cerca del autor Jean Marie Mari e G. Le Clézio ha sido merecedor de diversos
reconocimientos, entre ellos el Premio Nobel de Literatura (2008), Paul Morand (1980) y el Théophraste Renaudot (1963); además, en 1994 fue elegido por los lectores de la revista Lire como el mejor escritor francés vivo. Una de sus obras más importantes es el ensayo El sueño mexicano o el e l pensamiento pensamient o interrumpido, inter rumpido, también publicada por el FCE.
La conquista divina de Micho M ichoacán acán
J. M. G. Le Clézio
Traducción de Aurelio Aurelio Garzón del Camino
Primera edición en español, 1985 Segunda reimpresión, 2008 Primera edición electrónica, 2010 Título original: La Conquê Con quête te divine divin e de Michoacá Micho acán n D. R. © 1985, Fondo de Cultura Económica Carretera Carre tera Picacho-Aj Picac ho-Ajusco, usco, 227; 227; 14738 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008
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¿Por qué q ué este librito? librito? Cuando, hace muchos años ya, empecé gracias al Fondo de Cultura Económica una investigación sobre los mitos y los sueños del México indígena y contemporáneo, y después, cuando, con la ayuda del Colegio de Michoacán y de esos verdaderos humanistas que son Luis González y Francisco Miranda, me acerqué más a Michoacán y su cultura, pude descubrir al que considero uno de los libros más bellos y conmovedores de la literatura universal, digno de ser comparado con la Ilíada, Ilí ada, el Poema de Gilgamesh Gil gamesh o la Geste d’Arthur. Este libro es la elación de Michoacán.
Puesto por escrito por un religioso anónimo (se supone que fue el franciscano Gerónimo de Alcalá) poco tiempo después del asesinato del último rey de Michoacán, el cazonci Tangáxoan Tzinzicha, por el conquistador Nuño de Guzmán, este libro lleva la huella profunda del mundo indígena del cual salió, de su magia y de su tragedia también. Historia de un pueblo en agonía, la Relación es un testamento, dictado por los testigos, los sacerdotes petamuti, petamuti , según el ritmo de la literatura oral. Es la última memoria, para que no perezca completamente la grandeza de Michoacán, ni la antigua alianza de los purépechas con sus dioses. Único libro del pueblo puré, cumple para nosotros un destino misterioso y emocionante, escrito para la gloria de los vencidos y no para el provecho de los vencedores. El presente libro, más que un capítulo histórico sobre una de las culturas mayores de la América Central, quiere demostrar mi afán de conocimiento por la tierra y la historia de Michoacán, y mi agradecimiento al descubrir, gracias a la Relación, la epopeya maravillosa del antiguo pueblo puré. Albuqu erque, Nuevo Nu evo México, Méxic o, 18 de octubre de 1984
La conquista divina de Michoacán
Los grandes relatos históricos son a la vez génesis: nos refieren la creación de la Tierra, su primer asentam asentamient ientoo y el advenimient advenimientoo de los dioses y de sus criaturas. Refiere Refierenn esto con sencillez, como si el mundo no fuera más que ese territorio vinculado a un pueblo, y como si más allá de las fronteras hubiera otra vida, otro tiempo, irreal y peligroso como los sueños. Así ocurre con los primeros relatos del pueblo iranio, con la epopeya del gigante Gilgamesh, con el establecimiento del pueblo de Israel, o finalmente con las leyendas griegas y escandinavas. La historia sólo puede comenzar con esos textos sagrados, que vinculan a los mitos más antiguos la aparición de una nación, de un lenguaje, de una religión o de un gobierno. Son también textos de la primera creación del mundo, puesto que nos revelan cómo fueron nombrados los lugares. Al nombrarlos, los hombres arrancan de la nada las montañas, los ríos, las fuentes, los bosques, y descubren en ellos las bases de las ciudades y de los templos futuros. Este acto de apropiación de la Tierra es la verdadera fuente de la historia, inventando fantásticamente, como por encanto, el instante en que los hombres y los dioses se encontraron. La Relación de Michoacán Mi choacán es uno de estos textos raros —así como los Libros del Chilam alam de los mayas de Yucatán, o el Popol Vuh de los maya-quiché— que nos da a conocer esta génesis. génesis. Texto exto en el que está fijada fij ada por la virtud de la escritu escri tura ra occidental oc cidental la magia verbal del pasado fabuloso del pueblo de Michoacán cuando, después de siglos de vagabundeo, en medio de las l as guerras tribales, triba les, comienz comienzaa a aparecer aparece r el destino de una una nación que desempeña desempeña un papel im i mportante portante en las civilizaciones civil izaciones de la Améric Américaa Central. Central. Sin embargo, la escritura, aquí, es secundaria. Es el medio de trasmitir un mensaje a la posteridad, y da a Relación de Michoacán Michoac án su aspecto extraño, casi onírico, como un testamento dejado por un pueblo antes de morir y del que no podemos comprender sino parcelas. parcel as. La escritu escri tura ra —esa mano anón anónim imaa del siglo XV XVI, I, caótica, redundant redundante, e, y esas ilustraciones ingenuas donde el simbolismo indio se mezcla con la tradición de iluminación de los monjes del Renacimiento— es aquí el último medio de este conocimiento. La escritura es la intervención intervención del copista, la l a traducción quizá quizá de textos textos escritos escr itos en leng le nguua purépecha, de esta compilación de un religioso desconocido que restituía en español el mensaje de los últimos
sacerdotes de Michoacán, al dictado a veces de don Pedro Cuinierangari, hijo de un petamuti (los sacerdotes historiadores de la corte del cazonci) y testigo de los últimos instantes del reinado de los purépechas. La Relación de Michoacán, Michoa cán, como los Libros del Chilam Balam, es también la última tentativa de detener la huida del tiempo, de salvar una memoria en camino de perderse. El carácter sagrado de este libro es el que nos inquieta y nos emociona. El saber que nos trasmite es un saber que precede toda escritura. Es un relato legendario llevado de generación en generación por los sacerdotes petamuti, petamuti , solemne solemne e impregn impregnado ado de belleza bell eza oratoria, como como la la enseñanza de los colegios religiosos y militares de México-Tenochtitlan que sirvieron a Bernardino de Sahagún para escribir su Historia Histori a general de las cosas de la Nueva España. Pero se s e piensa pi ensa también también en las epopeyas e popeyas todavía vivas vi vas hoy día entre entre los l os pueblos que ignoran ignoran la escritura, tule de San Blas, inuit de Groenlandia, dogones del África ecuatorial y tiwi de Oceanía. Es la escritura la que hace de la Relación lo que ésta es a nuestros ojos: un testamento. Pero este testamento, por sus cualidades literarias, iguala los más grandes textos de la literatura universal, la Ilíada Ilí ada y la Odisea, la Chanson de Roland o la Kojiki.
Los abuelos ab uelos del camino Una epopeya: como la aventura de los argonautas, es de un viaje iniciático de lo que habla la elación de Michoacán. Este viaje es la primera llegada de los héroes purépechas a esas tierras, su reconocimiento del dominio de los dioses: “Cómo los antepasados del cazonci comenzaron a poblar”. Estos primeros hombres, estos “chichimecas”, ¿de dónde venían? La elación no aporta apenas esclarecimiento alguno al misterio del origen de los purépechas. Sólo indica, como una suposición, que esas tierras estaban ya en parte ocupadas por “gentes mexicanas”, por unos “naguatlatos” y “que había en cada pueblo su cacique con su gente y sus dioses por sí” (20).[1] Pero lo que nos aparece como una certidumbre es la naturaleza divina de esta primera conquista. No son Hire Ticátame ni los guerreros que lo acompañan los que toman primero posesión de la montaña Uriguaran Pexo, cerca del emplazamiento de la futura Zacapu Tacanendam; es “nuestro dios Tirepeme Curicaueri quien comienza su reinado” y al que vienen entonces a reconocer como soberano los Señores Zizambanecha de la ciudad de Naranjan. Naranjan. Igualm Igualment ente, e, a continu continuación, ación, cuando cuando los purépechas purépechas han establecido es tablecido firmem firmement entee su Imperio sobre Michoacán, en tiempos del gran Tariácuri, no son los hombres quienes conquistan los territorios sino su dios guerrero Curicaueri quien entabla los combates y extiende su reino. El comienzo de la historia es, pues, la llegada de los “chichimecas”, fracción nómada y guerrera del pueblo purépecha que llegaba ante los contrafuertes de la sierra volcánica, a mediados del siglo XIII, conducidos en su marcha por su dios Curicaueri. ¿De dónde venían estos hombres? Se puede imaginar, con Luis González, esta banda de “feroces purépechas”, hábiles arqueros, guerreros endurecidos por siglos de vagabundeo,
subyugando fácilmente a los pacíficos agricultores “tecos” del “Bajío”, o a los pescadores de la región de los lagos, como hicieron los hunos y los tártaros en el continente asiático. ¿Venían del norte, como lo deja suponer la leyenda trasmitida por el lienzo de Jucutacato y por los principales principale s cronistas? Se puede im i maginar aginar entonces entonces a un unaa de las últimas últimas ramas ramas de la invasión bárbara procedente como como los aztecas aztecas de las grutas rutas de Ch Chicomost icomostoc, oc, abandonando abandonando el reino fabuloso de Aztlán para establecerse en Michoacán bajo el mando de un héroe llamado por el padre Tello en su relación relac ión “U “Unn mexicano exicano noble y de gran talento llamado Tzilantz Tzilantzi,i, el cual, con los de su familia, fundó la ciudad de Huitzitzila, que hoy llaman Tzintzuntzan” (Tello, p. 30). Se puede entender también la leyenda referida por el padre Acosta, según la cual un grupo de chichimecas, escarnecido por una parte de los suyos que les había robado sus vestidos y los había dejado desnudos a orillas del lago, se vio obligado a renegar de sus orígenes y a cambiar no sólo de hábitos sino de lengua. ¿Y por qué no la leyenda de la dispersión de las tribus purépechas ante el lago de Pátzcuaro, siguiendo la dirección de una bandada de golondrinas golondrinas perseguidas por un gavilán, gavilá n, tal como como la transcri transcribe be Maurice Maurice Boy Boyd? d? (1969, p. 10). La leyenda de los purépechas procedentes del Sur, del otro lado de las tierras mayas, no es más inverosímil que la del reino de Aztlán, y el lingüista Swadesh ha podido incluso reconocer cierto parentesco entre la lengua de Michoacán y la quechua de los incas peruanos. peruanos. Hayan venido del Norte, de las regiones desérticas de Cíbola, o bien del Sur, del bosque donde nació la civilización maya, o incluso de allende los mares, los purépechas son realmente el pueblo del misterio, y quizás sea por eso por lo que llevan consigo, desde el comienzo de su historia, un secreto, una magia. Lo que es seguro, es que el pequeño grupo de conquistadores que llegan a Michoacán en la corriente del siglo XIII no es extraño al pueblo que ya se encontraba allí. La Relación de Michoacán M ichoacán nos cuenta precisamente lo que fue este reencuentro. Cuando los dos hermanos Uápeani y Pauácume llegan a orillas del lago de Pátzcuaro, dirigen primeramente la palabra a un pescador que estaba allí en su piragua: “Isleño, ¿qué andas haciendo por aquí? Respondió él: ¿Henditaré? Que quiere decir: ¿Qué es Señores? Que la gente de esta laguna era de su misma lengua de estos chichimecas, mas tenían muchos vocablos corruptos y serranos” (34). Después, tras de haber cambiado impresiones sobre sus alimentos respectivos, pescado para el hombre de las islas, caza para los chichimecas, hablan del único tema importante: los dioses. Entonces los chichimecas se maravillan al enterarse de que los dioses que se veneran allí, en las orillas del lago, son los mismos que han engendrado su raza: “También son nuestros abuelos del camino. ¿Cómo es esto? ¿Parientes somos? Nosotros pensábamos que no teníamos parientes. ¡Topado habemos parientes! ¿ Cómo Cómo es esto? ¡Somos ¡Somos parientes y de un unaa sangre! sangre! Respondió el pescador: pescador : Sí, Señor, vuestros parientes somos” (40). Este reencuentro constituye el instante más emocionante y más significativo de esta historia legendaria, ya que muestra la alianza de las dos tendencias que van a formar un pueblo, el grupo sedentario y agrícola que representa la civilización y la riqueza, y el grupo de los guerreros nómadas, que aporta la fuerza de la erarquía y el orgullo del dios Curicaueri que permitirán la supremacía del pueblo purépecha sobre las naciones vecinas. Esta reunión no deja de recordar la que tuvo lugar hacia el siglo X, cuando los mayas de la “pequeña bajada” se establecieron en Yucatán y crearon el nuevo Imperio.[2] La diferencia está sin duda en que los purépechas tuvieron pocas relaciones con la
cultura tolteca; por el contrario, el odio y el desprecio que los michoacas sintieron por sus enemigos de México Tenochtitlan es una constante de su historia. Si hubo “naguatlatos” en el Imperio Imperio purépecha, purépecha, fueron siempre siempre poblaciones poblaci ones vasallas, vasal las, como como los l os otom o tomíes íes y los matlazincas. atlazincas.
La puerta del cielo Cuando Hire (el rey) Ticátame llega con su pueblo ante las montañas volcánicas de Zacapu Tacanendam, no son los hombres quienes lo inquietan. Sabe que debe ante todo conciliarse ante los dioses de la montaña, los Angamucuracha, los dioses tutelares que están “en pie ante la puerta, o a la entrada de la gruta” (Maturino Gilberti). Para esto, acepta la alianza de los habitantes del lugar, y la del Señor de la ciudad de Naranjan: un matrimonio. Pero, al mismo tiempo, comunica la existencia de su dios Curicaueri, porque si habla es en su nombre: “Una cosa os quiero decir que digáis a vuestros señores y es que ya saben cómo yo con mi gente ando en los montes trayendo leña para los cues y hago flechas y ando al campo por dar de comer comer al Sol y a los dioses celestes y de las cuatro partes del mun undo do y a la madre Cuerauáperi Cuerauáperi con los venados que flechamos y yo hago la salva a los dioses con vino y después bebemos nosotros en su nombre…” (22). Por eso, cuando los cuñados de Hire Ticátame infringen la prohibición al apoderarse apoderar se de un ciervo cierv o destinado a Cu Curicaueri, ricaueri, que es un acto de hostili hostilidad dad contra los dioses, Ticátame tiene que huir con su mujer y su hijo porque la alianza ha sido rota. Inspirado por su dios Curicaueri, se detiene con sus guerreros en las orillas del lago de Pátzcuaro, donde habrán de desarrollarse todos los hechos de la historia de los purépechas. Elige un lugar llamado Zichaxucuaro (“a tres leguas aproximadamente de la Ciudad de Mechuacán” precisa la Relación), Relación) , y allí es donde muere asesinado algún tiempo después por sus cuñados. La historia de la primera conquista de Michoacán comienza, pues, un poco como una vendetta: el hijo de Ticátame, el joven Sicuiracha, a la cabeza de los guerreros de su padre, recorre de nuevo la región del lago, reconociendo uno tras otro los territorios de caza que serán después los puntos fuertes de la cultura de los purépechas: Pechataro (Pichátaro), Pumo (sin duda cerca del actual Puerto Pomio, próximo a Pichátaro), Biramuco (Iramuco, al sudeste de Zirahuén). Prosiguiendo su vagabundeo llegan al territorio que se convertirá en el corazón mismo del Imperio: el monte Pareo, el pozo de Itzi Paratzicuyo, Changueyo, no lejos de Pátzcuaro, Yauaro, cerca de la montaña Yahuarito, al este de Tzintzuntzan. Reconocen incluso el lugar de Curínguaro, que llegará a ser algunos años más tarde el centro de los combates feroces que se libran las fracciones rivales de los descendientes de los conquistadores chichimecas. Prosiguiendo su itinerario de reconocimiento, Sicuiracha y sus guerreros cazadores descubren el lugar de Uayameo (al noroeste de la actual Santa Fe de la Laguna, sobre las pendientes de la montaña de Huayamo). [3] A la muerte de su padre, los hijos de Sicuiracha, Uápeani y Pauácume, continúan el vagabundeo, vagabundeo, reconociendo las tierras nuevas, y huy huyendo endo de la veng venganz anzaa de los Señores rivales rival es de Naranjan, porque, como en el teatro isabelino, la venganza es el destino de los primeros
reyes de Michoacán. Pero los nietos de Hire Ticátame desempeñan también un papel sagrado: son los primeros servidores de su dios Curicaueri, en busca de una tierra para construir en ella sus templos. Ya los pueblos de las orillas del lago, los primeros ocupantes, reconocen en Curicaueri un dios de suprema grandeza, un “Águila”. Aun antes de comenzar la guerra contra Xarácuaro y los pobladores pobl adores de las l as islas, i slas, los dos hermanos hermanos chichim chichimecas ecas lanzan lanzan uunna adverten adve rtencia cia solemne, cuyo mensajero será Curiparaxan, el futuro suegro de Pauácume: “Decimos esto porque Curicaueri Curicaueri ha de conquistar conquistar esta es ta tierra y tú pisarías pisarí as por un unaa parte la l a tierra y por la otra parte el agu aguaa y nosotros nosotros también también por una parte pisarem pisar emos os el agu aguaa y por otra la tierra y moraremos en uno, tú y nosotros” (40). Los chichimecas comprenden que al fin han llegado a su término, que es aquí, a las orillas del gran lago, donde debe acabar su vagabundeo secular: “toda es muy buena tierra donde habemos abemos andado cazando, allí habíamos habíamos de tener tener nuestras nuestras casas” c asas” (30). Pero ant a ntes es de afrontar afrontar a los hombres, tienen que vencer primero las fuerzas sobrenaturales, las divinidades y los espíritus que ocupan aquellos lugares. Es la fe en sus dioses y los sortilegios de sus brujos los que aseguran el triunfo de los chichimecas. La extraña leyenda de los sacerdotes transformados en serpientes por haber ofrecido a la diosa Xarátanga unos granos de maíz en lugar de joyas, evoca los mitos más antiguos del tabú del incesto. Pero demuestra también, como en toda epopeya, la intervención directa de los dioses en los combates de los hombres. El poder de Xarátanga acude en ayuda de los chichimecas, y son los sortilegios de los brujos de los habitantes de las islas los que fracasan: demonios y sacerdotes maléficos, metamorfoseados en serpientes, deben desaparecer en el interior de la tierra, en un lugar llamado Quahuen Yninchazacuaro (Inchaskuni: estar enterrado, Pablo Velázquez Gallardo). [4] Es entonces, según la Relación de Michoacán, Michoa cán, cuando ocurre la dispersión de las principales principale s fracciones de los chichim chichimecas ecas purépechas. purépechas. Cada jefe de clan se lleva consigo consigo su dios y funda un reino: Tarepecha Chanshori, en Curínguaro; Ypinchuani, en Pichátaro; Tarapu Panguaran, en Ylamucuo (Iramuco); Mahicuri en Pareo (San Pedro y San Bartolo Pareo, en el sur del lago de Pátzcuaro). En cuanto a los dos hermanos chichimecas, Uápeani y Pauácume, se instalan con su dios Curicaueri en la orilla norte del lago. Esta dispersión de los chichimecas es uno de los hechos destacados de la historia legendaria del pueblo de los purépechas, purépechas, y parece pare ce haberse mantenido antenido en la l a memoria emoria de los indios tarascos de hoy en día, en el cuento del augurio de las golondrinas que refiere Maurice Boyd. Esta dispersión es el primer acto de la fundación fundación del Imperio Imperio de los purépechas purépechas en torno del lago de Pátzcuaro, Pátzcuaro, que muestra la toma de posesión de las tierras fértiles de las orillas del lago por los descendientes de los guerreros nómadas. Cuando esté hecha la unidad del pueblo michoaca, son estos Señores de las ciudades ribereñas los que serán agentes y guardianes del Imperio del cazonci, y los proveedores de la riqueza de su dios Curicaueri. Es en la época de Uápeani y de Pauácume cuando comienza el segundo acto de la conquista. El vagabundeo de los guerreros chichimecas los ha conducido, por casualidad, hasta ese punto del lago desde el que pueden distinguir la isla de Xarácuaro, que es en cierto modo la llave del poder. Xarácuaro, llamada también Uarucaten Hazicurin (de Uarucua, red de pesca), es el lugar relevante de la cultura de los purépechas de la era prechichimeca. Desde lo alto del monte Tupan (el Cerro Blanco de Pátzcuaro), los guerreros nómadas pueden contem contemplar plar la riqueza riqueza y la extensión extensión del territorio terri torio que su dios Cu Curicaueri ricaueri debe som s ometer: eter: el lago
primerament primeramente, e, extendién extendiéndose dose hacia el norte norte con todas sus islas isla s en las que se levantan los templos, y las riberas fértiles donde aparecen los pueblos vasallos de los isleños y los campos de maíz y de chile, de Tariaran Harocutin (hoy Arocutin, al oeste del lago), hasta Echuen (Ychuen, al sudeste) y las llanuras de Itzi Paramucu, en el límite del mal país.[5] Para hacer esta conquista, Uápeani y Pauácume saben que no pueden contar con ninguna alianza: los Señores de las otras fracciones chichimecas se han atrincherado en sus ciudades y son ya unos enemigos. Entonces es cuando los dos hermanos reciben de sus dioses la inspiración de su conducta: para fundar su reino, deberán aliarse con la población antigua de los isleños, con el fin de vencer mejor a sus enemigos de Xarácuaro y de los nuevos Señoríos chichimecas. La alianza de Pauácume con Curiparaxan, el pescador Hurendetiecha (de la isla Urandén, al sudeste de Pátzcuaro) es el acontecimiento histórico que determina el porvenir de los purépechas. Es también un símbolo, el de la necesaria alianza entre estos recién llegados ambiciosos y bárbaros, y la civilización sedentaria de los pueblos establecidos en las islas. Esta alianza marca realmente el fin del vagabundeo, y la unión entre las dos ramas de un pueblo legendario legendario.. La alian alia nza de los hombres, hombres, por el matrimonio atrimonio de Pauácum Pauácume, es la manifestación terrena de la alianza de los verdaderos amos, los dioses de la Tierra y del Cielo. Curicaueri, el dios ancest a ncestral, ral, y X Xarátang arátanga, a, diosa dios a de la l a Lun Luna, son reconocidos por p or dioses di oses tutelares de esos lugares: los Angamucuracha en primer lugar, los dioses de las montañas de Zacapu, guardianes de las grutas de Naranjan, y Taras Upeme, el dios cojo de Cumachen, y sobre todo las divinidades que reinan sobre las islas y sobre las aguas del lago: Acuitze Catapeme, el dios-serpiente de Xarácuaro, y su hermana Purupe Cuxareti, venerados en el templo de Puruatén, y Caroén, Nurite, Tangachurán, Uarichu Ucuare (que sobrevive todavía hoy en la mitología tarasca bajo la forma de Uaricha, espíritu del viento, fantasma). Chupi Tiripeme, en la isla de Pacandán, con Unazi Irecha, el dios-rey, y su hermana Camauáperi. En Pátzcuaro, en fin, Tsirita Cherengue dios de la fertilidad, Tingarata, y Miequa Axeua, el Señor de la Puerta, dios tutelar de Pátzcuaro, guardián de la morada de los Dioses. [6] Es allí, en Pátzcuaro, donde los hombres descubren al fin el lugar divino que habían estado buscando a lo largo de su vagabundeo, bajo la forma de cuatro rocas gigantescas semejantes a unas estatuas, que les indican que han llegado al fin al dominio reservado a los dioses. Estas cuatro rocas son precisamente esos dioses tutelares de Pátzcuaro, Tingarata, Tsirita Cherengue, Miequa Axeua, y el dios-águila, Uacúsecha (Uacus Acha, Señor de las Águilas), capitán de la tribu chichimeca. Este reconocimiento de los dioses antiguos de la Tierra, y esta alianza de los dioses guerreros con las fuerzas mágicas locales es el símbolo del regreso de los chichimecas. “Los abuelos del camino” han preparado la unión de los nómadas y de los sedentarios, y son ellos quienes van a permitir la conquista de Michoacán, que es asunto de los dioses mucho más que de los hombres. La fundación del dominio de los dioses es el acto decisivo en esta guerra tribal. El descubrimiento del emplazamiento de Pátzcuaro por los dos hermanos Uápeani y Pauácume, no lejos de Tirimichundiro, en la orilla sudeste del lago, es también un acontecimiento fabuloso y simbólico, que la Relación de Michoacán Michoa cán nos hace revivir con toda la fuerza política de un unaa verdadera verdader a epopeya. Los guerrer guerreros os chichim chichimecas, ecas, gu guiados iados por la inspiración inspiraci ón de sus jefes Uápeani y Pauácume, dejan las orillas del lago y se aventuran en el interior del bosque. Después, Después, de pronto, pronto, encuent encuentran ran el lugar lugar soñado de sus templos, templos, lo que ellos llaman
