puede ser enunciado como el movimiento antiesencializante, siempre contingente, pleno de acción, antiuniversalizante de la categoría dicotómica y excluyente de género, anclado en y formando formando parte de otros vectores de organización material y simbólica de lo social, como la raza y la clase, la generación y la preferencia sexual. Este concepto de género enriquece, sin duda, el discurso crítico contemporáneo, pero no es el único, y ni siquiera el más extendido entre los estudios académicos y las formulaciones políticas del mismo. El reto heurístico que propone se da, sobre todo, al interior de los feminismos actuales. Para ello la crítica va a la par de la autocrítica. La deconstrucción del sujeto ilustrado moderno del cual surge el feminismo contemporáneo está aún en proceso. Y no sólo para el sujeto del feminismo. Ha sido, sin embargo, el feminismo el que ha mostrado una capacidad de descentramiento que amplía al sujeto de la enunciación, y es esa capacidad —tanto práctica como discursiva— la que está en cuestión.
41
Joan W. Scott, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, op. cit .,., p. 301. Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
92
M ÁRGARA MILLÁN
BIBLIOGRAFÍA BOURDIEU, Pierre. La dominación masculina . Barcelona: Anagrama. 2000. BUTLER , Judith. Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos Paidós, s, 2005. del “sexo” . Buenos Aires: Paidó _____. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad . México: Universidad Nacional Autónoma de México-Programa Universitario de Estudios de Género/Paidós, Género/Paidós, 2001. CERTEAU, Michel de. La invención de lo cotidiano 1. Artes de hacer . México: Universidad Iberoamericana/Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente/Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, 1996. CHÁNETON, July. Género, poder y discursos sociales . Buenos Aires: Eudeba, 2007. FOUCAULT, Michel. La arqueología del saber . México: Siglo XXI Editores, 1985. Masculin/Féminin.. La pensé de la différence . París: EdiHÉRITIER , Françoise. Masculin/Féminin tions Odile Jacob, 1996. Masculino/ ino/Femenino Femenino II: Diso Disolver lver la jerarquí jerarquía a . México: Fondo de _____. Mascul Cultura Económica, 2007.
HERNÁNDEZ, Rosalva Aída. “Feminismos poscoloniales: reflexiones desde el sur del río Bravo”. En Descolonizando el feminismo. Teorías y prácticas desde los márgenes , ed. por Liliana Suárez y Rosalva Aída Hernández. Valencia: Valencia: Cátedra, 2008. L AMAS, Marta. “La antropología feminista y la categoría de ‘género’”. En El género: la construcción construcción cultur cultural al de la diferencia diferencia sexual . México: Universidad Nacional Autónoma de México-Programa Universitario de Estudios de Género/M.Á. Porrúa, 1996. o f Gender. Essays on Theory Theor y, Film and Fiction. L AURE AURETIS TIS, Teresa de. Technologies of Bloomington, Indiana: University Press, 1987.
M AHMOOD, Saba. “Teoría feminista y el agente dócil: algunas reflexiones sobre el renacimiento islámico en Egipto”. En Descolonizando el feminismo. Teorías y prácticas desde los márgenes , ed. por Liliana Suárez y Rosalva Aída Hernández. Valencia: Cátedra, 2008. Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
DE LA “ÉCONOMÍA ÉCONOMÍA POLÍTICA POLÍTICA DEL DEL SEXO” AL “GÉNERO”
93
M ARCOS , Sylvia, y Marguerite Waller (eds.). Diálogo y diferencia. Retos feministas a la globalización. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, Humanid ades, 2008. MOHANTY , Chandra T. “Bajo los ojos de Occidente: academia feminista y discursos coloniales”. En Descolonizando el feminismo. Teorías y prácticas desde los márgenes , ed. por Liliana Suárez y Rosalva Aída Hernández. Valencia: Cátedra, 2008. N ARAY ARAYAN AN, Uma. Dislocating Cultures: Identities, Traditions, and Third World Feminism. Nueva York/Londres: Routledge, 1997. R UBIN UBIN, Gayle. “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”. En El género: la construcción cultural de la diferencia sexual , compilado por Marta Lamas. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Programa Universitario de Estudios de Género/M.Á. Porrúa, 1996. _____. “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”. se xualidad”. En Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina , compilado por Carole S. Vance. Madrid: Ediciones Revolución, 1989. SHIVA , Vandana, y Maria Mies. Ecofeminism. Australia/Nueva Zelandia: Zed Books, 1993.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 75-93
Textos clásicos y sus aportes al canon, o un texto clásico no nace, se hace* Lucía Rayas** ESUMEN R ESUMEN
En este artículo se analizan las importantes contribuciones de Gayle Rubin y Joan Scott a los estudios de género y por qué se han vuelto clásicos. Se exploran también algunas coincidencias en cuanto a la integración del género y la historia social a los estudios académicos. Asimismo, se analiza la forma en que Joan Scott y E.P. Thompson utilizan “experiencia”, como categoría de análisis y estrategia para hacer otro tipo de historia, de género o clase, como evidencia para cuestionar las viejas narrativas de la historia normativa. Palabras clave: género, canon, experiencia, clase. BSTRACT A BSTRACT
This article discusses how and why seminal contributions by Joan Scott and Gayle Rubin became gender studies classics. Some coincidences in the reception of work by E.P. Thompson and Joan Scott within the academic community of historians are explored. An analysis of the use of “experience” as a category serving the purpose of expanding the range of historically relevant subjects in Thompson and Scott is presented. Finally, Finally, the article argues that the inclusion of gender perspective as a legitimate academic approach approach is indebted to the avenues opened, a few decades prior prior,, by social history. Key words: gender, canon, experience, class.
EL CANON DEL GÉNERO El año 2009 marca dos conmemoraciones clave para los estudios de género y las luchas feministas: se cumplen 25 años de la publicación * A Marisa Belausteguigoitia en su cumpleaños, con agradecimiento. A Hilda Iparraguirre, historiadora, maestra. Agradezco las lecturas, comentarios, sugerencias, observaciones y cariño de Federico, Andrés, Iván y Pamela. ** Escuela Nacional de Antropología e Historia ( ENAH). Correo electrónico: .
96
LUCÍA R AYAS
de “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”, de Gayle Rubin,1 y “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, de Joan W. Scott.2 El aniversario de las dos publicaciones que convocan a estos escritos invita a hacer algunas reflexiones en torno a sus aportes. En primer lugar, ambas autoras contribuyen de manera muy importante a explicitar y desnaturalizar dos categorías fundamentales: fundamentale s: género y sexo, o mejor mejor,, la sexualidad y sus prácticas. La maestría de Scott al desmenuzar los usos que se le habían dado hasta entonces al género, pero sobre todo su propuesta de usarlo como categoría analítica, ha sido fundamental, me atrevo a decir, para un número importantísimo de estudios, trabajos y deliberaciones. Rubin, por su parte, se adelantó con su texto a los planteamientos de Beijing (1995) 3 en cuanto a la importancia de separar la defensa de las sexualidades de la jerga del género y de los conceptos atados a éste. Sus aportes fundamentales, a mi juicio, no se quedan allí. Su texto “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ política’ del sexo” es también básico para el estudio del género, así haya revisado en “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad” una de sus ideas fundamentales (el sistema sexo-género). Ambas ofrecen postes —en su doble sentido, de apoyo y de señal—4 que han ido apuntalando los saberes tanto de las personas de “ingreso reciente” al campo como de quienes ya llevan un camino recorrido. Son, en el amplio sentido del término, textos clásicos. En su artículo “La centralidad de los clásicos”,5 Jeffrey C. Alexander anota que sólo se dan cambios en las ciencias cuando éstos van acompañados de alternativas teóricas convincentes. Los planteamientos que En Carol Vance (comp.), Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina , Madrid, Editorial Revolución, 1989, pp. 113-190 (colección Hablan las Mujeres). 2 En Marta Lamas (comp.), El género. La construcción cultural de la diferencia sexual , México, Universidad Nacional Autónoma de México-Programa Universitario de Estudios de Género/M.Á. Porrúa, 1996, pp. 265-302. 3 Me refiero a la IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres, cuya plataforma de acción dedica un apartado a la defensa de los derechos sexuales en el tema general “Salud de las mu jeres”. Véase el inciso C de la plataforma de acción acción en . 4 Diccionario de la Real Academia Española, versión electrónica, 1997. 5 Jeffrey C. Alexander, “La centralidad de los clásicos”, en Anthony Giddens et al ., ., La teoría social hoy , Madrid, Alianza, 1990 [1987]. 1
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 95-109
TEXTOS CLÁSICOS CLÁSICOS Y Y SUS SUS APORTES APORTES AL AL CANON
97
generan transformaciones cumplen con la necesidad de integrar al campo de estudio elementos discursivos explicativos, delimitándolos con ello. Su contribución a la sociedad es singular y permanente, y no son sólo referentes históricos, aunque puedan ser estudiados como documentos históricos en sí mismos. Resultan relevantes para el avance del pensamiento y el desarrollo de nuevas teorías al gestar generalizaciones sobre la estructura o las causas de un fenómeno social. Su aporte trasciende el tiempo y constituye los fundamentos de líneas de pensamiento. Un clásico adquiere tal carácter a partir de la propia comunidad estudiosa; la apropiación de los textos para la construcción de consensos conduce a emplear conceptos y lenguajes en común que fortalecen a la comunidad epistémica.6 De esta importancia son los aportes de Rubin y Scott. Los estudios de género construyen conocimiento no sólo para su área específica, sino para la evolución de los postulados en ciencias sociales y, necesariamente, para objetivos políticos de deconstrucción del sexismo y otras discriminaciones, así como para crear nuevos referentes que tomen en cuenta la experiencia y, con ella, las subjetividades como punto de partida para formular expresiones teóricas. Veinticinco años después es posible hacer estas aseveraciones gracias no sólo a la mirada retrospectiva, que tanto suele aclarar los panoramas, sino también a que la escritura, hasta entonces considerada “marginal”, comenzó a colocarse firmemente en lugares protagónicos más o menos al mismo tiempo en que Scott y Rubin publicaron sus textos. No sólo las ciencias sociales y las humanidades dieron esa batalla. El campo de las letras fue probablemente el primero en sostenerla, o por lo menos donde se dio de maneras más elocuentes: tomemos como ejemplo el revuelo que causó Harold Bloom al presentar en El canon occidental (1994) una lista de autores7 (no de obras) y una serie de criterios para estar en “el Una comunidad epistémica se define como un grupo de personas que comparten un conjunto de definiciones de problemas, dispositivos y vocabularios (el término episteme remite al de conocimiento), en UNED, Glosario de ecología humana y sociología del medio ambiente [Consulta: enero del 2010]. 7 Sí, en masculino. Hay en la lista algunas mujeres, poquísimas, y también muy pocas personas distintas de “los hombres blancos”. Sin entrar en una discusión pormenorizada, sólo quiero decir que las razones de algo así tienen su origen, todas, en la discriminación y la exclusión 6
