sucesión de los platos una marcada progresión de lo salado a le) azucarado, la gastronomía se ínstala bajo la Revolución en los restaurantes de lujo abiertos por los antiguos criados de las ca sas principescas. Ella se convierte en el siglo XIX en ocasión de una sociabilidad de hombres, en la que la burguesía invierte sti necesidad de placer y de consumo ostentoso. Frente a la indi gencia alimenticia del proletario urbano, afirma su rango por efl refinamiento y el exceso. Por consiguiente, en la evolución de los comportamientos alimenticios, se cruzan la historia econó mica, la historia social y la historia de los sistemas culturales»La antropología histórica tiene como tarea concreta y precisa dar cuenta de estos cruzamientos. Una historia del cuerpo
Hasta época muy reciente, la antropología designaba en Fran cia (es el sentido que tenía en el siglo XVIII) el estudio de los cal-
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La antropologia histórica
i acteres físicos de las diferentes poblacion es y de su evolución. Por contagio del sentido anglosajón, abarca ahora el campo de la etnología. Pero por un espíritu de contradicción caracterís tico, es en el primer campo de la antropología donde los his toriadores han tardado más tiempo en asentarse. Sus indaga>iones se veían frenadas por un interrogante previo: ¿Es el cuer|io objeto de historia? ¿Cabe localizar, entre la evolución de la especie y el ciclo biológico, formas de cambio más complejas, debidas tanto al medio histórico como al medio cultural? ¿Debemos considerar como una forma de cambio social las transformaciones del aspecto físico de las poblaciones? Las in vestigaciones realizadas por el doctor Sutter, a partir de las me didas de los candidatos a la Escuela politécnica, desde media dos del siglo xix, y las recientemente publicadas por Emmanuel l.e Roy Ladurie y un grupo de investigadores del Centro de in vestigaciones históricas, a partir de los datos antropométricos de los reclutas, han puesto de manifiesto un aumento regular de la talla media de los franceses desde hace un siglo». Esta elevación, obtenida principalmente por la regresión del número de gente de talla pequeña, parece ligada al progreso económico y al mejoramiento de las condiciones de vida: la talla media de los hombres es claramente más elevada desde el siglo XIX, en la Francia del norte y del este, es decir, en la Francia más desa rrollada. Aumenta lo mismo con el nivel social que con el nivel de instrucción. El régimen alimenticio de la primera infancia y de la adolescen cia, pero también todos los elementos del estilo de vida que un individuo ha experimentado durante sus años de crecimiento — incluida su educa ción— pueden haber inhibido o estimulado su desarrollo físico. Las correlaciones estadísticas confirman fá cilmente una evolución conjunta de la talla y del bienestar, qui zás demasiado fácilmente. La orientación actual de la biología, que niega toda influencia del medio sobre la transmisión de los caracteres hereditarios ¿es compatible con las explicaciones del historiador, que hace al medio socioeconómico responsable de todos los cambios en el aspecto físico de las poblaciones?
E. Le Roy Ladurie, J. P. Aron y otros: L’A nilirop ologie du con scrit frunzá is (P.-La Haya,
Mouton. 1972).
• J. Meuvret: «Récoltes et Populations», en la revista
Populatio n (I.N.E.D.,
1946).
¿Hay alguna relación entre la historia de las enfermedades y las crisis socioeconómicas?
Los recientes trabajos sobre la historia de las enfermedades y de las epidemias invitan a desconfiar de las interpretaciones meramente biológicas lo mismo que de las interpretaciones es trictamente socioeconómicas. Así, a propósito de las grandes «mortandades» de la Europa preindustrial: los historiadores-de mógrafos (en particular, Meuvret», Goubert», Baehrel»; este último propone por lo demás un punto de vista bastante dife rente) han descubierto una estrecha relación en la crisis entre el
P. Goubert: Beauvais e t le Dca iiva¡sis (P., S.E.V.P.E.N., I960), reeditado con el titulo: Cent mille Provinciaux au XV If s iècle (P.,
Flammarion. 1968).
• A. Baehrel: Une croissance: la Basse Pro vence rurale (P.,
S.E.V.P.E.N., 1961).