Petatzaque, “la base de los templos”, un lugar misterioso donde se levantan caóticamente unas piedras piedra s gigant gigantescas escas que evocan para par a ellos ell os el lugar lugar de Zacapu Tacanen Tacanendam dam,, a donde llegó ll egó por primera vez su antepasado antepasado Ticatama icatama y también también la roca de Uayameo, ayameo, de donde partió la conquista de las tierras del lago. Perdido en el bosque, el lugar es para ellos el signo mismo de la proximidad de sus dioses, porque “Decía esta gente en sus fábulas que el dios del infierno les envía aquellos asientos para sus cues a los dioses más principales” (46). Prosiguiendo su marcha, los guerreros remontan el curso de un arroyo (¿el Guani?), y he aquí que poco a poco descubren des cubren,, como en un un sueño, sueño, el lugar lugar que parece par ece haber sido destinado desde siempre a recibir a sus dioses. “¡Venid acá! Aquí es donde viven nuestros dioses que se llaman Zacapu Hamucutín Pátzcuaro. ¡Veamos qué lugar es!” (46). Zacapu Hamucutín Pátzcuaro, “en la orilla de las piedras de Pátzcuaro”, estaba entonces muy lejos de ser el emplazamiento de una gran ciudad. Se piensa en el bosque lleno de misterios de la leyenda del rey Arturo. Con un terror sagrado, los chichimecas avanzan en aquel lugar “sombrío y salvaje”, oscurecido por un bosque de grandes robles, que evoca la sombra del comienzo del mundo, y quizá también el secreto del reino de Aztlán, de donde los chichimecas surgieron. Aquí parece gravitar ya el peso del destino, y en el seno de aquel caos de piedras, en la sombra de aquel bosque, se diría que aparecen los templos futuros, la base de la ciudad, y quizá incluso la forma incomprensible de los primeros monumentos de los invasores cristianos. Sobre el Petatzaque, “la base de los templos” —allí “donde estará más tarde la catedral”, agrega precisamente el cronista anónimo—, los hombres maravillados contemplan aquellas piedras gigantescas enhiestas “como unos ídolos, pero no trabajadas”, y ellos saben que son las figuras de los cuatro dioses tutelares, los dioses primeros, los que tienen por misión isi ón velar sobre las cuatro cuatro fronteras, los gu guardia ardianes nes de Thambeng Thambengarani, arani, las la s cuatro partes del de l mundo de las que en adelante Pátzcuaro será el centro. Caminando todavía un poco por el bosque, descubren ahora el lugar lugar de la fundación fundación de su s u dios supremo supremo Curicaueri, y saben que es allí donde debe terminar su aventura, pues han reconocido el centro mágico del mundo. Para los reyes purépechas, Pátzcuaro será el símbolo de esta alianza con los dioses, y de allí es de donde partirán todos los esfuerzos para construir y mantener el poderío de su Imperio. “Y decía el cazonci pasado”, añade la Relación de Michoacán Michoac án (hablando de Tangáxoan Tzinzicha, el último cazonci), “que en este lugar, y no en otro ninguno, estaba la puerta del cielo por donde descendían y subían sus dioses” (47). El descubrimiento por Uápeani y Pauácume de la “puerta del cielo” es sin duda uno de los acontecimientos más poéticos y más emocionantes de la historia de la conquista de Michoacán, y uno de los más importantes también: es verdaderamente el momento del nacimiento del Imperio purépecha, su origen divino. A partir de este instante, los temibles guerreros chichimecas dejan de ser un grupo de aventureros vagando en busca de una tierra: se convierten en un pueblo elegido, y sus jefes reciben de los dioses del cielo y de los infiernos la regia investidura. El descubrimiento de Pátzcuaro es también un éxito desde el punto de vista estratégico, porque después de la toma toma de posesión posesi ón de Uayam Uayameo eo que domina domina el norte norte del lago, l ago, la fundación fundación de esta ciudad crea un centro chichimeca en la orilla sur, frente a la región más poblada y más rica de Michoacán: de allí, los guerreros de Uápeani y de Pauácume tienen acceso a los campos de maíz y a los cultivos de los hombres de las islas, y pueden fácilmente cortar el
camino de los dos reinos más peligrosos, el de Xarácuaro al oeste, y el de los disidentes de Tarepecha Chanshori a Curínguaro, el este del lago. Por eso los amos de los dos Señoríos rivales sienten inmediatamente el peligro, y comprenden que esta fundación divina de Pátzcuaro es para ellos una amenaza de muerte. A pesar de la alianz al ianzaa de Pauácum Pauácume con Janitz Janitzio io y con Urandén (por su matrim matrimonio onio con la hija del pescador Curiparax Curipara xan), la guerra guerra es inevitable. La La conquista conquista por los dioses de los chichimecas chichimecas no puede ser pacífica. Caricatén, Señor de Xarácuaro, y Chanshori, Señor de Curínguaro, [7] intentan formar una alianza para desembarazarse de estos rivales peligrosos. El enfrentamiento ocurre en la llanura de Ataquaho. Antes del combate, el Señor de Curínguaro lanza un reto a sus enemigos, de acuerdo con un ritual antiguo de los guerreros chichimecas: “Traed ofrenda de leña a los dioses para contra nosotros y el sacerdote eche los olores en el fuego y el sacrificador, para la oración a los dioses para contra nosotros. Y nosotros también traeremos leña y el sacerdote y sacrificador echará los olores y al tercer día nos juntaremos todos y ugaremos ug aremos en las espaldas espald as de la l a tierra y veremos veremos cómo nos nos miran de lo alto los dioses celestes celes tes y el sol y los dioses de las cuatro partes del mundo” (47-48). La suerte de los combatientes parece estar es tar en las manos manos de los dioses, dioses , los únicos señores señ ores de la l a Tierr Tierra. a. Pero fue fue la traición traic ión la que decidió el resultado de esta guerra y el destino de los héroes chichimecas, como había ocurrido con sus antepasados. Atraídos hasta el lugar de una primera emboscada, los dos hermanos ermanos logran escapar de d e ella, el la, pero pe ro es para caer en uuna na segunda segunda emboscada, emboscada, tendida tendida por los l os de Curínguaro, con la complicidad de una anciana, tía de Uápeani —y aquí como en la epopeya griega o en la Canción de Gesta, el lazo es demasiado simple y fácil de burlar para que se vea en él otra cosa que una figuración del destino—. Así mueren los dos hermanos, fundadores de Pátzcuaro, heridos el uno después del otro por las flechas de los guerreros de Curínguaro. Uápeani, el mayor, fue muerto sobre la montaña de Xanoato Hucatzio, no lejos de Xarácuaro, en el mismo lugar en que, mucho tiempo después, como para tomarse el desquite, otros dos hermanos chichimecas, Hiripan y Tangáxoan, habrían de preparar sus emboscadas y lanzar sus asaltos definitivos contra los hombres de las islas. Pauácume, después de una carrera agotadora, fue alcanzado y muerto a su vez, sobre una colina cerca de Pátzcuaro, la Puerta del Cielo.
Tariácuri, o la Edad de Oro La muerte de los dos Señores fundadores de Pátzcuaro constituye un momento decisivo de la historia del Imperio de los purépechas, porque es el momento de la venida de los héroes legendarios de esta civilización nueva, lo que podría llamarse la “Edad de Oro” de Michoacán. Esta época está marcada por el advenimiento del más grande de los reyes purépechas, purépechas, Tariácuri. ariá curi. En el moment omentoo en que es elegido cazonci, por el Consejo de los Ancianos, él “aún no andaba con fuerza, que era chiquito”, y la tradición conservará durante mucho tiempo la leyenda del Charamu, el rey niño. Su nacimiento es también un signo: hijo del rey chichimeca Pauácume, y de la hija de Curiparaxan, el pescador de Urandén, Tariácuri,
es el símbolo de aquella alianza tan deseada entre los invasores nómadas y el pueblo de pescadores pescador es y agricultores agricultores que detenta detenta la riqueza de las tierras y del lago, y sobre todo el apoyo mágico de los dioses tutelares. La leyenda de Tariácuri recuerda la de otro rey niño, Chimalpopoca, el tercer rey de México Tenochtitlan, que simboliza él también la alianza entre los mexicas recién llegados y el poderío de Azcapotzalco. Encarnación de esta alianza, el oven Tariácuri está aureolado de una especie de gracia religiosa que guiará cada uno de sus actos a lo l o largo lar go de su vida. Criado en la gravedad y la sumisi sumisión ón a los dioses, di oses, y particularment particularmentee devoto del dios Curicaueri, gracias a la enseñanza de los tres hermanos, los sacerdotes Chupitani, Nuriuan y Zetaco, que seguirán siendo sus consejeros durante la mayor parte de su reinado, Tariácuri comprende la misión que le incumbe: debe ante todo vengar la muerte de su padre, de su tío tío y de sus abuelos, muert muertos os traidoram traidor ament entee por los l os hombres hombres de las islas i slas y por los enemigos de Curínguaro. Pero debe también tratar de vencer a estos enemigos, y de someter las tierras al poder del dios Curicaueri. Sus mentores no le dejan ninguna ilusión sobre la suerte que le aguarda si no sabe ser “el que ha de ser”: “que si no oyeres esto y lo quisieres entender, mira que hay cu en la isla de la laguna y que sacrifican allí, y allí te pondrán aspado para sacrificarte. sacri ficarte. Mira a la otra isla isl a llamada Pacandán que allí también también sacrifican sacri fican y allí también te maltratarán. Mira también acá, a lo alto donde está Curínguaro, que allí también sacrifican y allí te matarán. Y en Cumachen también sacrifican, y en Zacapu, y en Zizambán, que es Naranjan” (59). Pero sus exhortaciones son sobre todo para que no cese de venerar y de dar de comer a los dioses del cielo, de las cuatro partes del mundo y del infierno, proveyéndolos proveyéndolos de leña y de víctimas. víctimas. La religión reli gión es el único socorro socorr o del joven Tariácuri, ariá curi, el niño rey rodeado de enemigos y amenazado por su propia familia. El celo para con los dioses es su única fuerza, su única verdad interior: “Dichoso aquel que ha de ser rey”, dicen los sacerdotes consejeros. “O éste que lo ha de ser quizá no es señor mas de baja suerte y uno del pueblo, por la much uchaa leña que había traído a los cues de Curicaueri. Y será algún pobre o algún miserable el que ha de ser rey y tu cabeza estará entonces alzada sobre algún varal donde te te mataren mataren si no eres el e l que debes” (60). El reinado de Tariácuri, el más largo sin duda de la historia de los purépechas, muestra el advenimiento del Imperio en toda su grandeza mística. Es la época de las grandes conquistas, de las guerras incesantes contra las tribus del lago y de las montañas, contra las facciones chichim chichimecas ecas rivale r ivales. s. Unos Unos tras otros, los pueblos recon reco nocen la soberanía sob eranía del rey Tariác Tariácuuri y se someten a la ley de su dios Curicaueri. Convertidos en sus vasallos, los Señores de las ciudades ribereñas participan a pesar suyo en la articulación del poder central, y establecen una sociedad feudal feudal que prepara prepa ra la l a un unidad idad del d el Imperio Imperio de los purépechas. purépechas. Tariácuri, ariác uri, heredero de los gu guerrer erreros os nómadas nómadas chich c hichim imecas, ecas, da pru pr uebas de una una ciencia ci encia de la la guerra sin rival. Por la violencia o por la astucia, se apodera de los territorios que limitan con los de los Señores de las islas, aprisionándolos de este modo en su dominio del lago: Ziripemeo, Yengoán, que son las dependencias de Pátzcuaro, Ahterio en las orillas del lago, Charahuén (Charahuán, en el sudoeste del lago), Pareo (San Pedro y San Bartolo Pareo, en la orilla oril la su s ur del de l lago), l ago), Urichu Urichu (hoy (hoy San Francisco Francisco Uricho, cerca cerc a de Erongarícuaro). Erongarícuaro). Lleva incluso sus incursiones hacia el sur, cerrando así la ruta de las especias y de las mercancías preciosas procedentes de la Tierr Tierraa Caliente, a Cam Camem embaro, baro, o hacia Ziri Zirim mbo al sudoeste curi, curi, el Señor de Sirauén (Zirahuén) con la ayuda de Quara.
Este jefe de guerra hábil y virtuoso, educado en la escuela de los temibles arqueros chichimecas, fiel en sus amistades y consciente de la nobleza de su destino, sabe mostrar a veces una crueldad de bárbaro para con sus enemigos, como lo atestigua el trato infligido a Naca, el gran sacerdote sacer dote de Tariarán. aria rán. Cercado por Tariácuri, ariá curi, Caricatén, Señor Se ñor de Xarácuaro, busca la alianz alia nzaa de Zurum urumbán, Señor de Tariarán. ariar án. Es el gran sacerdote Naca el e l encargado encargado por po r este último de levantar un ejército. Capturado con una artimaña por Tariácuri, es al punto sacrificado, descuartizado, y los trozos de su cuerpo, cocidos, se envían a cada uno de los enemigos de Tariácuri. El humor macabro de esta historia, en la cual la Relación de ichoacán nos muestra al Señor Zurumbán comiendo la carne de su dignatario principal y después, sacado de su engaño por un emisario de Tariácuri, tratando de vomitar los trozos ya tragados, es significativo de la importancia del canibalismo ritual entre los purépechas, y debía ser motivo de risa para quienes la escuchaban en otro tiempo, referida por el sacerdote petamu petamuti. La historia de Naca recuerda otro mito, el del hijo de Hopotacu dado a comer a su propio padre por la magia de “Au “Auii Camine”, Camine”, la tía de los dioses, dioses , y que fue fue el primer aug augurio urio de la derrota para los de Curínguaro (180). [8] Recuerda también los gritos de desafío lanzados por los chichimecas que asediaban la ciudad de Guadalajara durante la guerra del Mixtón, o el furor caníbal de los aztecas durante los últimos combates contra los soldados de Hernán Cortés. Pero la anécdota tiene también un interés histórico: muestra claramente la situación de los diversos Señoríos en tiempos de Tariácuri: los dos caminos que puede tomar Naca de Curínguaro a Zirahuén indican las alianzas entre los pueblos, y los rodeos necesarios a causa de los enemigos: al oeste del lago, por Ziraquaratiro (norte de Taretan); o al este del lago por el monte Xanoato Hucatzio hasta Pangueo (Opongueo) e Hiríquaro (Irícuaro, al este de Zirahuén). Estos itinerarios indican el juego de las alianzas entre los Señores del lago y los pueblos de las orill or illas as y de las mont montañas, añas, particularmente particularmente de la región de Curín Curíngguaro. Es entonces el apogeo de los Señoríos feudales, cada ciudad soberana domina en torno suyo una multitud de pueblos vasallos: Curínguaro, cuya influencia llega de Itzi Paramucu (pueblo en los confines del mal país, resguardado por el monte Carichuato, al este de Tzintzuntzan, posiblemente situado en el emplazamiento del actual Ojo de Agua de San José), hasta Tupataro en el sur. Allí, buscará Tariácuri un refugio cuando sea expulsado de su dominio de Pátzcuaro, y cultivará unas tierras, en Cuinuzeo, en Tepame (Tepamio, no lejos de la actual Santa Clara), en las orillas del torrente Curingue. El otro Señorío importante es el de Tariarán (Tariaran-Harocutin, hoy Arocutin, en la orilla sudoeste del lago), que, en tiempos del Señor Zurumbán, es uno de los reinos más poderosos de Michoacán, cuya autoridad se ejerce desde las orillas del lago (Urecho, Cuerapan) hasta la Tierra Caliente del sudeste, que proveen a los purépechas purépechas de oro, de cobre, de plumas plumas raras: raras : Cacangeo Cacangeo (Cacangio, (Cacangio, al sur de Ario) y La La Huacana, Huacana, en los límites del actu a ctual al estado de Gu Guerrer errero. o. [9] Pero la rivalidad entre los Señores es también una guerra entre los dioses, que conceden a cada uno su protección, a su antojo. La conquista de Michoacán por Tariácuri es la de Curicaueri, y pronto, los Señores comprenden que no pueden casi resistir al avance de aquel oven guerrero favorecido por el cielo. Aunque el Señor Zurumbán sea el protegido de la diosa Xarátanga, que en otro tiempo lo sacó de la esclavitud, aunque haya recibido su cargo
de Señor del dios de los Infiernos, aparecido un día en su camino bajo la forma de un topo, sabe que Tariácuri ha recibido de los dioses un poder mayor todavía: “¿Qué habéis de decir o hacer pobres de vosotros? Que Tariácuri conoce muy bien a los dioses celestes y a la madre Cuerauáperi y a los dioses de las cuatro partes del mundo, y al dios del infierno y él ya es conocido de todos” (64). Como en la epopeya griega, el héroe Vacus es un ser de sueño y de misterio, que hasta en sus actos más demenciales y más injustos, goza del apoyo incomprensible de los dioses. Decididos a pesar de todo a acabar con este conquistador demasiado atrevido, los Señores de las islas y de las fracciones rivales chichimecas logran expulsar a Tariácuri de las orillas del lago, hasta las alturas vecinas de Pátzcuaro, y después hasta Urichu, en la orilla sur del lago. Hambrientos, Hambrientos, sin recursos, los chichim chichimecas ecas no tienen otra otra solución que que escapar es capar hacia las montañas infértiles, donde se ven obligados a sobrevivir de caza y de recolección, como sus antepasados. Para romper las tenazas que lo aprisionan, Tariácuri busca la alianza, y con este fin se casa con una de las hijas de su enemigo Chanshori, Señor de Curínguaro. Pero pronto, pronto, traicionado por ella, la repudia, injuria injuria que acaba por enajenarle enajenarle las fracciones chichimecas rivales. Tienen que huir todavía más lejos, hacia el monte Upapu, donde, según lo que refiere la Relación, tratan de establecer de nuevo a sus dioses y construyen unos templos (cerca de Opopeo, se encuentra en efecto hoy un monte llamado Casas Blancas). En el curso de esta huida se produce uno de esos actos fabulosos que demuestran claramente de qué lado están los dioses. Cercado en Urichu por los enemigos chichimecas de Curínguaro, Tariácuri y su pueblo son salvados por una intervención divina: “Y allí dio Curicaueri a sus enemigos cámaras y embriaguez y estropezimiento, y empezaron a andar desatinados los enemigos, y cayeron todos en el suelo y abrazábanse unos con otros y así iban al pie del cu donde unas viejas los subían al cu, que no los tomaban hombres, y allí los sacrificaban los sacerdotes de Curicaueri, que estuvieron todo un día sacrificando; y llegaba la sangre al pie del cu y después iba un arroyo de sangre por el patio. Y pusieron en unos varales las cabezas de los sacrificados, que hacían gran sombra” (112). Esta victoria del dios Curicaueri sobre los enemigos de Tariácuri es uno de los momentos decisivos de esta epopeya, que le asegura la victoria sobre todos los pueblos ribereños. Como verdadero guerrero chichimeca, Tariácuri sabe que su eficacia procede de su movilidad. Sin cesar, cambia de base, instalándose de preferencia en un lugar escarpado, como lo harán más tarde los chichimecas guachichiles durante la guerra del Mixtón: en Querenda Angangueo (lugar de las rocas rocas altas, quizá quizá la Qu Querenda, erenda, cerca de la l a actual Santa Santa Clara); Clara ); después, trata de aliarse con los Señores de las ciudades rivales de Curínguaro, en Uacapu, al sudeste del lago de Pátzcuaro, donde el Señor Anachurichezi; en Zurume Hucapeo (Zurumucapio, cerca de Pátzcuaro), donde el Señor Atapetzi; se establece finalmente Santangen (San Ángel, cerca de la ant a ntigu iguaa Uacapu), Uacapu), donde el Señor Hapariya, que lo acoge ac oge con su dios Curicaueri. Así, las andanzas de Tariácuri, incluso en la adversidad, toman el aspecto de una peregrinación: al buscar la alianz ali anzaa de los Señores de las ciudades en torno torno del lago de Pátzcuaro, Tariácuri quiere someterlos primeramente al poderío de su dios Curicaueri, con el fin de que lo sirvan con su celo. Para Tariácuri fuera de la guerra, el acto más importante de la vida es aportar sin cesar leña a las piras sagradas, echar en ellas “pelotas de olores” (en copal, ofrecido todavía hoy por los tarascos con el nombre de thiuxunganda) y dar su propia
sangre en ofrenda. Así habla Tariácuri ante sus medios hermanos Zetaco y Aramen, mostrándoles la navaja de obsidiana que utiliza en sus sacrificios rituales: “Con ésta daba yo de comer al dios del fuego que hace llama en el medio de las Casas de los Papas” (71). Las humaredas de la leña y del incienso, y la sangre que brota de las orejas acuchilladas son las verdaderas oraciones de los purépechas, las que constituyen el alimento y el placer de los dioses. La guerra misma es un acto religioso, marcado por las fiestas tales como Hanziuansquaro (quizá en relación con un dios estelar llamado Handiohqueri, mencionado por Maturino Gilberti), durante durante la cual se alzan grandes grandes piras pir as don do nde son so n quem quemadas adas ofrendas ofrendas de incienso y de tejidos al dios del fuego. La guerra no se hace únicamente para apropiarse bienes terrenos, o adquirir un poder temporal. Es un rito de esplendores simbólicos, una danza, una fiesta de sangre y de muerte para aplacar el hambre ambre de los l os dioses d ioses celestes. celes tes. Cada guerrero toma toma parte pa rte en ella, el la, cubierto con sus adornos, el cuerpo teñido de negro, armado con las flechas rituales del rey Ticátame, los hurespondi llevando los sílex con los colores de las cuatro partes de mundo. [10] Son estas mismas flechas, simbolizando la guerra, las que Tariácuri hace llevar a Huresqua, Señor de Curínguaro, en respuesta irónica a su petición de tributo. Poseedor del dios Curicaueri, jefe de la facción de los uacúsecha, “las Águilas”, jefe de la Casa del Águila, el ave símbolo del dios de la guerra, Tariácuri domina ahora toda la región del lago de Pátzcuaro. Sabe que, como una sombra, su leyenda lo precede y asegura su victoria sobre las facciones y las tribus rivales, incluso antes de que el combate haya tenido lugar. Como buen guerrero chichimeca, conoce la importancia de la intimidación. Anuncia su llegada encendiendo grandes hogueras en las montañas, porque sabe que la sola vista de las humaredas bastará con frecuencia para poner en fuga a sus enemigos. Sabe también aprovechar la discordia de aquellos a quienes quiere someter: cuando los de Pacandán combaten a los hurendetiecha (de la isla de Urandén), Tariácuri acude sin vacilar a prestar ayuda al pueblo al que pertenecía su madre. Y cuando decide apoderarse de nuevo de Pátzcuaro, el temor de los guerreros de Curínguaro es tal que le basta a Tariácuri hacer resonar en la montaña vecina el trompeteo del águila para que sus enemigos huyan sin combatir. Como los héroes de todas las epopeyas, Tariácuri ha entrado en vida en la leyenda. Es el primer rey de Michoacán convertido en el igual de un dios, el que está “en lugar de Curicaueri” en la tierra.