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 95-109
98
LUCÍA R AYAS
canon”, en reacción a lo que él consideraba “el resentimiento” de las minorías y su afán por pertenecer a la academia. Aunque ésta es una discusión interesante y aleccionadora, lo que me importa resaltar aquí, por su relevancia, es que esta discusión contribuyó en su momento al reconocimiento de que el canon se construye también sobre bases políticas y no sólo estéticas (estamos hablando de obras literarias). Esto es de suma importancia para otros campos del conocimiento humano, por supuesto, ya que deja en claro que hay sujetos y motivaciones políticas en la creación del pensamiento. Por otro lado, Italo Calvino, en Por qué leer los clásicos , provee, también desde las letras, un ejercicio rico en imágenes que refuerza desde dónde y por qué las obras del pensamiento en ciencias sociales y humanidades se vuelven clásicas. Llama la atención, antes que nada, la afirmación de que, dice Calvino, un texto clásico ejerce una influencia especial (establece una relación personal con quien lo lee) porque, además de imponerse como “inolvidable” (aquí interpreto: porque produjo una sinapsis particular, significativa, significativa, en la persona lectora), “se esconde en los pliegues de la memoria, mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual”.8 Esto resulta totalmente cierto si vemos cómo, en la comunidad estudiosa del género, los planteamientos de Scott y Rubin se ven como de “sentido común”, como trasfondo de estudios e investigaciones, e incluso de acción política reivindicativa; dejan su huella en el lenguaje. La relectura de sus textos es de redescubrimiento, no sólo porque somos capaces de examinarlos contando con otros objetos de investigación, sino porque nosotras mismas cambiamos y porque, frecuentemente, una obra clásica “nunca termina de decir lo que tiene que decir”.9 De este modo, Scott y Rubin, como tantas autoras más, proveen un canon. Irrumpieron en estructuras académicas hasta entonces consideradas “intocables” al hacer teoría respecto a objetos de estudio inequívocos y representativos de sujetos sociales y de sus experiencias. De estas autoras clásicas se deriva una tradición que se expresa en diversas corrientes tanto histórico-social (invisibilidad de los sujetos que producen las obras) como estructural (condiciones de posibilidad para la creación). 8 Italo Calvino, postulado III en la sección de definiciones. 9 Postulado VI en la sección de definiciones de Italo Calvino. Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 95-109
TEXTOS CLÁSICOS CLÁSICOS Y Y SUS SUS APORTES APORTES AL AL CANON
99
y en distintas disciplinas. Estimulan e inspiran el análisis de fenómenos sociales con una perspectiva de género. Legitiman las investigaciones y los postulados que las toman como punto de partida o como sustrato de las ideas a desarrollar. Parafraseando al mismo Bloom (1994), las lecturas clásicas ayudan a ordenar las lecturas y las ideas de toda una vida y su producción. A INTERSECCIÓN INTERSECCIÓN DE DOS HISTORIAS10 L A
Una de las disciplinas fortalecidas por los esfuerzos de una de las autoras que nos reclaman, Joan Scott, es la historia. Ella misma recuerda, en “Unanswered questions”, el artículo que escribió para el último número American Historical Historical Revi Review ew —la revista académica de la Asociación de la American de Historiadores Estadounidenses, del 2009—, la recepción que tuvo su clásico “El género: una categoría útil para el análisis histórico” en 1985. Habla de una respuesta fría, descalificadora, de una audiencia compuesta sólo por varones que interpretaron su intervención como algo “que no era historia”. Tanto el planteamiento sobre el tema como la teoría postestructuralista que sirve de base para las reflexiones de Scott les parecían filosofía y no historia a los integrantes del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, probablemente con algo de razón en ese momento, pues una buena parte de la academia de los años ochenta aún no entendía del todo la idea de la interdisciplinariedad y la historia social11 era poco aceptada aún en muchos círculos tradicionales. No sólo eso, sino que incluso hubo, en algunos medios de profesionales de la historia, hostilidad ante la teoría como parte constitutiva de la disciplina, 12 y una cómoda aceptación de que “existe un cuerpo de
En adelante me referiré sólo a los aportes de Joan Scott. Adjudico la obra de Scott a la historia social por oposición a la historia “tradicional”, de grandes narrativas, aunque sé que no es la única forma de catalogar sus contribuciones (por ejemplo, podría también tratarse de historia de las ideas). Sin embargo, sus preocupaciones coinciden más con las academias comprometidas políticamente, como la historia social. 12 Véanse las discusiones en torno al estructuralismo francés representado por Althusser People’s’s History and Socialist Theory , en especial las contribuciones de en Raphael Samuel (ed.), People Stuart Hall y E.P. E.P. Thompson, entre otras. 10 11
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 95-109
100
LUCÍA R AYAS
conocimientos aceptados que se espera se acumulen con el paso del tiempo [y que se volverán] historia consistente y usual”.13 La historia de la integración del género como tema de análisis “legítimo” de la historia, entendida como objeto de estudio y herramienta heurística, tiene semejanzas —así como una deuda— con los esfuerzos previos de algunos historiadores por lograr que la historia social se incluyera en la academia, debido a que consideraron que había sujetos de análisis histórico subalternos tan valiosos y relevantes para el entendimiento de los procesos sociales como los que se habían considerado conside rado tradicionalmente tradicionalmente en las narrativas históricas. La hostilidad con la que se toparon los historiadores fundadores de la historia social tuvo un pico durante los años de la guerra fría, cuando gran parte de la intelectualidad conservadora se opuso de manera frontal a las interpretaciones marxistas de la historia como parte de su gran lucha anticomunista. La idea de que la historia respondiera a “leyes del desarrollo” y de que se interpretara como un choque entre modos de producción recibió ataques constantes y exaltados. El nacimiento de la historia social, o “historia desde abajo”, como le llamaron a finales de los años cincuenta algunos historiadores británicos, ni cos, se da en una circunstancia particular, en la que algunos pensadores socialistas cuestionan las certidumbres con las que habían trazado sus reflexiones. A saber, los soviéticos invadieron Budapest (1954) y un conflicto nuclear era, en apariencia, inminente. Estos hechos, más la contienda que se dio en torno a la crítica a Stalin, condujeron a rutas distintas de imaginar la historia. Dice Edward Palmer Thompson, pionero, pion ero, clásico él mismo, de esos nuevos senderos: senderos: “El ser social había hecho una entrada agitada y tardía sobre la conciencia conciencia social, incluyendo a la conciencia marxista, y el momento nos colocaba enfrente no sólo ciertas interrogan interrogantes, tes, sino indicacion indicaciones es sobre cómo esclarecerlas” escla recerlas”..14 Estos historiadores se encontraban, además, en un momento álgido de la guerra fría ideológica (sic ), ), por lo que padecieron tremendos ataques. Raphael Samuel, “History and theory”, en People’s History and Socialist Theory , Londres/ Boston/Henley, Routledge & Kegan Paul, pp. XL-LVI. La traducción es mía. Boston/Henley, 14 E.P. Thompson, “The politics of theory”, en Raphael Samuel (ed.), People’s History and Socialist Theory , Londres/Boston/Henley, Routledge & Kegan Paul, 1981, pp. 396-408, passim. La traducción es mía. 13
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 95-109
TEXTOS CLÁSICOS CLÁSICOS Y Y SUS SUS APORTES APORTES AL AL CANON
101
Thompson reconoce críticamente que no se puede discutir la teoría marxista en ese lapso ocultando el hecho de que en grandes territorios del poder mundial el marxismo, o lo que pasa por éste, es avalado por una ortodoxia estatal profundamente autoritaria y hostil para los valores libertarios.15 La formación de la clase obrera en Inglaterra , de Thompson, obra sumamente importante para la historia social, cuyo objeto de estudio central fue un momento en la formación de la clase, le abrió la puerta a la historia social dentro de una tradición t radición académica crítica, comprometida con valores socialistas. Desde entonces, algunas y algunos historiadores, “ocasionando una crisis en la historia ortodoxa, han alumbrado el devenir de múltiples sujetos y temas usualmente conconsiderados marginales; sus perspectivas parten de sitios esencialmente diferentes, desde donde ningún relato es completo o completamente ‘verdadero’”,16 pero sin ellos la historia permanecería parcial. En sus orígenes, la historia social debió afrontar severas críticas dentro y fuera de los círculos de tendencia socialista en la academia (cuyos integrantes eran, a la vez, militantes), en medio de los ataques ideológicos —y a veces concretos— surgidos de la pugna entre los dos superpoderes mundiales. Sobre la “experiencia”
En su “The evidence of experience”,17 Joan Scott apunta que los relatos y análisis en torno a nuevos sujetos y temas han provisto evidencia sobre valores y prácticas alternativos que retan no sólo a la historia normativa, sino también a las construcciones hegemónicas de los mundos sociales, ampliando con ello nuestra visión. Estas aproximaciones han apoyado su reclamo de legitimidad en la autoridad de la experiencia. Es así que quienes se han dedicado a escribir la historia de los grupos minoritarios, marginales, subalternos o diferentes (por usar la terminología de Scott) han documentado la experiencia de otros como estrategia para hacer 15
Idem.
