JACOB BURCKHARDT
L A CULTURA
DEL RENACIMIENTO EN ITALIA PRÓLOGO DE
W E R N E R KAEGI
EDITORIAL PORRÜA, S. A. A V . REPÚBLICA ARGENTINA, 15
MÉXICO, MÉXICO, 1984
primera edición; Basilea, 1860 Primera edición en la Colección "Sepan cuantos...", 1984
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'Copyngftt © 1984 El prólogo y las características características de esta edición son propiedad de la Av .
EDITORIAL PORRÜA, S, A. República Repúblic a Argentina, Argentina , 15, 06020. México, México, D. F.
Queda hecho el depósito que marca la ley Derechos reservados
Traducción de JAIME
ARDA L
ISBN 968432-939-3
IMPRESO EN MÉXICO PRINTED IN MÉXICO
PRÓLOGO
Aunque Aunque la época moderna ha encontrado acentos nuevos en las obras y en el espíritu de de Burckhardt: ha descubierto su pesimismo sorprenilcnte sobre el porvenir de una Europa tan suya; ha descubierto su v¡sión profética de los terribles simplífícadores, que las últimas ge neraciones han conocido demasiado bien; ha quedado sorprendida con .sus agudas consideraciones sobre la historia universal, el historiador suizo sigue siendo en nuestros días lo que fuera esencialmente para sus sus contemporáneos; contemporáneos; el historiador del Renacimiento Renaci miento y el "Cicer "Ci cerón" ón" üii el mundo de las obras de arte de Italia. Por eso se le continúa frecuentando, fundamentalmente, pese a que los especialistas le co nocen también como estudioso de la época constantina y como au tor de una muy discutida historia de la civilización griega. Jacob Burckhardt nació en Basilea, Suiza, Suiz a, el 25 de mayo de 1818. Perteneció a una antigua familia emigrada a esta ciudad desde Ale mania por motivos motivos reHgioso reHgiososs a principios principi os del siglo xvi. xv i. Su Su madre, unaa mujer finamente intelectual, falleció cuando Jacob apenas con un taba doce años. De ella heredó una enseñanza de amor a los hom bres. bres. También un profundo sentimiento de la caducidad de las cosas humanas. Burckhardt llegará a a afirmar que este sentimiento estaba permanentemente anclado en su corazón desde el día de la muerte su madre. de su Su padre padre desempeñó el cargo d.e "Oberstpfarrer" en la catedral de Basilea; era, pues, una especie de obispo, de "antistes" de la iglesia protestante local. Hombre de vasta cultura histórica, comprendió comprendió per fectamente fectamente que él era el sucesor de los obispos obi spos de d e Basilea Basile a y, al mismo mi smo tiempo, su adversario. La La Contrarreforma Contrarreforma y el poder del espíritu es pañol en Europa fueron, por ende, un problema de familia en la casa Jacob Burckhardt. Burckhardt. El hijo del "antistes", el historiador conocido de Jacob por por todo el mundo, comprendió plenamente este problema y lo acep tó con amorosidad y con comprensión histórica. Los vestigios del del tra probl emas se se encuentran encuentran en los manuscritos manuscritos bajo que consagró a estos problemas desconocidos desconocidos que dejó dej ó a su su muerte. Enviado al Gymnasium y, luego, a la Universidad de su ciudad 1857 los estudios de teología, que prosiguió única natal, inició en 1857 mente hasta 1839, época en la cual empezó a verse dominado por una invencible atracción hacia la historia y el arte. Prueba de este cam Berl ín, atraído singularmente por po r bio fue la partida de Burckhardt a Berlín, IX
PROLOGO
!a fama de su excepcional profesorado y, en p anicular, por RankíFue su alumno durante más de tres años, en la capital de AlemanísH de 1839 a 1845. ^ En aquella época no era todavía Ranke el patriarca de' ip H íst oí ría universal. Era aún un profesor joven, que no había publi cado ni la historia de Francia, ni la de Inglaterra, ni la de Prusia. Todas sus obras inmensas vinieron más tarde. En 1839 no se conocí a más que un primer volumen de su historia alemana del tiempo de la Reforma. Era, pues, ya el joven Ranke un historiador de la Contrarreforma, por más que esta última expresión era aún muy reciente, y Ranke no co noció la época que lleva ese nombre. Pero veía a Europa como una comunidad de pueblos diversos, reunidos por un patrimonio común de elementos históricos, de recuerdos, de destinos. Había comprendido que el Papado era una de las instituciones fundamentales que habían forjado a Europa, y es así como él se constituyó en el historiador de los Papas. Esta nueva obra, en tres volúmenes, fue la base de su glo ria. L os protestantes dij eron que se iba a volv er católico; los católi cos lo hubier an excomulgado, pero lo admiraron unos y otros. E ra nue vo, persuasivo y brillante. Burckhardt confesará haberse sab ido de memoria parte de esta obra en su juventud. La estancia en la capital alemana prolongóse hasta 1843, só lo in terrumpida por una breve temporad a que pasó en Bonn, en 1841. Trabó amistad con otros eminentes profesores, especialmente con Franz Kugler, y acopió un enorme bagaje de erudición y de metodo logía. Antes de volver a su patria pasó por París. Con su vuelta a Basilea se inicia un perí odo capital de su exis tencia, y decisivo también para la historia de Suiza, que vivía el con flicto entre los demócratas, defensores del princ ipio de la unidad na cional, y los conservadores —protestantes y católicos—, partidarios de la soberanía cantonal. Burckhardt se alineó junto a estos últimos, y desde junio de Í844 hasta diciembre de 1845 fue red actor del órga no conservador Basler Nachrichíen. Emper o, la corriente conservadora li bera! que apoyaba, con intentos de mediación entre la tendencia in transigente y la democracia revoluciona ria, fracasó clamorosamente. El desaliento induj o a Burckhardt, en marzo de 1846, a la "fuga hacia el Sur". Desde este año hasta 1848 permaneció en Italia, salvo algu nas breves interrupciones.
Vuelto a Basilea en esta última fecha, residió allí hasta 1853, reti rado y casi solitario, y enseñó en el Pádagogium y en la Universidad. Fruto de tal concentración fue su obra La época de Constantino el Grande, vasto y movido cuadro de la decadencia del mundo pagano,
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hie cuyas ruinas vase edificando la sociedad cristiana. La objetiviiliul con que es tratada la obra de Constantino deja subsistir muy de su tradicional y edificante aureol a, aún reconocie ndo su auh'iilica grandeza en sus excepcionales dotes de político audaz, las > iKiles explican su defensa del cristianismo. Las cualidade s del hisinriador y del escritor refulgen, sobre todo, en la brillante y hasta iiiisiáigica pintura de la decadencia del paganismo, nutrida de una riudieión que permite seguir al autor todas las transformaciones de los viejos cultos y recoger fielmente los nuevos que pululaban en tiquella sociedad en descomposición. Aunque nunca dio forma al libro que preparó, los estudios sobre lii Contrarreforma ocuparon mucho a Burckhardt y lo condujeron a los problemas generales de la época. Es cierto que ninguno de estos liiibajüs ha visto la luz pública hasta ahora, pero su conjunto forma un todo en el cuadro de sus obras. Son, iniciahnente, dos ciclos de conferencias, el primero titulado: "Cursos sobre la época de la gue rra de los treinta años", hecho durante el invierno de 1848-49. El segundo: "Cursos sobre la época de la Contrarreforma", que tuvo lu gar en el invierno de 1863-64. La primera serie la realizó algunos años antes de empezar sus trabajos para el Cicerone; la segunda, pocos años después de la aparición de la Cultura del Renacimiento. Los dos ciclos forman, pues, un conjunto. Burckhardt dice que en estos dos ciclos quiso dar una idea de la época de la Contrarreforma en dos períodos, uno antes de 1600 y el otro después de 1600. Fuera de estos dos ciclos se encuentran otros escritos inéditos de Burckhardt, una serie de ocho o nueve conferencias con intervalo de algunos años. En el conjunto de estos trabajos el sitio preferente lo ocupan, sin duda, las dos series de conferencias de que acabamos de hablar. Nada más significativo que el momento en que el autor le dedicó a la obra para conformar su visión; es el año de la revolución (1 848 ). En la primavera las energías sociales, demasiado tensas, habían estallado casi en toda Europa; luego, en verano, habían continuado los reve ses, aunque durante el invierno, cuando Burckhardt hablaba, no se había decidido na da. Dos años antes, en la primavera de 1846, huyó de la revolución que amenazaba a su patria para trabajar en Italia, "in dem schonen faulen Süden^s en una Roma muerta a todos los modernismos. Él quería vivir para su contemplación histórica, para su poesía y para su ciencia. Pero justamente en los Estados Pontifi cios y en Roma misma lo siguió la revolución. De los propios labios de Pío IX escuchó las palabra s por las cuales el Pontífice aceptaba parte de las reivindicaciones revolucionar ias y rechazab a algunas otras.
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Luego Burckhardt abandonó Roma buscando su camino de regreso pol la insurrecta Italia. Y helo aquí en Basilea, dándose cuenta de que, precisámenle, este rincón de Europa que era su patria, también era el lugar adecuado para sus contemplaciones. Tomó de nue vo, el lema que había considerado hasta entonces como lejano, puramente histórico y, quizá, suizo: la época de la Contrarreforma. Ahora lo concibe ya como un tema actual y europeo. En 1847 había permanecido algún tiempo en Berlín para cuidar de la nueva edición de la Historia de la Pintura y del Manual de la historia del Arte, de su admirado profesor Kluger. Durante el período 1853-54 realizó otro ciclo de viajes a Italia. En otoño de este último año estaba ya listo el manuscrito del Cicerone, escrito en idioma ale mán y que sería publicado en 1855 en Basilea. Concebido como una guía de los tesoros de arte acumulados en Italia, o mejor aún, con forme a las modestas palabr as del subtítulo, como una int roducción para gozar de ellos, esta obra es, en realidad, un ensayo ejemplar de topografía artística y de ver dadera historia del arte, desde la antigíiedad clásica hasta el final del siglo xviii italiano. El libro compren de tres partes, dedicadas a la arquitectura, a la escultura y a la pintura y subdivididas en capítulos que corresponden a los grandes periodos cronológicos y estilísticos. En el ámbito de cada capítulo, las vicisi tudes de cada una de las artes son seguidas de región en región, según arraigan y se difunden las nuevas formas expresivas. Esta obra de Burckhardt está hoy, naturalmente, superada en no pocos aspectos po r las investigaciones modernas: result a, por ejempl o, inadecuado el modo de tratar el arte barroco. Sobre todo, los límites de la obra son los mismos de la personalidad del autor: sus incertidumbres y oscilaciones teóricas, su rigorismo crítico, que lo lleva a identificar la perfección estética con el arte griego clásico y con el del Renacimiento maduro. Con todo, en el Cicerone, halla manera de manifestarse, tal vez mejor que en otros escritos suyos, la fina sen sibilidad de Bur ckhardt , cosa que se debe al carácter mismo del libro. Escrito en su mayor parte durante estancias en Italia, posee la inme diata lozanía de un diario de viaje: no pretende imponer sus juicios al lector, sino más bien ayudarle a rehacer por cuenta propia la ex periencia directa de la obra de arte«rEncargado de la enseñanza de la historia en la Universidad de Basilea, esto no le impidió aceptar el ofrecimiento del Polit écnico de Zurich, de reciente fundación, que le proponí a el cargo de profesor de historia del arte. Dejó Zurich en 1858 y rehusó varios importan tes cargos que le fueron ofrecidos fuera de allí, entre ellos la suce-
LA CULTURA DEL RENACIMIENTO EN ITALIA u'H de Ranke en Berlín. El retomo a su ciudad natal será, esta vez, dcíinitivo; vuelve como tit ular de la cátedra universitaria de Histor ia y no tardará en dar a la estampa la que todos consideran su obra fundamental: La cultura del Renacimiento en Italia, editada en Ba silea en 1860. La primera parte del libro, basada en la afortunada fórmula del i Estado como obra de arte, trata de la vida política italiana de los si glos XV y XVI. La segunda tiene por tema el desenvolvimiento de la individualidad y considera principalmente la relación entre el Estado' y el individ uo, la universalid ad de los hombres del Renacimiento y'' la formación del concepto de gloria en el sentido moderno. "El re surgimiento de la Antigüedad" es el título de l a tercera parte, que \ examina los varios aspectos del Humanismo, y los reflejos culturales 1 y sociales del resurgir de la afición por el m undo grecorromano. La / cuarta parte se dedica al descubrimiento del mundo exterior y del/ hombre, esto es, a la ampliación de los conocimientos y al ahonda-' miento de la conciencia de la personal idad. La vida social, especial-| mente en sus formas más elevadas, y las fiestas, la moral y la reli gión, en sus relaciones con la,vida contemporánea forman, finalmente,' el tema de las dos últimas partes de la obra que, en su conjunto, ofrece un amplio cuadro de'la vida italiana en el Renacimiento, aguda y originalmente analizada en sus múltiples aspectos. ^, -'' A pesar de la riqueza de detalles, evita el autor el peligro de la fragmentación, concentrando toda su exposición en tomo a un moti vo fundamental y característico que se afirma en todo momento: éi_ individualismo del Renacimiento. La clave de la obra es, en efecto, el análisis de un nuevo tipo de humanidad, como aparece por prime ra vez en Italia después de la decadencia de la Edad Media: el hombre del Renacimiento, señor consciente de sí y del mundo, energía autó noma, capaz de poseer y gozar la naturaleza que lo rodea. Con la célebre formula del "descubrimiento del mundo y del hombre", toma da literalmente de la Historia de Francia de Michele t, precisa Burck hardt un significado histórico, que se ha hecho después corriente, en la palabra Renacimiento, usada al principio en sentido puramente es tético por Vasari, para indicar la resurrección del arte después de laj "barbarie medieval". ^ Para Burckhardt es el Renacimiento, en primer término, la época [del más alto esplend or artístico, exaltada en el Cicerone, pese a que /en ella corran parejas el dominante culto de lo bell o y la refinada \ elegancia de las costumbres con la inmora lidad y la profun da crisis de la fe religiosa. Esta actitud parcialmente negativa constituye una
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limitación en el estudio de Burckhardt, el c ual, por otra parte, rcsuU ta deficiente por su fracasado planteamiento del proble ma de los orí genes del Renacimiento (el resurgimiento de la Antig üedad no es entendido por el autor como elemento determinante de la nueva ci vilización ) y de sus relaciones con la Edad Media. Aunque superada en estos puntos y modificada en otras conclu siones suyas por las investigaciones posteriores, la difundidísun a obra del escritor suizo conserva, sin embargo, todavía hoy, toda su impor tancia como modelo clásico de la historia de la cultura. No obtuvo, en el momento de su publicación, el éxito a que es acreedora y que alcanzó más tarde. Las primeras ediciones se movieron lentamente. Pert) en lo que llevamos de siglo se ha difun dido, tal vez, en millones de ejemplares en numerosos idiomas. Complemento suyo es la Histo ria del Remcimiento en Italia, aparecida en Stuttgarí, en 1867. Al iniciarse el curso de 1863-64 ya había realizado la gran obra de su vida. Había publicado, como hemos visto, la Época de Constan tino el Grande y el Cicerone; su libro sobre la cultura del Renaci miento en Italia había asegurado su gloria definitiva. Había regresado a su ciudad natal decidido a no escribir más libr os —tenía cuarenta años— y a dedicarse plenamente a su cátedra de la Universidad. En aquel entonces debe haber tenido la sensación de deber algo al tema de su juventud, a la época de la Contr arrefor ma, que no habí a tenido sitio en su obra literaria. Y anunció en el periódico oficial de Basi lea quince conferencias con el título nada ambiguo: Die Zeit der Gegenreformation, de las que cumple decir unas palabras. Se trata de dos pensamientos que Burckhardt desarrolla ahora con la claridad que le proporcionan los nuevos puntos de vista que ha adquirido. En la historia general de Europa existe una época que. tie ne su carácter propio, sus propio s impulsos y su espíritu propio, y que hay que llamarla la época de la Co ntrarref orma. Esta es una de las dos ideas. Luego hay que reconocer que, aunque este movimiento tuvo sus fases posteriores en Roma, su origen es español y no italiano. Tras de hablar en sus primeras conferencias de la situación en Alemania y del carácter del calvinismo, habla de España: "Habría que describir ahora los orígenes del espíritu de la Contrarrefor ma, diri gida esencialmente por la potencia romana para reconquistar el mun do perdido. Pero detrás de este hecho hay otro más poderoso, por el cual hay que empezar, y es el espíritu español, que p roduj o en gran parte la Contrarreforma, la protegió y la dirigió por la dominación española en líaHa, que a spiraba a una monrquía universal , más ca tólica que el Papa. España trabajó enormemente po r la Contrarrefor-
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en el mundo entero. Si Francia y Bélgica permanecieron católicas liic gracias a Espa ña, y la Contrar reforma alemana es obra suya. Pero si Inglaterra y Holand a se inspiraro n en una resistencia) extrema conel catolicismo, y si ambos países vieron en esta lucha la condición i-L -ncial para su subsistencia, débese también a España" . Lo que Burckhardt hizo comprender a su auditorio no católico fue Instante. Tuvo que reconocer que la gran presión hecha contra la Kcforma no fue una reacción artificial y política, sino un movimien(o espontáneo de carácter profundamente rel igioso. Había que reco nocer que el verdadero promotor de este movimiento no fue la curia romana, sino el pueblo español; que la Inquisición no había sido una L i c a c i ó n papal y eclesiástica, sino esencialmente un instrumento po lítico de los españoles; que San Ign acio no era un mero organiz ador astuto, antes un hombre verdaderamente piadoso, movido por una vocación religiosa; que todo el movimiento español, en fin, no había sido una medida tomada por el gobierno, sino un sentimiento popular profundo y original. Rstos puntos de vista no se publicaron en libro alguno y única mente los conoció por entonces su auditorio. En vida tuvo muchos njmiradores. En Alemani a, la nueva concepción histórica de España y de la época de la Contr arreforma se creó independiente a BurckJKirdtv diez o veinte años más tarde, en la misma atmósfera que la escuela de Ranke, de donde sahera Burckhardt. Fue un alumno del viejo Ranke, Wilhel m Maurenbrechcr, quien hizo una revolución en cuanto a las investigaciones sobre la Contrarreforma , en un li bro apa recido en 1880. La historia de nuestro escritor en los años que siguieron a la pu blicación de La cultura del Renacimiento en Italia fue, sencillamente la de la enseñanza en Basilea, su ciudad natal con la que se había reconciliado definitivamente. Hasta 1868 trabajó en una obra acerca del arte renacentista, que solamente quedó esbozada. Luego empleó hii'go tiempo en la elaboración de las Reflexiones acerca de la his toria universal, publicadas después de la muerte del autor en Stuttgart, i-ii 1905, lo mismo que su magna Historia de la cultura griega, en cinco volúmenes. En el año de 1886 abandon ó definitivamente la en señanza. El objeto propio del estudio de la Historia llevada a cabo por Hurckhardt a lo lar go de toda su vida , no fue la construcción filosi'ifica de la historia del mundo, ni promover una erudición técnica, sino el desarrollo del sentido histórico. Porque para el la Historia iK) fue una ciencia objetiv a, referente a hechos neutrales, sino "el
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registro de los hechc^ que una edad encuentra notables en otra". Como registro que es, depende de recuerdos, y cada generación, pbrl^ un nuevo esfuerzo d e interpretación y encaje, tiene que recordar una y otra vez su propio pasado; a menos que desee olvid arlo y perder así el sentido de lo histórico y la sustancia de su propio"' existir. Tal interpretación implica selección, énfasis y evaluación. N o consiste en concepciones subjetivas, sino que es creativa, con refe rencia a la inteligencia de la historia y también a los hechos histó ricos; porqu e únicamente mediante una interpretación selectiva y es timativa podemos determinar lo que son los hechos relevantes y sig nificativos. Mu y lejos de ser neutral y, consecuentemente, incapaz d e; juicio, fue Burckhardt et historiador más conscientemente selectivo y crítico del siglo xix. Mas nunca pretendió ser filósofo. La filosofía de la Historia es, para él, una "contradictio in terminis", en cuanto que la Historia coordina observaciones, mientras que la filosofía las subo rdina a un principio . De igual modo desecha también una teología de la Historia. "El mejoramiento ofrecido por la religión se encuentra más allá de nuestro alcance". La solución reUgiosa de la inteligencia de la Historia pertenece, dice él, a una facultad especial del hom bre, a la fe, que Burckhardt no pretende poseer. Se refiere a Hegel y a San Agustín como a los dos titanes que han efectuado los intentos más notables en pro de una explicación sistemática de la Historia a través de un prin cipio: po r Dios o por el Espíritu absoluto, cada uno de ellos llevando a cabo su objeto en la Historia. Contra la Teodicea de Hegel, insiste nuestro autor en que la racionalidad de la Historia se halla más allá de nuestra percep ción, ya que no somos nosotros copartícipes del objeto de la eterna sabiduría. Y contra la interpretación religiosa de San Agustín afirma: "para nosotros -es indiferente". Ambas trascienden nuestra posible sa biduría, puramente humana. El único punto accesible para él es el centro permanente de la Historia: "el hombre como es, como fue y como será siempre", luchando, actuando, sufriendo. El resultado in evitable de la negativa de Burckhard t a ocuparse de los fines últimos es su resignación complementaria referente al significado último. Se pregunta: "¿Hasta qué punto deriva esto en el escepticismo?" Su respuesta es que el verdadero escepticismo tiene ciertamente su lugar en un mundo en el cual comienzo y fin son desconocidos, hallándose el medio en constante movimiento. Y , sin embargo, existe alguna especie de permanencia en el curso mismo de la Historia, a saber, su continuidad. Este es el único princi
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pio discemible en las Reflexiones sobre la Historia, la única fibra sutil (|m- íigrupa sus observaciones, desde el momento en que ha descartado liis irilerpretacíones sistemáticas de la filosofía y de la teología. La enIrtii significación de la Historia depende, para Burckhardt, de la conllmiidad, como común medida de las evaluaciones históricas parlie iilares. Esta continuidad no señala únicamente la importancia de la duriición formal, sino también la necesidad de la conservación. Su va lor estriba en la continuidad consciente de la Historia como una liniÜción, y la tradición histórica tiene que ser continuada y defentlitla contra el deseo revolucionario de una permanente revisión. La CK|icriencia básica de Burckhardt consistió en que, desde la Revolulii'in francesa, Europa había vivido en un estado de tradición que se desintegraba rápidamente; y el temor de una amenazante ruptura con todo aquello que es de más valor en la tradición europea, fue el te lón de fondo de su comprensión de la misión histórica. El motivo personal de su estudio de la Historia y de su adhesión tenaz, casi desesperada, a la continuidad, fue una reacción apasionada contra la Iciidencia revolu cionaria de su tiempo. A l defender la misión de la conciencia histórica, trataba, por lo menos, d e retardar la inminente disolución, manteniendo su credo histórico contra el movimiento ra dical, en el cual habían tomado parte activa algunos de sus más ínlimos amigos. Para él, la continuidad de la conciencia histórica tiene un carácli r casi sagrado : constituye su última religión. Solamente por lo que luca a aquellos acontecimientos que han establecido u na continuidad de la tradición occidental, retiene Burckhardt un elemento de inter pretación teológica, ya que no providencial. WERNER KAEGI.
LA CULTURA
DEL
RENACIMIENTO EN I T A L I A
PRIMERA
PARTE
IT. E S T A D O C O M O O B R A DE A R T E
I. INTRODUCCIÓN
estudio lleva el título de u n (iiciü ensayo, de u n simple esbozo, ijn el verdadero sentido del vocablo, V el autor se da D e r f c e t a cuenta de liabcrse lanzado a u n a tarea arries>tiula con medios excesivamente liinilados. Pero aún e n el caso de Huc pudiera confiar con mayor ophmismo e n la eficacia de la in vestigación, no estaría mucho más «cfíum de la aprobación de los docliiíi. Los contornos espirituales de Lina época cultural dan acaso en ciida visión individual una imagen distinta, y, tratándose de u n a civiliziición que, como madre inmediata lie la nuestra, hace aún stntir su infUiiü, interfieren a cada momcnlo los juicios y sentimientos subjelivos tanto en el autor como en el lector. E n el vasto mar a que nos lanzamos, son múltiples las rutas y liis direcciones y las posibilidades; lus elementos de investigación pre liminar que han servido de base al [iresente trabaio, en manos de otro hubieran podido fácilmente n o sólo riaborarse y tratarse de modo dis tinto, sino producir resultadois esenrialmcnte distintos también. El tema in sí tiene importancia suficiente [iiira hacer deseables ulteriores y múltiples elaboraciones y requerir la colaboración v la opinión de in vestigadores del más diverso critelio. Pero démonos entre tanto por ^atisfeohíM con que se nos preste una paciente atención y se com prenda la unidad de este libro. La mayar dificultad de la Historia de lii Cultura reside en el hecho de L|ue u n a gran continuidad espiritual IKI de dividirse en categorías singu l 'Nii.-
lares, a menudo arbitrarios, para lle gar, sea como fuere, a exponer algo del tema. Algún día pensamos reme diar la mayor laguna de la presente obra con un estudio especial sobre el ''arte del Renacimiento"; sólo en medida muy modesta ha podido cum plirse este propósito.^ La lucha entre los" papas y los Hohenstaufen dejó, al fin, a Itaha en una situación política que la di ferenciaba del resto deil Occidente en las cosas más esenciales. Si el sistema feudal en Francia, España e Inglaterra era de tal índole que, al agotar su vida, tenía que desem bocar necesariamente en el Estado monárquico unitario y si en Alema nia contribuyó por lo menos exteriormente a mantener la unidad del Imperio puede decirse que Italia se sustrajo a su influjo, casi por com pleto. Los emperadores del siglo XIV no. .fueron ya^ en el _mcior de los casos, reQÍMdos. y_ considerados como- -señores feudales, sino, como posibles cabezas visibles, como po sible reFiierzq_ de poderes ya exis tentes. Tero el Papado, con sus
La Historia de la Arquitectura y Decoración del Renacimiento italiano de Burckhardt fue publicado por vez primera en 1867. Sus Notas sobre la Escultura del Renacimiento aparecie ron en 1934, como parte del volumen XIII de sus obras completas. De su proyectada Historia de la Pintura del Renacimiento sólo se acabaron tres capítulos, publicados como ensayos en 1898, un año después de la muerte del autor. 1
/ JAC^^B URCKH ARDt^-
creaciones y sus Duntos de apoyo, tenía precisamente la fuerza nece saria para impedir toda futura uni dad sin ser él mismo capaz, por su parte de crear una.''' Entre ambos existían multitud de fonnas políti cas —ciudades y déspotas— que ya existían o surgieron, cuya exis tencia dependía de su propia capa cidad para mantenerla.^ En ellas aparece el moderno espíritu europeo del Estado, entregándose por vez primera libremente a sus propios impulsos, revelando con excesiva frecuencia ese desenfrenado egoísmo que hace escarnio de todo derecho y ahoga en germen toda sana for mación. Ahora bien, donde esla tendencia queda superada o equi librada de algún modo, surge algo nuevo y vivo en la historia: el Es tado como creación calculada y consciente, como obra de arte. Tan to en las repúblicas urbanas como en las tiranías, vemos expresada por modo múltiple esta modalidad que condiciona igualmente su forma in terna y su política exterior. Nos re duciremos a considerar su tipo más claro y definido en los Estados de régimen tiránico. La situación interna de los terri torios gobernados por monarcas des póticos tuv o un famoso modelo en el Tmiperio Normando de la Bala Italia y Sicilia, tal como Federico I I , lo organizara.'^ Había crecido este monarca en medio de la traición y el peligro, alerta siempre ante la vecindad amenazadora de los sarra cenos, no tardó en habituarse a juz gar y tratar las cosas de un modo totalmente objetivo. Fue, en reali dad, ©I primer hombre moderno que '2 Maqulavelo, Discorsi, libro I, ca pítulo 12. 3 Los gobernantes y su partido cons tituían, en conjunto, "lo stato", y es te nombre adquiriría, con el tiemoo, el significado de la existencia colec tiva de un territorio. * Hófler, Kaiser Friedrích 11, pág. 39 y sigs. E. Kantorowicz, Kaiser Friedrich ¡í, Berlín, 1927.
se sentó en un trono. Añádase que estaba fam iliariz ado con las auto ridades de los Estados sarracenos y conocía sus métodos administra tivos, y téngase en cuenta la expe riencia de aquella lucha de vida o muerte con los papas, que obligaba a ambos partidos a poner a contri bución todas las fuerzas y todos los recursos imaginables. Sus decretos (a partir de 1231 especialmente), tendían a la completa destrucción del- Estado feudal y a la transformacióa . del pue blo en una masa inerme y abúlica, con una extrema da capacidad de tributación. Centra lizó d poder ¡urídico y. la adminis tración en forma basta entonces des,CG«ioeida ,en-OccideníeL. Ningún fun cionario debía ser nombrado por elección popular, so pena de aso lación del lugar o ciudad culpables de semciante fechoría v degradación de los ciudadanos, que eran redu cidos a servidumbre. La tributación, basada en una vasta y prolija orga nización catastral, adoptó el estilo de la rutina mahometana recurriéndose a los métodos de tortura y crueldad, sin el cual a los orienta les no es posible sacarles una mo neda. Eli^pueblo dejó de existir como tal y sólo quedó una masa inerte de vasallos, a quienes, por ejemplo, les estaba prohibido casarse o es tudiar en el extraniero. La Univer sidad de Ñápeles fue la primera institución conocida, de este Upo. que restringió Ja libertad de los es tudios, mientras el Oriente, en este aspecto por lo menos, deiaba a la gente en completa libertad. Típica mente mahometano era, sin embar go, el estilo de comercio que Fede rico practicaba en el Mediterráneo, reservándose muchos géneros y di ficultando el comercio de sus vasa llos. Loa califas fatimitas, con sus encubiertas tendencias heterodoxas, fueron, cuando menos al principio, tolerantes con sus vasallos en ma teria religiosa. En cambio, Federico establece, como corona y remate de su sistema d e gob ierno , un t ipo de
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liiqiii sieÍQn_j¿Qntra_ la _ herejía, - que lia de parecemos más censurable si consideramos que.enJ.QS_heieies.,per.Hcguía a los representantes .del libre espíritu ciudadano. Constituían el cuerpo de policía en el interior y el número principal del eiército en u[ exterior aquellos sarracenos pro cedentes de Sicilia, establecidos en I -ucera y Noce ra, sordos a todo lamento e indiferentes a la cxcoivjunión eclesiástica. Los vasall os, perdido el hábito de las armas, per mitieron más adelante, sin voluntad propia, a la ligera, la caída de Maníredo y el advenimiento del Aniou, y la nueva dinastía siguió haciendo uso de l mismo mec anismo de- go bierno que heredaba. lunío a la figura centralizadora del monarca aparece un usurpador del más peculiar estilo: su vicario yerno Ezzelino da RomanO'. No resenta un sistema de gobi erno f administración, pues su activi dad redujo a meras luchas por el en la Alta Italia Oriental, como modelo político no tenluego menos importancia que imperial protector. Hasta enton! S, en la Edad Media, toda con ista y usurpación se fundaba e n ; herencia real o suuuesta v en derechos, o bien se llevaban o en nombre de la causa conhfieles y excomulgados. Por prira vez se intenta aqu í fundar un recurriendo al asesinato en íñasa y a un sinfín de atrocidades.
lí.
es decir, apelando a todos los me dios teniendo únicamente en cuenta el ob¡etivo que se persigue. Nadie, después, ifiualó ,a .Ezzelino en K magnitud de sus crímenes, ni siquie ra César Borgia; pero se había dado el ejemplo, y la caída de Ezzelino no supuso para los pueblos el res tablecimiento de la ¡usticia ni sirvió de advertencia para posteriores de lincuentes. En vano fue que Por aquel en tonces santo X^ás.^de Aquino, va sallo natural de Federico, establecía la teoría de un régíínen constitu^r;^n"5r---p]] " ^ A i t n T g f t irnaginaha al prínc-i'Tje apoyado en un Senado nombrado por él mismo y en una representación elegida por el pue blo. Estas ideas se desvanecieron en el ámbito reducido de Jas aulas, y Federico y Ezzelino fueron y se man tuvieron, para Italia, las más gran des figuras políticas del siglo xni. Sus imágenes refíejadas con gran deza fabulosa, constituyen el prin cipal contenido de las Cento Novelle Antiche, cuya redacción originaria procede aún, seguramente, de aque lla centuria.-'* A Ezzelino se le des cribe aquí ya con ese sentimiento de humilde veneración en que sue le expresarse toda impresión des mesurada, A su persona se vincula toda una hteralura, desde la cróni ca de los que presenciaron los he chos con sus propios ojos hasta la tragedia semimitalógica*.
TIRANÍAS DE L SIGLO XIV
i grandes y pequeñas tiranías *1 siglo xiv se nos revela con harfrecuencia que las impresiones de índole no suelen perderse. Sus Irímenes claman al cielo y la histitriti los registra en detalle. Pero i'ti 'ndiidable que, como Estados es(ijbtecidí^. por completo sobre base pi'opia y organizados en tal sentido.
el estudio de ellos resulta del más alto interés. El consciente cálculo de apelar a B Cento Novelle Antiche, 1, 6, 20, 21 22, 23, 29, 30, 45, 56, 83, 88 y 98. Ed. de 1525. •5 Scardeonius, De urbis Patav. aníiquitate, en el Thesaurus de ] . C. Graevius, V L .3, pág. 259.
JACOB
BURCKHARDT
todos los medios —de lo cual nin- f "distinta era la actitud del déspota^ gún príncipe fuera de Italia tenía italiano, el cual, guiado por un-scn* la menor idea— en maridaje con . íido de lo monumental y grandioso, un poder oasi absoluto dentro de ávido de gloria, solamente utiliza el los propios límites del Estado, dio talento como a,tal. Rodeado de_ salugar a formas de vida y a tipos , -hios y;po etas , siente qué pisa nueyá' humanos pcculiarí simosj íj-^secreto tierra, y llega a creerse casi en po principal en que basaban su domi sesión de una nueva legiti midad . nación residía, para los tiranos raás MundiaLtlÉnpmbre alcanzó en este prudentes, en el hecho de dejar la aspecto^ el déspota" dé V eron a, Can ; tributación tal como la habían en- Grande dclla Scala, auc_llegó .a reLlTcontrado o como la habían estable- l ^ J o d ^ _ una_JiaUa. jle--desterrados ' cido al principio: un impuesto bá ilustres en su Corte. Los poetas sico, calculado por estimación ca guardaron gratitud a estos grandes] tastral; determinados impuestos de señores. Petrarca, cuya visita a ta-; consumos v aranceles aduaneros de les Cortes encontró tan severos de-; importación y exportación, a lo cual tractores, nos ha deiado el retrato • añadíanse los ingresos de la fortu de la figura ideal de un príncipe na privada de la Casa reinante. El del siglo xiv,'^ Muchas y muy gran-, único aumento posible dependía del des cosas pide de él —se trata del^ acrecentamiento del bienestar gene señor de Padua—, pero lo hace \ ral, de la iníensifioación del tráfico en un tono como sí ile creyera ca-: mercantil. No se recurría aquí a paz de hacerlo . Le dice quñ no debe^ empréstitos, como solía hacerse en ser señor de los ciudadanos, sino| las ciudades; se prefería recurrir, padre de la patria, y que debe amar-.| de vez en cuando, a un goloe de los comoi si fueran sus propios hi-| mano bien calculado v meditado, jos; aún más, como si fueranl siempre que no pusiera en peligro miembros de su propio cuerpo. Quel la estabilidad de la situación: por puede revolverse contra el enemigol ejemplo, cuando se destituyó y se con sus armas, sus guard ias y sus; desposeyó de sus bienes —en el es mercenarios, pero que sólo la be-,| tilo típico de los sultanes— a los nevolencia cabe emplear con sus| altos funcionarios de la Hacienda.^ ciudadanos. Claro que sólo C Q U J Se procuraba que estos recursos aquellos que aman lo presente y es-j alcanzasen para los gastos de la' tablecido, pues el que piensa en i pequeña Corte, de la Ruardia per cambios constantes es un rebelde y\ sonal del monarca, de la hueste un enemigo del Estado y con él de-] mercenaria y de las obras públicas, be emplearse todo el rigor de la; y para pagar a los bufones y a la justicia. Expo ne luego en detalle la¡ gente de talento que figuraban en ficción —auténticamente modernael séquito del príncipe. La.ilegiti de la omnipotencia del Estado. El midad, rodeada de peligros constan tes aislaba al monarca: su más hon Petrarca, De república optime ud-\ rosa alianza era la que concertaba con espíritus altamente dotados, sin m'mistranda, ad Franc. Carraram (Ope-:. tener en cuenta su origen. La libe ra. pág 372). 10 Cien años después se hará de la ralidad usada por los príncipes nór princesa madre de la patria. V er Hic-| dicos del siglo X I I I se limitaba a ronymus Crivelli. Oración fúnebre de] los caballeros, a la servidumbre y Bianca María Visconíi (Muratori, a los cantores de noble origen. Muy Scriptores rerum Italicarum, XXV, co-' lumna 429), Véase una traducción sar,Jj Sismondi, Histoire des répubUques cástica de esto en el caso de la her itaiiennes. IV, pág. 420; VIII, página mana del papa Sixto IV, a la que se llama maíer ecclesiae. Jac. Volaterra1 y sigs. '8 Franco Sacchetti, Novelle, 61 y 62, nus (Muratori, XXIII, columna 1091
LA C U L T U R A DEL R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
|ii liicipe hA--de-.--i;UÍdar _de__tpdo: (•oiistruÍ¿-y„-.conscryar. templos y wiificios de utilidad pública, manlencr el orden en la calle,!^ desecar pantanos, vigilar el cultivo de la vid, y del trigo, preocuparse del equi(iiiivo reparto de los impuestos, dar su auxilio a enfermos y desampaI - ¡ K I Ü S , proteger a sabios ilustres y l'rccuentar su trato a cambio de lo cual éstos Se encargarían de iransniitir a la posteridad la fama de M I S hechos. A pesar de los aspectos favoralilcs en general, y de los méritos in dividuales de algunos de estos tira nos, ya en el siglo xiv se sentía lii inconsistencia, la falta de garanl í í i s verdaderas de estos regímenes. (\mm por motivos de índole inter na las constituciones políticas de osíe tipo son tanto raás duraderas L'Uíinto más vasto es el territorio, ias >íi'andes'"t'tfaTTfas—tendían—siempre _ a devorar a las pequeñas, i Qué he catombe de néq ueños' tiranos fue sacrificada sólo por los Visconti en esta época! Ahora bien, a este pe ligro exterior respondía de modo cierto, casi siempre, una efervescen cia in terior, que al provo car deter minadas reacciones on el ánimo del monarca, tales situaciones engendrahan, por lo general, efectos en gra do sumo perniciosos. Por una pa rte, la falsa omnipotencia, la tentación de los placeres y toda suerte de rjíoísmos, y por otra, la amenaza de enemigos y conspiradores, le con vertían, casi ineludiblemente en un vctdadero tirano en la peor acepi 'ión de la palabra, iSi pudiera conliarse por lo menos, en la fidelidad (le los consanguíneos! Pero donde lodo era ilegítimo no podía constiuiirse un firme derecho hereditario, ni en lo referente a la sucesión en el poder ni en lo que atañe a la
distribución de los bienes; ocurría así que en horas de inseguridad y peligro un primo o un tío decididos echaban a un lado al heredero inep to o menor de edad, en interés de la propia Casa reinante. También sobre la exclusión o reconocimien to de los bastardos había constan tes disputas. Y así ocurría que mu chas de estas familias eran atacada? por parienies descontentos y sedien tos de venganza. No era raro auc semejantes situaciones hallasen sa lida en la Iraic'ón o en el ases:-' nato en masa de familias enteras. Oíít??Ttvfam en el exterior í o m o fu gitivos, y no faltaba quien, en" tran ces tales considerando objetivamente su situación, tomaba las cosas con paciencia, como, por ciemplo, aquel Visconti que se dedicó a tender las redes en el lago de Garda.^^ El mensajero de su adversario le pre guntó, sin ambages, cuándo pensa ba volver a Milán a lo cual él le contestó: "No antes que las infa mias del otro hayan rebasado la medida de mis propios crímenes". En algunas ocasiones la parentela del prínci pe reinante le sacrifica en aras de la moral pública, ultrajada en exceso, para salvar así la dinastía.'-^' En determinad os ca sos, .e 4, p^ der es asunto de la totalidad de la familia, hasta tal extremo, que el jefe de ella viene vinculado al con sejo de famiha; también aquí el re parto de bienes e influencia daba lugar a las más violentas disensio nes. En los autores florentinos contem poráneos Se observa un insistente y profundo odio contra semejante esitado de cosas. La misma pompa ins?^ente. Ja magnificencia de que hacían alarde los tiranos en su in dumentaria —acaso menos por sa-
1^ Petrarca, Rerum memorándum, lí ber III, pág, 460. Se alude a Mateo I A propósito de esto se Ic ruega Visconti y a Guido della Torre, que i | i i c prohiba la circulación de los cerreinaba entonces en Milán. J o s por las calles de Padua. pues adela Matteo Villani, V. 81: El asesi^ i i í á ü de ser un espectáculo poco grato naio secreto de Matteo II Visconíi .1 !a vista se asustan los caballos. (Maffiolo) por sus hermanos.
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tisfacer su vanidad que por impre sionar la fantasía del pueblo— ex cita t o d o su sarcasmo. ¡ Y ay del advenedizo que caía en sus manos, como aquel Dogo recién salido del homo, A£nellíj^.áe._Pisa (1364), que solía cabalgar con el áureo cetro en la diestra, se mostraba al pueb lo desde el balcón de su regio palacio "como se e x D o n e n las reliquias", re clinado sobre tapices y almohadones de brocado y se hacía se rvir de ro dillas como a un papa o a un em perador! 1^ Pero no es raro que es tos fioientinüs hablen con noble gravedad. Dante ve, reconoce y defino insuperablemente lo innoble y lo vulgar en la avidez de rique zas y de poder de lo s nuevos prín cipes. "¿Qué suena en nuestras trompetas, en nuestros cascabeles y nuestros cuernos y flautas sino: ¡Llegaos a nosotros! ¡vosotros ver dugos! ¡vosotros aves de prosa!?" Se d e s c r i b e el castillo del tirano ais lado en una altura, l l e n o de cala bozos y de tubos para escuchar,'^" sede de todo lo bajo y ruín. Vati cinan otros iodo género de desdi chas a l o s que entran al servicio de y al fin compadecen lo s tiranos al tirano mismo, que ha de ser ne cesariamente enemigo de t o d o lo bueno, que de nadie puede fiarse y ha de leer en el rostro de sus va sallos l a impaciencia con que espe-
ran su caída. "Del mismo modo que los tiranos surgen, crecen y se afian zan, crece en su intimidad, oculta, la sustancia que ha de traerles la ruina y la confusión".i^ Pero falta explicar el principal motivo de opo sición. Florencia - aparecía entonces en la plenitud de un opulento de sarrollo de individualidades, mien tras los "tiranos no reconocían ni toleraban otra individualidad que la suya propia v la de sus servidores más inmediatos. El control sobre las personas estaba ya organizado y se había establecido, incluso, el pro cedimiento del salvoconducto.'" El misterio v el alejamiento de Dios de tales existencias cobró nue vo y peculiar matiz en la imagi nación de los contemporáneos en virtud de la notoria superstición as trológica y la incredulidad de algu nos tiranos. Cuando el último Ca rraña no podía defender ya los muros y puercas de su Padua (1405), sitiada por los venecianos y asolada por la peste, su guardia personal le oía por la noche invo car al diablo y pedirle que le ma tara.
De JaSL-tkanías del siglo xiv, el caso de los Visconti de Milán —a par tir de la muerte del arzobispo Giovannl (1354)— constituve indiscu tiblemente el ejemplo más completo e instructivo. En Bernabó se mani 14 Filippo Villani, ístorie, XI , 101. fiesta pronto, de la más inequívoca También Petrarca encuentra que los manera un aire inconfundible de fa tiranos se adornan "como aliares en milia con los más terribles empe días de fiesta". El cortejo triunfal a radores romanos.^ El más impor la antigua de Caütracanc en Luca lo tante asunto del Estado, es para eí encontramos circunstancialraente des crito por Tegrimo, en su vida, en Muratori, XI . co!. 1.340. 18 Matteo Villani, VI , 1. 18 La oficina de pasaportes de Pa i!5 De vulgari eloquencia, I, cap. 12, dua es llamada "quelli delle buUette' "...qui non heroico more, sed plebeo a mediados del siglo xi v por Franco scquüntur superbiam", etc. 1" Cierto que sólo en los escritos Sacchetti, Novelle, 117. En los último del siglo XV, pero sobre la base de im diez años de Federico 11, en que se presiones de época anterior seguramen llegaba al extremo rigor en el dominio te: Leone Batista Alberti, De re aedif., personal, el método de pasaportes de V, 3; Francesco di Gíorgio. Trattato; bía de estar ya muy desarrollado. M Corio, Síoria di Milano, fol. 247 en Della Valle, Letlere sanesi, III, 121. y sigs. 17 Franco Sacchetti. Novelíe, 61.
LA CULTURA DEL R E N A C I M I E N T O CN ITALfA
pi íncipe, la caza del jabalí; a quien cia principesca de la Europa de en ..^ ;iireve a lesionar tai privilegio, tonces. A ella trasladó su famosa •1- le da muerte e ntre tormentos. Ei biblioteca y la gran colección de re 1 iii-hlo que vive temblando, tiene liquias de santos, en la cual había [M> :tlimentar los cinco mil perros puesto una fe especial. Extrañ o fue li s jaurías, bajo las más graves ra que un príncipe con tan peculiar I ii-ponsabilidades en lo que atañe al sentido de las cosas no hubiera as iMi-iiestar de éstos. Los impuestos pirado en lo político a las más altas •>>ri elevados y para cobrjirl^. s5"recoronas. El rey Wcnzci Ic hizo du ' i ' i i e a todo medio imaginable-de que (1395). Pe ro él no aspiraba a viiiicncia; hace dotar a siete hijas menos que a coronarse rey de Ita • ni i 100,000 florines de oro para calia^' o a ceñir la corona imperial, I I un a y acumula un inmenso te- cuando.enfermé-^ murió (1402). Se "i-o. Con motivo de la muerte de eslima que obtenía anualmente de • I I esposa (1384) publicó una noiiiicación "a los vasallos, segiín la sus Estados, en conjunto, además de 1.200,000 florines de oro a que as u i ;d éstos habrían de llevar luto ducendían los impuestos ordinarios, lariic un año" pues ya que habían • nmpartido con é l las alegrías, ¡us- 800,000 florines más en subsidios U i er a que compartiesen los duelos extraordinarios. El reino que había liiinbién. Incomparablemente carac- logrado formar recurriendo a todo ii lístico es el golpe de mano con géHÉtodc violencias quedó deshe cho a su muerte v apenas pudieron Hiic le redujo su sobrino Giangak'.izzo (1385), una de esas cons- conservai-se, de momento, las par t)¡r:iciones realizadas c o n éxito que tes más antiguas. Imposi ble es ima ginar lo que hubieran sido sus hijos . • ( i L - i n c c e n alín a historiadores de G i f i y ^ María ( í 1412) y Filippo _^ ' ] M c a posterio r.-^ li\ autéHttaT "SenTído de lo gran María ( t 1447)' "sT hubieran vivido dioso en el tirano adquiere en en otro país sin saber nada de su CÜiingalcazzo un prodigioso relieve, solar ni de su estirpe. Pero como tiastó m á s de 300,000 florines en vastagos de tal linaje heredaron tam la construcción, no terminada, de bién el espantoso caudal de cruel ííi^antcscos d i q u e s para desviar, a dad v cobardía que en aquél se ha voluntad, el Mincio de Mantua y bía ido acumulando de generación ( I lircnta de Padua y dejar así iner en generación. mes a estas ciudades; -- hasta es Giovan María se hace también lícito suponer que pensara en la desecación de las lagunas de Vene- famoso por sus perros. Pero no son tia. Fundó_l'e]_jnás maravilloso de ya perros de caza, sino animales it)dos los monasterios'',^ la cartuja amaestrados especialmente para des tic Pavía, V el Du omo de Mitán, pedazar seres humanos, y cuyos "que supera en suntuosidad y gran- nombres nos han sido transmitidos. ilczii a todos los templos de ía Crisl i a n d a d . Tal vez el palacio de Pavía 24 Corio, fol. 286, y Poggio, Hist. • -•mpezado por su padre Galeazzo floreitt., en Muratori. XX, columna \ concluido por él— fuera, con 290. De la aspiración al Impe rio habla M i n c h o , la más espléndida residenCagnola (íbid.) y a lo mismo alude el soneto de Trucchi en Poesie ilaUane medite, II, pág. 118: Como, por ejemplo, a Paulo Joviü, Virí ¡Ilustres, Vida de Gianga- Stan le cittá lombarde con le chiavi IfíIZZO. In man per darle a voi..., etc. " Corio, foís. 272 y 285. Roma vi chiama. Cesar mÍo novello Cagnoía en Archivio Siorico, 11 lo sonó ignuda, e l'anima pur vive: l>aü. 23. Or mi copriie col voslro maníello...
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como lo s nombres de los _osos del ] mismo día, Facino, antes de morir emperador Valenti niano I.^^ Cuan- ] pudo aún reunir a sus oficiales y do, en may o de 1409, prolonga ndo- ¡ hacerlos jurar que defenderían la se la guerra, el pueblo hambriento í causa del heredero Filippo María, qu^ se le gritó en la calle "¡Pace! Pace!", y llegó hasta a propone r hizo cargar a sus mercenarios, que le casara con su propia esposa-cuanmataron a más de doscientos infe do él, Facino, hubiese fallecido, lo lices. Mandó después prohibir, baio que fue cumplido sin tardanza. Era pena de horca, pronunciar las pa ella Beatrice di Tenda. De Filippo labras paz y guerra, y a los mismos María tendremos aún ocasión de sacerdotes se les hizo saber que, en hablar. Y en tales tiempos Cola d¡ Rienvez de "dona nobis paeem", en ade lante deberían decir "tranquillita- zi se atreve a basar una soberanía tem". Por fin, algunos co njurados, nueva sobre Italia en el efímero en aprovechando el momento en que tusiasmo de la población romana el gran condottiere del Duque de reunida en asamblea, /unto a dés mente Facino Canc se hallaba mor- potas como los anteriores hay que talmeníc enfermo en Pavía, dieron considerarle, no obstante, como un muerte a Giovan junto a la iglesia pobre insensato, condenado al fra de San Gotardo en Milán. Pero el caso desde el primer instante.
III. T I R A N Í A S DE L SIGLO X V
En ._eUsiglo~xv-Ja tiranía ha- muda do de carácter . Muchos de los pe queños tiranos, al igual que algunos de los grandes, como los _ScaJa y los Carrara, han desaparecido. Los más poderosos han mejorado de po sición y en lo íntimo revelan un desaiTollo más característico. En. Ñapóles, con la nueva dinastía ara gonesa, se adviert e una orientación más firme. Y es muy elocuente en este siglo la tendencia de los con-, dottieri a un dominio independien te, incluso la aspiración a la corona; ! y ello constituye un nuevo paso en" el sentido de lo real y práctico, de lo puramente objetivo, así como una alta recompensa, tanto para el ta lento como para la falta de escrú pulos. Le s tirmiosmás'pequeñoSr pa ra afian zar, su aitua_ción, procuran respaldarse en" la influencia de los grandes Estados, entrando a su ser vidumbre y convirtiéndose en condottieri de éstos, lo que, además de
proporciona rles algún dinero, les asegura impunidad para sus fecho rías, y también algunas vec es oca sión de ensanchar sus d ominios . En conjunto puede decirse que tanto grandes c omo pequeños han de pro- curar ahora obrar con ma yor cálcu- \ lo y mayor prudencia, renunciando : a lias atrocidades excesivas. No de bían, en suma, hacer más daño del indispensable nara eonseeruir los fi nes que se proponían: hasta tanto les disculpara la opinió n de los no partícipes. Del tesoro de piedad que enriquecía a los príncipes legítimos de Occidente no queda aquí ni ras tro. A lü sumo, no les queda otro prestigio que una especie de aureo la de gente de grandes ciudades. Lo que sigue ayudando a los príncipes italianos es siempre eí cálculo frío y el talento. U n carácter c omo el de Carlos el Temerario, que se en tregaba con ciega pasión a empre sas sin ningún fin práctico, era.papa
Paulo (ovio, Viri iUustres, sobr^ ^ 5 Corlo, fol. 301 y síes. Véase \ Giangaleazzo y Filipo. ,^mian£L.Marpelinp, ,XXIX^ 3.
LA C U L T U R A 0E L R E N A C I M I E N T O EN ITALIA
italianos un verdadero enigma. ¿UÍ20S. son simples rústicos,_.y. ,e. se les matara, a todos no t'umpensarían con su muerte la de los magnates borgoñones que pu dieran perecer en la empresa. Auui tie pudiera el Duque apoderarse ge Suiza, sin lucha, no aumentaiffa con ello sus ingresos anuales en cinco rail ducad os, etcétera."'^'^ Para lo que había de medievaíl en Carlos ('/ Temerario, para sus fantasías o Ideales caballerescos, hacía mucho (lempo que no había comprensión en Italia. Y cuando abofeteaba a v sin embar los jefes subalternos co ios mantenía a su lado, cuando maltrataba a sus tropas como cas tigo por una derrota y censuraba luego a sus propios conseieros de lante de los soldados.. .. entonces los illplomótieos del Sur se veían for zados a tenerle por perdido irremislblemente. Por su parte, Luis X I , que en política supera a los italia nos en su propio estilo v se pro clama admirador de Francesco Sfor, en el terreno de la cultura se •ela, por su naturaleza vulgar, muy distinto de aquellos príncipes. Én los Estados italianos del si do XV encontramos lo malo' V "lo íueno mezclado de modo peculiarí0. La personalidad del príncipe ega a ser algo tan complejo y al lómente significativo, algo tan caniLleríslico po r lo que a su situación V ;Í S U misión misma se refier e, que \ii 'aplicación de cualquier juicio moriil tropieza con las máximas dififiillades.^^ Í.J._£un¿amento del pode rle s y si fué siendo ilegítimo, y diríase que a sobre él una maldición que no ^Rposible conjurar por ningún me-
dio. Ni aprobaciones ni investiduras imperiales cambian este estado de cosas, pues el pueblo no da impor tancia ninguna al hecho de que sus monarcas se compren en lejanas tie rras un pedazo de pergamino o se lo hagan ceder por un viajero de tierras extrañas.-'''^ Si los emperado res hubieran servido para algo no habrían permitido que se entroni zaran los désp otas ... Así pensaba, con lógica elemental, el hombre de la calle. Desde la expedición de Car los I V habían sancionado los em peradores el régimen de tiranía que, sin su intervención, había surgido en Italia, aunque no fueron capaces de garantizarlo con nada más Que con documentos. Toda la conducta de Carlos en Italia constituye ima de las más ignominiosas comedias políticas. Lea quien quiera en Matteo Villani -"'i cómo los Visconti le acompañan y le dan escolta por sus dominios hasta que los abandona, cómo se afana d e un lado a otro, igual que un mercader de feria cn| feria, buscando colocar su mercade-| ría (es decir, sus privilegios) a cam-1 bio de buen dinero: cuan lamen table es su aparición en Roma v cómo, finalmente, vuelve a pasar los Alpes con la bolsa replcta.^^ Por lo
80 Véase Franc Vettori, en Arch. Stor.. pág. 293 v sigs.: La investidura por un hombre que vive en Alemania, y que de emperador romano sólo tiene el nombre, no puede convertir en ver dadero señor a un facineroso. S I M. Villani, IV, 38. 39, 56. 77. 78, 92; V, 1, 2, 21, 36, 54. Fue un italiano. Fazio degli Ubcrt¡ (Diíiamondo, libro VI . capítulo 5, hacia 1360) auien, refiriéndose a Car los IV , cree poder hablar aiín de una Cruzada a los Santos Lugares. F.i pa ambassa-•^ Gingins, Dépéches des íirs milanais, ÍI, páe. 200 (número saje es uno de los meiorcs del poema ) pág. 3 (n. 114) y II 212 (n. 218). y muy característico, por lo demás. Al poeta le sale al encuentro, junto al San Paulo Jovio, Elogia Iliteraria. Esta reunión de fuerza y talento to Sepulcro, un insolente turcomano: P lo que llama Maquiavelo "virtu" y Coi piíiii lunglii e con la ieila hassa ntt'la considera ¡ncomoatible con "scel- OÜre passúi e dUsi: ceco vrrgogna Icratczza": ver, Dor ei. Discorsi, I, 10, Del iiristian che"! saracin qtiá lassa! motivo de Sept. Severo. Poseía al pastor mi vohi per rampogna:
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menos, Segismundo fue a Italia la primera vez (1414) con el buen pro pósito de convencer a Juan XXIII para que participase en su Concilio. Fue por entonces, un día en que papa y emperador contemplaban el panorama de la Lombardía desde la elevada torre de Cremona, cuando el tirano de 9a ciudad, Gabino Fondolo, que hubo de hospedarlos, sin tiera impulsos de arrojarlos desde lo alio.. . La segunda ve z se presen tó Segismundo en traza de aventu rero. Más de medio año hubo de permanecer en Siena como un pre so por deudas y sólo con apin-os pudo llegar a Roma para la coro nación. ¿Y qué hemos de pensar de Federico lU? Sus visitas a Italia tu vieron el carácter de vacaciones o viajes de recreo a costa de los que querían obtener para sus derechos la imperial garantía, o de los que se sentían ha lagados teniendo de huésped a un emoerador y agasa jándol e pomposamente. Así ocurrió con Alfonso de Ñapóles, a quien le costó la imperial visita 150,000 flo rines de oro.^ A su segundo recre so de Roma (1496), Federico pasó todo un día en Ferrara ^"^ expidien do despachos (en número de ochen ta) sin salir de su habita ción. En ellos nombraba caballeros, condes, doctores y notarios; condes con dis tintos matices, como "conté palatihdad significaba aquella águila, res-
tu ti ¡tai, ihe sri vicar di Cristo Co' frati luoi a ingraxsar ¡a corognaT Similimenle dissi a quel sofista Che sta in Bucrnme a plantar vigne r ficlii, E che nnn cura di si caro acquisfo; Che faif perché non segui i primi antichi Ceíari de' Rnmam. e che 7l0n segui, Pico, sli Otli i Corradi, i ¡•'ede.rich? £ chr. pur tieni (¡ueslo imprrin in trfg\iif E se non hai lo r.ui>r d'esser Augusto Che nal rifinli? o che non ti dileguií
Más detalladamente en Vespasiano Fiorentino, vág. 54, Comp. 150. 84 Otario Ferrarese, en Muratori, XXIV. col. 2í5 y sigs.
no", conde con derecho a nombrar "dottori", y condes con derecho a legitimar bastardos, a nombrar no tarios, a certificar la honradez de notarios do mala reputación, etc, Ahora bien, por extender los corres pondientes documentos exigía su canciller una "gratitud" que en Fe rrara se encontraba demasiado fuerte.^° Lo que el duque Borso pensaba ante la forma como su imperial pro tector despachaba credenciales y proveía de títulos a la pequeña Cor te, no se nos dice. Los humanistas, que llevaban entonces la voz can tante estaban divididos de acuerdo con sus intereses. Mientras algunos celebraban al emperador con el jú bilo convencional de los poetas de ía Roma Imperial, otros, Poggio por ejemplo,^'* no aciertan a encontrar le significado a la coronación, por que "en tiempos antiguos la corona, que era de laurel, se ofrecía sólo a los emperadores victoriosos". Maximiliano^ 1 inicia, iioa nueva peh'tica im-periaréii Italia, de acuer do con la general intervenció n ex tranjera. Lo s comienz os —la in vestidura de Lodovico el Moro. excluyendo a su desdidrado sobri n o — ñ o fijeron de los oue suelen traer bienandanzas. Según la mo derna teoría intervencionista, cuan do dos quieren repartirse un país, puede presentarse un t ercero y "co laborar". Y así fue como el Impe rio pudo exigir su parte. Pero no podía hablarse va de derecho, ni de nada por el estilo. Cuando se espe raba en Genova a Luis XII (1502). al ver el historiador Senarega có mo se hacía desaparecer el águila imperial de la gran sala del palacio de los dux y cómo se decoraba to do con lirios, fue preguntando por todas partes qué era lo que en re^35 "Haveria voluto scortigare la biigata." J ao Poggio. Hist. fiorent. pop.. VAs. Vil. en Muratori, XX , col. 581. Senarcga, De rcb. Guenuens., Muratori, XXIV, columna 575.
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tada siempre a través d e tantas revoluciones, y cuáles eran los de rechos que el Imperio oretendía te ner sobre Genova. Nadie supo con testarle sino con el vicio cuento de que Genova era una "camera impe ni". Nadie en Italia sabía responder con seguridad a semejantes pregun tas. Sólo cuando Carlos V unió a la corona de España la del Impe rio, pudo imponer con fuerzas es pañolas, derechos imperi ales. Pero BS sabido que todo lo que así se ganó lo ganó España y no el Im perio. Qe_-acu6Fdo' con- la-Üegitimidad política d e j o s dinastas-<Íel siglo xv y por lo que se refiere al nacimien to ilegítimo, se observa una indife rencia que sorprendía en gran ma lera a los extranjeros, a un Comines, if ejemplo. Era algo que se pagapor decirlo así, con la misma moneda. Mientras en el Norte —en iii Casa de Borgoña, o en otra— se destinaban e specialmente a los baslordos pensiones, obispados, etc., con derechos claramente definidos; mientras en Portugal una línea baslurda sólo a costa de los mayores esfuerzos podía mantenerse en el trono, no había en Italia estirtje principesca que no tuviera alguna ( i B c c n d e n c i a ilegítima en su linaje y la soportara tranquilamente. Los liragoneses de Ñapóles pertenecían i\\ linaje bastardo de la Casa de Aragón, pues en Aragón mismo he redó la corona el hermano de Al fonso L El gran Federico de Urbino no era, probablemente, un Montefoltro. Cuando Pío II fue al Con greso de Mantua (1459), salieron a recibirle en Ferrara sus och o bas tardos de la Casa de Este.^'s c n l r e los el propio duque Borso, que ernaba entonces, v dos hijos ilcmos de su hermano (también ^ítimo) y antecesor Leonello. EsÚltimo había tenido una esposa Enumerados en el Diario ferraMuratori, XXVI, col. 203. Comp. ¿ n , Comment., nág. 102.
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legítima que, a su vez, era hija ile gítima de Alfonso I de Ñapóles y Se aceptaba tam de una africana. bién a menudo, a los bastardos, en caso de minoridad de los hijos le gítimos, en momentos en que el pe ligro anienázaba por todas parles; así se establecía una especie de pre ferencia basada en la mayor edad sin tener en cuenta para nada la legitimidad o ilegitimidad del naci miento. Las condiciones para el fin propuesto, la autoridad del indivi duo, y por encima de tod o, su ta lento tenían aquí más fuerza que todos los usos y leyes del resto del Occidente. jEra la época en que los hijos de los papas fundaban prin cipados! En el siglo xvi, bajo la influencia extranjera, empezaron a considerarse con mavor severidad estas cuestiones. A ello contribuyó también la Contrarreforma incipien te. Para V archi la sucesión de los hijos legítimos es aleo "exigido por la razón y la voluntad divinas des de la eternidad".-'^ Ei cardenal Ippolito Medici fundaba sus derechos al señorío de Florencia en el he cho de ser vastago de un matrimo nio casi legal o ser hijo de un noble, por lo menos, y no de una sirvien ta, como el duque Alessandro.^^ También .-entonces empezaron los casamientos morganáticos por amor, que por motivos morales y políti cos no hubieran tenido razón de ser en el siglo xv. Ahora bien, la suprerna y más admirada forma de ilegitimidad del siglo XV es la del condottiere, que, sea cual fuere su origen, asalta un principado. En el fondo no fue otra cosa la conquista de la Baja Italia por los normandos en el siglo xi. Pero ahora los proyectos de esta naturaleza empezaron a mantener 39 Marín Sañudo Vite de' Duchi di Venezia, Muratori, XXII, col. 1113. •! « Varchi, Síor. liorent., I Pág. 8. ^1 Soriano, Relazione di Roma, 1533, en Tommaso Car., Relazioni, pá gina 281.
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ii la península entera en constante estado de inquietud. Pero la elevación de un caudillo de de mercenarios a la soberanía de un territorio podía realizarse, tam bién sin usurpación, cuando su se ñor, a falta de dinero, le pagaba en tierras y vasallos.'- De todos modos, el conduttiere, aun en el ca so so de que momentáneamente licen ciara a la mayor parte de su hueste, necesitaba un lugar seguro donde establecer sus cuarteles de invierno y almacenar las provisiones más in dispensables. El primer ejemplo de un cundolíiere así dotad o fue fohn Hawkwood, a quien el papa cedió Bagnacavallo Bagnacavallo y Cotignola. Sin em bargo, cuando con Alberígo de Barbiano aparecen en escena ejér citos citos y capitanes italianos, se mul tiplican las ocasiones de conquistar un principado, o de dilatar sus do minios, minios, si el condoíticre disfrutaba ya ya de soberanía sobre algún territo rio. rio. La primera gran bacanal de es ta soldadesca codiciosa de poder fue celebrada en el ducado de Milán después de la muerte de Giangaleazzo (1402). El gobierno de sus dos hijos (véase página 7) agotó sus fuerzas en el p ago de las deudas contraídas con estos belicosos tira nos, el más poderoso de los cuales, Facino Facino Cañe, heredo la sucesión de la dinastía, así como una serie de ciudadeá^ V 400.000 florines de oro. Además se atrajo Beaírice di Tenda a los soldados de su primer ma rido.^-' De esta época data aquella relación relación de reciprocidad, inmoral más allá de toda ponderación, entre los los gobiernos v sus condottieri, tan característica del siglo xv. Una Una vie ja anécdota,^^ anécdota,^^ de esas que en ningún
lugar son ciertas, pero que podrían serlo serlo en todas partes, describe este estado de cosas de la siguiente ma nera: H abía una ve z una ciudad —parece que se alude a Siena— cu yos yos moradores disfrutaban de un caudillo caudillo que los había Hbrado del yugo enemigo; a diario deliberaban sobre el modo de recompensarle y no hallaban recompensa que atu viera viera en sus manos v fuera lo su ficientemente ficientemente grande. Ni siauíera les parecía bastante nombrarle sobera no. no. Un día, por fin, se levantó uno y propuso lo siguiente: siguiente: " L o mejor sería matarle y venerarle como san to to patrono de la ciudad", Y así hi cieron cieron con él, tjoco más o menos lo que la ciudad de Roma con Rómulo. lo. En realidad, de nadie tenían que guardarse más los condottieri que de de aquellos a quienes servían. Si pe leaban con éxito eran peligrosos y se les eliminaba como a Roberto Malatesta después de haber obteni do do la victoria en beneficio de Sixto fV (1482). Pero ocurna también que se vengaban en ellos los des calabros, como lo hicieron los ve necia nos con Carmagnola. Carmagnola.-*^' -*^' Desd e el el punto de vista moral y por lo que a semejante estado de cosas se re fiere, es elocuente el hecho de que a menudo tuvieron los condottieri que entregar mujer e hijos en rehe nes y que ni aún así inspiraban con fianza fianza ni la sintieran ellos. Hubieran tenido que ser héroes del renuncia miento, miento, caracteres como Belisarío,
II , co l. 1911 1911 (e d. Tocumasini 105). Sobre Sobre la alternativa en que pone Maquiavclo al condottiere victorioso, véa se Discorsi, I. 30. Sobre Sobre si también envenenaron a Alviano en 1516 y sobre la justicia de *^ Sobre *^ Sobre lo subsiguiente véase la in los motivos que para ello se adujerod'. troducción de Canesfrin Canesfrinii al tomo XV ver ver Prato, en Arch. Stor., III, 348. De del Arch. Stor. Colleoni se constituyó heredera la Re •^íi Cagnola, en Arch. i'íor., 111, pág. pública y a su muerte (1475) se llpvó 2(8: et (Filippo María) da leí (Beatr.) a cabo una solemne solemne confiscación. Ver : ebbe moho tesoro e denari, e tutte le Malipiero, Malipiero, Annalí Veneti, en Ar<;h. ' giente giente d'arme del dicto Facino, che Síor.. VIL L pág. 244. También que obedivano obedivano a lei. ría que los condottieri colocaran su Venecía. ihíd.. oág. 351. ^' ^' ínfcssura, en Eccard, Scriptores, dinero en Venecía.
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para que no se acumulara en su in terior el odio más profundo. Sólo una bondad absoluta hubiese podi do impedir que se convirtieran en verdaderos malhechores. Y en tra za za de tales se nos presentan algu nos, figuras que para lo santo sólo sarcasmos tenían, y sólo traición y crueldad para los hombres, gentes a quienes nada imnortaba morir ex comulgados comulgados por el Santo Padre. Pe ro ro al mismo tiemp o se desarrullaban en algunos la personalidad y el ta lento hasta un supremo virtuosismo y en tal sentido eran estimados y admirados por sus soldados. Tene mos aquí los primeros ejércitos de la historia moderna en que el cré dito dito personal del caudillo constitu ye, ye, sin otro prejucio, la razón de cisiva de su prestigio. De modo magnífico aparece esta circunstancia en la vid a de Franc esco Sfo Sforz rza. a.** ***' *' Ningún Ningún prejuicio de clase hubiera jiodido impedir que conquistara una popularidad individualista y que se sirviera de ella cumplidamente en momentos de peligro. Se daba el o de que, al verle, el enemigo bandonaba las armas, se descubría rendía homenaie, porque veían dos en él al común "padre de los luerreros". Este linaje dcTos Sforoifrecc el interés de que desde el rincipio rincipio creemos ver traslucir en 1 preparación nara el principado.'' La La base de esta fortuna la constituc la gran fecundidad de la fami,a. ,a. El padre de Francesco —el ya uy célebre lacopo— tenía veinte hermanos. Se habían criad o todos ^n un ambiente rudo, en Cotignola, irca de Faenza, bajo la impresión una de aquellas internstante de una inables veiulettas de la Romana cntt^ su familia y la Casa de los asolini. asolini. La vivienda era una Cagnola, en Arch, Stor., III, pág. y sigs. '•^ Así ocurre, por lo menos, en Pau lo Jovio, en su Vita magni Sjortiac (Viri illustres), uno de sus más atrayciues yciues biografías.
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tnezcla de arsenal y de atalaya, y también la madre y las hijas mani festaban en ella su carácter verda deramente belicoso. Ya a los trece años salió facopo secretamente del hogar y se dirigió, a uña de caballo, primero a Panicale, donde estaba, al servicio del Papa, el condottiere Baldrino, Baldrino, aquél que aún después de muerto mandó sus huestes. Desde una tienda de campaña rodeada de banderas, en cuyo interior yacía su cadáver embalsamado, se estuvieron dando las consign as. .'. hasta que se encon tró un d igno sucesor, sucesor, j^a^ copo que había ido gradualmente subiendo y destacándose en diver sos servicios, fue_£mpujando tras de sí a sus deudos, y Jlegó.. a-disfrutar, a través de ellos, de las. mismas ventajas que propo rcion a a.un prín cipe una dinastía numerosa. Fueron ellos los que impidieron que el ejér cito se dispersara mientras él esta ba encerrado en el Castcl dell'Uovo, en Ñapóles, y su propia hermana, personalmente, retuvo como prisio neros a los mediadores del rey, sal vándole vándole la vida con estos rehenes. Ya ofrece perspectivas de solidez y alcance el hecho de que en cues tiones de dinero fuese Jacopo muy de de fiar. Por eso, aún después de una derrota, encontraba siempre crédito crédito entre los banqueros. Tam bién bién es elocuente el hechcr que pro tegiera tegiera siempre a - los campesinos c©ntra~Tc^ desaifueros de la solda desca y que no viera con gusto la destrucción de las ciudades conquis tadas. Pero lo que delata ya pro pósitos de grairTilcancc es que ca sara con otro a su bella concubina Lucía (la madre de France sco) para qufidag-éf-mtsme- libro -con miras a una alianza principesca. También los los enlaces de sus parientes eran so metidos a cierto plan. Se mantenía alojado alojado de la vida de impiedad y libertinaje que hacían sus comnañeros de armas. Las tres máximas con que se despidió de su lujo Frances co co cuando éste inició su vida de lucha fueron las siguientes: " N o
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codicies la mujer de otro. Normal; trates de obra a ninguno de tus hom bres; pero si io has hecho, mándalo finalmente, no cabalgues leios.- Y , finalmente, caballo caballo duro de boca ni que pierda fácilmente las herraduras". Pero, so bre todo, se revelaba en él la per sonalidad, si no de un gran caudillo, desde lueg o de un gran soldad o. Po seía un cuerpo robusto adiestrado en todos los ejercicios, un rostro de hombre del nucblo, de rústico, y una mara villosa memoria , gracias a la cual recordaba, al cabo de años, a cada uno de sus hombres y la soldada y los caballos que habían tenido. tenido. Su ilustración era paramen te italiana. Pero todos sus ocios los dedicaba al estudio de la historia e hizo traducir autores griegos y Ia-_. tinos para su uso. Su hijo Frances co, más famoso que el, aspiró desde el principio a un gran señorío, y llegó a dominar la poderosa ciudad de Milán tanto por obra de sus bri llantes dotes militares como por sus increíbles traiciones (1447-1450).
Su ejemplo tuvo imitadores. Por esta época escribe Eneas Silvio: "En nuestra Ital ia, amante de mu mu danzas, donde no existen viejos se ñoríos, ñoríos, cualquier gañán, puede lle gar gar a ser monarca". Hubo uno. especialmente, que se llamaba a sí mismo mismo "el hombre de la fortuna", que monopolizó la atención y la fantasía del país entero: Giacomo Piccinino, hijo de Nicoló. La cues tión tión palpitante era si conseguiría o no fundar un princip ado. Lo s Esta Esta dos de mayor importancia y magni tud tenían evidente interés en evi tarlo, y al propio Francesco Sforza le parecía conveniente que termina ra con el, Sforza, la serie de caudi llos mercenarios elevados al señorío. Pero las tropas y jefes subalternos enviados enviados contra Piccinino —cuando—cuandodo pretendió apoderarse de Siena, por ejemplo— tenían interés, por *f* Eneas Silvio, De dictis et facHs Alphonsi. en Opera, fol. 475.
su parte, en sostenerle: "Si aca bamos con él, pronto tendremos que volver a destripar terrones". Así , mientras le sitiaban en OrbctcUo, le abastecían a la vez , y se le permitió salir muy honrosamente de la tram pa en que había caído. Pero al fin no pudo escapar a la fatalidad de su destino. Italia entera hacía caba las sobre lo que ocurriría cuando después de una visita a Sforza, en Milán (1465) se dirigió a Ñápeles, para visitar al rey Femando. A po sar de todas las garantías y com promisos, promisos, el rey le hizo asesinar en Castelnuüvo.'^ Tampoco los condotíieri que habían heredado Estados se sentían nunca seguros. Cuando en el mismo día murieran murieran Roberto Malatesta y Federico de Urbino (1482), aquel en Roma y éste en Bologna, se averiguo que ambos, al morir, se habían recomendado mu tuamente el prop io Estado."' Con tra una casta de hombres que se lo permitían lodo, nada estaba pi-ohibido. hibido. Francesco Sforza se había casado, muy joven con una rica he redera calabresa, Polissena Ruffa, condesa de Montalto, de la que tuv o una hijita. Una tía, para que pa-' sara a ella la herencia, envenenó a la madre y a la hija-^-Desde Desde el fin desgraciado de Pic cinino cinino la constitución de nuevos Estados por los condottieri fue con siderada como un escándalo intole-
•1'' Pío n, Commentarii, I, pág. 46: comp. 69. *i Sismondi, X. pág. 258. Corío, fol. 412, 412, donde se presenta a Sforza como cómplice, debido a aue en la popu laridad Kua-rcra de Piccinino veía un peligro para sus propios hijos. —Storía Bresciana. ría Bresciana. en Muratori. XXI. I, (fol. 902—. Malípiero (Annales Veneíi,- en Arch. Sior., VII. I, oág. 210) nos cuen ta cómo en 1446 se arrastró a la ten tación al gran condottierc veneciano ^• Colleoni. AHegretli, Diuríi Sanesi, MorafSrí, XXIII, pág. 811. : 5a Orationes Philelphi, fol. 9, en W oración oración fúnebre de Francesco.
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íc. Los cuatro '"grandes" Esta —Ñapóles, Milán, la iglesia jos' " —Ñapóles, y Venecia— parecían haber llega do a constituir un sistema de equi librio que no soportaba ya scmeiantcs perturbaciones. En el Estado; pululaban ban los pe -' pontificio, donde pulula qucños tiranos, la mayor parte de los cuales habían sido condottieri, o lo eran todavía, se reservaron los nepotes, nepotes, a partir d e Sixto I V, el derecho exclusivo de semejantes em presas. Pero bastaba que las cosas vacilasen vacilasen en algún punto para que, en el acto surgieran surgieran nuevamente los cündotiieri. Bajo el lamentable ré gimen de Inocencio V I I I faltó ñoco, en una ocasión, para q.ue un capi tán, llamado Boccalino, que había estado al servicio de los borgoñeses, se entregase a los turcos con la ciu dad de Osimo, de que se había apo derado ; ^ tuvieron que darse po r satisfechos con que, gracias a la me diación de Lorenzo el Magnífico, se dejara sobornar y pusiera tierra de X)r medio. En 1495, aprovechando a conmoc ión y el desorden produ cidos cidos por la guerra de Carlos VIII, probó probó también fortuna un condottiere. tiere. Vidovero de Brescia.''"^ Ya an
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tes se había apoderado en cierta ocasión de la ciudad de Cescna, ex terminando a numerosos ciudadanos y miembros de la nobleza; pero la fortaleza fortaleza se sostuvo y hubo de aban donar el cerco. Ahora con sigu con sigu i ó arrebatar al arzobispo de Rávena la ciudad de Castelnuovo, sirvién dose de una tropa que le había cedido otro bergante, Pandolfo Ma latesta, de Rimini, hijo del mencio nado Roberto y condottieri al ser vicio de los venecianos. Estos, que andaban temerosos y estaban, por otra parte acuciados por el Pana, ordenaron a Pandolfo "con buenas intenciones" que prendiera en la primera ocasión a su caro amigo. Así lo hizo, si bien "con dolor". Se le ordenó enseguida que lo colgara. Pero Pero Pandolfo, para guardarle todas las consideraciones, lo estranguló en la cárcel y lo mostró después al pueblo. pueblo. El último ejemplo de im portancia de semejantes usurpacio nes es el del famoso alcalde de MusBO, que, aprovechando la con fusión en el Milanesado después de la batalla de Pavía (1525), impro visó su señorío iunto al lago dej J Como.
IV . LA S PEQUEÑAS TIRANÍAS De las tiranías del siglo xv puede ilecírse, en general, que donde desI acaban sus más lamenta bles aspec violento relieve es en tos con más violento los pequeños señoríos, digamos me jor en los mínimos. Tratábase de familias- numerosas; sus sus miembros c]uerían vivir todos de acuerdo con sil sil jerarquía, y así las discordias he reditarias constituían un constante e inminente peligro. Bernardo Va rano, de Camerino, mandó al otro
mundo a dos hermanos (1432),'^^' porque sus h i¡os aspiraban aspiraban a la la he rencia. rencia. Allí donde el simple señor de una ciudad se destaca por su go bierno bierno práctico, moderado y huma no y por su celo en favor de la cultura, se trata del miembro de una gran Casa o de un soberano cuya: política política se subordina a la de una^ de las grandes familias del país. Entre éstos se contaba, por ejemplo. Alessandro Alessandro Sforza/^ príncipe de Pésaro, he nna nQ ^el gran Francesco
s-'i Marin Sañudo, Viíe de' Duchi Duchi di 1241. 'enezia, Muratori, XXII. col. 1241. ^ Malipiero, Malipiero, Ann. Veneti en Arch. página 407, 407, ^to/.. V i l , I, página
6;Í Chronicon Eugubinum, Muratori, XX L col. 972. Vespasiano Florentino, pág. 148.
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pales se callaban o abandonaban la ciudad al poco tiempo. Al fin los Oddi tuvieron que salir de Perusa y la ciudad quedó convertida en una fortaleza sitiada, baio el dominio ab ab soluto de los Baglioni, que llegaron a convertir el Duomo en cuartel. Se respondía a asaltos y cünjuraeiones con venganzas terrible s. En 1491, después de haber acuchillado y ahor cado a ciento treinta hombres que habían penetrado e n la ciudad, se levantaron en la Piazza treinta y cin co altares y hubo misas y proce siones durante tres días para alejar el maleficio. Un nepote de Inocen ca cio V I H fue apuñalado en la ca lle, en pleno día; otro de Alejandro VI , que había sido enviado como mediador, sólo encontró burlas y sarcasmos. En cambio, los dos ca bezas de la Casa, Guido y Ridolfo. tenían frecuentes conversaciones con la santa y milagrosa monja domi nica sor Colomba de Rieti. Ésta, ba jo la amenaza de grandes desdichas para el futuro, les aconsejaba la paz, inútilmente, desde luego. Sin em bargo, bargo, el cronista, con esle motivo hace hincapié en la devoción y pie dad de los mejores ciudadanos de Perusa durante aquellos años de te rror. Mientras Carlos V I I I se acer caba, se hacían los Baglioni y los d'esterrados aca mpados en Asís y n494) tan violenta sus cercanías- cercanías- n494) guerra, que en el valle estaban arra sadas todas las casas, y los campoí^ sin cultivar, convertidos los labra dores en audaces bandoleros, llena la malez a que to de cierv os y lobos la do lo cubría. Los lobos saciaban saciaban el hambre en los cadáveres de los caí dos, en "carne de cristianos". Cuando Alejandro VI huyendo de Carlos Carlos V I H que regresaba regresaba de Ña póles póles (1495) se retiró a UAibría, una vez en Perusa concibió la idea de librarse defi nitivamen te- de los Baglioni. Propuso a Guido yna fiesla, un torneo o algo semejanl^^con a todos,, en'de todos,, en'de el fin de reunirlos a terminado lugar. Pero Cuido Ic.íre'"•7 Archiv. Stor., XXI, partes T y II. plicó "que el más hermoso espec-
y suegro de Federico de de Urbino (Í473). Excelente administrador, so berano justo y accesible, después de una larga vida de guerrero, pudo disfrutar de un gobie rno tranqu ilo: reunió una soberbia biblioteca y de dicó sus ocios a sabios y piadosos diálogos. También puede incluirse en este grupo Giovanni II Bcntivoglio, de Bolonia (1462-1506), cuya política política venía condicionada por la de los Este y los Sforza. Pero, ¡qué tumultuoso y cruel espectáculo nos ofrecen, en cambio. Casas como la de los Varani , de CEuñef CEuñefinó, inó, la de los^ TVtalatesta; •dg'l^mimi', la de los Manfredi, de Faenza, y sobre todo la de los Baglioni, de Pcrusal So bre las vicisitudes y sucesos en el seno de esta última familia dispo nemos de las crónicas de Graziani y de Ma tara zzo, ^' fuentes históri cas excelentes y especialmente evo cadoras. Los Baglioni eran uno do aquellos linajes cuyo predominio no había lle gado a estructurarse en un verda dero dero principado, sino más bien en una simple primacía urbana, prima cía basada, tanto en las grandes ri quezas de la Casa, como en la in fluencia fluencia que de hecho gozaban en la provisión de los altos cargos. Aunque Aunque se reconocía a uno de los miembros de la familia como cabe za de ella, una rivalidad y un odio profundo y secreto reinaban entre las distintas ramas. Se les enfren taba un partido, constituido por no bles bajo la iefatura de la familia Oddi. Las armas estaban en manos de todos (por el año 1487) y las casas de los grandes llenas de bravi. Había violencias a diario. Con mo tivo del entierro de un estudiante alemán asesinado, dos colegios se acometieron con las armas. Entre los bravi de las distintas casas se producían, a veces, verdaderas ba tallas en la vía pública. En vano se quejaban comerciantes y artesa nos. Los gobernadores y nepotes na-
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sería ver reunidos a lodos bres de armas de Perusa", que el Papa renunció a su co después hicieron los desun nuevo intento, en que pt^r el denuedo personal de los Hnfilloni obtuvieron éstos la victoiinonetto Baglioni, que sólo ;i dieciocho años, se defendió 'U> en la Piazza, con un puñado (I (Inn Imnibrcs, contra varios centenalyó lyó con más de veinte herii ' i T o cuando Astorre Baglioni ' en su ayuda, se irguió de ^übre su corcel, con su armaIr acero dorado v un halcón yelmo, y "comparable a Marte tfl aspecto y en los h echos", se jpucvamente jpucvamente a lo, más encar de la pelea, 'ncl, que tenía doce años, liaI ífi i 'Mionces su aprendizaje con Pietugino. Acaso hayan quedado .lilas .lilas impresiones de esta époun los cuadri tos de san forge 'e mm Miguel. Acaso revive tamt*n filíio de estas impresiones, de ludí) imperecedero, en el gran cuaf » de San Miguel. Y si alguna vez ciieoiUrado Astorre Baglioni su ittil'lcación, ittil'lcación, es en la figura del ceHiil jinete en el Heliodoro.* I adversarios habían en en parte I I > ulo: en parte habían huido atel'Híil/iidos, y en adelante no fueron tíiipaces de un nuevo ataque. Al o de algi'in tiempo les fue con11 una amnistía parcial, con deWtílin a repatriarse; pero en Perufueron mayo res la seguridad I ' I I fueron ' i I iranquilidad. Las discordias (MU '.unas (MU '.unas estallaron en terribles he^us en el seno de la propia famisus hi^ , Como Guido, Ridolfo y sus IM, Ciianpaolo, Simonetto, Astorre, i - u n Mido y Gendle Marcantonio se T.l,lindaron, entre otros, dos sobri-
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nos, Grifone y Cario Barciglia. Es Es te último era, al mismo tiempo so brino del príncipe Varano de Ca merino y cuñado de un antiguo des terrado, leronimo dalla Penna. En vano vano Simonetto que tenía sombríos presentimientos pidió a su tío de ro dillas que le dejara matar a Penna. Guido Guido se lo prohibió. La conjura ción maduró de pronto con motivo de las bodas de Astor re con Lavinia Colonna. Se celebraron celebraron éstas en pleno pleno verano del 1500. La fiesta dio comienzo bajo siniestros presagios que Matarazzo nos describe bella mente. Varano, allí presente, apro vechó la ocasión para reunir a los conjurados y, de manera diaból ica, sugirió a Grifone la idea del mando absoluto, exaltándole con la histo ria, inventada, de unas supuestas relaciones ilícitas entre su esposa Ze nobia y Gianpaolo. Finalmente, a cada uno de los coniurados se le señaló su víctima. (Los Baglioni ha bitaban en viviendas separadas, la mayoría mayoría en el lugar de la actual for taleza.) Se concedieron quince hom bres a cada uno de los bravi de que se disponía. Con el resto se esta blecieron blecieron guardias y se formaron pa trullas. La noc he del 15 de julio fueron allanadas las puertas y ase sinados sinados Guido, Astorre, Simonetto Simonetto y Gismondo. Gismondo. Los demás pudieron huir. AI ver el cadáver de Astorre junto al de Simonetto en medio de la calle, la gente, "los estudiantes estudiantes extranjeros sobre t odo ", le comnaraban con un antiguo romano, tan ta dignidad y grandeza había en su aspecto. En Simonetto aparecía aún una audacia orgullosa, como si la muerte misma no 'hubiese podido do meñarle. Los vencedores intentaron ofrecerse ofrecerse a los amigos de la fami lia, pero los encontraron con lágri mas en los ojos, preparando el viaíe a sus posesiones del campo. Los Ba I :ií- dos primeras pinturas se englioni que habían pod ido escapar ahora en el Louvrc. El gran reunieron una hueste y con Gian " ni ahora San Miguel, de 1518, está paolo a la cabeza atacaron al día de San I allí. El "'Heliodoro" forma la ciudad, donde se les su • iiMi lie los frescos frescos del Vaticano, terter- siguiente maron otros partidarios, que acabaííiifliulos en 1514.
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LA C U L T U R A DEI. RENACIMIENTO EN ITALIA
)ACOB BURCKHARDT
ban de ser amenazados de muerte por Barciglia. Cuando Grifone ca yó en su poder junto a San Ercolano, Gianpaolo dejó que su gente se encargara de quitarle la vida. Pero Barciglia y Penna huyeron a Came rino, cerca de Varano, el principal instigador de la Iragedia. En un mo mento, y casi sin pérdidas, se había adueíiado Gianpaolo de la ciudad. Atalanta, la madre de Grifone, to davía joven y hermosa, se había re tirado el día antes a una posesión camoesfre. La acompañaban la es posa de Grifone, Zenobia, y dos hi jilos de Gianpaolo. A su propio hijo, que se apresuró a visitarla, le re chazó varias veces con su maldición. Ahora, sin embargo, acudió con su nuera cerca del agonizante. Todos se apartaron a la llegada de las dos mujeres; nadie quería ser reconoci do como autor de las heridas de Grifone. para no atraerse la maldi ción de la madre. Pero se equivo caban: ella misma pidió a su hijo que perdonara a los causantes de su muerte, y las bendiciones mater nas le acompañaron hasta el mo mento en que entregó su alma. Con profundo respeto vio la gente atra vesar la plaza a las dos figuras fe meninas, con sus vestidos tintos en: sangre. Para esta Atalanta pintaría: Rafael, más adelante, su "Entierro"; de fama universal. De esta manera quiso ella poner su pena a los pies del dolor maternal más alto y santo. La catedral, que de tan cerca ha bía sido testigo de la tragedia, fue lavada con vino y consagrada de nuevo. Estaba todavía enhiesto allí e! arco de triurdo ouc se había le vantado para las bodas, decorado con pinturas descriptivas de los he chos de A sier re y con las loas en verso compuestas por quien nos con tara toda la historia, por el buen Matarazzo. Como un reflejo de tanto hoiTor surgió una leyenda de los Baglioni. verdadera mente fabulosa. Según ella, lodos los de esta Casa habrían muer to siempre de modo infausto hasta
veintisiete de una vez, en cierta oca sión. Y sus casas habrían sido arra sadas y pavimentadas las calles con sus ladrillos, etc. Bajo Pablo 111 fue ron, efectivamente, arrasados sus palacios. Entre tanto, parecen haber con cebido sanos propósitos. Impusieron el orden en el propio partido, y los funcionarios se encontraron prote gidos contra los desafueros de al gunos nobles desvergonzados. Pero ia maldición volvió a surgir en aquel linaje, como un incendio sólo en apariencia apagado. Bajo León X, Gianpaolo fue atraído a Roma y decapitado. Uno de sus hijos. Orazio, se ensañó de nuevo en la pro pia familia como partidario del du que de Urbino, a su vez amenazado por los papas. Un tío y tres primos fueron asesinados. El duque tuvo que decirle que era ya bastante.^^ Su hermano Malatesta Baglioni es el caudillo de Florencia que se hizo inmortal, con la traición de 1530, y su hijo Ridolfo es el tínico vas tago del linaje que, con el asesina to del legado y de diversos funcio narios , establece en Perusa una breve pero terrible dominación (1534).
(1497), con sobrados motiy luego le dejaron escapar, . omisarío veneciano no tuvo in veniente en acompañarle a su >so a la ciudad, a pesar de que 'l>a inculpado de la muerte de hermano y de otras atrocidades, rabo de tres decenios eran los ' iicsta pobres desterrados. Hacia / estas pequeñas dinastías, cocn la época de César Borgia, Hirieron una espec ie de epidemia, iis fueron las que sobrevivieron, ni siquiera para su bien. En Mimdola, donde regían modestos príncipes de la Casa de Pico, rcsien 1533, un pobre sabio, Lilio i^orio Girald i, que había huido 1.1 devastación de Roma y había iiUrado refugio en el hospitalalioear del anciano Giovan FranPico (sobrino del famoso Gioi i i ) . Con el tema de los diálosobrc el sepulcro que quería darse erigir o] príncipe compu•i) un tratado,"" cuya dedicatoria Itcva la fecha de abril de aquel año. ru la postdata es bien triste: "En bre del mismo año el desgra tiiliDJ
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ciado príncipe fue asesinado, de no che, por el hijo de su hermano, per diendo así ia vida y señorío. Y o mismo salvé la vida a duras penas y me encuentro en la miseria más lamentable". Una semitiranía sin c a r á c t e r , co mo la ejercida desde 1490 por Pandolfo Petruccí en la Siena dividida en bandos, deshecha por discordias inteslinas, es apenas digna de mcn-1 ción. Insignificante y maligno, go-^ bernaba con la ayuda de u n profe-1 sor de Derecho y u n ast rólogo, y \ se permitía el lujo de asustar de vez ^ en cuando a sus ciudadanos con algtín asesinato. Su diversión estival consistía e n hacer rodar bloques de piedra desde el monte Amiata, sin importarle el estrago o las víctimas que Dodría causar con ello. Tras haber conseguido lo que el más tai mado no habría d e lograr —pudo evadirse de las redes que le tendió César Borgia—, murió abandonado y despreciado. Sus hijos se sostuvie ron, sin embargo, todavía largo tiempo en una especie de scmiseñorío. ¿I
V. LA S GRANDES DINASTÍAS Con los tiranos de Rimimi hemos de tropezar aiín acá y allá. Rara vez se habrán reunido en un solo individuo la temeridad, la impie dad, el talento guerrero y la cultura superior, como en Segismundo Ma latesta (1647). Pero donde los des afueros se acumulan, como ocurre en este linaje, acaban por ganar la ventaja sobre el talento, arrastran do al abismo a Jos tiranos. El ya mencionado, nielo de Sigismundo, pudo sostenerse graci as a que Vcnecia, a pesar de todos los crímenes, no quería dejar hundir a sus coíjdottieri. Cuando sus vasa'llos le bombardea ron en su castílljo de Ri-
^ Varchi, Stor. fiorent., pág. 2^ sisuientcs.
las dinasiías _importantes,
la
de los aragoneses mer ece especial mención. Su estado tiene ya un miiliz peculiar debido al feudalismo, t|iie, desde la época de los normani • , pone aquí la posesión de la ra en manos de los barones, uiiiiitras e! resto de Italia —excenliiiidas la parte meridional del Esludo Pontificio y unas pocas regio nes más— casi puede decirse oue Malipiero. Aúnales Veneíi, en ArV II , página 498. Lilius Gregorius Giraldus, De ) sepeliendi ritu. Ya en 1470 haocurrido una catástrofe en miniaen esta Casa. Véase Diario Ferra.. Muratori, XXiy,„cpl. 225. . Stor.,
sólo rige la posesión directa de la tierra: el Estado no permitía otra clase de prerrogativas hereditarias. No obstante, el gran Alfonso (f 1458). que se posesiona de Ña póles en 1435, se diferencia mucho de sus descendientes, verdaderos o supuestos. B rillante en su vida to da, confiado entre su pueblo, en el trato era de una afabilidad no exen ta de grandeza. Hasta su tardía pa sión por Lucrezia d'Alagna encon tró más admiraciones que censuras. Pero tenía el vicio de la prodiga lidad,*^ que naturalmente traía coníoviano Ponlano, De Uberalitate, cap. 19, 29 y De Obedientia 1, 4. Véase Sismondi, X, pág. 78 y sigs.
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sigo sus inevitables consecuencias. Se crearon omnipotenles funciona rios de moral corrompida, y luego el monarca, en trance de bancarro ta, los despojó de sus rapiñas: se predicó una cruzada como pretexto para esquilmar al clero; con oca sión de un terremoto en los Abruzos, los supervivientes hubieron de comprometerse a pagar la contribu ción de los que habían p erecido en la catástrofe. En tales circunstancias era Alfonso el más espléndido an fitrión de su tiempo para huéspe des de calidad. Se complacía en la dádiva, a quienquiera que fuese, aunque se tratara de enemigos. Y si era cosa de recompensar traba jos literarios, ya no había medida para él: a Pogio le pagó por la tra ducción latina de la Ciropedia, de Jenofonte, quinientas monedas de oro. Herran te/' que le sucedió, era considerado como bastardo suyo, ha bido de una dama española, pero probablemente había sido engendra do por un "marrano" (judío con verso) de Valencia. Ignoramos si fue la lacra de su oscuro origen o las constantes intrigas de los baro nes, que amenazaban su existencia, lo que hizo de él un ser cruel y sombrío. El hecho es que fue el más terrible de los príncipes de su época. De una ac tividad incansable, dota do de una vigoro sa mentalidad política y sin entregarse nunca a la licencia. Ferrante concentra todas sus dotes —aún las de una memo ria que no perdona y una maravi llosa capacidad de disimulo— en la destrucción de sus enemigos. Ve jado en todo aquello en que puede vejarse a un príncipe— los jefes
principales de los barones estaban emparentados con él y eran aliados [ de todos los en cmisos del extu- i rior—, se habituó a lo cxtraordin;i- | rio y descomedido como a cosa cc>- i tidiana y natural. Con el fin de I reunir los medios indispensables j para esta lucha y para sus guerras exteriores, recurrió poco más o m. nos a los métodos mahometanos aplicados por Federico II : el gobici ' no m onop oliz ó el trig o y el aceitu; ; el come rcio en general, fue centrü- í lizado por Ferrante y puesto en í manos de un importante mercadei' j' llamado Francesco Cappola , q uj ¡ partía con é l las ganancia s y toma- ¡ ba todos los armadores a su servi CÍO. LO que faltaba se obtenía por medio de empréstitos forzosos, eje : cuciones y confiscaciones, simonía desvergonzada y esquilmo de las , corporaciones religiosas. Además de | la caza, a la cual se entregaba con * pasión, tenía este monarca otras do^ diversiones preferí das: encerrar vi vos a sus adversarios en bien d e fendidas prisioníjs y conservarlos cerca de él muertos v embalsama dos, con la mwua indumentaria que solían llevar "^ri vida.*'" Cuando ha blaba con sus íntimos sobre tales prisioneros se reía sarcáslicamente. No hacía misterio de su colección de momias. La mayor parte de sus víctimas eran hombres honrados de los que se había apoderado por trai ción, cuando, confiados en su hos pitalidad, estaban sentados a su me sa. Verdaderamente infernal fue sii conducta con su primer ministro Antonello Petrucci, que había encane cido v enfe rmado a su servic io y a quien el creciente miedo a una muerte violenta llevaba a ofrecer constantemente regalos a su señor, hasta que al fin una sombra de ,¿a;ticipación en la última conjuración de los barones le dio el pretexto para prenderle y mandarle al^.pali-
Tristano Caracciolo, De varieíatc foríunae, Muratori, XXII cois. 113-120. — Joviano Pontano, De prudentia, 1, IV. De magnanimitale, II ; De liberaliiale, De immaniiate. — Cam. Porzio, Congiura de' liaroni passim. — Comincs. Charles VIL cap. 17, con las ca Paulo fovio, Uisíor., 1, 14,*en racterísticas generales de los aragone discurso de un enviado railanés Duirio ses. Ferrarese. Muratori, XXIV, col. 294.
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. junto con Cappola. La destóHpción que de todo ello nos hacen Ciracciolo y Porzio resulta espeluz ante. De los hijos del monarca, el mayor, Alfonso, duque de Calabria, dl»iruió en los últimos tiempos de Unii especie de corregencia. Era un libertino desenfrenado y cruel sin Ülru ventaja sobre su padre que la ét una mayor franqueza. No disiIBulaba su desprecio hacia la relij^ón y Jas prácticas devotas. Los PMgüfi mejores y más vivos de los llrimos de la época no han de bustí&rsc en tales nríncipes. Lo que toItmn de la cultura o el arte contem(H)róneos es sólo lujo o apariencia. Lo » mismos españoles auténticos «piirccen en Italia, casi siempre, co mo desfigurados, pero el fin de esta iljnusiía de origen turbio (14941103). pone sobre todo de manifltíítü una evidente falta de carácter rflcliil. Ferrante muere roído por angtlKtias y preocupaciones; Alfonso i!nlpa de traición a su propio hermnno Federico, el único honrado de iemilia, y le ofende aún de la ira más indigna; finalmente él mo. que estaba considerado coItlü uno de los soldados más hábi^ de Italia, pierde la cabeza y huye I Sicilia, abandonando a su hijo, el oven Ferrante, a los franceses y a H Iraición general. Una dinastía que IHhlii reinado como ésta debía, por M menos, haber vendido cara la viÚM si SUS descendientes habían de idcr pensar en una restauración. jamáis homnte cruel ne fut 'i", como dice Comines, en esta ion, un poco parcialmente, aun en general, con certera visión.
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una magnífica semblanza.'^ Lo que el miedo puede hacer de un hom bre de eminentes dotes, situado en las alturas, se pone aquí de mani fiesto diríasc con precisión matemá tica. Todos los medios y todos los ifines del Estado se concentran eji un designio cardinal : la seguridad de su persona. Pero la sed de san gre no mancilla su cruel egoísmo. Se encierra en la fortaleza de Milán, que contiene jardines magníficos, avenidas de árboles y pistas para cabalgar, sin salir siquiera a la ciu dad durante muchos años. Si sale, es a los lugares de la campiña, don de dispone de espléndidos palacios. Hace construir canales especiales para su flotilla de barcas, remolca das por ligeros potros, todo ello so metido a las reglas de la etiqueta más estricta. Quien penetraba en la fortaleza, era observado desde cien sitios. Nadie podía asomarse a una ventana por temor que hiciera se ñales a los de afuera. A los desig nados para el servicio inmediato del príncipe se les sometía a un artifi cioso sistema de exámenes previos y a complicadas pruebas de lealtad y pericia. A éstos se confiaban des pués las más difíciles misiones di plomáticas o bien se les empleaba como lacayos, pues ambas cosas eran igualmente honrosas. Y este hombre sostuvo largas y penosas guerras y tuvo siempre entre manos grandes y complejos asuntos políti cos, lo cual significa que enviaba constantemente sus emisarios provis tos de plenos poderes. Su seguridad residía en el hecho de que nadie se fiase de nadie, en mantener en disensión a los condottieri por me dio de espías, y a los intermediarios y altos funcionarios p or medio de ía discordia artificialmente manio brada y por el desconcierto que pro ducía acoplando a uno bueno uno malo. El propio mundo interior de Filippo María se apoya sobre los
duques de Milán, cuyo réauténticamente italiano, en itido del siglo xv desde Gían¡azzo, representa ya una monar(tt absoluta completamente desatilíuia, nos aparece el principado, lii curiosa personalidad del úlfVisconii, Filippo María (1412w Petri Candidi Decembrii Vita Phil. poseemos. afortunadamente. Mariae Vkecomitis, Muratori, XX.
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más opuestos valores de la concep ción del mundo: cree en la astrología y en la ciega fatalidad y reza a la vez a todos los santos patronos de la Igle sia, y lo mismo lee auto res antiguos que novelas francesas de ca ballería . Finalmente, el mismo hombre que no quería oír hablar de la muerte,"-'' que hac ía sacar de la fortaleza a sus mismos favoritos agonizantes, para que nadie palide ciese en aquel baluarte de la felici dad, aceleró deliberadamente la pro pia muerte, negándose a una sangría, que el cierre de una herida hacía necesaria, y supo morir con decoro y dignidad. Su yerno y heredero, el afortu nado condottieri Francesco Sforza (1450-1466; véase pág. 9 ) , fue qui zá, de todos los italianos, el más de acuerdo co n el sentir de su tiem po. En nadie se manifestará de mo do más brillante el triunfo del ge nio y de la energía individ ual, y quien no quiso reconocerlo tuvo que ver en él por lo menos al favorito de la fortuna. Milán se sintió hon rada con semejante señor. Cuando hizo su entrada la muchedumbre le impidió descabalgar y a caballo hu bo d e penetrar e n la catedral.'"''' Examinemos el balance de su vida, tal como nos lo presenta Pío "ti , autoridad indiscutible en la mate ria: "Cuan do en 1459 el duaue acudió ai congreso de príncipes de Mantua, tenía sesenta años (más exactamente, cincuenta y ocho). A caballo parecía un muchacho, y era alta e imponente su figura. Tenía un rostro de rasgos severos, v era tranquilo y afable en el hablar, y su conducta la de un verdadero prín cipe. Un conjunto de dotes físicas «5 Le atemorizaba quod aUquando "non esse" necesse esset. «« Corio, fol, 400; Cagnola. en Archiv. Star., III, página 125. Pío II . Comment, III, pág. 130. Comp. I I , 87 y 106. Un cálculo más sombrío de la suerte de los Sforza nos lo da Caracciolo, De varietate foriunae, Muratori, XXI, col. 74.
y espirituales sin par en nuestra épo ca, un soldado invicto en el campn de batali'a: he aquí el hombre qu^. desde una situación humilde, ascei • dio al gobierno de un país. Su e^ posa era virtuosa y bella, sus hiictenían la gracia de los ángeles d«-! cielo. Rara vez estuvo e nfermo > sus principales deseos se vieron rea lizados. Es cierto que pasó por at gíín contratiempo: la esposa mató a su amante, por celos; sus viejos compañeros de armas y amigos Troi lo y Brunoro le abandonaron, yéii dose a Nápoles, cerca del rey AlfoTí so; a otro, Ciarpollone, tuvo qi^ mandarle ahorcar por traidor; h;i bo de pasar por el dolor de auc, en una ocasión su hermano Alessan dro instigara a los franceses contin él; uno de sus hijos intrigó contr¡i él en forma que debió ser arresta do; la marca de Ancona , que habí:) conquistado por las armas, volvió a perderla, por las armas también. Pero nadie disfruta de una dicha tan completa que no haya de luchat con dificultades y vacilaciones. Y de be considerarse feliz aquel a quien asahan menos contrariedades". Tra^ esta definición negativa de la feli cidad deja al lector el docto pan;i. Ahora bien , si hubiera querid o lan zar una mirada sobre el porvenir r considerar sencillamente las consc cuencias del poder ilimitado en ti príncipe, no se le hubiera escapada una elemental observación: la ifali;i de garantías de la familia. Aquelloniños bellos como ángeles, educados con todo cuidado, instruidos minu ciosameníe en las más diversas d¡^ ciplinas, al convertirse en hombixno pudieron contrarrestar la degc neración del egoísmo ilimitado. leazzo María (1466-1476), un v¡r tuoso del ornato personal, tenía el orgullo de sus bellas manos, de lo: grandes emolumentos que eonccdííi del créd ito de que disfrutaba^ de su tesoro de dos millones de monediis en oro, de los hombres ilustres q) . le rodeaban , de su ejército,' de equipo de cetre ría ... Era, además
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ido: porque hablaba bien, y venir según le convenía.^i» En los má s fluidez que nunca cuando momentos de la suprema angustia trjiíaba. p o r ejemplo, de vejar a (1499) repasa con pasmosa Inci iviado de Venecia.*'^ Tenía tam- des, las posibles salidas del tran ^us caprichos, como el de ha- ce en que se encuentra, abandonán :'corar una habitación con figu- dose en última instancia —lo cual ' ' 11 una noc he. Y se permitía con le honra— a la bondad de la hu MI prójimo terribles crueldades y se mana naturaleza. Rechaza al carde *iiln-gaba al desenfreno más desco- nal Ascanio, su hermano, con quien 'Iido. A'lgunos exaltados, conven- había tenido agrias disputas cuando " I " . de que se reunían en él todas le ofrece resistir en la fortaleza de ' I . iialidades del tirano, le dieron Milán: "N o me l o toméis a mal I M e un buen día, deían do a sus Monsignore pero no me fío, aunque I i n o s el gobierno del Estado. seáis mi hermano..." Había busca do ya un comandante para la for ifi.- ellos, Ludovico el Moro, se ' ' i'i' IH1 de l^do ér;ppd er ,~con omí- taleza, aquella "garantía de su re lel sobrino encarcelado. D e tomo". Se trataba de un bombre a il.i usurpación dependió des- quien sólo bien había hecho,^' lo la intervch"ciüñ"cE"iIos'iránce- cual no fue obstáculo para que trai ) el destino fatal de toda ItaHa. cionara al castillo. En el interior V, no obstante, Ludovico el Moro procuraba que su administración 91 ol más perfe cto carácter de prín fuese buena y útil, lo cual le gran cipe en aquella época y de nuevo jeó una gran popularidad en Milán uparcce como un producto natural y. finalmente, en Como. Sin embar iiMiha el cual no podemos indignar go, en los ííltimos años forzó con me en demasía. Aún teniendo en exceso la capacidad contributiva de iiii-nla la declarada inmoralidad de su Estado (desde 1496), y en Cre' ' medios a que recurre, hemos de mona, por ejemplo, sin tener en •iioccr que en su aplicación re cuenta más que la pura convenien mití! ti completamente ingenuo. Se cia, mandó estrangular secretamente h í h r í a asombrado en extremo, pro- a un ciudadano distinguido porque iMihlcmente, si alguien hubiera pre- murmuraba contra los nuevos im puestos. Desde aquel momento, en ii'IMÜtlo hacerle comprender que no Idlo po r lo que se refiere aj los fines, las audiencias, mantenía alejada a •Ino también por lo que atañe a los la gente por medio de una barra, mrdios, existe una responsabilidad de modo que había que gritar para hablar con éV~ En su Corte, la más ' .'il. Acaso hubiese presentado, brillante de Europa, pues no exis una virtud especial, el hecho tía ya la borgoñona, reinaba la más I l i e siempre que le fue posible extrema inmoralidad: el padre en 'I • las sentencias de mu erte. El tregaba a la hija, el esposo a la I" lo casi místico de tos italianos esposa, el hermano a la hermana.'^-' ' ' -u fuerza polític a lo aceptaba tuiíiu un tributo debido."^ Todavía 70 Malipiero, Ann, Veneti, en Ar fft 1496 se vanagloriaba de que el Stor., Vil, I, página 492; ademáa, Itpti Alejandro er a su capellá n, el chiv. 481 y 561. wftpcrador Max su condottieri, Ve •¡•'I Véase su última conversación con • I 1 su tesorero y el rey d e Fran- el mismo hombre, Bernardino da Cor II correo, a quien hacía ir y te, auténtica y curiosa, en Senarega, Muratori, XXIV, col. 567. ^2 Diario Ferrarese, Muratori, XXIV. Malipiero. Ann. Veneti. en Ar- cois. 536. 367 y 369. El pueblo creía •>''• Stor.,\\. I. pág. 216 y siguientes. que su propósito era atesorar riquezas. i'hroii. Venelum. Muratori XXIV, Corio, fol. 445. Las consecuencias de tal estado de cosas se evidencian
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*N o obstante, el príncipe fue siem pre un hombre activo, y como hiio de isus obras sentía cierta afinidad con los que ig ualmente basaban su
existencia en los propios recursos intelectuales, es decir, con los sa bios, los poetas, los músicos y los artistas en general. La Academia por él fundada '''^ depende de él en pri mer término: no es algo referido a una masa escolar a quien se deba instruir. Tampoco necesita aureo larse con la fama de los personales que le rodean: lo que le importa es su trato y sus obras. Es cierto que Bramante, al principio, fue re compensado con mezquindad.'i'^ Pe ro de Leonardo sabemos que hasta 1496 estuvo bien retribuido... ¿Y qué le detenía en esta Corte si no era la propia voluntad? El mundo estaba abierto para él como acaso para ningún otro mortal contempo ráneo, y si hay algo en Ludovico el Moro que hable en pro de la exis tencia de un element o superior lle no de vida, es la larga permanencia del enigmático maestro cerca de el. Si es cierto que posteriormente Leo nardo estuvo ai servicio de César Borgia y Francisco I, es porque de bió de estimar también en ellos do tes naturales extraordinarias. De los hiios del Moro, que des pués de su caída fueron deficiente mente educados p or e xtraños, el mayor, Massimiliano, no se le pare ce ya en nada. El menor, Francesco, no era, por lo menos, incapaz de impulso y estímulo. Milán, que por esta época hubo de cambiar de due ño tantas veces y que con ello sufrió infinitamente, procuró por l o me nos asegurarse contra las reacciones. A los franceses, que se retiraban
ante el ejército español y Massimi liano, se les pidió que entregaran a la ciudad un documento en que se hiciera constar que los milaneses no habían contribuido a su ex pulsión y que, sin haberse rebelado, se veían obligados a entregarse a un nuevo conquistador.''** Es tam bién digno de tenerse en cuenta, en el aspecto político, que en seme jantes momentos de tránsito la des dichada ciudad —'lo mismo que Ñapóles cuando la fuga de los ara- | goneses— solía ser saqueada poi \ bandas de facinerosos (que a vece> no dejaban tampoco de ser persC' najes de alcurnia). Dos señoríos sabiamente regidos y gobernados por hábiles príncipes ¡ vienen a ser, en la segunda mitad f del siglo X V , el de los Gonzaga, de .Mantua, y el de los Montefellro, de Urbino, Ya entre ellos vivían los , Gonzaga en bastante armonía. Ha cía la rgo tiempo qu e ¡no había en la famiha homicidios secretos: po dían enseñar a sus muertos_._^El mar qués Francesco Gonzaga '' y st'. esposa Isabella de Este fueron, a pesar de alguna aparente relajación en los lazos matrimoni ales, una pa reja digna y unida, que crió hijü« felices y eminentes en una época en que su pequeño, pero importan tísimo Estado, pasó a menudo por los mayores peligros. Que Francesco, como príncipe y como condottiere. hubiera seguido una po lítica recia y honrada, esto, ni el emperador, ni los reyes de Francia, ni Venecia se lo hubieran pedido ni lo hubic-
Prato, Archiv. Stor., III, págin;is com. 302. ; 77 Nacido en 1446; esponsales con • Isabella en 1480. cuando ésta contabii de modo especial en las novelas e in seis años de edad; sucesión,en 1484: troducciones, referentes a Milán, de enlace en 1490; muere en 1319; muer te de Isabel en 1530. Sus hijos FedcBandello. Amoretti, Mcmoñe storiche .•otila rigo ( 1 5 1 9 - 4 0 ) , que heredó-,el ducado villa ecc. di Líomrdo da Vlnci, págs. en 1530, y el célebre Ferríyite G o n z E i - : — El texto a continuación sobre ' 35 y sigs. y 83 y sigs. (Pero ésta no ga. la base del ep istolario dá; Istbel y era una Academia de Arte.) apéndices. Archiv. Stor., apéndice '•f* Ver sonetos en Tmcchi, Poesle tomo II, transmiúdo por d'Arcb. inedite. 298;
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II esperado de él. Pero desde la Ua de Taro ( 1 4 9 5 ) , cuando me se sentía patriota italian o en Ktjue se refería al honor de las .as, y este sentir lo compartía esposa. En adelante, ella verá en manifestación de heroica fidecomo por ejemplo, la defensa 'aenza contra César Borgia, una Vacien del honor de Italia. Nues juicio sobre Isabel no necesita lOyarse en el testimonio de los ar>tas y hombres de letras que tan .erosamcnte correspondieron al enazgo de la hermosa princesa; iUl propias cartas nos retratan su ficientemente a la mujer inconmo vible en su serenidad, aguda y gra ciosa en sus observaciones y amable llompre. Bembo, Bandello, Ariosto y Bernardo Tasso enviab an sus traft«|os a esta Corte, a pesar de su íoqueñez, su escaso poder y que ít caja estuviese vacía casi siempre. No había, en parte alguna, desde la disolución de la Corle de Urbino 11 ' Í Ü 8 ) , un círculo más refinado de wuiivivencia social, y aún la de Feti'íu-a resul taba superada en lo esen cial, es decir, en la libertad de IKovimiento. Era Isabel muy com petente amante de! arte, y nadie ^uc guste de estas cosas podrá leer lln conmoverse el índice de su pe^tieña, pero escogidísima colección.
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blo los quería".'^^ Pero no solamen te el Estado era una obra de arte organizada sabiamente: lo era la Corte misma. Y lo era en todos sen tidos. Federigo sostenía a quinien tas personas. Los sueldos de los dignatario s eran tan completo s co mo en las Cortes de 'los más grandes monarcas, per o no se derrochaba nada. Todo se dirigía a un fín y estaba sometido a un concienzudo control. Ni el juego ni la difama ción ni la jactancia eran aquí ad mitidos, pues la Corte debía ser, al mismo tiempo, un centro de edu cación militar para los hijos de los gi-andes señores, la formación de los cuales era cuestión de honor para el duque. El palacio que se cons truyó no era el; más suntuoso, pero sí clásico en la perfección de su estructura. Allí reunió su mayor te soro, la famosa biblioteca. Como se sentía seguro en un país donde todos obtenían ventajas y nadie mendi gaba, iba siempre desarmado y casi sin escolta. Ningún otro jerarca po día hacer otro tanto: se paseaba por jardines abiertos y su frugal re fección se efectuaba en una sala abierta, mientras le leían pasajes de Tito Livio (o en cuaresma de obras devotas). Por la tarde escuchaba una disertación sobre temas de la Antigüedad; después iba al conven to de las clarisas, para dialogar con la superiora, a través de la reja del Urbino tuvo en el gran Federifío locutorio, sobre puntos de religión. ( 1 4 4 4 - 1 4 8 2 ) —fuese o no un au- Al atardecer le agradaba dirigir per léiuico Moníefeltro— uno de los sonalmente los ejercicios gimnásti mis eminentes representantes del cos de los jóvenes de su Corte en M'incipado. Como condottiere tenía el prado de San Francisco, cuidan do de que en los ejercicios de presa li moral política de los condottieri, de la que sólo a medias eran cul y de carrera se movieran de modo pables; como príncipe seguía la nor- perfecto. Procuraba mostrarse ama fllü de gastar en el interior del país ble siempre y accesible. A los que iíí que ganaba fuera de é l, agobián trabajaban para el los visitaba en dole lo menos posible con impues- su taller o en su estudio, daba cons {0S,. D e él y de sus dos sucesores tantes audiencias, y, a ser posible, yuidobaldo y Francesco María pu- resolvía las peticiones en el mismo ^0 decirse: "levantaron edificios, íilimularon el cultivo de la tierra, ^8 Fran. VeUorí, en Archivo Stor.. ^iihitaron su ciudad y tuv ieron a apéndice al tomo V I , 321. Sobre Fe . H i o l d o multitud de personas; el pue derigo, Vesp. Fior., 132 y sigs.
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día. No es, pues, milagro que a su paso la gente se arrodillara en la calle y exclamara: "Dio ti manten fia, signore!" Los Ingenios de aque llos tiempos le llamaban " Luz de Italia"."^ Su hijo Guidobaldo, alta mente dotado, pero agobiado por enfermedades y desdichas de toda clase pudo, al fin, entregar su Es tado (1508) en manos seguras; en las de su sobrino Francesco María, nepote al mismo tiempo del pana lulio n . Este príncipe logró, por lo menos, mantener el país libre de dominación extrar'ia duradera. Es curiosa la inquebrantable decisión con que estos príncipes ceden el campo y huyen: ante las tropas de César Borgia, Guidobaldo, y ante las de León X, Francesco María. Tienen la co nvicc ión de que su re torno será tanto más fácil y desea do cuanto menos hayan hecho su frir al país con una defensa estéril. Pero cuando Ludovico el Moro pen só de igual suerte, olvidó los mo tivos de odio que había contra él. La Corte de Guidobaldo ha sido in mortalizada, como acabado modelo de fina convivencia social y humana, por Baldassar CastigHone, que en ala banza suya hizo representar ante ella la égloga Tirsi (1506) y más tarde situó los diálogos de su Cortigiano (1518) en el círculo de la culta du quesa Elisabctta Gonzaga. El gobie rno de los Este en Fe rrara, Módcna y Reggio se mantuvo en una curiosa zona intermedia en tre despotismo y popularidad.*"^ En el interior del palacio sucedían cosas horribles. Una princesa era decapi tada por supuesto adulterio con su hijastro (1425). Príncipes legítimos y bastardos huyen de la Cort e y aún en el destierro los amenazan asesinos enviados en su persecución (la última vez en 1471). En el ex"i"^ Castiglionc. Cortigiano, libro I.
El texto a continuación se basa principalmente en los Annales Esten ses: Muratori, X X, y en el Diario Ferrarese, Muratori, XXIV.
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terior se fraguaban continuamente ' nsificada. pero en medida todaconspiraciones. El bastardo de un • soportable. Es cierto que, por bastardo pretende usurpar al úniui ' parte, el príncipe atendía a la heredero legítimo (Ercole I ) . Año> Mi'ficcncia pública —como otros después (1493) éste envenena a >;i • nos de la época en Italia: Gamujer cuando averigua que ella ^ '/ o María Sforza, por ejemplo— quería envenenar a su vez, por cu I) tiempos de escasez hacía traer cargo de su hermano Ferrante ckI I del exterior'*-, al parecer, lo Ñapóles. El final de estas tragedia*1 .irtia g ratuitamente. En camb io, fue la conjuración de los bastarde^-tiempos normales, se resarcía contra sus hermanos, el duque rci M cl monopolio de otros medios nante Alfonso I y el cardenal Ipp^v • iibsistencia, si no del trigo. Se lito (1506), que fue descubierta ;i ' ivaba cl comercio de la cecina, tiempo y castigados los culpablc,'I pescado, de las fruías y de las i con reclusión perpetua. El mecanis iinibres, estas últimas c uidadosa- j mo fiscal estaba, por otra paiie ule cultivadas sobre las murallas • muy desarrollado en este Estado y „ I-errara y al pie de lias mismas, tenía que ser así, por ser el m¡is ingreso más du doso, desde e ! amenazado entre todos los Estados; J i l o de vista ético,, constituíalo la grandes y medianos de Italia, y ne ><\ii anual de los cargos públicos cesitar po r lo tanto, en gran medi > .u untes, costumbre, por otra par da, de armamentos y fortificaciones. tí, difundida en toda Italia, pero de Es verdad que con la capacidad ' ' cual estamos mejor informados contributiva se procuraba acrecen lo que se refiere a Ferrara. Con tar la riqueza y el bienestar natural lencia al año nuevo de 1502, por de la población, y el marqués Nic'iiplo, se nos cuenta que la ma coló ( t 1441) manifestaba repelidata compraban sus empleos a premente su deseo de que sus va5allü^ • . desorbitados (saiati). Se mcnfuesen más ricos que los de otros > mnun los cargos más diversos, comonarcas. Si el rápido aumento de fiiii aduaneros, administradores de la población constituía un testimo i-siones (massüri), notarios, pa nio válido del bienestar real alcan ís, jueces y hasta capitani; es zado, es un dato de importancia ct r, altos funcionarios ducales, de hecho que (1497) en la capital, a distintas ciudades. Como una de pesar de las extraordinarias obras "sanguijuelas" que pagaron cade ensancho realizadas, no había ca ' su puesto y a quien el pueblo sas por alq uil ar.F err ara es la pri ttliorrecía "más que al propi o diamera ciudad moderna de Europa; l'lo", se cita a Tito Strozza, aunque es la primera en donde, por suges líe creer que no se trata del fatión de los príncipes, se construyen .o -poeta latino. Cada año en la grandes barrios regularmente dis-. ina época solía el duque hacer puestos. En ellos se reunía una po "ii.i ronda por Ferrara, el llamado blación metropolitana por concen mdar por ventura, con cuyo motivo tración de la burocracia y de In dejaba obsequiar por tos ciudadaindustria, atraída o establecida se acaudalados. Los regalos se le gún un plan deliberado. Se instabí! lan en esnecie y no en dinero. a opulentos fugitivos de t(i>da Italia, I I duque ponía su or gullo ^ en florentinos sobre lodo, a que se es toda Italia supiera que en Fetablecieran en la ciudad y constru 1.1 los soldados percibían puntualyeran en ella sus palacios. Sólo hi iile su soldada, los maestros de tributación indirecta hiibo de ser
la Universidad su sueldo; que a los mercenarios no les estaba permiti do esquilmar, para propio regalo, •a ciudadanos y campesinos; que Fe rrara era inexpugnable y que su fortaleza encerraba una imponente suma de moneda acuñada. De un olvido de la situación del Tesoro ni cabía hablar. El ministro de Finan zas era, al mismo tiempo, ministro de la Casa Ducal. Las obras em prendidas por Borso (1450-71), Er cole I (hasta 1505) y Alfonso I (hasta 1534) fueron muy numero sas, pero en su mayoría de escasa importancia. En esto se revela cl carácter de una dinastía que, con loda su inclinación a lo suntuoso —Borso sólo se mostraba enjoya do y vestido de brocado— no quiere lanzarse a gastos irreflexivos. Alfon so, por su parte, estaba convencido que sus villas, pequeñas, pero muy bellas, no podrían escapar a la suer te que los acontecimientos trajesen consigo: Belvedere, con los umbríos parques; Montana, con los hermo sos frescos y los bellos surtidores. Es innegable que el hecho de en contrarse siempre amenazados de sarrolló en estos príncipes un gran valor personal. En una vida tan lle na de artificio únicamente un vir tuoso podía moverse con desemba razo y con éxito. Todos tenían que justificarse como dignos del seño río y demostrar que lo eran efecti vamente. Había sin duda grandes zonas de sombra en sus caracteres, pero en todos encontramos algo de lo que constituía el ideal del italia no de la época. ¿Qué príncipe de la Europa contemporánea puso, por ejemplo el empeño de Alfonso I en el desarrollo de la propia for mación? Su viaje a Francia, Ingla terra y los Países Bajos fue un ver dadero viaje de estudio, del que obtuvo un exacto conocimiento del comercio y la industria de aquellos países.*** Es neceda d reproch arle sus
Paulo Jovio, Vita Alfonsi duds, V'iVí illustres, Paulo Jovio, l. c.
SI No es inoportuno mencionar, con este motivo, el viaje de León X como
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Diario Ferr.. en Muratari, ¡col.
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trabajos de tornero en sus horas de ocio; éstos andaban relacionados con su maestría en la fundición de cañones y su afición, exenta de pre juicio s, a convivir con los maestros de lodos los oficios. Los príncipes italianos de la época no se atienen, como sus contemporáneos nórdicos, a la relación con una nobleza que se considera a sí misma como la única clase del mundo digna de es timación y que fomenta también en el príncipe semejante presunción. En Italia el príncipe tiene necesidad de todos y a todos debe conocer. Cla ro que la nobleza, por su nacimien to, es también una clase exclusiva, pero en sus relaciones sociales, ha de atenerse por completo a lo per sonal V no a una valorización de casta. De esto hablaremos más adeiante. Los sentimientos de la po blación de Fen'ara hacia sus seño res constituían una curiosa mezcla de tácito temor y de aquel espíritu, auténticamente it aliano, de expresar sentimientos de benevolencia y de una lealtad de subditos, de carácter completamente moderno. La admi ración personal se transforma en un nuevo sentido del deber, La ciu dad de Ferrara levantó en 145!. en la Piazza, una estatua ecuestre de bronce en memoria del fallecido príncipe Niccoló (1441). Borso no se avergonzó de erigir allí cerca, en bronce, su propia efigie sedente (1454). Además, ya al principio de su gobier no, la ciudad había decre tado que se levantara en su honor una "colunma triunfal de mármol'. Un ciudadano de Ferrara que en el extranjero —en Venecia— ha bía hablado mal de Borso pública mente, fue denunciado a su regreso y condenado por el Tribunal al des
tierro y a la confiscación de sus bienes. Y poco faltó para que un subdito le hiciera rodar, raaltrcchoante el mismo Tribunal. En súpli ca de total perdón acudió al duque con la soga al cuello. El principadi) estaba bien provisto de espías. El duque en persona examinaba diaria mente la lista de viajeros llegados a la ciudad. El que recibía un hués ped debía comunicarlo, bajo las m á s severas amonestac iones. En B or so puede aún relacionarse esto con su hospitalidad: no quería que pasara por la ciudad ningún viaje ro ilustre sin honrarle debidamente. Por lo que a Ercole 1 se refiere puede decirse que con ello adopta ba simplemente una medida d e se guridad personal. También en Bo lonia, baio Giovanni II Bentivoglic todo viajero de tránsito por la ciu dad estaba obligado a obtener un volante a la entrada de una puerta para poder salir por la otra.^'^ La popularidad del príncipe crece de punto cuando destituye violentamen te a funcionarios que oprimen al pueblo. Cuando Borso prende per sonalmcntc a sus más íntimos con sejeros, cuando Ercole I destituvc con vilipendio a un recaudador Ó L contribuciones que durante años erj teros se había ensañado con los con tribuyentes: entonces el pueblo en ciende hogueras de júbilo y echa a", vuelo las campanas. Pero hubo un hombre a quien Ercole dejó llega i demasiado lejos: su jefe de policía, o como quiera llamársele (capitam di giustizia), Gregorio Zampante, de Luca (pues no convenía que nativo> ocupasen cargos de esta índole). Los mismos hijos y hermanos del duque temblaban ante él. Las multas que imponía ascendían a centenares y miiJares de ducados, y la-), tortura cardenal. Véase Paulo Jovio, Vita Leo- empezaba ya antes del iriferrogatonis X, lib . L El pronósito era menos serio, más orientado en el sentido de Joviano Pontano, De^Uberalitutí. la distracción y el conocimiento del mundo, pero, según su espíritu, com s« Giraldi Cinthío, Héfal^hiithi. pletamente moderno. Ningún hombre VI, nov. 1. ^ del Norte viajaba entonces con se Vasari, XII, 166. Vila di flidicmejantes fines. langelü.
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Se dejaba sobornar por los mas criminales, y por medio de tiras obtenía para ellos el into ducal. Al duque le hubieran ;ado sus vasallos diez mil duca, o más, por la destitución de enemigo de Dios y de los hom, Pero Ercole lo había hecho allero y lo había convertido en pañero suyo, y Zampante conió reunir unos dos mil ducados .os los años. Claro que sólo co. pichones cebados en casa, y no ulaba por las calles sin una verlera escolta de ballesteros y es os. Su elimin ación se hacía rar demasiado, cuando he aquí dos estudiantes y un judío con'80, a quienes había afrentado inana mente, le dieron muerte en propia casa durante la siesta 496), y en caballos preparados al ^ to cruzaron la ciudad, gritan do: iSalid, vecinos, que hemos mucra Zampante!" Los hombres de as enviados en su persecución ;aron tarde y los fugitivos pudie, alcanzar la próxima frontera, ro que llovieron los pasquines, s en forma de sonetos, otros en a de canciones. Por otra parte, ondía perfectamente al espíritu este principado el que el sobe.0 impusiese a la Corte y al puesu alta estimación hacia fieles idores. Cuando en 1469 falleció consejero privado de Borso, Lo ivico Casella, se dio orden que en día de su entierro no funcionaningún tribunal y que se man iese todo cerrado, desde la más ilde tiendecita de la ciudad hask s aulas universitarias. Todos ían acompañar el cadáver a San imenico, pues también el duque haría. Y así fue, en efecto: apaíó el duque —"el primero de Casa de Este acompañando el ver de un simple vasallo "— o de luto y arrasados los ojos, iban los parientes de Caseescoltados individualmente por personaje de la Corte; miembros la nobleza sacaron de la iglesia
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el féretro de aquel ciudadano, lle vándolo hasta el claustro, donde fue inhumado. Esta participación oficial en los sentimientos del príncipe sur ge por vez primera en los Estados italianos.En el fondo de esta ac titud puede ocultarse un bello sen tir humano, pero su expresión, tal como la encontramos en los poetas, suele ser bastante equívoca. Uno de los poemas de juventud de Ariosto,**'^ consagrado a la muerte de Lio nora de Aragón, esposa de Ercole I, contiene, además de las impres cindibles lamentaciones fúnebres, se gún las hallamos en todos los tiem pos, algunos rasgos completamente modemos: "esta muerte supone pa ra Ferrara un golpe del que no se repondrá en muchos años; su bien hechora es ahora intercesora suya en el cielo, pues la tierra no era digna de ella; se comprende que la diosa letal no se le acercase co mo suele presentarse a los demás mortales infelices, armada de la gua daña cruenta, antes amable y reca tada y con rostro tan afable que se desvaneció todo temor". Pero en contramos también muestras de sim patía con los sentimientos de los jerarcas de índole completa mente distinta. Novelistas que lo espera ban todo del favor de éstos y que se veían obligados a contar con este favor, nos refieren las historias amo rosas de los príncipes, a veces en vida de éstos,"*^ en una forma que a los siglos venideros ha de pare
as Un temprano ejemplo, Bcmarbó Visconti; véase página 17, 83 Como capítulo 19 en las Opere minori, ed, Lemonnier, vol. 1, pág. 425. titulado Elegía 17. Sin duda le era desconocida al joven poeta de dieci nueve años la causa de esa muerte (página 40). 90 En los Hecalommithi, de Giraldi Cinthio, I, nov. 8; V I, nov. 1, 2, 3, 4 y 10, tratan de Ercole I. de Alfon so I y de Ercole IL Todas están es critas en vida de los dos últimos. Tam bién en Bandello encontramos muchos pasajes alusivos a príncipes contemnoráneos.
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cer la suma de toda indiscreción, pero que entonces se aceptaba co mo una atenció n inocen te. 'Hasta los poetas líricos cantaban las pasiones ilegítimas de sus altos señores legí timamente casados algunos: Angelo Poliziano canta las de Lorenzo el Magnífico y, con especial acento. Joviano Poníano las de Alfonso de Calabria. El poema que alude a es te último delata involuntariamente la maldad del aragonés, pues al de cir del poeta, tenía que ser Alfon so, también en este campo, más fe liz que nadie, si no... ¡desgracia dos de los que fueran más felices que él! Que los grandes pintores, Leonardo, por ejemplo, retrataran a las amantes de sus señores, era co sa absolutamente natural. Pero el principado de Este no es peró la glorificación por mano ex traña: se glorificó a sí mismo. Borso se hizo pintar, en e] nalacio de Schifanoia en una serie de episodios alusivos a las hazañas de los regen tes, y Ercole celebró (por vez pri mera en 1472) el aniversario de su advenimiento al poder con una pro cesión que explícitamente se com paró con I'a del Corpus: hasta la última tiendecita estuvo cerrada, co mo si fuera domingo, y en medio del cortejo figuraron todos los miem bros de la Casa de Este con áureas vestiduras. Ni siquiera faltaban los
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bastardos. Que todo poder y digni dad proceden del príncipe, como una característica personal suya, es taba ya simbolizado hacía tiempo'" en la Qrden de la Escuela de Oro, que nada tenía que ver ya con la caballería medieval. Ercole I aña dió a la espuela una espada, un manto bordad o de oro y una dota ción, a cambio de lo cual se exi gía, sin duda, un servicio regular. El mecenazgo, que dio a esta Cor te celebridad universal, estaba vin culada, en parte, con la Universidad, que era una de las mejores de Ita lia, y en parte con la Corte y la burocracia del Estado. No puede de cirse que se hicieran, sin embargo, en este campo, extraordinarios sa crificios. Boiardo, como noble, rico propietario rural y alto funcionario, pertenecía enteramente a estas es feras. Cuando Ariosto empezó a ser algo, no había ya, en el verdadero sentido de la palabra por lo menos, Corte florentina ni milanesa, y pron to no la hubo ya en Urbino, eso sin hablar de Nápoles. Debió, pues, de conformarse con un puesto jun to a los músicos y saltimbanquis de! cardenal Ippólito hasta que Alfon so le tomó a su servicio. El caso de Torcuato Tasso, en tiempos pos teriores, fue desde luego, diferente, pues la Corte mostró verdadero celo por retenerle.
LO S ENEMIGOS DE LA TIRANÍA
Frente a esta concentración de poder cuando le pluguiese, inclinarse pul en el príncipe, toda resistencia en los güelfos o p or los glbelinos y el interior del Estado mismo había adoptar para sí o para sus bravi la de ser inútil. Los elementos nece indumentaria corresnondiente, llevar sarios para el establecimiento de ía pluma en el birrete o^vilos rodo -^l ós hoin* una república-ciudad habían sido tes en las ca lza s.. . aniquilados para siempre y todo se orientaba en el sentido del poder Mencionada ya en 1367 con re y del empleo de la violencia. La ferencia a Niccoló el Viejo, en- Po/i*. nobleza, privada de derechos polí tore, Muratori, XXIV, cof. 84fe. ticos, hasta allí donde disfrutaba «2 Burigozzi, en Arch. áíor .,jn, pá aún de privilegios feudales, podía. gina 432. •'
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de intelipencia, como Maquiapor ejemplo, sabían, por otra muy bien que Milán o Náestaban demasiado "corrompi. para llegar a constituir una blica—. Se aplicaban la más , ar justicia aouellos presuntos Iguh ;idos que, a la sombra de la vic ia, no eran ya más que un ¡texto nara viejas querellas (famí;s. Un príncipe italiano, al cual [ppa von Nettesheim aconseBU supresión, le contestó: "¡Sus itas llegan a producirme hasta mil ducados al año de mul. " Y cuando, por ejemplo, en <0, durante el breve retorno del a sus Estados, los güelfos liauna parte de las tropas fran¡, que se encontraban cerca de para que acabaran con los gítos, los franceses sa quear on'y naron primer o a éstos, cierlente, pero después hicieron lo »io con los P Ü e l f o s , hasta que ;ona quedó completamente aso..""^ También en la Romana, donla pasión y la venganza eran imas, habían perdido por com ió aquellas d enominacion es el intcnido político. Una prueba del bívarío de tan desdichado pueblo 'í^nstituía la creencia de que los tifos venían obligados a simpaticpn Francia v los pibelinos con iña. No veo que quienes explo j n este desvarío político alcanfan de él grandes frutos. Después cada intervención, Francia se vio pre obligada a retirarse de Itañ y dejar el campo Hbre, y lo que l«gó a ser de Esuaña, después de »ber sacrificado a Italia, es cosa se toca con las manos, 'ero volvamos a nuestro tema del idpado en el Renacimiento. Es que un alma completamente _ hubiera podido argumentar, lien entonces, que si todo poder
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viene de Dios, aouellos príncipes, en el caso que cada un o los hubie ra apoyado con buena voluntad y corazón honrado, habrían termina do por ser buenos y por olvidar, necesariamente, su violento origen. Pero a fantasías y espíritus apasio nados, dotados de ardiente inven ción creadora, no se les podía pe dir tanto. Como los malos médicos, creían acabar con la enfermedad su primiendo el síntoma, y estaban con vencidos que asesinando al pn'ncine la libertad surgiría por sí misma. O, sin ir tan lejos, pretendían sim plemente buscar un desahogo al odio que _ en todos alentaba, o vengar desdichas familiares o afrentas per sonales. Si el régimen es absoluto y desconoce todas las vallas de la ley, también son absolutos Jos medios a que recurre el adversario, que des conoce entonces igualmente toda va lla y toda restricción. Ya Bocaccio "¿H e de lla lo dice claramente: mar al déspota rey o príncipe, y guardarle fidelidad como a mi su perior? ¡No ! Porque es el enemigo de la comunidad. Contra él puedo recurrir a las armas, a la conspira ción, a los espías, a la asechanza, al ard id .. . Hacerlo así es una obra santa y necesaria. No hay sacrifi cio más agradable que el de la san gre del tirano." No hemos de ocu parnos aquí de los distintos casos en particular. En un conocidísimo capítulo de sus Discursos,^ Maquíavelo trata de las conspiraciones an tiguas y modernas, desde los tiem pos de las tiranías griegas, y las enjuicia fríamente según su carác ter y sus probabilidades de éxito. Aquí nos permitiremos únicamente dos observaciones sobre los asesina tos durante los Oficios divinos y sobre la influencia de la Antigüe dad.
Era casi imposible tener al alcan ce de la mano al tirano, siempre
Discorsi, I, 17. De incert, et vanitate scientia"6 De casibus virorum illusírium, cap. 55. lib. ÍI, cap. 15. Prato, en Archiv. Stor., III, pá Discorsi, III, 6. Compárese Sto241. rie fior., Ub. VIII, cap. I.
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rodeado de sus guardias, si no era en el templo en ocasión de alguna solemnidad religiosa. Era también entonces cuando podía encontrarse reunida a toda la f amilia. Así, los fabrianeses **** acabaron en 1455 con toda la dinastía de sus tiranos, los Chiavelli, durante la misa mayor, a las palabras del Cred o "et incarnatus est", según lo convenido. En Milán, el duque Giovan María Vis conti fue asesinado (1412) a la en trada de la iglesia de San Gotardo, y en 1476 el duque Galeazzo Ma ría Sforza, en la iglesia de San Stefano. Y Ludovico el Moro escapó al puñal de los partidarios de la duquesa Bona (1484) por haber penetrad o en la iglesia de San Am brosio por una puerta distinta de la en que aguardaban los conjura dos. No había impiedad en todo ello. Los asesinos d e Galeazzo, an tes de su acción, rezaron al santo tutelar de la misma iglesia y aún oyeron misa primero. Sin embargo, en la conspiración de los Pazzi con tra Lorenzo y Giuliano de Medici (1478), una de las causas del fra caso parcial fue que el bandido Montesecco, si bien estaba dispues to a que el crimen se cometiera du rante un banquete, se negó a inten tarlo en la catedral de Florencia, Se le sustituyó por religiosos, a quienes, "habituados al lugar santo, éste ya no les infundía tanto respeto".-*'* Por lo que se refiere a la Anti güedad, a cuya influencia sobre los aspectos morales, y especialmente sobre los políticos, se alude frecuen temente, fueron los príncinos mis mos los que dieron ejemplo a!' tomar como modelo, a menudo explícita mente, el antiguo Imperio Romano, tanto en su conducta como en la idea que tenían del Estado. Asimis mo sus adversarios, si obraban obe deciendo a un designio teórico era
(il|ü, mientras el verdugo le hendía forzcKo que tuviesen en la memu 'i | pecho; "[Aguanta, Girolamo! Duria los asesinatos de los tiranos de mnte mucho tiemp o se hablará de la Antigüedad. Sería difícil demos lli ¡la muerte es amarga, pero la trar que, en lo prlncioal, la decisión fuma es eterna!" al hecho mismo estuviese esencial Por muy ideales que aparezcan mente condicionada por el ejemplo, (tt(uf propósitos y designios, en el pero es evidente que la apelación a m o d o y manera como llevaron a la Anti güed ad no era una simple O la conspiración, trasluce, no frase o un recurso de estilo. En el ante, la imagen —que nada liecaso de los asesinatos de Galeazzo de común con la libertad— del Sforza: Lampugnaní, Olgiati y Vis iRÍs perverso de los conspiradores: conti, hallamos las más curiosas mo Calilina. Los anuarios de Siena dítivacioncs.^*"^ Los tres asesinos te t'cn explícitamente que los conspinían motivos personalísimos y, sin rídorcs habían estudiado a Salustio, embargo, decisión debió de vcnii' \q cual se deduce clarame nte de la por un motivo de carácter más ge tíonfesión de Olgiati, Vol veremos neral. Un humanista y maestro tk' M encontrar, en o tras ocasion es, elocuencia. Cola de Montani, había ítquci terrible nombre. Y es que. en encendido en un grupo de jóvenc? verdad, para lo s complots secretos nobles milaneses un ansia vaga de V prescindiendo del fin perseguido, fama y de grandes hechos en ar;i> no había m á s seductor ejemplo. de la patria, llegando a proponer I*ara los florentinos, en cuantas anto los dos mencionados en primer iK 'Hsiünüs se libraron o intentaron lugar cl tema de la liberación de librarse de los Medici, la muerte del Milán. Pronto infundió sospechas v fue expulsado, viéndose obligado li llfuno constituía un ideal proclama(jd abiertamente. Después de la huíabandonar a Jos muchachos a su vol de los Medici en 1494, se sacó cánico fanatismo. Unos diez días | : su palacio el grupo de bronce antes del hecho se juramentaron so Donatello. que representa a fulemnemente en el convento de Sun dlt con Holofernes muerto,^"^ y se Ambrosio. "Allí —dice Olgiati—, en una escondida celda, alcé los oio^ le puso delante de la Señoría, en é mismo lugar que ocupa actualante una imagen de San Ambrosio itMmte el David de Miguel Ángel, y supliqué su auxilio, para nosotros t'On la siguiente inscripción: "Exemy para todo su pueblo". El sanio (ittmi salutis publicae cives posuepatrón de la ciudad debía prole1495". De modo muy especial se a los asesinos, lo mismo que, d. rtrivindicaba la figura de Bruto, que pues, San Esteban, en cuya igleíi.i íixluvía en Dante aoarece en las ocurrió el asesinato. Lograron atraer, junto Mafundidades del Infierno más o menos, a otros muchos, y se Nh Casio y Judas Iscariote, ñor hareunían de noche en casa de Lam licr traicionado al Imperio, Pietro pugnani, donde se eicrcitaban con vainas de puñales. La conjuraci/^n tuvo éxito, pero Lampugnaní ca.i, " 1 Véanse en la propia relación de muerto allí mismo por los que ru 1, en Corio, pasajes como cl sideaban al duque y los demás fueron : "Quisque nostrum magis so•i'^ imlissime et infinitos alios solicidetenidos. Visconti müsti;<6 arrepeii infestare, altcr alteri benévolos |#e, timienlo, Olgiati, a pesar de lod.is I' r.'iiiTC cocpit. Aliqui aliquibus pa las torturas, insistió en que h:i'- • liare; simal magis noctu ederc, sido un sacrificio grato '¿Dios \ vigilare, nostra omnia bona po-
fts Corio, fol, 335. El texto a con tinuación, ibicL, foIs. 305, 422 y sigs. iw Corio fol. 422. )(lJt:groitv y 440. «!> Sic, en Galliis, según Sismondi, ^ Diari Sanesi. Muratori, XXIÍ1. ei>! 777, Xí , 93.
l!tC."
vasari, III, 251, nota a la Vida ijltf iíünatcllo. >"» Inferno, XXXIV, 64.