Los señores leñadores Los verdaderos héroes de la edad de oro de la historia de los purépechas son los dos hermanos huérfanos, Hiripan y Tangáxoan,[11] los sobrinos perdidos del gran Tariácuri, que, gracias a los dioses, van a alcanzar el destino más glorioso. La leyenda de estos dos niños de tronco real, huérfanos de padre, arrojados lejos de su tierra natal cuando la toma de Pátzcuaro por los enemigos enemigos de Tariácuri, ariác uri, y condenados a vagabundear vagabundear con su s u madre madre como como mendiga, endiga, es
conmovedora y bella como un cuento de hadas. Pero hay en ella también algo eterno que emparienta esta leyenda con los más grandes temas de la literatura épica. El niño regio, como en la gesta de Arturo, debe recibir la prueba de la duda y de la desgracia antes de alcanzar la gloria. “Dejemos ahora a Tariácuri”, dice la Relación, “y contemos lo que les sucedió (a Hiripan y Tangáxoan) después que de él se partieron. Como eran muchachos, fuéronse con su madre a un lugar llamado Pechataro (Pichátaro) y de allí llegaron a los pueblos siguientes: a Sivinan (Sevina), y Cheran, Sipiato (Zipiajo, al sur de Coeneo), Matoxea (Matugeo, al norte del lago de Pátzcuaro) y a Zauato (Chahueto, al este de Coeneo) donde había un mercado. Y había allí unos pocos chichimecas que estaban en el monte y fuéronse allá a verlos, y como no tuviesen que comer, fuéronse los muchachos al mercado. Y siendo hijos de Señores, andaban huérfanos y comían lo que hallaban caído por el mercado, de raíces medio mascadas que se hallaban all aban y de algarrobas que estaban medio medio pisadas pisada s que traía la gente gente entre los pies, y aquello aquello comían. Si estaban comiendo en el mercado, en alguna parte, llegábanse allí entre medias y cogían de las migajas migajas que dejaban los otros y rociábanlos con caldo los que estaban comiendo comiendo y dábanles de papirotes. Y su madre, con otra hija suya, andaba por otra parte, así pobremente mendigando” (121). Es la veracidad, la realidad, la que conmueve sobre todo en esta leyenda: los dos niños vagando en medio de la multitud del mercado, empujados, zarandeados, objeto de burla de los que están comiendo, y tratando de encontrar la menor brizna de alimento caído en el suelo, están todavía presentes hoy en las plazas públicas, y es posible preguntarse entonces si no habrá entre ellos, irreconocible por el hambre y la desgracia, algún descendiente de los Señores de antaño, perdido por la tempestad de la conquista española. Como todos los verdaderos héroes de leyenda, los dos sobrinos de Tariácuri deben pasar por esta prueba de sufrimiento y de humillación para merecer el ser reconocidos por su pueblo y por sus dioses. Esta leyenda es la que crea la edad de oro. A pesar de su pobreza, y a pesar del hambre y de la humillación, Tangáxoan e Hiripan se mantienen fieles a la enseñanza que han recibido de los Sumos Sacerdotes: virtuosos, sobrios y castos, “cada día iban al monte a traer leña para los cues, todo el día y la noche, y andaban todas las sierras buscando leña” (124). Sus hombros desnudos están desollados por los nudos de la madera, su vientre está hundido “con la hambre que habían pasado”. Para cortar la leña, no tienen más que “unas piedras… que no tenían herramienta” (125). La prueba es también para sus parientes, aquellos tíos que los maltratan y los persiguen a lo largo de todo su camino, en Erongarícuaro, en Urichu. Al fin, en Pareo, su tío Zirutame los acoge y los envía a Pátzcuaro, donde son reconocidos por los Sumos Sacerdotes Consejeros de Tariácuri, Chupitani, Tecaqua y Nuriuan. El regreso de los dos hermanos Hiripan y Tangáxoan al lado de su tío Tariácuri es más que una simple simple anécdota. anécdota. Es el e l sím sí mbolo de d e la errabundez del pu p ueblo chichim chichimeca, eca, bajo baj o la mirada de los dioses que los guían a través de las pruebas hasta la gloria. Para Tariácuri, es también la seguridad seguridad del porvenir p orvenir de su reinado: únicament únicamentee unos unos hombres hombres elegidos por los dioses tienen el derecho de ser Señores. El reino de los purépechas ha entrado realmente en su edad de oro: la alianza de los hombres y de los dioses para la conquista de la tierra. Educados por los Sumos Sacerdotes, en Yaguacuitiro, en la montaña, siguiendo las órdenes de Tariác Tariácuri, uri, los dos hermanos hermanos son preparados para pa ra la carga del poder. pode r. Decepci Decepcionado onado
por su hijo mayor que se embriaga embriaga y frecuent frecuentaa el trato de sus enemigos enemigos de Cu Curíng rínguaro, uaro, Tariácuri sabe que no puede contar, para sucederle, más que con su otro hijo Hiquíngare y sus sobrinos. Los vuelve a poner a prueba, ofreciéndoles ir a embriagarse en una fiesta dada por su hijo mayor Curátame. Le causa satisfacción su respuesta indignada: “Señor, no haber de ir allá. ¿Dónde habemos de estar? Que anda mucha gente común y todos se orinan por allí, que hiede todo aquel lugar y todo anda revuelto de mujeres” (137). Entonces Tariácuri comprende que puede confiarles el poder. Les anuncia su proyecto, que es el de dividir su reino en tres Señoríos que reinarán juntos. juntos. La Relación de Michoacán M ichoacán nos permite vislumbrar aquí todo el genio organizador del rey Tariácuri, su visión profética del porvenir de su pueblo. Sabe que ha llegado el momento de acabar con los Señoríos independientes, causa de las incesantes guerras y de las rivalidades estériles. Ningún Señor es digno de reinar, porque su conducta demuestra su impiedad y sus vicios. “Buscad petacas en que habemos de echar las cosas con las cuales fueron señores. No habrá ya más señores en los pueblos, mas todos morirán orir án y estarán estarán sus cuerpos echados por los herbazales” (139). Tariácuri sabe que debe apoderarse para su dios Curicaueri de las tierras conquistadas por Curínguaro, que trazan así las fronteras del Imperio: Tetepeo, Arangnario, Tiripetío, al este y al nordeste del lago. Estas tierras no las ha tomado Chapa, Señor de Curínguaro, sino tan sólo la “parte” del dios Curicaueri que le ha sido dada por Tariácuri en señal de alianza. Así, las fronteras del Imperio de los purépechas se extienden hasta Xenguaro (que Gerhard identifica con la ciudad de Capula, al nordeste del lago de Pátzcuaro; Gerhard, 1972, p. 344), Hucariquareo, después hasta Uayangueo, en el camino de México, y Hetuquaro, en el territorio otomí. Al norte, la frontera retrocede hasta Arara. Ayudado por los dioses, Tariácuri se apoderará sin dificultad de las provincias conquistadas por Chapa, porque el cielo no quiere que siga siendo Señor. A su muerte, los hijos de Chapa se reparten su Señorío, combaten entre ellos y, tocados por una especie de locura demoniaca, demoniaca, abandonan abandonan su dignidad dignidad de Señores Señ ores y de proveedores provee dores de los lo s fuegos fuegos sagrados sa grados para entregarse entregarse a un unaa orgía de vino y de danza. danza. La Relación de Michoacán Micho acán nos refiere esta posesión posesi ón destructora que anu anuncia ncia la pérdida de su reinado: re inado: “Y bailan todos un baile llamado Ziziqui Uaraqua (Danza de las flores) y otro llamado Ariven, y otro llamado Chereque (de Cherakua, ¿fantasma?). Y el sacerdote mayor que llevaba la leña de los fogones del dios del fuego, que tenía las insignias de sacerdote, una calabaza a las espaldas y una lanza en el hombro, que tenía la gente en cargo sobre sus espaldas, y era de su oficio no emborracharse, dejó todas sus insignias, la calabaza y la lanza, y la guirnalda de hilo que tenía en la cabeza y las tenacetas del cuello, y salióse de las Casas de los Papas y metióse entre la otra gente común y empieza a bailar con ellos aquel baile llamado Ziziqui Uaraqua. El sacrificador, considerando esto, él que tenía también insignias de sacerdote, una calabaza a las espaldas, dejólo todo y mezclóse con la otra gente a bailar el baile llamado Ziziqui Uaraqua. También el sacerdote llamado Thiume, que tenía el cargo más importante, el de llevar a los dioses a cuestas y estaba en el cu, que tañía la bocina en el cu a la media noche, abajóse del cu y entróse entre la otra gente y empieza a bailar con ellos el dicho baile. Asimismo las mujeres que estaban encerradas, encargadas de hacer ofrendas a los dioses, saliéronse todas de su encerramiento y entráronse entre la otra gente y empezaron a bailar el dicho baile, y así se
hicieron ici eron todos unos unos y lleváronlas llev áronlas por ahí y junt juntáronse áronse con ellas” ellas ” (141-142). (141- 142). Cuando Cuando los dioses quieren perder a los lo s hombres, hombres, los enloquecen. enloquecen. La caída de Chapa está anunciada por los mismos presagios que, menos de doscientos años más tarde, advertirán a los purépechas que el fin de su reinado está cercano: árboles doblándose bajo el peso de los frutos antes de haber crecido, muchachitas encinta antes de la pubertad, pubertad, ancianas pariendo pari endo cuchillos cuchillos de sílex síl ex con los colores color es de las cuatro cuatro partes par tes del mundo. Los Señores de Hetuquaro son llevados a la esclavitud, y por todas partes reinan la desdicha, el hambre, signo de que los dioses abandonan a los hombres y quieren un cambio en su reino. “Ya vi en ellos”, anuncia Tariácuri, “que dieron hambre, que el que tenía cinco hijos empezó a venderlos y daba por un poco de maíz un hijo y dos tamales. Y en acabando de vender los hijos vendía la mujer y dábanle un tamal. Y a la postre, no teniendo que dar, se vendía a sí mismo por que le diesen die sen de comer” comer” (148). ( 148). Como en los tiempos bíblicos, la desgracia cae tanto sobre los inocentes como sobre los culpables, y la venganza de los dioses es incomprensible. Todas las provincias están entonces desiertas, en Araro, en Uaniqueo, en Cumachen. Ni el mismo Taras Upeme, el dios de la embriaguez, puede hacer nada contra la desgracia que ha caído sobre Michoacán, contra el hambre y la enfermedad que diezman la población en aquel tiempo. Esta era es nueva, tiene que traer grandes cambios a los hombres de Michoacán. Entonces Tariácuri no es ya simple aventurero, un ambicioso jefe de guerra decidido a apoderarse de todos los Señoríos. Su piedad, su celo para con los dioses, más todavía que su inteligencia y su poder hacen de él el hombre de la salvación, el elegido del cielo para proteger al pueblo de los purépechas en esos tiempos de trastorno y de escasez. Porque el desorden reina por doquier. Los Señores de las ciudades han abandonado sus obligaciones para embriagarse, mientras que los valores incluso de la sociedad purépecha parecen trastocados. En Zacapu, es la viuda de Carocomaco, una anciana llamada Quenomen, quien manda disfrazada de guerrero. En Tariaran, la hija de Zurumban, llamada Mauina, con el pretexto de honrar a la diosa Xarátanga, hace construir una Xupaquata (Casa del Arco Iris), donde se une carnalmente con todos los jóvenes del mercado. Incluso en las montañas, los Señores son abandonados por sus dioses, en Pungacurán (Pamacuarán), en Sivinan (Sevina), en Aruzan (Aranza, cerca de Paracho), en Capacuaro, al norte de Uruapan. Ante este caos, Tariácuri tiene conciencia de la grandeza y de la dificultad de su misión. Por eso llama a sus sobrinos y a su hijo Hiquíngare, los únicos que ha juzgado dignos de sucederle. Pero les advierte acerca del destino que les espera, la guerra, la desdicha y la soledad: “¡Buscad, hijos, petacas para echar los despojos de la guerra! Esto pasa así, hijos Hiripan y Tangáxoan. Ya no tengo compañero para que entienda en la leña de los cues y en el servicio servi cio de los l os dioses. di oses. ¡Yo ¡Yo solo sol o soy, soy, Tariác Tariácuri, uri, yo solo me quejo!” quejo!” (147). ( 147). El regreso de Tangáxoan y de Hiripan al lado de su tío marca un nuevo ardor en la conquista de Michoacán. Multiplicando sus ataques contra las dos ciudades enemigas de Tariácuri, Xarácuaro y Curínguaro, los dos hermanos emplean la táctica de la guerra chichimeca que tan buenos resultados ha dado ya a su tío: asaltos rápidos, imprevistos, intimidación de los pueblos enemigos por medio de humaredas de incendios sobre las montañas vecinas. Los jóvenes Señores hacen así la conquista de Tupu Parachuen (Parahuen), después en las montañas, Xarapan (Charapán), Paraxu (Paracho). Tirindini (las tierras rojas,
cerca de Charapán), y en las orillas del lago de Pátzcuaro, Iratzio, Uaricha Hopotacuto, Pacanda Hacurucu. Llevada por el humo de los incendios, la leyenda de los dos hermanos chichimecas, sobrinos de Tariácuri, basta para sembrar el espanto en los pueblos vasallos de Curínguaro, y para despertar la envidia de su primo Curátame, el hijo mayor de Tariácuri, que reina entonces en Pátzcuaro. Dirige a los jóvenes protegidos de Tariácuri una declaración llena de ironía que es también una declaración de guerra: “Bebo tanto vino cada día, que Hiripan me sacará el orinal y Tangáxoan me tendrá la taza cuando bebiere” (156). Es más de lo que pueden soportar los dos hermanos. Como verdaderos guerreros chichimecas, se retiran a la montaña para sacrificar a los dioses y preparar la guerra contra Curátame. En su retiro — la gruta de Patuquen, quizá al norte del lago en la región de Uayameo—, Tiripan y Tangáxoan reciben la visita de Hiquíngare, el otro hijo de Tariácuri, que viene a compartir su ayuno y su oración, siguiendo la orden dada por su padre: “Coma hierbas y cardos Hiquíngare. Vosotros tres seréis Señores” (159). La prueba del ayuno y de la soledad es la que prepara para la gloria, según la pura tradición de los pueblos guerreros. Es también la consagración a la victoria de los dioses. Para Tariácuri, este retiro de su hijo y de sus sobrinos en la montaña es una expiación anticipada: un rito expiatorio y propiciatorio a causa de la muerte de Curátame, dispuesta ya por el juicio de los dioses. dioses . Al término término de este retiro, los tres jóvenes reciben reci ben en efecto la orden de su rey: van a sorprender a Curátame en su morada, y a matarlo a mazazos. En adelante, nadie puede ya oponerse a que se conviertan en los futuros amos del Imperio de los purépechas. Entonces se desarrolla, referida por la Relación de Michoacán, Mi choacán, una de las escenas más significativas y más bellas de la historia de los purépechas. Interrogados por su tío, Hiripan y Tangáxoan dicen cómo, estando ellos en su retiro en la montaña, ayunando y orando, se les aparecieron en sueños unos seres sobrenaturales que les llevaban un mensaje profético: “Y “Yoo estaba al pie de aquella encina”, encina”, refiere primero Tang angáxoan áxoan,, “y quitém quitémee el carcaj de flechas de las espaldas, y púsele allí cerca de mí, y mi guirnalda de cuero de tigre también, y traspúseme un poco durmiendo. Y así de improviso vi venir a una persona, una vieja que no sé quién era, la cabeza cana a trechos y unas naguas de hierbas de una manta basta puestas puestas y otra manta anta de lo mismo que traía cubierta. Y llegóse a mí y empujóm empujómee y díjome: ¡Despierta, Tangáxoan!” (174). La anciana, que no es otra que la diosa Xarátanga, indica a Tangáxoan el lugar donde deberá edificarse su templo: “Ve por mí y limpia el camino por donde tengo tengo de venir. venir. Yo Yo estoy e stoy en el pueblo de Tariarán. ariar án. Lim Limpia pia a donde do nde teng tengo de estar e star y ve a mirar aquí aq uí bajo de este mont monte, e, donde está cerrado cerr ado con zarzas, zarzas, y verás el asiento a siento de mi mi cu. Allí es mi casa, donde se llama la casa de las plumas de papagayos y la casa de las plumas de gallina, y mira a la mano derecha donde ha de estar el juego de la pelota. Allí tengo de dar a comer los dioses a medio día. Y verás el asiento de mis baños que se llama Puque Huringuequa[12] que está en medio, donde algunas veces tengo de sacrificar a los dioses de la mano izquierda llamados Uirambanecha,[13] dioses de la tierra caliente. Limpia todo aquel lugar donde yo estuve otra vez y tórname a traer a Mechuacan (Tzintzuntzan), que ya no saca provecho de mí mi madre, que no me me temen, temen, ya no hay quien quien hable y haga traer leña para mis cues. Hazme esta merced y mira mis espaldas, los plumajes que tengo puestos en las espaldas y en la cabeza, y mira mis vestidos y ten cuidado de renovar mis atavíos. Y yo también te haré merced, que yo haré tu casa y tus trajes y estarán mantenimientos en ellas, y haré que tengas
mujeres en encerramiento en tu casa y andarán viejos por tu casa y será muy grande la población” poblaci ón” (174-175). (174-175) . Después le l e toca a Hiripan Hir ipan contar contar el sueño con que ha sido favorecido, en el que ha aparecido un Señor “todo entiznado”, con la frente teñida de una guirnalda de piel blanca, y que no es otro que el dios Cu Curicaueri ricaueri en persona. Él también también toca a Hiripan, y le dice: “¡Despierta, Hiripan!” Y le anuncia igualmente que su casa se agradará y que su pueblo será muy numeroso. Entonces, Tariácuri comprende que sus inquietudes van a tener fin, y que él recibirá la recompensa del cielo por su celo. Sus sobrinos han recibido la investidura de los dioses supremos, Xarátanga y Curicaueri: “Señor Hiripan: pues según esto, vosotros habéis de ser Señores. Yo, lo que he trabajado de traer leña a los cues, para ayu ayudaros daros la he traído” (176). En adelante, adelante, sabe sa be Tariác Tariácuri uri que el destino de su Imperio Imperio reposa sobre su hijo hijo Hiquíng Hiquíngare are y sobre sus sobrinos. En una escena de leyenda, que recuerda los grandes relatos épicos, y también los ritos más antiguos de las naciones del continente americano, Tariácuri presenta a los jóvenes, en el secreto de la montaña Thiuapu (Lugar del copal), sus reinos futuros bajo la forma de tres montículos de tierra en cuyas cimas hay una piedra y una flecha. “Mira, Hiripan, Hiri pan, así ha de haber tres Señores. Tú estarás en este mont montón ón qu quee está es tá en medio, medio, que es el pueblo de Cuyuacan (Ihuatzio, lugar de los coyotes), y tú Tangáxoan estarás en este montón que es el pueblo de Michuacán (Tzintzuntzan), y tú, Hiquíngare, estarás en éste que es el pueblo de Pátzcuaro. Así serán tres señores” (191). Tal es el comienzo del Imperio de Michoacán, que reposa sobre la conquista de las tierras tanto por la astucia y por el ardor guerrero del viejo jefe chichimeca y de sus sobrinos, como por el poder pode r sagrado de los dioses. di oses. Este poder divino, esta voluntad superior a la de los hombres se hallan sin cesar presentes en esta conquista, y le comunican su sentido místico. Cuando ese poder y esa protección abandonen a los hombres, ya nada puede salvarlos. Así, Zurumbán, que ha sido hecho rey por el decreto del dios del infierno aparecido en su camino bajo la forma de un topo, es destituido de su cargo por el propio dios Curicaueri; y Carocomaco, el Señor de Queréquaro, a pesar de su origen servil, ha sabido ascender a la dignidad de rey forzando las puertas del sueño, durmiendo noche tras noche sobre las gradas del templo de Querenda Angapeti, el dios de Zacapu, hasta que Pauácume, la esposa del dios, advierte su presencia y habla por él. “Ya yo le he visto subir”, dice entonces el dios, “y él no nos conoce a nosotros. Aquél se llama Carocomaco. ¿Qué es lo que anda pidiendo? Tome estos atavíos que yo tengo, que son insignias insignias del Señor, y será com co mo yo” (145). (145) . Sin el poder del sueño, s ueño, el hombre hombre vacus va cus no no es nada. Su fortu fortunna, su gloria, la l a victoria vi ctoria sobre sob re sus enemigos, el amor y el respeto de su pueblo, el Señor no debe todo esto al azar, sino a la concordancia de las fuerzas sobrenaturales cuyo mensajero es el sueño. No ha habido jamás sin duda en el mundo sociedad humana más marcada por los sueños y por la fe en el más allá. Aun antes de que los combates hayan tenido lugar, son los augures quienes han decidido en cuanto al resultado de la guerra. Las oraciones, las vigilias y los ayunos, las ofrendas de sangre y de perfume, y sobre todo las humaredas de las hogueras sagradas desempeñan un papel primordial en e n estas guerras guerras donde los dioses di oses están en las filas de los combatient combatientes. es. Así, la primera conquista de Michoacán, en la que Tariácuri y sus sobrinos sacan provecho de los sueños y los aug augures, ures, prefigura prefigura otra o tra conquista, conquista, la que ocurrirá dos siglos s iglos más tarde, cuando cuando los l os
