Las hiperestesias: Principio del cuerpo moderno y fundamento de diferenciación social Zandra Pedraza Gómez. (Tomado de: Cuerpo, diferencias y desigualdades.Facultad de Ciencias Humanas UN Colección CES. Las hiperestesias: principio del cuerpo moderno y fundamento de diferenciación social). The critique of the models of representation of reality begins with the aesthetic critique, the discovery of the diminishing and alienating character of the aestheticism of the masses from a gnoseologic and ethical point of view (Jiménez 1995). Introducción Uno de los aspectos que permite reconocer la condición moderna es el peso que adquiere el cuerpo en su constitución y la evolución de sus representaciones y discursos hasta ocupar un lugar preponderante y definitorio de la modernidad. Los aspectos a los que con mayor frecuencia se alude son el carácter mecánico y fabril que tornea el cuerpo moderno, los discursos biológicos y medicalizantes de las ciencias naturales y de la salud que le restan espontaneidad y expresividad, la inserción del cuerpo en los engranajes económicos de la lógica productiva me-diante dispositivos políticos, su sumisión a través de discursos que instauran re-laciones de poder siempre caracterizadas por su índole represiva, bien sea en la escuela, la cárcel o el hospital, la definición y construcción de géneros a partir de visiones esencialistas, el deslinde de espacios y ámbitos públicos y privados a través de códigos de comportamiento social e introspección, o la fetichización que resulta de la inmersión del cuerpo en el consumismo. Estos aspectos, en conjunto o de forma aislada, aparecen paulatinamente en Latinoamérica desde mediados del siglo XIX El rápido y por épocas agolpado tránsito por diferentes condiciones históricas hace que discursos y formas de re-presentación del cuerpo, tanto de la Ilustración como del Romanticismo y el Modernismo, convivan en lo que ya a finales del siglo XIX puede calificarse como- una condición propia de la modernidad y que es precisamente el tema de es-ta ponencia: las hiperestesias. Se trata aquí de reflexionar sobre lo que puede hallarse en una dimensión inmaterial del cuerpo, intención que encierra aparentemente una aporía, a saber, aquello que emana de las capacidades sensoriales del cuerpo, pero se traduce en efectos inmateriales: en emociones, sentimientos, elaboraciones sensoriales y, finalmente, juicios estéticos. Lo que permite salvar esta dificultad son las estesias -elaboraciones
sensibles de las percepciones sensoriales- y su estado hiperbólico en la modernidad: las hiperestesias. Consideraré aquellas que forman la sen-sibilidad moderna y que cabe calificar de hiperestésicas: en primer lugar, las que provienen del uso de los sentidos externos y califican el espíritu ilustrado en su esfuerzo por alcanzar el conocimiento objetivo, la claridad y distinción del pen-samiento, y la verdad; en segundo lugar, las que crea la conciencia sensible co-mo producto de los cuidados corporales y que se traducen en un incremento de la sensorialidad y, por último, aquellas que producen el refinamiento y la excita-ción de las percepciones sensoriales y se expresan en la sensitividad. Dado que desde los inicios de la Ilustración hasta el surgimiento del moder-nismo latinoamericano transcurre un siglo escaso, es propio de los países lati-noamericanos haber incorporado estrategias de representación y ordenamiento social y simbólico, de pensamiento y práctica característicos del pensamiento ilustrado y del ethos moderno, de manera a menudo casi simultánea y, en cual-quier caso, haber fomentado su coexistencia a través de complejos recursos dis-cursivos. La ilustración latinoamericana apunta a la creación del ciudadano y a conso-lidar la razón y el conocimiento objetivo, mientras que del breve período román-tico y del modernismo cabe destacar el propósito de privilegiar a la persona, al individuo, la conciencia y la experiencia. No se trata de posibilidades excluyen-tes, especialmente en América Latina, pero conviene favorecer esta distinción analítica en aras de dilucidar el asunto. Por otra parte, el pensamiento ilustrado que se asocia con la gestación de una burguesía no cumple exactamente este pa-pel en el subcontinente. Las formaciones sociales del siglo XIX sólo pueden in-terpretarse parcialmente corno burguesas, pues acusan a la vez disposiciones y valores propios de las organizaciones señoriales. No obstante, tanto en la ilustra-ción como en el modernismo es posible señalar rasgos de modernidad, aunque desde luego es el modernismo el fenómeno que puede considerarse catalizador definitivo del tránsito. Si bien es cierto que la discusión sobre la degeneración de la raza en 1920 contiene ya todos los elementos de la experiencia y la imagina-ción modernas latinoamericanas (Pedraza 1997), con todos los matices que es dado identificar en cada país, también lo es que las reformas pedagógicas y 19S intereses médicos de finales del siglo XIX ya acusan sus principales elementos. El sujeto moderno se entiende a sí mismo con proyecciones emancipatorias morales y liberado del poder coercitivo de la razón instrumental que distingue al ciudadano ilustrado. Sin embargo, esta liberación y en ello es paradigmático el modernista se ejercita desde la estética de lo bello (en contraposición a una estética de lo sublime) que vemos relumbrar en la década de los años veinte y se-ñala la victoria clara de la modernidad.
