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Platón.
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TEORÍA DE LAS IDEAS. Esta Idea de belleza, ya que de ella se trata, posee en este diálogo el reinado supremo, del mismo modo que el Bien en la República . Más incluso , ya que no se menciona ninguna otra Idea. Es la realidad suprema considerada como objeto de amor, lo amado por sí mismo del Lisis . No debe sorprendernos que esta realidad suprema sea en un diálogo lo Bello, y el Bien en otro. Ambos conceptos estaban estrec estrecham hament entee vincul vinculado adoss siempr siempree en la mente mente de Platón Platón y, en este este sentid sentido, o, se limitaba a expresar la mentalidad común ateniense. La teoría las Ideas no aparece hasta el libro quinto. En el libro primero, Sócrates intenta definir la justicia en la forma usual de los primeros diálogos, y nada en su vocabulario sugiere que el Fedón haya sido escrito con anterioridad. Ni siquiera se utiliza una terminología ambigua, paralela a la que encontramos en el Cratilo y en el Tampoc oco o apar aparec ecee nada nada de este este tipo tipo en los los tres tres libr libros os sigu siguie ient ntes es,, si Eutifrón. Tamp exceptuamos una ocasión. Da la impresión de que Platón pretende deliberadamente edific edificar ar su ciudad ciudad y la educac educación ión de sus guardia guardianes nes sin recurr recurrir ir para para nada nada a la metafísica, con la única intención de retomar posteriormente en toda su amplitud el problema del gobernante adecuado y sus obligaciones desde un punto de vista más fundam fundament ental. al. Condu Conduce ce a su lector lector a través través de un largo largo recorr recorrido ido hasta el final, final, llevándolo de paso a la aceptación de muchas cosas importantes, sin descubrir aún las premisas fundamentales fundamentales en que se basan tales cosas. A lo sumo (y ésta es la excepción que hemos hemos mencio mencionad nado o arriba arriba)) se afirma afirma que una una person personaa autént auténticam icament entee culta culta necesariamente ha de ser capaz de reconocer «las diferentes; Formas de moderación, valor, libertad y magnanimidad, sus afines y sus opuestos, tal como se dan y aparecen en cada caso; ha de ser capaz de reconocer su presencia allí donde se encuentren ellas y sus imágenes, y honrarlas tanto en las cosas grandes como en las pequeñas» (402c). Estamos ante una expresión típicamente ambigua que, a pesar de su vaguedad, implica seguramente para Platón en este momento la teoría de las Formas, aun cuando no ocurra lo mismo con los interlocutores. No aparece ninguna otra referencia a las Ideas, ni implícita ni explicita, hasta el libro quinto, cuando Sócrates, a quien se ha instado una y otra vez a demostrar la viabilidad de su ciudad, contesta finalmente que sí es posible, pero que las naciones nunca lograrán alcanzar la paz hasta que, los filósofos sean reyes, o los reyes, filósofos; paradoja ésta que Glaucón teme ha de provocar estupor y mofa. Instado a explicar expli car qué es un filósofo, filósof o, Sócrates recurre a la teoría teor ía de las Ideas , con la seguridad de que Glaucón la conoce y acepta. Resulta evidente que la teoría es presentada como algo de sobra conocido por Glaucón, si tenemos en cuenta el hecho de que inmediatamente es introducido el término técnico ‘ eidos’. Lo bello y lo feo, nos dice, son dos cosas diferentes, diferentes, y cada una de ellas es una en sí misma (476 a):
Y lo mismo ha de decirse acerca de lo justo e injusto, lo bueno y lo malo y todas las Formas: cada una de ellas, en sí misma, es una, una, pero pero pare parece ce ser ser múlt múltip iple le porq porque ue apar aparec ece e por por doqu doquie ier r asociada a acciones y a cuerpos y a las demás Formas . A partir de este momento, la totalidad de la discusión se centra en la teoría a lo largo de este libro y de los dos siguientes. No se trata de establecer la existencia de las Formas; su existencia se da por establecida, y los rasgos característicos del filósofo o amante de la sabiduría vienen explicados por medio de ellas. Otros hombres captan visiones y sonidos particulares y, sin embargo, no captan la realidad que existe tras ellos (476c):
