Universidad Diego Portales Facultad de Ciencias Sociales e Historia Escuela de Sociología Sociología Urbana
Cuerpos cívicos habitando en la ciudad de Santiago Ensayo final Sociología Urbana
Autor: Luciano Díaz Profesor: Felipe Link Ayudante: Francisca Peréz
Jueves, 09 de Diciembre del 2010
¿Qué produce la relación entre cuerpo y ciudad? Esta es la pregunta en la que se encabeza este ensayo. Seguramente se trata de una cuestión relacionada como el individuo en su unicidad se relaciona con el espacio social globalizante. El ensayo que se presenta a continuación se propone abordar la relación cuerpo-ciudad bajo tres enfoques: 1) dimensión, que aborda la ciudad de Santiago, su transformación espacial para el hábitat de los cuerpo [de sus ciudadanos], 2) cuerpos habitando la ciudad de Santiago, como la corporalidad es disciplinada en el espacio urbano y 3) cómo se relaciona el cuerpo con la ciudad: a través de las reconocimiento de los cuerpos, cómo se proyecta el cuerpo cívico dentro de la ciudad.
1. El Santiago, la ciudad transformada Caminando por plaza de armas una tarde tranquila, una tarde como cualquier otra, quedé impresionado con una escena fascinante: me encontré con una pareja de turistas que acariciaban un perro en silencio, mientras a su lado se encontraba un niño vestido de escolar que intentaba escuchar a un músico callejero que estaba cerca de él. Esta escena me dejó impactado porque, si lo pensamos, dentro de un mismo espacio coexisten múltiples culturas, culturas que en su relación con otras complejizan el espacio que intervienen. En otras palabras, “la interacción social existente en el medio urbano entre tal variedad de tipos de personalidad tiende a destruir la rigidez de las líneas de casta y a complicar la estructura de clase” (Wirth, 2005: 11). Este escenario propio de la vida en ciudad, caracterizado por su heterogeneidad, por su cultura y por su grado de interacción con los individuos (op. cit Capel, 1975) ha llegado a un nivel de intensidad y complejización que en otras épocas de la vida en ciudad no se habían visto. ¿A qué se debe este fenómeno urbano? Según Sennett, este fenómeno se originó gracias al desarrollo del individualismo moderno y urbano, el individuo se sumió en el silencio en la ciudad. La calle, el café, el kiosko de la esquina, el metro y el transantiago se han convertido en lugares donde ha prevalecido la mirada sobre el discurso. “Cuando son difíciles de sostener las relaciones verbales entre extraños en la ciudad moderna, los impulsos de simpatía que pueden sentir los individuos de la ciudad mirando a su alrededor se convierten a su vez en momentáneos” (Sennett, 2007: 381). No hay ningún lugar donde discutir los estímulos de la vista que compartimos en el transantiago, por dar un ejemplo, nuestras relaciones con el otro son ciegas, mudas, y sobretodo efímeras. La ciudad de Santiago ha crecido aceleradamente estás ultimas décadas. Entre 1990 y 1995 la vida urbana aumentó de 55.000 ha 65.000 ciudadanos, sin tomar en cuenta el explosivo fenómeno de las parcelas de agrado presentes tanto en el norte como hacia el sur de la capital. Al parecer, éste fenómeno parece ser característico de las últimas décadas en múltiples países, tanto industrializados como en vías en desarrollo. Según Ducci, lo que está sucediendo en la ciudad de Santiago destaca por ser un suceso problemático que ha afectado “la calidad de vida de la población” (op. cit. Ducci, 1998). La calidad de vida en la ciudad de Santiago, aparte de cambiar por la sobrepoblación existente, también se ha visto modificada por un cambio en la mentalidad del ciudadano. Si se observa los planos arquitectónicos de la ciudad de Santiago durante el siglo XVIII (figura n.1) nos encontraremos con una realidad geográfica y social muy diferente a la actual. Si se mira con detención los plano urbanos de Santiago construidos hace tres siglos atrás, se podrá visualizar una ciudad construida de forma cuadricular, donde el centro de la ciudad aludía a un centro espiritual: “el rito de la fundación de una ciudad evoca una experiencia religiosa” (Sennett, 2004: 1). Por lo mismo, creo que Pedro de Valdivia no debió escoger al azar ni debió responder tampoco a motivos racionales a la fundación de la capital de Chile, tal vez lo más sensato es pensar que tuvo una inspiración metafísica o divina para fundar Santiago, sólo deducir que el nombre de esta ciudad alude a un santo da mucho qué pensar.