Los cambios que tienen lugar desde las últimas décadas del siglo XIX combi-nan la, confianza en la perfectibilidad humana, propia del pensamiento ilustrado, yen el futuro como un horizonte de sentido, con la critica de la religión y de las prácticas tradicionales de socialización, formación y educación. La libertad indi-vidual, entendida en lo fundamental como experiencia subjetiva, supone una cri-tica de esa particular composición que es la burguesía señorial latinoamericana desde otra perspectiva igualmente sui generis: los modernistas ilustrados hacen sus proclamas desde la estética de lo bello. Es pertinente formular al menos dos interrogantes, que aunque no voy a considerar aquí, deben incorporarse en una reflexión juiciosa de este tema: ¿Cómo han de entenderse lo burgués latinoamericano y sus valores? y ¿Cómo se expresa entonces el repudio moderno a esa burguesía señorial? Se puede men-cionar somera mente que el modernismo latinoamericano conjuga el ideal del es-píritu latino, cuyo representante clásico es el Ariel, con una tradición sensualista ilustrada y una recepción particular y por entonces ya centenaria de los motivos románticos: soñar, amar y vivir intensamente, una sensibilidad caracterizada por la forma de sentir típica del genio romántico. Esta interpretación del modernis-mo latinoamericano se traduce en ideales aristrocratizantes poco aptos para transformar el orden señorial que rechaza. Su sentido de democracia consiste en un proceso de selección espiritual que se basa en una cultura selecta, adquirida justamente por obra del hiperestesiamiento, y que persigue una unificación capaz de reconciliar en el arte el color, las proporciones y la tonalidad de una unidad latinoamericana. En tanto la Ilustración se concentró en acentuar la naturaleza racional, la propuesta romántica de Schiller de reconciliar razón y sensibilidad en el goce de la contemplación artística que posibilita una educación estética, es lo que el modernismo instaura con el arielismo en una intolerante estética de lo bello que desdibuja discontinuidades, diferencias y heterogeneidad como ilustra de modo ejemplar el ya mencionado debate eugenésico. El modernismo perfecciona el sistema de desigualdades y diferencias legado por el orden burgués ilustrado, el cual termina por definir nuestra modernidad al cimentar las diferencias en las capacidades estésicas como fundamento de una estética de lo bello, y por armonizar la verdad con lo bueno y lo bello mediante una educación del ciudadano que queda de nuevo en manos de los letrados mo-dernos personificados por los pedagogos. Esta amplia digresión introductoria conduce de vuelta al asunto esbozado en el titulo: la interpretación de los sentidos, de sus percepciones y usos; el estado exacerbado de estimulación sensorial; la participación de estos aspectos en la an-tropología moderna y la formulación, a partir suyo, de principios de diferencia-ción y desigualdad social peculiares de la sensibilidad y la estética modernas.
