LA FLOR DE CAÍN Y ABEL: MITO Y CUENTO TRADICIONAL EN CUATRO VERSIONES DE E L HUESO CANTANTE Anuar Jalife Jacobo El Colegio de San Luis (México)
Los relatos tradicionales —y los relatos literarios en general— hunden sus raíces más profundas en los mitos, piedras fundacionales de la cultura, que expresan lo más universal, profundo e inmutable que hay en el hombre. De acuerdo con Aurelio González en los relatos de tradición oral pueden reconocerse cuatro niveles narrativos: el discurso, la intriga, la fábula y el mito, siendo éste el más elemental, pues por medio de los entrecruzamientos que los elementos míticos tienen con los otros niveles es que “se construye la matriz lógica del relato”. Los elementos míticos —continúa Aurelio González— “recogen contenidos atemporales, situaciones básicas del ser humano (cuyo valor fehaciente como mito se pierde al transformarse en relato) que expresan en estructuras funcionales que individualizan y temporalizan dichas oposiciones”. 1 A la luz de esto, se podrían considerar algunos cuentos tradicionales como relatos que logran trasladar al presente de una comunidad los contenidos de una narrativa que en su origen tenía un valor mítico. William Bascom, en su propuesta de clasificación de las prosas narrativas deja entrever, en cierto modo, esta misma idea. Para el folclorista norteamericano existen fundamentalmente tres formas de la narrativa tradicional: el mito, la leyenda y el cuento folclórico, entre los cuales puede reconocerse una especie de gradación en cuanto a la creencia que una comunidad tiene de ellos; es decir, si los considera realidad o ficción, y en cuanto a la actitud con la que los recibe; esto es, si los 1
Aurelio González, “Relaciones de significación y niveles narrativos en textos de tradición oral”, en Acciones textuales. Revista de Teoría y Análisis, núm. 2, 1990, p. 138.
1
considera sagrados o seculares, ubicándose el mito en el extremo de lo veraz y lo sagrado, y el cuento en el de lo ficticio y lo profano.2 En nuestra actualidad, globalizada, mediática e incluso alfabetizada, es improbable descubrir la presencia de mitos que aún funcionen como tales; no obstante, es evidente su permanencia, subterránea si se quiere, en la inmensidad de nuestras manifestaciones culturales y, con especial brillo, en la literatura. Me interesa, en el presente acercamiento, mostrar un ejemplo de esta profunda relación entre cuento tradicional y mito, a propósito de cuatro versiones (de México: “La flor de lararay”, de La Joya, Veracruz, y “La flor de la alilalá”, de Valle de Guadalupe, Jalisco; y de España: “Las tres manzanitas de oro”, de Salamanca, y “La flor de San José”, Villar de Acero, León), del cuento El hueso cantante clasificado en el célebre Catálogo tipológico del cuento folklórico de Aarne y Thompson como el tipo 780 y descrito de la siguiente manera: “El hermano mata a su hermano(a) y lo (la) entierra. Un pastor hace una flauta de los huesos que revelan el secreto. En varias versiones se revela el asesinato de distintas maneras: (a) un instrumento (arpa, flauta) se hace de los huesos o (b) de un árbol que brota de la tumba”. 3 El cuento guarda una estrecha similitud con el mito bíblico de Caín y Abel, los primeros hijos que concibieron Adán y Eva. 4 De acuerdo con la Biblia, celoso de que las ofrendas de Abel agradaran más a Jehová que las suyas, Caín decidió asesinar a su hermano menor, desatando la ira de Dios quién le infringió el castigo de la errancia y la extranjería eternas. Dice el libro del Génesis: 1 Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón. 2 Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra. 3 Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. 4 Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; 5 pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su 2
Cfr. William Bascom, “The forms of folklore: prose narratives”, en Journal of American Folklore, vol. 78, núm. 307, enero-marzo de 1965, pp. 4-5. 3 Antii Aarne y Stith Thompsom, Catalogo tipológico del cuento folclórico. Una clasificación, trad. Fernando Peñalosa, Academia Scientiarum Fennica ( FF Communications 258), Helsinki, p. 160. 4 Esta relación con el mito bíblico podría explicar que Aarne y Thompson hayan clasificado este cuento dentro de los relatos religiosos, pues en la mayoría de las versiones revisadas e incluso en la propia descripción que los autores hacen del tipo no existe la presencia de elementos o personajes religiosos.
