Entre el Deber y el Amor (Castidad y Tentación) M. A. Petersen
Entre el Deber y el Amor (Castidad y Tentación) M. A. Petersen
ÍNDICE Prólogo Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 EPÍLOGO EPÍLO GO
Prólogo El hombre entró a su despacho y en vez de darle la mano, lo palmeó en el hombro, como solía hacer cuando estaba en el colegio y era su profesor. En cierta forma se sentía un poco culpable de sus problemas y de haberle metido el “bichito” de una profesión que resultaría definitivamente complicada para él. Rafael, yo sé que el problema no eres tú, que lo que ha sucedido no es tu culpa y admiro tu valor, paciencia y perseverancia al no desistir, sin embargo sabes mejor que yo lo difícil que es hallar un lugar para ti, prueba de ello es que aún no encontramos el ideal, pero tengo esperanzas de que esta vez hayamos acertado y topado con la solución. Te deseo lo mejor… Las renovaciones estaban muy retrasadas. Faltaban sólo tres días para el Domingo, cuando todo debía estar listo, sin embargo la cooperación era poca, sobre todo de parte de los hombres del pueblo que preferían matar las horas trabajando para obtener algunas monedas más para llenar la olla que dedicarse a la “decoración” con las mujeres. Por lo mismo cuando aquel oven fuerte y dispuesto a ayudar se presentó en el lugar, su colaboración fue inmediatamente bienvenida. Sin tardar se arremangó las mangas de la camisa y se puso manos a la obra, mezclando el cemento para pegar las baldosas faltantes de la entrada. Luego trasladó los sacos de tierra de hoja y las cajas con plantas hasta el ardín de en frente. Sólo se detuvo a beber una jarra de agua fría cuando le preguntaron si sabía usar la hoz para limpiar los extensos terrenos tras el cobertizo que tantos codiciaban para sembrar y que habían permanecido inútiles por años. Tras un par de horas de duro trabajo a pleno sol, se enjugó el sudor del rostro con la camisa que hace rato se había quitado, dejo la hoz sobre un tronco y se volteó a contemplar el campo limpio, fruto de su esfuerzo, pero eso no era todo. En ese rato las mujeres habían corrido la voz y había un buen grupo reunido para ver al maravillosamente atractivo forastero que con tan buena voluntad, y sin anillo de hombre casado, había terminado en unas horas lo que a ella les habría llevado un
par de días acabar. El se alzó de hombros resignado a que su suerte, por lejos que hubiera tratado de escapar, lo había seguido aún hasta ese pueblito inhóspito de la cordillera. Las jóvenes y las no tanto le sonreían, haciéndole sentir que no importaba donde fuera, siempre acabaría despertando los mismos sentimientos y pasiones en la gente: deseo y celos, que se convertirían en lujuria y odio. Aún sabiendo que tal vez no duraría en aquel lugar más que en los anteriores, siguió ayudando con los preparativos y la noche del sábado se acostó agotado en su cama en la pensión. Al día siguiente se levantó al amanecer, salió del lugar y dispuso todo para la bienvenida. Por fin a las seis mandó a abrir las puertas y se preparó como lo hacía siempre para cumplir con su misión. Cuando se levantó y se volteó, enfrentando a la gente, la reacción que había esperado atenuar con su llegada anticipada y con darse a conocer simplemente como Rafael a secas fue la contraria. Si alguna se hubiera atrevido a volar por allí, se habría escuchado hasta el aleteo de una mosca… seguido de los murmullos que partieron como susurros y que se hicieron casi ensordecedores, porque aunque habían agradecido la ayuda y buena voluntad de aquel joven que era centro de todas las conversaciones en los últimos días, nadie pudo suponer que Rafael había hermoseado con ellos la casa, los terrenos y la misma parroquia que, ataviado de austera sotana marrón, dirigiría desde ese día como el nuevo párroco. El padre Rafael. Señor obispo… ¿Otra vez, Rafael? Nuestro Señor pone a prueba duramente tu vocación con la apariencia que te ha dado… Yo no quiero renegar de Sus decisiones, sin embargo… No lo hagas, hijo. Lo he pensado y creo que lo que Dios quiere es ponerte en otro camino… tú sabes que la misión de los monjes… ¡No!- Rafael cogió la mano del hombre mayor y se arrodilló, suplicante- El Señor me regaló con una vocación de servicio, no sólo de oración y contemplación… Tranquilo, no se trata de cualquier monasterio. Supuse que
más temprano que tarde, volverías aquí, así que esta vez he estado considerando tranquila y concienzudamente esta opción. Tenemos en un lugar agreste una congregación de lo que podríamos llamar “monjes híbridos”. Son apenas dos padres, franciscanos, como nosotros, que contigo serían tres, que se encargan de la única escuela que hay en kilómetros a la redonda en las islas australes. Los niños viven en un régimen de internado, con un par de salidas cada semestre nada más, por lo que cumplirías con la misión de guiar a un rebaño, sólo que uno más puro e inocente que… bueno… no habría problemas con… tú me entiendes. ¿Es eso posible? El obispo miró a su joven aprendiz con cariño. Algo le decía que la reacción aliviada de Rafael, junto con el entusiasmo que veía en esos ojos que hacían pecar a las voluntades débiles… y a las fuertes, eran simple y claramente la señal que el propio Señor les daba de que esta vez sí había encontrado su destino.
Capítulo 1 ¡Por Dios! Muchacho, estás empapado. Entra de una vez, anda. ¿Padre Domingo? Claro que sí. Y el padre Mariano está en este momento con la clase. El padre Domingo era un hombre de unos sesenta y tantos años, de aspecto astuto y bonachón, que de inmediato le cayó bien a Rafael, preocupado de servirle un enorme plato de comida, encargarse de colgar su sotana empapada frente al fuego y ofrecerle ropas secas. ¡Santo Dios! ¿Sucede algo, padre? No, chico, disculpa mi falta de tacto… es que como por fin te he visto bien y me habían dicho que te enviaban aquí porque sueles llamar la atención de la gente de forma algo… picaresca, yo, en mis momentos de ocio, me dediqué a elaborar un buen número de teorías al respecto, pero ya entiendo de qué se trata el asunto… ¡Si es que eres como un ángel del cielo! Mmmm… Bueno, bueno, a no preocuparte. Felizmente aquí no despertarás las pasiones a las que se refiere el señor obispo… al menos de mí doy fe… -por el rabillo del ojo el viejo zorro notó que entraba a la cocina el otro cura- …de Mariano no digo nada porque… bueno, tiene sus excentricidades, ¿entiendes? Rafael, no le hagas ningún caso a este viejo mañoso y chiflado. -el mencionado padre Mariano era un muchacho incluso menor que Rafael, bajito y delgado, pero de ojos vivaces y mirada inteligente tras un par de pequeñas gafas ópticas- Como ya escuchaste, le gusta inventar historias como a cualquiera de las veteranas con las que cacarea por horas cuando va a confesar. Mucho gusto, yo soy Mariano. El gusto es mío de conocerlos a ambos… y de que me permitieran venir aquí. ¡Faltaba más, hombre! No te quepa duda que nos hacía falta
un tercero para interpretar correctamente a los tres chiflados. Por fin. Esta vez sí que había llegado a un lugar donde se sentiría cómodo y útil. Sintió inmediatamente a sus dos compañeros como parte de su familia, como si los conociera de años y, encima de todo, ahora podría enseñar la palabra del Señor, además de muchas cosas, a los favoritos de Jesús, a los niños. Sólo falta que conozcas a Clarita. ¿Una mujer? No te preocupes. Verás… Clara es un encanto, una chica muy inteligente y dulce que les enseña canto y danza a los niños. A veces también algo de urbanidad, sin embargo tu aspecto no debe preocuparte con ella… si hay una mujer a la que no le importe como luces es Clara, porque a ella no… mmmmm, creo que me estoy enredando... No quisiera hacer preguntas prejuiciosas, pero… Lo que mi apreciado Domingo intenta explicar tan torpemente no es que Clara sea extraterrestre, ni lesbiana para no derretirse con tus atributos físicos, mi estimado. Lo que sucede es que Clara es ciega. Lo lamento. Eso es bueno. Si te hubieras sentido aliviado, habría tenido que darte un puñetazo. Y si te alegrabas, yo te acomodaba una paliza. Sin duda alguna aquel par no podía ser más de su agrado. Igualmente el hecho de tener que lidiar tan de cerca con una mujer no podía dejar de preocuparle, pero decidió no dejarse influenciar prejuiciosamente y esperar a ver que sucedía. Aunque llovía a cántaros y el cielo estaba más negro que de noche, apenas era media tarde, por lo que decidió poner sus cosas en orden en el pequeño cuarto-oficina que Mariano le había enseñado, para luego ayudar con la cena en la cocina y poder presentarse con los niños. -
¡Padre Domingo! ¡Padre Domingo!
Rafael se volteó a ver quien gritaba con tanto asombro en su voz, encontrándose con una pequeña niña de no más de seis años que lo contemplaba como quien veía a un fantasma, aferrando una vieja muñeca de trapo contra su pecho como si fuera un talismán, cuando ambos curas se presentaron corriendo alarmados. Margarita, princesa, ¿qué pasa? Padre Domingo, el Señor ha enviado a un ángel a preparar la cena… Jajajajajajaja ¡Niña, por Dios! -el hombre alzó a la pequeña y la puso en brazos de Rafael, cogiendo una galleta y probándola con expresión crítica, mientras Mariano ocultaba la risa- Mira bien. ¿Te parece a ti que este pobre pecador con mano débil para el dulce puede ser realmente un ángel del Señor? Hola, Margarita.- la niña dudó antes de poner su mano en la mejilla derecha de Rafael, que acarició con adoración, sin creerse del todo la explicación del padre Domingo- Yo soy el padre Rafael. Pareces un ángel, pero hueles a galletas y no tienes alas. Pues sus galletas no tienen nada de divino… hay que espolvorearlas con más azúcar. Domingo, -Mariano entonó la frase como una cancioncillarecuerda lo del azúcar y la diabetes… ¡Aguafiestas! Antes de la cena, varios niños más entraron y salieron sigilosamente de la cocina, acompañados de Margarita, para ver al misterioso ángel de las galletas, que sonreía y olvidaba inocentemente algunas sobre el mesón cada vez, las cuales desaparecían junto con los curiosos visitantes. Así debía sentirse la felicidad absoluta, que le había sido tan esquiva. Pensaba que su corazón no podría sentirse más alegre hasta que escuchó a los niños y a alguien más cantando en el comedor. Seguramente debía ser Clara y, por lo que podía oír, ahora era él quien dudaba si en ese pequeño monasterio habitaba realmente un ángel. La voz de la muchacha era dulce como el néctar de las flores y hasta el más basto de los ignorantes reconocería la hermosura de su timbre, con mayor razón alguien que
gozaba tanto de la música como Rafael. Rafael, anda, siéntate en el comedor que Mariano y yo nos encargaremos de servir con algunos chicos. Hoy es tu cena de bienvenida y no estaría bien que tú hagas todo el trabajo, en especial para que después no hables mal de nosotros con el señor obispo… Domingo, ¿no crees que estás muy viejo ya para estar embromando a la gente como si fueras un chiquillo? Deja en paz al pobre Rafael. Toma en cuenta que a tus años te va quedando menos tiempo para arrepentirte de tus pecados… ¡Y luego soy yo el malvado! ¿Les puedo ayudar en algo? Clarita, muchacha… - Rafael agradeció el haberse puesto en un rincón donde no incomodara para cargar las bandejas porque así nadie más pudo notar su expresión asombrada al ver a la chica. Además de tener la más hermosa voz que él hubiera escuchado, sin duda era la criatura más bella que había visto. Bueno, lamentablemente, según pensó, la segunda más hermosa, luego de la de la imagen que le devolvía cada día el espejo- No, no. Lo que puedes hacer es llevarte a Rafael y hacer que de una vez se siente en el comedor, ¿quieres? Encantada. ¿Padre Rafael? Sí… -él se sonrojó al notar que Mariano se daba cuenta de que la idea de ser escoltado por Clara lo incomodaba bastante, aunque agradeció que hubiera ignorado la verdadera razón- Aquí estoy… ¡Es más joven de lo que imaginaba! Venga, cójase de mi brazo. Vamos a sentarnos y así le presento a los niños. Claro, gracias. Que Dios lo ayudara si permanecía allí, porque ahora que por fin sentía que encajaba en un lugar, le parecía demasiado dura la prueba de tener que luchar contra los sentimientos de los que él había sido siempre el causante, ahora vividos en carne propia, pues cuando Clara se alzó de puntillas para besar su mejilla y lo cogió cariñosamente del brazo, hablándole con afecto sobre cada pequeño, una sensación que nunca antes había experimentado le
hizo sentir el corazón acelerado y las mejillas encendidas. Clarita, el padre Rafael es un ángel, ¿sabías? ¡No! -que sonrisa más bonita tenía…- ¿En verdad, Margarita? Sí. Dios lo mandó aquí a cuidarnos y a prepararnos galletas. ¿Y tú cómo lo sabes? Porque cuando… Anda, no seas tímida, cuéntame. Bueno. Es que cuando lo vi en la cocina… cuando me miró con sus ojos tan bonitos, me dieron ganas de llorar, pero de contenta… como cuando ponemos al niño Jesús en el pesebre. Entonces la niña alzó los brazos para que Rafael la cogiera y una vez más se quedó viéndolo con adoración, besando su mejilla y abrazándose a él con todas sus fuerzas. Rafael cerró los ojos y se dejó llevar por un momento. Las palabras y el cariño de la niñita, inocente y puro, también le dieron ganas de llorar de felicidad, por lo que Clara apartó la mano al notar húmedas las yemas de sus dedos cuando quiso reconocer su rostro, comenzando por sus ojos. Perdón, no quise… No, yo… ¿Puedo? Sí… -Rafael secó rápidamente sus mejillas con la manoPor supuesto. Si se siente incómodo... No. -¿una mentira? Eso no era bueno, pero no, en verdad no estaba incómodo, pero sí estaba sumamente nervioso- Es que nunca… Entiendo. ¿Te puedo llamar Rafael? Sí. Relájate, Rafael. –al escucharlo respirar profundo y soltar lentamente el aire, ella sonrió y llevó sus manos a sus mejillas, con el consiguiente aceleramiento a toda máquina de su corazónYo no sé discriminar como el común de la gente entre una persona fea o bonita…
Eso a veces es algo bueno… Y eso… -sus manos tenían un toque tan delicado, sin ser del todo suaves, seguro por el trabajo, tanto que finalmente se relajó de verdad, deseando que ella no dejara nunca de recorrer sus facciones, las mismas por las que más de una vez debió confesarse por pensar o decir que las odiaba, por lo que producían en las personas- ¿por qué lo dices? Mmmm… Si te molesta hablar de ello, no lo hagas. No sé si es molestia… es que no quiero que suene mal, pero es difícil explicarlo mejor… Dime. Espero que no fuera el caso, pero por lo general si Margarita tuviera diez años más, no habrían sido respecto a Jesús sus palabras, más bien inspiradas por el otro lado de… los sentimientos. ¿Hablas de pensamientos impuros? Bueno… Una de las cosas por las que no cuestiono la decisión del señor de no haberme regalado con el don de la vista, -el último roce después de recorrer sus labios suavemente, obligándolo a aguantar un suspiro, había sido sin duda una caricia consoladora en su barbilla- es que me ha otorgado la gracia de ver con otros ojos, mucho más sabios en estas cosas… la razón y el corazón. Ese es un buen don… ¿Y piensas que el tuyo no es bueno? Yo… Menos cháchara, muchachos, y a cenar. ¡Cierto! Haz cocinado galletas toda la tarde sin comer nada. No lo creas, el padre Domingo se encargó de llenar mi estanque en cuanto llegué. Ah, sí, Domingo. Espero que nos ayudes con él. Por más que intentamos esconder los dulces, las mermeladas y todas las cosas con azúcar, el muy bandido se las ingenia para empeorar cada vez sus glicemias. Me parece más travieso incluso que muchos de los niños… En cambio Mariano es un santo… hasta que tienes la mala
idea de sentarte a jugar cualquier juego de mesa en contra de él, te lo advierto. ¡Dios! El sonido de su risa era tan hermoso y no podía dejar de mirarla. Pero debía hacerlo. Rafael nunca había dudado de su vocación, por más pruebas y dificultades que se le habían presentado y no es que ahora lo hiciera tampoco, porque pensaba que Clara generaba en él las mismas emociones que le provocaría el encuentro con un verdadero ángel. ¿Quién podría estar frente a un ángel y no sentirse inexplicablemente absorto con su belleza y gracia?
Capítulo 2 Aún llueve… ¡Lleva lloviendo así casi diez días! ¿Qué es esto? ¿El nuevo Gran Diluvio? No sé cuál es tu problema con la lluvia, Domingo, sobre todo en esta zona que es de más días lluviosos que soleados… Parece que no llevaras veinte años viviendo aquí. No es la lluvia lo que me molesta y lo sabes. Lo que me vuelve loco es el no poder ir por allí a caminar al campo, a hacer visitas y a cumplir con mis labores fuera del internado. ¡Ah! Ahí estaba la cosa. Lo que te viene haciendo falta es una buena dosis de rumores y cotilleos, ¡viejo fisgón! ¡El tiempo es sabio y el diablo, viejo! Ah, no, ¿ya estamos en lo de los refranes? Mejor voy a buscar a Rafael a la capilla… Creo que le quedaban algunos caramelos que puedo ganarle todavía en el póquer… El azar no existe, por eso Dios no juega a los dados… ¡No inventes! Me largo de aquí. Rafael llevaba casi tres horas frotando el mismo cáliz, más absorto en sus pensamientos que en la labor que se había propuesto hacer para matar las horas sin clases y con lluvia. Desde el día siguiente a su llegada al monasterio que intentaba dejar de trabajar sólo las horas necesarias de descanso para cualquier persona. No es que normalmente fuera un holgazán, para nada, pero si su mente tenía un momento de ocio, inmediatamente era ocupada por el hermoso sonido de la voz de Clara y la completa inocencia y belleza de su sonrisa. Aún no se sentía lo suficientemente fuerte y preparado para ubicar a la chica en el lugar de su corazón destinado a todos los hijos del Señor, peor aún porque ella no había alcanzado a marcharse a su casa antes de que aquella travesía se convirtiera en un enorme riesgo por las inundaciones y se quedó a alojar allí como solía hacer, pues no era poco frecuente que pasara varios días en el monasterio en pleno invierno. Además de aquellos acontecimientos fortuitos, se le hacía extremadamente
difícil permanecer lejos, pues el monasterio era un lugar relativamente pequeño y, sumado a ello, Clara parecía haberse prometido a si misma llegar pronto al mismo nivel de confianza y amistad con él que con los otros dos religiosos, por lo que muchas veces al día iba en su busca, algunas tan sólo para acompañarlo en silencio. Si ella supiera de la forma que lo afectaba, seguro que se alejaría, tal vez incluso se molestaría, pero, ¿cómo iba a decírselo? Sobre todo porque cada vez que la tenía a su lado se sentía increíblemente feliz, aunque luego lo agobiaran aquella suerte de remordimientos por no haberse podido resistir y permitirse aquellos sentimientos. Rafael, amigo, por favor no frotes más esa copa, porque el baño de oro es sumamente fino y creo que estamos a punto de perderlo… ¿Eh? ¡Por Dios, hombre! Creo que además de falta de sueño, tal vez tienes falta de luz eléctrica y por eso te inquietas… suele pasar que estemos varios días así cuando hay temporal y hay que encontrar alguna forma de distraerse, más un recién llegado de la capital. Mariano, ¿sólo viniste a fiscalizarme o acaso quieres algo en especial? ¿Una manito de naipes tal vez? Me ofendes… una “manito” se acabaría en unos minutos y no quisiera arrebatarte tus golosinas en ese tiempo, aunque puedo, ¿eh? No lo dudo… está bien, pero de verdad que lo hago por la salud del cáliz. Chico listo… ¿O no? Jajajaja, ya, vente, te prepararé un té con canela y aprovechas de contarme aquello que te hace dar vueltas y vueltas en la cama por la noche. -Rafael lo observó asombrado al notar que Mariano se había percatado de aquello por más que intentó hacer el menor ruido posible- No te preocupes, es que yo tengo el sueño demasiado ligero, pero nadie más lo sabe, al menos no por escucharte, pero las ojeras ya se te notan a unos pasos. Debe ser que me cuesta creer que por fin he pasado más de
una semana en el mismo sitio y aparentemente las cosas continuarán así de bien. La felicidad también quita el sueño a veces… Y yo te quitaré los caramelos, mi querido muchacho. ¡Vamos! ¡Nada de eso! -Clara les sonreía con la nariz sucia y su hermoso pelo castaño enmarañado desde la puerta- Rafael, recuerda que prometiste afinar el piano que estaba en la bodega y yo ya lo limpié, que era mi parte del compromiso… Ah, bueno, Clarita. Si es por tan noble misión, te cedo un rato a mi oponente, pero recuerda que cuando acabe con él, es tu turno y sé que te trajiste las ricas calugas que hace tu madre, las he visto circulando entre esos niños golosos… ¡Vaya cosa! ¿Y yo no pinto nada en esto? Anda, Rafael, no te hagas el inocente conmigo, yo sé lo que te traes entre manos… ¿Entre manos?- de pronto Rafael se sintió descubierto en sus dilemas, sin saber qué decir o cómo reaccionar- Yo… Sí, ya sé que pretendes excusarte siempre de jugar por tocar el bendito piano, pero alégrate de que disfruto la música y no te lo tendré en consideración. Además es mejor para todo el mundo que le quite los dulces a Domingo. ¡Me has pillado! Menos charla, caballeros y ven conmigo. -Clara lo cogió del brazo y lo guió prodigiosamente rápido por pasillos estrechos hasta la bodega donde el pequeño piano reinaba al centro con su madera pintada lustrada hasta brillar y sus bonitos candelabros a lado y lado pulidos prolijamente, al igual que los tres pedales de bronce- Creo que te dará bastante trabajo pues tiene algunas cuerdas gastadas y teclas rotas, pero confío en que lo repares y me enseñes a tocarlo. Pero pensé que tú sabías… No, no habría podido saber… un piano es un instrumento muy caro y el único que existe en kilómetros a la redonda es éste, legado del padre Agustín, que murió hace unos cinco años y que ya desde mucho antes de eso que no lo tocaba precisamente porque estaba dañado y sin quien lo reparara. Mariano llegó aquí
a hacerse cargo de su puesto, pero sin saber de música más que graznar como un cuervo el pobre, por eso la misa la sigue cantando Domingo. Has conocido a la mayoría de los religiosos que han pasado por este monasterio, ¿verdad? Sí, claro, al menos desde que yo nací, porque este monasterio tiene bastantes más años que yo. Mi familia es de pastores y casi nunca están un tiempo fijo en casa, ni mis padres, ni mis hermanos. Era complicado dejar sola y casi aislada a una niña ciega en estos parajes y aunque yo sé que lo habría hecho muy bien, no me dejaban acompañarles, por lo que pasé casi toda mi infancia aquí… Lo bueno es que aprendí muchas cosas con los monjes y con el tiempo he podido devolverles el favor y compensar su cariño con mi ayuda. Los niños te adoran. Y los curas. Bueno, Domingo y Mariano… Aunque apenas nos estamos conociendo, yo también te aprecio, Clara. ¡¿De verdad?! -¡Ay, Dios! Era injusto que unos ojos tan bonitos no cumplieran su principal función, más cuando se iluminaban así acompañados de una de esas sonrisas que lo tenían en grandes aprietos- Yo pensé que… ¿Qué cosa? Bueno, -que hermosa era, con sus mejillas sonrojadas ante la duda si revelarle o no sus pensamientos- pensé que te tenía ya un poco agotado y fastidiado por pasarme el día entero tras de ti. Pero no es por mal, es que siento en ti algo… ¿Algo? No sé decir lo que es, pero… sé que me necesitas, no me preguntes por qué, pero así es y yo necesito estar allí para ayudarte. Yo me alegro de tenerte cerca. -no podía expresarle cuánto y no se atrevía a pensar de qué forma, pero era cierto, Rafael necesitaba estar cerca de Clara, aunque ello lo hiciera pasar las noches en vela y los días con un nudo en la garganta- Eres una joven realmente encantadora y me agrada mucho tu compañía. Sí… aunque sea en silencio, me gusta estar contigo, me
siento muy bien a tu lado. Puedo imaginarte concentrado orando, o cocinando tus famosas galletas, o vendando las rodillas lastimadas de un niño travieso… ¡Dios! No era posible, no debía ser, sin embargo Rafael tuvo que hacer acopio de hasta su última baza de fuerza de voluntad para no inclinarse y rozar sus labios con los de ella al tenerla tan cerca. Hace muchos años, más que la mitad de su vida, que no pensaba en algo así e incluso entonces nunca se le había presentado tan imperiosamente la necesidad de aquel tipo de contacto físico. Y como si ya no fuera todo aquello extremadamente confuso y complicado, Clara simplemente lo abrazó. ¡Señor! ¿Cómo iba a poder contenerse, si lo único que le pedía cada fibra de su cuerpo era estrecharla más contra si? Y si fuera sólo cosa de carne, sería más fácil apartar esas necesidades, pero sentía el corazón hinchado de un sentimiento claramente feliz y que a la vez era terriblemente angustiante. Debía hacer algo… algo o los latidos a toda marcha iban a hacer que su corazón saliera a la carrera de su pecho. Tal vez si… Rafael… ¿Sí? ¿Te sientes incómodo, verdad? Bueno, yo… -por suerte Clara no estaba en los mismos problemas y podía mantener la perspectiva de aquello en su lugar. Sin embargo cuando pensó que se apartaría de él, cogió su mano entre las suyas, mucho más pequeñas y maravillosas ante sus ojos y la besó, para luego ponerla en su propia mejilla- es que yo… No hay nada de malo, ni es pecado que un religioso sea afectuoso, Rafael. De seguro no has podido liberarte en ese aspecto por lo que te ha tocado vivir en otros sitios, pero créeme, yo no voy a hacerte daño ni a hacer que tengas que irte de aquí. Gracias. Pues entonces no estés tan tieso y a la defensiva y dame un
abrazo, ¿sí? Sí… Rafael la cogió entonces por la cintura y la alzó para poder abrazarla a su altura. La risa de Clara al sentirse como una niñita en ese acto se le contagió en seguida y aunque aún sus emociones eran muchas más de las que podía revelar, se relajó casi por completo, haciendo caso de las palabras de ella, dejándose llevar lo más que era posible y correcto para él. ¿Lo ves? No hay nada de malo y encima por fin pude saber más o menos que tan alto eres. Bájame despacito, quiero sentir nuevamente la distancia que hay hasta el suelo. De acuerdo. ¡Vaya! Eres todo un roble, tan grandote. Lo suponía por el sonido de tu voz a otra altura que la nuestra, pero es más de lo que había imaginado. Tengo una idea. Dame tu mano. Sí. Ahora párate a mis espaldas y deslízala por ella hacia arriba hasta que no haya más de mí y puedas calcular con ello cuanto más alto que tú soy. ¡Buena idea! No, mala idea, porque no se le ocurrió pensar en las consecuencias que aquel contacto podría provocarle. Clara deslizó lentamente las manos desde su cintura hacia su espalda y su cuello y coló los dedos entre su pelo, haciendo que un escalofrío lo recorriera por completo y que volviera a sentirse… mejor ni pensar en un nombre para aquello. ¡Por Dios! A punto he estado de creer que no me alcanzaría el largo de los brazos. Eres casi un Goliat. No tanto, es que tú eres bajita. ¿Me estás diciendo pequeña? -Clara lo enfrentaba falsamente disgustada y de improviso lo hizo inclinarse con un rápido movimiento de su mano que se apoderó de su rodilla por cada costado con una extraña y cosquillosa sensación que lo mantuvo así hasta que ella apartó la mano con una sonrisa
triunfal- Pues tienes razón, soy chiquita, pero sé como enfrentarme a un gigantón como tú para ponerlo a su real altura. Eso lo hizo reír. Realmente reír en toda la regla. Ella tenía razón, con algo tan simple e inofensivo lo había dejado completamente sometido sin importar que le sacara más de treinta centímetros de estatura y ni hablar de la diferencia de fuerza o de peso. Pues desde hoy serás para mí una “Pequeña David”. Me gusta, me parece bien que tengas claras tus limitaciones, grandulón. Y ahora veamos ese piano. No quiero que vuelvas a tener que hacer eso de la rodilla cuando te enfades porque me tarde con la reparación. ¿Acaso te asusto? Pues… -era cierto, temía, pero no de ella, de él mismo- … algo así. Muy bien, para que no me hagas enfadar. De acuerdo. Tres días después por fin dejó de llover y Domingo y Clara no tardaron en salir. Cada cual por su parte tardaría un par de días en volver, por lo que Rafael se propuso confiscar todos los dulces y reparar y afinar, en lo posible sin repuestos, el piano para ayudar a Domingo con su creciente problema de diabetes y comenzar en seguida con las lecciones de música de Clara. Afortunadamente podría dedicarle a ello la mayoría de su tiempo y contaba con la ayuda de Mariano y de los niños mayores para cuidar y alimentar al rebaño, pues habían adelantado bastante respecto a sus clases en los días en que no había nada más interesante que hacer y ahora podrían gastar el tiempo y la energía acumulada jugando por los jardines y a la entrada del bosquecillo. Tienes grasa en la cara. ¿Cómo? Que te has llenado la cara de la grasa que le estas poniendo dentro al piano. No sabes lo mal que está este pobre ancianito, pero ya casi
se puede tocar algo sin destemplarte los dientes. Deberías tomarte un par de horas para ti, Rafael. Desde que llegaste aquí no has parado. Nunca estuve en el mismo sitio el tiempo suficiente como para poder acabar con alguna misión que me hubiera propuesto cumplir y no es que tema que mi partida se encuentre cercana, espero que Dios me ayude con eso, pero quisiera por una vez sentir la sensación de culminar una obra. ¿Sabes? No sé si lo que te diré es algo bueno o malo, pero es lo que opino. Me pareces un hombre atormentado buscando desesperadamente redención… ¿En verdad? -Rafael apartó la vista del interior del piano para encontrarse con la mirada pensativa de Mariano- Pues puede que de cierta forma tengas razón. No deberías torturarte tú mismo por acontecimientos que han sido decididos por el Señor. Sólo Él sabe cómo hace las cosas y por qué. Lo sé, sin embargo a veces pienso que Dios me seguía presentando una y otra vez la misma prueba a la espera de que yo hiciera algo para superarla, sin embargo hasta ahora no lo logré y bueno… ¿Y sientes que debes deslomarte trabajando ahora que sí has encontrado un camino que te dejen recorrer? Nunca pude cultivar mi vocación, por más que quise… no quiero sonar arrogante, pero sé que tengo la capacidad de hacer muchas cosas por los demás y sólo por… ¡Dios mío! Era frustrante querer conversar con un matrimonio con problemas sobre la forma de ayudarlos y de educar a los hijos con comprensión y fe cuando el hombre sentía ganas de partirme la cara y la mujer de meterse bajo mi sotana. Eso de tu aspecto es un don extraño… no lo sería si tu vocación hubiera sido otra e incluso pudiste sacarle provecho, sin embargo ser impresionantemente bien parecido y ser un religioso con el deber y el sacrificio de la castidad… Muchas veces he dudado de que sea un don, más bien creo que es una extraña cruz. Mmmm, es complicado… hay tanta gente que daría su
mano derecha por ser un poquito más como tú, aunque resulte banal, pero la banalidad es muy humana. Lo sé, como también es humana la debilidad y yo he sido débil y renegado muchas veces de esta decisión del Señor de hacerme así… Bueno, amigo, por suerte aquí tu aspecto sólo impresiona para bien e incluso ha compuesto a los más mañositos de los niños, haciéndolos comer la comida preparada por el “Ángel de las Galletas”. Margarita es una niña adorable… todos lo son. Los niños aquí son más inocentes de los que había conocido, ha de ser que no hay acceso a caricaturas violentas o subidas de tono… A veces los medios y recursos materiales no son un aporte positivo, en especial en mentes en formación. Yo mismo he aprendido de la sabiduría de la vida aquí como nunca aprendí en el colegio, ni en la universidad. ¿Fuiste a la universidad, Mariano? Sí, pero en segundo año me retiré de física para entrar al seminario. ¡Física! Hay que tener una azotea bien amoblada para estudiar eso… Bueno, la física es hermana melliza de las matemáticas y la matemática lo es todo en los juegos de supuesto azar, por eso me gustan tanto y me va tan bien en ellos, por lo que te recomiendo mantener en mente esa información por tu bien… y la mantengas en reserva, porque es la mejor forma que tengo de alejar a Domingo del azúcar… lamentablemente como a mí los dulces no me gustan y los regalo a los niños y los niños le guardan a él… ya inventaré un método para solucionar aquello. Mariano, eres un buen hombre y Dios bendiga tu inteligencia. Tú también eres un buen hombre, Rafael, tal vez mucho mejor que Domingo y sin duda mejor que yo. Debes dejar de preocuparte tanto por lograr concretar grandes obras y solucionar los problemas de los demás tú solo y comenzar a dejar que tus buenas intenciones y tu fe hagan trabajos más modestos que se sumen unos a otros y verás como también tu vida mejora. Quien
vive mejor, mejora la vida de los demás… ¿Sabes? No sólo eres inteligente para las ciencias, en verdad eres un joven sabio, una mezcla difícil de encontrar. Y a ti es difícil encontrarte tras toda esa mugre. Anda, date un baño y luego sal a pasear. Yo me encargo de mantener en alto el cuartel. Gracias.
