Guía de tratamientos psicológicos eficaces III Infancia y adolescencia
Coordinadores
MARINO PÉREZ ÁLVAREZ CATEDRÁTICO DE PSICOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO
JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ HERMIDA CONCEPCIÓN FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ ISAAC AMIGO VÁZQUEZ PROFESORES TITULARES DE PSICOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO
Guía de
tratamientos psicológicos eficaces III
Infancia y adolescencia
EDICIONES PIRÁMIDE
COLECCIÓN «PSICOLOGÍA»
Director:
Francisco J. Labrador Catedrático de Modificación de Conducta de la Universidad Complutense de Madrid
Diseño de cubierta: Anaí Miguel
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las corres pondientes indemnizaciones por daños y perjui cios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distri buyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artísti ca fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier otro medio, sin la preceptiva autorización.
© Marino Pérez Álvarez José Ramón Fernández Hermida Concepción Fernández Rodríguez Isaac Amigo Vázquez (Coords.) © Ediciones Pirámide (Grupo Anaya, S. A.), 2003 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid Teléfono: 91 393 89 89 www.edicionespiramide.es Depósito legal: M. 39.336-2003 ISBN: 84-368-1817-2 (Obra completa) ISBN: 84-368-1816-4 (Tomo III) Printed in Spain Impreso en Lavel, S. A. Polígono Industrial Los Llanos. Gran Canaria, 12 Humanes de Madrid (Madrid)
Relación de autores Guía de tratamientos psicológicos eficaces III. Infancia y adolescencia Amigo Vázquez Profesorr titular
Universidad de Oviedo
Marisa Montoya Fernández Psicóloga del Servicio de Psicología Aplicada Universidad de Murcia
Carmen Bragado Álvarez
José Olivares Rodríguez
Profesora titular Universidad Complutense de Madrid
Profesor titular Universidad de Murcia
Paz de Corral Gargallo
Mireia Orgilés Amorós
Profesora titular
BFPI Universidad de Murcia
Universida d del País Vasco
José Pedro Espada Sánchez
Marino Pérez Álvarez
Profesor asociado Universidad Miguel Hernández
Catedrático Universidad de Oviedo
José Ramón Fernández Hermida
Luis Antonio Pérez-González
Profesor titular Universidad de Oviedo
Profesor titular Universidad de Oviedo
Concepción Fernández Rodríguez
José Antonio Piqueras Rodríguez
Profesora titular Universidad de Oviedo
BFPI Universidad de Murcia
Ana María González Menéndez
Victoriano Ramos Linares
Profesora titular Universidad de Oviedo
Becario de investigación Universidad de Murcia
Francisco Xavier Méndez Carrillo
Santiago Redondo Illescas
Catedrático
Profesor asociado Universidad Central de Barcelona
Universi dad de Murci a
8 / Relación de autores
Ana Isabel Rosa Alcázar
Isabel Santacruz Prieto
Profesora ayudante Universidad de Murcia
Becario de investigación Universidad de Murcia
Julio Sánchez Meca
Gladys Williams
Profesor titular Universidad de Murcia
Psicóloga clínica Applied Consultant Behavioral Services, Nueva York
Contenido de la obra Guía de tratamientos psicológicos eficaces
I.
ADULTOS
Presentación. El fin de la inocencia en los tratamientos psicológicos. Análisis de la situación actual. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la esquizofrenia. Guía de tratamientos psicológicos eficaces en delirios y alucinaciones. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la drogadicción: alcohol, cocaína y heroína. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para trastornos del comportamiento ali mentario. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la depresión. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el trastorno bipolar. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el trastorno de ansiedad genera lizada. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para las fobias específicas. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la agorafobia. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la fobia social. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el trastorno de pánico. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el trastorno de estrés postraumático. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el trastorno obsesivo-compulsivo. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para las disfunciones sexuales. Guía de tratamientos psicológicos eficaces en la hipocondría. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para los trastornos de la personalidad. Resumen de los tratamientos psicológicos eficaces en el ámbito adulto.
6 Ediciones Pirámide
1 0 / Contenido de la obra
II.
PSICOLOGÍA
DE
LA
SALUD
Presentación Superando el desfase entre el desarrollo de la psicología de la salud y su incipiente profesionalización. Guía de tratamientos psicológicos eficaces en el asma bronquial. Guía de tratamientos psicológicos eficaces en el cáncer. Guía de tratamientos psicológicos eficaces en los trastornos cardiovasculares. Guía de tratamientos psicológicos eficaces en el dolor crónico. Guía de tratamientos psicológicos eficaces en la dismenorrea primaria. Guía de tratamientos psicológicos eficaces en las enfermedades reumáticas: el caso de la fibromialgia. Guía de tratamientos psicológicos eficaces en el síndrome del intestino irritable. Guía de tratamientos psicológicos eficaces en la enfermedad inflamatoria intestinal. Guía de tratamientos psicológicos eficaces en la infección por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH). Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la diabetes. Guía de tratamientos psicológicos eficaces en enfermos terminales. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para los trastornos del sueño. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el tabaquismo. Guía de intervenciones psicológicas eficaces en la promoción de la salud: el caso del alcohol. Resumen de los tratamientos psicológicos eficaces en el ámbito de la salud.
I I I. I N F A N C I A
Y
ADOLESCENCIA
Presentación El fin de la inocencia en los tratamientos psicológicos de la infancia y la adoles cencia. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la depresión en la infancia y ado lescencia. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la fobia social y la timidez en ni ños y adolescentes. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para miedos y fobias en la infancia y adolescencia. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la hiperactividad. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la enuresis y encopresis. Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la delincuencia juvenil. Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos.
© Ediciones Pirámide
índice Presentación
13
El fin de la inocencia en los tratamientos psicológicos de la infancia y la adolescencia
15
1.
Guía de trata mient os psicol ógicos efica ces para el auti smo (Ana María González Menéndez, Menéndez, Gladys Williams y Luis Antonio Antonio Pérez-González)
17
1. Defin ición y orig en del auti smo 2. Interv enciones sobre el autismo 3. Interv enciones con un enfoque conduc tual 4. Conclusiones Referencias
17 20 26 43 44
2. Guía de trat amien tos psicológi cos eficac es para la depre sión en la in fancia y adolescencia (Francisco Xavier Méndez Carrillo, Carrillo, Ana Isabel Rosa Alcázar, Marisa Montoya Olivares Rodríguez)
Fernández,
José
Pedro
Espada
Sánchez y José
57
1. Depresi ón infantil, adolescente y adulta 2. Tratam iento psicol ógico 3. Eficacia del tratamiento psicológ ico 4. Concl usio nes Referencias
57 59 79 81 82
3. Guía de trat amien tos psicoló gicos eficaces para la fobia social y la ti Rosa midez en niños y adolescentes (José Olivares Rodríguez, Ana Isabel Rosa Alcázar, José Antonio Antonio Piqueras llo y Victoriano Ramos Linares)
Rodríguez,
1. Delimitación del probl ema 2. Definición y valoración de tratamie ntos 3. Concl usion es Referencias
Francisco Xavier Méndez
Carri
87 87 91 103 106
12 / índice 4.
Guia de tratamientos psicológ icos eficaces para miedos y fobias en la infancia y adolescencia (Francisco Xavier Méndez Carrillo, Ana Isabel Rosa Rosa
Alcázar, dríguez)
Mireia Orgilés Amorós,
Isabel Santacruz Prieto y José
/. Fobias en la infancia infancia 2. Tratami entos psicológi cos con apoyo empírico 3. Eficacia del tratamiento psicológ ico 4. Concl usio nes Referencias
y
Olivares Ro
adolescencia
5. Guía de trata mient os psico lógic os eficaces para la hiperac tivida d (Paz de Corral Gargallo) 1. Introd ucción 2. Criterios diagnóstic os y tipos 3. Comor bilid ad 4. Epide miolo gía 5. Trata mient o 6. Concl usion es Referencias 6.
111 112 130 132 134
137 137 137 139 140 141 141 145 146
Guía de tra tami ento s psico lógic os efic aces para la enure sis y encopresis encopresis (Carmen (Carmen Bragado Álvarez) 151 1. Descripción y diagnóstic o de los trastornos de eliminación 2. Tratamie ntos psicológi cos de los trastornos de eliminación 3. Concl usion es Ane xo: el mét odo de la alarm a ante la orina Referencias
151 160 174 175 178
7. Guía de trata mient os psico lógic os eficace s para la delin cuenci a juvenil (Santiago Redondo y Julio Sánchez Meca) 1. Definición del problem a: la delincuen cia juvenil en la sociedad actual 2. Definición y valoración de los tratamien tos psicoló gicos con delincuen tes ju veniles 3. Concl usion es Referencias
Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos 1. Camin o recorrido 2. Tar ea futura Referencias
183 183 189 206 208 215 215 232 232
© Ediciones Pirámide
12 / índice 4.
Guía de trat amien tos psicológ icos efica ces para miedo s y fobi as en la infancia y adolescencia (Francisco Xavier Xavier Méndez Carrillo, Ana Isabel Rosa Rosa Alcázar, Mireia Orgilés Amorós, dríguez)
Isabel Santacruz Prieto Prieto y José Olivares Ro
111
1. Fobi as en la infanci a y adol escen cia 2. Tratami entos psicológic os con apoyo empíric o 3. Eficacia del tratamiento psicológic o 4. Concl usio nes Referencias
111 112 130 132 134
5. Guía de trat amien tos psicológic os efica ces para la hiperact ividad (Paz de Corral Gargallo) 1. Introd ucción 2. Criterios diagnó sticos y tipos 3. Comor bilid ad 4. Epide miolo gía 5. Trata mient o 6. Concl usio nes Referencias 6.
137 137 137 139 140 141 141 145 146
Guía de tra tami ento s psic ológi cos efic aces para la enure sis y encopresis encopresis (Carmen (Carmen Bragado Álvarez) 15 1. Descripción y diagnóstic o de los trastornos de eliminación 2. Tratamie ntos psicológic os de los trastornos de eliminación 3. Concl usio nes Ane xo: el méto do de la alar ma ante la orina Referencias
151 151 160 174 175 178
7. Guía de trata mient os psicológic os efica ces para la delinc uenci a juveni l (Santiago Redondo y Julio Sánchez Meca) 1. Definición del problem a: la delincuen cia juveni l en la sociedad actual 2. Definición y valoración de los tratamient os psicológicos con delincuent es ju veniles 3. Conclusiones Referencias
Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos 1. Camin o recorrido 2. Tare a futura Referencias
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© Ediciones Pirámide
Presentación
El tratamiento de las enfermedades mentales ha experimentado grandes cambios en los últimos cin cuenta años. La aparición de formas más eficaces de diagnóstico y tratamiento ha hecho posible que los pacientes tengan más opciones que el internamiento en manicomios o el simple abandono a su dolor, tengan una mejor calidad de vida y se rein tegren más rápido y mejor a su entorno natural. En todos estos cambios, los tratamientos psicológicos han tenido gran importancia. Desde sus inicios, el tratamiento psicológico ha buscado aminorar o eliminar el sufrimiento pro ducido por los conflictos y problemas psicológi cos, que se encuentran en el núcleo de la mayoría de lo que hoy entendemos como trastornos menta les. Enfrentado, en sus comienzos, a un rango muy limitado de problemas, su utilidad no ha parado de crecer, en la misma medida en que se han ido sofisticando los métodos de diagnóstico, crecían en complejidad y número las patologías mentales, evolucionaban los modelos explicativos de los tras tornos mentales y físicos, se desarrollaban estra tegias terapéuticas que facilitan el acceso a la psi coterapia y se mejoraba la atención sanitaria de la población. La conjunción de todos los factores mencionados anteriormente ha dado lugar a una gran variedad de aplicaciones de la terapia psico lógica en gran número de problemas, bien sean físicos bien de carácter psicológico. El texto que prologo con estas líneas es un fiel reflejo de esta diversidad y riqueza. © Ediciones Pirámide
Durante muchos años, la utilidad de las técni cas de tratamiento se ha encontrado exenta del análisis científico y empírico. Nadie se pregunta ba por la eficacia, efectividad y eficiencia de los tratamientos más allá de lo que se podía deducir del estudio asistemático de casos. Hay muchas ra zones para que este estado de cosas haya cambia do. Unas son de carácter interno al propio desa rrollo de las técnicas de tratamiento, como son la pugna entre escuelas; recuérdese a este respecto el trabajo de Eysenck sobre la eficacia de las psi coterapias o el desarrollo de la psicofarmacología moderna y el consiguiente despliegue de la meto dología de ensayos clínicos. Otras, sin embargo, son de carácter externo, como la aparición de los terceros pagadores o los derechos del paciente. Los terceros pagadores (sean públicos o privados) han generado una dinámica de racionalización de los medios terapéuticos que obligatoriamente lleva a que los defensores de cada tipo de intervención ju st if iq ue n con da to s su ef ec ti vi da d y ef ic ie nc ia . Además, de forma creciente, los pacientes exigen estar informados del estado del arte del tratamien to en cada momento con el fin de que puedan to mar decisiones informadas. Esa exigencia se ha trocado en algunos casos en un derecho que debe tener como respuesta una información válida y fia ble que sólo puede salir de estudios científicos sólidos. Ante esta situación, los principales valedores de las terapias psicológicas, principalmente los psicó-
14
/ Presentación
logos clínicos, han salido a la palestra pública a presentar y a defender con el lenguaje de la ciencia los logros conseguidos tanto en el campo de la Psi cología Clínica como en el de la Psicología de la Salud. Este texto se encamina en esa dirección. La
Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
es una excepcional recopilación en español de la investigación en este ámbito doctrinario y profe sional. El conjunto de tres tomos constituye un referente único e imprescindible para estudiosos y profesionales de las terapias psicológicas, ya que en sus páginas se acumula una gran cantidad de conocimiento sobre la utilidad de los distintos tra tamientos psicológicos en las diversas condicio nes patológicas en las que se aplican. La atenta lectura de esta obra resulta un deber inexcusable para el profesional que desee estar al día de cuál es el estado del arte de la terapia psi-
cológica, no sólo por razones deontológicas —los pacientes ya tienen el derecho de recibir siempre el mejor tratamiento posible—, sino también por que los profesionales tienen un compromiso con el sostenimiento del sistema sanitario, utilizando los escasos recursos disponibles con prudencia y racionalidad. De ahí la utilidad del texto, y su opor tunidad.
FRANCISCO SANTOLAYA OCHANDO Decano del Colegio Oficial de Psicólogos
© Ediciones Pirámide
£1 fin de la inocencia en los tratamientos psicológicos de la infancia y la adolescencia
La presentación que corresponde a este tercer volumen
de
la Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces, referido a la infancia y la adolescencia, es la propia de la obra general, ya expuesta al co mienzo del primer volumen, relativo al ámbito adulto. Consiguientemente, no se va a repetir aquí, pero tampoco se puede por menos que remitir a ella, puesto que razonaba el sentido que tiene una tal «guía de tratamientos psicológicos eficaces». Como se recordará, su título era «El fin de la inocencia en los tratamientos psicológicos. Análi sis de la situación actual» (Fernández Hermida, Pérez Álvarez, Fernández Rodríguez y Amigo Vázquez, 2003). Quiere decir que hoy día no se puede estar al margen de la valoración de la efica cia de los tratamientos psicológicos. Tanto la so ciedad en general, cada vez más concienciada en la evaluación de los servicios de que dispone, como la propia lógica del conocimiento clínico, que, de suyo, no puede ser indiferente a sus propios desa rrollos, y, para qué decir, la política sanitaria, que, sin duda, ha de administrar de la mejor manera recursos limitados para prestaciones con deman das prácticamente ilimitadas, todo ello impone someter a valoración los tratamientos psicológi cos sobre criterios no ya sólo de eficacia, sino de efectividad y de eficiencia. Por delicada y contro vertida que sea, como lo es, la propuesta de una © Ediciones Pirámide
guía de tratamientos psicológicos eficaces es po sible y aun se añadiría inevitable. Es posible no porque sea una cuestión de he cho, como algo ya dado positivamente —ahí está, por ejemplo, la guía de Nathan y Gorman (2002)—, sino porque es posible hacerlo sin desconsiderar las razones que habría en contra. A este respecto, en la presentación general, en el primer volumen, se han identificado cuatro «ejes de tensión en la psicología clínica» sobre los cuales calibrar las razones en pro y en contra de las guías. Uno de estos ejes era la intervención psicoló gica en relación con la intervención médica, don
de habría quedado claro que la intervención psi cológica se habría de configurar en el plano psicosocial que le es propio, sin mimetizarse con el proceder médico (a pesar de tener que desem peñarse en el contexto médico clínico). Otro eje se refería a los efectos específicos respecto a los efectos comunes, de manera que los presuntos «efectos comunes» de todas la psicoterapias ex cusarían la pretensión de averiguar si unas tera pias son más eficaces que otras (supuesto que to das lo son en la misma medida). La pregunta, según Norcross, sería: «¿Está usted diciendo que las téc nicas y los métodos de tratamiento son indiferen tes para el resultado de la psicoterapia?». La res puesta del propio Norcross es: «Absolutamente no.
16/
Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
La investigación empírica muestra que tanto la relación terapéutica como el método de tratamiento realizan aportaciones consistentes a los resultados del tratamiento. Permanece en el campo del juicio y de la metodología la determinación de cuánto contribuye cada uno, pero hay una virtual unani midad que tanto el método como la relación fun cionan» (Norcross, 2002, p. 11). Otro eje de tensión apuntaba a la eficacia en relación con la efectividad. La conclusión aquí era que no hay incompatibilidad entre los resultados encontrados en los estudios de eficacia (llevados con todos los requisitos de la investigación) y los encontrados en los de efectividad (atenidos a las condiciones naturales de la aplicación clínica). Finalmente, el último eje de tensión considerado fue el enfoque clínico en relación con el enfoque
de investigación. A pesar de la divergencia entre los dos puntos de vista (lo que es más un vicio que una virtud), el punto señalado es que no se trata tanto de que los clínicos sean gobernados por las guías cuanto de que éstas sirvan de base para to mar decisiones en la intervención, sin excusar nun ca el «juicio clínico». Así pues, es posible proponer razonadamente una «guía de tratamientos psicológicos eficaces», pero también es inevitable, lo que a la postre ha ría, si no imposible, al menos desaconsejable no proponerla. Por lo pronto, esta urgencia viene dada por la existencia de guías de tratamiento psiquiá-
trico, mayormente, de índole farmacológica. De no disponer de las psicológicas, se daría a entender que los tratamientos psicológicos son ancilares de los médico-psiquiátricos, cuando lo cierto es que son autosuficientes de por sí, y no sólo eso, sino que tratan el problema en la propia perspectiva psicosocial en que consiste. Dicho esto, se ha de advertir que no es una cuestión de competitividad gremial, sino de mostrar la competencia de trata mientos que de otra manera podrían quedar inde bidamente postergados. Por lo demás, como se ha dicho, la sociedad está cada vez más informada de la variedad de tratamientos disponibles, de modo que los pacientes o clientes pueden exigir aque llos que estén empíricamente apoyados, de acuer do con los estándares científicos vigentes. Pues bien, todas estas razones, que se han dis cutido en el capítulo citado de presentación de la obra, en el primer volumen, cobran todavía más importancia si cabe en la infancia y la adolescen cia. Sin duda, importa sobremanera que los pro blemas infanto-juveniles se resuelvan, antes que nada, en el contexto social del aprendizaje y del desarrollo psicológicos, desde luego, antes y en vez de entrar en una «carrera psiquiátrica». JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ HERMIDA MARINO PÉREZ ÁLVAREZ CONCEPCIÓN FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ ISAAC AMIGO VÁZQUEZ
REFERENCIAS Fernández Hermida, J. R., Pérez Álvarez, M., Fernández Rodríguez, C. y Amigo Vázquez, I. (2003). El fin de la inocencia en los tratamientos psicológicos. Análisis de la situación actual. En M. Pérez Álvarez, J. R. Fernán dez Hermida, C. Fernández Rodríguez e I. Am igo Váz quez (Eds.), Guía de tratamientos psicológicos efica ces 1. Adultos. Madrid: Pirámide.
Nathan, P. E. y Gorman, J. M. (Eds.) (2002). Treatments that work ( 2 . ed.). New York: Oxford University Press. Norcross, J. C. (Ed.) (2002). Psychotherapy relationships that work. Therapist contributions and responsiveness to patients. New York: Oxford University Press. a
© Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo ANA
MARÍA
GON ZÁL EZ
GLAD YS L U IS
1.
DEFINICIÓN Y ORIGE N DEL AUTIS MO
1.1. Definici ón de auti smo El autismo fue reconocido formalmente al prin cipio de los años cuarenta, cuando el psiquiatra de origen austríaco Leo Kanner (1943) identificó un grupo de once niños que compartían una serie de características. Kanner los describió como niños que mostraban una «soledad autista extrema», no adquirían lenguaje, lo adquirían tardíamente o pro ducían lenguaje no significativo o de naturaleza no comunicativa en caso de desarrollarse, mani festaban deseo obsesivo por mantener la invariabilidad del ambiente y presentaban apariencia fí sica normal. Por primera vez, estos y otros síntomas confluyeron en la etiqueta inicial autismo infantil temprano (Kanner, 1943). La definición de autismo sigue siendo contro vertida sesenta años después de su primera deli mitación. En la versión IV-TR del manual de diag nóstico DSM (American Psychiatric Association [APA], 2002, pp. 785-786), el trastorno autista representa una de las condiciones clínicas clasifi cadas dentro de los trastornos generalizados del desarrollo, que debe manifestarse antes de los tres años de edad y cuyos rasgos esenciales se defi nen por la confluen cia de nu mer oso s déficit en tres áreas gene rales: alteració n cualitativ a de la comunicación, alteración cualitativa de la interac ción social, y patrones de comportamiento, intere ses y actividades restringidos, repetitivos y es tereotipados. En un porcentaje importante de per © Ediciones Pirámide
AN TO NI O
ME NÉ ND EZ
WIL LIAM S
PÉREZ-GONZÁL EZ
sonas, algunos de estos déficit suelen ir acompa ñados de la ocurrencia de ciertos patrones conduc tuales excesivos y persistentes. Entre estos pa trones destacan las conductas autoestimuladas y autolesivas, la hiperselectividad estimular, las es tereotipias y las conductas agresivas. Éstas impac tan dramáticamente en la familia de la persona con autismo, interfieren con su habilidad para funcio nar independientemente y dificultan a menudo el tratamiento (APA, 2002). En la actualidad, se con sidera que ni el DSM-III ni el DSM-III-R son ver siones adecuadas para el diagnóstico del autismo (Factor, Freeman y Kardach, 1989). Con la ver sión IV-TR del DSM existe un mayor grado de consenso sobre la validación del autismo como entidad independiente (Bristol et al., 1996; Rutter, 1996), pero algunos especialistas indican que la fiabilidad diagnóstica es menor cuanto más pe queño es el niño y menor su nivel de funciona miento (Volkmar y Lord, 1998). Esta inseguridad en el diagnóstico se debe en parte a que no existe una causa precisa conocida del autismo e incluso a que pueda tener distintos orígenes, como se ex pone más adelante.
1.2. Preval encia del auti smo Se estima que el autismo afecta de 10 a 15 per sonas por cada 10.000 (The Guideline Technical Report. Autism/Pervasive developmental disorders. [GTR], 1999). Las estimaciones de prevalencia aumentan hasta 57 personas por cada 10.000 cuan do se incluyen también los subtipos ligeros y el
18 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
síndrome de Asperger (Fiona, Baron-Cohen, Bolton y Brayne, 2002). Un estudio reciente realiza do en el área metropolitana de Atlanta (Estados Unidos) encontró tasas de prevalencia de trastor no autista de 34 personas por cada 10.000 (Yeargin-Allsopp, Rice, Karapurkar, Doernberg, Boyle y Murphy, 2003). Aunque existe la posibilidad de que el incremento aparente de los últimos años pueda deberse al refinamiento diagnóstico, no exis ten razones para excluir un incremento real en la prevalencia (APA, 2002). Cuatro de cada cinco personas con autismo son varones, y esta razón se mantiene a lo largo del espectro (Rutter, 1996). Por el contrario, las mujeres afectadas presentan un retraso mental de mayor grado (Pelios y Lund, 2001).
1.3. Carac terís ticas de las pers onas con autismo Las manifestaciones del autismo varían nota blemente en función del nivel de desarrollo (Dunlap y Bunton-Pierce, 1999; Gillberg, 1999; L. K. Koegel, Valdez-Menchaca, R. L. Koegel y Harrower, 2001) y de la edad cronológica de la per sona (APA, 2002; Volkmar, 2001). El 75 por 100 de los casos de autismo exhibe un retraso mental de grado variable, y el 50 por 100 de éstos son mudos o presentan un lenguaje muy deficitario. Sin embargo, a pesar de la frecuente asociación entre autismo y deficiencia mental, algunos auto res insisten en que ambas condiciones son distin tas en términos de curso y tratamiento (Volkmar, Cook, Pomeroy, Realmuto y Tanguay, 1999). El rango de expresión del síndrome también genera problemas para la elección de las medidas de re sultado. De hecho, algunos instrumentos de eva luación pueden ser apropiados para personas con autismo y retraso mental y mucho menos apro piados para personas más capaces (Volkmar y Lord, 1998). Existen problemas especiales rela cionados con el fenómeno de la comorbilidad (Volkmar y Lord, 1998). Por esto, numerosos in vestigadores, que trabajan fundamentalmente de acuerdo con el modelo biomédico, proponen asig nar diagnósticos adicionales al de autismo, tales
como déficit de atención con hiperactividad, hipo/ hiperresponsividad al ambiente, perseveración y rigidez conductual y estereotipias. Su propósito es que el diagnóstico añadido pueda sugerir algu na indicación para tomar decisiones sobre el tra tamiento eficaz. Las personas con autismo constituyen un gru po con mucha heterogeneidad. Algunas personas son mudas y presentan cocientes de inteligen cia (CI) den tro del ra ngo de func ion ami ent o intelectual retrasado (APA, 2002), mientras que otras muestran un nivel excelente en lenguaje complejo y CI dentro del rango normal. Algunas personas manifiestan islotes de capacidad, con puntuaciones altas en tareas de memoria y visoespaciales, incluso estadísticamente superiores a las de las personas normales de su misma edad (Goode, Rutter y Howlin, 1994). El término soScheirbman, breselectividad estimular (Lovaas, Koegel y Rehm, 1971) describe esta característi ca: algunas personas con autismo discriminan entre estímulos en función de un aspecto de ellos que es irrelevante para la mayoría de personas. Por ejemplo, pueden discriminar entre un pato y una vaca simplemente porque atienden al color del pico del pato y a la ausencia de ese color en la vaca. Este tipo de respuestas anormales a la estimulación sensorial no son específicas ni tam poco universales del trastorno, aunque su frecuen cia de presentación en el autismo parece relati vamente alta (Dahlgren y Gillberg, 1989; Dawson y Watling, 2000; Watling, Deitz y White, 2001). Además, estos problemas son más comunes en la infancia y la niñez que en la edad adulta (Baranek, Foster y Berkson, 1997a). Se observan corre laciones altas y positivas entre estos comporta mientos y nivel de estereotipias, conductas autoestimuladas y cierta perseverancia en rutinas específicas (Baranek, Foster y Berkson, 1997b), similares a las que Kanner inicialmente refirió como insistencia
en
la
invarlabilidad del
entorno
(Kanner, 1943). La diversidad entre personas con autismo es tal que incluso se ha propuesto una distinción entre subgrupos discretos dentro del continuo autista (Beglinger y Smith, 2001), pero los subgrupos di© Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo I
fieren entre sí en función de la teoría etiológica particular o déficit central que defienda cada teó rico (por ejemplo, problemas de lenguaje, deficien cias en el sistema inmune o fallos en teoría de la mente). Hasta el momento, ninguna de las teorías propuestas para diferenciar subgrupos de autistas ha demostrado su validez, por lo que aún es pre maturo realizar estudios de subgrupos con base en aproximaciones que no son fiables ni están bien establecidas (Bristol et al., 1996). DeMyer, Hingtgen y Jackson (1981) han revisado las dificulta des planteadas por las diferencias individuales, el solapamiento conductual y la imprecisión diag nóstica.
1.4.
Cau sas del autis mo
El origen del autismo es desconocido. Las in vestigaciones hasta la fecha indican que está de terminado biológicamente (GTR, 1999). Efecti vamente, los factores genéticos influyen en la etiología del autismo (Gutknecht, 2001). Por ejem plo, la probabilidad de que un niño sea diagnosti cado con autismo es mayor si ese niño tiene un hermano monocigótico con autismo que si no lo tiene (Greenberg, Hodge et al., 2001), y es más alta si otros miembros de la familia tienen autis mo (Rodier, 2000). Recientemente se han encon trado zonas del cromosoma 2 (Buxbaum et al., 2001; International Molecular Genetic Study of Autism Consortium [IMGSAC], 2001), del cromo soma 1 (Alarcón, Cantor, Liu, William y Geschwind, 2002; IMGSAC, 2001) y del cromosoma 16 (IMGSAC, 2001) que pueden estar asociadas al autismo. En algunos casos, las personas con autismo también llevan asociadas ciertas condicio nes médicas o síndromes genéticos (GTR, 1999). La utilización de pruebas electroencefalográficas, electrofisiológicas, estudios de tejidos sobre au topsia y pruebas neuroquímicas han demostrado la existencia de determinadas anomalías en algu nos casos de autismo (Bauman y Kemper, 1994; Gillberg, 1989; Niemann, 1996), pero hasta la fe cha no ha sido identificado un patrón etiológico universal, claro o específico del trastorno (APA, 2002; Bauer, 1995). © Ediciones Pirámide
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En la actualidad tampoco se conoce cuál o cuá les son los déficit del autismo que desempeñan el papel primario causante del desorden. Esta difi cultad está en relación con la ausencia de eviden cias sobre las causas del autismo (Pelios y Lund, 2001). Existen varias perspectivas respecto a cuál es exactamente la disfunción principal. En gene ral, la cuestión central está en determinar si el au tismo es un problema neurológico que afecta pri mariamente al desarrollo afectivo y social (Fein, Pennington, Markowitz, Braverman y Waterhouse, 1986) o si los problemas afectivos y sociales cons tituyen el déficit primario. Entre los proponentes de la primera hipótesis se encuentran Dawson y Lewy (1989). Estos autores señalaron que los pro blemas perceptivos y afectivos son secundarios a algunas anomalías en la modulación del arousal, una deficiencia principal que influiría en la aten ción y el procesamiento de la información y de la expresión afectiva. La segunda hipótesis es la de «teoría de la men te», que fue propuesta por teóricos que enfatizan la primacía y propiedad de la disfunción social y afectiva por encima de otros déficit (Baron-Cohen, 1995; Fein, Pennington, Markowitz, Braverman, Waterhouse, 1986; Leslie, 1987). Este término fue utilizado por vez primera por Premack y Woodruff (1978) para referirse a la habilidad de las perso nas para explicar, predecir e interpretar la conducta de otros en términos de estados mentales (por ejem plo, intención, creencia o deseo). Baron-Cohen (1995) y Leslie (1987) mantienen que el autismo es un caso de daño selectivo en la habilidad de inferir estados mentales de otras personas debido a algunos defectos en ciertos mecanismos perceptivo-sociales de carácter innato, llamado «meca nismo de teoría de la mente». Según esta teoría, este mecanismo se encuentra dañado en el autis mo y, por ello, se produce el deterioro social y la ausencia de imaginación características del tras torno. El experimento clásico de Baron-Cohen, Les lie y Frith (1985) mostró que personas con autis mo no tienen capacidad metarrepresentacional (o teoría de la mente). Sin embargo, esta misma y otras investigaciones revelan datos que refutan la
20 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
teoría. Por ejemplo, Baron-Cohen et al. (1985) también demostraron que algunos niños con sín drome de Down y algunos niños normales no pa saron las tareas mentalistas. Por lo tanto, la falta de teoría de la mente no es exclusiva del autis mo. Por otra parte, Baron-Cohen et al. (1985) y Chin y Bernard-Opitz (2000) demostraron que un porcentaje de personas con diagnóstico de autis mo superan las tareas de teoría de la mente y, por tanto, tienen capacidad metarrepresentacional. Además, Ozonoff y Miller (1995) comprobaron que los niños con autismo que inicialmente no tienen capacidad metarrepresentacional pueden aprender las habilidades necesarias para superar las tareas mentalistas.
1.5. Con clus ión sobr e la definic ión y el origen del autismo En conclusión, ninguna de las teorías expues tas hasta el momento ha servido para que las in vestigaciones lograsen aislar una conducta, una estructura, un mecanismo cognitivo o un daño es tructural o anatómico que sea único, universal o específico de autismo. Estamos de acuerdo con Green (1999) y Pelios y Lund (2001) en que, has ta la fecha, no existe un único modelo neuropsicológico válido para el autismo, ni existen datos científicos que indiquen un déficit primario cau sante del trastorno. Estos y otros inconvenientes hacen que la defi nición del autismo continúe siendo ambigua y que mantenga únicamente el sentido de rótulo clasificatorio. El rótulo no indica la etiología probable de las alteraciones conductuales, ni tiene implica ciones claras para el pronóstico o el tratamiento, y se aplica a una población enormemente heterogé nea en cuanto a niveles de CI, desarrollo de len guaje, conductas que manifiestan, etc. Su eva luación también es compleja: algunos comporta mientos típicos de autismo, tales como la ecolalia, se observan también en niños que presentan diag nósticos diferentes del autismo y en niños de de sarrollo normal (Pérez-González, G. Williams y Keller, 2002; Rutter, 1978; G. Williams y Pérez González, 2000).
2.
INTER VENCI ONES SOBRE EL AUTISr
A la opacidad diagnóstica y de evaluaciór acompañan otras señales de desconcierto e im tencia a la hora de decidir cuál o cuáles interv ciones terapéuticas deben utilizarse con las peí ñas diagnosticadas de autismo (Waterhouse et 1996). De hecho, las intervenciones ofertadas \ el tratamiento del autismo son muchas y abiga das, y la mayoría son el resultado de teorías e lógicas diseñadas ex profeso para explicar el gen del trastorno (Rapin, 1997). Buena parte ellas se implementan al margen del rigor exp mental y la réplica de resultados, y todas se in nen y compiten negativamente con algunas de estrategias previamente validadas. Agrupare estas intervenciones en tres apartados: interven nes con un enfoque médico, intervenciones coi enfoque psicoeducativo o experiencial e inter ciones con un enfoque conductual.
2. 1. Intervenciones con un enfoque médico Un número considerable de profesionales pone la utilización de varios tipos de medica y dietas como tratamiento del autismo. He agrupado estas intervenciones en tres catego medicación psicoactiva, otras medicaciones ( monas y secretina) y dietas especiales. Los rr dos de intervención propuestos en este apar son harto diferentes en términos de la evide científica que apoya su utilización. 2.1.1.
Medicación psicoactiva
En general las drogas psicoactivas se útil para tratar conductas disruptivas, aislamientc cial, problemas de sueño, ansiedad, hiperactiv y tics en personas con autismo. Algunas de < drogas se dirigen a reducir la agitación y a pr car un efecto de calma en la persona. Otras tender producir sedación e inducir sueño. O por el contrario, pretender incrementar el es de alerta y la atención, mientras otras se pre ben para tratar la depresión y los pensamie O Ediciones Pi
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo I
distorsionados. La mayoría de estos fármacos pue den ejercer algunos de estos efectos en grados distintos, y no puede descartarse cierto grado de variabilidad entre personas en respuesta a estos efectos. Un buen número de estudios bien diseñados han evaluado la eficacia de los neurolépticos, princi palmente del haloperidol (T. Anderson, Campbell, Adams et al., 1989; T. Anderson, Campbell, Grega et al., 1984; Campbell, Adams, Perry et al., 1988; Cohén, Campbell y Posner, 1980; R. Perry et al., 1989; Remington, Sloman, Konstantareas, Parker y Gow, 2001), de la naltrexona (Bouvard et al., 1995; Campbell, Anderson, Small, Adams et al., 1990; Campbel l, Anderso n, Small, Locascio et al., 1993; Kolmen, Feldman, Handen y Janosky, 1997a, 1997b;Willemsen-Swinkels, Buitelaar, Weijnen y van Engeland, 1995, 1996), de la clonidina (Fankhauser, Karumanchi, Germán, Ya tes y Karumanchi, 1992; Jaselskis, Cook, Fletcher y Leventhal, 1992) y de la fenfluramina (Campbell, Adams et al., 1988; Duker, Welles, Seys, Rensen y van den Berg, 1991; Stern et al., 1990). Los es tudios revisados ofrecen evidencias de que la nal trexona y la clonidina reducen la hiperactividad en niños con autismo (Campbell, Schopler, Cueva y Hallin, 1996; Sloman, 1991), pero no facilitan el aprendizaje discriminati vo (Campb ell, Ander son, Small, Locascio et al., 1993), no logran redu cir el nivel de conductas autoagresivas ni de otros rasgos autistas y su implementación llega a in crementar el nivel de estereotipias (WillemsenSwinkels et al., 1995). Algunos estudios informan también sobre la aparición de respuestas paradóji cas al tratamiento con naltrexona, como incremen tos espectaculares en autoagresiones (Benjamín, Seek, Tresise, Price y Gagnon, 1995) y en este reotipias (Zingarelli, Ellman y Hom, 1991). Los estudios con haloperidol encuentran que esta medicación es efectiva en la reducción de la agitación, agresión y otras conductas desadap tadas en personas con autismo (L. T. Anderson, Campb ell, Grega et al., 1984; L. T. Anders on, Cam pbell, Adams et al., 1989; Cohén et al., 1980; R. Perry et al., 1989; Remington, Sloman, Konstan tareas, Parker y Gow, 2001) y que la combina © Ediciones Pirámide
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ción de haloperidol y tratamiento conductual fue más efectiva que cada uno de esos tratamientos solos en el aumento del aprendizaje de lenguaje (Campbell, Adams, Perry et al., 1988). Sin em bargo, numerosos estudios demuestran la asocia ción entre haloperidol, administrada a cualquier dosis, y altas tasas de discinesias (Campbell, Armenteros et al., 1997; Ornitz, 1985; Volkmar, 2001), que persisten y pueden cronificarse inclu so después de la retirada de la medicación (GTR, 1999; Malone, Ernst, Godfrey, Locascio y Cam pbell, 1991). Algunos estudios que evalúan la eficacia de la fenfluramina han documentado efectos positivos de esta droga en la reducción de la hiperactivi dad y las estereotipias de un tercio de pacientes tratados (Du Verglas, Banks y Guyer, 1988), mientras que otras investigaciones demuestran que la fenfluramina no fue superior al placebo en la reducción de las tasas de estereotipias ni otros rasgos nucleares del trastorno (Ho, Lockitch, Eaves y Jacobson, 1986; Ritvo et al., 1984). Ade más, la fenfluramina puede producir un efecto ne gativo sobre el aprendizaje (Campbell, Adams, Small et al., 1988). Otras investigaciones que fa llaron también en encontrar resultados superio res al placebo (Duker et al., 1991; Ekman, Miranda-Linne, Gillberg, Garle y Wetterberg, 1989) observaron efectos secundarios negativos (por ejemplo, sedación) cuando la eficacia de la fen fluramina se evalu ó a largo pl azo (Le vent hal et al., 1993). Por último, y a pesar de su proclamación como alternativas prometedoras al tratamiento del autis mo (Cook, Rowlett, Jaselskis y Leventhal, 1992; Findling, Maxwell y Witznitzer, 1997; Kauffmann, Vanee, Pumariega y Miller, 2001; Levine et al., 1997; Malone, Cater, Sheik, Choudhury y Delaney, 2001; Sánchez et al., 1996), la eficacia de los nuevos fármacos psicoactivos (concretamente, inhibidores de la recaptación de serotonina y neu rolépticos atípicos) no ha sido probada aún en en sayos debidamente controlados que utilicen pro cedimientos de doble ciego. En general, los estudios de tratamiento realiza dos con estos fármacos son, con contadas excep-
22 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
ciones, extraordinariamente cortos (Bristol et al. 1996; GTR, 1999), realizados con grupos de eda des avanzadas y extrapolados sin más a niños pe queños con autismo (Volkmar, 2001). Además, muchas personas con autismo reciben medicación durante años, por lo que estos fármacos aún deben probar su eficacia y seguridad a corto y largo pla zo (Volkmar, 2001). De nuevo, la eficacia y la seguridad de la mayor parte de la medicación esti mulante utilizada para tratar las manifestaciones del autismo en niños pequeños no han sido demos tradas aún en ensayos rigurosamente controlados, con la excepción del haloperidol. Sin embargo, la utilidad del haloperidol se limita a disminuir cier tas conductas inadaptativas. Es de gran importan cia el hecho de que estos fármacos no facilitan el aprendizaje de habilidades. Además, esta utilidad del haloperidol queda en entredicho debido a la posible inducción y cronificación de discinesias y al hecho de que no todos los pacientes responden a la intervención (Locascio et al., 1991; véase tam bién Campbell et. al., 1997, y Malone et al., 1991, para una revisión de los efectos secundarios de los psicoestimulantes en niños peque ños con autismo). En cualquier caso, los síntomas del autismo que mejor responden a los neurolépticos (hiperactividad, conductas agresivas, conductas autoagresivas, inatención y movimientos estereotipados) no son rasgos nucleares o definitorios del trastorno (Ame rican Academy of Child and Adolescent Psychiatry Official Action [AACAAPOA], 1999; Volkmar, 2001), y aunque algunas mejorías conductuales provocadas por la medicación pudieran ayudar a implementar los programas educativos con más facilidad, estas intervenciones no reducen los dé ficit conductuales generalmente observados en la comunicación e interacción social de personas con autismo y, por tanto, no son fármacos eficaces en el tratamiento del trastorno.
2.1.2.
Terapia hormonal
Las hormonas son complejos químicos natura les producidos por el organismo que ayudan a re gular algunas funciones fisiológicas (digestión, crecimiento, metabolismo, temperatura, función
inmune, etc.). El hecho de que ciertas personas con autismo presenten también determinados proble mas de salud (hipotiroidismo, diabetes, problemas de crecimiento y gastrointestinales, etc.) ha pro vocado que algunas investigaciones propongan como tratamiento del autismo la administración de la hormona del crecimiento (hormona adenocorticotrópica o ACTH) o de secretina (O'Donohue y Dorsa, 1982). En nuestra revisión, hemos encontrado 19 artícu los que informan de la utilización de ACTH y se cretina en el tratamiento del autismo. Cinco inves tigaciones cumplen los criterios metodológicos necesarios para evaluar adecuadamente su efica cia (una sobre ACTH y cuatro sobre secretina; Buitelaar et al., 1992a, 1992b; Chez et al., 2000; Coniglio et al., 2001; Lightdale et al., 2001; Owley et al., 2001). Buitelaar et al. (1992a, 1992b) eva luaron la eficacia de un análogo de la ACTH (ORG 2766) en 21 niños con autismo (de cinco a 15 años de edad) asignados al azar a la secuencia de trata miento. Tras dos semanas de línea base, los parti cipantes recibieron ACTH o placebo durante ocho semanas consecutivas. Tras un período de ocho se manas sin fármacos se repitió el mismo procedi miento, pero ahora los participantes recibieron el otro tratamiento. Con base en los informes de pa dres y médicos, los resultados mostraron que cuan do recibieron ACTH, los niños mejoraron su con ducta de juego y su nivel de interacción social, y presentaron menores dificultades de sueño y an siedad respecto a la línea base y al placebo (Bui telaar et al., 1992a). Aunque en este estudio no se han observado efectos secundarios negativos tras administrar esta medicación, los estudiados y bien conocidos efectos secundarios de la administración de ACTH en el metabolismo de los niños y en su crecimiento (GTR, 1999) no permiten certificar su utilidad en el tratamiento del autismo. Además, la efectividad de la ACTH (o de sus análogos) en el tratamiento del autismo se limita a ciertas me jor ía s en al gun os ra sgo s no nu cle ar es de l tr as to r no, y esta limitada efectividad aún no ha sido re plicada en otras investigaciones. Respecto a la administración de secretina, nin guno de los estudios debidamente controlados que © Ediciones Pirámidí
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo I
evaluaron su utilidad mostraron resultados supe riores al placebo: Lightdale et al. (2001) revela ron que la administración de secretina intrave nosa durante cinco semanas no afectó al nivel verbal ni a los rasgos auristas de 20 niños con diagnóstico de autismo y con síntomas gastroin testinales. Por su parte, Owley et al. (2001) no observaron cambios en los niveles de comunica- , ción ni en la interacción social de personas con autismo que recibieron secretina intravenosa o dosis placebo. Por otra parte, Coniglio et al. (2001) no encontraron diferencias en las habili dades lingüísticas ni en otras conductas autistas tras la administración de secretina o placebo. Además, Chez et al. (2000) observaron que tan to la administración de secretina como la dosis placebo fueron igualmente superiores a los mar cadores de línea base en todas las variables estu diadas. En conclusión, la utilización de terapia hormo nal (ACTH o secretina) aún no ha demostrado su eficacia y seguridad en el tratamiento del autis mo. Hasta que estas intervenciones no hayan de mostrado ser efectivas y seguras, consideramos que no deben ser utilizadas para el tratamiento del autismo, de acuerdo con las recomendaciones de informes oficiales (AACAAPOA, 1999; GTR, 1999).
2.1.3.
Dietas especiales
La administración oral de altas dosis de vita mina B6 (piroxina) combinada con magnesio es la terapia vitamínica más utilizada como tratamiento del autismo (Nickel, 1996). La piroxina está im plicada en la formación de algunos neurotransmisores, y su deficiencia, junto a la de magnesio, puede originar algunos problemas neurológicos, tales como neuropatías periféricas. La piroxina también se ha propuesto como tratamiento de dis tintos problemas en personas que no tienen déficit de vitamina B6, como en el caso del autismo (GTR, 1999). Hemos encontrado 17 artículos que informan del uso de la terapia vitamínica en niños con au tismo. De estos artículos, sólo dos cumplen los B Ediciones Pirámide
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criterios metodológicos necesarios para informar adecuadamente de su eficacia. Los demás estudios no reúnen condiciones de control suficientes, uti lizan medidas imprecisas de la evolución, traba jan co n mu es tra s pequ eñas, en oc as io nes re pi te n los mismos sujetos en más de un estudio y gene ralmente omiten los resultados de seguimiento a largo plazo (Nickel, 1996; Pfeiffer, 1995). En uno de los estudios rigurosos, Findling et al. (1997) evaluaron la eficacia de la combinación de piroxi na y magnesio respecto al placebo. Encontraron ausencia de efectos estadísticamente significativos entre piroxina y placebo en las escalas clínicas uti lizadas como variable dependiente. Además, nin guno de los padres de los niños del estudio permi tió de nuevo la administración del tratamiento tras la publicación de este informe (Findling et al., 1997). En el otro estudio riguroso, Martineau, Barthelemy, Garreau y Lelord (1985) informaron de la eficacia de la combinación de vitamina B6 y magnesio en ocho conductas asociadas al autismo, pero no informaron sobre los posibles cambios conductuales ocurridos durante la administración de dosis placebo. En conclusión, no existe sufi ciente evidencia para recomendar el uso de la vi tamina B6 y el magnesio como intervención para niños pequeños con autismo (de acuerdo con el GTR, 1999). En el tratamiento del autismo también se han propuesto otras dietas especiales. Una de las más populares consiste en la restricción de gluten y caseína. Se sugiere que, en algunos niños, el au tismo está relacionado con alergias a comidas es pecíficas, y que la eliminación de esos nutrientes puede resultar en una mejoría de las manifestacio nes del autismo (Kni vsber g, Reichel t, Nodlan d y Hoeing, 1995; Reichelt, Knivsberg, Lind y No dland, 1991). Nosotros hemos revisado 16 artícu los que informan del uso de estas dietas en niños con diagnóstico de autismo. De éstos, sólo uno cumple con los criterios metodológicos necesarios para informar adecuadamente de su eficacia. En este estudio (Lucarelli et al., 1995) se evaluó el efecto de la caseína (proteína de la leche). Treinta y seis niños con diagnóstico de autismo fueron comparados con un grupo control de 20 niños de
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desarrollo normal. En una primera fase, se les res tringió la caseína de la dieta durante ocho semanas a un grupo de 36 niños con autismo. Los niños que mejoraron (un número no reportado) fueron asignados al azar a recibir una cápsula con caseína o una tableta placebo. Tras una o dos semanas con esta intervención, la media del grupo con autismo mejoró en cinco de siete escalas de severidad de los síntomas autistas. A continuación, se les vol vió a administrar caseína. Los autores observaron un empeoramiento en tres de las siete escalas de severidad. Los resultados confirman su hipótesis. Sin embargo, el número concreto de niños que mejoró o empeoró durante cada fase no fue repor tado. Tampoco se informó de lo ocurrido con los niños que no recibieron la dieta de restricción y la cápsula de caseína. Entonces, los resultados no son concluyentes. En conclusión, el único estudio so bre la eliminación o restricción en la dieta de cier tos nutrientes presenta problemas metodológicos y no ofrece evidencias adecuadas sobre su efecti vidad. Por tanto, no puede ser recomendada como tratamiento del autismo (GTR, 1999).
2.2. Intervenciones con un enfoque psicopedagógico o experiencial 2.2.1.
persona con autismo y mejora el desarrollo emo cional y cognitivo (Greenspan y Wieder, 1997). Dependiendo de sus necesidades, el niño con au tismo podría recibir también otras intervenciones, incluyendo intervención conductual. No existe ninguna evidencia procedente de es tudios controlados que avale al modelo DIR como método de intervención eficaz para niños peque ños con autismo. En la revisión de la literatura se ha encontrado sólo un artículo que informa de la utilización de esta intervención. Sus autores (Greenspan y Wieder, 1997) no cumplieron los criterios establecidos y aceptados por la comuni dad científica para informar adecuadamente acer ca de la eficacia de la intervención. A pesar de ello, algunos de sus contenidos son consistentes con elementos comunes de intervenciones que sí han mostrado ser eficaces para niños con autismo en otros programas y estudios (GTR, 1999). Entre otras, la importancia de una evaluación específica al niño, la individualización de la intervención de acuerdo con sus necesidades y la necesidad de im plicar a los padres en la terapia. Sin embargo, es tas aproximaciones requieren un trabajo intensivo de profesionales y padres, lo que sin duda resta tiempo a la implementación de otras intervencio nes que sí han demostrado su efectividad (GTR, 1999).
Modelo DIR («Developmental, Individual Difference, Relationship»)
Informalmente llamado modelo floor time («tiempo en el suelo»), el modelo DIR fue desa rrollado por Greenspan (Greensapan y Wieder, 1997) y se basa en la teoría de que los rasgos au tistas se relacionan con déficit biológicos de pro cesamiento que causan en el niño problemas de interacción social y afectiva. Típicamente, la tera pia incluye un componente que alienta al terapeu ta y a los padres a invertir una buena parte del día en interaccionar en el suelo con el niño. General mente, la terapia se lleva a cabo en la casa del niño, donde los padres deben trabajar con él (de seis a diez sesiones diarias de 20-30 minutos) hasta que éste sea capaz de desarrollar interacciones basa das en el afecto. Greenspan cita que el modelo/Zoor time moviliza las capacidades de desarrollo de la
2.2.2.
Terapia de integración sensorial
Esta terapia se basa en la teoría de que el cere bro normal es capaz de integrar diferentes mensa jes se ns or ia le s pa ra ofre ce r in fo rm ac ió n coh ere n te respecto a la cual las personas puedan actuar, facilitando el desarrollo de la habilidad del Siste ma Nervioso Central (supuestamente dañado en los autistas) para ayudarles a procesar el input senso rial adecuadamente (King, 1987). La terapia de integración sensorial está basada en la teoría de sarrollada por Ayres (1972, 1979), que enfatiza la relación entre experiencias sensoriales y ejecución motora. Pretende evaluar los tipos de problemas de procesamiento sensorial de los niños para ofre cerles estimulación sensorial apropiada. Las téc nicas utilizadas para favorecer la estimulación sen© Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo I
sorial se individualizan con base en la evaluación de la pauta de respuesta a formas específicas de estimulación sensorial (visual, auditiva, táctil, ves tibular, propioceptiva, olfativa y gustativa). De acuerdo con esta evaluación, las experiencias sen soriales terapéuticas pueden incluir masajes tácti les, balanceos, movimientos controlados, ejercicios de equilibrio, etc. Hemos encontrado 32 estudios que evalúan la efectividad de la terapia de integración sensorial. Sólo cuatro de ellos utilizaron medidas objetivas de conducta para evaluar los resultados del trata miento. La mayoría de los estudios se realizaron con menos de seis participantes. Ningún estudio incluyó un grupo de comparación. El único estu dio que incluyó una muestra relativamente grande y que utilizó un diseño ABAB contrabalanceado no observó cambios en la conducta vocal de los niños expuestos a terapia de integración sensorial (Reilly, Nelson y Bundy, 1984). Tampoco existe información sobre los beneficios físicos específi cos asociados con el uso de este tratamiento.
cíficos de la terapia de integración auditiva. Un estudio observó mejorías estadísticamente signi ficativas a favor del grupo de control en distintas medidas conductuales (Mudford et al., 2000). Un estudio encontró diferencias significativas de la terapia de integración auditiva respecto a la con dición control (Rimland y Edelson, 1995); sin embargo, también reportó diferencias significati vas entre los grupos antes de comenzar la inter vención, en las mismas variables estudiadas. Nic kel (1996) estimó el costo de esta terapia en 1.000 dólares (920 euros) por cada niño en diez sesio nes durante diez días. En suma, en ausencia de estudios controlados que utilicen metodología científica y que demues tren su efectividad, la terapia de integración auditiva no puede ser recomendada como estrate gia terapéutica eficaz para el tratamiento del au tismo (American Academy of Pediatrics Committee on Children with Disabilities, 1998; Dawson y Watling, 2000; Mudford et al., 2000).
2.2.4. 2.2.3.
Terapia de integración auditiva
La terapia de integración auditiva fue desarro llada por Berard y Tomatis (Berard, 1993). Impli ca típicamente diez horas de escucha de música modificada electrónicamente a través de audífo nos, durante dos sesiones diarias de media hora en un total de diez días (Dawson y Watling, 2000). Para ello se utilizan filtros que amortiguan las fre cuencias más altas, a las cuales la persona con au tismo es hipersensible. Las modificaciones que se van presentando en la música se basan en las res puestas individuales a un audiograma inicial. Hemos revisado 21 estudios que examinaron la efectividad de la terapia de integración auditiva en el tratamiento del autismo. Sólo cuatro estu dios incluyeron una condición control. En dos de estos estudios controlados se observaron mejorías en el comportamiento de todos los niños, tanto los que habían recibido terapia de integración auditi va como los de la condición control (Bettison, 1996; Zollweg, Palm y Vanee, 1997). Entonces, los efectos positivos observados no fueron espe © Ediciones Pirámide
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Terapia ocupacional
No se ha encontrado ningún estudio sobre la eficacia de la terapia ocupacional en el tratamiento del autismo. Sin embargo, resultados de una en cuesta reciente dirigida a terapeutas ocupacionales de los Estados Unidos informaron de que la terapia ocupacional constituye un elemento común a muchos de los paquetes de intervención que se ofrecen a niños con autism o (Watli ng, Deit z, Kanny y McLaughlin, 1999). Los dominios más frecuentes de los que se encargan los terapeutas ocupacionales incluyen tareas sensoriales, de aten ción, juego, coordinación y habilidades motoras finas. Otra de las áreas consignadas a esta espe cialidad es la enseñanza de habilidades para vivir independientemente y de habilidades relaciona das con el trabajo (Dawson y Watling, 2000). A pesar de que no se han encontrado evidencias sobre la eficacia de la terapia ocupacional en el tratamiento del autismo, las habilidades que se enseñan en la terapia ocupacional se plantean como objetivos dentro de otros paquetes de inter venciones.
26 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
2.2.5.
«Comunicación facilitada»
El ejemplo más reciente de la utilización de in tervenciones fraudulentas para tratar el autismo ha sido la «comunicación facilitada», primero propues ta por Crossley en Australia (Biklen, 1990; Crosssley, 1992; Gorman, 1998; Green, 1992; Hudson, 1995) y más tarde importada a los Estados Unidos por Biklen (1990, 1993; Biklen y Cardinal, 1997; Biklen y Duchan, 1994; Biklen y Schubert, P991). La «comunicación facilitada» se basa en el supues to de que las personas con autismo tienen más un problema expresivo que un déficit cognitivo cau sante de aquél (Bicken, 1990, p. 303). Como con secuencia de ello, pueden comprender y utilizar el lenguaje, pero no pueden expresarlo (Crossley y Reminghton-Gurney, 1992). La «comunicación fa cilitada» incluye un «facilitador» que apoya la mano de la persona con autismo sobre un teclado, al tiempo que ésta escribe o teclea «mensajes» (letras, pala bras, frases u oraciones). Se propone que los men sajes son comunicaciones que vienen de la persona con autismo, en quienes la «comunicación facilita da» llega a provocar una «alfabetización inespera da» (Biklen, 1990; 1992). En la literatura empírica relacionada con la «co municación facilitada» abundan los comentarios críticos (Ackerson, 1994; Jacobson y Mulick, 1994; Zirkel, 1995) y las revision es (Mostert, 20 01 ; Gorman, 1999; Hudson, 1995; Jacobson, Mulick y Schwartz, 1995). Hemos revisado 29 artículos que utilizan «comunicación facilitada» como tra tamiento del autismo. A pesar de que algunos de ellos incluyen uno o más procedimientos de con trol, ninguno de ellos reúne los criterios necesa rios para evaluar adecuadamente su eficacia. Por ejemplo, no asignaron al azar los participantes a los grupos, trabajaron con muestras pequeñas y de edades heterogéneas, no realizaron medidas o ni veles de ejecución en la línea base y, sobre todo, no describieron de forma clara del acto físico de la facilitación. Los resultados de los estudios so bre «comunicación facilitada» que incorporan pro cedimientos control apenas encuentran apoyo a la eficacia de la «comunicación facilitada». Los es tudios que utilizan algún procedimiento de con
trol parcial (Cardinal, Hanson y Wakeham, 1996; Weiss, Wagner y Bauman, 1996) producen resul tados mixtos, y las investigaciones que ignoran la utilización de grupos control encuentran mayoritariamente que la «comunicación facilitada» es un tratamiento efectivo para el autismo. En la prácti ca, la ayuda manual que se incluye en la «comu nicación facilitada» se mantiene indefinidamente, lo que plantea serias dudas acerca de la influen cia del «facili tador», cuy o trabajo sim ple men te consiste en «ayudar a pulsar la letra que el suje to quie re pulsar sin influir en su s elecc ión» (Pe rry, Bryson y Bebko, 1998). Además, algunos es tudios ofrecen evidencias de que las personas con autismo no responden a los mensajes si el «facili tador» no conoce las respuestas (Delmolino y Romanczyk, 1995; Montee, Miltenberger y Wittrock, 1995). En conclusión, en ausencia de estudios empíri cos que cumplan las necesarias condiciones de diseño y de control, la «comunicación facilitada» no puede ser recomendada como tratamiento del trastorno. Los resultados indican que no existe tal cosa como la «comunicación facilitada». Además, el importante número de problemas éticos y lega les, así como la angustia emocional que la «comu nicación facilitada» ha provocado en las familias de personas con autismo, han convertido en un fraude esta intervención (GTR, 1999).
3.
INTER VENCI ONES CON UN ENFOQU E CONDUCTUAL
Las intervenciones conductuales se basan en los supuestos teóricos de que: a) los principios del aprendizaje son universales y se aplican por igual a todas las personas, hayan sido clasificadas con autismo o no, y b) las técnicas derivadas de estos principios pueden ser aplicadas independiente mente de que se conozca la etiología del autismo (Lovaas, 1993). Estos supuestos contrastan con las teorías que se basan en supuestos mecanismos. De acuerdo con Green (1996), los analistas de la con ducta consideran el autismo como un síndrome compuesto por carencias y excesos de ciertas con© Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo I
¿uctas que tienen una base neurológica, pero que esas conductas son susceptibles de cambios como : consecuencia de inter acc ion es en el en tor no pr o gramadas cuidadosamente. El tratamiento para las personas con autismo, por tanto, consiste en apli car procedimientos que se^oman de investigacio nes básicas de aprendizaje. Existen muchos pro cedimientos que se aplican de forma individual en función de las habilidades de cada persona en cada momento y de cómo haya aprendido habilidades más básicas. En otras palabras, a partir de un aná lisis funcional. La mayoría de los investigadores que han estu chado los procedimientos efectivos de aprendizaje en niños con autismo adoptan la metodología del análisis aplicado de la conducta. En esta sección analizaremos en primer lugar investigaciones en las que se ha aplicado una batería de técnicas du rante un tiempo prolongado. Hemos llamado a es cás «investigaciones globales». A continuación analizaremos investigaciones en las que se ha apli cado una técnica o unas pocas para hacer que per donas con autismo aprendan una habilidad deter minada. Hemos llamado a éstas «investigaciones específicas». Algunas investigaciones globales se realizaron con diseños de grupos. Otras investiga ciones globales y las investigaciones específicas >e realizaron con diseños en los que el propio par ticipante es su propio control (investigaciones «de caso único»).
3.1 . Intervenciones globales 3.1.1.
Estudios con diseños de grupos
Las intervenciones basadas en el análisis apli cado de la conducta comenzaron en la década de los sesenta con el trabajo del grupo de Ivar Lovaas en la Universidad de California. Su estudio clásico,
el Early Intervention Project, incluye
una
raía detallada del protocolo terapéutico (Lovaas et al., 1981). Lovaas demostró que los niños con autismo pueden aprender habilidades cognitivas, lingüísticas, académicas y sociales, hasta el mo mento contempladas como imposibles (Lovaas, 1987, 1993). En este estudio, un grupo experi Q Ediciones Pirámide
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mental de 19 niños con autismo recibió una in tervención conductual individualizada (un maes tro por niño) e intensiva de 40 horas semanales. Un grupo control, de 19 niños con autismo con características similares, recibió alrededor de diez horas de enseñanza conductual. Un segundo gru po control similar de 21 niños recibió otro tipo de intervención no conductual en programas di ferentes. Los niños participantes tenían menos de cuatro años al inicio del estudio y fueron diag nosticados de autismo por entidades independien tes al proyecto. Todos tuvieron un seguimiento mínimo de dos años. Las evaluaciones de línea base mostraron que todos los niños estaban aproxi madamente al mismo nivel de funcionamiento en variables como CI, lenguaje, habilidades cogniti vas, habilidades sociales y estereotipias. Las di ferencias entre grupos después del tratamiento fueron notables. El 47 por 100 de niños del gru po que recibió tratamiento intensivo obtuvieron un CI de entre 94 y 120, por lo que fueron intro ducidos en clases regulares y completaron con éxito el primer año escolar. En contraste, sólo un niño de los dos grupos control logró un CI pro medio y terminó su primer año escolar con éxito, 18 niños (45 por 100) terminaron en clases para niños con problemas de aprendizaje y retraso en el lenguaje y 21 niños (53 por 100) terminaron en clases para niños con autismo y retardo men tal. Su CI permaneció igual que durante el inicio de la enseñanza. Entre los dos grupos control no se observaron diferencias significativas en los resultados. En un nuevo estudio de seguimiento en el que se reevaluó a los niños del estudio de 1987 cuan do tenían una edad promedio de 11,5 años (McEachin, Smith y Lovaas, 1993), se confirmó el man tenimiento de los logros adquiridos por el grupo experimental respecto al grupo control. Nueve ni ños del grupo experimental que habían obtenido los mejores resultados a la edad de siete años reci bieron una evaluación exhaustiva. Esta evaluación demostró que ocho de los nueve niños manifesta ron comportamientos lo suficientemente flexibles y funcionales como para ser indistinguibles de los niños promedio de la misma edad en las aulas del
28 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
colegio, en pruebas de inteligencia y conducta adaptativa. Los estudios de Lovaas y de McEachin y de Smith y Lovaas mostraron por primera vez que niños diagnosticados con autismo pueden aprender habilidades de todo tipo hasta el nivel de los niños de desarrollo normal de su edad, y que las habilidades adquiridas se mantienen y perdu ran. En otras palabras, Lovaas mostró un tratamien to efectivo para el autismo con algunos de los par ticipantes. En otra investigación, Sallows y Graupner (1999) realizaron una réplica del estudio de Lo vaas (1987) con énfasis en el rigor metodológi co. Asignaron aleatoriamente 24 niños a dos gru pos experimentales: un grupo dirigido en la clínica y otro grupo dirigido por los padres. Un tercer grupo de niños, que actuó como control, no reci bió tratamiento conductual. Los datos de este úl timo grupo se obtuvieron de la revisión de su his torial en las escuelas públicas a las que asistían. Todos los niños recibieron el diagnóstico de au tismo por un profesional independiente. Para par ticipar en el estudio, debían presentar un cocien te intelectual mínimo de 35 y ningún diagnóstico obvio distinto del de autismo. El promedio de edad de todos los niños antes del tratamiento fue de 33 meses, y el 46 por 100 de ellos no tenía lenguaje. El grupo de los niños de la clínica reci bió un promedio de 39 horas semanales de inter vención, y el grupo de niños dirigido por padres recibió un promedio de 29 horas semanales. Des pués de un año de enseñanza, el cociente intelec tual subió a 97 (la media de la población) en ocho de los 24 niños de los dos grupos experimenta les. La habilidad del habla mejoró después de un año: el número de niños que hablaban utilizando frases aumentó de dos a 17 (71 por 100). Hubo pocas diferencias en los resultados entre los ni ños que recibieron tratamiento en la clínica y aquellos que recibieron tratamiento de sus padres. En los niños del grupo control apenas hubo cam bios significativos.
Otros estudios longitudinales con diseños de grupo también demostraron que las intervenciones conductuales son efectivas cuando se aplican a edades tempranas. S. R. Anderson, Avery, DiPie-
tro, Edwards y Christian (1987) enseñaron a 14 niños con autismo con un promedio de edad de 43 meses. Estos niños recibieron alrededor de 20 ho ras semanales de enseñanza conductual con maes tros y padres en sus casas. Los niños fueron eva luados antes del estudio y después de un año de intervención. Siete niños que completaron el se gundo año fueron evaluados al final de este perío do. Después de un año de enseñanza, la edad men tal de 12 de los 13 niños evaluados experimentó un incremento de dos a 23 meses. Nueve de los 11 niños a quienes se les repitieron las pruebas de len guaje mostraron mejorías en un rango de tres a 18 meses. Los siete niños que permanecieron en el programa un año más continuaron sus progresos a la misma tasa de crecimiento que el año anterior. Sin embargo, en este estudio no se reproducen los resultados tan excelentes observados en los niños del estudio de Lovaas, seguramente porque no fue una réplica exacta. Por ejemplo, la intensidad de la enseñanza en este estudio fue la mitad de tiem po (20 horas semanales en comparación con 40 ho ras semanales), y los niños empezaron la enseñan za con un promedio de un año más de edad que en el estudio de Lovaas. Fenske, Zalenski, Krantz y McClannahan (1985) mostraron la efectividad de una intervención con ductual diferente de las intervenciones de las inves tigaciones mencionadas anteriormente. En un estu dio que duró dos años y que se realizó con una intervención conductual con un promedio de 27,5 horas semanales, estos investigadores compararon dos grupos de nueve niños cada uno: un grupo de niños que habían entrado al programa antes de los seis años y otro grupo de nueve niños que habían entrado al programa después de los seis años. Seis niños del grupo de menos de seis años (67 por 100) entraron en una escuela de niños de desarrollo nor mal a tiempo completo. Sólo uno de los niños ma yores de seis años dejó el centro de autismo y fue integrado en una escuela ordinaria. Por tanto, los autores mostraron que el tratamiento es más efecti vo si comienza antes de los seis años. Birnbrauer y Leach (1993) realizaron otro es tudio con resultados positivos en Australia. Nue ve niños con el diagnóstico de autismo y con una © Ediciones Pirámide
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edad promedio de 39 meses recibieron interven ción temprana conductual con un promedio de 18 horas a la semana de instrucción individualizada. Un grupo control de cinco niños similares no reci bió enseñanza conductual. Todos los niños que participaron en el estudio recibieron pruebas de cociente intelectual, de desarrollo de lenguaje y conducta adaptativa antes de la intervención y al final de dos años de enseñanza. Tras la interven ción, cuatro de los nueve niños del grupo experi mental demostraron ganancias sustanciales en las pruebas de cociente intelectual, y terminaron con un promedio de 89 (CI de 80 a 103). Antes de la enseñanza no había sido posible aplicarles un test. En áreas como lenguaje y habilidades sociales tam bién experimentaron mejorías importantes y sig nificativas, pero no alcanzaron a igualar las habi lidades de los niños de su edad cronológica. De los cinco niños del grupo control, sólo uno logró cambios en lenguaje y conducta adaptativa, pero no consiguió logros en funcionamiento intelectual en un período de dos años. Los otros niños obtu vieron logros mínimos. En un nuevo estudio longitudinal, Sheinkopf y Siegel (1998) siguieron durante 15 meses los avan ces de 11 niños con autismo que recibían enseñanza conductual individualizada. El promedio de la in tervención fue de 20 horas semanales en casa, con maestros, padres y familiares como terapeutas. A cada niño del grupo experimental lo igualaron con otro niño con autismo que coincidió en edad men tal y cronológica con aquél (promedio de tres años) y formaron parte del grupo control, que recibió tra tamiento educativo convencional. Las evaluacio nes pre y postratamiento fueron realizadas por in vestigadores ciegos al grupo de pertenencia de cada niño. Las comparaciones estadísticas del prome dio de resultados de pruebas de cociente intelec tual demostraron que, como grupo, los niños que recibieron la instrucción conductual obtuvieron puntuaciones significativamente más altas. En una investigación más reciente, Smith, Groen y Wynn (2000) asignaron al azar a 28 niños de 18-42 meses de edad a dos grupos de tratamiento. Participaron 14 niños con diagnóstico de autismo y 14 niños con trastorno generalizado del desa C Ediciones Pirámide
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rrollo no especificado (TGD-NOS), una categoría diagnóstica reconocida recientemente como una forma de «autismo ligero» (Towbin, 1997). Los 28 participantes fueron divididos en dos cohortes, autismo y TGD-NOS, y emparejados de acuerdo con el CI inicial por un investigador independien te. El mismo investigador asignó al azar a cada miembro del par a un grupo de tratamiento inten sivo o a un grupo de tratamiento de padres. No hubo diferencias iniciales entre los grupos en nin guna de las variables evaluadas y ambos recibieron intervención conductual de acuerdo con el manual de tratamiento de Lovas et al. (1981). Esencial mente, el grupo de tratamiento intensivo recibió 30 horas semanales de intervención conductual in dividualizada y supervisada durante dos o tres años. Mientras, en el otro grupo, la familia del niño re cibió cinco horas semanales de enseñanza en casa durante tres a nueve meses con terapeutas con ex periencia y bien supervisados. En general, los re sultados de este estudio replicaron los hallazgos observados en las investigaciones previas. El gru po de tratamiento intensivo consiguió puntuacio nes estadísticamente superiores en CI (un prome dio de 16 puntos respecto a la línea base), en habilidades visoespaciales, en lenguaje y en habi lidades académicas respecto al grupo de compara ción. El 27 por 100 de los niños del grupo intensi vo fueron ubicados en clases de niños de desarrollo normal. Además, a diferencia de lo informado por Lovaas y Smith (1988), el CI inicial no fue un fac tor pronóstico de los mejores resultados, pues en este estudio la correlación entre CI al inicio y al final de la intervención fue pequeña y no signifi cativa estadísticamente (Smith et al., 2000). Por último, la investigación consiguió demostrar tam bién que los niños con TGD-NOS pueden benefi ciarse de la intervención intensiva temprana tanto como los niños con diagnóstico de autismo (Smith et al., 2000). En un nuevo estudio, Eikeseth, Smith, Jahr y Eldevik (2002) administraron un programa conduc tual a un grupo de 13 niños de cuatro a siete años, con un promedio de 20 horas semanales de ins trucción. Estos resultados se compararon con los de un grupo control de 11 niños que recibió trata-
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo I
edad promedio de 39 meses recibieron interven ción temprana conductual con un promedio de 18 horas a la semana de instrucción individualizada. Un grupo control de cinco niños similares no reci bió enseñanza conductual. Todos los niños que participaron en el estudio recibieron pruebas de cociente intelectual, de desarrollo de lenguaje y conducta adaptativa antes de la intervención y al final de dos años de enseñanza. Tras la interven ción, cuatro de los nueve niños del grupo experi mental demostraron ganancias sustanciales en las pruebas de cociente intelectual, y terminaron con un promedio de 89 (CI de 80 a 103). Antes de la enseñanza no había sido posible aplicarles un test. En áreas como lenguaje y habilidades sociales tam bién experimentaron mejorías importantes y sig nificativas, pero no alcanzaron a igualar las habi lidades de los niños de su edad cronológica. De los cinco niños del grupo control, sólo uno logró cambios en lenguaje y conducta adaptativa, pero no consiguió logros en funcionamiento intelectual en un período de dos años. Los otros niños obtu vieron logros mínimos. En un nuevo estudio longitudinal, Sheinkopf y Siegel (1998) siguieron durante 15 meses los avan ces de 11 niños con autismo que recibían enseñanza conductual individualizada. El promedio de la in tervención fue de 20 horas semanales en casa, con maestros, padres y familiares como terapeutas. A cada niño del grupo experimental lo igualaron con otro niño con autismo que coincidió en edad men tal y cronológica con aquél (promedio de tres años) y formaron parte del grupo control, que recibió tra tamiento educativo convencional. Las evaluacio nes pre y postratamiento fueron realizadas por in vestigadores ciegos al grupo de pertenencia de cada niño. Las comparaciones estadísticas del prome dio de resultados de pruebas de cociente intelec tual demostraron que, como grupo, los niños que recibieron la instrucción conductual obtuvieron puntuaciones significativamente más altas. En una investigación más reciente, Smith, Groen y Wynn (2000) asignaron al azar a 28 niños de 18-42 meses de edad a dos grupos de tratamiento. Participaron 14 niños con diagnóstico de autismo y 14 niños con trastorno generalizado del desa © Ediciones Pirámide
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rrollo no especificado (TGD-NOS), una categoría diagnóstica reconocida recientemente como una forma de «autismo ligero» (Towbin, 1997). Los 28 participantes fueron divididos en dos cohortes, autismo y TGD-NOS, y emparejados de acuerdo con el CI inicial por un investigador independien te. El mismo investigador asignó al azar a cada miembro del par a un grupo de tratamiento inten sivo o a un grupo de tratamiento de padres. No hubo diferencias iniciales entre los grupos en nin guna de las variables evaluadas y ambos recibieron intervención conductual de acuerdo con el manual de tratamiento de Lovas et al. (1981). Esencial mente, el grupo de tratamiento intensivo recibió 30 horas semanales de intervención conductual in dividualizada y supervisada durante dos o tres años. Mientras, en el otro grupo, la familia del niño re cibió cinco horas semanales de enseñanza en casa durante tres a nueve meses con terapeutas con ex periencia y bien supervisados. En general, los re sultados de este estudio replicaron los hallazgos observados en las investigaciones previas. El gru po de tratamiento intensivo consiguió puntuacio nes estadísticamente superiores en CI (un prome dio de 16 puntos respecto a la línea base), en habilidades visoespaciales, en lenguaje y en habi lidades académicas respecto al grupo de compara ción. El 27 por 100 de los niños del grupo intensi vo fueron ubicados en clases de niños de desarrollo normal. Además, a diferencia de lo informado por Lovaas y Smith (1988), el CI inicial no fue un fac tor pronóstico de los mejores resultados, pues en este estudio la correlación entre CI al inicio y al final de la intervención fue pequeña y no signifi cativa estadísticamente (Smith et al., 2000). Por último, la investigación consiguió demostrar tam bién que los niños con TGD-NOS pueden benefi ciarse de la intervención intensiva temprana tanto como los niños con diagnóstico de autismo (Smith et al., 2000). En un nuevo estudio, Eikeseth, Smith, Jahr y Eldevik (2002) administraron un programa conduc tual a un grupo de 13 niños de cuatro a siete años, con un promedio de 20 horas semanales de ins trucción. Estos resultados se compararon con los de un grupo control de 11 niños que recibió trata-
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miento ecléctico. Después de un año de enseñan za, los niños del grupo experimental mostraron mejorías sustanciales en el cociente de inteligen cia, en comprensión de lenguaje, en lenguaje ex presivo y en conducta social. Todos estos estudios demostraron de forma muy clara un efecto grande de los paquetes de trata miento conductual en el progreso de algunos ni ños participantes. A pesar de ello, los resultados de algunas de estas investigaciones continúan sien do objeto de debate. Por ejemplo, en algunos es tudios (S. R. Anderson et al., 1987; Birnbrauer y Leach, 1993; Lovaas, 1987; Sheinkopf y Siegel, 1998) no se han tenido presentes variables como la asignación aleatoria de los participantes a los grupos o la utilización de evaluadores ciegos en algunos aspectos de la investigación (Rogers, 1996, 1998). En el estudio de Lovaas (1987) los sujetos fueron asignados a los grupos en función de la dis ponibilidad de los padres para recibir tratamiento intensivo, y en el estudio de Eikeseth et al. (2002) los participantes fueron asignados a los grupos en función de la disponibilidad del equipo de tera peutas. Aunque en ambas investigaciones los par ticipantes de los grupos experimental y control fueron homogéneos en todas las variables relevan tes (tales como el CI, habilidades verbales, nivel de estereotipias y de conductas disruptivas), la au sencia de asignación al azar impide concluir que la eficacia del tratamiento se pueda producir con toda la población de niños con autismo (Gresham y MacMillan, 1997, 1998). Sin embargo, dos de los estudios que muestran un efecto grande del tratamiento en niños con au tismo (Sallows y Graupner, 1999; Smith et al., 2000) cumplen los criterios metodológicos nece sarios para informar adecuadamente acerca de su eficacia. Por ello, y de acuerdo con los criterios de Chambless et al. (1997) sobre la efectividad de los tratamientos psicológicos, el tratamiento con ductual del autismo realizado en el marco de los diseños de grupo cuenta con avales suficientes para ser reconocido como tratamiento bien establecido. En conjunto, las intervenciones conductuales globales muestran resultados que contrastan con la mayoría de los estudios controlados realizados
con intervenciones no conductuales. Estas últimas intervenciones mostraron resultados nulos o muy pequeños, como se expuso anteriormente. Además, algunos estudios conductuales muestran con rigor metodológico que se puede enseñar eficazmente a muchos niños con autismo, e incluso hacer que al cancen el nivel intelectual y de habilidades socia les propio de su edad. Futuras investigaciones son necesarias para clarificar los factores que inciden en el tratamiento. Uno de los principales inconvenientes de los estudios de grupo en autismo proviene de la difi cultad de implementar las investigaciones. Para realizar una investigación sobre la efectividad de un paquete de tratamientos es necesario contar ini cialmente con un grupo de niños con autismo, dis poner de la colaboración, disponibilidad y acep tación de los padres para recibir el tratamiento intensivo y realizar una serie de pruebas diagnós ticas antes y después de la intervención. Muchas veces no es posible cumplir todos estos requisi tos. A menudo, existen grandes presiones para que los niños con diagnóstico de autismo se incorpo ren a edades tempranas a los paquetes de tratamien to intensivo, y son pocos los padres que estarían dispuestos a recibir durante un tiempo prolongado la intervención supuestamente ineficaz propia de un grupo control. En relación con este problema está el de la distribución al azar. Indudablemente, carece de toda ética asignar a un niño o grupo de niños cuyos padres reclaman activamente trata miento conductual a un paquete de intervención placebo, farmacológico u otros cuya eficacia aún no ha sido demostrada. En efecto, las intervencio nes conductuales deben implementarse a edades tempranas y ser lo suficientemente largas (dos años) y lo suficientemente intensivas como para conseguir resultados óptimos (20 horas o más). Si el niño tiene cuatro años cuando ingresa en la te rapia «control-placebo» y seis años cuando la aban dona, ¿es ésta la edad ideal para introducirle des pués en la terapia conductual? Rotundamente no. Puede recibir intervención conductual y obtener mejorías, pero probablemente las mejorías conse guidas siempre serán menores que si hubiese in gresado en la terapia a aquella edad ideal. © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo I
3.1.2.
Estudios con diseños de «caso único»
Otras investigaciones han replicado los resul tados de Lovass (1987) con diseños de caso úni co, en el contexto de casos clínicos. Green (1996) menciona algunas de las características de estas investigaciones: a) se presentan pruebas (docu mentos) de falta de progreso antes de empezar la enseñanza conductual; b) los objetivos de las con ductas que se enseñan durante el tratamiento se evalúan de forma repetida durante períodos es pecíficos de tiempo; c) se enseña con un método conductual intensivo introducido sistemáticamen te con cada conducta o habilidad que se va ense ñando, que produce mejoras rápidas y enormes cada vez, y d) varios observadores independien tes verifican el diagnóstico antes y después de la intervención. R. Perry, Cohén y De Cario (1995) describie ron la efectividad de un tratamiento conductual in tensivo en dos hermanos con autismo (una niña y un niño). Los niños recibieron enseñanza intensi va durante dos años. Incialmente recibieron un pro medio de diez horas semanales (la niña) o 35 ho ras semanales (el niño); después, la intensidad se fue reduciendo gradualmente cuando ambos em pezaron a asistir al colegio de enseñanza regular. Los dos niños respondieron bien a la enseñanza conductual y terminaron con éxito los cursos de preescolar y primaria. A los 11 años, continuaban con buen rendimiento en el colegio de desarrollo típico normal. Los profesionales que habían eva luado a los niños inicialmente (que fueron diferen tes de los que les daban la enseñanza) continuaron evaluando su progreso en cociente intelectual, len guaje y habilidades sociales, en intervalos de seis a nueve meses. Cuando los niños tenían seis y sie te años de edad, estos profesionales reconocieron que los niños estaban rehabilitados y en su perfil ya no cabía el rótulo de autismo.
