Alfredo Jerusalinsky
Psicoanálisis del autismo
Ediciones Nueva Visión Buenos Aires
Colección Alternativas en Salud Mental Dirigida por Haydée Echeverría Otros títulos de esta colección: Ricardo Rodulfo (comp.) Pagar de más N. Fejerman y E. Fernández Álvarez Fronteras de neuropediatría y psicología Alicia Fernández La inteligencia atrapada I Marey y M. Farinati Reflexiones sobre Jardín Maternal Nora E. Elichiry (comp,) El niño y la escuela Marta Schufer y otros Así piensan nuestros adolescentes Alfredo Jerusalinsky Psicoanálisis del autismo Gregorio Baremblitt Saber, poder, quehacer y deseo
Titulo del original en portugués: Psicandlise do Autismo Publicado por Editora Artes Médicas, Porto Alegre
Traducción de Ofelia Castillo
2° Edición: Abril 1997
ISBN 950-602-157-0 1988 por Ediciones Nueva Visión SAIC Impreso en la Argentina
INTRODUCCIÓN
Psicoanalizar el autismo Implica enfrentarse con problemas cruciales de la teoría psicoanalítica, ya que la clínica del psicoanálisis es su propia teoría. Particularmente en ci autismo nos encontramos frente a interrogantes fundamentales: el proceso de constitución del sujeto y sus coordenadas; femineidad y función materna articuladas en torno del falo; las psicosis en la infancia; la transferencia en las psicosis y, más aún, en las psicosis infantiles. Queremos hacer algunas consideraciones introductorias respecto de estos temas.
La transferencia Advertimos que este texto no desarrolla el tema de la transferencia en las psicosis infantiles. Dado que la transferencia es un tópico fundamental, obviamente no está ausente de nuestra practica psicoanalítica, pero la densidad del problema no ha sido aún suficientemente trabajada por nosotros, hasta el punto de intentar una elaboración que llegue a ser valiosa para el lector.
Quedamos, por ello, en deuda con ese controvertido concepto en el campo de las psicosis de la infancia.
El lenguaje, el bebé y el sujeto El hecho de que un cachorro de la especie humana nazca sano no es suficiente, a pesar de su integridad neurofisiológica, para garantizar la constitución en él de un sujeto psíquico. Ese cachorro, el más prematuro de todas las especies, requiere prolongados cuidados para sobrevivir. Poro tampoco estos cuidados bastan, ya que la mera satisfacción en el nivel de lo real no produce el corte que pondrá al niño en relación con el campo de la palabra. El eje del proceso constitutivo del sujeto no reside ni en la satisfacción ni en la frustración de sus necesidades. Tampoco hay en este espécimen automatismo genético alguno que garantice per se tal proceso. La operación que lo sitúa se define en otro nivel: el del significante. "Las palabras fundadoras, que envuelven al sujeto, son todo aquello que lo constituye: sus padres, sus vecinos, toda la estructura de la comunidad, que lo constituye no solamente como símbolo sino en su ser. Son leyes de nomenclatura las que, por lo menos hasta un cierto punto, determinan y canalizan las alianzas a partir de las cuales los seres humanos copulan entre si y terminan por crear. No son otros símbolos, sino también seres reales que, al llegar al mundo, poseen inmediatamente esa pequeña etiqueta que es su nombre, símbolo Esencial de lo que les está reservado" (Lacan, 1983, p.37). Esas palabras que obviamente no son comprendidas por el bebé i como algunos malintencionados o ingenuos intérpretes de las ideas de Lacan quisieron entender) llegan hasta el niño porque todo acto que se cumple en relación con él está capturado en un discurso; discurso que se expresa en los movimientos esbozados, en las actitudes del otro, con quien el niño se identifica orientado por el deseo materno. Dado que ese deseo se articula en lo que le