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Paolo Boscoli, cuya conspiración contra Giuliano, Gíovanni y Giulio de Medici (1513) fracasó, sentía un gran entusiasmo por Bruto y se ha bía propuesto, si lograba encontrar un Casio, imitarle fielmente. Por fin se le unió Ag ustino Capp oni. Sus últimas palabras ^'^ en la prisió n, uno de los documentos más impor tantes sobre la conciencia religiosa de la época, nos hacen ver el es fuerzo para librarse de sus fanta sías romanas y morir cristianamente. Un amigo, y su confesor, tuvieron que asegurarle que Santo Tomás condenaba en general todas las cons piraciones, lo que no era obstáculo para que el confesor hiciese luego al mencionado amigo la confidencia que Santo Tomás había establecido una distinción a un üueblo contra la voluntad de éste. Cuando Lorenzino de Medici dio muerte al du que Alessandro (1537) v huyó, apa reció una apologia.^^í* probablemen te auténtica, escrita en todo caso por encargo suyo, en la oue se elo gia la muerte del tirano en sí, como la obra más meritoria. A sí mismo se compara sin mie do —en el caso que Alessandro fuese un verdadero Medici y por lo tanto pariente su yo, aunque lejano—, con Timoleón, el fratricida po r natriotismo. Otros han re currido, en tales casos, a la comparación con Bruto. Que mu cho después Miguel Ángel se dejara influir por semejantes sugestiones, se infiere de su busto de Bruto (en los Uffizi). Lo dejó incomnieto, co mo la mayoría de sus obras, pero no ciertamente por el dolor retros pectivo que pudiera haberle causa do la muerte de César, como pre tende el dístico que aparece al pie. Un radicalismo colectivo, como el que se ha desarrollado frente a las modernas monarquías, lo buscaría-
Anotadas por un testigo de oí das, Lucca della Robbia, Arch. Stor., I, 273, Véase Paulo jovio. Vita Leonis X, Ubro II I, en Vir¡ illustres. Roscoe, Víia di Lorenzo de Me dici, vol. IV, supl. 12,
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mos inútilmente en los principados del del Renacimiento; cada uno protes taba, ciertamente, en su intimidad, contra el príncipe, pero en vez de buscar la unión con otros para ata carle, carle, procuraba organizar su vida, bajo bajo el régimen establecido, de la manera más tolera ble o ventajosa posible. Tenían que llegar las co
sas al extremo que vemos en Cli- f merino, merino, en Fabriano o en Riminii i (páginas (páginas 18 y 19 ) para que la po- l blación blación aniquilara o expulsara a la la dinastía reinante. Po r otra parte su sabía que con ello se lograba úni camente cambiar de señor. La estre lla lla de las repúblicas declinaba de cididamente.
V l i . LA S REPÜBLICAS: VENECIA Y FLORENCIA
DEL R E N A C I M I E N T O EN ITALIA LA C U L T U R A DEL
líludad. Según éste, el 25 de marzo ilcl año 413, al mediodía, gentes de l'fulua pusieron la primera piedra t'ii lí-ialto lí-ialto e inic iaron con ello la t*(ínslnicción de lo que debía ser iin iin sagrado e inatacable reducto en l'ii Italia desgarrada por los bárbaMás adelante se supusieron en ente de los fundadores atisbos futura grandeza. M. Antonio illico, que celebró el acontecio en suntuosos y copiosos he'os, pone en boca del sacere que consagra la fundación de la ciudad la siguiente invocación al eielo: "Si alguna vez intentamos al|Ü |Ü grande, ¡haz que prospere! AhoM nos arrodillamos ante un pobre '.Uter, '.Uter, pero si nuestros votos no son vanos, vanos, han de erguirse aquí para mayor mayor gloría tuya, oh Dios, tem plos de plos de mármol y de oro".^'*^ A fines dol dol siglo XV la ciudad insular era ya Bomo la arquilla de joyeles del mun do. El propio Sabellieo la describe con sus sus viejísimas cúgomo tal IHíIas, con sus torres inclinadas, con $ü$ fachadas incrustadas de mármo les, con toda su compacta suntuosi dad, en que se compaginaban el de los techos y el alquicel del Imo rincón. Nos lleva a la plaza San Gia cometto, junto al Rialto, tiona de apiñada muchedumbre, don de de los negocios de todo un mundo lio se delatan con estridentes pala bras en los pórticos que rodean la plaza,^"'-' y en las calles contiguas se |ttuaban centenares de cambistas y Pntei-os. Pntei-os. y encima de ellos tiendas y almacenes sin fin; allende el puen te se encuentra encuentra el gran Fondac o de
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los Tudescos, en cuyos portales vi ven y acumulan sus mercancías la gente de esta nación y ante los cua les les echan el' áncora, uno tras otro, los navios; más amba, la (flota del vino y del aceite, y paralelas a la orilla, donde pululan los faquines, los cobertizos de los tratantes; des pués, desde Rialto hasta la plaza de San Marcos, las barracas de los perfumistas fumistas y las hosterías. As í va lle vando vando al lector de barrio en barrio, hasta los dos lazaretos de las afue ras, que se señalan como los insti tutos de más alta utilidad, pues só lo en Venecia podía n encontrarse tan perfectamente organizados. La beneficencia beneficencia era, en general, una pe culiar característica de los venecia nos, tanto en tiempo de paz como de gitcrra. Su cuidado de los heri dos, dos, aún de los enemigos, era era obje to to de asombro para los extraños.^^" Todo lo referente a instituciones públicas era ejemplar en esta ciu dad. Todo lo relativo a pensiones se hallaba sistemáticamente organi zado, incluso lo que se refería a mandos y legados. La riqueza, la seguridad política y el conocimien to to del mundo habían llevado la re flexión sobre tales cosas a un alto grado grado de madurez. Estos hombres esbeltos, rubios,* con su leve v dis creto andar y su hablar circunspec to, apenas si se distinguían entre sí por por el atuendo. Las mujeres, las muohaohas, cuidaban solícitamente su atavío^ se adornaban esnecialraente con con perlas. Reinaba entonces, a pesar de las grandes pérdidas oca-
Hubo Hubo un tiempo en que las ciuda cualquier propósito con tal que se les pagase, una vez que los parcia des italianas desarrollaron en el más les les gobiernos de parddo se habían alto grado esa fuerza fuerza que convierte les a la ciudad en Estado. Sólo era ne acostumbrado a prescindir de la leva general de ciudadanos, por inser\'¡cesario que esas ciudades se aliasen general La tiranía devoró la liber en una gran confederación, idea con ble. la q ue ue volvemos a encontrarnos tad de la mayoría de las ciudades. siempre en Italia, presentada en ésta Aquí y allá se logró expulsarla, pe o en otra forma, según cada caso ro sólo a mediasi v por corto tiempoAcababa siemnre volviendo, porque particular.' En las luchas de los si si Acababa glos XI I y XIII llegóse entre las ciu existían las condiciones internas que dades a ahanzas verdaderamente for le eran propicias y las fuerzas de midables desde el punto de vista oposición estaban gastadas. Sismondi di cree ( II , 1 74 ) Entre las ciudades que conserva bélico, y Sismon que los días de los últimos prepa ron su independencia hay dos de im rativos guerreros de la alianza lom portancia primordial por lo que a re entre Barbarrossa Barbarrossa (desde la historia de la humanidad se re barda entre 1168) señalan la coyimtura propicia fiere: Florenc ia, la ciudad de h para una confederación general ita asritación constante, que nos ha de jado documentos, tanto individuales liana. Pero las ciudades más pode jado como colectivos, de quienes duran rosas habían desarrollado ya un ca como rácter propio, con rasgos peculiares, te tres siglos participaron en esa que lo hicieron imposible. Como agitación, y Venecia, la ciudad del competidoras competidoras comerciales, recurrían, visible cquiHbrío y del silencio po unas contra otras, a medidas extre lítico. Ambas constituyen los extre mos, y son algo que no puede com mas y subyugaban a las ciudades mos, vecinas vecinas más débiles, reduciéndolas pararse en el mundo. a una servidumbre sin ley. Ello sig Bcnedictus, Carolas VIII, en Ec1*^7 Genethliacum Venetae urbis, en card, Scripiores, 11, nifica que, a la postre, creían poder 11, eols. 1597, 1501 m Carmina de Sabellieo. Comp. San- y 1621. En el Chron. Venetum, Muravalerse valerse por sí mismas y prescindir Venecia se reconoció siempre a sí ino, ino, Venezia, fol, 203. La más alta tori, XXIV, enumeran las XXIV, cois. 26, se enumeran de la totalidad de la nación, con lo misma como una maravillosa y mis ica veneciana —véase Pertz. Mo- virtudes políticas de los venecianos, cual preparaban el terreno para teriosa creación en la cual' hab.^'a in págs. 5 y 6— la fun IX, sitúa bontá, innocenza, zelo di carita, pieíá, otros regímenes de tiranía. Y la ti tervenido algo que estaba poT'enci ión de los poblados insulares en la misericordia. un ranía Uegó cuando las luchas intes ma del humano ingen io. Existía un a longobarda y la de exülí Rialto * Los venecianos llevab an, por lo mito de la so lemne fundaciqffj fundaciqffj de hi tinas de los distintos partidos de la mito amente años después. general, el pelo corto, a diferencia de sifn Yenelae urbis. nobleza nobleza entre sí y con los ciudada WE f • florentinos, florentinos, milaneses y otros. Erasmo, i m Toda esta parte ha sufrido no- en su Coloquio del soldado y el cor nos despertaron el anhelo de un go if"** Sobre este último puíito ii¡cav^ !es cambios debido a las nuevas cdi- tijo, escribe: "Muchos nobles venecia bierno firme; cuando los mercena fac. Nardi, Vita di Ant. Giacomini,:pa íciones íciones de principios del siglo XVI. nos se afeitan totalmente sus cabezas." rios de que se disponía apoyaron gina 18. ; 4
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sionadas por los turcos, una pros peridad realmente espléndida. Y aún bastante después pudo Venecia re sistir mucho tiempo, a pesar de los prefuicios prefuicios d e Europa y de sus fuer zas concentradas, los golpes más ru dos: el descubrimiento de las rutas marinas a las Indias Orientales, la caída del Gobierno de los Mamelu cos de Egipto y la gueira de la Liga de Cambray. Sabellico, que era oriundo de la región de Tívoli y estaba habitua do al desenvuelto platicar de los fi lósofos de la época, dice, no sin asombro, en otro pa sa je, ^ que los jóvenes nobles que acudían a sus lecciones lecciones matinales no se dejaban inducir a tratar de política: "Cuan do les pregunto lo que la gente piensa aquí de algunos de los mo vimientos vimientos que se observan en Italia, me contestan unánimemente que no saben nada." Sin embargo, de la parte más corrompida de la noble pesar de la inquisición del za, a pesar Estado, podía obtenerse alguna in formación, formación, aunque no a tan bajo precio. En el último cuarto del si glo XV había traidores en las más altas magistraturas; los papas, al servicio de la República, disponían de adictos delatores, algunos a suel do fijo. La cosa llegó a tales ex tremos, tremos, que el Consejo de los Diez consideró prudente ocultar al Con sejo de los Pregadi las noticias po líticas de importancia. Se suponía incluso que Ludovico el Moro dis ponía de un determinado número de de votos entre los Pregadi. Si sir vieron de algo las ejecuciones noc turnas de algunos culpables y las altas retribuciones ofrecidas a los delatores (hasta sesenta ducados de pensión vitalicia, por ejemplo, es
difícil afirmarlo. Una de las causas principales de este estado de cosas, la pobreza de muchos nobles, no ;t podía resolverse de la noche a I;t mañana. En 1492 dos nobles pre sentaron una moción en que propo nían que el Estado dedic ara 70.00 70.00U U ducados anuales para ayuda de los nobles nobles pobres que no desempeñaban ningún cargo. La moción estuvo u punto de llegar al Gran Consejo, donde hubiera podido obtener ma yoría; pero el Consejo de los Diez, intervino intervino a tiempo, desterrando de por vida a los dos culpables a Nicosia, cosia, en Chipre.'^i^ Por esta época un Soranzo fue ahorcado en las afueras por ladrón de iglesia, y cotidenado a cadena perpetua un Contarini por robo con violencia; otro de la misma familia se presentó en 1499 a la Señoría quejándose de que hacía muchos años aue estaba sin empteo, que sólo tenía dieciséis ducados de ingresos y nueve hijos, a lo que había que añadir sesenia ducados de deudas, que no enten día de negocios y que recientemente la le habían puesto en me dio de la calle. Se comprende que algunos no ci bles bles ricos construyeran casas con ci objeto de facilitar habitación gra tuita a los nobles pobres. Corno pobres. Corno obra obra de caridad nara agradar a Dios, en contramos mencionada en testamen to la construcción de casas, a veces de manzanas enteras.^"^** ha Si los enemigos de Venecia ha bían fundado alguna esperanza seria en estas dificultades, dificultades, se equivocaron totalmente. Creeríase aue el auge del del comercio, que permitía al más pobre obtener una ganancia suficien te o una retribución humana per su trabajo, y las colonias del Me diterráneo Oriental, habían desvia do las fuerzas peligrosas de la poii tica. Sin embargo, ¿no tuvO'-Cénova. tuvO'-Cénova. a pesar de haber disifrutado de ven
111 Epistolae, lib. V, fol. 28. ira Malipiero, Malipiero, Annales Veneti, en Archiv. Archiv. Stor., VIII, Stor., VIII, I, páginas 377, 431, 113 Malipiero, Arch. StOr., VII, ná^s. 66t, 668 y 481, 495 y 530; I I , ná^s. 679. Chron. Venetwn, Muratori, XXIV, pág. 691; comp. 694, 713 y I,-^55. 11 * Marín Sañudo, Vite''^e' Dm col. 57. Diario Ferrarese, ib. columna 240. Muratori, XXII, columna co lumna 1194..^ .^
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_ 18 18 parecidas, l a más tumultuosa ílstoría política? La causa del ca rácter inconmovible de Venecia retóde, más bien, en mía concurrencia de circunstancias que no se dan en ninguna otra parte. Inexpugnable como ciudad, consideró siempre los asuntos exteriores con la más fría roñexión, roñexión, ignorando casi la lucha entre los partidos que asolaba el res to de Italia. Sólo con fines transi torios concertó alianzas, y al más elto precio posible. El tono del ca'ácter veneciano era, por lo tanto, " de un espléndido aislamiento, haslí-el de un aislamiento casi despec'O, 'O, que traía como consecuencia una fuerte solidaridad interna, en la cual ponía también lo suyo el odio a todo ol resto de Italia. En la la misma ciudad tenían todos los habitantes los más altos intereses comunes, tanto por lo que se refe ría a las colonias como por lo que atañía a las posesiones de tierra firme, pues la población de estas posesiones, (es dec ir, la de las ciu dades, hasta Bérgamo), sólo en Venecia necia podía comprar y vender. Una lan artificial ventaja sólo podía mantenerse con la tranauilidad y la armonía en el interior. Y que la in mensa mayoría lo sentía así explica el hecho de que fuese Venecia teweno propicio para los conspiradohis. Y si había descontentos, se les mantenía divididos por la separación entre nobles y ciudadanos, de tal modo, que era difícil toda confabu lación. lación. Una de las principales cau las —acaso la más peligrosa en los ricos— de toda conspiración, el bdio, estaba superada, por lo que B la nobleza se refiere, por las gran des empresas comerciales, los viajes las constantes guerras con los turis. En la guerra los caudillos proígían ígían a los nobles en forma a veces censurable. Un Catón veneciano pre dijo la ruina del poder de la ciudad Sí duraba mucho tiempo el cuidado ^iíc ponían los nobles en no lesioi^iíc • uirse mutuamente mutuamente ni en lo mínimo,
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aún a costa de la justicia.^'^' Sin embargo, esta embargo, esta gran actividad a pleno aire dio a la nobleza veneciana en conjimto. una orientación saludable. Y si la envidia y la ambición recla maban su presa alguna vez, había una víctima oficial, medios legales y una autoridad a que se sometió durante años enteros al dux Fran cesco cesco Foscari (f 1457): a los ojos de toda Venecia es acaso el más terrible ejemplo de estas vindictas, sólo posibles en las aristocracias. El Consejo de los Diez, que en todo intervenía, que gozaba de un dere muerte sobre cho absoluto de vida o muerte las arcas y sobre las armas, aue contaba inquisidores entre sus miem bros y que fue capaz de derribar a Foscari y a otros tan poderosos como él, este Consejo era reelegido anualmente por la casta que tenía en sus manos el poder, por el Gran Consiglio, y era así su más inmedia ta y fiel expresión. No es de presu mir que hubiera grandes intrigas con motivo de estas elecciones. La corta duración y la ulterior responsabili dad no hacían muy apetecible el cargo. Ahora bien, por violento v subterráneo que fuera el proced er de aquel Consejo, el verdadero v&neciano no rehuía esta autoridad —ni ning una otra^ otra^—, —, sino que se presentaban ante ella: no sólo por que eran largos los tentáculos de la república y lo que no sufría el individuo individuo podía sufrirlo la familia, sino porque, en la mayoría de los casos por lo menos, las acusaciones se fundaban en razo nes positivas y no en una ciega sed de sangre.^^^ En general puede decirse que ningún estado tuvo nunca mayor fuerza mo ral sobre sus subditos de lejanas tierras. Si, por ejemplo, había trai dores entre los Pregadi, quedaba es to compensado con creces por el Chron. Ven., Muratori, XXiV, col. 105, iK * Chron. Ven., Muratori, XXIV, cois. 123 y siguientes. Malibiero, Malibiero, ibíd, VII, I, págs. 175 175 y sigs. sobre sobre el el caso del almirante Antonio Grimani.
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hecho de que todo veneciano en el hombres, probablemente de cuerpos especiales. En tie mpo de paz l as extranjero era, dh-fase que por na especiales. turaleza, un informador gratuito de ciudades de tierra firme estaban su G obierno. De los cardenales cardenales ve desguarnecidas o tenían guarnicio necianos en Roma se sabía que nes increíblemente insignificantes. enviaba n informes de lo tratado en No se confiaba Venecia a la devo los los consistorios secretos. El cardenal ción piadosa de sus subditos, sino Domenico Grimani hizo detener en a su perspicacia. Durante la guerra las afueras de Roma (1500) los co de la Liga de Cambray (1509), los rreos que Ascanio Sforza enviaba eximió, como se sabe, del juramen to de fidelidad, dejándoles que re a su hermano Ludovico el Moro y to flexionasen sobre la conveniencia de envió los despachos a Venccia. Su flexionasen padre, que precisamente por enton una ocupación enemiga y la compa ces debía responder a una grave rasen con el suave régimen vene acusación, hizo valer núblicamente ciano. Como no se habían visto en el trance de tener que apostatar de j este servicio de su hijo ante el Gran el tenían por lo tanto j Consiglio, es decir, ante todo el San Marcos y no tenían que temer ningún castigo, volvieron | mundo.^i^' mundo.^i^' prestamente a la antigua autori- ¡ Ya Ya hemos dicho algo sobre la con dad.''^^ Esta guerra fue, d ich o sea sea '| ducta de Venccia con sus condottieri de paso, el resultado de l secular re (página 15) . SÍ se trataba de bus proche contra los afanes de engran-car una garantía especial de su fi decimiento de Venecia. La ciudad: delidad, delidad, la encontraba en su gran cometió, a veces, el error de las niímero, niímero, que. de una pa rte, dificul gentes demasiado avisadas, que no taba la traición, y facilitaba, de otra, imaginan a sus enemigos capaces de su descubrimiento. A la vista de las decisiones decisiones que a ellas les oarecen nóminas del ejército veneciano se necias o irresponsables. Con este pregunta uno cómo era posible una optimismo, optimismo, que se da tal vez con acción acción común con huestes tan abi mayor mayor frecuencia en las aristocra garradas. En la de la guerra de 1495 cias, se hizo, en su día, caso omiso, figuran'^^ 15.526 caballos, dividi de de los armamentos de Mahomet Ili dos en pequeños cuerpos; sólo Gon- para tomar Constantinopla y de los: zaga zaga de Mantua tenía 1.200; Giof- preparativos para la e xpedició n de fredo Borgia, 740; venían después Carlos Carlos V I I L hasta que ocurrió lO; lO; seis jefes con 700-600, diez con 400, inesperado.i^^ Algo parecido ocurrió inesperado.i^^ Algo doce con 400-200, unos catorce con con la Liga de Cambray, desde el 200-100, nueve con 80, seis con 60- momento en que se vio que era con 50, 50, etc. Son en parte, viejos cuernos traria a los intereses de sus princi venecianos venecianos y, en parte, cuerpos ba pales instigadores, instigadores, Luis X I I y Julio Julio jo jo el mando de nobles de la ciudad II . Pero es que en el papa sc ha ha y nobles terratenientes; pero la ma bía acumulado el viejo odio de toyoría de los jefes son príncipes y de Itaha contra el conquistador ve señores de ciudades o parientes su neciano, de modo que cerro los ojos^ yos. yos. A éstos se añaden 24.000 de ante la invasión extranjera. Por !o; infantería, de cuyos recluta y man que se refiere a la política deíl car do nada se nos dice, y otros 3.300 denal Amboise y su monarca. Venecia debiera debiera haber reconoíádo —y 117 117 Chron. Ven., col. 166. VII, I, pág. 349, Malipiero, /. c , VII, I, lí » Guicciardini (Ricordi), n. 150) Más información sobre esto en Marin Sañudo Vite de' Duchi., Muratori, hace, por primera vez acaso, la obser XXII, col. 990 (año 1426) y col. 1088 vación de que la necesidad de vengan za política puede embotar eV cXtlfp sen (año 1440), Corio. fols. 435-438 (año za * 1483), y Cuazzo, Historie, fol, 151 y tido del propio interés. 120 Malipiero, VII, pág.^<328. Malipiero, i c., VII, pág.^<328. siguieTiies.
I.A CULTURA DEL R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
icmido— mucho antes su maligna estupidez. De los demás, la mayo ría tomaron parte en la Liga movi dos por esa envidia que puede ser un correctivo para el poder v la riqueza, riqueza, pero pero que en sí misma es algo lamentable. Venecia salió del trance co n honor, pero no sin sufrir sufrir os os cuyas huellas no habrían ya bon'arse. No No se concibe un poder de fun damente tan complicados, de tan dilatada esfera de actividades e in tereses, sino una grandiosa sinopsis del conjunto, sin un continuo ba lance de fuerzas y ca rgas, de ingre sos y gastos. Venecia puede consi derarse la patria de la estadística moderna y con ella Florencia, acaso, vmiendo en segundo término los principados italianos más prósperos. El El Estado feudal de la Edad Media nos ofrece, todo lo más, referencias de de conjunto de los derechos y cen sos del prí ncipe ; conci be Ja pro como algo estático, como ducción como casi lo era en cuanto se trataba so bre todo de productos de la tierra. Frente a este criterio, las ciu dades de de todo el Occidente empezaron ya muy pronto, probablemente, a ver en su producción, vinculada a la in dustria y e l comercio, algo en grado Kumo dinámico, a considerarla co mo mo tal, pero sin pasar —ni en los ilfas de prosperidad de la Hansa— de de un balance uniforme de tipo co mercial. mercial. Flotas, ejércitos, presiones 1 influencias políticas, todo venía a I igurar en el de be o en el haber de un Libro Mayor de comercio. Sólo en los Estados italianos confluyeron las consecuencias de una conciencia lutalmentc lutalmentc polít ica, el ejemplo de la administración mahometana y ima vieja vitalidad de la produc ción y dél comercio mismo, sentan do do los fundamentos d e una verda•a esta dísti ca. E l régimen au-
1 Bosquejada en sentido bastante •ingido aún, y sin embargo, muy loriante ya, es la sinopsis estadística Manipulus Floruin de Milán (MuDri, Xí, 711 y sigs.), del año 1288.
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tocrático tocrático del emperador ("ederico lí en la Baja Italia estaba unilateralmente organizado en el sentido de la concentración del poder con un fin de de lucha por la existencia del Estado como tal. En Venecia, sin embargo, el el fin último fue el disfrute del po der y de la vida, el acrecentamiento de de la herencia de los antepasados, la acumulación de las industrias más productivas, la exploración de nue vas rutas y ía conquista de nuevos mercados. Los Los autores nos hablan de todo ello con la mayor naturalidad.122 Por ello averiguamos que la pobla ción de la ciudad, en 1422, era de 190.000 almas. Quizá sea en Italia donde prim.ero se empezó a contar, no ya por hogares, ni por individuos aptos para las armas, ni por los que podían andar por sus pies, etc., sinoi por anime, establec iendo así la más i neutral de las bases para todos los i demás cómputos. Cuando, por esta época, época, los florentinos quisieron con certar una alianza con Venecia con tra Filippo María Visconti, se les desoyó, de momento, por la eviden te convicción, documentada en exac to to balance comercial, de que toda gucn'a entre Venccia y Milán, es decir, decir, entre vendedor y comprador, significaba significaba una locura. De momen to, to, c! hecho que el duque tuviera que aiuncntar su ejérci to convert í-^ Enumera las nuerlas de las casas, la población, población, los individuos aptos para las armas, las logias de los nobles, las fuentes, los hornos, las tabernas, las carnicerías, el trif^o que se necesita, los perros, los halcones; los precios de la leña, del heno, del vino y de la sal; vienen vienen después los l os jueces, notarios, mé mé cop istas, dicos, maestros de escuelas, copistas, armeros, herradores, hospitales, conven tos, fundaciones fundaciones y corporaciones re ligiosas. Véase otra referencia semejan te, te, acaso más antigua, en el Liber de magnalibus Mediolani en Hinr. de Hervordia, Hervordia, ed. Potthast, página 165. 12^ De modo admirable Mar. Sañu do, Vitte de' Duchi di Venezia. Mura tori, tori, XXII, passim.
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ría automáticamente al ducado, por el consiguiente aumento de los im puestos, en un mal consumidor. "Más vale permitir que sean venci dos los florentinos, porque habitua dos a la vida en una ciudad libre, se establecerán entonces entre nos otros y traerán consigo sus telares de sedas y lanas, como en su día hicieron los lucenscs en igual tran ce." Pero el documento más curio so es el discurso que pronunció el dux Mocenigo (1423) en su lecho de muerte, ante algunos senadores que había mandado Uamar.^^ Con tiene los principales elementos de una estadística de toda la fuerza y toda la riqueza de Venecia. Ignoro si existe , y dónd e, una interpreta ción concienzuda de este difícil do cumento. Únicamente como curiosi dad citaremos los datos siguientes. Pagado un empréstito de guerra de millones de ducados, la deuda del Estado (il monte) ascendía aún en tonces a 6 millones de ducados. La circulación total del comercio as cendía (al parecer) a 10 millones, que producían una renta de 4 mi llones (esto dice el texto). Había 3.000 "navigli", 300 "na vi" v 45 galeras, con tripulación de 17.800, 8.000 y 11.000 marinos, respectiva mente, o sea más de 200 hombres por galera. A éstos había que aña dir 16.000 carpinteros de ribera. Las casas de Venecia tenían un valor estimativo en 7 millones y produ cían una renta da medio millón.i^'i Había mil nobles con una renta de 70 a 4.000 ducados. En otro lugar se calculaban los ingresos ordinarios del Estado en aquel mismo año en 1.100.000 ducados, cantidad que, con motivo de las perturbaciones causadas por las guerras, había des-
cendido a mediados de siglo a 800,000 ducados.125 Si en virtud de tales cálculos y de su aplicación práctica represen taba Venecia, de modo perfecto \ antes que ningún otro Estado, un gran capítulo en la vida estatal mo derna, es evidente, en cambio, que, por lo que respecta a ía cu ltura, había quedado retrasada. Y en Ita lia la cultura se estimaba entonces como lo más alto. Faltaban el im pulso y el vigor literarios en gene ral, y en particular aquel entusiasmo con que se volvían los ojos a la antigüedad clásica.^^» No obstante, según Sabellico, abundaban tanto las gentes dotadas para la filosofía y la elocuencia como para cl co mercio y los negocios del Estado. Ya en 1459 Jorge de Trebisonda pu so a los pies del dux la traducción latina del libro de Platón sobre las Leyes y fue nombrado maestro de filosofía con 150 ducados anuales. También dedicó a la Señoría su Retórica.^^ Ahora bien, si hojeamos la historia de la literatura venecia na que Francesco Sansovino añadió a su conocido libro,^^*^ encontramos casi únicamente, por lo que se re fiere al siglo XIV, obras de teología, de derecho y de medicina, junto a algunas de historia y, por lo que se refiere al siglo xv, el humanis mo, hasta Ermolao Bárbaro y Aldo Manucci, está pobremente represen tado en proporción a la importan cia de la ciudad. La biblioteca que el cardenal Bessarión legó al Esta do apenas logró verse defendida de la dispersión y la destrucción. Para los asuntos científic os estaba Padua, donde médicos y juristas —por sus dictámenes de derecho público és-
1 ^ Sañudo, /. c. col. 958. Véase lo referente al comercio en Scherer, Allg. Gesch, des Welthandels, I, 326, nota. 1 ^ Se alude a todas las casas de Venecia y no sólo a las pertenecien tes al Estado. Ciertamente éstas solían producir una renta enorme: cons. Vasari. XIII, 83, Vida de Jac. Sansovino.
Sañudo, col. 963, Cuentas del Estado de 1490, columna 1245. 126 Aún parece que esta versión lle gó a degenerar en odio en el venecia no Pablo II, hasta el punto de que llamaba herejes a todos los ,huinanis tas. Platina, Vita Pauli. pág. 323.¿ 127 Sañudo, l c, col. 1167. 128 Sansovino, Vettezia, lib. Xlil.
LA CULTURA DEL RENACIMIENTO EN ITALIA
las— percibían las más altas re tribuciones. También es escasa su parlicipación en la creación poética italiana, hasta que en los comien zos del siglo xvt se recupera lo per dido. El mismo espíritu artístico del Renacimiento tuvo Venecia que íotnailo de fuera, hasta que a fines del siglo XV se sintió capaz de mo verse con fuerzas propias. Apare cían, no obstante, vacilaciones de índole espiritual, dignas de ser no tadas. El mismo Estado que tenía completamente sometido al clero, que se reservaba los nombramien,ps más importantes, que desafió a Curia una y otra vez, mostraba la devoción oficial de peculiartsimatiz.i^'* Se adauicren, con los lyores sacrificios, sagrados restos otras reliquias, en la Grecia con[Uistada por los turcos, y son reci as por el dux en solemnes proesiones.i^» Hasta 10.000 ducados habían decidido pagar por la Tú¡ca inconsútil (1455), pero no pu" ton conseguirla. No se trata aquí un entusiasmo popular, sino de a tácita decisión de las altas au toridades del Estado, de la cual se habría podido prescindir sin que na die se impresionara por ello. N o cabe duda que en Florencia, en cirtancias semejantes, se hubiera indido. No vamos a considerar devoción de las masas y la fira de su fe, en las indulgencias un Alejandro V I . Pero cl Estado [ismo, después de absorber a la iglesia como en ninguna otra paile, tenía realmente en sí una especie de elemento religioso, y el símbolo del Estado, el dux, figuraba en do en funce grandes procesiones
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ción scmirreligiosa. Se trataba casi siempre de fiestas para la conmemo ración de acontecimientos políticos; coincidían con las grandes fiestas de la Iglesia, y la más espléndida era la de las famosas bodas de la ciu dad con el mar, el día de la Ascen sión. La máxima conciencia oolítica v la mayor riqueza de formas evolutivas las encontramos reunidas en Floren cia. En este sentido Florencia me rece en justicia el título de primer Estado moderno del mundo. Aquí realiza un pueblo lo que en los Es tados gobernados por un príncipe es asunto de una sola familia. El maravilloso espíritu florentino, agu damente razonador y artísticamente creador al mismo tiemp o, determi na continuas transformaciones en la situación p olítica y social y la des cribe y ordena incesantemente. Así llegó a ser Florencia la patria de las doctrinas y las teorías políticas, pero también, con Venecia, la natria de la estadística, y singularmen te, como algo único, antes y por encima de todos los Estados del mundo, la patria de la Historia en el nuevo sentido. La visión de la Roma antigua y el c onocimiento de sus historiadores intervienen aquí, que y Giovaniii Villani confiesa con ocasión del jubileo del año 1300 recibió el estímulo para su gran obra y que la comenzó inmediatamente después de su regreso. Entre los 200.000 peregrinos oue fueron a Ro ma aquel año habría sin duda algu nos que se le asemejasen en ten dencias y en dotes, y, sin embargo, no hubo ninguno oue escribiese co mo él la historia de su ciudad. Por que no todos tenían el consuelo de poder añadir como él estas palabras: "Roma declina, mientras está en auge mi ciudad patria, dispuesta pa-
1 ^ Heinric de Hervordia, ad. a. •3 (nág. 2!3, ed. Potthast). " O Sañudo, /. c. cois. 1158, 1171 v i77. Cuando se llevaron de Bosnia los itos de San Lucas, hubo disputa con benedictinos de Santa Giustina de .ua, que creían nosccrlos ya. y hude decidir la Santa Sede. Véanse 1^2 G. Villani, VIII, 56. El 1300 es icciardini, Ricordi, n. 401. también la fecha que consta en la Sansovino, Venezia, lib. XII. Divina Comedia.
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ra grandes empresas. Por eso he querido describir todo su pasado, y pienso continuar con el presente y con todos los acontecimientos de que alcance a ser testigo'". Además de poder testimoniar todo el nroceso de su existencia, alcanzó Floren cia, por sus historiadores, algo más: una celebridad como ninguna otra ciudad italiana.'-'''* No es misión nuesti'a escribir la historia de un testado tan digno de recordación, sino simplemente hacer algunas consideraciones sobre la li bertad espiritual y la objetiv idad que su historia misma despertó en los florentinos. Por el ano i 300 describió Diño Compagni las luchas locales de su época. La situación política de la ciudad, los motivos particulares y los resortes íntimos de los partidos, los caracteres de los jefes, en una palabra, toda la urdimbre de cau sas y efectos próximos y lejanos apa rece descrita de tal modo, que la superioridad general del juicio y el arte expositivo de los florentinos es algo que se toca con las manos. La más grande de las víctimas de estas crisis fue Dante Alighieri. ¡Qué po lítico hicieron de él la patria y el exilio! Él nos ha dejado eternizado en broncíneos tercetos el sarcasmo que engendraban en él los constan tes cambios y experiencias,^^'* en forma que será proverbial donde quiera que surjan circunstancias se mejantes.!^'' Ha apostrofado a su patria con tanta tenacidad en la oposición y con tal nostalgia a la vez que los florentinos tenían que sentirse conmovidos. Pero sus pen samientos abarcan a Italia entera y al mundo, v si su exaltación por el Imperio sólo fue un error, hav que reconocer que aquella especulación política, actitud mental ésta sólo re cién nacida, si no era más que un Encontramos confinnado esto ya en 1470. en Vcspasiano Fii)rentino, II . 258 y sigs. Purgatorio, VI. final. ^'^•^ De moiiarchia. f. 1.
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ensueño juvenil, tenía en Dante grandeza poética. Siente el oreullo de ser el primero en hollar este camino, de la mano de Aristóteles ciertamente, pero a su modo, con independencia. Su emperador idea! es un supremo juez que a m a a los hombres y sólo depende de Dios. Es el heredero del Imperio univer sal de Roma, refrendado por el de recho, la naturaleza y los decretos de. la Pro viden cia. La conquista del orbe es legítima, una especie de jui cio divino entre R oma y los demás pueblos, y Dios mismo reconoció el Imperio al hacerse hombre den tro de su ámbito y someterse, al nacer, al censo del emperador Au gusto, y, al morir, al tribunal de Poncio Pilato s. SÍ es difícil seguir estos y otros argumentos, la pasión de Dante nos conmueve siempre, En sus cartas i'"' se nos muestra de los primeros publicistas, acaso el nrimero entre los profanos, en lanzar a la publicidad por propia cuenta escritos en foiTiia de carta y de su propia mano defendiendo determi nadas tendencias política s. Su ac tividad comenzó pronto. Ya después de la muerte de Beatriz hizo circu lar un panfleto sobre la situación de Florencia, dirigido "a los gran des del orbe", y también las cartas abiertas posteriores, de los días de su destierro, van dirigidas a autén ticos emperadores, príncipes y car denal^. En estas cartas y en el libro Oe ¡a lengua vi'lgar tropezamos una y otra vez co n la idea, que tan ca ra hubo de pagar, que el desterra do también fuera de su ciudad na tiva puede encontrar u n a nueva natria esoiritual en el lenguaje y la cultura, una patria que no le puede ser ya arrebatada. Más ade lante hemos de volver sobre este ;">•• , punto.
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Debemos gratitud a los Villani, igual a Giovanni que a Maleo, tan to por sus profundas observaciones políticas, como por sus juicios es pontáneos y prácticos, y se la de bemos también por haber transmi tido las bases de la estadística d e Florencia con importantes datos sore otros Estados. El comercio y IB industria habían despertado aquí, junto al pensar político, la preocu pación económica del Estado. En ninguna parte del mundo se esta ba tan bien informado de la situa ción de las grandes masas de dinero, empezando por el de la curia pa pal de Aviñón. cuyo enorme arqueo (25 millones de florines oro a la muerte de Juan X X I I ) sólo por lo fidedi^o de la fuente no nos resuha increíble.Solamente en Flo rencia se podrían encontrar detalles sobre los grandes empréstitos, como el concertado por el Rey de Ingla terra con las casas florentinas Bardi y Peruzzi, que perdieron un ac tivo de 1.365.000 florines de oro —de caudal propio y de sus aso ciados i-^s— no obstante lo cual lo graron rehacerse (1338). Los datos más importantes de Villani son los referentes al estado en la misma época ingresos (más de 300.000 florines en oro) y gastos; población de la ciudad (calculad a, muy im perfectamente, en 90.000, según el consumo de pan, es decir, por bo cas, in broche) y del Estado; el excedente de 300 a 500 nacimientos masculinos, entre los 5,000 a 6.000 bautizados anuales del battistero: os niños que acudían a las escue-
Dantis AUigherii eoisiqlae. cuín notis C. Witle. Si pretendía, en abso luto, que el emperador residiera en Italia, lo mismo pedía del 'papa;^ Vci J carta 35, durante el Cónclave-de (Tar- * pentra en 1314. i
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las, de los cuales entre 8.000 y 10.000 aprendían a leer y entre 1.000 y 1.200 aprendían cuentas en seis escuelas, A éstos habría que añadir 600 escolares que aprendían gra mática y lógica (en latín) en cua tro escuelas; viene a continuación la estadística de iglesias, conventos y hospitales (con más de 1,000 ca mas en total); la industria de la lana, con valiosísimos y detallados datos; la moneda, el abastecimien to de la ciudad, la burocracia, etc.i^i Nos enteramos, de paso, de otras cosas, como, por ejemplo, de que con motivo de la reorganización de las rentas del Estado (monte) en el año 1353 y siguientes, en el pul pito predicaron en pro los francis canos y en contra los dominicos y agustinos.Finalmente, en ningu na parte de Europa encontramos consideradas y expuestas como aquí las consecuencias económicas de la muerte n e g r a . S ó l o un florentino podía contarnos cómo se esperaba que, al disminuir el número de per sonas, se abarataría todo, y cómo, en lugar de ocurrír así, el coste de la vida y los salarios aumentaron en el doble; que la plebe, al prin cipio, se negaba a trabajar y sólo quería vivir bien; que sólo se po dían conseguir sirvientes, de uno y otro sexo, en la ciudad, a muy alto precio; que los campesinos que rían sólo cultivar las tierras más feraces, dejando las tierras pobres en ería l; que los enormes legados hechos para los pobres, durante la peste, no sirvieron después para na da, pues los pobres, o se habían muerto, o no eran ya pobres. Con ocasión de un gran legado que un filántropo sin hiíos hace a los men-
137 Giov. Villani, XI , 20. Cons. Matteo Villani, IX. 93. Esfa Y otras noticias semejantes en Giov. Villani, XI , 87. XII, 54. 141 Para combatir los incendios ha Giov. Villani, XI , 91 y sigs. Di bía ya un cuerno pcnnanente en la fieren de estos datos los de Maquiave sólidamente construida Florencia. lo. Stor. fiorent., lib. II. 1*2 Matteo Villani, II I. 106. 140 El párroco echaba en un cofre 1^3 MaUeo Villani, I, 2-7; comp. 58. una alubia negra cuando se trataba de Por lo que a los días de la pestilencia Un niño; y una alubia blanca cuando se refiere, sigue figurando en primera se trataba de una niña; esto era todo línea la famosa descripción de Boc e! control. caccio al comienzo de sus Decamerone.
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hasta 1471, no menos de 663.753 florines de or o, de los cuales co rresponden a Cosimo solamente más de 400.000,''**^ y Lorenzo eí Magní fico se muestra satisfecho de la for ma en que se ha gastado el dinero. Después de 1478 viene nuevamen te una sinopsis i-*"^ importantísima. • y en su género completa, del co mercio y las industrias de la ciudad, algunas de las cuales pueden con siderarse, parcial o totalmente, co mo industrias artísticas: los broca dos y damascos; la talla en madera y la marquetería (intarsia): la es cultura de arabescos en mármol y piedra caliza; los retratos en cera, orfebrería y joyería... El talento innato de los florentinos para todo lo que supone cálculo de la exis tencia exte rior se demuestra tam bién en los libros domésticos, de negocios y de agricultura, que se destacan no toriamente entre los del resto de la Europa del siglo xv. Con razón han empezado a publi carse de ellos algunas pruebas es cogidas; no obstante, se precisarán muchos estudios para obtener cla ros y generales resultados. En todo caso también aquí da fe de su ca rácter un Estado donde hay padres que al morir solicitan por vía tes tamentaria del Estado mismo que multe con 1.000 florines de oro a sus hijos si no trabaia n en una ocu pación regular. Por lo que a la primera mitíid del siglo XVI se refiere, quizá nin guna ciudad del mundo posea un documento comparable a la esplén dida descripción de la ciudad de
digüs de la ciudad, en el cual se destinan a cada uno seis denarios, se hace finalmente el ensayo de una estadística completa de la mendici dad florentina.»" Esta consideración estadística de las cosas alcanza después entre los florentinos un gran desarrollo. Y lo más admirable es que, por lo general, deian traslucir la conexión entre lo histó rico, en el más alto senitido de la palabra, y la cultura y el arte. En un documento del año 1422 se habla de setenta y dos casas de cambio en tomo al Mér cate Nuovo, de la suma de dinero que giraban los Bancos (dos millo nes de florines de o ro ), de la in dustria, entonces nueva, del oro hi lado, de los géneros de seda, de Filippo Brunellesco, que exhuma la arquitectura antigua, y de Liona rdo Aretino, secretario de la Repú blica, que resucita la literatura y la elocuencia antiguas. Se habla, por último, del bienestar genera!, de la tranquilidad política de la ciudad y de la suerte de Italia, que se había logrado de las tropas mercenarias y extranjeras. La estadística de Vene cia que hemos reproducido (págs. 39 y 40 ), y que procede casi del mismo año, demuestra ciertamente una riqueza, una industria y una zona de influencia mucho mayores. Venecia domina, mucho tiempo ha, los mares con sus navios, cuando Florencia envía (1422) su primera galera (a Aleiandría). Pero ¿cómo no adivinar un espíritu superior en el documento florentino? Noticias como aquéllas las encontramos aquí de decenio en decenio, ordenadas ya en sinopsis generales, mientras en otras partes sólo encontramos, en el mejor de los casos, testimo n« Ricordi de Lorenzo, en Fabroni, nios sueltos. Se nos brindan datos Laur. Med. magnifici viía, Adnot. 2 y aproximadíK sobre la fortuna v los 25. Paulo [ovio. Elogia, Cosmus. negocios de los primeros Medici: De Benedetto Dei. en Fabropi, gastaron en limosnas, obras públi ibíd., Adnot, 200. La fecha se des cas y contribuc iones, desde 1434 prende de Varchi, III, pág. 107. Véase el proyecto financiero de cierto Ludovico Ghetti, con importantes dalos, e n Roscoe, Vita di Lor. de' Medid, tpmo II , supl. 1. H 'i Giovanni Villani. X, 164. Libri, Historie des sciences nm 1-*^ Ex Annailbus Cerelam. en Fathématiques, II, 165 v siguientes. hroni.-Afog /i/ Cosmi vita. Adnot, 34.
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•encia por Varchi.Tanto en IB estadística descriptiva como en algunos otros aspectos, nos enconIriimos de nuevo aquí con un ver>lii'lcro modelo, antes que la libcrI.KÍ y la grandeza de esta ciudad . Iiubiese desvanecido.»''"
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Junto a este cálculo de la vida exterior nos encontramos en la cons tante descripción de la vida polí tica de que hablábamos antes. No sólo pasa Florencia por mayor nú mero de formas y matices políticos, sino que informa de ello en mayor
"•' Varchi. Stor. fiorenl.. 111, pág. cular una proporción en el precio de - Mgs-, al final del libro IX . Algu- los cereales de mediados del sí p I o x v , iiiis cifras evidentemente equivocadas comparado con el de nuestro siglo, co Mn de atribuirse a erratas de escritiirü mo de 3 a 8 (Sacco di Piacenza. en O imprenta. el Archiv. Stor., App., tomo V, nota Sobre valores y riquezas en Jla- del editor ScarabelH). tlu sólo puedo reunir aquí, a falta de En Ferrara había en riempos del du ylros recursos, algunos datos disper- que Borso gente acaudalada con for ws, tal como los he encontrado ea- tunas de 50.000 y 60.000 ducados stiaimcntc. Ha de prescindirse de las (Diario Ferrarese, Muratori, XXIV. tfxugcracioncs obvias. Las monedas de cois. 207, 214 y 218; un dato fantás oro a que se refieren la mayoría de tico en col. 187). |08 datos son; el "ducato", el "zecchiPor lo que se refiere a Florencia en íio", el "fiorino d'oro" y el escudo contramos datos de índo le completa d'oros". Su valor es casi el mismo. mente e xcepcional, que no permiten Bn Venecia, por ejemplo, se consi sacar consecuencias d e tipo corriente. dera muy rico al dux Andrea Vendra- Así, por ejemplo, ios empréstitos a mi (1476), con sus 170.000 ducados príncipes extranjeros, con referencia a (Malipiero, /. c, VII, II, p á g . 666). los cuales sólo se mencionan una o Por el año 1460, se consideraba al dos casas, aunque en realidad se tra patriarca de Aquileia, Lodovico Pata- tara de grandes negocios de compañías. vino "casi el más rico de todos los Y también los enormes impuestos que Italianos", con 200.000 ducados (Gasp. se obligaba a pagar a los partidos ven Vcronens, Viía Pauli II, en Muratori, cidos, de 1430 a 1453, por ejemplo, 77 llt. II. col. 1027). En otros lugares, familias pagaron la suma de 4.875.000 florines de oro (Varchi, III, págs. 115 líalos fantásticos. Antonio Grimani se permitió el lujo y siguientes). de pagar por la investidura de cardeLa fortuna de Giovanni de'Medie i ftal de su hijo Domenico 30.000 duca- ascendía, a su muerte (1428) a 179.221 •f"^: A él mismo se le calculaban, en florines de oro, pero de sus dos hijos o sólo 100.000 ducados (Chron. Cosimo y Lorenzo sólo el último dejó i ' . í L Í i ^ m , Muratori, XXIV, col. 125). al morir (1440) 235.137 (Fabroni, Sobre cereales en el comercio v pre Laur. Med., Adnot, 2). cios del mercado en Venecia ver es Encontramos un testimonio del au pecialmente Malipiero, /, c, VH . II. ge general de la industria en el hecho Itllg, 709 y síguienles (noticia de 1498).* que, por ejemplo, ya en el siglo xiv y¡> en 1522 no se consideraba a V e- los 44 orfebres del Ponte Vecchio pa i K - v í i i . sino a Genova y Roma, como gasen al Estado 800 florines de oro las ciudades más rica s de Italia (sólo de alquileres anualmente (Vasari, I I , «crece crédito este dato por la autori- 114. Vila di Taddeo Caddi). El Dia Ptd de un Francisco Veltori; véase su rio de Buonaccorso Pitti (Dcleeluze. ñlorici en el Archiv. Star., Append.. Florence et ses vicissitudes, vol. II) es IV. Dág. 343). Bandello. Parte tá lleno de cifras, pero éstas, en ge :\'<>ve¡lc 34 v 42. menciona al mer- neral, sólo sirven para demostramos de Genova Ansaldo Grimaldi co- los altos precios de todas las cosas y • ' hombre más rico de su tiempo. el escaso valor del dinero. ^ Í400 y 1580 calcula Francesco I Por lo que a Roraa se refiere, los ' ino un descenso a la mitad del ingresos de la Curia no pueden, na del dinero (Venezia. fol. 151. turalmente, servir de norma, pues se nutría de Europa entera. Tampoco nos 1.1 Lombardía se cree poder cal- inspiran mucha confianza los datos soI I'
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proporción que cualquier otro de los Estados libres de Italia y de Occidente, hasta el punto de ofre cemos el más completo trasunto de la relación entre clases sociales e individuos, formando un conjunto mudable.. Las escenas de las gran des demagogias burguesas de Fran cia y Flandes. tales como nos las bosqueia Froíssard, Y las narracio nes de las Crónicas alemanas del siglo XVI, son realmente importan tes, pero en la perfección mtelectual y en la múltiple fund«rT"*"^"ac:6n del relato son los florpnt'r»'^'; infinitamente superiores. Predomi nio de la nobleza, tiranía, lucha de las clases medias con el proletaria do, democracia perfecta, semidemocracta y democracia aparente, pri macía perfecta de una Casa reinante de hecho, teocracia (con Savonarola), y aún aauellas formas mixtas «u e prepararon el despótico " " " h i pado de los Medici, todo está des crito en forma tal, que los más íntimos motivos quedan manifiestos V a plena luz.^'^i Por último. Maquiavelo, en sus Storíe fiorentine (hasta 1492). concibe a su ciudad patria, naturalmente, como un ser vivo, y su proceso evolutivo como algo individual, siendo el primero entre los modernos que ha sido ca paz de una visión semefante. Que da fuera de nuestra competencia el averiguar en qué lugares Maquíavek) procedió arbitrariamente, como en el caso notorio de la vida de Castruccio Castracane, un tino de tirano a quien pinta con ca»>rÍcboso colorido. Aunque a cada renglón bre el tesoro de los papas v la fortuna de ios cardenales. El conocido banouero Agostino Chígi, dejó al morir (1520) un haber total por valor de 800.000 ducados (Leltere pitioriche, I, App. 48).
ifii Por lo que se refiere a Cosimo (1435.1465) y a su nieto Lorenzo el Magnijico (t'l492) el autor prescinde
de todo juicio sobre la política inte rior de ellos. Véase una voz acusado ra de peso, Gino Caononi, en el Ar chiv. Stor., I. págs, 312 y siguientes.
de las Storie fiorentine pudiéramos oponer una objeción, quedaría in cólumc como totalidad su alto v;i lor, hasta IJegaríamos a decir si valor de cosa única. Y sus coi temporáneos y continuadores. Jaco bo Pitti, Gu icciardini, Segni, Varchi, Vettori. . . ¡qué haz de honi bres esclarecidos! Las últimas dOcadas de la República florentina, espectáculo do grandeza inolvida ble, quedan aquí ímegra mente re flejadas. En una tradición tan im portante sobre la decadencia del tip(> de vida más alto y peculiar de su tiempo, pueden unos no ver otra cosa que una colección de curiosi dades de gran estilo; confirmalotros, con diabólica alegría, la han carrota de lo noble y lo sublime: otros, en fin, concebirla, desde el punto de vista jurídico, como un gran proceso; pero lo cierto es que constituye, y constituirá, un objeto de reflexión permanente hasta V.\ consumación de los siglos. La fal;i lidad fundamental, que contribuyó principalmente a enturbiar en rada instante la situación, fue el réeimcn florentino resnecto a los enemi'iy^ subyugados, en otro tiemoo podt rcsos, como, por c'emolo, los p¡ sanos, régimen que necesariamenic traio por consecuencia una situación de tiranía constante. La única so lución, ciertamente heroica, v a la que sólo Savonarola hubiera podi do llegar —y sólo con la ayuda de circunstancias especialmente propi cias—, hubiera sido transformar la Toscana, cuando aún era tiempo, en una federación de ciudades ii bres, idea que, sueño febril y tar dío, llevó a! patíbulo a un patrio ^ lucense (1548) .'"2 De esta ma!i
152 Francesco Burlamacchi. «I pai. . del jefe de los protestantes-'luccnscs Michele Burlamacchi: Archiv. Stor.. Append. tomo I I, pág. 176..'CómD Mi lán, con su dureza hacía Iqs ciudades hermanas, desde el siglo xi. al xnr, fa cilitó la formación de vm R t ^ n E S t a d u dcsnótico. es suficientemente conocido Aun al extinguirse los Visconfi en
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«Ion y de ia desdichada simpatía irticifa de los florentinos hacia un j)rfnc¡pe extraño, con el consecuenle hecho repetido de las intervenciollüs extranjeras, depende todo lo de rmis. Pe ro ¿cómo no a dmirar a esIc pueblo, que bajo la dirección de kU santo monje, en un tenaz y ele vado espíritu, ofrece el primer ejem plo italiano de protección al P i e migo vencido, cuando todos los I lempos anteriores no le habían dcillcuclo otra cosa que venganza y «tiiquiiamiento? Visto a distancia, diriase que el fervor que funde aquí ül patriotismo y la revolución éticorcl igiosa se extingue n u evamente üun extraordinaria rapidez, pero sus mejores resultados se traslucen en «quel memorable sitio-de 1529-30. I'ucron ciertamente unos "locos" los que maquinaron este asalto a Flo rencia, según dice Guicciardini, pero 61 mismo confiesa que consiguieron lo increíble, y cuando añade que l(M prudentes hubieran eludido el desastre, no tiene otro sentido sino que Florencia debiera haberse en tregado silenciosamente y sin doHa en manos de sus enemigos. Hu biera preservado así sus espléndidas •fueras y los parques y la vida y ol bienestar de innumerables ciuda danos, pero habría poseído un re cuerdo glorioso menos. Los ñorentinos son ol arquetipo V la más temprana expresión de lo s Itülianos y de los modernos euro:;|>0os en general, pero lo son también por lo que se refiere a sus aspec tos menos plausibles. Si Dante com paraba a la Florencia, que corregía Bonstantemente su constitución, con iin enfermo que. para evitar los doloivs, cambia-incesantemente de pos'iira. caracterizaba con ello un rasgo i'-rmaneníe de su vida estatal. El wi error moderno de que con la *7, fue el Drincinal impedimento «ra la libertad de la Alta Italia no \¡»bcv querido admitir una federación
ciudades sobre la base de igualdad ¡derechos. Véase Corio. fol. 358 y ifes.
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combinación de las fuerzas de que se dispone y las tendencias presen tes puede hacerse una constitución, romo un producto nuevo,^^^ reapa rece siempre en Florencia en tiem pos agitados, y el mismo Maquiavclo no sc libra de semejante pre juici o. Surgen artífices del Estado que por el traspaso artificial y la división del poder, por procedimien tos electorales depuradísimos, crean do autoridades puramente nomi nales, pretenden establecer una situación duradera que satisfaga, o engañe tal vez, a grandes y a pe queños. Buscan ingenuamente el mo delo en la Antigüedad, y prestán dole todo el valor oficial, toman a préstamo de ella los nombres de los partidos, como, por ejemplo, "ottimari", "arÍstocrazia",i^^ etc. Desde entonces el mundo se ha habituado a estas expresiones, otorgándoles un sentido europeo, convencional, mien tras las denominaciones anteriores de los partido s no rebasaban las fronteras del país respectivos, carac terizaban directamente el objeto, o eran hijas del azar. ¡Pero cómo exal ta o desvirtúa el nombre a la cosa! De cuantos especularon con la empresa de la constitución de un Es tado, Maquiavelo es, sin compara ción , el más grande de todos Capta siempre las fuerzas en juego como algo vivo, como algo activo, plantea las alternativas acertada mente y con grandeza, y procura no El tercer domingo de Adviento de 1494 predicó Savonarola sobre el modo de redactar una nueva Consti tución: las dieciseis compañías de la ciudad elaborarían, cada una, un pro yecto, los gonfalonieros escogerían los cuatro mejores v la Señoría, a su vez. el mejor entre los cuatro elegidos. La cosa resultó, sin embargo, de manera completamente distinta, bajo la influen cia del propio predicador. Este último por primera vez en 1527, después de la expulsión de los Médici; véase Varchi, I, 121, etc. ir>si Machiavelli, Storie fior., IÍb. Id: Un savia dotar delle leggi podría sal var a Florencia.
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engañarse a sí mismo ni engañar a los demás. No hay en él rastro de vanidad ni de empaque. Por otra parte no escribe para el público, sino para las autoridades y los prín cipes o para sus amigos. Lo peli groso en él no es la falsa genialidad, ni la falsa urdimbre de los concep tos: nada de esto encontramos en su obra. Su mayor enemigo es una vigorosa fantasía, que domin a con dificultad. dificultad. A veces su objetividad política política es ciertamente terrible en su sinceridad, pero no dobc olvi darse que escribe en una época de angustia y peligro extremos, en la cual no podía esperarse de los hom bres que creyeran en la justicia ni dieran por supuesta la equidad. Su indignación indignación contra la época, a nos otros, que hemos visto en acción las fuerzas de derecha e izquierda de nuestro siglo, no nos impresiona mucho. Por lo menos, Maouiavelo fue fue capaz de olvidar su propia per sona para jtizga r con plena objeti vidad. Es, ante todo , un patriota en el más estricto sentido de la pa labra, a pesar de que sus escritos (si se exceptúan algunas palabras) están desprovistos de todo entusias mo directo, y a pesar de que en la última época los florentinos mis mos mos veían en él a un delincuente.'^ Por mucho que se abandonase en la moral y en el lenguaje, al modo de l'a mayoría, la salvación del Es tado era, sin embargo, su último y su primer pensamiento. Su pro grama completo sobre la estructu ración de un nuevo organismo esta tal florentino está bosquejado en su Memoria a León X , escrita des pués de ¡a muerte del joven Loren zo de Medici, duque de Urbino ( t 1519),!^'^ a quien había dedica do cl libro El Príncipe. Todo está ya loíalmentc corrompido y es ya tarde para todo. Los medios y orien-
taciones propuestos no son todos morales; morales; pero es interesantísimo ob servar que pone aún espcratizas en la instauración de la república, en forma forma de democracia moderada, co mo heredera de los Médici. N o puede concebirse un más artificial edificio de concesiones al papa, a los partida rios d e éste y a los di-, versos versos intereses florentinos. Diríase; un aparato de relojería. En sus Dis-, corsi encontramos otros principios aún; observaciones singulares en gran número; paralelos, pcrspecti-; vas políticas, etc., referidos a Flo rencia, y entre todo ello atisbos de; suprema belleza. Reconoce, por; ejemplo, la ley de una evolución, evolución, progresiva, progresiva, que se manifiesta en sa cudidas periódicas, y pide que el organismo estatal sea algo dinámi co y susceptible de cambio, con lo que se conseguiría evitar las senten cias cruentas y los destierros. Por motivos semcjanles, es decir, con et fin de eludir violencias personales e intervenciones extrañas ("muerte de toda libertad"), pide, contra los ciudadanos ociosos, una acusación (accusa) ante los tribunales, en vez de de la típica maledicencia florentina. Magistraímente caracteriza las deci siones involuntarias y tardías que en tiempos críticos representan representan tan gran papel en las repúblicas. Incidcntalmente se deja seducir por la fantasía y los sentimientos contem poráneos V hace un elogio cerrado del del pueblo, que sabe elegir a sus hombres mejor que cualquier prín cipe y que "por la persuasión" se deja apartar del error."^"* Por lo que se refiere al predominio sobre Toscana, no duda que pertenece a su ciudad y (en un discurso especial) considera asunto vital el volver a someter y subyugar a Pisa; lamen ta que se haya dejado en píe a Arczzo después de la rebelión de 1502; y llega a conceder que, eií>gej
inn inn Varchi, Sfor. fiorent., 1. páp. 210. i-'i i-'iss Influido indudablemente indudablemente i Discorso Discorso sopra il sopra il riformar lo stacríteriOj encontra mos el Í Ü . . Opere minori, pág. idéntico críteriOj ta de Firenze, en Opere mo punto de vista en Montesquieu 207.
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al, al, es conveniente a las repúbliitalianas vitalizarse moviéndose acia cl exterior en forma que les mita ensancharse y mamenerse Slumes Slumes y tranqu ilas en el inler. Por lo que se refiere a Fioicla, dice que sicnipre ha hecho cosas al revés y ha convertido ' Pisa, Siena y Luca on sus morles les enemigas, mientras mientras Pisto la, que ; "tratada de modo fraternal", se sometido sometido por propia voluntad. Sería inadecuado pretender esta3cer un paralelo entre las repúblis italianas que aún existían en el XV y Flore ncia, la la única sede 5I0 XV crisol crisol del moderno espíritu italia5, 5, y aún del espíritu euro peo mo lo . Siena padecía graves dolenorgánicas, y su relativa prosrldad en la industria y las artes debe inducimos a engaño. Eneas Ivio,!^^ Ivio,!^^ desde su ciudad natal, elve los ojos con nostalgia a las alegres" alegres" ciudades alemanas, donde nadie se le confiscan sus bienes heredades, donde no hay autoridespótica ni facciones que per5cn la existencia de los ciudadas.i"'* A Genova apenas podemos
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incluirla en el campo de nuestras: condiciones, condiciones, pues apenas particinó en el Renacimiento antes de los tiempos de Andrea Doria, por cuya razón a las gentes de la Riviera se las consideraba en Italia como ene migas migas de toda altura cultural.^"' Las luchas entre los partidos revelan aquí un carácter tan salvaje y van acompañadas de tan violentas con mociones mociones en la existencia toda del Estado, que no se concibe cómo los gcnoveses, después de tantas revo luciones y ocupaciones, conseguían recuperarse v volver las cosas a una situación llevadera. Si esto fue posible, se debió aca so so al hecho de que, casi sin excep ción, todos los que participaban en los negocios del Estado se dedica ban, al mismo tiempo, a la activi dad comercial.Qué grado de in seguridad pueden soportar la gran industria y la riqueza, con qué si tuación interna es compatible la po sesión de lejanas colonias, nos lo demuestra demuestra Genova de mo do sorpren sorpren dente. La importancia de Luca en el siglo XV es bien e£Cfsa,^_,
V I H . P O L Í T I C A EXTERIOR DE LOS ESTADOS ITALIANOS >L- igual manera q ue la mayoría de Jüü Estados italianos eran en su es-
tructura interna obras de arle, decir, decir, creaciones conscientes, hija^ de lía reflexión, basadas en funda Silvio, Apología ad Mar- mentos visibles, exactamente calcu 169 Eneas Silvio, ttnam Mayer, página 701; Cons., por lados, lados, era también forzoso que que a semejante actitud se refiere, constituyesen una obra de arte sus aquiavelo. Discorsí, I, 55. 55. relaciones relaciones entre sí con el extranje loo Hasta auc nunto la semicultura ro. E! que se basaran casi todos en abstracción abstracción pueden intervenir, en inadas circunstancias, en la codemuestra la facción de 'olítica, lo demuestra ifii Pierio Valeriano. De infelicitale Valle, Leitere Sanesi, 111, liíterator. Della Valle, a propósito de Bartolomeo 517. Cierto número de gentes de della Royere. lase lase media, media, agitados por los DisI Senarcga, De reh. Cenuens., Mu . ' • ' •••! de Maguiavelo v el estudio de insegu iMii Livio, pidieron, con toda serle- ratori, XXIX, col. 548. Sobre insegu tribunos del D u c b l o y otros ma- ridad, cois. 519, 525, 528. etc. El sincerísimo discurso del enviado a la .1 nidos romanos contra cl dcsgobier- cerísimo la gente dístincuida y los bii- toma de posesión del Estado por Fran cesco cesco Sforza (1464) véase en Cagnola, Arch. Star., lli, págmas 165 y sifis.
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sus inconsistentes^ usurpaciones re lativamente recien pia Florenci a, con sus tes era igualmente trascendental pa- ciudades tributarias, guardaba una?; ra las relaciones con el exterior co actitud equívoca respecto a Vene-^ mo para lo referente a la política cia. aun cuando la envidia cümer-í eial y el progreso de Venecia nO í interna. Ningún Estado reconoce al eial hubiesen sido tomados en cons ide -' otro otro sin intenciones ocultas; es me hubiesen nester que rija, por lo que al veci ración por lo que atañía a la Ro no respecta, el mismo juego de azar mana. Finalmente, la Liga de Camque rigió en la fundación y afian bray (página 38) consiguió debilitar. zamiento del propio predominio. realmente al único Estado que, con Muchas vixes no depende, en ab ab las fuerzas unidas de todos, hubie- • soluto, del tirano mismo que pueda se podido llegar a constituir el sos mantenerse o no en su puesto. La tén de Italia. Pero también los demás se dedi necesidad de crecimiento, la nece sidad dinámica, activa, es caracte caban a engañarse con la máxima malignidad, obedeciendo, en cada rística de toda ilegitimidad- Así se malignidad, caso, a las sugestiones de la propia convierte convierte Italia en la patria de una caso, "política "política exterior" que después ad —y poco limpia— conciencia, dis quirirá gradualmente en otros paí puestos siempre a llegar a los ma yores extremos. Ludovico el Moro, ses la categoría de un estado de yores derecho reconocido. El estilo en el los aragoneses de Ñapóles y Sixto manejo de los asuntos exteriores,, IV mantenían a toda Ita lia en la completamente objetivo, libre de más peligrosa inseguridad, eso sin prejuicios y de preocupaciones mo hablar d e los perturbadores de me rales, alcanza a veces un grado tal nos cuantía. ¡Y no se limitaba a de perfección que le hace aparecer Italia este terrible juego! La propia elegante y grandioso, mientras el naturaleza de las cosas trajo con conjunto produce el efecto de un un sigo que se buscara la intervención extranjera y se esperase la ayuda del abismo sin fondo. exterior, exterior, la de franceses y turcos es La historia exterior de la Italia pecialmente. de esta época la constituye una se se Por de pronto, pronto, la población en rie de enredos, ligas, armamentos, sobornos y traiciones. Durante mu general se dejó seducir por Francia. cho tiempo Venecia fue fue objeto de Con aterradora ingenuidad confiesa las quejas de todos, como si trata Florencia su vieja simpatía güclfa Y cuan ra de conquistar a Italia entera o hacia los franceses i*'--' ponerla en tal situación que, Esta do Carlos V I I I aparece, efectivado tras Estado, fuese poco a poco cayendo cayendo en sus manos por sí solo.'"'' en 1467 1467 al agente veneciano todo lo Pero a una observación atenta se contrario, pero no pasa de una divernos revelará que tales quejas no pro-, lida lida jactancia; véase Malipicro, AnnuMalipicro, AnnuuáStor., VII, I. uácedían del pueblo, sino de los prín-l l¡ Veneíi, en Archiv. Stor., VII, ginas 216 y sigs. Por el menor motivo cipes cipes y los gobiernos y de lias gen-í Vcneciít se entregan voluntariamente a les de toda laya que los rodeaban,» y regiones, aunque en la ma y que, casi sin excepción, eran abo ciudades yoría de los casos, para librarse de un rrecidos por los infieles vasallos, régimen régimen de tiranía, mientras Florcnciíi mientras Ven coia, por su régimen, ha de mantener subyugadas subyu gadas a re^Júbl re^Júbliirelativamen te suave, disfrutaba de cas vecinas acostumbradas a la liber genera generall co nf ia nz a. Ha st a la pro pro tad, como observa Guicciardípi (¡iinúmero 29) . ' •' cordi. número bis Acaso se encuentre ?Ia más •\m bis 1S8 Aun Varchi representa, tardía mente, este criterio: Síor. fiorent. I, vehemente manifestación de ésta ft^Slole en una instrucción al envTiido -ílu 1402; v*a v*a Galeazzo María Sforza le dice la Corte de Carlos Vi l en 1402;
LA C U L T U R A DE L K E N A C í M I E N T O EN ITALIA
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te, al sur de los Alpes, Italia correspondencia.^*''^ El sistema de tera le recibe con tales muestras un equili brio entre los cuatro prin entusiasmo, entusiasmo, que él mismo y su cipales Estados italianos, tal' como iquito iquito quedan soi'prendidos.^'^^ En Lorenzo el Magnífico lo veía, no pa fantasía fantasía de los italianos (recuér- saba de ser el postulado de un es ise a Savonarola) estaba latente píritu despierto y optimista que imagen imagen ideal de un gran monarca había sabido c olocarse allende la y salvador; aquí no se trataba ya inmortaUdad de la política experi del! emperador, como en Dante, sino mental, por encima de la güelfa del Cape lo francés. Con su su retira superstición florentina, y se esfor da, la desilusión fue completa; sin zaba en poner su fe en el curso embargo, embargo, se lardó aún mucho tiem más favorable de los sucesos. Cuan po en ver hasta qué punto Carlos do en su guerra contra Ferrante de VIH, Luis XI I y Francisco 1 des Ñapóles y Sixto IV, Luis Luis X I le ofre conocían conocían todo interés elevado en lo ció su ayuda, Lorenzo le declaró: que a Italia atañía y por qué mo "Aunque "Aunque no soy capaz —dijo— tivos inferiores se dejaban guiar. De de anteponer mi propia convenien , manera muy distinta que el pueblo cia a lo que puede constituir un pe procuraban los príncipes servirse servirse de ligro para Italia toda, ¡quiera Dios los franceses. Cuando hubieron ter que no se les ocurra nunca a los minado las guerras entre Francia e reyes reyes franceses ensayar sus fuerzas Inglaterra, cuando Luis X I lanzó en este país! Porque, si tal sucede, sus redes diplomáticas a todos los Italia estará perdida''.^^^ Para otros vientos, vientos, cuando, en fin, Carlos de príncipes, en cambio, es el rey de Borgoña Borgoña se dejó ingenuamente alu Francia alternativamente medio u cinar por proyectos aventureros, por objeto de terror, y amenazan con él, todas partes les salieron aJ encuen cuando, en un caso difícil, no en tro los Gabinetes italianos y la in contraban mejor salida. Finalmente, tervención tervención francesa llegó a ser algo los papas creían poder m'aniobrar que tenía que venir tarde o tempra con Francia sin riesgo de su su parte, no, aún sin las pretensiones sobre y tenemos el caso de Inocencio VIII, Ñapóles y Milán, tan cierto como a quien parecía lícito y posible mos que había venid o mucho tiempo ha, trar enojo y retirarse por el Norte, por ejemplo, en Cjénova y en c! para volver luego a Italia como con Piamonte. Piamonte. Los venecianos la espera quistador, acompañado de un ejér ban ban ya desde desde 1 4 6 2 . P o r quá quá anan- cito francés. iustiíis mortales pasó el duque GaLos espíritus perspicaces veían, f cazzo María de Milán durante la pues, avecinarse la conquista extran guerra de Borgoña, cuando, aparen- jera mucho antes de la expedición Icmente, Icmente, era aliado tanto de Carlos de Carlos VIII. ^'i^ Y una vez hubo como de Luis X I y al mismo tiem cruzado Carlos de nuevo los Alpes, po temía ser atacado por ambos, se evidencióse a los ojos de todos que evidencia evidencia de modo terrible en su
Fabroni. Cosmus, Adnot. número i'i'"'- Comines, Charlea
VIH, cap. 10: tratara a los franceses "comme íiftlnts". íiftlnts". Véase cap. 17. Chron. Venelum. Muratori, XXIV XXIV cois. 5, 10, 14 y 15, y Matarazzo. Cron. di Peru^ia, ' Arch. Stor., X VI . II , pág. 23. 23. Las Las ,s serían interminables. inte rminables. Pío II , Commentarii, X, página
i"*^ Gingins, Dépéches des ambassadeurs milanais. deurs milanais. etc., I, pádnas 26, 153, 153, 279, 283, 285. 327, 327, 331, 345 345 y 359; 11, 11, 29. 37, 101, 217 217 y 306. 306. Carlos habló ha bló en una ocasión de entregar Milán al joven Luis de Orleáns. i «s Niccoló Valori. V ÍÍÍI di Lorenzo. 1811 Fabrioni. Laurentius magnificus, Adnot, 206 y sigs. 170 Por ejemplo, Joviano Pontano en su Chron. Al fin espera un Estado unitario.
lACOB BURCKHARDT
LA CULTUHA DRL RENACIMIENTO DRL RENACI MI ENTO KN ITALIA
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I^HIada que quería dirigir él en per- de Medici, sin inmutarse; "Monse había comenzado una era era de inter confianza lo hacía temer; al fin y ^CTia. Sus sucesores, en cambio, mal ñor, la ilustre RepúbHca de Venevenciones. venciones. En adelante se enlazarían al cabo no era tan grave como, por versaron el dinero reunido en toda necia no nos quiere, por no entrar desdicha con desdicha y se adver ejemplo, la inculpación que hicie Cristiandad con este fin e incu- en conflicto con la Iglesia, pero si tiría demasiado larde qu e Francia ron los venecianos al heredero del r .Ton en la profanación de con- el turco viene a Ragusa nos entre fuer trono Alfonso de Ñapóles por ha y España, las dos principales fuer vcitir vcitir líis bulas de indulgencia en garemos a éP'.'^" zas dispuestas a intervenir, se ha ber enviado algunos hombres para tina espocul^ión crematística en bían convertido entre tanto en gran que envenenasen las cisternas de Frente a la conquista de Italia proveeho proveeho propio.'"" Inocencio VIII des potencias modernas y no habían Venecia.^'^ De un malvado como por los españoles, que ya entonces presta carcelero PC a ser el del fu Sigismondo Sigismondo Malatesta cabía muy de de darse ya po r satisfechas satisfechas con ho gitivo príncipe Chem por un tanto se había iniciado, fue un consuelo bien esperar que llamase a los tur menajes superficiales, sino que lu bien rtimal que le paga po r el servicio relativo, pero no desprovisto de fun cos también i^'^ Italia. j*ero a los charían a muerte en Italia por la de hermano Bayaeeto II , y Alc- damento, que ella evitase la barbasu hermano aragoneses los cuales Ñapóles, de a influencia y la posesión. Habían em rizaeión del país bajo la dominación nndro V I apoya en Constantinopla rizaeión del —azuzado probablemen Mahomet Mahomet pezado a parecerse, a imitar aún a tis gestiones qu e hace Ludovico el t u r c a . I t a l i a por sí misma, dada te otros gobiern os italia po r ios ios Estados italianos centralizados, "••loro para provocar un ataque de la división qu e reinaba entre los pero en proporciones colosales. Los nos— había arrebatado Otranto. . turcos contra Venecia (1498). distintos Estados, difícilmente hu designios de rapiña y trueque de azuzaron luego al sultán Bayaeeto que ésta responde amenazándo biera escapado a ese destino fata!. lo países adquirieron durante algún II contra Venecia."^ De lo mismo Si después de todo esto cabe no con un concilio.'^"^ Puede verse, le tiempo un impulso que no se detu pudo culparse a Ludovico el Moro. por por consiguiente, que la tan censu- tar alguna excelencia en el arte ita ante nada. Todo acabó, como se "La sangre de los caídos y las que vo ante Mida aüanza entre Francisco I y So liano del Estado, ha de referirse al sabe, en un completo dominio de jas de los prisioneros en manos de limán II no era en su género nada modo objetivo exento de prejuicios turcos claman venganza Dios los los a España, que, como espada y escudo con que trataron todas aquellas co ni inaudito. luievo contra él", dice cronista el del Es de la Contrarreforma, mantuvo lar sas que no estaban ya enturbiadas Había, otra parte, determi po r Venecia, nada tado. donde En se go tiempo al Papado en una situa por el miedo, la pasión o la male nadas poblaciones a las cuales y a volencia. Aquí no nos encontramo s ción de dependencia. Y la triste re ignoraba, se sabía que Giovanni les parecía demasiado terrible el • flexión de los filósofos se reduio a Sforza, príncipe de Pésaro y primo ya con un feudalismo, en el sentido • r bajo la dominación turca. Aun- nórdico de l a palabra, con derechos del Moro, Moro, había hospedado al en comprobar que todos los que habían del .|ue sólo contra gobiernos despóti- artificialmente llamado a ¡os bárbaros tuvieron un viado turco en su viaje a Milán.'''' artificialmente derivados, aquí el "vs hubieran amenazado con pasarse poder De los papas d el siglo xv , los dos fin desdichado. poder que cada un o posee, por lo más dignos, Nicolás V y Pío II, mu los los turcos, ello era señal firme menos lo posee (en gtaieral) de un Abiertamente, sin el menor pudor, rieron bajo e] peso de la más pro que, que, en cierta medida por lo me- modo modo totalmente efectivo. Aquí no no se eslabíecieron también relaciones funda preocupación a causa de los ., estaban familiarizadas con la existe nada de aquella nobleza des con ios turcos en el siglo xv . Se turcos, el últim o precisamente ha 1480 Battista Man tova- tinada a rodear al monarca, que • ; i. Ya en 1480 consideraba consideraba esto un me dio de acción ciendo los preparativos para una • da a entender claramente que la mantiene en el ánimo de éste la política como otro cualquiera. El
Bapt. Mantuanus. De calamitata con que se celebró la loma de Bu Bu te, con te, con Mahomett I I y sus suce sores, el asunto. se•emporum, al final del libro sepor la flota de Femando el Cató contra otros Estados italianos, Y n el canto de la nereida Do- jía Chron. Venetum, en Mpr^ri lico. Véase Véase Anécdota Uttcraría. I I, pá • ,. flota U i r c E i . donde no ocurrió esto, la mutua des XXiV. XXiV. cois. 14 y 76. . gina 149. * Malipiero. Malipiero. ibíd, págs. 565 y 5tií
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LA A CULTURA DEL RIÍNACl.M lENTO l . \ ITALU
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situación real y de los fines que deban alcanzarse. Por lo que se re fiere a las personas cuyos servicios se utilizan, lo mismo que por lo que se refiere a los aliados, procedan de donde procedan, no existe un or gullo de casta que pueda retraer a nadie. Con suficiente elocuencia nos ilustra a este respecto el caso de los condottieri, para los cuales el origen resulta totalmente indiferente. Finalmente, los Gobiernos, con des potismos ocultos, conocen el prooio país —y los países ve cinos— con una exactitud incomparablemente mayor que sus contemporáneos nór dicos los suyos, y pueden, por con siguiente, calcular hasta en el más nimio detalle la capacidad y posi bilidades de amigos y enemigos, tan to en el aspecto económico como en el aspecto moral. A pesar de sus errores, gravísimos mucihas veces, hemos de ver en ellos unos maes tros natos de la estadística. Con hombres así se podía tratar, es decir, se podía esperar conven cerlos por una determinación de puntos de vista basados en razones efectivas. Cuando el gran Alfonso de Nápoles cayó prisionero de Fi lippo María Visconti (1434), fue ca paz de convencerle de que el pre dominio de la Casa de Anjou sobre Nápoles, sustituyendo al de su pro pia dinastía, convertiría a los fran ceses en dueños de Italia. Filippo María le dejó libre sin rescate y concertó una alianza con él.*^' Di fícilmente se hubiera comportado así un príncipe del Norte y segu ramente ninguno con una moral se mejante a la de Visconti. Una firme confianza en el poder de los moti vos reales demuestra también la cé lebre visita que Lorenzo el Magni fico —ante la consternación de los florentinos— hizo al pérfido Fe rrante de Nápoles, quien, no por
181 Ver, entre otros, Corio. fol. 333. Véase el comportamiento con Sforza en fol. 329.
pura bondad seguramente, resistió a la tentación de retenerle como pri sionero.'**^ Tomar como prisionero a un príncipe poderoso y dejarle luego libre y con vida tras arran carle algunas firmas y ultrajarle gra vemente, tal como Carlos el Teme rario hizo con Luis XI en Peronne (1468), parecía, en efecto, a los italianos una verdadera locura.^**' He aquí la razón por la cual la visita de Lorenzo se esperaba, o que no volviera, o que volviera cu bierto de gloria. Se emplea en esta época, principalmente por los en viados venecianos, un arte de ía persuasión polí tica que tuvo su ori gen aquende los Alpes entre italia nos. Por los discursos de las recep ciones oficiales no cabe obtener un juicio exacto, pues éstos pueden asi-' milarse al tipo de la retórica huma nística. En las relaciones diplomá ticas, y a pesar de la complicada etiqueta, no faltaban, ciertamente, rudezas ni ingenuidades.'** Per o el efecto que produce un espíritu co mo el de Maquiavelo durante sus Legazioni. es casi conmo vedo r; pro visto de instrucciones insuficientes, lamentablemente equipado, tratado como agente subalterno, en ninei'm momento pierde su libre y alto es píritu de observación, la complacen cia en el relato objetivo. Del e<;liidio del ser htunano —como pueblo y como individuo— paralelo al di las circunstancias reinantes entre lov italianos, trataremos en un capíin lo especial. .m ]H 2 •fsiic. Valori. Vita di Lorcn Paulo Jovio. Vita Leonis X, lib. esta última, según fuentes fidedigii.i seguramente, aunque no exentas retórica. i** Si Comines en ésta, y efl ckn otras ocasiones, hace observaciones ' i objetivas como pueda hacerlas c ; il qulcr italiano, no d ebe olvidarse su contacto con Ion italianos mismos, o pecialmente con Angelo Cattbi ¡ 1H-1 Véase, por ejemplo, Nfalipieroj ibíd. págs. 216. 221, 236, 237. 478, *td
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ÍX . LA GUERRA COMO OBRA DE ARTE
lomia de breves consideraciones hacía sacar los ojos y cor referiremos ahora al m odo co- Vitelli D i i i ia guerra adquirió también el tar las manos a los escopeteros ene iirácier de obra de arte. En la Edad migos que caían prisioneros, mien Media la formación individual del tras él empleaba cañones, cuyo uso le parecía lícito. En conjunto pue I I t e r o en Occidente era algo perde decirse que los nuevos inventos I V l o dentro d el sistema imperante II la defensa y en el manejo de acabaron por imponerse sacándose armase no faltaban inventores de ellos todo el partido posible, de que los italianos, tanto en lo i!¡:iles en el arte de la fortifíca- modo y del asedio. Pero tanto la que se refiere a armas ofensivas co íi.iie^a como la táctica se encon- mo a obras de fortificación, llega N.ihan perturbadas en su desarrollo ron a ser los maestros de Europa. por las múltiples limitaciones tcm- Príncipes como Federigo de Urbino y Alfonso de Ferrara llegaron a ad l»orale6 y objetivas impuestas por Ins deberes del guerrero y por la quirir tal pericia técnica, que, a su iinbición de los nobles, que. aún en lado, la de un Maximiliano I ha de presencia del e nemigo , discutían sus parecemos algo superficial. En Ita preeminencias y con su propia im- lia encontramos, por vez primera, pL'iuosidad desbarataron el éxito de una ciencia y un arte de la disci liiilallas, precisamente de las más plina bélica, considerada como una importantes, como las de Crécy y totalidad coherente. Y por vez pri Mauperluis. En cambio entre los mera encontramos también aquí una itiilianos, fue donde primero se im- complacencia desinteresada, neutral, pnso el régimen mercenario, que en una estrategia correcta en sí mis veía estas cosas de modo muy dis ma, tal como convenía a los fre tinto. El perfeccionamiento de las cuentes cambios de dueño al estilo •rmas de fuego contribuyó, por dc- de acción puramente objetiv a del ÉÉkio así, por su parte, a democra- condottieri. Durante la guerra entre ^Bftr la guerra, no sólo porque los Milán y Ve necia de 1451 y 1452, firmes castillos se estremecie- en la que se enfrentaron Francesco ^ B i ante las bombardas, sino por- Sforza y lacopo Piccinino. figura ^ • e adquir ió una cardinal impor- ba en el cuartel general del segundo ^Bicía la destreza —ejercitada en el literato Porcellio, encargado de ^ftdios burgueses— del ingeniero. componer una relación para el rey e - — ' — '^•^i uigcniero, de Nápoles.i^'^ Escribióla en un la Jcl fundidor, del ariillero. Se advír- tín no muy puro, pero fluido, en el , no sin dolor, que la capacidad, estilo de la hinchazón humanística eficacia del individuo —alma de en boga, siguiendo más o menos en k pequeños ejércitos italianos de líneas generales el modelo de Ce fcrcenarios, perfeccionadísimos en sar, con discursos y relatos de pro^••rganización— quedaba dismipor los medios de destrucción ^^•pados a distancia, y hubieron Paulo ¡ovio, Elogia, pág. 184, ^^mCHtieri que se opusieron, con Cabe recordar a Federigo de Urbino. "que se hubiera avergonzado'" de te ^ H p sus fuerzas, a! empleo del Wfedrohr". inventado no hacía mu- ner en su biblioteca un libro impreso. tiempo en Alemania; Paolo Véase Vespasiano Florentino. -im PorceUi Commentaria Jac. Pie• • i'fo II, Commentarii. lib, iV, pá - ciiti, en Muratori. XX. Véase una con - 1W . sobre el año 1459. • tinuación referente a la guerra de 1453, ihíd. XXV. I II lu's
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JACOB B U R C K H A R D T
su glorificación por parte d e los poetas y los humanistas como no la hubiera encontrado en el Norte. En el resultado de estas luchas no Se ve ya un juicio de Dios, sino ci triunfo de la personalidad y. para los espectadores, la decisión de una azarosa y emocionante pugna, jun to a una satisfacción para el honor del ejército o de la nación misma. Se comprende que esta manera, absolutamente racional , c^e conside rar la cosa bélica, trajera consigo en determinadas circunstancias lasj mayores abominaciones, aún sin la! coacción del odio político. Podía tratarse simplemente de la prome sa de un saqueo. Después de la devastación de cuarenta días a que fue sometida Piacenza (1447) y que Sforza tuvo que permitir a sus sol dados, la ciudad estuvo durante mu cho tiempo vacía y hubo de ser repoblada a la fucrza.i''^ Pqj.q jig. chos como este resultan pálidos comparados con el horror que mas tarde trajeron a Italia las tropas extranjeras. Se señalaron en esto aquellos españoles en los cuales (al vez un injerto de sangre no ocadental, o quizá el hábito de los es pectáculos inquisitoriales, habían desencadenado el lado diabólico de la naturaleza humana. A quien co nozca sus atrocidades en Prato, Ro ma, etc., le costará trabajo después interesarse, en un alto sentido, por Femando el Católico y Carlos V Ellos cono cían a sus hordas y las 188 Aunque le llama, por error, Es dejaron, no obstante, obrar libre cipión "Emiliano", es natural que se mente. La profusión de documenlos refiera a Escipión Africano el hía^'or. de sus Gabinetes, que va salícnJn isfi Simonctta, Hisí. Fr. Sfortiae, en poco a poco a la luz, podrá resu' Muratori. X X I, coí. número 650. tar una fuente de datos importar 100 Y como tal diletante fue trata do; ver Bandello, Parte I. Novella 40. tísimos... pero nadie buscará y 1» ! Véase por ej. De ohsidione Ti- en los escritos de tales príncipes phernaiium, tomo II de Rerum Iiali- estímulo de un pensamiento polftic carutn scripíores ex Codd Fiorent., col. fecundo. 690. Acontecimie nto muv característi co del año 1474, v el du elo entre el mariscal Boucicault y Galeazzo Gon zaga, en 1406: ver Cagn ola. en Archiv. carón bulas contra los duelos en • Stor., II I, pág. 25. Infessura nos cuen ral: Séptima Decretal. V, tit. 17.. 193 Véase detalladamente en Mci'" ta como Sixto I V honraba los duelos de sus guardias. Sus sucesores pubü- Stor., Append., lomo V.
digios intercalados en el texto, etc.; y como hacía cien años que se dis cutía, en serio, quién era más gran de, si Aníbal o Escipión Africano el Mayor,^^'^ Piccinino tuvo que confonnarse c on verse llamado Escipión en el curso de todo el relato, mien- ' tras Sforza se llamaba Aníbal. Tam bién sobre el ejército milanés fue menester informar objetivamente: el sofista se hizo anunciar a Sforza, revistó las formaciones, lo elogió lodo enfáticamente y prometió trans mitir a la posteridad lo que había v i s t o . E n ge neral, la literatura contemporánea de Italia es rica en relatos bélicos y descripciones de estratagemas, tanto para uso del co nocedor no activo como de toda clase de lectores cultos, mientras las 1 elaciones nórdicas de la época, co mo, por ejemplo, la Guerra de Bor goña, de Schilling, evidencia aún el carácter amorfo y la fidelidad pro tocolaria de las meras crónicas. El más grande de los diletantes que ha ya probado nunca sus fuerzas en el tema bélico, Maquiavelo,^"" es cribió por entonces su • Arte delta guerra. La formación subjetiva del guerrero encontró su más perfecta expresión en aquellos duelos —de una o varías parejas— rodeados de gran solemnidad, que eran ya una costumbre establecida antes de los célebres combates de Barletta (I503).í''i El vencedor contaba con
LA C U L T U R A DEL R E N A C I M I F . N T O E N ITALIA
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X. EL P A P A D O Y SUS PELIGROS
nuestro intento de fijar ol caiter de los Estados italianos, en eral, sólo de paso hemos podido 'crimos al Papado y al Estado urificio,'"^ como creación de todo 'lio original. Lo que hace intereiite a aquellos Estados, la intenicación consciente y la concentra•n de los recursos del poder, es cisámente e n el Estad o Pontifi' donde menos lo encontremos. |uí cl poder espiritual ha de acucon su prestigio a sustituir consUntcmente cl deficienle desarrollo del poder secular. Por duras prueI . hubo de pasar un Estado, así •iistiluido, durante el siglo xiv y H ¡irincipios del xv. Cuando el Papa, i'iisionero, fue llevado al sur de iticia, al principio todo parecía tnoronarse. Pero Aviñón tenía H i e r o , tropas y un gran hombre de "o que era al mismo tiempo un guerrero y que sometió de nuecoraplctamente cl Estado Ponlicl español Albornoz. El pelifue mucho mayor cuando riño el Cisma, cuando ni cl de Aviñón ni el de Roma el dinero necesario para recl Estado perdido. Pero esto iguiü al restablecerse la unila Iglesia bajo Martín V insiguió de nuevo, al renovarpeligro, bajo Eugenio IV. Pero lado Pontificio era, y siguió una completa armonía cnpaíses italianos. Dentro de » , y en tomo de ella, desafiayal Papado los grandes linajes h Colonna, los SavelH, los OrKos Angui llara. En Umbría, en en la Romana, ya no quecasii ninguna de aquellas repú-
prca,
una vez por todas indicaré papas de Ranke, tomo I ?ría de la génesis y desarro Estado Pontificio, de Sugen-
blicas urbanas cuya adhesión, en su día, tan poco supo agradecer el Pa-: pado; existía, en cambio, una mul titud de principados, de mayor o menor cuantía, cuya obediencia o fidelidad de vasallos no significa ba mucho. Como dinastías particu lares, que se mantenían por sus propias fuerzas ofrecen también su interés especial, y en este sentido se ha tratado ya de las más impor tantes (páginas 22 y sigs., 31 y si guientes) . Debemos, no obstante, al Estado Pontificio, visto en conjunto, una breve consideración. Nuevas y ex trañas crisis y peligros lo perturban, desde mediados del siglo xv, al pre tender apoderarse de él, desde distintos puntos, el espíritu de la fjolítica italiana, y arrastrarle a sus esferas de acción. Los menores de estos peligro s eran los que venían de fuera o del pueblo: los mayores, los que surgían en cl espíritu de los propios papas. Descartemos, por lo pronto, al extranjero trasalpino. Ante una re pentina y mortal amenaza no hu bieran prestado la más pequeña ayu da al Papado —o no hubieran podido prestársela— ni la Franci a de Luis XI ni una Inglaterra que empezaba la guerra de las Dos Ro sas, ni una España, por el momento en completo estado de confusión, ni Alemania engañada en el Concilio de Basilea. En la propia Italia ha bía un determinado número de gen tes cultas —y también incultas— que ponían una suerte de orgullo nacional en el hecho de que el Pa pado tuviera su sede en el país. Muchos tenían un interés especial en virtud de las consagraciones y bendiciones papales,^"* hasta granVéase en Vespasiano Fiorentino, pág. 18, la impresión de las bendicio-
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)ACOH
LA CULTURA DflL RENACIMIENTO EN ITALIA
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des delincuentes, como aquel Vitellozzo VitelH que pedía la indulgen cia de Alejandro VI cuando el hijo del papa le mandó estrangular.^'*^' Todas estas simpatías no liubic-sen, sin crtibargü, podido salvar al Pa pado de enemigos verdaderamente decididos, qu e hubieran sabido apro vecharse de los odios y envidias existentes. Siendo tan problemática la pers pectiva de un auxilio exterior, los mayores peligros surgen cabalment e en la entraña del Papado mismo. Ya el hecho de que su existencia y su conducta respondieran al espíritu secular de un principado italiano te nía que traer consigo los aspectos sombríos propios de tal régimen, pero su peculiar naturaleza contri nes de Eugenio IV en Florencia. Ver en Infessura (Ecca rd., 11, co!. 1883 y sigs.) y en J. Manetti. Vila Nicolai V (Muratori I I I, 11. col. 923) la majestad de las funciones en Nicolás V. Ver en Diario Ferrarese (Muratori, XXIV, col. 205) y Pío II, Comment, passim, es pecialmente IV , 201, 204, X I . .562, los homenajes a P ío I I . Aún los asesinos de oficio no se atreven con el papa. Las grandes funciones fueron tratadas como algo muy esencial por el pom poso Pablo II (Platina, /. c, 321) y por Sixto VI, que, a pesar de la gota dijo la misa de Pascua sentado ([ac. Volalerran. Diarium, Muratori, XXIII, col. 13). Es curioso cómo el pueblo sabe distinguir entre la virtud másica de la bendición y la indignidad del bendiccnte; cuando en 1481, no pudo dar la bendición de la Ascensión, se le hizo objeto de murmuraciones y mal diciones iibíJ., col. 133). lit-j Maquiavelo, Scrilti mitiori. pá^. 142, en el conocido pasaje sobre la catástrofe de Sinigaglia. Ciertamente franceses v españoles evidenciaban en esto un celo mayor oue los hotdados italianos. Ver Paulo jovio, Vita Leonis X, lib. II, escena antes de la ba talla de Rávena donde el ej ército es pañol hace objeto de un verdadero acoso, pidiéndole la absolución al le gado del napa, que llora de alegría. Véase también {ibid.) los franceses en Milán.
buyo aiín a ensombrecer de modo j especlalísimo su vida. Por lo que atañe a la ciudad de Roma se había ya adoptado desde hacía mucho tiempo la actitud de, quien no teme mucho sus movimien tos populares. No se olvid aba que habían vuelto papas expulsados en momentos de tumultos del pueblo, y se sabía muy bien que los roma nos, por su propio interés, tenían que ver con buenos ojos la presen cia de la Curia. Pero no sólo se desarrollaba a veces en Roma un: radicalismo antipapal específico,"'* sino que, en la génesis de los com-^ plots más graves, se revelaba la in tervención de una mano oculta, accionada desde el exteri or. Así ocurrió, por ejemplo, en la conspi ración de Stefano Porcari precisa mente contra el papa a quien más debía Roma: Nicolás V (1453). El designio de Porcari era el de derro car el régimen papal, y en sus ma nejos tuvo cómplices poderosos, que, de cierto, no se nombran,!"'' p^ro que han de buscarse entre los Go biernos italianos contemporáneos. Bajo el mismo ponti ficad o termina Lorenzo Valla su céleb re proclaniii contra la cesión de Constantino, ex presando cl deseo de una pronta mj-
1'*" En cam bio, entre aquellos ho rejes de la Campagna, de Poli, ü u ( creían que un verdadero papa debíi vivir con la pobreza de Cristo, debtí mos presumir un espír itu simple a l( Petrus Waldus. Véase, sobre su prisión, en tiempos de Pablo II , Infessura (Ec card., IT, col. 1893). y IMatina, págini 317. etc. 1' " L. B. Alberti, De Parearía con ¡uratione, Muratori, X XV , col. 309 ] sigs. Porcari quería "omncm pontifí ciam turbam fundilus cxting uere". E autor termina: "Video sane,;jquo steni loco res Italiae; intelligo, qtií sint, ciu bus hic pertúrbala esse oiphia condu cal..." Les llama "entrínsecos impii' sores" y pretende que Porcari enconin rá sucesores e imitadores, c|ue impelirá su fechoría. Las fantasías™ de Porcí mismo evidencian, ciertamente^ seii| janza con las de Cola di Rienzi.
tularización
del
Estado
Pontifi-
Tampoco la Rota Caíilinaria, con lii que tuvo que lutíhar Pío 11,"**' ocultaba q ue su designio era el de rrocamiento de la teocracia en ge neral, y su jefe principal, Tiburcio, pretendió culpar a unos adivinos i|ue le habían anunciado que se ('umpliría este deseo justamente en v\ mismo año'. Vari os grandes ro manos, el principe de Tarento y el iondottiere Jacopo Pi ccini no, fueron (ómplices e instigadores. Si se pienMi en cl botín que esperaba en los pnlacios de los prelados ricos (se pensaba principalmente en el del turdcnal de Aquileya), lo que sor prende es que semejantes tentativas rio fuesen más frecuentes y no tu vieran más éxito en una ciudad que CKtaba casi por completo desguar necida. N o en vano prefería Pí o II fijar su residencia en cualquier si llo antes que en Roma, y atin Pablo II hubo de vivir unos momentos de terror real o supuesto (1468) a cau sa de una de esas conjuraciones.^''" •li el Papado n o quería sucumbir I uno de tales ataques, era menesreducir por la fuerza las facciode los grandes, en cuyo apoyo mntaban las bandas de facinerosos. P.sta fue la misión que se impuso \A terrible Sixto IV . Él fue el priini-ro que llegó a dominar, casi por ipleto, a Roma y su regió n, solodo después de la persecución I los partidario s de los Colon na, por eso pudo actuar —tanto en lii iiue se refería a las cosas del pun gueado como a las cuestiones de lica italiana— con tanta auda^ V tanta tenacidad, y desafiar y tteciar las quejas y las amenaüt Papa tantum vicarias Chriset non edam Caesaris... Tune et dicetur et erit pater sanctus, omniími, pater ecclesiae, etc." Pío I I, Commentarii I V, paginas siguientes. Platina, Vitae Paparum. página
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zas de reunir un Concilio en todo el Occide nte. Los recursos de dine ro indispensables los obtu vo por una desvergonzada simonía que fue ad quiriendo proporciones desmesura das y a la que se sometía todo, desde los nombramientos de los cardenales hasta las más pequeñas mercedes y concesiones.^";^ El propio Sixto había llegado a la dignidad papal por m edio del sobor no. Una venalidad universal podía traer alguna vez para la sede ro mana consecuencias muy graves, pero éstas siempre dentro de un pla zo incalculablemente lejano. Cosa distinta ocurría con el nepotismo, que en algtín momento estuvo a punto de sacar de quicio al propio Pontificado. De todos los nepotes, al principio disfrutó del favor má ximo, y casi exclusivo, cerca del papa Sixto, el cardenal Pietro Ríario, que pronto dio pábulo a toda sueric de fantasías en Italia entera ,2"- en parte por su lujo ostentoso y en parte por los rumores que circu laban sobre su impiedad y sus pla nes políticos. Llegó a un acuer do (1473) con el duque Gale azzo Ma ría de Milán, scgiin el cual éste sería rey de Lombardía y ayudaría, por su parte, al nepote, con tropas y dinero, para que, a su regreso a Roma, pudiera ascender al trono de San Pedro. Según parece. Six to había abdicado voluntariamente en él."*^' Este proyecto, que habría -"1 Battista Montovano, De calamitatibus temporum, libro III. El árabe vende incienso; el tirio, púrpura; eí indo, marfil; "venalia nobis templa, sacerdotes, altaría, sacra, coronae, ignes, thura, coelum est venale deusque". Véanse, oor ejemplo, los Anua les Placenlini, en Muratori. XX, cul. 943. -"•^ Cono, Storia di Milano, fols. 416-420. Pietro había dirigido ya la elección de Sixto, véase Infessura. en Eccard, Scriptores, 11, col. 1895. Según Maquiavelo, Storie jior.. lib. VII, los venecianos envenenaron al car-
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traído consigo automática mente la secularización del Estado Pontificio, al hacer hereditaria la Santa Sede, fracasó por la muerte repentina de Pietro. Eí segundo nepote. Girolamo Riario, se mantuvo en el sigilo y no atentó contra el Pontificado. Pero a partir de este momento, los nepotes papales aumentan el males tar de Italia con sus aspiraciones a un gran principado. En épocas an teriores había ocurrido, por ejem plo, que los papas intentaran hacer valer su señoría feudaj' sobre Ña póles en favor de sus parientes.^"* Ahora bien, a partir de Calixto lí l ya no podía pensarse en esto, y Girolamo Riario, una vez que hubo fracasado la sumisión de Florencia (y quién sabe qué otro proyecto), hubo de conformarse con la funda ción de un señorío exclusivamente sobre la base del Estado Pontificio. Ello podría justificarse por el he cho que la Romana, con sus tiranías urbanas y sus principados, amena zaba con escapar por completo a la autoridad del Papa o con tor narse, en breve tiempo, un botín de los Sforza o d e los venecianos, si Roma no intervenía pronto, como lo hizo. Pero ¿quién podía garan tizar en tiempos y en circunstan cias tales la constante obediencia de estos nepotes convertidos en so beranos —y la obediencia de sus descendientes— hacia papas qu e no les importasen ya? Atín el mismo papa en funciones no siempre es taba seguro de su propio hijo o de su propio sobrino, y no era remota la tentación de suplantar al nepote de un antecesor por el propio. Las reacciones de todo este estado de cosas sobre el Papado resultaban verdaderamente graves. Se recurría incluso o coacciones de índole es-
pirimal, sin el menor pudor, para la consecución de los fines más in dignos, a los cuales era menester subordinar ios otrcw, y más alto>. de la Silla de Pedro, y cuando había conseguido el fin propuesto, a costa de las más violentas con mociones y del odio genera], lo qui se había logrado a fin de c u e n t i L s era crear una dinastía que tenía el máximo interés en la ruina del Pa pado mismo. A la muerte de Sbtto, sólo a du ras penas y por la protección de los Sforza, a cuya Casa pertenecía su esposa, pudo Gírolamo mantenerle en el principado (Forli e Imola) de que había conseguido apoderarse con sus manejos. Con motivo del subsiguiente Cónclave ( 1 4 8 4 ) —er^ el que fue elegido Inocencio VIH—I sobreviene algo que casi semeja una nueva garantía externa del Papado mismo: dos cardenales, príncipes de Casas reinantes, se hacen comprar su ayuda, con dinero y dignidades, de la manera más desvergonzada, Son ellos Giovanni d'Aragona, hijo del rey Ferrante, y Asedio Sforza, hermano de Moro.^^ Se conseguíii así,, por lo menos, que por su p;iiticipación en el botín de las Díiki^ tías de Ñapóles y Milán tuvieran interés en que subsistiera el Papa do. Todavía en el siguiente Cón clave, en donde todos los carde nales se vendieron, menos cincOj Ascanio exigió sumas enormes }i pudo acariciar además la esperanza de ser nombrado papa la próxinii vez.^iw
Tampoco Lorenzo e¡ Magnífic quiso que la Casa de Medici qui dará de vacío. Casó a su hija Maj dalena con el hijo del nuevo pap Franceschetto Cybo, esperando eo ello no sólo alcanzar to^o géncí
2i>5 Fabroni, Laurentius'magn., denal. Realmente no les faltaba mo not., 130. De ellos se nos dice, "hani .v tivos para ello. jn ogni elezione a matte^e sacco qnti" ^ * Ya Honorio II, pretendió, a la muerte de Guillermo Primero, en 1127, ta corte, c sonó i maggior ri^j^aldi (' * . fi^ incorporarse ApuUa, como "una resti mondo". tución a.San Pedro". 206 Coriü, fol. 450. ^
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favores de índole espiritual pa- fiesto tales propósitos con motivo su propio hiio el cardenal Gio- de una falsa noticia de la muerte iimi (el futuro León X) , sino la del papa (1490 ); quiso apoderarse i.ipida exaltación de su yemo.^"^ de todas las existencias en dinero Pero, en lo referente a esto último, —el tesoro d e la Iglesia—• y, cuan pedía lo imposible. No se trataba do se lo impidieron, pidió que ñor en el caso de Inocencio V I H del lo menos le dejaran llevarse al prín laz nepotismo fundador de Esta- cipe turco Chem, una especie de , por e! hecho de que Francés- capital vivo que le permitiría en 'to era un desdichado a quien trar en productivos tratos con Fe I mismo que a su padre, el papa rrante de Ñapóles, por ejemplo.-'*" lismo— sólo imnortaba el disfru- Difícil es calar con exactitud en las del poder en su sentido más gro- posibilidades políticas de tiempos en el de la acumulación de pasados, pero ineludiblemente bedesriquezas.^''**Ahora bien, el mos de preguntamos aquí si Roma eder de padre e hiio a este res- habría resistido dos o tres pontifi :o fue tal que, a la larga, hu- cados como éste. También por lo •a traída necesariamente la más que a la Europa devota se refiere fe de las catástrofes: la disolu- constituía una torpeza deiar que las fjjtti del Estado. cosas llegaran a tales extremos. No Sixto obtenía dinero por la sólo se desvalijaba a viajeros y pe a de toda clase d e mercedes y regrinos, sino que toda una emba idades espirituales, Inocencio y jada de Maximiliano, Rey de Roma tjo establecieron una especie de nos, fue despojada, hasta la camisa, :o para las mercedes de índole en las proximidades de Roma. Y lular. Había altas tarifas, por hubo enviados que volvieron gru rplo, para el perdón de homici- pas, durante el camino, sin querer y asesinatos. De cada multa penetrar en la ciudad. pondían 150 ducados a la CáSemejante estado de cosas era, papal, y lo que sobraba era desde luego, incompatible con el 'B Franceschetto. Especialmente concepto de goce del poder, tal co tí último período de este pon- mo lo concebía el inteligentísimo lado, Roma rebosa de asesinos, Alejandro VI (1492-1503). Así, lo . ¡egidos y no protegidos. Las fac- primero que hizo fue restablecer de H)jaes, que Sixto había empezado momento la seguridad pública y or ^Kiomcter, recobran nuevos bríos, denar el pago puntual y exacto de « . p a p a , en su bien defendido Va - todos los sueldos. lUio, fe basta con poner, aquí y En rigor podríamos aquí —don "* trampas donde caigan crimi- de se trata de formas italianas de económicamente "solventes", cultura— omitir este pontificado, 'a Franceschetto el problema i^ar- pues los Boi^ias tienen tan poco de BI consistía en el modo de poner italianos como los aragoneses de la •rra por medio, en el caso de nue Casa de Nánoles. Alejandro habla riese el papa, con la bolsa lo más con César, públiicamente, en espa 'leta posible. Quedaron de mani- ñol, con motivo de su recibimiento en Ferrara, Lucrecia viste traje es Véase una carta de Lorenzo, elo- pañol y le cantan bufones españo temente admiratoria, en Fabroni, les; la servidumbre de mayor con iiirentius magn., Adnot., 217 v, en inicio, en Ranke, Papas, I, pág. 45. fianza está toda constituida por es Y la rapiña de algún feudo na- pañoles, lo mismo que el núcleo "tatio, por ejemplo. Como en este peor reputado de^la ^este^guén-^^^^ el rey Ferrante era sordo a andas del papa, Inocencio Ha ^ Ver especialmente Infessura, en le nuevo, a los Anjou contra él. Eccard, Scriptores, II, passim.
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ra de César en la guerra de] año rado desenlace. De todos modos, no 1500. Hasta su verd ugo. Don Mi- se trataba entonces del Papado, co cheletto. v su envenena dor. Sebas mo tal,2^* sino, simplemente, de la tián Pinzón, parecen haber sido es sustitución de Alejand ro por un pa pañoles. Entre las hazañas de César pa mejor. El gran neligro —cons sc cuenta la de haber despachado tante V creciente— para el Ponti en una oc asión, segi'm todas las re ficado era el propio Alejandro, y glas de la lidia, seis toros bravos sobre todo, su hijo César Borgia. En el padre aparecían aliadas la en ruedo cerrado, ante la Corte. Pero la corrupción, cuvo cénit sim voluntad de mando, la avidez y la boliza esta familia, la habían en tendencia voluptuosa, con unas do contrado en Roma ya bastante de tes naturales poderosas v brillantes. Cuanto se refiere al disfrute del sarrollada. Cuanto fueron e hicieron ha sido poder y al regalo en el vivir, sc le obieto de frecuentes y múltiples des permitió, desde e] primer día, en la cripciones. Lo primero que se pro medida más amplia. En seguida pu-' pusieron. V que l ograro n, fue la to do advertirse que, en los medios tal sumisión al Estado Pontificio, para conseguirlo, no manifestaba la expoliando o aniquilando toda suer menor vacilación. En el acto se te de pequeños soberanos —la comprendió que se resarcía con cre mayoría vasallos, más o menos in ces de los sacrificios que le había subordinados de la Iglesia—• y des exigido su elección de papa y que organizando Y deshaciendo, en Ro- la simonía del comprador sería su mai misma, las dos grandes facciones: perada, con mucho, por la simonía los Orsini, supuestos güelfos, y los del vendedor.-i2 Añádase a esto que Colonna. supuestos gibclinos. Pero -' i Según Corio (fot. 479), pensa los medios a que se recurrió fueron lan terribles, que el Papado hubie ba Carlos en un concilio, en la des del papa, hasta en su conduc ra sucumbido necesariamente a las titución ción a Francia, y ello a su regreso de consecuencias si la intervención de Nápoles.Según Benedictus.Cüro/us V// I un acontecimiento (el envenena (Eccard. Scriptores, n, col. 1584) cuan- | miento simultáneo de padre e hijo) do, encontrándose en Nápoles, el papa no hubiera traído consigo un total y los cardenales se negaron a recono cambio en la situación. A Alejan cerle los derechos a la Corona, abrigó dro no tenía por qué importarle Carlos el proyecto "de Italiae imperio pontifieis statu mutando", pero mucho, ciertamente, la indignación deque cambió de idea y se confor moral de todo el Occidente; de cnstígLiida mó con la humillación personal d e , cerca imponía pavor y recibía ho Alejandro. Ni ésta obtuvo, porque el menajes, y ios príncipes extranjeros papa la eludió con un hábil regateo. se dejaban ganar, compl acidos. Luis Ver detalladamente a partir de este XI I llegó hasta a ayudarle con to momento, Pilorgerie, Campagne el buldas sus fuerzas, pero el pueblo no letins de la grande armée d'ítaUe. 1494tenía la menor idea de lo que en 1495 (París, 1866). donde se expone gradaciones del pehgro de Aleian-, la Italia central ocurría. El único las dro en los distintos momentos (pági momento verdaderamente peligroso nas 111. 117, etc.) Aún a su regreso en este sentido —al acercarse Car (pág. 281) no pretendió Carlos hacerle los V I I I — tuvo un feliz e inespe el menor daño. 21-' Corio, fol, 450. Malipiero, Ann. en Archiv. Stor., VU. 1, pág., 311) Con la exceoción de los Benti- Veneti, 318. Qué avidez de rapiña 'debió de vogli. de Bolonia, v la Casa de Este, haberse apoderado de la falhilia ente de Ferrara. A ésta se la obligó a em ra se evidencia, enj; Mali parentar con el Pontífice por alianza piero, ibid., 565:ñorUnejemplo, nepote es-^recimatrimonial: Lucrecia Borgia se casó hido espléndidamente en Venecia ionio con el príncipe Alfonso.
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Alejandro, por su vicccancillería y ¿Cuál era el alcance de los pla tiernas cargos que había desempe- nes de éste? Todavía en los últimos liado anteriormente, conocía mejor meses de su gobierno, cuando había |iic cualquier curial los filones po- aniquilado a los condottieri en Siiblcs y sabía maniobrar por estas nigaglia y de hecho era dueño y veredas con mucho más talento. Ya señor del Estado Pontificio (1503), i'ii el curso del año 1499 ocurrió allegados suyos hicieron manifesta-, que a un carmeUta, Adamo de G e cienes bastante modestas: el duque; nova, que había predicado en Roma sólo pretendía acabar con facciones i'bre la simonía, se le encontró ase- y despotismos en bien de la Iglesia; inado. en el lecho, con veinte he para sí mismo se reservaba, todo ridas. Puede decirse que Alejandro lo más, la Romana, y estaba segu no nombró ningún cardenal sino a ro de los sentimientos de gratitud ambio de grandes sumas. de todos los papas futuros por ha Pero cuando, con el tiempo, el berles librado de los Orsini y los papa cayó bajo la férula de su hijo, Colonna.-^-* Pero nadie considerará los medios de violencia a que sc esto como su última palabra. Algo recurrió adquirieron esc carácter sa- más lejos fue el propio papa Ale iilnicü que necesariamente ha de jandro en sus manifestaciones du i'jcrcer su influjo sobre los fines rante una entrevista con el enviado propuestos. Los extremos a que se veneciano, al encomendar a su hi llegó en la lucha contra los nobles jo a la protección de Venecia: lómanos y ías dinastías de la Ro "Quiero arreglar las cosas de modo mana superaron en perfidia y cruel que, el día de mañana, el Papado dad la medida de horror a que los vaya a sus manos o a las de vues .iragoneses de Nápoles habían acos tra república", dijo.^^^ César aña tumbrado al mundo. El talento pa- dió, por su parte, qu e sólo llegaría i'ii el engaño era mayor. Retiulta en a ser papa quien Venecia quisiera '.crdad pavoroso el modo como Cé- y que para llegar a este supiemo i.ir aisla a su padre con el asesinato fin sc necesitaba sól o una finne le su heimano, de su cuñado y de unidad de acción por parte de los otros parientes y cortesanos, tan cardenales venecianos. Dejemos el pronto como sospecha que su favor indagar si se refería a sí mismo. En cerca del papa, o su situación, sim todo caso, basta el testimonig del.. plemente, pueden acarrearle a'euna 'ificüitad. Alejandro hubo de dar consentimiento para el asesinato complicidad. Del encuentro del cadíísu hijo más querido, el duque ver en el Tíber , dice Sannazaro; Gandía,-^-'' porque él mismo tem- Piscatorem hominum no te non, Sexíe, Piscaris natum, retihus ecce. a cada momento ante César. putemus. tuum. Maquiavelo, Opere, ed. Milán, K'pndo del papa v gana sumas enor- vol. V. págs. 387, 393. 395, en la Lclucb de dinero concediendo dispensas; gazione al Duca Valentino. ""ando se va, su servidumbre roba to^i!^ Tommaso Gar., Relazioni detla I io quü encuentra a su paso, hasta corte di Roma, i, página 12, en las , JB pedazo de brocado del altar mavor Reí. del P. Capello. Literalmente; "EU M una iglesia de Murano. Papa estima a Venecia como ningún | i 213 Ver Panvino {Contln. Platinae, potentado del mundo: e perú desiaera\ Ugina 339): insidüs Caesaris fratris clie ella (Signoria di Venezia) prowMerfectiís connivente ad scelus paire. íegga il figliuolo, e dice valer ja tal Kt e testimonio seguramente auténtico, ordine, che il pápate a sia suo, ovverv prevalecer sobre los de Malinie- della Signoria nasíra". El "suo" sólo Matarazzo (donde se culpa a GÍo- puede referirse a César. El n r o n , po Sforza). También ia honda con- sesivo, en vez del personal, lo encon in de Alejandro es síntoma de traremos frecue«tgfflenle. flsL . ^.
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padre para demostrar su propósito de ascender al trono papal. Algo podemos averiguar también, indirec tamente, por Lucrecia Borgia, pues ciertos pasajes de los versos de Er cole Strozza pueden ser muy bien eco de manifestaciones que Lucre cia, como duquesa de Ferrara, pudo haberse permitido. Por lo pronto, se trataba asimismo en estas obras poé ticas de las aspiraciones de César al Papado,^^** salvo que en tre líneas se traslucía a veces como una es peranza de sefíorío sobre Italia en gcneral.21^ Y a fin de cuentas no dejaba de insinuarse que César, pre cisamente porque abrigaba, como soberano secular, los más altos de signios, renunció en su día al capelo cardenalicio.-^^ Muerto Alejandro, César, elegido o no papa, hubiera pretendido conservar, a cualquier precio, su señorío sobre el Estado Pontificio, y, como papa, lo hubiera logrado. De modo que habría sido el primero en secularizar el Estado y hubiese tenido que Pontificio hacerlo para poder mantener en él su soberanía. Si no nos engaña todo, éste es el motivo esencial de la se creta simpatía con que Maquiavelo trata a este s^r^fljalvado. De César,
O de nadie, podía esperar que "sa cara el hierro de ía herida", es de- i cir, que destruyera el Pajiado, fuen- I te de todas las intervenciones y de ' todas las disensiones de Italia. A los intrigantes que, creyendo adivinarle el deseo, hicieron insinuaciones a César sobre la corona de Toscana. los rechazó, al parecer, con dcsprecio.2^«
No obstante, todas las deduccio nes que pretendamos sacar de sus premisas son, acaso, vanas, no en virtud de una extraña genialidad demoníaca, de la cual estaba tan ajeno como el duque de Friedland, por ejemplo, sino porque los me dios de que se valía no se avienen con lo que en términos generales podríamos llamar una manera de obrar consecuente. Tal vez en lo desmesurado de su pro pia maligni dad se hubiera descubierto una po sibilidad de salvación del Papado, aún sin la contingencia que puso fin a su tiranía. Si se acepta que la destrucción de todas las soberanías radicadas en el Estado Pontificio sólo pudo atraerle a César simpatías; si se ha ce valer, como prueba de sus gran des perspectivas, la hueste que en 1505 siguió a su fortuna —los me soldados y oficiales de Italia, 21 » Strozzi poeíae, pág. 19, en Ve-j jores natío de Ercole Strozza:., , "cui tripli- con Leonardo da Vinci, como inge eem fata ínvidere coronam". Luego en niero, a la cabeza—, todo esto per la elegía, con motivo de la muerte de tenece a la esfera de lo Irracionalj César, pág. 31; "speraretque olim solü y sólo puede extravia r nuestro jui-' decora alta patemi". ció, lo mismo que ocurrió con sus¡ Ibíd.: Júpiter había prometido contemporáneos. A esta esfera de lo un día: "Affore Alexandri sobolem, irracional pertenece cabalmente la quae ponerct olim Italiae legcs, atque devastación de un Estado recién áurea saecia referct, etc." conquistado,--' que César pensaba ms Ibíd.: "sacrumquc decus majora parcntem dcposuisse". 220 Maquiavelo, íbíd., párina " Se hubía casado, como es sa bido, con una princesa francesa de la Existían proyectos sobre Siena v e>. n tualmente sobre toda Toscana, pero n i Casa de Albcrt y tenía de ella una hija. Es evidente que, de algún modo, habían alcanzado el necesario g r; ' hubiera intentado fundar una dinas de madurez; era indisoensable el c ' tía. Nada se sabe de que hubiese te sendmiento de Francia. ^-'1 Maquiavelo. ibíd. págs. 326, 3"il, nido el propósito de volver a investir se con el capelo cardenalicio, a pesar y 414. Matarazzo, Crónica di Peruaia, de que (secún Maquiavelo, íbíd. pág. en Archiv. Slo., XIV. II , oágs. 157 f 285) contaba con la pronta muerte de 221. "Quería que sus soldados se adliat telasen según su deseo, de modo qu^ su padre.
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loiiservar y sobre el cual esperaba desesperación, que muchos guardias Considérese luego la situa- del papa eran atacados y muertos iKir. I de Roma y de la Curia en los por cl pucblo.-''-í5 Pero a los que no unirnos años del P ontifi cado . Ya sea caían por la franca violencia los que padre c hijo hubieran dispues- hacían caer los Borgia por el ve una verdadera lista de proscrip- neno. Para los casos en que pare (ies,-2^ o bien que hubiesen de- cía necesaria cierta discreción, se I ido el asesinato en cada caso recurría a aquel polvo, blanco co licular, lo cierto es que los Bor- mo la nieve, de agradable sabor,—^ sc dedicaron a aniquilar secre- que no obraba rápida sino gradual lente a cuantos de algún modo mente, y que podía mezclarse fácil les oponían o cuya herencia les mente en cualquier manjar o bebi ccía a petecible . Capitales y bie- da sin que la víctima lo advirtiese. mueblcs era lo que menos les Ya al príncipe Chem se le había portaba; mucho más ventajoso dado a probar, en una bebida dul I^Hra cl papa era que se extinguiera ce, antes que Alejandro le enlreearenta vitalicia de un jerarca ecle- ra a Carlos VIII (1495). y al fin tico y que ios ingresos del car- , de sus vidas padre c hijo se enve mientras éste permaneciera va- 1 nenaron por haber bebido vino des lie, y el precio de su compra, con = tinado a un rico cardenal. Onufrio ^¡ón del nuevo nombramiento, Panvinio,-^^ autor del epítome, ofi l a n a parar a las arcas papales, cial de la historia del papa, da los enviado de Venecia, Paolo Ca nombres de tres cardenales manda lo--^ comunica cl año 1500: dos envenenar por Alejandro (Or'das las noches se encuentran en sini, Ferreiro y Michiel), e indica ma cuatro o cinco asesinados, otro que puede cargarse en la con"itispos, prelados y otros, de modo ciencia de César (Giovanni Borgia). Roma entera tiembla y nadie En gener al, la muerte de todo preI seguro de no ser asesinado por lado r ico despertaba en Roma la I duque (César)." Él mismo, acom- misma sospecha. Hasta sabios inimilado de sus guardias, recorría, en ofensivos, que se habían retirado a una p oblació n campestre, eran ali D i i d a nocturna, las calles de la ciudiKÍ estremecida,^* y no nos faltan canzados por el implacable veneno, 'ivos para creer que no sólo ha- Emí>ezó a formarse en torno del esto por no mostrar a la luz papa una atmósfera de inquietud; na. como Tiberio, su rostro, que hacía ya tiem po que le ocurrían labía tornado de una horrib le cosas extrañas: rayos y huracanes lldad, sino para satisfacer sus lo- derribaban muros y hundían techos 'Jmpulsos de asesinato... hasta en su proximidad, llenándole de paen desconoc idos. Ya en 1499 vor; cuando en 1500 ^^s se repitíeeste aspecto, tan grande la ipo de paz ganasen más que ipo de guerra". Pierio Valeriano, De infelicitale t., con motivo de Giov. Reggio. * Tommaso Car., ibíd., pág. 11. Paulo lovio. Elogia. Caesar Bar~\ los Commentarii urbani de Volatcrranus, encontramos en ) XXII una caracterización — bajo lulio II — de Alejandro, ircunspecta aún. Dice así: "Ronobilis jam carnificina facta
22B Diario Ferrarese, en Mu ratori, XXIV, col. 362. 220 Paulo Jovio, Histor., II. fol. 47. 2-7 Panvinio, Epitome Pontijicum, pág. 359. Sobre el intento de envene namiento deífuíuro Julio II, ver pág. 365. Según Sismondi, XIII, 246, murió también del mismo modo el viejo con fidente de todos los secretos. López, cardenal de Capua; según Sanuto (Ranke. Papas, I, nátí. 52, no ta) tam bién el cardenal de Verona. 228 Prato, en Archiv. Stor., I II . pá gina 254.
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Sean cuales fueren las costumbres ron estos fenómenos, se vio en ellos "cosa diabó lica". El rumor de tal privadas de Julio II , en las cosas estado de cosas parece haberse pro-' esenciales puede considerársele co pagado al fin por los pueblos de la mo el salvador del Papado. La ob Cristiandad, con motivo del concu servación de la marcha de los acon rridísimo Jubileo del año 1500,--* tecimientos de los pontificados, y la ignominiosa especulación que desde los tiempos de su tío Sixto, entonces se hizo con las indulgen le había permitido atisbar profun cias contribuyó también, sin duda, damente cuanto constituye funda a atraer sobre Roma la atención ge mento y condició n de la autoridad neral .-^^ Con los peregrinos que re papal y en tal sentido orientó su tornaban, llegaron también al Norte, gobierno, poniendo a contribución procedentes de Italia, extraños pe toda la pasión y toda la energía de nitentes blancos, entre ellos fugiti su alma incon movi ble. Sin recurrir vos del Estado Pontificio disfraza a la simonía, con el aplauso gene dos, que es de suponer que no se ral, ascendió.al trono de San Pedro; callaron. Sin embargo, quién sabe desde entonces, puede decirse que hasta donde hubiera tenido que lle cesó la especulación con las digni gar el escándalo en Occidente antes dades eclesiásticas, cuando menos de constituir un peligro inmediato con las más altas. Esto se había para Alejandro. "Hubiera mandado conseguido. Julio tuvo favoritos; al otro mundo —dice Panvinio en muy indignos algunos de ellos, pe otra ocasión—^si ^ cardenales ro el nepotismo quedó eximido poi y prelados ricos que aún quedaban , una suerte especial: su hermano, con vida, para heredarlos, si él mis Giovanni della Rovere, era el es mo no hubiera muerto en el mo poso de la heredera de Urbino, her mento en que ante su hijo se abrían mana del último Montefeltro, Gui las más vastas perspectivas. ¿Y qué dobaldo, y de este matrimonio náciií hubiera hecho el César en el mo en 1491 un hiio, Francesco Maris mento en que murió su padre, de della Rovere, al mismo tiempo he no haber estado ya él mismo enfer redero legítimo del ducado de Ur mo gravemente? ¡Y qué Cónclave bino y nepote del papa. D e todo! habría sido el suyo, si aprovechán sus beneficios y adquisiciones —tan dose de los medios de que disponía, to en lo que se refiere a su gestiói y sin nineún ejército francés en las diplomática como a sus c ampañ asproximidades, se hubiera hecho ele hizo entrega, con orgullo, a la Tglc gir papa por un Colegio cardenali sia y no a su propia Casa. Dci< cio convenientemente reducido por completamente fortalecido el Esta el vene no! La fantasía nos lleva al do Pontificio —que había encor abismo si la dejamos perderse en trado en trance de verdadera disc ' lución— y enriquecido con Pann esta hipótesis..." y Piacenza. No dependió de él qu Pero, en vez de todo esto, vino Ferrara no se incorporara a la Iglc el Cónclave de Pío HI, y, tras su sia. Los 700.000 ducados que ten' pronta muerte, el de Julio TI. bajo constantemente en el castillo íi( la impresió n de una re acción ge Sant'Angelo. el alcaide sólo al fu neral. turo papa debería entregarlc|. H( Explotado Dor el papa desconsi redó de los cardenales, de todos lü deradamente: Chron, Venetum, Mura- eclesiásticos que morían en Rom^ y ello de la manera más-^cscons ion', XXIX, col. 133. derada,-''^ pero no envenen p ni as 23fl Anshelm, Berner Chronik. II, 146-156; Trithem., Annales Hirsaug., ' tomo II, 579, 584, 586. 23a A esto se debe la suHtuoád 2^1 Panvinio, Contin. Platinae, de los sepulcros de los prelados, cri gina 341. ^
iiió a ninguno. Que él mismo vislicra la armadura de soldado, fue (ligo que no pudo evitar y que sólo inido favorecerle en una Italia en Junde había que ser yunque o marllllo y donde la personalidad misma valía más que el derecho mejor ad quirido. Ahora bien, si a pesar de «II enfático "¡fuera los bárbaros!" (tic quien más contribuyó a que los españoles se afianzaran en Ita lia, hiiy que reconocer que para el Pal'iiílo era esto algo indiferente, y I relativamente ventajoso. De la : ona de España po día esperar un >vo firme y duradero a la Igle. mientras que los príncipes Italianos acaso sólo propósitos cri minales abrigaban contra ella. FueRc como fuera, aquel hombre origiip.il y poderoso, que era incapaz de cnar un arrebato de cólera v de verdadera satisfacI mular una 1. daba en coniunto la impresión un Pontejíce terribile, impresión • íivcniente en a lto grado y desea \>W. dada su especial situación. Pudo Incluso arriesgarse, con la concientranquila, a la I relativamente ivocatoria de un concilio en Ro111,1, como desafiando el clamor de toneilio de toda la oposición euroI Un soberano así precisaba de grandioso símbolo exterior de tendencias. Julio lo halló en el in o templo de San Pedro; el 'vecto, tal como Bramante lo con tra, es, quizá, la más grandiosa lesión de todo poder unitario. .1 también en las demás artes 'lireviven su memoria y su figura, II el más alto sentido, y no carece ] significación el hecho de que ; duso Ja poesía latina contempo-
vida: por este procedimiento se 1 al papa por lo menos una del botín. Que Julio hubiese esoerado realque Femando el Católico se hu"íjado influir por él. en el sentido lurar en Ñapóles la monarauía !ínea colateral aragonesa, es muy a pesar del aserto de Paulo 'lía Alfonsi Ducis).
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ranea se inflame por Julio con ar dores bien distintos de los que de dicó a sus predecesores. La entrada en Bolonia del cardenal Adriano da Cometo, al final del Iter fulü secundi, tiene una entonación propia y espléndida, y Giovan Antonio Flamini, en una de sus más bellas elegías,-^'* invoca al patriota en el papa; y le pide que proteja a Italia. Julio había prohibido la simonía en la elecció n del papa po r una to nante constitución de su concilio lateranense. Después de su muerte (1513), los cardenales más ambicio sos pretendieron eludir la prohibi ción por medio de un acuerdo pre vio en el cual se proponía que los cargos y prebendas de que había disfrutado el elfegido hasta el mo mento de la elección se repartieran entre todos po r partes iguales. Si guiendo este criterio hubieran ele gido al cardenal mejor equipado (el inepto Rafael Riario) .^"^ pero una intervención vig orosa , especialmen te de los miembros más jóvenes del Sacro Colegio, que querían, ante todo, un papa liberal, deshizo la lamentable combinación. Y fue ele gido Giovanni de Medici, el céle bre León X . Nos encontraremos con él a me nudo cuando pasemos a tratar de los días áureos del Renacimiento; aquí nos referiremos sólo a los gran des peligro s, de índo le interna y externa, que bajo su reinado ame nazaron al Papado nuevamente. No Ver ambos poemas, por ejem plo en Roscoe, Leo X, ed. Bossi, IV , 257 y 297. Ciertamente cuando Julio sufrió (en agosto de 1511) un desma yo de varias horas y se le daba por muerto, al punto se atrevieron tos más inquietos miembros de familias ilustres —Pompeo Colonna y Antimo SavcUi— a convocar al "pueblo" en el Capitolio, incitándole a derrocar ía so beranía papal, "a vcndicarsi in liber ta .. . a pubblica ribellione. . .", como Guicciardini nos cuenta en el lib. X. 2.^5 Franc. Vettori. en el Archiv. Stor. VI, 297.
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incluimos entre estos peligros la conspiración de los cardenales Petrucci, Sauli, Riario y Corneto, pues todo lo más, hubiera traído como consecuencia un cambio de perso nas. León X encontró el mejor re curso contra esta amenaza en aque lla inaudita disposición por la cual creó 3 Í 1 nuevos cardenales, cuyos buenos efectos fueron más visibles por recaer en parte en personas de verdadero mérito. Fueron, en cambio, peligrosísimos otros manejos a que se entregó León X durante los dos primeros años de su papado. Por medio de se rias negociaciones intentó procurar a su hermano Giuliano la Corona de Ñapóles y crear para su sobrino Lorenzo, en la Alta Italia, un gran Estado que comprendiera Milán, la Toscana, Urb ino y Ferrara.^^'* Es evidente que cl Estado Pontificio, por tal modo enmarcado, se hubie ra convertido en un feudo de los Medici y. . . ni siquiera hubiera si do menester secularizarle. El proyecto fracasó a causa de las circunstancias políticas genera les. Giul iano murió prematuramen te. El; papa para dotar cumplida mente a Lorenzo, emprendió la cam paña que debía traer como conse cuencia la expulsión del duque Francesco María della Rovere de Urbino. Esta guerra, cuyos resulta dos fueron una miseria eno rme y unos odios implacables, fue, en to dos sentidos, de una absoluta este rilidad. Y cuando, a su vez, murió Lorenzo en 1519,^" l o que tan pe nosamente había sido conquistado tuvo el papa que entregarlo a la Iglesia. Llevó a cabo sin gloria y a la fuerza lo que realizado espon táneamente le hubiera deparado
eterna gloria. Cuanto intentara ha cer con Alfonso de Ferrara y cuan to hizo realmente con un par de pequeños tiranos y condottieri no contri buyó precisamente a elevar su leputación. Y todo ello, mientras lo^ monarcas de Occidente, a cada añu que transcurría, iban habituándose, cada v ez más, a un colosal juego de naipes cuyas ganancias y envi tes se basaban siempre en este LI aquel trozo de Italia.^** ¿Quién po día garantizar que, después de ha ber acrecido infinitamente su pode río interior en las tiltimas décadas, no llegaría el momento de incluir en sus designios hasta el propio Es tado Pontificio? León X hubo toda vía de asistir al preludio de lo quo aconteció en 1527. Aquel año, crt efecto, un puñado de soldados es pañoles de infantería se presentaron —parece que por propio impulso— en la frontera del Estado Pontifi cio, sencillamente con el decidido y no muy sano propósito de rap« tar al papa. Fueron, sin embargo, rechazados.^''^ Tambi én frente a U corrupción en las jerarquías, la opi-j nión púbHca demostraba en su :ir titud una madurez mucho ni que en años anteriores, y honi capaces de presentir futuros rie^vu:, —como Pico della Mirandohi "' por ejemplo— pedían reformas ^ii urgencia. Entre tanto, surgió Lui< l'O.
Bajo Adriano VI (152M523) Li^ reformas, tímidas y escasas Í I L M I I al gran m ovimiento alemán, IL. I;ÍI ron demasiado tarde. Este p a p a ii
2.18 Véase una combinación de tipo —por no citar otras— en Lt-fiL'^ de'principi, I , 46, en un despacho j París del cardenal Bibbiena, 1518. ; Franc. Vettori, ib¡d. pág. 333, En Roscoe, Leo X. ed. B-* I I I , pág. 105, se encuentra una 2»6 Franc. Vettori, ibid., pág. 301; V clamación enviada por Pico a P íp Archiv. Stor. Append. I , pág. 293; Ros- heimer en 1517. Teme que en Le coe, Leo X, ed. Bossi, V I , pág. 232; triunfe verdaderamente lo malo sol Tommaso Gar. ibid. pág. 42. lo bueno, "et in te bellum a nostrae s-i"? Ariosto, Sátiras. VI I, v, 106: ligionis hostibus ante audías gen fW "Tutti morrete, ed é fatal che muoia parari". j Lcone appresso..."
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pudo hacer más que manifestar la recluirse en el castillo de Santánicprobación que le inspiraba el gelo: sin embargo, para Clemente, estado de cosas hasta entonces vi lo que ocurrió después fue peor te, su horror a la simonía, al potismo, a la prodigalidad, a la que la muerte misma. Valiéndose de una serie de fal noralidad, al bandolerismo... Ni ! u iera parecía Lutero el pe ligro sedades del tipo de las que sólo son tiiayor. Un observador veneciano, permitidas a los poderosos —y só ' mbre d e espíritu, G irola mo Ne- lo desgracia traen a los débiles—. D, tenía el presentimiento de un provocó Clemente la marcha sobre próximo y terrible desastre para la Roma del ejército hipanoalemán misma Roma.^^i bajo Borbón y Frundsberg (1527). Es cierto ^'"^ que el Gabinete de Car líajo Clemente V I I se ensombrece V pensado en una acción UKIO el horizonte romano con vela los había disciplinada y no pudo prever has duras siniestras que recuerdan cl ta dónde llegaría la furia de aque Htnarillo grisáceo de las nieblas del hordas, cuyos haberes no habían íroco que azota a veces los días llas sido satisfechos. La recluta, realiza , utreros del estío. El papa es odia- da casi sin dinero, habría sido es i i . i , de cerca y de lejos, y persiste en Alemania si no se hubiera fl malestar ent re los hombres, de es- téril sabido que se iba contra Roma, en j^g callejas y en las Acaso ¡líritu; lleguen a encontrarse en al pliizíis de la ciudad hacen su apa sitio las recomendaciones es rición eremitas que vaticinan la gún critas a Borbón, algunas de tono Hiina de Italia y hasta del mundo suave probablemente, pero la inves llaman al papa Clemente el Anti- tigación no se dejará des la facción de los Colonna orientar histórica 10; por ellas Sólo a la pura V anta otra vez la cabeza con adeca i. m obstinado; el indómito carde- casualidad tuvo que agradecer elpapa tólico rey y emperador que el 1 Pompeo Colonna, cuya simple y los cardenales no fueran asesina •-icncia era y a una constante íor- dos por sus hombres. De haber ocu ' .1 p a r a el Papado,^^' decide cl rrido así, ninguna sofística habría lio de Roma (1526) con la espodido declararlo libre de respon U i z a d e llegar así y sin más a El asesinato de innume popa él mismo con la a y u d a de sabilidad. rables personajes de menor impor V , tan pronto como Clemenlos tancia, el robo y el pillaje de que i b i e r a sido muerto o hecho prifueron objeto la mayoría, y cl apli \ro. N o fue una suerte para torturas y traficar con hombres que el papa pudiera huir y car cual si fueran esclavos, hablan con suficiente elocuencia para demostrar t Lettere de' principi, I, Roma, 17 la realidad terrible que fue el "sac" zo de 1523: "Este Estado se co di Roma". le, por múltiples motivos, sobre B de una aguja, y quiera Dios Carlos V, después de haber 10 tengamos pronto que huir has•"ñón o hasta los confines del sacado al papa, que se había refu Veo próxima la ruina de esta giado de nuevo en el castillo de ¡uía espiri tual... Sin la ayuda Santángelo, con grandes sumas de , esto no podrá sostenerse", dinero, pretendió conducirlo a Ña legro, ibid.. 24 oci. (debe de póles. Que Clemente pudiera evi decir scpt.) y 9 nov. 1526; 11 tarlo y huir a Orvieto no se debe, 327. al parecer, a ninguna connivencia Carchi, Stor. fiorent., I. páginas y siguientes, lio Jovio, Vita Pomp. Colum^•^^ Ranke. Deutsche Geschichte, U. 375 y siguientes.
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alguacil del papa, y para su li- , con los españoles."^^** Si Carlos pen en beración concertaron, entre otras só en algún momento en la secula el Tratado de Amiens (18 rización del Estado Pontificio (para medidas, lo cual el mundo estaba preparado) de agosto de 1527). Explotaron asL o si realmente se dejó disuadir por por lo menos, la repugnancia que despertado la fechoría de las las advertencias de Enrique VIII había imperiales. Adem ás, en la de Inglaterra, es algo que perma tropas misma España se encontró el pro necerá sin duda en la obscuridad pio emperador en una situación em para siempre.^'*' barazosa, pues sus grandes y pre Pero si existieron realmente se lados le agobiaron con las más mejantes propó sitos, en todo caso insistentes admoniciones siempre no pudieron mantenerse mucho que sc presentaba la ocasión para tiempo. En medio de la propia Ro ello. Y cuando sc anunció una gran ma asolada surge ya el espíritu de visita general de clé rigos y segla restauración pontificia y secular. res con vestiduras de luto, el asun Sadoleto,2^« por ejemplo, vislumbró to llegó a preocupar a Garios, quien certeramente: "Sí con nuestras aflic temió se convirtiera en algo pa ciones —escribe— se han satis recido al levantamiento de los co fecho la ira y el rigor divinos, si muneros, años antes dominado. La estos castigos terribles nos abren de audiencia fue rehusada.^*^ Pero no nuevo la senda de costumbres y sólo no podían prolongarse las leyes mejores, acaso no sea muy humillaciones al papa, sino que grande nuestra desgracia.. . Lo que —prescindiendo de toda política sea de Dios, a Dios atañe. Pero exterior— resultaba a Carlos V de ante nosotros se abre una vida de urgentísima necesidad reconciliarse enmiendas que la fuerza de las ar con el Papado, sometido a tan te mas no podrá arrebatamos. Dirija rribles ultrajes. Apoyarse en la opi mos, pues, nuestros hechos y nues nión alemana —que le hubiera tros pensamientos en eí sentido del señalado otro camino— le intere verdadero esplendor del sacerdocio saba tan poco como atender a las y busquemos en Dios la verdadera cosas de Alemania en general. Tam grandeza y el verdadero poder". bién es probable, como pretende i m A partir de este año crítico de veneciano, que sintiera remordi 1527 se ganó, efectivamente, tanto, mientos de conciencia por el saqueo que voces dignas y llenas de gra de Roma y que esta fuese !a vedad pudieron hacerse oír nueva causa de que apresurara la recon mente. Roma había sufrido dema ciliación, que quedó sellada con lu siado para —aún bajo un Pablo sumisión de los florentinos a la Ca IIT— volver a ser la Roma alegre sa del Papa: a los Medici. Al ne y cotTompida de León X . pote y nuevo duque, Alessandro Ocurrió después q ue, al ver al Medici, se le casó con la hija níiPapado caído en la desgracia, sur tural del emperador. i gió hacia él una simpatía de natu raleza en parte política y en parte En adelante mantuvo Carlos u religiosa. Los reyes no podían to lerar que uno de ello s se estatuyera Papado .sometido virtualmente p M la idea del concilio, y pudo, al mi^ 346 Varchi, Stor. fiorent.. II, 45 y mo tiempo, protegerle y róbyug;ir le. Ahora bien, el gran peligro d^'^aíT^^/Md., y Ranke. Deu^tche Gesch, II pág 394, nota. Se creía que Car 240 Lettere de'principi, i, 72, C; los U-asladaria su residencia a Roma. glionc al Papa, Burgos, ICdio^l'^ 248 Ve r su carta al napa, desde Carü-w Tommaso Gar, Rela^, della roí pentra, de 1 septiembre 1527, en Anéc * te di Roma, I, 299. dota Hit., IV, 335.
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secularización de dentro a fuera dador de Estados y que, en >r los papas mismos y sus nepo- alianza con los príncipes católicos i, quedó conjurado, para siglos, y llevada por un nuevo aliento es ir la Reforma alemana. Y así co- piritual, ve en la recuperación de lo sólo a ésta se debe la posibili- lo perdido el objetivo más impor ad y ol éxit o de la marcha contra tante. Sólo existe y únicamente es oma (1527), puede decirse tam concebible como oposición a la bién que en virtud de su influencia apostasía. De sde este punto de vis refleja se vio oblig ado el Papado a ta puede decirse, con plena verdad, recobrar de nuevo el ademán y la que, en el aspecto moral, el Papado "•presión de una potencia espiritual debe su salvación a su mortal ene universal, obligándose a salir de migo. Por otra parte se afianzó tam ^''la preocupación absorbente por las bién su situación política —cierta •Jtncras cuestiones de hecho", para mente bajo la constante vigilancia Htonerse a] frente de los adversarios de España— hasta la intangíbililoe la Reforma. Lo que resurge lue- dad. Casi sin esfuerzo por su parte, b o —en el último neríodo de Cle- heredó una vez extinguidas las di fiíeníe V I I , bajo Pabl o 111, Pablo I V nastías (la línea legítima de Este y w sus sucesores— es una j erar quía la Casa della Rovere), los ducados lotalmentc nueva, que sc va rege de Ferrara y Urbino. Sin la Refor nerando gradualmente en medio de ma, en cambio —si se puede con la apostasía de gran parte de Euro- cebir tal situación—, haría mucho i'.i: que en la propia casa evita todo tiempo que el Estado Pontificio hu • cándalo excesivo y peligroso, es- biera ido a parar, íntegramente, a l»ccialmente el del nepotismo fun manos seculares.
FINAL: L A ITALIA DE LOS PATRJiQTAS mos, para terminar, unas breVts consideraciones acerca de la Jnluencia que estas circunstancias p ofllcas tuvieron sobre el espíritu de 'da la nación. lis evidente que la general inseiridad política de la Italia de los líos XIV y XV tuvo que provocar indignación y la oposición de más nobles espíritus, indigna \n y oposición manifestadas con 'riótico celo. Ya Dante y Petrar^ hacen ondear la enseña de i Italia unida, en la cual han de "entrarse las supremas aspiracio-
nes. Puede objetarse que se trata ba exclusivamente del entusiasmo individual de algunos espíritus se lectos, y que la gran masa nacional no se daba cuenta de nada. Pero no debía ocurrir cosa muy distinta ; en Aleman ia, aunque, nominalmen-• le por lo menos, disfrutaba de uni dad y tenía un supremo soberano reconocido: el emperador. Las pri meras glorificaciones literarias de Alemania, claras y distintas, corres ponden (con la excepción de unos cuantos versos de los Minesingers) a los humanistas de la época de Maximiliano I -^^ y parecen casi un eco de las exaltaciones italianas. Y , sin embargo, de hecho, Alemania
Los Famesios consiguieron aún de esto; los Caraffa fracasaron. ' Petrarca, Episi. jam., 1, 3, pág. Jonde ensalza a Dios mismo por i nacido italiano; ver también la 2ü3 Me refiero especialmente a los Hgúj contra cuiusdam anonymi 'calumnias del año 1367. páginas escritos de Wimphcling, Bebel y otros en el íomo í de los Scriptores Rerum \ y siguientes. Cermanicarum de Schardius.
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total, suele ser con el exclusi vo ob había conslituido antes un pueblo, jeto de zaherir a otro Estado, ita y en un grado muy distinto que liano igualmente.'-^^ Las invocacio Italia desde los tiempos romanos. nes hondas, traspasadas de dolor, Francia tiene que agradecer esen al sentimiento nacional sólo vuelven cialmente la conciencia de su uni a oírse en el siglo xvi, cuando ya dad nacional a sus luchas con los era tarde, cuando franceses y espa ingleses, y España, a la larga, ni ñoles habían invadi do el país. Pue siquiera ha podido absorber a Por de afirmarse del patriotismo local, tugal, tan afín a ella. Para Italia que vino a ocupar el lugar de este constituían la existencia y las con sentimiento sin sustituirlo. diciones vitales del Estado Pontifi cio esencialmente un obstáculo a su 254 Un ejemplo entre mil: la con unidad, cuya eliminación apenas po día considerarse entonces posible. testación del dux de Venecia a un Si, a pesar de todo, en las relacio agente florentino, aludiendo a Pisa, en nes políticas del siglo xv se alude 1496, Malipiero, Ann. Veneíi, en Ar aquí y allá, con énfasis, a la patria chiv. Stor., Vil pág. 427.
S E G U N D A P A R T E
DESARROLLO
D E L
IN DI VI DUO
I. EL ESTADO I T A L I A N O Y EL INDIVIDUO
En la contextura de estos Estados, tanto si se trata de Repííblicas co mo de tiranías, reside, no la única, sino también la más poderosa razón de este temprano desarrollo que ha ce del italiano un hombre moder no. A esto se debe que él sea el primogénito de los hijos de la Eulupa actual. Durante los tiempos medievales, las dos caras de la conciencia —la que se enfrenta al mund o y la que se enfrenta a la inti midad del hom* bre mismo— permanecían, como cu biertas por un velo, soñando o en estado de duermevela. Este velo es taba tejido de fe, timidez infantil e' ilusión; cl mundo y la historia apa recían a través de él maravillosamen te coloreados y el hombre se recono cía a sí mismo sólo como raza, pue blo, partido, corporación, familia u otra forma cualquiera de lo colecti vo. Es en Italia donde por vez pri mera el viento levanta ese velo. Se despierta, así, una consi deración ^^jetiva del Estado , y con ella un manejo objetivo de las cosas del Fstado y de todas las cosas del mundo en general. Y al lado de esto, se yergue, con pleno poder, lo subjetivo: el hombre se convierIc en individuo espiritual ^ y como lal se reconoce. As í se trguieron un día el griego frente al bárbaro, el árabe individualista frente a los dei / is asiáticos que no se sentían sino ' Póngase atención en expresiones gomo las de "uomo singolare", "uomo WÉix^ para el-grado superior y - ^ lO", para el grado superior y el grasuprcmo del desarrollo individual.