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G. Williams (1998) reportó la efectividad del tratamiento conductual en una niña que recibió el diagnóstico de autismo por varios neurólogos in dependientes. La niña empezó a recibir enseñanza a la edad de dos años y la recibió durante un pe ríodo de cuatro años, con un promedio de 50 ho ras semanales. La duración semanal de la inter vención se fue reduciendo gradualmente a medida que la niña empezó a incorporarse a una escuela ordinaria en el tercer año de enseñanza, cuando tenía cinco años. A los seis años terminó la inter vención y la niña comenzó el primer grado de pri maria sin ayuda junto con los niños de su edad. Además presentó ganancias significativas en con ductas sociales. A los siete años se administró la escala de inteligencia de Weschler (WISC-III) y alcanzó un CI correspondiente a la media de su edad. A la edad de 11 años, mantenía su integra ción en una escuela ordinaria y seguía siendo in distinguible de sus compañeros en cuando a ca racterísticas normales.
1
La madre de estos niños divulgó, bajo el pseudónimo de Catherine Maurice (1993), las intervenciones que recibieron estos niños hasta su habilitación. 1
© Ediciones Pirámide
3.1.3.
Conclusiones sobre intervenciones globales
Un número importante de investigaciones cien tíficas han mostrado que los niños con autismo pueden aprender numerosas habilidades cuando se les enseña con un paquete de técnicas basadas en el análisis aplicado de la conducta. (Véase un sumario de las investigaciones en la tabla 1.1.) Todos estos estudios informan de importantes ace leraciones en las tasas de desarrollo, que resulta ron en incrementos significativos de aproxima damente 20 puntos en el cociente intelectual, mejorías significativas en lenguaje y en conduc ta social y descensos significativos o desapari ción completa de rasgos autistas (conductas autoestimuladas, autolesivas, estereotipias, etc.). La mayoría de los niños tratados han empleado el lenguaje al final de los períodos de intervención
32 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
TABLA 1.1 Características
Orden
Estudio
principales
de
Diseño
algunas
investigaciones
Participantes que completaron el programa (en el experimental, en su caso)
globales
conductuales
Duración e intensidad
Logros de los participantes o del grupo experimental
1
Lovaas (1987)
De grupo (uno experi mental y dos de con trol)
Diecinueve niños me Entre dos y tres años, Nueve niños integración nores de cuatro años 40 horas semanales total (47 por 100)
2
McEachin, Smith y Lo De grupo. Seguimien vaas (1993) to de los tres grupos de Lovass (1987)
Nueve niños de un pro Seguimiento seis años Nueve niños mantuvieron medio de 13 años después la integración con éxito. No hubo avances en los niños del grupo control.
3
Sallows y Graupner (1999)
Veinticuatro niños de Un año. De 29 a 39 ho Ocho niños obtuvieron 33 meses en promedio ras semanales en pro un CI correspondiente a la media medio
4
Anderson, Avery, Di- De grupo (sin grupo con Trece niños con autis Dos años, 20 horas se Doce de los 13 niñcPietro, Edwards y Chris- trol) mo de un promedio de manales evaluados mostraron ur. tian (1987) 43 meses de edad incremento de dos a 23 meses en CI
5
Fenske, Zalenski, Krantz De grupo (dos grupos y McClannahan (1985) de intervención de dis tintas edades)
Nueve niños de menos Dos años o más, 27,5 Seis niños (67 por 100) integrados en escuelas de seis años horas semanales ordinarias a tiempo completo
6
Birnbrauer y Leach (1993)
De grupo (uno experi mental y otro control)
Nueve niños de 39 me Dos años, 19 horas se Cuatro niños (44 por 100) obtuvieron CI de por lo ses de edad manales menos 80 (89-103)
7
Sheinkopf y Siegel (1998)
De grupo (uno experi mental y otro control)
Diez niños de menos De siete a 24 meses. Un Seis niños lograron CI de de tres años en prome promedio de 20 horas por lo menos 90. Todos los niños mejoraron sig dio semanales nificativamente en CI
8
Smith, Groen y Wynn De grupo (2000)
Quince niños de 18 me De dos a tres años. Pro Un 27 por 100 integra ses a tres años y medio medio de 30 horas se dos en clases de niños de desarrollo normal manales
9
Eikeseth, Smith, Jahr y De grupo (uno experi Eldevik (2002) mental y otro control)
Trece niños de cuatro Un año, 20 horas sema Ganaron 17 puntos en a siete años nales el CI
10
R. Perry, Cohén y De- De caso único Carlo (1995)
Una niña de 23 meses Dos años. Diez horas y un niño de 25 meses semanales (la niña) y 25 horas semanales (el niño)
11
G. William s (1998)
Una niña de 23 meses Cua tro años , 50 horas Integrada en escuela or semanales dinaria a los seis años
Tres grupos: dos gru pos experimentales y un grupo control
De caso único
A los 39 y 53 meses, respectivamente, ya no cumplían el criterio del diagnóstico de autismo. Integrados en escuelas ordinarias
NOTA: En las dos últimas columnas se indican el número de participantes y los logros principales obtenidos por éstos; en los estudi os de grupo, los datos están referidos a los participantes del grupo experimental. Cuando se habla de integración, nos referimos a integración sin ayuda en el curso correspondiente a la edad del niño. CI significa cociente de inteligencia. © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo I
(generalmente a la edad de cinco años), y algu nos mejoraron hasta el punto de ser incluidos en clases ordinarias de niños con desarrollo normal (Fenske et al., 1985; Lovaas, 1987; McEachin et al., 1993; R. Perry et al., 1995; Smith, Groen y Wynn, 2000; G. Williams, 1998). En tres estu dios se hizo un seguimiento que mostró que la habilitación se mantuvo varios años después (McEachin et al., 1993; R. Perry et al., 1995; G. Williams, 1998). Muchos de los estudios con diseños de grupo indicaron que los niños mantu vieron sus ganancias años después de haber fina lizado el programa de tratamiento. Estos estudios también documentan que el cociente de inteligen cia y las conductas desadaptadas de los niños con autismo que no recibieron instrucción conductual no cambiaron significativamente, y, por lo gene ral, hubo cambios mínimos o nulos. En algunos casos, disminuyó el cociente intelectual de los ni ños de los grupos control de estos estudios. En cuatro estudios se mostró que entre un 27 por 100 y un 67 por 100 de los niños que partici paron en las investigaciones alcanzaron el nivel de desarrollo de los niños de su edad y fueron in tegrados en las clases con los demás niños. En otros dos estudios de casos se mostraron otros tres ni ños que alcanzaron ese nivel de desarrollo y fue ron integrados en clases con los niños de su edad. Cinco estudios se prolongaron por más de dos años y tenían como objetivo habilitar totalmente a ni ños con autismo (los estudios de Fenske et al., 1985; Lovaas, 1987; R. Perry et al., 1995; Smith, Groen y Wynn, 2000; G. Williams, 1998). En ellos participaron 46 niños, de los cuales 22 se integra ron plenamente en clases de niños de su edad, lo que resulta en un 48 por 100 de los niños. Por otra parte, aunque los protocolos especí ficos de intervención utilizados en la mayoría de estos estudios varían entre sí, presentan otras ca racterísticas comunes importantes: primero, la mayoría enfatizan la necesidad de que la situa ción de aprendizaje sea cuidadosamente contro lada y estructurada (Scheibman, 2000; Green, Brennan y Fein, 2002; Lovaas et al., 1981). Se gundo, el tratamiento ha de ser comprehensivo, es decir, dirigido a todos los dominios de habili 0 Ediciones Pirámide
33
dades e individualizado en función de los déficit y excesos conductuales de cada persona particu lar (Green et al., 2002). Tercero, en todos los paquetes de tratamiento se utilizan procedimien tos derivados del análisis aplicado de la con ducta para const ruir repertori os fun cionales y reducir conductas disruptivas (por ejemplo, re forzamiento diferencial, moldeamiento, instiga ción y desvanecimiento, tiempo fuera de refor zamiento; véase una revisión, por ejemplo, en Anderson y Romanczyk, 1999, y Green, 1996). Cuarto, uno o más terapeutas entrenados en el análisis aplicado de la conducta y experiencia con niños con autismo dirigen las intervenciones. Quinto, los principios del tratamiento y la selec ción de objetivos a corto plazo se fundamentan en la secuencia normal del desarrollo (Green et al., 2002). Sexto, el mantenimiento de los efec tos del tratamiento y la generalización se progra maron cuidadosamente, ya que no ocurren sin intervención (Scheirbman, 2000; Smith, Eikeseth, Klevstrand y Lovaas, 1997). Séptimo, los auto res enfatizaron el hecho de que hay habilidades que es necesario aprender para que se aprendan otras después (llamadas habilidades pivote; R. L. Koegel y Frea, 1993; R. L. Koegel, L. K. Koegel y McNermey, 2001). Y octavo, todos los paque tes de tratamiento tenían como objetivo priorita rio enseñar lenguaje. En los estudios sobre los tratamientos conduc tuales se han mostrado datos que indican que cier tas variables pueden incidir en la efectividad del tratamiento. Entre ellas destacan las siguientes: a)
Edad de
comienzo
de
la
intervención.
En
general, en la mayoría de las investigacio nes globales se confirma la hipótesis de que los niños con autismo aprenden mejor cuan to más pronto se inicie el tratamiento con ductual. Fenske et al. (1985) mostraron que cuando los niños comenzaron el tratamiento antes de los seis años el porcentaje de ni ños que se integraban en la escuela ordina ria era mayor que cuando los niños comen zaron con más de seis años. En general, los mejores resultados se han mostrado en ni-
34 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
el estudio de Perry et al. sólo recibió diez horas semanales de tratamiento. Los tres ni ños se integraron en las clases de su edad a los seis años. Aunque los resultados de es tos tres casos no permiten extraer conclu siones sobre la necesidad de realizar una intervención intensiva, es probable que al gunos niños sí la precisen (tal como la niña del estudio de G. Williams y el niño repor tado por R. Perry et al.), mientras que otros niños diagnosticados con autismo puedan habilitarse con menos horas semanales.
ños que empezaron la enseñanza a la edad de dos o tres años (S. R. Anderson et al., 1987; Birnbrauer y Leach, 1993; Lovaas, 1987; McEachin et al., 1993; R. Perry et al., 1995; Smith et al., 2000, y G. Williams, 1998). Por eso, de acuerdo con Bristol et al. (1996), Green (1996), Harris y Handleman (2000) y Rogers (1998), creemos que existen evidencias de que el tratamiento debe comenzarse preferentemente antes de los cuatro años. b)
Intensidad de
la
instrucción. Los
resulta
dos de los estudios conductuales indican que el tratamiento es más efectivo cuanto mayor sea la intensidad de instrucción. Por ejemplo, en el estudio de Lovaas (1987) los niños recibieron un promedio de 40 horas semanales; el 47 por 100 fueron integra dos en la escuela ordinaria. En cambio, en los estudios que le siguieron (Birnbrauer y Leac h, 19 93; Sheinko pf y Siegel , 199 8; Smith et al., 2000; Eikeseth et al., 2002), se administró instrucción conductual indi vidualizada durante un promedio de 18 a 20 horas semanales (30 horas en el estudio de Smith et al., 2000). Todos los niños del grupo experimental mejoraron en puntua ción de cociente intelectual, habilidades de lenguaje y sociales, pero sólo un porcenta je bajo lo gr ó una in te gr ac ió n to ta l. En cam bio, Sallows y Gaupner (1999), tras trabajar 39 horas semanales, obtuvieron resultados muy similares a los de Lovaas. En conclu sión, estos estudios indican que el número de horas de intervención semanal puede ser determinante para la efectividad de la in tervención. Los estudios de caso sugieren que aun que el tratamiento intensivo puede ser im portante para obtener la integración de los niños con autismo, no es imprescindible: la intervención reportada por G. Williams (1998) fue muy intensiva, de más de 50 horas a la semana, y el niño reportado por R. Perry et al. (1995) recibió 25 horas a la semana. Sin embargo, la niña reportada en
c)
Duración
del
programa.
Las
limitaciones
en los resultados de algunas de las investi gaciones citadas anteriormente pueden de berse a la escasa duración de la instrucción. S. R. Anderson et al. (1987) demostraron que los niños que habían progresado bien en un año siguieron progresando al mismo ritmo un año más tarde. Sallows y Graupner (1999) también demostraron que los niños que habían obtenido avances en un año siguieron progresando al mismo ritmo dos años más tarde, consiguiendo la inte gración en el 43 por 100 de ellos. d)
Tratamiento
conductual.
Eikeseth
et
al.
(2002) observaron que 13 niños con autis mo que habían recibido tratamiento conduc tual intensivo de 29 horas semanales du rante un año de intervención consiguieron ganancias significativamente mayores a las de un grupo control de 12 niños similares que recibieron tratamiento intensivo ecléc tico. El tratamiento ecléctico incorporó in tervenciones basadas en el modelo TEACCH (Schopler, Lasing y Waters, 1983), terapia de integración sensorial (Ayres, 1972) y algunas técnicas conductuales. Por tanto, los resultados de esta investigación indican que el tratamiento intensivo debe ser conductual, y que las modalidades de tratamiento igualmente intensivo pero no conductual no son eficaces. Además, los grupos de comparación utilizados en la ma yoría de estudios sobre intervenciones glo bales no incluyeron en sus paquetes la im© Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo I
plementación de algunas técnicas operan tes. Por esto, parece consistente el hecho de que las ganancias conseguidas por los grupos experimentales basados en técnicas conductuales son las responsables de los logros obtenidos en los resultados. e)
Calidad del entrenamiento de los instruc tores y calidad de la instrucción. Los ins
tructores del estudio de Lovaas (1987) eran estudiantes universitarios bien supervisa dos que estaban adquiriendo conocimien tos y experiencia práctica sobre principios del aprendizaje y procedimientos conduc tuales aplicados. En la mayoría de los es tudios restantes los maestros y padres re cibían el entrenamiento en casa mientras trabajaban con el niño, y la calidad de pre paración de los supervisores no fue siem pre la mejor. Por ejemplo, Sheinkopf y Siegel (1998) observaron la baja calidad del entrenamiento de los supervisores. Sallows y Graupner (1999) siguieron el mismo paquete de enseñanza que utilizó Lovaas (1987) y obtuvieron resultados similares a los de éste. /)
Colaboración de
los padres. Los
mejores
resultados en mantenimiento y generali zación se obtuvieron cuando los padres co laboraron con la intervención (Scheirbman y Koegel, 1996; Schreibman, 2000). S. R. Anderson et al. (1987), Lovaas (1987), Sa llows y Graupner (1999) y Smith et al. (2000) demostraron que los padres pudie ron aprender las técnicas conductuales y que con buena supervisión fueron efec tivos.
3.2.
Intervenciones específicas
Un gran número de investigaciones específicas desarrolladas de acuerdo con los avances en las técnicas derivadas del análisis aplicado de la con ducta demuestran científicamente cómo enseñar a niños con autismo y ofrecen pruebas contunden tes de eficacia. Matson, Benavides, Compton, Paclawskyj y Baglio (1996) revisaron 251 estudios Ediciones Pirámide
35
desde 1980 hasta 1996 que utilizaron intervencio nes conductuales en niños con autismo. Hemos realizado una selección de algunos de estos artícu los y de otros más recientes y los hemos clasifica do en categorías. En general, la clasificación va de las habilidades más sencillas, que se aprenden en las primeras etapas del desarrollo, a las más complejas, que se construyen sobre aquéllas y se aprenden, por tanto, posteriormente. 3.2.1.
Investigaciones sobre condiciones básicas necesarias para aprender
Muchas investigaciones se realizaron para es tudiar el efecto que tienen las conductas disruptivas en el aprendizaje de conductas funcionales positivas en los niños. Entre estos estudios están aquellos que analizaron cómo las conductas disruptivas disminuyen cuando están disponibles otras conductas. Por ejemplo R. L. Koegel, Firestone, Kramme y Dunlap (1974) mostraron que dos ni ños con autismo jugaban apropiadamente más tiem po cuando no se les permitía autoestimularse. Por su parte, Green y Striefel (1988) mostraron, con cuatro niños con autismo, que cuando a los niños no se les permite el acceso a un ítem, distribuyen sus respuestas entre los ítems restantes. Otros es tudios mostraron que es más fácil aprender con ductas funcionales cuando no se permite al niño producir la conducta disruptiva. Por ejemplo, R. L. Koegel y Covert (1972) encontraron en tres niños con autismo una correlación entre la falta de autoestimulación y el aprendizaje de una discri minación. Se sugiere que al reducir la autoestimu lación se aumentan las probabilidades de apren der una discriminación. Por su parte, Kennedy, Meyer, Knowles y Shukla (2000) analizaron las condiciones en las que se producían conductas es tereotipadas en cinco niños con autismo. Mostra ron que estas conductas se mantenían por razones diferentes en cada niño. Muchas veces las conduc tas se producían porque se reforzaban positiva o negativamente, o por la ausencia de otra estimula ción en el entorno. Consiguieron reducir estas con ductas cuando se reforzaron diferencialmente for mas alternativas de comunicación.
36 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
Un estudio riguroso sobre la distribución de respuestas fue realizado por T. M. Kelly (1994) y T. M. Kelly y Greer (1992), los cuales estudiaron la proporción de conductas apropiadas e inapropiadas suponiendo que las conductas operantes son concurrentes (Ferster y Skinner, 1957) y que la tasa de c oad iic tas a& dvtectamstxta ^to^ orxvcm a! a»\a»tasa. de reforzamientos, tal como establece la ley de igualación de Herrnstein (1970). Herrnstein obser vó que la ley se cumple en estas circunstancias. Entonces, a medida que existan muchas conduc tas apropiadas con una alta tasa de reforzamiento y las conductas inapropiadas no se refuercen, las conductas apropiadas aumentan y las conductas inapropiadas disminuyen. Según esta ley y estos resultados, los procedimientos para retirar conduc tas disruptivas y autoestimulatorias que no afec ten a otras conductas serían ineficaces a largo pla zo. En cambio, las técnicas basadas en implantar otras conductas sí serían efectivas, porque reduci rían paulatinamente las conductas problemáticas. Por otra parte, parece claro que no es necesario eliminar estas conductas para establecer otras o en señar habilidades funcionales a niños con autismo; por ejemplo, Klier y Harris (1977) mostraron con cuatro niños con esta característica que pueden aprender discriminaciones aunque tengan conduc tas autoestimulatorias. Estos resultados fueron re plicados por Dunlap, Clarke, Jackson y Wright (1995). Por estas razones, parece que es más efectivo concentrar los recursos en enseñar a los niños con autismo y esperar a que las conductas disruptivas disminuyan a medida que el niño aprende habili dades nuevas y funcionales (R. L. Koegel, L. K. Koegel y McNerney, 2001). En el resto del capí tulo, por lo tanto, no expondremos más investiga ciones destinadas exclusivamente a reducir estas conductas, sino que expondremos técnicas para enseñar conductas o habilidades nuevas. 3.2.2.
Investigaciones que mostraron cómo enseñar conductas básicas
En una investigación realizada hace más de 25 años, Foxx (1977) enseñó a niños con autismo a mi
rar a los ojos. Procedimientos derivados de la inves tigación de Foxx se siguen utilizando actualmente en muchos programas especializados para enseñar a los niños a mirar a los ojos. Young, Krantz, McClannahan y Poulson (1994) enseñaron a imitar a cuatro niños con autismo y probaron la generalización den-
tXQ da txes, üsjc^, da totoyas, 4a eowJjjaXas,. Ohsatva.ron que los niños generalizaban las imitaciones den tro de cada tipo, pero no generalizaban la conducta de imitar de un tipo a otro. Esto sugiere que es pre ciso enseñar a imitar conductas de cada tipo para conseguir que el niño con autismo generalice todas las conductas. El procedimiento de Young et al. (1994) fue una réplica de otros estudios que mostra ron que la habilidad de imitar es una habilidad apren dida (Baer, Peterson y Sherman, 1967; Baer y Sherman, 1964; García, Baer y Firestone, 1971). Uno de los valores de esta investigación es que muestra que los niños con autismo aprenden a imitar de la mis ma forma que los demás niños. La imitación es un repertorio generalizado de conductas que es básico para aprender muchas otras habilidades; por esa ra zón, los programas de tratamiento de niños con au tismo comienzan dedicando muchas horas a ense ñar este repertorio (Lovaas, 1977; G. Williams, 1998; G. Williams y Pérez-González, 2002). 3.2.3.
Investigaciones que mostraron cómo establecer reforzadores
Los reforzadores son esenciales en la enseñan za de niños con autismo porque todas las personas aprendemos que hay cosas que no satisfacen una necesidad, pero sirven para satisfacerla más ade lante. Por ejemplo, un niño aprende a ordenar su cuarto, con lo que obtiene la aprobación de sus pa dres y desp ués sale a ju ga r al patio. El cua rto orga nizado se convierte en reforzador. En los niños con autismo es esen cial, en primer lugar, determ inar qué objetos o acciones son reforzadores y, en segundo lugar, transformar nuevos estímulos en reforzado res, de manera que las conductas formen cadenas largas con reforzadores al final, tal como ocurre en las personas adultas de desarrollo normal. Algunas investigaciones mostraron procedi mientos para averiguar reforzadores efectivos para © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo I
cada niño (Masón, McGee, Farmer-Dougan y Risley, 1989; Piazza, Fisher, Bowman y BlakeleySmith, 1999). Otros estudios mostraron estímulos que pueden ser reforzadores, tales como objetos que producen estimulación sensorial (música, vi braciones, luces) (Ferrari y Harris, 1981) o las propias conductas de los niños, aunque sean in adecuadas (Charlop, Kurtz y Casey, 1990). Otro tipo de investigaciones mostró que los niños con autismo prefieren escoger los reforzadores (Geckeler, Libby, Graff y Ahearn, 2000), que el apren dizaje es más efectivo cuando se varían los re forzadores (Egel, 1981), que el aprendizaje es más efectivo cuando se reservan algunos reforzado res para las tareas que se están enseñando (Char lop, Kurtz y Milstein, 1992) y cuando existe una relación funcional entre la conducta y la obten ción del reforzador; por ejemplo, los niños con autismo aprenden rápidamente a abrir una caja para hallar dentro el reforzador (J. A. Williams, Koegel y Egel, 1981). 3.2.4.
Investigaciones que mostraron cómo enseñar discriminaciones
Las investigaciones sobre discriminaciones son cruciales para el aprendizaje de niños con autis mo, porque virtualmente todas las habilidades son conductas discriminadas. En efecto, casi todas las conductas son apropiadas sólo si se producen ante determinados estímulos o contextos. Por ejemplo, decir «Pelayo» es adecuado en presencia de la per sona que se llama así o ante los estímulos perti nentes relacionados con esa persona. En ausencia de esos estímulos, la conducta de decir «Pelayo» sólo indica que la persona aprendió a pronunciar o. a lo sumo, que tiene un repertorio generalizado de repetición de palabras, o de ecoicas (Skinner, .957). Por otra parte, si un niño aprende determi nado tipo de discriminaciones, aprende también xras discriminaciones de su mismo nivel de com plejidad, aunque sean conductas muy variadas y se produzcan ante estímulos muy diversos. En un estudio clásico, Schreibman (1975) mos tró que niños con autismo aprendían discrimina ciones cuando se les enseñó con un procedimien £ Ediciones Pirámide
37
to que incluía pistas intraestimulares (por ejem plo, variaciones de una dimensión relevante). Sin embargo, los niños no aprendieron cuando no se usaron estas pistas o cuando las pistas fueron extraestimulares. Este estudio reproduce otros reali zados con niños sin autismo (Gollin y Savoy, 1968; véanse también revisiones teóricas de Etzel, LeBlanc, Schilmoeller y Stella, 1983; Schwartz, Firestone y Terry, 1971; y Schwartz, 1989). Otro tipo de discriminaciones son las condicio nales, en las cuales la persona debe seleccionar entre dos o más estímulos según la presencia en cada momento de otro u otros estímulos. Por ejem plo, un niño debe seleccionar un coche cuando oye «señala el coche» y debe señalar la muñeca cuan do oye «señala la muñeca». La discriminación condicional implica discriminar estímulos en cada momento (en este ejemplo, los objetos) y discri minar otros estímulos de un momento a otro (en este ejemplo, los sonidos «coche» y «muñeca»). Las investigaciones muestran claramente que los niños con autismo aprenden discriminaciones con dicionales (McGee, Krantz, Masón y McClannahan, 1983), pero también muestran que muchos niños con autismo sólo aprenden cuando se utili zan procedimientos muy elaborados y que la velocidad de aprendizaje es muy sensible a deta lles técnicos aparentemente nimios. Por ejemplo, S. Kelly, Green y Sidman (1998) mostraron que enseñar igualación idéntica y arbitraria es sensi ble a ciertos procedimientos. Así, obtuvieron me joría al pa sar de discrimi naciones cond icion ales con dos comparaciones a discriminaciones con tres comparaciones. También encontraron diferencias cuando se pasó de realizar la tarea con el ordena dor a realizarla sobre la mesa (S. Kelly, Green y Sidman, 1998). Charlop (1983) y Leung y Wu (1997) enseña ron a niños con autismo a seleccionar estímulos (objetos en un caso y caracteres chinos en el otro), pero los niños aprendieron sólo cuando se les en señó a repetir el nombre emitido por el terapeuta. Por otra parte, Grindle y Remington (2002) mos traron que tres niños con autismo (de cuatro a ocho años) aprendieron a seleccionar dibujos cuando se les dice su nombre, con un procedimiento de re-
38 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
forzamiento diferencial. Mostraron que presentar un tono y unas luces antes de presentar el reforza dor primario tenía un efecto positivo en el apren dizaje. Sin embargo, muchos niños con autismo tienen dificultades para aprender discriminaciones con dicionales (Ward y Yu, 2000). Pérez-González y G. Williams (2002) diseñaron un proce-dimiento que combina presentar la muestra (el estímulo vi sual que sirve de modelo o la palabra del objeto) en bloques de ensayos y mantener las compara ciones en posiciones fijas hasta el final (estos pro cedimientos habían sido utilizados por separado con personas sin autismo por Saunders y Spradlin, 1989, 1990, y con niños de desarrollo normal por Smeets y Striefel, 1994). El procedimiento sirvió para enseñar a niños con autismo que no habían aprendido con procedimientos tradicionales. En otro estudio, Pérez-González y G. Williams (1996) utilizaron un procedimiento similar en el que se combinaron estas técnicas con el requerir del niño una respuesta diferencial ante la palabra que de nota el objeto. Con ello consiguieron enseñar esta discriminación condicional a un niño con autismo que no pudo aprender con los procedimientos tra dicionales. 3.2.5.
Investigaciones que mostraron cómo enseñar lenguaje
Existen numerosas investigaciones que mues tran cómo enseñar lenguaje a niños con autismo. Las agrupamos en función de la habilidad, desde las más sencillas hasta las más complejas. Ecoicas. Para enseñar vocalizaciones y repetir sonidos (conducta ecoica- en la te rmino logí a de Skinner, 1957) se han utilizado en niños con au tismo procedimientos realizados con niños con problemas diversos (Drash, High y Tudor, 1999; Lovaas, Berberich, Perloff y Schaffer, 1966; Smi th, Michael y Sundberg, 1996; Sundberg, Michael, Partington y Sundberg, 1996; Vaughan y Michael, 1982; Yoon y Bennett, 2000). Mandos. Para enseñar a los niños a pedir (man dos en la terminología de Skinner, 1957), se han desarrollado procedimientos basados en el análi
sis de conducta verbal que son aplicables a niños con autismo (Hall y Sundberg, 1987; Lamarre y Holland, 1985; y Simic y Bucher, 1980). Respec to a las investigaciones con niños con autismo, Charlop, Schreibman y Thibodeau (1985) enseña ron a siete niños a pedir objetos sin indicaciones del maestro («espontáneamente») con un procedi miento de demora temporal. Los niños generali zaron esta habilidad a otras situaciones, personas y contextos. Yamamoto y Mochizuki (1988) en señaron a tres niños con autismo a pedir objetos y a rechazar los objetos que no se correspondían con los que pedían. La habilidad se generalizó a otros objetos y situaciones. Farmer-Dougan (1994) en señó a tres adultos con autismo a pedir de forma apropiada, con un procedimiento de enseñanza incidental. Tactos. Para enseñar a los niños con autismo a nombrar objetos (tactos en la terminología de Skin ner, 1957), Barrera y Sulzer-Azaroff (1983) y Par tington, Sundberg, Newhouse y Spengler (1994) diseñaron procedimientos efectivos para enseñar a niños con autismo. El último procedimiento se derivó de procedimientos que habían servido para enseñar a otros niños con otros problemas (Sund berg, San Juan, Dawdy y Arguelles, 1990; Sigafoos, Doss y Reichle, 1989). Intraverbales. Otra habilidad es la de aprender a responder preguntas (intraverbales en la termi nología de Skinner). Handleman (1979) enseñó a cuatro niños con autismo a responder preguntas y estudió su generalización en otros lugares, in cluida su casa. Las respuestas se generalizaron cuando se enseñaron en lugares diversos. Otras in vestigaciones que se hicieron posteriormente con niños sin autismo pero que se pueden emplear con éxito para enseñar a niños con autismo fueron rea lizadas por Braam y Poling (1983), Sundberg, Endicott y Eigenheer (2000), Partington y Bailey(1993) y Watkins, Pack-Teixteira y Howard (1989). Preguntar. Otra habilidad verbal es la habilidad de hacer preguntas. Esta habilidad es muy impor tante en los niños con autismo porque, entre otras cosas, al hacer preguntas el niño muestra cierta cu riosidad por aprender. Secan, Egel y Tilley (1989) © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo I
diseñaron un procedimiento para enseñar a niños :on autismo a hacer preguntas sobre fotos de revis as, tales como ¿qué es?, ¿cómo ocurrió? o ¿por qué pasó? Los niños aprendieron a hacer estas pregun tas y la habilidad se generalizó a otras fotos. La generalización ocurrió con fotos en las que el estí mulo relevante que produce la pregunta no estaba presente, pero sólo después de que se programó la generalización. Por otra parte, Taylor y Harris 1995) enseñaron a tres niños con autismo a pre guntar el nombre de objetos (preguntar «¿qué es?»). La conducta se generalizó a objetos no enseñados, a varios lugares y ante otras personas. Williams, Donley y Keller (2000) enseñaron a dos niñas con autismo a preguntar por objetos escondidos en ca ja s. Pr ime ro las ni ña s pr eg un ta ro n el nom br e de l t-bjeto, después pidieron verlo y después lo pidie ron. Con esta investigación mostraron que este pro cedimiento sirve para que niños con autismo adquie ran conductas que les permiten conocer nuevos objetos del medio. G. Williams, Pérez-González y Vogt (en prensa) replicaron ese estudio y demos traron que con este procedimiento los niños adquie ren las tres conductas de forma independiente y nacen cada pregunta ante la ocasión apropiada. Este resultado es importante porque se mostró que el procedimiento usado en estas dos investigaciones sirve para enseñar a los niños a hacer cada pregunta apropiadamente ante contextos y situaciones cam biantes. Conducta
verbal:
«preposiciones».
Otros
es
tudios mostraron cómo enseñar a niños con au tismo a usar preposiciones apropiadamente (auwclíticos en la terminología de Skinner). Por ejemplo, Sailor y Taman (1972) enseñaron a tres niños con autismo a usar las proposiciones inglesas in y on («dentro» y «sobre» en español). Sus resultados sugieren que se aprenden mejor si se presentan estímulos no ambiguos. McGee, Krantz y McClannahan (1985) enseñaron a tres niños con autismo el uso expresivo de preposi ciones para describir la localización de objetos, con un procedimiento de enseñanza incidental, que se probó más eficaz para la generalización y el uso espontáneo de las preposiciones que otros métodos tradicionales. © Ediciones Pirámide
3.2.6.
39
Investigaciones sobre aprendizaje verbal generalizado
Una pregunta recurrente en el tratamiento del autismo es la de si los niños con autismo aprenden sólo lo que se les enseña o pueden realizar con ductas ante situaciones nuevas. Muchas veces, la capacidad para mostrar conductas ante nuevas si tuaciones se considera una capacidad esencial en las personas. En los últimos 20 años se ha desa rrollado una línea de investigación muy extensa que tiene como su principal característica la de estudiar cómo se puede generar comportamiento ante situaciones nuevas. Esta línea se denomina equivalencia de estímulos y, más recientemente, relaciones de estímulos. Lo esencial en una investigación sobre equiva lencia de estímulos es que se enseñan a una perso na dos discriminaciones condicionales y después se observa que la persona muestra perfecta ejecu ción ante nuevas discriminaciones condicionales que son el resultado de combinar los estímulos de los anteriores. Por ejemplo, se enseña a un niño a seleccionar una tarjeta con el número 1 en presen cia de una tarjeta con un punto (la relación AB) y se le enseña a seleccionar la tarjeta con la palabra «UNO» en presencia de la tarjeta con un punto (la relación BC). A continuación, se prueba una dis criminación condicional nueva en la que aparece la tarjeta con el número 1 y se presentan tarjetas con la palabra «UNO», «DOS» y «TRES». En con diciones normales, los niños desde los tres años o antes eligen la palabra «UNO» (la relación AC); para realizar una investigación como ésta, se pueden consultar el libro de Sidman (1994) y el artículo en español de Pérez-González y More no-Sierra (1999). Existen numerosas investigacio nes que muestran que las personas pasamos prue bas de este tipo sin ninguna dificultad cuando se dan las condiciones apropiadas (Sidman, 1994). Se dice que las personas muestran equivalencia de es tímulos, o que las relaciones de equivalencia emer gen. Por esto, muchos investigadores considera mos que la equivalencia de estímulos es un proceso básico de aprendizaje y esencial para la compren sión y producción del lenguaje en la vida coti-
40 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
diana, en la que los estímulos cambian continua mente. Los niños con autismo también superan las prue bas de equivalencia. Por ejemplo, Eikeseth y Smith (1992) mostraron la emergencia de las relaciones de equivalencia en cuatro niños de tres a cinco años de edad. Pérez-González y G. Williams (1996) es tudiaron la relación de simetría en una niña con autismo (que consiste básicamente en enseñar una discriminación condicional AB y probar la discri minación con la función de los estímulos inver tida BA). La niña superó con facilidad la prueba de simetría (G. Williams, 1998, y G. Williams y Pérez-González, 2002). Otro estudio mostró sime tría en tres niños con autismo (Pérez-González, McDonough y Greer, 1998). En este estudio, un niño no mostró la simetría inicialmente; sin embargo, una vez que fue expuesto a 30 ensayos con la rela ción reflexiva (discriminaciones condicionales con los estímulos de muestra y de elección idénticos —relación AA—), ese tercer niño también superó la prueba de simetría. Los estudios de Eikeseth y Smith, de Pérez-González, McDonough y Greer y de Pérez-González y G. Williams muestran que aunque parezca que los niños con autismo tienen una capacidad limitada para exhibir las habilida des complejas propias de la equivalencia, estos niños tienen la misma capacidad para emitir con ductas ante situaciones nuevas cuando se les ex ponen ante las circunstancias adecuadas. Los tres estudios mostraron que los niños con autismo po seen esta capacidad, por una parte, y, por otra, que los procedimientos de aprendizaje realizados de forma adecuada sirven para enseñar a estos niños esta capacidad en apariencia tan impropia de ellos. En esta tarea, los niños con autismo apenas difie ren de los niños de desarrollo normal. Otro estudio que sigue esta línea versó sobre transferencia de unas habilidades verbales a otras. Igual que en las investigaciones sobre equivalen cia, se enseñan unas habilidades y se prueban otras. Pérez-González y G. Williams (en prensa) ense ñaron a cuatro niños con autismo o a nombrar al gunos objetos o a señalar otros objetos a medida que el instructor decía sus nombres. Después se hacía una prueba para comprobar si los niños se
ñalaban los objetos que habían aprendido a nom brar y nombraban los objetos que habían aprendi do a señalar. La prueba se efectuó dos veces con un intervalo de varios meses. Los resultados mos traron que los niños con autismo inicialmente no transfieren de una habilidad a la otra. Sin embar go, tras varios meses de enseñanza con un currículo conductual, muestran que pueden señalar los objetos que aprenden a nombrar, aunque no se les haya enseñado explícitamente a señalar esos obje tos; en este momento, no nombran los objetos que aprendieron a señalar. Finalmente, tras varios me ses de enseñanza en su currículo, los niños mues tran transferencia de la habilidad de nombrar ob jet os a se ña la rl os y de se ña la r ob je to s a no mb ra rl os . Ocurre igual que con los niños de unos seis años de edad. Este resultado es importante porque mues tra que el niño puede «generar» lenguaje que no se le ha enseñado explícitamente. Todas estas investigaciones coinciden en mos trar que los niños con autismo generan relaciones nuevas en el sentido de que emiten conducta ver bal ante situaciones novedosas. La dificultad, en cambio, está en enseñar las habilidades explícitas que necesitan para generar. Por ejemplo, es difícil enseñar las primeras discriminaciones condiciona les (como ya se señaló); sin embargo, una vez que el niño las aprende, responde sin dificultad ante discriminaciones condicionales nuevas derivadas de las que aprendió. 3.2.7.
Investigaciones que mostraron cómo enseñar habilidades sociales
Numerosas investigaciones mostraron cómo enseñar habilidades sociales a niños con autismo (Gaylord-Ross, Haring, Breen y Pitts-Conway, 1984; Kamps et al., 1992; McEvoy, Nordquist, Twardosz, Heckaman, Wehby y Denny, 1988; Sainato, Goldstein y Strain, 1992). Algunas inves tigaciones mostraron cómo enseñar conductas bá sicas (Charlop y Trasowech, 1991; L. R. Koegel, R. L. Koegel, Hurley y Frea, 1992; Matson, Sevin, Fridley y Love, 1990), mientras que otras se refie ren a interacciones sociales más elaboradas. Por ejemplo, algunas investigaciones mostraron cómo © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo I
enseñar a los niños con autismo a iniciar y mante ner conversaciones (Pierce y Schreibman, 1995. 1997), a iniciar el juego con un adulto (Taylor y Levin, 1998) o a ayudar a otras personas (Harris, Handleman y Alessandri, 1990). También se en señaron procedimientos para establecer conductas de juego: Stahmer y Schreibman (1992) enseña ron a tres niños con autismo a jugar apropiadamente y las ganancias se generalizaron a otros lugares y se mantuvieron tras un mes de seguimiento en dos niños. Las conductas disruptivas disminuyeron. Muchas de estas y otras investigaciones mostra ron generalización a otros lugares fuera de los de la terapia. La mayor parte de estas investigacio nes se ha realizado con niños con autismo (Weiss y Harris, 2001), aunque también ha habido inves tigaciones sobre estrategias eficaces para ense ñar habilidades sociales a adolescentes (Haring y Breen, 1992; R. L. Koegel y Frea, 1993) y a adul tos con autismo (Farmer-Dougan, 1994). Las intervenciones para enseñar habilidades sociales han utilizado múltiples técnicas, entre las cuales se encuentran el uso de algún tipo de ayuda para indicar al niño con autismo lo que debe decir en cada momento de una interacción social. Entre los procedimientos están el uso de scripts (ayudas escritas) (Krantz y McClannahan, 1993; Krantz y McClannahan, 1998; Sarokoff, Taylor y Poulson, 2001), ayudas textuales y pictóricas (Thiemann y Goldstein, 2001), ayudas táctiles (Shabani et al., 2002), modelado y ayudas verbales (Gena, Krantz, McClannahan y Poulson, 1996; Shafer, Egel y Neef, 1984), desvanecimiento y demoras tempo rales (Matson, Sevin, Box, Francis y Sevin, 1993). dramas (Goldstein y Cisar, 1992) y conductas pi vote (R. L. Koegel y Frea, 1993; R. L. Koegel, Koegel y McNermey, 2001). Muchos estudios con taron con la participación activa de otros niños (Goldstein, Kaczmarek, Pennington, Shafer, 1992; Odom y Strain, 1986). Otras investigaciones analizaron asimismo las relaciones entre las habilidades sociales y otras conductas. Por ejemplo, R. L. Koegel, Dyer y Bell (1987) analizaron la conducta social de evitación de los niños con autismo y encontraron que la evi tación es mayor en las actividades que los niños © Ediciones Pirámide
41
no prefieren. La evitación disminuye cuando al niño se le enseña a pedir la actividad que prefiere. A su vez, Kamps, Barbetta, Leonard y Delquadri (1994) encontraron que los niños con autismo interactuaban más con otros niños después de parti cipar en un programa de fluidez y comprensión lectoras. 3.2.8.
Investigaciones sobre cómo enseñar lectura
Algunas investigaciones sobre cómo enseñar a leer a niños con dificultades se realizaron con ni ños con autismo. En ellas se muestra una vez más que los niños con autismo aprenden de forma si milar a como aprenden otros niños con habilida des funcionales similares. Rosenbaum y Breiling (1976) enseñaron lectura comprensiva a un niño con ayudas verbales, modelado y guías físicas. La lectura se mantuvo cuando se retiraron los refor zadores iniciales y se generalizó a palabras e ins trucciones nuevas y en presencia de otras perso nas. La efectividad se mantuvo cuando estuvieron presentes otras personas. McGee, Krantz y Mc Clannahan (1986) enseñaron lectura con compren sión a dos niños con autismo por medio de un pro cedimiento de enseñanza incidental y obtuvieron un grado alto de generalización. Kamps, Barbetta, Leonard y Delquadri (1994) diseñaron un proce dimiento para enseñar lectura fluida y compren sión a niños con autismo, con la participación ac tiva de niños de desarrollo normal. Todos los niños (con y sin autismo) incrementaron su fluidez y ni vel de compresión. Además, los niños con autis mo aumentaron sus interacciones con los demás niños durante el tiempo libre. 3.2.9.
Investigaciones sobre cómo enseñar trabajo concentrado y habilidades académicas
Otras investigaciones con niños con autismo se realizaron para enseñar a los niños a realizar tra bajos de estudio. Por ejemplo, Dunlap y Johnson (1985) enseñaron a tres niños con autismo a tra bajar independientemente concentrados en la ta-
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rea. Mostraron que los niños mantenían más acti vidad centrada en la tarea, tanto en presencia como en ausencia del instructor, cuando éste aparecía a intervalos irregulares que si lo hacía de forma re gular. Otras investigaciones se realizaron sobre cómo enseñar a los niños con autismo a atender al maes tro en el aula. R. L. Koegel y Rincover (1974) en señaron a niños con autismo conductas necesarias para seguir una clase en el aula. Entre las habili dades que enseñaron se encuentra atender al maes tro respondiendo a su llamada, imitar, hablar de forma elemental y vocabulario de reconocimien to. Estas habilidades no se generalizaron espontá neamente a la situación del aula; sin embargo, los niños generalizaron cuando se planificó su gene ralización por medio de un procedimiento de des vanecimiento (fading in). En otro estudio, estos investigadores estudiaron generalización de con ductas desde el lugar de la terapia a otro lugar en diez niños con autismo (Rincover y Koegel, 1975). Seis niños generalizaron. Con los otros cuatro ni ños, los autores identificaron los estímulos espe cíficos que éstos atendían e introdujeron dichos estímulos en el lugar no terapéutico. Con ello, los niños generalizaron.
3.2.10.
Conclusiones sobre las intervenciones específicas
La gran cantidad de estudios sobre tratamien tos específicos muestra que los niños con autismo pueden aprender una enorme variedad de habili dades cuando se les enseña de forma adecuada. Muchas investigaciones han mostrado que algu nos procedimientos no sirven para enseñar a ni ños con autismo; en cambio, en las mismas condi ciones y con los mismos niños sí sirven otros procedimientos más elaborados. Algunos procedi mientos no son efectivos para enseñar una habili dad, pero una variación aparentemente pequeña hace que el procedimiento resultante sea eficaz para enseñar esta habilidad. En relación con este he cho, es importante tener en cuenta que el uso in adecuado de procedimientos puede resultar en que el niño con autismo no aprenda. En ese caso, es
posible que alguien extraiga conclusiones erróneas sobre la falta de validez de dichos procedimien tos. Lo adecuado en ese caso sería considerar que las limitaciones son del procedimiento que se uti lizó, nunca del niño, o que el procedimiento no sirve para enseñar a ese niño en esa condición (Baer, 1985). A veces existe dificultad en determinar el mo mento adecuado para comenzar una intervención, porque no se conocen con precisión las habilida des iniciales que se necesitan para enseñar una habilidad. En la práctica, el problema se solucio na de la forma siguiente: primero, se ensaya un procedimiento en un momento de la intervención que el terapeuta considera adecuado. Muchas ve ces se acierta con esta apreciación y la técnica sir ve para enseñar esa habilidad. Cuando no funcio na, se puede esperar a que el niño aprenda otras habilidades e intentarlo de nuevo. Sin embargo, es importante tener siempre en cuenta la posibili dad de que el niño no aprende debido a que el pro cedimiento no es el adecuado; un procedimiento diferente, o una pequeña variación en el proce dimiento, puede servir para que aprenda. El pro blema que plantea esta táctica artesanal consiste en probar en diferentes momentos la intervención o pequeñas variaciones de la intervención. De ahí la necesidad de tener maestros bien formados que no enseñen de manera mecánica, sino de manera sistemática, y que analicen el aprendizaje (los da tos) de manera continua. Estas dificultades en la enseñanza se irán resolviendo con investigaciones en las que se determine de una manera más preci sa las habilidades necesarias para enseñar cada habilidad.
3.3.
Conclusion es sobre los tratamientos conductuales
Las investigaciones sobre la eficacia de las in tervenciones conductuales globales y sobre inter venciones específicas han mostrado que los niños con autismo aprenden considerablemente cuando se aplican procedimientos basados en el análisis de la conducta. Como hemos mencionado anterior mente, los procedimientos eficaces se derivaron de © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para el autismo I
investigaciones básicas sobre procesos de apren dizaje. Además, en muchas ocasiones fue necesa rio investigar qué técnicas específicas fueron ne cesarias para enseñar una habilidad. En general, estas investigaciones tienen las si guientes características: primero, han mostrado que la intervención en niños con autismo debe comen zar a edades tempranas, preferentemente antes de los cuatro años (Bristol et al., 1996; Green, 1996; Harris y Handleman, 2000; Rogers, 1998). Segun do, han mostrado que debe ser lo suficientemente larga y lo suficientemente intensiva como para que pueda alcanzarse un funcionamiento intelec tual dentro del rango considerado normal (Rogers, 1996; Rosenwasse y Axelrod, 2001; Scheirbman, 2000). Tercero, han mostrado que deben realizar se en un momento oportuno del desarrollo, de acuerdo con las habilidades que el niño haya ad quirido en ese momento. Por ejemplo, una inves tigación sobre cómo aprende el niño a nombrar objetos se realiza cuando el niño ya imita una se rie de sonidos y de palabras. Como parece claro que el repertorio inicial del niño puede influir en el éxito de la intervención, se evalúan con detalle las habilidades con que cuenta el niño al comien zo de la investigación (R. L. Koegel, L. K. Koegel y McNermey, 2001). Cuarto, han mostrado la im portancia de enseñar lenguaje funcional a niños con autismo (Sundberg y Michael, 2001). En los casos en que no se cumplen estas condi ciones, el tratamiento conductual puede ser efecti vo para enseñar a personas con autismo de todas las edades y niveles de habilidad, pero no produce tanto aprendizaje como en aquellas condiciones ideales. El tratamiento conductual puede producir efectos duraderos y perdurables que permiten la integración con éxito del niño con autismo en es cuelas de niños de desarrollo típico normal. Es im portante observar que todos los investigadores cu yos estudios hemos descrito tienen datos objetivos tomados durante períodos largos de tiempo que de muestran que los logros de los niños son durade ros, persisten o continuaron progresando después de su inclusión en las escuelas de niños de desarro llo típico, y que esta integración sólo se realiza cuan do los niños demuestran suficientes habilidades £> Ediciones Pirámide
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como para poder tener éxito en el aula normal. La integración de que hablamos es totalmente diferen te de la idea de la integración en la que se coloca a los niños con discapacidades en aulas de niños de desarrollo normal con un currículo separado y con profesores de apoyo. Aquí nos referimos a la inclu sión del niño en clase sin que necesiten más ayuda que la que reciben el resto de compañeros.
4.
CONCLUSIONES
De los numerosos tratamientos revisados, el fundamentado en el análisis aplicado de la con ducta es el único que utiliza los procedimientos más y mejor evaluados empíricamente (tal como afirman Jacobson y Mulick, 2000; Rosenwasse y Axelrod, 2001, 2002; Schreibman, 2000). Existen numerosas investigaciones sobre intervenciones específicas que muestran científicamente la posi bilidad de enseñar a personas con autismo un am plio abanico de habilidades, desde las más bá sicas, tales como mirar a los ojos, seguir instruc ciones e imitar, hasta las más complejas, como hacer preguntas, responder ante relaciones nuevas y tener comportamientos sociales adecuados. Es tas investigaciones muestran además en qué con diciones es posible enseñar estas habilidades y cómo el aprendizaje de estas personas requiere de técnicas muy especializadas. Las intervenciones globales muestran el efecto a largo plazo de usar muchas de estas técnicas en un paquete integrado. Todas estas investigaciones han servido para cons truir un modelo de educación para personas con autismo y constituyen el aval suficiente para con siderar que el tratamiento del autismo basado en los procedimientos del análisis aplicado de la con ducta está bien establecido. Por ello el Departa mento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos lo ha reconocido como tratamiento de elec ción para el autismo (United States Public Health Service, 1999). Debido a las pruebas contundentes de eficacia producidas por estos estudios empíricos y a las fa milias que exigen una educación conductual para sus hijos con autismo, entidades gubernamentales
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en Estados Unidos decidieron reevaluar estos re sultados. Una de estas entidades que llevó a cabo un seguimiento de varios años fue el National Re search Counc il . Tras un estudio exhaustivo de tres años sobre la efectividad de diferentes intervencio nes para el tratamiento del autismo, el National Research Council concluyó que los procedimien tos basados en el análisis de la conducta son los únicos que hasta el momento han ofrecido eviden cias claras de su efectividad (Lord y McGee, 2001). Los autores del informe del National Research Council sugieren que la categoría diagnóstica no debería ser sólo autismo, sino desorden del espec tro autista, porque no hay una línea clara que dife rencie entre trastorno autista, trastorno generaliza do del desarrollo no especificado y síndrome de Asperger. Hay evidencia de que niños que tienen formas muy leves de autismo necesitan tantos ser vicios como los niños con formas severas. También existen evidencias de que todos ellos pueden bene ficiarse con estas intervenciones (Smith et al., 2000). 2
Nuevamente, en un informe del Surgeon Ge neral de Estados Unidos (United States Public Health Service, 1999) se ha reconocido que las prácticas más investigadas provienen del análisis aplicado de conducta y de la psicología conduc tual y reconocen el análisis aplicado de conducta
como un tratamiento efectivo para el autismo. Otro organismo gubernamental de Estados Unidos, el Departamento de Educación, en la ley denomina da
Individuáis
with
Disabilities
Educational
Act-
IDEA (United States Department of Education, 1997), ha reconocido al análisis de la conducta, y en particular su tecnología de evaluación y análi sis funcionales, como una metodología importan te para el manejo de los desórdenes conductuales. Desafortunadamente, el tratamiento más y me jor ava la do empí ri cam ent e no ha si do dis emin ado lo suficiente en España, donde al panorama de tra tamientos del autismo se siguen añadiendo tera pias marginales y fraudulentas e intervenciones psicoeducativas cuyos componentes son difíciles de valorar, pero que claramente resultan inefica ces. A veces se aplican tratamientos caros e inúti les. A este panorama se añaden personas que afir man que el autismo no tiene tratamiento y cuya autoridad trae como resultado que los niños mal gasten su tiempo en programas ineficaces. La co munidad científica posiblemente haga bien en di vulgar apropiadamente los hallazgos mencionados entre los principales afectados, especialmente pa dres, maestros, pediatras y otros profesionales. De esta forma, la sociedad se beneficiará del resulta do de la excelente investigación en este campo.
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El National Research Council es un grupo del Con greso de Estados Unidos que es responsable de evaluar la
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Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la depresión en la infancia y adolescencia FR AN CI SC O XAVIER M É N DE Z CARRI LLO A N A ISABEL MARISA JOSÉ
DEPRESIÓN INFANTIL, ADOLESCEN TE Y ADULTA
1.
1
El tratamiento psicológico de los trastornos del estado de ánimo en la infancia y en la adolescen cia se caracteriza por su «juventud» y por su de pendencia de la investigación en el campo adulto. A principios del siglo xx varios psiquiatras euro peos llamaron la atención sobre la depresión in fantil; sin embargo, el interés decayó en los años treinta y no reapareció hasta finales de los sesen ta, cuando se desarrolló una polémica entre defen sores de la especificidad de la depresión infantil, que resaltaban los aspectos evolutivos de la sintomatología depresiva de niños y adolescentes, des tacando la sugerente teoría de la depresión enmas carada (Cytryn y McKnew, 1972), y partidarios de la similitud con la depresión de los adultos. La discusión sobre la naturaleza y fenomenología de la depresión infantil se zanjó con la toma de pos tura de la American Psychiatric Association (APA) (1980-1983), que en la tercera edición del Diagnostic
and
statistical
manual
of mental
disorders
estableció que «los síntomas esenciales del episo dio depresivo mayor son similares en niños, ado lescentes y adultos» (p. 221). Para constatar la pre sencia de un síntoma es suficiente el informe del niño, excepto en la agitación o el enlentecimiento psicomotores, que tienen que resultar tan graves Este aparta do se redu ce a seña lar las diferen cias con la depresión adulta. Para los aspectos comunes el lector debe consultar el capítulo sobre depresión adulta. 1
© Ediciones Pirámide
MO NT OY A
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JOSÉ
RO SA AL CÁ ZA R FERN ÁNDE Z
ESP ADA SÁ NC HE Z
OLIVARES
RO DR ÍG UE Z
como para ser observables por los demás y no cons tituir únicamente una sensación subjetiva. El reconocimiento de la misma sintomatología del episodio depresivo mayor no es incompatible con el hecho clínicamente comprobado de que cier tos síntomas son más frecuentes a determinadas edades. Los criterios Weinberg se propusieron para el diagnóstico específico de la depresión infantil y son probablemente los de mayor impacto (Wein berg, Rutman, Sullivan, Pencik y Dietz, 1973). Sin embargo, los criterios DSM son los más utilizados. Según la APA (2000), en la depresión prepuberal predominan las quejas somáticas, la irritabilidad y el aislamiento social, mientras que el enlentecimiento motor, la hipersomnia y las ideas delirantes son menos comunes. Otras dife rencias relacionadas con la edad son menor pre valencia, predominio del género femenino menos acusado, mayor proporción de distimia e índices más elevados de problemas asociados, especial mente trastornos de ansiedad y comportamientos exteriorizados (desobediencia, agresividad, hiperactividad). Méndez (1999) señala que con la edad varían no sólo la importancia de los sistemas de respuesta, sino también las repercusiones negativas. Durante la in fancia la depresión afecta a nivel personal (males tar físico, sufrimiento psicológico), familiar (dete rioro de las relaciones padre-hijo), escolar (descenso
58 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
TABLA 2.1 Síntomas
I.
Síntomas principales
depresión
infantil
(Weinberg
et
al.,
1973)
Estado de ánimo disfórico (melancolía) a) Expresi ones o muestras de tristeza, soledad, desdicha, indefensión y/o pesim ismo. b) Cambi os en el estado de ánimo , malhum or. c) Irritabilidad, se enfada fácilmente. d) Hipersensibi lidad, llora fácilmente. e) Negati vismo , resulta difícil de complacer. Ideación autodespreciativa a) Sentimien tos de inutilidad, incapacidad , fealdad, culpabilida d (autocon cepto negativ o). b) Ideas de persecució n. c) Deseos de muerte. d) Deseo s de huir, de esca pars e de casa. e) Tentativas de suicidio.
II . a) b) c) d) e)
Síntomas secundarios
de
Conducta agresiva (agitación) Dificultades en las relaciones interpersonales. Facilidad para riñas y penden cias. Poco respeto a la autoridad. Beligerancia, hostilidad, agitación. Discusión , peleas excesivas o ira súbita.
III.
Alteraciones del sueño a) Insom nio inicial. b) Sueño inquieto . c) Insom nio tardío. d) Difícil despertar por la mañana .
IV .
Cambios en el rendimiento escolar a) Quejas frecuentes de los maestros: ensim ismado , pobre concent ración, escasa memori a. b) Disminuc ión del esfuerzo habitual en tareas escolare s. c) Pérdida del interés habitual por actividades extraescolare s.
V.
Socialización disminuida a) Menor participación en grupo. ¿>) Sociabilidad disminuida, menos simpático, menos agradable. c) Retraimie nto social. d) Pérdida de intereses sociales habitual es.
VI .
Cambio de actitud hacia la escuela a) Pérdida de placer en actividades escolares. b) Neg ativ a o rec hazo a ir a la escu ela.
VII.
Quejas somáticas a) Cefalalgias no migrañ osas. b) Algias abdom inale s. c) Mialgias. d) Otras preocup aciones o quejas somáticas .
VIII.
Pérdida de la energía habitual a) Pérdida de interés por actividades y entreten imientos extraescolare s. b) Disminució n de la energía, fatiga física y/o mental. Cambios en el apetito y/o peso habituales © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la depresión en la infancia y adolescencia I
del rendimiento académico) y social (aislamiento), y predominan las alteraciones psicofisiológicas y motoras. Con el paso de los años adquiere relevan cia el sistema cognitivo y surgen dificultades en nuevos ámbitos como el sexual o el legal. La prevalencia de los trastornos del estado de ánimo en población infantil se estima en torno al 2 por 100 de depresión mayor y entre el 4 y el 7 por 100 de distimia (Dofnénech y Polaino-Lorente, 1990). En población adolescente la depresión es más común, cifrándose alrededor del 5 por 100.
2.
TRATAMIENTO PSICOLÓGICO
En este apartado se examina el apoyo empírico proporcionado por 15 ensayos controlados sobre tratamiento psicológico de la depresión infantil y adolescente que dieron lugar a 24 estudios de com paración con otro tratamiento psicológico, con atención placebo, con lista de espera y/o con no tratamiento. La mayor parte de la investigación sobre valo ración del tratamiento psicológico se ha llevado a cabo en los años noventa. De una población próxi ma a 5.000 se seleccionaron 863 participantes, de siete a 19 años, que cumplieron los requisitos de inclusión en los ensayos controlados. Con respec to a la edad, la proporción estimada fue un niño por tres adolescentes. Con respecto al género, la distribución aproximada fue dos varones por tres mujeres. En la depresión infantil predominó lige ramente el género masculino, y en la depresión adolescente prevaleció claramente el género feme nino. En depresión infantil las muestras fueron escolares, mientras que en depresión adolescente fueron casi siempre clínicas o subclínicas. El 80 por 100 de los participantes tratados reci bieron terapia de conducta, la única utilizada con niños, el 13 por 100 psicoterapia interpersonal y el 7 por 100 terapia familiar sistémica. El trata miento promedio, aplicado de forma individual y/o más frecuentemente en pequeños grupos, se compuso de 11 sesiones (rango: 5-16) de 70 mi nutos (rango: 45-120) distribuidas en nueve sema nas (rango: 5-18). © Ediciones Pirámide
59
2. 1. Terapia de conducta 2.1.1.
Procedimientos terapéuticos
Dos de cada tres estudios comparativos de te rapia de conducta valoran tratamientos multicomponentes, mientras que un tercio analiza la efica cia de un procedimiento aplicado de forma aislada, concretamente habilidades sociales, relajación, reestructuración cognitiva y automodelado. Excep to el último, los otros suelen incluirse en los trata mientos contrastados, como el Curso de afrontamiento de la depresión-versión adolescente (The Coping
with
Depression
Course-Adolescent
Ver
sión, CWD-A; Clarke y Lewinsohn, 1986; Lewinsohn y Clarke, 1986). De acuerdo con el enunciado «los problemas complejos requieren soluciones complejas», la práctica más extendida entre los terapeutas de con ducta es aplicar tratamientos multicomponentes al considerar la depresión un trastorno con importan tes alteraciones cognitivas, psicofisiológicas y motoras. Los componentes más comunes son:
1. 2. 3.
Actividade s agradables, reestructuración cognitiva. Habil idade s sociales , resoluc ión de conflic tos y problemas interpersonales. Auto cont rol, relajación.
Sin embargo, la evidencia acerca de la hipoté tica superioridad del tratamiento multicomponente es débil. En dos metaanálisis realizados por el grupo de investigación de Méndez se encontró una tendencia favorable sólo marginalmente significa tiva (Méndez, Moreno, Sánchez-Meca, Olivares y Espada, 2000; Méndez, Rosa, Montoya, Espada, Olivares y Sánchez-Meca, 2002).
2.1.1.1. Relajación A)
Fundamentación
teórica
Hay tres razones principales para incluir la re lajación como elemento activo del tratamiento. En primer lugar, la relación con el estrés y la tensión.
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TABLA 2.2 Ensayos
controlados
sobre
tratamiento
psicológico
Autor/es
Año
Edad
N
Terapia
1. Butler et al.
1980
11-12
56
Cognitivo-conductual
de
la
depresión
infantil
y
adolescente
Comparación 1. Entrenamiento en habilidades sociales versus aten ción placebo + no tratamiento. 2. Reestructuración cognitiva versus atención place bo + no tratamiento.
2. Reynolds y Coats
1986
13-16
30
Cognitivo-conductual
3. Tratamiento multicomponente versus lista de espera. 4. Relajación progresiva versus lista de espera.
3. Stark et al.
1987
9-12
28
Cognitivo-conductual
5. Tratamien to multicomp onente (autocontro l) versus lista de espera. 6. Tratamiento multicomponente (resolución de proble mas) versus lista de espera.
4. Liddle y Spence
1990
7-12
31
Cognitivo-conductual
Eticada Media Baja Muy alta Muy alta Media Media
7. Tratamiento multicomponente versus atención place bo + no tratamiento.
Media" Alta Alta Alta
5. Kahn et al.
1990
10-1 4
68 Cognitivo-conductual
8. Tratamiento multicomponente versus lista de espera. 9. Relajación progresiva versus lista de espera. 10. Automodelado versus lista de espera.
6. Lewi nsoh n et al.
1990
14-18
59 Cognitivo-conductual
11. Tratam iento multico mponen te (adolescentes) versus lista de espera. 12. Tratamiento multicomponente (adolescentes + padres) versus lista de espera.
Muy alta
Cognitivo-conductual Interpersonal
13. Entrenamiento en habilidades sociales versus psico terapia interpersonal.
-Media
18 Cognitivo-conductual
14. Entrenamiento en habilidades sociales versus aten ción placebo .
Muy alta
15. Tratamiento multicomponente versus atención placebo.
Baja"
7. Fine et al. 8. Reed 9. Vosta nis et al.
1991 1994 1996
13-17 14-19 8-17
66
57
Cognitivo-conductu al
Media
b
* Las diferencias entre los grupos de tratamiento y control no fueron significativas. El tamaño del efecto fue de signo negativo, es decir, la psicoterapia interpersonal fue más eficaz en el postest, aunque en el seguimiento se igualaron ambas terapias. b
TABLA
2.2
Año
Edad
N
Terapia
10. Wood et al.
1996
9-17
53
Cognitivo-conductual
11. Weis z et al.
1997
9-12
48
12. Bren t et al.
1997
13-18
Autor/es
1999
14-18
Comparación
Eficacia
16. Tratamiento multicomponente versus relajación pro gresiva.
Baja
Cognitivo-con ductual
17. Tratamiento multicomponente versus no tratamiento.
Baja
107 Cognitivo-conductual
18. Tratamiento multicomponente versus atención pla cebo. 19. Terapia familiar sistémica versus atención placebo.
Baja Nula
Familiar sistémica 13. Clark e et al.
(continuación)
123 Cognitivo-con ductual
Interpersonal
14. Mufson et al.
1999
12-18
48
15. Rosselló y Bernal
1999
13-17
71 Cognitivo-conductual Interpersonal
20. Tratamiento multicomponente (adolescentes) versus lista de espera. 21. Tratamiento multicomponente (adolescentes + padres) versus lista de espera.
Baja Muy alta
22. Psicoterapia interpersonal versus atención placebo.
Media
23. Tratamiento multicomponente versus lista de espera. 24. Psicoterapia interpersonal versus lista de espera.
Baja Media
62 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
La relajación es una estrategia útil para afrontar el estrés y un agente profiláctico de los correlatos bioquímicos del estrés. En segundo lugar, el im portante índice de comorbilidad con los trastornos de ansiedad. Aproximadamente cuatro de cada cin co niños y adolescentes con depresión presentan síntomas de ansiedad como quejas somáticas (Ryan et al., 1987), y uno de cada cinco adolescentes, un trastorno de ansiedad (Rohde, Lewinsohn y Seeley, 1991). En tercer lugar, sus efectos placenteros con trarrestan la irritabilidad y la tristeza característi cas de la depresión infantil y adolescente. B)
Apoyo
empírico
Tres ensayos con niños y adolescentes inclu yen relajación como tratamiento activo o control. Reynolds y Coats (1986) pusieron a prueba las hipótesis de que un tratamiento complejo centra do en la sintomatología de la depresión, programa integrado por actividades agradables y autocontrol, es superior a un tratamiento sencillo, relajación progresiva, orientado a problemas relacionados con la depresión como el estrés, y de que estos trata mientos son eficaces en comparación con la lista de espera. Mediante un minucioso proceso de re clutamiento de la muestra, polimetódico (entrevista clínica, cuestionarios de depresión, autoestima, autoconcepto y ansie dad), polietápico (tamización, evaluación), seleccionaron 30 estudiantes de se cundaria, 63 por 100 chicas, edad media 15,6 años, que presentaban niveles de depresión de modera dos a severos. En contra de lo esperado, los dos tratamientos resultaron igualmente eficaces. El 83 por 100 de los adolescentes tratados con el programa y el 75 por 100 de los tratados con relajación no presen taban depresión al finalizar el tratamiento, mien tras que ninguno de los controles en lista de espe ra se había recuperado. En el seguimiento realizado cinco semanas después los adolescentes, indepen dientemente del tratamiento recibido, se hallaban libres de depresión. Aunque ambos tratamientos no difirieron en la mejora de la depresión, se cons tató un pequeño efecto diferencial al compararlos con la lista de espera. El programa fortaleció más
el autoconcepto académico, mientras que la rela jación re du jo más la an si ed ad . Kahn, Kehle, Jenson y Clark (1990) tampoco encontraron diferencias entre la relajación y sen dos tratamientos multi y unicompo nente. Por el con trario, al finalizar la intervención el tratamiento multicomponente de Wood, Harrington y Moore (1996) fue superior a la relajación utilizada como control. Una fuente complementaria de evidencia son los programas multicomponentes que incluyen entre namiento en relajación progresiva como un elemento básico y que han probado su eficacia al comparar los con controles inactivos, lista de espera (Clarke. Rohde, Lewinsohn, Hops y Seeley, 1999; Lewin sohn, Clarke, Hops y Andrews, 1990) o no trata miento (Weisz, Thurber, Sweeney, Proffitt y Le Gagnoux, 1997). C)
Protocolo
terapéutico
Aunque en el programa CWD-A de Lewinsohn et al. la relajación también se puede enseñar con el método de Benson (1975), el procedimiento más común es una adaptación abreviada, como la de Bernstein y Borkovec (1973), de la relajación muscular progresiva de Jacobson (1938). La rela jación , como tr at ami ent o de la de pr es ió n infantil y adolescente, se aplica individualmente o en pe queños grupos de dos a seis miembros. La dura ción del tratamiento varía entre ocho y 12 sesio nes, de 50 minutos, a lo largo de un mes o dos. Cautela y Groden (1985) han realizado sendas adaptaciones del entrenamiento en relajación para niños mayores de ocho años y para niños peque ños o con graves problemas de conducta. Para ilus trar el entrenamiento se describe en la tabla 2.3 el protocolo de Reynolds y Coats (1986), que fueron los primeros en aplicar relajación como tratamiento aislado para la depresión.
2.1.1.2. Actividades agradables A)
Fundamentación
teórica
Según el modelo psicosocial propuesto por Le winsohn (1974), una característica básica de la de© Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la depresión en la infancia y adolescencia I
63
TABLA 2.3 Entrenamiento
en
relajación
Sesión 1.
a
progresiva
para
la
depresión
Introd ucción general
— Garantías sobre la confidencialidad de la información recogida y de los datos obtenidos. — Discusión de los objetivos del tratamiento y de los problemas generales de la depresión. — Explicación de la lógica de la relajación progresiva y discusión de la relación entre estrés, tensión muscular y depresión. — Utilidad del aprendizaje de habilidades específicas para facilitar la autorrelajación. — Importancia de completar las tareas para casa asignadas, especialmente los ejercicios de relajación muscular en los períodos entre sesiones. — Entrega de un cuaderno de trabajo para registrar la práctica de la relajación.
Sesiones 2. -5. a
— — — —
a
Enseñ anza de la relajación progresiva
Revisión de las tareas para casa mediante la exposición y discusión de las anotaciones en los cuadernos de trabajo. Retroalimentación y reforzamiento social por practicar la relajación y por cumplimentar los autorregistros. Procedimiento abreviado de relajación progresiva: ejercicios de tensión-distensión de grandes grupos musculares. Tareas para casa: práctica de los ejercicios de relajación aprendidos en la correspondiente sesión.
Sesiones 6. -9 . a
a
Genera lizac ión del aprendiza je
— Revisión de las tareas para casa mediante la exposición y discusión de las anotaciones en los cuadernos de trabajo. — Retroalimentación y reforzamiento social por practicar la relajación en situaciones de la vida diaria y por cumpli mentar los autorregistros. — Generalización de las habilidades adquiridas: aplicación de la relajación en situaciones naturales. — Tareas para casa: autorregistros de las situaciones que producen tensión y relajación en situaciones de estrés y tensión.
Sesión 10. — — — — —
a
Repas o general
Breve repaso de la lógica y del programa de tratamiento. Resolución de dificultades. Retroalimentación y reforzamiento social del terapeuta por el cumplimiento y la mejoría terapéutica. Instigación para continuar practicando la relajación y para aplicarla en futuras situaciones que causen tensión. Entrega de autorregistros.
presión es la pasividad, ya que el comportamiento está sometido en gran medida a un programa de extinción. Puesto que las actividades agradables se han mostrado eficaces para tratar la depresión de .os adultos, se sugiere su extrapolación al tratamiento de la depresión infantil y adolescente. B)
Apoyo
empírico
No existe ningún ensayo específico sobre acti vidades agradables. No obstante, la mayoría de los 9 Ediciones Pirámide
tratamientos multicomponentes las incluyen, pues to que se consideran un elemento fundamental de la terapia de conducta para la depresión. Estos tra tamientos se han mostrado tan eficaces como otro tratamiento psicológico (Wood et al., 1996) y su periores a la lista de espera (Clarke et al., 1999; Kahn et al., 1990; Lewinsohn et al., 1990; Rey nolds y Coats, 1986; Rosselló y Bernal, 1999; Stark, Reynolds y Kaslow, 1987) y al no tratamien to (Weisz et al., 1997). Aunque los tratamientos multicomponentes han probado su eficacia, son
64 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
necesarios estudios de desmantelamiento para co nocer la contribución de las actividades agrada bles a la ganancia terapéutica. C)
Protocolo
terapéutico
En el apartado 2.1.2.4 se describe el Curso de afrontamiento de la depresión-versión adolescen te, que incluye actividades agradables.
2.1.1.3. A)
Habilidades sociales
Fundamentación
teórica
Lewinsohn y Clarke (1984) proponen que el aumento de habilidades sociales permite obtener más reforzamiento positivo y como consecuencia los síntomas depresivos disminuyen. La investi gación prueba que la enseñanza de habilidades sociales mejora los repertorios básicos de conduc ta social de los niños. Los programas de habilida des sociales se han aplicado con éxito a niños y adolescentes con dificultades en el área social. B)
Apoyo
empírico
Tres ensayos controlados, uno de depresión in fantil y dos de depresión adolescente, prueban la eficacia del entrenamiento en habilidades socia les. Los objetivos del tratamiento de Butler, Miezitis, Friedman y Colé (1980) fueron: a) sensibili zar a los propios sentimientos y pensamientos y a los de los demás; b) enseñar habilidades que faci liten las relaciones sociales, y c) promover una orientación de resolución de problemas ante situa ciones estresantes o amenazantes por medio del aprendizaje de generación de alternativas. La es tructura de las sesiones consistió en ejercicios de calentamiento similares a los utilizados en di námicas de grupo, revisión de la sesión anterior, planteamiento de situaciones problemáticas, pre paración del juego de papeles (role-playing), re presentación, discusión, resumen de la sesión y tareas para casa. En cada sesión se trataron dos situaciones problemáticas relevantes, por ejemplo aceptación y rechazo de los compañeros, éxito y
fracaso, autoinculpación y soledad. El entrena miento en habilidades sociales probó ser un trata miento eficaz de la depresión infantil. Reed (1994) comparó con atención placebo la terapia de aprendizaje estructurado de Goldstein (1981; Goldstein, Sprafkin, Gershaw y Klein, 1980), una modalidad de enseñanza de habilidades socia les basada en una orientación de resolución de pro blemas interpersonales. Un objetivo adicional fue analizar el efecto diferencial de la terapia en fun ción del género. De un centenar de adolescentes, de 14 a 19 años de edad, pertenecientes a niveles socioeconómicos medio y bajo, residentes en ba rriadas de un área urbana, seleccionaron 18, la mi tad chicas. La intervención se desarrolló en seis sesiones, de 60 minutos, una cada dos semanas. El esquema de las sesiones de tratamiento fue discusión de la habilidad social correspondiente (expresión afecti va apropiada, autovaloración, etc.), instrucciones para su uso, modelado de los líderes del grupo, en sayo de la habilidad modelada por todos los miem bros del grupo mediante representación de papeles en relaciones típicas de sus ambientes familiares, retroalimentación de los compañeros y de los líde res del grupo, fomento de la práctica en casa y en la comunidad. La atención placebo consistió en la puesta en común de sentimientos personales expre sados a través de la creación artística y literaria. El entrenamiento en habilidades sociales logró una mejoría moderada de la depresión al finalizar el tratamiento y seis-ocho semanas después. De los adolescentes tratados el 83 por 100 de los chicos y el 20 por 100 de las chicas había mejorado, mien tras que ninguno de los que recibieron atención placebo consiguió mejorar, según el juicio de un clínico experto. Fine, Forth, Gilbert y Haley (1991) compara ron el entrenamiento en habilidades sociales con una terapia de discusión de grupo y apoyo tera péutico «basada en una aproximación interperso nal». El reclutamiento de los adolescentes se lle vó a cabo durante tres años en el Servicio de Consultas Externas de Psiquiatría Adolescente e Infantil del Hospital General de Vancouver, que ofertó programas de terapia en grupo por medio O Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la depresión en la infancia y adolescencia I
de anuncios en organismos públicos. Noventa y un adolescentes fueron remitidos al servicio por la vía habitual de los profesionales de la salud o fueron captados por la vía especial de los anun cios. Sesenta y seis adolescentes, 83 por 100 chi cas, edad media 15,1, participaron en el estudio. El 88 por 100 presentaban episodio depresivo mayor, y el 12 por 100, trastorno distímico. Vein tinueve adolescentes tenían un historial de inten tos de suicidio, computándose en total 44 inten tos de suicidio. Los tratamientos se desarrollaron en 12 sesio nes, una por semana, en pequeños grupos de seis o siete adolescentes. Aunque al finalizar la inter vención el entrenamiento en habilidades sociales se mostró menos eficaz para reducir la sintomaiología de la depresión y mejorar el autoconcep to, la diferencia desapareció a los nueve meses debido a que los adolescentes tratados con ha bilidades sociales mejoraron más durante el se guimiento, nó difiriendo significativamente los porcentajes de recuperación, 63 y 71 por 100, res pectivamente. Más de la mitad de los tratamientos multicom ponentes incorporan el entrenamiento en habilida des sociales. Estos tratamientos se han mostrado superiores a la atención placebo (Brent et al., 1997) y a la lista de espera (Clarke et al., 1999; Kahn et al., 1990; Lewinsohn et al., 1990; Rosselló y Bernal, 1999). Así pues, existe evidencia adicional sobre la eficacia de este entrenamiento en conjun ción con otros procedimientos terapéuticos. La única excepción es el ensayo de Liddle y Spence 11990), que constataron una remisión de la sintomatología depresiva tanto en los niños de entrena miento en competencia social como en los de aten ción placebo y no tratados. Las autoras sugieren que este resultado, contrario a los hallazgos en este campo, podría deberse al proceso de recuperación natural de la depresión. C)
Protocolo
terapéutico
Aparte el de Goldstein, resumimos el protoco lo de Fine et al. (1991). El entrenamiento se basó en un manual previamente preparado, que expli Z Ediciones Pirámide
y
65
caba en términos generales cada una de las habili dades específicas, descomponiéndolas en sus ele mentos (contacto ocular, tono de voz, gestos, etc.) y proporcionando ejemplos para el modelado y el ensayo de conducta. Se enseñaron y se practica ron siete habilidades sociales: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.
Rec ono cer los sent imien tos propio s y los de los demás. Most rarse asertiv o. Conversar. Dar y recibir retroa limen tació n positiva . Dar y recibir retroa limen tació n negativ a. Solucionar problema s interpersonales. Nego ciar para resolv er conflictos sociales.
El tratamiento se desarrolló en 12 sesiones, una por semana, en grupos de seis o siete. El esquema de la sesión inicial y de las restantes sesiones se ofrece en la tabla 2.4.
2.1.1.4.
A)
Resolución de conflictos y problemas interpersonales
Fundamentación
teórica
Desde una perspectiva conductual, la reafirma ción de independencia complica la relación padresadolescente. Por este motivo se debe entrenar habi lidades de comunicación, negociación y resolución de conflictos (Robin y Foster, 1989). Desde una perspectiva cognitiva, las dificultades interperso nales (Puig-Antich et al., 1993) y los déficit en resolución de problemas interpersonales (Perkins, Meyers y Cohén, 1988) son muy comunes en la de presión infantil y adolescente. B)
Apoyo
empírico
No existen ensayos controlados sobre este pro cedimiento terapéutico. Las habilidades de comu nicación, negociación y resolución de conflictos son un componente del programa CWD-A, que ha probado su eficacia en comparación con la lista de espera (Clarke et al., 1999; Kahn et al., 1990;
66 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
TABLA 2.4 Entrenamiento
en
habilidades
sociales
para
la
depresión
Sesión 1." Introducción — — — —
Presentación de los miembros del grupo. Definición de las habilidades sociales. Visión de conjunto de la naturaleza y de la lógica del tratamiento. Exposición general de los objetivos del programa resaltando la meta de aprender gradualmente nuevas formas de relacionarse con padres, profesores, amigos y hermanos. — Descripción de las habilidades sociales del programa.
Sesiones 2. -12. Desarrollo a
— — — — — — — — — — —
a
Revisión de los autorregistros analizando los éxitos y los fracasos de las tareas para casa. Presentación de una habilidad social específica. Descomposición en sus elementos expresivos, receptivos e interactivos. Discusión de las ventajas de su utilización. Puesta en común de situaciones de la vida real propuestas por los adolescentes. Si no mencionan ninguna, el terapeuta recurre a los ejemplos del manual. Modelado por parte del terapeuta de la habilidad correspondiente en la situación social indicada. Representación de papeles (role-playing) por parte de los adolescentes, que se graba en vídeo. Visionado de la videocinta, reforzamiento positivo de las actuaciones apropiadas y retroalimentación correctora en forma de sugerencias constructivas. Nueva representación de papeles hasta conseguir un desempeño exitoso. Generalización a la vida real mediante tareas para casa consistentes en práctica de la habilidad social aprendida en situaciones naturales. Autorregistro de la práctica realizada.
Lewinsohn et al., 1990). Las habilidades de reso lución de problemas interpersonales se incluyen en diferentes tratamientos multicomponentes que se han mostrado tan eficaces como otro tratamiento psicológico (Wood et al., 1996) y superiores a la atención placebo (Brent et al., 1997). C)
Protocolo
terapéutico
En el apartado 2.1.2.4 se describe el Curso de afrontamiento de la depresión-versión adolescen te, que incluye entrenamiento en habilidades de co municación, negociación y resolución de conflic tos. En depresión infantil y adolescente se han utilizado diferentes procedimientos de resolución de problemas interpersonales (Kazdin, EsveldtDawson, French y Unis, 1987; Kendall y Braswell,
1993; Spivack y Shure, 1974; Vostanis y Harrington, 1994).
2.1.1.5. Autocontrol A)
Fundamentación
teórica
La terapia de autocontrol se basa en el modelo de Rehm (1977), que considera que la depresión se debe a fallos en los procesos de autoobservación, autovaloración y autoadministración de con tingencias. Niños con diversos problemas psico lógicos pueden beneficiarse de las habilidades de autocontrol, incluyendo autoobservación, autova loración y autorreforzamiento. La adquisición de estas habilidades se traduce en una mejora del es tilo cognitivo (Kendall y Braswell, 1982). © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la depresión en la infancia y adolescencia I
B)
Apoyo
empírico
Aunque se carece de ensayos controlados, va rios tratamientos m ulticompon entes que incluyen autocontrol han probado ser tan eficaces como otro tratamiento psicológico (Kahn et al., 1990; Rey nolds y Coats, 1986; Stark et al., 1987) y superio res a la lista de espera (Kahn et al., 1990; Rey nolds y Coats, 1986; Stark et al., 1987) y al no tratamiento (Weisz et al., 1997). La importancia del autocontrol varía desde los tratamientos que se basan en él, por ejemplo Stark et al. (1987), hasta
67
los que se limitan a incorporarlo como un elemen to más, por ejemplo Kahn et al. (1990). Por esta razón resulta pertinente el análisis de componen tes de estos tratamientos.
C)
Protocolo
terapéutico
En la tabla 2.5 se describe la terapia de auto control para la depresión infantil de Stark et al. (1987), que es una adaptación del tratamiento para la depresión adulta de Rehm.