falta a la madre, el falo, este se convierte en el orientador de esas identificaciones "que utilizan lo imaginario como significante" (Lacan, 1970. p. 91). Es importante señalar aquí que lo que permite la ruptura de la continuidad entre la madre y el hijo es la intromisión de un discurso que, operando en la madre la castración simbólica, obliga ambos a hacer referencia a un tercero. Es precisamente de esta referencia que estamos hablando cuando mencionamos el significante, ya que el padre se hace presente a través de su nombre, que es significante fundamental. Sabemos que este Nombre-del-Padre representa la ley de la prohibición incestuosa y, por extensión, la restricción del goce que lanza al niño y a la madre al campo del deseo; deseo cuyo objeto encuentra en el falo la simbolización esencial. Vemos así que estamos muy lejos del mero cuidado materno; las coordenadas de la constitución del sujeto pueden atravesar el campo materno, pero solamente a partir de un determinante propio del campo paterno: el falo articulador simbólico de la ley. No se trata de un binomio inicialmente completo que se rompe después por obra del desarrollo; se trata de una triangulación edípica que quiebra, en el comienzo mismo, toda completud del ser. En efecto la madre escribe sobre el cuerpo del niño la serie significante que la afecta en relación a él. No podrá hacer de él su objeto erótico y eso genera un trazado discontinuo en sus aproximaciones al cuerpo del niño. Por eso Lefort nos brinda esa clara idea de que "el Otro está incluido en la superficie del sujeto; ésta es la primera forma de identificación » través de la cual el sujeto empieza a constituirse como tal, en una forma que debe llamarse de incorporación, con la condición de destacar su lógica, o sea, su topología de superficie" (1983, p. 59), El Otro hace un corte en el cuerpo del niño. Esa escritura, originariamente reprimida, compone el conocimiento Inconsciente que permitirá a! niño de escasos dos años de edad lanzarse al ejercicio del complicado arte del lenguaje con una habilidad increíble. La vertiginosa velocidad con que el niño estructura su expresión lingüística sólo tiene esta explicación: fue concebida como ya capturada en la red
significante, y a partir del nacimiento mismo fue recibiendo sus impactos. Función materna Dedicamos a este tema dos capítulos, el 4 y el 5, aunque nos parece necesario abordar una cuestión previa. Entendemos que, en sentido estricto, lo que hace función es aquel factor que determina todas las otras variaciones y en relación al cual, por oposición, se diferencian los demás elementos de la operación. Esto si tomamos como modelo aquello que en lógica matemática se llama fundón analítica: función compleja, infinitamente derivable. Es con este sentido que Lacan define la Función del Padre. Sin embargo, "la primera realidad se constituye sobre el eje de la relación primordial del niño con su madre, aunque sea imposible aplicarla únicamente por el vinculo del deseo con un objeto que puede o no satisfacerlo", nos dice el propio Lacan (1970, p. 9), "De hecho, el niño se interesa primero por toda clase de objetos antes de hacer esa experiencia privilegiada que hemos descrito con el nombre de fase del espejo …(ibídem) Y ese interés del niño está orientado por el deseo materno, que recorta el mundo en concordancia con el discurso del cual es mediador. Discurso de la madre, mediadora del padre interdictor (ibidem p.89) que metonimiza en la relación al hijo lo que el Nombre-del Padre metaforizará. La idea de que el significante inaugura toda identificación y signa toda relación de objeto, aun en el nivel primordial, rescata el papel esencial que para la función simbólica y para la triangulación edípica el propio Freud reservó en toda la teoría psicoanalítica. Sin embargo, debemos señalar que, en su papel de mediadora, la madre particulariza el modo de la alternancia ausencia/presencia del otro que se ofrece en el campo del semejante para el espejamiento. Al mismo tiempo representa al Otro primordial, encamando en la situación la historicidad que articula la metáfora paterna, colocando sobre el hijo la puntuación que le confiere su significancia. Hay, sin duda, una mirada