Joan Scott, “The evidence of experience”, Critical Inquiry , vol. 17, núm. 4 (verano de 1991), Chicago, University of Chicago Press, pp. 773-797. 17 Ibid., p. 776. 16
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 95-109
102
LUCÍA R AYAS
otro tipo de historia. La experiencia se usa como evidencia que puede cuestionar las viejas narrativas,18 pero el concepto mismo no es una categoría fija ni ha estado al margen de las contiendas académicas, ya sea como categoría heurística o como categoría analítica. Para E.P. Thompson dicho concepto fue fundamental en La formación de la clase obrera en Inglaterra ; usado, entre otras cosas, para cambiar el punto de partida en cuanto al sujeto histórico —aquel que tiene agencia—, su forma de utilizarlo suscitó debates y críticas durante largos años. La misma Joan Scott lo trata con detenimiento en “The “ The 19 evidence of experience”. Resulta interesante discutir las propuestas de uso que ambos clásicos hacen del concepto, en vista de su preeminencia para los estudios de género, para la historia y para reconocer el legado conceptual de ambos historiadores, que, a diferencia de muchos y muchas otras, teorizan sobre sus pesquisas, interrogan paradigmas y amplían el canon. Thompson usa la experiencia como aquello que funciona como puente entre la mera existencia de la lucha de clases —como situación objetiva— y la constitución de la clase como sujeto histórico. Dice Thompson en “Tradición, revuelta y conciencia de clase, ¿lucha de clases sin clases?”: no hay examen de determinantes objetivos […] que pueda ofrecer una clase o conciencia de clase en una ecuación simple. Las clases acaecen al vivir los hombres y las mujeres sus relaciones de producción y al experimentar sus situaciones determinantes, dentro “del conjunto de relaciones sociales”, con una cultura y unas expectativas heredadas, y al modelar estas experiencias en formas culturales.20 El estatus de la evidencia en la historia es, por lo demás, ambiguo, pero ésta es una discusión a la que no entraré. 19 Scott critica que parta de una experiencia unificada, dada por la relación de los obreros con los medios de producción, sin prever distinciones de otra naturaleza, como, por ejemplo, étnicas, religiosas, de origen geográfico… lo que excluye, tácitamente, aspectos completos de la organización social que producen experiencias, luego subjetividades, no uniformes. Concluye su crítica al observar que, debido a la manera en que Thompson esencializa las experiencias de la clase obrera, el uso de “experiencia” se vuelve la fundación ontológica de la identidad, la política y la historia de la clase (p. 786, véanse también las páginas 784-785). 20 E.P. Thompson, Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial , Barcelona, Editorial Crítica, 1979, p. 38. 18
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 95-109
TEXTOS CLÁSICOS CLÁSICOS Y Y SUS SUS APORTES APORTES AL AL CANON
103
Después, en 1981, en la compilación que hace Raphael Samuel, donde aparecen, entre otras contribuciones, varias que versan sobre la obra de Thompson, en particular sobre Miseria de la teoría , y algunas que discuten críticamente el concepto de experiencia, aclara que lo utiliza con doble significación: experiencia I, o experiencia vivida, y experiencia II, o experiencia percibida, que muchos conectan de inmediato con conciencia social (en el sentido marxista, por supuesto). Thompson aclara: aquello que vemos —y estudiamos— son sucesos repetidos dentro del “ser social” —eventos que con frecuencia son, en efecto, consecuencias de causas materiales que suceden de espaldas a la conciencia o a la intención— que inevitablemente dan pie, y deben hacerlo, a una experiencia vivida, experiencia I, que no se manifiesta instantáneamente como un “reflejo” en la experiencia II [percibida], pero cuya presión sobre el campo completo de la conciencia no puede alejarse, posponerse, falsificarse o suprimirse por la ideología de manera indefinida. 21
Thompson, crítico de las expresiones rígidas del materialismo histórico, sigue siendo materialista en sus aproximaciones al sujeto, que recupera en su análisis de la clase obrera inglesa en los siglos XVIII y XIX . Congruente con su meta explicativa, hace confluir el ser social con la experiencia colectiva —en la gesta de adquirir conciencia de clase— “de muerte, crisis de subsistencia, desempleo, inflación, genocidio. La gente muere de hambre; sus sobrevivientes conciben el mercado de otra manera. Se les aprisiona; piensan en la ley de otros modos”.22 De este modo, sostiene Thompson, se llevan a cabo cambios en el ser social que dan paso a una experiencia mutada que resulta determinante, ya que ejerce presión sobre la conciencia social y propone nuevas preguntas. Se trata, en suma, como ya se apuntó, de una especie de sustancia que ata la situación objetiva —pertenencia a la clase— a la conciencia de ello. Desde el título de su texto, “The evidence of experience”, Joan Scott alude a una discusión medular para la academia dedicada a la historia, Thompson “The politics of theory”, en Raphael Samuel (ed.), People’s History and Socialist Theory, Londres/Boston/Henley Londres/Boston/Henley,, Routledge & Kegan Paul, p. 406. La traducción es mía. 21
22
Idem. Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 95-109
104
LUCÍA R AYAS
la cual tiene que ver con las pruebas materiales; un empirismo que se obstina en dejar las discusiones teóricas lejos del quehacer historiador. A tono con los diferentes momentos en que ambos autores producen su obra, Scott anota rápidamente tanto la fortaleza como la debilidad del uso de la experiencia como evidencia. Por un lado, su fortaleza al aceptarla —por su naturaleza individual, subjetiva— como evidencia y como punto de partida para cualquier explicación y, por el otro, su debilidad cuando se trata de sujetos “diferentes” (léase “el otro”: sabemos que siempre es el otro aunque se trate de minorías femeninas), lo que mella el filo crítico de los estudios sobre la diferencia, al tomar como dadas las identidades de aquéllas y aquéllos cuyas experiencias se documentan, naturalizando de este modo su diferencia.23 Es necesario desestabilizar los términos —lingüísticos y del análisis— como condición para hacer frente a la ideología —o historia— hegemónica y normativa, pero también hay que preguntarse, sugiere Scott, sobre la constitución de los sujetos “diferentes”, sobre cómo se llega a tener un punto de vista diferenciado(o posición de sujeto) y sobre la naturaleza construida de las experiencias de dichos sujetos, antes de correr el riesgo de reificar tanto la diferencia como la experiencia. Hay que prestar atención, entonces, a los proceso históricos que mediante el discurso dan un lugar a los sujetos (producen subjetividad) y originan sus experiencias, y, con esto, también generan identidad(es). De este modo, Scott no tiene que justificar, a diferencia de Thompson, lo válido del uso de “experiencia”, “experiencia”, sino que advierte de qué maneras puede invalidar o hacer superfluas las indagaciones históricas. No debe sorprendernos, me parece, que ambos encuentren en la experiencia —como fenomenología— un elemento detonador de la acción política. Sin decirlo de esta manera, pareciera que E.P. Thompson intuye —o sabe— que la experiencia vivida forma subjetividades (o posiciones de sujeto) y sugiere que éstas son capaces de producir respuestas contra las condiciones que padecen; en este caso los obreros ingleses al despegar el capitalismo. Parece afirmar que experimentar estas condiciones de vida conduce a una percepción de experiencia (colectiva) (colectiva) Véase Scott, “The evidence of experience”, Critical Inquiry , vol. 17, núm. 4 (verano de 1991), Chicago, University of Chicago Press, pp. 773-797, y passim. 23
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 95-109
TEXTOS CLÁSICOS CLÁSICOS Y Y SUS SUS APORTES APORTES AL AL CANON
105
que va a llevar a la conciencia social de clase (al actuar como “clase para sí”). La novedad —en ese momento, a finales de los cincuenta del siglo pasado y un par de décadas después— de reivindicar categorías que aluden a los individuos como parámetros motivacionales colectivos planteaba un reto ante una academia mayormente acostumbrada a avalar o trabajar dentro de las premisas de la gran narrativa estructuralista de los modos de producción (sin sujeto actuante). Con Thompson, los sujetos entran a la historia. Si bien a lo largo de su discusión sobre la experiencia Scott ha señalado que ésta se refiere ref iere tanto a la de los sujetos que se estudian como a la de la historiadora que analiza, menciona que, en el caso de las historiadoras feministas, su uso ha ayudado a legitimar la crítica contra el sesgo masculinista, que pretende objetividad, de las narrativas históricas tradicionales. Pero, ¿cómo damos autoridad al nuevo conocimiento si la posibilidad de Pero, toda objetividad histórica se ha cuestionado? Al apelar a la experiencia que, en esta acepción, connota tanto la realidad como su aprehensión subjetiva —la experiencia de las mujeres en el pasado y de las mujeres historiadoras que pueden reconocer algo de sí mismas en sus antepasadas.24
La historia social permite este paso. La experiencia vale siempre que las fuentes y las “evidencias” se expliquen y se haga una presentación del punto de vista desde el que parte el análisis, incluyendo la experiencia que parte de las representaciones (de las mujeres, los indígenas, las minorías políticas). Y como se supone que la experiencia compartida de las mujeres encauza la resistencia contra la opresión, esto es, el feminismo, la posibilidad de una acción política descansa o se sigue de una experiencia común preexistente.25 La experiencia, como categoría de análisis y como herramienta metodológica de la historia, es algo que también defienden ambos autores. Scott desde una trinchera más probada, y señalando la cautela que Ibidem, p. 786. Siempre historizada, esto es, cuestionada, relativizada y matizada por el contexto en que se ubique. Aquí, me parece, viene al caso recordar que independientemente de las formas que asuma en diferentes momentos y lugares, la condición subordinada de las mujeres (por hablar de ellas) ha sido y es común. 24 25
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 95-109
106
LUCÍA R AYAS
requiere el caso: tomar las categorías de análisis, tal como “experiencia”, como categorías inestables —esto es, que requieren de contextualización y relativización, que son discursivas26 y contingentes, pero también políticas—. Thompson Thompson cava la trinchera; debe defender su punto de vista acerca de por qué la categorización con la que innova en su magistral texto (“experiencia” no es más que uno de los frentes por los que se le ataca) es útil para la historia, para la historia social (o cualquier otro nombre) y para los fines políticos que motivan sus escritos. 27 CODA La historia con perspectiva de género y la historia de la incorporación del género al canon —reconociendo que en ciertos ámbitos se sigue luchando por lograrla— están en deuda con la historia social y con la corriente progresista que le da nacimiento en la segunda mitad del siglo XX . Ambas debieron enfrentar posturas cerradas y hasta intransigentes; pero no sólo eso, sino que si se lee o relee a autores clásicos de la historia social encontramos paralelismos —entre éstos y las autoras feministas, o historiadoras del género— en las categorías de análisis y hasta en los modelos argumentativos. El recorrido que hice de la “experiencia” en Thompson y en Scott es un ejemplo de ello, aunque queda clara la distancia entre ambos usos (podemos decir que hay que verlos en contexto, como recomienda y reitera Joan Scott). Por lo demás, no es gratuito que tanto género como clase sean categorías ordenadoras del mundo a nivel simbólico, ni es tampoco gratuita la influencia del postestructuralismo en E.P E.P.. Thompson y en Joan Scott, pese a que muchas de sus otras influencias no coincidan Resta hacer algunos comentarios importantes: por un lado, que el canon del pensamiento en torno al género cuenta también con pensadoras y pensadores provenientes de otras latitudes (francesas por supuesto, italianas, españolas, latinoamericanas) y que Gayle Rubin y Joan Scott son, a su vez, herederas de ideas y elaboraciones previas. Por otro, retomando una vez más a Scott, que el género como categoría es útil 26 27
Tanto una interpretación como algo que requiere ser interpretado. Véase Thompson, Miseria de la teoría .
