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PIERRE
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Profesor de la Universidad de Laus~na. Antiguo Presidente de la Esc.uelu de Cienclas sociales IJ polüicas
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PSICOSOCIOLOGIA [>-EL~ TR A~
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Llc•nclado en Chndu Económiou
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SUMAR.JO 11
PR.ESENT ACION De Milton y Locke a Smith, Hegel y Marx La moderna sociología del trabajo
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PRIMERA PARTE
© de la versión españole,
SAGITARIO, S. A.· 1907
NATURALEZA, RAZON D~ SER Y DEFINICION DEL TRABAJO CAPÍTULO
BAJO ,.,....~
I ntprr.•o CI\ ~:~rn1in
Depósito Leoal:
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B. · 25.994 · 1967
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IIAIICET,ONA (1,1)
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PRIMERO:
AMPLIAR
LA NOCION
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Malentendidos con respecto a la expresión tiempo libre . No confundir el empleo con el trabajo .
CAP{TULO
11: LAS TRES FUNC::IONES DEL TRABAJO.
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57
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63 65
CON RES-
La psicopatología del vagabundo ¿ Se es por naturaleza «activo» o «no-activo»? Conclusión sobre el trabajo y el carácter
30 35
. .
Tres razones de ser fundamentales ¿ Un concepto caduco? CAPÍTULO III: ACTITUDES INDIVIDUALES PECTO AL TRABAJO
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54
69 7
:
CAPÍTULO IV: ACTITUDES COLECTIVAS· CON RESPECTO AL TRABAJO . Esclavos y colonizados negros . Activismo y quietismo .. Un problema económico y social z, CAPÍTULO V: DEFINICION DEL TRABAJO La ambivalencia del trabajo El trabajo, sujeción y. liberación
: CAPITULO X: LA ELECCION DE OFICIO El hombre y su oficio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Poder elegir profesión al menos Costumbre o naturaleza según Pascal
75
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82
87
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CAP1TULO XI: LA ORIENTACION ESCOLAR Y PROFESIONAL En los orígenes de la psicología diferencial Un problema social .. .. .. . .. . . .. .. Stendhal y Balzac . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Consejeros de profesión ..
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94 98
SEGUNDA PARTB
CONCLUSION .. .. . .. . ... .. . .. ..
EL HOMBRE EN EL TRABAJO, HOY Y MA~ANA
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CAPfTULO VI: LA ACELERACION DEL PROCESO '.fEC· NICO . El auge de la automación .. La automación en la Europa Occidental .
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CAPfTt.:LO VIII: PARO Y HUELGAS EN LOS ESTADOS UNIDOS : • 127 ¿Cómo poner remedio a las distorsiones del empleo? ÚO La pujanza de las huelgas .. .. .. .. .. . .. . .. .. . .. . .. ... ..... .. .. 134 La conciliación e5 posible .. . . . . . .. . .. . .. . . .. . .. .. . .. . .. .. .. . . 138 J ~ CAPÍTULO IX: ;iA FORMACION ESCOLAR Y PROFE· ~IONAL .\ ~,................. 141 El desarrollova unido a la instrucción: ~.......... 141 La medida de las inversiones intelectuales 145 La ley de Alfred Sauvy .. . .. .. .. .. .. . .. . .. . . .. . .. . . .. . . . . .. .. . 150 8
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CAPfTULO VII: RECONVE'lSION, PERO ·PERMANEN· CIA DEL TRABAJO . Efectos de la automación en el empleo . .. Inmensos trabajos son todavía necesarios
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Desde 1950 hemos intentado mostrar en varias ocasiones cómo la instrucción y la cultura son los dos factores decísivos y complementarios del crecimiento económico y del pro.. ,:,:. .. greso social. Si los países del Este, aún retrasados hace veinte años, se desarrollan a un ritmo imprevisto, ello es debido a 't ·!: que han redescubierto esta verdad elemental, a menudo desconocida hoy en Occidente. Ciertamente, la austeridad y los ·racionamientos que dichos países soportan han contribuido en gran manera al éxito de su industrialización. De todas ·,: :, ·.. maneras, parece ser que la acumulación de capital, tanto en .. , 'i ~bEste como en el Oeste, ha desempeñado siempre un papel ·. ~:>secundario; En· cuanto a la innovación y a la organización, consideradas desde hace poco tiempo como fuerzas determínantes del desarrollo, no son en definitiva más que el fruto del esfuerzo conjugado, por una parte, de la inteligencia que aprende, imagina, prevé, enseña, y, por otra, de la mano que ,.,.~rabaja, perfecciona y construye. , ', . .f' Uno de los primeros filósofos griegos, Anaxágoras, había comprendido este doble aspecto del genio humano: «Nuestra superioridad con respecto a los animales -escribía- con· siste en que nosotros utilizamos nuestra experiencia, nues•. , •'' -tra memoria, nuestra inteligencia y nuestra destreza.» Al de· , clr eso, no hacía sino seguir la tradición de la antigua Héladc. •• El nombre de Prometeo, en el mito y la tragedia, se opone al de Epimeteo, su hermano: el primero es por excelencia el Prudente, el Previsor, mientras que el segundo es el Dcsmafiado y el Irreflexivo. Prometeo no solamente es el inventor y el práctico, sino también el instructor: su título más alto ···.
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es el de didascalos téknes pases, «maestro de todas las técnicass. Del mismo modo, en los escritos homéricos, el personaje de Ulises es mucho más que un jefe de banda sagaz y «astutos. El epíteto de polumétis que se unía a su nombre, responde exactamente a la definición que el psicólogo Edouard Claparede daba de la inteligencia: «Aptitud para resolver problemas nuevos y para dominar situaciones nuevas.s Hombre hábil, experto en todos los ór±cios, Ulises ter· mina por vencer en prestigio al ardiente Aquiles, héroe valeroso pero inconsecuente, últim·o testigo de una barbarie grandiosa pero pasada. Acordémonos finalmente de que He· síodo, primer moralista de los Trabajos y, según René Schaerer, «primer teólogo de la historia», hacía de la inteligencia la fuente de autoridad divina: Zeus es el padre de los dioses, no porque sea el más fuerte, sino porque es el más sabio y el más prudente. Partiendo de esta tradición ha formulado Francis Bacon su adagio sobre el hombre: tantum enim potest quantum scit, «puede en la medida en que sabe», y Goethe su divisa: Wissen ist Macht, «saber es poder». Pocas épocas han mostrado mejor que la nuestra la certeza de di· chas máximas. · Aquí vamos a volver de nuevo nuestra atención hacia el trabajo. De todos los factores del crecimiento económico -J. J. Spengler ha contado hasta diecinueve- es el más importante. En efecto, sin la actividad laboriosa de todos, el invento más rico, la técnica más refinada y la más cuidadosa instrucción son ineficaces, estériles, verdadera letra muerta. El ejemplo de 1~ antigua Grecia está todavía patente para demostrarlo. Soij las ínvest'gaciones, los dt,scubrimientos y las aplicaciones prár.ticas de algunos sabios 1os que han producido este choque psicológico, creado este'ambíente nuevo, engendrado esta extraordinaria confianza ~ ¡as posíbilidades del hombre, de donde ha surgido toda'jauestra civiliza· cién moderna. Entonces todo el mundo trab~aba de un modo • firme y duro. En el siglo vr las leyes de D(fcón y de Solón castigaban la ociosidad. En tiempo de Periól'es, los poetas y 12
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los trágicos, Esquilo y Sófocles, elogian sin reserva la actividad y el ingenio humanos. Sócrates enseña además que «la felicidad de un hombre libre es entregarse a una ocupación útil para la cual se está preparado». En vez de eso, Platón, Aristóteles, Jenofonte, traicionando el pensamiento de su maestro, separan y oponen la actividad del espíritu y la labor de las manos. El declive y posterior hundimiento de la tradición antigua no habrán de tardar, ocasionados en primer lugar por la extensión de la esclavitud, el descrédito del trabajo y el desprecio al empleo útil de los inventos. El prejuicío platónico seguirá siendo largo tiempo tan fuerte que la Iglesia cristiana, a pesar de estar fundada sobre una tradición bíblica radicalmente distinta, se someterá a él durante un milenio. Finalmente, se manifestará un nuevo despegue económico y cultural a partir del siglo xr. 2ncontramos en su punto de partida las mismas condiciones que habían permitido el primer impulso de la civilización griega: escasez y coste de la mano de obra (devolviendo su precio al trabajo), interés por el perfeccionamiento técnico (el molino de agua se generaliza en Francia e Inglaterra), nuevas invenciones (el cabestro de las caballerías se apoya en el hombro, y no en el cuello, multiplicando así la fuerza de tracción de los tiros). Pronto el Renacimiento y la Reforma, simultáneamente, elogian el trabajo y popularizan la enseñanza, mientras que la ciencia moderna se constituye e inicia su desarrollo.
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De Milton y Locke n. Smith, Hegel y Marx Los moralistas anglosajones del siglo xvn, formados en ,-el calvinismo, han sido en nuestros días los primeros que ,.., han insistido en la preeminencia económica del esfuerzo hu· ., , mano, tanto manual como intelectual. En la introducción que dio a su nueva versión del Areopagitica de John Milton, el anglicista Olivier Lutaud demostró cómo la mayor parte de las ideas modernas, desde 1910, han surgido de la efervescencia de los movimientos no-conformistas en Gran Bretaña, 13
es nueva en esa época: Descartes había hablado de la «cons«país que tiene un siglo de adelanto, desde el punto de vista' titución de nuestra naturaleza», pero solamente pensaba en social, con respecto a Francia». Entonces, el puritanismo, lela razón, ya que para él el trabajo estaba desacreditado por jos de ser la hipocresía moralizante que mucha gente imagina; la filosofía antigua. También respecto de esta cuestión tenfa era la expresión de un «descontento de las fuerzas vivas de Francia un siglo de retraso con relación a Inglaterra: Taine la nación» contra un poder real codicioso y un episcopado ya lo había dicho en 1858 de Descartes y Bossuet (3 ). obstinado. Los pretendidos padres del capitalismo son más En 1690, John Locke, en su capítulo sobre la propiedad, bien unos igualitarios, unos agitadores, inspirados por un «quij')tismo• qll~ arrastra a los más atrevidos hacia el Nuevo no justifica ésta sino en la medida en que está puesta en Mundo. El propio Millon, en quien no se v~ muy amenudo práctica al servicio de todos. Se opone a la tradición que sino un edificante predicador del Paraíso Perdido, es un tehacía de la riqueza una especie de don natural no susceptible de acrecerüamíento y que no plantea! nada más que un mible polemista al servicio de la libertad, d~ la verdad y del problema de ~irculación: «Si queremos -diceapreciar saber, tres palabras-clave que se repiten sin cesar en sus obras (1). ., ,., correctamente el valor de las cosas en estado de ser utilizadas -el pan, el vino y la tela- y distinguir en su precio En el siglo en que Bacon utiliza, por primera vez en Europa, expresiones como «dignidad de la cíencía», Y.M.ilton,.«dig•. de coste lo que se debe a la naturaleza y lo que se debe al trabajo, constataremos que en la mayor parte de los casos nidad Jel trabajo cotidiano del cuerpo y· del espírítus.. e~ pastor inglés Richard Baxter elabora una moral prácticadel hay que adjudicar el 99 % al trabajo (4). Al año siguiente, una ! trabajo que será la causa de la grandeza del Occidente moobra póstuma de sir Willlam Petty vuelve a tratar de esta «aritmética polítícas y define por primera vez el capital como derno, a pesar de todo lo que hayan dicho quienes no han trabajo acumulado. Al mismo tiempo, se nos explica por qué visto en ella sino deformaciones tardías y abusivas .. En 1660,· 1 en su austero Tratado de la renuncia, Baxter truena contra el labrador gana menos que el artesano, y éste menos que el f la ociosidad y la disipación de los ricos, lo que le valdrá al negociante: es que estos últimos utilizan en su trabajo unos r año siguiente, bajo pretexto de rebelión, el encarcelamiento conocimientos cada vez más extensos. Esta interferencia de la cultura y el saber en la producción de la riqueza es puesta y confiscación de lo poco que poseía. Respecto al. ,trabajo~·~' ~~· .-~ · no dice
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(1) Mil ton: Areopagitico; 242 pp. Col. bilingüe de clásicos ex· , tranjeros, Aubier, París. 1956. (2} Baxter: A treatise o/ Seli-Denval). London, 1660, capitulo XXY.II, pp. 146-153. 14
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(3) Taine: Nouveaux Essais de critique et d'histoire pp 111-
Hachette, Parfs, 1909.
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(4) ~ke_: .Essai sur la véritable origine, l'étendue et la fin du pouvotr C'IV1l, trad. J.-L. Fyot, ·París, 1953, p. 88 .
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a,.encontrar_.todos.:e~to(~leaj}~to*n)i(pr,igirialí., 1,::,¡,:Yo~vemos · sínt:s1s que A~am Smith publicó en 1776 en la Riqueza -. de las. Naciones. Nacido en Escocia en 1723, y bajo la presión de su madre, que quería que se consagrase al pastorado, el, autor. había entrado. a loe; diecisiete años, en el Balllol _College; de: ·•· ?xtord, para estudiar teología. Fue· reprendído.porjhaberse .' interesado más por Jos escritos de Hume-que por¡las.,le.cci0:¡.,, ·: nes de sus maestros. Después de síete-años-de aplicaclón·1.-~<: renunciando definitivamente al servicio de :la· Iglesia, volvió. ·-: ·. a su país natal, en donde pronto se le llamó para enseñar filosofía moral. Su asignatura de la Universidad de Glasgow comprendía cuatro partes: Teología natural, ~tica, Política y Teoría de la Utilidad, denominada Expediency, La obra sobre La naturaleza y causas de ta riqueza de tas naciones no es más que la última parte de esta asignatura, en la que profundizó durante un cuarto de siglo de profesorado, de in· tercambio de puntos de vista con numerosos escritores, príncipalmente con los Fisiócratas, y sobre todo de meditación solitaria. Allí encontramos el pensamiento fundamental de Calvino respecto de la economía y la vida social. Su base es la añrmacíón del valor moral del trabajo y de la actividad profesional, ~~>ncebida ésta como un servicio a Dios y al prójimo. Esta definición excluye 'todo egoísmo. todo acapara· miento, toda especulación, todo precio abusívo, todo lo que · implique poner al dinero en primer término, así como todo derroche en lujo o en placeres. A este respecto Adam Smith no esta~lej()s del barón de Turgot, de antiguo linaje escocés, como] él, y de Francoís Quesnay, cuyo «sistema agrícola» comenta extensamente con las justificadas reservas que todavía hoy se le hacen. Smith,
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(5) Nicole Moes: «Y a-t-íl une théoríe de la croissance chez Franeois Quesnay?•, Revista de historia económica y social, París, XL, 3, pp. 363-376 (·1962).
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a Quesnay, hijo de cam-
. pesino, cuando este último tan sólo quiere admití: e_n la clase productiva a los agricultores, y hace del suelo _la urnca fuente de riqueza. En la Wealth of Nations, el traba JO, valor moral, se define como valor económico y fundamento de toda sa~a prosperidad. La frase inicial del libro proclama esta convicción del mundo anglosajón: The annual labour of every nation. is tite [und whicn origina:ly supplies it witb all the necessaries and conveniences of life which it annually consu-
«la suma anual de su trabajo constituye elifondo que asegura a cada nación los productos de _consumo q~e so? necesarios y útiles para su existencia ..... N1 el suelo, ni el ch· ma, ni la extensión del territorio explican verdaderamente -dice el autor- las diferencias del desarrollo entre las naciones: la abundancia y la pobreza dependen en pri":er lugar de la aplicación y de la calidad del trabajo, es decir, de la medida en que el esfuerzo humano está animado por el p~nsamiento, la destreza y la cualificación profesional: the skill, mes ... ;
dexterit y and judgement with which labour is generalty applied. .
Es por eso por Jo que Smith pide con insistencia una ampliación de la enseñanza superior, así como una mejor instrucción para todo el mundo, particularmente para el trabajador pobre: the Jabouring poor, that is tite great body _01 the people. En el momento en que la Revolución ii:1~u~tnal '!;~ establece en Inglaterra, él ve sus peligros: la d1v1s,ón Y '·,-;ecanización del trabajo, fuentes nuevas de riqueza, van a da· ñar, al menos en los obreros, estas tres cualidades, skill, dexte· rity and [uúgement, que hablan conlribuido hasta cn~o~~es -a la prosperidad de las «sociedades desarrolladas Y civiliza•'•das». . , Presintiendo de todas maneras el carácter iransi tono de ,, la evolución industrial que se cebaba en su tiempo, Adam Smith mantiene su tesis de que el saber y el trabajo no P~· (Irían estar separados durante mucho tiempo. También conrruna al Estado para que vele por la instrucción de tocios. con· 17
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siderada como una de sus más importantes funciones: to give public auention to the eáucation of the people (6). El pensamiento de Smith reaparece. cqn su nombre y el de Ricardo expresamente citados, en el «Si§tema de las necesidades» elaborado por Hegel en 1821, en ;:~us Principios de la fitosofla del derecho. El autor define e}. trabajo como la mediación necesaria y la única legitima en~;te las necesidades de la vida y su satisfacción. Medio y no el trabajo tiene el aspecto de una liberación del estado de;lpependencia en el que vive eí'-anímaí. Bajo este aspecto es una actividad feliz a la que limita· solamente «la infinita resistencia de la materia a ser propiedad de la voluntad libre». De todas maneras, Hegel ve dos peligros en el desarrollo industrial de su tiempo. Por una parte -ya lo había dicho en 1806- «el estado social se orienta hacia la complkación indefinida de las necesidades, de las técnicas y de los placeres, la cual no tiene otro límite que la diferencia entre la necesidad natural y In necesidad artificial. Esto lleva consigo el lujo, que es al mismo tiempo un aumento infinito de la dependencia y de la miseria». Por otra parte, la división del trabajo hace a éste «cada vez más mecánico y, finalmente, es posible que el hombre quede excluido del mismo y que la máquina lo reemplace» (i). Sabemos que el joven Marx, veinte años más tarde, recordará todas estas observaciones, pero se opondrá, en su Critica de la filoso/La del Estado de. Hegel, a tos remedios propuestos por el maestro: diferenciación de las clases sociales, propiedad privada del suelo, autoridad rígida del Estado y de sus funcionarios. . ·: ·· . , . ·, \,. Durante un siglo y medio los economistas burgueses han disertado sobre la importancia relativa de~ la n~tti:al~~/'~eli:..
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trabajo y del capital, dando prioridad tan pronto a la prime· ra, pero más a menudo a la última de estas componentes del dinamismo social. Sobre esta cuestión la tesis de Smith, afirmando la primada del trabajo humano, es la única que parece justificada, Sin duda, la fertilidad del suelo, la benevolencia del clima y la extensión del territorio son bienes inestimables, pero no factores determinantes del progreso. En efecto, es en tierras poco favorecidas donde se han desarrollado las sociedades más activas de la historia. Por otra parte, el fracaso de las inversiones en la mayor parte de los países subdesarrollados nos aclara el papel, ciertamente necesario pero no decisivo, del capital. Lo que es esencial es la aplica· cíón en el trabajo, el deseo de instruirse, la afición al riesgo y el sentido de la solidaridad. Sin todo eso las mayores ventajas seguirán inexplotadas: riquezas naturales, auge demográfico, aportación de fondos extranjeros, misiones culturales. Alfred Sauvy está hoy de acuerdo con Adam Smith cuando escribe que «los países superpoblados del Tercer Mundo, paradójicamente, carecen menos de capitales que de hombres, entendiéndose, desde luego, que se trata de hombres suficientemente cualificados» y, por descontado, que realicen su trabajo animados por el suficiente ardor (6). Contemporáneo de Hegel, el ginebrino Sismondi corrige como este último una interpretación que se daba, creemos qtA> erróneamente, al pensamiento de Smith: no debería po1 '¡:tfrse ninguna traba a la actividad de los empresarios, que enriquecerían a la nación al enriquecerse a sí mismos. Ya en 1819, en sus Nuevos Principios de Economía Polftica, publícados en Edimburgo, Sismondi precisa: «Profesamos, con ,...\ 'Atlam Smith, que el trabajo es el único origen de Ja riqueza, , que:el ahorro es el único medio de acumularla, pero añadí.. mos -que el disfrutar de ella es el único fin de esta acumulacíén.» (Es . una idea que Rousseau ya había formulado (8) A. Sauvy: «Evolution loppement et développement,
recente»,
Le Tiers-monde,
París, 1961,
p. XXI.