soldados de Cristóbal Cris tóbal de Olid Oli d entren entren sin violencia en un reino vencido ya por su destino. Los sueños, los augures, todo anuncia ahora el triunfo del rey chichimeca que “posee” a Curicaueri. Cuando el pueblo vasallo de Curínguaro, Itzi Paramucu al este del lago de Pátzcuaro, distingue las humaredas de Hiquíngare sobre los montes vecinos, el Señor Tzintzuni sabe que no podrá vencer, y que la fatalidad está contra él. Si lo dudara todavía, un augurio aug urio siniestro qu q ue recuerda re cuerda los antigu antiguos os mitos del castigo ca stigo del incest i ncesto, o, acaba de convencerle de que el resultado de la guerra contra los herederos de Tariácuri le será fatal, y que tiene que “abrir la puerta” de Itzi Paramucu. En el pueblo aparece una anciana maga infernal, que le da a comer su propio hijo a Hopotacu, hijo de Tzintzuni, después de haberlo transformado en topo. Cuando se entera de este hecho espantoso, Tzintzuni exclama: “¡Ah, aquélla no era vieja, mas es de las tías de los dioses del cielo! Aquella se llama Aui Camine, [14] y ya los dioses de todo en todo están muertos de hambre, y no tenemos con nosotros cabezas. Sea así, gente: Vámonos hacia alguna alguna parte” (183). (183) . Al favorecer la caída de Itzi Paramucu, los dioses han permitido un hecho decisivo de la conquista de Michoacán. No sólo se abre así, como lo decía Tzintzuni, la “puerta” de Curínguaro, sino que la toma de las tierras de Itzi Paramucu asegura a Tariácuri el dominio de una de las regiones más fértiles y más pobladas al este del lago. Convertido en el Señor más poderoso, Tariácuri ariá curi aprovecha entonces entonces la l a alian alia nza de los pueblos ribereños, riber eños, vasallos vasall os en otro tiempo de Xarácuaro: Urichu, Erongarícuaro, Cumachen, Pichátaro y Pareo. Se apodera sin dificultad del Señorío de Hiuacha, en Uiran Angaru (Huiramangaro, al sudoeste del lago de Pátzcuaro). Unas tras otras, las posesiones de los hombres de las islas pasan a manos de los chichimecas, cuyos tres ejércitos, ora separados, ora unidos, ponen la comarca a sangre y fuego. Entonces es cuando ocurre la caída de Curínguaro, contada sin comentarios por la elación de Michoacán. Puede extrañar que la leyenda no haya referido nada de la toma por Tariácuri y sus sobrinos de esta ciudad enemiga, que había sido durante tanto tiempo la potencia potencia rival al este del lago, y cuy cuyos os últimos últimos Señores Cando Cando y Hu Huresqua, resqua, cuando cuando se enteraron de la amenaza que se acercaba, respondían no sin desdén: “¿Quién nos ha de conquistar? ¿Aquí hay falta o carestía de gente? Porque nosotros solos lo ocupamos todo y estamos hechos un piélago. ¿Dónde es de ahora ser Curínguaro? Porque de todo en todo es población poblaci ón divina y tiene tiene canas de muy antigu antiguaa población poblaci ón y las piedras piedra s de los hog hogares ares han echado muy hondas raíces” (178). Pero cuando los guerreros de Tariácuri entran al fin en Curínguaro, es sin duda una ciudad arruinada por el hambre. El Señor Cando ha muerto ya, asesinado por la propia hija de Tariácuri, y la mayoría de los pueblos vasallos han caído en manos de los chichimecas uacúsecha. Entonces Curínguaro está destruido sin gloria, y no será reconstruido jamás. Sus habitantes han sido muertos todos o tomados como esclavos, y en adelante toda la provincia al este del lago pasa a convertirse en vasalla de Tariácuri y de los tres reinos, y sometida a la ley de Curicaueri. El Imperio ensancha sus fronteras hacia el este, por Tetepeo y Turipitío (Tiripetío), y más lejos aún, hasta los límites de las naciones enemigas, hacia Etucuaro, Xaso Sucandiro (Chocandiro al oeste de Cuitzeo) y Teremendo, al norte del lago de Pátzcuaro, y Uaniqueo, cerca de Coeneo. La conquista de las tierras es verdaderamente obra divina, porque la epopeya nos nos dice di ce que todos esos pueblos fueron fueron conquistados conquistados por los sobrinos s obrinos de Tariácuri ariác uri en
una sola mañana. Prosiguiendo su marcha hacia el noroeste, Hiripan y Tangáxoan conquistan Zacapu y Naranjan, y después vuelven a bajar como vencedores por el camino por el que en otro tiempo habían andado errabundos con su madre como unos mendigos: Cheran, Sivinan (Sevina), Cumachen (Comachuen); se apoderan de los pueblos náhuatl Hacauato, Zizupan, Chemengo, Uacapu (San Ángel, al sudeste del lago de Pátzcuaro); toman sin dificultad Hariarán, antiguo Señorío de Zizumbán, el dominio de la diosa Xarátanga, y continúan hacia el sur, por Condembaro (Candembaro, cerca de Cuanajo) y Hurecho (Urecho, cerca de Ario). Cuando el viejo Tariácuri muere, la totalidad del territorio de los Señores de las islas, con sus pueblos vasallos, están en manos de los tres Señores. Pero el hambre de conquista del dios Curicaueri no está todavía aplacada, y los Señores chichimecas marchan a la conquista de las provincias más lejanas, al nordeste, en el límite de los dominios de los chichimecas pames, pames, al este, cerca de las fronteras fronteras del gigant gigantee rival mexicano, exicano, y sobre todo en Tierra ierr a Caliente, el dominio de los dioses Uirambanecha, los dioses de la mano izquierda, los primeros nacidos, nacidos, de donde d onde procede quizá quizá la civili ci vilización zación de los purépechas. Al nordeste, se apoderan del dominio matlatzinca, en Charo y Uarirasquaro, creando así la zona tapón con el Imperio azteca. En la región del lago de Cuitzeo, toman Xaroco (Jeruco), Tupataro (cerca de Huangacareo), Peuandao, Zinzimeo, y después más al este todavía, Araro, cerca de Zinapécuaro. Estas conquistas sirven ante todo para enriquecer al dios Curicaueri, que recibe de los pueblos su tributo de oro, de plata y de plumas. El oro, las joyas y las plumas plumas son de esencia divina, y no podrían pertenecer a los hombres: hombres: “Mirad, hermanos”, hermanos”, dice Hiripan, “que esto amarillo debe ser estiércol del Sol que echa de sí, y aquel metal blanco, estiércol de la Lun unaa que echa ec ha de sí. Y todos estos plumajes plumajes que están es tán aquí, verdes y penachos penachos blancos, y plumajes plumajes colorados, colora dos, ¿cómo ¿cómo conocemos conocemos esto? Como Como quien dice no lo conocemos ni sabemos qué es esto. Es lo que la gente lleva huyendo, y lo han traído a Curicaueri. Esto es lo que le dijeron sus padres en el cielo que él quitase a todos, todas las oyas, y que las tuviese él solo; la piedra recia que es la padra[15] y las piedras preciosas y mantas, que todo esto él solo lo ha de tener. Llevadlo todo, helo aquí donde os lo he puesto. More todo esto con Curicaueri y Xarátanga. Yo solamente llevaré plumajes colorados y verdes. Y no dividan os estas joyas, mas esté todo en un lugar donde lo vean los dioses del cielo y la madre Cuerauáperi y los dioses de las cuatro partes del mundo y el dios del Infierno” (196-197). Discípulos virtuosos de Tariácuri, los “Señores leñadores” piensan ante todo en la gloria y en la fortuna de los dioses. Resalta aquí la diferencia entre el espíritu de esta conquista, y el apetito de oro y plata que animará doscientos años más tarde a los soldados de Nuño de Guzmán, cuando saquearon los templos y profanaron las tumbas de los grandes reyes de Michoacán, y torturaron después al cazonci para descubrir nuevos tesoros.
La paz chichimeca La edad de oro del Imperio Imperio de los purépechas purépechas la l a constituy constituye esta unión unión de las ciudades y de los pueblos bajo el blanco estandarte estandarte de Cu Curicaueri, ricaueri, obtenida obtenida a costa de tantas tantas gu guerras erras y tantas tantas
marchas a través de Michoacán. Los tres Señores, herederos de la sabiduría de Tariácuri, saben que hay hay que que preferir pre ferir la l a alianz al ianzaa con los pueblos conquistados, conquistados, con c on el fin de que de la paz pueda nacer la prosperidad. prosper idad. “Id, tomad tomad vuestros vuestros pueblos, morad en ellos como como de antes antes y tornad a tomar vuestros árboles de fruta y vuestras tierras y sementeras. Basta, y ya, nuestro dios Curicaueri ha usado de liberalidad y os lo torna. Traed leña para sus cues y cavad sus sementeras para la guerra, y estad a las espaldas de él en sus escuadrones y acrecentad sus arcos y flechas, y libradle cuando se viere en necesidad” (197). Curicaueri, dios de guerra, es también un dios protector, como en los tiempos del vagabundeo de los guerreros chichimecas. Se puede imaginar incluso que al instalarse en medio de las poblaciones sedentarias del contorno del lago, este dios se ha suavizado en cierto modo y se ha adaptado a los ritos agrarios. Pero la influencia del dios de los cazadores ha modificado de rechazo la concepción religiosa de los habitantes de Michoacán: el antiguo mosaico de Señoríos independientes viviendo bajo la ley de los dioses locales se ha transformado al contacto del dios Curicaueri, ese monarca intolerante y combativo que reina sobre un panteón y percibe su tributo de oro, de plumas y de sangre. Curicaueri es el dios supremo, el águila real —la fracción chichimeca dominante, ¿no es, por lo demás, de la estirpe de los uacúsecha, las águilas?— que reina sobre los dioses menores, gavilanes, halcones, buitres, y esas aves rapaces llamadas tintiuapeme que Maturino Gilberti (tindiuapeme) describe como “un ave que corta la cabeza de las otras con sus alas”, y que simbolizan quizá los axamencha, los sacrificadores de los dioses; igualmente los Señores de la estirpe real, que han llevado a su dios hasta esta tierra, deben reinar como soberanos sobre los Señores vasallos. Después de toda conquista debe organizarse el nuevo reino. A los tres Señores es a quienes incumbe la misión de terminar la obra comenzada por Tariácuri. Para “agradar a los dioses”, Hiripan, Tangáxoan e Hiquíngare interrumpen el saqueo de los pueblos enemigos y tratan de establecer la paz chichimeca creando en todas sus posesiones una nueva forma de gobierno, que permite mandar en ellos mejor. Ayudados por sus consejeros, nombran unos caciques y reparten los territorios. La división de los territorios responde a unos imperativos de magia y de religión mucho más que a unas concepciones estratégicas. Son los dioses los verdaderos ganadores de estas tierras, y sus méritos no son comprensibles para los simples mortales. Así, los hombres de las islas reciben las tierras situadas a mano izquierda, la Tierra Caliente, mientras que los conquistadores chichimecas conservan para ellos la otra parte de las tierras, situada a mano derecha, es decir la mayoría de los pueblos de la zona templada, y particularmente los situados en el lím lí mite de las l as tierras tier ras tributarias tributarias de los l os hombres hombres de las l as islas: i slas: Ch Cheran, eran, Cum Cumachen y Xenguaro.[16] Este reparto no se hizo al azar, y responde a unas razones políticas, sin duda: la Tierra Caliente, por su alejamiento, dispersa las fuerzas guerreras de los hombres de las islas, y las hace además beneficiarias de un tributo de trueque más que de primera necesidad: plumas, cobre, metales raros, tejidos. Pero donde hay que encontrar, a mi parecer, la razón profunda del reparto es en la fe religiosa de los chichimecas purépechas. La Tierra Caliente es la morada mítica de los dioses nacidos primeramente, los Uirambanecha (o Uirauanecha), a los cuales se oponen los dioses de los conquistadores, Curicaueri, Xarátanga, la madre
Cuerauáperi, y el dios gu Cuerauáperi, guerrer erreroo de Cu Curíng rínguaro, uaro, Urendequ Urendequauecara. auecara. La alianz ali anzaa debe de be establecers e stablecersee en primer lugar con los dioses más importantes, los Angamucuracha, guardianes de las montañas en Zacapu, y los dioses tutelares de Pátzcuaro y de las islas del lago, los “abuelos del camino”, cuyos nombres escuchaba Uápeani con arrobo cuando llegaba a la orilla del lago: Tangachurán, Acuitze Catapeme, Purupe Cuxareti, Chupi Tiripeme. Es ante todo la alianza entre su dios Caricaueri y los dioses mayores de las tierras templadas la que tratan de obtener los herederos de Tariácuri con ocasión de este reparto. La paz chichim chichimeca eca y el Imperio Imperio de los l os pu p urépechas no pueden lograrse sino en la piedad y el celo c elo para con los dioses, dioses , creando cr eando una una organización organización que permita proveer y servir servi r mejor a los amos amos del Cielo y la Tierra. La conquista puede proseguirse entonces, en dirección de las comarcas más lejanas, sin obligar a los tres Señores a reanudar su vida errante, sin correr el riesgo de debilitar el poder de Curicaueri sobre las regiones vitales del Imperio. Delegados por el cazonci, que reina a la sazón en la ciudad de Cuyuacan Ihuatzio, los dignatarios llevan los estandartes de plumas de garza blanca, y las insignias de Curicaueri, para la conquista de la Tierra Caliente. Los caciques son nombrados por los tres Señores en todos los pueblos conquistados, y casi siempre estos caciques se eligen entre los Señores de las islas: en Curupu Hucazio, y en Urapan (cerca de Cuanajo); Cupauaxanzi se nombra en La Huacana, de donde se extrae el cobre. Zapiuatame Zanguata se nombra en Paracho, Chapata y Atache Hucana en Chupingo Parapeo. Desde estas bases nuevas, lanzan ataques hacia los pueblos de la Tierra Caliente y los someten: Purechu Hoeto (Purechucho, cerca de Huetamo); Cuncumeo, Quayameo (que Gerhard identifica con Uayameo cerca de Huetamo). De Paracho, el Señor isleño Zanguata baja hasta hasta Aparhoato Aparhoato (Aparuato, (Aparuato, cerca de Tiquicheo). Cu Cupauax pauaxanz anzi,i, hombre hombre de las islas isla s nombrado cacique de La Huacana lanza unos ataques hacia todos los pueblos vecinos y los anexiona al Imperio de los purépechas. Conquista Sicuitaran (Zicuiran, cerca de La Huacana), Pumucha Cupeo, Ayaquenda, Churumuco, cerca del actual depósito del Infiernillo, y sobre todo Zinaua, la antigua plaza fuerte de la región minera, cerca de Churumuco (mencionada en la Relación de la l a Huacana), Tarimbo Hazaquarán (cerca del río Tarimbo), y Cuzaru (Cutzaro Xalpa, mencionado igualmente en la Relación de la Huacana). El Señor Utucume, por su parte, conqu conquista ista la región de Huetamo: Zinapán, Zirapitío, Tazirán, Turuquarán, Hurecho Ambaquetío (Hurecho, cerca de Huetamo), y los pueblos de habla náhuatl, Cupuán, Euaquarán. Se apodera apod era a cont c ontinu inuación ación de la Tierra ierr a Calient Cali entee que depen depe nde de Tancítaro: Eroxio, Charapichu y Parácuaro, al sur de Parangaricutiro; Parangaricutiro; Tiri Tiristarán, starán, Ziramaretiro, Ziramaretiro, Puco Hoato (el cerro del león, cerca de Hidalgo). Numerosos pueblos caen bajo la dominación de los purépechas: Uamaquero, Acuizapeo, Papazio Hoato, Tetengueo, Mazani, Patasio (Patacuas, cerca de Aguililla), Cuzian (Cuitzan, hoy despoblado), Puruarán, al sur de Tacámbaro, Cupuán (Cupuán del Río, cerca de La Huacana). Estos pueblos tan lejanos, la mayoría de los cuales desapareció en los años que siguieron a la conquista española, forman en cierto modo la base del Imperio de los purépechas, que proveía los altares de los dioses de plumas, de perfumes y telas raras. En cuanto a los chichimecas uacúsecha, parten a la conquista de los territorios del norte, del nordeste y del oeste, haciendo retroceder las antiguas fronteras y nombrando unos dignatarios encargados de vigilar las fronteras más amenazadas: en Charo, en Hetuquaro, en el dominio otomí y matlatzinca, y en el extremo oeste, en Camuqua Hoato (Camucuato, cerca de
Ixtlán), en Yurécuaro y en Zirándaro. Esta conquista de las fronteras es el acto que marca la unión definitiva de los pueblos en otro tiempo rivales, los chichimecas uacúsecha y los hombres de las islas: “E iban de esta manera conquistando los chichimecas e isleños”, dice la elación (199). Los tres Señores, herederos de Tariácuri, cumplen así poco a poco la tarea que les había dejado el viejo rey antes de morir. Trazan las fronteras de la nación michoaque, donde en adelante reina como dueño y señor Curicaueri, el dios de esta tribu de cazadores y de saqueadores llegado, gracias al celo de sus fieles, a la cumbre del panteón de los purépechas. purépechas. Entonces el Imperio se extiende hasta lejos en la Tierra Caliente del Sur, hacia Uisindan, Zinapán, Zirapitío, Aparhoato (Aparuato, cerca a Tiquicheo), Cuyuacan, Apazingani (Apatzingán), Pungari Hoato, y hacia el Este, ocupando una gran parte de los territorios náhuatl, otomí, y la totalidad del dominio matlatzinca: hacia Ambezio, Tiringueo, Chapata Hoato, Xungapeo (Jungapeo, cerca de Tuxpan) y Taximaroa (la actual Ciudad Hidalgo), la gran ciudad otomí que se convertirá en el puesto fronterizo con la nación azteca. En fin, hacia el Norte, en la región de Cuitzeo, que es la frontera con los estados chichimecas (Guachichiles, Pames, Guamares) —los enemigos “más valerosos y más audaces y los mejores guerreros” refiere fray Alonso Ponce—, los purépechas aseguran sus ciudades fortalezas: Maravatío, Huacauacario Ucareo), Puruándiro, Pehuandaho, Mayao (Santa Ana Maya), Maya), Emeng Emenguaro, uaro, Cazaquarán, Ca zaquarán, Yuriri Yuririapúndaro apúndaro (Yuriri (Yuriria), a), Qu Quaruno, aruno, Inchazo, Inchazo, Hutase Hutaseo, o, hasta la ciudad más importante del Norte, Acámbaro (en el actual estado de Guanajuato). La conquista del Imperio de los purépechas la termina el hijo de Hiripan, Ticátame, que se apodera de la región de las montañas en Carapan, y el hijo de Tangáxoan, Zizispandaquare, Señor de Tzintzuntzan, que ocupa las regiones del extremo oeste, las márgenes del lago Chapala y los “pueblos de Ávalos”,[17] hasta Capotlán (Zapotlán) y Tamazula, preparando la conquista de Colima.