materna que si no puede ser nombrada como función en un sentido estricto, puede ser llamada función en el sentido descriptivo del papel que le cabe como primer objeto que se ofrece para ser simbolizado (Lacan, 1970, p. 99), Aun en esta cuestión vale la pena insistir en la diferencia que hay entre este punto de vista y las tesis winnícottianas que colocan el acento en los cuidados maternos, Es evidente que la madre que cuida no es la misma que desea, "Más allá de lo que el sujeto demanda, más allá de lo que el otro demanda al sujeto, está lo que el otro (la madre) desea" (Lacan, 1970, p. 115), Se trata precisamente de que el "desear al hijo" gira en torno de la forma en que, en la madre, se establece la falta. Por eso toda relación con el niño parte de una falla y de una irremediable incompletud. Madre e hijo no se suturan en una complementariedad satisfactoria. Muy por el contrario, vuelven a engendrar, en la dialéctica de su deseo, una brecha que el significante se esforzará por recubrir en el mismo momento en que su marca desgarra una región más de lo imaginario, Miller describe con precisión: "La madre deseante no es el personaje de la madre, sino lo que debe ser captado a partir de su función y su materna: se dispone en una madre cuya función aparece previamente suturada. Así, no sólo se registra la ausencia de la función que hace al Otro, sino también de la función derivada de la primera: del espejamiento. Sucede que el Otro circula en un imaginario que deja afuera al hijo. Todo significante opera, entonces, lanzándolo al campo de lo real, dejando al niño sin marca. Este trabajo tiene una pequeña historia que vale la pena recordar, Iniciamos nuestra práctica terapéutica con niños autistas desde una perspectiva annafreudista y pedagógica piagetiana, inspirados en parte en los cuidados médico-neurológicos que estos pacientes reciben. La tarea de equipo con más de cincuenta colegas de los Centros "Lydia Coríat" de Buenos Aires y Porto Alegre representó un valioso foro de revisión constante de nuestra práctica clínica. Así, esa práctica inicial, por sus resultados, que mostraban grandes riesgos de mecanización de los niños, mereció
un análisis critico que nos llevó a buscar refereneciales que valorizasen los aspectos imaginarios. Apelamos en esta segunda etapa a los conceptos winnicottianos, enfrentándonos con los efectos de una recuperación de la vinculación afectiva con la madre, un ordenamiento simbólico: los niños autistas se transformaban en verdaderos tiranos de los padres, presentando características psicóticas no autistas. En un tipo de clínica en la cual la recuperación de los pequeños pacientes es difícil, no renunciamos sin embargo a continuar buscando los ejes de una intervención psicoanalítica más elaborada. De este modo, ayudados por los avances conceptúales producidos por el psicoanálisis en estos últimos años, llegamos a las formulaciones freudiano lacanianas de cuya práctica intentamos hoy dar cuenta.
Parte 1 PROBLEMAS TEÓRICO-CLÍNICOS
1 CUESTIONES PRELIMINARES
Una prolongada práctica en psicología, psicoterapia y psicoanálisis con niños afectados por diversos problemas de desarrollo hizo que nos encontrásemos con frecuencia con cuadros de intenso aislamiento, cuya remisión era preciso obtener antes de encarar cualquier terapia reeducativa o rehabilitadora. En la tentativa por hacer algo en favor de esos niños y sus familiares, y a despecho de la “dureza” del fondo orgánico, nos vimos en cierto modo obligados a intentar una penetración a través del flanco que inicialmente se nos aparecía como el más flexible: el campo de la relación parental-filial. La formación analítica contribuyó fuertemente a esa elección, facilitando nuestra navegación a partir de lo Real, en dirección a lo Imaginario y a lo Simbólico. Poco después y debido a la presencia en nuestro campo de trabajo de niños autistas y psicóticos sin afecciones orgánicas demostrables, fuimos percibiendo la semejanza sintomática con los cuadros de aislamiento presentados por los niños con evidentes problemas constitucionales. Esa semejanza sintomática, y la respuesta positiva obtenida en las intervenciones psicoterapéuticas realizadas en torno al Otro tachado, al otro dotado de una falta, Toda la clínica de Winnicott intenta desarrollar lo que cree que es la norma del desarrollo: el Otro sin falta, que el niño completa de un modo singularmente adecuado" (Miller, 1934, p, 117).