2
semblante. 6 Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? 7 Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él. 8 Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató. 9 Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? 10 Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.11 Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. 12 Cuando labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y extranjero serás en la tierra.5
Las versiones aquí analizadas de El hueso cantante conservan, en lo primordial, la estructura del relato bíblico, cuyos significantes han sido secularizados: Jehová se ha transfigurado en el padre o los padres; Caín, en los hermanos mayores; Abel, en el hermano menor; la ofrenda del fruto o las ovejas, en un remedio mágico o en un regalo invaluable; el castigo divino en castigo terrenal. “La flor de la alilalá”, “La flor de lararay” y “La flor de San José” inician con la imagen de un padre enfermo, aquejado por la ceguera o el reumatismo, 6 que debe enviar a sus tres hijos a buscar un remedio maravilloso para aliviar su padecimiento. Este remedio tiene la forma de una flor que adopta varios nombres y que da nombre a los cuentos:7 Éste era un hombre y una mujer que tenían tres hijos. El hombre por su vejez cegó. Y un hombre le dijo: —Si usted quiere ver, mande a sus hijos a que busquen la flor de la alilalá. 8 Bueno. Éste era un rey y tenía tres hijos. De los tres dos eran my envidiosos y un día que les dice: —Hijos, ¿saben qué estoy pensando? Dicen: —¿Qué estás pensando, papá? —Que dicen que hay una florecita que es muy buena, dice, —para reumatismo. Dice: —¿Y cómo se llama? 5
Génesis, 4:1-12. Llama la atención que algunas versiones aludan a la ceguera del padre, pues uno de los motivos centrales del cuento es el ocultamiento y la revelación de la verdad: el encubrimiento del asesinato del asesinato del hermano menor y el posterior descubrimiento del crimen por voz del propio hermano, cuya ánima continúa entre los vivos. 7 En varias versiones, además de las que integran este corpus, pertenecientes a la tradición hispánica los huesos (incluidos en la descripción del tipo según Aarne y Thompson) se ven sustituidos generalmente por una flor, que da título a los relatos. 8 “La flor de ailalá”, en Mexican Tales and Legends from Los Altos, intro., clasif. y notas Stanley L. Robe, University of California Press, (Folklore Studies: 20), 1970, p. 367. En adelante sólo “La flor de ailalá”. 6
3
Dice: —Se llama la flor de lararay, dice, —y el que me la traiga de ustedes, dice, —le tocará todos, toda mi hacienda y todo mi dinero.9 Un padre tenía tres hijos, y el padre tenía una enfermedad muy mala: le hacía falta la Flor de San José para curar. Y a sus tres hijos les dijo: —Bueno hijos, váis a ir a buscar la Flor de San José […]: el que me la traiga, gana un premio.10
En “Las tres manzanitas de oro” no se encuentra el motivo de la enfermedad paterna y, por lo tanto, tampoco de la flor maravillosa; en su lugar los hijos, que ya están en edad de ayudar a sus padres, se marchan a “servir”, a buscar fortuna: Era un pastor, un matrimonio pastor. Cuando los hijos ya tenían su tiempito, mayoritos, dijon que se marchaban a servir, y el chiquito que tenía dijo que también.11
