¿Qué pensamos acerca del euro? Una respuesta a Michel Husson Costas Lapavitsas Socialist Resistance: http://socialistresistance.org/1922/debate-a-left-strategy-for-europe 21 julio 2011
Crisis y austeridad
Las raíces de la crisis en Europa se encuentran en la crisis mundial que comenzó en 2007. En pocas palabras, la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008 llevó a una crisis bancaria, que marcó el comienzo de una recesión global. Las economías europeas se vieron afectadas por el colapso de las exportaciones y la contracción de crédito. Lo peor fue evitado por la intervención del Estado, en parte, apoyando a los bancos, en parte sosteniendo la demanda agregada. Pero la intervención del Estado condujo a la siguiente y más grave fase de la crisis, la de la deuda pública. Y a medida que la crisis de la deuda pública se hizo más profunda, amenazó con reavivar la crisis bancaria. Se debe tener muy claro, sin embargo, que el carácter específico y la ferocidad de la crisis europea se deben a la unión monetaria. El euro ha actuado como mediador de la crisis mundial en Europa. Desde la perspectiva de la teoría marxista, esto no es una sorpresa ya que el euro es una forma de moneda mundial y no sólo una moneda común. El euro está diseñado para actuar como medio de pago y acaparamiento en el mercado mundial o, en el lenguaje de la economía dominante, como moneda de reserva. Sirve a los intereses de los grandes estados que lo inspiraron, así como a las grandes empresas financieras e industriales que hacen uso de él internacionalmente. Pero, por la misma razón, el euro ha cristalizado las tensiones y los desequilibrios del capitalismo europeo, actuando como el epicentro de la crisis. Esta ha sido una característica clásica del dinero mundial ya que el oro jugó este papel y dictó el ritmo de las crisis a través de su acumulación, entradas y salidas. El euro es una forma inusual de moneda mundial creada por una alianza de estados, con Alemania en su núcleo. Contrasta notablemente con la forma dominante de la moneda mundial, el dólar, que es una moneda nacional catapultada mundialmente gracias al poder económico e imperial de su Estado unitario. Para que el euro pueda actuar como moneda mundial, ha sido necesario crear mecanismos institucionales adecuados para una alianza liderada por Alemania, una nación-estado considerablemente más débil que los EE.UU. Tres elementos han sido decisivos: en primer lugar, un banco central independiente, con pleno dominio de la política monetaria y presidiendo un mercado monetario homogéneo para los bancos; en segundo lugar, el rigor fiscal impuesto por el Pacto de Crecimiento y Estabilidad; en tercer lugar, la presión implacable sobre los salarios y las condiciones laborales para asegurar la competitividad del capital europeo.
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El mecanismo institucional del euro ha sido el catalizador de la crisis en Europa. La presión sobre el trabajo ha sido más implacable en el centro de la zona euro, lo que resulta en el aumento de la competitividad, sobre todo para Alemania. El resultado fue una brecha arraigada entre centro y periferia, que se refleja en el superávit de cuenta corriente para el primero y en el déficit para el segundo. La brecha se logró salvar con enormes flujos de capital desde el centro hacia la periferia, que tomó la forma principalmente de préstamos bancarios [1]. En la periferia, por otra parte, los bancos se encontraban en una rápida expansión, añadiendo con ello aún más deuda. A finales de la década de 2000, la periferia se encontraba enormemente endeudada – tanto nacional como internacionalmente, pública y privadamente. Cuando la crisis mundial golpeó a Europa, llevándola a la recesión y la intervención estatal, inevitablemente se convirtió en una crisis de la deuda periférica en todas sus dimensiones. A su vez, la crisis de la deuda amenazaba con convertirse en una crisis bancaria que podría destruir el euro. La respuesta a la crisis de las clases dominantes europeas - tanto del centro como de la periferia - ha arrojado una cruda luz sobre todo el "proyecto" europeo. Su principal preocupación ha sido rescatar el euro. Para lograr este objetivo, las medidas políticas se han centrado en salvar a los bancos expuestos a la deuda de la periferia. De este modo, el BCE ha otorgado liquidez abundante y barata a los bancos, mientras que puso a disposición de los estados una liquidez miserable y a altas tasas de interés. Al mismo tiempo, se impuso a los países periféricos una austeridad sin precedentes, recortándose la