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en 1761 en la Nueva Bloisa: «No se trabaja sino para gozari-Ia alternativa de sufrimiento y disfrute es -nuestra' verdadera vocacíóns.) Ahora bien, este disfrute de los frutos del 'trabajó pertenece a todos, y no conviene que unos vivan ociosos•-gra~- · cías al trabajo de otros. A quienes ponen el dinero 'en~p~~t\ ,. término,.}es recuerda que «la-,~ció~;:~~~~!P1!1'~(f~ü'~dl:'. ...... .. m · diVlOU~ .,.,"._~t--euga. ...· i.'>I·e 1 'd ....... _:.. .......id~'~ ....és1.~U'~ , escans ó·· necesari ~,J.l. -._1.u . · rl.
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Y·'Pal'a~CJ.béj~~~~~~fen~ll~Y
Esta radical divergencia no impide a Marx seguir, en S\ análisis de los hechos económicos, el método de investigaciér y la inspiración de los moralistas protestantes de lengua in glesa, francesa o alemana. Tomando de Hegel los tres términos de la frase inicial de Smith (las necesidades, el trabajo, la satisfacción), define el progreso en una sociedad sana como una espiral ascendente, arrastrada por el movimiento perpetuo de estos tres· factores biológicos fundamentales. El marxista Henri Lefebvre, de quien hemos tornado Ia imagen de la espiral, resume como sigue el proceso normal del desarrollo económico: la necesidad suscita el trabajo y permite el disfrute del objeto producido o de la obra creada, pero a su vez el disfrute despierta nuevas necesidades que sólo el trabajo permitirá satisfacer (10). Es precisamente eso lo que Marx ha cense-vado de sus inspiradores: la finalidad de la economía y el criterio de la civilización es el legítimo disfrute de los bienes terrestres. «El principio de la sociedad civil -dice- es la capacidad de gozar» ( 11 ). No se menciona aqui al capital, ya que este último, en el pensamiento marxista, no es sino el fruto de una expoliación, en beneficio de las clases dirigentes, de los disfrutes debidos a los trabajadores. Aún más, la acumulación de los capitales privados, según él, ha roto el movimiento natural de los tres lactorcs constitutivov de la vida y ha engendrado el monstruoso régimen de la alienación. Se puede tener una opinión distinta sobre este último . ~·;punto sin tratar por ello de ignorar la lógica del esquema ' de Marx al definir la función mediadora del trabajo. No es menos cierto que el acaparamiento desmedido de bienes materiales por una minoría es econórnicarr ente funesto y moral,·, mente reprensible. El capital, que Adarn Smith describía sirn-
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·r ennóblezoair'l& naturaleza liumaná»~(~bi~~stlls;t~ca~-~ . res ''etc )~(9ji. ,J::,,, · !# il~~..J.t'is~,ah!}~~...d~U,b'af; ·' ' ·",-Desde' en~óhces: sólo algun~s ~dependientes, por no decir réprobos, han defendido la tesis central de Smlth sobre la primacía del trabajo: Saint Simon y Proudhon, en Francia, y sobre todo Marx, londinense por elección. De tal modo que es en el socialismo del siglo xrx y en el comunismo del XX; cuya hostilidad a la religión es notoria, donde: se ha. perpe-, .. tuado la enseñanza bíblica sobre el valor positivo del trabajó· y la vida activa, cuando ésta se pone verdaderamente al· ser· vicio de todos. Marx, educado en su infancia según la Thorah y los Profetas del Antiguo Testamento, parece haber extraído lo esenciaÍ¡~de su pensamiento económico y social de las mismas fuentes que Lutero, Calvino, MJlton, Locke y Smitb. IJ r-' Como estos últimos, ha tomado del G_énesis el precepto del Creador: «Creced, multiplicaos y someted la naturaleza.» S•J concepción del trabajo «socialmente úfo» está conforme con la de los hombres de la Reforma. Por el contrario, se separa de ellos en su exaltación del proletariado que sufre y que pronto triunfará, teoría nueva, aunque :tisiblemente inspirada en el mesianismo hebreo. Mientras que los cristianos han reconocido en Jesús de Nazaret al Maestro y al Salvador de los hombres, Marx atribuye estos títulos y estos poderes a la masa humillada de los trabajadores de la fábrica, dando a la idea de redención un sentido puramente temporal.
1
(9) Sírnonde de Sismondi:
bra, 1951, t. I, pp, 66 y 83.
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( 10) H Lcícbvrc : «Psycholcgic des clavscs sociales», en Trai!c de Sociologie, publicado bajo la dirección de G. Gurvitch, París. 1960, t. l 1. p. 372. (11) K. Marx: .Critique de la p~ilosophi~ de 1',!=-tat de Hegel». CEuvrcs pili/osopltiq11es, trad. J. Moíuor, Pan,;, 193:>, t. IV. pp. 160 y
168.
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La moderna. sociología. del trabajo
plemente como «el fondo constituido por el trabajo anual de una nación», desempeña un papel necesario en el desarrollo de la economía, a condición, sin embargo, de que responda, como dijo Adam Smith, a las necesidades de todos los consumidores. Desgraciadamente, esta última reserya ha sido ignorada por el gran capitalismo desde principios del siglo XIX. Más exactamente, el liberalismo económico de la época se conven._ ció de que el enriquecimiento de unos pocos era una con· dición para la felicidad de todos. Desde entonces la virtud del trabajo fue solamente reconocida en la medida en que permitía, mediante el ahorro y la frugalidad, la formaclórt de capital. A este respecto, hay que leer las Armonías Econámicas que Federico Bastiat, «representante del pueblo en la Asamblea legislativa», dedicó en 1850 a la juventud francesa, y que tuvieron una inmensa repercusión en los medios burgueses hasta nuestro siglo. Esta obra tiene como epígrafe cuatro palabras que dicen mucho de la seguridad del autor: Digitus Dei est hic, el dedo de Dios está aquí. He aquí la conclusión del capítulo VII: «Desde cualquier punto de vista en que nos coloquemos, en que consideremos el capital en sus relaciones con nuestras necesidades a las que él ennoblece, con nuestros esfuerzos que conforta, con nuestras satisfacciones que depura, con la naturaleza a la que él doma, con la moral a la que cambia en hábitos, con 11\ sociabilidad que desarrolla. con la igualdad que. provoca, con la libertad de la que él vive, con la equidad que realiza mediante los más ingeniosos procedimientos, en todo lugar, siempre, y a condición de que se forme y obre en un orden social que no esté desviado de sus vías naturales, reconoceremos en él lo que es el sello de todas las grandes leyes providenciales: la armo-
nía» ( 12).
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Dejando ~l moralista y al filósofo I:>. tarea, indispensable pero peligrosa, de definir los principios de equidad sobre los cuales debe edificarse la sociedad humana y establecer la legitimidad de las instituciones, el sociólogo evitará mezclarse en las controversias en que se enfrenten los partidarios y los adversarios de los diferentes sistemas polfticos o sociales. Con Francis Bacon, a quien debemos el haber establecido, en 1605, la primera «carta de las ciencias humanas», deberá ocuparse solamente «de Jo que los hombres hacen y no de lo que deberían hacer»: to write what men do and not wha! they ought to do (13). Fue siguiendo esta regla como John Graunt, compañero de Londres, instituyó la investigación demográfica al publicar, en 1662, sus Natural and Political Observations, made upon the Bills of Mortality. La reverencia que ingleses y escoceses han mostrado siempre respecto de la religión sorprende tanto más cuanto que han sido ellos los primeros en llevar a cabo su estudio según los métodos de la historia natural. Con la misma sencillez y el mismo rigor han estudiado las costumbres, el gobierno y la vida social. Es así como han sido elios los verdaderos iniciadores de la socio· logfa científica, mucho antes de Saint-Simon, Marx, Comte, Le Play y Durkheim. Si hemos hablado de Locke, de Petty . "°)' de Adam Smíth en esta introducción, es porque se les debe, ' , en particular, el haber puesto los fundamentos de la sociología del trabajo al dar a esta ciencia no solamente su método, sino también la primera definición a su objeto. También po-
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Secrétan defiende en los mismos términos la Jegi timidad de ese «excedente que permite a unos cuantos vivir del t raba]o de In mayoría»: Compendio elemental de filoso/la, Lausana, '1868, p. 223 {•La ley del trebajo»), (13) Advancement of Learning (Works, VI, p. 327), citado, con ocasión del 400 aniversario del nacimiento de F. Bacon, por Robert K. Merton: «Scientific Discovcry, a Chapter In the Sociology of Sciencc», Proceedlngs of tire American Philosophical Society, vol. 105, 5, p. 471 (oct. ·1961).
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( 12) Página 24'\ de la edición original, Bruselas, 1850. Ver tarnbién la p. 221: en que el autor exalta esas «bellas armonías de
la mecánica social instituida por Dios». En' Lausana, el filósofo 22
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demos extrañamos de que el profesor Henri Bartoli, artesano, en la línea de Emmanuel Mounier, de una «reconstrucción de la ciencia económica a partir del trabajo», no haya hecho más que una alusión a Smith y ninguna a sus prececeso-; res (14). No es ése el caso del marxista Pierre· Naville, quien · .: se refiere a Petty y a Smith cuando escribe .las siguíentes- · lineas al comienzo del monumental Tratado de sociologfa' det~ · i·· trabajo, que Georges Friedmun y él mismo- editaron• co11:teh/·:S:Y.r, concurso de una veintena de colaboradores: «El trabajo, conf,:; ·:. i\ siderado como la base en que se apoya el desarrollo (y 'que. ·. motiva también la extinción) de las sociedades; es el modosocial .más profun.~o de perse...erancia en .. ei.ser, .. par~.habl~'fi.·,ú~1~¡.,; como -Spínoza; puesto que sin éi nose concíbejnivla, produ~f:·(2i\/ ción;·Iíi la:repx:_oducción, ni sobre todoJa;ampU~cl.ónrde¡-1~~-ifjf};; medíos. de.>vi vii:j., Es eso 110 que .hace, de !la,isoct9,logíá;1d~l¡t~ ·~'S.',iV l,l . """ . '--i .. , ( . 7r,,r . .} bajo.una. de l~as capitales de lá.sociQlo&.a;y'>~uw,ta·.c et:tQi/::: ~Jp.:~.¡ . punto, la que Sfr impone a las otras antes de recibir de 'éstas · su aporte- (15). · ,,:. Una cuestión, puesta ya de manifiesto por Hegel, se plan-; tea todavía hoy: el progreso técnico, ¿noj,a a· depreciar· en,, cierto modo el valor económico y moral d~l trabajo, puesto en evidencia desde los primeros tiempos{de la Revoluclén industrial por Locke, Petty, Smith y sus ~ntinuadores? Re· cientemente, el sociólogo y novelista Jean-Pierre Faye, quien ha cometido el error, digámoslo de pasada, de explicar el activismo puritano por una pretendida convicción de que el trabajo es «el único signo temporal que garantiza la elección personal y la certidumbre de la salvación», ha creído poder predecir que «la noción de valor-trabajo» (y, por consiguiente, «la civilización industrial que la Europa occidental ha construido por medio de la acumulación continua del trabajo en capital y la innovación discontinua del ernpresarío») «alean· (14) H. Bartoli: Science économique et trnvail, 308 pp. Trabajos de la Universidad de Crenoble, lX, Dalloz, París, 1957. (15) Tomo 1, p .. 17, París, •1961.
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zará su límite en la historia económica y tecnológica en el momento en que el trabajo social se encuentre completamente expulsado de la fabricación, de la producción directa: se anula en una economía de automación» (16). Esta visión del porvenir está tan mal fundamentada como el juicio expresado por el autor sobre el pasado. Primera· mente, la automación, cuyos efectos sobre el empleo examinaremos, no parece introducir más que una brusca aceleración del secular desarrollo del maquinismo. Lo que es nuevo y decisivo en la evolución industrial de hoy, es más bien el descubrimiento de fuentes de energía infinitamente más poderosas que aquellas de que nuestros predecesores dispusieron. De cualquier forma, nada permite imaginar que el hombre dejará de trabajar algún día, Sus necesidades aumentan ya más rápidamente· que sus capacidades de producción. Lo que va a cambiar es la naturaleza de estas necesidades: cuando las materiales estén cubiertas (y hará falta mucho tiempo para que lo estén en el Tercer-Mundo), una demanda infinita de diversiones, servicios o bienes inmateriales, animará la vida económica. Adam Srnith, siempre en su frase inicial, distinguía ya estos dos órdenes de necesidades cuando hablaba de necessities and convenienccs o/ lif e. Paralelamente, las modalidades de trabajo cambiarán cada vez más, y es por esto por lo que la elección ele oficio o pro· J.qsión ha llegado a ser uno ele los más importantes problemas , · d'e los responsables de la educación. El hombre ele mañana ' trabajará de otra manera que el obrero de hoy. El trabajo forzado dejará mayor espacio a la actividad libre y espontánea. El ingenio será más importante que el esfuerzo cor· • \ •'poral, sin que por eso la destreza de la mano sea menos necesaria que la vivacidad de la inteligencia. La instrucción •• escolar y profesional, que es también una forma de t raba jo. desgraciadamente la más ignorada.v a menudo la más ingrata, (16) J.·P. Fayc: «Marx el la théoric du dévcloppcmcru», de historia económica y social, l. 38, 3, p. 33', París. 1960
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deberá tomar una extensión de la que los padres no' dudanen · absoluto hoy. Finalmente, la «educación coi1tinua», por la que. se entiende el perfeccionamiento obligatotfo o voluntario del adulto en todos los campos de cultura o de actividad, ocupará muchas horas del creciente tiempo disponible de que gozarán las generaciones venideras. Efectivamente, la única consecuencia ineluctable de la automación es el acortamiento dé la duración del empleo índustrial por lo que respecta a la semana, el año, y lo que llama· mos «vida laboral», Observemos que esta última noción cubre ya una realidad más extensa que la vida profesional, pues debemos incluir en ella al menos todas Iás actividades preparatorias o conjuntas a la práccica del oficio. En resumen; hay que esperar que el trabajo humano resulte afectado eri las formas, por otra parte en perpetua evolución;' que ··ha tomado desde la época del artesanado, pero no . se prevé que esté o pueda ser alcanzado en su naturaleza profun· da, en las diversas funciones que desempeña en la vida índividua! y social. Hablaremos ampliamente de las últimas en esta obra, pero creemos haber dicho ya lo suficiente para demostrar que el «valor-trabajo», analizado con tanta claridad en otras épocas por los autores anglosajones, seguirá sléndo siempre el factor determinante, no solamente del progreso económico y social, sino también del desarrollo de la civilización. •,!·
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PRIMERA PARTE
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RAZON DE SEB
DEL TRAB1\JO
CAPÍTULO PRIMERO
Al\lPUAR LA NOCION DE TRABAJO En sociología, los pseudo-problemas se multiplican en nuestros días. A menudo se originan por equivocaciones o errores respecto del sentido de las palabras. Tal es el caso de la oposición irreflexiva de los términos horas de asueto y trabajo, que lleva consigo el antagonismo ele los fervientes de la «civilización del trabajo» y de los anunciadores
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! Leclercq define La Revolucián del hombre del siglo XX por· el hecho de que nos dirigimos, según él, «hacia una sociedad fundada en el trabajo». Podríamos suscribir estas fórmulas si estuviésemos de acuerdo con la observación que Lucien Febvre hacía en 1941: « Un hombre de mi edad ha visto, con sus propios ojos, entre 1880 y 1940, consumarse la gran decadencia del hombre que no trabaja, del ocioso rentista ... » El autor·evocaba, desde luego, las fuentes [udeo-crístlanas de la concepción positiva. del trabajo, restaurada en el siglo XVI, 'por el Renacimiento y la keforma: «Odio -decía Ronsard-« las manos que están ociosas». Esta vuelta a la toma
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Je mot et l'idée», Le trava/l et les ' P.U.F., P.irls, 1948, pp. 23-26. (4) G. P. Cassirnatis: Ius pubiicum, [us prtvatum, f us social e, Atenas, 1964, p. 29. (3)
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duda alguna para Marx: el trabajador no tardaría en vencer. ¿Qué sería nuestra civilización occidental, comparada con las otras, sino una «civilización del trabajo»? Se apruebe o no, es una realidad desde l.ace largo tiempo y en modo alguno una perspectiva del porvenir. Para otros contemporáneos nuestros. nosotros nos alejaríamos más bier, de la estimación al trabajo. André Philip observa que «los consumos prioritarios (vivienda, sanidad, educación) se sacrifican a los medios de evasión (coches, carreteras, campos de vacaciones)». Determinando la situación, en 1962, a propósito de unas útiles encuestas hechas reciéntemente, Joffre Dumazedier plantea la cuestión: «¿Habrá entrado el mundo en la civilización del tiempo de ocio?» El autor parece creerle, no sin temer que el tiempo ocioso llegue a ser «el nuevo opio del pueblo» y perjudique la participación social tanto corno el desarrollo válido de la persona, al instaurar una especie de «vida por comisión" en lugar de 1, «vida real» (5). Un crítico superficial ha ironizado y hablado de «moralísmo». Más cauteloso, el profesor Alfred Sauvy, del Colegio de Francia, ha dicho: «Lo que se llama civilización del tiempo ocioso corre el riesgo de ser realmente la civilización de la desocupación: ahora bien, el hombre desocupado pierde su equilibrio y llega a ser a menudo una carga para la socíedad.» Por su parte, el profesor Paul Ricceur, de la Sorbona, ha denunciado la amenaza de una •civilización de , .. ~)\ codicia», de la cual bien se puede pensar que seria, sin ' más, la ruina de la civilización. El debate no ha terminado. En las solemnes conferencias públicas de las Reuniones in· temacionales de Ginebra, el 3 di! septiembre de 1964, al afir• •'' mar Raymond Cartier que «el gran aumento de los permisos de pesca con caña en Francia, desde hacía diez años, era un ,1' acontecimiento histórico más importante que la Revolución de Octubre», Alexis Soukov, presidente de la Asociación de (5) J. Dumazedler: Vers París, 1962, pp. 36, 43, 238.
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pa occidental. En la U.R.S.S., según J. Dumazedíer, una en· cuesta sociológica demostró en 1960 queel «tiempo libre está lejos de ser para todos un medio de desarrollo cultural.w: un 25 % del tiempo libre está consagrado a la pura y simple ociosidad» (6). Sin embargo, no es eso lo que el Komsom, Pravda decía, el 27 de diciembre de 1960, de-los resultados de la citada encuesta: «El año pasado aumentó en una hora el tiempo libre semanal del ciudadano. La masa de trabajadores consagra hasta cien horas al mes al estudio {85 horas las obreras). k}•.a ociosidad no llena ni siquiera un 1 % del tiempo libre.{~1 resto está ocupado, corno Lenin había pre· visto, por el ~poso y la distracción, la equcación del hombre y las relacíories familiares.»
A principios del siglo pasado, en Ginebra, Pyrame de Candolle, botánico y médico, habla hecho un análisis singularmente perspicaz del empleo que sus contemporáneos hadan del tiempo. «La vida de cada individuo -decía- se compone de tres partes: una, consagrada a un trabajo útil a sí mismo o a la sociedad; la segunda, al reposo o al placer; la tercera, a una multitud de pequeñas ocupaciones subalternas que no tienen como resultado ni utilidad ni satisfacción. Toda la diferencia de hombre a hombre consiste esencialmente en la proporción, más o menos hábil, que cada uno de ellos sabe establecer entre estas tres partes que yo llamaré laboriosa, agradable e indiferente. La atención se fatiga como consecuencia de un trabajo demasiado prolongado: ya no se trabaja más, sino a1 veces aún menos, y esta costumbre enerva todo talento. Tomemos el extremo opuesto. Hay individuos que quieren dedicar demasiado tiempo a la parte agradable de la vida, ¿qué sucede? Su facultad de gozar se extingue · por el hábito, y una buena parle del tiempo que ellos creen dar al placer, cae en realidad en la parte de la indiferencia. Pierden los beneficios del trabajo y no acrecientan la masa de su felicidad ... » (7). El mérito de J. Dumazcdier es el haber intentado, con me· dios modernos, hacer de algún modo el inventario de las ocupaclones de los obre.ros y modestos empleados en Francia. Re<,.\lerda que al lado del trabajo profesional y del que se ~ea)iza para obtener un complemento del salario normal, es· tando éste más extendido de lo que se cree, el hombre y l'a mujer están comprometidos diariamente en un número de qblígacíones que dejan poco espacio al tiempo libre: trabajos ··'ca~eros, actividades de conservación, cursos profesionales, «íeberes familiares, sociales o espirituales, etc. Enumera tarn,, bíén una serie de actividades semi-utilitarias, semi-recreativas,
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Una «civilización del tiempo ocioso» fijo es más deseable que una «civilización del trabajo» más ~'i1anzada queIa que nosotros conocemos. Ni una ni otra son s)9-uiera posibles. Los americanos, que tienen veinte años de adelanto con respecto a Europa en la reducción de las horas de trabajo profesional, no creen que el desarrollo económico permita en un futuro rebajar el horario medio a menos de treinta horas semanales. Ya a este nivel el «trabajo negro» se generaliza, porque el obrero se aburre y prefiere una ganancia superior a un exceso de tiempo libre. En efecto; el hombre tiene una innata necesidad de actividad que las ocupaciones llamadas de tiempo libre no bastan para satisfacer: el alternar equilibrada· mente períodos de empleo y de permiso· es lo que mejor· le conviene a su naturaleza. «Trabajarás seis días y harás toda tu obra, pero el séptimo día es el del descanso.i.sr la sabíduría de esta ley, que data de la antigua economía rural, no ha sido puesta en tela de juicio por la Revolución industrial. Esta permite solamente una feliz ampliación del tiempo libre, del cual el hombre puede sacar el mejor partido. J.;\
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(7) Candolle (1778·1841): Mémotr«: et souvenirs, extractos pu· blicados por B. Gagnebin en Ginebra, textos y pretextos, Mermod, Lausana, '1946, p. 179.