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 95-109
TEXTOS CLÁSICOS CLÁSICOS Y Y SUS SUS APORTES APORTES AL AL CANON
107
cuando se trata de una pregunta abierta “que sólo se responde gradualmente, a través de las investigaciones investigaciones de las estudiosas, las historia doras doras 28 entre ellas”. Repasar la historia de la historia traza mapas que amplían horizontes. En palabras de Ortega y Gasset: “el pensamiento para no perderse tiene que buscar la orientación en sí mismo volviendo de tiempo en tiempo la mirada a la estela que su propio movimiento ha formado”.29
“Unanswered questions”. José Ortega y Gasset, “Tercera conferencia”, conferencia”, en Meditación de nuestro tiempo , México, Fondo de Cultura Económica, 2006, p. 6. 28 29
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 95-109
108
LUCÍA R AYAS
BIBLIOGRAFÍA LEXANDER , Jeffrey C. “La centralidad de los clásicos”. En La teoría social hoy , A LEXANDER de Anthony Giddens et al . Madrid: Alianza, 1990 [1987].
Beijing Declaration and Platform for Action, publicado en la página de la Di-
vision for the Advancement of Women Women de la ONU, 1995. Disponible en: [Consulta: julio del 2010]. BLOOM, Harold. El canon occidental . Barcelona: Anagrama, 1995 [1994], p. 588. ALVINO VINO, Italo. Por qué leer los clásicos . Barcelona: Tusquets, 1992, p. 140. C AL Disponible en: Por-Q ue-Leer-Los-Clasicos> [Consulta: junio del 2010]. EVOLUCIÓN. “Thompson: Historia y comproCOLECTIVO DE R AZÓN Y R EVOLUCIÓN miso, Dossier: E.P. Thompson”. En Razón y Revolución, núm. 1, otoño, reedición electrónica. Disponible en: [Consulta: enero de 2010].
Diccionario de la Real Academia Española , versión electrónica, 1997. RTEGA Y Y G ASSET, José. “Tercera conferencia”. En Meditación de nuestro ORTEGA tiempo. México: Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 75-98.
R UBIN UBIN, Gayle. “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”. En Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina , compilado por Carol Vance. Madrid: Editorial Revolución, 1989 [1984], pp. 113-190 (Col: Hablan las Mujeres). S AMUEL, Raphael. “History and theory”. People’s History and Socialist Theory , ed. por Raphael Samuel. Londres/Boston/Henley: Routledge & Kegan Paul, 1981, pp. XL-LVI. SCOTT, Joan. “El género: una categoría útil para el análisis histórico”. En El género.. La constru género construcción cción cultu cultural ral de la difer diferencia encia sexual , compilado por Marta Lamas. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Programa Universitario de Estudios de Género/M.Á. Porrúa, 1996 [1986], pp. 265-302.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 95-109
TEXTOS CLÁSICOS CLÁSICOS Y Y SUS SUS APORTES APORTES AL AL CANON
109
_____. “The evidence of experience”. Critical Inquiry , vol. 17. núm. 4 (verano de 1991), Chicago, University of Chicago Press, pp. 773-797. THOMPSON, E.P. “Tradición, revuelta y conciencia de clase, ¿lucha de clases sin clases?” En Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial , traducción de Eva Rodríguez. Barcelona: Editorial Crítica, 1979, pp. 13-61. _____. “The politics of theory”. En People’s History and Socialist Theory , ed. por Raphael Samuel. Londres/Boston/ Londres/Boston/Henley: Henley: Routledge & Kegan Paul, 1981, pp. 396-408. UNIVERSIDAD N ACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA . “Glosario de ecología humana y sociología del medio ambiente”. Disponible en: [Consulta: enero de 2010].
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 95-109
“Hacer y deshacer” el género: Reconceptualización, politización y deconstrucción de la categoría de género* Marisa Belausteguigoitia ** ** ESUMEN R ESUMEN
En este texto se comentan dos artículos que constituyen un punto de inflexión para los estudios de género y el feminismo: “El género: una categoría útil para el análisis histórico” (de Joan Scott) y “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad” (de Gayle Rubin). El potencial deconstructivo de éstos se subraya en tres dimensiones: la primera aborda las tesis de las autoras, enfocándose en sus efectos narrativos y discursivos; la segunda apunta a su forma de entender la diferencia, no sólo como un atentado a “la mujer” sino como elemento estructural que atraviesa a las mujeres pero va más allá del género, y la tercera busca acercarse a la elaboración del término queer con el objetivo de localizar algunas reflexiones fundacionales de esta categoría. Palabras clave: género, diferencia , discurso, mujer , mujeres , queer. BSTRACT A BSTRACT
This text discusses two articles which constitute a turning point for gender studies and feminism: "Gender: a useful category of historical analysis" (Joan Scott) and “Thinking sex: notes for a radical theory of the politics of sexuality” sexuality” (Gayle Rubin). It stresses their deconstructive potential in three dimensions: the first deals with the authors’ theses, focusing on narrative and discursive effects; the second points to their understanding of difference, not only as an assail on “woman” but as a structural element that runs through women and goes beyond gender; and the third seeks to approach the development of the term queer in order to locate some foundational ideas in this category. Key words: gender , difference , discourse , woman, women, queer. * Agradezco a Gerardo Mejía el apoyo en las bús quedas bibliográficas y la revisión de este artículo. ** Directora del Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM. Profesora de la Facultad de Filosofía y Letras. Correo electrónico: .
112
M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA
Actualmente los estudios de género constituyen un amplísimo mundo conceptual y metodológico. Los campos de estudio, análisis y acción que involucran la equidad, la democratización y la teorización de los sistemas de dominación se han expandido, a la vez que sus límites y promesas se han fragmentado y complejizado. ¿Qué prometen los estudios de género hoy? ¿Qué sujetos nuevos han integrado? ¿Cómo se han vaciado y recargado de contenido teórico y político? ¿Cuándo y cómo se transforman en imprescindibles categorías para el trabajo político? ¿A partir de qué operaciones han incrementado su influencia intelectual y político-pedagógica (intervención en las relaciones inequitativas de poder y en la necesidad de generar nuevos campos de estudio)? Desde la antropología de Margaret Mead en los años veinte, los avances de la medicina y la psiquiatría de los años cincuenta en la reasignación de sexo (Money) hasta la convicción de que no se nace mujer, que el género es una construcción (Beauvoir) que se elabora a base de interacciones y que puede no sólo “hacerse” desde la medicina, sino “deshacerse” desde la convicción subjetiva o política (Butler), la investigación y la producción de conocimiento sobre lo que llamamos género ha ido aumentado y diversificándose. La producción ininterrumpida de saber sobre la diferencia sexual y de género, desde su maleabilidad médica, su potencialidad teórica y su vitalidad política, ha propiciado una aceptación de su función académica que va desde la tolerancia políticamente correcta hasta un verdadero reconocimiento de sus posibilidades críticas, pedagógicas y políticas. Este ensayo ofrece una visión de las formas en que los artículos fundacionales “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, de Joan Scott, y “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”, de Gayle Rubin, contribuyeron a conformar el campo de los estudios de género. Las perspectivas de género se derivan de una dimensión óptica y lingüística; se construyen con el fin de enfocar, significar y representar esa otredad dentro o en el límite de los engranajes, los sistemas y las relaciones de poder. Scott y Rubin miraron y generaron planteamientos planteamien tos que han permitido hacer política, así como deshacer teoría y controles que limitan los derechos y las libertades sexuales. Esto lo han realizado desde lugares tan diversos como el cuestionamiento al Estado y Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
“H ACER Y DESHACER Y DESHACER ” EL GÉNERO
113
sus formas de control, a los propios estudios de género y al feminismo y sus formas de “hacer” y “deshacer” el género género””, así como c omo a las relaciones de poder que fundan los sistemas de dominación económica, sexual y de género. Scott y Rubin intervienen en la construcción de una crítica al feminismo fundamentada en la noción de diferencia como constitutiva y constituyente de todas las relaciones de poder; más allá de hacerla recaer sobre “la mujer”, haciéndola la incuestionable víctima, deshacen esta diferencia básica, es decir, se preguntan más por un lugar del déficit que por un sujeto específico (“la mujer”). Así, ambas critican a los propios estudios de género por querer situar y sitiar en una variable (la de ser mujer) la máxima de las opresiones y la mínima de las agencias, sin calibrar ni historizar sistemas de dominación, significación y resistencia distintos. Los ensayos que analizo reclamaron la importancia del discurso y su construcción de significado no como un referente transparente e inherente a la realidad, sino como constitutivo de ésta. Scott y Rubin han hecho que el género “cuente” como no se había logrado; narran y evidencian sus vínculos con sistemas de significación jurídica, política y crítica, y las maneras en que es posible que las diferencias que se vinculan al género hagan sentido. Es en este terreno deconstructivo donde, desde nuestra perspectiva, el feminismo ha contribuido mayormente al campo político y académico. Hacer y deshacer el género, como operaciones opuestas en sus fines, ha permitido subrayar el carácter discursivo de la subjetividad. A partir de este carácter, entendido como “posmoderno”, pretendemos revisitar las formas en que el sujeto teórico y político del feminismo se ha ido reconfigurando y ha ido más allá de “la Mujer”, que en ocasiones es “la mujer”, esencializada como víctima ideal, en otras se convierte en un plural “las mujeres”, desdibujándose desdibujándose en el sujeto global, y en otras más es el sujeto que se desplaza al transgénero o lo transexual, y en muchas otras se convierte en una otredad discriminada, subalterna, vaga y abarcante.1 En este número proponemos que la contribución de ambas autoras es de carácter deconstructivo, y aunque estamos atentas a las diferencias entre posmodernidad y deconstrucción, no es un objetivo de nuestro análisis marcar con detalle dichas diferencias. Diremos que la operación que queremos hacer resaltar en ambas autoras es deconstructiva y se asienta 1
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
114
M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA
Los estudios de género han modificado su discurso y, en consecuencia, sus sujetos. A continuación comento ambas intervenciones: “El género: una categoría crítica útil para el análisis histórico”, de Joan W. Scott, y “Reflexionando “Reflexionan do sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”, de Gayle Rubin, en tres dimensiones: La primera aborda las tesis de las autoras, pero enfocándose en un aspecto central, el narrativo y discursivo, es decir, la manera distinta de hacer sentido, su particular contribución discursiva para hacer que el género “cuente” —de forma esencializada al hacer el género y deconstructiva al mostrar cómo puede ser deshecho— y así permitir que hablen sus distintos sujetos. La segunda apunta a la forma en que entendieron la diferencia, no sólo como un atentado a “la mujer” sino como un elemento estructural que, desde luego, atraviesa a las mujeres, pero va más allá del género. Es este “más allá del género”, entendido deconstructivamente —más differénce que opresión de “la mujer”—, lo que ha permitido generar el valor interpretativo y teórico estratégico de los estudios de género, desde donde se enuncian ambos ensayos. A este enfoque se le ha llamado enfoque interseccional del género . La tercera pretende acercarse a la elaboración del término queer desde estas dos autoras, no con el fin de establecer un “origen”, sino con el objetivo de localizar algunas de las reflexiones fundacionales de esta categoría. Estas dimensiones en las contribuciones de Rubin y Scott centran la necesidad, apuntada hace más de un cuarto de siglo, de abandonar posiciones esencialistas o utilizarlas, a la manera de Gayatri Spivak, de forma estratégica (esencialismo estratégico). Subrayan, además, las preguntas que hemos tratado de responder incitadas por Scott y Rubin, quienes indagaron en el carácter deconstructivo de nuestros estudios: ¿Cuáles son los nuevos sujetos del feminismo? ¿Existe un más allá de