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hombres de una raza. Fácil nos ha de ser demostrar que las circuns tancias políticas tuvieron en ello la más eficaz participación. Ya en épocas anteriores y esporá dicamente se dio en Italia la per sonalidad que sólo se apoya en sí misma, en una forma como, en los mismos períodos, no se revela —o no se va revelando"— en el Norte. La serie de enérgicos malvados del siglo X que Luitprando describ e, al gunos contemporáneos de Gregorio VI I (léase a Benzo de Alba), mu chos de ellos enemigos de los pri meros Hohenstaufen, revelan fiso nomías de este tipo. Más adelante, desde las jwstrimerías del siglo xiii, aparece ya Italia pictórica de per sonalidades. Se ha roto totalmente el anatema con que se había estig matizado al individualismo. Mil di versas fisonomías se van particula rizando sin limitación. En cualquier otro país, hubiera sido imposible el gran poema de Dante, ya por el mero hecho de que el resto de Eu ropa yac ía aún bajo el signo de la raza, a que hemos aludido; en Italia es cabalmente la abundancia de lo individual lo que hace del augusto poeta el héroe nacional por excelencia de su tiempo. Sin embar go, la exposición de la riqueza de valores humanos en literatura y ar te, la múltiple caracterización des criptiva, serán objeto de capítulos especiales. Aquí sólo trataremos del hecho psicológico en sí. Con plena entereza y decisión jjenetra Italia en la Historia: en la del siglo XTV se sabe poco de la falsa modestia
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c hipocresía. Nadie teme llamar la atencióa, ser _d¡stjnto de los demás, y parecerlo.^ La tiram'a desarrolla po r lo tan to, como hemos visto, hasta el gra do máximo la individualidad del ti rano mismo, la del propio condot tiere^ y la de los talentos por ellos protegidos y explotados desconside radamente como elementos del ga binete secreto: secretarios, funcio narios, poetas, ingenios de salón... Acuciado por la necesidad, el es píritu de estos hombres aprende a conocer sus propios recursos inter nos, tanto los duraderos como los del momento; su propio disf ru te de la vida aparece más intensifica do y concen trado po r medios espi rituales, para poder dotar así del máximo valor posible a un período —acaso breve— de poder y de in fluencia. Pero no sólo en la clase domi nante se observan impulsos de este tipo: tampoco en los dominad os se echaban de menos. Dejemos apar te a los que consumían su vida en secretas rebeldías y en conspiracio nes, para considerar solamente a los que se sometían, a los que se con formaban con ser meras gentes pri vadas, como la mayoría de los ha^ Así puede decirse que por el año 1390 no había en Florencia moda im perante en la indumentaria masculina, pues cada uno se vestía según su ma nera y según su gusto especial. Ver Canzone, de Franco Sacchetti, Centro alie nuove foggie en las Rime, publ. por Poggiali, pág. 52. También, ciertamente, la de sus esposas, como se observa en la Casa de Sforza y en diversos otros linajes de la Alta Italia. Véanse —por ejem plo—• en las Clarae miilieres, de ]acobus Bergomensis, las biografías de Baítista Malatesta, Paola Gonzaga, Ur sina Torella, Bona Lombarda, Riccarda de Este, y de las principales mujeres de la familia Sforza. Hay entre elias raás de una verdadera virago y no falta el complemento del desarrollo in dividual como obra de la alta cultura humanística.
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hitantes de las ciudades del Imperio. Bizantino o de los Estados maho metanos. Cierto que con demasiada frecuencia se les hizo difícil a los vasallos de los Visconti —por ejem plo— mantener la dignidad de su Casa y de su persona, y que fue ron sin duda innumerables los que la servidumbre hizo sufrir en su carácter moral. Pero no sufrió por ello menoscabo lo que llamamos ca rácter individual, pues precisamen te en una atmósfera de g eneral im potencia política es donde mayor aliento encuentran las diversas orientaciones y aspiraciones de la vida privada, donde adquieren un carácter más enérgico y multifor me. La riqueza y la cultura —en cuanto p odían mostrarse y compe tir— combinándose con una liber tad municipal bastante considerable aún y con la existencia de una Igle sia no identificada con el Estado, como en Bizancio o en el mundo islámico, todos estos elementos reu nidos favorecían, sin duda, el que surgieran modo s de pensamiento in dividuales, y 'precisamente la ausen cia de lucha entre los partidos pro porcionaba el ocio necesario para elIo.^Es seguro que cl horiibre pri vado, políticamente indiferente, con sus ocupaciones, en parte serias, en parte de aficionado, surgió por vez primera, con carácter ya rotunda mente delineado, en estas tiranías del siglo xiv . No pueden aquí, e s cierto, exigirse testimonios docu mentales: los cuentistas, de quieneis podía esperarse que nos ilustraran • sobre este extre mo, nos describen | algunos tipos curiosos, pero sólo i con designio parcial y por lo que se refiere a la narración de un caso determinado. El escenario de tales reíalos suele situarse generalmente en ciudades republicanas. Las cosas en estas última^ favo recían también, aunque de?, modo distinto, el desarrollo del cáráctei individual. Cuanta m ayor eradla fre cuencia con que se turnaban los partidos en el ejercicio del pod^r.
(anto mayores eran la energía v la capacidad que precisaba el individuo. Así llegaron a adquirir los hombres de Estado y directores del pueblo, sobre todo en la historia de Floren cia,^ un perfil personal tan definido, que en el resto del mundo contem poráneo apenas podría, excepcionalmente, comparárseles nadie, ni aún un Jakob van Artevelde. Por otra parte, los que pertene cían a los partidos derrotados y subyugados, se encontraban a me nudo en situación parecida a la de los vasallos de los Estados despó ticos, sólo que el hecho de haber disfrutado ya de la libertad o de! poder, y acaso la esperanza de re cuperarlos, prestaba más alas aún a su indi vidua lismo: Precisamente entre estos hombres del ocio invo luntario se encuentra, po r ejemplo un Agnolo Pandolfin i ( f 1446), cu yo Trattato del governo della famigUa» constituye el primer progra ma de una existencia privada desa rrollada ya totalmente. Su balance entre los deberes del individuo y lo inseguro c ingrato de la vida pú blica* puede considerarse, en su estilo, como un verdadero monu mento de la época. Debe considerarse, por otra par te, que el destierro, o aniquila al
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hombre, o contribuye en grado má ximo a su forma ción. "En todas nuestras ciudades populosas —dice Joviano Pon taño—' vemos una multitud de personas que han aban donado voluntariamente su patria; pero las virtudes se llevan a todas partes con u no mismo ." Y es que, efectivamente, no se trataba siem pre de desterrados en sentido es tricto; millares, entre ellos, habían abandonado voluntariamente su pa tria porque la situación política o económica había llegado a hacérse les insoportable. Los emigrados flo rentinos en Ferrara, los lucenses en Venecia, etc., constituían verdade ras colonias. El cosmopolitismo que se desarrollaba en los desterrados de mayor inteligencia es una de las fases superiores del individualismo. Como ya hemos recordado, Dante encuentra una patria nueva en el lenguaje y la cultura de Italia. Pero va más lejos aún cuando afirma que su patria es el mundo...^ Cuando se le ofreció el retorno a Florencia en condiciones humillantes, replicó: "¿No puedo ver en todas partes la luz del sol y de las estrellas? ¿N o puedo meditar, dondequiera, sobre las más nobles verdades, sin que, por ello, tenga que aparecer, ante el pueblo y la ciudad, en situación de deshonra o aún de ignominia? ¡Ni siquiera el pan de cada día ha de faltarme!".* Con elevada entere za subrayan los artistas su libre su-
^ Franco Saccheti, en su Capitolio {Rime, publ. por Poggiali, pág. 56), enumera, por el año 1390, más de cien nombres de eminentes personalidades de los partidos imperantes fallecidas desde que el podía recordar. Por mu íoviano Pontano, De fortiiudine, chas que sean las mediocridades oue lib, II. Setenta años después, pregun incluya en su enumeración, e! cunjun- taría amargamente Cardamus (De vita lo no deja de constituir un documento propia, cap. 32): "Quid est patria, nisl de fuerza por lo que se refiere al tyrannorum minutorum ad despertar de la individualidad. Sobre consensos opprimendos imbelles tímidos et qui I j s Vite de FilHppo Villani, véase más plcrumque sunt innoxií?" [idclante. 8 De vulgari eloqu., lib. I, cap. 6. •^ Hay una nueva hipótesis, según Sobre la lengua ideal de Italia ver Cap. l;i cual se debería esta obra al arqui- 18. En cambio, sobre la añoranza de •.•xXo L. B. Alberti. Ver Vasari.. IV.la patria, los célebres pasajes del Pur '. r, nota núm. 5, ed. Leraonier. Sobre gatorio, V IH , I y sigs., y Paradiso, i'uidolfini ver Vespastano Fiorent., XXV. I. • •[<. 379. 9 Dantin Alligherii Epistolae, ed. Ca•• Trattato, pág. 65 y sigsrolus Witte, página 65.
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pertorid ad sobre todo accidente de lugar. "Sólo quien todo lo ha apren— no es dido — dice Ghiberti en ninguna parte un extrañ o; aunque se le priv e de su fortuna, aunque se encuentre sin amigos, en cualquier ciudad dond e resida y
pueda aguardar sin miedo las vici-1 situdes del destino, será siempre un' ciudadano." De modo semejante se expresa un humanista desterrado: "Dond equi era que el sabio establezca su sede, allí encontrará su patria"
ü. LA MADUREZ DE LA PERSONALIDAD Una mirada perspicaz, acostumbra da a temas de historia de la cultu ra, sería capaz de ir siguiendo, paso a paso, el aumento gradual de per sonas perfectamente cultivadas en el transcurso d el siglo xv. SÍ el pro ceso en cuya virtud adquirían aquel armonioso contorno, tanto en lo es piritual como en la vida externa, era algo que se habían impuesto a sí mismas como meta consciente, claramente definida, resulta difícil afirmarlo; pero en alguna es evi dente que ocurría así. naturalmen te dentro de los líjuites que permi tía la imperfección de todo lo te rrenal y humano. Prescindamos de un caso como eí de Lorenzo el Mag nífico, renunciando a hacer balance de lo que en él haya de atribuirse a la suerte, a sus dotes personales o a su carácter; detengámonos, en cambio, en una personalidad como la de Ariosto, revelada principal mente en sus sátiras. ¡Hasta qué perfecto acorde aparecen en ellas equilibrados ei orgullo del hombre y del poeta, la ironía ante los pro pios goces, el más fino sarcasmo y la más profunda benevolencia! Ahora bien, cuando este impulso que aspiraba al perfeccionamiento máximo en la formación de la per sonalidad coincidía con una natu raleza realmente poderosa y al mis mo tiempo dotada de múltiples aspectos, que dominaba todos los
elementos de la cultura contempo ránea, surgía entonces el hombre universal, "l'uomo universalc". tipo humano que pertene ce exclusiva mente a Italia. Hombres de cono cimientos encic lopédic os los ha ha bido durante toda la Edad Media en diversos países, porque todos es tos conocimiento s aparecían muy poco diferenciados; y aún bastante adelante en el siglo xi i nos encon- V tramos con artistas universalmente dotados, porque Jos problemas de la arquitectura eran relativamente simples y homogé neos, y en la es cultura y en la pintura el obieto por representar predominaba sobre la forma. En la Italia del Renaci miento, nos encontramos, en cam
Codri Vrcei vita, que anieccde a sus Opera. Cierto que esto linda ya con el "Ubi bcne, ib í patria". La mul titud de goces espirituales neutros no vinculados a ningún lugar, de la cual los itahanos cultos iban adquiriendo' cada día una conciencia mayor, les atenuaba, de modo notable, las pena lidades del destierro. Por lo demás, cl cosmopolitismo aparece siempre como signo de una época de refinamiento in telectual, pues en virtud de éste se descubren nuevos mundos y ya no sa tisface lo viejo y conocido. Se observa, de manera muy visible, entre los grie gos, después de la guerra del Pelopu neso; Platón, como dice Niebuhr, no era un buen ciudadano, y I<|nofonic era un mal ciudadano; Diógenés pru clamaba como un verdadero placer el no tener pah-iii y se llamaba a' sí «^lit. i« Ghiberti, Secondu commentano. mo 'áTioXu-, como puede leiSrse ^-en ^ cap. XV (Vasari, ed. Lemonier, 1. pá Laercio. gina XXIX).
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, con el caso singular de artistas que han sido capaces de crear algo •luevo y. en su género, perfecto, en "das las esferas del arte y que emás de esto, en lo meramente imano, como hombres, nos prolucen la más profunda impresión. Giros demuestran, fuera del arte que les es propio, una capacidad, tmiversal igualmente, en una esfera ' mensa de lo espiritual. Dante, a quien ya en vida llamaan unos poeta, otros filósofo y otros leólogo,^^ rebosa, en todos sus escritos, de fuerza personal y sub yugadora, hasta un extremo tal, que '•I lector se siente avasallado aún i-seindiendo del tema. ¡Qué fuerza de voluntad incalcu lable presupone ya la" realiza ción, iiieonmovible. uniforme, de la Divi' Comedia! Y si se considera cl iilenido, puede decirse que no istc un solo tema importante en ludo el mundo exterior y del espí ritu que no haya sondado y sobre | | [ cual su testimonio —^muchas veP k ' de unas pocas palabras— no constituya la voz más trascendente de aquellos tiempos. Su pensamien10, por lo que se refiere a las artes plásticas, tiene un valor doeumenuil, y lo posee por razones de más )cso que el haber escrito algunas incas sobre los artistas eontempofíneos; pronto hubo de convertir•1 él mismo en fuente de insplra^ R n * de pronto es el siglo xv, por ^Wencia, el siglo de las capacidaHp . universales. Apenas encontranlns biogra fía en que no se men>iien dotes secundarias del biograliado que rebasan la medida del
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diletantismo. El mercader yhíMnbre/ de Estado florentino son, frecuen-| temente, doctos en ambas lenguas, antiguas; los más célebres huma-, nistas han debido leer —él y sus hijos— pasajes de la Etica y la Política de Aristóteles.^'' También a las jóvenes se les daba una ins trucción depuradísima; en realidad se encuentran aquí los comienzos de la más alta educación privada. El humanista, por su parte, se ve obli gado a desplegar una actividad^ de , máximo carácter universal, desde eli ^ momento que sus conocimientos nó\ le servían sólo, como hoy ocurre.' para el estudio objetivo de los tiem pos clásicos, sino que presuponían una aplicación cotidiana a la vida , real. Además de hacer estudios so bre Plinio, por ejemplo,"' va crean do colecciones de historia natura!; partiendo de la geografía de los an tiguos, se convierte en moderno cos mógrafo; siguiendo el modelo de sus historiadores, compone historias de la época; como traductor de las comedias de Planto, dirige luego las representaciones teatrales; imita, lo mejor que puede, toda sugestiva for ma de literatura antigua —hasta el diálogo de Luciano— y hace, por añadidura, de secretario y diplo mático, aunque no siempre para di cha suya. Ahora bien, entre estos hombres de vastas capacidades, se destacan algunos que podríamos llamar, real y literalmente, universales. Antes de entrar en detalles sobre la vida y
" Ver especialmente Vespasiano Fiorentino, fuente documental de pri mer orden por lo que se refiere a la educación florentina del siglo xv (en nuestro caso v. espec. págs. 359, 379, Boccaccio, Vita di Dante, pági- 401, etc.) Ver igualmente la bella c Los ángeles que dibujaba en ta- instructiva Vita fannoctii Manetií (na en el aniversario de la muerte ció en 1396), Muratori, XX. ueatriz (Vita Niiova, pág. 61), pun* Para el texto a continuación, véa "in ser, ciertamente, algo más que se, por ejemplo, la caracterización de de delineante. Leonardo Aretino Pandolfo Collenuccio, de Perticari, en que dibujaba "egregiamente " y Roscoe, Leo X, ed. Bossi, Ul , págs, 197 y sigs., y Opere del Conté Peniera un gran amante de la música. cari. Milán, 1823, vol. ÍL
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educación de la época, consideremos aquí, en los umbrales del siglo xv, a uno de aquellos seres titánicos. Nos referimos a Leone Baltista Al berti. Su biografía —sólo un fragmento— nos habla de él como artista y no menciona, en absoluto, su alta significación en la historia de la arquitectura; veremos lo que fue, a i J n sin esta celebridad especial. Desde su infancia fue Leone Bat tista el primero en todo aquello que es digno de encomio. De su habilidad en toda índole de eiercicios físicos y gimnásticos se nos cuentan cosas increíbles. Con los pies ¡untos saltaba por encima del hombro de una persona; en la ca tedral lanzaba al aire una moneda y se la oía retiñir en las bóvedas más altas; los corceles más vigoro sos se estremecían y temblaban ate rrorizados cuando eran cabalgados por él. En tres cosas quería apare cer impecable: en el andar, en el cabalgar y en el hablar. Aprendió la música sin ma estro y sus com posiciones fueron, no obstante, ad miradas por gente del oficio. Obli gado por la pobreza estudió ambos Derechos durante muchos años, has ta enfermar gravemente por agota miento. Cuando a los veinticuatro años advirtió que se debilitaba su memoria, pero su sentido objetivo permanecía incólume, se dedicó a la física y a las matemáticas y apren dió, de paso, todas las técnicas ima ginables, consultando con artistas, interrogando a sabios y artesanos de toda especie —^hasta a zapateros— sobre sus secretos y experiencias del oficio. Pintaba además y mode laba; hacía retratos de gran pareci do, muchos de memoria. Gran ad-
miración despertó también su caja misteriosa, una especie de cámara oscura donde podía verse el orto de la "luna en la noche sobre tin fondo de rocosas montañas, dontír hacía aparecer vastos paisajes con montes y ensenadas y nebulosas le janías y donde el espectador podí ;i presenciar el arribo de flotas, bajo un sol radiante o bajo un cielo nu blado. Pero también reconocía v acogía notablemente la obra de los demás y consideraba, en genera!, toda creación humana, que de al gún modo respondía a las leyes de la belleza, como algo casi divino.^' Añádase a esto su actividad de es critor, especialmente en obras sobre el arte, que constituyen jalones > testimonios fundamentales del rena cimiento de la forma, sobre todo cu arquitectura. Y aún compuso pro sas, novelas cortas, etc., en latín —algunas de estas creaciones, lle garon a confundirse con obras an tiguas—, así como brindis jocosos, elegías y églogas; dejó además una obra en italiano "sobre el gobierno de la familia", en cuatro libros.^^ y hasta una oración fúnebre a su perro. Tanto en lo festivo como en lo grave, sus palabras fueron consi deradas dignas de recopilarse: re producidas en parte, llenan colum nas enteras en las mencionadas bio grafías, Y cuanto poseía íntimamcn te, cuanto sabía, lo comunicaba sin la menor reserva, como hacen siem pre las naturalezas realmente gene rosas: hasta hizo donación gratuita de sus más grandes invencion es. Linalmente, es preciso mencionar el más entrañable raudal de su espí ritu: un afán de con viven cia, lleno de simpatía, casi neurótico, hacia
J« Muratori, XXV, col. 295 y sigs. Complétese con Vasí'ri, TV, 52 y sigs. Un diletante universal, por lo menos, y maestro en varias disciplinas, era, por ejemplo, Mariano Socini, s¡ hemos de dar crédito a su caracterización por líneas Silvio, Opera, pág. 622, Epist. 112.
i'T "Quicquid ingenio esset hominur.i cum quadam affectum .elegantia id propc divinum ducebat.", ifl Esta obra, que norha 'kgado ;i nosotros, se ha pretendido iaentifícaí esenciahnente con el Trattato | e Pan doljinl (La presentación es ciértamen te de Albertí-'í
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das las cosas. A la vista de árbo mirada penetraba en el interior del les magnfificos. o de las mieses en hombre, pues dominaba la ciencia Niizón, se le arrasaban ios ojos; ve del rostro humano. Se sobrentiende neraba a los ancianos hermosos y que toda su personalidad estaba po dignos como "una delicia de la na seída y sostenida por una fuerza turaleza" y no se cansaba de con de voluntad intensísima. Como los templarlos; también sentía gran afi más grandes entre Jos grandes del ción hacia los animales de forma Renacimiento, decía también él que perfecta, viendo en ellos criaturas "los hombres, si quieren, lo pueden lávorecidas por la naturaleza; más todo". de una vez, hallándose enfermo, la Comparado con Alberti, era Leo vista de un bello paisaje bastó pa nardo da Vinci lo que es la obra ra curaric."'^ N o es, pues, milagr o perfecta y acabada respecto del bo t|uc los que observaban su íntimo ceto, lo que es el maestro respecto y misterioso trato con el mundo ex del aficionado. [Ojalá encontráse terior le atribuyeran también un don mos completado cl libro de Vasari de profecía. Parece que predijo con una descripción, com o en el fíxactamente uní), crisis de la casa caso de Lcone Battista! Per o no po de Este, y también el destino de demos jamás sino presentir de lejos Plüi'encia y el de los "papas por una los grandiosos contornos de la per hcrie de años. Pretendióse que su sonalidad de Leonardo.
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III. EL SENTIDO MODERNO DE LA G L O R I A Al desarrollo del individuo, tal co mo lo hemos descrito, corresponde \ utiii nue va forma de valoriz ación hacia el exterior: el sentido moder no de la gloria .2«
l'uera de Italia vivían las distin clases sociales cada una para sí, iiMi SU característico honor medie val de clase. La gloria poética de los trovadores, por ejemplo, existía liis
En su obra De re aedificuioria, lllv. VIH. cap. I, se encuentra una de finición de lo que puede considerarse i t i i i i o un camino bello: "Si modo maM- , modo
montes, modo lacum fluentera luiiiesve, modo aridam rupem aul platliliem, modo nemus vallemque exhilieliit." •'' Una sola cita: Blondas. Roma tnumphans, lib. V , pág. 117 y sigs. don óle se recopilan las definiciones que .ir ta gloria Tiacen los antiguos y don'li- la avidez de gloria se considera ''> lia para los cristianos. El escrito u rroniano De gloria, que aún poi v e r a Petrarca, se considera perdido i- il e entonces, como es sabido.
sólo dentro del mundo caballeresco. En Italia, en cambio, apareció en aquella época la equiparación de clases, lo mismo ante la tiranía que ante la democracia; asimismo se anuncian ya indicios de una socie dad general que —^hcmos de anti ciparlo aquí— se apoyaba en las literaturas itahana y latina: era me nester este himius para hacer ger minar el nuevo elemento. Añádase a esto que los autores romanos, que se habían empezado a estudiar con diligente entusiasmo, aparecían em bebidos en el concepto de la gloría, y que ya su simple contenido obje tivo —la imagen del Imperio uni versal de Roma— imponía un cons tante paralelo a la vida italiana. En lo sucesivo, toda apetencia y toda realización estarán en los italianos condicionadas por un supuesto mo ral previo que el resto del Occiden te desconocía. También aquí —como en toda cuestión esencial— hemos de oír a Dante. Con toda la fuerza de su
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alma aspiró al laurel del poeta; ^ hace también resaltar que, como pu blicista y literato, sus creaciones son esencialmente nuevas y que, en su arte, no sólo es el primero en ho llar nuevos campos, sino que quiere que se reconozca así.-- Sin embar go, también habla, en sus escritos en prosa, de ias incomodidades de una gloria ex cesiva; sabe muy bien que el conocimiento personal del hombre famoso es causa de muchos desencantos y desilusiones y consi dera que ha de buscarse la cultw de todo ello en la fantasía pueril de las gentes, en la envidia y en la propia impureza del personaje de que se trate.^ Pero, en resumen, su gran poema mantiene el criterio de la vanidad de la gloría, aunque de un modo que delata paladinamente que su corazón no había logrado por completo desasirse del viejo an helo. En el Paraíso la esfera de Mer curio es la sede de los bienaventu rados ^-f que aspiraron a la gloria en la Tierra y agraviaron con ellcí los "rayos del verdadero amor". Es bien elocuente que en el Infierno las pobres almas pidan a Dante que renueve y mantenga vivas su me moria y su gloria en la Tierra.-'^ mientras las almas del Purgatorio sólo su intercesión suplican; en 21 Paradisso, XXV, al comienzo: "Se mai continga, etc." Ver Boccaccio. Vita di Dante, pág. 49. "Vaghissimo fue d'onore e di pompa, e per awentura pití che alia sua Ínclita vírtú non si sarebbe richiesto". 22 De vulgari cloquentia, lib. I. Y de modo muy especial en De Monarchia, lib. I, cap. I, en que expone el concepto de monarquía no sólo para ser útil al mundo, sino también "ut palmam tanti bravü primus in meam gloriara adipiscar". ^ Convito. ed. Venezia 1529, fols. 5 y 6. 24 Paradisso, VI, 112 y si gs. Por ejem. en Infierno, VI , 89; XIII. 53; XVI, 85; XXXI. 127. 2« Purgatorio. V, 70. 87, 133, V I , 26; VIH, 71; X, 31; X l l l . 147.
un célebre oasajc llega a conde narse la avidez de gloria — "lo gran disio dell'eccellenza" — por el me ro hecho de que la gloria intelec tual no es algo absoluto, sino algo que depende de las épocas y que en determinadas circunstancias pue de ser superada y oscurecida por i sucesores de más erandes méritos. 1 La generación de poetas filólogos que va surgiendo en pos de Danic alcanza la gloria en un doble sen tido, pues además de llegar a ser ellos mismos las más reconocidas celebridades de Italia, disponen conscientemente, como poetas e his toriadores, de la gloria de los de más. Como símbolo extemo de este género de gloria ha de considerar se la coronación de los poetas. Un contemporáneo de Dante, Aíbertinus Musattus o Mussatus, coro nado como poeta en Padua por el obispo y el rector, era ya glorifi cado en una forma que rozaba la idolatría. Todos los años, por Na vidad, llegaban escolares y doctores de ambos colegios universitarios an te su casa, en solemne procesión, con trompetas, y hasta con hachas encendidas, para saludarle^" y ob sequiarle. Toda esta magnificencia duró hasta que cayó en desgracia con los tiranos de tum o (de la Ca sa de Carrara). Con toda plenitud disfruta asi-' mismo Petrarca de la nueva consa gración . antiguamente reser\'ada a los héroes y a los santos, p ero él también llega a convencerse, en sus últimos años, de sus incomodidades 27 Purgatorio, X í, 79-117. Adem;'is de la gloria encontramos aquí "gridu. fama, rumore, nominanza, onore", oi decir, meras perífrasis de la misma cosa. Boccaccio escribía —como con fiesa en su epístola a Joh..^'Piziníi.i (Opere volgari, volumen XVT)— "p^rpetuandi nominis desiderio", 28 Scardeonius, De urb. Patav. untiq. (Graev., Thesaur., V I , 111, cul. 260), Quede sin decidir si Ka davlecrsu "cereis muneribus", o acaso ccrtii é ^ muneribus".
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molestias. Su apístola A la PosAl culto de las casas natales ha •idad^ es el balance del hombre de añadirse el culto de las tumbas i c j o y celebérrimo que ha de sa tisfacer la curiosidad pública; qui de hombres c élebres; ^ en el caso siera disfrutar de gloria en la pos de Petrarca hay que incluir asimis teridad y privarse de ella en v¡da:^<* mo el lugar donde murió, pues que en su diálogo de la Dicha y la en su memoria y en su honor sc Desdtcha ,3i el contradictor, que ha convirtió Arquato en lugar prefe blando de la gloria demuestra su rido de los paduanos, que lo her vanidad, está tratado con mayor vi mosearon con bellas residencias,"'' gor. Sin embarpo, ¿vamos a mos y ello en una época en que en los trarnos severos con Petrarca viendo países nórdicos no existían, en ab ue so alegra porque el Paleólogo soluto, "lugares dedicados a gran ulócrata de Bizancio le conozca des hombres", sino imágenes y re or sus escritos, tanto como él em liquias objeto de romerías v pere perador Carlos IV?.-"*^' Porgue su grinaciones. Era cuestión de honor fama, en vida, había traspasado, en para las ciudades el poseer los res efecto, las fronteras de Italia . ¿Y tos de celebridades propias y ex hemos de considerar justa su trañas, y se asombra uno de la loción cuando en ej curso de una seriedad con que los florentinos, visita a su patria, Arezzo, sus ami ya en el siglo xiv —mucho antes gos le llevaron a la casa en que de Santa Croce—, aspiraban a con liabía nacido, haciéndole saber nue vertir su catedral en panteón. Se wk ciudad se encargaría de que to- pulcros suntuosos guardarían los 0 se mantuviera allí intacto? An restos de Accorso, de Dante, de ís se consagraban y se conservaban Petrarca, de Boccaccio y del jurista ' habitaciones de algunos grandes Zanobi della Strada. En pleno siglo utos como, por ejemplo, la celda XV Lorenzo el Magnífico, en per ilc santo Tomás en los Dominicos sona, hiz o pestiones cerca de las de Nápoles o la Porciúncula de San autoridades de S|K)leto para que le ">ancisco de Asís: todo lo más. alnos grandes juristas disfrutaban cedieran, con destino a la catedral, le aquel prestigo scmímítico que los restos del pintor Era Filippo •^clamaba talos honores; así, por Lippi, y le contestaron que no po ejemplo, aún hacia fines del siglo dían complacerle, porque no anda V1V, llamaba el pueblo en Pagnodo, ban tan sobrados de orestigios, y a a de Florencia, studio de Accur- menos de personajes célebres, para i i s a un viejo edificio, aunque pcr- poder prescindir de él. Y efectiva rrútió que fuera destruido. Proba- mente, fue menester conformarse tilemente. los altos ingresos y las con un cenotafio. El propio Dante, elevadas relaciones de determinados a pesar de todas las gestiones que, luristas exaltaron a la larga la fan- acuciadas por Boccacci o con enfá tica amargura,^" hi zo su ciudad na I !• í;i de la gente. tal, siguió durmiendo el sueño etec: .... 5" Epístola de origine et vita, etc., comienzo de sus Opera: "Franc. Pe ^ Ambas cosas se tienen en cuenta 1)11rca Posteritati salutem". Ciertos mo en la inscripción sepulcral de Boccac mos y severos críticos de la vanidad cio: "Nacqui in Fircnze al Pozzo TosPetrarca no hubieran conservado, canclli; di fuor sepolto a Certaldo giacsu lugar, tanta bondad y llaneza. cio". Véase Opere volgari di Bocc, -K' Opera, ed. 1581, pá«. 177: De vol. XVI, pág. 44. tbritale nominis importuna. 3-* Michclc Savonarola, De laudibus De remediis utriusque foríunae, Patavii, en Muratori, XXIV, col. 1.157. •im. aíí Boccaccio, Vita di Dante, pági Filippo Villani, Vite. pág. 19. na 39.
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no en San Francisco de Rávena "en tre viejos sepulcros de emperadores y tumbas de santos, en más digna compañía que la que tú, ¡oh, pa tria!, pudieras ofrecerle". Llegó a ocurrir, por aquel entonces, que un exaltado tomase los cirios de ante el crucifijo del altar y los pusiera en el sepulcro de Dante con estas palabras: "Tómalos, eres más dig no de ellos que... el Crucifica do'*.»* También se acordaban las ciuda des italianas de los hijos y habitan tes preclaros que tuviera en la An tigüedad. Tal vez Ñapóles no ha bría nunca olvidado por completo su sepulcro de Virgilio, pues que a este nombre se había vinculado ya un concepto casi mítico. Padua, aún en el siglo xvi, estaba total mente convencida de que poseía no sólo los restos verdaderos de su fundador, el troyano Anteno r, sino también los restos de Tito Livio."^ "Sulmona — dice Boccaccio — se queja que Ovidio fuera inhumado lejos, en el destierro, y Parma se siente orgullosa que Casio duerma dentro de sus muros",''** Los manluanos acuñaron en el siglo xvi una moneda con el busto de Virgilio y le erigieron una estatua que pre tendía representarle; con soberbia de señor medieval. Cario Malates ta, tutor entonces de los Gonzaga, la mandó de rribar en 1392; pero, como ia gloría del poeta resultó ser más fuerte, tuvo que mandarla le vantar de nuevo.-^" Tal vez se en Franco Sacchetti, Novella. 121. •''7 Del primero en el conocido sar cófago de San Lorenzo y del segundo en el Palazzo della Ragione, sobre una puerta. Más detalles sobre su descu brimiento en 1413, en Missión, Voyage en ¡talle, vol. I. Vita di Dante, l. c. Cabría pre guntar cómo, después de la batalla d e Fíllipos, pudo ir a parar a Parma el cadáver de Casio. .•¡(I "Nobililatis fastu*' y "sub obten ía rcligionis", dice Pío l í {Comment.,
señaba ya entonces, a dos millas de la ciudad, la gruta donde es fama que meditó" Virgilio,*^ tal como la "Scuola di Virgilio" en Ñapóles. La ciudad de Como se ap rop ió d e lo!^ dos Punios y los glorificó hacia fi nes del siglo XV en dos estatuas sedentes, bajo graciosos baldaqui nos, en la fachada de su catedral.-" Y tanto la historia como la topo grafía, recién nacida entonces no dejarán en adelante ninguna gloria I nacional sin registrar, mientras en I las crónicas septentrionales sólo i aquí y allá, entre papas, emperado'res, terremotos y cometas, se hace la observación incidental de que por aquellos tiempos "floreció" C S I l o aquel hombre célebre. De que manera, bajo el influjo, esencialmen te, de la fama, se desarrolló una excelente escuela biográ fica, lo con sideraremos en otra ocasión; aqui nos referiremos únicamente al pa triotismo local del topógrafo, que registra, en cuanto a la gloria se refiere, las aspiraciones de su ciu .^dad. En la Edad Media las ciudades estaban orgullosas de sus santos y de las reliquias que conservaban en sus templos.'*- Con aquéllos empic za todavía su enumeración, por el año 1450, el panegirista de Padua Michele Savonarola; ^ pero pasan luego a tratar de los "hombres cé lebres que no han sido santos", aunX, pág. 473). El nuevo género de glu ria tenía que pareccrlcs incómodo a muchas gentes acostumbradas a otr.^ cosa. Véase Neuesle Reisen de KeysIcr, página 1.106. •íi Como es sabido. Plinio et Viejo. era de Verona. *~ A esta actitud rcspbnde aún esencialmente, el curioso escrito D< Laudibus Papiae (Muratori. X ) , d-.! siglo xtv; mucho orgulíq municip;v pero nada de gloria, especialmente hi\ blando. ^-'í De laudibus Patavii^ en Muraío n, XXIV, col. 1.151 y siguicnés.
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que por su admirable espíritu y por su fuerza insigne (virtus) merecen acr colocados junto a los santos, lo mismo que en la antigüedad la fi gura del hombre célebre lindaba con la del héroe.^* La siguiente enume ración es en alto grado caractcrístitico de la época. Viene en primer lugar Antenor, hermano de Priamo, que con una hueste de troyanos fu gitivos funda Padua ; l uego el rey Dárdano, que venció a Atila en los Montes Eugareicos, le persiguió y le mató en Rimini con un tablero de ajedrez; el emperad or Enrique IV, que mandó construir la cate dral; un rey Marco, cuya cabeza se conserva en Monselice; siguen lue go un par de cardenales y prelados como fundadores de prebendas, co legios e iglesias; el célebre teólogo Fra Alberto el Agustino; una serie de filósofos, con Paolo Véneto y cl un ¡versal mente conocido Pietro de Abano a la cabeza; el jurista Paolo Padovano; y, en fin. Tito Livio y los poetas Petrarca, Mussato, Lovato.. . Si se advierte al^ na es casez de celebridades guerreras, el autor se consuela con la compensa ción por el lado docto, pensando en Ot carácter más duradero de la glo ria intelectual, ya que la gloria gue rrera es enterrada, a menudo, con el cuerpo del héroe, y si dura, '^''•^ H los sabios lo debe. También cons tituye un honor para la ciudad que por propia voluntad de éstos fuenm inhumados, dentro de sus mu ros, ítueri-eros que no habían nacido en ella, militares famosos como Pieiro de Rossi, de Parma, Filippo A r iel Ii, de Piacenza, y sobre todo tiattamelata de Narni (t 1442), cui& estatua ecuestre en bronce, como ti de "un César triunfador ", se er guía ya entonces en la iglesia del
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santo. Me ncion a después el autor una multitud de juristas, médicos y nobles, que no sólo habían reci bido, como tantos, la dignidad ca balleresca, "sino que la habían merecido". Añ ade una lista de me cánicos, pintores y músicos famosos y termina c on un espadachín. Michele Rosso, cuya figura aparecía pintada en muchos lusares como el más célebre de los esgrimidores. \ funto a estos ecos de gloria local, ^n los cuales se confunden mito, le yenda, invención puramente litera ria, prurito de destacarse y asom bro popular, van laborando los poe tas filólogos en la erección de un panteón general de glorias univer sales; escriben co mpilaciones de las vidas de hombres y mujeres céle bres, a menudo bajo la influencia directa de Cornclio Neix)te, del fal so Suetonio, de Valerio Máximo. Plutarco (MuUerum virtutes). Hicronymous: (De viris illustribus), etc. O p oetiza n, sencillamente, a base de visionarios cortejos triunfales, de ideales y olímpicas asambleas, como Petrarca en su Trionfo della {ama, por ejemplo, Boccaccio en su Amo rosa visione, con cita de centena res de nombres, de los cuales co rresponden las tres cuartas partes, por lo menos, a la Antigüedad, y el resto a la Edad Mcdia.^^ Poco a
^5 En Casus virorum illustrium de Boccaccio sólo el libro último —el no veno— corresponde a tiempos poste riores a ía Antigüedad- Lo mismo ocu rre —mucho después— con el libro 21 de los Commentarii ur&aní de Ralph. Volaterranus, que es el noveno de la Antropología; de los papas y los em peradores trata en los libros 22 y 23 especialmente. En la otra De claris mulieribus del agustino Tacobus Ber gomensis (hacia el año 15ÍX>) pág. 105, nota, predomina la Antigüedad y. más aún, la leyenda, pero luego nos da "Nam et veteres nostri tales aut algunas biografías de mujeres •livos aut aetema memoria dignos non halianas. valiosas En Scardeoníus (De urb. Paiiiiinerho praedicabant. Quum virtus tav, antiq., en Graev., Thesaur., V I MÍNIMA sanctitatís sit consocia et parí III, col. 405 y sigs.), sólo se enume¡•iiiaiitur pretio."
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poco se va íratando este element o, relativamente moderno, cada vez con mayor relieve. Los •historiado res incluyen ya las características personales en sus obras y surgen co lecciones de biografías de contem poráneos célebres, como las de Fi lippo Villani, Vesnasiano Fiorentino y Bartolommeo Facio,^* en últi mo término, la de Paulo Jovio. lín cambio Jos países nórdicos, hasta que Italia influyó sobre sus autores (sob re Trithem ius, por ejemplo), sólo tienen leyendas de santos e historias y descripciones sueltas de príncines y eclesiásticos, que en el fond o salen aún de la leyenda y que, estrictamente, puede decirse que están desvinculados de cuanto se refiere a la glo ria, es de cir, a ta notoriedad alcanzada per sonalmente. La gloria del poeta que da limitada al círculo de determi nadas clases sociales; en los países nórdicos sabemos ios nombres de los artistas, casi exclusivamente, en
cuanto figuran como artesanos o F miembros de un gremio. El poeta filólogo tiene, empero, en Italia, la clara conciencia —co mo ya hemos dicho— de que cl es el administrador de la gloria y hasta de la inmortalidad. Y también del olvido."'''' Ya Boccaccio se queja de una bella celebrada p or él , que no ablandó su corazón para que la siguiera cantando y alcanzar así no toriedad, y le da a entender que en adelante va a hacer la prueba con el vituperio.""* Saimaza ro amenaza con la oscuridad eterna a Alfonso de Ñápeles *^ —que huyó cobarde mente ante Carlos V I H — en dos magníficos sonetos. Angelo Poliziano conmina seriamente (1491) a! rey de Pürtugal,"-" con motivo de los descubrimientos de África, pa ra que vele por lo que se refiere ; i la gloria y a la inmortalidad, para lo cual debe mandarle a tiempo ;i Florencia los materiales, a fin de que ét, Polizano, les dé "estilo' (operiosus excolenda): de lo con trario, podría ocun-irle lo que a aquellos cuyos hechos, privados de la ayuda de los sabios, "quetlaron ocultos en la basura de la humaiKi fragilidad". El monarca (o en su lugar un canciller de pujos h u m a nísticos) aceptó el negocio y prív metió que, por lo menos, se man darían a Floren cia, en traducción italiana, los anales portugueses dv los hechos de África, para que consagrasen en lengua latina. Si a -í se hizo realmente, no lo sabemos Semejantes pretensiones no son tan vacuas como pueden parecer a pri
ran paduanas célebres, en primer tér mino en una leyenda de la época de las emigraciones; vienen luego trage dias, rebosantes de pasión, con cl tema de las luchas entre los partidos en los siglos XIII y XIV; a continuación al gunas figuras de temerarias heroínas y seguidamente las figuras de la fun dadora de conventos, de la consejera política, de la médica, de la madre de tiumcrosos y excelentes hijos, de la mujer docta, de la rústica que mucre por conservar su inocencia y, final mente, la de la hermosa y doctísima mujer del siglo xvi, a cuyos pies llue ven los poemas. Termina con la poe ^7 Ya un juglar latino del siglo xii tisa y la novelista. Un siglo después hubiera sido necesario añadir, a la lis- —un escolar vagabundo que mendiga lii de toda,s estas paduanas célebres, la un traje con su canción— «menaz;i profesora. Las mujeres famosas de la con él. Véase Carmina Burdt'ia, pági Casa de Este en Ariosto, Orlando fu na 76. í « Boccaccio, Opere v^^ari, vul. rioso, XIII. Los V i V i illustres de Fació, una XVI en el soneto 13: Palljdo, v^nto. . ' de las más importantes obras de este etcétera. Entre otros, en Roscoe, eco V, tipo, del siglo xvi (editor Mehus). no i me ha sido accesible, desgraciada ed. Bossi, página 203. Angelo Poliziano. Fpp.. lib. \. mente.
LA CUl.TUlíA ütíL R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
mera \ista. No es indiferente, ni ^Duchísimo menos, la redacción H | que aparecen las cosas (aún las 'más importantes) ante los contem poráneos y ante ta posteridad. El mundo lector de Occidente estuvo durante largo tiempo realmente do minado por los humanistas italianos cun su método narrativo y su latín. los mismos poetas italianos, has*I siglo xviii, llegaron a un núK> de lectores mucho tnayor que rdc ningún otro país. Por sus relatos de viajes, el nombre de pila I'1 flore ntino Americo Vespucci llea ser el nombre de la cuarta j M r t e del Mundo. Y si Paulo Jovio, con toda su superficialidad y su ar bitrariedad elegante, se prometió la inmortalidad,^^ no hay duda de que hus esperanzas no han quedado del ludo defraudadas.
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rece traer más glorja que desdoro, cualesquiera q ue sean su índo le y su desenlace".^- En ocasión de más de una empresa sorprendente y te rrible se nos da como motivo, en ecuánimes historiadores, el deseo ardiente de consumar algo grande y memorable. Revélase aquí, no una mera degeneración de la vanidad común, sino algo realmente demo níaco, es decir: una falta de liber tad en la decisión, unida al apelar a recursos extremos, sin que impor te el éxito mismo como a tal. El propio Maquiavelo enfoca así, por ejemplo, el carácter de Stefano Porcari (véase página 58."^' Los docu mentos sobre los asesinos de Galeazzo María Sforza (ver página 32), que se han conservado, vienen a decimos lo mismo, poco más o menos. Hasta Varchi (en el libro V ) atribuye el asesinato del duque Alessandro de Florencia (1537) a la avidez de notoriedad de Lorenzino Medici (véase página 3 3) . Pe ro este tipo de motivación aparece destacado con mucho más vigor en Lorenzino, puesto en Paulo Jovio; la picota por un panfleto de Molza, a causa de la mutilación de esta tuas antiguas en Roma, medita rea lizar un hecho cuya "novedad" haga olvidar aquella ignominia. Y asesi na a su príncipe y pariente. Son éstos auténticos rasgos de esta épo ca de energías y pasiones agitadas, pero ya en trance de desesperación, como lo fue un día el incendio del templo de Efeso en tiempos de Filipo de Macedonia.
Junto a semejantes med idas para HUrantizar externamente la gloria, se descorre aquí y allá la cortina, y descubrimos entonces, en su pavo- ' i'üsa y verdadera expresión, la am bición más colosal y ta más increí ble sed de grandeza, prescindiendo del objeto y del éxito mismos. Así. Maquiavelo, en el prólogo a sus Historias florentinas, censura a sus [•rcdecesores (Lionardo Aretino, >í;gio) por el silencio, demasiado .reto que guardaron en cuanto refería a los partidos de la ciu1. "Se equivocaron en muy gran dida, demostrando con ello que lücíaii poco la humana ambición •u avidez de perpetuar la fama su nombre. jCuántos que no puton destacarse por nada loable intentaron po r la ignominia! ¡N o •iisideraron aquellos escritores que la acción que tiene grandeza Véase también Discorsi, I, 27: ' orno ocurre en los actos de los "El crimen de tristizia puede tener "grandezza" y ser en "alguna parte •narcas y de las naciones— pageneroso"; ta "grandezza" puede des pojar a una acción de toda "infamia": el hombre puede ser "onorevolmente Paulo Jovio, De romanis piscibus, tristo", en contraste con "perfeitamen.icfalio (1525): La primera década le buono". ;us historias aparecerá próximamen^ Síorie fiorentine, lib. VI. dice— "non sine aliqua spc im3-1 Paulo Jovio, F.logia, con motivo I ii latis". de Marius Molza.
LA CULTURA DlíL R E N A C I M I E N T O EN ITALIA JACOB BURCKHARDT
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natal, donde el ingenio pululaba en el arroyo. El tipo superior de esta gente es el del hombre gracioso (l'uomo piacevole) y el tipo infe rior el del bufón y el del parásito vulgar, que hace acto de presencia en bodas y festines bajo la consigna "si no he sido invitado, no es cul pa mía". Aquí y allá estos sujetos avudan a exprimi r a un joven pró digo; '^^ pero en general se les trata y menosprecia como a parásitos, mientras los chistosos que se sitúan ya en un plan o superior se dan aires principescos y consideran su inge nio como algo realmente soberano. Dolcibene, a quien el emperador Carlos IV proclamó "rey de los gra ciosos italianos", dijo a éste, un día. en Ferrara: "Venceréis al mundo, porque sois am igo del papa y ami go mío; vos lucháis con la espada; el papa lucha con el sello de las burlas, y yo con la lengua".*'^ Esto no es una simple chanza: es ya un presentimiento de Pietro Aretino Los más célebres graciosos de me diados del siglo XV fueron un párro co de los alrededores de Florencia. Arlotto, por l o aue se refiere al chiste fino (facezia), y el bufón de la Corte de Ferrara, Gonclla, para las bufonadas. Es arriesgado com parar sus historias con las del cura de Kalenberg y Till Eulenspiegel. Estas últimas surgieron de un modo casi mítico, distinto por completo, con la colaborac ión de todo un pue blo, de modo que quedan situadas más bien en la esfera de lo accesi ble a todos y de valor general , mien tras Arlotto y Gonella eran pet^onahdades históricas, Idealmente co • Novelle, 40 y 4) ; tratan de Ri- nocidas y localmentc condicionadas. iii da Camerino. "" IVir muy ingenioso que pueda Agnolo Pandolfini, Del gobernó li i la invención de la conocida della famiglia, página 48. Brunellesco y et tallista gorFranco Sacchetti, Novella, Í56: que parecemos cruel. comp. Novella, 26. Las Facetiae de Pogoveile, 49. Y , sin embargo, se gio tienen afinidad con Sacchetti por sensación —según la Novella, su contenido: burlas, insolencias, in que, en más de un trance, comprensión de personas ingenuas an de la Romana era capaz de te la obscenidad refinada, pero, es lo y raya al más endiablado mayor el ingenio verbal, que delata
'I - circundante ,V.
L A BURLA Y EL SARCASMO MODERNOS
muchas coleccion es de nov elas cor- I elemento correctivo, no sólo de tas. I la gloria y de la moderna avidez de En las Cien Novelas Viejas, que I lleva fama, sino del individualismo deben proceder aún de fines del si- • do al extrem o, son la burla y el glo xni, se echa todavía de menos I sarcasmo modernos, sobre todo en el chiste, esc hi¡o del contraste, y a la íorma prodominante de la agu lo mismo ocurre con la burla; ^ I deza, que acabó por predominar. De su objeto es, tínicamente, dar una I la Edad Media sabemos hasta qué forma bella y sencilla a doctos dis-1 extremo inconcebible se azuzaban, cursos y a historias y fábulas inge-1 con simbólicos sarcasmos, los ejér niosas. Pero si algo delata la vene-M citos enemigos, los príncipes y gran rabie edad de esta colección es ca^ des enemistades, y cómo se hacía balmente la falta de sarcasmo. C o n caer sobre el vencido el peso de la el siglo XI V surge Dante, que en \m máxima ignominia simbólica. Pero expresión del desdén sobrepasa crM de otra parte, en las disputas teoló muchos codos a todos los poetas d e l gicas, y bajo el influjo de la retóri mundo y que —para dar un ejemM — por aquella infernal píntur* ca y la epistolografía antiguas, em pío de género de los impostores ^"^ putM pieza, aquí y allá, a convertirse la de considerarse el maestro supre ma agudeza en un arma: la poesía pro- de la más colosal comic idad. Com venzal desarrolla un género propio Petrarca empiezan ya las co le cc íJ de canciones de reto y de sarcasmo; nes según el modelo de Plutarco tampoco falta esta nota, ocasional (Apothegmata, etc.) Todo el satf mente, en los Minnesingcr, como lo casmo que fue luego acumulándnsí* demuestran sus poesías políticas."^ en Florencia, en el curso de! mcu Pero la agudeza sólo podía llegar clonado siglo, nos lo brinda, en a ser elemento independiente de la notable selección, Franco Sacciuiil vida con la existencia de su vícti en sus novela s. En general no no» ma regular: el individuo con aspi ofrece verdaderas historietas, sino raciones |>ersonaIes. Aquí va no se LTÍplieas dadas en determinadas 1 — i n p e n u i d • I limita a lo verbal y escrito; aquí pasa al terreno de los hechos, re r é p l i c a s u a u i í a í -ii ^, curre al chasco, combina tretas, las cunstancias, h orribles ineenuid. . llamadas "burle" y "beffe", que con que se desahogan ti pos de m constituyen el contenido esencial de res semilocos. bufones de corte, pi caros y mujeres de vida air.nl.i Lo cómico reside en el detonimi' i La Edad Media es rica en las contraste entre la ingenuidad llamadas poesías satíricas, pero no dadera o aparente, por una pant constituyen aún sátira individual, sino una sátira de cuño general, referida a ^ Por excepción encontraremos i clases sociales, categorías, poblaciones, un chiste insolente, Novena, 37, I etc., sátira que fácilmente adquiere el ^'^ Inferno. XXI y XXII. .^I úni tono didáctico; la condensación gene paralelo posible sería ArislófÜnes. ral de toda esta orientación es, por, Un tímido comienzo' en Ope e.tcciente modo, la fábula de Reineke: pág. 421 (en Rerum meniQrantIuru Fuchs, en todas sus redacciones en los lib. I V ) . También, por ejemplo, p distintos pueblos de Occidente . Por lo 868, en Epp. senil, X, 2. -A veces t' que se refiere a la literatura francesa ne aquí el chiste verbal unLsamr ifl de este género, tenemos un nuevo e interesante trabajo: Lenient, La satire propio de su medieval refugio: ^ m yento. en France au Mayen Age. F,l
V las demá.s circunstanc ias del muny la moral vigente, otra. Todo parece trastocado, la expresión se recurre a todos medios, hasta al remedo de dclúnados dialectos de la Alta Itapor ejemplo. A menudo encon11 amos, en lugar del chiste, la ln.solencia sin p aliati vos, el fraude '"^ero, la bla^emia y la inmundiun par de bromas de condotlure,^^ son de lo más grosero y mal intencionado que cabe imaginar. Al liunas burlas resultan de una alta eomicidad; otras, sin embargo, son w')lü una presunta demostración de ntiperioridad, de triunfo sobre un mlversario. Hasta qué punto la vícdc la burla perdonaba ésta o itentaba con ganar de nuevo or del auditorio mediante una 1 oportuna, lo ignoramos; pepezamos realmente con mucha dureza y mucha malignidad exenta de ingenio, que debieron de perturItiir grandemente, sin duda, la vida ' I entina.®** El inventor de chanzas I narrador de historias son ya iras inevitables, y tienen que ha.c dado entre ellos verdaderos (ipos clásicos, muy superiores al Imple bufón de Corte, ya que a le faltaba la competenc ia, el ilico renovado y la rápida comiisión del auditorio (que eran las (lijas de residir en Florencia). i eso encontramos florentinos coluiéspedes en las Corles de los de la Lombardía y la RoII. y parece que estos viajes icsidtaban mucho más beneficio()ue la estancia en su ciudad
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cl filólogo,
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Pero si se insiste en la comparación y se quiere extenderla a las "bm-las" de los pueblos no italianos, en general se verá que, consideradas en coniunto, las "burlas", tanío en los jabliaux *^ franceses como cnlre los alemanes, por ejemplo, están en primer término basadas en una ven taja o en un goce, mientras el chis te de Arlotto v la bufonada d e Gonella, surgen c omo fines en sí mismos, sin otra aspiración que la de procurar un triunfo a sus auto res, una satisfacción. (En Till Eulenspiegel encontramos, además, co mo peculiar matiz , la nergonifícaeión, bastante horra de ingenio, por lo general, de la travesura contra determinadas clases y oficios). Con amargos sarcasmos y refinadas ven ganzas,*'*'^ el bufón de la Casa de Este supo resarcirse más de una vez de las htunillaciones de que era ob jeto. El género del "uomo piacevole" y del bufón sobrevivió largamente a la libertad de Florencia. Bajo el du que Cosimo floreció Barlachia y a principios del siglo xvii alcanzaron notoriedad Francesco Ruspoli y Curzio Marignolli. De modo muy peculiar se muestra en el papa León X la afición, auténticamente floren tina, por los bufones. El alto prín cipe, amante de los más finos poces del espíritu, y en este sentido in saciable, no sólo soportaba sino que reclamaba en su mesa la presencia de unos cuantos graciosos y tragal dabas, entre ellos dos muieres y un lisiado.^ En ocasión de alguna fies ta, los trataba como parásitos con rebuscado sarcasmo de tipo antiguo, haciéndoles sirvir monos y cuervos
Es evidente que lo mismo ocu rrirá en las novelas de los italianos cuyo contenido tiene aquí su fuente de inspiración. 6^ Según Bandello — IV , Novella 2— podía Gonella desfisurar su ros tro con los rasgos de otras personas y sabía remedar todos los dialectos de Italia. *30 Paulo Jovio, Viia Leonis X.
como si fueran manjares delicadísi mos. León sabía reservarse la burla para su uso particular, era propio de su tiesura espiritual tratar a veces irónicamente sus ocupaciones favoritas —^la poesía y la músi ca—, fomentando, tanto él como su factótum el cardenal Bibbiena, la caricatura de estas artes. Ningii no de los dos encontraba impropia de su alta jerarquía trastornar :i fuerza de lisonjas a un viejo secvi tario hasta que llegase a creerse un gran técnico musical. Al improvi sador Baraballo de Gaeta confundií^ León X con las más zalameras v constantes alabanzas, hasta tal c\ tremo, que aquél llegó a aspirar SLñámente a la corona poétic a d e l Capitolio. El día de los patrono; de los Medici, San Cosme y San D;i mián, hubo de amenizar con su de claraación, bien arreado de laureles y púrpuras, el papal banquete, y cuando ya nadie podía detenerse di' risa, se le hizo subir en el patio del Vaticano, al elefante, enjaezado 'de oro, que Manuel el Grande de Por tugal había regalado al Vicario de Cristo, mientras éste —el Vic ariü -contemplaba el espectáculo desde arriba a través de su monóculo.'if Pero el animal, asustado con el es truendo de clarines y trompas y con el clamor de los vivas de la concu rrencia, no halló modo de pasar el puente de Santángelo. La parodia de lo solemne y I d sublime con que tropezamos aquí cii forma de corteio tenía ya cntonccH un lugar importante en la poesíii, Tuvo, ciertamente, que buscarse víc timas distintas de las de AristóliiLo del monóculo no se basa MV lo en el retrato de Rafael, en el ciiiil podría ser interpretado como lente p;i ra mirar las miniaturas del deVocionn rio, sino en una noticia de Pellicamiísegún la cual León contemplaba iitii. procesión de monjes a través de un» specillum (ver Züricher T^chenbwk de 1848. pág. 177) y en el í^ri^ cóncavo" que, según Jovio, msaba sus partidas de caza.
LA C U L T U R A DEL R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
i, por e jemplo, que po día hacer a los grandes trágicos en sus édias. Pero por la misma ma•ez cijltural que en determinada hizo surgir entre los griegos auge de ía paro dia, la hi zo flor aquí. Ya a fines del siglo xiv líos encontramos con la burla, en forma de soneto, de las amorosas I lulechas de Petrarca, y con otras iiiiilaciones por el estilo; hasta la misma forma de los catorce versos, lun su solemnidad, es tratada bur lescamente a base d e disparatados esoicrísmos. Y nada incitaba tanto I I parodia como la Divina Comedia. Lorenzo el Magnifico ha sabido llemi' a extremos de comicidad realiHi 'iUe admirables, remedando el es tilo del Inferno (Simposio o i ni). Luigi Pulci imita claramenen su Margante a los improvisa res, y tanto su poesía como la 1 Boiardo, por la libertad con que i'Utan el tema, constituyen, en al tillos pasajes, una semiconsciente dia de la poesía caballeresca ieval. El gran parodista Teófilo :o (ñac ia el año 152 0) sigue camino recto. Bajo el nombre Limemo Pi íocco compone el '¡andino, en el que el espíritu cao aparece, como un marco de moda, en torno de una ocurrencias y escenas de cter moderno. Bajo el nombre Merlinus Coecaíus describe los is y aventuras d e sus rústicos [abundes, inserta también eles de modo realmente brillante. \ mitad del Renacimiento se llerealizar un análisis teórico te y se fija su aplicación y exacta para uso de la más distingtfida. El teóri
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en su es co es Joviano Pontano ; tudio sobre el discurso, especialmen te en el libro cuarto, hace, singular mente, la prueba de analizar nu merosos chistes o facetiae, con el propósito de llegar a un principio general. Cómo debe manejarse la agudeza entre gente de condición nos lo muestra Baldassar Castlglione en su Coríigiano.*^^ Naturalmen te que sólo se trata, en sustancia, de solazar a terceras personas con el relato de historias y dichos có micos y graciosos; la chanza direc ta no se considera muy recomenda ble; por ella se puede, en efecto, humillar a desdichados y honrar ex cesivamente a gente perversa, así como despertar el deseo de vengan za en los poderosos y en los acos tumbrados a la hsonja. En cuanto al arte de la narra ción, también se recomienda que las gentes distinguidas hagan un uso moderado de la mímica, es decir, de las muecas y ademanes. Siguen después, no sólo con fines de rela to, sino como paradigma para fo mentar la invención , una serie de chistes sobre cosas y palabras, en colección abundante, metódicamen te ordenados por géneros. Entre ePüs se encuentran muchos realmen te excelentes. Más severa y cauta se nos muestra, dos decenios después, la doctrina de Giovanni della Casa en sus consejos sobre buenos mo dales; •^'^ en consideración a las po sibles consecuencias, recomienda que destierre en chistes y burlas el pro pósito de triunfar. Es el heraldo de una reacción que tenía que venir. Joviano Pontano, De Sermone, comprueba dotes especiales para el chiste, además de en los florentinos, en los sienenses y perusinos; añade después la Corte española, por pura cortesía. «9 // coríigiano. lib. I I, fol. 74 y sigs. Véase la derivación del chiste del contraste, si bien no aún de un modo completamente claro, en fol. 76. ™ Calateo, de Giovanni della Casa, ed. Venecia, 1789. págs. 26 y 48.
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En realidad, Italia se había con vertido en una escuela de maledi cencia como no ha conocido cl mun do otra, ni siquiera la Francia de Vollaire. No es que a éste y a sus congéneres les faltase espíritu de negación; pero ¿donde encontrar en el siglo XVIII la plétora de víctimas propicias, aquella serie interminable de personalidades peculiarísimas. de depuradísimos espíritus, celebrida des de toda esoecie, hombres de Es tado, clérigos, inventores y descu-. bridores, literatos, poetas y artistas, que no oponían la menor suieción al vital desdoblamiento del propio carácter. Esta gran muchedumbre era algo real y palpable en los si glos XV y XVI. y ¡unto a ella había engendrado el alto nivel cultural una terrible casta de ingeniosos im potentes, de criticones y maldiceníes natos, cuya envidia exigía sus hecatombes; añádase a esto la en vidia, entre sí, de los ilustres y fa mosos. Aquí fueron los primeros los filósofos —Filelfo, Poggio, Loren zo Valla, entre otros— mientras que, por ejemplo, los artistas del siglo XV puede decirse que, salvo raras excepciones, convivían en pa cífica emulación. La historia del arte debe tomar nota de ello. El gran mercado de la gloria que era Florencia se adelanta en este camino, como hemos dicho, a las demás ciudades. Se afirma del flo rentino que tiene "mirada penetran te y lengua maligna".'''^ Un suave to no zumbón sobre todo v sobre to dos parece ser lo que imperaba en el trato cotidiano. Maquiavelo, en el curiosísimo prólogo de su Man dragora, señala —con razón o sin ^1 Letfere pitforiche, I, 7Í, en una carta de Vine. Borghini, 1577. Maquia velo en Stor. fior., lib. VI I , dice del joven caballero florentino posterior a mediados del siglo xv: "Gli studi loro erano apparire col vestiré splendidi, e eol parlare sagaci ed astuti, c quello che piú destrámente mordeva gli altri piú savio e da piú estimato."
ella— como causa do la cvid^. decadencia de las fuerzas moral la maledicencia general. De O I K I parte, deja entender a los que qu!e rcn denigrar le que él también n tiende de tales lances... Viene dl.^ pues la Corte papal donde, ya iradicionalmente, las más malévohis lenguas, y también las más inrc niosas, se daban cita. Ya las Ponliae de Poggio están escritas, en los mentideros de los escribanos apoy tóbeos (bugiale), y si se considera la gran cantidad de desilusionaíivts cazadores de puestos, de esperan/ít dos enemigos y competidores de favorecidos, y de parásitos de pie lados disolutos que allí se conpie gabán, no ha de sorprender que Ki> ma llegara a convertirse en el verdadero asilo tanto del pasquín desatentado como de la sátira, más especulativa de suyo. Si se añado a esto el descontento general conna el gobierno teocrático, y aún l o qui aportaba la conocida y plebeya ne cesidad de atribuir al poderoso lo das las monstruosidades imagiiiü bles, resulla una inaudita suma di ignominia.'^- Quien podía se dcli n día de ella, del modo más efie.i/ con el desdén, tanto en lo que i refiere a las inculpaciones verdade ras como a Jas falsas, o con nii porte lo más satisfactorio y alei>ir posible7-^ Los ánimos débiles, ¡ni dían. sin embargo, caer en una ^ pecie de desesperación sintiendo^ culpables, y más aún como víclini,i'. ''^ F. Fedra Ingh iraini, oraciof nebre a Lodovico Podocataro (I en Anecd. lili., I, pág. 319. Al c o l u cionista de escándalos Massaino li menciona Paulo lovio. Dialogue d\ viris litt. illustr. (Tíraboschi. t. Vil parte IV , pág. 1.631). ^ 73 Ésta era, tomada en'Conjunlt). u actitud de León X, y puede decirij que, en general, calcuI6{^exactament a pesar de la rabia coi\
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perversas habladurías.'^'* Poco a
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za en lo referente a los cardenales que l o eligieron. Bemi y otros do lo peor, y precisamente la vir- describen el ambiente en tomo del 'i'd más severa era la que segura papa con la misma capciosidad pi-. nte suscitaba la malignidad más cante con que la crónica parisiense M i i e n o s a . Del gran predicador Fra de nuestros días torna lo blanco ne lígidio de Vitcrbü, a quien León X gro y hace surgir, por artificio, algo ' vó a la dignidad de cardenal por de la nada. La biografía que com méritos y que con motivo del puso Paulo fovio, por encargo del ilesastre de 1527 se reveló como cardenal de Tortosa y que. en rea monje valeroso y popular, dice | o - lidad, debía ser un panegír ico, es, ' que para conservar su palidez para todo el que sepa leer entre liica exponíanse al humo de la lincas, un verdadero dechado de sar i;i húmeda. En estos casos, Jovio casmo. Produce un efecto de alta el auténtico curial; por lo re- comicidad (sobr e todo si se tiene I ir cuenta su historia, añade que en cuenta la Italia de entonces) el eree en ella , y finalmente e n una leer cómo Adriano solicita del Ca crvación de carácter general de- bildo de la Seo zaragozana la qui iraslucir que debe de encerrar jada de san Lambe rto; cómo, luego, o de verdad. Pero la verdadera los devotos esDañoles la cargan de lima propiciatoria del sarcasmo paños y joyas "hasta que llega a I 'iiiano fue el buen Adriano V I . Era parecerse bastante a un papa bien 'iiino un acuerdo tácito tomarlo to arreado"; cómo —y con qué deta da por el lado burlesco en A driano. • lles de mal gusto— emprende el l'ur medio de la pluma terr ible de ; papa su turbulento viaje de Ostia a Hcrni lo echó todo a pe rder desde Roma; cómo delibera sobre el hun ' principio amenazando con arro- dimiento del Pasquino; cómo inte al Tíhcr, no la estatua de Pas- rrumpe repentinamente las más I 1110, como se pretendía.''^ sino a importantes audiencias porque le I • pasquinisías en persona. La venavisan que está a punto la comida, i /a fue el famoso Capitulo "con- y cómo, finalmente, tras un gobier el papa Adriano", no dictado no desdichado, muere por haber be límente por el odio, sino por el bido demasiada cerveza. Inmediata den hacia el holandés bárbaro y mente fue adornada con laurel por "'lículo; se omite la salvaje amena- alegres noctámbulos la casa de su médico de cabecera, en la que pu sieron la inscripción "Liberatori Pa" Fue cl caso del cardenal Ardí- triae S. P. Q. R." Es cierto que •1 della Porta, que, en 1491, pre Jovio, con la supresión general de tio renunciar a su investidura y rentas, había perdido la suya y que iarsc en un convento lejano. Ver •iiij en Eccard., Scripíores, II, sólo por "no ser poeta", es decir, por no ser pagano, recibió una pre 2.000. • Ver en Giraldi Cinthio, Heca- benda en compensación. Pero esta •mithi, VII, Novella. núm. 5, cl uso ba escrito que Adriano tenía oue ser hacía de la lengua a la mesa de la última víctima destacada de este ¡líente VIL tipo. Con la desgracia de Roma La supuesta deliberación sobre (1527) y con el fin de un mundo liiindimienio del Pasquino en el Tt- de extrema perversidad, se fue ex • —en Paulo lovio. Vita Hadria- tinguiendo visiblemente la maledi quc procede de Sixto IV , se cencia criminal. ' en cuenta a Adriano. Ver L'" priucipi, I, carta de Negro abril de 1523. El día de San Ejemplo: Fircnzuola, Opera, Mi íenía Pasquino una fiesta es- lán, 1802, I. pág. 116, en los Discorsí que cl papa prohibió. deglí anírmúi.
i^Bco llegó a decirse de todo el mun
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Pero cuando ésta se hallaba aún los grandes se reduce a un simpléj en plena lozanía, fue en Roma prin pedir limosna o a una irrfarae c\-¡ ; cipalmente donde se formó el más plotación. En Aretino tenemos el primer ca grande de los maldicientes de los tiempos modernos: Pietro Aretino. so de gran abuso de la publicidad Una breve consideración sobre su para .tales fines. Igualmente infames carácter nos ahorrará el ocupamos eran las controversias de cien años de otros congéneres suyos de menor antes entre Poggio y sus adversarios, tanto en cl tono como en el propó importancia. Le conocemos, principalmente, sito, pero no estaban calculadas so por los tres últimos decenios de su bre la base de la publicidad impre vida (1527-15 56), que pasó en el sa, sino de una semipublicidad de único asilo posible para él; Venecia. carácter casi privado. Aretino va a Desde aquí mantenía a todas las ce su neg ocio de una manera total y lebridades de Italia en una especie absoluta; desde cierto punto de vis de estado de sitio, y a este asilo le ta es uno de los más antiguos pre llegaban las dádivas de los prínci cursores del perio dismo. A interva pes extranjeros que necesitaban su los regulares hace imprimir sus cur pluma o la temían. Carlos V y Fran tas y sus artículos, que ya mueho cisco I le pensionaban los dos al antes han circu lado de ía maium mismo tiempo, pues cada uno de más amplia."'-* Comparado con las plumas ni;i ellos esperaba que Aretino fustiga ría al otro; pero Aretino los hala mordaces del siglo x v i i i , Aretino les gaba a los dos, extremando la lison lleva la ventaja de que no se obscr ja con Carlo s, naturalmente, porqu e va en él el menor lastre de. prin éste quedó dueño de Italia. EÍespués cipios, que no le agobian la ilus de la victoria de Túnez subió de to tración ni la filantropía, ni langiiuii no esta lisonja, adquiriendo el ca otra virtud, ni siquiera la cieui ni rácter de la divin izació n más ri Todo su equipo lo constituye el dicula. Es pertinente advertir, con nocido lema: Verilas odiunt pant este motivo, que Aretino no renun Por eso no se ponía nunca en vw ciaba a la esperanza de, con la ayu dencia con situaciones falsas, eimu da de Carlos, ser nombrado carde Voltaire, por ejemplo, que hubu de nal. Cabe presumir q ue gozaba de renegar ignominiosamente de su / ' » una protección especial co mo agen celle y esconder otras muchas et)^iii te de España, ya que por medio de durante toda la vida . Areti no ci( sus escritos o con su silencio podía las cosas por su nombre y llegó \m coacciona r a los pequeños príncipes ta vanagloriarse, en horas tardíim, italianos e influir sobre la ooinión de sus malfamados Ragíonamcnn pública. A l Papado afectaba despre Su talento literario, su prosa líinni ciarlo de todo corazón, porque lo da y picante, sus ricas dote^ d conocía de cerca; el verdadero mo observación, su conocimiento ú tivo era, sin embargo, que en Ro hombres y cosas, bastarían, en t ma no se le quería ni se le podía do caso, para hacer notable su obij ya subvencionar."^^ Sobre Venecia, aunque le fue negada la cabal ct que le hospedaba, callaba prudente 'i'* Cómo se hacía temer así . : mente. El resto de sus relaciones con cialmentc de los artista», no es t - ' tuno considerarlo aquí.' El primí! •i'S El Duque de Ferrara, cl 1 de vehículo publicitario de la Refo? folleto-.en relación q | enero de 1536. Haréis el viaje de Ro alemana fue clasuntos. Aretino, en ca ma a Nápoles "ricreando la vista av- determinados er. periodista en el sentido de Ol vilita nel mirar le mlscre pontificali bio, él alienta un anhelo constante con la contemplaíionc delle eccellenze en publicidad, -J,^ imperiali".
LA C U L T U R A DEL R E N A C I M I E N T O EN ITALIA
ion de la obra de arte, el sende la auténtica estructura dra;ca de una comedia, por ejemplo, pún hay que considerar, aparte analignidad, ya tosca, ya delicasus brillantes dotes para la agu deza grotesca. En ella, en ciertos Instantes, no le supera ni Rabelnis.*« E n tales circunstancias y con ta, designios va en pos de botín ii^uardando su presa o rondándola. II modo com o apostrofa a ClemenVI I pidiénd ole que no se queje, i!u que pcrdone,^^ mientras los la mentos de la Roma asolada llegan ' sta el castillo de Santángelo, cárdel pontífic e, es como el sar10 de un demonio o de un simio, veces, cuando ha de renunciar nitivamente a" la esperanza q ue iera en una d ádiva, estalla su a en salvajes aullidos, como, por I mplo, en el Capitolo al Príncipe Salemo. Éste lo había estado hrencionando durante algún tiem£ no quiso seguir haciéndolo. En lio, parece que el terrible Pier ia Famese, Duque de Parma, nuntomó en cuenta. Como este señor se mostraba sordo a to^eptaeión persuasiva y nada poíntentarse por las buenas, Are, se venga describiendo su as ió físico como el de un esbirro, ^Biolinero y un panadero.^- Areresulta, sobre todo, gracioso o mendiga en tono lastimero, por ejemplo, en el Capitolo icisco I; en cambio no podeleer sin profunda repugnancia, r de su comicidad, la mezcla lenazas y lisonjas con que troos en algunas de sus cpístoen algunos de sus poemas, carta como la que escribe a 11 Ange! en noviembre de
^P*or ejemplo, en el Capitolo a wmnte, un mal poeta. Lástima que ^^n>rzoso suprimir las citas. ^.¿eítere, ed. Venecia, 1539, fol. 31 de mayo de 1527. ^3n el primer Capitolo a Cosimo.
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1545,"'' constituye algo que no tiene parangón; con todos los respetos admirativos (por el Juicio final), le; amenaza por irreligiosidad, por in decencia y por robo (a los here deros de Julio 11), y en un postscripluní conciliador añade: "Sólo os he querido demostrar que si sois divino (di-vino), yo no sov d'acqua". Y es que Aretino ponía gran empeño —no sabemos si por loca presunción o por complacencia en la parodia de todo lo elevado— en que también a él se le llamara di vino. El hecho es que su celebridad personal llegó tan lejos que incluso la casa en que nació, en Arezzo, se exhibía como curiosidad local.^ Por otra parte, es cierto que en Venecia se pasaba meses enteros sin atre verse a salir de casa por miedo a encontrarse con algún florentino irritado, como el joven Strozzi, por ejemplo. Tampoco faltaron puñala das ni palizas terribles,*'^ que no tuvieron, sin embargo, el resultado que Bemi había vaticinado en un soneto famoso. Murió en su casa de un ataque de apoplegía. En la lisonja hace notables dife rencias; con los no italianos recurre al halago grosero ; con personajes como el duque C osimo de Floren cia sabe expresarse con mayor dis creción. Alaba la belleza del prín cipe, todavía joven entonces, quien en realidad poseía este don —y en alto grado—, declarándolo bello como Augusto; elogia su conducta moral, con una mirada de reo jo a los negocios de dinero de la madre de Cosimo, María Salvati, y acaba
S3 Gaye, Carteggio, II, pág. 332. Véase la insolente carta de 1536 en las Leltere pittor, I. Append. 34. 83 L'ATetin por Din grazia, é vino e sana, Ma'l moxtaccio ha fregiato nobilmenle. E piú colpi lia che dita in una mano. ( M a u r o , Capitolo in lode delle buRte.)
^ Véase, por ejemplo, la carta al cardenal de Lorena, Lettere, ed. Venecia, 1539, del 21 de noviembre de 1534, así como las cartas de Carlos V.
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gimiendo por lo cara que está la vida y suplicando una limosna, etc. Si Cosimo le pensionaba.*^ y con una suma bastante respetable (160 ducados anuales en los últimos tiem pos) , teniendo en cuenta su poca inclinación para cuanto supusiese gastar dinero, era, por razón de con siderarle peligroso como agente de España. Aretino podía permitirse soltar la lengua contra Cosimo, bur lándose de él e iniuriándole, pero en cierta ocasión amenazaron al en cargado de negocios florentino con obtener de Cosimo su destitución. Y aunque al fin, el Medici llegó a saber que Carlos V conocía sus pro pósitos y jiensamientos, no le pare ció conveniente que en la Corte imperial circularan chistes a cosía suya ni versos burlones compuestos por Aretino. Es muy graciosa su li sonja al "alcaid e de Musso", el Marqués de Marignano, que había intentado fundar un Estado propio. Agradeciéndole el envío de cien es cudos, le escribe Aretino; "Tenéis todas las cualidades que debe po seer un príncipe, y todos lo verían así si la violencia inevitable en to do principio no os hiciera aparecer un poco rudo (aspro)".^^
mo algo particular , que Aretino, en su maledicencia, sólo se ocupó del mundo, sin blasfemar nunca contni Dios. Teniendo en cuenta su con ducta general, nada nos importa, realmente, lo que creía, como nad;i nos importan los escritos edifican tes que publicó por motivos exclu sivamente exteriores.*^^ Por otra par te no alcanzo a ver qué hubiera podido moverle a blasfemar. No ejercía la profesión docente, ni era pensador ni escritor teórico; tam poco podía obtener de Dios sumas de dinero recurri endo a lisonjas y amenazas, lo que quiere decir que no pudo sentirse acuciado a la blas femia por una negativa. Hombre de esta catadura moral no iba a tomar se molestias desinteresadamente. Nada habla tanto en pro del es píritu italiano de nuestros días que poder comprobar cómo conductas y caracteres de este tipo hayan llega do a ser total y absolutamente in;iposibles. Pero desde el punto de vista de la consideración histórica, Aretino* en su lugar y en su momen to, será siempre una figura impor< taníe y significativa.
Podría esto deberse a las L ranzas que tenía puestas en el caixlr, o bien al miedo de las cruentas sen tencias de la Inquisición — a la cuiíl se había atrevido a censurar áspciii 8T Ver para el texto a continuación mente todavía en 1535 (ibid., Í O\\M Gaye, Carteggio, 11, págs.. 536, 337 y 37) — que aumentaron repentinanun 345. te desde la reorganización del tribuiíiil ss Leilere, e d. Venecia, 1539. fol , en 1542, que impuso silencio genccil 15 del 16 de junio de 1529. Se ha hecho notar a menudo, co
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R E S U R G I R DE LA A N T I G Ü E D A D
I. OBSERVACIONES PRELIMINARES
egados a este punto de nuestra y en otras esferas, fue sorprenden lopsis de la historia de la cultura, temente grande y no cabe duda que canos ahora considerar el mundo la alianza entre dos épocas cultura iiigiiü cuyo "renacimiento ha da- les del mismo pueblo, muy separa o nombre, con parcialidad eviden das entre sí, precisamente por su te, a toda esta época. Las circuns^ elevada independencia se reveló co tiincias aludidas hasta ahora y los mo algo justificado y fecundo. Eí ' iiitecimientos descritos habrían resto de Occidente tuvo que verse linovido a la nación, y la habrían defendiéndose del impulso que lle liccho alcanzar madurez, aunque en gaba de Italia, o asimilándolo, ín nada se hubiera advertido la in tegramente o a medias. Allí donde fluencia de la Antigüedad; aún las aconteció esto deberían ahorrarse los orientaciones del espíritu a que más lamentos sobre la temprana muerte iniciante nos referiremos podrían de nuestras formas culturales me runcebirse perfectamente sin su in dievales y del mundo ideal en que dujo, en su mayoría por lo menos. germinaron. Si hubieran podido de ' ' ' • 1 0 tanto lo que antecede, como fenderse eficazmente, vivirían aún. i ][ie a continuación veremos apa- Si los espíritus elegiacos que vuel '•r, por modo múltiple, coloreado ven a esa Edad Media la miradai.itizado por reflejos del mundo nostálgica se vieran obligados a pa I I > ; m o . y aunque lo esencial de las sar en ella aunque sólo fuese una ' ;is fuera posibl e y comprens ible hora, reclamarían con apremio la MI tal influencia, siempre tendría- luz y la atmósfera modernas. Es in I . que su manera de manifestarse dudable que en los grandes proce la vida sólo con ella y a través sos de aquel tipo ha de perecer esen ella pudo alcanzar un desdobla- cialmente algún noble y valioso •iiio efectivo. El Renacimiento no . brote or igina l, si no queda impere 'icra sido el al to conoci miento , cederamente sa lvado por la t radi ulricocultural que fue, si pudié - • ción y la poesía, Pero no por ello Kitü 'S disociar sus elementos tan [ cabría desear que no sc hubiese Imente. Pero hemos de insistir ^ producido el gran hecho total. El 'O uno de los temas primor- ; hecho total consiste en este caso en del presente libro— en el he- que, junto a la Iglesia que hasta dc que no sólo él, sino su ín- entonces —y no va a ser por mu alianza con el espíritu del puc- cho tiempo ya— había mantenido Italiano, existe ya, fue 'lo que la cohesión del Occidente, surge un igó al mundo de Occidente. La ambiente espiritual nuevo que, irra ad conservada por este espiri diando de Italia, llega a convertir te variable según las circunstan- se en atmósfera vital para todo eu , Si la cons ideramos, p or ejem- ropeo culto. Lo que en este caso ^en la literatura escrita en latín, podría ser objeto de severa crítica parecemos bien escasa; pero sería su carácter impopular, el di artes plásticas, por ejemplo, vorcio entre cultos e incultos, que •
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LA CULTURA DEL RENACIMIENTO EN ITALIA
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en aquel momento surgió necesaria y la multitud de recuerdos y de mo- i mente. Pero advertiremos que esta numentos existentes aún, favorecie- ' crítica carece en absoluto de valor, ron enormemente aquella tendencia. en cuanto consideremos que hoy Basándose en ella y en la reacción mismo, aunque se reconoce cl he del mismo espíritu ponular —que, cho claramente, no puede conside sin embargo, había llegado a ser rarse superado. Por lo demás, este diferente— ante las instituciones divorcio no es en Italia tan rudo e estatales de orig en germánic olongoimplacable como en otros países. bardo, el ambiente caballeresco ge El más grande de sus poetas cultos, neral de Europa, otras influencias Tasso, está en todas las manos, has culturales procedentes del Norte y ante la Religión y la Iglesia, surge ta en las de los más pobres. La Antigüedad romana y griega, y va condensándose la nueva mo que, desde el siglo xiv, de modo tan dalidad, es decir, el espíritu italiano poderoso intervino en la vida ita moderno, llamado a dar la pauta liana como punto de apoyo y fuente y a constituir cl modelo de todo el de cultura, como meta e ideal de Occidente. De qué m odo empie za a mani la existencia y en parte también como nuevo y consciente contraste, festarse lo antiguo en las artes plás esta misma Antigüedad había influi ticas, en cuanto cesa la barbarie, do ya parcialmente en toda la Edad puede verse, por eiemplo, en las Media no italiana. El tipo de cul construcciones toscanas del siglo xii tura que tuvo en Carlomagno un v en las esculturas del siglo xin. representante no era, en esencia, Tampoco faltan los paralelos en |a otra cosa que un Renacimiento fren poesía, si hemos de con siderar ita te a la barbarie de los siglos vii y liano al más grande de los poetas como latinos del siglo xii, el que dio el VIII, y tenía que serlo. Y así en la arquitectura del Norte, ade tono para todo un género en la más de la base formal, general, he poesía latina de entonces. A él per redada de la Antig üeda d, se van tenecen las mejores composiciones induciendo también formas antiguas de los Carmina Burana. En el mag ya de un modo claramente directo, nífico caudal de aquellas estrofas así también toda la erudición refu rimadas palpita una irrefrenada giada en los conventos va asimilan complacencia en el mundo y en sus goces, y como genios tutelares apa do gradualmente una importante ma de elementos procedentes de recen de nuevo los dioses paganos. autores roman os. A partir d e Egi- El que las lea de corrido no podrá nardo, hasta el estilo no deja de ser menos de dejarse ganar por la sos pecha que en ellos habla un italia imitado de los antiguos. no, un lombardo sin duda. Pero el La A ntigü edad despierta en Ita que existen también sus motivol lia de modo distinto que en el Nor precisos para suponerlo así.^ ilasti te. Tan pronto como la barbarie cesa, surge aquí, en este pueblo, aún 1 Carmina Burana, en la Biblioti\^ semiantiguo, el reconocimiento del literarischen Vereins in Slutimti propio pasado. Lo ensalza y desea des lomo XVI. La estancia en Pavía (págl tomar a él. Fuera de Italia se trata 68 y 69 ), la localización i,taiiana e| de la utiHzación sabia, reflexiva, de general, la escena con la "pastorell* determinados elementos de la Anti bajo el olivo (pág. 145), la visión di güedad; en Italia, no sólo los sa un "pinus" como árbol •jjc praderí( bios, sino también cl pueblo, toman de amplia sombra (página 156), | partido por la Antigüedad de una reiterado uso de la palabra "braviuii (págs. 137 y 144) y espcciánnenlc 1 manera objetiva, pues en ella ha forma "Madii" pa^en llan el recuerdo de la propia gran Mar en favor por"Maji", de nuestra tesis, deza. La fácil comprensión del latín
cierto punto, todas estas poesías latinas de los "clericí vagantes" del Kiglo XII, con toda su viva y sor prendente frivolidad, constituyen sin duda un producto común europeo. Ahora bien, quien compuso e] can to De Phyllide et Flora y el Aesluans interius no era seguramente un nórdico... ¿Y podía serlo, por ventura, el fino y observador siba rita autor de Dum Dianae vitrea sera lampas oritur? Topamos aquí con un renacimiento de la concep ción antigua del mundo, que se nos muestra con claridad mayor al con trastarla con las formas rimadas medievales. Encontramos, tanto en este siglo como en el siguiente, al[unos trabajos en que se imitan icxámetros y pentámetros con el mayor cuidado, en que se observan luda clase de aditamientos tomados ti la Antigüedad, principalmente de índole mitológica, y que, sin embarni remotamente nos producen el cto de los casos antiguos. En las i:rónicas hexamétricas y otras pro ducciones por el estilo, a partir de tiuelielmus Appulus, nos encontra mos con un dili gente estudio de Virgilio, de Ovidio, de Lucano, de '•lacio y de Claudiano, pero la forI antigua es cosa elaborada y sa• i.i, lo mismo que los temas antiiiuus en los compiladores del tipo !• Vinccn t de Beauvais o en el mi!ogo y alegórico Alanus ah InsuEl Renacimiento no consiste •cisamente en la imitación y com'ición fragmentarias, sino que es ¡ K J c t a se llame a sí mismo Walther, lia decisivo nos dice en cuanto a ' origen. Generalmente se le idcntiII c o n cierto Walther Mapes, canóde Salisbury y capellán de los de Inglaterra hacia fines del sí^^•ill. Más recientemente se preten^Hhconocer en él a cierto Gauticr l ^ b U e o de Chatillon: véase Giese^^wi^ en Wattenbach. DeulscMands ftichtsquellcn im Milíelalíer (pág. sigs,) Hoy suelen repartirse esmposiciones entre autores ingleemanes y franceses.
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renacimiento integral, y eso es lo que aparece en las poesías del ciérico desconocido del siglo xii. Este movimiento de retomo a la Antigüedad puede decirse que, en gran escala y de una manera gene ral y decidida, sólo se inicia en los italianos con el siglo xiv. Requería un desarrollo de la vida urbana co mo sólo se dio en Italia y en aque llos tiempos: convivencia c igualdad efectiva entre nobles y ciudadanos y constitución de una sociedad ge neral (ve r página 79 ) que sintie ra la necesidad de la cultura y que dispusiera de tiempo y de medios para satisfacerla. P ero la cultura al pretender liberarse del mundo fan tástico de la Edad Media, no podía llegar, de súbito, por simple empi rismo, al conocimiento del mundo físico y espiritual. Necesitaba un guía, y como tal se ofreció la An tigüedad clásica, con su abundancia de verdad objetiva y evidente en todas las esferas d el espíritu. D e ella se tomó forma y materia, con gratitud y con admiración, y ella llegó a constituir, por lo pronto, el contenido principal de la cultura.^ También las circunstancias genera les de Itaha eran propicias. El Im pcrío medieval, desde la caída de ios Hohenstaufen, o había renuncia do a Italia, o no podía sostenerse en ella; el Papado se había trasla dado a Aviñón; la mayoría de las potencias efe ctivas eran ilegít imas y estaban basadas en la violencia. Mas el espíritu que había desper tado y se sentía consciente, busca ba con afán un nuevo ideal fjrme y así fue como pudieron surgir la ilusión y el postulado de un predo minio universal romanoitaliano. que, apoderándose del ánimo de las^&g^^ 2 Eneas Silvio (Opera, página 603, Episí. 105, al archiduque Segismundo), por ejemplo, nos dcseribe, en rauda sinopsis, cómo la Antigüedad puede servir de maestro y guía en todas las altas esferas de la vida.
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tes, las llevó hasta intentar una realización práctica con Cola <Íe Rienzi, La manera como éste con cibió su misión durante su primer tribunado sólo podía terminar en una extravagante comedia; mas pa ra el sentimiento nacional el recuer do de la Roma antigua no fue, ni mucho menos, un apoyo exento de
valor. Equipados de nuevo con i cultura, no tardaron los italianos cii sentirse de manera efectiva la na ción más adelantada del mundo. Bosquejar este movimiento de los espíritus, no en su forma plena, si' no en esencia, sólo en sus contor nos y en sus comienzos, constituirá nuestro propósito inmediato.-'*
11. ROMA, CIUDAD DE RUINAS Las propias ruinas de Roma goza ban entonces de una veneración muy distinta de la que inspiraban cuando fueron escritas obras como Mirabilia Romae o la compilación de Wiliiam de Malmesbury. La fan tasía del peregrino devoto, del cre yente milagrero y el excavador de tesoros queda superada en las des cripciones por las figuras del histo riador y el patriota. En este sentido deben comprenderse las palabras de Dante: "Las piedras de los muroa
de Roma merecen veneració n y li suelo sobre el cual está levantadií la ciudad es más egregio de lo que dicen los hombres." No obstante, do la enorm e frecuencia de los jubilco i apenas queda un recuerdo devoto en la literatura propiamen te dicha; cl mayor beneficio que saca Gio vanni Villani del jubileo del año 1300 es su decisión de consagrarse a la historia (véase página 4 3) , des pertada en él por la contemplación de las ruinas romanas. En Petrarca descubrimos aún un estado de áni mo que divide el interés entre ll Antigüedad clásica y la cristiana.* Nos cuenta como, acompañado de Giovaimi Colonna, escalaba f r e c i i L i i temente las gigantescas bóvedas dt las termas de Diocleciano.^ Allí, en el aire puro, en el silencio profun do, ante la vasta perspectiva que se abría ante ellos, conversaban no sd bre negocio s, ni sobre política , m sobre cuestiones domésticas, s i m sobre la Historia con la miíaiin puesta en las ruinas insinuándusí la preferencia de Petrarca por 1| Roma pagana y la preferencia (M Giovanni por la cristiana. La co versación se extendía lu ego sob temas de filosofía y sobre los dfl cubrido res del arte. iCuáptas ve""
3 Para más detallada consideración ver Roscoe, Lorenzo U Magnifico y Leo X, así como Voigt, Enea Silvio, y Papencordt, Geschichte der Stadt Rom im Mittelater. Referimos a los Commentarii urbani de Rafael Volatcrranus a quienes quieran formarse una idea de las proporciones que ad quirió el afán de aprender entre Jas gentes de espíritu de comienzos del siglo xvr. Puede aquí verse cómo la Antigüedad constituía el acceso y el contenido principal de toda disciplina del conocimiento, desde la geografía y la historia local, pasando por las biografías de los poderosos y perso nalidades célebres, por la filosofía po pular y la moral y las distintas ciencias especiales, hasta el análisis completo de Aristóteles con que termina la obra. Para ahondar en toda su impor tancia como fuente cultural habría que compararla con todas las enciclopedias ^ Dante, Convito, tratado IV, anteriores. (La excelente obra de Voigt 6. ^ • . Die Wiederbelebung des Klassischen pítulo 5 Epp. familiares, VI.,2 (pág. 63fl Altertums nos ofrece, desde múltiples antes w manifestaciones sobre Roma, puntos de vista, una concienzuda con haberla visto en ibíd., II,. 9 pág. 60(B sideración sobre este tema.) ' ver If, 14.
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partir de entonces —'hasta los 'ii-mpos de Gibbon y Niebuhr— ha pirado este mundo de ruinas 'la ditación histórica! Aquel doble sentir se evidencia i.imbién aún en Fazio dogli Uberti en su Dittamonda compuesto hacia ' año 1360, una dcsc rioción de i¡e fingida y visionaria; cl viejo f.icógrafo Solinus le acompaña, cotno Virgilio a Dante. Visitan Bari I honor de San Nicolás, Monte irgano por devoción al arcángel iiun Miguel; en Roma se menciona lii leyenda de lá Araceli v la de san ta María de Tra stév erc. . . Sin embfirgo, predomina ya visiblemente la magnificencia profana de la Roma wnligua. Una noble anciana de dcs jliirrada túnica —Roma misma—• tiiirra la historia cldriosa y descri!'(• prolijamente los antiguos triunli)s; ^ conduce después a los forasloros por la urbe, sirviéndoles de i'iiía, ilustrándoles sobre las siete linas y sobre un sinfín de ruinas * I . i ierables... che comprender poirai, quanto fui bella! Desgraciadamente esta Roma de papas aviñonenscs y cismáticos era. por lo que se refiere a los los de la Antigüedad, lo que haiiiii sido unas cuantas generac¡one.s • H i t e s . Una terrible devastación, oue i)ió de privar de su carácter a los M S importantes edificios que aún miedaban, fue la demolición de cicnli» cuarenta moradas, bastante firi S , de nobles romanos, ordenada ir el senador Brancaleone en el o 1258; la nobleza se había insl.ido, sin duda, en las nnnas más " Í)ittamondo, II , cap. 3. El correcuerda aún, parcialmente, a los os cuadros de los tres Reyes Masu séquito. La descripción de idad (I I, cap. 31), desde el pun^lle vista arque ológico, no carece Icomplelo de valor. Según Polisto^S(Murator¡, XXIV, columna 845) ^ H o t ó y Ugo de Este hicieron en el viaje a Roma "per vedere I magnificenze antiche che al presi possono vedere in Roma".
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bellas y mejor conservadas.*' Sin embargo, quedaba aún infinitamen te más de lo qiie hoy día se man tiene en pie v parece q ue muchas ruinas mostraban todavía sus reves timientos y sus incrustaciones de mármol, las columnas de sus fron tis y oíros ornamentos, mientras en la actualidad sólo subsiste el esque leto de ladrillos. Con tal situación hubo de contar cl c omienzo de un intento serio de topografía de la ciudad antigua. En las Peregrinacio nes a través de Roma de Poggio* encontramos por vez primera ínti mamente enlazado el estudio de las minas mismas con el de los viejos autores, y el de las inscripciones (que tenía que descubrir a través de la maleza); ^ aquí la fantasía que da frenada y eliminado deliberada mente el recuerdo de la Roma cris tiana. ¡Lástima que cl trabajo de Poggio no fuese mucho más exten so y no tuviera ilustraciones! Aún encontró conscivadas muchas má3 cosas ciue Rafael ochenta años des pués. El mismo vio todavía comple tos el sepulcro de Cecilia Mctella y J Un dato que nos demuestra có mo durante la Edad Media, hasta en países extranjeros se consideraba a Ro ma como una cantera, es la noticia según la cual el célebre abad Sugerius, que (por el año JI40) andaba a la busca de fustes descomunales para sus obras de Saint-Denis, les había echa do el ojo nada menos que a los mo nolitos graníticos de las termas de Diocleciano. Pero parece que lo pento. (Sugerii libellus alter en Duchesne, Scriptores, IV, pág. 352). Carlomagno había sido, indudablemente, más mo desto en sus pretcnsiones. s Poggi opera, fol. 50 y sigs. Ruinarum urbis Romae descriptio, escrita hacia 1430. poco después de la muer te de Martín V. Las termas de Caracalla y Dioclecia no tenían aún sus in crustaciones y sus columnas. * Poggio como primer coleccionista de inscripciones en sus cartas en la Vita Poggi, Muratori, X X, col. 177. Como coleccionista de bustos, colum na 183.
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el frontis de columnas de un tem de ellas y la tendencia a cuidarla: plo en la laílera del Canitoiio , y como título de gloria para la ciudad volvió a verlas, más tarde, medio Pío II sintió siempre la pasión t!e derruidas. Y es que el mármol te las antigüedades, y si se ocupa pu nía todavía un aciago valor mate co en las de Roma, dedica, en caní rial: servía para cebar los hornos bio, su atención a la de todo el rus de cal... Ni un inmenso pórtico to de Italia y es el primero que del templo de Minerva consiguió demuestra un vasto con ocimi ento dihurtarse a este vil destino: fue he las que circundan a la ciudad y cl cho pedazos y convertido en cal. primero en describirlas.Como re Según un informador de 1443, con ligioso y cosmógrafo, sin duda le tinuaba entonces tal destrozo "que interesan en la misma me dida los es una ignomi nia, pues las nuevas monumentos cristianos y antiguos y construcciones son lamentables v. lo los prodigios de la naturaleza; por hermoso en Roma son las ruinas''.^® eso hemos de preguntarnos si nn A los extranjeros, los habitantes de se habrá hecho violencia cuando, la ciudad, con sus capas y sus bo por ejemplo, escribe que a Ñola le tas típicas de la Campagna, les ha honra más el recuerdo de San Pau cían el efecto de meros pastores de lino que la evocación romana y lu vacas y, efectivamente, hasta los lucha heroica de Marcelo. No es mismos "banchi" pastaban los re que vayamos a dudar de su fe en baños. La iglesia resultaba el único las reliquias, pero es evidente que lugar de reunión social, con motivo su espíritu manifiesta la inclinación j de determinadas indulgen cias. Era del naturalista, más bien, del'anti-i también entonces cuando podían cuario preocupado por lo monumen tal, del observador intelectual de la verse hermosas mujeres. vida. Todavía en sus últimos años En los últimos años de Eugenio de papado, ya gotoso y, no obstan iV (1431-1447) escrib ió Blondus de te, con el ánimo alegre, se hace lle Forli su Roma instaurata, utilizando var en litera por montes y valles, ya a Frontino y los viejos Libros de hasta Tusculum, Alba, Tilíur, Ostia, ¡as Regiones, así como, al parecer, Falerii, Ocriculum y anota todo lo a Atanasio. Su propósito ya no es, que ve; explora las antiguas vía» en absoluto, la descripción de lo romanas, los acueductos, y procura existente, sino el descubrimiento de delimitar las fronteras de los anii io destruido. Consecuente con la de guos pueblos en tomo de Roma. Rti dicatoria al papa, se consuela de la una excursión a Tíbur, acompaña ruina general con las magníficas re do del gran Federico de Urbino, cl liquias de santos que posee Roma. tiempo le transcurre del modo más Con Nicolás V (1447-1455) alcan agradable, conversando sobre la Aii za el trono de los papas el nuevo tigüedad y su arte bélico, espeeial esDÍritu monumental prop io del Re mente sobre la guerra de Troya nacimiento. Con la nueva valoriza Hasta en su viaje al Congreso de ción y el hermoseamicnto de la ciu Mantua (1459) busca, en vano, el dad de Roma aumentó, p or una laberinto de Clusium, mencionniu parte, el peligro para las ruinas, pe por Plinio, y visita, a la orilhi ro también, por otra, la estimación Mincio, la llamada villa, de \ lio. Nadie se sorprenderá de quj w Fabroni, Costnus, Adnot.. 86. De una carta de Alberto degU Alberti a 11 Para el texto a continuación Giovenni de Medici. Sobre la situa ción de Roma bajo Martín V, ver Jo. Ant. Campanus, Vita Pii en -Ki ratori, I II , II , col. 980 y sm-. Pío U Platina, pág. 277; durante la ausencia de Eugenio I V. ver Vespasiano Fio Commentarii, págs. 48, 72 y^sigs., ¿ 248 y sigs., 501 e ibid. rentino, página 2Í.
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este mismo papa exigiera incluso a los abreviadores de la Curia un la tín cl ási co .. . ¿No había amnistia do en la guerra de Ñapó les a los urpinates por ser paisanos de Cice rón y de Gayo Mario, con cuyos imbres se bautizaba todaví a a muniños? Sólo a él, como perito trotector. pudo dedicar Blondus Roma triumphans, el primer lu to, e n gran escala, de una desción de conjtmto de la antigüeromana, el resto de Italia se había ipertado también por aquel tiem, naturalmente, el interés por las antigüedades romanas. Ya Boccacllama a las ruinas de Baia 10 lejos muro.s, y nuevos, no obstan, para el moderno espíritu"; dcsentonces se las consideró como lugar más digno de visitarse en alrededores napolitanos. Se em:aron a coleccionar antigüedades toda especie. Ciríaco de Ancona Ipcorrió, no sólo Italia sino otras regiones del viejo Orbis terrarum, y trajo de su viaje multitud de di bujos e inscripciones. Cuand o le preguntaron por qué lo hacía, resiwndió que "para resucitar a los muerios".^^ Las historias de las dislintas ciudades habían aludido siemire a una conexión, verdadera o Ingida, con Ro ma, a una funda ción directa o a una colonización; ^* V desde hacía mucho tiempo páre te que complacientes apañadores de sonealogías hacían derivar el origen 11- determinadas familias de famoBoccaccio, Fiammetía, cap. 5. Leandro Alberti. Descrizionc di i,itia ¡'Italia, fol. 285. '4 Dos ejemplos; la primitiva hisria fabulosa de Milán en el Manipu(Muratori, XI , col. 552) y la "de lorencia al comienzo de la Crónica Ricordano MalaspÍnÍ y también en lovanni Villani, según el cual FIo"cia desde siempre llevó la razón la rebelde y antirromana Fiéi por la fidelidad de aquélla al Iritu romano (1, 9, 38 y 41 , II, 2). inte. Inferno, XV , 76.
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sos linajes romanos. Y agradaba es to tanto que aún a la lu z de la crítica de comienzos del siglo xv se siguió haciendo. Con la mayor tranquilidad. Pío 11 replica a los, oradores romanos, que en Viterbo , reclaman su pronto regreso: "Roma' es mi patria tanto como Siena, pues mi linaje, los Piccolomini, emigra ron antiguamente de Roma a Siena, como lo demuestra el frecuente uso de los nombres Eneas y Silvio en nuestra familia". Descender de la familia Julia no le hubiera, segura mente, desagradado. También a Pa blo lí —Barbo, de Venecia—, se le atribuyó origen romano, a pesar de que lo contradecía su ascenden cia germánica. Se le hizo descender de los Ahenobarbus romanos, que fueron a parar a Parma con una colonia y cuyos descendientes se vie ron oblig ados, por discusiones in ternas, a emigrar a Venecia.^** No pueble, pues, sorprender que los Massimimi pretendiesen descender de Quinto Fabio Máximo, y los Cornaro de los Comelios. En el sub siguiente siglo XVI constituye una excepción bien rara que el nove lista Bandello procure derivar su linaje de ilustres ostrogodos (I , Novelía 23). Pero volvamos a Roma. Lo s ha- ^ ifi Comentara, pág. 206, en lib. IV. 18 Mieh. Cannesius, Vita PauU II, Muratori, II I, 11, col. 993. Ni con Nerón, el hijo de Domítius Ahenobar bus, quiere ser descortés el autor, a causa del parentesco con el papa. Sólo dice de él: "de quo rerum scriptores multa ac diversa commemorant". Más fuerte era todavía que la familia Pla to de Milán se vanagloriase de des cender del gran Platón y que Filelfo se atreviese a decirlo en un brindis nupcial y en un panegírico al jurista Teodoro Plato, y que un Giovanantonio Plato pusiera a una figura en re lieve del filósofo esculpida por él en 1478 (en el patio del palacio Mazenta de Milán) la siguiente inscripción: "Platonem suum, a quo originem et ingenium refert..."
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bltantes de la ciudad, "que se lla Pero por orden de Inocencio VIII maban entonces romanos", respon fue enterrada una noch e, delante de dían con altivez al alto sentimiento la Porta Pincia, en un lugar secre que inspiraban al resto de los ita to; en el claustro de los conserva lianos. Veremos cómo baio Paulo dores quedó sólo el sarcófago vacío. I I , Sixto I V y Alejandro V I tienen Probablemente se había modelado, efecto magníficos desfiles de carna en cera o algo parecido, una niásval que representaban la imagen fa cara de estilo idealizad o sobre la vorita, de la fantasía popular d e cabeza del cadáver, coloreada con aquellos días: el triunfo de los em venientemente la materia empleada, peradores romanos antiguos. Si ha lo que concertaba muy bien con los bía de acontecer algo emocionante, cabellos dorados de que nos hablan. tenía que ser en este campo. En Lo conmovedor aqtn' no es el hecho tregado el ánimo de la gente a tales mismo, sino el firme prejuicio de exaltaciones, vino a suceder que el que un cuerjx) "antiguo" —que es 18 de abril de 1485 empezó a co lo que, al fin, creía contemplarse rrer el rumor de haberse descubier en verdadera realidad—, por el só-" to el cadáver, perfectamente conser 10 hecho de serlo, tenía que ser de vado, de una joven romana —de la una belleza superior a cuanto exis Roma antigua— de maravillosa be tía. Entretanto, con las excavaciones, lleza." Unos albañiles lombardos, que en unas tierras del convento aumentó el cnnoclmiento objetivo de Santa María, en la Vía Apia, más de la Roma antigua. Ya en tiempos allá de la tumba de Cecilia Mete- de Alejandro V I se estudiaron los 11a, excavaban un sepulcro antiguo, llamados grotescos, es decir, las de encontraron un sarcófago de már coraciones antiguas de muros y bó mol con la supuesta inscripción; vedas, y se encontró en Porto. d'An"Julia, hija de Cla udio" . El resto zo el Apolo del Belvedere; con Julio pertenecía ya al reino de la fanta 11 vinieron los gloriosos descubri sía: q ue los lombardos desaparecie mientos del Lacoonte, de la Venus ron al punto con los tesoros y las vaticana, del Torso, de la Cleopatambién los palacios de piedras preciosas que adornaban y tra, etc.; acompañaban al cadáver, y que és ios nobles y de los cardenales em te estaba impregnado de una esencia pezaron a decorarse con estatuas y balsámica que lo conservaba tan fragmentos antiguos. Para León X fresco, y aún tan flexible, como el emprendió Rafael aquella restaura de una muchacha de quince años ción ideal de toda la ciudad antigua que acabase de fallecer. Llegó in de que habla su célebre carta (suya cluso a decirse que tenía vivo el o de Castig lione )Despu és de color y entreabiertos los ojos y la amargos lamentos sobre la destruc boca. Se llevó al Palacio de los con- ción, que continuaba aún. bajo Ju seiTadores, en el Capitolio, y para lio I I , pide al papa protecció n pa verla allí se inició una verdadera ra los escasos testimonios que que peregrinación. Muchos acudían pa daban de la grandeza y la fucrzu ra pintarla, "pues era hermosa co de aquellas divinas almas de la An mo no puede decirse, como es im tigüedad, con cuyo recuerdo se in posible describir, y si, intentáramos flaman todavía hoy.;,los que bon decirlo o describirlo, no lo creerían 18 Ya bajo Julio II se hicieron los que no la vieron con sus ojos". cavaciones con el 'fin exclusivo estatuas. Vas&ri, XI, pag. IT Nantiporto. en Muratori. III, II, buscardi Giovanni da Udifie. col. L094; Infessura, en Eccard, Scrip- Vita Quatremere, i! > Stor. della vita tores, I I, c ol. 1.951; Matarazzo, en el Rafaello, ed. Longhena, ^ g . 531. Archiv. Stor., X V I . IL página 180.
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capaces de algo grande. Con pe netrante cr iterio echa luego la base de una historia del arte comparada, en el final fija el concepto de llano" que ha imperado desde en rices: pide un plano para cada nina, con planta, alzado y sección separadamente. Cómo, desde enton ces, la arqueología, vinculada estre• húmente a la c onsagrada urbe y a su topogra fía, fue desarrollánd ose hasta constituir una ciencia especial, y cómo la Academia vitruviana pre sentaba un extensísimo programa,^ no podemos exponerlo aquí. Hemos de detenernos en León X , en quien el goce de lo antiguo, entreverado con todos los demás goces, se con densa en aquella sensación que presta su encanto especial a la vida de Roma. En el Vaticano resonaban los cánticos y músicas que parecían invitar a la ciudad entera a disfru tar de los goces de la existencia. Sin embargo, por lo que a sí mis mo se refiere, apenas consiguió León (|ue le ahuyentaran dolores y cui(lados, y su mismo cálculo conscienIc de alargar la existencia con la alegría-1 sc vio fallido con su tem prana muerte. Nunca podremos hur tarnos a la sugestión del brillante cuadro de la Roma de León X, tal tomo lo bosqueja Paulo Jovio, por mucho que tenga también sus as pectos sombríos la servidumbre de los que querían elevarse, la secreta pobreza de los prelados, que debían vivir conforme a su categoría, a pesar de sus deudas,^- lo azaroso y
S • León y,
üco sólido del mecenazgo literario finalment e, su ruinosa
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prodigalidad.^ El propio Ariosto, que tan bien conocía estas cosas y tan bien se burló de ellas, nos ofre ce, sin embargo , en la sátira sexta, un nostálgico cuadro de! trato con los altos y cultísimos poetas que le acompañaban en sus visitas a las ruinas de la ciudad, del docto tri bunal que allí encontraba para su propia poesía, de los tesoros de la Biblioteca Vatican a.. . Esto y no la protección del Medici, a la que hacía tiempo había renunciado, era lo que verdaderamente podía atraer le en caso de que se le pidiera que volviese de nuevo a Roma como en viado de Ferrara. Aparte del celo arqueológic o y la solemne emoción patriótica, las rui nas, en sí mismas, como tales rui nas, despertaban una em oción elegiaco-sentimental. Ya en Ferrara y en Boccaccio encontramos resonan cias de este género. Piggío hace fre cuentes visitas al templo de Venus y Roma, creyendo que era el de Castor y Pólux, donde se había reunido el Senado tantas veces, y se sumerge en el recuerdo de los grandes ora dores Craso, Hortensio, Cicerón... En tono extremadamente sentimen tal se expresa también Pío II en su descripción de Tíbur.^ Y con Polifilo aparece muy pronto la primera imagen de ruinas idealiza das, provistas de la correspondiente descripción: restos de poderosas bó vedas y columnatas, entre las cua les se yerguen viejos plátanos, lau reles y cipreses y crece una tupida
2^ Ranke, Papas, I, 408 y sigs., -•^> Leííere pitioriche, II, 1. Tolomei Lettere de' príncipi, í, carta de Negri, w iMndi. 14 de noviembre de 1542. 1 cepu. de 1522: "...tutti questi corm Quería "curis animique doloribus tigiani esausti da Papa Leone e fa jajacumquc ratione, aditura interclude- Uiti"... HÉ sentirse encadenado por la alegría 2* PÍO II, Commentarii, pág. 251,' ^Ht música, esperando así alargar la en el lib. V, Ver también la elegía ^K. Leonis X vita anonyma, en Ros- de Sannazaro In ruinas Cumarum, en ed. Bossi. XII, página 169. el libro 2. Aluden a esto las sátiras de 23 Polifilo, Hypnerotomachia, sin pa ^ ^ • t o I (Pere' ho moho, etc.) y IV ginación. Extracto en Temanza. oági^^^f te Annibale, etc.) na 12.
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maleza. En la historia sagrada se hace costumbre —apenas sabríamos ver po r qué razón-— representar el nacimiento de Cristo en las ruinas, lo más espléndidas po sible,
de un palacio.-» Que, fmalmentc, la ruina artificial llegara a ser obiigada en los jardines más suntuosos, es sólo una mamfestación practica del mismo sentimiento.
I I I . LO S AUTORES ANTIGUOS
Importancia infinitamente mayor que los restos de construcciones y que los restos artísticos, en gene ral, del mundo antigu o, tenían, na turalmente, los monumentos litera rios, tanto griegos como ¡latinos. Se les conside raba co mo fuentes d e todo conocimiento, en sentido abso luto. La bibliografía de aquella épo ca de grandes hallazgos ha sido con harta frecuencia descrita. Sólo aña diremos algunos rasgos que no han sido suficientemente notados.-^ Por muy grande que fuese cl in flujo de los autores antiguos en Italia desde hacía tiemp o, y espe cialmente durante el siglo xiv, pue^ de decirse, sin embargo, que tenía por causa antes la extensión de lo conocido a mayor número de ma nos que los nuevos descubrimientos. Los más conocidos poetas, historia dores, oradores y epistológrafos la tinos, junto con cierto número de traducciones latinas de determina dos escritos de Aristóteles, de Plu tarco y algunos griegos más, cons tituían esencialmente el acervo que tantos entusiastas despertara en la generación de Boccaccio y Petrarca. Este último poseía y veneraba, co mo es sabido, un Homer o en griego, 28 Mientras todos los Padres de la Iglesia y todos los peregrinos sólo ha blan de una nueva. También los poe tas prescinden del palacio. Ver Sannazaro. De parta Virginis, lib. II. ^ Que lomamos, principalmente, de Vespasiano Fiorentino, tomo X del Spicilegium romanum. El autor era un librero florentino y proveedor de co pias, de mediados del siglo xv.
que no podía leer; la primera tra ducción latina de la IHiuIa y la Odi sea la hizo Boccaccio, como pudo, con la ayuda de un griego de Ca labria. Hasta el siglo xv no se ini cia la gran serie de descubrimientos j y la organización sistemática de las! bibliotecas por medio de copias y' una feb ril actividad en las traduc ciones del griego.^s Sin el entusiasmo de algunos co leccionistas de aquellos tiempos, que llegaron a imponerse las ma yores privaciones, es indudable que sólo poseeriamos una mínima par te de las obras de loa autores grie gos que han llegado hasta nosotros. El papa Nicolás V, ya de raonjo se llenó de deudas por su pasión por comprar códices o hacerlos co piar. En aquel tiempo se declaró ya abiertamente por las dos grandei pasiones del Renacimiento: librol y construcciones.^ Elegido papa, so mantuvo fiel a sus gustos. Trabaja* ban para él los copistas, y encarga dos suyos recorrían medio mundo Es sabido que para engañar i explotar la avidez con que se leíai los antiguos autores se hicieron circuí lar algunos textos apócrifos. Ver <» las obras históricas sobre la materlf los artículos sobre Annius de Viterb^ por ejemplo. Vespas, Fior, pág, 31. "Tomíflí so da Serezana usava diré che 4l cosa farabbe, s'egli poteSsc mai n f l derc, ch'era in Hbrí e murare. E e Paltra fece nel suo pbntificato", B traductores: ver en Eneas Silvio, • Europa, cap. 58, pág. 459, >^en PajP cordt, Gesch, der Stadt-^ Rottj^, páP 502.
júsqueda incansable. Perot to reió por la traducción latina de Polibio 500 ducados. Guarino, por jdi de Estrabón 1.000 florines de oro P iba a recibir 500 más cuando el papa murió. Dejó aumentada en 5.000 ó 9.000 tomos,3« según pu dieron contarse, la biblioteca pro piamente destinada para uso de los íales, que ha llegado a constituir fondo principal de la Vaticana; debía ser instalada en el Palacio mismo, como su ornato más noble, Kcgún ejemplo del rey Tolomeo Fiiidelfo en Alejandría. Cuando la • H t e obligó al papa a retirarse con B corte a Fabriano, se llevó conWff> a sus traductores y compilaH ^ s para que no pereciesen. VEI florentino NIccoló Niccoli.** oel docto círculo de amigos de Coiilnio de Medici cl Viejo, empleó luda su fortuna en la compra de libros; cuando y a n a d a le quedaba, los Medici le abrieron sus co fres, «•freciéndole cualquier suma que pa rales fines necesitara. A él se !>c cl que llegaran a completarse \mia no Marce lino, De oratore de . i c r ó n , y otras obras. El conven' a Cosimo para que comprara mejor Plinio que existía, en un ivento de Lubeck. Con magnániii confianza prestaba su s libros y 1' laba que la g ente fuera a leer a casa cuanto quisiera y dialogacon los lectores lo leído. Su co llón de ochocientos volúmenes, 'Bluada en 6.000 florines de oro, 1 a parar después de su muerte convento de San Marcos, por in tención He Cosimo, con la con'in de que fuese puesta a dispo- del público, lo s dos grandes buscadores de ^ Guarino y Poggio, este último
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estuvo, como se sabe-^^ —en parte, como agente de Niccoli—, en las abadías del Sur de Alemani a, con motivo del Concilio de Constanza. Descubrió allí seis discursos de Ci cerón y el primer Quintiüano com pleto: el manuscritq d e San GaH, hoy de Zurich. En treinta y dos días fueron completados y bellamen te copiados. A Silvio Itálico, Manilio, Lucrecio, Valerio Flaco, Asconio Pediano, Columela, Celso, Aulo Gelio, Estacio y otros, pudo com pletarlos esencialmente; junto con Lionardo Aretino sacó a la luz las doce últimas comedias de Planto, así como las Veninas de Cicerón. Con patriotismo de tendencias ar caizantes reunió el célebre cardenal griego Bessarión 600 códices, pa ganos y cristianos, a costa de enor mes sacrificios, y buscó un lugar seguro donde depositarlos para que, cuando su desdichada patria reco brase la libertad, recuperase también los perdidos tesoros de la literatura. La Señoría de Venec ia se declaró . dispuesta a construir por su cuenta un edificio destinado a tal fin, y aún hoy se conservan en la biblio teca de San Marcos una parte de aquellos tesoros.^* La famosa biblioteca de los Me dici tiene una accidentada historia que no podemos detallar aquí; el principal agente de Lorenzo el Mag nifico fue |uan Lascaris. Como es sabido, después del saqueo del año 1494. la colección hubo de ser re cuperada, pieza por pieza, por el cardenal Giovanni de Medici (León ^
X).
La biblioteca de Urbino
(hoy
32 Vespas, Fior., página 547 y sigs. 33 Vespas, Fior., pág. 193. Ver Ma Vespas, Fior.. págs. 48. 658 y rín Sañudo, en Muratori XXIII, co Comp. I- Mannetti, Vita Nicolai lumna 1.185 y sigs. ' iratori. I II . II , col. 925 y sigs. 34 Cómo fueron, entre tanto, ma ;i Calixto in repartió la colec- nejados, véase Malipiero, Ann. Vene cómo, véase Vespas, Fior., ti, en Archiv. Stor., VII, II, páginas y sigs. con la nota de Mai. 653 y 655. 'cspas, Fior., página 651 y sigs. 3!> Vespas, Fior., página 124 y sigs.
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en cl Vaticano), fue obra del gran otra manera no hubieran d ejado de Federigo Montefeltro (véase página editarlo los filólogos. Poseemos también algunos datos 25), que ya de muchacho había co menzado a coleccionar libros. Más sobre la manera como se formaban tarde llegó a ocupar, permanente y conservaban entonces las biblio mente, de treinta a cuarenta "scrit- tecas. La compra directa de un vie lori" en diversos lugares. En esta jo manuscrito que contuviese un empresa empleó, andando el tiem texto raro o comple to, o hasta úni po, más de 50.000 ducados, siendo co, de un autor antiguo, era un azar sistemáticamente continuada y com que se daba pocas veces, natural pletada, principalmente con Ía ayu mente, y con el que no se contaba. da de Vespasiano. Los datos que Entre los copistas se daba preferen éste nos procura son especialmente cia a los que entendían el' griego, curiosos desde el punto de vista del que recibían el nombre honorífico ideal de una biblioteca de la época. de scrittori, en un sentido preemi Ck>ntábase en Urb ino, por ejemplo, nente; fueron siempre pocos y es con los inventarios de la Vaticana, taban muy bien remunerados.^'' Los de la biblioteca de San Marcos de demás, los puros y simples copistas Florencia, de la biblioteca Visconti eran en parte artesanos que sólo d< de Pavía, y atín del inventario de este trabaio vivían, en parte sabiol Oxford. Comprobábase no sin or pobres que buscaban un ingreso ex gullo como, en múltiples aspectos, traordinario* Es curioso que la ma era la biblioteca de Urbino mucho yoría d e los copistas de Ro ma, pol más comple ta. «En el conjunto aca la época de Nicolás V, fueran ale so preponderasen aún la Edad Me manes y franceses,^** probablemen U dia y la teología; se hallaban, com gentes que tenían que gestionar al pletos, Tomás de Aquino, Alberto go en la Curia y se veían obljgadoi Magno, Buenaventura y otros. Por a ganarse la vida de algún modo lo demás, era una bibliote ca muy Cuando Cosimo de Medici quise variada, que contenía, por ejemplo, instalar rápidamente una biblioteei todas las obras de medicina que era en su fundación favorita, la Badía posible conseguir. Entre los "mo- junto a Fiésole, hizo llamar a Ve » demi" figuraban los grandes auto res del siglo XIV, Dante y Boccaccio, nandro, unos centenares de versos, co por ejemplo, con sus obras com mo es sabido, entre aquella serie di códices (aunque sólo fuerai pletas; seguían después veinticinco grandes Sófocles y nuestro Píndaro aC humanistas escogidos, con sus escri nuestro tuales). No es imposible que este Mi tos en latín y en italiano y todo lo nandro reaparezca algún día. que habían traducido. Entre los có Cuando Piero de Medici, al mC dices griegos preponderaba la pa rir el rey Matías Corvino de Hungrílj trística; no obstante, entre los clá tan amante de los libros, anuncia quÉ sicos encontramos, en una misma los "scritori" tendrán que rebajar vm columna, todas las obras de Sófo- precios, pues de otro modo nadie ( H eles, todas las de Píndaro, todas las se nosotros) los ocupará, sólo puM de Menandro . . . un códice que de r e f e r i r s e a los griegos, a los calí^l bió sin ninguna duda de desapare fos, de los que —nos inclinam os^ cer pronto.^''* de Urbi no. pues de interpretarlo así— había muchos Italia. Fabroni. Laurentp mag.. Adn 156. Adnot, 154. Gaye. Carteggio, I, pág. 164. t íi« ¿Con la toma de Urbino por las huestes de César Borgia? Mai duda de ta de 1455. bajo Calíi
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piísiano, y éste le aconsejó que re nunciara a la compra directa de 'ibros —pues no solía encontrarase que se deseaba— y que los hia copiar. Concertaron así un icuerdo, sobre la base de un tanto W día: Vespasiano contrató cuarentn y cinco copistas y suministró, en veintidós meses, doscientos volúme nes completos.3^ El índice que sir vió de pauta lo había recibido Co limo de la propia mano de Nicolás V. Por esto, y como era natural, l'ndominan la literatura eclesiástica \ lo necesario para el! servicio del La escritura era la bella letra iteoitatiana que se inicia y a en el o XIV. La mera contemplación uno de esos libros es ya un pla, El papa Nicolás V , Poggio, luiozzo Mannetti. Niccoló Nic! y otros célebres eruditos eran calígrafos ellos mismos, y exigían i|tití las obras fuesen lo más bella s ptisible. La presentación, en gcnertd, aunque los libros careciesen de miniaturas, era siempre de excelcn¡Tusto, como lo demuestran espeilinente los códices de la Laurentiiuia, con sus ligeros ornamentos lineales al principio v al fin. En las ]i¡as para grandes señores, el maiid era siempre pergamino y la • uadet-nación, uruform emcnte tani-n lia Vaticana como en Urbino, lorciopelo carmesí, con guarni>fies de plata. Teniendo en cuenla actitud espiritual, de testimoM r veneración al contenido de 'os libros con la presentación más bei ' i y noble que fuese posible, se plica que la súbita aparición de libros impresos fuera recibida principio con desagrado. Federilic Urbino "se hubiera avergonlo de poseer un libro imnreso".'*^ 'ero los cansados c opistas —^no
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los que vivían de hacer copias, ri ño los que para poseer un libro, tenían que copiarlo—, recibieron con entusias mo cl inve nto alemán.-*^ Para la reproducción de textos de Tbs autores romanos y también de los griegos, y durante mucho tiem po sólo para esto, se extendió oronto su uso en Italia; sin emba rgo,' no fue la cosa con la rapidez que podía esperarse del general entusias^ mo por este género de obras. Trans currido algún tiempo, aparecen los principios de organización editorial de tipo moderno,'^ y ya bajo Ale jandr o V I se decreta la censura pre ventiva, pues la destrucción totaJ de una obra, tal como Cosimo pudo imponerla aún a Filelfo,^"* no se presentaba ya tan fácil. Cómo, gradualmente, en conexión con el progresivo estudio de las lenguas de la Antigüedad, fue de sarrollándose la crítica de textos, no es tema del presente estudio, co mo tampo co lo es la historia de la erudición en general. No es el sa ber de los italianos, sino la reproduc ción de la Antigüedad en la literatu ra v en la vida, lo que ha de ocu pamos aquí. Séanos permitido, no obstante, alguna observación sobre los estudios en sí mismos. La erudición griega se encontra-
-12 "Artes-Quis labor et fessis demptus ab articulis", en un poema de Ro bertus Ürsus, 1470, Rerum Ital. script. ex Codtl. Florent., tomo II, columna 693, Se alegra demasiado pronto so bre la esperada difusión de los auto res clásicos. Ver Libri, Hist des scien ces mathématiques, II , 278 y sigs. So bre los impresores en Roma, Gaspar, Veren., Vita Pauli ll, Muratori IH , If, col. 1046. Sobre el primer privilegio en Venecia, ver Marín Sañudo, Mu ratori, XXII, col. 1.189. Algo parecido había existido ya en la época de los copistas. Ver Ves " Yespas. Fior., página 335. pasiano Fior., pág. 656 y sigs. sobre También con las bibliotecas de la Crónica del Mundo, de Zembino de y Pésaro (la de Alessandro Pistola. tuvo el papa igual gentileza. ^ Fabroni, Laurent mag., Adnot. " Vespas, Fior., página 129. 212. Se trata del libro De exilio.
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ba usencialmente en Florencia en. el siglo XV y a principios del xvi. La labor de esíímtilo de Petrarca y Boccaccio no parece haber in fluido más allá de un reducido círculo de entusiastas aficionados. Por otra parte, con la extinción de la colonia de eruditos griegos fugi tivos, se extinguió también el estu dio del griego hacia el año 1520'*« y fue una verdadera sueric que hom bres del Norte (Erasmo , los Estienne, Budeus) dominasen ya esta disciplina. La colonia de fugitivos había empezado con Manuel Chrysoloras y su deudo Juan, así como con jorge de Trebisonda; más ade lante, por los días de ía toma de Constanti nopla y después de ell a, llegaron Juan Argvrónulos. Theodorus Gaza, Demetrios Chalcondylas, que educó como diligentes grie gos a sus hijos Teófilo y Basilio, Andronico Ka^llistos, Mark os Masuros y la familia de los Lascaris, con algunos otros. Subyugada Grecia por los turcos, quedó, sin embar go, eliminada toda posibilidad de nuevas generaciones de eruditos griegos, excepción hecha de los hi jos de los fugitivos y acaso de un par de candiotas y chipriotas. Que aproximadamente con la muerte de León X se iniciara la decadencia de los estudios griegos en general, tuvo su razón de ser, en parle, en un cambio en 'lía orientación de los espíritus y, en parte, en la satu ración relativa, que se observa ya, de literatura clásica; pero no fue.
sin duda, una mera casualidad que ol hecho coincidiese con la extin ción de los eruditos griegos. El es tudio del griego entre los italianos mismos, si tomamos por norma la época de 1500, parece haber es tado enormemente en boga. Enton ces estudiar on eü griego hombres que, medio siglo después, ya ancia nos, todavía podían hablarlo, como, por ejemplo, los papas Pablo III y Pablo IV.^** Cabalmente esta manera de entregarse al estudio de tal idio ma presuponía el trato directo con griegos nativos. Además de Florencia, tenían maestros de griego a sueldo Roma y Padua, casi siempre, y Bolonia,' Ferrara, Venecia, Perusa y Pavía.j entre otras ciudades, temporalmen-. te por lo menos.*^ Mucho es lo que el estudio del griego debe a la im prenta de Aldo Manucci, de Vene cia, donde se imnrimieron por vez piimera en griego los autores más importantes y de más vasta produc ción. Aldo comprometió su .fortuna en su taller. Fue un editor como hu habido pocos en el mundo. Aunque en muy breves palabras, es menester mencionar aquí la i • lativa importancia que, jtmto a lo-, estudios clásicos, adquirieron It^ estudios orientales. A la polémici dogmática contra los judíos aportd el primero Giannozzo Mannetti.** grande hombre de Estado y erudita florentino ( t l 4 - 5 9 ) . el estudio dflí
•*8 Tommaso Gar, Relazione dell corte di Roma, I, págs. 338 y 379, •^^ forgc de Trebisonda, retribuid Compárese Sismondi, V I , página en Veneci a, en 1459, con 150 ducado 149 y sigs. profesor de retórica; Malipierfl '^^ Pierio Valeriano confirma la ex como Archiv. Stor., V II , 11, página 63| tinción de estos griegos en De infeli- en griego en Penjr díate literat, con motivo de Lascaris. Sobre la cátedra de Archiv. Stor., XV I, II, pág. I Y Paulo Jovio, al final de sus Elogia ver introducción. Por lo^t^uc respecta dice de los alemanes: Rimimi, literaria, no es seguro que en esta clul ".. .qu um literare non latinae modo dad enseñara griego; véase AitecM cum pudore nostro, sed graecae et litt., se 11, pág. 300. ' • hebraice in eorum térras fatali comVesp. Fior-, págs. 48, 476, 57 H migratione transierint" (hacia el año 6Í4.50 También Fra Airitrosio Canil 1540). dolese conocía el hebreo* Ibid.. p 47 Ranke, Papas, I, 486. Véase tam na 320. ^ bién el final de esta parte.
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ibreo y de toda la ciencia judía; co que, con clara y reiterada insis hijo Agntíllo hubo de aprender tencia, defendió la ciencia y la ver de niño latín, griego y hebreo; dad de todos los tiempos contra la papa Nicolás V hizo traducir de parcial exaltación de la Antiüedad o a G iannoz zo la Biblia entera, c'lásica.í"* N o sólo manifiesta su es el espíritu filolóeico de la épo- timación por Averroes y por los traía aparejado que se tendiese investigadores judíos, sino que prescindir de la Vulgata.'*^ En aprendía asimismo a los escolásti tramos también más de un bu cos de la Edad Media según su con lista que, mucho antes de Reuch- tenido objetivo. Y cree oír sus pa había incluido el hebreo en sus labras: "Viviremos eternamente, no idios. Pico della Mirándola po- en las escuelas de los cazadores de toda la sabiduría talmúdica y sílabas, sino en el círculo de los ifica de un sabio rabino. El sabios donde no se discute sobre la Bio del árabe se inició en Italia madre de Andrómaca o sobre Ibs Hj [ el lado de üa medicina, que ya hijos de Niobe, sino sobre los hon ^B||au iso darse por satisfecha con dos fundamentos d e las cosas divi ^Bntiguas traducciones latinas de nas y humanas; quien a él se acer ^B ra nd es médicos árabes. Los con- que advertirá que también los bár ^ B o s venecianos en Oriente brin- baros estaban poseídos del espíritu ^ t i la oportunidad exterior, pues (Mercurium) y que, si no lo tenían ían en ellos médicos italianos. en la lengua, lo tenían en el cora LO Ramusio, médico vené zón". Dueño de un vigoroso latín, is traducía obras del árabe. Mu- no exento de belleza, y de una dk%n Damasco. A Andrea Mon- ra facultad expositiva, desdeña el i'de Belluno '''^ lo llevaron a Da- purismo pedantesco y toda la so ^ttp sus estudios sobre Avicena; breestimación de una forma pres ^^%6 allí largos años, aprendió el tada, sobre todo cuando a esta for " y se consagró a la depuración ma se sacrifica de un modo u otro textos de su autor; cl gobier- la verdad de fondo. En Pico della 'eneciano le proporcionó des- , Mirándola podemo s formarnos una una cátedra de esta disciplina idea de la elevada orientación que leí en Padua. habría tomado la filosofía italiana ínos de detenernos en Pico an- si la Contrarreforma no hubiera pasar a considerar cl influjo perturbado toda la vida superior del ^1 del humanismo. Él es el úni- ; espíritu. ji^
IV . EL HUMANISMO EN EL SIGLO X I V
;uparcmos ahora de aquellos •es que sirvieron de intermecntre la venerada Antigüeixto IV , que construyó el edifila Vaticana aumentada por é! Éumerosas adquisiciones, destinó ^Hfcii la rotulación en latín, griego ^ • i p . Platina, Vita Si xtl IV , pá^^Hurius Valcrianus, De infelic. lit., ^ ^ ^ M t i v o de Mongaio. Sobre Ra^^^Pi^éase Sansovino, Venezia, fol.
dad y el presente y convirtieron aquélla en el objeto principal de la nueva cultura. Se trata de una multitud polimor fa, que muestra cada día una fiso nomía distinta; pero la época sabía muy bien, y lo sabían los que figu^ De manera admirable en la im portante carta de 1485 a Ermolao Bár baro; véase Angelo Politiano, Epistolae, lib. IX. Comp. ] . Pico della Mi rándola, Oratio de hominis dignitaic.
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raban en esa multitud, que consti-, Brunetto Latini. Y todo ello teni.' tuía un elemento nuevo de la so como base una general capacidad ciedad burguesa. Si pensamos en del carácter, tal como llegó a de precursores, surgirá, antes que na sarrollarse v a florecer con la par da, la visión de aquellos ambulan ticipación de los negocios del Es tes del siglo XII, de cuya poesía nos tado, con el comercio y los víaies, hemos ocupado (en las págs. 96 y sobre todo con la eliminación sis y sigs.): la misma existencia inquie temática de toda ociosidad. Los flo ta, el mismo concepto Ubre —y rentinos eran entonces aentc útil y más que libre— de la vida y la estimada en el mundo entero, y no misma poesía arcaizante, a] princi en vano, precisamente por aquellos pio por l o menos. Pero frente a años, los llamó el papa Bonifacio esta cultura todavía esencialmente VIII el quinto elemento. Con la religiosa —y cultivada por religi- afluencia, cada ve z más vigorosa, sos— de la Edad Media, surge una del humanismo, fue decayendo a nueva cultura que de preferencia partir de 1400 este impulso autóc se apoya precisamente en lo que se tono, y en adelante sc confió en la Antigüedad exclusivamente parOj sitúa allende la Edad Media. Los vehículos activos de ella se convier la solución de todos los problemas, ten en importantes personajes,^ por transformándose la literatura en una que saben lo que sabían los anti simple acumulación de citas. Aún guos, porque orocuran escribir co la propia extinción de la libertad mo escribían los antiguos, porque está en íntima conexión con todo empiezan, y pronto, a pensar y sen esto, ya que semejante tino de eru tir también como los antiguos pen dición se basaba en la servidumbre saban y sentían. La tradición a que entre la autoridad, sacrificaba el se consagran se conv iert e, en mil Derecho municipal en aras del Di> reoho romano, y, por esta mismi lugares, en simple imitación, causa, parecía buscar —y lo' en No son pocos hoy los que lamen contraba— el favor de un tirano, tan que los comienzo s de una cul ' En diversos momentos de nui* tura, desigual en su indcnendenci a, tro estudio tendremos ocasión d$ en apariencia esencialmente italiana, ocupamos de tales lamentacionci| tal como se revelaron en Florencia procuraremos entonces dciarlas r* por el año 1300, fuesen lu ego tan ducidas a sus verdaderas propoh complet amente inundados por el hu clones, destacando a la vez las coi manismo.'"^ En Florencia, por aquel pensaciones obtenidas a cambio i tiempo, iodos sabían leer y hasta lo que se perdió. Digamos sólo an j los arrieros cantaban las canciones que 1^ ctxltura del vic^oroso sislj de Dante. Los mejores manuscritos XIV, por sí misma, desembocaba nm italianos de la época oue hoy po cesariamente en el triunfo total da seemos petl:enecieron originariamen humanismo, y que precisamente lOl te a obreros manuales florentinos. más grandes en el reino del csnf Entonces fue posible una enciclo ritu específicamente italiano abrí pedia popular como el Tesoro de ron de par en par las puertas ' ^ Qué valor se daban a sí mismos irrefrenable influjo de la Anti ^ nos lo revela, por ejemplo, Poggio (De dad en sl siglo xv. avariíia. fol. 2) cuando nos dice que, El primero, Dante. Si tíubiese en su opinión pueden decir que han do posible que una serie de gen vivido los que han escrit o eruditos y de su altura hubieran seguido sl doctos libros latinos o los que han do directores de la culmra ilaliaij traducido del griego al latín, nos produciría ésta, por grande q w Véase especialmente Libri, His- hubiese sido la afluencia de elem( íoire des Sciences mathómatíques, II, tos antiguos, una constante linp 159 y siguientes, 258 y siguientes.
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«ion de carácter nacional peculialísimo. Pero ni Italia ni todo el ()ccidcnte produjeron un segundo
Dante, y él fue el primero en situar h la Antigüedad, insistentemente, en i-l primer término de 'la vida culinral. En la Dhina Comedia no con de los mismos derechos, cicrtante. al mundo antiguo y al muncristia no, pero los considera en 'instante paralelo. Así como la icmprana Edad Media ^usca los lipos humanos en las historias y I lisuras del Antiguo y Nuevo Teslento, él suele contraponer, en misma acción, un ejemplo crisno y otro pagano.^*^ Ahora bien, 10 debe olvidarse que el mundo cristiano de la fantasía y la histo ria cristianas era co noci do, mien tras el mundo pagano de la faniitKÍa y la historia antiguas era altivamente desconocido, y sc prcitaba tan prometedor y excitante, >c en la simpatía general tenía cosariamente que acabar predo minando en cuanto no hubiera un l'iinte capaz de imponer cl equilil'i io.
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Cosa muy semejante ocurre con Boccaccio. Hacía doscientos años que era célebre en toda Europa, sin que aquende los Alpes se supiera mucho de su Decamerone, y esto se debía exclusivamente a sus com pilaciones mitográficas, geográficas y biográficas en lengua latina. Una de ellas. De genealogía Deorum. contiene en los libros 14 y 15 un curioso apéndice en que discute la situación del joven humanismo an te su siglo. No debe desorientamos el que hable constantemente de "poesía", pues si leemos con aten ción, advertiremos al punto que alude a toda la actividad intelectual del poeta-filólogo.^"^ A los enemipos de ésta los combate con la mayor acritud: a los frivolos indoctos que sólo tienen comprensión para la di sipación V la franc achela; a los teó logos sofísticos, para los cuales el Helicón, la fuente Castalia v el soto de Febo son puras necedades; a los juristas, ávidos de oro, para los cua les la poesía, como no procura di nero, es algo de todo punto super fino; finalmente, a los monjes mendicantes (a los que alude recu rriendo a la perífrasis pero con ras gos inconfundibles), que alegan en contra con el argumento del paga nismo y la inmoralidad.^ Viene a continuación la defensa positiva de la poesía, 'ía, de sentid o profun do, alegórico principalmente, que don dequiera debe inspirar confianza: la de la oscuridad lícita, que debe
i'etrarca persiste hoy en el peniento de la mayoría como un 1 poeta italiano; entre sus conIporáneos, en cambio, debe la fa1 en mucha mayor medida, al jbo de personificar , la Antigüe- . ^ H . por así decirlo, al hecho de ilicr imitado todos los géneros de poesía latina y haber escrito epís'iis, que, como tratados sobre los intos temas de la Antigüedad, in para aquella época sin maAún llama sólo ooeta (Vi-., un valor muy explicable, ta Nuova, Dante pág. 47) al que escribe en le a nosotros nos parece incon- ,. latín; para los que escriben en italia le. no usaban expresiones como "rimatorc" o "dicitore per rima". Con el tiem po, ciertamente, se mezclan y fusionan En el Purgatorio. XVIII, encon- aquí expresiones y conceptos. elocuentes ejemplos. María va También Petrarca, ya en el ánice sa por los montes. César corre de 5** su fama, se queja, en algunos mo ña; María es pobre y Fabricio mentos de melancolía, que su mala rcsado. Obsérvese, a propósito }, la interpolación de las sibilas estrella le haya hecho nacer tarde y le haya obligado a vivir entre picaros "listoria profana antigua, tal eo- (extreme fures). En la eoístola fingida crti la intenta, por eJ año 1360, de Tito Livio: véase Opera, página 704 Dittamondo, I, caps. 14 y 15. y siguientes.
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servir para intimidar el alma ruda de los indoctos. Y termina justifi cando la nueva actitud de la época frente al paganismo en general, re firiéndose claramente y de manera continua, a su obra de erudito.^ Puede haber sido distinta la situa ción en los días en que la Iglesia se veía aún obligada a defenderse de los gentiles; pero fortalecida va —¡loado sea fesucristo!— la reli gión verdadera, y exterminado por completo el paganismo, la Iglesia, vencedora, es dueña del camno ene migo y puede tratarse de lo pagano y se le puede considerar casi (fere) sin riesgo. Es el mismo argumento con que ha de defenderse todo el Renacimiento. -Había, pues, una cosa nueva en el mundo y un nuevo tiix) humano que la representaba. Es inútil disnutar sobre si esta cosa debiera haber hecho alto en medi o de su carrera triunfal, haberse señalado límites a sí misma deliberadamente y conce dido cierta preemineiKÍa a lo pu ramente nacional. No existía con vicción más profunda que la que veía en la Antigüedad la máxima gloria de la nación italiana. Propia de esa primera generación de poetas-filósofos es una ceremo nia simbólica que, aunque no pue da darse por extinta en los siglos XI V y XVI, pierde en ellos, sin em bargo, su más elevado "oathos": la coronación de los poetas con una guirnalda de laurel. Sus orígenes, en plena Edad Media, son oscuros. Nunca llegó a basarse en un ritual establecido: era una demostración púbittca, una manifestación visible de la gloria 'literaria y ya por
ello mudable, en cierto modo. Dan te, por ejemplo, parece haberla con cebido como una consagración de carácter semirreligioso. Su deseo era imponerse a sí mismo la corona so bre la pila bautismal de San Gio vanni, donde había sido bautizado, como centenares de miles de ni ños florentinos." 1 Por su fama, dice su biógrafo, hubiera pod ido recibir el laurel donde hubiese querido, pe ro sólo el de su patria anhelaba, y por eso murió sin ser coronado. Se nos dice, además, que se tra taba de una costumbre poco corrien te hasta este momento, costumbre que se consideraba heredada de los griegos por los romanos. La remi* niscencia más inmediata procedía, en efecto, de los concursos de mú sicos, poetas y otros artistas, que, siFOiiendo un modelo friego, había instaurado Domiciano en el Capi tolio. Se celebraban cada cinco añol y probablemente sobrevivie ron al» gún tiempo a la caída del Imperio Romano. Ahora bien, si el poeta nO se decidía a coronarse a sí mismí^ como Dante había querido, sur«í| la cuestión de la autoridad oue d» bía decretar la coronación. Albei tinus Mussatus (véase nágina SO' fue coronado en Padua, en n n ' por cl obispo y el rector de la Uiii versidad. A Petrarca (1341) ^ disputaron el honor de coronarle Universidad de París, que tenía tonces un rector florentino, y autoridades de Roma; el "examin tor", por él mismo elegido, el f Roberto de Anjou, hubiera queri que la ceremonia se efectuara • Nápoles, pero Petrarca prefirió 1 cualquier otra la coronación por • Senador de Roma en cl Capiloll^
™ Con más rigor se detiene Boc caccio a considerar la poesía propia mente dicha en su epístola (posterior) 50: "la quale (laurea) non sc m. a lacobus Pizinga, en las Opere vol- acresce, ma e dell'acquistata ccril gíiri, vol. X V I . Y , sin embargo, tam mo testimonio e ornamento". fli Paradisso, X X V I , 1 y -sig^- !• bién aquí reconoce únicamente como jocsía lo que de algún modo se re- caccio, Vita di Dante, pág. 50; "st iere a ta Antigüedad, ignorando por le fonti di San Giovanni si posto di coronan". Véase -P. /i< í Í completo a los trovadores. ^ *** Boccaccio, Vita di Dante, página i . . 2 5 , _ _ ^ . . _ . .
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Durante algún tiempo constituyó esta coronación meta de la ambición poética; como tal llegó a seducir, por ejemplo, a Jacobo Pizinga, dis tinguido funcionario siciliano.^2 pg. ro entonces llega a Italia Carlos IV para quien constituía un verdadero placer impresionar con ceremonias B individuos vanidosos y a la hue ra multitud. Partiendo de la ficción du que la coronación de los poetas era cosa de los antiguos eanperadorcs romanos v, ñor ende, cosa suya, coronó en Pisa al erudito florentino Zanobi della Strada,^ con gran in dignación de Boccaccio (ibíd.), que , n n quiso reconocer como válida es-' 1 1 "laurea Pisana". Cabría en ver il.id preguntar cómo nudo ocurrírsele a u n rey semieslavo darse ínfulas de ¡uez para ¡ u z p a r a los piletas italianos. En adelante, otros cnmeradores viajeros coronarán de jn is o a poetas en un lugar cualquie
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ra; y muy pronto —en e l siglo X V — los papas y otros príncipes no querrán ser menos, hasta que al fin va dejarán de tener valor el lugar y las circunstancias de la co ronación. En Roma, y en tiempos de Sixto IV, la Academia de Pomponius Laetus,^ concedía, por sí y ante sí, coronas de laurel. Los florentinos tuvieron el tino de no coronar a sus célebres humanistas, hasta después de muertos; así fue- j ron coronados Cario y Lionardo Aretino; ante el pueblo y los miem bros del Concilio pronunciaron los panegíricos, para el primero. Mat teo Palmieri, y para el segundo, Giannozzo Mannetti; el orador se situaba a la cabeza del catafalco, sobre el cual yacía el cadáver ves tido de seda.*'* Además, Cario Aretino fue honrado (en Santa Croce) con uno de los sepulcros más es pléndidos del Renacimiento.