Abordaré estos aspectos con brevedad al revisar las siguientes afirmaciones: el universo de la sensibilidad moderna está formado por estesias e hiperestesias; la subjetividad moderna se funda en el hiperestesiamiento; la estetización de las estesias ordena las diferencias y desigualdades sociales mediante la estilización de la vida y los estilos de vida. Estesias e hiperestesias. El universo las sensaciones modernas ¿Cómo se construyen diferencias sociales desde el cuerpo cuando se pretende consolidar un horizonte democrático moderno? Un principio definitivo de este 'fenómeno es el surgimiento y proliferación de sensibilidades hiperestésicas desde el siglo XIX. Las sensibilidades hiperestésicas se gestan en un ejercicio de auto-sensibilidad reflexiva: a la experiencia sensorial primaria lograda a través de los sentidos le sigue una segunda percepción sensible que ordena sensitivamente esas primeras impresiones sensoriales. En el primer caso hablamos de texturas, olores, aromas, colores, brillos, luces, opacidades, sombras, sabores, gustos, temperaturas, contrastes, sonidos. De la segunda elaboración sensible resultan armonías, atmósferas, ambientes, sugerimientos, proporciones, equilibrios, ca-dencias, euritmias, simetrías, ambigüedades, desatinos, disonancias, emplastos, pegotes, chabacanerías, simplezas, vicios, tosquedades, vulgaridad, expresiones todas que no ocultan su juicio estético. Así pues, si con el término estesias (aisthesis) se denomina aquí la elaboración sensible de las percepciones sensoria-les, con el de hiperestesias se evoca el ansia acrecentada de exacerbar tales elabo-raciones sensibles. Qué duda cabe de que sin el hiperestesiamiento de la modernidad tampoco seria pensable su condición hiperconsciente, que no hiperracional, de donde proviene justamente el carácter reflexivo de la sensibilidad hiperestésica. No por ello es licito ignorar que al hiperestesiamiento le son consubstánciales el indivi-dualismo extremo, la estilización radical, la mengua de la interacción en la esfera pública y el refinamiento estético como principio por antonomasia de la distin-ción: social. Este último, más que estar cimentado en el consumo de uno u otro tipo, se alimenta en su esencia de la comprensión intuitiva surgida de la reflexi-vidad que se aplica a la experiencia sensorial y se erige en el código de reconoci-miento y comunicación fundamental para producir diferencias y distinciones so-ciales y fraccionar procesos democráticos a partir de principios que se desvían del simple consumo material para referirse más bien a las formas, no sólo de lle-vado a cabo, sino de interpretado sensitivamente y ordenado estéticamente. ¿En qué consiste el mundo de la hiperestesias? Se lo puede pensar desde los escritores modernistas, pasando por las pedagogías reformadoras de los siglos XIX y XX y algunos conceptos de belleza, hasta la apología de las experiencias corporales y vitales
más contemporáneas. Por ahora, conviene señalar que en to-dos los casos se persigue el ordenamiento sensitivo de las percepciones sensoria-les y la adjudicación a tales órdenes de juicios estéticos que por su fundamento somático se hacen prácticamente inapelables. El origen de este fenómeno puede reconocerse en la identificación de la ce-nestesia, el sentido general del estado del cuerpo, pero también, medio siglo an-tes, en la obra de Condillac (1754) que promulga la necesidad de sentir para producir ideas. Lo que importa resaltar es su naturaleza de parámetro para iden-tificar las sensaciones características de la modernidad: por un lado, hastío, taedium vitae y decadencia y, por otro, el ascenso del hiperestesiamiento como anhelo de vida y propósito de la subjetividad moderna. En su calidad de ingre-dientes básicos, los fenómenos de estesiamiento e hiperestesiamiento le sirven al individuo para perfeccionar el proceso por medio del cual se diferencia a si mismo del mundo y