Colección Continente/Contenido DIRIGIDA POR LA DRA. MERCEDES VELO
JOYCE MCDOUGALL
Teatros del cuerpo
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ARGENSOLA, 2 28004 MADRID
ESPAÑA
Título original en francés: THÉÁTRES DU CORPS. Editions Gallimard , París, 1989. Traducción: Ana Domínguez Pabón.
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Derechos exclusivos de edición en español para todos los países de habla castellana y su área idiomática y propiedad de la traducción . Ni la totalidad, ni parte de este libro pueden reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier otro almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito de Julián Yébenes, S. A .
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Julián Yébenes, S. A. Colección Continente/Contenido . Dirigida por la Dra. Mercedes Velo. I.S.B.N.: 84-404-9855-1. Depósito Legal: M-24178-1991. Impreso por: Gráficas Clarión, S. A. Valentín Llaguno , 14.
A Sidney, con amor
La joule de ceux quin 'ont pas vécu assez ... Ce n 'est pas une pleureuse qu 'il leur faut, e 'est un devin. Il leur faut un .CEdipe qui leur explique leur propre énigme dont ils n 'ont pas le sens... Il faut entendre des mots qui ne furent jamais dits , qui resterent au fond des coeurs (fouillez le votre, ils y sont); il faut /aire parler les silences de l 'histoire. 1
Jules Michelet (Journal, 30 janvier 1842)
1 Para aquéllos de la humanidad que no han vivido lo suficiente ... A éstos no les hace falta llorar, necesitan un adivino. Necesitan un Edipo que les explique su propio enigma del que ellos no tienen conocimiento ... Necesitan oír las palabras que no han sido dichas jamás, que quedarán en el fondo de los corazones (buscad las vuestras, ellas están ahí); se hace hablar a los enigmas de la historia.
ÍNDICE
/ f 1 /
l. II. III.
IV.
,/ v . /
VI.
7
VII.
/ VIII. / IX. / " X. ¡/ XI.
Introducción: El psicosoma y el viaje analítico......... Mater ....................................................................... La matríz del psicosoma ... .. .. .. .. .. . .. .. .. .. ....... ............. De la privación psíquica.................. ......................... Las parejas psicosomáticas ... ................................... Del sueño y de la muerte............... ........................... Afectos: dispersión y desafectación ... .. ....... ............. La desafectación en acción .. .............. ...................... Las razones del corazón .. ................. .. ... ... ................ El dolor sin lágrimas .. ........... ... ... ... .. .. ... ................... Uncuerpoparados ........... ............... ........................ Los frutos de Madre.... ....................... ...................... Bibliografía..............................................................
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INTRODUCCIÓN
EL PSICOSOMA Y EL VIAJE PSICOANALÍTICO
Teatros del cuerpo: ¿por qué este título? Mientras estaba escribiendo Teatros de la mente (1982) 1 me fui dando cuenta gradualmente, como
suele suceder cuando se escribe, de que otro libro empezaba a tomar forma a partir del que me tenía ocupada. Al escoger el teatro como metáfora de la realidad psíquica, quizás seguía yo los pasos de Anna O. quien, a mitad de siglo, durante su terapia con Breuer, llamaba a sus "libres asociaciones" su "teatro privado". Para el analista, se trata de un teatro ue sus analizados consienten en com artir é de <;_lebe representar diferentes papeles . Pero, al contrario que Breuer, a quien le asustaba el papel que le obligó a representar Anna O., el analista intenta observar atentamente su propio teatro interior e interpretarlo lo mejor posible antes de interpretar el de sus pacientes. No puedo decir que haya conseguido siempre realizar esta tarea como lo hubiera deseado ; tanto más cuanto que el primer desafío con el que me enfrenté fue el de intentar comprender el significado subyacente de los complejos guiones psíquicos que son las desviaciones sexuales (McDougall, 1964 ). Estas creaciones psíquicas me parecían ajenas, y tuve que dejarme guiar por mis analizados en todos los meandros de su historia psicosexual, hasta la prehistoria donde las 1
N. del T.: En el original francés Théiitres du Je, Paós, Gallimard, 1982. 11
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alabrassonmenosim ortantes uelas rce cionesolfativas, táctiles, visuales y auditivas, para entender por fin el vínculo entre sufrimiento, angustia y placer. Fue al intentar escribir lo que creí haber comprendido sobre el significado oculto de las desviaciones sexuales y las homosexualidades, cuando me di cuenta de que la creación de "obras de teatro interior" inscrita en la primera infancia, con efectos duraderos sobre la sexualidad adulta, se extendía también a las manifestaciones neuróticas y psicosomáticas. Había observado igualmente en pacientes que no eran ni neuróticos ni psicóticos ni desviados sexuales, otra manifestación huidiza que llamé "pseudonormalidad". Esto me condujo a publicaren 1978Alegato por una cierta anormalidad. Más tarde, al empezar a escribir Teatros de la mente, me esforcé en definir las diferentes escenas en las cuales el "yo" (Je) re resenta us dramas , así como los guiones los e s a que constituyen el repertorio psíquico. Tras haber descrito el teatro "neurótico", y luego los teatros "psicótico", "transicional" y "narcisista"' me encontré frente a otro que llamé provisionalmente "el psicosoma en la escena psicoanalítica". Este teatro resultó ser un tema demasiado amplio para incluirlo en mis Teatros de la mente, ya que amenazaba con invadir el libro entero. Es evidente que Teatros del cuerpo se me presentó como título mucho antes de comenzar a escribir este libro. Espero poder proporcionar actualmente una visión más extensa de estos "teatros somáticos" que surgen en la escena analítica, centrándome en la comprensión y la exploración de fenómenos psicosomáticos aunque, por supuesto, desde un punto de vista únicamente psicoanalítico. Creí al principio que, en los estados psicosomáticos, el cuerpo reaccionaba ante una amenaza psicológica como si ésta fuera de orden fisiológico, como si existiera una aguda escisión entre psique y soma, y que aquello se debía, en gran medida, a la ~ción de los ~ec.tiY.us de mis pacientes frente a casi toda situación queudiera mov· iz r t · d ·' . En cierto modo, el telón se encontraba herméticamente cerrado sobre la escena psíquica: ningún sonido llegaba a oídos de los que se encontraban fuera, y sin embargo se representaba un drama en la escena interior de aquél cuya vida misma estaba amenazada. Recuerdo un paciente alcohólico que siguió durante algunos años un trabajo psicoa~alítico difícil, pero que aparentemente fue un éxito.
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Al término de su tratamiento se dedicó al arte, y se convirtió en un creador de fama internacional. Luego, años más tarde, volvió a ver a su analista para anunciarle que estaba muriéndose de un cáncer de garganta cuyos síntomas anteriores no se habían manifestado en los teatros de su "yo". El escenario había quedado vacío, las palabras habían permanecido ahogadas, lo que impidió oír a viso alguno. De haber podido percibir aquel drama silencioso, quizás hubiera sido posible salvarle la vida. Todos nosotros hemos tenido conocimiento de estos dramas ocultos que se desarrollan en los teatros del "yo" de nuestros pacientes. De hecho, estos dra~as tienen lugar a menudo en un clima vago y angustioso, no únicamente en nuestros analizados, sino también en nuestros colegas, nuestros amigos o nuestra familia. Así pues, en este libro nos ocuparemos de los sujetos que reaccionan al desamparo psicológico mediante manifestaciones psicosomáticas, pero también del ruru
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lNTRODUCCIÓN .
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ELINICIODEL VIAJE
¿QUÉ ES UNApEMANDA DE AYUDA "PSICOANALÍTICA"?
Escuchemos al Sr. Z. quien, desde hace más tiempo de lo que quiere recordar, sufre un insomnio tenaz cuya causa médica no puede ser hallada, Un psicoanalista tradicional diría que este insomnio significa que el enfermo, aunque agotado, tiene miedo a dormirse, miedo a los sueños que pudiera tener, miedo a perder su control sobre el día y el mundo exterior. Este analista tendería a pensar además que la investigación psicoanalítica puede revelar las razones ocultas de estos miedos. Un psiquiatra tradicional, por su parte, prescribiría un somnífero eficaz que garantizara al Sr. Z. cinco o seis horas de sueño reparador y el sentimiento de poder afrontar la jornada al despertar. De acuerdo con su carácter, el Sr. Z. podría decir al analista: "No me interesa la causa de mi insomnio. Todo lo que deseo es librarme de él". O decir al psiquiatra: "No quiero estar drogado toda mi vida para poder dormir, pero sí quiero saber por qué no puedo conciliar el sueño como todo el mundo." Es evidente que el Sr. Z. se arriesga, si la verdadera naturaleza de su búsqueda no es comprendida, a encontrarse comprometido en un tratamiento que, más adelante, quizás años después, puedacuestionár o lamentar. En los guiones creados por el Sr. Z. nos enfrentamos con dos tipos de demanda de ayuda. Tanto al psiquiatra a quien se consulta y que cura con medicamentos como al psicoanalista cuyo instrumento de trabajo es el método analítico, s~ les requiere que descubran, si es posible, lo ue el aciente busca dentro de sí mismo. El psiquiatra espera que el tratamiento cuidados~nte prescritOPermita estabilizar los síntomas del paciente, mientras que el psicoanalista espera que la profundización en el conocimiento de sí mismo reduzca en el analizado la tendencia a la re etición al desencad a ie ~ntomas, y le conduzca a vías más crea ti vas donde investir la en~gfu psí uica. Puesto que todo analista reconoce que el psicoanálisis no es el tratamiento obligado para todos los trastornos psicológicos (y a mayor razón para las perturbaciones psicosomáticas), el tema de la elección merece una esmerada atención desde la primera entrevista con un potencial analizado.
¿Cómo evalúa el analista unademandadeayuda?En la medida en que es preciso, desde las entrevistas preliminares, emitirunjuicio sobre la demanda de ayuda del futuro paciente, es importante determinar exactamente qué debe ser escuchado. Aunque reconozco que en este tema las respuestas difieren según los analistas, formularé mi propio punto de vista sobre esta compleja cuestión. ¿Qué quiero saber? ¿Cómo debo proceder para obtener la información que necesito?¿ Y qué es preciso escuchar para apreciar la naturaleza de la demanda de análisis? La forma de abordar la cuestión será la misma, ya tenga el demandante trastornos psicosomáticos, síntomas neuróticos, psicóticos o caracteriales, o problemas de adicción. Los síntomas dicen poca cosa sobre las posibilidades de ayudar.al candidato al análisis mediante una u otra ·forma de terapia psicoanalítica. Todo analista ha tenido la experiencia de aceptar en análisis a alguien que parecía (según las teorías en curso y según su propiaexperienciaclín.ica) aparentamente "accesible" a la aventura psicoanalítica, para descubrir uno o dos años más tarde que el paciente está aún en la misma fase que se encontraba en las entrevistas preliminares. A mi entender, para apoyar un alegato aceptable de ayuda psicológica es reciso cum lir varios im erativos cate óricos. ¡Y estos imperativos no siempre resultan evidentes en la entrevista preliminar! Les pasaremos revista brevemente.
1. Percepción del sufrimiento psíquico
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Parece obvio que aquél que demanda ayuda psicoanalítica está sufriendo desde el punto de vista psicológico. ¿Por qué sino iría al psicoanalista? Y sin embargo esta condición no siem re s~ump . Consideremos algunos ejemplos que se presentan con frecuencia. Hay gente que pidta1.yJJdapara contentara 110 tercero. Por ejemplo el cónyuge o el/la amante puede declarar que él o ella no quiere continuar la relación a menos que el otro "haga algo" para resolver sus problemas. O quizás el médico de la familia aconseje un psicoanálisis, como es frecuente en el caso de algunos sujetos que sufren enfermedades comúnmente consideradas de origen psicosomático. No obstante, numerosos pacientes que presentan trastornos psicosomáticos son
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porque así lo exigen los tribunales o un instituto de formación 0 por ' d' . f , que su m_e 1co, su je e o su cónyuge se lo ha aconsejado. Com rometer a alguien e~ unaave~tura ~erapéutica orestas únicas razones uivale a SQ.!!.Y.e~~Irse ~12.. comphce de un sistema de defensa ru;dado en la ren~gac10~ ue ~e.resultar impo · erar. Cuando un potencial paciente pide ay~da ante todo porque hace sufrir a un tercero, 0 porque los _
totalme ·entes de cualquier tipo de @lor me 1, y suelen negar todo vínculo potencial entre el sufrimiento físico y el desamparo psicológico. Llevar a este individuo al psicoanálisis puede resultar no solamente inútil, sino también peligroso. Cuando un paciente persiste con firmeza en hablar únicamente de su sufrimiento físico, y no muestra consciencia alguna de sufrimiento psicológico, es posible que se haya equi vacado de puerta. Otro ejemplo es el de los andidJili>s a una formación psico-· analítica, de quienes se requiere emprender previamente un análisis personal:Se concibe fácilmente que el análisis personal sea una ex periencia esencial para quien se destina a practicar el psicoanálisis o una terapia de inspiración psicoanalítica. Pero, en mi opinión, esta exigencia pedagógica no constituye por sí sola razón suficiente para emprenderunanálisis. Sin duda, es comprensible que el futuro psicoanalista añada al deseo de conocer sus problemas psicológicos personales la esperanza de lograr, gracias a esta experiencia psicoanalítica, no solamente comprender y ayudar mejor a los demás, sino también protegerles impidiéndoles contaminarse con sus propios problemas y sus propias fragilidades. Lo mismo sucede con l!Q.Ué s gue envían los tribunales o los centros de desintoxicación (alcohólicos u otros) para emprender un tratamiento psicoanalítico. En ninguno de estos casos se trata de una búsqueda auténticamente psidoanalítica. Es esencial, en suma, que todo candidato al análisis, sea cual fuere el motivo que le incite a emprenderlo, desee un análisis por sí mismo. Los sujetos que no tienen ningún reconocimiento de sufrimiento psicológico no son verdaderamente candidatos al análisis, aunque los demás les demuestren con insistencia que necesitan una ayuda terapéutica. ¡No todos aquéllos que "necesitan" un análisis son necesariamente analizables! · gÚJl individuo e n cuales fueren sus . síntomas, está en cond\Eiones de obtener beneficios del psicoanálisis o de la sicot~pia, si o acepta plepamente ue es de su propio deseo_ del ue se trat , cuando emprende esta aventura tan difícil como fascinante. De esta forma, lo que exigimos en prioridad a los futuros analizados es reconocer que están angustiados o deprimidos, decepcionados o perplejos, que presentan síntomas cuyo significado no pueden descubrir; o que han hallado en sí mismos una tendencia a la repetición sin fin de las mismas experiencias desgraciadas. Personalmente, no aceptaría en psicoterapia o en cura psiCoanalítica a aquellos sujetos que demandan un análisis únicamente
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2. La búsqueda del conocimiento de sí mismo .
, El hecho ~e que; en el primer encuentro con el analizado potencial, este no me~d1g~e pildoras, o no se encuentre allí por instigación de un tercero, no 1mph_ca necesariamente que crea que su sufrimiento emana de factores lo~ahzados dentro de sí mismo y que él desconoce. Muchos d_e los_ ~ue p1~~n una terapia tj.enden ulpar a a sociedad, a su s1tuac10n fam1har, su raza, su religión, su herencia 0 su sexo, Y. a hacer~es _espons~bles d~ ~us problemas. Ni que decir tiene que Ja expenencia del ps1coanáhs1s no modificará estos datos fundamentales. Aunq_ue ~~da uno de estos factores uede ha er-contribuicw a la constituc10n de sus problemas, si el individuo en cuestión no desea saber IZ._º.r qué continúa vi viendo estos factores inalterables de un modo ~raur:i~tico, que resta toda _c~eatividad .ª su vida, es que s_e niega * 1m hc~tamente 1 responsab1hdad de la d!íección de su propia yjda un buen ejemplo de ello es el sufrimiento de la Sra. O. en el capítulo VI). ~l deseo ?e acced~r a u~a mayor lucidez para descubrir el significado inconsciente de s1tuac10nes difíciles de vivir o de síntomas incomprensibles implica aceptar el hecho de que a fin de cuentas las causas de estos sí_nto_mas psicológicos residen en el fondo de uno mismo. Este ~onc~~to md1ca que el futuro analizado, el analizado venidero, acepta 1mphc1tamente el concepto de un"yo" inconsciente.
3.¡§s tolerable la situación psicoanalítica? Entre los numerosos individuos que, a causa de su sufrimiento buscan ayuda en el psicoanálisis, algunos son incapaces de utilizar l~
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de los pretendidos "buenos neuróticos" pueden resultar desesperadamente inanalizables, mientras que más de un paciente narcisista frágil, borderline o polisomatizador, es capaz de lanzarse a una experiencia psicoanalítica excitante, creativa y gratificante. os c es más "difícile "_¡1.quéllos..qJJ._e.no pue ....,........,...,...,~....... v.arte de res · onsabilidad en la creación de ~qs síntomas _g_,que no pueden recibir ayuda a causa de su fragilidad narcisistª, pueden suscitar dolorosos sentimientos contratransferenciales, en la medida en que parecen contrainvestir el trabajo analítico o no hacer progresos a primera vista. Su estado puede incluso empeorar aparentemente: son más desgraciados, más coléricos, están más desesperados que antes de comenzar su viaje analítico. Por razones que ellos mismos ignoran, les aterroriza el riesgo de un cambio psíquico gu hargo, buscan__y. desean. Puesto que los síntomas psicológicos de este tipo son técnicas de supervivencia psíquica es comprensible que el sujeto mismo lleve a cabo una encarnizada lucha por no abandonar su tabla de salvación, si no tiene confianza en su capacidad para soportar el cambio en el terreno psíquico, o si está convencido e que todo cambio será para peor.
situación psicoanalítica. Esta situación (o ~ncuadre) donde se i a analizado "decirlo todo", y al mismo ti.emp "ne hacer.nad "es para algunos muy difícil de soportar. Cuando parece improbable que un paciente ued ortartanto rigor y obtener así beneficio de esta experiencia, corresponde al analistaEecidir qué forma de tratamie~ es la más apropiada: psicoterapia, terapia de grupo, psicodrama o tratamiento psiquiátrico. Incluso cuando juzgamos que un paciente (narcisista, infantil, impulsivo, perverso, gravemente dependiente de la droga, apartado de lo real, etc.) es sin embargo capaz de soportar los aspectos dolorosos de la relación analítica, debemos también preguntamos si nosotros queremos embarcamos en la aventura psicoanalítica con él. ¿Estamos dispuestos a aguantar la tensión que tal relación parece deber crear en los dos participantes, y afrontar el potencial fracaso que resulta a menudo de tan complejos problemas? No se puede negar que a veces el viaje es desagradable, cuando se desea· ayudar a ciertos pacientes a acceder a una forma de ser más creativa.
4. ¿Se puede depender de otro sin miedo? El último factor a tener en cuenta es el de saber si el paciente está dispuesto a recibir ayuda. La mayoría de los candidatos al análisis consideran que el analista es en cierto modo omnisciente, que ya sabe todo lo que el paciente no sabe de sí mismo. Otros, por el contrario, muestran una cierta ªrrogam:i5 (normalmente debida al miedo) que permite pensar que los conocimientos que no han realizado de sí mismos pudieran, más que ayudarles, heri en el- lano nar.cisista, o incluso todo ca iio p qui e d temei y pueden entonces reaccionar de forma negativa frente a la terapia. Esta vulnerabil~ · ~arcisist~ terror pueden originar una ex er ·encia analítica inter-
¿UN PRONÓSTICO PARA LASENFERMEDADESPSICOSOMÁTICAS?
~~ie.
De hecho~oda etición de ser liberado de síntomas sicológ_icos es s 'ntomas re resentanintento infantiles de autocurªQi..ón y se crearon como soluciones para un dolor mental intolerable. Consecuentemente, existe una potente fuerza interna ue.teme rición de los sínt esar derimientos que ésto c_cau.srui.. Esto tendrá como efecto una sólida resistencia a proceso analítico. De esta forma, si nos basamos únicamente en los síntomas, tenemos pocas certezas en cuanto al resultado del viaje analítico. Muchos
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~una paradoja, en la medida en que
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Las afecciones psicosomáticas graves, así como las fragilidades psicosomáticas que virtualmente afectan a cualquiera, se consideran con frecuencia un terreno dudoso para la investigación psicoanalítica. Se corre el riesgo, cuando éstas se hacen patentes a lo largo de un análisis, de que el analista las desdeñe como material potencial de interpretación. Durante mis primeros años de práctica psicoanalítica, prestaba poca atención a las incursiones del cuerpo en el proceso, pero más tarde me llamó la atención el velo de silencio que cubre el desamparo psicosomático hasta que resulta ya imposible negarlo. Aquel "silencio" se me hizo comprensible cuando empecé a percatarme de que los orígenes de tales fenómenos tienen sus raíces muy amenudo en la primera infancia. Basándome en aquella época en mis observaciones, empecé a pensar que, a causa de la rotunda escisión entre la psique y el soma, mis pacientes somatizadores~o percibían sus emociones en situaciones m-
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iustiosa!: las ideas asociadas a todo afecto conflictiYQ im.r.ortante no se reprimían, como en las neurosis, sino que se borraban inme.:_ diatamente el cam o de conocí · (el mecanismo que Freud llamó en 1918 ,VÚ weffun -repqdio- en relación con los estados psicóticos). El estudio de los trabajos especializados sobre las manifestaciones psicosomáticas de la primera infancia me hizo comprender que en ocasiones mis pacientes adultos funcionaban psíquicamente como niños pequeños que, al no poder utilizar las palabras como vehículo del pensamiento, no podían reaceionar más que psicosomáticamente a una emoción dolorosa. Aunque las madres piensen con ayuda de un código de lenguaje (y la mayoría de las madres hablan constantemente a su bebé), las estructuras psíquicas más antiguas del niño pequeño se articulan alrededor de significantes no verbales, donde las funciones corporales y las zonas erógenas desempeñan un papel primordial. No nos extraña que un bebé brutalmente separado de la madre durante un período prolongado, o sometido a un shock, .reaccione con un hiperfuncionamiento gástrico o con una colitis. Cuando un adulto, en circunstancias psíquicas similares, cae también somáticamente enfermo, es tentador concluir que nos encontramos frente a un modo arcaico de funcionamiento mental que no se sirve del lenguaje. Llegué a comprender, además, que en la medida en que el niño vive intensas experiencias somáticas en los primeros meses de su vida, es decir mucho antes de tener una representación clara de su imagen corporal, no puede experimentar su cuerpo o el de su madre más que como unidad indivisible. Aunque el bebé busque intercambios con la madre y desarrolle precozmente sus propias formas de relación con el entorno (como lo demuestran los trabajos de Stem, 1985), no realiza una distinción bien definida entre él y el objeto. Cuando un adulto representa inconscientemente sus límites corporales como mal definidos o no separados de los demás, las experiencias afectivas con otra persona importante para él (o a veces con cualquiera que consiga movilizar por casualidad la memoria del cuerpo de u_n trauma psíquico antiguo) pueden provocar una explosión psicosomática, como si, en tales circunstancias, no existiera más que un cuerpo parados. Los ejemplos clínicos proporcionados a lo largo de este libro clarifican esta noción, al igual que el trabajo con mis pacientes clarificó mi propio viaje psicoanalítico hasta llegar a una comprensión más profunda de los misterios cuerpo-psique.
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Antes de concluir esta introducción a los múltiples teatros del cuerpo que se revelan en la escena psicoanalítica, consideremos una última perspectiva contratransferencial. Las manifestaciones de los fenómenos psicosomáticos nos toman la mayoría de las veces por sorpresa, en la medida en que nuestros pacientes omiten a menudo mencionarlas . Cuando éstas forman parte de las asociaciones analíticas del paciente, tienden a revelar la ausencia total o parcial de vínculos verbales con las fantasías subyacentes, como se encuentran en los síntomas neuróticos o en la parte neurótica de la estructura psíquica de cualquier paciente. Además, pueden transcurrir años antes de que se creen estos vínculos verbales. Ésta es la razón por la que ciertos analistas tienen tendencia a recibir con desagrado las quejas somáticas. El hecho de que el significado de la aparición de los fenómenos psicosomáticos escape a menudo al analista se considera a veces como una afrenta narcisista, y puede llevar a ciertos analistas a pensar que los problemas psicosomáticos deberían tratarse en otra parte, y que nuestros esfuerzos deberían limitarse a lo que es psicológico y puede ser verbalizado. A estas actitudes contratransferenciales se añade la impresión creada por las publicaciones consagradas a la búsqueda psicosomática, que subrayan la ausencia de afecto, la falta de capacidad imaginativa y la dificultad de la comunicación verbal. Es sabido que, desde su n~cir~iento, el psicoanálisis, siguiendo las huellas de Freud, ha privilegiado el papel del lenguaje en la estructuración de la psique y en la cura psicoanalítica. Pero existen otras vías de comunicación además del lenguaje. Al tratar de percibir ciertos pensamientos, ciertas fantasías o situaciones conflictivas capaces de crear sentimientos fuertes (de dolor o de sobreexcitación) un paciente puede, por ejemplo, desencadenar una explosión somática en lugar de dar a luz un pensamiento, una fantasía o un sueño (un elocuente ejemplo es la explosión psicosomática de Christophe en el capítulo III, y luego su transformación en sueños y en fantasías susceptibles de verbalizarse). Por estas diversas razones, y por miedo a asistir a un recrudecimiento de la enfermedad en los pacientes propensos a so matizaciones graves, es comprensible que ciertos analistas no acojan con entusiasmo a estos sujetos. Sin embargo, si se han tomado las precauciones precedentemente expuestas, no hay razón alguna para que un paciente conocido por su vulnerabilidad en el plano psicosomático y un terapeuta benevo-
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lente y atento al psicosoma no puedan emprender juntos el viaje psicoanalítico, aun cuando este viaje nunca carezca de riesgos. Incluso cuando el psicosoma amenaza con explotar o con escabullirse del trabajo analítico, la gratificación psicológica que, tanto para el analista como para el analizado, reside en la otorgación de sentido, puede impulsar cambios considerables, como espero demostrar en esta obra.
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MATER
Tenía cinco años cuando descubó que el cuerpo tiene su propio lenguaje. Desde mi más tierna infancia solíamos ir dos veces al año a pasar las vacaciones a casa de los abuelos paternos, los Carrington, que tenían una granja en la Isla del Sur de Nueva Zelanda, a varios cientos de kilómetros de Dunedin, donde vivíamos nosotros. Criaban vacas, ovejas, cerdos, y también gallinas y caballos, pero estaban particularmente orgullosos de sus vacas de raza "Jersey", que todos los años obtenían algún premio en la feria agrícola de la región. Mi abuela, una mujer menuda, pionera, era el vivo retrato de la Reina Victoria. Tanto sus cinco hijos y su única hija como su esposo la llamaban siempre "Mater". Reinaba sobre "Pater", el pintor soñador que era su marido, sobre eJ tío Cedric, el benjamín de la casa, y sobre los numerosos mozos de la granja, como un coronel del ejército. Yo odiaba a Mater. No me permitía mirar mis libros de estampas. Cuando intentaba pintar y dibujar como Pater, me tomaba el pelo. Me ordenaba salir fuera, para lo que ella llamaba "llenarme los pulmones de un buen chorro de aire fresco", porque yo tenía "el aire paliducho de una niña de ciudad". Mis sentimientos hostiles hacia ella se fortalecían sin duda por el hecho de que mi madre, en su propio santuario que era nuestra casa de Dunedin, se burlaba de 23
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Mater evocando airadamente el aprecio que en secreto le profesaban mi padre, su hermana y sus cinco hermanos . Pero yo sabía también que mi madre temía a esa pequeña emperatriz y que, para compensar el hecho de ser la "extranjera" traída desde Inglaterra por mi padre, se esforzaba lo indecible en aparentar la imagen de una perfecta nuera. Mi madre hubiera deseado que yo, hija de un padre neocelandés de tercera generación, estuviese también a la altura de las circunstancias, que pareciese una niña modelo . Pero desgraciadamente, todas las vacaciones, se me presentaba al cabo de cuarenta y ocho horas una terrible urticaria, fenómeno éste que no se producía en ningún otro lugar y que duraba el mismo tiempo que nuestra estancia en la granja. Después de dos o tres años, la familia Carrington decidió de común acuerdo que mi urticaria era debida a la leche excesivamente cremosa de las vacas de Jersey, que tanto me gustaba. Esta teoría familiar no se tambaleaba en modo alguno por el hecho de que la misma ieche, en otro lugar, no me provocara esas vergonzosas "pupitas" en la cara. Exasperada por tener que exhibir una vez más a esa hija imperfecta ante la mirada reprobadora de Mater, mi madre me dijo , la noche anterior a nuestro viaje por Navidad: "Escúchame bien, estamos todos hartos de tus pu pitas. Así que no vas a beber ni una sola gota de leche de la granja". Mi respuesta fue inmediata: "¡No es la leche lo que me da granos, es Mater!" Esta réplica, producto de la inocente sabiduría de mis cinco años, entró de inmediato a formar parte de la leyenda familiar. Curiosamente, los acontecimientos posteriores confirmarían mi teoría infantil según la cual era mi abuela quien me daba alergia. La urticaria siguió apareciendo, bebiera o no la leche de Jersey. Más tarde, cuando tuve más o menos ocho años, mi tío Cedric, que hasta entonces había ocultado celosamente que le hacía la corte a una muchacha de la región, la presentó, sin avisar, en los siguientes términos: "¡Ésta es Edith! Nos casamos a fin de mes ." A partir de entonces, se declaró entre Mater y su nueva hija política una guerra fría cuyo resultado fue el traslado de mis abuelos a la ciudad de N apier (¡para mí en el otro extremo del mundo!) en la Isla del Norte de Nueva Zelanda. Allí les acogió el tío Earnest, último hijo soltero a quien Mater podía imponer su voluntad. Por nuestra parte, seguimos pasando las vacaciones en la granja pero, sin Mater y sin Pater, ya nada fue como antes; ¡incluido el hecho de que no volví
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a tener urticaria! Ya podía beber la leche cremosa de las vacas del tío Cedric hasta hartarme. Han pasado varias décadas desde entonces, y nunca más he vuelto a padecer alergias de ningún tipo. A esto hay que añadir que a raíz de su partida de la granja fue Mater quien entró en la escena psicosomática. Si hoy en día tuviese que encontrar una explicación a la enfermedad que se abatió sobre ella, diría que fue debida a la ira, al despecho y al sentimiento de traición que le provocó el anuncio de la boda relámpago del tío Cedric . Una vez en Napier, y por el resto de su larga vida, Mater padeció una angina de pecho .. . como si su hijo pequeño le hubiese clavado un puñal en el corazón. Durante los treinta años siguientes toda la familia estuvo preocupada, temiendo su muerte día tras día. Recuerdo haber pensado que Dios la estaba castigando por su carácter despótico. Aunque también debí sentirme culpable por lo que le sucedía, porque rezaba a Dios constantemente para que la mantuviera con vida. A pesar de que aparentemente mi plegaria fue escuchada, a los quince años declaré sin rodeos y para consternación de toda la familia que me había vuelto atea y que en lo sucesiv~ velarí~ por la educación de mi hermana pequeña para converllrla a mis nuevas convicciones. Creo ahora que transferí sobre Dios los sentimientos ambivalentes que había antes depositado en Mater. Hoy en día, me parece evidente que Mater con su angina pectoris y yo con mi urticaria no teníamos otra elección que la de hacer "hablar" a nuestro cuerpo, en lugar de sentir nuestros dolores respe~tivos, y de elaborar psíquicamente sentimientos de despecho, de miedo, de angustia o de cólera. Evidentemente la ciencia no esperó a las fantasías de una niña sobre el origen de la urticaria y de las patologías cardíacas para dar cuenta de los enigmáticos fenómenos somáticos . Muchos años después iba yo a saber que la investigación sobre el "lenguaje" somático tiene una larga historia. Ya a principios de siglo, William Osler (1910) en un tratado dedicado al estudio de la angina de pecho, dibujó un retrato, hoy ya clásico, del enfermo coronario. Osler observaba que estos pacientes no eran, como se tenía tendencia a pensar, ni emocionalmente frágiles ni abiertamente neuróticos sino que, muy al contrario, se preocupaban tan poco por sí mismos como por los demás (¡la sombra de Mater invade mi ánimo al leer estas líneas!).
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UNA ODISEA TEÓRICA Esta pequeña anécdota psicosomática de mi infancia no debe dar a entender que fuera yo más sensible que otros, al principio de mi carrera de psicoanalista, a las manifestaciones somáticas cuando éstas aparecen en la escena analítica, ni que me preocupara especialmente la relación cuerpo-psique. Había aceptado por aquel entonces la postura implícita de Freud quien, aun sabiendo que existen a menudo causas psíquicas ocultas para la enfermedad orgánica, decidió sin embargo mantener ésta última fuera del campo de la investigación y del tratamiento psicoanalítico. Tanto esta separación como la concentración sobre el sistema representativo del lenguaje pueden sorprendernos. En efecto, Freud fundó toda su teoría del aparato psíquico sobre unas bases biológicas; insistió siempre en el hecho de que el ser humano funciona como una unidad cuerpo-mente. Y lo que es más, aseguró que todo proceso psíquico se construye a partir del modelo de un proceso biológico. Pero a pesar de esta fascinación por la interconexión entre psique y soma, Freud opinaba que el ámbito de acción del psicoanálisis abarcaba únicamente los síntomas y las funciones psicológicas. En los años cincuenta, época en la que comenzó mi formación analítica, y hasta 1962, año de la publicación de L 'Investigation psychosomatique (David, Fain, Marty, De M' U zan) escuché, como la mayoría de mis colegas, el relato de las enfermedades psíquicas de mis pacientes como hubiera podido escuchar cualquier otra asociación, es decir, como parte integrante de una cadena inconsciente de pensamientos, y como soporte de otras preocupaciones preconscientes e inconscientes: fantasías de castración, intentos de seducción hacia el analista, etc. (hoy podría decir que confundía los mensajes originados por la imagen del cuerpo con los procedentes de la percepción del soma). Si bien me preguntaba el por qué de su aparición en el discurso asociativo, prestaba sin embargo poca atención a la comunicación virtual, de orden no-verbal, cuyo signo externo puede ser la enfermedad somática. No pensé (como tampoco lo hubiera hecho de haberme hablado un analizado, por ejemplo, de una serie de accidentes de coche): "¿Por qué su~e~e esto en este preciso momento? ¿Qué significa? ¿Cuál es el mensaJe cifrado que se me está enviando?" Me interesé por primera vez por
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este mecanismo durante el análisis de un paciente aquejado de úlceras gástricas y que, invariablemente, sufría una crisis la semana anterior a mis vacaciones. Me sorprendí entonces a mí misma pensando, como una madre cuando su hijo se resfría: "Ya me ha vuelto a coger una úlcera". Pero mi interés científico hacia la economía psíquica que subtendía el"sí mismo somático" se nutrió sobre todo de un campo de observación clínica mucho más amplio, que abarcaba todo lo que tiende a escapar al proceso psicoanalítico. Me refiero a esos dolorosos sentimientos que jamás aparecen en el discurso asociativo de la sesión, que en lugar de ello se descargan en un acto fuera del análisis -y los cuales, evidentemente, nunca llegaba yo a conocer. De no haber puesto toda mi atención hubieran escapado sencillamente tanto a mi comprensión como, naturalmente, a la de mis analizados. A decir verdad, comprendí que no se descarga en la acción más que cuando la sobrecarga afectiva y el dolor mental sobrepasan la capacidad de absorción de las defensas habituales. En vez de contener nuestras emociones y reflexionar sobre ellas para encontrarles una respuesta adecuada, tenemos todos tendencia a hacer algo en su lugar: comer demasiado, beber demasiado, fumar demasiado, pelearnos con la pareja, destrozar el' coche .. . o coger una gripe. Estas diferentes "expresiones-actuadas" cuya meta es dispersar el afecto lo más rápidamente posible, son a menudo el origen de interminables curas analíticas. Al reflexionar sobre ello, los "actos" más incomprensibles me parecieron los fenómenos psicosomáticos . Me planteé entonces la cuestión, por lo demás compleja, de la distinción entre expresiones psicosomáticas y expresiones histéricas . ("Estados psícoscimáticos, neurosis de angustia e histeria", McDougall, 1982). ¡Como si no fuera ya bastante difícil manejar el concepto de histeria por sí solo, cada vez que el cuerpo y sus funciones entraban en los discursos de mis pacientes! Sentí entonces la necesidad de "nombrar" los síntomas para percibir mejor su significado inconsciente potencial, con el objeto de distinguir entre la imagen corporal y el funcionamiento somático, ya que la primera tenía relación con la imaginación, y el segundo con la realidad del cuerpo. Mi primer intento de desentrañar estas cuestiones dio lugar a un artículo titulado "Le psychosoma et la psychanalyse" ( 197 4 ). Más adelante volveré sobre este tema.
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LA CONVERSIÓN HISTÉRICA Y SUS CONFUSIONES En aquella época retomé los Estudios sobre la histeria porque sentía la necesidad de un nuevo enfoque teórico sobre las manifestaciones clínicas de las perturbaciones corporales. En mis pacientes, como en tantos otros, destacaban síntomas dignos de Frau Emmy von N. y de Frau Cacilie M. No siempre podían éstos atribuirse a un cuerpo imaginario, portador de un significado puramente simbólico, aunque sí ofrecían una dimensión histérica evidente. Como es sabido, el síntoma histérico clásico se manifiesta por una disfunción corporal cuando una de las partes del cuerpo, un órgano sensorial por ejemplo, se convierte en el soporte de un significado simbólico inconsciente. Dicha parte puede convertirse en el equivalente inconsciente del órgano sexual, y dejar de funcionar normalmente cuando una inhibición masiva afecta a la sexualidad adulta. Pero el tema se complicaba al entrar en juego perturbaciones físicas como el estreñimiento, la dispepsia, el insomnio, la esterilidad psicógena, la impotencia sexual o la frigidez . Entonces asistía a tJna especie de "salto" de la mente en el cuerpo que resultaba ser de naturaleza muy diferente a la "histeria de defensa". Al principio, Freud (1894-1895) recurrió al concepto de "histeria de retención" para describir lo que diferencia tales perturbaciones de las conversiones simbólicas "puras". Más adelante asimiló sin embargo la histeria de retención a las demás histerias, apoyándose en mecanismos fundamentales que le parecieron comunes a ambas. Por mi parte, llegué a la conclusión de que los síntomas de "retención"' mediante los cuales la psique utiliza al cuerpo para traducir las inhibiciones de las pulsiones del Ello (todas ellas relacionadas con las funciones somáticas) eran por su estructura decididamente más "psicosomáticos" que las somatizaciones por conversión, y no tenían el mismo sentido que éstas (McDougall, 1974). En relación a estas dos formas de manifestación histérica, me planteé la siguiente pregunta: "¿Es acaso posible que la pausa implícita en la inhibición (tanto psíquica como física) señale una diferencia importante relacionada con el principio de realidad y la mentalización del conflicto?" En un primer momento, me pregunté si esta misma distinción podía aplicarse igualmente a las diferentes formas de fenómenos
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reconocidos como psicosomáticos. Las expresiones como_la úlcera gástrica y la rectocolitis hemorrágica mamfte~ta~ el hiperfuncionamiento y la descarga directa fruto de acontec1m1~ntos cargados de afecto pero no elaborados psíquicamente, mientras que manifestaciones como el asma o la tetania se sitúan en el polo opuesto de la retención. No obstante, y en el marco de mi propia experiencia clínica obse_r:é ~ue los analizados poco afectados por lo que se llama l~ alex1tlmta y el pensamiento operatorio perdieron sus síntomas relativ_amen~e pront_o en el transcurso de un largo análisis (trastornos respiratonos de tipo asmático, úlceras gástricas ciertos casos de rectocolitis ~emorrágica). Estaban dotados, se~ún creo, de una fuerte capacidad de "metaforización" de su conflicto, ya fuere del lado de la "descarga" o de la "retención". Es preciso considerar sin ~mbarg~ muchos otros factores, como por ejemplo el significado inconsciente de la manifestación somática en términos de econom,ía libidin~l- ~rcaica (un b~en ejemplo lo constituye la muy tardta desapanc10n de las alergias de Georgette, citada en el último capítulo de este libro: sus síntomas representaban un vínculo extre'To1ªd~~ente primitivo con la madre, revestido tardíamente de un s1~mficado edípico donde la atracción prohibida hacia el padre era evidente). Las so matizaciones antes mencionadas, cuyo significado simbólico puro puede ponerse en duda (impotencia sexual, insomnio, etc.) resultan ser a menudo el signo externo de los deseos libidinales prohi?idos, ~l ~iempo qu~ ~irven de defensa contra las pulsiones agresivas y sadicas preedipicas, e incluso contra fantasías arcaicas basadas m~s e~ el miedo a perder una identidad subjetiva que en una angustia ligada a las pulsiones y a la identidad sexual. No obstante, la psique utiliza el cuerpo continuamente. La tarea del anal!sta consis~e por tanto en distinguir las fantasías reprimidas de aquellas que aun d~ben ser construidas, puesto que no han llegado ª,entrar en el código del lenguaje, antes de poder decidir si un s_mtoma co~respo~de a una problemática caracterizada por angustias neuróticas o si responde a angustias psicóticas. !ornemos por ejemplo el caso corriente del paciente aquejado d~ impotenci~ s~xual siempre que desea hacer el amor, y cuyo discurso a~ociativ~ permite comprender que toda mujer deseada repr~senta mconscientemente a su madre. La mujer se convierte inmediatamente en un objeto de deseo prohibido y los hombres se som~t~cas
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perciben como castradores potenciales. Es fácil comprender que un guión interno como éste convierte en necesaria la creación del síntoma, y que el analizado, por decirlo de algún modo, se castra a sí mismo, preventivamente. Resulta también evidente que una construcción sintomática de este tipo puede equipararse a una solución histérica por conflictos neuróticos fálico-edípicos. Consideremos ahora otro analizado aquejado del mismo síntoma de impotencia, cuyas fantasías revelan un miedo inconsciente a perder el sentido de sus límites corporales. Si osara penetrar a una mujer sería a riesgo de desaparecer en ella, incluso de volverse idéntico a ella, perdiendo por tanto no únicamente su identidad sexual sino también su identidad como sujeto. Con tales fantasías, abandonamos el ámbito de la angustia neurótica para entrar de lleno en el terreno de los temores psicóticos. Bajo una óptica que ya expuse anteriormente ("Reflexiones sobre el afecto", McDougall, 1982a), estas perturbaciones pueden considerarse más "psicosomáticas" que "histéricas". En otras palabras, la psicosomatosis se aproxima mucho a la psicosis en lo referente a las angustias y a la aparición de éstas. Quizás pueda incluso hablarse, por analogía con las "neurosis actuales" de Freud, de psicosis "actual". A pesar de la notable diferencia entre el individuo que funciona con un pensamiento psicótico y aquél que "somatiza" sus angustias, encontramos en ambos la misma confusión inconsciente en cuanto a la representación del cuerpo como continente, los mismos temores en cuanto a sus límites y su impermeabilidad y, a partir de fantasías de fusión corporal, un terror idéntico tanto a perder el derecho a la identidad separada como a tener pensamientos y emociones personales. La comparación entre estas dos organizaciones no se limita a la fuerza dinámica de las fantasías primitivas, sino que además, en algunos casos, revela una similitud en lo referente a los medios económicos movilizados para defenderse de estos terrores arcaicos (McDougall, op. cit.). A pesar de todo, es preciso señalar que estos miedos primitivos dejan huellas psíquicas en todo individuo, que están relacionadas con los deseos y los temores de todo infans (volveremos sobre el tema en el capítulo siguiente). Estas fantasías, asociadas a las angustias infraverbales propias de la relación madre-lactante, pueden considerarse el prototipo de lo que devienen las angustias de castración originadas en la crisis edípica. Como es sabido, estas últimas se asocian a las representaciones verbales y corresponden
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a una imagen corporal de límites consolidados e impermeables. En el mejor de los casos, la nostalgia de la fusión primordial así como el temor a la supervivencia psíquica que esta fantasía provoca se resuelven en gran medida en la fase fálico-edípica, porque se inviste al padre del papel hegemónico de protector contra este deseo primitivo. Por consiguiente, los temores primarios se resorben y transfieren su fuerza a las angustias más elaboradas del complejo de Edipo. Cuando la angustia psicótica domina el. cuadro clínico ' no nos encontramos ya frente a una problemática histérica en el sentido clásico del término, aunque los analizados que aquí nos interesan (aquejados de síntomas a medio camino entre la neurosis y la somatización) no sean en modo alguno psicóticos. Quizás debamos preguntarnos si muchas organizaciones neuróticas, histéricas y obsesivas no están construidas, en el fondo, a partir de un núcleo psicótico. De la misma manera, tampoco podrían compararse estas expresiones somáticas intermediarias entre la neurosis, la psicosis y la psicosomatosis, a las enfermedades psicosomáticas que se han descrito bajo el término de "Chicago Seven'; (el asma bronquial, la úlcera gástrica, la artritis reumatoide, la rectocolitis hemorrágica, las neurodermatosis, la tirotoxicosis, la hipertensión esencial), que fueron estudiadas en principio por Franz Alexander ( 1950), y luego por Alexander, French y Pollock (1968) en Chicago. Estas manifestaciones se consideraban carentes de significado simbólico. Las ~nvestigaciones de Alexander le llevaron sobre todo a conceptuahzar organizaciones específicas de la personalidad correspondientes a una u otra expresión psicosomática. Actualmente estas concepciones se ponen en duda, lo que no ha impedido definir, en investigaciones más recientes sobre las enfermedades cardíacas un tipo de personalidad llamado "tipo A" (Friedman, ·1959; Rosen~ man, 1975) .
LA PSIQUE Y LA ENFERMEDAD PSICOSOMÁ TICA En las afecciones psicosomáticas, el daño físico es real, y su descripción durante un análisis no revela a primera vista un conflicto neurótico o psicótico. El "sentido" es de orden presimbólico e interfiere en la representación de palabra. Tratemos en este punto
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de llevar a cabo una comparación con la manera en que los psicóticos tratan el lenguaje. El pensamiento del psicótico puede concebirse como una "inflación delirante" del uso de la palabra, cuya meta es llenar espacios de vacío aterrador (Montgrain, 1987), mientras que los procesos de pensamiento de las somatizaciones intentan vaciar la palabra de su significado afectivo (McDougall, 1982a). En los estados psicosomáticos es el cuerpo quien se comporta de forma "delirante"; ya sea "superfuncionando", ya sea inhibiendo funciones somáticas normales, y esto de un modo insensato en el plano fisiológico. El cuerpo se vuelve loco. El hecho de que las organizaciones psicóticas y psicosomáticas sean al mismo tiempo similares y muy diferentes me inquietó durante años, sin que pudiera encontrar una solución teórica adecuada. A medida que indagaba en las expresiones somáticas de mis analizados, llegué a la conclusión de que, desde el punto de vista psicoanalítico, no debieran limitarse los fenómenos psicosomáticos a las enfermedades del soma, y que debieran incluir teóricamente, teniendo en cuenta la economía psíquica, todo lo referente al cuerpo real (a diferencia del cuerpo imaginario de la conversión histérica), incluidas sus funciones autónomas . Llegué así a considerar ligado a los fenómenos psicosomáticos todo atentado a la salud o a la integridad física donde intervinieran los factores psicológicos. Aquí incluí, por ejemplo, las predisposiciones a los C.é:t1c.Q i accidentes corporales y las brechas en el escudo inmunitario de un - " sujeto (McDougall, 1978)~--La...in~estigación industrial, por no mencionar más que ésta, demuestra que los seres humanos son más __ propensos a caer enfermos y a ser víctimas de accidentes cuando e:>tán ansiosos, deprimidos o cansados, que cuando la vida y el futuro les sonríen. La adicción, a mi entender, también está relacionada con esto. Efectivamente, puede ser considerada como un intento "psicosomático" de acabar con el dolor mental, recurriendo a sustancias exteriores que tranquilizan la mente, y provisionalmente suprimen el conflicto psíquico. El inconveniente de esta solución es que debe repetirse indefinidamente.