alza de precios de los granos y el alza repentina de la mortali dad. El mismo calendario de esta mortalidad, que siente sus primeros accesos durante los meses de «empalme» (es decir, los dos o tres meses que preceden a la nueva cosecha), subraya la unión de causa a efecto entre el aumento de los precios, consi guiente a una mala cosecha, el rápido agotamiento de los stocks, que condena a los más pobres al hambre en los últimos meses de la «cosec ha anual» y el incremento de la mortalidad. Estimulada por el hambre, esta última se prolonga, debido a las epidemias que se abaten sobre una población debilitada, como lo atestiguan a la vez numerosos documentos (por ejem plo, la correspondencia de los intendentes) y la curva de falleci mientos que se lanza a menudo hacia nuevas cotas en los meses de estío. Los fenómenos epidémicos que — al menos para el siglo xvn — parecen integrarse bastante bien en el ritmo ciclico de las crisis frumentarias, no harían por lo mismo otra cosa que amplificar las catástrofes socioeconómicas. El medio microbiano se volve ría agresivo y mortífero tan pronto como la población, debilita da por la subalimentación, fuese incapaz de resistir su ataque. Cierto que el «primum movens» de estas crisis sigue siendo el azar climático, mas la responsabilidad histórica recae en la so ciedad que, a través de las contradicciones y atolladeros de su sistema económico, teje su propio destino biológico. Este esquema ha parecido tan fijo para el antropocentrismo del historiador que se ha querido hacerlo extensivo a toda clase de epidemias. Pero, si es verdad, por ejemplo, que la peste estalla en 1348 — com o una explosión nuclear— en una Europa en plena saturación demográfica y por tanto en situación de enor me vulnerabilidad biológica; si es verdad asimismo que la peste no abandonó definitivamente Francia (la última epidemia es la trágica peste de Marsella de 1720) sino después de liberarse de las grandes hambres cíclicas (la última es la que siguió al terri ble invierno de 1709), ¿cuántas epidemias se han propagado sin necesidad de una mala cosecha? A propósito de Francia, cabe observar que, cuando parece haber vencido a la peste, continúa sufriendo los asaltos periódicos de la viruela, de la «suette» (o sudada, nombre dado a diversas enfermedades febriles) a lo lar go del siglo XVIII, y del cólera en pleno siglo XIX.
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Una historia natural de las enfermedades
M. D. Grmek ha propuesto recientemente la hipótesis de una historia autónoma, puramente biológica, de las enfermedades in fe cc iosa s» . U na en fer me da d, q ue h ubiera si do v irulenta d u- •pI^ ll¡}^“rel¡'Jlí;1111thl(l0 rante un determinado período de la historia, habría remitido h i s l o r k | i i c d e » m u l l i d l a » » , c s c (I,M) después, no porque los hombres hubieran conseguido vencerla, sino porque otro bacilo hubiera ocupado su lugar. No circulan
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La antropología histórica
* K permanentemente ni desde siempre, sobre el conjunto del plane ta, los gérmenes de todas las enfermedades posibles. E. Le Roy Ladurie ha podido demostrar que la unificación biológica del mundo es un fenómeno tardío, muy posterior al descubrimien to de América*. En realidad, nuestras sociedades no habrían tenido que enfrentarse a todas la amenazas bacteriológicas al mismo tiempo, sino a grupos de enfermedades, a sistemas nosológicos que evolucionan conforme a un mecanismo de incom patibilidad. Un bacilo nuevo no podría insertarse en el sistema sino después de arrojar a la enfermedad de la que él es antído to. Así habría incompatibilidad entre la lepra y la tuberculosis, lo que explicaría que el auge de la segunda en la época contem poránea haya coincidido en Europa con la desaparición de la primera. Una oposición del mismo tipo, según M. D. Grmek, podría darse entre el bacilo de la peste y el de la seudotuberculosis. As í co m o existe una histo ria natur al del cli ma , sería ab sur do negar la posibilidad de una historia natural de las epidemias. La gran peste de 1348, para recoger el mismo ejemplo, resulta al menos tanto de un cambio en la población de las ratas como de un cambio en la población de Europa: la migración de la rata negra (rattus rattus) proporcionaba a la peste un substrato que, añadido a la densidad de la población humana, iba a jugar el papel de vivero y vector permanentes. No basta anegar los fe nómenos en un contexto socioeconómico para conferirles una dimensión histórica. Si aparece que obedecen a mecanismos fí sicos sobre los cuales no ejerce ningún dominio verdadero el control social, no hay razón para ocultar esta autonomía. Pero reconstruir la historia de un fenómeno epidémico es igual mente analizar la manera en que la organización y las normas culturales de una sociedad han podido digerir las exigencias del medio natural y hacerles frente; es hacer resaltar el envite social y las normas de relación con el cuerpo que cada época expresa a través de sus comportamientos biológicos. En este terreno, la tarca específica de la antropología histórica consiste en deducir aI misino tiempo los puntos y los mecanismos de articulación cutir las exigencias naturales y las normas socioculturales. Se luí |mh1 1 observar, por ejemplo, que las conductas histéricas, ni el urnliclo psiquiátrico del término, las que Charcot trataba mui ii i ........ ......
• E. Le Roy Ladurie: «L'unification microbienne du monde», en Revue suisse d 'histoire (1973) y Le Territoire de l'historien, vol. 2 (P., Gallimard, 1975).