edifica su subjetividad. Pero esta subjetividad no proviene del ejercicio de autorreflexividad racional que distingue a la antropología ilustra-da y se encamina al conocimiento, sino precisamente de la autorreflexividad sen-sorial y de la imaginación que se vierten en la expresión. El hiperestesiamiento es un ejercicio de autorreflexividad consciente que permite al individuo conver-tirse en un observador de sí mismo, de su propia sensibilidad, en alguien que re-flexiona sensiblemente sobre sus percepciones sensoriales e incrementa así su propia subjetividad, su conciencia de ser producto del ejercicio de sentir sus sen-saciones. En este caso, tal reflexividad consciente convoca no a la razón sino a la conciencia sensible. La verdad subjetiva de la experiencia se inicia en el rompimiento con las tra-diciones fundacionales del yo para desplazadas hacia la experiencia de sí mismo como principio absoluto. Esta experiencia supone las sensaciones corporales y su hiperestesiamiento. La subjetividad moderna se caracteriza porque los princi-pales puntos de referencia que le otorgan sentido y estabilidad se encuentran en el yo. No es otra cosa que la mitificación de la personalidad mediante el "¡conócete a ti mismo!" la que lleva a indagar la subjetividad ajena a todo mundo- externo. De la mano y como vehículo de expresión de esa individualidad au-torreflexiva se produce la fetichización de las apariencias. La subjetividad moderna se funda en el hiperestesiamiento ¿Qué es la subjetividad? ¿Qué es la subjetividad moderna? la subjetividad com-prende aquello que le permite al sujeto distinguirse del mundo. Al sujeto lo inte-gran y perfilan las maneras de pensar y sentir con respecto a sí mismo y al mundo exterior, objetivo, que él aprehende justamente por medio de los rasgos del pensar y el sentir que denominamos subjetividad: se trota de las vivencias y experiencias simbólicas
que son mundo y sustrato para la elaboración subjetiva y para su propia interpretación; es decir, la subjetividad como autorreflexividad de la imaginación (Gumbrecht 1991). ¿Cómo intervienen el pensar y el sentir en este acto de reconocerse a si mismo? la dificultad ya se hace ostensible al querer deslindar estas dos acciones: más que tornarse difusos, los límites se diluyen el uno en el otro, abarcan desde el oler, oír y percibir hasta el juicio y la razón. En aras de hacer claridad y avanzar es forzoso reconocer que la subjetividad es de suyo una categoría histórica. Ni qué decir de la subjetividad moderna, que emana del pensar surgido del sentir. En el epicentro de la subjetividad moderna está el individuo, pero no aquél producto de la razón y la secularización, sino aquél que nace con la sensación; no el sujeto que aspira a conocer, sino aquél cuyo derrotero es la expresión. La fuente de esa expresión es la experiencia per-sonal del yo interior, o sea, la sensación de sí mismo en cuanto certeza de la propia existencia. La subjetividad se caracteriza porque los principales puntos de referencia, aquellos que dan sentido y estabilidad, se encuentran en el yo. Men-cionaré tres ejemplos 1. Ahora sé que sólo soy un cuerpo para el amor y la soledad y únicamente desde él logro articular una manera de pensar y de sentir el mundo. Tal vez sea esto lo que me ha llevado a sentir el cuerpo como la piel del alma, porque es so-bre esa piel sensible, que de tarde en tarde reclama un gesto amable, una expre-sión de ternura o un abrazo, donde se experimenta más hondamente el amor, la solidaridad, la posibilidad de que el abismo interior sea contenido en otro cuer-po o la soledad terrible de un alma que se desgarra sin hallar un sentido que justifique su existencia. (Cajiao 1996: 11) ...Un mundo en el cual sea posible el afecto cálido, la tolerancia, la risa y las lágrimas que surgen de la contemplación estética necesitará pieles sensibles, ojos móviles, oídos agudos que se entretengan distraídamente en