más o menos holgadamente en un feminismo entendido a veces como posmoderno y en otras como postestructural. En realidad, lo que nos interesa resaltar es el valor político y teórico que ganaron nuestros estudios cuando Scott y Rubin los trataron discursivamente y a partir de operaciones deconstructivas. Para profundizar más en las relaciones entre el posmodernismo, la deconstrucción y los estudios de género, véase Judith Butler y Joan W. Scott, Feminists Theorize the Political (1992). Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
“H ACER Y DESHACER Y DESHACER ” EL GÉNERO
115
“la mujer”? ¿Cómo moviliza este “más allá” los terrenos académicos, teóricos y políticos?2 No es evidente ya que los sujetos del feminismo y los estudios de género sean sólo las mujeres, aun en su diversidad; con ellas y en ellas nos sigue arrobando la pregunta tan antigua y tan vigente: ¿qué es una mujer? Una pregunta que hoy no es sólo de carácter retórico, poético o psicoanalítico, sino material, jurídico y pedagógico. Pensemos en el juicio que se le siguió a la deportista sudafricana Mokgadi Caster Semenya, pues se pensaba que, siendo mujer, era hombre… sólo para empezar. ARRAR EL EL GÉNERO: “HACER Y DESHACER Y DESHACER ” EL GÉNERO N ARRAR DESDE LAS RELACIONES DE PODER Y LOS Y LOS SISTEMAS DE DOMINACIÓN
El ensayo “El género: una categoría útil al análisis histórico” propone una tesis central: la comprensión de las relaciones de poder entre hombres y mujeres —su delimitación y estructura— ha visibilizado otras relaciones fundacionales de poder entre naciones, sujetos coloniales y poscoloniales; entre clases, razas y otros tipos de diferencias en desigualdad. En palabras de Scott: “El género es una de las referencias recurrentes más significativa por las que se ha concebido, legitimado y criticado el poder político. Se refiere al significado de la oposición varón/mujer,, pero también la establece” (Scott, 1996: 298). Así, marca varón/mujer que la diferencia fundamental es la del género; no la única, pero sí la que fundamenta y da cuerpo —es decir, materialidad— materialidad— a las demás. Scott responde a la pregunta: ¿Cómo se engarza un sistema complejo de inequidades desde una diferencia fundacional: la de género? ¿Cómo articular esta diferencia sin borrarla o sin ocultar las demás? Hacer sentido, narrar desde lo que se excluyó, marca un tono deconstructivo en su recuento. Joan Scott trabaja en denotar al género como una categoría de análisis cuyo fin primordial es historizar, “contar” “contar” desde el género con historia, una historia desde abajo o desde el espacio vencido. En vez de buscar orígenes sencillos y predeterminados es imPara profundizar en la noción de esencialismo estratégico, véase Gayatri Ch. Spivak, “Can the subaltern speak?” (1988). 2
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
116
M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA
prescindible distinguir las interrelaciones que dan cuenta de los procesos de dominación y cambio. “Debemos perseguir no la causalidad universal, sino la explicación significativa” (Scott, 1996: 301). ¿Qué hace significativa a una explicación? El descubrimiento de su imbricación con un conjunto de sistemas. La explicación significativa no necesariamente sería dada al describir las cosas que las mujeres pueden “hacer” como los hombres (escribir, crear, dirigir un ejército), sino el sentido que adquieren dentro de un conjunto de sistemas de dominación y creación de significados (así dejamos claro que las mujeres no sólo se “hacen”, sino que también pueden “deshacerse”, es decir, dejar de serlo o encarnar ese cuerpo de distinta manera). Las cosas, entonces, pueden ser vistas desde el discurso que hace a las mujeres y al significado de lo que ellas critican y producen. Estos sistemas de significación están constituidos como “constelaciones discursivas” que forman distintos campos de fuerza sociales (a la manera de Foucault). Surge una pregunta central: si las significaciones de género y poder se constituyen una a la otra, ¿cómo pueden modificar las relaciones desiguales? Es decir: ¿cómo cambiar las cosas? Si tratamos la oposición entre hombre y mujer como algo que se reinventa, construye y protege, y no como algo dado, natural, tenemos una plataforma segura para empezar a producir algunos cambios, el primero de ellos de orden discursivo. Scott y Rubin nos invitan a preguntarnos qué es lo que está en juego en los debates, proclamas, reformas y leyes que invocan el género (por ejemplo, la despenalización del aborto, el matrimonio entre homosexuales y la adopción, el cambio de identidad sexual, las leyes del cuidado). ¿Qué discursos y prácticas se movilizan cuando se invoca el género? ¿Qué poderes se transforman? ¿Qué prácticas y qué sujetos se modifican? Estas legislaciones y prácticas modificadas afectan “más allá del género”. Así, nos colocan al filo de una de las preguntas fundamentales que más claridad arrojan al vínculo entre género y poder: ¿Cuál es la relación entre las reformas y las transformaciones realizadas a favor de los grupos minoritarios y el poder del Estado? Uno de los objetivos fundamentales de ambas autoras es demostrar cómo hacen comprensible los estudios de género el comportamiento regulador,, escatimador, reductor del Estado y de los poderes que retan, regulador Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
“H ACER Y DESHACER Y DESHACER ” EL GÉNERO
117
motivan o afrentan a la sociedad y sus opciones de transformación o conservación. La sociedad no siempre quiere transformarse, por lo que también se invoca el género y su condición “en construcción” para conservar a un sujeto mujer, para continuar “haciéndola” (naturalizándola) mujer-madre, compañera sacrificada, restringiendo sus posibilidades de transformación. Entender la categoría de género como paso previo para comprender nuestra historia y los procesos que dan forma al presente lleva a Scott a relevar la importancia del proceso de narración de lo que entendemos como “nuestra” historia. ¿Cómo contar para que “cuente” lo que ha sido descartado, invisibilizado, y con ello sancionar el modelo de organización de “datos” y la definición de “experiencia” como transparentes que la historia ha favorecido? ¿Qué y cómo “contar” con el fin de hacer visible no sólo lo excluido, sino el mismo sistema que organiza lo que se entiende como verdad? El núcleo de la definición de Scott —que permite contar, narrar desde “la diferencia” más que desde la victimización de la mujer— establece que el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder. El género es el campo primario —no el único— dentro del cual y por medio del cual se articulan el poder y las relaciones de poder. Esta interrelación de niveles nos lleva a plantearnos los problemas vinculados al género de distinta manera, a partir de preguntas como: ¿Cuál es la relación entre las leyes sobre las mujeres y el poder del Estado?, ¿y cuál entre la libertad de las mujeres, la despenalización del aborto y el avance democrático? ¿Hay sexualización en las materias que se imparten en las carreras de ciencias? Estas preguntas vinculan las diferencias de género, la matriz de desigualdades construidas a partir de la diferencia sexual con temas de poder, laborales, institucionales, cuya estructura no se vincula visiblemente con la de las diferencias entre hombres y mujeres. La idea no sólo es dar nuevas perspectivas a viejos problemas, es decir, introducir una perspectiva que cambie las coordenadas de las explicaciones y de la historia, de la mirada y la narración, sino hacerlo construyendo teoría y no sólo causas y más causas que hacen de las mu jeres las víctimas ideales. Scott permite pasar de considerar el género Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
118
M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA
como una fuerza causal, un efecto del voluntarismo político, para considerarla una propuesta teórica. Por su parte, Rubin obliga a dimensionar en “Thinking sex: notes for a radical theory of the politics of sexuality” los horizontes estériles y escandalizados que el Estado y las sociedades conservadoras imponen a los reclamos de libertad sexual, ya sea en cuanto al debate sobre el supuesto carácter “vicioso” de toda pornografía, de la prostitución o el deseo sexual liberado del cuerpo heterosexual. Rubin analiza en su ensayo las cruzadas de la moralidad de un Estado que controla a sus ciudadanos a partir de restricciones a su libertad sexual (leyes antimasturbación, la homosexualidad como delincuencia, penalización de la sodomía como delito más grave que el asesinato, leyes antipornografía, entre una lista verdaderamente abrumadora de fobias a todo lo que no es sexualidad dentro del matrimonio). Con su ensayo Rubin nos reta, anunciando: “Ha llegado el momento de pensar en el sexo”. Con esta frase inicia sus notas para una teoría radical de la sexualidad. ¿Cómo podemos pensar en el sexo? Sólo desde una posición radical. Otras posturas las considera formas de control y compulsión hacia la sexualidad. ¿Qué significa pensar en el sexo desde la radicalidad? Por lo pronto la única manera de hacerlo; sin esta localización la crítica y el pensamiento quedan sepultados en medidas coercitivas, legislaciones, interdicciones, culpas y desbordantes pedagogías del control. La radicalidad estaría perfilada, justamente, en el recuento histórico de las censuras, restricciones, fobias, ansiedades (a los besos, a las caricias, al cuerpo); en la reducción de todas las libertades del deseo sexual, en la conducta “indecente”, las fobias al cuerpo (desnudo y vestido), las leyes antiobscenidad, en la homosexualidad como delincuencia, que se han llevado a cabo en Estados Unidos y algunas otras partes del mundo, sobre todo desde el siglo XIX hasta nuestros días. Rubin narra la historia de la fobia al cuerpo, de la ansiedad frente al deseo por parte del Estado, y las estrategias, formas de lucha y resistencia a que dieron lugar las demandas de libertad, y particularmente las demandas de libertad sexual; en una palabra, a la radicalidad de la sexualidad.3 Un ejemplo de esto es la definición de homosexual en los estados de Nueva York y Michigan, entre otros, como delincuente sexual. Los delincuentes sexuales eran los pederas3
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
“H ACER Y DESHACER Y DESHACER ” EL GÉNERO
119
La historia de Estados Unidos está colmada de campañas, persecuciones, olas de violencia y encarcelamiento a homosexuales, comunistas, prostitutas, “viciosos”. El vicio y sus significados toman un lugar esencial; por ejemplo, la compulsión a proteger a los niños de la perversión y la violación sexual. Esta paranoia llegó al absurdo de legislar sobre todo tipo de desnudez infantil como acto delictivo. “Esto significa que las fotografías de niños desnudos en los textos escolares de antropología y muchas de las películas etnográficas que se proyectan en las universidades son técnicamente ilegales” (Rubin, 1990: 8). Rubin señala un “nuevo” proyecto de la época que pretendía legislar sobre la pornografía infantil: “cuando el proyecto se convierta en ley, la simple posesión de una diapositiva de un amigo o amante de 17 años de edad desnudo puede llevar consigo una condena de 15 años de cárcel y una multa de 100 mil dólares. El proyecto recibió la aprobación del Congreso por 400 votos a favor y uno en contra” (Rubin, 1990: 10). Estas leyes enturbian las definiciones de pederastia y propician cacerías de brujas que restringen las libertades de todo tipo. Rubin demuestra con claridad la vinculación de la ideología de derecha con el sexo fuera de la familia, el comunismo y la debilidad política. 4 ARRAR EL EL GÉNERO COMO COMO ACTO ACTO DE SIGNIFICACIÓN: N ARRAR ADICIÓN DE OPRESIONES OPRESIONES A A LA LA INTERSECCIONALIDAD DE LA ADICIÓN
El reconocimiento del género como elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen a los sexos y el género como forma primaria de las relaciones significantes de poder llevan a Scott a abogar por una forma distinta de organizar la tarea narrativa de las opresiones. tas y los violadores. Los homosexuales, además de haber sido definidos como delincuentes sexuales, fueron objeto de purgas y cacerías de brujas, junto con los comunistas. Señala Rubin: “miles de ellos perdieron sus trabajos y las restricciones a la contratación estatal de homosexuales perdura hasta hoy día”. Véase “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad” (Rubin, 1990: 5). 4 Rubin describe cómo, durante el macarthismo, el Instituto de Investigaciones sobre el Sexo (Institute for Sex Research) fue “atacado por debilitar la fibra moral de los norteamericanos, haciéndolos así más vulnerables a la influencia comunista” (Rubin, 1990: 10). Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