TABLA 2.5 Autocontrol
para
la
Sesiones l. - 4 . a
depresión a
— Selección y autorregistro de actividades agradables, tipo y frecuencia, con la ayuda de un listado y de una hoja de anotaciones. — Selección y autorregistro de autodeclaraciones positivas con la ayuda de un listado y de una hoja de anotaciones. — Autovaloración del estado de ánimo diario con una escala de 0 a 10. — Reforzamiento intermitente por cumplimentar los autorregistros.
Sesión 5.
a
— Focalización de la atención en las consecuencias demoradas y no en las inmediatas y autorregistro de los efectos a largo plazo de la propia conducta.
Sesiones 6. -7 .
a
Sesiones 8. - 9.
a
a
— Reatribución de los éxitos y de los fracasos. a
— Establecimiento de criterios más realistas para valorar la propia actuación. — Desglosamiento de los objetivos generales en subobjetivos concretos fácilmente alcanzables. — Planificación de cambios positivos en el estilo de vida, por ejemplo mejorar los hábitos de higiene personal.
Sesiones 10. - l l . a
a
— Aumento del autorreforzamiento externo y encubierto por los esfuerzos en mejorar. — Disminución del autocastigo externo y encubierto.
Sesión 12. — Repaso y revisión general del programa.
O Ediciones Pirámide
a
68 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
2.1.1.6. 2.1. 1.6. Reestructur Reestructuración ación cognitiva cognitiva A)
Fundamentación
teórica
Los niños y adolescentes con trastornos depre sivos y baja autoestima presentan estilos negati vos de pensamiento que incluyen atribuciones in adecuadas y distorsiones depresógenas (Seligman, Peterson, Kaslow, Tanenbaum, Alloy y Abramson, 1984). B)
Apoyo
empírico
Sólo hay un ensayo controlado que contrasta la eficacia de la aplicación por separado de este pro cedimiento terapéutico. Butler, Miezitis, Friedman y Colé (1980) llevaron a cabo un estudio pionero sobre tratamiento psicológico de síntomas depre sivos de niños, motivado por la preocupación de maestros, trabajadores sociales y psicólogos esco lares, que solicitaron orientación al Instituto On tario de Estudios en Eduación. Tras obtener el con sentimiento paterno, evaluaron a 562 escolares, que acudían a cinco escuelas del área de Toronto, me diante una batería de cuatro autoinformes sobre depresión, autoconcepto, distorsiones cognitivas y locus de control, y una entrevista a los maestros. Seleccionaron 56 escolares, 37 por 100 niñas, de 11-12 años, que cumplían los criterios estableci dos basándose en la batería de autoinformes y el jui j ui c i o de l ma es t ro . El diseño incluyó cuatro condiciones experi mentales: reestructuración cognitiva, habilidades sociales, atención placebo y no tratamiento. Las intervenciones se llevaron en cabo en pequeños grupos integrados por siete escolares y se desa rrollaron en diez sesiones, de una hora de dura ción, a lo largo de diez semanas. La reestructura ción cognitiva se basó en Beck (1976), Ellis (1962) y Knaus (1974). El entrenamiento en habilidades sociales se describe en el apartado 2.1.1.3. La aten ción placebo se fundamentó en el modelo desa rrollado por Joyce y Weil (1972), que enseña a resolver problemas en grupo compartiendo la in formación y la investigación. El esquema de las sesiones consistió en revisión de las tareas para
casa, presentación y discusión del procedimiento de investigación, presentación del problema, in vestigación en grupo hasta alcanzar una solución con ayuda de los materiales proporcionados por el terapeuta, tareas para casa. Ejemplos de proble mas de investigación fueron: «¿qué dificultades encontrará una familia de cuatro miembros que se traslade de Toronto a Montreal?» o «¿cómo murió Ernest Hemingway?». Finalmente los niños de con trol no tratamiento permanecieron junto a sus com pañeros sin depresión en sus aulas realizando ac tividades escolares. Los dos tratamientos activos, aunque la rees tructuración cognitiva en menor grado, lograron una mejoría en depresión y locus de control. De acuerdo con la batería de cuestionarios y los jui cios de los maestros, las proporciones de niños cla ramente mejorados fueron 32 por 100 reestructu ración cognitiva, 68 por 100 habilidades sociales, 19 por 100 atención placebo y 23 por 100 no tra tamiento. Los autores atribuyen el inesperado cam bio positivo producido en el grupo no tratado a un curso sobre mejora del autoconcepto. Como ocurre con las actividades agradables, la mayor parte de los tratamientos multicomponen tes incluyen reestructuración cognitiva, ya que ambos procedimientos son fundamentales para la terapia cognitivo-conductual de la depresión. Los tratamientos con reestructuración cognitiva se han mostrado más eficaces (Brent et al., 1997) o al menos tanto como otro tratamiento psicológico (Rosselló y Bernal, 1999; Wood et al., 1996) y superiores a la atención placebo (Brent et al., 1997), a la lista de espera (Clarke et al., 1999; Kahn et al., 1990; Lewinsohn et al., 1990; Rosselló y Ber nal, 1999) y al no tratamiento (Weisz et al., 1997). Existe una excepción a este patrón de resultados positivos. Vostanis, Feehan, Grattan y Bickerton (1996) encontraron que el 87 por 100 de los niños y adolescentes tratados con un programa compues to por educación emocional, autocontrol, resolu ción de problemas interpersonales y reestructura ción cognitiva, y el 75 por 100 de los que recibieron tratamiento placebo, se habían recuperado de la depresión. Así pues, y del mismo modo que con los actividades placenteras, conviene analizar la © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la depresión en la infancia y adolescencia I
eficacia de los componentes que integran los tra tamientos multicomponentes. C)
Protocolo
69
TABLA 2.7 Resolución de problemas para la depresión
terapéutico
Sesiones l. -4." a
En la tabla 2.6 se detallan los objetivos terapéu ticos y el formato de las sesiones de reestructura ción cognitiva aplicadas por Butler et al. (1980).
TABLA 2.6 Reestructuración Reestructuración
cognitiva
para
la
depresión
Objetivos terapéuticos a) Enseñar a reconocer los pensamientos automáticos, autodesaprobadores e irracionales. b) Adoptar pautas de pensamiento más lógicas. c) Potenciar las habilidades de escucha activa. d) Fomentar el reconocimiento de la relación entre pensamientos y sentimientos.
Formato de las sesiones — Introducción de la sesión. — Ejercicios de calentamiento similares a los utiliza dos en dinámicas de grupo. — De uno a tres ejercicios de reestructuración cogniti va. — Discusión. — Resumen de la sesión. — Tareas para casa.
2.1.1.7.
Otros componentes
2 .1.1 . 7 .1.
Resolución de problemas
En depresión infantil, Stark et al. (1987) com probaron la eficacia de un tratamiento compuesto por actividades agradables y resolución de proble mas comparándolo con la condición de control lista de espera. El protocolo utilizado se presenta en la tabla 2.7. En depresión adolescente, Brent et al. (1997) hallaron que un tratamiento multicompo nente que incluía resolución de problemas era más eficaz que la terapia familiar sistémica y que una terapia de apoyo no directiva. © Ediciones Pirámide
Selección y autorregistro de actividades agradables, tipo y frecuencia, con la ayuda de un listado y de una hoja de anotaciones. Reforzamiento intermitente por cumplimentar los autorregistros.
Sesión 5.
a
Modelado de las habilidades de resolución de pro blemas. Moldeamiento de estrategias para aumentar las ac tividades agradables y disminuir las desagradables.
Sesión 6.
a
Moldeamiento de estrategias para mejorar la autoes tima. Análisis de la forma en que la propia conducta afecta a los demás.
Sesión 7.
a
Ilustración de la resolución de problemas mediante historietas y aplicación a situaciones problemáticas relevantes.
Sesiones 8. -9 . a
a
Aplicación de la resolución de problemas en grupo para desarrollar estrategias de aumento de las acti vidades agradables.
Sesión 10.
a
Aplicación de la resolución de problemas en grupo para planificar las vacaciones de verano.
Sesión 11.
a
Aplicación de la resolución de problemas en grupo a problemas hipotéticos. Aprendizaje del afrontamiento del rechazo social por medio de una historia de final abierto.
Sesión 12.
a
Repaso y revisión general del programa.
eficaces III 70 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces
2.1 .1. 7.2 . Higiene del sueño
Wood, Harrington y Moore (1996) contrasta ron un programa integrado por actividades agra dables, reestructuración cognitiva, resolución de problemas interpersonales e higiene de sueño . Justificaron la inclusión del último componente porque los niños y adolescentes con trastornos depresivos presentan sueño pobre (Kolvin et al., 1991). Reclutaron una muestra clínica, por lo que no juzgaron ético poner en lista de espera a nin gún participante. Con el fin de controlar la remi sión espontánea del trastorno, eligieron la rela ja j a c i ó n p ro g r e s i v a a l c o ns id e ra r l a un t r a t a m ie nt o activo para la ansiedad pero no para la depresión. De 109 pacientes externos remitidos a una clí nica especializada en tratamiento de la depresión durante un período de tres años seleccionaron 53 participantes, de los que 48 niños y adolescentes, 69 por 100 chicas, edad media 14,2, completaron el tratamiento. Los tratamientos, experimental y control, se aplicaron individualmente, en cincoocho sesiones, a lo largo de un período promedio de 62 días. El programa multicomponente mejoró más que la relajación no sólo la depresión, 54 y 21 por 100 de participantes sin depresión, sino tam bién la autoestima, el funcionamiento general y el ajuste global. Un dato que apoya la especificidad del tratamiento es que ninguna de las dos inter venciones terapéuticas modificó la conducta anti social. Sin embargo, la ventaja se desvaneció con el paso del tiempo. A los tres meses el programa se mostraba superior únicamente en autoestima. A los seis meses no existía diferencia entre ambos trata mientos en las tasas de recuperación, 54 y 38 por 100, respectivamente, ni en ninguna otra medida, debido, por un lado, a que los niños y adolescen tes tratados con relajación continuaron mejorando y, por otro, a que los tratados con el programa pre sentaron una elevada tasa de recaída. En cualquier caso, el hallazgo de que la relajación progresiva
iguala a medio plazo la eficacia del tratamiento multicomponente debe interpretarse con cautela, porque una mayor proporción de pacientes exter nos tratados con relajación recibió otro tratamien to durante el período de seguimiento.
2
Un protocolo de higiene de sueño se puede consultar
2
en Méndez (1998), El niño que no sonríe: Estrategias para
2.1.1.7.3. Automodelado
Kahn, Kehle, Jenson y Clark (1990) se basaron en la evidencia existente sobre automodelado (Khele, Clark, Jenson y Wampold, 1986) para plantear la hipótesis de que si un escolar se observa a sí mismo mostrando conductas incompatibles con la depresión, entonces se operarán cambios positivos a nivel afectivo, cognitivo y conductual. Reclutaron la muestra con un procedimiento multimétodo (entrevista clínica, cuestionarios de depresión y autoconcepto), multifuente (participan tes y padres) y multifase (test, retest y diagnósti co). De una población aproximada de 1.300 estu diantes de un colegio ubicado en un área suburbana de clase media, seleccionaron 68 niños y adoles centes, 51 por 100 del género femenino, de diez a 14 años de edad, que fueron asignados a cuatro condiciones: tratamiento multicomponente, relaja ción progresiva, automodelado filmado y lista de espera. Se convocó a los padres de los escolares asig nados a las tres condiciones de tratamiento activo a una reunión para describirles el tratamiento y para informales sobre la duración, el número y el hora rio de las sesiones. Los tratamientos intensivos se aplicaron en el colegio. El tratamiento multicom ponente y la relajación progresiva se desarrolla ron en 12 sesiones, de 50 minutos, durante seisocho semanas, en pequeños grupos de dos a cinco participantes. El automodelado filmado se realizó individualmente, en 12 sesiones breves de entre diez y 12 minutos, generalmente dos por semana, durante seis-ocho semanas. El tratamiento de automodelado filmado se elaboró a a partir de la bi bliografía sobre depresión y habilidades sociales
superar la tristeza y la depresión. Madrid: Pirámide, en las páginas 199-201. © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la depresión en la infancia y adolescencia I
(Kazdin, Esveldt-Dawson, Sherick y Colbus, 1985; Lewinsohn, Antonuccio, Steinmetz y Teri, 1984).
TABLA 2.8 Automodelado
para
la
depresión
— Grabación en vídeo del compo rtamie nto típico de la depresión de cada escolar durante el período de línea de base. — Explicaci ón de la lógica y del del procedim iento del automodelado. — Selección de un conjunto de condu ctas incompati bles con la depresión: • Respuestas manifiestas: contacto ocular, sonri sa, tono de voz, postura corporal, gestos, etc. • Respuesta s encubier tas verbaliz adas: atribucio nes prosociales, pensamientos agradables, etc. — Descripció n e instrucci ones verbales para compor tarse de forma incompatible con las conductas de presivas. — Ensayo y grabación en vídeo de las condu ctas-o b je ti vo al te rn ativ at iv as, as , ha sta co ns eg ui r ed itar it ar un a vi deocinta de tres minutos de cada escolar, única mente con conductas adecuadas y sin conductas típicas de la depresión. — Visionad o de la videocinta de tres minutos de du ración, que mostraba al escolar actuando de forma positiva.
Los tres tratamientos probaron su eficacia para aliviar la depresión infantil y adolescente frente a la lista de espera. La entrevista clínica efectuada en el período comprendido entre la finalización de la intervención y un mes más tarde reveló los si guientes porcentajes de participantes libres de de presión: 76 por 100 tratamiento multicomponen te, 65 por 100 relajación progresiva, 59 por 100 automodelado filmado, 18 por 100 lista de espera. Ninguno de los tratamientos se mostró superior, aunque tanto clínica como estadísticamente se apre ció una tendencia a favor del tratamiento multi componente. © Ediciones Pirámide
2.1.2.
71
Programas multicomponentes
Existen tres programas estructurados desarro llados específicamente para el tratamiento de la depresión infantil: «Acción» (ACTION; Stark y Kendall, 1996; Stark et al., 1996), entrenamiento en aumento del control primario y secundario (Primary
and
Secondary
Control
Enhancement
Training, PASCET; Rothbaum, Weisz y Snyder, 1982; Weisz, Rothbaum y Blackburn, 1984) y programa emoci ón-acción-cogn ición (PEAC; Méndez, 1998, 1999). En cambio, para el trata miento de la depresión adolescente existe única mente, el Curs o de afrontamiento de la depre siónversión
adolescente (The
Coping
with
Depression
Course-Adolescent Versión, CWD-A; Clarke y Lewinsohn, 1986; Lewinsohn y Clarke, 1986), que es una adaptación del programa original para adultos.
2.1.2.1. Acción En la tabla 2.9 se expone el programa «Acción», que incluye 30 sesiones, de 45 a 50 minutos, du rante 12 semanas. Stark, Reynolds y Kaslow (1987) realizaron un ensayo controlado con un anteceden te de este programa. De 372 alumnos de una escue la de primaria situada en una zona semirrural, 28 escolares, 43 por 100 niñas, edad media 11,2 años, cumplieron los criterios de inclusión en el estudio. La evaluación comprendió entrevista clínica, autoinformes de depresión, autoestima y ansiedad y un listado de comportamientos interiorizados cumpli mentado por las madres. Los participantes fueron asignados aleatoriamen te a terapia de autocontrol (tabla 2.5), terapia de re solución de problemas (tabla 2.7) y lista de espera. Los grupos se dividieron en dos subgrupos de cua tro o cinco integrantes sobre la base de un juicio clínico de madurez (más pequeños y más mayores). Los tratamientos se desarrollaron en 12 sesiones, de 45 a 50 minutos, durante cinco semanas. Si un niño se perdía una sesión, se reunía con su terapeu ta para recuperarla. Ambas terapias tuvieron en común: a) la expli cación conductual de la génesis y mantenimiento
72 / Guía de tratamientos psicológicos psicológicos eficaces III de la depresión; b) la aclaración de la lógica del tratamiento, y c) la aplicación de un programa de actividades agradables consistente en exponer la relación entre el estado de ánimo y la frecuencia de actividades agradables discutir en grupo alter nativas para aumentar la frecuencia de activida des agradables, solicitar autorregistros diarios de actividades agradables como tareas para casa y reforzar material y socialmente la cumplimentación de los autorregistros. Al finalizar la intervención los niños tratados mejoraron de la depresión en comparación con la lista de espera. Los porcentajes de recuperación fueron 78 por 100 (autocontrol), 60 por 100 (reso lución de problemas) y 11 por 100 (lista de espe ra). Ocho semanas después la terapia de autocon trol superó a la terapia de resolución de problemas en la mejora de la depresión y la autoestima.
TABLA 2.9 Secuenciación de los componentes del programa «Acción» para la depresión infantil
• Introducción y establecimiento de expectativas realistas: sesión 1. • Educación emocional: sesiones 2-8. • Actividades agradables: sesiones 4, 6-7, 11. • Resolució n de probl emas: sesiones 5-9, 13. • Resolución de problemas interpersonales: sesio nes 11-12. • Relajación: sesiones 10-13. • Reestructuración cognitiva: sesiones 14-20. • Entre namie nto en aserció n: sesiones 20-22. • Autoinstrucciones: sesiones 20-22. • Autocontrol: sesiones 23-28. • Repaso: sesiones 29-30.
2.1.2.2. 2.1.2 .2.
Entrenamien Entrenamiento to en aumento aumento del control primario y secundario
El programa PASCET es un tratamiento cogni tivo-conductual basado en el modelo de los dos procesos de control:
a)
b)
Primario, centrado en modificar las con diciones objetivas, como la aceptación de la pandilla. Secundario, orientado a cambiar las con diciones subjetivas, como creencias irracio nales o estados de ansiedad.
TABLA 2.10 Entrenamiento en y secundario
aumento para la
del control primario depresión infantil
Sesiones l. -6." a
— El terapeuta enseña a los niños en pequeños grupos de cuatro o cinco miembros a abordar las dificulta des más frecuentes en la depresión con ayuda de ju eg os , de vi de oc in ta s y de un cu ad er no de pr ácti ác ti cas, que incluye dibujos y recordatorios con las cues tiones clave. El aprendizaje se centra en: a) Dos habilidades de control primario
1. Elegir y comprometerse conscientemente en ac tividades agradables, como hacer deporte o sa lir con los amigos. 2. Estab lecer metas y llevar a cabo las accio nes pro puestas. b) Tres habilidades de control secundario
1. Identificar y modificar los pensa mient os depr esógenos. 2. Emplear estrategias cognitivas para mejorar el estado de ánimo, por ejemplo hallar un resqui cio de esperanza en una mala experiencia. 3. Usar la relajación progresiva y la imaginación positiva.
Sesión 7.
a
— El terapeuta se reúne individualmente con cada niño para discutir los temas del programa más estrecha mente relacionados con las características persona les y la situación particular del niño.
Sesión 8.
a
— El terapeuta efectúa un repaso general de las lec ciones del programa en forma de concurso en el que participan los niños. © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la depresión en la infancia y adolescencia I
Sus principales componentes son actividades agradables, autocontrol, reestructuración cogniti va y relajación progresiva. En el único ensayo controlado, Weisz, Thurber, Sweeney, Proffitt y LeGagnoux (1997) com probaron la eficacia del programa PASCET para la depresión infantil. Evaluadores «ciegos» reclu taron en tres colegios, de una población aproxi mada de 500, 48 escolares, 46 por 100 niñas, edad media 9,6 años, mediante un proceso multimétodo (entrevista clínica, inventario de depresión, valoración de los educadores), multifuente (niños, maestros, orientadores escolares) y multifase (autoevaluación, evaluación por los adultos, selec ción). La intervención tuvo lugar en dependencias de los colegios y dentro del horario escolar. Se formaron cuatro grupos de menos de seis niños. El tratamiento se aplicó una vez por semana en ocho sesiones de 50 minutos. Sobre la base de la puntuación en un inventario de depresión, el programa PASCET redujo signi ficativamente la sintomatología depresiva en com
73
paración con el no tratamiento. La mejoría obte nida se mantenía nueve meses después. De acuer do con la entrevista clínica, los porcentajes de ni ños, tratados y no tratados, libres de depresión en el seguimiento fueron 69 y 24 por 100, respecti vamente.
2.1.2.3. 2.1.2. 3. Programa «Emoción-acción «Emoción-acción-cognición» Este programa para la depresión infantil inclu ye tres componentes principales, educación emo cional, actividades agradables y reestructuración cognitiva. También se añaden otros procedimien tos, habilidades sociales, relajación, higiene de sueño, etc., en función del análisis topográfico y funcional. La única evidencia disponible sobre su eficacia procede de estudios de caso utilizando diseños A-B y de un estudio piloto con una mues tra escolar (Méndez, Olivares y Ros, 2001). En la tabla 2.11 se resume el programa, que constituye el único protocolo disponible en castellano.
TABLA 2.11 Programa
«Emoción-acción-cognición»
Educación emocional. El reconocimiento y discriminación de emociones se realiza mediante entre vistas terapéuticas, fichas de actividad y juegos en grupo. La autoevaluación de la intensidad de las emociones se efectúa mediante escalas de estimación numéricas y gráficas. La relación entre emo ciones y situaciones se establece con ayuda de autorregistros de emociones, al principio sólo posi tivas y después positivas y negativas.
Componentes
Actividades agradables. El plan se lleva a cabo en seis pasos que pretenden identificar las activida des agradables, llevarlas a cabo y relacionar el estado de ánimo con su realización. Reestructuración cognitiva. Incluye siete tareas: 1) exposición del modelo cognitivo A-B-C; 2) descripción del funcionamiento mental en la depresión; 3) detección de pensamientos automáti cos, errores lógicos y esquemas cognitivos depresógenos; 4) cuestionamiento de los pensamientos y errores anteriores; 5) introducción de modos adecuados de pensar; 6) ejercicios para modificar los pensamientos inadecuados, y 7) realización de experimentos conductuales. Elementos adicionales. Habilidades sociales, relajación muscular, higiene de sueño, resolución de problemas, autocontrol, etc.
Participación de los padres
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• •
Como paraprofesionales. Curso de formación teórico-práctica en principios de modificación de conducta. Como objeto de terapia. Entrenamiento en habilidades de comunicación, negociación y resolu ción de conflictos.
74 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
TABLA
El tratamiento combi nado está indicado en casos con riesgo de suicidio, depresion es con sintomatología psicótica, trastorno bipolar y trastornos del estado de ánimo tan graves que impiden la atención del niño y la participación en la terapia.
•
Oscila en función de la edad del niño , la grav edad del tras torn o, los trast orno s asoc iad os y otras variables (situación familiar, rendimiento académico, funcionamiento social). Se desarrolla aproximada mente en seis meses, en sesiones de 50-60 minutos, aunque también se puede aplicar en formato de curso intensivo a grupos pequeños en dos meses. Incluye seis sesiones de apoyo para prevenció n de recaídas.
• •
2.1.2.4.
(continuación)
•
Psicofármacos
Duración
2.11
Curso de afrontamiento de la depresión-versión adolescente
Los objetivos básicos son enseñar nuevas destre zas para conseguir reforzamiento positivo y sustituir los pensamientos destructivos por otros constructi vos. Combina estrategias conductuales y cognitivas para modificar los aspectos característicos de la depresión adolescente: escasas actividades agrada bles, ansiedad y tensión, pobre apoyo social, pesi mismo, atribuciones internas, globales y estables de los fracasos, baja autoestima, etc. El curso incluye 16 sesiones, de dos horas de duración, durante un período de ocho semanas. Se desarrolla en grupos de unos diez adolescentes, aun que también puede aplicarse individualmente. Los materiales incluyen un manual para el terapeuta y un cuaderno de trabajo para el adolescente com puesto por lecturas breves de los conceptos clave, preguntas cortas sobre los contenidos de cada se sión, actividades estructuradas de aprendizaje y ta reas para casa con el fin de generalizar a la vida diaria las habilidades adquiridas en las sesiones . Existen tres ensayos controlados que prueban que es superior a la lista de espera (Clarke et al., 1999; Kahn et al., 1990; Lewinsohn et al., 1990) y tan eficaz como otros tratamientos psicológicos (Kahn et al., 1990). Lewinsohn, Clarke, Hops y 3
Andrews (1990) seleccionaron 59 adolescentes, 61 por 100 chicas, edad media 16,2 años, que asigna ron al azar al programa CWD-A, aplicado a ado lescentes y padres o sólo a adolescentes y a una lista de espera. El 48 por 100 del grupo adoles centes + padres y el 43 por 100 del grupo adoles centes superaron su depresión al finalizar el trata miento, mientras que únicamente el 5 por 100 de los controles se había recuperado. Este ensayo controlado fue replicado por Clar ke, Rohde, Lewinsohn, Hops y Seeley (1999) con una muestra mayor para examinar el efecto de las sesiones de recuerdo en el mantenimiento a largo plazo de la mejoría lograda, dado que cerca de un tercio de los adolescentes de su primera investiga ción experimentó una recurrencia de la depresión en los dos años posteriores al tratamiento. Se con tactó en las ciudades de Eugene y Portland (Oregón) con los padres de 331 adolescentes, por me dio de anuncios en el periódico y en la televisión o de notificación a profesionales de la salud y orien tadores escolares, entre 1988 y 1991. Completa ron el ensayo controlado 96 adolescentes, 71 por 100 chicas, edad media 16,2, de los que 76 por 100 presentaba depresión mayor, 13 por 100 distimia y 11 por 100 ambos trastornos del estado de ánimo. Al finalizar la intervención el 69 por 100 del programa CWD-A aplicado a adolescentes y padres, el 65 por 100 administrado sólo a adoles-
Los materiales del programa CWD-A se pueden solici tar a Castalia Publishing Co., P.O. Box 1587, Eugene, Oregon 97440, USA. Teléfono: 00-1-503-343-4433. 3
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Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la depresión en la infancia y adolescencia I
75
TABLA 2.12 Curso
de
afrontamiento
de
la
depresión-versión
adolescente
Componentes / Autocontrol. Autorregistros del estado de ánimo para obtener la línea base y para constatar la mejoría a medida que se adquieren nuevas habilidades y aumenta la realización de actividades agradables. Enseñanza: sesión 1. Práctica como tareas para casa: restantes sesiones. / Habilidades sociales. Técnicas para iniciar, mantener y finalizar conversaciones, recursos para planificar activida des sociales y estrategias para hacer amigos. Enseñanza: sesiones 1-3, 5, 8. Práctica como tareas para casa: sesio nes 4, 6, 15-16. / Actividades agradables. Elección con ayuda del inventario de acontecimientos placenteros adaptado para adoles centes (Pleasant Events Schedule; PES) de actividades agradables realistas, elaboración de un plan, redacción de un contrato y autorrefuerzo por alcanzar las metas del contrato. Enseñanza: sesiones 2, 4-5. Práctica como tareas para casa: sesiones 3, 6-12, 15-16. / Relajación. Práctica con los métodos de Jacobson (1938) y Benson (1975). El entrenamiento en relajación incluye una fase de generalización a situaciones naturales. Enseñanza: sesiones 3 y 8. Práctica como tareas para casa: sesiones 4-7, 9-12, 15-16. / Reestructuración cognitiva. Identificación, cuestionamiento y sustitución de esquemas y pensamientos destructi vos por otros constructivos, de acuerdo con las estrategias desarrolladas por Beck, Ellis, Harper y Kranzler. Así, una adaptación consiste en ilustrar los pensamientos automáticos y los pensamientos alternativos mediante tiras cómicas de personajes atractivos como el gato Gardfield o Spiderman. Enseñanza: sesiones 5-10. / Comunicación. Habilidades de escucha activa, paráfrasis para verificar el mensaje, contacto ocular, supresión de interrupciones, acusaciones y humillaciones. Enseñanza: sesiones 9-11. Práctica como tareas para casa: sesiones 12, 15. / Resolución de conflictos. Habilidades para definir el problema sin críticas, aplicar la tormenta de ideas para gene rar soluciones, valorar y acordar una solución, especificar el acuerdo y las consecuencias positivas y negativas por su cumplimiento e incumplimiento respectivamente. Enseñanza: sesiones 11-13. Práctica como tareas para casa: sesión 14. / Mantenimiento de los logros. El objetivo de las dos sesiones finales (15 y 16) es que los adolescentes integren las habilidades aprendidas, anticipen futuros problemas, desarrollen un plan de vida, establezcan metas realistas y prevengan posibles recaídas. El adolescente elabora por escrito un «plan de emergencia» detallando los pasos que empleará para contrarrestar los posibles sentimientos depresógenos si reaparecen. El curso incluye también sesio nes cuatrimestrales de fortalecimiento durante los dos años siguientes. / Participación de los padres. La participación de los padres en el tratamiento es importante no sólo para agilizar el aprendizaje de habilidades por parte del hijo, sino también para promover su mantenimiento. El apoyo de los padres contribuye al éxito del tratamiento.
centes y el 48 por 100 de los controles en lista de espera no presentaban ningún trastorno del estado de ánimo. Kahn et al. (1990) probaron que el CWD-A era tan eficaz como otros tratamientos psicológicos © Ediciones Pirámide
unicomponentes y superior a la lista de espera (véa se apartado 2.1.1.7.3). Sin embargo, utilizaron una versión abreviada del curso introduciendo impor tantes modificaciones: inclusión de estrategias de autocontrol, retirada del componente de relajación,
76 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
eliminación de las sesiones independientes con los padres y supresión de las sesiones de recuerdo.
2.2.
ausentes y por la inminente terminación del trata miento.
Psicoterapia interpersonal
La psicoterapia interpersonal fue desarrollada por Klerman, Weissman, Rounsaville y Chevron (1984) para el tratamiento en régimen ambulatorio de pa cientes adultos con depresión. El planteamiento genérico es que la mejora del funcionamiento in terpersonal produce una reducción de la sintomatología depresiva. Existen tres ensayos controlados con adolescentes que examinan la eficacia de la psicoterapia interpersonal comparándola con otro tratamiento psicológico (Fine et al., 1991; Rosselló y Bernal, 1999), con atención placebo (Mufson, Weissman, Moreau y Garfinkel, 1999) y con lista de espera (Rosselló y Bernal, 1999). Las sesiones de psicoterapia interpersonal apli cadas por Fine et al. (1991) se dirigieron a crear un entorno terapéutico seguro que permitiera al adolescente sentirse libre de las demandas de su rol de hijo, de estudiante o de amigo y facilitase la libre expresión de sentimientos y preocupaciones personales e interpersonales. El papel principal de los terapeutas fue suscitar un ambiente favorable entre los adolescentes para compartir y compren der mejor las preocupaciones comunes, aprender nuevas formas de afrontar situaciones difíciles y promover el apoyo mutuo. El tratamiento se ajustó al protocolo (tabla 2.13) descrito por Fine et al. (1989). En las primeras sesiones los terapeutas alentaban sistemáticamen te a cada participante y valoraban como útil cada contribución, ya que uno de los objetivos princi pales fue mejorar el autoconcepto, destacando los puntos fuertes de cada individuo mediante elogios. Progresivamente fueron desvaneciendo su papel directivo y cediendo la responsabilidad de condu cir la discusión a los adolescentes. Los temas abor dados fueron relaciones con padres y compañeros, apariencia física, sexualidad, drogas, salud, bús queda de trabajo, futuro profesional. Hacia el fi nal de la terapia aumentó la conciencia de grupo reflejada en el establecimiento de relaciones y en la preocupación por el bienestar de los miembros
TABLA 2.13 Sesiones de interpersonal
terapia de para la
grupo de depresión
orientación adolescente
Sesión 1. Introducción a
— Informació n general sobre frecuencia y duración de las sesiones, propósito del grupo y compromiso del grupo sobre puntualidad, confidencialidad y asistencia, incluyendo la comunicación de la im posibilidad de asistir a una sesión. Se solicita que asistan al menos a tres sesiones antes de tomar la decisión de terminar la terapia. — Conoci miento mutuo de los miembro s del grupo: edad, sexo, ambiente familiar, intereses persona les, etc.
Sesiones 2. -12. Desarrollo a
a
— Descripción breve por parte de cada miembro del grupo de los acontecimientos de la semana, desta cando las experiencias positivas y negativas im portantes. — Formul ación de preguntas y puesta en comú n de experiencias similares vividas por los demás miem bros del grupo. — Propuesta de estrategias para compre nder y resol ver las dificultades, basándose en las experiencias exitosas del resto del grupo. — Suger encia de temas para discutir en grup o, po niendo al mismo tiempo de relieve la universali dad de las preocupaciones.
Mufson, Weissman, Moreau y Garfinkel (1999) llevaron a cabo un ensayo clínico controlado para corroborar el apoyo preliminar obtenido en un ensayo clínico abierto sobre la eficacia de la psi coterapia interpersonal en el logro (Mufson et al., 1994) y mantenimiento (Mufson y Fairbanks, 1996) de la ganancia terapéutica en la depresión adoles cente. Plantearon la hipótesis de la superioridad de la psicoterapia interpersonal sobre la atención placebo. Los adolescentes fueron reclutados en la Clínica de Depresión y Ansiedad Infantil del Hos© Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la depresión en la infancia y adolescencia I
pital Pediátrico Columbia, de Nueva York, entre 1993 y 1996. La mayoría de los adolescentes soli citaron tratamiento ellos mismos o fueron remiti dos por sus padres o por profesionales de salud mental. De los 57 potenciales adolescentes, 48 manifestaron su acuerdo para participar en la in vestigación, 73 por 100 chicas, edad media 15,8. Se utilizó la adaptación para adolescentes rea lizada por Mufson, Moreau, Weissman y Klerman (1993). Es una terapia breve que aborda en 12 se siones, una por semana, cuestiones propias del adolescente, como la separación de los padres, el rol de figuras de autoridad de los padres, el desa rrollo de relaciones personales diádicas, la expe riencia de la muerte de un familiar o amigo y la presión de los compañeros (tabla 2.14). En comparación con la atención placebo, la psi coterapia interpersonal fue eficaz. El 75 y el 46 por 100 de los adolescentes tratados y controles respectivamente se recuperaron de la depresión. Además, la psicoterapia interpersonal mejoró el
ajuste psicológico y el funcionamiento social de los adolescentes, en conjunto y específicamente con los amigos y con el otro sexo. También se mostró una herramienta útil para adquirir habili dades de resolución de problemas en el área so cial, específicamente orientación positiva y lógica de resolución de problemas. Roselló y Bernal (1999) analizaron la eficacia de la psicoterapia interpersonal y de la terapia de conducta utilizando como control una lista de es pera. De los 161 adolescentes remitidos para el experimento al Centro Universitario de Servicios y Estudios Psicológicos, de la Universidad de Puer to Rico, reclutaron 71 participantes, 54 por 100 chicas, edad media 14,7. Los tratamientos se desarrollaron en 12 sema nas y comprendieron 12 sesiones individuales de una hora de duración. Se aplicó una adaptación de la psicoterapia interpersonal de Klerman et al. (1984) y un tratamiento compuesto por reestruc turación cognitiva (sesiones 1-4), actividades agra-
TABLA 2.14 Objetivos
y fases
de
la
psicoterapia
interpersonal
para
la
depresión
adolescente
Fase inicial (sesiones 1-4)
• Objetivos Obtener información sobre el origen y desarrollo de la depresión en el adolescente. Dar u conocer el funcionamiento de la psicoterapia interpersonal. Evaluar las relaciones sociales del adolescente e identificar sus problemas interpersonales. Trabajar las áreas de mayor conflicto interpersonal. Definir las metas terapéuticas. Fase intermedia (sesiones 5-8)
Objetivos 1. Resolver los problemas interpersonales del adolescente. 2. Conseguir las metas terapéuticas establecidas. Fase final (sesiones 9-12)
Objetivos 1. Capacitar al adolescente para resolver futuros proble mas interpersonales. 2. Compr obar que la familia ha consta tado los cambi os experimentad os por el adolescente. © Ediciones Pirámide
77
78 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
dables (sesiones 5-8) y habilidades sociales (se siones 9-12). La psicoterapia interpersonal y la terapia de conducta fueron tratamientos eficaces de la depre sión adolescente. No se encontraron diferencias estadísticas entre ambas terapias. Aunque la pro porción de adolescentes clínicamente mejorados fue más elevada con psicoterapia interpersonal (82 por 100) que con terapia de conducta (59 por 100), el beneficio terapéutico se igualó a los tres meses, 83 por 100 psicoterapia interpersonal y 82 por 100 terapia de conducta.
2.3.
Tera pia familiar sistémi ca
La terapia familiar sistémica para la depresión infantil (Racusin y Kaslow, 1991) y adolescente (Diamond y Sigueland, 1995) plantea que el fun cionamiento inadecuado del sistema familiar ori gina y/o exacerba los trastornos del estado de áni mo. Los objetivos del tratamiento son disminuir la sintomatología depresiva y mejorar el ajuste del niño o del adolescente, sustituyendo las relacio nes conflictivas por relaciones constructivas entre los miembros de la familia, mediante la estimula ción del «reapego», la suscitación de empatia, el apoyo de los padres, etc. En el único ensayo controlado sobre terapia familiar sistémica, Brent, Holder, Kolko, Birmaher, Baugher, Roth, Iyengar y Jonson (1997) la compararon con terapia de conducta y con terapia de apoyo no directiva. Los adolescentes fueron reclutados en la Clínica de Trastornos de Ansie dad y del Estado de Ánimo para Niños y Adoles centes, de Pittsburg, en el período comprendido entre el 1 de octubre de 1991 y el 31 de mayo de 1995. Aproximadamente dos tercios fueron remi tidos a la clínica por profesionales o por los padres o el propio adolescente solicitó el tratamiento. El resto fue reclutado mediante anuncios. Se selec cionaron 107 participantes para el ensayo clínico, 76 por 100 chicas, edad media 15,6 años. La dura ción media de la depresión fue 5,9 meses y el nú mero medio de episodios depresivos anteriores fue 1,3. Los porcentajes de adolescentes con síntomas de suicidio actuales y con historia de intentos de
suicidio fueron 36 y 23 por 100, respectivamente. El 32 por 100 presentaba además un trastorno de ansiedad, el 22 por 100 un trastorno distímico y el 21 por 100 un trastorno del comportamiento per turbador. Los tratamientos fueron gratuitos y comprendie ron 12-16 sesiones, una a la semana, más dos-cua tro sesiones de recuerdo, una al mes, de una hora de duración. En las tres terapias se llevó a cabo una fase psicoeducativa familiar sobre la depresión y su tratamiento. En las tres primeras sesiones se en tregó a los padres un manual y se les invitó a plan tear cualquier cuestión sobre el tratamiento durante una hora dedicada a temas psicoeducativos. Las te rapias de conducta y de apoyo se aplicaron indivi dualmente, mientras que la terapia familiar sisté mica se llevó a cabo con el grupo familiar. La terapia familiar sistémica consistió en una combinación de terapia familiar funcional (Alexander y Parsons, 1982) y terapia familiar de nego ciación para resolver conflictos (Robin y Foster, 1989). En las primeras sesiones el terapeuta abor dó las preocupaciones familiares sobre el trata miento y proporcionó una serie de declaraciones que brindaban una nueva perspectiva (reframing) para potenciar el compromiso con la terapia y la identificación de pautas de conducta disfuncio nales. Las sesiones posteriores se centraron en la comunicación, en la resolución de conflictos y en el cambio de los patrones de relación familiar. La terapia incluyó formación sobre la naturaleza y el modelo de terapia sistémica, temas de desa rrollo del adolescente y de educación positiva y práctica de las habilidades en las sesiones y en el hogar. La terapia de conducta se basó en la terapia cog nitiva de Beck, Rush, Shaw y Emery (1979), resal tando el empirismo colaborador y el autorregistro y modificación de pensamientos automáticos, presun ciones y creencias. Las principales adaptaciones de la terapia al desarrollo y a las necesidades específi cas de los adolescentes fueron uso de ejemplos con cretos, formación sobre la naturaleza y el modelo de terapia cognitiva, abordaje activo de cuestiones sobre autonomía y confianza, focalización en las distorsiones cognitivas y en los cambios afectivos © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la depresión en la infancia y adolescencia I
ocurridos durante las sesiones. El tratamiento se completó con procedimientos para adquirir una gama de habilidades sociales, de autorregulación emocional y de resolución de problemas. La terapia de apoyo no directiva sirvió de aten ción placebo para controlar variables confunden tes como el paso del tiempo o la atención del tera peuta. Los objetivos fueron establecer una buena relación terapeuta-paciente, dar apoyo, ayudar a identificar y expresar los sentimientos mediante escucha atenta, empatia y discusión de las opcio nes propuestas por el adolescente para afrontar sus problemas personales. A diferencia de los dos tra tamientos activos, los terapeutas se abstuvieron de dar consejos, poner límites o enseñar habilidades específicas. La terapia de conducta fue más eficaz que la terapia familiar sistémica y que la terapia de apo yo no directiva de acuerdo con los siguientes cri terios: respuesta al tratamiento más rápida, respues ta clínica mayor, tasa de remisión más alta, 60, 38 y 39 por 100, respectivamente, y mayor credibili dad según los padres. La terapia familiar sistémi ca, en cambio, no se mostró superior a la terapia de apoyo no directiva.
3.
EFICACIA DEL TRAT AMIE NTO PSICOLÓGICO
Este apartado es un análisis cualitativo y cuan titativo de la eficacia del tratamiento psicológico. La revisión según los criterios de Chambless et al. 11998) la efectuamos a tres niveles: a)
b)
Mola r o general : se exam inan terapia s que se fundamentan en distintos modelos teó ricos. En depresión infantil únicamente se ha aplicado terapia de conducta, incluyen do el enfoque cognitivo. En depresión ado lescente, se ha utilizado terapia de conducta y, en menor medida, psicoterapia interper sonal y terapia familiar sistémica. Mole cula r o inter medio : se analizan trata mientos multicomponentes, como el progra ma «Acción» para la depresión infantil o
© Ediciones Pirámide
c)
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el Curso de afrontamiento de la depresiónversión adolescente, Atomist a o específico: se valoran tratamien tos unicomponentes empleados con niños y adolescentes, procedimientos como el entrenamiento en habilidades sociales y técnicas como la relajación progresiva.
3. 1. Terapi as, progr amas y procedimien tos más eficaces La terapia de conducta es un tratamiento bien establecido para la depresión infantil, puesto que dos procedimientos terapéuticos, entrenamiento en habilidades sociales y reestructuración cognitiva, han probado ser más eficaces que la atención pla cebo (Butler et al., 1980), y un tratamiento basado en el autocontrol, superior a otro fundado en la re solución de problemas (Stark et al., 1987). Para la depresión adolescente la terapia de con ducta y la psicoterapia interpersonal son tratamien tos bien establecidos. El tratamiento cognitivo-con ductual de Brent et al. (1997) se mostró más eficaz que la terapia familiar sistémica y que la terapia de apoyo no directiva. El entrenamiento en habilida des sociales también fue superior al placebo psico lógico (Reed, 1994). La psicoterapia interpersonal fue más eficaz que la atención placebo (Mufson et al., 1999) y tan eficaz como la terapia de conducta, un tratamiento bien establecido (Fine et al., 1991; Roselló y Bernal, 1999). Por el contrario, la tera pia familiar sistémica no ha probado su eficacia. El programa integrado por actividades agrada bles y autocontrol de Stark et al. (1987) es el único tratamiento probablemente eficaz para la depresión infantil, puesto que se ha mostrado superior a otro tratamiento psicológico en un ensayo controlado. El Curso de afrontamiento de la depresión (CWD-A) aplicado a los adolescentes o, mejor aún, a éstos y a sus padres es un tratamiento pro bablemente eficaz. Aunque existen tres ensayos controlados de gran calidad metodológica, lle vados a cabo por dos equipos de investiga dores independientes de las universidades de Utah (Kahn et al., 1990) y Oregón (Clarke et al., 1999; Lewinsohn et al., 1990), se ha utilizado siempre
80 /
Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
TABLA
Eficacia
del
tratamiento
Tratamiento
psicológico Criterio I / I I
2.15
para
la
Criterio
depresión
infantil
I I I Criterio I V
y
Criterio
adolescente
V
Estatus
ANÁLISIS MOLAR: TERAPIAS
Depresión Depresión
infantil adolescente
Terapia de conducta Psicoterapia interpersonal
Terapia familiar sistémica
Sí No
Sí Sí
Sí SI-
Sí No
Bien establecido
Experimental
ANÁLI SIS MOLECULAR PR OGRAMAS
Depresión infantil Stark et al. (autocontrol) Stark et al. (resolución de problemas) Kahn et al. Woo d et al. Weis z et al. Depresión adolescente Lewinso hn et al. (adolescen tes + padres) Lewinso hn et al. (adolescen tes) Brent et al. Mufson et al. Reyn old s y Coat s Fine et al. Kahn et al. Wood et al. Roselló y Bernal
Sí No No No No
Sí Sí Sí SiSí
Sí Sí Sí Sí Sí
No No No No No
Probab lement e eficaz Experimental Experimental Experimental Experimental
No No Sí Sí No No No No No
Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí
Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí
Sí Sí No No No No No No No
Probablemente eficaz Probablemente eficaz Probablemente eficaz Proba blemen te eficaz Experimental Experimental Experimental Experimental Experimental
ANÁLISIS ATOMISTA: PROCEDIMIENTOS
Depresión infantil Habilidades sociales Reestructu ración cogniti va Relajación Automodelado filmado Depresión adolescente Habilid ades sociales Relajación Autom odel ado filmado
Sí Sí No No
Sí Sí Sí Sí
Sí Sí Sí Sí
. No No No No
Probablemente eficaz Probablemente eficaz Experimental Experimental
Sí No No
Sí Sí Sí
Sí Sí Sí
No No No
Probab lemente eficaz Experimental Experimental
Criterio I: Existen dos estudios que comprueban que el tratamiento es estadísticamente superior al no tratamiento, tratamiento placebo, lista de espera u otro tratamiento. Criterio I I : Existen una serie de experimentos con diseño de caso único que demuestran su eficacia. Criterio I I I : El tratamient o debe estar descrito con precisión para permitir su réplica o utilizar manual de tratamiento. En aquellos estudios en que se aplique una técnica concreta, se considera que ésta está bien descrita en cualquier manual de técnicas de tratamiento. Criterio I V : Las características de las muestras están bien descritas. Criterio V: Los efectos deben haber sido mostrados por dos investigadores o equipos de investigación independientes. © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la depresión en la infancia y adolescencia I
la lista de espera como grupo de comparación. Además Khan et al. (1990) no aplicaron el pro tocolo íntegro del CWD-A. El tratamiento de Brent et al. (1997), consistente en terapia cogni tiva de Beck más entrenamiento en habilidades sociales y de comunicación, educación emocio nal, por ejemplo la utilización de un termómetro de sentimientos, y resolución de problemas, al canza también el estatus de tratamiento proba blemente eficaz al haber obtenido una mejoría mayor que otro tratamiento activo y que un trata miento placebo. La adaptación para adolescentes de la psicoterapia interpersonal de Klerman lle vada a cabo por Mufson es un tratamiento proba blemente eficaz al haberse mostrado superior a la atención psicológica (Mufson et al., 1999). El entrenamiento en habilidades sociales es un procedimiento probablemente eficaz al ser más eficaz que la atención placebo, tanto en depresión infantil (Butler et al., 1980) como en depresión adolescente (Reed, 1994). Del mismo modo la re estructuración cognitiva con niños mayores de diez años es una técnica probablemente eficaz (Butler et al., 1980).
3.2. Varia bles pred ictor as de la eficacia del tratamiento psicológico La pregunta: ¿qué tratamientos psicológicos son eficaces?, se complementa con ¿cuan de eficaces son los tratamientos psicológicos? Para resolver esta cuestión se han realizado tres metaanálisis, que permiten además conocer variables predictoras de la eficacia del tratamiento psicológico. Reinecke, Ryan y Dubois (1998) integraron los resultados de ocho estudios independientes en los que se com paraba un tratamiento cognitivo-conductual con un grupo de control. En los ensayos controlados par ticiparon 211 niños, adolescentes y jóvenes, de nueve a 24 años. La eficacia global del tratamien to fue alta al finalizar la intervención y disminuyó al nivel medio a los seis meses. Méndez et al. (2000) analizaron 20 estudios independientes sobre tratamiento psicológico. Se reclutaron 704 niños y adolescentes, de nueve a 19 años. La eficacia del tratamiento fue alta en el postest y media-alta © Ediciones Pirámide
81
en el seguimiento. En una revisión posterior Mén dez et al. (2002) examinaron 24 estudios con 863 participantes, de siete a 19 años. La eficacia del tratamiento psicológico fue media tanto al concluir la intervención como siete meses más tarde. Con respecto a las características de los parti cipantes, ni la edad ni el tipo de trastorno del esta do de ánimo predice la respuesta al tratamiento. Aunque en conjunto el género no parece influir en los resultados, los ensayos controlados que anali zan específicamente esta variable sugieren que los chicos responden al tratamiento mejor que las chi cas (Clarke et al., 1999; Reed, 1994). Por el con trario, la gravedad del trastorno es un predictor relevante. El tratamiento es menos eficaz con mues tras clínicas, reclutadas por profesionales, con pro blemas asociados. Con respecto a las características de la interven ción, los tratamientos intensivos y breves, es decir, más tiempo semanal de terapia concentrado en me nos semanas de intervención, son más eficaces. El ensayo de Clarke et al. (1999) sugiere, por otro lado, que a mayor cantidad de tratamiento, mayor recu peración. Las tasas de adolescentes sin depresión fueron 69 y 57 por 100, según nivel de asistencia, alto (13-16 sesiones) y medio (entre nueve y 12 se siones), respectivamente. La aplicación grupal del tratamiento es tan eficaz como la individual, pero se obtienen mejores resultados con grupos de tera pia pequeños. El tratamiento se muestra más efec tivo si se compara con controles inactivos, no trata miento o lista de espera que con controles activos, atención placebo u otro tratamiento psicológico.
4.
CONCLUSIONES
La terapia de conducta, incluyendo el enfoque cognitivo, es el único tratamiento psicológico para la depresión infantil del que se dispone de apoyo empírico. El programa «Acción» de Stark es el más recomendable. Un tratamiento parecido en caste llano es el programa «Emoción-acción-cognición» de Méndez. Ambos incluyen los dos procedimien tos, convenientemente adaptados al nivel de desa rrollo infantil, sobre los que existe evidencia de
82 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
su eficacia, entrenamiento en habilidades sociales y reestructuración cognitiva. La terapia de conducta y la psicoterapia inter personal son tratamientos de probada eficacia para la depresión adolescente. Hay más evidencia acu mulada sobre la terapia de conducta, contrastada con una cantidad seis veces mayor de adolescen tes, que con la psicoterapia interpersonal de apli cación más reciente. Por esta razón, Roselló y Bernal (1999) advierten que «la evidencia dispo nible sugiere que la terapia cognitivo-conductual reúne los criterios de tratamiento "bien estableci do" para la depresión adolescente; sin embargo, son necesarios nuevos ensayos controlados con ta maños muéstrales mayores en el caso de la psico terapia interpersonal» (p. 742). El Curso de afrontamiento de la depresión-ver sión adolescente de Lewinsohn es el más utiliza do y constituye el tratamiento de primera elección para la depresión adolescente, especialmente en su formato adolescentes y padres. El tratamiento cog nitivo-conductual de Brent y la psicoterapia inter
personal de Mufson también cuentan con apoyo empírico y son una alternativa terapéutica. Los tres protocolos comparten la importancia concedida al déficit en habilidades sociales y a las dificultades interpersonales en la génesis y mantenimiento de la depresión. Puesto que la prevalencia de los trastornos del estado de ánimo aumenta con la edad, no es extra ño que haya menos investigación y, en consecuen cia, se disponga de menos apoyo empírico acerca del tratamiento psicológico de la depresión infan til y adolescente. La evidencia sobre eficacia, aun que más limitada, se sitúa en la misma línea que la existente en el campo adulto (Pérez-Alvarez y García, 2001, y en este texto). Dos líneas de ac tuación relevantes en este ámbito son la unifica ción de protocolos de terapia cognitivo-conductual que faciliten su contrastación por investigado res independientes y la elaboración de programas preventivos como el de Seligman, Reivich, Jaycox y Gillham (1995) dirigidos a fomentar el opti mismo.
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Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la fobia social y la timidez en niños y adolescentes JOSÉ
OLIVARES
RO DR ÍG UE Z
AN A ISABEL RO SA ALC ÁZA R JOSÉ AN TO NI O FRA NCI SCO
PIQUERAS
VI CTO RIA NO
1.
DELIMITA CIÓN DEL PROBL EMA
1.1. Introducción Durante muchos años los problemas relativos a la timidez, el retraimiento, la aversión social, el ais lamiento, la inhibición y, en los casos más severos, la fobia social o trastorno de ansiedad social en ni ños y adolescentes no han sido considerados por la comunidad científica lo suficientemente relevantes como para atraer hacia sí la atención de clínicos e investigadores. En concreto, la ansiedad social y el resto de problemas relacionados con ella han esta do considerados como condiciones transitorias y propias del desarrollo del niño (Beidel, Ferrell, Alfano y Yeganeh, 2001; Beidel y Turner, 1998; Carducci, 1999; Sansón, Pedlow, Cann, Prior y Oberkbud, 1996). Ha sido en los últimos años cuan do las habilidades y destrezas implicadas en la relación social durante la infancia y la adolescencia han sus citado un notable interés, debido a la constatación reiterada de su importancia para el normal desarro llo tanto del funcionamiento psicológico (así, ma yor o menor probabilidad de inicio en el consumo de sustancias tóxicas, y de su abuso, o de la ocu rrencia de depresión y suicidio) como del social (por ejemplo, el incremento de la probabilidad de apari ción de problemas para su inserción y mantenimiento en el grupo de amigos o el mundo laboral o los pro blemas para iniciar y mantener relaciones de pare ja) y el ed uc at iv o (d is mi nu ci ón del re nd im ie nt o es colar o académico y abandono de los estudios). No obstante, a pesar de tal corroboración, la mayoría © Ediciones Pirámide
RODRÍ GU EZ
XAVIER MÉ ND EZ RA MO S
CARRILLO LINARES
de los programas de intervención que han tenido/ tienen por objetivo implantar o fomentar el desa rrollo de las relaciones sociales se han centrado en problemas tales como los presentados por los chi cos rechazados por sus iguales (Goldstein, Sprafkin, Gershaw y Klein, 1989; Monjas y Caballo, 2002; Trianes, Jiménez y Muñoz, 1997), los cuales suelen exhibir un exceso de respuestas agresivas y disruptivas (Hembree-Kigin y McNeil, 1995; Hinshaw, 1996; Kazdin, 1996), quedando relegados a un segundo plano los sujetos cuyo problema está en mermas o carencias de la conducta deseable (fre cuencia y duración), en el conocimiento de la es trategia (habilidad) y/o en la calidad o dominio de la destreza (problemas generados por la práctica insuficiente). Estos últimos son los sujetos objeto del presente capítulo. Nuestros objetivos incluyen una revisión exhaustiva de la literatura psicológica ad hoc que nos permita, en un primer momento, co nocer los tratamientos psicológicos que han sido uti lizados para tratar a niños y adolescentes con estos problemas, para valorarlos a la luz de los criterios acordados por la comisión de expertos de la Task Forcé
on
Promotion
and
Dissemination
of Psycho-
logical Procedures (1995) y, seguidamente, presen tar los resultados de su análisis y el intento de deli mitar algunas de las variables moderadoras de su eficacia.
1.2. Definició n y carac teriz ació n El primer problema con el que nos encontra mos a la hora de realizar el presente trabajo es que
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Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
los términos y expresiones utilizados habitualmente por los investigadores para denominar los trastor nos relativos a la relación social presentan al me nos dos problemas: son numerosos (así, timidez, retraimiento, aislamiento, fobia social, aversión so cial, etc.) y carecen de una delimitación semánti ca clara; es decir, sus contenidos se solapan. De hecho, ello ha llevado a realizar notables esfuer zos para intentar operacionalizarlos y así clarificar su panorama conceptual (Monjas y Caballo, 2002). Este grado de confusión es interpretado por algu nos autores como el resultado de la multidimensionalidad que parece estar presente en ellos. Tal es la posición mantenida en trabajos como el de Asendorpf (1993) o Rubin y Asendorpf (1993). los cuales usan la multidimensionalidad como funda mento y argumento de la existencia de tres estilos de relación en función de lo que denominan «me canismo motivacional de aproximación/evitación»: uno de baja sociabilidad (baja frecuencia de aproxi mación, pero no necesariamente alta frecuencia de evitación), que se relaciona con la introversión como característica de personalidad; otro de baja aceptación social, que se presenta asociado a los resultados de las pruebas sociométricas, y un ter cero, calificado como tímido, caracterizado por una alta frecuencia de aproximación y de evitación. En este mismo sentido Monjas y Caballo (2002) aña den un cuarto estilo denominado por ellos «pasi vo o inhibido» y que se opondría al estilo asertivo de relación. Pese a tales dificultades de delimitación semán tica y de operacionalización, ha habido intentos muy notables para definir algunos de estos térmi nos y expresiones, a los que pasamos a referirnos a continuación. Así, la timidez ha sido definida como el miedo a ser evaluado negativamente en situaciones sociales en las que se hallan o pueden encontrarse tanto personas conocidas como des conocidas (Buss, 1980; Zimbardo, 1977); miedo que permanece relativamente estable y puede pro vocar deterioro funcional al menos en un 13 por 100 de los casos informados en los estudios pu blicados (Henderson, 1997). Los especialistas es pañoles en este problema. Monjas y Caballo (2002), la definen como un patrón de conducta
caracterizado por el déficit de relaciones interper sonales y una tendencia estable y acentuada de escape o evitación del contacto social con otras personas; se trata de niños y chicos que, además de relacionarse poco con sus iguales, tanto en lo relativo a la frecuencia como a la duración de las respuestas implicadas, perciben generalmente ta les relaciones como insatisfactorias, es decir, son chicos y chicas que permanecen mucho tiempo solos, exhiben un estilo pasivo e inhibido de rela ción y sufren ansiedad social, por lo que al menos evitan activamente algunas situaciones sociales. Por su parte, el retraimiento y el aislamiento so cial han sido delimitados como fenómenos espe cíficos que no implican «necesariamente» niveles de ansiedad social elevados ni miedo a la evalua ción negativa; el retraimiento social se vincula a la expresión conductual de la soledad e implica autoaislamiento respecto del grupo de iguales, mientras que el aislamiento social se considera el resultado del rechazo o aislamiento del sujeto por su grupo de iguales (Rubin y Stewart. 1996). Ahora bien, entre todas las tentativas, ha sido el constructo «fobia social» el que hasta el momento me jor se ha delimit ado y opera cionalizado; és te se caracteriza por la ocurrencia de un miedo persis tente e intenso a una o más situaciones de rela ción o actuación social en las que el sujeto se ex pone a personas que no pertenecen a su ámbito familiar y pueden evaluarlo negativamente (APA, 1994 o 2000). Para diagnosticar en este contexto a un niño/adolescente como «fóbico social» es preciso haber probado que, entre otras cuestiones, sus capacidades para relacionarse y actuar socialmente con/ante sus familiares son adecuadas para su edad y grupo cultural de referencia, así como que la ansiedad social aparece en las reuniones con chicos de su misma edad y no sólo en sus relacio nes con los adultos. Por otra parte, mientras que los requisitos exigidos para la conceptualización de la timidez, el retraimiento o el aislamiento no contemplan el componente evolutivo, los criterios diagnósticos de la fobia social requieren tener pre sentes tales características diferenciales, atendien do a si se trata de niños/adolescentes o de adultos (véase la tabla 3.1). Así, en los niños se pueden © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la fobia social y la timidez en niños y adolescentes I
presentar lloros, berrinches, inhibición o retrai miento y faltar el reconocimiento de que el temor experimentado es excesivo o irracional; además, en sujetos menores de 18 años la duración del tras torno debe prolongarse como mínimo durante seis meses para ser considerado como tal (APA, 1994). A todo ello se ha de unir un amplio conjunto de alteraciones psicofisiológicas entre las que se ha llan más frecuentemente la sensación de ahogo, rubor, palpitaciones, escalofríos, temblores, pro blemas estomacales y dolores de cabeza (Beidel, Christ y Long, 1991), acompañadas generalmente de evitación o escape cuando tienen que hablar, comer, leer o escribir en público, ir a fiestas o
89
reuniones sociales, usar aseos públicos, hablar con figuras de aut oridad o con pers onas del ot ro sexo, relacionarse en contextos informales, etc., (Beidel y Turner, 1998), a las que pueden unirse variables cognitivas como «el miedo a tener mie do» (ataques de pánico). De hecho, los estudios epidemiológicos constatan una y otra vez que los niños y adoles centes d iagnost icados de tras torno de ansiedad social generalizada suelen mos trar un co mportamien to que puede etiquetarse como socialmente retraído y hallarse aislados de su grupo de iguales (Be idel, Turner y Morri s, 1999; Inderbitzen, Walters y Bukowski, 1997; Morris, 2000).
TABLA 3.1 Criterios A)
diagnósticos
de
la fobia
social
según
el
DSM-IV-TR
(APA,
2000)
Tem or acusado y persiste nte por una o más situac ione s sociales o actu acio nes en públ ico en las que el sujeto se ve expuesto a personas que no pertenecen al ámbito familiar o a la posible evaluación por parte de los demás. El individuo teme actuar de un modo que sea humillante o embarazoso. Nota: En los niños es necesario haber de mostrado que sus capacidades para relacionarse socialmente con sus familiares son normales y han existido siem pre y que la ansiedad social aparece en las reuniones con individuos de su misma edad y no sólo en cualquier interrelación con un adulto.
B) La exposición a las situaciones sociales temidas provo ca casi invariablemen te una respuesta inmediata de ansie dad, que puede tomar la forma de una crisis de angustia situacional o más o menos relacionada con una situación. Nota: En los niños, la ansiedad puede traducirse en lloros, berrinches, inhibición o retraimiento en situaciones sociales en que los asistentes no pertenecen al mismo marco familiar. C) El individuo recono ce que este temor es excesivo o irracional. Nota: En los niños puede faltar este reconocimi ento. D) Las situaciones sociales o actuaciones en público temida s se evitan o bien se experimentan con ansiedad o males tar intensos. E) Los comporta miento s de evitación, la anticipación ansiosa o el malestar que aparece en la(s) situación(es) social(es) o actuación(es) en público temida(s) interfieren acusadamente con la rutina normal del individuo, con sus relacio nes laborales (o académicas) o sociales o bien producen un malestar clínicamente significativo. F) En los individuos meno res de 18 años, la duración del cuadro sintomático debe prolon garse como mínimo seis meses. G) El miedo o el compo rtamie nto de evitación no se deben a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (p. ej., drogas, fármacos) o de una enfermedad médica y no pueden explicarse mejor por la presencia de otro trastorno mental (p. ej., trastorno de angustia con o sin agorafobia, trastorno de ansiedad por separación, trastorno dismórfico corporal, trastorno generalizado del desarrollo o trastorno esquizoide de la personalidad). H) Si hay una enfermedad médi ca u otro trastorno mental, el temor descrito en el criterio A no se relaciona con estos procesos (p. ej., el miedo no es debido a la tartamudez, a los temblores de la enfermedad de Parkinson o a la exhibición de conductas alimentarias anormales en la anorexia nerviosa o en la bulimia nerviosa).
Especificar si: generalizada: si los temores hacen referencia a la mayoría de situaciones sociales.
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90 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
Criterios diagnósticos y de clasificación Ni la timidez ni el retraimiento o el aislamien to social se contemplan actualmente como entida des diagnósticas por ninguno de los dos sistemas clínicos de clasificación de los trastornos de la con ducta y de la personalidad más ampliamente acep tados por la comunidad científica (así CIÉ-10; OMS, 1992; DSM-IV-TR, APA, 2000), a diferen cia de lo que ocurre con la fobia social. En cam bio, sí hallamos que el exceso o defecto de las res puestas implicadas en la relación/actuación social constituyen elementos (criterios) integrantes de los constructos diagnósticos de varios trastornos de la conducta y la personalidad contemplados por estos sistemas, como es el caso de la fobia social, el trastorno de personalidad por evitación o el tras torno reactivo de vinculación en la infancia o la niñez. Por ello entendemos que es sensato aceptar la propuesta de un continuo, en relación con la ansiedad social, en cuyos extremos se hallarían la timidez (incluyendo aquellas respuestas a las que por sí mismas no se les concede actualmente sig nificación clínica, como las implicadas en el ais lamiento, el retraimiento o la aversión social, las cuales bien pudieran hipotetizarse como factores de vulnerabilidad) y la fobia social (expresión clí nica de la ansiedad social). De hecho, es muy co mún la constatación de antecedentes de timidez o inhibición social en sujetos que cumplen los crite rios para el diagnóstico de fobia social (Bados, 2001). En este sentido, Turner, Beidel y Townsley (1990) consideran que las diferencias entre la fobia social y la timidez se hallan en la severidad de la evitación y en el nivel de deterioro en el funcionamiento social, laboral o académico. Más concretamente, los «tímidos» informan de menos respuestas de evitación y menos deterioro de su funcionamiento social y sus respuestas frecuente mente muestran un curso transitorio comparado con la fobia social. Por su parte, Chavira, Stein y Malcarne (2001) han constatado que aunque los suje tos que puntúan alto en timidez también presentan una amplia gama de respuestas que se hallan in cluidas en el trastorno de ansiedad social, sobre todo en el subtipo generalizado y el trastorno con
comitante del Eje II (trastorno de'personalidad por evitación), todavía existe mucha varianza no ex plicada en relación con la ocurrencia de este pro blema. Por todo ello, nosotros hemos optado por con cretar y ubicar nuestro estudio, en el presente tra bajo, entre los dos extremos del continuo hipotetizado: la fobia social y la timidez.
1.3.
Datos epidemio lógicos
Tanto en los estudios de Carducci y Zimbardo (1995) como en el previo de Zimbardo (1977) se señala que entre un 40-50 por 100 de la población se considera «tímido» habitualmente, el 15 por 100 informa mostrarse «tímido en alguna ocasión» y el 5 por 100 dice que nunca se ha sentido «tími do». En cuanto a la prevalencia en niños, los es tudios realizados informan de que un 10 por 100 de los niños se retrae, entre un 5 y un 10 por 100 no son elegidos por ningún compañero y en torno al 20 por 100 de los alumnos de una clase son ig norados o rechazados por sus iguales (André y Legeron, 1997). En España, Monjas (1997) en contró que el 29 por 100 de los alumnos es recha zado por sus compañeros y el 17 por 100 es igno rado, aumentando estos porcentajes conforme los niños tienen asociadas otras necesidades educati vas especiales o presentan algún tipo de discapa cidad. En cuanto a la fobia social o trastorno de an siedad social, en la mayoría de estudios se infor ma de una prevalencia que oscila entre 1,6 y 4 por 100 en la población infantil (Essau, Conradt y Petermann, 1999; Wittchen, Stein y Kessler, 1999); del 2 al 7 por 100 en adolescentes (Beidel y Tur ner, 1998), y entre el 5 y el 10 por 100 en estudios con muestra mixta de niños y adolescentes (Hayward, Killen, Kraemer y Taylor, 1998; Wittchen, Stein, y Kessler, 1999). Tales datos hacen de la fobia social uno de los trastornos mentales más frecuentes en este tramo evolutivo (Albano, Detweiler y Logsdon-Conradsen, 1999; Wittchen et al., 1999). Respecto a las relaciones entre género, compor tamiento tímido y fobia social, los estudios indi© Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la fobia social y la timidez en niños y adolescentes I
can que ambos problemas son más frecuentes en niñas que en niños (French, 1990; Stevenson-Hinde y Glover, 1996). En relación con su inicio, los trabajos referidos a la fobia social informan de una edad media que se sitúa generalmente entre los 14 y los 16 años, hallándose la edad media entre los 12,7 y los 16 años en los estudios epidemiológicos más relevan tes con muestras comunitarias, mientras que en po blación clínica infantil la edad media de inicio se halla entre los 11 y los 12 años (Bados, 2001; Bei del y Turner, 1998).
2.
DEFINICIÓN Y VALO RACI ÓN DE TRATAMIENTOS
2. 1. Estrategias e instrumentos de evaluación La evaluación de la timidez y fobia social se ajusta a los planteamientos generales de la eva luación psicológica en la infancia y la adolescen cia (Del Barrio, 1995; Olivares, 2000; Olivares, Méndez y Maciá, 2002) y, por tanto, no debe se pararse de la evaluación de la competencia social en general (Méndez y Olivares, 2003). Para una revisión de las estrategias e instru mentos de evaluación más frecuentemente utili zados y más sensibles a los cambios terapéuticos, puede consultarse Monjas (2000) y Olivares et al. (2002).
2.2.
Tratamientos
Pese a que la timidez y la fobia social han sido tratadas en el marco de contextos teóricos muy distintos, el presente trabajo se centrará únicamente en los tratamientos cuya eficacia ha sido probada mediante la aplicación de diseños controlados (uso de la asignación aleatoria o cuasialeatoria de los sujetos a los grupos de tratamiento y control, o en los estudios comparativos entre dos o más trata mientos), pues sólo éstos pueden ser candidatos a. satisfacer los requisitos propuestos por la Task Forcé
on
Promotion
© Ediciones Pirámide
and
Dissemination
ofPsycho-
91
logical Procedures (1995), los cuales orientan y guían el presente estudio. Como acabamos de indicar, los tratamientos utilizados para reducir/eliminar la timidez presen tan en su origen un amplio abanico teórico que va desde los que han sido derivados del modelo con ductual o cognitivo-conductual hasta los que han sido diseñados en marcos como el enfoque huma nista o el de la psicopatología del desarrollo, con tando además estos intentos de tratamiento, en al gunos casos, con una notable antigüedad (más de treinta años en algún caso), contrariamente a lo que ha ocurrido con la fobia social, en la que su consi deración como problema psicológico con signifi cación clínica y el inicio de su tratamiento no se han producido hasta fechas muy recientes, en el contexto de la infancia y la adolescencia, hecho por el cual todavía el número de estudios publica dos es muy pequeño.
Del estudio global de todas las investigaciones relativas al tratamiento de estos problemas y pu blicadas en el período 1967-2002 (N = 23) pode mos extraer las siguientes notas: a) el tamaño muestral medio de los grupos tratados es de 15,2 (rango: entre seis y 37 sujetos) frente a los 14 del grupo de control (rango: entre seis y 39 sujetos); b) la edad media de los sujetos es de 9,6 años (ran go: entre tres y 16 años); c) las muestras se pre sentan casi equilibradas en cuanto a porcentaje de varones y mujeres; d) cuatro de los estudios tratan problemas de fobia social frente a 19 que se ocu pan de la timidez; e) destacan las intervenciones en el marco cognitivo-conductual (n = 21), segui das del enfoque evolutivo-atribucional (n = 1) y el humanista y transaccional (n = 1);/) 1,2 horas de tratamiento por semana, una intensidad de trata miento de 12 horas por sujeto y con una duración de 8,5 semanas. Finalmente, respecto de las varia bles metodológicas, hemos podido constatar que g) predominan los grupos de control no tratados (43 por 100), seguidos de placebo psicológico (39 por 100), lista de espera (9 por 100) y otros tra tamientos (9 por 100); h) la calidad media de las investigaciones alcanza una puntuación de 7 (so bre 10), e i) el porcentaje medio de mortalidad es muy bajo (1 por 100).
92 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
2.2.1.
En el marco de la terapia de conducta
La exposición a las situaciones temidas, en cua lesquiera de sus modalidades, se ha revelado como un elemento básico de cualquier intervención que tenga como objetivo la reducción/eliminación de la ansiedad condicionada a tales situaciones; por ello distintos autores han indicado que las técni cas que incluyen este componente pueden ser el tratamiento de primera elección para los trastor nos de ansiedad (Echeburúa, 1995; Olivares et al., 1998). De hecho, la exposición es el componente más utilizado en los programas aplicados al trata miento de niños y adolescentes que presentan fo bia social (Beidel, Turner y Morris, 2000; GarcíaLópez et al., 2002; Hayward et al., 2000; Spence, Donovan y Brechman-Toussaint, 2000). Pese a ello desconocemos cuál es el peso de este componente en la eficacia de tales tratamientos, por lo que se precisa de nuevos estudios para intentar calibrar su contrib ución cua ndo se utiliza ais lada ment e (frente a un grupo control), en combinación con otros elementos o frente a ellos. Un intento pionero en este contexto que nos ocu pa es el llevado a cabo por Lowenstein (1983). Este investigador expuso a 22 chicos/as tímidos, con edades comprendidas entre los nueve y los 16 años, a situaciones sociales temidas por ellos, después de haberlos distribuido en dos grupos: uno de trata miento (exposición con prevención de respuesta de escape) y otro de control. El grupo de tratamiento era obligado a participar en actividades tales como nadar, practicar juegos, escuchar música con volu men alto, mezclarse con los miembros del sexo opuesto, etc. Las respuestas asertivas se moldeaban.
utilizado para tratar problemas de ansiedad en la infancia y la adolescencia, atendiendo a los prin cipios del condicionamiento vicario y al potencial del aprendizaje observacional. En este contexto, la reducción/eliminación de las respuestas de es cape/evitación se pretende que ocurra a través de la observación de la conducta de aproximación del modelo dirigida hacia el estímulo fóbico, sin la ocurrencia de consecuencias adversas. En la for ma más básica el modelo presenta una conducta exenta de indicios de ansiedad ante la situación temida, mostrando al niño una respuesta apropia da, más adaptativa para afrontar o manejar el ob jeto o eve nt o fó bi co . El mo delado pued e ll ev ar se a cabo por medio de un proceso simbólico (expo niendo al sujeto a la observación de una filmación) o mediante la observación en vivo; además, los chicos pueden ser asistidos en las aproximaciones al estímulo fóbico o incitados a imitar el modelo sin esta ayuda. El primer experimento que se diseñó para eva luar la eficacia del modelado simbólico como tra tamiento para fomentar la conducta social en preescolares aislados o retraídos socialmente fue el de O'Connor (1969). Este investigador seleccio nó 13 niños de 3,5 años de edad media que fueron distribuidos en dos condiciones experimentales (grupo tratamiento y grupo de control). El grupo de tratamiento visionó una película de 23 minutos en la que se mostraban relaciones sociales activas entre niños con consecuencias positivas, mientras una voz en off enfatiz aba la conduc ta apropia da de los modelos. El grupo control observó una pe lícula de 20 minutos que no contenía relaciones sociales, ya que se trataba de una actuación acro bática de delfines en un parque de atracciones. Los
La duración del tratamiento fue de seis meses, y
resultados
mostraron
diferencias
estadísticamente
hubo un «seguimiento» dos semanas después de haber finalizado el tratamiento. Los resultados in dicaron diferencias entre puntuaciones pretest-postest a favor del grupo experimental, dándose una mejora en la habilidad para hablar en público y en las puntuaciones de extraversión, mientras que en el grupo de control no se constató mejoría alguna. El modelado ha sido otra de las formas de tra tamiento cognitivo-conductual más profusamente
significativas en las conductas de relación a favor del grupo de modelado filmado. En un segundo experimento, el mismo autor (O'Connor, 1972) replicó su experimento anterior, pero incluyendo además una condición nueva en la que se aplicaba el moldeamiento y otra en la que se combinaban ambos. Los resultados mostraron que (i) los niños de la condición modelado mostraban mejores re sultados que los que recibieron moldeamiento, © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la fobia social y la timidez en niños y adolescentes I
(ii) la combinación de modelado y moldeamiento produjo resultados más estables en el tiempo y (iii) en el seguimiento a las tres semanas los efectos persistían en la condición de modelado y de mo delado más moldeamiento, pero no en la condi ción de sólo moldeamiento. Asimismo, Evers y Schwarz (1973) también so metieron a prueba el modelado simbólico con una película idéntica al original de O'Connor (1969). El objetivo de esta investigación fue comprobar la influencia del refuerzo adulto contingente a la res puesta en combinación con la película de modela do. Seleccionaron 13 niños/as, de edad media 3,7 años, que fueron asignados aleatoriamente a los grupos de tratamiento (película de O'Connor, sin y con refuerzo social). El modelado fue eficaz para modificar con éxito la conducta objetivo con o sin alabanza. La condición de modelado más reforza miento contingente no generó diferencias signifi cativas respecto del modelado en el aumento de la frecuencia y duración de las relaciones sociales de los chicos. Por su parte, Keller y Carlson (1974) también se propusieron explorar la eficacia del modelado simbólico en la mejora de las habilidades sociales en niños tímidos. En este caso no se utilizó la pe lícula de O'Connor (1969), pero sí su diseño. Se
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seleccionaron 19 chicos/as de 3,8 años de media, catalogados como «socialmente aislados», los cua les fueron asignados a dos condiciones experimen tales: grupo tratado (veían cuatro cintas de vídeo de cinco minutos de duración cada una en las que se modelaban habilidades sociales) y grupo de con trol (observaban cuatro secuencias de una pelícu la sobre temas relacionados con la naturaleza). Ambas condiciones vieron las películas en cuatro días consecutivos. Los resultados mostraron dife rencias estadísticamente significativas entre am bos grupos y a favor del grupo tratado. Finalmente, Evers-Pasquale y Sherman (1975) seleccionaron 16 preescolares socialmente aisla dos que fueron asignados a dos grupos: modelado simbólico (película de O'Connor) y control place bo (película de animales). El grupo tratado alcan zó mejorías estadísticamente significativas frente al grupo de control en las variables dependientes medidas. Pese a que todavía faltan muchos aspectos por esclarecer, el modelado simbólico ha probado te ner apoyo empírico en el tratamiento de niños de preescolar retraídos socialmente. La aplicación del tratamiento multicomponen te que conocemos como «habilidades sociales», en el ámbito de la fobia social y de la timidez en la
TABLA 3.2 Características Autor/es
de
las
investigaciones
sobre
el
papel
del
modelado
simbólico
Año
Edad
n
Problema
Modelo
Diseño/Tratamiento
O'Connor
1969
3-6
13
Timid ez
Cognitiv o-cond uctual
1. Modelado simbólico vs. placebo psicológico.
O'Connor
1972
3-6
31
Timide z
Cognitiv o-cond uctual
1. Modelado simbólico vs. placebo psicológico. 2. Moldeam iento vs. placebo psicológico. 3. Modelado simbólico + moldeamiento vs. pla cebo psicológico.
Evers y Schwarz
1973
3-5
13
Timidez
Cognitivo-conductual
1.
Keller y Carlson
1974
3-5
19
Timidez
Cognitivo-conductual
1. Mode lado simbó lico vs. placeb o psicol ógico.
Evers-Pasquale y Sherman
1975
3-5
16
Timi dez
Cognit ivo-co nductu al
1. Modelado simbólico vs. placebo psicológico.
n = tamaño de la muestra. © Ediciones Pirámide
Mod ela do simbó lico + refuerzo posit ivo vs. modelado simbólico.
94 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
infancia y la adolescencia, se fundamenta en el supuesto de que los sujetos con estos problemas presentan carencias bien en el conocimiento de la estrategia, bien en el de la destreza de su uso o de su aplicación. Este tratamiento constituye una aproxi mación de amplio espectro, con muchas variantes que se pueden diferenciar atendiendo a distintos parámetros tales como su formato de entrenamien to o el contexto de su aplicación. La mayoría de los programas conllevan entrenamiento en habili dades de comunicación verbal y no verbal y están integrados por instrucciones, modelado y entrena miento en resolución de problemas sociales (Erwin, 1993; Ladd, 1985; Schneider, 1989), junto a ensa yo de conducta, reforzamiento positivo y retroali mentación o feedback (Caballo, 1995). En un trabajo pionero sobre la aplicación del entrenamiento en habilidades sociales (EHS en ade lante), Oden y Asher (1977) seleccionaron a 33 ni ños tímidos y los asignaron aleatoriamente a tres condiciones experimentales: a) EHS más empareja miento con un terapeuta que supervisaba y orienta ba la práctica del niño; b) sólo EHS (sin empareja miento ni práctica supervisada), y c) juego solitario, sin relacionarse. El tratamiento constó de seis se siones que se distribuyeron a lo largo de cuatro se manas. El análisis de los resultados mostró que los mejores efectos se alcanzaban mediante el entre namiento con instrucciones y práctica supervisada. En un estudio posterior, Edleson y Rose (1981) llevaron a cabo dos experimentos para probar la bondad de un tratamiento mixto de EHS más eco nomía de fichas y resolución de problemas. En el primero, que incluía a 39 niños/as tímidos/as, con 10,4 años de edad media, asignaron al azar a los sujetos a dos grupos: a) EHS y b) control activo de ensayo-discusión. La duración del tratamiento fue de seis semanas a razón de una hora semanal. Los resultados indicaron diferencias significativas entre ambos grupos en los informes facilitados por los padres que actuaron como observadores (a fa vor del grupo tratado), pero no en las medidas sociométricas ni en el role-playing conductual. En un segundo experimento, los investigadores traba jaro n co n 29 ni ño s de ambos se xo s, tí mi do s, a los que se asignó al azar a tres condiciones: a) EHS
más economía de fichas, b) ensayo-discusión y c) control lista de espera. El entrenamiento se pro longó durante ocho semanas con una hora de tra tamiento por semana. Los resultados no mostra ron diferencias estadísticamente significativas entre los grupos de tratamiento a) y b), pero sí entre és tos y el grupo de control lista de espera. Nueve años después de los trabajos de Edleson y Rose (1981), en 1990, Jupp y Griffiths compa raron el efecto del EHS frente al role-playing psicodramático (enfoque psicodinámico) en el trata miento de adolescentes aislados socialmente. Con este fin asignaron aleatoriamente a 30 adolescen tes a las siguientes condiciones: 1) entrenamiento en habilidades sociales, consistente en instruccio nes verbales, modelado y discusiones en grupo semanales; 2) role-playing psicodramático, que implicaba role-playing sobre dilemas sociales y relaciones cotidianas, y 3) grupo de control lista de espera. El tratamiento duró 13 semanas, a ra zón de una sesión semanal de hora y media. Los resultados mostraron mejorías estadísticamente significativas de los grupos tratados frente al con trol, pero no entre las condiciones tratadas. Una línea de tratamiento muy relacionada con el campo de trabajo que delimitan las habilidades sociales es aquella que utiliza el juego social prac ticado entre iguales. Este enfoque tiene por ob jetivo un ir est ra té gi came nte a ni ño s que ex hi be n dificultades sociales con iguales habilidosos so cialmente. Ambas aproximaciones implican pro veer a los chicos seleccionados de oportunidades para comprometerse en actividades de tareas con juntas co n sus ig ua le s no ai sl ad os . Es to s est ud io s parten del supuesto de que los iguales son los agen tes de socialización más importantes en el ambiente natural del niño y por ello su implicación en el tratamiento puede facilitar y fortalecer la generali zación de las conductas sociales entrenadas (McFayden-Ketchum y Dodge, 1998; Spence y Donovan, 1998). Un intento en este sentido lo constituye el tra bajo de Furman, Rahe y Hartup (1979), los cuales pusieron a prueba las contribuciones de las rela ciones con iguales de la misma edad o de edades diferentes y la eficacia de cada una de estas con© Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la fobia social y la timidez en niños y adolescentes I
—ciones para «reinsertar» niños retraídos socialroente. En concreto, seleccionaron a 36 preesco¿res asignándolos al azar a tres condiciones ex perimentales: d) socialización con diez sesiones de ;negó con un niño de \a misma edad, b) las mis mas sesiones pero con un niño más pequeño y c) control puro. Los resultados indicaron diferencias estadísticamente significativas entre los grupos tra tados y el control, pero no entre los grupos tratados. Más recientemente, Morris, Messer y Gross 11995) se fijaron como objetivos la mejora de la integración social y el incremento de los índices de relación positiva de chicos de primer y segun do grados ignorados por su grupo mediante el em
95
parejamiento entre iguales. Para ello, seleccionaron 24 niños ignorados y 24 populares y los asignaron aleatoriamente a un grupo de tratamiento y a una condición de control. Los sujetos tratados, parejas de niño popular-niño ignorado, participaron en 12 sesiones de juego, de 15 minutos cada una, duran te un período de cuatro semanas. Las elecciones sociométricas mostraron que tras la intervención el 75 por 100 de los participantes ignorados en el grupo de tratamiento mostraban mejorías en el es tado sociométrico, frente al 17 por 100 del grupo control. Estos resultados se mantuvieron al mes, lo cual se puede traducir como un apoyo para los efectos a corto plazo de la condición experimental.
