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El icono -Jean Hani-
{Presentación de Víctor J. Herrera para La Escalera:
El siguiente ensayo, publicado en el libro recopilatorio "Mitos, ritos y símbolos", editado en nuestra lengua por Olañeta, Jean Hani aborda y analiza la doctrina de los iconos orientales. Un icono es, conviene recordarlo, un soporte para la contemplación y la realización espiritual; no es el mero retrato de un personaje histórico en su estado terreno, sino la imagen del "hombre redimido y ya resucitado que vive en el Paraíso en la contemplación de Dios"; es el medio teofánico que hace presente, actualiza y comunica al observador la realidad espiritual que es representada de acuerdo a las reglas del arte.
Este texto nos ha parecido de sumo interés por varios motivos:
En primer lugar, encontramos aquí una clave para penetrar en muchos de los misterios de la tradición cristiana, pues Cristo, en cuanto Hombre Universal, es la “imagen” (eikon) en la que el Padre se ve a Sí mismo como “verdad”, según la explicación de San Atanasio, y su icono, que es en cierto sentido una prolongación de la Encarnación, es el "icono primordial" o el "modelo" del que todos los demás derivan. No es de extrañar que en las Iglesias orientales, la llamada "Fiesta de la Ortodoxia" que conmemora el triunfo de la "recta doctrina" y la fe verdadera, como bien lo menciona el autor, sea también conocida como "Fiesta de los Iconos". De aquí podrían desprenderse otras consecuencias que sería extenso desarrollar, tales como el lugar que le corresponde a la historia evangélica como "icono" -y no apariencia, pero tampoco consumación definitiva- de la verdad metahistórica y la realidad escatológica en la que participa, pero eso excedería los límites que nos hemos impuesto en esta presentación.
Sin embargo, esto no incumbe solamente a los cristianos, porque Jean Hani, como es habitual, no se limita a un marco puramente teológico y confesional, puesto que se sitúa en la perspectiva de la Sophia Perennis, es decir, en un punto de vista universal, e inserta la confección de los iconos así como las prácticas espirituales a él asociadas en los principios universales del arte tradicional, por lo que el lector fácilmente podrá
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encontrar resonancias y correspondencias con las prácticas y las manifestaciones artísticas de otras tradiciones.
Por último, pero no por eso menos significativo, queremos resaltar la importancia de este ensayo por cuanto se trata de la profundización en aspectos técnicos y doctrinales de una de las formas del arte tradicional conocidas en occidente que, si bien puede no gozar del esplendor de épocas pasadas, no es una reliquia de la que sólo se hayan conservado fragmentos dispersos ni algo por completo inaccesible al hombre de nuestros días, sino que actualmente permanece viva -aunque muchas veces incomprendida- y no sólo de manera informal, es decir, por la iniciativa de artistas cristianos independientes, ya que también ha sido preservada por las vías regulares de transmisión, de maestro a discípulo, en una cadena ininterrumpida que se hace remontar al evangelista San Lucas. Estamos por lo tanto, ante una vía espiritual que compete no sólo a los iconógrafos consagrados, sino también a todo aquel que esté dispuesto, por la apertura y purificación del corazón, a contemplar y ser contemplado por el icono, a mirar por esa "ventana a la eternidad" y "canal de gracia", como habitualmente se los llama, que le comunica, a través del fondo dorado y los rostros transfigurados de los santos, la Luz increada y deificante del Monte Tabor, pues la obra ha sido plasmada materialmente por una mano guiada por la inspiración del Espíritu, por un artista que actúa como intermediario para el descenso y "encarnación" de las imágenes arquetípicas desplegadas por el Iconógrafo divino.
Nota: las imágenes a las que hace referencia el ensayo se encuentran al final}