La cuestión de la enfermedad reviste de necesidad la encomienda realizada por el padre y de cierta sacralidad la búsqueda realizada por los hijos. No se trata de una empresa vana o caprichosa sino del restablecimiento del orden establecido, representado por salud paterna. No es otra la función del viaje heroico sino el regreso restaurador. En “La flor de lararay” y “En la flor de San José” la empresa se encuentra pervertida de origen porque el padre ofrece una recompensa material, como si no bastara la sola recuperación de su salud como razón suficiente para que los hijos partan. Aun con este elemento corruptor lo esencial en todos los relatos, incluso “Las tres manzanitas de oro”, es el regreso a casa con una ofrenda para el padre. En las versiones mexicanas se deja ver que el viaje del hijo menor no está movido por otra recompensa que ver a su padre curado. En “La flor de alilalá” al ver el chico que su padre sólo ha enviado a sus hermanos mayores, le dice llorando: “Yo también voy, papá”. 12 “La flor de lararay” el carácter del hijo menor se contrasta con el de los mayores, quienes deciden ir en busca de la flor, sólo después de escuchar la promesa de una recompensa: 9
“La flor de lararay”, en Mexican Tales and Legends from Veracruz , intro., clas. y notas Stanley L. Robe, University of California Press, (Folklore Studies: 23), 1971, p. 55. En adelante sólo “La flor de lararay”. 10 “La flor de San José”, en Cuentos tradicionales de León I , recop. y ed. Julio Camarena Laucirica, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1991, p. 298. En adelante sólo “La flor de San José”. 11 “Las tres manzanitas de oro”, en en Julio Camarena y Maxime Chevalier, Catálogo tipológico del cuento folklórico español. Cuentos religiosos, t. III, Madrid, Centro de Estudios Cervantinos, 2003, p. 212. En adelante sólo “Las tres manzanitas de oro”. 12 “La flor de la ailalá”, p. 367.
4
“Que oyen los otros que eran muy envidiosos, los otros dos. Que va y que les dice, dice… dice: —Bueno, dice. —Nosotros vamos papá. Pero nos vas a dar el caballo más bueno que tengas”.13 El hermano menor, en cambio, se muestra desinteresado y no pide nada extraordinario a su padre para cumplir con su encomienda: “—Dice: —Yo no quiero, dice, que me descojas el caballo más bonito. El más flaco me llevo”. 14 Lo que los relatos muestran, en última instancia, es el amor del hijo menor por su padre en oposición al desamor que muestran los mayores. Caín y Abel tienen una relación similar con Jeohvá; Robert Graves y Raphael Patai, hablan de una versión del mito donde Abel explica a su hermano porqué su ofrenda no ha sido bien recibida por Jehová: “La mía fue aceptada porque amo a Dios; la tuya fue rechazada porque le odias”.15 Quizás por este amor al padre es que el hijo menor se encuentra con un ayudante mágico que le entrega el objeto maravilloso que está buscando. En la “La flor de ailalá” este ayudante se nombra simplemente como una “señora” y en “Las tres manzanitas oro”, más elocuentemente, como “la Vigen”: […] Entonces iba en camino cuando una señora le salió al encuentro y le dijo: —¿A dónde va buen niño? Dijo: —A la flor de la ailalá, para ver si se alivia mi padre que está ciego. Entonces le entregó una saquita y le dijo: —Sólo que me des de beber. Y el niño le dio toda el agua que llevaba. Entonces la señora se la bebió y le dio una saquita de flores.16 […] Y el chiquito había estao sirviendo a la Virgen y le dio tres manzanas de oro. Le dijo: —Toma, Majo, tú te vas. —Sí, que tengo que aparecer con mis hermanos a la bajada de unos caminos. —Mira, esas tres manzanitas, una par ti, otra para tu madre y otra para tu padre.17