Comportamiento y organización de la sociedad
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...................................... ni i)nnuil
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iii ilinln a una tra nsf orm aci ón
, nacido en im Nor bert Elias» ha propuesto en un libro ejemplar una hipótesis • n general sobre la evolución de los modelos de comportamiento en Inglaterra. y, en particular, de las relaciones con el cuerpo en la civiliza • n . e i ¡ ¡k : l u c m i i m í o i i c i•ó n e u r o p e a » . A partir del siglo XVI, un proceso de civiliza, • «• • , i „ des moeurs (P-, Calmanncion habría impuesto, primero a las clases dirigentes, luego, Lcvy, 1974 ). progresivamente, al conjunto de la sociedad, a través de los modelos educativos (en particular, los numerosos tratados de «urbanidad del niño»), una actitud de pudor y autodisciplina respecto a las funciones fisiológicas y de desconfianza respecto a los contactos físicos. La ocultación y el distanciamiento de los cuerpos serían expresión, en las conductas individuales, de la presión organizadora, y por tanto modernizadora, que los Estados burocráticos recientemente constituidos ejercen sobre la sociedad; la separación de las clases por edad, el apartamien to de los desviados, el encierro de los pobres y los locos, la de cadencia de las solidaridades locales pertenecen al mismo movi miento global, difuso y ampliamente inconsciente de remodela ción del cuerpo social. Nuevas investigaciones prolongan hoy río arriba (es decir, has ta el período medieval) esta compleja historia de la socializa ción del cuerpo: aquella forma de rozamiento físico familiar, como el despioje, rito de sociabilidad practicado en todos los estratos sociales en el siglo XIII (como puede verse en Montaillou), que se hizo estrictamente popular a principios del XVI, supervivencia incongrua y despreciada en ambiente campesino en el XVIII; o por el contrario, aquel gesto del brazo para ex presar la resignación o el insulto que figura con asombrosa eiíhs
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de los modos de expresión de la afectividad y, en concreto, de la expresión corporal. En un sistema económico que valora la organización, el ahorro y el rendimiento, los comportamientos se ven incitados a practicar una mayor disciplina o más bien una mejor economía del cuerpo, a buscar el conformismo y la neutralidad para preservar la homogeneidad y la flexibilidad del tejido social. En cambio, en la Francia del Antiguo Régi men, solicitada por un modelo religioso ascético y represivo, sobrevive todavía, lo mismo entre los campesinos que en las clases populares urbanas, el recurso a un lenguaje somático, a la expresión por el cuerpo de las pulsiones reprimidas cuando se trata de resolver una situación de angustia o de conflicto. Emmanuel Le Roy Ladurie lo ha analizado perfectamente a propósito de los «camisards», dejándose guiar por los primeros escritos de Freud; un estudio del mismo tipo podría intentarse para otros fenómenos de trances, como los «convulsionarios» del cementerio de Saint-Médard, avatar del jansenismo popular parisiense.
• E. de Martino: La Terre des remords (P., Gallimard, 1966).
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La antropolog ía histórica
razo, permiten una aproximación más precisa del fenómeno y autorizan un análisis más depurado: si asistimos en la segunda mitad del siglo XVIII a una expansión de la sexualidad extraconyugal, visible en los registros parroquiales por una evidente elevación de la tasa de nacimientos ilegítimos, conviene ante todo anotar las nuevas tendencias de esta ilegitimidad que re presentan un nuevo clima afectivo y moral: estos nacimientos son cada vez menos fruto de amores con criados o aventuras al margen de las conveniencias sociales que no tenían la menor probabilidad de acabar en matrimonio. Corresponden cada día más a relaciones amor osas entre com pañe ros de medios sociales . compatibles, relaciones que hubieran podido sellarse con el ma trimonio.
constancia del siglo x i h al XX en el repertorio semiológico del cuerpo. La investigación emprendida por Jacques Le G of f so bre la historia de los gestos debería permitir deducir, a través de la evolución de los estilos de actitud, de técnicas de uso y de lenguaje del cuerpo, los mecanismos de persistencia e inflexión, de concurrencia, de resistencia o de imitación que caracterizan la historia social del cuerpo. His toria de los com por tam ien tos sex ual es
Ningún problema ilustra mejor que la historia de los comporta mientos sexuales la dificultad en designar a la antropología his tórica un campo y unos objetos específicos. Ninguna otra in vestigación puede esperar tanto de este tipo de enfoque. ¿Cómo inscribir a la sexualidad en el campo del historiador? ¿Como una práctica? Las fuentes demográficas o judiciales nos sumi nistran cierto número de pistas a partir de las cuales podemos reconstruir la evolución de las prácticas sexuales: el registro sis temático de los nacimientos, en Francia, a base de los registros parroquiales a partir de mediado el siglo XVII, nos permite construir a escala de una parroquia, de una microrregión o de una ciudad la curva de los nacimientos ilegítimos y de las con cepciones prenupciales hasta el final del Antiguo Régimen y se guir así las fluctuaciones de la sexualidad extraconyugal. Preci sión muy relativa: J. L. Flandrin» ha emitido la hipótesis, a de cir verdad difícilmente verificable por testimonios más directos que los sutiles «distingos» de los casuistas del siglo XVII, de que probablemente coexistieron dos tipos de comportamientos se xuales, incluso en los tiempos más rigoristas del Antiguo Régi men: un comportamiento conyugal, que observa la prohibición que condenaba las prácticas contraceptivas y un comporta miento extraconyugal (sea antes o fuera del matrimonio), que utiliza la contracepción. Las distinciones de casuistas como Sánchez, que atribuía mayor gravedad al pecado de Onán (es decir, a las prácticas contraceptivas) cuando se cometía dentro del matrimonio, habrían fomentado implícitamente este dimor fismo. Aunque pongamos entre paréntesis la posibilidad de un comportamiento propio de la sexualidad extraconyugal, es cla ro que el registro de los nacimientos ilegítimos nunca ha sido tan fiable como el de los legítimos: abortos, infanticidios, pero sobre todo alumbramientos clandestinos y, en el caso de adulte rios, falsas paternidades ocultan en cada época, cualquiera que sea la vigilancia de la justicia o de la comunidad, una parte im portante de estos nacimientos. Investigaciones com o la que J. Depauvv» ha llevado a ca bo para la ciudad de Nantes, a base de las declaraciones de emba-
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Transformación de los comportamientos sexuales a fines del siglo xvm
• J. L. Flandrin: «Contraception, mariage et relations amoureuses dans l'Occident chrétien», en Annales E S C. (1969).