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que no son ni obligaciones, como las que· acabamosr de-rver; ·:,;: La pesadilla de los regímenes industriales antes de 1914 se ni, propiamente hablando, actividades de tiempó líbré.vdebí-. .;-:, disipa cada vez más. Eso es sorprendente en los Estados do a su carácter parcialmente interesado.: cultivo ·horticola{.·:, '·/i Unidos, en donde el empleado y el obrero, a excepción de los crianza ganadera familiar, servicios eventuales a Iosjvecínos, · : · l parados, de quienes hablaremos más adelante, tienen una etcétera. Lo que más interesa al autor son· las .verdaderás · vida equilibrada, pasando armoniosamente del trabajo proocupaciones del tiempo ocioso, las que se escogen libremente, -'i .;,;;í fesional a las ocupaciones caseras y a las actividades de tierny no tienen un· fin lucrativo: fiestas, juegos,' deportes,!viajcs, ·-t~,€~.>:, ~to.reemprender su job como reunirse con sus-camaradas, last activida~~(fam.iliáres y·'.24 % qúec~Ldrabá:j~';j.Entre~m~"" . .'ir. ~-. i : ... ·.En· Europa occidental no estamos aún en esa situación, pero obreros cualificados,' un 25 % han contestado: igualmente qu · ~· ·:<>~ llegaremos pronto. Entonces nadie pensará en oponer artiñlas actividades de tiempo libre, 53 % que las actividades fami• . cialmente tiempo ocioso y trabajo. liares y 15 % que el trabajo. Es difícil conocer el significado · -e exacto de tales respuestas» (8). ··.r' No confundir el empleo con el trabajo Aunque alabando la prudencia y el cuidado que J: Duma, zedier ha puesto en sus estudios, lamentamos de nuevo. la imprecisión de los términos. En la pregunta a los obreros de Deben formularse ahora algunas consideraciones sobre el Annecy habría sido preciso decir «trabajo profesional», ya término trabajo, que es aún más equívoco, en el espfritu de que hay trabajo en los tres grupos de actividad. En ninguna las gentes, que la expresión tiempo ocioso. En el Traite, de parte hace el autor esta observación, como tampoco, desde Jacques Dofny, solamente una decena de líneas atraen la aten· luego, los otros colaboradores del Tratado de sociologia del ción sobre la «definición restrictiva» que se da corrientementrabajo, para quienes el trabajo humano no existe más que te de esa realidad multiforme y de ese concepto tan rico forzado, asalariado o, al menos, remunerado. Ahora bien, es , , ~~orno es el trabajo humano. Este último se expresa siempre precisamente la extensión del trabajo libre y espontáneo, en ' en términos de mercado, de producción o de contabilidad las horas cada·:vez más numerosas de tiempo libre, el elemennacional. Ahora bien, «la sociología del trabajo, ¿ debe deteto más signifitativo de la evolución de la vida moderna. En nerse en el análisis de la población activa?». Ciertamente que cuanto al aspJcto apremiante del trabajoJ~e atenúa en todos , ,·, no, dice el autor, que ha comprendido bien que las «reduclos oficios y profesiones, sea por la dis~{nución del horario •. ·ciones de horarios en las empresas y las administraciones». laboral, sea por la suavización de las condiciones materiales, ,, ' factor al cual nosotros añadiríamos la extensión de los regimorales y sociales en las que el rrabajador ejecuta su tarea. menes de seguridad social, obligan a tener en cuenta cada '.~ vez más una variedad de trabajos situados «fuera del circui'.•,, to económico-, tales como los pequeños trabajos hogareños, (8) J. Dumazedier : •Travail et loisir», Traité de sociologie du los cuidados domésticos o «la participación activa en toda travail, II, pp. 341-366.
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sociedad sin fin lucrativo» (9)J Ciertamente, el profesor Georr ges Friedmann, que fue el primero que habló en Francia de las «horas de asueto activas», en 1949, ha reconocido que el técnico ocupado en un estudio Hure, fuera de su empleo, o· «el artista que realiza una obra lle larga duración, sin estar obligado por la necesidad», tal como un Marcel Proust, me~ recerían el calíñcatívo de «trabajadores»./Pero sentimos que el autor se ha~ creído en la necesidad de· éortsiderar,esto'i} -, casos como «"*os», siendo que hoy se multíplícan aun en·· lo que respect.{ta los más modestos obre(9s, )' sobre todo que los haya clasíñcadc bajo rúbricas imprecisas ( «acción» o «no-trabajo»), excluyéndolas dellberadaménte del campo dé su disciplina (10). · '~l! · ' Esta relegación de lo que J. Dofny llam~ «una parte SUS· tancial de los tr.abajos efectuados en la vlfa social» y de· la que nosotros dinamos que es la parte más~álida y más alta del trabajo humano, provienen de que Ios sociólogos,. sobre todo los franceses, permanecen demasiado atados a oscuras ~ prevenciones~ Toda la sociología de las actividades humanas está viciada por una definición negativa y una· apreciación peyorativa del trabajo, heredadas de la filosofía greco-latina y desprovistas de todo fundamento objetivo. Un tenaz prejuicio de los intelectuales hace del tiempo libre una felicidad y del trabajo una desgracia: de ahí viene la oposición arbítraria que se establece entre estos dos términos, no comparables, ya que uno designa un tiempo y el otro una actlvídad.f De ahí viene también el estigma de la coacción que se atríbuye siempre al trabajo. En 1955, Ignace Meyerson comienza una larga definición del trabajo con estas palabras: «Es una acción forzada ... » (Ll ). En 1958 y 1961, Georges Frledmann dijo no solamente «que el elemento de coacción, de obligación, de díscíplína, es inherente a las actividades de trabajo»,
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sino además que es «específico» y que «distingue» a estas últimas de «las que les son ajenas .. ( 12). En varias ocasiones, sobre todo en 1962, en nuestra Historia social del trabajo hemos puesto en duda la validez de ese pretendido criterio y demostrado sobre qué antiguos mal~ entendidos descansa/ Desde luego, hay una cierta coacción en el trabajo, pero este rasgo es común a todas las empresas y actividades del hombre. Es en el fondo de nuestra naturaleza, en las condiciones de la vida social y en lo que Bergson llamaba «la resistencia de la materia al esfuerzo humano» donde hay que buscar la explicación del carácter ambiguo del trabajo, a la vez sufrimiento y alegría, coacción y liberación/ ., \La fiesta, el juego, la guerra, que son actividades «externas» al trabajo, no están menos sometidas a disciplinas, obligaciones y convenciones. En el trabajo profesional es la situación de dependencia lo más repugnante. Ahora bien, no se puede confundir el empleo con el trabajo; lo que es verdad del uno no lo es necesariamente del otro¡ Además, no es en el momento en que la necesidad económica se suaviza en los países industrializados, en que la seguridad social se generaliza, en que las relaciones humanas mejoran, en que la dura· cíón del empleo disminuye, cuando hay que acentuar los aspectos inevitablemente coactivos del trabajo. Es una reacción paradójica, ya que la historia del vocabulario demuestra que ,.. los juicios sobre el trabajo han correspondido siempre en el ..,.pasado a las condiciones reales, más o menos favorables, del ejercicio de los oficios. / En su origen, la raíz sánscrita rabh, de la cual derivan • • ,·, -a la vez los verbos arbeiten y laborare, tenía el sentido positivo y feliz de obrar con vigor. J. Plaquevent se equivocó en •• ' 1933 al oponer el «pesado» Arbeit ele los nórdicos con el pre· rendidamente «ligero» Labor de los latinos; lo que sabemos
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(9) Traité, .¡.¡ p. 324. 10) Traité, 1, p. 22. (11) Iournal de Psycliologie, París, 1955, Lll, p. 3.
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( 12) Traité de sociologie, publicado por Gurvitch, París, 11958. J, p. 508; Traité de soclologie du travall, 1961, l. pp. •14 'Y 24.
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sogner (trabajar), cuyo origen es incierto y que simplemente quería decir que el hombre debe obrar con perseverancia para responder a las necesidades y exigencias de la vida, no tenía antaño ningúr, matiz peyorativo. El duque de Saint· Simon nos presenta él Mme. des Ursins «besognant a son aise» (trabajando cómodamente), {>Cro dentro del círculo de I ocupaciones que convenía al rango de una princesa, mientras j que reprocha a Mme. de Montespan el «trabajar para los poi bres en obras bajas y groseras cual camisas». Del verbo opeI rarl el uso f rancés no ha conservado verdaderamente más que la palabra ou~rier (obrero), a la que se ha atribuid)o un sentido despreciativo: a·uvre y ceuvrer (obra y obrar son palabras de intelectuales que se utilizan refiriéndose a su actividad. Si la obra puede ser una sinfonía o una novela, lo era duna dmáquHina d1e tres est~6c.as con laf que se torturaba a-los .. . más frecuente es que sea fruto del sufrimiento del artesano con ena os. oy,· a expresi n «une emme en•travaib;i·que. ., .. . o del manauvre (peón). La operación tiene un sentido técsignifica en los dolores del parto, es la única supervivencia de,..,Ja -antígua: acepción- del témáno.·.:La~lengt.µ1:R_ji;l¡leaatqu .... ~~ .níco.en la cirugía! el arte militar o lo que hoy se llama in· ,~ ,.':t.,~i.ve,tigacfón operativa. Solamente la palabra operador de cine había adoptado1;éslá•',palaora"francesa?há,sidoi~Q~se . dora:, En: .1684,"·Williamt:Perui, su·roraclo.,Ílpó~Fitade(' · :'.: Jui entrado en el lenguaje corriente con cierto prestigio. Lahabla ... de- lós tormentoso que 'acompañarón- e1~inadmiéntoii':dt. ~.¡:i borare, finalmente, ha tenido el mismo destino. Las palabras taboureur (labrador), labeur (labor), laborteux (laborioso), esa-comunidad.. what travail have there 'beelitfo:~brlng•,th~:.: forth! Recientemente aún, un editorial del New York Times, han conocido un creciente descrédito desde el declive de la que relataoa las peripecias del viaje que una comisión senaera agrícola. De todas formas, en nuestros tiempos de investorial había hec~o al Oriente Medio, se titulaba Senator's Tratigación científica se tiende a revalorizarlas: la cualidad de vails, lo que q4~ría decir a la vez las fatigasy las decepciones •. ~t;borantine (mujer empleada en investigación o trabajos de de los senadores. Si incluso la palabra viaje, travel en inglés, ' laboratorio) es halagadora, e incluso los panaderos pretenden proviene del francés travail, es que antiguamente los desplacocer el pan en Iaboratorics. zamientos de un país a otro eran muy incémodos. Un persoLos analistas del trabajo no tienen suerte: el objeto de naje de Moliere se quejaba de haber sufrido «los trabajos ,·•sus estudios, y aún más el término que deben utilizar para de un viaje bastante largo». '; ·' · . ,.., designarlo, sufre una creciente impopularidad. Los sociólogos •)Los franceses le han jugado una mala'1pasada al mundo ·-' del tiempo libre, a favor de los malentendidos que ya conoce· al dar preferencia al odioso verbo tripaliore, que significa surnos, son mejor acogidos entre nosotros por el gran público. frir y hacer sufrir, para designar la forma más digna del es .. Si las cosas suceden de distinta manera en los países nórdífuerzo humano. ¿Por qué no han conservado las palabras cos o anglosajones es porque las gentes están más favorecí· propias y adecuadas que una tradición milenaria relacionaba das por su nivel y clase de vida. Es, también, porque su acticon ese esfuerzo? El irreemplazable Littré observa que be· tud respecto al trabajo y, por consiguiente, su vocabulario de Ias condiciones de trabajo lle los germanos y de Roma nos haría pensar más bien lo contrario. Laborare despierta rara vez ecos agradables en los textos latinos.· Bossuet, en su sermón sobre «la eminente dignidad de los pobres», hace todavía alusión a los penosos trabajos de estos últimos cuando habla de sus «obras laboriosas». El sentido peyorativo de estos términos parece haberse acentuado en los duros períodos de crisis económicas y de opresión social que jalonan la historia de los tiempos modernos. Es a partir del siglo xv cuando la vieja palabra francesa laheur ha sido reemplazada por travail, derivada de los vocablos latinos trabs y tripalium, · que designan las ataduras que traban a los bueyes.· Una· segunda acepción de tripalium refuerza la idea de sufrimiento:
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concerniente al trabajo, han sido siempre positi~qs.· W~r.k~, . ;: t en alemán, y Works, en inglés, se aplican: a la yez·ir.los escrí-, tos del poeta y a los proyectos en , cuestión; de rmetalurgía: f Sociology of Work se aplica tanto· a los: intelectuales como a los obreros].,El error de cierto racionalista francés es· no haber comprendido que el estudio, la ciencia, el arte y el pensamiento no avanzan sin trabajo y son en· definitiva .formas de trabajo. ? ! ,, · • ·: · · Hemos dado en otro lugar numerosa~ ilustraciones del prejuicio greco-latino que exalta la filosofíay desacredita in· cluso la obra del escultor porque este último, como el artesa· no, debe tallar la piedra con sus propias tihanos. En Francia hay que esperar al año 1688 para ver a un escritor reivindicar la cualidad de trabajador. La Bruyere escríbe.: «A la ociosidad del sabio no le falta sino un nombre mejor; y que meditar, hablar, leer y estar tranquilo se llamase trabajan (13). En el siglo siguiente d'Alembert dirá lo mismo, y otros después que él; pero ¿se ha reconocido bien este hecho en el momento actual, tanto por parte de los intelectuales como de los trabajadores manuales? Recientemente, una buena campesina se crefa en el deber de disculparse porque su hijo, brillante estudiante, hubiese dejado la tierra: «Su hermano, que. es más vigoroso, ha tomado la dirección, pero, mire usted -me decía=-, el pequeño no era bastante fuerte para trabajar; lo hemos dejado que estudiara.» Ha llegado el momento de ampliar la noción tradicional del trabajo, que no corresponde a las condiciones actuales de la vida económica y social. Durante mucho tiempo se ha considerado servil al trabajo porque era ejercido principalmente por esclavos o siervos: se le ha considerado envilece· dor porque estaba arbitrariamente limitado a oficios manuales en los que el pensamiento apenas participaba; se le ha considerado repugnante porque imponía al hombre una coac-, .
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ción a menudo insoportable. Estos rasgos, pretendidamente
específicos, no afectaban en realidad nada más que a las condiciones del trabajo, pero no a su naturaleza íntima. Esta debe ser observada, por lo tanto, con ojos nuevos, analizada sin prejuicios y definida de nuevo por completo. No hay más que un método para lograr una empresa tan delicada; el de la psicología y la sociología funcionales.
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(,13) Les Caracteres ou les Mceurs de ce si~cle, cap. II: «Du mérite pcrsonncl».
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CAPÍTULO
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LAS TRES FUNCIONES DEL TRABAJO
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El análisis denominado funcional tiene como finalidad el determinar la o las razones de ser de todos los comportamientos, actividades o conductas de la vida individual y social: lenguaje, ritos religiosos, asociaciones diversas, reglas jurídicas, instituciones. juego o trabajo. En biología y en psicología no se puede estudiar un órgano sin tener en cuenta el papel que desempeña en el dinamismo vital: no se comprenderá la estructura de un ojo !' no se le cuidará eficazmente si se quiere ignorar que su función es ver. No admitiendo necesariamente que todo lo que existe está justificado, los funcionalistas averiguarán si los regímenes sociales o las instituciones cumplen bien con su papel o responden a su función. De igual modo, los arquitectos y los jefes de empresa tienen cuidado d~ que no haya dobles empleos o vanos esfuerzos , ~ la planificación de un edificio de fábrica, la organización ' -de los servicios o la distribución de las tareas. El sociólogo del' trabajo, preocupado por una «eflcienclas semejante, debe· definir primeramente las razones de ser biológicas, económi• -cas, psicológicas y sociales de la labor humana. Podrá ver ··' entonces si nuestros regímenes sociales de trabajo son, no , solamente eficaces, sino funcionales en el sentido amplio del •• término, es decir, adaptados a las necesidades permanentes de la naturaleza humana. En efecto, la economía no podría desarrollarse durante mucho tiempo a expensas del hombre . Hoy, al menos en los países desarrollados, la reducción de los 43
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(1) K. Marx y ·F. Engcls: Critique des programmes de Gotha et d'Briurt, Editions Sociales, París, 1950, p. 25.
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la: huida hacia las actividades del tiempo libre. Observemos primeramente que esta pretendida evolución del trabajo está ·. enzcontradícclón con la experieucia del siglo xx: el continuo · desplazamiento del empleo hacia el sector terciario y el refinamiento de las tareas en la agricultura y la industria proporcionan a la mayor parte de los trabajadores crecientes responsabilidades, exigiendo de ellos cualificaciones superiores. El interés por el trabajo y el desarrollo personal no han hecho sino aumentar en los oficios y profesiones desde hace cincuenta años. En cuanto a las actividades de tiempo libre, no son verdaderamente· propicias al perfeccionamiento humano más que en la medida en que se fundan en la realización desinteresada de una obra por modesta que sea, o en el cumplimiento libre y espontáneo de un trabajo útil a la comunidad. Ahora bien, todo eso fue previsto y deseado por Marx en términos sorprendentemente perspicaces. El quería «hombres absolutamente disponibles para las variables exigencias del trabajo», un tipo de individuo «de desarrollo in· tegral, para quien las diversas funciones sociales sólo serían formas diferentes y sucesivas de su actividad». Sabía bien que el hombre no escapará jamás a la necesidad que le obliga a «luchar contra la naturaleza para satisfacer sus necesidades», porque estas necesidades aumentan precisamente a me· dida que crecen los medios de produccíoi.. Lo que él quería, sobre todo, es que la organización social fuese equitativa para , . (QCios, y que las condiciones de trabajo fuesen «las más dignas y las más adecuadas a la naturaleza humana»jTodo eso, Calvino y sus continuadores, herederos ellos también de una larga tradición cristiana, lo habían dicho hacía mucho tíem.po, \ . pero esas verdades se habían oscurecido en la embriaguez • de la expansión industrial del siglo XIX, y por eso les hizo ,, ' falta a Engels y a Marx mucho valor y amplitud de miras para recordarlas. (Si Marx tuvo el mérito de separar la noción de necesidad en el análisis del trabajo, nadie mejor que Freud ha sabido, en un sorprendente resumen, definir a la vez la unidad del
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trabajo y la diversidad de sus motivaciones. Sin que la palabra función aparezca todavía. se han distinguido- perfectamente los tres aspectos fundamentales del trabajo en el texto siguiente que no nos cansaremos de citar: «No hay diferencia entre la labor científica y los más comunes trabajoscon -los cuales uno pueda ganarse el pan. fü.Jrabajo asegura al hornbre no sólo la subsistencia, sino 9.~ustifica su vida en so-~!~~ad._ No es menos útil cuando ofrece al individuo la posibilidad de descargarse de los impulsos constitutivos de su libido, narcisivos, agresivos e incluso eróticos. Cierto que la mayoría de las personas sólo trabajan por necesidad, y no · inician voluntariamente este camino hacia la felicidad. Es que· la vida es demasiado dura para nosotros; nos proporciona demasiados sufrimientos, demasiadas decepciones, demasiadas tareas imposibles de llevar a cabo. No hay más que una solución para este difícil problema social: la libre eleccíón del oficio. En este caso el trabajo cotidiano procura una sa1 tisfacción particular, porque está sostenido no solamente por una inclinaciórli natural, sino también por la sublimación de instintos prof~ndos que, sin eso, quedan inutilizados» (2)./ ¡Qué diferencia entre este análisis lúciªo de las «insatisfacciones» de nuestro tiempo y las superficiales visiones de ciertos profetas de la pretendida civilizacidj1 del tiempo ocio· so en que «la práctica del deporte del yate y la equitación estarían al alcance de todos», en que todos gozarían de una especie de vida de castillo artificial y detestable, a imagen de la dolce vita de una película de éxito! :Nuestras poblacíones de Europa occidental, y particularmente los jóvenes/ino. están ya demasiado llenos de esta ilusión, más aúnr.deresta exigencia? Se olvida que el Tercer Mundo tiene hambre· y, que, aun entre nosotros, la vida es dura para muchos: -solamente el trabajo de todos, que se puede ·por 'fortuna ínte- ·' rrumpir con un necesario descanso, permitirá a los humanos , ·. : · ,·,•,,,¡ x·rnM .i,:., •' l ~1 '' •; h!, .. i;, ill':111; Í" 11~ . • • ,; · • (2) S. Freud: Civifü.atio11 a,·d its Dtscontents, Londres/ 19Sj1 .• :t,.~·,t •. 1 -: 1 -: ,n:, ,q. rJ,•. r t 1'J • (.{~1· .'· t;::,.~,: : pp, 25 y 34.
