Informe preliminar sobre algunos aspectos de la investigación en sobrevivientes de abuso sexual en la infancia Ruth González Serratos*
La humanidad es ultrajada en mí y conmigo...No debemos disimular, no debemos olvidar esta indignación que es una de las formas más apasionadas del amor. George Sand El Programa de Atención Integral a Víctimas y Sobrevivientes de Agresión Sexual (PAIVAS), de la Facultad de Psicología, UNAM, atiende casos de violación en adultos, de menores víctimas de abuso sexual y de sobrevivientes de este maltrato durante la infancia. En el área de investigación de estas tres modalidades intentamos definir el síndrome postraumático específico de cada una de ellas, los elementos de la historia clínica que las caracteriza y el examen del estado mental del paciente en el momento de la intervención clínica. En la actualidad nos encontramos en la fase de procesamiento de datos de nuestra casuística general y de los antecedentes de síndrome postraumático, historia clínica y examen del estado mental en sobrevivientes de abuso sexual en la infancia. En este espacio comentaremos elementos generales de la circunstancialidad del abuso sexual en sobrevivientes y el porcentaje que estos casos ocupan en nuestra muestra estadística general.
* Coordinadora del Programa de Atención Integral a Víctimas y Sobrevivientes de Agresión Sexual, Universidad Nacional Autónoma de México
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Conceptos Entendemos como abuso sexual en la infancia todos aquellos actos en los que se involucra una actividad sexual inapropiada para la edad de el o la menor, a quien se le pide que guarde el secreto sobre ese comportamiento y/o se le advierte que si relata lo sucedido provocará algo "malo" a sí mismo, al perpetrador y/o a la familia. Estos actos sexuales generan sentimientos de confusión emocional, miedo y en algunas ocasiones, placer. El abuso sexual incluye la desnudez, así como material sexualmente explícito, contacto corporal, masturbación, sexo oral, anal, genital, o la exposición de la víctima a la observación de actos sexuales entre adultos, etcétera (Bear y Dimock, 1988; Blume, 1990). El abuso sexual no se refiere únicamente a la interacción física víctima-victimario. En la mayoría de los casos no hay evidencia corporal de la agresión, sin embargo es obvio el daño emocional a corto y largo plazos. El abuso sexual en la infancia puede ser incestuoso o no incestuoso. En cuanto al incesto, debemos tomar en cuenta que en este caso se rompe la liga de la confianza, no la de consanguineidad. Para el menor, el impacto emocional no se relaciona con el parentesco genético, sino con la violación de la confianza dentro del ámbito donde se supondría más protegido: su propio hogar y/o el hogar de alguien a quien ama y en quien confía. Se viola no sólo su cuerpo sino también su amor, y lo más perturbador es que ocurre dentro de la dinámica de la vida familiar (Bass, 1983; Fine y Carnevale, 1984; Haneman, 1985; Gordon O'Keefe, 1985; Bear y Dimock, 1998; Blume, 1990; Gallagher, 1991). El abuso sexual no incestuoso se refiere a una agresión perpetrada por un desconocido, un conocido de vista o casual, sin relación directa con la víctima o con su entorno común: escuela, club, actividades religiosas, deportivas o recreativas. El incesto y el abuso sexual se caracterizan por actitudes de poder, de imposición, de manipulación emocional y miedo. Para efectos de estudio, el término sobreviviente se refiere a aquellos adultos que en su infancia se vieron involucrados en acciones de abuso sexual y/o incesto, independientemente de quién o quiénes hayan sido los abusadores (Bass, 1983; Fine y Carnevale, 1984; Bear y Dimock, 1988; Blume, 1990; Gallagher, 1991).
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Las cifras sobre la frecuencia de las agresiones sexuales a menores relacionadas con la población en general son inexactas, debido a que ocurren en el seno del hogar, y el maltrato en muchas ocasiones es minimizado, negado, ocultado o simplemente no escuchado. En opinión de Finkelhorn (1980), la frecuencia en este caso es similar a la de la esquizofrenia.