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En cuanto a aquel hombre que cree en las cosas bellas, pero no cree en la belleza misma ni es capaz de seguir a alguien que intenta conducirle al conocimiento de ella, ¿piensas que su vida es real o, por el contrario, un sueño? Considera esto: ¿no es, en efecto, un sueño el confundir la imagen con la realidad, poco importa si el hombre está dormido o despierto? Esto es precisamente lo que hace el hombre común. Confunde con la belleza misma las cosas particulares bellas, que lo son precisamente en la medida en que participan de la belleza. El filósofo conoce la realidad, las Formas; los demás únicamente poseen creencias u opiniones. Hay, pues, tres grados: conocimiento, opinión e ignorancia . El primero es de las Formas; la segunda, del mundo físico, que no puede ser objeto de conocimiento real, sino que es y no es a la vez, ya que ninguno de sus objetos posee cualidades permanentes, sino que están sometidos a continua mutación. La ignorancia por su parte, no tiene nada que ver con el Ser, pues afirma la existencia de cosas que, sencillamente, no existen. La diferencia entre conocimiento y opinión es la diferencia entre el filósofo y los demás hombres. Evidentemente es el filósofo, cuya mente aprehende la bondad, quien debería gobernar el estado. Solamente él posee el patrón de la bondad en su alma y es capaz de usarlo, al igual que un pintor se sirve de su modelo (500e), para intentar realizar la justicia eterna en las vidas humanas, para hacer que el Estado se acerque a aquellas realidades éticas cuyo conocimiento solamente él tiene. Debe hallarse en posesión de la más alta forma de conocimiento, que no es otra que el conocimiento del bien. Pero ¿Qué es el Bien? Para algunos es el placer, aun cuando no tienen más remedio que admitir que determinados placeres son malos. Otros dicen que es el conocimiento; pero el conocimiento tiene que tener un objeto, y este objeto no puede ser sino el Bien, que es precisamente el término que hay que definir. Podrán los hombres a veces sentirse satisfechos sólo con apariencias de belleza o justicia, pero, cuando se llega al bien, prefieren lo que realmente es tal, y no se satisfacen ya por más tiempo con la opinión. Instado a ofrecer su propia definición, Sócrates se declara incapaz de hacerlo directamente; sin embargo, intentará describir «el retoño del bien», pasando a exponer su famoso paralelismo entre el sol y la Idea de bien . El sol, dice, es la causa de la luz en el mundo físico y la luz es necesaria para la vista, el más elevado de nuestros sentidos (508 b) [ver libro VI, cap XIX] En el mundo físico tenemos, por tanto, el sol, del cual se derivan la luz, la visión y el ojo que ve; análogamente, en el mundo inteligible tenemos el bien, del cual se derivan la verdad, el conocimiento y la mente que conoce. Incluso el sol debe su existencia al bien mismo. Yendo más lejos, el sol es no sólo la causa de la visión, sino que su luz hace también posible la existencia en el plano físico; de forma paralela, el bien es no sólo la causa del conocimiento, sino, además, la causa de la existencia real de lo inteligible y, a fortiori, de la existencia del mundo físico, ya que éste se deriva de aquél. A continuación procede Sócrates a aclarar su pensamiento por medio de otra imagen. Tomando como punto de partida la ya familiar división de la existencia en dos grupos o formas, visible e inteligible, indica a Glaucón que haga una línea y la divide en dos partes desiguales, subdividiendo a su vez cada una de ellas en dos segmentos más, según el gráfico siguiente. Resulta así que A D es a D C como C E es a E B y como A C es a C B (509d): La división principal se establece en el punto C y representa la división entre el mundo sensible y el mundo de las Ideas. Se ha de entender que el punto más elevado en