EL CUERPO COMO JUGUETE DE LA MENTE Aunque la angustia sea la fuente principal de todos nuestros síntomas, sigue abierta la cuestión de la "elección" del síntoma,
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como intento de autocuración. Ante el conflicto mismo, este individuo creará una neurosis, y aquel otro desarrollará una perversión sexual, un delirio o una enfermedad psicosomática. En la práctica, sólo con posterioridad se puede determinar por qué cierto sujeto resolvió su problema de identidad sexual forzándose a ser eyaculador precoz u obligándose a un ritual compulsivo de lavado de manos. Frente al mismo problema, otro sujeto conservará una actividad sexual asociándola a una conducta fetichista o sadomasoquista. Finalmente, un tercer individuo más afectado se sumirá en un delirio que someta su sexualidad a los extraterrestres o a la influencia de alguna máquina, cuando no "la emprenda" con su propio cuerpo (sin síntoma sexual manifiesto) en forma de úlcera péptica, de alergias cutáneas, de asma o de tetania. El análisis podrá reconstruir la historia de estos conflictos libidinales y narcisistas, pero no predecir las condiciones de su producción (la desaparición de los síntomas psicosomáticos en el caso de Isaac, relatada en Teatros de la mente (McDougall, 1982a) donde los conflictos no elaborados psíquicamente fueron puestos en palabras por primera vez, es demostrativa en este sentido). La cuestión de la causalidad se complica con la necesidad deJ distinguir entre las causas de la actualización del síntoma (como la excitación sexual) y su origen en las primeras transacciones entre madre y lactante, y el efecto de éstas sobre la organización y la estructuración precoz de la psique. En lo referente a las afecciones psicosomáticas, parece probable que ciertos modos de funcionamiento mental adquiridos en los primeros meses de vida puedan predisponer a eclosiones psicosomáticas antes que a soluciones neuróticas, psicóticas o perversas. A decir verdad, mi interés por la causalidad psíquica en su relación con las pulsiones libidinales precoces no me llevó inmediatamente a interrogarme sobre las produccionespsicosomáticas. Al contrario,_no llegué a éstas más que muy tardíamente. En un primer momento, fue en la perversión donde descubrí, más allá de los conflictos edípicos evidentes, sus orígenes más precoces (McDougall, 1964, 1978, 1982). Necesité algún tiempo para postular la existencia de una sexualidad aún más primitiva, dotada de aspectos sádicos y fusionales, que quizás fuera el origen de regresiones psicosomáticas que pueden considerarse defensas contra vivencias mortíferas. En este universo, donde se esfuma la indistinción entre uno mismo y el otro, no existe más que un cuerpo para dos. Aun a
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riesgo de provocar una confusión terminológica, vine a hablar de "histeria arcaica" para calificar estos síntomas psicosomáticos. Digamos, para diferenciarlos, que la histeria neurótica se construye a partir de vínculos verbales, mientras que ésta que describo bajo el término de histeria arcaica trata de preservar no ya el sexo o la sexualidad del sujeto, sino su cuerpo entero, su vida, y que se construye a partir de vínculos somatopsíquicos preverbales.
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echar un vistazo a los trabajos procedentes de los centros psicosomáticos. Éstos han enriquecido considerablemente la comprensión de las eclosiones psicosomáticas en la cura psicoanalítica. Algunos psicosomatólogos de orientación psicoanalítica han venido publicando desde hace veinte años los resultados de una investigación llevada a cabo a partir de centenares de entrevistas con pacientes de centros especializados. En un primer momento, sus investigaciones permitieron la creación de dos importantes conceptos, así como el esbozo de una "personalidad psicosomática". El primer concepto, el pensamiento operatorio 1 se refiere a una forma de relación con los demás y con uno mismo, y a un modo de pensamiento y de expresión. Este modo de pensamiento, de alguna manera "deslibidinizado" y pragmático en extremo, fue descrito por los psicoanalistas de la Sociedad Psicoanalítica de París (Marty, De M'Uzan y David, 1963; Marty y De M'Uzan, 1963). A estos trabajos vino a añadirse el importante concepto de neurosis de comportamiento (Marty, 1976, 1980). ·- Tuve la fortuna de oír las grabaciones de las entrevistas y de asistir a algunos seminarios organizados por estos colegas. Más tarde, estuve presente en las ponencias clínicas de Michel Fain (1971, 1974) y comencé a escuchar con otra actitud a mis analizados, a reconocer aquellos extraños discursos que habían llamado mi atención en el pasado y de los que había hablado bajo otro punto de vista ("El anti analizado en psicoanálisis", McDougall, 1982). Entonces me vino a la memoria una de mis primeras pacientes en análisis. En la entrevista preliminar que tuve con Dorothée, observé que se refería con mucha facilidad a su salud física cuando evocaba su infancia: "En mi infancia tu ve.asma, pero me desapareció cuando me fui de casa para casarme. Me vuelve siempre que voy a pasar las vacaciones con mi madre. Los síntomas empiezan en cuanto salgo de mi casa, y se van haciendo más violentos a medida que me acerco a la ciudad de mi madre." Le pedí entonces que me hablara de su madre. Dorothée me respondió en estos términos: "Bueno, pues es más bien grande, bastante fuerte, bastante guapa, siempre está ocupada en mil pequeñas tareas ... En fin, ya no es tan activa como antes ... Ahora tiene reuma, sabe usted .. ;" Aquellas palabras suscitaron en mí una extraña impresión y pensé: "Me .d escribe a su madre desde el exterior, como lo haría un extraño." Cuando más adelante intenté que hablara de sus sentimientos hacia su madre, desde su interior, se mostró confusa, como
EL PSICOSOMA EN LA ESCENA PSICOANALÍTICA Con los años fui prestando más atención al modo en que funcionaban algunos de mis analizados que, además de los problemas psicológicos, sufrían alergias cutáneas, afecciones cardíacas, respiratorias o ginecológicas, cuya aparición y desaparición parecían estrechamente ligadas a perturbaciones afectivas. Empecé entonces a leer las obras y los artículos de analistas-psicosomatólogos por ver si me ayudaban a comprender mejor a mis propios pacientes. La experiencia clínica me había enseñado que todos los analizados (¡y también los analistas!) somatizan un día u otro, y además las eclosiones somáticas coinciden la mayoría de las veces con acontecimientos que sobrepasan su capacidad de tolerancia habitual. Pero aquéllos que reaccionan a casi toda situación movilizante de emociones fuertes (ira, angustias de separación) con fenómenos psicosomáticos atraían especialmente mi atención. Por otro lado, es notable que estas enfermedades hayan estado siempre presentes, pero que sólo hablaran de ellas en raras ocasiones, por creerlas carentes de significado psicológico. Aún me sorprendió más darme cuenta de que aquellos pacientes, de alguna manera, preservaban inconscientemente esta capacidad para caer enfermos como si les permitiera una "salida", como si necesitaran, en períodos de crisis, palpar sus límites corporales y asegurarse así un mínimo de existencia separada de cualquier otro objeto significativo.
LA INVESTIGACIÓN PSICOSOMÁ TICA Antes de considerar un acercamiento específicamente psicoanalítico en relación con la teoría de causalidad psíquica, conviene
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si hubiera estado lejos de su propia realidad psíquica. "No comprendo exactamente lo que quiere usted decir", me respondió tras un momento de silencio. Fue con posterioridad cuando pude reconocer lo que mis colegas habían descrito bajo el término de pensamiento "operatorio". Era como si Dorothée no hubiera tenido acceso a las representaciones de palabra que pudieran expresar los sentimientos ambivalentes hacia su madre, que ella escondía; por el contrario, su cuerpo sí "reconocía" lo que Dorothée sentía hacia ella. ¿Puede hablarse en este caso, entonces, de representación de cosa inconsciente? Es una pregunta que aún me planteo. Algunos años más tarde, las publicaciones de la Escuela de París inspiraron la investigación de los psicosomatólogos de Boston que crearon el concepto de~ (Sifneos, 1973, 1974, 1975; Nemiah y Sifneos, 1970a, 1970b, 1978). Este término de origen griego (a= sin; lexis =palabra-; thymos =corazón o afecto) ·•. quiere designar el hecho de que .el sy~. i::_ªx:_ei;5:a.de palabras.pa.ta nombrar sus estados af~, o bien (si puede nombrarlos) el h~cho de qu~ no llegue a disting;¡¡~-~-;;os de Q![9;;·.-Ñc»se-ríá-ci¡laZ, por e]~mplo:· de distinguir la angustia de la depresión, el miedo de la irritación, la excitación del cansancio, la ira del hambre, etcétera. Las observaciones de los psicosomatólogos sobre el pensamiento operatorio y la alexitimia me parecieron sin duda acertadas. Pero había comprobado, al menos en mis propios pacientes, que estos fenómenos cumplían ante todo una función defensiva, remontándonos a una fase del de§..ª-.rr_ollo donde la distinción entre el sujeto y el objeto aún no es ~~e y pue_g~_ CJ~.~r.Jl,P~Stia. Esta regresión explicaba, en mi opinión, el hecho de que los mensajes enviados por el cuerpo a la psique, o viceversa, se inscribieran psíquicamente, como en la primera infancia, sin representaciones de palabra. El infans, antes de la palabra, es necesariamente "alexitímico" (McDougall, 1982, cap.VII). Esto me llevó a hablar de "afecto repudiado", arriesgándome una vez más, como en el caso de la histeria arcaica, a una confusión terminológica. Es evidente 0:~11e.. que para aquél que posee el don de la palabra, la forclusión o el repudio de la psique de una idea insoportable se realiza, como dice Freud, sobre la representación de palabra, es decir sobre pensamientos que no pueden recibir su quantum de afecto. Por ello intenté añadir a los destinos del afecto inaccesible al consciente que Freud describió, un cuarto destino donde el afecto estaría
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congelado y la representación verbal que lo connota pulverizada, como si nunca hubiera tenido acceso al sujeto. Como ya he dicho, a mi interés por los modos de pensamiento y de relación "desafectivizados" se añadía mi deseo de comprender lo que aparentemente escapaba al proceso psicoanalítico. Algunos de mis analizados se negaban a reconocer sus dolores psíquicos, ya fueran causados por afectos penosos o excitantes. Demostraban una capacidad poco común para expulsar de su discurso analítico algunas experiencias cargadas de afecto, que por consiguiente encontraban su expresión fuera del análisis, en cierto modo fuera de la psique. Estas experi~ncias que se descargaban en la acción, o sobre el entorno, no se hacían accesibles a la palabra más que mediante una preocupación contratransferencial. Esto hacía que fuera más difícil establecer la relación entre la experiencia afectiva repudiada y las manifestaciones somáticas. Por otra parte, estos analizados se quejaban a menudo de un sentimiento de vacío, de una ausen.c ia de contacto con los demás, o encontraban que su vida carecía de sentido. Se necesitaron largos años de análisis con ciertos pacientes para comprender que era en situaciones de estrés cuando se revelaban alexitímicos u operatorios. Aquello me llevó a pensar que estas reacciones eran otras tantas medidas draconianas para combatir dolores mentales no elaborados o angustias psicóticas. Al intentar conceptualizar estos fenómenos, me alejaba necesariamente de la postura de los psicosomatólogos que exponían conceptos de causalidad muy diferentes, en términos de desorganización progresiva o de falla neuroanatómica (de ahí el pesimismo que rodeaba el posible tratamiento psicoanalítico de los grandes somatizadores). Estos fenómenos, observables en los centros psicosomáticos especializados, no se aplicaban a aquellos de mis propios analizados aquejados de una grave regresión somática. Evidentemente, se trata de dos poblaciones diferentes: aquéllos que acuden a un psicoanalista lo hacen en función de su sufrimiento psíquico, mientras que aquéllos que acuden a un psicosomatólogo por prescripción médica pueden ser totalmente inconscientes de sus problemas psicológicos y de ahí no aptos a una intervención de tipo psicoterapéutico. Es probable incluso que las defensas masivas contra el reconocimiento del conflicto mental sean necesarias para su equilibrio psíquico. En mi opinión (compartida por la mayoría de mis colegas psicosomatólogos) todo intento de reconstruir estas
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defensas sin el consentimiento y la cooperación del paciente puede resultar peligroso, ya que puede aumentar sus problemas somáticos y psíquicos. Por eso es importante detectar, desde las primeras en los somaentrevistas ' la existencia de una dimens10n neurótica -~-·---- --~ ---· ------~· ·-·-- . tizadores graves.
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su madre. Otro fenómeno, ligado sin duda a las defensas primitivas contra la emotividad, es el recuerdo de una ;::;---4---------precocidad notable en la adquisición de la autonomía (caminar, utilización del lenguaje, hmpieza). Las investigaciones de Piera Aulagnier ( 1975, 1984) en el terreno de la psicosis y de su génesis específica lo tienen igualmente en cuenta. La relación primitiva entre la madre y el niño nos revela la misma "violencia de la interpretación" . Pero es posible que la "elección" entre la psicosis y la psicosomatosis se deba, en cierta medida, a la constelación familiar y al pa_pel ~Qlico ~ desemQ~ ~ ~!1.-~a..?~~?~~~=!_ón Psfqui"Ca.
EL CORAZÓN DEL PROBLEMA Esta reflexión me remite de nuevo a la patología cardíaca y a los conceptos de causalidad y de personalidad de "tipo A", propuestas por los investigadores americanos. Tim, a quien conoceremos en el capítulo VIII de este libro, sufrió un infarto de miocardio durante su análisis. Manifestaba una estructura psíquica que, a primera vista, se parecía curiosamente al retrato clínico pintado por los psicosomatólogos. Sin embargo, aquel acontecimiento trágico y traumático nos permitió, a Tim y a mí, realizar algunos descubrimie~tos cruciales. Su funcionamiento mental, aunque conforme en algunos aspectos a las hipótesis de los psicosomatólogos, revelaba no obstante factores dinámicos inconscientes que contribuían a este tipo de funcionamiento. Además de una economía psíquica caracterizada por un modo de funcionamiento operatorio y alexitímico, descubrimos una capa de traumatismos precoces que remitían a su primera infancia y a la relación primordial con su madre. Las investigaciones actuales (Brazelton, 1982; Stern, 1985; Debray, 1988) ponen de relieve la importancia de las pr~s interacciones madre-lactante, y eíhecho de que cada bebé envía constantemente señales a la madre ue indican sus preferencias y sus aversiones. Cuando a madre está libre de barreras internas, sabe "escuchar" las comunicaciones precoces del lactante. Pero puede suceder que una madre, presa de desamparo o angustia interior, no sea capaz de observar e interpretar las sonrisas, los gestos y las quejas de su hijo, y que por el contrario le coaccione, por la imposición de sus propios deseos y necesidades, creando en el lactante un sentimiento constante de frustración y de rabia impotente. Una experiencia de este tipo puede empujar al bebé a construir, con los medios a su disposición, modos radicales de protección contra las crisis afectivas y contra el agotamiento resultante. Es típico el retrato que hacen muchos de estos pacientes de
SOLUCIÓN NEURÓTICA, SOLUCIÓN PSICOSOMÁ TICA En cierta época me sorprendió la aparente "normalidad" de algunos de mis analizados somatizadores. Llegué a ver posteriormente una oposición entre manifestaciones neuróticas y síntomas somáticos, y consideré que estas manifestaciones revestían una función de protección contra las explosiones psicosomáticas. Las investigaciones pioneras de George Engel (quien expuso en 1962 que los fenómenos psicosomáticos pueden evitarse cuando una organización neurótica sirve como "escudo" contra la somatización) estimularon mi propia reflexión. Supuse entonces que se podía asistir en el adulto a "regresiones psicosomáticas" parecidas a las que se observan en los niños pequeños psicosomáticamente perturbados. El actuar adictivo es otro ejemplo de esto. A medida que empecé a observar detalladamente el discurso de mis analizados somatizadores y la relación transferencia! que establecían conmigo, me sorprendió otra dimensión. Había ya descrito un cierto tipo de pacientes que parecían no presentar dolor neurótico y que mostraban toda la apariencia de normalidad: una especie de pseudonormá-lidac:L"Les"ífaffié "ii6rmópatas"; observé al mismo tiempo-·que-mañífestaban todas lasCfaraéterísticas de lo qu~llamó el ''falso self". Me parecía que este falso self debía servir, como indica Winnicott, para proteger al "verdadero self" que de otro modo no hubiera quizás sobrevivido (McDougall, 1978). Pero necesité muchos años para poder conceptualizar mejor este modo de funcionamiento mental puesto que, por una parte, no todos los normópatas somatizaban y, por otra parte, aquéllos que sufrían enfermedades psicosomáticas habían podido
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en muy raras ocasiones establecer un vínculo de causalidad entre sus enfermedades y la aparición en su vida de acontecimientos perturbadores. Fue en aquel punto cuando las investigaciones de mis colegas psicosomatólogos me resultaron esclarecedoras. Pude entonces reconstruir paso a paso cómo estos analizados expulsaban fuera de la psique algunos traumas, y esto de un modo que difería notablemente del modo de funcionamiento neurótico. No existía en ellos ninguna huella de aquelhts señales de a_~gusti~ que permiten a la psique prepararse para hacer frente a la situación problemática. Es lo mismo que decir que aquellas fuentes potenciales de angustia no habían sido simbolizadas, como es el caso de las organizaciones neuróticas, puesto que no habían sufrido ni renegación (déni, désaveu) ni represión. Este modo de funcionamiento repe~utía ~? el discurso asociativó,- oaiiaole Ü -na 'tonalidad desafeciivizada o aTien-ánte, y"moviliziñte de reacciones contratransferenciales por mi parte. No encontré mejor metáfora que ésta: el discurso de mis pacientes me hacía pensar en una canción de la que sólo hubiera oído la música, y las palabras permanecieran inaudibles. Unas palabras por decirlo de algún mo
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LA MATRIZ DEL PSICOSOMA
LOS ORÍGENES DEL INDIVIDUO
¿Cómo adquiere el lactante el sentimiento de una identidad subjetiva?¿ Cómo se convierte cada uno de nosotros en una "persona" diferente a las demás personas, esto es, en un "individuo" (del latín individuum: "unidad indivisible")? Puede decirse que la vida psíquica . c ·,<"'~~d' f comienza con una experiencia de fusión que conduce a la fantasía " de que sólo existe un cuerpo y una psique para dos personas, y que éstas constituyen una unidad indivisible. El bebé, aunque es ya un ser separado, con aptitudes innatas cuyos potenciales aún no se han realizado, no es consciente de esto. Para el niño muy pequeño, él y su madre constituyen una única y misma persona. Mamá no es todavía un "objeto" distinto para el lactante pero, al mismo tiempo, ella es algo mucho más amplio que cualquier otro ser humano. Es ·1 un entorno total, una "madre-universo" y el bebé no es sino una pequeña parcela de esta unidad inmensa y apasionante. Profundamente enterrada en el fondo de cada uno de nosotros, existe la nostalgia de un regreso a esta fusión ilusoria, el deseo de convertirse de nuevo en una parte de aquella madre-universo omnipotente de la primera infancia, sin ninguna frustración, ninguna responsabilidad y ningún deseo. Pero, en un universo así, no existe
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identidad individual. Podría incluso decirse que la realización de este deseo equivale a la pérdida de la identidad personal, a la muerte (f\ ;,,,.,-hJº' psíquica. c .-~ enc ,\;.\ ':lo/ La fantasía del "cuerpo-único", primordial en todo ser humano, tiene, naturalmente, un prototipo biológico que nace en la vida intrauterina, cuando el cuerpo-madre debe atender verdaderamente a las necesidades vitales de dos seres. La prolongación imaginaria de esta experiencia no sólo va a desempeñar un papel fundamental en la vida psíquica del recién nacido, sino que también regirá su funcionamiento somatopsíquico. Todo lo que amenace con destruir . la ilusión de indistinción?·entre el prop10 cuerpo y e 1cuerpo materno impulsará al bebé a una búsqueda desesperada por recuperar el paraíso perdido intrauterino . Del mismo modo, el llanto del bebé y sus señales de desamparo incitan a la madre a responder intuitivamente a este requerimiento urgente, consolando al lactante y recreando la ilusión del Uno: para conseguirlo utiliza su calor, el ritmo,-la proximidad protectora de su cuerpo y la música de su voz. Con su capacidad para mantener esta ilusión, la madre otorga al bebé la posibilidad de integrar una imagen interna esencial del entorno materno, que le tranquiliza o simplemente le permite abandonarse apaciblemente al sueño . Pero existe también en el bebé una necesidad importante de separación. En función de sus propios conflictos inconscientes, l~ madre puede entorpecer el avance del niño hacia su diferenciación . Si contraría por ejemplo la necesidad del bebé de renunciar a su presencia física para entrar en el mundo del sueño, puede desencadenar uno de los trastornos psicosomáticos más graves de la primera infancia: el bebé que sufre insomnio y sólo consigue dormir entre los brazos de su madre. Cuando la relación madre-hijo es "suficientemente buena" ("goodenough" según la terminología de Winnicott), a partir de la matriz somatopsíquica original se desarrollará una diferenciación progresiva en la estructuración psíquica del niño pequeño entre su propio cuerpo y esta primera representación del mundo exterior que es el cuerpo materno, el "pecho-universo". Paralelamente, lo psíquico irá distinguiéndose poco a poco, en la mente del niño, de lo somático. Esta lenta "desomatización" de la psique se acompaña a partir de entonces de una doble búsqueda psíquica: fusionarse completamente con la "madre-universo" y al mismo tiempo diferenciarse com-
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pletamente de ella. Los bebés intentan por todos los medios de los que disponen, especialmente en períodos de sufrimiento físico o psicológico, recrear la ilusión de la unicidad corporal y mental con el pecho-universo mágico pero, en otros momentos, lucharán con igual energía para diferenciar su cuerpo y su sí mismo naciente del S¡...-.\,;o:,·,_:,. s~p<Ñ<>Li~- \.,J,;11 ..\
LOS ORÍGENES DEL UNIVERSO SIMBÓLICO
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Es en este punto del desarrollo del niño pequeño cuando éste comienza a inventar "security-blankets" (que en la mente del lactante encarnan la esencia misma de las funciones protectoras y tranquilizantes de la madre). Estos "objetos pretranlli;.ionales" (Gaddini, 1971, 1975, 1976) son frecuentemente una prenda de vestir de la madre, o un pequeño trozo de tela impregnado de su olor y asociado a la naturaleza táctil y al calor de su cuerpo. Más adelante, estos objetos fuertemente in vestidos que permiten al bebé dormir con la ilusión de la presencia materna se reemplazan, si todo se desarrolla con normalidad, por sustitutos maternos más sofisticados, corno osos de peluche o rituales especialmente encaminados al mismo fin (la ruptura de este proceso será ilustrada en varios o h_)é1of. l """"S·ua t\().lt. s capítulos). Éste es también el momento en que , el lenguaje comienza a sustituir los modos más primitivos de comunicación corporal y cuando el niño es capaz de concebir y pronunciar 1ª palabra "mamá", creando así la posibilidad de evocar su calor y la protección que ésta garantiza únicamente mediante esta palabra, sin
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tener obligatoriamente necesidad de su presencia reconfortante. Esta representación mental de la madre como persona que puede ser nombrada y evocada es esencial para la estructuración de la psique, y a fin de cuentas, permitirá al niño asegurar por sí mismo las funciones maternas introyectadas, siempre que la palabra "mamá" represente realmente un sentimiento reconfortante y tranquilizante '_de consuelo y seguridad. Vemos así que a medida que disminuyen el contacto corporal y las formas gestuales de comunicación con la madre, van siendo reemplazados por el lenguaje, por la comunicación simbólica. El lactante se convierteen un nifio dotado de palabra. A partir de esta fase, se reprime el deseo contradictorio de ser él mismo sin dejar de ser parte indisoluble del otro, y se compensa la nostalgia con la doble ilusión de poseer una identidad separada y firme, y conservar Q.ri le.. al mismo tiempo un acceso virtual a la unidad original e inefable. {0<~Ó';,;c. Todo fracaso en este proceso fundamental comprometerá la capacidad del niño para integrarse y reconocer como propios su cuerpo, sus pensamientos y sus afectos. Este libro se propone estudiar las diversas consecuencias de tales fracasos en la edad adulta. Subrayemos, en primer lugar, que el deseo de deshacerse de estas identificaciones para acceder a la plena posesión de sí mismo, y la búsqueda arcaica que representa el deseo de fundirse en la madre-universo, persisten en el fondo de la psique humana, y no implican necesariamente un destino patológico . Dejarse arrastrar física y psíquicamente hacia este ombligo contribuye, entre otras cosas, a la realización de dos experiencias esenciales, ambas psicosomáticas por excelencia: la satisfacción del~eño y el ori..asmo. Correlativamente, estas dos experiencias pueden verse perturbadas en caso de que el miedo a la madre mortífera, aquélla que conduce a la pérdida irrevocable de sí mismo, triunfe sobre aquélla que es el soporte imaginario de la unión erótica y mística.
UN .CUERPO, UN SEXO, UNA PSIQUE PARA DOS Durante muchos años intenté "oír" en mi trabajo analítico esta muda petición de unión fusional en un sólo cuerpo, sobre todo cuando va asociada al terror a perder el sentimiento del sí mismo corporal e individual. Traté igualmente de representar sus prolongaciones fantasmáticas: un cuerpo para dos, un sexo para dos, una
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psique para dos, e incluso una única vida para dos. Tanto la conceptualización de estos modos primitivos de funcionamiento mental como la red de defen sas constituida desde la primera infancia para enfrentarse al peligro que les es inherente, presentan ciertos escollos teóricos, aunque sólo fuera porque un modelo de funcionamiento del aparato psíquico basado únicamente en el significado, no basta para comprender el modo en que se organiza la vida psíquica en sus comienzos, desde la fase no verbal (el bebé , el infans) hasta la fase verbal (el niño). De la misma forma , estos modelos no consiguen explicar el modo en que la psique y el soma se diferencian progresivamente, aun permaneciendo ligados para siempre. Mi primera experiencia de la concepción de la fantasía de una psique para dos se sitúa en la época en que trabajé con niños psicóticos (McDougall y Lebovici, 1961) y se extendió posteriormente a un trabajo clínico con analizados que sufrían diferentes fragilidades narcisistas. Aquellos pacientes me comunicaron su dificultad para distinguir entre su mente y la mía, dificultad que repercutía también en su percepción del mundo exterior. A menudo estos analizados estaban convencidos de que sus fantasías sobre mis pensamientos eran certezas absolutas. Planteaban también con frecuencia la exigencia implícita de ser comprendidos sin tener que recurrir al lenguaje, exigencia legítima en el lactante pero que puede crear malentendidos portadores de estrés en el marco de las relaciones entré adultos. Más adelante, con pacientes homosexuales y neosexuale~· (McDougall, 1978, 1982, 1986) pude reconocer la fuerza del sentimiento inconsciente de que sólo existe un sexo para dos. Estas elecciones sexuales desviadas intentaban crear una protección no solamente contra terrores inconscientes frente a una sexualidad adulta (es decir, todo lo que se incluye bajo el concepto psicoanalítico de "angustia de castración") sino también contra la pérdida de la i~ent~dad _sex~al , e incluso de la identidad subjetiva. La apropia- l c16n 1magmana del sexo de la pareja revela invariablemente la re- L cuperación fantasmática de su propia integridad sexual, que sofoca la ang~sti_a .de castraci~n ~que tranq~il~za al sujeto contra el miedo, más pnm1t1vo, de la perdida de los hm1tes corporales o del sentido de la integridad personal.
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incluyen bajo el rubro de "histéricos" a sujetos que sufren las secuelas de una carencia afectiva precoz, y cuyos gritos de desampa~o ~ratan de llamar la atención más sobre el peligro de muerte ps1qmca que sobre el de castración fálico-edípica; a lo sumo se puede plantear la hipótesis de una "histeria arcaica". Por eso no encontramos aquí aquellas soluciones de compromiso frente a los problem~s se_ x,uales. y ~~ípicos propios de la neurosis, sino más bien una erot1zac10n pnm1t1va . que implica al cuerpo entero, que se of~ece como lugar.de co~fhct?. Esta organización pretende consti- -) tmr una ~pa~tencia de 1dent1dad subjetiva y proteger contra la , muerte ps1qu1ca. ) Con fre~uencia la "zona muerta" de desesperación que existe en estos anal.izado~ está enmascarada por una dependencia adictiva a pers~n~s mvest1das narcisistamente, y consideradas como partes de s1 mismos . Toda perturbación en la relación con estos "objetos de~ self" puede sumir al paciente en una angustia extrema, acompa~ada ~~r un re~~udecimiento de los síntomas psicosomátic 0 s. En l~ ~1tuac10n anahtica tales fenómenos tienden a resurgir como reacc10n a toda separación del analista, ofreciendo así la posibilidad de po,:ier en ~al~~ras, por primera vez en la vivencia del paciente, las sena~es pnm1t1va~ no ve~bales relegadas por la psique y expresadas me~iante el func10nam1ento somático. De esta forma, representac10?es no reconocidas cargadas de afecto, de terror 0 de rabia co~stttuye? frecuentemente elementos de precipitación de fenómenos ps1cosomat1cos. .Tambié~ e~ ~recis? reconocer que, para cualquier niño, el cammo de la md1v1d~~-c1.§_n (que, completamente integrada, funciona unabarrerapotencial · ----···- ··· · como ___ . ·----. ---; ·: _ .... . ------- c ont- ~-g!.~_y(!~.!-~&r_e-81.2..J!.1'.!S psicosomáti-- -·- Al --ps1cot1cas) ·cas . ·· __o... ~---- ; - ,_ es to r t uoso y esta' 11 eno de trampas. mismo hem~o ~s evidente ~ue buena parte de la identidad de un individuo estara hgada pa~a s1e.mpre a lo que este individuo represente para otro, porqu,e ~a 1dent1dad subjetiva, como demostró Lichtenstein (1961), esta siempre determinada por dos dimensiones: "lo que s e me parece" Y "lo que es diferente a mí". . Lo~ ser~s que han contado para un niño desde su nacimiento sus expe~1e~c~as psíquicas y físicas, e incluso su cuerpo, se viven d~sde e~ pnnc1p10 .com? pertenecientes al mundo exterior. Pero sigue siendo un misteno cómo lo que pertenecía primitivamente a ese ~un~o exterior se convierte en una parte integrada del mundo mtenor, para formar representaciones psíquicas estables. El hecho
En cuanto a la fantasía de un cuerpo para dos, pude vislumbrar la importancia de este modo de relación con los otros, que se me impuso a traves de mis intentos, de años diría, por comprender el impacto económico y dinámico de fenómenos psicosomáticos repetitivos, a lo largo del análisis de algunos de mis pacientes. Conseguí formular la paradójica problemática de aquellos analizados en los siguientes términos: la fantasía fundamental es que el amor lleva a la muerte y que solamente la ausencia de toda libido garantiza la supervivencia psíquica; y por tanto el sujeto busca, mediante un trabajo de desafectación (ver capítulo VI), proteger su supervivencia mental, ya que teme perder no solamente las barreras psíquicas contra la implosión provocada por los otros, sino también la pérdida de sus propios límites corporales. Se hace entonces necesario mantener una barrera desvitalizada frente a la investidura narcisista de su propio cuerpo y de su propia psique. A su vez, esto puede aumentar la vulnerabilidad psicosomática hasta un grado alarmante, y convertirse así en una amenaza contra la vida misma. El extracto clínico expuesto en los capítulos VIII y IX ilustra este modo de organización psíquica, pero propone una concepción del estado de desafectación diferente al descrito en los trabajos y las investigaciones sobre psicosomática. La zona de insensibilidad interior que tiende a infiltrar la realidad psíquica de estos pacientes conduce con frecuencia a la incuria física y a la insensibilidad al sufrimiento, a la ausencia de emociones (o incluso de excitación y de placer) hasta tal grado que se produce una resomatización regresiva de la experiencia afectiva rechazada, que puede acarrear, entre otras cosas, ~l desmor.o.n.amient_g_Q~J~ barreras inmunitarias. Conviene sin embargo subrayar que muchos de los pacientes que presentan todos los signos de alexitimia y de pensamiento operatorio no caen somáticamente enfermos y que otros tantos, que sufren ciertas afecciones psicosomáticas graves, no presentan la coraza operatoria y alexitímica que caracteriza a los pacientes psicosomáticos más estudiados en el marco de la investigación y en los servicios de psicosomática. He hallado, por el contrario, en la práctica, cierto número de pacientes aquejados de enfermedades auténticamente psicosomáticas, y que luchaban intensamente contra sus experiencias afectivas y su realidad psíquica. Estos analizados son frecuentemente polisomatizadores desde su más tierna infancia. No se trata aquí de histeria clásica. Muy a menudo, se
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de no llegar a comprenderlo no debería impedirnos buscar respuestas a las preguntas que plantea este complejo acontecimiento psíquico que es la i~t~n~~~~~c_ión. Acuden a mi mente las siguientes preguntas:
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- ¿Cómo consigue un niño pequeño adquirir una representación de su propio cuerpo y tomar consciencia de que este cuerpo es r únicamente suyo? ¿Y cuáles son las consecuencias cuando esta ! apropiación psíquica no se efectúa verdaderamente? ., - ¿Cómo se convierte la identidad sexual en una representac10n \ psíquica segura, y qué es lo que permite adquirir la convicción de \ que nuestro aparato genital es también una posesión perso~al Y ! única, convicción afianzada por la certeza de que no es, por ejemplo, propiedad de los padres? - ¿y la psique, en todo esto? ¿Cómo consigue comprender el niño que su mente es la cueva del tesoro de la que es único propietario, disfrutando con pleno derecho de los pensamientos, los sentimientos y los secretos íntimos que contiene? Desde Freud, disponemos de modelos tópicos y económicos de la organización edípica, en su vertiente fálico-genital, que no cesan de enriquecerse en sus aplicaciones clínicas y teóricas. Hemos adquirido, en lo que va de siglo, una mayor comprensión de los conflictos y los tropiezos en aquellas fases de organización ·y de estructuración mental que pueden crear neurosis y perversiones. También hemos recopilado numerosos datos sobre el esquema corporal y el sentimiento de la identidad sexual, tal como _se invisten en las organizaciones neuróticas, perversas y caractenales. Éstas son otros tantos intentos de autocuración del niño en lucha con sus conflictos y con el dolor psíquico resultante. Con ayuda de los modelos psicoanalíticos de los que disponemos, somos capaces de demostrar claramente el modo de emergenc~a de estas organizaciones, como reacción a lo que los padres han dicho -o no han dicho- al niño. A partir de aquí, podemos describir cómo el niño que sigue viviendo en el individuo adulto ha tratado, durante su infancia, de interpretar los mensajes incoherentes revelados por los deseos y los miedos inconscientes de sus padres. Pero nuestros conocimientos son mucho menores en lo referente a la estructuración precoz de estas representaciones, las infraestructuras preedípicas que se perfilan, por ejemplo, tras las organizaciones psicóticas y psicosomáticas. Por consiguiente también sabemos menos cosas sobre las fragilidades psicóticas y psicosomáti-
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cas q~e exi~ten en todo ser_h~mano. Aunque Winnicott, Bion y otros rnvestigadores postklemianos hayan realizado avances clínicos y teóricos de inmenso valor, en cuanto a los fundamentos ar~aic~s de la ps_ique, en gran medida la metapsicología de la psicosis y de la psicosomatosi~ aún está por formular. Pero de algo podemos estar seguros: las mamfestaciones psicóticas y psicosomátic~s, como l~s neurosis, los trastornos de carácter y las pervers10nes, son mtentos de autocuración. Estas construcciones son otras tantas ilustraciones del trabajo psíquico de un niño pequeño sometido a un sufrimiento mental, causado por factores situados mucho más allá de su capacidad de control. Recordemos que la primera realidad exterior de un bebé está ~ons~ituida por el_inconsciente de la madre, en la medida en que este impone la calidad de su presencia y el modo de relación con el lactante (y que el inconsciente de la madre está estructurado en ~ran ~arte por sus propios padres y sus propias experiencias 10fant1les). Otro factor casi tan fundamental como el anterior es la relación de la madre con el padre del bebé, la calidad de gratificación de sus relaciones amorosas de adulto, y el grado de investidura real y simbólica del padre a los ojos de la madre. Esto nos lleva a considerar que el universo presifI!bólico y preverbal pudiera ser una clav~ para la comprensión de los potenciales psicóticos y psicosomáticos del ser humano . Ahora bien, estas organizaciones psíquicas exigen de nosotros modelos de fun~ionamiento que remiten al modo en que se const~uye ,n_uestra vida mental en sus principios, en un universo pres1mbohco, cuando es la madre quien asume en primera instancia la función de aparato de pensar de su hijo. Sabemos cuán ávidos están los niñ~~ pequeños de descubrir y controlar los orígenes del placer, Y ~a~bien sabemos de la avidez de sus intentos para escapar al sufr~miento. Un lactante aprende muy pronto los gestos y los movim_ientos que le acercan a su madre, y los que no obtienen respuesta o mcluso provocan el rechazo. Las investigaciones de estos últimos ~ños so~re l~ rela~ión madre-hi~o han permitido descubrir que las comumcaciones entre el bebe y la madre pueden interrumpirse pronto en la relación, a causa quizás de la especial sensibilidad de cierto~ niños pequeños, pero también a causa de la mayor o menor c~pacidad de la madre para comprender e interpretar las necesidades de su hijo y los primitivos modos de comunicación de estas necesidades. A veces es incluso posible que la madre, a causa de
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sus propios problemas internos, pueda imponer excesivamente sus propias ideas sobre lo que quiere que su hijo sienta o ~obre sus n~ cesidades, en lugar de tratar de interpretar los mensajes del bebe. De la misma manera, ciertos acontecimientos externos catastróficos, como la muerte súbita de un objeto importante en el mundo de la madre o del padre, conflictos socio-económicos, o acontecimientos como la guerra o el holocausto desempeñan evidentemente un papel pernicioso. Muchas cosas dependen de la presen~ia y de la capacidad de los padres para contener y elaborar su propio de~am paro traumático y el de sus hijos, y en lo referente a la.s mamfestaciones psicóticas y psicosomáticas en el adulto es posible hallar, durante el análisis, mecanismos de defensa arcaicos al alcance de todos los niños, puesto que la parte infantil primitiva está "encapsulada" dentro de la personalidad adulta, pero siempre presta a ocupar la escena psíquica cuando las circunstancias provocan un estrés excesivo.
A PROPÓSITO DE LA ORGANIZACIÓN PRECOZ DE LA PSIQUE Numerosos investigadores psicoanalistas han formulado conceptos para definir la organización primera de la psique a partí~ del nacimiento, e incluso para describir sus orígenes desde el penodo prenatal. Todos ellos intentan conceptualizar las form~s en que el bebé reacciona frente a las experiencias y a los objetos de su entorno, y el modo en que acaba por apropiarse psíquicamente de su cuerpo, su identidad sexual y su mente. Evocadoras metáforas caracterizan diferentes aspectos de· los procesos psíquicos, como los trabajos de W. Bion sobre "las transformaciones de los elementos beta en funcionamiento alfa" (1962, 1963), la "falta de ser" de J. Lacan (1966), el concepto de Melanie Klein (1935) de las posiciones "esquizo-paranoide" y "depresiva", la fase de "simbiosis" y de "separación-individuación" de M. Mahler, el concepto de D. Winnicott de "espacio transicional" y de la existencia de un "verdadero self" (1935), el concepto de H. Kohut (1971, 1977) de "objeto-sel!", la teoría de D. Stern (1985) de la "conciencia" pre verbal y el sentido de un self naciente o un "núcleo-sel!", la "jerarquización de las funciones" de P. Marty (1980), la "censura precoz" de D. Braunschwieg y M. Fain (1975) , y finalmente el
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importante concepto de P. Aulagnier (1974, 1980, 1984) de "pictograma" y lo que ésta describió de la compleja relación entre el "proceso original" y los procesos primario y secundario. Mi propia reflexión se vio considerablemente enriquecida por la lectura o los intercambios amistosos que pude mantener con todos estos autores . Las cuestiones teóricas que quisiera profundizar aquí se me fueron imponiendo a lo largo de los años, en ocasión de impasses en largos análisis cuyos procesos de desarrollo se vieron entorpecidos por " huidas" somáticas, acaecidas en substitución de fantasías arcaicas de cariz a veces psicótico . Se trataba a fin de cuentas de la problemática de la alteridad en tanto en cuanto el cuerpo del sujeto se distinguía poco o nada del cuerpo del otro.
LA ROCA DE LA ALTERIDAD O LA MITAD FALTANTE DE UN SER La realidad psíquica de cada uno debe, como ya se ha dicho, combinarse durante toda la vida con el deseo primitivo de regresar al estado de fusión con la madre-universo; esto es, en otras palabras, con el deseo de no-deseo : la afanasis . Como es sabido, la lucha contra este deseo, y el duelo que ésta impone, se compensan con la adquisición de la subjetividad. Lo que supone que el niño ha podido investir, libidinal y narcisistamente, las heridas fundamentales e inevitables que son las experiencias de separación y de reconocimiento de las diferencias sexuales y existenciales . Éstas se convertirán en los centros alrededor de los cuales se articulen el sentido del Yo y el de la identidad individual , y serán celosamente protegidas. Siempre que la separación y la diferencia no se experimenten como adquisiciones psíquicas subsecuentes a la acepción de la alteridad y, más tarde, de la monosexualidad, serán temidas como pérdidas, duelos que amenazan la imagen del sí mismo. Entonces se mantendrá la ilusión de una unión fusiona! con la imagen-madre arcaica de la primera infancia. La mayoría de los autores antes citados estarían de acuerdo también en afirmar que para acceder a un sentido del sí mismo sólidamente amarrado, el lactante necesita establecer una relación con una madre que desempeñe de modo adecuado su papel de escudo protector contra potentes estímulos venidos del exterior,
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que sea capaz de descodificar las comunicaciones de su hijo con ella y de comprender su necesidad recurrente de estimulación y de quietud. La representación psíquica de la madre tal como se dibuja lentamente para el niño pequeño está íntimamente ligada a la capacidad materna de modificar el sufrimiento físico o psicológico del lactante. Un bebé que tiene hambre, que está mojado, que ha sido herido, que tiene miedo o que está enfadado no puede en forma alguna influir en estos estados, salvo en fugitivos momentos de satisfacción alucinatoria. A medida que se va llevando a cabo la lenta introyección del entorno materno, el lactante empieza a diferenciar entre él y su madre, y a recurrir a ella con toda confianza, para que le aporte consuelo y alivie su sufrimiento físico o mental. Pero si la madre, especialmente cuando el bebé sufre, no consigue, por razones inconscientes, protegerlo de una sobreestimulación traumática, o bien le expone a una su bestimulación también traumática, puede conducir a una incapacidad para distinguir entre la representación del sí mismo y la representación del otro, y crear, por consiguiente, una representación corporal arcaica donde los contornos del cuerpo, la investidura de zonas erógenas y la distinción entre el cuerpo materno y el del niño permanezcan confusos. Al discutir los problemas de la proyección ligada a la incapacidad para mantener este escudo protector, Freud, en "Más allá del principio de placer" ( 1920), afirma lo siguiente: "Hacia afuera hay" (en el aparato psíquico) "una protección antiestímulo, y las magnitudes de excitación accionarán sólo en escala reducida; hacia dentro, aquella es imposible" ( ...) "Esta constelación determina netamente dos cosas: la primera, la prevalencia de las sensaciones de placer y displacer (indicio de procesos que ocurren en el interior del aparato) sobre todos los estímulos externos; la segunda, cierta orientación de la conducta respecto de las excitaciones internas que produzcan una multiplicación de displacer demasiado grande. En efecto, se tenderá a tratarlas como si no obrasen desde adentro, sino desde afuera, a fin de poder aplicarles el medio defensivo de la protección antiestímulo" ( op. cit. pp. 28-29). Podemos así comprender el modo en que ciertos pacientes psicosomáticos que hayan podido estar expuestos a traumatismos continuos en la primera infancia (de forma que los estímulos externos se vuelven tan sumamente potentes que rompen el escudo protector) tienden a atribuir sus problemas a circunstancias externas, en la m·e dida en
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que ciertos estados emocionales primitivos no han podido realizar una elaboración mental de naturaleza simbólica o verbal. Así, no todo el mundo vive separación y diferencia como adquisiciones psíquicas que enriquecen y dan sentido a la vida pulsional. Pueden temerse, por el contrario, como a realidades que disminuyen al sujeto o le vacían de lo que le parece vital para sobrevivir. La lucha contra la división primordial que es el origen de un in-dividuo puede dar lugar a compromisos muy variados : la sexualización del conflicto, la construcción de modelos de personalidad narcisista o borderline, soluciones adictivas como la dependencia de la droga o de los medicamentos, el alcoholismo, la bulimia, etc. , o una profunda fisura entre la psique y el soma. Existen dos tipos de solución: la primera lleva a una patología autista donde el cuerpo y su funcionamiento somático permanecen intactos mientras que la mente se cierra al mundo exterior; la segunda mantiene intacta la relación con la realidad exterior, pero arriesgándose a ver el soma reaccionar y funcionar de un modo que podríamos llamar "autista", apartado de los mensajes afectivos de la psique en términos de representaciones verbales, reducido a representaciones de cosa muy fuertes y por consiguiente, a una expresión no verbal. Por esta causa, y más adelante en la vida, en lugar de reconocer a nivel del pensamiento verbal el dolor psíquico y el conflicto mental que emanan de una fuente de estrés interno o externo (y poderlos de este modo evacuar mediante formas de expresión psíquica como los sueños, la ensoñación, la meditación u otros modos de actividad mental capaces de aliviar o reducir Ja tensión) dolor y conflicto pueden desembocar en soluciones psicóticas de tipo alucinatorio o descargarse en manifestaciones psicosomáticas como en la primera infancia. En la práctica psicoanalítica, nos enfrentamos a menudo a dramas somáticos que son los signos de inaccesibles, es decir de inexpresables, dramas psicológicos. Sin embargo, estos signos son portadores de un mensaje para la psique, aunque a primera vista parezcan escapar a la representación. Pero el cuerpo, al igual que la mente -no lo olvidemos- está sometido a su propio modo de repetición-compulsión. ¿Cómo oír estos signos? ¿Cómo descodificarlos para hacerlos simbólicos? ¿Y cómo, a fin de cuentas, esperamos poder hacerlos simbólicos y de ahí comunicables mediante el lenguaje?
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Existe otra complicación en el análisis de los grandes somatizadores. Observaremos tarde o temprano que rehúsan con ve~ hemenciaindagar los factores psíquicos que alimentan la vulnerabilidad psicosomática. Luchan, como nuestros pacientes neuróticos o psicóticos, con una determinación de la que ellos mismos no son conscientes, para proteger sus creaciones somáticas . Sería incluso temerario incitar a ciertos pacientes a examinar estos factores mentales, cuando la resistencia que oponen es demasiado fuerte o cuando el deseo de profundizar en sus causas está totalmente ausente. No obstante, cuando la estructura del paciente se presta a ello, el encuadre analítico, como la relación con el analista, se presenta como un lugar seguro, al abrigo del cual puede sin peligro expresar sus fantasías primitivas disfrazadas y los guiones profundamente arcaicos de su teatro psíquico interno. En tales circunstancias favorables podemos darnos cuenta de que las manifestaciones psicosomáticas se sitúan en el marco de una historia que es posible reconstituir, o de una mitología que aún está por construir. A continuación expondré un breve resumen de mis reflexiones anteriores sobre estos temas, en la medida en que ilustran la evolución de mi visión actual en cuanto a los fenómenos psicosomáticos en el proceso psicoanalítico.