Análisis de los factores de género y de circunstancialidad en la agresión sexual De 68 casos atendidos en el trabajo clínico del PAIVAS, 55% corresponde a sobrevivientes de agresión sexual en la infancia y 18% a menores víctimas de maltrato sexual. Es decir, del total de casos atendidos 73% es o fue víctima de agresión sexual en la niñez, y el resto corresponde a violación sexual en adultos. En cuanto al género de las víctimas, las cifras recabadas revelan que de 37 sobrevivientes, 86% son mujeres y 14% varones. En nuestro estudio, 85% de los agresores son del género masculino. Sobre la relación víctima-victimario, sólo en 8% de los casos el agresor era conocido casual o de vista, y en ninguna ocasión fue un desconocido. De los perpetradores con los que el o la menor mantenía una relación continua, 8% eran profesores, amigos de la familia y compañeros mayores de juego y 6% eran vecinos de la víctima. Cabe destacar que en 51% de los casos las agresiones fueron realizadas por un familiar; de ese porcentaje, los hermanos mayores ocuparon 39%, los tíos 26%, el padre biológico 13% y el padrastro 7%, mientras que los primos ocuparon 9% y los abuelos 7%. La edad de la víctima es un factor que permite apreciar su vulnerabilidad y establecer que la agresión sexual a menores poco tiene que ver con la sexualidad y sí con el poder y la dominación. La edad promedio de nuestros sobrevivientes en el momento de ser agredidos se ubica en seis años. En relación con la debilidad de la víctima para manejar el entorno donde se comete la agresión, encontramos que 29% de los maltratos ocurre en el domicilio de la víctima, 15% en el del agresor y 38% en ambos inmuebles.
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Para 67% de los agredidos fue difícil determinar la duración del abuso, aunque para 43% del total consultado la agresión sexual sucedió en más de nueve ocasiones. La información recopilada en nuestro programa permite determinar que la agresión sexual a menores afecta las bases de seguridad y desarrollo del infante y su relación con el mundo.
Otros estudios Algunos autores que han investigado sobre el tema proporcionan datos important es que refuerzan nuestra información y que hablan del impacto a largo plazo de este tipo de violencia. Para Bear y Dimock (1988), una de cada tres niñas y uno de cada cuatro niños es molestado sexualmente. Hanemann (1985) refiere que cien mil menores de edad sufren agresiones sexuales cada año, de acuerdo con cifras de 1981 del Centro Nacional de Abuso y Abandono Infantil de Estados Unidos. Según Gil (1970) -citado por Hanemann- la cifra anual de menores víctimas de abuso oscila entre dos y cuatro millones. La Fontaine (1990) considera que la frecuencia abarcaría entre 3 y 54% de la población de Gran Bretaña. Para Cazorla (1992) las niñas que sufren abusos sexuales representan 75% del total afectado y el resto corresponde a varones pequeños. Según Finkelhorn (1980), la experiencia del abuso ocurre en una de cada cinco niñas y en uno de cada once niños. Bass (1983) menciona que 97% de los abusadores y violadores de menores son hombres. Gordon y O'Keefe (1985) determinaron, en un estudio aplicado a 502 sujetos, que de 50 perpetradores 49 pertenecían al género masculino. Para Bass (1983), 75% de los agresores son miembros de la familia del menor. En un estudio de menores víctimas, Cazorla (1992) ubica como agresores a la figura paterna en 20% de los casos, a los tíos en 8%, a los primos en 6% y a los hermanos en 2%. En el estudio de Finkelhorn (1980), la edad media de las niñas sobrevivientes fue de 10 años y de los niños de 11. El mismo autor cita un estudio de Gagnon de 1965, donde la edad media de las niñas corresponde a 10 años (no especifica la de los varones).
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Cazorla (1992) refiere como las edades globales más frecuentes 6 y 12 años, y el análisis de Gordon y O'Keefe (1985) sostiene que las mujeres eran más jóvenes que su víctima y que fueron agredidas cuando menos cuatro años antes de la pubertad.
Repercusión del abuso sexual en la edad adulta Heise (1994) citando a Briere (1984), revela que 49% de las mujeres agredidas sexualmente son más vulnerables a sufrir maltratos en su edad adulta y advierte sobre un riesgo mayor de violación tras un incesto o abuso sexual en la niñez. En un estudio realizado por Boyer y Fine (1992) a 535 madres adolescentes en la ciudad de Washington se revela que las jóvenes con antecedentes de abuso sexual o incesto iniciaban el coito a los catorce años, pese a que el promedio nacional es de 16 años. En tanto, 28% de las adolescentes con antecedentes de agresión sexual en la infancia usaba un método de protección anticonceptiva. Gordon y O'Keefe (1985) consideran que bajo el estímulo de una relación incestuosa de varios años, 67% de los casos estudiados sufrirá daños en el desarrollo de su sexualidad e intereses personales. La influencia que ejerce un comportamiento de agresión deja al infante incapacitado para detener el abuso/incesto, ya que el perpetrador es más grande y fuerte físicamente, con mayor poder social, y en algunas ocasiones la víctima y su familia dependen económicamente de él. Este panorama se agrava por factores como la cercanía entre el perpetrador y su víctima, el estado del desarrollo de ésta, el tipo y frecuencia de los contactos sexuales y el periodo de ocurrencia de la agresión. En el pronóstico también influyen la red social del menor y su discreción sobre lo sucedido (Blume, 1990).