Como se puede advertir, para Winnicott la cuestión madre-hijo se resuelve en lo real y en lo imaginarlo. Falta en esta postura el ordenador simbólico: el falo. Las psicosis en la infancia Según Winnicott las psicosis infantiles encuentran su explicación en la ausencia materna, aunque en verdad ellas hasta podrían ser explicadas por su constante presencia. El eje está fuera de lugar: no se trata de su presencia o de su ausencia sino de la alternancia de ellas y del particular modo del ejercicio materno, estructurado, como deseo, por un discurso que lo trasciende. "¿Cómo ubica Lacan en su esquema el deseo de la madre? precisamente como la madre que no siempre está allí como la que puede faltarle al niño, o sea la que puede interesarse por otra cosa (Miller, 1984b, p 134), "La referencia a Winnicott es útil a fin de compararlo con Lacan. Para él la psicosis no está relacionada con la forclusión del Nombre del Padre, sino con la quiebra del cuidado materno" (ibidem, p, 125). Pero queremos entrar en mayores precisiones. Resulta necesario porque la clínica del autismo se nos aparece como diferenciada del resto de las psicosis precoces, Y, curiosamente, observamos también en otros autores el retorno del tema de la ausencia materna, aunque desde otros ángulos diferentes al de Winnicott. Partamos de la definición de Lacan: "¿Qué es el fenómeno psicótico? La Emergencia en la realidad de una significación enorme que parece una insignificancia - en la medida en que no se puede vincularla a nada, ya que nunca entró en el sistema de la simbolización— pero que en determinadas condiciones puede amenazar todo el edificio" (1984, p. 124), Esta significación enorme puede ubicar al niño como anclado en el espesamiento univoco de la madre, en cuyo caso seria psicótico; ó bien puede impedir todo acceso al estadio del espejo.
Pensamos que en el autismo nos encontraríamos con este segundo caso. Dominique y Gérard Miller parecen coincidir con esta perspectiva cuando, al analizar el caso de Joey, presentado por Bettelheim (1981), dicen: "La causalidad psíquica del autismo de Joey está regida electivamente por su exilio de la dialéctica del deseo “(1984 p 80) exilio que lo coloca frente a una función materna que no se ejerce porque él, pese a ser objeto, no es causa de deseo: queda entonces como real puro. El mismo trazado subraya Cordié respecto del caso de Silvie, que a los siete meses pierde a su madre, con lo cual "esta separación se convertirá en un factor desencadenante de la psicosis. La niña se convierte en autista"(1984, pp. 62-63), Y Cordié señala aún; "Es verdad que la sustituta de la madre, por su comportamiento, causó la ruptura del vínculo aún frágil de la relación con el Otro. El proceso de simbolización se detiene. Nos encontramos aquí antes del estadio del espejo y muy lejos del Edipo (ibídem) En esa misma dirección se sitúan las observaciones de Godíno Cabas (1980), citado en nuestras conclusiones a propósito de las psicosis de ausencia. Nos parece, pues, que la percepción de la ausencia de la madre se impone con tanta frecuencia en la clínica del autismo que merece ser tratada con todo cuidado. Por eso, dedicando nuestras observaciones a este aspecto del problema, rescatamos, una repetición, la ausencia del deseo materno en relación con el hijo autista. De modo qué el hijo no entra en la ecuación ni siquiera como falo presente, sino como exclusión total de das a nivel del vínculo madre-hijo M-H) en los niños orgánicamente afectados, despertaron en nosotros ciertos interrogantes que finalmente, se transformaron en tópicos que guiaron el desarrollo de esta investigación: 1) ¿La casi completa superposición sintomática entre los cuadros de aislamiento y desconexión presentados frecuentemente por los niños con problemas de desarrollo (deficiencia mental, parálisis cerebral, deficiencias sensoriales) y los cuadros típicos de autismo infantil precoz (AIP) remite a una identidad estructural psíquica
entre ambos, o a una mera coincidencia de características superficiales? Si se comprobase una identidad estructural ya no se podría hablar de rasgos autistas por un lado y autismo infantil precoz por otro, sino solamente de AIP. Y mucho avanzaríamos en la comprensión de la psicodinámica de tales patologías. 2) Si es plausible pensar en una única estructura psíquica como la constante del AIP, ¿qué factores contribuyen para que ella se establezca? Nos parece que estamos en el camino cierto cuando intentamos penetrar en la comprensión de la praxis de la función materna, porque siempre encontramos intensas perturbaciones en la vinculación de las madres con los hijos, concomitantes con los cuadros de desconexión autística. Es cierto que en muchos casos estas alteraciones son formaciones reactivas frente a las características excepcionales del hijo; pero cabe preguntarse si tales reacciones no fueron previas o .simultáneas a las formaciones autísticas; y por lo tanto, si no intervinieron en su causa. Además llegamos a la conclusión de que cualquier avance en este terreno puede representar una contribución valiosa en el campo terapéutico y preventivo. 