Capítulo 3 El viento frío directamente en la piel y el pelo mojado lo hizo temblar, pero también sentirse más vivo que nunca en aquellas lejanías. El lugar era muy hermoso, más con el sol brillando alegremente, aunque sin el suficiente calor, arrancando resplandores de todos colores a las pequeñas gotas que pendían de las hojas, las ramas y algunos tímidos pétalos de las flores que comenzaban prematuramente a florecer. Muy a lo lejos podían verse los hilillos de humo en las islitas del archipiélago de las cocinas a leña y las salamandras encargadas de calentar a los pastores que habían vuelto de los cerros con el frío metido en los huesos y de los pescadores empapados de pies a cabeza, pero con las redes hinchadas de escurridizos y brillantes pescados. Tal vez más hacia el verano podría llevar a los niños de pesca y aprovechar de hablarles del pescador de hombres que había sido Jesús. Rafael cerró los ojos y aspiró profundamente ese aire absolutamente puro, cargado únicamente del exquisito aroma de la tierra y la hierba mojada, de los pinos y los boldos que abundaban y formaban bosquecillos que se iban entrelazando unos con otros en las quebradas, internándose en ellos a marcha ligera, sintiendo y percibiendo todo a su alrededor. Sin poder evitarlo, cayó de rodillas y alzó la mirada al cielo que asomaba entre las ramas y las hojas dando gracias por todas esas bendiciones, por aquel lugar hermoso donde se sentía útil y acogido, por Domingo y Mariano, que eran como su familia, por todo el cariño y la ternura de los niños… y por Clara. Señor, por favor te lo pido, no hagas que deba volver a partir. Me siento feliz aquí, quiero quedarme… Te pertenezco, he entregado mi vida a tu servicio y yo no quiero cometer errores, no quiero hacer ningún mal… sé que Clarita debe ser una de tus hijas preferidas por su dulzura y pureza… No quiero pecar ni de pensamiento, quiero merecerme esta tarea que me has dado…
Una leve y cálida brisa surcó aquel bosque austral, envolviéndolo dulcemente, despeinando su cabello y llevándole el aroma de la naturaleza, calmando su ansiedad, haciéndolo sentir que el Señor aprobaba sus palabras y lo alentaba a continuar allí, donde Él había querido enviarlo. ¡Rafael! Ven, Domingo ha vuelto y tiene algo para ti… ¡Ya voy!- correr colina arriba lo llenó de energías y le dio color a sus mejillas, además de aquel estado de paz que había conseguido que lo hacían lucir, si es que eso era posible, aún más apuesto y regio- ¡Que alegría que volvieras, amigo! ¡Vaya! Algunos deberían aprender de ti, mi estimado Rafael… -Domingo no podía desaprovechar la oportunidad de bromear en cualquier ocasión, uno de los puntos por los que más le simpatizaba a todos, por su alegría y cierta picardía, fingiéndose dolido con su compañero más antiguo- Mariano nunca me ha recibido tan contento… Sabes que eso no es del todo honesto, Domingo, y que toda escoba nueva y bien tratada barre bien. Mariano hizo entonces como que el otro hombre no estaba presente y se dirigió exclusivamente a Rafael para aclararle la razón de su inexistente desamor mientras ponía inconsecuentemente la mesa para servirle un gran plato de comida al viajero. Cuando llegué aquí parecía una de aquellas viejas ignorantes que aseguraban que el padre Agustín había dejado este mundo porque yo ya había sido designado como su posible reemplazante antes de su súbito deceso. Por consecuencia, a mí me recibió a regañadientes y se dedicó un par de meses a ponerme las cosas cuesta arriba, ¡sería bueno que hiciera memoria! Mmmm, no recuerdo yo… Claro que lo recuerdas, como también recuerdas que comenzaste a portarte como un hombre con dos dedos de frente conmigo y dejaste de pensar mal de mí cuando tuviste un desmayo por una “subidita de azúcar” y yo, con el favor de Dios, te descubrí ahogándote en la vertiente en una de las vacaciones
de los niños y pude reanimarte. ¡Cierto! -Domingo alzó en brazos y besó repetidamente a Mariano, que se revolvía intentando soltarse inútilmente debido a la diferencia de tamaño y complexión de ambos curas- Gracias a Dios y gracias a mi salvador. ¡Bah! Pasara lo que haya pasado, a mí no me engañan. Ninguno de los dos. A ambos les encanta este jueguito y ahora tenerme en él para el tira y afloja les resulta mucho más divertido. Pero yo sé que se adoran, no soy tan bobo como parezco… ¡Epa! El muchacho no es sólo una cara bonita jajajajaja, ¡felicidades! Tienes toda la razón, Rafael mío. Yo sabía que no podían ser tus desabridas galletas tu máximo talento o habrías sido una cruel decepción. Es por eso que he venido cargando este gran cuenco de miel para que tus preparaciones mejoren e incluso he tenido la deferencia de no meterle mano… bueno, no mucha, sólo un par de probaditas. Domingo, tú no tienes arreglo. Así me ama mi Señor Bendito. No tengo ni la menor duda. Domingo se la pasó gran parte de la tarde contándole las nuevas de la gente de la zona, repartiendo cartas a los niños mayores de sus familiares y besos de parte de las de los menores a los pequeños. Mariano le ayudó a transportar el piano a una de las salas de clases para que hubiera suficiente espacio alrededor para que todos pudieran obtener cierto grado de conocimientos de música, tocándolo o cantando al compás. Después de cenar y antes de ir todos a la cama, Rafael se escabulló del comedor y se sentó satisfecho ante el instrumento, acariciando las teclas enchapadas una por una antes de comenzar a tocar. Hacía tiempo que no lo hacía, sin embargo siempre había presentado una natural habilidad para la música y no tardó en tener un nutrido público, encabezado por Margarita, que contemplaba con adoración al Ángel de las Galletas desde las rodillas de Domingo.
En vista de la corta edad promedio de su público, Rafael comenzó a tocar las canciones que les había escuchado cantar a los niños, los que alegres, lo acompañaron con sus voces. Y antes de que se hiciera más tarde, se dio un pequeño gusto personal, interpretando al piano y con su voz grave una de sus canciones favoritas: El día que me quieras. Y entonces la máxima felicidad, pero la máxima angustia que había sentido a la vez inundaron su corazón, pues de pronto sintió unas manos que se posaban sobre sus hombros con delicadeza y le acariciaban cariñosamente al tiempo que la dulce voz de Clara, a dúo con la suya, convertía en magia pura la letra de aquella hermosa canción de amor. La noche que me quieras desde el azul del cielo, las estrellas celosas nos mirarán pasar y un rayo misterioso hará nido en tu pelo, luciérnaga curiosa que verá... ¡que eres mi consuelo! ¡BRAVOOOOOOOOOOO! Y entonces Clara se inclinó y lo besó en la frente, despertando en él un sentimiento simplemente abrumador. Sin la menor posibilidad de retorno y sin duda alguna, Rafael se había enamorado de ella. Muy bien, niños, ahora a dormir y que tengan dulces sueños. Domingo y Mariano se llevaron a los niños por los pasillos a sus dormitorios, dándole tiempo a Clara de apreciar el gran trabajo que había hecho Rafael al reparar el piano. Y ella le hablaba, sí. Con voz emocionada le contaba algo, pero él no podía atender a sus palabras, ni siquiera conseguía verla. En su interior los esquemas de su mundo se le caían a pedazos y su alma se había agazapado, mortalmente aterrorizada.
¿Por qué Dios le había dado aquella señal de aprobación en el bosque, si ahora había permitido que se le hiciera imposible continuar en aquel lugar sirviéndole y a la vez que su corazón no pudiera entregarlo por completo a Él? Aún peor, ¡no podría hacerlo en ningún sitio! Porque aunque escapara de allí, aunque pusiera medio mundo de distancia y no tuviera un segundo más de descanso hasta el día de su muerte, sabía que aquella joven se había grabado a fuego en su alma y no podría olvidarla, sería tan absurdo como querer matar un trozo de su corazón y vivir con el resto una vida plena dedicada al Señor. Sin pensar, como si quisiera apagar las voces de su mente, se puso de pié y corrió a su celda sin mirar atrás y sin detenerse porque ella lo llamara asustada, ni siquiera cuando tocó a su puerta preguntándole si se encontraba bien. Sólo al escuchar la voz preocupada de Domingo, respondió algo sobre viejos recuerdos y que necesitaba estar a solas y por fin se encontró él mismo con su verdad y todo el resto de su vida para sufrir por su caída y su pecado.
Capítulo 4 Ya van dos días… ¡eso no es sano! Deberíamos ir y sacarlo de allí a la fuerza, quiera o no. Muchachos, no sean rudos con él. Pobrecito, Rafael, ¿quién sabe en qué cosas estará pensando? Recuerden que para él no ha sido nada fácil poder cumplir con su vocación… Clarita mía, un hombre es un hombre, sea religioso o no. Somos simples y básicos. El problema de Rafael es un cuento antiguo de FALDAS, te lo aseguro. Puede ser, Domingo, por lo mismo hay que tratarlo con delicadeza y darle su tiempo. Darle tiempo sí, Clarita, pero no ha querido comer… Bueno, Mariano, en eso sí tienes razón. No sería bueno que se debilitara con el frío que hace, podría enfermarse… ¡No se diga más! O sale hoy por las suyas y se sacude los fantasmas o esta noche iré yo, lo sacaré de allí y le espantaré las musarañas tirándolo al arroyo, ¿han entendido? Me parece un poco brusco, pero bueno, después de todo el superior aquí eres tú y yo también pienso que no le viene bien estar allí encerrado dándole vueltas y vueltas al problema que sea en la cabeza. Si no hay más que hacer, al menos permítanme la posibilidad de hablar con él e intentar que se decida por las buenas, ¿sí? De acuerdo. Clara cogió una bandeja de madera y puso en ella un tazón de café con leche y un gran sándwich con mantequilla y queso de cabra que ella misma había traído, además de un vaso de mistela que había preparado Domingo. Le preocupaba sobremanera la reacción de Rafael. Tenía absoluta certeza que ella tenía algo que ver con aquellos recuerdos, que algo en esa canción lo había puesto así. Sólo habían pasado dos días, pero tenerlo allí tan cerca y a la vez encerrado y aislado tan lejos en su mundo interno la hacía sentirse muy
apesadumbrada. Lo extrañaba muchísimo, aunque nunca hablaran demasiado. Pensaba que él era un hombre demasiado dulce y bueno y que luego de conocer a alguien así era muy difícil acostumbrarse a no sentirlo presente. ¿Rafael? -nada, no había ruido y tampoco respuesta, por lo que golpeó suavemente a su puerta- Rafael, por favor contesta. Nada. Ni un sonido, como si él no estuviera allí. Clara lo pensó un par de minutos, dejó la bandeja en una banca junto a la puerta y, como sabía que aquellas habitaciones no tenían cerrojo, abrió suavemente para aguzar el oído a ver si podía saber qué estaba haciendo él. El interior de la celda estaba muy frío, aunque en seguida dejó escapar un suspiro de alivio al escuchar su respiración… pero no era normal, había un leve silbido en ella y al acercarse a la cama, sin siquiera tocarlo, notó que desprendía bastante calor y humedad que sus sentidos agudizados por la falta de visión podían percibir. Sin perder un segundo, corrió hasta la cocina donde aún estaban Domingo y Mariano bebiendo una copita de mistela. Muchachos, Rafael tiene mucha fiebre. Necesito que me ayuden. ¡Vaya tipo más idiota! Tranquilo, Domingo, déjame ir a mí con Clara, ¿sí? De acuerdo, pero si no lo notas bien, avísame en seguida. Sí, por supuesto. Clara acarició suavemente su frente acalorada y perlada de sudor mientras Mariano le tomaba la temperatura. Efectivamente tenía mucha fiebre, casi cuarenta grados y su respiración parecía más dificultosa que antes, como si respirara por un tubo tapado a medias. Lo primordial era bajarle la temperatura para que reaccionara, por lo que Clara le pidió a Mariano un recipiente grande con agua fría mezclada con vinagre y unos paños para refrescarlo. Mientras él iba a buscar todo lo
necesario, ella dobló hacia atrás la delgada ropa de cama para luego poder cambiarla y con dificultad le quitó la sotana, pues ni siquiera se había cambiado la ropa. Clara no imaginaba cuantas mujeres habrían dado lo que fuera por estar por un segundo en su posición, con él desnudo en una cama y a su compl eta disposición, sin embargo ella ni siquiera sabía lo impactante de la diferencia del aspecto de ese hombre comparado con el de casi todos los demás. No por ello no sentía algo distinto por Rafael que por cualquier otro, pero no era el momento de pensar en nada más que en su bienestar, por lo que hurgó a tientas en sus cosas y encontró una camisa limpia y holgada que le puso sin abotonar. Cuando Mariano llegó con los implementos, Clara cogió una de las pequeñas toallas de manos y con ella y un poco de alcohol, frotó por completo el torso y el cuello de Rafael antes de poner sobre su abdomen perfectamente esculpido, fruto de una vida austera y de trabajo constante además de unos genes favorecidos, otra toalla húmeda y fría con aquella preparación de agua y vinagre para la temperatura. Eso lo hizo jadear y entreabrir los ojos, una buena señal, pues habría sido terrible que no sintiera siquiera aquel contraste tan extremo de temperaturas entre su piel ardiente y la fría humedad del remedio. ¿Rafael? ¿me escuchas? ¿Mmm? ¿Cómo te sientes? -él parecía bastante confundido y no conseguía centrar del todo la mirada- ¿Te duele algo? … Clara humedeció y estrujó otra toalla y con delicadeza la acomodó sobre su frente cuidando que el agua con vinagre no fuera a escurrir hacia sus ojos. Mientras Mariano había quitado la ropa húmeda de cama que lo cubría y tenía lista una sábana junto a él, pues había aprendido como tender la cama de alguien que no pudiera levantarse para ello trabajando con ancianos. Mariano, debemos darle paracetamol para la fiebre y agua, porque ha sudado bastante y tal vez no ha bebido muchos
líquidos. Sí, tienes razón. Lamentablemente con los resfríos de los niños estamos sin esa clase de medicamentos. Pero agua sí que hay. Lo levantaré un poco para que tú puedas dársela, ¿bueno? Sí, por favor. -Clara cogió un vaso y lo acercó suavemente a sus labios, haciendo que el líquido entrara lentamente en su boca, sin embargo al momento de tragarla, apenas pudo retener un poco, pues parecía sentir mucho dolor y más al carraspear para evitarla- ¡Ay, pobrecito! Creo que esto es de la garganta, Clarita. Iré a buscar una linterna para alumbrar mejor. –en un dos por tres estaba de vuelta con la linterna para emergencias- Por favor sostén su cabeza en esta posición para revisarlo… ¡Ay, amigo, con razón te duele! ¿Qué pasa? ¿Qué tiene? No soy médico, pero sólo con echar una mirada no temo decirte que es o faringitis o amigdalitis o ambas y por las pequeñas plaquitas blancas, al menos no es contagioso en el aire, pero habrá que lavar muy bien todas las cosas que use por varios días… esto es una fuerte infección. ¿Y eso duele mucho? Bastante, Clarita… lo mejor sería llamar a un médico. ¡Por Dios! ¿Está muy grave? Grave como para morir, no, pero no podemos permitir que la infección se expanda y mucho menos que le siga subiendo la fiebre, pues sobre los cuarenta grados para un hombre adulto resultaría… bueno, se pierden neuronas, el resto no es importante para un religioso. ¡No permitiré que pierda nada, religioso o no! Le pediré a Domingo que vaya al pueblo y llame a un médico. Más vale que yo vaya. Aparentemente volverá a llover y el viejo no puede exponerse a eso. Tienes razón, pero por favor, Mariano, ten muchísimo cuidado. No quiero que tú te enfermes también, ni que vayas a tener un accidente. Despreocúpate, mi niña. Yo parezco delgado y un poquito endeble, pero soy muy resistente… mucho más que nuestro bobo grandulón aquí presente.
Pobrecito, de no ser porque nos decidimos a asegurarnos de que estaba bien, podría a estas horas estar mucho más afiebrado. Has hecho un gran trabajo, Clarita. Acabo de revisar su temperatura y ahora apenas pasa los treintainueve grados, es casi un punto completo menos que antes… ¡Gracias a Dios! Y también gracias a tu ayuda, Mariano. ¿Cómo va todo? Está mejor ya, Domingo, pero tiene muy inflamada la garganta y necesitará posiblemente antibióticos. Iré al pueblo a traer al médico. ¿Y qué haremos nosotros mientras? Al menos vas a tardar unos tres días si hay marejada… Lo más importante es que se rehidrate, así que con paciencia, ayúdalo a tomar agua, mejor aún un poco de caldo, así también se nutrirá mejor en estos días. De acuerdo. Si no les molesta, me gustaría quedarme a cuidarlo. Claro que no nos molesta, mi niña, pero siempre y cuando no te descuides de ti misma en ello, ¿sí? No lo haré, Domingo. Si tú lo autorizas, pediré a los chicos más grandes que me ayuden a traer el colchón de mi cama aquí, así podré descansar y velar por él durante la noche, recuerden que mi oído es mucho más agudo que el de ustedes y despertaría si noto algo extraño… Mmmm, bueno, después de todo Rafael no es un monje y además es por su salud… está bien. ¿Amigos? ¡Rafael! ¿Qué hacen todos aquí? Y lo preguntas… Hombre, nos has dado un buen susto. Me siento fatal… -Rafael se llevó la mano a la garganta adolorida y notó lo inflamada que estaba- ¡Ay! Perdón… a veces me pongo muy mal de la garganta. Sobre todo cuando le das vuelta a los recuerdos, ¿no? Discúlpenme si los preocupé, por favor. Ya guarda silencio y trata de tomar algo de agua, ¿sí? Mariano va saliendo para el pueblo a buscarte un médico y
Clarita va a ver que la fiebre no vuelva a subirte por la noche. Yo por mi parte, esperaré a que te pongas bien para volver a descomponerte a palos por encerrarte solo y sin confiar en nosotros. No quiero ser una molestia… Dios es testigo de que no repetiré esto, así que presta atención: eres un buen chico y nunca causas molestias, al contrario. Lo menos que podemos hacer es preocuparnos por ti porque ya te queremos y no podemos evitarlo porque eres adorable. Realmente son mis mejores amigos. Ahora duerme un poco mientras yo te preparo un buen caldo de gallina. Clarita va a traer sus cosas y dormirá aquí para vigilar que no te suba la fiebre. Lo haría yo, pero tengo el sueño sumamente pesado y podría estarse cayendo el cielo a pedazos sin yo escuchar nada. Clara, no te preocupes, yo… Ni se te ocurra reclamar. Mejor te callas y no dices nada porque me debes una compensación por el susto que pasé al venir aquí y llamarte y que no contestaras. Lo lamento… Anda, tampoco te sientas mal. He tenido la felicidad de escucharte algo mejor ahora y eso es muy bueno, me alegra mucho. Gracias. Un rato después Clara soplaba cada cucharada de caldo que le daba a él en la boca como si fuera un crío. De nada le había valido negarse con el argumento de las molestias, pues ella no estaba dispuesta a ceder. ¡Que terca era a veces! Sin embargo, aunque en un rincón de su mente una vocecita alevosa no paraba de decirle que era un pecador inconciente, disfrutando de aquellos mal habidos mimos, su corazón y el resto de su inteligencia se habían rendido y se hallaban fascinados contemplando cada movimiento suyo, cada gesto, sumamente felices a pesar del increíble dolor que sentía cada vez que tragaba, pero eso sí podía disimularlo y controlarlo.