TABLA 3.3 Características
Autor/es Oden y Asher
de
las
investigaciones analizadas en habilidades
sobre sociales
la
eficacia
del
entrenamiento
Año
Edad
n
Problema
Modelo
Diseño/Tratamiento
1977
8-12
33
Timidez
Cognitivo-conductual
1. Habilid ades sociales vs. placeb o psico lógico . 2. Habilida des sociales empare jamien to vs. pla cebo psicológico.
Furman et al.
1979
2.5-6.6
36
Timidez
Cognitivo-conductual
1. Habilid ades sociales (par más jove n) vs. con trol no tratado. 2. Habili dades socia les (par de la misma edad) vs. control no tratado.
Edleson y Rose
Jupp y Griffiths
1981
1990
8-12
39
Timidez
8-12
39
Timidez
13-16
30
Timidez
Cognit ivo-co nductu al
2. Habilid ades sociales vs. discus ión + lista es pera. Cognitivo-conductual Psicodinámico
Morris et al.
1995
7-9
24
Timidez
1. Habilidades sociales vs. tratamiento discusión + lista espera.
Cognitivo-conductual
1. Habili dades sociales (juego) vs. lista espera. 2. Psico drama vs. lista espera. Habilidades sociales vs. control no tratado.
n = tamaño de la muestra.
En relación con la fobia social hemos de indi car que la mayor parte de los programas utiliza dos para su tratamiento, en niños y adolescentes, incluyen entre sus componentes el relativo al en trenamiento en habilidades sociales (García-López et al., 2002; Hayward et al., 2000; Spence et al., 2000). © Ediciones Pirámide
Las técnicas de tratamien to derivadas de los prin cipios del condicionamiento operante y agrupadas bajo la etiqueta de «manejo de contingencias» in tentan alterar la frecuencia, duración e intensidad de la conducta fóbica a través de la manipulación de las consecuencias. Los procedimientos basados en el condicionamiento operante se fundamentan
96 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
en el supuesto de que la adquisición de las respues tas de aproximación a la situación provocadora del miedo es una condición parsimoniosa suficiente para eliminar el problema. Los estudios de Clement et al. (1967, 1970a, 1970b) fueron diseñados para intentar validar este supuesto en los niños tímidos o retraídos. El primer estudio de Clement y Milne (1967) estaba integrado por 11 niños que habían sido calificados por sus profesores como «chicos que presentaban comportamiento retraído o tími do». Estos fueron asignados aleatoriamente a tres grupos de juego : a) economía de fichas (cuatro su je to s re ci bí an re fo rz am ie nt o ta ng ib le po r las co n ductas de aproximación social); b) refuerzo social sin reforzamiento tangible (también integrado por cuatro sujetos), y c) grupo control (compuesto por tres sujetos). Cada grupo tuvo 14 sesiones de jue go. Los resultados indicaron que el grupo de re fuerzo tangible (economía de fichas) fue el que más beneficios obtuvo de las dos condiciones de trata miento. El grupo de control no mostró cambios sig nificativos en las variables dependientes.
cos tímidos (todos de sexo masculino). Los mejo res resultados fueron los alcanzados por los grupos de tratamiento, destacando la economía de fichas frente al refuerzo social y éste frente a los grupos de control. Dentro de este último, la atención gru pal alcanzó mejores resultados que la individual. En un tercer experimento de este equipo, Cle ment, Roberts y Lantz (1970) intentaron evaluar el efecto terapéutico de un psicólogo infantil con una alta experiencia, la economía de fichas, el modelado filmado y las experiencias de grupo re petidas en niños tímidos. Los sujetos selecciona dos fueron 24 niños tímidos distribuidos en cuatro grupos: á) economía de fichas con terapeuta; b) economía de fichas sin terapeuta; c) modelado fil mado, y d) control placebo psicológico. Los datos mostraron que el grupo tratado con terapeuta me joró má s qu e el qu e no ut il iz ó te ra pe ut a, y qu e la economía de fichas generaba mejoras en la con ducta de los niños en mayor medida que el mode lado filmado y el placebo psicológico. No obstan te, hay que indicar que este estudio presenta serias limitaciones metodológicas. Los resultados de este grupo de investigacio nes parecen respaldar la eficacia de la economía de fichas como medio para promover conductas prosociales en niños retraídos o tímidos, dentro de las técnicas de manejo de contingencias, pese a que
En 1970, Clement, Fazzone y Goldstein (1970) seleccionaron a 16 niños de nueve años de edad media y los asignaron al azar a dos grupos de trata miento (economía de fichas y refuerzo social) y a dos grupos sin tratamiento (atención placebo indi vidual y grupal), cada uno formado por cuatro chi
TABLA 3.4 Características
de
las
investigaciones
relativas
al
estudio
Autor/es
Año
Edad
n
Problema
Modelo
Cleme nt y Milne
1967
8-10
11
Tim ide z
Cog niti vo- con duc tua l
del
efecto
1970
9
16
T imidez
Cogniti vo-con ductua l
1970
10
24
Timidez
Cognit ivo-con ductua l
técnicas
operantes
1. Econ omía fichas vs. control no tratado. Refuerzo social vs. control no tratado.
1. Economía de fichas vs. placebo psicológico (grupo). 2.
Clement et al.
las
Diseño/Tratamiento
2. Clement et al.
de
Refuerzo social vs. place bo psico lógic o (in dividual).
1. Economía fichas (terapeuta) vs. placebo psi cológico. 2. Econ omía fichas vs. placebo psico lógic o. 3. Mode lado filmado vs. place bo psicol ógico.
n = tamaño de la muestra. © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la fobia social y la timidez en niños y adolescentes I
presentan un serio problema metodológico: han de hacer frente a la amenaza que supone su reducido tamaño muestral y sus implicaciones en relación con la generalización de sus hallazgos. Una tentativa más de «integración» de los chi cos tímidos en el contexto grupal es la llevada a cabo por Weinrott, Corson y Wilchescky (1979). Estos autores sometieron a prueba el supuesto de que la implicación de los profesores en el trata miento tendría efectos benéficos y variados en la conducta de estos chicos: a) incrementaría la fre cuencia de relación de los niños tímidos con sus compañeros; b) aumentaría su voluntariedad e ini ciativa con los profesores; c) reduciría la frecuen cia de los despistes (distracciones), y d) la autoestimulación. Los participantes fueron distribuidos en 25 parejas de niños (entre siete y nueve años) y profesores, 20 de las cuales fueron asignadas a un grupo experimental y cinco sirvieron como grupo control sin tratamiento. Todos los profeso res de los grupos experimentales fueron entrena dos durante diez semanas para incrementar la fre cuencia de conductas prosociales usando modelado (según el procedimiento establecido por O'Connor, 1969, 1972), reforzamiento social, contingencias individuales y una combinación de consecuencias individuales y de grupo en el contexto de la clase. Los resultados mostraron que el grupo de tra tamiento incrementó significativamente las re laciones con sus compañeros frente al grupo de control. El entrenamiento en autoinstrucciones, la rees tructuración cognitiva y la resolución de proble mas también han sido empleados en el tratamien to de sujetos tímidos o con fobia social. Así, Harris y Brown (1982) utilizaron tanto la reestructuración cognitiva como las autoinstrucciones en combina ción con otras técnicas (modelado y exposición) en la mejora de la conducta de relación de los ni ños tímidos. Los participantes fueron 109 escolares, cuya edad media era de 11,5 años. Los resultados mostraron que las técnicas cognitivas redujeron significativamente el miedo a las situaciones so ciales y a hablar en público. En este mismo con texto, Trianes, Rivas y Muñoz (1991) entrenaron a 98 niños tímidos con edades comprendidas en © Ediciones Pirámide
97
tre tres y cinco años, los cuales fueron distribui dos en tres grupos: a) resolución de problemas con intervención máxima (la profesora intervenía todo el tiempo en clase); b) resolución de problemas con intervención mínima (sólo intervenían de vez en cuando los alumnos en prácticas), y c) control aten ción placebo. Los resultados muestran que los gru pos de resolución de problemas alcanzan mayores índices de mejoría que el grupo de control, pero no producen diferencias estadísticamente signifi cativas entre éste y los grupos tratados. Por lo que respecta al tratamiento de la fobia social, tanto en niños como en adolescentes, las investigaciones han utilizado tratamientos multi componentes que integran técnicas cognitivo-conductuales junto a otras estrictamente conductua les (Beidel, Turner y Morris, 2000; García-López et al., 2002; Hayward et al, 2000; Spence et al., 2000). De ellas vamos a ocuparnos a continuación. En el año 2000, Beidel et al. dieron a conocer los resultados de la comparación de la eficacia de la terapia para la eficacia social adaptada para ni ño s
(Social
Effectiveness
Therapy
for
Children,
SET-C) frente a un grupo control, en una muestra de 67 niños cuyas edades comprendían desde los ocho hasta los 12 años. Los niños fueron asignados al azar, bien al programa de tratamiento conduc tual diseñado para aumentar las habilidades socia les y disminuir la ansiedad social (SET-C), bien a un grupo de atención placebo. El programa SET-C incluye un componente educativo, entrenamiento en habilidades sociales, exposición in vivo y gene ralización de lo aprendido al grupo de iguales. Los resultados indicaron mejorías significativas del gru po tratado en las variables de habilidades sociales, ansiedad y miedo social, incrementándose también de forma significativa las relaciones sociales. En este mismo contexto Spence et al. (2000) compararon la efectividad de dos tratamientos: uno denominado CBI (integrado por entrenamiento en habilidades sociales, resolución de problemas, ex posición y reestructuración cognitiva) y otro rotu lado como CBI-Padres, que incluye el CBI más la intervención de los padres. Ambos se compararon frente a un grupo control de lista de espera. Este programa había sido elaborado en 1995 por el pri-
98 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
mer autor. La muestra estuvo integrada por 50 ni ños con edades comprendidas entre ocho y 11 años, los cuales fueron asignados al azar a los tres grupos. Los resultados mostraron que ambas intervenciones fueron superiores a la lista de espera, aunque no mostraron diferencias estadísticamente significa tivas entre ellas. En el mismo año, Hayward et al. (2000) com pararon otro paquete multicomponente, el CBGTA
(Cognitive-behavioral
group
therapy
for
este programa en España; así, García-López et al. (2002) llevaron recientemente a cabo la réplica del mismo con población afectada por la fobia social. Seleccionaron un total de 59 adolescentes y los distribuyeron en cuatro grupos: a) S E T - A (So SV
cial
effectiveness
therapy
for
adolescents-spanish
versión, Olivares et al., 1998), que incluye una fase educativa, otra de entrenamiento en habilidades sociales y una tercera relativa a la práctica pro gramada; b) IAFS (Intervención en adolescentes con fobia social; Olivares y García-López, 1998). que consta de una fase educativa o de transmisión de información y reconceptualización, otra de re estructuración cognitiva y dos más que incluyen entrenamiento en habilidades sociales y exposición;
ado
lescents), elaborado por Albano, Marten y Holt (1991), que combina técnicas de reestructuración cognitiva, exposición y habilidades sociales. Se seleccionaron 33 chicas adolescentes con fobia social y se distribuyeron en dos condiciones experimenales: a) grupo CBGT-A y b) grupo de con trol no tratado. Los resultados indicaron un efecto moderado a corto plazo del CBGT-A para el tra tamiento de adolescentes que padecen fobia social y mejora de la depresión mayor. Un segundo es tudio ha tratado de poner a prueba la eficacia de
c)
el
CBGT-A
(Cognitive-behavioral
group
thera
py for adolescents; Albano, Marten y Holt, 1991), descrito anteriormente, y d) grupo de control no tratado. Los resultados indicaron mejorías estadís ticamente significativas en los sujetos tratados fren te al control.
TABLA 3.5 Características
de
las
investigaciones
analizadas
sobre
el
tratamiento
de
la fobia
social
Diseño/Tratamiento
Autor/es
Año
Edad
N
Problema
Modelo
Beidel et al.
200 0
8-12
67
Fobi a social
Cognit ivo-co nductu al
SET-C vs. placebo psicológico.
Haywa rd et al.
200 0
15-16
33
Fobia social
Cognitivo-conductual
CBGT-A vs. control no tratado.
Spenc e et al.
200 0
8-11
50
Fobia social
Cognit ivo-co nductu al
1. CBI vs. control lista de espera. 2. CBI + padres vs. control lista de espera.
García-López et al.
2002
15-16
59
Fobia social
Cognit ivo-co nductu al
1. CBGT-A vs. control no tratado. 2. SET-A vs. control no tratado. 3. IAFS -G vs. control no tratado.
2.2.2.
En otros contextos teóricos y clínicos
Desde otros enfoques o modelos teóricos tam bién se ha pretendido mejorar la calidad de la vida de los niños tímidos y fóbicos sociales, logrando en algunos casos ciertos cambios. Así, Lafreniere
y Capuano (1997) llevaron a cabo un estudio que consistió en poner a prueba la eficacia de un pro grama de intervención preventiva que integraba las perspectivas conductual, atribucional y evolutiva. Este programa pretendía valorar la hipótesis de que las perturbaciones en la relación padres-niño afec taban directamente al ajuste del niño preescolar. © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la fobia social y la timidez en niños y adolescentes I
La muestra estuvo integrada por 43 niños de preescolar ansiosos y retraídos, y sus madres, que se distribuyeron entre el grupo de tratamiento educa tivo y el control. La intervención se llevó a cabo durante seis meses, tras la cual las madres tratadas disminuyeron los parámetros de sus conductas de control, los niños incrementaron las conductas de cooperación durante una tarea de resolución de problemas con las madres y la competencia social y la conducta ansiosa-retraída de los niños también mostraron mejorías significativas. Desde otro enfoque, Voelm, Cameron, Brown, y Gibson (1984) intentaron poner a prueba el pro grama denominado «Educación racional», que con siste en un tratamiento desarrollado dentro del enfoque humanista y derivado de la terapia ra cional emotiva, que ha sido utilizado en múltiples programas de mejora de autoconcepto con pobla ciones no clínicas y en contextos escolares. Para ello, seleccionaron 38 adolescentes extravertidos y 42 retraídos socialmente y los asignaron aleato riamente a tres grupos: a) educación racional emo tiva; b) análisis transaccional, y c) control sin tra tamiento. Los adolescentes socialmente retraídos que fueron entrenados en educación racional emo tiva obtuvieron incrementos significativos en au toestima, valoración de la apariencia física, estatus escolar e intelectual, popularidad y satisfacción, felicidad personal y decremento del nivel de an siedad. Omitimos la referencia y descripción de otros trabajos debido a que los estudios encontrados no cumplen los criterios mínimos para ser considera dos como tratamientos experimentales.
2.3. Tratamientos bien establecidos Los estudios anteriormente descritos muestran que todos los tratamientos aplicados reducen la timidez o la fobia social frente al grupo de con trol. No obstante, y teniendo en cuenta los crite rios de mination
la Task Forcé of Psychological
on Promotion and DisseProcedures (1995), tan
sólo el modelado simbólico de O'Connor (1969), para el tratamiento de la timidez en niños en edad preescolar, puede ser considerado un tratamiento © Ediciones Pirámide
99
bien establecido, ya que es el único que ha re
cibido apoyo empírico en los estudios que lo han replicado (Evers y Schwarz, 1973; Evers-Pas quale y Sherman, 1975; Keller y Carlson, 1974; O'Connor, 1970 y 1972). Respecto del tratamien to de la fobia social, el CBGT-A {Cognitive-be havioral
group
therapy for
adolescents;
Albano,
Marten y Holt, 1991) es también el único que cumple los criterios de tratamiento bien estable cido, dado que ha sido puesto a prueba mediante réplica experimental por Hayward et al. (2000) y García-López et al. (2002). A continuación des cribimos de forma resumida los elementos bási cos de estos dos tratamientos.
1.
Modelado simbólico/filmado (O 'Connor, 1969)
El tratamiento consistió en la exposición indi vidual a una película, con ausencia del experi mentador. La película, en color, tenía una dura ción de 23 minutos y presentaba 11 escenas en las que los niños se relacionaban entre sí en una guardería. En cada uno de estos episodios, el niño de la cinta observaba la relación de los demás y posteriormente participaba en las actividades so ciales con los otros, siendo reforzado por éstos mediante objetos materiales, gestos de agrado, expresiones y palabras de complacencia, etc. Las escenas estaban graduadas en función del miedo que puede despertar en el niño la conducta de aproximación, atendiendo a la relevancia de la actividad social y al tamaño del grupo. Las esce nas iniciales implicaban actividades muy senci llas como compartir un libro o un juguete con otro niño; las finales transcribían la relación con un grupo de seis niños jugando en una habitación. Para centrar más la atención del observador tan to en el modelo como en las consecuencias posi tivas asociadas a su conducta de aproximación social, una voz de mujer iba describiendo en off las acciones de éste y las de los otros niños. El guión incluía las descripciones completas de las respuestas, así como de las consecuencias socia les de las acciones. La tabla 3.6 recoge los ele mentos básicos de esta intervención.
1 0 0
Suia de tratamientos psicológicos eficaces III
TABLA 3.6 Elementos
básicos
Medio utilizado y duración
del
modelado
simbólico
de
O'Connor
(1969)
Película en color Duración: 23 minutos.
Visionado
Individual y con ausencia del experimentador.
Tipo de modelado El contenido y su jerarquización
Múltiple. Once escenas de relación entre niños preescolares. Graduación de las escenas en base a a) la relevancia de la actividad y b) el tama ño del grupo.
Medio para enfatizar las acciones del modelo y sus consecuencias
Voz en off de mujer para centrar la atención del espectad or en los element os más relevantes.
Tipos de refuerzos
Refuerzo social (dar la mano, sonrisas, alabanzas), material (juguete, libreta, libro) y de actividad (J g > secar y lavar platos). u
Contexto en que se desarrolla
2.
CBGT-A therapy for
Guardería.
f C o g n i t i v e behavioral group adolescents;
ar
Albano,
Marten y Holt, 1991) Este programa de tratamiento es el resultado de la modificación del CBGT para adultos (Heimberg, 1991), con objeto de enseñar a los adolescentes habilidades específicas que les ayuden a afrontar las situaciones sociales que les resulten ansiosas. El program a incluye 16 sesiones de 90 minutos cada una y se desarrolla a lo largo de 14 semanas. Las cuatro primeras sesiones se realizan dos veces a la semana y las doce restantes con una periodicidad semanal. Se divide en dos fases de ocho sesiones cada una: a) educativa y de entrenamiento en ha bilidades (skills building) y b) exposición. El tratamiento se administra en formato grupal. Du rante la primera fase, el terapeuta presenta infor mación acerca del programa de tratamiento y del modelo explicativo de la fobia social, resaltándo se la importancia de las respuestas de evitación/ escape como variables responsables del manteni miento de la fobia social. Posteriormente, durante el entrenamiento en habilidades se trabajan junto a éstas el entrenamiento en resolución de proble
mas y la reestructuración cognitiva (terapia cog nitiva de Beck). Durante la segunda fase, la expo sición, se realizan ensayos de conducta y exposi ciones en vivo de cara a afrontar las situaciones sociales temidas por el adolescente. Para ello, pre viamente, los sujetos construyen individualmente una jerarquía de las situaciones sociales que les generan respuestas de ansiedad. Durante las expo siciones se simulan las situaciones jerarquizadas, pudiendo usar para este fin tanto a los compañeros del grupo como al propio terapeuta. Cada sujeto trabaja con su jerarquía individual de situaciones temidas y afronta una «doble exposición», dado que también participa en las exposiciones de sus compañeros(as). Asimismo, durante esta fase se asignan tareas para casa con el objeto de promo ver el mantenimiento y la generalización de los efectos del tratamiento. Tanto durante la primera fase como en esta última, se dispone de un tiem po de de sca ns o (o snack time) que tiene lugar aproximadamente durante la mitad de la sesión. Este componente está diseñado para proporcionar una actividad en el medio natural de cara al mode lado de las conductas prosociales. Durante la fase de entrenamiento en habilidades, el «tiempo de © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la fobia social y la timidez en niños y adolescentes I
descanso» se dedica a la desensibilización de leer o de comer en público o a iniciar y mantener char las informales cortas (por ejemplo, participación en el inicio y en el desarrollo de debates). Durante la fase de exposición se realizan «miniexposiciones» en vivo (así, ir a la cantina del instituto en una hora concurrida, pedir un refresco y bebérselo delante de sus compañeros). Además, con el fin de prevenir posibles recaídas, durante la última sesión
101
de esta fase se hace un repaso tanto de los conteni dos trabajados durante las sesiones como del cam bio experimentado por los sujetos a lo largo del tratamiento. Junto a esto, se planifican exposicio nes y se analizan y discuten los factores que han podido contribuir al cambio. Una descripción de los contenidos de las sesiones puede verse en la tabla 3.7. El libro o manual del terapeuta puede encontrarse en Albano, Marten y Holt (1991).
TABLA 3.7 Contenidos
de
las
sesiones
del
GCBT-A
Sesión 1
Fase educativa (I): Normas del programa.
Sesión 2
Fase educativa (II): Modelo explicativo de la ansiedad. Expectativas de tratamiento.
Sesión 3
Terapia cognitiva de Beck (I): Fase educativa y de entrenamiento en la identificación de pensamien tos automáticos. Distorsiones cognitivas.
Sesión 4
Terapia cognitiva de Beck (II): Fase de aplicación. Técnicas de resolución de problemas.
Sesión 5
Entrenamiento en habilidades sociales: Asertividad (I).
Sesión 6
Entrenamiento en habilidades sociales: Asertividad (II).
Sesión 7
Revisión de las habilidades aprendidas (técnicas cognitivas, entrenamiento en resolución de proble mas y habilidades sociales). Evaluación de las expectativas.
Sesión 8
Ensayo de conducta. Introducción a la fase de exposición.
Sesiones 9-15
Exposición.
Sesión 16
Exposición. Prevención de recaídas.
2.4. Algunas variables modulad oras de la eficacia de los tratamientos para la fobia social y la timidez Conocer si un tratamiento es eficaz resulta una condición necesaria para poder emplearlo como tal en el marco de la terapia de conducta, pero todavía supone un nivel de conocimiento más deseable aquel que permite identificar qué variables pueden predecir o influir en tal eficacia. Con este último objetivo presentamos los resultados de un reciente estudio metaanálitico sobre los tratamientos para la fobia social y la timidez que hemos abordado en © Ediciones Pirámide
el presente capítulo (Olivares et al., 2002). Hemos de indicar que de todos los estudios reseñados en el presente capítulo sólo pudieron ser metaanalizados aquellos que proporcionaban datos estadísticos que permitían calcular los tamaños del efecto de los tratamientos aplicados, lo cual ocurrió sólo en 15 de los artículos analizados en el apartado 2.2. del presente trabajo. Estos 15 artículos dieron lu gar a 24 estudios, de los que siete tratan la fobia social y 17 la timidez. Algunas de las característi cas de estas investigaciones y el tamaño del efecto global de tales tratamientos para cada estudio apa recen recogidos en la tabla 3.8.
102 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
TABLA 3.8 Tamaños
Investigación/ Autor(es)
Año
del
efecto
en
las
Problema
investigaciones
analizadas
en
este
estudio
Diseño/Tratamient os
Tamaño del efecto en el postest
Beidel et al.
2000 Fobia social
1. SET-C vs. Atención placeb o.
1,44
Edleson y Rose
1981
1. Habilidad es sociales vs. Trat amient o discusión + Lista espera. 2. Habilidades sociales vs. Tratamiento discusión + Lista espera.
0,23
1. Habilidades sociales (par más joven) vs. control no tratado. 2. Habilidades sociales (par de la misma edad) vs. control no tratado.
0,13
1. CBGT -A vs. Control no tratado. 2. SET-A vs. Control no tratado. 3. IAFS vs. Control no tratado.
1,20 1,07 1,44
Timid ez Timidez
Furman et al.
1979
Timid ez
García-López et al.
2002 Fobia social
Harris y Brown
1982
Hayward et al.
SV
0,28
0,07
1. Exposición + RC + Mod elado vs. control no tratad o. 2. Información profesores vs. control no tratado.
0,38 -0,06
2000 Fobia social
CBGT- A vs. Control no tratado.
0,71
Jupp y Griffiths
1990
Timid ez
1. Habilidad es sociales vs. Lista espera. 2. Psicodrama vs. Lista espera.
1,39 1,81
Keller y Carlson
1974
Timid ez
1. Model ado simbólico vs. Placebo psicológ ico.
1,03
Lafreniere y Capuano
1997
Timide z
1. Educat ivo vs. Control no tratado.
0,68
Morris et al.
1995
Timid ez
1. Habilidad es sociales vs. Control no tratado.
0,50
O'C onn or
1969
Timid ez
1. Model ado simbólico vs. Placebo psicológ ico.
0,58
O'Connor
1972
Timidez
1. Model ado simbó lico vs. Place bo psicológic o. 2. Moldeamiento vs. Placebo psicológico.
1,33 1,23
Oden y Asher
1977
Timid ez
1. Habilidad es sociales vs. Placebo psicológ ico. 2. Habilidades sociales (emparejamiento) vs. Placebo psicológico.
0,21 -0,26
Spence et al.
200 0 Fobia social
1. CBI vs. control Lista de espera. 2. CBI + padres vs. Control lista de espera.
0,51 0,58
Weinrott et al.
1979
1. Modelado + Coste de respuesta vs. Control no tratado.
0,62
Timidez
Timidez
© Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la fobia social y la timidez en niños y adolescentes I
Como puede observarse, el tratamiento psico lógico aplicado a niños y adolescentes con timi dez y fobia social resulta eficaz tanto en el postest como en el seguimiento (d = 0,59 y d - 0,64, respectivamente). Según se muestra en la tabla 3.8, dos de los tamaños del efecto son negativos, lo cual indica que los grupos de control presentaban me dias más altas que los grupos experimentales. Por otro lado, los datos también ponen de manifiesto que los efectos del tratamiento aumentan con el paso del tiempo, como ya hemos evidenciado en trabajos previos (Rosa, Sánchez, Olivares y Ló pez, 2002). Respecto de la influencia de las variables que afectan a los resultados, se constata en primer lu gar que éstos resultan una función del tipo de tra tamiento, de modo que la combinación de exposi ción, habilidades sociales y técnicas cognitivas alcanza los mayores tamaños del efecto. Asimis mo, influyen positivamente en el resultado del tra tamiento su duración (número de semanas), su intensidad (número de horas semanales de trata miento) y la magnitud relativa a la cantidad de tra tamiento recibido por sujeto (número total de ho ras de tratamiento por sujeto). Los tratamientos con alta validez interna, cuya aplicación es realizada por terapeutas con experiencia y que incorporan sesiones de tratamiento individual y tareas para casa, también influyen positivamente en los resul tados. De igual modo, el género del terapeuta tam bién les afecta; es decir, cuando los sujetos con fobia social o timidez son entrenados por psicólogas mejoran más que si son tratados por profesio nales de igual rango pero varones. +
+
Respecto de las características de los sujetos con fobia social o timidez, se halló que el sexo y la edad influían en los resultados metaanalizados; es decir, las mujeres se benefician más del tratamiento que los varones y los niños pequeños más que los adolescentes. En relación con las características metodológi cas de los estudios, pudimos constatar que el tipo de diseño influye en los resultados del tratamien to, destacando en este sentido los diseños cuasiexperimentales. De igual modo, la mortalidad y calidad experimentales también afectaron a los © Ediciones Pirámide
103
resultados al incrementarlos falsamente; así, a mayor mortalidad de sujetos en el postest, mayo res tamaños del efecto, y a menor calidad experi mental, mejores resultados para el tratamiento. Fi nalmente, otro dato relevante hallado es el relativo a la relación entre el tipo de variable dependiente utilizado y la magnitud de los efectos, mostrando la mayor sensibilidad de la entrevista para valorar los cambios terapéuticos frente a otros instrumen tos de recogida de información tales como los in formes de terceros, los autoinformes o los regis tros de observación.
3.
CONCLUSIONES Atendiendo a los criterios de la Task Forcé on
Promotion
and
Dissemination
of
Psychological
Procedures (1995), tal como ya hemos indicado, de momento tan sólo dos tratamientos, el modela do simbólico de O'Connor (1969) y el GCBT-A (Albano, Marten y Holt, 1991), pueden ser califi cados
como
tratamientos
bien
establecidos.
Los
criterios requeridos en este sentido por la Task Forcé son: a) constatar la existencia de dos estu dios que comprueban que el tratamiento es esta dísticamente superior al grupo de control (no tra tamiento, placebo u otro tratamiento; b) verificar que existen dos diseños experimentales de com paración de grupos pero realizados por el mismo investigador o equipo de investigación, o bien dis tintos equipos; c) comprobar que el tratamiento está descrito con la precisión suficiente como para per mitir su réplica, y d) concluir que las característi cas de la muestra están bien descritas. El grado de cumplimiento de estos criterios por parte de las in vestigaciones revisadas en el presente trabajo puede verse en la tabla 3.9. Frente al cumplimiento de los criterios requeri dos para alcanzar el grado de tratamiento bien es tablecido por el modelado simbólico y el CBGTA, como puede observase en la tabla 3.9, otras modalidades de tratamiento como el EHS (entre namiento en habilidades sociales) sólo cumplen los criterios propios de la fase de probablemente efi caz, dado que carecen de la réplica y verificación
104 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
TABLA 3.9 Investigaciones
Autor(es)
analizadas
Año
y
grado
de
Criterio I(*)
cumplimiento
Criterio 11 (*)
de
los
Criterio III (*)
criterios
de
la
task forcé
Criterio IV (*)
Tratamientos
Tratamiento de la fobia social Otros tratamientos (Investigaciones centradas en el papel de los tratamientos multicomponentes) Beidel et al.
2000
Placebo psicológ ico
No
Sí
Sí
Hayward et al.
2000
Contr ol no trata do
Sí
Sí
Sí
Bien
Spence et al.
2000
Control Lista de espera
Sí
Sí
Sí
Probab lemente eficaz
García- López et al.
2002
Control no tratado Otros tratamientos
No
Sí
Sí
Probab lemente eficaz
Probab lemente eficaz establecido
Tratamiento de la timidez (Investigaciones relativas al modelado simbólico) O'Connor
1969
Placebo psicológ ico
Sí
Sí
Sí
Bien
establecido
O'Connor
1972
Placebo psicológico
Sí
Sí
Sí
Bien
establecido
Evers y Schwarz
1973
Mode lado simbólico
No
Sí
Sí
Probab lemente eficaz
Keller y Carl son
1974
Placebo psicológico
No
Sí
Sí
Probablemente eficaz
Evers y Sherman
1975
Placebo psicoló gico
No
Sí
Sí
Probab lemente eficaz
(Investigaciones sobre los efectos del entrenamiento en habilidades sociales) Oden y Asher
1977
Placeb o psicoló gico
No
No
Sí
Probab lemente eficaz
Furman et al.
1979
Control no tratado
No
No
Sí
Probableme nte eficaz
Edleson y Rose
1981
Discusión + Lista espera
No
No
Sí
Probab lemente eficaz
Jup p y Griffiths
1990
Lista espera
No
No
Sí
Probab lemente eficaz
Mor ris et al.
1995
Control no tratado
No
No
Sí
Probableme nte eficaz
(Investigaciones que ponen a prueba el papel de técnicas operantes) Clement y Mine
1967
Control no tratado
Sí
No
Sí
Fase experimental
Clement et al.
1970
Placeb o psicoló gico
Sí
No
Sí
Fase experimen tal
Clement et al.
1970
Placeb o psicoló gico
Sí
No
Sí
Fase experimen tal O Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la fobia social y la timidez en niños y adolescentes I
TABLA Autor(es)
Año
3.9
105
(continuación)
Criterio
Criterio
Criterio
Criterio
K*)
II (*)
III (*)
I V (*)
Tratamientos
(Investig aciones cent radas en el papel de técnicas cogn itn 'o-cond uctual es) Weinrott et al.
1979
Control no tratado
No
No
Sí
Probablemente eficaz
Harris y Brow n
1982
Control no tratado
No
No
Sí
Fase experimental
Trianes et al.
1991
Placebo psicol ógico
Si-
Sí
Sí
Probabl emente eficaz
Sí
Fase experimental
(Investigaciones relativas a la exposición) Lowenstein
1983
Control no tratado
No
No
(Otras investigaciones centradas en enfoques ajenos al marco cognitivo-conductual) Lafreniere y Capuano
1997
Control no tratado
No
No
Sí
Fase experimental
Voelm et al.
1984
Control no tratado
No
No
Sí
Fase experimental
* Criterios: I) existen dos estudios que comprueban que el tratamiento es estadísticamente superior al grupo de control (no tratamiento, placebo u otro tratamiento; II) existen dos diseños experimentales de comparación de grupos realizados por el mismo investigador o equipo de investigación, o bien por distintos equipos; III) el tratamiento debe estar descrito con precisión para permitir su réplica, y IV) las características de la muestra están bien descritas.
de su eficacia por parte de otros equipos de inves tigación. En este mismo sentido, por ejemplo, el uso de la exposición como componente único del tratamiento todavía se sitúa en una fase previa (la fase experimental), debido a que tan sólo un estu dio recoge su aplicación con niños o adolescentes (Lowenstein, 1983). En cuanto a la eficiencia de los tratamientos, entendiéndola como una función de la relación cos te/beneficio, consideramos que deben tenerse en cuenta al menos tres posible tipos de relación entre ambas dimensiones a la hora de establecer consi deraciones al respecto: a) el coste directo del trata miento para el paciente o proveedor del servicio; b) el coste directo para la comunidad, y c) el coste indirecto para la sociedad. A la luz de tales ratios, es posible concluir que los tratamientos analizados en este capítulo y tenidos por bien establecidos puedan ser considerados eficientes, pues además de ser aplicados en formato grupal resultan efica ces no sólo a corto sino también a largo plazo. © Ediciones Pirámide
Finalmente, de todo lo expuesto hasta aquí cabe concluir que: • Es neces ario seguir profun dizan do en la de limitación y operacionalización de estos pro blemas, para lo cual también resulta conve niente realizar estudios longitudinales que permitan conocer el curso y evolución del constructo timidez y sus relaciones con el constructo «fobia social». • Con vie ne seguir repli cando , por parte de dis tintos equipos de investigación, aquellos tra tamientos que se han mostrado eficaces para el tratamiento de los problemas que nos ocu pan a fin de proseguir su consolidación y ge neralización, incluidos los aquí etiquetados como bien establecidos (modelado simbóli co y exposición en intersección con habili dades sociales). • Es precis o inic iar la fase de anál isis de los componentes de estos tratamientos a fin de
106 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
comprobar cuáles son los elementos que con tribuyen a su eficacia/eficiencia y qué peso corresponde a cada uno de ellos, toda vez que nos hallamos ya en condiciones de afir mar que en las investigaciones en las que se ha utilizado un tratamiento multicomponen te cognitivo-conductual alcanzan mayores resultados que las que se utilizan un trata miento unicomponente. • Es importan te tener en cuent a el tipo de ins trumento de medida que recoge los resultados de las intervenciones, ya que unos son más sensibles a los cambios producidos por los tratamientos que otros. Asimismo, también es necesario que vayamos adaptando o crean do nuevos instrumentos para la medida más rigurosa posible de los diferentes aspectos que presentan estos problemas. • Se precis a valorar en los tratamient os bien establecidos sus efectos a más largo plazo (dos años) y la pertinencia de incorporar en ellos un componente explícito de manteni miento o continuación de los tratamientos («dosis de recuerdo»), cuestión que enten demos puede resultar especialmente impor tante cuando se trata de población infantil y adolescente. • Se consta ta que el uso de manu ales de trata miento puede presentar claras ventajas para los clínicos tanto a la hora de aplicar el tra tamiento como de facilitar la réplica de sus hallazgos (sistematización del proceso, cla
ridad y concreción de las fases, pasos y ta reas a realizar por terapeutas, coterapeutas y sujetos objeto de la aplicación del trata miento, así como de la infraestructura mate rial y humana requerida para el desarrollo de cada sesión, etc.). • Es una tarea important e proba r la validez transcultural de aquellos programas de tra tamiento que han mostrado ser eficaces en y para otras poblaciones, aun cuando a veces ello pueda requerir de su traducción y adap tación al contexto sociocultural español, tanto con el fin de aprovechar sus ventajas (entre otras la de no inventar lo que ya funciona) como para establecer y fomentar el trabajo intergrupos de investigadores interesados en un mismo tópico; colaboración que debería facilitar el cumplimiento de los criterios re queridos por la Task Forcé para ir consoli dando el desarrollo de nuestra disciplina en tanto que actividad científico-clínica. • Finalme nte, sería deseabl e seguir consolid an do y generalizando las tareas de prevención y, cuando esto no resulte posible, las pro pias de la detección e intervención tempra na en el marco comunitario a fin de maximizar la eficiencia de nuestros tratamientos en aquella cuestión que más importa a los psi cólogos clínicos: la más rápida eliminación/ reducción del sufrimiento que conllevan los trastornos de la conducta y de la persona lidad.
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Los datos del presente capftulo han podido ser recopilados gracias a la ayuda de la Fundacion Seneca al Proyecto PI-54/0086 4/FS/01.
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Guía de tratamientos psicológicos eficaces para miedos y fobias en la infancia y adolescencia FRANCISCO XAVIER MÉNDEZ CARRILLO ANA ISABEL ROSA ALCÁZAR MIREIA ORGILÉS AMORÓS ISABEL SANTACRUZ PRIETO JOSÉ OLIVARES RODRÍGUEZ
1.
FO BI AS EN LA INF ANC IA Y ADOLESCENCIA
De igual forma que sucede con otros trastor nos internalizados, se ha subestimado el malestar y las repercusiones negativas ocasionadas por las fobias en la infancia (Méndez, Olivares y Berme j o , 200 1). El DSM-IV-TR re co no ce qu e las fo bi as animales y las fobias ambientales se inician en la infanci a y, sin emba rgo , no incluye es tas fo bias específicas en los «trastornos de inicio en la infancia, la niñez o la adolescencia» (APA, 2000). Esta contradicción refleja la menor importancia concedida a las fobias infantiles. Los niños experimentan numerosos miedos en el curso de su crecimiento y maduración. La ma yoría son transitorios, de intensidad débil y espe cíficos de una edad, como el miedo a los extraños. La bibliografía científica considera los miedos «evolutivos» un aspecto normal del desarrollo, que «proporcionan a los niños medios de adaptación a variados estresores vitales» (Morris y Kratochwill. 1987, p. 53). Sin embargo, algunos miedos de la infancia persisten durante años e incluso otros, como los miedos escolares y sociales, tienden a aumentar en la adolescencia. Los términos miedo, fobia y ansiedad se utili zan a veces con vaguedad en psicopatología in fantil: miedo a la oscuridad, miedo a los ruidos fuertes, fobia a los perros, fobia escolar, ansiedad de separación, ansiedad ante los exámenes, etc. Es importante distinguir entre miedos evolutivos o «normales» y miedos clínicos o fobias, ya que los © Ediciones Pirámide
primeros remiten espontáneamente mientras que los segundos requieren tratamiento. De acuerdo con el modelo de Lang (1977), en el miedo, la fobia y la ansiedad se distinguen tres tipos de respuestas: a)
b)
c)
Psicofisiológicas. El importante aumento de activación vegetativa origina cambios corporales como sudoración palmar, taqui cardia, palpitaciones, respiración agita da, etc. Motoras. Dirigidas a evitar o escapar de la interacción con los estímulos fóbicos. En situaciones de difícil escape por presión social como en el rechazo/fobia escolar pueden aparecer alteraciones motoras como temblores, rigidez muscular, etc. Cognitivas. Pensamientos e imágenes sobre la situación atemorizante, por ejemplo oír ruidos extraños, ver sombras sospechosas, pensar que un ser malvado se acerca, etc., en la fobia a la oscuridad.
La ansiedad y el miedo se diferencian en la na turaleza de las variables estimulares y de respues ta. Comparativamente en la ansiedad predominan las respuestas cognitivas (preocupaciones) ante estimulación interna (síntomas físicos) y en el mie do las respuestas motoras ante estimulación exter na, de modo que tanto un observador (padres, pro fesores, etc.) como el propio niño identifican más fácilmente la situación desencadenante en el mie do que en la ansiedad.
1 1 2 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
Las fobias son miedos infantiles desproporcio nados y desadaptados. En unos casos los estímulos temidos no constituyen ninguna amenaza objetiva, de modo que la respuesta es irracional, por ejemplo asustarse de Drácula por la noche. En otras situa ciones existe el riesgo de recibir estimulación aversiva, por lo que la mayoría de los niños experimentan cierto grado de malestar; sin embargo, la respuesta excesiva se juzga fóbica, como el fenómeno «men te en blanco» de un alumno inteligente y estudioso con ansiedad ante los exámenes. Esta reacción, mucho más intensa que la observada en la mayoría de los niños del mismo nivel de desarrollo, ocasio na malestar clínicamente significativo y repercute negativamente en las áreas familiar, escolar y/o so cial, como el niño con miedo a la oscuridad, que llama frecuentemente a sus padres a medianoche. El término fobia específica se introduce en la cuarta edición del DSM sustituyendo al de fobia simple utilizado en la anterior edición, para equi pararse a la nomenclatura de la CIÉ. Las fobias específicas se definen como un patrón complejo de respuestas de ansiedad, desproporcionadas y desadaptadas, provocadas por la presencia o antici pación de determinados estímulos fácilmente identificables: animales, tormentas, alturas, sangre, in yecciones, ascensores, aviones, ruidos fuertes, personas disfrazadas, oscuridad, etc.
2.
TRATAMIEN TOS PSICOLÓGICOS CON APOYO EMPÍRICO
En el período 1967-2002 se han llevado a cabo 24 ensayos controlados sobre tratamiento de fo bias, especialmente a la oscuridad y a los anima les. En los estudios participaron aproximadamen te 1.200 niños y adolescentes, de tres a 17 años, integrantes de muestras clínicas (44 por 100) y aná logas (56 por 100). La distribución fue dos parti cipantes tratados por uno de control. Con la única excepción de un grupo de psicote rapia (3 por 100), el resto de niños y adolescentes fueron tratados con terapia de conducta (97 por 100). Los primeros estudios se realizaron a finales de los sesenta con procedimientos de desensibilización
sistemática (27 por 100) y modelado (25 por 100). En los años setenta se iniciaron las investigaciones con técnicas operantes (7 por 100) y cognitivas (6 por 100). Finalmente, a mitad de la década de los ochenta se desarrollaron programas multicomponentes (33 por 100) para tratar las fobias en la infancia.
2.1. Psicoterapia Miller, Barren, Hampe y Noble (1972) compro baron la eficacia de la psicoterapia en compara ción con la lista de espera. Sin embargo, no fue más eficaz que la desensibilización sistemática es tándar, por lo que la psicoterapia es un tratamien to «experimental». Se aplicó la terapia propuesta por Lippman (1956). Con los pequeños (seis-diez años) se utilizó terapia de juego, y con los mayo res (11-15 años), terapia de juego o entrevista te rapéutica. El tratamiento se desarrolló en 24 se siones, de una hora, tres por semana. La psicoterapia se centró en los miedos, espe cialmente sexuales y agresivos, y en otros proble mas. Las interpretaciones se realizaron más a ni vel superficial que profundo. Se resaltó la expresión de sentimientos, por ejemplo ira, y la toma de con ciencia como alternativas al miedo. También se fomentó la formulación de estrategias conductuales para afrontar el estrés. Uno de los padres estuvo presente los 15 prime ros minutos de la sesión para recibir instrucciones terapéuticas. Así, se le instruyó en el manejo de contingencias para eliminar las ganancias secunda rias, por ejemplo retirada de reforzadores como ver la televisión los días de colegio si el niño con fobia escolar se queda en casa. Además, un trabajador social estuvo disponible para los padres. El tera peuta también coordinó el tratamiento con otros adultos significativos, como el personal del colegio.
2.2. Terap ia de cond ucta 2.2.1.
Técnicas del enfoque neoconductista mediacional
Para tratar las fobias se ha utilizado la desensi bilización sistemática (DS), que resulta más atrae © Ediciones Pirámide
Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
para
tiva para niños y adolescentes que la inundación. Además de la DS estándar, se han aplicado con éxito las siguientes variantes: imágenes emotivas, DS mediante movimiento ocular y DS en vivo. Como se aprecia en la tabla 4.1, la mayoría de las investigaciones realizadas en los sesenta y en los setenta reclutan muestras análogas tratadas median te DS en imaginación, mientras que la tendencia en las décadas de los ochenta y noventa es em plear muestras clínicas utilizando DS en vivo. Cornwall, Spence y Schotte (1996) llevaron a cabo el único ensayo clínico controlado con el pro cedimiento de imágenes emotivas (Lazarus y Abramovitz, 1962), obteniendo una mejoría estadísti camente significativa de la fobia a la oscuridad en comparación con una condición lista de espera, al finalizar la terapia y tres meses después. Así pues, la s imágenes emotivas constituyen un tratamiento «experimental» para las fobias en la infancia y adolescencia. El tratamiento de Cornwall et al. se aplicó in dividualmente en seis sesiones, una por semana, de aproximadamente cuarenta minutos. En primer lugar se realizó un entrenamiento en imaginación. Se instruyó al niño para que se concentrara en se ñales visuales, auditivas, táctiles y olfatorias con el fin de mejorar la viveza de las imágenes menta les. Durante este proceso se preguntó varias veces sobre la nitidez de las imágenes y sobre los senti mientos y pensamientos que evocaban. En segun do lugar se identificó para cada niño tres héroes ordenados de menor a mayor según el grado de preferencia infantil. Algunos héroes elegidos fue ron Bart Simpson, Supermán, Batman, Barbie, Scoobie Doo y Mickey Mouse. En tercer lugar se elaboró también para cada niño una jerarquía de nueve escenas relacionadas con la oscuridad, gra duadas en función de la familiaridad con la situa ción, de la presencia de personas significativas y del nivel de iluminación. Con las tres escenas menos atemorizantes se utilizó el héroe menos valorado, con las tres intermedias el siguiente hé roe y con las tres finales el superhéroe. Concluidos los preparativos, se efectuó el pro cedimiento de desensibilización propiamente di cho. El terapeuta pedía al niño que cerrara los ojos O Ediciones Pirámide
m iedos
y fobias
en
la
infancia
y
adolescencia
I
113
y que se imaginara la historia que le iba a contar como si fuera verdad. A continuación iniciaba el relato para inducir la formación de imágenes men tales que suscitaran emociones positivas. Luego describía la escena atemorizante correspondiente al primer ítem de la jerarquía presentando simul táneamente imágenes positivas hasta inhibir la ansiedad. Si el niño informaba de que una escena le infundía demasiado miedo, el terapeuta detenía la narración y solicitaba que centrara la atención en aspectos positivos, por ejemplo: «fíjate bien y describe la ropa del héroe o imagínete que estáis tú (nombre del niño) y tu héroe tarareando la me lodía de tu programa favorito de televisión». Las tareas para casa consistieron en que el niño eligiera cada vez un ítem de la jerarquía, que se entregó por escrito a la familia, para que se expu siera cu vivo mientras recordaba las imágenes emotivas. Para facilitar el recuerdo del guión em pleado por el terapeuta, al principio de cada se sión se le pedía que contase la historia, y si repro ducía cinco partes importantes del relato, recibía una pequeña recompensa. Se instruyó a los padres para que instigasen y reforzasen con puntos can je ab le s po r re fo rz ad or es de ap oyo de un me nú el uso de las imágenes emotivas durante la exposi ción en vivo. Se les advirtió que debían animar al hijo a realizar las tareas para casa pero sin forzar a que las ac aba se co n el fin de evi tar el efecto no deseado de sensibilización. Finalmente se le in dicó al niño que recurriera a las imágenes emo tivas siempre que experimentara miedo a la oscu ridad. Muris, Merckelbach, Holdrinet y Sijsenaar (1998) constataron que la DS mediante movimien to ocular era menos eficaz que la DS en vivo, aunque ligeramente superior a la DS a través de ordenador. Puesto que ha probado su eficacia sobre otro tratamiento psicológico en un ensayo controlado, es un tratamiento «probablemente eficaz». Se aplicó el protocolo de Shapiro (1995) para fobias específicas. La duración del tratamien to fue de dos horas y media. Se desensibilizaron tres experiencias con las arañas: a) la más aversiva; b) la más reciente, y c) una futura confron tación. Se utilizó el siguiente procedimiento:
TABLA 4.1
Ensayos
controlados
de
desensibilización
sistemática Condición
Técnica más eficaz
Año
Edad
N
Muestra
Fobia
Estrategia
Kondas
1967
11-15
23
Análoga
Exámenes Actuaciones en público
Desmantelar el tratamiento
DS en imaginación (relajación + jerarquía) Relajación (entrenamiento autógeno) Jerarquía (exposición gradual en imaginación) Control no tratamiento
DS en imaginación
Kuroda
1969
3-5
58
Análoga
Ranas Calos
Valorar globalmente el tratamiento
DS en vivo con actividades lúdicas (cuentos, ju gu et es , mús ica ) Control no tratamiento
DS en vivo
Mano y Rosenthal
1969
12-14
71
Análoga
Exáme nes
Variar parámetros del tratamiento Comparar tratamientos
Miller et al.
1972
6-15
67
Clínica
Escola r Oscuridad Etc.
Barabasz
1973
11-12
87
Análoga
Sheslow et al.
1982
4-5
32
Ultee et al.
1982
5-10
Cornwall et al.
1996
Maris et al.
1998
Autor/es
DS en imaginación, individual DS en imaginación, grupal Modelado en vivo, sin participación, individual Modelado en vivo, sin participación, grupal, simple Modelado en vivo, sin participación, grupal. múltiple Control no tratamiento
DS en imaginación Modelado en vivo sin participación
Comparar tratamientos
DS en imaginación Psicoterapia Control lista de espera
DS en imaginación Psicoterapia
Exáme nes
Variar caracterís ticas de los participantes Valorar globalmente el tratamiento
DS en imaginación Control no tratamiento
DS en imaginación
Análoga
Oscurida d
Variar parámetro s del tratamiento Construir el tratamiento
DS en vivo con actividades lúdicas (canciones, ju eg os , ga lle tas ) DS en imaginación con autoinstrucciones (inoculación de estrés) DS en vivo con actividades lúdicas + DS con autoinstrucciones Control placebo actividades lúdicas (canciones, ju eg os , ga lle tas )
DS en vivo DS en vivo + DS con autoinstrucciones
24
Clínica
Agua
Variar parámetros del tratamiento Construir el tratamiento
DS en vivo DS en imaginación + DS en vivo Control no tratamiento
7-10
24
Clínica
Oscuridad
Valorar globalmente el tratamiento
8-17
26
Clínica
Arañas
Variar parámetros del tratamiento Construir el tratamiento
Imágenes emotivas Control lista de espera DS en vivo DS mediante movimiento ocular + DS en vivo DS en ordenador + DS en vivo
DS en vivo
Imágenes emotivas DS en vivo
Guía
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
para
Descrip ción de la exper iencia e identifi cación de la imagen más perturbadora. Formula ción de una cognición positiva y otra negativa sobre la experiencia. Valo raci ón, de 1 a 7, de la credib ilidad de la cognición positiva. Descri pción de la ansied ad física y valo ración, de 1 a 10, del malestar. Reprodu cción de la imagen más pertur badora para generar la cognición negati va y la ansiedad física. Reali zació n del prim er conjun to de 24 mo vimientos horizontales de ojos. Instr ucció n de borr ar la imag en y resp i rar profundamente. Desc ripci ón de imág ene s, senti mient os y pensamientos. a) Si son negat ivos, repetición de los mo vimientos sacádicos. b) Si son neutr ales, imagina ción de la ex periencia negativa y repetición de los movimientos sacádicos hasta reducir el malestar el máximo posible.
9.
10.
Imagi naci ón de la exper ienci a negat iva al mismo tiempo que se genera la cognición positiva y se inician los movimientos sa cádicos. Repe tición hast a alcan zar la máx ima cre dibilidad posible de la cognición positiva.
Cuatro estudios han aplicado el procedimien to estánd ar de desen sibili zación : tres emple aron muestras análogas de (pre)adolescentes con ansie dad ante los exámenes y uno reclutó una muestra clínica de niños y adolescentes que presentaban fobia escolar, a la oscuridad, a los perros, etc. Esta técnica ha probado su eficacia al compararla con grupos de control inactivo, no tratamiento (Bara basz, 1973; Kondas, 1967; Mann y Rosenthal, 1969) o lista de espera (Mille r et al., 1972). Tam bién se ha mostrado superior a cada uno de sus elementos por separado, relajación o jerarquía (Kondas, 1967). Sin embargo, sus resultados han sido equivalentes a los obtenidos con otros trata mientos psicológicos, como la psicoterapia (Mi Ediciones Pirámide
mi edos
y
fobias
en
la
infancia
y adolescencia
I
115
ller et al.. 1972) o el mo del ado en vivo sin partici pación (Mann y Rosenthal. 1969). Por tanto, el estatus actual de la DS en imaginación es de trata miento «probablemente eficaz». Otros cuatro estudios revelan que la DS en vivo es un tratamiento «bien establecido», que ha pro bado ser más eficaz que la DS mediante movimien to ocular y la DS automatizada (Mutis et al., 1998), que la DS en imaginación (Ultee, Griffioen y Schellekens, 1982), que la DS con autoinstrucciones y el placebo con actividades lúdicas (Sheslow, Bondy y Nelson, 1982) y que el no tratamiento (Kuroda, 1969). En uno de los tres experimentos de Kuroda (1969) se presentó en un recipiente de vidrio un renacuajo de 3 cm de longitud, una rana verde de 3 cm, una rana parda de 3 cm y otra de 6 cm. Cada día se pedía al niño que cogiera un animal temido. Después los preescolares cantaban juntos una can ción de una rana, escuchaban historias divertidas de ranas contadas por su profesor, bailaban e imi taban los movimientos de las ranas. Tres ensayos controlados han probado la supe rioridad de la DS en vivo sobre diferentes tra tamientos psicológicos. Un hallazgo común de estos estudios, que combinan las estrategias de in vestigación de variar parámetros del tratamiento y construir el tratamiento, es que los resultados de la DS en vivo más otro procedimiento terapéutico no son mejores que los obtenidos con la DS en vivo por sí sola. Sheslow et al. (1982) hallaron que la DS en vivo era más eficaz que la DS con autoins trucciones. Se llevaron a cabo tres sesiones, de veinte a treinta minutos, en días consecutivos. La exposi ción en vivo comprendió 54 ensayos resultantes del producto de nueve gradaciones, desde plena ilumi nación hasta completa oscuridad, reguladas median te un aparato CDS Lafayette, por tres intervalos tem porales, diez, 20, 30 segundos, por dos repeticiones. Durante las sesiones el niño y el terapeuta habla ban, cantaban, jugaban y comían galletas. Ultee et al. (1982) obtuvieron mejores resulta dos con la DS en vivo que con la DS en imagina ción. El tratamiento se compuso de ocho sesiones, de 30 minutos, dos por semana, empleando una je ra rq uí a, co n ít em s fuera y den tro de la pi sc in a,
1 1 6 / Guia de tratamientos psicologicos eficaces III
basada en la information proporcionada por los participantes y los profesores de natation. Si du rante la exposicion en vivo un item provocaba ansiedad, se le pedia al nino que abandonara la si tuation y se relajara imaginando una escena agradable similar a las utilizadas en el procedimiento de imagenes emotivas. En un ensayo citado anteriormente, Muris et al. (1998) probaron que la DS en vivo era mas eficaz que la DS mediante movimiento ocular y que la DS asistida por ordenador. Tras aclarar a los ni nos y adolescentes que no se les forzaria a hacer cosas en contra de su voluntad, recibieron cuatro horas de exposicion individual en vivo, utilizando una jerarqufa que comprendfa desde mirar una arana de lejos hasta dejar que se paseara por el brazo. Para el experimento contaron con 20 aranas de distintos tipos y tamanos. 2.2.2.
Tecnicas del analisis aplicado de la conducta
El tratamiento operante utilizado es la practica reforzada, que consiste en aproximaciones sucesivas a los estfmulos fobicos en vivo (practica), seguidas de consecuencias positivas (reforzada). Con frecuencia el procedimiento basico se completa con dos elementos mas, instrucciones, incluyendo ins tigation, para facilitar la conducta de aproximacion, y retroalimentacion para fortalecerla. Cua tro ensayos controlados confieren a la practica reforzada el estatus de tratamiento «bien establecido», que se ha mostrado mas eficaz que el mo delado s i n part icipaci on. filmado (Lewis. I 974) o en vivo (Menzies y Clarke, 1993), la atencion pla cebo (Lewis, 1974) y el no tratamiento (Leitenberg y Callahan, 1973; Obler y Terwilliger, 1970). Obler y Terwilliger (1970) comprobaron que la practica reforzada era eficaz en comparacion con el no tratamiento para reducir la fobia a los perros y a viajar en autobuses piiblicos de ninos con daiio neurologico y trastornos emocionales. El tratamien to comprendio una sesion semanal de cinco horas durante diez semanas. El proceso se desarrollo en tres fases. Primero el terapeuta pidio al nino que mirase representaciones graficas y materiales de
los estfmulos fobicos. por ejemplo laminas y maquetas. Despues instigo y reforzo socialmente la conducta de aproximacion a los estfmulos fobicos en vivo, por ejemplo tocar un perro. Finalmente le ofrecio la oportunidad de relacionarse con los es tfmulos fobicos sin estar presente el terapeuta, por ejemplo hablar con el conductor del autobus. El exito en las tareas mas diffciles fue recompensado con juguetes, libros, animales domesticos y golosinas. De acuerdo con los informes de los padres, al finalizar el tratamiento el 100 por 100 de los ninos tratados fue capaz de tocar un perro y viajar en autobus, aproximadamente la mitad acompafiados y la otra mitad solos, mientras que solo el 20 por 100 de los controles realizaron estas conductas, pero siempre en companfa de otra persona. Leitenberg y Callahan (1973) tambien probaron la eficacia de la practica reforzada frente al no tra tamiento con una muestra escolar que presentaba fobia a la oscuridad. Se realizaron dos sesiones semanales de cinco ensayos hasta un maximo de ocho sesiones o hasta que el nino permanecfa cinco mi nutos a solas en una sala a oscuras en dos ensayos consecutivos. El tratamiento se llevo a cabo en una pequena camara oscura, con las paredes, el suelo y el techo pintados de negro. Aunque se filtraba un poco de luz por debajo de la puerta, el cuarto estaba tan oscuro que el nino no podia ver sus dedos a un palmo de distancia de sus ojos (25 cm). El linico mobiliario era una silla por si queria sentarse. El terapeuta explico al nino que tenfa que entrar a la habitation, cerrar la puerta y permanecer dentro hasta que sintiera el mas minimo miedo, momento en que debfa salir. Tambien le informo de que tendria la oportunidad de practicar este ejercicio varias veces y que ganarfa chucherfas. lapices de colores, etc., cada vez que superase el tiempo de la ocasion anterior. Despues de cada ensayo, si el nino lograba aumentar el tiempo de permanencia en la habitation oscura, se registraba el incremento con un lapiz en un termometro graduado con unidades de diez segundos, se le felicitaba por su mejora y se le permitfa elegir un premio. En cambio, si el tiem po de permanencia disminuia, se borraba del ter mometro y se le decfa que en esta ocasion no lo habfa hecho tan bien. © Ediciones Piramide
c a'
& 3
ST 5
TAB LA 4.2 Ensayos
controlados
de practica
reforzada o o.
Tecnica mas eficaz
Autor /es
A no
Edad
N
Muestra
Fobia
Estrategla
Obler y Terwilliger
1970
7-12
.10
Ch'nica
Perros Autobuses
Valorar globalmente el tratamiento
Practica reforzada Control no tratamiento
Practica reforzada
Leitenberg y Callahan
1973
5-6
14
Analoga
Oscuridad
Valorar globalmente el tratamiento
Practica reforzada Control no tratamiento
Practica reforzada
Lewis
1974
5-12
40
Ch'nica
Agua
Variar parametros del tratamiento Comparar tratamientos
Practica reforzada Modelado con participacion, filmado Modelado sin participaci6n, filmado Control atencion placebo con filme y juego
Practica reforzada Modelado con participacion
Practica reforzada Modelado sin participacion, en vivo Practica reforzada + modelado sin participaci6n, en vivo Control no tratamiento
Practica reforzada Practica reforzada + modelado sin participaci6n, en vivo
Menzies y Clarke
1993
3-8
48
Clinica
Agua
Compa rar tratamientos Construir el tratamiento
Condicion
O
OJ CO
3 CD a o n o
3
to"
& cB"
1 1 8 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
Con una muestra clínica de niños con fobia al agua, Menzies y Clarke (1993) encontraron la prác tica reforzada más eficaz que el modelado en vivo sin participación. Además constataron la genera lización en una piscina climatizada diferente de la utilizada para el tratamiento —por ejemplo dispo nía de escalerilla en vez de escalones para entrar— y la ligera tendencia de la ganancia terapéutica a aumentar en el seguimiento realizado tres meses después. La inclusión de modelado en vivo sin participación no mejoró los resultados obtenidos con la práctica reforzada por sí sola, aunque con tribuyó a mantener los beneficios del tratamiento. El tratamiento se compuso de tres sesiones, de media hora, una por semana. Con el fin de equi parar las condiciones experimentales durante los primeros quince minutos el terapeuta y el niño hacían trucos y juegos de cartas, por ejemplo construir un castillo de naipes en una habitación contigua a la piscina. El último cuarto de hora se dedicó propiamente al tratamiento. El terapeuta entraba a la piscina después del niño, prestándo le ayuda física si era necesario y elogiándole por ensayar y completar las tareas de la jerarquía (ta bla 4.3). En otro ensayo clínico controlado sobre fobia al agua, Lewis (1974) halló que la práctica refor zada, con o sin modelado filmado previo, era más eficaz que el modelado filmado sin participación y que la atención placebo consistente en ver una película de control y jugar a las damas. Para equi parar las condiciones experimentales, el niño vio una película muda de ocho minutos, compuesta por tres breves cortometrajes de dibujos animados sin imágenes de actividades acuáticas, al mismo tiem po que escuchaba una grabación magnetofónica con música de moda. Al acabar la proyección, se dirigía a una piscina elevada sobre el nivel del suelo, de un metro de profundidad y cuatro de diá metro, con escalera doble para subir y bajar. El terapeuta animaba al niño a realizar los 17 ítems de la jerarquía, desde subir la escalera para entrar en la piscina hasta flotar en el agua, boca abajo, a dos metros del borde. El terapeuta entró en la pis cina después del niño para impedir el potencial efecto de modelado, proporcionó guía física cuando
TABLA 4.3 Jerarquía para la fobia al agua (adaptada de Willis, 1983) 1. Entra en la piscina (primer escalón ). 2. Baja los esca lon es y se mete en el agua hasta las rodillas. 3. Baja los esca lone s y se met e en el agua hasta la cintura. 4. Baja los esca lon es y se mete en el agua hasta el cuello. 5. Deja que el terap euta le separe de los esca lon es. 6. Nada a braza mientras el terape uta le sostien e por debajo del pecho. 7. Mete la cara bajo el agua . 8. Mete la cabeza completamen te debajo del agua. 9. Sent ado en el borde de la pisci na, se tira al agua y el terapeuta le sujeta por debajo de los brazos. 10. Aga cha do en cucl illa s, se tira al agua y el tera peuta le sujeta por debajo de los brazos. 11. De pie, se tira al agua y el terape uta le sujeta por debajo de los brazos. 12. Flota en el agua, boca abajo, con ayud a. 13. Flota en el agua, boca abajo, sin ayud a. 14. Nada a braza sin ayud a en la parte poco profun da (donde hace pie). 15. Se tira al agua y nada a bra za sin ayu da en la par te poco profunda (donde hace pie). 16. Nada a braza sin ayuda en la parte profunda (don de no hace pie). 17. Se tira al agua y nada a braza sin ayuda en la par te profunda (donde no hace pie).
fue necesario y elogió al niño por iniciar y com pletar las actividades de la jerarquía.
2.2.3.
Técnicas de la teoría del aprendizaje social
El modelado sin participación es un tratamien to «probablemente eficaz». A pesar de que se ha aplicado en cuatro ensayos controlados llevados a cabo a finales de los sesenta con muestras análo gas, el modelado sin participación no se puede considerar un tratamiento bien establecido. Hill. Liebert y Mott (1968) y Mann y Rosenthal (1969) comprobaron su eficacia al compararlo con el no © Ediciones Pirámide
Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
para
miedos
y fobias
en
la
infancia
y adolescencia
I
119
'.ratamiento. El estudio de Mann y Rosenthal pro bó también que era equivalente a la DS en imagi nación, un tratamiento todavía no bien estableci do. Existen dos experimentos que han mostrado su superioridad sobre la atención placebo y sobre otro tratamiento psicológico; sin embargo, ambos fueron realizados por el grupo de investigación de Bandura (Bandura. Grusec y Menlove, 1967; Bandura y Menlove, 1968). Bandura y Menlove (1968) mostraron la efica cia del modelado filmado sin participación para la fobia a los perros en comparación con películas de control de Disneylandia y Marinelandia. Los preescolares vieron ocho cortometrajes, de tres minutos, dos por día, durante cuatro días consecu tivos. Las proyecciones se realizaron sobre una gran pantalla en una sala en penumbra a grupos de tres o cuatro niños. Con el fin de mantener la atención de los párvulos, el experimentador perió dicamente efectuaba comentarios sobre las imáge nes del filme. El modelado simple consistió en observar a un niño de cinco años, sin miedo a los perros, llevan do a cabo interacciones cada vez más audaces con un cocker spaniel. El modelo miraba y acariciaba al animal desde fuera del corralito, lo paseaba con una correa, le cepillaba el pelo, lo cogía en bra zos, le daba leche con un biberón, sostenía en su mano salchichas y empanadas de hamburguesa para que las atrapara brincando, saltaba la valla donde estaba encerrado el perro y descansaba la cabeza sobre el cuerpo del animal para dormir la siesta. En el modelado múltiple, varios niños y niñas, de diferentes edades, efectuaron la misma secuencia con distintos perros, desde razas diminutas a gran des ejemplares'. Al concluir el tratamiento, ambas formas de modelado filmado sin participación lograron re ducir significativamente la conducta de evitación, pero sólo la modalidad múltiple difirió de la aten ción placebo. Un mes después ambas variantes, simple y múltiple, se mostraron superiores al con-
trol. Sin embargo, la proporción de niños tratados con modelado múltiple que efectuaron la tarea más difícil de permanecer encerrados con un perro en el corralito fue más del doble de los tratados con modelado simple. En otro experimento realizado el mismo año Hill et al. (1968) confirmaron la eficacia del modelado filmado sin participación en comparación con el no tratamiento. Los preescolares, que pertenecían todos al género masculino, vieron una película sonora y en color, de 11 minutos de duración, don de dos varones de diez y cuatro años modelaban una secuencia gradual de interacción con un pas tor alemán, similar a la utilizada en vivo por Ban dura et al. (1967). Bandura et al. (1967) probaron la superioridad del modelado sin participación y en vivo, realiza do por un modelo de dominio (mastery), sobre la exposición en vivo con inhibición recíproca y so bre un control de atención placebo consistente en actividades lúdicas. Las diferencias se mantenían un mes después de finalizada la terapia. Los pre escolares, en grupos de cuatro, recibieron ocho sesiones de modelado, de diez minutos, durante cuatro días consecutivos. Una mujer conduciendo un perro marrón de raza cocker spaniel, seguida por un modelo de cuatro años sin miedo a los pe rros, entró en la sala donde se encontraban los ni ños sentados alrededor de una mesa grande. El modelado se llevó a cabo gradualmente. En las cuatro primeras sesiones, se encerró al perro en una zona vallada lejos de los párvulos y el modelo lo saludaba, lo acariciaba, jugaba con él, lo ali mentaba con salchichas de Frankfurt y le daba le che con un biberón. En las dos sesiones siguien tes, se paseó al perro por la habitación atado con una correa y el modelo repitió las acciones ante riores incluyendo rascarle el estómago mientras le quitaba la correa. En las dos sesiones finales, el modelo entró en la zona vallada con el perro y rea lizó de nuevo las acciones de juego y cuidado del perro.
Fotogramas de esta película pueden verse en la página 104 del artículo original o en la página 195 del manual: Ban-
dura, A. (1983). Principios de modificación de conducta. Salamanca: Sigúeme.
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/
Guia
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
III
Para poner a prueba la hipótesis de la inhibi ción recíproca, la mitad de los niños tratados con modelado recibieron el tratamiento en «un contexto favorable con la intención de suscitar respuestas positivas incompatibles al mismo tiempo (que ob servaban la interacción del modelo con el perro)» (p. 17). Las sesiones se iniciaron con una alegre fiesta, en la que se repartían sombreros de visto sos colores, galletas y pequeños premios. Además se leían cuentos, se hinchaban globos para que los niños jugaran y se organizaban otras actividades lúdicas. Contrariamente a lo esperado, la eficacia del modelado sin participación y en vivo fue simi lar con o sin fiesta. El modelado se ha utilizado sobre todo para tra tar t'obias animales mediante la observación de la interacción del modelo con el animal temido. En cambio. Mann y Rosenthal (1969) lo aplicaron para superar la ansiedad ante los exámenes. Por esta razón, su procedimiento, denominado desensibili zación vicaria, se apartó del estándar. El tratamien to consistió en que los participantes observaran sentados el proceso de desensibilización de sus compañeros, que se desarrolló en ocho sesiones de 50 minutos, dos de entrenamiento en relajación, cuatro de desensibilización propiamente dicha uti lizando una jerarquía de 16 ítems y dos de reca pitulación. Al inicio del tratamiento se advirtió que cuanta más atención prestaran, más aprende rían y mejorarían. También se aclaró que, si de seaban, podían imitar a sus compañeros y practi car en casa. Esta singular variante de modelado en vivo fue eficaz en comparación con el no trata miento, pero no difirió de la desensibilización en imaginación. Tampoco hubo diferencias entre los tratamientos en función de su aplicación indivi dual o grupal. El modelado con participación es un tratamiento
«bien establecido», que se ha mostrado superior al no tratamiento, a la atención placebo y a otro tratamiento psicológico, modelado filmado y en vivo pero sin participación, en tres ensayos con trolados (Lewis, 1974; Murphy y Bootzin, 1973; Ritter, 1968). Murphy y Bootzin (1973) constataron la efica cia del modelado con participación, pasiva o acti
va, al compararlo con un control sin tratamiento. El modelado se aplicó individualmente hasta con seguir que el niño realizara sin ayuda todos los pasos de la jerarquía o hasta un máximo de cuatro sesiones, de ocho minutos, en días consecutivos. El niño, sentado en una silla a cuatro metros y medio, observaba al terapeuta modelando gradual mente la interacción con una serpiente boa de 70 cm durante dos minutos. Al mismo tiempo, el te rapeuta proporcionaba información objetiva sobre la boa y advertía que él nunca cogería una serpiente desconocida porque podría ser peligroso. Después pedía al niño que efectuara los pasos de la interac ción modelada avanzando al siguiente sólo cuan do realizaba con éxito el anterior. En el modelado con participación pasiva el niño permanecía inmóvil mientras el terapeuta se aproximaba con la serpiente en sus manos y ma nipulaba el cuerpo de la boa para que tocase la mano del niño. Si el niño vacilaba, el terapeuta le cogía la mano y la ponía sobre la suya. Luego el terapeuta retiraba poco a poco su mano hasta que el niño tocaba la serpiente. En el modelado con participación activa el niño se aproximaba al terapeuta para tocar la serpiente. Si dudaba, se le pedía que cogiera la mano del terapeuta y la colocase bajo la suya. Después el niño desli zaba su mano poco a poco hasta tocar la ser piente. No hubo diferencias entre la participación iniciada por el terapeuta (pasiva) o por el niño (activa). Ritter (1968) halló que el modelado era más eficaz con participación que sin ella. El tratamiento se llevó a cabo en pequeños grupos de siete u ocho niños, en dos sesiones, de 35 minutos, una por se mana. Antes de entrar en la sala se les aseguró que no se les obligaría a hacer nada en contra de su voluntad. A continuación entraban y se sentaban en sillas dispuestas en círculo en torno a una ur na de cristal co n una se rpie nte gopher de 1,20 metros. El terapeuta sacó la serpiente de la urna, la puso en su regazo y la acarició hasta que un observa dor manifestó su intención de participar. Enton ces le entregó un guante y le pidió que colocara la mano enguantada sobre la suya mientras toca© Ediciones Pirámide
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Edad
N
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Condición
técnica más eficaz
Bandura et al.
1967
3-5
48
Análog a
Perros
Compa rar tratamientos Construir el tratamiento
Modelado sin participación, en vivo, con actividades lúdicas Modelado sin participación, en vivo, sin actividades lúdicas Exposición en vivo con actividades lúdicas Control atención placebo con actividades lúdicas
Modelado sin participación
Bandura y Menlove
1968
3-5
48
Análog a
Perros
Variar parámetro s del tratamiento
Modelado sin participación, filmado, simple Modelado sin participación, filmado, múltiple Control atención placebo con filme
Modelado sin participación
Hill et al.
1968
3-5
18
Análog a
Perros
Valorar global mente el tratamiento
Modelado sin participación, filmado, múltiple Control no tratamiento
Modelado sin participación
Ritter
1968
5-11
44
Análoga
Serpientes
Variar parámetros del tratamiento
Modelado con participación, en vivo Modelado sin participación, en vivo Control no tratamiento
Modelado con participación
Mann y Rosenthal
iyr,<)
12-14
71
Análoga
Exámenes
Variar parámetros del tratamiento Comparar tratamientos
Modelado sin participación, en vivo, individual Modelado sin participación, en vivo, grupal, simple Modelado sin participación, en vivo, grupal, múltiple DS en imaginación, individual DS en imaginación, grupal Control no tratamiento
Murphy y Bootzin
1973
7-9
67
Análog a
Serpien tes
Variar parámetros del tratamiento
Modelado con participación activa, en vivo Modelado con participación pasiva, en vivo Control no tratamiento
Modelado con participación
Lewis
1974
5-12
40
Clínica
Agua
Variar parámetros del tratamiento Comparar tratamientos
Modelado con participación, filmado Modelado sin participación, filmado Práctica reforzada Control atención placebo con filme y juego
Modelado con participación Práctica reforzada
Modelado sin participación DS en imaginación
3
ai
ro
122
/
Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
III
ba la serpiente. A partir de este contacto inicial el modelado participante continuó con la siguiente secuencia gradual: acariciar la serpiente con la mano enguantada pero sin ayuda del terapeuta, igual que en la acción anterior pero con la mano desnuda, levantarla con las manos enguantadas y desnudas, colocarla con las manos desnudas so bre una toalla, levantarla y sentarse con ella, sos tener la cabeza de la serpiente a 15 cm de la cara, permanecer con los brazos a ambos lados del cuer po mientras reposa en el regazo, volver a ponerla en la urna de cristal. El terapeuta fue sentándose junto a cada niño para bri ndarle la oportunidad de participar y actuar de modelo para sus compa ñeros. Al final de cada sesión advirtió a los niños que nunca había que tocar una serpiente si no se estaba completamente seguro de que era inofen siva. Lewis (1974) trató a niños varones, de cinco a 12 años, de raza afroamericana, con modelado participante, constatando su superioridad sobre el modelado sin participación y la atención place bo. El niño, acompañado por un terapeuta, vio una película de ocho minutos en la que tres pro tagonistas, del mismo género y raza, de siete, diez y 1 1 años, modelaban acciones similares a las de una jerarquía de fobia al agua compuesta por 16 ítems. Se empleó modelado de afronta-miento (coping), es decir, los protagonistas al principio se mostraban temerosos y vacilantes y progresi vamente actuaban con más seguridad y destreza. Al final de la película, los tres modelos se tira ban al mismo tiempo al agua, lanzaban una pe lota de un lado a otro, nadaban en círculo y se sumergían. La banda sonora de la película fue sus tituida por una grabación magnetofónica en que las voces de los modelos describían las activida des acuáticas y sus sentimientos al llevarlas a cabo, por ejemplo, «me da un poco de miedo, pero de todas formas lo voy a intentar». También se autorreforzaban, por ejemplo aplaudiéndose y di ciendo que se sentían orgullosos de sí mismos. A los ocho minutos de modelado filmado seguían diez minutos de participación, consistente en el procedimiento de práctica reforzada descrito en el apartado anterior.
2.2.4.
Técnicas de la
terapia de conducta
cognitiva
Las autoinstrucciones positivas centradas en el niño, o autoinstrucciones de valentía, son un trata miento «probablemente eficaz», puesto que se ha mostrado superior a las autoinstrucciones positivas centradas en la situación, o autoinstrucciones rela cionadas con la amenaza situacional, a autoinstruc ciones neutras (Kanfer, Karoly y Newman, 1975) y a la lista de espera (Graziano y Mooney, 1980). El entrenamiento en autoinstrucciones de Kan fer et al. (1975) se llevó a cabo individualmente en una sala del colegio de 13 m , bien iluminada y amueblada con un pupitre y dos sillas. El terapeu ta le dijo al niño que le hablaría desde fuera de la habitación a través del altavoz o «caja parlante» y él tendría que contestar por medio del interfono. El terapeuta abandonó la sala cerrando la puerta. Mediante el intercomunicador se le pidió que es cuchara y que repitiera exactamente estas palabras especiales: «Soy un chico valiente. Sé cuidar de mí mismo en la oscuridad». Después de que el niño repitiera sin error las palabras especiales tres ve ces seguidas, el terapeuta regresaba a la habita ción, le felicitaba y le informaba de que esta vez cuando saliera le iba a pedir que escuchase una frase y dijera las palabras especiales. Entonces le preguntaba directamente: «Supon que te digo: "di las palabras especiales". ¿Qué dirías?». Si el niño respondía correctamente, el terapeuta se marcha ba de nuevo. 2
El niño escuchó cuatro frases y repitió después de cada una las palabras especiales. El ejercicio se realizó dos veces. Las frases fueron: 1. 2.
3. 4.
«Cuan do estás a oscuras , sabes que pue des encender la luz siempre que quieras». «Cua ndo estás a oscura s en tu habitac ión. sabes exactamente dónde están las cosas, tu cama, tu escritorio, tus juguetes». «Cu and o estás a osc uras y te parece oír voces, sabes que siempre puedes llamar a tus padres y ellos te escuchan». «Cu and o estás a osc ura s y la puer ta está cerrada, sabes que nadie puede entrar sin que te des cuenta». © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para miedos y fobias en la infancia y adolescencia I
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© Ediciones Pirámide
123
124
/
Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
III
El entrenamiento de Graziano y Mooney (1980) a una muestra clínica de niños, que presentaban fobia a la oscuridad con una duración media de cinco años, fue más complejo. El tratamiento se aplicó en grupos de cuatro participantes, en tres sesiones, una por semana. Los niños practicaron tres estrategias: a)
b)
c)
Relajación musc ular: el terape uta pidió que se tumbaran sobre la moqueta del suelo y con voz suave proporcionó instrucciones y retroalimentación para relajar el cuerpo, sin tensar previamente ni proceder por grupos musculares, y permanecer en esa posición al menos un minuto. Imagin ación placenter a: se selecci onaron experiencias agradables de los niños y se describieron con detalle para que las visua lizaran, por ejemplo montar en bicicleta, comer un cucurucho de helado, etc. Autoi nstru ccio nes valero sas: los niños re citaron en voz alta palabras especiales para infundirse valor, similares a las del estu dio de Kanfer et al. (1975): «Soy valiente. Sé cuidar de mí mismo cuando estoy solo. Sé cuidar de mí mismo cuando estoy en la oscuridad».