Las águilas De esta conquista divina van a nacer poco a poco las instituciones y las estructuras de un nuevo poder, que debilita el antiguo feudalismo en favor de un gobierno central fundado sobre la fuerza militar y la fe religiosa. Esta evolución no es única en la historia del continente amerindio —el régimen teocrático de los mayas de Yucatán es otro ejemplo de ello—, pero en ningún otro lugar ha sido tan rápida, tan significativa. La unidad del Imperio de los purépechas en torno del estandarte blanco de Curicaueri se realiza en menos de medio siglo, mientras daba fin la conquista de los territorios. Entonces, las antiguas rivalidades entre los Señores del lago y los recién llegados chichimecas han desaparecido. Cada Señor, cada cacique, nombrado por los Señores de las tres ciudades mayores, habiendo recibido como insignia de su poder una “parte” del dios Curicaueri, debe partir a la conquista de las tierras nuevas y crear nuevos tributos para su dios. La edad de oro del Imperio de los purépechas marca el fin de las querellas estériles entre las diversas tribus y facciones del pueblo de los purépechas, y
el comienzo de esta era de conquista, con la búsqueda de nuevas fronteras. Puede imaginarse este pueblo de guerreros chichimecas —la facción llegada en otro tiempo, guiada por Hire Ticátame, y que, por su nombre, de las Águilas, estaba consagrada al dios Curicaueri—, cediendo en el transcurso de las fiestas a la embriaguez guerrera, y satisfaciendo sus instintos de rapiña en los ritos de las Ceremonias de la guerra. Para los chichimecas, la guerra es un rito, un acto simbólico, en el curso del cual los guerreros, los quenguariecha, los “hombres valientes”, y los Señores, vuelven a encontrar la antigua relación que unía a los hombres y a los dioses. Durante la fiesta de Hanziuansquaro, cubiertos con sus ornamentos de plumas y el cuerpo teñido de hollín, los capitanes de guerra marchan con los estandartes de sus dioses, conducidos por el dios de la guerra Pungarancha (de punguari, plumas), plumas), en tanto tanto que en las ciudades mayores, Ihuat Ihuatzio, zio, Tzint Tzintzu zunt ntzan zan,, Pátzcuaro, los Señores de las Águilas se reúnen en la Casa del Águila para orar y hacer sacrificios a Curicaueri. La guerra no es simplemente un enfrentamiento de hombres para la posesión de riquezas terrenales. Es la ocasión de dar de comer a los dioses que están hambrientos, y las armas constituyen una parte del cuerpo de los dioses: cuchillos de sílex o de obsidiana, hachas, mazas, puntas de flecha con los colores de las cuatro partes del mundo. Tariácuri habla así, antes de comenzar la guerra: “Estas flechas son dioses. Con cada una de éstas, mata nuestro dios Curicaueri, y no suelta dos flechas en vano” (149). El dios mismo está presente bajo la forma del cuchillo de obsidiana de los sacrificios, y cuando Tariácuri decide conceder a sus sobrinos, en señal de poder, una parte de Curicaueri, les da “una de las navajas que lleva consigo”, y esta navaja es la que debe estar en el centro de los templos que se van a construir. La divinidad de la guerra da su sentido verdadero a la conquista del pueblo chichimeca: las navajas, las mazas, las flechas (las hurespondi de Ticátame, con los colores de las cuatro partes del mun undo), do), son las la s mensajeras del más allá, allá , que son muestra uestra en el mundo de la parte necesaria para la vida eterna. El botín que las Águilas sacan para su dios Curicaueri son el oro, la plata, las plumas, las telas, el maíz o los l os frijoles, frij oles, pero también, también, como como entre tantos tantos otros pueblos de Améric Américaa Central, Central, la carne humana. Los cautivos de guerra, capturados en los asaltos contra Curínguaro, o contra los Señoríos del lago, y después en las expediciones a la Tierra Caliente o a las fronteras del norte y del este, son encarcelados, y sacrificados en las fiestas, para alimentar a los dioses con su carne y con su sangre. sangre. Este es sin duda uno uno de los objetos prim pr imeros eros de las l as expediciones expedici ones guerreras. Estos sacrificios son importantes porque pueden aplacar la cólera y el hambre de los dioses, y si se faltara a esto se incurriría en graves peligros para el pueblo chichimeca. Porque Chapa no le suministra ya el número estipulado de víctimas destinadas al dios Curicaueri, Tariácuri rompe su alianza con él y se apodera de sus tierras. “Aquí también sacrifican”, dice con orgullo orgullo el rey chichim chichimeca, eca, “y “ y no no se seca la sang s angre re de los sacrificados, sacri ficados, que de continu continuoo está recient recie nte, e, porque por que de continuo continuo sacrificam sacri ficamos” os” (141). Los ritos antropófagos de los chichimecas no son menos crueles que los de los aztecas, y convierten las fiestas en una borrachera de muerte y de sangre. Los cautivos son preparados, coronados de penachos o de mitras de plata, con el cuello adornado de discos de plata en forma de soles y el cuerpo espolvoreado de harina. Como entre los aztecas, el sacrificio de
los guerreros capturados en los combates es un honor sin igual, un deber del que nadie puede sustraerse. Cuando Tamapucheca, el hijo de Tariácuri, es puesto en libertad por los de Itzi Paramucu, que temen la venganza del rey chichimeca, es su propio padre quien lo hace matar, así como a todas sus mujeres y a los de su casa. La muerte de los cautivos es el único vínculo de los vivos con el mundo del más allá. Una de las ceremonias más importantes del ritual entre los purépechas, tal como nos lo refiere la Relación de Michoacán, Micho acán, es Unisperansquaro, la Fiesta de las Osamentas, durante la cual los Señores, reunidos en la Casa de los Sumos Sacerdotes, velan y oran ante las osamentas de los cautivos sacrificados en los altares de los dioses, evocando la historia de los combates. La guerra es la preocupación mayor de los uacúsecha, las Águilas de la nación chichimeca. Es la expresión misma de su fe religiosa. Cada combate se prepara cuidadosamente por los capitanes de guerra. En cuanto ha terminado de anunciar a sus sobrinos y a su hijo la división futura de su reino, Tariácuri prepara la guerra que van a presentar a Hiuacha, Hiuacha, el Señor de Uiramu An Angaru garu,, porque únicament únicamentee este combate combate puede consagrar la nueva alianza de los tres Señores bajo la mirada de los dioses. Como guerrero chichimeca experimentado, Tariácuri traza sobre el suelo el plan de ataque, e indica la marcha de los aliados del lago. Casi siempre inferiores en número, los chichimecas deben contar con la astu a stucia cia tanto tanto como como con la fuerza. fuerza. En las filas de los l os “hombres “hombres valient valie ntes” es” están e stán los espías espí as de guerra, que deben ayudar ayudar a tender tender las l as em e mboscadas y a desbaratar desbara tar las estrategias estrategias del enemigo. enemigo. Tariácuri ha sido sin duda alguna el jefe más grande de guerra de la historia de los purépechas purépechas y conoce el valor de lo que hoy se llama la “gu “guerra erra psicológica”: psicol ógica”: asustar al enemigo haciéndole creer que las propias tropas son muy numerosas, y destruir a los vasallos y a los aliados antes de atacar a los Señoríos. Jefe de guerra bárbaro, sabe que hay que difundir el terror: los ancianos, los niños de tierna edad y los heridos son sacrificados sin compasión en el campo de batalla. No vacila en utilizar procedimientos desleales, ni en cometer verdaderos asesinatos, como cuando hace dar muerte por traición a su propio hijo Curátame, después de haberlo embriagado. La muerte de Cando, Señor de Curínguaro, asesinado durante su sueño por la propia hija de Tariácuri, es otro ejemplo de esta crueldad bárbara, bárbara , que recuerda rec uerda el e l relato bíblico bíbli co del asesinat asesi natoo de Holofernes Holofernes por Judit. La joven jove n se ha engalanado con sus más hermosos adornos para seducir al Señor enemigo, danza para él en la fiesta, y lo atrae a su emboscada. Pero hay que escuchar aquí al narrador de la Relación de ichoacán, tan real, tan dramática: “Dijo la mujer: Ha de ser así, Señor, yo me iré a mi casa. Díjole Cando: Es media noche, ¿cómo, no habrás miedo? Dijo ella: No, Señor, mas iréme, ¿qué tengo de hacer aquí? Díjole Cando: Yo quiero ir contigo. Dijo ella: Señor, ¿a qué propósito propósi to has de ir? Díjole Cando: Cando: Vamos, amos, que yo iré contigo contigo un poco e iré por leña para los cues. Dijo la mujer: Vamos, Señor. Y fueron, y fue la mujer por sus mantas que traía para darle, y él por su camiseta, que bailaban desnudos no más de una manta por los lomos. Y salió la mujer y vino Cando detrás de ella y díjole: Pues ¿qué hay, Señora?, quiero ir contigo. Y bebía toda la l a gente gente un un brebaje o bebida beb ida llam l lamada ada Puzqua. Puzqua.[18] Y asióla de la mano y salieron del patio de los cues, de la cerca que estaba allí de leña, y salieron allí al camino y entraron en unos herbazales y díjole Cando: Anda acá, Señora, y extenderémonos un poco, y apartándose del camino ella dijo: Señor, es aquí cerca, quizá saldrán, vamos allá abajo. Por apartarle del camino. Y anduvieron un ratillo, y ella dijo: Señor, aquí estaremos. Y estaba allí un peñasco
grande. Y conocióla allí. Y durmióse Cando y estaba boca arriba, y levantóse muy paso la mujer y apretóse las la s naguas naguas y cortólas hasta la rodilla rodi lla por poder pode r aguijar. aguijar. Y desató sus navajas navajas,, que llevaba envueltas en la manta, y con una mano tomó la navaja y con otra le trastornó la cabeza para extenderle más el cuello. Y puso la navaja por la garganta y corrióla y cortóle la cabeza e hizóle tan de prisa que no pudo dar voces. Y púsole la una mano en el pecho y tomándole como quien desuella, cortóle de todo la cabeza y quedó solo el cuerpo hecho tronco. Y tomó la cabeza por los cabellos y vínose a su pueblo, y llegando a los términos del pueblo, estaba allí al lí un altar donde ponían los caut c autivos ivos o los traían alrededor, alrede dor, cuando cuando los traían traí an de la guerra. Puso allí la cabeza en un lugar llamado Piruen, y vínose a su casa a Tariácuri, y contóle contóle lo l o que había había acontecido acontecido e hicieron todos grande grande regocijo” regocij o” (211-212). Hay, en esta civilización de la edad de oro de los purépechas, una extraña mezcla. Por la nobleza del ideal, por la virtud religiosa y el sentido político, esta sociedad se iguala con las más grandes civilizaciones del continente americano, maya, tolteca y azteca; pero también a veces se toca el fondo muy antiguo de este pueblo guerrero, como si detrás de sus combates y sus conquistas actuaran sin cesar las fuerzas misteriosas e ilógicas del más allá. Porque los hombres ombres no combaten combaten jamás jamás solos. s olos. Los dioses di oses los acompañan, acompañan, en la proa de las l as piragu pi raguas as sobre s obre las aguas del lago, o bien llevados por los sacerdotes thiuimencha. Las armas, las tretas y los espías de guerra son sin duda importantes en estos combates, pero también es importante la magia negra: “Antes que peleasen con sus enemigos, iban aquellos espías y llevaban de aquellas pelotillas de olores y plumas de águilas y dos flechas ensangrentadas y entraban secretamente en los pueblos y escondíanlo en algunas sementeras, o cabe la casa del Señor, o cabe el cu, y volvíanse sin ser sentidos. Y eran aquellos hechizos para hechizar el pueblo” (239-240). La guerra es el asunto más importante en la vida de los hombres de la nobleza, procedentes de la fracción de los uacúsecha, uacúsecha, o de otros linajes mayores, “del nombre nombre de Eneani, de Zacapu Hireti y Uanacase”, [19] como lo era en los primeros tiempos del vagabundeo vagabundeo de los bárbaros bárbar os chichimecas. chichimecas. Es el único medio de forzar el destino, y de atraer la atención de los dioses omnipotentes; el guerrero señalado por su arrojo puede entonces alcanzar la distinción de quengua, “hombre valiente” que constituye la verdadera nobleza de la sociedad de los purépechas.[20] Jefes militares, administradores (Maturino Gilberti da a la palabra palabr a “queng “quengua” el sentido sentido de mayordomo), oficiales del culto de los dioses, los quenguariechas están vinculados a la historia más antigua de la nación puré. Uápeani, el primer Señor, fundador fundador de Pátzcuaro, Pátzcuaro, era er a un quen quengu gua. a. En tiem tiempos pos de los “Señores leñadores”, leñador es”, los quenguariechas son verdaderos nobles que se consagran por entero a la oración y a la guerra. Por su probidad y su valor, forman una clase selecta que recuerda a los caballeros del rey Arturo, Arturo, o a los lo s sam sa murai que rodean rodea n el Mikado del Japón feudal. feudal. Son valerosos y modestos, modestos, llevan pocos adornos, y sus bezotes (ornamentos labiales) son de pequeño tamaño. Han adquirido su gloria en la prueba de los combates, y su ideal es parecerse a aquellos primeros Señores chichimecas que se consagraban por entero al servicio de los dioses y menospreciaban los hon honores ores y las fiestas. “Mirad, caciques”, dice d ice el Sumo Sumo Sacerdote Sac erdote petamu petamuti ante ante la asamblea asamblea de los Señores, “que con much muchaa miser miseria ia se s e crearon cre aron los que fueron fueron Señores de de los chichimecas, que no probaban en su boca un pedazo de pan, y los cinchos ¿dónde los habían de traer y hachas para cortar leña? ¡De hierbas hacían cinchos para traer la leña para
los cues y por hachas traían unas piedras agudas en las manos!, y comían hierbas los Señores chichimecas Hiripan y Tangáxoan e Hiquíngare, y traían puestas unas mantas de hierbas muy bastas y gordas. ¿D ¿Dónde ónde habían de haber mantas antas blandas? Y la insignia insignia de hon honra ra que son los bezotes, bezotes, ¿dón ¿dónde de los habían de haber ricos? ricos ? ¡Porque traían traía n unos unos palos puestos puestos por bezotes bezotes por ser Señores! Y las mujeres, sus madres, dicen que traían zarcillos de las raíces de maguey diciendo que eran zarcillos y así dicen que vivían aquellos Señores y Señoras, sus hermanas. ¡Ay, ay, mirad que comían hierbas!, las que se llaman Apupata Xaqua, y Acanba, Patoque, Corache, Zimbico, ¿qué hierbas dejaron de comer? Aun hasta otra hierba llamada Sirumuta comían”[21] (201-202). Como con los samurais japoneses, la corrupción de las costumbres sigue a la edad de oro, y pronto aparecen la decadencia, la pereza y la mentira. “Y ahora sois caciques con gran bezotes, bezotes, que extendéis extendéis los bezos para que parezcan par ezcan mayores. mayores. ¡Mejor ¡Mejor sería serí a que os pusiéredes máscaras! Pues que os contentáis con tan gran bezotes. Traéis todos vestidos pellejos y nunca los dejáis ni os los desnudáis, mas andáis empellejados ¿cómo habéis de tomar los cautivos, siendo valientes hombres como lo sois? ¿No os los quitaríades y os pondríades unas mantas por los lomos lomos desnudos desnudos para el trabajo y tomaríade tomaríadess vuestro vuestro arco y flechas y os pondríades vuestros vuestros jubones jubones de gu guerra? erra?,, que así anda nuest nuestro ro dios di os Curicaueri…” (202). ( 202).
Los hermanos h ermanos mayores Durante la edad de oro de Tariácuri y de los “Señores leñadores”, son conquistadas la mayor parte de las tierras del Imperio Imperio puré. Al principio, el gobiern obier no tripartita instaurado instaurado por Tariácuri antes de su muerte no sufrió cambio alguno. El buen entendimiento entre los dos hermanos Hiripan y Tangáxoan y su primo Hiquíngare asegura la estabilidad del nuevo Imperio, y facilita su expansión. A Hiripan corresponde el papel preponderante, ya que la ciudad de Cu Cuyu yuacan acan (Ihuat (Ihuatzio) zio) es entonces entonces la sede del gobierno. Pero este papel es sobre s obre todo un papel religioso: en el tiempo de Ihuatzio es donde se encuentra la fundación del dios Curica Cu ricaueri, ueri, “aquella piedra pi edra qu q ue decían decí an qu quee era el mismo mismo Curicaueri” [22] (165). El poder religioso de las otras ciudades es igualmente importante, puesto que Pátzcuaro, dominio de Hiquíngare, es la ciudad santa, la “Puerta del Cielo”, y Tzintzunzan, el Señorío de Tangáxoan, es el emplazamiento del templo de la diosa Xarátanga. La elección de estas tres ciudades por Tariácuri muestra bien su espíritu sagaz y su sentido político, que ha colocado así bajo la vigilancia de los tres Señores y de sus dioses los territorios más importantes de la Conquista. Pátzcuaro, en el Sur, domina a la vez los territorios de los Señores del lago y la región de Curínguaro, en tanto que Cuyuacan y Tzintzuntzan vigilan la región de las llanuras fértiles de Atzimbo y de Itzi Paramucu, y corta el camino a los ataques que podrían venir de los chichimecas del norte o de los mexicanos. Cada una de estas tres ciudades tiene igualmente un puerto sobre las orillas del lago, de donde pueden partir expediciones contra los isleños, al mismo tiempo que permiten una huida en caso de necesidad. Sobre esta posición posici ón a la vez defensiva defensiva y dominan dominante, te, es donde va a poder edificarse edificars e y consolidarse consolidars e el
Imperio purépecha. A la muerte de los “Señores leñadores”, sin embargo, el Imperio pasa por su primera crisis cris is política breve, que amenaz amenazaa la l a un unidad idad tan buscada buscada por Tariácuri. ariác uri. La amistad amistad guerrer guerreraa de los tres Señores de Michoacán no parece poder sobrevivirlos. Sus hijos sienten la ambición, el gusto del poder, y están corrompidos por la decadencia moral que sigue a la edad de oro. En Pátzcuaro, los hijos de Hiquíngare encuentran unos tras otros un destino trágico. Uno de ellos, el mayor sin duda, que lleva también el nombre de Hiquíngare, muere herido por un relámpago, “y embalsamáronle y teníanle como a dios, en la laguna, hasta el tiempo que vinieron a esta provincia los españoles, que lo quitaron donde estaba” (213). Los demás recibieron recibi eron la muerte muerte de manos de su tío Hiripan, Hiri pan, nos nos refiere re fiere la l a Relación, “ por ser s er malos y que se emborrachaban y mataban a la gente con unas navajas y se las metían por los lomos” (213). Así se extingue la estirpe de Hiquíngare, Señor de Pátzcuaro. En Cuyuacan Ihuatzio, Hiripan tuvo un hijo llamado Ticátame, como el primer Señor de los chichimecas. Pero éste no hereda sin duda el valor de su antepasado, ya que su primo Zizispandaquare, hijo de Tangáxoan, lo despoja de su gobierno y de su dios Curicaueri. Es, por lo tanto, la estirpe de Tangáxoan, Señor de Tzintzuntzan, la que se convierte en la casa reinante. Habiéndose apoderado de la piedra sagrada, símbolo de Cu Curica ricaueri, ueri, y del poder real, real , así como como del tesoro de gu guerra erra del dios Zizispandaquare, los transporta a su dominio, en Tzintzuntzan, y proclama esta ciudad capital del gobierno. El tesoro divino se reparte: una porción para su palacio, las otras para las islas del lago: Pacandán, Xanecho (Janitzio), Utuyo (¿Tucuinan?), y al islote Apupato (en el plano de Tzintzuntzan, publicado por Beaumont, aparece al sudoeste del lago de Pátzcuaro, frente a Napizaro, un islote llamado Hapapato, que corresponde quizá al actual islote de Pastora).[23] La unidad del Imperio puré está, pues, definitivamente adquirida por un golpe de fuerza. En la época de Zizispandaquare se establecen las instituciones y los ritos que rodean al cazonci, el monarca absoluto. El título mismo de cazonci es quizá una invención de la época de Zizispandaquare, en la que ocurrieron los enfrentamientos más sangrientos contra el reino rival mexicano y, necesariamente, los intercambios culturales más señalados. La etimología de la palabra cazonci (del náhuatl caltzontzin) ha dado lugar a varias hipótesis, reposando a veces en la leyenda del “monarca “monarca calzado”, referida re ferida por La Rea y otros cronistas, cr onistas, leyenda leyenda que podría muy muy bien haber haber sido si do fabricada a posteriori. La explicación explicaci ón más más satisfact sa tisfactoria oria parece ser la de un título náhuatl, el de “Señor de las cuatrocientas casas” (calli, tzontli, tzin) que ofrece José Corona Núñez en su introducción a las Relaciones Relacione s geográficas geográfi cas de la Diócesis de ichoacán (Guadalajara, 1958). De esta misma época sin duda hay que datar la generalización del nombre Michoacán, para la provincia ocupada por los purépechas, y otros nombres que son la traducción náhuatl de la denominación local: Huitzitzila para Tzintzuntzan, Cuyuacan para Ihuatzio. Durante el reinado de Zizispandaquare acaba la era de las conquistas y de los descubrimientos. El Imperio de los purépechas alcanza unos límites que no excederá ya: al Norte, la frontera frontera con los chichim chichimecas ecas irreduct irr eductible ibles, s, guachichiles, uachichiles, pames, pames, zacatecas, zacatecas, atanatoyas huaxabanes, tepeuanes, copuces, que habitan las montañas de Nayarit, Jalisco, Mixtón y Guanajuato. Al oeste, el estado de Colima y el océano. Al sur, y al sudeste, más allá del límite de la Tierra Caliente, las naciones indómitas de la costa, tolimecas, cuitlatecas
tepuztecas (que Donald Brand emparienta con los siux de América del Norte). Al Este, en fin, el gigante mexicano enemigo de siempre, con el cual, dejando aparte algunas incursiones aventuradas, el Imperio puré observa una especie de paz armada, favorecida por la creación de naciones tapones: otomíes y matlatzincas al norte, chontales al sur. Estos límites no son coactivos. El Imperio de Zizispandaquare es entonces tan extenso como el de México Tenochtitlan, y por su unidad, indudablemente mucho más poderoso. El cazonci, el descendiente de los jefes de la tribu de los uacúsecha, aquel puñado de hombres semisalvajes que vagabundeaba por los bosques en busca de una tierra prometida, ha llegado a ser el monarca absoluto de un territorio que cuenta entonces cerca de cien mil kilómetros cuadrados, es decir, sensiblemente la superficie de un país como Portugal, y de una población compuesta de unos seiscientos Señoríos y pueblos vasallos, contando seguramente más de dos millones de súbditos. A las ciudades vasallas de los Señoríos del lago, a las poblaciones montañosas de Pichátaro, Cheran, Nahuatzan y Paracho, a los que la Relación llama los ocumiecha (gentes de Ocumicho), a los habitantes de la Tierra Caliente, a Huetamo, a La Huacana, a Tancítaro, hay que agregar los pueblos nuevamente sometidos, los náhuatl del oeste y del nordeste, los tecos de la frontera de Xacona, los matlatzincas y los otomíes de la región de Charo, los chontales de Alahuitztlán y de Apaxtlán (véase Gerhard, 1972, p. 154) y los pueblos del antigu antiguoo reino re ino de Colim Coli ma, de Tuxpan xpan,, de Tamazu amazula, la, de Zapotlán. Estos Estos pueblos son los que aseguran la guardia de las nuevas fronteras del Imperio de los purépechas, con tanto mayor celo del que en otro tiempo servía la alianza con Zizispandaquare para protegerlos de las agresiones mexicanas como en el caso del dominio otomí de Taymeo (véase Relaciones Relacione s eográficas de la Diócesis de Michoacán, Mi choacán, Guadalajara, 1958, p. 38). En cuanto a las antiguas tribus purépechas llegadas a las tierras de Michoacán cuando la primera ola de poblamiento, poblamiento, no pueden sino reconocer la supremacía supremacía de los recién reci én llegados, ll egados, los chichimecas de las facciones uacúsecha, eneani, uanacase, zacapu hireti y aparicha. Los chichimecas han adquirido por la fuerza y por el decreto de los dioses su rango de Señores; constituyen la aristocracia de Michoacán, y los hombres del lago no tienen otro recurso que el de la alianza por matrimonio. Reconocen el derecho divino del poder de los chichimecas: “Que nosotros en el principio fuimos conquistados de sus antepasados, y sus esclavos somos, los isleños” (261). Así han de humillarse los Señores de las islas ante los representantes del cazonci, con ocasión de las ceremonias. Los principales están sometidos al poder divino del cazonci, quien representa el triunfo del dios supremo sobre las otras potencias celestes o terrenales. “Por esto fuimos conquistados y esto es lo que prometimos en los tiempos pasados: las azadas y los escuadrones de guerra y que habíamos de llevar los relieves de Curicaueri” (257). La expresión que emplean para designar la facción de los uacúsecha es significativa: “los hermanos mayores”. Esto recuerda al pueblo itza, llegado también tardíamente al territorio de Yucatán, para crear el nuevo Imperio de Chichén Itza, y que los Libros del desi gnan an igualmente igualmente con el nombre nombre de “herm “ hermanos anos mayore mayores”. s”. Chilam Balam design
Los serranos