Según Sennett, para los romanos la cuadrícula era un diseño cargado de afección. Los sacerdotes romanos al inaugurar toda ciudad romana debían encontrar su lugar en el cosmos y, puestos que los límites no se establecen nunca sin recurrirse al orden del universo (op. cit Sennett, 2004). Los españoles residentes en un comienzo en la ciudad de Santiago, como herederos directos de la cultura greco-romana, continuaron con esta tradición, tal vez esta hipótesis se puede manifestar en la cantidad de iglesias y lugares santos que rodeaban el Santiago colonial. La metrópolis santiaguina, hasta finales del siglo XIX seguía teniendo una organización espacial que descansaba en cuadrículas, en espacios urbanos que consideraban el orden como un lugar para el bienestar individual y social, esto se puede ver reflejado en la transformación del cerro Santa Lucía en un parque natural para la recreación, o la construcción de la quinta normal de agricultura. No obstante, es dentro de esta misma época donde comienza a gestarse una transformación geográfica que alcanzó a casi todas las naciones occidentales. En 1850, Francia, Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos eran sociedades predominantemente rurales. Un siglo más tarde eran predominantemente urbanas, con una considerable concentración en sus núcleos (op. cit. Sennett, 2007). Esta “revolución urbana” a gran escala, sucederá recién en Santiago con el movimiento de pobladores originado en 1970, este movimiento definido como “una contradicción estructuralmente secundaría, relativa en principio a las condiciones de vivienda y equipamientos colectivos, aparece ocupando el centro de la escena política” (Castells, 1972: 9). La gestación de esta “revolución urbana” en la ciudad de Santiago, traerá múltiples consecuencias que transformarán el modo de vida de los santiaguinos. La sobrepoblación de la ciudad de Santiago, conllevará a una temprana y radical liberación de los mercados urbanos a mediados de la década de los 70’ y 80’ que se expresan en el precio del suelo y en la segregación residencial de Santiago (op. cit Sabatini, 2000). Este fenómeno urbano modificará la organización espacial, puesto que el crecimiento urbano que de un comienzo era concentrado, aludiendo a un modelo europeo de origen romano, dará paso al crecimiento disperso que ha sido patrón seguido por las ciudades estadounidenses. Así, como la ciudad de Santiago que en su gestación se aglutinaba en el centro, la “nueva” ciudad de Santiago se esparce indefinidamente sobre un terreno que no parece tener límites. En este sentido, la ciudad de Santiago se organiza urbanamente de acuerdo a lógicas que se asemejan a las empleadas por los Estados Unidos. Según Sennett, las cuadrículas romanas los estadounidenses las interpretaron con el objeto de negar la complejidad y la diferencia del medio ambiente: la cuadrícula parece ser un plan establecido para neutralizar al entorno (op. cit Sennett, 2004). Y con razón, si las diversas ciudades que se construyen en América del norte se organizan bajo un entorno natural que es completamente desconocido e ilimitado para el humano inmigrante de Europa. Bajo, esta lógica de pensamiento surgen ciudades modernas con infraestructuras abismantes, que son capaces de contener un sin fin de individuos dentro de un mismo espacio, pero sin la capacidad de reconocer a los ciudadanos en su individualidad, ni muchos menos reconocer el hábitat en el cual se encuentran inmersos. La ciudad de Santiago con sus altas tazas de población la organización urbana se caracteriza por reconocer a sus ciudadanos como una masa, y eso es obvio si la urbanización de la ciudad brota de acciones colectivas, de los movimientos de la muchedumbre. La ciudad