TRAYECTORIA DE UNA REFLEXIÓN SOBRE LA SOMA TIZACIÓN
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En los anteriores escritos (McDougall, 1978, 1982) traté de aislar los elementos que se hallan con más frecuencia en pacientes que presentaban una clara tendencia a la somatización. Sobre la base de estas observaciones, propuse las siguientes ideas: 1. Es posible hallar el "eslabón faltante" entre los estados histéricos y psicosomáticos en la concepción articulada por Freud (1898, 1914, 1916, 1917) de las "neurosis actuales". 2. Este "eslabón faltante" está estrechamente ligado a la metapsicología del afecto. Freud (1915a, 19 lSb) indicó tres "transformaciones" posibles del afecto inaccesible al consciente: conversión histérica, neurosis obsesiva, neurosis actual. Me pareció plausible añadir una cuarta eventualidad donde, siguiendo el repudio psíquico de ciertas representaciones mentales, un afecto puede ser
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ahogado en su expresión, sin ninguna compensación por la pérdida de la experiencia y de la representación del acontecimiento al cual estaba ligada. Lo que significa que este rechazo fuera de la psique no se compensa por la formación de síntomas neuróticos o por la recuperación de fantasías y de percepciones rechazadas de la psique en forma de ideas delirantes (es lo que Freud describió, por ejemplo, en el caso Schreber; 1911 ). En esta eventualidad podemos plantear que la psique se encuentra en un estado de privación. 3. La mayoría de los analizados con tendencia a somatizar sus conflictos psíquicos han alcanzado al parecer una fase normal de organización edípica, y están igualmente en condiciones de llevar adecuadamente una vida sexual y social de adulto. Sin embargo, el proceso analítico tiende a demostrar, salvo algunas excepciones, que a esta estructura edípica se ha incorporado una organización mucho más primitiva, donde la imago paterna aparece deteriorada o está incluso totalmente ausente, tanto del mundo simbólico de la madre como del niño. Este último parece creer que el sexo y la presencia del padre no han desempeñado más que un papel ínfimo en la vida de la madre, y este padre se presenta a menudo como un ser al que está prohibido amar o que no es digno de estima. Así, el sexo y la presencia paternas parecen haber desempeñado un papel estructurante mínimo en la organización psíquica del niño. 4. Por consiguiente, la imagen de la madre interna se vuelve extremadamente peligrosa. Cuando no existe fantasía del pene paterno que desempeñe un papel libidinal y narcisista complementario en la vida de la madre, la representación mental del sexo de ésta (que ella trasmite a su hijo) se convierte en la de un vacío ilimitado. Desde ese momento, el niño corre el riesgo d~ proyectar sobre este telón de fondo, sobre este vacío, todas las expresiones de su megalomanía infantil, sin encontrar ningún obstáculo. La fantasía del espacio interno materno regresa así en su imaginario bajo aspectos pavorosos y mortíferos, sin dejar de ser constantemente atrayente. 5. Otra consecuencia de esta estructuración fantasmática es que el pene del padre, desprendido de su papel fálico simbólico, se escinde: por una parte existe un pene idealizado, más allá de la capacidad ~el niño para desearlo o para identificarse con él, y por otra parte, un pene que es un objeto parcial destructor y persecutorio omnipotente. ' 6. La imago materna y las fantasías articuladas alrededor del
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cuerpo de la madre también son heterogéneas, y se escinden igualmente en dos: una representación idealizada que ofrece la eterna promesa de una inefable felicidad, coexiste con un objeto parcial que lleva la amenaza de la muerte psíquica e incluso física. 7. Esta constelación familiar introyectiva, desequilibrada y ansiógena refleja los conflictos inconscientes y las contradicciones existentes en los mismos padres. En este clima, el niño destinado a la vulnerabilidad psicosomática trae muy a menudo a la escena psicoanalítica recuerdos de precoz autonomía ligada a una objetivación prematura de los primeros objetos. Cuando, por ejemplo, la madre no se ha introyectado en el universo psíquico de su bebé como un "universo", fusionada por tanto con el hijo, dando lugar a un estado interno pleno de funciones reconfortantes y protectoras, sino que cuando por el contrario se alcanza demasiado de-prisa el status de objeto total y separado (Ogden, 1987), esta imagen mental se carga de cualidades omnipotentes e ideales inaccesibles, acompañándose por la instalación de un modo de autonomía demasiado precoz que convierte al niño y al adolescente futuro en víctimas de sentimientos de total inadecuación. El niño pequeño siente la necesidad vital de mantener la ilusión de formar uno con su madre durante un período muy largo, lo que hace que la unidad bebémadre se diferencie gradualmente en una madre y un niño. Es esta fusión ilusoria la que permite que los niños pequeños duerman, digieran y eliminen la comida; en otras palabras, que funcionen somáticamente sin problemas, aun estando convencidos de que la madre-universo se encargará de todo. P. Marty también señala la representación de la madre ideal y peligrosa a la que me he referido, por un procedimiento clínico diferente. EnL 'ordre psychosomatique (1980), y al hablar de sujetos alérgicos, Marty observa que "una representación de la madre ideal ( ... )crea un desfase (entre su representación de ellos mismos y de la madre) que se traduce por un conflicto interno desgarrador y desorganizador". De acuerdo con mi propia experiencia de analista, las observaciones de Marty sobre los pacientes alérgicos se aplican a la mayoría de los polisomatizadores, y se refieren a conflictos extremadamente precoces. 8. Esto nos lleva de nuevo al inconsciente de la madre y a lo que representa para ella el niño en cuestión. Otra consecuencia de la perturbación de la comunicación madre-lactante es una ruptura en la cadena de los fenómenos transicionales normales en la infancia,
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tal como los ha descrito Winnicott (1951). Este espacio transicional potencial empieza a construirse durante el primer año de vida, permitiendo crear al niño pequeño, lentamente, un espacio psíquico personal; es decir que el bebé comienza a internalizar las primeras huellas de funciones maternas con las cuales puede identificarse durante breves momentos, hasta alcanzar la fase de maduración donde accede a la "capacidad para estar a solas en presencia de su madre" (Winnicott, l 960). En la primera fase, la relación que Winnicott presenta como "preocupación materna primaria", y que es el signo clásico de la relación entre la madre y el recién nacido, una parte de la madre está también fusionada con el lactante, lo que hace que en cierta forma ella comparta la misma ilusión de ser una parte de la unidad madre-hijo. Esto permite a su vez al niño vivir la relación del mismo modo. Sin embargo, ciertas madres viven a sus hijos como pequeños cuerpos extraños, diferentes a ella. Estos niños se sienten abandonados y presentan a menudo reacciones psicosomáticas precoces. Por el contrario, otras madres no pueden, por su parte, resignarse a abandonar la relaciónfusional, preparando así y exponiéndose a una situación propicia a problemas de tipo alérgico y a serios trastornos del sueño y del comportamiento alimentario. En cada uno de estos casos, el niño pequeño corre el riesgo de establecer muy difícilmente el sentimiento vitalmente necesario de una identidad separada. Si la madre no llega a crear para su bebé la ilusión de que la realidad exterior y la realidad interior son una misma y única cosa, si no es cap.az de entender, alternativamente, los deseo de fusión, de diferenciación y de individuación de su hijo, corre el riesgo de confrontarlo a las condiciones que, más adelante, pueden llevarle a la psicosis o a la psicosomatosis. Esto impide entonces que el niño se adueñe psíquicamente de su cuerpo, sus emociones y su capacidad de pensar o de relacionar pensamientos y sentimientos. 10. Inevitablemente, el inconsciente de la madre, tal como se refleja en la representación mental del niño, emerge lentamente durante el tratamiento psicoanalítico del adulto. Las prohibiciones prematuras -prohibición de gestos, de movimientos y de la expresión espontánea de estados emocionales- pueden ser captadas muy pronto por el niño pequeño, antes incluso de la adquisición del lenguaje, y se presentan como un importante obstáculo en el trabajo analítico. Aulagnier (1980, 1984) ha subrayado la importancia de la prohibición de pensar en los psicóticos y la compara con el
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"doble-pensamiento" (double-think) descrito en la visión aterradora de George Orwell. Los únicos pensamientos autorizados son los de la madre, lo que hace que a fin de cuentas el niño deba inventar su propia visión del mundo para escapar al terror de encontrarse preso en la mente de su madre. En aquéllos que no son en modo alguno psicóticos, pero que padecen enfermedades psicosomáticas, he podido observar que ciertos pensamientos cargados de afectos intolerables para la madre se convierten en su hijo en pensamientos totalmente prohibidos o cargados de repudio . De la misma forma, ciertas zonas corporales y ciertas funciones fisiológicas no deben representarse, o bien deben vaciarse de todo placer (es decir que queda prohibido investirlas libidinal y narcisistamente) a causa del modo en que han sido investidas por la madre: un paciente que sufría úlceras gástricas y diversas afecciones neurodermatológicas "descubrió" a lo largo de su análisis que "por primera vez en su vida poseía un ano y las funciones que le son propias" (McDougall, 1978). La renegación de una u otra parte del cuerpo o de una u otra función, como el repudio de pensamientos cargados de afecto, constituye un intento del niño pequeño para impedir la ruptura del indisoluble vínculo madre-bebé. Asimismo, surge la fantasía de que la madre del niño será hecha añicos o dejará de existir si no se mantiene esta identificación primaria. También aquí la imagen de la madre es doble: la de una figura omnipotente y omnipresente, y la de una mujer frágil y fácilmente dañable Cuando persiste la representación de una fusión entre los cuerpos respectivos del niño y de la madre, esto conduce a una renegación casi total de la importancia de los demás o, por el contrario, a un estado de pánico ante toda evidencia del estado de separación y de la alteridad. La identificación con una madre cariñosa y solícita está ausente, lo que da origen a menudo a la convicción de que un individuo no es responsable del bienestar de su cuerpo. La fantasía de no ser verdaderamente dueño de su propio cuerpo o, lo que es lo mismo, la fantasía inconsciente de que su cuerpo está bajo el control de otro, desempeña un papel importante. Así, tienden a surgir expresiones somáticas en lugar de terrores o deseos psicóticos no reconocidos. Este fracaso en el proceso fundamental del desarrollo del individuo comprometerá inevitablemente la capacidad del niño pequeño para integrar y reconocer como propiedades personales no so-
lam.ente su cuerp~ y sus zonas erógenas sino también su mente, es pensamientos y sus sentimientos. Cuando una elaboración .r nadecuada y la descarga de la tensión psicológica en un trab~Jº .º una acción psíquica se unen a la incapacidad de ocuparse de_si mismo, o?s~rvamos que estos pacientes tienden a ignorar las senales de sufnmiento del cuerpo y no consiguen oír las señales de de~amparo de la mente. En tales casos, la escisión resultante entre psique y soma puede tener consecuencias catastróficas Pierre Marty, hablando de lo que él llama la "caden~ evolutiva alérgica", formuló la hipótesis de las "fijaciones de orden sensoriomotor cuya natu~al~za conocemos mal. Éstas, instituyendo posiblemente un sentimi~nto _particular, atípico del propio cuerpo, van a p~rturbar la organización habitual de las representaciones sucesivas del espacio y el tiempo. Estas perturbaciones serán a su vez respon~a~les e.n parte del cortocircuito, aquí considerable, que se produ.c1ra a ~1vel de c~ertos sectores del preconsciente y que reducHá ampliamente, si no la hace imposible, la organización de un Yo clásico". . Volv~remos a encontrar algunas de estas características en las 1l~strac~ones psicoanalíticas que voy a utilizar para aclarar mis af1rmac1ones, i::on la esperanza de que mi reflexión esclarezca por poco que sea, estas "fijaciones ( ... ) cuya naturaleza conoce,mos mal". Otro objetivo de esta obra es estudiar el significado inconsciente de los .síntomas psicosomáticos, y examinar en qué medida éstos est~n l~g.ados a las vicisitudes inherentes al hecho de convertirse en un individuo~ a los. fracasos en los procesos de internalización que construyen la identidad subjetiva. He planteado preguntas teóricas que se tra~a~án más adelante, tras haber meditado sobre aquellas cu~as .anahticas q~e parecen fracasar porque el conflicto y el dolor psiqmco, que hubieran debido verbalizarse, se expresaron en gran medida a través de descargas somáticas. .Desde el punto de vista de la teoría clínica, se plantea una pnmer~ _ p regunta: .¿cuál es la relación entre los fenómenos psicosomaticos y la srntomatología de la neurosis y de la psicosis? ¿P.uede hablar.se, como lo he hecho, de una histeria arcaica, y de la p~icosomatosis como de una psicosis actual? Frente a las formac10nes neuróticas y psicóticas, ¿podemos considerar, cuando existen P?cos signos de síntomas de recuperación de lo que se ha excluido del consciente, que se puede descargar verdaderamente la d~cir .sus
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psique de alguna experiencia que antaño hubiera formado pa~t~ de ella, dejando así al cuerpo expuesto a l~ n_e~esidad de descodificar de transformar en actos señales pnm1t1vas,_ no·verba:es, pro~enientes de la psique? La cuestión de la privación potencial constituirá la parte principal del próximo capítulo.
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Este capítulo se propone explorar, por una parte, la relación entre el fracaso de la función del soñar y los fenómenos psicosomáticos, y por otra parte su eventual conexión con la relación precoz entre madre e hijo. Para ilustrar mis palabras, tomaré un fragmento del análisis de un paciente que, por otra parte, no era un somatizador grave. Se trata de un hombre de cuarenta años en quien no podían encontrarse rastros de identificación con ningún objeto maternizan te en su interior, y que a mi entender (McDougall, 1978, 1982) podía portanto considerarse susceptible de desarrollar accidentes psicóticos o psicosomáticos. Universitario, muy apegado a su mujer y a sus dos hijos, Christophe llevaba una vida que, vista desde fuera, evidenciaba un éxito tanto profesional como personal. Había seguido ya diez años de provechoso análisis con un famoso analista. Pero las cosas volvían a irle mal, y deseaba continuar el análisis con una mujer. Todos sus recuerdos, igual que sus síntomas, hacían pensar que la relación con su madre había estado muy perturbada. Hijo único, Christophe había escuchado durante toda su vida que su nacimiento no fue deseado, y que fue Ja única razón por la que sus padres se vieron obligados a casarse. De pequeño siempre tenía miedo a "perderse" y se pegaba a su madre "para encontrar sus límites". Recordaba especialmente su "terror a perderse" cuando su madre se encerraba con 61
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pestillo en el tocador, cuya puerta él golpeaba con los puños hasta que ella salía. . , De acuerdo con la opinión de su madre, se le considero, durante l~s doce primeros años de su vida, un niño casi retrasado; hasta que su tio, que le quería mucho, declaró que, tras su forma de s~surrar y de esconderse de los demás, se ocultaba un niño muy intehgente . A los doce años, una primo-infección le llevó al ho~~ital, donde a p_esar de todo se desarrolló bien tanto psíquica como flSlcamente. Chn stophe opinaba que aquel año separado de sus p.adres fue muy saludable para él: se convirtió en un niño activo y despierto.
LA DEMANDA DE ANÁLISIS Tras nuestro primer encuentro, observé que Christophe me h~bía referido, amén de las circunstancias biográficas que acabo de citar, diversos sufrimientos que motivaban su actual de~e? ~e reanudar el análisis. Comenzó hablando de sus diez años de anahs1s con el Dr. X. C.: "Fue un análisis típicamente lacaniano. El Dr. X. ~uarda,ba un silencio total mientras escuchaba lo que yo pensaba que el quena q.ue dijese. Esto me llevó a realizaruna investig~ción profunda sobre el significante en su relación conmigo y con m1 nombre. ~quello fue mu~ benéfico en el terreno profesional, porque he de deci~ q~e ~n~es de mi análisis había fracasado en todo." Y añadió, con un ai.re m~m~t-amente triste: "Todo mi análisis fue un trabajo de cabeza. Sigo smtte~dome mal dentro de mi ser, e incluso dentro de mi cuerpo. Como s1 no lo habitara .. . o quizás ... como si no me habitara." . Tanto en su vida personal como en su vida profesional, Ch~1s.tophe , ;,.madecuado" y "confuso" frente a sus problemas se sentia , cotidianos, " y "perplejo" en cuanto a las deci~i~n~s que tomar. As1.~ue era mu~ dependiente" de su mujer, de sus J~ic~os, de su apr?bac1on.~ desap:o,, bación. El tema de la pérdida volvia sm cesar. Chnstophe se perd1~ en sus propios pensamientos, en sus papeles, en sus proyecto.s. P~r?ia también sus objetos personales (durante su análisi~ ~~nmigo man desapareciendo regularmente, y a veces de formadef1mt1va, su carnet de identidad, su cartera, su máquina de fotos ~ _sus ~laves; aquellos acting resultaban naturalmente ricos en sigmf1cac10nes). Durante aquella primera entrevista, Christophe relató estos hechos con una voz triste y apagada, como un hombre que ha perdido la esperanza de poder disfrutar algún día de la vida.
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Además, se sentía responsable de la pérdida reciente de una amiga que se había suicidado. Esta mujer, una antigua conocida, era su vecina. Iba a visitarlos a menudo, aél y a su esposa, porque estaba muy preocupada por la relación con su propio marido y sus tres hijos. Se dirigía sobre todo a Christophe porque él era para ella un "maestro" y por tanto en posesión de un saber especial. Él, como buen vecino, la escuchaba largamente, intentando concienzudamente comprenderla y calmarla. Se había tomado incluso la molestia de hablar de ella a un amigo psiquiatra que declaró que "seguramente sufría una psicosis". Poco antes de las vacaciones, esta mujer acudió a casa de Christophe y su esposa, en un estado de evidente desamparo. La noche anterior había tenido una terrible pesadilla, y gritaba que presentía un desastre. Había soñado en efecto que cocía a su tercer hijo "hasta que sólo quedó su pequeño corazón aún palpitante". En el sueño corría hacia Christophe, con el corazoncito en la mano, para que él reviviera al niño. Christophe recordaba el malestar que sintió durante el relato de este sueño, y la distancia que estableció inmediatamente frente a la mujer. Le explicó entonces que su esposa y él se disponían a pasar fuera las vacaciones de Navidad y que lamentaba no tener más tiempo para hablar con ella aquel día. A su regreso de las vacaciones se enteraron de la muerte de la vecina que, según les dijeron, se había rociado de gasolina antes de quemarse vi va. Aunque no pudiera reprocharse nada, Christophe se sentía culpable y se preguntaba si aquella muerte atroz no estaba relacionada en cierto modo con el efecto que le produjo el sueño, y la reacción defensiva que había experimentado entonces. Estaba casi convencido de que aquella solución fatal e imprevista hubiera podido evitarse de haber escuchado mejor la pesadilla de la mujer y de haber podido dedicarle algunas palabras tranquilizadoras. Todo esto, en efecto, no había hecho más que reforzar su sentimiento de nulidad. Era un "mal amigo" . En cuanto a su "sí mismo somático", Christophe sólo había mencionado de pasada dos síntomas con matices psicosomáticos. El primero era una colonopatía para la que no se había descubierto ninguna causa orgánica; este fenómeno, por lo demás, sólo ocurría en raras ocasiones, y le preocupaba poco. El segundo, en cambio, le hacía sufrir desde hacía muchos años. Le sucedía por épocas no conciliar el sueño durante muchas horas, mientras que otras veces era la angustia lo que le
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despertaba, sin poder recordar el más mínimo sueño. Tomaba somníferos con regularidad. Mi primera impresión fue que Christophe mostraba poco insight en lo referente a sus estados depresivos que, por momentos, rayaban en la despersonalización. No sólo parecía no comprender su tristeza, sino también prestar poca atención a su relación primitiva con aquella madre de la que me dibujó tan cruel retrato. Me pregunté si la trágica muerte de su vecina no venía a confirmar fantasías ya antiguas, pero sólo tenía vagas suposiciones sobre el significado inconsciente del incidente. El hecho de que esta significación fuera tan oscura para Christophe favoreció quizás, durante el análisis, una violenta explosión psicosomática, que comprendí parcialmente a la luz de la elaboración que siguió. No es mi intención resumir este análisis que duró varios años (y donde los elementos psicosomáticos no eran el ~je central); sólo pretendo ilustrar un funcionamiento mental que, en mi opinión, se instala precozmente cuando la relación madre-hijo no ha permitido la elaboración interna de una madre protectora. La imagen de la madre se escinde entonces en dos partes : la primera es una imagen idealizada, omnipotente e inaccesible, una madre imaginaria capaz de conjurar todo sufrimiento y de satisfacer todo deseo (y que por esto se con vierte en una imagen persecutoria, ya que el niño no llegará jamás a merecer ni a alcanzar por sí mismo tan grandioso ideal). La otra imagen es la de una madre rechazante, incluso mortífera, madre interna con la que el niño, una vez adulto, se identificará : y a causa de esto se convertirá en una madre persecutoria para sí mismo. Cuando, además, el padre desempeña un papel sin relieve en el mundo interno del sujeto, y se representa únicamente como alguien indiferente al bienestar de su hijo, tales pacientes se convierten en "padres terribles" para sí mismos y tienden, durante toda su vida, a buscar en los demás (o en sustancias adictivas) la solución a su desamparo y la reparación de su indecible sentimiento de herida. Todos estos factores contribuyen a alterar su sentimiento de identidad y les hacen vivir momentos donde la distinción entre ellos mismos y los demás se vuelve borrosa. Este estado psíquico favorece la persistencia de angustias de tipo psicótico (no reconocidas conscientemente) en torno a su integridad corporal y psíquica, y pueden eventualmente exacerbar, entre otras cosas, su vulnerabilidad psicosomática.
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EL SOMA SE HACE OÍR Antes de estudiar de cerca una repentina somatización que ocurrió durante el análisis de Christophe, quisiera recordar brevemente el acontecimiento somático que mencionó Christophe en nuestro primer encuentro: la súbita eclosión de una tuberculosis pulmonar a los doce años; muchos recuerdos y asociaciones le vinieron a la mente al evocar aquella época. Nos pareció que, entre ellos, ciertos acontecimientos angustiosos contribuyeron, muy probablemente, al hecho de que Christophe enfermara en aquel preciso momento. Habiendo sido siempre, según sus propias palabras, un niño triste y reservado, una tendencia relacionada, en su opinión, con el miedo a no ser amado por su madre, Christophe había investido a su padre del papel esencial: ser el soporte de una imagen narcisista no demasiado deficiente de sí mismo. Pero, poco antes del descubrimiento de su primo-infección, su padre había sufrido no solamente un revés profesional sino también un grave accidente físico. Christophe recordaba la visión de la sangre y el terror a que su padre muriera. Me parece muy probable que aquel episodio dramático, que ocurrió además en el momento de su pubertad, pudiera acentuar la gravedad de la angustia y de la depresión de Christophe, favoreciendo así su vulnerabilidad a la infección. El siguiente fragmento de análisis ha sido extraído de las notas que tomé durante dos sesiones consecutivas, en el transcurso del quinto año de nuestro trabajo en común. Redacté estas notas, como suelo hacerlo, durante la primera sesión tras una larga separación. Christophe : "Las vacaciones han ido mal por culpa de un barco nuevo que no logré manejar. .. y la mayoría de las veces, ni siquiera poner en marcha. Y encima pasé una noche horrible de la que guardo un recuerdo candente. Sólo dormí una hora, porque me desperté bruscamente con una monstruosa hinchazón en el vientre. Tu ve una diarrea impresionante, y gases que me duraron toda la noche, algo espectacular. Un dolor atroz. No había comido nada especial. Conseguí controlar el dolor con medicamentos, pero a pesar de eso no pude dormir el resto de la noche. Y la diarrea continuó desde entonces. Verdaderamente no comprendo lo que me pasó aquella noche." Desde hace años he aprendido a escuchar los relatos somáticos en una sesión, no solamente como parte de una cadena de asociaciones, sino también como una comunicación infraverbal con un significado dinámico y económico propio; de alguna manera, un sueño fallido .
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Efectivamente, suelo enfocar este tipo de comunicación casi como si escuchara comunicaciones de sueños, buscando por ejemplo la huella de restos diurnos, o representaciones sobrecargadas de afecto y aptas a ser repudiadas del consciente. Pregunté a Christophe si recordaba lo que había sucedido el día anterior a aquella brutal eclosión. C.: "Pues bien, sí, es tu ve luchando con el barco durante todo el día, era imposible ponerlo en marcha. Al cabo de dos horas mi mujer me dijo: 'Lo que necesitamos es un hombre que nos ayude'. ¡Ahora que lo pienso, no hay nada mejor para castrarle a uno completamente! Pero en aquel momento estuve de acuerdo con ella. Además volvió a comentar su deseo de tener un tercer hijo. Y siempre me siento amenazado por esa idea. Es demasiado .. . no es el momento ... " J.M.: "Se diría que no 'digirió' usted bien las observaciones de su mujer.¿ Cree usted que su cuerpo estaba expresando en lugar de usted sentimientos y pensamientos relacionados con los acontecimientos del día?" . C.: "Quizás estaba gestando un hijo, en lugar de ella ... aquella explosión de monstruosas hinchazones ... fue como un parto." Pensé, sin decírselo , que si su interpretación era correcta, su escenificación somática parecía más un aborto que un nacimiento. Me pregunté igualmente, al volver a pensar en las anteriores asociaciones de Christophe, si su interpretación de su enfermedad somática expresaba una envidia consciente de la capacidad de la mujer para engendrar. Si mi hipótesis era correcta, es posible que las manifestaciones somáticas desvelen igualmente un deseo de expulsar tales ideas, lo que daría a este incidente somático un matiz histérico.
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En la siguiente sesión, Christophe contó un sueño. C.: "He tenido una pesadilla terrible. Tenía entre las manos a un recién nacido y lo ensartaba para asarlo. Vigilé atentamente la cocción sin el menor rastro de inquietud o de culpa, y después empecé a saborearlo. Me comí primero la mano, y ofrecí el brazo a otra persona, quizás mi mujer. Luego reparé por primera vez en el pequeño muñón y empecé a angustiarme. En el sueño me decía: 'Has cometido un crimen; está prohibido devorar a los niños. Cuando sea mayor quedará completamente atrofiado. ¡Le he desgraciado para toda la vida!'
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Entonc~s me invadió el horror de mi crimen, y un pánico tal que me desperte;, Estaba empapado en sudor y no pude dormir en toda la noche ... La sim~litu~ y al mismo tiempo la diferencia entre aquella pesadilla y la pesad11 la sm sueño de la noche de vacaciones, de la que me había hablado Christophe en la sesión anterior, llamó mi atención. Pero no la de Christophe. Sus primeras asociaciones le llevaban directamente a su vecina psicótica, al recuerdo del sueño que el la le había contado donde cocía a su hijo menor, y luego su suicidio. . He aquí _mis propias asociaciones al escuchare! sueño y sus evocac10nes: Chnstophe había recordado recientemente la ambivalencia que expresaba aquella mujer hacia su tercer hijo, así como su propio malestar al escuchar el sueño de ella; las asociaciones que le hicieron recor~ar a esta mujer y asu sueño (que seguía intentando comprender) le habian llevado, algunas semanas antes, a preguntarse si el "corazoncito que aún latía" no era también el corazón de niño de ella. Lo mismo sucedía sin duda con el "brazo del niño devorado" del sueño de C~ristophe, qu_e iba a hacerle un "atrofiado de por vida". ¿No era él mismo el atrofiado que no había sabido amar a su madre, ni poner en marcha un barco para ganar la estima de su mujer? ¿Acaso ofrecer su braz~ (¿~n regalo de ~astración?) a su madre o a su esposa, era para él una tecmca de superv1 vencia? Pero, bajo mi punto de vista, lo que aquí se apuntaba era una fantasía aún más primitiva, según la cual su propia avidez podía ser la causa de sus desgracias. La escena del sueño nos muestra a Christopheel-caníbal, devorando a los bebés de los demás. ¿Quizás tomaba el lugar.~e ~a ?1adre, proyectando en ella su propio amor oral peligroso? Era hijo un:co, n? des~ado y, a causa de esto, podía temer la llegada de otro, que s1 hubiera sido deseado, y que sí mereciera el amor de su ?1adr~. ¿Hacía desaparecer fastasmáticamente de este modo (como lo 1magman a menudo los niños pequeños) a los hijos que pudiera tener la rhadre? ¿Acaso no me había dicho una vez que se sentía "desollado" en su relación con su madre, de tanto como ella le parecía fuera des~ alcance y carente de ternura? ¿Podía desembarazarse pues de los bebes no deseados devorándolos, quemándolos o cociéndolos? Visiblemente, el sueño de su vecina cociendo a su tercer hijo había causado en Christophe una impresión fuerte y duradera; acaso el relato del sueño había tenido un-efecto tan traumático como la noticia de su muerte por fuego. No era de asombrar que no llegara a comprender aquel sueño, ¡ni a olvidarlo! Christophe se vivía a sí mismo, en aquel
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asunto, como una "mala madre". Empecé a pensar que se identificaba no solamente con el niño atrofiado sino también con la madre aterra~L
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En resumen, el texto del sueño podría entenderse así: "Mua, las madres asan a sus hijos y luego los devoran". Mientras que el tema de su explosión psicosomática se enunciaría de esta forma: "Mi_ra có~? las madres quieren abortar a sus hijos". ¿Hasta qué pu~to se identi;1caba Christophe con una madre asesina? Algunos suenos y fantasias agresivas anteriores, referentes al vientre de la m~jer y al embar;izo, me hicieron tener presente esta posible interpretacion; por lo de~as, la actual resistencia de Christophe a complacer el deseo de su mujer de tener un tercer hijo iba en este mismo sentido. Me limité a decirle: "No todos los hijos son deseados." Esta observación tuvo el efecto de crear un vínculo en la mente d_e Christophe, por primera vez en aquella sesión, -~on la insis~ente petición de su mujer de tener otro hijo, deseo, me diJO, que habia vuelto a . _ expresar nuevamente la noche a~terior. c.: "No consigo soportar la idea de que he podido sonar aquello. . Sólo pensarlo me pone enfermo." En efecto, me dije, tales pensamientos, excluidos del consciente, contribuyeron quizás a ponerlo físicamente enfermo durante la~ vacaciones ... al no poder ser contenidos en un sueño o hacerse acce,s1b~es al pensamiento consciente pór otros caminos. ¿Acaso no me habi~ d1c~o, además, que guardaba un recuerdo "candente" de aquella ex~en~ncia? Pero esta metáfora no había abierto en él ninguna puerta_psiqu~ca, n? más que la metáfora contenida en mi discurs? cuando mtervme diciendo que no había "digerido" bien las reflex10nes de su esposa. Quisiera proponer la siguiente hipótesis: las fantasías aterradoras que no encuentran salida por el lado de los sueños se bloquean po~ no tener la psique acceso a las palabras que podrían expresarla~, precisamente porque están asociadas a experiencias precoces ocurridas antes de la adquisición de la palabra. Las p.alabras q~~ podrí~n h~cerlas decibles en la vida cotidiana y en las ses10nes anahticas es tan pnvadas de su verdadera impregnación afectiva, y de valor simbólico. Cua~do las palabras cumplen su función simbólica, resultan ser extraordmarios continentes para representaciones de ideas fuertemente cargadas de afecto (lo que Andr·é Green llamó Le discours vivant, 1973). Cu_a~do el sujeto dispone de ellas libremente, las palabras pueden permi~u la descarga de un modo no devastador en el funcionamiento somático o en el actuar.
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C.: "¡Me encuentro tan psicótico como esa mujer! Ahora comprendo por qué se suicidó. Me odio ... no puedo soportar aquel sueño que tuve." J.M.: "En este momento hay dos personas que hablan en usted: una es el adulto que se llama a sí mismo psicótico, y la otra es la que ha tenido el sueño; se trata de la fantasía de un niño muy pequeño aterrorizado por la idea de que otros niños puedan venir a quitarle el sitio, y hacer de él un atrofiado. La insistencia de su esposa en tener un tercer hijo le amenaza tanto, quizás, como si este deseo lo hubiera anunciado su madre . ¡Hay que devorar a los niños para hacerlos desaparecer! El que no tolera el sueño es el adulto que hay en usted, que no quiere escuchar al niño desesperado, ni reconocer que quizás tenga el monstruoso deseo de matar esta parte-bebé." ; C.: "¡El hijo no deseado! ¡Desde luego que no lo quiero!" J.M.: "¿Entonces es usted la madre-asesina?" C.: "¡Eso es! Ese soy yo. Me porté mal con mi vecina. ¡Como ella, soy una madre incapaz y asesina!" Me pareció entonces oportuno recordar a Christophe que en la sesión anterior me había contado una pelea con su esposa, pelea seguida por una noche de insomnio y por una diarrea "monstruosa"; mientras que esta vez había tenido un sueño, también seguido por una noche de insomnio. Como si existiera aquí una correspondencia entre las dos situaciones. Por supuesto, la elaboración de estas nociones se prosiguió, gracias a otras asociaciones, durante muchos meses. Aquel trabajo posibilitó un viraje decisivo en el análisis de Christophe, permitiéndole, entre otras cosas, entender mejor su relación con su sí mismo niño, cuyos mensajes de desamparo siempre había tratado de asfixiar. Esto nos dio igualmente la posibilidad de explorar su profunda ambivalencia hacia la mujer y descubrir deseos homosexuales renegados.
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Quisiera ahora intentar delimitar los procesos que intervienen en este tipo de so matizaciones puntuales. Me viene.a la mente una primera pregunta: ¿puede privarse verdaderamente a la psique de lo que una vez le perteneció? Lo reprimido, lo renegado, lo proyectado, lo repudiado pueden hacer desaparecer del consciente experiencias psíquicas vividas. Pero no por ello la psique queda "privada" de algo que en un
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primer momento formó parte de ella, algo que pudo ser represent~do mentalmente, aunque más adelante este contenido ya no sea accesible ala consciencia. En cambio puede resurgir en circunstancias propicias: ya se desliza en la vida onírica y en los sueños diurnos , ya en nue~tras inhibiciones, en nuestros síntomas, en nuestras actividades sublimadas. Estos acontecimientos psíquicos nos revelan que la psique nunca pierde verdaderamente los pensamientos, las percepcion~~· las sensaciones, los traumatismos y los placeres que una vez conocio, aun cuando estas experiencias sean inaccesibles a toda consciencia. Todos ignoramos, la mayoría de las veces, gran parte ~e lo que sucede en nuestra realidad psíquica y en nuestros teatros mternos; como lo evidencian aquellos descubrimientos que nos desvelan, en el transcurso de un análisis y a menudo por primera vez, el sentido oculto de los sueños y de los síntomas. En ocasiones nos dejan perplejos, porque se nos antojan tan ilógicos, tan gratuitos, como nuestros sueños. Como declaraba Freud en "Construcciones en el análisis" (1937): " .. . [el trabajo analítico] muestra vastas coincidencias con el ~el arqueólogo que exhuma unos hogares o unos monu~entos dest:u~dos Y sepultados ( ...) sólo que el analista trabaja en mejores condic10nes, dispone de más material auxiliar, porque su empeño se dirige a algo todavía vivo, no a un objeto destruido." El hecho de que Ja psique funcione, tanto en su dinamismo ~o~o. en su economía, de un modo del que no somos conscientes, no sigmfica que el material vivo e intacto sea aceptado, o siquiera reco~ocido ~orno posible, por la mayoría de los individuos. Pocos adultos siguen siendo conscientes de sus deseos infantiles, porque éstos están impregnados de pregenitalidad y de deseos incestuosos con metas homosexuales Y heterosexuales; como tampoco son conscientes de su hostilidad, de su mortificación narcisista megalómana, de las intenciones envidiosas Y asesinas que el niño escondido en el adulto ha abrigado, y aún abriga, hacia aquéllos que más ha amado. Estas pulsiones primitivas disponen en efecto de un poder de investidura bastante amplio. Idealmente, nuestras metas narcisistas, agresivas y libidinales encuentran una expresión adecuada en nuestras relaciones sexuales y amo~o~as, en nuestra vida social y profesional, así como en nuestras actividades llamadas sublimadas. Y por esQ lo conflictivo, lo prohibido Y lo imposible permanecen, la mayor parte del tiempo, fuera del consciente, reprimidos. Por el contrario, cuando estos deseos conflictivos no se compensan parcialmente, o cuando sus vías de investidura se encuentran de pronto
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bloqueadas, esta falta de integración o esta apertura bajo la presión de las pulsiones primitivas hacen que resurjan angustias narcisistas y deseos prohibidos con sus afectos reprimidos. Esta reaparición siempre es virtual, y puede dar lugar, como es sabido, a síntomas neuróticos y psicóticos que permiten a veces al sujeto seguir con su vida normal, pero a un precio exorbitante. Este fenómeno confirma, una vez más, que Ja psique, en Jo que tiene de inconsciente, nunca queda verdaderamente amputada de una parte de sí mi sma. El síntoma neurótico y Ja eclosión psicótica representan, ambos, una compensación por lo que ha sido reprimido del consciente.
RESTOS DIURNOS A pesar del equilibrio establecido para mantener la homeostasia psíquica, todo el mundo encuentra en su vida cotidiana circunstancias, incluso simples percepciones capaces de movilizar representaciones conflictivas o dolorosas. Éstas tomarán la forma de pensamientos, fantasías o sensaciones inquietantes, que invaden Ja mente. Basta ver un cartel en la calle o un relámpago en el cielo, escuchar el sonido de un trueno, una conversación, a veces una sola palabra insólita, para que vuelvan a la superficie representaciones psíquicas amenazantes, dolorosas o sobreexcitantes. Sin embargo, sabemos que el ser humano reprime de inmediato, regularmente, este tipo de representaciones, sin lo cual el equilibrio de la vida psíquica se vería constantemente comprometido. Podría por ejemplo ser objeto de vivencias alucinatorias (lo que ocurre cuando se dan brutales descompensaciones psicóticas o cuando un individuo se encuentra bajo la influencia de ciertas drogas). Pero la mayoría de las veces estas experiencias y las fantasías que engendran, una vez reprimidas, se convierten en el decorado de la vida onírica o en el ombligo de creaciones artísticas e intelectuales. Sea cual fuere su destino, insisto en este punto : existe compensación para con lo que ha sido rechazado del consciente. Sucede, por el contrario, que bajo el impacto del mundo exterior, con su desfile de percepciones invasoras, de traumas físicos o psíquicos, o bajo el impacto de acontecimientos'que el sujeto vive traumáticamente (nacimientos, muertes, matrimonios, separaciones, pérdidas narcisistas) ciertas experiencias psíquicas se excluyan no solamente del consciente, sino también de la cadena de representaciones. Un acontecimiento de este tipo puede quedar no .compensado. Los diversos
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modos de recuperación, en forma de compensación sintomática o de reinvestidura en la vida imaginaria, social o amorosa, no funcionan . En otras palabras: bajo la presión del mundo pulsional interno, las frustraciones libidinales objetales o narcisistas, o ciertos impulsos primitivos como la rabia, la envidia destructiva y la agresividad continua, pueden no desembocaren una representación mental, lo que al mismo tiempo les impide toda salida en forma de producción de síntomas neuróticos o delirantes.
tratan como cosas; la experiencia psíquica que debieran contener (es decir, las representaciones de palabra y el afecto que les está ligado) es eyectada fuera de la psique, en lugar de ser reprimida para alimentar el capital psíquico del que se sirve la psique para fabricar síntomas psicológicos; éstos servirán eventualmente para preservar el cuerpo de la explosión somática. Cuando, por el contrario, la psique dispone únicamente de las palabras escindidas de la representación de cosa para rendir cuenta de acontecimientos que además han perdido su valencia afectiva, despojados por tanto, según los términos de Bion ( 1967) de su "índice de verdad", nos encontramos ante lo que podríamos llamar registros psíquicos primitivos: no queda más que el registro de la representación de cosa. Su evocación no puede hacerse sin riesgo de descarga corporal. Es entonces cuando la vulnerabilidad psicosomática puede agudizarse súbitamente. Cuando el soma en disfunción logra expresarse en el discurso psicoanalítico, ¿cómo debe oírlo el analista?
LASPALABRASYLASCOSAS Cuando para una representación rechazada del consciente no existe posibilidad de recuperación en forma de síntoma o de sublimación se puede hablar, posiblemente, de privación psíquica. La psique, en este estado, intentará colmar el vacío así creado. Para lograrlo tendrá que limitarse a emplear mensajes primitivos, señales de orden somatopsíquico, como en la primera infancia. El infans no es capaz de utilizar el pensamiento verbal y, cuando falta la función materna de paraexcitación, debe encontrar otro modo de enfrentarse a las tormentas afectivas o a los estados de excitación y de dolor inelaborables. Observamos entonces que de lo que verdaderamente carece la psique es de palabras, o más exactamente de lo que Freud llamó la representación de palabra (1915b). En su lugar, la psique sólo dispone de representación de cosa. De esta última noción Freud observa que "consiste en una catexis, si no de imágenes mnémicas directas de la cosa, por lo menos de huellas mnémicas más alejadas, derivadas de aquéllas". Laplanche y Pontalis (1967) en su comentario de esta definición observan que "la representación se distingue aquí claramente de la huella mnémica: aquélla reinviste, reaviva ésta, que no es en sí misma más que la inscripción del acontecimiento". Más adelante, los autores del Diccionario observan que Freud (en "Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños", 1917) mostró que en la esquizofrenia las representaciones de palabras son tratadas como representaciones de cosas. Espero haber podido mostrar, con ayuda del fragmento del análisis de Christophe, que en la regresión psicosomática se produce un fenómeno psíquico similar a lo que sucede en la psicosis. Las palabras, vaciadas de su contenido afectivo, pierden su valor simbólico y se
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EL SÍNTOMA PSICOSOMÁ TICO ENLAESCENAPSICOANALÍTICA
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Hay que considerar en primer lugar lo siguiente: la recuperación de un modo de reacción infantil es producto de un cortocircuito en el lenguaje y en los procesos secundarios. Naturalmente, estas vías regresivas están al alcance de todos durante toda la vida, pero no pueden comprenderse como una simple regresión. Otra forma de teorizar este proceso nos la proporciona el concepto bioniano de los "elementos beta". Dichos elementos pueden tener destinos variados, como los "objetos extraños" descritos por Bion, bajo las condiciones que considero en este capítulo, que pueden igualmente expresarse mediante somatizaciones, tomando así una vía regresiva, pero donde faltará la alucinación. El mensaje primitivo proveniente de la psique repercutirá en el funcionamiento somático del sujeto, siguiendo las huellas contenidas en la memoria de la que está dotado el funcionamiento automático del cuerpo. Todos somos capaces, en aquellos momentos en que fracasan nuestras defensas habituales ante el desamparo psíquico, de "so matizar" nuestro dolor mental.
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¿PUEDE HABLARSE DE UNA HISTERIA "ARCAICA"?
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Los analistas tienen numerosas ocasiones de observar, en el transcurso de un largo análisis, este tipo de acontecimientos puntuales, y es pertinente estudiar bajo esta perspectiva las eclosiones somáticas en aquellos sujetos que no suelen utilizar la somatización como modo de defensa predominante. Mi propia experiencia clínica me ha enseñado que la "desorganización psicosomática" descrita por Pierre Marty (1980) puede producirse también esporádicamente-e incluso constantemente- en sujetos que no son ni histéricos clásicos ni "operatorios" desafectivizados. Las fantasías y las emociones primitivas que subtienden ciertas eclosiones psicosomáticas justificarían aquí la noción de histeria arcaica. La histeria clásica, como es sabido, depende sobre todo de vínculos verbales, y trata de compensar ciertas angustias referentes al derecho del adulto a las gratificaciones sexuales y narcisistas. Los síntomas que crea la psique en estas circunstancias están destinados a reemplazar los deseos libidinales y narcisistas sentidos como prohibidos (o a castigarlos). El nivel de conflicto que intento poner de manifiesto aquí a través del término de histeria arcaica es el conflicto sobre el derecho a existir, más que el derecho a las satisfacciones libidinales normales de una vida adulta. Las angustias están entonces ligadas al temor de perder la identidad subjetiva, o incluso la vida. Los objetivos libidinales del lactante pueden concebirse como un movimiento perpetuo entre el deseo de fusionarse con el cuerpo materno y su contrario, el deseo de independencia total (sin dejar de formar parte del universo materno). A menos que el consciente materno esté poblado de miedos y de deseos que hagan a la madre incapaz de interpretar los estados afectivos de su bebé y de modificar consecuentemente su sufrimiento psíquico y físico, la madre permitirá al lactante, en los momentos de desamparo, mantener la ilusión de formar uno con ella. Cuando el inconsciente materno obstaculiza la escucha de las necesidades del bebé, el niño pequeño se ve frenado en su intento de construir, lentamente, en su interior, la representación de un entorno maternizante que proteja y que consuele. También se le negará forzosamente la posibilidad de identificarse un día con esta "madre interna"; esta falta de imagen protectora interior persistirá hasta la edad adulta y durante toda su vida. Como lo demuestran Fain, Kreisler y Soulé, en su extraordinario trabajo L 'Enfant et son Corps (1974), la
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perturbación que da origen al insomnio infantil que puede poner la vida en peligro es una de las manifestaciones clásicas de este tipo de falta en los primeros meses de vida (corno evidencia el fragmento de análisis de Sophie en el capítulo V).
EL "LENGUAJE" DEL CUERPO La disfunción psicosomática como respuesta a todo tipo de conflictos puede concebirse como un síntoma donde la psique busca (como en la histeria neurótica clásica), con medios primitivos e infraverbales, enviar mensajes que serán interpretados somáticamente. Así, en estados psicosomáticos, un órgano o una función corporal, en modo alguno perturbados por razones orgánicas, puede actuar como si debiera responder psíquicamente a una situación conflictiva que se considera biológicamente peligrosa. El cuerpo de un individuo puede, por ejemplo, comportarse como si buscara desembarazarse de una sustancia tóxica sin haber estado expuesto a ningún tipo de veneno (larectocolitis hemorrágica es un buen ejemplo: es el intestino vaciándose sin retención). En otros casos, lo que se inhibe es la función respiratoria (en el asma bronquial, el sujeto es a menudo incapaz de expulsar el aire de los pulmones). ¿Por qué razón sigue vaciándose el intestino en ausencia de toda patología orgánica? ¿Por qué razón un sujeto retiene el aliento, deja casi de respirar, en ausencia de toda justificación física? Este tipo de fenómenos somáticos son mensajes enviados por la psique cuando ésta se ve en peligro por el resurgimiento de acontecimientos dolorosos, culpabilizantes o amenazantes, pero cuya representación es inmediatamente expulsada del consciente. Es como si éstos se asimilaran a sustancias tóxicas contra las cuales el cuerpo debe reaccionar. Paradójicamente, aunque tales reacciones puedan poner en peligro la vida del individuo, en principio están destinadas a proteger al sujeto de un daño psíquico. De este modo, en tanto en cuanto forman parte del cuadro de la histeria arcaica, estos fenómenos, aunque dotados de un sentido psicológico, pertenecen a un orden presimbólico y son una respuesta somatopsíquica que da la psique en sus esfuerzos por prevenirse contra angustias que serían quizás psicóticas si alcanzaran la consciencia. En los casos que aquí nos ocupan, faltan las compensaciones, tanto neuróticas como psicóticas, a lo que ha sido brutalmente expulsado del consciente. Las experiencias ansiógenas,
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movilizadas un instante, no han podido dar origen a una representación mental verbal. Es decir, a una representación del orden de lo pensable.
madre e hijo (lo que significa en inglés una relación "adecuada sin más").