las líneas de un paisaje o en el regusto de un poema que rebota sobre las paredes del alma. (Cajiao 1996:35) 2.Ante todo, parece poco claro dónde principia y dónde termina el dominio del cuerpo, el de la razón y el de las emociones. Su imbricación es tal que se di-ría que en este vasto sentir reposa la esencia ontológica contemporánea y que a su perfeccionamiento se han dado los discursos sensoriales fundados en un "trabajo corporal" diseñado para "asumir un compromiso con nuestro cuerpo. Si no somos sujeto del movimiento, el riesgo nos acechará todo el camino, No el riesgo de ser objeto, sino el de no ser sujeto de nuestras acciones" (Kesselman 1989:148). La intención de poner a la persona en contacto consigo misma, con su sensibilidad, e introducirla en el autoconocimiento a través del cuerpo, pre-supone un delicado refinamiento sensorial: "Suelten las células alrededor del isquión, sientan los espacios entre el isquión, la
extremidad distal del cóccix, la cabeza del fémur y trocánter" (Kesselman 1989: 159). Mediante esta microgim-nasia intima se realiza "un aprendizaje de las sensaciones y de las emociones" y un viaje por el cuerpo, por los huesos, atravesando tejidos, por las tempera-turas corporales, por posturas que nos [ponen) en contacto con las rigideces, con las incomodidades y [dan) tiempo al trabajo corporal para que la memoria del cuerpo actúe, para que dé lugar a la imagen, _ la escena que duerme en las nor-mas, en las concavidades y convexidades (Kesselman 1989: 164). 3. ...como me fascina y me atrae la poesía, así me atrae y me fascina todo, irre-sistiblemente: todas las artes, todas las ciencias, la política, la especulación, el lu-jo, los placeres, el misticismo, el amor, la guerra, todas las formas de la actividad humana, todas las formas de la Vida, la misma vida material, las mismas sensa-ciones que por una exigencia de mis sentidos, necesito de día en día más inten-sas y más delicadas... (Silva 1896:233). ¡Ah! vivir la vida... eso es lo que quiero, sentir todo lo que se puede sentir, saber todo lo que se puede saber, poder todo lo que se puede... ¡Ah! ¡vivir la vi-da! emborracharme de ella, mezclar todas sus' palpitaciones con las palpitaciones de nuestro corazón antes de que él se convierta en ceniza helada; sentirla en to-das sus formas, en la gritería del meeting donde el alma confusa del populacho se agita y se desborda en el perfume acre de la flor extraña que se abre, fantástica-mente abigarrada, entre la atmósfera tibia del invernáculo; en el sonido gutural de las palabras que hechas canción acompañan hace siglos la música de las guzlas árabes; en la convulsión divina que enfría las bocas de las mujeres al agonizar de voluptuosidad; en la fiebre que emana del suelo de la selva donde se ocultan los últimos restos de la tribu salvaje... (Silva 1896:234). La muerte del sujeto que ocurre al convertirse éste en observador de segundo orden, es decir, al plantearse la pregunta por las condiciones de la conciencia humana gracias a las cuales son posibles los modos de constitución del mundo, es el origen también del incremento de la subjetividad (Gumbrecht 1991) que se traduce en hiperestesiamiento. El desarrollo de la modernidad es sobre todo un proceso que supone intensificar la formalización de la experiencia; esto signi-fica también una experiencia de contingencia acelerada, la agudización del senti-miento de que la vida es efímera y el tiempo fugaz (Jiménez 1995:181). El temor a lo moderno, el de Caro por ejemplo, se expresa en su rechazo a la frivolidad y la ficción, entre otras cosas (Jiménez 1994). En este caso, la ficción también podría entenderse como fantasía e imaginación. Las nuevas mentalidades que quie-re ver surgir el ansia de modernidad implican asimismo el surgimiento de una nueva sensibilidad que incluye la secularización del sentimiento y el ejercicio libre de la inteligencia y las pasiones (Jiménez 1994).