se construye arquitectónicamente pensando al ciudadano en grupo, por ejemplo la construcción de “la calle creó una división espacial similar a la del trabajo. Así, el trazado de la calle sólo servía para el tráfico comercial, mientras que los espacios cercanos se utilizaban con fines artesanales o comerciales que no tenían por qué guardar relación con la calle” (Sennett, 2007: 349). La construcción de modernas calles, la construcción del metro y la complejización del transporte público han permitido la movilización de miles de ciudadanos de un lugar a otro, ha traído consecuencias tanto positivas como negativas. Positivas, porque ha permitido el desplazamiento de los individuos de un lugar a otro de forma eficiente y racional, gracias al uso de las nuevas tecnologías que imperan en la ciudad. No obstante, las consecuencias negativas descansan en esta nueva relación que tiene el individuo con el movimiento: el ciudadano en la naturalización de la vida urbana, ha hecho una relación novedosa, ha ligado el concepto de comodidad con
individualidad. Esta asociación se debe al nuevo carácter que ha tenido el concepto de movimiento, el movimiento generado por la velocidad de los medios de transportes ha entregado comodidad y pasividad al individuo, al cuerpo que viaja. En este sentido, “cuanto más cómodo se encuentra el cuerpo en movimiento, tanto más se aísla socialmente, viajando solo y en silencio” (Sennett, 2007: 360).
2. Cuerpo cómodos habitando la ciudad de Santiago
Como mencionábamos anteriormente, la comodidad es una sensación que surge a gran escala en la vida en ciudad. Es una sensación que posee un origen propio de la vida moderna: la búsqueda del descanso para los cuerpos exhaustos por el trabajo. Siguiendo a Foucault, vivimos en una época donde el cuerpo es objeto y blanco del poder, “el cuerpo es aquel que se manipula, al que se le da forma, al que se educa, el que obedece, el que responde, el que se vuelve hábil o cuyas fuerzas se multiplican” (Foucault, 2001: 140). En este sentido, en las primeras décadas de trabajo fabril e industrial, los trabajadores permanecían en sus tareas sin descanso a lo largo del día mientras pudieran mantenerse de pie o mover sus miembros, era evidente que esas condiciones la productividad disminuía mientras avanzaba el día. Existe una relación i nteresante entre fatiga y productividad. Pues, “la sensación de fatiga es un mecanismo de protección en virtud del cual el cuerpo controla sus propias energías, protegiéndolo del daño que una sensibilidad menor causaría en su organismo” (Sennett, 2007: 361). En esta sensación protectora de fatiga es donde la productividad comienza a disminuir considerablemente. A mi parecer, la búsqueda de la comodidad en una ciudad como Santiago y cualquier otra, tiene que ser entendida bajo este contexto. Las carreteras y avenidas para viajar, al igual que los muebles y lugares cómodos para descansar, inicialmente estas tecnologías tenían la función de facilitar la recuperación de los excesos corporales que marcaban la sensación de fatiga. No obstante, la comodidad en la vida urbana tomó otro sendero, se transformó en sinónimo de comodidad individual (op. cit Sennett, 2007). Pues, si la comodidad reduce el grado de agitación corporal de una persona, perfectamente podría servir para aislar a un sujeto de los demás. Es decir, la disciplina ejercida en la vida urbana define cada una de las relaciones que el cuerpo debe mantener con los objetos que manipula, con los sujetos con quien se relaciona. Un ejemplo claro de ello, sería el antiguo viaje en ferrocarril de Santiago al sur de Chile. Por los general, la gente llevaba su colación para el viaje, y alguna entretención para que la trayectoria no se