ELPSICOSOMA YLOS SUEÑOS
LAFUNCIÓNDELOSSUEÑOSYDELINSOMNIO
Volvamos a la conceptualización de los procesos empleados en las dos experiencias de pesadillas de Christophe. Formularé la hipótesis siguiente: los acontecimientos del día que precedieron a las perturbaciones gástricas masivas, seguidas por una noche de insomnio, movilizaron fantasías, extremadamente primitivas, de desamparo, de rabia y de sadismo oral totalmente ignoradas por Christophe, y que le hundieron. Propondría la idea de que su cuerpo reaccionó como si hubiera sido envenenado, porque carecía del conocimiento de los terrores sin nombre y de las fantasías arcaicas que apenas empezaban a poder
En lo que se refiere al grave insomnio de Christophe, creo que las investigaciones de Lewin ( 1946, 1948) sobre la función de los sueños pueden semos útiles. Este último pensó en efecto que los sueños eran semejantes a la proyección de una película sobre "la pantalla del sueño" Yque aquella pantalla era una imagen introyectada del "seno materno" (yo diría más bien que esta pantalla fundamental es una representación del entorno matemizante, tranquilizadora imagen de fondo, necesaria a todo niño para poderdonnir sin miedo). Apoyándonos en la teoría de Lewin, podemos planteamos la siguiente pregunta: ¿qué puede suceder cuando esta primera representación de la función materna, esta "pantalla en blanco'', ha sido vivida como inestable o faltan te? Es probable que el sujeto dude en recurrir a ella sin angustia, creyéndola demasiado frágil, y por tanto incapaz de expresar conflictos inconscientes muy cargados de emociones. Así, la descarga normal de los conflictos inconscientes fuertemente investidos no se producirá a través de los sueños o los ensueños. . En.cuanto a Christophe, puede creerse que fue por haber podido mvestlr el encuadre analítico por lo que se permitió tener y vivir su pesadilla aterradora. ¡Puede también pensarse que en mi ausencia por motivo de las vacaciones, me equiparó a las madres-asesinas de su mundo interior! Sobre este particular, puedo añadir que he observado en otros pacientes insomnes una representación semejante de la madre interna ausente, abandonadora, imprevisible. Esta imagen se transfiere indefectiblemente sobre el analista, de tal forma que cada cambio en el ent~rno del analista puede hacer resurgir síntomas de este tipo. He P?d1do observar notables regresiones en estos analizados frágiles, por ejemplo con motivo de una mudanza. Estos pacientes adquirieron a menudo una autonomía precoz que les hace parecerse a los "bebés sabios" descritos por Ferenczi . Al no poder confiar en nadie, se plantean como una obligación el ocuparse de su propia seguridad física y psíquica, como si nadie más pudiera ser realmente fiable. Dicho de otro modo, comprendieron demasiado pronto en la vida que deberían ser sus propios padres. Los insomnes
verbalizarse. Estos temas de horror se asemejan más a las fantasías y a las angustias propias de la psicosis que a los temores típicos de la neurosis. En el caso de Christophe, el repudio de ciertas representaciones importantes, y la asfixia de los afectos que les estaban asociadas, no fueron ni recuperados por el delirio ni compensados de ninguna otra forma. En su lugar, se produjo una ruptura radical entre soma y psique, de manera que los mensajes amenazantes (de castración, de pérdida de la propia estima y del sentimiento de identidad, frente al material primitivo que pudiera surgir) no se trasmitieron por los eslabones simbólicos del pensamiento verbal, por representaciones de palabra. En vez de ello, se registraron únicamente representaciones inconscientes de cosa que, una vez solicitadas, proporcionaban respuestas somáticas directas, como sucede con todo niño pequeño, para quien el propio cuerpo y sus mensajes se representan como una "cosa" perteneciente al mundo exterior. La persistencia en la edad adulta de este modo de funcionamiento se ve favorecida, en mi opinión, por el tipo de relación madrebebé que he intentado describir. Los problemas inconscientes de la madre de Christophe parecen haberla obstaculizado en su función de mantener para su lactante un espacio protegido en cuyo interior éste pudiera desarrollar un modo de organización psíquica más evolucionado que le permitiera hacer frente a los estados de desamparo y a las crisis emocionales de la primera infancia, como a los de la edad adulta. Dicho de otro modo, no se dio una relación good enough entre
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deben velar constantemente sobre su ser-lactante, para asegurarse que están fuera de peligro. Es su modo de mitigar una angustia de separación que les podría asaltar súbitamente. Volviendo a Christophe, su constante angustia sobre la separación y la pérdida, asociada a los trastornos del sueño, permite pensar que su madre no pudo asegurar la función materna fundamental, que consiste en mantener en toda circunstancia una pantalla protectora contra los estímulos desbordantes que asaltan al niño tanto desde dentro como desde fuera. Los somníferos, de los que abusaba, debían desempeñar el papel de un objeto transicional, porque le faltaba este objeto interno que le hubiera asegurado el sueño. Como observó Winnicott ( 1961 ), la repetición de experiencias de fallos en el mantenimiento de la función "paraexcitación" de la madre contribuye ampliamente a la creación de un "falso self". En Christophe, esto tomó la forma no de una autonomía exacerbada sino de su contrario, a saber, de una falsa "debilidad mental" que cedió en la adolescencia. Más adelante, creó defensas caracteriales que le daban igualmente el aspecto de un niño en peligro e incapaz de protegerse en Ja vida. Estas defensas servían sin duda para prevenir la aparición de angustias arcaicas, con su quantum de afecto depresivo y de rabia infantil impregnada de sadismo oral, así como para mantener en el inconsciente una imagen persecutoria de su madre. En un libro anterior (Teatros de la mente, 1982, capítulo VII: "Reflexiones sobre el afecto") insistí sobre la idea de que los afectos son los vínculos más privilegiados entre la psique y el soma. El afecto, al ser un concepto límite (como el de la pulsión) se encuentra a medio camino entre lo somático y lo psíquico. Ya conocemos las dudas de Freud en cuanto al concepto del afecto, que trató en un primer momento distinguiendo entre representante-representativo (de palabra o de cosa), y lo que pudo llamar la "representación-afecto". Es probable que este "representativo" se integrara, más adelante, al concepto de "representante psíquico" (Laplanche y Pontalis, 1967). Este "representante-afecto" también es susceptible de mantenerse fuera de la consciencia. Me planteé entonces la siguiente pregunta: ¿por dónde pasa el afecto que es rechazado (con la representación asociada) del consciente? Freud aporta una respuesta parcial a esta pregunta de los destinos del afecto inaccesible. Descubre tres: su conversión en síntomas histéricos; su desplazamiento sobre representaciones de calidad diferente (como sucede en la neurosis obsesiva); y, finalmente, su transformación directa en angustia, asimilándose este último destino al concepto freudiano de neurosis actual, que incluía la
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neurosis de angustia, la neurastenia y Ja hipocondría (estas últimas, como puede observarse, se describen casi por completo en términos de desequilibrio somático y pueden por tanto constituir el eslabón faltan te entre l~s estados histéricos y los estados psicosomáticos, tal y como plante~ ~n Teatros ~e la mente (1982, capítulo V: "Estados psicosomat1cos, neurosis de angustia e histeria"). ~lo~ tre.s destinos del afecto descritos por Freud, me pareció que se podia anadir un cuarto, cuyo mecanismo él concibió de hecho en el caso Schreber. Se trata del repudio, que consiste en el rechazo, no solam_en.te de la represe~tación'. sino también del afecto intolerable que le esta vmculado. El SUJeto qmere hacer como si esta representación n~nca hubiera tenido acceso a sí mismo. En su intento de regresar, ésta solo alcanza a encontrar una salida en la realidad externa, en el delirio psicótico, o por intermediario del otro, que se convierte en portador de lo que el sujeto rehúsa reconocer en sí mismo. Pienso aquí en el mecanismo de identificación proyectiva descrito por Melanie Klein. Por mi parte, me gustaría proponer otro desenlace a este cuarto destino que he mencionado más arriba. Tiene una relación más directa con el afecto que se descubre "sofocado" al no haber podido expresarse mediante síntomas neuróticos, P.Sicóticos o caracteriales. El afecto se presenta como congelado en su capacidad para ser representado. El peligro reside en que se realice entonces una ruptura entre psique y soma, que iría acompañada de otra ruptura, esta vez entre los procesos primarios y los procesos secundarios. Estas rupturas de vínculos se descubren del mismo modo entre el consciente y el inconsciente, como si el preconsciente se viera obstaculizado en su funcionamiento. Solamente el análisis permitirá a ciertos analizados descubrir-tal fue el caso de Christophe- que no estaba prohibido ni era peligroso fun cionarpsíquicamente, y que era posible enfrentarse a situaciones cargadas de afecto. La pérdida de la función onírica, por no hablar de otras, impide descargar la tensión por la satisfacción alucinatoria. La psique se ve entonces forzada a emitir, regresi vamente, señales somatopsíquicas, infraverbales y arcaicas, para salvar al Yo de una muerte psíquica. De esta forma se corre el riesgo de que las descargas tomen el camino más corto, el más cercano a lo fisiológico. ¡La psique evacua sus tensiones sin palabras! Los sueños permiten al sujeto delirar y alucinar saludablemente. El ensueño también. Es una libertad que, una vez adquirida, contribuye
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sin duda a impedir que el psicosoma reaccione con respuestas "delirantes" que no obedecen a ninguna necesidad fisiológica. En cuanto a Christophe, fueran o no acertadas mis interpretaciones (quizás otras interpretaciones hubieran tenido el mismo efecto), se confirmen o se invaliden con el tiempo mis hipótesis teóricas, una cosa sí fue patente: sus colitis cesaron. A medida que se fue volviendo más tolerante frente asu sí mismo-niño salvaje, se comportó como un padre mejor con aquel niño primitivo que hasta el momento había tomado siempre la delantera en la escena de su vida psíquica. Paralelamente dejó de identificarse con una madre rechazante y mortífera y se autorizó a tener sueños que cumplían mejor su función. Al mismo tiempo, su insomnio disminuyó. Poco a poco se curó de ser un "bebé quemado", se sintió menos perdido en la vida y comenzó a esperar con agrado aquel tercer hijo que quería su mujer, sin temer perder su sitio.
IV
LAS PAREJAS PSICOSOMÁTICAS
¿UNA VIDA PARA DOS?
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Este capítulo no pretende ser más que un esbozo de cierto tipo de relación madre-hijo que parece íntimamente ligada a una grave somatización. Mi encuentro con las dos pacientes que evocaré a continuación tuvo lugar durante un período relativamente breve. Ambas estaban aquejadas de la misma grave enfermedad y, en ambos casos, el recrudecimiento de la enfermedad parecía ligado a la relación que cada una de ellas mantenía con su único hijo. Veremos que las fichas clínicas mostraban en aquellas madres desamparadas el mismo rechazo inicial a considerar que una dimensión psicológica pudiera ser la base de su enfermedad. Las entrevistas permiten entrever la dificultad (y quizás el error) que entraña el hecho de encaminar a estos pacientes hacia la psicoterapia. Aquellos dos encuentros me produjeron una impresión duradera, y suscitaron en mi mente un cierto número de hipótesis de trabajo que tuvieron que esperar a una experiencia clínica más avanzada para obtener cierto grado de confirmación. La señora A. vino a verme bajo los insistentes consejos de un gastroenterólogo. El médico, que yo no conocía, había leído algunos de mis escritos sobre los fenómenos psicosomáticos en la situación 81
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analítica. En la carta que me remitió me informaba de que, durante los tres años precedentes, la señora A. había sido víctima de dos graves crisis de rectocolitis hemorrágica, de las cuales la segi:_nda requirió una intervención quirúrgica. Delgada y elegante, la senora A. se sentó formalmente con las piernas cruzadas, y el rostro impregnado de gran dignidad y serenidad. Nuestro diálogo se desarrolló más o menos como sigue: Señora A.: "Mi médico me ha dicho que era conveniente venir a verla, ya que es usted psicoanalista." J.M. : "¿Habría usted acudido a un psicoanalista si su médico no hubiera insistido?" Sra. A.: "Pues .. . ¡no! Tengo la mente más sana que la mayoría de la gente que conozco. Pero mi médico me ha dicho que la rectocolitis hemorrágica tiene un origen psicológico." J.M.: "¿Y qué opina usted? ¿Cree usted tener problemas psicológicos?" . . . Sra. A.: "Lo cierto es que tengo gran confianza en m1 cirujano. Pero, tal como me ha explicado, la segunda crisis hubiera podido costarme la vida. Y sin embargo no llego a comprender cuáles son exactamente mis problemas." Renunciando a mi enfoque inicial, la invité a hablarme de sus crisis y de las circunstancias de su aparición. Sra. A.: "La primera fue hace tres años. Me encontraba agotada por el excesivo trabajo que requería poner en marcha mi nueva empresa. No tenía ni un minuto para mí misma. Pero me gusta mi trabajo. Para mí no es una fuente de problemas." Silencio. J.M.: "¿Hubo entonces otros acontecimientos importantes aparte de su nueva empresa?" Sra. A.: "Pues .. . fue justo después de que mi hija se fuera de casa para proseguir sus estudios en París." J.M.: "¿Cómo le afectó a usted su marcha?" Sra. A.: "¡Estaba tan entusiasmada por continuar sus estudios después del doctorado! Mi hija es el centro mismo de mi vida. Hasta que se fue de casa, ella era mi vida." J.M.: "¿Debió usted sentir mucho su partida?" Sra. A.: "¡Oh, no! ¡Nunca la hubiera impedido marcharse!" Sintiendo la reticencia de la señora A. a seguir por este camino, a causa del ligero error de comprensión de mi pregunta (ya que había respondido como si la hubiera preguntado : "¿No tuvo usted
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ganas de impedírselo?"), intenté crear una atmósfera reconfortante donde pudiera sentirse segura para explorar sus sentimientos frente a la idea de perder "el centro de su vida"; ¡quizás después de todo había sentido que se le arrebataba la vida misma! J.M.: "Es totalmente comprensible que deseara usted que su hija prosiguiera sus estudios, pero ¿a pesar de todo debió sentirse algo triste después de su marcha?" Sra . A.: "Es normal que los niños prosigan sus estudios." No queriendo inmiscuirme en lo que tenía tintes de ser un dolor inexpresable, pedí entonces a la señora A. que me hablara de la segunda crisis de rectocolitis durante la cual "estuvo a punto de perder la vida" (la pregunta que me planteaba era: "Había tenido la impresión de perder más aún a su hija?"). Sra. A. : "¿La segunda crisis? Veamos .. . ¡Ah, sí! Mi empresa evolucionaba rápidamente, volviéndose cada vez más compleja, y comprendí que necesitaba ayuda. No podía arreglármelas sola." J.M.: "¿Sucedió alguna otra cosa importante durante aquella época?" Sra. A.: "Veamos ... Sí, fue justo después de la boda de m1 hija ." J.M.: "¿Cómo sintió usted aquello?" Sra. A.: "Naturalmente me gustó. Después de todo, los hijos deben crecer y casarse. Cuando se casaron, ella sólo conocía a su futuro marido desde hacía unas semanas, pero aparentemente había encontrado al hombre que necesitaba." J.M. : "¿Le gusta a usted su marido?" Sra. A.: "Bueno, apenas le conozco. Es yugoslavo. Viven en Belgrado . Así que ya no la veo." Me dije a mí misma que la hija de la señora A. había sabido poner una considerable distancia entre su madre y ella, y me pregunté si aquella exigencia inconsciente que su madre le imponía al decir que ella era "su vida" le había resultado difícil de soportar. Indiqué solamente que su hija era a pesar de todo" un personaje muy importante en su vida. Ella proclamó que lo consideraba normal, en la medida en que las madres están siempre muy unidas a sus hijos; prosiguió diciendo que ella había soportado durante veinticinco años un matrimonio desgraciado por la única razón de que no quería apenar a su hija. Nunca había amado verdaderamente a su marido, pero su familia jamás hubiera admitido que se divorciara.
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Aunque era un gran trabajador, su marido ganaba menos dinero que ella. Además bebía mucho y había mostrado siempre más interés por sus amigos varones que por su vida en familia. La señora A. describió sin dudarlo los aspectos irritantes de su vida conyugal; en cambio parecía totalmente incapaz de elaborar sus emociones sobre la relación con su hija, sobre la decisión de proseguir sus estudios en París o su repentino matrimonio dos años más tarde. Apartó toda referencia a sentimientos personales referentes a aquellas dos marchas sucesivas, seguida cada una de una grave crisis de rectocolitis hemorrágica que estuvieron a punto de costarle la vida. Me pareció que no hacía ninguna relación entre su enfermedad y la separación de su hija y, en aquel contexto, se refería únicamente a su trabajo, que devoraba todo su tiempo. Podía deducirse entonces que no disponía de tiempo para preocuparse de ninguna otra cosa, como si no reservara espacio para posibles sentimientos de tristeza o de ira hacia aquella hija por quien, a pesar de todo, era consciente de haber sacrificado veinticinco años de su vida de mujer. Le dije -como ya me había dicho ella- que, aunque empleara sus días en trabajar duramente, el matrimonio de su hija y su traslado a un país lejano le habían enfrentado a la pérdida de alguien que le era muy querido, tanto más cuanto que se sentía privada de una relación amorosa con su marido. Añadí que esto podía constituir una situación dolorosa en el plano emocional. Me miró con fijeza como intentando comprender el significado de lo que le estaba diciendo y luego añadió, como si se tratara de una vergonzosa confesión, que sentía la necesidad de ser amada y deseada. Aquella declaración fue seguida por un largo silencio. Sra. A.: "¿Me permite comentarle un asunto personal muy importante?" J.M.: "¡Naturalmente!" Sra. A.: "Pues bien, necesito ayuda en mi trabajo. He abierto ya dos sucursales, y he aquí que aparece un hombre que solicita ser mi asistente. Es muy joven, pero sumamente entusiasta e inteligente. Estoy empezando a considerar el tomarle como socio." Con mucha dificultad me dijo entonces que se había enamorado locamente de ella. Y ella de él. Por primera vez en su vida vivía una relación pasional con un hombre. Estuvo tentada de dejar a su marido, con quien no había tenido más que sinsabores, para ir a vivir con su joven amante. ¿Estaba mal por su parte tener tales pensamientos? Le dije que yo no era quien para pronunciarme sobre
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aquello, Y le pregunté por qué sentía tal necesidad de la aprobación de los demás. Sra. A.: "Me gustaría marcharme. Sé que a mi marido no le importa.ría. Pero esta decisión está absolutamente descartada. No puedo irme". J.M.: "¿Puede usted decirme algo más?" Sra. A.: "¡Me da tanto miedo lo que pueda pensar mi hija!" J.M.: "¿En qué atañe esta decisión a su hija?" Sra. A.: "A ninguna hija le gusta que su madre se divorcie ¿no es así?" ' J.M.: "Quizás no sea esa la cuestión. Su hija es adulta. ·Cree usted que las decisiones que conciernen a su vida personal ~eben ponerse en manos de su hija?" S~a. A.: "Pues ... nunca había visto la cuestión bajo ese punto de vista. ¿Qué sentirían la mayoría de las madres?" J.M.: "¿Quizás tengamos que hacer una distinción entre usted como mujer y usted como madre?" ~ra. A. (en un to_ no de asombro): "Sí, ya veo lo que quiere decir. .. Esto no tiene absolutamente nada que ver con mi hija ·no es así?" '" Silencio. Sra. A.: "Aún hay otra cosa ... Ahora pienso que es una idea estúpida, pero tengo que decírsela. El médico me ha informado, en efecto, de que la rectocolitis es una enfermedad psicosomática. Y temo que mi relación con este hombre pueda provocar una nueva crisis." J.M.: "¿Como si se tratara de un castigo?" Sra: A.: "¡Precisamente! Y es la principal razón por la que he vemdo a verla. Pero empiezo a ver las cosas de forma diferente. ¡Pensaba que estaba siendo desleal con mi hija, que la estaba robando algo!" l.J:l,.: "¿Com_~ si no ?udiera usted amar a ese hombre y amar tambien a su hija al mismo tiempo?" Sra. A .: "Sí, eso es. Una idea totalmente ridícula, ¿no cree?" J.M.: "Las ideas que sentimos fuertemente no son nunca 'totalmente ridículas'. Aunque sean erróneas, tienen a pesar de todo un sentido más profundo." Ahora ~u.e había podido verbalizar su fantasía de querer que su rectocohtis fuera una forma de castigo a sus deseos sexuales,
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fui capaz de mostrarle que ella creía, en algún lugar dentro de sí misma, que no tenía derecho al placer en sus relaciones amorosas. Lo admitió y declaró que esta nueva relación era uno de los mayores descubrimientos de su vida. Durante su infancia y su adolescencia, nunc~ había comprendido que aquello era algo que había que confiar ardientemente en alcanzar o bien creía que, si el amor y el placer sexual existían, no eran para ella. La señora A. estuvo entonces en condiciones de hablarme poco a poco de un vínculo muy fuerte que la unía a su propia madre. Hizo de ella un retrato muy idealizado en el cual ciertos elementos que subra-yaban sentimientos extremadamente negativos parecían escapar totalmente a su consciencia. Me pareció evidente que había investido a su hija de numerosos rasgos de carácter que de hecho pertenecían a su madre, y que le atribuía igualmente ~n papel materno. El hecho de que su hija hubiera sido concebida poco después de que ella abandonara la casa paterna sirvió quizás para enmascarar lo que a mí se me antojó una incapacidad muy acusada para separarse de su madre, quizás incluso para reconocer que ella y su madre no eran más que una sola persona fusionada. Cuando se rompió bruscamente la imagen mental que ella alimentaba de la pareja que constituía con su hija, fue como si la imagen inco~sciente de sí misma sufriera un desgarro. Incapaz de soportar o mcluso de permitirse reconocer los sentimientos así suscitados, se lanzó desesperadamente a una actividad incesante, desencadenando al mismo tiempo la terrible hemorragia que casi le costó la vida. Pero su mente no sabía nada de todo esto. Sólo su cuerpo gritó su desesperación. Hablamos un poco más de lo que me había contado sobre la relación con su madre y con su hija como substituto materno, y de su tendencia hasta entonces inconsciente a considerarlas responsables de su vida de adulta y de su bienestar, como si aún fuera una niña pequeña. Sra. A.: "Me ha ayudado usted a ver las cosas con claridad or en mi P primera vez. Creo poder asumir mis propias elecciones ·vida de mujer. ¡Después de todo ya no soy u_na nma. . Prosiguió diciendo que ahora estaba convencida de no necesit~r una psicoterapia. Pensé que efectivamente sería capaz de prosegmr por sí sola una reflexión sobre los aspectos neuróticos de sus relaciones. Subsistían sin embargo ciertas angustias mucho más graves
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que se perfilaban tras su enfermedad psicosomática; y que eran precisamente las que no quería seguir explorando más a fondo. Aquellos problemas se apoyaban casi con certeza en numerosos terrores primitivos, ligados a emociones causadas por la rabia y el miedo a ser abandonada, de las que no era consciente. Además, en cierto modo, aquéllas eran las razones por las que su cirujano quiso que consultase a un psicoanalista. Él no estaba al corriente de sus problemas neuróticos sobre el derecho a tomar por sí misma las decisiones relativas a su vida amorosa, y que para ella eran la única razón, como acababa de admitir, por la que aceptó venir a verme. Como la señora A. parecía firmemente convencida de no necesitar psicoterapia, y no veía interés en una segunda entrevista, pensé que debía respetar su decisión. Después de todo, quizás fuera ella la más indicada para saberlo. Supuse que había construido sólidas defensas contra fantasías de fragmentación corporal y mental, y que se impedía a sí misma tomar consciencia de otros estados emocionales primitivos. Me pareció pues que podía ser peligroso alterar sus estructuras sin su consentimiento explícito. Temí por otra parte que en caso de ruptura con su amante hubiese un peligro: el de hacer resurgir inconscientemente las angustias primitivas originalmente ligadas a la separación de su madre, de igual modo que se reactivaron estas angustias en el momento de la separación de su hija. Le pedí únicamente que recordara que algunas relaciones importantes despertaban seguramente en ella sentimientos mucho más intensos y mucho más violentos de lo que creía. Le aconsejé, en el caso en que surgieran tensiones o dificultades entre ella y su amante, que intentara reflexionar sobre lo que sentía en lugar de simplemente precipitarse a una actividad incesante para encontrar remedio a un dolor mental. No debía dejar a su cuerpo "todo el trabajo de sentir y de pensar". "Si esto se produjera, dijo, y después de todo sucede a veces que las parejas rompan, me pondré en contacto con usted." Un año después me escribió para decirme que se encontraba en excelente salud y que sus asuntos personales y profesionales progresaban satisfactoriamente. Durante casi veinte años, la señora A. había conseguido permanecer totalmente inconsciente de las excesivas demandas que exigía de su hija para completar su propio sentimiento de ser, para ayudarse a sentirse en el mundo y para sentir que su vida valía
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la pena ser vivida. Seguía siendo inconsciente de su rabia y de su desesperación cuando su hija adulta, prosiguiendo su vida de adulta, -estudios superiores y matrimonio- abandonó a su madre y a su propio desgraciado matrimonio. Podría decirse que la señora A. había hecho un trabajo de duelo "psicosomático", como consecuencia de la inmensa pérdida que había padecido. Sangrando mentalmente, había encontrado sin .embargo otro ser capaz de curar sus heridas, pero había tenido que ver la muerte muy de cerca antes de hallar aquella solución. El hecho de que fuera capaz de descubrir su "necesidad de amor" y también de cuestionar la frustrante relación conyugal que había tenido, proporcionaba alentadores indicios en cuanto al mantenimiento del contacto con su realidad psíquica. Pero mostraba muy poca curiosidad para ir más allá en el conocimiento de su Yo interno, resistiéndose sin duda de este modo a lo que temía descubrir. Veamos ahora la historia de una segunda "pareja psicosomática" que pondrá de manifiesto otros aspectos de dependencia madrehijo ligados a fenómenos psicosomáticos . En el siguiente caso, encontraremos trágicamente ilustrado el profundo impacto que la fantasía de identidad fusiona! puede tener sobre cada uno de los miembros de la pareja. Por consejo de un colega, la señora B. me telefoneó para decirme que necesitaba urgentemente entrevistarse con alguien para hablar de su hijo. Insistió afirmando que el problema era tan sumamente complicado que no podía decirme nada más por teléfono. Señora B.: "Toda mi vida he estado preocupada por Bobby . Era muy inteligente, pero demasiado nervioso. No me hacía a la idea de enviarle a un campamento de vacaciones, como a los otros niños. Ahora, naturalmente, hace lo que le da la gana." ¡Para mi sorpresa, me enteré de que Bobby tenía veintiocho años! Cuando la señora B. abandonó los Estados Unidos para seguir a su marido que había obtenido un puesto en París, Bobby ya tenía diez años. Nunca fue feliz en Francia, y hablaba constantemente de su voluntad de regresar a su país natal cuando fuera mayor. Sra. B.: "Siempre le ayudé en su trabajo escolar y 'obtuvimos' excelentes resultados. Pero tenía trastornos de sueño y no le gustaba estar con otros niños. Engordó mucho. Sus amigos se burlaban de él y le llamaban 'Fatty' ."
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Le pregunté a la señora B. por qué era ella, y no Bobby, quien había venido a verme. Respondió a mi pregunta enlazando inmediatamente con algo que le concernía a ella. Sra. B.: "No di sfruto de buena salud, y he de tener cuidado. He padecido durante casi toda mi vida una rectocolitis hemorrágica crónica. Y agravada por las preocupaciones . Viene y se va, pero en general puedo controlar la enfermedad con medicamentos. A los veintiún años, Bobby encontró un empleo muy interesante en los Estados Unidos. Poco después de que se fuera tuve la crisis de rectocoliti s más terrible que he tenido nunca. Los médicos creyeron que me moría, y se pusieron en contacto con mi hijo. Regresó inmediatamente y, ¡como por milagro!, la hemorragia se detuvo dos días después." Tras una breve pausa sonrió y añadió: "No volvió a marcharse nunca más." La señora B. me desveló finalmente la razón de su visita. Se había enterado recientemente por un amigo de que su hijo se drogaba con heroína. Su trabajo en un medio artístico "le dejaba demasiada libertad", en opinión de su madre. Se ponía furioso cuando ella intentaba saber cómo le iba, y recientemente había tenido "una crisis de rabia sin razón alguna", porque ella le había pedido noticias suyas a la mu-chacha que vivía con él. Añadió, como si se tratara de otro síntoma, que la joven pareja tenía un hijo de un año. Cuando le dije a la señora B. que no se podía hacer nada por su hijo si él mismo no veía ninguna razón para venir a consultarme, pareció terriblemente alterada. Aquello me hizo preguntarle si quería hablar de su p:opia angustia, y del sentí-miento de que no podía ejercer ningún control sobre él y sobre lo que hacía. No pareció dispuesta a explorar esta cuestión. Con la impresión de que la señora B. había dicho todo lo que quería decirme, continué explicándole que nuestras relaciones con los hijos tienen rasgos de similitud con nuestras relaciones con los padres, con la esperanza de que me dijera algo de su propia problemática. Me contó entonces que su madre había fallecido poco tiempo antes de su propio matrimonio, y añadió que era una mujer maravillosa que siempre encontraba la solución a cualquier problema que pudiera presentarse (me pregunté si había venido a verme con la esperanza de que yo fuera como su madre a ese respecto). Le proporcioné la dirección de un centro de atención a heroinómanos, y los nom~res de varios espacialistas, para el ca-
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so en que consiguiera convencer a su hijo de que pidiera ayuda, así como una dirección donde podría conocer a otras madres con problemas similares. _ Mi colega me informó más adelante de que la senora ~: no había seguido las indicaciones que le di para ayudar a su h1JO, y que tampoco había hecho nada para recibir ayuda e~~a misma. Aunque la señora B. se preocupara mucho por su h1JO,. no me extrañó. Bobby, en cierta forma, era su "síntoma", pero era mcapaz de ver la relación con su hijo bajo aquella luz, y de tomar las medidas pertinentes para que Bobby pudiera curarse. Por el contrario, ejerció todo tipo de presiones para que Bobby volviera a vivir con ella. Dos años más tarde supe con tristeza que Bobby se había suicidado, pero que la señora B. estaba bien. La compañera de Bobby había acudido a ella para obtener ayuda financiera \~ue en su situación podía proporcionarle), pero la señora B. le d1JO que se buscara un trabajo, y tomó totalmente a su cargo al hijo de Bobby. A pesar de no haber conocido a Bob_by, y de hab~r ~~nocido sól~ muy brevemente a su madre, la noticia de aquel su1c~d10 m~ a~e~t? profundamente, y me hizo recordar con extrema claridad ~1 ?1f1cil entrevista con la señora B. La secuencia de Jos acontec1m1entos ofrecía Ja imagen de un destino ineludible, como si entre Bobby y su madre no pudiera haber más que una vida para dos. La señora B. y Ja señora A. se sintieron "desgarradas" cuando su único hijo se convirtió en adulto, y en ambos casos dejó la familia para irse a vivir a un país lejano. El tipo de relación que mantenían con sus hijos me era familiar, a causa de mi trabajo con pacientes gravemente afectados psicosomáticamente. En un texto anterior ~ice referencia a este tipo de vínculos, como el "de la madre abisal y del hijo-tapón" (McDougall, 1982a, capítulo IV). Aquel estudio de un caso clínico seguía la aventura psicoanalítica del "hijo-tapón" puesto que era él, y no la madre, quien sufría enfermedade~ psicosomáticas. En tales relaciones fusionales es probable que m la madre ni el hijo hayan podido apropiarse totalmente de su cuerpo en el plano psíquico, no más que en el de su Yo individual, Y consecuentemente ambos se ven potencialmente amenazados por trastornos psicológicos o psicosomáticos. Puesto que no tuve ocasión de conocer a los hijos adultos de la señora A. y de la señora B., no puedo saber cuáles eran sus sentimientos hacia este vínculo materno tan sumamente estrecho, ni en qué medida aquello había podido llevar a la hija de la señora
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A. a refugiarse en el matrimonio y a vivir lejos de su familia, y en qué medida también este vínculo había contribuido a empujar al hijo de la señora B. a la muerte . Sin embargo, en el próximo capítulo tendremos ocasión de seguir el periplo analítico, también mortífero, de una paciente adulta cuya madre (vista a través de los ojos de su hija) evidenciaba de diversas formas la misma investidura materna que la descrita por la señora A. y por la señora B. respecto a sus hijos. Quizás sea un factor importante el hecho de que, en estos tres casos, cada una de las madres afirmara que nunca había querido tener más de un hijo, como si este hijo estuviera destinado a cumplir una función única para ella: la de colmar una profunda laguna en el sentimiento de identidad subjetiva de la madre. Este problema implica factores conexos que afectan a tres generaciones.
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Es natural que una madre considere a su hijo recién nacido como una prolongación narcisista de sí misma, y que mantenga con él una relación fusiona!. Esto le permite interpretar a su manera los estados de desamparo de su hijo y decidir por lo tanto lo que éste siente o necesita. Del mismo modo , las madres intentan intuitivamente proteger a sus bebés del impacto de factores de entorno demasiado dolorosos. Pero hay madres (como la señora A. y la señora B., que acabo de mencionar) que, por razones inconscientes, continúan viviendo a sus hijos, mucho más allá de la infancia, como una parte de sí mismas . Si hay poco "espacio" psíquico potencial entre madre e hijo (como puede ser el caso cuando la madre siente la necesidad angustiosa de controlar los pensamientos, las emociones y las fantasías de su progenie) entonces el niño, que ha estado falto de espacio vital durante toda la infancia, puede tener alguna dificultad para organizar su propia realidad psíquica, para protegerse de las situaciones que le amenazan, para consolarse en momentos de dolor psíquico, es decir, para desempeñar por sí mismo las funciones maternizantes. Estas deficiencias en la comunicación entre bebé y madre se manifiestan a menudo desde los primeros meses de vida. Invariablemente, el lactante expresa los conflictos psíquicos de un modo psicosomático, cuyo signo más precoz es la alteración de una de las funciones fi93
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siológicas fundamentales, como la respiración, la digestión, la evacuación o el sueño. Los trastornos psicosomáticos del bebé pueden afectar a una u otra de estas funciones vitales. pero aquí me limitaré a considerar los trastornos del sueño en el niño pequeño. En esta elección han influido varios factores: el insomnio infantil es un fenómeno común, el ciclo sueño-estado de vigilia es un indicador sutil de las primeras fase s del desarrollo del Yo. En la capacidad del niño para dormirse y mantenerse dormido, podemos localizar el prototipo más antiguo de actividad psíquica. Y finalmente, esta capacidad proporciona una ilustración esclarecedora del funcionamiento psíquico del niño pequeño, y los estudiosos del tema la consideran el modelo de toda la patología psicosomática precoz (Fain, Kreisler, Soulé, 1974). El insomnio infantil, cuando es lo bastante grave como para comprometer el pronóstico vital, se manifiesta generalmente durante las primeras semanas de vida; los bebés en cuestión sólo duermen entre tres y cuatro horas, en un ciclo de veinticuatro. Muchos de estos niños pequeños presentan también descargas motrices de tipo autodestructivo, durante las cuales se hieren físicamente. La capacidad de dormir, incluso la de soñar, no pueden reducirse a un ni ve! de funcionamiento puramente neurobiológico. Aun cuando, durante las primeras semanas de vida, el sueño y el despertar están íntimamente iigados a ciertas necesidades biológicas (a saber, que el hambre despierta al bebé y que la satisfacción de esta necesidad provoca el sueño), el acto de dormirse -y en especial el de mantenerse dormido-, debe sin embargo investirse libidinalmente, para que el bebé pueda alcanzar en un futuro no solamente la salud física, sino también la salud mental. El adormecimiento y el sueño mismo deben vivirse como actividades que aportan al bebé un sentimiento interno de bienestar. Si, por el contrario, el bebé vi ve el hecho de dormirse como un estado de abandono angustioso, los trastornos del sueño constituirán un riesgo potencial. Fain ( 1971, 197 4) describe dos esquemas de sueño infantil. En el primero de estos esquemas, el niño experimenta un sentimiento de satisfacción y de fusión con la madre, y esto mismo le lleva a un estado libidinal de paz interior que después de Freud podemos llamar el narcisismo primario. El segundo modelo de sueño está precedido por un episodio de frustración, de desamparo y de tensión dolorosa, durante el cual el niño se duerme como por agotamiento. El segundo tipo no es más que un sueño puramente fisiológico, mientras que el primero está profundamente impregnado de elementos libidinales y narcisistas.
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La~ investigaciones de Freud sobre la psicología de los sueños le con?UJeron a postular que, cuando nos dormimos, una parte de la libido re~usa_regresar a aquel estado desprovisto de sueños del narcisismo pnman~ . Es~a parte pone en movimiento el proceso alucinatorio que es la esencia mISma del soñar. Su función, según la teoría freudiana es ocuparse de las necesidades fru stradas y de los deseos excitant~s 0 aterr_adore~ que, de otra forma, perturbarían al durmiente. A causa de I~ ex1stenc1_a, _desde el nacimiento, de condiciones neurobiológicas que n gen la ac_t1v1dad a~ucinatoria (e incluso antes del nacimiento, puesto qu~ es pos~bl~ local_1zar los ciclos REM en el feto) puede suponerse que el msommo 1~fantil grave es el signo de que el bebé no es capaz de efe~tu_ar ~a :et1rada del mundo libidinal y narcisista, acto para el cual esta b~olog1camente programado. Si el pediatra descarta problemas orgánicos y condiciones de entorno perturbadoras, es muy probable que se trate de un caso patológico de relación padres-hijo. En este contexto podemos preguntarnos por qué ciertos niños peque_ños parecen incapaces de internalizar el papel de la madre como guardiana del sueño. Al contrario, estos bebés inquietos buscan sin desc~~so en el mundo exterior la fuente de satisfacción libidinal y narc1s,1sta _qu~ debiera prevalecer en su mundo psíquico interno . La energ1a ps1qu1caexpresadaen la actividad ,1;h1rt1 .... -::.1"a.n1 ........ "" .. ~ ... ;r1 .... ..-1 r1 ...... J U.\,;l.1 V J.Uü.U UV bú_squ:d~ de objeto tiene un efecto desorganizador, tanto en el nivel p~1colog1co como somá_tico del desarrollo, con consecuencias potencialmente mortales. El ciclo del lloriqueo incesante, de Ja inquietud, de los cabezazos, sólo se rompe cuando la madre vuelve a coger al bebé en brazos para acunarlo. Las investigaciones de Fain, Kreisler y Soulé demuestran que estas madres manifiestan dos modos distintos de :elaci~n con su bebé: por una parte, tenemos las madres que parecen mves~1r al bebé de un interés narcisista desbordante, lo que conduce a una h1perestimulación constante; por otra parte, tenemos las madres que expres~n un interés p~r, el beb~ claramente insuficiente, lo que ~rov~ca en este una frustrac10n considerable. Cierto número de madres mclu1das en_tr: los sujetos estudiados practicaban una especie de constan te va1 ven entre es tas dos posiciones, lo que sumía al bebe en un estado de evidente confusión. A partir de las investigaciones realizadas sobre los trastornos del su~ño en_ la primera infancia, podríamos concluir que es la calidad de la mvest1dura narcisista de la madre lo que determina la calidad del sueño de su bebé. Cuando la internalización del universo casi fusiona! madre-hijo se desmorona, el bebé no es capaz de ligar libidinalmente ... ..., ... ~J. .1.1.u..1.
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sus necesidades fisiológicas en el plano interno, y en consecuencia éstas no funcionan normalmente. Para resumir, el bebé que solamente puede dormirse cuando su madre le acuna no ha sido capaz de construir una imagen interna de la madre que en circunstancias normales le permitiría conciliar el sueño después de mamar. Pero esto requiere no sólo que la madre posea un mundo interno que le permita funcionar de un modo narcisista con su bebé durante el período de lactancia, sino también que quiera que su bebé prescinda de ella durante cierto número de horas; esto implica una madre que concede importancia a otros aspectos de su vida de adulto, su vida sexual, sus intereses profesionales y familiares así como su vida social. Si el bebé está destinado a ser-únicamente el objeto de gratificaciones libidinales y narcisistas de la madre, no sólo existe un grave riesgo de problemas precoces, sino que ya podemos prever un desmoronamiento, en una fase ulterior de maduración, de los fenómenos transicionales descritos por Winnicott. Esto a su vez predispondrá al futuro adulto a crear lo que he llamado objetos transicionales patológicos u "objetos transitorios" (McDougall, 1982a). Éstos pueden asumir el aspecto de sustancias o de dependencias relacionales adictivas, así como comportamientos sexuales adictivos. Los modelos adictivos están destinados a reducir el sufrimiento mental y los conflictos psíquicos, y en esta medida son necesarios para representar el papel de la madre en la infancia del individuo. Las adicciones son también intentos mágicos para llenar el vacío del mundo interior donde falta una representación intemalizada de una instancia materna reconfortante, Y para restaurar, aun brevemente, el ide_al diádico primitivo donde cesa toda excitación afectiva. Una economía psíquica adictiva está a veces ligada a una disfunción psicosomática, en la medida en que las dos tendencias tienen orígenes similares. El siguiente relato, fragmento del análisis de una paciente cuyos síntomas incluían, además de un insomnio persistente (desde la primera infancia hasta entonces), crisis de eczema y un principio de alcoholismo desde la adolescencia, podría servir para ilustrar algunas de las consecuencias a largo plazo de esta falta precoz de internalización de la instancia materna protectora.
ENTREVISTAS PRELIMINARES -~
Sophie, psiquiatra de veintiséis años, tiene un puesto importante para su edad. Presenta una demanda de ayuda urgente por depresión Y
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alcoholismo cada vez más grave. Sus problemas con el alcohol se remontan al principio de su adolescencia: robaba whisky en casa de sus padres y bebía de buena gana un vaso cuando se sentía tensa o febril. Se ha consagrado a los enfermos a los que trata dentro de un marco hospitalario, pero teme que su tensión y su compulsión a beber acaben por afectar la calidad de su trabajo. Ha tenido ya dos graves accidentes de coche cuando conducía en estado de ebriedad. También intenta descubrir la razón de sus fracasos en las relaciones amorosas. Exclusivamente homosexual, no tiene ningún deseo de convertirse en heterosexual, pero sueña con poder construir una relación más estable con una amante. Piensa que "exige demasiado" ocupar el tiempo de sus amantes, que siempre está queriendo "recrear" o "reparar lo que les faltó en la infancia" pero también a veces "intenta humillarlas" por razones que no comprende. En lo referente al aspecto sexual de sus relaciones, afirma que para ella siempre ha contado únicamente el placer de su pareja; pero ella misma no soporta ningún tipo de caricia. La presencia de una amante por la noche tiene para ella una enorme importancia, en la medida en que no puede dormir si está sola. Esto nos llevó a hablar de su insomnio. Recordaba que toda su vida había tenido dificultades para adormecerse y que, una vez dormida, se despertaba muchas veces con sentimientos de terror, pero sin recuerdo alguno de sus sueños . Sus padres recordaban a menudo sus insomnios cuando era un bebé. "Según mi madre, le era imposible soltarme, ponerme en la cuna. Me ponía a chillar inmediatamente. Dice que no dormía prácticamente nunca, salvo cuando me acunaba." Sus padres se quedaron con la impresión de que, durante los seis meses siguientes a su nacimiento, ellos tampoco durmieron prácticamente nunca: Sophie lloraba, se arañaba o se movía agitadamente en !a cuna. De&pués de aquel período, la intensidad del insomnio disminuyó. Sophie empezó a dormir más normalmente, aunque su sueño siguió siendo muy ligero. También tuvo asma infantil y algunas alergias alimentarias, pero aquellos trastornos desaparecieron hacia los diez años. Estas reminiscencias llevaron a Sophie a hablar de sus padres. Es hija única de un padre italiano de clase obrera y de una madre francesa proveniente de un medio burgués. Ambos tuvieron una rígida educación católica. Su padre en particular era muy severo para todo lo relacionado con la sexualidad (más tarde llegué a saber que solía contar con orgullo cómo había regañado en público a su hermana de diecisiete _ años porque ella y un chico iban cogidos de la mano). "Comprendí muy pronto que, para mi padre, todas las mujeres encamaban el mal." Con
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los años, su padre puso en pie un negocio muy lucrativo. "~s muy generoso. Siempre está ofreciéndome dinero, pero tengo la impresió~ de que intenta comprar mi cariño( ... )" "Se ocupa muy poco de .m1 madre, como si ella estuviera bajo mi responsabilidad. Cuando se iba de viaje tenía la costumbre de decir: 'Cuida de tu madre. Ahora er~s ~l hombre de la familia'. Acabé por estar harta del modo en que ella ex1gia constantemente mi presencia, y me quejé a mi padre. Finalmente, me dio dinero para comprar el apartamento donde vivo, ¡pero pienso devolvérselo en su totalidad!" La madre de Sophie no desaprovechaba una ocasión para declarar que la familia de su padre era muy inferior a la suya. Su padr~ Y su madre hacían constantes comentarios despectivos sobre las relac10nes sexuales y sobre el amor, así como sobre el destino de las mujeres. "Parecían desear que yo llevara una vida donde no hubiera lugar para el sexo. Cuando decidí decirles que era homosexual, mi padre expresó su desprecio, pero mi madre aceptó la noticia con tranquilidad." Sophie describió a su madre como una mujer que se preocupaba excesivamente por el modo en que su hija se alimentaba, se lavaba o se vestía. Durante toda su infancia y su adolescencia fue sometida a frecuentes la va ti vas, y se le suministraron toda clase de medicamentos, por oscuras razones. Su madre hablaba siempre ~e la dificultad ~e educar a los hijos. Antes del nacimiento de Soph1e, su madre habia estado embarazada de unos gemelos que nacieron muertos. "Después de mi nacimiento juró ~o volver a tener otro hijo" (más adelante resultó que Sophie estaba convencida de que había nacido con ~n sexo que ~o era el suyo propio y que, además, alimentaba la fantasia de que debia ser igual a dos niños). , . Al término de nuestra segunda entrevista, cuando le pregunte s1 tenía algo más que decirme, me informó de que había sufrido eczema durante los diez últimos años, pero que no pensaba que fuera algo lo bastante importante como para tenerlo en cuenta. La primer~ crisis sobrevino después de su primera relación sexual con una muJe~. ,L~ reticencia con que me hablaba me impidió examinar en profundidad aquel hecho, aunque debo admitir que me hubiera gustado saber más sobre ello, porque había tenido otra paciente, también homosexual, que tuvo la primera crisis de eczema ·después de una aventura amorosa. Esto me llevó a formular diversas hipótesis que ya he descrito en otra parte (McDougall, 1982a, capítulo I).
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A partir de estas entrevistas preliminares, concluí que los padres de Sophie sufrían ambos de un considerable desamparo interno y de angustia neurótica, y que su madre luchaba sin duda también contra angustias psicóticas, ligadas a las funciones corporales, y que proyectaba sobre su hija. Estuvieran o no fundadas estas hipótesis, lo cierto es que era de ese modo como Sophie vivía las imágenes internas de sus padres. Consecuentemente, y a pesar de la irritación que le inspiraban por su constante intrusión en su vida y por todas sus exigencias, Sophie pasaba gran parte de su vida "reparándoles" a su manera. No solamente era un atento médico de cabecera para ellos y para otros miembros de la familia, sino que además, por vías inconscientes, como supe más tarde, sus elecciones profesionales y su preferencia sexual eran también una respuesta a lo que creía que esperaban de ella. Su inteligencia y su profundo desamparo me hicieron aceptarla en análisis, aunque era bastante pesimista en cuanto a los eventuales resultados terapéuticos, en función de sus terrores que me parecían muy arcaicos, pero enmascarados por su sintomatología manifiesta. El análisis comenzó algunos meses después, a razón de cuatro sesiones por semana, y duró seis años. Hacia el final del primer año, Sophie se decidió a hablar de su primera crisis de eczema. Tuvo su primera experiencia sexual, en la adolescencia, con una profesora del colegio, una mujer a quien admiraba mucho. Al día siguiente, advirtió que su mano derecha y su brazo estaban cubiertos por una erupción masiva, roja· e irritante. Esa misma semana el médico de cabecera diagnosticó un eczema. Después de aquello, tuvo erupciones varias veces en la mano derecha, pero no pudo nunca relacionarlas con una experiencia concreta, como la de la primera crisis. Naturalmente, Sophie interpretó aquella erupción como un castigo somático a su culpa sexual. Sin duda, ésta era una interpretación plausible. Pero, a medida que el análisis fue progresando, no solamente descubrimos que, cuando el eczema de Sophie era especialmente grave, el acceso coincidía con la puesta en acto de deseos incestuosos prohibidos (donde sus amantes representaban el papel de la madre tan deseada en la infancia y que la tenía eternamente en brazos) sino que también nos dimos cuenta de que estas crisis surgían en relación con una rabia hasta entonces insospechada y una ira destructiva contra sus amantes. Tras estas manifestaciones puntuales conseguimos comprender que Sophie buscaba en sus parejas la imagen idealizada de su madre, mientras que su odio a su madre, igualmente fuerte, había sido apartado y negado.
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Cuando Sophie sentía que yo era incapaz de aportarle la paz interior y la certeza de tener legítimo derecho a vivir y a amar que tan desesperadamente necesitaba, su ira se focalizaba en la relación analítica. Aquellas manifestaciones transferenciales nos llevaron a reconstruir su origen hasta recuerdos dolorosos de la relación de Sophiecon su madre. Habiendo mantenido siempre una imagen altamente idealizada de su abnegada madre, añadió una segunda representación fundada en la convicción de que su madre quería ejercer "un control físico y mental absoluto sobre ella". Un día, mientras evocaba el profundo interés que le merecía el estudio de las lenguas extranjeras, dijo: "A mi madre sólo le interesan las lenguas muertas ... Creo que es la lengua que me tenía reservada ... Su deseo no era que yo tomara mi lugar entre los vivos, sino que viviera en su mente, muerta." Por aquella época, Sophie me contó un importante acontecimiento de su pasado referente a su insomnio y a su necesidad de tener una pareja, una mujer, cerca de ella para poder dormir. "Tenía nueve años cuando mis padres me permitieron tener una habitación para mí sola. Estaba justo enfrente de su dormitorio, y mi madre no me dejaba cerrar la puerta. Puso en su puerta un espejo y, como esa puerta también estaba siempre abierta, podía vigilarme en todo momento para ver lo que hacía, o si dormía. Ejerció sobre mí esta vigilancia-en-el-espejo durante años, durante toda mi adolescencia. Después de mi primera experiencia homosexual, cerraba todas las noches de un portazo la puerta al ir a acostarme." Y concluyó: "Sé que me amaba, y al mismo tiempo asfixiaba mi vida, desgarrándome con sus propias manos." El amor-odio de Sophie hacia su madre se resumía en estos recuerdos: exigía una atención constante, pero al mismo tiempo la temía como a un maleficio mortal. Fue tomando consciencia poco a poco del hecho de que, en su relación con sus amantes, ella se identificaba en cierta medida con su madre. Las manos amantes no querían solamente acariciar y poseer, sino también asfixiar y desgarrar. Puede suponerse que aun cuando tales sentimientos no puedan proporcionar una explicación adecuada al eczema de Sophie, ni constituir un síntoma histérico, sin embargo el hecho de que el eczema sólo atacara sus manos hace pensar en un simbolismo de tipo pregenital primitivo. Quizás debiéramos una vez más pensaren un modo arcaico de histeria, donde los vínculos verbales y el esquema corporal consolidado sólo representan un papel menor. ¿Quizás, de haber podido Sophie realizar sus fantasías de agresión y de violencia, no hubiera sufrido este síntoma? Hablando de sus afectos, efectuaba movimientos
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como si se arañara las manos, y cuando evocaba incidentes acaecidos en sus relaciones con sus amantes expresaba sentimientos de abandono y de desolación. Entonces pensé que quizás revivía en su cuerpo los sentimientos de la niña pequeña desamparada que, según le habían dicho, se arañaba en su cuna en una búsqueda desesperada de la madre ausente, grito mudo para ser tomada en unos brazos que eran los únicos que tenían el poder de concederle el sueño. Estuvieran o no fundadas estas hipótesis, su eczema se disipó lentamente, cuando la dimensión subyacente de ira y de terror ligada la relación con su madre pudo ser verbalizada, y en los últimos años de análisis no volvió a presentarse. Asimismo, el alcoholismo de Sophie desempeñaba el papel de un intento de huir de los estados afectivos intolerables, de ira y de abandono, que no podía contener ni elaborar. Le era mu y difícil soportar el dolor mental causado por intensos sentimientos negativos y, durante los tres primeros años de nuestro trabajo conjunto, recurría constantemente al alcohol para reducir este tipo de tensiones. Se negaba a seguir los consejos de sus amigos de ingresaren la asociación de Alcohólicos Anónimos, arguyendo que estaba decidida a descubrir por medio de la investigación psíquica las razones de su fragilidad. Poco a poco alcanzamos esta meta, de forma que beber ya no representó para ella una amenaza suicida. Es relevante el hecho de que durante aquellos tres años, fuera cual fuere su desamparo y fuera cual fuere el grado de tensión interno y su estado de salud, Sophie no abandonó nunca a sus enfermos y subordinó constantemente las necesidades de éstos a las suyas propias . Aunque su dedicación fuese una ayuda inestimable en su actividad profesional, ésta era tan sumamente absorbente que desatendía a la niña desamparada en su mundo interno; puesto que esta niña abandonada por ella tenía tantas necesidades, este desequilibrio constituía una especie de hemorragia narcisista. Mediante un arduo trabajo analítico sobre sus sentimientos apasiona.