Los relatos coinciden en que el hermano menor, gracias a la intervención de un ayudante o no, es quien finalmente consigue la preciada flor y en el caso de “Las manzanitas de oro” es quien vuelve con el obsequio más valioso, “tres manzanitas de oro”. El elemento de la 13
“La flor de lararay”, p. 55. Idem . 15 Robert Graves y Raphael Patai, Los mitos hebreos, trad. Javier Sánchez García-Gutiérrez, Madrid, Alianza, 2000, p. 111. 16 “La flor de ailalá”, p. 368. 17 “Las tres manzanitas de oro”, p. 212. 14
5
ofrenda más valiosa se encuentra también en el mito hebreo. Graves y Patai explican que “Dios tenía una buena razón para considerar propicia la oblación de Abel y no la de Caín: mientras Abel había escogido el mejor cordero de su rebaño, Caín sólo había puesto unas pocas semillas de lino sobre el altar”. 18 Ello refuerza el contraste entre un hijo amoroso, que al final tendrá el favor del padre y paradójicamente será víctima de una injusticia, y un hijo o carente de amor, que terminará convirtiéndose en fratricida y recibiendo el castigo del padre. Una vez que el menor ha obtenido el regalo se reencuentra con sus hermanos. Éstos al ver al menor con la flor, o las manzanas, deciden robarle y después asesinarle. En los cuentos no se ofrecen las razones del asesinato ni se muestra en los hermanos signo alguno de arrepentimiento, ha sido un acto producto de la envidia y el abuso del más fuerte. En “La flor de lararay” hay cierta racionalización del hecho, pues se anticipa al comienzo del relato que ambos eran “muy envidiosos” y que en uno de ellos ya existía el deseo de quitarle la vida al más chico, incluso antes de que éste encontrara la flor: —Mira,. Áhi viene mi hermano, dice. —Para que no nos siga lo vamos a echar al pozo. Un pozo grande que estaba allí. Agarre que lo agarran y que lo echan al pozo al pobrecito. Bueno. El otra día temprano que va un señor a sacar agua allí al pozo. Que le dice: —¡Ay, señor! ¡Sáqueme! Que oye que gritan abajo. —¡Sáquenme, por favor, dice, —por que… Dice: —Que mis hermanos me echaron aquí. Dice: —Sí. Ya que agarre y lo saca. Que lo vuelve sacar y áhi lo vio bien mojado al pobrecito. Y que los vuelve a alcanzar. Dice: —Mira. Áhi viene mi hermano de nuevo, dice. —¡Qué choca!, dice. —¿Qué hiciéramos pa que no nos siguiera?, dice. Dice, que le dice el otro hermano, dice: —Déjalo, pobrecito. Es nuestro hermano. Ni modo, dice. —Lo tenemos que esperar. —Sí, pero yo no quiero que me siga, dice. Dice: —Estoy pensando que mejor lo vamos a matar.19
En “Las tres manzanitas de oro” se incluye una discusión previa al asesinato que refuerza las razones para que éste se realice. Los hermanos mayores traen como ofrenda o regalo al
18 19
Robert Graves y Raphael Patai, op. cit., p. 111. “La flor de lararay”, pp. 55-56.