hiciera tan pesada, no obstante si comparamos esta realidad con la del metro de Santiago, podremos encontrar diferencias significativas la cuales destacarían, ante todo, el silencio que se ejerce en el medio, la lejanía de los cuerpos, la indiferencia hacia el entorno. Ahora bien, ¿cómo se ejerce la disciplina en la ciudad? Dejando inmóvil al cuerpo, dejándolo quieto, tranquilo, adsorbido por el uso de las tecnologías, del entorno urbano. Para llegar a “un control total de la actividad de los cuerpos”, Foucault nos habla de cinco procedimientos esenciales: 1) el empleo del tiempo, ya desde el medioevo las comunidades monásticas habían sugerido un modelo riguroso para controlar el tiempo que se basaba en establecer ritmos de acción de los cuerpos, en obligar al cuerpo a obligaciones determinadas y a regular los ciclos de repetición. 2) la elaboración temporal del acto, es decir controlar la marcha del cuerpo, dejar la acción corporal descompuesta en sus elementos: la posición del cuerpo, la acción de sus miembros, de sus articulaciones se hayan definida según el movimiento que se le este asignando. Dentro de un contexto urbano, el tiempo penetra con brutal intensidad en los cuerpos, controlando minuciosamente y absolutamente cada elemento corporal. 3) el establecimiento del cuerpo y de sus gestos, descansa en el control disciplinario gracias a la educación de una serie de gestos definidos, como es el caso de los modales por dar un ejemplo. Imponen una actitud global del cuerpo, una actitud que dentro de un contexto urbano descansa en la eficacia y rapidez de las acciones. 4) la relación cuerpo-objeto, que se logra por medio de
la disciplina, donde el cuerpo debe mantener cierta actitud y realizar ciertas acciones con el objeto que manipula. Este punto es interesante, si nos encontramos hablando desde una ciudad moderna que crece y se construye a sí misma gracias a la evolución de los usos tecnológicos. Ahora bien, ¿qué sucede con la relación de los cuerpos y las diversas tecnologías urbanas? Al existir tecnologías más complejas que substituyen las acciones de los cuerpos, éstos se vuelven pasivos y cómodos en sus actos: “El desarrollo de los retretes a mediados del siglo XIX continuó la tendencia a la higiene del siglo XVII. Pero las tazas de cristal-vítreas y los asientos de madera de la era victoriana sobrepasaron las inquietudes utilitarias. Con los imaginativos diseños de las tazas y la porcelana pintada, los más exuberantes de estos retretes se consideraban parte del mobiliario. Sus fabricantes previeron que la gente descansaría cuando se sentara en ellos, igual que descansaban en otros asientos. Algunos estaban provistos de anaqueles para revistas, otros de estantes para vasos y bandejas” (Sennett, 2007: 365). Es interesante, e incluso suena extremo pensar que hasta el acto de la defecación se convirtió en una actividad controlada por las tecnologías urbanas. Los cuerpos, prácticamente son una extensión de la materialidad que se desarrolla en el mundo urbano. Y por último, 5) la utilización exhaustiva de los cuerpos, la cual yace en los mecanismos disciplinarios, por medio de técnicas de subjeción que forman cuerpos mecánicos, cuerpos compuestos de sólido y sometidos a movimiento (op. cit. Foucault, 2001: 153 – 160). Bajo estos cinco últimos puntos que hemos mencionado, los diversos actos corporales se han visto en una relación de dominación, de carácter individual, con la vida en ciudad. Esta dominación descansa prácticamente bajo dos conceptos: comodidad y pasividad. Esta nueva relación del ciudadano con la ciudad plantea un nuevo giro cognitivo, el espacio urbano es el espacio para la comodidad, lo que produce un nuevo giro a la introversión arquitectónica.