Conclusiones En el feudo familiar el hombre tiene el poder absoluto, no pregunta ni pide aprobación o permiso, él toma lo que quiere y los demás deben acomodarse a su voluntad. Dentro de la ideología patriarcal las mujeres son propiedad del hombre y están a su servicio; no hay consideración ni respeto real hacia la madre, esposa o hermanas. No se
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toman en cuenta las necesidades ni los derechos de la mujer; ni siquiera se considera si acaso existen requerimientos propios del género femenino que no estén subordinados a los derechos del varón. En este sentido, quien comete la agresión sexual actúa como un captor que controla a su víctima, la cual aprende a vivir en una "zona de peligro" donde se supone debería estar segura. La agredida se convierte así en una extensión de su victimario, y en ocasiones confunde el amor con la violencia. Los menores son utilizados en este sentido para satisfacer las necesidades del perpetrador como objetos usables y desechables (Blume, 1990; Gallagher, 1991). La Fontaine (1990) cita un estudio de sobrevivientes efectuado en Boston, que ubica al hermano mayor como agresor en 39% de los casos cometidos contra mujeres y en 12% los maltratos contra varones. Esa frecuencia podría relacionarse con el favoritismo familiar hacia el hijo varón de mayor edad, y en ese contexto las hermanas tienen un papel secundario. El autor menciona la aseveración de Smith e Israel de que en una tercera parte de 25 casos de incesto fraterno, el padre había precedido al hermano en la comisión de la agresión. En nuestra experiencia clínica, los hermanos mayores abusan física y sexualmente de los menores en el ámbito de un clima de violencia doméstica donde el papel del varón es sobrevalorado y en el que el padre demuestra y se ufana de su poderío, dominio y agresividad. La responsabilidad del incesto, como fondo de la psicodinamia del mismo, que se atribuye a las madres "frías" y a las hijas "seductoras" ha sido criticada ampliamente. La conducta abusiva es responsabilidad del agresor y nadie, bajo ninguna justificación ni pretexto tiene por qué imponer conductas sexuales a menores que no poseen la experiencia ni la concepción adecuada en cuanto a la sexualidad. Es reduccionista encargar a la madre el equilibrio emocional de la familia entera y la vigilancia constante de la conducta de todos sus miembros. O'Niell afirma que la racionalización y las justificaciones sociales responsabilizan a la madre del incesto, bajo el argumento de que su frialdad obliga al padre a buscar la satisfacción sexual y emocional en la hija.
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En cuanto al síndrome postraumático en sobrevivientes de agresión sexual en la infancia, podemos afirmar que la conducta adulta se verá matizada por una necesidad constante de control (perdido en la infancia) a través de conductas extremas en el comportamiento general adulto, y en particular en cuanto a la vida sexual: abstinencia vs. promiscuidad; erotización de las relaciones significativas vs. falta de afectividad en las relaciones eróticas; elección de relaciones de pareja victimizadoras vs. elección de pareja igualitarias. Es necesario destacar la preocupación -que compartimos- de algunos autores sobre los efectos del incesto en la estructura familiar y en la necesidad de reforzarla por medio de redes sociales efectivas y modelos educativos paternos que estimulen la conservación de la familia nuclear. El problema de la agresión sexual continuará si no volteamos la mirada a las relaciones de género con desigualdad de poder, donde la violencia debe ser responsabilidad de quien la genera, no de quien la recibe.
Bibliografía Bass, E. (1983), "In the truth itself, there is healing", en E. Bass y L. Thorton (eds.), I never told anyone, Nueva york, Perennial Library, pp. 23-60. Bera, E. y P. Dimock (1988), Adults molested as children: A survivor's manual for women and men, Vermont, Fay Honey Koop. Blume, S. (1990), Secret survivors, Estados Unidos, John Wiley Sons. Cazorla, G. (1992), Alto a la agresión sexual, México, Diana. Fine, P. y M. Carnevale (1984), "Network aspects of treatment for incestuosly abused children", en I. Stuart y J. Greer (eds.), Victims of sexual agression: treatment of children, women and men, Nueva York, Van Nostrand Reinhold, cap. 5, pp. 75-90. Finkelhorn, D. (1980), Abuso sexual al menor, México, Pax-Mex. Gallagher, V. (1991), Becoming whole again, Palo Alto, Tab Bock.
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Gordon, L. y P. O'Keefe (1985), "The normality of incest", en W. Burguess (ed.), Rape and sexual assault: A research handbook, Nueva York y Londres, Garland Publishing, cap. 6, pp. 70-82. Hanemann, M. (1985), "Violence in the home: A public problem", en W. Burguess (ed.), Rape and sexual assault: A research handbook, Nueva York y Londres, Garland Publishing, cap. 5, pp. 61-69. Heise, L., J. Pitanguy y A. Germain (19949, Violence against women: the hidden health burden, Washington, D.C. The World Bank. La Fontaine, J. (1990), Children sexual abuse, Gran Bretaña, Polity Press. O'Neill, K. (s.f.), Reclaiming Our Lives, Massachusetts, Departament of Public Health.
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