• J. Depauw: «Amour légitime et société à Nantes», en Annales E.S.C. (1972).
No subestimemos el valor de nuestras curvas demográficas. Au nq ue los na cim ient os ileg ítim os no pr op or ci on an po r sí s olo s más que una indicación de tendencia incierta, cobra en cambio un sentido evidente una evolución paralela de la tasa de ilegiti midad y de la tasa de concepciones prematrimoniales. Ahora bien, casi la totalidad de las curvas procedentes de las múltiples monografías de parroquias rurales o urbanas que ahora posee mos, sobre las diferentes regiones de la Francia del Antiguo Régimen, indican con matices, entre un boscaje o un litoral normando, por ejemplo, más permisivos y una cuenca parisina más conformista, porcentajes de nacimientos ilegítimos y con cepciones prenupciales extraordinariamente débiles en la segun da mitad del siglo XVII y al comienzo del siglo XVIII; casi todas registran, en cambio, a partir de la mitad del siglo XVIII, un crecimiento conjunto de la ilegitimidad y de las concepciones prenupciales. Signo evidente de una transformación incontesta ble de los comportamientos y de la moral sexual. Mas ¿cómo interpretar esta evolución? ¿Asistimos al nacimien to de una nueva ética sexual y de una nueva sensibilidad, o a un simple relajamiento de las obligaciones tras la normalización ascética deseada y realizada por la reforma católica? La inexis tencia o más bien el carácter lagunar de los registros parroquia les para el siglo xvi y la primera mitad del siglo XVII nos impi de prolongar las curvas hacia arriba. Otras fuentes poco cuantificables, como las judiciales (reales, religiosas o municipales) o los testimonios, pueden hacernos aprehender el clima moral y el estilo de los comportamientos. Las investigaciones de J. Rossia ud » sob re la deli ncu enc ia sexual en las -ciud ade s del Ró da no , «Prostit j. RossU md: , . . , 7------- í— ution, jeunesse el en los siglos XV y XVI en particular, presentan la imagen de una soc¡cié dans ic* víiu» du sociedad permisiva respecto de la sexualidad adolescente y mas- “ -e» rsx .Yiw ’ culina: la prostitución, muy extendida, no sólo no es condenada como infamia, sino que con frecuencia se halla instalada en es-
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La antropología histórica
« tablecimientos oficiales, lugares relevantes de sociabilidad mas culina, dirigidos o cuando menos controlados por las autorida des municipales. En ellos las violaciones son frecuentes, mas blandamente reprimidas. Finalmente, no cabe tener por nulo el tono atrevido con que los textos de la época se expresan en asuntos de amor. La bas tardía es una tara benigna y extendida. Todo indica que en el conjunto de la sociedad reina cierta libertad de costumbres. El progresivo cierre de los burdeles en la segunda mitad del si glo XVI, la aparición de una legislación más represiva con res pecto a los nacimientos ilegítimos son, entre otros, signos de un endurecimiento moral y de un repliegue forzado de la sexuali dad sobre la vida conyugal. La práctica, en verdad, no tiene sentido sino en relación con el código que se piensa la inspira. Pero ¿en qué medida dependía de la copiosa literatura teológi ca, encargada de definir la moral conyugal y de indicar más en general cuáles eran las prácticas sexuales permitidas y cuáles las prohibidas? En un brillante ensayo sobre la historia de la sexualidad, ha de mostrado recientemente Michel Foucault hasta qué punto la ci vilización occidental había encerrado y reabsorbido la sexuali dad en un dis curs o int erm ina ble ». C on e sto q uer em os de cir que • m. Foucauit: u no só lo ha sepultado las prácticas bajo u na balum ba de com en - sTgi^xxt^cd.jraj!1' tarios religiosos, jurídicos, médicos, políticos, sino que ha he cho de la necesidad de hablar de ella, es decir, de disimular y a la vez reconocer la sexualidad, una forma de placer, una ma nera de vivir la sexualidad. Lo que no significa que todos los ti pos de discurso sobre este problema se comuniquen entre sí. Nada prueba, por ejemplo, que las discusiones entre teólogos casuistas y rigoristas del siglo XVII o ni siquiera que los rudi mentos de teología del matrimonio que se enseñaban al bajo clero, hayan tenido la menor audiencia en la masa de la pobla ción indocta. La contracepción es una antigua práctica
Sería ilusorio querer explicar cualquier cambio en los compor tamientos sexuales por una modificación de la mentalidad reli giosa. Tenemos el ejemplo de la aparición de los comporta mientos malthusianos: Philippe Ariés, en su libro sobre la «His toria de las poblaciones francesas y su actitud ante la vida», había insistido antes que nadie en esta mutación importante de los comportamientos demográficos que situaba a fines del si glo xv in» . Los primeros estudios minuciosos sobre la evolu ción de la fecundidad legítima indicaron una ruptura en las proximidades de la Revolución francesa, por lo que ciertos his toriadores no vacilaron en hacer del «birth control» francés un producto de la Revolución. El descenso general del sentimiento
• P. Ariès: L'H isto ire des popula tions fra nçai ses (P., Seuil, col. «Le point», 1948, 1971).