A cada niño se le entregó un cuaderno con ins trucciones para la práctica en casa, con el texto de las autoinstrucciones y con el registro de la econo mía de fichas. Se les instruyó para que practicaran todas las noches en presencia de sus padres y siem pre que tuvieran miedo. Dependiendo de su actua ción, recibirían de cero a tres «fichas de valentía» por cada uno de los tres ejercicios. También en función de su conducta a la hora de acostarse y durante la noche, a la mañana siguiente obtendrían de cero a tres fichas más. De este modo, el niño podía conseguir hasta 12 fichas diarias, canjeables por dinero destinado a celebrar una fiesta por su valentía en una hamburguesería. Los padres se com prometieron a no llevar a su hijo a ninguna ham burguesería durante el período de tratamiento. Los padres fueron entrenados, por su parte, para supervisar la práctica diaria en el hogar. Cada no
che debían recordar al hijo: «es la hora de practi car», en vez de «es la hora de irse a la cama». Con tingentemente a cinco minutos de práctica infantil de relajación, imaginación y autoinstrucción, los padres le felicitaban, le daban fichas y las anota ban en el correspondiente registro. Por la mañana reforzaban de nuevo la conducta valiente, pudiendo otorgar una ficha bono por noches excepcionalmente buenas. El requisito para celebrar la fiesta familiar de la valentía infantil en la hamburguesería fue diez noches consecutivas sin miedo de acuerdo con los siguientes criterios de valoración: a) b)
c) d)
e)
Acostar se despu és de habérs elo dicho en un período de tiempo razonable. Dormi r en su cama , solo, con la luz, radio, televisión, etc., apagadas. Irse a la ca ma sin queja rse, discutir, llo rar, etc. Dormir profu ndam ente toda la noch e, sin llamar ni levantarse, excepto para ir al aseo. Gan ar 12 fichas por la prácti ca y la con ducta valiente durante la noche.
El tratamiento fue eficaz en comparación con una lista de espera. La mejoría se mantenía a los seis y 12 meses, y en un seguimiento realizado en tre dos años y medio y tres años después (Grazia no y Mooney, 1982). 2.2.5.
Programas
multicomponentes
Los ensayos controlados suelen valorar la efi cacia de un técnica; no obstante, existen varios estudios que ponen a prueba programas multicom ponentes desarrollados para tratar las fobias espe cíficas en la infancia. Tres experimentos de grupo con el procedimien to de escenificaciones emotivas, desarrollado por Méndez (1986). además de una serie de estudios de caso único (Méndez y Maciá, 1986, 1988, 1990), algunos utilizando diseños de línea de base múlti ple entre conductas (Méndez y García 1996; Mén dez, Maciá y Olivares, 1990), revelan su superio ridad sobre otro tratamiento psicológico y sobre © Ediciones Pirámide
Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
para
la lista de espera. Sin embargo, las escenificacio nes emotivas son un tratamiento «probablemente eficaz», porque las investigaciones han sido reali zadas por el mismo equipo. González (1996) halló que las escenificaciones emotivas eran tan eficaces como otro tratamiento basado en un cuento y juegos (Mikulas y Coffman, 1989; Mikulas, Coffman, Dayton, Frayne y Maier, 1986). Por el contrario, Santacruz (2001) encontró que las escenificaciones emotivas eran superiores al programa de Mikulas y a la lista de espera. El tratamiento se aplicó por los padres en el hogar. Se celebraron cinco sesiones de entrena miento en grupo a los padres, una por semana, con una duración aproximada de 45 minutos. En la pri mera sesión se explicó la lógica del tratamiento y se ense ñó el proc edim ient o mediante inst ruc ciones, modelado, representación de papeles, re forzamiento positivo y retroalimentación. Final mente se entregaron los materiales (manuales de tratamiento, hojas de evaluación, etc.) y se indi có que debía n aplicar el trat amie nto tres noch es alternas por semana durante 20 minutos. En las se siones restantes se recogían los registros de ob servación a la hora de acostarse y dormir, se revi saba la marcha del tratamiento, se resolvían los problemas planteados, se realizaban nuevos ensa yos de conducta y se reforzaba a los padres por su actuación. Las escenificaciones emotivas incluyeron cua tro componentes principales: jerarquía, juego, eco nomía de fichas y modelado. La jerarquía se com puso de 48 ítems resultantes de combinar seis intensidades de luz con ocho tiempos de exposi ción. El niño debía permanecer solo en su dormi torio, tumbado en su cama, en situaciones progre sivamente de mayor oscuridad dispuestas mediante la manipulación de las luces y la puerta del dor mitorio: a) lámpara del dormitorio encendida y puerta casi cerrada (pequeña rendija); b) flexo o linterna encendida y puerta casi cerrada (peque ña rendija); c) luz del pasillo encendida y puerta abierta; d) luz del pasillo encendida y puerta en treabierta (45°); e) luz del pasillo encendida y puerta casi cerrada (pequeña rendija), y f) luz del tiiiíaones
Pirámide
mi edos
y
fobias
en
la
infa ncia
y
adolescencia
I
125
pasillo apagada y puerta cerrada. Los tiempos de exposición fueron prolongándose paulatinamen te: 5 s, 10 s, 15 s, 30 s, 1 m, 2 m, 4 m. 5 m. El juego se denominó «la olimpíada de los va lientes». El niño eligió un personaje que le inspira ra valor y seguridad, que podía ser un deportista famoso o un héroe de ficción. El juego consistió en batir los récords de permanencia en la oscuridad. La madre o el padre se colocaba en el pasillo en frente de la puerta del dormitorio del niño. A conti nuación ponía las manos abocinadas alrededor de la boca y anunciaba con un tono de voz enfático, imitando el sonido de la megafonía de un estadio: «Señoras y señores, va a dar comienzo la olimpía da de los valientes. Atletas, a sus puestos. (Com probaba que el niño, vestido con ropa deportiva, estuviera acostado en su cama.) Primera prueba de valentía: hay que batir el récord de cinco segundos acostado en la cama». Tras la instrucción, la madre o el padre cerraba la puerta del dormitorio y en voz alta declaraba: «comienza la prueba de valentía», al mismo tiempo que hacía sonar un silbato y ponía en marcha un cronómetro. La economía de fichas se compuso de dos tipos de fichas. La superficha, una pegatina en forma de estrella dorada de cinco puntas, se entregaba únicamente cuando el niño realizaba un ítem de la je ra rq uía en el pr im er ensayo y sin ma ni fe st ar mi e do. La ficha normal, un rectángulo de cartulina amarilla plastificada, se daba cada vez que el niño superaba un ítem con ayuda. Una superficha equi valía a cinco fichas normales, una por cada punta de la estrella. Los padres procuraron que los re forzadores de apoyo elegidos por el niño fueran coleccionables y tuvieran relación con el tema del juego. Po r ej em pl o, en el cas o de Mi ch ae l Jo rd án los padres regalaron al niño un álbum de las estre llas de la NBA y las fichas se canjeaban por so bres con cromos de jugadores de baloncesto. Al final de cada sesión el niño canjeaba las fichas en una ceremonia olímpica que consistía en subir a lo alto de un podio mientras sonaba el himno olím pico y ondeaba la bandera, recibiendo la medalla de oro de la valentía. Al realizar las pruebas de valentía, si el niño experimentaba miedo, gritaba el nombre de su hé-
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tí sr
TAB LA 4.6
».
| Ensayos controlados de programas multicomponentes Año
Edad
N
Muestra
Fobia
Estrategia
Mikulas et al.
1986
4-7
82
Análog a
Oscurid ad
Variar parámetros del tratamiento Construir el tratamiento
Gonzá lez
1996
4-8
38
Análoga
Oscuridad
Santacruz
2001
4-9
78
Clínica
Méndez
2002
4-9
133
Clínica
Autor/es
o. Condición
Técnica más eficaz
Cuento y juegos (padres) Control atención placebo (actividades lúdicas con los padres)
Cuento y juegos
Comparar tratamientos
Cuento y juegos (profesionales) Escenificaciones emotivas (profesionales)
Cuento y juegos Escenificaciones emotivas
Oscuridad
Comparar tratamientos
Cuento y juegos (padres) Escenificaciones emotivas (padres) Control lista de espera
Escenificaciones emotivas
Oscurida d
Variar caracterís ticas de los participantes Comparar tratamientos
Cuento y juegos (padres) Cuento y juegos (profesionales) Escenificaciones emotivas (padres) Escenificaciones emotivas (profesionales) Control lista de espera
Cuento y juegos Escenificaciones emotivas
Guia de tratamientos psicológicos eficaces para miedos y fobias en la infancia y adolescencia I
roe, por ejemplo «¡Pokemon!», y la madre o el padre abría la puerta y encendía la luz del dormi torio. Después se repetía el ítem proporcionando sucesivas ayudas, instigación en forma de frases de coraje: «¡vamos, campeón, tú puedes conseguir lo!»; retroalimentación continua: «faltan cinco se gundos para batir el récord, cuatro, tres, dos...»; introducción de estímulos reductores de ansiedad y posterior desvanecimiento, como la compañía de los padres, etc., hasta conseguir que el niño supe rase el ítem. La ayuda más importante fue el mo delado en vivo. Un hermano o un amigo actuaron como modelos en los ítems de mayor dificultad para el niño. Cuando no se pudo disponer de la colaboración de otro niño, uno de los padres ac tuó de modelo y el otro de arbitro o director del juego. Méndez (2002) replicó la investigación prece dente, incorporando la estrategia de variar las ca racterísticas del terapeuta, profesionales (González. 1996) o padres (Santacruz, 2001). Aunque la dife rencia no fue estadísticamente significativa, las es cenificaciones emotivas tendieron a obtener mejo res resultados que el cuento y los juegos. Existen cuatro ensayos controlados, llevados a cabo por equipos de investigación independientes, con el programa compuesto por el cuento Únele Lightfoot y nueve juegos para la oscuridad (Gon zález, 1996; Méndez, 2002; Mikulas et al., 1985: Santacruz, 2001). El programa es un tratamiento «probablemente eficaz», que se ha revelado supe rior a la atención placebo y a la lista de espera, pero no a otro tratamiento psicológico. Mikulas et al. (1985) llevaron a cabo cuatro experimentos para valorar la eficacia del progra ma mediante las estrategias de desmantelar y va riar parámetros del tratamiento. En conjunto los resultados mostraron la superioridad del progra ma, especialmente de los componentes juego y reforzamiento material, sobre la atención placebo. El tratamiento fue aplicado por los padres en el hogar, durante cuatro o cinco semanas, con la 2
Únele Lightfoot es un juego de palabras que se puede traducir como «Tío Pies Ligeros» o «Tío Pies Luminosos». 2
© Ediciones Pirámide
127
ayuda de materiales enviados por correo o entre gados personalmente. El cuento, cuyo protago nista actúa como modelo de afrontamiento, y las actividades lúdicas exponen al niño, en imagina ción y en vivo respectivamente, a situaciones pro gresivamente de mayor oscuridad; por ejemplo al final del cuento abundan las escenas de noche y las ilustraciones son cada vez más oscuras. En la primera parte de las sesiones de tratamiento los padres relatan al niño un capítulo del cuento y en la segunda practican juntos el correspondiente j ue g o . El cuento narra la historia de Michael Murphy. un niño con miedo a la oscuridad, que visita a su tío indio para pedirle ayuda. Únele Lightfoot le enseña varios juegos indios para disfrutar en la oscuridad, por ejemplo cómo identificar sonidos animales. También le tranquiliza enseñándole a relajarse como una marioneta. Michael consigue con los juegos permanecer a oscuras cada vez más tiempo, sitiándose orgulloso de sus avances y de ser tan valiente como un indio. Asiste acompaña do por su tío a la gran fiesta india del Maíz Verde. Allí se hace amigo de un niño indio que le regala un arco. Por la noche cae rendido y duerme en una habitación completamente a oscuras. A la mañana siguiente se siente orgulloso de haber dormido en una habitación con la luz apagada. Una noche tie ne una pesadilla, pero se relaja y piensa en cosas agradables. La visita llega a su final y Michael recibe un traje y un collar indios de regalo. Únele Lightfoot le proclama guerrero por su gran valen tía al vencer el miedo a la oscuridad. Michael re gresa a casa contento y orgulloso para enseñar las nuevas habilidades a un amigo suyo que tiene mie do a la oscuridad. Cada capítulo incluye un juego, excepto el pri mero, el noveno y el último. Los juegos en los que participa el niño son: 1.
El pañu elo: con los ojos vend ados , busca un juguete en su dormitorio.
128
2.
3.
4. 5.
6. 7
8. 9.
/
Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
III
La mario neta : relaja gran des zona s del cuer po (brazos, manos, piernas, cuello). El jug uet e en el dormi tori o: entra en el dor mitorio a oscuras para coger un juguete del lugar indicado. Los anim ale s ami gos : en su dorm itor io a oscuras adivina los sonidos animales emi tidos por los padres desde fuera. Los anima les en la pared : los padre s le en señan a hacer sombras de animales en la pared del dormitorio. El jugue te escond ido en el dormitorio: en tra en el dormitorio a oscuras y busca un juguete escondi do. Enc ende r la luz de pron to: cua ndo los pa dres dicen «¡ya voy!», se levanta del suelo del dormitorio, apaga la luz y se tiende en la cama antes de que los padres entren. Bus car la caja de los ruid os: busc a a los pa dres que hacen ruido por la casa a oscuras. La marion eta comp leta : relaja grupos mus culares específicos (brazos, piernas, cara, frente, cuello y hombros, estómago, dedos de los pies).
Existe relación entre los juegos y los capítulos del cuento. Así, el juego de buscar la caja de los ruidos comienza con la casa totalmente a oscuras, el niño tumbado en su cama y la madre o el padre en otra habitación. La madre o el padre agita un paquete de cereales haciendo ruido. El niño busca a su madre o a su padre por la casa encendiendo las luces a su paso. La dificultad de encontrar a la madre o al padre es cada vez mayor, puesto que se aumenta el tiempo de espera antes de hacer ruido otra vez. Este juego corresponde al capítulo déci mo, donde se narra que esa noche Michael escu cha al perro de la granja realizando sonidos extra ños. Avanza a oscuras por la casa encendiendo las luces a su paso hasta descubrir al perro con la ca beza encajada en un paquete de cereales. 2.2.6.
Análisis
del
tratamiento
psicológico
Los tratamientos psicológicos para las fobias de niños y adolescentes con más apoyo empírico han
sido desarrollados por la terapia de conducta. Ac tualmente los terapeutas disponen de un amplio conjunto de técnicas y variantes para tratar con éxito este trastorno de ansiedad. A diferencia de otras corrientes terapéuticas, la terapia de conducta se ha caracterizado desde sus orígenes por la di versidad de orientaciones, cada una de las cuales ha resaltado la importancia de distintos procesos y procedimientos. Desde su surgimiento el neoconducdsmo mediacional ha mostrado gran interés por el tratamien to de los trastornos de ansiedad. Este enfoque plan tea la existencia de variables intermedias entre los estímulos y las respuestas, de modo que la con ducta de evitación fóbica se explica por la intensa ansiedad que experimenta el niño ante los estímu los fóbicos. Conceptualiza la ansiedad como un conjunto de respuestas emocionales, destacando los cambios psicofisiológicos, como aumento de la sudoración palmar, elevación de la presión arte rial, incremento de la tensión muscular, etc., ad quiridas directamente por procesos de condicio namiento clásico. Puesto que las respuestas fóbicas son resistentes a la extinción, el objetivo de la terapia no se limita a descondicionar, sino que pre tende recondicionar o contracondicionar las res puestas de ansiedad desproporcionadas y desadap tadas, según el principio de inhibición recíproca. Las técnicas más estrechamente relacionadas con este enfoque consisten en la exposición a los estímulos fóbicos, de forma gradual y breve, como la desensibilización sistemática, o menos gradual pero más prolongada, como la inundación. La co rriente mediacional introdujo también las varian tes en imaginación como una alternativa viable y económica a las modalidades cu vivo. Los pro cesos de representación en la imaginación y la mediación verbal son característicos de las téc nicas de este enfoque. En la desensibilización sistemática se solicita que se imaginen vividamen te los estímulos fóbicos y el progreso en la jerar quía se ajusta a los informes verbales sobre el nivel de ansiedad. Este planteamiento, no obstan te, requiere que los fenómenos no observables, como la representación en la imaginación de un acontecimiento que provoca ansiedad, estén reEdiciones Pirámide
Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
para
lacionados con claros referentes antecedentes o consecuentes. En este sentido, los estudios psicofisiológicos aportan evidencia a favor del po tencial de la representación simbólica del estímulo temido para inducir activación vegetativa simi lar a la evocada por el estímulo físico, covariando con la presentación repetida de los ítems du rante la desensibilización sistemática, de acuerdo con los principios del condicionamiento (Lang. Melamed y Hart, 1970). Sin embargo, la aplicación estándar de la desen sibilización sistemática presenta tres inconvenien tes. En primer lugar, los niños suelen encontrar abu rrido el entrenamiento en relajación progresiva, incluso cuando se utilizan métodos atractivos, como la marioneta o el soldadito de plomo-muñeco de trapo (robot-ragdoll; Kendall y Braswell, 1986), y tienen dificultad para su aprendizaje. En segundo lugar, la formación de imágenes mentales y su con trol son complicados en casos de desarrollo cognitivo limitado (p. ej.. niños pequeños, niños con re traso mental) o alterado (p. ej., niños con daño cerebral, niños con autismo). Incluso en niños con un desarrollo cognitivo normal, puede resultar pro blemático, ya que en ocasiones se imaginan situa ciones más atemorizantes que las descritas verbalmente por el terapeuta. En tercer lugar, no siempre se logra la generalización de la mejoría terapéutica de la realidad mental a la física. Por estas razones el tratamiento neoconductista recomendado para las fobias de niños y adolescentes es la desensibiliza ción sistemática en vivo. La interacción sin apenas graduación con los estímulos fóbicos en vivo es mucho más aversiva que las experiencias escalonadas de DS. El prin cipio ético de evitar en la medida de lo posible que el tratamiento cause innecesariamente malestar al niño justifica que no existan ensayos controlados de inundación en vivo. En la práctica profesional existen dos excepciones. Situaciones de emergen cia en las que no es factible demorar la interven ción médica, por ejemplo un niño con fobia a las inyecciones que ha sufrido un accidente. Y el rechazo/fobia escolar, en que urge restablecer la asis tencia a clase. Sin embargo, incluso en este caso es muy común planificar la incorporación gradual üciones P i r á m i d e
Ediciones Pirámide
miedos
y fobias
en
la
infancia y adolescencia
I
129
a las actividades escolares en el plazo de una se mana iniciando el tratamiento durante el fin de se mana, que es cuando se dispone de las condicio nes óptimas para aplicar la exposición prolongada en vivo. El análisis aplicado de la conducta se centra en la conducta motora de escape/evitación y en sus relaciones funcionales con los estímulos fóbicos ambientales, postulando que es posible describir y explicar con precisión tanto el desarrollo y man tenimiento como la eliminación de las fobias in fantiles mediante el análisis funcional. Rechaza, pues, el constructo hipotético «ansiedad» del en foque mediacional. De los principios básicos del condicionamiento operante se derivan las técnicas operantes de tera pia de conducta. El control de estímulos y el mane jo de con ti ng en ci as son lo s mé todo s te ra pé ut ic os genéricos utilizados para modificar la conducta fóbica por medio del control de sus antecedentes y consecuentes respectivamente. El control estimular consiste en introducir estímulos discriminativos de la conducta de aproximación, por ejemplo la ins trucción «aguanta a oscuras hasta que no puedas más», y estímulos delta de la conducta de escape/ evitación, por ejemplo una linterna como señal de seguridad. El manejo de contingencias se realiza mediante reforzamiento positivo de la conducta de aproximación y extinción de la conducta de esca pe/evitación. El tratamiento operante utilizado con las fobias infantiles es la práctica reforzada. Una de las razones de la escasez de ensayos controlados con procedimientos operantes es la importancia que el análisis aplicado de la conduc ta concede al estudio del caso individual usando diseños N = 1. Esta metodología pone el énfasis en las medidas repetidas de la conducta del niño, en condiciones controladas, y en la inspección ocular de las gráficas de resultados. La teoría del aprendizaje social pretende inte grar las posiciones conductistas, radical y media cional, con las cognitivas. El paradigma conductista requiere la emisión de una respuesta respondiente (condicionamiento clásico) o instrumental (condi cionamiento operante) para que se produzca apren dizaje. Sin embargo, esta orientación distingue en-
130 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
tre aprendizaje y práctica. Para el aprendizaje vica rio la observación de la conducta del modelo es con dición necesaria pero no suficiente. Se requiere ade más procesos de atención y retención (aprendizaje cognitivo), por un lado, y procesos de reproducción y motivación (práctica motora), por otro. Desde la perspectiva del aprendizaje social, el modelado es el procedimiento terapéutico para las fobias infantiles. El modelado que no va seguido de la participación del niño es eficaz porque la ob servación de la conducta de un modelo que interactúa con los estímulos fóbicos sin consecuencias negativas o, mejor aún, con consecuencias positi vas atingentes produce la extinción vicaria de la ansiedad y desinhibe la conducta de interacción fóbica. Sin embargo, el modelado seguido de la participación del niño es más potente, porque el aprendizaje no se limita a la mera observación, sino que se acompaña de la imitación infantil de la de mostración del modelo. Así pues, para el aprendi zaje social el tratamiento indicado es el modelado participante.
La terapia de conducta cognitiva resalta
la
im
portancia de los procesos cognitivos en el desa rrollo, mantenimiento y modificación de la con ducta. Mientras que la posición conductista sostiene que tanto la conducta manifiesta como la encubierta están en función de las influencias ambientales, la postura cognitiva otorga a las cogniciones un pa pel causal, postulando que la conducta depende de las cogniciones. El tratamiento cognitivo más apro piado
son
las autoinstrucciones
de
valentía,
que
se han revelado superiores a las autoinstrucciones dirigidas a reducir el carácter atemorizante de la situación y a las autoinstrucciones neutrales. Los enfoques de terapia de conducta, basándose en sus planteamientos teóricos, han desarrollado técnicas con numerosas variantes para tratar las fo bias de niños y adolescentes. Existen tres tratamien tos psicológicos «bien establecidos»: la desensibi lización sistemática en vivo, la práctica reforzada y el modelado participante. Estos procedimientos com parten tres elementos: I.
La interacción del niño o adoles cente con los estímulos fóbicos.
2. 3.
La gra dua ci ón de la inte racc ión con los estímulos fóbicos. La real izac ión en viv o de la inter acci ón con los estímulos fóbicos.
Para facilitar y fortalecer la interacción gradual en vivo, las técnicas con más apoyo empírico uti lizan diferentes elementos: agentes inhibidores de la ansiedad (desensibilización sistemática en vivo), reforzadores positivos (práctica reforzada), demos traciones de valor (modelado participante). Así pues, son más las semejanzas que las dife rencias de procedimiento. Este hecho explica que se denomine «desensibilización por contacto» al modelado en vivo con participación (Ritter, 1968). «desensibilización vicaria» al modelado en vivo sin participación (Mann y Rosenthal, 1969) o «desen sibilización experimental» a la práctica reforzada (Kuroda, 1969). La confusión en este campo se agra va por el uso de diferentes términos para referirse a la misma técnica, por ejemplo desensibilización estándar, en imaginación, directa, in vitro, etc. Por tanto, el tratamiento básico de elección de las fobias en la infancia y adolescencia es la inte racción
gradual
en
vivo, complementada
progre
sivamente con elementos adicionales, como agen tes inhibidores de la ansiedad, control de estímulos y manejo de contingencias o modelado, siguiendo la regla de la parsimonia terapéutica (Méndez. 1999). Así, si un niño inicia la interacción con los estímulos fóbicos tras la instrucción verbal del te rapeuta, entonces no es necesario recurrir a insti gadores más potentes, como la guía física o el mo delado. Del mismo modo, si repite la interacción tras la alabanza del terapeuta, entonces no es pre ciso introducir reforzadores materiales.
3.
EFICACIA DEL TRAT AMIE NTO PSICOLÓGICO
Los criterios de la Comisión de Expertos de la División 12 «Psicología Clínica» de la Asocia ción Americana de Psicología (Task Forcé on Promotion
and
Dissemination
of
Psychological
Procedures, 1993) clasifican los tratamientos en © Ediciones Pirámide
1<
c TABLA 4.7 Tratamiento
psicológico
de
las fobias
en
la
infancia
y
adolescencia
5}
Terapia de conducta de las fobias en la infancia y adolescencia Enfoque neoconductista mediacional Sistema de respuesta predominante
Análisis aplicado de la conducta
Teoría del aprendizaje social
Terapia de conducta cognitiva
Motor
Psicofisiológico Motor Cognitivo
Cognitivo
Psicofisiológico Vías directas
Vía
de
adquisición/eliminación
Principio y/o mecanismo postulado
c&"
Condicionamiento operante
Inhibición recíproca Contracondicionamiento
Reforzamiento de la aproximación Extinción de la evitación
Aprendizaje vicario
C/)
"O
o o 6: o o C/)
C/)
Vías indirectas
Condicionamiento clásico
O
Aprendizaje cognitivo
o C/) Si)
a
Extinción vicaria Efecto desinhibitorio
Control encubierto de respuestas manifiestas
CD'
& C/)
Procedimiento Técnica
de
general tratamiento
Elemento terapéutico diferencial Tratamiento
de
elección
Exposición
Aproximación
(Observación) Imitación
Desensibilización sistemática
Práctica reforzada
Mode lad o
Agente inhibidor (p. ej. juego)
Afrontamiento
Cr
0)'
Autoinstrucciones
C/)
3
Reforzam iento positivo
Demostr ación
Interacción gradual en
vivo
Frases de valentía
3 Si" 0)
& CD
o
132 /
Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
categorías en función de su eficacia probada experimentalmente. Esta valoración cualitativa del tratamiento debe complementarse con otra cuanti tativa, que permita conocer el tratamiento más efi caz de los «bien establecidos» para un determina do trastorno. Para resolver esta cuestión, Orgilés, Rosa, Santacruz, Méndez, Olivares y SánchezMeca (2002) realizaron un metaanálisis. La búsqueda de ensayos controlados en inglés y castellano abarcó el período entre 1960 y junio de 2002. Se consultaron más de 1.700 referencias, localizándose 26 informes científicos. Se exclu yeron 12 porque no cumplían los requisitos de se lección, como proporcionar datos estadísticos su ficientes para el cálculo del tamaño del efecto. Debido a que varios ensayos controlados utiliza ron como control otro tratamiento psicológico, se estimó la mejoría del grupo tratado comparando su situación antes y después del tratamiento. Los 14 informes científicos seleccionados dieron lugar a 28 estudios independientes sobre fobias específi cas en la infancia y adolescencia, con una dura ción media del trastorno de tres años y medio. En conjunto el tratamiento psicológico de las fobias específicas en la infancia y adolescencia es altamente eficaz (d+ = 0,97), tendiendo a aumentar la mejoría en el seguimiento (d = 1,21). Los tama ños del efecto (d ) obtenidos en el metaanálisis se interpretan de la siguiente forma: valores negativos indican que se ha producido un empeoramiento, valores nulos (muy próximos a cero) significan que no se ha operado ningún cambio y valores positi vos revelan que se ha experimentado una mejoría significativa con la terapia. Cohén (1988) sugiere que valores iguales o mayores que 0,20, 0,50 y 0,80 equivalen a tamaños del efecto bajo, medio y alto, respectivamente. Smith, Glass y Miller (1980) ilus tran intuitivamente el tamaño del efecto con la si guiente analogía: un curso escolar enseñando a leer a niños de 1.° de primaria se traduce en un aprendi zaje de magnitud media (d = 0,67). Los procedimientos más eficaces coinciden con los más utilizados, y son modelado (d = 1,99), usa do principalmente en muestras análogas con fobias animales, desensibilización sistemática (d = 1,21), empleada más con muestras clínicas y mayor gama
de fobias (animales, oscuridad, etc.), y programas combinados (d = 1,47), aplicados a muestras de ambos tipos que presentan fobia a la oscuridad. Las técnicas menos utilizadas son operantes, altamente eficaces {d = 0,88), y cognitivas, moderadamente eficaces (d = 0,65). Los padres y los profesionales valoran más po sitivamente la mejoría lograda que el propio niño. Este hallazgo corrobora que los adultos tienden a subestimar el malestar clínicamente significativo que producen los trastornos internalizados en com paración con los externalizados. La respuesta al tratamiento es mejor en los más jóvenes, en el gé ner o fe me ni no , en fobias an im a les, en casos sin problemas asociados y en fobias de aparición reciente. +
+
+
4.
CONCLUSIONES
En el estado actual del conocimiento se puede afirmar que la evidencia acumulada sobre la efi cacia del tratamiento psicológico para las fobias de niños y adolescentes es importante. De la revi sión efectuada se extraen las siguientes conclusio nes:
+
+
1. 2.
3. 4.
+
+
+
5.
La desen sibili zación sistemática en vivo, la práctica reforzada y el modelado participan te son tratamientos «bien establecidos». La desen sibili zació n sistemá tica en ima ginación, la desensibilización sistemática mediante movimiento ocular, las autoins trucciones de valentía, las escenificacio nes emotivas y el cuento Únele Lightfoot más juegos son tratamientos «probable mente eficaces». Las imáge nes emotiva s y la psicoterapia son tratamientos «experimentales». El nive l de efic acia de los tra tam ien tos «bien establecidos» es alto. Los trata mient os «bien estab lecid os» com parten
la interacción
gradual en
vivo con
los estímulos fóbicos. Este elemento común constituye la base del tratamiento de elec ción. © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para miedos y fobias en la infancia y adolescencia I
133
TABLA 4.8 Tratamientos
psicológicos
Trata mien to
eficaces
para
las fobias
C r i t e r i o I / II
Criterio III
en
la
infancia
Criterio IV
y
Criterio V
adolescencia Esta tus
TÉCNICAS DEL ENFOQUE NEOCONDUCTISTA MEDIACIONAL
Imágenes emotivas
No
Sí
Sí
No
Experimental
DS mediante movimiento ocular
Sí
Sí
Sí
No
Pro bablemen te eficaz
DS en imaginació n
No
Sí
Sí
Sí
Proba blement e eficaz
DS en vivo
Sí
Sí
Sí
Sí
Bien esta blec ido
Sí
Bien establecido
T ÉCNICAS DEL ANÁLISIS APLICADO DE LA CONDUCTA
Práctica reforzada
Sí
Sí
Sí
TÉCNICAS DE LA TEORÍA DEL APRENDIZAJE SOCIAL
Modelado sin participación
Sí
Sí
Sí
No
Probab lemente eficaz
Modelado con participación
Sí
Sí
Sí
Sí
Bien establecido
Sí
Probable mente eficaz
TÉCNICAS DE LA TERAPIA DE CONDUCTA COGNITIVA
Autoinstrucciones de valentía
No
Sí
Sí
PROGRAMAS MULTICOMPONENTES
Cuento más juegos
No
Sí
Sí
Sí
Probab lemente eficaz
Escenificaciones emotivas
Sí
Sí
Sí
No
Prob ablement e eficaz
Sí
No
Experi mental
OTROS TRATAMIENTOS
Psicoterapia
No
Sí
Criterio I: Existen dos estudios que prueban que es superior al placebo o a otro tratamiento psicológico (bien establecido). Existen dos estudios que prueban que es superior a la lista de espera o al no tratamiento, o un estudio que prueba q ue es superior al placebo o a otro tratamiento psicológico (probablemente experimental). Criterio II: Existen una serie de experimentos con diseño de caso único que prueban su eficacia. Criterio III: El tratamiento debe estar protocolizado en forma de manual o descrito con precisión para permitir su réplica. Criterio IV: Las características de las muestra deben estar bien descritas. Criterio V: Los efectos deben haber sido probados por dos investigadores o equipos de investigación independientes. D Ediciones Pirámide
134 / Guia de tratamientos psicológicos eficaces III
En resumen, a pesar de que persisten algunas lagunas, como la falta de ensayos controlados del tratamiento de tensión aplicada para la hematobia en la adolescencia o la pobreza de la investiga
ción sobre los predictores de la eficacia del trata miento, la situación del tratamiento psicológico de las fobias de niños y adolescentes invita a un opti mismo moderado.
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© Ediciones Pirámífl
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la hiperactividad PAZ DE CORRAL GARGALLO
1.
INTRODUCCIÓN
A diferencia de los niños muy inquietos, los hiperactivos se caracterizan por el desconcierto —se distraen con facilidad— y la falta de un mo tivo que explique esa agitación. No se trata, por tanto, de niños movidos: éstos se concentran en los juegos (películas, deportes, etc.), pero los hi peractivos no. Realizan muchos movimientos, pero pon disfuncionales. Se trata de niños impulsivos y con dificultades de atención, lo que les puede lle var al fracaso escolar, a una baja autoestima, al rechazo de sus compañeros y a un riesgo alto de accidentabilidad. Asimismo no hacen autocríticas, son incapaces de controlar sus emociones y no aprenden las normas sociales. El problema se agra va si el entorno familiar está desestructurado. El trastorno por déficit de atención con hipe ractividad representa un importante problema so cial por su alta incidencia en la población infantil y juvenil por las consecuencias psicológicas que genera. Además, los niños y adolescentes hiperac tivos no llegan a entender por qué tienen tantas dificultades y por qué sus conductas son tan fre cuentemente castigadas por los adultos y rechaza das por sus iguales. Este trastorno tiene otras consecuencias indi rectas importantes, especialmente sobre la fami lia. Los padres (y, en particular, las madres) viven la difícil tarea de educar a sus hijos hiperactivos sin obtener la satisfacción razonable de verles cre cer sin dificultades excesivas. Los padres suelen sentirse desbordados al no conseguir de sus hijos © Ediciones Pirámide
el aprendizaje de pautas de convivencia adecua das ni un rendimiento escolar mínimamente satis factorio. A su vez, los profesores de los niños hiperacti vos experimentan un estrés adicional porque no encuentran un método de enseñanza eficaz para las conductas académicas y sociales en el aula. El fracaso de los padres y de los profesores en la consecución de sus objetivos con los niños hi peractivos genera en éstos un déficit de autoesti ma y un agravamiento de sus conductas.
2.
CRITERIO S DIAGNÓS TICOS Y TIPOS
Según el DSM-IV-TR (APA, 2000), el TDAH aparece en los primeros años de la infancia y se caracteriza por la presencia de tres síntomas fun damentales: el déficit de atención, la impulsivi dad y la hiperactividad (véase la tabla 5.1), si bien estos dos últimos síntomas están profundamen te entrelazados. Desde una perspectiva evolutiva, el trastorno es cambiante (Hart, Lahey, Loeber, Applegate y Frick, 1995). En los primeros años la hiperactividad y la inatención son los síntomas prioritarios. A medida que se llega a la adoles cencia, la hiperactividad decrece, la inatención se mantiene y aumentan las conductas de impul sividad, especialmente en chicos (Conners y Erhardt, 1998). Todo ello lleva a un déficit en la autorregu lación de las emociones, en la interiorización de las instrucciones externas y en la planificación y
138 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
TABLA 5.1 Criterios para
el diagnóstico de trastorno por déficit de atención
con
hiperactividad (DSM-IV-TR)
A) l )o 2):
1) Seis (o más) de los siguientes síntomas de desatención han persistido por lo menos durante seis meses con una intensidad que es desadaptativa e incoherente en relación con el nivel de desarrollo:
Desatención a) A menudo no presta atención suficiente a los detalles o incurre en errores por descuido en las tareas escola res, en el trabajo o en otras actividades. h) A menudo tiene dificultades para manten er la atención en tareas o en actividad es lúdicas. c) A menudo parece no escuchar cuan do se le habla direct amente. d) A menudo no sigue instrucciones y no finaliza tareas escolares, encargos u obligaciones en el centro de trabajo (no se debe a comportamiento negativista o a incapacidad para comprender instrucciones). e) A menudo tiene dificultades para organi zar tareas y actividades. f) A menudo evita, le disgusta o es renuente a dedicarse a tareas que requieren un esfuerzo mental sostenido (como trabajos escolares o domésticos). g) A menudo extravía objetos necesarios para tareas o actividades (p. ej., jugu etes , ejercicios escolare s, lápi ces, libros o herramientas). /;) A me nu do se distra e fáci lm ente po r es tí mu lo s ir re leva nt es. i) A menudo es descuid ado en las actividad es diarias.
2) Seis (o más) de los siguientes síntomas de hiperactividad-impulsividad han persistido por lo menos durante seis meses con una intensidad que es desadaptativa e incoherente en relación con el nivel de desarrollo: Hiperactividad á) A menudo muev e en exceso man os o pies, o se remuev e en su asiento. b) A menud o abandona su asiento en la clase o en otras situaciones en que se espera que permanezca sentado. c) A menud o corre o salta exces ivamen te en situaciones en que es inapropiado hacerlo (en adolescentes o adultos puede limitarse a sentimientos subjetivos de inquietud). d) A menu do tiene dificultades para juga r o dedicarse tranqu ilamente a actividades de ocio. e) A menu do «está en march a» o suele actu ar com o si tuvier a un motor. f) A menudo habla en exceso . Impulsividad g) A menud o precipita respuestas antes de haber sido comple tadas las preguntas. h) A menudo tiene dificultades para guardar turno. i) A menudo interr umpe o se inmiscuye en las actividades de otros (p. ej., en conver saciones o jueg os). B) Algunos síntomas de hiperactividad-impulsividad o desatención que causaban alteraciones estaban presentes antes de los siete años de edad. C) Algunas alteraciones provocadas por los síntomas se presentan en dos o más ambientes (p. ej., en la escuela [o en el trabajo 1 y en casa). D) Deben existir pruebas claras de un deterioro clínicamente significativo de la actividad social, académica o laboral. E) Los síntomas no aparecen exclusivamente en el transcurso de un trastorno generalizado del desarrollo, esquizofre nia u otro trastorno psicótico, y no se explican mejor por la presencia de otro trastorno mental (p. ej., trastorno del estado de ánimo, trastorno de ansiedad, trastorno disociativo o un trastorno de la personalidad).
El DSM-IV-TR establece dos subtipos. El aspecto central del primero es el déficit de atención, mientras que para el segundo incluye la hiperactividad. En concreto, hay un grupo de niños cuyo principal problema es la inatención y todo lo que de ello se deriva, otro constituido principalmente por hiperactivos-impulsivos y por último estaría el grupo combinado, que muestra todas las conductas típicas del trastorno. © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la hiperactividad I
organización de la conducta, que, a su vez, agrava el cuadro clínico (Barkley, 1997). Es decir, la al teración de estas funciones cognitivas básicas pro picia la aparición de las conductas impulsivas y desorganizadas, así como conductas rígidas y poco adaptativas y expectativas altas de fracaso en las tareas requeridas. Con arreglo a los criterios del DSM-IV-TR. el diagnóstico de hiperactividad no debe hacerse an tes de los siete años. Sin embargo, y aun con la ne cesidad de ser cauteloso a la hora de hacer un diag nóstico clínico a una edad demasiado temprana, los padres de niños hiperactivos detectan dificul tades desde que sus hijos son muy pequeñitos, espe cialmente cuando observan que no se entretienen con nada y reclaman excesivamente su atención. En cuanto a la tipología de la hiperactividad. predominan tres perfiles en este tipo de niños: a) tipo hiperactivo-impulsivo, que es el más conflictivo; b) tipo predominantemente inatento, que es el más frecuente en niñas, y c) tipo combinado, que es el más frecuente. Se trata de un cuadro clínico que no se cura con la edad, como se pensaba en un principio. Por ello, ha habido un esfuerzo reciente por desarro llar terapias específicas y por extenderlas al grupo de adolescentes afectados por este problema (Cam pbell y Cueva. 1995).
3.
COMORBILIDAD
Los problemas asociados a este trastorno son frecuentes y variados. El niño hiperactivo presen ta otras características psicopatológicas adicio nales. Las más importantes son los trastornos de conducta, sobre todo de tipo oposicionista, las di ficultades de aprendizaje y los trastornos emocio nales (ansiedad y depresión, especialmente). 3.1.
Trast ornos de condu cta
Los trastornos de conducta adquieren un carác ter oposicionista y desafiante, en forma de desobe diencia reiterada, de rabietas, de desorden, de in sultos, de conductas agresivas, etc. Esta forma de © Ediciones Pirámide
139
comportamiento desborda habitualmente la capa cidad de control de los padres. Estos niños hiperactivos presentan muchas di ficultades para captar adecuadamente las deman das sociales del entorno y se muestran incapaces de suprimir comportamientos impropios (hablaren clase, molestar a los compañeros, interrumpir, etc.). manifestando una estabilidad temporal en sus es tilos de comportarse. Estos niños tienden a ser molestos y ruidosos, por lo que suelen verse en vueltos en muchos problemas, lo que genera ex periencias sociales negativas y, en última instan cia, el rechazo por parte de los demás. Con facilidad son excluidos del grupo y no se cuenta con ellos para hacer distintos planes, como juegos, depor tes, fiestas, etc. La consecuencia de todo esto es que el niño con TDAH tiene menos oportunida des de aprendizaje social y general que los niños normales. 3.2.
Dificu ltades de apre ndi zaje y bajo rendimiento académico
Este es quizá uno de los problemas que más fre cuentemente se asocia a la hiperactividad. A cau sa de sus déficit, el niño con TDAH presenta difi cultades de funcionamiento académico, como se pone de relieve en las pruebas de rendimiento tipificadas, en las notas, en las repeticiones de curso y en las evaluaciones de sus maestros. Casi todas las áreas escolares están afectadas, pero especial mente las matemáticas y la lectoescritura, que se resienten de las dificultades atencionales y de unas peculiares estrategias de aprendizaje poco prácti cas. De todas formas, la trayectoria académica suele ser muy desigual: días con buen rendimien to se alternan con los de mal rendimiento, pero son estos últimos los más frecuentes. Hay grandes diferencias en el funcionamiento académico entre los niños con TDAH. que depen den no ya sólo del déficit de atención \ tic la im pulsividad, sino, especialmente, de las distintas es trategias utilizadas en el manejo de la información. Hay otros elementos que también pueden ayudar al niño a conseguir un mejor rendimiento, como la calidad de los refuerzos ambientales (la estruc-
140 /
Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
tura del colegio, el profesor sensible al problema y con ganas activas de colaborar, los padres bien informados y motivados por ayudar al niño, etc.) y la propia capacidad de desarrollar estrategias particulares y mecanismos compensatorios (llevar un determinado orden en la lectura o escritura, uti lizar avisos en los apuntes, recurrir a estrategias para concentrarse y memorizar, etc.).
3.3. Trastorn os emocion ales o afectivos La conducta de los niños hiperactivos, desde que son muy pequeños, no pasa desapercibida. Según van pasando los años, tanto en casa como en el colegio, estos niños se han ido acostumbrando a que los adultos y sus compañeros estén muy pen dientes de ellos debido a su comportamiento mar cado y molesto. Con el tiempo se van acumulando un gran número de reproches y comentarios nega tivos sobre su conducta y, lo que es peor, sobre su persona. El niño hiperactivo va configurando una opinión negativa de sí mismo, que tiene que ver con la opinión que los demás le expresan a él de diferentes maneras. La depresión puede ser la re sultante del déficit de autoestima, de los cambios de humor, de la irritabilidad y de la poca toleran cia a la frustración, así como del rechazo o aisla miento en la escuela de que es objeto. No es fácil detectar a un adolescente deprimi do. Con ellos se cometen muchos errores de diag nóstico porque algunos de los síntomas más visi bles son la irritabilidad, la desmotivación o las conductas violentas (no propiamente la tristeza), que, además, están muy castigadas socialmente. Así, en la medida en que los problemas no se de finen adecuadamente y no se plantean remedios específicos, las dificultades cotidianas van aumen tando y complicando el cuadro del niño hiperacti vo, así como las relaciones con sus allegados. Los niños hiperactivos tienen un peculiar fun cionamiento cognitivo, con un predominio de atri buciones externas, tanto sobre los acontecimien tos positivos (saqué buena nota porque me tiene enchufe el «profe») como sobre los negativos (yo no he hecho nada; siempre me castigan a mí por que me tienen manía). La percepción global es de
que ejercen un escaso control personal sobre los acontecimientos que les afectan. La depresión es la forma más grave de trastor no emocional en el TDAH. pero no siempre se llega a este extremo. Sin embargo, el niño con TDAH suele manifestar un sentimiento de culpa y una pobre autoestima, así como una autopercepción de sentirse incapaz y de no entender por qué los de más están siempre enfadados con él. Todo ello desemboca en aislamiento, en sentimiento de in comprensión, en tristeza y en dificultades para in tegrarse en el grupo. Otros problemas emocionales en estos niños son las respuestas de ansiedad y las alteraciones psicosomáticas. así como una tendencia anormalment. alta a la accidentabilidad.
4.
EPIDEMIOLOGÍA
Las tasas de prevalencia de este trastorno osci lan en torno al 5 por 100 de la población infantil (Taylor, 1986; Cantwell, 1984), lo que puede su poner que en cada clase hay un niño afectado. Esta cifra está basada en datos clínicos. Si los datos provienen de padres y profesores, el porcentaje tiende a aumentar considerablemente, incluso hasta un 20 por 100 de los niños. Estas diferencias pue den ser debidas al concepto de hiperactividad uti lizado, a los instrumentos de medida y a la forma en que se han realizado las mediciones (en situa ciones específicas o en contextos generales). El diagnóstico se hace a partir de los siete años, si bien puede haber antecedentes desde edades an teriores, con una máxima prevalencia entre los siete y nueve años. En cuanto a la distribución por sexos, la ratio niños/niñas es de 4 a 1. Sin embargo, en la clínica se encuentra una ratio de 20 a 1,1o que quiere de cir que muchas de las niñas hiperactivas pasan desapercibidas en el colegio y son evaluadas a la baja, bien porque los adultos son más tolerantecon ellas, bien porque los síntomas más sobresa lientes en las niñas, al no ser de exceso de movili dad, no resultan tan molestos para los adultos. Edecir, en las niñas predominan los síntomas de in© Ediciones Pirámide
Guia
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tratamien tos
atención frente a los de hiperactividad/impulsividad. No se suele establecer una relación directa entre el fracaso escolar de las niñas y la hiperacti vidad. Lo habitual es recurrir a explicaciones equi vocadas, como a la falta de voluntad para estudiar o a la vagancia, y no al déficit de atención. Los datos epidemiológicos en la adolescencia son muy escasos (Conners y Erhardt, 1998). La tasa de prevalencia en adultos se ha estima do en un 2 por 100. Por tanto, y al contrario de lo que se pensaba, hay un grupo de pacientes que continúan siendo hiperactivos en la vida adulta, con el agravante de que están muy poco estudia dos y, en consecuencia, escasamente atendidos. Al margen de posibles diferencias transculturales, que no parecen significativas, este tema está más estudiado y preocupa más en los países ricos.
5.
•no oscii infantil uede su ido. Esta os datos »rcentaje iso hasta :ias pueidad utila forma en sitúa
de
5.1.1.
eficaces
para
Tratamiento
la
hiper actividad
I
141
psicológico
Tratar a un niño con TDAH implica, como re quisito previo, motivarlo adecuadamente para el tratamiento. El menor debe ser consciente de que es un niño con un problema, no un niño malo o con ganas de fastidiar. Tomar conciencia de este hecho y conocer lo que le ocurre contribuye a eli minar el sentimiento de culpa del niño, a mejorar su autoestima y a ponerle en una buena disposi ción ante la terapia. El tratamiento psicológico está orientado, fun damentalmente, a la autorregulación, al control de la irritabilidad y a la mejora de la comunica ción (Calderón, 2001; Nicolau y García-Giral, 2002). En último término, se trata de facilitar al niño un entorno adecuado para que pueda crecer y desarrollarse de una forma armoniosa, a pesar del trastorno.
TRATAMIENTO
El tratamiento debe centrarse conjuntamente en el niño, en los padres y en la escuela. En concreto, debe haber un tratamiento farmacológico y cognitivo-conductual individualizado, pautas educativas para los padres y técnicas cognitivo-conductuales para aplicar en clase. La duración del tratamiento puede ser variable en función de la edad del niño, de la gravedad del problema, de los trastornos asociados y de la cali dad de la red de apoyo familiar y escolar (Con ners y Erhardt, 1998). 5.1.
psicológicos
Te rap ia para el niño
Los objetivos de la intervención terapéutica en niños con TDAH son los siguientes (Puig, Revertés, Picó y Palma, 2002): mejorar la capacidad de atención, incorporar estrategias cognitivas para facilitar el aprendizaje, minimizar el retraso en relación con sus compañeros y aumentar el con trol de la impulsividad. Se trata, en último térmi no, de conseguir una mayor adaptación a las nor mas, de aumentar la autoestima del niño, de facilitar una mayor interacción social y de lograr una ma yor independencia de los adultos. © Ediciones Pirámide
Autorregulación Las técnicas cognitivas —las más utilizadas— se usan para que el niño aprenda a regular su con ducta. El entrenamiento en autoobservación tiene como objetivo que el niño tome conciencia de su propia conducta, y el autorreforzamiento. que el niño obtenga una gratificación cuando realice con ductas adaptadas. Tener conciencia de un proble ma presupone saber pensar y preguntarse cuál es el problema. Todas estas preguntas son difíciles de plantearse para un niño hiperactivo. Por medio de las técnicas cognitivas se insiste en buscar la relación entre las conductas y las con secuencias. El niño aprende a evaluar la conducta en relación con las normas de su casa, del colegio o de la calle. Se hace especial énfasis en el len guaje interno como variable reguladora de la con ducta. Lo que importa es que el niño aprenda a tener un control interno sobre sí mismo. Este apren dizaje supone por parte del niño frenar a tiempo conductas negativas e implicarse en conductas positivas, así como organizarse el tiempo y plani ficar mejor sus actividades y horarios. Una de las técnicas más utilizadas con los ni ños afectados por el TDAH es el entrenamiento
142
/
Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
en autoinstrucciones (Meichenbaum y Goodman. 1971). El objetivo de esta técnica es conseguir que el niño aprenda a hablarse interiormente de tal manera que le pueda resultar más fácil pensar y tomar conciencia de lo que hace o quiere hacer (por ejemplo, darse cuenta de lo que lee cuando hace sus tareas escolares).
En resumen, y más allá de las técnicas concre tas, conviene premiar lo positivo más que casti gar, establecer objetivos pequeños que puedan ser recompensados y enseñarle al niño técnicas de autocontrol, así como de habilidades sociales y de solución de problemas. 5.1.2.
Control de la irritabilidad El control de la ira es un objetivo terapéutico prioritario. La frustración constante a la que estos niños están sometidos facilita que el niño exprese mucha agresividad, que, además, es incapaz de controlar. Estos niños experimentan enfados fre cuentes y tienen enormes dificultades para detener la rabia, pensar en la situación y después actuar racionalmente. El aprendizaje interno y regulador de su conducta, basado en las autoinstrucciones. puede ser de especial utilidad para el control de la ira, junto con el tiempo-fuera.
Programas de comunicación Esta intervención está orientada a resolver las dificultades interpersonales del niño para conse guir una mejor adaptación social, así como para dotarle de una mayor conciencia del impacto ne gativo de sus conductas problemáticas en los de más. En último término, constituye una ayuda en el proceso de autoconciencia y de análisis de los problemas de relación con los demás (compañe ros, profesores y padres), lo que contribuye a la búsqueda de soluciones prácticas y eficaces. Hay, además, muchas otras técnicas que pueden ser utilizadas de manera muy variable en algunas ocasiones. Así, por ejemplo, las técnicas de resolu ción de problemas están indicadas para tranquilizar al niño y enseñarle a controlar sus conductas hiperactivas impulsivas. En niños más pequeños se uti liza una variante denominada la técnica de la tortu ga (López Soler y Martínez Núñez, 1999). Por otra parte, los contratos de contingencias se utilizan es pecialmente con adolescentes para poder llegar a compromisos que satisfagan a ambas partes (por ejemplo, padres-hijos, profesor-alumno, etc.).
Tratamiento psicofarmacológico
Si bien han sido diversos los fármacos utiliza dos, los más adecuados son los estimulantes (metilfenidato, dextroanfetamina y pemolina), que no se deben administrar a niños menores de seis años. El metilfenidato (nombre comercial: Rubifén) es el estimulante más empleado para el tratamiento del TDAH. Los estimulantes mejoran la atención sostenida (Campell y Cueva, 1995), la conducta impulsiva, las relaciones sociales y el rendimiento académico de los niños hiperactivos. Al parecer, su vía de acción incluye el aumento del nivel de activación cerebral y la estimulación del sistema reticular activador, así como del sistema límbico, del núcleo estriado y de los lóbulos frontales que controlan la atención y los procesos inhi bitorios. Asimismo hay una potenciación de las funciones sensoriales y una reducción de la sen sación de fatiga, lo que hace posible una intensi ficación del esfuerzo intelectual (Rodríguez-Ra mos, 1997). En cuanto a la dosis óptima, depende del tipo de TDAH implicado. Las dosis bajas resultan más adecuadas en el TDAH de tipo inatento porque mejoran el nivel de atención sin influir directamen te en la conducta. Las dosis altas, por el contrario, parecen más apropiadas en el TDAH de tipo com binado porque, además de actuar positivamente sobre la atención, influyen directamente sobre la conducta impulsiva (Roselló, Muías y Jarque. 2001). Los psicoestimulantes mejoran el funcionamien to cognitivo, conductual y social de la mayoría de los niños y adolescentes, independientemente de su nivel evolutivo (Parra, Espinosa. Reyes y Mardomingo, 2002). Cuando la medicación produce mejoras, los niños adquieren sentimientos de com petencia y de autocontrol. Es más, los padres y © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la hiperactividad I
profesores tienden a interactuar de forma más po sitiva y a utilizar menos conductas de control con los niños afectados de TDAH tratados farmacoló gicamente. La medicación está sujeta, sin embargo, a di versas limitaciones (Herreros y Sánchez, 2002). En primer lugar, un número significativo de ni ños (especialmente los menores de cuatro años) no se beneficia de estos tratamientos. En segun do lugar, se pueden producir efectos secundarios adversos, como el insomnio, la pérdida de apeti to, el agravamiento de tics o de síntomas ansio sos preexistentes o, lo que es más preocupante, la detención del crecimiento, lo que ha llevado a la interrupción del tratamiento durante los fines de semana o las vacaciones escolares. Y en ter cer lugar, los beneficios de los estimulantes pue den no mantenerse cuando se interrumpe la me dicación.
5.2.
Prog rama de orien tación para los padres
Los padres necesitan, en primer lugar, compren der el problema del niño. Ubicar las dificultades de convivencia en el hogar con su hijo en el ámbi to de un cuadro clínico contribuye a quitarles la culpa y a reducirles el estrés y, además, les moti va a emprender un programa de tratamiento. Y, en segundo lugar, los padres aprenden a ser agentes del cambio de conducta en su hijo, junto con los médicos y psicólogos y en colaboración estrecha con los profesores. Cualquier programa utilizado con estos niños va a requerir mucha supervisión y guía por parte de los padres. Con la intervención propuesta es bastante probable que el problema mejore mucho, que el niño se sienta mejor consigo mismo y que la convivencia en casa sea más grata, con una dis minución de las conductas de desobediencia y una mayor observancia de las normas. Otra cosa es, sin embargo, mantener a lo largo del tiempo la mejoría. Por eso, todo tratamiento debe ajustarse a la medida del niño y adaptarse a los posibles cambios en el tiempo, así como completarse con otros procedimientos de tipo cognitivo. © Ediciones Pirámide
143
Módulo psicoeducativo Una de las primeras tarcas del tratamiento es realizar una fase educativa e informativa. Compren der el trastorno crea en los padres una disposición más positiva hacia el niño y una motivación im prescindible para hacer frente a un problema cró nico. Se trata de motivar a los padres para aceptar el problema de un hijo diferente y de enseñarles algunas estrategias para controlar el problema. De este modo, se intenta conseguir el mejor ambiente posible familiar y reducir el estrés que el trastorno genera en los padres.
Reforzamiento positivo y extinción Las técnicas del condicionamiento operante —y, en concreto, el reforzamiento positivo y la extinción— son de utilidad a los padres para ma nejar las consecuencia ambientales derivadas de las conductas hiperactivas del niño. A los padres se les enseña a buscar comportamientos y acti tudes positivas de sus hijos entre tantos com portamientos negativos. Se resalta el interés dé encontrar relaciones entre la conducta y las con secuencias para establecer contingencias clara mente adaptativas. Para ello, se puede utilizar un material de apoyo útil, como el ejercicio Busca, fíjate y apunta (Corral, 2001), que figura en el anexo. Con este instrumento se trata de facilitar la tarea de los padres para que estén especialmen te atentos a las conductas positivas de sus hijos, cosa que suele ser difícil al principio a causa de la preocupación y el enfado que suscitan tantas conductas negativas. La dispensa de reforzamiento positivo a con ductas adaptadas es más útil siempre que al mis mo tiempo se extingan las conductas negativas. Este cambio de estrategia de los padres, junto con la comprensión del problema, facilita un ambiente de bienestar y una nueva actitud en la convivencia familiar, que puede dar paso al uso de técnicas más precisas para la consecución de los objetivos esta blecidos. Una vez el refuerzo y la extinción se uti lizan de forma precisa, se puede plantear el refor zamiento
diferencial
de
tasas
bajas
(RDO).
144 / Guia de tratamientos psicológicos eficaces III
Economía de fichas Se trata de puntos entregados al niño que ac túan como reforzadores positivos y que se pueden obtener tras haber realizado una conducta positi va previamente establecida. Los puntos tienen un determinado valor y se pueden canjear al final del día o de la semana por algún tipo de privilegio (como ver la televisión, recibir unas monedas, te ner un plan especial o, sobre todo, contar con una mayor posibilidad de refuerzo social, como jugar más tiempo con los padres o hacer planes más atractivos con ellos). Con el uso de esta técnica se obtienen benefi cios, siempre que las reglas del juego estén bien establecidas: los puntos exactos por las conductas recompensadas y el valor específico del canje. Si además esta técnica se combina con una adecuada utilización del refuerzo, de la extinción y del de nominado coste de respuesta (o posibilidad de per der lo ganado), el efecto suele ser aún más eviden te. Los niños hiperactivos necesitan saber en todo momento qué es lo que tienen que hacer y cuáles son, en concreto, las normas de funcionamiento. Hay otras técnicas operantes que también pue den utilizarse de forma complementaria, como el denominado principio de Premack,
der el problema, darse cuenta de que no se trata de un desafío del niño contra los profesores y apren der unas técnicas básicas de funcionamiento, jun to con el apoyo regular y sistemático de los tera peutas y de los padres, constituyen las estrategias adecuadas para hacer frente al problema. El esquema básico de intervención se apoya en los mismos principios y técnicas que la interven ción con padres, con la diferencia de que los obje tivos se centran en el aula y en el colegio: las nor mas de clase y del centro, el trabajo escolar y la competencia social. Un programa de formación de profesores pue de incluir los siguientes contenidos (Miranda, Soriano, Presentación y Gargallo, 2000): 1.
2.
Esta técnica supone reparar o restituir los efec tos de las conductas destructivas (pintar en una pared, ensuciar el suelo tirando envoltorios de co mida o bebida, etc.) con la práctica positiva de una conducta adaptada (por ejemplo, limpiar lo ensu ciado o repintar la pared). En niños más pequeños la tarea puede ser recoger la mochila, colgar su ropa, recoger sus juguetes, etc.
Programa de orientación para los profesores
Los profesores necesitan un apoyo específico para tratar con los niños hiperactivos, que pueden llegar a distorsionar el ritmo de la clase. Compren
en
el
conocimiento
Enseñar
a
los
profesores
técnicas
de
mo
dificación de conducta. Se trata de adies trarlos en los principios del aprendizaje y de los dos grandes bloques de procedimien tos para el manejo del comportamiento:
Sobrecorrección
5.3.
los profesores
del TDAH. Conocer el concepto y la natu raleza del trastorno ayuda a modificar los sesgos atribucionales en la explicación del comportamiento de los alumnos hiperacti vos. En concreto, supone pensar que «este niño tiene un problema; veremos cómo lo podemos ayudar», en vez de «este niño se comporta así para fastidiarme». Conocer las necesidades educativas de los alumnos es peciales es, por tanto, una labor prioritaria.
el time-out (o
tiempo-fuera) o el castigo negativo (la retirada de privilegios).
Instruir a
• Técni cas para aume ntar condu ctas ade cuadas: refuerzo + principio de Premack, contratos de contingencias y programas de economía de fichas. • Técni cas para reducir los compo rtami en tos inadecuados: extinción, coste de res puesta y aislamiento. 3.
Formar a los profesores en el uso de es trategias para la organización y autodirección del comportamiento. El maestro en
seña al alumno a desarrollar el autocontrol de forma secuenciada para resolver proble mas personales e interpersonales. © Ediciones Pirámide
Guia de tratamientos psicológicos eficaces para la hiperactividad I 145
4.
Facilitar
las
acomodaciones
educativas.
Supone utilizar procedimientos instruccionales, acomodaciones organizacionales y manipulaciones del ambiente del aula para facilitar el aprendizaje y aumentar el ren dimiento académico. 5.
Utilizar
la
autoevaluación
reforzada.
El
objetivo es que el alumno con el TDAH sea consciente de su propia conducta. Com prende un desarrollo en tres fases: discu sión con los alumnos sobre las normas de clase, entrenamiento en habilidades de au toevaluación y economía de puntos. Este sistema se aplica, en primer lugar, con todo el grupo y, después, con el alumno hiperactivo. 6.
Prestar asesoramiento y hacer un segui miento del programa. Las dos últimas se
siones se dedican al seguimiento de la implementación del programa por parte de los profesores. Los primeros resultados obtenidos con este pro grama han resultado positivos. En concreto, ha habido un impacto positivo sobre la ejecución de pruebas neuropsicológicas, sobre la estimación conductual que realizan padres y profesores y so bre el rendimiento académico. Es decir, las técni cas aplicadas por los profesores en el aula (autoinstrucción, modelado, manejo de contingencias, autoevaluación reforzada y estrategias autoinstruccionales) han mostrado ser útiles para potenciar los mecanismos de autorregulación de los alum nos hiperactivos. Los efectos positivos sobre la sintomatología del TDAH (especialmente sobre las deficiencias atencionales, la impulsividad y la hi peractividad) tras el tratamiento, tanto en casa como en el colegio, han resultado clínicamente significativos.
6.
CONCLUSIONES
Desde una perspectiva psicopatológica. se re quiere afinar con mayor precisión el diagnóstico de hiperactividad. En caso contrario, se corre el © Ediciones Pirámide
riesgo de sobrediagnosticar este cuadro clínico (e incluir en él a todos los niños molestos o con pro blemas del comportamiento), lo que es especial mente preocupante cuando una línea de actuación prioritaria con estos niños es el tratamiento far macológico. Es asimismo preciso conocer con más detalle los perfiles psicopatológicos de los distintos sub tipos del TDAH. vinculados probablemente a los mecanismos cerebrales que regulan los procesos atencionales e inhibitorios (Conners y Erhardt, 1998). Por otra parte, este cuadro clínico evolu ciona de forma distinta en los distintos ciclos evo lutivos (infancia, adolescencia, edad adulta) y en función del sexo, pero esto no se conoce aún con detalle. El diagnóstico precoz del TDAH. especialmente por parte de los pediatras, es un objetivo priorita rio porque, aun hoy, menos de la mitad de los ni ños que padecen el TDAH siguen un tratamiento (Barkley, 2002; Roselló et al., 2001). Dado que ningún enfoque terapéutico cura el TDAH, la terapia más adecuada para un niño hiperactivo es un tratamiento combinado: farma cológico, psicológico y psicoeducativo (Pelham. Wheeler y Chronis, 1998). Los objetivos funda mentales de cualquier intervención deben llevar a reducir la sintomatología del trastorno y a prote ger la autoestima del niño. Las terapias deben te ner muy en cuenta que el niño crezca en un am biente favorable para evolucionar saludablemente y faciliten al niño resultados escolares y emocio nales positivos. En cualquier caso, al tratarse de un trastorno crónico, el tratamiento debe hacerse por etapas y con objetivos concretos en cada una de ellas. En caso contrario, se pueden crear unas expectativas que, a la larga, pueden resultar frustrantes. De to dos modos, el TDAH es un trastorno que cuenta hoy en día con una terapia prometedora. La terapia combinada de fármacos y tratamien tos conductuales parece obtener resultados supe riores (en torno al 66 por 100 de éxitos) a los tra tamientos aislados (50 por 100, en el caso de los fármacos; 33 por 100, en el caso de la terapia de conducta sola). El fármaco puede hacer frente a
146
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Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
III
los síntomas nucleares del trastorno (déficit atencional, hiperactividad e impulsividad) y el trata miento cognitivo-conductual puede contribuir a la reducción de la dosis del fármaco, al aumento del grado de satisfacción de los padres y profesores y a la mejora de las habilidades sociales del niño (MTA, 1999). Si bien la terapia combinada o la terapia cogni tivo-conductual se ha mostrado efectiva (Taylor. 1999; Miranda et al., 2000; Pelham et al., 2000: Froelich, 2002), conviene mejorar estos programas con tratamientos más específicos. En resumen, y desde la perspectiva de la psico logía clínica basada en la evidencia, la terapia com binada constituye un tratamiento bien establecido, la terapia cognitivo-conductual o los psicoestimulantes son un tratamiento probablemente eficaz y, por último, los programas de orientación para los padres y para los profesores están aún en una fase experimental. En concreto, la terapia del futuro debe adaptar más el tratamiento a las necesidades específicas del paciente. De este modo, habrá que tener en cuenta el subtipo de TDAH. la edad (Hart. Lahey, Loeber, Applegate y Frick, 1995), el sexo del pa ciente (Biederman. Faraone, Mick, Williamson, Wilens, Spencer, Weber, Jetton, Kraus, Pert y
Zallen , 1999) y la como rbil idad del TD AH (por ejemplo, con depresión, trastornos de conducta o dificultades del aprendizaje), así como llevar a cabo estudios de seguimiento a más largo plazo. El pro blema no es tanto conseguir una mejoría como mantenerla. En cualquier caso, el problema del TDAH no puede quedar sólo en manos de psicólogos clíni cos y de psiquiatras infantiles. Los programas de formación a padres y profesores, en colaboración directa con las asociaciones de ayuda, desempe ñan un papel de primer orden en la detección pre coz y en la potenciación de los tratamientos es trictamente profesionales. Respecto al pronóstico de futuro, la tercera parte de los pacientes responde bien al tratamiento y se produce una mejoría clara entre los 17-18 años: otra tercera parte mejora, pero con unos niveles de adaptación a la familia y a la escuela insufi cientes, y, por último, la tercera parte restante no evoluciona satisfactoriamente, sobre todo cuando los niños tienen un cociente intelectual bajo, la familia es de un nivel socioeconómico humilde j los padres carecen de una estabilidad emocional. En general, el déficit de atención y la hiperactivi dad mejoran entre los 15-20 años, pero la impulsi vidad es más resistente al tratamiento.
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© Ediciones
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la enuresis y encopresis CA RMK N
1.
DESCRI PCIÓN Y DIAGNÓS TICO DE LOS TRASTORNOS DE ELIMINACIÓN
La adquisición del control voluntario de los esfínteres es un hito evolutivo al que se concede una gran importancia social y que suele acontecer entre los dos y los cuatro años de edad. Hacia los cinco años la mayoría de los niños ha superado esta etapa, pero unos pocos tienen dificultades para lograr la continencia dentro de los rangos de edad normativos; es, precisamente, en estos casos cuan do existe más probabilidad de diagnosticar un tras torno de eliminación: enuresis o encopresis. Pero hay que tener en cuenta que no todos los niños que tienen dificultades para controlar la micción o la defecación sufren un trastorno de este tipo, ya que la incontinencia puede deberse a algún problema médico preexistente o sobrevenido. Para poder diagnosticar con acierto un trastorno de elimina ción es preciso delimitar con claridad el concepto de enuresis y de encopresis y establecer unos cri terios diagnósticos objetivos. Pues bien, aunque parezca raro, todavía no se ha conseguido estable cer un concepto que satisfaga a todos los campos de estudio involucrados en el estudio de estos fe nómenos.
1.1. Enuresis La definición más utilizada de enuresis descri be el problema como la emisión involuntaria y per sistente de orina en lugares socialmente inapropiados (en la cama o en la ropa), después de una edad Ediciones Pirámide
BRA GA DO
ÁLVAREZ
en la que el niño ya debería haber adquirido la con tinencia urinaria (cinco años) y cuando no existen indicios de patología orgánica que justifiquen la incontinencia. Aunque, en principio, el concepto parece bien delimitado, enseguida se observa que es excesivamente vago y que necesita cierto gra do de concreción, y es precisamente en la concre ción donde surgen las discrepancias. Así, desde el ámbito médico, son muchos los que sostienen que la «auténtica enuresis» se refiere únicamente a la micción que acontece mientras el niño está dor mido, ya sea en horario nocturno o diurno (sies ta). De hecho, existe una tendencia creciente a aplicar el término de enuresis sólo a la «enuresis nocturna» y a sustituir el de «enuresis diurna» por el de «incontinencia diurna», o bien limitar su uso a los casos en que el niño se orina durante las sies tas (Nevéus et al., 2000). Otros entienden la enu resis como un síntoma más que como una entidad nosológica diferenciada, síntoma que puede estar ocasionado por diversas alteraciones que afectan al tracto urinario (Garat y Caffaretti, 1996). Uno de los temas en conflicto y, a mi entender, de mayor interés clínico se refiere al carácter vo luntario o involuntario de la enuresis. Contraria mente a lo defendido por la gran mayoría de los expertos, los sistemas de clasificación de las en fermedades mentales, DSM-IV-TR (APA, 2002) y la CIE-10 (OMS, 1994), sostienen que la enure sis puede ser involuntaria o intencional. Como he defendido en otro lugar (Bragado, 1999, 2002a), esta posición es muy discutible e induce a confu sión respecto al alcance del concepto, al admitir
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Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
III
en LA M I S M A categoría problemas de muy distinta naturaleza. Parece obvio que el hecho de que un niño se haga pis en la cama o en la ropa delibera damente es un comportamiento bastante diferente del que tiene lugar cuando se orina sin darse cuenta. Estrictamente hablando, se podría afirmar que en el primer caso el niño no padece un problema de eliminación, ya que puede orinar cuando y donde él quiere, mientras que en el segundo no ocurre así: el niño se orina sin desear hacerlo, es decir, no puede o no sabe controlar la micción. En el primer supuesto existe un exceso de conducta, que habría que intentar disminuir, y en el segundo un déficit de habilidades, que habría que instaurar. En suma, todo indica que la enuresis voluntaria se encuentra más cercana a problemas conductuales de otra índole, como la desobediencia o la oposi ción a las normas, que a los trastornos de elimina ción, en tanto que la enuresis involuntaria estaría más relacionada con factores fisiológicos y/o de aprendizaje. Aclarar esta cuestión no es un asunto baladí, ya que puede dar lugar a resultados erróneos, tan to en los estudios epidemiológicos (por ejemplo, una falsa comorbilidad entre enuresis y trastornos de conducta) como en los estudios de eficacia te rapéutica. Sin olvidar que en algunos países, como en Gran Bretaña, cuando el N I Ñ O se orina inten cionadamente no se diagnostica como enuresis (Butler, 1998). Un último aspecto de interés para determinar la eficacia comparada de los tratamientos de la enuresis es precisar el número mínimo de episo dios enuréticos requeridos para diagnosticar el tras torno, dado que la gravedad del problema se ha encontrado relacionada con el éxito o fracaso te rapéutico. Las divergencias entre los sistemas de clasificación en este aspecto son notables, ya que la CIÉ-10 requiere una frecuencia de dos episo dios enuréticos al mes para los niños menores de siete años y solamente uno para los que superen esta edad, mientras el DSM-IV-TR exige una fre cuencia considerablemente mayor, dos episodios por semana, sin hacer distinciones de edad. No obs tante, el DSM-IV considera que una frecuencia menor pueda conducir al diagnóstico cuando la
enuresis provoca un malestar clínicamente signi ficativo o repercute negativamente en la vida del niño (véase la tabla 6.1). Ambos sistemas resaltan la necesidad de descartar cualquier condición mé dica asociada a la incontinencia, lo que refuerza la naturaleza funcional de la enuresis. Se han descrito tres tipos básicos de enuresis: enuresis nocturna, enuresis diurna y enuresis mix ta (una combinación de ambas). Conceptualmente, la enuresis nocturna indica que el niño se orina mientras duerme, en tanto que en la diurna lo hace durante el día, mientras está despierto. La dife rencia fundamental entre ambos tipos consiste en que en la enuresis diurna existe una mayor inci dencia de problemas médicos, lo que sugiere una etiología distinta de la de la enuresis nocturna. Entre otros hallazgos, se ha señalado que los ni ños que se orinan de día padecen más síntomas miccionales (urgencia, frecuencia), más anomalías urológicas (vaciado vesical incompleto, micción fraccionada), más infecciones del tracto urinario y más alteraciones neurológicas que los enuréti cos nocturnos (Glazener y Evans, 2001; Luna. Toro, Curet, Salamero y Rovira, 1996). De ahí la tendencia a recalificar este tipo de enuresis como «incontinencia diurna» o «incontinencia urinaria funcional». A su vez. los niños con enuresis diurna (inconti nencia funcional) se pueden subdividir en dos gru pos, uno con «incontinencia de urgencia», que se ve afectado por episodios súbitos ele urgencia miccional y presenta inestabilidad del detrusor en la cistometría, y otro con «aplazamiento del vaciado» (DSM-IV-TR. p. 137). En este último, el niño re trasa voluntariamente la evacuación, reteniendo la orina más allá de lo fisiológicamente deseable, hasta que finalmente moja la ropa. El aplazamiento pue de ser debido, entre otras razones, a la negativa del niño a utilizar los baños escolares. Esta forma de enuresis suele acompañarse de retención fecal, en copresis y conductas perturbadoras. Algunos la categorizan como un síndrome conductual o como un subgrupo de los trastornos por comportamiento per turbador, que se acompaña de conductas desafian tes y agresivas y de conflictos en la interacción fa miliar (von Gontard et al., 1998). Cabe aún un tercer (O E d i c i o n e s P i r á m i d e
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la enuresis y encopresis I
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TABLA 6.1 Criterios
diagnósticos
de
la
enuresis
DSM- IV-T R (APA . 2002)
CIE- 10 (OM S, 1992. 1994)
Denominación
Enuresis (no debida a una enfermedad mé dica).
Enuresis no orgánica.
Concepto
Emisión repetida de orina durante el día o la noche en la cama o en la ropa (involuntaria o intencionadamente). En la mayor parte de los casos el hecho es involuntario, pero en ocasiones es intencionado (p. 136).
Emisión involuntaria o intencionada de ori na en la cama o en la ropa (1994, p. 212). El concepto incluye enuresis funcional, psicógena, incontinencia no orgánica y enuresis de origen no orgánico, primaria o secunda ria (1992, p. 349).
Edad
Cinco años.
Cinco años.
Frecuencia
Dos episodi os/seman a.
Dos episodi os/mes (menores de siete años). Un episodio/mes (siete años o más).
Duración
Tres meses.
Tres meses.
Tipos
• Nocturna. • Diurna. • Nocturna y diurna.
• Nocturna. • Diurna. • Nocturna y diurna.
Inicio del trastorno
• Primario. • Secundario.
• Primario. • Secundario.
Diagnóstico diferencial
La enuresis no está exclusivamente causada por una sustancia (p. ej., diuréticos) ni en fermedad (diabetes, espina bífida, etc.) o du rante un proceso infeccioso del tracto urina rio (p. 138).
Descartar cuadros orgánicos que sean causa suficiente de la enuresis (incontinencia de origen neurológico, epilepsia, anomalías es tructurales del tracto urinario u otros trastor nos físicos). Ausencia de otros trastornos psiquiátricos codificados en la CIE-10.
Nota: Para la confección de la tabla se han seguido los textos en versión española.
subtipo de incontinencia diurna, no contemplado en el DSM-IV-TR y habitualmente denominado «va ciado disfuncional», que se caracteriza por la con tracción paradójica del esfínter externo durante el acto de orinar, lo que provoca un flujo intermitente o fraccionado de orina y un vaciado incompleto de la vejiga, que, a su vez, potencia el riesgo de infec ciones y de incontinencia (von Gontard, MauerMucke, Plück, Berner y Lehmkuhl, 1999). Esta O Ediciones Pirámide
pauta miccional se asocia a maniobras retentivas. Conviene recordar aquí que una micción urodinámicamente normal exige una acción coordinada entre la contracción del detrusor y la relajación com pleta del esfínter externo y de la musculatura pélvica. Paralelamente, también se han hecho varios in tentos para identificar distintos subtipos de enure sis nocturna. Entre ellos, destaca, por sus implica ciones etiológicas y terapéuticas, la clasificación
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Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
propuesta por el grupo de investigación de la Uni versidad de Medicina de Kioto (Watanabe y Azu ma, 1989; Watanabe, 1998). Estos investigadores han llevado a cabo diversos trabajos para tratar de averiguar por qué los niños sin enuresis se despier tan cuando su vejiga se llena hasta el límite funcio nal y los enuréticos no lo hacen. Para ello, han monitorizado electroencefalográfica y cistométricamente. durante el sueño, a varios niños, con y sin enuresis, lo que les ha permitido aislar tres clases bien diferenciadas de enuresis nocturna, denomina das: enuresis tipo I, enuresis tipo Ha y enuresis tipo Ilb. La diferencia esencial entre ellas radica en una mayor o menor dificultad para despertar y en el fun cionamiento normal o anómalo de la vejiga. Así, la enuresis tipo I, el tipo más frecuente (afecta al 60 por 100 de los enuréticos nocturnos), se caracteriza por una alteración moderada del despertar y un fun cionamiento vesical normal, de forma que cuando la vejiga alcanza su límite funcional en una fase de sueño profundo, el trazado electroencefalográfico cambia a una fase de sueño más ligero, indicando la existencia de arousal cortical, aunque, a diferen cia de los niños continentes, los enuréticos no lle gan a despertarse del todo, y la micción acontece en un estado de somnolencia. Igual que en la ante rior, los niños con enuresis tipo Ha no presentan anomalías vesicales, pero muestran una alteración más grave del despertar, puesto que cuando la veji ga se llena el EEG no registra ninguna reactividad. Alred edor del 1 0 por 100 de las enur esis noc turna s responden a este patrón. Finalmente, el rasgo dis tintivo de la enuresis tipo Ilb es un funcionamiento anormal de la vejiga, definido por la presencia de contracciones vesicales no inhibidas y continuas durante la fase de llenado, aunque esta anomalía sólo se detecta durante el sueño (vejiga neurogénica la tente), ya que la vejiga funciona correctamente en las horas de vigilia. Dado que la vejiga se contrae con tanta frecuencia, puede decirse que no existe una verdadera sensación de orinar, capaz de esti mular a los centros nerviosos superiores para des pertar al sujeto. Cerca del 30 por 100 sufren este tipo de enuresis nocturna. En otro lugar (Bragado, 2002a) se ofrece un análisis detallado de los trabajos de este grupo de
investigadores, así como de los mecanismos neurológicos involucrados y los diferentes tipos de tratamiento propuestos (se remite allí al lector in teresado). Baste mencionar aquí que el tratamien to de elección para el primer tipo es que el niño aprenda a despertarse justo en el momento en que el estímulo de plenitud vesical provoca un cambio en el trazado electroencefalográfico, señalando la activación cortical (arousal). A tal fin ha diseña do un aparato de alarma que actúa en conexión con el EEG y despierta al niño antes de que llegue a orinarse, y no después, como hace el método de alarma tradicional (Mowrer y Mowrer, 1938). El tratamiento recomendado para los dos tipos res tantes es farmacológico: antidepresivos tricíclicos y/o medicación anticonvulsiva, para la enuresis Ha, y fármacos anticolinérgicos para tratar la enuresis tipo Ilb. Pese al interés que tiene esta clasifica ción, parece poco probable que llegue a imponer se en los contextos clínicos, dado que tanto el diag nóstico como el tratamiento posterior (enuresis tipo I) precisan llevarse a cabo con aparatos sofis ticados y hospitalizando al niño, lo que supone un coste económico difícil de asumir por los sistemas de salud, sobre todo si se tiene en cuenta que la enuresis es un trastorno con una tendencia natural a la remisión. De mayor aplieabilidad y utilidad en relación al diagnóstico y pronóstico terapéutico es la clasifica ción que distingue entre enuresis nocturna simple o monosintomática y complicada o polisintomática, una clasificación que ya resulta familiar en la bi bliografía espeeiali/ada de los últimos años. La pri mera acepción se emplea para designar la enuresis nocturna que no se acompaña de síntomas miccionales diurnos (urgencia, frecuencia, disuria, infec ciones urinarias, etc.). y la segunda, denominada por algunos «síndrome enurético», para resaltar la con currencia de alguno de estos síntomas. Los niños con enuresis polisintomática suelen tener una ca pacidad vesical reducida, muchos presentan retra so en la adquisición del control de orina diurno y los casos más graves padecen también «enuresis diurna». Respecto al tratamiento, la primera tiene mejor pronó stic o que la segunda (Moffat, 1997; Norgaard. van Gool. Hjalmas. Djurhuus y Hells© Ediciones Pirámide
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-om. 1998). En cuanto al diagnóstico diferencial. • como han hecho notar otros autores (Miguélez. Martín, García, García y Galiano, 1996), es difícil . infundir la enuresi s nocturna monosin tomát ica con otros cuadros clínicos si se ha efectuado una histoJ detallada del problema, pero la presencia de enu resis polisintomática obliga al profesional a reali zar un estudio más meticuloso a fin de determinar las causas de los síntomas miccionales que la acom pañan. Por último, tanto la enuresis nocturna como la diurna pueden ser de tipo primario o secundario. El primer tipo indica que el problema persiste desde el nacimiento, pues el niño nunca ha llegado a con trolar la orina de forma voluntaria, mientras que en el segundo, vuelve a orinarse después de haber permanecido continente durante un mínimo de seis meses consecutivos. El verdadero valor de esta distinción tiene que ver con la etiología del tras torno más que con el pronóstico terapéutico, ya que está de sobra demostrado que ambos tipos de enuresis responden por igual al tratamiento (Houts, Berman y Abramson, 1994; Schulman, Colish, von Zuben y Kodman-Jones, 2000). La enuresis, y en especial la enuresis noctur na (EN), es un problema bastante común en la población infantil, sólo superado por los proble mas de ansiedad y los de conducta. Alrededor de un 10 por 100 de los niños mayores de cinco años se orina en la cama. Aunque inicialmente se tra ta de un problema de índole menor, puede llegar a provocar otros de mayor entidad, dependiendo de su duración y del impacto que ocasione en el área de las relaciones sociales del niño. Según un estudio efectuado por la Sociedad de Pedia tría Extrahospitalaria en 1996, sin duda el estu dio epidemiológico más amplio de los llevados a cabo con población española, ya que se ha reali zado con una muestra aleatoria de 29.793 niños de entre cinco y diez o más años de edad, reclutados en unidades de pediatría extrahospitalaria de toda España, la prevalencia general de la EN en nuestro país parece situarse alrededor del 10,6 por 100 (Del Pozo, 1998). Cifra muy simi lar a la enco ntra da por otros in vest igad ores es pañoles (García, 1987; Gutiérrez, Hidalgo, Hi C<
iüliL'i ones Pirámi de
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dalgo y Rebassa. 1996; o Sánchez-Chapado et al., 1983). Por tipos, la EN primaria es más prevalente que la secundaria, en una proporción aproximada de 80/ 20 por 100, y afecta más al sexo masculino, mien tras que la secundaria predomina en el femenino. También la enuresis monosintomática es mucho más frecuente que la polisintomática, de manera que la forma más común de enuresis es la enuresis noc turna primaria monosintomática. Lamentablemen te, ninguno de los estudios mencionados contem pla la «enuresis diurna» o mixta, por lo que no se dispone de datos sobre la prevalencia de esta clase de enuresis en la población general española. No obstante, los datos disponibles señalan que la «enu resis diurna» aislada es muy poco frecuente, con unos rangos de prevalencia que oscilan entre el 0,3 y el 0,7 por 100 en los varo nes y entre el 1-1,1 por 100 en las mujeres de la misma edad (Fielding y Dole ys. 1988). La preva lenc ia de la enure sis mixta es difícil de estimar, dado que muchos estudios no definen con claridad este tipo de enuresis, y algu nos la identifican con la enuresis polisintomática, pero sin especificar si existen o no escapes diurnos. Con esta limitación en mente, la tasa de prevalen cia parece situarse entre un 4 y un 21 por 100 (Fiel ding y Doleys. 1998; Forsythe y Redmon. 1974, res pectivamente). A diferencia de la enuresis diurna, que es más frecuente en el sexo femenino, parece que la enuresis mixta afecta por igual a ambos sexos (Nevéus et al., 2000). Con pocos datos en contra, lo que sí está más claro es que la enuresis mixta tiene peor pronóstico terapéutico que la nocturna. Un resultado repetido en los estudios epidemio lógicos, españoles y extranjeros, es que existe un fuerte componente familiar en la enuresis. El es tudio de la Sociedad de Pediatría Extrahospitala ria, mencionado más atrás, encontró antecedentes positivos de enuresis (padres o hermanos) en el 51,6 por 100 de los niños diagnosticados con enu resis nocturna, tanto si ésta era de tipo primario (55 por 100) como secundario (40 por 100). Datos muy similares a los hallados por Sánchez-Chapa do et al. (1983), quienes confirmaron que el 56.79 por 100 de los niños enuréticos tenían anteceden tes paternos de enuresis.