3) Nos parece que el "aparato" técnico existente en los terrenos del psicoanálisis y de la psicología requiere algunas especificaciones y que en cierto modo se muestra insuficiente para penetrar y actuar terapéuticamente en este campo. La comparación sistemática de nuestra práctica en el seguimiento de diversos casos tal vez pueda contribuir con algunas herramientas para este restringido arsenal. Es preciso aclarar que cuando hablamos de arsenal restringido no estamos pretendiendo juzgar los numerosos descubrimientos realizados en esta área de trabajo. Por el contrario, valorizamos mucho y nos hemos servido grandemente de las contribuciones de Kanner (1943-51). Winnicott (1965-80), Lacan (1971- 81), Mannoni (1971-77), Diatkine (1975), Tustin C1975), Bettelheím (1976-81), Mahler (1977-83), Misés (1977). Castoriadis Aulagnier (1977), Meltzer (1979), Faure (1980), Suomi (1980) y Lefort (1983). Sin embargo, todos quienes trabajamos en esta problemática nos vemos obligados a reconocer la insuficiencia de nuestros recursos,
en función de la modestia de nuestros resultados. Acostumbramos obtener mejoras significativas y hasta algunas curas: pero después de cada tratamiento nos queda la clara sensación de que estamos aún en un campo de investigación que requiere mayor profundización, lo que se ve corroborado por la diversidad de opiniones existente. 4) En la aproximación clínica de los niños autistas y de los que padecen alteraciones psicóticas con otras características (esquizofrénicas y simbióticas), hemos percibido, en consonancia con las observaciones de Mahler (1983, pp. 26-31) reacciones bien diferenciadas que muestran de manera muy clara catexizaciones de objeto extraordinariamente divergentes de un cuadro a otro. A tal punto es evidente esta diferencia, que el analista se ve obligado a aproximarse a los pacientes de manera muy diversa. Mientras que en los casos de psicosis simbiótica y de esquizofrenia (según la descripción de Mahler, (1983) la interpretación verbal acostumbra ocupar un lugar central desde el comienzo del trabajo terapéutico, en los casos de AIP la operación a nivel del objeto real se convierte en el punto de partida obligatorio de cualquier tentativa de ascender a lo Simbólico, Esto parecería indicar que la reducción del niño a nivel de lo puro Real es mucho más radical en el autismo que en otras psicosis infantiles. Esta postulación no significa que se trate de un cuadro de mayor gravedad, ni constituye una nueva e innecesaria tentativa de establecer una escala de profundidades psicopatológicas, ya que consideramos que tales escalas carecen en absoluto de sentido clínico. Se trata, en verdad, de interrogarnos acerca de la identidad o no de estructuras entre el autismo y las demás entidades vinculadas a las psicosis infantiles. Es de este conjunto de interrogantes y consideraciones que se desprenden nuestras hipótesis de trabajo. Nuestra hipótesis central sustenta la idea de que hay una identidad de estructura psíquica entre los cuadros con rasgos autistas, característicos de muchos niños con problemas de desarrollo, y los cuadros de AIP típico. La semejanza sintomática no es casual sino efecto de esa identidad,
En esta misma dirección formulamos algunas hipótesis en un segundo plano, aunque no las consideremos accesorias para los objetivos de nuestro estudio: a) Los factores que inciden en la producción de los cuadros de AIP obedecen a una combinación de aspectos constitucionales del niño con aspectos compensatorios en el ejercicio de la función materna. Así, podemos encontrar niños sin anomalías orgánicas que justifiquen el AIP que padecen, aunque incluidos en una relación M-H en que la perturbación de la función materna constituye el factor eficaz. En sentido contrario a ese tipo de casos, la extrema insuficiencia de un niño orgánicamente perjudicado puede tornar infructuosos todos los esfuerzos matemos compensatorios, dando igualmente como resultado un cuadro de autismo. Parecería que para que no se produjera el AIP seria necesario que se cumpliera una relación estricta inversamente proporcional entre la capacidad materna y la capacidad de registro del niño (afectada esta última capacidad por sus aspectos constitucionales). Ocurre que, dentro de ciertas variaciones extremas, tal proporción parece romperse. b) La intervención también a nivel de lo real parece ser un componente esencial en el abordaje de las psicosis infantiles. Sin embargo esto aparece como mucho más pertinente en la terapia psicoanalítica del AIP. c) Existe una diferencia de estructura entre el AIP y las otras psicosis infantiles. Esta hipótesis, aunque no trabajada en profundidad en este estudio, es un punto de reflexión de nuestras investigaciones.