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sobrevivir y a la civilización desenvolverse. Freud tiene razón para hacer una distinción entre el trabajo y las condiciones del trabajo. Mientras que estas últimas sean malsanas e injustas, el trabajo no podrá proporcionar todo su fruto al individuo y a la sociedad. El psicólogo no se dejará engañar, no obstante; ~l.!rabajo, en la medida __en que desempeñe normalmente sus funcion~s, es un bi<:_n para el .hombre ... ----. . :
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Tres razones de ser f undamentales /Hace mucho tiempo que los humanos han tomado con· ··\ ci~ncia (sin sis~ema_tizar~a. desde luego) de la función econó·j.' mica del trabajoz'El primer precepto de sabiduría popular, ¡,-. desde los Sumerios, es el que Voltaire propone al final de · Cándido: «Tenemos que cultivar nuestra huerta.s Esta· preocupación utilitaria se eleva en el mito de Prometeo hasta una filosofía del p:ogreso humano. Al sustraer el fuego del Cielo, el héroe ha librado a los hombres de su dependencia con respecto de la naturaleza. Esquilo Je llama el Filántropo, porque se supone que de él p1 ovienen todas las artes o, Jite· ralmente, todas las técnicas: pastü téknai tk Prometéós.\Hoy, ~~~!_!)_~~!1_.~foryórnícr~clel trabajo es la ünica generalmente , conocic!~, prueba de- ello la caníícfoc! ac-clefinicToric;-·élc1 ~Jiªj~.. q~ ~9~mei<;ioñari~-~h:i~, Si ·l;~~guntamos ~ ,, .~ motivo por el cual trabajamos, obtendremos siempre la • misma respuesta: «pai:a S!1i:t~r _?.!E_ler~». Es verdad -dijo Jean Fourastié-, pero insuficiente. Habría que añadir: «para reducir nuestro racionamiento, ya que la naturaleza produce ,..., •'IJ,?OCO por sí misma». Dicho con otras palabras: «para produclr». Con respecto a esto, el autor ele la Gran Esperanza ha ., ' escrito un tratado de economía política sin indicar que el trabajo tiene otras funciones (3). Esta reserva de los economistas, demasiado frecuente desde hace mucho tiempo, <:no
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se ejerce, de un modo 'l otro, en cuatro i~empos. El primero es la búsqueda de la subsistencia de cJ~a;:día •. :Bl,.segundo está en la base de la propiedad del suelo;tcolectiv~ o privada. El trebajo-anropíacíón responde a una e~dente necesidad de • _. .. 's~~~a,d: hay._,q~~ proveer para p~e~~~§~~P.~~~?lt:<.t\ ~~,· ec~~º~.-.,,~d~m~n_~ªi·~.'?.·. ~j~ ~~¡ Jl~n~·-~Tfte~t·.'tiempo;>~a~ •li'! ~t,.-jN-cüct~r{t ~~~yv~ri~~tW~~~s~~mPx:e;' .. . , · ~ .::.,J~l~t~o~seguld~:-Esta hu~va'.motivaci ., ; ... '._J,,: 1 siderable no· sólo al trabajo, sino a la invención, al pe~etc!onamlento técnico, elemento que estará cada: vez más est~; chamente asociado al trabajo. Aparece finalmente el cuarto tiempo, marcado por la acumulación, fuente de la ínverslén. ¡ Entonces el producto del trabajo se transforma en capital, colectivo o privado. Esta última evolución no es posible más que en el marco de una economía organizada de tipo agrícola, artesanal o industrial, que disponga de moneda y conozca la escritura, el cálculo y la contabilidad/No es realiza· ble sino a costa de una disciplina en el disfrute, de un interés . _¡. ~--~ _ ~ por el progreso y de una actitud positiva con respecto al trar bajo, que pocos pueblos han conocido hasta ahora/ Se encentrarán, no obstante, señales de la misma incluso en la 1 más remota antigüedad, en Sumer, en Egipto, en Israel, en 1 Grecia antes de los filósofos, en Roma antes de los .conqulstadores. ¿No encontramos la esencia del capitalismo, estatal 1 o liberal, con su elogio al trabajo y su imperativo de frugalidad, en la siguiente máxima de los Sumerlos, en el origen de la historia? «Mano y mano, una casa de hombre se construye: Estómago y estómago, una casa de hombre se destruye» (4).
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~ Lo que hemos llamado función social del trabajo se relaciona con los aspectos humanos de la economfa, tomados en su conjunto: producción, cambio y distribución de los bienes materiales. Si el trabajo es primeramente una lucha del hombre contra la naturaleza, hay desde su origen una asociación . .. 1 ¡ de los hombres con vistas a su común supervivencia. Todos .. -; · los vocablos que designan la labor .humana tienen compues·· ., . tos que expresan está solidaridad: colaborar, cooperar, son términos corrientes. Entre los antiguos griegos una solapa· {'\'.;>·l~bra! designaba todas l~ actividades p~~fesionales no agrí-. .·~:<.-:·colas.: .áémiourgoi, trabaja~ores al sei:vic1o_del pueblo. Eso. .r¡ ,,_;..; . no 'quería decir que el cultivador estuviese hbre de ese de~er ¡ de ayuda mutua; todo el poema de Hesíodo, Los 'Iraba¡os ¡ y los Días, denuncia el egoísmo y la disipación del hermano del autor, el perezoso Perses, quien no quiso comprender ' que el trabajo es el único medio de hacer reinar el orden y de salvaguardar la justicia. Igualmente en Roma, por interesada que sea por parte de las clases dirigentes, la fábula de los miembros y del estómago, contada a los esclavos por Menenius Agrlpa, expresa a su modo una verdad que aún está lejos de ser reconocida; a saber, que los hombres son solidarios en su trabajo. . Freud va más lejos cuando escribe, en una fórmula. audaz, ( .1 que «el trabajo justifica la vida del hombre en sociedad». i!.~ eso una reminiscencia de la tesis que Emilio Durkheim , · hilbía sostenido en 1893 bajo el título De la división del tra'bajo social? Este autor tenía razón cuando insistía en el calificativo de «social». Para él, como para una serie de filósofos ingleses, tales como Locke, Hume, Smith y Spcncer, el tra.. , •\>ajo, estrechamente asociado n la religión, es el lazo que une • a los hombres más fuertemente. La división profesional del ,, ' trabajo «suscita grupos que, sin ella, no -xtstírfar». Es tarnbién «In fuente principal de la cohesión en las sociedades superiores»: si no lleva consigo en nuestros días una mayor solidaridad, es que «las relaciones sociales no están regula· das»; un régimen cooperativo -dice Durkheim- bastaría para
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restablecer el equilibrio. En este punto Karl Marx se había mostrado mucho más severo: sin negar que el trabajo fuese. en sí una fuente de riqueza y de solidaridad, opinión ya sostenida por los antiguos, Marx juzgaba que la división· del trabajo había sido un factor de ruptura de la armonía social, por el hecho del acaparamiento de la riqueza por una minoría. La controversia no ha terminado, ya que a Durkheim no le faltan defensores entre los sociólogos americanos: ~- .. ~ / No obstante, todo el mundo está hoy de acuerdo, en reconocer la importancia de la función social del trabajo. Es el final de un eclipse marcado por los primeros tiempos de· la era industrial. El agricultor y e] artesano siempre han sido conscientes del servicio que prestaban a la comunidad y que podían seguir el destino del producto de su trabajo. Había una relación directa entre ellos y sus clientes. Con la especialización de las tareas, la mecanización y la racionalización de los actos de producción, el trabajo ha perdido mucho de este sentido humano. Visitando con unos estudiantes un sanatorio alpino en donde se habían instalado talleres, para los enfermos como aplicación de una ergoterapia fundada precisamente en la idea de que el trabajo responde a profundas necesidades de la naturaleza humana, distintas de la *rsecución del provecho material, me puse n interrogar a P,nos hombres que, prisioneros por un aparato de yeso, moldeaban hilos de cobrr con una pinza. Todos me dijeron cuánto les gustaba esa nctividnd, fnsticliosn en si: «Se gana un poco de dinero, pero, sabe usted, lo esencial es hacer algo útil con los compañeros en estos largos meses de cura.» De todos modos, a la pre· gunta: «¿Para qué sirven esos hllos?» tuve la sorpresa de constatar que ninguno supo responderme. Unicamente el contramaestre supo decir que se trataba de conductores para relevadores telefónicos, Yo le invité a informar a sus hombres de manera que. el trabajo tuviese más sentido para su espíritu y mavor alcance para su imaginación, l ·:' Es to~iavía 1\ los anglosajones, y no hay que extrañarsede ello, a quienes pertenece el mérito de haber atraído la aten50
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nos en el trabajo. Si su optimismo a este respecto ha podido suscitar algunas reservas, la obra de un Elton Mayo, australiano emigrado a los Estados Unidos, principalmente su librito de 1933 sobre The human Problems of an Industrial Civitizatlon, ha marcado una fecha en la hlstoría contemporánea del trabajo, lo mismo que las investigaciones de F. W. Taylor, desde 1880, sobre el mejoramiento de la productividad. La propia concepción de la empresa y de las responsabilidades patronales ha cambiado: una fábrica o una administración no son solamente un complejo material de producción, de cambio y de distribución, sino un Jugar de encuentro, uncen· tro de interés y un nudo de relaciones entre trabajadores. Estos últimos, aunque ocupados en tareas muy diversas. están ligados a la empresa para su bien, el de sus familias y el de la más amplia comunidad humana.
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La función psicológica del trabajo está tan cercana a la · . función social que hasta hace poco no se la ha distinguido./ Sin emplear todavía el calificativo preciso, Julio Veme decía en 1865 lo que sigue a Edmondo de Amicis: «Necesito traba-. jar. El trabajo ha llegado a ser para mí. como una función · · vital. SI no trabajase, me parecería que no vivías. (5) En 1951 / tratamos ampliamente de la «función del trabajo en la vida: ,físicait, (6) En 1955 Ignace Meyerson, en un ensayo sobre «el \ • • ri-obojo, función psicológica», hace la siguiente observación: ....\ «Cuando es feliz y líbre en su trabajo, el hombre tiene la irnpresión de existir más, de ser más él mismoy(7). ., Esta impresión y esta convicción no son cosas nuevas. En 1 •• , los primeros tiempos Je la civilización helénica, antes de que los prejuicios orientales sobre el carácter nefasto de toda I
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(5) Amicis: Memoria, citada en el ooleun Gui/de du Livre, Lausana, 1959, p. 274. (6) P. J.: «Nota sobre la psicología del trabajo», Revista eco:,ómica y social, Lausana, IX, pp. 149•163. (7) Iournal de Psychologie, París, LII, p. 16. 51
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acción hubiesen .iníluenciado el pensamiento. filosófico, nadie dudaba en Grecia de que el trabajo respondiese a una aspira· ción profunda y feliz de la naturaleza hum'ana. Homero, He· síodo y los Trágicos, como hemos visto, hacen de la activk dad laboriosa, tanto como del pensamiento} un honory una dignidad. Estos escritores no conciben que líaya·felicidad para el hombre fuera del cumplimiento de su destino, el cual 'es precisamente llevar a cabo, realizar, por medio del, pensamiento y del trabajo, todas las virtualidades del ser,· todas las, posibilidades que: se. encuentran contenidas en 'abundancia en el mundo y en la vida."El mismo eco se-encuentra en los ... escritos bíblicos, que afirman además que porcmedíodetsu . -'J{ trabajo el 'creyente se -asocia a ln. actividad divina:.. «Nosotros · • somos colaboi adores con Dios», dice San Pablo l:l los Corin, .
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lante·por Tomás deiAquino;rquienl·,exclama~iía~.h!.1·. , di~o que cooperar conDloszs, Quod omni~_divinli~:~f{!l'::·1 Dei-cooperatorem fieri?,(8):Esti, tema llegaráJfs~;domlnan~~~~~· en la teología reformada.fEn el último ·párrafo de:;'s\i '/t1$titat ,, ·.: · :,:if · ción Cristiana, Calvíno dice de ln vocación divina en el oficio que establece «una correspondencia indispensable entre las partes de nuestra vida»: había visto bien el papel que el trabajo puede desempeñar en la síntesis del yo al instaurar una disciplina en la conducta, una coordinación de los pensamíentos y las actividadesl · t: La Enciclopedia, en su definición del trabajo, se ha inspi.. rado en esta tradición: «Encerramos en nosotros mismos·. un principio activo que nos conduce a la acclón.s Hemos citado a Marx. Su rival, P. J. Proughgp, es todavía más explícitof'«El trabajo es necesario no solamente para la conservación de nuestro cuerpo, sino que es indispensable para el desarrollo de nuestro espíritu. Todo lo que poseemos, todo lo que sabemos, proviene del trabajo ... Por medio del. trabajo espiritua..
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(8) Citado JlQr J. Haessle: Das ArbeitsetJ¡os der Kirclie, Fribourg-en-B, ,192~¡
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!izamos cada vez más nuestra existencia9(9) Entre nosotros se sonríe cuando se 1een tales frases. Los comunistas de los (países del Este están menos estragados. He aquí lo que Leónidas Ilyitchev, secretario a la sazón del Comité Central de P. C. soviético, decís. en 1963 del valor pedagógico del trabajo: «Algunos padres creer. que deben trabajar mucho y renunciar a muchas cosas para que sus hijos no conozcan la pobreza. Aún más, intentan preservarlos del trabajo, de las preocupaciones y de las dificultades de la vida. ¿No están en un error al ignorar el gran poder educativo del trabajo P» De hecho, el obrero occidental se muestra perfectamente consciente de la realidad de esta función psicológica. Se aferra a su actividad profesional a despecho de condiciones a menudo desfavorables. Reflexiona sin cesar sobre los medios de. mejorar la producción o la organización de su empresa. Es por eso por lo que se colocan buzones de sugerencias en los talleres, con recompensas apropiadas. Sobre el obrero pesa "° mucho más .la dependencia que el trabajo. No ha perdido la esperanza de vivir su trabajo de una manera mucho más completa al encontrar en él no sólo una manera de ganarse el pan, sino una razón de ser profunda y una expansión. Efectivamente, unas encuestas recientes han demostrado que la mayor parte de los jóvenes trabajadores de fábrica manifiestan poco interés hacia su actividad: su ganancia y la auto¡:¡omfa frente a sus padres parecen ser sus únicas satisfaccio')1~5. Pero, ¿por qué se hacen estos estudios tan a menudo en la gran industria, en donde no están hoy ocupados más del 15 % de los jóvenes? Recordemos que es a estos últimos .;-los menos formados de su generación- a quienes corres•, • ponden las tareas más ingratas. Se razona siempre como si , el peón y el obrero, llamado especializado, pero no formado, " fuesen la imagen misma del hombre que trabaja, hoy y mañana. Desde luego, la experiencia profesional de los jóvenes es (9) 251-252.
Prouclhon: De la Iustice ... Parls, 1858,
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II, página s. 235, 53
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Por medio de las funciones social y psicológica del trabajo, cuya importancia crece en nuestros días a medida que la función económica tiende a ocupar menos espacio en el espíritu del trabajador, el hombre se desprende cada vez más de la necesidad material para vivir en el orden de la libertad, del pensamiento e incluso de la espiritualidad. Respondiendo a una necesidad de supervivencia, de colaboración y de crea· ción, el trabajo nutre el cuerpo, sostiene la sociedad y des· arrolla a la pe¡;~ona. ¿ Es eso una ilusión o, al menos, un con: ccpto caduco?fL:a mayor parte de los colaboradores del Traite de Sooiologie ~!' Travail lo declaran sin rodeos. Su director, Georges Friedrnann, se expresa así en la'-ItÜroducción: «Está claro que es en el conjunto de las actividades de no-trabajo donde se encuentra de ahora en adelante para un número ere· ciente de individuos que pertenecen a las~sociedades índustriales desarrolladas, el centro áe gravedad de su existencia y el campo personal en donde se ejercen sq~ tendencias hacia la felicidad» (I, 23). Uno se encuentra desconcertado al haber leído en la página anterior que el «no-trabajo» comprende la actividad de la mujer en el hogar, los trabajos caseros de su marido, las clases nocturnas del hijo mayor y también, sin duda, la aplicación de los pequeños en el colegio. Pero la ambigüedad, ¿no descansa en el error de definición que limita el trabajo a la actividad profesional? Más vivo y matizado a la vez, J. Dumazedier ataca el en· sayo de l. Meyerson sobre «el trabajo, función psicológica» y las referencias a Laborde, Proudhon y Marx. «Hay concepciones del trabajo que no corresponden ya a la situación actual de la relación tiempo libre-trabajo, vivida por la mayoría' de los trabajadores urbanos de todas condiciones. A nuestro entender, habría que desembarazar a las ciencias sociales del 54
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trabajo de los modelos tomados del siglo pasado ... El trabajo, ¿se vive realmente como una necesidad, una necesidad psicológica, incluso? Según nuestras encuestas, es la actividad, no el trabajo, lo que parece ser una necesidad fundamental» (II, p. 363). En otro lugar añade, al comentar las respuestas de los obreros de Annecy: «Antes de afirmar que el trabajo es una necesidad psicológica, es bueno preguntarse: ¿para qué categorías de trabajadoresz» Esta última observación está justificada: es evidente que el profesor de universidad, generalmente asimilado a los funcionarios, y que dispone sin embargo de un margen importante de libertad en el empleo de su tiempo, puede entregarse mucho más que el obrero de fábrica al interesante trabajo de enseñanza y de investigación que le está confiado, hasta tal punto que este trabajo llegue a ser una de sus principales razones de ser y, debido a la costumbre, una verdadera necesidad. Pero, ¿no se ve que este «tipo de trabajador», ayer todavía excepcional, tiende a ser corriente en un número cada vez mayor de oficios y profesiones? En cuanto a decir que ~s la actividad y no et trabajo lo que es una necesidad fundamental, es enunciar una trivialidad y mantener un equívoco: hay muchas actividades, de naturaleza muy diferente, tales como el juego, el deporte, las colecciones de sellos, el rito, el culto, la acción sindical, la política, el amor y la guerra, que ,tienen razones de ser o funciones de desigual importancia y , ·• que son "vividas» con más o menos pasión. Entre todas estas actividades, el trabajo, entendido como conviene en un sen· tido amplio que incluya todas sus formas, que van de la coacción del asalariado a la libertad del que presta servicios • , '''eventuales o del sabio, es de hecho, y seguirá siendo la única , que merezca aquel calificativo de fundamental en la vida del '1 hombre. La encuesta de Annecy sobre los obreros lo prueba tan· to corno los testimonios de los grandes hombres, no solamente del «siglo pasarlo» sino de todas las épocas históricas, incluida la nuestra. 55
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Consideraremos más adelanté algunos a~pectos de la cuestión después de haber citado las observacíbnes de dos escritores contemporáneos, Antoinc de Saint-Exupéry y Louis Bromfield, de los que no se podrá decir que hayan ignorado el trabajo, pues ejercieron durante largo tiempo duros oñcios antes de componer su obra. En su Mensaje a los Ameri· canos, publicado en inglés en 1942 y en francés en la revista Icaro en 1964, Saint-Exupéry decía lo que sig\,\e:,«Uno de los aspectos 'esencíales del trabajo no es el salarió~ que procura al hombre, sino el enriquecimiento espiritual que le proporciona. Un cirujano, un físico, un jardinero, tiene más calidad humana que un jugador de bridge. Una pacte del trabajo nutre y la otra crea: es el don al trabajo lo ·que crea.e La experienr.ia de Bromfield le ha conducido a conclusiones seméj antes. He aquí un extracto del «testamento» de esta.personalidad admirable que tuvimos ocasión de encontrar en el ·mes . 1 de marzo de 1949 en su explotación agrícola de Malabar, cerca de Mansfield, P.O Ohio: «Desctendo de una estírpeescocesa terriblemente dura, de una familia que es desgraciada· si. no trabaja\ Y eso puede parecer extraño,·péro creo' que es verdad para la mayoría de las gentes: conforme voy envejeciendo la cosa de la que más disfruto es el trabajo.s klO) ..• ,:;· , . ·¡.,.:_~ .. ·ri ,,;¡ h . t\~iJ't! i:·J'.I ,wte? : . •·. ,¡· ,·:i,. :rúk,·~,o.r,I 1~141;.i,;· -. : : •
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(10) El inglés es mucho más expresivo: «I come from awfuÍly · tough scottish stock, from a family that's miserable if ít's not working. tAnd it ~ay seem stran,e, but I. l1hink ít's true of most people - as I gr~w older, ihe thlng I enjoy most is work». Liie, oct., 11. ·)948, p . .í,12.2. - Ver L. Bromfield: Ple,asant Valley, New, York, -1943, y sus:complemento Malabar Parm; New York, 1947, obras muy traducidas en el extranjero, principalmente en Francia, y .en las cuales el autor da «a per sonal tesi~ment written out of a liíetirne». ,, ~;
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AOTITUOF.S INDIVIDUALES CON RESPECTO
AL TRABAJO
El análisis de las funciones vitales desempeñada día a día por la actividad laboriosa de los humanos, permite disipar el pseudo-problema de la valoración exagerada y de la desvalorización sistemática del trabajo. Hemos comentado en otro lugar el estéril debate sobre este tema que opuso en 1893 a Emilio Zola y Tolstoí. Hoy, \os apologistas que hacen del trabajo la razón misma de la existencia son raros, pero el prejuicio contrario está lejos de haber desaparecido. Mucha gente cree todavía, al igual que Lacordaire, que al hombre no solamente «no le gusta el trabajo», sino que lo «odía», porque le tiene «horror, -. ( 1) Esta desgraciada afirmación, calda del púlpito de Nuestra Señora de París, podría explicarse todavía en 1844 por la conmiseración del orador hacia el obrero francés de , ',el\tonces. Se comprende menos el encarnizamiento que Paul Lafarque, el yerno de Karl Marx, puso en 1880 en querer «do· mar la pasión extravagante de los obreros por el trabajo», su .~locura furibunda por producir como maniáticos» ( 2 ). ¿ Es •. , • posible que la común devoción de los dos autores a una cier, ta tradición literaria que se remonta a Cicerón y, yendo •t
Lacordaire: Obras, III, pp. 106 y 108. P. Lafargue : le droit a la paresse, reiutotion du droit au travail, texto publicado en el semanario Egalité y reimpreso en (1)
(2)
Pamphlets
socialistes,
París, 1900, pp. 7. 19, 26 y 30.