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Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
En estrecha relación con lo anterior y de acuer do con el estado actual de la investigación, se puede afirmar que en la génesis de la enuresis nocturna monosintomática intervienen múltiples causas, entre las que se han mencionado: un fuerte com ponente genético, poliuria nocturna (ocasionada por una secreción insuficiente de la hormona anti diurética en el horario nocturno), una capacidad vesical reducida (al menos durante el sueño) y una alteración más o menos grave de los mecanismos neurofisiológicos responsables del despertar ante el estímulo de plenitud vesical, sin olvidar una his toria inadecuada de aprendizaje y la existencia de ciertos problemas emocionales. Una discusión ac tualizada de cada una puede consultarse en Bra gado (2002b); baste resaltar aquí, por sus im plicaciones para el tratamiento, que la terapia de conducta sostiene que la EN es consecuencia de un fallo de aprendizaje. Para entender esta postu ra es preciso mencionar las habilidades que debe aprender un niño para permanecer continente. Para que un niño pueda permanecer seco mien tras duerme tiene que haber aprendido a dominar ciertas habilidades requisito: reconocer las seña les fisiológicas de distensión vesical (conciencia de la necesidad de orinar), ser capaz de contraer de forma voluntaria los músculos estriados (pel vis y esfínter externo), lo que le permitirá inhibir y posponer la orina hasta que llegar al baño, y poder iniciar la micción de forma voluntaria, lo que sig nifica que sabe relajar el complejo esfintérico para permitir la salida de orina. Se asume que en este proceso de aprendizaje las sensaciones de pleni tud que anteceden a la micción adquieren propie dades discriminativas condicionadas, que, con la práctica, acabarán por activar la respuesta volun taria de contraer el esfínter de un modo automáti co, o bien provocarán la respuesta de despertar cuando la cantidad de orina almacenada en la vejiga supere los límites de ajuste del músculo detrusor. La mayoría de los niños logra la continencia entre los tres y los cinco años de edad. Pero, posible mente por condiciones inadecuadas de aprendiza je, alg un os no lo con sig ue n y ne ce si ta n qu e se les enseñe a permanecer secos durante la noche. En definitiva, y parafraseando a Peña, León, Giráldez
y Leal (1996, p., 92), el control de la micción hay qu e aprenderlo
y
ejercitarlo para
que
se automa
tice al horario nocturno. Cualquier circunstancia que dificulte o interfiera el aprendizaje puede fa vorecer la enuresis. Por último, no hay que olvidar, como he dicho con anterioridad, que la enuresis es un problema con una tendencia natural a la remisión, aspecto este que habrá de tenerse muy en cuenta a la hora de determinar la eficacia comparativa de los trata mientos, dado que la tasa de remisión espontánea se sitúa alrededor del 16 por 100 anual para los niños con edades comprendidas entre los diez y los 19 años, y del 14 por 100 para los que tienen entre cinco y nueve años (Forsythe y Redmon, 1974). 1.2.
Encopresis
La encopresis es un problema grave, con efec tos muy perturbadores para el niño y su familia, por lo que genera una mayor demanda asistencial que la enuresis nocturna. El niño con encopresis se siente avergonzado e infeliz, cree que está haciendo algo malo y que es una carga para la familia, tiende a aislarse para evitar situaciones de interacción com prometidas y tiene escasa popularidad entre sus compañeros. Por su parte, los padres no suelen com prender la naturaleza del trastorno, ni muchos de los hábitos que acompañan al ensuciamiento (es conder la ropa sucia, permanecer sucios después del incidente, etc.); la mayoría piensa que sus hijos se ensucian encima porque son perezosos, descuida dos y poco aseados. Y también les cuesta entender que el niño les diga que no se da cuenta de que se mancha. Todo ello provoca un deterioro considera ble en el medio familiar muy superior al que oca siona la enuresis. De hecho, cerca del 82 por 100 de las familias de niños encopréticos presentan con flictos familiares de interés clínico (Sprague-McRae, Lamb y Homer, 1993), que tienden aumentar con el paso del tiempo si el problema no se resuelve. Para complicar más el cuadro, aproximadamente un tercio de los niños con encopresis sufre también enuresis. Aunque no existe aún una definición universalmente aceptada de encopresis, el DSM-IV-TR se© Ediciones Pirámide
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ñala que la característica esencial del trastorno es la emisión repetida de heces en lugares inadecua dos (ropa o suelo) cuando no existe una causa médica (ingesta de fármacos o enfermedades) que lo justifique, excepto por algún mecanismo que implique estreñimiento. La mayor parte de las ve ces el niño se ensucia de forma involuntaria, pero en ocasiones puede hacerlo intencionadamente. En el primer caso, la encopresis suele ir acompañada de estreñimiento, ventosidades y retención fecal con el rebosamiento subsiguiente, mientras que si el ensuciamiento es claramente deliberado cabe observar características del trastorno negativista desafiante o del trastorno disocial. Para poder asig nar un diagnóstico de encopresis, el niño debe te ner al menos cuatro años o un nivel de desarrollo equivalente y ensuciarse como mínimo una vez al mes durante tres meses consecutivos. La defini ción del trastorno propuesta por la CIE-10 con cuerda en lo esencial con la del DSM-IV-TR, aun que difiere en el criterio de duración, seis meses, en la denominación del trastorno (encopresis no orgánica) y en los distintos subtipos de encopresis (véase la tabla 6.2). Con todo, no puede decirse que la definición anterior sea la más utilizada en la bibliografía especializada; por el contrario, se aprecian im portantes discordancias, especialmente en relación con la consistencia de las heces o el carácter vo luntario o involuntario de la defecación. Así, varios autores entienden que la encopresis es la pérdida «involuntaria» de material fecal (Bellman, 1966; Loening-Baucke, 1996a; Schaefer, 1979; Valancogne, 1995). Otros consideran que es ne cesario distinguir la encopresis del «ensuciamien to fecal», indicando que en el primer caso las de posiciones son formadas o de consistencia normal, \ lí qu id as o semi sólid as en el segundo (B enning a et al., 1993, 1994, 1995; Clayden y Agnarsson, 1991). Y muchos prefieren reservar el término de encopresis para designar la incontinencia de tipo funcional y el de «incontinencia fecal» para su brayar la presencia de alguna alteración neurológica anatómica o muscular (Loening-Baucke, 1996a; Whitehead, Crowell y Schuster, 1990). Pero quizá, la posición más discutible, aunque está © Ediciones Pirámide
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bastante extendida en el ámbito médico, es la que considera que la encopresis es una complicación del estreñimiento, por lo que en ausencia de éste no se debería diagnosticar este trastorno (Levinc. 1982: Loening"-Baucke. 1996a: Wald y Handen, 1987). En la historia de la encopresis ha habido va rios intentos para clasificar las distintas manifes taciones clínicas que adopta el trastorno (Berg y Jones, 1964; Eason, 1960; Walker, 1978), pero sin duda la taxonomía más aceptada se organiza en torno a dos ejes fundamentales: encopresis retentiva-no retentiva y encopresis primaria-secundaria. En clara consonancia con la tendencia general, el DSM-IV-TR contempla dos tipos de encopre sis: encopresis con estreñimiento e incontinencia por rebosamiento (retentiva) y encopresis sin es treñimiento ni incontinencia por rebosamiento (no retentiva). La diferencia entre ambos tipos viene condicionada por la presencia o ausencia de estre ñimiento, determinado por la exploración física. Se entiende que hay estreñimiento cuando la ex ploración revela una gran masa fecal en el abdo men o recto o cuando existe una historia de fre cuencia de defecación inferior a tres veces por semana. Otros rasgos clínicos típicos del estreñi miento son la existencia de heces duras y difíciles de expulsar, esfuerzos excesivos para defecar y sen sación de evacuación incompleta. Respecto a la frecuencia de defecación como único criterio para diagnosticar el estreñimiento, Schaefer (1979) lla maba la atención ante el hecho de que algunos ni ños pueden haberse habituado a vaciar su intesti no una o dos veces por semana sin que pueda decirse que son estreñidos. Según este autor, si las heces son blandas, húmedas y se tiene la sensa ción de que el recto está libre de material fecal, no hay estreñimiento, pero si las heces son duras, se cas, el acto de defecar resulta doloroso o difícil y se tiene la sensación de que la defecación no ha concluido, existe estreñimiento, aunque el niño realice una deposición diaria. Aunque el estreñimiento puede estar provoca do por alguna alteración orgánica de tipo anató mico (estenosis anal, ano imperforado, etc.), neu-
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de tratamientos psicológicos eficaces III
TABLA 6.2 Criterios
diagnósticos
de
la
encopresis
DSM- IV-T R (APA, 2002)
ICD-10 (OM S, 1992, 1994)
Denominación
Enco pres is.
Encopres is no orgánica.
Con cep to
Emisi ón repetida de hec es en lugares inade cuados. En la mayor parte de los casos esta emisión es involuntaria, pero en ocasiones es intencionada. Cuando la encopresis es in voluntaria, suele ir asociada a estreñimien to, ventosidades y retención con el rebosa miento consiguiente (pp. 133-134).
Emisión repetida de heces en lugares inapropiados, involuntaria o intencionalmente. In cluye la incontinencia por rebosamiento se cundaria a retención fecal funcional (1994, p. 213). Las heces pueden ser de consisten cia normal o anormal (1992, p. 350).
Edad
Cuatro año s.
Cuatro años .
Frecuencia
Un epis odio al mes .
Un epis odio al mes.
Duración
Tres mes es.
Seis mes es.
Tipos
— —
Con estreñimiento e rebosamiento. Sin estreñimiento ni rebosamiento.
incontinencia por
—
incontinencia por
—
—
Diagnóstico diferencial
La encopresis no se debe exclusivamente a los efectos fisiológicos directos de ciertas sustancias (laxantes) ni a una enfermedad médica, excepto a través de un mecanismo que implique estreñimiento.
Con fracaso en la adquisición del con trol esfinteriano. Con deposiciones en lugares inadecua dos a pesar de un control de esfínteres normal. Con deposiciones líquidas por rebosa miento secundario a retención.
Descartar cuadros orgánicos que sean causa suficiente de la encopresis (megacolon agangliónico, espina bífida, fisura anal, etc.).
Nota: La tabla se ha confeccionado a partir de la versión española de los textos.
rológico (enfermedad de Hirschsprung, mielomeningocele, etc.), endocrino (hipotiroidismo, diabe tes, etc.) o por la ingesta de algunos fármacos (metilfenidato. antiácidos, etc.). lo más frecuente es el estreñimiento funcional; sólo alrededor del 5 por 100 padece estreñimiento de origen orgáni co (Abrahamian y Lloyd-Still, 1984; LoeningBaucke. 1993). La retención fecal tiene lugar después de varios días sin evacuar, y las heces se impactan, dando lugar a la incontinencia por re bosamiento, caracterizada por la pérdida de heces
poco formadas (DSM-IV-TR). A consecuencia de la retención, algunos niños sufren episodios de «diarrea paradójica», con deposiciones frecuentes y líquidas que despiden muy mal olor, o tienen defecaciones muy cuantiosas, que se asemejan a un proceso de «desimpactación fisiológica», ya que después de un episodio de este tipo transcurre al gún tiempo sin ensuciamiento. Por definición, el rasgo distintivo de la encopre sis no retentiva es la ausencia de estreñimiento. Esta forma de encopresis es menos frecuente que la en© Ediciones Pirámide
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copresis retentiva y. según el DSM-IV-TR. suele estar asociada a conductas perturbadoras, aunque a menudo se ha observado como una manifestación ie alteraciones emocionales (Brazzelli y Griffiths. 2002). Los niños con encopresis sin estreñimiento no tienen problemas de retención, suelen defecar a diario y las deposiciones son normales en cuanto al tamaño y consistencia de las heces. Para averiguar las características diferenciales de la encopresis sin estreñimiento, Benninga, Büller, Heymans. Tytgat y Taminiau (1994) llevaron cabo una cuidadosa investigación con I6l niños holandeses de entre cinco y 17 años que sufrían problemas defecatorios. Todos ellos fueron minu ciosamente evaluados fisiológica y psicológica mente. Sus resultados indicaron que ambas formas de encopresis (retentiva-no retentiva) estaban bien delimitadas en cuanto a sus características clíni cas y fisiológicas. Comparados con los encopréticos estreñidos, los no estreñidos eran predominan temente varones (86-68 por 100, respectivamente ), de mayor edad (nueve-ocho años, respectivamen te), sin indicios de acumulación o retención fecal, sufrían encopresis primaria en mayor proporción 46 versus 41 por 100) y tenían más episodios eneopréticos por semana. Cuidosamente, y en contra de lo esperado, tenían un umbral de sensación rectal incluso menor que los niños sin encopresis, lo que demuestra que su capacidad para percibir las sen saciones fisiológicas que preceden a la defecación está incólume, pero por alguna razón no respon den a ellas de forma socialmente apropiada. De hecho, varios niños informaron de que no acudían al baño porque estaban jugando o porque cuando quisieron hacerlo era demasiado tarde. En ambos grupos (estreñidos-no estreñidos) se observó una proporción elevada de niños con «anismus» o «con tracción paradójica del esfínter» (59-46 por 100, con y sin estreñimiento, respectivamente), una pauta de defecación anómala que consiste en que en el acto de la defecación el niño contrae el es fínter anal externo y el músculo puborrectal en vez de relajarlos para permitir la expulsión de las he ces. Esta anomalía suele ir asociada al estreñimien to y a la retención fecal en el recto, de manera que es difícil de explicar en el grupo no estreñido. No ©
Ediciones
Pirámide
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obstante, se reconoce que esta pauta defecatoria es aprendida: es muy probable que cuando estos niños sienten el deseo de defecar permitan que salgan las primeras heces e inmediatamente con traigan voluntariamente los músculos del esfínter: al repetir este proceso a diario la respuesta de con tracción se automatiza, activándose en la defeca ción sin que el niño sea consciente de ello. Por último, ambos grupos de encopréticos presentaban significativamente más problemas de conducta que los controles no encopréticos, sin diferencias en tre ellos. En claro contraste con el DMS-IV-TR, la CIE10 no menciona para nada el estreñimiento, aun que puede inferirse de alguno de los tipos propues tos. Según esta clasificación, la encopresis puede manifestarse al menos de tres formas distintas: encopresis con fracaso en la adquisición del con trol esfinteriano, encopresis con un control de es fínteres normal y encopresis con deposiciones lí quidas por rebosamiento secundario a retención. Atendiendo a los dos ejes establecidos para clasi ficar la encopresis, los dos primeros tipos podrían considerarse dos subclases de encopresis no re tentiva. La primera agruparía los casos que tienen antecedentes de fracaso en el entrenamiento del control de esfínteres, bien porque han recibido una enseñanza inadecuada, bien porque se ha produci do un fallo en el proceso de aprendizaje. La se gunda forma (con control de esfínteres normal) parece la manifestación de algún problema psico lógico, ya que los niños que la padecen tienen un control fisiológico normal de la función intestinal, pero por algún motivo existe un rechazo, resisten cia o fracaso para aceptar las normas sociales so bre cuál es el lugar apropiado para defecar. El ter cer tipo responde perfectamente a las características de la encopresis retentiva. La retención puede es tar originada por problemas durante el aprendiza je, po r un a de fe ca ci ón do lo ro sa (por ej emp lo , una fisura anal) o por otras razones. Dada la estrecha asociación existente entre encopresis y estreñimien to, resulta cuanto menos sorprendente que la CIE10 no contemple esta variable en su clasificación. Tanto la encopresis retentiva como la no reten tiva pueden ser de tipo primario o secundario. En
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Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
III
el primer caso el niño manifiesta incontinencia fecal desde el nacimiento, mientras que en el se gundo la encopresis viene precedida de un perío do prolongado de continencia. Ninguno de los dos sistemas de clasificación se pronuncia respecto al tiempo de continencia requerido para diagnosticar una encopresis secundaria, si bien, y en paralelo con la enuresis, se considera que debería ser como mínimo de seis meses (Brazzelli y Griffiths, 2002). Aunque no existen estudios sistemáticos, la pérdi da de control suele coincidir con la ocurrencia de acontecimientos estresantes (nacimiento de un hermano, separación de los padres, inicio de la escolaridad, etc.) o el rechazo a utilizar el baño, bien por ansiedad (fobia), bien por miedo a defe caciones dolorosas. La encopresis en todas sus variantes es mucho menos prevalente que la enuresis, afecta alrede dor del 1,5 por 100 de la población infantil y es considerablemente más frecuente entre el sexo masculino que entre el femenino, en una propor ción de 3/4 varones por cada mujer. La forma más frecuente del trastorno es la encopresis retentiva, que atañe a cerca del 80-95 por 100 de los enco préticos, mientras que la encopresis primaria y la secundaria tienen una distribución muy similar en tre ellas. Al igual que en la enuresis, la encopresis es un trastorno que tiende a remitir conforme avan za la edad del niño; la tasa de remisión espontánea se sitúa alrededor del 28 por 100 anual (Bellman, 1966), lo que significa que cualquier tratamiento empleado para su corrección debería demostrar que ha superado esta cota. La encopresis parece un fenómeno multicausado, en cuya génesis confluyen diversos factores que conducen al resultado final. El estreñimiento, un aprendizaje inadecuado de las respuestas perti nentes, experiencias desagradables asociadas a la defecación (dolor-miedo) y la ocurrencia de suce sos estresantes se perfilan como los elementos cau sales fundamentales (véase Bragado, 2001, para una discusión detallada). La estrecha relación exis tente entre los mecanismos fisiológicos de la de fecación y el aprendizaje de una serie de conduc tas involucradas en la continencia refuerza la noción de que la encopresis es un trastorno psico-
fisiológico. Por ejemplo, parece que el condicio namiento aversivo desempeña un papel muy im portante en el desarrollo de ciertas pautas reten tivas que el niño pone en marcha por miedo a experimentar dolor al defecar, pero inhibir consis tentemente la defecación ante la necesidad de de fecar conduce al estreñimiento, lo que, a su vez, incrementa la probabilidad de incontinencia. 2.
TRATAMIENTOS PSICOLÓGICOS DE LOS TRASTORNOS DE ELIMINACIÓN
Por su propia naturaleza el estudio y el trata miento de los trastornos de eliminación atañen a profesionales de diversos ámbitos como la pedia tría, la urología, la gastroenterología, la psiquia tría o la psicología, cuyo entendimiento y manejo del problema no suelen coincidir. Lo más frecuente es que los padres acudan inicialmente a la consul ta del pediatra, quien dependiendo de su forma ción y conocimiento aconsejará el camino a seguir. Respecto a la enuresis, lo normal en este primer filtro asistencial es que se aconseje esperar a que el niño crezca, si es relativamente pequeño (seissiete años), restringir la ingestión de líquidos des de el atardecer o iniciar un tratamiento farmacoló gico. Pese a la evidencia acumulada durante años respecto a la eficacia del método de la alarma para curar la enuresis nocturna, es muy raro que los pediatras o los médicos en general recomienden a los padres acudir a un psicólogo para que ponga en marcha este procedimiento. Si esto es así en la enuresis, un fenómeno ampliamente estudiado des de todos los puntos de vista, la situación en la en copresis es aún peor, ya que los investigadores han prestado considerablemente menos atención a este trastorno y, por lo tanto, el conocimiento que se posee sobre su abordaje es mucho menor. Lo más curioso es que muchos profesionales de la medi cina acaban derivando sus pacientes a los psicólo gos cuando han fracasado con los tratamientos médicos convencionales, lo que supone un hándicap añadido para demostrar la eficacia terapéutica de los tratamientos psicológicos, sobre todo si se tiene en cuenta que el fracaso previo se ha encon© Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la enuresis y encopresis I
trado negativamente asociado con el futuro éxito terapéutico. El término de tratamientos psicológicos se em plea aquí en un sentido amplio, dado que, por el momento, los procedimientos que han demostra do su eficacia provienen de una orientación muy concreta, la terapia de conducta. Existen varias razones que pueden explicar este estado de cosas. En primer lugar, y como han co mentado otros autores (Houts. 2000). es difícil que los tratamientos conductuales, como el método de la alarma, lleguen a implantarse en los sistemas de salud de atención primaria al mismo nivel que los fármacos, debido a que la presión publicitaria ejercida por los laboratorios farmacéuticos es mu cho mayor que la de las compañías que distribu yen el aparato de alarma. En segundo lugar, como resalta Moffat (1997). los médicos están mucho más familiarizados con los fármacos que con los principios del condicio namiento, en parte porque la mayoría entiende que la enuresis es un problema fundamentalmente fi siológico o madurativo, y no de aprendizaje. En apoyo de esta idea, Vogel, Young y Primack (1996) llevaron a cabo una encuesta con pediatras, médi cos de familia y psiquiatras en la que una de las preguntas era precisamente que indicaran cuál era la causa más probable de la enuresis (fracaso del aprendizaje, retraso madurativo del control vesi cal, sueño profundo, etc.). El 95 por 100 respon dió que la causa más común era el retraso ma durativo y el 86 por 100 el sueño profundo. La encuesta también preguntaba sobre el método de tratamiento utilizado para tratar la enuresis. Acor de con la concepción del trastorno, la mayoría (88 por 100) indicó que el método más empleado era tranquilizar a los padres y asegurarles que el pro blema se superaría con la edad, aunque también decían utilizar muy a menudo otras estrategias, algunas de tipo conductual: premiar las noches secas (67 por 100), reducir la ingestión de líqui dos (33 por 100), despertar al niño para orinar (22 por 100), fármacos (34 por 100) y alarma ante la orina (33 por 100). Un problema con este tipo de recomendaciones médicas que incluyen elementos conductuales es que son sólo eso, recomendacio © Ediciones Pirámide
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nes verbales, que distan mucho del modo de ope rar de la terapia de conducta. No me cabe duda de que muchos de los fracasos atribuidos a los trata mientos conductuales tienen mucho que ver con la escasa cualificación de los profesionales que los supervisan. En tercer y último lugar, es posible que parte de las dificultades de difusión de los métodos con ductuales en los sistemas de salud provenga de las demandas de implementación de estos tratamien tos, muy superiores a las de los tratamientos far macológicos. Las técnicas conductuales tienen como objetivo fundamental enseñar al niño las habilidades necesarias para lograr la continencia, y como todo proceso de aprendizaje requiere una participación activa del que aprende y del que en seña. En este sentido los métodos conductuales difieren considerablemente de los farmacológicos, en los que el esfuerzo requerido a todas las perso nas que participan en el tratamiento (médicos, ni ños y padres) es casi nulo.
2. 1. Tratamiento de la enuresis Existen dos formas clásicas de abordar la enu resis nocturna: el tratamiento farmacológico y el conductual.
Los fármacos más empicados durante décadas han sido los antidepresivos tricíclicos, en especial la imipramina. El mecanismo de acción de la imipramina es incierto, aunque se le han atribuido diversos efectos para explicar su influencia en la enuresis, a saber: un efecto estimulante que superficializa el sueño, facilitando el despertar, efectos anticolinérgicos y antiespasmódicos. que disminu yen la contractilidad vesical y permiten almace nar en la vejiga un mayor volumen de orina, y pro piedades adrenérgicas, que potencian la continencia (Houts, 1991). La dosis media empleada oscila entre 1 y 1.5 mg/kg y la duración del tratamiento es de entre tres-seis meses (Moffat, 1997). En los últimos 15 años, la frecuencia de uso de este fárma co ha ido disminuyendo a medida que aumentaba la prescripción de otro compuesto, la desmopresina (DMP), un análogo de la hormona antidiuréti ca (arginina-vasopresina) cuyos efectos antidiuré-
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Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
ticos son el resultado de una mayor reabsorción de agua por los ríñones, lo que da lugar a una ori na más concentrada y a una reducción del volu men. La dosis más utilizada, con independencia del peso y edad del niño, oscila entre los 20-40 wg en la administración intranasal (aerosol); dicha cantidad suele multiplicarse por diez cuando se ad ministra en pastillas (Moffat, 1997). El fármaco se administra unos minutos antes de acostarse, al rededor del 10 por 100 de la DMP intranasal se absorbe por la mucosa nasal y la concentración en plasma alcanza el máximo en la primera hora, aun que sus efectos biológicos pueden perdurar durante unas diez o 12 horas (Glazener y Evans, 2001). Inicialmente el tratamiento está pensado para un período corto, tres meses, después de los cuales es preciso realizar una nueva evaluación. Otro fármaco cuya utilización ha ido en aumento es la oxibutinina. El cloruro de oxibutinina es una amina terciaria que posee una acción antiespasmódica de tipo anticolinérgico, que actúa selectiva mente sobre el músculo de la vejiga, por lo que parece especialmente indicada para tratar a los enuréticos con inestabilidad vesical (Garat y Caffareti, 1996). De todos, el fármaco más utilizado en la actua lidad es la desmopresina. Su uso se fundamenta en la creencia de que la enuresis nocturna se debe fundamentalmente a un sobreproducción de orina nocturna, atribuida a una secreción insuficiente de la hormona antidiurética (Norgaard, Pedersen y Djurhuus, 1985; Rittig, Knudsen, Norgaard, Pe dersen y Djurhuus, 1989). Según esta hipótesis, el factor que desencadena el episodio enurético es un desajuste entre la capacidad funcional de vejiga y el volumen de orina nocturno (Djurhuus y Rittig, 1998). Los tratamientos conductuales de la enuresis tie nen como meta corregir las deficiencias de apren dizaje hipotéticamente implicadas en su etiología. Entre ellos, pueden diferenciarse tres procedimien tos básicos: a)
La alarma ante la orina (Mowrer y Mowrer,
1938), cuyo objetivo esencial es que el niño aprenda a responder al estímulo de plenitud
vesical, despertándose e inhibiendo la orina (mediante la contracción del esfínter exter no), antes de que se dispare el reflejo de micción. Los elementos esenciales de este método son el aparato de alarma y la inges tión extra de líquidos o sobreaprendizaje (véase anexo). b)
El
entrenamiento
en
retención
voluntaria
(Kimmel y Kimmel, 1970), cuya misión es enseñar al enurético a retener la orina, ejer citando la contracción de los músculos es triados (pélvicos y esfínter) en los momen tos de máxima distensión vesical y durante períodos temporales progresivamente más largos, con el fin último de que el detrusor se acomode a un mayor volumen y mejore la capacidad funcional de la vejiga. Las técnicas básicas para ello son: la ingestión de líquidos, los ejercicios esfintéricos y el reforzamiento positivo por la respuesta de retención. c)
El
entrenamiento
en
cama
seca
(Azrin,
Sneed y Foxx, 1974), un programa multicomponente en el que cada elemento tiene su propio objetivo y, en conjunto, busca ins taurar las conductas implicadas en la con tinencia nocturna (despertar, retener la ori na, levantarse de la cama, dirigirse al baño para orinar en el váter), aplicando las con secuencias sociales pertinentes: positivas por las conductas correctas y aversivas por las incorrectas. Los componentes involu crados son: aparato de alarma, despertar programado y sistemático, ingestión de lí quido, entrenamiento en retención, el refor zamiento positivo y la reprimenda verbal, el entrenamiento en limpieza y la práctica positiva, como estrategias negativas. En la aplicación clínica de los tres se recomien da que el niño registre las noches secas y/o mojadas. Los demás procedimientos conductuales men cionados en la bibliografía especializada pueden considerarse variaciones o combinaciones de las técnicas incluidas en los anteriores. Entre ellos © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la enuresis y encopresis I
destacan el entrenamiento de amplio espectro en el hogar (full-spectrum home training, Houts y
Liebert, 1984), que incorpora la alarma, entrena miento en retención con reforzamiento monetario, entrenamiento en limpieza, sobreaprendizaje y autorregistro de noches mojadas y secas. Quizá su mayor novedad estriba en que los autores han pu blicado un manual de aplicación destinado a pa dres y niños. El entrenamiento en despertar (arousal training, van Londen, van Londen-Barentsen, van Son y Mulder, 1993) es un procedimien to «manualizado» que emplea la alarma, pero cen tra su atención en las respuestas operantes que el niño debe ejecutar una vez que ésta se ha activa do. Cuando suena la alarma, el niño tiene que apa garla en un intervalo de tres minutos, ir al baño a terminar de orinar, volver a la cama y conectarla de nuevo. La secuencia es reforzada con dos fi chas, pero si no sigue estas instrucciones debe pa gar una ficha (coste de respuesta). La denominada terapia motivacional es bastante utilizada en el ámbito médico, y sus promotores consideran que, dada su inocuidad, debería ser la primera opción terapéutica a elegir (Martín y Miguélez, 1996). Pretende incrementar la motivación del niño para dejar de mojar la cama, empleando un autorregis tro, premios por cada noche seca y la recomenda ción de beber menos líquido por la noche. Por úl timo, también se han publicado algunos trabajos que utilizan sugestiones hipnóticas dirigidas a in crementar la capacidad vesical, a despertarse para orinar, etc. (Edwards y van der Spuy, 1985).
2.1.1.
Tratamientos de empíricamente
la
enuresis
validados
Un problema al comparar la eficacia entre tra tamientos farmacológicos y conductuales consiste en determinar con claridad qué se entiende por eficacia. La mayoría de los estudios farmacológi cos habla de mejoría (reducción de la enuresis) y no de curación (porcentaje de niños que han lo grado la continencia), como hacen los conductua les, lo que complica el análisis de los resultados. Pese a esta dificultad, los datos acumulados hasta el momento indican que los fármacos tienen una Ediciones Pirámide
163
tasa final de cura similar a la esperada por la re misión espontánea; sin embargo, se siguen em pleando con inusitada frecuencia, quizá porque sus efectos sobre la enuresis se aprecian bastante an tes que con la alarma.
Eficacia de los fármacos Tanto la imipramina (IMI) como la desmopresina (DMP) reducen los episodios enuréticos mien tras se consumen, pero pocos niños consiguen per manecer secos al suspender el tratamiento. Según un estudio metaanalítico, realizado por Houts et al. (1994) con unos criterios de inclusión y exclusión muy estrictos (p. ej., estudios aleatorizados, con resultados cuantificables al final del tratamiento, postratamiento o seguimiento, intervenciones que estuvieran publicadas al menos en cuatro estudios, etc.), en el que se analizaron un total de 112 gru pos de tratamiento (66 de los cuales empleaban técnicas psicológicas y 46 medicamentos), el por centaje medio de niños que dejó de orinarse con la IMI fue de 43 por 100, pero sólo un 14 por 100 permaneció libre de enuresis en el seguimiento. El éxito logrado por otros tricíclicos (amitriptilina. desipramina. nortriptilina, etc.) fue ligeramente in ferior al final del tratamiento y algo más elevado en el seguimiento, aunque no se apreciaron dife rencias estadísticamente significativas entre éstos y la imipramina. Respecto a la DMP, los resulta dos fueron algo mejores a los de la IMI u otros tricíclicos, el 46 por 100 de los niños tratados con esta medicación dejó de orinarse al final del trata miento, aunque este porcentaje disminuyó hasta el 22 por 100 en el seguimiento (véase la tabla 6.3). Las conclusiones obtenidas por Glazener y Evans (2001) son muy similares a las anteriores. Estos autores analizaron 21 estudios controlados y alea torizados, que involucraban a un total de 948 niños tratados con DMP. En comparación con un place
bo (16 experimentos), la DMP resultó claramente superior tanto en la reducción de la enuresis, a ra zón de una noche mojada por semana, como en el porcentaje de niños que obtuvo el criterio inicial de éxito (14 noches consecutivas secas). Los niños tra tados con DMP tenían una probabilidad 4.6 veces
164 /
Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
TABLA 6.3 Eficacia
comparativa
de
los
Tratamientos
Psicológicos
con
tratamientos
psicológicos
y farmacológicos
de
la
enuresis
Porcentaje de niños sin enuresis, final tratamiento
Porcentaje de niños sin enuresis, seguimiento
alarma:
— Alarma ante la orina — Alarma + otros procedimientos
62
47
72
56
33
30
21
11
43
14
33
22
Desmopresina
46
22
Otras medicaciones
23
13
Psicológicos
sin
nocturna
alarma:
— Conductuales — Psicoterapia verbal Tricíclicos:
— Imipramina — Otros tricíclicos
FUENTE: H o u t s . B e r m a n y A b r a m s o n ( 1 9 9 4 . pp . 7 4 1 - 7 4 2 ) .
mayor de alcanzar el éxito que los tratados con pla cebo, pero la diferencia desaparecía al retirar el medicamento. Estos resultados parecían indepen dientes de la dosis empleada (10 a 40 fig). Cuatro estudios investigaban este tópico, indicando que la reducción del número de noches mojadas por se mana era semejante en todas las comparaciones, tra tamiento y postratamiento-seguimiento. Aunque la evidencia es limitada, los revisores recomiendan a los clínicos que utilicen la menor dosis activa a fin de reducir los costes económicos y los posibles efec tos secundarios del fármaco. Dos
trabajos comparaban
la
desmopresina
con
fármacos tricíclicos (amitriptilina e imipramina, respectivamente), lo que no permite extraer resul tados concluyentes; sin embargo, los datos sugie ren que la DMP era menos efectiva. El que em picaba amitriptilina (Burkc. Mizusawa. C'han y Webb, 1995) incluía un grupo que recibió trata miento combinado, amitriptilina + desmopresina. comprobando que tal combinación no producía ninguna ganancia adicional, dado que la reducción
de noches mojadas al final del tratamiento era muy parecida a la obtenida por el grupo que sólo reci bió amitriptilina (47 versus 43 por 100, respecti vamente), aunque superior al tratado con desmo presina (28 por 100). Desgraciadamente, Burke et al. no analizan estadísticamente el número de cu raciones, pero los datos incluidos en el estudio indican que fueron muy pocas: sólo tres niños (23 por 100) en el grupo que recibió amitriptilina de ja ro n de or in ars e, frente a un o (7 po r 100 ) en el grupo de DMP y cuatro (36 por 100) en el combi nado. Solamente un experimento (Fjellestad-Paulsen, Wille y Harris, 1987) comparaba la adminis tración oral de DMP con la intranasal ofreciendo resultados parecidos, lo que sugiere que la forma de administración no es una variable relevante para el éxito. Metodológicamente hablando, la calidad de los estudios revisados por Glazener y Evans fue en general pobre: tan sólo tres (57 sujetos) ofrecían el número de niños que alcanzaba el criterio ini cial de éxito (14 noches consecutivas secas); el <'
e d i c i o n e s P i r á m i d e
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la enuresis y encopresis I
resto únicamente informaba de la reducción de noches mojadas. El seguimiento fue corto, y muy pocos incluían en sus resultados las tasas de recaí das. Por último, varios estudios comunicaban efec tos secundarios de índole menor (irritación y he morragias nasales, dolor de cabeza, erupciones cutáneas, etc.). Para evitar el riesgo de problemas más graves, como la intoxicación hídrica, es pre ciso alertar a los padres para que eviten que sus hijos ingieran líquidos una vez administrado el fár maco. Al menos dos estudios, uno incluido en la revi sión de Glazener y Evans (Wille, 1986) y otro no (Mon da y Hus mann , 1995), comparan la eficacia de los fármacos con el método de alarma, y
am
bos concluyen que la de la alarma es superior. El primero analiza el efecto de la DMP con la alarma en la primera y última semana de tratamiento (tres meses); los resultados de esta comparación indi caron que la DMP obtenía mejores efectos que la alarma en la primera semana (4,2 noches secas/ sm versus 2,5, respectivamente), pero esta supe rioridad se invirtió al final del tratamiento, en que la alarma produjo 6,3 noches secas/sm frente a las 4.9 de la DMP; además, de los 25 niños tratados en cada grupo, diez de los que recibieron DMP recayeron frente a solamente uno de los tratados con alarma. El segundo trabajo (Monda y Hus mann, 1995) no es un estudio aleatorizado, dado que fueron los padres los que eligieron cada una de las cuatro formas de tratamiento ofrecidas por los investigadores: observación-lista de espera (50 sujetos), imipramina (44 sujetos), desmopresina (88 sujetos) y alarma (79), pero sirve para demostrar la utilidad clínica de la alarma y, quizá, también aporta datos indirectos sobre las preferencias de los padres cuando se les brinda la oportunidad de elegir el tratamiento. Al final del tratamiento (seis meses), el 6 por 100 de los niños que permanecie ron en observación había dejado de orinarse, cifra que aumentó al 16 por 100 a los 12 meses. Entre los que recibieron IMI, el 36 por 100 logró la con tinencia a los seis meses (aún con medicación), pero sólo el 16 por 100 permanecía continente a los 12 meses (una vez retirado el fármaco). Similarmente, el 68 por 100 de los tratados con DMP © Ediciones Pirámide
165
estaba sin enuresis a los seis meses, pero este por centaje decreció hasta el 10 por 100 a los 12. En cuanto al grupo de alarma, el 63 por 100 estaba seco a los seis meses y el 56 por 100 a los 12. En una revisión muy amplia, solicitada en 1995 por el Centro de Recursos e Información sobre la Enuresis del Reino Unido (Enuresis Resource and Information Centre, ERIC) al Centro de Revisio nes y Difusión del Servicio Nacional de Salud. Universidad de York (National Health Service Centre for Reviews and Dissemination), para de terminar la eficacia de los tratamientos utilizados en el manejo de la enuresis nocturna, se analiza ron 62 estudios controlados y aleatorizados, que incluían entre otros los siguientes tratamientos: imipramina (19 estudios), alarma ante la orina (16 estudios), entrenamiento en cama seca (ocho es tudios), entrenamiento en retención (tres estudios), tratamiento conductual combinado con medicación (dos estudios) y despertar (un estudio), así como 18 trabajos sobre desmopresina, de cuyo análisis se encargaron Glazener y Evans (2001), obteniendo los resultados que se acaban de comentar. Respecto al resto de los estudios, los resultados más signifi cativos, resumidos por Dobson (1999), no hacen sino reforzar los anteriores, e indican lo siguiente: El tratam iento con IMI mostr ó una efica cia similar a la de la DMP. La probabili dad de alcanzar el criterio de éxito (14 no ches consecutivas secas) fue 4,2 veces más elevada que en el placebo. b) La ala rma ante la orin a fue el tra tam ien to más eficaz para corregir la enuresis noc turna; los niños que la usaron tenían 13,3 veces más probabilidad de obtener el cri terio inicial de éxito que los que no reci bieron tratamiento; añadir entrenamiento en retención al método de la alarma no in crementaba la eficacia, pero incluir el sobreaprendizaje era significativamente me jor qu e no ha ce rl o, au nq ue la du ra ci ón del tratamiento aumentara. c) El entr enam ient o en cam a seca (ECS ) con alarma fue ligeramente superior al método convencional de la alarma. No se detecta-
a)
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d)
e)
/
Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
III
ron diferencias en las tasas de recaídas en tre ambos procedimientos, aunque el ECS fue más rápido. No se encont raron diferencias estadíst ica mente significativas en el porcentaje de niños que alean/aban el éxito inicial, ni en el número de recaídas, en función del tipo de alarma empleado. Ta mpo co se hallaron diferencias signifi cativas en el número de recaídas en rela ción al uso continuo o intermitente de la alarma.
Finalmente, mencionar tan sólo que la efica cia de la oxibutinina para corregir la enuresis noc turna está mucho menos estudiada que la imipra mina o la desmopresina. pero los datos disponibles parecen muy poco esperanzadores, dado que la tasa de curación de la enuresis parece situarse entre el 9 y el 16 por 100 (Kawauchi. Imada. Tanaka, Yamao y Watanabe, 1998; Schulman, Colish. von Zubcn y Kodman-Jones. 2000. res pectivamente), aunque también parece que los mejores efectos del fármaco se obtienen en la in continencia diurna, debida a hiperactividad del detrusor (Nevéus et al.. 2000). Eficacia de los tratamientos conductuales La alarma ante la orina (AO) es, sin duda, el
tratamiento conductual más utilizado, lleva mu chos años funcionando, ha ayudado a miles de enuréticos y los resultados acumulados hasta el momento lo convierten en el tratamiento de elec ción para corregir la enuresis nocturna. Aparte de las ya mencionadas y de otras por mencionar, existen desde hace tiempo numerosas y excelen tes revisiones que avalan su eficacia, por ejem plo Butler (1987), Doleys (1977), Forsythe y Butler (1989), Johnson (1980) o Yates (1973). Tomando todos estos datos en su conjunto (62 estudios en total), se observa que alrededor del 71 por 100 de los enuréticos tratados (un total de 3.905) obtiene el criterio inicial de éxito (14 no ches consecutivas secas) en un tiempo medio de
ocho semanas. Cerca del 32 por 100 recae en los seis meses posteriores a la retirada del tratamien to, aunque responden generalmente bien a un se gundo entrenamiento (Bragado. 1999). Como ha quedado de manifiesto, los análisis posteriores, que emplean criterios de inclusión y exclusión más estrictos, corroboran lo fundamen tal (Dobson, 1999; Glazener y Evans, 2001; Houts et al., 1994): que la AO es más eficaz que los fár macos, más eficaz que el no tratamiento y más efi caz que las psicoterapias verbales (véase la ta bla 6.3), y también el ún ico proc edim ient o que supera con creces la remisión espontánea. Como resaltan Mellon y McGrath (2000). en los últimos treinta años se han publicado al menos 70 estudios bien controlados metodológi camente, v muchos otros con menos rigor, que sustentan la eficacia de los procedimientos conductuales. Apli cando los criterios de Chambless et al. (1996), y en consonancia con las conclusiones de los otros revisores comentados aquí, concluyen que las úni cas intervenciones que claramente cumplen con las exigencias de los «tratamientos bien establecidos» son la alarma ante la orina y el entrenamiento en cama seca, con una tasa media de cura de 77,9 y 75,3 por 100, respectivamente, aunque el ECS corrige la enuresis en menor tiempo (cuatro sema nas). Entre los «probablemente eficaces», desta can el entrenamiento de amplio espectro en el ho gar, con un porcentaje medio de cura del 78.5 por 100 entre ocho y 16 semanas de tratamiento. Final mente, y pese a que reconocen serias deficiencias, se arriesgan a proponer como un «tratamiento prometedor» la hipnosis. Debido a tales deficiencias, esta conclusión ha provocado una crítica muy se ria, dura y bien fundada por parte de Houts (2000). cuya lectura se recomienda. El autor llega inclu so a reanali/.ar los resultados de las investigacio nes en las que se apoya la propuesta de Mellon y McGrath (2000). demostrando varios errores es tadísticos, con el interés, dice, de «devolver las psicoterapias verbales al reino de lo reprimido» (p. 220); y continúa: «la idea de que los niños pue dan controlar totalmente su proceso de pensamiento durante el sueño y la proposición de que tal con trol cognitivo influya en mojar la cama simplemen© Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la enuresis y encopresis I
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te no son plausi bles. Si tales propo sicio nes fueran verda deras , ¿p or qu é tene mos una historia de 3.500 años de pad res y profes ional es que piden a sus hijos que no moje n la ca ma con tan poc o o ning ún resulta do? El único tratam iento que yo cono zco que funciona cons iste ntem ente , la alarma, no requiere ningún control cogni tivo, y prob able men te actúa vía un proceso de condicio namiento de evitación activo» (p. 222). Houts reflexiona sobre la neces idad de identificar los proc edimi ento s que no funcionan más que los que funcionan. La aplic abili dad y la efecti vidad comp ara tiv a de la AO en situ acio nes clíni cas coti dian as con muy poca super visió n profes ional tamb ién han sido confirma das por algunos trabajos. Por ejempío, Sch ulma n et al. (200 0) anal izaro n la efectividad de disti ntos trat amie ntos en una pobl ació n bastante heterog énea de niños con enuresis remitidos al Serv icio de Urol ogía del Hospi tal Infantil de Filadelfi a, que imp lic aba a un total de 294 familia s ate ndid as entre 1993 y 1996. Se mant uvo una entrevi sta informat iva-exp licativ a de 45 minu tos de dura ción con cad a familia a fin de comentar aspectos relativos a la epidemio logía, etiologia y las alternativas terapéuti cas al uso: alarma, desmo pres ina, imipram ina y oxibutin ina. La decisi ón final del trat amie nto a segui r corrió a cargo de los padr es. No se tuvo nin gún con tac to más con ello s, des pué s de la ent revi sta inici al, aun que se les ani mó a llama r por teléfo no si tenía n alguna duda. Los padres fueron contact ados telefónicamen te entre uno y tres años más tarde para averigua r qué tratam iento habían empl eado y qué resultado s habían obten ido; si el niño estaba curado (un mes sin enu res is) , se les pedía que infor mar an des de cu án do , y si se lev ant aba a orinar con frecue ncia (> 50 por 100 de las noc hes ) o infr ecue ntem ente (< 50 por 100 de las noc hes ); si aún se mojab a, debían indica r la frecuen cia (noche/s m). Por último, e indep endie nteme nte del result ado, se les pre gun tó si esta ban satis fecho s con la reunión explicat iva. Des pués de la primera visita, las dos opc ion es más eleg idas fueron la alarma (31 por 100) y el no tratam iento (23 por 100), seguidas de la desm opres ina (22 por 100), la oxibuti nina (9 por 100) y la imi pra min a (2 por 100). © Ediciones Pirámide
167
Doce mes es des pué s, el 56 por 100 de los niños que elig iero n AO esta ban cur ado s, frente al 28 por 100 que opt aro n po r el no tr at am ie nt o, el 18 por 100 qu e usa ron DM P y el 16 por 100 que tomarón oxibu tinin a. La respu esta al trata mient o fue ind epen die nte de la eda d, sexo , tipo de enu resi s (pri mari a/s ecun dari a), sínt omas de urge ncia y fracaso con tratamie ntos previos . La alarma resultó sign ific ativ amen te más efecti va que la DM P, la oxib utin ina y el no trat amie nto . De los que se curaron con la AO , el 43 por 100 dor mía toda la noch e y el 23 por 100 se des pert aba casi a diari o. El 92 por 100 de las familias se mos tró satisfecha con la reunión inicial. Se ha debati do much o sobre los meca nism os de acci ón que inte rvie nen en la alar ma ante la orina. Co mo decía pági nas atrás , el objet ivo del tratamien to consist e en instaurar las dos respues tas clave para la cont ine nci a noct urna : des pert ar ante los est ímul os de pleni tud vesica l (dis tens ión de la vejiga y cont racc ión del detr usor) e inhibir la orina media nte la contra cción del esfínter. Los Mow rer (193 8) fund amen taba n este apren dizaj e apela ndo exclu sivam ente a los principios del condicio namie nto clásico paul ovian o, pero otros autores posteri ores (Lovi bond, 1964; Azrin et al., 1974) pen sab an que el proc eso se expl icab a mejo r des de un mod elo ope ran te de evit ació n pasi va, a través del cual el niño apre nde a cont raer el esfínter (de forma auto máti ca) para evita r un estímulo avers ivo (la alarm a). La estimul ación fisiol ógic a que indu ce esta res pues ta mus cul ar vendría definida por el conjunto de sensa ciones generad as por la contracc ión del múscu lo detrusor (en res pues ta a la pleni tud ves ical ), la relajación del esf ínte r y el pa so de la ori na a la uret ra, aun que lo más prob abl e es que en este apre ndizaje se enc uen tren inv oluc rad os ambos tipos de con dic ion ami ent o (véase Brag ado , 1999, para una discusión detallada) . De mome nto , se ha hipotetiza do que dura nte el trat ami ent o con la alar ma se producen diversos cambio s fisiológicos (inferidos de los cam bio s obs erv ado s en los regi stros con duc tua les ) que van en con son anc ia con las hipótes is etiol ógica s domi nan tes : mejoría en el nivel de alerta del niño , lo que facilita el des per-
168 /
Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
tar cuando la vejiga alcanza el límite funcional: inhibición del reflejo de vaciado, mediante la contracción condicionada del esfínter; mejoría del tono muscular de la vejiga, lo que favorece que el músculo detrusor se adapte a mayores volú menes y tolere más presión intravesical, facili tando el almacenamiento de orina en vez de su expulsión, y, a consecuencia de lo anterior, un aumento de la capacidad funcional. Sin embar go, queda pendiente confirmar estos cambios con los registros psicofisiológicos adecuados. Respecto al aparato propiamente dicho, cons ta de un sensor de humedad, que se coloca en la cama o en la ropa interior y que se encuentra co nectado a una batería que activa un estímulo au ditivo al cerrase el circuito eléctrico iniciado por la pérdida de orina. Con el avance tecnológico se han ido creando dispositivos cada vez más pe queños, disponibles en el mercado. Quizá la in novación más interesante de los últimos tiempos es el diseño de un monitor ultrasónico miniaturizado, montado sobre un cinturón abdominal elás tico, que permite activar la alarma cuando el vo lumen de orina alcanza un nivel predeterminado y que provoca el despertar antes de que se inicie la micción, y no después, como sucede con los actuales (Petrican y Sawan, 1998; Pretlow, 1999). Los escasos resultados comunicados anticipan cambios revolucionarios en el uso de la alarma. Con el fin de encontrar el volumen de orina idó neo para el condicionamiento, Pretlow asignó a 40 niños con enuresis a dos grupos: en uno la alar ma se activaba cuando la vejiga alcanzaba el 80 por 100 de la cantidad de orina evacuada durante el día, mientras que en el otro se activaba cuando alcanzaba el 80 por 100 del volumen que daba lugar al episodio enurético. La tasa de curacio nes fue de 55 por 100 en el primer grupo y de 60 por 100 en el segundo. El
entrenamiento
en
cama
seca
(ECS)
con
alarma, tal como lo concibieron inicialmente Azrin et al. (1974), también ha demostrado experimentalmente su valía, por lo que es una al ternativa a la alarma. Su mayor dificultad estri ba en que requiere muchas más demandas a la familia que la AO. lo que limita una utilización
generalizada en la práctica clínica. La fundamentación teórica del método se apoya exclusiva mente en los principios del aprendizaje operan te. Sus creadores opinan que en la adquisición del control de esfínteres los factores sociales y motivacionales desempeñan un papel tan impor tante con la estimulación vesical. La enuresis es una respuesta socialmente inadecuada que se mantiene porque las contingencias socioambientales que inhiben esta respuesta no alcanzan su punto óptimo. El hecho de que la enuresis noc turna sea mucho más frecuente que la diurna apoya esta concepción, dado que, según Azrin y su grupo, es más difícil enseñar las respuestas apropiadas durante la noche, debido a que el nivel de conciencia y alerta del niño está muy disminuido. El ECS tiene como meta enseñar tales respuestas precisamente en el horario noc turno. Se han realizado varios intentos para simplifi car el procedimiento, tratando de averiguar los componentes activos del método. De momento, los datos disponibles señalan que la alarma es un elemento fundamental que no puede eliminarse sin reducir considerablemente la eficacia del ECS. Pero más que la alarma, lo que realmente provo ca una perturbación importante en el seno fami liar es el «despertar programado» (cada hora) que se lleva a cabo la primera noche de entrenamien to. Los estudios destinados a averiguar la efica cia diferencial de este componente revelan resul tados contradictorios. Bragado (1983) y Whelan y Houts (1990) no hallaron diferencias entre los grupos que utilizaron este sistema y los que no, por lo que sugerían eliminarlo del tratamiento, mientras que Bollard y Nettelbeck (1982) encon traron que la combinación alarma + despertar sis temático eran los componentes principales del ECS. Tanto Houts como Bragado informaron de que los padres evaluaban el despertar programa do como un procedimiento muy molesto. Dado que la diferencia más clara entre la AO con sobreaprendizaje y el ECS estriba en la duración del tratamiento, la elección de uno u otro atañe a la familia y al grado de motivación del niño para loarar la continencia cuanto antes. © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la enuresis y encopresis
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5 Pirámide
Eficacia de los tratamientos mixtos
Debido a la eficacia de la alarma y a la rapidez de la desmopresina para reducir las noches moja das, algunos investigadores han analizado si la combinación de ambos tratamientos potencia la eficacia de la alarma. Al menos dos estudios controlados han abor dado esta cuestión, sugiriendo que la combinación alarma + desmopresina produce mejores resulta dos que la alarma sola (Sukhai. Mol y Harris. 1989: Bradbury, 1997). En un diseño cruzado con dos semanas sin medicación, Sukhai et al. (revisado en Glazener y Evans, 2001) asignaron a 28 enuré ticos (21 varones) de 11 años de edad media a dos grupos de tratamiento. Grupo 1: AO + 20 fig de DMP intransal/no medicación/placebo: grupo 2: AO + placebo/no medicación/DMP: la duración del tratamiento fue de dos semanas en cada condición. La combinación alarma-desmopresina produjo sig nificativamente más noches secas que la alarma sola, 14 niños dejaron de orinarse, pero cinco vol vieron a hacerlo en el seguimiento (4,5 meses), lo que implica una tasa de recaídas del 36 por 100. Por su parte, Bradbury (1997) publicó un estu dio aleatorizado efectuado con 71 niños enuréti cos de diez años de edad; 35 recibieron tratamien to con AO y 36 con AO + 40 ¡xg de DMP intranasal (la medicación fue mantenida hasta alcanzar 14 noches consecutivas secas o por un tiempo máxi mo de seis semanas). El criterio inicial de éxito se estipuló en cuatro semanas consecutivas sin enu resis. Al final del tratamiento, los que recibieron la terapia combinada tuvieron significativamente más noches secas que los tratados sólo con AO (6,1 versus 4,8, respectivamente); de igual modo, significativamente más niños obtuvieron el crite rio inicial de éxito en el grupo combinado (75 ver sus 46 por 100). El éxito fue incluso más pronun ciado cuando se analizaron los resultados en un subgrupo de 40 niños, con mayor frecuencia de enuresis. Sin embargo, no se hallaron diferencias entre los dos tratamientos en el tiempo invertido en alcanzar el criterio (nueve sm de media en am bos grupos), el número de recaídas (11-9 por 100, combinado versus AO, respectivamente) y el nú © Ediciones Pirámide
I 169
mero de abandonos (14-23 por 100, combinado versus alarma, respectivamente). Aunque ambos estudios comunican buenos re sultados, hay que hacer notar que la duración del tratamiento en el primero es demasiado corta para poder valorar el efecto de la alarma. Por otro lado, ninguno de los estudios incluye el sobreaprendizaje en el tratamiento con alarma, un elemento incorporado en el procedimiento de los Mowrer y que por extrañas razones no suele utilizarse de rutina (véase anexo). Lógicamente, esta técnica es incompatible con el uso de DMP. ya que implica la ingestión extra de líquidos y podría provocar graves consecuencias de intoxicación hídrica. Sin embargo, en mi opinión, los tratamientos mixtos deberían probar su eficacia demostrando que la combinación AO + DMP supera a la AO + sobre aprendizje, sobre todo si se tiene en cuenta que el agua es más barata e inocua que la desmopresina. En relación al coste económico, se ha repetido hasta la saciedad que el tratamiento con DPM es muy caro; 16 semanas de tratamiento con una dosis de 20 ¡ug por noche cuesta alrededor de 116 libras, frente a las seis libras que cuesta el tratamiento con imipramina (25 mg/noche) y 40 si se utiliza un aparato de alarma (Glazener y Evans. 2001). de manera que un tratamiento mixto aumentaría el coste final. 2.2.
Tratam iento de la encopres is
En general, los tratamientos de la encopresis están mal delimitados y su grado de formalización dista mucho del alcanzado por los de la enuresis. La práctica habitual de abordar el ensuciamiento es mediante intervenciones mixtas, médico-conductuales, que se entremezclan de tal modo que resulta prácticamente imposible determinar cuáles son los elementos propios de cada campo. La si tuación se complica por la confusión existente res pecto al concepto y tipos de encopresis, así como por la ausencia de unos criterios diagnósticos acep tados por toda la comunidad científica. Este esta do de cosas no favorece en absoluto el análisis de resultados y entorpece considerablemente la tarea de los investigadores que pretenden averiguar la
170 /
Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
eficacia diferencial de los tratamientos, debido a la dificultad de aislar grupos de pacientes homo géneos susceptibles de comparación. Muchas pu blicaciones no describen bien las características de la muestra, por lo que en ocasiones se desconoce si los niños tratados sufren sólo estreñimiento o incontinencia con estreñimiento. Así que, aunque comuniquen buenos resultados, no hay modo de saber su verdadera utilidad. Históricamente, se reconocen como procedi mientos característicos del campo médico la utili zación de enemas y laxantes, aunque en el trata miento estándar se suelen añadir también consejos dietéticos (aumentar el consumo de fibra y líqui dos), y la recomendación de que el niño se siente en el váter de forma regular para defecar, preferi blemente después de las comidas principales. La mentablemente, la mayor parte de las veces este componente conductual se encuentra pobremente diseñado, ya que no se hace ningún intento directo para enseñar, aumentar y mantener las conductas objeto de modificación. La terapia con laxantes tiene como objetivo prioritario eliminar la reten ción fecal y promover una defecación regular no dolorosa. Normalmente se aplica en dos fases: en la primera (limpieza fecal) se utiliza de forma más enérgica para asegurar el vaciado de colon y rec to, mientras que en la segunda se prescribe una dosis de mantenimiento para garantizar la evacua ción diaria de heces y prevenir su reacumulación.
tiva o coste de respuesta), entrenamiento en el uso del baño (hábitos defecatorios), el biofeedback, el entrenamiento en habilidades relacionadas (rela ja ción mu scu la r, con du cta s de hi gi ene , ex pr esio nes verbales de excusa, etc.) y diversas estrategias destinadas a disminuir las reacciones emocionales adversas. La descripción, ventajas e inconvenien tes y la aplicación clínica de cada una han sido ampliamente comentadas en Bragado (2001). (Se remite allí al lector interesado, resaltando aquí sólo los aspectos fundamentales.)
Los métodos conductuales específicos tienen como objetivo prioritario enseñar, aumentar y man tener las conductas requisito que intervienen en la continencia: discriminar las señales fisiológicas que preceden a la defecación, responder lo antes posi ble a la «llamada del intestino», acudiendo al lu gar socialmente indicado, un baño, y sentarse en el inodoro y relajar el esfínter externo para permi tir la expulsión de las heces. El fin último es que el niño aprenda una rutina defecatoria que le per mita funcionar con autonomía sin ensuciarse, para lo cual se enfatiza la necesidad de defecar a dia
to . El entrenamiento en el uso del baño o en há
rio,
evitando
pautas
dilatorias
o
retentivas.
Las
estrategias terapéuticas habituales para conseguir dichos objetivos son: el reforzamiento positivo, alguna técnica de castigo (limpieza, práctica posi
El reforzamiento positivo es
el
más
utilizado
de los métodos conductuales. Con el fin de pro mover hábitos defecatorios regulares y saludables, se ha empleado para incrementar y mantener tres tipos de conducta: sentarse en el váter en momen tos prefijados, defecar en el inodoro y permane cer limpio. También se ha usado para garantizar la adherencia al tratamiento (Bragado, 1990; Kolko, 1989) o para asegurar el consumo de fibra y agua (Houts. Mellon \ Whelan. 1988). Aunque se ha debatido mucho sobre la idoneidad de las técnicas de castigo para corregir la encopresis, con el fin de disminuir los episodios de ensucia miento e incrementar la responsabilidad del niño en el proceso de tratamiento, se han utilizado al gunas de las siguientes estrategias: higiene per sonal y limpieza de la ropa sucia, práctica positi va, coste de respuesta (retirada de privilegios o pérdida de fichas) y tiempo fuera de reforzamien bitos de defecación es un procedimiento multicomponente en el que intervienen el reforzamiento positivo, el control de estímulos, instigadores, des vanecimiento, manejo del ambiente, etc. El obje tivo central del entrenamiento es enseñar al niño a defecar de forma regular en el inodoro, hacien do coincidir el momento de sentarse (después de cada comida principal) con la activación de los reflejos gastroileal y gastrocólico. lo que suele acontecer a los 15-20 minutos de haber ingerido alimentos, con el propósito final de que la con ducta de sentarse quede bajo el control de los estímulos fisiológicos (Ed) que preceden a la de fecación (movimientos intestinales y sensación de distensión rectal). Para inducir la defecación © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la enuresis y encopresis I
y tener la certeza de que este acto se produce al final de la secuencia, algunos terapeutas emplean laxantes, enemas o supositorios de glicerina. Por último, el biofeedback (BF) se utiliza fundamen talmente para corregir la contracción paradójica del esfínter, de manera que el niño aprenda a re lajar este músculo cuando intente defecar. Dado que esta anomalía se ha relacionado con el estre ñimiento rectal, cabe esperar que al corregirla mejore el estreñimiento y, por ende, la inconti nencia asociada a él. Con todo, y como ya he dicho, la práctica habi tual de abordar el trastorno es con procedimientos mixtos, bien incorporando al tratamiento médico convencional algún componente conductual. como el reforzamiento positivo por sentarse en el váter o el BF, o a la inversa, incorporando a los procedi mientos conductuales elementos característicos del ámbito médico, terapia con laxantes o enemas, para evacuar las heces acumuladas. Tanto desde el ám bito médico como desde el conductual se han des crito diversos programas de este tipo; «el protocolo comprensivo» de Levine (1981) ejemplifica la pri mera aproximación, y el de Wright y Walker (1978) la segunda; los dos insisten en la necesidad de rea lizar una desimpactaeión inicial, en potenciar el con sumo de fibra y en la necesidad de que el niño se siente en el váter en momentos determinados. Am bos pueden consultarse en Bragado (2001). 2. 2 .1 .
Tratamientos de la encopresis empíricamente
establecidos
Determinar cuál de todos los tratamientos men cionados tiene una eficacia contrastada para co rregir la encopresis o si alguno es superior a otro es una tarea muy complicada, dado que la investi gación en este terreno es escasa y muy confusa. Los tratamientos empleados en los pocos estudios controlados realizados están mal descritos, la for ma de comunicar los resultados alcanzados es in adecuada y en muchos casos sólo se ofrecen datos de mejoría pero se desconoce si los niños dejaron de ensuciarse o no, lo que impide averiguar la efi cacia diferencial de cada tratamiento. Por no sa ber, ni tan siquiera se sabe si el tratamiento médi © Ediciones Pirámide
171
co, el conductual o el mixto son mejores que el no tratamiento, simplemente porque no se ha investi gado esta cuestión, cuando en un problema como la encopresis, que tiene una tasa de remisión es pontánea tan elevada (28 por 100), averiguar este dato debería ser el punto de partida para empezar a hablar de la utilidad y la eficacia de un trata miento determinado. Por otro lado, y como han hecho notar McGrath. Mellon y Murphy (2000), la falta de definiciones operativas de los elementos conductuales in cluidos en el denominado «tratamiento médico con vencional», «tratamiento médico estándar» o «tra tamiento médico-conductual» oscurece los verda deros efectos obtenidos por cada uno. dado que la única referencia que se hace respecto del manejo conductual es «recomendar» a los padres que el niño se siente en el váter o que usen el reforzamiento positivo, pero no comunican ningún plan específi co de implementación. Esta falta de especificidad es perjudicial para la aproximación conductual, cuya seña de identidad más clara es el rigor metodológi co seguido para identificar las conductas objeto de modificación \ diseñar un plan de tratamiento bien definido. Como señalan McGrath et al. (2000), muchos usuarios podrían pensar que las técnicas conductuales no funcionan, cuando si esas mismas técnicas las aplicara un terapeuta de conducta con cluirían lo contrario. Probablemente, este estado de cosas viene determinado por el hecho de que la mayoría de los trabajos publicados en los últimos 15 años, que reúnen las exigencias experimentales al uso, se lleva a cabo en contextos médicos, con escasa o nula participación de los psicólogos. Pese a estas dificultades, se han realizado al gunos intentos para tratar de averiguar la efica cia terapéutica de los tratamientos empleados en la encopresis. El primero a destacar es el trabajo de Houts y Abramson (1990), quienes llevaron a cabo una amplia y muy trabajada revisión sobre el tema. La principal decisión a la que se enfren taron al revisar la bibliografía especializada fue dilucidar qué publicaciones incluir en el análisis y cuáles no, debido a que sólo el 1 por 100 de los trabajos publicados eran experimentos controla dos y aleatorizados que comparaban dos o más
172
/
Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
intervenciones, mientras que la mayoría eran «es tudios de caso no controlados» (55 por 100), algo más de un tercio (36 por 100) incluía un solo gru po con medidas pre-post y cerca del 8 por 100 se ajustaba a un diseño de caso único (ABAB o lí nea de base múltiple). Puesto que si adoptaban criterios de inclusión/exclusión muy estrictos se veían abocados a descartar una gran cantidad de publicaciones, optaron por «establecer un balan ce entre el rigor metodológico y la cobertura des criptiva» (p. 77), lo que dio lugar al análisis de 54 publicaciones. Los tratamientos incluidos en ellas fueron agrupados en seis categorías: médi cos, definidos por el uso de laxantes, purgantes y prescripciones dietéticas; conductuales unicom ponentes (reforzamiento por defecar en el váter o por permanecer limpio, reforzamiento negati
vo
y
BF);
multicomponentes,
conductuales
inte
grados por distintas estrategias, como el entrena miento en el uso del baño con reforzamiento po sitivo por sentarse en el váter, ignorancia de los episodios encopréticos y reforzamiento negativo, o el mismo paquete pero incorporando el refor zamiento positivo por permanecer limpio y el en trenamiento en limpieza, contingente al ensucia miento; médico-conductuales. definidos por el uso de laxantes o supositorios con una o ambas for mas de reforzamiento positivo, o por la combina ción de la dieta con otras estrategias conductuales; y psicoterapia-conductuales, una combi naci ón variable de algún elemento conductual (reforza miento positivo, ignorancia y entrenamiento en limpieza) con alguna forma de psicoterapia (de jue go, in stru cc ion es pa ra dó ji ca s e hip nos is).
TABLA 6.4 Eficacia
de
la
encopresis % éxito inicial
% recaídas
% curados
5 pre-post. + 2 h . c a s o
190
11,1
61,05
30
59,47
95
7,1 3
72
14
63
3 H . caso + 1 pre-post + 1 LBM
44
5,95
64
7
59
2 0 = 16 h. cas o + 1 A BA B + 2 p r e - p o s t . + 1 d o b l e - c i e g o
51
8,32
75
20
67
7 = 5 h. cas o + 1 A BA B + 1 LBM
19
5.34
90
18
68
39 2
16,0 3
69
4
66
Conductual
25
—
5 =
Conductual + psicoterapia
tratamientos
Duración trat. (sin)
7 =
Multicomponentes
los
Total sujetos tratados
Médico
—
de
Núm. estudios* diseño
Tratamiento
Unicomponentes
comparativa
a
a
a
a
Méd ico + con duct ual
19
— Dieta + conductual
6 = 1 h . caso + .3 pre-post + 1 LB M + 1 ABC/ BC A
103
17.7
63
7
60
13 = 5 h.* caso + 6 pre-post + 1 LBM + 1 doble-ciego
289
14.36
71
4
69
—
Laxantes, enemas, supositorios + conductual
a
Nota: LBM: Línea de base múltiple. FUENTE: Tomado de Bragado ( 2 0 0 1 , p. 24 1) ; datos extraídos de Houts y Abramson, 1990 (pp. 77-93). © Ediciones Pirámide
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Los resultados obtenidos, resumidos en la ta bla 6.4, indicaron las siguientes conclusiones ten tativas: d) el tratamiento médico y los tratamien tos conductuales unicomponentes consiguen una tasa de curaciones muy similar, que gira en torno al 59 por 100, aunque la duración del tratamiento es mucho menor en los segundos que en el prime ro ; b) los programas conductuales multicomponen tes obtienen mejores resultados que los que em plean uno solo, con un porcentaje medio de cura del 67 por 100. y c) respecto a los tratamientos mixtos, la combinación de laxantes, enemas y su positorios con el reforzamiento positivo de las conductas pertinentes parece superior a la que agru pa prescripciones dietéticas (con o sin laxantes) con métodos conductuales (véase la tabla 6.4). Brazzelli y Griffiths (2002) emplearon unos criterios de inclusión más estrictos, pero llegaron a conclusiones equiparables. Estos autores locali zaron un total de 16 estudios aleatorizados (14 originales y dos duplicados) que involucraban a 843 niños con encopresis primaria o secundaria, con y sin estreñimiento. Ocho de estos estudios comparaban el tratamiento «médico-conductual ha bitual» (laxantes, consejos dietéticos y entrena miento en el uso del baño) con el mismo procedi miento más BF (Cox et al., 1998; Davila et al., 1992; Loening-Baucke et al., 1988; Loening Baucke, 1990; Nolan et al., 1998; van der Pías et al., 1996; van der Pías, Benninga, Redekop et al., 1996; Wald et al., 1987). Los resultados obtenidos por los revisores ponen de manifiesto que la incorpo ración del BF al tratamiento «habitual» no produ ce ninguna ganancia adicional y que la contribu ción del BF a la curación de la encopresis es muy dudosa, dado que, aunque algunos de estos expe rimentos demuestran su utilidad para corregir la contracción paradójica del esfínter y aliviar el es treñimiento, estos beneficios no se traducen en la resolución de la incontinencia. Es más, parece, incluso, que la adición de esta técnica puede lle gar a perjudicar el efecto terapéutico, dado que los niños que recibieron el tratamiento médico-con ductual más BF tenían una probabilidad mayor (OR 1,34. CI 95% 0,92-1,94) de seguir ensuciándose que los tratados sin BF. Estos resultados corrobo © Ediciones Pirámide
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ran los encontrados por Loening-Baucke (1996b). que revisó un total de 14 trabajos, publicados en tre 1985-1995, concluyendo que los efectos del BF sobre la encopresis eran decepcionantes. Además, hay que tener en cuenta que se trata de un proce dimiento invasivo y caro, por lo que lo más apro piado sería investigar otras alternativas terapéuti cas más viables. Acorde con las conclusiones de Houts y Abramson (1990). Brazzelli y Griffiths encontraron cierto respaldo experimental para el uso combinado de laxantes y tratamiento conductual estructurado (en trenamiento en hábitos defecatorios, reforzamiento positivo, etc.), ya que esta estrategia produjo mejo res resultados que el tratamiento conductual solo. Sin embargo, como subrayan los revisores, es pre ciso recordar que por el momento no se han efec tuado estudios controlados sobre la efectividad de la terapia con laxantes sin la contribución de com ponentes conductuales, ni tampoco, por cierto, so bre qué tipo de laxantes son mejores. Por ahora, se desconoce si en la fase de desimpactación es mejor emplear laxantes orales o enemas, un aspecto de sumo interés en la práctica clínica, ya que muchos niños se oponen a la inserción de un cuerpo extra ño en el recto, lo que entorpece la adherencia al tra tamiento y propicia el abandono (Bragado, 2001). Por último, McGrath et al. (2000) revisaron un total de 42 estudios, 22 de los cuales fueron ex cluidos del análisis final porque no cumplían los criterios de Chambless et al. (1996). aunque mu chos de ellos (12) habían sido analizados por Houts y Abramson (1990) y nueve de los 20 in cluidos están recogidos también en el trabajo de Brazzelli y Griffiths (2002). Los distintos proce dimientos terapéuticos empleados en estos estu dios fueron agrupados en cuatro categorías ge nerales, que a su vez se subdividían en otras: intervenciones
médicas
(laxantes-enemas,
em
pleados en la limpieza inicial/purgantes y laxan tes durante el mantenimiento/consejos dietéticos, fibra y agua/recomendación de sentarse en el váter después de las comidas), intervenciones con BF (fortalecimiento del esfínter/contracción paradó jic a/ di scri mi nac ió n se ns or ia l/ pr ác ti ca en el ho ga r) . psicoterapia (juego/apoyo a los padres/terapia
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familiar/) e intervenciones conductuales (técni cas operantes-reforzamiento/castigo/condiciona miento-control de estímulos, aparcamiento de supositorios con comida y sentarse en el váter/ adquisición de habilidades/técnicas de autoconciencia: registros, contratos, etc.). La conclusión más impactante de todo este es fuerzo, aunque esperada a la vista del panorama general, es que no han encontrado ningún trata miento que cumpla los requisitos de los tratamien tos «bien establecidos». No obstante, y pese a las enormes dificultades metodológicas señaladas por los revisores, cuatro intervenciones fueron cali ficadas como «tratamientos probablemente efica ces»:
1) tratamiento
médico
(sin fibra)
+
refor
zamiento positivo (superior a tratamiento médico + BF, con una tasa de cura 73 por 100); 2) trata miento
médico
completo
+
reforzamiento
positi
vo (superior al tratamiento médico sin laxantes, y a la combinación integrada por asientos en el váter + reforzamiento positivo + fibra; porcenta je de cu ra 51 po r 10 0) ; 3) tratamiento conduc tual (reforzamiento positivo y entrenamiento en relajación del esfínter al defecar) + tratamiento
médico completo (superior al tratamiento médi co solo y al BF. con un porcentaje de cura del 78 por 100), y 4) tratamiento médico completo + BF centrado en la contracción paradójica (eficaz
para niños con estreñimiento y «anismus», y tasa de cura del 55 por 100). Al menos dos conclusiones emergen del aná lisis de la bibliografía efectuado por los autores mencionados: que el entrenamiento en el uso del baño para lograr una rutina defecatoria, propio del acercamiento conductual, y la terapia con laxantes (orales o anales) para vaciar el recto del material fecal acumulado, típico del procedimien to médico, se revelan como las piezas fundamen tales del tratamiento de la encopresis, y que el BF parece un elemento prescindible. No obstan te, son sólo conclusiones tentativas, pendientes de verificación empírica, dado que lo mismo que hay datos a favor de esta propuesta, también los hay en contra, y, por otro lado, ninguna interven ción ha demostrado todavía que es superior al no tratamiento.
3.
CONCLUSIONES
La evidencia sobre la superioridad del método de la alarma para curar la enuresis nocturna es abrumadora e incuestionable. La alarma ante la orina es un procedimiento «bien establecido experimentalmente» y ha demostrado sobradamente que es más eficaz que el no tratamiento y tam bién más que la psicoterapia y el entrenamiento en retención. Supera con creces la eficacia de los fármacos, es más barato y no tiene efectos secun darios. Lo único que puede limitar su efectividad es que requiere una participación más activa de los padres y de los niños que los medicamentos, pero, como dicen Glazener y Evans (2001), los padres prefieren tratamientos que resuelvan el pro blema y no que lo mejoren solamente. En este sen tido, si los pediatras les informaran de la verdade ra utilidad de los tratamientos que les proponen, probablemente ninguno aceptaría proporcionar fár macos a sus hijos. Tal vez sería oportuno, como sugería Houts (2000). difundir con más empeño cuáles son los tratamientos que no funcionan en vez de hacer tanto hincapié en los que sí lo hacen. No existe excusa alguna para seguir utilizando fármacos para tratar la enuresis nocturna monosintomática: mantener a un niño recibiendo una medicación ineficaz durante meses no es ético en absoluto, y ello pese a que algunos autores han resaltado la utilidad de la desmopresina como «dro ga de conveniencia» (Kelleher, 1997), ya que pue de ayudar al niño a salir de algún apuro (dormir en casa de un amigo), y otros incluso se han per mitido sugerir que podría utilizarse hasta que la enuresis remita por sí sola (Hjálmas, 1999). La combinación de alarma y desmopresina re quiere una investigación más cuidadosa, compa rando los efectos de esta unión con el uso conjun to de alarma y sobreaprendizaje, dado que este componente no se incluye de rutina en el procedi miento de la alarma y se ha demostrado que su incorporación aumenta la eficacia. Respecto a esto último, debería hacerse un esfuerzo mayor para promocionar la utilización de la alarma con el so breaprendizaje, tal y como se proponía en el trata miento original de Mowrer y Mowrer (1938). €) Ed ic ion es Pirá mide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la enuresis y encopresis encopresis I
El entrenamiento en cama seca (con alarma) es otra alternativa terapéutica para tratar la enuresis. también «bien establecida», pero su aplicabilidad clínica es más compleja, aunque tanto en este caso como en el la alarma la efectividad mejoraría si en su puesta en marcha intervinieran los profesiona les apropiados, los terapeutas de conducta. Los investigadores no deberían dedicar más tiempo a probar la eficacia de la alarma, sino que tendrían que dedicar sus energías a clarificar los mecanismos fisiológicos de acción hipotetizados en el proceso de aprendizaje. Asimismo, deberían esforzarse por comunicar sus resultados de una forma menos confusa, empleando criterios opera tivos para evaluar el efecto de los tratamientos (número de noches mojadas en línea de base, cri terio inicial de éxito, días hasta alcanzar el crite rio, número de recaídas, porcentaje de niños cura dos, etc.). Un aspecto que llama la atención en este terreno es que son muy pocos los estudios que evalúan la respuesta de despertar ante el deseo de orinar, antes y después del tratamiento, a pesar de que condicionar esta respuesta es uno de los obje tivos prioritarios del método. En cuanto al tratamiento de la encopresis, el panorama es bastante desolador: no existe ningún procedimiento médico o conductual «bien estable cido», las combinaciones consideradas «probable mente eficaces» están todavía «muy verdes», ya que ninguna de las partes ha probado su eficacia por separado, se desconoce cuáles son los elemen tos responsables del éxito y no se sabe con certeza para qué tipo de pacientes son útiles. El avance del conocimiento en este ámbito pasa por llegar a un consenso sobre el concepto y tipos de encopre sis, en tanto que las investigaciones futuras debe rían intentar superar las deficiencias metodológi cas que aquejan a las ya realizadas. En este sentido, los autores tienen que hacer un esfuerzo para des cribir con cierto rigor las características de los pacientes (síntomas, clase de encopresis, gravedad previa, etc.) y de los tratamientos, especificando, ante todo, cómo se aplican las distintas estrategias terapéuticas, para así poder distinguir si son me ros «consejos» o se trata de procedimientos con ductuales. Igual que en la enuresis, sería recomen © Ediciones Pirámide
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dable que aportaran datos claros sobre los resulta dos obtenidos por un determinado tratamiento, di ferenciando con claridad entre remisión \ curación de la encopresis.