¿Sabes algo? Dime. Aunque has sido el más grandote de mis pacientes, no eres tan difícil de cuidar. ¿A qué te refieres? Bueno, más de alguna vez he cuidado a alguno de los niños y suelen ser bastante menos dóciles. Tú una vez que has dejado de intentar hacerte el duro y que no te ayude, has sido un niño bueno y espero que te recuperes muy pronto. Clara, no quiero que si mi estado vuelve a empeorar te asustes, ¿sí? ¿Por qué dices eso? –su expresión preocupada y la forma en que inmediatamente había llevado sus manos a sus mejillas y garganta controlándole la temperatura como a los niños lo hizo deber contener un suspiro- ¿Has vuelto a sentirte muy mal? No. En este momento estoy bien, pero esto no se curará fácilmente sin antibióticos, por lo que no quiero que te sientas desilusionada o acongojada si la fiebre sube. Al menos es señal de que mi cuerpo combate la infección. Eso es cierto, sin embargo que la combata sin producirte daño. No dejaré que pase un límite tolerable. No quiero que nada malo te suceda. Que dulce eres. Gracias. Y tú eres un chico bastante peculiar, pero como dijo Domingo, eres adorable. ¿Te puedo decir algo que se me acaba de ocurrir? Sí, por supuesto. Es que… no te lo vayas a tomar a mal, por favor. No, tranquila. Yo creo que aunque todo el mundo dice y todo indica que eres un hombre sumamente privilegiado en cuanto a belleza física, todo aquello no se compara con la bella persona que eres y por eso es que nadie podía resistirse a ti, no sólo porque eres muy guapo. Yo… No digas nada. También tengo claro que no eres nada soberbio y que incluso pretendes combatir cualquier argumento
sobre lo maravilloso que eres porque tú mismo no quieres darte ese mérito. Pero yo tengo mi opinión formada y ni siquiera tú, señor Ángel de las Galletas, podrás cambiarla. Rafael no discutió, no tanto porque su naturaleza humilde no le insistiera en hacerlo, sino porque ella puso sus dedos sobre sus labios para impedirle replicar y luego acarició su rostro y su cabello despacito, acercándose más para casi arrullarlo. Que Dios lo perdonara, pero no podía, ni quería apartarse y evitarlo, tanto que unos minutos después se durmió apoyado en su regazo. bien.
Eso es, pequeño. Duerme, que el descanso te hará muy
Capítulo 5 -
¡Amor!
En menos de un segundo ella había despertado y notaba con el corazón apretado que Rafael estaba hirviendo en fiebre. -
Rafael, ¿me escuchas? Mi amor… no puedo… ¿Qué pasa? ¿Qué no puedes? ¿Respirar bien?
Lógicamente la discapacidad de Clara no la hizo preveer que él, sin pleno control de sus facultades por la fiebre, al tenerla tan cerca la estrechara súbitamente contra sí y la besara como un desesperado. Clara pensó en evitarlo, pero aquello podría haber acabado en un ruidoso combate que espantaría a los niños y haría arrepentirse a Domingo de haberle permitido quedarse a cuidar a Rafael, porque él la tenía cuidadosa, pero firmemente sujeta contra su cuerpo y algo más que no tuvo tiempo o no quiso ni pensar… La verdad era que Clara, si trataba de evitarlo era por él, porque si era sólo por ella, se sentía simplemente maravillada. Rafael tenía su largo cabello castaño enredado entre sus dedos y probaba sus labios como un hombre que encontraba un manantial de agua dulce tras vagar sediento por el desierto. Aunque no se había atrevido a mencionárselo, cada vez que había acariciado su rostro para reconocer sus detalles, sus labios la habían fascinado… no tenía muy claro cómo sabía aquello, más con su corta experiencia al respecto, pero sin duda eran hermosos, suaves, masculinos y sensuales. Aunque antes no había podido identificar esa calificación, ahora contra los suyos lo sabía absolutamente de cierto y no pudo evitar rendirse a ellos y acariciarlo también, dándole claro pie a que continuara, sin poder detenerse ninguno de los dos a pensar en lo que estaban haciendo.
En algún segundo de lucidez, antes de que sus manos partieran libremente por su cuenta y su lengua pasara de acariciar incitadoramente la de Clara a poseer su boca y que aquello cambiara de tono, Rafael pasó de una creciente intensidad casi sexual a la completa adoración del objeto de su amor, acunando su rostro entre sus grandes y fuertes manos con tal delicadeza que a ella le daban ganas de llorar, mientras repartía suaves besos por toda su cara, murmurando bajito palabras que no llegaba a comprender. Pero entonces con un suave beso en la frente que él le dio, Clara volvió a la realidad y tratando de no hacerle daño, lo apartó de sí al intuir de cierta forma que todo aquello había explotado por un gesto tierno muy similar a aquel. El beso que ella le había dado hace un par de días cantando sentado al piano. Ese debía ser el recuerdo que lo tenía mal al punto de bajarle las defensas y hacerlo enfermar así. Pero no era realmente su beso el que había tenido ese efecto, era el de otra… ¡Dios mío, Rafael! ¿Qué daño te he hecho? Y encima no debí permitir esto… El no contestó. Ya no se encontraba presente. La fiebre nuevamente lo había abrasado y tan sólo murmuraba aún algo ininteligible, mientras se revolvía un poco en la cama. Clara le quitó las mantas y nuevamente aplicó paños húmedos en su abdomen y su frente, sin embargo ahora se sentía una especie de malévola Jezebel cada vez que rozaba su piel y parecía sentir chispas brotando de aquel contacto. Bajo ningún punto podía pensar siquiera en reaccionar así con él y que Rafael lo supiera. Se sentiría desilusionado, traicionado y, peor aún, tal vez se marcharía de allí por su culpa, porque aunque ella no pudiera gozar de la visión de su belleza, que era a lo que tanto temía él de las mujeres, sí la había percibido con sus otros sentidos… Su voz grave que a veces le erizaba la piel y que ahora la hacía sentirse
perversa al haber disfrutado de escucharlo incluso orando. Su olor absolutamente inconfundible a limpio, a galletas, al incienso de mirra que tanto le encantaba y a hombre. El cosquilleo y la emoción cada vez que él la tocaba o ella a él y que antes confundió con reticencia ante el contacto. Y ahora su sabor… ¡Dios! Si algo había cercano al paraíso aún en este mundo, seguro era la maravilla de los besos de ese hombre. ¡Un hombre que no podía ser suyo porque le pertenecía a Dios! A Dios y en parte a aquella mujer de sus recuerdos… Clara sintió una aguda punzada de celos en el corazón, pero dejó de pensar en todo aquello al sentirlo gimiendo, seguramente adolorido. Tranquilo, mi hermoso ángel. Voy a guardar este secreto y lo que he descubierto que siento por ti para que nunca tengas que alejarte de nosotros. Si tu felicidad cuesta lo que vale la mía, pagaré con gusto con tal de no perderte y no hacerte desgraciado ahora que has encontrado tu lugar… Y ahora a ponerte bien, por favor… nada malo puede pasarte, ¡que Dios no lo permita! El resto de la noche Clara no dejó de cambiar los paños fríos cada vez que se entibiaban hasta que en la madrugada la fiebre volvió a ceder y lo dejó dormir con expresión tranquila. ¿Clarita? ¡Rafael! -aunque él apenas le había rozado suavemente la mejilla con el dorso de su mano desde su cama, Clara despertó sobresaltada y un poco desorientada por la falta de sueño, además del efecto devastadoramente exquisito que le producía su contacto- ¿Estás bien? ¿Te duele mucho? Tranquila… -¡Dios Santo, que hermosa se veía! Y lo maravilloso que sería que fuera lo primero que vieran sus ojos al despertar cada mañana, más después de aquel dulce sueño y… ¡No! No podía perder el control de sus sentimientos. Aquello era
el camino directo a la perdición- No sé cómo lo has hecho, pero he amanecido como si nada, sin fiebre y mi garganta casi desinflamada. ¿¡De verdad?! Sí. -que difícil iba a ser no pensar cada segundo en ella si le dedicaba una más de aquellas sonrisas- Todo gracias a ti. ¡Que alegría, Rafael! Anoche has estado bastante mal, con mucha fiebre y murmurando cosas… ¿Cosas? –¡Por Dios!, ¿y si no sólo había soñado que la besaba y que le decía una y otra vez contra sus labios y su piel cuanto la amaba? ¿Y si había hablado en sueños y se había delatado?- ¿Qué clase de cosas? No lo sé, grandulón… no conseguí entenderte. Bueno, seguro habrá sido cosas de la fiebre, pero ya me encuentro perfectamente bien gracias a tus cuidados. No sabes cuánto me alegra. Temí mucho que volvieras a ponerte mal sin tener aún los medicamentos que necesitas. Ya no los necesitaré… es más, creo que ya mismo voy a levantarme. ¡Ni lo sueñes, amigo! -Domingo acababa de entrar con una bandeja con un gran tazón de caldo y una barra de pan con mantequilla recién sacado del horno- Lo que harás será guardar reposo hasta que Mariano regrese con el médico y si él además dice que debes permanecer en cama para que hagan efecto los medicamentos, tú vas a obedecerle, no tengas una sola duda al respecto. Pero Domingo, yo… Tú nada, señor. Nos has tenido sumamente preocupados y te lo advierto, esta es primera y última vez que te vas a encerrar a llorar penas pasadas y a ponerte como un pollo asado de fiebre en este sitio. Para eso nos tienes a Mariano, a Clarita y a mí, que somos tus amigos y que no sólo estamos aquí para comer tus dichosas galletas, sino también para ayudarte con tus problemas. Yo no sé como voy a hacer con mi corazón para quererlos más, porque ya no me cabe en el pecho y ustedes siguen siendo tan generosos conmigo. ¡Bah! Ya cállate y come será mejor. Pareces una de esas
viejas de las novelas con tanto dulce chorreando de ti… bien podrías ponérselo a tus horribles galletas. Todo mundo le quería allí y se preocupaban sinceramente por él, sin dobleces, sin hipocresía, sin malas intenciones, ni trampas para llevarlo al pecado. Aunque él debiera mantener en secreto lo que sentía por Clara, valía la pena la dosis de remordimiento y pena si podía tenerlos a su lado y, de cierta forma, comprendió que era tal vez aquello lo que Dios aprobaba y que tal como le había manifestado su señal en el bosque, él podría quedarse a cambio de aquel sacrificio. Entonces sonrió alegremente y se comió hasta la última migaja de pan y bebió todo el delicioso caldo. ¡Que bien! Enfermo que come no muere, aunque es mérito de Clarita tu casi milagrosa curación, con el favor de Dios. Pobre Mariano, debe estar apenas volviendo del pueblo en busca del médico, pero por suerte en unas horas estará aquí si parte antes de que haya marejadas… y tú dices que ya te sientes fresco como una rosa, pero como ya te dijo Domingo, tienes prohibido estrictamente levantarte de esa cama hasta que el doctor te revise y te autorice. ¡Vaya! Creo que me he conseguido un par de carceleros… si les digo que estoy bien y puedo ser de utilidad. Pues te vas a tener que aguantar, sobre todo porque se ha vuelto a poner a llover y tú no puedes salir tras haber estado ni ayer siquiera hirviendo en fiebre. ¡Aguafiestas! Lo aceptamos, ¿cierto que sí, Clarita? -ella asintió con expresión seria- Dos contra uno y probablemente tres si votara Mariano, así que te quedas aquí y no hay más comentarios. ¿Y ustedes dónde piensan ir? No te preocupes, no vamos a tardar… ¿En qué? ¿Dónde van? A un lugar al que tú no iras. Buenos días. Vaya, que tercos eran ambos, no sólo Clara. Domingo era toda una mula, si
ya se sentía bien y él mejor que nadie conocía la forma de reaccionar de su cuerpo ante la faringitis, la única enfermedad que solía afectarlo cada varios años y que se presentaba sólo si lo pillaba muy debilitado de ánimo, como cuando murió su padre o cuando había visto llorar a su madre sin que ella se enterara al dejarlo en el seminario cuando había decidido ordenarse religioso. Por la ventana los vio bajar la colina acompañados de algunos de los chicos mayores, mientras otros se quedaban a cargo de los más pequeños. Allá abajo había algunos corrales, de seguro guardarían los animales que pertenecían al monasterio para que la tormenta que comenzaba a formarse no fuera a arrastrarlos o a dañarlos. Tal como lo pensó, un enorme perro al chiflido de Domingo fue arreando hacia abajo a las ovejas y los corderitos, a unas pocas cabras y a dos vacas por entre el bosquecillo principal con rumbo a los corrales cuando gruesos goterones chocaron ya con el techo de tejas causando un incesante sonido como de ramitas contra un tronco hueco. Perfectamente él podría haberlos ayudado. Estaba seguro que el techo de una de las pesebreras estaba en malas condiciones y no se habría tardado nada en repararlo, así no tendrían que usar las más bajas, más cerca del agua, que si la tormenta no pasaba pronto, podrían comenzar a inundarse. Sin embargo ya les había dado suficientes problemas a todos así que se quedó en la cama a regañadientes, contentándose en pensar a qué altura del camino vendría ya Mariano de regreso, si había alcanzado o no a coger el bote antes de que hubiera más viento y, por consiguiente, más olas, y en que apenas dejaran de tratarlo como un bebé, se dedicaría a reparar todos los corrales y también un par más de una familia que vivía a un par de kilómetros colina abajo, casi al borde del mar interior del archipiélago y que había divisado el día de su paseo, plagado de pequeñas cabritas nuevas, gallinas, patos y gansos. ¡Dios, que terco era! ¿Cómo podía pensar siquiera en levantarse después de haber estado casi delirando de fiebre durante la noche? Rafael sí que tenía cosas en común con otros hombres. Hombres como sus porfiados hermanos y su obstinado, aunque querido padre. Siempre la habían tratado como una niñita indefensa y cándida. ¡Si supieran! Enamorada como todas las otras
de aquel Adonis en sotana, su delicada y dulce pequeña. Y no contenta con ello, prácticamente había abusado de su estado febril dejándose que la besara como si fueran novios… no, ese beso no era de novios, ¡era de amantes! Y Clara dudaba si habría podido detenerlo o no si la confundida imaginación de Rafael lo hubiera llevado un paso más allá, haciéndola suya. No era la virginidad lo que la preocupaba. De muy joven y a causa de la ignorancia, ella y un compañerito habían tenido relaciones algunas veces y aún podía recordar las dulces palabras de Domingo cuando la había confesado para hacer su confirmación, preguntándole casi por casualidad al respecto. Su problema era si deseaba mantenerse ahora, siendo toda una adulta, lo más pura posible por si algún día conocía a alguien en aquel sitio que no le importara enamorarse y tener en su vida a una mujer ciega, cosa que a sus veinticinco años no daba luces de suceder. Domingo podía ser bastante obtuso en algunos puntos, pero a Clara siempre la había sentido como lo más cercano que un religioso podría sentir como hija propia a una niña. Con toda la delicadeza que pudo le explicó que aquel acto debía ser realizado con amor y bendito por el Señor por medio del matrimonio, pero que Él le perdonaría haber pecado, pues no lo había hecho de mala fe, sólo por curiosidad infantil al igual que su amiguito, y que ahora, sabiendo aquello, no volvería a jugar a esas cosas de mayores. En parte se sentía el causante de lo sucedido al haberle quitado el cuerpo permanentemente al tema sexual con los niños del internado, debiendo haber pensado que sus padres sí que era probable que no les explicaran como era debido esas cuestiones a sus retoños, pero es que él era un hombre simple y ese era un tema muy complejo. Pero el hecho de no ser virgen no era excusa ninguna para permitir que Rafael le hiciera el amor, no. Sin duda que él, aunque vistiera una sotana, era un hombre con instintos y sentimientos de hombre, con fortalezas y
debilidades, pero en esos momentos no tenía dominio de si mismo y, sin quererlo, pudo haberlo hecho cometer un terrible agravio contra su orden, porque tampoco era que ella hubiera decidido aprovechar ese momento, para nada. Ella no había podido simplemente oponerse, no había sido dueña de su voluntad bajo las suaves y deliciosas caricias de los labios de Rafael y sin embargo sabía que su culpa era mayor, pues ella no estaba enferma, ni había sido presa de los recuerdos. Es más, él nunca andaba tras ella, en cambio ella sí y ahora ya entendía el por qué. Lo amaba. No he podido encontrarme con el médico. Estaba atendiendo un parto hacia el interior y… ¡Rafael! ¿Pero cómo? No me preguntes a mí. Han sido los cuidados de Clarita y la preocupación de todos ustedes, con la Gracia de Dios. Pero hombre, has estado casi hirviendo de fiebre… ¡Vaya resistencia más buena! Siento mucho que hayas pasado por tantas molestias por mi culpa, Mariano. Por favor, amigo, siéntate y permíteme que te sirva algo de comer y un café para entrar en calor. Bueno, pues, ¿qué te puedo decir? Gracias. De todas maneras y ya que eres un joven de criterio mucho más flexible que aquel par de carceleros… si llegan y me cogen aquí en la cocina, por favor apóyame. Quieren que permanezca acostado hasta que el médico diga que no hace falta y mira ahora, tal vez el médico no venga en varios días o simplemente no llegue y yo no puedo pasármelas acostado. Me voy a enmohecer… Mmmm, bueno, la verdad es que si has estado bastante enfermo, no deberías estar ahora levantado, pero te entiendo. Yo tampoco soporto guardar cama, sin embargo te respaldaré tan sólo si me prometes que no vas a estar haciendo locuras allá afuera, mojándote en la lluvia, que no ha parado en las últimas horas y en general siendo un buen chico, ¿de acuerdo? ¡Sí, Mariano! Lo que tú digas… ¡Que alivio! Esperaré a que pare de llover y arreglaré todos los corrales, haré un sendero
de piedras para evitar el barro entre la capilla y el internado y voy a ayudar a los vecinos también con sus pesebreras allá abajo… Te prometo que creí que si ese par me descubría cocinando iban a atarme al catre. Pues debimos hacerlo ya que no has sido capaz de ser sensato y andas por aquí ya dando vueltas… Domingo, por favor, de verdad que ya estoy bien y… ¡Tú, silencio! Y tú, Mariano, ¿por qué no ha venido el médico contigo? No hubo forma de contactarlo y estaba en algún caserío cerca de la cordillera atendiendo un parto… Imagínate eso, el bebé iba a esperar a que el buen doctor subiera en mula hasta ese lugar para salir del vientre de su madre. Sin embargo de seguro lo sabía el doctor y ha ido a revisar que todo marchara bien, no habrá esperado que el trabajo de parto durara tres días o más… igualmente le dejé el aviso con su mujer, que incluso pensó en llamar a la ciudad para que viniera otro doctor, pero no pudimos comunicarnos hasta el momento que yo ya me regresaba con los medicamentos que Rafael suele tomar y que ella me facilitó. ¿Qué significa eso? ¿Qué no vendrá por aquí en…? Una semana creo yo, tal vez un poco menos, pero si lo coge la nieve allá arriba, seguro es más. Ya escuchaste a Mariano. A la cama, con sentencia base de una semana. ¡No podría! -Rafael se quedó viendo a Domingo con espanto, creyendo luego que era una broma, pero el hombre no daba señales de estar de humor, curiosamente en él- Por favor, Domingo… Nada. Te vas a la cama y al menos vas a permanecer allí dos días más en los que no puedes tener ni una mísera gota de fiebre antes de revisar tu sentencia. Eso ya es más lógico, pero de verdad que no necesito… ¿Vas a seguir insistiendo? Anda, por favor. Vengo agotado de lidiar con animales, no hagas que siga contigo, ¡gran asno! De acuerdo. En cuanto Rafael salió de la cocina un poco cabizbajo, Domingo se aseguró
de que no estaba por el pasillo y se largó a reír. Mariano alzó la mirada al cielo, sabiendo desde el principio que le estaba tomando el pelo y le arrojó el cuesco del durazno que acababa de comerse en son de leve desacuerdo con su chiste, aunque no tanto como para arruinárselo. De todas maneras era importante enseñarle a Rafael que allí no se podía jugar con una enfermedad debido, por ejemplo, a la dificultad de traer un médico y a la escasez de medicamentos. ¿Y Clara? Ya vendrá. Esa chiquilla sigue tan obstinada como siempre y desde nuestras pesebreras ha partido directamente hacia su casa a ayudar a sus hermanos, pues esperaban que ya las lluvias hubieran acabado por esta temporada y tienen dos corderos huérfanos que cuidar. Uno lo ha adoptado una cabra, pero el otro hay que alimentarlo con biberón y me ha pedido permiso de traerlo aquí. Y apuesto a que tú le has dicho que bueno y si esa niña te lo pidiera, usaría tu cama para que duerma el pequeño animal y tu sotana para limpiarle el culo después de cagar. ¡Que bien me conoces! Sabes que le consiento todo porque la quiero como si fuera mi hija. ¿Qué piensas hacer el día que venga aquí un hombre con más corazón que huevos, se dé cuenta de lo maravillosa que es y quiera hacerla su esposa? Pues que le partiré la cabeza en dos con esta misma escoba, lo amenazaré de muerte si es que se atreve a hacerla sufrir y luego me emborracharé hasta más no poder para no evitar que se la lleve, porque mi niña se merece más que ninguna ser feliz. Domingo, eres un caso especial…
Capítulo 6 Apenas había dejado de llover torrencialmente cuando el helicóptero se posó en el patio de juegos del monasterio. Nada más dejar de girar el rotor principal, una elegantísima y preciosa mujer y un hombre con un maletín descendieron del aparato y se acercaron hasta donde los monjes y los niños observaban curiosamente la inusual escena. Buenas tardes, hermano, por favor dígame, ¿dónde está mi hijo? ¿Su hijo? -esa señora no se le hacía nada conocida y le parecía sumamente improbable que un niño rico estuviera internado allí- ¿Cómo se llama su niño? Domingo, no creo que la señora esté buscando a uno de los niños… ¿Rafael, verdad? ¡Sí! Me informó Esteban que está enfermo. ¿Esteban? Vamos, Domingo, ¿acaso el temporal te dejó aún más tonto? Esteban es el nombre del obispo. Señora, por favor, acompáñeme por aquí. El señor que me acompaña es doctor… Que venga también. La mujer parecía sobrecogida ante la abismante humildad del monasterio. De hecho, durante el incesante peregrinar de Rafael por incontables lugares, nunca había alcanzado a visitar a su hijo, sólo lo veía cada vez que se mudaba de sitio por el día o dos que volvía desilusionado al obispado. Al entrar finalmente al pequeño y austero cuarto, sintió que se le apretaba el corazón. El lugar estaba tan frío que su respiración formaba un vaho en el aire. Era tanto que Rafael se había acurrucado como un ovillo, cubierto completamente por las mantas. Hijo… -el bulto sobre la cama ni siquiera se movíaRafael… ¡Rafael!
-
No se molesten. Rafael no está.
Mariano tiró de las mantas para dejar a la vista la almohada y la sotana enroscada que daban la impresión de alguien durmiendo bajo la ropa de cama. Pero, ¿qué hace levantado? Esteban me dijo que tenía probablemente un principio de faringitis. Mi querida dama, su hijo es… quisiera decirlo de manera suave, pero no puedo. ¡Rafael es un cabeza hueca! Aún así yo creo saber donde está. Voy inmediatamente a buscarlo antes que le vuelva la fiebre. Mientras Mariano se internaba colina abajo por el bosque, el médico aprovechó de evaluar a los niños uno por uno en la cocina mientras Domingo acompañaba a la madre de Rafael con una taza de té. Dígame, hermano… ¿mi hijo es feliz aquí por fin? Eso espero. ¿No lo sabe? Bueno, yo soy un hombre bastante simple y viendo como ha llegado usted hasta aquí, trayendo un doctor particular y tan elegantemente vestida, pues me entra la duda, porque usted habrá criado a Rafael entre lujos y riquezas, ¿no? Sí, pero él nunca le tomó importancia a todo eso… ¿Y cómo era él allá? Callado, pensativo, estudioso… nunca daba ningún problema. Entonces sí que es feliz aquí. ¿Cómo lo sabe? Porque cuando llegó aquí era igual y ahora anda por aquí y por allá con los niños, divirtiéndose y riendo todo el día, además de darnos más de un dolor de cabeza. ¡¿En verdad?! Así es. Eso me alivia… ¿Por qué?