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(3) C.·F. Ramuz : « Pourquoi C5L·ce qu'on travaille?», ensayo publicado en Hoy, Lausana, n.' '100, 29 de octubre 1931, reproducido en la revista Espiritu, París, T. •10, p. 473, 1ulio 11933. Los pasajes citados aquí ya no figuran en el texto enteramente retocado de este ensayo, que apareció en las últimas páginas de Talla' del hombre, en Lausana, en diciembre de 1933, y en París en 1935. Obras Completas, Lausuna, 1941. XVI, pp, 11'1·141. ( 4) París, '1935, p. 21. 58
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·., ..... :qijo .~n,J845: «La psicología de Lacordaire es una falsa y env. ;·· 'gañosa psicología». No es verdad que en su naturaleza íntima el hombre esté espontáneamente inclinado a la ociosidad. Todo es cuestión de motivación, como se dice hoy/Ya Lockc había notado la importancia del factor interés en la educación de los niños: «si la mayor parte de estos últimos emplean el tiempo en cosas triviales es porque han visto que se des· preciaba su curiosidad y no se hacía ningún caso de sus preguntas». (5) En 1842, el pedagogo y moralista Alejandro Vinet, que había conseguido de la Municipalidad de Lausana el que se prolongasen per un año los estudios de la Escuela Superior femenina, dio a las jóvenes, a propósito de la palabra schoté; una magistral charla sobre el tiempo libre. Y antes les había escrito a las maestras: « Es preciso que en la escuela se respire el aire pe la libertad». Dirigiéndose a los alumnos, les demuestra que.no hay contradicción entre el juego, la fiesta, el estudio y el' trabajo: «el estudio es un 'juego, comparable a los de la palestra antigua ... el único trabajo que se os pide es la diaria contemplación de toda clase de maravillas ... agra· deced a vuestros padres el que os hayan regalado todo ese tiempo libre ... el más útil de los tiempos libres ... una larga fiesta de la inteligencia». La alocución se termina con una frase admirable: «Echad al aburrimiento fuera de ese recinto en donde no tiene nada que hacer; el aburrimiento va unido al! trabajo inconstante y desordenado; en la escuela y en to'· dos partes, es la pereza la que se aburre, es la actividad la que 'goza. Nada pesa tanto como un deber al que se ha querido hacer ligero» ( 6) La psicología de hoy da la razón a Rabelaís, Montaigne, • \ 'Locke, Rousseau y Vinet al afirmar la responsabilidad del educador 'en la formación de las actitudes con respecto al trabajo. ' •• He aquí lo que escribe el profesor William Bovcn, psiquiatra (5) Ed. Claparedc: l/educaüon f onrtionuelle, Parls, 193 1. p. 1 i (6) A. Vinet: Pamtlte, éducation, instruction, nn. LTX. 388-390. 406 (Obms, 'l.K serie, t. I, Lausana, 1925).
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,·..: !·' pereza no es un rasgo de la infancia normal. No podría haber pereza en una edad en que no hay ni trabajo ni deber. La voluntad no ha sido moldeada. La pereza es una mala costumbre. El perezoso ignora y quiere ignorar la alegría de servir. Es un parásito para quienes le rodean. Educación sin firmeza: pronto la pereza se asienta para toda la vida. En los adultos, el desorden traiciona la persistencia de una costumbre pueril. Lo más frecuente es que sea el resultado de la pereza inculcada, de una educación complaciente. Ni el padre ni la madre enseñaban al niño a preparar su juego, su acción. de mañanr.» (7). A menudo es por el contrario un falso concepto del deber, impuesto por unos padres demasiado severos, el que ha perpetuado en adolescentes e incluso en adultos, un disgusto por el trabajo que es netamente patológico.lMuchas gentes están hastc tal punto convencidas de que el trabajo debe ser necesariamente desagradable, que dejan de lado un oficio o una ocupación que les gusta para entregarse a quehaceres que les aburren, simplemente para obedecer a las arbitrarias consignas de lo que el doctor Charles Odier llama la moralidad inconsciente, y que no es, a decir verdad, 'sino una pseudomora1ida~ (8). Estos actos de autocastigo son tan frecuentes que uno puede preguntarse si las reacciones de esta natura· leza no son causa de doctrinas morales y tradiciones religiosas que a menudo han hecho del trabajo, a lo largo de la historia, una decadencia, una pena y una maldición.\Muy significativo a este respecto es el ejemplo del cristianismo medieval desnaturali~ndo, a favor de la ignorancia de los· textos y bajo la influet' cia de una extraña ascética, el sentido positivo dado al tr, ajo por el Génesis. Durante mucho tiempo; el cristiano ha rmanecido e-orno cercado jpntre la obsesión del trabajo-castigo y el temor a la pereza, 4.ievadaa la dígniY caracterólogo:
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• .'¡ (7) Dr. W. Bóven: Saveurs, Neuchátel, 1944,' cap. IX:. «El tra- ' .... bajo•, 'PPi 267 y 274., · . .. 1.¡;1.:q,;t') .:.·;, · \';·.'.:,. 'i · (8) Dr. C. Odier: Les deux Sour<=es consciente 'et -lnoonsoíente de la vi(? morale, Colección Stre et Penser, N~cbl\tel, :1943, p.·67. 1 1·
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dad de pecado capital, dos concepciones psicológicamente falsas y moralmente inadmisibles. El sentido popular se burla de ellas en sus cuentos, sus epigramas y sus misericordias, esculturas irreverentes de los asientos reservados a los canénigos. Se han podido ver recientemente en Versalles tres tapices antiguos, provinentes de Viena, que representan a los tres vicios mayores. Al lado de una Lujuria muy inocente, una Pereza llamaba la atención por su ingenuidad. Sobre un asno de orejas colgantes, un personaje adormecido llevaba un estandarte cuya insignia era un caracol. En el sucio, unos cuerpos soñolientos se apoyaban unos sobre otros. No había en esta imagen lo qui! los teólogos llaman la acedia, temible tentación a la ociosidad taciturna que acecha al monje en su convento: el buen pueblo no pensaba nada más que en un simple abandono al sueño. Ahora bien, la soñolencia no es en sí en modo alguno un estado de pereza; no es más que el signo de una fatiga que puede tener diferentes causas. El monje dormilón de Luis Veuiliot, que inventó tantos ingeniosos aparatos para despertarse, era todo lo contrario de un hipocondríaco; el Señor no se equivocó ni mucho menos al admitirlo en su gloria. Hay que leer los capítulos «Ganarse la vida .. y «Trabajar" del doctor Gustave Richard, en su Psychanaiyse de l 'homnte I normal, para comprender hasta qué punto la actitud del hom- i }Jie normal respecto del trabajo y el propio ejercicio del tra- { , ·• bijo dependen de la afectividad inconsciente. Para el autor no hay duda de que el trabajo sea una «necesidad del hornbre normal». La pereza es, por descontado, efecto de una mala educación o de una desgraciada experiencia afectiva: sentí· ,.., •'miento infundado de inferioridad debido a una falta de cst , mulos, intervención predominante de un Yo que impide riva'' lizar con el padre, complejo oscuro con respecto al dinero, etcétera. En tales casos hay una regresión hacia cierto iníantilismo; se pasa el tiempo preparando el trabajo sin llevarlo/ a cabo. Tal enfermera, muy trabajadora cuando podía dar y recibir, se vuelve ociosa a consecuencia de un noviazgo frus61
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trado y se agota organizando inutilmente su vida. La eníermedad es a menudo una huida debida a una actividad profesional que no interesa o para la cual no se es apto o no se' está preparado (9). · ,:· .. -:'!J'·,¡·; Igualmente, en el Congreso internacional de Psicología de' Bruselas,. de 1957í Daniel Lagache, de la Sorbona,. decía .a pro-:·., .... pésítoide casonie:fn'Cilfereñcht'dolórosa ~ó- dé. ptsiY.llÍ~f, : ~.- ·' chos rasgos' dé éar{cter'"scfo·iactitunsollda'áu~1 · • . también e~ ténniñq_~ freudíanos de incapaci°dild)~clelf irldi~füll~ para escapar: a -la' illfahtil influencia del; prlnc~~t~~etiplkMI ;,>: ;,-. para someterse al principio · de realidad cow,'o ''él' "'docf6tf · "'·· Elliott Jaques, médico de una fábrica de Londres, ha estudiado y definido «las perturbaciones de la far.ulta~de trabajar», en el Congreso internacíonal de Psicoanálisis de Copenhague,' en 1959 {11). í:; Hasta dónde puede conducir el tenebroso ·;~minar de la. afectividad contrariada lo ha demostrado C. G. · Jung 'a pro- · pósito de la pereza, en su libro sohre el comportamiento la energía psíquica, Die Wandlungen der Libido •. ~itando a La Rochefoucauld, que hacía de la pereza «la pasióii más ardiente y más maligna de todas, aunque su violencia sea insensible y los estragos que causa estén muy escondidos», el gran analista hacía notar que ciertos comportamientos de inercia y de indiferencia no son nada más que una manifestación inconsciente, pero provocadora, que exa,_spera a lo que les rodea, por parte de almas heridas cuya energía está como invertida ( 12). ¿Es posible que la apasionada reivindicación f;J;
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(9) Dr. G. Richard: Psvchanatyse de l'homme normal, Lausana, 1951, pp. 77-95. - Ver también: Eduquer les yeux ouverts. Psychanatyse et educar ion: Lausana, 1958. ( 10) D. Lagache: « Vues psychanalytiques sur les émotions», Acros del XV Congreso lntemacioncú de Psicología, Bruselas, 1957, p. 398. (11) Revista francesa de Psicoanátisis, París, 196,J, t. XXV, pp. 711-731. (12) Charles Baudouin: L'(E11vre de lung, Payot, París, 1963, p. 167.
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del «derecho a la pereza- de Paul Lafargue se explicase también de· esta manera? La rebeldía y el odio desbordan en las invitaciones que este autor nos dirige «a mirar al noble salvaje que los misioneros del comercio y los comerciantes de la religión no han corrompido todavía con el dogma del trabajo».
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J· . 1'.-.''. ,t :~. :;;:\1J~bs:·séntiríamos tentados a dar el mismo sentido al famo-.1"· «horror al trabajo» que caracterizaba al bohemio que se pretende artista y,'¡a un nivel inferior, al vagabundo inveterado. Su desprecio hacía las convenciones de la .'vida social y la disciplina del trabajo, ¿no está inspirado por una sorda reivindicación, una cierta agresividad respecto a la sociedad que no hubiera sabido comprenderles ni animarles? Nuestra cita de Ramuz podría ilustrar, en un adulto, esta reacción juvenil de oposición, aunque este autor haya sido mucho más que el inesperado apologista de «la contemplación practicada en los muelles de Marsella». Igualmente, el severo Montesquieu hubiera podido decir antes que Gide: «Familia, ¡os odiol » De todas maneras, esta interpretación choca con la siguiente objeción, formulada por el psicólogo Alejandro Vexliard, profesor de la Universidad de Ankara y muy conocido po~ .. ~us trabajos sobre el vagabundeo: «Los asociales no apar.e~ol\ como adversarios del orden social que se supone que tratan de combatir; para ellos, las reglas de la vida social no son más que cargas insoportables, demasiado pesadas para sus reservas de fuerzas psicológicas. Además, los valores que .,,~~· ~xigencias sociales suponen implícitamente, les son extra· ños, desconocidos» (13). El autor reconoce más bien al asocial r
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(13) A. Vexliard: Introduction a la soclologi« du vagabondage, Rívíere, París, ·1956; Le Clochard, étude de psychologie socia/e, Desclée de Brouwer, París, 1957; Asocia/iré et formes de sati sjac1io11 des besoins, Universidad de Ankara, 1964.
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e~ .la defi~ición que Pierre Janet había dado de la astenia O debilidad psicológica: «No trabaja, está dispuesto a realizar al· guna acción .que le guste, de cuando en cuando, según la carg~ de la acción; pero no. pone esfuerzo personal, o no pone sino muy poco Y de una manera mediocre... El doctor Henri Ey, que ha escrito el prefacio de la obra principal de Vexliard le reconoce un gran mérito por haber observado que el vagabundo es rara vez un delincuente grave, un neurótico o un enfermo mental. Thierry, uno de los «perezosos» estudiados por ~uestro autor. «no tiene meta en la vida, ni deseos, ni necesidades; lo que el trabajo podría procurarle no le interesa; es tan poco capaz de obrar el mal como el bien». En el Congreso internacional de Psicología de Washington de 1963, A. Vexliard desarrolló de una manera convincente su interpretación del vagabundeo por medio de la «deficiencia de las necesidades». El problema de la pereza en un cíert~ número de niños o de adultos se encuentra así reducido al nivel más ~damental de la insuficiencia o de la degradación de las necesidades. Esta explícaclón no excluye, desde luego, l~ que nosotros hemos propuesto anteriormente y ·que conf1~aría la experiencia de otro observador, el irlandés Philip O Connor: el vagabundo, the tramp, tendría horror, no al trabajo, sino a las sujeciones del empleo (14). Sea como fuere 1un el vagabundo aparece, según In expresión de Vexliard como «mutilado social» a quien se puede y se debe «asistir en la tarea de su re~~aptación». En cada caso, añade este último autor~ hay que ~escubrir la naturaleza de lo_s «problemas psicológicos que plantean los extraviados y que han sido causados, la mayor parte de las veces, por dificultades de orden social o económico». En Schongau, Baviera, como en Clent Hills, Worcesters-hire, hay establecimientos Íde reeducación de asociales: el reglamento de Clent prohíbe ~} personal el ernpleo de la palabra «perezoso .., porque está~ convencidos no :1~ .
sólo de que ese término actúa de una manera negativa, sino de que es científicamente impropio, ya que la raíz del prohJemn es precisamente la ineducación, la inadaptación o la regresión accidental de las necesidades. ¿Se es «activo» o «no-activo»
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P. O'Connor: Britain i11 tire Sixties: Vagrancy, Penguin Books S. 219, p. ·180, Londres, 1963.
Pierre Janet parece haber hecho de la astenia un estado constitucional, y por lo tanto, hereditario. No es esa la opinión de su continuador, el doctor Henri Ey, quien dice de la «cloche» lo que sigue: «Ese reino marginal de la sociedad está poblado sencillamente de hombres desgraciados o más exactamente de hombres que han perdido el sentido de la felicidad y de la desgracia». El eminente psiquiatra está de acuerdo con aquellos para quienes «la persona es su historia», más que con los que «corren el riesgo de atribuir a la preformación del ser, al mosaico cromosómico, la total originalidad» del destino de cada uno ( 15 ). Entre estos -constttucionalistas» el autor cita los nombres de los psiquiatras holandeses Heymans y Wiersma, sin mencionar los de los psi· cólogos René Le Scnr.e y Gasten Bergcr que han aceptado sus tesis y creado la Escuela francesa de caractcrologla. Todo este grupo define el carácter como «La base de disposiciones innatas, recibidas por herencia, congénitas, que constituye la subestructura psico-somática de un individuo». El gusto o la ny
(14)
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por naturaleza?
H. Ey: La Co11scic11cc,
P.U.F., París,
1963, pp. 191 y 293.