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3 la escala de la verdad y de la realidad se localiza en B. A, por el contrario, representa el punto más bajo en que una cosa puede ser denominada existente. El segmento DC abarca, por consiguiente, todos los fenómenos del mundo físico, todas aquellas cosas que captamos por medio de percepciones corporales -«animales, plantas y todo tipo de entes artificiales»-, mientras que en el segmento inferior AD hemos de colocar sus imágenes y las sombras que proyectan en el agua o en los espejos, etc. (y seguramente, aunque Platón no lo diga, los objetos de las artes bellas). Es fácil captar la relación existente entre los objetos incluidos en DC y los incluidos en AD: es la misma que existe entre un modelo y su copia o imitación. Platón se sirve de la misma relación para expresar también la relación existente entre los objetos sensibles y los objetos situados en el segmento inmediatamente superior, CE. Explica su pensamiento en cuanto a este punto recurriendo al ejemplo de las matemáticas: los objetos que estudia la geometría son ciertamente figuras matemáticas perfectas, si bien el geómetra, para sus demostraciones, acostumbra a diseñar representaciones materiales de un cuadrado perfecto, etc., sirviéndose de ellas para el estudio de las figuras geométricamente perfectas, que sólo pueden ser captadas por los ojos de la mente. Es decir, se sirve de objetos sensibles pertenecientes al segmento DC como copias o imágenes de las realidades matemáticas, cuya existencia tiene lugar en el segmento superior, CE. Esta sección contiene, por tanto, los objetos de tales ciencias en la medida en que utilizan a las realidades concretas como representaciones. Además, estas ciencias parten de axiomas e hipótesis cuya validez presuponen, ya que no es asunto suyo el someterlas a discusión. Pero existe (se nos dice) un tipo más elevado de ciencia, puramente abstracta, que no utiliza ejemplos o imágenes concretas. Los objetos de estas ciencias pertenecen al segmento más elevado, EB. Es su cometido comprobar la verdad de las hipótesis y axiomas de las ciencias inferiores en términos de hipótesis de amplitud mayor, fundamentando en último término el cuerpo entero de la ciencia sobre una única proposición universal, que será, por tanto, una única verdad suprema. Pero, puesto que este fundamento último explica a todo el resto y encaja con el cuerpo total del conocimiento, no puede ser considerado ya como hipotético. Se trata del principio primero de la naturaleza y de la existencia. Tal es la Idea del bien en la República, cuya existencia debe ser situada en el punto B. El segmento EB ha de contener, por tanto, las diversas verdades que el filósofo descubre en el curso de su ascensión desde las hipótesis de las matemáticas hasta la verdad suprema. Una vez alcanzada ésta, cabe descender de nuevo a lo largo de todo el camino del pensamiento. Y las ciencias inferiores pasarán ya a ser conocimiento en el sentido más elevado de esta palabra para el filósofo, pues ya no estarán para él basadas en afirmaciones hipotéticas. Platón lo explica en el capítulo XXI del libro VI (511 b). Sería interesante detenernos un momento en los procesos mentales a través de los cuales son percibidos los distintos grados de realidad. La división fundamental en el punto C representa también en este caso la división entre la opinión acrítica ( doxa), cuyo objeto es el mundo fenoménico, y la función crítica de la mente, que lleva al conocimiento (noesis ). La primera se subdivide a su vez de modo que el segmento más bajo abarca los objetos de la eikasia . Esta palabra se traduce usualmente como imaginación, pero significa más bien la facultad de ver imágenes: Platón no se refiere aquí a una facultad creadora, sino, por el contrario, más bien a la percepción completamente acrítica e incapaz de relacionar unas percepciones con otras y de distinguir entre un objeto y su reflejo en un espejo. Los fenómenos mismos comprendidos en DC son los objetos de fe o creen cia ( pistis), la cual, aunque en cierta manera es capaz de relacionar sus percepciones, no las somete, sin embargo, a