Usted tendrá que disculparme, Domingo, ¿no? -el hombre asintió y la invitó a continuar hablando- Lo último que yo habría deseado es que mi hijo fuera un religioso… De ella había heredado Rafael esos ojos azules y almendrados que parecían ver hasta lo más profundo del alma, ocultando los propios pensamientos tras oscuras, largas y rizadas pestañas. Yo soñaba con verlo casado con una buena mujer, con una profesión más tradicional, dándome muchos nietos tan hermosos como él. Al contrario, cada vez que volvía triste de algún nuevo pueblo o congregación donde las cosas no habían resultado… Mucho le pedí a Dios que por fin se rindiera y dejara los hábitos, pero si aquí ha encontrado por fin la felicidad, eso es lo que más me importa. ¡Lo encontré! -Mariano había llegado tan sólo un par de cientos de metros más abajo y había vuelto casi a la carrera- Allá viene, ¿lo ven? Mariano indicaba hacia un lugar en la base de la colina donde estaba el monasterio. De allá venía un cristiano embarrado hasta las cejas vestido con algo que alguna vez pareció una sotana y cargando orgullosamente un enorme saco, seguido de tres pequeños niños que no paraban de saltar y hacer señas. Lo único reconocible de su hijo para la mujer era el angelical color azul de sus ojos. Sin pensarlo dos veces, la gran mayoría de los niños corrió a su encuentro, encargándose los más grandes del saco y los más pequeños exigiendo que Rafael los cargara hasta el monasterio. -
¡Madre! Rafael mío…
Reprocharle la falta de cuidado con su salud en ese momento habría sido un error. Alguien gravemente enfermo no podría tener semejante sonrisa y la mujer debió reconocer con una mezcla de alegría y una gota de dolor en el corazón que su hijo por fin era feliz.
Te he extrañado mucho. Y yo… -Rafael abrazó a su madre de tal forma que ella sintió su espíritu liviano- …pero por primera vez estoy feliz por las razones que nos han hecho estar alejados. Lo sé, mi amor, lo siento en ti. ¿Y a mí nadie me va a presentar? Rafael aún no había liberado a su madre de su abrazo y la mujer pudo sentir con enorme sorpresa la latente fuerza del macho que era su hijo, liberada por su cuerpo con sólo escuchar esa dulce voz que pertenecía a una hermosa muchacha frente a ella, pero a espaldas de él. Clarita mía, -Domingo cogió a la muchacha de la mano y la guió para que saludara a la mujer- la señora es la madre de Rafael. Aunque no estaba segura de como lo supo, salvo porque toda la vida habían sido sumamente unidos, incluso a la distancia, tuvo claro que esa chica era la principal razón del cambio de su hijo y supo también que si Dios no le había permitido una y otra vez encontrar su sitio en una congregación había sido para guiarlo hasta allí, hasta donde se encontraba la mayor disyuntiva de su vida: un lugar donde podría ser un cura… o ser simplemente un hombre. Sin soltar la mano de Rafael, cogió la mano de Clara para reconocer en él las sensaciones que le transmitía al estar frente a frente con la muchacha, sorprendiéndose con emociones encontradas a cada segundo. Es un gusto conocerla, señora… Madeleine. Es un gusto conocerte a ti, Clara. Gracias por cuidar tan bien de estos tres muchachos. No hay nada que agradecer, lo tres son unos verdaderos ángeles y dicen incluso que su hijo se ve como uno… Clara se sonrojó levemente y Rafael apretó un poquito más la mano de su madre al verla reaccionar así ante el evidente cumplido que había hecho de
él. Disculpa, querida, Rafael no me había contado que tú… Creo saber por que. -ella alzó el mentón con gran dignidad, sin arrogancia- Con el tiempo la gente deja de fijarse en mi ceguera. De seguro que es así y me alegro, porque claramente tienes valores y dones que lo compensan. Gracias, precisamente eso es lo que espero que produzca el cambio. Estoy segura de que es así… fíjate en mi hijo, antes era calladito y serio, como le comentaba al padre Domingo, y ahora se lo ve lleno de energía y tan sonriente que yo sé que este monasterio y sus habitantes son instrumentos de Dios para obrar milagros y sólo Él sabe las formas misteriosas para realizar Su obra. ¿Sabe? Se nota que usted es su madre, son muy parecidos. Clarita, -Domingo nunca podía perder una oportunidad de bromear- no le digas eso tan feo a la señora. ¡Nada de eso! -Madeleine no perdía de vista a Clara, quería aprovechar cada segundo de conocerla porque tenía clarísimo que ella era simplemente fundamental en la vida de Rafael y le encantó la expresión de total dignidad y sabiduría al defender sus palabras- Decirle a cualquiera que tiene algo en común con Rafael es un gran halago. El es una bellísima persona y lo digo yo, que no me he fijado en su legendaria apostura. Es un poquito terco, pero nadie es perfecto… Bueno, mi niña, lo admito, tienes razón. Es que tú sabes de lo que hablas y lo haces con firmeza e inteligencia, por eso es que te quiero tanto, porque eres igual a mí. Domingo, ¡eso sí ha sido un insulto a la pobre Clara! Todos rieron, incluso Domingo, que la había puesto a caldo para que bromearan a sus costillas. Rafael había bajado casi al alba, cuando la tormenta había arreciado, a sacar los animales del monasterio y los de los vecinos de las pesebreras. Estaba seguro de que el agua había subido demasiado y había tenido razón,
teniendo que rescatar a sus vacas y otros animales de la crecida de la línea de la marea alta. Y como recompensa los vecinos habían insistido en regalarle un cerdo mediano recién beneficiado para que los monjes y los niños pudieran comerlo asado. Domingo se tomó la responsabilidad del fuego, mientras que Clara y Mariano preparaban una gran cantidad de arroz y papas para acompañar, enviando a Rafael bajo advertencia de que su desobediencia no pasaría impune a bañarse para atender como era debido a su madre. Hijo, ¿qué afección tiene Clarita en su vista? Pues la verdad es que no se sabe, mamá. Ella nació sin poder ver. ¿Cómo es posible? ¿Nadie la ha evaluado? Es que su familia es de por aquí y siempre han trabajado de sol a sol y creo yo que nunca hubo oportunidad, ni dinero para llevar a Clara a un especialista, al menos es la explicación que me dio Domingo y que aunque él lo propuso alguna vez, ellos se opusieron, ya que ella ha aprendido a valerse por si misma… Yo he querido preguntarle, sin embargo no me atrevo. No quiero que sienta que me importa demasiado o que tenga que hablarme de un tema que debe serle muy sensible. ¡Hombres! ¿Qué quieres decir con eso? Las mujeres podemos discriminar claramente entre una pregunta por vana curiosidad y una pregunta que no es para ofender, sino porque nos interesa el bienestar de aquella persona a la que interrogamos. ¿De verdad crees que ella no se sentiría mal? Porque no quiero que tenga ninguna pena… ¿Me permitirías hablar con ella? Por supuesto, mamá. Tengo plena confianza en tus buenas intenciones y tu tacto. Y yo plena conciencia de lo importante que es para ti que ella no se sienta turbada. ¡A comer! A propósito Rafael se había sentado algo alejado de Clara. Tenía sus
fundadas sospechas de haberse delatado ante su madre, amén de que nunca había habido antes un secreto entre ellos. Por otra parte no se sentía demasiado preocupado. Madeleine nunca usaría dicha información en su perjuicio, ni siquiera para hacerlo abandonar los hábitos, aunque él supiera que ella siempre había abrigado aquella esperanza. Tampoco incomodaría a Clara tratando de encontrar una respuesta en ella respecto de los sentimientos de su hijo, pues siempre había sido una mujer sumamente justa y había transmitido esa experiencia a Rafael, incluso en situaciones complejas a las que había debido acostumbrarse a medida que él se convertía de un precioso niño a un extremadamente atractivo hombre que despertaba involuntariamente desbordadas pasiones y odios. Era tal su nivel de confianza que Madeleine sabía con absoluta certeza y sin miedo a poner las manos al fuego por ello que su hijo a sus treinta y dos años, aunque otros religiosos habían tenido experiencias previas a su ordenamiento, era completamente casto, que apenas había tenido un par de noviecitas casi en su infancia y tan sólo había llegado a besarse con ellas, uno de los puntos por los que sentía profundo respeto por la decisión de su hijo de ser sacerdote. Y Rafael no estaba equivocado. Su madre estaba absolutamente al tanto de los sentimientos que tenía él por Clara, sin embargo sus conocimientos eran mayores que los de él, porque también se había dado cuenta que Clara estaba enamorada de Rafael. Además sabía que ambos desconocían esta información, al igual que los monjes. ¡Que difícil se le estaba haciendo no decirles a ambos que se dejaran de tonterías y fueran felices! Pero no era una decisión que le tocara tomar a ella y lo único que podía y se había decidido a hacer era intentar convencer a Clara de hacerse evaluar en la capital por un oftalmólogo especializado en casos de ceguera de nacimiento. Pensaba tocarle el tema con toda delicadeza, aduciendo a lo felices que haría a quienes la querían, sobre todo a los niños, si pudieran mejorar en
cualquier aspecto su calidad de vida. Siempre era más fácil hacer que una buena persona hiciera algo por los que amaba que por si mism a… La verdad, Madeleine, es que cuando era pequeña no sabía que era ciega, no me había cuestionado la capacidad de visión de los demás hasta que mis padres y hermanos comenzaron a ponerme límites, temiendo que pudiera sufrir algún daño por no ver. ¿Y nunca has visitado un oftalmólogo? Pues no… ¿Y no te lo plantearías ahora? Yo entiendo que ya tengas tus sistemas y… No hace falta que continúes. Sé hacia donde vas y no te preocupes por hablarlo directamente conmigo. ¡Claro que me gustaría saber lo que tengo! Y por supuesto que me gustaría conocer los aspectos del mundo que me he perdido si mi ceguera tuviera cura, sin embargo a estas alturas ya no es para mí algo indispensable… No por eso me cierro a la posibilidad. ¿De verdad? Claro que sí y toda mi vida he estado ahorrando para poder hacerlo, pero siempre se presenta alguna urgencia que me lo ha impedido, aunque nunca he contado a mi familia, ni a los muchachos aquí que mis ahorros tenían ese fin. Nunca he querido que nadie se sienta presionado a rechazar mi ayuda o a brindármela si es que no pueden por mi ceguera y sé que tú me guardaras el secreto. Me generas la misma sensación de confianza que Rafael, sólo que además creo que me comprendes más a fondo por ser mujer. No puedo describirte lo mucho que emociona saber que esa es tu postura… ¿Por qué? Porque no pienso irme de aquí sin ti, Clarita. Vendrás conmigo y te llevaré a evaluar por los mejores especialistas que existen. Haremos todo lo que esté en las manos humanas para que mejores, con la ayuda de Dios, que tanto debe quererte. No lo sé, no me parece que debas… ¡Por favor! No te imaginas lo felices que seríamos todos si
accedes. Imagina que tuviera cura tu ceguera y pudieras hacer cualquier cosa que hasta ahora no hayas podido. Sin duda la oferta es tentadora, pero es que no me parece apropiado que gastes tu dinero, porque… Te suplico que no sea el tema del dinero la razón de que te niegues. Clara, yo soy una mujer viuda y la única familia que tengo en el mundo es Rafael, que nunca quiere, ni pide nada… siempre he destinado mi dinero a realizar obras que ayuden a los demás, ¿cómo no hacerlo en algo que podría hacerlo tan feliz a él? ¿Y si no hay cura? Puede ser, no nos hagamos falsas expectativas, sin embargo que no sea la piedra de tope el no intentarlo. Me resulta bastante difícil negarme… Deja que te de un simple motivo más para convencerte, aunque sea insistente… ¿Acaso no te gustaría saber lo hermoso que es el blanco puro de la piel de tu corderito, el rojo calido de las manzanas perfumadas que acaba de repartirle Mariano a los niños, el verde relajante de estos hermosos bosques australes, el maravilloso azul profundo de los ojos de mi hijo…? Acepto. ¡Gracias a Dios! Con una condición eso sí. Pon la que quieras. Con mi trabajo, aunque sea poco a poco pagaré por mis gastos. De acuerdo. Si así aceptas, lo que tú me devuelvas lo destinaré a un fondo para las bibliotecas para ciegos. ¡Cuánto he soñado con saber leer! Pero aquí, como verás, no existen los medios siquiera para aprender lectura braile… ¿De qué hablan las dos mujeres más hermosas que he visto en mi vida? Rafael, siéntate porque lo que tengo que decirte es fuerte… ¿Mamá? ¿Qué sucede? Tranquilo, mi amor, es una noticia maravillosa… Clarita irá conmigo a evaluarse y a someterse a tratamiento para recuperar la vista si es que ello es posible.
¡¿En verdad?! Sí, Rafael. Tu madre lo ha planteado de forma imposible de rechazar… Una vez más él la tenía entre sus brazos, estrechamente pegada a su cuerpo, pero esta vez con plena conciencia de sus actos. Amén de ello no besaba sus labios, pero era tal su felicidad y emoción ante la decisión que había tomado que supo con plena certeza que él estaba llorando de alegría mientras la abrazaba. Los demás al ver dicha reacción se acercaron y cuando Madeleine le contó los motivos que mantenían a Rafael con Clara abrazada sin dejar ni que el aire pasara entre ellos, Domingo y Mariano se abrazaron también a ellos, unto con los niños que podían pillar algún cachito de Clara que quedara a su alcance, gritando y aplaudiendo de alegría. ¡Ay, muchacha! De verdad que la madre de Rafael ha venido aquí providencialmente. ¡Gracias, Madeleine! No sabe lo feliz que ha hecho a toda esta familia, porque eso es lo que somos. Bueno, bueno, pero a no disgustarse conmigo si su amada Clarita se tarda en volver, ¿eh? Para nada. Cuando vuelva, por favor venga con ella. Con el favor de Dios los resultados serán propicios y haremos una gran fiesta de bienvenida. Para, Domingo. Recuerda que puede que no recupere la vista y… ¡Calla, niña! Lo harás, yo no tengo ninguna duda de que así será. De acuerdo. Muy bien entonces. Clarita mía, esta noche la pasaremos aquí para que puedas preparar tus cosas y mañana partimos temprano, ¿sí? Sí. Antes de las ocho de la mañana y tras un frugal desayuno de despedida en que participaron el doctor, el piloto, los religiosos, Madeleine y Clara,
mientras el helicóptero se elevaba y se perdía en el cielo, Rafael le juró a Dios que haría el sacrificio que Él le pidiera con tal de que Clara pudiera ser completamente feliz.
Capítulo 7 Muchachos, ¡carta de Clarita! Dame acá, yo se las leeré. Cada día estás más hecho un crío, Domingo. Bien dicen que llegados a la cima de la vida, no hay descenso, sino retroceso… por suerte no me has arrancado la mano. ¡Cállate, Mariano! No pensabas que porque la recibiste tú tendrías el derecho de ser quien la leyera… Amigos, no discutan. Finalmente sé que debo ser yo quien la lea ya que la letra de mi madre es incomprensible para el resto de los mortales… Eso te crees tú, pero… ¡Por Dios! Está bien, que Rafael la lea, pero, ¡date prisa, idiota! De acuerdo. Había pasado casi un mes desde la partida de Clara y aunque Madeleine se había encargado de mantenerlos lo más posible al tanto de sus actividades en la capital, los telegramas que podían llegar más rápido a la isla seguían siendo un medio sumamente breve para comunicar cosas. Por suerte para lugares como aquel, aún existía la posibilidad de enviarlos… -
“Queridos Domingo, Mariano, Rafael y mis niños: no daré ningún rodeo y de inmediato les contaré que los resultados de este viaje serán positivos. Los doctores dicen que hace años existe una técnica experimental para tratar el problema de las retinas de mis ojos, cosa que me han explicado en detalle y que resulta un poco técnica para reproducirla literalmente, por lo que les resumo aquí lo que yo entiendo. Hay un tipo de células que nunca tuve, pero que los doctores generan en unas plaquitas por medio de unos bichitos y una vez que han sido cultivadas, las inyectan en los ojos y comienzan a desarrollarse lentamente hasta volverlos normales y que puedan ver...”
¡¿Qué te sucede?! -Domingo lo agarró por el hombro de la sotana y lo remeció sin sutilezas- ¿Por qué no sigues? ¡No seas tan bruto, Domingo! -Mariano le dio un codazo en el costado para que se diera cuenta que Rafael se había detenido
pues sus ojos estaban llenos de lágrimas de emoción y no quería mojar la carta, ni que los niños lo notaran, por lo que aparentaba frotarlos por tener la vista cansada para continuar- Continúa en cuanto estés listo… Sí… “…No es seguro que recupere completamente la vista de inmediato, tal vez esto vaya poco a poco con el tiempo. Los doctores dicen que los resultados varían de caso a caso, pero que por pruebas que me han hecho y por mi edad, es probable que el resultado inicial ya sea dramáticamente positivo y que al poco tiempo sea total. He orado mucho porque así sea para poder darles a todos esa felicidad. Claramente que yo también estoy ilusionada con ello. ¡Tengo tantas ganas de verles a todos! Por lo mismo…”
-
¿Y ahora qué? Es que dice algo de mí y… Bah, léelo igual. De acuerdo. “…por lo mismo le he pedido a Madeleine que
oculte todas las fotos de Rafael que tenga en su casa y así poder verlos a todos por primera vez en persona.”
¡Ay, que muchacha más dulce! Ya quiero que regrese, aunque tal vez se asuste de verlos a ustedes dos, par de primates… y a los niños los bañaremos, peinaremos y vestiremos muy guapos para atenuar el golpe. ¿Acaso te sientes muy apuesto tú, gran hipopótamo? ¿Me estás llamando gordo, patas de zancudo? ¡Por Dios, muchachos! No delante de los N – I – Ñ – O – S… Los niños saben que así nos tratamos porque nos queremos. Mmmm… Bueno, bueno, acaba ya de leer. “Y ya me despido. Madeleine ha insistido en salir de compras y al salón de belleza, ¿lo pueden imaginar? Yo peinada como una chica de ciudad… Les dejo todo mi amor y cuídense bien. Volveré con ustedes en aproximadamente dos meses más. Por favor, que alguien vaya a mi casa y les lea esta carta a mis padres y hermanos y les agradezca por mí el ser personas tan maravillosas. Los quiere y extraña muchísimo su Clarita”
¡Dos meses! Bueno, comparados con toda una vida sin haber podido ver, estará ansiosa mi pobre muchacha… No estés preocupado, Domingo. Clara es una chica inteligente y con un carácter maravilloso, además de una paciencia infinita. Toma por ejemplo que nos aguanta a los tres y a todos estos chiquillos malcriados… ¡No somos malcriados! Claro que no, mi vida, es sólo una broma, ustedes son la luz de nuestros ojos y si no fuera por angelitos tan bellos, Domingo, Rafael y yo no estaríamos aquí. Anda, Rafael, aprovecha la hora y te vas a casa de Clara a leerles la carta a sus parientes. Pero es que yo… Nada de peros, si no es difícil. Bajas la colina, te vas hasta la casa de los vecinos y allí les vuelves a pedir indicaciones, son sólo un par de kilómetros más por la costa y luego subes una colina más baja que ésta, no hay forma de que te pierdas. Esta bien… Tal como había dicho Domingo, no había posibilidad alguna de perderse y no tardó mucho tiempo en encontrar la cabañita en la ladera de una colina baja. Aquel lugar era humilde, pero muy hermoso, con su chimenea humeando y algunos patos y gallinas picoteando alrededor. De seguro Clara adoraría ese paisaje cuando pudiera verlo. El ya lo amaba porque era su casa. Buenas tardes, señora. ¡Dios Bendito! -la mujer, que lo observaba claramente impactada, debía ser la madre de Clara, pues tenía sus mismos ojos pardos y la misma figura, con la diferencia de los años y la rudeza del trabajo- Usted debe ser el padre Rafael, ¿cierto? Sí… Veo que el padre Domingo no mintió al decir que es usted muy guapo, pero yo me fío más de lo que me cuenta mi hija y que esos ojos bonitos que yo le veo y tantas cosas más que ella no, no son lo mejor de usted. Clara es una muchacha muy dulce. Sí, también dijo que era usted de pocas palabras, sin
embargo espero que hoy tenga ganas de hablar porque nosotros, mi marido y sus hermanos, esperamos que nos cuente todo con detalle. No me adelante nada, pues nos comprometimos a estar todos juntos. No lo haré. Muy bien, pase y siéntase como en su casa. Yo me adelanté para preparar la comida, pero los muchachos están al llegar, así que debo sacar el pan del horno. ¿Me permitiría ayudarla? Pero si usted es nuestro invitado. Por favor. Me siento inquieto en estos días si no tengo algo que hacer… ¡Vaya! Un niño de ciudad que tiene espalda para el trabajo… me agrada eso. De acuerdo, Rafael, aunque no crea que esto es cosa de niños… Domingo nunca me ha dejado usar el horno de barro porque dice que tiene sus mañas que sólo él le conoce, por lo que me encantará aprender con usted. ¿Sabe? Ya me cae muy bien y comprendo por que mi hija le tiene tanto cariño… resulta usted como un niñote grande, pero inocente, sobre todo si aún le cree al padre Domingo, que es un zumbón… vamos, usted abra la tapa con cuidado de no quemarse y yo sacaré algunos panes con esta paleta larga… los otros son suyos, pero si se tarda y se queman, tendrá que responderle a la manada de lobos hambrientos que está por llegar… Afortunadamente logró seguirle el tranco a la madre de Clara con eso de sacar el pan a prisa, aunque se sorprendió de la fuerza y habilidad que requería la tarea, más de una mujer pequeña y menuda. Luego la ayudó a batir la mantequilla y acomodó varias cosas en las estanterías altas de la cocina que a ella le habría costado alcanzar. Como premio le tocó el primer pan amasado con mantequilla y queso de cabra de la tarde con un gran tazón de leche y hasta una cariñosa palmada en el hombro por su buen trabajo, como si, tal como le había dicho Rosa, fuera un niño más crecido de lo normal. -
¡Un cura! Y en mi casa, mujer… ya sabes lo que opino al
respecto. Al escuchar aquello y ver al recio hombre mayor con expresión de furia flanqueado por tres hombres de aspecto hosco que lo miraban con recelo y molestia desde la puerta, casi se atraganta con el último bocado de pan, haciéndolo carraspear. El hombre se acercó y con su gran manaza le dio un buen golpe, pero en la espalda para ayudarle a tragar, mientras los cuatro se desternillaban de la risa ante la mirada molesta de Rosa. ¡Son unos brutos! Pobrecito Rafael, no les haga caso… mi marido tiene lamentablemente el mismo sentido del humor de su amigo Domingo y estos tres chiquillos salieron a él. Bueno, hombre, ahora que se te ha destrabado la garganta, comienza a hablar, porque no habrás venido aquí sólo a llenarte la panza como lo hace Domingo, ¿no? No, por supuesto… ¡Ay, ya basta! -Rosa se plantó frente a su marido y le sacudió un dedo enfadada delante de sus narices, lo que aquietó no sólo al bromista, sino a sus tres herederos, que se silenciaron de inmediato- Así está mejor y ya déjenlo hablar. Rafael ha traído una carta que su madre tuvo a bien escribirnos y que Clarita le dictó, así que se van a callar y a sentar para que lo escuchemos atentamente palabra por palabra, porque la letra de la señora es un poco complicada y él amablemente ha venido aquí en vez de simplemente mandarla. ¡Tienes razón! Rafael, discúlpame a mí y a los muchachos y por favor, léenos las noticias de mi pequeña. Sí, por supuesto y no se preocupe… Rafael les leyó la carta, pudiendo contener mejor su emoción en esta oportunidad, sin embargo no pasó del todo desapercibida para la madre de Clara, que no pudo evitar sentirse contenta pensando que había alguna posibilidad que los sueños de su hija se hicieran realidad. Llegó al monasterio ya entrada la noche con un cargamento de pan
amasado, queso, mantequilla y un botellón de leche para el cordero de Clara, de cuyo cuidado se había hecho responsable personalmente. Si otras noches se le había hecho difícil dormir pensando en ella, ésta le parecía algo imposible, más después de conocer a su familia y que tras las bromas iniciales, lo hicieron sentir como uno más, felices y agradecidos además de él y de su madre por la ayuda que le estaban dando a su Clarita. ¿Qué opinaría ella al verlo? Se sorprendió deseando por primera vez parecerle atractivo a una mujer, sin embargo lo más probable es que Clara no tuviera conceptos preconcebidos sobre belleza. Eso lo tranquilizaba, pues no podía siquiera imaginarla actuando como otras en el pasado… Pero no, no era eso lo que le importaba, sin embargo pensar en lo que sí quería resultaba demasiado perturbador… Peor aún, pensar en su propia opinión de ella, cada vez menos platónica, era lo que lo hacía desvelarse. Se sentía como devuelta bruscamente en la adolescencia, con aquellas sensaciones y reacciones físicas que le habían sido bastante ajenas entonces y que ahora parecían confabular en su contra para delatarlo. ¡Todo era tan difícil! Sólo el saber que amaba sincera y dulcemente a Clara no lo hacían sentirse una especie de depravado, despertando cada mañana con notables erecciones, o peor aún, por las noches, empapado en sudor y más, en medio de sueños indubitablemente eróticos. Algunas veces conseguía aceptarlo como la consecuencia inevitablemente hormonal de estar enamorado y de ser un macho, aunque fuera un religioso. Otras, se sentía perverso y sucio por tener tales pensamientos respecto de una muchacha tan dulce y tan pura como Clara. Sin duda aquello era un pecado, pues un hombre tan íntegro y devoto besando como un sátiro… Pero la hacía sentir maravillosamente y aunque sumamente apasionado, también era tierno y considerado, siempre acariciándola, haciéndola sentir importante y muy amada. A más lo extrañaba, más le costaba evitar soñar casi a diario con Rafael.