religioso a fines del siglo XVIII habría conducido a las parejas a emanciparse de las prohibiciones lanzadas por la Iglesia con tra las prácticas contraceptivas. La Revolución francesa y más en particular el reclutamiento, al arrancar a los mozos del hori zonte de su campanario, habrían contribuido ampliamente a la difusión de las técnicas contraceptivas no mágicas, como el «coitus interruptus» especialmente denunciado por los teólogos. El desarrollo de las investigaciones en demografía histórica nos obliga hoy a remontar mucho más arriba en el tiempo la pro pagación de las prácticas contraceptivas. Estas aparecen en la cuenca parisina en los dos últimos decenios del siglo XVIII entre los campesinos, pero indudablemente desde mediado el mismo siglo en las ciudades. Louis Henry había creído poder mostrar que ciertos sectores de las clases dirigentes habían representado en este terreno un papel de vanguardia: así, la aristocracia» (y algunas cartas de Madame de Sévigné a su hija lo confirman explícitamente) o la burguesía ginebrina limitan los nacimientos desde la segunda mitad del siglo XV II» . Mas un estudio reciente de A. Perrenoud» acaba de demostrar, en lo que atañe a Gine bra, que el fenómeno afecta desde esa época al conjunto de la sociedad. Finalmente, las tasas de fecundidad legítima obteni das para ciertas parroquias rurales del sudoeste de Francia pa recen indicar que en ellas se practicaba desde el siglo XVII una contracepción difusa. Philippe Ariés había enunciado la idea de que las prohibiciones de la Iglesia habrían hecho durante mucho tiempo «impensa ble» la contracepción. Interiorizando estas prohibiciones, la po blación habría olvidado las groseras técnicas conocidas y prac ticadas en la antigüedad. La reaparición de las prácticas repre sentaría por tanto una mutación cultural irreversible. Esta hipótesis parece que ha de ser puesta en entredicho. Desde fines de la Edad Media hasta comienzos del siglo XVII, cierto núme ro de obras religiosas aluden, para condenarlas, a la existencia e incluso a la enorme difusión de estas prácticas. Nada nos im pide por tanto pensar, como ciertas curvas demográficas nos invitan a hacerlo (para Italia, Inglaterra, etc.), que la limitación de la natalidad habría desaparecido previsiblemente a fines del siglo XVII en ciertas regiones bajo el efecto de la propaganda y de la represión religiosas, para resurgir en la segunda mitad del siglo XVIII en el momento en que la Iglesia relajaba su in fluencia. Pero ¿representó la Iglesia misma un papel decisivo en la mu tación de los comportamientos? Un documento interesante, aunque tardío, la carta que Mons. Bouvier, obispo de Mans, envía en 1849 a la Sagrada Penitenciaría, solicitando se defina la postura de la Iglesia en relación con la limitación de la nata-
• L. Henry y C. Lévy: «Ducs et pairs de France sous l'Ancien Régime», en Population (I960). • L. Henry: Ancien nes Familles ge nevo ises (P., PUF, 1956).
• A. Perrenoud: «Malthusianisme et protestantisme», en Annales E.S.C . (1974).