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4 análisis crítico. Por su parte, el conocimiento se subdivide en dianoia, capacidad de análisis lógico y crítico, razonamiento a partir de premisas dadas, y nous o inteligencia, que capacita, al sujeto para ir más allá de las premisas de las ciencias particulares, hasta la captación de los valores absolutos, que se encuentran más allá de toda realidad. Como ocurre otras veces, Platón no desarrolla detalladamente el gráfico de la línea y, en consecuencia, hay disensiones entre los estudiosos acerca del contenido exacto de cada uno de los segmentos de la línea. Las obras de arte ¿quedan relegadas al segmento más bajo? Aparte de los objetos de la matemática, ¿qué otros objetos han de situarse en CD? Las ciencias naturales -al igual que otras artes, como la estrategia- ¿son objeto simplemente de opinión? Estas y otras preguntas por el estilo quedan sin contestar por Platón. Una vez puestos gráficamente de relieve los diferentes grados de realidad y los principales peldaños de la escala del conocimiento, Platón vuelve al tema con la espléndida parábola de la caverna . Es preferible no apurar sus imágenes más que él mismo. No es su intención ofrecer un esquema de su filosofía por medio de ellas, y no sería muy cuerdo que lo hiciéramos nosotros por él. Algunas de estas dificultades volverán a surgir. Entre tanto no debemos olvidar que la línea es continua, que se trata de una línea, aunque subdividida, lo cual pone de relieve que el ascenso humano desde la ignorancia al conocimiento y sus distintas etapas son de naturaleza continua. La parábola de la caverna, que ejemplifica también la ascensión desde la oscuridad de la opinión hacia la luz del conocimiento, es de sobra conocida. En realidad, no añade nada nuevo en cuanto a la teoría de las Ideas. No es, por tanto, necesario exponerla aquí (514 y sigs.)[...] El número platónico es la Idea de Bien o, al menos, un aspecto de la Idea suprema, representada matemáticamente. Las leyes del universo y las Ideas son de naturaleza matemática, objetivamente consideradas. Tanto el conglomerado de elementos en que consiste el hombre como el conjunto de los movimientos de los astros pueden ser expresados en fórmulas matemáticas. Tiempo, espacio y sonido son de naturaleza matemática desde cierto punto de vista. Y el plan o ley suprema del universo puede (así lo pensaba Platón) ser expresado en el lenguaje de los números. No se trata, por supuesto, de que sea precisamente el número 12.960.000, ya que todo esto es mitológico. Platón no pretende insinuar que este número contenga, en última instancia, todas las relaciones, proporciones, etc., conforme a las cuales está hecho el mundo, sino que pretende indicar que el mundo está hecho de acuerdo con ciertas fórmulas matemáticas. La suma total de tales fórmulas o leyes es, por fuerza, uno de los aspectos de la realidad suprema. Y, dado que contiene las razones, proporciones, etc. más perfectas y la armonía matemática mejor posible, esta realidad suprema será buena, más aún, el Bien mismo. De igual forma, el número humano representa un aspecto cuando menos de la Idea del hombre, al contener también las propiedades esenciales del hombre expresadas matemáticamente. Parece lícito suponer que Platón quería indicar cómo los atributos humanos esenciales son susceptibles de formulación matemática. Hemos visto cómo la teoría de las Ideas llega a su plenitud en la República. Por tratarse del conjunto de las características comunes de todos aquellos sujetos a los cuales es aplicable un mismo predicado la Idea es una entidad lógica, matiz éste que reaparece en el Fedro y es desarrollado de forma más completa en el Sofista. La Idea aparece de este modo como un desarrollo natural de la definición socrática. Desde este punto de vista, ha de haber tantas Formas como predicados generales; de ahí que, a este nivel, no deba sorprendemos encontrar una Forma de la maldad, en el libro