120
M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA
El hecho de renarrar la historia desde la crítica y el conocimiento que ofrecen las teorías del género va más allá del reconocimiento de que las mujeres participaron en la Revolución mexicana, por ejemplo. Si este reconocimiento no lleva a una transformación de los métodos y la práctica de la historia nos enfrentamos a un reconocimiento menor, del tipo: “si existe una historia de las mujeres, otra que no es la de los hombres, pues que la hagan ellas, que sean las mujeres las que construyan su historia”. La pregunta que Scott busca generar es otra: ¿Cómo cambia el significado del conocimiento histórico el suplemento del género? El género se transforma, así, en una categoría analítica; no es una dimensión aparte que deba ser estudiada y acuñada por mujeres. Esta forma de plantearse el problema cuestiona la idea de que las la s teorías del género deben servir para estudiar a las mujeres, las familias, el mundo privado, las emociones y todos los mundos interiores (temas sustanciales que son estudiados por las ciencias sociales y las humanidades, y, de hecho, se encuentran hoy en auge, borrando su origen en los estudios de género). Scott lleva a cabo una revisión de las formas en las que la categoría de género ha permitido explicar las relaciones humanas y, sobre todo, cómo puede dar otro significado a la organización y percepción del conocimiento histórico como intervención que autoriza un nosotros, como relación que posibilita un nosotras articulado a horizontes de equidad. Para esto es importante redimensionar la interseccionalidad (simultaneidad de las opresiones como sistema de dominación) de las categorías de raza, género, sexualidad y clase, y formular la complejidad del poder y las formas de resistencia de otra manera. Esto obliga a cambiar lo que nos hemos venido preguntado. En lugar de buscar orígenes puros o ideologizados debemos concebir procesos que estén tan interrelacionados que no puedan deshacerse. La interseccionalidad de raza, sexualidad, clase y género sustituye la compulsión de engarzar eslabones a la creciente cadena de discriminaciones y marginaciones de “la mujer”; esta operación permite otra lucha, distinta a la suma de disminu d isminucion ciones; es; auto autoriza riza una u na explicación significativa que hace visibles —a partir de la deconstrucción—, los procesos de mediación, traducción y exclusión que erigen relaciones de poder como Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
“H ACER Y DESHACER Y DESHACER ” EL GÉNERO
121
si fueran naturales.5 La interseccionalidad dará entrada a los aportes y ajustes parciales en cuanto a la determinación de la discriminación de cada vector (raza, sexo, clase, etc.). Este enfoque abandona abandona las cansadas c ansadas luchas teóricas y de poder de las políticas de identidad. Con el fin de consolidar un análisis deconstructivo desde la interseccionalidad, Scott da cuenta de las intervenciones (en forma de aportaciones y reducciones) llevadas a cabo por las teorías de género basadas en el concepto de patriarcado, en las de clase (marxistas) y en las derivadas del psicoanálisis. Ni el patriarcado (que crea y subraya a “La Mujer” globalmente) ni el marxismo (privilegiando la clase) ni el psicoanálisis (y su teorización sobre la represión y el inconsciente) han logrado convertir el género en una variable analítica, vinculante y articuladora. Scott llega a una última fase, la postestructural, desde la cual sí es posible hablar del género como categoría. Veamos las cuatro fases analizadas por Scott: teorías sobre el patriarcado, el marxismo, el psicoanálisis y el postestructuralismo. La primera fase del feminismo trabajó con insistencia en la generación de teorías del patriarcado, buscando orígenes universales que se reducen a la necesidad de los hombres de dominar a las mujeres, es decir, se centran en la subordinación femenina. Esta dominación a ultranza limita las posibilidades de narrar y mirar (Scott, 1996: 272-273). La segunda fase, la tradición marxista, también limita, pues supedita cualquier comprensión a una base material. La dominación desde la tradición marxista se basa en la apropiación del varón (patrón) de la fuerza de trabajo de la mujer, de su trabajo como reproductora. Scott también deja claro que las teóricas del patriarcado no han demostrado cómo la desigualdad entre los géneros estructura las otras desigualdades, es decir, no han podido demostrar que de esta desigualdad parten todas las otras (Scott, 1996: 275). Las teóricas marxistas han demostrado cómo interactúan el sexismo y el capitalismo, a partir de la división sexual del trabajo, pero no su condición de únicas variables generadoras de la inequidad. Tampoco Tampoco han probado satisfactoriamente la forma en que el sistema de división sexual del trabajo preside el sistema Kimberly Crenshaw es una de las primeras feministas en articular cabalmente el tema de la interseccionalidad; véase “Mapping the margins: intersectionality, identity politics, and violence against women of color” (1991). 5
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
122
M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA
económico (analogía de las relaciones de producción y reproducción). La dominación del varón parece clara, pero, ¿cómo explicarla científicamente en todos los casos? ¿Puede el debate marxista extenderse para acoger factores y sistemas psicológicos, cultuales, políticos, raciales? (Scott, 1996: 278). La fase marxista presenta ventajas narrativas y de visibilización, como, por ejemplo, la posibilidad de considerar los sistemas económicos como los que determinan directamente d irectamente las relaciones de género. Hay teorizaciones fascinantes, como la reconversión del deseo en un bien material; se da, entonces, un vínculo entre la estructuración psíquica y la económica (deseo y política). De aquí la relación entre psicoanálisis y marxismo, que analiza una forma de liberación y emancipación desde lo psíquico y lo económico.6 Hoy parece haber un u n renacimiento de la interpretación de los vínculos entre deseo, política y discurso (Scott, 1996: 275-286). En estas décadas se han construido sistemas duales desde la categoría analítica de género que vinculan capitalismo y patriarcado, psicoanálisis y feminismo, pero siguen siendo restrictivos. Scott señala que la última fase, la postestructural, también tuvo sus problemas de ahistoricidad, como sucedió, por ejemplo, con el trabajo teórico de Lacan. Lo que acaba proponiendo Scott es una reapropiación del método deconstructivo de Derrida; esto es, un pensamiento que se construye en torno a la visibilización del proceso de significación a partir de lo que se oculta y lo que se excluye para sostener una verdad. En palabras de Scott: Debemos buscar vías (aunque sean imperfectas) para someter continuamente nuestras categorías a [la] crítica y nuestros análisis a la autocrítica. Si empleamos la definición de deconstrucción de Jacques Derrida, esta crítica significa el análisis contextualizado de cualquier oposición binaria, invirtiendo y desplazando su construcción jerárquica, en lugar de aceptarla como real o palmaria, o propia de la naturaleza de las cosas. En cierto sentido las feministas han estado haciendo esto durante años (Scott, 1990: 286). Slavoj Zizek ha sido uno de los teóricos que han producido ampliamente desde las intersecciones inte rsecciones entre deseo, política, materialidad y discurso. Véase The Sublime Object of Ideology (1997). 6
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
“H ACER Y DESHACER Y DESHACER ” EL GÉNERO
123
Como ejemplo de esta forma de análisis podemos mencionar las exclusiones necesarias para fundamentar como verdad ineludible la guerra contra Irak, o la exclusión de mujeres y sujetos coloniales del contrato social fruto de la Revolución francesa, o la forma en que los regímenes autoritarios se sostienen, fundamentando su razón de ser en el control de las mujeres, como sucede con las reformas constitucionales constitucionales en 18 estados de la República Mexicana que consideran la vida desde la concepción y que han motivado que dos partidos opuestos, el Partido Acción Nacional (PAN) y Partido Revolucionario Revolucionario Institucional (PRI), se alíen. Como bien dice Scott, toda teoría de género conlleva operaciones deconstructivas que deberían redundar en formas de narrar y mirar (articular) aquello que de otra manera permanecería invisible, para poder naturalizar un régimen de verdades. Dicho desde Scott: la verdadera utilidad, estatuto teórico del género como categoría de análisis, sólo se da completamente en la fase postestructural, una fase que sigue a dos anteriores: la teorización sobre el patriarcado y la que se hace desde una tradición marxista (con intentos de vinculación con el psicoanálisis). Con la deconstrucción como método, Scott concibe la teoría como un mecanismo que permite rearticular las relaciones de poder —de construcción de significado— que fueron nubladas y silenciadas. ¿Cómo se explican los feminicidios, la violación de Ernestina Ascencio Rosario, la violación y el encarcelamiento de las mujeres vinculadas a Atenco, la eliminación de las voces de Tere Tere y Felícitas, locutoras triquis? ¿Qué relaciones de poder entre lo que se ve y lo que se narra, entre quien ve y quien narra, dan cuerpo a lo que entendemos como realidad, problema, conflicto? ¿Quién se queda sin cuerpo y sin voz en esta distribución de poderes de la representación? Éstas son algunas de las preguntas que utilizan de manera distinta el conocimiento producido por los estudios de género desde la deconstrucción. No puedo dejar de mencionar un enlace crítico estratégico releído también desde la deconstrucción que propone Joan Scott, un artículo que analiza el carácter mediador de la experiencia. En “La experiencia experiencia”, ”, Scott llama a hacer una lectura literaria de la materialidad y la experiencia recabada desde nuestros estudios y hecha fundación inobjetable de “La Mujer”. Se refiere, más que a una materialidad incuestionable, a una apropiación de la ficción como constitutiva de la verdad. Esto no parece Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
124
M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA
en absoluto inapropiado para los historiadores o para quienes se dedican al estudio del cambio. Plantea una manera de cambiar el enfoque y la filosofía de nuestra historia, “el empeño por naturalizar la ‘experiencia’ mediante la creencia de una relación no mediada entre las palabras y las imágenes, a una relación que tome todas las categorías de análisis como disputadas, contextuales y contingentes” (Scott, 2001: 71). Scott plantea en “La experiencia” la forma más adecuada de narrar las exclusiones, las relaciones de poder; establece que es desde la literatura —desde la narración, integrando lo que “se deja fuera”— fuera”— más que desde la historia, que sólo narra desde la experiencia, desde donde podemos dar mejor “cuenta” de otros relatos, de otras historias y verdades. La literatura como narración es capaz de ofrecer el encuadre, la perspectiva desde la cual miramos y no miramos. Lo que propone Scott es colocar la literatura en el centro como forma de evidenciar; sugiere un análisis deconstructivo, centrado en dilucidar cómo se han creado los efectos de verdades hegemónicas.7 Lo que entendemos con Scott no es poca cosa: la naturaleza de la experiencia es discursiva: “Lo que es útil es insistir en la naturaleza de la ‘experiencia’ y en la política de su construcción. Lo que cuenta como experiencia no es ni evidente ni claro y directo: está siempre en disputa, y por lo tanto siempre es político” (Scott, 2001: 72-73). Concluimos esta sección con nuestra pregunta original: ¿Qué modifica, en el campo de la construcción de las representaciones de verdad, lograr la representación de la experiencia de las mujeres? Desde hace 25 años estamos construyendo respuestas a esta pregunta central en el desarrollo de los estudios de género. Nuestras invitadas articulan respuestas diferentes a esta tan productiva interrogante.
