La voz del viento Francisco Coloane
—¡Hasta los pájaros se vuelven feras en esta tierra maldita! —dij —dijo o la muje mujerr del del pues pueste terro, sacu sacudi dién éndo dose se la niev nieve e en el umbral del rancho. —¡Esta es la quinta! —contestó la mujer continuó— ¡"odo se vuelve malo en este peladero! "# hace d$as que andas dando vueltas con el cuchillo en la mano sin tener a qué de%ollar. &e das miedo cuando me miras tan fjamente te veo recorrer, con la ema de los dedos, el flo de tu descuerador. En primavera con los a%uiluchos, que se comen los corderos recién nacidos, desde las entra'as mismas de la madre( en verano, las %aviotas que vienen del mar hasta las cordilleras, p a ra despan)urrar desde lo alto a los peque'os caiquenes, en invierno, estos caranchos malditos, que les arrancan los ojos a las ovejas a picota)os, para desbarrancarlas comérselas. El viento mu%$a sobre la lisa helada meseta, levantando un polv polvil illo lo de niev nieve e hasta hasta dos metro metros s de altur altura, a, cerr cerran ando do los los hori)ontes a ras de tierra *ormando un mar tempestuoso, e+tra +tra'o 'o ceni cenici cien ento to,, cua cuas s olas olas se des desec ecab aban an en una una plumilla de nieve que se con*und$a con la brumosa lejan$a. -a casita del uesto /eintidós de la estancia 0hina 0ree1, en la "ierra del 2ue%o, parec$a un desolado peque'o arreci*e en medio de ese mar de nieve otante. -ucreci -ucrecia a puso sus manos a modo de pantalla avi)oró la distancia. -uchando entre el *urioso oleaje, una oveja sin ojos avan)aba contra el viento, se%uida de una peque'a bandada de caranchos. 0aminaba como los animales borrachos con al%unos pastos malos de las las ve%a ve%as, s, dete deteni nién éndo dose se a rato ratos s a rato ratos s cor corrien riendo do una una carr carrer era a cort corta, a, para paral$ l$ti tica ca,, como como si pisa pisara ra *ue% *ue%o. o. 3el 3el mar mar ceniciento sur%$a, de tiempo en tiempo, la bandada de pájaros par pardos dos, que que envo envollv$an v$an a la ovej oveja a con un sinn#m nn#mer ero o de aleta)os se perd$an de nuevo entre el oleaje de la ventisca. El carancho es un ave cobarde( pero, acosado por el hambre
cuando la nieve arrecia cubre los animales muertos con una %ruesa capa, se re#ne en bandadas ataca de esta manera traidora cruel a las ovejas para devorarlas. -as ovejas avan)an en dirección contraria al viento en las tempestades, hasta encontrar un re*u%io donde %uarecerse. 4obre esta hab$a ca$do la tempestad una e+tra'a noche después que le saltaron los ojos a picota)os, dejándole dos hoos san%uinolentos, en donde remolineaban el viento la nieve. —¡3enis, deja el cuchillo, por *avor! —ro%ó la mujer. —¡5o *altaba más, que se la dejara a los caranchos! —dijo el puestero, salió con el cuchillo entre los dientes al encuentro del animal herido. -ucrecia entró en el rancho cerró la puerta para no se%uir viendo el doloroso espectáculo de la oveja cie%a, perse%uida por los caranchos, que lue%o lle%ar$a a caer en la hoja brillante del cuchillo de 3enis, esa hoja de acerado Es1ilstuna que el %rin%o acariciaba siempre, de d$a de noche, con e+tra'o placer. on$a el cuchillo delante de los ojos, a%achaba la cabe)a como si *uera a dar un beso, con una peculiar estirada de labios, lo soplaba suavemente recorr$a el flo con la ema del dedo pul%ar( lue%o le daba dos o tres plana)os cari'osos en la palma de la mano se lo %uardaba cuidadosamente atrás, en la cintura. El cuchillo era para 3enis como una prolon%ación de s$ mismo, un sentido más a través del cual recib$a secretas vibraciones placeres. 4iempre con él, cortando lonjas de cuero, adel%a)ando tientos, deshilachando fnas venas de %uanaco para coser durante el d$a. En las noches descansaba plácidamente con su compa'$a bajo la almohada, junto al tirador donde %uardaba su dinero. —6ero a quién le tienes miedo7 — le dec$a su mujer—. /a a hacer un a'o que estamos casados, vivimos en un puesto donde no cru)a un alma, t# siempre durmiendo con tu cuchillo tu dinero debajo de la cabecera. 3enis no contestaba, daba vuelta la cara con desprecio se pon$a a silbar un sonsonete odiosamente monótono.