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Cuatro ejemplos históricos citados por G. Berger, parecen justificar estos puntos de vista. De Voltaire, su-sobrina Mme. Denis decía: «Trabaja quince horas diarias; es una pasión más violenta que,,nunca. Se sentiría en el infierno si no pudiese trabajar.» De· Napoleón, sir Neíl Cambell, su guardián en la isla de Elba} escribía: «No he visto jamás a ningún hombre, en ninguna circunstancia, tener tanta· ~ctivfdad- personal: y tanta perseverancia en la actividad. P~rec~t.;.~u~,~~~F~tf~J>la· cer en el movimiento perpetuo.» Por eltcontrano, Bénjatnfn Constant se declara «deso1denado y pek~iósó»,'f1Ami~f}9ñ~ . . . 6. ,-.:,¡-.. •;,:,;íll.1'.:; l,ii,! :llJ. í{UH.l ,· fiesa: «Actuo lo menos posible» ( 1 ) ... :i;;• :-: · 1t· :·r~; ,e- 1)w· ·"r ; ¿ Cabe admitir sin embargo que hay seres inrtatiGhent~ ~ac: i· tivos»? «imc~vos», trabajadores o per~~s·o·s.'p~f:~.~~~,~--~.:·, .. Los mismos eJemplos .que se nos dan.nos ..~enn1t~:,4udá.iIB.ié ~~ · . elio:'!BeJj~rifüi3.'con1tí;itha de.iaéfd\riffit~t&j§B~Yes\a~l~ . s di ºser._1despr~c~~'6iéJ,,¡·~s decenas de1a10'!:~~d~i-· 1" ~~4
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jarse engañar por las apariencias. ¿Estamos seguros de que Montaigne no f ue más que un «amorfo parasanguíneos y un «perezoso• incluso si se añade que lo fue «con talento»?· Se comete un error al tomar al pie de la letra lo que el autor: de los Ensayos dice del «esptrnu cansino» y de la' «increíble falta de memoria» que le habrian afligido. En realidad, Montaigne desplegó una actividad poco común, simultáneamente, como magistrado -su contemporáneo de Thou le consideró dignissimus-« y como escritor: había leído todo lo que se pod(a leer en su tiempo y lo recordaba muy bien. Igualmente, Erasmo hizo por pura paradoja, ochenta añ.os antes, un elogio a la Pereza, «que se apoya en los dos codos y tiene los brazos cruzados». El príncipe ele los humanistas no era un ( 16) G. Berger: Traité pratiq11e d'analyse áu caracttre, París, 1952, VII, pp. 101, 124 y •132. 66
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ocioso: la inmensa obra que ha dejado da fe de ello. El mejor conocedor de Erasrno, Daniel van Damme, conservador del museo de Anderlecht, ha insistido en este punto: .. Nadie puede llegar a sujetarle, está en todos los sitios y en ninguno, y trabaja en todas partes. Enseña, lee, traduce, escribe. Escribir es el gesto esencial de su existencia. No tiene ningún descanso, tan siquícra por la noche». Tampoco es extraño que la mayor parte de sus retratos le representen ocupado: e Es trabajando, en su pupitre, ante su escritorio, como sus amigos y admiradores, los artistas más grandes de aquella época, Du· rero, Holbein, Metsys, lohan representado ... » (17). Hay que ponerse de acuerdo sobre el significado de las palabras: la «fecunda pereza» que Baudelaire oponía al actí$mo moralizante.de su suegro, el general Aupic, no es en r~idad más que una forma superior de la actividad creadora, . · !!,.gua! no carece de esfuerzo y de dificultad. El poeta lo reconoció cuando, en su nota sobre las canciones populares de Pierre Dupont, atacó en 1853 a las «monstruosas criaturas de la pereza y de la soledad» que son los René, los Oberman y los Werther del Romanticismo. Todo trabajo aburre, eviden- < temente, cuando es excesivo y monótono; pesa duramente cuando no corresponde a nuestros gustos, a nuestros intereses o a nuestras capacidades. Se ha hablado demasiado de la holgazanería de La Fontaine, del cual se supone que pasó la mi· !:P de la vida durmiendo y la otra mitad sin hacer nada. En , , fClll.lidad este seminarista, a quien hicieron entrar a los veinte 'años y sin vocación en la Congregación del Oratorio, se deleitaba leyendo no solamente a Petronio, Boccacio y Rabelaís, sino también a Plutarco y Platón; era un apasionado por la , •li!eratura, y sus Fábulas, obras maestras inimitables, son fruto de un intenso trabajo de reflexión y de composición. podrían multiplicar los ejemplos de escritores y sabios •• ' muySetrabajadores que, por coquetería o por cansancio, han hecho creer que eran perezosos. C.-F. Ramuz, del cual ya he(17) D. van
Damme: Anderlecht Erasmus, Bruselas, s. f., p. 22. 67
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mos citado singulares frases a este respecto, lleva desapJgo hasta el extremo de escribir las siguientes líneas eh su Dtaiio durante el trágico verano de 1917: « Se recoge el' heno: disfruta. No hacer todas estas mañanas más que considerar el espacio y respirar el olor de que está compuesto .. :'·Esté mes de junio pasará sin que yo haya hecho nada, pero vivó, y eso es lo que llamo ahora trabajars.: Marcel Proust decía 'que la pereza· le había «protegido contra la facilidad»" la enfermedad iba a «preservarle de la pereza».' Vemos lo'imi precisos que son los límites entre el trabajo y la Inactívídad. No hay que extrañarse de que tanta gente se declare incapaz de definirse como «activa» o «no-activa» al responder al cuestionario de Gaston Berger. · · · Para aclarar nuestras ideas sobre este segundo tipo, el caracterélogo nos recuerda a Maine de Biran, clasificado como emotivo, no-activo y secundario. Cualquiera que hojee el Diario tntimo de Biran encontrará sin duda, sobre todo en los últimos años, observaciones como ésta: «Estoy como un so· námbulo en el mundo de los negocios. Hay defectos del espíritu o del coi4zón, que se refieren a la organización interior, que toda nuestra actividad no supera nunca. Estos defectos se desarrollan algunas veces a una cíertajedad y de una manera bastante súbita; los heredamos de Juestros padres, en,. tran en la constitución de nuestra máquina ... » (28 de marzo de 1818). O también el 1.0 de agosto: «Te~go visitas todos los días, leo y escribo sin perseverancia. Px\¡paro un trabajo y, como los perezosos, eludo, siempre que BÚedo, toda empresa dura y continuada ... » No obstante, hay q6e situar estas notas en el tiempo y el espacio. En marzo el autor está en París, acaparado por funciones y deberes que representan vlslblemente una carga para él. El 1. de agosto llega a su casa de Grateloup, en el Périgord, en donde pasa habitualmente las vacaciones. Se ve que ha llegado al límite de sus fuerzas y está cansado además por el viaje, pero el día 6 de agosto se le riota que se recupera y habla de una manera completamente distinta porque puede dedicarse a su obra sin ser molestado
constantemente: «Estoy tranquilo. Me encuentro sostenido por señales de afecto, de deferencia, por distracciones suaves y tranquilas, por el trabajo de escritorio, seis horas diarias. Encuentro a faltar todo eso en París. Los deberes de Estado y de posición, y aún más, los que yo me creo sin necesidad, me turban por su contradicción y simultaneidad. No estoy nunca enteramente en nada de Jo que hago, lo precipito todo ... (por) necesidad de hacerlo de prisa ... (18). La única cosa que le interesa al autor es su obra, que como sabemos es monumental, y cuya riqueza y originalidad se reconocen hoy. ¿No hay que atribuir a las circunstancias más que a la naturaleza la pretendida «pereza» de la que se acusa Maine de Biran? ¡A cuántos errores nos llevan las definiciones demasiado estrechas del trabajo y del tiempo libre! Estando de vacaciones, Maine de Biran trabajaba espontáneamente seis horas cíarias en sus "obras de íilosoíía»: nos imaginamos que entre sus «distracciones» habría que contar sus abundantes lecturas, que no requerían menos atención y trabajo. Otro ejemplo: una persistente leyenda quiere hacernos creer que Charles Darwin, iniciador e.le talento, no trabajó en toda su vida más de cuatro horas al día. Es verdad que escribió su Origen de las especies en doce meses, pero era la culrninación de veinte años de una labor que uno de sus biógrafos más recientes ha calificado ele «casi patológica». Las únicas cJ.i~tracciones que se concedía consistían en «lecturas ligcras-" , !ig?11 reatliug, como él mismo las llamaba: el tratado de Malthus sobre el Principio de la poblacián, que cita en particular, no era ciertamente un libro ligero.
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Conclusión sobre el trabajo y el carácter
Le Sen ne y Bcrgcr no piensan seguramente negar el pesado trabajo que sus «inactivos» pueden haber hecho, ya que \
( 18) Diario íntimo de Ma111c de Birau, publicado por A. de La Valette-Monbrun, Librería Plon, Parfs, 1931, t. ll ( !SI 7-1824 ). pp. 89 y 112.
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la actividad es para ello, solamente «la disposición dei 'qüé obra fácilmente». Este criterio nos parece, ·sin embargo frágll, impreciso y sobre todo demasiado poco seguro para justificar una distinción fundamental entre dos tipp.s humanos. Lo qué hemos dicho de Baudelaire, Biran, Constant, Montaigne oLa Fcntaine, podría repetirse de Rousseau.; Vigny, Stendhal y Kierkegaard, clasifícados como «no-activos» de una manera muy imprudente. ¿Quién no se ha encontrado, como ellos, descorazonado, abatido, en algunas circunstancias? Por ello no han dejado de crear, con fervor y alegría, obras incomparables. Por dos veces, en S"Js Confesiones, Rousseau se defendió cor. altivez de los reproches que se le hacían: «Mi pereza era menes la de un holgazán que la de un hombre 'índependíente a quien no le gusta trabajar nada más que a su horas.' Dostoiewsky, cuyos altibajos conocemos, decía: «Trabajo" amore: y de uno de sus libros: «He puesto eri"éfmhUm'a1tfu1 ,.. ' carne y mi sangre.s El hombre es diverso, secreto.tcontradíctorio. Emile Littré, el más extraordinario de los trabajadores, • ha dicho que aqueJlo en lo que se «había apoyado más todi· .I su vidas, era la ternura y la pureza. Se acerca mucho aRous-' seau. ¿Tenía o no una «disposición» innata e inmutable para el trabajo? Todo lo que sabemos de él es quetenía un interés • apasionado por las tareas aparentemente áridas·,:que· deSenf:. -,· ~;·¡.. peñé. Lo que diferencia a los hombres es menos· 'su herenclá . constitucional que sus experiencias; son ··laS'• actitudes ·qub hantomado, los intereses que les animan, laflnetai que 'pcl'·' siguen(En 1850 Federico Bastiat decía en sus Armon{as Económicas que el hombre no puede trabajar si no está seguro de poder aplicar a sus necesidades el fruto de su trabajo. Se dice hoy lo mismo cuando se habla de los incentives to work, Lo mismo que por la «pereza» de Bíran, no hay que dejar· se confundir por la actividad devoradora de un Voltaire, de un Napoleón o de una George Sand. Verdadera «pasión», como decía Mme. Denis, el trabajo puede no ser más que una coartada, una fuga ante ciertos deberes, una compensación oscura de ciertas frustraciones; puede también no ser más que un
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medio, no condenado por la moral, de satisfacer apetitos de lucro o instintos de dominio. A este respecto el trabajo, como el amor y la guerra, no es más que una manifestación de la voluntad de poder. u) sentí al conversar un día, en 1929, con el viejo John D. Rockefeller que había hecho del trabajo una verdadera religión. En otros tiempos, este hombre notable, preciso, seco y duro para consigo mismo, hubiera dirigido flotas o ejércitos, y su siglo ha hecho de él un capitán de la industria. Los grandes aventureros de antaño no eran ciertamente unos trabajadores, perc hubieran podido serlo; su época no les dio esa posibilidad. Benson Ford, a quien preguntaban por qué sus hermanos y él consagraban tanto de sí mismos a sus empresas, contestó con sencillez: «A decir vedad, lo ignoro; probablemente es consecuencia de la educación recibida de nuestro padre y nuestra madre, para quienes el trabajo fue su norma de vída.» Locke ya lo había dicho de los niños en 1693: «el trabajo no es lo que les mortifica, pues les gusta estar ocupados», pero también es preciso que no se les «hastíe• de él con malos ejemplos o una educación torpe. Más que las propensiones, dlIíciles de determinar, son las motivaciones lo que la psicología del trabajo debe estudiar/Para muchos americanos, por < ejemplo, el trabajo no es más que un juego que les apasiona y les sostiene más que el dinero que ganan o el poder que obtitmen por medio de él. En el otro extremo, los «verdugos del '',tt"abajo• son generalmente unos agriados y descontentos cuyo activismo no es en absoluto espontáneo. La educación, la imitación y el prestigio social que rodean al hombre ocupado .-del cual la secretaria dice siempre que «tiene una reu•. , • ~ónhacen de mucha gente unos trabajadores forzados , a quienes a menudo les gustaría más escaparse al campo o •• pescar con caña/ Este hombre ocupado hace pensar en el «gran abogado» del que Montherlant habla en sus Carnets: invitado a cenar a las ocho, manda que telefoneen todas las veces para decir que no podrá llegar hasta las nueve y por fin se presenta a la media entre aclamaciones de los invitados. 71
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.· ,.-~ ·~ <;;uardémo~~s:-,~~l;iesquematismoudq,~· .· .r, ~ Seguros- del que hablaba Kafka en La Metamorfosis, .y -para el cual .. no había· enfermos, sino· únlcamente cperezosos» O bien de aquel profesor del Colegio de:F.rancia a.quien.Al-, fredo Binet quería interesar en sus estudios sobre. el- origen de· las diferencias mentales que existen. entreolos- colegiales> •No hay rr.ás que dos clases de alumnos», contestó el maestro.. «los trabejadores-y los perezosos». A. la objeclón.de que se debería analizar .cada caso de inatención o de apatíaxserepltíé la misma parentoria respuesta: «trabajadores y perezosos; no hay más que eso» (19). . ,., : La distinción de C.·G. Jung entre extravertidos e-íntrovertidos nos parece más pertinente, en caracterología, que la oposición activos-inactivos. Lo que distingue a los hombres es menos la espontaneidad natural de su actividad que la orlentacíón de esta activídad hacia el interior o el exterior. Añada· mos que la noción de ambivalencia, introducida por el psi· quiatra de Zu1ch Eugene Bleuler y desarrollada por su disc(pulo Jung enjel concepto de enantíodromía, explica aún me· jor el comportámíento caracterial, a menudo desconcertante, del hombre: todo individuo extravertídospgencralmente afi· donado a la actividad exterior, tiende con-frecuencía a dejar manifestarse, de una manera inesperada, una predisposición paradógica a la introversión que dormita ~~ él; por otra parte, el introvertido, normalmente Inclínadoiál pensamiento, la creación y el análisis interior, se compromete inopinada· mente en empresas que revelan la existencia, en lo más íntimo de su ser, de tendencias activistas que suelen estar Inernpleadas (20). La energía psíquica, que afluye con una fuerza bastante igual, salvo casos patológicos, en la mayor parle de los individuos, puede dirigirse hacia una u otra de las vías (19) A. Binet : Les idees p. 298. (20) Carl-Gustav Jung: passim.
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que se le abren. Sea en el trabajo regular y la acción exterior, sea en el arte o la meditación, hay un gasto de (ucrzu vital: las circunstancias ai menos tanto como un cierto tcmperamentu natural, determinarán en cada instante el empico y la intcnsidad de esta energía. S~ puede dudar de la existencia de caracteres innatos que sean típicamente activos o inactivos.
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111odemes sur les eniants, París, 191 L, Ivnes psyclwlogiques, Ginebra, 1950, ¡3
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CAPÍTULO
IV
AOl'ITUDES COLECTIVAS CON RESPECrO AL TRABAJO 1 1
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Lo que acabaruos de decir de los individuos se aplica tarn- ,... bién a las colectividndes: nada prueba que ciertas razas o ciertos pueblos sean por naturaleza apáticos o perezosos. Se han justificado con demasiada frecuencia ciertas formas de colonialismo con lo que el economista Leroy-Beaulieu llamaba en 1910 «la indolencia Lle las poblaciones de la zona tropical». Era tomar el efecto por causa; jamás nadie en la historia, y tanto en Europa como en ultramar, ha trabajado de buena gana para conquistadores o amos extranjeros. Montesquieu lo había dicho antes que los psicólogos de la motivación: «La naturaleza es justa con los hombres; les recompensa sus es· fuerzas; les hace laboriosos porque a mayores trabajos atríbuye mayores recompensas. Pero si un poder arbitrario su· prime las recompensas de la naturaleza, se siente un disgusto ,-¡or el trabajo, y la inacción parece ser el único bien». • ', Menos perspicaz que su ilustre predecesor, el naturalista Buffon pretendió que, «si todos los hombres tienen tendencia a la pereza, los salvajes de los países cálidos son los más pe. 1 rezosos de todos los hombres». Joseph de .Maistre no hizo ~ • ·sino encarecer lo anterior en los desarrollos sobre «el espan, toso estado de los salvajes». Incluso Proudhon se dejó con· "' vencer: «Se sabe, escribía en 1858, la antipatía que los pueblos salvajes tienen al trabajo; este hecho, bien conocido ... » (1) . Ahora bien, todo eso no es sino un prejuicio. (1) De la Iustice ... , t. 11, p. 159.
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Habiendo hojeado numerosos relatos antiguos sobre los . · Basándose en relatos de etnólogos americanos, J can Stoctindios de las dos Américas, nos ha llamado la atención, por el .· zel ha demostrado hasta qué punto varía la noción de tracontrario, la insistencia con la cual los viajeros y misioneros.,~· . ,.,,:: ,. : bajo según las distintas culturas: «No, dice, el mejicano no · hablaban de la -~~·~,pedad, de la te11~c!dad y dé}a~~~l,i~~~~·-~~~¡~~i;· · .1 • • 'es perezoso, ni siquiera es indo~ente. Efectivamente, hace hoy ,,._,.,,.,,.·.~:;: .. el trabajo de Iosjndígenas (2). El fis1ócrata,.I:~~~is.-.Qµesna~' " ¡.,: :·:, ~" 1 Io: que no puede ser hecho manana, pero, ¿por qué iba a ha· ~ :·'. da 'uri reflejo. bastante exacto ,c!e.'~as ob~'. , delfsigl,Q~"XVIU' ~ .. ·':"- ff:cer..'hoy lo que puede hacer igualmente mañana? El ritmo de· :."'-· e, cuando recuerda el rasgo siguiente en 'su ·An}1ii.s'il.rdef:Gof,let'Jt :/ 1su:'vidá es menos diario que estacional. Lo que hago hoy :,.:;:, · no aenos-tncas'ae; PeHtJjor M. 'A:: «Nóse'lent"bfií~este··">'.-··:l..i).?;::- z : importa en absoluto; lo que importa es lo que haya hecho en Pueblo, muy numeroso, ni holgazanes, ni pobres, ni ladrones, esta estación. Es la idea del mañana, tan mal comprendínl mendigos. La Ley natural había dictado las leyes del Estada ... » (4). Entre los Hopí de Arizona, la noción del tiempo no do». Esta última alusión al Código de la Naturaleza demuesiría más allá de la idea del «más pronto» y del «más tarde», traque este juicio, se inspiraba en un idealismo filosófico muy si se juzga según su vocabulario, dice también J. Stoetzel. a la moda de la ~poca, pero que no por ello .reposaba menos No obstante, nosotros nos preguntamos si no es una exagera· en los hechos. t ·. ;.:'· .·. ,.1·v,:'.'·11; ción; prueba de ello sería la importancia de los calendarios El testimoniof{ie M. A. ha sido confirma~ por· los obser- ~ astronómicos en las civilizaciones precolombinas. vadores de hoy que han estudiado a los des~~ndientes de los Como quiera que sea, el interés que pone en su trabajo Incas que viven todavía en las altas mesetas de los Andes. el Indio que vive en un medio natural no ofrece lugar a duEl Indio, dice por ejemplo H. Herbert-Ghaf4i(r. no deja nundas. ¿Cómo podría ser de otra manera? En una reciente auto· ca que la fatig ... aparezca en su rostro. Si t1,nsporta alegrebiografía, Tlayesva, un Hopi de Arizona, relata de la siguiente mente pesadas cargas y si trabaja el suelo con tesón, es pormanera las recomendaciones que le habían dirigido los Anque agradece a fa Tierra que Je lleve y le alimente: «El In· cianos de su tribu: «Trabaja sin descanso, observa los ritos, dio se comporta como un deudor (respecto a los dioses que le vive apaciblemente y une tu corazón a los nuestros para que han dado fuerza y vitalidad) y no como víctima de una suerte nuestros mensajes lleguen a los Hombres Nube ... El duro t rade la que no sabe cómo escapar». El trabajo es un justo tri· bajo con calor y polvo a que están sometidos desde hace si· buto que ennoblece al hombre. Por eso el Indio no le teme al . "·jlos tanto los Indios del Norte como los del Sur, han hecho esfuerzo físico, que considera feliz. Para él, «la única cosa que ' , a unos y otros menos inestables y perezosos de lo que han facilita realmente la vida, es el deslizamiento metódico y frucpretendido algunos autores. Muchos testimonios a este respectuoso de ese potencial de energía que es e] patrimonio de todo to no son, para el profesor Claudc L.... vi-Strauss, más qué cuerpo equilibrado y que tenga salud» (3). ,·, «cuentos de comadres» o «mitos sociológicos» que tienen cier··' lo interés para el etnógrafo como reflejos de esquemas de valorlzación. pero muy alejados de In realidad (5) . 0•
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(2) Sobre los antiguos prejuicios relativos a los «salvajes», ver nuestra obra le- scns de la direction et I'orientction lointatne che; l'humme, Biblioteca científica, Payot, París, 1932, pp. 127·142, 325-335. (3) •L'lndien de l'Amérique centrale», Conoclmicnto- del M1111· do, París, I, 3 (1955). p. 78 (los paréntesis son nuestros).
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(4) J. Stoetzcl : La Psvchologic socia/e, Flarnmario n. París, 1963, pp. 102·!04.
(5) C. Lévi-Struuss : La pcnsée sn11w1Rc, Pion, Parts, 1962. p. 158. E.1 mismo autor ha pref'aciado Sol l lopi, In obra de T'alnycsva,
Pion, París, 1959.
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f' y de jóvenes congoleños estudiados en fases paralelas y análogas de su desarrollo (6). Como había observado Marc Bloch, hay pueblos rutinarios, en los que la invención no aparece o no se admite, pero esos pueblos no por ello son menos laboriosos que otros. Ya nadie habla en los Estados Unidos de la «pereza congénita» de los Negros desde que éstos trabajan mucho y de firme en las grandes empresas industriales: los sindicatos obreros rehusan encuadrarlos, precisamente porque temen su competencia. La · debilidad de los Negros americanos es la insuficiencia de su educación, pero pueden adaptarse si se les da posibilidad. Estando solo en un ascensor de Nueva York con dos ascensoristas muy jóvenes de uniforme, uno Blanco y otro Negro, les pregunté, hace algunos años, cuál era su salario: «Me pagan cincuenta centavos- por hora, y a él el dobles, me dijo el negrito. «Sin embargo vuestro trabajo es el mismos, observé. «Desde luego», respondió el otro sin acritud, «pero él es blanco». En la Costa de Marfil, antes de la autonomía, la situación era la misma: el salario de un chófer de camión era cinco veces más elevado para un Blanco que para un Negro (7). Seguramente el primero era mejor mecánico que el segundo, más apto para el arreglo de averías o las reparaciones. Un especialista holandés nos dice, no obstante, que los indonesios constituyen hoy excelentes equipos de mecánicos aviación. De hecho, es la racionalización, la eficiencia o la ·· ' , programación del trabajo moderno lo que repugna a los hombres de color, acostumbrados a una libertad y a un ritmo de actividad completamente distintos. Nosotros no creemos que indolencia de los Negros que hacen sufrir a sus mujeres o 1.Ja "'
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(6) T. R. Ga'rth: Race Psychology, a study of racial mental differences, 260 ·t,p., McGraw-Hill, New- York, 1931; A. Ombredane: •E! problema de la lentitud del Negro analizado en una tarea intelectual», Informes del Congreso de Bruselas, 1957. (7) J. Vincent: «Rendement des travailleurs en Cóte d'Ivoire-, Diario de Psicologla, 1955, pp. 198 y 207.