provisión de bienestar y empeorando las condiciones de trabajo. En la medida de lo posible, los costos de la crisis fueron trasladados a los trabajadores. A principios de 2011 el contenido de clase de la política de rescate del euro estaba claro: primero, defender los intereses del capital financiero mediante la protección de los poseedores de bonos y otros acreedores; en segundo lugar, promover los intereses del capital industrial al aplastar los costos laborales. Estas políticas han sido dictadas por Alemania, el principal beneficiario del euro. El ascenso de Alemania es hoy más fuerte que en cualquier otro momento de la historia de la Unión Europea. De la misma manera, los intereses imperialistas en el corazón de la zona euro se han vuelto transparentes. Si la actual política de rescatar del euro tiene éxito - y hay serias dudas de que lo tenga - Alemania va a surgir como amo indiscutible de la eurozona y como la fuerza dominante en Europa. La periferia, por su parte, se estancará, con altas tasas de desempleo y el empeoramiento de la distribución de los ingresos. Aun así, probablemente pervivirá una pequeña capa de capital financiero e industrial dentro de la periferia. La crisis ha sido un acontecimiento trascendental para Europa. Ha forzado rápidos cambios sociales en favor del capital y contra el trabajo. Ha alentado además un cambio geopolítico, convirtiendo a la zona euro en el patio trasero alemán. Al mismo tiempo, ha puesto en un compromiso las gastadas ideas del federalismo y la asociación europea que han proporcionado la cobertura ideológica de la eurozona. La crisis debería haber representado una oportunidad para la izquierda para recuperar posiciones, con propuestas anti-capitalistas que llevaran a Europa en una dirección socialista. Lamentablemente esto todavía no ha ocurrido. Gran parte de la izquierda continental se encuentra todavía en las garras de europeísmo, y se preocupa por desarrollar estrategias que tienen carácter europeo en lugar de socialista. Por encima de todo, está el temor de alterar la unión monetaria. El resultado ha sido la ausencia de una eficaz oposición de izquierda a la transformación social e imperial que está teniendo lugar en Europa. 2
¿Un “buen euro”?
La izquierda europeísta se aferra a la idea de que la zona euro podría ser reformada en beneficio de los trabajadores, creando un “euro bueno”. Los defensores del “euro bueno” se pueden dividir en dos corrientes, que ocupan un lugar destacado dentro del recién formado Partido de la Izquierda Europea, pero también más ampliamente en toda Europa [2]. Una corriente son fervientes europeístas, que generalmente restan importancia a los intereses imperiales y de clase en el corazón de la unión monetaria. La otra corriente son reacios europeístas que, a pesar de que señalan los intereses de clase, no son plenamente conscientes de las implicaciones de la creación de una nueva moneda mundial. Ambos tienen miedo de los peligros del nacionalismo y el aislacionismo, en caso de colapso de la zona euro. La unión monetaria podría haber sido mal concebida, pero ahora que se ha convertido en una realidad, no sería conveniente salir de ella. [3] Para los europeístas reacios esta posición también conduce a lo que podría llamarse “europeísmo revolucionario”, el derrocamiento del capitalismo en el terreno supuestamente privilegiado de la integración europea. Lógicamente, esto también debe implicar la creación de un Estado europeo unitario (y revolucionario), pero esta demanda no se afirma a menudo explícitamente. Fervientes o reticentes, las propuestas de un “euro bueno” presentan una convergencia considerable. Hay, por ejemplo, un acuerdo general de que deben resistirse las políticas de austeridad y liberalización, y que Europa necesita mayor redistribución del ingreso y la riqueza. También hay acuerdo en que una política coordinada de inversión sería deseable para aumentar la productividad en la periferia y reestructurar la economía europea. Son ideas encomiables y gran parte de la izquierda - europeísta o no - probablemente estaría de acuerdo con ellas. El problema es que no se ocupan de la naturaleza urgente de la crisis. Con mucho, el aspecto más grave de la crisis es la deuda de la periferia. Finalmente, la izquierda ha aceptado que, para que las economías se recuperen, se debe suprimir la carga de la deuda en varios países. Más allá de este punto, sin embargo, el acuerdo es difícil de encontrar. Fervientes europeístas, como los del Partido de la Izquierda Europea, tienden a favorecer la reestructuración consensuada de la deuda (de