Sus sueños eran extraños, compuestos de colores y formas que no sabía si podían existir, pero que ella había aprendido a entender como la visión de sus emociones. Aunque con cierta culpa, ya había logrado identificar la gama de sueños que estaba teniendo con él. Algunos trataban simplemente sobre estar con él compartiendo un momento, tumbados sobre una manta cuidando a los niños en un picnic, escuchando su voz grave y hermosa mientras leía un cuento para los más pequeños a la hora de la siesta… Otros también eran sobre la convivencia diaria, sin embargo involucraban más sentidos, pues ella se permitía acariciarlo mientras lo rasuraba de forma sumamente lenta, sentada sobre sus rodillas y de frente a él, sintiendo el contacto de su cuerpo contra el suyo, o ayudándolo a preparar galletas, ambos con las manos en la masa, nunca mejor dicho, tocándose y acariciándose casi de forma casual… Y otros en que derechamente lo montaba y cabalgaba sobre él con su sexo clavado hasta la raíz en ella, disfrutando de escucharlo gemir y diciéndole palabras dulces y eróticas mezcladas, pidiendo más y dando más hasta alcanzar juntos el máximo placer mientras él le murmuraba contra sus labios que la amaba y que lo hacía inmensamente feliz. ¿Cómo sería él? Hermoso, según todos decían, pero ¿qué sería la belleza para ella? Dudaba tener las reacciones meramente carnales ante su visión que a él tanto lo habían hecho sufrir y vagar en busca de un lugar en que su aspecto no fuera una invitación al pecado, sin embargo temía regresar, abrazarlo y escucharlo y acabar tan excitada como cualquier otra mujer que se derritiera por sus encantos. ¿Acaso no podían notar lo dulce que era? ¿No entendían que él no era un objeto, mucho menos sexual, sino que casi un niño inocente? Entonces tuvo un pensamiento revelador y desconcertante. Rafael nunca… ¡Dios! Pensar en ello lejos de calmar sus ansias la había hecho subir de nivel en sueños, pues era recurrente que la despertara la abrumadora, pero
maravillosa sensación de hacerlo suyo por primera vez…
Capítulo 8 Quiero que nos pongamos manos a la obra y pintemos todo el monasterio. Estoy de acuerdo y tampoco es que esto sea La Santa Sede, así que si mis cálculos no nos engañan, en dos días de trabajo la pintura debería alcanzar bien, pero por si las dudas partiremos de arriba hacia abajo dentro de las salas, así si falta por cualquier motivo, hay restos de muchas pinturas de colores y podríamos dibujar praderas y lomas y que los niños peguen o pinten casitas, árboles y animales encima. ¡Me encanta la idea! Incluso podríamos empaparles las manos de pintura y que dejen sus huellas los más pequeños. También puede ser. Hoy hemos amanecido muy artísticos, queridos hermanos. Muy bien, yo iniciaré con el exterior de la capilla, Mariano puede dedicarse al exterior de las salas y Rafael al exterior del internado. De acuerdo. Faltaba apenas una semana para el regreso de Clara y ya casi todo estaba preparado. Domingo había lavado y planchado las mejores ropas de los niños, Mariano les había cortado el pelo y las uñas a todos y Rafael les había enseñado una nueva canción, además de pintar un bonito cartel de bienvenida con todos ellos. Habían ido a conseguir más miel y las galletas esta vez esperaban celosamente guardadas, adornadas con nueces, almendras, pasas y glasé de colores, en forma de muñecas y ositos, incluso algunos corderos blancos. Las últimas noticias recibidas habían sido simplemente maravillosas. Clara había evolucionado favorablemente desde el implante de los cultivos de células y les narraba con emoción como ya podía distinguir inequívocamente colores y formas. Era tan rápida su recuperación que según los médicos en cosa de días su visión sería totalmente nítida, muy probablemente antes de volver a casa. -
¿Clarita?
Buenos días, Madeleine. ¡Que madrugadora estás! Desde hace una semana que te encuentro todos los días ya levantada y por los jardines cuando yo apenas comienzo a abrir los ojos. Si pudiera, no dormiría en días… Quisiera pasar horas y horas viendo estas flores, estos árboles, el azul del cielo… ¡Ay, mi niña! Me hace tan feliz lo mucho que has conseguido en tan poco tiempo. Sólo me apena pensar que esto pudo haber ocurrido mucho antes. No importa, Dios así lo quiso y siempre tiene sus motivos. Tal vez yo antes no lo deseé lo suficiente… ¿Y qué es lo que ha hecho que ahora todo sea diferente? Bueno…- Clara se sonrojó y dudó un minuto, sin embargo aquella mujer en pocos días se había convertido en su amiga y confidente, como si se conocieran de toda la vida- Hay algo, pero es un secreto. ¿Un secreto que vas a guardar tú sola o puedes compartirlo conmigo? La verdad es que creo que si alguien puede llegar a comprenderme, eres tú… Pues si así lo deseas, puedes contármelo, que yo lo guardaré bien. Madeleine, yo sé que tal vez estoy mal y que debería intentar evitar y olvidar esto, pero… ¡Estoy enamorada de tu hijo Rafael! ¿Y por qué eso debería de estar mal? Pues, es que él es un religioso… Su corazón pertenece a Dios sobre todas las cosas. Es cierto, sin embargo amar a alguien para bien y con nobles sentimientos jamás podría considerarse un pecado, aunque ese alguien sea un sacerdote. Al menos eso es lo que yo creo. ¿En verdad? Sí… Aunque ello no quita que debas saber que tal vez tu amor no pueda ser correspondido de la forma en que tú esperas.¡Dios! Que ganas tenía de decirle que lo único que Rafael quería en la vida era saber que ella le correspondía, pero no era su decisión y ellos debían tomar sus propios caminos, sin
intervenciones, solos los dos- Y aún así no hay nada de malo en tus sentimientos. Es que yo… ¿Sí? Yo no sé si esté bien amarlo y que él no lo sepa. Pero es que no se lo puedo decir porque lo pondría entre la espada y la pared… No querría jamás hacer que sienta que debe irse por mi causa, porque él no querrá hacerme daño… ¡Ay! Es muy difícil… Lo sé. Sin embargo me puedo aventurar a asegurarte algo con respecto a él. Pase lo que pase, si te decides a decírselo o no, si llega a darse cuenta o se entera, nunca pensará que es algo malo y menos creerá que es tu culpa. Después de todo él es un hombre y tú una mujer y nadie manda en el corazón. El amor nace y ya. ¿Crees que si se enterara, se iría? No estoy segura de eso, Clarita. Yo creo que puedo vivir sin confesarle esto que siento por él, pero estoy segura que no podría vivir sin él. No podría soportar que se vaya. Creo que debes tomarlo con calma. Cuando llegues allá ahora será todo completamente diferente. Piensa que además de todo lo que has percibido de él y que te ha hecho enamorarte, vas a verlo y… ¿Qué esperas que suceda entonces? Porque tú sabes la reputación que acarrea su aspecto… Pues no lo sé. El tiempo ha sido poco y aún mi visión no es perfecta, sin embargo creo que ya puedo decir si algo es bello o muy bello, ya que hasta ahora todo me parece bonito. Pero aunque nunca llegara a verlo, para mi él es lo más hermoso que existe, incluso si su aspecto fuera… Bueno, tú me entiendes. ¡Claro que sí! Pero no te atormentes más, Clara. Lo que deba pasar, pasará. Dedícate a disfrutar cada momento y a aprovechar todas estas nuevas experiencias. Como ya sabemos bien, Dios sabe cómo y por qué hace las cosas… ¡Es verdad! Sólo una cosa más… Dime. Gracias…
No ha sido nada, mi niña. No, gracias por hacerlo venir a nuestro mundo. Me lo puedes agradecer cuando termine yo de darle gracias a Dios por hacerme ese regalo. Todo estaba quedando muy bonito y cada cual ponía su mayor esfuerzo para que la bienvenida de Clara fuera perfecta. A menos de una semana de aquel día, las mejillas cada día estaban más sonrosadas, las canciones más entonadas, los dibujos más hermosos y coloridos. Sólo había uno que parecía más cansado, tenso e incluso algo malhumorado. Rafael, ¿tienes tú el martillo? … ¡Rafael! ¡El martillo! ¿Lo tienes tú? ¡No! Es la tercera vez que alguien me viene a preguntar por el dichoso martillo y ya dije que NO lo tengo. Es que pensé que no me habías escuchado, como estabas allí, como mirando al vacío… -¿el pacífico Rafael contestando así, debiendo estar feliz? Allí estaba pasando algo raro desde hace rato…- Pero a ti te sucede algo. Son ideas tuyas. Rafael, creo que te conozco ya lo suficiente. Tú jamás habías estado de mal genio y mucho menos contestado así. Discúlpame, Mariano. No fue mi intención ser grosero contigo. Da igual, hombre. Todo mundo tiene derecho a tener un mal día y tú, que has trabajado de sol a sol hace varios días, es lógico que tengas alterado el genio. Mariano, amigo, te agradezco tu comprensión, sin embargo… No te preocupes, de verdad. Amigo, ¡ya no puedo más! ¡Dios! Ahí pasaba algo serio. Rafael había dejado de pulir por enésima vez los candelabros del altar, se había sentado en el único peldaño ante el pasillo central y se había cogido la cabeza entre las manos como quien lleva un enorme peso en los pensamientos… Y en el corazón.
¿Qué te pasa, Rafael? ¿Puedo ayudarte en algo? No creo que nadie pueda ayudarme, sin embargo sólo te pido que me escuches… ¿Quieres que te confiese acaso? No, Mariano. Esto no es un pecado. No puede serlo. ¡Habla, hombre! Comienzas a asustarme… Lo único que te pido, aunque sé que no te corresponde, es que me aconsejes ante lo que te diré. Por supuesto. Mariano… - Rafael suspiró profundamente y en un gesto tal vez involuntario al coger el crucifijo de oro que siempre había llevado al cuello pendiendo de una cadena, esta se rompió y se le quedó colgando en la mano ante su mirada angustiada, como si aquello fuera una funesta señal, un ladrillo más en la pesada carga que parecía estar llevando- Yo… Calma, amigo. Todo tiene arreglo, menos la muerte. Debes estar tranquilo. No, no puedo estarlo, no puedo hacer nada, no puedo dominar mis emociones, ni mis sentimientos, ni mis sueños, ni mis pensamientos, ni nada… ¡Por Dios, hombre! ¡Dime ya qué te sucede! Estoy enamorado. ¡¿Qué?! Pero, ¿cómo? ¿Cuándo? Creo que desde el primer día que llegué aquí. Pero… Clara. ¡Dios! Ya no sé qué hacer… … Ayúdame, Mariano, porque no puedo más con este sentimiento. Es imposible ocultarlo. Me está matando por salir… Ay, amigo… Por favor, Mariano. ¿Qué hago? Juré a Dios hacer el sacrificio que fuera necesario para que ella fuera completamente feliz y ahora volverá y me verá y… No importa lo que suceda conmigo, mientras ella no sufra por mi gran debilidad.
Por más que lo pienso, es demasiado complicado… Rafael, tú sabes de sobra que Domingo y yo te apreciamos muchísimo y que los niños te adoran, sin embargo por esa misma razón, porque nos importas, no puedo endulzarte los hechos, ni mucho menos mentirte. Un sacerdote cuyo corazón no pertenece sobre todas las cosas y las personas a Dios, no puede… ¡Mierda! Nunca me había topado con una situación así. Amigo, quiero que te quedes, pero por el cariño que te tengo, y mi compromiso con Dios, debo recomendarte que dejes este sitio. Mariano… Yo no voy a juzgarte. Estoy seguro de que si existe una mujer capaz de generar sentimientos de amor en un hombre es Clarita, sin embargo, ¿te has detenido a pensar cómo se va a sentir ella si algún día se entera? Creerá que ella te habrá hecho daño, que te habrá hecho dudar y finalmente incumplir con tus votos… Ella no tiene ninguna culpa. Así es. Ella no puede evitar, ni intenta ser como es, simplemente lo es. Yo entiendo lo que me dices y considero que tienes razón… Odio ser quien deba causarte este dolor, Rafael. Siempre he pensado que eres un hombre muy bueno, generoso y trabajador. No tengo ni una sola queja de ti y en el fondo pienso que enamorarte de Clara tampoco ha sido un pecado. Dios lo ha querido así, sin embargo y aunque nos va a doler, mi consejo es que pongas distancia… Sí… Mariano, quiero que sepas que aunque tengo el corazón destrozado, te agradezco tu honestidad y que me hayas ayudado a decidir lo que hacer… Por lo mismo me atrevo a pedirte un favor más, uno que no debería pedirte, pero no se me ocurre nada más… Dime. Me marcharé esta noche, cuando los niños se hayan dormido… esperaré a que también Domingo lo haya hecho. No puedo estar aquí cuando Clara regrese, no podría resistirlo… Tampoco quisiera que mi madre se enterara… eso será complicado, pero no volveré a su casa, necesito estar solo… Por
favor, cúbreme y que se enteren que los quiero a todos muchísimo… e inventa alguna razón creíble de mi partida. Yo ni siquiera puedo pensar… Mariano se sentía realmente horrible, tener que decirle aquellas cosas a Rafael, romperle así el corazón… ¡Dios! El hombre frente a él estaba destrozado, totalmente abatido. En un segundo su vida había vuelto a perder el norte y esta vez ni siquiera tenía una siguiente posibilidad, no. Se iría y pensaba alejarse de todos, alejarse de lo más importante, amado y sagrado para él, estar solo… ¿Sólo para qué? ¿Para torturarse a si mismo una y otra vez? Y él no podía impedirlo. Rafael… Amigo, no puedo ser más un religioso, no quiero seguir traicionando a Dios… ¡Ay, Rafael! Tú sobre cualquiera de nosotros tenías los dones necesarios, la paciencia, la compasión… Quisiera tanto decirte que olvides todo lo que te he dicho, que hagamos como que nada sucedió y te quedes… Estaría dispuesto a pecar así si supiera que mi mentira podría proteger tu felicidad, pero cargando ese secreto minuto a minuto acabaría matando tu espíritu y mi pecado sería aún peor por permitirlo. Mariano, no, no te preocupes. Tú me has aconsejado bien y hecho lo correcto. También pienso que a la larga esto me habría superado y podría acabar lastimando a Clara… ¡Y eso sí jamás me lo perdonaría! Eres un hombre muy valiente, yo no sé si podría. Ahora, por favor, anda con Domingo y los niños y piensa en algo sensato que decirles mañana… También dile algo dulce a Clara, que sepa que saber que ha recobrado la vista me hizo inmensamente feliz, pero mantenlo a un nivel no tan personal como para que llegue a sospechar y a sufrir cualquier pena por ello. Yo sé que su corazón es demasiado noble y se entristecería por mi culpa… Incluso ahora piensas en todo mundo primero… No, amigo. No creas que estoy siendo tan generoso, porque la persona que más me importa que esté bien es Clara. Mi amor
es egoísta, pero no permitiré que la afecte a ella… y al resto. ¡Por Dios! Esto es en serio… Me encantaría volver a verte alguna vez, pero sería injusto, tampoco quiero apenarte a ti. Eres lo más parecido que he tenido alguna vez a un hermano… Hombre, ¡por Dios, para! Vete ya, Mariano. Yo te alcanzo luego en la cocina y haré como que nada sucede. Rafael… Adiós, amigo. Gracias a todos ustedes por haberme hecho feliz.
Capítulo 9 ¡No me vuelvas a mencionar a ese tipo, Mariano! Pero Domingo, Clarita está por llegar y cuando lo haga preguntará por Rafael, de eso estoy seguro… ¡Ya lo sé! Vaya sujeto más desgraciado… ¿Cómo se le ocurre hacerle esto a nuestra niña? Debió esperarla, recibirla y después podría haberse preocupado de sus propias necesidades… Resulta bastante egoísta para alguien que siempre se mostró como tan caritativo y generoso… ¡Todo era una careta! Tal vez le encanta que las mujeres se le echen a los brazos y todo… Estás hablando por la herida y lo sabes, Domingo. Rafael es un gran hombre y si ha querido ser consecuente consigo mismo y su vocación, eso no lo convierte en ningún egoísta. Impulsivo, puede ser, pero ten en cuenta que es sacerdote hace casi diez años y nunca ha podido hacer lo que su corazón le dicta. Es justo que tomara su oportunidad y yo sé que Clarita va a comprenderlo… Y tú lo comprendes, lo que pasa es que lo extrañas. ¿Qué voy a extrañar yo a ese enorme…? ¡Bah! Ya déjame en paz tú también… Hace menos de una semana había dejado el lugar donde más feliz se había sentido, donde había sido útil, querido y recibido con los brazos abiertos, sin embargo le dolía tanto la distancia que era como si aquel dolor llevara años partiéndole el corazón. No podía dejar de pensar a cada momento en los niños, en sus compañeros, en especial en Domingo, que se sentiría seguramente decepcionado de él después de todo el cariño que le había brindado. No podía evitar pensar en Clara llegando feliz a ver a todos, incluso a él y su ausencia empañaría aquel momento que debía de ser hermoso y perfecto para ella… Llovía en la ciudad, pero Rafael no le prestaba atención a aquello, empapado casi hasta los huesos. Esperaba que Mariano hubiera inventado una buena excusa para su partida que pudiera aminorarle cualquier pena a los demás. Y ahora, tras pasarse largas horas intentando poner su mente en
blanco y pensar en algún sentido para darle a su vida, caminaba una vez más, más triste que nunca, a ver a su maestro para resolver su situación clerical y, si Dios lo permitía así, buscar un consejo que lo ayudara a seguir adelante. ¡Rafael! Señor obispo… Pero muchacho, pensé que no te tendría por aquí por mucho tiempo, en especial después de las buenas nuevas que me ha traído tu madre… ¡Ah! Has venido a buscar tú mismo a la muchacha que vino con ella desde el monasterio, ¿o no? No, señor… Rafael, -algo muy extraño estaba sucediendo. Normalmente cuando él volvía de algún sitio donde no había conseguido evitar su sino, llegaba con pena, pero con cierta rebeldía además y deseos de recomenzar de inmediato, sin embargo ahora se le veía abatido, sin alzar la mirada, como si se hubiera rendido- ¿qué te sucede? Ni siquiera sé como empezar… Vamos, muchacho, no te atormentes. Si las cosas no han resultado y has vuelto a tener problemas con… No, señor. No he tenido… no me han generado a mí ningún problema. El problema esta vez soy yo. Es mi culpa… No comprendo… Señor obispo, me duele en el alma lo que debo pedirle, sin embargo prefiero aquello que seguir incumpliendo con mis votos. ¿Cómo? ¿Qué es lo que vas a pedirme, muchacho? Necesito que inicie mi proceso de secularización. ¡¿Qué?! Ya no puedo ser un sacerdote, monseñor. Pero Rafael, ¿qué ha pasado? Si existe alguien que me parece a mí que nunca ha dudado de su vocación de servicio a Nuestro Señor has sido tú y… Yo sigo sin dudar de querer servir al Padre Celestial… ¿Entonces? Porque si has cometido algún pecado, sabes que puedes ser perdonado por la iglesia si no es algo extremadamente
grave, pero de ti no puedo ni siquiera imaginar algo así y… Me he enamorado de una mujer. ¿Enamorado? Pero allá no hay ni… ¡Oh! Ya entiendo… de la muchacha, ¿no? De la chica que trajo tu madre para que le devolvieran la vista… Por primera vez desde que había llegado, Rafael alzó la mirada, encontrando la del obispo, que no parecía recriminarle, pero tampoco lograba entender. Eso hasta ver la pena y la culpa reflejarse en aquellos increíbles ojos azules. Ni siquiera se le ocurrió dudar de sus palabras ante aquella visión. Preguntarle si estaba seguro de lo que decía o lo que sentía, que si no estaría acaso confundido, habría sido verdaderamente una ofensa, como si menospreciara sus sentimientos, pues nadie podía parecer tan abatido si no hubiera sufrido una enorme e irreparable pérdida. Monseñor, Clara es el ser humano más dulce y tierno que Dios ha tenido a bien dejarme conocer. Yo he sido un pecador al tratar de mentirme incluso a mí mismo ocultando esto que sentí desde el momento mismo de escucharla y verla por primera vez. Y como si estas emociones que me han embargado no hubieran sido suficiente prueba de que mi corazón se rendía de inmediato a sus pies, ella ha sido la única mujer que no ha sido amorosa conmigo por mi exterior. Nunca ha pensado siquiera en brindarme una sonrisa o una caricia afectuosa con el fin de seducirme con intenciones impuras, sino que siempre quiso hacerme sentir por fin en casa, necesitado, desinteresadamente bien acogido… Pues vaya que estás bien enamorado, sí. Yo lamento profundamente estarlo desilusionando porque… Muchacho, ¿por qué crees que me has desilusionado? Rafael volvió a alzar la vista, bastante asombrado, encontrando a su antiguo profesor brindándole una cálida sonrisa- Muy por el contrario, me causa una profunda emoción ser testigo de ese amor que sientes, con la misma generosidad y dulzura que siempre te han caracterizado, lo que me deja absolutamente claro que ha sido Dios quien lo ha querido así.
Pero yo prometí entregarle por siempre mi corazón… Y Él ha decidido que esa entrega la hagas amando a una de sus hijas, muchacho querido. Dios va a ser muy feliz al verse servido por ustedes dos, pues entiendo que esta chica Clara siempre ha trabajado con los monjes al servicio de los pequeños… No creo que ese haya sido el plan de Nuestro Señor… ¿Por qué lo dices? Clara no siente lo mismo que yo. ¡Ay! Mi pobre muchacho… ¿Entonces tu amor no es correspondido? No, monseñor, Clara ni siquiera lo sabe… sólo usted, el hermano Mariano que ha tenido la bondad de ayudarme con una pequeña mentira blanca para no apenar a los niños, y creo que mi madre lo sospecha… ¡Cuánto lo siento, Rafael! Lamento ser egoísta, pero es que te conozco desde que eras un bebé y me duele saber que toda tu vida ha sido sacada de órbita sin siquiera tener retribución, después de lo mucho que te has esforzado y soportado tanto tiempo… Sí la tiene, señor obispo, porque conocer a Clara ha valido todo, espero que Dios me perdone el ser débil. Yo sé que no debería siquiera proponerte esto, pero, ¿no quisieras tomarte un tiempo antes de continuar con lo de la secularización? Puede que tu corazón se apacigüe y… ¿No, cierto? No. Yo la amaré siempre y no quiero traicionar más los votos del sacerdocio. Eres un hombre valiente y admirable… Sólo intento hacer lo correcto. Está bien, Rafael. Sólo quisiera saber qué piensas hacer de ahora en más con tu vida. No lo sé, señor. Comprendo. Han sido tantos años tratando de hallar tu lugar en la iglesia… Sí. Aunque igualmente me imagino que podré encontrar algún trabajo y alquilar un lugar donde vivir…
Hijo, no quisiera atribularte más, pero, ¿tú has pensado que tu aspecto no ha cambiado aunque dejes de ser un sacerdote? Y obviamente eso tendrá sus consecuencias… ¡Dios! Tiene razón… ¡¿Qué voy a hacer?! Por ahora, calmarte, porque puedes permanecer aquí en el obispado, que siempre hace falta gente dispuesta a ayudar… No, monseñor. Le aseguro que tenerme aquí sólo va a generarle problemas con la gente que venga. ¿Y qué pretendes? ¿Qué te mande a la calle a sufrir y ya, sin más? ¡Nada de eso…! ¡Ya sé! Monseñor, de verdad que no quiero que se preocupe porque… Te ofrezco un trabajo. ¿Un trabajo? Sí. Un muchacho grande y fuerte como tú siempre va a ser útil en un hogar de ancianos, el que tenemos aquí para nuestros sacerdotes que ya no pueden valérselas del todo por si mismos, y allí podrás estar tranquilo mientras encuentras otras opciones, pues las enfermeras son todas religiosas, la mayoría mujeres mayores. Monseñor, usted es demasiado bueno conmigo… ¡No digas tonterías, Rafael! Ya está resuelta esa parte al menos, puedes instalarte en cualquier cuarto del obispado que esté desocupado y verás como va a ser muy útil tu t u ayuda. Haré todo lo que esté de mi parte. Muchísimas gracias. De nada, hijo, no creas que vamos a poder pagarte mucho… m ucho… No hace falta que me paguen nada mientras me den suficiente trabajo para mantenerme ocupado, una comida al día y un sitio donde dormir. ¡Ni que fueras un perro, hombre! Claro que se te pagará además de darte techo y comida, es lo justo y no quiero escuchar una sola palabra más. Gracias. La colina del monasterio le pareció el lugar más hermoso que había visto desde que podía hacerlo. Sus tres rudos hermanos parecían niños pequeños caminando a su alrededor alr ededor hablando de todo lo que habían visto en la ciudad
en ese fin de semana en que fueron a recogerla. A los tres los había ayudado a elegir un presente para sus esposas y novia respectivamente y había gozado viendo a sus padres como si fueran unos muchachos adolescentes de novios por el parque, felices como nunca por todos sus hijos. Todo estaba resultando maravilloso y el corazón se le apretaba esperando al momento de reunirse con los niños, con Mariano, con Domingo y… ¡Ay! Clara se sonrojaba de sólo pensar en que posiblemente se le quedaría una gran cara de boba al ver a Rafael. Pensaba en los presentes que había llevado y sabía que a él le encantaría el pequeño piano a cuerda… ¿Cómo sería una sonrisa suya? ¿Y aquel azul profundo de sus ojos? Ya había visto personas morenas, trigueñas y blancas… ¿cómo sería el color de su piel? ¿De su pelo? No había dejado que Madeleine le adelantara nada, sólo aquello que le dijo meses atrás sobre sus ojos y que la había decidido a ir con ella a la ciudad, volviendo con los mejores resultados que hacían felices a todos sus seres queridos y la maravillaban a ella. ¡Dios! Ahora sus nuevos sueños sí tenían rostros y colores reales y hermosos paisajes y uno de los primeros había sido de un tipo significativamente alto, de espaldas a ella, pero de frente a una hermosa y verde colina, vestido de sotana y capucha… ¡Ya quería verlo! Iba a subir casi corriendo porque ya no podía más de la emoción, más al sentir las voces de los niños cantando una nueva y hermosa canción cuando divisaron al grupo acercándose a la salida ya del bosquecillo. Era lógico que el monje más rellenito y mayor que corrió seguido de los niños a pesar de las advertencias del otro, bajito y con gafas, era Domingo, porque ya lo había imaginado cientos de veces y al abrazarla reconoció su olor a dulces y a pan del horno de barro y su vozarrón alegre, que ahora sólo dejaba escapar palabras entrecortadas entre lágrimas de alegría. -
¡Clarita mía! ¡Domingo! ¡Cómo te he extrañado! Te extrañamos, Clarita.