"El moderno emancipado pretende romper todos esos nexos (los modelos de la tradición y las normas de la naturalidad y del buen gusto) y convertirse en un comienzo absoluto, un comienzo a partir de si mismo y nada más"- (Jiménez 1994:16). Es allí donde se origina la subjetividad moderna construida sobre la base de las sensaciones corporales y su hiperestesiamiento, de la verdad subjetiva de la experiencia. En la actualidad, las personas se identifican a través de la acti-vación de la sensibilidad. En la esfera privada, la existencia se eleva a una conti-nua experiencia ética y estética donde la existencia es emocionalidad indiferente y egocéntrica (Béjar 1988). La estetización de la aisthesist: Estilización y estilos de vida La pregunta que se plantea a continuación es por qué esta subjetividad incre-mentada en forma hiperestésica habría de transformarse en' elemento de diferen-ciación social. Vale la pena volver sobre el fenómeno del modernismo y la estra-tegia aristocratizante representada por la estética de lo bello. Además de otros peligros, el modernismo latinoamericano se siente asediado por el impulso democratizante y la amenaza que ello comporta para el gusto, manifiesta en peli-gros muy concretos que se convierten también en temas recurrentes del siglo: 1. La nacionalidad, más conocida hoy como democracia, debe encarar al pueblo y a la clase media. Al pueblo que enfrenta el albor del siglo se lo juzga embrutecido y físicamente atrofiado, alcoholizado y desnutrido, ocioso, perezoso, indisciplinado, incapaz y criminal. La clase media, a su turno, encarna la inercia y la mediocridad que en sus intentos de ascenso social cae en el esnobismo y el rastacuerismo, en la ridiculez y la falta de buen tono. En las postrimerías de este siglo la democracia se siente igualmente amenazada por un pueblo violento, agresivo, intransigente, intolerante e indisciplinado. Con desechables, ñeros, y ataques a la estética representados por las pretensiones de lobos, corronchos y montañeros se perpetúa la condena a las faltas a una estética de lo bello. A pesar de la distancia, en ambos casos se ofrece como solución una pedagogía apoyada en los postulados de la educación sensorial, que instituye no sólo la confianza en que el refinamiento de los sentidos conducirá al progreso y a la consolidación de la nacionalidad y la democracia pacífica, sino que lo hace sosteniendo las dife-rencias entre habitantes del campo y la ciudad, entre hombres y mujeres, entre pobres y ricos. Basta remitirse a las divergencias entre las concepciones de la es-cuela activa y los modelos pedagógicos de los años veinte y treinta, o entre las de la actual escuela nueva pensada para la educación rural y los más recientes programas para el desarrollo integral y de la personalidad que preconizan la edu-cación para la libertad, la creatividad y la comunicación. En este último modelo, el niño pide "que lo acojamos corporalmente, (...) nos exige una seguridad en presente, sin racionalizaciones ni explicaciones sustitutas, sin excesos
verbales ni discursos pedagógicos, lo cual sólo es posible si estamos dispuestos a reconocer la apertura gestual y el diálogo tónico como lenguaje universal de la infancia" (Restrepo 1989:151). Es con este tipo de elaboración hiperestésica que se configuran estilos de vi-da. De semejante apogeo de los sentidos se derivan consecuencias importantes para el proceso de estetización y diferenciación social. La sinonimia clásica entre sentido común y tacto abre una posibilidad para comprender este fenómeno, habida cuenta de que el tacto redundó también en una forma del gusto, del buen gusto, que pasa a ser aquí juicio de la sensibilidad. Este hecho de tener tacto o sensibilidad frente a algo, a alguien o a una situación es la base del princi-pio de distinción estatuido por el modernismo y extendido hasta abarcar el saber (Summers 1987). 