LA S UNIVERSIDADES Y LAS ESCUELAS
l.ii influencia de la Antigüedad en se y adquirir valor en el curso I ' -ducación, tema de que vamos de los siglos X I I I y xiv, cuando el c up a mos, p resupon ía, por de aumento de la riqueza y un más i i o i i t o , el predominio del humanisen las universidades. Esto no lumna 543. La celebridad de Lionar •rió, sin emb argo, ni en la me- do Aretino fue, en vida, tan grande ni con la profundidad que po- que acudía gente de todas partes sólo crecrse. por verle y se cuenta que un español mayoría de 'las universidades se hincó de rodillas ante él. Vcsp. pág. 568. Para cl sepulcro de Guarino 'ia sólo empiezan a organizar- cl magistrado de Ferrara contribuyó Epístola de Boccaccio al mismo con la suma, importante entonces, de Blas Opere volgari, vol. XV I: "si 100 ducados. Histoire des sciences maHHtet Deus, concedente senatu Ro- thém.. Libri, II , pág. 92 y sigs. La Univer sidad de Bolonia es más antigua, como ] IWatco Villani, V, 20. Hubo una es sabido, que la de Pisa, que se debe 1 une cabalgata en la que figuraba a posterior fundación de Lorenzo el \ i i>i>eta escoltado por el séquito del Magnifico "ad solatium veteris amis-Miiirrudor, por sus "baroni". También sae libertatis", como dice Jovio, Vita !"»li> degli Uberti fue coronado, pero I^onis X, lib. I. La Universidad de Hi •.i. sabe dónde ni por quién. Florencia (ver Gaye, Carteggio, I. págs. • lac. Volaterran. en Muratori, 461-560, passim Matteo Villani. I. 8 " T, col. 185. y V I I , 90) , que existía ya en 1321 Vespas. Fior., págs. 575 y 589; con obligatoriedad de asistencia para Mannetti, en Muratori, XX , co los hijos del país, volvió a abrirse des-
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átenlo cuidado de los problemas de la cultura lo exigieron así. Al prin cipio, por lo general, no solían te ner más que tres cátedras: de dere cho canónico, de derecho civil y de medicina; con el tiempo se añadie ron ai profesorado un ret órico, un filósofo y un astrónomo, este últi mo no siempre de un tino identificaWe con el del astrólogo. Los s ueldtK se diferenciaban en tre sí en gran manera; en ocasiones llegaba a llagarse un verdadero ca pital. Con el aumento de la cultura surgió la competencia, de modo que los diversos institutos procuraban arrebatarse los maestros más famo sos. En tales circunstancias , narece que hubo épocas en que Bolonia de dicaba a su Universidad la mitad de sus ingresos fiscales (20.000 du cados). A los maestros, por lo re gular, se les contrataba temporal mente,*^ a veces por semestres, de modo que los docentes llevaban una vida ambulante como los cómicos; sin embargo, se concedían también cátedras vitalicias. En ciertos casos solía prometerse que no se enseña ría en ningún otro lugar lo que se enseñaba en determinada cátedra. Había, además, maestros volunta rios sin suelldo. De las cátedras mencionadas era, namralmente, la de retórica la más codiciada por los humanistas; pero dependía, por completo , del punto a que habían llegado en ía empresa pues de la peste de 1348, con una subvención de 2.500 florines de oro anuales, pero volvió a cerrarse hasta 1557, en que abrió de nuevo sus puer tas. La cátedra de exégesis de Dante, fundada en 1373, a petición de nume rosos ciudadanos, se enlazó, por lo aeneral . más tarde, con la enseñanza de filología y retórica, como en los cursos de Filelfo. *" Puede verse esto en algunas enu meraciones detalladas, como, por ejem plo, en el cuadro de profesores de Pavía por el año 14(X) (Corio, Storia di Milano, fl, 290) , donde, entre otros niítcslros, figuran veinte juristas.
de asimilar la cultura antigua el hecho de que pudiesen presentarse como juristas, como médicos, como filósofos o como astrónomos. Tan to la situación interior de la cien cia como 'la situación exterior de los docentes resultaban aún muy inestables. N o ha de perderse de vista, por otra parte, la circunstan cia que los sueldos más altos co rrespondían a determinados ¡uristas y médicos, en el caso de los prime ros a causa principahncnte de sus servicios como consejeros del Esta do que los subvencionaba para uti lizarlos en sus demandas y proce sos. En Padua se registra en el siglo XV , un sueldo de jurista de I.OOO ducado s anuales,*** y a un mé dico famoso se le propuso una retribución de 2.000 ducados y el derecho al libre ejercicio de la pro fesión; el mismo médico había disfrutado ya en Pisa de un sueldo de 700 florines de oro. Cuando el jurista Bartolommeo Socini, profe sor en Pisa, aceptó una cátedra en Padua —al servicio del Gobierno veneciano— y se dispom'a a em prender el viaje, el Gobierno lo mandó detener y sólo lo puso en libertad contra una fianza de 18.0ÜÜ florines de oro.™ Las elevad as re tribuciones de estas disciplinas ha cía, pues, comprensible que eminen tes 'filólogos sacaran partido de sui conocimientos como médicos y ju ristas; por otra parte fue, gradual mente, haciéndose Indispensable qu( todo el que en una discipli na cual quiera quisiere destacarse adquirir se un fuerte colorido humaní^t Más adelante nos referiremos a i actividades prácticas de los hu i • nistas. Las cátedras de los filólopos mo tales, si bien alta mente retribuí
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las en determinados casos "^^ y sin zá), basándose, en parte, en una perjuicio del disfrute de emolumen especial protección de los distintos tos secundari os, en conjunto resul papas y prelados, y en parte en los taban, sin embarco, muy inestables empleos de la Cancillería pontificia. transitorias, de mod o que un mís- Sólo bajo León V tuvo efecto la > individuo podía reoartir su ac gran reorganización de la Sapienza idad entre varias instituciones, con ochenta y ocho maestros entre ira evidente que el cambio gusta ellos las primeras celebridades de ba y se esperaba algo nuevo de cada Italia, sin olvidar la ciencia de la nuevo maestro, lo que resultaba fá Antigüedad. Pero este brillante pe cilmente comprensible en una cien- ríodo fue breve. De las cátedras de ^ en proceso de desarrollo y muy griego y de hebreo en Italia hemos iculada, por lo tanto, a la jícrso- hablado ya en síntesis (pá gina 107). idad. Tampoco podía afirmarse /Si queremos formamos una idea, que hubiese pertenecido siempre a la universidad de una ciudad deter un conjunto, de lo que la enseñanza minada el maestro que profesaba y el intercambio de ideas eran en bre autores antiguos. En ésta, da tonces, tendremos que apartar en lo la facilidad con que se iba y posible nuestros ojos de las prác ía y el gran número de locaEes ticas y sistemas vigentes en nuestras l^que se disponía (en conventos, instituciones académicas. El trato |e.); bastaba que hubiese recibido personal, las controversias, el cons n encargo particular. En la misma tante uso del latín, y, en no pocos, primera década del siglo xv en del griego, el frecuente cambio de t|iie la Universidad de Florencia tu maestro, y la rareza de los liibros. vo su época áurea, en que los per- daban a los estudios un carácter para nosotros difícil de imaginar. iinajes de ía Corte de Eupenio I V , Escuelas latinas las habí a en to . .juizá ya de Martí n V, llenaban Itis aulas, en que Cario Aretino y das las ciudades de alguna im l'ilelfo profesaban en competencia, portancia, y no sólo como esta ' sólo tenían los Agustinos de blecimientos preparatorios para los lelo Spirito una universidad casi estudios superiores, sino porque el uunplfeta, no sólo había una im- conocimiento del latín venía nece sariamente después de la lectura, piTiante sociedad de eruditos en los naldulenses de los Augeli. sino la escritura, y las cuentas, siguién personas particulares de los dole la lógica. Un detalle esencial MIOS más distinguidos se reunían es que estas escuelas no denendían .1 organizar cursos sobre deter- de la Iglesia, sino de los munici ii.idas disciplinas filológicas, o fi- ^pios. Y algunas eran simples insti ricas para sí y para otros o bien : tuciones privadas. . uraban estudiar en particular. En verda d, este sistema de escue i:mte mtioho tiempo la actividad las alcanzó, bajo la dirección de li'igica v el estudio de las anti- algunos humanistas eminentes, no lades apenas tuvieron en Roma sólo un gran perfeccionamiento ra u ion con la universidad (Sapien- cional, sino que llegó a constituir una base de alta educación. A la ' Al ser requerido Filelfo por la formación cultural de los hiios de iv'crsidad de Pisa, recién fundada, dos familias principescas de la Alta iiidió menos de 500 florines de oro. Italia se vinculaban institutos que 1 Fabroni, iMurent. magn., Adnot. llegaron a ser algo único en su gé nero./ Véase Vespasiano Fior., págs. En la Corte de Giovan Francesco i72, 580 y 625; Vita Jan. Man- Gonzaga, en Mantua (reinó de 1407 Muratori, XX , col. 531 y sigs. a 1441), encontramos la figura mag-
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En Guari no de Verona se acen nifica de Vitíorino da FeltreT-* uno de esos hombres que consagran la túa el matiz erudito. Fue llamado vida entera a un fin para el cual, a Ferrara, en 1429, ñor Nicoló d'Espor su energía y su inteHgencia, es te, para que cuidara de la educación tán dotados en la máxima medida. de su hijo Lionello, el cual, desde Educó primero a los hijos e hijas 1436, cuando su pupil o hubo ca-i de la familia reinante; po r ciert o, terminado su educación, profesó co que una de estas tíltimas llegó a mo maestro de elocuencia y de am poseer verdadera erudición. Y cuan bas lenguas antiguas en la Uni do la fama de este maestro se hubo versidad. Además de Lionello tuvo difundido por toda ItaUa y era so^ numerosos discíptdos de diversos licitado su magisterio para escola lugares y en su casa un grupo se res de grandes y ricas familias de lecto de escolares pobres, que sos cerca y de lejos. Francesco Gonza- tenía parcial o totalmente; al repaso ga, no sólo no puso el menor obs de éstos consagraba las últimas ho táculo ni se opuso a que su maestro ras de la noche. También su casa enseñase a los nuevos alumnos, sino era sede de religios idad y morali que consideró como un verdadero dad severas. N o había en verdad honor para Mantua el que llegase que culpar a hombres como Guari a ser el centro de educación de los no y Vittorino de que otros huma hijos de las familias más distingui nistas de su siglo no se hicieran das. Por primera vez encontramos precisamente acreedores de alaban allí equilibrada, en toda una escue za en este aspecto. Parece Ínconc& la, la enseñanza científica con la bible cómo a Guarino, además do gimnasia y cualquier otro noble una actividad como la que desarro ejercicio físico. Pero hemos de con llaba, le quedase tiempo para tra siderar aún otro grupo de alumnos, ducir del griego y para escribir en cuya educación acaso veía Vit- obras propias de tan grande exten toríno el más alto fin de su vida: sión. el grupo de pobres dotados de ta En la mayoría de las Cortes do lento, que alimentaba y enseñaba en su casa, per l'amore di Dio, con Italia se confió además la educa los hijos de las familias poderosas ción de los hijos de los nríncipes, detcN e ilustres, que de esta suerte tenían en parte al menos, y durante que acostumbrarse a vivir bajo el minado? años, a los humanistas, coij mismo techo con "el talento desnu lo que éstos se introdujeron m a l aún en la vida cortesana. La com do". Gonzaga le pagaba 360 florines posición de tratados sobre la edu< de oro anuales, pero sólo le com pensaban las pérdidas, que a me cación de los príncipes, cosa de teó nudo ascendían a otro tanto. Sabía logos antes, era ahora, naturalmen muy bien que Vittorino no guar te, cometido suyo también, y Eneai daba para sí ni un ochavo y adivi Silvio, por ejemplo, dedicó a del naba sin duda que el sostenimiento jóvenes príncipes alemanes de ll Casa de Habsburgo prolijos tr* de 'los discípulos pobres era la con formaciót) tados sobre su ulterior dición tácita que aquel hombre ma ravilloso ponía para servirle. El ré intelectual y cultural. En ellos lo| gimen interior de la casa era recomienda, desde luego, cori' calor severamente religioso, casi conven tual. 74 Vesp. Fior., pág. 646. - . Al archiduque Sigismundo. / ] r' 105, pág. 600, y al rey Ladisko € Vespas- Fior., pág. 640. No co Postumo, pág. 695; a este úUirfio I nozco biografías especiales de Vittori la forma de Tracííitus de hberpr^^ educatione. no y de Guarino de Rosmini.
cultiven ej humanismo a la ma rá italiana, Éll mismo debía de í^ner, empero, que, en este caso, ^d ic ab a en desierto, por lo que
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cuidó de hacer circular estos escri tos en otros sectores. Pero de las relaciones entre humanistas y prín cipes trataremos especialmente.
ANIMADORES Y PROTECTORES DE L HUMANISMO
^•Decialmente en Florencia merecen, H | primer término, nuestra atenH n aquellos ciudadanos que hieiecuestión principal de su vida BRrato con el mundo antiguo y que ".iron a ser grandes eruditos o ides aficionados, protectores a "U vez de los eruditos (véanse págs. tl)4 y 105). Tuvieron la máxima •ortancia especialmente por lo se refiere al período de transi' de comienzos del siglo xv, poren ellos aparece por vez pri• ;i el humanismo como elemento lico > necesario de la vida co ima. Sólo después de ellos se legan seriamente a su cultivo los pas y los príncipes. I)e Niccoló Niccoli y de Gian7.0 Mannetii nos hemos ocuoado en distintas ocasiones. A Nincouos lo describe Vespasiano como hombre que ni aún en lo ex' i> toleraba nada que pudiese lurbar el ambiente clásico de la Su bella figura, sus largas y I i'lias vestidura s, su palabr a amay su casa llena de espléndidas "iif ^üedadcs, producían la más cuII impresión. Era limpio y ordelo, especialmente en el comer, 'e toda D o n d e r a c i ó n . En su metabía siempre, sobre b l a n q u í s i manteles, vasijas antiguas y de c r i s t a l E l m o d o cómo , traerse y hacer partícipe de i iones a un joven florentino'" \ ;do a los placeres, fue cosa
siguientes palabras de Vesson intraducibies: "a vedero la, c o s í antico come era. era mtilezza". Wd., pág. 485.
de tanto donaire, que no nos resis
timos al deseo de referirla. Piero de Pazzi, hijo de un dis tinguido mercader y destinado a serlo a su vez él mismo, muv agra ciado y muy dado a los placeres del mundo , pensaba en todo menos en la ciencia. Un día que pasaba por delante del Palacio del Podestá,^^ le llamó Niccoli; acudió a la señal de hombre tan eminente y' conocido, aunque nunca había ha blado con él. Niccoli le preguntó quién era su padre: "Me sser An drea de Pazzi", contestó. Como lue go le pregunt ara cuáles eran sus ocunaciones, Piero, a la manera de los jóvenes de entonces, de contestó; "pasarlo bien, "atiendo a darmi buon fempo". Entonces, Niccoli, le dijo: "Como hijo de tal padre y con la figura que tienes, deberías avergonzarte de no conocer la cien cia latina, que tan gracioso ornato serta para ti; si no lo haces, no serás nadie, y en cuanto la juventud se te haya pasado vendrás a ser un sujeto sin ninguna importancia Piero comprendió en se (virtú)". guida que estas palabras eran ver dad y replicó que seguiría su con sejo de buena gana si encontrara un maestro. "En e so me ocupo yo ", dijo Niccoli. Y , efectivamente, le , procuró un maestro de griego y la tín, un erudito llamado Pontano, a quien Piero sostuvo como si se tra tara de un deudo, retribuyéndole con 100 florines de oro anuales. El lugar de la disipación de antes vino Según Vespasiano se daban aquí cita los eruditos, no faltando las eonli-oversias en estas reuniones,
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a ocuparlo el estudio, llegó a ser mo una reliquia en el Palacio. amigo de todos los hombres cultos Cuando abandonó el puesto, la ciu y de ingenio, y él mismo fue, con dad le regaló un estandarte con el el tiempo, un eminente hombre de escudo municipal y un espléndido Estado. Llegó a aprender de me yelmo de plata. Por lo que respecta a los demás moria la Eneida entera y muchos discursos de Tito Llvio, para lo que eruditos contemporáneos, ciudada aprovechaba, sobre todo, el tiempo nos de Florencia, es preferi ble leer que tardaba en recorrer el camino la obra de Vespasiano íaue los co entre Florencia y su quinta de Treb- nocía a todos), por cuanto el tono, la atmósfera que sabe prestar a lo j bio. En un sentido distinto y aún más que escribe, las convenciones en que I elevado, representaba Gianno zzo a se basa su trato con ellos, cobrai la Antigüedad.''^'^ Precoz, casi un mayor relieve y tiene mayor impor niño todavía, había hecho estudios tancia que la mención especificada mercantiles y era contable de un de lo reailizado, de la obra de cada banquero, Pero al cabo de algún uno. En una traducción —sin hatiempo le pareció esta ocupación blar de las breves indicaciones i hueca y estéril, y se sintió atraído que nos vemos aquí reducidos— s< por la ciencia, que es lo único que perdería este valor — el más alt( puede asegurar al hombre la inmor de su libro. Vespasiano no es ui talidad. De la nobleza florentina fue gran autor, pero conoce todo aquo el primero en sumerelrse en el mun movimiento y tiene un profundo do de los libros, llega ndo a ser, sentido de su significación espirli como va hemos dicho, uno de los tual. Si pretendemos analizar la magll sabios más insignes de su énoca. Cuando el Estado utilizó sus ser que ejercieron los Medici del siolfl vicios como encargado de negocios, XV sobre Florencia y sobre sus con funcionario de impuestos y gober temporáneos, sobre todo Cosimo « nador (en Pescia y Pistola), desem Viejo ( t 1464) y Lorenzo el Man peñó sus cargos como si un alto nijico ( t l 4 9 2 ) , hemos de contitW ideal hubiera despertado en él, re rar ante todo, al margen de la p(^' sultado y compendio de sus estu lítica, como elemento decisivo N dios humanísticos y su religiosidad. condición de rectores cultúralo Suprimió los más od iosos impues la época. Quien en la situación ¡K' tos, y no aceptó suel do de ninguna Cosimo como mercader y cabe/u tiene consigo ademús ll | clase a cambio de sus servicios; co de partido ¡Jai ^ _ . i.»,..^ mo jefe provincial rechazó toda cla todos los que piensan, estudian § se de obsequios, cuidó el simiinistro escriben; quien por su casa es m de cereales, intervino conciliadora primero de los florentinos V en • e incansablemente en toda clase de esfera de la cultura el p r i m e r o | « procesos e hizo todo lo humanamen los italianos, resulta también, n i te posible por aplacar las pasiones mente, un príncipe. Cabe a Cosiw con la bondad. Los ciudadanos de la gloria particular de haber rcoí Pistoya no pudieron averiguar nun nocido en la filosofía platónica' ca a cuál de sus dos partidos se el más hermoso brote del per" inclinaba. Como símbolo del común destino y del derec ho común , en sus ^ Lo que antes se conocía de di horas de ocio escribió la historia sólo fragmentario puede haber aV de la ciudad que luego, encuader En Ferrara h ubo, en 1438',*^ una • nada en púrpura, fue guardada co- guiar controversia entre H u ^ de Sl^ y los griegos que habían acusado •TO Véase su vida en Muratori, XX, Concilio. Véase Eneas Silvid, De ' ropa, cap. 52 (Opera, pág, 450). 532 y siguientes. ív\í\j
iiienlü antiguo, infundiendo esta onvicción en torno suyo, e impulmdo d e esta suerte, dentro del hu•""lismo, un segundo y más alto lacimiento de la Antigüedad; |o este proces o, en sus disti ntas íes ha llegado a nosotros proliImente detallado. Ha de verse, en - esencial, su punto de partida en '^magisterio del sabio Juan Argyáulos y en el celo personal de simo en sus últimos años, de moü que, en cuanto al platonismo se •jfiere, el gran Marsilio Ficino pudo amarse su hijo espiritual. Bajo 'etro de Medici, Ficino figura ya •no jefe de escueta; a él se pasó, campo peripatético, el hijo de 'tetro y nieto de Cosimo: el es'arecido Lorenzo. Entre sus con'¡ípulos más conocidos se cuenBartolomraco Valori, Donato Iciaiuoli y Pierfilippo Pandolfini. ^ entusiasta maestro declara en írsos pasajes de sus escritos que irenzo penetró todas las profun« d e s del platonismo, y que había presado su convicción que sin ésera imposible ser un buen ciu"lan o y un buen cristiano. La obre reunión de sabios en torno ^ Lorenzo el Magnífico aparece •'ia por este rasgo superior de filosofía idealista, raseo que la (ingue también de todas las deI ^rupaciones de este tipo. Sólo :un ambiente así podía sentirse " un Pico della Mirándola. Pero las hermoso que de este centro itual puede decirse es que, adede sede insigne del culto a la Nic. Valori, en la Vida de LoVer Vespas. Fior., pági!6. Los primeros protectores de ifrópulos fueron los Acciaiuoli. Ver ^ B j , 192. El cardenal Bcssaríón y su ^"Ualo entre Platón y Aristóteles. • 223; Cusanus como platónico. 508: el catalán Narciso y su (Ovcrsia con Argyrópulos. Ibíd., ' Magn.
/^gu nos diálogos de Platón traya por Lionardo Aretino. Ibíd. incipiente influjo del neopla-
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Antigüedad, constituía un verdad e ro santuario de poesía propiamente italiana; de todos los esplendores que envuelven la personalidad de Lorenzo, el más admirable acaso sea éste. Juzgúesele como se quiera como hombre de Estado (páginas 44 y 46), el extranjero que no se vea forzado a ello, hará bien en quedarse al margen, cuando se tra te de discriminar, en un principio postrero sobre la Historia de Flo rencia, la parte que corresponde al destino y la imputable a las pro pias culpas del jefe; pero no hay polémica más injusta que la que culpa a Lorenzo de haber dispen sado su protección preferentemente a mediocridades y haber sido cau sa que tuvieran que abandonar el país Leonardo da Vinci y el ma temático Era Luca Pacciolo; tam bién se le culpa de no haber im pulsado suficientemente a Toscanelia ni a Vespucci, entre otros. No vamos a pretender que fuera per fecto, pero de todos los grandes que. en todos los tiempos protegieron y estimularon 'lia vida espiritual, es uno de los que mostraran facetas más múltiples y en el que, acaso más que en ningún otro, aquella protección fue consecuencia de una íntima y honda necesidad. Bien alto proclama nuestro siplo el valbr de la cultura en general y de la Antigüedad en particular, pero una entrega tan completa y entusiasta, una tal convicción de re conocimiento de que la cultura constituye nuestra primera necesi dad, no la hallamos hoy como en los fllorentinos del siglo xv y prin cipios ddl X V I . Hay oruebas indi rectas c apaces d e desvane cer eÜ último resto de la duda. N o se hu biera hecho participar tan a me nudo a las muchachas en los estu dios, ñor ejemplo, si no se hubiera considerado a éstos, de una manera absol'uta, como el noble don de la vida terrenal; no se hubiese loprado convertir el destierro en lupar de felicidad, como hizo Palla Stroz-
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de noble ánimo premia toda exce zi; no hubiera habido hombres co lencia".^ También aquí ha querido mo Filippo Strozzi,8^ que careciendo ponerse de relieve, recientemente, de escrúpulos para las cosas más con visible exageración, el lado in tremendas, tenía, sin embarco, es tímulo y energía para la considera dico, la lisonja venal, tal como an teriormente hubo exceso en el acep natural ción crítica de la Historia sin reservas la alabanza de los de Plinio. No se trata de elogiar ni tar humanistas a los príncipes. Toma do de censurar, sino del reconocimien en conjunto, siemisre resultará un to del espíritu de la época y de su testimonio favorable para aauéllos peculiaridad más sobresaliente. el hecho que se creyeran obligados Hubo en Italia otras ciudades, a figurar a la cabeza de la cultura además de Florencia, donde deter de su época y de su país, por muy minados círculos sociales laboraron unilateral que ésta fuera. Sobre to en pro de! humanismo, sin reparar do, en algunos papas la serenidad I en medios, protegiendo generosa ante las consecuencias**^ de este ti-1 mente a los sabios residerttes en su po de cultura, tícne algo de inconsJ zona de influencia. En los episto cíente majestad. Nicolás V sentíase larios de la época descubrimos una tranquilo sobre el porvenir de la' gran abundancia de referencias per Iglesia porque contaba con la cola sonales de esta índole.'*^ La públi boración y la ayuda de millares de ca preferencia de la gente más culta hombres sabios y eruditos. En Pío se inclinaba, casi exclusivamente, II los sacrificios por la ciencia no de este lado. son tan grandiosos; su Corte de puf Pero ha l legado el momento de tas es bastante modesta. En cambio, tratar del humanismo en las Cortes él mismo sobresale como cabeza y de los príncipes. Hemos indicado va representación de la erudita rcpti (véanse páginas 4, 77 y 78) la blica mucho más que su inmcdiatn íntima afinidad entre el tirano v antecesor, y disfruta de esta gloiiji el filólogo, igualmente atendidos con plena seguridad. Sólo en Pn uno y otro a su personalidad y a blo II se observa va temor y rccciii su talento. Pero el filólogo, según hacia el humanismo de sus sccnpropia confesión, prefería las Cor tarios, y sus tres sucesores, Sixio, tes a las ciudades libres, porque en Inocencio y Alejandro, si aceptaruti ellas solía ncrcibir más recompen dedicatorias y dejaron que se \cs en sa. En el momento en que parecía salzara poéticamente cuanto que el gran Alfonso de Aragón iba guíese —hubo hasta una BOTÍHIUUI a adueñarse de toda Italia, Eneas Silvio escribió a un amigo de Sie 85 No debe desorientar que al i'. na ** que "si la paz de Italia ha de ser instaurada bajo su dominio gen de afirmaciones como ésta H observen toda una serie de lanicnti será para mí más agradable que si clones sobre la mezquindad de • esto ocurriera bajo gobiernos de mecenazgos principescos, y sobre B ciudades libres, pues un monarca indiferencia hacia la gloria de algiM príncipes. Así, por ejemplo, en ^ Mantuanus, Égloga V, ya en **2 Varchi, Stor. fiorent., lib. IV , • tista siglo XV, no era posible dar. a toi pág. 321. Un retrato ll eno de vida y satisfacción. de espíritu. Dada la brevedad con que ^ Las dos biografías mencionadas tamos aquí cl tema, hemqs de de Rosmíni (sobre Vittorino y Gua rirnos por lo que al mecenazgo rino) , así como la vida de Poggio de los papas se refiere, hasta las p" Shepherd, contienen numerosos datos merías del siglo xv, al final dtí'ila sobi-e cl particular. in'^Mií^ chichte der Stadt Rom *• 84 Episí. 39, Opera, pág. 526, a Ma de Papencordt. riano Socino,
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j)roba blemente en hexámetros— sentíanse demasiado absorbidos por otro género de actividades, y eran M u j y distintos los puntos de apovo II' su poderío que les interesaban, para que se ocupasen en los poetasfilólogos. Julio II encontró poetas porque su pontificado mismo era un tema sugestivo (ver págma 81); por lo demás no parecen haberle ireocupado mucho. A él le sucede ^ n X "como Numa a Rómulo": os decir, tras el estruendo bélico del iinterior pontificado se esperaba una 'ii'gua consagrada a las Musas. El e de la bella prosa latina y los lloros versos constituían en León M parte del programa de su vida, ri este aspecto logró su mecenazque sus poetas latinos represen•i-n en las alegorías de innumeraelegías, odas, epigramas y sernes ei espíritu jocundo v brillande la era leonina, tal como alien en la biografía de Jovio.*^^ Aca110 exista en toda la historia de idente un príncipe que, en relón con los escasos acontecimienpoetizables de su vida, haya si• más y por tan múltiples modos litado. Solía recibir a los poetas ni'ipalmente al mediodía, cuando iuibían terminado los músicos; ^ ui uno do los raás ilustres del |iiito nos refiere que, tanto en liirdi'n como en las más secretas I il . Greg. Gyraldus, De poetis wmporis, con motivo del Esféil Camerino. El buen hombre ló la faena a tiempo y cuarendespués aún tenía el legajo ' pupitre. Sobre los mezquinos ios de Sixto IV véase Pierio M'.. De infeíic. litt.. con motivo de rus de Gaza. Sobre el delibe- . iilcjaraiento del cardenalato de iinanistas antes de León véase • ranas, oración fúnebre del carRgidio, Anecd. Utt., IV, página •
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cámaras del palacio, procuraban siempre llegar hasta el papa, y cuando no lo conseguían, recurrían a las súplicas escritas en forma de elegías, en las que el Olimpo en tero participaba.®*' Pues León, oue no podía ver dos monedas juntas y sólo quería rostros alegres, era en tal forma liberal, que, en los días de escasez que siguieron, el mero recuerdo de sus dádivas llegó a transfigurarse en mito.^i De su or ganización de la Sapienza hemos labiado ya (nágina 115). Para no hacemos una idea demasiado mez quina de la influencia de León en el humanismo, hemos de apartar los ojos de los juegos y oueriüdades con que aparece entremezclada; co mo tampoco hemos de dejarnos des orientar por la desconcertante iro nía con que él mismo trata, a veces, estas cosas (véase págraia 88); su influencia hay que juzgarla por el "estímulo" que de él tiarte en el campo del espíritu, "estímulo" que no puede probarse de manera deci siva, pero cuya existencia no puede menos de demostrar en determina dos casos, una investig ación con cienzuda. La influencia de los hu manistas italianos en Europa desde 1520, aproximadamente, está siem pre de algún modo condicionada por el impulso oue nartía de I^ón X . Fue el Papa que en el nrivilegio de impresión de Tácito recupe rado ^'^ pudo decir oue los grandes autores son una norma en la vida **> Véase la Elegía de Job, AureHus Mutius en Deliciae poetarum Italorum.
«1 Ver en Gyraldus la conocida his toria de la bolsa de terciopelo purpú reo que contenía papelitos de oro de diversos tamaños, en la que León in troducía la mano a ciegas. Hecatommithi, V I , Novella, 8. En cambio, los improvisadores latinos de su era eran premiados con latigazos cuando hacían \ versos cojos. Lil. Greg, Gyraldus, De t
mejores en Deliciae poetarum y en los suplementos de las ediciones de Roscoe, Leo X. poetis nostri temporis. ' -I Jovio, Elogia, con motivo S2 Roscoe, Leo X. ed. Bossi. IV , Posthumus, página 131. 181. '
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gable: ni con el regalo de una de y un consuelo en la desgracia; que mis mejora ciudades estaríais su ía protección de los sabios y la ad ficientemente recompensado; pero, quisición de libros excelentes cons con el tiempo, encontraré el modo tituyó siempre su más alto designio, de que quedéis satisfecho". Cuando y que en aquellos instantes agrade tomó a su servicio a Giannozzo cía al cielo los beneficios que había Mannetti, en condiciones espléndi obtenido el género humano con la das, le dijo; " Mi último pedazo de publicación de aquel libro. pan lo partiría contigo". Cuando El saco de Roma del año 1527 Giannozzo, como enviado de Flo no sólo dispersó a los artistas, sino rencia, había acudido a su Corte también a ios literatos, que por to con motivo de las bodas del p r í n dos los extremos de Italia difundie cipe Ferrante, impresionó ya enton ron la fama de su gran protector ces d e tal manera al rey, que per arrebatado por la muerte. maneció inmóvil en el trono "como Alfonso de Ñápeles es, entre los una estatua de bronce" , sin siquiera príncipes seculares del siglo xv, el ahuyentar los mosquitos que le acó que manifiesta el más alto entu saban. Parece que su lugar preferi siasmo por la Antigüedad (véase do era la biblioteca del palacio de págma 19), Parece que en este en Ñapóles, donde, sentado junto l tusiasmo era completamente inge una ventana que daba al mar, c* nuo, que, desde su llegada a Italia, cuchaba a los sabios, cuando di» el mundo antiguo, en sus monu cutían, por ejemplo, sobre la Tri mentos y en su literatura había pro nidad. Era muy relipioso y ademíiíi ducido en él hondísima imnresión, de Livio y Séneca se hacía leer In a la cual no le cupo sino doblegar Biblia que se sabía casi de memo se. Con maravillosa facilidad cedió ria. jCóm o imaginar la impresimí su altivo y duro Aragón, con todas que le produieron los pretcndidínlas tierras confinantes, a su herma restos de Livio en Padua! (véastno, para consagrarse por completo pápína 8 2). Cuando , tras gramlm a sus nuevos Estados. Tuvo a su ser súnlicas, obtuvo de los venecianiMi vicio, unas veces juntos, otras de el hueso de un brazo, que rccibirt manera sucesiva a Jorge de Tre en Nápoilcs con grandes muestras ik bisonda, a Chrysoloras el Joven, a veneración, debió de cruzar por MI Lorenzo Valla, a Bartolommeo Fa ánimo una curiosa mezcla de rc .v ció y a Antonio Paño, que llegaron clones cristianopaganas. Estando > < a ser sus historiadores. El último campaña en los Abruzzos, le en-i comentaba diariamente ante él y an ñaron, a lo lejos, Sulmona, la píiiin te la Corte un texto de Tito Livio, de Ovidio; él la saludó enlon ; lo que no se interrumpía ni en cam dio gracias al genio del lugar i i paña. Toda esta gente le costaba dentemente le complacía c o n f i n i m anualmente 20,000 florines de oro. la realidad del vaticinio del i'n A Fació, además de los 500 duca poeta sobre su propia gloria Im dos de sueldo anual, le regaló 1.500 ra.^ En cierta ocasión le plugo florines de oro cuando terminó su sentarse él mismo "a la anti" Historia Alphonsi, con las siguien usanza", con motivo de la entr tes palabras; "No lo ha go por pa en Ñapóles, definitivamente ( garos, pues vuestra obra es impa- quistada (1443). No lejos del M cato hizo abrir en !a muralla U í « Vespas. Fior., pág. 68. Traduc brecha de cuarenta codgs de * ciones del griego que mandó hacer Al chura y por ella penetró en la fonso, pág. 93. Vita Jan. ManneUi en Muratori, XX , col. 541, comp 550 y 94 Ovidio, Amores, I I I , t5; vt 395 Panormita, Dicta et facía Alphon Joviano Pontano, De principe,^ si, con las glosas de Eneas Sdvío.
LA CULTURA DE L R E N A C I M I E N T O
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123 sobre un áureo carro, como romano triunfador.^'' Para eter- tas, eran "los que leía repetidamen í na memoria de este hecho se erigió te y se hacía leer". Los Sforza fueron igualmente ||y n soberbio arco triunfal de márp|»ol en Caste-lo Niiovo. Su dinastía todos más o menos eruditos y da ' napolitana (véase oágina 19), no dos al mecenazgo (ver página 13); sólo no heredó poco o nada de este de ellos hemos hablad o ya incidenentusiasmo por la Antigüedad , sino talmcnte. El duque Francesco pa tampoco m'nguna de sus demás cua rece que, en la educación de sus hijos, y por motivos políticos, con lidades, Federigo de Urbino era suporiOT sideraba la formación humanística en mucho a Alfonso por su eru como algo indispensable; y, por lo dición.®* Ni se rodeaba de dcma- general, aceptaba la conveniencia ida gente ni ora pródigo, y en el de que, en la esfera del saber, el ludio de la Antigüedad, como en príncipe pudiera tratar a los más eruditos de igual a igual. Años des liKias las cosas, procedía metódica mente. Para él y para Nicolás V pués, Lodovico el Moro, excelente *\! hicieron la mayoría de las tra- latinista él mismo , revola un inte iliicciones del griego v una serie de rés por todo lo espiritual, que re mejores comentarios, rcfundicio- basa, en mucho, la esfera de la An ., etc. Era dadivoso , pero siem- tigüedad (véase página 13). r con un fin determinado y con i También los pequeños tiranos personas que realmente necesi procuraban disfrutar de idénticas ta. No podía hablarse de Corte ventajas y serta una injusticia para poetas de Urbino: allí el más con ellos pretender que sólo alimen lio era ante todos el propio so taban a los literatos de sus Cortes l a n o . La Antigüedad constituía, para que los "hiciesen famosos". llámente, sólo un aspecto de su Un príncipe como Borso de Ferra iiidurfs; perfecto como príncipe, ra (págin a 25) con toda su vanidad, no parece esperar de los poetas la i'io soldado y como hombre, doinmortalidad, por mucho que fuese iiiitba una gran parte de la cien1 contemjwránea, y olio con fines el celo en que éstos le escribieran ••^licos, objetivos, por la cosa mis- una Borseida y otras composiciones Como teólogo, por ejemplo, es- por el estilo: su alto sentido del •ició la comparación entre To poder era demasiado incomparable do Aquin o y Escoto, y conocía con una ambición tan mezquina co antiguos Padres de ía Iglesia, mo la que esto represente. Ahora "oriente y Occidente, aquéllos en bien, el trato con los sabios, el in •""iones latinas. En filosofía terés por la Antigüedad y la nece haber dejado a Platón por sidad de una elegante epi stologra lo al cuidado de su contem- fía latina eran inseparables con el > Cosimo. Pero de Aristóte- principado, tal como entonces se no sólo conocía a fondo l a entendía. ¡Cuan a menudo se la la Política, sin también la mentaba el ilustradísimo duque Al otros escritos. En sus otras fonso (ver página 27) que la falta preponderaban notablemen-.. los historiadores antiguos En el último Visconti se dispu do poseer; éstos y no los poe- taban aún el favor y la atención del príncipe Tito Livio y las novelas fran de caballería, Dante y Petrarca; pior. napoleí., en Muratori, X X I acesas los humanistas que se le acercaban t.í27. el propósito de "hacerle famoso" yespas. Fior., págs. 3 y 119 y con solía despacharlos a los pocos días. volle ayer piena notizia d'opni Véase Dccembrio, en Muratori, XX, •••t sacra come gcntile". col. 1.014.
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veces, en presencia del "rex", co de salud en sus años juveniles le a obligara a buscar unilateralmente un mo le llaman; en sus poemas lati descanso en el trabajo manual.'**' ¿O nos le celebran, naturalmente, y se trataba de un pretexto para man cantan sus amores con la bella Isoitener los literatos a distancia? Los ta, en cuyo honor se realizaron las propios contemporáneos no eran ca celebres obras de reforma de Siiri paces de penetrar adecuadamente un Eraneesco, en Rimini , como sepul cro monumento en memoria de ella: alma como la suya. Ni los más pequeños tiranos de Divae fsottae Sacrum. Cuando los la Romana podían pasarse sin uno filólogos mueren, se les da sepultu o do s humanistas. A menudo la ra en los sarcófagos (o bajo los misma persona hace de maestro de mismos) que adornan los entrantes la familia y de secretario, y a veces de ambos muros exteriores de esta llega a ser factótum de la Corte.*** iglesia; una inscripción dirá luego Se procede con excesiva ligereza al que fue sepultado allí —el filóUv despreciar estos centros minúsculos, go de que se trate— reinando Si olvidando que en el fondo las más gismundus, hijo de Pandulfus-^'"^ i.n altas cosas del espíritu no están ía actualidad nos costaría trabain condicionadas por la magnitud. creer que para un monstruo come Una singular actividad debía rei Sigismundus la cultura y el tralu nar en la Corte de Rimini bajo el erudito pudieran ser una necesidad. insolente pagano, el condottiere Si Y, sin embargo, quien le excomul gismondo Malatesta. Se había ro gó y le mandó quemar en efigie y deado de una serie de filólogos y le combatió con las armas, es de a algunos de ellos los retribuía U- cir, el papa Pío II, pudo escribir beralmente, con una quinta rústica, de él estas palabras: "Sigismundiii por ejemplo, mientras a otros los obligaba a ganarse el pan como ofi conocía las historias y era muy vcM ciales de su ejército.'^ En su cas sado en filosofía; en todo lo qui tillo —Arx Sismundea— sostienen hacía parecía dotado por una h ú sus controversias, muy envenenadas posición innata".**^ VI L EPISTOLOGRAFÍA Y ORATORIA LATINA Para dos cosas, tanto las repúblicas como los principados v los papas, consideraban imprescindible el con-
curso de los humanistas; para redacción de epístolas y para discursos públicos y solemnes.
Paulo Jovio, Vita Alfonso ducis. ®» Sobre Collenuccio en la corte de Giovanni Sforza de Pésaro (hijo de Alessandro, pág, 15), que, al fin, le recompensó con la muerte, véase ná^. 77, nota 15. Cerca del último Ordelaffo de Forli ocupó este puesto Codro Urceo. Entre los tiranos ¡lustrados ha de mencionarse también a Galeotio Manfreddi de Faeiiza, asesinado en 1488 por su esposa, así como alguno de los Bentívogli de Bolonia.
porque, como parásitos hambricii tenían que ganarse la vida haciendo soldados a su edad, mientras a él le equipa sustanciosamente con "ag| y "villa" (hacia 1460, instructiva ^ cumcnto del que se deduce qu había humanistas, como los dos m clonados, que intentaban D T F E N I I R contra el auge del griego). ' í**^ Más deíalles sobre estas ^.p turas en Keyssler, Neuesíe Keiscii. ' gina 924.
i«o Anécdota liiteraria, II (pág. 305
W 2 Pío II, Comment., Ub. U,
y sigs. y 405). Basinio de Parma se 92, "Historiae", supone aquí cl, burla de Porcellio y Tommaso Séneca; pendió de toda la Antigüedad. ¿
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125 No es sólo que a causa de las tos orgullosos personajes cuando igencias del estilo el secretario un conflicto de precedencia; •••a de ser un buen latinista, sino surgía por ejemplo, los "advocati sólo a un humanista se le cree cuando, ipaz de poseer el talento y la cul- consistoriales" alegaban idéntica je incluso la preemineneia.io^ necesarios para desempeñar el rarquía, en algunos casos. De buenas a pri to de secretario. Así las más meras se apelaba a san ¡uan Evan indes figuras de la ciencia del gelista, a quien habían sido revela lo XV, en su mayoría, sirvieron dos los "secreta coelestia"; al escriba lohos años de su vida al Estado de Porsena, a quien Muccio Escécargos de esta suerte. A nadie vola tomó por el rey mismo; a le preguntaba por su patria ni Mecenas, que fue el verdadero se su origen. De los cuatro gran- cretario de Augusto; a los arzobis les secretarios florentinos entre pos, llamados en Alemania canci B429 y 1465,'*^ tres son de la con- lleres, y a otros más.^** "Los secre ^jUistada ciudad de Arezzo, a saber: tarios apostólicos tienen en sus ma Hjonardo Bruni, Carlos Marzuppini nos los más altos negocios del mun • Benedetto Accolti; Poggio era de do, pues, ¿quién, sino ellos, escribe ^et'ra Nuova, igualmente en tierras y dispone en cuanto se refiere a do Florencia. Desde antiguo se te las cosas de la fe catóHca, a la lu nía como principio desicrnar a ex por la herejía, al afianzamiento tranjeros para algunos de los altos ycharestablecimiento la paz, a la i'iirgos de la ciudad. Poggio v Gian- reconciliación entre de grandes mo iiozzo Mannetti fueron también, narcas? ¿Quién sinolosellos suminis I inporalmente, secretarios pontifis, y Cario Aretino iba a ser nom- tra las sinopsis estadísticas de toda Cristiandad? Ellos son quieneí: ido para este cargo. Blondus de le asombran a reyes, príncipes y pue IL I y también, al fin, Lorenzo Va con las maravillas que del Pon lla —a pesar de todo— fueron ele- blos tífice irradian; ellos dan forma a i'tiilos a semejante digiúdad . A par- las órdenes e instrucciones a que I de Nicolás V v Pío II, la Cmhan de someterse los legados; y re ilcría del palacio pontificio atrae ciben los mandatos del Papa, que '•\vi vez más a los talentos más alerta todas las horas del lables,^^^ incluso en los últimos esperan, día la noche". Pero el pináculo II*as del siglo xv, poco aficiona- de íay de fama fue alcanzado en aquel . a las letras. En la Historia de entonces por los dos célebres secre . Papas de Platina, la vida de tarios y estilistas de León X, PieILILN 11 no es otra cosa que una Bembo y laeob Sadoleto. No to ii/.a contra el único papa que tro das las Cancillerías escribían con :,upo tratar dignamente su Can- elegancia; la mayoría escribían en • • • ' • 1 , aquella asamblea de "poetas estilo burocrático y en un latín ricos que daban tanto lustre un Curia como recibían de ella", impurísimo. Por muy extraño modo que ver la indignación de es 10» Anecd. litt., I, pág. 119. Alega to de lacobus Volatcrranus, en nom Fabroni, Cosmus, Adnot. 117, bre de los secretarios, indudablemente Fior., passim. Ver un imporSixto IV. Las pretensiones hu saje sobre lo que los floren- bajo manísticas de los abogados consisto lían a sus secretarios en Eneas riales se basaban en su arte oratoria, De Europa, cap. 54 (Opera, pámientras la de los secretarios en su 54). retórica epistolar. Véanse pág. 192 y Gesch d. iiw Nadie mejor que Eneas Silvio Rom., de Papencordt, sobre ti conocía la verdadera Cancillería im colegio de abreviadores funda- perial bajo Federico III; véase Epp. ttfÍQ. 23 y 105. Opera, págs. 516 y 607.
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buscó refugio y asilo durante la destacan, entre los documentos mí- Edad Media. Constituye un elemen laneses que nos transmite Corio, un to necesario y un ornato de toda par de epístolas escritas, precisa alta existencia. Muchas de las par mente, en un grave trance.!*^' Son tes que en fiestas y ceremonias se de la más transparente latinidad. dedican hoy a la audición musical, Conservar el estilo en los momen y por muy singular que ésta apa tos de apuro era mandato de la com rezca se dedicaba entonces a la ora postura y el dec oro en la vid a y a toria en latín y en itaUano. El lec la vez consecuencia del hábito. tor podrá imaginar fácilmente lo Cabe imaginar que se estudiaban que tal cosa supone. diligentemente entonces las coleccio Era completamente indiferente a nes de las epístolas de Cicerón y de qué clase social pertenecía el ora Plinio, por ejemplo. Ya en el siglo dor; lo que ante todo se pedía era XV , fueron consideradas como obras el talento humanístico desarrollado maestras, no sólo desde el nunto de hasta cl virtuosismo. En la Corte de vista de 1?. latinidad, sino desde el Borso de Ferrara fue designado, pa-, de la epistolografia en general. ra pronunciar los discursos de bien-| Pero con el siglo xvi hace tam venida, tanto con motivo de la vi bién sil aparición un clásico estilo sita de Federico III como de Pío Jl. epistolar italiano, en el cual figura el médico de cámara fcrónimo tU Bembo nuevamente a la cabeza. Evi Castello.í'^" Seglares casados subían dencia una manera completament e a! pulpito en las iglesias con ocasión moderna, que se aparta deliberada de fiestas o funerales, y hasta con mente de la latina, aunque atjarece motivo de la fiesta de algún santo, totalmente embebida y condiciona Fue algo nuevo para los concurren da, sin embargo, por el aliento an tes no italianos al Concilio de Ha tiguo. silea que el día de San Ambrosio De m odo mucho más brillante el Arzobispo de Milán hiciera suhii que el epislológrafo se destaca el a! pulpito a Eneas Silvio, que iin orador en una época y en un estaba ordenado. Aunque prolesiji pueblo en que el escuchar se con ron los teólogos, pasaron por ello v sideraba un alto goce v en que la le escucharon con ver dadera avi visión fantástica del Senado roma dc z .ii« no, con sus oradores insignes, su Consideremos, en primer térmiim gestionaba aún todos los ánimos. La los moti vos más importantes y frrelocuencia quedó por completo cuentes que se ofrecían a la públici emancipada de la Iglesia, en la cual oratoria. Ante todo; los enviados de I Corio, Storia di Milano, fol. íado a Estado, no en vano sc íik\mu 4 4 9 , carta de Isabel de Aragón a su oradores. A ] margen de los padre Alfonso de Nápoles; fols. 4 5 1 secretos, había i neludible mentr un y 4 6 4 , dos cartas del Moro a Carlos acto público: un discurso pn >iinii VI L Véase a propósito de esto la his ciado en circ unstan cias lo más puiiitorieta que se nos cuenta en Lettere pittoriche, 111, 8 6 (Sebastiano del posas posible.^ii P or lo regular h | Piombo a Aretino), de cómo Clemen J«fl Diario Ferrarese, en Muí;: te Vil, durante el saco de Roma, con voca en el castillo a sus eruditos y X X I V , cois. 19 8 y 205. J i « Pío II, Comment, lib. I, p les ordena, a cada uno aparte, redac tar una epístola destinada a Carlos V. na 10. m Tan grande como er^ el iá 108 Véanse discursos en Opera de Filcifo, de Sabellico, de Bcroaldo el del orador afortunado era terriblr Viejo, etc., los escritos y biografías caso del que sin grandes dotes sc ' de Giannozzo Mannetti, Eneas Silvio, tÍ!'. en el atolladero ante graríl etcétera. esclarecidas asambleas. Véanse '
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127 HB á uso de la palabra, ante un auPflitorio numeroso, el protocolaria cuencia, "pues nada m á s sublime mente designado. Pero a Pío II, an- que el ímpetu y el vuelo de su dis - te el cual, c omo p erit o en La ma- curso".''^ Eran muchos los que ya ^ (eria, a todos gustaba hacerse oír, por este hecho veían en él, antes de llegó a ocurrirle el caso de tener ser elegido, el más digno candidato que escuchar a los miembros de al Papado. una embajada entera, uno por En toda recepción solemne era uno.''- Por su parte, a los príncit>es costumbre dirigir la palabra a los doctos, si tenían dotes oratorias, les príncipes, frecuentemente en discur complacía hablar ellos mismos, tan- sos que duraban horas enteras. Está claro que tal cosa ocurría úni ii i en italiano como en latín, A los miembros de la Casa de Sforza se camente cuando el príncipe era afi IL-S adiestraba en este arte: Gale azcionado a la oratoria, o quería que ii María, siendo aún ¡ovcncito, re- por tal se le tuviese,'"^ y cuando se ii) de corrido su ejercicio, ya en disponía de un orador de las con I 155, ante el Gran Consejo de Ve - diciones requeridas, ya se tratara de jn.^ja 113 y su hermana Ippoliía sa- un literato de la Corte, de un pro liuló al papa Pí o 11, en el Congreso fesor de la universidad, de un fimIr Manma, en 1459, con un gracio- cionario, de im médico o de un > discurso.'!'* pue ¡a orato ria de religioso. ) II el arma poderosísima con que Asimismo solía echarse mano de luc preparando durante su vida el la oratoria po r cualquier otr o mo lerreno para su exaltación final; aún tivo de índole política, y, si el ora II ndo el más grande de los diplo- dor gozaba de fama, todos los aman i.iiicos y eruditos de la Curia, aca- tes de la cultura acudían a oírle. Ai • no hubiera llegado a ser papa cubrirse anualmente las vacantes de iii lá fama y la magia de su elolos fu ncionari os, incluso en la en trada y toma de posesión de un nue B | verdadero terror en la serie de que vo obispo, era forzoso que figurase H l habla Petrus Crinitus, De honesta como orador un humanista que a ^mdpUna, V, cap. 5. Véase también veces hablaba en estrofas sáficas o ^ H M S . Fior., págs. 3 1 9 y 430. en hexámetros.''" Algunos nuevos ^ H l Pío II, Comment,, lib. IV , pág. funcionarios tenían que pronunciar Y encima eran romanos, que le ^•traban en Viterbo. "Singuli per se ^ B É I faceré, ne alius alio melior vitn Turcas, Mu "C " De expediíioni ^ H u r , cum cssent cloquentia forme ^ H l " , Guicciardini (al principio del ratori, XXIII, col. 6 8 . "Nihil enim Pii sublinúus". concionantis maiestate 1) señala seriamente como una de ^^fiausas a que ha de atribuirse la Además de la ingenua complacencia ^ H p c í a de Italia en 1 4 9 4 cl hecho con que Pío describe sus propios éxi impidiese que hiciera uso de tos, véase Campanus. Vita Pii II, Mu ^^•e ^ ^ W a b r a el obispo de Arezzo por ratori, III, 11, passim. i ' « Sin embargo, Carlos V , que en ^^•Í)ajada colectiva de los Estados ^ ^ B D s cerca de Alejandro V I , re- una ocasión —en Genova— no po ^^blegido. día seguir los retóricos floreos de un Transmitido por Marín Sañudo, orador latino, suspiró al oído de Giovio: "A h, qué razón tenía mi maes •ri, XXII, columna 1 . 1 6 0 . ío II , Comment. lib 11 , nág. tro Adriano al vaticinarme que seria imp. pág. 8 7 . Otro orador la- ' castigado cruelmente por mi infantil rango principesco fue Madon- falta de aplicación en cl estudio del :sta Montefeltro, por enlace Ma latín" Paulo Jovio, Vita Hadriani V I . ""^ Lil. Greg. Gyraldus. De poetis que arengó a Sigismundo y a Ver Archiv. Stor. IV, I, pá- nostri temp., con motivo del discurso de recepción del obispo de Scarampi \2, nota. que CoUenuccio Filelfo, seglar y ca-
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diéndole que mandara uno de sus también un prolijo discurso sobre discípulos. En caso de nupcias o de su disciplina especial, "sobre la jus muertes, la Iglesia como a tal solo ticia" por ejemplo, y dichoso el IIIU^IUW, ... _ que se mostraba diestro en su co se ocupaba de la ceremonia propia metido. En Flor encia se honraba también a los condottieri, fueran mente dicha. los discursos académicos, los quienes fueren y como fuesen, en deDe toma posesión de un catedrá este habitual y solemne pathos, y tico o de de apertura de curso son los oran arengados •—con motivo de la que evidenciaban mayor lujo de re entrega de un bastón de mando, por tórica.^^i Con frecuencia, también ejemplo— por un eruditísimo se la lección misma en la cátedra se cretario de Estado, ante el nueblo acercaba mucho a la oratoria.122 en masa.i-^ Parec e que en la Log Entre los abogados, la índole del gia detl Lanzi —el solemne recinto auditorio daba la pauta para el es en el cual el Gobierno solía presen tilo del discurso. Si los circunstantes tarse al pueblo—• o junto a ella, lo requerían, se le adornaba con solía levantarse una verdadera tri toda la pompa filológicoarcaízanle buna {rastra, ringhiera). que fuera menester. Era costumbre celebrar los aniverUn género de todo punto especial sarios, especialmente los de la muer lo constituían las arengas a los sol te de los príncipes , con discursos a dados, antes o después de la bata la memoria del finado. Solía asi lla. Federigo de Urbino'^a gra clá mismo recurrirse al humanista nara sico en este género: iba recorriendo la oración fúnebre propiamente di los pelotones, armados ya para II cha y el designado debía hablar en lucha, y les infundía ánimo y or» la iglesia, con mundana indumen güilo. En las historia s bé licas di'l taria y no sólo ante el féretro de siglo XV —en Porcellius , por o j c n i un príncipe, sino ante él de un fun pío— (véase página 55) algunuñ cionario o un personaje notorio cual discursos pueden ser en parte fin quiera.^'" Se celebraban también gidos, pero en parte están basadim bodas de príncipes, con la diferen en palabras realmente pronunciadnn cia en estos casos, según parece, A su vez tenían un carácter dislin que no eran pronunciados en la to las arengas a la milicia floreiiií iglesia, sino en Palacio, como, por na —o rg an iz ad as en 1506 '• ejemplo, en el caso del discurso de instancias de Maquiavelo principul Filelfo con motivo de los esponsa la oración fúnebre de Lodovico i'i' les de Ana Sforza y Alfonso de docataro por Fedra, a quien de in'd Este en el Castillo de Milán. (Sin rencia designaba Guarino para n m , embargo, hubiese podido celebrarse tidos semejantes. la ceremonia en la capilla). Tam 121 Muchos de estos discurso^ li"' bién gentes privadas en los círculos llegado a nosotros en las obr •'distinguidos solían permitirse el lu Sabellico, Boroaldo el Mayor. jo de un orador de este tipo. En Urceo, etc. ^ Ferrara, en estos trances, solía acu122 Véase la fama de la oraloriíi M dirse sencillamente a Guarino,^^ pi dáctica de Pomponazzo en Paulo joyl Elogia. M 126 Vespas. Fior., pág. 103. V é a i « sado, pronunció en la catedral de Co historia (pág. 598) de cómei llcfüi M i mo en 1460. ta su campamento Giai^ozzo ""^ Fabroni, Costnus, Adnot. 52. netti. • Lo que escandalizú un poco 124 Archiv. Stor., XV;. págs. I t f l a Jac. Volatcrranus, por ejemplo (Mu 121. Introducción a Sanestrini; p áf l ratori, X X I I I , col 171), con motivo de 342, véase la reproduccióa de los funerales de Platina. arengas; la primera, de AlamaniJ 130 Anécdota Hit., I, página 299, en bellísima y digna del moment^ (a
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mente— con motivo de las revistas lirdinarias y en la fiesta que se efec- por lo menos en la Corte pontificia, liiüba cada año. Su contenido era en el siglo x v, predicaban regular menester que ofreciese un carácter mente religiosos, fuera cual fuese (íciteral y patriótico. Eran pronun la festividad que se celebraba. Bajo ciadas en la iglesia de cada barrio, Sixto I V , Giacomo de Volterra re donde un ciudadano, puesta la co gistra los sermone.*- de estos predi niza y con la espada en la mano, cadores, y los critica según las reglas dirigía la palabra a las milicias reu- del arte.i2f Fedra Inghirami, el cé lebre orador de las solemnidades ••'las allí. lalmente, cl sermón en el siglo bajo Julio I I , se había ordenado apenas se diferenciaba del discur- sacerdote y era canóni go en San iü, lo que se explica por el hecho Juan de Letrán. Por lo demás, eran t\n que muchos religi osos sentíanse ya bastantes entre los prelados los Impuestos del espíritu de Antigüe latinistas elegantes. Con el siglo xvi, dad y pretendían que su propia fi- aparecen, en general, atenuadas las desmesuradas prerrogativas de los 'iirii se destacase también en esta lera. El predicador callejero Ber- humanistas profanos, tanto en este • nlino de Siena, santo ya en vida aspecto como en otros de que más venerado ñor el pueblo, no f^ps- adelante trataremos. Ahora bien, íftió las clases de retórica del fa ¿de qué género resultaban estos dis moso Guarino, aunque sólo se cursos y cuál era —en términos )ii'üponía predicar en italiano. Es generales— su contenido? A tra 'idiulable que nunca se había exi vés de toda Ja Edad Media, nunca lio tanto de, los predicadores, so- descuidaron los italianos el natural • todo en los sermones de Gua decoro, en el discurso v una sedi ma. Tampoco faltaban auditorios cente retórica se incluyó siempre en i'iices de soportar una res petable tre las siete artes liberales. Pero en is de filosofía en la retórica del lo que se refiere a la resurrección 'Ipilo y. hasta parece que la pe- del antiguo método, se atribuye el m, por puro celo de instruirse.i^^ mérito principal, según testimonio ro en este lugar hemos de ocu- de Filippo Villani,!-^ a Bruno Ca'inos de los sermones latinos de sini, florentino, que joven aún, mu • nnstancias. En algunas ocasio- rió de la peste en 1348. Con desig .'iiio hemos dicho ya seglares nio puramente práctico, es decir pa ra capacitar a los florentinos en la •I s quitaban la palabra al pre:. Se encargaban, eféctivamen- adquisición de la facilidad v -hol gura indispensables para intervenir I eglares los sermon es'con mode la fiesta de determinados decorosamente en Ibs consejos y ^giÉüs, las oraciones fúnebres y otras asambleas públicas, trató en • [ p a s de bodas, las salutaciones su libro, "a la manera de los anti toma de posesión de nuevos guos, de la invención, la declama^H KW , etcétera, hasta ol discurso calzos y De sacerdotii laudibus, pro ^ K K i o r de un mísacantano amigo nunciado en Venecia. Ver pág. 203, discurso solemne en ol caní- nota 117. • ^ B r i e una Orden.í-'' No obstante. i^'' Jac. Volaterranus, Diar. Román., Muratori, X X I I I , passim., columna 73; Léase sobre el tema la sátira D e se menciona un curiosísimo sermón mi>ho síultiíiae. de Faustius Terdo- ante la Corte pontificia, aunque du l",' lib. IL rante la ausencia casua! de Sixto IV ; jMif' Véanse estos dos casos sorpren- en este sermón el Padre Pablo Toscaon Sabellico (Opera, fol. 61- nelta tronó contra el papa, contra su origine et auctu religionis, en ' familia y contra los cardenales. Sixto pronunciado desde el pulpito lo supo. Y sonrió. ¡pítulo de los Capuchinos des128 FU. Villani, Vite, pág. 33.
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de palabras y temas antigüe ción, &\ gesto y la actitud, relaci o la que se engarzaban unas cuan nándolos entre sí. Por lo demás en tas lisonjas dirigidas a los oyenus pronto se observa la boga de una distinguidos. Que resultase posihlr retórica calculada totalmente sobre soportar dos y hasta tres horas d i la aplicación práctica y la educa una oratoria así, se cxolica ún¡i;i ción. Nada parecía más meritorio, por el alto interés objeiivo ni suscitaba mayor aplauso que el mente entonces inspiraba Cuanto a \\\ ser capaz de improvisar palabras que Antigüedad se refería, y —antes ili justas y oportunas en un latín ele generalización de la imprenta gante. El creciente estudio de los la la escasez y relativa rareza discursos de Cicerón, de los escritos atrabajos especiales . Estos discu rM teóricos de Quintiliano y de los pa a pesar de todo, el valor gni negiristas imperiales, la aparición tenían, debemos reivindicar también p:iFn de obras propias didácticas,^^'* la muchas cairtas de Petrarca ( v c a M utilización de los adelantos de la filología en general, y la multitud página 111) . Pero había quien lli gaba, indudablemente, demasiado li de ideas y tomas obieti vos de la An jos. La mayor ía de las oracinnpi tigüedad con que se podía, y se de Filelfo son una espantosa cow< debía, enriquecer los propios pen fusión de citas clásicas y bíblicni samientos, son circunstancias todas ensartadas en un de luearol que acabaron jx>r completar y de comunes. Aquí y hilo allá se hace i finir el carácter del nuevo arte ora elogio de la personalidad de Ia| torio. grandes a quienes se trata de exil Era éste, no obstante, muy distin tar, según un esquema cualquier! to, según el temperamento indivi por ejemplo: el de las virtudes cil dual. En algunos discursos alienta dinales. Y sólo con gran esfucrfl una verdadera elocuencia, sobre to logramos descubrir en é l, como ot do en aquellos que se ciñen al ob tantos otros, los escasos elemcnio jeto . A este género pertenece —en contemfíoráneos de va lo r que real general— lo que ha llegado a mente pudiera contener. El discutí nosotros de Pío II. Del efecto por de un profesor y literato de Pl( tentoso que producía la elocuencia cenza, por ejemplo, con motivo it< de Gia nnoz zo Mannetti,^^** cabe de recibimiento del duque Galeaíl ducir que se trataba de un orador María en 1467, emp ieza con C'iK como, en todos los tiempos, ha ha lulio César, hace una Ingente bido pocos. Sus grandes audiencias colanza de citas antiguas y de U|| como enviado de Nicolás V ante e! obra alegór ica compuesta por I dux y el Gran Consejo veneciano mismo, y termina con indiscrfli fueron acontecimientos de impere consejos dedicados al gran señ(*r,í cedera memoria. En cambio muchos Afortunadamente llegó la noche, j oradores aprovechaban la ocasión hizo tarde, y el orador tuvo m para perderse en una confusa ma- contentarse con entregar escrita J panegírica exaltación. Filelfo. I 12» La Rhetorica de Jorge de Tre ejemplo, en una plática de cspi bisonda constituye la primera obra sales, se remonta a hablar de "a( sistemática completa. Eneas Silvio, Arlis rethoricae praecepta, en Opera, peripatético Aristóteles", etc. Ot pág. 992, sólo se refiere, deliberada exclaman ya en las t^cimeras | mente, a construcción y régimen; es bras: "iP ubh o Corn eíío Esciplí muy característica po r su rutina. Men y siguen evocando npmbres de sonajes por el estil o,"com o si ciona a otros teóricos. '™ Su vida en Muratori, XX, abun da en ejemplos del efecto que produ 131 Annales Placentin% Muí cía su elocuencia. Véase Vespas. Fior., XX , coi. 918. i 592 y sigs. raña
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131 dar a sí mismos y a sus También por lo que respecta a •gentes una sorpresa con tan ines la cH-atoria, la muerte d e León X y peradas citas. Al finalizar el siglo el saco de Roma (1521 y 1527, res iV se depura de pronto el gusto, y pectivamente) representan la deca Do fue esencialmente cl mérito de dencia. Apenas huido de la desola os florentinos. Desde entonces se ción de la Ciudad Eterna, refiere procede con mayor tiento y mesura Jovio parcialidad ciertamen ,^3G '•11 lo que se refiere a las citas; te, pero con predomini o de la ver iilre tanto, se había empezado a dad, las causas de esta decadencia. liíicer, en efecto, más accesibles las "Las representaciones de Planto uhras de consulta, y en ellas podía iiialquiera encontrar en gran abun y Terencio, en un tiempo escuela y dancia lo que hasta entonces había dechado de la expresión latina para ' vido para asombrar a los prínci- los romanos más distinguidos, han sido sustituidas por comedias italia I ' s y al pueblo. É | C o m o la mayoría de los discursos nas . AI orador c agante no se le K preparaban sobre el pupitr e, po- recompensa ni distingue como an ilría disponerse, de modo inmediato, tes. Por eso los abogados consisto 'ti- ios originales, para su difusión - riales sólo preparan y liman los l'ublicación. Los discursos de los proemios de sus discursos y el res iiides improvisadores, en cambio, to lo sueltan a borbotones en una 11 an que ser estenogr afiados-^ -'- turbia mescolanza. También el ni vel de los discursos y sermones de 1 otra parte, no todas las oracioquc han llegado a nosotros es- ocasión ha descendido mucho. Si se ' ':m destinadas a ser realmente trata de la oración fúnebre de un Miunciadas; así por ejemplo, el cardenal o de un jxírsonajc seglar. iiegírico de Ludovico el Moro por Jos ejecutores testamentarios no se oaldo, caduco ya, fue sencilla- dirigen al tnás ilustre orador de la iite una dedicatoria escrita.'^^ Tal ciudad, a quien tendrían que retri 110 se componían —a manera de buir con cien monedas de oro como honorarios, sino que alquilan, por , t ciclos, de formularios, o de cscantidad mezquina, un osado iiiís tendenciosos—• cartas dirigi- yuna advenedizo pedante a quien sólo I a personajes imagina rios de to los extremos del orbe, así importa que se hable de él, aunque para oprobio. Se piensa, senci ibién se escribían discursos con sea llamente, que cl muerto no se en livos imaginarios,^-"*^ como formutera de que un simio vestido de Mus de salutaciones a altos funnegro sube al pulpito, empieza con •iiarioSj príncipes, obispos, etc. un murmullo ronco y gimicnte, y Jbran
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"•' Los de Savonarola, por ejemplo. Perrens, Vie de Savonarole, I, I 163. los estenógrafos, sin embarno siempre podían seguirle y lo 'iiit les ocurría, por ejemplo, con adores demasiado entusiastas. 1 no de las mejores, cicrtamen111 más curioso es cl floreo al final. ' ' libi ipsi archetypon et cxemplar imitare, etc." I ' ' Carias y discursos de este estilo Alberto di Ripalta: ver los Placentini compuestos por él ri, XX , col. 914 y sigs.). donpropósito de ejemplaridad des pedante su carrera literaria. . i «
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acaba dando verdaderos aullidos. Tampoco los sermones solemnes, en las funciones pontificias, traen ver dadera recompensa; monjes de to das las órde nes han empezado a encargarse de estos sermones y pre-
135 Paulo Joyio, Dialogus de virh en Tiraboschi, tomo VII, parte I V. Sin embargo, un dece nio más tarde, al final de los Elogia literaria, dice: "Tenemus adhuc (des pués que la primacía filológica había pasado a Alemania) sincerae et constantis eloquentiae munitum arcnn, et cétera". litteris iliusiribus,
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dican como para el auditorio más de éstos, pronunciado ante el p;i Tosco e iíTculto Y . sin embargo, no podía abrir el cammo al ep.sco,., hace mu(^os años que un sermón do.
V I I I . EL T R A T A D O L A T I N O Y L A HISTORIOGRAFÍA
este género se consideran ¡nin como dechados de buena pru sa. Algimos de estos trabajos los producciones, inspiradas todas ellas, hemos mencionado va —o lo serán más o menos directamente, en la más adelante— por su contcnidti objetivo. Aquí los consideramos eoAntigüedad mo conjunto: como género. Desde Incluiremos entre ellas, en primer las epístolas y tratados de Petrarca término. Ja composición, en forma hasta del siglo xv, predominan directa o díalogada.^^c tomada esla en tal fines literatura, en la mayoría de última de Cicerón. Dos cosas debe los casos —tal como vimos en Ion mos considerar para ser, en cierto Antigüe modo, justos con este género y no oradores— las citas de la dad. Luego fue denu rándose el gdrecusarlo ya de antemano como ñero, sobre todo el italiano, hasti fuente de tedio. E! siglo que se li alcanzar la plenitud clásica con loi beró de la Edad Media necesitaba, Bembo y con la Vita so en muchas cuestiones esi>eciales de Asolanide deLuigi C omar o. Tamb¡én bria naturaleza moral y filosófica, en fue decisivo e l h echo que iM instrumento estricto que sirviese del aquí erudición clásica había sido en ol intermediario entre su tiempo y la entretanto recogida en grandes conv Antigüedad, y esta misión la vinie pilaciones, algunas impresas ya. con ron a desempeñar los tratadistas y lo que el autor dialoguistas. Mucho de lo que en desembarazado. tenía el camino mal. sus escritos nos parece hoy luear •De ineludible mod o se apodera común, significa para ellos y sus contemp oráneos , una vi sión de las también el humanismo de la hlicosas, penosamente recuperada, que toriografía. Una comparación. ;iáti desde la Antigüe dad había quedado strperficial, de las nuevas hh' sin órgano de expresión. Vino a su con las crónicas antiguas, sobi ceder que el escritor se complacía, do con obras tan espléndidas, im en tales obras, en escucharse a sí ricas de colorido, tan llfenas de MI'H mismo, tanto en latín como en ita como las de Villani, por ejei'ip' liano. Por más libre manera y más nos dejará una amarea imprcM, variada que en la narración histó Al lado de ellas, ¡qué pálido y coi rica, en la oración o en las epísto . vencional aparece todo lo a las adquiere aquí plasticidad la fra escribieron ¡os humoristas, prccíl mente sus inmediatos y más afaCl se, y algunas de las obras italianas dos sucesores en la historiografía i Constituyen un género especial, Florencia. Lionardo Aretino y PtlH naturalmente, los diálogos semisatíri- gio! ¡Cómo torUira constanteme^H eos que Collenucc io y Pontano espe al lector la idea que entre f r a s a " cialmente imitaron de Luciano, y en lo Tito Livio y a lo Césaf. de los cuales, a su vez, se inspiraron Fació, de un Sabellico, de. un Erasmo y Hutten. Por lo que a los lieta, de un Senarega, de un Plj. tratados propiamente dichos se refiere, (en: las historias m antua nas). dfe acaso sirvieran de raode ^^, ya mucho Bembo (en los anales de Vene antes, pasajes de Plutarco.
A continuación de la epistolografía y la oratoria de los humanistas, he mos de ocupamos de sus restantes
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un Jovío (en las historias), piado para la narración de sucesos M ^íierden los colores más caracte- remotos, para la investigación his Hpicqs y verdaderamente locales y tórica es una cuestión que puede TOfre daño el auténtico interés del contestarse de diversas modo s ñor relato! La desconfianza crece al lo que a aquella época se refiere, comprobar que el valor del modelo, El latín era entonces la "ling ua fran Livio, se busca por el lado menos ca" de los sabios no só lo en el acertado, es decir, en el hecho de sentido intomacional, entre ingleses, "haber trocado en gracia y exube franceses e italianos, nor eiemplo, rancia una tradición seca y muerta sino en sentido interprovincial: los va"; llegan aquellos historiado- dialectos lombardo, veneciano, na > hasta formiUar la elocuente conpolitano, etc., a pesar de haberse .sión que la historia debe recurrir toscanizado desde mucho tiempo va medios estilísticos para conmover, y evidenciar muy escasas huellas 'itar e impresionar al lector, jus- dialectales, nc eran reconocidos por lente como si quisiesen conceder- los florentinos. Sería ello lamenta ^ b l lugar de la poesía. Acaba uno ble por lo que se refiere a la his •ntrntándosc si el desprecio de las toria lo cal de la ép oca, que tenía • ^ a s modernas que estos mismos a mano sus lectores, pero no tanto humanistas manifiestan a veces por lo que se refiere a la historia abiertamente no habría influido del pasado, que requería una más desfavorablemente en su manera de vasta zona de difusión. En este ca tratarlas. Involuntariamente se sien so había que sacrificar el interés te inclinado el lector a conceder local del pueblo al más universal Kiyor atención y otorgar mayor de los sabios. ¿Qué hubiera sido, 'iifianza a los modestos analistas por ejemplo, de Blondus de Forii, linos e italianos que se mantuvie- si hubiera escrito sus grandes obras II fieles a ¡a vieja manera, los de eruditas en im latín bastardeado llolcnia y Ferrrra por ejemplo, y con formas dialectales de la Roma mucho mayor gratitud sentimos ha- na? De cierto habría quedado en ' i los mejores entre los cronistas la oscuridad, mientras en latín ejer líanos propiamente dichos —^ha- cieron ,sus obras el máximo influjo i un Marín Sañudo, un Corto, un en ¡a erudición de todo el Occiden fessura, un Serc ambí, un Landuc- te. Hasta los propios florentinos es un Novacula—, hasta que, con cribían, en el siglo xv, en latín, no comienzos del siglo xvi, se iní- sólo por sus tendencias humanísti la serie brillante de grandes cas, sino porque alcanzaba más fá itoriadores italianos en lengua cil difusión. ^ acula, Pero encontramos también relatos realidad la historia de la épo- latinos contemporáneos de índole desenvuelve con mucha raavor histórica, que tienen tíl pleno valor liralidad en la lengua del país de los más insignes model os italia en la latina. Si también puede nos. En cuanto cesa cl rel ato con ^MÍdetarse el italiano más apro- tinuo a la manera de Livio, verda Benedictus, Caroíi VJÍÍ hist., en dero lecho de Procusto para algunos autores, aparecen éstos como trans H-d, Scriptores, II , col. 1.577. ' Pctrus Crinitus se queja de este figurados. Autores como Plotino, o ccio en De honesta d isdpl, libro como J ovio, cuyas grandes obras I, cap. 9. Los humanistas se ase históricas se resiste uno a leer, a en esto a los autores de la An- menos de estar obligado a ello, se |ad tardía, que eludían igualmcn- muestran de pronto, excelentísimos * realidad de su tiempo. Véase narradores biográficos. De Tristano .hardt. Die Zeit Konstanítns d. Caracciolo, de las obras biográficas página 285 y siguientes. _ de Fació, de la Topografía venecia-
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zo de una nueva época: "Empiezo na de Sabellico, etc., hemos habla a esperar y a creer —escribe Boodo ya inciden taimen te; de otras cacoio — que Dios se ha com- obras y autores hablaremos más padecido del nombre de Italia cuan adelante. do v eo que su magnánima bondad La historia latina de épocas pa vuelve a conceder a los italianos sadas se refería ante todo, natural almas parejas a las de los antiguos, mente, a la Antigüedad clásica. Lo almas que buscan la gloria por un que más echamos de menos en RS - camino que no es el de la ranina íos humanistas son trabajos indivi y la violencia, sino que la buscan duales de importancia sobre la his por la senda de la poesía, cuyo pre toria general de la Edad Media. La mio es la inmortalidad". Pero este primera obra importante de este tipo criterio parcial y poco equitativo no fue ía crónica de Matteo Palmieri, excluyó la investigación entre lol que empezó donde termina Próspe espíritus más altamente dotados, en ro Aquitanus. Quien hojee por azar Una época en que en el resto di las Décadas de Blondus de Forli, Europa no había ni señales de na se quedará, desde cierto punto de da parecido. Sc formó una crítici vista, asombrado de encontrarse con histórica aplicada a la Edad Media una historia universal ab inclinatio- porque la interpretación nacional di nc Romanonim imperii, como en todos los temas, característ ica d Gibbon, con estudios de las fuen los humanistas, era forzoso qu tes y de los autores de cada siglo, beneficiase también a tal materia' en el siglo xv dominahn correspondiendo los primeros 300 histórica; ya, observándose su acción pr¡ni.i folios a la temprana Edad Media pálmente en las historias de alguna^ hasta la muerte de Federico II. Y ciudades, al quedar desbrozada Ut e'lo mientras en cl Norte no se ha maleza fabulosa que desfiguraba"lii bía pasado de la forma obligada de historia primitiva de las ciudailc» crónicas de papas y emperadores de Florencia, Venecia, Milán, etc., y del fasciculus temporum. No va mientras las Crónicas septentriumi mos a investigar aguí críticamente les arrastraron aún larg o tiempn qué escritos utilizó Blondus, ni dón aquella maraña fantástica, sin cl de los descubrió; pero en la histo menor valor poético generalmente, ria de la nueva investigación nadie que brotara en el siglo xiii. nodrá discutirle el honor a oue se hace acreedor con esta obra. Ella La íntima conexión entre la liiii por sí sola justificaría la afirmación toria local y la gloria la hemos con que únicamente el estudio de la siderado ya, de pasada, refiriínilo Antigüedad ha hecho posible el es nos a Florencia (pág. 41). Venulii tudio de la Edad Media, pues fue no podía quedarse atrás; y a^í m lo que adiestró primero al espíritu mo, por ejemplo, una emb^ijjilii en la consideración histórica ob veneciana, después de un gran triini jetiv a. Hay que tener en cuenta, por fo oratorio fliorentino,''**' mandubí otra parte, que para la Italia de entonces la Edad Media era aleo i3 « En las epístolas a Pizinga, Ojfl que había pasado y que, por lo re volgari, vol. XVI . Aún en R i 9 tanto, el espíritu podía juzgarla li Volaterranus —lib. XXI— el irM bremente, como un hecho fuera de do del espíritu empieza CQTI el s H sí mismo. No puede decirse que la xiv, es decir, con el propio autor, 9 haya juzgado en seguida con justi yos primeros libros tantas sinopsis fl cia, ni siquiera con benevolencia; tóricas especiales contiene^ sobre uM en las artes prevaleció un fuerte los países, en verdad excelentes pmI preiuicio contra las creaciones me la época. Como en ei de Giann3zzo I M dievales, y los htunanistas fechan Nicolás V . H con su propia aparición el comien netti en presencia de
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in gran urgencia un correo a Ve-
como a Guicciardini, Varchi y la mayoría de los demás, les interesa historia que pudiera parangonarse ba de todo corazón, lograr que su con las obras de Lionardo Aretino interpretación sobre la marcha de y de Poggio. Por esta razón surgie los acontecimientos alcanzara la ron en el siglo xv, las Décadas de más amplia y profunda difusión. *^ibellico y, en el siglo xvi, la -R^- Aun cuando escriben solamente pa im Vanetarum, historia de Pietr o ra un escaso círculo de am igos, co ímbo, compuestas ambas obras por mo Francesco Vettori, por íntimo cargo expreso de la República, la impulso se sienten forzados a dejar segunda como continuación de la testimonio de hombres y aconteci mientos y explicarse y justificarse primera. sobre su propia participación en es Además, los grandes historiadores tos últimos. florentinos de comienzos del siglo Y, sin embargo, al hacerlo, y a rvi (véase página 46), son ya en pesar de toda la peculiaridad de su ' mismos gentes de un mundo por estilo y de su lenguaje, delatan el impleto distinto del de los latinis- más vigoroso contacto con la Anti Hs jovio y Bembo. Escriben en ita güedad, sin cuyo influjo no se les liano no sólo porque no pueden puede concebir. No son humanistas, "ompetir ya con la refinada elegan- pero han pasado por el humanismo, ia de los ciceronianos de entonces, y tienen más de los antiguos histo -io porque, como Maquiavelo, só- riadores que la mayoría de aquellos „ quieren reproducir en directas imitadores de Tito Livio: son ciu íoimas vitales los asuntos captados dadanos que escriben para ciudada-' ton su viva intuición,'^' y porque, nos, como lo hacían los antiguos.
necia pidiendo un orador, así tam-
\hién necesitaban los venecianos una
IX . LATINIZACIÓN GENERAL DE LA CULTURA
las demás disciplinas especiales zo de la era moderna en todas las es imposible seguir las huellas También, por lo que a humanismo; cada una de éstas disciplinas. le su historia particular, de la la filosofía se refiere, hemos de re ' forman parte los investigado- mitir al lector a los compendios italianos de esta época, cuyo históricos especiales. La influencia' ito pr inci pal estriba en e l ~re- de los antiguos filósofos en la cul cubrinúento del saber anti- tura italiana, tan pronto aparece, a ; '""^ este capítulo, de modo más nuestra consideración, inmensa co leños decisivo, señala el comien- mo insignificante. Lo primero, so bre todo, cuando se calcula hasta qué punto los conceptos aristotéli la Curia y de muchos forasteros. cos —^princijíalmente los de la Ética Idos algunos desde los lugares más de tan temprana di Miados. Véase Vespas. Flor., pág. 592 y la Política, — habían llegado a cons fusión ^^KViVa )an. Man. En Maquiavelo puede decirse tituir, para toda Italia, acervo co ^^••inbién por lo que al pasado se mún de las gentes cultas, y cómo todo método de la abstracción esYa entCHiccs se tenía a Homero ^ ^ • s u m a única de todas las artes y " 3 Un cardenal, bajo Pabl o 11, ha ^^Hencias, como una enciclopedia. Codro Urceo Opera, Sermo cía leer la Etica hasta a sus cocineros Véase Gasp. Veron., Vita Pauli ¡I, Mufinal. raton, II I, II , columna L034
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pintor llamara a su hijo Apeles taba influido por ellos.*** Lo se gundo en cainb io, cuando se consi a su hija Minerva.i"** Igualmente se dera la escasa influencia dogmática ría defendible la costumbre de sus de los antiguos filósofos, incluso de tituir un nombre corriente, que se los entusiastas platónicos florenti borra con facilidad de la meiporin nos, en el espíritu de lia nación. Lo por un nombre antiguo y eufórico. que parece dimanante de tal influen Los nombres de lugar, que servían cia sólo es, por lo regular, una también para designan a todos los condensación de la cultura en ge- ciudadanos y no habían llegado a . neral, una consecuencia de evolu convertirse en apellido, se ' susti ciones espirituales especialmente ita tuían asimismo con frecuencia; tan lianas. A propósito de la religión to más si eran nombres de santos tendremos ocasión, más adelante, que no resultaban agrada bles; así, de hacer algunas consideraciones de por ejemplo, Filippo de San Gemigeste género. Mas en la inmensa ma nano adoptó cl nombre de CaJímayoría de los casos, no se trata si co. Quien, desconocido y afrentado quiera de la cultura general, sino por la familia hiciera carrera en de criterios personales o manifesta tierra extraña, podía permitirse el ciones de puntos de vista singulares uso de un nombre como el de |ude determinados círculos eruditos, lius Pomponius Lactus, aunque fue y aún en ellos habría que distinguir ra un Sanseyerino. También ha dü en cada caso entre la verdadera asi concederse el derecho a la mcm milación, de la doctrina antigua y traducción de los nombres al latín o la mera participación en una moda, al griego, a una generación que ha '.por resultar bien enterados, al día, blaba y escribía el latín y que' no también en aquel aspecto. Pues pa sólb necesitaba nombres declinanlcs, ra muchos la Antigüedad, aún para aquelips que podían ser calificados sino nombres que se deslizaran fá de verdaderamente eruditos, no era cilmcnte en la prosa y en el vcrsu, más que eso: una cuestión de moda. (La costumbre de traducir los nom Sin embarg o, no todo lo que a bres al latín y al griego prevaleció nuestro siglo le parece afectación luego casi exclusivamente en Alcmii' lo fue necesariamente. 'E l uso de nia.) Nos parece, en cambio, LCHnombres . griegos y romanos como su rabie, y con frecuencia-ridicula. Iii nombres de pila, por ejemplo, es costumbre de la alteración paicinl más bello y respetable que cl abu de un n ombre con cl fin de haLcrlo so tan en boga hoy, de los nom adquirir una resonancia clásicu ) bres (femeninos sobre todo) toma un sentido nuevo, y esto t a n l i i i-ti dos de novelas. Desde el momento los nombres de pila como en loi que el entusiasmo por el mundo an- apellidos. Así, de Giovanni se lii/.i •* tiguo era mayor que el entusiasmo (ovianus o Janus; de Pietro, Picriui ue se sentía hacia los santos, ha o Petreius; de Antonio, Aoniu^; di e parecemos simple y natural que auna familia noble bautizara a sus vastagos con los nombres de Aga nombres más altisonantes de I.i que elj tigüedad y se hicieron llamar Ci i. menón, Aquiles y Tideo; Lucrezia, Cassandra, Porzia, Vii 144 por lo que se refiere al estudio Pentesilea. Con estos nombres figuii de A ristó teles, en general es particu en Aretino. Por su parte, los judl larmente instructivo un discurso de parece que adoptaron los nombpcs Ermolao Bárbaro. los grandes semitas, enemigos de W5 Bursellis, Ann. Bonom., Mura romanos: Amilcare, Annibale, As bale, aún hoy tan frecuentes, en Ito tori, X X I I , col. 898. Claro que las "damas" de más eiitre ellos. . dudosa reputación se apropiaron los
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137 d e Luca Grasmayor claridad cuan arriesgado es m, Lacius Grassus, etc. Ariosto, que enunciar inferencias piwipiíadas en JRnta burla hizo de esas cosas,*"^' cuestión de estilo, refiriéndolas a ido ver cómo s e bautizaba a niños la modalidad del pensamiento en niñas con los nombres de sus hé- conjunto. ües y heroínas.»^** Tampoco debemos enjuiciar c o n "Cridad excesiva la denominación laizante de muchas situaciones, No hemos de hacer aquí la histo ^os, ministerios, ceremonias, etc., ria de la evolución del estilo lati c o m o la encontramos en los es- no. Durante dos centurias se com íres latinos. Mientras pareció su portaron en Italia los humanistas rtiente un latín fluido y sencillo,, como si el latín fuera — y tuviera como el latín usado por los escri- que ser siempre— el único lengua-i inrcs desde Petrarca a Eneas Silvio je digno de la literatura. Poggio • poco más o menos—, no ocu lamenta que Dante hubiera com rre esto con (anta frecuencia, cier- puesto su gran poema en italiano, lumente; p e r o se hizo inevitable tan y el pronio Dante —como es sa pronto como se aspiró a imponer un bido— hizo la prueba con el latín lalín absolutamente puro, un latín y escribió el comienzo del Infierno neroniano sobre todo. A partir de en hexámetros. El destino todo de le momento diríase que las cosas la poesía italiana dependía de que modernas se negaban a insertarse hubiera seguido o no de aquella suerte;i''i pero hasta Petrarca con I'' modo natural en la totalidad del '¡•lo si no se les cambiaba artifi- fiaba más en su poesía latina que ilmente el nombre. Y así fue un en sus sonetos y canciones , y al idadero regodeo de pedantes el mismo Ariosto le acució la idea de uler llamar a un Consejo paires escribir en latín. Nunca se habían •nscripíi, a un convent o de mon- violentado las cosas a un extremo . virgines vestales, a un santo tal en el terreno literari o,*'^ aiin• >vus o deus, mientras autores de •Mto depurado, como Paulo Jovio, nibus diris ad inferos devocatí". Más recurrían a esta práctica en el adelante hablaremos del buen canóni ^ • n o extremo , cuando no podían go Tizio, que se tomaba las cosas se ^ M t t l o . La razón principal porque riamente y que dictó contra las tropas extranjeras una fórmula de excomu ^ H o no molesta cuando en sus nión lomada de Macrobio. ^ B r í c o s períodos llama a los carprincipum. if » Pe infelicitaíe en, V u e s senatores, a su decano prin- Poggio, Opera, fol . 152: "Cuius (Dansenaíus, a la excomunión di- tis) exstat poema praeclarum, ñeque, ^f*^ al carnaval lupercalia. etc., si literis latinis constaret, ulla ex parte ID T X K O que insiste en ello. En poetis supcrioribus postponendum." Se autor se nos evid encia con la gún Boccaccio, Vita di Dante, pág. 74, ya por entonces muchas personas —^"y sabios entre ellas"— se preguntaban por qué Dante no escribía en latín sus obras poéticas. Quasi chf'l nome hutm ffíudíci inganni, i^'i Su escrito De vulgari eloquio E che Quel meglio t'abbia a far poeta permaneció casi desconocido durante Che non fará lo studia di molt' annil mucho tiempo, y por valioso que pa I se burla, en la sátira Vil, vs. ra nosotros sea, no hubiera tenido ¡to, a quien el destino adornó nunca la influencia avasalladora de la • sonoro nombre. Divina Comedia. O con los Boiardo, que en par Quien en estas cuestiones quiera ios suyos. conocer ya el puro fanatismo, véase ;í, de los soldados del ejército Lil. Greg. Gyraldus De poetis nostri —en 1512— se dice: "Óm temporis. Bnnazaro. Syncerus;
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desde Petrarca cabalmente se bas.i casi de modo exclusivo en Cicerón, por lo pront o, la epistolografía, si guiendo después los demás géne ros, a exceoción del narrativo. Aho ra bien, el verdadero ciceronianismo, que se prohibía toda expresión cuya procedencia no se pudiera pro bar documentalmente en la fuente ciceroniana, se inicia con las pos trimerías del siglo XV, una vez que los escritos gramaticales de Loren zo Valla se hubieron difundido por toda Italia y se hubieron conocido y comparado los testimonios de los propios historiadores romanos de la literatura.''^'* Sólo hasta aquel mo mento fueron capaces los eruditos de distinguir con exactitud, hasta' el más ligero matiz, la prosa de los autores antiguos, llegándose de nue vo , con consoladora seguridad, al resultado de que Ci ceró n es el táni co maestro, o, si se quiere abarcar todas las formas, "la inmortal y siglo A partir del xiv se consideró casi divina época de Cicerón".^'''" a Cicerón como el modelo de pro Hasta los que durante largo tierpsa más indiscutible y puro. N o po se habían resistido, fieles a la obedeció esto a una convicción abs dicción arcaizante que habían ido tracta favorable a su léxico, a su laborando a base de los más viejos fraseología o a su com posición li autores,*^'' se rindieron al fin v so teraria: lo que ocurrió fue que en postraron ante Cicerón. Hombres el espíritu italiano hallaron eco ro como Pietro Bembo y Pierio Vale busto la amenidad del cpistológra- riano, entre otros, concent ra rt>ii fo , la brillantez del orador y su igualmente sus mayores esfuerzoi modo intuitivo y claro de exposi en este sentido. Longolius, aconse ción filosófica. Ya Petrarca com jado por Bembo, decidió leer sólo prendió perfectamente las debilida a Cicerón durante cinco años; él como hombre y mismo se jactaba de no usar unn des de Cicerón como político, pero era demasiado sola palabra que no se encontrase el respeto que hacia él sentía para en aquel autor. Estos apasionamieti que se complaciera en esta verdad; tos trajeron consigo más adelante U gran controversia erudita en la qw figuraron a la cabeza de las rct>^ 163 Ciertamente nos encontramos también con ejer cicios de est ilo, con i-'ss En su Antonius nos ofrece i fesados como tales, por ejemplo, en viano Pontano un cuadro burlesco las Orationes, etc., de Beroaldo, las purismo fanático en Roma. dos novelas de Boccaccio traducidas al 1R 6 Hadriani (Cornetaní)' Caro latín, y hasta una canción de Petrarca. Chrysogoni de sermone latino i 11^ Véanse las epístolas de Petrar Especialmente la introducción. Eni. ca, dirigidas desde el mundo terrenal tra en Cicerón y en sus contem¡' a sombras esclarecidas. Opera, página neos la latinidad "en sí". ^ 704. Véase también pág. 372, en el 10'' Paulo Tovio, Elogia, coi? molí escrito. De rep. optime administrando: de Bapt. Pius. ^ "Sic esse dolco, sed sic est".
que puede decirse que la poesía supo hurtarse a semejante violencia la mayoría de las veces, y hasta po demos afirmar, sin excesivo opti mismo, que fue bueno v ventajoso que la poesía italiana dispusiera de dos órganos de expresión, pues en ambos supo ofrecernos creaciones peculiares y magníficas, con un tiento tal, en los mejores ejemplos, que nos damos cuenta por qué razón en unos casos se escribía en italiano y en otros casos en latín. Acaso pueda decirse lo mismo de la prosa: la importancia universal, la celebridad umversal de la cultu ra italiana, se debieron al hecho de que ciertos temas fueran tratados en latín — urbi el orbi —; por otra parte eran l os más diestros en el manejo de la prosa italiana pre cisamente los que mayor violencia hubieron de ejercer consigo mismo para no escribir en latín.
LA C U L T U R A DE L R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
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[divas huestes Erasmo y Escalí^5, el Viejo. Pero entre los mismos admirado res de Cicerón se encontraban bas tantes que no llevaban su parciaI idad al extremo d e considerarle romo fuente única y exclusiva. To davía en cl siglo XV Poliziano y Irmolao Bárbaro no se arredraron inte la empresa de crearse una lalinidad propia,'-"^^ naturalm ente so lare la base de una "desborda nte" erudición, y esta misma tendencia ij^uió Paulo Jovio, que es quien nos iransmite la noticia. El fue el pri mero en ofrecemos en latín, a costa
^ntijicatu
dicatur jada auctlor" t^*"^
1^ inclinaba a la latinidad liberal, exclusiva, como no podía ser ^ K > t r a manera, dada su orientavital, sobre la base del goce; él era suficiente que lo que IB8 Paulo lovio. Elogia, con motidc Naugcrius. Su ideal había sido: liquid in stilo proprium quod pellarem ex certa nota mentís effigicm 'erret, ex naturae genio effinxisse." i Polizano tenía reparo en escribir I cartas en latín cuando tenía prisa, lase Raph. Volat., Comment. urban.,
vo "A
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Paulo Jovio. Dialogus de viris illustribus. Tiraboschi, ed. Ve* 17%, tomo V i l, parte IV . Es (jdu que Jovio pretendió acometer empresa, a la que, más tarde, dio III Vasari. En el diálogo mencionas:- presiente —v se lamenta— que ' M pronto perderá su prima cía lengua literaria. ' En el breve de 1517 a Franc. líossi, redactado por Sadolcto, Ros , leo X, ed. Bossi, VI , pág. 172.
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tenía que lee r y escuchar fuese ver dadero latín, vivo y elegante. Ocu rrió también que Cicerón no ofrecía modelos para la conversación, de suerte que no hubo más remedio que adorar junto a él a otros dio ses. L a laguna se llenó, entre otras cosas, con las representaciones, bas tante frecuentes, dentro y fuera de Roma, de las comedias de Plaulo y Terencio, que para los que par ticipaban en ellas constituían un in comparable ejercicio en el latín ha blado. Y a bajo Pablo I I se alogia al erudito cardenal de Theanum (probablemente Nicoló Fortiguerra de Pistola), porque no se arredra ante las obras de Planto t>eor con servadas, a las que falta hasta el índice de personajes, dedicando a la obra entera del autor la aten ción máxima, precisamente por el interés que ofrece desde el punto de vista del lenguaje. Acaso de él partieron la iniciativa y el estímulo de tales represent aciones. Luet ^o pu so en ello la mano Pomponius Laetus, y cuando Plauto se repre sentaba eíi los palacios de los gran des prelados,**'^ Laetus dirigía las representaciones. El heoho de que a partir de 1520, poco más o me nos, cayeran en desuso, constitu ye, segtín Jovio, como hemos visto, una de las causas principales de la de cadencia de la oratoria. Hemos de hacer mención para terminar de un paralelo del ciceronianismo en la esfera del arte: el vitruvianismo de los arquitectos. Aquí se manifiesta ciertamente la ley general del Renacimiento de que
i« i Gasp. Veronens, Vita Pauli II. Muratori, II I, 11, coL 1.031. Se repre sentaba también a Séneca y traduccio nes latinas de dramas griegos. se representaba a i «ii¡ En Ferrara Plaulo generalmente en adaptaciones ; italianas de Collenuccio y de otros, sólo por el contenido. Isabel de Gon zaga se permitió decir que la aburrían estas adaptaciones. Sobre Pom. Laetus ver Sabellieo, Opera, epist. I, XI , fol. 56 y siguientes.
movimientos en io estrictamente cultural preceden siempre a los movimientos en la esfera de lo artístíco. En el presente caso la di-
los
X.
ferencia sera de dos decenios si contamos ¿^sde el cardenal Adnano de Corneto U\50o?) hasta los primeros vitruvianos puros.
L A P O E S Í A
NEOLA TINA
humanistas curaron por último sidera mágicamente inaccesible e in su mayor orgullo en la poesía neo imitable; quien, finalmente, no sabe latina, de la que deberemos tratar de indulgencia ante las faltas de en la medida en que contribuye a poetas que tuvieron, por ejemplo que descubrir de nuevo o adívlnai caracterizar el humanismo. Hasta qué punto el prejuicio la la cantidad de sílabas de los ver favorecía, cuan cercana tuvo la vic sos; quien así sienta y piensa, mal toria, lo hemos expuesto ya (pág. vale que no se ocuoe en esta lite 137). Y de antemano hemos de par ratura. Sus creaciones más bellal tir de la convicción que la nación, no fueron creadas para desafiar a entonces la más espiritual y avan una crítica absoluta, sino para ro zada del mundo, n o iba a renunciar creo y delicia de los poetas mismo) a una lengua como la italiana en y de millares de contemporáneos."" Lo menos afortunado de esta poo la disciplina poética, por pura ne cesidad, sin proponerse nada im sía fueron las epopeyas a base d( portante. En el heoho debió de ha historías y fábulas de la Antiguo ber intervenido algo de singulares dad. Es sabido que las condicionei esenciales de una poesía épica viví virtud y poder. han sido reconocidas a los nu> Pue ello la admiración que des no délos romanos, ni siquiera a U>| pertaba la Antigüedad. Como toda griegos, si exceptuamos a HomcroJ admiración auténtica y sin reservas, ¿Cómo iban estas condiciiw engendró necesariímiente la imita nes entre losa darse del Renaclq ción. También en otros nueblos y miento? Se dicelatinos no obstante. t|iij¡ en otras épocas encontramos multi África, poema épico de Pctraicji,, tud de intentos en sentido semejan tuvo lectores y auditorios nunicn»te, casos aislados que se repiten por doquier, pero sólo en Italia, sos y entusiastas, como ninguna omi por lo que a la poesía neolatina se epopeya de los tiempos modcmi. Tanto su génesis como el des i refiere, se dieron las dos condicio que inspiró no carece de ini nes esenciales para que la duración Con laceriero instinto el sigki y la ulterior evolución fueran una la culminación del genii i realidad: una acogida propicia, des tenía de todas las esferas del intelecto, Roma en la segunda Guerra i por parte de los espíritus cultos de ca. Éste fue el período aue < la nación, y un despertar del anti elegir, que tenía que elegir Petr.iK.i guo genio itálico e n los poetas mis Si se hubiera ya descubierto -.i' ' mos, rediviva y prodigiosa restman- ees a Silvio Itálico, acaso Ii cia de una música remota n o escogido otro tema; no siéndu ^ extinta aún. Lo mejor que llegó a crearse no fue imitación ya. sino Para el texto a continuad propia y libre creación. Quien en véanse Deliciae poclanim lialor.; V las artes no tolera formas deriva lo jovio, Elogia; Lil. Greg. GJiVíil.l' das; quien no siente fervor por la De poetis nostri temporis, suple i Antigüedad, o. inversamente, la con tos al Leo X de Rosc oe, ed. Bftss Los
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embargo, la exaltación de Es- ginados, que pueblan los más be Africano el Mayor era tan llos lugares de Italia de una mu a en ed siglo xiv, que ya otro chedumbre de dioses, ninfas y ge íp, Zanobi di Strada, escribía un nios y hasía de pastores— porque ana sobre cl mismo tema; sólo lo épico será ya desde ahora para "por respeto a Petrarca lo retiró, te siempre inseparable de lo bucólico. niéndole ya muy adelantado.'"* La Más adelante consideraremos y elección del tema africano resulta destacaremos el hecho de que, a justificable por el hecho que enton partir de Petrarca, en las églogas, as —y también después—• todo el dialogadas unas veces, de carácter undo se interesaba por Escipión narrativo otras, la vida pastoril es como si fuera un personaje vivo, té tratada de modo casi por com considerándosele más grande que pleto como envol Alejandro, Pompeyo v César.'<'^' ¿De tura deconvencional,'** íntimos sentimientos y fan ilué epopeyas modernas puede de tasías; ahora hemos de referimos cirse que havan tenido una base solamente a los nuevos mitos. Con Ituí popular para su época, un fun- claridad mayor que en ninguna otra iliimento histórico y, no obstante, parte se nos evidencia aquí que los iipto para servir de asiento a la antiguos tienen una dnble intuición mítica? Claro que el poe> dioses significación en el Renacimiento; , en sí, no hay quien lo lea hoy. por una parte sustituyen, indudable r lo que a otros temas históricos mente, a los conceptos generales y I undeme, hemos de remitir al lechacen irmecesarias las figuras ale (or a las historias de la literatura góricas, constituyendo, por otra par luibíluales. te, en sí mismos, un elemento de Más remuneradora y fecunda fue poesía libre, independiente, un neu lii labor poética de intentar una tral pedazo de belleza que puede I nntinuación de los mitos antiguos añadirse a toda invención poética le llenar en ellos las lagunas poé- en combinaciones múltiples y siem is. Esta tarca ocupó muy pronto prerenovadas.Con garbosa audacia hi poesía italiana, pues nos en- se adelantó aquí Boccaccio con su de imaginario mundo de dioses v pas 11 tramos ya con la Teseida ;accio, considerada como su me- tores de los alrededores florentinos obra poética. En latín. Maffeo en sus Ninfale d'Ameto y Ninfale l'io —bajo Martín V— compu- fiesolano, compuestos en lengua ita un libro decimotercero de la liana. Pero la obra maestra del gé i'ida; hubo 'luego una serie de nero hemos de verla en el Sarca de M .|uenos ensayos a la manera de Pietro Bombo,'^ en el cual cl dios I indiano, sobre todo: una Melea- fluvial de aquel nombre pide a la una Hesperis, etc. Pero lo más ninfa Garda en matrimonio: el es lioso son los nuevos mitos ima- pléndido banquete nupcial en una gruta del Monte Baldo, el vaticinio
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IV ,
Pilippo Villani; Vite, pág. 5. e i"ir> Franc. Alcardi, Oraíio in lani9« Más adelante trataremos tam n i Franc. Sforíiae, Muratori, XX V, bién de las magníficas excepciones, en HÍ|J£4. En el paralelo entre Escipión las que la vida bucólica es contem ^ ^ • l a r , Guarino consideraba más plada con mirada realista. ^ H i a César y Poggio (Opera, epp., '1" Reproducido por Mai, SpicileH r i 2 4 , 134 y siguientes) a Escipión. gium Roinanum, vol. VIII (contiene H f e Escipión y Aníb al, en las mi- unos 500 Pierio Valeria ^ p U r a s de Attavenle, Vasari I V. 41, no compushexámetros). o una continuación del mito ^^^{ Giovanni da Fiesole. Los nom Deliciae poet. Ital. Los fres ^HÉlnico y Sforza: ver pág. 56 de "Carpió", de Brusasorci, en el Palacio Mu^ ^ H e ambos usados para dcsignai cos rani. de Verona, representan el con ^ ^ ^ b ^ t c obra. tenido del Sarca.
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no vacila en combinar con su tema la mitología antigua, sin damos, a pesar de ello, una impresión barro ca, porque a los dioses paganos sólo los utiliza como marco, por decir lo así, sin atribuirles ningún papel principal. Quien quiera conocer el caudal artístico de la época en su íntegra amplitud, no debe adoptar una actitud negativa ante una obra como ésta. La obra de Sannazaro ha de parecemos tanto más meri toria cuanto que la mezcla de cris tiano y pagano en la poesía estorbü más fácilmente que en las artes plásticas; éstas pueden retener de cominuo nuestra mirada con algu na belleza precisa y captable y son mucho más independiente que In poesía por lo que concierne al con tenido real de los asuntos desde cl momento en que en ellas la fan tasía se funda más en el objeto. Ll buen Battista Mant ovano , en su Ca lendario de festividades, ech ó m!in
de Manto, hija de Tiresias, sobre el nacimáento del niño Mincio y la fundación de Mantua y la futura gloria de Virgilio, que nacerá como hijo de Mincio y de la ninfa de Andes, Maia. Para este imponente rococó humanístico compuso Bem bo versos muy l^ellos v un apostro fe final a Virgilio, por el cual todo poeta l e bendecirá siempr e. Se sue le desdeñar todo esto como mera declamación. No obstante, tratándo se de una cuestión de gustos toda discusión resulta baldía. Se señala también la aparición de vastos poemas épicos, de contenido bíblico y cristiano, escritos en hexá metros. N o siempre guiaba aquí a los autoi«s un designio de hacer méritos ante el papa o de ascender en la carrera eclesiástica; en los mejores, y también en los menos diestros, como Battista Mantovano, hemos de el autor de Parthenice, suponer un honradísimo propósito de servir al santo en su erudita poesía latina, lo cual se compagi naba demasiado bien, por cierto, con su semipagana concepción de este tipo, entre los cuales destacan, en primera línea. Vida con su Cristiada y Sannazaro con sus tres can
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ito León como Clemente se lo de lo patético y general. Hay pe agradecieron en forma bien clara queños poemas épicos de maestros '• significativa. famosos que, por la intervención Hasta la historia contemporánea exagerada y barroca de lo mitoló le, por último, tratada en hexá gico, produce un indescriptible efec metros o en dísticos, predominando to de comicidad. Así ocurre, por unas veces el matiz narrativo y el ejemplo, con el poema funeral a panegírico otras. Generalmente se César Borgia (página 62) de Ercole rendía homenaje a un príncipe o Strozza.^™ Se nos hace escuchar el II una dinastía. Así encontramos una plañidero discurso de Roma, que '>lorziada, una Borseida, una Bor- había puesto todas sus esperanzas giada, una Triulziada, etcétera, poe- en los papas españoles Calixto III 'nas que vinieron a contradecir ab- y Alejandro VI y vio luego en Cé "lutamente el designio que guiaba sar al predestinado, cuya historia sus autores; pues quien alc anzó se nos describe hasta la catástrofe m fama c inmortalidad no tuvo que en 1503. El poeta pregunta des-Igradecérselo, ciertamente, a este pues a la Musa cuál' fue la senten •Niero de poesía, hacia la cual siem- cia de los dioses en aquel momensinti ó la humanidad una inven- iop^ y Erato cuenta que en el repulsión, aunque se hayan Olimpo Palas tomó partido por los igrado a olla poetas insignes, españoles y Venus por los italia distinta impresión nos produ- nos, que ambas se abrazaron a las escenas aisladas, compuestas sin rodillas de Júpiter, que él las besó itismo, a manera de cuadros de e intentó consolarlas y disculparse lero de la vida de hombres célc- diciendo que nada podía contra el como por ejemplo, la bella destino urdido por las Parcas, pero ía de León X Cacería en Pa- que la promesa de los dioses se ^ o la de Adriano de Cometo cumpliría en el vastago de la casa liada Viaje de Julio II. Excelen- Este-Borgia; ^''^ después de referir escenas cinegéticas de este estilo nos la fantástica historia del origen encontramos también en Ercole de ambas familias, afirma que es izza, en el propio Adriano de tan incapaz de conceder a César la "leto y en otros, y sería lástima irunortalidad física como lo fue el el lector moderno se dejase conseguirlo antaño, a pesar de gran finar por la impresión de enojo des intercesiones, para un Memnón He ha de producirle la lisonja que o tm Aquiles; se consuela, no obs five de base a estos poemas. Lo tante, pensando que César, antes de •Kgistral de la factura y su valor morir, quitará la vida a muchos en Kórico no desdeñable aseguran a la guerra. Después, Marte en per B|iB graciosas poesías más larga sona se dirige a Nápoles, enciende Ha de la que tendrán sin níngu- la guerra y crea disturbios, mien • duda algunas que en nuestro tras Palas vuela a Nepi y se aparece Hlnpo han alcanzado boga y re|w n conjunto, puede decirse que Htns obr as son tan to mejo res cuanrnás comedida es la intervención Roscoe, !.eo X. ed. Bossi, VIII, í como otra poesía de estilo >i en X I I , 130. Véase en Pertz, // . ¡Cuan cerca de este Re. iiiii^nto está ya el poema de Angil•jl^ sobre la Corte de Carlomagno!
J'7<' Strozzii Poelac, pág. 3t v sigs.: "Cacsaris Borgiac ducis epicedium". 171
l'ontificem addidt Tat, flamtnis (uitralibus omnii Cojporis abhitum labei, Diis Juppiter ipsis, etc.
1T2 El después fue Ercole II de Ferrara, nacido el 4 de abril de 1508, probablemente poco antes o po co después de escribirse el poema. "Nasccre, magne puer, matri exspectante patrique", se dice al final.
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allí, a Cesar enfermo bajo la figu-. muchos se creyeron obligados a ra de Alejandro VI ; le exhorta a currir al hexámetro para atraer la que se resigne y se conforme con atención del pijblico y retenerla. Lo la gloria de su nombre y la diosa que en esta forma se toleraba y ^ papal desaparece "com o un pájaro" anetccía lo demuestra, mejor quo ¡ nada, la poesía didáct ica, la cual en el aire. RenuiKÍ amos i nnecesariamen te a cobra en el siglo xvi un auge asom un gran deleite, en muchas ocasio broso, cantando en hexámetros el; nes, a!l evitar cu ando aparece —me tema de la alquimia, del ajedrez,' jor o peor— entretejido de mito de la cría del gusano de seda, de logía antigua; a veces el arte logra la astronomía, de la peste venérea, ennoblecer en tales composiciones a lo que habría que añadir otros este elemento, en sí convencional, poemas italianos de índole más vas tanto como en la pintura o en la ta. Hoy casi nadie se atreve a leer escultura. Ni siquiera faltan para los y hasta qué pimto mereoen el aficionado inicios de parodia (v er leerse poemas didácticos, nosotroí págs. 89 y 90), por ejemplo, en mismos nO' sabríamos discriminarlo, la Macaroneida, que encontró luego Pero es bien cierto que épocas in un paralelo cómico en el festín de finitamente superiores a la nuestra •>or su sentido de la bell eza, como los dioses de Giovanni Bellini. os postreros períodos del mundo Algunos poemas narrativos en he xámetros son meros ejercicios li ^ e g o V roma no, así com o el Rena terarios o relaciones en prosa —que cimiento, no pudieron prescindir de obje &!t lector moderno preferiría, sin du este género de poesía. Podrá da— a los que ha dado forma tarse que lo que hoy excluye In poética. Se terminó cantándose to forma poética no es la faltg de SL ti da oíase de asuntos, como es sabi tido de ía belleza, sino la mayor do, lo mismo una contienda que seriedad y la consideración univer una ceremonia tal como hicieron ios. salista que concedemos a cuanto hhumanistas alemanes de la época de nemos como ciencia. Pero dcjenu''. la Reformo.^"^ Pero seríamos injus ía cuestión así. Alín hoy, de vez en cuando, sa tos atribuyendo todo ello al mero ocio o a la excesiva facilidad en el imprime una de estas obras didác arte de hacer versos. En los italia ticas: El zodíaco de la vida, do nos, por lo menos, resulta claramen Marcellus Palingenius, un criptoprote por el sentimiento del estilo, lle testante de Ferrara. A las altas cuct> vado al exceso, como ¡lo demuestra tioncs de la Divinidad, la virtud y la simultánea multitud de noticias, Ja inmortalidad, añade el autor la narraciones históricas, hasta libelos consideración de múltinles ci^cun^^ en tercetos italianos. Así como pa tancias de la vida exterior, siendo ra impres ionar más prof undamente también, desde este punto de vista, supieron variar en la forma de es ima autorid ad no desdeñable en lo te difícil verso italiano Níccoló da que se refiere a la historia de lai a Uzzano su cartel c on una nueva costumbres. En lo esencial, no obi» Constitución política. Maquiavelo tantc, rebasa su poema la esfera diÁ su sinopsis de la historia contempo Renacimiento, desde el ounto oq ránea, un tercero la vida de Savo- que Ja alegoría m itológic a pierde naroila, un cuarto el sitio de Piom- él su carácter en aras de un prcp bino por Alfonso el Grande,^'^'^ otros Savonarola bajo el título de CgiJflJ t e Véanse las compilaciones de los Libani, por Fra Benedetto; Assedio Om Piombino, Muratori, XXV.í^Véase Scriptores de Schardius, Frehcr, etc. Uzzano, V. Arch. IV , I, 296; mo paralelos el Teuerdank y, otras CMH Maquiavelo, I, Decennali; Historia de mas del Norte.
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sito didáctico más serio y tras odas de Horacio o de Catulo de idental. tono semejante. Así por ejemplo, En la poesía lírica, en la elegía Navagero en la oda al Arcángel pecialmcnte, es donde el poeta f ¡ - San Gabriel, y especialmente San•logo se aproxima más a la Anti- nazaro, que al sustituir una devo iedad; lo mismo puede decirse del ción pagana, va realmente muy le i¡ grama. jos. Canta, de preferencia, a su En el género ligero,- Catulo ejer- santo patrono,!''* cuya capilla per ió un inf lujo verdaderamente fas tenecía, como anexo, a su pequeña,, cinador sobre los italianos. Hay ele villa de Posilíoo, "en el lugar don-* gantes madrigales latinos, pequeñas de cl mar sorbe la fuente de la roca • ¡tu cctivas, maliciosos billetes, que y bate al muro del pequeño santua •-on meras paráfrasis suyas; se llora rio". Su mayor alegria era la fiesta la muerte de perritos, papagayos, anual de San Nazario: las ramas y sin tomar ni una palabra de la guirnaldas con que hacía adornar lía dol gorrión de Lesbia, pero la pequeña iglesia le parecían ofren total subordinación a su idea, das votivas. Todavía fugitivo, en ñas de estas nequcñas poesías tierras lejanas, acompañando a Fe lodrían engañar sobre la verdade- derico de Aragón, expulsado de su i l fecha de su composición, aún al país, acude a Saint-Nazaire, en la r\r>erto en estas cuestiones, si no . desembocadura dol Loira, a ofren .-ncontrasc en el las una cla ra al u- ; dar ramos de boj y de roble, a su ítión objetiva a los siglos xv o xví. : santo patrono, el día de su fiesta, En cambio, puede decirse que opirimido por la angustia el cora as se encuentra una oda de ver- zón. Evoca los años pasados, cuan sáficos, alc aicos, etc., que no do la juventud del Posüipo acudía 'ate de algún modo su origen mo- a la fiesta en barcos engalanados, o. Débese ello principalmente al y suplica que se le concoda el re~ IO de mostrarse en estas com- torno.i^' ciones una locuacidad retórica Llegan a adquirir el aire antiguo, €n la Antigüedad sólo en Es- hasta producimos un efecto de ilu o —aproximadamente— empie- sión perfecta, toda una serie de a observarse, y también por poemas en verso elegiaco —y tam manifiesta falta de la concen- bién en hexámetros— cuyo conte íción lírica que exige de modo in- nido va desde la elegía propiamente fludible este género. Fragmentos de dicha hasta el epigrama. Así como na oda, dos o tres estrofas todo los humanistas en nada se sentían más, pueden parecemos un resto tan holgadamente como con el tex 'ínticamente antiguo, pero rara to de los elegiacos romanos, así se sostiene esta impresión a l o • también en la imitación de ellos ;0 de todo el poema. Y donde mostraron una soltura todavía ma ocuiTe, como, por ejemplo, en yor. La elegía de Navagero a la bella oda a Venus de Andrea Na- Notíhe está tan llena de reminiscen .;ero, reconocemos fácilmente una cias de estos modelos como otro lera pai-áfrasis de obras maestras poema cualquiera del mismo género^, • e la AntÍFÓiedad.i'^^ Algunos auJffes de odas se consagran al culto El recurrir a un santo patrono ns los santos en sus poemas, adap- es una empresa esencialmente pagana. pn do sus invocaciones, con buen Así en la elegía de Sannazaro In festo •ivtido y gracia en la imitación, a die Divi Nazarii Martyris.
r
En este caso de Eucrecio y de Moracip, Oda IV , I.
377 Sit satis ventas tolerasse et imbres Ac minas falorum hominumque fraudes, Da Pater tecto satiéntem 'avito Cerneré
fumum!
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elegía "a los compañeros", a ios que yacían, en las mismas condicio nes que él, enfermos en el lecho, pensamientos sobre la tumba, tan bellos y de tan sor prendente tono antiguo como nos Jo pueda ofrecer cualquier autor clásico, y esto sin nada esencial de ninguno de ellos. Por lo demás, fue Sannazaro quien supo captar de modo perfecto tan to el carácter como los límites de la elegía romana: nadie nos brinda, en esta forma, tan grande copia de ejemplos, ni más variada y excc íente. Por su contenido, tendremos ocasión de citar, acá y allá, algunas de sus elegías. El epigrama latino llegó a ser, por últiiño en esta época, un asun to importante y grave, desde el mo mentó que im par de versos bien escritos , grabados en un monumcn to, o repetidos, entre risas, de bocn en boca, podían cimentar la fanuí Salve cura Deum, m u n d í feUcior ora, de un erudito. Semejante pretensión Formosa eneris dulces sálvete recessus; aparece pronto. Cuando corrió lu 1,'t vos i>ost tantos atiimi menlisq-ue labore): voz que Guido della Polenta se p i u Auspicio ¡wtroque ¡ibens, ut muñere veslro SolUcitas tolo depello e pectore curas! ponía decorar con un monumcnin la tumba de Dante, de todas pai La forma elegiaca o hexamétrica tes llovieron inscripciones^'^ "d» llega a convertirse en vaso de todo hombres que querían destacarse > alto contenido patético, así como de también honrar al poeta muerto w la emoción patriótica más noble. bien conquistar el favor de Polen En la elegía a Julio I I , la más pom ta". En el sepulcro del arzobi.s|iu posa glorificación de los soberanos, Giovanni Visconti ( t l 3 5 4 ) , en lii así como la más delicada melanco catedral de Milán, baj o una tiradit lía, propia de un Tibulo, encuentran de treinta y seis hexámetros, puede» ^ u í expresión.^ Francesco Mario leerse estas palabras: "Hizo los VLT' Molza, que en sus lisonjas a Clemen sos el señor Gabrius de Zamoi'cis, te V I I y los Famesios compite con de Parma, doctor en Derecho." I 'u'i Estacio y Marcial, nos ofrece en su co a poco llegó a formarse uiiftf extensa literatura de • este génurilj bajo la influencia de Marcial y lanl«| i"í8 Andr. Naugerii orationes duae carminaque aliguot, Venecia , 1530, en b i e n de Catulo. El mayor triunfo m 4^^ Los escasos carmina están también que se podía aspirar era qye se \\É en las Deliciae, en su mayor parte o viera el epigrama por autéríí i camela totalmente. 1"^ Lo que podía decírsele a León X queda bien elocuentemente eviden men, ya que en el cielo hay'bastanlt ciado en la oración de Guido Postumo Reprod. por Roscoe, Leo X, ed. Hi<
y de la minna época, pero la re sonancia antigua es en 6\ de insu perable hermosura. Lo primero que Navagero se procura como con tenido es un tema auténticamente poético, que luego elabora, no ser vilmente, sino con libertad y soltura magistrales, a la manera de la Antologia de Ovidio, de Catulo, y aún de las Églogas virgilianas; se sirve de la mitología con máxima mesu ra en una invocación a Ceres, entre otras deidades rústicas, para damos, por ejemplo, una imagen de la vi da más sencilla. Sólo nos ha llega do el comienz o de una salutación a la patria al regreso de su emba jada a España; hubiera podid o lle^ gar a constituir un todo como la Bella Italia, amante sponÚe, de Vincenzo Monti, si el resto hubiera res pondido a estos versos iniciales:
L A C U L T U R A
D E L R E N A C I M I E N T O
antiguo, que se pensara que había
lio copiado de una vieja inscrip-
„„, í5n,i8i
o bien que su perfección fuese tal que Italia entera llegase recitarlo de memoria, como ocuJó con algunos de Bembo. Que la jdad de Venec ia pagara a Sanna|r o 600 ducados c omo honorarios su elogio en tres dísticos, no mera prodigalidad generosa, sisencillamente la estimación y mzación del epigrama, dándole ;VaIor que tenía para todas las tes cultas de la época, es decir, considerándolo como la forma más concertada de la fama. Por otra 3, nadie era entonces tan poque no pudiera llegar ' a p e desagradable un epigrama mory los propios grandes necesipara sus inscripciones el más iadoso y sabio consejo, pues los ííafios ridículos, por ejemplo, copeligro de ir a engrosar las lecciones destinadas a servir de ürsión al público.ií ^s La epigrafía epigramática se tendían la marecíprocamente; la primera se .aba en el más diligente estudio las antiguas inscripciones. I .íi ciudad de las inscripciones ñor pelencia fue, en t odo mome nto, la. En este Estado no heredi5, cada uno tenía que ocuparse llfl propia inmortalidad, y la poe^de burla, breve y acerada, era, vez, un arma contra los com eres en la carrera hacía los , puestos. Y a Pío I I se comSe en mencionar los dísticos que primer poeta, Campanus, com en el momento oportuno. Basucesores floreció el epigrasatírico, culminando en su te lad escandalosa contra AlejanVI y los suyos. Por lo menos Sazaro componía sus epigramas |j|ar relatívamente seguro; otros, /Sannazaro se burla de un suae le molesta con semejantes fal lones: "Sint velera haec alus, mi |emper erunt." lettere
de príncipe,
I, 88 y 91.
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en cambio, se arriesgaban, cerca de la Corte, a los más peligrosos atre vimientos. Bastaron ocho dísticos amenazadores, Clavados en la puer ta de la Biblioteca,!^ para que Alejandro reforzara su guardia en 800 hombres; puede suponerse lo que hubiera hecho de haber dado con ol poeta autor de la broma. Bajo León X los epigramas latinos eran el pan de cada día; tanto pa ra exaltar al papa como para afren tarle, para fustigar a enemigos que se nombraban o no, como para en sañarse con víctimas propiciatorias y lo mismo para objetos reales o fingidos, de malicia de duelo o de contemplación, no había forma más adecuada. Por aquel entonces pudo ocurrir que en honor del célebre grupo de la Virgen con Santa Ana y el Nino; que Sansovíno esculpió para San Agostino, exprimieran el ingenio no menos de ciento veinte personas, cun el correspondiente re sultado en versos -latinos, ciertamen te no tanto por devoción como por complacer a quien había encarga do la obra .i ^ Así vemos cómo fohann Coryoius, de Luxemburgo, Malipicro, Ann. Veneti, en Ar chiv. Stor., Vi l , I, pág. 508. Al final
se dice, aludiendo al toro en el bla són de los Borgias:
Merge, Tiber, vítulos animosos ultor in ur\d {Ls; Bos cadat inferno vicUma magna Jo-vi!
1^ Sobre todo esto ver Roscoe, Leo
X, ed. Bossi, Vi l , 211, VI H, 214 y
sigs. La colección impresa, rara hoy, de estos Coryciana del año 1524, sólo contiene las poesías latinas; Vasari vio en los Agustinos un li bro especial aue contenía además sonetos, etc . La cos tumbre de fijar poesías, clavándolas o atándolas, llegó a hacerse tan conta giosa, que hubo que aislar el grupo por medio de una reja, y hasta tapar lo por completo. La interpretación de Goritz en el sentido de un Corycius senex sigue a Virgilio, Geore, IV , 127. El lamentable fin de éste después del saco de Roma, véase en Pierio Vale riano, Da infelic. literat.
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títesis, la prosopopeya, el pathos, el elogio a los principi os, en una pa labra: lia pompa. Se zahiere con bastante frecuencia y en el elogio directo del difunto se da expresión a la censura velada contra otros, Mucho después volvemos a encontrar un par de epitafios deliberada mente sencillos. La arquitectura y la ornamenta ción se adaptan aquí de modo pon feeto a la epigrafía, ofreciendo o espacio necesario para Jas inscrip clones, a menudo en múltiple rejio tición. En cambio, el gótico de Norte, por ejemplo, encuentra coi dificultad el espacio indispensabla para una inscripción; en los sepul cros se suele reservar para este fin cl sitio más amenazado, los bordes, Con lo dicho no creemos, en nui do alguno, haber convencido al ¡ec tor del valor peculiar de esta poesíii latina de los italianos. Se tratabii sólo de indicar su carácter y MI necesidad desde eí punto de viMn de la histeria de la cultura. Por In demás su caricatura surgió ya de entonces; ^^"^ la llamada poLsííi macarrónica, cuya obra príncipiíl, la C O I I I I M I M I Opus macaronícorum, Merlinus Cocaius (es decir, T C J I Ü H Folengo, de Mantua). Del contLii! do ya tendremos ocasión de hahljii" incidentalmente; por lo que se mi fiere a la forma —hexámetro?, vn'l tre otros versos, con una m./eHí de palabras latinas— lo cómico <1| ella reside en el heoho de que t H l l mezcolanza suena como puro h liuguae, como cl farfulleo de improvisación latina apresurad' Las imitaciones a base de aleml iwi Reproducid o en los suplementos y latín no nos dan la menor idj| al Leo X d e Roscoe y en las Deliciae. de este efecto de comicidad. Ver Paulo Jovio, Elogia, con motivo de Arsillus. Para ta mayo ría de los i.:p¡gramático«, Lil. Greg. Gyrjldus, 18T Sardeonius, De urb. Palav.-nilii ibíd. Una de las plumas más temibles (Graev., Thes., VI, Hl, column;» :W era la de Marcantonio Casanova. Entre nombra, como verdadero invcnl(>i los menos conocidos cabe mencionar un cierto Odaxius, de Padua, a fo. Thomas Musconius (véase De diados del siglo xv., Pero !a mezcolni liciae) . en verso del latín y la lengua dci ^\ JS6 Marín Sañudo, en las Vite de la encontramos mucho antes por ' duchi di Venecia (Muratori. XXll), quier. los reproduce ordenadamente.
referendario papal de súplicas, el día de Santa Ana, no sólo manda ba, por ej emplo, decir misa, sino que reunía a 'los literatos en un es pléndi do banquete en sus jardines de la ladera del Capitol io. Tambié n valía entonces la pena pasar revis ta a toda la hueste poética nue ^robab^ fortima en la Corte de León X en un gran poema, como hizo (De poetis urbanis) Franc. Arsilius,!**-"^, un hombre que no necesi taba la ayuda del papa ni de nadie .y que se reservó cl derecho de usar la lengua con entera libertad hasta contra sus mismos colegas. Más allá de Pablo II el epigrama no es ya más que un eco lejano y fragmen tario, mientras la epigrafía sigue floreciendo todavía y sucumbe úni camente a la pompa y abundancia del siglo XVII. También en Venecia tiene la epi grafía su historia, que podemos se guir con la ayuda de la Venezia de Pi'ancesco Sansovino. Proporciona ban aquí tarca constante los "brievi " al pie de la efigie de los dux en la gran sala del Palacio, de dos a cuatro hexámetros que contenían lo esencial del período de gobier no de cada uno.^*** Adem ás, los se pulcros de los dux del siglo xiv os tentaban lacónicas inscripciones en prosa que contenían sólo hechos, y además pomposos hexámetros o ver sos leoninos. En el siglo xv va cundiendo la preocupación del cotilo, que en el siglo x\'i alcanza su apogeo, hasta que pronto empiezan la estéril an-
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X I . DECADENCIA DE L HUMANISMO EN EL SIGLO X V I
isde el comienzo del siglo xtv se embarazarse de ellos, aunque sólo ibían sucedido las brillantes ge- fuera a medias, surgió el estado de raciones de poetas-filólogos que ánimo a que hemos aludido, o se íundieron por ItaUa y por el mun- manifestó más ostensiblemente, por l o el culto de la Antigüedad, ínflu- lo menos. No se hizo diferencia en ^ron decisivamente sobre la cultura tre buenos y malos: todos sufrieron la educación, dirigieron a menú- igualmente. to los nego cios del Estado y reDe los mencionados reproches Hfodujeron en la medida de sus son, sin restricción, culpables los Mlerzas ¡la literatura antigua; pero, propios humanistas. Nunca existió •Kpués de tantos éxitos, los huma- un estamento que hubiese demos W&tas caen, desde el siglo xvi, en trado menos sentido de cohesión, fc notorio y general descrédito, y que hubiese manifestado menos resB p en una época que en modo al- pelo a los demás cuando alguno de Tpno quería prescindir del t odo de ellos pretendía en cumbrarse. En doctrina y de sus conocimientos, cuanto se trató de subir unos más sigue hablando y escribiendo co- que otros, cualquier medio les pa Wb ellos hablan y escriben, se si- reció bueno. Sin la menor transición iBen haciendo versos como ellos los pasaba de la fundamcntación cien cen, pero personalmente nadie tífica a la invectiva y la difamación liere saber nada de ellos. A los 'más infimdadas. No se trataba de reproches principales que se les replicar al adversario: se trataba de in —el de su maligna soberbia anonadarle en todos sentidos. Algo ll de sus vergonzosos desenfre- de esto, sin duda, habrá que car — se añade el tercero, como gárselo en cuenta a su propia si • t o m a de la Contrarreforma in- tuación y a] medio en que se desen 'tente: el de su incredulidad, volvían. Hemos visto la sin igual primero que se ocurre pregun- violencia con que ia época misma es por qué no se formularon de que eran el órgano más elocuen es estos reproches, se basasen o te, era traída y llevada por el olea en la verdad. Bien pronto sur- je de la fama y el sarcasmo. Su m aunque sus efectos fuesen propia situación en la existencia " I. Era grande aún la subordi- real solía ser de tal índole, que te aníe el literato por lo que nían que defender de continuo su "iere al contenido objetivo de , vida. En tal estado de ánimo es tigüedad, de la cual represen- cribían y peroraban y se pintaban , en sentido personalísimo, mo- a sí mismos y al prójimo. Sólo las ilizadores, vehículos e instru- obras de Poggio, por ejemplo, con difusor. Sólo el predominio tienen inmundicia suficiente para ediciones impresas de los justificar la animadv ersión contra de los grandes manuales la casta entera. Y estos Opera Po¡mente dispuestos y de las gii fueron los que con más frecuen jde consulta, emancipó al pue- cia se imprimieron y reimprimieron ^ 1 medida notable, del trato aquende y allende los Alpes. Y no •iutc y personal do los huma- nos apresuremos a alegrarnos si en tan pronto como pudo des- el siglo XV topamos con una figura ío se olvide que muy pronto que parezca intangible; si seguimos >n ya provistas de antiguos buscando, corremos riesgo de en <^^'— contrarla envite lta en la malcdiccn-.^j, y nuevos r^m^^ntarltffi
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f.A C U L T U R A DE L R E N A C I M I E N T O EN ITALIA
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cía en forma que, aunque no nos dose ante su propia época en si í > merezca crédito, bastará para en ción d e inferi oridad. Per o si I i turbiar la imagen. Las innumerables habido un siglo que, en a b s o l u i i poesías latinas de carácter obsceno ceguera para lo demás, ha divim —como el diálogo Antonius de zado el mundo antiguo y todo cu.in Pontano— hicieron los demás. El to éste produjo, la culpa no puctlg siglo XVI estaba saturado de todos hacerse recaer sobre unos cuaniiHt estos hombres, que hubieron de ex individuos. Era ya una alta p r e i i r . histórica. Toda la c u l i i i i n piar las propias fechorías y lo des tinación de los tiempos transcurridos Ó ^ M I I comedido del valor que se les atri entonces v de los tiempos f u i í n ü buyera. Su mala estrella quiso tam se basa en el hecho de que c^ui bién que el má s grande de los poe haya ocurrido así. con postergación tas de la nación se expresara sobre de cualquier otro designio vital. ellos con tranquilo y soberano desLa carrera del humanismo eni, dén.189 De los reproches que llegaron a por lo regular, de tal índole, qua condensarse en una general animad sólo las naturalezas morales m/iii versión, muchos resultaban más que vigorosas eran capaces de s e g i i i i l i i fundados. Es incuestionable que hu hasta el fin sin gra ve mengua. I I bo filólogos, entre ellos, que guar primer peligro solía venir de U< padres que procuraban li .i daron una gran pureza de costum propios cer un niño prodig io del bres y un vivo sentimiento religioso, precozmente desarrollado, con nii y demostrará escaso conocimiento ras a futuras ventajas dentro de un.i de la época quien condene por igttal clase que en aquella época lo u' a la clase entera. Pero muchos, y presentaba todo. Pero el niño pm justamente los que más estrép ito ha digio suele detenerse comúnmtiKi cían, eran indudablemente culna- en determinada fase de su desjiin blcs. lio o ha de proseguirlo, hasta I " Tres cosas explican y ateníían grar imponerse y hacerse vak r i acaso su culpa: el hala go desmesu costa de las más duras pruebas. Aun rado y brillanle cuando la fortuna para el muchacho que sin can 'uKi les era propicia; la falta de garan de niño prodi gio tenía aspiraciüín tía de su existencia externa, sujeta, resultaba un peligroso s e ñ u e l o i • entre oropel y miseria, a los cam brillante posición del human!: i i bios más rápidos y bruscos, según Llegaba a parccerle que "por pum el capricho de los señores o la ma sublimidad innata no podía ocupu lignidad de los adversarios; final se ya en lo común y cotidianü"."" mente, la influencia de la Antigüe dad, que en realidad les llenaba de, « Nos son conocidos varios cas confusión. Las ideas del mundo an-- he i«de prescindir, no obstante, de tiguo perturbaban su equili brio mo-, prueba estricta de lo aquí dicho. | ral sin hacerlos pariíc ines del suyo; niño prodigio Giulio Campagnola l| también en lo religioso su acción se incluye entre los cultivadores mi sc deió sentir principalmente por ficialmente por ambición. V er Scnl el la do negativo, ya que de una fe dconius. De urb, Paiav. antiq.. a fKJsitiva en los dioses no podía ha Gracc, Thesaurus. VI , II I, col. 27 Sobre el niño prodig io Cecchino lím blarse siquiera. Precisamente porque ci, 1544, a los quince años, ver Tru ul concebían la Antigüedad dogmática Poesie iial. inedite, II I, pág. 279. Sol. mente, es decir, como dechado de cómo el padre de Cardano le qm-lfi todo pensamiento y de toda obra, "mcmoriam artificialem instillaré" y era por lo que acababan encontrán niño ya le inició en la astrológíaj bica, véase Cárdanos, De propia 189 Ariosto, Sátira, V I I , d e l año cap. 34. Palabras de Filipno Villani, 1531.
Y se lanzaba así a las alternativas una vida agitada y agotadora en cual desordenadamen te se sucen el estudio fatigoso, las tareas preceptor doméstico, la secreta, el profesorado, el servicio de príncipes, las enemistades mor, los peligros más terribles, la ¡ración más entusiasta y el más ectivo sarcasmo, la opulencia y ndigencia... L a sabiduría más ilidamcnte fundada podía ceder su i^, a veces, al más grosero dile^ B ^ m o . Pero el más grave mal ^PPa en el hecho de que el oficio HT^incompatible con una patria fiK . al exigir, diríase, el cambio de H j e r y producir en el i ndividu o un ^ p d o de ánimo que le impedía en mucho tiempo a gusto en :e alguna. gente, fatigada al de él pedía siempre cosas nue(página 114), y el torbellino de enemistades le hacía la vida im Aunque algunos detalles nos ;;an el recuerdo de los sofistas |os de la época imperial, tal ) Filóstrato los describe, era, fanbargo, más favorable la si p ó n de éstos, desde el momento lue la mayoría poseía riquezas 'ía prescindir más fácilmente las y vivir le era empresa meirdua, por lo general, pues, más eruditos, eran virtuosos práctide la oratoria. En cambio, el manista del Renacimiento, tenía ü poseer una vasta erudición y ÉMocer el arte de hacer frente a Bkfituaciones más diversas y en^Hár de las más diferentes ocu^ ^ l e s . Todavía, para olvidar, so^ p t r e g a r s e a] goce desordenado, ^ • l absoluto desprecio de la mo^^pcinante, ya que, ffuera como siempre se pensaba de él lo Sin soberbia no se conciben ^Hfftntes caracteres; les precisaba ^ K i e s ó l o fuera mantenerse a flo^ ^ • n t r i b u y e n d o a reforzar la idoK de que —alternada con el
Jotrarse ible.
;>:ig. 5, con referen cia a uno de casos.
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odio— se \es hacía objeto. Fueron los más claros ejemplos y las más evidentes víctimas de la subjetivi dad desatada. Como ya hemos advertido, em pezaron bien pronto contra ellos tanto las quejas como las descrip ciones satíricas, desde el momento en que todo desarrollo individual, todo género de celebridad, tejaba con el correctivo de la burla. Pero es que Jos propios fustigados brin daban ei más sustancioso material que podía apetecerse. Ya en el si glo XV , en la enumeración de los siete monstruos,'^=^ incluve Battista Mantovano a los humanistas, entre otros tipos humanos, en el artículo. Soberbia. Los describe con todas; sus ínfulas de hijos de Apolo, ca-] minando con un aire de falsa gra-' vedad y un asi>ecto malhumorado y malic ioso, comparables a grullas que van picando aquí y allá, con templando la propia sombra unas veces, y otras atormentados por el afán de elogios. Pero el siglo xvi les sometió literalmente a proceso. Testimonio de ello, además de Arios to, es principalmente su historiador literario, Gyral dus, cuyo tratado,'*^ compuesto ya bajo León X, fue pro bablemente retocado hacia el año 1540. Nos encontramos en este li bro, en cantidad desbordante, con amonesíadcres ejemp los, antiguos y modernos, de la relajación moral de 'líos literatos y de su existencia la mentable, entremezclados cor; gra ves acusaciones de carácter general. Tales acusaciones aluden principal mente a su apasionamiento, su va nidad, obstinación, egolatría, vida íntima desordenada, impudicias de toda clase, herejías, ateísmo..., a lo cual se añade aún el énfasis ora torio sin convicci ón, la inñuencia perniciosa en (las altas esferas, la pedantería locuaz, la ingratitud ha-
i » 2 Batt_ Mantuanus, De calamitali-
bus temporum,
lib. I.
1 ^ Lil. Greg. Gyraldus, Progymnas-
ma adversas Htteras et Iliteratos.
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JACOB B U R C K H A R D T
otra intervención, las más veces, la de una suerte adversa. No tende escribir una tragedia, ni !• rivarlo todo de elevados conflictün en cambio, nos informa de lo rrientc y cotidiano. Topamos aqtl con gentes que, en tiempos borrai cosos, se ven privadas, primero, do sus ingresos y, después, de sus car. gos; pentes que tenían dos empleo* y no cobraban lueg o ninguno; es quivos avaros que llevan cosido ej dinero en sus vKtidos y que, al tlespojárseles de ambas cosas, mueren locos; individuos que aceptan pr»f bendas y que mueren luego siisp|"j rando por la antigua libertad. Síj lamenta también de la muerte tcm<| prana de muohos, víctima de la í \ » ¡ bre o la peste, cuyos manuscriicM,í ya acabados, fueron quemados cüilj ia ropa de la cama y los vestidotL de otros que viven —si eso puedli llamarse vivir— baio la consl;ml|j amenaza de muerte de sus comp»i ñeros ; y de otros aún que mueroHí víctimas de la avidez y la rapirtl] de un cria do, o son vícti mas, du> rante un viaje, de malhechores íiuf les dejan morir en una mazmorn¡ porque no pueden pagar su rescal^ Secreta angustia del corazón orrm bata a unos; a otros, las aírenliji y las postergaciones sufridas; uf veneciano muere de aflicción a cuiji sa de la. muerte de su hijito, m niño prodigio, a la nnierte del ctlJ sigue pronto la de su madre y • del hermano de ella, como si el nJM los llevase en pos. Y son basíanm —florentinos sobre to do— los ( M acaban suici dándo se; i^*" otros mifl ren víctimas de la justicia secreta m un tirano. ¿Cómo es posible ( alguien fuese feliz? ¿I>e qué i ñera? ¿Acaso por embotamiento la sensibilidad ante tanta miseí Uno de los interlocutores /íSel * logo —esta forma presta' Pierit su exposi ción— viene a d,^''"'^^ solución: es el magníf icq, Gaspn Lil. Greg. Gyraldus, Hércules. Contarini... Con sóio noip' La dedicatoria es una elocuente reve lación de los primeros movimientos 196 Véase Dante, Infierno, XMI amenazadores de la Inquisición.
cia los, maestros, la lisonja serv il hacia los príncipes, que lanzaban el cebo a los literatos para deiar luego que pereciesen de hambre, etc. Termina hablando de Ja edad de oro que reinó cuando la ciencia no exis tía a ú n . . . De todas estas inculpa ciones, una llegó a ser nronto pe ligrosísima: la de herejía. El propio Gyraldus, con motivo de la reim presión de un escrito de iuventud, completamente inofensivo,'"^'* se vio en trance apurado y hubo de asirse al manto del duque Ercolc 11 de Ferrara, pues gobernaban ya las ideas hombres convencidos de la mayor excelencia de emplear el tiempo en cristianas ocupaciones que en desvarios paganos. Gyraldus, por su parte, solicitaba que se con siderase, al contrario, que en tiem pos como aquéllos ía exnosición eru dita constituía casi ol único tema inocente, es decir, neutral. Si la historia de la cultura tiene por obligación buscar testimonios en los cuales, al margen de los repro ches, siiria e! sentimiento human o, ninguna fuente será comparable a la obra, ya frecuentemente mencio nada, de Pierio Valeriano, De infeUcitate literatorum. Fue escrita ba jo la impresión sombría del saco de Roma, el cual con el infortunio que trajo consi go y que se ensañó tam bién en los hombres de letras, le parece al autor el desenlace de un destino funesto, que crravitaba ya desde hacía tiempo sobre la vida de éstos. Pierio se deja guiar por un sentimiento simple y acertado en conjunto. No trata de hacemos creer con grandes frases que existe un refinado daimón que se dedica a perseguir a los hombres de letras sólo porque tienen genio, sino que Pierio Se contenta con notar lo acae cido y comprobar que sucedió efec tivamente de aquella manera, sin
LA C U L T U R A DE L R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
esperar que se nos haga par es de lo más hondo y verdadeque pueda imaginarse para la . Contarini ve el prototipo del o feliz en Fray Urbano Valeriade Belluno, que fue mucho tiemmaésíro de griego en Venecia, recorrió Grecia y el Oriente y, entrado en años, visitó diversos ís sin utilizar nunca una caballura, que jamás poseyó un ocharechazó t odos los honores y assos y, después de una vejez ale, murió a dos ochenta y cuat ro os sin haber estado nunca enfersi se exceptúa una caída de una • l l e r a . ¿Qué le diferenciaba de • humanistas? Estos tienen la voK t a d más libre , han desencadenaH m á s subjetividad de la que pueH | utilizar con fortuna. En cambio, ^Wionje mendicante, que había vien un coiivento desde su in:fan-' ^ ni del pan, ni del sueño había 'rutado nunca según su deseo,o priüho y no siente, por lo tanimposición, como taiT imnosigracias a este hábito pudo p*, en medio de las mayores dides, la vida más tranquila, y lente por la impresión que ausaba influía sobre sus oyennás que con su griego; estos ban convencidos que depende nosotros mismos que llevemos Vida de ventura o de ínforluí"En medio de privaciones y is era feliz porque quería ser)>orquc no había adquirido malos líos, ni era caprichoso, ni exitc, ni inconsciente, y jxirque se itontaba siempre con poc o o na', Si fuera el propio Contarini n nos hablara tal vez hubiera 10 intervenir en ol cuadro un vo religioso; sin embargo, es el * ^ f o en sandalias quien nos aposy a fe aue con harta clocuenÜn carácter afín, en ambiente ¡nto. muestra Fabio Calvi, de p a m QI exegeta de: HipócraCoelii Calcagnlni Opera, ed. Ba-
^ 1544, pág. 101,,en "el libro-Vlfí
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tes. Ya muy viejo, vivía en Roma sólo de hierbas (como los pitagó ricos) y teniendo por morada el hueco de un paredón que no aven tajaba ípuclio al tonel de Diógenes; de la pensión que le había conce dido León X , sólo tomaba lo más indispensable .y daba a otros ol res to. N o conservó la salud hasta el fin como Fray Urbano, ni su muer te fue de tal naturaleza que le per mitiera sonreír en aquel trance, pues, casi nonagenario, se lo lle varon los españoles durante el saco, de Roma con el fin de obtener un; rescate a cambio de su libertad y murió de hambre en un hospitaá. Pero su nombre será imperecedero, pues Rafael amaba al anciano co mo a un padre y un maestro y le pedía en todo su consejo. Acaso recaía la conversación sobre la restauración proyecta da (p ág. 102) de la vieja Roma, acaso sobre te mas más elevados... ¿Quién podrá decir la parte que tuvo Fabio en la idea de la Escuela de Atenas y en otras importantísimas composi ciones de Rafael? Terminaríamos de buen grado con la descripción graciosa y concilia dora de una vida: la de Pomponius Laetus, si de ella supiéramos algo más que lo que nos cuenta- su dis cípulo Sabellico,^'*'^ en su epístola, en la cual se l e' arcaiza un tan to deliberadamente. Reproduzcamos aquí, no obstante, algunos rasgos. Era bastardo del lina¡e napolitano de los Sanseverino ( página 136), príncipes de Palermo; no quería re conocerlos, sin embarpo, y a la invitación que le hicieron para que fuese a vivir con ellos respondió cori aquel célebre billete: Pompo propinquis nius laetus cognatis et suis salutem. Quod rretitis fieri non
de las Epístolas. .Véase Pierio Val., De inf. Ut. . 1 » ' M. Ant. Sabellieo, Opera, Epist;, Hb. XI, fol. 56. Biografía en Elogia, de Paulo Jovio.