¿Ya puedes vernos bien? Sí, mis niños, ¡qué hermosos son todos, por Dios! Yo también los extrañé… Todos estamos felices de que hayas regresado por fin, Clarita- ella se volteó y abrazó al muchacho que reconoció claramente como Mariano, con sus pequeñas gafas y su olor a tinta y a los pinos donde le gustaba escaparse de vez en cuando de Domingo, además de sus frases correctas e inteligentes-¡Que Maravilla que todo haya resultado tan bien y que guapa estás con ese vestido y ese corte de pelo! Gracias, Mariano. Tú también eres un muchacho muy lindo. Bueno, mi niña, vamos adentro que hemos estado todo el día preparando cosas ricas para recibirte… ¡Ah! Me imaginé que Rafael estaría seguramente haciendo galletas… Bueno… No precisamente, mi niña. ¿No? Es complicado porque… La verdad es que no importa. Claro que importa… im porta… Ya, Ya, dejen la l a broma y díganle al Ángel de las Galletas que venga a saludarme como corresponde. Querida mía, no va a ser posible. Te juro que no intentamos tomarte el pelo. Pero no entiendo nada… ¿Dónde está Rafael? -a ambos monjes se les apretó el corazón al verla otear hacia el monasterio y luego llenarse su mirada de angustia, como nunca antes- ¡Dios mío! ¿Le ha sucedido algo? No… Pero entonces, ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué no sale a recibirme? Clarita mía, mí a, lo que sucede es que Rafael Rafael se ha ido.
Capítulo 10 ¿Y cuándo regresa? Ay, mi niña, la verdad es que no creemos que vaya a regresar… Pero, ¿por qué? ¿Dónde se fue? Bueno, sucede que le ofrecieron ser párroco en un pueblito minero del norte y ya que allí no se presentan frecuentemente visitas femeninas, sino que bajan los mineros a sus casas, era muy posible que por fin pudiera cumplir con su vocación tal y como su corazón y Nuestro Señor se lo exigían. ¿Es decir que no era realmente feliz aquí? Mariano deseaba fervientemente no tener que seguir mintiendo al respecto, pero si ahora lo hacía, en vez de ayudar a que los niños, Domingo y Clara no se apenaran, iba a hacerlos sentir bastante mal. Claro que era feliz aquí, mi niña. Me pidió mucho que les dejara en claro que si partía sin despedirse era precisamente porque tal vez no podría hacerlo si cualquiera de nosotros le pidiera quedarse. Bueno, ya no hablemos más de él y vamos al comedor, ¿quieren? Esta es una celebración y no quiero ver ni una sola cara larga más. Rafael está cumpliendo con sus compromisos con Dios y nosotros debemos alegrarnos por él y seguir como siempre. Lo entiendo, Domingo, sin embargo yo quería verlo… Domingo abrazó a clara y se encaminó con ella hacia el monasterios seguido por todos los demás. Ella hizo todo lo posible por parecer totalmente feliz, en especial cuando cada uno de los niños esperaron ilusionados su turno para que Clarita los reconociera sin decirle ellos sus nombres, gritando y riendo contentos al notar que ella no fallaba con ninguno o a veces les tomaba el pelo diciendo que tal era un duendecillo o cual un pequeño ogro. Iba bastante bien con el disimulo hasta que notó que Margarita no probaba bocado y no estaba nada
contenta, escondiendo algo entre sus manos. ¿Qué pasa, mi vida? ¿No tienes hambre? No sé, no quiero… Pero, ¿por qué no? Todo está muy rico, deberías probarlo. Es que… -entonces la pequeña le enseñó la galleta con forma de cordero con sus dientes marcados en el glasé de una oreja, como si se hubiera arrepentido de morderla bien-…es la última galleta del padre Rafael que voy a tener y quiero guardarla. Por más que lo intentó, Clara no pudo más y tomando a la niña en sus brazos, salió con ella al jardín y allí se permitió llorar. Buenos días, padre Ramiro. Mi nombre es Rafael y estoy aquí para ayudarlo en lo que necesite. Aunque en un primer momento pareció impactado, después de que se presentara el hombre tan sólo le dedicó una mirada irritada y luego volvió a su lectura. La madre superiora le había advertido que el padre Ramiro había decidido permanecer en silencio, oración y meditación hasta que el Señor lo llamara a su lado a razón de su edad y del agravamiento de un cáncer hepático que sufría hace años. Sumado a ello la monja le confidenció que el sacerdote había sido siempre un hombre bastante huraño y un poco hosco, por lo que le agradeció que se ofreciera a ser él quien lo cuidara, ya que nunca sobraba tiempo para nadie allí y entre más gratas fueran las tareas de las hermanas, mejor cuidados estarían los demás ancianos. Padre, espero no estarlo molestando. Ahora voy a asear su cuarto, por lo que lo dejaré un rato en el jardín en su silla, ¿está bien? Si quiere cualquier cosa, basta con que lo anote en un papel y délo por hecho. Resultaba bastante más eficiente que un hombre grande y fuerte como
Rafael lo cargara de una sola vez y lo dejara acomodado en su silla de ruedas para poder sentarse un rato a contemplar las flores en el jardín, sin embargo como aquel joven era nuevo allí, le conversaba de distintas cosas y a cada momento le preguntaba si algo le hacía falta. ¿De dónde habían sacado a aquel cargante? ¿Acaso no había caído ya en la cuenta de que no pensaba contestarle? Nada más tuviera a mano la libreta, le escribiría un mensajito que lo pondría en su lugar, sí… Rafael acabó de asear la habitación, aprovechando de mover los pesados muebles y saliendo de tanto en tanto a ofrecerle un té o un refresco al padre Ramiro, pero el anciano tan sólo parecía molestarse cada vez que él le hablaba, por lo que finalmente decidió darse prisa para evitar seguirlo incomodando y poder atender a más personas esa mañana. De seguro con el correr de los días se entenderían mejor. Sin darle tiempo a más, le pidió disculpas por las molestias, volvió a cargarlo, lo acomodó en su cama y se despidió para retirarse. Hace ya un par de años que se hallaba en aquella casa de reposo para religiosos y en todo ese tiempo jamás habían dejado todo tan limpio y ordenado, obviamente porque aquellas tareas resultaban más fáciles para alguien con la suficiente fuerza. Además de que cada vez quien fuera que lo atendiera pasaba menos tiempo dedicado a él porque él mismo así lo quería y su actitud lograba espantar a las monjas charlatanas y entrometidas, sobre todo a las novicias. Sin embargo por mucho que amara el orden, la limpieza y la eficiencia, aunque antes de irse paró un rato de cacarear como una gallina, aquel tipo hablaba demasiado para su gusto… seguro que el resto de la gente se fascinaba con aquello, con caras de estúpidos viendo a aquel David con ropas balbuceando un montón de tonterías, pero él no. Él detestaba la gente desobligada y charlatana, aunque éste sólo adoleciera de lo segundo, pues harto bien que le había dejado el cuarto. Igualmente a menos blabla y más acción, mejor. Señor obispo, las hermanas y yo queríamos agradecerle que nos haya enviado a Rafaelito a ayudar con nuestras tareas.
Me alegra saber que les ha sido útil, porque sin duda el trabajo y su compañía también es buena para él. Monseñor, yo no quisiera pecar de indiscreta, pero, ¿por qué él, aunque siempre es de lo más amable y tiene tan buen ánimo y disposición, tiene esos ojos tan tristes? Ah, madre, es complicado. Rafael carga una cruz bastante extraña… Me imagino. Se le nota un hombre culto, instruido y extremadamente apuesto. Tal vez suene mal lo que diré, pero creo que alguien así está para más que para trabajar de sol a sol en tareas bastante básicas. No se preocupe, comprendo perfectamente lo que quiere decir. ¿Recuerda que hace tiempo le vengo hablando de un joven aprendiz mío el cual nunca podía permanecer por largo tiempo en alguna congregación por...? ¡Oh! ¿Es Rafael? ¿Entonces es él un sacerdote? Pues sí y así será siempre, sin embargo se encuentra en proceso de secularización. Después de tanto tiempo se dio por vencido entonces… No, madre. Sucede que por fin nuestro Padre le hizo encontrar su lugar en la vida, amando a una joven y dulce muchacha. Ha sido él quien, sin haber incumplido con sus votos, sintió que no era correcto seguir en su condición de sacerdote completo si su corazón no pertenecía del todo a Dios. Esa ha de haber sido una decisión difícil, sobre todo porque llevaba muchos años queriendo conseguir aquello a lo que voluntariamente ahora ha debido renunciar… ¿Y por qué no está con ella? Dice él que ella no siente lo mismo. Resulta difícil de creer, no sólo porque es impactantemente hermoso, sino porque tiene un carácter realmente encantador. Desde mi inexperiencia en el tema, pienso que cualquier mujer estaría más que feliz de contar con un compañero como él. Pues, ¿sabe? Yo pienso igual, sin embargo respecto de él ya nada me extraña. Fíjese que esta muchacha a la que él ama nunca lo ha visto porque nació ciega. Nuestro Señor a veces da pan a quien no tiene dientes, sin
embargo aquello me hace sospechar precisamente de ser la razón de que él sienta así por ella. Cuando lo posees todo en la vida es difícil discriminar quienes están a tu lado por ti o por interés. Pero yo pienso que ella a él debe quererlo… Rafael me dice que está absolutamente seguro de eso, sin embargo entre cariño y amor hay un paso muy breve y muy grande a la vez. Ahora entiendo por qué siempre se le nota tan nostálgico cuando se da un minuto para descansar. Y la historia no acaba ahí. ¿Hay más? Pues sí… Estoy seguro que conoce a Madeleine, la madre de Rafael. Es una mujer de unos cincuenta años, alta, delgada, de cabello castaño claro y con esos mismos ojos… Por supuesto que la conozco. ¡Y ahora recuerdo a Rafael, sí! Su precioso niñito que venía con ella a misa los domingos y que a veces se perdía por los jardines mirando las estatuas de los santos… Esa misma. Bueno, Madeleine fue a visitar a Rafael al monasterio donde estaba él un tanto enfermo. Ya sabía de Clara por las cartas de Rafael y cuando la conoció y supo que nunca había sido revisada por su ceguera, insistió en traerla consigo a la capital. Los médicos determinaron que padecía de amaurosis congénita de Leber y la han sanado completamente. ¡Alabado sea el Señor! ¿Y qué ha dicho ella al verlo a él por fin? Nada, pues Rafael no ha tolerado la idea de hacerla sentir mal por no poder corresponderle, mucho menos pensar en despertar su amor tan sólo por poder verle, por su mero aspecto físico, por lo que ha venido aquí, me ha pedido que proceda con su secularización y, comprendiendo que su apariencia y los problemas que conlleva no han cambiado, le ofrecí este trabajo en el que puede gastar el tiempo y ocupar la mente en una obra de Dios y a la vez tener un sitio donde estar mientras piensa en qué hacer ahora con su vida… Sinceramente espero que consiga ser feliz. Es un muy buen hombre.
Una vez más le vio pasar por el corredor entre las salas e intentó seguirlo. Al salir lo vio a lo lejos entrando en la sala del piano. Por un momento se detuvo a escuchar. No conocía aquella melodía, pero aunque era acompasada y hermosa, sonaba extrañamente tan triste. No quería que él tuviera pena, mucho menos ser ella la causa. Debía decírselo y caminó hasta llegar a la sala del piano. Allí estaba él, con su sotana y la capucha cubriéndole el rostro, como siempre, pero sin duda era Rafael. Esta vez estaba más cerca que nunca, no podría huir de ella y sin más lo cogió por el brazo, pero él se desvaneció en el aire como si se tratara de un espectro. Uno que aún no tenía un rostro. -
¡Rafael, no me dejes!
Su madre la abrazó, intentando calmarla. Los primeros días en que su hija había vuelto de la capital parecía llevar con bastante valentía la carga de haber perdido a su Rafael, sin embargo tras un par de semanas comenzó a soñar cada noche con él de forma intranquila, casi como una pesadilla. Invariablemente despertaba confundida entre la realidad y los sueños, llorando inconsolablemente. Clarita, hija, esto no puede seguir así. Si sigues extrañando tanto al padrecito vas a acabar enfermándote de pena. ¡Ay, mamá! No puedo evitarlo… ¿Y qué vamos a hacer? Estoy segura que si pudiera verlo aunque sea por una vez, estos sueños terminarían. Yo sé que lo amo y que ese amor no acabará, pero no conocerlo es un vacío intolerable. De verdad que no me importa como sea él, pero sé que siempre se presentará como un fantasma mientras no lo conozca. Puede ser… Mamá, he estado pensando… Creo que iré a la capital a hablar con Madeleine. Ella sabe lo que siento por su hijo y creo que me ayudará a encontrarlo. Pero ella querrá proteger por encima de todo a su hijo y si él es feliz en aquel lugar al que se marchó… ¿Sabes? He llegado a sospechar que Rafael no se ha ido al norte, si no, ¿por qué si está contento y haciendo lo que su
corazón le manda, no nos ha escrito para contarnos? Tal vez no tenga tiempo, mi amor. No, mamá. Yo sé que él hubiera encontrado el tiempo. Creo que le ha pedido a Mariano que invente algo así y ni siquiera se ha enterado de lo que ha dicho para poder seguirle el juego. ¿Y por qué no le preguntas a Mariano? Porque me ha dicho que no puede contarme nada, que lo que habló con él la noche que Rafael se fue, fue bajo secreto de confesión. Bueno, mi vida, si crees que es lo que debes hacer, yo te apoyo. ¡Gracias, mamá! El padre Ramiro era muy suyo, pero no era un mal hombre, por lo que por más ganas que tenía de coger su bastón y darle un buen palo en la cabeza para que se callara ese loro, se había logrado contener en todo ese tiempo, sin embargo la hiperactividad de Rafael, preguntándole a cada momento si necesitaba algo o si le acomodaba las almohadas o si quería que él le leyera ya lo había llevado al punto máximo de la exasperación. Una más y no respondía de si, por lo que por fin le envió una nota aclarándole lo que pensaba de personas como él, que sin más penas, ni problemas en la vida, iban por aquí y por allá con sus sonrisas y su chispeante felicidad y conversación, todo lo cual a él no hacían más que irritarlo, por lo que le pedía ya con molestia, que evitara conversarle, que hiciera su trabajo y se marchara. Sí, se había pasado un poco, pero ya había tolerado bastante. No había día que no sintiera dolores y malestar y simplemente la felicidad ajena, sin notarlo así, había llegado a convertirse en una molestia para él. Nunca fue el más dulce de los curitas, pero sin notarlo y sin querer se había convertido en un egoísta y un amargado y aquel joven, que reflejaba todo lo que él ya no era, había acabado por hacerlo estallar. Y aquel mensaje había dado precisamente el resultado que esperaba. Esa mañana él tan sólo le había saludado apenas y había trabajado en absoluto silencio, haciéndolo agradecer a Dios por aquello y sintiéndose muy orgulloso de lograr lo que quería, eso al menos hasta que lo miró de reojo y pudo notar que aquel hombre que siempre intentaba hacerle las cosas más sencillas y alegrarlo, sin ninguna mala intención, se veía
infinitamente triste, prácticamente conteniendo las lágrimas. ¡No puede ser que te hayas tomado tan a pecho lo que te dije como para estar llorando por los rincones! Por fin la noche anterior había caído rendido a hora medianamente normal, pues no había parado de trabajar y trabajar todo lo que sus energías le habían permitido y ya sus fuerzas se habían agotado. Sin embargo su sueño tampoco fue tranquilo. Fuera como fuera, claramente su partida sin despedirse había afectado a todas aquellas personas maravillosas que había conocido en el monasterio y lo más probable es que la más triste fuera su amada Clara. Ella lo quería, se preocupaba por él y él ni siquiera le había dado la oportunidad de verlo… Al despertar pidió a Dios que la tuviera bien a ella, que aliviara sus penas y que le diera a él la fuerza para seguir haciendo lo mejor por su bien. Entonces encontró aquella nota del padre Ramiro y pensó con cierta alegría que por fin el hombre estaba cediendo y comenzando a comunicarse con él para bien, pero lo que encontró en aquellas pocas palabras lo dejó totalmente desconsolado, haciéndolo sentir que nada más causaba penas y molestias a aquellos a quienes quería ayudar. Bueno, ¿qué te pasa? ¿Acaso Nuestro Señor escuchó mis plegarias y el ratón te comió la lengua anoche? Discúlpeme por molestarlo, padre Ramiro.-Rafael estaba tan triste que no notaba que el anciano sacerdote le estaba hablando tras dos años de permanecer en absoluto silencio- No era mi intención, pero no se preocupe, en adelante cumpliré con mis tareas sin estarlo incordiando. Eso sería realmente un alivio si fuera tal cual lo dices, pero me molesta más ser el perverso responsable de entristecer al angelito de las monjas, porque eso es lo que dirán, ¡te lo aseguro! No se preocupe, no es su culpa. ¿Y entonces qué es lo que te pasa? Me hace falta Clara.
Capítulo 11 -
¿Y quién es Clara?
Sólo en ese momento Rafael se dio cuenta que lo que sucedía no era que él estuviera imaginando una conversación con el anciano y malhumorado sacerdote como solía hacer para sentir una especie de empatía con él, sino que así era realmente y que encima le había mencionado que extrañaba a Clara. Si, gran bobo, estamos hablando, por fin te das cuenta, ¿eh? Bien dicen que a más grande, menos sesos… Ahora dí, ¿quién es Clara? ¿Es tu novia? ¡No! Pero te gustaría, está claro… deberías pedírselo, porque de seguro que aceptaría, si hasta las monjas andan todas derretidas por ti. No puedo hacerlo… Y usted debería descansar y no estarse preocupando por mis cosas. ¡Ah, no! Ahora que me has hecho el culpable de hacer sentir mal al niño bonito de las monjas y que me has colmado la paciencia con tus charlas, quiero que me lo cuentes todo, no me vas a dejar con la curiosidad viva, ¿o no? Usted pidió que no me la pasara molestándolo con mi blabla… ¿Y qué? ¿Acaso no puedo cambiar de parecer? Además si te aguanté tanto, lo mínimo que me debes es terminar de contarme todo el cuento. No es un cuento, ¿sabe? No se trata de entretenerlo. ¡Ah! Por fin has sacado el carácter… eso me parece bien. Ahora siéntate en esa silla, acércala a la cama y me vas a contar todo porque esa pena mantenida dentro va a terminar enfermándote y nadie había ordenado y limpiado este sitio tan bien como tú. ¿Esa es su forma de decir que no le molesto tanto y que aprecia mi ayuda? Como quieras tomártelo. Ahora comienza…
Rafael observó al cura que por primera vez lo miraba a los ojos y lo pensó por un momento. Aunque lo que había dicho de mantener dentro una pena era cierto, ¿por qué debería confiarle sus asuntos, si hasta ese momento no había hecho nada para ganarse su confianza? Sin embargo el instinto superó a la lógica y tras servir el vino que el cura ofreció para acompañar las confesiones, le reveló al padre Ramiro toda aquella historia. Con que eres sacerdote también, ¿eh? ¡¿Quién lo habría creído?! La primera vez que viniste aquí con esa fea cara tuya me causaste una enorme impresión… ¿Yo? ¿Por qué? Vestías todo de negro con cierta emoción lóbrega contenida… pensé que eras el ángel de la muerte que por fin se había apiadado de este viejo y venía a buscarme para reunirme con nuestro Creador… Ángel… Resulta curioso que todo mundo me identifique con aquellos seres de luz cuando yo únicamente he defraudado a quienes más expectativas se han hecho de mí… Creo que tienes razón. Es ridículo creer que alguien tan soberbio podría ser un ángel. ¡Vaya! Dentro de la larga lista de mis defectos nunca pensé que debería agregar la soberbia… Pues aunque tú te sientas muy humilde, en verdad eres bastante soberbio para decidir y calificar la satisfacción de las expectativas del resto, aunque sean respecto de ti. No comprendo… Tu madre, por ejemplo. Me dices que ella esperaba otras cosas para ti, que quería que fueras un destacado político o un famoso doctor y que te casaras y la llenaras de nietos… Yo sé que ella quería algo así. Puede ser, pero cuando me cuentas que te visitó, ¿no crees que ella lo que espera realmente de ti es que seas feliz? Hagas lo que hagas tu madre quiere verte sintiéndote realizado y satisfecho con tus elecciones. Tiene razón… Otro ejemplo es el de Monseñor Esteban. Yo creo que él
tras todos los esfuerzos de ambos por buscarte un lugar donde pudieras ser feliz y servir a Dios como tu vocación lo manda, ¿no crees que si hubiera esperado que lo más importante fuera que te aferraras a los votos aún a costa de tu felicidad, habría reaccionado como lo hizo cuando viniste aquí y aún tras pedir la secularización, te mantuviera protegido bajo su halo? Bueno… Ah, pero el máximo acto de soberbia lo cometiste con Clara. ¡No! Sí, claro que sí, padre Rafael. Y con ella no sólo fuiste soberbio, decidiendo qué era lo mejor para su felicidad sin consultarle su opinión, sino que fuiste cobarde al huir y egoísta al hacerlo sin siquiera dejarla verte. Era su derecho el encontrarte atractivo. Era su derecho el poder fijarse en ti físicamente si es que así debió ocurrir. Incluso era su derecho el rechazarte… Pero NO, el joven y compasivo padre Rafael prefirió anteponer sus necesidades y con ello hacerla sentir menospreciada con tal de seguir haciéndose el santo, ¿verdad? ¡Por Dios! Yo no… Lo sé, tus intenciones eran buenas. Aunque seas un cargante parlanchín, eres un buen hombre que trata de actuar con rectitud y honestidad, pero también eres un idiota que sólo se gasta en belleza y muy poco cerebro. ¡El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones de hombres justos como tú! Padre Ramiro…- Rafael sintió como si el aire le faltara y la verdad de la situación lo golpeó de frente como un muro de concreto- ¡Tiene usted razón! Claro que la tengo, mi bobo muchacho. Tengo casi ochenta años y Dios me ha permitido aprender un par de cosas y me lo sigue permitiendo. Hoy me ha revelado que mis propios dolores me estaban haciendo ser vil con personas que sólo se preocupan desinteresadamente por mí, sin embargo en Su inmensa generosidad me ha permitido compensar un poquito de mi idiotez pudiendo abrirte los ojos a ti. Gracias. No me des las gracias, necio. Agarra tus cuatro trapos y ve
tú también a compensar un poco tus propios errores. Apuesto a que sabes donde ir primero… ¿Sabe? – Rafael no pudo contener una sonrisa que alegró hasta su mirada mientras estrechaba la mano de aquel ancianoDespués de todo no es usted el ogro que quiere aparentar. En cuanto pueda se lo haré saber a la superiora y verá que compensa dejándose mimar a todas las damas que han aguantado su mal genio… ¡Si lo haces, te arrepentirás, desgraciado! Pero usted va a sentirse muy bien y eso lo compensa… El viaje en tren se le hizo prácticamente eterno, sin embargo valía la pena con tal de estar nuevamente a su lado. Confesar sus sentimientos sería muy difícil, pero tenía derecho a enterarse y decidir. Sin duda cariño había de su parte, si no, ¿cómo explicar su forma de comportarse? ¿Los pequeños detalles que siempre le demostraban su afecto? Sin embargo el amor estaba un paso más allá. Uno que requería romper esquemas y reorientar completamente su vida y esa era la parte más sencilla de todo. Lo más difícil era que su amor fuera correspondido. Aún así al llegar a la estación una gran sonrisa iluminaba su cara, más aún al ver a Madeleine sentada esperándola en la estación. ¡Clarita! Que alegría tenerte de vuelta. Yo también estoy contenta, sin embargo también tengo el estómago apretado de nervios… ¿El se ha enterado de que venía? No, claro que no. Ni siquiera sabe que yo sé que está en el obispado. ¡Ay, Dios mío! ¿Crees que vaya a enojarse? Lo dudo. Estará feliz de verte. Tal vez un poco avergonzado por haber hecho las cosas de la forma en que las ha hecho… ¿A qué te refieres? Bueno, fuera como fuera, Rafael debió esperarte antes de partir a cualquier sitio… Ya eso no importa. Le perdono todo. ¡Sólo quiero verlo! Pues no nos tardemos más. El chofer nos espera en la
puerta. Entró cuidando de no hacer ruido ya que justo se celebraba la misa. Aquel lugar era realmente hermoso y lleno de paz. Ojala su corazón estuviera sintiendo lo mismo en ese momento, por más que le comieran las ansias de encontrarse nuevamente más que nada en el mundo. En absoluto silencio se arrodilló en el último banco del fondo y oró porque todo resultara bien, sin embargo sus inquietudes no lograban ser disipadas. Entonces alzó la vista y trató de adivinar donde se encontraba, sin embargo tras ver uno por uno a los presentes, no logró encontrarla. Clara no estaba allí y no pudo contener el levísimo gemido que escapó de sus labios, que hizo notar su presencia a los presentes, impulsado por un gran peso alojado en su corazón. ¡Padre Rafael!- La pequeña Margarita no pudo contener su alegría y aguantar hasta el final de la misa para correr a sus brazos y estrecharlo como si la vida le fuera en ello- Pensé que nunca volvería a verte. Pero aquí estoy, mi vida. Ahora siéntate a mi lado y dejemos al padre Domingo continuar con la misa, ¿está bien? Luego saldremos a jugar mucho, lo prometo. De acuerdo, pero no te sueltes de mi mano. No quiero que te vuelvas a escapar. Está bien. El obispo sonrió al escuchar la explicación de aquella hermosa muchacha. Aunque podía notar claramente que no revelaba los motivos de aquella visita en detalle, de inmediato supo con gran alegría en su corazón que Dios había escrito una vez más derecho en líneas torcidas. Aún sabiendo que lo más probable es que todo resultara muy bien, dejó que Clara hiciera como venía pensando y pudiera presentarse sola y como cosa suya con Rafael, por lo que le indicó que a esas horas de la mañana él seguramente se encontraba atendiendo al padre Ramiro y llamó a una joven novicia para que la condujera hasta aquella habitación. La religiosa la dejó frente a la puerta, que se encontraba entreabierta, y se retiró murmurando algo de tenerle miedo al gruñón. Con cuidado de no ser demasiado indiscreta, Clara se asomó por la rendija
de la puerta con el corazón latiéndole a mil por hora. A sólo un par de metros estaba Rafael de espaldas a ella conversando con un anciano sentado en la cama. Así que su cabello era rubio rojizo y estaba algo más rellenito desde la última vez que habían estado cerca, o es que aún no era infalible la relación que hacía entre sus recuerdos dactilares unidos a las imágenes visuales que ahora tenía… ¡Daba igual! Aún sin verlo sabía que para ella sería lo más hermoso que sus ojos pudieran contemplar, pero que quería eso precisamente. CONTEMPLARLO. Cuando sintió que se derretiría cuando él contestara con su hermosa voz grave que tanto extrañaba escuchar a la pregunta que acababa de hacerle el anciano, sin querer se recargó un poco en la puerta y esta rechinó y se abrió un par de centímetros más. ¡Silencio! Tenemos una intrusa en la puerta y no quiero que siga cuchicheando sin pasar y presentarse. Perdón, yo soy…-en ese momento el otro hombre se volteó y ella se lo quedó viendo asombrada que aquel era apenas un chico de unos diecisiete años- …Clara. Con que Clara, ¿eh? Entonces supongo que buscas al enorme bobalicón de Rafael, ¿no es así? Sí… Pues gracias a Dios ese loro charlatán se ha largado de aquí ayer. Óigame, señor. Usted ni se imagina lo que he tenido que pasar para llegar aquí a ver a Rafael y le aclaro que si fuera un bobalicón y un loro charlatán, no lo habría hecho. ¡Ehhh! Tienes carácter… eso está muy bien, para que una vez que lo encuentres, lo metas en cintura, como corresponde. ¿Cómo? No entiendo… Da igual. No es mi problema resolver los entuertos entre ustedes. Los únicos dos datos que te puedo dar es que este muchacho es mi sobrino nieto y que tu tonto Rafael debe estar en estos momentos llegando por allá por esa isla del sur a buscarte. Y ahora, por favor, haz lo que es debido y de paso cierra la puerta, ¿quieres?