2. Un segundo peligro que arrostra la modernidad es el que supone el deseo, personificado con rasgos específicos por mujeres y jóvenes. El peligro de las mu-jeres radica en su belleza y en el deleite que ella procura. El potencial proviene de las conmociones estésicas que ocasiona la belleza, su sensorialidad y la posibili-dad de recrearla. La belleza de origen espiritual, localizada a comienzos de siglo en el alma, resultaba de una conjunción de matices: Para conservar la belleza hace falta ante todo la paz del alma, la serenidad del corazón, uña vida exenta de cuidados, que producen el insomnio, arrugan la frente, contraen la boca y adelantan por tanto la edad de las temidas arrugas... La verdadera encantadora, la que quiere serio en cada instante de su vida en sus mil detalles, es la mujer que al mismo tiempo cuida su belleza y su reputación de alta elegancia ocupando en el mundo la posición que le da su fortuna y su clase, y que sabe dirigir y llevar su casa con sabia economía (G90:268,1917). La belleza romántica se ve desplazada por un género democrático que hace tambalear el sistema de distinciones, de manera que se enfatiza el juicio del buen gusto y de las formas. La línea moderna es sinónimo de un mundo hiperestesia-do: fuerza, claridad, vigor, consistencia muscular y salud forjados por los depor-tes y la vitalidad. Las sensaciones de la actividad caligénica son ligereza, tonificación, estimulación, descanso. El placer del reposo, el vigor de la energía, la lim-pieza y la ligereza de una alimentación sana y la estabilidad que proveen los ner-vios controlados, son el soporte estésico de la sensorialidad caligénica. Su exa-cerbación conduce a la perturbación que sólo provocan las bellezas descomedi-das. La mirada tiene la capacidad de captar el aura del cuerpo que esculpe la caligenia y proviene de la experiencia estésica suscitada por el habitus embellece-dor. Pero de la misma manera que la belleza ha modificado su lugar de origen y su forma de conservarse o aumentarse, también ha variado el potencial estésico que se le atribuye a la mujer: su
esencia ha vagado a lo largo del siglo por el al-ma, la inteligencia, el carácter, la sensibilidad y las intimidades hormonales para confirmar su naturaleza impredecible e inestable y poner coto al poder del deseo que inspira. 3. El peligro que encarnan los jóvenes es de otra índole: han caído en des-gracia porque hacen ostentación de la vida y su potencial estésico se tiene por inagotable. Despliegan pasión, vitalidad, alegría, agilidad, descomplicación, y por esa razón han sido condenados: resultan frívolos, indiferentes, escépticos, in-constantes, consumistas, acriticos, inconformes, desadaptados. La necesidad que tienen de vivir experiencias intensas, junto con la descompensación de su sensi-bilidad, permite apropiarse de los componentes de aquella vitalidad por la que combate el mundo adulto, ansioso de superar la muerte y reconstruir un entor-no hiperestésico puesto en evidencia por la proliferación de prácticas corporales, deportes de alto riesgo o sexualidades exuberantes; en una palabra, por la estili-zación basada en la sensitividad procedente del estimulo a las percepciones sen-soriales y en especial de su refinamiento, y que permite subrayar distinciones de gusto, clase y edad. Los jóvenes personifican los atributos que la modernidad persigue y, al Iado de las mujeres y los niños, hacen parte del principio de alteri-dad que sirve de contrapartida a la racionalidad moderna. Si bien todos juntos la desafían, su propensión a degradarlos en virtud de sus capacidades estésicas encuentra su contrapeso en la consagración de las mismas en el mundo ascético, racional, masculino, unidimensional y material característico de la modernidad. El cuerpo es espacio y vehiculo por excelencia de la realización humana mo-derna, y la elaboración estésica una forma de vida por la que se esfuerzan los modelos estesiógenos más recientes, en procura de una manera de aprehender el propio ser y el mundo, para estilizar la vida a partir de una experiencia diferente de la misma. Oír la voz del cuerpo, conocerlo, sentirlo y actuar haciéndole justi-cia a sus necesidades se logra despertando la sensitividad amodorrada por un ex-ceso de estímulos mal orientados e invocando hiperestesias que incitan a sentir en el funcionamiento del cuerpo las experiencias emocionales y cotidianas. De los temores a la juventud, las mujeres y el pueblo se ha pasado al temor a la in-sensibilidad, al vacío que denuncia Lipovetsky. De ahí el florecimiento de las prácticas que enriquecen el capital estésico: es de esperar que oír, sentir y vivir el cuerpo, y construir eventualmente sobre esta base una remozada certeza de la propia existencia y una estética de lo sublime, nos permitirá a la postre renun-ciar a jerarquizar las diferencias y optar por mitigar las desigualdades. Referencias Bibliográficas BARCK et al. Aisthesis. Wahmehmung heute. 5 Aufl. Leipzig: Reclam, 1993.
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