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DEL SUEÑO Y DE LA MUERTE DELSUEÑOYDELAMUERTÉ
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permitirían llevar a cabo el proyecto. Le pedí que me las entregara. Pareció muy conmovida por mi ruego, pero se negó. Llegó un momento en que una infidelidad de Beatrice la hizo barruntar planes concretos para matar a su amante, y compró incluso un revólver con el que pensaba ejecutar su plan. Fue un período muy tenso para Sophie y para mí. Traté su proyecto como un delirio paranoico y gradualmente Sophie empezó también a considerarlo así. Gracias a lo cual, estuvo en condiciones de recuperar el amor de Beatrice y, lentamente, su vida se estabilizó de nuevo. A causa de ciertas circunstancias que despertaron su miedo a perder aquel amor, que ella consideraba su vida misma, decidió finalmente marcharse de París con su amante y dio entonces fin al análisis. Un año después recibí una carta de Sophie informándome de que su amiga la había abandonado. Me recordó su antiguo proyecto de asesinato, pero añadió que ahora era ya incapaz de ponerlo en práctica. Le pedí que viniera a verme, pero respondió que no me permitiría "infundirle esperanzas una vez más". Dos meses más tarde se suicidó. La noticia de su muerte me produjo un intenso dolor, y me invadió un amargo sentimiento de fracaso . En mi intento por ocuparme de mi propio sufrimiento y por profundizar en la comprensión de mi paciente, comencé a redactar mis pensamientos y los compartí con mis colegas con ocasión de un congreso de psiquiatría (McDougall, 1985). Supe que antes de llevar a cabo su desesperada decisión, Sophie había dejado una carta para sus padres (como en su día me dijo que 11aría) en la cual les aseguraba su cariño, pero explicaba que no podía vivir sin Beatrice. Uno de los colegas de Sophie me contó que sus padres se negaban acreer que la pérdida de su amante fuera la causa determinante del suicidio de su hija. Con toda probabilidad, eran incapaces de comprender que Beatrice había sido investida en tanto que substituto materno vital, y que su marcha dejó a Sophie tan vacía y tan perdida como lo estuvo en su primera infancia, cuando se agitaba llorando en la cuna, incapaz de conciliar el sueño. ¿Cómo hubieran podido comprender que Sophie, despojada a la vez de una madre interior y de una madre exterior que la consolara, no deseaba más que la muerte? Queriendo contactar con las personas que habían sido importantes para Sophie, sus padres enviaron la reproducción de una foto de su hija para anunciár su pérdida. Yo también recibí una. Habían escogido una fotografía un poco trágica, pero que plasmaba muy bien la expresión
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grave~ intensa ?e Sophie. Sin embargo, y para mi gran consternación
adv~rt_1 que alh donde uno hubiera esperado encontrar la fechad~
nac1m1ent~ y l_a fec~a de defunción, sus padres, quizás anegados de
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~bia v1v1do entre el día de su muerte y el día de su entierro es d . . ·cmcod 1'as'• p ensecontnstezaqueeracomosisuh·· , · • ec1r. · ·d IJa, tan sumamente tnvestJ a por ellos de modo narcisista, no hubiera obtenido verda?eramente una existenci~ personal y diferenciada. Quizásnf~:~: exces1v,o ~sperarque comprendieran que la homosexualidad de So hie er~ su umca protección contra la autodestrucción. La amaban p la odiaban com~ a una parte de sí mismos, más que como a un indi vi~uo con sus p~opias neces!dades y sus propios deseos. ¿Accedió a un estatus de mdependencia a sus ojos solamente en el momento e mat ' , .. nquese ~·u~ acto. qu~ no habian pJamf1cado en modo alguno y sobre el 1 no eJercian mngun control? cua 1
Q~izás aquel trágico error por parte de los padres de So hie trasmita algo de estas insospechadas fuerzas mortíferas que pu:den pasar ~e una a o~ra -~eneración y que pueden trasmitir a los niños peque~os _Ia_conv1cc10n de que su destino es aceptar su no-existencia como md1v1duos separados a los ojos de sus padres . Las defensas conce?tradas para enfrentarse a esta amenaza de aniquilamiento psíquico ~mpujan a mu_c~o_s adultos-a través del abuso de la droga, del alcohohs~o o d~I suic1d1~- a re~l~zar Jo que inconscientemente creyeron en su mfancia que abna un umco camino hacia la libertad.
VI
AFECTOS: DISPERSIÓN Y DESAFECTACIÓN
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Quizás fuera útil, en el punto en el que nos encontramos, enlazar todo lo que hasta ahora hemos sobrentendido sobre la experiencia afectiva y sus incidencias en las perturbaciones psicosomáticas, así como su papel en los problemas de adicción. Mediante diversos estudios de casos, hemos podido ver en los anteriores capítulos hasta qué punto algunos sujetos, en ciertas circunstancias, llegan a pulverizar todo rastro de sentimiento profundo, lo que implica que una experiencia que ha originado una emoción intensa no se reconoce como tal y por ello no puede elaborarse psíquicamente. La economía del afecto, al igual que las razones inconscientes que conducen a ciertos individuos a aniquilar gran parte de su experiencia emocional, se convirtieron para mí en un tema de interés y de observación a causa de mis propias reacciones transferenciales frente a ciertos analizados propensos a este tipo de destrucción de su vivencia afectiva. En varios casos, el proceso psicoanalítico parecía estancarse durante largos períodos, o incluso no haber comenzado nunca. Los mismos analizados se quejaban de que "no pasaba nada" en su aventura analítica, y sin embargo todos ellos se aferraban a su análisis como un náufrago a un salvavidas. El grito mudo que conseguía percibir a través de las acusaciones y las denigr~iones de las que era objeto, me 105
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incitaba a tratar de descubrir quién, en el mundo psíquico de mi analizado, suplicaba desesperadamente ser escuchado. Aunque los pacientes en los que estoy pensando hubieran buscado ayuda analítica por muy di versas razones, tenían en común un rasgo de personalidad: sus relaciones con los demás se presentaban a menudo de forma pragmática, carente de emoción, como si se sintieran obligados a negar la importancia de su dependencia de los demás. Es evidente que la relación psicoanalítica creará dolorosos problemas de naturaleza narcisista en aquéllos que tienen dificultades para admitir su necesidad de ayuda. EL AFECTO Y LA TRANSFERENCIA DEL ANALISTA Hablar de contratransferencia es hablar esencialmente del afecto: el afecto positivo o negativo, suscitado por algunos analizados, o porun discurso en concreto. Naturalmente, las fuentes de los afectos contratransferenciales son múltiples. Pueden depender únicamente de la realidad psíquica del analista, o de lo que sucede en aquel momento en su vida privada. Lógicamente, los afectos de la transferencia del analista están también íntimamente ligados a su formación, a las teorías por él privilegiadas, y por lo tanto a sus expectativas. Y el placer de analizar puede desaparecer con aquellos pacientes que no responden a nuestras expectativas. Esta dimensión particularmente activa -la formación analítica- puede también hacer de pantalla a nuestra escucha, de tal modo que el analista, y no el analizado, se convierte entonces en
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la fuente del problema. Por lo tanto, me veo obligada a suponer que, en lo que voy a describir a continuación, mi vi vencía contratransfer-encial no dependía únicamente de mis problemas personales y de mi escucha teóricoclínica, sino también de un tipo de trabajo analítico que tiene tendencia a suscitar afectos negativos en la mayoría de los analistas. Con los analizados en los que estoy pensando experimentaba, a medida que iba pasando el tiempo, una impresión de parálisis en mi funcionamiento analítico. No podía ni ayudarlos a volverse más vivos, ni incitarlos a terminar el análisis. Ciertas sesiones carentes de afecto me cansaban, y me daba cuenta de 11ue ya no conseguía concentrarme. Por ende, la ausencia espectacular de progreso analítico me culpabilizaba.
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UN FRACASO EN EL DIAGNÓSTICO .R~cuerdo ~una paciente procedente del norte de Europa que vino a v1vu a Francia con su marido, por razones profesionales de éste. Su ~ayor sufrimiento, afirmaba, venía del hecho de que la mayor parte del ~:ei:ipo estaba.enfadada. Lo atribuía fundamentalmente a dos razones: N mg~na mujer puede ser feliz en un mundo de hombres" y "Ningún extranjero ~odría ser feliz viviendo entre franceses, a causa de su co.mporta~1~nto". Le dije que al final de su análisis [porque ella afirma~a ms1stentemente que era eso lo que deseaba) seguiría siendo una mujer, y los franceses seguirían comportándose como suelen hacerlo. N ~c~sitamos tres entrevistas preliminares antes de que aceptara que~qmzas-.el modo en que vivía su feminidad y-quizás-el conflicto deb1.do.a las diferencias culturales y sociales, pudieran ge-nerar menos s~fnnnento. Fue entonces y sólo entonces cuando sentí que era potencialmente analizable. De todas formas~ fue u.n desast.roso error de juicio por mi parte ya que, durante todo su trabajo conmigo, la señora O. siguió convencida de que ella no era responsable de su ira continua, y que era yo quien estaba enfe~ma. La prueba de mi locura residía en el hecho de que yo no ~onsegma ~omprender o reconocer cuán trágico era haber nacido mujer o cuán msoportables eran los franceses . Pero había decidido emprender un análisis porque alguien a quien ella admiraba lo había hec~o. y se había vuelto rico, lo que era, a su entender, un efecto benefico de .l a terapia. La señora O. no se hizo rica, pero descubrió un n~evo pa~ahempo de carácter artístico que le reportó muchas satisfacc10nes . Sm embargo, seguía pensando que "la vida le había dado muy mal~s ~artas''. y que hubiera podido igualmente realizar aquel descubnm1ento sm ayuda del análisis. E~prendí la c~ra de la señora O. en parte porque yo era una analista muy joven, ent~s~a~ta del trabajo, y convencida de que todo aquél que demanda ~n anahs1s merece seguirlo. Ella manifestaba graves sínto~a~ obs.~s1vos que, según me habían enseñado, constituían una "buena md1cac10~" de tratamiento psicoanalítico (pero que, como pude comprob_a~ mas adela~te, no le mteresaban como objeto de investigación ~n~htica). Ademas, durante nuestras entrevistas preliminares cuando ms1stí en "su s~ntimiento doloroso de ser una mujer", es,talló en s~llozos, lo que mterpreté como una llamada de socorro un deseo de :ivir s~ femi~idad de modo diferente. A medida que pasaba el tiempo, mtente también, señalando alguna frase aquí o allá, que se interesara
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por el significado subyacente de su frigidez. "¡Es ridículo! ¡Todo el mundo sabe que sólo los hombres disfrutan haciendo el amor!" me replicó un día que le pregunté si su ausencia de placer le planteaba algún problema. Acabamos por comprender que la exasp~ración hacia su marido, hacia sus hijos y hacia sí misma, era de la misma naturaleza que su exasperación hacia los franceses, pero aquel descubrimiento no nos llevó a ninguna parte . En aquella época yo no sospechaba que el cambio en sí fuera tan aterrador para los pacientes como la señora O. Me cegaba sin duda mi propio deseo de que le gustara ser mujer y vivir en Francia, y yo era incapaz de alcanzar aquel abismo de desesperación del que se negaba, violentamente, a salir. Me sentía cada vez más incapaz de analizar de forma satisfactoria mis afectos contratransferenciales frente a la reacción terapéutica constantemente negativa de la señora O., y ello a pesar de la gran cantidad de apuntes que tomaba sobre este análisis, y que estudiaba con aplicación. ¡Así que empecé a sentirme decepcionada porque ella lo estaba de mí! Inspirada por mi fracaso, conseguí superarlo escribiendo sobre lo que había comprendido de mi difícil encuentro analítico con la señora O. En mi primer intento de conceptualizar aquel modo de funcionamiento mental, apelé a los pacientes que se parecían a la señora O., los "anti-analizados en análisis" (McDougall, 1972) porque parecían oponerse ferozmente a analizar cualquier cosa que tuviera una relación con su mundo psíquico interior: parecían convencidos de que la realidad exterior era la única dimensión digna de interés. Hoy en día diría que aquel artículo no exploró con suficiente profundidad el abismo de desesperación y la experiencia de muerte interior que se encuentran tras el sufrimiento y las protestas indignadas de pacientes como la señora O. La resistencia al cambio psíquico es muy fuerte , porque estos analizados están convencidos de que el cambio no puede ser más que desfavorable. Su fuerza de inercia es su única protección contra el regreso a un estado traumático insoportable e inexpresable. ¿Hubiera aceptado la señora O. explorar aquellos sentimientos? ¿La hubiera hecho esto menos impermeable al proceso psicoanalítico? Nunca lo sabré. Algunos de estos pacientes eran considerados por los demás y por sí mismos como eminentemente "normales". Esto me llevó más tarde a llamarlos "normópatas", es decir, individuos que, aun siendo profundamente desgraciados, tratan de encontrar refugio tras un muro de "pseudo-normalidad" para intentar protegerse de toda toma de consciencia de su vivencia afectiva (McDougall, 1974 ). Sin embargo, me
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fue imposible estudiar más a fondo este estado de ánimo; pero aventuré la hipótesis de que probablemente estuviera muy extendido entre la población : podría ser incluso el caso de todos aquéllos que llamamos "gente normal" .. . Más adelante llegué a comprender que el modo de funcionamiento psíquico de estos analizados saboteaba constantemente el proceso analítico. Este sabotaje, a veces totalmente inconsciente y a veces conscientemente fomentado, (pero por razones que el sujeto ignora) puede efectuarse con un número infinito de medios que, en la mayoría de las ocasiones, se incluyen bajo el rubro acting out. Son los pacientes que faltan regularmente a las sesiones, que llegan tarde por costumbre, que se tienden en silencio para decir, en el mismo momento en que acaba la sesión "he tenido un sueño ... " o que aunque ofreciendo un material rico, aparentemente interpretable, no recuerdan absolutamente nada de lo que sucedió en la sesión anterior, o que encuentran que "están peor que nunca" . Es evidente que este "sabotaje" no es gratuito y que, tras esta aparente desinvestidura, se esconde un terror al análisis, al analista, y al proceso en sí; al mismo tiempo, un sufrimiento-sinnombre alimenta el sentimiento de necesidad de continuar el análisis. Entre los diferentes factores que contribuyen a este modo de defensa, subrayaría aquí la grave perturbación en la economía afectiva que decidí llamar, hace diez años, la desafectación.
DE LA DESAFECTACIÓN ¿Qué significa para mí la palabra "desafecti vizado" que utilizo para ilustrar este fenómeno? Dos cosas: una persona se "desafecta" de alguien o de algo cuando se aparta de ello o le retira su afecto; la "desafectación" remite también a un objeto que ha perdido su destino "primario" (una iglesi!l, un templo, un comedor... ). El término contiene a menudo una idea de desacralización y de extrañamiento. Un lugar "desafecti vizado", que no reviste ya su utilidad original, conserva no obstante algo de su anterior utilización. He aludido también a otros dos sentidos: el prefijo latino "des" (que conlleva una idea de separación o de pérdida) puede sugerir, metafóricamente, que ciertos individuos están psíquicamente "separados" de sus emociones y pueden haber "perdido" la capacidad de mantenerse en contacto con sus realidades psíquicas; el prefijo griego "dys", por su parte, evoca la idea de enfermedad (¡pero no pretendo dar
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la impresión de haber "inventado" una enfermedad!). Aunque, en lo que se refiere a la patología del afecto, podamos afirmar que la incapacidad casi total para mantener contacto con las propias emociones es un grave trastorno psíquico, a la larga estos términos nos llevan a clasificar a la gente, y luego a clasificar nuestros pensamientos, petrificándolos así e impidiendo que evolucionen. La palabra "alexitimia", pongamos por caso, es un buen ejemplo: algunos médicos dicen con mucha naturalidad: "Esta persona sufre alexitimia", como si se tratara de una enfermedad definible, y no un fenómeno que se observa pero sin comprenderlo del todo. ¿A qué remite la desafectación en análisis? En primer lugar al discurso que calificaré como palabra desafectivizada, y en el cual las palabras pierden su utilización primera, es decir, su función de ligazón pulsional; existen solamente como estructuras petrificadas, vacías de sustancia y de significado. Este tipo de discursos puede ser inteligible, e incluso sumamente intelectualizado, pero totalmente desprovisto de afectos. Por otra parte, el discurso sin afecto evidencia siempre un alto en el proceso analítico. Puede tratarse sólo de una pausa; a menos que este tipo de comunicación domine por completo la aventura analítica, así como la vida del sujeto que encuentra su equilibrio gracias a una economía psíquica donde faltan los vínculos afectivos. En ese caso, podemos decir que el mismo analizado está "desafectivizado", alejado de su propia realidad psíquica. Además, ni la angustia ni toda la gama de afectos le sirven ya de señales que le permitan comunicar consigo mismo. Se siente condenado a vivir en un vacío afectivo que no consigue ni conceptualizar ni describir, salvo quizás para decir que "no sabe por qué vive ... ni para quién". Gracias a algunos preciados recuerdos de infancia, quizá sea posible captar la imagen de un niño que, en otra época, vivió en una casa soleada, pero que ahora se encuentra encerrado de por vida en una lúgubre prisión, sin luz. Lo que puede decirse de esta prisión es que el sujeto se encuentra protegido, y que sobrevive. Este prisionero corre ei riesgo de mirar a los demás, a los de "fuera", pensando que se comportan de forma incomprensible e irrazonable. Puede suceder también que diga que los demás se equivocan, que no se atreven a mirar "la realidad" de frente . Al preferir el término de des afectación a los términos que se utilizan habitualmente hoy en día en la investigación psicosomática (el pensa-
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miento operatorio, la alexitimia, la neurosis de comportamiento), quería indicar que estos sujetos habían sentido precozmente la vivencia de ~moc_iones intensas que amenazaban su sentimiento de integridad y de identidad, y que debieron erigir, para sobrevivir psíquicamente, un sistema muy sólido que previniera el regreso de la vivencia traumática que amenazaba con aniquilarles. Reflexionando sobre los casos de mis pacientes que se revelaban incapaces de reprimir las ideas ligadas al dolor emocional, e igualmente incapaces de proyectar estos sentimientos d~ m_od~ delirante, sobre las representaciones de los demás, llegué a la h1potes1s de que eyectaban de forma brutal -y preventivamentedel ámbito de lo consciente toda representación sobrecargada de afectos.No sufrían una incapacidad para sentir o expresar una emoción sino una incapacidad para contener un exceso de experiencia afectiv~ (pró~i~a a la angustia psicótica) y por tanto una incapacidad, en estas cond1c10nes, para reflexionar sobre esta experiencia. Cuando se produce -~l fenómeno ?e desafectación, resulta evidente que el sujeto tamb1en corre el pel~gro de ver alterada su capacidad para soñar, lo que puede aumentar el nesgo de un desmoronamiento psicosomático. Hoy en día tengo algunas hipótesis que proponer sobre el funcionamiento mental que engendra este estado de desafectación. Versan en primer lugar sobre los factores dinámicos que pueden subtender la exi~tencia de una brecha psíquica entre las emociones y las representac10nes mentales a las que están ligadas, y en segundo lugar sobre los medios económicos por los que funciona esta forma de vivir, que no dependen ni de los sentimientos, ni de los acontecimientos cargados de afecto, ni de la realidad psíquica de otros individuos. Es difícil no llegar a la conclusión de que una estructura tan herméticamente cerrada sobre sí misma.debe estar al servicio de una función de defensa sumamente potente, aun cuando los pacientes no sean conscientes de ello, y aun c_ua~do el analista sólo disponga, para apoyar sus hipótesis, de un limitado material de observación.
LA DISPERSIÓN DE LOS AFECTOS O LA SOLUCIÓN ADICTIVA En algunos sujetos, la vivencia afectiva escapa a la comunicación en las sesiones de análisis, en la medida en que estos pacientes se esfuerzan constantemente por dispersar inmediatamente, en forma de acción, el impacto de ciertas experiencias emocionales. Esto puede
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aplicarse tanto a afectos generadores de placer como de sufrimiento. Examinemos ahora más atentamente el mecanismo de descarga-en-laacción que rige la economía psíquica cuando esta dispersión se hace necesaria. Hace algunos años la madre de un niño psicótico -que ya mencioné en: Diálogo con Sammy ( 1960)- vino a pedirme ayuda poco tiempo después del regreso de su hijo a los Estados Unidos. Extrañaba mucho a Sammy; temía ver agravarse su alcoholismo, porque se sentía totalmente "vacía" sin él. Al intentar describir lo que sentía en esta dolorosa situación, me dijo un día: "Nunca puedo decidir si tengo hambre, si estoy enfadada, si estoy angustiada o si tengo ganas de hacer el amor, y es entonces cuando empiezo a beber". Aunque yo era entonces una analista que empezaba, y tenía poca experiencia, advertí que ella era incapaz de reflexionar sobre acontecimientos movilizantes de emoción. Comencé desde entonces a preguntarme si la meta de los comportamientos adictivos no era oscurecer y alejar de la consciencia experiencias psíquicas intolerables e irreprimibles, porque la fuerza de los afectos en juego y su naturaleza conflictiva provocaban confusión. Muchos años después, cuando me interesé por el concepto de alexitimia, reconocí inmediatamente el fenómeno que ya había observado antes: la incapacidad para distinguir un afecto de otro. Algunos pacientes eran alexitímicos en la medida en que no parecían conscientes de su vivencia emocional; otros, como la madre de Sammy, eran conscientes de la fuerza de sus sentimientos, pero tenían tendencia a dispersarlos y a emprender una u otra forma de acción. De aquel modo evacuaban una intolerable excitación afectiva. Todos somos capaces de descargar nuestras tensiones mediante la acción cuando las circunstancias son especialmente generadoras de estrés (comemos, bebemos, fumamos más que de costumbre, etc.). Pero aquéllos que, de forma continua, utilizan la acción como una defensa contra el dolor mental (cuando serían más apropiadas la reflexión y la elaboración mental) corren el riesgo de ver aumentar su · vulnerabilidad psicosomática. El afecto no puede concebirse como un acontecimiento puramente mental o puramente físico. La emoción es esencialmente psicosomática. Así, el hecho de eyectar la parte psíquica de una emoción permite que se exprese la parte fisiológica como en la primera infancia, lo que conduce a la resomatización del afecto. La señal de la psique se reduce a un mensaje de acción no verbal. Los individuos que tratan la emoción de este modo son víctimas en potencia ·de todo tipo de explosiones
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so~át~cas, cuando se producen ciertos acontecimientos (accidentes, nac1m1entos, duelos, divorcios, abandonos) . En tales ocasiones las soluciones adictivas pueden también resultar inoperantes: la econ;mía ps~qui:a . adictiva no permite ya entonces escapar a las presiones ps1colog1cas y a la sumersión afectiva. Es igualmente importante subrayar que con ciertos pacientes estas barreras defensivas contra el pleno reconocimiento del afecto 0 su rápida descarga en la acción, pueden pasar a menudo desapercibidos en el encuadre analítico durante muchos meses. La angustia le vuelve a uno ingenioso. Sin estas señales de aviso (las representaciones dolorosas son, o bien inmediatamente eyectadas, o bien descargadas en la acción), algunos individuos corren el riesgo de ignorar que se sienten psíquicamente amenazados. Puede suceder que el analista tampoco sospeche que estos analizados están evacuando psíquicamente los problemas que se les presentan, y que en lugar de afrontarlos sienten una incontrolable necesidad de medicamentos, de comida, de tabaco, de alcohol, de opiáceos, etc. Otros pacientes se entregan a frenéticas proezas sexuales de carácter compulsivo, y a veces desviado donde la pa:ej~ sólo desempeña un reducido papel como persona, y 'funciona mas bien como una droga, de la que es el equivalente. Aqué.llos que utilizan a los demás (no como parejas sexuales, sino c?~º objetos de necesidad adictiva) presentan una economía psíquica s1m1lar. Como al~unos de los analizados a los que nos hemos referido más arriba, estos pacientes se quejan con frecuencia de sentirse vacíos incomprendidos o separados de los demás. A lo largo del análisi; hablan larga~ente de las personas que cuentan en su vida, quejándose con frecuencia de que raras veces están presentes cuando se les nece.~ita y, a causa de esta ausencia, les juzgan decepcionantes 0 ne~hge.~tes. E~tos "otros" que se inscriben en la categoría de los "selfob1ects descnto.s por Kohut (1971) se utilizan como objetos que hay que ª.ta~ar y domI?ar (éste es también el destino del verdadero objeto trans:c10nal de la rnfancia, que se muerde, se desgarra, y de múltiples y variadas formas "se castiga" tanto como "se ama"). Pero, a diferencia del obje~o transi,cional, los objetos de necesidad adictiva no llegan a proporc10nar mas que durante un breve período el consuelo buscado Y l~ que ofrecen e~ raras veces suficiente para el niño desesperado; funoso que sobrevive en los pacientes. Se les trata inconscientemente como a la "madre-pecho" de la primera infancia, que es considerada responsable de todo el placer y de todo el sufrimiento que siente el bebé. Los "otros" que permiten inconscientemente que s~ les mani-
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pule, que se les obligue a desempeña~ el ~a~el requerido,_ que s~ les haga vivir por procuración las crisis ps1colog.1.cas que e~ p~ciente ruega en sí mismo, encuentran también un modo caracter~al de resolver problemas similares. Inconscientemente, cada uno ehg~ a otro capaz de interpretar correctamente el papel que se le ha _asignado. Esto también escapa a menudo a la observación ~el an~l~s~a, a pesar del efecto de lente de aumento que tiene el ps1coanahs1s. Ya expuse anteriormente estas formas de relación adictiva (McDougall, 1982a, capítulo III). . . Otros, como los pacientes cardíacos observados P~.r W~ll~am Osl~r, pueden entregarse a lo que pudiéramo~ llamar una actividad-adicción" es decir una relación con el trabajo (como otros con la droga) o la tendencia a consagrarse a otras muchas actividades (q~e a men~do incluso no les interesan) con el fin inconsciente de no dejar espac10 a la relajación, 0 a la ensoñación. Son sujetos que tienden constante. , . mente hacia el "hacer" más que hacia el "ser". Naturalmente, los sujetos que buscan una ayuda ps1coterapeut1ca por problemas adictivos no son totalmente alexi~í~c~~: aun cuand~ ~u angustia se dispersa rápidamente gracias a la ut1hzac1on de la solu~10n adictiva (especialmente en el caso de abuso ~e diversas sustancias), siguen siendo conscientes del sufrimie~to ~~e mtentan hacer desapare. . cer así como del que les impone su ad1cc10n. 'La paradoja que presenta el objeto adic,t~vo es ~a s1gmente: a p~sar de su potencial a veces letal, siempre esta mvestido como un O~Jeto bueno, por una u otra parte de la mente. Sea cual fuer~ es~: objeto, siempre tiene el efecto de hacer que la víctima de la ad1cc10n pueda reducir rápidamente, aunque sólo sea por breves momen~os, su c?~ flicto mental y su dolor psíquico. Bajo la misma perspec_tiva, es facil comprender por qué los afectos de placer, cuando se sienten co~o prohibidos 0 peligrosos, pueden crear ~n _esto~ analizados u~~ sensac1~n de imperiosa necesidad del objeto ad1ct1 vo, igual que un nmo pequeno en un estado de excitación necesita que su madre haga las v~ces de pantalla de paraexcitación, que le proteja y le im~ida ser sumergido por sus propias emociones . Puesto que ningún obJ,eto :eal puede reemplazar al objeto fantasmático (que falta o ~~e esta danado) en el mundo interno, la sustancia maternizante-tranqmhzadora debe ~uscarse ~ons tantemente en el mundo de fuera, y normalmente en cantidad creciente. Mientras desempeñe de hecho el papel de las actividades o de los objetos transicionales de la primera infancia, no se trata de un verda-
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dero objeto transicional. Si se considerara como tal, sería entonces un objeto transicional de naturaleza patológica. Por tanto, me pareció más pertinente hablar de objetos "transitorios" (McDougall, 1982). Subrayando la similitud entre sustancias adictivas y objetos transicionales, quiero llamar la atención una vez más sobre el hecho de que en aquellos sujetos que funcionan con una economía psíquica adictiva para hacer desaparecer el dolor psíquico, falta la representación interna de la madre como introyecto dispensador de cuidados, madre con la que poder identificarse en situaciones de tensión o de conflicto. Como ya demostré anteriormente, la fragilidad interna aumenta por la falta (también importante) de un introyecto paterno potente. A lo largo del análisis de este tipo de pacientes, descubrimos que la madre era considerada como demasiado frágil emocionalmente para desempeñar un papel materno coherente. El analizado se refiere a ella con frecuencia recordando que prohibía al niño toda demostración de emoción, como si ella misma tuviera dificultades para soportar y elaborar sus propias experiencias afectivas. Tiro y Georgette (que aparecerán en los siguientes capítulos) llegaron a comprender que ésta era la razón del comportamiento de sus madres; buena parte de la amargura heredada del pasado pudo así atenuarse. La falta de ayuda por parte del padre, o su muerte -que a los ojos del niño en duelo representa un cruel abandono- pudieron igualmente ser asumidas, incluso a veces perdonadas en gran medida. El paciente que solicita un análisis para librarse de sus tendencias adictivas plantea un problema especial, porque lo que persigue a menudo un paciente así no es un conocimiento de sí mismo más profundo, sino una voluntad -más fuerte que la suya- que evidentemente somos incapaces de darle. El psicoanalista o la terapia psicoanalítica no reemplazan ni a los "Alcohólicos Anónimos" ni a ningún centro de tratamiento para drogadictos. El tratamiento por el psicoanálisis es potencialmente eficaz únicamente cuando el paciente desea verdaderamente descubrir por qué él o ella recurre al objeto adictivo a la primera señal de estrés. Es necesario subrayar que la experiencia de la ruptura con cualquier tipo de adicción permite al analizado realizar descubrimientos a lo largo del viaje analítico. En la medida en que las recaídas son más la regla que la excepción, puede ser interesante para el analizado elaborar los sentimientos de heridas narcisistas y libidinales que le empujan ala trampa de la adicción. El análisis de tales experiencias revelará en
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ocasiones traumatismos precoces de la primera infancia, así como la organización de la personalidad y la economía psíquica que ~e de~arro llan más adelante, dejando al niño (que sigue viviendo en el mtenor de la psique adulta) desprovisto de los recursos internos adecuados para dominar el desencadenamiento de sus emociones.
LA SEXUALIDAD COMO DROGA
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Otro aspecto de la solución adictiva, de carácter diferente al abuso de una u otra sustancia, ha sido ya evocado más arriba: se trata de la búsqueda de una descarga sexual compulsiva en los momentos de estrés. Para caracterizar los diferentes tipos de relación sexual donde es el acto y no la pareja quien se inviste, propuse el neologismo de "sexualidad adictiva" (McDougall, 1982a, 1986). Este concepto surgió como consecuencia de un trabajo analítico, para tratar de comprender mejor las desviaciones sexuales. Muchos homosexuale_s -com~ es sabido-tienen una relación adictiva y compulsiva con vanas parejas. Pero esto es también cierto en el caso de numerosos pacientes heterosexuales que han construido lo que llamé "neosexualidades". Estos últimos ponen en escena complicados guiones, a menudo de natur_a~eza fetichista osado-masoquista. A veces estos actos rituales, escemf1cados en soledad, se sienten como una necesidad similar a la de la droga, y portadores de una fuerza compulsiva de la que los mismos paci~ntes se quejan. Su objeto es proteger a su creador contr~_ la an_gust1~ de perder no solamente su identidad sexual, sino tamb1en su 1dent1dad subjetiva. Podríamos añadir a estos "adictos sexuales" los heterosexuales que no han construido neosexualidades, pero a cuyos ojos la relación sexual funciona como una droga, en la medida en que la pareja sólo desempeña un papel secundario como sujeto: el otro es más un objeto de necesidad que un objeto de deseo. Un comentario extraído del análisis de Pe ter Pan (que veremos en el próximo capítulo) ilustra este tipo de vivenc;ia: "Siempre estoy hablando de mi necesidad de tene~ cerca de mí a una mujer, y usted me dice que no hablo nunca de fil deseo por un~ mujer. ¿Pero cómo se puede desear a alguien que no está aquí?". Mi paciente prosiguió diciendo que el acto sexual era muy importante para él, ya que le permitía conciliar e_l sueño. ¡Al_gunos sujetos "toman" a la pareja en lugar de un sommfero! Este tipo de relaciones pueden durar mucho tiempo, tanto como el "somnífero''
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acepte representar este papel. Las dificultades aparecen en el mismo momento en que estos pacientes, aterrorizados por una relación íntima y prolongada, tienden a destruirla. La satisfacción de la necesidad es ciertamente gratificante, pero se niega la existencia de una angustia narcisista ligada a la relación amorosa en sí. En este sentido, estos pacientes se parecen a ciertos homosexuales que, aunque se aferran a la fanta sía de encontrar a alguien a quien amar y con quien vivir, se encuentran dominados, como bajo las garras de una fuerza compulsiva, por un hambre insaciable de cambiar continuamente de pareja. Las presiones inconscientes que actúan contra una relación más estable se traducen como sigue: la pareja sexual se considera frecuentemente como a un objeto de consumo antes que como a un ser humano (es la "sexualidad adictiva") y el continuo cambio de pareja funciona como una protección contra la toma de consciencia de deseos castradores y de miedos inconscientes, asociados a la pareja. Podría concluirse que, tanto en relaciones homosexuales como heterosexuales, cuando la pareja es antes un "estado" que una "persona", existen fantasías inconscientes que amenazan la relación amorosa en sí. Éstas incluyen (entre muchas otras) fantasías de castración clásicas. El miedo a ser poseído y herido por el otro sólo se ve igualado por el miedo inconsciente a implosionar en la pareja y herirla, o a perder su identidad individual en la fusión con el otro. En la escena psicoanalítica, como puede preverse, los analizados que se encuentran en una de estas categorías tienen tendencia a la adicción también en lo que concierne a su propia experiencia analítica. El analista corre el riesgo de convertirse en el objeto sobre el cual será transferido el papel de la madre (decepcionante) que no puede ser introyectada y no puede crear la posibilidad de consolarse y ayudarse uno mismo. Sucede a veces que estos analizados son incapaces de utilizar fas interpretaciones de su analista, pero tampoco pueden poner fin a la relación analítica, a pesar de su amargura y su decepción constantemente renovadas. Algunos afirman de buena gana que quienes les rodean les encuentran "mucho mejor", es decir, viven más fácilmente con ellos. Y, al mismo tiempo, el analizado proclama que el analista es un incompetente, que no comprende nada, que no le ayuda y que el análisis es un fracaso. Enfrentados a semejante dilema, los analistas se sienten paralizados, como si su propio funcionamiento analítico se hubiera vuelto inoperante. Así, un sentimiento de muerte interna impregna la relación
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analítica. Advertimos entonces, a través de nuestra propia vivencia contratransferencial, la existencia de factores mortíferos en nuestros pacientes cuya meta es, para sobrevivir psíquicamente, congelar toda vitalidad afectiva. Esta dimensión inconsciente, enormemente importante, habría estado hasta entonces enmascarada por la sintomatología neurótica y los diversos modos de comportamiento adictivo.
ALGUNAS CONSIDERACIONES ECONÓMICAS Y DINÁMICAS Al intentar conceptualizar mejor los procesos mentales que intervienen en la dispersión profunda o en Ja descarga compulsiva de la experiencia afectiva, encontré una ayuda considerable consultando los trabajos de los psicosomatólogos-analistas (Marty, De M'Uzan y David, 1963; Marty y De M'Uzan, 1963; Nemiah y Sifneos, 1970). Estos investigadores fueron los primeros en construir hipótesis que explica.ran el hecho de que ciertos pacientes parecieran poder vivir consigo mismos, y comunicar con los demás, sin afecto alguno. En un primer momento sus investigaciones les llevaron a esbozar una "personalidad psicosomática", así como a los conceptos ya expuestos, de pensamiento operatorio, alexitimia y neurosis de comportamiento. Aunque bastante perpleja en cuanto a Ja validez de sus conceptos en lo referente a mis propios pacientes, mis observaciones me llevaron a advertir que un funcionamiento psíquico de este tipo parecía en ocasiones aumentar notablemente la tendencia a la somatización de algunos de ellos. Pero observé igualmente que otros muchos, aquejados de enfermedades tradicionalmente consideradas psicosomáticas, no funcionaban necesariamente de esta manera. No obstante, estos trabajos me ayudaron a tomar consciencia del hecho de que los pacientes que llamé "normópatas", "personalidades adictivas" y "desafectivizados" tendían con frecuencia a somatizar en situaciones de estrés. La reacción psicosomática era a menudo una consecuencia del fracaso de su modo habitual de dispersión, o de un desbordamiento del funcionamiento alexitímico, cuya función defensiva (en mi opinión) consiste en exorcizar angustias arcaicas de tipo psicótico. Se abre entonces la puerta a una disfunción psicosomática como respuesta a la señal primitiva proveniente de aquella parte de la psique que no posee las palabras para delimitar y contener estas fantasías aterradoras. Las palabras, como ya hemos apuntado en múltiples ocasiones, son los diques más eficaces para contener la energía ligada a las pulsiones y a
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las fantasías que éstas han creado, en relación con los objetos parentales de la primera infancia. Cuando las palabras no cumplen esta función (por razones aún hipotéticas) la psique se ve obligada a emitir señales de desamparo de tipo presimbólico, eludiendo con ello los vínculos apremiantes del lenguaje. Existe entonces un riesgo considerable de provocarrespuestas más somáticas que psíquicas, frente a una angustia indecible. Me pareció que los modos de funcionamiento descritos por Jos investigadores psicosomatólogos no proporcionaban una explicación suficiente a los fenómenos psicosomáticos que había observado en mis analizados. Aun cuando ciertas graves perturbaciones en la economía afectiva desempeñan un papel importante en la génesis de las afecciones psicosomáticas, estos fenómenos van más allá del problema del afecto "congelado"; sin embargo, las investigaciones de los psicosomatólogos nos ayudan a escuchar mejor a nuestros pacientes somatizadores, y a prever mejor la potencial fragilidad de estos sordomudos del afecto que no somatizan, o que todavía no lo hacen. El cuestionar la validez de los conceptos de los psicosomatólogos, en lo que a mis propios analizados se refiere, se debe sin duda al hecho de que nos ocupamos de dos poblaciones diferentes y que la solicitud de ayuda del paciente es, también, distinta. De igual modo, es comprensible que los fenómenos psicosomáticos observados en un encuadre psicoanalítico den origen a conceptos diferentes a los que se llega en los centros de investigación psicosomática, aun cuando las manifestaciones somáticas sean similares, en la medida en que los puntos de vista científicos derivan de teorías de causalidad diferentes (McDougall, 1982a, capítulo VII). El psicoanálisis, como ciencia, se centra en el significado (y en especial en el significado de las relaciones), y su lógica subyacente es la lógica del lenguaje. Tratando de conceptualizar la relación cuerpopsique en el infans, debemos formular al menos una pregunta fundamental: ¿cuáles son los mecanismos de defensa que utiliza la psique infantil para protegerse contra el regreso de una (o una serie de) experiencia(s) traumática(s) con la vivencia-de nuevo-de la angustia destructiva intolerable para un bebé? Antes mencioné la importancia que, para la comprensión de los fenómenos psicosomáticos, reviste a mi juicio el mecanismo arcaico (como lo describe Freud) de Verwerfung, es decir, "una defensa( ... ) que consiste en lo siguiente, el yo rechaza ( verwirft) la representación intolerable, simultáneamente con su afecto, y se comporta como si la representación no hubiera llegado
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jamás al yo" (Freud, 1894), la eyección total de la psique. Más adelante, Freud ( 1911 b, l 9 l 5a, 1924, 1938a, 1938b) desarrolló, para profundizar en ellos y compararlos, tres mecanismos de defensa que trataban de negar, de deshacer o, de otras formas, de desembarazarse de experiencias intolerables para la psique: la negación ( Verneinung), larenegación (Verleugnung) y el repudio de la psique (Verwerfung). De estos tres conceptos, el último es el más difícil de manejar en cuanto a su aplicación clínica. Freud consideraba la capacidad de la psique para eyectar completamente una experiencia vital del campo de la consciencia (en lugar de conservarla en forma de represión) como una manifestación típicamente psicótica. En el caso Schreber (l911a) demostró que lo que es expulsado de la consciencia sin ser después reintegrado en el inconsciente del sujeto (al contrario de lo que sucede en la represión) retorna en forma de alucinación o de delirio. Lacan (1954, 1959, 1966) propuso el término de repudio para este mecanismo, centrándose en la exigencia de Freud de definir un mecanismo de defensa que fuera específico de la psicosis (más adelante, Lacan desarrolló esta noción dentro del marco de su teoría de lo "simbólico"). Una cosa está clara: las huellas "experimentales" que perduran no son las mismas en el caso del rechazo (o del repudio) y en el caso de la represión. A mi juicio (McDougall, 1974, 1978, 1982a) este mismo mecanismo desempeña un papel importante en el fenómeno psicosomático. Basándome en mi experiencia clínica, diría que esta capacidad para eyectar fuera de la psique percepciones, pensamientos, fantasías y otros acontecimientos de carácter psicológico (frecuentemente creados por situaciones triviales en el mundo exterior pero cargadas para el sujeto de dolor mental, registradas pero no reconocidas como tales) puede producir, en el adulto, una regresión hacia respuestas somáticas en lugar de una respuesta psicótica. Existe una disociació~ entre la representación de palabra y la representación de cosa, lo que hace que las señales de angustia se conviertan en el equivalen te de una representación de cosa, separada de la representación de palabra que daría sentido a la experiencia (recordemos que, en el niño pequeño, el cuerpo es vivido como un objeto-cosa perteneciente al mundo exterior). La investigación de las razones históricas que originan esta separación cuerpo-psique y cosa-palabra abre el camino a muchas hipótesis conjeturales sobre la relación transacional más antigua entre madre Y bebé. Aunque posiblemente jamás sepamos lo que sºucedió verdaderamente, podemos observar la forma en que la versión del niño pequeño
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permanece intacta en el modo de pensamiento (o el modo de "nopensamiento", de lo "impensable") del adulto que reacciona frente a los acontecimientos de la vida cotidiana.
CONSIDERACIONES ETIOLÓGICAS Como puede observarse en el transcurso del análisis, la extrema fragilidad de la economía narcisista de numerosos analizados que han encontrado "soluciones" de adicción o de desafectación, y que también presentan somatizaciones, nos proporciona algunas hipótesis referentes a los factores etiológicos. En el ámbito de la rememoración, a menudo se hace referencia a un discurso familiar que preconizaba un ideal de inafectividad, y que condenaba toda experiencia imaginativa. Más allá de estos elementos conscientes en el discurso del sujeto, llegué a veces a reconstruir con mis pacientes, a través de los sueños, las asociaciones y la vivencia transferencia!, la existencia de una paradójica relación madre-hijo, donde se sentía a la madre como incapaz de interpretar las señales emocionales de su hijo. Quizás, como reacción al miedo inconsciente frente a su propia vida afectiva, controlara ella al máximo (como recordaba el analizado) los gestos espontáneos y, más adelante, los pensamientos y los sentimientos de su hijo. Aunque nunca podamos llegar a saber lo que, en los intercambios íntimos corporales y psicológicos entre madre y bebé, provocó que el niño pequeño desvitalizara su vivencia emocional, sí estamos en condiciones de observar lo que sucede cuando en la relación psicoanalítica o en la vida cotidiana se dan experiencias cargadas de afectos. En el mundo psíquico interno, el continente del afecto sirve a veces de Atlántida. Cuando hay ausencia de sueños y de fantasías, en situaciones en que hubieran podido esperarse, es frecuente encontrar en su lugar sensaciones corporales, pseudopercepciones transitorias o reacciones somáticas. Estos "equivalentes-de-sueños" que obedecen al proceso primario, pueden también considerarse como "equivalentes de afecto". La consecuencia de esto es que los pacientes "desafectivizados", incapaces de representar mentalmente una idea ligada a su calidad emocional e incapaces también, por razones ya mencionadas, de reprimir estas representaciones, deben recurrir a los mecanismos más primitivos de la escisión y de la identificación proyectiva, para protegerse contra el desencadenamiento del sufrimiento moral. El indi-
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viduo eyecta entonces de su consciencia tanto la idea com~ el afecto que la acompaña, 0 bien los proyecta sobre la representación de otra persona existente en su mundo interno. Más a?elante, se busca un representante de este objeto interno, la mayona .de las ~eces en el mundo externo. De este modo, estos sujetos evocan mcon~ci~ntemente en los demás, por su forma de hablar y de actuar, los sentimientos ~ue . do en sí mismos. De hecho, muy a menudo hablan·-y actuan h anrepu d1a A , como sus propios padres lo hicieron con ellos cuando eran mnos. si, puede suceder que estos adultos no tengan ning~n. otro modo de comunicar sus sentimientos de parálisis y de sufnmiento que el de provocar, involuntariamente, estos afectos en el otro. . . Este aspecto del discurso del analizado, por ~os_ sentimientos de confusión, de angustia, de irritación y de abummiento, que ~uede provocar en la relación psicoanalítica, puede alertar a~ anahst~ Y hacerle capaz de oír, de forma desgarradora, los mensajes del t~~o "d bl -b· d" así como el dolor olvidado y el desamparo del nmo ou e m , . "d d. pequeño que tuvo que aprender a aminorar su vitah a mterna para sobrevivir. Mostraremos algunos aspectos clínicos de este problema en el siguiente capítulo.