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cuando se hartan en él, sea explicable, salvo casos partículares, por la insuficiencia o la degradación de las necesidades, como se ha dicho para los vagabundos de nuestra civilización. En realidad, estas actitudes que sorprenden al europeo están condicionadas. por· antiguas convenciones, de .prestlgio; 'por tradiciones que coaccionan, más que por: reacciones indivi~ · duales. La asoc~alidad es un lujo de los países desarrollados.
parte, el P. Rcné Dumorn, autor de El Af rica negra ha e111· petado mal, se expresó en tos términos siguientes el l." de oc· tubre de 1964 en un informe a la Conferencia europea de Cultura, en Basilea: « En et Africa tropical la falla de ahorro y la insuficiencia de esfuerzos contribuyen en gran manera a retrasar el desarrollo. Esto puede ser considerado aún, al menos en parte, como una consecuencia del neocolonialismo. El ; .. ·. ' .... ~.,¡¡ /· . .-:·;:·¡.(!Jil~> .-·:.. i.;:1J,l~; campesino africano no consentirá jamás en realizar inversio· ! Bn ta· nuevi Africa, algunos dirigentes: perspicaces ,,han, .-:: ·¡ nes humanas tan fatigosas como en China, en gran parte por comprendido· qie el trabajo de todos era Ia primera 'condi- . el hecho de que tiene anee sus ojos un espectáculo que sus ción para una verrladera pros puridad. Sékou Tour.é se lo, ha· colegas asiáticos se han evitado, la vida demasiado suntuosa hecho saber a su pueblo: «D~ ahora en adeÍante,·ningún homde los privilegiados de las ciudades. Preferirá, pues, enviar a bre, en ningún pueblo, pasará veinticuatro 1%ra1. diarias en su su hijo al colegió, no con vistas a modernizar su explotación . · galería.» La divisa rde Guinea es 1'rabajo,•it&ticia1;Solid_aridadr.:-:. ¿;) agrícola, sino para que a su vez tenga acceso a esa casta privilegiada de la ciudad, c\el comercio, de la política o de la funHa:~btado.~g<>. cuando el -obrero ba(sab'.i~0¡,quo5).!a:.no.;,~~~JJ?li·-;,,. ·; .bajaría• parar Intereses I extranjeros.:coaccioJ;lllda,tpót.,exlranj.c~f{... ·: t -: ción pública». La misma inquietud, que no excluye la amistad, · rostrpor 'un- salario queno fuese eqú.itativ.~i)•He:aqu1 fo~qúé'>:. ;·.t~: : aparece en La pobreza de las naciones, obra del economista Charles-Henrí ·Favrod decía en j 958, dé los trabajadores ne-v !;t René Gendarme, que enseña en la Facultad de Nancy después gros: «Desde mi ventana, en Dakar, se ve. un gran inmueble de haber pasado por Argel y Tananarive (9). Me atreveré a expresar, no conociendo Africa, mi extrañeen construcción. El capataz blanco bosteza' desesperadamente, pero sus obreros, alegres y expansivos, hacen.juegos malabaza ante la película franco-senegalesa Libertad, que se presentó res con las varillas de metal, vertiendo el hormigón como si el 30 de julio de 1964 en Perusa, en un congreso universitario construyesen un castillo de arena en la playa. Los chóferes de sobre "la presencia de Africa en el mundo de mañana»: a parcamiones, los cargadores de muelles, los empleados de ferrote de algunas escenas que relatan los problemas bastan te articarril, hasta los aduaneros, todos tienen el aspecto de jugar f\Ci.ales planteados por la construcción de una carretera en la a trabajar. Solamente los empleados negros de las admínís, ·algaida, no se veía nada más que políticos negros discutiendo traciones han aprendido, junto con las maneras de Europa, ~on la copa de champán en la mano, mujeres bailando el el aburrimiento de la función». twlst en clubs nocturnos, con una evocación, para terminar, El mismo autor reconoce hoy que si «el hecho colonial de los suntuosos edificios del Parlamento y del Palacio de justificaba la resistencia pasiva y la pereza», la extensión in• , 'Justicia (los mismos, sin duda, que Favrod habla visto construir, algunos años antes, por alegres trabajadores indígenas dígena poco consciente del bien común, las inocentes ilusiones de los campesinos instalados en las mansiones de los an•• ' en Dakar). Si yo no hubiese encontrado, en Perusa y en otros tiguos explotadores, no dejan de causar temores (8). Por su sitios, atractivas personalidades de los nuevos estados áfricanos, desesperaría de la liberación.
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(8) Ch.-H. Favrod: Le poids de t'Airtque, 409 pp., 1958, y Af rica sola, 255 pp., 1961, Le Seuil. París.
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(9) 539 pp., Ed. Cujas, París, 1963 81
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· Activismo y quietismo
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En el curso de una conversación me llamó la atención und frase de Edouard Base, embajador del Senegal en Roma: 1 «Entre nosotros, el europeo que descubre un río en el fondo de una garganta piensa inmediatamente en un pantano, y efectúa cálculos en kilowatios/hora: el africano no ve en esta agua más que el símbolo de la pureza». Esta diferencia. ¿es causa de las divergentes actitudes con respecto al trabajo por parte de los occidentales y de los otros pueblos? Observemos primeramente que estas divergencias nos las encentramos también en las más importantes civilizaciones de Oriente. A Confucio, cuyo activismo conocemos, Lao-Tzeu podría haberle dicho cinco años antes de nuestra era: «Renunciad al orgullo y a la multitud de vuestros deseos; despojaos de las visiones ambiciosas que os ocupan. Eso no os serviría' de nada: Es todo lo que puedo deciros» (10). Por otra parte, el arabizante danés DitJef Nielsen ha desarrollado la tesis de que las condiciones de vida en el desierto pueden haber conducido al beduino a esperarlo todo del cielo: tanto los medios de subsistencia como la esperanza de una vida futura. De ahí podría desprenderse la repugnancia por el trabajo agrícola. «El infierno del beduino es un lugar en el que se debe trabajar», dice Nielsen, recordando que los Recabitas del Antiguo Testamento hacían de la agricultura un pecado, y el aut9r del Génesis una maldición de toda clase de trabajo. La ex~licación es superficial, contestó el R. P. Edouard Dhorrne: «Los antiguos árabes han.sido infatigables comerciantes que, de oasis en oasis, han creado las rutas del incienso, de los perfumes, de las piedras preciosas» (11). Fue el desarrollo de la navegación marítima lo q~e hizo cesar ese J. Grcnier,
Uesprit du Tao, Flarnmarion, París, 1957,,
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E. Dhorme: «La rcligion primitivo des Sérnites», Revis· Pa1 Is. ¡ 9.¡.¡, p. 3.
ta de historia
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p. 30.
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tráfico y no el carácter, natural o adquirido, de los árabes. Añadamos que el nomadismo de los Recabitas, población ca· nanea incorporada a la hegemonía de los sedentarios hebreos, no es sino otro ejemplo entre otros muchos, de la supervivencia de antiguos tipos de vida en pequeñas comunidades. Hemos hablado mucho de esto en nuestra Historia social del trabajo, a la vez que rechazábamos como extraña al pensamiento bíblico la tradición -provincnte de un malentendido-que ha hecho del trabajo un castigo divino. Hemos demostrado también que lejanos acontecimientos históricos explicarían mejor que un pretendido temperamento racial o nacional, la «pasividad .. budista y el «fatalismo» musulmán. No olvidemos que el cristianismo, cuya actitud positiva respecto del trabajo ha contribuido en gran medida al auge económico del Occidente, procede de una tradición he· brea que el Islam no ha desmentido y que es originaria del Oriente Medio. Los europeos del norte de Africa han dicho durante mucho tiempo de una obra mal hecha, que era un «trabajo árabe». Se sabe hoy Jo suficiente de la relación colonizador-colonizado, descrita por A. Memmi bajo el nombre de «complejo de Nerón», para que sea útil volver sobre tales juicios. La indolencia del beduino no es sino aparente: «Por perezosa que parezca la existencia del nómada, cuando no se hace més que entreverla, las jornadas son corras. Y cuando uno se encuentra estrechamente mezclado con ellos la impre". , . slén desaparece completamente. Uno se da cuenta que todo 'se lleva a cabo sin precipitación, ciertamente, y no según un programa establecido por anticipado, pero de todas maneras, a medida que su necesidad se deja sentir s ] 12). Del nor-teafri, ·~no estabilizado por la conquista extranjera, el llorado Jean .. Amrouche, escritor de origen kabila, dijo precisamente que ,, ' trabajada tanto como cualquier otro hombre si tuviese posibilidad de hacerlo: •Sentados sobre sus talones en el sucio
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(12) E. Rolancl-Michcl:
Mundo,
1955, 3, p. 94.
«Au Rio de Oro ... Conocimien t o del
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arenoso, sorben el té. El tiempo, sin hora, pasa. Mañana harán lo mismo. No hay nada más que hacer. No quiere decir en absoluto que sean perezosos por naturaleza, ni que tengan necesidades limitadas. Hay que crear trabajo» (13). Antes de subrayar la importancia de esta última fórmula (de Amrouche, ~pbemos recordar que el medio geográfico ejerce una influeDfia no solamente sobre la actividad del hombre, sino también sobre su mismo concepto de la vida. No habiendo necesitado para subsistir más que un esfuerzo mí· nimo de imaginación y de labor, algunos p~eblos parecen haber cuajado, en el transcurso de los síglo], en un modo de vida indolente que no han podido conocer otras razas que habitan en países de clima más riguroso. Ei caso contrario es más frecuente,:de todas maneras. A veces eli la aridez del suelo y la subalimentación lo que constituye la causa de la apatía de poblaciones verdaderamente debilitadas. Recordamos una conversación en que el economista André Siegfried hablaba de la India: «He comprendido mejor, decía el autor, no solamente la vida política y social, sino también el pensamiento de los hindúes, después de haber conocido el hambre, por poco que fuera, como los franceses durante la ocupación». En efecto, la India es uno de los países superpoblados en que se sufren hambres periódicas, desde hace siglos, que debilitan a una raza a la cual las duras condiciones de vida· parecen ínclínar al fátalismo, al desprecio de la acción y a·:1a,1nmovilidad social. •«El hombre de este país, nos dice un indianista, no sólo ha dejado de luchar por la vida, sino que le hti tornado' disgusto, se ha resignado a una especie de-paslvldad letárgica que se expresa en su religión y que le desarma más cada día.» A menudo, en otras ocasiones, es un régimen agotador de vientos alternos, el frío o el calor, la arena, la sequedad, la humedad del aire o los incesantes ataques de los insectos lo que hacen que todo trabajo sea penoso y repulsivo. Es preciso haber vivido lejos de las tierras y de los climas privíle(13)
84
J. Amrouche:
Algérie, Lausana,
1956, p. 28.
giados de la Europa occidental para comprender lo que significa todo eso. Los beocios, a los cuales Demóstenes atribuía la anaisthesia, es decir, la insensibilidad y la indolencia, estaban minados por las "icbres del lago Copais y de la meseta tebana. No hay nada de «primitivo» en la inercia de ciertas razas cuyo desarrollo ha sido detenido o falseado por diversas circunstancias. Es así como se ha podido atribuir a abusos sexuales el embotamiento de algunos pueblos orientales: los niños son precoces, vivos y despiertos, pero la mayor parte se apagan, por decirlo je algún modo, desde la edad de la pu· bertad. Un proverbio sirio pretende que «el egipcio es el más inteligente de los hombres cuando es joven, pero que es el más tonto cuando envejece» ( 14 ). El culto frenético al lingam, en el hinduismo, puede también explicar muchas cosas. Pero lo esencial está, de todas maneras, en las condiciones de vida que han conocido, no solamente los pueblos que han salido de la colonización, sino también ciertos grupos humanos víctimas de la explotación social en naciones que no han sufrido nin· gún yugo extranjero. En el Irán, por ejemplo, los campesinos han sido calificados a menudo de holgazanes por los ciudadanos. Es un error, nos ha dicho uno de sus compatriotas: "En realidad, son laboriosos, pero resignados». Solamente de dos a cinco de cada cien poseen el pedazo de tierra que cultivan; .ws otros, diez millones, son medieros de grandes propietarios ',·(ue residen en la ciudad; la miseria de estos campesinos es extrema, pues generalmente sólo se quedan la quinta parte de las cosechas que producen (15). Toda la América latina, salvo algunas excepciones. es vícti•. , 1,1 ma de ese feudalismo, que también encontramos en la Europa , mediterránea. En Calabria, en Sicilia, hay burgos y regiones '~ en donde la mayoría de los habitantes no han trabajaclo en su (14) Robert de Traz : «L'homme de coulcur .. , en L.:. Dépaysement oriental, París, 1926, p. 36. (15) H. Farboud: l/évotution pp. 28,34.
politique de l'l ran, Lausa na, 1957,
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vida. Ya el cronista Froissart había puestO'ae·telieve'.estl·li~ :~} . cho en el siglo XIV: «Las gentes aquí SOJ) todas pájaros· 'y:ñB · ... \,: realizan ninguna-labor», Precisemos que· no séles haofrecido -~ ningún trabajo: la totalidad de la tierra es propiedad de príncipes y de barones que viven en Roma y no se preocupan de explotar sus dominios. Igualmente, todavía hace algunos años, 60.000 napolitanos se despertaban cada mañana sin saber 'si encontrarían trabajo y pan. Gran número de escritores mal informados, desde Mme. de Sévigné hasta C.-F. Rarnuz, han idealizado y envidiado ese [arniente que sería señal de un temperamento contemplativo. En realidad, el italiano, cuando tiene empleo, es un trabajador sobrio y asiduo: lo hemos visto en los Estados Unidos y en Suiza. Pronto el desarrollo de su país le proporcionará en él más puestos de trabajo. El progreso es menor entre los españoles, cuya pretendida aversíón al trabajo encantaba a Lafargue, el yerno de Karl Marx. Es verdad que por entonces Ruiz Zorrilla dividía a sus compatriotas en dos campos: los que lo esperan todo del milagro y los que lo esperan todo de la lotería. Se decía, al parecer, que ,. «el pícaro vive del imbécil, y el imbécil de su trabajo», Sin duda, los conquistadores, cuya avidez y crueldad hizo antaño afluir el oro a· su país de origen, son responsables del estado de ánimo del que esas frases son testimonio. Pero, ¿cómo son estos últimos?, Los españoles que trabajan hoy fuera de sus fronteras se han hecho estimar por su celo y su dignidad. Desgraciadamente, en su país son víctimas del régimen latiiundista. Escuchemos este testimonio: «Cinco millones de campesinos sin tierra. La mitad de la población o 'casi, no tiene nada. Pero un centésimo posee la mitad de España. Algunos dominios son como provincias ... El reparto de tierras, tan necesario para la economía de un país antaño rico, es la única solución para devolver al hombre el amor al mismo tiempo que el honor del trabajos ( 16 ).
(16)
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D. Auhicr y T. de Laru : L'Espagne, París, 1957, p. ,23.
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Un problema ooonómlco y social La insuficiencia del desarrollo económico está en definí· tíva en la base de todas estas situaciones, tan faltas de equidad, como penosas. Encontrándome en Méjico en septiembre de 1961, hice una excursión en autobús con opulentas damas de California que celebraban su 60 aníversario. Fuimos a Taz-, co, antigua ciudad· española de la montaña, a más de 3.000 metros, antaño célebre por sus minas de plata. Estas ya no se explotan, pero la población ha permanecido en aquel lugar, malviviendo del cultivo de un suelo árido y de los restos de un antiguo artesanado. Todavía una treintena de talleres-ríenda moldean admirables objetos de plata, servicios de mesa, collares o pulseras, que se venden a los turistas americanos. Pero ya no hay más trabajo para las gentes. Y se ven todos los días, desde el fin de la tarde, en las plazas, alrededor de las fuentes, compactos grupos de hombres ociosos. Sentados en las escaleras, e incluso tendidos al sol, se agitan y discuten interminablemente. Mirándolos despreciativamente desde su autobús, mis· contemporáneas se indignaban: Look: at these men, doing nothing. En otras palabras: «¡Montón de holgazanes!» No comprenderán jamás el drama de los países sub· desarrollados, donde no falta la mano de obra, como entre nosotros, sino el trabajo. Si se hubieran levantado más pron~, -to por la mañana, hubieran podido ver en las mismas plazas • ./' a los mismos, hombres, de pie, con el rostro contra la paree, y sus instrumentos de trabajo en tierra,' ante ellos. Como en los tiempos bíblicos, esperaban que se les contratase por todo el día, pero la mayor parte volverá a sus casas, al mediodía • •. , ,., • sin haber encontrado el empleo y el modesto salario que ne· cesitan para vivir ellos y su numerosa familia. '' La misma situación es la de Dalrnacia, más cerca de nos· otros, por donde pasé en julio de 1962, a la terminación de un congreso universitario, pero viviendo solo con la población. Para que le acojan a uno hay que ir sin coche ni equipaje. Se encuentra siempre, en las localidades más pequeñas. un an87
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tiguo emigrado que habla americano por haber vivido cuarenta años en los Estados Unidos. Además, en los países comunistas los aciplescentes han aprendido inglés y algunas· veces francés en él colegio. Al compartir con.los habitantes el menú de cada día (sopa, semi-vino, semi-pescado, coles o pi· mientos, pan y algunas patatas), pude apreciar su cordialidad. Estando en comunidades, o más bien en cooperativas de trabajo, ya no conocen las odiosas desigualdades de hace algún tiempo (una de las islas que visité, incluid.~ el gran pueblo, pertenecía por entero a una sola familia). 1.a·~ida sigue siendo dura: no hay más agua que la de la cisterna; el Prochek, néctar de las rocosas colinas, se vende mal, y los bonitos salmonetes pescados por la noche con linternas no se pueden transportar (carreteras impracticables hacía mercados lejanos). Esta costa con su millar de islas, en otros tiempos cubiertas de negros pinares, se ha vuelto estéril a causa de los venedanos, que han saqueado los bosques para hacer zampas, y de los alemanes, que lo han incendiado todo. También, como en Méjico, en todos los pueblos decenas de.. hombres ociosos salen de las casas y se reúnen en las plazas para volver a decir las mismas palabras. Perfectamente conscientes de que su vida material sufre por el atraso de su desarrollo, en invierno se dedican todos a construir carreteras en la montaña con sus azadas, pero eso parece fútil, porque no se consigue nada y porque allí no va nunca nadie. De natural muy alegre, están orgullosos di! su admirable país, que tiene solamente de· masiado sol (estuve un día a 5¡n a la sombra, al mediodía). En resumen, que viven 'al paso de sus asnillos, esperando un bello porvenir para sus hijos, más instruidos que ellos mismos. La estancia en tales países, con regímenes políticos tan di· ~ {erentes, hace comprender mejor los sacrificios que exige un despegue económico. Hace falta tiempo, una voluntad ínque-, brantable y un esfuerzo sostenido. El peligro es· que algunos países descolonizados se imaginan que pueden evitarse esté esfuerzo. Es indudable que se necesitan inversiones con po-:
tentes medios técnicos. De todas maneras, la ayuda extranjera será vana si no trabaja todo el mundo. Los obstáculos del clima, de la tradición, del prestigio, no son invencibles. En el fondo, los hombres no piden sino trabajar: la desocupación les pesa tanto como la miseria. No creernos demasiado a Henri de Montherlant cuando nos dice que el trabajo es «la gran desgracia» y que se le debería tener un «odio razonado», En la misma obra en que se encuentran estas frases, el autor descubre otro aspecto de su pensamiento según el principio de «la alternancia», al definir con un trazo fulgurante el vcrdadero infierno del sahariano: «Poco menos de tres semanas después de su llegada, Auligny nota un vado ante él. Había agotado todo el trabajo posible ... Exactamente, no tenía nada que hacer. Pequeña frase banal y trágica» (17).
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(17) Henri de Monihcrlant : L'histoirc d'amour ele «La rose de sable», Pnrís, 1954, pp. 9, IS, 39 y 126. ¡¡o
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CAPÍTULO V .:.