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Era un hombrecillo de apariencia insignificante, de ojos pequeños y vivos; en los últimos decenios del siglo xv vivía, como profesor de la Universidad de Roma, unas veces en una casita con jar dín que poseía en el Esquilino y otras veces en su viña del Quirinal: en aquélla criaba sus patos y de más aves de corral y ésta la cul tivaba siguiendo exactamente las descripciones de Catón, de Varrón y de Columela. Los días de fiesta ios dedicaba a la pesca o a la caza de pájaros con red y celebraba, asi mismo, sus comidas bajo una som bra, junto a un manantial, o a orillas del Tíber. Desoreciaba la ri queza y la vida regalada. Descono cía la envidia y la maledicencia y no las toferaba en tomo suyo; sólo contra l os poderos os sabía adoptar muy libres actitudes, y también —excepto en su última época— se le tildaba de despreciar la religión. Fue una de las víctimas del papa Pablo I I , en su persecución de los humanistas, y entregado a él por los venecianos, pero no hubo modo de arrancarle una confesión indig na. Desde entonces los papas y los prelados le invitaban y le prote gían, y cuando fue saqueada su ca sa, en ocasión de los disturbios ocurridos bajo Sixto IV , la colecta que se hizo para resarcirle de las pérdidas rebasó el montante de ellas. Como maestro era concienzudo; ya antes de romper el día se le veía bajar del Esouilino con su l interna, y encontraba ya su aula siemore llena de gente; como era un poco tartamudo, hablaba en la cátedra con sumo tiento, pero su discurso resultaba rítmico y bello. Sus es casos escritos aparecían asimismo compuestos con sumo cuidado. Na die manejaba los textos antiguos con tanto tino y sobriedad. Y aún ante los demás restos de la Antigüedad era tan ferviente y auténtico su respeto, que, a veces, j>ermanecía ante eÜos com o en éxtasis y se le
potest. Válete.
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JACOB B U R C K H A R D T
arrasaban los ojos. Era el homb capaz de abandonar los propios tudios si había que ayudar a otroí Eso expli ca que se le quisiera tan to. Cuando murió, el mismo Alejáis dro VI envió a sus cortesanos pai > que escoltaran el cadáver, que íu> conducido por sus más distinguidoi, discípulos. A sus exequia s, en ArB' celi, asistieron cuarenta obispos y todos los embajadores extranieros, Laetus había introducido en tíoma las representaciones de ohriw antiguas, de Planto especialmente, y él mismo dirigía estas represen» taciones (ver página 139) . Tambié^ celebraba todos los años el día la fundación de la ciudad con ui • fiesta en la que sus amigos y dr cípulo s pronunciaban discursos y recitaban versos . Ambas cosas fu& ron ULOtívo principal de que se con tituyera, y se mantuvier a despin* lo que se llamó la Academia \l\ mana. Era una asociación comi'li lamente libre que nada tenía qn ver c o n el régimen rígido de n instituto científico; aparte de i^i ocasiones mencionadas,1"^ se reum también cuando algún mecenas I solicitaba, o para honrar la metm ria de algún miembro fallecido, l de Platina, por ejemplo. Por I" mañanas, un prelado, igualmc 111 miembro de la asociación, solía d» cir misa; luego subía al púlpilft Pomponio, por ejemplo, y proniiíi ciaba la oración corresnondíen siendo sustituido por otro que citaba dísticos. El obligado banqiifr te, c o n controvers ia y doclamaci('!il| era el acto final tanto de las lie tas f unerales com o las de sol az, hi académicos, y cabalmente el p pió Platina, alcanzaron pronto faiil de gastrónomos.!^* Otras veces gunos invitados representaban fi sas al estilo de las atelaiiás. Coirl i »8 Jac. Volaterran-, Biar. R Muratori, X X I I I , cois. 16i, 171, y 1 Anécdota liter., II , pág. 168 ^ sigs. i!w Paulo Jovio, De romafiis pl é bus. cap. 17 y 34.
dación libre de importancia muy riable, vivió, sin perder su carácprimitivo, hasta el saco de Roma se honró con la hospitalid ad die iri Ángelu s Colcoccius y de un JoImimes Corycius (página 147), en lie otros. Hasta qué punto deba timarse su valor por lo que a la da espiritual de la nación se ro es tan difícil de precisar aclámente como en el caso de alquiera otra asociación de esta ,ole: sin embargo, un Sadoleto cuenta entre los mejores recuer de su juventud. En diversas Udades surgiero n —^y muri eron — da una serie de academias de esli' estilo, de acuerdo con el número 1 importancia de los humanistas esblecídos en la localidad y en la dida que lo hacía posible la procíón de los ricos y los grandes flores. Así, por ejemolo, la Acafemia de NápoTes, que se constituvó "m tomo de Joviano Pontano y de 'a cual una parte se trasladó a Lec1 !•; -"«i la capitaneada p or Pordenone, ijiic formó la Corte del Condottieri Alviano, etc. De la de Ludovico el Moro y su peculiar significación por
Sadoleto, Epist.,
106 del año
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lo que se refiere al ambiente en tor no de este príncipe^ hemos hablado ya (página 23 ). Hacía mediados del siglo xvi es tas asociaciones parecen haber pa sado por una tota! transformación. Los humanistas, dcsolazados ya de su posición influyente en la vida de la nación, sospechosos para la na ciente Contrarreforma, pierden tam bién la dirección de las Academias, y en éstas la poesía italiana susti tuye asimismo a la latina. Cada ciudad de relativa importancia tuvo muy oronto su Academi a —solía llevar los nombres más extravagan tes—202 ^.Qjj caudal pro pio , a ba se de cuotas y legados. Además de la recitación de versos, se conservó de la época latina de estas asocia ciones, la costumbre del banquete periódico y de la representación de dramas, en parte por los académi cos mismos y en parte ñor gente jove n, bajo su dirección, o por có micos pagados. El destino del: tea tro italiano y también de la ópera, más adelante, estuvo durante largo tiempo en manos de estas asocia ciones.
^2 Esto ya antes de mediados de siglo. Ver Lil. Greg. Gyraldus De poe Galatei, Epist. 10 y 12, tis nostri temp.. IL Spicileg. Rom., volumen VI H .
í Antón.
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CUARTA PARTE D E S C U B R I M I E N T O
D E L
M U N d Í I
Y D E L H O M B R E
I. VIAJES DE LOS I T A L I A N O S
Libre de las inumerables trabas que en otras partes impedían su pro greso, ll egado a un alto grado de desarrollo individual y adiestrado en al estudio de la Antigüedad, el es píritu italiano se lanza ahora al descubrimiento del mundo exterior e intenta deseribirlo y reproducirlo literaria y Tormalmente. En otro lu gar consideraremos cómo resolvió el arte este problema. Permitámonos sólo aquí ailgunas observaciones generales sobre los viajes de los italianos por las más remotas regiones del globo. Las Cru zadas habían abierto a todos los europeos las rutas de remotos paí ses, despertando por doquier el afán del viaje y la aventura. Será siem-. pre difícil atinar el instante exacto en que este afán se enlaza con el ansia de saber o se pone totalmen te a su servicio; pero el primer país donde se dieron estas circuns tancias, y de la manera más com pleta, fue Italia. Ya en las Cruzadas mismas habían participado los ita lianos en un sentido distinto que los demás, pues estaban ya ligados a las cosas do] Oriente por intere ses de carácter naval y mercantil; desde siempre el Mediterráneo ha bía dado a los moradores de su li toral un carácter muy distinto del de los habitantes de las tierras del interior, y aventureros, en el sentido nórdico, por disposición natural no podían serlo nunca los italianos. Una vez establecidos en todos loS' puertos del Levante mediterráneo; fue ya fácil que los más empren-' dedores penetrasen en el grandioso
nomadismo arábigo que hacia afluía; una parte inmensa del r; do se abría ante aquellos hom' como si ya lo hubiesen descub¡L.:> Allgunos de ellos, como los Poh^ Venecia. viéronsc arrastrados \.>i el oleaje de la vida mongólica, •.lui los llevó hasta las gradas del iroim del Gran Khan. Ya con anterion dad vemos italianos en el Atlántici» participando de los descubrimientos, como por ejemplo, los genovcscw, que en el siglo xii descubrieron lait islas Canarias; ^ en el mismo aíiií 1291 en que se perdió TolemaÍLhi. el liltimo resto de! Oriente criM¡;i no, genovescs hicieron también <-' primer intento conocido en h de una ruta marina a las lu orientales; Colón es sólo el im grande de toda una serie de p gantes italianos que surcaron n lejanos e incógnitos al servicia los pueblos de Occident e. A bien, el verdadero descubrido! es el primero que llega casualm. h a unas tierras, sino el que bu.^' encuentra; sólo éste puede e^i cer una conexi ón con las id^ los intereses de los que le han cedido, y el informe que pr4.iuM responderá a tales principios, r eso los italianos, aunque se le: 1 Luigi Bossi, Vita di Cristoforo • lomba, donde encontramos una si:
sis de los anteriores viajes de los \ líanos, pág. 91 y sigs. 2 Véase la monografía de Kf Una noticia insuficiente ya, en .E' Silvio, Europae status sub Friderico
Imp.,
cap 44 (en Scriptores,
de
her, ed. de 1624, vo l. II , pág. 87)
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Lita la prioridad del arribo a esta la otra playa, serán siempre el uehlio moderno de los descubridois por excelencia en el último peodo de la declinante Edad Media. FuíKlamentar en detalle esta proDsición corresponde a la historia jecial de los descubrimientos. Pe la admiración se volverá siem•e hacia la figura venerable del an genovés que vislumbró, buscó encontró un Continente nuevo [ende el mar y fue el primero en b c i r a mondo é poco, la Tierra po es tan grande como se cree... Mientras Espafia manda a los ita lianos un Alejand ro VI , Italia da ;i los españoles un Colón; pocas seMKmas antes de la muerte de Al edro (7 de julio de 1504), fecha ^.olún en Jamaica su espléndida carIk- a los ingratos Reyes Católicos, [ue la posteridad no podrá nunca ser sin la más profunda emoción. In un codi cti o a su tes tamento, f e'lado en Valladolid, el 4 de mayo 1.1506, legó "a su querida patria. República de Genova", el libro oraciones oue le había regalado papa Alejand ro y que tanto conilo le había deparado en Ja cáren la lucha y en los momentos tribulación. Es como si sobre el bre terrible de los Borgias caun postrer resplandor de bony misericordia. .1 igual que con la historia de viajes sólo sucintamente podreB B considerar el desarroll o de la Hk >sición geográfica entre los ita^B06, su participación en la eosH n a f í a . Ya la somera compara• B ~ d e su obra con la de otros líos demuestra una temprana y •endenté superioridad. ¿Donde, "iados del siglo xv, podemos trar fuera de Italia semejante inación de! interés geográfico, 'stico e histórico como en la de un Eneas Silvio? ¿Dónde [fonna expositi va tan desarro1 y uniforme? N o sólo en su ¡pepgráfica propiament e- dicha^ K D sus epístolas y comen tarios .
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describe con idéntica maestría pai sajes, ciudades, costumbres, indus trias, riquezas y productos, situación política y constitución, en cuanto le es dado observarlo directamente o dispone de datos directos y vivos; las descripciones tomadas tle otros 'libros son, como es natural, de más escaso valor. Ya en la descripción ^ del valle alpino del Tirol, donde Fe derico III le había concedido una prebenda, menciona todos los as pectos esenciales de la existencia y revela dotes y tat método de ob servación y comparación objetivas como sólo cabía esperar de un com patriota de Colón adiestrado en el estudio de los autores antiguos. Por millares podían contarse los que habían visto lo que había visto él y los que, por lo menos fragmen tariamente, sabían lo que Ól sabía, pero no sinñeron el impulso de des cribirlo ni e xponerlo, ni tuvieron conciencia de que el mundo pidie se semejantes descripciones y ex posiciones. En la geografía intentaríamos in útilmente discernir con.exactitud lo. que se debe a la Antigüedad y lo que haya de anotarse en el haber del genio pecLíIiar de los italianos.'' Antes de conocer con precisión a los gutores antiguos, observan y tra tan las cosas del mundo objetiva mente porque ellos mismos son un pueblo scmiantiguo y su propia si8 Pío II I, Comment,,
lib. I, pág.
14. Su descripción de Basilea nos de muestra con evidencia incuestionable que su observación no era exacta y que a veces completaba arbitrariamen te cl cuadro. No obstante, el conjunto es de un alto valor. •* En el siglo xvi conservó aún lar go tiempo Italia su puesto de patria por excelencia de la literatura cosmo gráfica, cuando ya los descubridores mismos pertenecían casi exclusivamen te a los pueblos atlánticos. La geo grafía nacional produjo aún, hacia me diados de siglo, una extensa obra mi^y estimable-• la Descri'zionc di tuda ¡'Ita lia, de Leandro Alberti. -
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tuación polí tica ha constituido para ¡ zamos tan b ajo, en este aspecto, a ellos, en este sentido, la mejor pre- i Eneas Silvio, por ejemplo— puede paración; pero no hubieran alean- • cabalmente contribuir a la difusión zado tan rápida madurez si los del interés general por aquellos te viejos geógra fos no les hubiesen se mas, que constituye la ineludible ñalado el camino. Muv difícil de base de una opinión imperante y calcular, asimismo, es la influencia un juicio previo favorable para nue de los geógrafos italianos ya exis vas empresas. Los verdaderos des tentes sobre el espíritu v las tenden cubridores, en todas las disciplinas, cias de líos viajeros v de los descu saben muy bien lo que tienen que bridores. Hasta el aficionado que agradecer a semejantes intermediacolabora en esta ciencia —si coti
U.
LA S CIENCIAS NATURALES EN I T A L I A
Por lo que concierne a la contribu ción de los italianos a las ciencias naturales, hemos de remitir al lec tor a las obras especiales, de I'as cuales nos es conocido únicamente el contradictorio y superficial estu dio de Libri.'» La controversia sobre la prioridad de determinados des cubrimientos nos importa tanto me nos cuanto que, según nuestra opi nión, en todo tiempo y en todo pue blo culto es posible que surja un hombre que, sobre la base de una preparación previa muy escasa, se lance ton invencible impulso a una labor empírioa y gracias a sus do tes naturales sea capaz de contribuir a los progresos más sorprendente s; hombres de este tipo fueron Gerbert de Reims y Roger Bacón; que tales hombres se asimilar an además todo el saber de la época en sus especialidades, fue mera consecuen cia de su asoiración individual. Ras gado el velo de ilusión que todo lo cubría, rotas que fueron las cade nas de la tradición y de la autori dad y vencido el temor ante la Naturaleza los problemas se ofre cieron en masa ante sus ojos. Ahora bien, es cosa muy distinta que'todo un pueblo haga, antes que los de B Libri, Histoire des sciences mathémaiiques en Italie; cuatro vols. Pa
rís. 1838.
más pueblos, patrimonio suyo [ ferente la obs ervación e invesi ; .1 ción de la Natu rale zajv que en aquel país, por consiguiente, no cu vuelvan al]' descubridor la amena/.1 y el silencio, sino que, al conti[ii¡i pueda contar con la acogida de < píritus afines. Que así ocurrierLi m Italia, parece indudable.* No sin ci güilo rastrean los naturalistas ihi líanos en la Divina Comedia Jos ci im y reminiscencias de las empíiií im investigaciones naturales de Dnnir' Sobre los distintos descubrimicni y los hechos que le atribuyen h.il" • mencionado por primera vez, no In mos de pronunciamos nosotros, \" ro al más profano ha de sorpuderle cl caudal de observacione s <\"' solamente en sus imáge nes y m táforas revela. Más que ningún 1 poeta moderno dos toma de la \' como mero adorno, sino para citar la representación más adiin' da posible de lo que quiere si? car. Es sobre todo en astronoi.M. en l o que demuestra í>oseer rtÉ| •6 Para llegar aquí a un juicii> m tundo habría que verificar el aujiioiw en el cúmulo de observaciones, ¡'l'ífl de las ciencias especialmente maipm ticas, lo cual no es nuestro coniclUJ T Libri, ibid, II , pág. 174 y s¡|ís
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fnocimientos especiales, si bien no raleza en general y a la exjjerimenlebe olvida rse que ciert os pasajes tación en particular. Aunque es po .el gran poema considerados hoy sible que esto haya sucedido, sería omo indicio de una cultura astro- siempre muy difícil de demostrar. ómíca eran entendidos entonces Lo que en el Norte contribuía a bor la mayoría. Prescindiendo de su provocar estas persecuciones, es de femdición, apel a. Dante a_._una as cir, la resistencia del sistema de la tronomía popular que los italianos naturaleza recibido de los escolás de la época, como navegantes, po ticos, como sistema oficial, contra seían de común con los antiguos. los innovadores como tales, ejerció Relojes y calendarios han hecho, en en Italia muy poca influencia, sí cl mundo moderno, innecesario este es que ejerció alguna. Pietro de conocimiento dol orto y cl ocaso de Abano (principios del siglo xiv) las constelaciones perdiéndose con cayó como es notorio, víctima de ;llo el interés que por la astrono la envidia profesional de otro mé mía se había desarr ollado en el dico, que le acusó de herejía y ni pueblo. No faltan hoy manuales ni gromancia ante el Santo Oficio; ^ 'iiseñanza escolar sobre la materia, y de su contem poráne o de Padua cualquier niño sabe que la Tierra Giovannino Sanguínacci cabe pre mueve alrededor del Solí, cosa sumir algo semejante, pues como le Dante no sabía, pero •el inte- módico era un innovador práctico. l i s por estos temas ha sido susti- La condena fue sólo de extraña H d o por la más absoluta indife- miento. No debe olvidarse, final fccia, con la excepción de los pro- mente, que la autoridad de los do Hniales.., i minicos como inquisidores no llegó falsa ciencia astrológica, fun- a ejercerse con la misma uniformi H u en las estrellas, nada demues- dad que en d Norte. Tanto los ti • L contra el sentido empírico de ranos como las ci udades iLibres de itaJIianos de la época; a veces mostraban a veces en el siglo xiv sentido empírico aparece em- un desprecio tal hacia la clerecía, bido y dominado jjor la pasión, que no sólo la investigación de la ior el deseo ardiente de conocer el naturaleza, sino actividades bien dis 'uro'. Cuando nos ocupemos del tintas pudieron desarrollarse impu fictcr ético y religioso de la na- nemente. Per o cuando en el sigJio 11. nos referiremos también a la xv la Antigüedad pasó, con reno iología. vado vigor, a una importancia de Iglesia se mostraba casi siem- primer término, la brecha que se tolerante por lo que a ésta y había abierto en el viejo sistema Dirás falsas ciencias se refiere, llegó a constituir patrimonio común 'lasla contra ¡la auténtica inves- en beneficio de toda clase de in ii;ión de la naturaleza sólo in- vestigación profana , si bien es cier cnía cuando la acusación —ver- to que el humanismo atrajo las me ícra o no—• se relacion aba con jores capacidades, con perjuicio evi herejía o la nigromancia, como dente para el estudio empírico de •ividad, ciertamente, bastante pro la naturaleza." De tiem po en tiemna a ellas. L o interesante sería .;iiar hasta qué punto y en qué 8 Scardeoníus, De urb. Patav. an>. Uís inquisidores dominicos (y tiqu., en Graevií, Thesaur. ant. Ital.. '!IiLII los franciscano s) fueron V i l , pars. II I. * Ver las exageradas quejas de Li ' ••¡i.-ntes de la falsedad de ^la acuy no obstante condenaron al bri. ibid, I I, pág. 258 y sigs. Por mu que sea de lamentar aue este pue |udo, bien en convivenci a con cho blo dotad ísimo no dedicara a las memigos de éste, bien por odio ciencias naturales una parte mayor de la observación de la natu sus energías , creemos, no obstante, oue
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po despierta la Santa Inquisición y en las cercanías de Tívoli, con se condena o hace quemar vivos a unos tos de rosas de diversas clases, con cuantos médicos, como herejes y árboles de toda especie, entre ellos nigromantes, sin que haya nunca árbole s frutales de todas las varie posibilidad de averiguar con segu dades imaginables, sin contar veinte ridad absoluta cuál ha sido cu el especies de vides y una gran huer fondo la verdadera causa de la sen ta. Es evidente que no se trata aquí tencia. A pesar de todo ello, a fi del par de docenas de plantas me nes del siglo XV , Italia, con Paolo dicinales, de antiguo y conocido uso. ToscaneUi, Luca PaccioU v Leonar que no faltan nunca, en Occidente, do da Vinci, figuraba, sin parangón en el jardín de ningún palacio ni posible, en matemáticas y en cien de ningún convento. Además de un cias naturales, a la cabeza de todos refinadísimo cultivo de la fruta de los pueblos de Europa; los sabios mesa, revelase aquí cl interés por de todos los países lo reconocían la planta como tal, por su simplo así y no vacilaban en declararse sus aspecto bello o exótico. La historia discípulos, incluso Regiomontanus y del arte nos enseña cuánto larda Copémico. Esta fama sobrevivió ron los jardines en librarse de estej prurito de coleccionista, para su aún a la Contrarreforma. bordinarse por completo a las reglm Indicio signi ficativo de la gene . de la belleza. ral difusión del interés por las cien- , Tampoco la posesión de anima cias de la naturaleza es la afición les extraños puede concebirse a coleccionar, que se manifiesta muy cierta relación con un supe rioi' ¡ii temprano, y la boga de los estu teres de observación. El fácil trans dios comparados de animales y plan porte desde los puertos meridiona tas. Por de pronto, Italia se jacta les y orientales del Mediterrátun v de haber poseído los primeros jar lo f avorable del clima de Itailia . H dines botánicos, aunque aquí acaso cieron posi ble la adqu i s ici ón —^ haya dominado la finalidad prác la aceptación, como regalo de tica, pues la prioridad de ésta, llegó sultanes— de los más ímponentl a ser discutida. Mucho más impor animales del Sur.*^ Las ciud¡i tante es el hecho que príncipes y principakmente, y los príncipes. J potentados demostrasen interés en mostraban gran afición a los let^ii' coleccionar en sus jardines la má aunque este animal no figuiasc in xima cantidad de plantas y el ma I u» yor número posible de especies y su blasón, como en Florencia.''' fosos de los leones se encontral-.m variedades de ellas. Así, en el siglo en los palacios oficiales o juin' XV, se nos describe el espléndido ellos, como en Perusa y en FK jard ín de la Villa Careggi de los cia; tos de Roma estaban en I i Mcdid,^® como un verdadero jardín dera del Capitolio. A veces se botánico con sus innumerables cla picaba a estos animales para c¡ t;^ • ses de árboles y arbustos. Con igual plimiento de castigos políticos " j l carácter se nos describe, a princi pios del siglo XVI, una villa del car denal Tribulzio en la Campagna," Poemata aliquót insignia itluslr. /'r recent.
tenía otras misiones más importantes que cumplir y aue, parcialmente por lo menos, cumplió. Alexandri Bracü, Descriptio horti Laurenti Med., impreso como su plemento nt 58 en la vida de Lorenzo, de Roscoe. También en los suplemen tos a Fabroni, Laurentius. 11 Mondanarii Villa, impreso en
1^ Sobre el iardín zoológico de Icrnio bajo Enrique VI , Otto d e Blasio, ad. a. 1194. 13 En funciones "de tal, pinla esculpido, se le llama marzocu' ' Pisa tenían áeuilas; ver exégesis a 11 te. Infierno, X X X I I I , 22. !•* Ver el extracto de Aeeid. \ iu en Pa pencordI, Gesc/i. Stadí Rom
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Bmbién para mantener vivo en el "^blo un cierto terror; servían ades para presagiar el futuro; su andidad, por ejemplo, era signo prosperidad general y hasta un jvann i Villani no desdeña decir; que asistió al parto de una leol,'^ Parte de los cachorros solía •jalarse a ciudades amigas y a tí"os aliados, así como a condottiecomo premio al valor.'*' También lifeslaron muy pronto los floInos afición a los leopardos, \ los cuales tenían un cuidado Bcial.i' Borso de Ferrara hacía
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lirohar a sus leones contra osos, to ros y jabalíes.'** A fines del siglo xv varias Cortes principescas contaban ya con ver daderas colecciones zoológicas (serragli) com o un elemento más de lujo que su categoría exigía. "La magnificencia de un gran señor —escribe Matarazzo — se debe ver también en sus caballos, en sus perros, en sus hakones y demás aves, co mo en sus bufones, en sus músicos y en los animales extr años que posee". La Colección Zoológica de Ñápele s, bajo Ferrante, contenía, entre otros animales, una iirafa y una cebra, rega lo, según parece, del Príncipe de Bagdad.^^ Filippo Ma ría Visconti no sólo poseía caballos por los cuales había pagado 500 y hasta 1-000 mone das d e or o y cos tosos perros ingleses, sino también un gran número de leopardos que había hecho traer de Oriente: el sostenimient o de sus aves de pre sa, traídas de las regiones septen trional es, le costaban mensualmente 3.C00 m.onedas de oro.'-^' El rey Ma nuel el Grande de Portugal supo muy bien lo que hacía cuando re galó a León X un elefante y un rinoceronte.^ Entre tanto se habían
pág. 367, nota; suceso de , L n ocasiones solemnes se recua la lucha entre íieras v perros ^ las propias fieras entre sí , para tir al pueblo. Con motivo del re siento de Pío II y de Galeazzo "1 Sforza en Florencia en 1459, laron juntos, en un palenque le do en la plaza do la Señoría, caballos, jabalíes, perros. Icones jirafa, ñero los leones se acosy no quisieron atacar a los de cimales. Ver Ricordi di Fíorenze Ital. scrip. ex Fiorent. cod., 741. Distinta versión en Vita p- Muratori, 111, II , col. 976. Otra "fue regalada más tarde por el mameluco Kaytbey a Lorenzo agnífico. Ver Paulo Tovio, Vila s X. lib. I. Gozaba de especial mencionan otros ejemplos, posteriores, ¡dad un magnífico león de la de caza con leonardos. 1^ Strozzii poetae. náir. 146. Ver ciún zoológica de Lorenzo; fue ' "lazado por los otros Icones y pág. 118 y sobre el coto la "áo-ina 193. 11' Cron. di Peraeia. 1, c. XV I, II . en ello cl siniestro presagio de n á e . 199: Concentos semejantes ya en irte de Lorenzo mismo. Jiovanni Villani, X, 185. y XI, Petrarca. De remed. utriusque fortu«teo Villani, 111, 90, V. Se con- nae. I, 61, aunque menos claramente |}a de mal agüero que los leones expresados. •-'•> Joviano Pontano. De magnificen"l entre sí o se matasen: Varchi, íia. En el jardín zoolódco del carde orent., II I, pág. 143. on. di Perugia. en Arch. Síor., nal de Aquileia en Albano, había en ^ pág. 77, corresnondiente al 1463. además de pavos reales y ga índicas, cabras siriacas de gran En Perusa se escaño una vez llinasorejas. Pío II, Comment., libro XI , ja de Icones. Ibid, XVI , I, des 'corresnondiente al año 1434. pág. 562 y sigs. en Muratori, XX , 21 Decembrio, Caríeggio, I, nág. 422, coite al año 1291. Los Vis col. 1.012. ^ Más detalles, muy diverti dos, en aron a utilizar leopardos } en la caza de liebres, que Paulo ¡ovio. Elogia, con motivo de con 'perritos. Véase Kobell, Tristanus Acun ius. Sobre los puercos ^ p á g . 247. donde también se espines v avestruces del palacio Strozzi, en Florencia, véase Rahelais, Paníagruel, IV, cap. II. í-U:!:cr,
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r A C O B BURCKHARDT
allí incomi echado los cimientos tanto de una propia raza. Había zoología como de una botánica cien bles jinetes de noble casta m i i tífica. Un aspecto práctico de la nortcafricana. arqueros tártarois, pu zoología se cultivó en las yeguadas, giles negros, buzos indios, tu destinados especialmente a acó: de las cuales las de Mantua, bajo Francesco Gonzaga, eran conside ñar al cardenal en sus partida radas como las primeras de Euro caza... Sorprendido cl cardenal pa.'-^ La estimación y el conocimien una muerte prematura (1555), abigarrada tropa llevó en honi to comparado de las diferentes ra zas de caballos existen desde que cl cadáver desde Itri hasta Ki ni hay jinetes y la obtención artificial poniendo en el duelo de la ciii de razas sc practicaba, por lo me nos, desde los tiempos de las Cru ña de sus ge midos po líglo tas aLum zadas; en Italia los premios de ho panados de violent as gesticuhiLm nor en las carreras de caballos en nes.-^ ^ las ciudades in^portantes fueron sin ninguna duda el más poderoso es 25 No serán aquí inoportunas ÜIKU^' tímulo para la obtención de los ca ñas noticias sobre la esclavitud en liaballos más veloces. En las yeguadas lia durante el Renacimiento. Brc\c i de Mantua se criaban los infalible s importante Dasaje en loviano Püni.imi ganadores de estos premios v tam De obediencia, lib. III : En la \ \ \ » bién los más nobles corceles de tor Italia no había esclavos; oor le ilr neo y batalla, y en general caballos más se compraban cristianos .i Im que se consideraban como to más turcos, y también búlgaros y c¡r\,isiiiprincipesco que cabe imaginar en nos. y se les hacía servir íiastii LII4: con ta prestación el piviM tre todos los regalos que podían ha rescataban compra. Los negros, en camb cerse a un gran señor, Gonzaga de eran manumitidos; pe ro en el reí tenía sementales y yeguas proceden Nápoles, por lo menos, no se lc!> m tes de España y de Irlanda, así co día castrar. Con la palabra moio mo de África, Tracia y Cillcia; con dcsisnaba a todo ser humano de fl este fin procuraba mantener siem oscura; al negro se le llamaba "m j pre relaciones amistosas con los sul negro". Cosmos, nota 110; acta soH tanes. En sus criaderos sc hicieron ta venta de una esclava circasifl todas las pruebas y se ensayaron (1427); nota 141; lista de las esclaji todas las variedades para alcanzar de Cosimo. Nantiporto en Múralo III, 11. col. 1.106; Inocencio VIII los ejemplares más perfectos. cibe cien "morí" como regalo de | nando el Católico y trasnasa el ic| Pero tampoco faltaron colecciones a diversos cardenales y otros Rran humanas: el famoso cardenal Ippó señores (1488). Masuccio, Novella, lito Medici,-^ bastardo de Giuliano. venalidad de los esclavos; 24 v Duque de Nemours, tenía en su fan-* esclavos negros oue ai mismo licil tástica corte una colección de bár trabajan como "facchini" (¿en bl baros que hablaban más de veinte ficio de sus amos?) ; 48: catalanes i lenguas distintas y cada uno de los apresan moros tunecinos y los ven en Pisa. Gaye, Caiiteggio, I, 36ü: cuales se distinguía por algún mo numisión rega lo de un esclavo tivo dentro de su propio tipo y su gro en un vtestamento florentino (14 Paulo ¡ovio. Elogia, sub. Frani.'. ' 23 Jovio, Elogia, sobre Franc. Gon za. Porzic, Congiura. 111^194, y zaga. Acerca de] luio milanés en razas mines, Charles VIH. cap. 17: n empleados como verdugos v cum de cabal los. Bandello. parte I I , Nove lla, 3 y 8. También en los poemas caides por la Casa de Aragón ni narrativos intervienen como interlocu poles; Paulo fovio, Elogia, sjb tores los expertos hínicos. Ver Pulci, leatio; negros como accmiqflñiiiil los príncipes en sus salidas. Enu Margante. C, XV, estr. 1D5 v sigs, Paulo Tovio, Elogia, hablando de vio. Opera, pág. 456; cscl^ u Hipnol. Mcdices.
testas Wtrés
noticias dispersas sobre el de los italianos por las cienS naturales y por la riqueza y ídad que en sus productos nos ida la naturaleza. ser\'irán para lostrar hasta qué punto siéntese
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consciente d autor de las lagunas que se observan en semejante aportación de datos. Apenas le son conocido s los títu los de las obras especiales que las llenar ían sobradamentc.
DESCUBRIMIENTO DE L A BELLEZA DE L PAISAJE
irte de la ciencia y la investiga' hay todavía otra manera de larse por la Naturaleza, y ello ^n sentido especial. Los ilalia ij son los primeros entre los moDS que han percibido cl paisaje t> un objeto más o menos bello je n encont rado un goce en su • b m p l ación .-^ ^ St a capacidad es siempre rcsulde un proceso cultural largo iplicado, y seguir su génesis y rollo es tarea difícil, pues pueistir un sentimiento velado de índole antes de que se revele poesía y en la pintura, Ileasí a ser consciente de sí 10. Entre los antiguos, por ?lo, arte y poesía puede decir^ H i i e , en cierto modo, habían agoíntegramente 'la vida humana | B de dedicarse a representar el hje y é-^te nunca pasó de ser en I un género limitado, a pesar de desde Homero, en gran núme5 versos y palabras inmortales ¡vela ya la profunda impresi ón
la naturaleza en el hombre. Por otra parte los pueblos germánicos que sentaron sus reales en antiguas regiones del Imperio Romano llega ban dotados, en el más alto senti do, por sus tradicione s propi as, pa ra la captación del espíritu del paisaje en la naturaleza, y aunque el cristianismo, al principio, les for zara a ve r falteos demonio s en las fuentes y los montes, en los bos ques y en los lagos que veneraban, este período transitorio fue pronto superado indudablemente. En plena Edad Media, por el año 1200, en contramos nuevamente en el mun do exterior un goce completamente ingenuo, con vitalidad manifiesta en los trovadores de diversas na ciones.^ Revélase en ellos un inte rés por los fenómenos más simples, como la primavera y sus flores, el verde matorral y el bosque sombrío. Pero siempre en primer término, sin fondo ni lejanía, ni siquiera las can ciones de los cruzados descubren en su autor el hombre que había re músico. Paulo íovio. De pisci- . corrido tanto mundo.j Asimismo Ja ;ap. 3: un negro (¿libre?) como • poesía épica, tan prolija en la des •o de natación y buzo en Ge- i cripción de lo s arroos y de las ar Alex Benedictus, De Carolo VHl, \ mas, no pasa del bosquejo en la Iccard, Scriptores, II , columna ' descripción de los lugares; cl gran • un negro (etíope) como alto Wolfram von Eschenbach compone veneciano, lo que fundamenta apenas una visión suficiente de la isición de que Ótelo fuera ncindello. Parte III, Novella, 21; escena en que se mueven sus per "istigar a un negro se le vende sonajes. Por sus trovas nadie cree ría que este linajudo vate hubiese " Baleares para transportar sal morado en mi! enhiestos alcázares ipenas será necesario que refi- de todas las regiones, desde donde U lector a la célebre exposición en cl segundo tomo del Cos^ Ver las comunicaciones de Wil ' Alexander von Humboldt. helm Grimm en Humboldt, ibíd. de
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podía divisar vastas lejanías, o, cuando menos, que los conociera y hubiese visitado. También en la poesía latina de los clérigos ambu lantes (página 96) falta el vuelo distante de la mirada, pero lo in mediato se describe a veces con co lores tan cálidos y brillantes, como quizá no los encontramos en los tro vadores cabaliíereseos. ¿Existe, por ventura, una evocación poética del soto de Amor comparable al de aquel ignorado poeta —a nuestro juicio italiano— del siglo xii? ínmortalis fieret Ibi manens homo; Arbor ibi quaelibet Suo gaudet pomo; Viae myrrha, cinnamo amomo... Flagrant, et Conicctari poterat Domius ex domo,..
Para los i^taUanos, en tod o caso, hacía ya tiempo que la naturaleza había quedado depurada y libre detoda influencia diabólica. San Fran cisco de Asís, en su himno el Sol, alaba al Señor, ingenuamente, nor haber creado los celestes luminares y >los cuatro elementos. Pero las primeras pruebas sói das de la honda influencia que los grandes paisajes pueden ejercer en el ánimo, nos las da Dante con la máxima evidencia. No sólo describe, en escasas líneas, y de manera vi va, las auras matutinas sobre la luz trémula y lejana del mar en suave movimiento, la tempestad en ei bos que, etc., sino que escala altos mon tes con el solo designio posible de gozar de un vasto panorama."-^ Aca so, desde la Antigüedad, sea el pri mero en hacerlo. Boccaccio, más 28 Carmina Burana. pág. 162, De Phyllide et Flora, estr. 66.
29 No se explicaría de otra mane ra su escalada del Bismantova, en la comarca de Reggio, Purgatorio. IV , 26. Ya la previsión con que procura elu cidar todas las partes de su más allá evidencia un gran sentido del espacio y de lu forma.
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que describimos, nos deja adivi» ca en Valclusa y en otros lugares, cómo el F>aisaje le conmueve. | H ,1 fuga periódica de lo secular y no podemos desconocer, sin cnih •undanal.^^ No sería justo acusargo, en sus noveleas pastoriles,'" de insensibilidad ante el paisapresencia de su fantasía, por , fundándonos para ello en su fa menos, de una vigorosa escenog ltad descriptiva, aún débil y poco fía de la naturaleza. También 1 sarrollada. Su descripción del matrarca, uno de los prim eros luí villoso golfo de Spezia y Porto bres completamente modemos. al ere, por ejemplo —que pone tigua después de manera total v final del canto Vi de su África, entera decisión la importancia d uc no había sido cantado haspaisaje para el alma scnsibL' entonces ni por los antiguos ni luminoso espíritu que antes que r los contemporáneos — es, die buscó en todas las literauír rtamente, ima mera enumeración, con propósito compilador, los ro el prop io Petrarca conoce ya mienzos v avances del sentido pl belleza do tas formaciones de tico respecto a la naturaleza, y i » k rocas y sabe distinguir la sigen su propia obra Ansichten il nicación plástica de un paisaje y Natur llega a la más alta m;ieslt utilidad.'^'^ Encontrándose en los en la descripción —estamos |i fcsques de Reggio le impresiona de blando de Alexander von I lili l l modo la visión repentina de un boldt— no fue del todo justo psaje grandioso, que reanuda la Petrarca. Así se explica que di posición de un poema que hapues de la opulenta coscch,) (i largo tiempo había interrumpigran segador nos quede aquí -il ^ La emoüión más profunda y que espigar. da que experimenta es, sin emPetrarca no sólo era un gran 0, su ascensión ai Monte Vengrafo y cartógrafo —parece , no lejos de Aviñón.-'" Su vago él bosquejó el primer mapa de de una gran visión panorá-' lia ^1 — y no sólo se limitó a a se agudiza en él en extremo petir l o que habían d icho los la lectura casual del paisaje de tiguos: la visión de la natuf io sobre la ascensión al Haemus za era en Petrarca algo de jfl rey Filipo, cl enemigo de los punto inmediato, direct o. El • de la naturaleza fue para él l a í anhelada compañía de toda M Epist. famil, V II , 4, pág. 675. crea utinam scirc posses, quanta intelectual; en la armonía de I voluptate solivagus ac líber, intcr, bas cosas se basa su vida ectm tes et nemora, inter íontes et flu1, intcr libros et raaximorum hoso Además de la descripcii in^cnia respiro, quamquc me yas en la Fiammetta y ía c¡i. 1, quae ante sunt, cum Apostólo de Ameto, etc., hay un pa>. iens et praeterita obtivisci nitor Genealogía Deor., XVI, 11, JL ssentia non videre." Comp. VI, importancia, donde enumera t i i i i 665. serie de detalles del paisaje ni 'Jacuit sine carmine sacro." ¡tiprados, arroyos, rebaños, cal Syriacum, Opera, pág. 558. cétera— y añade que estas , [En la Riviera di Levante (ítimum mulcent y que su el^tl^ Syr., pág. 557) distingue "coUes mentem in se colligere. •"íi Libri, Hist. des sciences II , página 249. i 3ü Aunque le guste remitirse ij por ej.: De vita solitaria espeol te pág. 241, donde cita la de^ de una vid, por San Agustín.!
ate gratissima et mira fertilitatí^
:uos". Sobre cl litoral de Gaeta
,De remediis
utriusque fort., I,
orig. et vita, pág. 3; "súbito :ie percusus". Jist. famiíi., V I , I, pág. 624.
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romanos, lectura que íe decide al fin. Piensa que lo que no ha sido: deshonra para un rey venerable,'* puede disculparse en un joven como él. Escalar un monte, sin un de signio práctico determinado, era al go inaudito para las gentes que le rodeaban: no podía, pues, esperar que l e acompañasen amigos o co nocidos. Petrarca llevó consigo a su hermano más joven y, desde el úttimo descanso, se hizo acompañar además por dos campesinos. Ya en pleno monte, un pastor les aconse jó que se volviesen; hacía cincuenta años —decía— que él había in tentado lo mismo y tuvo que arrepentii se de ello, pues sólo consi guió volver a casa con el cuerpo molido y la ropa desgarrada. No obstante, ellos continuaron la as censión con indecibles fatigas has ta que vieron flotar las nubes a stis pies, hasta alcanzar la cumbre. In útil sería aguardar una descripción del panorama que desde allí con templan, y no porque el poeta sea insensible, sino justamente por to do lo contrario: porque queda anonadado ante ío grandioso de aquella visión. Por su alma atónita pasan, en raudas imáeencs, los re cuerdos de su vida pasada, con to das sus torpezas; recuerda que hace diez años salió joven de Bolonia y vuelve la mirada, nostálgica, en di rección a Italia; abre un übrito que entonces llevaba siempre consigo: las Confesiones de San Agustín. Y sus ojos tropiezan con el siguiente pasaje de la parte décima: " Y van allá los hombres y admiran las al tas montañas y las vastas ondas marinas y el curso rusiente de los ríos y el océano y el camino de los astros, y en esta contemplación se olvidan de sí mismos". Su hermano, a quien lee en voz alta estas pala bras, no puede comprender por qué, después de leerlas, cierra e l libro y permanece en silencio. Unos lustros después, por el año J360, describe Fazio degli Uberti en
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mana de Eneas Silvio, tendríanuis SU Geografía rimada (página 134) que confesar, no obstante, que e n el vasto panorama que se descubre pocos como en él se refleja la im;idesde los raonles de Auvemia, cier gen de la época y de su euUuní tamente sólo con el interés pronio espiritual de una manera tan com del geógrafo y el anticuario, mas pleta y tan viva, que pocos s e con la autenticidad de la visión real aproximan tanto al tipo normal del y directa. Pero debió de escalar Renacimiento en su primer período. cumbres más altas, pues conoce los Por lo demás —dicho sea de pa fenómenos que sólo se producen so—, no le juzgaremos de modo más arriba de los diez mil pies totaknente equitativo desde el pun sobre al nivel del mar, como las to de vista ético sí tomamos c u r i i o hemorragias, la presión en los ojos punto de partida las quejas de lii y las sienes y las palpitaciones, con iglesia alemana, a la cual, con su tra las cuales su mítico acompañan versatilidad;*** enga ñó en lo tocanlite Solinus buscaba traer alivio me a la reunión del concilio que laniu diante una esponja impregnada en deseaba. De momento. Eneas Silvio esencias. En cuanto a escaladas del nos interesa no sólo por ser ol pri Pampso y del Olimno.-'^ de que mero que gozó de la magnificencia habla, acaso se trate de ficciones. del paisaje i talia no, sino también Ahora, con el siglo xv. sobrevie como el primero que lo describió ne la revelación del paisaje, como con todo detalle, con entusiasnuí imagen directa, en los maestros de verdadero. Conocía sobre todo, i-l lo escuela flamenca Jan y Hubert Estado Pontificio y la Toscana Mo van Eyck. Ei paisaje en ellos no ridional (su patria), y cuando fiues una consecuencia de su genial elegido papa, dedicó sus ocios, cti aspiración a reproducir la realidad, la estación propic ia, a hacer e x sino que tiene ya una sustancia poé cursiones y pasar temporadas en ni tica autónoma, un alma, si bien campo. Gotoso hacía mucho ticiii tímida aún. La impresión que el po, dispuso de medios para hacer* heoho produjo en todo el arte de llevar en silla de manos por n i u n Occidente fue la trascendencia in tes y valles, y si comparamos cdii contestable, y tampoco la pintura esta afición suya las diversiones ík italiana del paisaje se mantuvo in los papas que le sucedieron, Pk\. sensible a su influencia. Pero al cuya alegría mayor era la naunii margen de ella, al peculiar Interés leza, la Antigüedad y jtas constnu de la cultivada visión italiana del ciones poco ostentosas, pero nobíi'» paisaje sigue su pro pio camino. y graciosas, ha de parecemos einl Lo mismo que en la descripción un santo. En el hermoso y vivo I» científica de la naturaleza, viene a tín de sus Comentarios, escritos ser aquí también el testimonio de tan graciosa desenvoltura, no s Im Eneas Silvio, uno de los más im dejado ol testimonio de lo que .uti portantes de la época. Por más que tituyera su felicidad.'" censurásemos la personalidad hu ^ Habría que oír también a • 38 / Dittamondo, UI , cap. 9. tina, ciertamente. Vitae Pontif., M «i> / Dittamondo, II I, cap. 21; IV, 310: "Homo fuit (Pius II ) veru w cap. 4. Papencordt. Gesch, dar Stadt teger. apertus; nil habuit ficti " ™ Rom., pág. 426, dice que el empera mulati" (enemigo del disinítilo dor Carlos ÍV tenía un gran sentido la superstición, vaHente, corisecucfÍ| de la belleza del paisaje y cita, a pro Los pasajes más impoüanlcs I pósito, a Pelzel, KarI IV, pág. 456 (las ; los^ 1 siguientes: il, P, M C otras dos citas no dicen nada de es mentara, lib. IV Pío , pág. 183: L , : to). Es muy posible que el emperador vera en la patria. Lib. V , pa; • lo hubiese adquirido como una con Los alrededores de Viterbo: 1-1 secuencia de! trato con los humanistas.
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Su mirada nos parece tan adiesada en los más múltiples aspectos í la contemplación, como pueda liarlo la de un hombre moderno lalquiera. Goza con todos sus sen ados del panorama espléndido que Bft le ofrece desde la más alta cum br e del monte Albano, o del Cavo, 'hsóe donde alcanza a divisar la nea de la costa de Terra cina , y cabo de Circe hasta el Monte Argcntaro. el vasto país con todas sus ciudades ricas en venerables mi nas, de otras edades, las cadenas tnonmñosas de la Italia Central, con sus bosques que cubren los valles circundantes y los lejanos lagos de liis montañas que parecen tocarse. |Admira la belleza de la situación Wk Tüdi. elevada sobre sus viñedos Htous ribazos plantados de olivos, ^ •s an do 'los bosques lejanos v el Wne del Tíber, donde se yerguen numerosos castillos y poblados jun1» a las sinuosas márgenes del río. s lomas placenteras de Siena, con is villas y conventos en las altus son su patria precisamente, y natural que se complazca en su scripción.
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de Diana". El "consistorium" v la "segnatura" se efectuaban en oca siones bajo gigantescos castaños o viejos olivos, en verdes prados, jun to al murmullo de las aguas, y en estos lugares recibía también a ve ces a los embajadores. La visión de una garganta cubierta de bos ques, con el puente que se curva audazmente de uno a otro ribazo, gana para él en el acto su más elevada significación. Pero los mis mos objetos aislados, los detalles perdidos en el conjunto, causan su admiración, porque ve en ellos la belleza y la perfección; los azula dos y ondulantes campos de lino, la retama amarilla que viste los ote ros, la majeza misma de los montes, sea de la especie que fuere, un ár bol notable po r su belleza, una fuente, son objetos que admira co mo maravillas de la naturaleza. Pero es en el Monte Amiata, en el verane de 1462, cuando la pes te y un calor de volcán hacían in habitable la tierra baja, donde lle ga el goce supremo en Ja contem plación del paisaje. A media ladera, Pero también se recrea en el m t > en el viejo monasterio longobardo o pintoresco, en sentido estricto, de San Salvatore, sentó sus reales •uio en la descripción de la len- con ta Curia: aUí, entre castaños, de tierra del Capo di Monte, sobre la áspera vertiente, se exta le avanza en el lago: "Peldaños siaban sus ojos. Toda la Toscana rocas, umbrosos de pámpanos, Meridional podía abarcarse con la •ciendcn a pico hasta la orilla, mirada y en la lejanía se divisaban .'iide entre peñascos elevan su fron- las torres de Siena. Dejó a sus verde los robles, armllados por acompañantes la tarea de escalar la •anto de los mirlos". En el ca- í cima: con ellos fue el "orato r" ve " en torno del lago de Nemi, neciano. En la cima hallaron dos los castaños y otros árboles enormes bloques superpuestos, altar, les, siente que si en algún si- acaso, donde hiciera sus sacrificios " de estremecerse el ánimo del un pueblo pri mitiv o, y en la lon ha de ser allí, en la "gruta tananza marina creyeron columbrar los contomos de Córcega y Cerdeen el monte de San Martino; ña.-*2 En el magnífico frescor esti 138: El lago de Bolscna. Lib. IV, val, entre viejos robles y castaños, 196: La magnífica descripción de sobre la jugosa braña sin una sola • Amiata, Lib. X, pág, 483: La zarza que arañase cl píe, sin la in de Montcoliveto; pág. 497; moJestia o el peligro de insectos y ta de Todi. Lib. X I . pág. 654; reptiles, el papa se sentía plcnaPorto, pág. 562. Descripción de tes de Albano. Lib. XI I, pág. 42 Sicilia, dice el texto, pero es u n "iscati y Grottaferrata. error evidente.
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en un siglo de acción como aqut ¡ mente feliz. Para la "segnatura", En Bojardo y en Ariosto, la esce que tenía efecto en detenninados nografía de la naturaleza está de días de la semana, buscaba nue lineada con mucha brevedad, aun vas umbrías ^'^ novos in convallibus que con gran decisión, sin que con jantes et novas inveniens umbras, tribuyan a la impresió n la lejanía quam dubiam facerent electionen, Y ni la gran perspectiva,^^ pues sólo ocurría, a las veces, que los perros los personajes y los acontecimiento', levantaban un gran venado junto deben impresionar. Más fecunJ;i a la misma sombra elegida, y l o fuente documental serán para noveían defenderse con astas y pe otros, por lo que se refiere al crr zuñas y huir por la montaña. Algu ciente sentimiento de la Naturalivii, nos curiales, que, en sus jwrtidas los autores de diálogos filosóficos " ' cinegéticas, se aventuraron hasta la y los epistológra fos. Es curiosa In tierra baja, encontraron un calor in conciencia con que un Bandello. pm soportable y el campo agostado y ejemplo, fija las reg las de su gene marohilo, mientras el monasterio, ro litera rio cuando dice que en In en aquel paraje de frescura y ver novela misma no debe haber ni miti dor, era como una morada de bien palabra más de lo indispensable M ' aventurados. En los atardeceres so bre la Naturaleza,-*'^ pero que ' n lía el papa sentarse hacia cJ lado las dedicatorias, que en cada ^. ÍIM. donde, a sus pies, se abría el valle la pr eceden, pueden a p r o v e c h a i M de Pagua, para sostener cordiales diversas ocasiones para una circun*. coloquios con sus cardenal es. ranciada descripción de ella coiii-i Un sentido esencialmente moder escenario para conversación y n' no, y no mera influencia de la An ciabilidad. Entre los epistolog N I Im tigüedad, sc manifiesta en todo este hemos de mencionar desgraciatl* goce. Aunque sea cierto que los an mente a Aretino'"^ como el priTmni, tiguos sentían estas cosas de modo acaso, que ha sabido capta; semejante, nunca hubieran bastado la palabra escrita el prodigio los escasos testimoni os antiguos que atardecer, describiendo prolii, Pío podía conocer sobre cl tema te sus entonaciones y sus C Í C L para suscitar en él tan grande en luz en las nubes. tusiasmo." Sin embargo, también en IOÍ^ • El (^segundo florecimiento de la tas se observa a veces un L I poesía italiana, que se produjo se entretejer de su vida sentimenlal • •. guidamente a fines del siglo xv y un ambiente de amable natural||| principios de l x vi —^y con ella la pintorescamente descrito. Tito S g l propia poesía latina contemporá nea—, nos brinda pruebas abun •"s El cua dro más completo tli dantes de (la poderosa influencia estilo en Ariosto —su Canto s^•^ consta de simples primeros láim que, como ya nos lo evidencia al Agnolo Pandolfini, Tratluin é primer golpe de vista, ejercía en la delle famiglia, pág. 9t), • lírica de entonces el paisaje. Desde governo temporáneo de Eneas Silvio, sc H luego, ni en la lírica, ni en la epo place €n "las colinas boscosaij. peya, ni en la novedad encontramos encanto de la planicie y en cl jM la descripción propiamente dicha en mullo de las aguas; pero a t j ' n l ' grandes visiones de paisaje, princi oculte bajo su nombre el gran A'* palmente jxirque era otra su misión que, como hemos visto, evidencii distinta sensibilidad ante el pail ^'^ No piensa lo mismo sobro •"-I Se llama a s í mismo, aludiendo cenarlo arquitectónico, y aquí a su nombre, "silvarum amalor et va coración puede aún aprender i ria videnti cupidus". Lettere pitioriche. 111. 36< Sobre Leone Battista Albertí y ziano, mayo de '544. el paisaje véase página 108 y sig.
LA CULTU RA
DEL RENACI MIENT O
nos pinta (po r el año 1480) en la elegía latina el rincón donde lora su amada: una vieja casita abierta de hiedra, con descoloridos escos de santos, oculta entre ársíes, y junto a ella una capilla mal tratada por las destructoras aveni das del vecino Po; cerca de allí, ara el capellán sus siete míseras yuKadas con una prestada yunta. Lo "Mc se observa aquí no es reminis'ncia de los elegiacos romanos, sino propia sensibilidad moderna; <\ paralelo correspondiente, es de1 ir, una de scripc ión b ucólica auténlua artificial, se encontrará al final • ,_, „„j aquel fragmento.
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Podría objetarse que nuestros maestros alemanes de principios del siglo XVI trasuntan a veces con ple na maestría esta atmósfera realista de la vida humana: por ejemplo, Alberto Durcro en su grabado del Hijo pródigo. Pero es algo comnletamente distinto que un pintor edu cado en el realismo introduzca es tas escenas, o que un poeta acos tumbrado a lo ideal v mitológico descienda a la realidad por íntimo impulso. Por lo demás, en este ca so, así como en las descripciones de la vida rústica, la prioridad tem poral está del lado de los poetas i tállanos, _ -
DESCUBRIMIENTO D EL HOMBRE
descubrimiento del mundo, la del Renacimiento añade to1.1 una hazaña mayor, al descue integrar plenamente por vez , Muiera la sustancia humana y loMu- sacarla a la luz."^ ^•pr de pronto, en esta edad del ^Bio, y como hemos podido ver, ^P ^ r r o l l a cl individualismo con ^E r máximo; de esto sc siguen un ^ • p i t í s i m o y múltiple conocimienlo individual en todos sus ^^Ms y gradaci ones. El desarrola Dcrsonalidad está esencialvinculado al reconocimiento en el propio sujeto y en los Entre ambos grandes fenó^^SL hemos debido insertar la inH n ; l a de la literatura antigua, ya H IB índole de conocimiento y el B de descripción, tanto de lo inHkial como de lo general huma^Buircce teñido y condicionado piera primordial por este meM
' l i r a
>zü Poetae, en Erótica,
y siguientes. certeras expresiones del tomo V II de France, de Michelet, "
E N I T A L I A
Pero la capacidad y la aptitud conocimiento eran algo propio la época y de la nación. Los fenómenos probatorios a que hemos de referimos serán escasos. En este lugar de la presente expo sición es donde el autor tiene el presentimiento de que penetra en la peligrosa zona de la conjetura, donde teme que las delicadas, aun que perceptibles, gradaciones de matiz que ante sus ojos aparecen, sean difícilmente reconocidas por los demás como hechos positivos. Esta transparencia gradual con que se manifiesta el alma de un pueblo es un fenómeno que puede inter pretarse de diversas maneras, se gún quien lo contemple. El tiemno es el llamado a depurar y juzgar. Afortunadamente, el conocimiento de la esencia espiritual del hombr e no se inició sobre la base de una sicología teórica —pues para esto ya bastaba con Aristóteles—, sino lib. VI , que tuyo por instrumento la aptitud para la observación y las dotes pa han si- ra la descrioción. El indefectible la His- lastre teórico se reduce a la doctri (Introna de los cuatro tcmneramentos en su combinación —entonces en bodio. del de
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ga— con el dogma de la influencia ca d e Occidente d e l o s d o s siglo de los planetas. Estos elementos anteriores, podremos recoger unii inertes se muestran como irreducti suma de maravillosas adivinaciones bles desde tiempo inmemorial, al y pinturas aisladas de los movimien juzg ar al hombre como individuo, tos del alma, que a primera vi.'-i;t sin perjudicar por otra parte al gran disputarán el premio a los italianos, progreso general. Ciertamente pro Prescindiendo de toda la (lírica, con duce un d"ecto extraño observar có sólo tomar a Gottfried von Strassmo se manqaban estas cosas en una burg, encontramos en Tristón e Jsol época que ya había sido capaz de da un cuadro de pas ión de rasgos captar íntegra y totalmente al hom impeiecederos. Pero estas perlas bre, lamo en su más interna esen flotan dispersas en un mar de con cia como en sus exterioridades ca venciones y artificios y el contenido racterísticas, no sólo por medio de queda aún muy lejos de una total una descrip ción exacta, sino por objetivación de la intimidad huma obra de un arte y una p oesía impe na y de su riqueza espiritual. Pero es que Italia, con sus tro recederos. Nos produce casi una impresión de comicidad cl que un vadores, tuvo también su participa observador —por lo demás muy ción en la poesía cortesana y caba hábil— atribuya a Clemente V I I lleresca deí siglo X I I I . En l o esen un temperamento melancólico, "aun cial, ellos fueron los creadores do que" subordine su juicio al de los la canzone, que trataban con tanto médicos que ven en el papa, más artificio y virtuosismo como el minbien, un temperamento sanguíneo- nesdnger nórdico, su lied. Incluso colérico.''* Sucede también esto las ideas y el contenido tienen idén cuando se nos dice que el propio tico carácter convencional y corte Gastón de Foix, el vencedor de Rá sano, aunque el autor sea un erudi' vena, a quien Giorgionc pintó y to y pertenezca a la clase burguesa, No obstante, hallamos ya dos re Bambaja e sculpió , y de quien ha blan todos los historiadores, tenía cursos literarios que señalan un un temperamento saturnino.^^ Y , porvenir propio a la poesía italianí evidentemente, los que tales cosas y cuya importancia n o puede de* nos dicen pretenden comunicarnos conocerse, aunque se trate únicHalgo muy determinado y preciso; lo mente de una cuestión de forma. El propio Brunetto Latini (o que nos parece extravagante y an ticuado son las categorías de que maestro de Dante). que en las can ciones adopta la manera habitual dtt para expresarlo se sirven. En el reino de la Ubre descrip los trovadores, es el autor de loí ción espiritual, los grandes poetas primeros "versi sciolti " conocidoi, del siglo xv son los primeros en endecasílabos sin rima.^ en ciiyü carácter, en apariencia a m o r f i . salimos al encuentro. Si tratamos de reunir las perlas revela de pronto una viva > i' de la poesía cortesana y cabaMeres- téntica pasión. El poeta pres • i conscientemente de los medio' ^ 2 1 Tomm. Gar. Relaz. della corte teriores, en gracia al vio^or del i-nn di Roma, 1, páginas 278 y 279. En las tenido, del mismo mod o como
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ara u obscura. En aquella época que por modo tal se atenía al ar tificio en la poesía, suponen estos versos de Bmnetto la iniciación de |jna orientación nueva.'^ Al mismo tiempo, y ya desde la imcra mitad del siglo xiii, uno Wjt los múltiples tipos de estrofa • K d i d a rigurosamente que produjo por entonces el Occidente, el sonc fto, llegó a constituir la forma im perante y corriente en Italia. Du¡ rante cien años se muestra todavía vacilante^'' en cl orden de las ri mas, y aún en el número de los versos, hasta que Petrarca impuso la estructura imperecedera que ad quirió vigencia de norma. En esta forma se encarnó, desde el prin cipio, todo contenido lírico y con templativo, y de toda índole des pués, de modo que, a su lado, los madrigales, las sextinas y hasta las e;mciones quedan reducido s a for mas secundarias. Más adelante, los mismos italianos —unas veces mceando y otras con franco mal or— malhablaron de ese pa trón obligado, de este lecho de Procusto de ideas y sentimientos. Otros, empero, se sintieron encan ados con esta forma —y para muífeos mantiene aún su prestigio— no faltaron los que se sirvieron ti soneto para expresar sus remi•cenclas y sus ociosas divagaciosin ningún propósito serio ni Icesidad. Por eso abundan tanto sonetos malos o insignificantes son tan escasos los buenos. No obstante, el soneto, a nuestro irecer, supone un beneficio enorEstos versos sin rima se imputron más tarde, como es sabido, en ^d ra ma . Trissino, en su dedicatoria B la Sojonisba al papa (León X ) , Tflfía en que éste los reconocerá co ló que realmente son: algo meior, noble y menos fácil de lo que en. Roscoe, Leo X, ed. Bossi. WL 174. i Véase, por ejemplo, sus formas irendentes en Dante, Vita nuova.
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me para la poesía italiana. La cla ridad y la belleza de su estmctura, la necesidad de alcanzar mayor vi bración y acento en ía secunda mi tad, graciosa y enérgicamente ar ticulada, y la facilidad con que se aprende de memoria, son cualidades que forzosamente habían de resul tar gratas y útiles a los grandes maestros. No se concibe, en efecto, juzg ando seriamente, que lo hubie sen conservado éstos hasta nuestro siglo si no hubieran estado con vencidos de su alto valor. Cierta mente estos grandes maestros ha brían p odido manifestar la misma fuerza de su genio en otras formas cualesquiera, las más distintas; pe ro, al elevar el soneto a forma lí rica cardinal, otros muchos ingenios, de más limitada capacidad, aunque no carentes de ciertas dotes, que en otras formas líricas hubieran re sultado difusos, se vier on obligados a condensar sus impresiones y emo ciones en el apretado haz del soné-to.^ Éste llegó a convertirse en un condensador universal de ideas y sentimientos como no conoce nada parecido la poesía de ningún otro pueblo moderno. El mundo de los sentimientos se nos revela así en Italia en una serie de precisas, ceñidas y, en su bre vedad, eficaces imágenes. Si los otros pueblos hubieran pos eído una forma convencional de este géne ro, acaso sabríamos más de su vida espiritual; tendríamos, probablemen te, una serie de bien dibuiadas ex posiciones de sifiaciones externas o íntimas, de claros reflejos anímicos, y no tendríamos que atenernos, por ejemplo, a una presunta lírica de los siglos XI V y xv, que en rarísisimos casos se lee hoy con agrado. Entre los italianos se compmeba un firme progreso casi desde el naci miento del soneto; en la segunda mitad del siglo xiii, los moderna mente llamados "trovatori della transi zione"r eprese ntan en reali-
^ Trucchi, ibid, I, pág, 181 y sigs. -
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dad el tránsito de los trovadores a grandeza totalmente objetivas. \ los poetas, es deeir, a los vates que está elaborada casi siempre con t:il escribían bajo la influencia de los perfección, con tal factura, que lo antiguos; la emoción simple y enér dos los pueblos y todas las centu gica, el vigoroso bosquejo de la rias podrán asimilarla y revivirla.''' situación, la expresión exacta y el Y donde escribe ya sobre la base final rotundo, tanto en los sonetos objetiva exclusivamente, y sólo en com.o en otras formas poéticas, son virtud de una situación locaÜzadu ya anuncio y anticipación nada me fuera de su conciencia, deja adivi nos que de un Dante. En algunos nar cl poder de su sentimiento sonetos, inspirados en las luchas de —como en los magníficos sonetos güelfos v gibelinos (1260-1270), "Tanto gentile..." o "Vede perfetparece vibrar ya la pasión dantesca, tamente..."—, pero aún aquí se mientras otrcs recuerdan lo más cree obligado a disculparse.'^'" En cl dulce de la lírica del gran floren fondo se puede incluir también en este género una de las más bellas tino. Cómo teóricamente consideraba de esas poesías: e] soneto "Deh pcél mismo al soneto, lo ignoramos, regrini que pensosi ánd ate ... " Aun sin la Divina Comedia, con porque desgraciadamente los tiltimos libros de su obra Del lenguaje esta simnlc historia de juventud, la vulgar, en los cuales se proponía I figura de Dante sería para nosotros tratar de baladas y sonetos, o no "un hit o entre la Edad Media y la se escribieron nunca, o no han lle Edad Moderna. Lo intelectual y lo, gado a nosotros. Pero de heoho ha psíquico dan aquí un avance for-' plasmado en sonetos y canciones in midable en el sentido del conoci-: comparables sugerencias de la vida mient o de su más velad a y miste espiritual. ¡ Y de qué nobles mar riosa vida. Cuanto contiene la Comedia de cos aparecen rodeadas! La prosa de su Vita Nuova, en la que explica revelaciones de tal índole es senci la motivación de cada poesía, es tan llamente inconmensurable, y habría maravillosa como los versos mismos mos de recorrer el gran poema can y forma con ellos un coniunto ar to por canto para demostrar todo monioso, rítmicamente animado por sti valor en este aspecto. Afortuna la más honda pasión. Sin miramien damente no es necesario, pues es tos por la propia alma, busca en ésta una obra que ha llegado a ser ésta todos los matices de la dioha manjar coti diano en todos los pue y del dolor, y con potente elocuen blos occidentales. Su estructura y su cia los expresa luego en la forma idea fundamental pertenecen a la más severa. Cuando se leen atenta-^ Edad Media y sólo históricamentr mente estos sonetos y canciones, y- hablan de nuestra conciencia. No entre ellos los prodigiosos fragmen-¡ obstante, la riqueza, y la elevada tos del Dia rio de su juventud, se fuerza plástica en la descripción de diría que durante toda la Edad Me lo espiritual en todas sus gradacio dia ios poetas se habían evitado a nes y metamorfosis,^ hacen del sí mismos y que él es el primero las canciones y los sonetOR que se ha buscado. Innumerables que5'' l Son herreros y los arrieros canta son los que han construido estro ban y osdesfiguraban, con gran indigiia* fas artísticas antes que él; pero él ción de Dante {véase Franco Saccheles el primero que puede llamarse ti, Novelle 114 y 115 ). Pronto reper artista en el pleno sentido de la cutió esta poesía en los l a b i o s del ' palabra, pues supo, antes que na pueblo. die, vaciar en una forma eterna con ^» Vita nuova, p á g . 52. ^ Desde el punto de vista de tenidos inmortales. La lírica subietiva tiene aquí una v erdad y una psicología teórica de Dante es un o ..d
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a el soneto inicial de toda poemodcma. En el futuro podrá pasar esta :sía por un destino vacilante y lerimentar durante medio siglo retroceso ocasional..., pero su _ principio vital está salvado oa;siempre; y cuando en los siglos , xv y comienzos del xvi se en[ue a ella algún hondo y original fritu italiano, representará para una etapa más avanzada que itfilquicr poeta na italiano, supuesla igualdad de dotes..., cosa llámente difícil de encontrar. Como en todo, también aquí pretflde en los italianos l o puramente cultural (entre lo que se incluye la |i."'sía) al arte plástico. Más de un k) tarda la inquietud del espíri—la vida psíquica— en encon: en l'M escultura y en la pintura \ expresión que de algún modo ' (la considerarse correlativa con '.\ que en Dante os evidencia. HasIfl qué punto es o no es esto válido •I - lo que a otros pueblos se rei . ' > en qué medida es impor te esta cuestión, en conjunto, nos 1 resa pctco aquí. Para la cultura ;i(iliana es de importancia decisiva. *Ouc valo r hemos de da r a Peirca en este sentido, decídanlo por 'os lectores de tan conocido poeQuicn. en la actitud del juez que dispone a un interrogatorio, se /a con diligente celo a la búsla de contradicciones entre el bre V cl poeta, a la comprobade amoríos "secundarios", proo no, y de otras flaquezas aies, acabará, a poco que se •ce, por no hallar lüngún plasus sonetos; el goce poético ^
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^¿rics esenciales el principio de! IV' del Purgatorio. Véanse lam ias partes correspondientes del
'ío. LoK reiraios de la escuela de van
antes demostrarían lo contrario que al Norte se refiere. Du. mucho tiempo fueron superiores "a descripción hecha con palabras.
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quedará así sustituido por el cono cimiento "total" del hombre. Pero cabrá entonces lamentarse que las cartas de Petrarca contengan tan poca chismografía aviñonesa a que poder asirse y que los epistolarios de sus conocidos y de los amigos de sus conocidos se hayan perdi do o no hayan existido jamás. En vez de alegrarse de que sea inne cesario buscar por esas veredas y dar gracias a Dios de que no haga falta hurgar en las miserias, a costa de las cuales un poeta hurta al am biente y a su pobre vida lo impe recedero y lo pone a salvo, se ha amañado para Petrarca, basándose en unas pocas "reliquias" de ese tipo, una biografía que más que biografía parece un acta de acusa ción. Pero ptiede consolarse cl poe ta; si en Alemania y en Inglaterra continúa cincuenta años más, en la forma en que ahora se realiza, la publicación de epistolarios de per sonalidades célebres , pron to se en contrará rodeado de la más ilustre compañía. Sin desconocer lo mucho que hay de artificioso y rebuscado allí don de Petrarca se imita a sí mismo e insiste en su manera, admiramos en él una maravillosa abundancia de revelaciones espirituales, descripcio nes de momentos felices o en que, por tal manera, nadie antes que él los evidencia, y que constituye pre cisamente su valor más alto para ia nación y para el mundo entero. No siempre tiene su expresión la misma transparencia, y no es raro que en lo más bello se implique algo extraño para nosotros a base de alegóricos trenzados y retorcida sofística. Pero lo excelente pre domina. También Boccaccio, en sus sone tos, no apreciados como se debiera,'^^ llega a veces a manifestar su sentimiento de modo conmovedor en grado sumo. El retomo al sitio
fií Impresos en el tomo X V I de sus
Opere
volgari.
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consagrado por el amor (soneto 22 ), Ia moderna sensibilidad europea la melancolía de la primavera (so se trata de averiguar si excelen neto 33), la tristeza del poeta que espíritus de otras naciones sintieron envejece (soneto 65) , han sido por tan honda y bellamente, sino diél admirablemente cantados. Luego, saber dónde se revela documeniiilen el Ameío, ha descrito la virtud mente el primero, el más rico y ennobleeedora y purificadora del profimdo conocimient o de las eniu amor en forma que nadie podía es ciones del alma humana. ¿Por qué los italianos del Rcn¡iperar del autor de Decamerón.^ Su Piammetta es, por tíltimo, un gran cimiento no pasaron de lo mediano de y detallado cuadro psíquico que en la tragedia, que era allí dondi,' revela a un observador profundo, podían manifestarse, en mil formas, si bien en su desarrollo no alcanza el carácter, el espíritu, la pasión del siempre el mismo nivel de exce hombre en el triunfo, en la lucha,' lencia, y aún se adviert e, en algu en la derrot a.. ? Dicho de otra nia-i nos pasajes, la complacencia en las ñera: ¿por qué no produjo llaliiii frases ampulosas y sonoras. La mi un Shakespeare? Decimos un Sha tología y la Antigüedad aparecen kespeare, porque con el resto del mezcladas con el relato, no siempre teatro septent rional de los siglos xvi con fortuna. Si no nos equivoca mos, y XVII podrí an codearse los itaÜa* es la Fiammetía una réplica feme nos; con el español no tenían niidii nina de la Vita nuova de Dante; que ver: no sentían, en efecto, cl o cuando menos fue compuesta ba fanatismo religioso; la idea absliac* ta del honor no era para ellos mal jo su inflitencia y estímulo. Que los poetas antiguos, sobre que una cuestión de for ma, y parB glorificar a sus princincl todo los elegiacos y el citarte libro venerar y e ilegítimos eran dem.isin de la r.fieicia no dejaron de in tiránicos do agudos y orgullosos.*'^ Sólo di fluir sobre estos italianos y so bemos, pues tomar en considera' bre los que vinieron después, es el breve auTC del teatro en i algo que se sobreentiende, pero la térra. vena sentimental brota de su inti replicarse que todo el midad con caudal vivo y abundan to Puede de Europa sólo ha producida im te. Si se les compara en este aspecto Shakespeare y que un genio d i.'i con sus contemporáneos no italia es siempre un rare nos, se encontrará en ellos la más magnitud del cielo. Por otra parte, temprana y completa expresión de sabe si no germinaba, latenu u gran florecimiento del teatro ii I I M ^ En el canto del pastor Teogapo no cuando sobrevino la Coni' después de la fiesta de Venus, Par- forma que, aliándose con el nasso teatrale, Leíozig, 1829, página río español (s obre Náooles \ VIH. lán e indirectamente sobre casi i i *3 El celebre Lionardo Aretino, co Italia) ajó y agostó los mejore mo jefe del humanismo d e comienzos tes del espíritu italiano Ima del siglo XV , escribe: "che gli antichi Grcci d'umanítá e di gentilczza di al propio Shakespeare, ñor eic cuore abbiano avanzato di gran lungo bajo un virrey español o juiu,' ^ i nostri Italiani"; pero escribe todo Santo Oficio en Roma, o basta esto encabezando una novela cuyo su mismo país dos deccpios asunto es la blanda historia del en pues, en los días obscuros do fermo príncipe Antioco y su madrastra Estratúnice, es decir , que constituye *i Determinados príncipes y Co un documento en sí ambiguo y semiasiático jmr añadidura (impreso en no obstante, fueron largamente tre otras cosas como suplemento, a zados y ampliamente hsonjeüdi • los dramaturgos de ocasión. las Cento novelle antiche).
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B v o l u c i ó n inglesa. El drama, en K forma perfecta, hijo tardío de ftda cultura, cxise un tiempo oporno y una fo rma esjjecial. A este propósito no estará de las considerar aquí algunas circunsHicias de laj. que dificultaron o Irasaron un Rran florecim iento del 'ama e n Italia, hasta que fue ya anasiado tarde. La más importante de estas cir[nstancias ha de señalarse, induiblemente, en la pran atracción que I otros campos ejercían sobre la nte inclinada a los esucctáculos. te todo, los misterios y otros acS religiosos. En todo e] Occidenla historia sagrada y las leyendas WnSticas dramatizadas constituyeron precisamente fuente y principio del 'ama y del teatro. Ahora bien, ItaI —como tendremos ocasión de mostrar en la parte siguiente— íiabía consagrado a los misterios I tal sentido de pompa artística • lecorativa, que en su virtud tuvo aup sufrir menoscabo necesariamenfcel elemento dramático. De aqueH k innumerables v costosas rcpre^Hociones no surgió en ningún mo^ • t o un género poético que tuviera ver, por ejemplo, con los "au^ « a c r a m e n t a l c s " de un Calderón otros poetas españoles y muT^menos una atmósfera propicia II punto de apoyo para el draTprofano. luando este apareció a pesar de I, parlici'jjó en seguida de la pa decorativa a que de tan exivo modo se habían habituado espectadores de los misterios, enteramos, con asombro, de rica y abigarrada era la dc:ión escénica en Italia en una o en que, en el Norte, se conaban aún con las más someras aciones del lugar. Pero tal vez I n o hubiera sido de importanTecisiva si la representación misbn parte por la pompa de la ^ ¡ntaria y en parte —y printe— a causa de los ahi los "inte rmezz i". no hubiera
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desviado la atención de la sustancia poética de la obra. Qu e en muchas ciudades —en Roma y en Ferrara especialmente— se representab an, en latín unas v e ces y otras en italiano, las obras de Planto y Terencio y de los trá gicos griegos (págs. 131 y 139), que las Academias (pág. 154), se hu bieran impuesto precisamente como misión estas representaciones y que ios propios poetas de! Renacimien to dependieran de estos modelos más de lo que fuera de ra zón, sólo mengua pudo suponer para el dra ma italiano durante estos decenios. Sin embargo, considero esta circuns tancia como de importancia secun daria: Si no se hubieran intcrnuei'to la Contrarreforma y el yugo ex tranjero, esta desventaja se hubiera trocado, como fase transitoria, en ventaja evi dente. ¿N o se había im puesto ya, jroco después de 1520, el triunfo de la lengua patria en la tragedia y en la comedia, con gran indignación de los humanistas? No , por este lado la nación más adelantada de Europa no habría en contrado obstáculos en su camino cuando hubiera tratado de elevar el drama a la categoría de reflejo es piritual de la vida humana, en e! más alto sentido de la expresión. Fueron los inquisidores y los es pañoles los que acobardaron a los italianos, haciendo imposible cl des doblamiento dramático de los más grandes y auténticos conflictos, so bre todo en la forma del recuerdo patriótico. Pero hemos de conside rar con mayor detenimiento los efec tos jjemiciosos que tuvieron para el drama. Cuando se celebraron las bodas del príncipe Alfonso de Ferrara con Lucrecia Borgia, mostró el duque Ercole en persona a los esclarecidos huéspedes los ciento diez trajes que habían de servir para la représen se Paulo jovio, Dialog. de viris lit, illustr.. en Tiraboschi. X II , 4; LU. Greg. Gyraldus, De poetis nostri temp.
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LA C U L T U R A DE L RENACIMIENTO E N ITALIA
(ación de cinco comedias de Plan danzar un coro de mancebos, i. to, para que se convenciesen de que dos de hiedra, en figuras artísi...i no se usaba dos veces uno mismo.®* mente entrelazadas; Apolo aparcciii. Pero este lujo de tafetán y cami- tomaba la Üra y el plectro y can lote no eran nada comparado con taba un aria en loor de la Casa do la pompa de los bailes y pantomi Este; seguía después —como in mas que se representaban como in termedio en el intermedio— unn termedios. Que a una despierta da- escena rústica de género y luc^o, mita como Isabella G onzaga, le con más mitología y prcdominandi» pareciese Plauto aburrido y que du en la escena Venus, Baco y com- ^ rante la representación dramática parsa, una pantomima: Parí s CFI cl] anhelasen todos que llega ra el in Ida. Sólo entonces empezaba la se-j termedio, es algo que se comprende gunda parte de la fábula de Ainphl-' perfectamente si se considera cl truo con claras alusiones al fuuini brillo abigarrado y la pompa con nacimiento de un Hércules en el que se escenificaban estos entreac linaje de los Este. Durante unsr re tos. Había luchas de guerreros ro presentación de la misma obra :n 11 manos al compás de la música, dan patio del palacio en 1487 —jun zas de moros con antorchas, danzaá rior, por lo tanto, a aquélla— Í \U'.U- de salvajes con cornucopias que constantemente "un paraíso cor > despedían fuego líquido. .. El baile trellas y otras ruedas", es decir, mii se convertía en una pantomima que iluminación a base tal vez de \\\' representaba, por ejemplo, la sal gos artificiales, que absorberííi m !> vación de una muchacha acosada ninguna duda la aten ción por un dragón. Luego danzaban bu espectadores. Mucho más lícito ' i . fones vestidos de polichinelas que evidentemente, que esto vinic se azotaban con vejigas de puercos,, ser un espectáculo en sí misniL-, > etc. Era ya cosa conven ida en la j mo en otras Corles ocurría, Cu .nul Corte de Ferrara que toda comedia ^ tratamos da las fiestas nos referinnj* debía licvar el añadido del corres-' a las representaciones que se d;ibiirt pendiente baile (moresca).^ Sobre en las mansiones de l cardenal l' i' la base de estos hechos ¿hemos de tro Riario, de los Bentivoglic I imaginar la representación de Am- Bolonia, y de otros. Por lo que se refiere a la n u' phiíruo de Plauto (con motivo de las primeras nupcias de Alfonso dia original italiana, podemo—con Anna Sforza— en 1491) en mar que le fue especialmente Ferrara mismo, acaso más como una la pompa que d e pron to com n pantomima musical que como dra a imperar en las representaci ma propiamente dicho? *^ Lo aña "Antes, en Venecia —escribe I dido predominaba, en todo caso, cesco Sansovino por el año 1 - ' sobre la propia obra original. A los se representaban a menudo , ad acordes de una orquesta veíase allí de las comedias, tragedias de res antiguos y modernos, con ; De Isabel Gonzaga a su esposo, lujo v pompa. La fama del ap.i 3 de febrero de 1502, Archiv. Síor. escénico (apparaíi) atraía esi Apend. I I , pág. 306 y sigs. En los dores de todas partes, hasta de "mystéres " franceses desfilaban antes tadüs lugares. Hoy, sin embar;.i de la representación los propios acto organizan fiestas privadas entre uay res, lo que se llamaba "la mostré". tro paredes,*"'^ y desde hace ^lUJI Diario Ferrarese, en Muratori. XXIV, col. 404. Véase también sobre ^ Léase "pareti" en vez de la vida teatral en Ferrara, cois. 278, renti" en cl texto italiano de Si 279, 282 a 285, 380, 381. 393 y 397. vino. Venezia. fol . 169. Por lo do 08 Strozií poetae. fol. 232. en el IV libro de la Aelosticha de Tito Strozza. no está muy claro lo que quiere d
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lijtnpo se ha impuesto por sí mis mento en que nosee máscaras esca ma la costumbre de pasar los car sas y constantes, cuyo carácter todo navales presenciando comedias y el mundo se sabe de memoria. Pero otras estimables div ersiones. " Es de las dotes nacionales del italiano ten cir, que la suntuosidad ha ayudado dían y se adaptaban de tal modo a matar a la tragedia. a un eénero semejante, que hasta Los diversos intentos y ensavos como interpolación en las comedias ie los trágicos contemporáneos, en escritas se abandonaban los histrio tre los cuales la Sofonisba de Tris- nes a la propia improvisación,'*' sino (1515), alcanzó la mavor fa- surp^iendo así un verdadero género la, corresponde a la historia li- mixto, que nudo, acá v allá, impo eraria juzparlos. Lo mismo cabe nerse. As í representaban acaso las iecir del tipo más depurado de co- comedias, en Venecia, Burchiello y ínedia, basado en la imitación de después la compañía de Armonio, PI;auto y Terencio. Ni siquiera Valeriano Zuccato, Lodovico Dolce \ri ost o llegó a destacarse en este y otros.'i De Burchiello se dice ya eénero. En cambio pudo haber te- que sabía reforzar el efecto cómico lido porvenir la comedia ponular matizando con giros griegos y es n prosa al modo de Maquiavelo, lavos el dialecto veneciano. Total íibbiana y Aretino, si el pronio • mente o casi totalmente commedia pontenido no hubiera determinado dell'artc era ya la de Angelo Beolco, muerte. Era éste, a veces, alta- ahas el Ruzzante (1502-1542). cu ente inmoral, y también en cca- yas máscaras representaban tipos liones mordaz y molesto para cier- rústicos paduanos (Menato, Vezzo, is clases sociales, que desde 1540, Billora, etc.); solía estudiar el dia l>rx>ximadamenté, no toleraron ya lecto del país durante las tempora , públicas manifestaciones de hos- das de verane* que pasaba en la villa dad. Si en la Sofonisba la carac- i de su protector Luigi Somato de ízación quedaba desplazada por Codevico.'''- Poco a poco van sur I declamación brillante, aquí en giendo así todas las famosas más nbio, se abusó acaso de ell a co caras locales con cuvos restos toda mo de su hermanastra la caricatura. vía se deleitan los italianos; PantaSe sigue, pues, componiendo tra- leone, el Dottore, Brighella. Pulci'^tlias y comedias inc esantemente nello, Arlecchino... La mayor par no faltaban, tampoco, numerosas te son sin duda mucho más viejas, i'resentaciones reales de obras an tal vez tienen su origen en las más uas y modernas; pero ocurre que caras de antiguas farsas romanas, !o son pretexto y ocasión para pero sólo el siglo xvi reunió algu k' cada cual, con motivo de fics- nas de ellas en una sola obra. En . haga gala de la pompa que co- la actualidad la costumbre ha caído sponde a su categoría social, en desuso, pero en todo caso cada n-ntras el genio nacional no figu- gran ciudad conserva por lo jsaifflfi^ tia ya en ellas per considerar que iliían perdido toda savia vital. Tan A esto se refiere evidentemente, rninto como la ópera y la come Sansovino — Venezia, fol . 163 — cuan se queja de que los "rccitanti" echa do adla pastoril sentaron sus reales en H escena, se pudo prescindir total- ban a perder las comedias "con invenzioni" o "personaggi troppo ridiHhUe de tales ensayos. coli". ^ H H o un género adquirió carta de '' i Sansovino, ibid. ^^•ráleza como oénero nacional: la •J"-^ Scardeonius, De urb. Patav. an^^rnnedia dell'arte, no escrita que tiq. en Graevius. Thes., VI , III , col. •Hnprovisaba sobre un escenario. 288 y sigs. Pasaje importante también es esr>ecialmentc propicia a la pjor lo que se refiere a la literatura H j ^ caracterización, desde el mo dialectal.
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su máscara local: Nápoles su Pulcinella, Florencia su Stentorello, Milán el a veces magnífico Menegliino.^^ Mezquina compensación era ésta, ciertamente, para una gran nación, llamada acaso antes que ninguna, por sus dotes, a contempla r y tra ducir objetivamente en el drama sus más altas posibilidades. Durante si glos le fue esto vedado por fuerzas hostiles, de cuyo predominio sólo en parte se le podía considerar cul pable. Sin embargo, no fue posible aniquilar en ella el gusto por la re presentación dramática; y con la músico Italia hizo a Europa tributa ria suya. Quien pretenda ver en el mundo de los sonidos una compensa ción o una expresión velada del dra ma ausente, encontraría en ello con suelo y satisfacción. ¿Cabría esperar de la epopeya lo que el drama no consiguió? Preci samente lo que más se reprocha al poema heroico italiano es la debili dad de sus caracteres, tanto en la actitud c omo en el desarroll o de éstos. Otras cualidades no se le pueden discutir. Entre Ollas, que desde hace cuatro siglos y medio sigue realmente leyéndose, que se le reimprime siem pre de nuevo, mientras que casi toda la poesía épica de los demás pueblos ha quedado reducida a la mera cu riosidad históricoliteraria. Acaso se deba esto a los lectores, que piden y descubren en ella algo distinto que en el Norte. Se requiere por lo menos una cierta asimilación ded espíritu italiano para captar el peculiai valor de estos poemas, y se dan personas verdaderamente emi nentes que confiesan su desconcierto o su incapacidad ante semejante poesía. Ciertamente, quien analice a un Pulci, a un Boiardo, a un Ariosto, T^t Que éste ya existía por lo me nos en el siglo xv se infiere del Diario Ferrarese, vol 2. II, 150L
a un Bemi, desde el punto de visi del llamado contenido intelectual puro, poco fmto, en efecto, sacará.! Son artistas de Índole especial, que escriben para un pueblo en el que lo ar tístico dec ide siempre y pre domina. Los ciclos lengendarios medieva les, después de la gradual extinción de la poesía caballeresca, habííiii sobrevivido, en parte, como refun diciones rimadas y compilaciones, y, en parte, como novelas en pro. En esta forma los encontramos en Italia en el siglo xiv. Mas junto a ellos se levantaron grandiosos recuerdos de la Antigüedad, obscureciendo total mente las imágenes fantásticas de la Edad Media. Boccaccio, p or ejemplo, incluye entre los héroes represen tados en el palacio encantado de su Visione amorosa a un Tristán, a im Artús, a un Galeott o, pero lo hace de modo brevísi mo, como avergon zándose de ellos, y todos los escri tores que le sucedieron o no los nombran en absoluto, o los meneio nan en un tono de chanza. El pue blo, no obstante, conser vó su recuer do y lo transmitió a los poetas del siglo XV. Éstos pudieron , por li) tanto, interpretar y elaborar lo» temas libremente, como cosa nucvii, llegando incluso a enriquecerlos LOH propias invenciones. Sólo una cosii hay que no podía pedírseles: que tratasen temas tan gastados con un. respeto propio de épocas primitiva«,i Toda la moderna Europa debe hcndecirles por haber sido todavía e:ipn« ees de operar sobre un determinado mundo de fantasía, por el que « mantenía vivo ol interés del pueMn pero hubieran t enido que ser vnd:: deros hipócritas para venerar ai |iiil mundo como un verdadero ,íniio.'| 74 Pulci, en su malicia, finge. > la historia de su gigante MargpUc > • solemne y remotísima tradición p / " gante, canto XIX, estrofa 153 v ^ > Aún es más graciosa la introdik
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Ln vez de hacerlo así, se mueven También Boiar do se mantiene» en el terreno recién conquistado para conscientemente muy por encima la poesía culta, con soberano desen de sus figuras y se sirve de ella s, fado. Su designio príncipal parece a voluntad, con propósitos grave o haber sido perseguir el efecto más cómico. Hasta a lo dia bólico le gas bello y más gracioso posible de los ta a veces bromas, dando muestras distintos cantos en la declamación. de una fingida torpeza. Pero existe Y es que esta poesía gana extraordi en su obra un trabajo artístico que nariamente cuando se la oye recitar, realiza tan en serio, por lo menos, a trozos y de modo exquisito, en leve como Pulci; la animadísima y casi tono de burla en la voz y en el diríamos técnicamente exacta rela ademán. Un esbozo más hondo y ción de lo sucedido. Pulci recitaba logrado de los caracteres no hubiera su poema, ante el círculo de Loren contribuido muy particularmente a zo el Magnífico, a medida que iba la intensificación de este efecto; terminando cada canto, y lo mismo acaso el lector la eche de menos: el hacía Bo iardo con el suyo ante la oyente no atina en ello para nada, Corte de Ercole de Ferrara; se expli pues sólo oye un trozo y al c abo sólo ca fácilmente qué clase de excelen ve al rapsoda ante sí. Por lo que se cias se estimaba aquí, qué índole de refiere a los tipos señalados de an méritos prevalecían, y cuan poco se temano, la actitud del poeta tiene hubiera agradecido un vigoroso di un doble carácter: su formación bujo de los caracteres. Así las cosas, humanística se revela contra el espí es natural q ue unos poemas, para ser ritu medieval de ellos, mientras leídos en momentos de diversión, no aquellas luchas, como reflejos de constituyen una precisa totalidad; lo torneos y guerras de aquellos tiem mismo podían tener la mitad que el pos, exigen la máxima pericia y dil¡- doble de la longitud que poseen. Su ¡encia poética, brindando a la vez composición no es la de un gran )rillante oportunidad a los recitado- : cuadro de historia, sino la de un res. Por eso ni siquiera Pulci llega ; friso o de una opulenta guirnalda una total parodia de la caballería, . de fruta y flores flanqueada de bien la cómica y mda dialéctica caprichosas figuras. Así como no se sus paladines la roza a veces muy exigen, ni siquiera se permiten, en cerca. Iunto a éstos personifica él las figuras y en los adornos que ll de la pendencia en su gracioso enmarcan un friso formas individual lonachón Morgante, que con su mente precisas, hondas perspectivas dajo vence a ejércitos enteros; y diversos planos, lo mismo ocurría TO aún acierta a glorificar relativa- con estos tJoemas. nte enfrentándole al absurdo y iosísimo monstmo Mai^tte. En La abigarrada abundancia de in iodo alguno insiste Pulci con exceso estos dos caracteres, ruda y vigo- vención con que, Boiardo especial isamente dibujados, y su historia, mente, nos sorprende de continuo, ucho después de haber desapare- constituye una burla de todas nues Ido de ella estas figuras, continúa tras definiciones académicas sobre lin estorbo su marcha maravillosa. el carácter de la poesía épica. Para los autores de aquella énoca cons tituía la más agradable diversión, frente a la afanosa preocupación de ftica de Limerno Pitocco (Orlandino, la Antigüedad, y hasta la única ipítulo I. est. 12-22). salida posible si se había de llegar a ^ ' ' ^ El Morgante, impreso por pri^ a vez antes de 1488. Sobre torneos | K más adelante, parte quinta, ca "^^ El Orlando innamoraío, impreso llo primero. por primera ve z en 1496.
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cual es difícil formamos una ideu exacta, tan difícil como que com prendemos la alta estimación en qiK' entonces era tenida la descripción realista y viva. Nada, pues, más equivocado que furioso. esa Italia libertada de los godos, en pretender juzgar el Orlando «vcrsi sciolti», un enorme poema de de Ariosto, por los caracteres huniii Aquí y allí s i lenguaje y versificación impecables, nos que contenga frente al cual sólo nos queda una encontraría tal ve z algunos esboza duda; ¿quién sale peor librada en dos con cariño, pero el poema no se tan desdichada aHanza, la poesía o apoya en ellos en ningún instante, la historia? ¿Y qué fue de los imita y antes perdería que ganaría dcsta dores de Dante? Los visionarios candólos. El gusto de los caractere;Trivnfi de Petrarca son precisament e puede vincularse a una tendenci;i la última obra de imitación que no general a la cual no responde Arios to en el sentido de nuestro tiempo. peca contra cl buen gusto; la Visión De xm poeta tan formidabl emenu enamorada de Boccaccio es ya, esen datado y tan famoso, desearíamos cialmente, mera enumeración de algo más que aventuras de Orlando personajes históricos y fabulosos se Dcberia haber condenado y traduci gún categorías alegóricas. Otros pre do en una gran obra los más hondos ludian su obra con una imitación del conflictos del corazón humano, las Canto primero do] Dante y se pro altas instituciones de su época sobre curan un aleg órico acompañante que las cosas divinas y humanas; debie sustituyo a Virgilio. Uberti eligió ra, en una palabra, haber dado para su poema geográfico (Ditta forma a una de aquellas decisivas mondo) a Solinus; Giovann i Saníi, supremas imágenes del mundo como para su panegírico de Federico de la Divina Comedia y cl Fausto. En Urbino, a Plutarco De estas falsas vez de hacerlo así procede como los pistas sólo se salvó ocasionalmente artistas plásticos contemporáneos la poesía épica representada por suyos y se hace inmortal renunciando Pulci y Boiardo. La avidez y la ad a la originalidad tal como la entcii miración con que se la act^ó demos nosotros, creando como por —como ya no se hará, acaso con la tradición a base de un ciclo de figu epopeya, hasta el fin de los ras conocidas, y hasta aceptando, tiempos— demuestra de modo mag donde le place, detalles empleados nífico hasta qué puntos era ima ya por otros. Qué ventajas pueden necesidad. No se trata, en absoluto, alcanzarse aún con semejante pro de averiguar si en estas creaciones cedimiento, es algo que será difícil se realiza o no el ideal del verdadero hacer comprender a personas no do poema heroico que se ha formado tadas de sentido artístico; tanto m;is nuestro siglo inspirándose en Home difícil, por lo tanto, cuanto mayores sean la erudición y el ingenio que ro y en Los Nibelungos; pero que posean. El propósito artfstifo de personificaron un ideal de su época Ariosto es el «acontecer» aiílmado es indudable. Hasta sus descripcio y vivo, que va desdoblando rítmicíines de luchas en masa, que consti mente a través de todo el gran poe tuyen para nosotros el elemento más ma. Para obtenerlo hay que dispen fatigoso, respondían a un interés sarle, no sólo del dibujo vig<ífosn objetivo, como se ha dicho ya, del
una poesía narrativa independiente. Pues la poetización de la historia de la Antigüedad condujo sólo al extra viado camino que pisara Petrarca con su África en hexámetros latinos y siglo y medio después Tri ssino con
"i"* Vasari, VIH, 71, en el Commen taria a la Vita di Raffaelo.
"TS
La
p r i m e r a
edición
en
1516.
los caracteres, sino de la rigurosa nexión de los propios relatos. Ha permitírsele reanudar cualquiera éstos a voluntad; sus figuras han ,e fxjder aparecer y desaparecer, no porque lo exija su más hondo y pcrunal carácter, sino porque el poema o exige. Ciertamente, dentro de esta •forma de composición, en apariencia : arbitraria e irracional, se despliega ima belleza completamente armotiioüa y equilibrada. Nunca se pierde cu la mera descripción, y ni en lo escenográfico ni en lo personal nos procura más de lo que pueda fun dirse armoniosamente en el proceso 'I.- lüs acontecimientos; minos toda vía se pierde en diálogos y monó logos pero sostiene el soberano privilegio de la verdadera epopeya' lie convertirlo todo en vivo aconteMiiiiento. El pathos nunca reside en 11 en las palabras ^ y menos que en otro lugar en el célebre canto ^XI1 y siguientes, donde se describe l;i furia de Roldan. Que las historias en')iicas carezcan de suavidad liríca, i'ii cl poema heroico es un mérito más. atinque no siem pre puedan ser iipiobadas desde eí punto de vista mural. Pero en cambio, poseen tal verdad, a veces, y tal realidad, a icsar de tanto encantamiento y ca'illería como las rodea, que creemos ver en ellas, por momentos, expeficncias directas del poeta. En plena conciencia de su maestría, no vacila 11 insertar en la gran obra algún I imto contemporáneo, y aun alusion e - a la gloria de la Casa de Este, ^11 lorma de apariciones y vaticinios. I j eaudal prodigioso de sus octavas II) (olera perfectamente y lo arrastra M la corriente de su uniforme ritmo. Con Teófilo Folengo o Limemo I l'itocco —como se llamaba él— la lijrodia de la caballería llega a ocu|Mi el lugar a que aspiró durante
?
Los discursos que interpola son, I! vez , meras narraciones. " Lo que se hubiera per mitido, ; umente, Pulci; véase Margante, o XIX, estrofa 20 y sigs.
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tanto tiempo ,^! pero, al restablecerse una vigorosa caracterización, apare ce acompañada del elemento cómico y todo su realismo. Entre pedreas y pullas de la chiquillería callejera de Sutri. una aldehuela romana, crece el pequeño Orlando y se desarrolla en él notoriamente el carácter de héroe denodado, enemigo de frailes y vivo razonador. El fantástico mun do convencional, tal como sc había desarrollado desde Pulci, como mar co de la epopeya, salta aquí, cierta mente, hecho añicos. Sc escarnecen abiertamente el origen y el carácter de los paladines; así, por ejemplo, en aquel torneo en que figuran éstos, caballeros sobre asnos, con las más extrañas armas y armaduras (Canto segundo). El poeta manifiesta a veces una cómica compasión, por ejemplo, ante la inexplicable infelidad que reina en la familia de Cano de Maguncia, sobre la penosa obtención de la espada Durindana, etc.; puede decir se incluso que los elementos tradi cionales sólo le sirven ya como subs trato de ocurrencias ridiculas, episodios, desahogos tendenciosos (algunos muy bellos, como, por ejemplo, el final del capítulo 6) y obscenidades. Además de todo esto, es innegable que se oculta en este poema una sátira contra Ariosto y fue, sin duda, una suerte para el Orlando furioso que el Orlandino, a causa de sus herejías luteranas, fuese precoz víctima de la Inquisi ción y, por lo tanto, condenado al olvido. Bien perceptiblemente se tras luce la parodia, por ejemplo, al de rivar el linaje de los Gonzaga (cap. 6, estr. 28) del paladín Guidone, así como el de los Colonna de Or lando, el de los Orsini de Rinaldo y el de los Este —según Ariosto— de Ruggiero. Acaso Ferrante Gon zaga, el protector del poeta no fue La primera edición de su Orlandina lleva la fecha d e 1526.
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extraño a las mordaces alusiones a la Casa de Este. Que, por tíltimo, en la Gerusalemme liberata de Torquaí o Tasso la ca racterización constituya una de las principales tareas del poeta, demues
tra ya, por sí solo, hasta qué punto su pensamiento difiere del ambiente del siglo anterior. Esta obra admira ble es, en el fondo, un monumento a la Contrarreforma, triunfante en el ínterin, y de su tendencia.
inte a observaciones históricoliteraas , parece haberse seguido el lodclo de las biografías de los •amálicos, retóricos y poetas que )nocemos como anexos a Suctoio,^-' en lo esencial, por lo menos, también la Vida de Virgilio, de inaío, muy leída por aquellos is.
V.
L A BIOGRAFÍA
Fuera del campo de la poesía apa la suerte, también rara, de que un. recen generalizados, entre los ita pluma ingenua capte cl espíritu de lianos antes que entre los demás todos los hechos y todos los aconiceuropeos, el talento y el gusto para cimientos de una vida y lo ponga de la descripción de las personalidades manifiesto en su descripción, i En históricas según sus rasgos íntimos qué mezquinas fuentes nos es forzoso captar los rasgos del carácter íntimo y externos. Ya en los albores de la Edad de un F ederic o o un Felipe el Her-. Medía encontramos, en efecto, no moso! Mucho de lo que hasta finci tables ensayos en este sentido, y la de la Edad Media, se nos da como leyenda, como labor constante de la biografía, es sencillamente historit biografía, tuvo que mantener vivos, contemporánea, sin el menor sentido de lo individual en el carácter quo hasta cierto punto por lo menos, el interés y la destreza que el retrato describen. Ahora bien, entre los italianos sd individual requiere. En los anales de catedrales y monasterios, sobre obras revela como una tendencia imperanla pías, etc., se hace el retrato de algu la búsqueda de los rasgos caracte nos jerarcas —por ejemplo: de Mein- rísticos de personalidades cmineni.s, werít von Paderbon o de Godchard y esto es lo que los distingue de inh von Hildesheim—, con clara y vigo demás occidentales, cnliie los C U J Í < rosa intuición, y de muchos de nues el hecho, en general, acaece ún¡i.i tros emigradores alemanes hay sem mente como por azar y aun en e i " blanzas, según modelos antiguos extraordinarios. Y es que este —como Suetonio, sobre todo— que roso sentido de lo individual ! contienen los más preciosos rasgos. ^ puede tenerlo aquel que emerg Estas «vitae» profanas —y otras por/ la vida semiconsciente de la el estilo— llegan, poco a poco, a; para convertirse en individuo. En conexión con el concepto iK \.\ constituir un paralelo habitual a las; vidas de los santos. Sin embargo, ni, gloria (pág. 79 y sigs.), ya muí a Eginhard, ni a Wippo, ni a Radc-,( difundido, surge un genero de biogr vicus*2 cabe mencionarse junto al, fía que compila y compara y que xÁ retrato de San Luis por Joinville, que necesita atenerse a un orden (|r es el primer retr ato espiritual per sucesión dinástica o rcligiosojcrljl fecto de un europeo moderno, j>or quica, como Anastasius, Agnelíus más que sea una obra aislada. Carac sus sucesores, o como los^biógrafi teres como el de San Luis son pre de los Dux de Venecia. Btísca, an* cisamente raros, y en este caso se da bien, la jiersonalidad, cuándo eminente y por qué lo eg. A palf de este momento sirven de model 82 Radevicus, De gestis Friderici además de Suetonio, los Víri ilust exce itnp., especialmente, II, 76. La de Nepote, y P lutar co en loS ya lente Vita Henrici ÍV contiene escasos nocido y traducido de él; en Jo rfl rasgos personales.
Ya nos hemos referido (págs. 83 sigs.) al modo como, en cl siglo | p v , surgen complicaciones biografí
as de hombres y mujeres célebre s. En cuanto no describen vidas contemporánas dependen, naturalmente, de biógrafos anteriores. El primer ¡'.ríin esfuerzo libre es, sin duda, la Vida de Dante, de Boccaccio. Ligera, viva, inspirada, rica en arbitrarieda'les, nos transmite, no obstante, la sensación de lo extraordinario en el carácter del jKjela. Siguen después, ji fines del siglo xiv, las Vite de ilorenlinos eminentes, de Filippo Villani. Se traía de gentes de toda condición: poetas, juristas, médicos, filósofos, artistas, estadistas y gue rreros, algunos de ellos vivos todavía. Ilorencía está tratada aquí como una brillante familia, de la que se mencionan los vastagos que más icusan el espíritu del linaje. Las •actcrizaciones son breves, pero :has con verdadera percepción de individual, siendo sobre todo cuisa la conexión que establecen enta fisonomía íntima y ia extema, adelante *^ no dejaron ya los Ipacanos de considerar la biograf ía " o cosa propia, con aptitud espe, y de ellas procederán las caracaciones más importantes que l e m o s de italianos en los siglos XVI. Giovanni Cavalcanti reúne tíos suplementos de su Historia Wlorencia anterior a 1450) ejemHasta qii¿ punto también Filós^Ba, no me atrevo a decirlo.
Aludimos aquí de nuevo a la grafía de Alberti extractada en páanteriores, así como a las numc^ H l biografías florentinas en Mura^^;en el Archivo y otras.
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píos de integridad culdadana y espíritu de sacrificio y de inteligencia política, así como de capacidad guerrera, entresacándolos de puros personajes florentinos. El papa Pío' 11 nos ofrece, en sus Comentarios,'. valiosos retratos de contemporáneos célebres; recientemente se ha reim preso un escrito especial de la prime ra época **** de su vida, que contiene, por así decirlo, una primera elabo ración de aquellos retratos, pero con rasgos y matices muy peculiares. A Jacobo de Volterra debemos picantes retratos de la Curia romana pos terior a Pío. A Vespasiano Florenti no nos hemos referido con frecuen cia; una de las más importante s fuentes que poseemos, tomado co mo conjunto, pero sus dotes para la caracterización resultan insigni ficantes junto a las de un Maquia velo, un Niccolo Valori, un Guicciardini, un Varchi, un Francesco Vetori, que han s eñalado el camino, acaso con más vigor que los antiguos en este aspecto. No debe olvidarse que algunos de estos autores alcan zaron una temprana difusión en cl Norte por m edio de traducciones latinas. Asimismo, sin Giorgio Vasa ri y su obra, de incomparable impor tancia, no hubiera habido historia del arte del Norte, ni en la Europa moderna en general. De los italianos septent rionales del siglo XV parece que Bartolommeo Fació, de Spczzia, tuvo gran impor tancia (véanse pág. 84 y nota 46) . Platina, natural del territorio de Cremona, representa ya la caricatura biográfica en su Vida de Pablo ¡í (pág. 125). Muy importante es la biografía del último Visconti com puesta por Piercandido Decembrio una extensa y aumentada imilación de Suetonio. Sismondi ^' De viris illustribis, en tos de la Stultgarter ¡iterar. Su Diarium Romanum a 1484 en Muratori, XXIII. 8'^ Vita Piülippi Mariae
en Muratori, XX .
los escri
Verein.
de
1472
Vicecomilis.
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lamenta que se haya puesto tanto esfuerzo en semejante tema; pero es que para una figura de mayor fuste no hubiera bastado el autor, mien tras que sobra largamente para pin tamos cl carácter híbrido de un Filippo María, revelándonos, en él y en tomo de él, con asombrosa precisión, las premisas, formas y consecuencias de un determinado género de tiranía. El cuadro del siglo XV resultaría incompleto sin esta biografía, única en su especie, característica hasta en el más fino rasgo de miniatura. Más tarde posee Milán en el historiador Corio un notable pintor de retratos; sigue luego Paulo Jovio, de Como, cu yas grandes biografías y pequeños Elogios han alcanzado celebridad universal y categoría de modelo para los ulteriores biógrafos de todos los países. Fácil es demostrar en cien pasajes la superficialidad de fovio y su falta de probidad; por otra par te, no hay que buscar altos designios en un hombre como él. Pero a través de sus páginas nos llega el aliento del siglo, y su León, su Alfonso, su Pompeo Colona viven y se mueven ante nosotros dándonos una impresión de absoluto veracidad y necesidad en su modo de ser, aunque no se nos manifieste lo más profundo de sus almas. Entre los napolitanos, por lo que podemos juzgar, corresponde el pri mer lugar, sin duda a Trisíano Caracciolo (página 20 ), sl bien su propósito no fue estrictamente bio gráfico. Prodigiosamente se entrete jen, en torno de las figuras que hace desfilar ante nuestros ojos, culpa y destino, hasta el punto de resultar, aunque él no se dé cuenta de ello, un autor trágico... La verdadera tragedia, que no encontró entonces acceso a la escena, difundía su há lito poderoso por palacios, calles y plazas. Los Hechos y palabras de el Grande, de Panormita, Alfonso obra escrita en vida del monarca, resultan admirables, como una de
las primeras compilaciones de anéc dotas, y nos presentan una seri e de discursos llenos de humor. Lentamente siguió el resto de Eu ropa los avances italianos en la c;i racterización espiritual, si bien k )s grandes mov imientos polític os y rcli giosos habían hecho saltar ya mu chos obstáculos y habían despertado muchos millares de inteligencias a l¡t vida del espíritu. Entre las persona lidades más importantes del mundo europeo de la época son nuevamenic los italianos, en conjunto, nuestros mejores informadores, tanto literatos como diplomáticos. Las informacin nes de las embajadas venecianas de los siglos XV I y X V I I , por ejemplo, conquistaron en tiempos posteriores, rápidamente y sin que nadie pueda disputárselo, el primer puesto en el genero. También la autobiografía adquie re, acá y allá, vigoroso auge entre los italianos —en extensión y en profun didad— y junto a la más abigarrada vida exterior nos describe, de mane ra corm iovcdora, la pr opia intimi dad, mientras en otras naciones, has ta entre los alemanes déla Refomia, se atiende a los hechos exteriores, dejándonos adivinar el espíritu úni camente en la forma expos itiv a. E>; como si la Vita Nuova de Dante hu biese señalado el camino a la nación con su inexorable impulso hacia la verdad. Se inicia cl género con las historias de casas y familias de los siglos xiv y XV , que al parecer existen aún cii buen número manuscritas, en las bi bliotecas florentinas principalmenie; son vidas ingenuas, escritas en deícn sa de los intereses de la casa y iKl autor, como, por ejemplo, la de B U D naccorso Pitti. No creemos hallar una autocrín^i precisamente muy profunda en u . Comentarios de Pío I I ; a-Ja primeui ojeada suponemos que quanto aciu( podemos averiguar de él, corap hoiii" bre, se red uce a la mane ra couio lo gró encumbrarse. Pero a potío cinc
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eflexionemos, juzgaremos de modo istinto este curioso libro. Hay hom bres que son, por esencia, el reflejo e lo que los rodea; se es injusto con ellos insistiendo sobre sus conviccio nes, sobre sus luchas íntimas y hon dos resultados vitales. Así de Eneas Silvio puede decirse que sc disolvía totalmente en las cosas, sin que le preocupara excesivamente ninguna contradicción de carácter ético; en este aspecto le escudaba su buena ortodoxia católica siempre que fuese menester. Y después de haber parti cipado vitalmente en todas las cuesiones espirituales que preocupaban su siglo y haber estimulado de moo esencial alguna rama de ellas, al final de su carrera conservó todavía el temperamento necesario para po ner en marcha una cruzada contra l o s turcos, cuyo fracaso le hizo m o rir de pena. Tampoco la autobiografía de Bcnvenuto Cellini se basa precisamente en observaciones sobre la propia in timidad. N o obstante, describe al hombre entero, contra su voluntad, en parte, con una ve rdad y una ri queza arrebatadoras. N o es poco, BÍn emb argo, que Benvcnulo, cuyas obras importantes, por no haber pa sado del bosquejo, cayeron al olvido, \ que como artista sólo en el género menor, el decorativo, nos aparece perfecto, quedando, por lo demás, obscurecido, junto a la masa de ilusI i-cs contemporáneos.... no es po'ti, decimos, que Benvenuto, como hombre, constituya un tema humano para la eternidad. En nada le pcrju
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o no, es evidente que en esta figura alienta un innegable arquetipo del nombre moderno. Otro personaje debem os mencio nar aquí, que tampoco parece haber tomado siempre la verdad demasia do en serio: Girolamo Cardano, de Milán (nacido en 1500). Su librilo De propria i';7fl sobrevivirá aún a su gran fama en la investigación y la filosofía, como la Vita de Benve nuto a sus obras de artista, si bien la autobiografía de Cardano es de índole completamente distinta. Car dano. como médicO', se toma a sí mismo cl pulso y nos describe su personalidad física, intelectual y mo ral y las circunstancias en que se ha desarrollado, v en cuanto le es posible. Io hace objetivamente y con sinceridad. Su modelo confesado, la obra de Marco Aurelio Sobre sí mis mo, podía ser superado por él, pues que no le embaraza ningún estoico imperativo moral. No ansia ocultar nada, ni ante sí mismo ni ante el mundo: empieza el relato de su vida diciéndonos que a su madre le falló el intento de provocar el aborto. Ya es mucho que a los astros que rei naban en la hora de su nacúnien to sólo les cargara en cuenta su destino y sus cualidades intelectuales y no las morales también; por lo demás, confiesa abiertamente (capítulo X ) , que el vaticinio astrológico, que só lo viviría hasta los cuarenta años, todo lo más bata los cuarenta y cinco, !e hizo gran daño en su ju ventud. Pero no juzgamos necesa rio extractar aquí un libro tan di fundido, que en cualquier biblioteca puede encontr arse... Quien empie ce a leerlo no lo dejará hasta la última página. Cardano confiesa en él que ha sido tahúr, vengativo, en durecido contra todo arrepentimien to y deliberadamente agresivo en la
Compuesto, en edad avanzada, por el año 1576. Sobre las investisaeioncs y descubrimientos de Cardano véase Libri, Hist. des sciences mathém., III, página 167 y siguientes.
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pal abr a.. ., pero lo confiesa sin in solencia y sin piadosa contrición: tampoco para hacerse con ello el interesante, antes le mueve el senti do de la verdad, simple y objetiva, del investigador de la Naturaleza. Y hay algo aún más sorprendente: el anciano —ha cumplido los setenta y seis años—, tras las más pavoro sas experiencias,^ socavada y vaci lante hasta el extremo su confianza en los hombres, se siente aún relati vamente feliz; todavía le queda un nieto, le queda su enorme sabiduría, la gloria a que se ha hecho acree dor por sus obras, una fortuna muy saneada, categoría social, prestigio, amigos poderosos, la clave de algu nos misterios y lo mejor de todo, su confianza en Dios. En sus postrime rías cuenta los dientes que le que dan todavía: ¡aún le quedan quince! Sin embargo, cuando Cardano es cribía, los inquisidores por -un lado, y los españoles por otr o, trabajaban ya en Italia para impedir que sur gieran hombres del tipo de Cardano. o para que los que había desapare cieran. Media un enorme salto entre obras así y las Memorias de Alfieri, por ejemplo. Sería, no obstante, injusto dar por conclusa esta sinopsis de autobi^rafía sin conceder la palabra a un per sonaje tan estimable como feliz: el conocido filósofo de la vida Luigi Cornaro, cuya casa de Padua era, y ya como edificio, clásica a la par que morada de todas las musas. En su famoso trabajo De la vida sobria''^ nos describe, por lo pronto, el severo réginíen con el cual, después de una juventud enferm iza, consigue llega r sano a la avanzada edad de ochenta y tres años; replica luego a los que
llama muertos vivos, a los que han pasado de los setenta y cinco años; les demuestra que su vida no íieiunada de muerta, que por el contra rio, es verdaderamente viva. " Ü i n ' vengan, que vean y se asombren
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modo que en verdad puedo decir ue en tal paraje he ofrecido un 'a a Dios y un templo, y almas que c adoren. He aquí mi dicha y mi eonsuelo cada vez que visito el lu¡íar. En primavera y en otoño suelo también visitar las ciudades vecinas, y hablo con mis amigos y por me dio de ellos trabo conocimiento con otras personas selectas, arquitectos, jjíntores, escultores, músicos, labra"ores acau dala dos. .. Observ o las as nuevas, vuelvo a contemplar y considerar lo ya conocido y apren do siempre mucho y útil sobre pala cios, jardines, ruinas, antigüedades, arquitectura urbana, iglesias y forlificaciones. Pero lo que más me üiicanta es disfrutar, durante el viae, de Ja belleza de los campos y as jx>blac¡ones, situadas en el llano unas veces, otras sobre colinas, jun ta a ríos y arroyos, rodeadas de quintas y jardines. Y no me privan tos goces la debilidad de la vista del oído: todos mis sentidos se icuentran en perfecto estado, grais a Dios, incluso el gusto; los asos y sencill os manjares de que me alimento me saben mejor que las (JKqtüsiíeces con que rae regalaban tillando vivía desordenadamente". Tras haber mencionado los traajos de desecación de pantanos ;hos por la República y los nrotos de conservación de las lagu, obstinadamente propuestos por concluye: "Éstas son las vcrdaas diversiones de ima senectud ludable con la ayuda de Dios, lide las dolencias del cuerno y espíritu que acaban con tanta te joven y tanto viejo achacoY si me es permitido añadir a grande lo menudo, y a lo grave lo tero, mencionaré como frutos
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de mi vida moderada y sobria, la festiva comedía que he escrito a los ochenta v tres años, llena de hones tas chanzas. Suele ser esto cosa de la juventud, como la tragedia cosa de la vejez, si se cuenta de aquel famoso griego que para gloría suya compuso una tragedia a los setenta y tres añ os. .. ¿no me sentiré yo por ventura más saludable y a-legre con diez inviernos más? Y para que al recreo de mi vejez no le falte ningún consuelo, veo ante mis ojos una especie de inmortalidad perso nificada en mi prole . Cuando llego a casa, no encuentro uno o dos nie tos, sino once, entre los dos y los catorce años, hijos todos de un mis mo padre y una misma madre, de robusta salud (hasta ahora, por lo menos) y dotados de talento y afi ción ai estudio e inclinados a las buenas costumbres. A uno de los pequeños lo tengo siemjDre a mi lado como mi "buf fon c ello": los niños entre los tres y los cinco años son bufones por naturaleza; los mayores constituyen ya una parte de mi so ciedad, y es para mí una gran a l e gría que posean magníficas voces y que sepan cantar y tocar diversos instrumentos; hasta yo mismo canto y mi voz es ahora mejor, más cla ra y robusta que nunca. Éstas son las alegrías de mi vejez. Mí vida es, pues, muy viva, y nada tiene de muerta, y no cambiaría mí vejez por la juventud de algunos que son ju guetes de sus pasiones". En la "Exhortación" que añadió Comaro mucho más tarde —a los noventa y cinco años— cuenta tam bién entre el número de sus ventu ras los muchos prosélitos que ganó su Tratado. Murió más que cente nario, en Padua, en 1565.
V L DESCRIPCIÓN DE LAS POBLACIONES ido de la pintura del individuo arrollaba también et arte de r y describir pueblos enteros.
Durante la Edad Medía, habíase vis to en Occidente cómo ciudades, re giones y pueblos se habían atacado
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J A C O B
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BURC KHARDT
mutuamente con toda suerte de bur las y chanzas, que por lo general, contenían un fondo de verdad vio lentamente desfigurado. Pero desde antiguo los italianos se distinguie ron por su conciencia de las dife rencias espirituales entre sus ciuda des y regiones. Su patriotismo lo cal, tan grande o mayor que el de cualquier otro pueblo de la Edad Media, tuvo muy pronto un valor literario, que se ensalzaba con el concepto de la gloría; la topografía surge paralelamente a la biografía (pág. 82). Y así como toda ciudad, por poco importante que fuera, em pezó a glorificars e en prosa y en verso, surgieron también escritores»^ que describieron ciudades y hombres de las distintas regiones, unas veces en serio y otras en burla, o bien de modo que no era fácil separar las burlas de las veras. Además de algunos célebres pasa jes de la Divina Comedia, es aquí digno de consideración el Díttamondo de Uberti (alrededor de 1360). En él se mencionan principalmente fenómenos sorprendentes y caracte rísticas especiales: la fiesta de las cornejas de San Apolinar en Ráve na, las fuentes de Treviso, la gran bodega de Vicenza, los altos aran celes de Mantua, la selva de to rres de Luca... Encontramos aouí y allá, sin embargo, exaltados elo gios y mordaces críticas de índole muy distinta. Arezzo figura ya men cionada por el sutil ingenio de sus hijos; Geno va, por los dientes y los ojos de sus mujeres ennegrecidas artificialmente ( ? ) ; Bolonia, por la prodigalidad; Bérgamo, por el tosco dialecto y por las claras cabezas, etc.'^-^ I-uego, en el siglo xv, cada '^2 Esto, en parte, ya muy pronto; en las ciudades lombardas ya en el si glo xii. V er Landulfus sénior, Ricobaldus y (en Muratori, X) el curioso anónimo D e Laudibus Papiae, del siglo X I V . Véase también (Muratori, I, b)
Liher de sifu urbis Medio!.
"3 Sobre París que, por influencia
-d uno exalta a s u ciudad nativa ta de las demás. Michcle Savonaiu la, por ejemplo, sólo concede qui Roma y Venecia sean sujieriores i n magnificencia a s u Padua; Florcnu^i puede que s e a más alegre. II conocimiento objetivo obtenía, n;iiii raímente, poca ventaja de todo cs(u A fines del siglo. Joviano Poníiniu n c i s da en su Antónius un v¡ii|tt imaginativo a través de Ital ia con i^l propósito exclusivo de expansionáis en observaciones malévolas. Pero cu el siglo X V I empieza u n a serie ilr verdaderas y profundas caracteri/ii. clones,'^-'* como realmente no las pt^ seerá ningún otro pueblo de aquel entonces. Maquiavelo descri be alemaníss y los franceses, de tal sui.'i te, que el hijo del Norte que contKf la historia de su tierra agradecerá iil sabio florentina más de un aíisbu clarividente. A los florentinos ICH gusta pintarse a si mismos^ (comp págs. 41 y 46), y al hacerlo se sola zan en la largamente merecida aun,'i> la de s u gloria espiritual; y a u n q u v creen haber llegado a la cumbre ilt su gloria, reconocen en la prim;K ía artística de Toscana sobre toda \U\lia u n a consecuencia, no de especiii* íes y geniales dotes, sino del esfui'r zo y del estudio.^'' Los homenajes de italianos célebres de otras regioin"., medieval, conservaba aún entre los ii.i Manos un prestigio mucho mayor MUÍ cien años después, véase DittamoiuU> IV, cap. 18. Savonarola, Muratori, XXIV, mi 1.186. Sobre Venecia, véase pág. 31 v siguientes de este libro. 33 El carácter d e los diligentísiüü' hijos de Bérgamo, recelosos y curioso;, ha sido muy graciosamente descrito PIM Bandello. Parte I, Novella 34. . Véase por cj. Varchi, libi l\, de sus Storie florentine (vol . II I, 'ifi y siguientes). 97 Vasari, XII 158, Vita di p4ichéangelo, el principio. Otras veces se lí, dan las gracias a la madre Naíuraftzi con bastante énfasis, como en el sone^;
o, por ejemplo, el espléndido decimosexto del poema de Ariosto, diríasc que lo aceptan co mo obligado tributo. De un libro, excelente, al parecer, sobre las diíercnciñs entre los hombres de las distintas regiones italianas, sólo po demos dar el nombre: Ouaestiones orcianae (Landi, Ñapóles, 1536; .tilizado por Ranke en su Papas, I , S S 5 ) . Leandro Alberti,'^** en la desripción del genio local de las distinciudades, es menos comunicativo e lo que cabía esperar. Un peque
capitulo
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anónimo^-* contie ño Commentario ne, entre muchas necedades, algún atisbo valioso sobre la situación de decadencia y mina de mediados de sigío.^^o Hasta qué puntoi este estudio com parado de las distintas poblaciones influyó en otros países, principal mente a través del humanismo ita liano, no estamos en condiciones de establecerlo detalladamente. En todo caso, en este terreno, como en la cosmografía en conjunto, la priori dad corresponde también a Italia.
V I L DESCRIPCIÓN D EL HOMBRE EXTERIOR l\ descubrimiento del hombre no se lita a la descripción espiritual de u ividuos y pueblos; también lo ex imo en el hombre es estudiado en Italia de muy distinto modo que en países septentrionales. De la contribución de los grandes lédicos italianos en lo aue se refiea los progresos de la fisiología no los atrevemos a hablar; en cuanto si estudio artístico de la figura hulana, corresponde a la historia del rie considerarlo. Pero sí trataremos \ní de la general educación del ojo , jue hizo fusible en Italia un juicio ibjetivo, de valor universal, sobre la belleza y la fealdad físicas. Lo primero que nos sorprende en atenta lectura de los autores italialos de la época es principalmente el Pibujo exacto y enérgico de los rasSe Alfonso de Pazzi al no toscano Aní bal Caro (Trucchi, loe. cit. II I, 187): Misero il Varchi! e piú infelici noi. Se a vostri virtudi accide ntan Aggiunto fosse 'l natural ch'e in noi! Descrizione
562).
di
tuta
gos exteriores y 5o completo de algu nas descripciones personales.^w Aun hoy los romanos, especialmente, po seen el talento de hacer en dos pala bras la semblanza de una persona. Ahora bien, esta rápida aprehensión de lo característico constituye una premisa esencial para el descubri miento de lo bello y la facultad de describirlo. En los poetas, la descrip ción prolija puede constituir cierta mente un defecto, ya que un solo rasgo, inspirado por una profunda emoción, es capaz de sugerir en el lector una imagen más vigorosa aún de la figura retratada. Nunca la exal tación de Beatriz en Dante es tan sublime como cuando sólo describe la irradiación de su ser sobre lo que le rodea. Pero no vamos a tratar aquí de poesía, que como tal tiene sus propios propósitos, sino de la facul tad de decribir con palabras tanto la belleza material como la ideal. Aquí es Boccaccio maestro, no en el Decamerón, pues en la "noycUa" breve toda descripción prolija está vedada, sino en sus relatos extensos.
Vitalia
Commentario delle piu notabili, monstruose cose d'Iialia, etc., Ve-
•ccia, 1569 (escrito probablemente an del año 1547).
iflo Las enumeraciones burlescas de ciudades son, en adelante, frecuentes, por ej., la Macaroneide. Phantas, IL i'^i Sobre Filippo Villani, véase pá gina 183.
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donde dispone de ocio y aliento pa ra semejante tarea. En su Ameto^'^'^ describe una rubia y una morena puco más o menos como un pintor las hubiera pintado cien años des p ué s. . p u e s hasta en esto 'las artes literarias llevan la delantera a las artes plásticas. En la morena (ca balmente "menos rubia") aparecen ya algunos rasgos que llamaríamos clásicos. En sus palabras la spaziosa testa e distesa se insintian las for mas amplias que rebasan lo gracio so; las cejas ya no forman dos arcos como en el ideal bizantino, sino un solo trazo ondulado; la nariz se acerca, al parecer, a la forma lla mada aguiieña;^**^ tambi én el ampl io pecho, los brazos de longitud mode rada, ¡el efecto de la mano bella so bre Ja ptírpura del ves tido ...! , en todos estos rasgos diríase que se pre siente el sentído de ia belleza de ve nideros días, a la vez que se acerca inconscientemente al de la antigüe dad clásica en su apogeo. En otras descripciones, Boccaccio menciona también la frente lisa (no redondea da a lo medieval), los ojos graves y rasgados, obscuros, el cuello redon do , sin concavidades, y también, y sobre todo, el muy moderno "piececito"; al hablar de una ninfa de ca ballos negros, alude ya a sus due üchi ladri nel loro movimmto.^'^
encontramos a Firenzuola con su cu- | riosísimo libro sobre las bellezas fe- l meninas.^*'*' Es menester, ante todo, eliminar lo que toma prestado a los autores y artistas de la Antigüedad, como las leyes sobre las dimensiones de la cab eza, y d iver sos coincept(>.s abstractos, etc. Lo restante es obser vación propia y directa, docuraenlada con ejemplos vivos de mujeres y muchachas de Prato. Dado que su obrit a es una esp ecie de discurso premiado ante las mujeres de Prato. es decir, ante el tribunal más seve ro, es de presumir que hubo de ate nerse a la verdad. Su principio es, según él mismo confiesa, el de Zeuxis y Luciano: la reunión de diver sas partes bellas en un todo de be lleza superior. Define la expresión de los colores que se observan en l;i piel y en los cabellos, y por lo aue a estos últimos se refiere, da la prc ferencía, como al más bello, al "bio]i ¿ Q " _ I O 7 PQXO hay que tener en cucn ta que entiende por rubio un ama rillo suave, tirando a castaño. Exiye que el cabello sea espeso, ondulaíío y largo, la frente serena y el dobl*: de ancha que de alta, el cutis de un Manco brillante, candido, no de un blanco muerto (hianchezzá); las ce jas, sedosas y oscuras, do trazadn
Y
muchos otros detalles del mismo te nar. Qu e el siglo xv nos haya dejado referencia escrita de su ideal de be;Ueza, no sabría afirmarlo; las obras de pintores y escultores no la hacen tan innecesaria como podría parecer a primera vista, pues precisamente frente a su realismo el escritor ha bría hecho perdurar un tipo ideal de belleza.^"^ En el siglo xvi nos lo'-i Parnaso teatrale, Leipzig, 1829. Introducción, página V I L 1013 El t exto aparece aquí confuso, evidentemente. 1^ La obra es rica en semejantes descripciones. i^'^í El muy hermoso libro de can
ciones de Giusto dci Conti La bclUt mano, no nos dice de esta célebre mu no de su amada l o especial y caracie rístico que encontramos en diez pasaies de Boccaccio sobre las manos de sus ninfas. lOG Della bellezza delle done en •:\ tomo I de las Opere de Fircnzuohi. Milán, 1802. Véase su punto de vislii de la belleza física como signo de li belleza psíquica en vol. 11, pág. 48 ;i 52, en los "ragíonamenti", que antece den a su "novelle". Entre los mucho.s •'que defienden este punto de vista tam bién al modo de los antiguos, mL;ncionaremos sólo a Castiglione. il Cor tigiano. lib. IV , fol. 176. i'ti^ Con lo cual todos estaban con formes, no sólo los pintores poi*^ra/unes de colorido. ;
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s vigoroso en el centra y más ino en los extremos; cl blanco de os ojos ligeramente azulado y el iris o precisamente negro, aunque toos los poetas clamen por occhi neri mo un don de Venus, mientras ue las mismas di osas ostentaron el íizul celeste, y los oíos castaños, de mirada alegre, ligeramente convexos; párpados, blancos, con rojas veillas apenas visibles; las pestañas, ni demasiado espesas, ni demasiado largas, ni demas iado obscur as. La órbita debe tener el mismo color de las mejillas.^^** Las orejas, de tama,0 mediano y colocación perfecta, [pben tener en las partes más cur das un color más vivo que en las tes más planas; el lóbulo ha de transparente, con el tinte encenido de los granos de la granada. Las sienes han de ser blancas y planas ^^>^ N o será inoportuno traer aquí testimonios sobre los ojos de .ucrecia Borgia, tomados de los dis co s del poeta de la Corte de Ferrara, 'cole Strozza (Strozzii Poetae, páps. y 86). El poder de su mirada es fescrito de xm modo sólo explicable en una época artística y que hoy sería inconcebible; unas veces se dice de a que inflama y otras que petrifica, ien mira mucho al sol acaba ciego, quien contempla a Medusa queda con vertido en piedra, pero quien mira el rostro de Lucrecia. /•;/ primo intuitu caecus et inde lapis Ll propio Cupido durmiente de una e las salas fue petrificado por sus pilas, convertido en frío mármol: HÍgunos
Lamine Borgiados saxificatus
Amor.
Nos asalta la duda de si aludiría al Cupido atribuido a Praxítclcs o al Cupido de Miguel Ángel, pues poseía innbos. Para otro poeta, Marcello Filosseno, ci mismo mirar era sólo manso y al tanero, "mansueto e altero" (Roscoe, Leone X, ed. Bossi, V I I I , pág. 306). No son raras las comparaciones con guras ideales antiguas. De un niño e diez años se dice en el Orlandino I, estr. 47) "ed ha capo romano".
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y no dem asiado estrechas.^'''^ En las mejillas el color rosado ha de au mentar con la curvadura. La nariz, que determina esencialmente el va lor del perfil, ha de disminuir hacia arriba muy suavemente y regular mente; donde acaba la terniilla debe haber una pequeña elevación, pero no en forma que llegue a formarse nariz aguileña, que no es agradable en las mujeres; la parte inferior ha de tener un blanco frígido, v el ta bique divisorio sobre los labios, li geramente rosado también. De la boca exige el autor que sea más bien pequeña, pero ni adelantando en forma de hociquito, ni aplastada; los labios no han d e ser excesiva mente delgados, debiendo armonizar entre sí; al abrirse casualmente (es decir, sin hablar o reír) deben ver se, todo lo más, seis de los dientes superiores. Cosa muy especial y ex quisita es, por ejemplo, el hoyuelo sobre el lado superior, así como un suave abultamiento en el labio in ferior; una sonrisa seductora en el ángulo izquierdo de la boca. Los dientes han de ser do color de mar fil, no demasiado menudos, y de ben estar separados entre sí armo niosamente; las encías no deben ser demasiado obscuras ni del tono del terciopelo rojo. La barbilla redonda, ni puntiaguda ni aplanada, levemiMte rosada en la punta; su mejor gala es un hoyuolo. El cuello ha de ser blanco y redondo y más bien largo que corto; la nuez y la cavidad sólo insinuadas; la piel ha de plegarse bellamente a cada movimiento. Los hombros han de ser anchos, y la am plitud del pecho constituye una esen cial exigencia de belleza. No han de
i«*J Cuando se refiere a que el peínado puede modificar el aspecto de las sienes, Firenzuola tiene la ocurren cia de decir que demasiadas flores en el pelo dan al rostro el aspecto de "una maceta de claveles". En general sabe hacer certero uso de la carica
tura.
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BUR CKH AR DT
notarse en él los huesos, todo as censo debe ser apenas perceptible y el color ha de ser "candidissimo". La pierna debe ser larga, fina en los tobillos, pero abultada y blanca en la pantorrilla. El pie, pequeño, pero no flaco; el empeine —al pa recer—. alto y cl color alabastrino. Los brazos han de ser blancos y rosados en las partes salientes; su consistencia carnosa y muculosa, pero, con la suavidad de los brazos de Palas ante los pastores del Ida, en una palabra, fuertes y graci osos. La mano exige que sea blanca, es pecialmente en el dorso, pero grande y algo llena, como de seda fina, con pocas líneas en la rosada palma , más visibles y no cruzadas y sin de presiones demasiado ostensibles; el espacio entre el pulgar y el índice, de \'ivp color y sin arrugas; los de dos largos, casi imperceptiblemente más finos en los extremos, con uñas claras v poco curvadas, ni demasia do largas ni demasiado cuadradas, cortadas en un saliente no mayor que cl envés de un cuchillo.
Junto a esta estética especial, la general queda reducida a un lugar secundario. Las causas mislcriosai que nos hacen juzgar "senza apello" en cuestión de belleza son también para Fircnzuola un misterio, como ^ abiertamente confiesa, v sus defini ciones de los conceptos de "leggiadria, grazia, vaghez za, venusta, aria, maestá" son, en parte, fórmulas fi lológicas, como ya hemos dicho, y en parte una estéril pugna con lo inefable. Expresa una bella defini ción de la risa cuando dice —con un autor antiguo, probablemente— que es el alma que se ilumina. Hacia las postrimerías de la Edad Media, en todas las literaturas en contramos intentos de exposicioncí dogmáticas —por así decirlo— de las reglas de la bclleza.^^^ Pero pt> cas obras de este género pueden compararse a la de Firenzuoln, Bramóme, poste rior en más de me dio siglo, es un conocedor menoi experto, porque le inspira la lasci via y no el verdadero sentido de II belleza.
V I I L DESCRIPCIÓN DE LA V I D A HUMANA La descripción del descubrimiento del hombre quedaría, por último, incompleta si no hiciéramos men ción aquí de la pintura de la vida activa. En sus aspectos cómicos y satíri cos, las literaturas medievales no po^ dían prescindir de la vida corriente. Pero cosa muy distinta es la pin tura que hacen de ella, de sus cua dros y escenas, los italianos del Re nacimiento, sencillamente porque los cuadros y escenas les interesan en sí mismos, porque son un pe dazo de la vida general del mundo que mágicamente les envuelve. En lugar y al lado de la literatura có mica tendenciosa, que pulula por casas, callejas y villorrios, zahiriendo a burgueses, rústicos y clérigos, se
observan, en aquellos instantes, lüi comienzos de la auténtica literatura de género mucho antes que la pin tura de género dé fe de vida. El he cho de que después sc confundan ambas con frecuencia, no impido que sean cosas distintas. Imaginemos con qué observíaci/'n profunda, con qué intensa pasión tuvo que contemplar Dante el te rrenal acontecer para peder descrl» bir tan plásticamente como lo hac* las escenas del más al lá ."' Los ÍM 110 Véase el ideal de belleza di ' "Minnesanger" en Falke, Die deui'.^ Trachíen und Modenwelt, \, págma «3 y siguientes. * 11 1 Sobre la autenticidad de su • " tido del espacio, véanse página 1 -• ' nota 29.
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cuadros de la actividad en el al de Venecia; de los ciegos, idos u n o s en otros a la puerta >s templos,^'- etc., no son, las pruebas de su habilidad en campo. Su arte de traducir un de alma en fórmulas exter!vela ya un estudio de la vida do e insistente, poetas quQ le suceden, rara se le pueden comparar en este •^to, y a los autores de "novelle" irohibe la suprema ley de su ro literario insistir en cl deta. Pueden preludiar y narrar tan HUija y difusamente como quieran, S o n u n c a hacer pintura de género. B l es forzoso aguardar a que los BKMOS do la An tigüedad encuenWfk ocasión y gusto para entregarse 1 largas descripciones. I aquí damos de nuevo con cl bre que se interesaba por todo: as Silvio. N o sólo le impulsa a descripción la belleza del paisaje, geográfico o arqueológicamente ilcresante, sino todo hecho vhal."^ tre los numerosos paisajes intciimtes de sus memorias menciona os aquell os en que se nos dcsn escenas a las cuales apenas !ic hubiera concedido entonces i i e n o r atención; por ejemplo, la
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nudo, de índole en extremo delicada y misteriosa. Pueden incluirse aquí también ías poesías latinas descriptivas a que ya nos hemos referido sobre motivos cinegéticos (página 143), viajes, ce remonias, etc. De este género existen asimismo obras en italiano, como, por ejemplo, la descripción del famo so torneo de los Medici por Poliziano y Luca Pulci. A los poetas épicos propiamente dichos. Luigi Pulci, Bioardo y Ariosto, la fuerza misma del tema los arrastra en todos ellos la ágil precisión en la descripción de las escenas animadas de la vida real como uno de los elementos esenciales de su maestría. Franco Sacchetti se complugo en cierta ocasión en registrar las rápidas ocurrencias de un grupo de lindas mujeres sorprendidas en el bosque por la lluvia
Otras descripciones de la realidad animada las encontramos sobre todo i en los narradores bélicos y escritores \ de este estilo (pág. 56 y ss.). Ya de época anterior llega a nosotros un prolijo poema'*" en el cual se nos ofrece cl fiel trasunto de una bata-; lia de mercenarios del siglo xiv, sus gritos, sus voces de mando y sus diálogos. cripción de las regatas de remeLo más admirable que encontra en el lago de Bolsena.'^^ Difícil mos en el género es, sin ombarjío, de ser averiguar en detalle de la fiel descripción de la vida rústica I antiguo epistológrafo o nárra en Lorenzo el Magnífico y especial al partió el estímulo que dio vida mente en los poetas de su círculo, i animados cuadros, ya que, en •al. los contactos entre Anti115 Se reproduce esta llamada "Cacy Renacimiento son, a me- cia" en el comentario a la Égloga de Castiglione. Purgatorio, Inferno, XXI , 7; iiu Véanse los serventesios de Gian 61. nozzo de Florencia en Trucchi, Poesie No hay que tomar demasiado en italiane inedite, II , páe. 99. Las pala el que tuviese en su corte una bras son en parte, incomnrensibles, es de papagayo en el florentino decir, real o aparentemente tomadas "hominem certe cuíusvis mores, del lenguaje de los mercenarios extran , linguam cum máximo om- jeros. También se puede incluir en el Squi audiebant risu facile exnri- género, en cierto modo la descripción Pladna, Vitac Pontif. pági- de Florencia durante la peste de 1527 por Maquiavelo. Cuadros dispersos de 'ío I I . Comment.. V l l l , lágina una situación de espanto, que hablan por sí mismos.
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LA CULTURA DEL RENACIMIENTO EN ITALIA
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Desde Petrarca existía ^'"^ una falsa poesía bucólica, un tipo con vencional de égloglas, imitado todo ello de Virgilio, fuesen latinos o italianos los versos. Como género afín surge la novela pastoril, desde Boccaccio (pág. 141) a la Arcadia de Saimazaro y después ía pieza idílica a la manera de Tasso y Guarini, obras de prosa bellís ima. N o la más perfecta versificación. N o obstante, en ellas la vida pastoril es únicamente un ropaje ideal externo bajo el cual se oculta n una sensi bilidad y una mentalidad que proce^ dan de un medio cultural completa mente distinto.1'8 Mas, al margen de todo esto, sur ge, en las postrimerías del siglo xv, una manera de tratar la vida rústica en la poesía auténticamente de géne ro Sólo en Italia era esto posible, porque sólo en ella los campesinos (tanto los colonos como los propie tarios) vivían con dignidad de hom bres y disfrutaban do liber tad per sonal y libertad de movim ientos, por dura que a veces fuera su suerte. La diferencia entre ciudad y aldea no es, ni muchísimo menos, tan marcada como en los países septentrionales. Un gran número de pequeñas ciuda des están habitadas exclusivamente por campesinos, que por las tardes se pueden llamar hombres de ciudad. Los albañiles de Como recorrían casi toda Itailia. Gioto, de niño, pudo dejar sus ovejas y agremiarse en Florencia como pintor. En general había una afluencia constante del 11"^ Según Boccaccio (Vita di Dante, pág. 77) ya Dante había compuesto dos églogas, probablemente en latín. En su Ameto ya nos da Boccac cio una especie de Decamerón disfra zado míticamente y a veces se sale del disfraz de ia manera más divertida. Una de sus ninfas es católica a carta cabal y libidinosamente admirada por los prelados en Roma. Otra se casa'.. En el Ninjalc Fiesolano la ninfa Mensola, encinta, pide consejo a una "vie ja y experta ninfa", etc.
campo a l a ciud ad, y l os habiiiniíolH de determinadas regiones monlañ (iNi(|| parecían haber nacido cabaliiieiilí : con tal fin.^i^ Ahor a bien, la vaní dad del hombre culto y las pr. i n sienes ciudadanas se cncargaro que poetas y novelistas se divín a costa del villano y la cor de im provisación (pág. 175 > hizo lo demás. Pero aquí no cu i i. traremos ni asomo del cr uel y (!• pectivo odio de raza conír ;i i «vilains» que anima a los pi^. i • nobles provcnzales y a veces i cronistas franceses. Antes bici' los autores italianos de todo ge i i reconocen la grandeza y traceiüli n cia de la vida rústica y lo ponuí siempre de relieve. Joviano P o t i i MI nos habla admiración d rasgos de fortaleza de alma rústicos hijos de los Abruzos. ^• las colecciones de biografías m ^ los novelistas falta la heroína cam pesina que ,expone su vidí¡ iiy "Niilum est hominum gen;; tíus urbi", dice Battista Manl>i'. • (Écloga V I I I ) de los hijos de M t m de Val Sassina, útiles para todo, i • • es sabido, los habitantes de algún.: giones rurales conservan aún ho> • tos privilegios para dedicarse a de!' rm nados oficios en las grandes ciuil.i i. 120 Lina de las más vigorosas bas, acaso, en el Orlandino, ca; est. 54-58. En la Lombardía, a prin; , del siglo XVI, no tenían los nodlmenos bailar con los campcsiim competir con ellos en la lucha, isalto y en la carrera. II CortigiaiH' II , fol. 54. Pnndolfini, en el Tiv. del governo della famigUa (pág
es eí propietario oue se consuLl.i la avidez y el dolor de sus colim pensando que así aprende uno .i signarse. loviano Pontano, De fortilmli lib. II. A ia célebre campesina 11 Lombarda, de ValtelHna. Ia C O I K Í C B B como esposa del condotíiere PiQtroM noro, a través de Jacobus Bergom" y de Porcellius, en Muratori, col. 43.
B v a r su inocencia o defender a su ^ n M i a ^ ^ . Bajo tales premisas se moa posible una consideración poéI ÉI de la vida rústica. Hemos de Bppcionar aquí, por lo tanto, las B o g a s —muy leídas en otro tiempo Ftodavía hoy dignas de leerse— de fcittista Montovano. Constituyen una ft sus primeras obras, compuestas •laso hacia 1480. Estas églogas Pcüan aún entre lo rústico auténtico ' ) idílico convencional; pero en ii.ib predomina lo primero. En esenhabla en ellas un honrado cura aldea, no sin cierto celo educati. Es posible que, como carmelita, iera mucho trato con la gente campo. !on muy distintas energías se intra Lorenzo el Magnífico por dominios de los bucólicos. Su ia da Barberino ^'^^ tiene el aire fcacterístico d e las auténticas can•ties populares de los alrededores • Florencia, vertidas en un caudafe fluir de octavas. La objetivida d poeta es de una índole tal que sabemos si siente simpatía hacia
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el personaje que habla (el rústico mozo Vallera, que declara su amor a Nencia) o si se burla de él. Se evidencia, de manera inequívoca, un contraste consciente con la bucólica convencional a base del dios Pan y las ninfas. Lorenzo se entrega deli beradamente al rudo realismo de Ja mezquina vida rural y, sin ^bargo, cl conjunto produce una autéiitiea impresión poética. A manera de parangón confesado de la Nencia, encontramos luego la Beca de Dicomano de Luigi Pulci Pero se echa de menos en ella cl grave rigor objetivo; la Beca ni fue escrita por un íntimo deseo de repro ducir un cuadro de vida popular, sino más bien para obtener, echando mano de tal estilo, el aplauso de los florentinos cultos. De donde la ma yor rudeza deliberada del cuadro de género y de las obscenidades inter caladas. Sin embargo, la imagen de un amante de la vida rústica es man tenida aún con mucha habiÜdad. Mencionaremos en tercer lugar un Angelo Poliziano. con su Rusticas ^-"^ en hexámetros latinos. Sin inspirarse Sobre la suerte de los camne- en las Geórgicas de Virgilio, describe lOs italianos de la época en general He las distintas regiones en particu- d año agrícol a, toseano especialmen r, no podemos aducir aquí más datos. te, empezando por el final del otoño, I relación entre la posesión libre y cuando el campesino prcpara, tras arriendo de la tierra y los gravá- haber arado sus campos, la siembra es de ambas formas en relación invernal. De gran riqueza y hermo nuestra época habrán de elucidar- sura os la descripción del campo en n obras especiales. En épocas tur primavera, y también en su evoca nias hubo terribles alzamientos de ción del verano tiene pasajes excelen pcsinos (Arch. Stor., XV I, I, pág. tes. La fiesta de los lagares consti II y siguientes; Corio. fol. 259; pero tuye una verdadera joya de la poesía Ipingima parte se llegó nunca a una •ara general de campesinos. De cícr- neolatina. De algunas composiciones Bpor tanc ia, y muy interesante en • italianas de Poliziano se deduce que ^ K n o . fue el levantamiento de cam- " en el círculo de Lorenzo se trataban ^fes de la región de Piacenza en ya, con vigor realista, cuadros aisla WVer Corio, Storia di Milano, fol. dos de la vida amorosa de las clases E4n/i£i/ey Placent., Muratori, XX , inferiores. Su canción de amor del W07; Sism ondi, X, üág. 138. magnif., 1, » Poesie di Lorenzo 126 ihíd., II, pág. 149. 37 y sigü. Las curiosas poesías de 1 ^ Reproducido, por ejemplo, en ¡toca de los Minnesingcr alemanes Deliciae poetarum Ital., y en las Obras pievan el nombre de Neithard von de Poliziano. lénfhal nos pintan la vida campeNo he podido consultar las poesías P L T O cuando el caballero se ende Rucellai y Alamanni, de a ella por divertirse. ¿ didácticas contenido semejante, al parecer.