2 AUTISMO INFANTIL PRECOZ: UN CAMPO DE CONTROVERSIAS Fue Leo Kanner quien en 1943 aplicó este término para designar el cuadro presentado por once niños "cuyas tendencias al retraimiento fueron observadas en el pri- mer año de vida". "La mayoría de estos niños fueron traídos con la suposición de que eran intensamente débiles mentales o bien con el interrogante acerca de una posible disminución auditiva", relata Kanner y continua: "El factor común en todos estos pacientes es una incapacidad para relacionarse de manera habitual con las personas y las situaciones, comenzando esta dificultad a partir del inicio de sus vidas. Sus padres acostumbran describirlos como autosuficientes y cerrados en si mismos, más felices cuando se quedan solos, actuando como si la gente no existiese y dando la sensación de poseer una silenciosa sabiduría”. Las historias de los casos indican invariablemente la presencia desde el comienzo de una soledad autística extrema y que siempre que es posible, se cierra a todo cuanto le llega al niño desde el exterior" (Kanner, 1951, pp. 7689). (La bastardilla es nuestra.) La última expresión subrayada adquiere relevancia a medida que pasa el tiempo y las historias acerca del autismo se multiplican. ¿Qué hace posible ese cerramiento y qué lo tornaría imposible? Retomaremos esta pregunta más adelante. Antes será necesario que hagamos un pequeño recorrido exploratorio. A partir de este texto inaugural, otros autores y el mismo Kanner vuelven al asunto, ya que se advierte que las conductas que Kanner menciona para los casos de AIP también aparecen en varios tipos de niños. Según Furneaux (1982), pp. 20 -1) deben considerarse siete grupos principales; 1) niños sordos e hipotónicos; 2) niños ciegos o con visión parcial; 3) niños subnormales o infradotados profundos; 4) niños con lesión cerebral conocida; 5) niños clasificados como psicóticos infantiles; 6) niños clasificados como esquizofrénicos infantiles;
7) niños con estados demenciales conocidos, detenidos o progresivos y debidos a diferentes causas patológicas. Sin embargo esta misma autora apunta la siguiente controversia: "El nombre de autismo ¿se reserva para aquel niño que en apariencia no tiene ningún otro síntoma pero que presenta las características descriptas por Kanner y especialmente la primera. Aun cuando también sea posible afirmar que un niño ciego o sordo tiene características autistas. o sea que presenta conductas que se encuentran en las criaturas denominadas autistas y que no padecen de ningún otro síntoma que no sea el de conducirse según la descripción de Kanner y otros. Del mismo modo, algunos niños con lesiones cerebrales y aquellos clasificados como subnormales o infradotados profundos, pueden presentar algunas de las características del autismo. A veces estas conductas son persistentes y a veces transitorias. Lo cual hace que el diagnóstico sea aún más difícil" (ibídem). La transcripción que antecede se justifica por varias razones, En primer lugar porque coincide descriptivamente con nuestra propia experiencia clínica. En segundo, porque subraya las dificultades que aún persisten para llegar a una concordancia respecto de los límites entre lo que debe y no debe ser considerado autismo (véanse anexos 1 y 2). Y en tercer lugar, porque se destaca que hasta los más rigurosos catálogos psiquiátricos dejan entrever la conexión (¿y tal vez la continuidad?) que se percibe entre esos rasgos de aislamiento, bastante característicos y frecuentes en los niños con problemas de desarrollo, y las características de conducta los niños con AIP psíquico. Efectivamente, en la práctica clínica vemos cómo aumenta la presencia de rasgos autistas en los grupos de niños con condiciones más precarias de registro debidas a sus características constitucionales. Pero recíprocamente observamos que esto depende de la capacidad de las madres para cubrir esa mayor distancia impuesta por las limitaciones de sus hijos. Por ejemplo, en los niños con Trisomia 21 (Síndrome de Down) el déficit genético no es suficiente para producir rasgos autistas. Su presencia dependerá de la naturaleza de la actividad materna, su reacción y su capacidad de sobreponerse al impacto depresivo