-ucrecia era una mujer sensible( por eso no soportaba las cosas de esa dura tierra( por eso también *ue que abandonó esa otra vida de las prostitutas de 8$o 9rande, adonde bajaban oleadas de ovejeros, ca)adores de %uanacos troperos a desaho%ar sus a'os de continencia soledad. :na noche lle%ó el %rin%o 3enis borracho, pa%ó una %ruesa suma a la due'a de la casa, la 0inchón "res /ueltas, por la e+clusividad de -ucrecia, a la ma'ana si%uiente le dijo a esta —;e, 6por qué no te vienes conmi%o al uesto /eintidós7 —63ónde queda eso7 —pre%untó la mujer. —¡
un nuevo apreciado elemento para combatirla una mujer. El hombre hab$a alcan)ado la *elicidad ¡:na mujer en un puesto! ¡4u mujer! Ella era blanca, rosada, un poco más alta que él de unos treinta cinco a'os. :na verdadera maravilla en una tierra de hombres solos, donde a no quedaba ni una mala india, como en los anti%uos tiempos. ermanec$a horas enteras embobado, contemplándola cómo trajinaba dentro de la #nica pie)a del rancho. -a recorr$a con sus ojos codiciosos de arriba abajo , de pronto, lan)aba un e+tra'o relincho se abalan)aba sobre ella. Era el mismo relincho con que muchas veces apaci%uó sus meses de continencia( esa eu*oria incontenible que a veces lo inquietaba en medio del campo que solo se atenuaba cuando le clavaba con *uer)a las espuelas al animal, le daba un rebenca)o part$a a todo correr entre los turbales, %ritando como un enloquecido. ue uno ha%a de cajero le pa%amos lo mismo que donde la 0inchón "res /ueltas. ero el j#bilo de los primeros tiempos *ue disminuendo( el ardor, apaci%uándose, para dar paso a una pro%resiva *rialdad que *ue invadiendo a esos dos seres perdidos en una meseta de "ierra del 2ue%o. -os puesteros %eneralmente se acostumbran a la soledad(
para que no los acorrale, ejecutan una seria de acciones, que en otros lu%ares parecer$an raras conversan con sus perros caballos, abren las puertas para que entren el sol, el viento el paisaje a hacerles compa'$a. Esta soledad, que un hombre soporta *rente a la naturale)a, parece aumentar o trans*ormarse en una cosa an%ustiosa cuando, en medio de la inmensidad, tienen que vivir juntos dos seres que no se entienden. En 3enis la sensación de soledad aumentó en -ucrecia se hi)o insoportable.
helada. 4e sent$a aliviada cuando 3enis pasaba el d$a en el campo, recorriendo el animalaje, un poco sobresaltada cuando en la noche quedaban los dos solos entre las cuatro paredes del rancho. El uesto /eintidós ten$a, además, una trá%ica tradición un escocés se hab$a vuelto loco un chileno se hab$a suicidado col%ándose del cielo raso. -os d$as en que la nieve bloqueaba el rancho, la vida adentro se hac$a insoportable. 3enis no hablaba, permanec$a silencioso como absorbido por una idea obsesionante. 4u mujer varias veces lo sorprendió mirándola tan e+tra'amente, que tembló. 3enis también temblaba( era un temblor que empe)aba atrás, en la nuca( proven$a del cerebro le apretaba la *rente, nublándole la vista. :n d$a en que la desesperante monoton$a de la ca$da de la nieve se a%udi)ó, 3enis arrojó el cuchillo por la ventana se puso a dar pu'eta)os sobre la mesa, como si un dolor %rande lo sacudiera. 3$as sin viento, nevadas silenciosas, sucedieron al caso de la oveja cie%a. -a soledad se hac$a más intensa con la ca$da in%rávida de los copos( a veces parec$a escucharse un leve crujido en la distancia, tan leve sutil como el aleteo de una mariposa. < través del vidrio de la peque'a ventana se ve$an los hori)ontes cerrados, un cielo cercano %ris, todo lo cual produc$a una triste)a inacabable. 6Estaba maldita esa meseta7 6-a desolación, el desamparo de aquel paisaje hab$an entrado en el alma medio salvaje de ese hombre, como un viento envenenado, maleándolo7 6