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Entre las diferentes curas analíticas de cuyas sesiones hubiera podido extraer fragmentos para aclarar las propuestas del capítulo anterior advertí, con algún retraso, que casi siempre se trataba de pacientes en segundo y a veces en tercer ¡:i_nálisis. Un segundo análisis es un poco como un segundo matrimonio, del que Samuel Johnson, el famoso crítico y lexicógrafo inglés del siglo XVII dijo que es "el triunfo de la esperanza sobre la experiencia". Como el segundo matrimonio, el segundo análisis está menos impregnado de ilusión, y a veces trae consigo el proyecto de hacer pagar a la segunda pareja los fallos de la primera, y pedir compensación por los daños sufridos. En cualquier caso, la segunda relación se fundamenta en objetivos manifiestos muy diferentes a los que motivaron la primera. El primer viaje psicoanalítico se emprende a menudo a causa de un sufrimiento neurótico que, habiendo disminuido considerablemente, ha dejado al descubierto otro mal, hasta entonces ignorado por el sujeto. Aquí tropezamos, evidentemente, con la cuestión de los límites de lo analizable. jPuede resultar muy aventurado curarse la neurosis, sobre todo cuando el resultado es la revelación de un vacío interior que la problemática neurótica encubría! Ante este "vacío" descubierto es cuando se tropieza entonces con una profunda disfunción de la econonúa afectiva. Esta perturbación afectiva puede haber sido camuflada, 123
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a su vez, no solamente por síntomas neuróticos sino también por comportamientos adictivos o problemas caracteriales, es decir, por formas de ser en relación consigo mismo y con los demás, de las que el sujeto no se habría valido nunca en su primer análisis . Se trata en definitiva de la ignorancia por parte del sujeto de gran parte de su vivencia afectiva. Comprendí entonces que este tipo de problemas podía pasar fácilmente desapercibido durante años. Los pacientes en los que estoy pensando no tenían en modo alguno consciencia de sufrir una incapacidad para reconocer sus experiencias emocionales o una tendencia a pulverizarlas, en la medida en que éstas, conscientes solamente por un breve momento, habían sido totalmente eyectadas fuera de la psique o inmediatamente atomizadas en cualquier forma de acción. Lo que dominaba en aquellos analizados era la consignación de un fracaso: haber pasado al lado de la esencia misma de la vida, consignación unida a un interrogante sobre su vida privada que, contrariamente a la de los demás, parecía vacía, aburrida y penosa. Si los primeros años de análisis sirvieron, en el mejor de los casos.para vencer inhibiciones y síntomas diversos, después aparecía, a plena luz del día, una profunda impresión de insatisfacción de la que los analizados no habían tomado consciencia hasta entonces. De esta forma, el desarrollo del proceso psicoanalítico desembocaba en el descubri miento de estados subyacentes de desesperación irrepresentable o de angustia innombrable. La elaboración de esta problemática nos llevó también, a mis pacientes y a mí, a reconocer el hecho de que poseían muy poca tolerancia afectiva, lo que a menudo hacía que fuera urgente la "descarga" de la vivencia emocional en la acción. En definitiva, estos analizados revelaban un auténtico terror a su . realidad psíquica, de la que estaban en cierto sentido desconectados. Algunos de ellos conseguían eliminar de su memoria casi todas mis intervenciones, lo que se integraba evidentemente en su blindaje de desafectación. Tim (cuyo caso evocaremos en el próximo capítulo) en lugar de abandonarse al lujo de la asociación libre había desarrollado una especie de fortificación "anal" de un poder casi inexpugnable, y se mantenía cerrado a lo imaginario como a toda huella de afectos transferenciales; el contenido de las sesiones, mis intervenciones, nuestra relación: todo parecía someterse a un proceso de desafectación antes de ser eyectado, en cierta forma como una "caca" que había que expulsar al final de cada sesión. Este modo de funcionamiento, como
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d~scubrióamos más tarde, había sido construido para protegerlo contra
miedos arcaicos. Si hablo en el momento actual de Times con el fin d comparar orga?ización psíquica con Ja de Peter Pan, y de ambos func10nannentos. Peter P~?· el niño eter?o con poderes mágicos pero que, no obstante, perd1~ su sombra, vmo a verme para convencerme de que todo era culpa mia. Peter empleaba en la relación analítica un sistema de d_efen~a completamente diferente al de Tim. En Jugar de luchar en un s1le~c1~ ,de rete?ción o mediante la expeditiva eliminación de toda exc1tac10n afectiva, recurría a medios más bien "orales" de ataque y de de~ensa. En v~z de callarse, lanzaba palabras e improperios como qmen l_anz~ ,p1e,dras. A pesar de esta forma aparentemente viva de comum~a~10n, el también estaba, en muchos aspectos, profundamente desafect1v1zado. Antes de venir a verme, Peter ya se había sometido a un análisis durante doce ª?~s. con do~ analistas masculinos . Como apoyo a su demanda de anahs1s conrmgo, me trajo, como una ofrenda dos síntomas muy "neuróticos" (que tenían ambos una resonancia psic¿somática) Peter había conseguido_mantener;~~ cuarenta años de existencia y~ ~esar de ~us muchos anos de anahs1s anterior, una cierta forma de impotencia sexual, así como un insomnio rebelde que le atormentaba desde la adole~cencia. A lo largo de nuestras dos entrevistas preliminares, expreso la profunda convicción de que yo sería incapaz de comprenderle, y por lo tanto incapaz de ayudarle. Aparte del hecho de tener pr?bl~mas neuróticos que él pensaba hubieran debido desaparecer hac~a tiempo, _Peter me parecía dotado con una interesante y c?_mpleja persona~1dad, con además una especie de toque infantil. Le dije que estaba dispuesta a correr el riesgo de verme incapaz de ~º-~~renderle y ayu_darle, si é~ mismo lo consentía. Un año después se m1c10 nuestro trabajo en comun, al ritmo de tres sesiones por semana y duró ocho años. '
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_ He aq~í_e~ _breve fragmento de una sesión que tuvo lugar en el sexto ano ,de.~na~1s1s. Desde hacía varios años, Peter llegaba, como él mismo dec_ia deliberadamente con quince minutos de retraso" a todas las ses10nes, "~or~ue este aná_I~sis no tiene ninguna utilidad" (a pesar de aquella escept1ca declarac10n no faltó a una sola sesión en ocho años) No entraré en los detalles de aquellos largos años de análisis per~ trataré de ilustrar la singular naturaleza de la relación analítica ; de la economía afectiva que mostraba Peter. Cada vez que yo ha~ía una
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observación me replicaba de este modo: "Le aseguro que no comprendo cómo, ni dónde, ha conseguido usted su buena fam~ de analista" . O sino: "¡Me pregunto de qué libros saca usted sus interpretaciones! En cuanto a sus pequeños artículos, se diría que siempre trata de ser comprensible, sin duda para seducir a sus lectores". Al cabo de dos años, aquella queja se modificó un poco: "Quizás pu~da usted hacer algo por los demás, pero se lo digo desde ahora, ¡connugo nunca resultará! Yo me estoy volviendo cada día más viejo y más enfermo. ·Éste es el resultado de su precioso trabajo!" Cuando le hice observar ~ue aquella situación debía ser bastante incómoda para él, record~ algo que había oído sobre los doberman, esos feroces perros .guardian~s. Estos animales, según parece, sufren trastornos caractenales. Segun Peter, se encariñan apasionadamente de su primer dueño, Y pueden a veces transferir su afecto a un segundo, pero serían perfectamente capaces de destrozar al tercero. Sintiendo la desesperación del ser prisionero dentro de Peter, en eterna búsqueda del padre que le ayudara en definitiva a liberarse-y que podría también odiar con toda impunidad- le dije: "Y yo soy su tercer analista". Reinó un profundo silencio antes de que Peter se recobrara, para decirme finalmente : "¡Verdaderamente! ¡Usted Y sus pequeñas interpretaciones analíticas!" Como puede suponerse, el análisis del afecto transferencia! no fue nada fácil. De hecho, cuando se me ocurría (muy rara vez, todo hay que decirlo) poner de relieve una asociación o una palabra, Peter me interrumpía la mayoría de las veces en medio de una frase, como si yo no estuviera hablando. Cuando un día se lo hice observar, me respondió que yo estaba allí para escuchar, . y que no tenía ningún interés en oír nada de lo que yo d!jera. Los meses pasaron y me di cuenta de que Peter tema tendencia a percibir como una herida narcisista cada interpretac~ón que yo proponía. Empecé a sentirme desanimada pero, con e~ tiempo: llegue a comprender que ahí residía precisamente el mensaje esencial, una comunicación primitiva cuya meta era hac~rme co.m prender lo que el niño que habitaba en el mundo psíquico interno de Peter, ni~o d~sam parado e incomprendido, había sentido un día: que la comumcac1ó~ ~o tenía ninguna utilidad y que no había esperanza alguna de una relac1on viva impregnada de afecto. Con Peter, pues, yo no era una "caca" que debía evacuarse, co~o fue el caso con Tim, sino más bien un "pecho defectuoso" que merecia ser destrozado. El hecho de ser denigrado o eliminado constantemente, porque uno es vivido como caca o pecho, y sin encarnar aparentemente
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los a~pectos _potencialmente válidos de estos objetos parciales, no const1tu~e m ~ucho ~enos el verdadero problema, porque estas proyecc10nes mconsc1entes son la señal misma de que algo "está pasando" entre el analista y el analizado. Además, a pesar de todo lo que era constantemente negativo en el proceso analítico de los dos pacientes que estoy comparando, su problemática y su funcionamiento psíquico me intrigaban, y me había encariñado con los dos. Sin embargo, había días en que estaba verdaderamente harta. Este desaliento mío provenía del hecho de que, a pesar de los indicios evidentes de afec~os callados, y de un drama subyacente que intentaba expresarse a traves ~e las palabras, aquellos análisis se estancaban. La aparente ausencia de toda señal de cambio psíquico-al igual que en la reacción terapéutica negativa- tiene tendencia a evocaren el analista sentimientos contratransferenciales negativos, acompañados de una sensación de parálisis interna. El ataque incesante -contra el encuadre 0 la rela~ión analítica, y contra el proceso en sí- tiene, naturalmente, un s~nll.do, Ypuede proporcionar una visión global profundamente significativa de la organización subyacente del paciente y de sus técnicas de supervivencia psíquica. Pero si este significado potencial no reviste ningú~ interés para el analizado, o si no se ha comprendido bien, y se ha olvidado o negado de inmediato, entonces debemos aceptar que probab!emente estemos ante una forma de defensa primitiva, nacida de la puls1ón de muerte, y que quizás se haya establecido para luchar contra la se~sación de un peligro inminente, incluso mortal, provocada por~l camb10 o por ~a mera idea del cambio. Es comprensible que estos anahza~~s, que estan como ausentes de su propio discurso, tengan a veces d1f1cultad para comprender la experiencia afectiva del otro ~.nclui~a la del analist~. ¡La eco.secuencia en cualquier caso es que lo~ otros , Ya mayor razon el analista, corren el riesgo de ser "afectados" en su lugar! La problemática fundamental que intento definir aquí es de carácter preneurótico. Estos analizados actúan como si estuvieran sometidos a una inexorable ley materna que pusiera constantemente en duda su de:ec~o a la existencia y a la independencia. En algunos casos, se vi ven a s1.m1smos como una extensión narcisista de la madre, y se sienten obligados a completar su sentimiento de identidad y a subvenir a sus necesidades. La experiencia clínica me convenció de que esta "ley" tan profundamente enraizada en ellos era uno de los elementos fundamentales en la construcción de su identidad subjetiva, y que era trasmitida desde el nacimiento por la madre, a través de sus gestos, de su voz, de
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su forma de mirar, de reaccionar y respondera los estados de excitación y a las tormentas afectivas del lactante. Porque sola~ente la madre (influenciada. a su vez, por los objetos de su mundo mterno y por su propio pasado) decide lo que hay que alentar o restringir de la espontaneidad de su hijo (esta trasmisión incluye también lo que Jean Laplanche ( 1985) llama los "significant~s enigmáti~os" , t,ras~tidos de madre a hijo y registrados desde el ongen de la vida psiqmca). No es mi intención examinar en detalle, en este capítulo, los efectos del pasado personal sobre las organizaciones fálico-edípi~a~ Y pregenitales de los pacientes aquí evocados (estos aspectos seran ilustrados con más detalle en otros capítulos). Quiero centrarme sobre todo, con ayuda de los ejemplos clínicos, en los factor~s, tal ~orno pude observarlos, que se refieren a las formas de func10namiento de la economía psíquica. Al postular que estos problemas son de naturaleza preneurótica, no quiero decir que falten aquí síntomas neuróticos o modelos de ca~ácter neurótico. Éstos, evidentemente presentes, pueden no obstante impedirnos reconocer las angustias más profundas. Quizás sea ésta la razón por la que los propios analizados no sienten la amplitud de su sufrimiento, o se desinteresan totalmente de él. Cuando los aspectos neuróticos se hacen accesibles al proceso analítico, advertimos a menudo que han permanecido intactos para servir de defensa contra un potencial desbordamiento de angustias narcisistas y psicóticas, que amenazaba con hacer vacilar el propio sentimiento de identidad subjetiva. · Por ejemplo, los dos "buenos" síntomas neuróticos (insomnio, impotencia) aportados por Peter al principio de su análisis estaban ligados, entre otros elementos conflictivos, al temor de deseo~ homosexuales hasta entonces inconscientes; los síntomas desaparecieron en el transcurso de los tres primeros años de nuestro trabajo en común. Pero estos cambios estaban lejos de hacer feliz a Peter. Sería más exacto decir que estaba resentido por ello: "Sin duda se felicita usted por la desaparición de mis dos síntomas. No ha cambiado nada fundamental. Es completamente normal dormir por la noche, Y en cuanto a mi vida sexual, usted sabe perfectamente que para mí tiene la misma importancia que lavarme los dientes. Es algo necesario Y a menudo me siento mejor después." Esta triste negación traicionaba el temor de que la desaparición de los síntomas pusiera de manifiesto una problemática mucho más mortífera. Pe ter siguió: "Pero en lo que a mí
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se refiere, soy mucho más desgraciado que nunca. Mi síntoma, mi verdadero síntoma, es que yo no sé vivir." Mas allá del patetismo perceptible en estas palabras, podríamos también preguntarnos quién en el mundo interno de Peteres "yo". ¿Es el adulto que ahora duerme bien? ¿El hombre que hace el amor sin inhibiciones? Es como si estas experiencias no formaran parte de "él": quedan excluidas de lo que piensa su "verdadero yo". Su "yo" íntimo tiene un profundo sentimiento de muerte interior, como si este "yo" no hubiera estado jamás verdaderamente vivo. Además, en caso de que aquella parte muerta hubiera amenazado con vivir, debíaserde nuevo despojada, casi en el mismo momento, de vida, de sensibilidad y, por lo tanto, de significado. Nuestro trabajo analítico prosiguió y llegué a la conclusión, no sin cierta inquietud, que los anteriores síntomas psíquicos de Peter habían servido para camuflar la tramoya de su teatro interno; una vez desaparecidos, dejaban tras de sí una vivencia de desafectación y de depresión que marcaba con su huella su sueño desprovisto de sueños y su vida sexual desprovista de ensueños. Vida a medias tintas, pero a la cual se aferraba como un náufrago a una tabla de salvación. La imagen que tenía de su identidad personal se parecía en cierto modo a una fotografía ajada a la que, a pesar de todo, se agarraba como a un signo de supervivencia psíquica. Me pregunté: "¿Me he convertido acaso en el marco donde este retrato sepia puede estar seguro de encontrar su lugar?" Peter afirmó que le era imposible dejarme, a pesar de su convicción de que yo no podía volverle a la vida. ¿Cómo debemos comprender esta impresión de muerte psíquica que congela todo impulso vital? Era como si a Peter le estuviera prohibido, por razones incomprensibles, gozar de la vida, gozar de su propia experiencia de la vida, y aceptar también aquellos momentos de decepción, de ira, o de dolor narcisista que todo el mundo, inevitablemente, conoce. Para vol ver a mi pregunta central -¿qué sucede en estas circunstancias con el afecto inaccesible?- con toda evidencia no sigue los caminos económicos y dinámicos descritos por Freud en las estructuras histéricas y obsesivas y en las neurosis actuales (la "neurastenia" y la "histeria de angustia" que hoy en día llamaríamos más bien estados de grave patología afectiva: depresión esencial y angustia catastrófica). En los analizados como Pe ter, existe por el contrario una grave deficiencia de defens¡is protectoras y de acción eficaz en la confrontación con el dolor psíquico, ya se origine ésta en la investidura de la
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libido narcisista o de la libido objetal. El miedo a ser sumergido, a experimentar la implosión o la explosión en las relaciones con los demás, obliga a menudo a estos analizados a atacar no solamente a la percepción de sus emociones sino también a toda percepción exterior capaz de provocar movimientos afectivos. Dentro de la relación analítica somos a veces observadores privilegiados de esta eliminación radical de la percepción, luego del reconocimiento, de acontecimientos aparentemente nimios pero fuertemente cargados emocionalmente, lo que nos permite seguir las huellas de lo que sucede con el afecto asfixiado. Aunque existan numerosos rasgos interesantes a tener en cuenta en la organización psíquica de pacientes como Pe ter, mi intención aquí es utilizar un fragmento de su análisis con el único fin de ilustrar la naturaleza del trastorno afectivo, así como lo que sucede en aquellos momentos en que este tipo de analizados pierden el contacto con los aspectos afectivos de su realidad psíquica.
PETER ATACA A LA REALIDAD EXTERIOR En general, como ya he dicho, Pe ter llegaba a las sesiones con diez o quince minutos de retraso, proclamando que, de todas formas, estaba mejor en la sala de espera que en el diván. Llamé varias veces su atención sobre esta forma de acting out; como consecuencia de lo cual se interesó, en nuestro quinto año de trabajo, por el significado inconsciente de aquella falta de puntualidad, y me dijo que tenía intención de llegar puntual la próxima vez. Llegó con diez minutos de antelación. Y yo misma, a causa de circunstancias imprevistas, llegué con diez minutos de retraso. Teniendo en cuenta el contexto, consideré este retraso totalmente lamentable, y se lo dije. Echándose en el diván, dijo: "¡Dios mío, me da absolutamente igual! Estaba muy a gusto solo en la sala de-espera. El tiempo ha pasado volando, porque estuve leyendo un artículo excelente. De hecho, cuando apareció usted en la puerta no la vi ... bueno, sí la vi, pero tuve la curiosa sensación de que era usted sorprendentemente pequeña. Y observé que va usted vestida de una forma bastante vulgar. .. no tan elegante como de costumbre. Lleva usted, según creo, un traje muy soso, como de color rosa-gris sucio." (¡En realidad, llevaba un vestido color albaricoque con un largo echarpe blanco, lo que, en mi opinión, era bastante
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elegante!) "Y además, parecía que no tuviera usted cabeza; también por eso tuve la impresión de que era más bajita. Quiero decir que parecía empequeñecida, minúscula, sin color, vamos." Tratando de analizar los sentimientos negativos que, como le hice observar, había podido provocar su larga espera, dedujo que, como se trataba de un ejercicio de lógica, quizás hubiera debido tener sentimientos vagamente hostiles, pero que de hecho no había sentido nada de eso y dudaba mucho que fuera capaz de una emoción así en mi contra. A partir de ahí, se lanzó a una cadena asociativa y evocó algunos recuerdos encubridores, así como algunas fantasías que habíamos elaborado durante aquel análisis. Podrían considerarse como "recuerdos encubridores reconstruidos" o construcciones que se habían convertido en parte integrante de nuestro trabajo (como sucede a menudo cuando un análisis dura varios años). En aquel momento Peter recogió uno de aquellos "recuerdos" convertido para él en una certeza: algo catastrófico había sucedido entre su madre y él cuando tenía cuatro meses. Sus pensamientos se d~s~iaron entonces hacia una fotografía que le representaba a los d1ec10cho meses y que él llamaba, cada vez que la mencionaba, la foto del "bebé en la nieve": De hecho, aquella foto, que me trajo un día, le mostraba sentado al sol en una playa de arena blanca. En a~uel preciso instante de la sesión, dejando vagar mis propios pensanuentos en respuesta a sus asociaciones, pensé:"¡ He aquí a Peter Pan, 'bebé en la nieve', sintiéndose aún helado y desvalido, abandonado de nuevo, dejado-en-la-estacada en mi sala de espera! Pero Peter Pan parece determinado a no enterarse de sus sentimientos actuales, y sobre todo, a evitar toda representación que pudiera resucitar una situación traumática del pasado." Sin percibir vínculo alguno entre sus pensamientos, Peter vino entonces a rememorar el momento de nuestro segundo año de trabajo, cuando expresó de pronto su deseo de finalizar el análisis. En la medida en ~~e. ya me había descrito la forma brusca en que interrumpió sus dos anahs1s precedentes, le sugerí que nos diera tiempo para examinar las razones de aquella súbita decisión, y poner término a la cura si fuera necesario, en lugar de reaccionar siguiendo un antiguo modelo y sin comprender lo que estaba sucediendo. A partir de aquel momento, Pe ter m~ reprochó continuamente no haber comprendido la capital importancia de su deseo de abandonar el análisis, y afirmó que yo había destruido definitivamente sus posibilidades de experimentar un ver-
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dadero deseo: "Hubiera debido usted comprender que de todos modos no la habóa dejado. Pero no, tenía que estropearlo todo. Ahora sí, que está todo perdido. Nunca jamás volveré a tener un deseo espontaneo que sea verdaderamente mío." He aquí que tenía ante mí a 1 pequeño Peter Pan, de cuatr~ meses -o dieciocho meses- lleno de vida, y que ha osado una vez mas tener un gesto espontáneo hacia su madre-analista. Pero.ella resulta ser una madre implacable, sin ternura o ausente, que le o?hga a a~ep.ta~ de una vez por todas que jamás podrá aspirar a u~a libertad md1v1dual, a deseos que Je sean propios, y a gozar de la vida, excepto ~agando un precio exorbitante: perder el amor de su madre y su pr~senc1a reconfo~ tante. Su reacción era \a de todo niño pequeño que tuviera que co~battr su percepción de Ja madre que creía l~ había r~chazado Y he~1do: su madre no tiene cabeza, ha empequeñecido y no tiene color, una imagen disecada y desvitalizada de la que debe huir a toda costa ..Pe~o, al hacerlo la internaliza, de tal forma que es con esta madre desv1tabzada con qui~n ahora se identifica. Porque el bebé que sigue teniend~ la impr~sión de ser, no puede prescindir de su madre. Ella es la v~~a misma. Renuncia por tanto a su propia vitalidad interna. Pre~enna congelarse "de verdad" en aquella imagen de "bebé solo en la meve", desempeñando ahora un papel doble: el del niño pequeño desesperado y el de la madre que le desaprueba, que le rechaza, que no ,le comprende. En la transferencia, sólo fue capaz ~e proy,e~tar en m1 aquella representación en particular (entre otras mas benef1cas) de su madre
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interna. · , · d André Green ( 1973 ), haciendo referencia a las formas ps1cottcas e vivir el afecto, observaba que "la afectividad paradójic~ se expresa en acto por impulsos( ... ) explosivos e inesperados. El v1~culo entre el afecto y la representación se percibe a través de las relac10nes ~~tre el acto y la alucinación. El afecto es actuado, l.a rep~esentac10n no obedece ya a la prueba de realidad". Green prosigue c~tando el.punto de vista de Bion ( 1959) que piensa que en algunos pacientes existe un odio a la realidad como tal, y como consecuencia una inhibición de la vivencia afectiva para la psique. Al mismo tiempo tienen lug~ "ataques destructivos sobre todos los procesos psíquicos: so~reel objeto, sobre el cuerpo del sujeto, y ante todo sobre su pensamiento. El afecto no es solamente infiltrado por el odio, sino odiado como afecto.". Los pacientes como Peter y como Tiro uti!izan ~fecttva~ente ciertos mecanismos de defensa psicóticos, pero m uno m otro t:nian. ~n modo de pensamiento psicótico. Pe ter observó a veces que era un nmo
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autista". Tiro se refirió a sí mismo en nuestra primera entrevista como un "individuo esquizoide" y Christophe, de quien hemos hablado en el capítulo III, afirmaba que era "un niño retrasado en un mundo psicótico". Pero, tanto en uno como en otro, se trataba de la parte adulta del individuo que observaba y que comentaba el estado del niño traumatizado y desconcertado que cada uno llevaba dentro de sí. En cierto sentido, lo que operaba aquí en cada uno de estos pacientes era un modo de d.efensa intelectual, cuyo fin era permanecer sordo a los mensajes enviados por el niño y evitar así ocuparse de aquella parte infantil herida. Las dificultades contratransferenciales que, casi inevitablemente, surgen en este tipo de trabajo no residen en la incapacidad de identificarse con el lactante oculto en los mundos interiores de nuestros analizados. Estriban más bien de su total incapacidad para creer que alguien les pueda ayudar, a pesar del desamparo que les consume. Prefieren destruir todo ofrecimiento de ayuda antes que volver a sumirse en las experiencias traumatizantes de la primera infancia. A causa de la falta de un "introyecto benevolente y materno" (Krystal, l 978a, l 978b) no pueden escuchar de forma significativa lo que ocurre. Esto se hace evidente en la relación analítica cuando el analista se ve relegado al papel de la madre inadecuada, incompetente o totalmente ausente con la que el analizado siempre está tratando, en sus fantasías inconscientes, de "ajustar cuentas", cuentas que se remontan a las cosas inacabadas de la infancia. U na vez estas fantasías y el comportamiento que provocan se vuelven verbalizables y analizables, otras imágenes de la madre y del padre se hacen accesibles a la elaboración, lo que muy bien puede desencadenar un cambio psíquico (ver el caso de Georgette en el capítulo X). Al margen de esta compleja proyección de un objeto materno inadecuado, el analista debe también aceptar ser vivido como el padre que ha fracasado en su tarea, la de proteger al niño contra la imagenmadre implosiva. Así, la falta de identificación con una madre interna protectora se hace sentir do loros-amente en el trabajo analítico, tanto como la falta de identificación con un padre .válido; padre que, al tiempo que se vive como prohibente de la madre-pecho, se siente también como no teniendo nada que ofrecer para compensar tal renuncia. Y es este padre, desmesuradamente cruel y superyoico, quien constituye realmente el soporte de la demanda de análisis: padre arcaico que impide el acceso a la madre primaria.
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A menudo, esta organización edípica desequilibrada puede conducir a un intento de reemplazar la intemalización faltante de una instancia maternizante por sustancias, objetos, o actos adictivos. De esta forma la madre se convierte, como en la primera infancia perturbada, no en un objeto de búsqueda y de deseos libidinales, sino pura y simplemente en un objeto de necesidad. La representación del padre se inviste entonces como alguien que niega al niño-lactante no solamente Ja realización de un deseo incestuoso, sino también y sobre todo, el derecho a vivir. Es entonces Narciso más que Edipo quien nos implora que acudamos en su ayuda, al tiempo que nos pide que s~portemos los golpes del niño rabioso que lucha, con los pobres me~10s d': lo.s que dispone, por su derecho a otra e~istencia ~ue es~e ~efl~JO d~ si rrusmo, buscando, como lo hizo el Narciso del mito, la umca identidad que le ofreció su madre, ninfa de las aguas, y su padre, fugitivo en las olas. Desde el punto de vista contratransferencial, nuestro propio "Narciso" se ve puesto adura prueba. Nos vemos tentados a preguntarnos: "¿Por qué necesita este niño más comprensión, m~s c~idados Y ~ás alimento que otros?" Pero el niño desposeído en su mten~r lo ~ecesita verdaderamente, más que aquel paciente cuya problemática ti~ne una dominante neurótica (porque el neurótico posee en su mundo mterno dos padres good-enough). Será necesaria mucha paciencia, holding, en el sentido que da Winnicott a este término, que implica no solamente Ja necesidad de esperar, de controlar nuestra "neutralidad malévola" sino también de restringir al otro si es necesario, es decir, de mantener intacto (en la medida en que este mantenimiento permita que el proceso analítico continúe) el encuadre analítico. Así, es necesario poder restringir y elaborar nuestras propias relaciones afectivas confiando en que el otro llegue a creer que dispondrá de un espacio-tiempo suficiente para que nazca un deseo, y un pensamiento verdadero se elabore dentro de él; este deseo será distinto a una exigencia iracunda de venganza o a la espera de una reparación total. Esta tarea presenta considerables riesgos, en la medida en que nos enfrentamos a una dimensión de muerte interna que infiltra el discurso analítico Y que amenaza a nuestra propia vitalidal También nosotros podemos ser víctimas del desencanto de nuestros pacientes sobre su capacidad para gozar plenamente de la vida, y a nuestra vez desinvestir un viaje psicoanalítico laborioso y aparentemente interminable. En otras palabras, podemos acabar por convencemos de que el viaje no merecía la pena. Tenemos que persuadimos de que es posible una forma de
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cambio psíquico, y que nuestros analizados desafectivizados y desengañados tendrán algún día el valor suficiente para abandonar sus endebles muletas de supervivencia y comenzar a vivir verdaderamente. Esta reflexión sobre las actitudes contratransferenciales plantea otra pregunta, también pertinente. ¿Por qué aceptamos en análisis a sujetos cuyo objetivo es resistirse al proceso analítico, atacar sin tregua el encuadre y la relación, eliminar todos los hallazgos de esta aventura? Pacientes que se empeñan en no conservar nada válido, decible o inteligible, que pueda esclarecer, siquiera un poco, su dolorosa experiencia de vida, ¿como si, de obrar de otro modo, peligrara su vida? Pero, para el niño completamente desesperado que se esconde en el fondo de estos adultos recalcitrantes, el cambio no puede llevar más que a lo peor. Este miedo no hace sino aumentar y reforzar los continuos acting, y redoblar los ataques contra cada descubrimiento iluminado por una luz esperanzada que haga pensar que la vida puede convertirse en una aventura creativa antes que en un campo de batalla. La llamada de socorro de estos analizados se expresa a veces de un modo que recuerda al credo del adicto: "Ayudadme, por favor. Pero ya veréis como soy más fuerte que vosotros. No conseguiréis nada." De hecho, el fondo del problema consiste en lo siguiente: cuando nos internamos en este tipo de análisis, a menudo desconocemos el difícil camino analítico que se extiende ante nosotros. ¡Muchas veces, sin duda, estamos moti vados por el deseo narcisista de triunfar donde otros fracasaron! Por ende, existe también una tendencia a proyectar en cada futuro analizado un potencial considerable para la puesta en marcha de este análisis. ¿Acaso no tenemos siempre tendencia a dar . crédito al otro, a creer que sabrá cómo utilizarnos, y a convencemos, en las entrevistas preliminares, de que hemos descubierto en el discurso latente que se esconde tras el discurso manifiesto dimensiones de su ser psíquico de las que sigue siendo inconsciente? Es un próblema de contratransferencia. Nos decimos que estos pacientes piden ayuda de un modo desesperado, y otorgamos a este grito un signo positivo; sin duda queremos creer que todos aquéllos que demandan un análisis, que reconocen su sufrimiento psíquico y quieren descubrir las causas, son analizables. ¡Probablemente existe oculto en el fondo de cada uno de nosotros un doctor Knock convencido de que todo demandante de análisis puede aprovechar esta experiencia, que todo viaje psicoanalítico merece la pena!
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Cuando un potencial paciente manifiesta el deseo de realizar descubrimientos sobre su mundo interior desconocido, evoca en mí un deseo similar. Incluso aquéllos que han pasado ya muchos años sobre el diván, y que continúan su búsqueda, tienen el deseo de saber más, de descubrir lo que queda aún por esclarecer, como si se tratara de un desafío lanzado a nuestra capacidad de avanzar aún más en nuestra exploración. ¿Quizás la trampa contratransferencial sea el deseo de saber demasiado? Bion declaró en una ocasión que un analista es alguien que ,• prefiere leer un ser humano antes que un libro. ¿Y si estuviéramos contándonos cuentos de hadas?¿ Y si no hubiera ninguna historia que leer en ese libro, porque el autor no se ha dado jamás las palabras para empezarlo?¿ O no se ha atrevido nunca a volver la primera página por miedo a lo que pudiera leer y revelarse a sí mismo y a nosotros? Quizás el principio de la historia sea también el final, con lo que estaríamos girando en círculos constantemente, tratando de leer algo más. De todos modos, una vez que el viaje ha comenzado, ,;J; debemos asumir la responsabilidad de la empresa realizada en común. , .~ Cada uno sabe que hemos de pagar un precio. Los analizados que paralizan nuestra función de "lector-analista" suscitan en nosotros dolorosos sentimientos de malestar. ¿Cómo podemos dar la vida a . aquéllos que lo único que piden es que dejemos intactos los muros de ·~ sus prisiones, y que guardemos para nosotros nuestras reacciones afectivas? ¿Cómo vamos a enfrentamos con el reconocimiento de nuestra impotencia en ayudarles a volverse más vivos, a hacerlos menos desafectivizados, menos desesperados, para que puedan a fin de cuentas querer abandonarnos y vivir? Y finalmente, ¿qué vamos a hacer con nuestros propios sentimientos de desesperación hacia nosotros mismos y hacia nuestro trabajo? Se dice que si alguien mira algo durante el tiempo suficiente, ese algo se vuelve interesante. Aunque siempre estemos solos en la observación de nuestros pacientes desesperados y desafectivizados, y aunque sepamos que nadie puede venir a ayudarnos, tenemos al menos la posibilidad de compartir nuestra inquietud, nuestro sentimiento de incompetencia y nuestra incomprensión. ¡Ésta es la razón de que escribamos artículos, organicemos coloquios y publiquemos libros! Y gracias a esto, algunos analistas tanto como algunos analizados, sin olvidar a aquéllos que se interesan por el tema y que, sin ser analizados ni analistas (¡pero quizás capaces de ser su propio psicoanalista!),' ~ pueden compartir nuestra experiencia clínica y nuestras investiga.:,'·:;~ .. ciones teóricas. Aun cuando los pacientes que resisten al procesOi_:!" :~
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analítico despiertan en nosotros el terror de una experiencia interminable , podemos estarles reconocidos por habernos abiert 1 . sobre un terren_~ de investigación que aún está en barbecho~ os OJOS Como ?1e d~JO un día Peter Pan, tras ocho años de investigación de su mundo mtenor: "~a he neutralizado completamente. Poco importa lo que ,haga~ lo que diga. No conseguirá usted nada conmigo ,, C d le ped1 perrruso_p~a utilizar el extracto de análisis antes citado y~::e~ uso de ~~- ~.~nt1m1ento de ~es:s?eración sobre nuestro trabajo, me respond10. ¿Porquéno?M1anahsisescompletamenteinútil ·pe . duda conseguirá usted sacar de él algún articulito !" '1 ro sm
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Desde siempre los poetas, los amantes, los místicos, han sabido lo que Pascal comprendió hace cuatro siglos, que el corazón tiene sus propias razones, que la razón ignora. Han presentido que el corazón es el órgano privilegiado del afecto, la metáfora del amor, del dolor y de la nostalgia, y también del odio, de la violencia y de la ira. El fragmento de análisis que sigue cuenta la historia de un hombre que soñaba, desde su más tierna infancia, con ser inaccesible al dolor psíquico tanto como al dolor físico, que soñaba con ser un hombre "sin corazón". El entorno instiló en la mente de aquel valiente niño un ideal de invulnerabilidad afectiva, de desafectación, y ello en circunstancias muy traumáticas. Quizás malinterpretara las palabras de su madre; de cualquier modo, parece probable que ésta, en sus intentos por superar su propio dolor mental, haya preconizado para sus hijos el control absoluto de todo signo de afecto profundo. Nada de llantos, nada de miedo, nada de ira tampoco, so pena de perder su amor. Porque había amor, aunque no se hablara de él. Treinta y tantos años, gafas, suéter de cuello redondo, el aspecto de un "joven y serio profesor", Tim se dirigió a mí para reanudar un análisis interrumpido dos años antes, y que había durado cinco años , con un analista masculino. Aquella experiencia le "ayudó en su malestar", decía Tim; se sentía "más seguro de sí mismo", "pensaba
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mejor, se vestía mejor"; como si hubiese adquir~do nuevo~ derecho~. "Pero mis problemas fundamentales no han vanado: me siento vac10 dentro de mí, y sin contacto con el mundo externo". Por lo que podía recordar, siempre había sido as~. ~isto ~esde fuera. Tiro parecía llevar una vida tranquila y llena de. ex1to. ~1ertament:, tenía una situación profesional aparentemente sat1sfactona. pero habia cambiado en dos ocasiones su plan de estudios. y su trabajo actua_l en una universidad de provincias había perdido a su vez todo atract~vo. Ciertamente, quería a su mujer y a sus dos hijas, pero no compartia la alegría de vivir que ellas parecían sentir de forma :otidiana. A veces _se preguntaba si fingían, de tan lejos como se sentl~ de aquella alegna. Ciertamente, tenía relaciones sexuales con su mujer ~e forma regular y sin problemas, pero desde hacía algunos años se desmteresaba por su vida amorosa, porque raramente experimentaba placer durante el acto sexual. Sin embargo no parecía considerar esta falta de placer co~o un síntoma. Trabajaba en un ambiente donde estaba rodeado de mujeres jóvenes; y algunas de ellas se interesaban por él, pero tampoco sentía la apetencia de soñar despierto con ellas o de emprender alguna aventura amorosa. De su infancia, Tim no me proporcionaba más que escasos detalles. Era el único varón de una familia con tres hijos, su padre había m~erto súbitamente cuando él tenía siete años. Ningún otro hombre v~no_ a ocupar el lugar del padre, y su madre, trabajando duramente, sigmó educando sola a sus tres hijos. Tim había guardado un recuerdo muy vivo de la muerte de su padre. "Yo había salido de casa, solo, para pasar unas vacaciones con mi tía. El día anterior a su muerte tuve un pequeño accidente fecal, acontecimiento insólito para mí a aquella edad. Estaba avergonzad?·. Al día siguiente, mi tía vino a decirme que ten~a que darme una n~ticia ~uy triste sobre mi padre. Mi primer pensamiento fue que le habian ~etido en la cárcel. Cuando me dijo que no, que había muerto, qued~ convencido de que era culpa mía, por lo del día anterio~, lo del ~cci?ente en el pantalón. Como si le hubiera matado con mis heces . Tim no recordaba que la muerte de su padre le hubiera trastornado. "No lloré". añadió como prueba de su estoicismo. _ . . A mi pregunta de si tenía otros recuerdos~~ su ~.adre, Tn~-~e dio una respuesta inesperada: "¿Mi padre? Un vividor . ¡Pad~rojica expresión para describir a un padre muerto! ¿Era ~c~so posible que el pequeño Tim de antaño hubiera sepultado co~ el viv1~or d: su padre su propia vivacidad? ¿Había renunciado para siempre Jamas, desde en-
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tonces, a gozar de la vida, a cualquier nivel? Al autorretrato desvitalizado que Tiro esbozaba en mi honor, se añadía otro pequeño matiz: no recordaba haber soñado nunca, ni llorado. Emanaba de él un sentimiento de desesperación y de muerte interior que iba más allá de las lágrimas. "Supongo", dijo en un tono lúgubre, "que soy un poco esquizoide". Le pregunté entonces lo que esperaba obtener de la reanudación de su an á li~is . " ~uizás mis problemas estriban en cosas más profundas, co~? '.111 relaci~n con mi madre. Hablé mucho de mi padre en el primer an_ah s1s, y de m1 convicción de que iba a ocupar su lugar en la cama de m1 madre. Recuerdo con toda claridad mi decepción. Pero, antes de eso, nada. Ningún recuerdo. Pensé que quizás, con una analista pudiera ir más lejos". Tras un breve silencio añadió: "Es como sÍ estuviera buscando una parte perdida de mí mismo". Fue aquella frase según creo, lo que me decidió a aceptar a Tim como futuro analizado'. Se declaró dispuesto a emprender el análisis y a esperar el lugar que podía reservarle dieciocho meses después . U~a vez comenzado el análisis, me sorprendió mucho comprobar que T1m llegaba a todas las sesiones entre quince y veinte minutos tarde, sistemáti~ame~te. Luego, en el diván, con el cuerpo rígido, guarda_ba unos diez mmutos de silencio, quitándose y poniéndose las ga:as sm cesar, como preguntándose si era oportuno trasmitirme lo que veia. Muy pronto empezó a faltar a las sesiones sin razón aparente. En cuanto yo anunciaba la fecha de mis vacaciones, desaparecía de la escena analítica una semana antes de mi partida. Mis interpretaciones sobre el tema no conducían a nada. Tim reconocía intelectualmente que s_us retrasos, sus silencios, sus ausencias, seguramente pudieran reflejar angustia u h?stilid~~ hacia mí, o denotar un ataque dirigido contra nu~stro trabajo anahtico; aceptaba igualmente la hipótesis de una necesidad en él de controlar toda experiencia de separación. Sin embargo, no descubría ninguna huella de tales emociones. Insistía en que mis interpretaciones, que consideraba "interesantes", le parecían "acertadas" por pura deducción lógica. Pero no sentía nada. En la evocación de algunos escasos recuerdos de infancia que a mí me parecían conmovedores, Tim se mostraba como desprovisto de afecto. Yo era la única "afectada". De vez en cuando, al lado de la imagen del padre risueño, derra'.11ando alegría por toda la casa, amante de beber un trago con los amigos (a pesar de la desaprobación materna), aparecía otro recuerdo: el del padre matando al gato de la familia con un hacha. Aquel acto
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cruel fue, según Tim, culpa de su madre, que se quejabacontinuame~te al padre de la suciedad del animal. Mi propu~st~, según.la cual ::1m habría podido temer una reacción paterna similar hacia los nmos sucios, no encontraba ningún eco en su mente. No más que un eventual vínculo entre aquella escena y su convicción infa~til de hab~: matad~ al padre suciamente, por expulsión fecal. Aquella mtervencion ~or m1 parte tuvo no obstante algún efecto, porque un recuerdo emergió a la superficie: durante sus insomnios infantiles, que le ha~ían merodear por toda la casa en un estado de tensión, Tim temía dernbar los muros de la casa, y matar así a su madre y a sus hermanas. Estas diferentes evocaciones crearon en mi mente la imagen de un niño aterrorizado por su propia violencia, y por su poder omnipotente de matar a aquéllos ~ue amaba. Bautizamos a este personaje, que mataba a la gente por medios mágicos, su ser "King Kong" (fabricado quizás después del ::padrematador-de-gatos" y de quien había que proteger al otro, al padrevi vidor"). Pero este pequeño King Kong totalmente encade~ado desde hacía años resultaba ser otra parte perdida. Mis intentos de mterpretar el significado subyacente de aquellos recuerdos, y ~ni~los al prese~t:, seguían siendo estériles. Tim declaraba que no sen tia n~nguna e~ocion especial por nadie de su entorno y que tampoco creta haber sido de pequeño ansioso, violento o desgraciado; sólo era reservado, Yun poco apartado de los demás. . En cuanto a su relación analítica, a veces se lamentaba de no sentir nada, ni positivo ni negativo, hacia mí. Cuando.le. hice obs~rvar que, quizás, así se sintiera más seguro conmigo, le v1meron, en mglés, las palabras"/ [ove you ", y esto para su gran sorpresa, t.anto más cuanto que no era consciente de ningún sentimiento de este tipo. Es prob~b~e, no obstante, que estas palabras fueran una respuesta a la sub1ta sensación de ser comprendido por mí, y su desafectación, que yo aceptaba, le resultaba tranquilizadora. Pero en seguida volv~ó ~los retrasos, a las ausencias y los silencios, ahogando todo reconocimiento de sus emociones, restando todo sentido potencial al vacío así crea~o entre nosotros, insistiendo en la deducción lógica como único trabaJO analítico posible. La muerte interna que parecía habitar su mundo psíquico amenazaba por moment~s con instalar~~ dentro d~ mí. ~uve que combatir la tentación de sumume, yo tamb1en, en un s1~enc10 de muerte. De modo que traté de intervenir con mayor frecuencia. Ah?:ª bien Tim no recordaba ninguna de mis intervenciones de una sesion para' otra. Al no suscitar afecto alguno en él, mis intervenciones no
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provocaban ningún cambio psíquico. Durante aquella fase del análisis tomé nota de dos momentos relevantes. Un día, como Ti m se quejaba continuamente de que la vida carecía de sentido, le dije que detrás de aquel retrato de un hombre que pone en duda el valor y el sentido de la vida, oía a un niño triste y amargado que había enterrado una parte vital de sí mismo junto con su padre muerto y a quien, desde aquel la época, le costaba creer que su existencia fuera importante, para él o para los demás. ¿Creía acaso que su madre, su mujer, sus hijas y su analista eran indiferentes a la supervivencia de aquel niño desgraciado? Siguió un silencio, durante el cual Tim respiraba pesadamente, como si sollozara. "Lo que acaba usted de decirme, esa idea de que no existo para los demás, dijo en voz baja, me ha impresionado tanto que me cuesta trabajo respirar". Esperé con impaciencia la siguiente sesión. Tim guardó sus diez minutos de silencio ritual y finalmente me dijo: "Estoy harto de este análisis. No pasa nada.Nunca dice usted ni una sola palabra. ¡Hubiera tenido que ir a un kleiniano !"Toda huella de la sesión del día anterior había desaparecido. Más tarde comprendí que en el mismo momento en que Tim comenzaba a res pirar con dificultad, ya estaba expulsando, a través de su cuerpo y fuera de su psique, el recuerdo de mis palabras, y dispersando así su repercusión tanto psíquica como física; es decir, procediendo a la pulverización de su impacto afectivo, movilizado en él por un breve instante. Su fortificación de invulnerabilidad, que había resistido a todas mis interpretaciones y durante tantos años, cedió una vez más cuando le hice observar que había debido ser muy difícil para él, un niño de siete años, convertirse de pronto en el hombre de la familia, sin un padre que le enseñara cómo ser un hombre. Para mi sorpresa y su consternación, Tim estalló en sollozos: sus primeras lágrimas desde hacía muchos años. Durante aquella sesión aceptó mi propuesta: había reaccionado a la muerte de su padre no solamente con sentimientos de culpa y de desamparo olvidados después, sino también con la impresión de un ataque narcisista que le produjo una imagen desvitalizada, sin utilidad. Algunos días después, cuando me dirigí al niño en duelo que dormía dentro de él, apenas recordaba sus lágrimas ni el contenido de la sesión. Pude observar en más de una ocasión la forma en que Tim llegaba a pulverizar y a evacuar de su mente todo pensamiento capaz de movilizar en él emociones intensas. Tenía que cortar los vínculos con toda representación cargada de afecto, agradable o doloroso.