inicial. La capacidad tónica y de reacción sensorial de esos niños está disminuida, pero la sintomatología autista solamente aparece si se produce un prolongado desencuentro entre ellos y sus madres. Por otro lado, vemos niños que, teniendo un buen potencial genético, tropiezan con madres intensamente melancólicas y retraídas, lo cual termina por generar, a veces, verdaderos cuadros autistas. La fase del autismo normal, desarrollada por Mahler (1977, p p, 53-5) muestra esta formación como un momento del proceso de individuación, que aparece como una defensa frente a la simbiosis. Según ella, el factor materno es decisivo para que este pasaje pueda efectuarse sin que el niño se fije en este aislamiento de manera patológica. Aun cuando Ornitz (1981, pp. 10 15) considera una mera imprudencia hacer tales afirmaciones, ya que para él el autismo no es más que "un problema neurofisiológico determinado en el interior del cerebro …una influencia posiblemente genética pero no hereditaria..." y aun más específicamente respecto de la "relación entre la simbiosis psicótica de Mahler y el autismo infantil precoz.. dos observaciones me hacen pensar que éstos no son, en esencia, dos síndromes separados". La primera observación que él refiere es que "el comportamiento simbiótico es muy poco frecuente" (!?); y la segunda observación que hace, para nuestra sorpresa, es el caso de una niña con una clara psicosis simbiótica: la niña "insistía en arrodillarse sobre la falda de la madre, clavando sus rodillas en su abdomen …y se colgaba de su cuello con los brazos... Si la madre intentaba deshacer el abrazo, la niña tenía terribles ataques de furia (gritos y opistótonos) con el consentimiento de la madre. Intentamos resolver esto por medio de separaciones muy violentas (sic). Llevamos a la niña a un cuarto de juegos y dejamos fuera a la madre mientras le permitíamos gritar. Poco después la niña se adaptó a mí e insistió en acomodarse en mi falda.., Era una simbiosis con cualquiera que le permitiera ese comportamiento. Y una vez que este comportamiento fue eliminado por medio de un descondicionamiento aparente, alcanzó la apariencia de cualquier niño autista. Siento, pues, que la psicosis simbiótica es una variante".
¿No es sorprendente? Ornitz, que insiste en la pureza orgánica del cuadro, no hizo más que demostrar le importancia que tiene el vinculo M-H en la producción del autismo. En efecto, en este caso la ausencia de una identificación separada de la madre hizo que la niña tratase de reemplazar a la madre violentamente arrancada de ella por el primer semejante que se le apareció, porque ella sólo puede ser en esta "otro". Ornitz "la descondiciona" (y ya vimos qué métodos emplea) y la niña es arrojada al vacío más absoluto: entonces aparece el autismo. Queda pues demostrado que en este caso el problema no era de neurofisiología cerebral, dado que antes del "descondicíonamiento" la niña no presentaba autismo. Entendemos la preocupación de Furneaux y Roberts (1982, pp. 36-7) respecto de la facilidad con que se puede deslizar la culpa sobre las madres y agregamos aún: la facilidad con que una madre puede absorber la culpa por sentir, por proyección narcisista, el fracaso del hijo como propio. Pero una concepción psicoanalítica del tema no es ni puede ser recriminatoria, como podría serlo una apreciación conductista. En la psicología de la conciencia ningún hecho escapa a la responsabilidad y deliberación del paciente, pero no ocurre lo mismo con la psicología del inconsciente. En verdad, cuando insistimos, junto con otros autores (Mannoni, 1971; Winnicott, 1975; Léfort, 1983), en la incidencia de un factor a nivel de la articulación psíquica en la producción del autismo, estamos motivados por la defensa de los niños; pero no de sus madres, sino del tipo de intervención psiquiátrica