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L a a n t r o p o l o g ía h i s t ó ri c a
lidad, nos enseña que en esta diócesis en que la masa de la po blación se ha hecho malthusiana, los fieles se declaran extraña dos y sorprendidos de que se les pregunte en confesión sobre sus prácticas contraceptivas. No es la descristianización la que ha fomentado la difusión de la contracepción, sino al contrario es la adopción de un comportamiento malthusiano la que en muchos casos ha creado un problema de conciencia y alejado de la Iglesia a ciertas capas de la población. Las prohibiciones religiosas pesan poco en la difusión de la contracepción
Las numerosas investigaciones realizadas por los demógrafos y los sociólogos sobre la introducción del «birth control» en cier tas poblaciones del tercer mundo han demostrado que las pro hibiciones religiosas contaban en este punto mucho menos que la estructura familiar, o que las relaciones afectivas y la comu nicación en el seno de la pareja. La población negra cristianiza da de Puerto Rico, por ejemplo, adoptó el «birth control» con mucha mayor facilidad que la población de la India, cuya ideologia religiosa no castiga con ninguna sanción las prácticas contraceptivas. En lo que concierne a Europa y singularmente a Francia, se ha exagerado al relacionar la aparición de la contracepción con las actitudes religiosas, y no tanto con las actitudes familiares. Con anterioridad a este malthusianismo a nivel de la sexualidad, se instaló en la sociedad del Antiguo Ré gimen un malthusianismo a nivel de la nupcialidad: es el matri monio tardío, en particular con relación a las jóvenes, el que desde el siglo XVI tiende a limitar el tiempo de fertilidad de las parejas. El retraso de los matrimonios (y el mantenimiento de un celibato importante), la vuelta a la contracepción, la apari ción de una nueva idea de la infancia y de una nueva sensibili dad conyugal componen un sistema cultural de transición que la organización económica (por espíritu de ahorro) y social (por la consolidación de la familia nuclear) promovieron y pro longaron al mismo tiempo». Hist oria de la célul a fam ili ar
El interés consagrado desde hace una quincena de años a la historia de la estructura y de la sensibilidad familiar, expresa la misma necesidad de analizar conjuntamente los comportamien tos biológicos, las formaciones sociales y las representaciones mentales que las inspiran. I'l universo del parentesco, polo pri vilegiado de la antropología histórica, constituye precisamente el nivel de articulación de la reproducción biológica y de la re producción social. Georgos Dutiy» a propósito de la región de Macón en la alta Edad Media y Lminanuel Le Roy Ladurie» a propósito del Languedoc del sijilo vv lian mostrado no hace
mucho cómo el derrumbamiento del Estado y la disolución del tejido social habían reactivado y estrechado los lazos de paren tesco: constitución de poderosos linajes en la aristocracia de la región de Mácon, reagrupamiento en familias ampliadas, las «fréréches», y aun a veces creación notariada de seudofamilias en Languedoc. El vínculo familiar parece desempeñar el papel de instancia de recurso, en la Francia de la Edad Media y más generalmente en la sociedad del Ant iguo Régimen, cuya organización estatal ha desgastado ampliamente todas las formas de solidaridad locales o infrasociales. Tan pronto como la depre sión demográfica impulsa a la reagrupación dé los patrimonios y el Estado no ofrece una protección suficiente, la familia reco bra sus derechos, vuelve a encastillarse y el universo del paren tesco absorbe la vida social.
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Permanencia de las estructuras del parentesco en las sociedades históricas
• A. Burguiére: «De Mallhus à Weber: le mariage tardif et l'esprit d'entreprise», en Annales E.S.C . (1972).
• G. Duby: La Soci été aux x f et XIIe dans la régions mâçonnaise (P., A. Colin, 1954).
• E. Le Roy Ladurie:
Paysan s du Lang uedoc (P.,
Flammarion, 1969).
¿Instancia de recurso u organización subyacente? En unas pági nas admirables de «La sociedad feudal», consagradas a los «vínculos de la sangre», demostró Marc Bloch cómo el sistema feudal había regulado las relaciones sociales y la circulación del poder sobre el modelo de la relación carnal». En Montaillou, a fines del siglo xill, lejos del aparato del Estado y no tan lejos del aparato religioso, los campesinos occitanos no pueden con cebir lazo social que no esté legitimado y materializado por un vínculo carnal. Pertenecen a una casa que en cierto modo es el cuerpo permanente del linaje y se dedican por matrimonio o padrinazgo a extender el clan familiar». Las numerosas investigaciones sobre la familia, emprendidas hoy com o aval de los libros pioneros de Norbert Elias» y de Philippe Aríés», revelan que, si bien el Estado, desde el siglo XVI, reemplaza progresiva mente a la familia en Francia en todas sus funciones jurídicas y sociales, es por el grupo familiar como continúa durante todo el Antiguo Régimen actuando sobre los comportamientos económicos, afectivos, morales y religiosos. Cabe por tanto preguntarse a propósito de la Francia del Antiguo Régimen si, de trás de las instituciones oficiales, no continúan las «estructuras elementales del parentesco» organizando la sociedad igual que lo hacen en las «sociedades sin Estado». En lo que atañe a los matrimonios, las únicas reglas manifiestas son las prohibiciones canó nicas : el e studio de la literatura y de las p rácticas jur ídica s de la Iglesia a partir d e los fon do s d e ar chiv o de lo s pr ovis ora tos (lo que Jean Marie Gouesse» para Normandía, yo mism o» para el centro de la cuenca parisina y otros igualmente están realizando hace unos años) revela un sistema de clasificación que no deja de estar relacionado con los que Claude LéviStrauss ha identificado en ciertas sociedades primitivas. El aná lisis de las formas de alianza, tal com o yo lo he realizado, por
• M. Bloch: La Socié té féo da le (P., Albin Michel, 1939), segunda parte, libro
I.
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• E. Le Roy Ladurie: Mont aillou. aldea occitan a
”’8i).