La experiencia y su estatus originario en la explicación histórica, y de esta manera la defensa de lo “visto” como evidencia suficiente, que no es otra cosa que una forma de no ver, debe ser puesta en cuestión. Esto, según Scott, ocurrirá cuando los historiadores tengan como proyecto no la reproducción y transmisión del conocimiento al que, se dice, se llegó a través de la experiencia, sino el análisis de la producción de ese conocimiento. Así, As í, es posible interrogar, más que la experiencia, los procesos de creación de los sujetos. 7
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
“H ACER Y DESHACER Y DESHACER ” EL GÉNERO
125
A DIFERENCIA DIFERENCIA COMO COMO SUPLEMENTO: LAS SIMIENTES L A DE LO QUEER , LO TORCIDO O TORSIONADO
Actualmente las perspectivas en relación al género (no hablamos ya de perspectiva, en singular, sino de perspectivas) han multiplicado multiplicado los ángulos de la mirada, que ya no sólo develan dónde se ubican las mu jeres en las relaciones de poder, sino también los grupos gru pos minoritarios sociales y sexuales (migrantes, marginados, transexuales, transgénero). La emergencia de la categoría queer se sitúa en la coyuntura de estos dos artículos, artícu los, que problematizaron problematizaron hace 25 años las categorías esenciae sencialistas de mujer y de género. Podemos intentar una definición preliminar de queer y señalarlo como un tipo de torsión corporal y conceptual que permite vislumbrar la diversidad y magnitud de las operaciones que “hacen” aparecer los géneros como un producto de la naturaleza sin mediación discursiva. Una traducción como saberes y prácticas “tor “torcidas” cidas” o torsionadas podría acercarse a una definición preliminar. La dimensión posmoderna de estos artículos nos sitúa ante una multiplicidad de miradas, teorías y metodologías: se habla de una condición donde prevalece el fragmento, el suplemento. Esto quiere decir que para que podamos hablar de producción teórica, a la categoría de mujer se le engarza un “suplemento” de clase, racial, sexual, que complica, propositivamente, su sujeción a la categoría única de “mujer”. Encontramos en Scott un señalamiento de la condición ambigua del suplemento y del fragmento —de la diferencia, más que de la mujer—, pero a la vez observamos un límite a esta condición posmoderna de desplazamiento. Una forma particular de historizar, de entender la función de la política, del materialismo y del psicoanálisis, da a las perspectivas de género, por un lado, un punto de fuga y, por otro, un límite, que invitan a concebir los estudios de género como un dispositivo teórico que permite indagar estructuralmente en los sistemas de dominación, ya sea disciplinaria, médica, psiquiátrica o de la propia trayectoria ideológica de los estudios de género. Ambas teóricas, Scott y Rubin, hacen del feminismo y los estudios de género —a veces armadura, otras trinchera— un reto, una aventura epistemológica, una incógnita estratégica, al devolverle su valor interpretativo basado en su carácter de dispositivo —de suplemento, de Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
126
M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA
fragmento, de diferencia— para comprender las bases de la discrimina discrimina-ción social, cultural y sexual. Nos interesa el ensayo de Scott por su compromiso con la categoría de género como herramienta para deconstruir la realidad. Un ejemplo de ello es que propone lo femenino y lo masculino como categorías abiertas a la construcción de significados que operen como sostén de un régimen autoritario o democrático. No se trata tr ata solamente de incrementar la letanía de las opresiones y agregarle a la categoría de mujer las de raza, sexualidad o clase, y las que se vayan acumulando, como la edad, el peso, la altura; se trata de hacer visible su articulación como elemento constitutivo de las relaciones significantes de poder, de estudiar las estructuras de dominación “en la propia casa”. De esta forma, Scott lleva a cabo la transformación de la diferencia como suplemento, es decir, como esencia de la significación, no sólo como accidente; nos devuelve el género más como categoría vacía que como adelanto de exclusiones simplistas, más como figura que visibiliza las atrocidades en nombre de las buenas conciencias y el statu quo. Este quiebre permite a la categoría de género girar teóricamente hacia el lado oculto de las cosas, el lado complejo, el lado frágil, endeble, oblicuo (torcido). El mayor impacto de la categoría de género se da cuando la academia y el saber están cambiando de paradigmas y adoptan un enfoque más posmoderno y postestructual; esto es, viran hacia la lógica de la representación, hacia el estudiante, las emociones, la recepción, el carácter construido de las identidades, las nuevas nociones de espacio; en una palabra, hacia lo que funda una crítica al empirismo, al positivismo, una ruptura epistemológica (Scott, 1996: 287). Scott contribuye a la construcción del término queer al desestabilizar la categoría de “mujer”, en singular, pero es Rubin quien señala la ruptura fundamental con el género. La elaboración de Rubin en “Thinking sex: notes for a radical theory of the politics of sexuality”, con respecto a las compulsiones contra la “perversion” y el deseo sexual, constituye una de las plataformas más importantes de los estudios queer , es decir, de la importancia política, psíquica y subjetiva de la alternancia y la ambigüedad, en lugar de los esencialismos producto de la categoría “mujer”. Lo que Rubin señala como impostergable en Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
“H ACER Y DESHACER Y DESHACER ” EL GÉNERO
127
este texto es la necesidad de separar el género del sexo. Muestra que es imposible leer en el género lo que se lee en la sexualidad. Pueden partir de una explicación con respecto a la significación de poder primordial desde la diferencia entre los géneros, pero constituyen dos sistemas de representación, representaci ón, de dominación y control, y por lo tanto dos propuestas de emancipación. Como ya señalé en las anotaciones sobre Scott, es importante decir cómo cuentan los distintos sistemas de dominación y sus resistencias. Hay que distinguir entre la creación de cuerpos y subjetividades masculinas y femeninas y la construcción del deseo sexual. Algunas feministas hicieron una lectura del término “perversión perversión”” (utilizándolo a veces como sinónimo de deseo sexual) que no facilitó para nada la liberación de las categorías sexuales vinculadas al deseo más allá de las divisiones de masculino y femenino. Las categorías de sexo (sexualidad) y género tienen una existencia social, política y teórica distinta. Las alianzas políticas varían y para las mujeres homosexuales o queer no se establecen necesariamente con mujeres, y es aquí donde se quiebra la idea de “mujer” y dominación. Rubin señala que, aunque muchas lesbianas no lo acepten, han padecido también las sanciones y opresiones que han sufrido los hombres gay, las prostitutas y los transexuales, tal vez más que por ser mujeres (Segal y MacIntosh, 1993: 237). Rubin argumenta en favor de una teoría radical de la sexualidad que parta de los estudios de género y su significación frente a la diferencia en desigualdad, como dice Scott, pero con la libertad de señalar las teorizaciones y los problemas particulares del deseo sexual. La teoría radical de la sexualidad tiene para Rubin dos componentes esenciales: 1. La L a idea de “normalidad” “normalidad” debe ponerse entre entre comillas. Rescatando R escatando a Teresa de Lauretis en su relectura de Freud podemos recordar que toda teoría de la sexualidad sexua lidad es inherentemente inherentemente una teoría de las perversion per versiones. es. 2. El concepto de deseo se basa en la premisa de que el deseo sexual está fundado en el encuentro con la falta, que sólo puede provenir de la diferencia entre los sexos. Esta diferencia debe ser significada alrededor del falo, no del pene. El deseo se divide, entonces, entre ser o no ser el falo, tenerlo o no tenerlo, y no necesariamente el Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
128
M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA
pene como órgano. Así narrado, el deseo es el producto del encuentro con la diferencia, no con un órgano en específico. Estas dos premisas obligan a construir un cuerpo político-teórico distinto al del feminismo y los estudios de género. No se trata sólo de mujeres y de las múltiples formas con que se les discrimina, sino de repensar en qué radica el hecho de ser mujer mujer.. Es evidente que una parte importante de las teorías construccionistas y postestructuralistas del género es útil a esta cuestión, pero la radicalidad del deseo va más allá. Es importante desarrollar,, entonces, una plataforma discursiva que defienda las múldesarrollar múltiples posibilidades de posicionamiento frente al deseo, más allá de las heterosexuales y de las lésbico-gay. lésbico-gay. Rubin cuestiona que sea el feminismo el único experto reconocido respecto a la teoría de la sexualidad. La fusión del género con la sexualidad ha dado paso a la idea de que una teoría de la sexualidad puede derivarse directamente de una teoría del género; esta fusión no ha beneficiado en nada a ninguno de los dos sistemas, ni al de género ni al de sexualidad. En un artículo anterior (“The traffic in women: notes on the ‘political economy’ of sex”), Rubin utiliza el sistema sexo/género y lo define como “una serie de acuerdos por los que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana”.8 En este trabajo no distingue entre sexo y género, ni tampoco entre deseo sexual y género, sino que los trata como modalidades del mismo fenómeno social. Aunque el sexo y el género están relacionados no son la misma cosa; constituyen la base de dos áreas distintas de la práctica social. Por ejemplo, las lesbianas no son reprimidas sólo por ser mujeres, sino por ser homosexuales y “pervertidas”, y desde ese lugar han compartido con hombres gay, transexuales y prostitutas la misma discriminación. Rubin muestra que el pensamiento feminista carece de ángulos de visión que puedan abarcar cabalmente la organización social de la sexualidad. Los criterios fundamentales de su pensamiento no le permiten En español “El tráfico de mujeres: notas sobre una ‘economía política’ del sexo”, en Marta Lamas (comp.), El género. La construcción cultural de la diferencia sexual (1996). 8