Entonces, ¿qué decir del poder central sobre las partes más lejanas de Michoacán, y particularment particularmentee sobre la Meseta tarasca, región donde se ha conservado más pura la cultura cultura indígena, por estar ésta más aislada? La Relación de Michoacán, Micho acán, crónica de la facción dominante de los chichimecas uacúsecha —los del linaje de eneani, zacapu hireti, y uanacase, y los aparicha apar icha que forman forman por entonces entonces las l as grandes famili familias as de la nobleza, los quenguariecha, u Hombres Valientes— se preocupa poco de los primeros habitantes de Michoacán, a quienes da el nombre despreciativo de “serranos”: éstos forman una cadena de tribus que han vivido durante muchos siglos en un estado de semihostilidad, y que se extiende desde el noroeste, en la montaña Uriguaran Pexo, cerca de Zacapu hasta las riberas del lago de Pátzcuaro, ocupando un itinerario sinuoso a través de las serranías de la Meseta, con puntos sobresalientes, en los Señoríos de Xacona, de Tingüindín, Paracho, Cheran, Sevina, Cumachen, Pichátaro, abriéndose alrededor del lago, con los Señoríos de Urichu, de Tariarán, de Uruapan, de Zirahuén, con otro eje en los Señoríos de los “isleños”, en las islas de Janitzio, de Xarácuaro, de Urandén. Este itinerario en espiral que se termina en las riberas del lago bien puede ser la huella del camino que siguieron los primeros moradores de Michoacán, cuando descendieron durante durante siglos desde el noroeste descon desco nocido. La conquista de los pueblos primitivos de la meseta tarasca por los guerreros del dios Curicaueri y de la diosa Xarátanga, seguramente fue una empresa de mucho tiempo, que comenzó con la investidura del rey Tariácuri, en los últimos años del siglo XVI. Se prolongó hasta la muerte de Zuangua, padre del último cazonci, cuando llegaron los españoles (y las viruelas) a México Tenochtitlan, en 1520 —es decir, duró más de dos siglos. Esta conquista reúne bajo el estandarte blanco de Curicaueri todas las poblaciones antiguas de Michoacán. Hasta entonces estas poblaciones habían vivido según el antiguo sistema de las confederaciones tribales característico de todo el territorio norteamericano, entre ellos los siux, los iroqueses, los apaches. El cambio va a llegar progresivamente, cuando estas poblaciones poblaci ones se encuent encuentren ren más más y más más ligadas li gadas al crecient creci entee poder de los l os reyes de Tzintz Tzintzun untz tzan, an, y por supuesto supuesto al desarrollo desarr ollo económico económico que logra esta unificaci unificación. ón. Es muy probable, probabl e, pues, que esta conquista que empezó con violencia —la aniquilación por Tariácuri de los Señoríos de Huiramangaro, de Tariarán, de Urichu, de Charahuén, significando a veces la destrucción total de las ciudades de Itzi Paramucu, de Pomeo, o de Curínguaro— haya continuado con una especie de atracción irresistible, facilitada por la reputación de invencibilidad del dios Curicaueri, y por los mismos augurios que, doscientos años después, abrirán las puertas de Michoacán al ejército de Cristóbal de Olid. Así, en el apogeo del emporio puré, durante el cazonci Zizispandaquare, el poder de los uacúsecha se extiende sobre la totalidad del territorio de los serranos. En muchos casos, la distancia que separa los centros de la Meseta de la capital del emporio es considerable. El Señorío de Xacona está aproximadamente a treinta leguas de Tzintzuntzan, es decir a unos seis días de viaje, por un camino difícil, intransitable en las temporadas de lluvias. Pero a pesar de las dificultades, el vínculo político y religioso es fuerte. En el vínculo religioso está la fuerza del cazonci. Cada Señorío, cada pueblo sometido provee al tesoro del rey los productos locales, materias primas u objetos fabricados que representan el tributo al dios Curicaueri. Como en el mundo azteca, el tributo de los vasallos al Señor suzerano es a la vez acto religioso e intercambio comercial. Cada región aporta lo que representa su riqueza propia,
cuya mayor parte está destinada al mantenimiento del ejército del cazonci y a los servidores de los templos: semillas, miel, presas de caza, curindas,[24] pero también también algodón para los ubones de los guerreros, navajas y puntas de flechas, hachas de cobre, esteras para las ceremonias, odres, adornos de plumas raras, y metales preciosos para el atavío de los sacerdotes y de los Hombres Valientes. Ante todo, este tributo es sagrado. Está destinado a aumentar el tesoro del dios Curicaueri en Tzintzuntzan y de la diosa Xarátanga en Cuyuacan (Ihuatzio). Los pueblos vasallos mandan a la capital todo el oro y la plata para los dioses —el “estiércol del Sol” y el “estiércol de la Luna”, como lo dice Hiripan en la Relación. [25] Este tesoro es propiedad sólo del dios Curicaueri, representado por el cazonci, que puede disponer de él a su gusto. Así el último rey Tangáxoan Tzinzicha podrá pagar un rescate cada vez más importante a los conquistadores españoles.[26] Aquel tributo sagrado es el que crea los verdaderos vínculos que atan a los serranos con su lejano monarca. Cada pueblo manda su contribución a la ciudad donde está el cacique nombrado o autorizado por el cazonci: Xiquilpan recibe el tributo de Patamban, Ocumicho, Yopen, Tzepines: maíz, frijol, chile, leña. Tingüindín (Chocándiran) recibe el tributo de Tacasquaro, Guascuaro, Oriterio, Cocombo (Tocumbo), Carijo, Zequicho, Queréndaro, Pamatácuaro, Guatzambo, Tsirio, tributo de semillas, de leña, de mantas finas, de pieles de venado, pero también de oro y plata, de cobre, de piedras preciosas, y como parte del tributo a Tzintzuntzan, proporciona hombres para las guerras contra los pueblos enemigos del norte: chichimecas, guachichiles, pames, guamares. Tarécuato recibe el tributo de las aldeas vecinas, y también tributa con hombres para las guerras contra Teocuitlatlán y Zacoalco (los nahuas de la frontera oeste). También está el lugar de entrada de la sal procedente del Señorío de Colima, sometido durante el cazonci Zizispandaquare. Peribán, gobernado por los Pereche,[27] recibe el tributo de doce súbditos (entre ellos Atapán, Charapán, Tocuro): tributo de maíz y chile, de cántaros, de conejos y de venados. Entonces Chilchota es el centro del valle que recibirá después de la Conquista española el nombre de “cañada”. El tributo llega de Tenaco, Anzitácuaro, Acuchuén, Orén (Urén), Sopoyo (Zopoco), Tatziguararo, Tocuro, Ichán, Cutzimducuaro, Carapa (Carapan), Guaristeo, Mascuaro, Charaquiro, Etucuaro (pueblo anteriormente aliado a Curínguaro). El tributo es de maíz, de chile, de leña. Parangaricutiro, bajo el mandato del cacique Uricua, recibe el tributo de Angahuán, Nuréndiro, Paricutín, Zirosto, Zipicho. Uruapan, donde el cazonci Tangáxoan Tzinzicha buscó refugio a la llegada de los españoles, es un centro importante para los intercambios con la Tierra Caliente. Recibe el tributo de Capacuaro, Jucutacato, Penguaro, Huitzicho, Zacándaro, pero también los productos raros de las tierras bajas: plumas plumas finas, finas, cacao, miel, iel , tabaco, cera, cinabrio, chalchihu chalchihuites, ites, pieles piel es de ocelote o de tigre, tigre, resina, resi na, frutas, frutas, grasas vegetales. vegetales. Los pueblos conquistados de origen náhuatl, como Xiquilpan, Tuxpan o Zapotlán; los cuitlatecas del sur; los mazahuas o los otomíes de Acámbaro, y los apaneca de Guayameo están obligados a un tributo de guerra: cautivos (hombres y mujeres), oro, plata, mantas finas azules, plumas blancas. Pero algunos pueblos fronterizos del nordeste, como los otomíes de Guayangareo, están exentos del tributo al cazonci, y “no lo servían de otra cosa, mas estar en frontera de los enemigos”. [28] Algunas provincias, por estar muy lejanas, seguirán en un estado de semi-independencia, o mejor dicho, de guerra obligada: el valle de Cuina, del que habla el padre Beaumont Beaumont[29] y la zona vecina de Guayameo, al Sur, que debían proveer mantenimientos
a los diez mil soldados del cazonci situados en los límites de los cuitlatecas de Cutzamala, aliados de México Tenochtitlan ( Relaciones Relacione s geográficas, geográf icas, p. 40). La razón de esta independencia era quizá ofrecer al cazonci sus cautivos para las grandes fiestas de guerra, Hanziuansquaro e Hiquandiro. Las colonias lejanas de la Tierra Caliente proveían un tributo valioso: Tancítaro (de thantzita, tributo); Taretan, Tepalcatepec, Tingambato (cuyo súbdito Tarimichundiro está mencionado en la Relación ), que fue una de las ciudades más importantes antes de Pátzcuaro. Apatzingán, antigua colonia nahua. Arteaga, Urichu, tributando con piedras preciosas precio sas para par a los bezotes bezotes (y cuyo cuyo súbdito, Angom Angomacut acutiro, iro, sign s ignifica ifica lugar lugar de bezot be zotes). es). Y sobre todo, los centros mineros: La Huacana (de Khuakhani, estar mojado de lluvia) y Sinagua, que proveían proveía n oro, plata y cobre. Todavía más lejanos, leja nos, los pueblos fronterizos fronterizos de Cu Cuzam zamala, ala, Asuchitlán, Coyuca, Pungarauato, a pesar de las incertidumbres de las guerras contra los cuitlatecas, tenían setenta súbditos y probablemente más de diez mil tributarios (hombres adultos). Tales son los pueblos serranos, que forman en aquella época la base del poder de los orgullosos uacúsechas. Estos serranos, a pesar de la comunidad de idiomas y de cultura con sus conquistadores, tienen dioses y ritos particulares. Los dioses son los Angamucuracha (guardias tutelares de las cuevas) al noroeste, cerca de Zacapu. El dios topo de Uruapan, o el dios comadreja de Apatzingán, la diosa Peuame (la parturienta) de Peribán. En muchas comunidades de la Meseta tarasca se nota la existencia de un cerro nombrado Tzintzunuata (cerro del colibrí) que prueba un antiguo culto a un dios colibrí, como lo hace suponer también el nombre de la capital de los purépechas, Tzintzuntzan (lugar del colibrí). En la ciudad de Tamazula, entonces bajo el mandato de un principal nahua nombrado por el cazonci (llamado Hacatl), la gente venera a los nueve cielos, “Hihuitl cocahuic, verde y amarillo”, y a la madre de los dioses, Ehuacueye (la que viste una falda de cuero). [30] En la frontera norteña, en Acámbaro, los chichimecas pames practican el culto al Sol y al fuego, y más al oeste existe un culto a un dios venado, que demuestra la leyenda del dios Cupanzieeri transformado en un venado.[31] El mismo nombre del pueblo Mazamitla parece evocar el mito del mazamitli, el venado-pum venado-puma de las leyendas leyendas azt a ztecas. ecas. A pesar de la diversidad de los cultos, es el reconocimiento del dios Curicaueri como “águila mayor” que construye la unidad del emporio de los purépechas, y le da su fuerza. Este lazo invisible, a veces inmaterial —muchos de los pueblos serranos están tan lejos del centro cultural, y tan dispersos que esta unidad religiosa sería imposible sin fe— es todavía más fuerte por ser espiritual. En todas las comunidades purépechas de la meseta arde sin cesar el fuego de las hogueras sagradas, en los templos o en las Casas de los Papas. Sin interrupción suben los olores, el tabaco y la hiel, el incienso, el humo de las mantas o de los corazones de los animales quemados para el gozo del dios supremo, y para unir las oraciones a los dioses Tiripemencha, dioses de los cuatro rincones del mundo, a la madre Cuerauáperi, al dios del mundo de abajo. Tomando su asiento sobre la base muy reducida del centro de los uacúsechas, en Tzintzuntzan, Ihuatzio y Pátzcuaro, el emporio encuentra toda su fuerza en el equilibrio de las poblaciones de los serranos, quienes ofrecen a su dios Curicaueri “los cinchos y las hachas” para la leña de los templos y “las hazadas y los escuadrones de la guerra” para aumentar su tesoro en la Tierra. Todas estas fuerzas entonces están unidas en una tensión mística de todos los “Servidores” [32] dirigida a la realización del poder del dios Curicaueri,
el que fue engendrado “en lo más alto”, y a la sumisión a su único representante en la Tierra, el cazonci.
El cazonci Fue en tiempos de Zizispandaquare cuando se realizó sin duda el verdadero paso del Estado feudal, dividido en Señoríos múltiples, al Estado monárquico de cazonci. Quizá haya que ver en este cambio la influencia creciente del vecino mexicano, marcado él también por el advenimiento de un poder central absoluto, en tiempos del rey Axayácatl. Lo significativo es el cambio del punto de vista en la Relación de Michoacán. M ichoacán. Este libro, crónica de la fracción de los chichimecas uacúsecha, escrito o dictado por un alto dignatario del último rey Tangáxoan Tzinzicha, con la participación de don Pedro Cuinierangari, subraya curiosamente este paso de la era feudal a la era monárquica. A partir de la muerte de Tariácuri, excepción hecha de la larga enumeración de las ciudades y pueblos conquistados por los tres “Señores leñadores”, leñador es”, la historia deja de ser la de un unaa tribu chichimeca chichimeca vagando vagando por montes ontes y por valles, valle s, hábil para la gu guerra erra como como para la caza, transportando transportando con ella sus dioses de piedra y de fuego, en busca de una tierra sagrada en la cual construir sus altares. De hecho, es también la Biblia la que la Relación de Michoacán Mich oacán nos recuerda: después del Génesis y el Éxodo viene el tiempo de los reyes. La historia deja entonces de ser el relato de este vagabundo para convertirse en estática, no interesándose ya más que en trazar el retrato del cazonci, de su s u corte, de sus costum costumbres y del ritual complica complicado do que lo rodea. ro dea. La vida del Imperio purépecha en tiempo del cazonci, como para el pueblo de México Tenochtitlan, se desarrolla por entero en torno del palacio del rey, de los templos y de la capital, Tzintzuntzan. Los antiguos dominios independientes del lago y de la orilla oeste, como los Señoríos de Zirahuén, de Xenguaro, de Tariarán, de Naranjan, y de los reinos autónomos como el de Tepehuacán en Tingüindín (véase Gerhard, 1972) o los Estados otomíes en Taximaroa y matlatzincas en Charo, han cedido su lugar a una especie de colonias bajo el mando de caciques designados directamente por el cazonci. Algunos de estos caciques están considerados entonces abusivamente como los verdaderos fundadores de los pueblos de los cuales no eran en realidad sino los primeros administradores coloniales. [33] A pesar del abuso de fuerza es cosa segura que el poder central del cazonci no modificó las culturas antiguas, ya fuesen purépecha o de origen náhuatl. Por el contrario, puede imaginarse que la influencia se ejerce más bien de las ciudades vasallas hacia la capital. Como para los aztecas, el reino del monarca absoluto estaba sometido a los usos antiguos de los Señores, y la religión de Curicaueri y de la diosa Xarátanga tuvo que adaptarse a los ritos indígenas. Este intercambio entre la cultura lacustre y la cultura chichimeca estaba por lo demás facilitado por la comunidad de lengua, que creaba ya el sentido de la nación; al contrario del Imperio mexicano, que tuvo que imponer su lengua y sus costumbres a unos pueblos de origen muy diverso. divers o. Si en México Tenochtitlan se sintió el advenimiento de la monarquía absoluta como una
tiranía, en Michoacán la marcha hacia la unidad fue natural, y por decirlo así inevitable. Tariácuri y su facción guerrera fueron la ocasión de esta unidad, no su causa. Así, en la edad clásica del Imperio purépecha, el cazonci reina sobre un pueblo homogén omogéneo, eo, como el dios supremo supremo Curicaueri rein rei na sobre sobr e la asamblea de los dioses vasallos. vasall os. El cazonci es, pues, el soberano de los Señores de las principales ciudades ciudades vasallas, bajo las cuales, a su vez, están los pueblos conquistados. La estructura política del Imperio es a imagen de la de los dioses. En la cumbre, los uacúsecha, las “águilas”-Curicaueri, reinan sobre los dioses mayores y son símbolo de la grandeza del pueblo elegido. En fin, los gavilanes, las águilas más pequeñas, los dioses menores, que simbolizan a los Señores vasallos, dioses tutelares de los isleños o de los serranos Caro Onchanga, Nuriti, Xarenaue, los angamucuracha de los de Naranjan, los uirambanecha de Tierra Caliente, o también Sirunda Arhan, el mensajero teñido de negro del dios Querenda Angapeti, o Taras Upeme, el lisiado, arrojado sobre la Tierra por los demás demás dioses. Como la mayoría de las divinidades de la América india, los dioses de los purépechas no son diferentes de los habitantes de la Tierra. Dan a los hombres la representación de una sociedad jerarquizada, y en la que reinan la violencia y la injusticia. Si los hombres se enfrentan y mueren es para satisfacer sus apetitos. La supervivencia de las creencias antiguas entre los indios tarascos de hoy muestran lo que podía ser esta relación entre los hombres y los dioses; di oses; los “santos” “santos” están es tán alimentados alimentados y vestidos y son llevados a cuestas por los l os hombres, hombres, y mezclados en la mayoría de las actividades de la vida cotidiana. Los cargos y las dignidades de los sacerdotes del culto simbolizan la vida de los seres sobrenaturales que han engendrado a los lo s hombres. hombres. Así, esta sociedad unida por los dioses lo está todavía más por la monarquía. El cazonci es un rey de esencia divina, el representante del dios Curicaueri sobre la Tierra. La naturaleza divina del mando está vinculada a la cultura chichimeca. Cuando Tariácuri se entera de la traición de su mujer, trata ante todo de hacer penitencia, porque, dice, “esta afrenta no se ha hecho a mí, sino a Curicaueri” (92). Las mujeres del cazonci son las “esposas de Curicaueri” y el botín ganado en las conquistas es el tesoro del dios, que sólo a él pertenece. Sin embargo, este monarca absoluto no es un tirano. Sabe ser un rey ilustrado, un verdadero sabio. Las decisiones que debe tomar se someten al Consejo de los Ancianos: los “ancianos” de su corte. Esta estructura sobrevive todavía hoy en la mayoría de los pueblos tarascos tradicionales: es la asamblea de los tarhépiti (ancianos) de Tarécuato o Chilchota, los achas (acha, señor), o achacha de Cheran, de Purenchécuaro, los huramituch de Ihuatzio. El gobierno del cazonci es incluso, en cierta medida, un gobierno democrático. El monarca de los purépechas, en el curso de consultas, encuentra en efecto a los representantes de las diferentes corporaciones del pueblo, los uri (canteros), uarucha (pescadores), uzquarecucha (plumajeros), cuzucha (curtidores), quanicochea (cazadores), quanicoquaucha (fabricantes de arcos), caracha (pintores), tecacha (carpinteros), piragua uandari (hiladores y tejedores). Cada delegado es igualmente un uandari, un intérprete, que habla en nombre de los suyos. El dibujo de la página 222 (folio 5) de la Relación de Michoacán Michoac án presenta un resu res umen simbólico del poder político de los purépechas en la era clásica del cazonci, que permite comprender mejor la diferencia que separa este reino de la teocracia de México Tenochtitlan.
Como el rey azteca, como el Inca del Perú, el cazonci está en el centro de su pueblo, es la piedra clave del edificio del poder. Desaparecido Desapar ecido él, el Imperio Imperio entero entero se desploma. Pero Per o al contrario de las demás tiranías de la América indígena, la proximidad del monarca y de su pueblo es lo que permite permite la unidad unidad de la l a nación, nación, y su participación en la fe fe relig reli giosa. Monarca de orden divino, representante del dios Curicaueri sobre la Tierra, el cazonci es e s temido y su autoridad no puede ser puesta en duda. Pero es también un jefe amado de su pueblo, respetado de sus vasallos vas allos,, hasta el pu p unto nto de que much muchoo tiempo tiempo después des pués de apoderars apode rarsee del poder los conquistadores españoles, nos dice la Relación, “ todavía tenían reconocimiento los Señores de los pueblos que era su Señor, y le servían secretamente” (339). El cazonci es sobre todo un jefe de guerra, el descendiente de los reyes chichimecas que guiaba a su pueblo a través de las tierras desconocidas. En torno suyo, con ocasión de las ceremonias se reunían los acaechas, los Señores de las ciudades vasallas, los capitanes de guerra, los caracha capacha, caciques de los pueblos de provincia, los ocambecha, recaudadores. Los Señores son, por lo general, unos nobles de los linajes dominantes, pero pueden ser en ocasiones ocasi ones un unos os extranjeros, extranjeros, como como en las fronteras fronteras del Este, en Taymeo, aymeo, en Acámbaro. Sus súbditos están entonces exentos del tributo a condición de que defiendan las fronteras. Pero cualquiera que sea su origen, el Señor recibía su poder del cazonci, que le daba “el permiso de gobernar su pueblo” ( Relaciones Relacione s geográficas geográf icas de la Diócesis de ichoacán, 1958, p. 95). Pero sobre los que se apoya el poder del monarca purépecha, que forman en cierto modo su guardia y su cuerpo de élite, son los quenguariechas, los “hombres valientes, que eran como sus caballeros” (229). Forman el ejército del cazonci, y sus miembros parecen haber sido elegidos exclusivamente en la fracción de los uacúsechas, y por lo tanto emparentados con la familia del monarca. Esta estructura jerárquica fundada sobre el celo religioso y el valor guerrero de los quenguariechas es la que hace del cazonci uno de los reyes más poderosos de la América indígena. Es igual a un dios, el símbolo terreno de la autoridad de Curicaueri sobre el mundo entero. En la era clásica en tiempos de Zizispandaquare, el cazonci es bien distinto de los Señores leñadores o de Tariácuri, tan modestos en su exterior. Es entonces un monarca cuyo esplendor y munificencia recuerdan más bien la afición al ornato de los orgullosos príncipes mexicanos: “Poníase una guirnalda de cuero de tigre en la cabeza y un carcaj de cuero de tigre con sus flechas o de otros animales de colores, y un cuero de cuatro dedos en la muñeca, y unas manillas de cuero de venado con el pelo, y unas uñas de venado en las piernas, que eran insignias de Señor” (228). Si la leyenda de los “cacles de oro” (las sandalias de oro) del cazonci ha hecho perderse en imaginaciones a la mayoría de los cronistas españoles, de La Rea a Escobar, el primer encuentro de los conquistadores con el rey puré, tal como lo describe Beaumont, es el del mundo occidental con el esplendor de un jefe de guerra bárbaro: “Iba muy galán y majestuoso llevando su arco en la mano, engastábase en él muchas esmeraldas, y a las espaldas una aljaba de oro cuajada de pedrería que con los rayos del sol, el arco y aljaba relumbraban mucho” (Beaumont, 1932, tomo II, p. 12). El cazonci reina sobre una corte innumerable de sacerdotes, de dignatarios, de guerreros, de servidores. Las mujeres son legión en su casa, símbolos de su gloria y de su poder. Disponen para cada uno de sus servicios de una mujer especializada, para guardar sus joyas, sus ropas de guerra, sus plumajes, para recoger su sal, para darle de comer y servirlo, para
vigilar a sus esclavos, para ocuparse de sus sandalias, para tejer sus telas finas (las sikuapu uri, las “arañas”), y para preparar sus atoles de maíz y sus salsas de chile. Algunas mujeres lo rodean como las sacerdotisas de un culto divino: “Había dentro de su casa muchas señoras, hijas de principales, en un encerramiento, que no salían sino las fiestas a bailar con el cazonci. Ellas hacían las ofrendas de mantas y pan para su dios Curicaueri. Decían que eran aquellas mujeres de Curicaueri” (234). Pero, de hecho, es el pueblo purépecha entero el que está al servicio del cazonci, desde el campesino más pobre hasta el guerrero más grande, perteneciente a la orden de los quenguariecha. Como el cargo del Señor supremo, todas las dignidades pasan por herencia de padre a hijo, y es el propio cazonci, asistido por su Consejo, quien elige entre los hijos al sucesor de un noble o de un sacerdote. Médicos, artesanos, pintores, armeros, todos son lo que son por la voluntad del cazonci y dependen totalmente de él. El carácter divino de esta erarquía es lo que constituye su fuerza, lo que une así al pueblo con su amo terreno. Ninguna nación ha estado hasta tal punto vinculada a su destino, viviendo así en la sumisión al orden sobrenatural. En la primera fila de los dignatarios del cazonci estaba el sumo sacerdote petamu petamuti (del purépecha purépecha petamoni, hablar, pronunciar; véase Maurice Swadesh, Elementos del tarasco antiguo, México, 1969), que es a la vez el gran ordenador de las ceremonias religiosas y el historiador encargado de contar al pueblo el origen del Imperio purépecha. El petamu petamuti, el dignatario dignatario más important importantee después des pués del cazonci, estaba asistido por un ejército de sacerdotes llamados curitiecha (los papas de la Relación de Michoacán Michoac án), “que eran como predicadores predic adores y hacían las l as ceremonias, ceremonias, y tenían tenían todos sus calabazas a las espaldas, espalda s, y decían que ellos tenían tenían a sus cuestas toda la gen gente” te” (232). Los que desobedecían desobed ecían al cazonci eran castigados por su justicia de acuerdo con un código severo, que variaba según la calidad del culpable y el número de veces que había cometido su delito. Los castigos iban de la prisión y del destierro a la muerte. Pero las mutilaciones eran frecuentes: manos mutiladas, ojos saltados, orejas cortadas, bocas cortadas. [34] Los delitos mayores eran el adulterio, la impiedad y la embriaguez. Los malhechores eran castigados durante las grandes fiestas de justicia, Cuyngo y la fiesta de las flechas Equata Consquaro, y era en el curso de esta ceremonia cuando el petamuti contaba ante el pueblo purépecha su historia, tal como nos la refiere la Relación de Michoacán. Michoac án. Así, cada instante de la vida del indio michoacano estaba vinculada a las fuerzas divinas, y particularmente a aquel “que está en lugar lugar de Curicaueri” Curicaueri” (244). La muerte del cazonci es un momento aterrador, porque los hombres quedan entonces separados del cielo, privados de su relación con los dioses. Las hogueras sagradas están apagadas, y el humo y los perfumes han dejado de subir para llevar a los dioses las oraciones de los hombres. La morada del cazonci está ent e ntonces onces “desamparada” y “oscura como niebla, o nublada” (282). El cazonci difunto se lleva consigo en la muerte a siete de sus mujeres, con el fin de vigilar sus bienes y de servirle de comer y de beber, así como a todos los “que le habían de servir en el otro mundo” (Beaumont, II, p. 56): joyeros, fabricantes de arcos y de flechas, plumajeros, carpinteros, un zapatero, un marinero, un barrendero que tenía que limpiar el camino delante de él, un hostalero, unos bailarines y unos músicos y un narrador para divertirlo, divertirl o, y hasta hasta algu al gunnos de los médicos “que le habían cuidado y no habían habían podido curarlo” (221). Y la adhesión de los servidores era tan grande, agrega la Relación, que “otros querían
marchar con él, y era preciso impedírselos” (221).