hecho, una suspensión liderada por los acreedores) lo que reduciría el nivel de deuda periférica sin alterar indebidamente los mecanismos de la eurozona. El problema es que una suspensión liderada por los acreedores es poco probable que reduzca la deuda de la periferia de manera significativa. Los prestamistas no son generalmente conocidos por dar la bienvenida a las pérdidas. Consecuentemente, los europeístas reacios tienden a favorecer a una reestructuración radical de la deuda, a menudo por iniciativa del prestatario. Pero proponen amortizar la deuda de manera unilateral permaneciendo en el marco de la eurozona, en la que las principales potencias tendrán que asumir las pérdidas. Aún no se ha explicado de qué manera se lograría esto. En este contexto, los europeístas han presentado una serie de propuestas específicas con respecto a la deuda. Aquí el terreno se vuelve peligroso porque lleva a los límites de las actuales políticas de los gobiernos de Europa. Las propuestas normalmente han girado en 3
torno a los préstamos del BCE y la emisión de eurobonos, aspectos que ya están presentes en las políticas actuales de la zona euro. Resumiendo una serie de sugerencias, la idea general parece ser que el BCE debería ampliar su práctica actual de compra de deuda pública en los mercados secundarios (y los préstamos con garantía de la deuda pública periférica.) El BCE debería adquirir gran parte de la deuda existente de los países periféricos y también debería financiar los nuevos préstamos de los estados de la eurozona en el futuro. Se sugiere además que la emisión de eurobonos -ya emprendida por el Fondo de Estabilización Financiera Europea para obtener fondos con los que otorgar préstamos a países en dificultades- debería ampliarse para satisfacer las necesidades de los préstamos regulares de los estados de la eurozona. [4] Nada impide mezclar todas estas sugerencias, incluyendo la idea de que el BCE debería financiarse a sí mismo mediante la emisión de eurobonos. Estas propuestas copian las operaciones de la Reserva Federal de los EE.UU. y, por lo tanto, son un paso importante hacia la creación de una eurozona homogénea, fiscal y monetariamente. Por desgracia, estas propuestas presentan muchos problemas, lo que ayuda a explicar por qué, en general, han sido vapuleadas por la clase dirigente de la eurozona. Uno de los problemas se refiere a las pérdidas de la mala deuda periférica. Si, por ejemplo, el BCE tuviera que comprar deuda periférica con un gran descuento, el capital de los bancos tendría que ser repuesto para evitar su quiebra; si la deuda fuese adquirida a su valor nominal, probablemente habría grandes pérdidas eventuales para el BCE, que tendrían que corregirse. Hay una cierta confusión en gran parte de la izquierda sobre lo que un banco central puede hacer. El BCE posee de hecho una enorme capacidad para actuar como prestamista de última instancia, es decir, para avanzar liquidez a los bancos y a los estados. Pero ser prestamista de última instancia no tiene nada que ver con administrar la morosidad, es decir, con la solvencia. Garantizar la solvencia es un asunto del Ministerio de Hacienda, que debe movilizar ingresos fiscales para compensar las pérdidas representadas por deudas incobrables. En el contexto europeo esto significa apoyarse en los ingresos fiscales de los países centrales, y por lo tanto, imponer cargas a la gente trabajadora. El BCE no tiene poder para reparar los enloquecidos préstamos que los bancos europeos consintieron durante la década de 2000. La recapitalización de los bancos significa comprometer ingresos fiscales, un paso con importantes implicaciones de clase y de poder. Por otra parte, la sugerencia de que el BCE debiera adquirir de forma sistemática la deuda periférica y, aún más, que debería haber un compromiso abierto para financiar el endeudamiento futuro de países de la eurozona, sería una amenaza para el euro como moneda mundial. Si, por ejemplo, el BCE tuviera que empezar a financiar los préstamos regulares de todos los países de la eurozona, habría mayores riesgos de inflación, lo que disminuiría la credibilidad del euro en los mercados mundiales. En este sentido no es comparable con el dólar. El dólar es una moneda mundial que se basa en instituciones asentadas y en procedimientos de aceptación consuetudinarios. El euro es un competidor que todavía no ha desarrollado un marco firme de aceptación en el mercado mundial. Es poco probable que la clase dominante alemana acepte acuerdos de préstamos estatales que puedan poner en peligro la aceptación mundial del euro.