ANEXO: EL MÉTODO DE LA ALARMA ANTE LA ORINA Debido a que este procedimiento ha demostrado con creces que es el más eficaz y posiblemente tam bién el más efectivo para corregir la enuresis noc turna, se reproduce a continuación un resumen de las instrucciones indicadas por Mowrer y Mowrer (1938. pp. 59-61) para llevarlo a cabo. Es posible que algunos lectores piensen que se trata de una publicación antigua, pero el detalle con el que los creadores de este tratamiento abordan su aplicación y el hecho de que muchas de las publicaciones pos teriores parecen ignorar su contenido, unido a la creencia de que las indicaciones propuestas no siem pre se siguen de forma correcta, obligan a volver a la fuente original. El interés de esta decisión radi ca, sobre todo, en recordar y demostrar que existe un protocolo de tratamiento, publicado hace varias décadas, cuya puesta en práctica garantiza el éxito. Lógicamente, las instrucciones deben adaptarse a los nuevos tiempos y al tipo de alarma empleado, pero los retoques necesarios son mínimos y los fun damentos del método siguen siendo los mismos. Sólo es preciso tener presentes las respuestas que se pretenden condicionar y la importancia de que los estímulos condicionado e incondionado estén lo más próximos posible en el tiempo. En definitiva, se trata de estar familiarizado con los principios del condicionamiento clásico y del operante, algo nor mal para los profesionales de la psicología pero menos frecuente entre los de la medicina, más ha bituados al manejo de la farmacoterapia. Lamenta blemente, muchos profesionales, incluidos al gunos psicólogos, no utilizan correctamente el mé todo de la alarma, lo que da lugar a fracasos y aban donos innecesarios. El equipo diseñado por los Mowrer (1938, p. 55) consistía en una «almohadilla» (pad) espe cial, constituida por dos gruesas capas de tela de
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algodón absorbente de 28 x 32 pulgadas, que ser vían para separar dos láminas de bronce del mis mo tamaño. Una tercera capa de tela del mismo tipo que las anteriores cubría la lámina superior. Esta combinación estaba acolchada, y el conjunto resultaba liviano, duradero y confortable para que el niño durmiera encima. Las dos láminas de me tal iban conectadas, mediante unos cables flexi bles, a una pequeña batería y a un relé sensible. Cuando la orina mojaba la «almohadilla», se pro ducía un cortocircuito que activaba el relé, que, a su vez. completaba un segundo circuito que dis paraba el estímulo de despertar, un timbre eléctri co, como el de las puertas; el timbre, junto con el relé, las baterías y un reostato para controlar el volumen, se montó en una caja de metal, en uno de cuyos extremos se situó una entrada para co nectar el enchufe que unía los dos cables de las láminas de metal.
3.
Instrucciones 1. El aspec to distint ivo de este método de tra tamiento de la enuresis nocturna es que pro porciona el medio para despertar al niño de forma regular, inmediatamente después del inicio de la micción, por lo que tiende a establecerse una conexión específica entre la necesidad de orinar y el acto de desper tar. Si se siguen cuidadosamente las reglas que se enumeran a continuación, se pueden conseguir excelentes resultados en unas cuatro u ocho semanas en aquellos niños con enuresis no complicadas. No se reco mienda emplear este método con niños en los que se sospecha la existencia de pro blemas físicos o emocionales, excepto cuan do se aplica con supervisión médica o psi cológica. Tam poco se recomienda utilizarlo utilizarlo con niños menores de tres años, salvo, como en el caso anterior, que exista una supervi sión profesional adecuada. 2.
Antes de com enz ar el trata mient o, el niño debería poder efectuar una completa valo ración de la naturaleza general del méto do; a tal fin interesa realizar una demostra
ción de cómo funciona el aparato de alar ma. Si se desea, se puede verter una peque ña cantidad de agua en la «almohadilla» para que pueda observar lo que ocurrirá cuando se orine durante la noche. De este modo podrá ver por sí mismo que lo único que sucederá es que el timbre, ubicado en la caja (unidad central), sonará si se moja la «almohadilla», por lo que no existe nin guna razón para mostrarse aprensivo o te meroso, ya que no hay ninguna posibilidad de recibir un choque eléctrico. El niño deberí a dorm ir en una cama que fuera fácil de hacer y deshacer y en una habitación en la que el baño quede accesi ble. Cada noche, y cuando ya esté acosta do, hay que advertirle de que en cuanto oiga sonar la alarma tiene que levantarse de la cama e ir al baño. También hay que ani marlo a levantarse y dirigirse al baño él solo, cada vez que se despierte de noche, aunque no sienta la urgencia de orinar. Una vez iniciado el tratamiento, se deberá aban donar cualquier otra rutina utilizada para despertarlo. Al principio es posible que el sonido de la alarma no lo despierte. En este supues to, el niño debería ser despertado por el adulto que supervisa el tratamiento lo an tes
4.
posible
y mientras
la
alarma
continúa
sonando. Después de que el niño haya ido al baño, hay que desconectar el aparato, re hacer la cama, colocando una «almohadi lla» seca, y volver a conectar la alarma. Es esenc ial que el niño duer ma direc tame n te sobre la «almohadilla», desnudo de cin tura para abajo; debería vestirse únicamente con una chaqueta (de pijama) o una cami sa corta. De otro modo, la ropa absorbería la humedad y sería necesario vaciar una gran cantidad de orina para que las esteri llas entraran en contacto y se activara el timbre. Esto no significa que tenga que dormir destapado, sino que no debe colo carse ninguna sábana o cualquier otro tipo de ropa entre el niño y la «almohadilla», © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la enuresis y encopresis I
5.
6.
aunque debajo de ésta puede colocarse un hule para proteger el colchón. Nota: Adviértase que, en la actualidad, estas indicaciones deberán adaptarse al tipo de alarma seleccionado. Por ejemplo, no es necesario que el niño duerma desnudo de cintura para abajo si los sensores de hume dad están ubicados en una compresa sujeta a la ropa interior. Norm alme nte, el sonido del timbre inhibi rá el flujo de orina sobre la «almohadilla», incluso aunque el niño no llegue a desper tarse (si el niño continúa mojando la cama persistentemente con una «mancha de ori na» mayor de dos o tres pulgadas de diá metro, es indicativo de que lo hace inten cionadamente, es decir, se orina cuando ya está despierto). La desaparición de la man cha es un proceso rápido, aunque si se ob servara que el uso continuado de la «almo hadilla» puede resultar molesto, se aconseja lavarla sumergiéndola en una solución de agua caliente, con jabón y amoníaco, po niéndola a secar, preferiblemente al aire libre. Con el cuidado debido, la «almoha dilla» puede durar al menos dos años utili zándola de modo continuo. Una vez que se ha inic iado este proc edi miento, es necesario abandonar cualquier otro tratamiento anterior destinado a la enu resis. Por ejemplo, no se debería restringir la ingesta de líquido o de otros alimentos. En los niños mayores de cinco años reco mendamos la siguiente práctica. Después de conseguir siete noches consecutivas se cas con una ingesta normal de líquidos, se incrementará la cantidad de fluidos (en uno o dos vasos de agua), justo antes de acos
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7.
8.
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tarse. Esta práctica se mantendrá hasta que el niño consiga otras siete noches conse cutivas secas, momento en que se retirará la alarma y se suspenderá la ingestión ex tra de líquidos. Con los niños más peque ños, se aconseja entrenarlos con un consu mo normal de líquidos, hasta que consigan siete noches consecutivas secas, después de lo cual se suspenderá el entrenamiento. Nota: Nótese que este procedimiento se ha popularizado en la bibliografía posterior con el nombre de «sobreaprendizaje». No se propor ciona rá, en ningún caso, pre mios o incentivos por mantener la cama seca, aparte del privilegio de no dormir sobre la «almohadilla». Además, una vez comenzado el método, no debería interrum pirse, salvo por causas de fuerza mayor, hasta que no haya concluido todo el proce so. Con este procedimiento, las recaídas son raras, pero si ocurrieran, se comenzará el tratamiento una vez más, hasta conseguir nuevamente siete noches consecutivas se cas, con o sin incremento de líquidos, se gún la edad del niño. Los aparato s eléct ricos reque ridos para aplicar este método son relativamente sen cillos, pero para evitar posibles daños la caja (unidad central) que los contiene de bería guardarse en un lugar seguro. Si el aparato dejara de funcionar, deberá avi sarse al médico o al psicólogo que esté tratando al niño. En condiciones norma les, estos aparatos no deberían dar ningún problema y deberían funcionar perfecta mente durante muchos meses sin que sea necesario ningún reajuste o atención es pecial.
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eficaces
para
la
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y
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Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la delincuencia juvenil SANTIAGO REDONDO ILLESCAS JULIO SÁNCHEZ MECA
1.
DEFINICIÓN DEL PROBLE MA: LA DELINCUENCIA JUVENIL EN LA SOCIEDAD ACTUAL
Cuando hablamos de delincuencia generalmen te nos referimos a comportamientos que dañan a otras personas, están prohibidos por las leyes y son susceptibles por ello de ser seguidos de un proceso penal (Williams, 1975). Aplicamos la de nominación delincuente juvenil a aquel chico que ha cometido un delito, pero aún no tiene la edad de plena responsabilidad legal que permita im ponerle un castigo penal adulto. Esta edad es va riable en distintos países, pero suele hallarse en tre los 16 y los 21 años. Además, suele haber un intervalo de edad de responsabilidad penal limi tada o parcial, sujeta a la legislación penal juve nil, que en España abarca desde los 14 (minoría de edad penal) hasta los 18 años (mayoría de edad penal).
1.1.
Prevale ncia e indicen cia delictiva
La prevalencia delictiva hace referencia a la extensión que presenta la delincuencia juvenil en una determinada comunidad: es decir, a la pro porción de jóvenes que participan en actividades delictivas en un tiempo dado. La incidencia con cierne a la frecuencia, mayor o menor, de con ductas delictivas realizadas por un determinado sujeto, a la intensidad de su comportamiento de lictivo. La estabilidad es el grado de perdurabili dad que muestra la conducta delictiva en algunos © Ediciones Pirámide
jóvenes. Sabemos qu e un re ducido gru po de j ó venes suele ser el responsable de la mayoría de los delitos violentos que se cometen en un deter minado territorio (Henggeler, 1989). La interrelación entre prevalencia e incidencia es muy relevante en el análisis del fenómeno delictivo ju venil, ya que 1.000 delitos cometidos en un ba rrio, a lo largo de un año, pueden ser obra de 100 jóvenes (a lt a pre valencia), cada uno de lo s cu a les comete diez delitos (baja incidencia), o bien de diez jóvenes (baja prevalencia), delincuentes persistentes, autores, cada uno de ellos, de 100 delitos (alta incidencia). Las implicaciones ana líticas y preventivas de una y otra situaciones son muy diferentes. Distintas investigaciones, espe cialmente anglosajonas, han estimado que entre los adolescentes y jóvenes existe una elevada pre valencia delictiva, de hasta el 80 por 100, pero circunscrita generalmente a conductas leves (McMurran y Hollín, 1993). La mayor prevalencia o participación juvenil en conductas antisociales tiene lugar en el intervalo de edad 16-17 años (Farrington, 1983, 1986). En España, Rechea, Barberet, Montañés y Arro yo (1995) y, más recientemente, Garrido Martín. Gómez y Heras (2000; Garrido Martín. Herrero y Masip, 2002) han desarrollaron sendos estudios de autoinforme, aplicando para ello una adaptación del Questionnaire for the International Self-Report Delinquency a muestras de
Study on 2.100 y
1.051 jóvenes, respectivamente, de diversas ciu dades españolas, cuyos resultados más relevantes han sido los siguientes:
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1.
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3. 4. 5.
Guía
de
tratamien tos
psicológicos
eficaces
III
Entre el 81.1 y el 84,6 por 100 de los jó ve nes reconoció haber realizado conductas prohibidas o delictivas —consumir alcohol u otras drogas, conducir sin permiso, etc.—, aunque fue considerablemente menor el porcentaje de chicos que autoinformaron de actos claramente antisociales, como agre dir a alguien (6 por 100), prender fuego (4,3 por 100) o robar una cartera o bolso (2 por 100) o una bicicleta o moto (1,7 por 100). Aunq ue la preval encia general en con duc tas prohibidas se distribuyó por igual en todos los sectores socioeconómicos, hubo una mayor indicencia de conductas violen tas contra objetos y personas en sujetos de familias y barrios de menor nivel socioeco nómico. La preva lenci a delictiv a dis minu yó con la edad. Los varon es prese ntaron una mayo r preva lencia que las chicas. El porcent aje de dete cción familiar y poli cial de las conductas delictivas fue muy bajo, no llegando en total al 10 por 100 de los hechos autoinformados por los propios jóvenes.
Una conducta con apariencia delictiva (una agre sión, la sustracción de una propiedad, etc.) debe superar una serie de filtros sucesivos, de carácter ju rí di co -p en al , an te s de qu e ll eg ue a ser c on si de ra da delito (Rutter y Giller, 1988). El primero es que se trate de comportamientos prohibidos por las normas penales. Otro factor importante es la eficacia y la valoración policial y judicial. Además, todos estos mecanismos (leyes penales, eficacia y valoración policial, valoración judicial) no funcionan de ma nera aséptica, ajenos al contexto social en el que se desenvuelven, sino que sus actuaciones son perma nentemente influidas por el estado de opinión pú blica sobre la delincuencia y, de manera extraordi naria, por los medios de comunicación. De acuerdo con todas estas valoraciones o filtros, el fenómeno delictivo puede cambiar en su magnitud y apariencia. En consonancia con los datos de la policía, en España —para una población de unos cuarenta
millones de habitantes— se denuncian al año al rededo r de 1.000.000 de delito s, de natur alez a heterogénea. La cifra más importante —más de 80 0. 00 0 corresponde a delitos contra la propie dad, la mayoría relativos a la sustracción de obje tos del interior de los vehículos y a robos de los propios vehículos. La tasa de delitos contra las personas que son denunciados es sensiblemente in ferior, de unos 13.000 delitos, la inmensa mayoría delitos de lesiones, entre los que se incluyen los ocasionados por accidentes de tráfico. La cifra de homicidios consumados es inferior a los 600 ca sos. Los delitos sexuales, pese a la gran alarma pú blica que producen, son la parte más pequeña: en total se denuncian unos 6.000 delitos al año, entre los cuales alrededor de 1.200 corresponden a vio laciones (aunque cabría estimar, en función de la tasa de denuncia para este delito, que es del 43 por 100, que existe una cifra igual o superior de viola ciones no denunciadas). Como puede verse, los de litos graves son, afortunadamente, pocos. De acuer do con la información internacional disponible, el 30 por 100 de los delincuentes detenidos por deli tos graves son jóvenes (McMurran y Hollín, 1993). Si analizamos las cifras policiales de delincuen cia de manera longitudinal, observamos que la delincuencia aumentó en España durante los años ochenta y comenzó a disminuir y a estabilizarse a la baja a partir de 1989, tendencia que se mantie ne en la actualidad, aunque con periódicos repun tes (Redondo, 2001). 1.2.
Topo graf ía de la deli ncue ncia juvenil
En lo que sigue haremos un acercamiento glo bal, a partir tanto de fuentes no oficiales como ofi ciales, a la descripción de los principales delitos cometidos por los jóvenes. La delincuencia juve nil acostumbra a asociarse, en menor o mayor gra do, a comportamientos violentos. Esa es probable mente la razón por la cual preocupa tanto a los ciudadanos. Hablando en términos generales, muchos jóve nes violentos presentan algunas características comunes, como las siguientes: escasa vinculación © Ediciones Pirámide
Guía
de
tratamientos
con la escuela, asociación con amigos que come ten delitos, inicio en el consumo de ciertas dro gas, insuficiente dedicación y control por parte de sus padres y con frecuencia han sido, también ellos, víctimas del delito: malos tratos en la familia, abu sos sexuales, robo, etc. Es verdad que en muchos jóvenes violentos no existe una especialización delictiva, sino que más bien su violencia tiene un carácter genérico, y se dirige a diferentes objetos o víctimas según las circunstancias: pueden robar un coche, agredien do si es necesario a su propietario, a la vez que trafican y consumen drogas; algunos de ellos pue den también realizar actos sexuales violentos. Pese a todo, no todos los delincuentes llevan a cabo todo tipo de delitos. En algunos se produce una cierta especialización o limitación sectorial de su delin cuencia. Por ello, y también para una mayor clari dad expositiva, presentaremos separadamente las principales formas que presentan la violencia y la delincuencia juvenil: los robos, los delitos vincu lados al tráfico de drogas, las agresiones y la vio lencia sexual. 1.2.1.
Robos
Gran parte de la delincuencia juvenil tiene un indudable componente instrumental para la obten ción de gratificaciones materiales. Todos los jó venes —y los adultos— aspiran al logro de una serie de bienes de consumo y servicios (ropa, re lojes y joyas, equipos de música, asistencia a es pectáculos y fiestas juveniles, dinero para sus gas tos, adquirir una moto o un coche, un piso o una casa, etc.). Muchos jóvenes acceden a ellos paula tinamente, ya que sus padres disponen de los me dios suficientes para proporcionárselos, a la vez que les proveen con una educación favorable al comportamiento prosocial y contraria a la conducta delictiva y, llegado el caso de que cometan algún acto ilícito, con los controles oportunos para evi tar su repetición. Sin embargo, para algunos jóvenes menos afor tunados, desde los primeros años de vida, el robo viene a constituir una manera de vivir y procurar se los bienes deseados o necesitados. Para otros, © Ediciones Pirámide
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aun disponiendo de familias con acomodo suficien te, los robos comienzan a ser la manera más efi caz de obtener de modo inmediato y con poco es fuerzo aquello que desean. El dinero obtenido de esta manera «fácil» se convierte pronto en un an tídoto contra el esfuerzo como forma de obtener gratificaciones demoradas. Antes o después, se acaba en la comisaría de policía, ante un tribunal de menores, en un centro de reforma juvenil o, si se tiene edad para ello, en una prisión. La conduc ta y el estilo de vida delictivos se consolidan. Los delitos contra la propiedad constituyen el grueso de la delincuencia, superando en Europa más del 80 por 100 del total de las denuncias. La mayoría son delitos menores, como el robo de ob je tos en el in te ri or de los ve hí cu lo s o el pr op io ro bo del vehículo, pero otros comportan un menor o mayor grado de violencia. 1.2.2. y
Delitos relacionados con consumo de drogas
el tráfico
En la realidad social internacional, violencia y droga son dos fenómenos estrechamente vincula dos. Watts y Wright (1990) han encontrado que. entre jóvenes norteamericanos, entre un 40 y un 47 por 100 de los delitos menores y entre un 34 y un 59 por 100 de los delitos violentos se hallan conectados con el consumo de sustancias tóxicas, tanto legales como ilegales. La producción y la distribución de drogas cons tituyen actividades delictivas en la mayoría de los países y, por ello, perseguibles y perseguidas por la policía y la justicia. En este ámbito se encontra rían tanto los delitos definidos por las propias dro gas, es decir, derivados de su prohibición (fabri cación, posesión o consumo), como los cometidos en el sistema de distribución de drogas, esto es, los robos, agresiones, extorsiones u homicidios, necesarios para el funcionamiento de las redes de tráfico y distribución de drogas. No es infrecuente que algunos jóvenes, gene ralmente ya iniciados en la delincuencia, sean reclutados por redes de trauco de drogas para parti cipar en los niveles más bajos de la distribución de la droga o en delitos violentos vinculados a ella.
186 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
Sin embargo, el tema más importante que se plantea aquí es en qué grado el consumo de cier tas drogas guarda relación con la violencia juve nil y con la comisión de delitos. El primer comen tario debe hacerse sobre el alcohol, que, según sabemos, reduce los controles inhibitorios de la violencia, disminuyendo el miedo ante situaciones de riesgo y los sentimientos de culpa que normal mente se producirían en individuos en estado so brio. El consumo de alcohol desempeña un papel importante en muchos delitos violentos, tales como las agresiones y homicidios producidos en peleas con desconocidos o el maltrato a la pareja y a los hijos dentro de la familia. Mención aparte merece el consumo por parte de los jóvenes de drogas ilegales tales como he roína, cocaína, LSD, hachís, disolventes de co las y otras sustancias estimulantes o perturbado ras del sistema nervioso, que pueden ser tomadas por diferentes vías. Muchos delincuentes violen tos se inician en la adolescencia, de una manera paralela, tanto en la carrera delictiva como en el consumo de drogas (Farrington, 1983), y muchos continúan consumiendo drogas durante la vida adulta. Esta interrelación entre consumo de dro gas y conducta delictiva parece operar sobre la base de su potenciación recíproca (Redondo y Garrido, 2001), en la medida en que en ciertos sectores marginales de la población ambos com portamientos confluyen y recíprocamente se cua lifican y favorecen: ciertos actos delictivos (p. ej., un robo, la perspectiva de un próximo delito vio lento, como un atraco a mano armada o una vio lación) acaban facilitando o instando al consumo de drogas, y, recíprocamente, la dependencia a las drogas, o sus efectos psicofarmacológicos, pueden acabar instando a cometer ciertos delitos (p. ej., un robo para obtener dinero) o inducien do otros (p. ej., delitos violentos y sexuales). 1.2.3.
Agresiones
Gran parte de la violencia delictiva se asocia comúnmente a la comisión de robos, al tráfico o la adquisición de drogas y, también, a delitos de carácter sexual. Es decir, a las restantes tres cate
gorías topográficas descritas en este mismo epí grafe. En todos estos casos las acciones violentas son componentes de un entramado delictivo más amplio y variado. Sin embargo, no es infrecuente que la violen cia se muestre en formatos más puros, de manera separada e independiente de otras formas delicti vas. Por ejemplo, peleas de unos jóvenes contra otros o entre pandillas o grupos antagonistas. Es tas agresiones suelen ser el resultado de recípro cas provocaciones entre jóvenes, debidas a su pug na por «defender su territorio» en el barrio, por asegurar su prominencia sobre el grupo antagóni co o en defensa de sus señas de identidad frente a las agresiones de los grupos «enemigos» (por ejem plo, las peleas entre jóvenes pertenecientes a las hinchadas de clubes de fútbol rivales). Tampoco es infrecuente la violencia contra los extranjeros o inmigrantes, de tintes xenófobos, o contra tra vestís y otros grupos sociales, que jóvenes de ideo logías de corte nazi o fascista pueden identificar como desviados sociales. Los delitos de agresión y contra la vida suelen constituir un pequeño porcentaje de los que se cometen, y en los países europeos occidentales pueden cifrarse en menos del 2 por 100 del total de las denuncias, lo que comporta tasas interiores a dos homicidios al año por cada 100.000 habitan tes. En muchos países americanos la proporción de delitos violentos es superior. Si se considera la tasa de homicidios, Colombia. El Salvador, Méxi co, Brasil, Venezuela y Puerto Rico, y también Estados Unidos, aparecen en los primeros lugares del ranking mundial, con tasas de homicidios de entre diez y 65 homicidios al año por cada 100.000 habitantes. 1.2.4.
Violencia sexual
Los delitos sexuales encarnan una mínima pro porción de la delincuencia (de en torno al 1 por 100 del total de los delitos denunciados), y sus au tores suelen ser jóv ene s —y adu ltos — varon es. La violencia sexual puede adoptar dos formas princi pales: las violaciones y los abusos de menores. Las víctimas de violación suelen ser chicas conocidas © Ediciones Pirámide
Guia de tratamientos psicológicos eficaces para la delincuencia juvenil I
por los agresores o, en algunos casos, chicas des conocidas. Las víctimas de abusos sexuales habitualmente son niñas y, a veces, niños pequeños. El perfil de los agresores sexuales no suele diferir mucho del de los jóvenes violentos en general. En España, un reciente estudio de Aragonés de la Cruz (1998) ha investigado y descrito los perfiles de una muestra de 78 agresores sexuales adolescentes, caracterizándolos como: sujetos impulsivos, con bajo autoconcepto, poca tolerancia a la frustración, que menosprecian la figura femenina, con retraso en su desarrollo madurativo y carencias afectivas, muy influenciables, con rasgos de agresividad fí sica y verbal, carencias normativas y de sentimien tos de culpa, con dificultades para el aprendizaje y, en un porcentaje significativo, con alguna pro blemática clínica. Muchos suelen pertenecer a fa milias con problemas de afecto y violencia entre los miembros y en que el modelo educativo ha sido de gran permisividad y falta de control. Desde una perspectiva psicológica no es fácil la explicación de estos comportamientos, ya que en su etiología suelen concurrir factores variados de distinta cualidad. Más allá de las diferencias indi viduales, que necesariamente deberán ser estudia das en cada caso, con mucha frecuencia los agreso res sexuales suelen presentar problemas de tres tipos diferentes aunque interrelacionados: en su compor tamiento sexual (lo que resulta obvio), en su con ducta social más amplia y en su pensamiento («dis torsiones cognitivas»). El comportamiento sexual de muchos agresores sexuales se proyecta de un modo desviado hacia objetivos sexuales inacepta bles, como son los menores de edad o el uso de la violencia para forzar el sometimiento sexual de una mujer. Es decir, «prefieren» estas formas desvia das de relación sexual, que son las que les resultan más excitantes, y no logran «inhibir» tales maneras de obtener placer. Según sabemos (Marshall, 2001: Marshall y Redondo, 2002; Redondo, 2002), algu nas de estas preferencias desviadas se han produci do y consolidado en el individuo sustancialmente mediante condicionamiento clásico, a partir de la repetida asociación entre excitación sexual (a me nudo, mediante masturbación) y pornografía infan til o violenta. Por otro lado, el problema se acre © Ediciones Pirámide
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cienta debido a sus frecuentes dificultades para es tablecer relaciones sexuales normalizadas, es decir, con personas adultas que consienten. Ello puede de berse a que muchos agresores tienen menores habi lidades de interacción social con mujeres y con otras personas en general. En concreto suelen presentar dificultades para comunicarse, para la empatia o comprensión de los otros, y suelen mostrarse más ansiosos o nerviosos ante las situaciones sociales. Todos estos déficit les producen un mayor aisla miento social. No son inferiores los problemas de los agresores sexuales en lo tocante a su manera de pensar sobre la conducta delictiva. Suelen presen tar un gran número de distorsiones cognitivas o erro res valorativos sobre las mujeres y su papel en la sociedad (p. ej., «las mujeres deben someterse a los deseos de los hombres; así ha sido siempre»), so bre la sexualidad (p. ej., «aunque sea obligada, se guro que ella disfruta») y sobre las normas y valo res sociales y legales acerca de qué puede y no puede hacerse en términos de comportamiento sexual hu mano (p. ej., «si un niño lo acepta, ¿por qué no voy a poder tener una relación sexual con él?»). Estas distorsiones o creencias erróneas orientan su con ducta sexual de una manera inapropiada e ilícita y, además, les ofrecen justificaciones para ella. 1.3.
Principales trastornos clínicos asociados: psicopatía
Desde una perspectiva clínica son múltiples las patologías estándar (en consonancia con el DSMIV-TR, 2002) que pueden o bien estar en el origen del comportamiento antisocial de los jóvenes (pro blemas paterno-filiales, abuso físico o sexual del niño, negligencia de la infancia) o resultar comór-
bidas con él. Entre estas últimas podrían encontrar se el trastorno disocial y el trastorno negativista desafiante, los trastornos relacionados con sustan
cias (alcohol, alucinógenos, cocaína, inhalantes, opiáceos...), la esquizofrenia y otros trastornos psicóticos, algunos
tipos
de trastornos bipolares, las
parafilias (pedofdia, sadismo sexual), los trastor nos de control de los impulsos y
el trastorno anti
social de la personalidad. Sin embargo, las posi bles interacciones entre muchos de estos cuadros y
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Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
el comportamiento antisocial y delictivo son con fusas y han sido escasamente exploradas. Monahan (1996), uno de los investigadores más destacados en este campo, ha afirmado que aunque existe rela ción significativa entre enfermedades mentales gra ves (psicosis) y violencia, tal relación en más bien modesta y, en muchos casos, es mayor la probabili dad de que los enfermos mentales se conviertan en víctimas de la violencia que en agresores. Mayor relevancia parece presentar la relación entre conducta delictiva y psicopatía (Garrido, 2000. 2002: Raine, 2000). El antiguo concepto de psico patía, que estuvo en desuso durante décadas, ha cobrado nuevo vigor en los últimos años, a partir de la investigación al respecto de Cleckley (1976) y especialmente de Robert Haré y su equipo (Haré. 1991, 2000; Cooke, Forth y Haré, 1998), que ha culminado en el desarrollo del Psychopathy Checklist Revised (PCL-R), en proceso de estudio (Chi co y Tous, 2001) y baremación para muestras de lictivas españolas (Moltó, Poy y Torrubia, 2000). El resurgimiento del constructo psicopatía ha obe decido a la necesidad de comprender mejor un tipo de funcionamiento interpersonal caracterizado por un gran egocentrismo y una completa ignorancia del sufrimiento de los otros. De modo simple, el rasgo «psicopatía» definiría a aquellos individuos que actúan de modo premeditado y lúcido en su exclu sivo beneficio, sin considerar en absoluto cómo su comportamiento puede dañar o interferir con las necesidades, deseos y expectativas de las otras per sonas. La investigación apunta en dirección a la posible existencia de factores neurológicos (en bue na medida, de origen genético) en la base de la psi copatía (Raine, 2000), que producirían una supre macía funcional del sistema mesolímbico o sistema de activación del comportamiento (SAC), a partir de reforzamiento, sobre el sistema septohipocampal
o
sistema
de
inhibición
del
comportamiento
(SIC), activable mediante el castigo y la estimula ción novedosa (Gray, 1982, 1987; Newman y Wallace, 1993; Quay, 1993). Estas probables dis funciones neuroendocrinas han llevado a la consi deración de posibles vías de intervención farmaco lógica mediante neurolépticos e inhibidores de la reabsorción de la serotonina (Lósel, 2000) y en el
específico campo de los agresores sexuales a tra vés de antagonistas de la testosterona (Labrador. Echeburúa y Becoña, 2002; Marshall y Redondo. 2002). Con todo, éste es un camino básicamente inexplorado que la futura investigación tendrá que abordar. En un sentido estricto, la presencia del rasgo psicopatía no implica necesariamente que el indi viduo se convierta en delincuente. El moderno concepto de psicopatía, a partir del PCL-R, viene integrado por dos factores, uno nuclear de perso nalidad (factor I) y otro de conducta antisocial explícita (factor II). De forma paralela, y a los efectos que aquí nos interesan. Garrido (2000. 2002) ha diferenciado entre psicópatas «integra dos» (que llevan una vida legalmente aceptable) y «subculturales» (inmersos en el mundo de la de lincuencia). En sentido inverso, la mayoría de los jóvenes del inc ue nte s (i nc lu so vi ol en to s) no ti en en por qué ser psicópatas. Sin que existan cifras fi dedignas al respecto, se ha estimado una prevalencia del rasgo psicopatía en el 2 por 100 de la población general (Garrido, 2000). Entre los de lincuentes encarcelados. Haré ha obtenido en Nor teamérica un rango de psicopatía —es decir, con puntuaciones en el PCL-R por encima del criterio de 30 puntos—de entre 15-28 por 100 (Haré, 1991, 1996). En Europa esta tasa sería algo inferior (Coo ke y Michie, 1998), habiéndose hallado un 12 por 100 en las prisiones de Baviera en Alemania (Ló sel, 1998) y un 18 por 100 en una prisión españo la (Moltó et al., 2000). Pese a todo, desde la pers pectiva de la incidencia delictiva, las muestras de delincuentes más peligrosos (entre los que están los psicópatas) suelen ser los responsables de más del 50 por 100 de todos los delitos conocidos (Loeber, Farrington y Waschbusch, 1998). Ello signi fica que cualquier intervención sobre grupos de delincuentes violentos y peligrosos tiene una alta probabilidad de contar entre sus filas con una nu trida representación de sujetos con altas puntua ciones en psicopatía. La psicopatía constituye uno de los retos psicopatológicos más importantes a que se enfrenta la psicología criminal y, finalmente, el sistema de justicia, y deberá prestársele espe cial atención durante los próximos años. © Ediciones Pirámide
Guía
de
tratamientos
Como puede verse, el panorama de la interac ción psicopatía-delincuencia es complejo, y su delimitación, poco clara. Más oscuro es todavía el panorama del tratamiento de los delincuentes psicópatas, ya que son poquísimos los programas y estudios que han tomado medidas evaluativas de psicopatía. Los estudios de Ogloff, Wong y Greenwood (1990) y de Harris, Rice y Cormier (1994) han encontrado en general peores resulta dos en los psicópatas tratados que en otros gru pos clínicos de delincuentes, y, en ocasiones, los grupos tratados han reincidido más que los no tra tados. Dos evaluaciones específicas sobre trata miento de psicópatas son las de Garrido, Esteban y Molero (1996) y Salekin (2002), a las que ha remos referencia más adelante. No obstante, el grueso de la información sobre efectividad de los tratamientos con delincuentes juveniles dimana de programas aplicados, en general, a delincuen tes violentos y sexuales, sin constancia fidedig na —aunque probable en muchos casos, por ra zones muéstrales y del comportamiento exhibido por los sujetos— de la presencia de psicopatía. Así, en el actual estado de cosas, hemos optado por ser extensivos en nuestros análisis de efecti vidad, y presentaremos en este capítulo la infor mación general disponible sobre efectividad de los tratamientos de los delincuentes juveniles y, de forma más específica, los estudios realizados sobre delincuentes sexuales y psicópatas.
2.
2
DEFINICIÓN Y VALORACIÓN DE LOS TRATAMIENTOS PSICOLÓGICOS CON DELINCUENTES JUVENILES
.1 . Psicología y tratamiento de la delincuencia
La psicología cuenta con una larga historia en la atención al problema delictivo y en los intentos de diseñar tecnologías interventivas apropiadas para hacerle frente. Desde el propio origen de la intervención psicológica, y especialmente de la terapia de conducta, podemos encontrar aplicacio nes pioneras en el tratamiento de problemas © Ediciones Pirámide
psicológicos
eficaces
para
la
de lincuencia
juvenil
I
189
vinculados a la violencia y la delincuencia (Ma yor y Labrador. 1984) tales como las de Bechterev (en 1923), Kostyleff (en 1927) y Meigmant (en 1935) sobre desviaciones sexuales. Con posterio ridad, autores de la máxima relevancia en el pro pio origen y desarrollo de la intervención clínica se han ocupado ampliamente del problema delic tivo y del tratamiento de los delincuentes. Por mencionar sólo algunos nombres bien conocidos, bástenos recordar las importante aportaciones del propio Skinner (1968, 1977), Eysenck (Eysenck, 1964; Eysenck y Gudjonsson, 1989), Bandura, cuya importante teoría se desarrolló en cierto gra do a partir de la investigación sobre comportamien to antisocial (Bandura y Walters, 1983), Kazdin (1988; Kazdin y Buela-Casal, 1999) y en nuestro contexto español por investigadores y clínicos como Bayés (1980), Echeburúa (1993; Echeburúa y Corral, 1998; Echeburúa y Guerricaechebarría, 2000). Luengo (1993; Romero, Sobral y Luengo, 1999) y Garrido (1982, 1993). El interés que sus cita en la psicología el problema de la violencia ha llevado recientemente a la revista Psicothema a dedicarle un número monográfico, en el que se revisan los principales ámbitos y temáticas en que la psicología investiga o aplica sus conocimien tos, tales com o violencia juv eni l, biologí a y per sonalidad, psicopatía, desarrollo moral, autoeficacia, maltrato y abuso sexual infantil, maltrato en la pareja y agresiones sexuales, tratamiento y pre vención [Psicotema, 2002, 14 (Supl.)]. Como es evidente, existe un íntimo encaje con ceptual y operativo de las técnicas de tratamiento de los delincuentes en el marco general de la psicopatología y la intervención psicológica. Como hemos visto, diversos trastornos estándar de las nosologías e instrumentos diagnósticos al uso se hacen eco del comportamiento antisocial y pato logías vinculadas, a la vez que el análisis funcio nal de conducta es la herramienta operativa más relevante para la evaluación de los déficit y el di seño de las estrategias de intervención. Muchas de éstas se fundamentan en los mismos principios teó ricos que el resto de la tecnología psicológica, a saber: 1) el manejo de conti ngenc ias de compo r tamiento, especialmente en instituciones juveniles
190 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
y de adultos (programas de economía de fichas, contratos conductuales, sistemas ambientales de contingencias); 2) el aprendizaje social (modela do), y 3) los más recientes desarrollos cognitivoconductuales (habilidades sociales, reestructura ción cognitiva, desarrollo de la empatia, etc.). Por último, un elemento cercano y pragmático motiva el creciente interés de la psicología en este cam po: la delincuencia es en todo el mundo occiden tal uno de los sectores de problemáticas persona les y de interacción en los que la sociedad y los poderes públicos reconocen una mayor necesidad y posible utilidad de la intervención psicológica. Prueba de ello es el notable número de psicólogos que trabajan en el ámbito tanto de la delincuencia ju ve ni l como de la ad ul ta . De es te mod o, a lo lar go de la segunda mitad del siglo xx, ha ido con formándose
una
psicología
del
comportamiento
delictivo, empíricamente fundamentada y cuyas aplicaciones son prometedoras tanto para la pre dicción del comportamiento delictivo (Bonta, Law, Hanson, 1998; Hanson y Bussiére, 1998; Loeber y Stouthamer-Loeber, 1987; Quinsey, Harris. Rice y Cormier, 1998) com o para el diseño e impl emen tación de programas de tratamiento efectivos (An drews, 1995; Andrews, Zinger, Hoge et al., 1990b; Cullen y Gendreau, 1989; Currie, 1989; Dowden y Andrews, 2000; Lipsey, 1990; Wilson y Herrnstein, 1985).
En los apartados que siguen dirigiremos nues tra atención a esta vertiente aplicada de la psico logía. Describiremos las principales técnicas em pleadas internacionalmente con los delincuentes y revisaremos su efectividad, especialmente a partir de la investigación metaanalítica (o de integra ción de información evaluativa) desarrollada a lo largo de los últimos lustros.
2.2. Tratamiento s más frecuentes Según las revisiones efectuadas por otros auto res y por nosotros mismos (Andrews y Bonta, 1998; Andrews, Zinger, Hoge et al., 1990a; Garrido, Stangeland y Redondo, 2001; Gendreau y Ross, 1979; Lipsey, 1992a; McGuire. 1992; Redondo, 1994, 1995; Redondo, Garrido y Sánchez-Meca,
1997; Redondo, Sánchez-Meca y Garrido, 1999b), los principales modelos y técnicas, fundamental mente psicológicas, utilizados en este campo han sido los siguientes: —
Terapias
psicológicas
no
conductuales.
La
creencia de que los delincuentes experimen tan una serie de problemas emocionales pro fundos y que sus comportamientos delic tivos constituyen una mera manifestación externa de esos trastornos (síntoma) tiene una larga tradición en el ámbito clínico en general y en el tratamiento de los delincuen tes en particular. Según esta concepción, el tratamiento debería dirigirse a tratar los pro blemas psicológicos y emocionales subya centes más que al comportamiento delicti vo en sí. Como resultado del éxito obtenido con la terapia psicológica, la conducta de lictiva debería reducirse o desaparecer. Este modelo incluye un heterogéneo grupo de técnicas, tales como las basadas en el mo delo psicodinámico, en una concepción mé dica o patológica del crimen o en la terapia centrada en el cliente. — Intervención educativa. Muchos delincuen tes jóvenes, especialmente los procedentes de ambientes marginales, no completaron sus estudios básicos (graduado escolar, etc.) y, por consiguiente, tienen un gran déficit cultural y educativo que los inhabilita para un adecuado desempeño en diversos ámbi tos de la vida social (obtención y manteni miento de un empleo, relaciones de pareja y familiares, vecinales, etc.). La conclusión es que si queremos ayudar a estos sujetos, una de las principales tareas que hay que realizar es incrementar su nivel educativo a través de programas intensivos de escolarización. — Intervenciones
conductuales.
Las
teor ías
del aprendizaje consideran que la conducta delictiva es fundamentalmente aprendida (Akers, 1997; Bandura y Walters, 1983; Burguess y Akers, 1966). El objetivo de los programas conductuales es emplear los me© Ediciones Pirámide
Guia de tratamientos psicológicos eficaces para la delincuencia juvenil I
canismos del aprendizaje para invertir el proceso, de modo que los sujetos puedan aprender a inhibir su conducta delictiva y puedan poner en práctica nuevos compor tamientos socialmente admisibles. Dos apli caciones paradigmáticas de estos modelos son los programas de economía de fichas y los programas ambientales de contingencias. La economía de fichas es una técnica bien conocida en la intervención terapéutica en general y también en el tratamiento de jó venes delincuentes (Morris y Braukman, 1987; Kazdin, 1988; Kazdin y Buela-Casal, 1999).
El
denominado sistema de fases pro
gresivas es un programa ambiental de con tingencias, con fundamento en los modelos operantes y vicario, que diseñamos y apli camos inicialmente a partir de 1984 en la prisión de jóvenes de Barcelona (Redondo. Portero y Roca, 1985) y que ha sido aplica do posteriormente en diversas prisiones y centros de reforma juvenil españoles y la tinoamericanos (Redondo, Roca, Pérez, Sánchez y Deumal, 1991; Redondo, 1993; Programa de Seguridad Ciudadana —Uru guay—, 2001). Los principales componen tes del sistema de fases progresivas son (Re dondo, 1993):
1. Se establece (dentro de la prisión o cen tro de reforma juvenil) una serie de me tas conductuales que incluyen contenidos fundamentales para la vida social, tales como formación académica y laboral, ha bilidades de interacción, etc. 2. Se estructuran una serie de unidades de vida o fases a las que van a ser asigna dos los sujetos: estas fases difieren entre sí en dos gradientes: a) el nivel de con ducta positiva demandado a los partici pantes, más alto en los niveles supe riores, y h) la disponibilidad de las re compensas institucionales (disponibili dad horaria, visitas familiares, permisos de salida, etc.), más frecuentes o inten sas en los niveles superiores. © Ediciones Pirámide
191
3. Los sujetos son periódicamente reasig nados dentro de las fases según sus me jora s con du ctua le s. Intervenciones
cognitivo-conductuales.
Es
tas técnicas enfatizan la necesidad de ense ñar a los delincuentes todas aquellas habili dades (resolución cognitiva de problemas interpersonales, habilidades sociales, etc.) necesarias para la interacción apropiada y no violenta con otras personas, en la fami lia, en el trabajo o en cualquier otro con texto social. Quizá el programa cognitivo-conductual más completo aplicado con delincuentes juveniles es el que sigue el modelo de «razonamiento y rehabilitación» (McGuire y Priestley, 1989; Ross y Fabia no, 1985; Ross y Ross, 1995). Comunidades terapéuticas. La principal afir mación teórica es que un contexto participativo y saludable en los centros y prisiones ju ve ni le s favore cerá un ma yo r eq ui li brio psi cológico en los internos y reducirá su com portamiento violento, tanto durante su estan cia en las instituciones de custodia como en su futura vida en sociedad. Para ello se su primen los rígidos sistemas de sanción y con trol de las instituciones cerradas y el control de la conducta de los internos se hace recaer en «la comunidad», integrada por el perso nal y los internos, que celebra asambleas periódicas para debatir los problemas plan teados. Esta modalidad de tratamiento ha sido ampliamente utilizada tanto con toxicómanos como en unidades de delincuentes vio lentos condenados a sentencias de larga du ración. Programas de derivación. La teoría del eti quetado (laheling approach) establece que uno de los factores que mantiene la conducta criminal es la estigmatización del sujeto por el propio sistema de justicia criminal. El proceso penal y el encarcelamiento por sí mismos determinan, según esta perspectiva, una devaluación psicológica de la identidad
192
/
Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
de la persona y esto puede promocionar la carrera criminal de los delincuentes. La im plicación práctica de esta posición teórica consiste en la derivación (o diversión) de los delincuentes juveniles desde el sistema de justicia —especialmente desde Ja institucionalización— hacia programas alter nativos de libertad condicional, mediación, reparación del daño, supervisión en la co munidad y trabajo social.
2.3.
Eficacia terap éutica del tratam iento de los delincuentes juveniles
Aunque en la actualidad se está extendiendo con fuerza el uso de las directrices del Task Forcé on Promotion
and
Dissemination
of
Psychological
Procedures para ponderar la efectividad de las téc nicas psicológicas en los distintos cuadros y ám bitos clínicos (Chambless, Sanderson, Shoham et al., 1996; Chambless, Baker, Baucum et al., 1998; Chambless y Ollendick. 2001; Labrador et al., 2000; Fernández Hermida y Pérez, 2001; Pérez y Fernández Hermida, 2001), es difícil su utilización en el campo que nos ocupa debido fundamental mente a la dificultad para la formalización de diseños evaluativos experimentales, en que los su jetos sean as ig na do s es tr ic ta me nt e al azar. Las prin cipales razones para ello son de carácter ético y ju rí dico : en ge ne ra l es in vi ab le , ha bi da cu en ta la gravedad de las conductas consideradas (homici dios, violaciones, robos con violencia, etc.), ya sea dejar sin tratamiento a algunos sujetos —«sólo» por razones metodológicas— estando el tratamien to disponible, ya sea elegir a los participantes en un programa mediante el puro azar, ignorando el grado de riesgo social que presentan. Así pues, aunque existen algunas evaluaciones experimen tales, suelen corresponder a problemas delictivos de menor entidad, siendo mucho más frecuentes en los cuadros más graves los diseños cuasiexperimentales con grupos de comparación.
Ello no significa en absoluto que no exista en este ámbito investigación evaluativa de aceptable calidad metodológica acerca de la eficacia clínica, o efectividad, de las técnicas de tratamiento utiliza
das con distintas tipologías de delincuentes, aun que para ella se ha utilizado fundamentalmente la técnica metaanalítica (Sánchez-Meca, 1997). Así pues, en lo que sigue presentaremos una revisión de los metaanálisis más importantes realizados tan to sobre la eficacia en general de programas de re habilitación de delincuentes jóvenes como, especí ficamente, de delincuentes sexuales y psicópatas. Aunque las medidas de resultado de los progra mas de tratamiento de los delincuentes pueden ser muy heterogéneas en función de cada programa específico, diversas revisiones y la nuestra propia al respecto permiten agruparlas en las siguientes siete categorías principales (Andrews et al., 1990a; Anguera y Redondo, 1991; McGuire, 1992; Lósel, 1995, 1996; Redondo, Garrido y Sánchez-Meca, 1997): 1) adherencia o permanencia en el trata miento; 2) ajuste de los sujetos en las instituciones,
la percepción del clima ambiental, etc.; 3) ajuste psicológico de la personalidad (extraversión/intro versión, psicopatía, hostilidad, etc.) y de las actitu des; 4) ajuste académico/cultural; 5) ajuste en el entrenamiento y práctica laborales: 6) ajuste de las habilidades para la interacción social (mejoras de
las capacidades cognitivas y factores emocionales asociados para la interacción del sujeto con su en torno familiar y social y efectivas mejoras en su conducta de interacción y
comunicación
y
en
su
funcionamiento general), y 7) reincidencia. 2. 3 .1 .
Metaanálisis sobre
generales
delincuentes
juveniles
Los jóvenes son la población de delincuentes que más atención ha recibido en la búsqueda de programas de rehabilitación que resulten exitosos. Hasta la fecha, tenemos conocimiento de, al me nos, doce investigaciones metaanalíticas sobre esta temática. En el primer metaanálisis de este tipo Garrett (1985) analizó 111 programas realizados, mayoritariamente en instituciones, entre 1960 y 1983 que incluían un total de 13.055 sujetos, con una edad promedio de 15,8 años. El tamaño del efecto (TE) global para los 111 estudios fue r = 0,18, un valor de magnitud moderada, pero significativa. En tér© Ediciones Pirámide
Guia de tratamientos psicológicos eficaces para la delincuencia juvenil I
minos de efectividad, este índice refleja que, en general, se obtuvo un 18 por 100 más de eficacia con los jóvenes tratados que con los controles. Pero la magnitud del TE suele estar inversamente rela cionada con el rigor metodológico del estudio. De hecho, los 58 estudios más rigurosos alcanzaron un TE medio r = 0,12, mientras que los 53 menos rigurosos obtuvieron r - 0,30. Esto indica que los resultados deben interpretarse con precaución sin perder de vista la interacción entre la calidad del diseño y los resultados.
193
Las técnicas de intervención más utilizadas fue ron las del aprendizaje por contingencias (el 21,5 por 100 de los estudios), las técnicas grupales (16.5 por 100) y las técnicas cognitivo-conductuales (14 por 100), siendo minoritaria la presencia de técnicas psicodinámicas y otras (p. ej., músicoterapia, tratamiento megavitamínico, etc.). En términos globales (véase la tabla 7.1), los tratamientos agrupados dentro de la «categoría conductual» alcanzaron los mejores resultados de eficacia (r = 0,30), seguidos por los incluidos en
TABLA 7.1 Resultados
del
metaanálisis y
de Garrett (1985) según el modelo el rigor metodológico de los estudios Todos
Categorías
tratamiento
de
intervención
Más rigurosos
Menos rigurosos
A:
(V
r
k
N
Psicodinámica
35
164
0.0 8
27
141
0, 08
Conductual
58
149
0.30
22
62
0.15
Habilidades para la vida
1 5
57
0,15
5
35
Otras
13
63
0.15
11
Total
121
433
0.1S
Técnicas
de
teórico
r
k
Y 8
r
23
0, 08
36
87
0.39
0.16
10
22
0.15
61
0.13
2
2
0.51
65
29 9
0.1 2
56
134
0,31
—
específicas 7
15
0.07
7
15
0.07
—
20
129
0.08
16
118
0.0 7
4
11
0. 22
3
7
0.37
2
5
0, 39
1
2
0.3 2
Aprendizaje de contingencias
26
62
0,39
5
11
0. 11
21
5 1
0.45
Cognitivo-conductual
17
53
0.27
13
42
0.21
4
11
0.48
Interacción en grupo guiada
8
22
0,12
2
6
-0 .1 5
6
16
0.21
Ambiental
5
11
0.15
1
3
-0 ,1 2
4
8
0,25
Drogas/alcohol
1
18
0.14
1
18
0.14
—
Ac ad ém ic a
7
18
0,1 9
1
4
0. 20
6
14
0. 19
Voc aci on al
3
11
0.02
1
5
-0.07
2
—
Exte riore s a la prisió n
4
8
0.18
2
6
0.24
2
6 2
Diferenciales
3
20
0.10
3
20
0. 12
—
7
59
0.14
11
46
0.17
6
Individual Grupal Familiar
Otras
1
k: Número de estudios. N: Número total de sujetos, r: Tamaño del efecto.
© Ediciones Pirámide
—
—
— 13
—
0.02 — 0.015
194
/
Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
III
•
Resp ect o a la reincidencia, el entrenamien to en habilidades para la vida presentó los mejores resultados (r = 0,14), aunque esta cifra se basó únicamente en 20 TE proceden tes de cuatro estudios. Las intervenciones conductuales obtuvieron un TE de magnitud baja (r = 0,09), y las psicodinámicas un TE nulo (r = -0,005). Considerando las técnicas específicas, el efecto positivo de la aproxima ción conductual es atribuible principalmen te a los programas cognitivo-conductuales (r= 0,12) y a los programas de aprendizaje de contingencias (r = 0,12). • Tod os los tratam ientos provocar on un efec to positivo en la medida de ajuste psicológi co, siendo la aproximación conductual la más eficaz (r = 0,34), seguida de las técnicas psi codinámicas (r- 0,21) y de habilidades para la vida (r = 0,20). El programa de contin gencias dentro del enfoque conductual al canzó una mejora mayor que las técnicas cognitivo-conductuales, con TE r - 0,49 y r = 0,30, respectivamente.
la categoría «entrenamiento en habilidades para la vida» (r = 0,15), aunque ambos claramente por encima de la categoría «psicodinámica» (r = 0,08). No obstante, cuando se consideró el rigor meto dológico, las magnitudes de los resultados varia ron. Así, la superior efectividad alcanzada por la categoría conductual se reduce en parte al consi derar sólo los estudios más rigurosos, obteniendo un TE que se igualó al del entrenamiento en habi lidades para la vida (r = 0,15). En cambio, las ca tegorías «psicodinámica» y de «entrenamiento en habilidades para la vida» permanecieron práctica mente inalteradas. Examinando las técnicas espe cíficas sin agrupar por categorías (véase la ta bla 7.1), destacan las técnicas del aprendizaje de contingencias (r = 0,39) y las intervenciones fa miliares (r = 0,37). En su metaanálisis, Garfett también analizó la efectividad para las diferentes medidas de resulta do. La tabla 7.2 presenta los resultados obtenidos con cada modelo teórico de intervención, desde la que podemos destacar los siguientes resultados fundamentales:
TABLA 7.2 Resultados
del
metaanálisis y
de Garrett el tipo de
(1985) según el modelo variable resultado evaluada
teórico
de
intervención
Modelo teórico de intervención Hábil, para la vida
Conductual
Psicodinámico
k
N
r
k
N
r
k
N
r
Reincidencia
15
89
-0.005
16
43
0.090
4
20
0.1 39
Ajuste institucional
16
25
0.124
23
28
0.296
2
2
-0.040
Ajuste
psicológico
25
33
0.210
31
43
0.339
4
7
0.206
Ajuste
comunitario
7
8
0.305
1
1
0. 30 0
2
5
0.187
Mejora académica
3
3
0. 10 9
19
27
0.5 1 1
9
19
0.177
Mejora
2
2
0. 04 0
1
1
14
1
2
-0.045
4
4
0.300
0.395
2
2
0.206
Variable de
Ot ro s
resultado
vocacional
6
6
- O. 1
k: Número de estudios. N: Número total de sujetos, r: Tamaño del efecto.
© Ediciones Pirámide
Guia de tratamientos psicológicos eficaces para la delincuencia juvenil I
El metaanálisis de Gottschalk, Davidson II, Mayer y Gensheimer (1987) se centró exclusiva mente en el estudio de la eficacia a largo plazo de 30 intervenciones conductuales con delincuen tes jó ven es publi cada s entre 1967 y 19 83. La ma yoría de los estudios incluyeron muestras de de lincuentes condenados a prisión y con una edad media de 15,5 años. Las intervenciones más co munes fueron la economía de fichas, el contrato conductual y el modelado. Los mejores resulta dos se alcanzaron con las medidas de «actitud durante el programa» (r = 0,26), seguidas de las de rendimiento académico y de actitud (r - 0,14), comportamiento social (r = 0,12), ajuste global (r = 0,10) y reincidencia (r = 0,06). Estos mismos autores realizaron otro metaaná lisis sobre la eficacia de 90 intervenciones comu nitarias con delincuentes jóvenes (que incluía a 11.000 sujetos) (Gottschalk, Davidson II, Gens heimer y Mayer, 1987). El 74 por 100 de los estu dios incluyeron a jóvenes condenados por el siste ma de justicia, con un promedio de edad de 14,6 años. Las intervenciones predominantes fueron servicios de atención y derivación, apoyo acadé mico o asesoramiento, terapia de grupo y refuerzo positivo. Se alcanzó un TE global de magnitud moderada (r = 0,18), siendo mejores los resulta dos para las medidas de actitud (;• = 0,28) y peores para las de reincidencia (r = 0,11) y comportamien to durante el programa (r = 0,05). Posteriormente, Whitehead y Lab (1989; véase también Lab y Whitehead, 1988) realizaron un metaanálisis de 50 estudios publicados entre 1975 y 1984 utilizando como variable de resultado la reinciden cia. Los autores emplearon como índice del TE el coeficiente phi. Las variables moderadoras que con sideraron fueron el modelo teórico de intervención (modelo conductual vs. no conductual) y el tipo de tratamiento. Los resultados obtenidos fueron poco esperanzadores, ya que pocos programas exhibie ron un coeficiente phi suficientemente alto. Por nuestra parte, consideramos que la metodología metaanalítica seguida por Whitehead y Lab no fue la más adecuada, ya que no aplicaron procedimien tos de ponderación de los TE, sino un simple re cuento del número de estudios que presentaron co © Ediciones Pirámide
195
eficientes phi suficientemente elevados (en concre to, mayores de 0,20, un criterio propuesto por los mismos autores). Estas deficiencias nos impulsaron a reanalizar el metaanálisis de Whitehead y Lab (Sánchez-Meca, Marín-Martínez y Redondo, no viembre 1998) aplicando las técnicas metaanalíticas actualmente reconocidas. Contrariamente a las conclusiones alcanzadas por Whitehead y Lab, nues tros análisis obtuvieron un TE medio de magnitud media-baja (r = 0,11) pero estadísticamente signi ficativo. Además, fueron más efectivos los progra mas conductuales (/• = 0.15) que los no conductua les (r = 0,10). El tipo de tratamiento también afectó a los resultados, siendo efectivos los programas de derivación bajo el sistema judicial (r - 0,15) y los programas comunitarios (r = 0,12), y no siéndolo los programas correccionales o de mera disciplina (r = -0,04). Andrews, Zinger, Hoge et al. (1990a) realiza ron un metaanálisis con el que pretendían dar apoyo empírico a los denominados «principios de necesidad criminogénica» propuestos por An drews (principios de riesgo, de necesidad y de responsividad), según los cuales un tratamiento es más probable que sea eficaz cuando se aplica a casos de alto riesgo y tiene en cuenta, en su dise ño y aplicación, las necesidades criminogénicas específicas de los delincuentes y sus estilos de aprendizaje. Este metaanálisis analizó 154 pro gramas aplicados entre 1950 y 1989, distinguien do entre los marcos comunitario e institucional, calidad metodológica del diseño de la investiga ción (asignación aleatoria versus no aleatoria), sistema de justicia de aplicación (justicia penal ordinaria o juvenil) y la aplicación o no de inter venciones conductuales. El tipo de tratamiento diferen ció entre: I ) conden a penal pina (sin in tervención); 2) tratamiento correccional inapropiado; 3) tratamiento correccional apropiado (es decir, que había tomado en consideración los prin cipios de riesgo, de necesidad y de responsividad). y 4) tratamiento no especificado (aquellos que no se podían etiquetar como adecuados o in adecuados). Los resultados se muestran en la ta bla 7.3 clasificados según las diferentes variables moderadoras analizadas.
196 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
TABLA 7.3 Resultados
del
metaanálisis
de
Andrews
et
al.
(1990a)
Tratamiento correccional Variable
Condena penal Inapropiado
No especificado
Apropiado
-0,06 (26) -0,12 (4)
-0,07 (31) -0,03 (7)
0,13 (29) 0,13 (3)
0,29 (45) 0,34 (9)
-0,07 (21) -0,07 (9)
-0,04 (10) -0,08 (22)
0,15 (18) 0,11 (14)
0,32 (26) 0,29 (28)
-0,05 (24) -0,014 (6)
-0,14 (31) -0.15 (7)
0,12 (27) 0,21 (5)
0,35 (37) 0,20 (17)
-0, 07 (30)
-0, 06 (36) -0,09 (2)
0,13 (31) 0,23 (1)
0,27 (16) 0,31 (38)
-0 .0 7 (30)
-0 ,0 6 (38)
0,13 (32)
0,30 (54)
• Sistema de justicia: — Juvenil — Adulta • Calida d del dise ño: — Débil — Fuerte • Marco de aplicación: — Comunitario — Institucional • Intervención condu ctual: — No — Sí TE medio global
Nota: Entre paréntesis figura el número de esludios.
Como puede observarse, el efecto global de los tratamientos calificados como apropiados, se gún los principios de Andrews, alcanzó un TE de r = 0,30, de magnitud media y positivo, significa tivamente mayor que el alcanzado por los trata mientos no especificados (r = 0,13), los tratamien tos inapropiados (r = -0.06) y las condenas penales puras (r = -0,07). Estos resultados de eficacia se mantuvieron de forma consistente a lo largo de las diversas variables moderadoras analizadas. A este respecto cabe destacar, dentro de los programas catalogados como apropiados, que se lograron mejores resultados con aquellos jóvenes tratados en el marco del sistema penal de adultos (es decir, con jóvenes en prisiones juveniles) (r = 0,34) que en el sistema de reforma de menores (r = 0,29), así como la mayor eficacia exhibida por los pro
gramas conductuales (r - 0,31) frente a los no con ductuales (r = 0,27). Sin duda, uno de los metaanálisis de mayor re levancia en al ámbito correccional ha sido el rea lizado por Lipsey (1992a, 1992b, 1992c) sobre 397 estudios (publicados y no publicados) que comparaban un grupo de control con uno de trata miento. Para cada estudio se codificaron 156 va riables moderadoras que describían aspectos del método, del tratamiento y del contexto del estu dio. Asimismo, se calcularon TE para las diferen tes variables dependientes utilizadas en los estu dios (medidas de reincidencia, psicológicas, ajuste interpersonal, ajuste escolar, ajuste académico, rea lización vocacional y otras). El TE resultante de la diferencia entre los grupos tratados y de control alcanzó un promedio global /• = 0,05, de magnitud ©
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Guia de tratamientos psicológicos eficaces para la delincuencia juvenil I
muy modesta. Sin embargo, la gran heterogenei dad exhibida entre los TE requirió la búsqueda de variables moderadoras que pudieran explicarla. Al aplicar un análisis de regresión múltiple toman do el TE como variable dependiente, el factor más influyente en la variabilidad fue el tipo de tra tamiento, de tal forma que los tratamientos de orientación conductual y mejor estructurados ge neralmente produjeron mayor efecto que el tradi cional counseling y el enfoque de casos. En con creto, los tratamientos de orientación conduc tual redujeron un 20 por 100 la reincidencia en el grupo tratado en comparación con el grupo de con trol. Es común asumir que los tratamientos correc cionales operan primero sobre variables psicoló gicas tales como la autoestima, las actitudes hacia la autoridad y el autocontrol, y que todo ello in fluye en la reducción de la conducta delictiva. Si esto fuera cierto, estudios que mostraran grandes efectos sobre la reincidencia también los deberían ejercer sobre otras variables de carácter psicoló gico. Como se puede observar en la tabla 7.4. aunque las cifras no son elevadas, los tratamien tos produjeron efectos positivos en todas las va riables evaluadas, siendo mayores en las medidas de naturaleza psicológica. Sin embargo, tales cam bios no correlacionaron entre todos los estudios, de modo que no se pudo afirmar que todas estas dimensiones mejoraban uniformemente con los programas. TABLA 7.4 Resultados
Variable de resultado
(1992a)
r
Reincidencia en el delito
0.05
Medidas psicológicas
0,13
Ajuste interpersonal
0,06
Ajuste escolar
0,05
Ajuste académ ico
0,07
Realización vocacional
0.05
Otros
0.04
© Ediciones Pirámide
Más recientemente, Lipsey y Wilson (1998) han realizado una revisión metaanalítica especí fica sobre la eficacia de 200 programas de re habilitación con delincuentes jóvenes violentos (fundamentalmente varones entre 14 y 17 años) publicados entre 1950 y 1995. Analizaron por se parado los efectos de los tratamientos en jóvenes institucionalizados y no institucionalizados. Las intervenciones más frecuentes con jóvenes no ins titucionalizados fueron el counseling, los progra mas de habilidades sociales y para la vida y los tratamientos multicomponentes. Para la muestra de jóvenes institucionalizados los tratamientos más frecuentes fueron el counseling, los progra mas de habilidades y los programas residencia les en comunidad. Aunque de magnitud modesta, el TE medio glo bal obtenido fue positivo y estadísticamente sig nificativo (r = 0.06). Tras un análisis de regresión múltiple, se pudo comprobar que la magnitud del TE era, al menos parcialmente, función de las si guientes características: 1. 2. 3. 4.
del metaanálisis de Lipsey según la medida del resultado
197
El tipo de asi gna ción a los gru pos de inter vención, siendo los estudios con asignación aleatoria los que obtuvieron TE menores. El tiem po de segu imien to, obse rván dose resultados más bajos en los seguimientos más prolongados. El tamaño de la muestr a: a mayo r tam año muestral, menor TE. La poten cia estadís tica: a mayo r potenc ia estadística, menores TE.
La tabla 7.5 presenta los TE obtenidos según el tipo de tratamiento y según que los sujetos reci bieran el tratamiento en régimen institucional o no institucional. Como se puede observar, en general el efecto fue mayor en los programas no institu cionales, en los que los jóvenes se encontraban principalmente bajo libertad condicional. En las intervenciones no institucionales, los TE se relacionaban con más fuerza con las caracterís ticas de los jóvenes, especialmente con su historia previa de delitos y el tipo y cantidad de tratamien to. En cambio, en las intervenciones con jóvenes
198 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
TABLA 7.5 TE obtenidos en el metaanálisis de Lipsey y Wilson (1998) en función del tipo de programa y del régimen de la intervención Régimen de la intervención Institucional
No institucional
Tipo de tratamiento Habilidades interpersonales Enseñanza en el hogar
r
k
0.23
3
—
—
k
r
3
0,19
6
0.20
Asesoramiento individual
8
0.25
8
0,04
Programas conductuales
7
0.24
2
0,10
17
0.12
6
0,05
8
0,12
Servicios múltiples Residencia comunitaria
—
—
Libertad condicional con restitución
10
0.08
—
—
Otros programas
14
0.04
19
0,05
Relacionados con el empleo
4
0,06
2
0,09
Programas académicos
2
0.05
—
—
Programas de apoyo/trabajo social
6
0,05
—
—
Asesoramiento en grupo
9
0.01
9
-0,005
Grupo guiado
—
—
7
0,06
Abstinencia de drogas
—
—
5
0,01
—
8
0,12
17
-0,0 4
Programas basados en la experiencia
4
0 .06
5
Liberación temprana, condicional
2
0,05
—
Disuasión
6
-0,015
—
Programas vocacionales
4
-0,08
—
Asesoram iento familiar Libertad condicional
Terapia ambiental
—
Total
117
institucionalizados, el tipo y cantidad de tratamien to presentaba una relación moderada con los efec tos, y las características de los jóvenes no mostra ban ninguna relación en especial. En una investigación llevada a cabo con la mis ma base de estudios del metaanálisis anterior,
— 0,07
—
— 0,02
—
3
0.01
83
0,05
Lipsey (1999a) presenta resultados adicionales a los expues tos en Lipsey y Wil son (1 998). Al analizar de nuevo por separado los programas aplicados sobre jóvenes institucionalizados y no institucionalizados, obtuvo los siguientes resul tados. © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la delincuencia juvenil I
• Intervenciones
con
jóvenes
no
• Intervenciones
con
jóvenes
institucionaliza
dos. De los 83 programas para delincuentes ins titucionalizados, 74 se implementaron dentro de instituciones del sistema de justicia juvenil y nueve en prisiones bajo una administración pri vada o sanitaria. Según los resultados que se pre sentan en la tabla 7.7, los programas más eficaces son el entrenamiento en habilidades interperso nales (r = 0,19) y en habilidades para la convi vencia (r = 0,17). Ese mismo año Lipsey (1999b) publicó otro metaanálisis sobre los efectos de la intervención con delincuentes juveniles, de 12 a 21 años, a par tir de una exhaustiva búsqueda realizada desde 1985, que recogió 401 estudios, 196 relacionados con la aplicación de programas «basados en la experiencia o vivencia directa» (enmarcados den tro del sistema de justicia juvenil o basados en la comunidad) y 205 calificados como programas de © Ediciones Pirámide
TABLA 7.6
instituciona
lizados. Los 117 estudios con jóvenes no institu cionalizados aplicaron programas muy diversos, siendo el más frecuente el counseling, seguido de programas de entrenamiento en habilidades y servicios múltiples. La duración de los pro gramas oscilaba entre las diez y las 30 semanas, entre uno y cuatro contactos por semana. Para identificar las características de la intervención que más estaban influyendo en la reducción de la reincidencia, se crearon cuatro categorías refe ridas a las características de los jóvenes delin cuentes, las características del programa, el tipo de intervención y la cantidad de servicios pro porcionados durante éste. La tabla 7.6 presenta los resultados de eficacia para los diferentes tipos de intervención, destacando el asesoramiento indi vidual (r = 0,22), el entrenamiento en habilida des interpersonales (r = 0,21) y los programas conductuales (/• = 0,20). Lipsey concluyó que las características más apropiadas para una intervención con delincuen tes juveniles no institucionalizados son las de incluir una buena intervención junto a un pro grama más específico que el habitual, una bue na implementación y un seguimiento de seis me ses o más.
199
Resultados para
del metaanálisis los jóvenes fuera
de de
Tipo de intervención
Lipsey (1999a) instituciones ,. k .
r
Efectos positivos y evidencia consistente
Asesoramiento individual Entrenamiento en habilidades interpersonales Progr amas condu ctuale s
8
0,22
3 7
0,21 0,20
17 10
0,14 0,07
4 2
0,11 0.10
6 8 9
0,0 9 0,09 0,05
12
-0,02
Efectos positivos y evidencia menos consistente
Servicios múltiples Restitución /libertad condici onal Efectos generalmente positivos pero mezclados, evidencia inconsistente
Programas relacionados con el empleo Programas académicos Asesoramiento jurídico o trabajo social Asesora mient o familiar Asesora mient o en grupo Efectos débiles o nulos, inconsistente
evidencia
Libertad condicional Efectos débiles o nulos, consistente Wilderness Liberación Progra mas Programas
evidencia
o challenge temprana bajo palabra de aislamiento vocacionales
4 2 6 4
0,06 0,015 0,03 0.09
«demostración o teóricos». El TE obtenido para los programas basados en la experiencia fue de /• = 0,0 3, y de r = 0,06 para los programas demos trativos, que son efectos bajos aunque positivos y consistentes. Según el tipo de intervención aplica do se obtuvieron los resultados que se presentan en la tabla 7.8.
200
/
Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
TABLA 7.7 Resultados del metaanálisis de Lipsey (1999a) para los jóvenes dentro de instituciones Tipo de intervención
1
T
Efectos positivos y evidencia consistente
Entrenamiento en habilidades interpersonales Entrenamiento en habilidades para la conv iven cia
3
0,19
6
0.17
17 8 6
0,16 0,14 0,10
8 7 9
0,07 0,04 0,02
2 5 5
0,07 0,04 0,03
3
0,04
Efectos positivos y evidencia menos consistente
Progra mas conduct uales Programa s en residencia comunita ria Servicios múltiples Efectos generalmente positivos pero mezclados, evidencia inconsistente
Asesor amient o individual Asesoramiento en grupo dirigido Asesora miento en grupo Efectos débiles o nulos, evidencia inconsistente
Programas relacionados con el empl eo Abstinencia de drogas Wilderness o challenge Efectos débiles o nulos, evidencia consistente
Terapia ambiental
Como se puede observar, los TE alcanzados fueron en general de escasa magnitud. Para pro fundizar en qué dimensiones importantes podían estar influyendo en la efectividad global de los pro gramas basados en la experiencia, se estudiaron las características de los jóvenes delincuentes, la cantidad de tratamiento administrado durante la intervención y las características generales del pro grama. A través de un análisis de regresión múlti ple se obtuvieron los siguientes resultados:
• Los mayores efectos se asoci aron con pro gramas patrocinados por el sistema de justi cia de menores —no en prisiones—, admi nistrados por personal de ese sistema y cuya participación era obligatoria. • La duraci ón del trata mient o (media na = 18 semanas) y el número de horas de contacto por semana (mediana = cinco horas) presen taron una asociación positiva con el TE. • Los efectos sobre la reinci denci a variaban en función del tipo de jóvenes. En particular, muestras de chicos con una historia previa de delitos (principio de riesgo de Andrews) mostraron una reducción mayor en el índice de reincidencia. Los programas de «supervivencia en la natura leza» (programas wilderness o challenge) han re cibido considerable atención como intervencio nes rehabilitadoras y preventivas con jóvenes con problemas de conducta, especialmente con delin cuentes juveniles. En ellos los jóvenes participan en actividades físicas como escalada, senderismo, etc., pero siempre sobre la base de la educación basada en la experiencia («aprender haciendo»). Se plantean situaciones que requieren de la coopera ción y la interacción con los otros para solucionar las con éxito. Así, se aprende un nuevo modelo de conducta prosocial a la vez que se mejora la au toestima, el locus de control y las habilidades in terpersonales y se facilita su generalización a situa ciones externas al programa. Wilson y Lipsey (2000) han realizado más recientemente un metaanálisis con 22 estudios sobre la eficacia de estos programas, implicando una muestra total de 3.000 sujetos, de 13 a 15 años. La variable reincidencia mostró un TE global de r = 0,089, valor modesto aunque po sitivo y estadísticamente significativo. En cuanto al resto de medidas de resultado, los TE alcanzados fueron más prometedores en ajuste escolar y auto estima (ambos con /• = 0,15), en ajuste interperso nal (r = 0,14) y en otras medidas de ajuste psicoló gico (r = 0,12), siendo muy bajo en locus de control (r = 0,05). Otro elemento relacionado con el TE fue la in teracción entre la duración del programa «superEdiciones Pirámide
Guia de tratamientos psicológicos eficaces para la delincuencia juvenil I
201
TABLA 7.8 Resultados del metaanálisis de Lipsey (1999b) según el tipo de intervención Bajo justicia juvenil
Basados en la comunidad
Programa
Libertad
Programa
r
condicional
Residencial
Supervisión intensiva Restitución Asesoramiento Otros progra mas Postliberación/libertad
k
5 5 12 10
0,09 0,08 0,07 0,04
3 2
0,09 0,15
Programas
Supervisión intensiva Otros programas
8 21 17
Individual Familiar Otros progr amas
0,00 0,005 0,03
6 6
4 3 6 7
0,05 0,005 0,07
0.00
1 1
18 6
0,005 0,02 0,12
Habilidades
Acadé micas Relacionad as con el emple o Otros programas Service brokerage Servicios múltiples
Aislamiento
Encarcelamiento de choque Otros programas
0,05
Asesoramiento y trabajo en casa
Institucional
Residencia comunitaria Asesoramiento Otros programas
6 escolares
Clases especiales Tutorías Asesoramiento Otros programas
condicional
r
-0,05 0,00
vivencia» y el hecho de incluir o no terapia en la intervención. Como se puede observar en la ta bla 7.9, la inclusión de un programa terapéutico activo mejora la efectividad tanto de las inter venciones de «supervivencia» de larga duración (r = 0,10) como, especialmente, las de corta du ración, cuya efectividad se duplica (r = 0,25). Ello
3 14 5 9 9
0,18 0,01 -0,23 0,11 -0,06
llevó a los autores a concluir que las dos caracte rísticas más influyentes del programa fueron la intensidad de la actividad física y si se incluían metas que persiguieran logros terapéuticos espe cíficos, ya que los programas con estas caracte rísticas produjeron las mayores reducciones en la reincidencia delictiva.
TABLA 7.9 Tamaños del efecto en función de la duración del programa y la terapia (Wilson y Lipsey, 2000) Tera pia Duración
No terapia
k
r
Prog ram as de una a seis sema nas
4
0,25
Program as de larga duración
3
Total
7
© Ediciones Pirámide
k
Total r
k
r
0.1 1
1
0,15
0,10
13 2
-0 ,07
5
0.00
0,18
15
0,05
22
0,09
202 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
El estudio metaanalítico más reciente sobre de lincuencia juvenil de que tenemos noticia ha sido efectuado por Latimer (2001), que integró 35 es tudios realizados entre 1973 y 1999 sobre la efi cacia de intervenciones familiares, con una mues tra total de 17.141 del incue ntes juv eni les . Los resultados obtenidos al comparar los grupos expe rimentales con los controles (que habían recibido una intervención tradicional, no centrada en la fa milia) evidenciaron que en promedio los sujetos tratados tuvieron menores tasas de reincidencia, con un TE medio r = 0,15. Dentro de las caracte rísticas de los programas, el único factor relacio nado con la efectividad fue la participación volun taria de los sujetos. En cuanto a los participantes, la única variable moderadora significativa fue la edad: los tratamientos dirigidos a edades inferio res a los 15 años mostraron índices de reinciden cia menores. Por último, se detectó una relación negativa y significativa entre la calidad metodo lógica de los estudios y el TE: aquellos estudios de escaso rigor tenían mayores efectos que los tra bajos metodológicamente fuertes. Por nuestra parte (Sánchez-Meca y Redondo, 2002), tomando como base anteriores trabajos metaanalíticos (Redo ndo et al.. 1 9 7: Redondo. SánchezMeca y Garrido, 1999a), hemos efectuado un reciente metaanálisis de 17 programas europeos, desarro llados entre 1980 y 2001, con un total de 2.775 de lincuentes juveniles, distinguiendo tres categorías de jóvenes: adolescentes (< 16 años), jóvenes (1621 años) y grupos mixtos (jóvenes y adultos, con una media de edad inferior a los 29 años). (Se in cluye relación de los estudios de este metaanálisis al final de las referencias bibliográficas.) Obtuvi mos un TE global r = 0,18, lo que supone un 18 por 100 menos de reincidencia en los grupos de inter vención que en los de control. Como quiera que la prueba global de homogeneidad resultó significati va [ Q t ( 16) = 162.2 23, p < 0,0001], procedimos a analizar el influjo de diversas variables moderado ras. El análisis de varianza sobre la edad cons tató diferencias significativas entre las categorías [Q„(2) = 64.274, p < 0,0001], observándose una pro gresiva disminución de la eficacia al aumentar la edad: la efectividad media de los seis programas Ü
aplicados a la categoría adolescentes fue de r = 0,49, los ocho programas con jóvenes obtuvieron un r = 0,15 y para los tres con grupos mixtos (que in cluían a sujetos adultos) un r = 0,11. Los diferentes modelos teóricos de intervención reflejaron dife rencias significativas entre sí [Q (5) = 23.427, p = 0,0003]. Los mejores resultados fueron obteni dos por los tres programas educativos (/• = 0.42). seguidos de los cinco programas de derivación (r = 0,29), los tres basados en co munid ades tera péuticas (r = 0,14) y los cuatro programas cogniti vo-conductuales (r = 0,12). El único programa que aplicó un modelo de disciplina no alcanzó un TE significativo (r = 0,12), como tampoco lo consi guió el único programa psicológico no conductual (/- = 0,06). Estos análisis deben tomarse con suma cautela por dos razones fundamentales. La prime ra, de índole metodológica, habida cuenta del redu cido número de estudios incluidos en cada catego ría teórica. La segunda, de orden sustantivo, en el sentido de que los modelos teóricos en que los au tores dicen basar sus intervenciones —información que nos ha servido de base para el presente aná lisis— no necesariamente informan de los concre tos contenidos utilizados en los programas (Lósel, 2000). En el presente caso, programas educativos, cognitivo-conductuales y comunidades terapéuticas ju ve ni le s po se en mu cha s má s si mi li tu de s en tre sí que diferencias los separan, en lo concerniente a las concretas acciones emprendidas con los jóvenes, y ello pese a las distintas perspectivas de enfoque teó rico aducidas por los respectivos autores. B
2.3.2.
Metaanálisis delincuentes
específicos sexuales
y
sobre psicópatas
Hemos revisado tres metaanálisis específicos sobre la eficacia de los programas de tratamiento con delincuentes sexuales, adultos y jóvenes, y dos con psicópatas.
2.3.2 .1. Programas con delincuentes sexuales El primero correspondiente a delincuentes se xuales fue realizado por Hall (1995), que integró O Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la delincuencia juvenil I
los resultados de 12 estudios, con un total de 1.313 sujetos implicados. En estos estudios se había comparado un grupo de tratamiento con otro con trol que recibía un tratamiento alternativo, o nin guno, y además incluían medidas de reincidencia por la comisión de nuevos delitos sexuales. La duración media de los programas aplicados en los distintos estudios fue de 18,5 meses, y el período medio de seguimiento tras la finalización del tra tamiento, de 6,8 años. El TE global obtenido fue r = 0,12, que puede considerarse de magnitud baja aunque superior al de otros metaanálisis ya revisados. Un dato espe cialmente destacable de este trabajo es que uno de los dos estudios con mayor TE (r = 0,55) fue de sarrollado con agresores sexuales adolescentes, lo que sugiere que la intervención precoz durante la adolescencia puede impedir que se cronifiquen modelos de agresión sexual. Por otra parte, los estudios que aplicaban tratamientos cognitivo-con ductuales (r = 0,29) u hormonales (r = 0,31), aun que no diferían entre sí estadísticamente, lograron efectos significativamente mayores que el resto, hecho que no ocurría con los programas exclusi vamente conductuales (r = -0,10). El segundo metaanálisis sobre delincuentes sexuales fue realizado por Polizzi, McKenzie y Hickman (1999), que evaluaron 21 programas aplicados tanto en prisión como fuera de ella. Los diversos tratamientos fueron catalogados como: 1) efectivo; 2) no efectivo; 3) prometedor, y 4) no se sabe. Los TE fueron muy variables, os cilando entre -0,23 y 0,70. El 50 por 100 de los estudios mostraron diferencias estadísticamente significativas a favor de los tratamientos para de lincuentes sexuales. De seis estudios con efectos positivos, cuatro incorporaban técnicas cogniti vo-conductuales. Los programas que aplicaban estas técnicas fuera del contexto de una prisión fueron valorados como «efectivos». Los que se desarrollaban dentro de las prisiones aplicando también técnicas cognitivo-conductuales se ca lificaron de prometedores. Sin embargo, lo re ducido de la muestra impidió obtener conclusio nes diferenciadas según la tipología del agresor sexual. © Ediciones Pirámide
203
Gallagher, Wilson y MacKenzie (1999; véase también Gallagher, Wilson et al., 1999) metaanalizaron los resultados de 26 evaluaciones indepen dientes de programas para delincuentes sexuales, aplicados a partir de 1975, en su gran mayoría con hombres adultos (sólo se incluyeron en la muestra tres estudios con delincuentes juveniles). De estas 26 evaluaciones, el índice promedio de reinciden cia sexual fue más bajo para la condición de tra tamiento que para la muestra de comparación, evi denciando un positivo y estadísticamente significa tivo TE (r = 0,23), aunque de magnitud moderada. La distribución de los TE osciló entre -0,31 y 0,66, resultando altamente heterogénea. Para comprobar qué tipo de tratamiento era más efectivo se clasifi caron los programas de intervención en cinco cate gorías o modelos, obteniéndose los TE medios que se muestran en la tabla 7.10.
