La educación educación política. política. SIEDE. Escuela y Sociedad o el largo adiós a las Mamuschkas: Una de las cuestiones que inquietan a los educadores es la relación entre su tarea y el contexto social, es decir, la posibilidad de que la propia acción contribuya a mejorar la sociedad. El contenido y la dirección de la transformación que se espera lograr varían de generaciones o entre representantes de una misma generación; lo que guarda mayor permanencia es el optimismo inicial. Las formas y estilos de educación varían en un abanico amplio de opciones, hasta el puto de que pueden contradecirse ostensiblemente: la dirección que unos le quieren imprimir al cambio puede ser o puesta a la que quieren tomar otros. ot ros. Muchos de los ingresantes de profesorados tienen estas expectativas, pero algunos cambios sutiles se inician junto con las primeras entradas a la escuela; en el discurso de estos docentes agobiados por no poder lograr el cambio, la realidad social no es producto de la escuela, sino que la escuela es remedo de la sociedad en que se inserta y no tiene ninguna posibilidad de cambiarla; asimismo, cada estudiante que ingresa al aula es evaluado como reflejo de su hogar. Desde que hay escuelas ha habido también visiones optimistas y pesimistas sobre el sentido y la eficacia de su tarea. Optimismos y pesimismos: En el campo pedagógico hubo y hay optimismos moderados y revolucionarios, desarrollistas desarrollistas y liberadores, con expectativas de alta o de baja eficacia. Generalmente, los optimismos pedagógicos firman los beneficios de la acción educativa y prevén una eficacia considerable para ella, entre el extremo de los que consideran que allí se ubica el motor de cambios y el tono más moderado de quienes dan a la educación el carácter de herramienta indispensable de acompañamiento acompañamiento de transformaciones gestada en otros ámbitos. LA ESCUELA PARECE EL LUGAR DONDE HARÁ DE GESTARSE UNA SOCIEDAD NUEVA Y MEJORADA (discurso de sarmiento: solo la escuela puede asegurar al ciudadano bienestar). Se trataba de un optimismo que apostaba a la potencialidad pote ncialidad política de la enseñanza, pues la escuela educaría al pueblo soberano y elector. En tiempos más recientes una mirada optimista de gran impacto ha sido la pedagogía liberadora de Paulo Freire, entre los años sesenta y setenta, en donde ponía alta expectativa en la acción educativa, pero no en la escuela como institución, sino en las modalidades no formales. Otro optimismo curioso dio marco al embate reformador que, en los años noventa, llevaron adelante gobiernos neoliberadores de América latina, empujados por organismos multilaterales, multilaterales, este optimismo gubernativo caracterizó como “resistencia al cambio” a aquellas
voces que objetaron el ritmo, el modo o la direccionalidad de las decisiones que se imponían con escaso margen de deliberación. También hubo y hay pesimismos diversos. Ya en 1807, 1807 , el diputado Tory Davies Giddy expresaba en el Parlamento británico: “por muy atractivo que pueda parecer, en teoría, el proyecto de dar
instrucción a las clases trabajadoras pobres, sería malo para su moral y su felicidad; se les enseñaría a despreciar su condición en la vida, en lugar de hacer de ellos unos buenos servidores en la agricultura y otros ot ros trabajos. En lugar de enseñarles la subordinación, se les haría facciosos y iere a la educación escolar un alto grado de eficacia en la revolucionarios…”. Este pesimismo conf iere transformación de quienes pasan por sus aulas, el sentido de ese cambio. Los pesimismos que mayor raigambre han logrado en las instituciones son los provenientes de la nueva izquierda, que
no cuestionan la promesa de cambio sino su sinceridad. Bajo las formas de “habitus” o de “curriculum implícito” implícito” el propósito íntimo y último de la escuela es convalidar y perpetuar el orden
social vigente, al mismo tiempo que promete una transformación t ransformación que nunca llega o brinda circuitos diferenciales para que los hijos de cada case convaliden su lugar en la escala social. En una sociedad donde unos son “tiburones” y otros “pececillos”, la escuela es el instrumento de los