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Consideraciones similares se aplican a la emisión de eurobonos a fin de sustituir la deuda periférica existente. Sin duda, las dificultades de endeudamiento de los estados periféricos podrían ser administradas a través de los eurobonos, aunque éste sería un método más lento que si el BCE proporcionase liquidez directamente. Sin embargo, hacer frente a las probables pérdidas de créditos incobrables es una cuestión totalmente diferente, que requiere comprometer dinero de los impuestos. Y eso sin mencionar el costo adicional para los países del centro de préstamos a tasas de interés más altas, en el caso de que emitieran eurobonos en forma conjunta con los países periféricos. Por último, existe un problema adicional que no suele ser apreciado. Esencialmente, las propuestas de un “euro bueno” tienen como objetivo superar la contradicción entre la heterogeneidad fiscal y la homogeneidad monetaria, dentro de los mecanismos institucionales de la eurozona. Presumiblemente, si se crease un espacio fiscal común en la zona euro, ya sea a través de préstamos por parte del BCE o mediante la emisión de eurobonos, el funcionamiento del euro sería más suave y se eliminarían las crisis. Pero el problema es que la esfera financiera de la eurozona no es tan homogénea como suele creerse. Existe, en efecto, un mercado monetario homogéneo, lo que regulariza las condiciones de los préstamos bancarios en la eurozona, pero la propiedad de los bancos sigue siendo decididamente nacional. Del mismo modo, no hay homogeneidad en la supervisión y regulación de las actividades bancarias, que están mayoritariamente en manos de cada Estado-nación. En consecuencia, si la solvencia de los bancos llega a ser un problema, los bancos sólo podrían recurrir a su propio estado, como ocurrió en Irlanda en 2009-10 y en Bélgica en 2008-9. No existen mecanismos europeos para administrar las pérdidas de los bancos europeos si la deuda periférica se cancelase. Y tampoco hay ninguna manera obvia por la que los trabajadores alemanes o franceses puedan ser obligados a aceptar más impuestos para rescatar, por ejemplo, los bancos italianos. Cada Estado tendría que hacer frente a las pérdidas de sus bancos nacionales. En este sentido, el euro sigue siendo una creación de Estados nacionales, y sus consecuencias para los trabajadores tienen un claro aspecto nacional.
Una estrategia radical para la izquierda
Una alternativa radical a las políticas adoptadas actualmente en la eurozona debe ofrecer una solución a la crisis que cambie el equilibrio de las fuerzas sociales a favor del trabajo y empuje a Europa en una dirección socialista. Para que la izquierda desarrolle una posición distintiva, se debería debatir las opciones estratégicas de los gobernantes europeos, en vez de centrarse simplemente en el mal funcionamiento de los mecanismos institucionales. El primer paso sería reconocer la existencia de relaciones imperialistas y de clase en el corazón de la eurozona. Los trabajadores tanto del centro como de la periferia de Europa, no tienen ningún interés en el éxito de la Unión Monetaria Europea. Por el contrario, el intento de crear una moneda mundial que sirva a los intereses del capital europeo ha supuesto el empeoramiento de las condiciones de trabajo en el centro y una gran crisis en la periferia.