Las fiestas de la guerra Con ocasión de las fiestas religiosas y guerreras es cuando aparece el fervor del reino del cazonci. Estas fiestas, la fiesta de Cuyngo, de Hiquandiro, y sobre todo la fiesta de Hanziuansquaro, se cuentan entre las más violentas y las más extraordinarias que haya conocido la América indígena. Son los instantes que unen al pueblo purépecha con su pasado fabuloso, con los tiempos de los nómadas chichimecas. Las fiestas michoacanas de la guerra recuerdan el rito famoso de la “Guerra Florida” de los aztecas. Pero el rito de los purépechas está de tal manera elaborado y es de tal manera fuerte que se podría pensar aquí en una influencia de la civilización de Michoacán sobre la del Anáhuac. De hecho, se trata sin duda de un rasgo de cultura común, que atestigua la realidad de una civilización “chichimeca” nómada, anterior a los grandes Imperios sedentarios de la América Media, y quizá venida de Norteamérica Norteamérica.. La primera de estas fiestas guerreras esta vinculada vinculada al culto del de l fuego fuego nuevo, difundido en toda la América Central y asociado a los fines de ciclos (la salida “helíaca” del planeta Venu enus); s); se piensa aquí en el Tup Kaak de los mayas yucatecos (la extinción de los fuegos), o en el Toxiuh Molpilia de los aztecas (nuestros años se atan). Con ocasión de la fiesta de Hanziuansquaro (quizá derivada del verbo uantsikuarhani, girar), parece que el ceremonial celebre un cambio simbólico: [35] se lleva en primer lugar leña a las piras de los templos, y bolitas de perfume. “Y iban los sacerdotes que llevaban los dioses a cuestas, y tocaban sus cornetas en los cues altos, y a la media noche miraban una estrella del cielo, y hacían un gran fuego en aquellas Casas de los Papas” (237). Entonces el sacerdote llamado Hiripati (Mauricio Swadesh propone la raíz hiri, esconder, recubrir) se dirige al fuego y a la estrella del cielo recitando una oración que la Relación de Michoacán Michoac án nos ha trasmitido en toda su extraña belleza: “Tú, dios del fuego, que apareciste en medio de las casas de los papas, quizá quizá no tiene virtud esta leña que habemos habemos traído para los cues, y estos olores que teníamos aquí para darte, recíbelos tú que te nombran primeramente mañana de oro, y a ti Urendequauecara, rendequauecara, dios dio s del lucero, y a ti que tienes tienes la l a cara car a berm ber meja, mira que con grita grita trujo la gente esta leña para ti” (237-238). Después, el sacerdote recordaba el nombre de todos sus enemigos, “empezando desde México”, a fin de que los dioses faciliten su derrota y que sean numerosos los cautivos, y terminaba con esta oración: “¡Oh dioses del quinto cielo, cómo no nos oiréis de donde estáis! ¡Porque vosotros sois solos reyes y Señores y vosotros solos limpiáis las lágrimas de los pobres!” (238). Esta oración se repetía vueltos hacia las cuatro partes del mundo y después des pués “echaban todas aquellas pelotillas pelotill as de olores en los fogones fogones que ardían delante de los cues. Y este día que este sacerdote, llamado Hiripati, hacía estas oraciones, a la misma hora las hacían en toda la Provincia los otros sacerdotes de este oficio llamados Hiripacha” (238).[36] El humo de las piras y del incienso duraba dos noches, y al término de esta borrachera de fuego y de perfumes comenzaba el ceremonial cruel de la guerra ritual. Entonces el cazonci, revestido de todas sus insignias de Señor, reunía a todos los
guerreros de la provincia y lanzaba los escuadrones de “hombres valientes” hacia todas las fronteras con el fin de combatir a los enemigos del reino. Los guerreros debían volver con un gran número de cautivos que se encerraban en un lugar llamado Curuzequare, donde aguardaban, bajo la vigilancia de los sacerdotes hopitiecha, el día en que serían sacrificados en los altares de los dioses. Entonces, cuando llegaba el día de la fiesta Hanziuansquaro, como para la fiesta de Hiquandiro, Hiquandiro, todos los l os hombres hombres libres libr es del de l Imperio Imperio marchaban a la guerra, bajo baj o el mando de los quenguariecha, los “hombres valientes”, a los cuales se juntaban los escuadrones de las naciones vasallas del cazonci, otomíes, matlatzincas, chichimecas, uetamaecha (de Huetamos), ocumieche (de Ocumichu), chontales, náhuatl de Tuspa, de Tamazula, de Zapotlán. En medio de los hombres estaban los dioses llevados por los sacerdotes y cada escuadrón marchaba bajo el e l estan es tandarte darte de plum pl umas as de su dios protector pr otector.. Cada Señor había revestido las insignias insignias de su clase, sus joyas, sus plumas, para desfilar con sus guerreros. “Y hacían un camino real muy ancho para la gente y señores que iban de Mechuacan (Tzintzuntzan)… y componíase el capitán general de cazonci: poníase en la cabeza un gran plumaje de plumas verdes y una rodela muy grande de plata a las espaldas y su carcaj de cuero de tigre y unas orejas de oro, y unos brazaletes de oro y su jubón de algodón encarnado, y un mástil arpado de cuero por los lomos y cascabeles de oro por las piernas, y un cuero de tigre en la muñeca, de cuatro dedos de ancho, y tomaba su arco en la mano” (242). Entonces, invocaba ante los guerreros a los primeros Señores, “del apellido de Eneani, y Zacapu Hireti, y Uanacase”, los linajes de los primeros jefes chichimecas. Los exhortaba a combatir valerosamente a los enemigos, y unirse con los propios dioses en aquella guerra: “Aquí, pues, han de venir los dioses del cielo, donde está la traza del pueblo que habemos de conquistar” conqu istar” (243). ( 243). La guerra ritual expresa la voluntad más antigua del mundo, la orden dada por los dioses desde los primeros días de la creación: “Esto es lo que le dijeron a nuestro dios Curicaueri cuando lo engendraron, que vayan con sus capitanías en orden de día, y que vaya en medio nuestra diosa Xarátanga, y los dioses primogénitos, que vayan a la mano derecha, y los dioses llamados Uirambanecha que vayan en la mano izquierda. Y todos irán de día donde les es señalado señala do a cada ca da un uno, o, donde tiene tiene la gen gente te de sus pueblos” (244). (24 4). La guerra sagrada es la ocasión para los guerreros purépechas de ascender a la única nobleza, la de los quenguariecha, los “hombres valientes”, y de recibir las insignias deseadas: el bezote de turquesa, las orejeras de oro, la guirnalda de piel de venado y el collar de huesos de pescados del mar. Cuando llega el momento de lanzar el asalto contra la ciudad enemiga, son los dioses quienes reparten los guerreros y les señalan su puesto: a la cabeza, los quengu quen guariec ariecha ha de la fracción de los l os uacúsecha, con las efigies efigies de Curicaueri y de Xarátanga, Xarátanga, y después el cuerpo del ejército que acompaña al dios Pungarancha, que era “de los corredores” (195). Los combates se entablan en esta especie de furor místico, combatiendo juntos hombres y dioses, por las armas y por la magia, hasta la victoria. Los dioses están entonces hambrientos, y no sienten compasión; se alimentan de la carne y de la sangre de los combatientes, y devoran a veces la vida de quienes luchan por ellos: “Si acontecía morir algunos Señores en la guerra, estaba muy triste el cazonci y decía: ‘Por esto mataron los dioses de los nuestros, por probarnos como mantenimientos’ ” (250).
En cuanto a los pueblos vencidos, entraban en ellos a saco y los destruían, y conducían a los cautivos a Tzintzuntzan para ser allí sacrificados solemnemente en los altares de Curicaueri y de Xarátanga. Heredero del poder mágico concedido en sueños por Curicaueri y Xarátanga, el cazonci es verdaderamente un rey de derecho divino. No puede reinar sino con la conformidad de los dioses del cielo, de la tierra y del infierno, y nadie puede destituirlo, ni aun en la locura o en el error. El cazonci es también el primer guerrero al servicio de los dioses, el que suministra la leña de los templos y la sangre de las víctimas. En el momento de su entronización, el cazonci debe reforzar este vínculo con los dioses di oses omnipot omnipotent entes, es, y ésta es la razón r azón de la l a guerra guerra sagrada. Reúne a los Señores de su linaje de los uacúsecha y los manda a combatir a las fronteras, y él mismo se separa del resto de su ejército, con el fin de lanzar asaltos contra los chichimecas de la región de Cuinao (sin duda no lejos de la actual ciudad de La Barca en el río Lerma, al oeste del Imperio), [37] renovando así el historial guerrero de sus antepasados nómadas. Así, cada hombre en el Imperio de los purépechas, desde el simple guerrero hasta el cazonci, está consagrado a los dioses por la guerra ritual. Esta voluntad sagrada es la que da su fuerza al Imperio, porque las conquistas no se hacen con el fin de acrecentar el poder de un rey, sino en el solo beneficio de los dioses. Al compartir el poder divino, los purépechas alcanzan la grandeza del cielo, su fuerza sobrenatural. Para los aztecas de México Tenochtitlan, la expansión colonial es una necesidad, pues el rey no puede dominar tantos pueblos diferentes sino por el terror. En la capital azteca, detestada por las ciudades vasallas, reinan un lujo y una abundancia que sólo pueden compararse con el empobrecimiento de las provincias conquistadas. El reino de los purépechas, purépechas, por el contrari contrario, o, parece el de un unaa potencia potencia interior interiorizada, izada, dominada dominada por un unaa religiosidad casi puritana. Hay en él pocos monumentos grandiosos, y en el palacio de los Señores y en las Casas de los Sumos Sacerdotes, los conquistadores españoles cuyo apetito había sido despertado por el saqueo de México, no encontraron más que un poco de oro y de oyas, en lugar de los tesoros fabulosos que esperaban. Cuando el cazonci decide acudir a la corte de Hernán Cortés, va descalzo y cubierto de vestidos ordinarios, quizá menos para engañar a los conquistadores españoles, que en señal de sumisión a los nuevos dioses, y en recuerdo de los primeros “Señores leñadores” que recorrían las ciudades enemigas mendigando su alimento. Porque los dioses son los únicos amos de la Tierra y de sus riquezas, los únicos amos del destino. El poder que dan a los hombres, se lo pueden retirar a cada momento.
La caída de los dioses Durante el reinado de Zuangua (nacido hacia 1470), hijo de Zizispandaquare, llega a Michoacán el primer rumor del arribo de unos extranjeros misteriosos sobre la Tierra. Los augurios, los sueños aterradores, que parecen anunciar una catástrofe próxima, la caída de los
dioses de los purépechas, se multiplican. Es primero una joven esclava de Uiquixo, Señor de Ucareo (ciudad fronteriza del este del reino), arrebatada en los aires por un águila fabulosa, mensajera de la diosa Cuerauáperi, hasta una alta montaña llamada Xanoato Hucatzio (cercana al lago de Pátzcuaro), donde asiste a la última asamblea de los dioses. “Y vio aquella mujer que estaban asentados todos los dioses de la Provincia, todos entizanados. Unos tenían guirnaldas de hilos de colores en la cabeza, otros estaban tocados, otros tenían guirnaldas de trébol (el nurite de los tarascos de la meseta), otros tenían unas entradas en las molleras, y otras de muchas maneras. Y tenían consigo muchas maneras de vino tinto e blanco de maguey y de ciruelas y de miel, y llevaban todos sus presentes y muchas maneras de frutas a otro dios llamado Curita Caheri, que era mensajero de los dioses, y llamábanle todos abuelo. Y parecíale aquella mujer que estaban todos en una casa muy grande. Y díjole aquel águila: Asiéntate aquí y de aquí oirás lo que se dijere. Y era salido el Sol y aquel dios Curita Caheri se lavaba la cabeza con jabón y no tenía el trenzado que solía tener. Tenía una guirnalda de colores en la cabeza y unas orejeras de palo en las orejas, y unas tenazuelas pequeñas al cuello, y una manta delgada cubierta. Y vino su hermano llamado Tiripeme Quarencha con él, estaban todos muy hermosos, y saludáronle todos los otros dioses y decíanles: Señores, seáis bienvenidos” (289-290). Entonces, los dos hermanos divinos anuncian el mensaje de muerte que han recibido de la diosa madre Cuerauáperi: “¡Acercaos acá, dioses de la mano izquierda y de la mano derecha! El pobre de mi hermano dice lo que yo diré: Él fue a Oriente, do está la madre Cuerauáperi, y estuvo algunos días con la diosa Cuerauáperi, y estaba allí Curicaueri, nuestro nieto, y Xarátanga, y Urendequauecara, y Querenda, Angapeti. Todos estaban allá los dioses y probaron de contradecir los pobres a la madre Cuerauáperi, y no fueron creídos los que querían hablar, y fueron rechazadas sus palabras, palabr as, y no les quisieron recibir recib ir lo que querían decir. Y son criados criado s otros hombres, hombres, nuevamente, y otra vez de nuevo han de venir a las tierras” (290-291). Este destino es ya inevitable: hombres hombres y dioses deben de ben desaparecer desaparec er ante esta nueva nueva creación, cr eación, como como cuando, cuando, por la cuarta vez después de diluvio, fueron los hombres fabricados por los dioses con ocho bolas de ceniza mezclada con la sangre de Curita Caheri. [38] Pero esta vez parece que la destrucción ha de ser se r definitiva. “Esto teníamos teníamos concertado todos los dioses antes antes que viniese vi niese la luz. luz. Y ahora ahora no sabemos qué palabras son éstas. Los dioses probaron de contradecir esta mutación y en ninguna manera les consintieron hablar. ¡Sea así como quieren los dioses! Vosotros los dioses primogénitos primogénitos y de la l a mano mano izqu i zquierda ierda,, íos í os todos a vuestras vuestras casas. No traigáis con vosotros ese vino que traéis, quebrad todos estos cántaros, que ya no no será ser á de aquí adelan adela nte como como hasta aquí, cuando estábamos muy prósperos. Quebrad por todas las partes las tinajas de vino, dejad los sacrificios de hombres y no traigáis más con vosotros ofrendas, que de aquí adelante no ha de ser así. No han de sonar más atabales, rajadlos todos. No han de parecer más cues ni fogones, ni se levantarán más humos, todo ha de quedar desierto porque ya vienen otros hombres a la Tierra, que de todo en todo han de ir por los fines de la Tierra, a la mano derecha y a la mano izquierda y de todo en todo irán hasta la ribera del mar, y pasarán adelante, y el cantar sea todo uno y que no habrá muchos cantares como teníamos, mas uno solo por todos los términos de la tierra” (291). Otro presagio funesto vino a turbar la paz del Imperio puré: el sueño de un pescador de
Tierra Caliente arrebatado por un caimán fabuloso, que anuncia él también su mensaje de muerte: “Ve a la ciudad de Mechuacan (Tzintzuntzan), y di al rey que nos tiene a todos en cargo, que se llama Zuangua, que ya se ha dado la sentencia, que ya son hombres, y ya son engendrados eng endrados los que han han de morar morar en la tierra tierr a por todos los términos” términos” (292). Así, aun antes antes de la llegada de los conquistadores extranjeros, los dioses han sellado el incomprensible destino. Este reino, uno de los más poderosos y de los más armoniosos de la América india, consagrado por entero a las fuerzas sobrenaturales que lo han engendrado, no puede sobrevivir a la caída de sus dioses. En esta sociedad religiosa y jerarquizada únicamente cuentan los representantes de Curicaueri y de Xarátanga sobre la Tierra. Pero esta fe que ha constituido la fuerza de los hombres en los primeros tiempos de la Conquista, cuando los dos hermanos chichimecas Uápeani y Pauácume vagabundeaban con sus guerreros en busca de una tierra prometida, y de un establecimiento para sus dioses, aquella fe que animaba a Tariácuri y a sus sobrinos cuando conquistaban, pueblo tras pueblo, el dominio de su amo Curicaueri, esta misma fe fe es la que ahora los paraliza paral iza en el temor temor su s upersticioso perstici oso de los presagios, y los condena condena a la destrucción. destrucción. Castigado en su obra viva, sus templos destruidos, sus ídolos derribados y destruidos, y sobre todo la única encarnación de su dios Curicaueri, el cazonci Tangáxoan Tzinzicha destronado y reducido a la esclavitud por el español Nuño de Guzmán, el reino de los purépechas purépechas no sabe s abe resistir. resi stir. Parali Pa ralizados zados por un terror sagrado, los hombres hombres de aquel pueblo belicoso belic oso no piensan siquiera en combatir: combatir: “¿De “¿De dónde podían venir sino del cielo, ciel o, los que vienen?, dice el cazonci a los Señores, que el cielo se junta con el mar, y de allí han de salir, pues aquellos venados [los [l os caballos] caball os] que dicen que traen, ¿qué ¿qué son s on éstos?” (300). La leyen l eyenda da de aquellos “teules” indestructibles se incorpora a los mitos antiguos de los purépechas, el de los “animales que hablan” y el del dios Cupanzieeri convertido en venado. [39] Para recibir a aquellos nuevos dioses que llegan, los indios les envían unas ofrendas siguiendo un ritual que Francisco Cervantes de Salazar refiere sin comprenderlo: “Mandaron descargar por partes iguales en los cuatro ángulos del patio toda la ropa que traían. Había en cada parte veinte cargas de ropa r opa de la muy muy estimada estimada y veinte asientos de madera, madera, por maravilla bien labrados, labra dos, y cinco cargas de calzado que ellos usan de muy lindo cuero de venado, de blanco, amarillo, y colorado…” (Crónica de la Nueva España, tomo II, p. 269). Como a los dioses, el cazonci envía pieles de los colores de las cuatro partes del mundo, y en el centro del patio, para el dios principal Cortés, hace depositar oro. Pero los indios comprenden pronto que aquellos “dioses del cielo”, mensajeros aterradores del otro mundo, no vienen a traer la respuesta a sus oraciones y a sus ofrendas, sino a cumplir la palabra funesta de los oráculos. Así lo habían anunciado los Tiripemencha, los hermanos de Curicaueri, a una anciana portadora de agua: “Ve al Señor llamado Ticátame, que está en Cuyuacan (Ihuatzio), el que oye en Cuyuacan las tortugas y atabales y huesos de caimanes. No son sabios los Señores de Cuyuacan ni se acuerdan de traer leña para los cues, ya no tienen cabezas consigo, que a todos los han de conquistar, que se han enojado los dioses engendradores” eng endradores” (301). La noticia de la destrucción del Imperio enemigo de México Tenochtitlan, lejos de aliviar al cazonci, lo inquieta todavía más. “¿Quiénes sois?”, pregunta a Montaño, el primer español que penetra en su territorio. [40] “¿De dónde venís? ¿Qué buscáis? Que tales hombres como
vosotros ni los hemos oído ni visto hasta ahora. ¿Para qué venís de tan lejos? ¿Por ventura en la tierra donde nacisteis no tenéis de comer y beber, sin que vengáis a ver y conocer gentes extrañas? ¿Qué os hicieron los mexicanos, que estando en su ciudad, los destruisteis?” (Francisco Cervant Cer vantes es de Salazar, Crónica de la Nueva España, tomo II, p. 261). Las preguntas angustiosas del pueblo purépecha recibirán pronto su respuesta. Inmóviles y sin fuerzas, los hombres contemplan a aquellos nuevos dioses que llegan. Los dioses antiguos, Xarátanga, Curicaueri, la madre Cuerauáperi, Urendequauecara, los guardianes de las grutas de las montañas, los espíritus de las fuentes y de los lagos los dioses de las cuatro partes del mundo y del infierno, todos han vuelto ya a la nada. Lo que desean los recién llegados es el oro, el “estiércol del Sol”, el símbolo del poder divino. Insatisfechos de los tesoros de guerra que les entrega el cazonci quieren sin cesar más, y para ello saquean los templos y violan las sepulturas de los más grandes reyes. “¿Para qué quieren este oro?”, pregunta el cazonci a sus dignatarios. dignatarios. “Débenlo de comer comer estos es tos dioses, dioses , por eso e so lo quieren tant tanto” o” (329). (329) . Ya la ciudad fronteriza, la inexpugnable Taximaroa, ha sido reducida a cenizas por los nuevos conquistadores. Las enfermedades diezman a la gente del pueblo y aniquilan sus aldeas: gripe, viruela, sarampión. Presintiendo el destino terrible que le espera, en la soledad de aquel fin del mundo del que los dioses han desertado, el último rey de los purépechas no puede segu s eguir ir gu guardando ardando silencio. sile ncio. Pregunt Preguntaa a los ancianos, ancianos, y escuch esc uchaa su angust angustiosa iosa respuesta: “Ya vienen —exclaman—. ¿Habémonos de deshacer?” (327). El capitán de guerra del cazonci, Timas,[41] sabe ya que no hay más salida que la de la muerte: “Señor, haz traer cobre, y pondrémoslo a las espaldas y ahoguémonos en la laguna y llegaremos más presto y alcanzaremos a los que son muertos” (318). Porque en adelante el cielo y la Tierra están despoblados y los hombres no podrán sustraerse a la esclavitud y a la muerte: “¿Cómo habremos de vivir según las cosas que han inventado los españoles contra nosotros, porque han traído consigo los Señores que ahora tenemos, prisiones, y cárcel, y aperreamiento y enlardar con c on mant manteca” eca” (261-262). (261-262) .[42] Es la caída de los dioses la que señala el fin del Imperio de los purépechas. Como en Cempoalla o en Tlaxcala, como en México Tenochtitlan, los recién llegados destruyen primero a sus enemigos enemigos más más temibles temibles:: las l as estat es tatuas uas son arrojadas de lo alto de los l os templos templos y reducidas reducidas a polvo, ante ante los ojos de los indios. “¿Por qué no se enojan nu nuestros estros dioses, dioses , cómo cómo no los maldicen?” (322). Pero los dioses se mantienen silenciosos. Vencidos sin haber combatido siquiera, han abandonado sus dominios y sus templos y han regresado a los lugares misteriosos de sus orígenes, bajo la tierra, en el seno de los volcanes, en el fondo de los lagos, o bien en la espesura es pesura de los l os bosques de Tierra ierr a Calient Cali ente, e, donde quizá quizá habían nacido. nacido. Con la caída de los dioses de los purépechas comienza otra conquista de Michoacán, la que se hace, no por la gloria y el poderío de los antiguos dioses chichimecas, sino por la posesión posesi ón de las tierras, por el poder sobre los hombres, ombres, y por el oro. La leyenda leyenda de aquellos hombres llegados de otro mundo los precede, y se extiende como una sombra sobre todas las tierras de Michoacán. Delante de ellos, todo ha desaparecido, todo se ha vuelto silencioso, como lo habían anunciado los augures. En las orillas de un río, en el vado de Nuestra Señora de la Purificación (cerca de la ciudad de Puruándiro, en el río Lerma que hace la frontera con el actual estado de Guanajuato), en este año de 1530, el último cazonci es torturado y hecho morir por el conquistador Nuño de Guzmán, tras una parodia de proceso. Con él se extingue el
glorioso linaje de los uacúsecha, las águilas, que había construido el Imperio, y el reino del dios Curicaueri, del que era la última encarnación sobre la Tierra. Otra palabra, otra conquista conqu ista va a comenzar comenzar,, a recubrir el silencio sil encio indígena. indígena. Sólo queda hoy, como un testamento, por la gracia de esta Relación anónima, la memoria de tal grandeza, grandeza, la leyenda leyenda conmovedora conmovedora y verdadera del tiempo pasado, cuando la poesía poes ía y la historia no hacían más que uno, y el reino de los hombres se asemejaba al dominio de los dioses.