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gitano es uno de los más tempra nos productos de la tendencia bien moderna de trasladar la conciencia poética a la esfera de una determi nada ciase de gentes. Esto vem'a, es cierto, haciéndose desde tiempo in memorial, pero siempre únicamente con intención cómica.^^* En Floren cia, precisamente las canciones de máscaras ofrecían una oportunidad renovada todos los años. Pero resul ta nuevo, en cambio, trasladarse a la vida sentimental de un mundo distinto del nuestro, y por esta ra zón han de considerarse !a Nencia y la Canzone zingaresca como un memorable comienzo en la historia de la poesía. También aquí, finalmente, hemos de aludir al hecho de que la litera tura se adelanta a las artes plásti cas. De la Nencia a las pinturas de género, de carácter rústico, de Jacopo Bassano y su escuela, transcu rren ochenta años. En la Parte que sigue veremos también cómo las diferencias de cu na entre las distintas clases perdie ron su validez. Es cierto que a ello contribuyó, en gran medida, el hecho de que este país fuera el primero que supo valorar al hombre v a la huma nidad de un modo complet o y en to da su profundidad. Este resultado es ya suficiente para que el Renaci miento merezca nuestra gratitud. Se había poseído siempre el concepto ló-
gico de la humanidad, pero el n.i cimiento conoció directamente el nh jeto . Da expresión a los presentí mié lUoi más altos en esta esfera Pico dellH Mirándola en su Discurso de la difinidad del hombre,^'•^'^ uno dé los milii nobles legados de esta época éc \.\ cultura. Dios hizo al hombre cl ulii mo día de la creación del miiiiiln para que reconozca las leyes del uiii verso, ame sus bellezas y admire MI grandeza. No le vinculó a ningún lu gar fijo, a ninguna tarea determina da, a ninguna necesida d, sino qut: If otorgó movüidad y libre albediiu "T e he puesto en medio dol m u i l . —dice el Creador a Adán— i que puedas contemplar más ÍÍK¡\ ITIENTE lo que te rodea y apreciiir todo lo que contiene. Hice de ti urt ser que no es celestial ni terreniil, que no es inmortal exclusivameiu,-, y ello con cl fin de que TÚ misimi seas tu propio modelador, y pucdim superarte; puedes degenerar en he» tía y renacer en tí mismo en ser de divina semejanza. Los animales triicii ya consigo del vientre materno lo que han de poseer; los espíritus sit periorcs son ya desde el princiniu o poco después,'^^ lo que han de M'I por la eternidad. Tú solo eres capa» de evolución, puedes crecer con arnglo a tu libre albedrío; tú solo llcvaí en ti el germen de una multifunir vida".
lao Jo. Pici oratio de 'hominis í/ij 128 Poesie di Lorenzo magnif., 11, nitate en Opera y en impresiones a página 75. iüí> Incluyese aquí el remedo de los pedales. 131 Alusión a la caída
Q U I N T A P . \ R T E
A V I D A S O C I A L Y L A S F I E S T A S
I. LA NIVELACIÓN DE LAS CLASES SOCIALES
época cultural que constituye unidad completa, no sólo se ma sía en ía vida del Estado, e n la Tgión y en la ciencia, con carácter Wípccífico, sino que imprime un sello '•••IK-cial a la vida social también. \ I la Edad Media tenía su etiqueta la Corte y la nobleza —que se renciaba muy poco de un país a y para la burguesía, costumbres del Renacimiento lo revelan, en sus principales i^tos, una verdadera oposición las de otros lugares. Ya la base [tíistinta desde el momento que, lo que a la alta vida social se sre, no existen diferencias de cas'sino una clase en el sentido mo lo, en la cual cuna y origen sólo influencia en la medida en las acompañaban el caudal he^ ido y el ocio tranquilo y seguy io no debe entenderse en senabsoluto, pues las categorías íes de la Edad Media procuran, l a y o r o menor medida, sostener existencia, aunque sólo sea para itener un cierto rango frente a grupos selectos de fuera de líaPero la corriente general de la :a se caracterizaba, evidentemenItalia por la tendencia a la Sn de las clases sociales en e9 Ifído d e l mundo moderno. )c la mayor importancia fue en tlalia la convivencia de nobles y burii-^cy en las ciudades a partir del ^í^lo X I I 1 por lo menos, por el hc1 ;i nobleza piamontcsa llamaba la ion, como algo raro, por su vida íida en los palacios de la región
cho de que ocios y diversiones se hicieron comunes, quedando descar tada, en su germen mismo, la visión del mundo desde cl castillo roquero. Aparte de esto, ia Iglesia, en Italia, no se prestó nunca a la provisión de prebendas para los vastagos de la nobleza, como en los países septen trionales. Episcopados, canonjías y abadías eran concedidos en las cir cunstancias más indignas muchas ve ces, pero sin que en lo esencial se tuvieran en cuenta cunas ni castas, y si los obispos eran mucho más numerosos y más pobres que en el Norte, privados, por lo general, de toda condición principesca, en cam bio residían en la ciudad donde es taba su catedral y constituían, con el Cabildo, un elemento de su po blación culta. Cuando surgieron des pués los príncipes absolutos y los tiranos, en la mayoría de las ciuda des la nobleza tuvo sobrados moti vos y ocasión para crearse una vida privada (pág. 74) política mente sin peligros y adornada con todos los re finamientos, pero que, por lo demás, se diferenciaba apenas de la de los burgueses ricos. Y cuando la nueva poesía y la literatura l legaron, a par tir de Dante, a constituir patrimonio común ^ y la cultura se orientó en el
campesina. Bandello, Parte 11, Nove lla 12. - Esto mucho antes de la difusión de la imprenta. Una multitud de ma nuscritos —y de los mejores— per tenecían a obreros florenti nos. Sin la quema que hizo Savonarola, hubieran llegado a nosotros en mucho mayor número.
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sentido de ila Antigüedad y del inte acuerdo con sus interioculores — Ni-f rés por el hombre como tal, cuan ccoli y Lorenzo de Medici, hern- ' do los condottieri so convirtieron en del gran Cosimo— en que no príncipes y dejaron de ser requisito otra nobleza que la del mérito del trono no sólo la cuna y el lina sonal." Con los más audaces je, sino la propia leg itimidad del na ridiculiza lo que, según el prcji cimiento, entonces pudo creerse que común, es propio de la nobleza había comenzado una nueva época la verdadera nobleza estamos i de igualdad y que el concepto de más alejados cuanto más tiempo ' la nobleza se ihabía desvanecido por yan sido nuestros antepasados dos malhechores. La práctica d l.i completo. La teoría, si se acudía a la Anti cetrería no huele más a noblez;; lir güedad, tenía ya en Aristóteles el lo que huelan a bálsamo los iv\v\ instrumento para afirmar o negar la de las aves mismas. La a g r i c u l u t M justificación de la nobleza. Dante, tal como la practicaban l os antijíuoi, por ejemplo, deriva aún de la defi está mucho más cerca de la noblezi nición aristotélica^ de que "la no que este insensato co rretear por ^o-: bleza se Fundamenta en la excelen ques y montañas, con la cual II cia y en la riqueza heredadas" su a semejarse a los propios anini. máxima de que la nobleza se basa Una cosa así debiera ser simplemni en la propia excelencia o en la de te una diversión, pero en maner;i al ios antepasados. Pero en otros pasa guna un asunto vital". Tan innoblfl jes no se conforma con esto, y llega les parecía la vida caballeresca fraii' a censurarse a sí mismo* porque en cesa e inglesa en el campo o en loi el Paraíso ha recordado su propia salvajes castillos de los rapacenobleza de linaje en el diálogo con ñores alemanes. El Medici toni su antepasado Cacciaguida, Hnaje cierto modo, el partido de la nublu' que sólo es un manto en el que el za, pero no —lo cual es bastanH tiempo va haciendo constantes re elocuente— porque le impulse a clk cortes y al que, por lo tanto, hay un sentimiento innato, sino porqiK que añadirle de continuo nuevos va Aristóteles, en el libro V de la í'nlt lores. En el Convito ^ los' conceptos tica, define la nobleza como - I I K » "nobile" "nobilitá" aparecen por la real, como algo que se basa en l| cuna, para identificarlos con las do excelencia v en la riqueza hcredi tes indispensables para toda preemi da. Pero Niccoli alega que al h^ICORI nencia intelectual y moral, y presta lo no expresa Aristóteles su piüpli un particular acento a la idea de una • convicción, sino la opinión gencml, cultura superior al considerar a la En la Etica, donde expone su opl "nobilitá" como hermana de la filo nión personal, sólo llama noble a¡i que aspira al verdadero bien. En vit< sofía. no le replica el Medici con la expn»» Cuanto mayor es el rigor con que sión griega para designar la nobtíS el humanismo dominó las ideas de za: eugeneia, buen nacimie nto, púa los italianos, con tanta mayor firme Niccoli encuentra más justa, Ui ol za se Uegó al convencimiento de que presión romana nobilis, por dciivl la cuna no decidía sobre cl valor del do nobleza de los hechos.^ A parí hombre. En el siglo xv era ésta la teoría imperante. Poggío, en su diá 6 Poggio, Opera: Dial, dejtobilil^ logo De la nobleza, aparece ya de T Idéntico desdén hacia él noblo nacimiento se encuentra frecuentt'ni 3 Dante, De Monarchia, lib. 11, ca te entre los humanistas. Véanse pítulo 3, enérgicos pasajes en Eneas Silvio. O 4 Paradiso, X V I . al principio. ra, págs, 84 (Hist. Bohem., caí . 2) Dante, Convilo. casi todo el Trat 640 (Itisf. de Lucretia et Euryalusl. tato I V y otros varios pasajes.
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os razonanticntos, se bosqueja la lación de la nobleza en las di&tlnregiones de Italia del siguiente Ipdo: en Nápoles el noble es indoHite: no se ocupa n¡ de sus posesioHB, ni del comerci o, que considera Bpominioso; pasa el tiempo en su •tea^ o monta a caballo. Asimismo m nobleza romana desprecia el copercio, pero dirige personalmente el I d t i v o de sus tierras; el propio hede cultivar la tierra supone aca la nobleza misma,'* a una Eonrada aunque rústica nobleza", •tonbién en la Lombardía viven los Hples del producto de sus posesioH í heredadas: la ascendencia y cl •stenersc de ocupaciones determi•tn también aquí al n o b l e . En VeBcia los nobili, la casta gobemanI son todos mercaderes; en GénoEji nobles v no nobles son todos Ircadcres y navegantes, y se difeHcian únicamente por el nacimienK algunos, ciertamente se emboscan N sus castillos de la montaña como •te ado res de caminos. En Florencia •ia íoarte de la antigua nobleza se •d ic ab a al comercio, mientras otra • i parte más pequeña) se dedicaba a ftfrutar de su situación precmincny no se ocupaba en nada, o sólo caza y cetrerfa.^i i
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Lo decisivo fue que casi en. loda Italia los mismos que podían mos trarse orgullosos de su linaje no po dían presumir frente a la cultura y la riqueza, y que sus preri-ogativas políticas y cortesanas no eran sus ceptibles de suscitar en ellos un exal tado sentimiento de clase. Sólo apa rentemente. Venecia constituye aquí una excepción, porque la vida d e' los "no bil i" tenía su carácter com -1 pletamente burgués; sólo disfrutaban • de algunas prerrogativas honoríficas, i Cosa distinta ocurría, ciertamente, \ en Nápoles, que por el severo ex clusivismo y la afición a la pompa de su noblez a, más que por otra co sa, quedó al margen del movimiento espiritual del Renacím ienlo. A las re miniscencias de la Edad Media longobarda y a la tardía influencia del espíritu caballeresco francés vino a añadirse, ya antes de mediados del siglo X V , la monarquía aragonesa, siendo en esta región donde primero se impuso lo que sólo cien años más tarde acabó preponderando en cl res to de Italia: la parcial hispanización de la vida, cuyo principal elemento era el desprecio del trabajo y la avi dez de títulos nobiliarios. Esta in fluencia se observa ya antes dol año 1500 hasta en las pequeñas poblacio nes. De La Cava se nos dice que un lugar que era proverbialmente rico En su casa de la capital. Ver Ban- mientras en él vivieron simples al I. Parte IL Novella 7. Ver tamloyiano Pontano, Antonias (don- hamíes V tejedores , en cuanto los fija en la Era aragonesa el pun- útiles del albañil y los telares fueron le partida de la decadencia de las substituidos por las espuelas, los es jdcs de la nobleza napolitana). tribos y los cinturones dorados y to • En Italia entera al que disfruta- do el mundo quiso llegar a doctor Be una renta .ústica importante ya pe le diferenciaba del nuble. Por lo que se refiere a la eva- se refiere únicamente a los nobles que ión de la nobleza en la Alta lla HÚri disfrutan de feudos, que viven en no carece de importancia Bandello la más completa ociosidad y son polí 3U reiterada polémica contra las ticamente destructores I Discorsí, I, 55). Hs desiguales. Parte I . Novelle 4 y Agrippa von Neileshcim. que debe a ^ a r l e 111, 60; IV , 8. En noble mi- su estancia en Italia esencialmente sus como mercader constituye una ideas más especíales, dedica a la no ;ión. Parte III. Novella 57. Véa- bleza y al principado un capítulo fDe el capítulo VIH, la participación incert. el vanltate scient., cap. 80), de nobles lombardos en los juegos incomparable y radical amargura, que is. en esencia pertenece a la fermentación El severo juicio de Maquiavelo espiritual nórdica.
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resara con el más vivo horror y aun bajo Pietro el Viejo, se cele dan los deberes de su condiciói 11 re los torneos, en los cuales veía bran famosos torneos en Florencia. querido hablar de estas cosas , H.I peligrosa necedad. A nadie con- Pietro el ¡oven, en su afición por que los lectores se convenzan qm lu ció exclamando patéticamente: estas luchas, dejaba hasta los asun caballería ha fenecido.'* As í cviim .n parte alguna l eímos que Esci- tos del Gobierno, y sólo quería que^ aiín los muertos son nombrado^ huy B n o César lucharan en un tor- se le retratara con la coraza puesta. caballeros, se podría concede: U ¡"iD £1 espectáculo llegó a ser También bajo Alejandro V I hubo misma dignidad a una figura dL' iiiii laderamente popular en Floren- torneos. Una vez que el cardenal dera, a una piedra, y hasta a un el burgués llegó a considerar Ascanio Sforza preguntó al príncipe buey". Las historias con que S:ii ;omeo —indudablemente en una turco Chem (págs. 61 y 65) qué le chetti documenta su as erto son di» la menos peligrosa— como una parecía el espectáculo, contestó éste elocuencia indiscutible. Leemos ctt ie de diversión, y Franco Sa- con mucha discreción que en su pa ellas, por ejemplo, cómo BcriMbd *^ nos ha dejado el cuadro, tria se encargarían los esclavos de Visconti concede, por sarcasmo, ol adámente cómico, de uno de semejantes juegos, y así, si alguno título de caballero al vencedor ilí torneos dominicales. El pala- caía, cl hecho carecía de impor un duelo de borrachos y desput'^ itl cabalga haca Peretola —donde tancia. Inconscientemente el oriental vencido, y se les atavía como -..lim fjodía lidiar a buen precio—, ca coincide aquí con los antiguos ro lloros teutónicos, con su yelmo y MI » jetero en un jamelgo arrendado a manos frente al criterio medieval. divisas, etc. Más tarde se burla I'I'K Il tintorero; unos malintencionados g i o ' ' de los muchos caballero s ipn' Aparte este punto de apoyo, que ' un cardo bajo la cola del pobre no tienen caball o ni ninguna pijn no dejaba de tener su importancia, veloz nal, que emprende carrera lica guerrera. Quien pretendía h.ui'i . gresa a la ciu dad, a galo pe ten- de la dignidad de caballero, había ya, valer los derechos honoríficos del >. con su enviserado caballero. El en Ferrara por ejemplo (pág. 26), rango, como, por ejemplo, salii n verdaderas órdenes cortesanas que i l'ectible final de la historia es la caballo con estandartes, se colo^iilm imenda de la esposa, justamen- traían adscrito el título de caballe'rQ,. en Florencia en situación difícil, por idignada ante aquella insensata que no era bien visto ni del Gobiii de Poliziano y Luca Pulci. Véanse itura.^i no ni del pueblo, que lo acosaba n también Paulo Jovio, Vita Leonis X, pullas.'^ ' fin, los propios Medici se afi- lib. 1; Maquiavelo, Storie Jiorent. lib. iron a los torneos con verdadera V I I ; Panln jovio. Elogia, sobre Petrus Si observamos estos hechos cnii 'in, como si quisieran demostrar Mediees y Franc. Borbonius. Vasari, mayor detención, se advertirá q i iti, si no eran de origen noble, su IX, 219. Vita di Granacci. En el Mar •toda esta transnochada cabalkim, rto podía compararse con cual- gante, de Pulci, escrito bajo la vigi independiente de la verdadera m cr otra.2- Bajo Cosimo (1459), lancia de Lorenzo, los caballeros in blcza de cuna, si en gran pan • oi curren en lo cómico en sus diálogos cosa de pura y ridicula vanid:id v y en sus maneras, pero sus tajos y de afán de títulos, no deja de Petrarca, Epis. senil., X I , 13, ná- mandobles son auténticos y dados se R 889. En otro pasaje de las É'pís- gún las reglas del arte. También Bo cer otros aspectos. Persisten los im famUiares, lib . V, ep. 6, describe yardo escribe para verdaderos peritos neos, y quitA en ellos quiere tumai arror que le produce ver caer un al describir los torneos y el arte bé parte tiene que ser, cuando m.nní "ero en el curso de un torneo en lico en general. Acerca de los torneos por fórmula, caballero. La luch.i ni lies. en Ferrara en el año 1464, Diario Fe palenque cerrado, y sobre todo U 12 Masucciü, Novella, 19. Novella 64, Por eso se dice en rrarese, Muratori, XXIV, col. 208. En ixH-j auténtica y en ocasiones -l^by 1'' Jac. Pitti ü Cosimo, L Archiv. rlaniüno de im torneo bajo Car- Venecia, Sansovino, Venezia. fol. 135 Sio'., IV , II , pág. 99. También en la grosa carrera lanza en ristre. hr'wV] gno (IT, estr., 7 ) : allí no lidiaban y sigs. Sobre Bolonia, 1470; y después, para daba la oportunidad exhibir Alta Italia sólo con el régimen espa |eros y marmitones, sino reyes, du- Bursellis, Annal. Bonon.. en Muratori, ñol se observan fenómenos semejantes. fuerza y arrojo, oportunidad quj «I X X I I I , cois. 898, 903, 908 y 909, don y condes. Bandello. Parte H, Novella. 40. individuo con personalidad ya liioii flJna de las primeras parodias de de puede verse una extravagante mez n Cuando en cl siglo xv Vespasia desarrollada —cualquiera que íncul prncos, ciertamente. Sólo sesenta colanza con la solemnidad que se no Fiorentino, dice (págs. 518 y 632) su origen— no quería do'yáX esiti-' unas tarde. lacqucs Cocur, el bur- prestaba entonces a las representacio que los ricos no deberían aumentar par. 'ministro de finanzas de Carlos nes de triunfos romanos Federigo de su caudal heredado, sino gastar ínte hizo esculpir en su palacio de Urbino perdió en un torneo cl ojo de nada De valió Ü^ e .-u. Pefrari ^u gramente sus ingresos anuales, tal ooi es, tm torneo sobre asnos (ñor recho ah ictu lanceae. Sobre los tor nión, en boca de un florentino, sólo ) 1450). Lo mejor del género, el neos nórdicos de la época, ver. por 'fi "Che la cavalleria e njorta". puede referirse a los dueños de lati junado segundo canto de Orlan- ejemplo, Oliyícr de la Marche, Mémoi17 Poggio, De nohilUate, fol. ¿7. fundios. LEO se publicó hasta el año 1526. res, especialmente capítulos 8, 9, 14, 18 Vasari. I I I , 49 y nota, V T Í Í Í ''Ver las va mencionadas poesías 16, J i , 19 y 21. if* Franco Sacchetti, Novella, 153. ii Dcllo. Comp. Novelle 82 y 150.
en Derecho o en Medicma, notario, oficial o hidalgo, dejó de ser prós pero y se hundió en la miseria más espantosa.'- En Florencia comienza bajo Cosimo, el primer Gran Duque, una evolución análoga; se le debe oí haber atraído a su Orden caballeres ca de San Esteban a los jóvenes que desprLx;iaban la actividad comercial e industrial.13 L o contrari o precisa mente del antiguo criterio florentino,^' según el cual los padres ponían por condición de herencia a sus hi jos el poseer una ocupación deter minada (véase pág. 43). Una especie de manía de títulos y dignidades se infiltró entre los flo^ rentinos, en contraste con el culto igualitario del arte y el intelecto; así, la grotesca aspiración a la dig nidad de caballero; la necedad en boga, cobró auge en los momentos en que había perdido hasta la som bra del verdadero valor. "Hace un par de años —escribe Franco Sac chetti hacia finales del siglo xiv— todos pudieron ver cómo obreros ma nuales, panaderos, y hasta cardadoiies de lana, así como usureros, cam bistas v picaros, se hicieron conceder Ja dignidad de caballeros. ¿De qué le sirve la dignidad de caballero a un funcionario para ixxler ir de rettore a una ciudad de provincias? Pa ra ganar cl pan ser caballero sirve bien poco. ¡Más bajo no podías caer, desdichado título! Estos caballeros hacen lo conUario de cuanto man-
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Sean cuales fueren las presunciones y vanidades de nobles y caballeros, la nobleza italiana ocupaba un pues to central en la vida del país; no permanecía al margen de ella. Es taba en trato constante, sobre el mismo pie de igualdad con todas las clases sociales, y por doquier la acompañaban, com o camaradas im prescindibles, la cultura y el talen to. Cierto que al "cort igia no" pro piamente dicho, que ha de figurar como tal en el séquito del príncipe, se le exige la nobleza,^ mas se de clara que se exige únicamente para, no ir contra el prejuicio universal' y bajo universale) (per l'opinione explícita reserva contra la fantasía que quien no sea noble debe poseer
menos valor interno. Por lo dej no queda, en absoluto, excluida presencia d e los no no bles en la ( te. Lo que se quiere es que al bre perfecto —cl cortesano, c mente— no se le prive de nin de las ventajas imaginables. • Si go Se le impone como rey cien serva en todas las cosas, no es que descienda de más noble sa sino porque su delicada nerfe individual así lo exige. Represi esto un rasgo de distinción mo na. donde la cultura y la riqi dan la pauta del valor social, la riqueza sólo en cuanto hac siblc consagrarse a la vida < cultura y estimular en alto gra intereses de ésta,
H. REFINAMIENTO EXTERIOR DE LA VIDA
Cuanto menores eran los privilcgio-^ que resultaban del nacimiento, ma yor estímulo sentía el individuo, co mo tal, para hacer valer sus méritos y excelencias, y tanto más la vida social, por sus propios medios y propia iniciativa hubo de limitarse y cnnnobiccerse La apariencia mis ma del hombre y de cuanto le ro dea. Jos hábitos de la vida cotidia na, son ya en Italia más bellos, más refinados que en los demás pueblos. De los palacios donde viven las cla ses elevadas trata la historia del arte. Sólo recordaremos hasta qué punto superaba en comodidad, en la dis posición racional y armoniosa, al "Stadthof" o "Stadtpalast" de los grandes del Norte. La indumentaria cambia de tal modo que es impo sible establecer un paralelo general con las modas de otros países, sobre todo si se tiene en cuenta que desde fines del siglo xv sc imitaron estas últimas con frecuencia. La indumenBald. Castiglione. ¡I Cortigiano, Ub, E, fol . 18.
taria de la época, tal como se ofrece en los pintores italianos, la más bella y cómoda que cxii entonces en Europa, pero no es sfl ro que fuese la indumentaria ¡ffl rante ni que aquellas pinturas ii muy fieles Pero lo que no ofrcC0 menor duda es que en ninguna pul se le daba al traje el valor que concedía en Ttalia. La nación oi es vanidosa. Pero, además, muc personas graves veían en cí tí más bello pos ible y au e más luV reciese, un complemento de la p sonalidad. En Florencia hulio momento en que el trajc,*ei individual, en que cada uno su propia moda (pá g. 74, lun.i y hasta bien entrado el siglo Jj hubo personaj<.*s de calidad vieron el valor de mantener costumbre.-^ Otros sabían, pofl menos, poner la nota indiviiliml la moda imperante. Es áínionin Paulo Jovio, Elogia, sitl- i Gravina. Alex. Achillinus Castcllio, etc.
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Mcadencia el que Giovanni della fue útil al común atavío personal el aconsejase evitar lo sorpren'•ute o llama tivo y le parezca in- cambio de las formas indumentarias, así como la aceptación de modas invenicnte desviarse en esto de la francesas y españolas,2« no hemos '""a general.-'» Nuestro tiempo, que, de dilucidarlo nosotros. Pero tam . lo menos en lo que se refiere a aquí ha de verse, desde el pun indumentaria masculina, ha hecho bién to de vista de la historia de la "trema ley el no destacarse ni lla- cultura, una prueba de la agilidad r la atención, renuncia con ello a de la vida italiana en general en itajas más grandes d e lo que ella 'igura. Cierto que con esto se aho- aquella época alrededor del 1500. Especial atención merece el interés m.ucho tiempo, y ya esto sólo :gún nuestra norma de personas de las mujeres por mejorar su aspec ^adas— equilibra toda desventa- to con toda clase de afeites y artifi cios. En ningún país de Europa, des :Mn pensándola. de la caída del Imperio Romano, se 'urante cl Renacimiento había en ha intentado co rregir en tal g rado la ecia y en Florenci a trajes pres figura, el color del cutis, los cabe ts para los hombres y leyes sun--, llos, etc., como en la Italia de aquel lias para las damas. Donde la^, tiempo.^ Todo tendía a un determ i- nmentaria era l ibre, como en Ná- \ nado modelo, aunque fuera meness, los moralistas comprobaban, J' ter recurrir a las raás sorprendentes 1 ees lamentándolo, que ya no se Y cómicas mixtificaciones. Prescindi e n í a la menor diferencia entre mos por comple to aquí de la indu les y burgueses.-'^ Se lamentaban mentaria propiamente dicha de moda más del ya vertiginoso cambio de en cl siglo XVI —abigarradísima y modas y (si interpretamos acer- recargada prim ero, de más noble y nnente las palabras) del necio depurada opulencia después—• para i:imiento a todo lo que venía de limitamos a lo que se refiere al to iicia, como si no fuesen con fré cador en sentido estricto. nela modas originariamente itaAnte todo cabe mencionar la epi as lo que, sencillamente, los frans les devolvían. Hasta qué punto demia de falsos cabellos de seda blanca y amarilla alternativam en-
* H s a
' Casa, / / Calateo, página 78. " Ver obras venecianas de induI liiria y Sansovino, Venezia, fols. < y sigs. El traje de novia para los ggunsales —blanco, con el pelo suelondulante sobre los hombros—• iGÍ cl de la Flora de Tiziano. Joviano Pontano, De principe: lam autem non eo impudentiae irtum essct, ut ínter mercatorem itricium nullem sít in vestitu ccle omatu discrimen. Sed hace licentia reprehendí potest, cocri potest, quamquam mutari vcsuoíidie videamus. ut quas quarmense in delícüs habebamus, repudicraus et tanquam veteraabjiciamus. Quodque tolerari it, nuUum fere vestimenti genus , quod e Galliis non fuerit ad, in quibus levia pleraque in lunt, tamctsi nostri persaepe ho-
mines modum illis et quasi formulam quamdara praescribant." Véase, por ejem.. Diario Ferra rese, Muratori. XXIV, cois. 297, 320, 376, 309; véase lo que allí se dice sobi-e la moda alemana. Compárese con los oasajes co rrespondientes de Falkc, Die deuísche Trachíen ii
Modenwelt.
»o Sobre las florentinas ver los pa sajes principales en Giovarmi Villani, X, 10 y 152; Matteo Villani, I, 4. En cl gran edicto sobre la moda de 1330, sólo sc permiten, en los vestidos fe
meninos, figuras estamoadas, prohi biéndose las meramente "pintadas' (dipinte). Seguramente querían decir estampadas. Los de cabello auténtico se lla maban "capelli morti". Ver Anshelm. Berner Chronik, IV , pág. 30 (1508) habla de los dientes posti zos de mar-
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LA C U L T U R A DE L R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
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te prohibidos y tolerados. En más de una ocasión un misione ro elocuente conmovía los corazones mundanos, y acababan los moños en la hoguera de una plaza pública, mezclados con laúdes, equipos de tahúr, máscaras, filtros y fórmulas mágicas, cancione ros, etc.-"*- Las llamas puri fic ader as !o aventaban todo en el aire. Et co lor ideal de cabello, el más deseado, tanto para el cabello propio como para el postizo, era el rubio, y co mo era fama que el sol ponía mb io el pelo,-'' había damas que cuando hacía buen tiempo se pasaban al sol el día entero.^* Aparte de esto, se usaban tintes y mixturas para teñir y hacer crecer el cabello. Añádase aún un sinfín de lociones, emplastos, coloretes, etc., para todas las partes del rostro, hasta para los párpados y los dientes, de los que nuestra épo ca no tiene la menor idea. Ni el sarcasmo de los poetas,'*^ ni l a sa grada cólera de los predicadores, ni todas las advertencias sobre lo noci vo que era para la pl^ el uso de tales afeites, consiguieron que las mujeres abandonaran la obsesión de dar a su rostro un color distinto y
aun, en parle, una forma distini.i il los que les eran propios. Es pu.-ill que las frecuentes y fastuosa i presentaciones de misterios, ei I cuales figuraiban cent enares de i'^ i sonajes maquillados y adsrezaí!l>^,,' contribuyeran a estimular semejanl' abuso en la vida real y c o t i c i i a i i i i Lo cierto es que la costumbí generalizó hasta entre las camix'M lias.-'"' Ya se podía sermonear y dci li y repetir que el pintarse era propln de cortesanas; las más honestas nm trenas, que a lo mejor pasaban > I año entero sin ver el col orelr, •< pintaban en los días de gran cuando tenían que mostrarse un \>
fil que usaba un prelado italiano, cier tamente sólo para pronunciar con ma yor claridad. 32 Infessura, en Eccard. Scriplore, II , col. 1874, Allegretto. Muratori, X X I I I , col. 823. Luego los autores so ••"í Cannio Cennini, Trattato ddl.bre Savonarola. Véase más adelante. '•'•^ Sansovino, Venezia, fol . 152: ca pintura, da en el capitula-16 7 ui. receta para pintarse cl roste'o, c i pelU biondissimi per forza di solé. También, en Alemania había es temente destinada a los qué pan . u ta costumbre. Poesie saíiriche, página ban en misterios y mascaradas. I n 119, en la sáúra de Bem. Giambulari, cap. 162 advierte seriamente lo s 1.1 . Per prender moglie, un resumen de to gros de coloretes y aguas de belK/.i'. da la alquimia de tocador, que aún general. se basaba, en gran parte, en la magia Véase La Nencia di Bari y la suryerstición. estr. 20 y 40. Su amante l e pi 85 Que pusieron el mavor empeño traer colorete y albayalde de" l;i i n en evidenciar todo lo repulsivo, peli dad en una bolsita. Ver pág. I 9 i il. groso y ridículo de estas prácticas. Ver presente libro. Ariosto, Sátira, I I I , versículos 202 y Agn. Pandolfini, Trattato de! y sigs. Aretino, II marescalco, acto II , verno della jamiglia, página 118 escena 5, y varios pasajes en los Ra^ Tristano Caracciolo, en Al IM gionamenti. Ver también GiambuUari, r¡, XXIL col. 8 7 ; Bandello,-Pan n ibíd, y Phil. Bcroald. Sen., Carmina. Novella, 4 7 .
(Vtóimo I una remesa de diner o perI limado.'*'^ Los italianos estaban convencidos de que eran más limpios que los nór dicos. Desde el punto de vista de la liistoria de la cultura antes nos incli namos a aceptar que a recusar seme jante pretens ión, ya que la limp ieza is algo que parece completar la pertíalidad moderna y ésta se desarroa en Italia antes que en parte al una. También abona tal pretensión hecho de que fuera una de las cienes más ricas de aquellos tiem pos. N o obstante, nunca se podrá (il)ortar una prueba decisiva, y en lo que se refiere a las precripcioiies sobre cl aseo personal, podrían (llegar mayor antigüedad los de la poesía caballeresca de la Edad Me dia. En todo caso, es cierto que en algunas eminentes figuras del Rena cimiento se destaca con insistencia su asco y primor, sobre todo a la mesa;'^* el alemán era, en cambio, M i n s i d c r a d o en Italia como prototi|H> de suciedad."*^ Por J ovi o ^ aver i[uamos cómo llamaban la atención as' poco aseadas costumbres oue Massimiliano Sforza debía a su edu cación alemana. Por esta razón re sulta sorprendente que, por lo me nos en el siglo xv, las hospederías estuvieran, por lo general, en manos de alemanes,'*'' aunque es cierto que
Capítulo I. a Cosimo: "Quei cén scudi nuovi e profuinati che I'altro lii mi mandaste a donare." Hay objcin^. de la éooca que huelen todavía. -*i Vespíisiano Fiorent, pág. 458, en it i
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lo que les atraía era sobre todo el negocio de los peregrinos que iban a Roma. Tales testimonios podrían, sin embargo, referirse a las ventas del camino, pues es notorio que en las grandes ciudades ocupaban el primer lugar las hospederías italianas.'*" La falta de hospederías aceptables en pleno campo se explicaría por la gran inseguridad reinante. De la primera mtad del siglo xvi procede también la escuela de cor tesía publicada por Giovanni della Casa, un florentino de nación, bajo el título de ll Calateo. En ella no sólo se prescribe lo que se refiere al aseo en sentido estricto, con la misma infalible seguridad con que el moralista habla de las supremas leyes morales, sino también cuanto atañe a las que solemos llamar cos tumbres "inconvenientes". En otras literaturas se trata el tema menos en el aspecto sistemático, insistiéndose en la descripción de lo grosero y de saliñado con fines de ejemplar idad.**' // Calateo representa tambié n una bella y espiritual guía de las buenas maneras, de la delicadeza y él tacto en general. Aun hoy su lectura pue de ser útilísima para todas las clases sociales, y la cortesía de la vieja Eu ropa podrá di fícilmente rebasar sus prescripciones. Siendo el tacto cues tión de sentimiento, en el comienzo de todas las culturas y en todos los
•45 Franco Sacchetti, Novella, 21. Por ei año 1450 tenía Padua la Hos tería del Buey, verdadero palacio, con cuadras para doscientos caballos. Mi1.1 Vida de Donato Accíaiuoli, y pág. chele Savonarola, ap. Muratori, XXIX, col. 1.175. Florencia tenía ante l a í'-'j en la Vida de Niccoli. Giraldi Cinthio, Hecatommithi, Puerta de S. Gallo una de las hoste rías más grandes y más hermosas gue ¡lítroducciún. Novella, 6. se conocían; sin embargo, parece que •'^ Paulo Jovio, Elogia. ' • Eneas Silvio (Viiac Paparum, ap. sólo se trataba de un lugar de recreo Muratori, I I I , 11, col. 880) dice ha para las gentes de la ciudad. Vapchi, blando de Baccano: "pauca sunt, ma Stor. fiorent., II , pág. 86. rá l¡;i eaquc hospitia faciunt Theuto*s Véanse los pasajes correspondien I ¡ e i ; hcc hominum genus totam fere tes en La Nave de ¡os locos, de Sebas • M l i ü m hospitaiem facit; ubi non retián Brant, en los Coloquios, de Eras , • e r i s hos, ñeque diversorium quae- mo, en el Poema latino, de Grobianus, etcétera.
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demostrarse que en Italia existieron antes que en ningún otro país, todn>^ estas pequeñas y grandes cosas que en conjunto constituyen la modcinii comodidcid; cl confort moderno. Sr subraya de mod o especial la canu dad y finura de la ropa blanca. Ni> pocos de los objetos que describen caen ya en la esfera del arte, fon admiración advertimos cómo el njiiennoblece el lujo en todos sentiduM no sólo adorna el aparador momi mental y el fino anaquel con va>o^ magníficos, los muros con el anini;i do esplendor de los tapices, la sobrimesa con pastelería decorativa, siinque, de manera maravillosa , doniiiu la labor del ebanista. El OccidenU todo, en las postrimerías de la Ed^ui Media, se esfuerza en seguir €si;i orientación con los medios que tan a su alcance; pero al hacerlo im rebasa una infantil y abigarrada m;i ñera, o se encuentra presa de los li Toda la vida exterior en general mitcs de la decoración de estilo ro se había refinado y embell ecido en tico; el Renacimiento, sin embarj^c el siglo. XV y comienzos del xvi como puede moverse con mayor libertinl en ningtin otro pueblo del mundo. se adapta al sentido de cada uno di Sobre las bien pavimentadas calles los cometidos especiales y se dirií.^ de las ciudades ital ianas se generali a las necesidades de un público cnil.i zó el uso de carruajes,*^ mientras en vez más extenso. Hemos de rclaLii' otros países tenía que viajarse a pie nar con estos hechos la fácil victor ¡;i o a caball o, o dando tumbos s¡ se de las formas decorativas italianas <íi iba en coche. Por los autores de "no toda clase sobre las nórdicas en el velle" tenemos noticia de la exis transcurso del siglo xvi, si bftn liil tencia de cómodos y elásticos lechos, victoria obedece a causas de mayot de blandas v preciosas alfombras y trascendencia y de caráct er más ge de titiles de tocador como no se nos neral. habla en ninguna otra parte. Puede
pueblos se encontrará, como cosa in génita, en determinadas personas y habrá también siempre quien llegue a poseerlo por esfuerzo de su vo luntad; pero como deber social ge neral y signo de cultura intelectual y de educación, son los italianos los primeros en reconocerlo y exigirlo. Italia misma se había transformado mucho en cl transcurso de dos si glos. Se advierte claramente que los tiempos de las bromas pesadas entre conocidos y sem¡conocidos, de las burlas y las befas {págs. 86 y sigs.), en la buena sociedad, habían pasado a la historia;^'' que la gente había salido de entre los muros de sus ciu dades y había desarrollado una cor tesía cosmopolita, una urbanidad y una reserva, por decirlo así, neutra les. De las características positivas de las relaciones sociales propiamen te dichas trataremos más adelante.
I I I . EL LENGUAJE COMO FUNDAMENTO DE LA V I D A SOCIAL Las formas elevadas de la vida so cial, que aparece aquí como una
obra de arte, tienen en el lengtmji su base y su premisa principal.
^'i La moderación en la burla se vella 9. Había más de sesenta éanuu desorende de los ejemplos del Corti jes de cuatro troncos e innumerables giano, lib. II , fol. 96. En Florencia de dos, en carruaics tallados y dora sobrevivió la burhi malévola lo más dos, con toldos de seda. VéaSe l;inv posible. Así lo testimonian, por ejem bien la Novella 4, y Ariosto Sát. 111, plo, las "no-velles" de Lasca. verso 127. <í 41' líandelto. Parte I, Novella. 5. 111 4« Por io que se refiere a Milán es importante Bandello. Parte I , No 42 y IV, 25.
LA CULTURA DEL RENACIMIENTO EN ITALIA
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En los días áureos de la Edad Me- tudiaron todos los dialectos con apa ja, la noblez a de todas las naciones sionadas y partidistas aversiones o ñdcntales procuró afianzar el uso preferencias y que el nacimiento de _un lenguaje "cortesano*', tanto un lenguaje ideal y común supuso un cl trato corriente como para la laborioso y doloroso parto. poesía. \Así, también en Italia, cuyos Quien más contribuyó a ello fue, Jialéctos se disgregaron tan pronto, evidentemente, Dante con su gran tislía en el siglo xiii un estilo "cu- poema. £1 dialecto toscano llegó a Ffialc", que era común a las Cortes constituir el elemento básico del -j a sus poetas. Pero el hecho dcci- nuevo idioma ideal. Si ello puede ivo es que procuró hacerse de él, resultar, acaso, una afirmación exce consciente empeño, el lenguaje siva, el extranjero deberá pedir in íde todas las personas educadas y a dulgencia por seguir sencillamente, |a vez el lenguaje literario. En la en una cuestión dcbatidísima, la itroduccion a las Cien novelas an opinión predominante. tiguas, compuestas antes de 1300, se En cuanto a la literatura y la onfiesa abiertamente este propósito, poesía, la disputa sostenida sobre il lenguaje era por entonces tratado aquel lenguaje puede haber sido tan cplícitamente como elemento eman- perjudicial como útil aquél purismo, Icipado de la poesía; lo supremo era y algún autor, bien dotado por lo la expresión e^ipiritual y bella en bre- demás, habrá perdido a causado ella discursos, réplicas o máximas, la ingenuidad y la lozanía de la pie suscitaban un culto como acaso expresión. Oíros autores, dueños sijlo lo haya tenido entre los griegos soberanos del lenguaje en cl sentido V los árabes: "¡Cuántos son los que más elevado, se abandonaron a su en su larga vida apenas si han logra vez a la majestad del ritmo y la do encontrar un bel parlare!" eufonía como una ventaja indepen La cuestión presentaba dificulta diente del contenido. Hasta una po des tanto mayores cuanto con más bre melodía podía sonar maravillosalelo era tratada desde muy distintos menie modulada en un instmmento aimpos. Dante encendió la lucha. Su semejante. Sea como fuere, en el uhra Sobre la lengua italiana.^*-* no aspecto social tuvo aquel lenguaje >Io es importante por lo que al pro un alto valor. Fue el complemento blema se refiere, sino que es, en ge- de la conducta personal noble y dis eral, la primera obra razonada so- tinguida, y obligó al hombre educado )re una lengua moderna. Sus ideas y a mantener una actitud digna tanto ¡^resultados pertenecen a la historia en las horas de la vida corriente In l ingüíst ica, en la cual tendrán como en los momentos de excepción. ipre un lugar de gran imporlan- Cierto que tan clásico manto podía y significación. Aquí haremos ocultar bastante inmundicia y male volencia, ni más ni menos que en ^nstar únicamente que, mucho an de escribirse esta obra, el len- los tiempos del más puro aticismo, laje había llegado a constituir un pero también es verdad que lo más 'iisunlü vita! y cotidiano, que se es- fino y noble encontró en cl nuevo instrumento una expresión valiosa. Su mayor importancia estriba, sin w> De vulgari eloq.. ed. Corbinelli, embargo, en que desde el punto de arís, 1577. Según Boccaccio —Vita vista nacional vino a ser como la Dante, pág. 77— compuesto poco ntcs de su muerte. Aún en vida en el patria ideal de los espíritus cultos :)mienzo del Conviio, quiere expresar de todas las regiones del país, cuya il opinión sobre los rápidos y percep- unidad había de quedar desgarrada iblcs cambios del lenguaje.
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desde tan temprano.^'- Téngase ade^ más en cuenta que no sólo los no bles u otra clase social cualquiera disponían del tiempo y de los medios necesarios para adueñarse de tal instrumento, sino que el más pobre y humilde, con sólo querer, podía hacerlo igualmente. Aú n hoy (y acaso más que nunca) en aquellos lugares de Italia donde predomina el dialecto más incomprensible se encuentra sorprendido el extranjero por lo extraordinario puro —^y _ l o puramente pronunciado— del ita liano que hablan algunas gentes hu mildes, incluso el campesino, y en vano intenta recordar algo parecido en Francia, y en la misma A emania, donde hasta las personas cultas se aferran a su acento provincial. Es verdad que en Italia los que saben leer son muchos más de lo que ha rían suponer las circunstancias en algunas regiones —en el Estado Pontificio, por ejemplo—, ¿pero de qué hubiera valido esto sin el general e indiscutido respeto hacia el lengua je y una pronunciación puros, como un alto y valioso patrimonio común? Una región tras otra fueron adaptán dose a este lenguaje —^hasta Venecia, Milán y Ñapóles— en la época del florecimiento literario, y en parte a causa de él. El Piamonte hasta nues tro siglo no se convirtió en una re gión totalmente italiana, por libre acto de voluntad, al renunciar a su
dialecto y adopt ar el lenguaje d^iui rado de la nación.^'^ A la literalina dialectal se le reservaron ya dciili principios del siglo x vi, libre v conscientemente determinados teni;i' y no sólo de carácter cómico, sino de índole grave también.^ El esiilu que se desarrolló respon día a tüd;i!. las exigencias. En otros pueblos muí diferenciación semejante sólo produce mucho después. En el Cortigiano.^ se pone de manifiesto, de" manera muy conijili' ta, el pensamiento de las persüinm cultas scíbre cl valor del lengiutji' como medio de alta sociabilidad. Y;i entonces, a principios del siglo xvi, existían gentes que deliberadamcnik' se aferraban a las expresiones arc;ii cas de Dante y de otrois comtemponi neos suyos toscanos sólo por M I antigüedad. Cree cl autor de aquel libro, que tales expresiones tienen que ser cosa vedada en cl lenguajt hablado, y tampoco admite su accc so incondicional al lenguaje escrito, por que considera a éste meramenli' como una forma de lenguaje hablado. De aquí se sigue, en consecuenciii, la confesión qu e el más bello lenguit' je hablado es el que más se aproxinin a un bien hilvanado lenguaje escrito Claramente trasluce en el libro, lu
Mucho antes de esto se leía y
LA CULTURA DEL R E N A C I M I E N T O
ea que quien tiene algo importanque decir logra crearse un lenguapropio y que el lenguaje es un emonto de ágil y mudable condi|ón, precisamente por ser algo vivo *o encuentra inconveniente en usar alquier expresión bella si el pue blo la usa, aunque no sea de origen oscano, y juzga que puede emplearse 'guna expresión francesa o española está aceptada por el uso en deterinadas cosas.^'° De tal suerte, con Ingenio y tiento, surgiría un idioma que no sería ciertamente eí viejo lenguaje toscano en toda su pureza, pero que, por fortuna, podría llamar se ya italiano, y se presentaría rico y opulento, semejante a un hermo so vergel lleno de flores y frutos. Corresponde esencialmente al gene ral virtuosismo del "cortiglano" que jsólo en esta vestidura tan perfecta pueden manifestarse sus costumbres refinadas, su espíritu y su poesía. Así, por ser cl lenguaje un fenóeno social vivo, no lograron los puristas y arcaisías imponerse, a pe sar de todos sus esfuerzos. Había mu chos y excelentes autores y conver sadores en la propia Toscana que se mantenían alejados de semejantes propósitos o se reían de ellos. Esto, cuando no se llegaba a ellos algún
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erudito forastero para decirles, a los toscanos, que no conocían su propia lengua.-^^5 Pero la vida y la influen cia de un escritor como Maquiave lo hicieron tabla rasa en tales pre venciones, al expresar sus robustas ideas en las frases claras y simples de un lenguaje que tenía todas las excelencias menos, quizá, la de pare cerse al idioma del trescientos. Por otra parte, eran numerosos los ita lianos del Norte, romanos, napolita nos, etc., que habían de ver con gusto que no se exagerara el puris mo, tanto en lo que atañía a la conversación como al lenguaje escri to. Niegan rotundamente toda vali dez a los giros y modismos de su dialecto, y un extranjero tomará fá cilmente por falsa modestia que un Bandello, por ejemplo, llegue a hacer tan ciaras y elocuentes protestas co mo las siguenies: "N o tengo estilo; no escribo en florentino, sino en bár baro, muchas veces; no aspiro a aña dir nuevas galas al lenguaje; sólo soy un lombardo y, lo que es peor, de la frontera ligur".**^ Frente al par tido de los exigentes, lo mejor era renunciar explícitamente a toda pre tensión y adueñarse, en cambio, ple namente, del gran lenguaje que cons tituía el patrimonio común. No todos podían competir con un Pietro Bem bo, que siendo veneciano de nación, debía irse demasiado le- escribió toda su vida en el más puro . 5 5 pei-Q .|os. Lo s satíricos, por burla, mezclaban toscano, aunque casi como si escri fragmentos españoles, y Folengo (ba jo el seudónimo, de lámerno Pitocco) biera en una lengua extraña, o como en su Orlandino, franceses. No obstan un Sannazaro, que, siendo napolita te, resulta excepcional aue una calle no, hacía lo propio. Lo esencial era Milán, que durante la dominación que todos guardasen el respeto debi ^ncesa -—de 1500 a 1512 y de 1515 do al lenguaje en que se hablaba o 1522— se llamaba Ruc Bellc, se escribía. Los puristas ya podían qu'> me aún hoy Rugabella. De la larga darse con su fanatismo y sus congre•minación española apenas ha queado huella en el lenguaje, todo lo ás el nombre de un virrey en alpún 'ificio o en alguna vía. Sólo en el Firenzuola, Opere, I, en eí ^iglo xviii penetraron en el lenguaje, preámbulo a La belleza femenina, y con las ideas de la literatura francesa, I I , en los Ragionamenti, que preceden ;;r;m número de giros franceses y de a las Novelle, terminadas expresiones del mismo ori'•'i' Bandello, Parte I, Proemio y No i 'CTi. El purismo del siglo presente impuso la misión de eliminarlos y per velle, 1 y 2. Otro lombardo, FoIcngo, en su Orlandino, iustamente. trata de diste aún en tal empeño. este tema del modo más divertido.
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sos...^* Fue más tarde cuando pu dieron hacer verdadero daño, cuando ya, no obstante, se había debilitado el aliento original de la literatura y ésta sufría influencias mucho más nocivas aún. La Academia della Crusca pudo por fin permitirse el lujo de tratar la lengua italiana co mo una lengua muerta. Pero resultó tanta su impotencia que ni siquiera fue capaz de evit ar su afrancesamiento intelectual en el siglo xviii. Esta lengua tan amada y cuidada, vuelta tan flexible y adaptable, era la que, en forma de conversación, constituía la base y la esencia de la sociabilidad. Mientras en los países septentrionales, nobles y príncipes pasaban sus ocios en soledad o de dicados a la lucha, a la caza, a la orgía o a las ceremonias, y los bur gueses los suyos dedicados a juegos y ejercicios físicos y aun al arte de la ritma y a los festejos, en*talia, a
todo esto había que añadir una es fera neutral donde gentes de tüdo origen, en cuanto para ello estaban capacitados por el talento y la culm ra, se consagraban a la conversación, alternando lo grave y lo gracioso en forma noble y depurada. Comer y beber . eran allí cosa secundaria,^" por lo cual era fácil mantener aleja dos a los hombres toscos y glotones. Si hemos de aceptar hteralmente lo que nos dicen los autores de diálo gos, los más altos p roblem as dei la existencia constituían el contenidu del diálogo entre espíritus escogí dos. Los más elevados nensamientos no nacían, por lo general, en la so ledad, como en el Norte, sino en, sociedad, entre muchos. Pero preíc rimos referirnos aquí a lasocíabili dad ligera, la que tenía su objetivo en el pasatiempo, es decir, carente de otra justificación no fuese ella misma.
IV . L A FORMA SUPERIOR DE LA SOCIABILIDAD
Estas elevadas formas sociales eran verdaderamente bellas por lo menos a principios del siglo xvi; se basa ban en un acuerdo tácito y también, a menudo, en un acuerdo expreso y prescrito que se orientaba con sol tura atendiendo siempre al decoro de los modales y a la finalidad prác tica de cada caso. Eran, precisamen te, todo lo contrario de la pura y simple etiqueta. En más toscos círcu los, donde la vida social cristalizada en cerradas corporaciones permanen tes, había estatutos y formalidades para el ingreso en aquéllas, como por ejemplo, en las extravagantes sociedades de artistas florentinos de ^'^ Uno de estos congresos lingüís ticos se efectuó en Bolonia en 15.31, bajo la presidencia de Bembo. Véase la carta de Clatidio Tolnmci en Firenzuola. Opere, vol . 11, suplementos.
que nos habla Vasari;'"^ tales ron niones hicieron, no obstante, poi^i ble la representación de las más im portantes comedias de la épaca. En cambio la ligera sociabilidaa impru ^'^ Luigi Comaro se aueja p o r cl 1550 (al comienz o de su Trattato ddin vita sobria) de que desde j i o hacf mucho tiempo preponderan en Italia las ceremonias y cumplidos . '(españo les), el luteranismo v la cráoula. Al m i s m o t i e m p o , la moderación y la so ciabilidad libre y ligera desaparecían, Vassari, X I I . págs. 9 y 11. Viiii di Rustid. Sobre la maldiciente capilhi de artistas desarrapados ver X I , 216 y sigs. Vita d'Arist otele. Los " c a p i í O " li" de Maquiavelo para uíia sociedad, de recreo (en las Opere minori, m^. 4071 s on ima caricatur^^ de l os esla tutos de las sociedades 'de gente c\ travaf;antc. Ks incomparable ^a descrip ción de una velada de artÍS:as roma-^ nos en Benvenuto Cellini, l,j,ca p. 30.""i
LA C U L T U R A DE L R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
sada del momento, aceptaba, por pío, las órdenes de una deterinada dam a, que se encontrase pr eEente. No hay nadie que no tome el reinado de Pampínea sobre la sociead del Decamerón de Boccaccio r una ficción, y lo es efectiva mente, pero, con la circunstancia de que se basa en una práctica real y cuente. Firenzuola, cuya introducáón a su colección de "novelle", _ asi dos sigl os después, adopta la misma o parecida forma, se aproxi ma, ciertamente, mucho más a la nealidad al poner en boca de la rei na de su sociedad un protocolario "discurso del trono" sobre el i^-par10 del tiempo durante la temporada que se proyecta pasar en el campo. Por la mañana una lección de filo sofía durante el paseo por el colla do; luego la refacción con canto y música de laúdes; después recita do de alegres canciones en un luoar umbrío, cuyo tema se habrá pro puesto la víspera; a continuación un paseo vespertino camino de una fuente, junto a cuyo raudal se hace un descanso y cuenta cada uno una "novella", y por últmo la cena, amenizada con alegres diálogos; "de I índole, que no rebase los límis de lo conveniente para nosotras, mujeres, y que en vosotros los lombres, no necesitan ser inspira dos por el vino". Bandello nos in cluye, ciertamente, estos discursos protocolarios en las introducciones a dedicatorias de sus "novelle", pues los distintos auditorios de sus histoas existían ya como círculos estaecidos; sin embargo nos hace ver, otro modo, qué ricos, múltiples y aciosos eran los usos de la conví'encia social. Algunos lectores penrán que una sociedad ante la cual contaban historias tan inmorales, almente nada tenía ya qué ganar i qué perder. Pero quizá fuera má s Que habría aue calcular entre Jiez y once de la mañana. Bandello, arte II , Novella 10.
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justo plantear la cuestión consideran do lo firmes que debían ser los fun damentos en que descansaba una so ciedad que, a pesar de tan inmorales historias, sabía mantenerse dentro de la compostura y el decoro y que era capaz de alternar con tales relatos la discusión y el consejo sobre los temas más graves. La necesidad de formas superiores del trato social era más fuerte que todo. No es pre ciso, naturalmente, tomar como nor ma la sociedad exclusivamente idea lizada, a la cual Castiglíone en la Corte de Guidobaldo en Urbino, y Pietro Bembo en el palacio de Aso ló , hacen departir hasta los más al tos sentimientos y designios de la existencia. Precisamente en la socie dad de que nos habla un Bandello la que, a pesar de todas las frivo lidades que se pemite, nos ofrece la perfecta norma de la más ligera y distinguida decencia, de la delicada benevolencia del gran mundo, deí auténtico espíritu liberal, así como del ingenio y el diletantismo gracio samente poético y de otros géneros, que animaba a tales círculos. ¡JJn síntoma elocuente, por lo que con cierne al valor de semejante socie dad, es que las damas que en ella eran figuran centrales se hacían cé lebres por ello, pero eran, a la vez, altamente estimadas, sin que su bue na fama sufriera lo más mínimo. En tre las protectoras de Bandello,'por ejemplo, ciertamente Isabella Gon zaga, del linaje de Este (pág. 26 ), llegó a ser objeto de maledicencia por su Corte de damitas algo libres,*^^ aunque no' por su propia conducta; Giulia Gonzaga Colonna, Ippolita Sforza —Bentivoglio. por enlace—, Blanca Rangona, Cecilia Galle rana y Camila Scararapa, entre otras, o gozaban de fama irreprocha ble, o no se concedía importancia a lo que hubiese en ellas de dudoso ante su glori a como personas de so ciedad.La mas célebre dama de Ita«2 prato, Archiv. Stor., I , pág. 509.
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lia, Vilíoria Colonna (1490-1547), fue una verdadera santa. Los deta lles que se nos cuentan del relajado comportamiento de estos círculos en ciudades, quintas y balnearios no permiten demostrar fácilmente su cla ra y literal superioridad sobre la so ciedad del resto de Europa. Pero léase a Bande llo ^ y considérese si era posible algo parecido en Fran cia, por ejemplo, antes que este f;po de sociabilidad no fuera introducido allí desde Italia por hombres como él. Cierto que también entonces lo más grande en la esfera del espíritu surgió sin la colaboración de estos salones y sin tenerlos en cuenta. Pe ro sería injusto desdeñar excesiva mente su valor por lo que al mo vimiento artístico y poético pueda referirse, aunque sólo fuera por su contribución a la existencia de algo que no tenía equivalente entonces en ningún país: la homogeneidad del juicio sobre ias obras y la partici pación íntima en ellas. Prescindien do de esto, semejante tipo de socie dad fue una floración necesaria de aquel género de cultura v de vida que sc llamaban entonces italianas y después se llamaron europeas.
arrogantes de sabio y de poeta sc concillaban fácilmente con las in dispensables villas que imponía una casa que muy pronto había de ^ci principesca y el carácter difícil de l a esposa de Lorenzo. ¡iPrecisamen i > fue Poliziano el símbolo ambulanu y el heraldo de la fama medicensL' A la manera de un verdadero M e dici, Lorenzo se complacía en la s n ciedad y le gustaba exaltarla y e\ presar en nobles testimonios su g t > n de estas cosas. En su Caza de c r treria, magníficamente improvisada describe con verdadero humorisum a sus comnañeros; en el Simposio l e hace en tono verdaderamente bui leseo, pero en forma que permite percibir bien claramente la aptitud í para las más graves cuestiones.'"^ De esto último son testimono» a^n plio su epistolario y las noticias que tenemos sobre su erudita y filosó fica conversación. Algunos círculo» sociales, posteriores,, de Florencia, fueron en parte clubs políticos teo rizantes que tuvieron a la vez un aspecto poético y filosófico; así,, por ejemplo, la llamada Academia Pialónica; tal como, después de la muer te de Lorenzo, se reunía en los jar- • diñes Ruccellai.««
En Florencia la vida de sociedad En las Cortes, naturalmente, l a se encontraba fuertemente condic io nada por la literatura y la política. sociabilidad dependía de la personn Ante todo cabe afirmar que Lorenzo del príncipe. Había ya pocos, cm c! Magnífico fue una personalidad '"'^ El título Simposio es i n c x a c i c i ; que dominaba cl medio en derredor llamarse Et retorno de la ven suyo, no por su condición princi debería dimia. Lorenzo describe del modo mw pesca, como pudiera creerse, sino divertido, a manera de una parodia por la naturalidad con que trataba del Infierno de Dante, cómo vino ii a sus amigos, permitiendo junto a encontrarse en la Vía Faenza al grupo sí al desarollo de las personaUda- de sus amigos que regresaban del cam des más diversas.*^ Podemos ver, po un po co demasiado aleeres. Es depor ejemplo, a su gran preceptor liciosísirao eí capítulo 8, donde aparccd privado, Poliziano, cuyas maneras Piovano Arlotto. que anda en busctt de .su sed perdida, para lo cual l'evii colgados algo de cecina, un arenqui-, una s a l c b K b a v Los pasajes más importantes. Par una rodaja de queso, anchoas, "c tutte si c o c c v a i i te I, nov., 1, 3, 21, 30, 44: Tí, 10, cuatro nel sudóte". t-, 34, 55. lil, 17. etc. <^ Sobre Cosimo Ruccellai, pomo fi Lorenzo de Medici. Poesie, 1, 204 (Simposio), 291, (Caza de cetre gura central de este círculo a pjjn'i ría), Roscoc. Vita di Lorenzo, 111: pá pios del siglo XVI, véase Maquiateln, Arte del'a guerra, lib. 1, gina 140 V suplementos Í7 a 19.
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rdad. y éstos poco podían ya sigificar en este aspecto. Roma tuvo su Corte de León X. verdadera
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mente única, una sociedad de tan peculiar carácter, que en la historia universal no le hallamos parangón.
V. EL PERFECTO HOMBRE DE MUNDO El "cortigiano" que Castiglione nos describe se desarrolla pensando en ia Corte, pero más aún pensando en sí mismo. Es precisamente el hombre de mundo ideal, tal como la cultura de la época lo postula como su floración suprema y ne cesaria, y puede decirse que antes la Corte estaba destinada para él que él para la Corte. Bien conside radas las cosas, un hombre así sería realmente inadecuado en una Corte, mes él mismo tiene cl talento y la ¡irestancia del príncipe perfecto, y falta de afección de su serena abilidad, tanto en lo externo como las cosas del espíritu, presume in carácter demasiado independicn^ . El resorte íntimo que le mueve |~aunque cl autor lo disimule— tiecomo fin menos cl servicio del m'ncipe que cl interés de la propia srfección. Un ejemplo contribuirá ilustrar este punto: en la guerra B1 "cor tigi ano" se veda acciones jue suponen riesgo y sacrif icio si carecen de estilo y de bellez a, co ló, por ejemplo, la captura de un íbaño; lo que le mueve a particiar en la guerra no es el deber, ino "l'honore". La posición ante príncipe, tal como se exige en el íbro cuarto, es muy libre y autóita. La teoría del galanteo refi>do (en el libro tercero, contiene Fínuchas y muy finas observaciones psicológicas, pero que, en el meior los casos, pueden incluirse en la ^^ssfera del interés general humano, •y la grande y casi lírica exaltación del amor ideal (al final del libro cuarto) no tiene ya nada que ver en //
Cortigiano
libro IL página 53.
absoluto con la misión especial de la obra. No obstante, revélase aquí, como un Bembo (Asolani), un elevadísimo nivel de cultura en la ma nera de depurar y analizar los sen timientos. N o debe tomarse a esos autores al pie de la letra, de modo dogmático ciertamente. Pero que plá ticas semejantes eran sostenidas por aquellos días entre sociedad distin guida, es indudable como lo es tam bién que no sólo sutileza sino ver dadera pasión se manifiesta bajo tal vestidura como lo veremos más ade lante. Entre las habilidades extremas se exige, por de pronto, al "cortigia no", el magistral dominio de los lla mados ejercicios nobles, pero asimis mo algunas cosas que sólo podían encontrar aliciente en Cortes culti vadas, de ordenada existencia, fun dadas sobre una personalísima emu lación, como no las había entonces fuera de Italia; mucho en ellas se basaba también e n un concep to ge neral, casi abstracto de la perfección individual. El "cortigiano" debe es tar familiarizado con todos los jue gos nobles, incluso el salto, la carre-, ra, la natación y la lucha; ante todo ha de ser un buen danzarín y (se sobrentiende) un jinete consumado. Ha de poseer varios idiomas, por lo menos el italiano y el latín, y enten der de literatura y artes plásticas; en música llega a exigírsele cierto grado de virtuosismo práctic o.. , que ha de mantener, no obstante, en el mayor secreto posible. Claro que estos propósitos no eran verda deramente serios, si se exceptúa lo que al ejercicio de las armas sc re fiere. De la recíproca neutralización
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de lo múlliple surge cabalmente el individuo absoluto, en quien ningu na cualidad predomina. En todo caso es cierto que en el siglo XVI los italianos, como escritor res teóricos v como pedagogos prác ticos, fueron los maestros en todo el Occidente, tanto en lo que se refie re a los nobles ejercicios como al buen tono en las maneras sociales. En las artes de la equitación, de la esgrima y de la danza, dieron la pau ta con sus obras, adornadas con her mosas ilustraciones, y con sus leccio nes prácticas. La gimnasia, desligada de los ejercicios bélicos, como sim ple juego, fue enseñada, quizá por primera vez, por Vittorino da Feltre (pág. 116) , llegando a constituir un requisito de toda alta educación.^'** Se exigía que fuese enseñada según las reglas del arte. Imposible es ave riguar qué ejercicios se practicaban y si los que hoy predominan eran también entonces conocidos. Pero hasta qué punto se consideraba la gracia como uno de los fines per seguidos, junto a la fuerza y a la destreza, no sólo se desprende de la conocida mentalidad de la na-
ción entera, sino de datos muy piccisos. Baste recordar a este respecto cómo el gran Fed erico de MonteLltro (pág. 24) dirigí a los juegos de tarde de los jóvenes a él confiadt»-. Los juegos y competiciones depoiíivas populares no se diferenciaban, de modo esencial, de los que enton ees estaban en boga en el resto Occidente. En los puertos había añadir, naturalmente, las regatas; de Venecia gozaban de provcrb celebridad.*» El juego clásico de lia era y es, como se sabe, la pelo ta: también este deporte parece qm se practicaba en el país, durante el Renacimiento, con mayor entusiíi.'mo y esplendor que en niguna olr-;t parte de Europa. Sin embargo, nos ha sido imposible obtener testimo nios precisos de este hecho. * Hemos de referimos también aquí a la m úsica.™ Por el año 1500 estn-
®* Sansovino, Venezia, fols. 172 v sjgs. Parece que empezaron con mu tívo de las excursiones al Lido. dondi. se solía tirar con la ballesta. La giati regata general del día de San Pablo fue oficial a partir de 1315. En époiM anterior se montaba también mucho a caballo en Venecia antes de oue ^e Coelius Calcagnius {Opera, pág. pavimentaran las calles y los puentes 514)', describe (e n la oración fúnebre planos de madera se transformaran en de Antonio Costabili) la educación de pétreos puentes de arco. Aún Petrarc.i un joven italiano de calidad (por el describe {Epist. seniles, IV , pág. 78í i, año 1500). de la siguiente m a n e r a : un fastuoso torneo en la plaza de San primero las "artes liberales et ingenuac Marcos, y el dux Steno, tenía, haci:, disciplinae; tum adolescentia, in iis el añc- 1400, unas caballerizas tan eexercilationibus acta, auae ad rem mi- pléndidas como las de cualquier príiv litarem corpus animumque praemu- cipe i taliano. Sin embar co, ya desdií rüunt. Nunc gymnastae (es decir, al el año 1291 se había prohibido el pa maestro de gimnasia), operam daré so general de jinetes en la zona tic luctari, e x c u i T C r e , natarc, equi tare, ve- la plaza de San Marcos. No es. pues, nari, aucunari, ad palum et apud 1a- de extrañar que en época posterioi nistam ictus in f e r r e aut declin are, se considerase malos jinetes a los ve eaesim punctimue hostcm ferire, hastam nec'anos. Véase Ariosto, Sat.. V, v:;. vibrare, sub armis hvemcn iuxta et 208. aestatem traducere, lancéis occursare "íO Sobre las relaciones de Dante v veri ac communis Martis simulacra imitan". Cardano ÍDe propria vita, la música, y sobre la que se puso cap. 7) menciona entre sus ejercicios las poesías de Petrarca y Boccaccio, gimnásticos el salto al caballo de ma ver Trucchi, Poesie ital.. ineaile, 11 dera. Ver en Gargantúa, I, 23. 24, páe. 139. Sobre teóricos del siglo xiv. la educación en general, y 35, las ha Filippo Villani, Vite, pág. 46, v S&rdconius De urb. Patav. antiq., sr bilidades de los gimnastas. Graev., Theasurus, VI . II I, col. 297
ba todavía la composición en manos de la escuela neerlandesa, que era admirada sobre t odo por la extra.ordinaria calidad artística y la oriinalidad de sus obras. Pero aparte ella existía la música i taliana, e ciertamente, se aproximaba más sentimiento musical de hoy. Mcio siglo después surgió Palestrina, cuya fuerza aún nos llena de mara villa; sabemos que fue un gran in novador p ero si fue él mismo —o ueron otros— los que hicieron que la música entrara definitivamente por la vía mode rna, n o queda tan evidente que el profano pueda for marse .una idea ca bal. Dejare mos, pues, a un lado la historia de la composición musical, para intentar desentrañar las relaciones entre la 'música y la sociedad de aquel en tonces. \, Altamen te característica del Rcna;tim¡en(o —y de la Italia misma— es, en primer término, la copiosa I espccialización de l a orquesta, la .Sobre la música en la Corte de FeÍ;derigo de Urbino minuciosos datos en •Vaspasiano Fior., pág. 122. Sobre la ca^pilla infantil de Ercole I, Diario Ferra Ircse. Muratori, XXIV, col. 358. Fuera ;de Italia apenas se toleraba que persol.nas disthiguidas practicaran ia música: en lu Corte flamenca del joven Carlos V da lugar esta cuestión a peligrosas dispytafl; ver Hubert. Leod, De vita FriíFU. Paial, lib. III. Un prolijo y curioso pasaje sobre la música lo en contramos donde menos podíamos ima ginar: en ta Macaroneide, Fant. XX . Con motivo de la descripción humorís tica de un cuarteto averiguamos que también se cantaban canciones france sas y españolas, que ia mtisica contaba ya con enemigos (por el ano 1520) y que se tenía por excelentísima la ca pilla de León X y por admirable al compositor, algo anterior, Joaquín des Prés; y se mencionan las obras prin cipales de este último. El propio autor (Folengo) pone de manifiesto en su Or¡andino. II I. 23 y y sigs. (bajo el seu dónimo Limemo Pilocco). un fanatismo musical de earácter completamente moderno.
búsqueda de nuevos instrumentos, es decir, de nuevas sonoridades y —en íntima conexión con esto— el virtuosismo, o sea el acceso de lo individual en relación con determi nadas ramas de la música y deter minados instrumentos. De los instrumentos capaces de expresar una armonía completa, sólo el órgano fue conocido y perfeccio nado 'Cn los primeros tiempos y más adelante el instnimento de cuerda que le equivale: el gravicémbalo o clavicémbalo. Instrumentos semejan tes, procedentes de principio del si glo XVI, se conservan todavía, pues, como es sabido, solían decorarlos los más grandes pintores. Por lo de más, el primer puesto fue conquis tado por el violín, ya que entonces disfrutaba de una celebridad par ticular. Bajo León X que cuatido cardenal solía tener su casa llena de cantantes y músicos —él mismo gozaba de gran reputación como perito y ejecutante—. se hicieron famosos el judío Giovan María da Cometto y Jacopo Sansecondo. Al primero le dio León el título de conde y le reg aló un burgo."^^ El segundo se supone que figura como Apolo en cl Parnaso de Rafael. En cl transcurso del siglo xvi surgieron celebridades de cada especialidad, y Lomazzo (por el año 1580), men ciona tres virtuosos célebres del can to, tres del órgano, tres del laúd, tres de la lira, tres de la viola de gam ba, tres del arpa, tres de la cí tara, tros de la trompa y tres del trombón; Lomazzo quería que los retratos de los citados ejecutantes figurasen en los respectivos instrumentos.'^- Un •^1 Leonis vita anonyma. en Roscoe. ed. Bossi, X n , página 171. ¿Será acaso cl violinista de la galería Scarra? A Giovan María da Cornelto se le cele bra en el Orlandino, HI . 27. Lommazzo, Trattato delt' arte del ta píttura, pág. 347. Entre los virtuosos de la lira se menciona a Leonardo da Vinci. y también a Alfonso (¿duque?) de Ferrara. El autor reúne, en general.
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juici o comparado, en tan múltiples artes plásticas eran asimismo dies aspectos, sería inconcebible en esta tros en la música y a veces verda época, fuera de Italia , aunque ya deros virtuosos. A las personas de casi los mismos instrumentos estu calidad se les vedaban los instnivieran en uso en todas partes. mentos de viento oor las mism;is La riqueza de instrumentos se des razones que a Alcibíades y a la prende también, de modo muy espe propia Palas Atenea.'''^ La sociedad cial, del hecho de que fueran objeto distinguida prefería el canto sin del interés del coleccionista. En Ve- acompañamiento de violín; también necia,"^ donde tanta afición había demostraba preferencia por el c u a i a la música, existían varias coleccio teto de instrumentos de cuerda'^" y nes de instrumentos, y cuando se por el clave, debido a su múltiples reunían determinado númeroi de vir recursos; no había afición, en cam tuosos, se organizaba en el acto un bio, al canto coral, "pues una sola concierto. (En una de estas colec voz se escucha y se ¡uzga mejor v ciones podrían versa también mu produce mayor goce". En oíros tér chos instrumentos construidos si minos: c omo el canto, a pesar de guiendo el modelo de reproduccio toda la modest ia con venc iona l, con.s nes antiguas y de acuerdo con des tituía ima exhibición individual en cripciones de la Antigüedad, pero un ambiente de sociedad distingui no se nos dice si había quien su da, se prefería escuchar (y ver) al piera tocarlos y cómo sonaban). No cantante individualmente. Se presu debemos olvidar que algunos de es ponía que habían de despertarse los tos instrumentos tenían aspecto de más dulces sentimientos en las be gran suntuosidad y que con ellos llas oyentes, por lo cual se desacon podían formarse bellos grupos. Por sejaba hacer música a las persohas eso se les encuentra también como de edad, por muy bien que tocarají aditamento en las colecciones de co y cantaran aún. Atribuíase especial importancia a que el efecto musical sas raras y objetos artísticos. estuviera realzado por la figura del Los ejecutantes, sin contar con los conceríisía. D e la com posición co virtuosos propiamente dichos, eran mo arte independiente en estos círeti aficionados que tocaban individual los ni siquiera se trataba. Podía ocu mente o en orquestas, viniendo és rrir que el contenido de las palabras tas a ser una especie de "acade aludiera a alguna desgraciada aven mias",'^' Muchos maestros de las tura del propio cantante.^"^
todas las celebridades del siglo. Entre ellas se cuentan varios judíos. Ver la más amplia enumeración d e músicos del siglo XVI, divididos en una primera y una segunda generac iones, en Rabelais, en ol "nuevo prólogo" al libro IV . Un virtuoso, el ciego Francesco de Flo rencia (1390), fue coronado de laurel por cl rey de Chipre en Venecia. Sansovino, Venezia, fol. 138. Na turalmente, los mismos aficionados co leccionaban libros con notación musi cal. "'i En la vid a de Sammichclc, men ciona ya Vasari (XT, 135) la Academia de Filarmonici de Verona, Lorenzo el Maanífico había ya constituido en 1480 una "escuela de armonía" compuesta de quince miembros, entre ellos el fa-
moso organista Squarcialupi. V er Dclécluze. Florence et ses vicissitades, v t > lumen II , pág. 256. De Lorenzo parece haber heredado su hijo León X el en tusiasmo DO r la música. También el primogénito, Pietro, era muy aficiona do a la música. "•f^ ... II Cortigiano, fol. 56. Comp. fol. 41. •í* "Quatro viole da arco"; una prue ba de aha cultura diletante, ciertame*ite, muy rara en el extranjero entonces. Bandello, Parte I, Novella 26: canto de Antonio líologna en el círculo de Ippolita Bentivoglio en I I I . 26,_ En nuestra época tan llena de remilgos se consideraría como una profanación de" los más sagrados senUmientos. (V er la ¿
Evidentemente este diletanismo tanto en la clase distinguida como la clase media— estaba en Italia, r aquel entonces, más difundido que en los demás países y, al mismo iempo, se acercaba más al verdadelo arte. Dondequiera que se nos hal>!e de reuniones sociales se insiste siempre en el canto y en la música de instrumentos de cuerda; centena res de retratos representan a los ren-atados, en grupos muchas veces, locando instrumentos musicales o eon el laúd en la mano; y en los mismos cuadros religiosos los con ciertos de ángeles demuestran hasta qiié punto los pintores estaban fa
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miliarizados con la viva representación de los músicos. Sábese, por ejemplo, que un tocador de laúd, Antonio Rota; de Padua (muerto en 1549), se enriqueció dando lec ciones e hizo imprimir un método para este instrumento.'^*' En una época en que la ópera no había empezado todavía a concentrar y monopolizar el genio musical, he mos de imaginamos toda esta activi dad musical como cosa multiforme, inteligente y maravillosamente origi nal. Otra cuestión es alcanzar a com prender hasta qué punto nos intere sarían estas composiciones musicales si nos fuera dado oírlas hoy día.
VI . SITUACIÓN DE LA MUfER
ara comprender la vida de la alta ¡edad del Renacimiento resulta, por último, esencial, saber que la mujer gozó de la misma considera ción que el hombre. No debemos dejarnos desorientar por las sofísti cas y en parte malévolas considera ciones de los autores de diálogos sobre la supuesta inferioridad del bello sexo, o por sátiras, como la tercera de Ariosto,"" que pinta a la mujer comc^tm peligroso niño grantlc al cual hay que saber tratar y al ual separa del varón un abismo. ,sto último es indudablemente verd en cierto sentido. Precisamente rque la mujer había alcanzado la madurez espiritual y se encontraba equiparada al hombre, no pudo dar lodos sus frutos en el matrimonio, esa unión de los espíritus y de las
i'liima canción de Británico, en Tácito,
Anules, X I I I , 15) . En los testimonios í
! I
i i u e conocemos no cabe distinguir el rceitado con acompañamiento de laúd i • de viola del canto propiamente dicho. Scardeonius, ibid. '•' A Annibale Maleguccio, designaa también con el número 5 o el 6.
almas, esa manera especial y elevada de completarse que se encuentra más tarde en el Norte. Cabe notar ante todo que en las clases superiores la educación de la mujer era esencialmente la misma que la del hombre. No sentían los italianos del Renacimiento el menor escrúpulo en iniciar en literatura, y basta en filolopía, al mismo ticmno a sus hijos y a sus hijas (pá g. 120 ). Como en la antigua cultura renovada veíase el patrimonio supremo de la vida, no se quiso que las mujeres quedasen excluidas de él. Hemos vis to ya hasta qué grado de virtuosismo llegaron, aun las princesas, en la ora toria y la composición latinas (pág. 127). Otras debían participar cuando menos en la lectura de los hombres para poder seguir el hilo de la con versación, en la cual predomina fre cuentemente el tema de la Antigüe dad. Con esto se enlaza la parti cipación activa de la mujer en la poesía italiana por medio de cancio nes, sonetos, improvisaciones, que, desde la veneciana Cassandra Fedele (fines del siglo xv i ) , permitieron
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I.A CULTURA DE L R E N A C I M I E N T O E N ITALIA BURCKli ARDT
conquistar la celebridad a toda una serie de escritoras.*'" Vittoria Colonna puede ser llamada inmorial. Si algo viene a confirmar la exactitud de nuestro punto de vista es esta poesía de una mujer, de un tono completa mente viril. Tanto los sonetos eró ticos como las poesías religiosas revelan una factura tan d ecidi da y precisa y están tan lejos de las blan duras del claroscuro sentimental y del diletantismo, tan frecuente en la producción femenina, que se les tomaría por obra masculina si no contradijeran resueltamente esta su posición el nombre, los datos que poseemos y los exactos indicios exteriores. la cultura se desarrolla asi ^Con mismo la individualidad cn Jas mUjéres^e las clases superiores^ de manera semejante a como en los hombres zurriera, mientras fuera de Italia, hasta la Reforma, las mujeres, aun las propias princesas, se destacaron personalmente muy poco. Excepciones como Isabel de Baviera, Marguerite d'Anjou, Isabel de Casti lla, surgen en circunstancias excepcionalísimas, casí diríamos que a la fuerza. En Italia, durante todo el siglo XV , las esposas de los príncipes, condottieri, y sobre todo las de los tienen casi todas una fisonomía definida, personal, y participan en la notoriedad y aun en la fama de sus maridos. A ellas se añaden, poco a poco, toda una serie de mujeres célebres de muy varia índole (pág. 74, nota 93), aunque su celebridad sólo consistiera en sus dotes natitrales, su belleza, su cultura, sus buenas costumbres y su piedad, formando todas estas cualidades un conjunto armónico.'*^ No cabe hablar de una
(emancipación) aparte, conscienlc,desde el momento cn que la cosa sü; entendía como normal. La mujer tic calidad debía aspirar en esta época, exactamente lo mismo que el hombre, a una personalidad bien delimitada, perfecta cn todos los aspectt^. Lai mismas ideas, los mismos sentimien tos que hacen perfecto al hombro debían igualmente hacer perfecta ii la mujer. N o se le pide una activid;ie espera de ell a un nobl e acorde lie las fuerzas del alma,' tal v ez, pero nada de especiales intimidades cili forma de diario o de novela... F.stc tipo de mujer no pensaba en el pú blico; debía, ante todo, impresionar a los hombres importantes y opo- \ ner vallas a sus caprichos. El mejor elogio que entonces líothit hacerse de las grandes italianas ^.ili que tuviesen inteligencia y ánimo ¿ 4 viriles. Basta observar la actitud, viril de todo punto, de la mayosía de las figuras femeninas de los poem:í)i heroicos, sobre todo en Boyardo y Ariosto, para comprender que esta mos frente a un ideal muy definido. í El título de virago, que en nuestro siglo se consideraría de muy dud(»i.ii galantería, se consideraba entonces un timbre de gloria. Con todo deco ro lo llevó Caterina Sforza, esposa y viuda luego, de Girolamo Riaiio.' cuya posesión hereditaria, Forli. de fendió primero contra el partido de sus asesinos v después contra Cesar Borgia con todas sus fuerzas; lúe vencida, 'pero mereció la admiración
"laudator temporis acti": no debe olvi darse que casi cien años antes de It i ' que él llama al buen tiempo vieio cv cribía ya Boccaccio el üecamerón. ^~ Ant. Calateo, epist. 3, a la joxen Bona Sforza, luego esposa de Segismuti- | * Es, en cambio, ínfima la partici do de Bolonia: "incípc aliquid dé v i r t í J pación de la mujer cn las artes plás sapere, quoniam ad imperandifm v i r Í H ¿t| nata es, , . Ita fac, uL sapientibus viri^ ,-| ticas. SI Así debe interpretarse —por ejem placeas, ut te prudentes ct graves v i r i • plo— la biografía de Alcssandra de'Bar- admirentur, et vulsti et muliet-cularum studia et indidia despicias, etc." ^ r j ^ > di cn Vespasiano Fiorentino (Mai , Spi cileg. Rom. X i , nágs. 593 y sigs.). sa carta, en cualquier sentido. (Mai. quien, dicho sea de paso, es un gran Spicileg, Rom., V I I I . 532).
todos sus compatr iotas y fue hon rada con el nombre de "prima donna ^ r i i a l i a " . ^ ^ Una semejante tendencia heroica se observa en diversas mu jeres del Renac imie nto, aunque no hubo otra a quien se presentase la oeasión de intervenir en una empresa Ue guerra. En Isabella Gonzaga apa recen bien claras tales características .(véase pág. 24). Se comprende que mujeres así dejaran refe rir en sus reimi ones históricas como las de Bandello sin que .el tono soc ial de su cí rculo su-'\?r Friera menoscabo. El genio imperante en éstos no era el de la femineidad dt- nuestros días, es decir, el respeto lili.- determinadas presunciones, pre•Miimientüs y misterios, sino que se .1 aeterizaba por la conciencia de la energía y de la belleza y por una continua presencia llena de riesgos y de azares. Por eso cn aquellas for3nas mundanas, aun las más come didas, encontramos un algo que a nuestro siglo le ha merecido el nom bre de descaro,*^^ no nudiendo no sotros, en cambio, imaginarnos lo que hace contrapeso a esta tendencia peligrosa: la dominante personalidad de la mujer italiana de la época. Que todos los tratados v diálo.gos, en conjunto, no nos brinden un tesde
¡ Así se la Jlama en la fuente do^:uniental más 'im por tan te. El Chron. leneíum, en Muratori, XXIV, col. 128 siguientes, V. Infessura, en Eccard, \cript., I I , col. 1.981. y Archiv. Stor., Iippend., 11, pág. 250.
^4 Y lo es. a vecesi. El
Cortigiano
iscña cómo deben comportarse las da las cuando se cuentan estas historias libro I I I , fol, 107). Que las damas le escuchaban sus Diálogos tenían que aber cómo comportarse lo demuestra fuerte pasaje del lib. II . fol. 100. Lo _je se dice de la pareia del "Cortigia \o", la "Donna di Palazzo", no puede ;r decisivo va por el hecho de que ^ta dama palaciega es mucho más criala de la princesa que el "cortigiano", riado del príncipe. En Bandello I, Aío^ella 44, cuenta Blanca d'Este la espeEnante historia de amor de su abuelo Nki ^^ololo de Ferrara y la Parisina.
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timonio decisivo por lo que se refiere a este extremo, se comprende por sí mismo, por muy prolijamente deba tida que figure cn ellos la cuestión del amor. Lo que parece en general haber faTfado a esta sociedad es el encan to juve nil de las muchachas,*" a las cuales se las tenía muy aoartadas de ella, aun en los casos en que no se las educaba en un convento. Es difí cil decir si su ausencia contribuía a la mayor libertad de la conversa ción, o si la libertad de l a conversa ción era la causa de su ausencia. El trato en las cortesanas adqu iere asimismo un auge aparente, como si quisiera renovarse un tipo de rela ción parecido al de las atenienses y las hetairas. La famosa cortesana Imoeria era una mujer de ingenio y cultura, había aprendido a componer sonetos con un tal Domenico Campa na y practicaba también la música.**' La bella Isabel de Luna, de origen español, gozaba fama de ingeniosa y era, al mismo tiempo, una extraña mezcla de lengua llena de perfidia y de bondad de corazón.®^ En Milán conoció Bande llo a la majestuosa Ca terina di San Gclso,»^ que tocaba a l a perfección diversos instrumentos y era una admirable cantante y recita dora de verses. Se infiere de aquí que las gentes distinguidas que visi taban a taies damas —o que con ellas convivían— eran intelectualmente exigentes y que a las cortesa nas célebres se las trataba con los Véi' en Bandello, II , Novella 42 IV , Novella 27, hasta qué pimto los viajeros italianos apreciaban cl libre trato con las muchachas en Inglaterra y los Países Rajos. 8fi Paulo Jovio, De Rom, piscibus. cap. 5; Bandello, Parte III. Novella 42. y
En el Ragionamenío del Zoppino, pág. Aretino dice de una cortesana que sabe de memoria a Petrarca y Bocca ccio enteros y un sinnúmero de bellos versos latinos de VirgiÜo, Horacio, Ovi 327,
dio ^ ^
y mil otros autores. Bandello, II , 51, IV, 16. Bandello, I V. 8.
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mayores miramientos; aun después de rotas las relaciones se procurab a mantener una opinión recíoroca favorables,^ porque la pasión, aun pasada, había dejado un grande y perdurable huella. Pero, en conjunto, no se puede tomar muy en cuenta este género de relaciones intelectua les en comparación con el mundo, de la sociedad oficialmente lícita, y el recuerdo oue han dejado en la poe sía y en la literatura es, sobre todo, de naturaleza escandalosa. Hay en verdad de qué asombrarse de que entre las 6.800 damas que contaba el gremio en 1490*'* —antes de la era sifilítica, por lo tanto—, apenas encontremos una mujer de ingenio y de altas dotes intelectuales. Las mencionadas p^tenecen a la época inmediata posterior^NEl género de vi da, la moral y la filosofía de las mujcies públicas, las alternativas de goce, avidez de dinero y honda pa
sión, así como la hipocresía y el carácter diabólico en su vejez, noi lo describe, mejor que nadie acaso, Giraldi Cinthio en las novelas hrives que preceden a sus Hecatoinim thi. En cambio, Pietro Aretino, m sus Ragionamenti, nos pinta más la intimidad propia que la de aquella clase desgraciada, tal como era. Las amantes de los príncipes, eo mo hemos dic ho ya (página 28) .il hablar del principado, constituv L I I tema y asunto para los poetas y U' artistas y son, por ello, conocidas del mundo contemporáneo y de la posteridad, mientras que de una Alice Per ries y de una Clara Dci tin (amante de Federico el Vtc.io riosü) apenas queda el nombre v de Agnés Sorel una leyenda más ficticia que real. Distinta es ya la cosa con las amantes de los reyc^ del Renacimiento, Francisco I y En riquc ll.
VI L LA VID A DOMÉSTICA Después de ia vida social hemos de dedicar ahora una breve considera ción a la vida del hogar en el Rena cimiento, i Se observa una tendencia general a juzgar la vida de familia de los itaUanos de esta época como desorganizada por la gran inmorali dad reinante. En la Parte próxima trataremos de este aspecto de la cuestión. Mientras tanto, nos limi taremos a llamar la atención s obre el hecho de que la infidelidad con yugal en aquellos días no tenía para la familia, ni muchísimo menos, un ^ Véase un eiemolo muy elocuente en Giraldi Cinthio, Hecalommithi, VI,
Novella 8.
Infessura, en Eccard, Scriptores, II , e ol. 1997. En cl recuento se incluyen sólo las mujeres públicas, no las concu binas. De todos modos, el número, en relación con la población probable de Roma entonces, es enormemente aito. Tal vez se deba a un error de copia.
carácter tan dest ructor como en los países septentrionales, mientras no rebasare ciertos límites. La vida doméstica de nuestra Edail Media era un producto de la moral popular imperante, o, si se quiere, un producto natural en los impulsos que determinan la evolución de los pueblos y en la acción de la mancia de vivir según la clase y la fbrtun;t La vida caballeresca, en su período de florecimiento, dejó intacta la in timidad doméstica; su destino era ti andante destino de la caballería in las Cortes y en las guerras; su ho menaje se dedicaba más a otra nm jer que a la propia —la madre df familia...—y que ocurrier a en (' castillo, en la patria lo que D quisiera. Por vez primera se inl. ta en el Renacimiento vivir la vii^'.i doméstica, conscientemente, en sistema ordenado, convirtiéi^dola una obra de arte. Viene en -avL>'
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este propósito una econonua muy arrollada y una manera racional construir las casas, pero lo prinipal es la reflexión intehgente sotodas las cuestiones de la con"vivencia, de la educación, de la oiganización y la servidumbre. El documento más valioso a este íespecto es el diálogo de Agnolo dei governo l'íindolfini: Trattato
dosamente y recurriendo sobre todo a la persuasión, es decir: "más con la autoridad que por la violencia"; finalmente, elige y trata a los em pleados y criados basándose en prin cipios que los hace fieles a la casa y los vinculan a ella de buen grado. Hemos todavía de destacar un ras go particular, no porque sea peculiar de este opúsculo, sino por el entu ilella jamiglia.^^ En él se nos pre- siasmo con que lo subraya el autor; j scnta a un padre que habla a sus el amor a la vida del campo en el hijos, ya adultos, y los inicia en su italiano culto. En el Norte no vivían manera de obrar. Se nos introduce en el campo, jwr aquellos días, más c\\ un interior doméstico, de abun- que los nobles en sus burgos monta I danle ajuar, bien provisto y admi races y los monjes de las Órdenes nistrado con razonable economía, superiores en el bien amurallado re para llevar una vida moderada que, cinto de sus monasterios; pero los si se mantiene, significa promesa de burgueses, hasta los más ricos , se dicha y bienestar para muchas gene- pasaban el año entero en la ciudad. laeiones. Una propiedad rural floreeiente, que con sus productos provee En Italia, en cambio, por lo menos la mesa del hogar, es la base de! en lo que se refiere a los alrede i-rema combinado y completado con dores de determinadas ciudades,®^ sí un negocio industrial, de tejidos de era much o mayor la seguridad po seda o de lana. La casa misma no lítica y policíaca, de otra parte la menos que la comida, son de la me afición a la vida campestre era tan jor calidad; todo lo que se refiere a grande que optaban por arriesgar al muebles y ajuar ha de ser sólido, guna pérdida en tiempo de guerra. lUiradero y escogido, y la vida coti diana en la casa todo lo sencilla ta con perspicacia psicológica valdría posible. Todos los gastos, desde los más que dos volúmenes de despachos de carácter suntuario hasta las mo y negociaciones. ¿Cuándo y merced a nedas para el bgisillo de los hijos qué influjo se ha convertido en algo ^ pequeños, aparecen calculados racio- cotidiano en !a familia alemana la I nalnicntc, no de una manera conven- costumbre de golpear a los hijos? Eso f 'cional. Pero lo más importante es la debió de ocurrir mucho tiempo des que Walther cantara lo de "Nieeducación que el señor de la casa pués man kan mit gerten, kindes zuht beda, no sólo a sus hijos, sino a to herten"; "nadie con la vara buen liijo dos los que forman su hogar. Por criará" (alemán antiguo). En Italia, ¡o pronto, en Jo que concierne a su por lo menos, cesan muy pronto ]a.s esposa, consigue hacer de una mu palizas; a un niño de siete años no se chacha tímida, educada con cauta le pega ya. El pequeño Roldan esta i'cciusión, una señora ama, segura de blece su principio (Orlandino, cap. sí misma, que sabe mandar a sus VII, estr., 42): criados; luego educa a sus hijos sin Sol gU asini si ponno bastonare e.siciil dureza,®^ vigilándolos cuidaSe una tal bestia fussi, patirei.
" Ver pág. 75 do la presente obra. I':tTu!olfÍni murió en 1446. L. B. Alber• quien se atribuye la obra igualI . lie, en 1472. Una concienzuda historia de la costumbre de golpear a los hijos en los ucblos latinos y germánicos, compues-
Giovanpi ViUani, XI , 93. Muy importante testimonio sobre la edifi cación de villas por los florentinos, ya antes de mediados del siglo xiv. Se nos dice que sus villas eran más her mosas que sus casas urbanas y que se esforzaban mucho en que lo fueran, "onde erano tenuti matti".
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Así surgió la residencia campestre del acaudalado habitante de la ciu dad: la quinta o villa. Un precioso legado de la vieja Roma revive aquí tan pronto como la prosperidad y la cultura han adelantado suficiente mente. Nuestro autor sólo paz y dicha encuentra en su villa. Pero en este punto hay que oír a él mismo. En el aspecto económico lo esencial es que, a ser posible, una hacienda lo produzca todo: granos, vino, aceite, forrajes y leña; por eso se pagan caras estas fincas, ya que hacen in necesaria la compra en el mercado. El goce que ello produce se mani fiesta sobre todo en las palabras que sirven de introducción al méíieipnado tema: "En los alrededores de Flo rencia hay numerosas villas en medio de un aire claro como el cristal, en un paisaje alegre, con espléndidos panoramas; hay aquí poca niebla y no soplan vientos nocivos; todo es
sano, y el agua es pura y saluila ble; de los innumerables edificios, muchos son co mo palacios de prín cipes y otros c omo espléndidos y ricos castillos". Se refiere con e^io a aquellas residencias, verdaderos modelos en su género, la mayoría de las cuales fueron destruidas por los florent mos mismos en 1529 ton el vano propósito de defender mejor a la ciudad. Tanto en estas villas com o en las del Brenta, de las estribaciones loni bardas, en el Posílipo y el Vomcro. la vida social adquirió un más cksenvuelto e idílico carácter que cii las salas de los palacios urbanos, La convivencia con los invitados, lii caza y la vida al aire libre están ocasionalmente descritas con ingenio y gracia, pero también las más pro fundas creaciones del espíritu y la» más nobles joyas de la poesía es tán, a veces, fechadas en una de esas residencias campestres.
V I I L LA S FIESTAS No es por capricho por lo que vincu lamos a la consideración de la vida social la de los festivales y repre sentaciones. El arte y la magnificen cia de que hizo alarde la Italia del Renacimiento en tales materias,'*'* sólo fue posible gracias a la Hbre convivencia de todas las clases so ciales que constituyera el fundamen to de la sociedad italiana. En el Norte, tanto los monasterios como las Cortes y los burgueses poseían sus fiestas especiales como en Italia, pero su estilo y su contenido eran distintos según la clase, mientras en la atmósfera del Renacimiento ita liano el arte y la cultura comunes a toda la nación daban a las fies tas un carácter más el eva do y más popular a la vez. La arquitecttu*a Véase págs, 175 y sigs. donde se estudia esta pompa como un obstáculo para el desarrollo del drama.
decorativa que colaboraba en esta» fiestas merece página aparte en lii historia artística de Italia, auntnii" sólo haya llegado a nosotros coni
LA CULTURA DEL RENACIMIENTO EN ITALIA
Ahora bien, las representaci ones de misterios, en conjunto, eran en lialia evidentemente más suntuosas, más numerosas, y, en virtud del pa ralelo desarrollo de las artes plásti cas y de la poesía, tíe gusto más ^epurado que en parte alguna. De pías se desprenden y derivan, no ^l o aquí, sino en todo Occidente, primero la farsa y lueg o el drama ¡írofano en general, seguidos muy de cerca por su género de pantomima con canto y baile apoyada sobre la 'lelleza del efecto. Por su lado, de las procesiones va ¡urgiendo en las ciudades italianas, :on sus anchas y bien pavimentadas jylles,''^' el "trionfo", es decir, el coriL'jo de grupos, con indtimentaria es pecial, en carruaje y a.pie, con ca rácter predominantemente religioso al principio y luego, gradualmente, con carácter cada vez más profano. 1.a procesión del Corpus y el coricjo de Carnaval se combinan aquí en un común estilo de pompa, al i)ue vino a unirse, después, la cahalgata de los príncipes. También cu los pueblos se procuró a veces Jcsplegar la máxima pompa en eslas ocasiones, pero sólo en Italia se llegó a constituir un método funda do en reglas de arte, q i * combinaba y equipaba el cortejo como una to talidad dotada de unidad y de sen tido.
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hermandades en algunas procesiones religiosas, la pomposa fiesta de las Rosas de Palermo— delata bien cla ramente hasta qué punto se ha apar tado de tales solemnidades toda cul tura de tipo superior. El auge de estas fiestas comienza con la vi ctoria decisiva de lo mo derno en el siglo xv;^^'' no obstante, Florencia se adelantó también aquí al resto de Italia. Por lo menos exis tía ya en esta ciudad una organiza ción por barrios para las representa ciones públicas , que constituían un gran alarde artístico. As í, por ejem plo, aquella representación del In fierno sobre un armazón y por me dio de barcas en el Arno el 1*^ de mayo del año 1304, durante la cual se hundió el puente Alia Carraia bajo el peso de los espectadores.-*'^ El hecho de que en tiemp os pos teriore s los florent inos encontraran ocupación como organizadores y ar tistas en las fiestas (festaiuoU) en el resto de Italia reve la la temprana perfección que alcanzaron en su ciu dad
natal.^8
Si queremos captar en las fiestas italianas aquellas cualidades que su ponen superioridad sobre las extran jeras, hallaremo s por de pron to, en primera línea, cl sentido del indivi duo suficientemente desarrollado pa ra la representación de lo individual, es decir, la capacidad de encontrar una máscara perfecta y de saberla llevar y comportarse de acuerdo con su carácter. L os pintores y escultores no sólo colaboraban en la decoración
Lo que queda todavía de esta prác tica sólo puede considerarse como un mezquino resto. Tanto los cor tejos religiosos como los profanos 'lan prescindido hoy, casi por com pleto, del elemento dramático, y de Los festejos con motivo de la indumentaria, por el temor al ri- exaltación del Visconíi al ducado de ;ulo y porque las clases cultas Milán en 1395 (Cono, fol, 274), con ie entonces se consagraban con to toda su gran pompa, tuvieron todavía as sus energías a estas cosas, no algo de rudeza medieval y el elemen |)ueden ya encontrar placer en ellas, to dramático faltó en absoluto. Véase también la relativa mezquindad de los .H>r diversos motivos. En el Carna cortejos en Pavía durante el siglo xiv. val mismo han caído en desuso los (Anonymus, De laudibus Papiae, Mu l'iandes desfiles de máscaras. L o que ratori, X I, col. 34 y sigs.). lun pervive —las máscaras de las «7 Giovanni Villani, VIH, 70. Véase, por ejemplo Infessura, en C o m p a r a d a s con las de las ciudaEccard, Scriptores, II . col. 1896. Corio, E septentrionales. fols. 417 y 421.
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del lugar, sino también en el atavío estas falsas interpretaciones,^'^'^ personal, procurando la indumenta la fama de oscuridad de sus aÍL.,i ria, cl afeite ( ver pág. 202 y sigs.) rías, como es sabido, llegó a hacerse y demás elementos indispensables. un verdadero honor.**'^ Petrarca, por Viene en segundo lugar la general lo menos, procura en sus Trionfi des clara, aunque breve, comprensión del asunto j>oético. Por cribir en forma figuras del Amor, de la (Castidad, lo que a los misterios se refiei'e, al las de la Muerte, de la Fama, etc. Otros, canzaba ésta idéntico nivel en todo en cambio, recargan sus alegorías por cl Occidente, desde el momento en puros atributos falsos. En las sátiras i que las historias bíblicas y legenda de Vineiguerra, por ejemplo,*"^ se; rias eran conocidas por todo el mun pinta a la Envidia con "di entes fé- i do; en lo demás, sin embargo, aven rreos y afilados", la Gula mordicn- j tajaba Italia, con mucho a los otros dosc los labios, con revueltos y des países. Para los recitados puestos en greñados cabellos, etc., esto último, i boca de aquellos personajes profano- probablemente, para caracterizar su imaginativos o religiosos, disponía de indiferencia hacía todo lo que nu una sonora poesía lírica que arreba sea comer. Hasta qué punto con tan taba lo mismo a los grandes que a falsas transposiciones se encontraban los pequeños ."" Por otra parte , la en trance embarazoso las artes plás mayoría de los espectadores (en las ticas, no hemos de considerarlo aquí. ciudades) comprendían las metáfo- Éstas, lo mismo que la poesía, po i"as mitológicas y adivinaban, por lo dían darse por satisfechas cuando la menos más fácilmente que en otras alegoría podía expresarse con una fi partes, las alegóricas e históricas, gura mitológica , es decir, con una porque provenían de temas de cul forma tom ada de la Antigüe dad y protegida del absurdo, cuando podía tura universalmente difundidos. Mas esto requiere una explicaci ón. recurrirse a Marte para expresar lu a Diana para expresar la eaPuede decirse que toda la Edad Me guerra, za,**^ etcétera. dia fue la era de la alegoría por excelencia; la teología y la filosofía No obstante, tanto en la poesía manejaban d e tal modo sus alegorías como en el arte había más lograda» como entidades autónomas,^**" que alegorías, y de las f iguras de este resultaba cosa fácil a la poesía y al arte añadir lo que faltaba para la '^1 Entre las cuales pueden im! personificación; fundándose en aquel por ejemplo, los casos en que s mundo ideal podrían por doquiera se, truyc sus imágenes sobre la base
l í i u i o
que aparecían en los cortei itLdianos hemos de suponer que público, aficiona do a tales temas 3r si l cultura general, exigiría, no jalante, una caracteriz ación clara y tpresiva. En el extranjero, sobre to en la Corte borgoña. se toleraban uras de muy incierto sentido, hasmeros símbolos, porque se creía y distinguido estar iniciado o pa;rlü. Con motivo del célebre Voto los Faisane s de l año 1453,^'*" la ren y híjrmosa amazona que figucomo reina de la Alegría es la ica alegoría lograda; los colosales atos con autómatas y personajes )s, o son meros juegos o respona una tosca y forzada exposici ón \r&l. En la estatua de una mujer inuda, custodiada po r un león vihabía de verse a Constantinopla , su futuro salvado r, el duque de f-goña. El resto, con excepción de I pantomima (Jasón en la CólquiI , c resultaba excesivamente hertico, o carecía en absoluto de sen X el propio cronista de la fiesta, ivier, hizo de "Iglesia", montado ímos de un elefante, que un gite conducía, y entonó una extcnslegía sobre la victoria de los in-
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más de las personificaciones de lo general, se conocían gran multitud de representaciones históricas de es tos conceptos generales, ya que se estaba acostumbrado tanto a la men ción poética como a la representa ción artística de nmnerosas persona lidades famosas. La Divina Comedia, los Trionfi de Petrarca, la Amorosa visione de Boccaccio —obras basa das en este principio— y además, la enorme difusión que con la influen cia de la Antigüedad había alcanza do la cultura, habían familiarizado a la nación con el elemento histórico. Añádase a ello que estas personifi caciones figuraban en los cortejos individuales por completo, como tal o cual máscara o por lo menos en grupos, como acompañamiento ca racterístico de una figura o un asun1o principal. Llegóse de este modo a un gran domi nio en la composi ción de grupos en una época en que, en los países septentrionales, las más pomposas representaciones eran una mezcla de simbolismo oscuro y de juegos sin sentido.
Empezaremos con los autos o mis terios, género tal ve z el más anti guo.'**^ En conjunto se asemejan a •io« 4 los del resto de Europa: también Si es cierto que las alegorías de aquí se levantan en las plazas pú poemas italianos de arte, de los blicas, en las iglesias, en las crujías lejos y las obras de arte por su de los conventos , grandes tabl ados to y coherencia están en un nivel que tienen en la parte superior un pa erior, no constituyen, con todo, raíso que se abre y se cierra, en la aspecto principal. La ventaja de- parte inferior, a veces, un infierno, ' v a r e s i d í a , antes bien, en el V entre ambas la escena propiamen te dicha, con todos los lugares terre 10 de que en estos casos, adenos que exige el drama, unos junto a otros. Tam poco es raro que el drarealidad, de 1454. Véase Oli- ra bíblico o legendario comience con dc la Marche, Mémoires, cap. 29. un diálogo previo, de carácter teoló w Sobre otras fiestas francesas, ver, gico, entre Apóstoles, Padres de la ejem., luvénal des Ursins, ad, a., Iglesia, Profetas, Sibilas y Virtudes (entrada de la reina Isabe au); de Troyes, ad. a., 1461 (entrada que, según los casos puede terminar Jilis X I ) . En ellas no pueden presH de trapecios, estatuas vivas, etc., 108 Ver Bartol. Gamba. Noíízie inMtodo es abigarrado e inconexo, y torno alie opere di Feo Relcari, Milano, •egorías, en su mayor parte, de )808, especialmente la Introducción a ^fco sentido. Le rappresenlazioni di Feo Belcari ed Ventaja, desde luego, para gran- allre di lui poesie. Florencia, 1833. Co Poetas y artistas que supieran va mo paralelo la introducción de Bibliode ella. philc lacob a su edición del Palhelin.
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en una danza. Que en Italia no fal ten los "intermezzi" semieómicos a base de personajes secundarios se entiende por sí mismo; sin embar go, este elemento no adquiere re lieve como en el Norte.^-* Las má quinas y artificios que se emplean para elevar las figuras, hacerlas _ des cender o mantenerlas suspendidas, constituían uno de los atractivos principales de todo espectáculo, y fueron más usados por los italianos que por los demás pueblos. Entre los florentinos se produjeron ya en el siglo x(v burlescos apostrofes cuan do la cosa no salía con toda la per fección deseada-^i** Poco después in ventó Brunellesco para la fiesta de la Annunziata en la Piazza San Eelipe aquel complicadísimo aparato que representaba la esfera celeste rodeada de dos círculos de ángeles, de la que descendía volando el Ar cángel Gabriel en una máquina que tenía la forma de una almendra. Por su parte. Cecea proveyó las ideas y la mecánica necesarias para otras fiestas por este estilo.^ Las her mandades religiosas de los barrios que tenían a su cargo la organiza ción y, en parte, la representación misma, procuraban, en la medida de los medios de que disponían, por lo menos en las grandes ciudades, llegar siempre hasta el mayor es plendor artístico posible. Lo mismo cabe creer que sucedía cuando en las grandes fiestas principescas se presentaba, junto al drama profano
o la pantomima, un misterio. Iti k Corte de Pietro Riario (ver p;i]^iiia 59), en la de Ferrara, etc., por v\vm pío, no d ebía falta r toda la poniim que pueda concebirse.^''^ Si imit^l namos el talento de los actores, uti rica indumentaria , la represenl;i
112 Arch. Stor., Append., II , |in|) 310, representación del misterio ik Anunciación en Ferrara, con motivo de la boda de Alfonso, con ingenidatm máquinas y pirotecnias. Ver en ('oHii, Lettere sanesi, I II , pág. 53. Feo. Bel- fol. 417, la representación de Siisaii.i cari (t 1484), a quien acabamos de del San Juan Bautista, y de una lu, mencionar, se había impuesto como mi yenda en la Corte del cardenal Ria sión depurar de semejantes excrecencias El misterio de Constantino el Gn en el palacio pontificio, ...c^arnaval los misterios. 1484, véase en fac. Volaterr a, Miir l i o Franco Sacchetti, Novella, 72. ton, XXIII, col. 194. H i Vasari, II I , 232 y sigs.. Vita di 113 Graciani, Cronacca dÍ ^Per¡i)(ui Brunellesco. Comp. 36 y sigs. Vita del Cecea y V, 52, Vita de Don Barto en Archiv Stor., XV I, I, pág. ^96. l el momento de la Crucifixión niÍH-" lommeo. i*'^ Sin embargo, en una iglesia de Siena terminaban un misterio que tenía por asunto la degollación de los Ino centes con que las desdichadas madres, se tiraban de los pelos. Della Valle,
es predicad ores (de que t rataremos s adelante). Roberto da Lecce, rara el ciclo de sus sermones de yuno, durante la pestilencia del año 448, en Perusa, con una represeneion de la Pasión del Señor el iernes Santo; en la representación .pBrticiparon pocas personas, pero to4o el pueblo prorrumpió en solió los. Es verdad que con tal de conftiüver a la gente no se detenían los que se beneficiaban del espectáculo ,e recursos del más grosero natu• ;mo. Las pinturas de un Matteo Siena o los grupos en barro coido de un Guido Mazzoni, nos rctucrdan aquellas escenas en que el ficlur que representaba a Crist o apa rece sudando sangre, e incluso con Ja herida en el costado y sangran^ 1 1 4
H Los motivos para la representación de misterios, aparte ciertas grandes jpestas eclesiásticas, bodas principeslas, etc., son muy diversos. Cuando ian Bernardino de Siena, por ejem plo, fue canonizado por el papa (1450) hubo —en la gran plaza de lu ciudad natal, probablemente— %na especie de imitación d r a m á t i c a (le su canonización,!^^ can comida Jf bebida para todo el mundo. Ocufría también, por ejemplo, que un Itionje erudito celebraba su promo ción a doctor en teología con la re presentación de u n a leyenda del pa iren de la ciudad.ii'*' A la llegada a
hacía la sustitución con una figura arada para este objeto. Sobre esto último ver, por ejem., II , Comment., lib. VI H, págs, 383 . También en la poesía del siglo tropezamos, a veces, con tan toscos os. Una canción de Andrea de va comprobando, hasta en el pequeño detalle, la descomposición cadáver de la mujer idolatrada, o que en un drama conventual siglo xrr se veía en escena cómo Heredes le comían los gusanos. ina Burana, págs, 80 y sigs. Allegretto, Diari Sanesi, MuratoX X I I I , coL 767. Matarazzo, Archiv. Síor., X V I, pág. 36.
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Italia del rey Carlos V I H , la duque sa viuda Bianea de Saboya le recibió en Turín con una especie de panto mima semirreligiosa.ii'i' en la cual aparecían, en primer lugar, una es cena pastoril semirreligiosa también, "la l ey de la naturaleza", y a con tinuación un cortejo de patriarcas que se suponía representaban "la ley de la gracia"; venían luego las historias de Lance lote del Lago y "de Atenas" . Y en cuanto el rey llegó a Chieri. se le agasajó de nue vo con una pantomima que repre sentaba una estancia de parida llena de visitas de calidad. Pero de todas las fiestas religiosas era la del Corpus la que mayor pom pa exigía. Es la fiesta a la cual se vinculó en España un especial géne ro poético (págs. 223 ). Por lo que a Italia se refiere, tenemos, por lo menos, la pomposa descripción del Corpus Domini, bajo Pío II en Viterbo, en 1482.^1*^ La misma proce sión, que salía de una magnífica y colosal tienda de campaña, levanta da frente a San Francisco, desde la cual, por la calle Mayor, avanzaba en dirección a la Plaza de la Cate dral, era casi lo menos importante, pues los cardenales y prelados ricos se habían repart ido por zonas a am bos lados del trayecto, que no sólo habían cubierto de toldos, colgadu ras y tapices,''!^ sino que en él ha bían hecho levantar tablados en los que se representaban durante la pro cesión escenas hi stóricas y alegóri cas. No se ve bien en las descrip ciones si había actores de carne y hueso o figuras con ropajes;!^ en ^^•^ Sacada del Vergler d'honneur, Roscoe, Leone X, ed. Bossi, I. pág. 220 y 111, pág. 263. 118 PÍO II , Comment. lib. VIH, págs. 382 y sigs. Bursellis {Annal. Bonon., Muratori, X X I I I , col 911, año, 1492), menciona una fiesta del Corpus de pa recido esplendor. l i s En tales ocasiones solía decirse: "nulla di muro si potea veder e". 120 En otras descripciones de este es tilo ocurre lo mismo.
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todo caso el alarde era imponente. en esta ocasión por la suntuo^ La escena representaba, por ejemplo, de que hizo gala; por lo dem:i i una doliente figura de Cristo, rodea fiesta tuvo un carácter más bien ; IIM da de un coro de querubines; una fano, pues además de los ánj- K . Cena en combinación con la figura músicos, que no podían faltar, h de santo Tomás de Aquino; la lu guraban en ellos otras máscara.-, v cha del arcángel San Miguel con el aun "forzudos", es decir, hérculf^^ demonio; fuente de vino y orquestas que lucían en ella toda suerte de de ángeles; el sepulcro de Nuestro habilidades gimnásticas. Las representaciones pura o p r e d c Señor con toda la escena de la Re surrección y, finalmente en la plaza minantemente profanas eran, en Ins de la Catedral, el sepulcro de la San grandes Cortes, calculadas de preí» tísima Virgen. Después de la misa rencia sobre la base de l o especta. ti mayor, el sepulcro se abría, y la lar, de buen gusto y gran suntuoHJ^ Madre de Dios ascendía, cantando, dad, estando los distintos elemenioi al Paraíso, donde Cristo la corona en conexión mitológica y alegoiieii, ba y la conducía hasta las gradas con tal que ésta fuese agradable' v fácil de seguir. Lo barroc o no lat del Altísimo. taba nunca: gigantescas figuro'^ de Entre toda esta serie de escenas animales, de las cuales surgían re representadas en la vía principal al pentinamente grupos de máscüíaH, paso de la proces ión, se destacaba como, por ejemplo, en una p r i i i i l de modo singular, por su pompa y pesca recepción en Siena, en el ;iiio sombrías alegorías, la del cardenal 1465,donde del interior de U H H vicecanciller Rodrigo Borgia, el fu áurea loba emergía todo un balh-l. turo Alejandro V I . E n estas pro de doce personas; retablos con íi^.U'! cesiones empieza, además, a mani ras animadas, aunque no de propoi""^ festarse la afición a las salvas de clones tan disparatadas como las qu^ artiller ía tan características de los se usaban en la Corte del Duqu, id Borgia.122 Borgoña ( p á g . 223), etc. Pero cii i Más lacónico es P ío II en su re si todas estas cosas se traslucía un lato cuando nos describe la proce rasgo de arte y poesía. A la combi sión que se efectuó en Roma el nación del drama y pantominii í mismo año con motivo de la llega la corte de Ferrara nos hemos i i da del cráneo de San Andrés, que rido ya (pág. 175). Universal ren acababa de ser traído de Grecia . Ro bre llegaron a alcanzar las fií i • drigo Borgia se distinguió también dadas en 1473 por el cardenal l'i' tro Riario con motivo del pasr 12.1- La escena representaba cinco re Roma de Leonor de Aragón, i yes con gente armada y un salvaje que del príncipe Ercole de Fenii luchaba con un león (¿amaestrado?); Los dramas propiamente dichos esto último aludía probablemente a Sil aquí aún puros "misterios" de ' vio, el nombre del papa. tenido religioso, siendo mitoli 122 Ver ejemplos bajo Sixto IV en Jac. Volaterranus Muratori, XXIII, col. en cambio, cl contenido de las i . IM 134 y 139. Cuando la toma de posesión tomimas. En éstas figuraba Orí" de Alejand ro V I hubo un cañoneo im con los animales salvajes, Perseo ponente. La pirotecnia, bella invención Andrómeda, Ceres en su can o || H del ingenio italiano para amenizar los 123 Allegretto, Muratori,"XXIII, • festejos, puede incluirse, con toda la decoración festival, en la historia del 7 7 2 . Véase también en la col. 771» • arte. Lo itiismo diremos de las esplén recibimiento de Pío II, dn - 1 4 5 9 . j j 12 4 Cono, fols. 4 1 7 y sigs.; I H Í L I * didas iluminaciones de que tanto se nos habla (pág. 241), con motivo de ra, en Eccard, Scriptores, II , «>!. 1^'' algunas fiestas y hasta de los retablos Strozzii poetae, pág. 1 9 3 , en los fieos. Comp. págs. 4 4 y 4 7 . í con figuras y trofeos de caza.
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por dragones, y Baco y Ariad na regatas de remeros en, su honor, re el suyo tirado por panteras, sin presentóse una suntuosa pantomima, faltara la educación de Aqui- Meleagro, en el patio del palacio del había asimismo un ballet repre- Dux. En Milán dirigía Leonardo da .tando las parejas amorosas celé Vinci las fiestas del duque y también is de los tiempos mitológicos y un las de ot ros grandcs;!"^*^ una de sus ipo de ninfas sorprendidas por máquinas, que podía competir con inaí tropa de rapaces centauros que aquella famosa de Brunellesco (pág. an vencidos al fin y expulsados 225), representaba un planetárium, or Hércules. Un dstalle pequeño, de colosales dimensiones, en pleno "•ro elocuente por lo que respecta movimiento, y siempre que un pla
sentido formal de la época, es neta se acercaba a la novia del dusiguiente: en todas estas fiestas quesiío, Isabel, salía del ígneo globo larecían figuras vivas representan- el dios correspondiente y cantaba estatuas, colocadas en nichos, jun- los versos compuestos por Bellincioa columnas o sobre ellas; que eran ni, el poeta de Cámara (1489). En res humanos quedaba de manifies- otra fiesta (1493) figuraba ya, entre porque en el curso de la escena otras cosas, bajo un arco de triunfo "rvenían cantando o declamando, en la Plaza del Castill o, el modelo i que no soiprendía, ya que su de la estatua ecuestre de Francesco Jor y sus vestidos por lo menos Sforza. Por Vasari sabemos asimis m naturales. Sin embargo, en los mo con qué ingeniosos autómatas oncs de Riario pudo verse un niño contribuyó Leonardo a dar la bien 'o completamente dorado, que ha- venida oficial a los reyes de Francia kde surtidor sobre una fuente.^'-^''* como señores de Milán. Pero tam pantomimas pomposas de este cs- bién las ciudades pequeñas procura » jas hubo en Bolonia también en , ban lucirse. Cuando el duque Borso ion de las bodas de Annibale \ (pág. 28) acudió en 1453 a recibir el homenaje de Reggio, levantóse en ivoglio y Lucrecia de Este.' ía coros en vez dk orquesta, y su honor ante las puertas de la ciu más bella de las ninfas del cor dad un gran catafalco movible, so io de Diana ascendía, en vuelo, bre cl cual aparecía suspendido San isla Juno Prónube, mientras Venus, Próspero, el patrón de la ciudad, III un león —un hombre disfrazado bajo un baldaquino sostenido por león, en este caso— avanzaba ángeles; a sus pies giraba un disco leado por todo un ballet de hom- con ocho ángeles músicos, dos de {8 salvajes. La decoración repre- los cuales se desprendieron, en vue laba con gran verismo un soto lo, hasta el santo, pidiéndole el ce (Ural. En Ven ecia , en 1491, se ce tro y las llaves de la ciudad, quero la llegada de unas princesas entregaron al duque. Apareció lue la Casa de Este; se las fue a go un tablado arrastrado por caba en el Bucentauro, y tras unas llos ocultos, y sobre él había un trono vacío, tras el cual se erguía Vasari cuenta en la Vita di Pun(XI, pág. 37), cómo, en 1513, 1^ 8 Amoretti, Memorie, etc., su Liola fiesta florentina, murió uno de nardo da Vinci, páginas 38 y sigs. niííos a consecuencia del esfuerzo 12*1 Que en esta época la astrología sería, tal vez, a consecuencia del intervenía en las fiestas, lo demuestran fcdo"?). A la infeliz criatura se le los descritos de planetas (pintados con • obligado a personificar la Edad bien poca claridad), con motivo del !ro. recibimiento de novias principescas en Phil. Beroaldi, Orationes: Nup- Ferrara. Diario Ferrarese, Muratori, Wentivoleae. XXIV, col. 248, ad. a. 1491. También B M. Antón. Sabellieo, Epist., hb. se efectuaban en Mantua estos desfi %) L 17. les, Archiv. St or., apend. I I , pág. 233.
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una Justicia con un genio por cria ligiosas, ya desde la primera I > i do , en las esquinas cuatro ancianos Media, brindaban propicia oca^lil^l legisladores rodeados de seis ánge para la mascarada, ya fuese con les con banderas y a ambos lados geles que acom pañaban al Santísimí» lorigados jinetes, con banderas tam o a las imágenes o reliquias, ya cnii bién. Excusado es añadir que ni cl personajes de la Pasión; Crist o. Pero genio ni la diosa dejaron pasar al con las grandes fiestas eclesiásticiiH príncipe sin dirigirle su correspon no tarda en aparecer con la Cm/, diente discurso. En un segundo ca los ladrones, los guerreros, las San rro, al parecer lirado por un unicor tas Mujeres... un verdadero corlcju nio, figuraba una Caridad con una representativo de la ciudad misma, y antorcha encendida. Tampoco falta así la procesión religiosa, de acuciJu ba la antigua invención de una nave con la ingenua manera medieval- liii empujada por hombres oculto s. Esta de tolera r una multitud de elcmcn y las otras alegorías precedían al du tos profanos. Resulta especialm.nic que en el cortejo. Ante San Pietro curioso en estos desfiles, como u-.-\^< volvieron a detenerse y desde la fa de la Antigüedad,"*^ la nave eu KM chada de aquella iglesia descendió ma de carro, a la cual se recurn'ii, como hemos visto, en fiestas de nuiy hasta cl duque un San Pedro con dos ángeles en una gloria circular, distinto carácter, y de cuyo nomlin le puso una corona de laurel y vol —carrus navalis— quedó el rci-mi do en la palabra "carnaval". Una •!> vió a elevarse.i^** Tam poc o había descuidado el clero otras alegorías estas naves podía, ciertamente, Min puramente eclesiásticas; sobre dos adornada y flamante, divertir ,i li* altas columnas figuraban la Idola gente prescindiendo en absoluto ilt tría y la Fe; una ve z que esta últi su antiguo significado. Así, por cjí-m ma, representada por una hermosa pío, cuando Isabel de Inglatert.i doncella, hubo hecho el saludo de dio cita en Colo nia con su pronn li rigor, se derrumbó la otra columna do el emp erador Feder ico I I , le >alhp con la figura que sostenía. Topó al encuentro toda una flota cl, < i luego el cortejo con un "César", tas naves —arrastradas por cah.illnu acompañado de siete hermosas mu ocultos— con una tripulación jere s. . . las siete Virt udes, a las monjes músicos. Pero la procesión eclesiástiu;i n^i que Borso tenía que pretender de I acuerdo con la presentación que sólo podía adornarse con toda de ellas hizo el "César". Se llegó te de añadidos, sino ser in1 nHH por fin a la Catedral, pero después substituida por un cortejo de wm de la misa tuvo que salir de nuevo caras de carácter religioso. A I-IIM Borso y ocupar su trono dorado, dio ocasión, tal vez, el paso pm Ini ante cuyas gradas acudieron a cum calles de los actores que se diii^ñiil plimentarle otra vez una parte de al lugar de la representación i las máscaras mencionadas. Por fin misterio correspondiente. Peí de fiesta, de un edificio próximo rece que pronto llegó a consr descendieron tres ángeles, que con un gé nero de procesiones ini música celestial y cánticos le ofre dientes de este paso de los a cieron palmas como símbolo de paz. Dante escribe el "trio nfo"' ' - ^ j Examinemos ahora las fiestas en 131 Era realmente la nave d^; l»li las que la procesión o el cortejo que el 5 de marzo se botaba, lut constituyen el elemento principal. los años, como símbolo de la liinifi Evidentemente, las procesiones re rada de navegación, que se declurílM abierta. Véase la analogía con IU N t'ij tos germánicos en Jac. Grimm. i¿m% isf» Dícese que las cuerdas de toda che Mythologie. j esta maquinaria estaban disimuladas en 13^ Purgatorio, XXIX, 43, tiastftl forma de guirnaldas.
LA C U L T U R A DE L R E N A C I M I E N T O V.K ITALIA
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catriz en compañía de veinticua- resante, sobre todo, por el mismo •0 ancianos del Apocalipsis, de los carácter especialmente substantivo y luatro ancianos místicos, de las tres antivisionario que la pintura realis /irtudcs teologale s y las cuatro Vir ta del siglo XV sabía dar a sus com tudes cardinales, de San Lucas, San posiciones. Pablo y otros apóstoles, y ello de Pero mucho más frecuentes que es tal manera, que casi nos sentimos inclinados a creer en la existencia tos "tri onfi" religiosos, eran, en todo ide tales cortejos de sde una época caso, los cortqos profanos según el ¿nuy antigua. Esto se revela, sobre modelo directo de los cortejos impe •Ddo, en el carro de Beatriz, carro riales romanos, tales como se cono Ht e resulta inútil, en el bosque má- cían por los relieves antiguos, com H p 3 , y cuyo uso incluso sorpren de. pletado este conocimiento con los Biede ser que Dante vea en el ca- datos que proporcionaban los auto K > un s ímbolo esencial del triunfo, res de la época. (Y a anteriormente y hasta puede haber ocurrido que en las págs. 79 y 90 y sigs., nos | u poema mismo haya estimulado hemos referido al punto de vista y n i la práctica semejantes cortej os, a la actitud ante lo histórico que Ikya parte formal procede del an- imperaban entre los italianos de en • b o . triunfo de los emperadores ro tonces.) e m o s . En lodo caso la poesía y la Por de pronto, encontramos de vez litología participaron, de buen gra- en cuando cortejos de triunfadores l o , en todos esos simbolismos. Savo- auténticos, a los cuales se procuraba pirola, en su Triunfo de la Cruz,^^^ dar t odo el parecido posible con los nos presenta a Cristo en un carro modelos mencionados, aun contra la riunfal; sobre él refulge el orbe de voluntad y el gusto del propio ven 1 Trinidad; en su mano izquierda cedor. Francesco Sforza se sintió lo Cruz; en st^ diestra, ambos Tes- bastante para rechazar, con fenentos, y mas abajo la Santísima motivo fuerte entrada de su en Milán T^^en; preceden al carro patriarcas, "ofetas, apóstoles y predicadores; a (1450), el carro triunfal que le te bos lados figuran mártires y doc nían preparado, alegando que estas es, con los Hbros abiertos ; detrás, cosas eran prejuicios propios de los multitud de los conversos, y más reyes34 Alfonso el Grande, con •Kis, las innumerables bandas de ocasión de su entrada en N ^ o l e s ^femigos, emperadores, potentados, (1443) ,1^5 rechazó la corona de lau H b o f o s , herejes, etc., todos vcnci- rel, homenaje que no desdeñó Napo y humillados, destruidos sus ído- león, como sc sabe, con motivo de y quemados sus libros. (Una su coronación en Notre Dame. Por ^ • 1 composición de Tiziano —gra- lo demás, la entrada de Alfonso H | a en madera— se aproxima bas- (por una brecha abierta en la mu ^ K e a esta descripción.) De las ralla y luego a través de la ciudad ^B e elegías de Sabellico (páginas hasta la catedral) constituyó una ex H y sigs,) a la Santísima Virgen, travagante mezcolanza de elementos ^•tovena y la décima contienen la antiguos, alegóricos y puramente his ^Hija descripción de un "trionfo" tóricos. El carro sobre el cual avan^ M a r í a , rico en alegorías e inte- vazaba sentado en un trono era aly X X X , princi pio. El carro, seel verso 1 1 5 , es más espléndido el carro de Escipión y de Augusto bus cortejos triunfales, y aun más ^ndido que el carro de Apolo. Ranke, Gesch, der román., und ^fln. Vblker, página 119.
'^''^ Corio, fol. 401, diciendo tale cose essere superstitioni de'Re. Véase Cag nola, en Archiv. Stor., 111. pág. 127. Comp. Triumphus Alpíionsi, co mo suplemento de ios Dicta et Pacta,
de Panormita. La antipatía contra el brillo triunfal descomedido se manifies ta ya en los bravos Commenos; véase
Cinnamus, L 5 , y VI , 1.
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I.A CUL TUR A
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I ACOB
D E L R E N A C I M I E N T O
B URC KHA RDT
lísimo V completamente dorado, y COS. Venía a continuación ima enoi veinte patricios llevaban las barras me torre, cuya puerta estaba g u a i del baldaquino de tela dorada a cu dada por un ángel armado de UM;I ya sombra avanzaba el Rey. La parte espada; en la parte superior figLUii baja dol cortejo a cargo de la colo ban cuatro Virtudes, y cada una de nia florentin a constaba de jóvenes y ellas dedicaba al monarca su elu elegantes jinetes que blandí an sus ción. Todo lo demás del cortejo un lanzas cn juegos de habilidad, de un era especialmente característico. Con motivo de la entrada de l.nin carro de la Fortuna y de las siete Virtudes a caballo. La Fortuna, se X I I en Milán (1507),i8« hubo. ;idc. gún la implacable alegoría a que a más del imprescindible carro con hm veces tenían que someterse entonces Virtudes, un cuadro vivo que repre hasta los artistas,'^*^ sólo mostraba sentaba a Júpiter y a Marte en coni' pelo en la parte anterior de la cabe binación con una figura de Italia ro za; en la región posterior la tenía deada de una gran red. Segm'a un completamente calva, y el genio que carro cargado de trofeos. Cuando no había campañas vi; aparecía col ocado en un estribo in ferior del carro y que representaba toriosas que celebrar, encontráb.-insj el fácil fluir de la "fortuna", tenía otros medios para dar satisfacci/m u los pies, por esta razón, en un reci los príncipes y a los poetas. Peliario piente lleno de agua ( ? ) . Seguían y Boccaccio (pág . 225) habían J.ido luego —equipados por la misma na la lista de los representantes de todM ción— un grupo de jinetes, con tra clase de gloria que debían aconipii jes típicos de distintos pueblos, ves ñar y rodear a una figura alcgórieai tidos algunos de príncipes y grandes no debían faltar las celebridades- di>l extranjeros, y sobre un globo t'^rrá- pasado en el séquito de los prinel' quco que giraba, un Julio César con pes. La poetisa Cleofe Gabrielli. df su corona de laureL^^"^ que, en ver Gubbio, canta en este sentido ii Hniu sos italianos, iba explicando todas so de Ferrara.Le da por e i' las alegorías y ocupaba lu ego su lu siete reinas (justamente las ai gar en el cortejo. Sesenta florenti berales), con las cuales sube ,i > nos, todos en púrpura y escarlata carruaje, y además una multiin,! J. cerraban el pomposo alarde de Flo- héroes, los cuales, para evitar cu reiKia, perita en tales invenciones. fusiones, llevan cl nombre escrito Seguía luego, a pie, una hueste de la frente; siguen a continuación catalanes, conduciendo caballitos ar dos los poetas célebres y luegos tificiales, atadas l as patas delanteras dioses, pero éstos en carruaje. P ul y traseras, que, como si quisiesen decirse que en esta época no so burlarse de la teatralidad florentina, tregua al trasiego incesante de cari daban batalla a una hueste de tur- mitológicos y alegóricos, y h¡isl| obra principal que nos queda do días de Borso, el ciclo de fresetu i 18(1 Eg una de las verdaderas inge palacio de Sohinfanoia, detlieii nuidades del Renacimiento asignarle a friso entero a este asunto.^'" I{| la Fortuna semejante lugar. Con motivo de la entrada de Massimiliano Sforza temas llegaron ya gastados \ cf en Milán (I5I2), se la colocó, como Síor.,.\l\. i3ft Prato, Archiv. figura principal de un arco de triunfo. sobre la Fama, la Esperanza, la Auda 260. isy Véanse sus tres capítulos oi cia y la Penitencia, representadas p>or personas de carne y hueso. Véase Pra cetos en Anccdola litt., IV., páj'ü to, Archiv. Slor., II I. pág. 305. i,a entrada de Borso en Reggio,
descrita en la página 28 demuestra la impresión que en Italia entera había producido Q] triunfo alfonsino.
y sigs-
i"*** Tampoco son raras las asunto parecido, frecuentemente recuerdo de mascaradas re ala , grandes acaban acostumbrando!^
E N I T A L I A
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• Iccidos a manos de Rafael cuando además de alegres y m itológicas más Hdecoró la Camera della Segnatura. caras (que tampoco faltaban en los ^ f c ó m o pudo darles de nuevo realce, triunfos antiguos), había también Hmfundirles un nuevo y más puro há- otras figuraciones, tales como reyes ^ B t o de vida, permanecerá para siem- encadenados, decretos populares y ^ w e como motivo de eterna admira- senatoriales escritos sobre seda, un Senado de guardarropía con ediles, Los cortejos triunfales de verda- cuestores, pretores, etc., cuatro ca ^Heros conquistadores fueron una ex- rros llenos de máscaras cantantes y, ^Bbpción. Ahora bien, toda procesión sin duda, carros con trofeos. Otros ^Bstiva, ya exaltara un acontecimicn- cortejos representaban, de mod o más ^H>, fuera el que fuese, o tuviera por general, el antiguo Im perio univer ^B n su propia celebración, adquiría, sal de Roma y, teniendo en cuenta ^Bomo de po r sí, el carácter de "trion- cl peligro turco —que era un peli H b " y era casi siempre designado con Hbste nombre. Lo extraño es que no gro real y verdadero—, se incluía, Bl e diera también este carácter a los por ejemplo, el alarde de una ca balgata de prisioneros turcos monta Bnticrros.^^i dos en camellos. Más adelante, con El Cañiaval, y en otras ocasiones, motivo del Carnaval del año 1500, ^B^organizaban triunfos de caudillos César Borgia, con audaz alusión a su ^^Uitares de la Roma antigua. Así, persona y con escándalo, sin duda ^•Florencia, por ejemplo, cl de Pau- alguna, de los peregrinos del Jubileo, Emilio (bajo Lorenzo el Magniji- hizo representar el trunfo de Julio ^R?) y cl de Camilo (con motivo de César con once soberbios carros Hfc visita de León X ) , ambos bajo la (página 66). Magníficos "trionfi", ^Sección del pintor Francesco Gra- de refinado gusto y significación más ^^fcci.''*^ EiÉ Roma la primera fiesta general, fueron organizados, cn com esta clase que se organizó con petencia, por dos sociedades floren ^ H | o esplendor fue, bajo Pablo II, tinas en 1515, con motivo de los festriunfo de Augusto después de la lejos a que dio lugar la exaltación ^Btoria sobre Cleopalra",'*^ donde. al pontificado de León X.^'*'^ Uno representaba las tres edades del hom prt.K;esÍ(5n en coche con motivo de cual- bre y cl otro las edades del mundo joiier solemnidad. Annibale Bcntivoglio, en forma de cinco ingeniosos cua B primogénit o del señor de Bolonia, dros de la historia de Roma y dos nelve a palacio, después de haber alegorías alusivas a la edad de oro fciciado como juez en un torneo cofcente, "cum triumpho more romano", de Saturno y a su retomo final. El ornamento de los carruajes, que re •iirsellis, 1, col. 909, ad. a. 1490. • L 141 Con motivo de las exequias, en velaba gran fantasía cuando a él se •Musa, de Malatesta Baglione, cnvene- consagraban ilustres artistas floren Bd o en 1437 (Grazi ani, Archiv. Stor., tinos, produjo tal impresión, que se ^/l, I, pág. 413) . casi apunta la evo- creyó deseable una repetición perma Bción de la fúnebre pompa de la an- nente y periódica de semejantes es Bu a Ftruria. Por lo demás los caba- pectáculos. Hasta entonces las ciuda K o s funerarios, etc., son una vieja Ktumbre difundida entre la nobleza des avasalladas con motivo del ho M todo el Occidente. Véase por ejem- menaje anual, acostumbraban hacer Ib , Las exequias ele Bertrand Dugues- entrega, sencillamente, de su tributo Bi , por Juvenal des Ursins, ad. a.. simbólico (telas preciosas y cirios); Hl9. Véase también Graziani, I, c. Tommasi, Vita di Cesare, pág. 251. i^f"' Vasari, X I, págs. 34 y sigs., Vila * Mich. Gannesius, Vita Pauli U, di Puntormo, pasaje muy importante iratori, I I I , 2, columna 1019 y sigs. en este aspecto.
Vasari, I X. pág. 218. Vita di Gra-
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pero desde esta época, el gremio de mercaderes hizo construir diez cairozas ^^'í {a las cuales se añadieron más adelante otras), no tanto como para conducir el tributo como para simbolizarlo. Andrea del Sarto, que decoró algunas, debió de darles, sin duda, cl aspecto más espléndido. Estas carrozas de tributos o de tro feos figuraban después en todas las fiestas, aunque no hubiera motivo para tanta ostentación. Los sieneses proclamaron en el año 1477 la alian za entre Ferrante y Sixto IV , en la cual se consideraban incluidos, dis poniendo que recorriera la ciudad una carroza en la que figuraba "una mujer vestida de diosa de la Paz ho llando con el pie una coraza y otras armas".^-*'' La embarcación, substituyendo al carruaje, prest aba a los festejos ve necianos una magnifice ncia llena de prodigio y fantasía. La salida del Bucentauro con motivo del recibi miento de las princesas de Ferrara en 1491 (página 229), nos ha sido como un espectáculo fa descrita buloso, procedíanle gran número de navios con tapices y guirnaldas, tri pulados por una juvent ud at aviada espléndidamente; sostenidos por má quinas especiales, se movían en tor no de estos jóvenes genios con los atributos de los dioses, y más abajo se agrupaban t ritones y ninfas y por doquier resonaban cánticos; llenába se el aire de fragancia y del ondear de flámulas bordadas de oro. Se guían la estela del Bucenlauro tal magnitud de barcas de toda traza, que en más de una milla no se dis tinguía el agua. De los otros feste jos, aparte la pantomima a que en su lugar nos hemos referido, es de destacar, como cosa nueva, una rega
ta en la que intervinieron cincueiH.i robustas muchachas. En el siglo xw, por lo que a la organización de fií.^ tas concierne, la nobleza estaba di vidida en corporaciones especiales, cuyo "gran número" solía ser alguiui enorme maquinaria instalada sobre un barco.i*'-^ Con ocasión de uiiii fiesta de los Sempitemi en 1541, sc vio surcar el Gran Canal un "globo terráqueo, en cuyo interior se dio un baile magnífico. También el Carna val era allí famoso por sus bailes, desfiles y representacione s de toda suerte. En tales ocasiones la plaza de San Marcos resultaba lo bastante espaciosa, no sólo para celebrar e n ella torneos (pág. 201) , sino también "trionfi" a la manera de tierra fir me. En una fiesta organizada para celebrar la paz ,i'w las hermandades devotas (scuole) intervinieron en las procesiones, cada una haciéndose cargo de una escena. En esta oca sión, y entre áureos candelabros con cirios rojos, entre una multitud de músicos y de niños alados con vasos de oro y cornucopias, pudo verse un carro con dos tronos, ocupados por No é y David; venía luego Abigail con un camel lo cargado de tesoros, y un segu ndo carro con un grupo de significación política: Italia entre; Venccia y Liguria, y sobre un peí-i daño más alto tres genios femenintwí con blasones de los prínci pes alia-^ dos; desp ués seguía u n globo temíquco que f[guraba estar circundado de constelaciones. Otras carroza.>i conducían aún a los príncipes alia dos, personas vivas hábilmente dis frazadas, con sus criados y sus ar mas, si interpretamos acertadamente el testimonio. El Carnaval propiamente dicho, prescindiendo de los grandes desfi^
1-4^ Sansovino, Venezia, fols.,151 jr sigs. Las sociedades se llamaban' Pavuii'i' Allegretto, en Muratori XXUl, ni, Acccsi, Eterni, Reali. Sempitemi, col. 788. Se consideró de mal agüero son tas mismas que se transformaron cl hecho de que se que quebrara una en Academias. \r,(} Probablemente en 1495. Véasfl rueda. 148 M. Antón. Sabellico, F.pist., Itb. M. Antón. Sabellico, Epist., lib. Vt ful, 28. ; IIT, fof. 17. i*fi Vasari, V I H , pág. 264, Viía
d'Andrea del Sarto. ,
LA CULTURA DLL RENACIMIENTO EN ITALIA
les, acaso fue en Roma donde tu vo, en el siglo xv, una más unifor me fisonomía, ló i En ninguna parte tuvo como allí tantos matices el es pectáculo de las carreras: las había de caballo s, de búfalo s, de asnos, de viejos, de mozos, de judíos, etc. Pa blo II organizó refacciones popula res delante del Palazzo di Venezia, donde residía. Luego, los juegos en la Piazza Navona, nunca extintos so desde la Antigüedad, tenían n suntuoso carácter guerrero: ha bía combatas simulados entre jinetes y una parada de los ciudadanos ar mados. La libertad de disfraz era, además, mu;^ grande, y sc prolon gaba, a veces, durante meses ente ros.i^- Sixto IV no sentía escrúpulo cruzar entre la multitud de másaras por las zonas más populares de la ciudad, por Campo Flore y los Banchi; pero eludió una proyecda visita de máscaras al Vatic ano. Baja Inocenc¡o#VIII llegó a su col mo una mala, y ya vieja costumbre i L los cardenales: durante el Carna val de 1491 sc envia ron unos a oír os Lairozas llenas de máscaras magní ficamente ataviadas, de bufones y de cantantes, que, acompa ñados de ji netes, cantaban y recitaban versos escandalosos. Aparte el Carnaval, parecen haber sido romanos los pri meros en estimar el valor de un firan cortejo de antorchas. A l regre sa d e Pío IT. en 1459, del Congreso de Mantua,'-^"* le obsequió el pueblo con una cabalgata de antorchas que iraba alrededor del palacio como
Infessura, e n Eccard. Scriptores, , cois. 1893 y 2000. Mich. Cannesius, ita Pauli 11, en Muratori, I II , 2, col. B l 2 ; Platina, Vitae PoníifI, 318; j ac . M l a t e r r a n , en Muratori, X X I I I , cois. • 3 y 194; Paulo Tovio Elogia, sub. •Mano Caesarino. En otros lugares haB también carreras de mujeres; Dia^Ferrarese, Muratori, X X I V , col. 384. W}'^- En una ocasión bajo Alejandro I L desde octubre hasta la Cuaresma. T w e Tommasi. !. c, pág. 322. Pío 11, Comment, lib., IV , pág.
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una rueda de luz. Sixto ÍV tuvo, sin embargo, a bien rechazar en cier ta ocasión uno de estos agasajos noc turnos en que el pueblo desfilaba ante él con antorchas y ramas de olivo .i^
El Carnaval florentino superaba al romano "por un determinado tipo d e desfiles que aun en la literatura han dejado su huella."""^ Entre una mul titud de máscaras a p ie y a caballo aparecía una enorme carroza de for ma fantástica, sobre la cual se des tacaba dominante una figura alegó rica o un grupo, con su acompaña miento de rigor; po r ejemplO': la. Envidia con cuatro caras con gafas i en una misma cabeza; los cuatro. Temperamentos (pág. 170) con sus correspondientes planetas; las tres Parcas; la Prudencia en un trono sobre la Esperanza y el Temor, que yacían encadenadas a sus pies; los cuatro clranentos, las edades de la vida, los vientos, las estaciones, etc. Tampoco faltaba el célebre carro de la Muerte con los féretros, que en un momento dado se abrían. Era otras veces una magnífica escena mitológica con Baco y Ariadna, Pa rís y Helena, etc. O bien un coro representando una clase social, una categoría; por ejemplo; los mendi gos, cazadores con ninfas, las almas desventuradas que fueron en vida mujeres sin mis ericor dia, los eremi tas, lo s vagabundos, los astrólogos, el diablo, los vendedores de deter minadas mercancías, y hasta en una ocasión "i l popólo", la gente como tal que en sus cantos se divertía inlíí^ Nantiporto, Muratori, II I, II , col. 1080. Era un homenaje de grati tud por haber concertado la paz; pero encontraron las puertas del Palacio ce rradas y en todas las plazas retenes de tropas. Tutti i trionfi, carri, mascherate, Cosmopoli, o canti carnasciüleschi; 1750. Machiavelli, Opere minori, pág. 506; Vasari, V i l , págs. 115 y sigs. Vita di Piero de Cosimo, quien se atri
buye una importante participación en la organización de estos desfiles.