' N. Elias: La Civilisation des moeurs (P., CalmannLévy, 1974). i P. Ariès: L’ Enfant et la Vie familiale sous la Fronce 1973 ! 1975 ).
1 J. Gouesse: «Parenté, i¡m iiiiBci _... lamille et mariage en NÓ7numd¡cí'ux'vir« Jj3!c. o « ? “
• A. Burguiere: «Endogamie et communauté villageoise; la pratique matrimoniale: Romainville au X V I I I e siècle» en Quaderni stor ici
( «. 197
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La antropología histórica
ejemplo, para una parroquia de la región parisina en el si glo XVIII, donde se mantenía una tasa de consanguinidad par ticularmente elevada, muestra asimismo, por encima de las es trategias sociales que tienden a preservar el patrimonio, a man tener el rango o incluso a mejorarlo, procedimientos de «reencadenamientos de alianza»; los mismos que los que Marti ne Segalen» y Françoise Zonabend», sobre todo, han descrito a propósito de comunidades rurales de la Francia contemporá nea. Tras haber creído durante mucho tiempo que, en nuestras sociedades complejas e históricas, la organización social deter minaba la alianza, descubrimos hoy, a base de monografías precisas, que ciertos conceptos de la antropología estructural relativos al parentesco pueden tener aplicación en ella.
• M. Segalen: Nupcialité et allianc e: le ch oix du conjoint dans une commune de l'Eure (P., Maisonneuve et Laisse, 1972).
• F. Zonabend: «Parler Famille», en L'Ho mme (1970).
PE RS PE CT IV AS DE LA AN T RO PO LO GI A HI ST OR IC A
Es en el estudio del universo mental donde la antropología his tórica realiza hoy las investigaciones más fecundas. El concepto de mentalidad introducido por Lucien Febvre» en el bagaje de los historiadores era suficientemente vago y suficientemente abierto para digerir la aportación de las demás disciplinas. El peligro hubiera estado en encerrarlo, o bien dentro de un mar co puramente psicológico, rápidamente anacrónico, o bien en una historia de las ideas siempre dispuesta a deducir los meca nismos mentales de una época de las doctrinas y de las magnas construcciones intelectuales por ella prod ucidas. Una vez más la antropología ha conquistado a la historia por abajo, es decir, por las expresiones más anodinas, las menos formuladas, de la vida cultural: las creencias populares, los ri tos que impregnan la vida cotidiana o se adhieren a la vida reli giosa, las culturas minoritarias o clandestinas, en una palabra, el folclore. Comentando una obra de André Varagnac, que de finía el folclore como el conjunto de las creencias colectivas sin doctrina y de las prácticas colectivas sin teoría, Lucien Febvre se preguntaba: «¿Es tan fácil de trazar la frontera entre lo ‘de ducido’ y lo ‘aceptado tal cual es’ sin deducciones?» «¿No pone ella en entredicho, prosigue, la génesis misma de nuestras con cepciones científicas, las relaciones históricas de lo mágico y de lo matemático, la substitución progresiva de las influencias cua litativas e irracionales por las relaciones lógicas y cuantitati vas?» Los comportamientos menos discutidos de una sociedad, como los cuidados del cuerpo, las maneras de vestir, la organi zación del trabajo y el calendario de las actividades diarias, re flejan un sistema de representación del mundo que los vincula en profundidad con las formulaciones intelectuales más elabora-
• L. Febvre: «Folklore et folkloristes», en Annales (1939).
das, como el derecho, las concepciones religiosas, el pensamien to filosófico o científico. Dar con este vínculo mediante un inventario de las significacio nes y la descripción de las categorías que organizan un discurso mítico, determinar la simbólica de los gestos, constituye el cen tro de interés, para la sociedad medieval, de las investigaciones pioneras de Jacques Le G of f sobre las representaciones del tiempo», del trabajo», y el folklore religioso», o de los análisis de Georges Duby» sobre el sentido del don y del gasto ostento so en la sociedad de la Alta Edad Media. El libro de Yves Castan, «H onradez y Relaciones sociales en Langu edoc»», describe a partir de los archivos judiciales, cuyo interés antropológico no precisa demostración, la pregnancia de la noción de honor, como valor de intercambio y comunicación, en la Francia meri dional del siglo XVIII. Las tentativas de análisis estructural lle vadas a cabo p or J. Le G off y E. Le R oy Ladurie a propósito del tema de Melusina» o del guerrero en el bosque por J. Le G off y P. Vidal-N aquet» nos han mostrado que era posible, por el análisis de los sistemas de representación, no sólo vincu lar entre sí los distintos niveles de expresión de una época y de finir su modelo, sino encontrar en estas «cárceles de la larga duración» el hilo del tiempo y la lenta mutación de las catego rías que inspiran el movimiento de la historia.
i J. Le Goff: «Temps de ('Eglise et temps du marchand», en Annales E.S.C. (1960), reproducido en Pour un a utre Moy en Age (P., Gallimard, 1978). ' J. Le Goff: «Temps du travail dans la crise du XIVe sièc le», en Le Moy en Age. LXIX, 1963, reproducido en Pour un autre Moyen Age (o.c.).