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5 cuarto, o también una Forma de cama, en el libro décimo. Por ser realidades metafísicas, las Ideas pertenecen al tipo más elevado y verdadero de lo real. La línea implica, cuando menos, que hay cierta jerarquía entre ellas y que las de mayor amplitud predicativa son las más fundamentales, quedando reservado el puesto más alto a la Idea de bien. Las Ideas son también bellas, ya que introducen el orden en el caos autodestructor; ya hemos visto cómo la belleza era considerada la Idea suprema en el Banquete. En el Fedro, las Formas aparecen por primera vez con ocasión del mito apologético del amor, cuando Sócrates describe la naturaleza del alma y su viaje a través de los cielos entre encarnación y encarnación. Después de hacer hincapié en el parentesco esencial que vincula al alma con lo divino, así como en la vida de los dioses y en su viaje por el límite exterior del firmamento, se nos dice (247c):
Pero el lugar que está más allá de los cielos no lo ha cantado ningún poeta ni lo cantará jamás adecuadamente. Es como diré a continuación, pues hemos de atrevernos a decir la verdad, especialmente cuando de la verdad estamos hablando: en aquel lugar habita, sin color, sin figura e intangible, la auténtica realidad. Por ser el objeto del verdadero conocimiento, sólo puede ser percibida por aquella capacidad de conocer que es el piloto del alma. El pensamiento de los dioses, nutrido de saber y de conocimiento puro, y del mismo modo el conocimiento del alma, que se ocupa en captar lo que le es afín, se regocija al contemplar por fin al Ser; se alimenta de la contemplación de la verdad y es feliz hasta que es arrastrada de nuevo al mismo sitio por el movimiento circular. Entre tanto y dando vueltas alrededor, contempla a la justicia misma, a la moderación misma y al conocimiento —pero no el conocimiento que comienza a ser o el que existe en cualquier otra cosa de las que llamamos reales, sino el conocimiento verdadero en lo que es verdaderamente. Y, habiéndose recreado en la contemplación de las otras cosas que son igualmente verdaderas, el alma se sumerge de nuevo dentro de la parte interior del cielo, para regresar a casa. Aun cuando las palabras ‘ eidos’ e idea no aparecen en esta descripción, no cabe la menor duda de que estas realidades son las Formas. De ellas se afirma que existen en un lugar por encima del firmamento, es decir, fuera del espacio y el tiempo. Al igual que en el Fedón, el conocimiento resulta del conocimiento de estas Formas. La belleza es, además, mencionada como perteneciente por sí misma a una clase especial, no porque sea de naturaleza diferente al resto de las ideas entre las cuales resplandece, sino porque la visión es la más clara de nuestras percepciones y, por tanto, nos es posible percibir en este mundo de abajo más claramente las imágenes y reflejos de la belleza que los de cualquier otra Forma. He aquí la razón de que la belleza sea recordada con mayor claridad y amada más fuertemente en la tierra. En el resto del diálogo -y también una vez en el mito aparecen las Ideas como entidades lógicas. Un alma, se nos dice, que no haya columbrado siquiera las Formas, no puede ser un alma humana, ya que el hombre debe comprender lo que se dice, «de acuerdo con las Formas» (249b). El significado de esta afirmación se hace claro a continuación cuando se afirma que el método propio del discurso científico consiste en la clasificación correcta de las cosas en clases, cada una de las cuales corresponde a una Idea, proceso este al que se compara con una disección practicada en las
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6 articulaciones. Semejante método lógico, explicado por vez primera aquí, consiste en dividir las cosas en clases naturales, de acuerdo con sus características comunes, correspondientes a las Formas universales. Sólo los dialécticos son capaces de hacerlo y logran reunir los elementos dispersos bajo una única Idea (265 d), a través de la división y la síntesis. No se nos ofrece una explicación amplia del método, aunque debe tenerse en cuenta que aquí aparecen los rasgos esenciales del proceso clasificatorio, cuya explicación completa está en el Sofista y en el Político.