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DEFINICION DEL TRABAJO
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En la novela de Montherlant, el lugarteniente Auligny, jefe de un puesto de guardia en el sur de Algeria hacia los años treinta, encontró otras ocupaciones además del trabajo: caminatas bajo el cielo, conversaciones con sus hombres, observación de las costumbres indígenas, y sobre todo el amor. Pero todo eso no le proporcionaba una razón suficiente para vivir y es por eso por lo que el oficial no pudo resistir a la «acedia sahariana». Su oficio era la guerra, que no iba a tardar. Ahora bien, la guerra no es más que un accidente, una desgracia o una aberración. Ha pasado el tiempo de las castas que se reservaban su monopolio y encontraban en ella la justificación de sus privilegios. La práctica de los deportes y los viajes, que son hoy su feliz sustituto, no podrían tampoco [lenar una vida, y menos aún las «actividades de tiemijO libre», , ',n,uy a menudo pasivas, de nuestros contemporáneoi:fEs nece• sario el compromiso y el servicio, tanto como la competencia, la lucha contra sí mismo, contra la adversidad o contra la naturaleza. Antoine de Saint-Exupéry, ingeniero y piloto, lo • , •''dijo muy acertadamente: «La tierra nos enseña más que todos los libros. Porque nos resiste. El hombre se descubre cuando ,, ' se mide con el obstáculo.» Solamente el trabajo -dl.!I campesino, del obrero, del escritor, del organizador o del sabiolleva consigo, en su disciplina y continuidad, ese elemento decisivo para la formación de una personalidad, al mismo tiempo que crea lazos de solidaridad entre los hombres./ 91
¿ Qué es, en definitiva, el trabajo? Es difícil decirlo, de tal manera está asociada esta realid .. d con las/ múltiples manifestaciones de nuestra vida. Si le preguntamos al hombre de la calle, lo más seguro es que nos conteste :~on- un sinónimo del lenguaje familiar: «Es el tajo, la faena\ la chapuza, vamos». O dirán: «Es el oficio, la actividad pro.fesional», noción corriente, pero demasiado Iirnitadora. A !~pregunta «¿Por qué interesarse en ociosos incestuosos, como los Secuestrados de Altona?10, Jean Paul Sartre contestó de siguiente mane· ra: «Hay cosas que es imposible mostrar en el teatro: sólo se pueden decir. Pienso en tres de estas cosas: el genio, la actividad científica y el trabajo. Ciertamente, se ha sacado a escena a trabajadores, sabios o genios, pero los resultados siempre han sido mediocres. Todo 1'.:> más, se conseguía colocar una silueta romántica, nunca evocar el trabajo ... Sólo se puede coger desde fuera, como una actividad espectacular, o mostrar sus repercusiones sobre un medio humano: una familia, por ejemplo» (1). ¿Por qué es tan incómodo definir el trabajo? Primeramente, porque su forma y su contenido han cambiado constantemente y sin duda cambiarán todavía. Recordamos que el concepto de trabajo intelectual es relativamente reciente. En el antiguo Egipto un escriba era un hombre «liberado de los trabajos». Esta noción se ha perpetuado durante milenios. A finales del siglo xrv, Henri de Langenstein, vice-canciller de la Universidad de París, observa no obstante que no sólo hay que contar entre les trabajadores a los campesinos, artistas y comerciantes, rustict, artii ices et mercatores, sino también a los médicos, los hombres de Estado y los predicadores, que se ocupan en tareas más elevadas, vacantes dignioribus laboribus, al servicio de la comunidad (2). A esta idea le han dado Calvino y sus continuadores, como hemos visto, gran lmpor-
rancia, sin encontrar por ello ecos en tierra latina. En sus Ensueños de 17'/7 Rousseau habla acertadamente del «cansancio del trabajodel espíritu», pero llama todavía trabajar a cultivar, en el sentido tradicional, limitando el trabajo al esfucrzo ele los brazos (3). En 1850, el economista Bastiat estima qui! se trata de una «extensión inusitada» de la palabra trabajo, ya que ese término implica nociones de habilidad o de sagacidad. En tales casos, dice, habría que hablar solamente de servicios (4). Todavía hoy el derecho alemán no considera a los empleados administrativos o técnicos como «trabajado· res». I Por otra parte, hay que observar que el trabajo no representa lo mismo para todo el mundo/un texto reciente de Jcan Guéhenno destaca este punto. Hijo de obrero, al autor le invitaban durante sus estudios a conversar con un joven perito, cuyo padre quería que aprendiese a conocer el pueblo. El experimento fue decepcionante: «No hablábamos la misma lengua. Las palabras más sencillas, aquellas a que está unido el destino de los hombres, el pan, el trabajo, el dinero, el amor, la amistad, la enfermedad, la muerte, no tenían el mismo sentido para los dos, no creaban la misma tensión, 110 evocaban los mismos problemas. Cada uno tiene su diccionario ... » ( 15). El pintor Millet había dicho lo mismo de los campesinos del siglo pasado: «En algunos países de tierra poco ara ble, veis ,),guras cavando, dando golpes de azada. De vez en cuando 'lkis que se endereza, corno se suele decir, y se enjuaga la frente con el revés de la mnno. ¿Ei; ese el trabajo alegre, juguetón. en el que algunas gentes querrían hacernos crccr?»
la
(1) Conversación con Bernard Dort, Le Ttiéátre populaire,' París, El Arco, marzo 1960. (2) M. Rocha: Travall et .;alaire a cravers tu scotastlque, París, Desclée de Brouwer, 1933, p. 26. 92 :~
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(3) J. J. Rousseau : Réveries cl'w, promeneur sotitaire, v« et VIe Promenades. (4) F. Bastiat : Harrnonies économiques, Bruselas, 1850, páginas 177 y 191. (5) J. Guéhenno: Chaugcr la vie, «Guilde du Livrc», Lausana. 1962, p. 217.
en
Amblvalenela
del trabajo,
sufrimiento
y alegria
En fáciles críticas del maquinismo occidental, escritores anteriores a 1940 han creído poder hablar de la feliz despreocupación de los pueblos de Extremo Oriente: «El chino, de· cía une de ellos, no es en absoluto perezoso, pero no trabaja a nuestra manera; pone en su labor alegría y abandono; no se le ve con el rostro crispado por el odio.s Un buen conocedor de la China de hace algunos años nos ha dicho, no obstante, que si el coolie tenía siempre una canción en los labios no era tanto por alborozo como por deseo supersticioso de distraer a los demonios que, según se creía, tenían el maligno placer de colocarse sobre las cargas de los portadores para aumentar su peso. Recientemente, Bertrand de Jouvenel ha recordado que los chinos contemporáneos de Luis XIV:tenían «un adelanto de varios siglos respecto de Europa» en ·el desarrollo de las artes y los oficios, pero que al -decír de· los mísioneros jesuitas' de La época, el resplandor de su civilización estaba empañado por el sufrimiento de un tercio de la población. En 1700, el Padre de Prémare hacía laisiguiente curiosa comparación: «No se puede reprochar a los.pobres de China, como a la mayor parte de los de Europa, su bolgazanería, y el ,, hecho de que se podrían ganar la vida si qüisieran trabajar. El sufrimiento de esos desgraciados está pot encima de todo lo que pueda creerse. Un chino pasará los días removiendo la tierra a fuerza de brazos, estará a menudo metido en el agua hasta las rodillas, y por la noche es feliz comiendo una peque· ña escudilla de arroz y bebiendo el agua insípida en la que se ha cocido. Tal es su vida Je todos los días ... » (6). Las cosas no habían cambiado en absoluto hace treinta años si creemos a Somersct Maugham, que escribía lo síguíente en On a Chinese Screen: .. Después de una corta estancia en China, se olvida rápidamente ~l lado pintoresco del coolíe , (6)
B. de Jouvenel:
1:1 culture, Basilea,
94
Communication
au Congres européen
t.• de octubre dt: 1964.
de
para no ver ya en él sino la expresión de un esfuerzo sobrehumano cuya opresión se siente en uno mismo. En China, la bestia de carga es el hombre». En apoyo de su testimonio, el escritor inglés citaba dos máximas Je un autor chino: «Llevar el fardo y el sufrimier.to de la vida hasta el agotamiento, caminar sin poder nunca detenerse, ¿no es un destino lastimoso? Trabajar sin descanso, y después dejar de repente una labor cuyo fruto no se ha saboreado nunca, para afrontar un destino que se ignora, ¿no es una causa justa de aflicción? .. Esta angustia del hombre abrumado por una labor ingrata cuyo sentido mismo se le escapa, hace que se comprenda mejor el tradicional pesimismo de Oriente con respecto a la vida, más aún que al trabajo. Este fatalismo se explica en gran parte por las condiciones de existencia, precarias y miserables, de los pueblos orientales que, desde hace milenios, se atribulan y sufren para asegurarse la subsistencia. Bertrand de Jouvenel encuentra «desagradable tener que reconocer que el empuje brutal de los apetitos en Occidente» desde la Revolución Industrial, en definitiva «ha servido mejor a la condición material d1 los hombres» que la amable civilización de la China de antaño. ¿Debe decirse lo mismo de la sangrienta revolución social de la nueva China? Como quiera que sea, está claro que la diversidad e incluso la contradicción de los Juicios de todo tiempo y todo Jugar sobre el valor del trabajo . t1;nen como causa no solamente las circunstancias históricas ' -o las condiciones de la práctica de los oficios, sino también toda clase de factores psicológicos, morales y sociales que hoy nos esforzamos en analizar. ¿Cómo explicar ele otra manera .el elogio al trabajador, ya citado, que contiene el clásico Sex-' to Estudio de Proudhon, modesto tipógrafo y cuya entera exis, tencia fue difícil? No obstante, el trabajo se le aparece como •i «una voluptuosidad íntima ... que -resulta, para el hombre, del pleno ejercicio de sus facultades: fuerza del cuerpo, destreza de las manos, presteza del espíritu, potencia de la idea, orgullo del alma por el sentimiento de la dificultad vencida ... , comunión con el género humano». 95
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Observemos que las dos funciones, soci.íi y psicológica, de!~ trabajo están claramente diferenciadas en este texto que data de hace más de un siglo. Ahora bien, son 'p_recisamente estas dos funciones, que responden a las necesidades fundamenta· les de ayuda mutua y de expresión de sí m!1mo, las que aportan al trabajador, en una medida indudablemente desigual según los oficios, esta satisfacción que no hemos temido llamar «alegría del trabajo», al igual que los Henri de Man, de los Hyacinthe Dubreuil y de tantos otros hasta Georges Gurvitch. Si hay «sufrimiento del trabajo», proviene ante tÓdo del he· cho de que la función económica se ejerce en un universo que hay que forzar, ya que su producción natural es no solamente insuficiente, sino incluso inadaptada a nuestras necesidades. No se puede definir el trabajo más que si se le reconoce su carácter ambivalente. Igualmente, no se comprenderá a los trabajadores si no se cesa de hacer de todo trabajo un acto forzado, vergonzoso y repugnante.\ Eso no quiere decir que todo vaya sobre ruedas en la evolución actual de los oficios y .de las empresas. En Francia, Michele Aumon_t describe una «escisión dramática» en el mundo obrero: la suerte de un grupo relativamente restringido de «profesionales» mejora indiscutiblemente, mientras que la masa de peones y de O. S. «se hunde cada vez con menos posibilidades de liberarse». Se acrecientan las diferencias, dice, entre las dos «condiciones»: necesidades, consideración, actitudes frente a la empresa, cultura, etc. Indudablemente, queda un «fondo común» de tradiciones, temores y esperanzas en el mundo obrero, pero la promoción social de los unos parece no efectuarse sino a expensas de los· otros (7). Estas observaciones, ¿se verificarían en los países más desarrollados desde c:l punto de vista económico, tales como Suiza, Alemania, Suecia o los Estados Unidos? No lo creemos, cualesquiera que «¿Existe aún una condición obrera?», 11ique socia/e de!_~Fr1111ce, París, 1963, pp. 127-14p (N.0 especial: ::nos problema! del trabaio}, (7)
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sean las anomalías que puedan descubrirse, tales como el paro en la industria americana. Las verdaderas constantes del desarrollo son, desde luego, las que la revista Table Ronde definía recientemente: continuación de la migración profesional hacia el sector terciario, aparición ele nuevas riecesidades a medida que el nivel de vida se eleva, persistencia de la agitación social, «de la cual una renta media triple que la nuestra, no libera a los Estados Unidos», disminución lenta pero cierta, de «la intensidad de las sujeciones a la rareza, el racionamiento y el trabajo» (8). Repitamos que lo que va a disminuir en la actividad pro· fesional no es tanto el trabajo como la intensidad de la sujeción al trabajo. En otras palabras, podemos esperar el crecímiento de la parte de libertad y de espontaneidad. En un curso dado en 1924 para jóvenes educadores, y encontrado tardíamente entre sus papeles, Alain había previsto esta evolución. He aquí lo que decía del trabajo más forzado, el del colegial: «!-Jo hay placer sjno en la acción libre. Ambigüedad de la noción de trabajo, la peor y la mejor de las cosas. Es lo que hay "ae libre en el trabajo lo que gusta. La sujeción en sí misma no lleva nada más que a una vida triste y aburrida. Círculo del cual hay que salir. La meta es obtener un esfuerzo libre generoso (como dice con tanto acierto Descartes imcra con 1c1 n es que tal esfuerzo no sea nunca j¡:norado. Evitar el prejuicio («No hará nadas). No abandonar al niño ... El ' 'c)ebe gobernarse e imponerse la tarea, incluso si los resulta· ' dos no son buenos ... Plantear siempre la pregunta así. ¿Quie· res ser tonto, ignorante y no tener ánimo? ¿No? Pero yo no puedo hacer nada. No puedo querer por ti. En el fondo, 110
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(9).
. Eso en cuanto a la obligación escolar, que debe ser accptada libremente. Lo mismo podemos decir de la obligación (8) La Socié1é de clemain, t,;.· especial de La Table Ronde, París, 1963. n.' 177, pp. 165·168. (9) Alaín: «Pédagogie», Mercurio de Francia, París, junio de 1957, p. 224. 97
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o estudiante. Por eso nos negamos a considerar la coacción como rasgo especifico o criterio decisivo del trabajo. La obli- \: gación es un carácter común a todas las actividades humanas: es una cadena a la cual estamos atados inevitablemente en todas nuestras empresas. Los antiguos juristas romanos lo habían dicho ya: Obtigatio est iuris vinculum quo necessitate astringimur ... (10). El juego tiene sus reglas corno el culto, la moral y el derecho. El hombre de tiempo libre no tiene libertad más que en la elección del momento y de la clase de actividad. Ahora bien, este privilegio es accesible hoy a un número cada vez más elevado ele trabajadores. La movilidad, la poliV? lencia, y e¡ espíritu de iniciativa son cµalidades requeridas en la mayor p.arte de los nuevos empleos:1EI esfuerzo libre, del que hablaba,:Alain, ocupa cada vez un mayor lugar en el trabajo y modifica su carácter. tradícíonal.iál mismo tiempo, se atenúa la diferencia entre el tiempo-de lij's vacaciones y el del trabajo: por ambas partes la libertad y 1)! coacción se ínterpenetran ínextricablemeute, corno en toda~ las manifestaciones de nuestra vida. ';~ l.' i\
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El trabajo, sujeción y Ji~raclón
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sea patrón, obrero, escritor, ama de casa
En su capítulo De la ociosidad, Montaigne.ha empleado dos comparaciones inesperadas, pero muy sugestivas, para demostrar que nada válido puede hacerse en el mundo ·sin disciplina, aceptando libremente el esfuerzo y el trabajo;• «Así como vemos tierras ociosas, si son ricas y fértiles, abundar en cien mil especies de hierbas salvajes e inútiles, y para que rindan hay que someterlas y emplearlas con ciertas semillas para nuestro sei vicio. Y asf como vemos que las mujeres producen ellas solas montones y piezas de carne informes, pero que para hacer una generación buena y natural hay que qta- . rearlas con otra semilla. Lo mismo sucede con los espíritus: ( 10) lnstitutionum 98
Divi lustiniani ... , TII, 14.
si no se les ocupa en algo que les contenga y sujete, se lanzan desconcertados, aquí y allá, en el vago campo de las imaginaciones. Y no es ni locura ni sueño que no produzcan en esta agitación» ( 11 ). t'Esta página ilustra una idea muy antigua a la cual Francis Bacon dará, algunos años más tarde, su conocida fórmula: Ars homo additus ;1aturae, el arte '(por el que hay que entender el trabajo del artesano tanto como la creación del artista), es el hombre más la naturaleza. Encontramos en Montaigne no solamente el eco, sino los mismos términos del texto lirninar del Génesis: Replete terram et subiicite eam, llenad la tierra y dominadla (12). Se colocan paralelamente el trabajo del hombre y la maternidad de la mujer, como en la Escritura. El rasgo común de estas dos actividades, es la siembra necesaria para que aparezca el buen fruto. Montaigne se revela aquí como mejor exégeta del Antiguo Testamento que los teólogos que ponen el acento en el sudor del hombre y el dol?r de la mujer. P.ara Montaigne, como para el autor del Génesis, la maternidad y el trabajo son funciones vitales, naturales, cuyo cum limiento no está exento de sufrimientos, pruebas o acci entes, pero que son en sí mismos dones e Dios. . . Hoy, gracias a la invención y al progreso de los eonocirmentos, la carga del trabajo y el dolor del parto se han atenuado, pero no podrían desaparecer. Lo que la mujer puede dominar . ~-;s la sensación de dolor, pero no el •trabajo• del parto. Igual' , mente, los italianos y los españoles que vi recientemente encorvados en una mina, a 700 metros de profundidad, arrancan· do carbón entre el polvo apenas disipado por el chorro de ... vapor que les protege, sonriendo al ingeniero que me condu~' · cía arrastrándose en la interminable mina: su trabajo, en tan condiciones, tenía un fin inmediato que era ganarse la ., duras vida, pero también una meta más alta, de la cual parecían conscientes, y -que era la participación en una empresa de (11)
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Essais de Mo11taigne, libro I. capitulo VII l. Génesis, I, 26-28. 99
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·,: .:!. desarrollo humano mediante el domini¿·,'ide la naturaleza por el técnico. Si el hombre trabaja cada vez menos con sus brazos, si es cada vez más organizador y sabio, el sentido profundo de su lahor sigue siendo el mismo: es la «domesticación del universo», como dicen los marxistas, lenguaje al cual nosotros preferimos el de Sauvy, cuando habla de la «liberación permanente del hombre con respecto de la naturaleza». De ahí viene el carácter encumbrante del trabajo, cuando el hombre no encuentra más que la inevitable resistencia de la materia al esfuerzo humano pero ya no la explotación, la frustración y la alienación del trabajador. /Es en esta liberación, más aún que en la utilidad social, efecto secundario, donde aparece el rasgo específico, el carácter fundamental del trabajo. Cualesquiera que sean las sírnilitudes de la actividad animal y de la labor humana, tenemos que este último nos hace «como amos y poseedores de la na· turaleza», como decía Descartes después de Bacon y sus predecesores. El animal no se ha liberado nunca de su medio; no coge alimentos o no caza más que para cubrir sus necesidades de supervivencia; la preparación de sus cuevas y la acumuIación de sus alimentos son únicamente temporales; no tiene tampoco esa clara conciencia de la meta y de los medios de ejecución que ha permitido al hombre ínventar.Jabrícar y perfeccionar sus herramientas. Por eso el saber y el trabajo son inseparables. Se podría aplicar al trabajo la nueva definición que R. Frérniné propuso de la tecnología, en el Congreso europeo de cultura, en Basilea: «un conjunto de actos creadores propios para vencer las djfiéj";Üades_ que se aponen á Já ~xpansión del hombre¡. Esta fórmula sería de todos modos demasiado resti:ictiva al no dejar lugar a la creación artística, actividad guc está sin embargo soportad~ y penetrada PO.e. el trabajo. «No 'hay artista, decía también .;Alain, que no lo sea por inmensos trabajos.» La definición qúe hemos de dar del trabajo será más amplia. No hará sino resumir los primeros puntos de nuestra exposición. '-
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El trabajo es la más importanle de las actividades huma· nas. Respondiendo a vitales ecesic c de socia 1 1dad y de expresión persor,al, llena funciones mayores: c~ómica, social, ps1col6g1ca. De ahí proviene su carácter permanente, ba10 sus más diversas y continuamente cambian· tes formas: trabajo manual o intelectual, obligatorio o es_ES>n· táneo, interesado o gratui1ll. Se le siente a la ve1. c-omo ~ria y sufrimiento: satisfacción en la mcili.ga.Sn que e~_Jj_Q_~cj_ón ele la dependencia de la naturnle1.a. colaboración fáci «cicrcic10 eliz de nuestras facultades»; sufrimiento en Ja mc~,füla en que choca con el cansancio natural del organismo humano, con la resistencia de la materia o con la opresión social. Implica no solamente una reflexión continua. un aprendizaje constante, sino también la conciencia de su meta, la obra a realizar, y medios propios para llevar a cabo esta obra, Tam· bién es siempre un esfuerzo tenaz: ele apropiación )' de uansformación de los bienes naturales, de producción de bienes nuevos, de invención y de perfeccionamiento técnico, de organización, de creación artística y literaria. Factor dccish'.aJJcl crecimiento económico, es fuente inogolabk clc.sofuli;.l_ridacJc:, ~ y_ enriquecimiento de la pcrsmia.....E.n....r.G.Sumcn e~ la 12,rimera condición, pci o que no excluye otras. parn In cultura ,. la civiliz~n.l
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