TABLA 7.10 Resultados del metaanálisis de Gallagher et (1999) según el tipo de programa
al.
k
r
4
0,11
13
0,23
Psicos ocial en gener al
3
0.10
Medicación hormonal con psicote rapia
5
0,30
Castración quirúrgica
1
0.66
Tipo de programa
Conductual Cognitivo-conductual/Prevención de respu esta
En la categoría de programas conductuales (r = 0,11) se incluyeron cuatro estudios que enfatizaban componentes conductuales, como terapias aversivas, sensibilización encubierta y saciación. La mayor parte de los estudios aplicaron progra mas cognitivo-conductuales con prevención de res puesta (r = 0,23); estos programas se centraban en la enseñanza de procesos de pensamiento y habi lidades necesarias para controlar la conducta des-
204 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
viada y saber identificar y resolver situaciones de alto riesgo. Tres programas psicosociales (r = 0,10) consistían en educación sexual, entre otras técni cas. Cinco estudios utilizaron la administración de inyecciones hormonales' combinadas con psico terapia (r = 0,30). Por último, un estudio alemán había evaluado la utilización de la castración qui rúrgica como «técnica» de intervención (r = 0,66) . El contexto bajo el cual se administraba el trata miento también fue un potencial moderador de los resultados. Cuando los tratamientos se aplicaban en un contexto institucional, el efecto era menor (/• = 0,18) que en situaciones externas (r = 0,29). El contexto institucional del tratamiento puede además reflejar el tipo de delincuente sexual incluido en el programa, ya que los sujetos más violentos, como los violadores, es más probable que estén institu cionalizados y reciban tratamiento en el propio sis tema de justicia criminal. 2
2.3.2.2.
Programas con psicópatas
Los psicópatas han recibido hasta ahora una menor atención
tanto
en
¡o
relativo
al
número
de
programas de tratamiento aplicados como, en con secuencia, al menor número de estudios evaluativos publicados. Posiblemente, una de las razones sea la creencia general entre los clínicos y los in vestigadores de que la psicopatía (adulta y ju venil) es muy resistente al tratamiento. Garrido, Esteban y Molero (1996; Esteban, Garrido y Sán chez-Meca, 1996) revisaron 26 estudios evaluativos, cuyo criterio fundamental de selección fue que se hubiera ponderado el rasgo psicopatía en las •muestras a partir de alguno de los siguientes tres instrumentos clínicos: la escala de psicopatía del MMPI, el PCL (Psychopaty Checklist) de Haré o
Se han utilizado tres medicaciones reductoras del im
1
pulso sexual masculino: el acetato de ciproterona, el aceta to de medroxiprogesterona y, más modernamente, el agonis ta análogo de la hormona liberadora de la gonadotropina (Marshall \ R e d o n d o . 2002). Por sorprendente que pueda resultar, en décadas pasa das, en Estados Unidos, Canadá y en algunos países europeos (Alemania, Suecia) se ha utilizado legalmente la castración ICMIRHI 2
los criterios del trastorno antisocial de personali dad del DSM. A decir de los autores, en realidad pocos estudios habían medido realmente el rasgo psicopatía, sino preferentemente elementos con ductuales como el consumo de drogas o alcohol o personalidad antisocial. Se analizaron los datos de efectividad en una doble dirección: A) comparán dolos con los obtenidos por otros grupos de delin cuentes con diagnósticos distintos del de psicopa tía, y B) pre-post, antes y después del tratamiento. Todos los resultados fueron sensiblemente nega tivos y contraproducentes. En A, los grupos de psicópatas (especialmente los seleccionados me diante el PCL) mostraron siempre peores re sultados que los restantes tipos de delincuentes {r = -0,21), especialmente en la medida más im portante, la reincidencia (r = -0,30). En B, se ob tuvo un resultado positivo durante la medida post (r = 0.20) que, sin embargo, se evaporó completa mente en la evaluación de seguimiento (r = 0.00). Con todo, los mejores resultados del tratamiento con los psicópatas se asocian a la menor edad de los sujetos, a la presencia moderada de la psico patía (vs. a/ta o pura) y a ia aplicación de los pro gramas en contextos penitenciarios y residencia les estructurados, durante un tiempo prolongado (Garrido, 2002). No cabe duda de que en el caso de los psicópa tas la intervención clínica con delincuentes se en frenta a uno de sus mayores retos, y éste deberá constituir uno de los quehaceres importantes de los próximos años. No obstante, el reciente metaaná lisis realizado por Salekin (2002) desprende cier to optimismo en el tratamiento de los psicópatas. Este autor integró 42 estudios publicados entre 1928 y 1996, con un total de 1.147 psicópatas (860 tratados y 287 no tratados) y una edad media de
con algunos delincuente s sexuales persistentes, ge neralmente de forma consentida por los propios sujetos y previa autoriza ción de un tribunal. En nuestro sis tema juríd ico es impensa ble una medida de este tipo. Por otra parte, y aunque basta el sen tido común para imaginar que la castración tendrá un certero efecto reductor del impulso sexual, sus inconvenientes psicobiológicos y éticos superan con creces sus eventuales bene ficios. © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la delincuencia juvenil I
onaliilidad rasgo con tal o tos de ja rá ndelinicopaiento. nega os de • me;s re lentes ís imse oba post ipleta0,00). niento iad de psicots prolenciamgado
22,4 años, siendo la mayoría de ellos hombres (91 por 100). Surgen algunos problemas en la inter pretación de los resultados de este metaanálisis al considerar que: a) algunos de los estudios inclui dos eran diseños de caso único; b) de los estudios de grupo, sólo ocho incorporaban un grupo de con trol; c) no se aportan medidas de reincidencia, sino una mezcla de diferentes medidas de eficacia, en tendida como disminución de síntomas psicopáti cos, y d) los estudios aplicaron criterios diferentes para el diagnóstico de la psicopatía; en concreto, la mitad de ellos utilizó la conceptualización de Cleckley (1976), cuatro utilizaron la más actual de Haré (1991), otros cuatro la de Craft (1968), dos la de Partridge (1928) y 11 estudios no especifica ron el criterio utilizado. La tabla 7.11 recoge los resultados de eficacia obtenidos por los programas según el modelo teó rico de intervención. Teniendo en cuenta que la mayoría de los estudios no poseían grupo de con
lutorizapensable a el sen il certero ES pSlCO-
o bene-
-.rimi.Je
| P
trol, y que los ocho grupos de control incluidos obtuvieron una tasa media de recuperación de p = 0,20, una estimación del TE similar a la utili zada en los metaanálisis previos aquí revisados consiste en calcular la diferencia entre las pro porciones de éxito obtenidas en cada tipo de pro grama y la de los grupos de control (0,20 en nues tro caso). Dejando al margen las categorías de tratamiento representadas por un único estudio, cuatro tipos de intervención alcanzaron un TE sig nificativo: las intervenciones eclécticas (r = 0,66), la farmacoterapia (r = 0,50), los programas cog nitivo-conductuales (r = 0,42) y las técnicas psicoanalíticas (r = 0,39). Por el contrario, ni la comunidad terapéutica (r = 0,05) ni la terapia electroconvulsiva (r = 0.02) lograron una tasa de re cuperación superior a la de los grupos de control. Si tenemos en cuenta que de los dos programas catalogados como «farmacoterapia» uno de ellos incluía terapia cognitivo-conductual y que ambos
TABLA 7.11 Resultados
del
metaanálisis
Tipo de intervención
icópase endeberá ; de los ¡taanáe cierSpatas. i entre is(860 ídia de
205
Psicoanalítica
de
Salekin
(2002)
según
el
M
k
tipo
de
intervención P
r
17
88
0.59
0,39
Cognitivo-conductual
5
246
0,62
0,42
Comun idad terapéutica
8
371
0.25
0,05
Procedimientos de acción
1
20
0,88
0,68
Ecléctica
2
62
0,86
0.66
Farmacoterapia
2
10
0,70
0,50
Terapia electro convul siva
2
9
0,22
0.02
Construcción personal
1
46
1,00
0. 80
Terapia racional
1
1
1,00
0.80
Psic odr ama
1
1
1,00
0,8 0
Sin especi ficar
1
6
0.17
-0.03
Grup os de contr ol
8
287
0,20
—
N: Número total de sujetos, p: Proporción media de éxito, r: Estimación del TE consistente en calcular la diferencia entre la proporción media de éxito para cada tipo de intervención y la proporción media de éxito de los grupos de control (p = 0.20). © Ediciones Pirámide
206
/
Guía
de
tratamientos
psicológicos
eficaces
III
tenían tamaños muéstrales muy bajos (sumando un total de sólo diez sujetos), los programas claramen te más eficaces se reducen al enfoque ecléctico, al psicoanalítico y al cognitivo-conductual. Si ade más consideramos que en la categoría ecléctica se incluyeron programas que combinaban técnicas cognitivo-conductuales con aproximaciones orien tadas a la toma de conciencia, los resultados de este metaanálisis apuntan hacia el enfoque cogni tivo-conductual, solo o en combinación con otras técnicas psicoterapéuticas y de toma de concien cia, como el tratamiento de elección para delin cuentes psicópatas. Especial interés para nuestros propósitos tie ne comentar uno de los estudios del metaanáli sis de Salek in (200 2) que aplic ó un prog ra ma orientado a la acción sobre una muestra de 20 jóvenes psicópatas y que alcanzó una tasa de éxito de 0,88 (Ingram, Gerard, Quay y Levinson, 1970), lo que supone un TE de magnitud elevada (/ = 0,68). El programa estaba orientado a la bús queda de sensaciones y, como tal, mantuvo a los jóvenes in tere sado s en el tratamiento . Esta carac terística, junto con una selección escrupulosa de la plantilla para conseguir profesionales experi ment ados en el tratam iento de jóv ene s psicópa tas, parecen ser las claves del éxito de dicho pro grama. Finalmente, también de especial relevancia son los resultados obtenidos por Salekin al analizar la eficacia de los programas en función de la edad de los psicópatas, distinguiendo entre jóvenes y adultos. Los ocho programas aplicados sobre jó venes psicópatas alcanzaron un TE muy superior (r = 0,76) al obtenido por los 22 programas con psicópatas adultos (r = 0,43), si bien en ambos casos se obtuvieron resultados positivos. En conclusión, aunque los resultados del metaanálisis de Salekin (2002) arrojan alguna luz de esperanza en favor del tratamiento de la psicopa tía, se hace preciso que una nueva generación de investigaciones empíricas permita confirmar tales expectativas diseñando estudios evaluativos me todológicamente más fuertes e incorporando de forma sistematizada la medida de la reincidencia en el delito.
3.
CONCLUSIONES
Los estudios metaanalíticos revisados sobre la eficacia del tratamiento de los delincuentes juve niles obtienen, en conjunto, un resultado r favora ble de entre 0,10 y 0,15 (o entre el 10 y el 15 por 100 de beneficio, superior en los grupos tratados que en los de control) en las diversas variables de eficacia evaluadas. Tales resultados son modera dos y más bajos que los obtenidos por la psicote rapia clínica en general, pero, sin duda, relevan tes, habida cuenta de las dificultades inherentes a la rehabilitación de los delincuentes juveniles, a las que ya hemos aludido. Otra conclusión evidente es la notable heterogeneidad de resultados obteni dos, como puede observarse en las tablas 7.12 y 7.13, en las que se resumen los TE medios al canzados en los diferentes metaanálisis aquí revi sados y en las respectivas medidas de eficacia eva luadas. Como puede verse en la tabla 7.12, la reinci dencia en el delito ha sido la medida de resultado más estudiada y la que refleja los beneficios más débiles en comparación con las demás medidas. Así, la mejora de la reincidencia media de los di versos metaanálisis asciende a r = 0,07. Traduci do al índice BESD, implicaría que la tasa de rein cidencia media en los grupos de intervención se sitúa en el 46,5 por 100, frente al 53,5 por 100 en los grupos de control. Aunque de magnitud baja, se trata de un efecto consistente que se repite en todos los metaanálisis revisados. En el extremo correspondiente a la mayor eficacia se sitúan las medidas de ajuste psicológico, con un TE medio r = 0,19, seguidas de las de ajuste institucional (/ = 0,17), ajuste escolar (r = 0,13) y ajuste so cial (r = 0,11), siendo las medidas de ajuste labo ral las que peores resultados obtienen, incluso por debajo de las de reincidencia (r = 0,03). En cual quier caso, los promedios calculados a través de los metaanálisis anglosajones deben interpretarse con precaución, ya que existe cierto grado de solapamiento entre las muestras de estudios. Así, el metaanálisis de Lipsey (1999b), que es el más com prensivo, incluye muchos de los estudios de los restantes metaanálisis anglosajones. © Ediciones Pirámide
Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la delincuencia juvenil I
207
TABLA 7.12 Resumen
de
los
metaanálisis
revisados
sobre
delincuentes juveniles
Medida de resultado Metaanálisis
k
Rein e.
Aj. inst.
Aj. psic.
Aj. soc.
Aj. esc.
Aj. lab.
111
0,05
0,24
0,28
0,28
0,37
-0 ,0 2
Gottschalk et al. (1987)
30
0,06
0.26
0,14
0.12
0.14
—
Gottschalk et al. (1987)
90
0. 1 1
0,05
0,28
—
—
—
Whitehead y Lab (1989)
50
0,11
—
—
—
—
—
Andrews et al. (1990)
30
0,10
—
—
—
—
—
Lipsey (1992a)
397
0.05
—
0,13
0.06
0.06
0.05
Lipsey y Wilson (1998)
200
0,06
—
—
—
—
—
Lipsey (1999a)
200
0,06
—
—
—
—
—
401
0,04
—
—
—
—
—
Wilson y Lipsey (2000)
22
0.09
—
0.1 1
0,14
0,15
—
Latimer (2001)
50
0,15
—
—
—
—
—
Sánchez y Redon do (2002)
17
0,18
—
—
—
—
—
1.398
0,07
0,17
0.19
0.1 1
0,13
Garrett (1985)
a
Lipsey (1999b)
Media ponderada
h
k: Número de estudios. Aj. soc: Ajuste social. Aj. esc: " Es la misma muestra que La media se ha obtenido b
Reine: Medidas de reincidencia. Aj. inst.: Ajuste institucional. Aj. psic.: Ajuste psicológico. Ajuste escolar. Aj. lab.: Ajuste laboral. la de Wilson y Lipsey (1998), por lo que no entra en el cómputo global. ponderando cada TE, r, por el número de estudios, k.
En relación con el tratamiento de los delincuen tes sexuales, el TE medio de los tres metaanálisis aquí revisados alcanza un valor r - 0,21 (véase la tabla 7.13). En términos del BESD, los grupos de intervención presentarían una tasa promedio de reincidencia de en torno al 39,5 por 100, frente al 60,5 por 100 de los grupos de control. Este resul tado de eficacia es paradójico y contrario al más habitual en la investigación, que suele situar la rein cidencia sexual típica en torno al 20 por 100 y la efectividad alrededor de r = 0,10 (o 10 por 100) (Lósel, 2002). Pese a ello, es preciso tener en cuen ta que resulta mucho más difícil obtener registros fiables de la reincidencia sexual debido a su pro pia idiosincrasia, la cual favorece una mayor cifra negra de criminalidad. <
t ulici ones Pirá mide
0,03
TABLA 7.13 Resumen de sobre
los metaanálisis revisados delincuentes sexuales
Metaanálisis
k
Reine.
Hall (1995)
12
0,12
Polizzi et al. (1999)
21
0,23
Gallagher et al. (1999)
26
0,23
Media ponderada
59
0,21
3
b
k: Número de estudios. Reine: Medidas de reincidencia (r). ' La media se ha obtenido ponderando cada TE, r, por el número de estudios, k. Este promedio se calculó a partir de los datos individuales reportados en el trabajo. b
208 / Guía de tratamientos psicológicos eficaces III
Numerosos factores influyen sobre los resulta dos de los programas de tratamiento aplicados a los delincuentes juveniles. Uno de los más importan tes, que explica el mayor porcentaje de la varianza de los efectos, es el modelo y tipo de intervención aplicada, que llega a dar cuenta de hasta el 21 por 100 de la varianza explicada (Redondo, SánchezMeca y Garrido, 2002a, 2002b). Así, vemos que los programas terapéuticos que enseñan a los jóvenes nuevos modos de pensamiento y valoración de la realidad social y nuevas habilidades de vida —en tre los que con frecuencia se encuentran los pro gramas educativos, cognitivo-conductuales y con ductuales— suelen lograr una mayor eficacia. Otro factor mediador de la efectividad es el contexto en el que se aplica la intervención. Sue len obtenerse mejores resultados de generalización mediante programas implantados en la propia co munidad (en libertad vigilada, etc.) que a través de los exclusivamente aplicados en situación de internamiento. La escasa atención prestada desde el metaaná lisis a la evaluación de la eficacia de los progra mas de rehabilitación de psicópatas, en general, y jóvenes ps ic óp at as, en pa rt ic ul ar , pa re ce ve ni r co n
dicionada por la idea ampliamente aceptada del carácter intratable de este tipo de psicopatología. El metaanálisis realizado por Garrido et al. (1997) pone de manifiesto la gran resistencia que los de lincuentes psicópatas ofrecen ante cualquier tipo de intervención (Lósel, 1998, 2000). No obstante, el reciente metaanálisis de Salekin (2002) confie re algún atisbo de esperanza al encontrar resulta dos moderadamente satisfactorios al tratar a de lincuentes psicópatas con diferentes modelos de intervención, especialmente con aquellos progra mas que incorporan paquetes de tratamiento de orientación cognitivo-conductual. Pero la ausen cia de medidas de reincidencia en el delito en los estudios metaanalizados sugiere una interpretación cautelosa de estos resultados y la conveniencia de realizar estudios evaluativos que incluyan este tipo de medidas. Finalmente, según hemos señalado al hilo de algunos de los metaanálisis revisados, la calidad metodológica de los estudios condiciona en parte la magnitud de los resultados, siendo ésta menor a mayor control metodológico y, más concretamen te, cuando los sujetos son asignados aleatoriamente a los grupos de tratamiento y de control.
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Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos
Se ha emprendido una amplia revisión acerca de los tratamientos psicológicos eficaces para los trastornos más caracterizados de la clínica actual, tanto en el ámbito adulto como en el infantil y ju venil, así como en el de la psicología de la salud. En este balance final se va a reparar en el camino recorrido hasta aquí y en la tarea futura. El cami no recorrido es ciertamente mayor en el campo de la psicología clínica que en el de la psicología de la salud, de modo que se tomará aquélla como prin cipal referente de los siguientes comentarios.
1.
CAMINO RECORRI DO
El camino recorrido por la psicología clínica y de la salud en los últimos tiempos, tocante a su eficacia y efectividad, es mostrar la existencia de tratamientos psicológicos empíricamente apoyados para una diversidad de condiciones clínicas. Aun que esta perspectiva no está exenta de polémica, por obvia que parezca, lo cierto es que el espíritu de la época pasa por la evaluación de los trata mientos que los clientes reciben, sobre el supues to de estar validados, tener base en alguna prueba o, como también se dice, estar empíricamente apo yados. Es difícil sustraerse a este imperativo de la evaluación empírica siendo, por lo demás, una la bor de dominio público, como lo es la investiga C Ediciones Pirámide
ción científica, atenida a ciertos criterios y desti nada a su publicación (no es nada arcano que es tuviera a expensas de alguna rara iluminación). 1.1.
Primer o de tod o, mostrar la eficacia
Siendo así, no harían bien los clínicos escudán dose en su propio empirismo, habida cuenta que toda psicoterapia es de alguna manera autoconfirmatoria o, reutilizando lo que dijera Popper (1962/1989) a propósito del psicoanálisis, se diría que incurre fácilmente en una suerte de «efecto edípico». según el cual trata lo que ella misma crea. Al fin y al cabo, los clientes de cualquier astrólo go, imponedor de manos o quitador del mal de ojo probablemente estén satisfechos con el servicio recibido (sin que ello valide el fundamento y sen tido de su práctica). Como se decía en el capítulo introductorio, la edad de la inocencia ha llegado a su fin (Fernández Hermida, Pérez Alvarez, Fer nández Rodríguez y Amigo Vázquez, 2003). Por lo demás, este imperativo de la indagación empírica es acorde con la naturaleza de la psicolo gía clínica (y de la salud) como disciplina científi co-profesional, según se ha advertido también en la citada introducción. A pesar del origen relativamente heterogéneo de la psicología clínica, no, se olvide que su implantación social pasa por su concepción y definición como «servicio sanitario» (la psicolo-
216 / Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos
gía clínica como especialidad). En este sentido, la psicología clínica se ha abierto paso en el sistema de salud, ciertamente, estructurado a imagen y se mejanza de la medicina clínica, pero tal como están organizadas las cosas en la sociedad actual, esa es la condición misma de su posibilidad de ser. Otra cosa es si se ha de conformar con ello (lo que se remite a la tarea futura), pero ahora se está hablan do del camino recorrido. Dentro de esta condición, se entiende que la psicología clínica dispone de tra tamientos psicológicos formales, empíricamente apoyados. Esto es así y, en todo caso, debiera ser lo, en el sistema sanitario público, donde el psicó logo está a título de especialista. Aunque la prácti ca privada tiene un contexto más indeterminado, el supuesto para muchos clientes es probablemente, también, el de estar recibiendo el mejor tratamien to posible y en esto son relevantes, qué duda cabe, las pruebas y el apoyo empírico. En esta misma línea, tampoco se ha de pasar por alto la existencia de una disciplina entremedias de la medicina y la psicología, por más señas especia lidad médica, llamada psiquiatría. De hecho, la psi cología clínica, como especialidad sanitaria, se tie ne que hacer valer en un terreno formateado al modo psiquiátrico (médico). Por lo que aquí respecta, re cuérdese que la psiquiatría cuenta con guías de tra tamiento, como ya se ha advertido en el capítulo introductorio, de manera que acabaría por redefinir el ámbito clínico en el que la psicoterapia o el tra tamiento psicológico interpretan su papel y aun se diría se juegan su razón de ser. Aun cuando las guías psiquiátricas incluyen los tratamientos psicológicos, su presencia es más ancilar que lo que corresponde a su evidencia empírica (Pérez Álvarez y Fernán dez Hermida, 2001) y a la naturaleza psicosocial de los trastornos psiquiátricos, que tienen que ver más probablemente con el mundo de la vida que con el mundo de la biología (Pérez Álvarez, 2003). Aunque sólo fuera por esto, se haría preciso dispo ner de una guía de tratamientos psicológicos efica ces. Y ni que decir tiene que lo propio interesa a la psicología de la salud. Pues bien, sin perjuicio de todo lo que haya que discutir todavía, como se decía, el camino de la psicología clínica pasa hoy por mostrar la
disponibilidad de tratamientos psicológicos efi caces (efectivos y eficientes), ello así, tanto por razones positivas (la propia naturaleza científi co-profesional de la psicología clínica) como por razones negativas (las exigencias del contexto clínico-médico en el que se tiene que desempe ñar). Como tal camino, no es una posada en la que aposentarse, antes bien, el recorrido alcan zado debe tener las miras más allá de las guías que lo han traído hasta aquí. No obstante, aquí se está en tiempos de mostrar la eficacia. ¿Cuál es la eficacia mostrada? Las revisiones contenidas en el presente texto muestran la eficacia (efectividad y, en su caso, eficiencia) de los tratamientos psicológicos en una amplia variedad de trastornos, del orden de 40, ciertamente, de los más prevalentes en la clínica actual. La tabla 1, relativa a la clínica adulta, la tabla 2, relativa a la clínica infantil y juvenil, y la tabla 3, relativa a la psicología de la salud, dan buena cuenta de ello (ver Apéndice). El adecuado entendimiento de cada trastorno de acuerdo con la eficacia del tratamiento requiere acudir al capítu lo correspondiente, para su concreción y matizaciones oportunas. Lo que importa aquí es destacar ciertas líneas de sentido general.
1.2.
No uno, sino varios trata mient os eficaces
La mayoría de los trastornos más caracteriza dos, particularmente del ámbito de la psicología clínica (tanto adulta como infantil y juvenil), cuen tan con tratamientos psicológicos de los que se puede decir que están «bien establecidos», y los que no (trastornos de personalidad, hipocondría, delincuencia) contarían, de todo modos, con tra tamientos «probablemente eficaces» o «en fase experimental», según los criterios utilizados (Fer nández Hermida et al., 2003). Obviamente, se tra ta de una eficacia acorde con el problema en cues tión, es decir, de acuerdo con lo que dan de sí los distintos tratamientos que de siempre se vienen empleando y, por tanto, de acuerdo con lo que ra zonablemente cabe esperar. Así, por ejemplo, mien tras que la aplicación de un tratamiento eficaz para © Ediciones Pirámide
Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos I
la enuresis supone probablemente un remedio de finitivo o, si se prefiere, su «curación», no sería lo mismo en el autismo o en la esquizofrenia, donde la eficacia tiene otras referencias. La mayoría de los trastornos cuentan con más de un tratamiento eficaz, en la categoría que sea (bien establecido, probablemente eficaz o en fase experimental). Aunque esto es, en principio, bue na cosa, en la medida en que lo sea disponer de varias soluciones al mismo problema, plantea, sin embargo, el problema, no ya de la elección, sino de la especificación del porqué, lo que es tanto una cuestión científica como profesional. Así, por ejem plo, en las drogodependencias y en la depresión hay distintos tratamientos psicológicos eficaces al mismo nivel. No es que sean tratamientos dis pares entre sí, pero tampoco son exactamente el mismo. Es posible que en la práctica sean más parecidos que en las autoconcepciones que sostie nen los clínicos. Pero el punto es que no estaría claro a qué mecanismo se debería su acción o en qué consistiría el proceso de cambio que promue ven (fuera de ser una condición psicológica). Esto, si es que está bien planteada la cuestión de que tiene que haber un «mecanismo» de acción o un «proceso» de cambio (y no sea algo más holista o gestáltico, en todo caso, psicológico, que se esca pe a la visión de las teorías en juego). Ni que decir tiene que este «algo más» difícilmente se puede esperar que esté en posesión de las teorías que ni siquiera «juegan» en el campo de la evaluación de su eficacia. Acaso dispongan de muchos procesos pero de nada servirían si no disponen de resulta dos de relevancia clínica. Con todo, el punto más controvertido aquí es que la mayoría de los trastornos cuentan con tra tamientos eficaces tanto psicológicos como farma cológicos, lo que plantea a otro nivel la solución del problema y plantea, a su vez, el problema de la solución.
1.3. De la soluc ión del prob lema al problema de la solución La disponibilidad de tratamientos eficaces tan to psicológicos como farmacológicos plantea, efec © Ediciones Pirámide
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tivamente, la problemática anterior (relativa a efi cacias similares de tratamientos distintos) en otro nivel, no ya interno a la psicología clínica, sino acerca de la naturaleza misma de los trastornos psicológicos. De acuerdo con el quiasmo anterior («solución del problema y problema de la solu ción») la cuestión tiene dos entradas. Entrando por el lado de la «solución del pro blema», se reconocerían dos tipos de tratamientos eficaces, el psicológico y el farmacológico, con las ventajas que suponga disponer de ambas opciones. Aun así, no faltarían trastornos en los que la elec ción fuera la opción farmacológica (síntomas psicóticos positivos, depresión bipolar) o la psicoló gica (trastornos de personalidad, anorexia), si bien en la línea argumental de este capítulo se tendería a decir, con base precisamente en las revisiones que se comentan, que la opción psicológica sería la elección. Pero el punto aquí es señalar esta do ble opción en la mayoría de los trastornos y de ver que se trata de dos opciones bien distintas, tanto en concepción como en procedimiento y en con secuencias. Entrado por el lado del «problema de la solu ción», el problema estaría en la medicalización y, en particular, en la medicamentación de los tras tornos psicológicos (mentales o psiquiátricos, que en esto no hay caso). Es decir, el problema estaría en la solución farmacológica de trastornos de na turaleza psicosocial. No habría problema si la so lución farmacológica fuera cabal y no existiera también una solución psicológica, por lo demás, homogénea con la naturaleza del trastorno. Como muestra este texto, no hay trastorno psicológico que no tenga, como mínimo, un tratamiento psi cológico tan eficaz como el farmacológico y, a menudo, más (sin perjuicio de aquellos en los que la medicación fuera la primera opción, según las convenciones actuales). Pero, ¿cuál es el verdade ro problema de la solución farmacológica? Dejando aparte el grave problema de los posi bles y aun frecuentes efectos secundarios nocivos de la medicación, lo que ha llevado a hablar de psiquiatría tóxica (Breggin, 1991), el asunto aquí apunta a dos consecuencias de mayor alcance (que la propia toxicidad, incluso).
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La primera consecuencia concierne a la defi nición de los trastornos psicológicos en función de los efectos psicofarmacológicos de los prepa rados. No en vano esta estrategia tiene su emble ma en el célebre título «escuchando el Prozac» (Kramer, 1993/1994). Por así decirlo, la disponi bilidad de un preparado lleva a la preparación de un trastorno a su medida, en una suerte de solu ción (farmacológica) en busca de un problema (cuadro psicopatológico). Así pues, entre las cau sas de los trastornos psicológicos figurarían las «causas eficientes» debidas a la industria farma céutica (Pérez Álvarez, 2003). Sin duda, en la «propagación» de los trastornos psicológicos co labora también eficientemente la investigación psicológica, ofreciendo a la par del fármaco una psicoterapia (así, por ejemplo, en el trastorno de pánico o la fobia social). Todo este proceso de «construcción» de un trastorno implica una com plicada trama donde se mezcla la investigación, la industria, el marketing, el consumo y, en defi nitiva, la experiencia y la conducta de los clien tes/pacientes. Este proceso de promoción de medicamentosy-trastornos cuenta con una serie de procedimien tos relativamente bien conocidos. La forma de abrirse paso un psicofármaco incluye el adoctri namiento de los médicos de atención primaria, la educación continuada de los psiquiatras, la finan ciación de la investigación, la exposición selecti va de los datos científicos, la propaganda dirigida directamente a los pacientes y el apoyo de las aso ciaciones de pacientes en pro de un modelo biomédico de enfermedad (Valenstein, 1998). El re sultado es la medicalización y la medicamentación de los problemas psicológicos. Dejando de momen to esta consecuencia, desde el lado de la clínica, todo lo anterior supone la quiebra y la renuncia a la psicopatología, cuando debiera ser el funda mento y ciencia de la psiquiatría y de la psicolo gía clínica. La caída de la psiquiatría «en manos de la in dustria farmacéutica», para decirlo en expresión de Colodrón (1999, p. 64), impide un planteamien to psicopatológico del trastorno. Como dice este mismo autor, si bien los neurolépticos han contri
buido inmensamente al beneficio del enfermo psicótico, han contribuido también, en alguna medi da, a un deterioro del saber clínico, ante todo psi copatológico. Ciertamente, no faltan por parte de la psiquiatría inquietudes y esfuerzos por construir una psicopatología y, en fin, por así decirlo, de «escuchar al paciente» y no al fármaco. Se cita rían a este respecto la teoría de la acción humana propuesta por el propio Colodrón. la obra psicopatológica de Castilla del Pino, la construcción de narrativas terapéuticas de Fernández Liria y Ro dríguez Vela (2001) y la metapsiquiatría de Luque y Villagrán (2000), tratando de indagar las bases epistemológicas de la psicopatología y la psi quiatría y. en fin, el «esquema concreto» propues to para «pensar radicalmemte la psicopatología» (Ramos Gorostiza y Rejón Altable, 2002). Aun que se trata de propuestas distintas, se reconoce aquí su doble contrib ución , por un lado, a no su cumbir a la industria farmacéutica y, por otro, a construir un saber psicopatológico positivo. Aho ra bien, se trata de excepciones, porque la regla en psiquiatría es concebir los problemas de la gente en función de los fármacos disponibles, lo que un autor ha denominado la «pequeña biología» (Pignarre, 2001/2003).
1.4. Con secu enci as de la soluc ión farmacológica En esta psiquiatría caída en la «pequeña biolo gía», el medicamento juega dos papeles a la vez: terapéutico y diagnóstico, pues es el único testigo del trastorno (a falta de la psicopatología y de es cuchar al paciente). En este sentido, la «pequeña biología» no sería sino, como dice Pignarre, «un subproducto de lo que es muy necesario denomi nar el fracaso de la bio logí a psiq uiát rica » (p. 129), se entiende como proyecto de una fundamentación neurobiológica de los trastornos psicológicos (o psiquiátricos). Así pues, la primera consecuen cia del «problema de la solución» farmacológica sería la definición del cuadro por el medicamento. La segunda consecuencia concierne a la dimi sión de la responsabilidad del ser humano en afron tar los problemas de la vida. El punto aquí es que O Ediciones Pirámide
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la gente parece cada vez más satisfecha con una explicación biológica y una solución farmacoló gica a sus problemas. No en vano se ha dado de alta toda una «psicofarmacología cosmética» (Kra mer, 1993/1994; Pérez Álvarez, 2003). Este mo vimiento es complejo, pero tiene que ver con el adoctrinamiento y la propaganda a gran escala, dirigida tanto a los clínicos como a los pacientes (Pignarre, 2001/2003; Valenstein, 1998). Esta pro pagación de la fe en el cerebro y el genoma debe mucho, sin duda, a la propaganda, según es cono cido su efecto a gran escala desde que fuera insti tuida por el papa Gregorio XV en el siglo xvu, pre cisamente, para la propagación de la fe, en su caso, en las doctrinas de la iglesia católica. Al igual que entonces, tampoco faltan ahora protestantes, de aquí quizá que la psiquiatría que no sea neurobiológica parezca una psiquiatría protestante, como si no fuera católica. El caso es que esta fe en la doctrina del cerebro resulta confortable, no ya sólo por la posible co modidad terapéutica (como sea «tomar una pasti lla»), sino y sobre todo porque eximiría a la per sona de toda responsabilidad en el trastorno en cuestión, al situar su causa «más allá de la volun tad y la libertad». Todo parece indicar que la «culpabilización del cerebro» armoniza los diversos intereses implicados (de pacientes, familiares, edu cadores, clínicos,.industria). En todo caso, este movimiento en pro del cerebro vino precedido en su día por el movimiento en pro de la familia. En términos de «inculpación», se habría pasado de la «culpabilización de la madre» y después de la fa milia a la actual «culpabilización del cerebro» (Valenstein, 1998). Es interesante observar que el cambio de la ideología de «culpa-de-la-familia» acerca de la etiología de la esquizofrenia a favor de su redefinición como enfermedad del cerebro vino fuertemente reivindicada por la propia orga nización compuesta de familiares y amigos de los pacientes (McLean, 1990). Ocurriría igualmente en otros muchos trastornos, que cuentan con aso ciaciones y grupos de presión en favor de la con sideración como enfermedad, desde el trastorno de hiperactividad a la depresión (Valenstein, 1998). Ni que decir tiene que los tratamientos psicológi © Ediciones Pirámide
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cos no son culpabilizadores. Otra cosa es que re quieran una implicación activa por parte del pa ciente y demás agentes sociales. En este sentido, los tratamientos psicológicos se proponen la «re habilitación» o, si se prefiere, la «habilitación» frente al efecto «sedante» o «euforizante» de los fármacos. El caso es que con la «doctrina del cerebro» se llegaría a toda una dimisión de la responsabilidad de la gente al situar en el cerebro las causas y las soluciones para problemas propios del mundo de la vida, lo que Fukuyama (2002) vería como un signo más del «fin del hombre». El Ritalin y el Prozac son estandartes de esta tendencia, con su desconcertante simetría, según hace ver Fukuya ma. Mientras que el Ritalin se receta mayormente para niños hiperactivos. el Prozac se receta sobre todo a mujeres deprimidas con baja autoestima, de manera que los dos sexos convergen hacia una «personalidad andrógina media», que sería la «po líticamente correcta en la sociedad estadouniden se actual». En fin, esta segunda consecuencia (de la solución farmacológica) se puede resumir, con palabras de Fukuyama, en «el deseo de la gente de medicalizar en lo posible su conducta y, de este modo, reducir su grado de responsabilidad sobre sus propios actos», lo que armoniza a su vez con otros intereses (Fukuyama, 2002, p. 94). Estas consecuencias de la «solución farmaco lógica» de los problemas psicológicos no son in evitables, habida cuenta la existencia de tratamien tos psicológicos, como mínimo, igual de eficaces que los farmacológicos, como se muestra en este texto. Acaso se pudiera decir que las soluciones psicológicas fueran menos eficientes, en el senti do de ser más costosas de llevar a cabo, pero esto sería así debido precisamente a la estructuración médica de los servicios asistenciales. Si se consi dera todo el gasto implicado, las soluciones psi cológicas serían probablemente más eficientes (aun sin excluir los fármacos cuando fuera necesario). Pero, en fin, las cosas son como son, y ateniéndo se a ellas, los tratamientos psicológicos han mos trado su eficacia y efectividad (y aun su eficien cia, en el sentido sugerido). Lo que queda por plantear es la tarea futura.
220 / Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos
2.
TAR EA FUTUR A
Lo convencional sería decir que queda mucho por hacer, apuntando probablemente a la mejora y perfección de los tratamientos aquí revisados. En este sentido, se hablaría también de la necesi dad de que hubiera guías de procedimiento prác tico dispuestas ya para su aplicación clínica y quizá de la conveniencia de que fueran lo más flexibles posible. Así mismo, se volvería a insis tir en los procesos de cambio, en los predictores del resultado, en los componentes del tratamien to, en los objetivos terapéuticos, en la adecuación del protocolo al caso, etc. Dado el distinto reco rrido de la psicología clínica y de la salud, estas tareas serían perentorias para la psicología de la salud. Cabe recordar que, aun cuando la psicología de la salud se reconoce como una disciplina con ámbitos bien definidos, es igualmente cierto que sus contribuciones son, sobre todo, fruto de pro gramas experimentales, que están lejos de poder ser incorporadas a la actividad profesional habi tual de los psicólogos (con escasas excepciones como quizá en la intervención en el cáncer). Esta situación reduce notablemente las posibilidades de contrastar los resultados de intervenciones me todológicamente bien controladas. La ausencia de replicación (por distintos grupos de trabajo) con dena a la condición de «probables» datos que reúnen, sin embargo, garantías de validez, tal como ocurre, por ejemplo, en el síndrome del intestino irritable, la enfermedad inflamatoria intestinal, el asma o la dismenorrea, entre otros. Además, puede que se produzca una suerte de «efecto boomerang» debido a que la propia ausencia de conclusio nes firmes sobre la eficacia de los tratamientos limite las posibilidades de incorporar estas inter venciones a las funciones profesionales de los psicólogos. Otra dificultad que tiene la psicología de la salud para hacerse valer en el contexto clí nico es la intensa competitividad y publicidad de distintos procedimientos, validados unos en los usos sociales, otros en la autoridad que confiere ser el resultado de la última generación de turno o, simplemente, la experiencia de un personaje
famoso. Baste recordar la variedad de ofertas dis ponibles para un mismo propósito como perder peso (Amigo, 2003). Sobre ser todo eso importante, no se sería tan ingenuo como para conformarse con las guías, aun dentro de su perfectibilidad. No basta con mostrar la eficacia de los tratamientos psicológicos, si bien habría (hay) que hacerlo, de acuerdo con lo dicho. La psicología clínica, en particular, precisamente por su mayor recorrido, tiene otras tareas, aquí propuestas sine die pero sin descanso. Por lo pronto, ahí está la problemática exis tencia de distintos tratamientos eficaces para los mismos trastornos, asunto que llevaría a plantear lo que tienen de común tanto los tratamientos como los trastornos. Así mismo, el movimiento en contra de la promoción de guías terapéuticas no carece de razones, como se ha visto en el ca pítulo introductorio (Fernández Hermida et al., 2003). En este sentido, el movimiento en pro de los factores comunes o de las relaciones terapéu ticas como alternativa al de los tratamientos es pecíficos para categorías clínicas (aquí presenta do) también presentan sus resultados (Hubble, Duncan y Miller, 1999; Norcross, 2002). A este respecto, es interesante reparar en cómo el libro editado por Norcross espeja el de Nathan y Gor man (2002), que viene a ser el «oficial» de las guías de tratamiento. Aunque se podría decir que el esfuerzo por definir empíricamente las relacio nes terapéuticas es un efecto positivo del m o v i miento de los tratamientos eficaces, no deja de suponer también un cierto «efecto negativo» (que raro que por bien no venga). De hecho, es proba ble que los propios criterios que hasta ahora de finen los tratamientos eficaces cambien en un futuro próximo (Beutler, 2002), si bien no para retornar al estado silvestre donde todo valga. Por lo demás, el mayor problema de los tratamientos psicológicos no está (o no debería estar) en el interior de la psicología clínica, sino que está, de hecho, en el mundo más amplio de los sistemas sanitarios, de los servicios de salud y de las prác ticas sociales, que es, realmente, donde se juega el ser o no ser de la psicología. ¿Cuál sería en tonces la tarea futura? O Ediciones Pirámide
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2. 1. La tarea crítica de la desmedi calización Permítase formular esta tarea con toda contun dencia y sin ocultar la paradoja que encierra, di ciendo que sería la desmedicalización de los tras tornos psicológicos (psiquiátricos o mentales). Se trataría, por un lado, de resistir la tendencia seña lada hacia la medicalización de los problemas de la vida que, como se sabe, es a costa de definirlos por los efectos de los fármacos. Se trataría, por otro lado, de hacer valer los conocimientos positi vos de la psicología clínica, en este caso, la dispo nibilidad de tratamientos psicológicos eficaces para una variedad de trastornos, aun habiendo sido ca racterizados según la lógica psiquiátrica (que esto es otra). Se trata, pues, de una tarea crítica y reconstruc tiva que no debiera ser extraña a la psicología y que sería, por lo demás, muy propia de toda disci plina científica que se precie. Se podría poner aquí como ejemplo, siquiera por señalar que quizá esta tarea sea algo más utópica que ucrónica, ciertos planteamientos provinientes de la psicología clí nica británica. Así, se saludaría en esta perspec tiva la propuesta de Bentall, Jackson y Pilgrim (1988) de abandonar el concepto de «esquizofre nia» y el análisis realista crítico del concepto de depresión como medicalización de la miseria, tam bién de Pilgrim y Bentall (1999). Las críticas y las alternativas están ahí (aquí en este mismo li bro), por lo que quizá el asunto no sea tan ucrónico como utópico, es decir, cuestión de la topogra fía del terreno clínico. Esta posible aunque improbable desmedicali zación no habría de incurrir en una psicologización homologa. Ciertamente, no se trata de sustituir un modelo médico psiquiátrico por uno psicológico. De hecho, buena parte de los modelos psicológi cos son al modo médico, entre tanto sitúan el pro ceso patológico en alguna suerte de aparato psicodinámico, cognitivo o neuropsicológico. Sin ignorar lo que la investigación revele al respecto, una desmedicalización no psicologizante se haría fuerte en la primacía del punto de vista psicosocial, donde el trastorno psicológico se sitúe en el contexto interpersonal (sociocultural). Así, por Hdiciones
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ejemplo, Pilgrim y Bentall (1999), en su análisis de la depresión, critican de paso los modelos cognitivos imperantes (cuya eficacia habría que re construir y mejorar en la perspectiva interperso nal y sociocultural). Consiguientemente, la función crítica esperable de la psicología no se refiere sólo al proceso de desmedicalización de los problemas de la vida, sino que incluye también la autocrítica de su pro pia psicologización intrapsíquica, acaso más difí cil de percibir y de asumir. Ahora bien, por su parte, la tarea reconstructi va implicaría toda una reestructuración de la cul tura clínica. Si antes se ha señalado el efecto a larga escala de la propaganda que redefine los proble mas (trastornos) por las soluciones (fármacos), quiere decir, y esto es lo que se destaca ahora, que los trastornos psicológicos son modulables y lo serían sobre todo debido a su naturaleza histórico-cultural. En este sentido, la disponibilidad de tratamientos psicológicos eficaces conllevaría (como tarea positiva) una cierta redefinición de los trastornos. El punto decisivo aquí es que estaría en la naturaleza de los trastornos psicológicos, cuyo contenido o «causa material» serían los problemas de la vida, el poder tener relativamente una forma u otra (Pérez Álvarez, 2003). Al fin y al cabo, cada sociedad tiene su forma de estructurar la «mala conducta». En este sentido, la forma de hacerlo que correspondería a la sociedad actual quizá pase por alguna manera de «guía» de tratamientos psi cológicos eficaces, donde la concepción del pro blema armonice con alguna solución homogénea con sus causas. La cuestión a criticar no es que los trastornos tomen una forma u otra, que, de hecho, alguna van a tomar, sino qué forma tomen. Por lo que aquí respecta, se diría que la forma psicológica de corte psicosocial, con base en la noción de persona (García Montes y Pérez Álvarez, 2003), sería más homogénea con su naturaleza que la forma psiquiátrica, de corte biomédico (o psico lógica de corte intrapsíquico). Ni que decir tiene que este planteamiento hilemórfico (aristotélico), que aquí se hace explícito y que, en todo caso, está funcionando en la práctica, para nada niega
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que los trastornos sean objetivos y hechos rea les, implicando a menudo enorme padecimiento y sufrimiento. Antes bien, su objetividad y reali dad se pone en otro lugar (que el orgánico), en el de los hechos humanos, por los que se hace y deshace la vida. Así, pues, no se duda de que los trastornos psicológicos sean hechos reales, sino que se plantea cómo son hechos reales. De ahí que las guías de tratamientos psicológicos efica ces cumplan también como «guías» de la confor mación misma de los trastornos y de lo que cabe esperar del tratamiento, todo ello para bien y para mal. Al ser así, se hace imprescindible una cierta autoconciencia crítica de la función social de la psicología clínica (Pérez Álvarez, 1998). Esta función crítica incluiría la crítica de la psi copatología a favor de una psicopatología críti ca (Villagrán, 2003). Esta psicopatología crí tica se entiende aquí, sobre todo, como una tarea científica autoconsciente de los prejuicios epis temológicos en los que fácilmente puede incurrir (creyéndose, por ejemplo, una «ciencia natu ral») y de los valores que implica (al estar siem pre por medio asuntos humanos, «demasiado hu manos») (Hare-Mustin y Marecek, 1997; Pérez Álvarez, 1998). Como quiera que sea, alguna forma de reestruc turación se va a dar (y ya se ha señalado la prove niente de la llamada «pequeña biología» y de toda esa «psicofarmacología cosmética» en curso), de modo que la psicología clínica no puede ser pasi va. Antes bien, como se viene diciendo, ha de ser activa, criticando ciertas formas de darse esa es tructuración y ofreciendo la contextualización más acorde con la naturaleza de las cosas. Esta rees tructuración incluiría a los propios «tratamientos psicológicos» que, en verdad, se autopresentan a menudo como «programas», «cursos», «entrena miento», «educación psicosocial», acordes con las varias concepciones de la psicoterapia (Orlinsky, 1989), no siendo por cierto inevitable su concep ción precisamente como tratamiento al modo mé dico. (No obstante, la ambigüedad del término «tra tamiento» entre «acción médica» y «actuación de alguna manera en relación con alguien o algo», puede tener su interés.)
2.2.
Avisos para especi alistas
El problema para una concepción psicológica desmedicalizante es que se tiene que llevar inevi tablemente en dispositivos sanitarios estructurados de acuerdo con la práctica médica. Es aquí donde la psicología clínica tendría que hacer valer sus «tratamientos». Aquí ya no valdría todo (psicote rapias de cualquier tipo, relaciones sin más, com prensión pura, dispensación de simpatía). La pro pia formación PIR no habría de quedar a expensas de las capillas de los clínicos de turno. En este sentido, los psicólogos no debieran dejarse enga ñar por cualquier «nueva formación clínica» (que acaso no hayan visto en la Facultad) porque sea del gusto del clínico formador. El psicólogo clíni co en formación habría de saber ya de su licencia tura siquiera de la existencia de «tratamientos psi cológicos eficaces» para los distintos tratamientos que se ven en los dispositivos de salud y que tam bién tienen su medicación eficaz. Si hay una «me dicación eficaz» como de hecho la hay y el psicó logo clínico en formación ignora que también hay un «tratamiento psicológico eficaz», se puede de cir que entonces empieza su auténtica deriva. Sin embargo, no podría el psicólogo quedar sorprendido o dejarse sorprender por una «visión» que no ha visto en su carrera. Si es una visión que merece la pena y no la ha visto, quizá no haya hecho, por lo que sea, una buena carrera, pero, sin duda, la base troncal del conocimiento psicológi co estaría en su haber (incluyendo criterios para discriminar «nuevas visiones»). A este respecto, habría de saber que un posible psiquiatra que le enseñe una «nueva psicoterapia», lleva por lo co mún una vida anfibia, predicando psicoterapia en sesiones clínicas y dando medicación en consulta, de modo que no debería dejarse sorprender. Lo que tendría que aprender mayormente es a aplicar «tra tamientos psicológicos eficaces» y para ello no sería igual atenerse a unas «guías» que a otras, toda vez que nadie está exento de ellas. La cuestión sería que el hábito clínico no hiciera al psicólogo cual aprendiz de médico. Si lo anterior concierne al psicólogo clínico en formación, el psicólogo clínico hecho y derecho © Ediciones Pirámide
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haría valer la existencia de «tratamientos psicoló gicos eficaces» en la superación de la falsa dicoto mía (médica) entre tratamiento clínico y rehabilita ción social, donde se da a entender que aquél se resuelve en un plano biomé dico básico (medica ción) y éste en un plano psicosocial secundario (charla). Por lo que se deduce del presente texto, las cosas no son así. Por el contrario, los tratamientos psico lógicos totalizan el tratamiento del problema. De ahí, de nuevo, la importancia de disponer de una suerte de guía de tratamientos psicológicos efica ces, allí donde las cosas se juegan a este nivel. El punto, adem ás, es que se juegu en sin incurrir en una medicalización del trastorno, a pesar de la estructu ra médica del dispositivo. A este respect o, se citaría como eje mplo de que no se está hablando de cosas del otro mundo el
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donde muestran y discuten la superación de esa falsa dicotomía (por lo demás, en la línea de la psicología clínica británica antes citada, a propó sito de la tarea crítica y reconstructiva). Concre tamente, dicen estos autores que no tiene sentido tal distinción, al considerar que «todo comporta miento humano tiene un origen social e igualmente está enmarcado en un contexto social y cultural, por lo que cualquier intervención debe partir del análisis global e integral del sujeto y no desde perspectivas parcializadoras y reduccionistas del ser humano (Perona-Garcelán y Cuevas-Yust, 2002, p. 33). MARINO PÉREZ ÁLVAREZ JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ HERMIDA CONCEPCIÓN FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ ISAAC AMIGO VÁZQUEZ
trabajo de Perona-Garcelán y Cuevas-Just (2002),
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APÉNDICE TABLA 1 Clasificación de los tratamientos eficaces según los trastornos en adultos (Tipo 1: tratamiento bien establecido: Tipo 2: tratamiento probablemente eficaz: Tipo 3: tratamiento en fase experimental) Trastornos Tratamientos Esquizofrenia Paquetes integrados multimodales (IPT) Entrenamiento en habilidades sociales Intervenciones
familiares
psicoeducativas
Tratamientos cognitivos conductuales para delirios y alucinaciones Farmacoterapia
D e l i r i o s y a l u c i n a c i o n e s ( i n t e r v e n c i o n e s p s i c o l ó g i c a s ) Modificación de creencias Potenciación de estrategias de afrontamiento Terapia de focalización
Drogodependencias
Alcohol Aproximación reforzamiento comunitario (CRA) Entrenamiento en habilidades sociales de afrontamiento y prevención de re caídas Terapia conductual familiar y de pareja Terapia de exposición a pistas (CET) Disulfiram, acamprosato y naltrexona Manejo de contingencias
Cocaína P r o g r a m a d e r e f o r z a m i e n t o c o m u n i t a r i o + T e r a p i a i n c e n t i v o ( C R A + Vouchers) Manejo de contingencias en programas de metadona Terapia cognitivo-conductual (prevención de recaídas) M a n e j o d e c o n t i n g e n c i a s (Vouchers en programas libres de drogas)
Heroína Metadona o LAAM (reducción de daño) Manejo de contingencias más tratamiento farmacológico Programas cognitivos-conductuales (prevención de recaídas)
©
Edici ones
Pirámide
Tipo 1
Tipo 2
Tipo 3
226 / Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos TABLA
1
(continuación)
Trastornos Tratamientos
Tipo 1
Tipo 2
Tip o 3
Naltrexona (dentro de tratamiento multimodal) Aproximación reforzamiento comunitario (CRA) Manejo de contingencias en programas libres de drogas Terapia de exposición a pistas (CET) Trastornos
Anorexia
alimentarios
nerviosa
Rehabilitación nutricional Intervención psicosocial Terapia cognitivo-conductual/intervención psicoterapéutica Farmacoterapia Bulimia
nerviosa
Terapia cognitiva-conductual Terapia interpersonal Farmacoterapia Exposición + Prevención de respuesta / Libros autoayuda y programas grupales breves Trastorno
por
atracón
Terapia cognitivo-conductual + Estrategias conductuales para perder peso Autoayuda cognitiva-conductual Terapia interpersonal Terapia farmacológica Depresión
Terapia de conducta (varias modalidades) Terapia cognitiva Terapia interpersonal Psicoterapia psicodinámica Terapia sistémica Farmacoterapia Trastorno afectivo bipolar
Psicoeducación O Ediciones Pirámide
Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos I 227
TABLA
1 (continuación)
Trastornos Tratamientos
Terapia marital y familiar Terapia eognitivo-eonductual Terapia interpersonal y del ritmo social Farmacoterapia (litio) Trastorno de ansiedad generalizada
Terapia cognitivo-conductual Farmacoterapia Hipnosis adjunta a terapia cognitivo-conductual Fobias específicas
Tratamiento por exposición in vivo Terapia cognitivo-conductual (varias técnicas) Tratamiento por exposición a través de realidad virtual Agorafobia
Tratamiento por exposición in vivo Terapia cognitivo-conductual (no en todos los componentes de la agorafobia) Farmacoterapia Fobia social
Tratamiento por exposición Terapia cognitivo-conductual + Antidepresivos Entrenamiento en habilidades sociales Farmacoterapia Trastorno de pánico
Tratamiento del control del pánico (Barlow) Terapia cognitiva (Clark) Relajación aplicada (Óst) Terapia de exposición Farmacoterapia Tratamiento por exposición a través de realidad virtual !
Edici ones Pirámide
Tipo 1
Tipo 2
Tipo 3
228 / Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos TABLA
1
(continuación)
Trastornos Tratamientos
Tipo 1
Tipo 2
Tipo 3
Trastorno de estrés postraumático
Terapia de exposición Terapia cognitiva Manejo de la ansiedad Hipnoterapia Farmacoterapia Trastorno obsesivo compulsivo
Tratamiento por exposición con prevención de respuesta (EPR) Farmacoterapia EPR + Terapia cognitiva o fármacos Disfunciones sexuales
Disfunción
eréctil
Terapia sexual Desensibilización sistemática Farmacoterapia Eyaculación
precoz
Parada y arranque Compresión basilar Farmacoterapia Inhibición
eyaculatoria
Terapia sexual Trastorno
orgásmico
Entrenamiento masturbatorio Vaginismo
Tratamiento por exposición Deseo
sexual
hipoactivo femenino
Entrenamiento orgásmico Terapia sexual y marital Farmacoterapia © Ediciones Pirámide
Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos I
TABLA
1
229
(continuación)
Trastornos
Tipo 1
Tratamientos
Tipo 2
Tipo 3
Hipocondría
Terapia de conducta Terapia cognitivo-conductual Terapia psicodinámica Farmacoterapia Trastornos de la personalidad
Trastorno
de
personalidad
límite
Terapia de conducta dialéctica Terapia cognitivo-conductual Trastorno
de personalidad por evitación
Terapia de conducta (habilidades sociales y exposición) Otros trastornos de la personalidad
Terapia cognitivo-conductual Terapia psicodinámica Terapia centrada en el cliente
TABLA 2 Clasificación (Tipo I:
de los tratamientos eficaces según los trastornos en niños y jóvenes tratamiento bien establecido; Tipo 2: tratamiento probablemente eficaz; Tipo 3: tratamiento en fase experimental)
Trastornos Tratamientos Autismo
Medicación psicoactiva Terapia hormonal Análisis aplicado de la conducta para intervenciones globales Análisis aplicado de la conducta para intervenciones específicas Depresión
Depresión
infantil
Terapia cognitivo-conductual (varios programas) © Ediciones Pirámide
Tipo 1
Tipo 2
Tipo 3
230 /
Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos
TABLA
2 (continuación)
Trastornos Tratamientos
Depresión
adolescente
Terapia de conducta (Lewinsohn) Terapia cognitivo-conductual Terapia interpersonal Fobia social y timidez
Fobia
social
Tratamiento multicomponente (Hayward et al.) Tratamientos multicomponentes (otros autores) Timidez
Tratamiento con modelado simbólico (O'Connor et al.) Otros tratamientos con modelado simbólico (otros autores) Entrenamiento en habilidades sociales Técnicas operantes Técnicas cognitivo-conductuales (Weinrott et al. y Trianes et al.) Técnicas cognitivo-conductuales (otros autores) Tratamiento por exposición Tratamientos no cognitivo-conductuales Miedos y fobias (excepto fobia social)
Desensibilización sistemática in vivo Práctica reforzada Modelado con participación Desensibilización mediante movimiento ocular o en imaginación Modelado sin participación Autoinstrucciones de valentía Cuento más juegos Escenificaciones emotivas Imágenes emotivas Psicoterapia
Tipo 1
Tipo 2
Tip o 3
Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos I
231
TABLA 2 (continuación) Trastornos
Tipo 1
Tratamientos
Tipo 2
Tipo 3
Hiperactividad
Terapia combinada Terapia cognitivo-conductual Psicoestimulantes Programas orientados para padres y profesores E n u r e s i s y e n c o p r e s i s
Enuresis
Alarma ante la orina Entrenamiento en cama seca (con alarma) Farmacoterapia Encopresis
Tratamiento multicomponente (conductual y médico) P s i c o p a t í a y delincuencia juvenil
Programas educativos cognitivo-conductuales (eclécticos)
TABLA 3 (Tipo
Clasificación de los tratamientos eficaces en psicología de la salud 1: tratamiento bien establecido; Tipo 2: tratamiento probablemente Tipo 3: tratamiento en fase experimental)
Trastornos Tratamientos Asma
Reducción
actividad
emocional
Relajación Regulación
función
pulmonar
Biofeedback - EMG Frontal Biofeedback - EMG Torácico Biofeedback - ASR Biofeedback - Función respiratoria © Ediciones Pirámide
tipo 1
eficaz;
Tipo 2
Tipo 3
232 /
Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos
TABLA
3
(continuación)
Trastornos Tratamientos
Relaciones
familiares
desadaptadas
Terapia familiar Automanejo de la enfermedad
Información + Modificación de Conducta Trastornos
cardiovasculares
Modificación, dieta y ejercicio (factores de riesgo)
Recomendación Profesional Modificación tipo A (factor de riesgo)
Educación + Afrontamiento + Modificación de conducta Modificación ira,
hostilidad,
ansiedad (factores de riesgo)
Entrenamiento (cognitivo-conductual) en manejo de ansiedad Inoculación de estrés Adhesión
al tratamiento
médico
Educación Técnicas cognitivas + Modificación de conducta Control
parámetros
cardiovasculares
Biofeedback Relajación (entrenamiento autógeno) Meditación trascendental Prevención y tratamiento de trastornos coronarios
Técnicas cognitivo-conductuales para el manejo del estrés Dolor crónico
Relajación adultos Relajación niños Biofeedback cefaleas infantiles Biofeedback enfermedad de Reynaud Imaginación guiada Hipnosis Prog. multicomponentes (Relajación + Feedback + Técnicas cognitivas + T. operantes)
Tipo 1
Tipo 2
Tipo 3
Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos I
TABLA
3 (continuación)
Trastornos
Tip o 1
Tratamientos Dismenorrea
Relajación muscular progresiva Desensibilización sistemática Biofeedback EMG frontal Prog. multicomponentes (Relaj. + Ejercicio + Focalización atención + Verbalización) Fibromialgia
Relajación + Imaginación Prog. multicomponentes (Educación + Relaj. + Ejercicio + Afrontamiento + Sol. pro.) Síndrome del intestino irritable
Psicoterapia (orientación dinámica) Hipnosis Biofeedback Técnicas de exposición / Desensibilización sistemática Terapia multicomponente cognitivo-conductual (Manejo es estrés) Manejo de contingencias Enfermedad
inflamatoria
intestinal
Psicoterapia (orientación dinámica) Biofeedback Manejo de estrés Cáncer
Información sobre la enfermedad y tratamiento
Educación - Counseling Terapia de Grupo (Paquetes técnicas cognitivo-conductuales) Control náuseas y síntomas
Relajación muscular / Visualización Desensibilización sistemática Afrontamiento
conductual -
Educación - Counseling Modificación de conducta © Ediciones Pirámide
Efectos
enfermedad y
233
tratamiento
Tipo 2
Tip o 3
234 / Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos TABLA
3
(continuación)
Trastornos Tratamientos
Tipo 1
Tipo 2
Tipo 3
Terapia de grupo (paquetes técnicas cognitivo-conductuales) Intervención
estado
emocional
Educación - Counseling Terapia cognitivo-conductual Terapia coadyuvante Terapia de grupo (paquetes técnicas cognitivo-conductuales) Sida Prevención
primaria
Información Información + Entrenamiento en habilidades uso del preservativo Información + Relajación + Asertividad + Reestructuración cognitiva Intervención estado emocional en sujeto
VIH
Información + Relajación + Asertividad + Reestructuración cognitiva Apoyo social Adhesión
tratamiento
médico
Counseling + Modificación de conducta Diabetes Crisis diagnósticas en DMID
Entrenamiento en habilidades sociales y de afrontamiento Mejora de la adherencia en DMII)
Economía de fichas Contrato conductual Terapia familiar Control de hipoglucemias y autocontrol del NGS en DMID
PDEH PED-NGS y BGAT Entrenamiento en relajación (con o sin biofeedback) Mejora de la adherencia en DMID
Intervenciones conductuales © Ediciones Pirámide
Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos I
TABLA
3 (continuación)
Trastornos Tratamientos
Reducción del peso en DMNID Programas conductuales
Enfermos terminales
Cuidados
paliativos
Counseling
Trastornos del sueño
Insomnio Intención paradójica Programa multicomponente (Control EE. + Higiene + Técnicas cognitivas) Restricción del sueño Relajación
progresiva
Control de estímulos Biofeedback
EMG
Higiene del sueño
Apnea del sueño Presión nasal positiva continua (CPAP) Pérdida de peso Cambios en la postura del cuerpo
Pesadillas Desensibilización
sistemática
Repaso en imaginación Desensibilización sistemática de movimientos oculares Autoexposición Entrenamiento en sueños lúcidos Hipnosis
Tabaquismo Técnica de saciación Reducción gradual de nicotina Fumar rápido
(O E d i c i o n e s P i r á m i d e
235
Tipo 1
Tipo 2
Tipo 3
236 /
Camino recorrido y tarea futura de los tratamientos psicológicos
TABLA
3 (continuación)
Trastornos Tratamientos
ti po 1
Tip o 2
Tipo 3
Sustitutivos de nicotina (parches y chicle) Programas conductuales multicomponentes Bupropión SR Programas en medios de comunicación Consejo o advertencia médica Programas de autotratamicnto, auto-ayuda y auto-control Spray nasal de nicotina Promoción de la salud - Programas de prevención
Modificación factores
de
riesgo
Habilidades de comunicación (contexto familiar/escolar) Terapia de familia (reducción conflictos) Entrenamiento en competencia social y manejo de la ira Promoción rendimiento académico (contexto familiar/escolar) Derivación desde la escuela de casos problemáticos Información y orientación desde ámbitos sanitarios Programas comunitarios para jóvenes Prevención del uso y abuso
Entrenamiento en habilidades sociales, para rehusar (escuela) Grupos de prevención de padres Fortalecimiento de normas comunitarias Reducción de publicidad Políticas para fomentar normas y actitudes frente al alcohol Prevención
y
problemas
derivados
Reducción de la distribución del alcohol Contratos conductuales (ámbito familiar)
©
Edi cione s Pirámide
TÍTULOS PUBLICADOS /¡DICCIÓN A LA COMPRA. Análisis, evaluación y tratamiento, R. Rodríguez
Villarino, J. M. Otero-López y R. Rodríguez Castro. ADOLESCENTES EN CONFLICTO, J. Urra.
GRUPOS EN LAS ORGANIZACIONES, F GilyM. García. GUÍA DE AYUDA AL TERAPEUTA COGNITIVO-CONDUCTUAL, A Gavmo. GUÍA DE TRATAMIENTOS PSICOLÓGICOS EFICACES I, II y III, M. Pérez,
J. R. Fernández, C. Fernández e I. Amigo.
ADQUISICIÓN DEL LENGUAJE. Problemas, investigación y perspectivas,
M. A Galeote.
GUÍA JURÍDICA DEL PSICÓLOGO, M. Clemente y J. Ríos. GUÍA PARA LA EVALUACIÓN DEL ABUSO SEXUAL INFANTIL, J. Cantón y
AGORAFOBIA Y ATAQUES DE PÁNICO, A. Bados López. ANÁLISIS DE DATOS EN PSICOLOGÍA II, A. Pardo y R. San Martín. M." R. Cortés. ANTROPOLOGÍA Y PSICOLOGÍA, C. Monedero. HISTORIA DE LAS IDEAS PSICOLÓGICAS, H. Carpintero. INICIACIÓN ESCOLAR A LA ESCRITURA Y LA LECTURA. Diseño de progra APLICACIONES CLÍNICAS DE LA EVALUACIÓN Y MODIFICACIÓN DE CON mas adaptados a la diversidad, A. Suárez Yáñez. DUCTA. Estudio de casos, D. Macla, F X. Méndez y cois. APLICACIONES DE INTERVENCIÓN PSICOPEDAGÓGICA, J.-N. García-Sánchez INSTRUMENTOS DE EVALUACIÓN EN SALUD MENTAL, M. Muñoz, A. Roa,
(coord.).
E. Pérez, A. B. Santos-Olmo y A. de Vicente.
INTERVENCIÓN CONDUCTUAL EN CONTEXTOS COMUNITARIOS I. AVANCES EN EL TRATAMIENTO PSICOLÓGICO DE LOS TRASTORNOS DE Programas aplicados de prevención, F. X. Méndez, D. Maciá yJ. Olivares. ANSIEDAD, E. Echeburúa. BASES BIOLÓGICAS DE LAS PSICOPATOLOGÍAS, J. F. Navarro (coord.). INTERVENCIÓN EN LOS ÁMBITOS DE LA SEXOLOGÍA Y DE LA GENEROBASES PSICOPEDAGÓGICAS DE LA EDUCACIÓN ESPECIAL, M.'A. Lou LOGÍA, i. Fernández (coord.). INTERVENCIÓN EN LOS TRASTORNOS DEL COMPORTAMIENTO INFANTIL Royo y N. López Urquízar (coords.) Una perspectiva conductual de sistemas, M. Sen/era Barceló ícoord.l. CAPACIDADES HUMANAS, B. R. Colom. INTERVENCIÓN PSICOEDUCATIVA. Estrategias para elaborar adaptaciones COGNICIÓN Y APRENDIZAJE. Fundamentos psico lógicos , A. Puente. de acceso, L. Álvarez, J. A. González-Pienda, J. C. Núñez yE Soler CONFLICTOS MATRIMONIALES, DIVORCIO Y DESARROLLO DE LOS HIJOS, INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA: PROGRAMAS APLICADOS DE TRATAMIEN J. Cantón, M." R. Cortés yM." D. Justicia. TO, 0. Maciá, F X. Méndez y J. Olivares. CONOCIMIENTO Y DISCURSO. Claves para inferir y comprender, J. A León INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA CON ADOLESCENTES. Un programa para el (coord.). desarrollo de la personalidad y la educación en derechos humanos, CUADERNO DE PRÁCTICAS OE MOTIVACIÓN Y EMOCIÓN, F. 6. Fernández
M. Garaigordobil.
Abascal, F. Palmero, M. Cbóliz y F. Martínez.
DETECCIÓN Y PREVENCIÓN EN EL AULA DE LOS PROBLEMAS DEL ADO LESCENTE, C. Saldaba (dir. y coord.). DIFICULTADES DEL APRENDIZAJE ESCOLAR, J. A. González-Pienda
Núñez Pérez (coords.)
INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA PARA DESARROLLAR LA PERSONALIDAD INFANTIL. Juego, conducta prosocial y creatividad, M. Garaigordobil. PSICOPEDAGÓGICA, J. A. Beltrán, V. Bermejo, M.' D. Prieto y J.INTERVENCIÓN C.
y V. Vence.
DROGA Y DELINCUENCIA, J. M. Otero. EDUCACIÓN ESPECIAL I Y I I , A Sánchez y J. A. Torres (coords.). EDUCACIÓN ESPECIAL Centros educativos y profesores ante la diversidad,
INTERVENCIÓN PSICOPEDAGÓGICA EN LOS TRASTORNOS DEL DESARRO
EDUCACIÓN INTERCULTURAL Y APRENDIZAJE COOPERATIVO,
INTERVENCIÓN TEMPRANA. Desarrollo óptimo de 0 a 6 años, A Gómez,
A. Sánchez y J. A. Torres.
Díaz-Aguado.
M." J.
LLO, J. N. Garda Sánchez ícoord.l.
INTERVENCIÓN PSICOPEDAGÓGICA Y CURRÍCULUM ESCOLAR,
J. A
Beltrán, V. Bermejo, L. F. Pérez, M. D. Prieto, D. Vence y R. González. P. VigueryM.'J. Cantero.
EL AMOR DESDE LA PSICOLOGÍA SOCIAL Ni tan libres, ni tan racionales,
INTRODUCCIÓN A LA EVALUACIÓN PSICOLÓGICA I y II, R. Fernández-
EL APRENDIZAJE NO-VERBAL DE LOS HUMANOS, £ Huertas. EL GRUPO DE DISCUSIÓN, R A Krueger. EL SOCIOGRAMA. Estudio de las relaciones Informales en las organizacio
INTRODUCCIÓN A LA PSICOLOGÍA DE LOS GRUPOS, F. Gil Rodríguez y C. M.
EMPLEO, ESTRÉS Y SALUD, J. BuendíayF. Ramos (coords.) ENTREVISTA CONDUCTUAL ESTRUCTURADA DE SELECCIÓN DE PERSO NAL Teoría, práctica y rentabilidad, J. F. Salgado y S. Moscoso. ESCUELA Y TOLERANCIA, M.' J. Díaz-Aguado. ESTADÍSTICA PARA PSICÓLOGOS 1. Estadística descriptiva, J. Amén. ESTADÍSTICA PARA PSICÓLOGOS 2. Probabilidad. Estadística inferencial,
INTRODUCCIÓN A LA TEORÍA DE RESPUESTA A LOS ÍTEMS, J. Muñiz. INTRODUCCIÓN A LOS MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN DE LA PSICOLOGÍA,
C. Yela García.
nes, A Rodríguez Pérez y D. Morera Bello.
J. Amén.
Ballesteros.
Alcover.
INTRODUCCIÓN A LA PSICOLOGÍA DEL TRABAJO Y DE LAS ORGANIZACIO
NES, A. Rodríguez ícoord.l.
A R. Delgado y G. Prieto.
LA CONFRONTACIÓN SOBRE LA INTELIGENCIA. ¿HERENCIA-AMBIENTE?,
H. J. Eysenck y L. Kamin.
LA ENSEÑANZA DE LA LECTURA Enfogue psi coli ngül stic o y soc iocu ltu ral,
M Clemente y A. B. Domínguez. 1
LA ENTREVISTA. Técnicas y aplicaciones para la empresa, J. G. Goodaíe. J. A González-Pienda, J. C. Núñez Pérez, L. Álvarez Pérez yLAE.FAMILIA SolerDEL Vázquez DEFICIENTE MENTAL, T. Vargas Aldecoa y A Polaíno(coordinadores). Lorente.
ESTRATEGIAS DE APRENDIZAJE. Concepto, evaluación e intervención,
ESTRATEGIAS PARA MEJORAR EL RENDIMIENTO ACADÉMICO DE LOS ADOLESCENTES. Guía práctica para padres y profesores, M. A. Adell. ETOLOGÍA. Bases biológicas de la conducta animal y humana , F. Peláezdel
Hierro yJ Vea Baró.
LA MADUREZ PERSONAL: PERSPECTIVAS DESDE LA PSICOLOGÍA,
Zacates y E Serra.
J. J.
LA PERSONALIDAD EN EL MARCO DE UNA TEORÍA DEL COMPORTAMIEN TO HUMANO, J. Santacreu Mas, J. M. Hernández López, P. Adarraga
Morales y M: 0. Márquez Sánchez. EVALUACIÓN CONDUCTUAL HOY, R. Fernández-Ballesteros. LA PRÁCTICA DE LA PSICOLOGÍA DIFERENCIAL EN EDUCACIÓN, CLÍNICA Y EVALUACIÓN ESTRUCTURADA DE LA PERSONALIDAD, A. Matesanz DEPORTES, M. de Juan-Espinosa, B. R. Colom y M.'A Ouiroga. EVALUACIÓN OE PROGRAMAS EN ORIENTACIÓN EDUCATIVA, R. SanzOro. EXPLICACIONES SOBRE EL DESARROLLO HUMANO, E. Fernández Lópiz. LA PRÁCTICA DE LA PSICOLOGÍA DIFERENCIAL EN INDUSTRIA Y ORGANI ZACIONES, M. de Juan-Espinosa, B. R. Colom y M." A. Quiroga. FAMILIA Y PSICOLOGÍA DE LA SALUD, J. Buendia. PSICOLOGÍA, UNA CIENCIA DIVERSIFICADA, J. Fernández (coord.). FORMACIÓN E INSERCIÓN LABORAL F. Salva Mut (dír.) e I. NícolauLA Colom. LA VEJEZ. Perspectivas del desarrollo humano, R. A. Kalish. FUNDAMENTOS DE LA PSICOLOGÍA JURÍDICA, M. Clemente. LA VOZ Y LAS DISPONÍAS DISFUNCIONALES. Prevención y tratamiento, FUNDAMENTOS DE PSICOPATOLOGÍA GENERAL P. J. Mesa. R. M.' Rivas y M' J. Fiuza. FUNDAMENTOS METODOLÓGICOS EN PSICOLOGÍA Y CIENCIAS AFINES, LOS PROBLEMAS DE LA BEBIDA: UN SISTEMA DE TRATAMIENTO PASO A R. Moreno Rodríguez, R. J. Martínez Cervantes y S. Chacón Moscoso. PASO, B. McCrady, R, Rodríguez Villarino y J. M. Otero-López. GÉNERO Y SOCIEDAD, J. Fernández (coord.). MANUAL DE PSICOFISIOLOGÍA CLÍNICA, M. A Simón y E Amonedo (coords.) GEOGRAFÍA DE LA INTELIGENCIA HUMANA. Las aptitudes cognitivas, MANUAL DE PSICOLOGÍA CLÍNICA INFANTIL Y DEL ADOLESCENTE M. de Juan-Espinosa. Trastornos generales, V. E. Caballo y M. A. Simón (dir. y coord.). GERONTOLOGÍA SOCIAL, R. Fernández-Ballesteros (dir.). !
MANUAL DE PSICOLOGÍA CLÍNICA INFANTIL Y DEL ADOLESCENTE. Trastornos específicos, V. E Caballo y M. A. Simón ídir. y coord.). MANUAL DE PSICOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN, J. A. González-Pienda, fl. Gon zález Cabanach, J. C. Núñez Pérez y A. Valle Arias (coords.).
MANUAL DE PSICOLOGÍA DE LA SALUD, /. Amigo, C. Fernández y M. Pérez.
MANUAL DE PSICOLOGÍA DE LA SALUD CON NIÑOS, ADOLESCEN TES Y FAMILIA, J. M. Ortigosa Quiles, M.'J. Quites Sebastián y F. X Méndez Carrillo.
MANUAL DE TÉCNICAS DE MODIFICACIÓN Y TERAPIA DE CONDUCTA, F. J. Labrador J. A. Cruzado y M. Muñoz.
MANUAL PRÁCTICO DEL JUEGO PATOLÓGICO, J. Fernández-Montalvo y E. Echeburúa.
MODIFICACIÓN DE CONDUCTA CON NIÑOS Y ADOLESCENTES, F. X. Méndez, 0. Maciá y cois.
MODIFICACIÓN DE LA INTELIGENCIA, M.' 0. Calero (coord). NUEVAS TECNOLOGÍAS APLICADAS A LAS DIDÁCTICAS ESPECIALES, M. Cebrlán de la Serna yJ. M. Ríos Atiza.
NUEVAS TECNOLOGÍAS DE LA INFORMACIÓN EN LA EMPRESA. Una pers pectiva psicosocial, F. Prieto, A. M." Zornozay J. M." Peiró. NUEVAS TECNOLOGÍAS PARA EL APRENDIZAJE C. VizcarroyJ A. León ORÍGENES DE LA DIVERSIDAD HUMANA, B. fl Colom PENSAMIENTO CRÍTICO Concep tos básicos y activ idad es práctic as, C.
Saizlcoord.)
PERSONAJES PARA UNA HISTORIA DE LA PSICOLOGÍA EN ESPAÑA, M. Saíz yO. Saíz (coords.).
PERSONALIDAD: ASPECTOS COGNITIVOS Y SOCIALES, M.' 0. Avía y M.' L. Sánchez
Bernardos.
PERSONALIDADES VIOLENTAS, E. Echeburúa y cois. PRÁCTICAS DE PSICOLOGÍA DE LOS GRUPOS. Experiencias, F. Gil, C. M. Alcover M. García, R. Roda y F Rodríguez.
PRÁCTICAS DE PSICOLOGÍA SOCIAL, fl. de Diego Vallejo y M. Chico del Rio. PROBLEMAS RESUELTOS DE ANÁLISIS DE DATOS, F. J. Pérez, V, Manzano y H. Fazeli.
PROCESOS PSICOLÓGICOS, E. G. Fernández-Abascal, M." 0. Martin Díaz y J. Dominguez Sánchez.
PROCESOS PSICOLÓGICOS BÁSICOS I. Prácticas de condicionamiento y aprendizaje, M. A. Alcaraz García, J. M. Redondo Lago, I. Fraga Carou y J. Fernandez-Rey
PROCESOS PSICOSOC1ALES EN LOS CONTEXTOS EDUCATIVOS, M. Marín. R. Grau y S. Yubero. PSICOFISIOLOGÍA, LCarrebé. PSICOLOGÍA AMBIENTAL, i. I. Aragonés y M.'Amérigo.
PSICOLOGÍA APLICADA A LA ACTIVIDAD FÍSICO-DEPORTIVA, J. A. Mora, J. García, S. Toro yJ. A. Zarco.
PSICOLOGÍA BÁSICA, A. Puente (coord.).
PSICOLOGÍA CLÍNICA. Per spectivas actuales , J. Buendia. PSICOLOGÍA DE LA ATENCIÓN, J. Roselló i Mir. PSICOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN Y DEL DESARROLLO, M.' V. TrianesyJ. A. Gallardo
(coords.).
PSICOLOGÍA DE LA SALUD, M. A. Simón. PSICOLOGÍA DE LAS DIFERENCIAS INDIVIDUALES, B. fl. Colom. PSICOLOGÍA DELARTE G Mar i) PSICOLOGÍA DEL LENGUAJE, fl. López-Higes PSICOLOGÍA DEL ENVEJECIMIENTO, J. Muñoz Tortosa. PSICOLOGÍA EN EL TRABAJO SOCIAL, M. Herbert. PSICOLOGÍA PREVENTIVA. Avances recientes en técnicas y programas de prevención, G. Buela-Casal, L Fernández-Ríos y T. J. Carrasco Giménez PSICOLOGÍA SOCIAL APLICADA, M. Clemente Díaz. PSICOLOGÍA SOCIAL DE LA ORGANIZACIÓN, L Munduate Jaca. PSICOPATOLOGÍA EN NIÑOS Y ADOLESCENTES. Desarrollos actuales, J. Buendia.
PSICOPATOLOGÍA INFANTIL BÁSICA, J. Rodríguez Sacristán (dir). PSICOTERAPIAS. Escuelas y conceptos básicos, J. L. Martorell. ¿QUÉ ES LA INTELIGENCIA? Puntos de vista actuales de su naturaleza y definición, fl. J. StembergyD. K. Detterman. REHABILITACIÓN PSICOSOCIAL DE PERSONAS CON TRASTORNOS MEN TALES CRÓNICOS, A, Rodríguez (coord.). SEXUALIDAD EN LA VEJEZ, F. López y J. C. Olazábal. TEORÍA CLÁSICA DE LOS TESTS, J. Muñiz. TERAPIA DE ACEPTACIÓN Y COMPROMISO (ACT) Un tratami ento con ductual orientado a los valores, K. G. Wilson y M C. Luciano Soriano. TERAPIA DE CONDUCTA EN LA INFANCIA. Guía de intervención, /. Moreno. TESTS INFORMATIZADOS, J. Olea, V, PonsodayG. Prieto. TESTS, INTELIGENCIA Y PERSONALIDAD, B. fl. Colom. TOMA DE DECISIONES Y JUICIO CLÍNICO. Una aproximación psicológica, A. Godoy.
TRABAJO, EDUCACIÓN Y CULTURA. Un enfoque interdisciplinar, L. E. Santana Vega (coord.).
TRABAJO, INDIVIDUO Y SOCIEDAD. Perspectivas psicosocíológicas sobre el futuro del trabajo, E. Agalló y A. Ovejero. TRASTORNO ESPECÍFICO DEL LENGUAJE ITELI, f Mendoza Lara (coord I TRATAMIENTO PSICOLÓGICO DE HÁBITOS Y ENFERMEDADES, J. M.' Buceta y A. M.' Bueno.
TRATAMIENTO PSICOLÓGICO DEL ASMA BRONQUIAL, M.' I. Vázquez y J. M Buceta. 1
TRATAMIENTOS CONDUCTUALES EN LA INFANCIA Y ADOLESCENCIA, J. Olivares, F. X. Méndez y D. Maciá.
UNA INTRODUCCIÓN A LA PSICOFISIOLOGÍA CLÍNICA, J. Vila Castellar. VARONES Y MUJERES. Desarrollo de la doble realidad del sexo y del géne ro, J. Fernández (coord.). VIVIR CON LA DROGA, J. Valverde Molina.