6
padre dos bolsas grandes de dinero y el menor las manzanitas de oro que le ha dado la Virgen, entonces: Los dos hermanos se entusiasmaron con las manzanas del niño chico. —Dame una para mí, dame otra para mí —dijon los dos hermanos—, y llevamos una cada uno. —Pues yo no quiero lo vuestro. No queráis tampoco vosotros lo mío. —Pues dánoslas o te matamos. Y no se las dio y lo mataron.20
Algunas versiones del relato hebreo hablan de una disputa similar entre Abel y Caín debida a la división de la Tierra que Dios había hecho entre los hermanos: […] se adjudicaron todas las tierras a Caín, pero las aves, las bestias y las sierpes fueron entregadas a Abel. Ambos acordaron que ninguno reclamaría las posesiones del otro. Tan pronto quedó concluido el pacto, Caín, que estaba labrando un campo, dijo a Abel que sacara sus rebaños de sus tierras. Cuando Abel replicó que no perjudicarían la labranza, Caín cogió un arma […] y lo mató.21
En otras versiones Caín propone a Abel una repartición injusta de la Tierra, lo cual origina la disputa entre ambos, que terminaría con la muerte del segundo: “[…] Caín propuso a Abel: ‘Dividamos la Tierra en tres parte. Yo, el primogénito, tomaré dos; y tú el resto’”.22 El lugar del asesinato bíblico tiene igualmente reminiscencias en algunos de los relatos tradicionales. Según el primer libro de la Biblia, Caín condujo a Abel al campo para cometer el fratricidio y ahí mismo enterró el cadáver: “Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató”.23 En la versión veracruzana el hermano menor es llevado a un cañaveral y en la jaliciense es ahogado en un tanque. Después del fratricidio y de haber enterrado o escondido el cadáver, los hermanos regresan con el padre a entregarle la ofrenda. Al no ver a su hijo menor, el padre pregunta por él e invariablemente los hermanos mienten, como en el mito donde Dios interroga a Caín sobre el paradero de Abel: “¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. 20
“Las tres manzanitas de oro”, p. 213. Robert Graves y Raphael Patai, op. cit., p. 112. 22 Idem . 23 Génesis, 4: 8. 21
7
¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” 24 En los relatos la pregunta del padre y el cinismo de sus hijos mayores es una constante: —Su hermano, ¿no lo vieron por allá? —No. No vimos nada, papá. Fíjate que no lo vimos25 Al ver los padres que no iba el hermano chico, les preguntaron. —No lo hemos visto. Quedamos de ajuntarnos al año y el día, aquí en una carretera y no lo hemos visto.26 […] Pero al ver que no llegaba el chico les dijo: —¿En dónde está mi hijo menor? —Pos, ¿quién sabe? Entonces él se puso a llorar. 27
El crimen de los hermanos parece permanecer en secreto, pero en el lugar donde yacen los restos del menor crecen cañas o flores que revelan la verdad a un mozo, a un pastor, al propio padre o a un forastero que pasa por ahí o que hace con ellas una flauta o “chifla”28: Y un día iba pasando allí un forastero contra aquel tanque y vio muchas flores que tenían en cada flor un pito. Entonces él al verlas muy hermosas las cortó y las echó en un cajón. Entonces le pitó a un pito de una flor y le dijo: Ladrillero, no me pites, No me vuelvas a pitar Mis hermanos me mataron Por la flor de la ailalá.29 Y este… pero ya lo habían enterrado ahí. Y entonces que agarran y este… y una mañana temprano andaba un señor, de los piones de él, y que oye que pitan en el cañaveral. Dice: —No me pites ni me dejes de pitar. Mis hermanos me han matado por la flor de lararay.30 El padre se marchó con sus ganados al terrizal a pastiar, y encontró una caña muy hermosa. Y el hombre hizo una flauta que tocaba que admiraba. Y la tocaba. Y, al legar a casa, dijo: —Traigo una flauta, que ¡hay que ver lo bonito que toca! Pues sos la voy a tocar en la cocina —con su mujer y sus hijos. 24