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[La conquista divina de Michoacán]
[1] La
paginación de las citas del presente libro remite a la edición Fimax (Morelia, 1981), de
la Relación de las ceremonias y ritos rito s y población poblaci ón y gobierno gobiern o de los indios de la edici ón paleográfica paleográfica por p or Francisco Miranda Godínez Godínez que que aporta Provinci Provincia a de Michuacán, Mic huacán, edición numerosas correcciones a las ediciones anteriores. [2] Según
Lizana, los pueblos mayas ocuparon el territorio de Yucatán en dos olas, conocidas en las crónicas del Chilam Balam bajo el nombre de Noch Emal [la Grande Bajada], y T ze Emal [la [l a Pequeña Bajada], Bajada] , con un un intervalo intervalo de trescientos años.
[3]
La Relación de Michoacán Michoa cán menciona en otra parte la existencia de la isla de Cuyameo, correspondiendo a un pueblo colonial ya atado a la ribera por el descenso del nivel del lago (véase Shirley Gorenstein y Helen Perlstein Polland, The Tarascan Civilization, Nashvill Nashville, e, 1983).
[4] La
descripción de la metamorfosis de los isleños en culebra nos hace pensar en la Eneida, o en Ovidio: “Y, haciendo aquella comida, a medio día asentárose en su casa a comer aquella culebra cocida con maíz. maíz. Y ya qu quee era puesto puesto el sol, em e mpezáronse pezáronse a rascar rasca r y arañar el cuerpo, que se querían tornar culebras. Y siendo ya hacia la media noche, teniendo los pies juntos juntos que se les habían tornado tornado cola de culebra, empezaron empezaron a verter lágrimas, lágrimas, y estando ya verdinegros de color de las culebras, estaban ansí dentro de su casa todos cuatro. Y saliendo de mañana, entraron en la laguna una tras otra e iban derechas hacia Uayameo” (32-33). Cruz Refugio Acevedo Barba ( Mitos Mit os de la Meseta Meset a tarasca, taras ca, Universidad de Aguascalientes, 1981) refiere una leyenda contemporánea de Cheranastico con el mismo tabú de comer culebras.
[5]
Aunque hoy desaparecido, el pueblo de Itzi Paramucu [Agua Fresca] tuvo un papel importante en la colonización del llano al este del lago de Pátzcuaro, vasallo del Señorío de Curínguaro. La última mención de este pueblo está en la Relación de Pátzcuaro (San Simón Itziparamu) en 1759 y en el mapa del padre Becuimont (1792).
[6] Estas
divinidades eran locales, a veces asociadas con cultos zoomórficos antiguos, o espíritus tutelares del lago, representando el reino del infierno: Acuitze (de Akuits Akuits,, culebra), Purupe (de purhu, cavidad, pozo); Tangachurán (de tangatani, encerrar en muros). Uarichu sobrevive hoy día en el Uarchepu, ser sobrenatural representado en Charapan como una culebra andando sobre ruedas (Pablo Velázquez Gallardo, Diccionario Diccionari o de la lengua phorhépecha, 1972). Caroén es el nombre de una variedad de pescado del lago, y Nurite la planta utilizada por los tarascos de la Meseta para hacer té (el trébol de la Relación de Michoacán). Micho acán). Tsirita Cherengue era quizá un dios del maíz (Tsiri, maíz) y Miequa Axeua un dios guardián del infierno (Maurice Swadesh, Mikua: Mikua : puerta; puerta; axa: mensajero), Chupi Tiripeme era uno de los Tiripemencha, hermanos de Curica Cu ricauueri, probablem probabl ement entee asociados asoci ados con co n las cuatro partes del un univers iverso. o.
[7] El
emplazamiento de la antigua Curínguaro es difícil de precisar por haber desaparecido este Señorío mucho antes de la llegada de los españoles. Puede suponerse, por las
menciones de los pueblos vasallos (Itzi Paramuco, Tupataro), que la ciudad de Curínguaro estaba situada al sudeste del lago de Pátzcuaro, no lejos de la actual aldea de San Simón Quirínguaro. [8] El
personaje de la vieja maléfica, presagio de muerte, es conocido en toda la América indígena. Es la Tijasdakanidakú del mito tepehua, quien roba un niño en su cuna para hacer tamales con su carne (Williams García, Mitos Mit os tepehuas, tepehuas , 1972, pp. 112-114), o la Tule Vieja del Caribe, vestida de blanco, caminando al revés. Entre los mayas, es la XTabay, diosa del suicidio, que hace pensar en la diosa lunar azteca Coatlicue, la “Mujer blanca” de que habla habla Sahagún. Sahagún. Es la Ciguanaba guatemalteca que ahoga a los hombres en los ríos, y por fin, la Llorona de la mitología hispanoamericana.
[9] La
Huacana (del verbo khuakuni, estar mojado por lluvia) era el centro minero de los purépechas, purépechas, al sur de Ario, que proveía proveí a oro, cobre y plata para adornar los templos. templos. Hay pruebas de que el cobre, co bre, bajo b ajo la forma forma de hachas, sirvió sir vió en el tiempo clásico clási co del emporio emporio como moneda.
[10] Cuando
Ticátame se entera de que van a venir sus enemigos mortales, exclama: “¡Que vengan! Probaré en ellos mis flechas, las que llaman Hurespondi ( cf. Maurice Swadesh: hurhi, sol, fervor), aquellas de pedernal negro, aquellas de pedernal blanco, rojo y amarillo. Tengo estas cuatro maneras de flechas, y tratarán cada una, probarán de ellas” (30).
[11] La Relación
habla de Hiripan y Tangáxoan a veces en término de “hermanos”, a veces de “primos”. Nacidos de una misma madre y de dos padres primos hermanos, representan probablem probable mente ente un unaa estructura estructura típica del casamiento casamiento entre entre los antigu antiguos os purépechas purépechas de la nobleza. Maturino Gilberti: baño de vapor. Es el Temazcalli de los aztecas. Pukua es el nombre nombre tarasco del de l chayotill chayotillo, o, cuya cuya raíz ra íz se utiliza todavía com c omoo jabón. j abón.
[12] Huringuequa:
[13] Uirambanecha (de Uiramu, basalto).
Los Señores del Basalto, Basal to, dioses prim pri mogén ogénitos itos del sur, que indican indican quizá quizá el lugar lugar mítico mítico de la procedencia pr ocedencia de los pu p urépechas.
tía; kamine: hierbas (tarasco contemporáneo). El personaje de la vieja maléfica, que se come a los niños, agüero de muerte, muerte, es conocido en otras culturas culturas de Mesoaméric Mesoamérica. a. Es la X-Tabay X-Tabay de los mayas, la Matlacihuat Matl acihuatll de los aztecas, o la Tule Vieja del Caribe.
[14] Uaua:
[15]
La padra, quizás la matriz de obsidiana, símbolo del poder de Curicaueri, que Tariácuri entrega a sus sobrinos cuando funda los tres Señoríos.
[16] Esta
división del territorio de los purépecha en “mano derecha” y “mano izquierda” parece encontrar encontrar su s u origen en uno uno de los l os mitos de la creación creaci ón del mundo, tal como lo trae el padre Francisco Ramírez en su Relación sobre la Residencia Residenci a de Michoacán. Mich oacán. Habiendo destruido por tres veces vec es el e l mundo mundo y los hombres, hombres, los dioses deciden decide n rehacer el mundo una una cuarta vez: “Y, para tornar a restaurar las demás cosas, mandaron al dios del Infierno que diese orden en eso. Y concibiendo su mujer, vino a parir todas las demás plantas y árboles, como están. Lo cual todo, decían, salía de las espaldas de una diosa que los
dioses pusieron en la tierra, que tenía la cabeza hacia poniente, y los pies hacia oriente, y un brazo a septentrión, y otro a meridión. Y el dios del mar la tenía de la cabeza, y la madre de los dioses de los pies, y otras dos dioses, una de un brazo y otra de otro, porque no se cayese” ( Monumenta Mexicana, M exicana, tomo II, p. 495, Roma, 1959). 11, p. 676: pueblos situ si tuados ados al a l sur s ur del lago l ago de Chapala, que “toman “toman este nombre de un noble español, de apellido Ávalos, que fue el primero en recibir en encomienda los pueblos que la componían componían”. ”.
[17] Cartas de Indias,
[18] Puskua, atole de maíz. [19] La
consonancia extraña de los nombres de las principales estirpes chichimecas ha servido para apoyar la hipótesis hipótesis de quienes, quienes, siguiendo siguiendo a Nicolás León y a Alfredo Ch Chavero, avero, han querido encontrar en ello la prueba del origen náhuatl de la nobleza purépecha. Pero parece difícil de admitir admitir una hipótesis que reposa sobre pruebas tan frágiles, ya que los nombres de linaje están quizá en relación con unos héroes míticos o unas divinidades olvidadas.
[20] El
título quengua podría estar asociado asocia do al nombre ombre de Venu enus, s, Kh Khuan uangari, gari, y a un antiguo antiguo culto de este planeta, otro aspecto del cual sería el dios Urendequauecara, y el culto de la “mañana “mañana de oro” oro ” ( Relación de Michoacán M ichoacán,, 237-238).
hojas de chayote chayote (el (e l quelite todavía en uso en todo Michoacán). Corache evoca Korukorheni, Korukorheni , un bejuco utilizado como planta medicinal (Loranthus americanus). figura en e n el diccionario di ccionario de Gilberti Gil berti como una una planta planta de donde se sacan sa can cuerdas. cuerdas. Sirumuta figu
[21] Apupata Apupata Xaqua:
[22] Esta
piedra es sin duda la matriz de obsidiana, proveedora de cuchillos sacrificiales, que Tariácuri entrega a sus sobrinos como el símbolo de su nuevo poder ( Relación de Michoacán, Michoac án, p. 161).
[23] Shirley
Gorenstein y Helen Perlstein Polland, en The Tarascan Civilization (Vanderbilt University, Nashville, 1983), basándose en la etimología propuesta por Swadesh (hapupato, tierra blanca) concluyen que esta isla debe corresponder al actual Cerro Blanco de Pátzcuaro, entonces isla por la mayor elevación de las aguas del lago. Pero la situación en el plano de Beaumont (y en el mapa Seler, 1908, p. 67), mucho más al oeste, contradic contradicee esta hipótesis.
[24] Curindas: pan
de harina harina de maíz maíz cocido en una una hoja. hoja. El inven i nventario tario del tesoro tesor o de guerra guerra del de l cazonci a Tzintzuntzan menciona las curindas acordándoles el mismo valor que al oro y a la plata, lo que puede confirmar el origen verdaderamente indígena de la Relación de
Michoacán. Michoac án. [25] Relación, p.
196. El oro como como excrement excrementoo del Sol se refiere a un tema tema mítico. Podemos Podemos encontrar la huella de este tema en la palabra maya para el oro: takin, literalmente, excremento del Sol.
[26] Si
se hace la cuenta del oro y la plata robados al cazonci por los españoles durante el saqueo del palacio en Tzintzuntzan, según los últimos capítulos de la Relación, calculamos
una cantidad aproximadamente de veinte toneladas. [27] Encontramos
hoy el nombre de esta familia, en el pueblo de Angahuán, bajo la forma
Perucho. [28] Relaciones geográficas geográfi cas de la Diócesis de Michoacán, Mich oacán, 1579-1580, Guadalajara,
1958, p.
60. [29] Pedro
Pablo de la Purísima Concepción Beaumont, Crónica de Michoacán: “Este pueblo de Tototlan en lengua mexicana significa nombre de pájaro, y en tarasco Cuinao significa lo mismo. El nombre de Cuina se había quedado a aquel valle, porque así lo llamaban los tarascos, pero según memorias antiguas de los indios su nombre propio era Tototlán. Este valle de Cuina es todo aquel pedazo de tierra que abarca desde los confines de la provincia de Xacona, y villa vill a de Zam Zamora, ora, La Barca Barca y Atoton Atotonilco ilco hasta Cuitzeo Cuitzeo y su río”.
[30] Relaciones Relacione s geográficas, geográf icas, [31] Ibid., p.
1958, p. 103.
95.
[32] El
nombre purépecha dado a los primeros moradores de Michoacán es antiguo, como lo demuestra la Relación de Cuitzeo: “la lengua questos naturales hablan dicen que en su gentilidad la nombraban purépecha, que es como si dijéramos: lengua de hombres trabajadores” ( Relaciones Relacione s geográficas, geográfi cas, 1958, p. 49). Este nombre nos hace recordar el nombre de la gente común en México: macehualli, que al principio significaba favorecido por los dioses, dioses , y llegó a significar significar trabajador, hombre ombre del común. común. El término término purépecha había conservado su sentido religioso rel igioso en Michoacán. Michoacán.
[33]
Las Relaciones Relacione s geográficas geográfi cas de la diócesis dióces is de Michoacán Mich oacán 1579-1580 indican como fundadores de los pueblos a algunos caciques todavía vivos a la llegada de los españoles: Francisco Nox en Xiquilpan y don Antonio en Chucándiro; otros son delegados del cazonci Guatando en Tarécuato y Pereche en Peribán. La misma confusión hizo atribuir al cronista la fundación de Pátzcuaro al obispo don Vasco de Quiroga.
[34] Este
castigo, reservado a los que habían violado mujeres (véase Relación de Tiripití iri pitío, o, Universidad de Texas en Austin, edición de Nettie Lee Benson), existía también en la sociedad inca del Perú.
[35] Nos
es desconocido el uso del calendario solar o lunar entre los purépechas, por ser incompleta la Relación de Michoacán. Micho acán. La única mención que aparece es despreciativa; cuando Hiuacha, señor de Tariarán, habla con vanidad del calendario mexicano y de sus pronósticos para la gu guerra, erra, el joven Tang Tangáxoan áxoan no puede puede cont c ontener ener su indignación: indignación: “¿Quién “¿Quién te dijo que cuentes los días? Nosotros no peleamos contando de esa manera los días, mas traemos leña para los cues, y el sacerdote llamado curiti y el sacrificador toman olores para la oración oració n de los dioses, dioses , dos noch noches es estamos estamos en nuestra nuestra vela para mirar cómo cómo va la gente y para despedirlos, y con esto peleamos…” A pesar de eso, la regularidad de las fiestas asociadas a divinidades estelares puede dejar suponer la existencia de un almanaque sagrado y de un calendario semejantes a los utilizados por las demás naciones de la América Central, toltecas, mayas y aztecas.
[36] La ceremonia de Hanziuansquaro, y
la oración del sacerdote Hiripati al dios del fuego y a Urendecuauecara hace pensar en la ceremonia del fuego nuevo, tal como la describe el padre Sahagún: Sahagún: En esta noch nochee —dice la Historia Histori a general de las cosas de Nueva España — sacaban fuego nuevo, y primero que lo sacasen apagaban todo el fuego en todas las provincias, pueblos y casas de toda esta Nu Nueva eva España, e iban con gran procesión proces ión y solemnidad todos los sátrapas y ministros del templo. Partían de aquí, del templo de México, a prima noche, iban hasta la cumbre de aquel cerro que está cabe Itztapalapan, y que ellos llaman Uixachtecatl, y llegaban a la cumbre a la media noche o casi, donde estaba un solem sol emne ne cu edificado para esta ceremonia. Llegados allí, miraban a las Cabrillas si estaban en medio, y si no estaban esperaban hasta que llegasen. Y cuando veían que ya pasaba del medio, entendían entendían que el movimiento ovimiento de tener tener otros cincuent cincuentaa y dos años seguros que no se acabaría el mundo. En esta hora estaban los cerros circunstantes que cercaban a toda esta provincia de México, Tezcoco, Xochimilco y Quauhtitlán gran cantidad de gente esperando a ver el fuego nuevo, que era señal que el mundo iba adelante…” (p. 261). “Acabada la dicha rueda de los años, al principio del nuevo año que se decía ome acatl, solían hacer los de México y de toda la comarca una fiesta o ceremonia grande, que llamaban toxiuh molpilia, y es casi atadura de los años. Y esta ceremonia se hacía de cincuenta y dos en cincuenta y dos años, es a saber después que cada una de las cuatro señales había regido trece veces a los años… Así que entonces sacaban también nueva lumbre, y cuando ya se acercaba el día señalado para sacar nueva lumbre, cada vecino de México solía echar, o arrojar en el agua o en las acequias o lagunas, las piedras o palos que tenían por dioses de su casa, y también las piedras que servían en los hogares para cocer comida… y limpiaban muy bien las casas y al cabo mataban todas todas las la s lumbres… lumbres… Era señalado señala do cierto cie rto lugar lugar donde se sacaba sa caba y se hacía la dicha nueva lumbre, y era encima de una sierra que se dice Uixachtlan… y se hacía la dicha lumbre lumbre a media noche, y el palo de donde se sacaba fuego fuego estaba puesto sobre el pecho de un cautivo que fue tomado en la guerra, y el que era más generoso. De manera que sacaban la dicha lumbre de palo bien seco, con otro palillo largo y delgado como asta, rodándolo entre las palmas muy de presto con entrambas palmas como torciendo. Y cuando acertaban a sacarla y estaba ya hecha, luego incontinenti abrían las entrañas del cautivo y sacábanle el corazón y arrojábanlo en el fuego, atizándole con él, y todo el cuerpo se acababa en el fuego… ”En vigilia de la dicha fiesta, ya puesto el Sol, se aparejaban los sacerdotes de los ídolos y se vestían y se componían con los ornamentos de los dioses, así que parecían que eran los mismos dioses. Y al principio de la noche empezaban a caminar, poco a poco y muy despacio, y con mucha gravedad y silencio, y por eso decían teonenemi, que quiere decir, caminan como dioses… Venida esta noche en que se había de hacer y tomar lumbre nueva, todos tenían muy grande miedo y estaban esperando con mucho temor lo que acontecería, porque decían y tenían esta fábula o creencia entre sí, que si no se pudiese sacar lumbre, que habría fin del linaje humano, y que aquella noche y aquellas tinieblas serían perpetuas, y que el Sol no tornaría a nacer o salir” (p. 439).
[37] Pedro
Llaca, siguiendo al padre Beaumont, considera el valle de Cuina que comprendía
entonces la zona del bajío zamorano hasta Cuitzeo, en el lago de Chapala, como un importante cacicazgo náhuatl, asociado con el pueblo de Tutotlán, y quizá el lugar del mítico Aztlán, de donde vinieron las primeras tribus chichimecas nómadas ( Estudios histórico-económico-fiscales, Michoacán, Michoacán, 2ª parte, pp. 458-459, 45 8-459, México, s. f.). [38] “Los
hombres decían haber hecho los dioses de ocho pelotillas hechas de ceniza, rociadas con la sangre que sacó de las orejas un mensajero que los dioses del cielo enviaron para eso, llamando curiti caheri, que quiere decir gran sacerdote. Y, a cabo de haberlos tenido algunos días en un bacín, de las cuatro salieron varones, y de las otras cuatro, mujeres. Pero sin coyuntura ninguna, de manera que no se podían asentar ni menear. Y después de haberlos tornado otras dos veces a deshacer los dioses del cielo, por no estar a su contento, la tercera los destruyeron con un diluvio cinco días, en que se abrieron todas las fuentes y ríos, y cayó tanta agua que los consumió a todos con todas demás cosas de la tierra… Venido pues este diluvio, que lo destruyó todo, por no estar a contento de los dioses del cielo, lo uno por no tener los hombres cómo poder engendrar, y lo otro por no haber caminos para poder andar, por haber salido muchos montes y peñas. Se escaparon un hombre y una mujer sobre un monte muy alto, algunos días, bajaron a un llano donde hallaron muchos venados muertos. Y, por no tener otra cosa que comer, por haberse todo anegado, con los palos que pudieron hallar, y cierto instrumento sacaron fuego y comenzaron a asar los venados. Y, subiendo el humo al cielo, preguntó la madre de los dioses qué era aquello, que si había quedado algún hombre. Siéndole dicho lo que pasaba, envió a su sumo sumo sacerdote sace rdote a destru des truirl irlos. os. El cual c ual les dio con co n uuna na calabaza en la cabeza, cabe za, y se tornaron perros. Entonces tornaron a mandar al sumo sacerdote los dioses que hiciese los hombres la cuarta vez. Y, tomando otras ocho pelotas de ceniza, haciendo lo mismo que la vez primera, salieron cuatro hombres y cuatro mujeres, de la manera que un agora.” Relación sobre la residencia de Michoacán, Michoac án, del padre Francisco Ramírez (1585), en Monumenta Mexicana, Me xicana, tomo II, pp. 492-495, Roma, 1959 (quizá lo único que queda de la primera parte de la Relación de Michoacán Michoa cán hoy perdida) .
[39] Los
caballos de los españoles, animales fabulosos para los purépechas, eran confundidos con el mito del venado del dios Cupanzieeri, que hace recordar la leyenda de Mazamitli, el venado-puma de los aztecas, y del venado uyenkaeri, abuelo mítico de los huicholes.
[40] Este
Montaño tuvo fama por haber sido el primer español que logró la ascensión del volcán Popocatépetl para buscar azufre azufre para el e l ejército ej ército de Hernán Cortés.
[41] Este
Timas (escrito también Timax, o Timaje), que el cazonci Tangáxoan Tzinzicha llama su tío (probablemente un semihermano mayor), tuvo un papel dudoso durante la llegada de los españoles, y fue después ejecutado, bajo el mando del cazonci, por el mismo don Pedro Cuinierangari, uno de los autores indígenas de la Relación de Michoacán. M ichoacán.
[42] El
suplicio de indígenas entregados a perros feroces fue frecuente durante los primeros años de la Conquista, como lo testimonia el “Manuscrito del aperreamiento”, que forma parte de los acervos ace rvos de la l a Biblioteca Nacional de París. Par ís.