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Asistimos aquí a un mecanismo defensivo de la psique, encaminado a expulsar rápidamente tanto la representación como el afecto adyacente, dejando aquélla en estado de falta. Es importante subrayar que este tipo de repudio psíquico es de naturaleza diferente a la represión o la renegación, que juegan un importante papel en la organización neurótica. Este mecanismo se asemeja más a lo que Freud llamó Verweifung(Freud, 1894, 1911, 1924), mecanismoqueLacandemostró estaba asociado específicamente a la psicosis. Mi experiencia clínica me hizo advertir que, en algunos analizados, estas formas primitivas de defensa contra el dolor mental, uti !izando la escisión y la proyección en lugar de la represión, a menudo está asociado a una historia de traumatismo psíquico precoz. También observé que este tipo de funcionamiento mental se daba no solamente en pacientes borderline o psicóticos, sino igualmente en sujetos indemnes de psicosis, pero marcados por una economía adictiva y por manifestaciones psicosomáticas. Sin embargo, no me parecía que fueran éstos los problemas de Tim. Más tarde comprendí que hubiera debido prestar mayor atención a los signos de falta en su funcionamiento psíquico, para intentar que también él se interesara por su modo de funcionamiento ante cada pensamiento y cada acontecimiento cargados de afecto. En aquella fase precoz de nuestro trabajo supuse que, tras el traumatismo que debió seguir a la brutal pérdida de su padre, se encontraba un desamparo más arcaico que había complicado sin duda la labor, ya de por sí difícil para un niño pequeño, de elaborar el trabajo de duelo. ¿Acaso no había declarado Timen nuestro primer encuentro que intentaba descubrir los aspectos cm1flicti vos de Ja relación con su madre? Pero al parecer seguía siendo incapaz de proporcionarme indicios sobre aquella sospecha de trastorno precoz. Sin sueños, sin fantasías y sin asociaciones libres que nos ayudaran en nuestra búsqueda, ambos éramos conscientes de una sensación de parálisis del proceso analítico. Para ayudarse en su busca del pasado perdido, Tim llegó incluso a preguntarle a su madre si algún acontecimiento insólito había marcado su infancia. Ésta respondió que la guerra y la muerte del padre habían hecho la vida muy difícil para la familia y añadió, ante la sorpresa de Tim, que en su primera infancia había sido muy testarudo y rebelde, y que fue necesaria una férrea disciplina para obligarle a portarse correctamente. Todo rastro de aquellos años de oposición había desaparecido
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de la memoria de Tim. En su opinión, siempre fue un niño reservado tranq~ilo y apartado. Pensamos que aquel cambio de carácter s~ produjo tras la muerte del padre. C?n la ii:t~nción de crear un encuadre más estable para nuestro trabajo anahttc?, seguí haciendo hincapié en sus ausencias y en el hech? de que !tm desapar~ciera siempre algunas sesiones antes de cada mter;upc10n por_vacac10nes. Sobre sus precipitadas partidas antes de los peno?os vacac10nales, le propuse las siguientes hipótesis: por un lado, me asignaba el papel del padre que murió durante las vacaciones cuando Tim_~o estaba en casa; por otra parte, yo era el soporte de un~ r~presen_tac10n de su madre que, según Tim, tomaba todas las deci~10nes sm ~onsultar a nadie. Tim se mostró de acuerdo con estas m~erpretac1ones ... tanto más cuanto que a menudo se le había ocurrido ~a idea, según dijo, de que yo podía morir durante las vacaciones. Era 1~_ualmente consciente des~ resentimiento porque era yo, y no él, quien ft~aba la fecha de las vacac10nes . Así, hacia el final de nuestro segundo ano d_e ~r_a.bajo , dejó de llegar con retraso, no faltó ya a ninguna sesión Y~ec1d1~ mcluso, dos meses antes de las vacaciones de verano de aquel ano, vemr hasta la última sesión . Al acercarse el verano apareció un nuevo tema en su discurso: el hec~o de que pronto iba a cumplir los cuarenta volvía con insistencia. A m~ pregun~a: "¿Qué son cuarenta afios ?"respondió: "Bueno, cuando era jO~en siempre pensé que no vi vi ría hasta los cuarenta años. Des~ues de los cuarenta, se vi ve de prestado". ¿De prestado? Aunque tardiamente, se me ocurrió preguntarle a qué edad había muerto su padre. Lo pensó durante un buen rato. " Vamos a ver. .. era en verano. Ah, pues sí, ¡tenía justo cuarenta años!" Mis intentos porque asociara a~go de aquella evocación a su preocupación actual, no nos llevaron a ~mgu~a parte.¿ Tenía fantasías sobre su propia muerte? ¿Un deseo mfantil de reunirse con su padre? ¿Un sentimiento de culpa por sobrevi virle? Tim no pensaba nada, no sentía nada. . Lleg~ :hora al momento más dramático, el más traumático de toda m1 rel~c10n con Tim. U na_ semana antes de la fecha prevista para mis vacac10nes, la esposa de T1m me telefoneó, en el momento de la sesión p~ra dec~rme que la noche anterior su marido había tenido un infarto d~ m10card10. Me aseguró que estaba fuera de peligro. En respuesta a una pregunta m_ía, me ~ijo que Tim no había mostrado nunca el menor signo de patologia cardiaca, aunque fumaba un cigarrillo detrás de otro y a menudo le costaba trabajo respirar. Le pedí las señas de la clínica antes
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de derrumbarme en el sofá, con una sensación de shock traumático. Durante toda la sesión de Tim (que se convirtió en la mía) traté de concretar mis ideas, de tomar notas; y también enjugué alguna lágrima ... Naturalmente, ignoraba que Tim fumara en exceso, pero volví a pensaren ciertas fantasías repetitivas que había podido aclarar con él: temía envenenarme, inquietándose por haber tirado alguna colilla en mi escalera, por haber dejado barro en mi entrada, o por haber traído has ta mi gabinete de consultas, pegado a las suelas de los zapatos, algún excremento de perro que seguramente me asfixiaría; total, era como si me penetrara metafóricamente con sus heces, igual que, en su fantasía infantil, había matado a su padre. Me pregunté entonces si no había tratado, mediante aquellas imágenes, de protegerme del peligro de sus deseos de muerte. Como si sólo pudiera ocuparse vitalmente de sí mismo a través de mí, reservándose la muerte para él. ¡Pero era él mismo quien, sin escuchar a su soma enfermo, se envenenaba los pulmones! . Volviendo a reflexionar sobre mis reacciones contratransferenciales conTim, comprendí que predominaba el sentimiento imperioso de no jugar a la muerte, el temor a alcanzar también, por una parálisis de mi función analítica, la muerte interna que siempre sentía en él , la dificultad que yo experimentaba para intervenir, el deseo de actuar, de fantasmatizar por él, de estar viva en su lugar. Me había convertido también en su memoria, puesto que él eliminaba de su mente la casi totalidad del contenido de las sesiones. Me repetía una pregunta con insistencia: ¿Me traspasó Tim su deseo de vivir, aun a riesgo de guardar la muerte dentro de él, dejando que el mortal proceso continuara su obra insidiosa? ¿Qué era lo que no había oído? ¿La violencia de su agresividad? ¿Sus deseos de muerte hacia mí, como hacia él? ¿Había sido yo una madre demasiado invasora para el niño en duelo pero destruido dentro de él?¿ Y no suficientemente un padre vivo, capaz de imponer el reconocimiento de su odio, de su ira y de sus metas fantasmáticas ocultas? Sea como fuere, lo cierto es que se trataba de algo vital, y que él esperaba de mí sin saberlo, porque, incluso cuando yo le hablaba mucho, afirmaba que no decía absolutamente nada. Seguramente, desde su punto de vista tenía razón. Me decidí a escribirle una notita, comenzando, tras muchos titubeos porque nunca le había llamado por su nombre, por "Querido Tim". Le dije lo afectada que me sentía por lo que le había sucedido, y que cuando estuviera en condiciones de volver a emprender su análisis tendríamos que hablar de "cuestiones vitales". Para mi gran sorpresa
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recibí una respuesta inmediata: me decía que en el momento en que leyó las palabras "querido Tim" tuvo la sensación, por primera vez en su vida, de que ese nombre le pertenecía. Lo que confirmaba mi intuición de que Tim ponía en duda su derecho a la existencia, o al menos su derecho a disfrutarla plenamente. Me repetía insistentemente las mismas preguntas: ¿trataba Tim de ajustar cuentas con la imagen arcaica de una madre que no entendía n~~ª· ni de sus necesidades, ni de sus deseos? ¿Que no deseaba que él v~v~era? ¿Buscaba en consecuencia una fusión erótica con el padre v1v1dor muerto ? ¿Estaba castigándose por haber dejado morir a su padre? Y también esta pregunta inquietante: ¿había dejado en mis ma~os su deseo de existir, de soñar, de fantasmatizar, de desear por él, cediendo así a una depresión irrepresentable y a un impulso irresistible de claudicar ante la vida? Las escasas respuestas que pude darle a estas preguntas, por pocas que sean, son el fruto de cinco años de construcciones y reconstrucciones. Tim aprendió a soñar, a soñar despierto, y a llorar. El arduo y extenso pr?ceso que permitió estas adquisiciones, así como la amarga lucha de T1m contra su tabaquismo (que se convirtió en una amenaza para su vida) serán objeto del próximo capítulo.
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A su regreso, algunos meses de spués, Tim y yo hablamos mucho, cara a cara, de lo que le había sucedido. Le hice ver dos factores entre otros que, según me parecía, amenazaban su vida: lo que pude captar de su modo de funcionar frente a los pensamientos y los acontecimientos cargados de afecto, y el papel que desempeñaba su tabaquismo en su economía psíquica. Por primera vez Tim se mostraba deseoso de estudiar más a fondo su modo de funcionar psíquicamente. Se decía al fin consciente de su tendencia a eyectar de su mente toda huella de emoción fuerte que pudiera invadirle. Se preguntaba, como yo, si esta forma de tratar su vida afectiva había contribuido a sus problemas cardíacos, aún más cuando los especialistas declaraban que su cardiopatía era probablemente consecuencia de varios años de disfunción. Le dije que tampoco podríamos evitar someter a juicio nuestra relación analítica y los efectos del proceso analítico en sí, puesto que las dos cosas podían aumentar sus movilizaciones afectivas de una forma que ambos desconocíamos. Tim asintió y declaró que esperaba volverse más consciente de sus reacciones emocionales, aunque tuviera serias dudas sobre su capacidad para cambiar su forma de reaccionar. Después hablamos de la advertencia de sus médicos sobre el peligro que representaba el tabaco para su salud. Tim declaró con insistencia que no podía vencer su tabaquismo, pero estaba de acuerdo conmigo el 149
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intentar descubrir al menos las razones psicológicas de su necesidad de fumar tanto. Aceptó mi intervención según la cual el acto de fumar podía representar una forma de descargar sus sentimientos antes que percibirlos y pensar en su significado; quizás como si tratara de emitir una pantalla de humo permanente entre él y aquella parte de su realidad psíquica que captaba sus experiencias afectivas. También había consideraciones prácticas. Desde hacía algún tiempo tenía previsto, de acuerdo con Tim, aumentar el número de sesiones, pero aquello ya no era posible: habría que contentarse a partir de entonces con dos sesiones por semana. Entre los muchos aspectos intrigantes del análisis que siguió, me limitaré a describir dos, que ya había elaborado con Tim: su desafectación y su tabaquismo, y que creo están ambos ligados a los traumatismos precoces, tanto con respecto al modo de funcionamiento del aparato psíquico como a lo que representan los objetos de adicción. Pasaron los meses, y los años, con un Tim que acudía regularmente, intentando con todo su empeño descubrir en sí mismo su problema fundamental, la incapacidad para reconocer sus afectos y para ligarlos a representaciones. Es difícil observar un fenómeno que falta, que no se manifiesta ni en síntomas ni en sueños nocturnos o diurnos, ni en aquella interpenetración del proceso primario y del proceso secundario que caracteriza al discurso asociativo de los pacientes con estructura neurótica. Poco después de la reanudación de su análisis, Tim declaró un c}ía: "Le va a parecer raro, pero no sé realmente lo que es una emoción. ¡Bueno, sí! Tuve una, el día que lloré aquí. Para mí fue la peor de las catástrofes, pero después me sentí más real, más yo mismo ." Y siguió: "Pero también hay otra, está la alegría,¿ verdad? Supongo que eso es todo." Era sorprendente darse cuenta de que Tim no reconocía en sí mismo, o no podía nombrar, sus afectos de rabia, de angustia, de culpa, de amor, de nostalgia -y tantos otros- y por tanto no podía pensar en los acontecimientos capaces de provocar tales afectos. Conociendo su temor al desbordamiento afectivo, le hice observar solamente que la alegría y la tristeza son preciosas propiedades psíquicas, tesoros personales. Guardé para mí misma la idea de que quizás su corazón hubiera recibido las repercusiones de todo lo que su psique se negaba a registrar y a elaborar (salvo quizás la emisión de un mensaje primitivo que no podía expresarse somáticamente) cada vez que ·sucedía en su vida cotidiana un acontecimiento que era fuente potencial de una representación cargada de afecto. Además, estaba convencida de que Tim seguía fumando frenéticamente a pesar de la
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dimensión suicida, porque aquel acto le ayudaba a soportar, es decir, a rápidamente toda movilización afectiva, de alegría o de tnsteza. Al final de la sesión Tim recogió mi intervención: "Alegría y tristeza, sí, forman parte de mí. Como usted dice, tesoros psíquicos." Y al día siguiente resultó, para nuestra mutua satisfacción, que Tim no había perdido la huella de sus nuevos insights. "Cuando acabó la sesión me sentía conmovido y, ya en el coche, tenía los ojos llenos de lágrimas. Me dije que era necesario que comprendiera aquella emoción y de pronto se me ocurrió que era increíble, que mi analista se preocupaba por mí, que se preocupaba porque yo no reconocía mis emociones." Más tarde, ya en camino, volvieron las lágrimas y se dijo: "¿Pero por qué ha sido ella y no mi madre quien me ha enseñado que es bueno saber lo que uno siente?" En los dos años que siguieron a aquella sesión, los primeros sentimientos, aparte de la alegría y la tristeza, y las fantasías a las que Tim tenía acceso, fueron afectos de rabia y fantasías impregnadas de violencia. El temor a su propia destructividad así como el miedo a que el entorno, incluyéndome a mí, no pudiera hacer nada por contenerla, se elaboraron repetidas veces. Otros recuerdos se recuperaron mediante esta búsqueda, entonces ya insistente, de Tim, para encontrar la "parte perdida". A medida que iba consiguiendo ligar acontecimientos pasados y presentes a su experiencia afectiva, Tim se sentía "más vivo" y ganaba una nueva confianza en su capacidad para comunicar consigo mismo y con los demás. Pero, a~ mismo tiempo, estos cambios Je asustaban, y volvían a erigirse sus antiguas defensas contra su vivencia afectiva. Para justificarlo, Tim insistía en el hecho de que simplemente tenía más control sobre su vida emocional que la mayoría de la gente. Esta capacidad para poner entre paréntesis sus estados afectivos resultaba ser para él una virtud. Por ejemplo, había comprobado que en los momentos de urgencia (como accidentes de coche) a menudo era el único que mantenía la sangre fría y que proporcionaba una ayuda apropiada. . En repetidas ocasiones,' consideramos la otra cara de aquellas situac10nes, para comprender mejor el guión que paralelamente se representaba en su teatro interno. "Estoy escuchando al Profesor L., el adulto que siempre ha controlado sus emociones. ¿Pero qué pasa con el pequeño Tiro que quisiera quizás gritar su miedo y expresar todo lo que siente en esos momentos?" Pregunté a Tiro con quién parecía identificarse íntimamente aquel adulto tan frío y tan controlado dentro de d~spersar
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sí mismo. Recordó de pronto que, a la muerte de su padre, su madre le prohibió llorar. Y Tim lloró durante el resto de la sesión, como si, por primera vez, pudiera escuchar y tranquilizar al niño en duelo de su interior. Poco después, tuvo otros recuerdos del mismo tipo, como el díaen que su madre abofeteó a su hermana mayor porque ésta temblaba durante un bombardeo: un ladrillo más en la fortificación alexitímica y desafectivizada que el joven Tim se había esforzado en edificar contra toda potencial emergencia de sus reacciones afectivas ... i A él nunca le cogerían temblando como una chica! Durante aquel período, recordó sueños diurnos de su infancia: a la edad de ocho o nueve años pasaba horas enteras imaginando que era torturado por la Ges tapo; no decía una palabra, no mostraba ninguna huella de miedo, de dolor o de rabia hasta que, finalmente, le torturaban hasta la muerte. Muerto sin haber mostrado nunca su dolor. Aquellas historias, Tim lo recordaba, le procuraban un enorme placer y le daban un sentimiento de tranquilidad. Tranquili
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de palabra o de gesto espontáneo en sus hijos. Aquella tensión continua le dio la impresión de estar encerrado en la mente de su madre paralizado en su interior, de por vida. El armario de castigo le vin~ muchas veces a la mente, lo que me llevó a decirle que era él quien se encerraba en el armario, haciendo las veces de carcelero de sí mismo tratando sus propios estados afectivos como crímenes. ' En aquel período del análisis, Tim había llegado a la convicción de que la desobediencia y las actitudes de oposición a los deseos de su madre de los primeros años de su vida (de los que sólo recordaba los castigos) equivalían a desesperados intentos de combatir la asfixia por parte de su madre de su afectividad y de su vivacidad, hasta el fatídico día en que murió su padre. Ahora tenía la prueba de que sus impulsos agresivos e incontrolados podían matar, como una masa fecal asesina. Así se convirtió en un niño silencioso, reservado y apartado del mundo exterior y, más adelante, en el adulto "esquizoide" que acudió al análisis en pos de una parte perdida de sí mismo. Al menos así fue como construim~s el drama psíquico de Tim tras la súbita muerte de su padre, construcción que permitió iniciar el trabajo de duelo, y posibilitó que la vida afectiva de Tim comenzara a renacer en su interior. Al intentar reconstruir un retrato psíquico verdadero de su madre Tim recordó lo que un día le contara un joven tío suyo que vivió con l~ familia de Tim durante los primeros años de su vida: Tim fue destetado muy pronto, porque rechazaba el pecho, y luego se negaba a que su madre le alimentara con biberón . Sólo su padre y su tío podían darle el biberón. "Ya de pequeño tuve que protegerme de ella." Sea lo que fuere de la verdad de estas evocaciones, Tim vivía con esta imago en su mundo interior.
EL DRAMA DE LA ADICCIÓN Aquella evocación de la falta en el mundo interno de Tim, falta de una imagen materna protectora, falta de un objeto introyectado que proporcionara la capacidad de contener estados afectivos y de pensar en su significado, es decir, de mitigar los dolores mentales, nos lleva de nuevo a la necesidad, en Tim compulsiva, de encontrar fuera de sí mismo un substituto a la instancia maternizante, esto es a su adicción al tabaco, que seguía siendo su principal medio para reducir la tensión psíquica. Dada su potencialidad mortífera, Tim llevaba a cabo una lucha interminable contra esta constante "necesidad". A menudo lo
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dejaba "de verdad", para volver a coger el cigarrillo cuarenta y ocho horas después. Como era mi costumbre con todos mis analizados, no permitía que Tim fumara durante las sesiones y le invitaba, también, a hablar de ello siempre que sintiera la imperiosa necesidad de fumar. Así descubrió cuán frágil era su capacidad para contener y elaborar sus estados de afectividad. Repetidas veces pudimos descubrir que el acto de fumar servía para apartar pensamientos conflictivos, impregnados de decepción, de ira, de mortificación narcisista, o incluso de agradable excitación. A lo largo de las distintas sesiones en las que Tim trataba de comprender la parte de sí mismo que deseaba su muerte, vine a decirle, una vez, que "su coqueteo con la muerte era quizás un intento de reunirse con su padre en la tumba". Aquella interpretación le conmovió · especialmente. Tratamos asimismo de delimitar los personajes interiores que hubiera querido asfixiar con el humo, incluida su analista que constantemente intentaba comprender su comportamiento suicida. Pero a pesar de mis esfuerzos, no llegué a encontrar la llave de aquella caja fue~e psíquica. Por momentos me sentía desalentada, deprimida e invadida por la fantasía de que Tim quería asfixiarnos a los dos en una nube de humo.
EL CORAZÓN QUE LLORA Para ilustrar la última fase de mi trabajo con Tim, citaré una sesión anotada durante el sexto año de su análisis. Tim empezó describiendo los problemas de su coche, un tema frecuente en sus asociaciones. Tim: "Naturalmente, he vuelto a olvidarme de cambiar el aceite. Me había dado cuenta de que 'tosía' un poco, pero no hice caso, así que ahora está otra vez en el garaje." Le hice observar que muchas veces tratamos a nuestro coche como nos tratamos a nosotros mismos; por su parte, era como si quisiera, al ignorar los ataques de tos de su coche, empujarlo a la muerte. Tim: "Sabe usted, no quería decírselo, pero ahora he llegado a fumar dos paquetes diarios, exactamente igual que antes del infarto." Al escuchar estas palabras, sentí una vez más aquella inquietud familiar, y le dije: J.M.: "¿Así que está jugando a la ruleta rusa con su vida?" Tim: "Sí... y sin embargo tengo la impresión de que necesitaría poca cosa para dejarlo. Un pequeño acontecimiento."
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Entonces empecé a sentirme irritada, con la sensación de que me estaba obligando a observar cómo se dirigía alegremente hacia la muerte, y ello a pesar de mis intentos desde hacía cuatro años por comprender e interpretar aquella conducta mortífera. Como respuesta a su espera "de un pequeño acontecimiento", me oí decir: J.M.: "¿Un segundo infarto, sin duda?" Tim: "Creo que tiene razón ... sí, estoy esperando el segundo." Habiendo tomado cierta distancia frente a mi manifestación contratransferencial, indagué la fuente de mi respuesta desprovista de empatía. Me parecía que Tim me invitaba con sus observaciones provocadoras a comprender algo que no podía formular. Tu ve la visión de un niño de dos años que tira la sopa al suelo para ver si se le quiere "de verdad". ¡Y yo le había dado una bofetada! Aquel insight me llevó a una intervención diferente. l.M.: "De todos modos, creo que espera otra cosa, algo que no es la muerte. Un acontecimiento que diera sentido a la vida, ¿es 'algo' tan pequeño como eso? ¿Qué tipo de acontecimiento puede imaginar?" Siguió una larga pausa antes de que Tim volviera a tomar la palabra. Tim: "En fin ... algo como lo que acaba de decir hace un momento, que estaba jugando a la ruleta rusa con mi vida. Se me hizo un nudo en la garganta ... como si usted sintiera que lo que me sucede es realmente grave." J.M.: "¿Como si su vida me importara?" Tim: "Exactamente. Y además, como si yo también pudiera tomarla en serio. (Una larga pausa). Sabe usted, mi mujer y mis hijas saben perfectamente que he vuelto a fumar dos paquetes diarios. Y no hacen absolutamente nada." l.M.: "¿Y son ellas quienes tienen que hacer algo? Pero si ése es un ~ntiguo guión suyo, en el que se esfuerza por probar que a nadie le importa que siga viviendo o no, y que por tanto no merece la pena preocuparse. Si está precipitándose hacia la muerte, es por culpa de ellas y no suya. Como si el hecho de que su mujer no pueda impedirle fumar dos paquetes diarios fuera la prueba de que desea su muerte." Tim: "Sí, lo que dice es verdad. Sé muy bien cuánto me quiere mi mujer y cómo le duele que no lo deje." l.M.: "¿En otras palabras, es alguien de su interior quien se ríe de usted y de su vida?" Tim: "¿Pero quién es? A mi madre siempre le afectaron mucho nuestras enfermedades. ¡Aunque, desde luego, no hizo nada por impedir que muriera mi padre!"
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J.M.: "¿Cómo?" (¡Erala primera vezqueexpresabaaquellaidea!)
Tim: "¡Bah! Sabía perfectamente que su asma era grave y que para él sería fatal beber y fumar tanto." J.M.: "¿Y su padre era un gran fumador?" Tim: " ¡Y tanto!" J.M.: "¿Y era deber de su madre impedírselo?" Tim: "Yo sí se lo impido ami mujer, que ha dejado de fumar, cada vez que tiene ganas de volver a empezar." J.M.: "¿Una vez más, hace por los demás lo que se niega a hacer por sí mismo?" Tim: "Es curioso. Me ha dicho eso mismo muchas veces. ¿Qué es lo que estoy negando ahí?" J.M.: "Creo que está negando tener en su interior una madre protectora. ¿Quizás sigue esperando que sea ella quien venga a ocuparse de usted? Y, en la espera, utiliza el cigarro como una especie de madre sustituta que calme su inquietud" Tim: "Ella no me inspiraba confianza. ¡Vaya! Recuerdo algo curioso: cuando era pequeño estaba seguro de que era ella quien había matado a mi padre-con un cuchillo-y que mis dos hermanas lo sabían. Lo creí firmemente durante dos años más o menos." Dejo de lado diferentes aspectos de esta fantasía infantil, así como las referencias a su representación imaginaria de las mujeres y del sexo femenino, que nos ocuparon durante las sesiones siguientes, para centrarme en la cuestión fundamental del funcionamiento psíquico de Timen lo referente a su padre y al duelo interrumpido. J.M.: "¿Ypudo asegurarse de que no fue usted quien lo mató con su ira fecal?" Tim: "Sí... y además así tampoco me había abandonado." J.M.: "Entonces de ese modo pudo guardar una buena imagen de él en su interior. No era responsable de nada, ¿ni siquiera del hecho de beber y fumar en exceso, en el estado en que se encontraba?" Tim: "Usted dijo una vez que si fumaba tanto era para poder reunirme con mi padre en la muerte, por amor a él. ¡Eso es algo que mi madre no podía entender!" J.M.: "A mí también me costó comprenderlo. Ni usted ni yo podíamos 'entender' lo que el desamparo interior de su madre le comunicaba, a usted, el niño. Necesitó entender que estaba bien querer a su padre y llorar su muerte, y que era bueno que usted siguiera con vida, y que su madre deseaba que su vida y su alegría de vivir
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continuaran. Por razones que ignoramos, ella no pudo hacérselo saber." Tim se. ausentó una semana para asistir a un congreso. A su regreso me anunció que la última sesión le había trastornado, y que no había sentido la necesidad de fumar, ni siquiera un cigarrillo. De hecho, y durante el resto de su análisi s conmigo, Tim no volvió a fumar. Este acontecimiento, que por sí solo evidenciaba un cambio considerable en el funcionamiento psíquico de Tim, se unió a circunstancias exteriores que n?~ l~evaron a plantearnos el final de nuestro trabajo. Sabíamos que el anahsis no estaba terminado, y hablamos de reanudarlo más adelante, quizás con un analista masculino. Me sentí dividida entre la necesidad de tratar a Tim como a un chico grande, y dejarlo partir, y el deseo de analizar su propósito de partida como un acting para evitar futuros conflictos. Pero no me sentía lo bastante segura de mí mi sma para insistir y afirmar que aquel trabajo debía realizarse entre nosotros. ¿ ~caso no había tenido un infarto durante aquel análisis?¿ Y cuál era mi parte de responsabilidad en aquel grave accidente? No estaba en absoluto convencida de ser capaz de entender lo que había que captar en su .mundo interno. Pero ante todo me parecía probable que Tim necesitara volver a encontrar la imagen de un padre " vividor" que le acompañara más lejos en su viaje analítico. Con mi reticencia a dejarle marchar, aun contemplando la posibilidad de continuar más tarde con un analista masculino, ¿no corría el riesgo de llevar a la acción la actitud de su propia madre, que le trasmitió la convicción deque debía olvidar a su padre lo antes posible? La anticipación del final del análi sis llevó a Tim algunas veces hasta las lágrimas, y yo misma me sentí muy conmovida. En los dos últimos meses de análisis, el vivo interés que expresaba Tim hacia su trabajo y sus proyectos de futuro , así como el optimismo que sentía hacia sí mismo -en intenso contraste con el chico "esquizoide" que vino algunos años antes en busca de su parte perdida-me convenció de que podía dejar tras él la muerte interna que le atormentó durante tantos a~~s y reunirse con un padre y una madre internos que deseaban que viviera. En la última sesión, Tim me dijo: "Ahora sé muchas cosas sobre mi relac~ó.n con mi madre. ¡Pobre madre! Si solamente hubiera podido permitirse llorar la muerte de mi padre, y permitirme llorar con ella ' quizás aquel infarto no hubiera sido necesario!" Cuando se marchó aún tomé algunas notas, tratando de comprender el papel que desempeñaba el corazón de Tim, aquel corazón que acabó
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ocupando un lugar tan importante en la escena analítica, ~ermitiendo así iniciar el proceso psicoanalítico y emprender el trabaJO de duelo. Reflexionando sobre ello, me vinieron a la mente las palabras pronunciadas hace un siglo porun psiquiatra inglés llamado Henry Mau~~ley: "The sorrow that has no vent in tears makes other organs weep . 1
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"Cuando el dolor no encuentra salida en las lágrimas son otros órganos los que lloran ."
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Quisiera presentar ahora la historia de una paciente con una extrema vulnerabilidad psicosomática, pero cuyo funcionamiento mental contrastaba intensamente con el de Tim. Se trata de una exploración más profunda de las fantasías de analizados polisomatizantes pero que sólo lentamente, tras muchos años de análisis, acceden a la palabra. Estos pacientes han vivido de forma intensa, y a veces cruel, la imposibilidad, incluso la prohibición fantasmatizada de individualizarse, de abandonar el cuerpo-madre, creando así un cuerpo combinado en lugar del propio cuerpo, cuerpomonstruo que la psique intenta hacer "hablar". Estos intentos se asemejan a las fantasías y esquemas corporales que se observan clásicamente en la psicosis, compuestas de mitos, de fragmentos y de quimeras, pero con la diferencia de que para el psicótico el cuerpo sirve de código, mientras que en el polisomatizante no psicótico, el cuerpo mismo tiene un funcionamiento "autista".
¿DE QUIÉN ES ESTE CUERPO? Los fragmentos de análisis que voy a presentar son extractos de las sesiones que tuvieron lugar durante el quinto año de nuestro trabajo en común. Sólo dos años después pedí a mi paciente permiso para utilizar, 159
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para una ponencia científica, estas pocas notas fuera de contexto, sacadas de una serie de sesiones que habían tenido lugar anteriormente. Le pregunté igualmente (como lo hago a menudo) el nombre que quería que le diese. Tras una profunda reflexión me respondió : "Me gustaría llamarme Georgette". Las razones conscientes de aquella elección estaban ligadas en su mayoría a los aspectos positivos de la transferencia: San Jorge, el santo patrón de Inglaterra; una mujercon este nombre que le atendía sus trastornos físicos, etc. Le pregunté, teniendo en cuenta la reconstrucción de los dramas que la invadían y que llevábamos años elaborando, si no podríamos escoger como título Santa Georgette y el Dragón. Respondió, riendo, que reconocía muy bien en este título su teatro psíquico y su aventura psicoanalítica, tanto más cuanto que el mayor shock que había sufrido, en el segundo año de nuestro análisis, fue una intervención mía en la que le dije que parecía existir para probar a todo el mundo que era una santa. Hubiera podido añadir que aquella pequeña santa incubaba toda una camada de dragones: diferentes aspectos de su madre y de mí misma, más adelante el padre-dragón, y luego la dolorosa revelación de la faceta "dragón" de la misma Santa Georgette, dispuesta a hacer cenizas con ardiente ira todo lo que, según creía, había tomado su lugar o le había cerrado el paso, abandonándola con una sensación de desmembramiento y de vacío. De forma que aquel pequeño dragón virtuoso, para no hacer daño a nadie y para mantener una imagen entera y aceptable de sí misma, se comportaba como una santa, mientras su cuerpo escupía fuego en todas direcciones. Su dragón, símbolo donde los haya de vigilancia, mantenía permanentemente una pantalla contra toda posible simbolización de los dramas tan primitivos como aterradores que llenaban su mundo interno. Y el hecho de ser pediatra no era ajeno a aquella problemática; sólo a través de los demás podía ocuparse de la niña herida que había dentro de sí misma. Georgette sufría una serie de alarmantes enfermedades psicosomáticas, y ello desde su primera infancia. Pero estas manifestaciones no eran en modo alguno la razón de su deseo de emprender un análisis. Por el contrario, parecía tranquilamente desapegada de su lastimado cuerpo y de su estado casi permanente de malestar físico, como se hizo evidente desde las primeras entrevistas. De hecho, las dos necesitamos un largo trabajo analítico para descubrir que, paradójicamente, cuanto más sufría Georgette por sus enfermedades interminables, más se sentía psíquicamente en paz. Lle-
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gamos a comprender también que aquellas eclosiones somáticas, no simbólicas, eran no obstante una forma muda de comunicar pensamientos y sentimientos que no habían podido ser elaborados psíqui camente; una expresión de temores libidinales arcaicos y de deseos fusionales accesibles a la consciencia, pero acompañados por una rabia narcisista y un miedo primitivo totalmente inconscientes. Por otra parte, sus enfermedades le confirmaban que su cuerpo estaba vivo, y que en el interior de aquel cuerpo ella era un individuo de pleno derecho, sin riesgo a perder su identidad como sujeto. Aunque tales fantasías no fueran en modo alguno la causa de sus enfermedades psicosomáticas, cumplían por así decirlo la función de beneficios secundarios. Lo que voy a describir a continuación es la revelación de este material, y el descubrimiento de una sexualidad arcaica, tal como se presentaron en nuestro quinto año de trabajo. Pero volvamos antes a la primera entrevista con Georgette. Treinta y dos años, delgada y bonita, Georgette llegó embutida en una grotesca falda de tejido espeso y un jersey de color gris-marrón, calzada con esas zapatillas planas que llevan las colegialas. Tuve la impresión de que intentaba así disfra~ar su aspecto delicado y femenino. Se desplomó en la esquina del sofá como si quisiera hacerse invisible, o como si tuviera que compartirlo con una o dos personas más . Georgette: "Realmente necesito ayuda. Estoy tan deprimida ... desde hace años tengo una especie de angustia que no me deja vivir. Por ejemplo, cuando mi marido se va por cuestión de negocios ... " Se interrumpió como si lo que quería expresar fuera demasiado difícil de comunicar. J.M.: "¿Siempre ha sido así?" G.: "Toda mi vida. Y, como ahora, se lo ocultaba a todo el mundo. Cuando era pequeña veía signos de muerte por todas partes ... tenía que hacer gestos mágicos para protegerme y para no caerme a pedazos. Tenía tanto miedo de que Dios y me llevara que rezaba al demonio constantemente para que me protegiera." Ya vemos que Georgette, aún de pequeña, era una niña soñadora y creativa (¿y no había nadie más a quien pudiera dirigirse para protegerse de aquellos peligros fantasmatizados?, me pregunté). Georgette prosiguió contándome los cinco años de análisis que ya había llevado a cabo, con un hombre. Aquel trabajo le permitió terminar con
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éxito sus estudios, de forma que ahora estaba establecida como pediatra. Pudo igualmente poner fin a un matrimonio a todas luces desgraciado y que, según ella, le había impuesto su madre. Había podido elegir una pareja más conveniente; llevaban casados algunos años Y tenían dos hijos. . G.: "Durante mis cinco años de análisis no pude hablar de m1 cuerpo ni de mi vida sexual." Al decir esto, Georgette evitó mi miradacomoibaaevitar, durante dos años, hablarme -de su vida sexual. Todo lo concerniente a su representación de su cuerpo de mujer le repugnaba, le angu stiaba incluso de forma catastrófica y le impedía seguir pensando. G.: "Algunas veces pierdo el sentido de la realidad. A menudo me pongo a cantar, como los niños autistas, para no oír mis pensamientos. Me vuelvo realmente loca por momentos. Espero poder mostrarle lo que nadie más sospecha. Porque he leído algo suyo que me dio valor. .. como si usted me permitiera estar muy enferma psíquicamente ..." J.M.: "¿Puede hablarme más de esta parte loca?" G. : "Pues no dejo de pensar en mi madre. A veces, me despierto Y no me encuentro. Entonces salgo corriendo al pasillo llamando 'mamá' ... Sin embargo sé muy bien que vive a mil kilómetros de aquí" (añadió que su madre vivía en el sur de Francia, en su ciudad natal, allí donde murió su padre doce años antes) . G.: "Pero, en ese momento, tengo la certeza de que puede oírme y de que vendrá a ayudarme. Y lo que realmente es una locura en todo esto, es que siempre me siento muy mal en su presencia. Una tensión constante. Ella me anula, me mira como si no existiera. Recientemente, reuní suficiente valor para decirle que tenía la impresión de que no me quería y que no me estimaba.¿ Y sabe lo que me dijo? "Claro que me intereso por ti. ¡Le cuento a todo el mundo lo inteligente que es tu marido!' Nunca es de mí de quien habla; o sino me mirade una forma agresiva y erótica a la vez. Siempre está criticando mi aspecto, me arregla el pelo, me dice que no lleve colores vivos. No me deja respirar; a veces creo que voy a explotar. Pero cuando no está conmigo, empiezo a sentir nostalgia y a desear su presencia.¿ Cree usted que estoy loca?" Habiendo tomado nota del hecho de que Georgette ya me presentaba dos madres internas de carácter opuesto, y ante su aparente angustia, aventuré una pequeña intervención. J.M.: "Parece tener en mente a dos madres diferentes, una a quien llama para que la ayude y la tranquilice, y otra que Ja anula y la asfixia.
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¿Quizás Ja contradicción entre estos dos retratos pueda parecerle un poco loca?" G.: "Sí, es extraño. Cuando era pequeña me pegaba a ella. Y al mismo tiempo no la tocaba, a ella no le gustaba. Pero tenía que estar ahí, sino yo me vol vía transparente. La misma contradicción que ahora. La quería muchísimo, y ~acía todo lo posible para gustarle. Nunca le he dicho cuánto miedo tenía de caerme a pedazos. Tenía que mantenerme viva por mis propios medios. Pero nunca he podido hablar de estas cosas con mi madre ... igual que nunca, nunca, he llorado delante de ella. No me estaba permitido." Durante este relato, Georgette parecía ignorar totalmente la intensidad del odio que se expresaba en el lugar de aquella imago materna que, como iba yo a saber más tarde, era vivida como invasora, asfixiante, narcisistamente volcada en sí misma, pareciendo no tolerar a aquella niña más que en la medida en que ésta respondía exactamente a lo que la madre esperaba de ella y luego, desinvistiéndola cuando la niña no se adaptaba a sus expectativas. Iba a descubrir, naturalmente, que aquella madre llevaba dentro de sí una historia de desolación y de desamparo que, a su vez, afectaba la relación con su hija mayor. Pienso aquí en el trabajo de Haydée Faimberg ( 1985) donde señalaba una relación patológica entre padres e hijos en la que los hijos están destinados a encarnar los personajes del pasado de los padres, y son desinvestidos en cuanto no cumplen este papel narcisista. Pienso también en los Visitantes del Yo (A. de Mijolla, 1981) que estudia de forma diferente ciertos destinos familiares responsables de los "fantasmas de identificación", fantasmas de objetos del pasado que parecen "poseer" al sujeto a pesar suyo. Estos dos autores muestran de forma convincente la manera en que algunos niños sólo existen en la medida en que desempeñan este papel predestinado que a menudo es el de un muerto. La relación madre-hija coincide, finalmente, con lo que exp1:1so André Green (1980) en su trabajo sobre "La madre muerta". En cierto modo, la madre de Georgette murió para ella narcisistamente, por la des in vestidura materna (como pudimos reconstruir durante el análisis) que siguió al nacimiento de su hija menor. Hacia el final de nuestra entrevista, todavía incómoda y desplomada en el sofá, Georgette me preguntó, con voz ansiosa, si podría reservarle sitio con cierta rapidez. Le repetí lo que ya le había dicho por teléfono: que no habría sitio antes de un año, pero que podía ayudarle a encontrar otro analista. Al oírme, su rostro enrojeció violentamente, empezó a temblar y parecía tener dificultades para respirar.
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G.: "Discúlpeme, me siento muy rara. Es como si se me hinchara el cuerpo ... " Era evidente que mi falta de disponibilidad me convertía inmediatamente en aquella mala madre, de quien se sentía terriblemente dependiente, pero que sin embargo la anulaba. Conmovida por esta muda comunicación somática, me vi a mí misma tomando en brazos a una niñita, como para asegurarle que no la abandonaría, que su cuerpo no iba a explotar. Sin duda alguna su discurso, como una comunicación primitiva inconsciente, estaba destinado a crear aquella reaccióncontratransferencial. G.: "No me rechace, la esperaré el tiempo que sea necesario." Le dije que necesitaba una segunda entrevista para conocer mejor su proyecto de análisis, y que entonces veríamos si era conveniente que esperara un año. Era evidente que estaba sufriendo, pero su historia y su demanda seguían pareciéndome oscuras. Debo decir que encontraba a aquella mujer interesante, conmovedora, y creativa en su forma de pensar. En la siguiente entrevista, una semana más tarde, Georgette me contó dos sueños que me concernían. G.: "Yo estaba aquí, y usted estaba embarazada, a punto de dar a luz. También tenía en las rodillas una niña pequeña. Me desperté bruscamente, muy angustiada." El tema del segundo sueño era opuesto al primero. Ella estaba en mi casa y me miraba jugar con una niña pequeña de unos dos años. Se sentía feliz y en paz, como si ella, una niña, se encontrara al fin a solas
con la madre-analista. La invité a hablarme un poco más de su infancia. Supe que Georgette era la mayor de tres hijas, que tenía quince meses cuando nació su primera hermana y tres años cuando llegó la siguiente. El contenido manifiesto de su sueño me sugería la ansiedad de una niñita de quince meses sentada en las rodillas de una mamá embarazada de nueve meses, situación en la cual podía temer que no hubiera sitio para ella, situación que en efecto se reproducía conmigo que, a mi vez, no tenía "sitio" para ella. Me pregunté si Georgette se había sentido "anulada" por primera vez cuando nació su hermana pequeña. La invité a hablarme un poco más de lo que creyera significativo de su primera infancia. G.: "Bueno, siempre estaba enferma. (Largo silencio) Pero no tiene importancia." J.M.: "¿Podría hablarme más de aquellas enfermedades?"
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G.: "Pues ... tuve una grave anorexia durante muchos años. Y toda mi vida he tenido asma. Desapareció cuando me casé y me volvió después del nacimiento de mi primera hija." (Algunos años después, tras la desaparición total de su asma, Georgette y yo reconstruimos el guión inconsciente que en aquella época se representó sin duda en su psicosoma. Es evidente que su marido, en un primer momento, había sido vivido como una madre que sólo se ocupaba de ella, lo que explica la desaparición de sus crisis de asma. Volvió a ser la hija única que, por fin, encontraba "su sitio". Pero el nacimiento de su hija le arrebató aquel sitio ... ) G.: "Y siempre tengo anginas, rinitis y gripes. Y, naturalmente, sigo teniendo asma. Pero nada de eso es importante." Se interrumpió, incómoda. Le pregunté si, aparte de sus problemas respiratorios, tenía buena salud. G.: "No me gusta mucho hablar de eso ... porque ... me niego a someterme a tratamiento; odio los medicamentos. ¡Una verdadera fobia! Y también tengo úlcera gástrica y reumatismo, que son muy dolorosos. Pero no es nada. Sé lo que tengo que hacer para curarme yo misma." Como a regañadientes, Georgette siguió relatándome sus sufrimientos físicos, sus problemas ginecológicos y especialmente ciertos inquietantes síntomas de arritmia y taquicardia. Escuchando aquel desfile de dramas somáticos, observé que ahora Georgette sí podía mirarme a los ojos, como si los sufrimientos físicos la tranquilizaran; quizás incluso temiera perderlos. ¿Era aquella la afirmación de su existencia, de.que su cuerpo, su piel y sus bronquios eran efectivamente suyos? ¿Que ya no podía volverse "transparente", "anulada"? ¿Sería posible que, en cierta forma, aquellas enfermedades le devolvieran la vida? Iba a tener que esperar muchos años antes de obtener respuestas, aun parciales, a estas preguntas. Una cosa me parecía sin embargo muy clara: Georgette se vivía a sí misma como propiedad de su madre; ¿quizá solamente su cuerpo le pertenecía verdaderamente? Hablando de su patología cardíaca, Georgette añadió que aquellos fenómenos podían ser también histéricos, porque su padre murió, cuando ella tenía veinte años, de un infarto de miocardio. Repitió que le incomodaba hablar de sus manifestaciones somáticas, y que no eran esas las razones de su demanda de análisis. Tuve la impresión de que trataba estas dolencias como secretos eróticos.que había que esconder. Aparentemente también, se identificaba, a través de algunas de sus enfermedades, con su padre y su madre.
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Me contó después que desde su primera infancia había cuidado los bebés de los vecinos. ¿Existía en ella la representación de una madre protectora con la cual podía identificarse para ser una buena madre para sí misma? Me parecía que no , salvo a través de su cuerpo enfermo, o mediante los niños de los demás . Frente a aquella Georgette que me aseguraba que todas sus enfermedades carecían de interés para ella, una advertencia interior me acon sejaba no tocar demasiado aquella dimensión psicosomática tan extensa. Hice entonces una observación anodina: le sugerí que su forma de maternizarse a sí misma, sin recurrir a los demás, podía darle la sensación de estar a gusto en su piel. Esta referencia a su piel llevó a Georgette a añadir una pincelada más al colorido retrato psicosomático que ya me había esbozado. G.: "Realmente no me gusta hablar de esto. ¡En fin! Tengo un montón de problemas digestivos, hay muchos alimentos que no puedo comer. Algunos me producen eczema y urticaria, y a veces una especie de edema de Quincke: cuando se me hincha el pecho me aterrorizo. Nunca he podido comer fresas ni frambuesas, ni pescado, ni mariscos, sin graves reacciones alérgicas. La leche también me pone enferma. Y el pelo de los gatos me produce picores. A veces me hincho peligrosamente. No puedo respirar y me escuece la piel. A menudo me pregunto si no es todo un síntoma histérico. Eso lo he heredado de mi madre. Siempre sufrió alergias cutáneas y a veces había que llevarla a urgencias. Siempre que yo tenía reacciones cutáneas agudas, me decía que era exactamente igual que ella." Más tarde iba a saber que para Georgette aquello quería decir: "Tú eres yo; no existes". Quizás por es tarazón aquellos fenómeno s alérgicos fueron los últimos en desaparecer del teatro somático de Georgette. Por aquel entonces representaban un vínculo erótico y primitivo con el cue~po materno y, como veremos más adelante, funcionaban también como una equivalencia simbólica que servía para combatir un insospechado vínculo sexual con la imagen paterna. Pero no anticipemos: en aquel momento, sentí la necesidad de introducir en la conversación al padre de Georgette, quizás para protegerme de la profusión de imágenes maternas que parecían invadir su mundo interno. G.: "Sufrí mucho cuando murió mi padre. Pero mi madre hablaba tan mal de él que estaba convencida de que me estaba prohibido quererlo. Ella siempre me repetía que yo le odiaba, y que no le dejaba besarme, ni siquiera tocarme. Yo misma, recuerdo que le tenía mucho miedo. Pero mi peor recuerdo data de mis diecisiete años. Mi padre
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había encontrado y leído mi diario íntimo donde contaba un flirteo muy apasionado con mi primer amante. Mi padre me pegó como un salvaje, llamándome puta y gritando que era igual que mi madre. Su orgía de odio duró tres días. Se puso como loco." Georgette se había puesto colorada contándome aquella historia, y mantenía los ojos bajos, como si ella también se acu sara de ser una puta. Luego añadió que no era una persona colérica, y que siempre le había sido imposible enfadarse con alguien. G.: "Mi madre siempre despreció a mi padre. Después de su muerte, nos prohibió hablar de él, e incluso mirar las foto s de familia en las que él aparecía. Mi abuela también le mantenía apartado. Mi padre vivió siempre en otro ala de la casa." J.M.: "¿Y quién vivía en su ala?" G.: "¡Pues bien! mi madre, mi abuela, mis hermanas y yo. Mis padres nunca compartieron el dormitorio. Desde siempre, era yo quien dormía con mi madre. O si no con mi abuela, que era alguien muy importante para mí. La adoraba. Era muy piadosa y fue ella quien se ocupó de mi educación católica. Era un ángel." J. M .: "¿Es decir?" G.: "Bueno, ya sé, se dice que los ángeles no tienen sexo. Pero era cierto en el caso de mi abuela. Su marido murió poco después de su matrimonio y ella no volvió a mirar a otro hombre. No puedo imaginar que nunca hubiera ... que tuviera ... una vida sexual. .. impensable. Las paredes de su habitación estaban cubiertas de imágenes de santos." [Abro aquí un paréntesis para referirme a aquella abuela y al padre de Georgette: se trata de un material al que sólo tuve acceso tras tres o cuatro años de análisis. Iba a enterarme tardíamente de que aquella abuela tan santa que mantenía alejado al padre no era la abuela materna, sino la madre del padre. Sin embargo, seguía flotando un aura de mi sterio sobre todo aquello, que se revelaba en las lagunas del discurso y de los recuerdos de Georgette. Más tarde, tras haber intentado saber la verdad sobre la relación entre el padre y la abuela, Georgette me contó que el padre era el hijo ilegítimo de una mujer de costumbres relajadas (la puta) y que había sido adoptado por la abuelaángel-sin-sexo. Eso explicaba la rabia loca que se desató en el padre cuando descubrió que su hija tenía una vida sexual. "Realmente creí que iba a matarme", dijo Georgette, "pero ahora comprendo que era a su propia madre, a la mala mujerque le abandonó cuando era pequeño, a quien quería castigar."
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Cuando hubo realizado aquel descubrimiento, Georgette dejó de verse obligada a cargar con el papel de la abuela-ángel-sin-sexo para conservar el amor de su padre. Se hizo evidente que, hasta entonces, Georgette se había comportado consigo mi sma como un padre loco y violento, siempre que se trataba de su feminidad o de sus deseos sexuales.] G. : "Mi madre, por el contrario, tenía amantes, pero nadie hablaba nunca de ello. De todas formas, yo no tenía derecho a ser seductora. Sólo ella. No me dejaba llevar ropa de colores vi vos, decía que yo era 'la oveja negra' de la familia y que parecería una gitana. No podía llevar encajes, ni nada rosa, se reía de mí, de mis gustos de niña ... me siento confusa ... no sé lo que quería mi madre para mí, salvo cuando me necesitaba. Me sentía constantemente en peligro de perderla." Cuando le dije que la segunda consulta había finalizado, Georgette volvió a enrojecer y a "hincharse", y empezó a jadear. Quizás fueran los síntomas prodrómicos del edema de Quincke. Pero hoy por hoy diría que estaba asistiendo también a fenómenos somáticos que aparecían en lugar de sentimientos de rabia y de terror de los que Georgette no tenía ninguna representación psíquica. Únicamente se manifestaba la raíz fisiológica de sus afectos, en respuesta a una señal psíquica primitiva.