-
Gracias y hasta luego.
Domingo terminó de cantar la misa como si nada sucediera, con la misma expresión afable de siempre, pero no hubo dejado de vibrar el último acorde y de hacerse más ruidosos los cuchicheos a la espera de poder acercarse cada cual a Rafael, le susurró a Mariano que sacara a los niños por la salida lateral, incluso a Margarita y cuando se quedaron solos y estuvo frente a Rafael, simplemente no pudo contenerse y le soltó una descomunal bofetada. ¿Cómo te has atrevido a regresar? Domingo, por favor, lo siento. Yo… ¡No! ¡Silencio! No quiero escuchar absolutamente nada de lo que tengas para decir. ¡Domingo, ya basta! ¡¿Cómo pudiste pegarle a Rafael?! Mariano, tú no te metas en esto. ¡Por supuesto que me meto! Estoy de acuerdo contigo de que Rafael debe darte… darnos una explicación por su regreso, pero le has levantado la mano, hombre, ¡por Dios! Tienes razón. No debí hacer eso, pero no porque este infeliz malagradecido no se lo merezca, sino porque simplemente él no vale la pena. Domingo, te suplico que me perdones. ¿Perdonarte? Dios perdona… Yo sé que Dios te ha dotado de la generosidad para que tú también lo hagas. Al menos déjame explicarte y que decidas si puedes hacerlo. Rafael, Domingo no tiene nada por lo que estarte perdonando o no. Tú sabes que lo que a él lo tiene enrabiado contigo es la ignorancia y no un motivo real y justo. Da igual. Domingo fue generoso y preocupado conmigo y se siente traicionado y decepcionado y yo acepto aquello con toda la humildad que me sea posible. ¡Por Dios! Pareces el príncipe de las tinieblas con toda esa palabrería tan bonita hecha para envolver tus malas intenciones…
¡Domingo! ¡Ya estuvo bien! Estará bien cuando este advenedizo se largue por donde vino, en especial antes de que Clarita vuelva. ¿Clara se ha ido? ¡No te atrevas siquiera a nombrarla! Sí, Rafael. Se marchó hace unos días y no ha regresado. ¡Debo ir a buscarla!
Capítulo 12 ¿A buscarla? ¡No debiste permitirlo, Mariano! Domingo, lo primero que debes hacer es calmarte. Si Rafael fue en busca de Clara es porque tiene sus motivos. Y aunque así no fuera, ¿crees que yo sólo o entre ambos podríamos detenerle por la fuerza? ¡Pues al menos intentarlo! ¿No te das cuenta acaso que va a hacerla sufrir otra vez? No creo que esa haya sido nunca su intención… Creo que no lo entiendes… ¿Entender qué? Si él la busca y luego vuelve a marcharse, le romperá el corazón a mi niña… ya la situación es difícil con él aquí, pero si se va… ¿Qué intentas decirme? Conozco a Clara como si fuera mi hija, Mariano, y aunque ella intente todo lo que quiera engañarnos y disimular, cuando Rafael se fue no me quedó duda alguna de que está enamorada de él. ¡¿Qué?! Ay, ¡por Dios! Domingo, ¿estás seguro? Seguro como que la noche sigue al día… ¡Pero eso es terrible! O no, es… ¡Ay! ¿Y ahora qué te pasa a ti? Claro que es terrible. Rafael es un sacerdote y no hará feliz a Clara como ella se lo merece. Domingo, creo que cometí un terrible error… ¿Error? ¿A qué te refieres? Yo le dije a Rafael que lo mejor sería que se marchara de aquí… ¡¿Por qué, hombre?! Lo hice pensando en su bien y en el de Clarita… si yo hubiera sabido que ella estaba enamorada de él… ¡por Dios! Tal vez fue lo mejor, pero ahora que ha regresado, todo lo que Clara pudo haberlo olvidado se perderá. No, Domingo, no lo entiendes. Yo le aconsejé a Rafael que se marchara porque pensé que Clara no estaba interesada en él y que sus propios sentimientos podrían hacerla sufrir a ella por no
poder corresponderle… Habla más claro, porque con tanto enredo que haces no te estoy entendiendo. Rafael está enamorado de Clara. ¡Por eso se fue! ¡Dios! ¿Estás seguro? Completamente. Rafael me lo confesó todo. El pobre estaba deshecho guardando ese secreto, temiendo que una vez más debiera partir o que Clarita al regresar pudiera interesarse en él como ya le había sucedido con otras mujeres por su aspecto… Claro, como él no sabía que ella lo quería sin fijarse en su exterior… Además pensamos que ella se sentiría mal por eso, precisamente porque Rafael es un religioso y ella podría sentirse responsable de apartarlo de su vocación y sus deberes, y peor si se enteraba de los sentimientos de él y si no le correspondía y eso la apenaba por su causa… Sí, todo suena muy lógico, pero esto no es tan fácil, recuerda que Rafael es un sacerdote. Lo es, pero pidió al Obispo que lo secularizaran pues aunque no ha roto su voto de castidad, consideraba estar en pecado si su corazón pertenece a nuestra Clarita. ¿No te has fijado al verlo hoy? ¿En qué? No traía sotana, vestía como cualquier cristiano… Tal vez ya… ¡La vino a buscar! Eso creo yo también. Ay, ¡Señor! Yo fui tan duro con él y le pegué… No eres adivino, Domingo. Tú sólo sabías la mitad de la historia, como yo. Obramos de buena fe. Sí, aún así les hemos puesto las cosas difíciles en vez de ayudar… Dios sabe lo que hace. Amén. La pequeña casita en la colina era tan hermosa como la recordaba. El corazón le latía a toda máquina y no por el esfuerzo de haber corrido desde el monasterio hasta allí, sino porque en pocos minutos más volvería a ver a Clara.
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Hola, soy Rafael, ¿puedo pasar?
Nadie respondía. De hecho no salía humo de la chimenea de la cocina a leña, ni tampoco estaban sueltos los patos, que graznaban desde su corral acusando al intruso. De seguro andaban pastoreando y ahora Clara aprovechaba de ir con ellos. No quedaba más que esperar y de golpe todo el cansancio de tantas noches de mal sueño y los últimos dos días simplemente sin dormir se le vinieron encima. Pensó en regresar al monasterio e intentar hacer entender a Domingo que no estaba allí para inquietar a Clara, pero el camino de retorno ahora le parecía largo y empinado para sus fuerzas. Además tenía la esperanza de que ya que aún era temprano, la familia regresara esa tarde, por lo que decidió permanecer ahí. Gracias, Madeleine. No es nada, Clarita. Ahora ve y por favor, en cuanto sepas de mi hijo, ponme al tanto. Lo haré. En menos de tres horas había conseguido llegar hasta la isla y aunque lo que más quería era correr hasta el monasterio, el viento había sido más favorable para aterrizar cerca de su casa que por aquella zona. Al menos tendría la oportunidad de refrescarse y cambiarse la ropa antes de ir a buscarlo. ¿Le gustaría a él como llevaba ahora el pelo? No debía volver corriendo o en vez de parecer una señorita peinada y arreglada, sería como una cabra montesa, desgreñada y agitada… una niña en vez de una joven mujer. Entró pensando en el vestido que usaría, pero de inmediato se olvidó de esos detalles al pensar en él. ¿Estaría feliz de verla? Aquel pequeño viejo gruñón le había dicho que él se había marchado a buscarla… Su oído aún bastante agudo sintió a las gallinas y los patos agitados. ¡Ufff! No era el momento de tener que espantar zorros, pero no podía dejar que se metieran a los corrales. Cogió un palo y sigilosamente fue hasta el gallinero, pero no había ninguna señal de zorros, ni nada por el estilo. Al contrario, la puerta del pequeño
granero estaba entreabierta, cosa que no podía ser obra de un zorro, por lo que aferró con más fuerza el palo y se asomó con cuidado para darle una buena lección a quien quisiera tomar lo que no le pertenecía. Entonces vio al hombre dormido en el pajar y supo de inmediato que no había peligro, es más, aunque de espaldas a ella en seguida lo supo y contuvo una exclamación para poder tomarse unos minutos y verlo. Era realmente alto, cosa que ya sabía, pero viéndolo parecía aún más. Tenía una de sus hermosas manos sobre su costado, la otra seguramente al otro, como si tuviera frío y se abrazara a si mismo. Su cabello de suaves ondas era apenas más oscuro que la miel, con algunas puntas más claras y no demasiado corto, estaba revuelto y lleno de pequeños palitos de pasto seco. Su piel era prácticamente dorada, como quien es amigo del sol y no sufre por él. Con razón era fuerte, con esa espalda amplia y brazos y piernas que, más que ser musculosos, tenían proporciones masculinamente perfectas. Se sonrojó al notarse mirando y encontrando precioso su trasero, escapándosele una risita que él debió escuchar en sueños, haciéndolo cambiar de posición, aunque sin despertarse, quedando prácticamente de frente a ella. -
¡Dios!
Con razón todo. Las mujeres, la lujuria, los celos… Si su cuerpo era hermoso de espaldas y de frente, su rostro no tenía otra descripción posible más que perfecto, tanto que se hacía difícil describirlo y hacerle justicia. El hecho notorio de que no se había afeitado en un par de días aumentaba su atractivo más que disminuirlo, enmarcando una quijada angulosa, extremadamente viril, sin ser ni un poco tosca, con labios plenos y sensuales de un color que no pudo nombrar, pero que la hizo recordar aquellos besos febriles que… ¡Ufff! Y sus mejillas algo más sonrosadas que su piel, aunque mucho menos que el único detalle que parecía no encajar: unas profundas y oscuras ojeras, le daban un contraste inocente a un rostro tan erótico, con la nariz recta, perfectamente cincelada alzándose una preciosa pizca en la punta, coronada por cejas oscuras, bien perfiladas y hermosas. Sólo un detalle faltaba, oculto por largas pestañas oscuras y rizadas…
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Rafael… ¿Mmm? Hola, señor Ángel de las Galletas… ¡Clara!
Afortunadamente él se puso de pie y la abrazó en el acto, pues sintió que las piernas no la habrían sostenido de no hacerlo ante la mirada de esos ojos. Azules…- sentía que podía perderse en esos oscuros estanques llenos de emoción que la miraban sin comprender lo que había dicho- Realmente ahora entiendo lo que azul significa al conocerlo en tus ojos… Me estás viendo… Así es. Pudo sentir como él se ponía algo rígido, aunque sin dejar de abrazarla al notar que ella lo veía por primera vez, sin embargo había imaginado tantas veces ese momento que ni aunque Rafael lo intentara, le permitiría apartarse. Al igual como lo hizo muchas veces antes, llevó las manos a su rostro y esta vez lo recorrió apreciándolo con todos sus sentidos y el alma. Esta vez no era para poder “verlo” a su manera, sino que quería acariciar y hacer suyo cada detalle. Clarita, yo… Shhh, tenía razón el padre Ramiro. Eres como un lorito parlanchín. ¿Cómo sabes eso? Lo conocí esta mañana. El me contó que habías venido aquí. Pero, ¿cómo? Estás aquí ahora y… Tu madre amablemente me mandó con el helicóptero. ¿Mi madre? Y ella sabe… ¡Ay! Sí, ella sabe que no estabas en el norte y yo también… Yo…
Tus razones tendrías, Rafael. Lo único es que no esperarías que luego de habernos unido tanto yo me iba a conformar con no conocerte nunca, ¿no? Es que yo… Ya déjate de esas cosas y dame un abrazo más fuerte, ¿sí? Te extrañé muchísimo. Y yo a ti, Clarita, ¡no sabes cuanto!
Capítulo 13 Perdón por despertarte. Debí dejarte descansar más. Luces agotado… No, yo… No digas eso. Yo no debí dormirme aquí, pero es que… bueno, pensé que podrías volver pronto con tu familia y… pero no estabas aquí, estabas… ¿dices que fuiste al obispado? Sí. Fui a buscarte. Ya te lo dije. Te extrañaba demasiado. Y al parecer, tú también… ¡Claro que sí! No podía dejar de pensar en ti… No debiste irte así, sin más… Lo sé. Por favor, perdóname. No es necesario que lo pidas. Tenerte aquí me alegra tanto que todo queda olvidado, ¿te parece? ¡Por Dios! ¿Acaso el Señor se había decidido a volverlo loco por haber sido débil? ¿Cómo iba a poder apartarse de ella alguna vez si lo miraba así, sin soltarle una mano, igual que Margarita, para evitar que se escapara otra vez? Su vocación de servicio y amor a Dios era grande, pero tener el poder para resistirse ante alguien tan maravilloso le parecía demasiado pedir para un simple ser humano. Al menos el Obispo había agilizado su secularización y, aunque igualmente se sentía terrible pensando que pudiera provocarle cualquier pena a Clara, ahora podría confesarle sus sentimientos y darle la oportunidad de decidir sin sentir que faltaban a Dios. Y fuera lo que fuera que ella eligiera, él lo aceptaría, aunque le partiera el corazón. La importante era ella. Gracias a Dios había ido primero a su casa. De haber llegado al monasterio y no haberlo encontrado allí la habría angustiado hasta lo inimaginable. Seguramente había sido Su decisión el hacer que debiera aterrizar a ese lado de la isla para reunirlos lo más pronto posible. Debía dejar de mirarlo como una boba y hablarle sinceramente, aceptando las posibles consecuencias, pero, ¿acaso podría seguir la vida normalmente si él volvía a apartarse de su lado? ¿No sería mejor callar y que él siguiera pensando que lo quería como a un gran amigo y así poder seguir a su lado, aunque fuera… de lejos?
¡Por Dios! ¿Y si él había huido porque había descubierto sus sentimientos? Era bastante lógico, no queriendo hacerla sufrir al no corresponderle y ahora ya no podría evitarle aquella pena, pues una vez hecha la confesión, no habría marcha atrás… Y él se iría esta vez para siempre, quién sabe qué tan lejos… De pronto su hermosa mirada se había cargado de angustia y sintió que temblaba. ¿Era posible acaso que hubiera comprendido todo y se sintiera apesadumbrada y culpable por su causa? ¡No! Eso no. Daba igual si debía volver a marcharse y esta vez no volver a verla más, sin embargo cuando intentó disimuladamente retirar su mano, ella lo sujetó aún con más fuerzas y volvió a abrazarse a él. No quiero que te alejes. Disculpa, pensé que estarías incómoda… mi mano está sucia y sudada y… ¡Ufff, que pesado eres! Ahí vas otra vez, poniéndote rígido y ceremonioso como un viejo gruñón. Seguro se llevaban muy bien el padre Ramiro y tú… Pues no mucho, o al menos no todo el tiempo. Ven, vamos a entrar a la casa, a tomar un tazón de chocolate caliente y voy a darte un masaje en la espalda para que te relajes. Ha sido un largo viaje y me gustaría que pudieras soltarte un poco. Al menos veo que de ropa has podido ser un poco menos rígido. Ha de ser incómodo subir al tren con sotana… Ella le sonreía y sus grandes y preciosos ojos pardos se llenaban de luz como siempre, pero ahora era para él, por su causa, porque estaba feliz de estar a su lado y verlo. Entonces, ¿por qué tenía que estar tan asustado? No parecía que se hubiera fijado demasiado en su aspecto, aunque sí. Resultaba confuso. Daba la impresión que su actitud era la misma que cuando no podía verlo y aunque eso debería aliviarlo, ¿por qué no lo hacía? ¿Acaso habría aceptado que ella lo deseara al verlo en vez de su dulce afecto? ¿Habría podido sentirse bien así, enamorándola por su aspecto? ¿Y habría aceptado basar… algo en aquel tipo de atracción? No debería, sin embargo dudaba de tener la fortaleza suficiente para apartarse de ella si
quisiera de él lo que cualquier otra, pero no a causa del morbo, ni de su propio deseo. Si era débil y aceptaba algo así sería por no perderla, pero no era justo… Sin duda él era hermoso, demasiado para un ser humano, sin embargo podría haber sido bajito, gordito y feo y sería igual de dulce, y ella lo amaría con todo el corazón. Pero aunque para ella eso no era importante, a él aquello lo había llevado por tortuosos caminos y seguramente no podía dejar de pensar en ello, menos si se lo quedaba viendo de tanto en tanto con expresión atontada. Pero no era por su belleza exterior. Aquellos ojos azules maravillosos pudieron ser lodosos y adustos, sin embargo ella encontraría igualmente la hermosura de su alma en un par de tórridos pantanos, como en esos océanos de infinita perfección. Y ella se lo haría saber. Era lo justo, aunque lo perdiera para siempre, lo que no se perdonaría nunca sería mantenerlo engañado y que él siempre estuviera temeroso de lo que producía ahora que podía verlo en ella. Nunca se permitiría que Rafael creyera que le interesaba más su cuerpo que su alma. Ahora vas a beber tu chocolate como un buen chico y a relajarte. Si luego te sientes cansado, puedes ocupar el cuarto que quieras para dormir. Nadie vendrá por aquí hasta unos días más y tú necesitas descansar. No es necesario que te molestes y… ¡Silencio! Ahora vamos a estar calladitos, ¿sí? Tienes el cuello hecho un nudo. Clara no pudo dejar de notar que él se tensaba más al sentir el roce de sus dedos y dudó si continuar, pero lo hizo, pues sabía que necesitaría toda la serenidad posible para cuando por fin le contara todo. Rafael no pudo evitar estremecerse al sentir el primer roce de sus dedos contra su piel y notó que ella se detenía. ¿Se habría delatado? Aunque era poco probable que se hubiera fijado o interpretado aquella tensión como algo sexual, sin duda había dudado de continuar, pero lo hizo y aquello, lejos de calmarlo, lo preocupaba más. ¿Cuánto tiempo podría resistirse a atraparla en sus brazos y besarla como había soñado si ella seguía acariciándolo así? ¿O era que acaso estaba buscando aquello? No, su Clarita no pensaría en él como un simple objeto de placer, aunque debía ser
usto y comprender que ella no era de fierro y aquella cruz de su belleza no había desaparecido por un par de ojeras… Por fin en un momento él relajó los hombros y dio un largo suspiro, rendido. Clara cerró los ojos y siguió recorriendo su cuello y sus hombros con las manos, desabotonándole inconscientemente los primeros botones de la camisa, sin que él se percatara tampoco, para poder tener acceso a más de su espalda y la parte superior de su torso. Y entonces sus labios actuaron por voluntad propia y recorrieron las rebeldes ondas de su cabello mientras él respiraba profundamente, cubriendo una de las manos de ella con la suya, acompañando sus movimientos, ambos como sumidos en un desinhibido trance. Fue al mismo tiempo que Rafael cogió la mano de Clara y se la llevó a los labios para acariciarla con ellos, que ella llevó los suyos hasta su cuello, probando su sabor. Duró sólo un segundo fugaz, lo que tardaron en reaccionar y quedarse viendo casi con temor. ¡Dios mío! Clara, lo siento, si ento, yo… No, por por favor, discúlpame discúl pame tú, pero es que… Clara, yo tengo algo que decirte… Igual yo a ti y… Te amo. ¡¿Cómo has dicho?! No puedo ocultártelo más, aunque por ello no quieras volver a verme… Pero Rafael, tu vocación… Lo sé. Le he fallado a todos, sobre todo t odo a Dios… y a ti. No… No quiero que sufras por mí. Tú no hiciste nada malo, nada para provocar que yo… fue desde el primer momento que escuché tu voz, creo y… Me fui porque no quería que sufrieras, yo sé que me aprecias y no puedo soportar que te sientas mal por mi causa. Pero no te preocupes, el Obispo me secularizó y creo que Dios va a perdonar perdonar mi debilidad. debil idad. Lo que me has dicho no me hace sentir mal, Rafael. Mi dulce Clara, no hace falta que quieras justificarme, yo…
Ahora hablas sin parar después de que eras bastante silencioso, ¿no? Perdóname. Intenté todo lo que pude el estar cerca de ti sin ponerte en este predicamento y… ¡A callar de una vez! Las cosas no podrían haber resultado peor. Clara lo miraba consternada, como si no lo reconociera o algo… no lograba identificar aquel sentimiento y cuando se acercó y se puso delante de él, agachó la cabeza, resignado a recibir en palabras su enojo, su desilusión y su desprecio, pero sin poder sostenerle la mirada. Tan absorto estaba en sus afligidos pensamientos que hasta que ella acarició sus labios con los suyos, no se dio cuenta que ella sonreía como nunca mientras lo besaba. Clara, yo… ¡Por Dios! ¡Ya ¡Ya cállate cállat e y bésame, gran tonto! Yo Yo también tam bién te amo desde hace tiempo…
Capítulo 14 No hacía falta que lo repitiera. Aunque quedaran muchas cosas por aclarar y que estuviera prácticamente seguro de estarlo soñando una vez más, Rafael estrechó a Clara contra si y la l a besó. En ese momento todo pareció desaparecer, esfumarse en el aire y dejarlos solos a los dos en todo el mundo. El tenía las manos acunando el rostro de ella y ella las cubrió con las suyas, acariciándolo y reconfortándolo, porque él temblaba con una mezcla de emociones que no podía controlar. Tranquilo, amor.-Clara lo miraba a los ojos y le sonreía, murmurando contra sus labios- Estamos aquí juntitos, ¿sí? Señor, si otra vez estoy soñando y esto no puede ser, por favor, no me dejes despertar… No estás soñando, Rafael…-sin previo aviso , dejó de besarlo y le dio un mordisco no del todo suave al costado de la barbilla que hizo que se quedara viéndola totalmente sorprendido- ¿Ves? ¿Clarita mía? ¿Sí, Rafael? ¿Entonces esto está sucediendo en serio? ¡Por supuesto que sí! ¿Por qué lo l o dudas? Es que…- él se sonrojó y no pudo sostenerle la mirada. Clara sospechaba en qué estaba pensando él, pero tenía que vencer por si mismo mi smo sus barreras, sin ayuda- …bueno, yo hace hace un tiempo tiem po tuve un sueño… sueño… ¿Y de qué trataba tu sueño? Fue cuando estuve enfermo… ¡¿Esa noche soñabas conmigo?! ¿Eh? Pensé que… no, nada. Pero…- ya se había delatado y ahora él esperaba que ella diera el siguiente paso- Dime, por favor… Sé de ese sueño que tuviste… tenías fiebre, mucha… estabas murmurando… ¿Y… -Rafael se sonrojó y ella lo besó suavecito en la
mejilla para que no se sintiera mal- …te dije algo? No pensé que me lo decías a mí… No comprendo… Pensé que le hablabas en sueños a la chica esa de tus recuerdos que le dijiste a Domingo… ¿Chica de…? ¡Oh!-esta vez si se sonrojó en toda la regla y Clara debió repartir muchos pequeños besos por sus mejillas, sus párpados, su frente y sus orejas para que Rafael se animara a seguir hablando- Fue lo primero que se me ocurrió decir para no exponer mis sentimientos, porque tras esa canción y ese beso que me diste no me quedó más que dejar de mentirme a mí mismo y reconocer que me había enamorado irremediable y completamente de ti. No quería ni por nada que algo pudiera separarnos y lo más peligroso de todo podía ser precisamente que descubrieran mi amor por ti. Pobrecito mío, cuánto habrás tenido que pasar… Esos días que estuviste mal resultaron bastante complicados para ambos entonces… Lamento haberte preocupado. El premio valió las preocupaciones… ¿Qué quieres decir? Bueno…- Clara le sonrió pícaramente y rozó fugazmente sus labios con los de él una vez más antes de continuar- Aunque pensé que sería un secreto que guardaría para siempre, felizmente ahora puedo contártelo sin ningún temor. Cuéntame. Tú no soñaste que me besabas, mi niño… estabas casi delirando y yo no me percaté de lo que ibas a hacer hasta que ya estaba atrapada en tus brazos y disfrutando de tus maravillosos besos… habría que haber sido muchísimo más fuerte que yo para resistirse y tampoco es que lo hubiera intentado demasiado. No quería formar un escándalo, ni tampoco hacerte sentir mal si despertabas. Además creo que mi corazón ya sabía lo que yo descubrí tras ese beso, ¡que te amaba muchísimo! ¡Te amo! De haber sabido esto antes… Dios sabe por qué hace las cosas y tal vez hoy y aquí era el momento…
