CRITICAS MÁS COMUNES A LA ÉTICA DE KANT - Formalismo. La acusación más común contra la ética de Kant consiste en decir que el imperativo categórico está vacío, es trivial o puramente formal y no identifica principios de deber. Esta acusación la han formulado Hegel, J.S. Mill y muchos otros autores contemporáneos. Según la concepción de Kant, la exigencia de máximas universalizables equivale a la exigencia de que nuestros principios fundamentales puedan ser adoptados por todos. Esta condición puede parecer carente de lugar: ¿acaso no puede prescribirse por un principio universal cualquier descripción de acto bien formada? Esta reducción al absurdo de la universalizabilidad se consigue sustituyendo el imperativo categórico de Kant por un principio diferente. La fórmula de la ley universal exige no sólo que formulemos un principio universal que incorpore una descripción del acto válida para un acto determinado. La prueba exige comprometerse con las consecuencias normales y predecibles de principios a los que se compromete el agente. En primer lugar, la concepción kantiana de la universalizabilidad no alude a lo que se desea o prefiere, y ni siquiera a lo que se desea o prefiere que se haga de manera universal. En segundo lugar es un procedimiento sólo para escoger las máximas que deben rechazarse para que los principios fundamentales de una vida o sociedad sean universalizables. En realidad, al convertir en un imperativo moral la máxima universal de mentir, no se produce ninguna contradicción lógica, como pretende. Lo único que soy consciente que resultaría inviable la existencia de una sociedad basada en la mentira. Solo las consecuencias determinan la inmoralidad de la acción. Uno de los cimientos de la ética Kantiana, el principio de universalidad de su imperativo categórico, es, a la vez, uno de sus puntos más rebatidos a lo largo de la historia de la filosofía. Toda ética formal, y por ende, que tenga origen kantiano, pone al descubierto sus planteamientos erróneos cuando se somete a la práxis. La ética fundada por el pensador alemán nos proporciona unas normas de actuación individual que presuponen un ideal de felicidad objetivo, común a todos los hombres, y por lo tanto universal. Para que su ética funcione, el principio de felicidad subjetivo, del individuo, debería coincidir con el principio de felicidad universal. Esta yuxtaposición es justificada por Kant dotándola de transcendentalidad, lo que nos lleva a la conclusión de que todo comportamiento moral del ser humano esta intrinsecamente unido a un "designio divino". Es decir, para poder justificar la universalidad del imperativo categórico, Kant recurre a Dios. - Recurrencia a Dios. La inmanencia de Dios a toda acto llevado a cabo por el individuo como justificación de lo universal del concepto de felicidad. ¿Acaso no es, antes que la racionalida d, la voluntad divina secularizada en la “voz interior” de la razón el eje de sus preocupaciones? Esto es ir en contra de la racionalidad
que Kant tanto defiende.
Kant no se toma siempre la precaución de enmascarar sus premisas religiosas, como cuando dice “ Dios es nuestro propietario” - Excesivo rigorismo . Esta es la crítica de que la ética de Kant, lejos de estar vacía y ser formalista, conduce a normas rígidamente insensibles, y por ello no se pueden tener en cuenta las diferencias entre los casos: los principios universales no tienen que exigir un trato uniforme (por ejemplo, el castigo debe ser proporcionado al delito). Incluso principios que no impongan específicamente un trato diferenciado serán indeterminados, por lo que dejan lugar a una aplicación diferenciada. - Falta de sensibilidad. Es una paradoja, pues mientras nos hace conscientes de nuestra “dignidad”, lo hace al precio de volvernos insignificantes como seres humanos naturales.
Al tener una concepción del ser humano como esencialmente egoísta, Kant descarta la posibilidad de tomar en cuenta estos sentimientos. Es decir, a causa del hedonismo psicológico puramente egoísta, Kant se ve incapaz de efectuar la transición de es al debe, de lo deseado a lo deseable. Como solo buscamos nuestra propia felicidad, nuestro deseo no puede proporcionar leyes universales. La búsqueda de la felicidad de otros puede ser un imperativo derivado de la universalización de la máxima que nos lleva a buscar nuestro bienestar propio, pero nunca objeto de nuestro albedrío. A pesar de esto, Kant desprecia los sentimientos de empatía. El amor práctico, producido por la pura razón, es el único recomendable eticamente. Así estamos ante una concepción restringida de la moralidad, fundamentada no en el amor, sino en el frio respeto. Tiene razón Kant al suponer que el ser humano busca la autodeterminación, pero no para liberarse de sus pasiones, como el supone, sino para expandirlas. Difícilmente puede garantizarse la libertad humana sino se sanciona favorablemente la búsqueda de las gratificaciones y goces. - Abstracción. Quienes aceptan que los argumentos de Kant identifican algunos principios del deber, pero no imponen una uniformidad rígida, a menudo presentan una versión adicional de la acusación de formalismo. Dicen que Kant identifica los principios éticos, pero que estos principios son «demasiado abstractos» para orientar la acción, y por ello que su teoría no sirve como guía de la acción. No ofrece un algoritmo moral del tipo de los que podría proporcionar el utilitarismo si tuviésemos una información suficiente sobre todas las Opciones. - Fundamentos de obligación contradictorios. Esta crítica señala que la ética de Kant identifica un conjunto de principios que pueden entrar en conflicto. Las exigencias de fidelidad y de ayuda, por ejemplo, pueden chocar. Esta crítica vale tanto para la ética de Kant como para cualquier ética de principios. Dado que la teoría no contempla las «negociaciones» entre diferentes obligaciones, carece de un procedimiento de rutina para resolver los conflictos. La exigencia central consiste en hallar una acción que satisfaga todas las limitaciones. Sólo cuando no puede hallarse semejante acción se plantea el problema de los fundamentos múltiples de la obligación.
También encontramos innumerables contradicciones en que incurre Kant al tratar de justificar, con fundamentos presuntamente formales y lógicos, la validez de su imperativo categórico. Deberíamos cuestionarnos incluso si existen fines en la ética kantiana distintas del puro procedimiento característico del imperativo categórico. La respuesta es afirmativa, contradictoriamente de lo pretendido por Kant. - Las inclinaciones. Kant quiere decir sólo que obremos de acuerdo con la máxima del deber y que experimentemos la sensación de «respeto por la ley». Este respeto es una respuesta y no la fuente del valor moral. El conflicto entre deber e inclinación es de orden epistemológico; no podemos saber con seguridad que obramos sólo por deber si falta la inclinación. Aunque según otras interpretaciones, la cuestión es más profunda, y conduce a la más grave acusación de que Kant no puede explicar la mala acción. - No explica la mala acción. Esta acusación es que Kant sólo contempla la acción libre que es totalmente autónoma ( y autónoma en el sentido kantiano vincula la autonomía con la moralidad). De ahí que no puede explicar la acción libre e imputable pero mala. Está claro que Kant piensa que puede ofrecer una explicación de la mala acción, pues con frecuencia ofrece ejemplos de malas acciones imputables. - Monología. Hay otro importante elemento que caracteriza el comportamiento moral kantiano, y éste es su individualidad, su monología. Al coincidir el ideal de felicidad de un individuo con el de todos los demás (es un ideal universal), no hace falta que el sujeto exteriorice sus leyes de comportamiento. De todo lo dicho hasta ahora es fácil llegar a la conclusión de que dos son principalmente los elementos que imposibilitan a la ética formal Kantiana su validez fáctica.