Los urbanistas del siglo XVIII habían intentado crear una ciudad saludable a partir del modelo de un cuerpo sano. Como ha observado el urbanista Reyner Banham, la tecnología constructiva de la época no servía para este propósito. “[…] los edificios tenían corrientes de aire, pero estaban mal ventilados. El movimiento del aire en su interior era irracional y la pérdida de calor, si había algún tipo de calefacción, exagerada” (op. cit. Banham, 1984). Recién a finales del siglo XIX, comenzaron a abordarse estas dificultades de respiración en el interior de la piedra. Puede parecer que la aparición de la calefacción central no sea un acontecimiento relevante en la historia de las ciudades occidentales. Sin embargo, la calefacción central, al igual que otros adelantos similares relacionados con la iluminación interior, el aire condicionado y la eliminación de basura, construyó edificios que cumplieron el ideal ilustrado de un entorno saludable (op. cit. Sennett, 2007). Cumpliendo la profecía Kantiana, de dar término al hombre en minoría de edad (op. cit. Kant, 2008), ya que la construcción de estos nuevos edificios aislaron al cuerpo del antiguo entorno urbano. Es cierto; el ser humano ha crecido, en términos kantianos, ha madurado. No obstante, el precio de este aislamiento, de esta “maduración” ha sido costoso: la geografía de la velocidad y la búsqueda desesperada de la comodidad de los cuerpos bajo estas condiciones de aislamiento ha generado el proceso de “individualización”. Es gracias a este proceso de aislamiento espacial y temporal, donde “el cuerpo funciona indiscutiblemente como un principio de individualización, ratificado y fortalecido por la definición jurídica del individuo en tanto ser abstracto intercambiable, sin cualidades, es también en tanto que agente real, es decir, en tanto habitus, con su historia, sus propiedades incorporadas, un principio de colectivización” (Bourdieu, 2005: 177). Si analizamos con cuidado lo que nos quiere mencionar Bourdieu, llegaremos a la conclusión que nuestro cuerpo, en su naturalidad orgánica, está condicionado socialmente por el mundo urbano imperante que se encuentra su alrededor, la vida en ciudad lo modela, configura sus prácticas, su habitus, su historia, en este sentido; la vida en edificios en
altura, la vida en transportes modernos, la vida en constante movimiento se ha naturalizado. Es tan sólo ver como la gente pasea por las calles de Santiago, al lado de innumerables obras arquitectónicas y su grado de asombro es nulo, es cosa ver las calles repletas de autos y nadie reflexiona la comodidad y la rapidez del desplazamiento que le entrega el automóvil dentro de un contexto urbano. Frente a esta realidad, vale señalar que nuestro espacio urbano se ha transformado en un espacio para la individualidad, para el desplazamiento de cuerpos en silencio, mudos y ciegos [sin capacidad expresiva espontánea] ante la cotidianeidad de la vida en ciudad. La ciudad, se ha transformado en el configurador absoluto del cuerpo, adoctrinando su placer en forma de comodidad y pasividad. No obstante, hay que destacar también que si las acciones corporales cambian su curso, también los espacios urbanos cobran sentido de acuerdo a la corporalidad. Me explico, para que una ciudad latinoamericana de carácter multicultural como Santiago se interese verdaderamente por el otro, creo que debemos, ante todo, cambiar la forma en que percibimos nuestro cuerpo. Nunca experimentaremos la diferencia que tenemos con los demás, si nos somos capaces de reconocer nuestras limitaciones, nuestras insuficiencias corporales que existen dentro y fuera de nosotros mismos. Tal vez, nuestra ceguera ante el cuerpo se debe en gran parte a la educación corporal que hemos tenido, en gran parte heredadas de tradiciones religiosas: “Las lecciones que hay que aprender del cuerpo son uno de los fundamentos de la tradición judeo-cristiana. Cruciales en esa tradición son la transgresión de Adán y Eva, su vergüenza por la desnudez y su expansión del Jardín del Edén, lo que conduce a una historia de los primeros seres humanos, qué fue ellos y qué es lo que perdieron” (Sennett, 2007: 394) “Veinte siglos de difuso platonismo y lecturas cristianizadas del Fedón inclinan a considerar el cuerpo no como un instrumento de conocimiento, sino como un obstáculo para el conocimiento, y a ignorar la especificad del conocimiento práctico, tratado ora como un mero obstáculo para el conocimiento, ora como una