LOS PRIMEROS CINCO AÑOS Me limitaré a dar solamente algunos detalles de nuestros primeros años de trabajo. Una vez iniciado el análisis, Georgette lloró todas las lágrimas de su cuerpo, cuatro veces por semana, durante dos años . Hablaba con dificultad de aquel cuerpo que vivía como deformado, monstruoso y repugnante, sobre todo durante la menstruación, o cuando evocaba pensamientos sexuales. Luchaba también conti-nuamente por ocultar a los demás sus angustias y sus fases depresivas . Entre estos llantos y el relato de sus diversas angustias fóbicas (tenía miedo a los aviones, a los ascensores, a los truenos, a ciertos lugares públicos, a ciertos olores, etc.), con frecuencia Georgette temía perder el sentimiento de sus límites corporales. En cuanto a su cuerpo, no dejaba de manifestarse. Su salud física era muy frágil pero, aun con gripe, casi paralizada por el reumatismo, asfixiada por las crisis de · asma, sufriendo edemas alérgicos o cubierta de eczema, jamás faltó a una sesión. Sólo sus trastornos cardíacos y ginecológicos la inquieta-
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ban un poco pero, igual que con las demás somatizaciones, siempre retrasaba el momento de ir a consultar al especialista. Parecía casi complacerse en su cuerpo sufriente, y nos hicieron falta tres o cuatro años antes de que Georgette pudiera hablar, por poco que fuera , de un cuerpo de placer. Si soportaba el dolor físico estoicamente, sin embargo se quejaba amargamente del sufrimiento psíquico que experimentaba en la relación transferencia!, una transferencia materno-pasional que le provocaba angustia, a menudo acompañada de edemas o de reacciones cutáneas alérgicas, antes de cada separación. Cada fin de semana era un drama, y la cercanía de las vacaciones era indefectiblemente precedida por una serie de sueños en los que Georgette caía en abismos, o se aferraba a oscilantes ventanas, suspendida en el vacío. Cuando me contaba sus sueños, se aferraba literalmente al diván, tratando de acurrucarse entre los cojines como un animalito muerto de frío .
UN CUERPO PARA DOS: LA TRANSFERENCIA OSMÓTICA El análisis de las pulsiones homosexuales reprimidas en Georgette le era especialmente doloroso. Pero, más allá de sus miedos , luchaba por mantener conmigo lo que acabé llamando un vínculo osmótico. La lenta reconstrucción de su fantasía de "formar uno conmigo" nos llevó no obstante a dar un nuevo sentido a sus múltiples órganos febriles y a sus dolorosas somatizaciones . A través de aquella transferencia en ósmosis pudimos comprender que no había límites entre mi cuerpo y el de Georgette, ni entre mi ser y el suyo. Dos ejemplos (aunque había otros muchos) bastarán para ilustrar aquella fusión-confusión. Un día regresé de vacaciones con la piel visiblemente quemada por el sol. Al verme, Georgette exclamó: "¿Pero qué es lo que ha hecho a mi cara?" Su angustia y su rabia eran tales que le costó mucho continuar la sesión, que fue seguida por una pesadilla. Le hice una pregunta como eco a la suya: "¿ Y usted, qué le ha hecho a mi cara?" En su respuesta descubrimos que me había fantasmáticamente atacado con su pregunta exagerada, y que de hecho se preocupaba a menudo por mi salud y por mi capacidad de resistencia frente a aquella demanda que ella calificaba como "devoradora". Su extrema dependencia habría podido "cansarme o ponerme enferma". ¡Georgette creía no solamente que mi rostro "le pertenecía" sino también que ella era la causa de la quemadura!
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Todos sus sueños, así como sus fantasías de aquella época, mostraban claramente que sólo había un cuerpo para nosotras dos. Así que no me extrañaba que cada interrupción en nuestro trabajo estuviera marcada por dolorosas erupciones cutáneas, como si la ruptura en la relación le desgarrara la piel. Pero al mismo tiempo, aquella piel que le picaba, que le quemaba, que se le hinchaba, estaba investida positivamente. En su fantasía inconsciente, cuando su cuerpo sufría un ataque, el mío también lo padecía, y as í pues aquella comunicación somática significaba al mismo tiempo su triunfo, porque era mi justo castigo por haberla abandonado, madre omnipotente que no le concedía ninguna autonomía, ni física, ni psíquica. Pero, en verdad, era Georgette quien me privaba de mi identidad como sujeto físico y psíquico. Esta observación me lleva a la segunda ilustración de nuestra ilusoria unicidad. Georgette se había cruzado alguna que otra vez con mi marido, al entrar o salir de mi apartamento. Un día, se oyó decir a sí misma, con cierto embarazo: "¡Qué sorpresa! Acabo de cruzarme en la calle con nuestro marido." (Algunos años después, iba a sentir unos celos feroces ante cada evocación de mi pareja, pero aún estábamos lejos de aquella problemática.) A partir de ahora voy a centrarme únicamente en las "comunicaciones" somáticas que surgen en la escena psicoanalítica, y en la lenta construcción de su significado inconsciente. A medida que los deseos y los temores de fusión fueron haciéndose verbalizables, tanto en su dimensión de amor como de odio, Georgette empezó a sentirse más en posesión de sí misma y más dispuesta a asumir sus sentimientos violentos y negativos hacia su madre, sus hermanas y -con cierta dificultad- hacia mí misma. De vez en cuando había que invitar a aquella niña rencorosa y colérica a expresarse, dándole así, a menudo por primera vez en su vida, acceso a la palabra. Tras dos años de análisis, Georgette parecía liberada de la úlcera gástrica, y al cabo de tres años ya no tenía asma, y no sufría rinitis ni anginas permanentes (yo diría que la llegada de la niña rencorosa a la escena analítica y la comprensión de algunas de las causas de sus violentos afectos -hasta entonces totalmente congelados en su expresión- tuvieron un efecto liberador y redujeron la descarga somática directa que, anteriormente, había sido provocada por mensajes psíquicos primitivos no elaborados verbalmente). No obstante, aquellos cambios la preocupaban. G.: "Si pierdo esta capacidad para crearme úlceras, para resfriarme sin parar, dejaré de existir. Incluso tengo celos de usted cuando está
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acatarrada .. . A mi madre nunca le "conmovía" mi tristeza, pero cuando sufría físicamente sí se ocupaba de mí. Tengo miedo de dejar de "conmoverla" a usted, de perderla también ." En un primer ni ve] de interpretación, pude formular la problemática actual como sigue: "Si dejo de sufrir físicamente, mi madre olvidará que existo, y usted, la madre-analista, me impedirá continuar con el análisis". Pero la in vestidura del sufrimiento físico resultaría ser mucho más compleja de lo que sugerían aquellas asociaciones.
UN CUERPO QUE SUFRE ES UN CUERPO VIVO Una vez, hablando de sus afectos ambivalentes hacia su madre, me dijo: "Fue el asma lo que me salvó de la locura. Mi madre, que no me tocaba nunca, me penetraba sin embargo continuamente, con su mirada, con su voz, con sus palabras hirientes. Su mirada siempre era doble. O bien no me veía (salvo cuando yo era en cierto modo una parte de sí misma) o bien me taladraba con los ojos, casi eróticamente. A menudo buscaba Dios sabe qué en mis cajones, riéndose al mismo tiempo de forma extraña. Pero en las crisis de asma yo luchaba sola contra la muerte; me sentía a salvo de ella. Al mismo tiempo, me aferraba a su presencia porque ella representaba también la vida. Sin ella yo no existía." La representación de la madre "implosiva" surgía regularmente en los sueños y las asociaciones de Georgette, y el análisis de esta imago hizo perder a mi paciente varias de sus fobias "ambientales", entre otras, su fobia a las tormentas, ligada a la voz penetrante y destructiva de su madre, y su claustrofobia, íntimamente ligada a la imagen de una madre asfixiante. Era como si la rriadre de la primera infancia nunca hubiera podido ser introyectada para convertirse en un objeto de identificación benéfica, que permitiera a la niña identificarse con una madre que protege, que tranquiliza y que actúa sobre el sufrimiento físico y psíquico de su bebé. Sólo citaré algunos fragmentos de sesiones para ilustrar aquella fase de nuestro trabajo, así como el descubrimiento del papel oculto que desempeñaba la enfermedad para mi paciente. G.: "Si la piel dejara de picarme, de escocerme, de hincharse y de hablarme, ¿cómo sabría que estoy a gusto en mi piel? ¿Que vivo en mi
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cuerpo? Una vez me dijo usted que si la piel dejara de dolerme no estaría segura de tener una piel hermética, una piel para mí sola." Era cierto que le había proporcionado aquel 1a i nterpretaci?n, pero pensando también en una piel psíqu~ca, inter~a, cuya falta pahaba con la fantasía de una piel común conmigo (Anz1eu, 1974, 1983). Por eso se le desgarraba la piel en las separaciones y le ardía cuando la gente se acercaba demasiado. G. : "Necesito vigilar constantemente mis límites; sí, es como si la piel, que tan mal me trata, me probara que ~stoy viva y que pued,o protegerme de mi madre y ocuparme de m1 misma; Cuan~o ?edia protección al diablo, ¡era contra ella! S~ amor ?ºr ~1 me amqm~aba. Mientras mi piel hable, mis bronquios gnten y m1 estomago arda, seque no he matado a nadie. Mis hermanas, mi madre, usted misma, todas están indemnes." Dicho de otro modo, las dolorosas sensaciones de su piel herida la tranquilizaban sobre su integridad corporal porque, e~ su imaginari~, algo de mi piel y de mi presencia física estaba inclmdo ~n su propia superficie cutánea. A partir de aquella época comprendimos qu~ el cuerpo enfermo de Georgette desempeñaba el papel de un ob1eto transicional (Winnicott, 1953) un tanto peculiar. Su piel ardiente le daba la sensación de estar viva, integrada, recordándole al mismo tiempo un objeto externo (el analista Y_su "piel. comú~") que la tranquilizaba, permitiéndole estar sola sm angustia. Hacia aq~el!.ª misma época anoté que "un cuerpo que sufre es un cuer~o vivo ; además, aquel sufrimiento del cuerpo era capaz de resucitar el recuerdo consolador de otro cuerpo. ·Pero por qué era necesario que el cuerpo, la piel y el funciona¡, . . . l é t' ? miento somático hicieran las veces de objeto trans1c10na aut n ico. Como con muchos de mis analizados polisomatizantes, existía evidentemente un fracaso en la introyección de una imagen materna capaz de proteger y de tranquilizar a la parte niño en el adulto, y por lo tanto una falta de identificación con tal imago (Krystal, 1977, l 978a, l 978b ). La investidura positiva del sufrimiento corporal hacía pensaren aquellos niños que se golpean sin cesar la cabeza contra los barrotes d~ la cuna, como para encontrar la confirmación de que su cuerpo tiene sus propios límites y evitar sentir, _al mismo tiem~o, ~mo~iones doloros~s. Lo que hubiera tenido que vemr de fuente~ psiqu_1cas ~nt~rnas (es decir, una representación de un entorno matermzante mtenonzado cap~~ de restituir al niño el sentimiento de sus límites corporales y permitirle controlar sus emociones) debe buscarse ahora en el cuerpo que sufre.
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En otro momento, Georgette añadió una dimensión más a la comprensión del consuelo que le aportaba su propio sufrimiento físico . G.: "A veces sienlo que me ahogan la rabia y el odio que les tengo a mi madre y mis hermanas . ¿Cómo he podido mantenerme durante tanto tiempo al resguardo de este conocimiento? Tengo miedo de esta violencia dentro de mí ... y eso me hace pensar que la pérdida de mis enfermedades me sigue aterrorizando. Cuando mi piel y mis bronquios gritaban, y el estómago se me desgarraba, mi rabia sólo me dañaba a mí misma." Hablamos mucho de sus fantasías de omnipotencia, de su rabia y de su odio, provistos fantasmáticamente de propiedades mortíferas . G.: "También tengo miedo, cuando mi cuerpo deje de estar enfermo, de volverme loca. Y empezaré a ver signos de muerte por todas partes, como en mi infancia. Enferma, mi cuerpo me pertenece, y mi rabia también." En aquella época me pregunté si la pequeña Georgette había vi vid o alguna vez anteriormente momentos psicóticos alternados con eclosiones psicosomáticas. Comoquiera que fuese, Georgette se dio cuenta entonces de que había vivido desde hacía años en el temor de que regresaran las angustias de su infancia. Por otra parte, su represión dio lugar a numerosas fobias, entre las cuales las más invasoras eran el miedo al agua, a los viajes en avión, a los espacios cerrados, a las tormentas y a los truenos, así como a algunos ruidos, olores y percepciones visuales capaces de provocarle sensaciones de intensa repugnancia, o una forma de pánico que le impedía pensar (y esta lista de males psicológicos, no exhaustiva, era naturalmente el motivo de haber reanudado el análisis). A medida que Georgette fue verbal izando sus aterradoras fantasías, la mayoría de sus fobias paralizantes desaparecieron, dando lugar a la capacidad de crear en sí misma la representación de una instancia maternizan te que consolara a la niña desesperada y aterrorizada de su interior. Al mismo tiempo, las so matizaciones empezaron a ser menos frecuentes y menos graves. A pesar dela angustia frente a la desaparición de las enfermedades, Georgette ya no tenía dolores reumáticos como antes, salvo en momentos puntuales de estrés. Cuando comprendió que su negativa a tratarse por sus crisis de taquicardia y sus trastornos ginecológicos era una forma oculta de atacar al mismo tiempo a su cuerpo y al mío (es decir al cuerpo materno), accedió por
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fin a visitar a un especialista. Pero su inquietud ante la posible desaparición de sus males no se disipó. G.: "Sin mis enfermedades tengo frío. Me da miedo hablarlo aquí." J.M.: "¿Como si, sin enfermedades, no existiera para mí? Sería incluso peligroso; ¿yo quedaría expuesta a su rabia, y usted a la mía?" G.: "Es cierto. Tengo miedo de perder esta identidad. Siempre he vivido a través de mi cuerpo enfermo. Me ha protegido de las implosiones de mi madre, y también de aquella otra madre que me anulaba cuando ya no le era útil. Y sin embargo, desde hace algún tiempo, empiezo a tener el valor suficiente para vivir en mi cuerpo, separada de usted, y dejarla vivir también, por su lado ... se me han helado las manos mientras le decía esto." J.M.: "¿Sólo me intereso por usted con la condición de que siga siendo una parte de mí?" G.: "¡Sí! Sólo a través de mi dolor corporal mantengo un vínculo profundo con usted. ¡Qué extraño descubrimiento!" Un sueño de aquella época ilustra de forma estremecedora algunas de estas ideas. G.: "He soñado que yo misma y otra mujer estábamos encerradas en un ascensor y que las dos estábamos aterrorizadas. De pronto nos encontramos en un cuarto de baño. Ella ya se había bañado y yo tenía que hacerlo en el mismo agua. ¡Pero qué horror! Vi que la superficie del agua estaba cubierta de una espuma repugnante. Me metí en el agua a regañadientes, pero aquella espuma se me pegaba por todas partes. Empecé a arañarme los brazos furiosamente, con las uñas, para quitármela, pero me desgarraba la piel, y la angustia me despertó." Georgette me dijo entonces que había retomado, desde que se despertó, algunos de sus antiguos ritos obsesivos. Primero estuvo toda la mañana lavándose las manos, con la impresión de que estaban sucias, y luego se dedicó a otros rituales igualmente centrados en la fantasía de suciedad. Era como si quisiera probarme que era "una niña muy limpia" (aquel material se refería, entre otras cosas, a la culpa masturbatoria, con una dimensión más profunda vinculada al cuerpo matérno). Georgette siguió contándome su tarde, casi totalmente consagrada a la búsqueda de una camisa confeccionada con un tejido especial cuyo nombre no recordaba, pero que describía como "espumoso". Irritada por el hecho de no dar ni con el nombre del tejido ni con la camisa, tuvo que renunciar a "alcanzar la paz y la tranquilidad" perdidas desde la pesadilla de por la mañana.
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Después, como Georgette parecía desinteresarse de la primera parte de su sueño, empecé a dejar flotar mis propias asociaciones sobre el tem.a. Las "dos mujeres encerradas juntas en el ascensor" podían muy bien ser una representación de la relación analítica. ¿Acaso no me había dicho, durante la sesión del día anterior, que esperaba seguir toda la vida en análi sis? Cuando le hice observar que lo que así expresaba era el deseo de una niña pequeña que se cree incapaz de aprender algún día a andar, tuvo una reacción de pánico. Asintió en lo referente a mi interpretación sobre las dos mujeres, pero me dijo que el deseo contenido en el sueño era también que yo sintiera, como ella, Ja angustia de la fobia de encierro. Era sin duda un deseo auténtico de que fuéramos un ser indivisible, con pensamientos y sentimientos idénticos, le dije, pero añadí que el sueño ponía igualmente en escena la parte de terror vinculada al deseo de agarrarse a mí para siempre, de ser idéntica a mí, porque la otra parte del sueño me representaba como una madre mortífera de la que tenía que escapar a cualquier precio, la ma~re "espumosa" que se le pegaba a la piel. Aunque Georgette tuviera entonces un sentimiento de rabia hacia su madre que "la había hecho prisionera de sus propias necesidades", no experimentaba tales sentimientos en la transferencia. Las metáforas contenidas en la "peligrosa substancia espumosa que se le pegaba a la piel de forma repugnante" recordaba a las metáforas, idénticas, que utilizaba al hablar de la forma en que su madre la miraba, le tocaba el cabello o le arreglaba la ropa. Me pregunté entonces si las emociones expresadas oníricamente, seguidas del ritual de lavarse la piel Y luego de la búsqueda de una camisa de tejido espumoso "para repararla" podían proporcionarnos algún indicio sobre fantasías corporales arcaicas escondidas tras las diversas alergiaGdérmicas, fantasías no verbales hasta el momento. Puesto que ahora Georgette podía concebir una imago materna escindida, con una faceta que representaba la vida (proyectada en la analista) y otra la muerte, traté de interesarla por la segunda parte de su sueño en relación con aquel objeto parcial privilegiado y altamente investido: su piel. 1.M.: "¿Y qué hay de esa espuma pegajosa en su baño analítico?" G.: "¡Pero si venir aquí es como respirar aire fresco! Salgo siempre con la sensación de ser más ligera, de estar más viva. Quizás la espuma repugnante tenga alguna relación con mi madre, con la forma en que me miraba, casi eróticamente, que me daba la impresión de atacar a mi cuerpo."
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J.M. : "Se ha quejado a menudo de que aquí se siente mal en s~ cuerpo, con el deseo de taparse, de esconderlo a mi mirada, como si también yo pudiera mirarla así. ¿Quizás ahora podamos comprender
mejor lo que eso significa?" . , . G.: "Sí, ya sé. y me sigue dando miedo hablar.aqm de cualq~ier cosa sexual, pero lo peor es la convicción de que m1 cuerpo es suc10 Y deforme, y que debo esconderlo a su mirada." Georgette evocó de nuevo a su madre , pero esta vez de ~na forma ligeramente diferente, precisando que su madre era una mujer ?es graciada, que estaba tan "pegada" a su hija como Georg~tte se s~ntia a ella. Entonces se planteó esta pregunta:" ¿Pero por qué sigo sufriendo tanta claustrofobia ... porque ahora la tengo mucho menos miedo que antes." J.M.: "Es usted quien ha creado el sueño, así que podemos suponer que hay una parte muy infantil en usted que desea estar encerrad~ con ella, que desea agarrarse a ella de por vida, un poco como lo que siente usted aquí. ¿Quizás sea más fácil decir que es el deseo de su madre antes que el suyo propio? ¿Podría ser que aquella espuma repugnante expresara el deseo oculto del cuerpo y de la piel de ella?"
EL OBJETO TRANSICIONAL PARADÓJICO En la siguiente sesión, Georgette me trajo la confirmac_ión de'esta última interpretación, así como un importante recuerdo, olvidado hasta entonces. . G. : "Al salir de aquí volví a pensar en aquella camisa que no encontraba en ninguna de mis tiendas preferidas . Sigo sin aco~darm~ del nombre, pero recordé un precioso camisón que pertenecia ~ m1 madre, y que guardaba en un cajón cerrado con llave. Aquel camisón era del mismo tejido espumoso." (¡Yo ya había adivinado que se trataba d e " crepe george tt e.1"1) G. : "Creo que lo guardaba para sus amantes; de todas ~ormas, ~o no tenía derecho a tocarlo. Pero tanto insistí, que un día me d10 un panuelo hecho del mismo tejido. Dormí con él durante años ." , . Aquel recuerdo añadió un significado fundamental al pseudom~o escogido por Georgette (porque aquella evocación surgió un ano después de que yo le pidiera permiso para citar un fragmento de su A
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Crepe georgette : nombre francés con el que se designa cierta tela que es como
una gasa acresponada. (N. de la T.)
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análisis) y, por otra parte, trajo a la escena analítica su intento infantil de crear un objeto con propiedades transicionales -el pañuelo espu moso de "crepe georgette"- capaz de representar, como todo s lo s objetos pretransicionales (Gaddini, 1970, 1975) el cuerpo materno así como el olor y la textura de su piel. Pero lo sorprendente es la información proporcionada por el sueño, que nos reveló que aquel objeto espumoso que tanto necesitaba la pequeña Georgette para sentir cerca de ella la presencia de su madre, era al mismo tiempo un objeto de horror, objeto que había que arrancar rabiosamente de su misma piel (aquella piel que más adelante se convirtió en el sustituto del objeto transicional). Podríamos suponer por tanto que las imágenes de una madre que encama la vida y otra que es una amenaza de muerte se fusionaron, por no haber sufrido nunca la escisión normal de la infancia entre objeto benéfico y objeto maléfico. Así el objeto transicional no pudo cumplir su verdadera función, liberarla de la dependencia de su madre. Por ello su piel y su funcionamiento somático debieron hacer las veces de un objeto transicional auténtico (descubrí frecuentemente este mismo obstáculo para la maduración de fenómenos transicionales en los grandes somatizadores). Las asociaciones de Georgette arrojaron una nueva luz sobre el significado de la doble reacción que siguió a su pesadilla, primero se sintió obligada a lavarse las manos durante toda la mañana como para librarse del miedo a un contacto agresivo y erótico con el cuerpo materno, pero después tuvo la compulsión igualmente fuerte de pasarse toda la tarde buscando un equivalente metafórico de los aspectos benéficos (y libidinales) del cuerpo de su madre: la camisa espumosa de "crepe georgette ".
LAS PARADOJAS AFECTIVAS LIGADAS A LAS ECLOSIONES SOMÁTICAS Quizás encontremos aquí una de las razones por las cuales las reacciones somáticas de Georgette, en situaciones remitentes a un deseo que estaba al mismo tiempo impregnado de terror y de muerte, fueron las últimas manifestaciones psicosomáticas que desaparecieron. Sus reacciones dérmicas frente a las separaciones (promesas de vida independiente y al mismo tiempo amenaza de abandono y de muerte psíquica), así como sus reacciones alérgicas a ciertos alimentos (como los mariscos , que le provocaban "unas ganas terribles de
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comerlos" pero que al mismo tiempo la ponían siempre ~ravemente enferma) parecían incorporar Ja misma paradójica problemática. Aunque tuvimos que esperar otro año antes de que las neurodermatos1s y las reacciones edematosas revelaran sus secretos, fue más o menos por aquella época cuando Ja mayoría de las fobias de Georgette (al ascensor a los aviones, etc.) desaparecieron por completo. Sobr:vinieron otros cambios. Georgette empezó a vestirse con colores más vi vos y de forma más seductora, afirmaba estar más a gusto con sus amigas, y su vida profesional mejoró sensiblemente. Adei:iás, experimentó un nuevo auge en su vida amorosa y sexual c~n su ma?do, pero cuando estos pensamientos surgían durante las sesiones, aun la ponían ansiosa. . Si tratara de resumir los cambios dinámicos que tu vieron lugar en la relación analítica, diría que la relación osmótica se volvió primero anaclítica, y luego homosexual. Con el análisis de la dimensión homosexual, Georgette empezó a aceptar que pudiéramos estar separadas sin peligro para ella o para mí. Éramos (casi) dos individuos con pl~~o derecho. La representación de Ja madre de Georgette empezó tambien a enriquecerse.
LA IMAGEN MATERNA Y SU TRANSFORMACIÓN Habíamos llegado al séptimo año de nuestro viaje analítico. Georgette estaba bien, con pocas somatizaciones; s~ angustia hab~a disminuido notablemente, así como sus fases depresivas. Pero tema mucho miedo de que yo advirtiera aquellos cambios porque, bajo su punto de vista, aquel bienestar tan dolorosamente alcanzado representaría el abandono. Cuando le hice observar que tenía que "pagar" su mejoría, pero que aún quedaba mucho camino analítico por hacer, e~~e~ó a creer que podía estar bien y seguir al mismo tiempo con el anahsis. Un sueño, justo antes de que se fuera de vacaciones, resume de algún modo el trabajo de integración de su vínculo homosexual con su madre. G.: "He vuelto a tener una de esas pesadillas, como cuando aún sufría asma. Estaba en un barco minúsculo, y el mar subía peligrosamente· me iba a ahogar. Pero me escondí en una pequeña cabina donde me cr;ía segura. El mar se volvía cada vez más amenazante, y ~abía un estruendo de tormenta. Me di la vuelta y vi a una señora conmigo en la
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habitación. Me dijo: 'Dame esos dos jarrones'. Me parece que aquellos dos objetos me pertenecen, y no lo dudo ni un segundo, se los ofrezco diciendo: 'Ahora son suyos'." Al contarme Ja última parte del sueño, Georgette juntó las manos a la altura del pecho, y luego las tendió en un gesto de ofrenda. El mar amenazador y el estrépito de los truenos Je hacían pensar inmediatamente en su madre. Prosiguió diciendo que para escapar a la muerte le había dado todo, su feminidad, su sexualidad y su maternidad. Cuando me propuso esta interpretación, le hice observar que también podía decirse que, en aquel sueño, le "daba el pecho" a su madre. G. : "¡Es verdad! Me ocupaba siempre de el la como de un bebé. Y aún Jo hago. Desde mi infancia, siempre he tenido mil delicadezas con ella, trayéndole regalitos. Ahora me doy cuenta, siempre ha esperado que me ocupara de ella, como si, sin mí, pudiera caerse a pedazos. Era mi razón de ser. ¡La niña perdida no era yo, sino ella!" Así fue como comenzó la reconstrucción de un retrato materno muy diferente, el de una mujer frágil, con los mismos temores que la propia Georgette, y el mismo miedo a no existir como individuo. El peligro que representaba la madre cambió de signo. En lugar de querer ser el "galán" de su madre, Georgette intentó comprender por qué se complacía en aquel papel, y sólo se protegía con la somatización. G.: "Una vez usted me dijo que me hice mayor alaedaddequince meses. ¿Le he dicho que empecé a andar con sólo nueve meses? A partir de aquel momento traté de escaparme, de ser independiente." Asistimos aquí al drama del niño precozmente autónomo; un falso self que esconde a un bebé muy pequeño que busca una relación simbiótica, queriendo al mismo tiempo escapar de ella. Estos niños, cuando SO!l adultos, tienen a menudo miedo al éxito, porque éste remite inevitablemente al abandono original. Tuvimos a menudo ocasión de analizar este aspecto de la vida fantasmática de Georgette, sobre todo a través de su temor a triunfar en su aventura psicoanalítica porque equivaldría a firmar su sentencia de muerte. G.: "Yo que siempre me creí tan independiente, empiezo a comprender que estaba totalmente adherida a mi madre. Me era imposible desearotracosa que su propio deseo. Este odio que siento hacia ella aún me asombra ... pero ya no me da tanto miedo. Como si ya no temiera que mis sentimientos de rabia puedan destruir el amor que también siento por ella."
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Después de haber elaborado estos nuevos temas, Georgette tuvo un sueño inaugural en el que, en una situación peligrosa, gritaba: "¡Papá!". Al despertar, mirándose al espejo, se descubrió, por primera vez en su vida, un fuerte parecido con su padre. La introducción, tardía, del padre en su mundo interno era altamente significativa. Desde hacía años, yo trataba de llamar la atención sobre su ausencia, pero sin resultado; había que esperar a que el objeto materno fuera vivido en su doble polaridad sin temor a perderlo. Aquella apertura nos acercó a un primer bosquejo de la organización edípica de Georgette, así como a algunas inhibiciones y fallos en la organización edípica precoz. Hasta entonces, el desamparo edípico en estos dos niveles, pero sobre todo en su dimensión primitiva, sólo podía expresarse en eclosiones arcaicas, somatopsíquicas, como veremos en el próximo capítulo.
XI
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LOS FRUTOS DE LA MADRE Durante el séptimo año de nuestro trabajo en común, Georgette empezó a esperar con alegría la separación de las vacaciones, experiencia nueva para ella. Antes de citar un nuevo fragmento de su análisis quisiera precisar que, a pesar de la desaparición de sus otras manifestaciones psicosomáticas, seguía sufriendo alergias cutáneas y edematosas cuando comía ciertos alimentos, principalmente mariscos y pescado. Basándome en la forma en que hablaba de estos platos -como de deseos prohibidos- les llamé los "frutos prohibidos". Las notas que siguen fueron tomadas, una vez más, durante la primera sesión después de las vacaciones. G.: "Por primera vez en vacaciones me he sentido a gusto en mi piel, a gusto en mi cuerpo. Sin miedo y sin angustia. ¡Y ni siquiera me da miedo decírselo! Toda mi vida he tenido que hacer un esfuerzo continuo para impedir que el cuerpo me estallara en pedazos. Sólo ahora comprendo lo que me ha ayudado usted a descubrir durante todos estos años -que tengo un cuerpo propio-y que no necesito pensar en él continuamente para no caerme a pedazos." Antes de exponer el resto de la sesión, debo subrayar la enorme importancia (entre otros muchos signos de la "madre primitiva uní181
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verso" en su estructura psíquica) que para Georgette tenía el olfato. Como todo el mundo, de vez en cuando se encontraba penetrada por los olores, queriendo o sin querer. Pero para ella, siempre se trataba de una experiencia persecutoria, y además, ciertos olores le provocaban, aparentemente, reacciones alérgicas. En los primeros años de análisis, Georgette se bañaba prácticamente en perfume, en parte para " marc~r su territorio", como acabamos diciendo, con la esperanza de que mis otros analizados Jo notaran (lo que, en efecto, siempre sucedía, porque los demás se quejaban de aquel olor que percibían antes incluso de entrar en el ascensor). Además, debíamos analizar una multitud de fantasías eróticas y sádico-anales unidas a la exigencia de Georgette de que ningún olor natural que emanara de sí misma fuera perce~ti ble. A través de los sueños, de las asociaciones y los lapsus, se manifestaba igualmente un importante vínculo entre los olores y la sexualidad, ligado al temor de que el sexo femenino tuviera un olor desagradable. Una vez, tras haber comido una ostra "para probar", lo que tuvo como consecuencia una grave reacción edematosa, Georgette soñó con el cuerpo de una mujer que tomaba la forma de un mejillón . En sus asociaciones, recordaba que en su ciudad natal la palabra vulgar para el sexo femenino era el "mejillón". Aunque el análisis de estos importantes significantes tuvo un efecto benéfico en la satisfacción sexual de Georgette, no provocó ningún cambio en sus violentas reacciones alérgicas. Estas últimas, como íbamos a descubrir, estaban ligadas a fantasías libidinales mucho más arcaicas, cuyo significado había sido repudiado psíquicamente. Desde su primera infancia, Georgette sufría urticarias y edemas cuando comía alimentos "prohibidos". Permanentemente atraída por los mariscos, a veces intentaba probarlos, pero siempre con el mismo resultado catastrófico. Al querer decir poisson (pescado) decíapoison (veneno), y así sucesivamente. Reflexionando sobre aquello, pensé que el niño pequeño intenta conocer el mundo, y primero el suyo, a través del sentido del olfato. Entre otros signos, distingue con certeza a sus padres por su olor. Sin duda, el lactante conoce muy pronto en su vida el olor del sexo materno. Al volver a pensar en la historia de mis analizados "alérgicos", me pareció muy posible que en aquella fase precoz empezara ya a organizarse la vulnerabilidad a futuras alergias alimentarias en función a una relación madre-hijo precozmente perturbada. También me pareció que a menudo los alergenos resultaban ser olores, sabores y sensaciones
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táctiles que en la primera infancia se buscan ávidamente, es decir experiencias investidas positivamente por el niño. Siguiendo el rastro de la angustia que sentía Georgette tras el sueño del mejillón y el sexo femenino, y en vista de que se acercaban las vacaciones, aventuré algunas interpretaciones en este sentido, diciéndole que en mi opinión los deseos de la niña pequeña de su interior que había querido oler, tocar y probar el sexo materno, como medio primitivo para convertirse en ella y para poseer así su propio sexo, sus privilegios sexuales y el contenido imaginado de su cuerpo, estaban fuertemente contrainvestidos como deseos prohibidos y peligrosos. Efectivamente, es indudable en mi opinión que tales deseos incorporati vos, en los cuales uno se convierte en el otro al comer ya sea una persona, ya una parte deseada de esa persona, representan deseos libidinales arcaicos casi universales. La persistencia, en la vida de adulto, de estas nostalgias primitivas eróticas en forma de eclosiones psicosomáticas, evidencia una vez más una falla en los procesos de internalización y en la constitución de los objetos transicionales. Cedo ahora la palabra a Georgette, para que nos permita comprender la utilización que hizo su psique de estas interpretaciones.
LOS FRUTOS DEL MAR G.: "Tengo que decirle algo importante. ¡Ya no tengo alergias! Es extraordinario, pero durante las vacaciones he comido de todo, absolutamente de todo, todo lo que tiene el mar. He devorado ostras, mejillones, almejas, langostas, vieiras. ¡Qué festín! ¡Y ni la más mínima reacción alérgica! Hasta he comido fresas y frambuesas, todo lo que me ha hecho sufrir durante cuarenta años (permaneció silenciosa unos minutos antes de proseguir). Pensaba a menudo en lo que usted me dijo: los frutos prohibidos ... los frutos de mi madre, sus pechos, su sexo, sus bebés, que una niñita dentro de mí quería devorar, para convertirme a mi vez en una mujer. Me parece profundamente cierto y no sé por qué la idea me ha asustado tanto durante tantos años . (Largo silencio) Un día, estaba hablando muy entusiasmada con mi marido, con la intención de decirle cuánto me gustaban los mariscos 1, pero la frase que se me escapó foe: "¡Cuánto me gustan los frutos del padre!" 1 Juego lingüístico con la expresión francesa fruits de mer, literalmente "frutos del mar" (mariscos) y fruits de mere, "frutos de la madre", de parecida pronunciación. El juego se repite a lo largo del capítulo. (N. de la T.).
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Este acto fallido por el cual los frutos prohibidos pertenecían tanto al padre como a la madre, parecía restablecer aquel ~adre lagunoso en el mundo psíquico de Georgette. La invité a contmuar, con lo que , emergió un recuerdo olvidado. G.: "Es increíble, pero había olvidado completamen~e cuanto le gustaban a mi padre el pescado y los mari seos. Se los com1,a todos, con . glotonería, mejillones, gambas, almejas, ostra,s ... ¡:Vaya. Eso i:ie recuerda algo. Yo tenía unos tres años. Me acerque a m1 padre, fa~cmada, ara mirarle comer. Entonces me ofreció un mejillón. Todavia puedo ~erlo, separando los dos pequeños ... ah ... las dos pequeñas partes. iIba a decir 'los dos pequeños labios'! Si, y una vez separadas ~uso de~tro una gota de limón. Lo saboreé con deleite. ¿Cómo he podido olv~dar que los mariscos eran la pasión de mi padre? ¡Eran su 'terreno particular'!"
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Al escuchar las metáforas de Georgette sobre la pas10~ y ~ "terreno particular" de su padre, decidí interpretar la escen~ pnmana ue acababa de describirme con la visión ingenua y surre~hsta de una ~iña: el padre abriendo los labios del mejillón para depositar dentro la gotadelimón. .. , . , . J.M. : "Y los pequeños labios del meJillon '!la go~~de hmon ... lson también una imagen de su padre y su madre JUnto.s. " G.: "Me siento confusa. Todo se mezcla en m1 cabeza. J.M.: "¿Padre y madre?" , e G.: "¡Sí! y aquel olor tan especial. Mi padre tema un.~lor que daba miedo. Por eso siempre evité besarle. Eso tamb1en lo habia olvidado. (Largo silencio) Tengo una idea embarazosa: un hombre a quien le encanta el pescado -dígame que no estoy lo~~-.debe ole.r al . y ahora tengo una idea aún más d1f1c1l de decir. .. sexo de l a mujer. . . .. , l bueno, ayer le conté a una amiga mi descubnm1ento del meJl 11 on y e sexo femenino, y me respondió que el semen del hombre huele a
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gamba." J.M.: "Los mariscos: ¿allí donde se mezclan los dos sexos? ¿Es esta una idea difícil de expresar y de reconocer.?" . , Entonces recordé a Georgette cómo toda su vida habia estado perseguida por los olores, como si no pudiera "oler" los olores sexuales, y a lo que éstos remitían, a sus padres como pareja: Todos aquellos ritos de cerrar la boca y retener el aliento, que practicaba en secreto cuando era pequeña, ¿acaso estaban destinados a evitar no solamente
la muerte, como siempre me había dicho, sino también el reconocimiento de la relación sexual que existía entre sus padres? G.: "¡Pues sí, ahora empiezo a verlo!" J. M.: "¿Y a mirarlo?" G.: "Sí, sí. Y a comprenderlo. ¡Era el olor! ¡El olor de mis padres juntos, de su habitación, lo que había que evitar!" Así, por primera vez en siete años de ¡málisis, Georgette me reconoció que sus padres, hasta que ella tuvo ,tres años, dormían juntos. En aquel preciso momento, me recordó un ~ueño que había tenido durante la primera semana de su análisis con1*igo. Veía ante ella un par de pendientes de cristal, pero no podía ponérselos en las orejas. Por más que traté de hacerle asociar sobre el "par", las "orejas", los "pendientes'', y el hecho de que no pudiera "ponerse" aquellos pendientes, sus asociaciones no nos llevaron a ningún lado. Ahora, exclamó con placer: "¡Eran las perlas de cristal, en forma de gotas, que adornaban la lámpara de su mesilla de noche!" Así, a partir de aquel momento se forjó un nuevo eslabón vital entre los diferentes dramas ocultos en el mundo interno de Georgette. Las emociones edípicas se habían reprimido precozmente. Después, ante su amor-odio hacia el cuerpo y el ser de su madre, la representación de la "pareja combinada" dio paso a la fantasía del "cuerpo combinado", y luego del cuerpo para dos, para superar la mortificación narcisista durante el embarazo de su madre ·y después del nacimiento de su hermana pequeña. A su mundo interior, brutalmente despoblado, se incorporaba el recuerdo, convertido en encubridor-y que luego sería reprimido- del padre gozando ávidamente del sexo materno, disfrazado de "fruto de mar". Frente a su deseo de niña, caníbal enamorada, de comerse a su madre (primer intento fantasmático del niño de internalizar y poseer libidinalmente a la madre-universo) Georgette no pudo acudir ni a su madre ni a su padre para obtener la más mínima confirmación de que ella también se convertiría algún díaen mujer, con derecho a una vida amorosa y al placer sexual. Se vio por el contrario, por muchas razones de las cuales he citado algunas, sin lugar propio. Además, no había ningún modelo de pareja que se amara y sintiera placer haciendo el amor. Su necesidad de introyectar a su madre como imagen narcisista de la feminidad también fracasó, dificultando más tarde la integración de sus deseos homosexuales (ya que todo intento por acercarse a su madre la llevaba al terreno de las necesidades narcisistas de ésta, donde
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por sí solo, para producir la grave regresión psicosomática que Georgette había sufrido durante toda su vida. Quizás podamos recurrir aquí al concepto freudiano (1926) de la represión originaria en sus relaciones con los "factores cuantitativos (... ) una excesiva fuerza de excitación y la ruptura de la paraexcitación" que, según Freud, proporcionarían "las primeras ocasiones en que se producen represiones originarias". Interfiriendo en las representaciones de palabra y a través de una regresión a la expresión infantil del dolor mental, podemos suponer que la psique sólo dispone de representaciones de cosa, dinámicas y destructivas para el equilibrio psicosornático. Al no estar contenidas por las palabras que las significan, estas representaciones de cosa habrían movilizado en Georgette potentes e incontrolables fuerzas ante cualquier acontecimiento amenazante (como experiencias de separación o crisis de rabia) y vivido por tanto de forma traumática. Corno precisa Freud oportunamente ( 1923) los afectos pueden eludir con facilidad las capas preconscientes en el funcionamiento mental. Así, podemos suponer que, en tales circunstancias afectivas, la psique no envía ninguna señal de angustia, y sólo trasmite una señal somatopsíquica primitiva que inmediatamente se traduce en eclosión somática. En el caso de Georgette, a estas mudas advertencias se añadieron más tarde prohibiciones edípicas tanto heterosexuales como homosexuales. Estas "interdicciones", combinadas con representaciones verbales, eran aptas para ser reprimidas, y proporcionar por lo tanto los elementos de los síntomas neuróticos (sus múltiples fobias y rituales obsesivos). Pero al estar excluidas de las cadenas simbólicas del lenguaje, ninguna transgresión de los impulsos incestuosos arcaicos (en forma de deseo hacia los frutos prohibidos) podía contar con este tipo de barrera neurótica. Es tarea del analista recrear, o crear incluso las palabras y los eslabones faltantes. Así, ese intento de autocuración que es la disfunción del soma se convierte en una potente fuente de resistencia al proceso analítico. ¿Acaso no es lícito pensar que los mensajes poco elaborados de la psique, frente a una angustia y una desesperación irrepresentables, puedan permitir que el soma actúe fuerte y ciegamente sobre la vida psíquica, como lo hace el lactante con los gritos de su cuerpo, comunicación no verbal que solamente la madre puede interpretar? Pero, a diferencia del niño pequeño que sólo puede expresarse somáticamente, Georgette (y otros pacientes como ella) pudo construir, gracias a un
en todo momento corría el peligro de ser desinvestida como objeto de amor o como sujeto con derecho a una existencia independiente). El complejo de Edipo incompleto que así se produjo la impidió finalmente volverse hacia su padre, por miedo a perderlo todo, porque creyó que le estaba prohibido amarlo. Así no pudo apoyarse en el respaldo paterno, como hacen la mayoría de los niños en su intento por 1iberarse del vínculo amor-odio con la madre. A raíz del nacimiento de su hermana pequeña y de la desinvestidura materna de Georgette, que podemos imaginar fue brutal, su aferramiento a aquella madre psíquicamente ausente se volvió doblemente destructor. Temía no poder seguir existiendo sin aquel aferramiento fusiona!, pero al mismo tiempo temía aún más destruir a su madre, a su padre y a sus hermanas -frutos del padre y de la madre- y perder así doblemente su derecho a la existencia. Las fantasías enterradas en el sabor de las frambuesas y las fresas, y en el olor del pescado y los mariscos (es decir de los cuerpos y de la habitación de sus padres); el sabor y el olor impregnados para ella de percepciones primitivas de las que el cuerpo tenía memoria, cargadas también de la sexualidad arcaica del lactante, al no ser simbolizables, conservaron un status originario, quizás de "pictograma" (Aulagnier, 1975) o, en la terminología de Bion (1963) de "elementos beta". El resultado fue que toda transgresión oral del amor se expresó mediante una explosión somática (y sádica) contra su propio cuerpo, con el fin de mantener fuera aquel manojo de angustias, rastros de amor y de rabia inagotables. Aquella red inconsciente de deseos infantiles, sexuales y destructivos, que el análisis reconstruyó penosamente resultó haber sido, hasta entonces, inelaborable para la niña pequeña. Dicho de otro modo, los significantes preverbales de la relación primera no remitían a los significantes propiamente dichos, contenidos en los "frutos prohibidos", sino que dieron lugar solamente a lo que Hanna Seg al ( 1957) llamó, asimilándolo a un mecanismo psicótico, la "ecuación simbólica"; sólo de forma secundaria adquirieron los frutos prohibidos un significado verbal y edípico. De no haber existido un substrato primitivo del desamparo psicológico, estos mismos elementos hubieran podido utilizarse únicamente para crear los síntomas histero-fóbicos.y fóbico-obsesivos, sin manifestaciones psicosomáticas. Sin una relación precoz perturbada, el recuerdo reprimido del padre ofreciendo a su hija el mejillón, con todo lo que aquella escena representaba para ella, no hubiera sido suficiente,
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LOS FRUTOS DE MADRE
LOS FRUTOS DE MADRE.
primer encuentro (debido al azar) con una psique en pos de representaciones y con un cuerpo enfermo, un medio para comunicar su desamparo protegiéndose al mismo tiempo de lo que creía era su fuente. Podemos ahora preguntamos por qué en circunstancias traumáticas precoces se escogen ciertas expresiones de la disfunción somática, y no otras. Esta pregunta supera los objetivos de este libro, pero podemos subrayar la posible importancia de este primer encuentro con la psique y el cuerpo enfermo (hipótesis que no excluye la tendencia hereditaria a la vulnerabilidad somática, como por ejemplo las alergias y los edemas que sufría la madre de Georgette ). Por otra parte, es evidente que el cuerpo está dotado de una memoria tenaz. A partir de esta conjunción, esos elementos pueden quedar unidos de por vida, y no ofrecer al sujeto más que esta forma de expresar conflictos afectivos inaccesibles al lenguaje. En el caso de que existan fallas en los procesos introyecti vos de la primera infancia, gracias a los cuales el bebé debería poder crear lentamente en su mundo psíquico una representación de la función maternizan te con la que identificarse, algunos niños corren el peligro de mantener un vínculo somatopsíquico a un nivel presimbólico. Veamos un ejemplo simplificado: supongamos que un niño retenga el aliento en un momento de extrema angustia, y no encuentre ningún continente materno para ali vi ar su sufrimiento, físico y psíquico: esta reacción física puede entonces asociarse íntimamente a las situaciones ansiógenas, proporcionando una base para los futuros síntomas (por ejemplo el asma), reacción que puede volver a producirse siempre que el pequeño se encuentre en una situación ansiógena, impidiendo más adelante la constitución de las representaciones verbales que la harían accesible a los procesos secundarios, capaces de desviar la expresión somática directa, para poder pensar la angustia. De esta forma las enfermedades psicosomáticas, incluso aquéllas que amenazan la vida biológica, pueden representar, paradójicamente, una lucha por la supervi vencía psíquica, supervivencia que en el caso de nuestra paciente exigía que se alejara de todo pensamiento hostil hacia sus primeros objetos de amor, y que guardara, a cualquier precio, los vínculos depurados, acorporales, tanto con la madre como con el padre, expresándose la psique desamparada únicamente de forma arcaica, no simbólica, por la disfunción somática. En lugar de una historia psicosexual, ¿acaso no expresaba Georgette, mediante la grave anorexia de su infancia, mediante la negativa a respirar que
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representaban sus crisis de asma, mediante la rebelión del tubo digestivo, de las articulaciones, del corazón y de la piel, su determinación a sobrevivir? ¿No podemos suponer entonces que las enfermedades de Georgette tenían, entre otros objetivos, el de alejar el peligro implícito en un deseo primitivo, vivido como la exigencia de que sólo pudiera existir un cuerpo para dos? ¿Sólo una mente para dos? La continua actuación del cuerpo en la escena psicoanalítica nos obligó a hacer "hablar" al soma, a traducir sus mensajes en representaciones psíquicas verbalizables, de forma que su bio-lógica se transformara, lentamente, en una psico-lógica. Así aquel cuerpo anárquico, ahistórico, pudo empezar a convertirse en un cuerpo simbólico. Con la historia de Georgette termina este libro. Mi esperanza es haber podido comunicar a mis lectores un bosquejo de la forma en que una psicoanalista aprendió a escuchar el "lenguaje" del soma, lenguaje que posee múltiples "dialectos", como muestra este libro. Cada paciente, utilizando de forma diferente la compleja y deformada traducción que encontró su soma para responder a los mensajes primitivos de la psique, revela un drama único y personal. Cuando el guión de esta obra muda pude narrarse por primera vez en la historia del individuo, y cuando puede compartirse en el marco de la situación psicoanalíticaporque el trabajo del análisis es siempre una historia recreada por dos personas- la mente puede al fin dedicarse a la tarea de modificar la historia psíquica. Así el cuerpo se libera de los intentos repetidos e infructuosos de llegar a acomodarse al dolor psíquico. No obstante, los factores responsables de que se produzcan los cambios psíquicos siguen siendo ajenos a nuestra comprensión; inevitablemente, nuestras teorías para explicar estos cambios han de ser incompletas y arbitrarias. Por ello este libro plantea más preguntas que respuestas aporta. Espero que mis colegas me comuniquen sus descubrimientos y que nuestros esfuerzos, combinados con los de los investigadores de otras disciplinas que estudian igualmenté 'los vínculos cuerpo-psique y sus misterios, contribuyan a ampliar riuestw conocimiento del sí mismo psicosomático y del ser humano. ·
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