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sultándoüe irnos a oíros. Las can puesta para ilustrar la escena de lía ciones, que 'han sido coleccionadas co y Aria dna, cuyo estribillo, nn i\ del siglo XV , resuena en" mresir»i. y conservadas, explican el desfile en fonna unas veces patética, otras oídos como un melancólico pro n caprichosa y otras impúdica en la timiento del Renacimiento y su máxima medida. Algunas de las más plendor efímero: audaces se atribuyen a Lorenzo e¡ probablemente porque cl Magnífico, Quanío e bella gíovinezza, verdadero autor no se atrevía a dar Che si fugge iuttavia! Chi vuol esser lieto, sia: su nombre. Pero es suya, sin ningu Di doman non c'é ceríezza. na duda, la bellísima canción com
S E X T A
PA RI K
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M O R A L I D A D
R EL I GI ÓN
1. LA MORALIDAD á actitud de los distintos pueblos bre las cuestiones más elevadas, como Dios, la virtud, la inmortali dad, pueden hasta cierto punto ser sondeadas e investigadas, pero no reducidas a rígidos paralelismos. En te orden de cosas, cuando más claros parecen ser los testimonios, lanto más debemos guardarnos de una suposición absoluta, de una ge• neralización. • Valga esta admonición previa, an te todo, por Jo que se refiere al i juicio sobre la moralidad. Se señala1 rán numerosos contrastes singulares y matices entre los pueblos, mas para obtener la suma total absoluf la, la perspicacia humana resulta I demasiado débil. El balance de ca? ráctcr, culpa y conciencia nacionales I resulta siempre misterioso, por el heV cho mismo de que los defectos tie; nen una segunda vertiente que puede revelarse luego como cualidad naíional y hasta como virtud. Dejemos On su tema a esos autores que se liean a los pueblos el patrón de censura general, y aun a veces tono bastante exaltado. Los pue blos occidentales podrán maltratarse tuamente, pero no pueden, por rtuna, erigirse en jueces unos de tros. Una gran nación vinculada a la vida de todo el mundo moderno í por su cultura, sus heohos y su ex periencia histórica, ni se da cuenta ; siquiera de que se la acusa o se la iÜscuípa: con la aprobación de los lOóricos, o sin ella, sigue viviendo. Así, pues, lo que sigue a conti• A I ; ! > ion n o es un juicio, con una 1 de observaciones marginales, I como al cabo de años de estu
dios sobre el Renacimiento italiano se nos han venido a las manos co mo por sí mismas. Su validez es tanto más limitada cuanto que se refieren, en la mayoría de los casos, a la vida de las clases su periores, sobre las cuales, así en lo bueno como en lo malo, la información que poseemos es desproporcionada mente más abundante que en lo que se refiere a otros pueblos europeos. El hecho de que gloria e ignominia alcen aquí más la voz que en parte alguna, no supone que nos hayamos acercado ni un paso a la cuenta ge neral de la moralidad que reinaba en aquellos instantes. ¿Qué visión es capaz de penetrar en la hondura donde el carácter y cl destino de los pueblos germ inan y se desarrollan, donde lo que es producto de dotes ingénitas y lo que es resultado de la experiencia se di luyen en una nueva totalidad, se convierten en una segunda, en una tercera naturaleza, donde hasta los dones del espíritu, que a primera vista parecen originales, adquieren forma y consistencia nueva relativa mente tarde? ¿Sabemos, por ejem plo, si el italiano anterior al siglo XIII poseía ya la ágil vivacidad, la seguridad del hombre completo, la capacidad modeladora en la voz y en la mano, que juega, diríase, con todos los objetos, con todos los te mas y asuntos, y que desde entonces parece cosa propia d e su car ácter? Si ignoramos todo esto, ¿cómo po dremos juzgar ol infinitamente rico sistema vascular donde inteligencia y moral se amplían y funden en flu jo y reflujo constantes? Existe, desde
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desde que entraran en conocimienlüi con la A ntigüedad, substituyeron el ideal de la vida cristiana, de la san tidad, por el ideal de la grandeza histórica (págs. 79 y sigs.). Por una comprensible, pero falsa inií'i pretación, se consideraron entoiKi'. indiferentes los defectos a pesar d r los cuales fueron grandes los gran des hombres. Es de presumir qm ocurriera esto de modo casi incoiis cíente, pues si tuviéramos que adu cir testimonios teóricos que vinie ran al caso, tendríamos que acudir nuevamente a los humanistas, a uii Paulo Jovio, verbigracia, que con cl ejemplo de fulio Cesar disculpa el perjurio de Giangaleazzo Visconll, porque estaba destinado a hacer po sible la fundación de un imperio.''^ En los grandes historiadores y poK- tj ticos florentinos no se halla la menor huella de cita s tan servil es, y lo quo parece tener carácter antiguo en sm juicios y en sus hechos se debe ii que su vida pública había suschado en ellos necesariament e un m odo (io pensar y concebir en cierto aspecto^ análogo al de la Antigüedad, ¿ D e todas maneras, a principios doTl siglo xvi se encontró Italia en uiiu grave crisis moral de la cual los es píritus mejor dotados de aquel cii. J tonces veían difícil la salida. Comencemos por la fuerza morí que se oponía al mal con el máximo' vigor. Aquellos dotadístimos espírl tus creían reconocerla en el senlimiento del honor, en esa enigmálien mezcla de concienc ia moral y dfl egoísmo que l e queda todavía iil hombre moderno, hasta cuando, ¡loi su culpa o no, ha perdido todi < lo demás, la f e, la esperanza, il amor . . . Este sentimi ento del hu nor es compatible con la ambieiúii ipmoderada. con grandes vicios, -.es capaz de enormes engaños, \y ' ko es posible también que todo ^noble que sobrevivía en'una persj 1 Discorsi, lib. I , cap. 12. En el cap. nalidad se vincule a él y saque 55 dice que Italia es el país más co 2 Paulo Jovio. Viri illustres: JQ. Oütf rrompido y que luego vienen los fran Vicecomes. ceses y los españoles.
luego, una estimativa personal y su voz es la conciencia, pero dejemos en paz a los pueblos con nuestras afirmaciones generales. El pueblo más enfermo en apariencia puede estar cercano a la salud, y un pue blo aparentemente saludable puede llevar un germen mortal poderosa mente desarrollado en la entraña, que sólo el peligro pondrá de mani fiesto'. A principios del siglo xvi, cuando la cultura deJ, Renacimiento llega a su apogeo y el hundimiento político de la nación se diría, a la vez, ine vitablemente decidido, no faltaron graves pensadores que relacionaron esta desgracia con la gran inmora lidad reinante. No se trataba de aquellos sermoneadores que en todo pueblo y en toda época se creen obligados a quejarse de la maldad de los tiempos, sino por ejemplo, de un Maquiayelo, que, en uno de los pasajes más importantes por las ideas que en él va exponÍendo,¥j>roclama abiertamente que los italianos son sobre todo malos e irreligiososi Otro hubiera dicho, tal vez, que ante todo están desarrollados individualmente; que la raza les había forzado a eva dirse de sus vallas étícorreligiosas, que desdeñaban las leyes exteriores porque sus soberanos eran ilegítimos, sus funcionarios y jueces, abyectos. P'ero Maquiavelo añade: porque la Iglesia en sus representantes da el peor ejemplo: ¿Cabría que nosotros culpáramos a la Antigüedad en el sentido de juzg ar desfavorable su influencia? Semejante aserto, en todo caso, de bería ser limitado cuidadosamente. ¿Cabría dirigir esta acusación a los humanistas, ante todo (pág. 149), especialmente por lo que a su vida de sensualidad y disipac ión se re fiere? En los demás, las cosas pue den haber ocurrido de modo que.
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i. caudal inuevas energías. En mu" más allto sentido de lo que se comúnmente ha llegado a conslir hoy la directriz decisiva en acciones del europeo moderno idividualmente desarrollado. Aun luchos que, además, se mantienen leles a la moral y a la religión, jman sus decisiones más importanobedeciendo a esc sentimiento. No es asunto nuestro demostrar üsta qué punto la Antigüedad co:ía ya un peculiar nietiz de este Uimiento y cómo luego la Edad ledia hizo del honor, en un sentido Special, tema y divisa de determisda clase social. No hemos de disitir tampoco con los que ven el rekte esencial en la conciencia moral licamente, prescindiendo del sentiílienío del honor. Sería más bello mejor que así ocurriera, pero en iantc reconozcamos que las mejodecisiones son hijas "de una )nciencia más o menos enturbiada 5r el egoísmo", valdrá más llamar esta mezola por su nombre. Difícil i, en verdad, distinguir, a veces, e n italianos del Renacimiento, entre sentido del honor y la tangible ídez de gloria en que aquél se isforma frecuentemente. No obsinte, son dos cosas esencialmente Istintas. No nos faltan testimonios sobre |te punto. Traigamos aquí, prescinid o de otros muchos, uno espelente claro, que tomamos de los forismos de 'Guicciardin i, recientelente exhumados; "Quie n tiene el 5nor en alta estimación todo lo insigue, pues no repara en esfuer|, ni en peligro, ni en precio; lo probado en mí mismo: puedo, tanto, hablar y escribir sobre lo y tengo motivos para asegurar le han de considerarse muertas y Inas todas las acciones del hombre íe no obedezcan a ese impulso",, Po""los añadir todavía que, de ácuer-
Francesco Guicciardini. Ricordi tíci e civili, nota 118 (Opere ine-
l vol. I ) .
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do con los datos que poseemos —de distinto origen— sobre la vida del autor, trata del sentimiento del ho nor propiamente dicho y no de la ambición de gloria. Más vigoroso re lieve que en todos los italianos ad quiere tal vez este punto de vista en Rabelais. Preferiríamos no hacer mención de este nombre en relación con nuestro tema; lo que el robusto genio de este francés puede brindar nos nos da una idea aproximada, en su constante barroquismo, de lo que el Renacimiento hubiera sido sin el sentido de la forma y de la belleza.*' Pero su descripci ón de una situación ideal en el convento de los Telemi tas es, desde el punto de vista de la historia de la cultura, algo decisivo, hasta el extremo de que sin esta ele vada fantasía imestra visi ón del si glo XV I sería incompleta. Entre otras cosas nos dic e Rabelais " de sus da mas y caballeros de la Orden de la Libre Voluntad lo siguiente: En leur reigle n'estoit que ceste clause: Fay ce que vouldras. Parce que gens liberes, bien ixoyz,« bien instruictz, conversans en compaignies honnestes, ont par naíure ung instinct et aguillon qui toujours les poulse a faictz vertuex et retire de honneur. vice: lequel ilz nommoyent
Encontramos su paralelo más in mediato en Merlinus Coccaius (Teófilo Folengo), cuyo Opus Macaronicorum era conocido —y reiteradamente cita do— por Rabelais (Paníagruel, lib. U, cap. 1 y capítulo final). A un la inven ción de Gargantúa y Pantagrucl debe de haber sido sugerida por Merlinus Coccaius. lib, 1 cap, 57. ^ Se entiende bien nacidos en el sen tido más alto, ya que Rabelais, el hijo del posadero de Chinon, no tenía aquí ningún motivo para otorgar prerrogati va alguna a la nobleza como tal. El sermón del Evangelio de que se habla en la inscripción de la AlJadía no es taría de acuerdo con la vida que. en general, caracteriza a los telemit as, y aun ha de interpretarse negativamente en el sentido de la oposición contra la Iglesia de Roma. '> Gargantúa,
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Es la misma fe en la bondad de la naturaleza que animó asimismo' a los espíritus durante la segunda mi tad del siglo xviií, contribuyendo al triunfo de la Revolución Francesa. También entre los italianos apela cada uno a éste su propio noble instinto, y si en líneas generales se emiten juicios pesimistas o se mani fiestan sentimientos pesimistas —so bre todo bajo la impresión de la desgracia nacional—, se mantiene no obstante, en alta eslima, el sentimietito del honor. Cuando el desa rrollo ilimitado del individuo alcan ce la magnitud de un destino de importancia histórica universal y sea más fuerte que el querer de la pro pia individualidad, también entonces esta fuerza opuesta, tal como surgió en la ItaUa de aquellos días, cons tituirá un fenómeno de enorme tras cendencia. Cuándo y contra qué re cios at a q ues del si mple egoísmo obtienen la victoria, no lo sabemos, y precisamente por eso no alcanza nuestro juicio de hombres a evaluar con certera justicia el valor moral absoluto de la nación. 1-0 que como supuesto general más importante se enfrenta a la mo ral del italiano altamente desarrolla do del Renacimiento es la fantasía. Es ella la que presta peculiar colo rido a sus virtudes y a sus defectos, y bajo su imperio adquiere e n él su más terrible fisonomía el egoísmo desencadenado. La fantasía le induce, por ejem plo, a convertirse en cl primero y más grande jugador de azar de la época moderna; píntale el goce de las futuras riquezas tan a lo vivo, que lo sacrifica t odo a la esperanza de obtenerlas. Los pueblos mahome tanos le hubieran precedido en aquel camino, indudablemente, si desde un principio el Alcorán no hubiese con siderado la prohibición del juego como la más necesaria vall a defen siva de la moral islámica, desvian do la fantasía de sus gentes en el sentido de la búsqueda de tesoros escondidos. En Italia acabó genera
lizándose un verdadero furor p.'i d juego de azar, que ya antes, CUH bien lamentable frecuencia, liahí,» amenazado o destruido tanta v \ i tencia individual. Ya a fines del i glo XI V tiene Florencia su Casaii.uu en cierto Buonaccorso Pitti. que en constantes viajes como mereadn hombre de facción, especulador, di plomático y tahúr ganó sumas eiun mes y que ya sólo podía jugar emi príncipes como los Duques de lira bante, de Baviera y Saboya." A M mismo aquella inagotable mina lii prosperidad que se llamaba la tu ria romana acostumbró a su genii' a satisfacer de algún modo la iieei' sidad de emociones y excitantes en los descansos de las grandes iiini gas, que es lo que podía procutai les el juego de dados, fugando e.m el cardenal Rafael Riario, por ejem pío, Franceschetto Cybo perdió ea torce mil ducados en dos veces, tras lo cual se quejó al Papa de que su compañero de juego le había hecho trampas.^ Más tarde fue Italia, co mo es sabido, la patria de la lotería, También fue en Italia donde la fantasía prestó a la venganza un carácter especial. El sentimiento del derecho podrá haber sido cl mismo, desde siempre, en todo el Occidenic. y el sentirse lesionado habrá susci tado en cuanto el atropello quedase impune idénticas reacciones. Aliorii bien, otros pueblos, si no perdonan más fácilmente, pueden más fáeilmente olvidar; en cambio,'k faniasía italiana conserva la imagen de Iii injusticia terriblemente fresca y lo zana en la memoria:,« Qu e en la moral popular, al mismo tiempo, si considere un deber la "vendetta' v "> Su diario extractado en Dclcckize, Florence et ses vicissitudcs, vqj. I I Comp. pág. 292. " Infessura, ap. Eccard, Scriplo'-cy II , col. 1992. ^ Este argumento, de un tal'Vutil in genio como Stendhal {La Chartreuse i /e Parma, ed. Delahays, pág. 355),*"iiivparcce fundado en la más honda eb
servaeión psicológica.
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f.e se practique frecuentemente en Jei«s--dEsHonradas. La tierra clásica
circunstancias más espeluznantes, un hecho característico que viene prestar aún base y cimiento a la ineral tendencia vindicat iva. Tanto Gobiernos como los tribunales las ciudades reconocen su exisencia y hasta su justificación, y Mo procuran atenuar y encauzar los ás grandes excesos. Mas tampoco rntre los rús ticos» faltan casos de banquetes a lo Tiestes y homicidios ^lutuos en extensión creciente. Escu chemos a un testigo.!" En la región de Acquapendcnte ,>acentaban el ganado tres pastorgillos y uno de ellos dijo: "Vamos hacer la prueba do cómo se ahora la gente". Montado uno en los lombros de otro, el tercero, des pués de enlazarle el cuello, ató la cuerda a un roble. Ya en ello apa n d o un lobo, y los dos que simu laban la "ejecución" huyeron, dejan do al "reo" colgado. A l regresar ie encontraron muerto y l e enterraron. Ll domingo siguiente llegó el abuelo de! muerto para traerles pan, y uno de los dos le confesó el hecho y le enseñó el lugar donde habían ente rrado a la víctima. Entonces el viejo le mató con un cuchillo, le sacó las entrañas y se llevó el hígado, que luego, en casa, sirvió condimentado al padre del sacrificado, cosa que no dejó después de decirie. Y así em pezó cl homicidi o alternado entre las dos famiUas, cuyo balance al cabo d e un mes, fue de treinta y seis personas muertas, tanto mujeres como hombres. ,.La epidemia de estas vendettas hereditarias, que se mantenían du rante varias generaciones y se exten dían a los parientes colaterales, y aun a los amigos, prendió también, con creciente estrago, en las clases elevadas. Tanto las crónicas como las colecciones de novelas están lle nas de esta clase de ejemplos, sobre ^do de actos de venganza por inu-
de estas venganzas era la Romana, donde se complicaban con todas las banderías imaginables. Con terrible simbolismo pone de manifiesto la leyenda, a veces, a qué extremos da salvajismo llegó este valiente y vigoroso pueblo. Así, po r ejemplo, en aquella historia de una distingui da familia ravenesa que había con seguido encerrar en una torre a to dos sus enemigos, a los cuales po día haber quemado vivos tranquilamen te. En vez de hacerlo así, los dejó en libertad, los abrazó y los agasajó de modo espléndido. Pero, al sen tirse avergonzados aquellos hombres que habían recobrado la libertad, la cólera se encendió en ellos con más furor aún, incitándolos con mayor encono a conspirar contra sus bien hechores." La reconciliación era pre dicada sin descanso por almas pia dosas, por santos monjes; pero lo más que conseguían era limitar las "vendettas" ya en curso de ejecu ción. Evitar que se engendraran otras nuevas hubiera sido tarea demasiado difícil. N o es raro que las novelas nos describan esta intervención de lo religioso y piadoso, el noble arre bato que suscitaba y cómo iba lue go apagándose éste bajo la gravita ción de lo que había precedido que no era posible modificar. N i los ofi cios personales del Papa tenían siem pre éxito en su propósito de media ción pacífica: "El Papa Pablo II quería que cesara la discordia entre Antonio Caffarello y la Casa de los Alberino; hizo llamar a Giovanni Albcrino y a Antonio Caffarello> les crdenó que se besaran y los amena zó con una multa de 2.000 ducados si se hacían el menor daño; dos días después fue acuchillado Antonio por cl mismo Giacomo Alberino, hijo de Giovanni, que ya en otra ocasión le había herido, con lo cual el papa Pablo montó en cólera y mandó con fiscar los bienes de los Alberino y
i « Graziani, Cronaca di Perugia año Giraldi Cinthio, Hecaíommithi, 1437 {Archiv. Síor., XVI, I , pág. 415). Novella 7.
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una mezcla de la que derivaba cU' los daños efectivos causados y de que inspiraba la humillación mora del ofensor; la brutal y tosca supi' rioridad aplastante, sin más, no can saba satisfacción a la opinión pú Mica. No era el puño simplemente, sino el individuo entero, con toda.s sus dotes y su aptitud para la glori;i y la burla, lo que tenía que triunfal. "'(£1 italiano de esa época es capü/ det''mayor disimulo para conseguir determinados fines, pero es, en ali soluto, incapaz de hipocresía en c u e s tión de principios, y esto tanto p o r lo que respecta a su conciencia c o m o a la opinión ajena. Con completa iii genuidad se consideraba, por lo tan to, aquel tipo de venganza como una necesidad, j Espíritus fríos la encon traban excelente, sobre todo, cuanLÍn aparecía desprovista d e pasión, cn sentido estricto, es decir, c u a n t i n sólo perscgLu'a objetivamente, un l'in determinado, "para que otros apren dan a dejarte tranquilo'>i'' No obs tante, estos casos habrán constituido una minoría insignificante junto a aquellos en que la pasión busca un derivativo. Aquí se diferencia co n claridad la venganza de la "vender ta", pues mientras esta última se mantiene más bien dentro de \m límites de la compensación, de la satisfacción desnuda, de la "ius talionis", la primera rebasa esta linde necesariamente al exigir, no sólo hi satisfacción del sentimiento de IJI justicia, sino, en determina dos casos, el aplauso de los admiradores e in cluso las risas del público. También en esto hemos de ver In causa frecuente de su larga demorii, Para una " bella v enganza" se re quiere por lo regular un concurso de circunstancias, a las cuales, por encima de todo, es menester agtla^ 1^ Infessura, en Eccard, Scripíores, dar. Con verdadera delic ia'nos de»' II, col. 1892, año 1464. los novelistas, ocasionalmenit^ ••3 AUegrctto, Diari sanesi, en Mura criben cómo poco a poco va preparándose tori, X X I I I , col. 857. i'* Los que se atienen al castigo de y madurando la coyuntura propici». Dios fueron ridi culizados, entre otros, i'"^ Guicciardini, Ricordi, xSc, IK por Pulci, Morgante, canto XXI, estr. 85 y sigs. y 104 y sigs. i ta 74.
sus casas y desterrar de Ro ma al padre y al hijo..^^ Los jura mentos y ceremonias con que los reconciliados procuraban asegurarse contra la reincidencia era a veces algo horrible. Cuando en la catedral de Siena, la noche de San Silvestre de 1494,1"^ los bandos de los Nove y los Po polari hubieron de besarse por parejas, se dio lectura a un ju ramento según el cual a los que en el futuro faltaran a él se les negaría la paz en la Tierra y la salvación eterna, "un juramento tan extraño y temblé, como nunca se había oído otro semejante"; al que faltase a él se le negarían incluso lo s últimos auxiÜos espirituales en el momento de la muerte. Es evidente que tales prácticas evidenciaban más la deses peración de los mediadores que una verdadera garantía de paz, ya que precisamente la más auténtica y fir me reconciliación fuera la que nun ca hubiese necesitado de juramentos semejantes. La necesidad de venganza indivi dual en las clases cultas y la gente noble, basada cn el poderoso funda mento de una costumbre popular análoga, adquiere mil matices y es aprobada, sin la menor reserva, por la opinión pública y expresada fiel mente por los novelistas.No había nadie que no estuviese de acuerdo cn que, tratándose de injurias y ofensas contra las cuales la justicia italiana de la época no ofrecía su ficientes garantías, y mucho más tratándose de aquellas contra las cuales no hay, ni ha habido, ni podrá haber nunca una ley satisfac toria, cada uno podía tomarse la justicia por su mano . Pero era me nester poner ingenio en la vengan za, y la satisfacción había de ser arrasar
LA CULTURA DEL RENACIMIENTO EN ITALIA
Sobre la, moralidad de acciones en ^ as cuales acusador y juez son una 'misma persona, sobra todo juicio. Si hubiera algún modo de justificar es ta inclinación italiana a la venganza, ello sería alegando, como cualidad nacional, la virtud correspondiente: la gratitud. L a misma fantasía q ue refrescaba y agrandaba la injusticia sufrida era forzoso que mantuviese viva cn el recuerdo la gratitud por el beneficio recibido.^G Nunca será posible demostrar cosa semejante en nombre de un pueblo entero; sin embargo, no faltan huellas elocuen tes en este sentido, en el carácter italiano de nuestros días, por ejem plo el recoriocimiento por haber sido )ien tratados, entre la gente humil de, y entre las clases elevadas el re cuerdo de un servicio en el terreno social. Esta influencia de la fantasía en las cualidades morales del italiano se repite de modo general. Si ade más se advierte, en apariencia, una mayor dosis de frío cálculo en casos en que el hombre del Norte hubiera obedecido al sentimiento, atribuyase al hecho de que el italiano se desa rrolla como individuo antes y con más acusado vigor. D onde, fuera de Italia, ocurre también esto se llega •igualmente a resultados semejantes. |E1 temprano alejamiento del hogar de la patria potestad, por ejem. l o , es común a la juventud italiana y norteamericana. En los individuos de nobles sentimientos se manifiesta, con el tiempo, una actitud de libre y mutuo respeto entre padres e hijos. Emitir, en general, un juicio sobre esfera de las emociones y los senimientos de otros países es empresa lastante difícil. Pueden estar muy ' sarrollados, pero en forma tal que extraño no los reconoce y pueden lultarsc a su vista. En este aspecto
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todas las naciones de Occidente son semejantes. Si ha habido un terreno en el que la-íantasía haya reinado sobre la mo ralidad como dueña y señora, éste es sin duda el de las relaciones ilícitas entre ambos sexos. La Edad Media no se apartó de la vulgar prostitu ción, como es sabido, hasta q ue vino la sífilis. N o es éste el lugar para establecer una estadística comparada de todas las suertes de prostitución. Pero lo que parece propio de la Ita lia del R enaci mient o es q.ue el ma trimonio y sus derechos se vieron hollados aquí con mayor frecuencia que en parte alguna, tal vez, y en todo caso más conscientemente. Las muchachas de las clases elev adas, recluidas y custodiadas con todo cui dado, no eran tomadas en cuenta. Toda la pasión se concentraba en las mujeres casadas. Lo curioso del caso es que no puede demostrarse que por ello dis minuyeran los matrimonios y que tampoco la vida de famiHa sufrió los ef ectos destructores, ni mucho menos, que hubiera sufrido en el Norte en circunstancias semejantes. Cada uno quería vivir a su arbitrio, pero nadie quería, en absoluto, pres cindir de la familia, aun cn situa ciones en que podía sospecharse que no era famiba propia. Tampoco pa rece haber sido esto causa de la me nor degeneración física ni psíquica en la raza; el descenso intelectual que se manifiesta hacía mediados del siglo XVI puede atribuirse, en efecto, a motivos exteriores de ín dole política y eclesiástica, perfecta mente determinados, eso si no se prefiere suponer que el ciclo crea dor del Renacimiento había cerrad o su ruta..,^A pesar de todas estas li cencias los italianos siguieron con tándose entre los pueblos física y psíquicamente más saludables y vi gorosos de Europai^'^ ventaja que han
1" Cardanus {De propria vita, cap. se pinta a sí mismo como vengaen sumo grado, pero también co1'' A l llegar a su apogeo la domina "verax, mcmor beneficiorum, amans ción española se observa, no obstante, íticiae". una despoblación relativa. Si hubiese
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continuado manteniendo liasta nues tros días, después de haber mejorado notablemente sus costumbres. Iginos detenemos a considerar con más detenida atención la moral eró tica del Renacimiento, nos encontra mos sorprend idos por una curiosa contradicción en los testimonios. Los autores d e novelas y comedias nos transmiten la impresión que el amor sólo en el goce consiste, y para lle gar a él son lícitos todos los medios, tanto trágicos como cómicos, siendo más interesantes cuanto mayor auda cia y frivolidad revelen.^Si leemos, por otra parte a los mejores poetas líricos y autores de diálogos, encon tramos en ellos la espiritualización y profundidad más nobles de la pa sión amorosa, y aun con la tenden cia a buscar la suprema y última ex pansión d e ella en una renov ación de ideas antiguas sobre la unidad de las almas en el Ser Divino. Ambos modos de sentir son en aquella épo ca verdaderos, y conciliables en un mismo individu o. Tal vez no sea un mérito extraordinario, pero es indudable que en el hombre culto moderno los sentimientos no sólo se muestran inconscientemente en sus formas más altas y más bajas a la vez, sino que pueden lograr en ellas una manifestación consciente y aún artística. En este respecto, como en tantos otros, cl hombre moderno, al igual que el antiguo, es un micro cosmos, lo que el hombre medieval no era ni podía ser. Es digna de consideración, por lo pronto, la moral de las novelas. En la mayoría se trata, como hemos di cho, de mujeres casadas y por lo tanto de adulterio. Para comprender estos hechos es importantísimo el punto de vista, ya mencionado (págs. 217 y sigs.), que la mujer quedaba allí equiparada al varón. La mujer, cultísima, indivi dualmente desarrollada, disponía de
sí misma, con una soberana na; lidad que la situaba de modo t . pletamentc distinto que la mujer Norte; por eso la infidelidad m i ponía en su vida cl mismo ten desgarrón, ya que. sabía r c s g u a u l i se de las consecuencias exteriores I I derecho del marido a su fidelivi.nl carecía aquí del sólido f u n d a n R u i n que procuran en los países s c p i m trionalcs el sentimentalismo y la |>a sión del noviazgo. Después de un I r a l o superficialísimo con su fuluro esposo pasa la joven, directamcnh desde la custodia paterna o con\iii tual, a la vida del mundo, y, enionCCS se desarrolla su individualidad con increíble rapidez. Por esta ra zón principialmenle el derechd''del marido a su fidelidad es un dcrcclio muy codiciado, y aun quien lo con sidera como "ius quaesi tum" lo ro*fiere sólo al aspecto externo, no al corazón. La joven y bella esposa de un anciano, por ejemplo, rechaza lü^ regalos y mensajes de un joven ena morado con el firme propósito de defender su "honesta". No obstíintc, le complacía la superioridad del amor del mancebo, y reconocía que una noble mujer puede amar a un hombre excelente "sin menoscabo dtíj su honra".'^ ¡Pero, qué corto eP camino que va de tales distinciones | a la entrega completa! Esta p a r e c e poco menos que jus tificada cuando puede alegarse infi delidad por parte del mari do. La mujer individualmente desarrollada no sólo siente la infidelidad como un dolor, sino que ve en ella una humillación y una burla, una super chería cabalmente, y pasa entonces al hecho por su parte , d e modo consciente y frío, como un acto de merecida venganza. De su tacto de- , pende que acierte, en c ad^ caso, con una medida justa de castigo. Aun ante cl peor agravio, por ejem plo, puede encontrarse un-camino
sido unti consecuencia de la corrupción de las costumbre.>í se hubiera manifes tado mucho antes.
'8 Giraldi Cinthio, Hecitionfkiitln, I I I . 2: Castiglíone, Cortigiano, lib.:VI, fol. 180. '
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jra la reconc iliac ión si el apre cio ción. con el veneno y el acero y mantiene completamente secreto. otros medios, padres, hermanos y ma 5s novelistas, que experimentan es- ridos para lavar la afrenta, v sin s casos o los inventan de acuerdo embargo, muchas mujeres, con des jn la atmósfera d e la época, mani- precio de la propia vida y del pro agstan la máxima admiración cuan- pio honor, siguen entregándose a sus_ 10 ía- venganza es adecuada: cuando , pasiones." En olro pasaje baja el ts una obra d e arte. Claro que el diapasón para decirnos: "¡Quisiera naridü. en el fondo, no reconocerá Dios que no tuviéramos que oír to lunca semejante derecho de represa dos los días que ésto ha asesinado lia y que sólo por temor o por ra- a su mujer porque sospechaba de su /".iines convincentes se conforma. Allí infidelidad, que otro ha estrangula snde faltan este temor y estos mo- do a su hija porque se había des livüs, cuando el marido espera, o posado en secreto, que un tercero ).specha por lo menos, que a causa ha hecho matar a su hermana por Je la infidelidad de su mujer puede que no quería casarse a gusto de él! L.r objeto de burlas por parte de Es una gran crueldad que nosotros creerá persona, la cosa puede tomar pretendamos hacer t odo lo que se ,1 tinte trágico. No es raro que la nos ocurre y no concedamos idénti iplioa sea, a su ve z, una venganza co derecho a las pobres mujeres. En o la venganza, y del carácter más cuanto hacen algo que nos desagra iolento, seguida del parricidio. Es da, recurrimos a la soga, al puñal luy elocuente por lo que respecta o al veneno. ¡Qué necedad en los la verdadera motivación de estos hombres suponer que su honor y el echos que no sólo-cl marido, sino de toda su casa depende de los ape os h er ma no s y el padre de la titos de una mujer!"' Por desgracia iíiijer, se crean en cl derecho, y has- se sabía a veces de antemano el í en la obligación d e realizarlos; desenlace de estas situaciones con 16 evidente, pues, que los celos nada tanta seguridad que el novelista po ienen que ver con ellos, el senti- día ponerle la cruz al galán amena |iento moral, poco, y bastante, en zado ya antes de que hubiese muer se ambio, el deseo de estropearle a to. El médico Antonio Bologna tn tercero el gusto de burlarse de había casado secretamente con la Uro. "H oy —dice Bandello-'**— ve- Duquesa viuda de Malfi, de la Casa ios a una envenenar al marido para de Aragón. Sus hermanos se habían ílisfacer, sin estorbos, su voluptuo- apoderado de ella y de sus hijos y idad, como si por el hecho de quc- los habían asesinado en un castillo. arse viuda pudiera hacer lo que le Antonio, que no sabía aún esto úl finiese en gana. O tra, por mi edo a timo y al que se mantenía engañado íue se descubran sus relaciones ilí dándole esperanzas, se encontraba en citas, hace que su amante asesine a Milán, donde le acechaban ya asesi „su marido. Entran entonces en ac- nos pagados. En eJ círculo de Ippo lita Sforza cantó al laúd la historia A un hecho espeluznante, ocurri de sus desdichas. Un amigo de aque do en Perusa. en 1455. se refiere la lla casa, Delio, "refirió a Atellano la crónica de Graziani. Archiv. Slor.. XVI, historia hasta aquel momento y aña í, pág. 629. El hermano obliga al galán dió que la trataría en una de sus a sacarle los ojos a su hermana y lue novelas, pues sabía con toda seguri go le echa a golpes. Es verdad que la dad que Antonio sería asesinado". familia era una rama de los Oddi y el El modo cómo ocurrió esto, casi amante un pobre cordelero, g 20 Jiandellü, Par te. I, Novella 9 y^ Binte los ojos de Delio y de AtellaJ2 6. Se da al caso de que el confesor de la mujer se deja sobornar por el -i Véase pág. 216, nota 77. marido y delate el adullcriti.
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no, está descrito en Bandello de una manera emocionante ( I . 26 ). Entre tanto, los jioye list as toma ban, a menudo, partido por todos los lances de ingenio, de astucia y de burla que acompañaban al adul terio. Con delicia nos describen el juego de escondite en las casas, las señales simbólicas y los mensajes, los cofres previamente provistos de almohadones y dulce, en los que luego podrá hacerse desaparecer al galán, etc. Al marido cornudo se le suele pintar, según los casos, como una figura en sí misma ridicula o como un terrible y vindicativo per sonaje. Un tercer caso no existía, como no fuera que se pintase a la mujer como cruel y malvada y al marido o amante como víctimas ino centes. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que las narraciones de este último tipo no respondían al género de la verdadera "novella"; eran siem pre terroríficos ejemplos tomados de la vida Tea\¿ÍJ Con la hispanización de la vida italiana en el curso del siglo xvi acaso aumentaran los casos de te rrible violencia que tenían por cau sa los celos, pero hay que distinguir este aspecto del anterior tipo de cas tigo a la infidelidad fundada en él propio espíritu del Renacimiento ita liano. Al disminuir la influencia es pañola pasó al extremo opuesto la pasión de los celos, que había al canzado ya su punto más alto, y ello ocurrió en las postrimerías del siglo X V I I , siendo sustituida precisa mente por su contraria, por una es pecie de indiferencia que veía en el cichbeo la figura indefectible en el ambiente doméstico y aun toleraba uno o varios i>ersonajes subalternos fpeíiti) al lado de éste. Ahora bien, ¿cómo comparar la enorme suma de inmoralidad que se trasluce en las circunstancias descri tas con lo que ocurría en otros paí ses? ¿Era, durante el siglo xv, por 23 Un ejemplo en Bandello, Parte I,
Novella 4.
ejemplo, el matrimonio en Franeiti realmente más santo que en Italia? Los "fabli aux" y las "farc es" nux lo harían dudar; lo probable es que la infidelidad fuera tan corríenlc como en Italia, pero más raro, cii cambio el desenlace trágico,,porque e l individuo con sus típicas exigen cias estaba menos desarrollado. Aca so la situación en los pueblos ger mánicos sea la más favorable a este respecto; a favor de ello tendríamoh un testimonio decisivo en la mayor libertj^d tanto de las casadas como de las muchachas, libert ad que en contraron tan agradable los italiano» en Inglaterra y en los Países BajoiJ (véase pág. 219, nota 85) . Y , s in embargo, no habrá que pdner e n ello una confianza excesiva. N o h a y duda que la infidelidad era fani bien frecuente y el hombre má í in dividualmentc desarrollado I l e g a l l a asimismo en tales casos a la trajH dia. Considérese sólo cómo so c o m portaba n los príncipes nórdi coy cmi sus esposas a la primera sospecha Dentro de l o ilícito se i n c l u í a M entre los italianos de esta o p i n a no sólo el goce vulgar, no sólo • toscos apetitos del hombre corricn te, sino la pasión de los m c j i m y más nobles espíritus. .Y ello sólo porque las muchachas soltci.i se encontraban desplazadas de 11 sociedad, sino porque los h o i n l i M superiores precisamente se seniían atjaídos, más que por nada, por e l carácter femenino madurado e n I > experiencia matrimonial. Son quienes arrancan a la lírica su s es Celsos acordes, los que p r o c i i i i i n ofrecernos en sus tratados y en M I diálogos una imagen idealizada ili esta pasión que consume: "ranum divino". Cuando de la crueldad ilrl dios alado se quejan, no aluden M 'I M a la dureza de corazón de la a m a . t i o a su reserva, sino también a In conciencia de la ilegitimidad de \ < les relacio nes. Buscan consuel(,í esta desgracia recurriendo a l a ritualización del amor que s e up en la doctrina platónica del a l m a y
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e ha encontrado en Pietro Bembo más célebre representante. Nos :ga su verbo directamente en el ircer libro de sus Asolani c inditamente a través de Castiglione, pone en sus labios el famoso scurso final del libro del Cortigia. Ninguno de los dos autores era toico, pero en aquellos tiempos ya ponía algo que un hombre célefuera, al mismo tiemp o, hombre bien, y a ninguno de los dos emos negarles ambos predicados, contemporáneos tuvieron cuanellos dijeron por sinceramente seno y no debemos desdeñarlo como lera fraseología. Quien se tome el bajo de leer el Discurso en el Cut iano no comprenderá cuan escasa de su conten ido puede procuun extracto. Vivían entonces en ¡lia algunas mujeres distinguidas llegaron sobre todo a hacerse osas en esta clase de relaciones, imo Giulia Gonzaga, Verónica de reggio y, de, manera especial, Vitia Colonna. El país de los más satados libertinos y los más sarticos burlones respetaba esta esie de amor y respetaba a estas ijeres. No creo que en favor suyo eda decirse más. Si de algún modo itervenía en aquella actitud fcme¡flina la vanidad, si Vittoria se comiplacía en escuchar en torno suyo la ublimada expresión de un amor sin ranza por parte de hombres faosos, sería difícil dilucidarlo. Si la -cosa llegó a convertirse, rpor momen tos, en una moda, no fue, sin em bargo, mérito escaso que Vittoria, por ejemplo, no se saliera de ella V que aun lograse inspirar tales senlimicntos, siendo ya de edad avan zada. Hubo de transcurrir mucho liempo antes que fenómenos seme jantes se observa ran en oíro s países, f La fantasía, que siempre dominó !i este pueblo más que a ningún "hi!. fue también la causa principal -l e que toda pasión adquiriera en su • I O L C S O , y en determinadas circunscaracteres vehementísimos, . u i i j criminales en su proceder. Hay
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una vehemencia de los débiles que no puede dominarse. En cambio, aquí se trata de un desvío de la fuerza, de la exuberancia. Vincúla se aquí, ocasionalmente, la génesis de algo que alcanza magnitudes co losales. El crimen adquiere una con sistencia propia, personal. Las vallas son aún escasas. To dos, hasta los hombres más vulgares, se sienten, por íntima superioridad, desligados del estado ilegítimo fun dado en la violencia y la policía: en la justicia de la Justicia ya no cree nadie, o casi nadie. En el caso de un homicidio, y antes de conocer los detall es, las simpatías se ponen instintivamente del lado del mata dor.^ Una actitud viri!, orgullosa, antes y durante la ejecución, despier ta admiración tal, que es fácil que c! cronista se olvide de decimos por qué el reo había sido condenado a la última pcna.^^ Pero si, en algún lugar, al íntimo desdén hacia la Jus ticia y a las muchas venganzas en acecho se añadía la impunid ad, en época de disturbios políticos por ejemplo, entonces diríase que el Es tado y la vida ciudadana entraba en proceso de disolución. Momen tos así conoció Napoleón durante el tránsito de la dominación aragonesa a la francesa, y Milán con ocasión de las múltiple s expulsiones y re tornos de los Sforaa. Entonces sur gían a la luz aquellos hombres que en el secreto de su fuero íntimo nunca habían reconocido al Estado ni a la sociedad y que podían dar "Piaccia al Signore Iddio che non si ritrovi", dicen en Giraldi Cinthio, II, Novella 10, las mujeres de la casa cuando se les asegura que al asesino puede costar aquel hecho la cabeza. "1 Esto ocurre, por ejemplo, con Jo viano Pontano (De foríiiuJine, lib. 11): sus asolanes de temple heroico que se pasan cantando y bailando la última noche, la madre abrúcense que aun camino del patíbulo divierte a su hijo, etc., probablemente pertenecen a fami lias de bandoleros, pero se olvida de decírnoslo.
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rienda sueha, con soberana holgura, a los impulsos de su egoísmo y de sus apetitos de rapiña y crimen. Con sideremos, como ejemplo, un cuadro del género en un círcido reducido. Por el año 1480, después de la muerte de Galeazzo María Sforza, las crisis internas que agitaron al ducado de Milán fueron tales, que en las ciudades de provincias desa pareció toda seguridad. Eso ocurrió, por ejemplo, en Parma."^ donde vi vía aterrorizado el gobernador por los atentados constantes, librándose, con apuros, de las manos de terri bles facinerosos; los robos, las de moliciones de casas, los asesinatos públicos estaban a la orden del día; criminales enmascarados, primero, y pronto ya sin máscara y en bandas armadas rondaban por la ciudad du rante toda la noche; finalmente se llevaban a vías de hecho las bro mas más criminales y circulaban sá tiras y cartas de amenaza, y corrió de mano en mano un soneto de bur la contra las autoridades que eviden temente indignó a éstas más que la terrible gravedad de la situación. El hecho de que en muchas iglesias fueran roba dos los tabernáculo s, con hostias y todo, da una idea del ca rácter de aquella perversidad. Impo sible sería, desde luego, adivinar lo que hoy mismo ocurriría en cualquier país del mundo si el Gobierno y la policía paralizasen su actuación, im pidiendo a su vez, con su presencia, la formación de un régimen provi sional. Pero lo que en circunstan cias tales ocurría entonces en Italia tomaba un tinte especial en virtud del papel preponderante que desem peñaba la venganza. La Italia del Renacimiento, en ge neral, nos produce la impresión de que, aun en tiempos normal es, eran en ella más frecuentes que en otros países los grandes crímenes. Cierta mente podría engañarnos la circuns tancia de que aquí se nos informa Diarium Parmense. en Muratori, XXII, cois. 330 a 349, passim.
de tales sucesos más especial mentjl que en otras partes y que la mli* ma fantasía que obra en el crimen real y verdadero actúa también ell la invención del crimen inexistentti, La suma de actos de violencia er* probablemente la misma que en otras partes. ¿Quién podría ascgu rar, por ejemplo, que en la vigii rosa y rica Alemania de 1500, con sus audaces vagabund os, sus m u digos violentos y sus caballeros di encrucijada, era más segura la si tuación y que la vida humana dis frutaba, en el fondo, de más firmen garantías? Es seguro, no obstante, que el crimen premeditado, realizii do por sob orno y por tercera nni no, a menudo como oficio, llegó ii extenderse en Italia de modo pavti roso. 0 Si, por lo pron to, consideram os cJ bandolerismo, es probable que no es tuviera más difundido en Italia qui en la mayoría de los países del Nor te, y en algunas regiones privilegia das —en Toscana, por ejemplo— ch seguro que lo estaba menos. Pero en él hay figuras esencialme nte italia nas. Difícilmente se encontrará en otro país, por ejemplo, la figura de! cura que se entrega por pasión ii una vida tumultuosa y acaba con vertido en capitán de bandoleros. Entre otros casos, tenemos en cstii época el siguiente: 2« Encerrado en una jaula de hierro, apareció colga do en la torre de San Gi uliano, cii Ferrara, el 12 de agosto de 1495, cl cura don Niccolo de Pelegati, ili Figarolo. Había leído dos veces MI primera misa; el mismo día de tan tar la primera cometió, en Roma un homicidio, del cual resultó di suelto; mató después a cuatro pi i sonas y se casó con dos mujeres, ;i quienes arrastró a una vida va¡i,a hunda. Su presencia se denuncia ma-* ^ Diario Ferrarese, en Muratori, XXIV. col. 312. Recuérdese • la partí, da de bandoleros que, capitanead! JHIP . un cura, merodeó, poco antes de por la Lombardía Occidental.
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riesgo. Así ocurría, por ejemplo, en los más apartados parajes del reino de Ñapóles, donde desde tiempos re motísimos —acaso desde la época de los latifundios romanos— impe raba una vida dura y salvaje, y donde, con la mayor i nocencia, fo rastero y enemigo hospes y hostis, eran considerados como una misma cosa. Esta gente no era. en absolu to, irreligiosa. Podía suceder que un pastor se hincara de hinojos, lleno de terror, ante el confesonario para contarle al cura que, haciendo que so, durante los días de ayuno, le habían caído en la boca un par de gotas de leche. A las preguntas del confesor, conocedor de las costum bres, el penitente acaba por confe sar que con frecuencia había robado y dado muerte con sus compañeros a los viajeros que cruzaban la re gión; pero, como esto era en el país lo común y corriente, no suscitaba el menor remordimiento de conciencia.2o Hasta qué punto podían dar muestras de ferocidad los campesi nos en otras regiones en tiempos de inseguridad política, lo hemos indi cado ya. Más grave síntoma que el bando lerismo, en la moral de la época, es la frecuencia de los crímenes come tidos por tercera mano, por medio del soborno. Se reconoce que Ñapó les va en esto a la cabeza de todas las demás ciudades. "Nada puede comprarse aquí más barato que la vida de una persona", dice Ponta no,^** También en otras regiones en contramos abundancia de fechorías semejantes. Es difícil, naturalmente, ^7 Masuccio, Novella 29. Que estos elucidar su motivación, desde el moipos eran los que tenían más suerte 2» Poggio, Facetiae. fol . 164. Quien 2n las aventuras amorosas, es algo que conoce el Ñapóles de hoy acaso ha se sobreentiende. 2S Si es cierto que figuro como cor oído una historia semejante localizada sario en la guerra de las dos líneas de en otro medio social. Joviano Pontano, Antonius: nec Anjou por Ñapóles, pudo haberlo he;cho como banderizo político, lo cual, est quod Neapo li quam hominis vita según el criterio vigente, no constituía minoris vendaiur. Claro que dice_que ninguna deshonra. El arzobispo Paolo bajo los Anjou no ocurría así, "sFcam Fregóse, de Genova, en la segunda mi ab iís —los aragoneses— accepimus". tad del siglo XV, acaso se permitió mu La situación hacia 1534 atestiguada por Benvenuto Cellini, I, 70. cho más que ésto.
rde en muchos homicidios; se sabe ue violó a mujeres, raptó a otras, fcometió robos sin cuento, fue autor de muchas muertes y recorrió la r.milia con una banda armada, obli gando a las gentes por el terror a <|ue l e proporcionaran víveres y al bergue. Si con la imaginación aña dimos las fechorías que faltan en tal recuento, el balance de crímenes del cura nos dará un cómputo ate rrador. Por doquier había entonces asesinos y malhechores en gran nú mero entre los tan poco vigilados y tan privilegiados curas y frailes, pe¡fo difícilmente encontraremos otro elegati. Cosa distinta es —aunque sea digno de encomio— que genperdida encuentre la manera de cl^onder sus crímenes bajo los há bitos como, por ejemplo, aquel cor sario que Masuccio conoció en un convento de Ñapóles.-'^ La verdade ra historia del papa Juan X X l I I , en cíite aspecto no nos es conocida por iiicnudo.^* Por lo demás, la época de los caitanes de bandidos individualmente lebres empieza más tarde, en el iglo XVII, cuando los antagonismos políticos, güelfos y gibelinos, espa ñoles y franceses, dejaron de tener ai país en conmoción constante. El bandido sustituye entonces al ban derizo. En algunas regiones de Italia, don;de no había penetrado la cultura y vivían los rústicos en una permanen te y criminal actitud de hostilidad hacia todo lo extraño a ellos, el fo rastero que caía en sus manos corría
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mentó en que alternan aquí fines políticos, odios de partido, enemista des personales, venganzas y miedo. Constituye un título de honor para los florentinos ei que entre ellos, el pueblo más avanzado de Italia, fueran más raros estos casos.^i tal vez porque para acusaciones o re clamaciones justificadas, había aun tribunales reconocidos, o porque la más alta cultura media imponía un criterio distinto sobre la interferen cia criminal en la rueda del desti no; como en parte alguna compren dían en Florencia los incalculables efectos de un crimen y cuan efíme ra y escasa ventaja sacaba el cri minal aun en el caso del llamado crimen "lítil". Con la decadencia de las libertades florentinas parece ha ber aumentado rápidamente el asesi nato alevoso, sobre todo el homici dio pagado, hasta que el gobierno de Cosme I se afianzó lo suficiente para que su policía pudiese luchar con ventaja contra tales desafueros.^^ En el resto de Italia el homicidio pagado era más o menos frecuente según el número de instigadores ri cos y poderosos capaces de pagar bien. A nadie se le ocurrirá sacar a relucir estadísticas, pero, con dar por ciertas sólo una pequeña parte de las muertes que el rumor popu lar atribuía a asesinatos, resulta ya un número bastante elevado. Gobier nos y príncipes daban cl peor ejem plo: no sentían el menor escrúpulo en incluir el asesinato entre los ins trumentos de su omnímodo poder. Para ello n o se necesitaba ser un César Borgia. También los Sforza, los aragoneses, y más tarde los agen tes al servicio de Carlos V, hicieron
en este a specto lo que les parecí más conveniente y práctico. La fantasía nacional estaba hasta tal punto llena de estas presuncio nes, que entre los poderosos ya tiiiil se creía imposible la muerte nalU' ral. Cierto que del efecto de los VÜ» nenos se tenía a veces una idea fabulosa. Demos por ciert o que pi)< día calcularse a plazo fijo el electo de aquellos terribles polvos blan cos de los Borgia (pág. 65) y aecp» temos también que fuese un "ven* num atterminatum" el que sin'ió d príncipe de Salerno al cardenal de Aragón, diciéndole: "Morirás en cl plazo de breves días, porque tu p* dre, el rey Ferrante , ha quer ido pi soteamos a todüs"."3 Pero la curm envenenada que Catarina R » r i o en vió al papa Alejandro VI ^ difíciU mente le hubiera mandado al otro mundo, aun en el caso de que In hubiese leído; cuando los médicoi advirtieron a Alfonso el Grande quo no leyese en el Tito Livio que lo había env iado Cosimo de Medí, i el rey les mandó callar, diciéndnlr con razó n, que n o dijesen ya iníid necedades.^^* Tal vez aquel veneno iba a obrar por simpatía, como aquel con que el secretario de Piccinino quería frotar —un poquito tan M I lo — la silla de manos del pap¡i 11.^*^ Hasta qué punto eran éstos, en
Infessura, en Eccard, Scripicif., 11, col. 1 9 5 6 . 34 Chron. Venetum, en Muraiml, XXIV, co!. 1 3 1 . En los países del Norte se fantaseaba aún más sobrí' el arte del veneno entre los haliiniot. Véase, por ejem,, en Juvenal des Ih bins, ad. a., 1 3 8 2 (ed . Buchón, páj'iiui 3 3 6 ) , el caso de la lanceta del envi nenador que tomó a su servici o cl l e y •^'^ Una prueba de esto, cn sentido Carlos de Durazzo: bastaba con mí estricto, no podrá aducirse nunca, pero rarla fijamente para morir. es elocuente el hecho d e que se nos Peirus Crinitus, De honesU. T hable poco de crímenes, y la fantasía ciplina, lib. XVIII, cap. 9 . de los escritores norcnfinos de la bue 3íi Vasari, IX, 8 2 , Vita di Ros^< na época no es sospechosa en este as en l os matrimonios mal avcnidí • pecto. trataba más de envenenamientos rc.iii ^ Sobre la policía de Cosme I, véa que de la preocupación de éstos, ciíri'iW se la relación de Fedeli en Alberti, Re por dilucidar. Véase Bandello, I I - i^, lazioni, serie II , vol. I, págs. 3 5 3 y sigs. vellas 5 y 5 4 . Digna de atención es, g |
LA CULTURA DEL RENACIMIENTO EN ITALIA
eneral, venenos minerales o vegetá is, no es posible precisarlos; el líauido con el que el pintor Rosso Fiorentino (1541) se quitó la vida -'la evidentemente un fuerte ácido"'^ juc no hubiera sido posible hacer tomar a nadie sin que dejara de iarse cuenta. Para el uso de las snnas, del puñal especialmente, en lecretos actos de violencia, tenían 3or desgracia los grandes de Milán, J e Nápoles y de otros lugares un •Onstante estímulo en el hecho de ' •ue, entre las guardias armadas que |ecesitaban para su protección perB^nal, había siempre alguno en quien ^ mera ociosidad bastaba por sí Sola para despertar instintos de ho jnic idio - Más de una atrocidad se IbubicrL evita do si cl señor no hu biese sabido que para su ejecución I B bastaba con hacer una leve seña éste o a aquél de su séquito. Entre los medios secretos para el iño ajeno se hallaba tambiéi^—por menos en el propósito— la hcchi.ría,^í* aunque cn forma muy secunaria. Casi siempre que se habla del [palefici, malie", etc., el fin persela Novella 4 Ü . En una ciudad de —. Lombardía occidental, cuyo nombre •6 se nos dice, vivían dos cnvenenabres. Un marido, que quería conven;rsc de la autenticidad de la descspcición de su mujer, le hizo beber un ipuesto brebaje venenoso, que en rea ldad sólo era agua teñida e innocua, pespucs de la prueba el matrimonio pe reconcilia. En la sola familia de Cardago hubo cuatro envenenamientos. De ¡íropia vita, caps. 3 0 y 5 0 . Ver, por ejem., maleficios contra I -•'nello de Ferrara cn Diario t'errao s , ' . en Muratori, XXIV, col. 1 9 4 , ad. .1., 1 4 4 5 . Mientras se leía la sentencia ul autor, un cierto Benato, ya, por otra • parte, de pésimos antecedentes, se le vantó un gran ruido en cl aire y tem• ' Ui la tierra, de modo que muchos sa lieron c orriendo de la Piazza o cayeron III Huelo. Dejemos sin más considera• uí n lo que Guicciardini (lib. I ) nos lita sobre el maleficio que Ludovid Moro ejercía sobre su sobrino iiiangaleazzo.
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guido es inspirar terror a una per sonalidad muy odiada o tenida por digna de abominación. En las Cortes de Francia y de Inglaterra, durante los siglos XI V y xv, representa la he chicería dañina y criminal un papel mucho más importante que en Italia entre las clases superiores. I^n Italia, donde lo individual culmma en todas las formas, aparecen también, al fin, algunas figuras de absoluta perversidad, en las cuales el crimen se produce por el crimen mismo, no como un medio para un fin o por lo menos como medio para un objetivo que escapa a toda nor ma psicológica., A primera vista parecen caber entre éstas las horribles personali dades de algunos condottieri}^^ un Braccio de Montone, un Tiberto Brandolino o un Werner von Urslingen, cuyo peto de plata llevaba la siguiente inscripción: "Enemigo de Dios, de la compasión y de la misericordia". Es evidente que, esta clase de hombres debe incluirse en tre los primeros delincuentes total mente emancipados. Habrá, no obs tante, que proceder con cautela en el juicio, desde el momento en que el crimen más gr ave que se les atri buye —en opinión de los que nos informan— es el desafío a la exco munión y que por esta causa toda la personalidad se nos presenta bajo una lívida y siniestra luz. En Brac cio, ciertamente, tales inclinaciones fueron tan violentas, que oyendo can tar los salmos a unos frailes, fue tan to su furor que mandó tirarlos de cabeza desde lo alto de una torre;'*'^ "era, no obstante, bueno y leal con sus soldados y un gran caudillo." En general los crímenes de los condot tieri solían cometerse para afianzar 3'i> Podría citarse en primer lugar a Ezzelino de Romano, si no hubiera vi vido dominado por ambiciosos desig nios y bajo una fuerte obsesión astro lógica. ^0 Giornali napoletani, en Muratori, XXI, col. 1 0 9 2 , ad. a., 1 4 2 5 .
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LA C U L T U R A DEl. R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
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una situación altamente desmoraliza dora, pero también porque la misma agresiva crueldad, caprichosa acaso en apariencia, respondía de ordina rio a un fin, aunque sólo fuese el de una ejemplaridad que lograse in timida r. Las crueldades de los ara goneses como hemos visto, tenía (pág. 21) su motivación principal en el miedo y el deseo de vengarse. Una pura sed de sangre, una dia bólica complacencia en el daño, la encontraremos en el español César Borgia, cuyas atrocidades rebasaron notablemente, en realidad, los fines que se había propuesto. Un verda dero placer en el mal lo hallaremos asimismo en Sigismondo IVlalatcsta, el tirano de Rimini (págs. 18 y 124); no sólo la Curia romana,^i sino el juicio de la historia le culpan de asesinato, violación, adulterio, in cesto, robo con sacrilegio, perj.urio y traición, v todo ello en repetidos casos. El más horrendo, sin embar go, de sus delitos es el intento de violación de su propio hijo Rober to, que le rechazó con el puñal en la mano;''^ parece que aquí no sólo se trataba de depravación, sino de una superstición astrológica o mági ca. La misma sospecha se ha suge rido para explicar la violación del obispo de Fano 13 por Pierluigi Farnese dé Parma, hijo de Pablo IIL Si nos es permitido resumir los rasgos principales del carácter ita-. liano de la época, tales como llegan a nosotros, transcritos de la vida de las clases superiores, nos dará poco más o menos cl resultado si guiente: el defecto cardinal del carácter ita liano de entonces se nos presenta a un mismo tiempo como la condición
de su grandeza: el desarrollo-del h
dividualismo. El individuo se dcal. gó entonces por primera vez del Et tado vigente, en la mayoría de lo| casos, tiránico, e ilegítimo; cuanlí concibiera c hiciera este Estadoj con razón o sin ella, fue conside rado traición. La vista del egoísmo triunfante le hace tomar en propiw mano la defensa del derech o en Ion asuntos propios y cayó así, por cl camino de la venganza, en poder de las fuerzas ocultas, mientras cret» restablecer su paz interior. Su amor se dirigía de preferencia a otro in dividualismo desarrollado, es deeir, a la mujer de su próji mo. Frente a todo lo objetivo, frente a vallas y a leyes de todo género, tiene el sen timiento de la propia soberanía y, decide independientemente, en cada caso, ya que en su intimidad se com paginaban sentimiento de l honor y propia ventaja, fría ponderación y apasionamiento, renunciación y es píritu de venganza. Si el egoísmo tanto en el sentido
más amplio como en el más estre cho, es raíz y tronco de todo mal. se entiendo que ya sólo por eso los italianos, en su gran desarrollo in dividual, se hallaban entonces más cerca del mal que los demás pue blos. Pero este desarrollo individual no era hijo de su culpa sino que le ha bía sido impuesto por un decreto de carácter historicouni versa!. Y no só lo a él, sino, a través de la cultura italiana, también a los demás pue blos de Occidente , ya que desde en tonces este desarrollo constituyó cl medio superior en que vivieron. No fue el italiano en sí ni bueno ni ma 41 Pío U, Comment., lib. Vil , pág. lo, sino necesario. Den tro de él ^e 338. desarrollaban un mal y un bien de ^'^ joviano Pontano, De ¡mmanitate, peculiar y moderno carácter,.* un;i donde también se habla de haber con fructificación moral esencialmente cebido su propia hija por obra de Se distinta de la propia Edad Medi;i. gismundo y de otras fechorías por el Fue cl italiano del Renacimienio estilo. 43 Varchi, Slorie fiorentine. al final quien tuvo que resistir el primei (en las impresiones no mutiladas, co oceánico embate de esta nueva euiíd mo en la edición de Milán). del mundo. Tanto por lo que se r»-
cre a lo más ele vad o y claro como lo más bajo y lóbrego de ella , ha «¿gado a ser con sus dotes y sus ¿asiones, el representante más desJacado y característico. Junto a la la s radical depravación, vemos de-
sarrollarse aquí la más noble armó nía de la personaHdad y un arte glorioso q ue e xalt a 1^» v^ ^^ "ndividual en forma que ni la Edad Media ni la Antigüedad quisieron o pudieron hacerlo.
IL L A RELIGIÓN EN LA VIDA COTID IANA
íntimamente enlazada con la mora lidad do un pueblo está la cuestión du la idea que se forma de Dios, es ducir, de su mayor o menor fe en I l l a divina guía del mundo, ya coniere esta fe comO' algo predestina j para j a felicidad o para el dolor ía temfjíiana ruina."'^ La increduliid italiana de esta época ha llegaI a hacerse asimismo muy sospelosa, aunque quien quiera tomarse trabajo de demostrarla encontraa mano centenares de ejemplos y stimoniüs. Nuestra misión se retin ará también aquí a distinguir y punualizar. Pero tampoco en esta ocalión nos permitiremos un juicio de jnjunto definitivo y concluyente. La conciencia de Dios de la época iterior había tenido su origen y su poyo en el cristianismo y en la fi;ura externa de su potestad: la Igleia. Cuando la Iglesia degeneró, la lumanidad hubiera debido distinguir ' conservar su religión a pesar de odo. Pero es más fácil sentar un posulado así que cumplirlo. No todos os pueblos son lo bastante serenos' —o lo bastante toscos— para so port ar a la larga la contradicción fcnlre un principio y su proyección Pxterna. Es la Iglesia declinante la jue contrae la más grave responsa-
t
, Sobre ello se revelan muy distinSs actitudes, según cl hombre y el Uiar. El Renacimiento ha tenido ciuda2S y épocas en las cuales predominaba 1 deci dido y lozano goce de la dicha, .ólo empieza a observarse un ensombecimiento de las ideas con el decisivo Ifoceso de la dominación extranjera
el siglo XVI.
bilidad que la Historia ha conocido. Impuso con todos los recursos de la violencia como pura verdad una doc trina enturbiada y desfigurada en beneficio de su propia onmipotencia, V en el sentimiento de su intangibilidad se entregó a la desmoraliza ción más absoluta. Para mantenerse en esta situación, tuvo que asestar golpes mortales al espíritu y la con ciencia de los pueblos y empujó por los caminos de la incredulidad y de la amargura a muchos de los mejo res que se habían deslig ado ya ínti mamente de ella. Aquí nos sale al paso la cuestión de p or qué Italia, espiritualmentc tan robusta, no reaccionó con más vigor contra la jerarquía eclesiástica y por qué no fue capaz de una reforma como la alemana y anterior a ella. Una aparente respuesta, es que el estado de ánimo general de Italia no la llevó a rebasar la negación de la jerarquía, mientras el origen y la invencibilidad de la Reforma alemana se deben a las doctrinas positivas, especialmente a la de la justificació n por la fe y la de la ine ficacia de las buenas obras. No hay duda que estas doctrinas gravitaron desde Alemania sobre Italia y que esto ocurrió demasiado tarde, cuando ya la dominación es pañola se había afianzado lo sufi ciente para aplastarlo todo, directa mente en parte, y en parte a través del Pap ado y sus instrumentos.*^' Pe;. 45 Lo que llamamos espíritu de la Contrarreforma se había desarrollado en España bastante antes de la Reforma
lACOB BURCKHARDT
lo también en dos anteriores movi las fuentes más escl arecidas lo • mientos religiosos do Italia, desde los fuerte que se ha dicho sobre la ^ místicos del siglo xiii hasta Savona tión, que lea los célebres pasaje rola, había una gran dosis de conte Maquiavelo (Discorsi) y de d m nido positivo en la fe, al que sólo le ciardini (en edición no mutilada) faltó fortuna para llegar a madurar, Fuera de la Curia romana disfmia ni más ni menos que al movimiento han aún de algún respeto mora! hugonote, tan positivamente cristia obispos,^^ así como algunos P Í I I U ' no. Acontecimientos colosales como eos; en cambio, los que resultaliaii la reforma del siglo xvi escapan, en menos beneficiados, los canónigo - v general, a toda deducción historico- los frailes, estaban considerados LO filosófica, en lo que atañe a los de mo sospechosos, casi sin excepuuii talles particulares de su aparición y y eran víctimas a menudo del ma'. su advenimiento, por mucho que, en ignominioso descrédito, que se líneas generales y en conjunto, pue tendía a toda su clase. da demostrarse su necesidad. Los mo Se ha afirmado que los frailes lio* vimientos del espíritu, la repentina a convertirse en víctimas de chispa de luz, su difusión y su con garon los vejámenes corrientes, pagando tenido, son y serán siempre, para por todo el clero, porque no era nuestra visión, un misterio, desde el ellos.**' JJerOj peligroso burlarse momento en que de las fuerzas en es ésta una especiedeerrónea desde^ acción conocemos ésta o aquella, pe todos los puntos de vista. Se les i ro nunca las conocemos todas. prefiere en las novelas y en las El estado de ánimo de las clases comedias porque ambos géneros li superiores y medias de Italia, respec terarios muestran predilección por to a la Iglesia, en los días del Alto tipos constantes y conocidos, res Renacimiento, es una combinación pecto a los cuales la fantasía suple de radical y desdeñosa hostilidad, de fácilmente lo que no ha sido más acomodación a la jerarquía, en cuan que aludido. Tampoco la novela to ésta sc entrelaza de mil modos muestra, por otra parte, contempla con la vida exterior, y de un senti ciones con el c le ro secular."*** Inntimiento de dependencia por lo que se refiere a sacramentos, consagra •ifl Obsérvese que los novelistas y ciones y bendiciones. A esto hemos otros satíricos se olvidan casi de los de añadir, la gran influencia indi obispos; cambiando el nombre de las vidual ejercida por los oradores sa diócesis se podrían haber ensañado en ellos como en los demás. Por ejemplo, grados. Sobre la tendencia antijerárquica Bandello, en II Novella 45; sin em bargo, también nos describe en II , 4Ü, de los italianos, tal como se revela, un obi spo virtuos o. Joviano Pontano, sobre todo a partir de Dante, en la en el Carente, hace contonearse, con literatura y en la historia, existen paso de ganso, la sombra de un exhuextensos trabajos. Por lo que se re bcrante obispo. fiere a la situación del Papado ante 4" Foseólo, Discorso sul testo del la opinión pública, nosotros mismos Decamerone: "Me de'preti dignitá niuhemos dicho algo (páginas 58 y sigs. no poteva far motto senza perlcolu: y 1 20). y quien quiera conocer por onde ogni frate fu Pirco delle inquiíá d'Israel", etc. ^8 Bandello, por ejemplo, prolijnga misma, y ello en virtud de la severa su Novella 1 ( I I ) , diciendo que á na vigilancia y parcial reconstitución de die le sienta tan mal el vicio de la todo lo eclesiástico bajo Femando e avaricia como al sacerdote, que np tie Isabel, Es fuente documental importan ne que preocuparse de familia, etc. te de ello Gómez. Vida del cardenal Con este argumento se justifica cl v|u--1 Ximenez, en Rob. Belus, Rer. Hispan, gonzoso asalto a una rectoría, en ti | scriptores. cual un joven caballero hace robar pofe-t
LA CULTURA DEL RENACIMIENTO EN ITALIA
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ncrables pasajes y rasgos de todos le sirve de pretexto para dar rienda 3S demás géneros literarios demues- suelta a sus instintos. Valga, en cam .ran la osadía con que se hablaba bio, por los innumerables testimonio s públicamente del Papado mismo y que podríamos aducir, el de Masuc de la Curia romana y el desenfado cio, por ejemplo, en las diez prime :on que se les juzgaba. No cabía ras de sus cincuenta Novelle. Están Esperar que ocurr iera lo mismo en escritas en un tono de la más pro as creaciones de la libre fantasía. funda indignación, y con el objeto i*ero es que los frailes podían tam- de difundir este sentimiento están dedicadas a los más distinguidos Dién vengarse terriblemente. En todo caso es cierto que con- personajes, inclusos el rey Ferrante ra los frailes sc dirigía la más fuer- y el príncipe Alfonso de Nápoles. e animosidad y que se les hacía Los mismos asuntos son, en parte, igurar como ejemplo vivo de la va más antiguos, algunos conocidas ya lidad de la vida monarcal, de todo desde Boccaccio. Pero hay aspectos aparato religioso y del sistema que son de terrible actualidad na .onfesional entero, hasta de la reli politana. La idiotización y explota gión mism4, según la extensión que ción de las masas populares con fal las conclusiones se diese, con ra- sos milagros, unidas a una conducta .ón o sin ella. No debe olvidarse vergonzosa ponen en un estado de \x.\c en Ita lia se guardaba un recuer- verdadera desesperación a tod o es más vivo que en parte alguna pectador reflexivo. De los frailes , la institución de las dos grandes menores ambulantes, sc dijo: "En jr de nes mendicantes y que se tenía gañan, roban y putañean, y, cuan la conciencia de que originariamen do han llegad o aquí al colmo, se te habían sid o el vehículo de la reac presentan como santos y hacen mi ción contra lo que se llama la here lagros, enseñando el hábito de San jía del siglo XIII,-''* es decir, contra Vicente, los signos de San Bemaro la brida del asno de CaI temprano despertar del moderno ^dino -spíritu italiano. Y la policía reli pistrano. . " O t r o s se buscan cóm giosa, que se confió de modo espe plices que simulan estar ciegos o pa cial y permanentemente a los domi- decer gravísima enfermedad, y que, licos, nunca suscitó otro sentimien-' tocados con el ribete de su cogulla . que el del odio y la burla, que o al contacto de una reliquia, sanan repentinamente entre el tumulto de llodos procuraban ocultar. I Leyendo el Decamerón y las no- las masas; todos gritan "¡miseric or Ivelas de Franco Sacchetti creeríase dia!", repican las campanas y se le fque la pecaminosa maledicencia con- vanta acta con prolija solemnidad." Itra frailes y monjes se había agota- Se da el caso que mientras un frai ido. Pero por los días de la Reforma le predica en d pul pito, otro que se [esta maledicencia sube nuevamente ha colocado entre cl pueblo le inte 5 de tono de modo notable. Con gusto rrumpe, osadamente llamándole im prenunciaríamos a tomar aquí a Ar e- postor; entonces, repentinamente, el r tino en consideraci ón ya que en lo s apostrofante da señales de encon i Ragionamenti la vida monacal sólo trarse poseso, y el predicador se lle ga a él, le cura y le convierte, con ^dos soldados o bandidos un camero a lo que termina la farsa. El predica ¡un sacerdote, avaro, ciertamente, pero dor y su cómplice reunieron tanto ; gotoso y lleno de achaques. Uno sólo dinero, que pudieron comprarle a ¡de estos ejemplos evidencia el criterio un cardenal un obispado, en donde ' general imperante en la vida y en los Ehechos con más exactitud que todos 5« VOrdine. Probablemente se alu los tratados. -i^ Giov. Villani (í il . 29), dice esto de a su tabla con cl monograma de , I con mucha claridad un siglo después. Tesús; I. H. S.
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se dieron una vida regalada hasta el fin de sus días. Masuccio no hace especial diferencia entre los francis- j canos y dominicos, pues los unos ! son dignos de los ot ros. " Y el es- ¡ tupido pueblo se deja todavía arras- j trar a su pasión de partido y a su odio, disputa sobre estas cosas en la plaza pública y se divide entre franciscan franciscanos os y dominico s." Las mon jas pertenecen exclusiv amente a los frailes; en cuanto tienen un desliz con un seglar son encarceladas y perseguidas; las que se mantienen fieles, en cambio, contraen verdade ras nupcias con l os frailes , en las cuales hasta se dice misa, se hacen contratos y se come y bebe en abun dancia. " Y o mismo —dice cl autor— he sido testigo de semejantes esce nas, no una, sino varias veces; pue do decir que he tocado estas cosas con mis manos ... Tales monjas, monjas, o paren lindos frailecillos, o recurren al aborto . Si alguien pretendiera que esto es una calumnia, que busque en las cloacas de los conventos de mon jas y encontrará gran cantidad de del icados hueseclt os, n o de mod o muy distinto de lo que ocurría en Belén, en tiempos de Herodes." Es tas cosas y algunas más implicaba la vida monacal. Claro que los frai les se aligeraba n mutuamente la con con ciencia en cl confesionario, ordenan do un padrenuestro de penitencia, por cosas que hubieran bastado para que le negaran la absolución a un seglar, como hereje. "Así es que la tierra debiera abrirse y tragar vivos a todos estos criminales y a los que los protegen." Como cl poder de los frailes se basaba esencialmente en el miedo de las gentes al más allá, ex pone Masuccio en otro lugar una singular idea: "no habría mayor Añade que también se disputa sobre esto en los "seggi" es decir, en las asociaciones en que estaba dividida la nobleza napolitana. La riv alidad en tre ambas órdenes frecuentemente se ridiculiza, por ejemplo, en Bandello, 111. Novella 14.
castigo para ellos que el que : suprimiera el Purgatorio; enii ya no podrían vivir de limosr tendrían que empuñar el azad < Si era pos ible hablar así bají* bají* i rrantc, aun dirigiéndose a él. del acaso, en parte, a que el rey c irritado por un falso milagro con vjim habían pretendido embaucarle.^- Ha bía sido enterrada cerca de TarciUú y luego desenterrada una placa du plomo con una inscripción en se le incitaba a una persecución (ra los judíos, semejante a las ilu España, a lo que el rey se resistió tan pronto como advirtió la sup i chería. También había hecho dcsi. ii mascarar a un falso ayunador, cu* mo lo había hecho ya también eti una ocasión su padre el rey Alfon so. En las práctic as d e grosera su perstición reinantes, la Corle im tenía, cuando menos, responbaíili dad alguna. Hemos escuchado a un autor (pie hablaba en ser io, y no es, ni mueho menos, cl único, porque se burla y la injuria contra l os frailes mendi mendi cantes las encontramos por doquie ra y en abundancia; di ríase que »B desbordan e inundan la literatura.'** Apenas puede ponerse en duda quu el Renacimiento habría acabado en poco tiempo con estas órdenes de no haber venido la Reforma aleiniina y la Contrarreforma. Difícilmenlfl las habrían podido salvar sus predi cadores y sus santos populares. Unbría bastado con que la tendencli general, se hubiese puesto de aeucp do. en el momento oportuno, con un papa que despreciara a las Órdiaie-i mendicantes, como León X, por e¡ m e¡ m pío. Si cl espíritu de la época Ic^s > n contraba ridículos o repelentes, i '.n ;i "2 Para el texto a continua«ión val se Joviano Pontano. De sermone, 11 II , y Bandello. Parte I, Novella 52. r^T Por eso podían denunciarse denunciarse tod estas cosas ante él. Véase también viano Pontano, Antonio y tarqjntí- > Un ejemplo: el canto octavo d| la
Maciironeida.
DEL RRNACIMIENTO EN ITALIA LA CULTURA DEL
Iglesia no significaban otra cosa un compromiso. ¡Pero quién sa lo que aguardaba al mismo Pado si no lo hubiese salvado la forma! El El privilegio de un verdadero ejericio del poder, sobre cada ciudad, he |uí lo que se permitía aún de conuo al Pater Pater Inquisitor del convende los dominicos en las postrimeis del siglo XV, y ello significaba fuerza suficiente para perturbar c dignar a los espíritus cultos pero para lograr un temor y una sulisión constantes."^ El castigo por la Era idea no era ya posible como tes (págs . 159 159 y sigs.) y de la he'ía propiamente dicha se podía dcder muy bien aun cl más mordaz Itico del clero. Si no intervenía un leroso partido (como en el caso Savonarola) o no se trataba de stigar casos graves de nigromancia j cual ocurría a menudo en las elu des de la Alta Italia), resultaba difícil a fines del siglo xv y prinSfoios del XVI XVI que se terminase en • hoguera. En algunos casos se con^• ma ba n, al parecer, los inquisido^ 1 con muy superficiales retracta^• ke s y no faltaban faltaban tampoco tampoco los | N en que se hacía desaparecer desaparecer el o camino del suplicio. Por ejercer nigromancia, conjuras al demonio profanar los Sacramentos, había lo degradado ya sobre un un tablado itc a San Domenico (en 1452) ,cura Niccoló de Verona, en Boloy lo llevaban ya a ser quema-1 quema- 1 cuando fue liberado por gente había enviado Achile Malvezzi, la Orden de San luán, conocido o amigo de los herejes y profaor de monjas. Ei legado (cardcBessarion) consiguió únicamente fuese capturado uno de los rap-|
historia de Vasari (ver Vita 5 Una historia demuestra demuestra que a s se bromeaba a costa de los inídorcs. Aunque es cierto que el vi lo del cual allí se trata, lo mismo ía ser cl del arzobispo que el del inico inquisidor.
^andro Botticelli),
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tores, que fue ahorcado. Malvezzi si guió disfrutando tranquilamente de la existencia.''* Es digno de notarse que las órde nes superiores, es decir, los benedic tinos y sus diversas ramificaciones, a pesar de su riqueza y de su vida regalada, no suscitaran la animosi dad ni las antipatías que inspiraban las Órdenes mendicantes. Frente a diez novelas que tratan de los *'frati", encontramos una, todo lo más, que tenga un "moñaco" por prota gonista y víctima. El hecho de ser más antiguas estas Órdenes y haber sido fundadas fundadas sin designio fiscalizador las hubiera favorecido extrema damente de no haberse mezclado en la vida privada. Había en ellas gen tes devotas, ingeniosas y eruditas, pero el tipo corriente lo encontra mos mos descrito del siguiente modo por Firenzuola,'" uno de ellos: "Estos nutridos personajes en sus ampHas cogullas, no se pasan la vida en am bulante y descalza predicación, sino que bien calzados, con lindas zapa tillas de cordobán, pasan el tiempo sentados cómodamente en sus her mosas celdas con artesonados de ci prés, cruzadas la s manos sobre el vientre. Y si alguna vez tienen que cambiar de sitio, lo hacen con es fuerzo ajeno, sobre mansa muía o gorda potranca, lo que resulta una pura deli cia. Tamp oco el espíritu lo gastan demasiado en el estudio para; no perder su sencill ez frailuna entre-i gándose a una luciferina soberbia".: Quien no ignore la literatura de la época ha de reconocer que aquí sólo se insinúa lo absolutamente in dispensable para iniciar en el asun
te Bursellis, Ann. Bonon., ap. Mura tori, tori, X X I I I , col . 886: cf. 896. 896. Véase págs. 261 y sigs. Era cl abad de Valleumbroso. El pasaje, que traducimos libremente, se encuentra en Opere, volumen II , pág. 208, 208, su su déci ma novela. Una sugestiva descripción de la buena vida de los cartujos en el Commentario Commentario d'Italia (fol. 32 y sigs.), citado en la pág. 261, nota 99).
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y que nada suponen en ninguna lioM de el momento en que han de MrU huirse a fenómenos de la nalunil» zc todavía desconocidos. Aquc" > l que movía las montañas v 4' revelaba entonces e n los sucv sucv de Savonarola, por ejemplo. ! conoce este autor como un fcn . i no curioso, sin hacer la menuí servación agresiva. Frente a todos estos juicios v i" niones, curas y frailes poseían Li se estaba acostuml ventaja que se estaba a ellos y que su vida se enli en una urdimbre de ¡nterese:> la vida de los demás. E s la vemii" que han tenido tenido desde siempre n i mundo las cosas vetustas y p o . i' sas. Casi nadie dejaba de tem i i gún parient e que v istiese sol;; cogulla, todos abrigaban algún peranza de protección o de ¡-\ cias futuras obtenidas del teso' ! la Iglesia, y en el mismo CLV de Italia estaba la Curia rom.mi que, de mo do súbito, súbito, podía i m i quecer a cualquiera. Ha de ha hincapié, n o obstante, en el ii i que todo esto no embarazaba ni i. lengua ni la pluma. La mayen, i J. los autores que llevaron allí la ledicencia al género cómico > i ellos mismos frailes, preben^ etc. Poggio, autor de las Fai era religioso; Francesco Bemi ii frutaba de una cano njí a; >i !• Folengo era benedictino;®^ M Bandello, que ridiculiza a su ppia Orden, dominico y tiepa. El propio Guicciardini opina que por lo que atañe a lo sobrena un general de la misma C > ¿Les impulsaba un excesivo tural vivimos a oscuras, pues cuan miento de seguridad o la neci to sobre ello nos cuentan filósofos miento y teólogos son son sólo necedades, que de desentenderse del descrédiii en todas las religiones hay milagros la clase o la actitud egoísta dri -idice: "pero a pesar de tod,> << mantienen?" Probablemente li > ^'^ Con razón era era P ío II partidario un poco de todo. E n Folcii:' de la supresión supresión dei celib ato, "Sacer"Sacer- observa, ciertamente, de mot' dotibus magna rationc subíalas nuptias tensible, la influencia del ' i; maiori restituendas videri", era una de ^ sus sentencias favoritas. Platina, Viíae nismo.*^^ Ponliff., pág. 311. «1 Un inconstante benedictii ^ Ricordi, nota 28, en las las Opere tamente. inediíe, vol. 1. 1. 62 Véase el Orlandino, que 123, 125. 125. *^ Ricordi, I, 123,
to.'*'* Que esta leputación del clero secular y de los frailes hiciera vaci lar la fe de gentes innumerables en las cosas sagradas, es algo que se comprende sin esfuerzo. Los juicios de conjunto con que nos encontramos en aquella época suelen ser realmente terribles. Nos limitaremos a reproducir uno, que por haber sido impreso reciente reciente mente, es aún poco conocido. Dice (1529) en su Aforismos Guicciar dini, durante largos años funcionario de los papas Medici: " A nadie más que a mí desagradan la ambición, la avidez y el desenfreno de los sacer dotes, tanto porque cada uno de es tos vicios es odioso en sí, o porque cada uno, o todos ellos, se compa ginan mal con gentes que se supo nen pertenecer a una clase especial mente dependiente de Dios, como porque son aquéllos entre sí defec tos tan contr,adictorios que sólo en individuos muy especiales pueden coexistir. No obstante, mi situación cerca de varios papas me ha obli gado, por mi propio interés, a de sear la grandeza de éstos. Si no hu biera sido esta razón, habría amado a Martín Lutero como a mí mismo, no para desentenderme de las leyes que el cristianismo nos impone, tal como se suele juzgar y decir, sino para ver colocados en el lugar que les corresponde a questa caterva di scüllerati, de modo que, o vivier an sin vicios, o vivieran sin autoridad".
•. .a influencia influencia de bendiciones bendiciones y sasaTtmentos a que nos hemos referido R (pág. 57) al hablar del Papado, } sobrentiende en la parte creyente l pueblo. Los espíritus espíritus emancipaemancipa
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tadas de tan decisiva potencia, po seídas de una una v ocació n religi osa semejante, eran entonces en el Nor te intuitivas, místicas; en d Sur eran, por el contrario, prácticas y expansivas, y aun reciban el refuer zo que suponía la alta estimación nacional por el lenguaje y la ora toria. El Norte nos da un Imitatio Christi, cuya influencia es tácita, y al principio, limitada al recinto con ventual, pero que tiene una reper cusión de centurias. El Sur nos da hombres cuya influencia sobre sus semejantes es poderosísima, pero mo mentánea. Esta impresión se basaba esencial mente en la agitación de las con ciencias. Se pronunciaban sermones morales, sin abstracción alguna, apli cados a lo especial y peculiar, con la base de una personalidad consa grada y ascética, a la que por sí mismo se vinculaba luego el mila gro, h ijo de la fantasía exalt ada, in cluso contra la voluntad del propio' predicador.'^" El argumento de más i formidable virtud era menos la ame-: naza del purgatorio y el infierno que el retórico y vivacísimo desdo blamiento de la temporal "maledizione" en la persona del que se en trega al mal. Quien ofende a Dios y a los santos paga en vida las consecuencias. Sólo así era posible atraer a la penitencia y la contricción a tanto ser descarriado por la pasión, los juramentos de venganza y los crímenes, y éste era el fin más important e que se perseguía. ,^
man y otro eslavo. También había, en su tiempo, necesitado intérpretes en ReTiania San Bernardo. (!i> Capistrano, por ejemplo, se limi taba a bendecir en el nombre de la Trinidad y de su patrono patr ono San Bernardino a los millares de enfermos que le llevaban lo que bastaba para que se produjera alguna que otra curación real, el nombre de Límerco Pittocco, como en tales casos, suele ocurrir. El 1, estr; C. VIL 57; III estr. 3. cronista de Brescia dice que "hacía her Diario Ferrarese, en Muratori, mosos mosos milagro s" pero que se "contaba ^ col. 362. mucho más de lo que era realmente Llevaba consigo un intérprete ale cierto".
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enviarlos allí donde se solicitaba n presencia, lo que sucedía en los sos graves, discordias de cara v I c r público o pri vad o en las ciuti ni' o por un aumento pavoroso o > inseguridad y la inmoralidad. si había crecido y se había exicii dido la fama de un predicador, h reclamaban todas las ciudades, aun sin motivo especial. Iba adonde !• mandaban sus superiores. Un aspci aspci to especial de esta ac tivi dad es 1^ predicación de la cruzada contra Uv-. turcos; ^® pero a nosotros tócaiif considerar, ante todo, los sermomen que se exhortaba a la peniícn cia. El orden de sucesión de los seniiu seniiu nes, cuando se observaba un méloilu parece haberse c eñid o sencillamcni< sencillamcni< al de los pecados capitales. cuanto más urgente es el trance, e!• quena ya para contener la aflueneiii de gentes que acuden de los lugarcf lugarcfii más apartados, hasta el punto que el ir y venir de la gente ponía en peligro la vida incluso del predica dor.™ Por lo regular el sermón leí mina con una procesión grandiosa, los altos funcionarios de la ciudail ciudail colocan en medio al orador, prole giéndole, pero ni aun así está se guro, ni es posible impedir que l.i gente gente le bese las manos y los pií' y le arranque jirones del hábito.' Los primeros resultados que se et>ii 98 En Poggio, por ejemplo. De ava- siguen —y los más fáciles— despinít» ritia, en Opera, fol . 2. Encuentra Encuentra que de predicar contra usureros y acapit su trabajo era fácil, pues repetían en todas las ciudades lo mismo y iras cada Con lo cual adquiría la cosii ii campaña dejaban al pueblo más idiotilizado de lo que que le había encontrado, peculiarísirao matiz. Ver Malipicn Ann. Venet, en Archtv. Archtv. Síor.,-Vil. Franco Sacchetd, Novella 72. El página 18; Chron. Veneíum, Muraloi XXI, col. 898. 8 98. misionero de escasa elocuencia era uno Sloria bresciana, Muratori, XXI de los personajes personajes más corrientes entre col. 865. " . los novelistas. "^1 Allegretto, Allegretto, Diari sanesi, IVrarirtí «8 Véase la conocida parodia en el ri, XXTTI, col. 819. ¿ Decamerone, V I , Novella 10.
Así predicaron en el siglo xv Bernardino de Siena, Alberto de Sarzana, Giovanni Capistrano, Jacopo della Marca, Roberto da da Lecce (pág. 227) y otros, y así predicara, final mente, Giorlamo Savonarola. No ha bía prevención ni prejuicio como los que existían contra los frailes men dicantes, mas ellos lograron vencer le. En vano el soberbio humanismo los criticaba y hacía mofa de ellos.*"' Cuando la voz de los predicadores clamaba sobre la muchedumbre na die se acordaba de aquéllos. No tra taban de nada nuevo, y un pueblo burlón como el florentino sabía ya en el siglo xiv , maltratar al predi cador ridículo cuando aparecía cn el púlpito.f'^ Y sin embargo, cuando asomó allí Savonarola, los arrebató de modo tan violento que toda su querida cultura y todo su arte se derritieron en la hoguera que había encendido el monje. Ni las más osa das profanaciones por parte de frai les hipócritas, que con ayuda de cómplices (véase pág. 255) sabían desencadenar a voluntad las mayo res emociones entre el auditorio consiguieron perjudicar el crédito de esos otros predicadores. La gen te se siguió riendo de los sermones de frailes desvergonzados con sus milagros de pacotilla y sus falsas reliquias y siguió venerando a los grandes predicadores y misione ros. Éstos fueron una verdadera es pecialidad italiana del siglo xv. Su Orden —por lo regular la de San Francisco, y en particular la llamada de la Observancia— solía
LA CULTURA DEL RENACIMIENTO T-N ITALIA
•adores y contra las modas indignas, ion la apertura de las cárceles, es ^ :cir, la libertad de presos por deu das, si son pobres, y la quema de objetos de lujo e instrumentos de di versión, tanto peligrosos como ino centes: dados, barajas, juegos de to lla clase, caretas, caretas, laúdes, libros de canciones, fórmulas mágicas,'''^ ''^ mo ños postizos, etc. Todo esto se co locaba locaba sobre un "tálamo" graclosa j mente agrupa do, sin duda, encima í; una figura de Satanás o cosa por el I estilo, y se le prendía fuego (véase " pág. ?04). Luego, llegaba el turno a las con ciencias empedernidas; quien hace largo tiempo que no se ha confesa, do se confiesa, los bienes que se re] tienen indebidamente se restituyen, y las palabras de ignominia, preñadas de maldición, se retiran. Oradores como Bernardino de Siena "^^ se deIcnían, con diligencia y exactitud cn 'as relaciones humanas de cada día su ley consuetudinaria. Pocos teóigos de nuestro tie mpo serían ca tees tees de pronunciar un sermón ma:al sobre "contratos, restituciones, tas del Estado (monte), y sobre I dote y el equi po de las hijas de ilia" como el que pronunció este ito en una ocasión en la catedral Florencia, Predicadores poco cauInfessura (En Eccard, Scriptores, col. 1874), dice "canti. brevi, sorti". primero aludiría a los libros libros de lanciones lanciones de los cuales sabemos sabemos q ue Savonarola Savonarola por lo menos hizo una bue¿jia quema. Por lo que a las otras palatras se refiere, ha de tenerse en cuenta le Graziani (Cron. di Perugta, en Ar fv. Stor., XV , I, pág. pág. 314) en oca'n semejant semejantee dice "brevi e incanti", que sin duda, por lo demás, debe ludir a algún objeto de superstición, gún gún juego de cartas para predccu el jíuturo jíuturo o la suerte o cosa parecida. DíJíUnd JíUndida ida ya la imprenta, había que Uetambién a la hoguera todos los iplares de Marcial, por ejemplo ídello, I I I , Novella 10. •3 Ver su curiosa biografía cn Vesp. 244 y sigs. y en Eneas Silvio, De ill, 24.
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tos, llevados de su ardor, pasaban fácilmente de la medida, y al refe rirse a determinadas clases sociales, a determinados gremios y jerarquías de funcionarios, eran causa de que el auditorio excitado cometiese actos de de violencia contra los aludidos.'^* Un sermón de Bernardino Bernardino de Sie na, pronunciado en Roma (1424), después de la consabida quema de galas y objetos de superstición, tu vo aún otra consecuencia: "Después —se nos dice '^'^— fue también que mada la bruja Finicella, que había matado a muchos niños por medios diabólicos y había embrujado a mu chas personas, y Roma entera fue a presenciarlo." Pero el fin principal de los ser mones, como ya hemos indicado, era la reconciliación en las discordias y la renuncia a las venganzas. A. este punto solía llegar el final de la mi sión, cuando el fervor penitente y contrito ya había inv adido toda la ciudad,'''^ cuando ya el aire se es tremecía con los gritos del pueblo: "¡Misericordia!, ¡ misericor dia!" Era entonces cuando se llegaba a los so lemnes convenios y abrazos de paz, hasta en los casos en que el homi cidio alternado abría una sima entre las partes en pugna. Con tan santo motivo se conseguía el regreso a la ciudad de los desterrados. Parece que estas "pací" eran, en general, respetadas hasta cuando aquella tenAilegreto, 1. c. eol. 823. Un pre dicador agita a las masas contra los jueces jueces (si en vez de "giudici" no debe mos realmente realmente leer "giudei", judíos judíos que al punto habrían ha brían sido quemade quemadera ra en sus casas, ' 5 Infessura, I, c. Debe haber un error en la fecha de la muerte de la bruja. bruja. Vasari ( I I I , 148) 148) nos cuenta có mo el mismo santo santo hizo talar un soto de non sancfa fama en las cercanías de Arezzo (Vita di Parri Spinelli). En oca siones el primer furor expiatorio parece haberse desahogado y agotado, hasta cierto punto, en locales , símbolos e instrumentos. "Pareva che Paria si fendesse" se dice en alguna parte.
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sión sc había aplacad o ya un t anto en las almas. En estos casos la me^ moría del monje era bendecida por generaciones. Pero hubo bárbaras y terribles crisis, como la de las fami lias della Valla y Croce en Roma (1482), ante la cual incluso el gran Roberto da Lecce alzó estérilmente su voz.''^ Poco antes de Samana San ta había pre dicado a una innumera ble multitud en la Plaza, ante la Mi nerva, y el Jueves Santo mismo se dio la terrible batalla callejera delan te del Palazzo della Valle, junto al Ghetto. A la mañana siguiente el pa pa Sixto mandó arrasarlo, oficiando después en las ceremonias habituales propias de este día. El Viernes Santo volvió a predicar Roberto, llevando un crucifijo en la mano; pero tanto él como sus oyentes no pudieron ha cer otra cosa que llorar. Caracteres violentos, en íntima dis cordia consigo mismos, bajo la im presión de estos sermones, tomaban a menudo la decisión de entrar en un convento. Ladrones y criminales de toda clase se contaban entre ellos y también soldados cesantes."^** In fluía en ello, sin ninguna duda, la admiración hacia el santo monje, que impelía a imitarle aunque sólo fuera en lo exterior. El sermón fi nal solía tener un puro contenido " Jac. Volaterranus. Mu r a t o r i , X X l l I , col. 167. No se dice explícita mente que sc ocupara en esta contien da, pero es indudable que ocurrió así. También en una ocasión (1445) Jacobo della Marca apenas había abando nado Perusa, después de inmenso éxito, hubo un homicidio por venganza en la familia Ranieri, Véase Graziani, /. c. págs. 565 y sigs. Diremos, de paso, que las visitas de esta clase de predicado res a Perusa se suceden con sorpren dente frecuencia; véanse págs. 597, 626, 631, 637 y 647. Después de un sermón. Capistrano impuso el hábito a cincuenta solda dos. Síor. brcsciana l. c ; Graziani. 1. e., 565 y sigs. Eneas Silvio {De viris iiustr., 25 ), escuchando a San Bernar dino en su juventud, estuvo a punto de ingresar en su Orden.
de bendición, que sc resume en tas palabras: "La pace sia con ICÍ Grandes muchedumbres acompaña ban luego al predicador hasta la» ciudades vecinas y volvían a esiuehar el ciclo entero de su predica ción. Dado el enorme poder de esitm santos varones, para el clero y lo» gobiernos era deseable, por lo niC' nos, no atraerse su enemistad, L no de los medios de conseguirlo era oí criterio, mantenido en la prácticii, de que en estas misiones figurasen sólo frailes'^" o sacerdotes que hu biesen recibido las órdenes mcnorcii cuando menos, de modo que los iiiíf] lilutos o las corporaciones coi le.'ipondientes se hicieran, hasta eicriü punto, responsables de su conduetii, Pero tampoco era posible aquí un» delimitación estricta, pues hacía y « mucho tiempo que tanto el templo como el píílpito se utilizaban para fines públicos de toda clase —actuí juríd icos, proclamaciones, leecioiici, etc.— y como predicadores hacían il uso de la palabra hasta scglarr v humanistas (pág. 129 y sigs.). lia bía además una clase híbrida úe \\\ dividuos que no eran ni frailes ^
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lacerdotcs y que, no obstante, habían enunciado al mundo: nos referimos i los cenobitas, muy numerosos en talia, que hacían su aparición a vees sin que nadie los llamara y arre bataban al auditorio. En Milán se dio uno de estos casos después de la segunda invasión francesa (1516), en una época, ciertamente, en que imperaba e l mayor desorden. Un ce nobita toscíTio, tal vez del partido de Savonarola, se adueño del to de la catedral por espacio de me ses, polemizó violentamente contra la jerarquía, añadió al templo un candelabro y un altar nuevos, hizo lilagros, y no abandonó el campo ino después de vivas luchas.^'- En aquellos decenios, decisivos para el destino de Italia, por doquier surfi a el vaticinio, sín que sea posible Imfinar su aparición en una deter minada categoría de individuos. Sa lmos, por ejemplo, con qué perti se dedicaron los cenobitas a profecía antes de la devastación Roma (ver pág. 68 y sigs.). Esgentes, a veces cuando carecían elocuencia, enviaban mensajeros n símbolos, como aquel asceta de Bena que envió (en 1496) a un "er•litaño", es decir, a un discípulo, a p atemorizada ciudad, con una ca yera en una estaca, de la cual coliba un papel con una amenazadora láxima bíblica.^^ Pero muchas veces los monjes tamloco respetaban a los príncipes, a "is autoridade s, al clero; ni siquiera sus propios hermanos de religión.
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Qu e hubo rozamientos entre li celebres predicadores observantes y li envidiosos dominicos, lo demuesini disputa sobre la sangre de Cristo cr cificado, derramada en la tierra (1461 Sobre Fra Jacopo della Marca, que d ningún modo quería ceder ante los i|( miníeos, se expresaba Pío I I en KU pr( lijo comentario {Comment. lib. XI . Wi gina 5 1 1) con una deliciosa Íi'i)nl|| "Paupericm pati et famem et sitiiii explotaban a los rústicos con su corporis cruciatum et mortem pro Clir^ ia scmirreligiosa y llevaban cabati nomine nonnulli possunt; jaclur amacstrados que se arrodillaban nominis vel miniam ferré rccusaiit. t indo se nombraba a San Antonio. quam sua deficiente fama Dei (1IUK(1| ^pretexto era postular para los hosgloria pereat". i ^ ^ H e s , Masuccio, Novella 18, BandelSu fama oscilaba ya entre los 4 ^ ^ ^ p l l . Novele 17. Fircnzuola, en su Iremos. No se les debe confundir ti| ^ ^ B k > d'oro, les hace ocupar el lugar los monjes eremitas. En general no fl ^ ^ T o s sacerdotes mendicantes de Aputaban los campos claramente .deslin dos. Los spoletinos ambulantes en tn P*i Prato, en Archiv. Stor. II I, pág. de milagreros invocaban siempre j ( H • 7 : Burigozzo. Ibid., pág. 431. Antonio y, a causa de sus culebni^^ • B'-í AUegreto, en Muratori, XXIII, apóstol San Pablo. Ya desde cl y sigs.
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Un sermón con el propósito claro de derribar una dinastía de tiranos, como el pronunciado por Fra Jaco po Bussolaro en Pavía, en cl siglo XIV,**-'' es un caso que no vuelve ya a repetirse, pero sí la crítica valien te, hasta contra el papa mismo en su propia capi lla (pág. 129, nota 127), y cl consejo político ingenuo en presencia de los príncipes, que éstos creían no necesitar.*** En la Plaza del Castillo, en Milán, un pre dicador de la Incoronata (un agus tino, pues), se atrevió a apostrofar a Lodovico el Moro, desde el to, diciéndole: "¡Señor, no muestres el camino a los franceses, pues ten drás que arrepentirte! ".*•*' Había frai les profetas que no hacían política de manera directa, pero que pinta ban cl porvenir con tonos tan som bríos que confundían y aturdían a sus oyentes. Un grupo de estos pre dicadores recorrió el país, que se ha bía dividido en zonas, poco después de la elección de León X (1513). Eran doce franciscanos de convento. El que pred icó en Florencia,*'*' Fra Francesco di Montepulciano, mantu vo al pueblo en un terror creciente, porque sus palabras, a medida que llegaban a oídos de los más alejados de él, en vez de atenuarse, se am-
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« ' Matteo Villano, V I I I , cap. 2 y sigs. Predicó primero contra la tiranía en general; como los tiranos de la ciu dad pretendieron asesinarle, cambió él mismo en su sermón la constitución y las autoridades y obligó a huir a los Beccaria (1357). En los tiempos de crisis, la Casa que ocupaba el poder recurría también a los frailes para que éstos avivaran en el pueblo los sentimientos de fide lidad. Sañudo (Muratori, XXII coL' 1218) cita un caso de éstos, refirién dose a Ferrara. Prato, en Archiv. Stor. II I, pág. 251. Sobre posteriores predicadores fa náticos antifranceses después de la ex pulsión de los franceses mismos, í6i ., págs. 443, 449, 485, ad. a. 1523, 1526, 1529. «« Jac. Pitti. Storia flor., lib. H, pág. 112.
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plificaban y cobraban un sentido te rrible. Después de uno de estos ser mones murió repentinamente "de un dolor al pech o"; una gran muche dumbre acudió para besar los pies al cadáver, por lo cual se le enterró secretamente durante la noche. Pero el espíritu profetice que se apoderó hasta de las mujeres y de los al deanos, había tomado tal vuelo, que sólo con gran esfuerzo pudo ser do minado. "Para levantar, hasta cierto punto, el espíritu de las gentes, or ganizaron los Medici, Giuliano (her mano de León) y Lorenzo, el día de San Juan de 1514, aquellas magní ficas fiestas, aquellas partidas de ca za, aquell as procesiones y desfile s, aquellos torneos a los cuales acu dieron algunos grandes señores de Roma, incluso seis cardenales, aun que éstos, ciertamente, disfrazados." Pero el más grande de los misio neros y de los profetas, Fra Girolano Savonarola, de Ferrara,^ había sido quemado vivo en Florencia en 1498. Hemos de reducirnos aquí a algunas someras indicaciones sobre la personalidad de este monje. El instmmento formidable con que dominó a Florencia y la trans formó (1494-98) fue su oratoria. Lo que de ella ha llegado a nosotros, sermones tomados al oído, en defi cientes copias, apenas nos da, evi dentemente, una idea remota de lo que en la realidad debieron de ha ber sido aquellos sermones. No por que sus recursos externos hayan sido extraordinarios, pues la voz, la vo calización, la composición retórica, etc., antes bien constituían su lado débil; quien quería oír a un esti lista, a un orador artista, iba a es cuchar a su rival Fra Mariano de Ghinazzano... Pero en la oratoria
87 Perrens, Jerome Savonorole, dos vols.; entre las numerosas obras espe ciales sobre el mismo, acaso la más bien ordenada metódicamente y la más sobria; P. Villani, La Storia di Girol, Savonaraola (dos vols,, Florencia, Lemonnier).
de Savonarola alentaba aquel elcvn do poder personal que no volvcnmos a encontrar hasta Lutero. l'am él mismo su palabra tenía algo iluminación y no era modesto en apreciación de la misma conliailu al predicador: más alto que él sóli> estaba el último ángel en la jcrai quía de los espíritus. Esta personalidad, todo fuego \ llamas, logró, por lo pronto, un m t lagro de peculiar y magna índnl. su propio convento de San Maiin:, de la Orden dominicana, y huj'ii todos los conventos toscanos de li Orden de Santo Domingo, estaltan influidos de tal modo por sus idc;r que emprendieron una gran refüriim voluntaria. Cuando pensamos lo tpi. eran los conventos de entonces y dificilísimo que resultaba imponi-i K más pequeña reforma a los fraiK crece el asombro que nos prodin un cambio de rumbo tan decisivi' En marcha ya el nuevo moviniiin to, lo afi anzó con el ingreso en lu Orden de gran número de gciUi* de idént ico sentir. Vastag os do lim casas más ilustres ingresaron en Sun Marcos como novicios. Tal reforma de la Or den en un región determinada fue el prini.i paso para una iglesia nacional, i la cual se habría llegado indefci.ti blemente si hubiera pod ido miinic nerse este espíritu durante mavm lapso de tiempo. Savonarola qucn.i ciertamente, una reforma de la \y}' sia entera, y ya en las postrimcni' de su actuación hizo admonicit)iii apremiantes a todas las Potesiadi para que convocaran un Concllu' Ahora bien, mientras su Orden . su partido eran ya en Toscana > i último órgano posible de su cspin tu, algo así como la sal de la licri. las regiones vecinas persisfían en > estilo antiguo y el viejo sistema. I' co a poco fue formándo se un tado de ánimo, hijo del renumr mient o y la fantasía que i^ctcndl.i convertir a Florencia en un p;iriii»ii de bienaventurados. i
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El haberse cumplido parcialmente profecías fue un hecho que proró a Savonarola un prestigio soirehumano, llega ndo a constituir el nto en cuya virtud la poderosa antasía italiana se impuso hasta so bre el ánimo más dueño de sí y más caritativo. Al principio los francisca nos de la Observancia, amparándose en la aureola de gloria que les ha bía legado San Bernardino de Siena, creyeron que podrían competir con el gran dominico. Facilitaron el ac ceso de uno de los suyos al to de la catedral y superaron en tono siniestro, los vaticinios del pro pio Savonarola, hasta que Pietro de Medici, que todavía mandaba en.íonces en Florencia, les impuso, de Riomento, a ambos, silencio. Poco después, cuando Carlos V I I I llegó a Italia y fueron expulsados los Me dici, según había vaticinado con bien claras palabras Savonarola, la gente 'lio en él tuvo fe. Y aquí hemos de confesar que si bre sus presentimientos y visiones o ejercía la menor crítica, sí la jercí a, en cambio, y bastante riguUsa, con los presentimientos y va ticinios de los demás. En la ora ción fúnebre de Pico della Mirándola se mostró excesivamente implacable n el amigo muerto. Porque Pico, fisoyendo una voz interior que ve ía del cielo no quiso ingresar en la Orden, pidió Savonarola a I>ios que en cierto modo le castigara. Pe ro, en verdad, no había deseado su muerte. A fuerza de limosnas y ora ciones se había c onsegui do, según él, ;que su alma llegase al Purgatorio. Refiriéndose a una visión consola dora que en su lecho de enfermo había tenido Pico, según la cual se le apareció Madonna prometiéndole que no moriría, confiesa Savonaro la que por mucho tiempo la había considerado como un diabóhco en ano, pero que le fue revelado al n que la Madonna había aludido la segunda muerte: a la muerte erna. Si estas cosas y otras se
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mejantes nos parecen descomedidas, bien duramente las expió este gran espíritu. En sus días postreros pa rece haber reconocido Savonarola la vanidad de sus visiones y sus profe cías, sin que por esto sufriera me noscabo su paz interior, que aun le prestó fuerza y ánimo para dar con santa unción los pasos que le lleva ron a la hoguera. Pe ro sus partida rios, además de conservar su doc trina, se aferraron a sus profecías durante tres decenios todavía. Se ocupó principalmente de la re organización del Estado, pues de no haberl o hecho se hubieran apodera do de éste las fuerzas hostiles a Sa vonarola. No es equitativo juzgarle por la constitución semidemocrática (pág. 47 nota 153) , de principios de 1495. Tampo co esta constitución es mejor ni peor que otras consti tuciones florentinas.^^ Para tal tarea era el espíritu me nos adecuado que cabe imaginar. Su verdadero ideal era una teocracia en la cual todos se inclinaran, con espiritual y bienaventurada humil dad ante el Altísimo, y en la que de antemano hubiesen quedado su primidos todos los conflictos deri vados de las pasiones. El sentimien to que le anima se condensa en aquella inscripción del Palacio de la Señoría, de cuyo contenido hizo su lema ya a fines de 1495 y que sus partidarios renovaron en 1527: floren"}esus Christiwi Rex populi tini S. P. O. decreto creatus". A la
vida terrenal, con todas sus condicio nes que plantea y exige, se sentía tan poco vinculado como cualquier mon je auténtico y severo. Opinaba que Acaso hubiera si do Savonarola el único capaz de devolver la libertad a las ciudades tributarias, salvando no obstante, de algún modo, la conexión y la unidad del Estado toscano. Pero no pensó en semejante cosa. En contraste curioso con los sicncscs, que en 1483 ofrecieron su mal avenida ciudad solemnemente a la Ma donna. Allegretto, ap. Muratori, XXIII, col. 815.
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diviva y la gigantesca dilalación J i l horizonte de la existencia y el pcii Sarniento humanos pudieran ser, según el caso y la circunstancia, d c c i sivas y gloriosas pruebas del fuL'j.',(> para la religión misma. Pretendín prohibir lo que n o puede ser su primido. Lo era todo menos liberal A los astrólogos impíos, por e j e m pío, les amenazaba c o n la hogueni en la que él mismo debía morir ni;is tarde.'"* ¡Qué tremenda debía de ser c l alma que moraba en aquel angosit» espíritu! ¡Qué fuego tuvo que hi-o tar de ella para doblegar el cniíi siasmo de los florentinos por la cul tura ante las ideas de aquella mente' Cuanto el arte y las cosas del m u n do estaban dispuestos a sacrificarle lo demuestran las famosas higuera junto a las cuales nada significaban los "talami" de San Bernardino. No era posible poner en marelia aquel mundo sin una cierta interven ción tiránica de la política de Savo narola. Sus entremetimientos en la venerada libertad de la vida privüda tabana no fueron leves. Exigía, ]>>i ejemplo, que la servidumbre espiara al dueño de la casa a fin de i m p n ner su reforma de las costumbres. I.o que más tarde en Ginebra el férren Calvino a duras penas consiguió b;i|i' un estado de sitio constante —no-, referimos a la transfoimación d e hi vida pública y privada—, en Floren cia, nece sariamente, no podía pas:ii de un intento y como tal irritar a Ius adversarios e n la máxima medida Uno de los motivos de irritación íne justamente los grupos de adolescen tes organizados por Savonarola paia que se introdujeran cn los hogares y reclamaran violentamente materiiil para la hoguera. En algunas casas se les recibió con enojo y,no f a l i t i quien los echara a golpe s;'e n ^ ' de ello les hizo proteger por adu, aun con lo cual se mantenía, s m
cl hombre sólo debe ocuparse en lo que se refiere de modo inmediato a la salvación de su alma. Esta actitud se delata claríslmamente cn sus puntos de vista sobre la literatura antigua. En sus sermo nes dice que " lo tínico bueno de Platón y Aristóteles es que han pro porcionado numerosos argumentos que pueden utilizarse contra los he rejes. Por tanto aquéllos como otros filósofos están en el infierno. La vie ja más humilde sabe raás que Platón sobre la fe. Para la fe misma sería conveniente que se destruyeran mu chos libros que tienen una aparien cia de utilidad. Cuando no había tantos hbros, ni tantas ragioni naiurali, ni tanta disputa, la fe se di fundía mucho más fácilmente. Opina que en las escuelas la lectura clási ca debería reducirse a Homero, Vir gilio y Cicerón, completando lo que falla con San Jerónimo y San Agus tín; en cambio, deberían desterrarse no sólo a Catulo y Ovidio, sino tam bién a Tíbulo y Terencio. En tales manifestaciones se revela a veces una moral timorata; pero en un es crito especial reconoce, sin embar go, lo pernicioso de la ciencia en conjunto. Opina que en realidad deberían estudiarla sólo unos pocos para que no se perdiera la tradición de los conocimientos humanos y so bre todo para que hubiera siempre la reserva de algunos atletas capaces de combatir y anular los sofismas heréticos. Todos tos demás deberían limitarse a la gramática, las buenas costumbres y la doctrina cristiana (sacrae literae). De este modo la en señanza volvería, íntegra, a manos de los frailes, y como, a su vez, "los más sabios y santos" debería n mandar sobre Estados e Imperios, éstos serían, por lo tanto, goberna dos por frailes. Ni siquiera quere mos plantearnos l a cuestión de si el autor llegó verdaderamente a ir tan lejos en sus ideas. Más puerilmen te no se puede ra "** Dice de lo s "impii a s t f o l u -i zonar. Ni siquiera se le ocurre al "Non é da disputa (con loro) alm ^ buen hombre que la Antigüedad re^ mente che col fucco".
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:embargo, la ficción de qua las nue vas generaciones de la burguesía es taban poseídas de un espíritu reli gioso. Y así pudieron celebrars e cl últi mo día de Carnaval del año 1497 y "el mismo día del siguiente año los grandes autos de fe cn la Plaza de la Señoría. Elevábase allí una pirá mide escalonada semejante al "rogus" en que se incineraban los cadá veres de los emperadores romanos. Debajo de todo, junto a la base misma, se veían caretas, barbas pos tizas, trajes de máscara; e ncima, li bros de poetas latinos e italianos, en tre otros el Margante de Pulci, las obras de Boccaccio, de Petrarca, pre ciosos pergaminos y manuscritos c on miniaturas; venían luego adornos y útiles femeninos de tocador, perfu mes, espejos, velos, rodetes; más arriba, laúdes, arpas, tableros de ajeidrez y barajas; por último, en las idos capas superiores se veían cua dros, especialmente pinturas que re presentaban bellezas femeninas, unas bajo los nombres clásicos de Lucre cia, Cleopatra, Faustina, otras retra tos directos de las bellas Bencina, Lena Morella, Bina y María dc'LenUi . La primera vez ofreció un mcr^xader veneciano a la Señoría veinte ímil escudos de oro por la pirámide. 'Por toda respuesta le retrataron y añadieron su retrato a los demás. En el momento de prender fuego a la pirámide aparecía la Señoría en el balcón y el aire se llenó de cán ticos, sones de trompeta y tañidos de campana. Se organiz aba después un desfile por la Plaza de San Mar cos, con asistencia de todo el parti do que giraba en unos triples círcu los concéntricos; y en el interior, los frailes de aquel convento, alternan do c on niños disfrazados de ángeles, luego los religiosos y seglares jóve nes y, finalmente, los viejos, ciuda danos y sacerdotes, éstos coronados de olivo.
motivos ni talento para ello les fal taban— fue impotente para empe queñecer el recuerdo de Savonaro la. Cuanto más triste se revelaba cl destino de Italia, con más clara au reola se sublimaba en la memoria de los vivos la figura del gran mon je y profeta. Sus vatici nios no se cumplieron en detalles, pero se cum plió de modo demasiado terrible la catástrofe general anunciada por él. Mas por grande que fuera el in flujo del misionero y por claramen te que Savonarola reivindicara para sus hermanos en religión como tales la predicación salvadora,^i no iba a lograr que éstos, como clase, se li braran del desdén y el repudio ge neral. Italia reveló bien claramente que sólo era capaz de entusiasmarse por el individuo. Si prescindiendo de curas y frai les pretendemos verificar la fuerza que aun conservaba la vieja fe, nos encontraremos con que se nos pre senta unas veces muy menguada, y muy robusta otras, según el lado por donde la contemplemos y la luz que reciba. Que se tenían por indispensa bles los sacramentos y bendiciones, lo hemos com probado ya (págs . 57 y 248); consideremos ahora la situa ción de la fe y el culto en la vida cotidi ana. L o fundamental en este punto eran la masa y sus costum bres y la actitud de los poderosos por lo que a ambas cosas atañía. Cuanto se refiere a la penitencia y la salvación eterna por las buenas obras se encontraba entre los rústi cos y las clases inferior es en un es tado de desarrollo o descomposición que permitía muy bien el parangón con las costumbres del Norte, sin que dejaran los hombres cultos de mostrarse ocasionalmente contagia dos e influidos por estos hábitos. Aquellos aspectos del catolicismo po pular en que éste se vincula a las innovaciones paganas, a las dádivas
Toda la burla de los adversarios, al cabo vencedores —ciertamente ni
Véase el pasaje del sermón 14 so bre Ezequiel en Perreí, /. c. vol. I, 30 nota.
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y expiaciones propias de los anti guos dioses, prosiguieron viviendo con tenacidad en la conciencia del pueblo. La octava Égloga de Bat tista Mantovano, citada ya en otra ocasión,^2 contiene, entre otras co sas, la oración de un rústico a la Madonna, en la cual se invoca co mo diosa tutelar especialísima de determinados intereses de la vida del campo. ¡Hasta qué extremos era capaz de llegar la ayuda de deter minadas Madonnas, según la opinión del pueblo! Imaginemos lo que pen que ofre saría aquella florentina ció como ex voto a la Annunziata un barrilillo de cera porque su aman te —monje, por cierto— había po dido beberse poco a poco un barriiito de vino en su casa sin que lo notara el marido. También regía en tonces un patronato de determina dos santos para ciertas esferas de la vida, justamente como hoy sucede. Frecuentemente se ha intentado re ferir cierto número de usos rituales, generalizados en la Iglesia Católica, a ceremonias de origen pagano; tam bién que gran número de costumbres locales y populares vinculadas a las fiestas religiosas sean restos incons cientes de los diversos paganismos europeos, todo el mundo lo recono ce. Desde luego, en Italia se trope zaba ocasionalmente con cosas que eran un resto consciente de las creen cias paganas. Así por ejemp lo, la ex posición de alimentos para los muer tos cuatro días antes de la fiesta de la Sede de San Pedro, es decir, en el mismo día de las viejas Feralia, el 18 de febrero.^* Otros ritos de este estiCon el título De Ruslicorum re-
ligione.
as Franco SaccheLti, Novella 109, donde encontramos también otras co sas por el estilo. Baptista Mantuano, De sacris die bus, lib. TI, exclamaba: Isla superstUio, ducens a Mannibus oriitnt Tartareis, sánela de rt^ligione faxessat ChTisligeniirn! vivís epulas dale, sacra sepiiUis.
Un siglo antes, al entrar en la Mar ca el ejército ejecutivo de |uan XXlI
lo estaban seguramente entonces te davía en vigor, pero después se hm extinguido. Acaso sólo sea paradóji ca en apariencia la hipótesis de que la fe popular italiana se halla firmomente fundamentada donde desean»! sa sobre la fe pagana. Hasta qué punto el dominio do este género de fe se extendía a laa clases superiores es algo que podrfu verificarse hasta cierto pimto en ma yor detalle. Influía en ello, como ya hemos observado al referirnos a In actitud ante el clero, la fuerza de la costumbre y las impresiones juve niles. Tamp oco deben olvidarse la afición a la pompa en las fiesUiN religiosas y las grandes epidemias expiatorias a las que los mismos c. píritus sarcásticos y los p ropio s im postores difícilmente resistían. Pero es arriesgado pretender fácil mente resultados generales en estas cuestiones. La actitud de los espíri tus cultos por ej empl o, en lo concer niente a las reliquias de los santos, debería darnos la clave que nos permitiera, por lo menos, atisbar cii algunos sectores de la conciencia re ligiosa de aquellas gentes. Adverti mos, es cierto, diferencias de grado, pero no con la claridad deseable, ni mucho menos. Por de pronto el Go bierno de Venecia en el siglo xv I?arece haber participado francamen te en la devoción a los restos de los santos cuerpos que imperaba enton ces en todo el Occidente (pág. 441.
contra los gibelin os, ocurrió esto bajo explícita acusación de "eresia" e "ido latría" . Ricanati, que se entregó volun tariamente, fue no obstante, quemado vivo "porque allí mismo se había ren dido culto a los ídolos". Giovaimi Vi llani, IX, 139 y 141. Bajo Pío 11 M habla de un obstinado adorador drl Sol, natural de Urbino. Eneas S Í I V Í D . Opera, pág. 289. Hist. ubique gestar.,
cap. 12. Pero lo más curioso fue Ui ocurrido bajo León X en el Foro ro mano, donde, según el rito pagano, fue sacrificado un toro con motivo de ttiüi pestilencia, véase Paulo Jovio, Hih XX L 8. ;
LA C U L T U R A DEL R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
js propi os forasteros que vivían en |enecia participaban en semejantes ivociones."^ Si juzgamos a la sá cente Padua según su topógrafo Milele Savonarola (pág. 82) , en ella zurriría lo propio que en Venecia. Ion un énfasis en que se mezcla el srror devoto, nos cuenta Michele iue al amenazar grandes p eligro s se Sia en el silencio de la noche sus pirar a los santos por toda la ciuiad, que al cadáver de una monja Santa Clara le crecían constantesnte las uñas y el cabello, que este lerpo hacía ruidos en caso de des dicha inminente, y a veces levantaba )s brazos, etc.^^ En la descripción la capilla antoniana en Santo, el ¡lutor se pierde en puros balbuceos fantasías. En Milán, el pueblo, por menos, sentía en gran manera cl fanatismo de las reliquias cuando 1517 los frailes de San Simpli|Íano, con motivo de ciertas obras un altar, dejaron impensadamenal descubierto seis cadáveres, des(jubrimiento que coincidió con granies lluvias y tormentas en el país, la :nte ^'^ se empeñó en ver la causa de |a desgracia en el sacrilegio cometido 5r los frailes y los golpeaba, en pleía calle, cuando topaba con ellos. En )tros lugares de Italia, hasta entre papas mismos, presentan ya esís cosas mucho más dudosa fisonolía, sin que podamos llegar tampoaquí a una conclusión rotunda, ís conocida la general sensación que produjo la compra, hecha por Pío [l , de la cabeza del apóstol san Anirés, llevada primero de Grecia a mía Maura y depositada después
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solemnemente en San Ped ro de Ro^ ma (1462). Ahora bien, de su pro pio relato se desprende que lo hizo por una especie de pudor, pues ya muchos príncipes se disputaban la reliquia. Con tal motivo se le ocu rrió convertir a Roma en refugio de los restos de los santos privados del repos o en sus prop ias iglesias,^* Ba jo Sixto IV la población de Roma revelaba en estas cosas mayor celo que el papa mismo, a tal punto que el municipio lamentó amargamente (1483) que Sixto enviara a Luis XT, moribundo, algunas de las reliquias lateranenses.'-Js En B oloni a se alzó por estos días una voz decidida pi diendo que se vendiera en buena hora al Rey de España el cráneo de santo Domi ngo y que con el di nero se hiciera algo de utilidad .i*"^ Los florentinos eran los menos afi cionados a las reliquias. Entre su decisión de honrar a San Zanobi con un nuevo sarcófago y el encargo de finitivo del trabajo hecho a Ghiberti transcurren diecinueve años (140928), y el encargo se hace al fin ca si por azar: porque el artista había terminado muy bellamente otro pe queño trabajo de este estilo.i*'^ Tal vez estaban ya un poco fatigados de reliqui as desde que en 1352 una as tuta abadesa de la región napohtana los había engañado con un falso bra zo —imitado en madera y yeso— de
08 Pío II, Comment., lib. V I I I , pág. 352 y sigs.: "Verebatur Pontifex, ne in honore tanti apostoli diminuter agere videretur", etc. '^^ Jac. Volaterranus, en Murato ri, X X n i , col. 187, El regalo llegó a tiem para que el rey Luis lo adorase. Y po '^^ Sabellico, por ejemplo: De siiu metae urbis. Da los nombres de los sin embargo, se murió. Las catacumbas laníos a la manera de algunos filóso estaban entonces olvidadas; no obstan fos, sin "sanclus" o "divus", pero cnu- te, dice también Savonarola ( í. c. col. 1.150) de Ro ma: "V elut ager Aceldama i c r a multitud de reliquias y se precia Sanctorum habita est." le haber besado algunas. iw Bursellis Annal. Bonom., en Mu De Laudibus Paiavii, en Muratoratori, X X I I I , columna 905. Fue uno í, XXIV, cois. II49 a 1151. de los dieciséis patricios Bartol. della Prato, en Archiv. Stor., IIT, pág. E408. No se incluye entre los espíritus Volta. (Murió en 1485.) Vasari, II I, págs. l i í y sigs. no fjBvanzados; protesta, no obstante, con semejante nexo casual. ta. Vida de Ghiberti.
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Santa Reparada, patrona de la catedral.i^ Acaso debamos pensar que era el sentido estético el que decidi damente volvía la espalda a los ca dáveres despedazados, a los vestidos y objetos enmohecidos. O quizá les había influido ya el sentido moder no de la gloria, pues erigieron se pulcros más espléndidos para Dante y Petrarca que para todos los após toles juntos. Y es posible también que en Italia —prescindiendo de Venecia y del caso excepcional de Ro ma—• el culto de las reliquias fuera ya desplazado en cierto modo,^**^ por el culto de las Madonnas, con ma yor intensidad que en otros países europeos, culto que encerraba tam bién, seguramente, si bien velado, un claro predominio del sentido for mal. Se nos preguntará cómo f ue posi ble cuando en el Norte casi todas las gigantescas catedrales están consa gradas a Nuestra Señora y todo un rico sector de la poesía, tanto en latín como en las lenguas vernácu las, exalta a la Virgen. El hecho es que frente a esta devoción nórdica encontramos en Italia mucho mayor niíraero de imágenes marianas mi lagrosas con constante intervención en las vicisitudes de la vida cotidia na. Cada ciudad importante posee toda una serie de estas imágenes, desde las consideradas desde anti10^^ Matteo Villani,
LA CULTUR A
J A C O B B U R C K H A R D T
I I I , 15 y 16. 103 Había que distinguir también en tre el culto —en auge en Italia— de los restos de los santos históricamente conocidos de una manera exacta, co rrespondientes a los siglos últimos, y el nórdico rebuscar y despedazar los cuerpos y los fragmentos de hábitos, etc., de los santos primitivos. De este tipo, y destinados pri ncipalmente a los peregrinos, eran las grandes existencias de reliquias lateranenses. Pero sobre los sarcófagos de Santo Domingo y San An tonio de Padua, y sobre el misterioso sepulcro de San Francisco, se levanta ya un halo de gloria histórica ¡unto a la aureola de la santidad misma.
guo "pinturas de san Lucas" hastl los trabajos de los coníemporáncoi., que no es raro que vieran en viiln milagros de sus Madonnas. La olmi de arte no es aquí, ni mucho menú;., tan inofensiva como cree Batüsui Mantovano; según las circunsi.m cias, puede adquirir un repeni iiui poder mágico. La popular apelen cia de mila gros, manifestada sobra ^ todo en las mujeres, parece habersf satisfecho por este lado totalmend-, decayendo por la misma causa l¡i veneración de las reliquias. Haslii qué punto la burla que los niive listas hacían de las reliquias falsiih supuso menoscabo para el culto dilas que se consideraban auli'nli cas,^"^^ no intentaremos resolverlo La actitud de los espíritus C U I U I M en lo que se refiere a la devoción mariana se muestra algo más elaiii que en lo que atañe a la vencid ción de las reliquias. Sorprende, pul lo pronto, que en la literatura sen Dante con su Paraíso el último pue ta raariano importante de Italia, mientras en el pueblo las cancioma la Madonna siguieron renovándn
1** El curioso testimonio de su olini última. De sacrís diebus {lib. I) se l e ficrc, sin duda, al arte profano y r d i gioso al mismo tiempo. Dice que e t m i los hebreos se consideraba maldita, eim razón, la reproducción de toda i m a p e n , porque hubiese p odido conducir ¡i lu idolatría y al culto del demonio, --iiii por todas partes acechaba:
Nunc autetn, postquam penitus natura Satni Cognita, et antiqua sine majestate relicta ¡-i Nulla ferunt nobis statuae óiscrintina, nuU"^ Fer pictura doloí:¡ jam sunt innoxia signa. Suni modo virtutum testes innni-mentaqu<' l.¡
u¡
Mármara, írt adema decora inmorlalia Uioin.
í"''* Así Battista Mantovano,fpor ejem pío {De sacris diebus, lib. V ) ' , se q i n j n de ciertos "nebulones" que no q u i e i - . n creer en la autenticidad de la santa siiil gre de Mantua. Tam bién la crítica discutió ya el legado de C o q | t a n ¡ i i u . debió de ser desfavorable para el enluí de las reliquias, aunque de modo^táciW
D E L R E N A C I M I E N T O E N I T A L I A
hasta nuestros días. Quizá pe ían aducirse los nombres de Sanzaro, Sabellieo i***' y otros poetas tinos, pero su designio, esencialenle Eterario, los priva, en buena tarte, de fuerza probatoria. Las poey principios del ías del siglo xv iglo xvi, compuestas en italiano, en ue se nos revela una religiosidad irecta y viva, podrían haber sido scritas, en la mayoría de los casos, or protestantes; así, los corresponientes himnos, etcétera, de Lorenlos sonetos de Vitel Magnífico, rla Coloima, de Miguel Ángel, etc. rescindiendo de la expresión lírica !el teísmo, suele expresarse en ellos >on elocuencia el sentimiento del peado, la conciencia de la redención r la muerte de Cristo, la nostalgia e un mundo mejor, y sólo excep¡onalmeníe se menciona la interceión de la Virgen.i*** Es el mismo "enómeno que se repite en la cultu ra clásica de los franceses, en la li^teratura bajo Luis X I V . Sólo la Conarreforma restituyó en Italia a la esía culta la devoción mariana. Es verdad que, entre tanto, las artes aplásticas habían trabajado febrilmen te para exaltar a la Madonna. Final mente, no era raro que el culto de los santos se tiñera de matices esen cialmente paganos (pág. 31 y sigs.) los espíritus cultos. Podríamos seguir considerando di versos aspectos del catolicismo ita liano de la época, e infiriendo, con
cierto grado d e verosimilitud, la pro bable actitud de las clases cultas por lo que a fe popular se refiere, pero sin llegar a un resultado de carácter general y definitivo. Exis ten contrastes de difícil interpreta ción. Así, p or ejemplo, mientras se construye, talla y pinta sin descan so para las iglesias, de aquellos días proceden las más amargas quejas —principios del siglo xvi— sobre la relajación del culto y el descui do de las iglesias mismas: "Templa ruunt, passim sordent altarla, cultus paulatim divinus abit!.. .".'^^ Sabi
Y aun Pío II , tal vez, cuya ele jía a la Santísima Virgen figura en sus ypera, pág. 964, y que desde su juven tud se creía bajo el patronato especial |tie Nuestra Señora, jac. Card. Papienz., 7e morle
Pii, pág. 656.
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1'^" Es decir de la época en que Sixtia IV ponía todo su celo en el asunto rúe la Inmaculada. Exíravag. commun, |lib. I I I , tit. XII. Estableció también las fiestas de la Presentación de la Vir gen, de Santa Ana y San lose. Véase [rithemius Ann. Hirsaug. I I , pág. 519. J**** Elocuentísimos ejemplos, los esicasüs y fríos sonetos marianos de Vittori a.
do es cómo se indignó Lutero ante la conducta irrespetuosa de los sacer dotes durante la misa. Junto a esto, las fiestas religiosas se organizaban, además, con un lujo y un gusto de los que en el Norte no se tenía la menor idea. Habrá que suponer que este pueblo lleno de fatUasía descui daba l o vulgar y cotidiano para en tregarse luego con pasión a lo sin gular y extraordinario. La fantasía explica también aque llas epidemias expiatorias a que aquí debemos referirnos todavía. No son exactamente las que suscitaban la predicación de los grandes misione ros; aquéllas eran causadas por ca lamidades de carácter general o por el temor a que sobrevinieran. En la Edad Medía tempestades como éstas se desencadenaban de vez en cuando sobre Europa ente ra, provocando ingentes movimien tos de masas, como las Cruzadas y las peregi'inaciones de disciplinan tes. El primer fenómeno realmente formidable de este último tipo que se observa en Italia se produjo tras la caída de Ezzelino y su dinastía, y en la misma región de Pemsa i"^-» Batista Mantovano, De sacris die bus, lib. V, y en el discurso del joven Pico destinado al Concilio lateranense, Roscoe, Leo X. ed. Bossi, vol. VIH,
pág. 115. i i« Monachus Paduani, Chron, lib. III, al principio. De esta afluencia de
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que como hemos visto, fue uno de los centros principale s de la pre dicación misionera {pág. 262, nota 77). Vinier on después los flagelan tes de 1310 y 1334 y más tarde la gran peregrinación expiatoria, sin flagelación, del año 1399, de que nos habla Corio.^i^ No es imposi ble que, en parte los jubileos fueran organizados para regular y paliar en lo posible el lúgubre y nómada instinto de aquellas masas excitadas por el celo religioso. La nueva cele bridad de algunos santuarios de Ita lia —Loreto por ejemplo— absor bió, entre tanto, una parte de estas gregarias conmociones.^^^ Pero en los momentos de pavor se avivan de nuevo, en uno y otro lugar, et ansia medieval de la peni tencia y el pueblo estremecido —so bre todo cuando los prodigios se su maban a los acontecimient os— a pura gritería y flagelación preten día atraerse la divina misericordia. Así ocurrió en Bolonia"^ cuando la peste de 1457 y en Siena cuan do la turbulencia de 1496,*iis para sólo citar dos entre los infinitos ejem-
píos posibles. Pero lo que en vcnlail suspende el ánimo es lo ocurridí i n Milán en 1529, cuando las tres \\i vorosas hermanas —la Guerra 11 Hambre, la Peste— y la ocupaumi española asolaron la ciudad llc\an do a la desesperación a sus int\li ees habitantes. Precisamente fue pañola la vo z que se hacía oír en aquellos instantes: la del monje I-r^iy Tomás Nieto. En las procesiones dr penitentes descalzos —jóvenes y vic jos— imaginó un nuevo modo dv conducir cl Santísimo: lo hacía lie var sobre un ataúd decorado, a honi bros de cuatro sacerdotes vestidos di estameña, imitando así el traslado del Arca de la AI¡anza,iio cuando fue llevada en procesión por los is raelitas en tomo a los muros de |e rico. De este modo recordaba al afli gido pueblo de Milán el antiguo Dios y su antigua alianza con los hoin bres, y cuando la procesión se aeu gía nuevamente al asilo de la inmen sa catedral y parecía hundirse casi lii gigantesca fábrica entre los clamores de misericordia, más de un alma de bía de creer, por ventura, que se mu verían los cielos en una interveneióii salvadora, actuando sobre las Icyev de la historia y de la naturaleza. Pero hubo un gobierno en Itali;) que en tiempos semejantes se p u s n a la cabeza de la tendencia general y ordenó que la penitente disposi ción del pueblo fuese apoyada con medidas de policía: el del duque Ercole í de Ferrara.^i" Cuando Sa vonarola dominaba en Florencia y cl contagio de sus penitencias y vatici nios llegaba incluso a prender alien de los Apeni nos, en vastas zonas populares, se produjo en Ferrara (:i principios de 1496) un furor de ayu no voluntario; un lazarista había va
penitcntes se dice: "Invasit primitus Perusinos, Romanos postmodum, deinde fere Italie populos universos". Giovanni Villani, V I I I , 122: XI . 23. 112 Corio, fol. 281. 118 Las peregrinaciones a puntos le janos son cada vez más raras. Las de los príncipes de la Casa de Este a Jerusalén, Santiago de Compostela y Vienne están relatadas en cl Diario Ferrarese, Muratori, XXIV, cois. 182, 187, 190 y 279, La de Rinaldo Albizzi a Tierra Santa en Maquiavelo, Stor., fior., lib. V. También aquí la avidez de gloria es, a veces el imperativo determinante; de la la Lcnoardo Frescobaldi, que quería peregrinar al Santo Sepulcro con un compañero (por el año Í400), dice el cronista G iovanni Calvacanti i ' « La llamaban también 'Tar ca dti (II, pág. 478) : "Stimarono di etcmarsi testimonio" y se tenía conciencia de nella mente deglí uominí futuri". que la cosa se había preparado "con Bursellis. Annal. Bon., en Mura gran misterio". 11'^ Diario Ferrarese, en Muratori¡ tori. X X I I I . columna 890. Allegretto, en Muratori, XXIII, X X I V , col. 317, 322, 323, 326, 3ÍÍ6 v 401. col. 855 y sigs.
LA C U L T U R A DE L R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
fticinado desde el pulpito el hambre y la guerra más espantosas que ha bía conocido el mundo, pero dijo también que quien se adelantara a purificarse con el ayuno se salvaría de la gran desgracia, según la Ma donna l o había revel ado a un devo to matrimonio. Es evidente que, con esto, la Corte no podía evitar el ayuno; lo que hizo fue, por lo tan to, tomar cn sus manos la dirección general del asunto. El 3 de abril (día de Pascua) apareció un edicto contra la blasfemia contra Dios y la Santísima Virgen. Se prohibieron los juegos de azar, la sodomía, el concubinato, el alquiler de casas a rameras y a sus patronas, la aper tura de tiendas y tenduchos en días festivos, a excepción de las panade rías y verdulerías, etc; los judíos y "marranos", que habían llegado en gran número, fugitivos de España, deberían llevar nuevamente, cosida bre cl pecho, su O amarilla. Se ¡amenazaba con castigar las infraciones no sólo con las penas fijadas por la ley, sino "con otras mayores aún que el duque tuviera a bien im poner". El duque acudió varios días al sermón con la Corte en pleno y el 10 de abril se obligó a asistir hasta a los judíos de Ferrara. Ocu rrió también que el 3 de mayo el jefe de policía, Gregorio Zampante (mencionado en la página 28), hizo pregonar que cl que hubiera dado dinero a los alguaciles para no ser denunciado como blasfemo debía presentarse a fin de que, además de r estituirle su dinero , se le entre gara la indemnización correspondien te. Por coacción vergo nzosa se ha bían sacado dos o tres ducados a individuos inocentes bajo amenaza de denuncia y lueg o los alguaciles se habían delatado unos a otros, con lo que ellos mismos se pusieron en la cárcel. Pero como en realidad to
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dos habían pagado por no verse con Zampante, es de suponer que serían pocos los que se acogieron al bando. Cuando, en 1500, tras la caída de Lodovico el Moro se cargó de nue vo la atmósfera con presentimientos sombríos, decretó Ercole, por sí y ante sí,"^ una serie de nueve pro cesiones en las cuales no debían fal tar los niños vestidos de blanco y llevando el pendón de Jesús; él mis mo formaba en el cortejo a caballo, porque a pie hacía mala figura. Apa reció después un edicto muy pareci do al de 1495. Son conocido s los numerosos trabajos de construcción de iglesias y conventos emprendida por este Gobie rno; pero aun hay más, pues que muy poco antes de verse obligado a desposar su hijo Alfonso con Lucrecia Borgia (1502), Ercole consiguió incluso que le fuera enviada una santa en carne y hue so; Suor Colomba.ii'-' Dn correo de gabinete acudió a Viterbo i ^ para recoger a la santa con quince mon jas más, y cl duque mism o las acom pañó, a su llegada a Ferrara, a un convento preparado al efecto. ¿So mos injustos atribuyendo toda esta conducta suya a maniobra al fin y ai cabo política? Según la idea del poder de los Este —como hemos de mostrado ya (páginas 26 y sigs.)—, semejante utilización de lo religioso al servicio de lo político puede con siderarse casi como algo que entra en las leyes de la lógica. li s "Per buono rispetto a lui noto e perché siempre é buono a star bene con Iddio" dice el analista. 11" Tal v ez la mencionada en Perusa.
El documento le llama "Messo de' cancellieri del Duca". Debía ser bien ostensible que era cosa de la Cor le y no una disposición de los supe riores de la Orden correspondiente o de otra autoridad cualquiera.
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ni. LA R E L I G I Ó N Y EL ESPÍRITU DE L RENACIMENTO Para llegar a conclusiones decisivas sobre el sentimiento religioso en cl hombre del Renacimiento hemos de seguir otro camino. De su propia actitud espiritual ha de desprenderse y elucidarse su actitud frente a la religión existente en el país, no me nos que ante la idea de lo divino. Este tipo de hombre moderno, re presentante de la cultura de la Ita lia de entonces, nació religioso como nació religioso cl occidental de la Edad Media, pero su poderoso indi vidualismo, en este aspecto como en las demás cosas, le hace totalmente subjetivo, y toda la copia de estímu lo que sobre él ejerce el descubri miento del mundo exterior y del mundo espiritual le prestan también a él un carácter pr edominante mente profano. En cambio, en el resto de Europa la religión sigue siendo to davía, durante mucho tiempo, algo objetivamente dado, y en la vida se observa un alternar inmediato de egoísmo y goce sensual por una parfe y devoción y penitencia por otra. Estas últimas no tenían que sufrir ningtma otra competencia espiritual, como sucedía en Italia , o la sufría, en tod o caso, de una manera infi nitamente más atenuada. Hay que tener, además, en cuenta que el frecuente contacto con bizan tinos y mahometanos había contri buido al mantenimiento de una to lerancia neutral, ante la cual pasaba a segundo término, en cierto modo, el concepto etnográfico de una Cris tiandad occidental privilegiada. Añá dase aún que al convertirse en ideal de la vida la Antigüedad clásica —con sus hombres y sus institucio nes— por constituir el magno re cuerdo de Italia, la especulación y el escepticismo antiguos llegaron en ocasiones a señorear por completo en el espíritu de los italianos. Como además los italianos fueron
los primeros europeos que se entii.' garon sin reservas a la reflexión Í^O bre la libertad y sobre la fatalidali y necesidad de las cosas, y como lu hicieron en circunstancias políticas de violencia o ilegitimidad que por momentos daban la impresión de un triunfo permanente del m a l , su con ciencia de Dios se tornó v a c i l a n U ' y su concepción del mundo parcial mente fatalista. Y cuando la p a s i ó n de su ánimo resistióse a conformar^ con la incerti dumbre, se aficionaron a un sucedáneo de la fe que toma ron de las supersticiones orientaK:. y medievales. Tomáronse astrólogu-. y magos. Los espíritus poderosos, en fin, re presentantes verdaderos del RenüL-i miento, revelan en el aspecto rcli gioso una cualidad frecuente en las naturalezas juveniles: distinguían con plena perspicac ia entre b u e n n y malo, pero no conocían el p e c a do. Tenían el brío necesario paiii restablecer toda perturbación de la armonía íntima en virtud de su LH pacidad y desconocían, por lo tanío el arrepentimiento. También la UL cesidad de redención perdía fuerzas con ello, y al mismo liempo, anii la ambición y el esfuerzo intelectual de cada día, desaparecía totalmenif la idea del más allá o adquiría unii fisonomía poética en sustitución de la dogmática. Si imaginamos aquí además c o m o intermediaria —y en parte como per turbadora— a la fantasía, se nos da rá una imagen espiritual de la époeii que por lo menos estará más cerca de la verdad que toda purji e incier la lamentación sobre el moderno p a ^ ganismo. Y una investigación más', atenta nos revelará bajo todo este ropaje un fuerte impulso de religiüTJ sidad auténtica. ^ El consiguiente desarroll o^ de lo'
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enunciado ha de limitarse aquí a los datos más esenciales. Que en general la religión se con vierte en cosa propia del sujeto, co mo tal sujeto singu lar, y de su espe. cial crí terio, fue algo inevitable frente 'a la doctrina de la Iglesia, degenera da y tiránicament e impuesta, y fue, por otra parte, una prueba de que el iespíritu europeo alentaba aún. Ello |puede, en efecto, demostrarse de muy ¡diversos modos. Mientras las sectas ..místicas y ascéticas del Norte crea ron en seguida una disciplina nueva para el nuevo mundo de los senti mientos y las ideas, en Italia, cada uno siguió su propio camino y fue ron millares los que, en la confu sión de la vida, se perdieron en la indiferencia religiosa. Tanto más al to ha de cotizarse el mérito de los ,que llegaron a erigir una religión |individual y se atuvieron a ella. El iqu c se hubiera desinteresado de la rvieja Iglesia, tal como era entonces y tal c omo pretendía imponerse, no era culpa suya. Ahora bien, hubiera sido injusto pedir que cada individuo realizara por sí solo la gran labor espiritual que hubo de recaer sobre los reformadores alemanes. Cuáles eran las tendencias generales de esta religión individual de los mejores, intentaremos desentrañarlo al final. El carácter mundano con que el Renacimiento parece destacarse en marcado contraste con la Edad Me dia procede, ante todo, de la cauda losa afluencia de las nuevas concep' clones de la natur aleza y la huma.nidad, de las nuevas ideas y ios •nuevos designios. Considerado en sí ¡mismo este carácter, no es más hos|til a la religión que lo que en nues*tros días la representa: los llamados intereses culturales. Lo que ocurre les que éstos nos dan la más ligera |idea de la múltiple y unánime exci tación de los espíritus suscitada en sl hombre por la gran copia y la |grand iosida d de lo que entonces surígía. Este carácter mundano estaba, ipues, impregnado de gravedad y en
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noblecido, además, por la poesía y el arte. Constituye una sublime ne cesidad del espíritu moderno el no poder desprenderse ya de él, el sen tirse impulsado irresistiblemente al estudio d el ser humano y de las co sas y el ver en ello su destino sobre la Ticrra.^^i ¿Cuándo y por qué ca minos volverá este estudio a condu cirle a Dios? ¿Cómo se reconciliará con los sentimientos religiosos del individuo? Son éstas cuestiones que no podrán resolverse de acuerdo con prescripciones de carácter general. El espíritu de la Edad Media, que renunció a lo empír ico y a la libre investigación —en líneas generales por lo menos— no podrá interferir en este gran problema con una de cisión dogmática cualquiera. Con el estudio del hombre y con otras muchas cosas además, pueden relacionarse la tolerancia y la indi ferencia con que la gente se en frentaba con el mahometismo, por ejemplo. Desde las Cruzadas se dis tinguían los italianos por su cono cimiento del alto nivel cultural de los pueblos islámicos, sobre todo an tes del desbordamiento mongólico, y por la admiración que les inspiraba. Debe añadirse a ello los métodos seraimahometanos de gobiemo de sus propios príncipes, la tácita animo sidad, hasta el desdén contra la Iglesia —tal como la Iglesia era entonces—, los continuados viajes a Oriente, y el comercio con los puer tos del Levante y del Sur del Mediterráneo.i^ En el siglo xiii hay ya pruebas reveladoras del recono cimiento por parte de los italianos de un ideal mahometano de hidal guía, dignidad y orgullo, vinculado de preferencia en la persona de un sultán. Hemos de pensar precisamen te en los sultanes ayubitas y mame121 Véase nuestra cita de la oración, de Pico De hominis dignitaie en pág. 196. 123 Prescindiendo del hecho de que entre los árabes mismos era común la indiferencia o la tolerancia.
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lucos de Egipto; y si se nos ocurre un nombre tendrán que ser a lo más, el de Saladino.'® Los mismos turcos osmanlíes, cuyos métodos destructo res y opresivos no eran en verdad un misteri o, sólo a medias inspira ban terror a los italianos; los hemos visto ya (págs. 52 y sigs.). Zonas enteras de la población iban inclu so acostumbrándose a la idea de un posible acuerdo con ellos. La más verdadera y elocuente expresión de esta indiferencia es la célebre historia de los tres anillos, de la cual encontramos en Lessing —entre otros— un eco (por boca de su Nathan), después de haber dado fe de vida muchos siglos an tes, más tímidamente, en las Cien novelas antiguas
(la 72 o 73 ), y con
menos reserva ya en Boccaccio.^'-^^ En qué ángulo del Mediterráneo ha brá encontrado expresión por vez primera y desde dónde habrá sido repetida y transmitida a los demás, no sa sabrá nunca. Probablemente en su texto original era mucho más clara y rotunda que en sus dos ver siones italianas. La secreta reserva que aquí se oculta tras las palabras —es deeir, el deísmo—• se nos evi denciará más adelante en su ulterior trascendencia. En una forma más ruda y casi desfigurada revive la misma idea, en la conocida senten cia de "Los tres impostores que en gañaron al mundo; Moisés, Cristo y Mahoma". Aunque responda efecti vamente a la manera de pensar del emperador Federico I I , a quien se atribuye la frase, no hay duda que él, de haberlo dicho, se hubiera ex presado con más ingenio. En el apogeo del Renacimiento, hacia fines del siglo xv, encontra mos un modo de pensar semejante 1 ^ En Boccaccio, por ejemplo. Sul tanes sin nombre en Masuccio, Novelle 46, 48 y 49.