Génesis, 4: 9. “La flor de lararay”, p. 56. 26 “Las tres manzanitas de oro”, p. 213. 27 “La flor de la alilalá”, p. 368. 28 De acuerdo con Graves y Patai, los nombres de Abel y Caín, pueden significar ‘soplo’ y ‘tallo’, respectivamente. A riesgo de caer en sobreinterpretaciones o relaciones demasiado arriesgadas, simplemente llama la atención que la verdad sea revelada a través de una flauta, que podría representar estos dos elementos, el tallo y el soplo. Cfr. Robert Graves y Raphael Patai, op. cit., p. 105. 29 “La flor de la ailalá”, p. 368. 30 “La flor de lararay”, p. 56. 25
8
Y la toca el padre y dice: “Toca, toca, mío padre, mis hermanos me mataron por tres manzanitas de oro y al cabo no me robaron. Y donde lo enterraron, se conoce que quedaba, donde llevaba la flor, la grana de la flor, y nacieron unas cañas: nacieron unas cañas allí donde lo habían enterrao. Y fue por allí un pastor con las ovejas, y vio aquellas cañas y cogió y cortó una: hizo una chifla para tocar. […] y decía chifla: —Toca toca, pastorcito, toca toca, tú muy bien mis hermanos me mataron por la Flor de San José 31
La verdad es revelada, se entiende, por el espíritu del hermano asesinado que ha permanecido en la vegetación cercana a su tumba y que se manifiesta a través de una canción. De acuerdo con Eloy Martos Núñez el cuento, de hecho, “viene a ser la glosa que explica el cantarcillo” y le resulta curioso que “la fórmula rimada o el estribillo cambia ligeramente en las distintas versiones hispánicas, en relación sobre todo con la rima que designa la flor […]”.32 Esto se aprecia claramente en los relatos aquí revisados y es sin duda material interesante para un estudio comparativo. Sin embargo, rebasa los límites de este trabajo, que por esa misma razón no incluye más fragmentos las canciones. En nuestro caso lo relevante es que el ánima del hermano mayor prevalezca cerca del lugar de su muerte, más específicamente en la tierra o en los frutos de ella. En la versión bíblica Jehová hace énfasis en la sangre que Caín ha derramado precisamente sobre la tierra: “Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano”.33 Graves y Patai complementan este pasaje bíblico con otras versiones donde, como estas variantes de El hueso cantante , el espíritu del hermano muerto permanece en el lugar del crimen: “El espíritu de Abel escapó de su cuerpo, pero no pudo hallar refugio en el 31
“La flor de San José”, p. 298. Eloy Martos Núñez, “Las canciones y otros elementos líricos como genotexto de cuentos y leyendas tradicionales”, en Pedro C. Cerrillo y César Sánchez Ortiz, coords., La palabra y la memoria (Estudios sobre Literatura Popular Infantil), Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 2008, p. 243. 33 Génesis, 4: 10-11. 32
9
Cielo —donde ninguna otra alma había ascendido todavía— ni en el Abismo —donde ninguna otra alma había descendido aún—. Por ello se quedó revoloteando por las cercanías. Su sangre permaneció, burbujeando e hirviendo, donde había sido derramada”.34 Ante el descubrimiento de la verdad el padre decide castigar a los hijos fratricidas, en un extremo con la muerte, salvo en “La flor de lararay” donde sólo acude a la tumba de su hijo a comprobar con sus propios ojos el hecho denunciado por la canción: Y que va corriendo el mozo a decirle a su papá… al patrón. Dice: —¡Patrón, patrón! ¡Fíjese usté que yo oí, dice, —que allí en la cañaveral, dice, —silbaron. Dijeron que “mis hermanos me han matado por la flor de lararay”. Dice: —A ver. Llévame a donde es. Y que lo lleva. Que lo llevan y que van a ir a tierra que estaba salida toda de la cañaveral. Y entonces que, que dice, que empiezan a escarbar y que encuentran al hermanito áhi. Estaba enterrado. De veras lo habían matado por la flor de lararay.35