ciencia que todavía esta en mantillas” (Bourdieu, 2005: 182). Es en la tradición judeo-cristiana, donde se enseña que las personas que transgreden con sus deseos corporales los mandamientos de Dios, son castigadas, y que después, como Adán y Eva en el exilio del paraíso despiertan. A mi parecer, los cristianos interpretan el paso de Cristo por este mundo de una manera similar: crucificado por los pecados del hombre, su legado a los hombres y a las mujeres es una sensación de la insuficiencia de la carne. Cuanto menos placer obtengan sus seguidores de sus propios cuerpos, más se amarán los unos a los otros. Por otra parte, ningún pueblo valoro valoró de manera más consciente la cultura cívica que los atenienses: “humano” y “polis” eran términos intercambiables. La acción del propio desplazamiento creó intensos vínculos cívicos (op. cit. Sennett, 2007). Las personas se interesaban profundamente por los demás en espacios que no satisfacían plenamente sus necesidades corporales, porque la ciudad antigua no era un monumento a la estabilidad como lo es ahora la ciudad moderna. La formación del individualismo moderno ha pretendido construir cuerpos autosuficientes, es decir, cuerpos más completos que incompletos. Pero esta es la tarea de la vida en ciudad, enfrentar una diversidad de cuerpos frágiles, como lo son realmente, con experiencias contradictorias que no pueden ser esquivadas. Siguiendo a Simmel, el cuerpo en la ciudad desarrolla una especie de órgano protector que lo protege contra aquellas discrepancias de su medio que amenazan con desubicarlo; en vez de actuar con el corazón, lo hace con el entendimiento. En este sentido, el intelecto, nos hace sentir cuerpos íntegros, asume la prerrogativa por encima de los sentimientos psíquicos. Por esta misma razón, la vida en ciudad resulta superior en una lógica intelectual, ya que permiten de una forma preservar la vida subjetiva ante el poder avasallador de la vida urbana (op. cit. Simmel, 2005). En este sentido, el prototipo de cuerpo que se presenta en la ciudad de acuerdo a
la evolución judeo-cristiana, yacen en “aquel viajero espiritual que volvió al centro urbano, donde se cuerpo sufriente se convirtió en una razón para la sumisión y la mansedumbre, convirtiéndose el cuerpo espiritual en carne y piedra” (Sennett, 2007: 397). En el despertar de la moderna era científica, el centro proporcionó un nuevo prototipo de “cuerpo” – un mecanismo de circulación cuyo centro era el sistema cardiaco y los pulmones – y en esa imagen científica del cuerpo evolucionó socialmente para justificar el poder del individuo sobre las pretensiones del sistema político. Es en este imaginario de cuerpo cívico, donde se articulan nuevas expectativas y percepciones entorno al uso del cuerpo, estas transformaciones de los diversos actos corporales aluden a un cambio en la visión de ciudad, en la forma de vivir urbanamente.
3. La reindivicación de los cuerpos en la ciudad
En las fisuras y contradicciones de los diversos prototipos de cuerpo en el espacio han surgido momentos y ocasiones para la resistencia, rituales que, si bien no han destruido el orden imperante, crearon una forma compleja de vida para los cuerpos que el orden dominante buscaba formar a su propia imagen. En nuestra historia, las relaciones complejas entre el cuerpo y la ciudad han llevado a los individuos más allá del principio de placer (op. cit. Freud, 1961). Han sido cuerpos corrompidos, cuerpos inquietos, cuerpos agitados: ¿cuánta discrepancia y sinsabores pueden soportar estos cuerpos? A manera de conclusión de este ensayo, me gustaría tratar la problemática de ¿Cómo saldremos de nuestra pasividad corporal? ¿Esta pasividad no vendrá de un desconocimiento corporal propio del miedo que le tenemos a la ciudad que habitamos? Toda sociedad necesita de fuertes sanciones morales para que la gente tolere la suficiencia/alteridad. Estas sanciones morales surgieron en la cultura occidental gracias a los poderes ejercidos por la religión. Los rituales religiosos vincularon al cuerpo a la ciudad (op. cit. Douglas, 2001). Cuando el mundo pagano desapareció, el cristiano encontró en la creación de espacios rituales una nueva vocación espiritual, una vocación de servicio y autodisciplina que acabó dejando su huella sobre la ciudad como lo había hecho anteriormente sobre el santuario rural. “la importancia de estos espacios rurales rituales residía en el ciudado de los cuerpos doloridos y en el reconocimiento del