12-1 Decamerone, I, Novella, 3. Es el primero que incluye la religión cristia na mientras las Cien novelas antiguas dejan allí una laguna.
en Luigi Pulci, en su Morgante muí; giore. El mundo de la fantasía cu que sus historias se desenvuelven ^e divide, como en casi todos los poe mas heroicos romancescos, en un campamento cristiano y un cam mentó mahometano. De acuerdo t • el sentido medieval de este hecho, al triunfo y reconciliación de los adversarios solía añadirse la esccn;i del bautismo en masa de los maho metanos vencidos. Los improvisado res que trataron este tema antes que Pulci deben de haber sacado de lo do ello un partido extraordinario. Lo que hace Pulci es realizar la parodia) de los peores de estos predecesores suyos, comenzando sus cantos cun invocaciones a Dios, a Cristo y ii Mahoma. Más claramente los reme da atín en la rapidez de las con versiones y bautismos cuya insensa tez salta a la vista de todos. Pero estas chanzas le llevan a confesiusu creencia en la bondad rclalivii de todas las religiones,^*-^ lo euíil. pese a sus protestas de ortodoxia,'-'" supone un criterio esencialmente tcis ta. El otro sentido rebasa también de mucho las concepciones medievii les. La alternativa se presenta en lo^i siglos pasados de esta suerte; o cre yente como Dios manda, o hereje; o cristiano, o moro o pagano. Ahoni bien, Pulci nos bosqueja la figuiii del gig ant e MarguttCj^^"^ que frenie a toda clase de religión se confics:i partidario del egoísmo más natural y se entrega a todos los vicios akgremente, con una sola reserva de l;i que se vanagloria: la de no haber cometido jamás una traición. No f ^e ría poco, sin duda, lo que el pocui se había propuesto con este mons truo, honrado a su manera. Posible mente había pensado que con Mor gante como mentor acabaría corrí 12a Ciertamente por boca del demí) nio Astarotte, canto XXV, estrofa 2 "j| y sigs. Véase estr. 141 y sigs. 120 Canto X X V I I I , estr. 38 y^si^^.. 127 Canto X V I I L estr. 112 hástíi el finalí
LA CULTURA DEL RENACIMIENTO EN ITALIA
iéndosc, pero la figura no tardó en tigarle, y ya en d canto siguiente deparó un cómico fin.^^^ Se ha lecho valer a Marguatte como pruea de la frivolidad de Pulci. Pero su figura queda necesariamente enluadrada en la imagen del mundo de la poesía del siglo xv. En algu na parte debía de quedar bosquejado con grotesca grandiosidad el salvaje egoísmo que había ll egado ya a ser insensible a toda catequesis dogmalizadora y al que sólo quedaba un resto de sentimiento del honor. Tam bién en oíros poemas se pone en boca de gigantes, demonios, herejes V mahometanos, lo que a ningiín eaballero cristiano le habría estado rmitido decir. La Antigüedad influyó, por su par"fe, en aquella época de muy distinto modo que el Islam, y no en virtud (le su religión, pues ésta resultaba demasiado semejante al catolicismo de entonces, sino a través de su fi losofía. La literatura antigua, que se veneraba ya como cosa incompara ble, aparecía totalmente impregnada d^l triunfo de la filosofía sobre la fe en los dioses. Sobre el espíritu ita liano se precipitaron toda una serie dt; sistemas y fragmentos de siste mas, no a manera de curiosidades y mucho menos de herejías, sino co mo casi dogmas, hacia los cuales no se adoptaba la actitud de diferen ciarlos, sino de conciliarios. En casi odas estas doctrinas y opiniones lentaba de algún modo la concienia de la divinidad; no obstante, en u conjunto, ofrecían un fuerte con taste con la doctrina cristiana del obierno del mundo por Dios. Ahoa bien, hay una cuestión, verdadeamente capital, de cuya solución se
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esforzó ya, sin éxito suficiente, la teología de la Edad Media, y que de nuevo pedía solución a ia sabi duría de la Antigüedad: la relación entre la Providencia y la libertad y la necesidad humanas. Para hacer la historia de esta cuestión, a partir del siglo XIV, por superficial que fuese el intento, necesitaríamos escri bir un libro entero sobre ella exclu sivamente. Nos limitaremos, pues, a algunas breves indicaciones. Si atendemos a Dante y sus con temporáneos, la filosofía antigua ha bría tomado contacto con la vida italiana por el aspecto en que mues tra el más violento contraste con el cristianismo, ya que los primeros fi lósofos fueron, según ellos, epicú reos. Cierto que no se disponía ya de los escritos de Epícuro y que la Antigüedad tardía tenía de su doc trina un concepto más o menos uni lateral; bastaba, empero, la imagen del epicureismo reflejada en Lucre cio, y sobre todo en Cicerón, para concebir un mundo totalmente des divinizado. Hasta qué pimío se in terpretaba literalmente la doctrina, y si el vulgo no usaba el nombre del enigmático griego como un fácil tó pico, es arriesgado decirlo. Probable mente la Inquisición de los domini cos recurrió a éste contra aquellos a quienes era difícil asir por otro lado. Se trataba del pecado de des dén hacia la Iglesia, que se observa bien pronto, sin el cual a los que de él se hacían culpables no ha bría sido siempre posible acusarles de una determinada doctrina heré tica ni alegar la prueba de testimo nios concretos. Un cierto grado de bienestar y buena vida podría ser así suficiente para justificar la persuación. En este sentido convencio nal usa ya la palabra Giovanni Villa i-s Pulci vuelve sobre un tema aná- ni, por ejemplo, cuando pretende ^'-^^ >go, aunque someramente, en la figura leí príncipe Chiaristanc (canto X X i ; atribuir los incendios de Florencia 5Str. 101 y sigs.; 145 y sigs., 1 6 3 y |igs.) que en nada cree y se hace ado129 Giovanni Villani, IV . 20; VI , 46. pr paganamente con su esposa. Se sien- También en el Norte encontramos muy fc uno inclinado a pensar en la figura pronto esta palabra, pero sólo en sen le Sigismundo Malatesta. tido convencional.
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de 1115 y 1117 a castigo divino por las herejías "entre otras la libertina y disoluta secta de los epicúreos". De Manfredo dice que "su v ida era epicúrea porque no creía en Dios ni en los santos y sí sólo en los pla ceres corporales". Con mayor claridad aún habla Dante en los Cantos noveno y dé cimo del Infierno. El terrible cam po sepulcral , envuelto' en llamas, con sus sarcófagos medio abiertos, de donde salían los lamentos más des garradores, era el lugar destinado a las dos grandes categorías de los vencidos y repudiados por la Igle sia en el siglo xiii. Eran unos he rejes que S e habían enfrentado a la Iglesia con doctrinas falsas y se es forzaron por difundirlas; los otros eran los epicúreos, cuyo pecado con tra la Iglesa consistía en un criterio general que podía condensarse en la máxima de que é! alma muere con el cuerpo.^''*' La Iglesia sabía muy bien que sí esta máxima ganaba te rreno, su influencia, al despojar de todo valor a su intervención en el destino individual humano después de la muerte, sería más perniciosa que la de la peste de maniqueos y paterinos. Claro que no confesa ba que ella misma, con los medios a que recurría en su lucha, había echado en brazos de la desespera ción y la incredulidad precisamente a los más dotados. La aversión de Dante hacia Epicuro, O' hacia lo^ que consideraba su doctrina, era cierta mente sincera. El poeta del más allá tenía que aborrecer al negador de la inmortalidad y a un mundo no crea do ni gobernado por Dios. Y no puede imaginarse nada más opuesto al carácter de Dante que la baja finalidad de la existencia, tal como el sistema parecía presentarla. Pero con una más atenta consideración advertiremos que algunos filosofemas de los antiguos habían produci do en él una impresió n ante la cual
retrocede la doctrina pública del )^;i> biemo del mundo. ¿O fue quizá li propia especulación, la acción de \i\ opinión de cada día, el horror del mundo y de la injusticia imperante, lo que le hizo renunciar totalmente al aspecto especial de la Providcii cia? Su Dios abandona, en cíee to, todo el detalle del gob ierno del mundo a un ser demoníaco, la loi tuna, que sólo ha de ocuparse en el cambio, agitación y compilación de las cosas terrenales, sin escuchar, eii su bienaventurada indiferencia, IUM lamentos de los hombres. En camliin defiende implacablemente la respoii sabilidad moral humana: cree en el libre albedrío. La creencia popul ar en el libre ;il bedrío imperó siempre en Occidenie, y siempre y en todos l os tiempos se ha hecho cada uno responsable de sus obras, como si eso fuera algo que se comprendiera por sí mismo. Cosa distinta ocurre con la doctrina religiosa y filosófica capaz de poner de acuerdo la naturaleza del huma no albedrío con las grandes leyes que rigen al mundo. Revélase aquí uit más o un m enos, mediante el cunl se orienta principalmente la evaUíiición de la mora lida d. Dant e no esi por completo ajeno a los desvario.i astrológicos, que iluminaban cnion ees el hori zont e con sus falsas luees, pero en la medida de sus fuerzas st." yergue sobre todo esto a la altuní de una digna visión del carácter Im mano. "Las estrellas —hace d e c i r n Marco L o m b a r d o — d a n cié ría mente el primer impulso a v u e s l n i B obras, pero luz os ha sido dada su bre lo bueno y lo malo, y libre al bedrío que tras una lucha inieiiil con las estrellas es capaz de venen lo todo, si está bien dirigida." Otru« 131 Inferno, VI I, 67 133 Purgatorio, XVI,
a 69. 73. Ver la h-« ria del influjo de los planetas- e n e! Conviio. Hasta el demonio Astarotc en Pulci (Morgante, XXV, estr. 150) -ár timonia el libre albedrío humano y \n
130 Véase la conocida demostración justicia divina. en el libro tercero de Lucrecio.
LA C U L T U R A DE L R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
juisieran buscar en otra potencia la lecesidad que se opone a la liber tad, hurtándola al estelar influjo...; ;n todo caso quedaba abierta la cues tión y desde entonces no fue ya po sible eludirla. En cuanto se trata de Cuestión de escuelas o tema de penidores aislados, hemos de referir al 3ctor a la historia de la filosofía. *ero en cuanto trasciende a la con ciencia de vastos círculos humanos, la de ser objeto de nuestra consileración. En el siglo xiv actuaron como es tímulos especialmente los escritos fi losóficos de Cicerón, a quien se telía, como es sabido por ecléctico, fa que expuso las teorías de diversas escuelas sin llegar a conclusiones su ficientes. Vienen en segundo lugar peneca y loa pocos escritos de Aris tóteles traducidos al latín. Fruto de ESte estudio fue, por lo pronto, cl há)iío de la reflexión sobre los más londos problemas, manteniéndose al largcn, por lo menos de las doctrilas de la Iglesia, aunque no en conradicción con ellas. No sólo aumentó extraordinarialente en el siglo xv , como hemos lyisto, la cantidad de que se podía lisponer, sino que aumentó también difusión; a manos de todos lle jaron , por fin, por lo menos en traiucción latina, los filósofos griegos conocidos. Es en verdad curioso que Iprecisamente algunos de los princiIpales propagadores de esta literatura Ivivieran entregados a la más severa I devoción religiosa y aun al ascetis|mo (pági nas 149 y sigs.). N o cabe [incluir aquí a Fra Ambrosio Camalrdolese, que en el recogimiento de su retiro se dedicó exclusivamente a traIducir del griego a los Padres de la llglesia y sólo a instancias de Cósimo [de Medici y muy contra su voluntad, ¡tradujo al latín a Diógenes Laercio. ['En cambio, en sus contemporáneos rNiccoló Niccoli, Giannozzo Mannet jti. Donato Acciaiuoli y el papa Niicolás V se une a un vasto conocií'miento del humanismo, en todos sus
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aspectos,*-""^ un pi'o fund o conocim ien to de la Biblia y una ardiente devo ción. Hemos señalado ya una orien tación semejante en Vittorino da Feltre (pá g. 115 y sigs.). El propio Maffeo Vegio, que compuso un li bro decimotercio de la Eneida, sen tía hacia el recuerdo de San Agustín y Santa Ménica, su madre, un entu siasmo que no podía dejar de tener alta significación. Fruto y consecuen cia de tales tendencias fue que la Academia Platónica de Florencia se impusiera seriamente como misión de fundir en uno el espíritu cristia no y el de la Antigüedad. Un cu rioso casis dentro del humanismo de la época. Este humanismo era, en suma, de naturaleza profana y lo fue cada vez más con la difusión de los es tudios en el siglo x v. Su hueste, que hemos presentado comO' verda dera avanzada del individualismo desencadenado, reveló de ordinario tales características, que aun su pro pia re ligiosidad, que pretende desta carse a veces con inequívocas pre tensiones, ha de sernos indiferente. Acaso los humanistas, cuando se manifestaban indiferentes o hacían desvergonzadas manifestaciones con tra la Iglesia, se veían acusados de ateísmo; pero un ateísmo hijo de la convicción y especulativamente fun damentado ninguno de ellos llegó a proclamarlo y difícilmente se hubie ra atrevido ninguno do ellos a co rrer riesgo semejante.!"* Po r lo ge neral si alguno se dejaba guiar por una ideología determinada, solía és ta consistir en una espvecie de racio nalismo superficial, ligera condensa ción de múltiples y contradictorias ideas de los antiguos, tema obliga do de sus estudios y del despre cio Vespasiano Florentino, págs. 26, 320. 435, 626 y 651. Muratori XX , col. 532. i'^i-i Sobre Pomponazzo véase obras de la especialidad, por ejemplo: His toria de la filosofía, de Ritter, tomo IX.
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que senlían hacia la Iglesia y su doctrina. De este tipo fue aquel ra zonamiento que hubiera llevado a la hoguera a Galeotto Martius ^^f* s¡ el papa Sixto IV, antiguo discípulo suyo, no se hubiera dado prisa a arrebatarle de las garras de la In quisición. Galeotto había escrito que quien se conduce bien y obra según la íntima e innata ley de su concien cia va al cielo, pertenezca al pueblo que pertenezca. Examinemos, por ejemplo, la con ducta religiosa de una de las figuras más modestas de la gran legión que forman los humanistas: Codro Ürceo.i^^ Codro empezó como precep tor del último Ordelaffo, príncipe de Forli, y catedrático luego de Bo lonia. Contra la jerarquía y los frai les lanza la obligada difamación y en medida no escasa. Su tono es, en general, de lo más cínico; inmiscu ye además constantemente alusiones a su persona y refiere historias lo cales y bufonadas. Pero habla tam bién, con edificante unción, de Cris to, como del verdadero Hijo de Dios hecho ho mbre, y se permite pedir a un sacerdote, epistolarmente, que le tenga en cuenta en sus oraciones. En una ocasión, después de enumerar las necedades de la religión paga na, se le ocurrió escribir "También nuestros teólogos se muestran vaci lantes y disputan de lana caprina so bre la Inmaculada Concepción, el Anticristo, los Sacramentos, la pre destinación y algunas otras cosas, más propias para calladas que para discutidas." Un buen día se incendió su casa, con todos sus manuscritos, ya terminados, en un momento en que no se encontraba en ella. Al ad vertirlo desde la calle, se plantó ante la imagen de una Madonna y excla mó: "iEscucha lo que te digo: no estoy loco, hablo cuerdamente y a
proposito! ¡Si en la hora de la muer te pidiera tu intercesión no m e es cuches ni me llores donde los tuyos, pues qui ero vivir con el demoniu por toda la eternidad!" Pero después de este desahogo juzgó conveniente ocultarse durante seis meses en In cabana de un leñador. Y con todu eso, era tan supersticioso que viviii constantemente amedrentado por gurios y prodigios. Ya no le qued.i ba ni la fe en la inmortalidad. A preguntas de sus oyentes replica qn» lo que ocurre después de la m u e i u con el alma o el más allá son cueu tos para asustar a las viejas. Lle ;M do, sin embargo, el momento de su muerte, recomendó en su testamenin al Dios Todopoderoso su alma o espíritu; ^^"^ a sus discípulos que H" raban, les exhortó a vivir en el le mor de Dios y sobre todo a tener fe en la inmortalidad del alma y cn la recompensa después de la muer te, tras de lo cual recibió con gr;Mi unción los santos sacramentos. Nail.i nos garantiza que individuos muelm más famosos de aquella hermancl.u! humanística, si hubiesen podido e\ presar importantes pensamientos, ha brían sido en su vid a mucho ma consecuentes. Por lo general, los uia habrán vacilado interiormente enit' el libre pensamiento y los restos del catolicismo en que fueron educado., y exteriormentc se habrán manleni do fieles a la Iglesia por interés. En cuanto cl racionalism o se co\u binó con los comienzos de la cilii ca histórica, hubo la posibilidad Je que, acá y all á, se expresara algutin tímida crítica de la tradición bílili ca. A nosotros han llegad o unas pa labras de Pío II, dichas con preeii vido designio: "Si el cristianismo ii" estuviera confirmado p or los milii gros, por su propia moralidad debe ría ser aceptado".i^** No sé disiim
185 Paulo Jovio. Elogia lit., 90. r:i6 Véase Codro Urcco, Opera —pre
"Animum meum seu. animaiii' distingo con el cual la filología de I época se complacía en poner aprii to a la teología. W8 Platina, Vitae pontiff.; páf, II
cede su vida por Bartolommeo Bianchini— y también sus Leccionen de filo logía, págs. 65, 151, 278, etc.
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|aba la burla sobre las leyendas en euanto contenían versiones arbitra rias de los milagros bíblicos,^^" y Jo peor es que la burla se difundía. Cuando se habla de herejes judaiEantes se alude casi siempre a los jue niegan la divinid ad de Jesucriseste debió de ser el pecado que levó a la hoguera en el año 1500, Sn Bolonia, a Giorgio de Novara.^*** sin embargo cn la misma Bolonia y jJor esta época, el inquisidor de los 'dominicos hubo de dejar libre tras [una simple declaración de arrepen^timiento al bien respaldado y pro tegido médico Gabríele da Salo.i'*! a pesar de que éste acostumbrase decir que Cristo no había sido Dios, sino hijo de José y María y conce^bido como todo el mundo; que con is argucias había traído la ruina al lundo; que pud o haber sido cruci ficado por los crímenes cometidos; '\ue su religión no perduraría; que ^no era cierto que en la hostia eon^ sagrada se hallase su verdadero cueripo* y que si hizo milagros no fue >r una divina virtud, sino por inlujo de los astros. Si la fe se había perdido, se seguía creyendo en la m a g i a 142
"chrístianam fidem, si marculis non approbata, honéstate sua rccipi debuisse". Sobre todo cuando los frailes las improvisaban en cl púlpUo. El ataque, lin embargo, no se detenía ante lo ya iceptado y reconocido. Firenzuola
esset
Opere,
voí. II, pág. 208, cn la No-
'ella 10) se burla de los francisca nos de Novara que con dinero ganado como ellos saben querían añadir a su iglesia una capilla "dove fusse dipínta quella bella storia, quando S. Francis co predicava aglí uccelU nel deserto; e quando el fece la zuppa, e che I'agnolo Gabriello gli portó i zoccoli". 1^** Algún dato en Battista Monlova110, De palientia, lib. III, cap. 13. 141 Bursellis, Ann. Bonon, cn Mura-
lori, XXIII, col. 915. i'ís Hasta qué extremos de criminal aledicencia se llegó, puede verse, en gunos ejemplos bien elocuentes, en
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Por lo que se refiere al gobierno del mundo, no pasan los humanistas, generalmente, de una fría y resigna da consideración de las fuerzas y el desgobierno que en tomo imperan. Éste es el estado de ánimo que dic tó los numerosos libros Sobre el des tino o como rece el título de sus múltiples variantes. Por lo general se reducen a comprobar las vueltas que da la rueda de la fortuna y la inestabilidad de las cosas terrena les, sobre todo de las políticas; a la Providencia sólo se recurre porque avergüenza el fatalismo denudo, la renuncia al conocimiento de causas y efectos o la mera lamentación. No sin ingenio constituye Joviano Pon tano la historia natural de ese algo demoníaco llamado fortuna, basán dose en cien experiencias, la mayo ría propias.'^^ Más humoristícamente, como una visión tenida en sueños trata el tema Eneas Silvio.i^'* En cambio, Poggio, en un escrito de su vejez,'4í^ intenta presentar el mundo como un valle de lágrimas, evaluan do lo más bajo posible la suerte de las distintas clases sociales. Éste es el tono que acaba imperando en con junto. De una multitud de persona jes notorios se examina el debe y el haber de su dicha, obteniendo, por lo regular, un resultado desfavora ble. Con una gran dignidad en el tono, casi elegiaco, nos describe ex celentemente Tristano Caraccioloi*^ el destino de Italia y de los italia nos tal como podía apreciarse hacia el año 1510. Aplicando especialmenGíseler, Kirchengeschíchte, II, IV, 154 nota. 1*3 Joviano Pontano, De Fortuna. Su especie de teodicea en II, pág. 286. Eneas Silvio, Opera, pág. 611. i-is Poggio. De miseriis humanae
conditionis.
Caracciolo, De varietate fortú nete, en Muratori, XXII, uno de los
escritos raás dignos de ser leídos en aquellos años, por lo demás tan fecun dos, véase pág. 251. Sobre la Fortuna en desfiles y procesiones véase pág, 232 v notas.
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te a la vida del humanista este sen timiento reinante compuso más tarde Pierio Valeriano su famoso tratado (pág. 152). Había algunos temas de este tipo especialmente tentadores; la suerte de León X, por ejemplo. Todo lo favorable que aquí puede decirse en el aspecto político lo ha dicho Francesco Vettori en forma vigorosa y magistral; la descripción de su vi da de placeres la encontra mos en Paulo Jovio y en la Vita anonyma; i*'^ las zonas de sombra en aquella vida feliz señaladas con el vigor inexorable del destino mis mo, aparecen descritas en el citado opíísculo de Pierio. Junto a todo ello casi aterra que en semejante atmósfera haya quien, en inscripciones latinas, se vanaglo rie de su felicidad. A ello se atrevió Giovanni H , Bcntivoglio, tirano de Bolonia, que en la nueva torre de su palacio hizo esculpir en piedra que sus méritos y su fortuna le habían otorgado en abundancia todos los bienes deseados.. .^^^ pocos años antes de su expulsión. Los antiguos, cuando hablaban en esta forma, te nían por lo menos el sentimiento de la envidia de los dioses. El vanaglo riarse de la propia fortuna se mició en Italia probablemente con los con (pág. 21) . La influencia más fuerte de la An tigüedad redescubierta no llegaba a la religión, por lo demás, a través de
dottieri
147 Leonis X vita anonyma, en Ros coe, ed. Bossi, Xn , pág. 155. Bursellis, Ann. Bonon, en Mura tori, XXIH, colunma 909; "Monimentum hoe conditum a Joanne Bentivogli secundo Pariac rectore, cui virtus et fortuna cuneta quac optari possunt affatim praestilerunt." No está muy claro si esta inscripción era exteriormente vi sible o estaba oculta en una de las pie dras de \os fundamentos, com o la que se describe antes. En el último caso habría que sospechar la idea que la fortuna, en virtud de la inscripción secreta, que acaso sólo el cronista co nocía, dtÁía quedar mágicamente enca denada al edificio.
determinado sistema filosófico o ILR una doctrina o un punto de v i s l n de los antiguos; era hija de un m terio que abarcaba toda la vi da. Se prefería el hombre de la Antiguad.ul —y en parte, también sus instilucHi nes— al hombre y las instituciom de la Edad Media; se intentaba u i i i carse en todo a lo antiguo y así M llegó a la más completa indifercn cía por lo que a la educación leh glosa se refería. La admiración I'IH la grandeza histórica absorbía lotln lo demás (véase pág. 81 y sigs.), Los filósofos cometieron, ademrtl, í algunas insensateces carácterísticaí en virtud de las cuales atrajeron his miradas de todo el mundo. Hasta punto tenía derecho el papa Pablo II a pedir cuentas a sus abrevi adon s v demás curíales por su paganismo v-. ciertamente muy dudoso, ya que ^\\ biógrafo y víctima principal. Plaün.I (págs. 125 y 185), acertó magislral mente en demostrar que no le I N S P I raba otro afán que el de V E N G A I M por otras causas, y le presentó, ailc más, como figura grotesca. La A C I R ; - A ción de incredulidad, paganismo."" negación de la inmortalidad, etc.. SU lo fue dirigida contra los encarcrlu dos cuando en el proceso de I F M I maestad no se hubo podid o ILi'.JIT a resultados positivos. Tampoco IT m'a el papa Pablo, si no estamos mal informados, autoridad para enjuieiin en las cosas del espíritu, desde rl momento en que era el hombre ([IN había exhortado a los romano.S A que no enseñaran nada a sus hiin:. una vez éstos hubiesen aprendido A leer y a escribir. Se trata de un eri ^ terio de cortos alcances, a lo cléH» • ! go, como en Savonarola (pág. 2M y sigs.), sólo que a! papa Pablo N N se le podía haber replicado que I I y los que se le parecen son los prm cipales culpables de que la cúlunn aparte a los hombres de la religión, Es indudable, sin embargo, que cl Papa vivía en una verdadera angii»149 " Q u o d n i m i u m t o r e s e s s e m u s " .
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ka a causa de las tendencias pága las que adivinaba a su alrededor. iQué no se habrán permitido los jmanistas en la Corte del imp ío Sipsmondo Malatesta? (pág. 277, no128). En estas gentes, la mayoría irentes de tod o freno, los extremos que llegaban eran los tolerados >r el medio en que se desonvol|ían. Y donde rozaban el cristia|ismü, lo paganizaba n (págin a 141 sigs.). Considérese, por ejemplo, Jasta qué punto se mezclan en un jov ian o Pontano las dos religiones; jara él un santo se llama divus, Dero también deus, a los ángeles los lentifica sencillamente con los ge jios de la Antigüedad,!'* y su con¡epción de la inmortalidad semeja sl reino de las sombras.
En este aspecto se llega a veces a excesos realmente asombrosos. Al ser atacada Siena en 1526 por el partido de los expatriados, el buen canónigo TÍz¡o, quien nos lo refiere, se levantó de la cama, pensó en lo que se dice en el libro tercero de Macrobio,!•''2 (jijo mma y pro nunció después la fórmula devota del autor pagano contra los enemi gos, sólo que en vez de Tetlus mater teque Júpiter obtestor dijo Tellus teque Chrisfe Deus obtestor. Repitió la fórmula los dos días siguientes, y los enemigos desaparecieron como por encanto. Por un lado tiene esto el carácter de una inocente cosa de moda y estilo, pero revela también, indudablemente, un aspecto de apos tasía religiosa.
IV . INFLUENCIA DE LA A N T I G U A SUPERSTICIÓN
terrenal y todas sus miserias, y si a pesar de ello aún se asían a una vi gorosa fe era porque confiaban en el alto destino del hombre en el más allá. Pero en cuanto esta creencia en la inmortalidad empezó a vaci lar también, se sobrepuso el fatalis mo. . . o lo primero ocurrió como una consecuencia de lo segundo. Por este vacío se introdujo la astrología de la Antigüedad y también la de los árabes. Por la situación de los planetas, en determinados mo mentos, unos respecto de otros y respecto a los signos del Zodíaco, se deducían los sucesos del futuro y el curso de vidas enteras, tratan do de determinar por tales medios las decisiones más importantes. En muchos casos la conducta indivi dual que obedecía al dictado de las if )0 Mientras las artes plásticas dis- estrellas era posible que no fuese jguían, por l o menos, entre ángeles y lorcillos, recurriéndose siempre a los Hmeros en todo asunto verdaderamenIE>I Della Valle, Lettere sanesí, Ul, religioso. En Annal. Estens., Mura- 18. XX , col. 468, se llama al amorcii'>- Macrobio, Saturnal., II I, 9. Sin con la mayor ingenuidad: "instar duda hizo también los gestos aquí pres jpidinis ángelus". critos.
las la Antigüedad produjo todavía ^ros efectos, que entrañaban un gra^e peligro en el terreno dogmático: lizo partícipe al Renacimiento de su ^stilo de superstición. Algo de esto labia log rado mantenerse vivo a tra vés de la Edad Media, y por ello lismo recobró vida con tanta mayor jínergía en lo nuevamente descubier). Innecesario es decir que la fanta|ía intervino en ello poderosamente. Sólo ella fue capaz de hacer enmuiecer hasta ese extremo el espíritu le investigación de los italianos. La fe en el gobierno divino del lundo estaba en unos —como se ha iicho ya— socavada por la presen;ia en él de la desdicha y la injus ticia; otros, como Dante, por ejem jlo, abandonaban al azar Ja vida
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más inmoral de lo que hubiera sido al xvi cien maestros especiales J i de todos modos; muy a menudo, esta vana ciencia, aun lado a I;iiif sin embargo, se tomaba una deci con verdaderos astrónomos. sión que se creía obligada a costa Los papas,!''^ en su mayoría, lüi de la conciencia y del honor mis mitían tales prácticas abiertameiiu mo. ¡Eterno e instructivo ejemplo el Pío II constituyó una homosa excep ver cómo toda cultura, todo el afán ción, ciertamente, lo mismo en esUi de ilustración, nada pudieron contra que en su desdén hacia todo lo qiu semejante desvarío, porque éste se fuese interpretación de sueños, •. n apoyaba en la más apasionada fan cantamientos y prodigi os; pert) ^ 1 tasía, en el ardiente deseo de cono propio León X consitieraba una jíln cer el futuro y precave rlo, y porque ria de su pontificado el que en . I venía sancionada por la Antigüedad! hubiese florecido la astrología,!'"'^ v La astrologfa pasó con vigoroso Pablo III no convocó ningún con empuje durante el siglo xiii a una sistorio sin que los escrutadores ili importancia de primer término en las estrellas hubiesen señalado anU i la vida italiana. El emperador Fe la hora.i''* De los espíritus superiores hcnm' derico II llevaba siempre consigo a su astrólogo Teodoro, y Ezzelino da de suponer que no se dejaban arr;i R o m a n o ' ^ todo un séquito de es trar más allá de un determin;i(lM tos personajes, espléndidamente pa punto por el dictado de las esiu gados, entre ellos el famoso Guido lias, que existía un momento en > I Bonatto y el barbudo scrraceno Pa cual la religión y la conciencia e blo de Bagdad. Para todas las em tablecían un límite. En realidad lu» presas de importancia se hacía fijar sólo participaban de esta supeií-ii por ellos el día y la hora, y de la ción gentes excelentes y devotas, M enormidad de atrocidades por él co no que figuraban como represenl;iii metidas habría que cargar muchas a tes de ella. Tal como ocurría con < I cuenta de la deducción lógica de los Maestro Pagólo de Florencia,^*'
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(fiesta en el romano Firmicus Materlus.'"! Su vida era la de un santo [asceta; vivía casi sin alimentarse, iespreciaba todos los bienes tempobales y sólo atesoraba libros; como Isabio médico reducía el ejercicio de |su profesión a atender a sus ami gos, pero les ponía por condición )ue se confesaran. Su conversación reducía al restringido pero famo so círculo que en el convento de los lAngeles se reunía en torno de Era FAmbrosio Camaldolese (pág. 2 7 9 ) , y |fi sus diálogos con Cosimo e l Viejo, Isobre todo en los últimos años de ¡\ü vida de éste. También Cosimo apreciaba la astrol ogía y se servía íde ella, aunque sólo para determi[nados fines, probablemente subalter[nos. Por lo demás. Pagólo comuni:aba sus consejos astrológicos sólo a is más íntimos amigos. Pero aun in semejante austeridad el intérprede los astros podía ser un homestimado y mostrarse en todas irtes. Lo cierto es que los había Italia en número incomparablelente mayor que en cl resto de Eu ropa, donde sólo los encontramos sn las Cortes importantes y generallente ni siquiera en éstas aparecen m carácter permanente. Quien en talla sostenía su casa con holgura )lía tener siempre —si tenía sufiíiente entusiasmo— eí astró logo co rrespondiente, aunque a veces, con 3da su ciencia astrológica, se viera Jbligado a pasar hambre.i*^ La lite ratura sobre el tema, ya muy exteniida antes de la difusión de la im prenta, había dado lugar además a pún diletantismo que procuraba acerícarse en lo posible a los maestros |de la disciplina. El peor género de astrólogos era aquel que recurría a las estrellas para complicarlas con
sus artes mágicas o para disimular estas artes a los ojos de la gente. Pero, aun sin este aditamento, no deja la astrología de ser un triste fenómeno en la vida italiana de en tonces. ¡Qué efecto nos producen aquellos hombres dotadísimos, dies tros en tantas artes, de carácter tan personal y vigoroso, sometidos a la ciega avidez de la adivinación, al deseo ardiente de conocer el futuro y determinarlo, abdicando en tan la mentable tarea de su robusta indivi dualidad, de su voluntad propia y de su propia decisión! A veces, cuando las estrellas mostraban un signo de masiado desfavorable, se rebelaban, a pesar de todo , y obraban indepen dientemente diciendo: "Vir sapiens astris"...^^ dominabitur pero no tardaron en caer de nuevo en el viejo desvarío. Por de pronto, a todos los vasta gos de familias distinguidas se les hacía cl horóscopo, dando esto lugar en ocasiones a que algunos se pasa ran media vida bajo la coacción de vaticinios que no se eumplían.i** Pa ra todas las decisiones importantes de los poderosos se consultaban, ade más, las estrellas, siendo del mayor interés la hora a que se debía em pezar. De esta consulta se hacían de pender los viajes de los príncipes, 1* 8 Una de estas exaltaciones deci sivas tuvo Ludovico el Moro cuando encargó la cruz con esta inscripción que se conserva en el monasterio de Chur. También de Sixto IV se sabe que dijo que quería probar si esta má xima era cierta. i «4 El_ padre de Piero Capponi, as trólogo él mismo, puso a trabajar a su hijo en el comercio para que no reci biera la peligrosa herida en la cabeza con que las estrellas le amenazaban. Vita di P. Capponi, en Archiv.
i'í'- Firmicus Maternus; Matheseos, |al final del libro segundo. i*'2 En Bandello, III Novelle 60 , el Strólogo de Alessandro Bentivoglio, en lán, queda de manifiesto ante todo círculo como un pobre diablo.
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Stor.,
IV, II , 15. Ver el ejemplo de la vida de Cardano en pág. 255. El médico y astrólogo Pierleoni de Spoleto creía que moriría ahogado y evitaba todo lu gar donde había agua, rechazando mag níficos puestos en Padua y Venecia. Paulo Jovio. Elog. lit.
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las recepcione s de embajadores y la colocación de la primera piedra de las grandes obras arqui tectónic as. Un ejemplo impresionante de esto último se encuentra en la vida del mencionado Guido Bonatto, que, tan to por su práctica de la astrología como por haber compuesto una gran obra sistemática,!^® puede conside rarse como cl restaurador de la as trología en el siglo xn. Para poner fin a las luchas entre güelfos y gibelinos en Forli, persuadió a sus mo radores que debían emprender la re construcción de las murallas de la ciudad y comenzar la obra solemne mente bajo la constelación indicada por el; si en este momento las gen tes de ambos partidos ponían en los fundamentos cada uno su piedra, no habría ya en Forli más discordia, y la lucha entre los partidos cesaría por la eternidad. Para la ceremonia se escogió a un güelfo y a un gibehno. Llegó el momento solemne, cada uno tenía su piedra en la ma no, los obreros aguardaban con sus herramientas y Bonatto dio la se ñal. .. El gibelino arrojó su pie dra, pero el güelfo vaciló primero y después se negó rotundamente a arrojar la suya, porque entró en sos pechas de que toda aquella ceremo nia no era más que una misteriosa maquinación del gibelino Bonatto contra los güelfos. El astrólogo en'tts Ejemplos de la vida de Ludovico
el Moro traen Scnarega, en Muratori,
XXIV, cois. 518 y 524. y Benedictus, en Eccard. II, col. 1623. Sin embargo, su padre, el gran Franccsci Siorza. des preciaba a los astrólogos, y su abuelo Giücomo, no se dejaba guiar por sus indicaciones. Corio, fols. 321 y 413. i
tonces le apostrofó con estas ] bras: "jQue Dios os maldiga Ü I I y a toda la banda de los güelíoa, por vuestra desconfiada malignidadi ¡Quinientos años pasarán antes de que sobre nuestra ciudad vuelva ii aparecer en el ciclo este signo!" 1 n efecto, ol Señor fulm inó la pct li ción sobre los güelfos de Forli. Ir ro hacia el año 1480, según el i i o nista, vivían güelfos y gibelino s poi completo reconciliados y ni el nom bre de sus partidarios se oía men cionar. Las estrellas debían consulta también en las decisiones de gue rra. El mismo Bonatto proporcionó al gran jefe gibelino Guido de Montefeltro gran número de victorias al indicarle la hora conveniente para la partida. Cuando Montef eltro so perdió vio privado de su consejo de tal modo el ánimo que renunció ya a seguir imponi endo su tiranía, retirándose a un convento de frailea menores; durante muchos años se lu siguió viendo pedir limosna para su Orden. En la guerra de 1362 contra Pisa los florentinos se hicieron fijar la hora de la partida por sus astró logos; a punto estuvieron de i'cEn los horóscopos de la scgu fundación de Florencia (Giov. Vili^m, III, 1, bajo Carl omagno) y en la pri mera de Venecia (véase página Til, acaso aliente un viejo recuerdo i n u t u a la poética invención de la t ü i J m Edad Media. Ann Foroliv. l. c. Filippi ni, en Machlavelli. Síor. jior.. lib. I Cuando el signo de las constclaeioms propicias se aproximaba, ascendía natto, con el astrolabio y el libro, . 11 torre de san Mercuriale, que se ei sobre la Piazza y cuando llegaba c' mentó crítico hacía tocar alarma. > confesar, sin embargo, que a v e e equivocaba y que no acertó a v a i i el deslino de Montefeltro ni su pi fin siquiera. Unos bandoleros le d muerte cerca de Cesena cuando i: ' • taba regresar a Forli, procedent i París y de las universidades i t a l M u • donde había profesado. lee Matteo Villani. XI , 3. j
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rasarse, porque inesperadamente se rdenó un rodeo cuando ya se había liciado la marcha por las calles de i ciudad. En ocasiones anteriores labía salido por la Via di Borgo >. Apostólo, lo cual les había traído lala suerte; esta calle se creía, en fecto, de mal agüero cuando se traaba de marchar contra Pisa; por so se hizo salir a las tropas por la 'orta Rosa. Pero en ésta no se ha rían quitado los toldos contra el sol este hecho constituía también una mal adversa, porque les obligaba a ' con las banderas inclinadas. Las Kas de la guerra no pudieron subsaerse nunca al influjo de la astro)gía, por el hecho de que la mayoa de los condottiere se mostraban artidarios de ella, facopo Caldera >portaba con buen ánimo la más rave enfermedad, porque estaba se guro que moriría en el campo de ba talla, como efectivamente ocurrió.'"* Jartolonuneo Alvíano andaba con vencido que tanto sus heridas en la cabeza como su mando los debía a' \a influencia de los astros.^'^i Nicco;ló Orsini -Pitigliano, en vísperas de entrar al servicio de Vene cia como jnerc enari o (1495), pidió al físico ly astrólogo Alcssandro Benedetto fluc, de acuerdo con las estrellas, le fijase una hora propicia para cerrar |el trato. En la solemne investidura Pablo ViEde su nuevo condottiere jtelli por los florentinos, el 1 de junio (de 1498, el bastón de mando que se ; le entregó estaba decorado de cons telaciones,''^ según el deseo del pro, pió Vitelli.
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Queda a veces bastante incierto si con motivo de acontecimientos políticos importantes se consultaban las estrellas de antemano o si los astrólogos calculaban después como simple curiosidad la constelación que reinaba en el momento. Cuan do Giangaleazzo Visconti (pág. 7) tomó prisioneros a su tío Bernabó y familia de un golpe maestro en 1385, Júpiter, Saturno y Marte se encon traban, según nos refiere un contem poráneo, en la constelación de Géminis; pero no se nos dice si esta coincidencia fue la que decidió el hecho. En ciertas ocasiones, y no raras, habrán guiado al intérprete de los celestes signos más la pers picacia política y el cálculo que el curso de los planetas.^''" Si Europa, durante toda la parte final de la Edad Media se había de jad o amedrentar desde París a Tole do por vaticinios astrológicos sobre pestes, guerras, terremotos, inundaclones, etc., Italia no se quedó atrás ni mucho menos. El desdichado año de 1494, que allanó a Italia para siempre a los extranjeros, fue indu dablemente precedido de cerca por adversos augurios.'"*^ Pero conven dría saber si para todos los años del Señor no encontraríamos abundancia de augurios semejantes.
cia Borgia en Ferrara, la muía de la Duquesa de Urbino llevaba una gual drapa de terciopelo negro decorado con áureos signos astrológicos. Archiv. Stor., append. 11, pág. 305. Azario, en Corio, fol. 258. •"•"^ Algo de esto se observa en aquel astrólogo turco que después de la ba 170 Joviano Pontano, De foríitudine, talla de Nicópolis aconsejó al sultán Bayaceto I que permitiera cl rescate de l i b . 1. Sobre los primeros Sforza como honrosa excepción, véase pág. 286, no- Juan de Borgoña, pues "por su causa correría aún mucha sangre cristiana". 4a 165. Paulo lovio, Elog. sub., véase Li- No era difícil presumir el curso pro bable de la guerra intestina de Fran vianus. Magn. chron. Belgicum, pág. 358; Que es quien nos lo cuenta. Be- cia, Juvenal des Ursinis ad. a. 1396. ictus en Eccard, II , col. 1617. ifti Benedictus en Eccard. 11, col. '"^ Así habría de interpretarse cl testimonio de Jacopo Nardi, Vita d'An- 1579. Del rey Ferrante —entre otros tonio Giacomini. pág. 63. No es rara augurios— se dijo en 1493 que perde e^!a decoración en trajes y utensilios. ría su corona "sine cruore, sed sola L\)!i ocasión del recibimiento de Lucre- fama", c omo ocurrió efectivamente.
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En la plena consecuencia que tenía en la Antigüedad, el sistema se ex tiende a regiones en las cuales la vida toda del individuo —la exte rior y la espiritual—, y asimismo grandes grupos espirituales —pue blos, religiones— se encuentran en una dependencia semejante, y como las constelaciones de esos grandes grupos son mudables, también de ben serlo los grupos. La idea de que la génesis de cada región tiene fija do su día en la historia de l mundo ingresa en las cultura italiana por la vía astrológica. Así, se pretende que la conjunción de Júpiter y Sa turno i^'f hizo surgir la religión he brea, la de Júpiter y Marte la caldea, la de Júpiter y el Sol la egipcia, la de lúpiter y Venus la mahometana, la de Júpiter y la Luna, en fin, trae rá en su día la religión del Anti cristo. Ya Checco d'Ascoli había, por tales procedimientos, calculado sacrilegamente la natividad de Cris to, y su muerte en la cruz; p ero pagó su crimen con la hoguera en Florencia (1327) .'^'"^ Doctrinas de es te tip o trajeron consi go, en sus con secuencias ulteriores, un verdadero ensombrecimiento de todo lo sobre natural. Tanto más digna de agradecimien to es la lucha que el luminoso espí ritu italiano emprendió contra seme jante demencia. Fren te a las supremas exaltaciones monumentales de la astrología, como los frescos en el Saione de Padua i'^ y los del palacio
de verano de Borso (Schifanoia) i n Ferrara frente a los descarados i^.i negírícos, como el que el propio tí< roaldo el Viejo se permitió,''™ a l / n M continuamente la protesta de los im perturbados por el desvarío, de \
ros", una inclinación popular que \m demos imaginar hoy muy bien. Se tm taba de astrología "a la portee de loiii w Battista Mantovano , De patien- le monde". lia, lib. II I, cap. 12. De la interpretación de los M)I ns Giovanni Villani, X. 39 y 40. nos astrológicos dice: "hace efficii in Parece que influyeron además otras homines parum a Diis distare videiin cosas, entre ellas la envidia de los tur!" (Orationes, fol. 35, In nuplim,] colegas. Va Bonatto había enseñado Otro entusiasta de la misma época algo parecido, explicando, por ejemplo, Jo. Garzonius, De dignitate urbis lUel m ilagro del amor divino en san noniae, en Muratori, X X I , ool. lh"> Francisco como debido al influjo del 181 Petrarca, Epp. seniles, III . ' planeta Marte. Ver Jo. Pico, Adv. (pág, 765) , y en otros lugares. I Astral., II . 5. epístola mencionada va dirigida :i H^, 1' * Pintados por Miret to a princi caccio, que debía de pensar lo misnv 182 Franco Sacchetti, en \a No\rll.< pios del siglo xv. Según Scardeoníus estaban destinados "ad indicandum nas- 151 ridiculiza su sabiduría. centium naturas per gradas et numcisi Giovanni Villani, III, 1. :N 3^,
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gó incluso a la disputa pública. Con motivo de la terrible inundación de 1533, repetida en 1345, fueron circunstancialmente discutidas entre as trólogos las cuestiones de la influen cia de los astros en el destino, de la voluntad de Dios y la justicia del castigo.ití^ En todo cl transcur so del Renacimiento puede decir que nunca cesan totalmente estas profestas,i*^^ que hemos de considerar sin ceras, ya que más fácil hubiera sido captarse cl favor de los poderosos defendiendo la astrología que com batiéndola. En el círculo de Lorenzo el Mag nifico, entre sus platónicos más des tacados, reinaba la disensión. Marsiho Ficino defendía la astrología e hizo los horóscopos de los vastagos [de la familia Medici. El del peque ño Giovanni parece que anunciaba Lque andando el tiempo sería papa lÍLeón X ) En cambio. Pico della tirándola hizo realmente época en Bu famosa refutación de la astrolo jía.i!*^ Descubre cn la falsa ciencia ^de las estrellas la raigambre de mu¡cha impiedad e inmoralidad. Si el ^astrólogo ha de creer en algo, debe rá adorar a los planetas c omo a dio;s, ya que de ellos deriva toda feJidad y toda perfección. Encuentran Iquí también un órgano propicio Jara todas las demás supersticiones iesde el momento que la geomanria, la quiromancia y la magia de
Giovanni Villani. XI , 2, XI I, 4. 1^-' También el autor de los Annales íPiacentitii (Muratori, XX , col. 931), ¡Alberlü di Ripalta (que mencionamos
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toda clase recurren por de pronto a la astrología para la elección de la hora. Por lo que a las costumbres se refiere, dice que no puede con cebirse mayor estímulo para el mal que presentar al cíelo como causa de él; con ello tendría también que desaparecer totalmente la fe en la bienaventuranz a y l^ condena ción eternas. Pico della Mirándola se toma incluso el trabajo de veri ficar empíricamente las predicciones de los astrólogos, comprobando que las tres cuartas partes de sus pro nósticos meteorológicos, referentes a treinta días consecutivos, eran falsos. Pero lo principal fue su exposición (en el libro IV ) de una teoría cris tiana sobre el gobierno del mundo y el libre albedrío que parece haber producido en los espíritus cultos del país mayor impresión que todos los predicadores patéticos, que a ese ti po de hombres ya, casi nunca, les decía nada. Ante todo quitó las ganas a los astrólogos de seguir publicando sus sistemas y los que hasta entonces los habían hecho imprimi r se sintie ron más o menos avergonzados. Jo viano Pontano, por ejemplo, había reconocido la falsa ciencia en su li bro De fortuna (ver pág. 89) , ha ciendo su exposición en una gran obra propia a la manera teórica del viejo Firmicus.i^i' No obstante, des pués, en su diálogo Aegidius, si no se manifiesta contra la astrología, lo hace ciertamente contra los astrólo gos, exaltando el libre albedrío y li mitando la influencia de las estrellas a las cosas físicas. Continuó no obs tante, la práctica astrológica, pero no parece haber tenido ya en la vida su anterior influencia. En la pintu ra que durante el siglo xv magnifica con todos sus recursos estas quime ras, se revela un cambio; Rafael, cn
|cn pág. 131, nota 134), interviene en i;sta polé mica. El pasaje es, en otro [aspecto curioso, al mencionar por sus lumbres los nuevos cometas conocidos decirlos, lo que de ellos se pensaba, ''éasc también Giovanni Villani, XI, S7, I'"*'' Véase Paulo-Jovio, Vita Leonis. l, lib. I I I, donde se trasluce que cl Según Paulo Jovio, Elog. lit., japa León por lo menos creía en los sub. lit. Jo. Pieus, fue este su efecto srcsagios. "ut sublilium disciplinarum profcssores Jo, Pico Mirand.. Adversus as- a scribendo detcrruisse videalur". ologos, lib: XII.
's*' De rebus coelestibus.
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la cúpula de la capilla Chigi,^^ re presenta a las deidades planetarias y al celeste mundo de las est rellas fijas, pero vigilado y guiado todo por espléndidas figuras de ángeles, bajo la bendición que cl padre Eter no les envía desde la altura. Otro elemento parece haber sido en Italia hostil a la astrología: los españoles, que no participa ban de ella, ni si quiera sus generales, hasta el punto que quien quería ganar su favor había de declararse enemigo de la semiherética y semimahometana cien cia. Cierto que aun en 1529 habla Guicciardini de lo felices que son los astrólogos, a los cuales se cree cuando entre cien mentiras dicen una verdad, mientras otros pierden todo su crédito cuando entre cien verda des dicen una mentira.^''- Por lo de más, el descrédito en la astrología no se transformó necesariamente en fe en la Providencia; pudo acogerse a un fatalismo general e indetermi nado. Italia, tanto en éste como en otros aspectos, no pudo vivir y agotar en forma saludable el ímpetu cultural del Renacimiento al ocurrir la in vasión y la Contrarreforma. Sin es to hubiera completamente superado, sin duda, por sus propias fuerzas esas fantásticas locuras. Ahora bien, quien opine que la invasión y la reacción católica fueron culpa úni ca y exclusiva de los italianos, verá en las pérdidas de índole espiritual que de ellas se derivó un justo cas tigo. Pero no sc olvide que con ello iw> En S. María del Popólo, en Ro ma. Los ángeles recuerdan la teoría de Dante al comienzo del Convito. Tal fue el caso de Antonio Ca lateo, que niega vehementemente la astrología en una epístola a Femando
(Mai, Spidleg. Rom., vol, V I H . pág. 226, del año 1510), mien tras en otra carta al conde de Potenza {ibíd., pág. 539) deduce de las estre llas que los turcos atacarán a Rodas en el mismo año. 1S2 Ricordi, 1, c. n. 57.
el Católico
sufrió también Europa una pérdiil:i enorme. Fisonomía mucho más inocente que la astrología adopta la fe en los presagios. De ellos la Edad Me dia toda poseía un gran aco pio , he redado de sus diversos paganismos, y no se quedó aquí atrás Italia pre cisamente. Lo que presta un matiz, peculiar a la superstición italiana es la protección que le otorga el huma nismo: una tradición pagana, popu lar en su origen, quedó reforzada por la ayuda de un paganismo de procedencia culta y literaria. La superstición popular de los ita lianos se refiere, como es sabido, a presentimientos y deducciones de los presagios,1'-*^ a los cuales se vincula una magia por lo general inocente. No faltaron, sin embargo, eruditos humanistas que se burlaron valiente mente de tales cosas, informándonos de paso sobre ellas. El propio Jovia no Pontano, autor de la gran obra astrológica mencionada (pág. 289) , enumera en Charon, con el aire de compadecerlas, todas las imaginables supertsiciones napolitana s: las la mentaciones de las mujeres cuando da la pepita a la gallina o al ganso, la honda preocupación que se apo dera del caballero distinguido cuan do después de la caza le falta un halcón o cuando su caball o sa dis loca una pata; la fórmula mágica que los campesinos de la Apulia repiten tres sábados por la noche cuando asuelan el país perros hi drófobos, etc. Los animales, sobre todo, tenían el mism o ominoso pri vilegio que en la Antigüedad y es pecialmente los leones, leopardos, etc., cuya manutención costeaba el Estado (páginas 160 y sigs.), cuyos gestos y actitudes preocupaban tan to más al p ueblo cuant o que sc había situado a ver en ellos,¡invo luntariamente un símbolo vivo del i»3 Decembrío (en Muratori, XX, col. 1916 y sigs.) enumera toda unii serie de estas supersticiones en er \iltimo Visconti,
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festado mismo. Cuando durante el Sitio de 1529 descendió dentro del íecinto de Florencia un águila heriHa de un disparo, a quien la recogió • la entreg ó recompensó la Señoría fen cuatro ducados, por considerarai como un buen a ug ur io .T ar apara ciertos actos había deterinados momentos o lugares favoables, desfavorables o sencillamente scisivos. Nos refiere Varchi que el abado era para los florentinos el día íalado por el destino; según ellos, |p acontecimientos importantes, tañ en bien como en mal. habían de :ederles en esc día. Ya hemos men jnad o el prej uici o que sentían hai ciertas calles cuando se trataba salir por ellas para la guerra (ver ág. 287) . Para los ciudadanos de erusa, en cambio, había una puerta buen agüero, la Porta Ebúrnea, y ella hacían salir siempre a sus estes los Baglioni.^*'^ A los meteoy fenómenos celestes se les da la misma significación que en la d Media, y extrañas formaciones lubes, por ejemplo, eran conver js por la fantasía en ejércitos de Italia, cuyo estruendo se creía oír la altura.!"" Más grave era ya la ;rstición cuando se combinaba las cosas sagradas; cuando preiía, por ejemplo, que las Imágede la Virgen movían los ojos.^"^
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o que lloraban, o cuando vinculaban las calamidades públicas en un pre sunto crimen cometido, cuya expia ción el pueblo reclamaba (ver pág. 269). Cuando Piacenza, en 1478, fue asolada por las grandes lluvias, se pretendió que éstas no cesarían has ta que cierto usurero, que desde mu cho t iempo yacía enterrado en San Francesco, dejara de reposar en tie rra sagrada. Como el obispo se nega-. ra a permitir, de grado, que se ex-' humara cl cadáver, lo desenterraron* por fuerza unos mozalbetes, lo arras traron con espantoso tumulto por las calles y lo arrojaron, finalmente, al Po.'"* Es verdad que hasta un An gelo Poliziano participó de estas su persticiones, como lo vemos a pro pósito de Giacomo Pazzi, principal instigador de la conspiración floren tina de 1478, conocida con el nom bre de esta familia. Cuando le ahor caron entregó su alma a Satanás con terribles pal abr as. .. Pero se abrie ron las cataratas del cielo en Floren cia, amenazando la cosecha de ce reales, y también en esta ciudad las turbas (rústicos en su mayoría) alla naron la iglesia y desenterraron cl cadáver, con lo cual en el acto se disipó el nublado y lució un sol ra diante... "hasta tal punto fue pro picia la suerte a la voz del pueblo", añade el gran filólogo.^** El cadá ver recibió sepultura en tierra no 1»-* Varchi, Stor. fior., lib. IV (pág. sagrada, pero al día siguiente se le M) . Presentimientos y vaticinios re- volvió a desenterrar, siendo arroja escntaban entonces en Florencia casi do al Arno después de pasearlo por mismo papel que, en su tiempo, en la ciudad en macabro cortejo. Jerusalén sitiada. Véase ibíd., I II . *3 . 195; I V, 43. 177. Todas estas cosas y otras semejan J"-"^ Matarazz o, en Arcfilv. Stor, tes tienen una carácter eminentemen Í V I , 2 pág. 208. mismo podían haber uKi Prato, en Arcfíiv. Stor., III, pág. te popular y lo siglo ocurrido en cl x que en el si 24, con referencia al año Í514. 1"'' Como la Madonna dell'Arbore la catedral de Milán, en 1516; ver ma "Et fujt mirabile quod illico plu ito, c, pág. 327. Ciertamente, via cessavil". Diarium Parmense en Mu ita también el mismo cronista (pág, ratori, XXII, col . 280. El autor com .) que al cavar los cimientos para parte el odio concentrado del pueblo construcción de la capilla Priulz i contra los usureros. Véase col. 371. san Nazaro) se encontró un drai« " Coniurationis Pactianae Commuerto lan grande como un ca meniarius, en los suplementos a Ros jo, cuya cabeza se llevó al Palacio coe, Vida de Lorenzo. Por lo demás, • "eí , tirando el resto. Poliziano era enemigo de la astrología.
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glo XVI. Pero es que también se mez claba en ello la Antigüedad literaria. De los humanistas se asegura explí citamente que eran, de modo muy especial, accesibles a prodigios y au gurios y de ellos hemos dado algu nos ejemplos (pág. 280). Pero si se requiriera aún una prueba documen tal nos la suministraría Poggio holga damente. El mismo pensador radical que niega la nobleza y la desigualdad humana (pág. 19 8), no sólo cree en toda la milagrería medieval de demo nios y espíritus, sino en prodigios transmitidos por la Antigüedad, co mo los que nos cuentan con motivo de la última visita de Eugenio IV a Flcrencia.'-^ " Y entonces se vieron, al atardecer, en las cercanías de Co mo, cuatro mil perros, que tomaron el camino de Alemania ; los seguía una gran tropa de reses y luego un ejército de hombres de armas, a pie y a caballo, en parte sin cabeza y en parte con cabezas apenas visibles, cerrando la marcha un titánico jine te, al q ue, a su vez , seguía un reba ño de reses". También cree Poggio en una batalla entre urracas y corne jas (ful . 180 de las Facedas). Llega hasta narrarnos, quizá sin saberlo, un fragmento de antigua mitología, perfectamente conservado. En la cos ta de Daimac ia precisamente apare cía un barbudo y cornudo tritón, de forma de pez y aletas en la parte inferior del cuerpo: se dedicaba, en la orilla a la caza de niños y mu jeres, hasta que cinco valientes la vanderas lo mataron a pedradas y gülpes.'^'^i Un modelo en madera del monstruo, que se exhibía en Ferrara, hacía a Poggio perfectamente ereí-
-200 Poggii Faceliae, fol . 174. Eneas Silvio, De Europa, c. 53-54 (Opera,
págs, 451 y 455), cuenta por lo me nos prodigios efectivamente ocurridos como matanzas de animales, formacio nes de nubes, etc., refiriéndose a ellos más bien como curiosidades, aunque mencione, de paso, su presunta signi ficación. ^ 1 Poggii
Faceliae, fol.
Pausanias. IX , 20.
150:
cf.
ble la cosa. Se habí an acaba do lu'> oráculos, ciertamente, y no se pudín ya invocar a los dioses, pero volvii'i a ponerse en boga el abrir al a/iii los textos de Virgilio e interprcl.ii como de mal agüero el pasaje, eoii que se topaba (sortes virgHianae) Además, la dcmonología de la Aii tigüedad tardía no dejó de iníUiii en la del Ren acimi ento. El estilo d* fámbico o A bammón sobre los mi» terios de los egipcios, que podía sei vir perfectamente para tales estudio, fue impreso ya en traducción hiir na a fines del siglo xv. Ni siquiem la Aca demi a Platóni ca florentinii .si' substrajo por completo a estos y \w recidos desvarios neoplatónicos de in Roma declinante. Ahora nos ocupiue mos, pues, de esta creencia en los de monios y su magia correspondicnU'. La creencia popula r en lo que sue le llamarse el mundo de los espíii jus- 03 viene a ser en Italia la misiuii que en el resto de Europa. Por ilr pronto también había en Italia Lni tasmas, es decir, apariciones de di funtos, y si la actitud ante el fcmi meno era algo diferente que en cl Norte, la diferencia se revelaba lu do lo más en el término antigiii "ombra". Cuando hoy hace acto d. presencia una de estas íómbras. M manda decir un par de misas poi el descanso de su alma. Ni qué dccii tiene que las almas de los honibi'ei 2« 2 Varc hi, 111, pág. Í55. Dos s,.. pechosos se deciden a huir del Estiulii en 1529 porque toparon a Virgilio iiiii el verso 44 del canto 111 de la Eneida Véase Rabelais, Paníagruel, I II , nOmtí' ro 10, •2m Dejamos al margen las fanliíaln» de los eruditos, como, por ejemplo, il "splcndor'^ y el "spirítus" de Cürdaiin y cl "daemon familiar is" de su p;idu' Ver Cardano, De propria vifa, cíips. •! 38 y 47. Personalmente él eVa eneiTii^T de la magia (cap. 39). Sobre lo- ii... digios y fantasmas que le salen iil w cuentro, ver caps. 37 y 41. Sobi'e il extremo a que llegó el miedo a los im¡.. tasmas en cl úhimo Visconti, léa ^e De ccmbrio, en Muratori, XX, coL^iOld,
LA CULTURA DEL RENACIMIENTO EN ITALIA
malos adoptan formas terribles, pero es que, además, se creía, en general, que las apariciones de los difuntos •tenían algo de maligno. En Bande llo dice un capellán que los muertos matan a los niños.^"^ Tal vez al ha blar de este modo hace para sí la re flexión que se refiere a una sombra especial del alma, pues ésta en sí misma expía sus pecados en el pur gatorio y si aparece sólo suele supli car y gemir. Otras veces la aparición no viene a ser tanto la sombra fan tasmal de un ser determinado como cl de un suceso, de una situación retérica. Así explican los vecinos as apariciones diabólicas en el vie jo palacio de los Visconti, junto a "an Giovanni, en Conca, Milán; en 1 había hecho torturar y estrangur Bernabé Visconti innumerables íctimas de su tiranía; nada tenía, ues, de extraño que hubiera en él parecidos.^^'^ A l infiel administrador e un hospi cio de pobres en Perusa na noche, cuando estaba contando ¡1 dinero, se le apareció una multid de pobres con candelas encendifas en la mano, iniciand o una danza torno suyo; una figura descomu nal habló por todos; era San Aló, el patró n del hospicio.^"^^ Estas créen las eran tan admitidas, que en ellas contraban los poetas un tema de neral validez y aceptación. Muy rmosamente representa Castiglíone, or ejemplo, la aparición del (ífunto udovico Pico bajo los muros de la sediada Mirandola^*^^ Ciertamente, 204 "Molte fiate i mortí guastano le reature". Bandello, II , Novella 1 . Bandello, I I I , Novella 20. Cier|amente se trataba sólo de un amante ,3ue pretendía amedrentar al marido íc su dama, que habitaba cl palacio. ll y los suyos se habían disfrazado de iiablos y habían hecho venir de lejos uno que sabía imitar las voces de idos los animales. Graziani, en Archiv. Síor., XVI, I, pág. 460, ad. a. 1467. El adminis rador murió del susto.
Balih. Caatillionii carmina. Pro fopopeía Lud. Pici.
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la poesía se complacía tanto más en estos temas cuanto más el poeta se había ya sustraído a semejantes creencias. Además Italia estaba poseída de la misma creencia popular sobre los demonios, propia de todos los pue blos de la Edad Media. Se estaba convencido de que a veces Dios per mitía a los espíritus malos de toda jerarquía una gran activ idad destruc tora contra determinadas partes del mundo y de la vida humana; todo lo que se exigía era que por lo me nos el hombre, cuando se acercaba a él el demonio tentador, se sirvie ra, para defenderse, del libre albedrío. Es frecuente en Italia que la intervención del demonio —espe cialmente en los fenómenos natura les— adquiera en boca del pueblo una grandeza poética. En la noche que preced ió a la gran inundación del valle del Arno, en 1333, uno de los santos eremitas de las altu ras de Vallombrosa oyó desde su celda un diaból ico estruendo; se san tiguó, avanzó hasta el umbral, y ante sus ojos cruzaron negros y siniestros jinetes armados de todas armas. Uno replicó a su conjuro con estas pala bras: "Vam os a la ciudad de Floren cia, y, si Dios lo permite, la asolare mos en castig o de sus pecados".^'"s Recordemos, comparándolo con el anterior, el fenómeno casi contem poráneo (1340) que dejó larga me moria en Venecia y con cuyo asun to uno de los grandes maestros de la escuela veneciana, probablemente Giorgione, pintó un cuadro maravi lloso: una galera cargada de demo nios cmzó con la velocidad de un pájaro la tempestuosa laguna trayen do consigo la perdición de la pecado ra urbe insular; pero tres santos, que se habían introducido de incógnito en la barca de un pobre pescador, hundieron con sus conjuros a los de20S Giovanni Villani,' Xf, 2. Escu chó esta versión de labios del abad de Vallombrosa, que había conocido al eremita visionario.
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JACOB B U R C K H A R D T
monios y su nave en el abismo de las olas. A estas creencias se añade la su perstición que por medio de conju ros el hombre puede acercarse a los demonios y servirse de ellos para sus fines terrenales de avaricia, ambición de poder y sensualidad. En este te^ rreno, hubo probablemente muchos más acusados que culpables; sólo cuando se empezó a quemar vivos a presuntos hechiceros y brujas se hizo más corriente la práctica de los conjuros y la verdadera y conscien te hechicería. Con el humo de las hogueras cn que se sacrificaba a los sospechosos se alzaron justamente los narcótico s vapores que aturdie ron a tantos desdichados, embriagán dolos en el entusiasmo por la ma gia. A ellos se juntaron luego los que eran inequívocamente imposto res. La figura primitiva y popular que, quizá desde los tiempos de la Roma antigua, sobrevivía en Italia ininte rrumpidamente, fue la de la bruja (sirega). Puede comportarse de mo do por completo inocente mientras se limita a la adivinación; pero el tránsito del simple vaticinio a la hechicería activa es imperceptible a veces, y supone, no obstante, un decisivo y funesto paso. Cuando se trata ya de la intervención mágica activa, el cometido principal de la bruja suele ser despertar el amor y el odio entre hombre y mujer, pero también se entrega a maleficios per niciosos, de carácter exclusivamente destruc tivo, y con una mirada pue de hacer que los niños se vayan consumiendo y languidezcan hasta m o r i r . . . aunque sea evidente que ello se deba, sobre todo, a la insen satez y el abandono de los padres.
LA C U L T U R A DEL R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
Habría, pues, que averiguar hasifl qué punto debía ejercer su influen cia la bruja con encantamientos, ce remonias y fórmulas incomprensibles o con la consciente invoca ción de los demonios, prescindiendo de lo.s venenos y pócimas que con pleiu) conocimiento de sus efectos pudie se haber facilitado. En la bruja de Gaeta que nos pre senta Pontano ^ 0 trabamos conoeimiento con el tipo más inocente, e m i el cual se atrevían a competir hasia los mismos frailes mendicantes. S u viajero Suppatius vino a dar en ia habitación de esta bruja en el m o mentó en que concedía audiencia ¡\ una joven y a una sirvienta que le llevaba una gallina negra, nueve hiu vos puestos en viernes, un pato y un hilo blanco, pues era el tercer ÜKI después de la luna nueva; las pidió, diciéndoles que volviesen il anochecer. Queremos suponer que sólo se trataba de un caso de adi vinación. El ama de la sirvienta ha quedado embarazada por obra de mi fraile y a la muchacha l a ha ab;iii donado su novio, recluido en un con vento. La bruja se lamenta con eslas palabras: "Desd e la muerte de mi marido vivo de estas cosas y podría pasarlo bien, pues nuestras gaetaiías poseen una fe robusta, si no fiie.e que las ganancias se las llevan l o s frailes interpretando sueños, trafican do con la mayoría de los asunio. prometiendo maridos a las doncelhr., varones a las embarazadas, hijo^ a las estériles, y, como si eso fuiía poco, por las noches, mientras ¡ o maridos se dedican a las faenas d^ la pesca, visitan a las mujeres eoii quienes se han citado durante et diji en la I gles ia". Sappatius l e dice qiin no vaya a despertar la envidi a del convento y la pone en' guardia, l'ei, • ella nada teme, pues el fraile gn.n dián es antiguo conocid o suyo, Esta tendencia a las hechice' M crea también un tipo más pclig > '
^ Este debió de ser el caso de la curiosa posesa que por el año 1513 se hizo célebre por sus vaticinios, siendo consultada en Ferrara y otros lugares por los grandes de Lombardía. Se lla de brujas: las que con sus mani|>ii maba Rodogina. Más detalles cn Rabe^i*' foviano Pontano, Anionius. lais, Pattiagrue!, IV , 58.
laciones de hechicería maligna inten tan dañar la salud y aun destruir la vida. En este tipo, cuando creen que el mal de ojo, etc., no basta, cabe suponer que recurren a la ayuda de poderosctó espíritus. Su castigo, como ya hemos visto en el caso de Fini cella (pág. 261 ), es la hoguera. Pero en estos tiempos el fanatismo se ave f nía al tráfico; segíín las leyes de Perusa, por ejemplo, podían obtener su rescate por 400 libras.=^^i En realidad no se había tratado aún el problema con un criterio de seriedad conse cuente. En el feudo pontificio, cn el Alto Apenino, cabalmente en la pa tria de San Benito de Norcia (la an tigua Nursia), se formó un centro de brujería y hechicería. La cosa era sabidísima. Sobre ello nos informa una de las más curiosas cartas de Eneas SÍlvio,-i^ dirigida a su her^mano, de la cual son estas pala bras; "El dador de esta carta ha ícudido a inf para preguntarme si ibía de ima montaña de Venus en (taha, pues se pretende que e n ella ^e enseñan las artes de la magia, a jlas cuales su señor, un sajón, gran _strónomo,2i3 es extremadamente afi jion ado. Le dije que conocía un PorVenere, no lejos de Carrara, en la :osa_ costa de Liguria, donde pasé res años cuando hice el viaje a Ba silea; también pude informarle que 2n Sicilia hay una montaña Etix, [consagrada a Venus, pero no sé que fse enseñen las artes mágicas en ninIguno de estos sitios. En el curso de |la conversación, sin embargo, recorque en el viejo Ducado (Spole-'1 Graziani, en Archiv. Sior., I., lág. 565, ad. a,, 1445, sobre una brude Nocera que sólo pudo ofrecer la litad y fue quemada. La ley comrende a las que "facciono la future vvero venefide owero encantationes l'immundí spiriti a nuocere". 212 Lib. I. cp. 46, Opera, págs. 531 sigs. En pág. 532, en vez de umbra lebe leerse Umbría y en vez de lacum.
locum.
21.1 Luego le llama "Mcdícus Ducis Saxaniae, homo tum dives tum potens".
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to), no lejos de la ciudad de Nursia,
al pie de un despeñadero cortado a pico, hay una caverna por la cual corre agua. Recuerdo haber oído que éste es un lugar de brujas (striges), demonios y sombras nocturnas, y que quien a ellos se arriesga puede invocar allí a los espíritus (spirttus) y verlos y aprender las artes de la magia.^i^* Por mi parle, ni he visto nada de esto ni me he tomado la menor molestia por verlo, que más vale desconocer en absoluto lo que sólo con pecado puede aprender se". De todos modos, nombra a la per sona que puede garantizar todo lo dicho y pide a su hermano que in troduzca cerca de ella, si es que aún vive, al dador de la carta. En ver dad que Eneas Silvio colma aquí la medida en su amabilidad hacia el magnate, pero por lo que se refiere a él personalmente hay que recono cer que no sólo se hallaba más libre de superstición de l o que en general estaban sus contemporáneos (págs. 269, 283 y sigs.), sino que soportó gallardamente una prueba de la que no todas las personas cultas de nues tros días saldrían victoriosas. Por la época del concilio de Basilea pasó en Milán setenta y cinco días en ca ma, con fiebre; llevaron junto a su lecho a un hombre de quien se decía que poco tiempos antes había cura do prodigiosamente de la fiebre a dos mil soldados en el campamento de Piccinino, pero él se negó a es cucharle y no quiso saber nada de su medicina milagrosa. Enfermo aún, emprendió Eneas Silvio a caballo el viaje a Basilea por los montes y se curó en el camino.^i'* Obtenemos también algún dato so bre la región de Norcia a través del 21* En el siglo xi v era también co nocida una especie de cueva del In fierno, no lejos de Ansedonia, en Toscana, sobre cuyo suelo de arena apa recían huellas de animales y de seres humanos, que , si se borraban, reapa recían al día siguiente. Uberti, // Ditlamonilo, lib. III, cap. 9. ^líi Pío y, Comment., hb. I , pág. 10.
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nigromante que pretendió apoderarse jería gran incremento y su persrcii del bravo Benvenuto Cellini. Se tra ción se hace horrible y sÍstemálit.iL ta de consagrar un nuevo libr o Siendo los dominicos alemanes M U de magia y aquellas montañas son principales agentes, resultó Ale m a el lugar más indicado; cierto que el nía la más favorecida por semejaiiU' maestro del mago había consagra plaga, y de Italia las regiones m r , do una vez un libro en las proxi próximas a Al emania. Ya es si; m midades de la abadía de Faria, pero ficativo que los decretos y bula^ di surgieron dificultades con las cuales los papas se refieran, por ejnn no habría que contar en Norcia; pío, a la provincia de Lombarili.i. además, los rústicos nursinos son de la Orden de Santo Domingo. \ n gente en quien se puede fiar, tie las diócesis de Brescia, Bérgamu > nen ya alguna práctica de estas ar Cremona. También averiguamos pot tes, y en trance apurado pueden la célebre descripción teóricoprácticii constituir un poderoso auxilio. La de Sprenger, el Malleus maleficarum, excursión no llegó, sin embargo, a que ya al año de expedida la bula realizarse. De haberlo sido, hubiera habían sido quemadas vivas en Co tenido sin duda Benvenuto ocasión mo cuarenta y una brujas; gran mi de co nocer a los cómplic es de aquel mero de italianas huyeron a la zona regida por cl archiduque Segisinun truhán. La fama del lugar era en tonces proverbial. Aretino habla en do, donde se creían más seguras. I i alguna parte de una fuente embru nalmente esta brujería establece M I jada donde moraba la hermana de sede en desdichados valles de loa Al la sibila de Norcia y la tía de la Fa- pes, en Val Camonica, sobre todo, ta Morgana. Y por la misma época sin que sea posible desalojarla. l '\i se permitió Trissino en su gran poe- dentemente, el sistema de perseui ma,!^'' hacer elogio del lugar con los ción había conseguido que poblaem recursos imaginables de la poesía y nes particularmente predispuestas se la alegoría como verdadera sede y contagiaran de la superstición de mu do permanente. Este matiz de bruje morada del arte adivinatorio. Con la lamentable bula de Inocen ría esencialmente alemana es el des cio V I H (1448) ^^f* adquiere la bru- crito en las historias y novelas de Milán, Bolonia, etc.-^^ Si en li;ilia 2i« Benvenuto Cellini, lib. I, cap. 65. 21 7 L'IíaUa liberat a da'Goti, canto años de insistir sobre ello llegó la fan XXIV. Cabe preguntar si Trissino mis tasía del pueblo al estado de maduie/. mo cree en la verosimil itud de su des necesaria para que la monstruosa pii cripción o si ya se trata de un elemen Iraña pareciese natural y presumible to de libre romanticismo. La misma mente engendrase por sí misma lu duda suscita su presumible modelo, Lu teración. cano (canto V I ) , en cl cual una bruja íil!> De Alejandro VI, de León \ . de Tesalia conjura un cadáver para de Adriano VI . complacer a Sexto Pompeyo, i'L>o Proverbialmentc citado c o m o l u Séptima Decretal, lib. V. tit. XI L gar de brujería; por ejemplo: Orluiidi Empieza "Summis dcsideranles affecti- no, cap. I, estr. 12. bus", etc. Observaremos de paso que a ^-'1 Por ejemplo: Bandello, II I, /Vi' una atenta lectura desaparece aquí to vella 29 y 52; Prato; en Archiv. Sim-. da idea de un originario estado de co III, pág. 4Ü8; Bursellis (Ann. sas objetivo, de restos de creencias pa ap. Muratori. XXll. col. 897), cii.itLi ganas, etc. Quien quiera convencerse ya la condenación —en 1468— de un de hasta qué punto la fantasía de los prior de la Orden de los Servílas i.|iii' frailes mendicantes es la causa única poseía un burdel de espíritus: e/i'es de todo este desvarío, que lea en las bononiensis coire faciebaí cum dcrrifin Memorias de Jacques du Clerc el llama bus in specie puellarwn. Hacía :i ! t do Proceso de los Valdcnses de Arras demonios verdaderos sacrificios. U n u del año 1459. Sólo al cabo de cien rioso paralelo de lo anterior e i i c n i i i n i
LA C U L T U R A DE L R E N A C I M I E N T O EN ITALIA
lo se propagó más, débese, quizá, que el país tenía ya su stregheria plenamente desarrollada y basada en sremisas esencialmente distintas. L a imija italiana ejerce un oficio, nece sita dinero y conocimiento de causa, jbr e todo. Nada recuerda en ella a los sueños histéricos de las brujas Inórdicas, a los largos viajes, a los ríncubos y súcubos: la strega ha de [ocuparse en divertir a otra clase [de gente. Que se le atribuya la fa[cullad de adoptar distintas formas Éy trasladarse de un lugar a otro |de modo instantáneo, lo acepta en |cuanto contribuye a exaltar su imIportancia; en cambio, es bastante IpeUgroso para ella qu e adquiera ¡cierta magnitud el temor a su ven ganza y malignidad, de muy espe:ial manera en lo que se refiere al ímbrujamiento de niños, frutos y ganados. El quemarla viva puede lesde entonces constituir un buen Sxito de popularidad para los in juisidor es y autoridades. Pero el campo de acción más imIportantc de la strega era, como hcImos indicado, el del amor, en cl cual ise pretendía despertar la pasión eró[tica y suscitar el aborrecimiento, el |vengativo anudado de agiijetas, el iborto provocado, y en determina jdas circunsta ncias, el presunto aseísinato del marido o de la infiel por [medio de manipulaciones mágicas, [aun recurriendo al veneno.'-^-- C om o inadie se fiaba de estas mujeres, sur[gió un diletantismo que consistía en aprender de ellas disimuladamente y ioperar después po r cuenta propia. ;Las cortesanas de Roma procuraban [aumentar el hechizo de su personaílidad con tales conjuros, al modo de [la Canidia horaciana. Aretino no
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sólo sabe algo de tales pláticas, sino que en este aspecto, su testimonio puede ser fidedigno. Aretino enume ra, en efecto las unturas y horro rosas mezclas que aquellas mujeres guardaban en sus anaqueles; pel os, polvos de los huesos del cráneo, dientes, ojos de muertos, piel hu mana, ombligos de niños pequeños, sucias de zapatos y jirones de mor tajas; hasta llevaban de los cemen terios carne humana en descomposi ción y se la daban a comer al galán (con otras cosas aún más inauditas) sin que éste se diera cuenta. En acei te que robaban de las lámparas de las iglesias ponían a hervir agujetas, cabellos y recortes de uñas del galán. De sus conjuros, el más inocente era formar un corazón de ceniza calien te y como acerico ir clavándole alfi leres mientras entonaban esta canti nela. Prím¡j che'l fuoco spenghi Fa ch'a mia porta venghi; Tal ti punga il mió amore Quale in jo questo cuore. Hay también fórmulas mágicas pa ra ser citadas a la luz de la Luna, dibujos en la tierra y figuras de cera o metal que sin duda representan al amado y a las cuales se somete a di versas manipulaciones, según las cir cunstancias. Se estaba tan acostumbrado a estas prácticas, que la mujer que sin ser ya joven ni poseer una belleza extra ordinari a ejercía, no obstante, una gran atracción sobre los hombres, era, sin más, inculpada de hechice ría. Éste fue el caso de la amante de Sanga (secre tario de Clemente V I I ) , envenenada po r la madre del propio Sanga; no obstante, y para desventura de la madre, murieron también ésta y toda una reunión de amigos que probaron con ella el em ponzoñado manjar.
jmos en Procopio, Historia arcana; aquí se trata de un burdel auténtico frecucn jtado por un demonio que echaba a los [demás visitantes a la calle, •222 Sobre el repugnante almacén de i la hechicería véase la Macaroneida, pino, supone que las prostitutas apren [fant. XV I, X XI . donde se nos des- dían aquella ciencia de algunas mujeres rcriben tales manipulaciones. judías. '324 Varchi, Stor. jior., II , pág. 153. ^23 En cl Ragionamiento del Zop-
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lACOB BURCKHARDT LA C U L T U R A DE L R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
No como auxiliar, sino como com
petidor de la bruja, figura el hechi cero o "incantatore", familiarizado con los menesteres más peligrosos. A menudo sc presentaba como astrólo go para no ser perseguido como he chicero; de todos modos el hechice ro no podía prescindir de algunos conocimientos astrológicos para de terminar la hora propicia (págs. 285 y 289); como muchos espíritus son b u e n o s o por lo menos indiferen tes, puede a veces su conjurador dis frutar de una reputació n pasajera; el propio Sixto I V , en 1474, hubo de desautorizar expresamente en un bre ve 2-** a algunos carmelitas de Bolo nia que habían dicho en el pulpito que no hay mal en pretender ave riguar cosas de los demonios. En es ta posibilidad creían, evidentemente, muchos; así lo prueba el hecho de que gentes muy piadosas creyeran por su parte en las visiones de es píritus buenos invocados por su fer vor. Savonarola estaba poseído de las tales ideas; los platónicos floren tinos hablaban de una mística unión con Dios, y MarccUus Palingenius (Pier Angelo Manzoli, págs. 144 y sigs.), da a entender, sin recatarse inucbo, que mantiene relación con espír itus iniciados.'-^-^^ El mis mo es taba también convenci do de que to da una jerarquía de demonios mo ran entre la Luna y la Tierra, pen dientes siempre de lo que ocurre en la Naturaleza y en la vida huma,-,3.228 fsios habla incluso de un en cuentro personal con alguno de ellos. Como la finahdad de nuestra obra no permite una exposición sistemá tica de la creencia en los espíritus propia de la época, daremos, como ejemplo, una versión del relato de Paligenius.22>'
—f' Esta reserva se hacía luego ex plícitamente. Com. Agrippa. De oculta
philosophia, cap. 39. 22 6 Séptima Decretal, l. c. 227 Zodlacus vitae. XI I, 363 a 559.
cf. X, 393 y sigs. -"•¡s ¡bid.. IX , 291 v sigs. Ibid., X, 770 y sigs.
Después de ser adoctr inado sobre lo despreciable y vano de la vida terrenal por un devoto eremita del Soracte, en San Silvestre, emprenditi el camino de Roma al caer la noche En ruta ya, se le unieron bajo cl claro resplandor de la Luna lleii;i tres viandantes, u n o de los ciiaks le llamó por su nombre y le prc guntó d e dónde venía. Palingenill^ contestó; "De estar con el sabio que vive en aquella montaña". "Insensa to —replicó el otro—. ¿Crees real mente que hay sabios sobre la Tie r r a ? Sólo los seres superiores (divi) poseen la Sabiduría, y entre clUis. nos contaremos nosotros tres, aun que hayamos adoptado figura hum;i na . Y o me lla mo Saracil y éstos doh Sathiel y Jana; nuestro reino es lii Luna, donde mora la gran multitud de seres intermedios que gobienuní la tierra y el mar". Palingenius, no sin íntima emoción, pregunta qu é es lo que se proponen hacer en Roma: " A Ammón, uno de nuestros eom= laneros, le mantiene en serviduiu >re, p or virtud mágica, un maneeho de Narni, del séquito del cardcmil Orsini, pues no olvides que es c(t vosotros los hombres una pruebí) de inmortalidad el hecho de podor someternos; yo mismo, encerrado/on cristal tuve que servir una vez a Uli tudesco hasta que u n frailecico hnt^ budo me libró de la servidumbre. Este servicio tratamos de prestar on Roma a nuestro comp añero y mnn= dar, con tal motivo, al Arco, cHtM noche, a un pa r de distinguidos t u balleros". A estas palabras del D L U M nio se levantó un airecillo y Salhk'l dijo: "Escuchad, nuestro mensnieni vuelve ya de Rom a; este ait\ l^ anuncia". Efectivamente, se P R R M n tó un cuarto aparecido, a quien 'M\ ludaron alegremente y le diriglii'm preguntas sobre Roma. Su infum i ción fue un ataque tremendo t.^n tra el Papa; Clemente V i l se luihlB aliado con lo s españoles e ¡nicnin ha acabar con la s doctrinas I I I N I > ña s no ya con razones, sino L HH tu espada española; pura gananti:i p.t
ra los demonios, que con el derra mamiento de sangre que se prepara tendrán ocasión de llevarse a los in fiernos innumerables almas. Después de estas y otras palabras en las cua les se presentaba a Roma completa mente entregada al mal, desaparecie ron los demonios y dejaron solo al poeta, que continuó triste su cami no . 2™
Quien quiera formarse una idea de la extensión del trato con los demo nios que, a pesar de los castigos mencionados en El martillo de las [brujas (Hexenhammer, de Sprenger, 1489), estaba permitido confesar pú blicamente, que acuda al muy leído ^ r o de Agrippa de Nettesheim so»re Filosofía oculta. Parece que cl tto original es anterior a su estan cia en I ta li a,^ ! per o en la dedica b a a Trithemius menciona, entre tras, importantes fuentes documenles italianas, aunque sólo sea para lesacrcditarlas, junto con las demás. [En individuos ambiguos como tañ ólos otros, nos importa muy poco el [sistema que defienden y tras el cual disfrazan con todas sus fórmulas, lumerios, ungüentos, pentáculos,
lecos de muertos,^''2 et^^ p^rQ gg^g
JjL 31 0 El modelo mítico de los magos
p los poetas de la época es Malagi%. Con referencia a esta personalidad manifiesta Pulci {Margante, canto CIV, estr. 106 y sigs.), aunque teócamente, sobre los límites del conju^ p y del poder de los demonios. Falla ¿sólo saber hasta qué punto habla en í serio (véase canto XXI). Polydorus Virgilius era italiano Ide nación, pero su obra De pradigiis -se refiere esencialmente a la superstíí C i ó n en Inglaterra, donde pasó la vida . ^ Con motivo de la presencia de los de|mon¡os, no obstante, hace una curiosa aplicación del ejemplo histórico del sacI de Roma en 1527, 23 2 E ] asesinato es rar ísimo, sin emIbargo, como fin, y acaso nunca se dé l^corao medio. Difícilmente eneontraría¡mos en Italia una remota analogía con : un monstruo como Gilíes de Retz (ha, cia 1440), que sacrificó a los demonios ! más de cien niños.
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sistema hállase, no obstante, lleno de citas de supersticiones de la An tigüedad, y por otra parte su inter vención en la vida y en las pasiones de los italianos puede ser a veces altamente significativa y rica en de ducciones. Diríase que sólo los gran des más corrompidos se entregan a semejantes aberraciones; pero la vio lencia de los deseos y las ambicio nes hacen influir también a la esfera de la magia vigorosas personalidades creadoras, pertenecientes a todas las clases sociales; basta, en rigor, la idea de que es posible establecer esas relaciones ocultas para que has ta el que se mantiene alejado de ellas se sienta quebrantada su fe en el orden moral del mundo. Con algo de dinero y algo de riesgo parecía imposible desafiar impunemente a la razón y a la moral aceptados, aho rrando de paso el esfuerzo de vencer los obstáculos que suelen interponer se entre el hombre y sus designios, lícitos o ilícitos. Consideremos por de pronto uno de los maleficios antiguos en proce so de extinción. Desde los más os curos tiempos de la Edad Media, y aun desde la Antigüedad, conserva ban algunas ciudades de Italia el recuerdo de la vinculación de su destino a determinados edificios, es tatuas, etc. Los antiguos contaban de los sacerdotes o tclestas que se hallaban presentes en las ceremo nias de la solemne fundación de las ciudades, asegurando su futura bienandanza por med io de determi nados monumentos o por la secreta inhumanación de determinados obje tos (telesmuta) de mágica viriu d. Si desde la época de los romanos logró transmitirse algo por vía oral y po pular a través de las generaciones, fueron precisamente estas tradicio nes, cuya significación había logra do mantenerse viva. Ahora bien, es natural que con el curso de los si glos el sacerdote se convirtiese senci llamente en mago desde el momento en que dejaba ya de comprenderse el aspecto rel^igioso que en la Antigüe-
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dad tenía su intervención. En algu nos de los milagros que en Nápoles se atribuyen a Virgilio-''^ sobrevive muy claramente el remoto recuerdo de un telesta, cuyo nombre susti tuyó andando el tiempo, el propio Virgilio. Así, la inclusión de la ima gen misteriosa de la ciudad en un caso no es otra cosa que un autén tico telesma antiguo, y Virgilio, au téntico fundador de las murallas de Nápoles, es sencillamente una me tamorfosis legendaria dei sacerdote que intervino en la ceremonia de la fundación. La fantasía pop ular siguió bordando frondosamente en esta urdimbre hasta convertir a Vir gilio en autor del caballo de bronce que adornó otra de las puertas de la ciudad, e incluso de la gmta de! Posilipo. . cosas todas que estable cen un concreto vinculo mágico del destino, mientras que los dos pri meros rasgos se refieren, en sentido total, al jatum más general de Ná poles. También la Roma medieval conservaba borrosos recuerdos de es ta índole. En San Ambrosio de Mi lán había un Hércules de mármol y se decía que mientras se mantu viera en su sitio duraría el Impe rio, probablemente el de los empe radores alemanes, que se coronaban en San Ambrosio.^** Los florenti nos estaban convencidos que su tem plo de Marte (transformado más tarde en baptisterio) se mantendría en pie hasta la consumación de los
siglos de acuerdo con la constelaeimí bajo la cual había sido construido en tiempos de Augusto; cierto q u i - . al convertirse al cristianismo, des¿i lojaron de allí la marmórea estatiin ecuestre de Marte, pero como su drs trucción hubiera traído sobre la eiii dad una gran desdicha —también ;\ causa de una constelación— la L O locaron sobre una torre a orillas del Arno. Cuando Totila destruyó a Ido rencia, cayó la estatua al agua, y sólo pudo ser extraída al ser f u n dada de nuevo la ciudad por Cario magno; se la colocó entonces sobie una columna a la entrada del Ponie V e c h i o . . . y allí mismo fue muerto Buondelmonte en 1215, vinculando de este modo al temido ídolo el d e s pertar de la gran lucha entre los biiii dos de güelfos y gibelinos. Cuando la inundación del año 1333 la eslii lúa desapareció definitivamente. Con idéntico telesma volvemos ;i lopar en otra parte. El mencionado Guido Bonatto, en la reconstruceii')n de las murallas de Forli no se con formó con la simbólica escena de la reccnciliación de los dos partldof. (ver pág, 2 8 5 ) , sino que con tina figura ecuestre de bronce o de pie dra, dispuesta y enterrada por ilu dios astrológicos,-^" creyó protef.'.ei para siem pre de la destrucción a In ciudad y hasta de la expugnación y el saque o. Cuando unos seis ílegenios después regía la Romana cl cardenal Albornoz (págs. 57 y sig.s,), haciendo excavaciones para determi' nadas obras, se encontró casualmeii" te la figura ecuestre y la mostraron al pueblo, sin duda por mandato <1(J| cardenal, para que se viera de (|utf medios se valía el cruel Montefelint contra la Iglesia de Roma. Pero iiie dio siglo más tarde (1410), al íraeit sar un ataque enemigo contra loill, se apeló de nuevo a la virtud tic In figura, que acaso hubiera sido s a l v i i
2:13 Ver el importante estudio de Roth sobre Virgilio como mago en la Germania, de Pfciffer, tit. IV. La su plantación del viejo telesta por la fi gura de Virgilio encontraría la más razonable explicación en el hecho de que las frecuentes visitas a su tumba, ya en el tiempo, de los emperadores romanos, darían qué pensar al pueblo. 234 Uberti. Diilamondo, lib. I I I , ca pítulo 4. •335 Lo que sigue, véase en Giovan 2S6 Sobre la superstición locáS ni Villani, 1, 42-60; II , 1 ; V. 38; XI, 1. El mismo no cree en semejanes im Annal, Foroliviens., ap. Muratori. \ ^ n cois. 207 y 238, relatado con ampli. piedades. Véase Danle, infierno, Xíll, nes en Fil. Villani. Vile, pág. 4'>. 146.
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DEL RENACIMIENTO EN ITALI A
[da y vuelta a enterrar . Sería ésla la júltima satisfacción que propor ciona rí a: al año siguiente la ciudad fue fealmente tomada. La colocación de primera piedra de los edificios ponserva aún, durante lodo el siglo (V. no sólo una relación astrológisa (vé anse páginas 28 5 y 286) , sino ma sugestión mágica. Llamaba la atención, por ejemplo, el gran nútero de medallas de oro y plata ^ue el papa Pablo II enterraba en 3S fundamentos de sus construcci oJes,^^'^ y no sin complacencia ve en silo Platina un telesma pagano. De fia significación religiosa medieval ^de estos sacrificios "-^'^ era tan poco sonsciente Pablo 11 como su biórafo. Esta magia oficial, que por lo de \ás no pasaba muchas veces de un lero eco, no llegó a adquirir ni relOtamente la importancia de la ma jia secreta con fines personales. Lo que de ella podía observarse >n mayor frecuencia en la vida co¡Sdiana nos lo ofrece Ariosto en su Bomedia del Nigromaníe.^^'* Su hé^oe es uno de los muchos judíos spañoies expulsados, aunque se hafe pasar también por griego, egip4o y africano y cambia constantelente de nombres y máscaras. Con ius conjuros puede entenebrecer el lía e iluminar la noche, mover la Herra, hacerse invisible, metamorfo[sear en animales a los seres húma los, etcétera, pero todas estas fan farronadas son como el reclamo de la industria; su verdadero fin es explotación de matrimonios desraciados, y las huellas que en taía tal deja tras sí, seméjanse a la Jaba de un c aracol o al estrago del
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granizo. Para alcanzar los fines que se propone consigue hacer creer, en efecto, que la caja donde está ence rrado el amante está llena de espí ritus y que no se dude de que es capaz de hacer hablar a un cadá ver, et c. No deja de ser un buen síntoma que novelistas y poetas pu dieran ridicu liza r a estos personajes y contar, al hacerlo, con la aproba ción de las gentes. Bandello no sólo trata los encantamientos de un frai le lombardo como un lamentable y, por sus consecuencias, terri ble fraude,""^^ sino que describe asimismo con verdadera indignación ^ ' la des dicha que acompaña casi siempre al crédulo insensato. Éste espera descu brir los tesoros que la tierra oculta con la Clave de Salomón y muchos otros libros de magia y someter con ellos a su voluntad a la dama de sus pensamientos, indagar los secretos de ios príncipes, trasladarse de Milán a Roma en un deeir ¡esús y otras co sas por el estilo. Cuantas más veces sea defraudado, con más saña, vol verá a la prueba. "Acordaos, signar Cario, de aquellos días en que un amigo nuestro, para alcanzar el fa vor de su amada, llenó su cuarto de cráneos y huesos de esqueletos, como si fuera un cementerio ". Se imponen las obligaciones más repug nantes, como, por ejemplo, extraer tres dientes a un cadáver, arrancar le una uña, etc., y cuando por fin llega el momento de! conjuro con sus manipulaciones y ceremonias, los desdichados participantes mueren a veces del susto. En el gran conjuro del Coliseo de Roma Í1532 )24í! Benvenuto Cellini
-^0 Bandello, TIL Novella 52 Platina. Vila Pontif., pág. 320; ^1 Ibíd., II L Novella 99. El conju f'veleres potius hac in re quam Pe- rador se hace garantizar el secreto por rum, Anacictum et Linum imitatus". las más solemnes promesas y por jura "-•'•^ Que, por ejemplo, se adivina mentos ante el altar mayor de san Pe juy bien en Sugerius, De consecra- tronio en Bolonia —por ejemplo—, en \¡ne ecciesiae (Duchesne, Scriptores, un monumento en que la iglesia estaba '. pág. 355), V Chron. Petershusanun. completamente vacía. Un buen surtido I, 15 y 16. de hechicerías nos ofrece también la Véase también la Calandra, de Macaroneida, cant. XVIL íibbiena. 2 ^ Benvenuto Cetlíni, I. 64.
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no murió, pero él y su compañero soportaron espantables emociones: el sacerdote siciliano que creía ver en él, probablemente, una ayuda útil para el futuro, ya de regreso tuvo la gentileza de confesarle que nunca había tropezado con un hombre de más firme valor. El relato mismo puede ser interpretado diversamente según quien lo sea. Lo decisivo fue ron sin duda sus narcóticos vapores y la fantasía, preparada de antema no del modo más tremendo. Así se explica que el adolescente que les acompañaba, que fue el más impre sionado por el espectáculo, fue tam bién el que con más detalle lo vi o. Pero que quien deseaba ver más era Benvenuto, debemos suponerlo por el hecho de que en la peligrosa inicia ción no se advierte en él otro incen tivo que el de la curiosidad. Ténga se presente que la bella Angélica no aparece hasta que Benvenuto se acuerda de ella, y aun entonces el mago le dice que al lado del des cubrimiento de tesoros los amoríos son pura vanidad. No debe olvidar se, finalmente, que habría halagado a su presunción poder decir que los demonios habían cumplido la pala bra entregándole a Angélica exacta mente un mes después, como habían prometido (capítulo 68 ), Pero aun habiendo Benvenuto fantaseado, in clinándose poco a poco a mentir, la historia sería siempre de permanen te valor como ejemplo de las ideas que imperaban. Por lo demás, no se entregaban fácilmente a la magia los artistas ita lianos, ni siquiera los "raros, extra vagantes y caprichosos". Es cierto que uno se cortó un jubón de la piel de un cadáver, aprovechando el estudio anatómico, pero se dejó persuadir por el confesor y lo intro dujo luego en una sepultura ^'^^... Precisamente el frecuente estudio de
los cadáveres era lo más apropiaiitpara echar por tierra la creencia en la virtud mágica de alguna de SUM partes, mientras la constante contem plación e imitación de la forma re velaba al artista la viabilidad de unn magia de muy distinta índole. En general y a pesar de estos ejemplos, la hechicería disminuyó vi siblemente a principios del siglo X V Í , es decir, en una época en que co menzaba a florecer fuera d e Italia, Así, pues, las correrías de los magos y astrólogos italianos por el Norte parecen iniciarse cuando ya en su patria nadie confiaba demasiado en ellos. Fue el siglo xiv el que creyó indispensable la estrecha vigilancia del lado del Monte de Pilatos, jun to a Scariotío, para impedir que los hechiceros consagraran allí sus libros.=^** En el siglo xv pudieron ocu rrir cosas como la proposición de provocar grandes lluvias para disper sar cl ejército que ponía sitio a una ciudad; pero ya entonces el caudill o' de la ciudad sitiada —Niccoló Vite lli en Cittá di Castcllo — tuvo la su ficiente cordura para rechazar a los fabricantes de lluvia como gentes i m p í a s . E n e l siglo xvi no tras cendieron ya estas cosas oficialmen* te, aunque en la vida privada la hechicería siguiese todavía haciendo
Uherti. 11, Ditamondo, II I, cap, i. V isita también Scario tto, en la mar ca de Ancona, el pretendido lugar de nacimiento de Judas, y dice a este pro pósito: "N o debo dejar de mencionar aquí el Monte de Pilatos, con su lago, donde, durante el verano, hay constan temente guardias que se relevan con regularidad, pues quien entiende de magia trepa a esas alturas para con sagrar su libro, y con tales ocasícino* se levantan grandes tormenta^, scui'ni afirman las gentes del lugar." *La cmi sagración de los libros —como ya ha dicho en la pág. 296—, era U I I H ceremonia especial y distinta' del con junto propiamente dicho. 243 Vasari, VIH, 143. VHa di An 2^5 De obsedione Tiphernaíiu0, 1474 drea da Fiesole. Se trataba de Silvio Cosini, que se dejó embaucar por "las (Rerum Ital, script. ex fhrent. ct'diciinvocaciones mágicas y otras sandeces". bus, tomo I I) .
e:^tragos; a esta época pertenece el representante clásico de la magia alemana; el docto r Johann Faust, lientras que el de la italiana, GuiBonatto, se remonta al siglo xiii. No debemos olvidar aquí, ciertalente, la observación de que la lisminución de la fe en conjuros invocaciones no dio lugar a un aumento de la fe religiosa y a un afianzamiento del orden moral en la ^ida humana; en muchos acaso sólo iejó un turbio fatalismo, tal como >curriera cuando la fe en las estre na s empezó a languidecer. Podemos perfectamente pasar por p i t o algunas formas secundarias de les quimeras: la piromancia, la quipomancia,^" etc.. que adquirieron cierto auge al declinar la fe en la strología y en los conjuros; aun incipiente fisognómica no llegó a ^ner, ni mucho menos, el interés lue la simple mención de la palaira suscita. No surgió como hermala y amiga de las artes plásticas y ie la psicología aplicada, sino com o jn nuevo géne ro de superstición, es lecir, como rival reconocida de la itcrpretaeión astrológica, que es lo ^ue parece haber sido ya entre los árabes. Bartolomeo Cocle, por ejemautor de un manual de interpreación fisognómica, se llamaba a sí lismo melcpóscopo,^''' y su ciencia, la expresión de Jovio, mere cía ser tenida por una de las más ilustres artes liberales. Cocle no se :onformaba con comunicar sus vati:Ínios a los inteligentes que le con sultaban a diario, sino que escribió in arriesgadísimo "índice de aquecuya vida está amenazada por grandes peligros". Jovio, aunque enf^ejecido en la ilustración d e Roma -ifi hac luce romana!— encuentra, embargo, que los vaticinios con. ^8 Esta superstición, muy extendida itre los soldados (por el año 1520), , ridiculiza Limemo Pitoco en el Ormdino, cap. V, estr., 60. Paulo Jovio, Elogia Ut. sub voce
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tenidos en aquel libro se cumplieron demasiado.2^8 Es cierto que con es te motivo nos enteramos también de cómo se vengaban de los profetas aquell os a quienes se referían tales vaticinios. Giovanni Bentivoglio hizo colgar de una maroma que pendía de una alta escalera de caracol y ba lancearle cinco veces a uno y otro lado, dando cada vez en la pared, a Lucas Gauricus, porque había vati cinado el fin de su régimen; Ermes Bentivoglio mandó asesinar a Cocle porque el desdichado metopóscopo había pr ofetizado, contra su vo luntad, que Ermes sería desterrado y perecería en una batalla. Parece que había vaticinado también que su propio asesino cometería pronto un ignominioso crimen, y éste tuvo el sarcasmo de recordárselo cuando agonizaba. Un fin semejante tuvo el reanimador de la quiromancia. Antíoco Tibero de Cesena,^'» por mandato de Pandolfo Malatesta, de Riminí, a quien había profetizado lo más ingrato que para un tirano puede imaginarse: la muerte en el destierro y en la última miseria. Ti berio era un hombre de ingenio de quien podía suponerse que procedía más atin según una fina penetra ción humana que por procedimien to quiromántico. Le apreciaban, por alta cultura, hasta aquellos mismos eruditos que no hacían caso de sus adivinaciones. La alquimia, finalmente, que en la Antigüedad sólo muy tarde se mepi,^.
248 Es evidente que en Jovio habla allí el entusiasta coleccionista de re tratos. Lo hizo por interpretación astro lógica, pues desconocía la meíoposcopía; por lo que se refería a su propio destino, hubo de atenerse al vaticini o de Cocle, pues su padre había descui dado anotar su horóscopo. Paulo Jovio, /. c , s. V. Tibertus. 201 Lo más indispensable sobre es tas formas secundarias de la mántíca en Comelio Agrippa, D e occulta philo sophia, caps. 57 y 52.
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ciona bajo Diocleciano, representa un papel secundario en el apogeo del Renacímíento."^2 Anteriormente había pasado Italia por esta enfer medad. En el siglo xiv, con motivo de su polémica contra ella, confie sa Petrarca que las prácticas de la transmutación están muy difundi das.-*^ Pero desde entonces había ido haciéndose en Italia cada vez más raro el tipo especial de fe, de abnegación y aislamiento que la al quimia exige, mientras los italianos mismos y otros adeptos empezaban a explotar en el Norte a los gran
des señores.2''-* Bajo León I , eniri? los italianos se llamaba, a los po eos que aun se consagraban i i estas prácticas, "ingenia curiosa", v Aurelio Augurelli, que dedicó al l'a pa su poema didáctico de la á t i i i ü transmutación, tan desdeñoso del M K V parece que recibió como recompc i ,i una bolsa magnífica, pero vacía. I a mística de los adeptos, que aparte i 'l oro, se interesaban sobre tod o por la piedra filosofal, prenda universal de dicha, es un tard ío y nórdic o brouque se nutre en las teorías de Parii celso y de otros autores semejanles.
V. CRISIS GENERAL DE L A FE
En estrecha relaci ón con estas supers general resulta por sí mismo eviden ticiones, no menos que con el pensa te, pero, además, históricamente ic miento antiguo, en general, está la tificado. Son aquellos de quieiu • crisis que sufre la fe en la inmorta Ariosto dice que más arriba del le lidad del alma. Esta cuestión tiene cho que los cobija no creen cn nii además relaciones mucho más ex dn^m En Italia, sobre todo en Mu tensas y profundas con el desarro rencia, el incrédulo podía vivir (riiii llo del espíritu moderno, tomado cn quilo —aunque su incredulidad fuem conjunto. reconocida— con tal que no ll e ;'ai Una de las causas más importantes a vías de hecho en la hostiliÜLi ! de las dudas respecto a la inmortali recta contra la Iglesia. Pudo MK. dad, era, por lo pronto, el deseo de der, por ejemplo, que el conlesm no tenerle que agradecer ya nada a que ayudaba a bien morir a uv la odiada institución eclesiástica, tal lincuente político se informasi. como era y como se mostraba. He de pronto, de si creía, "pues IKIIHU mos visto que la iglesia llamaba epi circulado el falso rumor de que no cúreos a los que pensaban así (pá tenía fe".-''''^ ginas 277 y sigs.). En el momento -"^4 Pasaje importante en Tritbeili de morir puede ser que algunos re clamaran los sacramentos, pero eran Ann. Hirsaug II , páginas 286 y ni guicntes. innumerables los que durante su vi •2ü^> "Ñeque enim desuní", se d' da, sobre todo durante sus años de Jovio, Elog. lit. s. v. Poiiipi>n mayor actividad, vivían y obraban Paulo Garícus, véase ibid., s. v. Auivl .\\\ de acuerdo con aquella premisa. Que gurellus, Macaroneida, phant. XI!. esto tenía que determinar necesaria 2ñifi Ariosto. soneto 34 "non rivdi'í mente en muchos una incredulidad sopra it tctto", el poeta lo }ip\u.\ nn' lévolamente a un funcionariti qi 251! Libri, Historie des sciences ma- bía de cidido cn contra suya asunto de intereses. thématiques, I I , página 122. Narrazione del caso 'del -2i53 " MOVÍ nihil narro, mos est publicus" (Remed. utriusque jortunae. cn Archiv. Stor., 1. págs. 273 y ; pág. 93, una de las partes de este expresión corriente era "non av%¡ . libro escritas con gran vivacidad y véase Vasari, Vi l , pág. 122, Vita ; Fiero di Cosimo. "ab ¡rato").
LA CULTURA
DEL RENACIMIENIÜ
El pobre pecador de quien aquí se aquel Pierpaolo Boscoli (men cionado en la pág. 53), que en 1513 participó en un atentado contra la casa de IVIedici recién restaurada cn el poder, ha llegado a convertirse en un ejemplo representativo en la confusión religiosa de la época. Por influencia doméstica inclinado a Sa vonarola, se había dejado inflamar, no obstante, por los ideales antiguos de libertad y, en general, del paga nismo. Pero ya en el calabozo ei par tido familiar le toma por su cuenla y le procura a su manera un bien aventurado fin. El piadoso testigo y cronista de este hecho es el erudito filólogo Luca, perteneciente a la fa milia de artistas della Robbia. "¡Ay! —suspira Boscoli— sacadme a Bruto de la cabeza para que pueda hacer mi camino como cristiano." A lo que responde Luca: "SÍ tú lo quieres, no es difícil; considera que los hechos de los romanos no nos han sido transmitidos en forma sencilla, sino idealizados (con arte accrescíute) ". El desdichado impone a su entendi miento la obligación de creer y se lamenta de que la fe no brote en él espontáneam ente. Cree que si pudie ra pasar un mes con buenos frailes acabaría tal vez sintiéndose ganado por el fervor religioso. Se demuestra en ello, curiosamente, el escaso co nocimiento que tenían de la Biblia los partidarios de Savonarola; Bos coli sólo sabe el padrenuestro y el avemaria e insta a Luca con apre mio para que aconseje a sus amigos cl estudio de las Sagradas Escrituras, pues el hombre no sabe al morir si no lo que ha aprendido en la vida. Entonces Luca le lee y comenta la Pasión según el Evangelio de San Juan; caso extraño, al pobre le pa rece evidente la divinidad de Jesu cristo; pero no logra comprender su humanidad; quisiera poder concebir la con evidencia incontestable, "co mo sí el propio Jesús saliera de un bosque a su encuentro." Entonces su amigo le aconseja humildad, pues estas dudas le son sugeridas por cl trata,
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diablo. Luego acude a su memoria un voto de juventud incumplido: una peregrinación a la Impruneta. pero su amigo le promete cumplirlo por él. Entre tanto, llega el confe sor, un fraile del convento de Sa vonarola, según el condenado había pedido, y le hace la exégcsis del cri terio de Santo Tomás de Aquino so bre el asesinato del tirano (a que ya nos hemos referido antes); con la correspondiente admonición para que soporte la muerte con fortaleza. A lo que Boscoli replica: "Padre, no perdáis el tiempo en aconsejármelo, que para ello me bastan los filóso fos; ayudadme tan sólo a soportar la muerte por el amor de Cristo." El resto, la comunión, la despedida y la ejecución, está descrito en for ma conmovedora. Un rasgo es dig no de notarse; en el momento de entregar Boscoli su cabeza al ver dugo, rogó a éste que aguardase to davía un instante, y la razón era "que durante todo cl tiempo (desde que le fue comunicada la sentencia) había aspirado a una íntima unión con Dios sin -alcanzarla tal como él la apetecía y esperaba que cn este instante, con un esfuerzo supremo conseguiría alcanzarlo". Parece que fue una frase de Savonarola la que, mal entendida, habría sembrado la inquietud en su alma. Si conociéramos raás confesiones de este estilo poseeríamos una vi sión de la época mucho más rica en rasgos característicos que la que pueda brindarnos ningún tratado ni poema alguno. Veríamos mejor aun hasta qué punto era fuerte el im pulso religioso innato, cuan subjeti va —y cuan vacilante también— la actitud del individuo respecto a lo religioso en sí, y qué formidables enemigos se enfrentaban a este sen timiento. Que hombres de esta con textura íntima no estuviesen llama dos a fundar una nueva Iglesia es innegable, pero la historia del espí ritu occidental quedaría incompleta sin la consideración de esta época de fermentación de los italianos, pu-
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diendo ahorrarse tranquilamente la de otras naciones que no tuvieron ninguna participación en la evolu ción del pensamiento. Pero hemos de retornar al prohlema d e la in mortalidad. Si la incredulidad, en este aspec to, llegó a desempeñar tan importan te papel entre los individuos más al tamente desarrollados, debióse ello, además, a! hecho de que la gran misión terrenal que suponía el des cubrimiento del mundo y su repro ducción por la palabra y por la ima gen polarizaba y monopoliza ba, en gran medida, todas las energías sí quicas y espirituales. A este aspecto necesariamente secular del Renaci miento nos hemos referido ya (pág. 253). Pero es que, además, de esta apetencia de investigación y de ar te, surgió un general espíritu de du da y de interrogación. Si éste daba escasa fe de vid a en la l iteratur a, si en la crítica de la historia biTílica, por ejemplo, sólo se manifestaba de modo incipiente y aislado (pág. 279), no se crea por ello que no existiese. Lo que ocurría es que su voz quedaba ahogada por la mencio nada apetencia descriptiva y plástica en todas las disciplinas, es decir, por cl impulso artístico positivo; sentía además, la coacción de la potestad fiscalizadora de la Iglesa, todavía operante, en cuanto se trataba de teorizar. Ahora bien, este espíritu de duda, por razones que son demasia do evidentes por sí mismas para que sea necesario explicarlas, debía de considerar ineludible y preferente mente el problema de la situación después de la muerte. Y añadíase aún la influencia de la Antigüedad, que tuvo aquí una do ble significación. En primer lugar, se luchaba por asimilar la psicología de los antiguos y se exprimía el sen tido literal de Aristóteles para obte ner una aclaración decisiva. En uno de los diál ogos de la época a la ma nera de l-uciano.^'»^ Caronte refiere
Joviano Pontano, Charoii.
a Mercurio que cuando conducía en la barca a Aristóteles le preguniL> sobre su fe en la inmortalidad; cl cauto filósofo, aunque se veía sobre viviendo a la muerte física, no qtii so comprometerse con una respuesta clara: ¡considérese lo que tenía que ocurrir al cabo de los siglos con la interpretación de sus escritos! Con tanto mayor celo se discutió sobti su opinión —y sobre la de otros e' critores antiguos— en lo que atañe a la verdadera condición del alma, ii su origen, a su preexistencia, a sn unidad en todos los seres humann;. a su eternidad absoluta, hasta a su transmigraciones, y no faltó quien planteara desde el pulpito todas es tas cuestió n es .259 El de bat e, en geni' ral, llegó a adquirir caracteres muy ruidosos en el transcurso del siglo XV ; unos demostraban que, con toda certeza, según la doctrina de Aristn teles, cl hombre tiene un alma iii mortal;2 . en la oración fúnebre de Franccseu Sforza, cita una abigarrada serie de testimonios de filósofos árabes, a ía vor de la inmortalida d y termina su argumentación que ocupa folio y me dio de apretada letra, con esta brc\e frase: "A demás tenemos el Antiguo y el Nuevo Testamento que eshin por encima de toda ver dad ".^ - IVn su parte los platónicos florentini'alegaban la teoría de las ideas dt Platón como esenciales suplementos a la doctma de Cristo (en Pico, por ejemplo). Pero los adversarios ensor decían el mundo de la cultura con sus opiniones. A principios del siglo XV I el escándalo levantaba va talen ^™ Faustino Terdoceo, Triumpliiis lib. IL ^ ^ Como Borbone Morosini. por 11 ano 1460, véase Sansovino. Veui'zuí lib. x n , pág, 243. -•í' Vespasiano Florentino, pág. ?W Orationes Pkitelph¡. fol. 8.
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más allá de los grandes hombres, en un más aUá inundado por la armonía de las esferas. Este cielo pagano, en pro del cual fueron des cubriéndose, poco a poco nuevos testimonios de los antiguos, fue des plazando gradualmente al cielo cris tiano en la misma medida que el ideal de la grandeza histórica y de la gloria a los ideales cristianos de la vida; y este proceso se desarrolla sin herir ningún sentimiento, como lo hacía la doctrina de la completa anulación de la personalidad. Ya Pe trarca funda su esperanza en este Sueño de Escipión, en otras maninifestaciones de los escritos da Ci cerón y en el Fedón platónico, sin mencionar la Biblia.^'" En otro lu gar pregunta: "¿ Por qué, como cató lico, no he de compartir una espe ranza que aparecía aceptable entre los paganos?" Algo más adelante Coluccio Salutati escribió sus Trabajos de Hércules (esta obra ha llegado a nosotros manuscrita), en cuyo final se asegura que aquellos espíritus enérgicos que han conseguido supe rar las innumerables fatigas de la vida sobre la Tierra, ya por este motivo tienen ganada, como un de recho, su morada en los astros.^*'^ Si Dante se atuvo aún severamente al criterio de que los más grandes entre los paganos, a quienes él, se guramente, concedía el paraíso, no debían salir, sin embargo, del lim bo, situado a la entrada del Infierno.^*** ahora la poesía tendía ambas manos hacia las nuevas y libe rales ideas sobre el más allá. En el poe ma dedicado a su muerte por Ber -*^.Septina Decretáis, lib. V, tit. III . nardo Pulci, Cosimo el Viejo es rccap. 8. Petrarca, Epp jam., IV, 3 (pág. Ariosto, Orlando, canto V I I , estr. 6L En deformación ridic ula: Orlandi 629), y I V, 6 (página 632). Fil. Villani, Vite, pág. 15. Este no, cap. IV, estr. 67 y 68. Gariteo, miembro de la Academia napolitana curioso pasaje, en el que la servidurtide Pontano, utiliza la preexistencia de bre del trabajo y el paganismo coinci las almas para exaltar la misión de la den, dice así: "Che agli uomini fortisdinastía aragonesa. Roscoe, Leo X, ed. simc, poiché hanno vinto le monstruose fetiche della térra, dcbitamente sleno Bossi, 11, pág. 288. date le stelle". -«•^ Orelli, ad. Cic, Re republ, lib. 208 Inferno, IV , 24 y sigs. Véase VI. Véase también Lucano, Farsalia, Purgatorio, V I I . 28; X X I I , 109. IV, comienzo.
ecos en el ámbito de la Iglesia que León X , en el Concilio lateranense de 1513, hubo de promul gar una constitución - "^ en favor del dogma de la inmortalidad y la individua lidad del al^ma, esto último contra los que enseñaban que el alma era una sola en to dos los hombres. Po^ eos años después se publ icó un li bro de Pomponazzo, que demuestra la imposbilidad de una prueba filo sófica de la inmortalidad del alma, lo cual dio lugar a refutaciones y apologías, avivándose y complicán dose así la disputa, que sólo ante la reacción católica se extinguió. La preexistencia de las almas en Dios, concebida poco más o menos según la teoría platónica de las ideas, si guió siendo durante mucho tiempo un concepto muy difundido, y los poetas, por ejemplo, sacaron de ello gran partído.^"^ No se detenían a considerar las consecuencias que de él se derivaban en cuanto a la su pervivencia después de la muerte. Otra influencia de la Anrigüedad se revela de manera muy especial a través de aquel curioso fragmento [del sexto libro de La república, de Cicerón, conocido bajo el nombre de Sueño de Escipión. Sin el comen tario de Macrobio es probable que no hubiera llegado a nosotros, co mo no ha llegado la segunda parte de la obra ciceroniana; pero mer ced a él se difund ió en innumera bles cop ias "•^'s y fue desd e lo s co mienzos de la tipografía impreso y comentado con renovado afán. Es la descripción de la glorificación en cl
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cibidü en él cielo por Cicerón, a quien también se llama "Padre de ía Patria", por Curión, por los Fabios, por Fabrieío y muchos otros; junto con ellos será ornamento del coro, donde cantan sólo las almas sin tacha.2^ Pero había también en los autores antiguos otra y menos grata imagen del más allá: el reino de las sombras de Homero y de aquellos poetas que no habían suavizado ni humanizado esta concepción. Este reino de las sombras no dejó de producir impre sión en ciertos espíritus. En alguna parte-'' '' Joviano Pontano pone en labios de Sannazaro la historia de una vis ión que tuvo una madruga da, estando aún m edio dorm ido. Se le apareció en ella Ferrandus Januaríus, amigo suyo, ya difunto, con quien en su tiempo había dialoga do sobre la inmortaÜdad del alma; al verle de nuevo ante sí le pre guntó si la eternidad y eí espanto de los castigos infernales respondían a la verdad. Al cabo de un silencio la sombra le contestó totalmente de acuerdo con Aquíles ante la pregun ta de Uliscs: "Puedo decirte y ju rarte que no otros, los desterrados de la vida física, sentimos el más fuerte deseo de volver a ella". Di cho l o cual, saludó y desapareci ó. No hay duda que semejantes ideas sobre el estado que sigue a la muer te presuponen en parte la anulación de los más específicos dogmas cris tianos, y en parte son causa de ello. Para profesar los conceptos de pe cado y redención debían de haberse desvanecido por completo. No debe mos dejarnos desorientar por los éxitos de los predicadores y por las
^f'' A este cielo pagano se alude también muy claramente en el epita fio del escultor Niccoló dcll'Arca: A'iííif íe rraxitr.ies, ¡'letihiis, Polycletus i\(li¡ri\>i! Mirnninrqtie tuií\, ii Xirolae, mavii.'..
En Burseili, Ann. Bonon, Muratori, XXIII, col. 812, En su tardío escrito Actius.
epidemias de expiación y pcniíen cia a que nos hemos referido en su lugar (capítulo II de esta Pin te), pues aun co ncedie ndo que l;e. clases individualmente desarrollad,! hubiesen participado en ellas c o i i i i los demás, debe tenerse en cuenia que había de reducir la causa prin cipal a una necesidad emotiva, a mi desbordamiento de naturalezas exal ladas, al terror producido por gran des desastres, al afán de clamar al ciclo pidiendo misericordia. Al dvs pertar de la ciencia no era forzoM' que siguiesen, ni mucho menos .1 sentimiento del pecado y el anhelo cli redención; ni una fuerte penitencia exterior presuponía nccesariamen 1 1 el arrepentimiento en cl sentido cris tiano. Cuando algunos espíritus del Renacimiento, vigorosamente desa rrollados, nos refieren que su prin cipio es no arrepentirse de nada,^"' eso puede, ciertamente, referirse muy bien a asuntos indiferentes desde el punto de vista moral, a un procedei torpe c inadecuado, por ejemplo. Ahora bien, este desdén del arre pentimiento se extenderá por sí mis mo a la esfera ética e n cuanto le atribuyamos un origen general y co mún; el sentimiento se extenderá por sí mismo a la esfera ética en cuanto del propio vigor individual. El cris tianismo pasivo y contemplativo, con su referencia constante a un mundo ultraterreno y superior, no prcdonii naba ya en la conciencia de esto^ hombres. Maquiavelo avanza toda vía un paso en sus deducciones, sen tando eí criterio que tampoco para cl Estado y la defensa de su libei tad el cristianismo puede ser útií.-"Ahora bien, ¿qué fisonomía adop tó el sentimiento religioso fuerte, a pesar de todo, en las natural^ziiM más vigorosas? La del teísmo -ó la ^ 1 Cardano, De propria vilu.' cay. 13: "No n poenitere úlHus reí quam v o
luntaric effecerim, ctiam quae male ctt sisset"; "sin esto sería el hombre ináü desdictiado". Discorsi, lib. IT, cap. II .
LA C U L T U R A D E L R E N A C I M I E N T O E N ITALIA
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fiesta esta modalidiid con realidad conmovedora. De los últimos años de Firenzuola. que los pasó aqueja do do grave dolencia, nos han que dado algunos apostrofes a la Divini dad, en los cuales incidentalmente. se manifiesta com o creyente cristia no, pero sin que logre borrar con ello la impresión general de una pu ra concienci a teísta.-'^" No concibe su dolencia c omo expiac ión de una culpa, ni como prueba y prepara ción para el otro mundo, sino como un asunto entre él y la Divinidad sola, que ha puesto entre el hom bre y su desesperación el poderoso apego a la vida: "Mi maldición va contra la naturaleza solamente, pues tu grandeza me prohibe nombrar l e . . . A Ti clamo. Señor: ¡dame la muerte, dámela!" La prueba concluyente de un teís mo desarrollado y consciente la bus caremos en vano en este y parecidos testimonios; estos hombres creían, en parte por lo menos, ser todavía cristianos, y respetaban además, por diversas razones, las doctrinas impe rantes de la Iglesia. Pero en los días de la Refor ma, en que las ideas se vieron obligadas a dilucidarse y de purarse, esta modalidad del pensa miento llegó a una más clara con ciencia de sí misma. Cierto número de protestantes italianos se revela ron como an ti trinit arios, y los socinianos, en lejanas tierras, hicieroLi el intento memorable de constituir una Igl esia en este sentido. De todo '^'^^ Del governo della jamiglia, pág. lo expuesto se desprende, pues, que además del racionalismo humanísti 114. Como ejemplo, tomamos de la co, hinchaba esta vela el aliento de Coryciana esta breve oda de M. Anto otros espíritus. nio Flaminio: Uno de los centros de toda esta Uii quibití tam t.oryíiits uentisla ideología teísta ha de verse en la Signa, lam divrs posuit íacelhim, Academia Platónica de Florencia, y Ulla f^/ veslTos aui«' sérvate dm: .wtectam Las obras teóri cas y las mismas epís Vos duíe fl semprr rñdriíiem el interno tolas de aquellos hombres sólo nos U.\que madentem.
iel deísm o, según los casos. Este
iltimo habrá obedecido al pensalicnío que elimina el elemento crisliano sin buscar —o sin encontrar— rnada que los sustituya en el senti[miento. En el teísmo, por su parte, reconocemos una elevada y devota Ireferencia positiva al Ser divino desIconocida por ía Edad Media. No ex[cluye el cristianismo, y puede comíbinarse en todo momento con su [doctrina del pecado, de la redención |y de la inmortalidad, pero sin ella [existe también en las conciencias. A veces el teísmo se manifiesta |con pueril ingenuidad, hasta con un |accnto semipagano: Dios se le apa rece como la potestad que debe sa tisfacer sus deseos. Agnolo Pandol fini nos cuenta cómo después de la )oda -'^ se encerró con su esposa y se arrodillaron ambos ante cl altar loméstico de la Virgen María; pe to no lezaron a la Madonna, sino Dios, pidiéndole que les concedie ra el buen uso de sus bienes, larga |convivencia en contento y armonía, numerosos descendientes varones; f'para mí le pedí a Dios riquezas, "imistades y honores; para ella inte gridad, honestidad, y que le concé dese el don de ser una buena ama le casa". Si a esto se añade una acuIsada arcaización, nos veremos en di[ficultades para separar de la fe teísta (el estilo pagano.-"'* También en la desdicha se mani-
.41 siiHul lone
37C Firenzuola, Opere, vol. IV, págs. 147 y sigs.
310
TACOB BURCKHARDT
ofrecen un aspecto de su carácter. Es verdad que Lorenzo, desde la juventud hasta sus últimos días, se expresó siempre como cristiano dog mático y que Pico della Mirán dola llegó a dejarse influir por Sa vonarola y a experimentar una ten dencia al ascetismo monacal 2 " Pero en los himnos de Lorenzo,-que es tamos tentados a considerar como el resultado supremo del espíritu de es ta escuela, el teísmo deja oír sin re servas su voz, y lo hace a través de una con cepció n que se esfuerza en contemplar el mundo como un gran cosmos moral y físico. Mien tras los hombres de la Edad Media ven el mundo como un valle de lá grimas que el papa y el emperador deben custodiar hasta el advenimien to del Anticristü, mientras los fata listas del Renacimiento alternan en27fl Nic. Valori, Vita di Lorenzo, pas sim. Véase la hermosa instrucción a su hijo el cardenal Giovani en Fabroni, Laurentius, nota 178, y los suplemen tos a la Vida de Lorenzo, de Roscoe. lo. Pjci Vita, auct.. Jo. Franc. Pico. Su Deprecatio ad Deum en D e
tre épocas de formidable energi. v épocas de resignación triste o de 11 I>erstición, brota aquí, en un cíkíi lo de espíritus escogidos,2T9 ¡a idr-i de que Dios creó el mundo v i s i b i i por am or, que es una imag en di I modelo preexistente en Él, y Dios seguirá infundiendo vida y nm vimiento al mundo, renovándolo ;tii tregua. El alma individual potl y. 1 reconociendo a Dios, reunirlo en n estrechos límites, pero medíanle il amor podrá también dilatarse en cl infinito hasta Él, encontrando asi en ello la dicha y la bienaveiiMi ranza del alma sobre la Tierra, Encontramos aquí resonancias di la mística med ieval , mezcolanzas eon doctrinas platónicas y con rasgos pi. culiares de espíritu moderno.. . Ai .,i so se nos brinde, maduro, en csie haz, u no d e los frutos sup remos
gante, Pulci se enfrenta seriamente ,il
liciae poetarum italorum. guna vez con las cosas relig iosas, es cmu Son l os cantos siguientes: Ora- aplicable al canto XVI, estr. 6. irLi zioni ("Magno Diopper la cui costante oración deísta de la hermosa pagan.i Icgge, etc.", Roscoe, Leone X, ed Bossi, Antea es acaso la más contunden^ V I I , pág. 120): el Himno ("Oda il sa expresión de la modalidad ideológica cro imno tutta la natura, etc.", en Fa vigente en el círculo de Lorenzo iV broni, Laurentius, nota 9 ) ; L'altercazio- Magnífico; en cierto modo queda c i m ne (Poesie di Lorenzo magn., I, pág. plctada por los discursos d el demoiiio 265); en esta colección se incluye tam Artarote, que hemos citado en pá^.•^. bién los demás poemas mencionados. 276 y 278, y nota 132.
D I C E
N
G E N E R A L
vil
'ROLOGO PRIMERA P A R T E
EL ESTADO COMO OBRA DE ARTE Situación política de Italia en el siglo Xll.— El Estado normando bajo Federico II.—Ezzelino da Romano . II. T I R A N Í A S D E L S I G L O X I V : Las finanzas y su relación con la cul tura.—El ideal del monarca absoluto.—Peligros internos y ex temo s de la tiranía.—Juicio de los floren tinos acerca de la ti ranía.—Los Visconti llí. T I R A N Í A S D E L S I G L O X V : Intervención y visitas de los empera dores.—No son atendidos sus clamores.—La ileghimidad.— Fundación de Estados por condottieros.—Relaciones entre se ñores y condo ttieros.—La familia Sforza. —Giacomo Piccini no.—Tardíos intentos de los condottieri I V. L A S P E Q U E Ñ A S T I R A N Í A S : Los pequeños señoríos.—Los Baglioni de Perusa.—Sus disensiones internas y la masacre de 1500.— Su declinación.—Los Malatesta de Rímini.—Petru cci de Siena. \ ' , L A S G R A N D E S D I N A S T Í A S : L O S aragoneses de Nápoles.—E l últi mo Visconti de Milán.—Francesco Sforza y su ventura.—Ga leazzo María Sforza y Ludovico el Moro.—Los Gonzaga de Mantua.—Federico de Montefeltro, Duque de Urbino.—Bri llante final de la corte de Urbino.—Los Este de Ferrara.— Venía de empleos; orden y cálculo.—Desarrollo de la perso nalidad.—Policía y control.—Zampante, el jefe de policía.— Participación del pueblo en el duelo del príncipe.—Pompa de la corte.—^Mecenazgo de los Este V I . Lo s E N E M I G O S D E L A T I R A N Í A : Los últimos güelfos y gibelinos.—L os conspirado res.—El asesinato en el templ o.—E l pa trón de la ciudad.—Influencia de los tiranicidas de la Anti güedad,—Catilina como ideal.—Florencia y los tiranos.—El pueblo y el tiranicida : ' ^ \ \ . L A S REPLiBLiCAS: V E N E C I A Y F L O R E N C I A : Venecia; sus habi tantes.—P eligros de la noble za pobre.—Causas de la estabili dad de Venecia .—El Consejo de los Diez.—•Relaciones con los condottieri.—Optimismo de la política exterior de Venecia.— La patria de la estadística.—Retraso en el Renacimiento.—De voción medieval a las reliquias.—Florencia.—Conciencia políI,
I N T R O D U C C I Ó N:
311
1
5
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15
19
30
Ji'í
L A C U L T U R A D E L R E N A C L M I L N T O E N I T A L I A ÍNDIC E
tica objetiva.—Dante como políti co.—Florencia en estadísticas: los dos Villani.—La peste negra. —Estadí stica y cultura.—^Cons tituciones florentinas.—Los historiadores.—Vicio fundamental del Estado toscano.—Teorizantes políticos.—Maquia velo y su proyecto de Constitución.—Siena y Genov a "-.i V i n . P O L Í T I C A E X T E R I O R D E L O S E S T A D O S I T A L I A N O S : Envidia hacia Venecia.—Relaciones con oíros países: simpatía liacia Fran cia.—Ensayo de un equilibrio de poder.—Intervención extran jera y conquistas.—A lianzas con los turcos.—Contrainfluencia de España.—Objetividad de la política,— Arte de la diplo macia .;.| IX. LA G U E R R A C O M O O B R A D E A R T E : Las armas de fuego.—^Mili tares profesionales y diletantes.—Desastres de la guerra '/•> X. EL P A P A D O Y S U S P E L I G R O S : Relaciones del Papado con Italia y con los países extranjeros.—Peligros peculiares del Papado.— Disturbios en Roma desde los tiempos de Nicolás V.—Sixto IV , dueño de Roma.—Planes del cardenal Riario.—El nepotis mo.—Estados de los nepotes en la Romana.—Cardenales prín cipes de casas reinantes.—Inocencio V I I I y la simonía.—Venta pública de mercedes.—Alejandro VI como español.—Relacio nes con los países extranjeros.—César Borgia y sus relaciones con su padre.—Su objetivo final.—Los medios irracionales.— Asesinatos y envenenamien tos.—Los últimos años.—Julio l í como salvador del Papado.—Su personalidad.—^Elección de León X.—Sus peligrosos proyectos políticos.—Peli gro crecien te del exterior.—Adriano VI.—Clemente VII y el saco de Ro ma.—Consiguiente reacción.—Conduela de Garios V.—El Pa pado de la Contrarref orma , ^7 F I N A L . L A I T A L I A D E L O S P A T R I O T A S
SEGUNDA
71
PARTE
DESARROLLO DE L INDIVIDUO
1.
PERSONALIDAD : El hombre medieval.—El despertar de la per sonalidad.—El tirano y sus subdito s.—Indiv idualis mo en las 71 Repúblicas.—Destierro y cosmopolitismo II . M A D U R E Z D E L A P E R S O N A L I D A D : Capacidad múltiple,—Carácter del siglo XV.—El hombre universal; Leone Battista Alberto. 76 l i l . E L S E N T I D O M O D E R N O D E L A G L O R I A : Opinión de Dante acerca de la fama.—La celebridad de los humanistas: Petrarca.—Cul to de los lugares de nacimento y de las tumbas.—Culto de los ,. grandes personajes de la Antigüedad.—L iteratur a de la fama ' local: Padua.—Leyenda e historia.—La literatura como dispen sadora de la fama.—Pasión morbosa por la fama •. 79
IV .
L A B U R L A Y E L S A R C A S M O M O D E R N O S : Burla y sarcasmo en conexión con el individualismo.—El sarcasmo florentino: la no vela.—Chistosos y bufones: Arloto y Gonella.—León X y sus
^
GEN ERA L
bromas—Parodia s p oéticas.— Teoría del chiste.—La maledi cencia.—Paulo Jovio.—Adria no VI , víctima del sarcasmo.— Pietro Aretino.—Su empleo de la publicidad.—Relación con los príncipes y celebridades.—Su religión TERCERA
313
86
PARTE
LA RESURRECCIÓN DE LA ANTIGÜEDAD
1.
P R E L I M I N A R E S : Concepto del Renacimiento.— Graduación de la influencia.—La Antigüedad en la Edad Me dia.—Primeros intentos de resurrección en Italia.—Poesía la95 lina del siglo X I I en Italia.—La Antigüedad en el siglo X I V . 11. L A S R U I N A S D E R O M A : Dante, Petrarca, Uberti,—La Roma de Poggio.—Nicolás V y Pío II.—La Antigüedad fuera de Ro ma.—Clamores de los romanos.—^Linajes romanos.—El cadá ver de Julia.—Nuevas excavaci ones.—L a Roma de León X .— Efectos sentimentales de las ruinas 98 I l i . L O S A U T O R E S A N T I G U O S ; SU difusión a lo largo del siglo XIV.— Descubrimientos en el siglo XV.—Bibliotecas, copistas y "scrittori".—La imprenta.—Los estudios griegos y su pronta deca dencia.—Estudios orientales.—Pu nto de vista de Pico de la Mirándola sobre la Antigü edad 104 iV . E L H U M A N I S M O E N E L S I G L O xiv: Inevitable victoria de los humanistas,—Dante, Petrarca, Boccaccio.—Boccaccio como pre cursor.—Humanismo y religión.—Coronación de los poetas. . 109 ^ V.. U N I V E R S I D A D E S Y I Í S C U E L A S ; Posición de los humanistas en las Universidades.—I nsdtuciones secundarias.—Escuelas latinas.— Libre educación; Vittori no de Feltre y Guarino.—La educación 11 ^ de los príncipes V I . A N I M A D O R E S Y P R O P . A G A D O R E S D E L H U M A N I S M O : Ciudadanos florentinos: Niccoli.—Mannetti.—Los primeros Medici: Loren zo el Magnífico.—La Antigüedad como interés vital.—En las cortes de los príncipes.—Sforza y los Este.—Sigismondo Malatesla V i l . E P I S T O L O G R A F Í A Y O R A T O R I A L A T I N A : La cancillería papal.— Apreciación del estilo epistolar.—Los oradores.—Discursos po líticos y diplom áticos. —Oracio nes fúnebres.—'Discursos acadé micos y militares,—El sermón latino,—Renovación de la anti gua retórica.—Forma y contenido de los discursos.—Afán por las citas.—Decadencia de la oratori a 124 O B S ER V A C I O N ES
El tratado.—'Histo riografía latina.—Valor del latín.—Monografía y biografía.— Investigaciones sobre la Edad Me dia.—Inici os de la crítica.— Los historiadores italianos IX . L A T I N I Z A C I Ó N G E N E R A L D E L A C U L T U R A : Historiografía italia na,—La Antigüedad como supuesto general.—Nominación ar-
VIH,
E L T R AT A D O L A T I N O Y L A H I S T O R I O G R A F ÍA :
132
314
ÍNDICE LA C U L T U R A
D E L R E N A C I M I E N T O
caizante.—Predominio del latín.—Cicerón y los ciceronianos.La conversación latina X. LA P O E S ÍA N E O L A T I N A : La poesía latina.—Valor de la poesía latina.—La epopeya histórica.—Poesía mitológica.—Poesía bu cólica.—La épica cristiana.—Intervención de la mitología.— La mitología en la poesía histórica.—Poesía didáctica: Palingenius.—Poesía lírica latina y sus límites.—Odas a los San tos.—^Poemas en forma elegiaca.—El epigrama.—El epigrama en Roma.—El epigrama en Venecia.—Versos macarrónicos. . XL D E C A D E N C I A D E L H U M A N I S M O E N E L S I G L O xvi; Descrédito de los humanistas.—^La culpa de los humanistas y su gravedad,— Compara ción con los sofistas.—Acusaciones en los siglos X V y XVI.—Miseria del sabio.—Contraste con el humanista.—Pa blo Calvi.—Pomponio Leto.—Las Academias C U A R T A
D E I . A VI D A H U M A N A : Escenas animadas de la vida.—Eneas Silvio y otros.—Poesía bucólica convencional.— Situación real de los campesinos y su tratamiento poético.— Mantovano, Lorenzo el Magnífico.—Pulci.—Poliziano.—El con cepto del hombre.-
QUI NTA
I.
PARTE
Las Cruzadas.—Colón .—Eneas Sil vio.—Propósitos cosmográficos del viaje II. L A S C I E N C I A S N A T U R A L E S E N I T A L I A : Tendencia empírica.— Dante y la astronomía.—Actitud de la Iglesia.—Influencia del Humanismo.—Botánica y jardinería.—Zo ología y colecciones de animales extraños.—Colección de razas.—Ippolito Medici. III. D E S C U B R I M I E N T O D E L A B E L L E Z A D E L P A I S A J E : El paisaje en la Edad Media.—Dante.—^Petrarca y sus ascensiones • las mon tañas.—^El "Dittamondo" de Uberti.—La escuela flamenca de pintura.—Las descripciones de Eneas Silvio.—El paisaje como lejanía y como cercanía.—Monte Amiata.—Testimonios pos teriores
^,
PARTE
D E L A S C L A S E S S O C I A L E S : Contraste con la Edad Media.—Convivencia de nobles y burgueses en las ciudades.— Nivelación de las clases sociales.—Situación de los nobles en las distintas regiones.—^La nobl eza y la cultura.—T ardía in fluencia de España.—'La dignidad del caballero.—'Los torneos y su caricatura.—Nobleza de cuna como requisito del corte sano
NIVELACIÓN
197
I I.
REFI NAMI ENTO E X T E R I OR D E L A V I D A : Perfección del indivi duo.—Trajes y modas.—Afeites y artificios.—Transformación del rostro.—El aseo.—El Calateo y las buenas maneras.—Con 202 fort y elegancia
IL
E L L E N G U A J E C O M O F U N D A M E N T O D E L A V I D A S O C I A L : Desarro llo del lenguaje social.—^Su vasta difusión—>Los puristas.—^Su escaso éifito.—La conversac ión L A F O R M A S U P E R I O R D E L A S O C I A B I L I D A D : Reglas y estatutc« so ciales.—Los noveUstas y su medio.— Las grandes damas.—La sociedad florentina.—^La descripción de Lore nzo de su pro pio círculo
l^ti.
IV.
206
210
D E M U N D O : El "cortigiano".—Desarro llo de la sociedad cortesana.— Habilidad es del cortesano.—^Ejer cicios físicos.—Juegos populares.—La música.—Los virtuo sos.—Dileltantismo 213 VI . S I T U A C I Ó N D E L A M U J E R : Igual dad de hombres y mujeres.— Personalidad de la mujer.—^La virago.—La mujer en socie dad.—Nivel cultural de las cortesanas.—'Las amantes de los príncipes 217
V.
DESCUBRIMIENTO D E L H O M B R E : Descubrimiento del hombre.— Tem.peramento y planetas.—Las formas líri cas y la descrip ción.—Valor del soneto.—Dante y la Vita Nuova.—La Divina Comedia.—Petrarca, pintor del alma.—Boccaccio y su Fiammet ta.—La tragedia en el Renacimiento.—La pompa como enemi ga del drama.—Comedias y máscaras.^—^El ballet y la tragedia italiana.—^La comedía del arte.—La música como compensa ción.—La épica: Pulci y Boyardo.—La única epopeya posi ble.—Ariosto y su estilo.—Folengo y la parodia.—Tasso
La biografía en la Edad Media.—Bió grafos toscanos.—La biografía en otras regiones de ItaHa.—•Jovio.—La autobiografía: Eneas Silvio.—Cellini.—Cardano.—Comaro. . . VI . D E S C R I P C I Ó N D E L A S P O B L A C I O N E S : Diferencias entre pueblos y regiones.—El Dittamondo.—Descripciones del siglo xvi VI L D E S C R I P C I Ó N D E L H O M B R E E X T E R I OR : Descripción externa del ser humano.—La belleza de Boccaccio.—El ideal de Firenzuo la.—Sus defiíúciones generales V.
192
LA V I D A SOCIAL Y LAS FIESTAS 4Ü
V I A J E S D E L O S I T A L I A N O S ;
ÍV ,
315
DESCRIPCIÓN
DESCUBRIMIENTO DE L MUNDO Y DEL HOMBRE
f
GENERAL
E N I T A L I A
VI L
L A B I O G R A F Í A :
VIH.
iST
EL PERFECTO HOMBR E
L A V I D A D O M É S T I C A : Contraste con la Edad Media.—Agnolo Randolfini.—La educación en la familia.—La villa y la vida del campo L A S F I E S T A S : Origen de los misterios y de las procesiones.— Las fiestas y sus formas básicas.—Superioridad de las fiestas italianas.—La alegoría en la literatura y en el arte.—La ale goría en las fiestas.—Los misterios.—Su decoración.—Motivo para la representación de los misterios.—El Corpus Christi en Viterbo.—Salvas.—^Representaciones p rofanas.—Panto mi mas.—Leonardo y las fiestas.—Recibimiento de los prínci-
220
316
LA C U L T U R A l)i".L R E N A C I M I E N T O
EN
pes.—Proce siones. —"Trionf i" religiosos y profanos.—Entrada de Alfonso en Nápoles.—Festejos venecianos.—El carnaval en Roma y en Florencia 2 SEXTA
ÍNDICE
ITALIA
2 1
PARTE
M O R A L I D A D Y RELIGIÓN I.
11.
Enjuiciamiento moral de los pueblos.—Con ciencia de la desmoralización.—El moderno sentimiento del honor.—^Rabelais,—Proclividad al juego y a la venganza.—La venganza y la opinión pública.—Venganza y grati tud.—L o ilícito en la vida matrimonial.—Amorío y amor ideal.—'Moral de novela. —Infid elidad y su castigo.—Espiritualización del amor.—Bembo.—La criminalidad.—Bandolerismo.—El crimen pagado.—Malvad os absolutos.—Malatesta.—Moralidad e indi vidualismo 237 L A M O R A L I D A D :
La religión,—Necesidad LA VIDA COTI DIANA : de una refor ma.—Los italianos y la Iglesia.—Los frailes.— Las Órdenes mendicantes.—La Inquisició n de los dominicos.— Las Órdenes monásticas superiores.—Dependencia de la Iglesia y de sus ritos.—Los predicado res: Bernardino de Siena.—Efec tos de los sermones.—Savonarola.—Sus vaticinios.—Su cons titución.—Oposición a la cultura clásica.—Su reforma de las costumbres.—La quema de objetos.—Elementos paganos en las creencias populares.—Fe en las reliquias.—Et culto mariano.— Oscilaciones en el culto.—Epidemias expiatorias.—Su regula ción por las autoridades de Ferrara L A R I ' . L I G I Ó N E N
D E L R E N A C I M I E N T O : Inevitable R E L I G I Ó N Y F.I. E S P Í R I T U subjetivida d.—Tolerancia con el Islam.—Equival encia de to das las religiones.—Influjo de la Antigüedad.—Los llamados epicúreos.—Doctrina del libre albedrío.—Los humanistas pia dosos.—Tipo medio del humanista: Codro Urceo.—Los co mienzos de la crítica religiosa.—Fatalismo de los humanis tas.—Exterioridades paganas
L A
IV,
Influencia de la DE LA A N T I G U A S U P E R S T I C I Ó N : INFLUENCIA superstición antigua.—'La astrología ; su extensión e influen cia.—Fautores y oponentes.—Los astros y la colocación de la primera piedra.—La astrología y la guerra.—Las estrellas en la vida del Estado.—La oposición de Pico de la Mirándola y sus consecuencias.—Otras supersticiones.—La superstición en los humanistas.—Fantasmas.—Demonios.—Las brujas en Ita lia; la caverna de Norcia.—La influencia nórdica.—La hechi cería entre las cortesanas.—Encantadores y magos.—Los demo nios en el camino de Roma.—Creencia en los conjuros.—Los
GENERAL
tclesmas,—La magia cn la colocación de las primera.s pie dras,—El nigromante en tos poetas.—Benvenuto Cellini.—Decadencia de ta magia.—Otras ramas de la superstición.—La alquimia^ C R I S I S G E N I A L D E L A F E : La incredulidad.—La confesión de Boscoli.—Confusión religiosa y escepticismo.—Controversia so bre la inmortalidad del alma.—El cielo pagano.—El más allá homérico,—Deísmo y teísmo.—Disolución de la doctrina cris tiana.—Lorenzo cl Magnifico
317
285
304
L U D O V I C O P o r
G O N Z A G A
An dr ea
Y
S U
F A M I L I A
Man tcg na
•
E
L
PAi'A
Por
S I X T O
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F L O R E N T I N A
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Mu ¡ERES TEHENDO Y BORDANDO Por Francesco Cossa. 1470 4
PAGINA MINIADA DE LA TRADUCCIÓN DE ARISTÓTELES Hecha por |uan Argyrópulos. Miniaturas de Francesco Antonio de! Cherico
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H U M A N I S T A .
Por
RETRATÜ
D E
PETRAR CA
Andrea del Castagno
.ORENZO DE E L
CONDOTTIERO
E s c u l t u r a d e
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Verro chio
OLLE ONE
en
Venec ia
Atr ibu ido
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MÉDIC IS Ors ino ,
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R E T R A T O P o r
D E
M A L A T E S T A
Parmigia nino
R E T R A T O P o r
D E
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H O M B R E
Mazzo ni,
A N C I A N O
1490
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RETRATO
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DE CÉSAR
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£1 G i o r g i o n e . A c a d e m i a C a r r a r a
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Rcrgam o
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RETRATO
Aut or
DE MAOUI AVEL O descono cido
.
El. C A R D E N A L PlETRO B E M B Ü Retrato airibuido A Tiziano. Galería Barbcrini de Roma
R E I ' R F . S E N T A C E Ó N
DE
U N A C O M E D I A
DE
PLA UTO
Grabado en madera. 1 5 1 1
mi
RETRATO
DE
B A L D A S SA R E
G A S T I G L I O N E
(1 515)
Oieo de Rafael. Museu del Louvre de París
B E N V E N U T O
CELL INÍ
Dibujo de Giuseppe Zocchi, grabado
Francesco Allegrini
C Á T F . D R A
Por
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L A B O R A T O R I O
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QUÍM ICO 1570