Al igual que en el mito hebreo, donde Dios decide castigar a Caín negándole los frutos de la tierra, convirtiéndolo en un errante y un extranjero perpetuo, en estos relatos hay un castigo a los fratricidas inflingido por el padre, que varía en su dureza: Entonces él se asustó mucho y su papá lo agarró de las manos y lo encaramó y lo puso en un cuarto.36 Y entonces se dio cuenta el padre. Y agarró a los hijos y los martirizó y declararon la verdá. Entonces se marcharon donde había cortao la caña el señor, y allí apareció su niño, y le salía la caña del corazón.37 Y cogió el padre y los mató: mató a los hijos. Y al criao pues lo dejó en casa, el que tocaba la chifla, lo dejó allí; y a los hijos los mató porque habían matao al pequeño. 38
Así, con el castigo del crimen se cierra el círculo y queda el orden reestablecido o se inaugura uno nuevo. Pues, si bien el hermano menor ha muerto, la enfermedad del padre ha sido curada por la flor que el éste consiguió, la verdad ha sido revelada y su muerte ha sido vengada. En “Las tres manzanitas de oro”, donde no aparece la flor ni enfermedad que curar, sí se hace explícito, en cambio, que las manzanas no fueron robadas “[…] y lo 34
Robert Graves y Raphael Patai, op. cit., p. 113. “La flor de lararay”, pp. 56-57. 36 “La flor de la alilalá”, p. 369. 37 “Las tres manzanitas de oro”, p. 213. 38 “La flor de San José”, p. 299. 35
10
mataron, pero las manzanas no se las pudon coger”, lo cual refuerza la idea del castigo al crimen. *** Como espero que se haya mostrado, en las versiones analizadas de El hueso cantante existe un significativo sustrato mítico estrechamente relacionado con la historia hebrea de Caín y Abel. Es muy probable que El hueso cantante posea relaciones con otros mitos y que existan unas versiones más aproximadas que otras al mito que aquí se ha revisado. Sería materia de un trabajo posterior rastrear otros sustratos en un corpus mayor. Sin embargo, con este pequeño corpus, se ha podido ver, a través de las similitudes señaladas con el mito en cuestión, el poder del relato tradicional para conservar una memoria y un saber antiquísimos, así como su capacidad para adecuar éstos a una determinada cultura y a un tiempo específico. De la misma manera, se ha podido observar la compleja y a la vez tersa transformación de un discurso, concebido en su origen como sagrado y veraz, a uno secular y ficticio, sin que en ese trayecto se pierdan del todo las implicaciones éticas de su contenido, que, en esencia, conservan el mismo valor hoy que miles de años atrás. BIBLIOGRAFÍA Corpus
“La flor de laralay”, en Mexican Tales and Legends from Veracruz, intro., clas. y notas Stanley L. Robe, University of California Press, ( Folklore Studies 23), 1971, pp. 55-57. “Las tres manzanitas de oro”, en Julio Camarena y Maxime Chevalier, Catálogo tipológico del cuento folklórico español. Cuentos religiosos, t. III, Centro de Estudios Cervantinos, Madrid, 2003, pp. 212-214. “La flor de alilalá”, en Mexican Tales and Legends from Los Altos , intro., clas. y notas Stanley L. Robe, University of California Press, ( Folklore Studies 20), 1970, pp. 367-369. “La flor de San José”, en Cuentos tradicionales de León I , recop. y ed. Julio Camarena Laucirica, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 1991, pp. 298-299. Referencias
11
Aarne, Antii y Stith Thompsom, Catalogo tipológico del cuento folclórico. Una clasificación, trad. Fernando Peñalosa, Helsinki, Academia Scientiarum Fennica ( FF Communications 258), 1995. Bascom, William, “The forms of folklore: prose narratives”, en Journal of American Folklore , vol. 78, núm. 307, enero-marzo de 1965, pp. 3-19. Graves, Robert y Raphael Patai, Los mitos hebreos , trad. Javier Sánchez García-Gutiérrez, Madrid, Alianza, 2000. González, Aurelio, “Relaciones de significación y niveles narrativos en textos de tradición oral”, en Acciones textuales. Revista de Teoría y Análisis, núm. 2, 1990, pp. 134-154. Martos Núñez, Eloy, “Las canciones y otros elementos líricos como genotexto de cuentos y leyendas tradicionales”, en Pedro C. Cerrillo y César Sánchez Ortiz, coords., La palabra y la memoria (Estudios sobre Literatura Popular Infantil), Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 2008, pp. 232-256.
12