Todo ha valido la pena por esto, Clara. Te juro que no vine aquí esperando tanta felicidad. Sólo quería volver a verte… Y yo verte. Perdona por haber partido así. Creo que ya lo entiendo todo y no tienes por qué pedir perdón, porque sé que cualquier cosa que hayas hecho o pensado hacer fue con la convicción de que me estabas protegiendo. Así es. ¡Eres mi Ángel Guardián de las Galletas! Entonces Rafael cogió sus manos entre las suyas y se las besó, poniéndose de rodillas ante ella, que supo de inmediato lo que vendría y pensó que su corazón debía ser fuerte para resistir lo rápido que estaba latiendo en ese momento. Amor, cásate conmigo. ¡Sí! ¡Ey!-él sonreía con tal felicidad en su mirada que Clara supo que por más guapo que fuera y que aquello hubiera sido hasta ese día un problema para Rafael, nadie sabía realmente lo hermoso que podía verlo ella y que esa belleza nunca sería de nadie más- No te lo has pensado mucho rato, ¿eh? No quiero. Quiero volver ahora al monasterio corriendo y pedirle a Domingo que nos case. La idea suena maravillosa, pero no sé si Domingo lo apruebe… Lo hará, ya verás. Eso espero. Realmente no fueron corriendo hasta que comenzó a llover cuando les faltaba poco para llegar, pero en ningún caso eso les bajó el entusiasmo a los novios. Al menos no a Clarita, que abrazó a Domingo sin importarle el rostro de sorpresa del monje al verla toda hecha risas aunque venía empapada hasta los huesos y con los zapatos bastante embarrados por la cocina. Y no sólo eso, tras ella venía Rafael, quien prefirió guardar un par de metros de distancia para no molestarlo en vistas de que estaba tan enojado por su regreso. Tal vez ahora que Clara le hiciera su súbita
petición, le daría el coraje que antes le había faltado para partirle el cucharón que llevaba en la mano en la cabeza por poner en tal situación a su querida niña. Y Domingo lo observó con una expresión indescifrable, más aún después de que Clara le dijera un par de cosas al oído y se acercara a Rafael dándose con el mango del utensilio en la otra palma. Con que es por esto que volviste, ¿no? Domingo, yo… ¡Silencio! Las preguntas las haré yo y tú vas contestando. Sí. ¿Estás secularizado ya? Sí. ¿Y es verdad que amas a mi niña? Con toda mi alma. ¿Y pretendes llevártela contigo a la capital? Si tú me lo permites y Clara así lo quiere, me gustaría que pudiéramos construir una casa lo más cerca posible del monasterio y continuar con nuestras labores como siempre. ¿En verdad?-de golpe Domingo pasó de parecer desconfiado a estar inesperadamente feliz y Mariano, que no había dicho una palabra, parecía más contento que nunca- ¿Tú quieres eso, Clarita mía? Este es nuestro hogar también, Domingo. No lo hemos planeado, pero creo que sin necesidad de hablarlo, Rafael ha interpretado mis deseos. Por ningún motivo quisiéramos estar lejos de ustedes y de los niños. Somos una familia, como tú dijiste alguna vez. Entonces ven acá, Rafael, acércate. Clara lo abrazó por la cintura y Domingo levantó la mano, pero esta vez sin malos entendidos y con la certeza de que tenía ante él a aquel que hacía y haría siempre feliz a su niñita, para bendecirlo Está bien, vamos a la capilla. Sé que tu padre me dará una paliza por casarte sin estar ellos presentes, pero será lo mejor para que este personaje no incurra en pecado esta noche, creo
yo… ¡Domingo! Bah, no creas que me vas a hacer creer que te escandalizo, Clarita. Desde que han llegado no han parado de mirarse, abrazarse, cogerse las manitas y luego vendrá… ¡Que viejo más desagradable! Vete por fin con ellos a la capilla que yo llevaré a los niños y algunas flores para la novia. La ceremonia fue extremadamente sencilla, pero las palabras de Domingo y los votos de ambos no los olvidarían nunca. A la hora de los anillos, aunque nadie más lo había pensado, Rafael abrió una bolsita de terciopelo que siempre llevaba con él y que contenía el pequeño rosario de su primera comunión y las alianzas de boda de sus padres, que su madre le había dado para que supiera que siempre estaban con él, fuera donde fuera e hiciera lo que hiciera en la vida. Ya no llovía cuando ambos se despidieron entre aplausos y gritos feli ces de los niños de vuelta a la casa de Clara. Aún me cuesta creer que no estoy soñando, mi amor. ¿Sabes? Eres extremadamente romántico para ser un sacerdote. Nunca pensé que sería éste finalmente el camino que Dios me había puesto por delante, pero jamás me cansaré de agradecerle. Siempre sucedía algo, siempre fallaba algo y era porque no estaba completo sin ti. ¡Ay, que tierno eres! Yo también se lo agradezco infinitamente. Habría sido terrible pasar años y años a tu lado y no poder abrazarte y besarte cuando dices esas cositas tan lindas y de corazón. Pues ahora ya no hay razón para privarse…
Capítulo 15 Es cierto… -Clara lo tomó de la mano y lo llevó con ella hasta una habitación pequeñita, con una cama también pequeñita y entonces se volteó a verlo entre risitas- Tú no vas a caber bien aquí, grandote. Tendremos que tomar prestado el cuarto de mis padres… Pero podrían molestarse. Pues pudieran ni enterarse, ya que no volverán aún por unos días y quiero poder amar cómodamente a mi enormemente maravilloso Ángel de las Galletas. Clarita… ¿Sí? Amor, hay algo… -¡Dios! ¿Cómo podía ser tan inocente y enternecedor un hombre cuyo aspecto hecho para el erotismo podría hacer que se derritieran los polos?- No sé si tú… y no me importa, ¿eh? Pero es que yo… Tranquilo, déjame que te ayude.- Clara hizo que se sentara al borde de la cama y se sentó sobre sus rodillas, desabotonando lentamente su camisa mientras murmuraba y le dejaba besos por la mandíbula y el cuello- No soy una experta, pero he hecho esto algunas veces, claro que entre niños no es lo mismo que con un hombre tan atractivo como tú, mi amado esposo. Bueno, es que… Ya lo sé, mi vida. No tienes que estar nervioso. Tú y yo nos amamos y lo demás surgirá de ello, ¿sí? Es que me da un poco de vergüenza porque nunca pensé que llegaría este momento y no quiero decepcionarte en nada. Y no lo harás, Rafael. Sólo déjate fluir, ¿sí? Y no te estés preocupando de nada más. Sí, mi amor. En ese momento Clara se puso de pie ante él y con completa naturalidad se quitó el vestido, seguido del sujetador y los zapatos. Rafael se sentía como hipnotizado mirándola. Le parecía tan hermosa, tan auténtica para todo. No había ni el menor asomo de vergüenza en su expresión sonriente, tirándole con la mano un beso antes de soltarse el pelo y dejar que acariciara sus
hombros y la parte alta de su espalda mientras él seguía allí sentado, inmóvil, totalmente absorto y fascinado. ¿Piensas quedarte toda la noche ahí quietecito y callado? ¿Eh? ¿En qué estabas pensando? En lo preciosa que te ves. ¿Sabes? – Clara volvió a sentarse sobre sus piernas y tras quitarle la camisa, cogió una de sus grandes manos y la puso sobre uno de sus hombros, a centímetros de su pecho- También tienes derecho a tocar… Sí… Sin duda la deseaba y ansiaba recorrerla toda con las manos, cubrirla entera de besos, pero aún estaba sobrecogido por todo aquello. Le costaba asimilar quienes eran ahora, que ya no había impedimentos, que se pertenecían total y libremente. En un impulso nacido del alivio mismo de no tener que separarse nunca más de su amada Clara, la abrazó fuerte contra su pecho, besándola en la frente, en las mejillas y finalmente en los labios con una extraña mezcla entre ansiedad y ternura, que a los pocos segundos se transformó en pura y ancestral pasión. Eres tan hermosa… Ah, ¿sí?- Clara le mordió despacito un oreja mientras Rafael cubría de besos su cuello y hombros, acariciando cada vez con menor timidez su espalda- ¿No será que sólo te gusto por eso? ¡Que bobada más grande!- Clara se rió cuando él se la quedó viendo con expresión seria, sacándole la lengua y pasándosela de improviso por la punta de la nariz, haciéndolo reír también- Aunque seas realmente bonita, si sólo eso hubiera de hermoso en ti, te aseguro que no habrías puesto mi mundo patas arriba. Y quiero alterarlo aún más… Clara lo miraba seductoramente, cogiéndole ambas manos, poniendo una directamente sobre uno de sus pechos y llevándose la otra a los labios para besar uno por uno sus dedos antes de recorrerlos con la lengua, viéndolo a
los ojos mientras lo hacía para encenderlo aún más. Rafael sentía aquel perfecto y suave monte bajo su mano y de ahí en adelante simplemente se dejó guiar por el instinto. En un segundo sus labios cubrían de besos la piel que acababa de ser acariciada por sus manos, tomando con delicadeza el pezón entre ellos, lamiendo la punta mientras succionaba despacio, cogiendo las manos de ella y llevándolas hasta sus hombros, reclamando ser acariciado también, desde donde ella no tardo en recorrer su espalda no sólo con caricias, sino también bajando por ella con las uñas, ansiosa por apretarse contra ese cuerpo grande y hermoso. Rafael tomó a Clara por la cintura y se paró para tumbarla a ella en la cama, reclinándose sobre su cuerpo, cuidando de no apoyar demasiado peso sobre ella, besando otra vez desde sus cuello hasta sus recién descubiertos amiguitos gemelos, haciéndola gemir despacito cada vez que su lengua los repasaba e incluso mordía suavemente de puro deleite. ¿Y tú pretendes hacerme el amor estando aún vestido, mi vida? ¡Cierto!- Clara no pudo contener una risita al verlo desnudarse a toda prisa, sin el menor pudor ahora, apurado por volver a estar absolutamente pegado a ella- Así está mejor. Infinitamente mejor… En el instante mismo en que volvió a la cama, Clara se movió para dejarlo a él tumbado y sentarse a horcajadas sobre Rafael a la altura de sus caderas, rozándolo adelante y atrás con el suave encaje de la única prenda que aún la cubría, haciéndolo entre disfrutar de aquello y desesperarse por querer que aquel contacto fuera de piel contra piel. piel . Es tu turno. ¿Turno de qué, amor? Anda, Anda, no seas así, sabes s abes lo que quiero decir… No…- Clara compuso una falsa expresión de inocencia, haciendo que él metiera los pulgares por debajo del elástico de las bragas para indicarle que quería que se las quitara, haciendo ella como que no se enteraba- No sé lo que quieres, mi vida. Tienes que ser más claro y decírmelo.
Por favor… Lo que tú quieras, Rafael Rafael mío, mí o, pero tienes que decirme. Quiero sentirte toda contra mi cuerpo, sin nada entre nosotros… ¡Ah! Ya comprendo. Quieres Quieres que acabe de desnudarme para ti, ¿cierto? Pues sí, pero como te has divertido a costa mía, ahora es mi turno… No voy a quejarme. Me gusta que vayas siendo más audaz… ¡Que bien! Rafael la sujetó por las caderas y la tumbó boca arriba en la cama, apretándose contra ella, dejándola sentir como su sexo duro y ansioso palpitaba de deseo entre ellos mientras volvía a besar sus labios, ya sin ninguna inhibición, acariciando su lengua con la suya, recorriéndola y probándola por completo, bajando con ella por su cuello, pasando por sus pechos que cogió firmemente en sus grandes manos para lamerlos, apretarlos y succionar y acariciar los pezones entre sus labios, siguiendo por esa ruta para dibujar círculos alrededor de su ombligo y continuar aún hacia abajo, ayudándose de dientes y manos para acabar de dejarla desnuda, volviendo al punto en que detuvo sus caricias sobre su monte de venus para reanudar los besos que cada vez se volvían más peligrosos por cerca de la cara interna int erna de sus muslos, sus ingles y sus caderas. No sé si mis sueños han sido demasiado libidinosos, pero en ellos te he visto vis to hacer lo que estás haciendo y continuar… Gracias a Dios ahora eres mía, porque en mi mente te he poseído de todas las formas que creo que existen y tal vez hasta algunas más… ¡Vaya! Me parece que ya no se siente muy tímido mi angelito… Si esto te parece timidez…- Rafael tomó la mano de Clara y la llevó directamente a su sexo. Estaba duro y húmedo, listo para poseerla, haciéndola temblar de anticipación y placer- ¿Qué crees? A mí se me hace a bastante bastant e osado, ¿no? ¡Pues creo que te quiero ya dentro de mí!
De acuerdo, amor. Tenemos ahora la vida entera para descubrirnos y redescubrirnos completamente… Deja que me acomode sobre ti, Rafael, no quiero perder de vista ni un solo gesto gest o de mi hombre cuando sea mío y yo suya. De acuerdo, además que creo que así no temeré hacerte daño con mi peso y… bueno, haciendo algo torpe… No seas tontito, amor. Sé que estás hecho para mí y yo para ti. Cualquier forma en que nos unamos será perfecta siempre. Rafael se acomodó y Clara sobre él, listos para fundirse en uno, no sin tomarse el tiempo necesario para volver a besarse y acariciarse, murmurándole ella cositas al oído para que se relajara completamente. Entonces ambos parecieron decidir que ya era el momento y Clara se alzó para cogerlo firmemente y frotar carne húmeda y al rojo con su perfecta contraparte. Y por fin lo tuvo a la entrada, viéndolo a los ojos, sabiendo lo especial que sería ese momento para ambos. Despacio fue dejando caer su propio peso, sintiendo como poco a poco iba entrando en ella, cuidando de hacerlo con suavidad para no provocarle ningún dolor esa primera vez. Rafael contuvo la respiración y no dejó de verla a los ojos ni por un segundo hasta que por fin quedó sentada a horcajadas sobre sus caderas, hundido él a fondo en ella. ¡Te amo! – Rafael se reclinó y con una de sus manos la atrajo más cerca, besándola con infinita ternura, mientras sus dedos acariciaban su nuca y enredaban su melena castaña entre ellos- Por fin soy completamente tuyo y tú completamente mía. Así es, grandote…- tras darle varios besitos pequeños por la cara y los labios, Clara se puso en acción, apretándolo dentro de ella y soltando para aumentar el placer que ya les daba el entregarse mutuamente- Y ahora quiero hacerte dar una mirada de nuevo a ese cielo del que te enviaron para mí, mi hermoso ángel… Ufff, pues creo que ya lo estoy viendo, amor, porque realmente me haces sentir en las nubes… Cada vez más a prisa y más a fondo Clara se movía para recorrer y estrujar de ida y vuelta su placentera masculinidad, haciendo que Rafael la tomara
por las caderas cuando ya le perdió del todo el miedo al asunto, sabiendo que sólo podían hacerse gozar y que nada de él podría dañar a su Clarita, haciendo que cada penetración fuera más intensa, más lenta o más rápida según lo que el momento pidiera. Mmmm, Rafael, así, mi amor, más fuerte y más adentro… Que golosa eres, mi niña hermosa… Eres tú, que haces que quiera más y más de ti… Ven entonces… Rafael la alzó por las caderas y la tumbó en la cama, acomodándose ahora él entre sus piernas para volver a poseerla, empleando ahora su mayor fuerza de brazos y peso para complacerla. Aquello era simplemente delicioso, tanto que en un momento Clara no pudo evitar rodearlo con sus piernas para que no saliera más de su interior, apretándolo y soltándolo mientras se besaban y el apoyaba los codos en la cama a sus costados para poder coger sus pechos firmemente e intercalar besos ardientes y llenos de deseo y necesidad con lametones y caricias que a ella la hacían gemir hasta ponerle a él a hervir la sangre. Así, mi amor, no pares, más rápido, sí…. Sí, mmmmmm, ¡me vuelves loco! Anda, bésame, quiero sentir tus labios contra los míos cuando… ufff, sí, así…. Mmmmmmmm… ¡¡¡Síííííííííí!!! Ven conmigo… Te amoooooooooo…
Capítulo 16 Ven conmigo, quiero enseñarte algo maravilloso… Sí… ¡¿Pero qué diablos…?! ¡Shhhhh! No los despiertes. Deben estar agotados… ¡Pero, mujer! Es el cura con mi hija, en nuestra cama, sin ropa y… ¡Hombres! ¿Por qué no te fijas bien? Mírales las manos a ambos, la que ella tiene en la mejilla de él y la con la que él la tiene abrazada y protegida… Pero… Pobrecitos, han de haber estado tan contentos de haberse dado cuenta que se amaban que no han podido ni esperar. No entiendo… ¡¿Se casaron?! ¡Ay, viejo querido! Tú sólo tienes cabeza para subir el monte con las ovejas. Gracias a Dios que también eres guapo y de buen corazón… Déjalos dormir un poco más y ven que te sirvo un buen desayuno a ti y a los muchachos y te lo explico todo. Al abrir los ojos y medio verla sonriendo entre sus brazos, por fin pudo asumir que todo era real. Como real era el delicioso olor del pan recién sacado del horno que estaba revolucionando su estómago vacío. Buenos días, mi amor. Buenos días, grandote mío. ¿Tienes hambre? Porque te suenan las tripitas desde hace rato… ¡Vaya! – ambos rieron al siguiente ruido, sin duda sonoro ante una buena caja de resonancia prácticamente vacía desde hace dos días- Creo que eso es evidente ahora. Lo que no he notado es en qué momento te has levantado a hacer pan, porque es ese olor el que produce este escándalo… No me he levantado, Rafael. Desperté no hace más de unos minutos y me he dedicado a contemplar a mi hermoso esposo dormido. Pero, ¿Y entonces…? Debe ser la familia.
Rafael se paró de un salto de la cama, alarmado ante la noticia, pero volvió a meterse veloz bajo las mantas al ver venir a su suegra por el pasillo con una bandeja con el desayuno, muerta de la risa ante su expresión sorprendida de haber sido pillado desnudo e infraganti con las manos en la masa, por decirlo de alguna manera. Bueno, hija mía, me alegra ver que tu marido tiene todo lo necesario para mantenerte contenta, al menos en ciertos temas… ¡Ya lo sabes! Sí. Por suerte fui yo quien entró primero al cuarto y notó los anillos, o si no tu padre no lo habría pensado dos veces antes de dejarte viuda. Yo…- Rafael estaba rojo hasta las raíces del pelo, con la manta casi tapándole los ojos- disculpe, por favor. ¿Por qué, Rafael? Bueno, porque… Anda, mamá, no seas mala con él. Aún está aclimatándose a tener una vida… marital, por decirlo así. Es decir, sexual, pero para no incomodarlo… ¡Clarita! Jajaja, hija, parece que la que se divierte con la timidez de tu esposo eres tú. Vaya, pues creo que la fruta nunca cae lejos del árbol. Y ya que están ambas dispuestas a burlarse de mí, al menos me gustaría comer algo antes de ser su patiño. ¡Eres tan lindo que te mordería! Gracias por el desayuno, mamá. Cuando mi guapo marido y yo estemos correctamente vestidos y desayunados, se lo llevaré a mi padre para que le pueda decir su opinión. ¿Y tú pretendes que yo conserve el apetito sabiendo que tu padre nos pilló durmiendo desnudos y…? ¡Ay! Tranquilo, Rafael. Mi marido no come gente y yo ya lo he aplacado. Lo más probable es que te grite un poco, tal vez te dé un par de empujones o algo así, pero a la larga no le queda más que aceptarlo… ¡Vaya! Eso si es muy tranquilizador…
Sin embargo el padre de Clara ni le gritó, ni lo empujó, ni nada por el estilo, pues su suegra se había ocupado de contarle toda la historia y si él era quien tenía tan contenta a su niñita, él también le daba su aprobación. Quien sí se había ganado un correctivo era Domingo, pero probablemente también podría comprender sus motivos, en especial para resguardar el honor de Clarita hasta que estuviera correctamente casada. FIN
EPÍLOGO Hola, guapo. Hola, mi amor. ¿Cómo vas con los tijerales? Muy bien. Si puedo seguir trabajando a este ritmo sin lluvia, podremos mudarnos a principios del siguiente mes. ¡Que bien! Igualmente me da pena que tengas que trabajar tanto y solito, así que vino alguien que quiere ayudarte. ¿Quién? Ven, vamos al comedor y te presento. Además preparé algo rico para almorzar. De acuerdo. Últimamente la vida de casado me mantiene siempre hambriento…- fijándose en que nadie los observara, cogió a Clara por la cintura y tiró de ella tras un árbol donde la besó ardientemente con uno de los gemelos cogidos en su mano y la otra apretándola contra su evidente excitación- Sobre todo hambriento de ti. ¡Ey! Compórtate, angelito, que nos están esperando… Aguafiestas, pero está bien, vamos. Tan afanado había estado trabajando, que no se percató de la llegada de aquel gran todoterreno con cuatro ocupantes muy familiares. El primero en saludarlo con la mayor simpatía que le era posible fue el padre Ramiro. ¡Con que aquí está mi parlanchín asistente! ¡Padre Ramiro! Sí, bobo, pero antes saluda a esta encantadora dama que nos ha traído aquí. ¡Mamá! Mi Rafael… ¡estás más guapo que nunca, mi amor! Esa sonrisa que puedo ver bajo toda la tierra que traes me imagino que se la debo a Clarita, ¿no? Sí.-él cogió la mano de Clara y la atrajo hacia si, abrazándola y besando su frente con una mirada entre protectora y tierna que no dejó duda alguna de sus palabras- Ella es la alegría de mi vida.
Perdón por no haber venido antes, pero estábamos a la espera de que el médico de Ramiro lo dejara venir. Después de todo ha sido él quien propició en gran parte que volvieras aquí. Y te lo cobraré, que lo sepas. Me han dicho que tienes bastante talento en la cocina y he venido aquí a enseñarle historia a estos rapaces y a comer como se hace en el sur. Para mí será todo un gusto. Y además traje conmigo a Jorge y a Andrés, los hijos de tu nana Estela, para que te ayuden con la construcción de la casa y con la ampliación que vas a necesitar… ¿Ampliación? Claro. No pretenderás que además de esta manada de chiquillos aquí, también alojemos a los tuyos, ¿o no? Claro que no, Domingo, pero es que… A ver, mi amor, ven conmigo un momentito al jardín que tengo algo que contarte. Pero… Tú ven, ¿sí? Sí. Clara llevó a Rafael hasta el jardín tomado de la mano. Estaba muy sonriente, con las mejillas encendidas y los ojos brillantes. ¡Era tan hermosa! Todos los días iban juntos al monasterio a ayudar con los niños y a dos semanas a partir de la boda, comenzaron a construir en un claro del bosquecito una cabaña para poder tener su lugar propio y estar siempre cerca. Y todas las tardes volvían a casa de Clara, donde habían acondicionado el pequeño granero para los recién casados para darles intimidad y espacio, dos cosas a las que le sacaban provecho prácticamente todas las noches… e incluso otras tantas veces antes de desayunar. Llevaban una vida sumamente sencilla, sin embargo no podrían ser más felices de otra manera. Era asombrosa la velocidad con que Clara había aprendido a leer y el verla contándole cuentos a los niños lo hacía pensar en cuatro o cinco pequeñas Claritas alrededor de su madre escuchando atentas o corriendo a abrazarse a él al verlo llegar a casa.
Rafael… ¿Sí, mi amor? ¿En qué pensabas? En lo feliz que me haces, lo contento que me pone que haya venido mi mamá con los muchachos y en lo bien que luce el padre Ramiro. ¿Eso, nada más? Bueno, ya sabes que me la paso fantaseando con nuestra casa y estar juntitos y… ¿Y en las pequeñas Claritas? Sí. ¿Y si fuera un pequeño Rafaelito? También me haría inmensamente feliz porque sería fruto del amor que nos tenemos. Niñas, niños, todos son unas hermosas bendiciones. Pues, mi amor, tengo que contarte que esta mañana he confirmado que Dios nos ha bendecido. ¿Confirmado? Sí, tu madre me ha traído los resultados de la prueba de embarazo que me hice el día que fuimos al pueblo a comprar los materiales de la cabaña y ha salido positiva… ¡¿Vamos a ser padres?! Sí, mi amor. ¡Que alegría!- Rafael abrazó a Clara y la besó repetidamente en la frente, los ojos, la nariz y las mejillasRealmente Dios nos ha bendecido. ¿Y qué quieres que sea? ¿Niño o niña? ¡No importa! Con que sea nuestro hijo, ya no puedo pedir nada más, soy completamente feliz. Y yo, Rafael. Nunca pensé que los caminos de la vida te trajeran hasta mí y que gracias a Dios y a ti ahora puedo ver, tenerte a mi lado, amarnos y afianzar aún más nuestro amor con un bebito enviado para nuestra felicidad completa. Uno de varios… El primero, tienes razón. Me gustan las familias grandes. Y a mí… y ahora entiendo lo de la ampliación. Como siempre, el resto del mundo comprende antes las cosas que se
refieren a nosotros. Pero somos nosotros finalmente quienes más las disfrutamos y que así sea para siempre, con el favor de Dios. Amén.