J. Le Goff: «Culture cléricale et traditions folkloriques dans la civilisation mérovingienne», ngienne» (1967). • G. Duby: Guerreros y campesinos, 3." cd.
(Madrid, Siglo XX I, 1978). Y. Casta n: Hon nêtet é e t Relation s so ciales en Langu edoc (P., Pion, 1975).
El historiador extrae los mecanismos de la evolución
Mu y cerca de nosotr os, a las puertas de la sociedad industrial, • j. u G o i r y e . L e R o y Ladurie: «Mélusine descubrimos un mundo extraño: la Francia del Antiguo Régi maternelle et défricheuse», men. Su extrañeza es evidente, porque en lugar de explicar en Annales E.S.C. (1971). • J. Le Go ff y P. Vidalcómo se hundió o cómo preparaba su porvenir, los historiado Maquet: «Lévy-Strauss en res intentan comprender h oy có mo se mantuvo, cómo se repro Brocéliande», en Critique. ‘ 75, a propôsito de duce y cómo sobrevive todavía en los poros de la sociedad ac Yvai n, de Chréti en de tual. Los trabajos de Maurice Agulhon» sobre la inserción de Troyes. En particular en M. la cultura política en la sociedad meridional representan a este Agu lho n: Péniten ts et respecto el esfuerzo más logrado por antropologizar el análisis franc s-maç ons de l'ancien ne ce (P., Fayard, político y describir, pero no en términos de advenimiento o de Proven 1968), y en La Républiqu e mutación espontánea, la formación de la Francia contemporá au village (P., Pion, 1970). nea. La política no es un mero stock de ideas programáticas producidas por las «minorías conscientes» y los partidos naci dos de la crisis revolucionaria, y que se habría propagado pro gresivamente al conjunto del cuerpo social por su propia capa cidad de convencer y movilizar. Para impregnar la vida social, la política tuvo que convertirse en otra cosa que ella misma, di ríamos que en más que ella misma; no sólo en un proyecto so bre la disposición y organización del poder, sino en una mane ra de comunicarse con los demás y de comprender al mundo. Tuvo que asimilar las formas tradicionales de la vida de rela ción .y en particular esta «sociabilidad» en la que se afianza,
La antropología histórica
como lo muestra M. Agulhon, el particularismo cultural de la Francia meridional. De la «arlesiana» a la «majorette», este autor esboza un análisis de los «aspectos formales de la vida y de los mecanismos políticos». Mona Ozouf» y Michel Vovelle», han reanudado recientemen te, a propósito de las fiestas revolucionarias, el mismo proceso y designado las formas simbólicas, las prácticas rituales en las que ha tenido que instalarse el discurso ideológico para fabricar los comportamientos políticos de la Francia actual. Más am pliamente, la constitución a partir de la Revolución francesa de una información estadística regular proporciona a los historia dores la manera de descender lentamente hacia el tiempo pre sente, siguiendo las resistencias y los desplazamientos de todos los componentes antropológicos de Francia. La encuesta de François Furet y Jacques Ozouf» sobre «La alfabetización de la Francia contemporánea» y la que ahora realizan sobre «El fenómeno rojos y blancos», es decir, el sistema bipartido que preside la geografía electoral de Francia, se proponen poner de relieve la persistencia de modelos culturales antiguos, compartimentados (por regiones, clases sociales, etc.), bajo la aparente homogeneidad de nuestra unidad nacional. Se proponen ante todo indicar, no la evolución misma en su evidencia lineal, sino los mecanismos de la evolución, las formas que debe adoptar el cambio para ser aceptado. Pertenecemos al espíritu del tiempo. A fuerza de observar el movimiento de la historia, sucede que nos olvidamos de que nosotros mismos formamos parte de él. Hay una coyuntura del saber histórico, como hay una historia de la coyuntura. Como ciencia poco teorizada, aplicada en su principio al análisis del cambio, la historia, tal vez más que las otras ciencias sociales, está condenada a sufrir el cambio. Si la antropología ejerce hoy tal influencia sobre los historiadores de las sociedades europeas, si éstos propenden a rehusar toda concepción lineal del desa rrollo histórico, es porque los bloqueos, las fases de equilibrio e incluso de regresión que han identificado en la sociedad del An tig uo Rég ime n, po nía n en tela de ju ic io la no ció n de pr og re so; pero también porque la noción de progreso y la mística del desarrollo están en tela de juicio en torno a nosotros, por la so ciedad por la que interrogamos al pasado. Por tanto, la antro pología es quizás para el historiador un pasajero incómodo. Corresponde para nosotros a la necesidad de encontrar las dife rentes ramificaciones del camb io, establecer su inventario, com prender sus mecanismos y afirmar su pluralidad. And ré Bur guiè re
• M. Ozouf: La Fête révolutionnaire (P., Gallimard, 1976).
• M. Vovelle: Les Méta morp hoses de la fêle en Prove nce (P., Flammarion, 1976).
• F. Furet y J. Ozouf:
Lire et écrire . 2 vols. (P.,
Minuit, 1978).