primeros para convencer a los segundos de que dejarse comer es el mejor destino posible; cada sociedad concibe dispositivos educativos para convalidar el orden vigente y perpetuarlo. #Educar es siempre una operación que consiste en adaptar a individuos a un ambiente dado, en prepararles para el ejercicio de roles sociales cuyos contenidos están siempre más o menos determinados, incluso si sabemos que la sociedad no decide completamente por delate de aquellos que los deben ejercer. El educador que no aceptara esta realidad estaría tomando grandes riesgos…#. Esta mirada nos ocupa en el lugar de pececillos del medio, aquellos que traicionan a sus pares para llevarlos a las fauces de los poderosos, aquellos que obtienen beneficios secundarios secundarios de la violencia en el fondo del mar. Los “tiburones” son fali bles, no siempre realizan las apuestas que más les convienen, disputan entre ellos y dan pasos en falso. En consecuencia, las gestiones educativas son menos consistentes consistentes de lo que se puede sospechar a simple vista desde la sala de maestros y profesores. Obedecen a tironeos entre sectores y también están surcadas por decisines que paree triviales desde el escritorio en el cual se enuncian y terminan impactando a veces de modo contrario al esperado. La escuela del relato muestra un alto grado de eficacia: lo que la escuela hace parece servir a los pececillos, pero los esclaviza para los tiburones y, en esa tarea, es imbatible. En la experiencia social, ¿la escuela logra siempre lo que se propone? Si esto fuera así, deberíamos reconocer que cada uno de nosotros es el fruto inequívoco de lo que quisieron hacer nuestros padres y maestros. La educación nunca es neutra y la acción de la escuela está atravesada por relaciones de poder que se expresan en la selección de contenidos y en las modalidades de enseñanza, en mecanismos de control y criterios de justicia, en los modos de relación interpersonal y en lo que promete a cada uno. Cada sujeto mira la acción de enseñanza desde sus intereses, creencias y expectativas. En las escuelas opera el poder de los gobiernos, pero también el poder de grupos y actores imbuidos de sus propias intenciones. El paisaje social y el horizonte conceptual que dieron origen al sistema educativo son diferentes de las condiciones que hoy tenemos para habilitar e interpretar al mundo. En Argentina lo que caracteriza el contexto social actual es una profunda desigualdad, que ha abierto su brecha en forma sostenida durante las últimas décadas. Vastos sectores han sido expulsados del mercado laboral y llegan a las escuelas niños que nunca han visto trabajar a sus padres. En tiempos de configuración de las sociedades disciplinarias, disciplinarias, cada organismo del Estado aportaba su cuota en la construcción de subjetividades dóciles e identidades homogéneas. En nuestro país los educadores democráticos y libertarios denunciaban contralores asfixiantes, al tiempo que reclamaban mayor autonomía, el Estado daba y pedía demasiado. Hoy enfrentamos una nueva escena paradójica: cada vez hay menos contralores y la autonomía es un mandato que emana desde los organismos centrales. Las autoridades están y actúan, pero su efecto disciplinador ha disminuido notablemente. ¿Puede coexistir una educación que pretende ser inclusiva y transformadora, y una realidad social cada vez menos injusta y excluyente? Los optimistas responderían que sí, y los pesimistas dirán que no, aunque aunque en ambos bandos los habrá habrá taxativos y dubitativos. Para las
miradas extremas los sujetos no tienen margen de acción, pues están atrapados en lógicas que los mueven como marionetas de un retablo que no les pertenece ni pueden modificar. En cambio, los discursos moderados otorgan mayor relevancia a los actores involucrados, reconocen tendencias tendencias y probabilidades que pueden verificarse o no. Entre maestros y profesores, el o ptimismo ingenuo y el pesimismo crítico, miran a la sociedad y a la escuela como un juego de mamuschkas, iguales en su forma per diferentes en tamaño, que encastran cómodamente una en otra. Para los pesimistas, la mamuschka grande es horrible y eso condena a la que está en su interior, es decir, la escuela. Los optimistas, en cambio, quieren hacer una bonita mamuschka m amuschka pequeña, con la desmesurada expectativa de que ella transforme a la que tiene alrededor, hasta hacerla su réplica. Reproducir y recrear: La reflexión ética y política supone que cada cual puede aprender aprender a elegir de qué ideas está “convicto”. La relación entre escuela y sociedad no es mecánica y estable, sino
susceptible de cambios según las acciones de quienes nos embarcamos en la lucha. Las relaciones de poder son por lo tanto móviles, reversibles, inestables… no pueden existir relaciones de poder más que en la medida en que los sujetos sean libres… si no existiesen posibilidades de resistencia,
no existirían relaciones de poder. Quizá el desafío pedagógico que enfrentamos hoy sea quebrar la inercia entre las mamuschkas, no porque sepamos cómo será la mayor de las muñecas, sino porque abrimos la posibilidad de que sea diferente a lo que es y ha sido. Nuestro punto de partida será recrear una suerte de “optimismo crítico” que n os permita transitar las prácticas de enseñanza también como prácticas de libertad, es decir, como acción ética y política. Sin olvidar que la escuela es una herramienta de legitimación del orden social vigente, podemos considerar que es también el ámbito donde ese orden social se presta a ser discutido, recreado y reorientado.