sufrimiento humano que se halla inseparablemente unido a la ética cristiana” (Sennett, 2007: 399). No obstante, a la llegada de esta ética a la vida urbana trajo consigo la imagen de este cuerpo doliente y sufrido a un espacio urbano de libertad. Este espacio de libertad contaminado con el sufrimiento de esta ética, trae consigo un desconocimiento del entorno físico que se habita, pues el cuerpo esta tan enfrascado en el reconocimiento del dolor, del más débil que no es capaz de ver otros sucesos que abordan el espacio cívico. En este sentido, la dualidad seguridad/miedo dentro del espacio social puede tener sentido si nos encontramos hablando desde un cuerpo con una “ética sufriente”, donde la estabilidad no se encuentra en la ciudad si no dentro de un espacio metafísico. Los orígenes de la ciudad como realidad y como concepto han sido marcados en gran, pero no única, medida por la necesidad de los grupos humanos de sentirse “seguros”, donde el cuerpo sólo puede seguir esta trayectoria cívica si reconoce que los logros de la sociedad no aportan un remedio a su sufrimiento, que su infelicidad tiene otro origen, que su dolor deriva del mandato divino de que vivamos juntos como exiliados (op. cit. Sennett, 2007: 401). Para ello, se generó un espacio y unas estructuras sociales y de poder que la satisficieran. Se estableció una relación “dentro – fuera”, con una muralla como límite real y metafórico, que hace del espacio urbano un lugar de orden. En este sentido, el miedo ha estado presente en la ciudad, dentro de ella de muchas maneras. Desde el miedo provocado por la opresión de los grupos sociales dominantes hasta el miedo derivado de las inevitables convivencia de diversas condiciones culturales, económicas, sociales, etc. En este sentido, ¿la ciudad produce o
incentiva el miedo? Partiendo de la premisa de que existe una sensación colectiva del miedo más o menos acentuada y difusa (op. cit. Gutiérrez, 2005). El espacio urbano no se muestra como neutro antes fenómeno sino que forma parte de él. Incluso, como se sabe, hay quienes argumentan que la “construcción de ciudad”, sobre todo hoy en día, se explica en buena medida por el fenómeno sociológico del miedo (op. cit Davis, 1998). Si se hace caso a los medios de comunicación, parecería que en sentido negativo, la ciudad contribuye al miedo en la medida que es el espacio donde el número de acciones desviadas es sin duda mayor y que muchos de ellos son precisamente acciones delictuales posibles en este contexto. También se puede comprobar como muchos de los riesgos y miedos genéricos de la sociedad contemporánea tienen a la ciudad como espacio “privilegiado”. Si se piensa, por ejemplo, en el terrorismo, esta afirmación parece obvia: la ciudad ofrece los flancos, los símbolos, las víctimas y las repercusiones deseadas. La ciudad se presenta, como el espacio para la acciones multidisciplinaria de los cuerpos, pero acciones reguladas por una lógica que por lo general pertenece a los estratos dominantes de la orbe urbana. Desde otras perspectivas menos mediáticas, se argumenta que en la medida que la ciudad obliga a la convivencia y a definir políticas de integración de las “diferencias” que a menudo están en el origen de la inseguridad y del miedo, es el único espacio capaz de mitigar verdaderamente el miedo sin renunciar a esta complejidad. Es decir, desde esta perspectiva la ciudad sería un antídoto contra el miedo, pero no tan sólo por la tradición histórica de lugar cerrado y de comunidad humana sino, como se acaba de decir, por la ciudad como espacio de convivencia y de intermediación entre intereses diversos y contrapuestos. Para muchos autores se trata de una característica definitoria de la ciudad (op. cit. Capel, 1975). Sin ella la ciudad no existe. A manera de síntesis, podemos decir que el cuerpo es una extensión de la materialidad imperante en la ciudad, donde las acciones de los diversos cuerpos, tanto la confianza como el miedo en el desplazamiento urbano descansan en cómo los ciudadanos se proyecta a sí mismos: como seres individuales y colectivos, donde la tarea del cuerpo cívico yace en aceptar su pasado, su historia, sus limitaciones y sus virtudes, para así reindicar su rol político dentro de un espacio urbano que poco a poco desintegra al cuerpo por medio de lógicas pasivas, cómodas que priman el intelecto, pero olvidando las emociones y sentimientos corporales.
Bibliografía •
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