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
“H ACER Y DESHACER Y DESHACER ” EL GÉNERO
129
ver ni valorar valorar las relaciones de poder básicas en el terreno de lo sexual (Rubin, 1990: 55). Una de las secciones que más sentido y utilidad tienen es la que se refiere a la legislación obsesiva sobre el sexo. Esta obsesión explica las constantes regulaciones de la sexualidad por parte del poder estatal, jurídico-político. En sus palabras: “Las leyes sobre el sexo son el instrumento más preciado para la estratificación sexual y la persecución erótica. La modernidad legal ha creado un Estado que ha intervenido constantemente en la regulación de la vida sexual” (Rubin, 1990: 28). Rubin describe las batallas legales —muchas de ellas actuales, como el aborto y la homosexualidad— por las definiciones del significado significado de las identidades sexuales femeninas y masculinas que tanto nos ocupan en la actualidad (Rubin, 1990: 37). El Estado y los sectores conservadores de la sociedad estadounidense invierten mucha energía y recursos para delinear una frontera especial: la que divide el sexo bueno del malo. El papa Juan Pablo II, por ejemplo, utilizó abundante retórica feminista sobre la objetivación sexual para proteger a las mujeres y, de paso, reafirmar sus compromisos con los sectores más conservadores de la sociedad que condenan el aborto, el divorcio, la pornografía, la prostitución, el control de la natalidad, el hedonismo, de una forma similar a Julia Penélope, activista feminista. Su Santidad explicaba que “contemplar a alguien de modo lascivo convierte a esa persona en un objeto sexual, más que un ser humano merecedor de dignidad” (Rubin, 1990: 42). Rubin explica maravillosamente el fenómeno de la “modernización “modernización del sexo”, que organiza sus contactos y estas fronteras. Centra su reflexión en la modernización como un intento de regulación del exceso de lo que desborda una sexualidad “normal” y heterosexual, a lo que se denomina “perversión”. Explica la compulsiva elaboración de leyes sobre el sexo y los encarcelamientos, los castigos, las sentencias, los tribunales, y el aislamiento de aquellos que exhiben impulsos excesivos o extravagantes. El Estado legisla y controla los gestos del amor y la pasión, persiste una voluntad legislativa frente a cualquier exceso sexual. Denuncia cómo los besos, las caricias y sobre todo colocar los labios en los genitales es castigado con mucho más severidad que un robo, un crimen o una Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
130
M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA
violación. Cada uno de estos gestos de amor y pasión es considerado un acto criminal. Es posible ser considerado un criminal reincidente al tener una relación homosexual dos veces. Rubin señala la facilidad con que la legislación controla los gestos y actos sexuales, ya que tiene que ver con aquello que los políticos quieren desaparecer: el vicio.9 Rubin impulsó definitivamente la transformación del discurso del vicio, de la perturbación sexual, hacia el reconocimiento de la dominación heterosexual y de género. Analizada en conjunto con Scott, señala la importancia de entender el género como la forma primordial de la diferencia en desigualdad, y a la vez muestra la necesidad de investigar y producir conocimiento desde bases conceptuales propias. Quiero cerrar este análisis con un ejemplo fundamental de lo que es posible ver desde el trabajo de Rubin en un tema muy delicado y complejo: la trata de mujeres, en particular en su forma de exponer otras formas de narrar el género, es decir, de lo que puede ir más allá del género y su concepción de “mujer” como ser que requiere protección, sobre todo en el terreno de la sexualidad y la autonomía. Debatir este tema desde la autonomía de las mujeres puede resultar riesgoso, dado el aumento de la violencia contra ellas y el reforzamiento de teorías feministas sobre la protección a las mujeres (sorprendentemente parecidas a las del patriarcado), sobre todo las migrantes pobres; sin embargo, considero necesario rescatar algunas de las elaboraciones de Rubin que pueden ser útiles en un tema tan complejo y muchas veces abordado con un imaginario de mujer muy reducido. Rubin demuestra en su artículo que la legislación que supuestamente protege a las mujeres de ser “tratadas sexualmente” acaba dando más poder a la policía y perjudicando a las que trabajan voluntariamente en la industria del sexo. El tema de “trata de mujeres” y la compulsión por salvarlas que despierta olvidan que existen muchas mujeres que se “tratan” ellas mismas, que han incursionado en el negocio y el mundo del sexo de manera voluntaria; aunque llevadas por penurias económicas, la voluntad tiene un lugar. Se les complica la vida con las autoridades (policías, ministerios públicos) debido a las legislaciones “protectoras” Este artículo es imprescindible para escribir sobre el escándalo del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, tema central en el terreno de los estudios queer , de género y sexualidad. 9
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
“H ACER Y DESHACER Y DESHACER ” EL GÉNERO
131
que intentan salvarlas de desempeñar un trabajo que ellas han elegido y que les reditúa más que el de empleadas domésticas o de limpieza en las empresas multinacionales. 10 Defender la libertad de las mujeres para “tratarse” es una de las cosas que son inaudibles en los congresos de la Organización de la Naciones Unidas (ONU) y en todo tipo de eventos —incluyendo los feministas— organizados para buscar la protección de las mujeres (que piden otras cosas, mejores sueldos, oportunidades de trabajo). Esta develación de Rubin hecha hace ya un cuarto de siglo permite hoy contar la historia de la “trata” desde otro lugar, no muy aceptado ni bienvenido, ni siquiera por la academia. Esta defensa de la capacidad de las mujeres de negociar sobre su propio cuerpo, aun cuando estas negociaciones sean riesgosas (limpiar y cocinar en residencias que se encuentran muy ale jadas de sus hogares lo es también), ha sido muy criticada c riticada por quienes consideran siempre a las mujeres como víctimas pasivas. Con estas elaboraciones teórico-políticas y pedagógicas, Scott y Rubin señalan la importancia de ir más allá del género y ubican sus estudios en el marco de un pensamiento deconstructor que permite “vaciar de contenido las categorías de hombre y de mujer”, es decir, “hacer y deshacer” el género. Estos artículos permiten pensar a las mujeres más allá de las trincheras esencialistas de algunas corrientes del feminismo y de la naturalización de los sistemas de dominación como el patriarcado. Las mujeres se hacen y deshacen, vacían y rellenan su significado; es posible institucionalizar la feminidad para defender la vida desde la concepción o construir un cuerpo ciudadano para defender su concepción de la vida. Scott y Rubin nos demuestran de forma iluminadora cómo transitar de las posturas más esencialistas y reductoras a aquellas que demuestran el valor académico, político y teórico de una categoría analítica, como lo es el género.
Para conocer más sobre las penurias y dificultades que las organizaciones no gubernamentales (ONG), la Organización de las Naciones Unidas ( ONU) y las “buenas conciencias” han causado a las trabajadoras sexuales migrantes, véase Laura Agustín, “New research directions: the cultural study of commercial sex” (2005). 10
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
132
M ARISA BELAUSTEGUIGOITIA
BIBLIOGRAFÍA GUSTÍN, Laura. “New research directions: the cultural study of commercial A GUSTÍN sex”. Sexualities , vol. 8, núm. 5 (2005): 681-694.
BEAUVOIR , Simone de. El segundo sexo, tomo I. Madrid: Cátedra, 1998. BUTLER , Judith. Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity . Nueva York: Routledge, 1990. _____. Bodies that Matter . Nueva York: Routledge, 1993. BUTLER , Judith, y Joan W. Scott. Feminists Theorize the Political . Nueva York: Routledge, 1992, pp. 13-17. CRENSHAW , Kimberlé W. “Mapping the margins: intersectionality, identity politics, and violence against women of color”. Stanford Law Review , vol. 43, núm. 6 (1991): 1241-1299. DERRIDA , Jacques. “La farmacia de Platón”. En La diseminación. Madrid: Fundamentos, 1997. L AMAS, Marta. El género. La construcción cultural de la diferencia sexual . México: Universidad Nacional Autónoma de México-Program México-Programaa Universitario de Estudios de Género/M.Á. Porrúa, 1996. MONEY , John, y Anke Ehrhardt. Man and Woman, Boy and Girl. Gender Identity from Conception to Maturity . Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1972. R UBIN UBIN, Gayle. “Thinking sex: notes for a radical theory of the politics of sexuality”. En Pleasure and Danger: Exploring Female Sexuality , ed. por Caroline S. Vance. Londres: Pandora, 1989. _____. “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”. En Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina , ed. por Caroline S. Vance. Vance. Madrid: Editorial Revolución, 1990. _____. “El tráfico de mujeres: notas sobre una ‘economía política’ del sexo”. En El género. La construcción cultural de la diferencia sexual , compilado por Marta Lamas. México: Universidad Nacional Autónoma de MéxicoPrograma Universitario de Estudios de Género/M.Á. Porrúa, 1996. SCOTT, Joan. “El género: una categoría útil para el análisis histórico”. En Historia y género: las mujeres en la Europa moderna y contemporánea , coor-
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134
“H ACER Y DESHACER Y DESHACER ” EL GÉNERO
133
dinado por James Amelang y Mary Nash. España: Alfons el Magnánim, Institució Valenciana Valenciana d’Estudis i Investigació, 1990. _____. “La experiencia”. La Ventana , vol. II, núm. 13 (2001), México: Universidad Universid ad de Guadalajara. SEGAL, Lynne, y Mary MacIntosh. Sex Exposed: Sexuality and the Pornography . Londres: Virago, 1992. InterpreeSPIVAK , Gayatri. “Can the subaltern speak?” En Marxism and the Interpr tation of Culture , ed. por Cary Nelson y Lawrence Grossberg. Urbana: University of Illinois Press, 1988, pp. 271-313.
V ANCE , Caroline S. Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina . Madrid: Editorial Revolución, 1989. ZIZEK , Slavoj. The Sublime Object of Ideology . Nueva York: Verso, 1997.
Discurso, teoría y análisis 31, 2011: 111-134