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Una alternativa radical también debería reconocer que la política actual de imponer la austeridad y la promoción del ascenso de Alemania tiene una alta probabilidad de fracaso. La razón principal es que la austeridad conduce a una recesión que empeora el problema de la deuda. Peor aún, la predicción a largo plazo para la periferia es de crecimiento bajo. Grecia, Irlanda y Portugal tienen cada vez más difícil satisfacer su deuda pública y, probablemente, tendrán que reestructurarla, o incluso dejar de pagarla. Las inevitables pérdidas tendrán un impacto en los países centrales, y las cantidades seguramente serán grandiosas. Sólo Grecia, si necesitara una ayuda decisiva, requeriría una reducción de la deuda pública de quizás el 50% o el 60%, acercándose a 200 millones de euros. En caso de materializarse estas posibilidades, la permanencia de estos países en la eurozona se pondría en cuestión, en parte por los países centrales, y en parte por los propios morosos de la periferia. Después de eso, las desvencijadas estructuras de la eurozona pasarían a estar bajo una presión aún mayor. La izquierda debería estar preparada para este giro de los acontecimientos, en lugar de retroceder ante él con horror. La división entre centro y periferia implica que, necesariamente, una alternativa de izquierda radical será diferente según la eurozona. Para los trabajadores del centro, sobre todo de Alemania, sería vital romper la implacable presión sobre los salarios impuesta por la Unión Monetaria. Pero teniendo en cuenta que es una falacia pensar en la subida de salarios como una forma de rescatar el euro, basándose en que, presumiblemente, equilibraría la competitividad de la zona euro, impulsando el consumo interno en el núcleo. Ninguna clase capitalista tiene interés en aumentar sistemáticamente los salarios de sus trabajadores, ya que con ello destruiría su competitividad. Si la moderación salarial se rompiera en Alemania, la unión monetaria sería mucho menos atractiva para la clase dominante alemana, planteando la cuestión de su propia pertenencia al euro. Después de todo, Alemania tiene una larga experiencia en la utilización estratégica del marco para mejorar su cuota de producción y comercio mundiales. Una estrategia radical en los países centrales debería incluir medidas adicionales que pudieran complementar el fin de la moderación salarial, mientras se prepara para el fracaso de la unión monetaria. Un elemento importante sería el control del sistema financiero. Deberían evitarse impuestos u otras imposiciones dirigidas a rescatar a los bancos por su imprudente exposición en la periferia. De hecho, la izquierda debería nacionalizar la banca, lo que podría actuar como una palanca para reequilibrar las economías centrales, suponiendo que también se cambiaran los mecanismos de control de la banca, para reflejar intereses sociales más amplios. Por encima de todo, el peso de la economía alemana debería ser desplazado de las exportaciones y dirigido a mejorar el consumo interno, los servicios sociales y las infraestructuras. Para ello, sería necesario retomar el control sobre la política monetaria del BCE e imponer controles a los flujos de capital. En la periferia, por otro lado, una alternativa radical debería hacer frente inmediatamente a la carga de la deuda pública y privada. La deuda pública, en particular, debería ser renegociada con el objetivo de cancelar su mayor parte. Para ello, la deuda debe renegociarse guiada por los deudores y basándose en la participación popular. No cabe duda de que el incumplimiento y la cancelación de la deuda de forma unilateral tiene unos costes, incluyendo ser excluidos de los mercados financieros durante un período y el pago de tasas de interés más altas en el 6
futuro. Pero incluso la literatura convencional señala que - para su sorpresa - estos costos no parecen ser muy importantes. [5] La declaración de insolvencia iniciada por el deudor se vería enormemente fortalecida por la creación de comisiones independientes de auditoría de la deuda pública en los países periféricos. Así se facilitaría la participación de los trabajadores para enfrentar el problema de la deuda, no menos importante, al permitir un conocimiento independiente de las causas y las condiciones de endeudamiento. Las comisiones podrían hacer las recomendaciones apropiadas para hacer frente a la deuda, incluyendo la deuda que se demuestra que es ilegal, ilegítima, odiosa, o simplemente insostenible. En la periferia, la declaración de insolvencia plantearía inmediatamente la cuestión de la composición de la eurozona, dado que los prestamistas son los países centrales. La salida es un