espaldas haciendo un trabajo en la cocina( levantó el arma a cierta altura , de pronto, lan)ó un %rito *ero) lo enterró con todas sus *uer)as en la mesa. —6>ué te pasa7 —e+clamó la mujer, sobresaltada. —¡5o puedo, no puedo más! —dijo sollo)ando. "rataba de huir, pero el pensamiento lo mord$a, lo se%u$a a todas partes. or lo bajo se repet$a a cada momento estas palabras ?¡5o puedo, la vo a matar!@, el ritornelo ten$a al%o espasmódico, an%ustioso, que sacud$a hasta su #ltima fbra. ;tro d$a, en una crisis, a*errado con todas sus *uer)as al borde del precipicio, se salvó lan)ándose a correr como un loco a través del campo nevado. :na *r$a crueldad lo endurec$a a veces. ?¡/o a matarla!@, se dec$a tranquilamente( pero lue%o una ternura que lo hubiera llevado hasta el llanto lo invad$a, convirtiéndolo en una tembladera %elatinosa. or fn, una noche se precipitó en el abismo mientras dorm$a, la asesinó. 0ondujo el cadáver detrás del corral de tropilla, rompió la dura costra de nieve lo enterró. 4intió que el aire se alivianaba como si se hubiera quitado un peso enorme. ?¡Aah —se dijo—, era como una oveja, un poco más %rande, no más!@. 4us d$as pasaron sin maor preocupación. Eso s$, sal$a más a menudo al campoB 4e puso más trabajador( del d$a a la noche recorr$a la meseta los campos colindantes. -a llanura, monótonamente blanca, se hab$a convertido en más atraente, el puesto, en un lu%ar donde no pod$a estar sin un cierto desasosie%o. El arreci*e en medio del mar de nieve poco a poco *ue perdiendo su calor de re*u%io convirtiéndose en una roca hostil, desde la cual 3enis tend$a constantemente el vuelo hacia la llanura nevada. "rataba de desentenderse de su desasosie%o, estirando la cabe)a como un aho%ado la saca *uera del a%ua( pero un d$a lle%ó una cosa que lo %olpeó directamente no pudo se%uir
en%a'ándose era el viento del oeste, ese viento *ormidable que sopla durante todo el a'o sobre la "ierra del 2ue%o. Hasta que no sintió su ulular pudo se%uir con ese ?¡bah, era como una oveja más %rande, no más!@( pero apenas lle%ó ese maldito aullar del oeste, cambió duramente de opinión ¡Hab$a asesinado a su mujer! Empe)ó por escuchar otro rumor dentro del rumor del viento.
El viento del oeste amaina en la madru%ada, desaparece al mediod$a al caer la tarde empie)a de nuevo, para soplar con todas sus *uer)as en la medianoche. -os su*rimientos de 3enis si%uieron esta misma traectoria modorra, an%ustia locura. 3ejó de ir a los campos, enaquecido debilitado. 4olo obli%ado por una necesidad maor sal$a del rancho volv$a a entrar apresuradamente. <*uera ten$a la sensación de que el cielo se destapaba, de que la inmensidad era un ojo que lo contemplaba duramente, se ve$a solo, débil, peque'o desamparado con ese desamparo de la inanición, en que el hombre es una %ota de a%ua aventada. -os perros empe)aron a aullar de hambre. "emblando, una ma'ana *ue a buscar el caballo %uardiero para huir, pero se hab$a escapado al campo. :na noche el aullido de los perros se me)cló horrorosamente al del viento a la vo) que ven$a en él. El viento no amainó en la madru%ada como de costumbre 3enis perdió la noción de la noche del d$a( va%aba como una sombra l$vida dentro del rancho, envuelto en una especie de neblina roja. -a vo) del viento era como un láti%o enorme que lo a)otaba( el )umbido le trepanaba las sienes, le aserraba los t$mpanos, metiéndosele por dentro barrenándolo. Era un %ui'apo humano estrujado por el viento, la nieve la soledad reinantes sobre la costra hostil del rincón más arisco de la isla de la "ierra del 2ue%o el uesto /eintidós. :na noche la tempestad arreció. El viento lle%aba como en marejadas parec$a levantar en sus olas al pobre rancho( el puestero, enloquecido, se apretaba junto al suelo, a%arrado a las tablas, tembloroso sollo)ante. 3e pronto, todo se calmó( un silencio sepulcral rodeó al a%oni)ante, cuando el alivio empe)aba a ro)ar su deshecha sensibilidad, una vo) sur%ió en el interior del puesto ?¡3enis! ¡3enis!@. or fn la vo) del viento hab$a penetrado en el rancho mismo, para desde all$ arrojar al criminal, a*errado a su #ltimo re*u%io.
?¡3enis! ¡3enis!@.