elemento importante de una estrategia radical de izquierdas, que podría anular la austeridad mientras se reestructuran las economías en interés de los trabajadores. Pero modificar los principios monetarios es un cambio radical, que requeriría un amplio programa de transformación económica y social. La preocupación más importante sería evitar que el shock monetario se convierta en una crisis bancaria, ya que entonces las repercusiones sobre la economía serían graves. De ello se deduce que los bancos tendrían que ser sometidos al control y propiedad pública, protegiendo a los depositantes, evitando la retirada de depósitos, y creando un marco para la reestructuración económica. Por supuesto, también sería necesario imponer rápidamente controles de capital. La nueva moneda se depreciaría añadiendo presión sobre los bancos para no endeudarse en el exterior, pero también liberando al sector productivo y aumentando las exportaciones. Recuperar el control sobre la política monetaria, junto con el impago de la deuda, eliminaría de inmediato la austeridad dominante en el sector productivo. Por otro lado, el aumento del precio de las importaciones presionaría sobre los ingresos de los trabajadores, por lo que se necesitarían medidas redistributivas a través de políticas fiscales y salariales. Finalmente, se debería diseñar la política industrial para restaurar la capacidad productiva de la periferia y generar empleo. Podría hacerse un esfuerzo concertado para aumentar la productividad del trabajo, permitiendo a los países periféricos mejorar su posición en la división internacional del trabajo. Naturalmente, un cambio tan dramático en la correlación de fuerzas sociales a favor de los trabajadores requerirá una reestructuración democrática del Estado, mejorar la recaudación y combatir la corrupción. Una estrategia de la izquierda radical, tanto para el centro como para la periferia, debería incluir un periodo de transición en el sentido más profundo del término. Su carácter exacto dependerá de las fuerzas sociales que se movilicen en su apoyo y de los tipos de lucha que emerjan. Pero el gran mérito de esta estrategia es que podría cambiar el equilibrio de fuerzas contra el capital, creando mejores condiciones para resolver los problemas de distribución, crecimiento y empleo. En este sentido, una alternativa de izquierda radical debería crear un entorno favorable para el cambio socialista, mejorando las condiciones sociales y económicas de los trabajadores.
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Esta estrategia no tiene porqué conducir necesariamente al aislamiento y el nacionalismo, siempre que la izquierda europea recupere un poco de confianza en sí misma y su ideología histórica. De hecho, el peligro de una reacción nacionalista probablemente es mayor en tanto que la izquierda siga decepcionando a los trabajadores. Las propuestas de un “euro bueno” no ofrecen medios para detener la implacable reafirmación de los intereses de clase e imperio de la eurozona. Una estrategia que se separe confiadamente del proyecto de la unión monetaria proporcionaría una base para la solidaridad entre los pueblos europeos. Para ello, la izquierda tendría que abandonar el europeísmo, la ideología oficial que ha atormentado durante mucho tiempo su mente colectiva.
REFERENCIAS ATTAC-Germany. 2011. Manifesto on the Crisis of the Euro, March Husson M. 2010. ‘A European Strategy for the Left’, Socialist Resistance, December 29th, http://hussonet.free.fr/srmh10.pdf Juncker J.C. and Tremonti J. 2010. ‘Eurobonds would end the crisis’, Financial Times, 5 December Research on Money and Finance. 2010. The Eurozone between Austerity and Default, C. Lapavitsas, A. Kaltenbrunner, G. Lambrinidis, D. Lindo, J. Meadway, J. Michell, J.P. Painceira, E. Pires, J. Powell, A. Stenfors, N. Teles, Occasional Report 2, September, www.researchonmoneyandfinance.org Sturzenegger, F. and Zettelmeyer, J. (2007), Debt Defaults and Lessons from a Decade of Crises, Cambridge MA: MIT Press
NOTES [1] Como se reconoce en RMF (2010). [2] Las dos se han puesto en evidencia en la conferencia ‘Public Debt and Austerity Policies in Europe” The Response of the European Left’, realizada en Atenas en marzo de 2011 http://athensdebtconference.wordpress.com/about/ [3] Como atestiguan, por ejemplo, ATTAC-Germany (2011) y Husson (2010). [4] La idea de emitir sistemáticamente eurobonos ganó una influencia considerables cuando fue propuesta por Juncker and Tremonti (2010). Pero ya había estado circulando por las Corrientes de izquierda durante algún tiempo. [5] Como se ha señalado repeditamente, por ejemplo, Sturzenegger and Zettelmeyer (2007).
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