que acabamos de describir. Además, cuando sostenemos la idea de una estructura común para los casos con o sin componentes orgánicos, estamos proponiendo una perspectiva que, si bien puede acentuar parcialmente el papel de las madres en el "remedio" (por lo menos como tentativa posible), no subraya en absoluto su culpabilidad. En efecto, estamos diciendo que lo que articula la estructura autistizante en la madre es su imposibilidad de dejar caer el objeto real restitutivo de su castración y dar lugar, así, a la constitución o persistencia del deseo materno. Esa imposibilidad se origina en lo que la estructuró como sujeto, o en lo que, en el hijo, la obstaculiza, con reiteración, para sostener en él la dimensión simbólica. Partiendo de este punto de vista, en la operación
psicoanalítica que proponemos, la madre queda "sujeta", o mejor aún "suelta" en relación con este hijo, o sea que la madre es arrojada fuera de su papel de agente de una función. Por lo tanto nosotros tratamos este tema partiendo del ángulo de la función materna y no de la madre. Esto hace una enorme diferencia que por lo general escapa a las consideraciones de los psiquiatras clásicos. Podemos ver un ejemplo de ello en el propio Kanner, él mencionó descriptivamente las características de los padres de niños con AIP refiriéndose a su carácter “intelectual y obsesivo” con aires formales y “poco cariñosos” (1951, pp. 771)Rápidamente, por esa vocación positivista que la psiquiatría tiene y que la lleva a establecer relaciones fáciles de causa efecto entre acontecimientos simplemente contiguos las madres pasaron a ser culpadas por et autismo del hijo . Algunas prácticas de la psiquiatría llamada "dinámica", impregnada de algunos residuos psicoanalíticos, se centraron en esta idea. Proliferaron así consejos para que las madres de hijos autistas dejasen de trabajar o de estudiar, o para que diesen más amor a sus hijos, o hasta desarrollaron críticas más o menos explícitas a su supuesta frialdad. Quedó así establecida la culpabilidad. La reacción de Kanner no fue inmediata, pero se produjo: en su libro En defensa de las madres (titulo por demás significativo), de 1974, reacciona contra todo tipo de consejos psicológicos, pero extrañamente nos brinda una serie de ellos. Sin embargo estos consejos no se basan en el saber psiquiátrico o psicológico sino en el sentido común, o sea en su saber personal. En este extraño libro, que se esconde bajo un pretendido (pero fracasado) humor, anunciado como intención en su primer capitulo (p. 20), aparece un sarcasmo que revela la amargura de Kanner: haber dado lugar a un proceso acusatorio contra las madres, es decir contra las personas que, siendo él el padre de la psiquiatría infantil, deberían ser consideradas sus pacientes. Proceso acusatorio cuya responsabilidad cabe a su propia orientación psiquiátrica, tanto como el mérito del descubrimiento de este síndrome. Así lo confirma la insistencia con que hace esta acusación (!!) en ese mismo libro cuando, en el último capitulo, elabora el "Retrato de una buena madre" (pp. 133), con lo cual queda afirmada, por contraste, la culpabilización que él trata de
evitar. Porque si el modelo fuese ése, todas las madres deberían sentarse en el banquillo de los acusados. Aun cuando Kanner trate de desviar Ja responsabilidad inevitable de los efectos que produce hacer un cierto descubrimiento (el del AIP) bajo el dominio de una cierta metodología, esta responsabilidad queda dramáticamente subrayada en el curioso ataque que dedica al psicoanálisis en el capítulo XIV (pp. 147-57), Como su práctica es la práctica de un saber, sea éste psiquiátrico o personal, concibe al psicoanálisis como una práctica de saber. Saber contra saber, no se sabe bien por qué coloca el saber del psicoanálisis en un lugar mayúsculo, ya que escribe en letras mayúsculas todos los términos psicoanalíticos que menciona. De ahí a sentirse amenazado hay solamente un paso. Y esto se revela en el único chiste que aparece en todo el libro (humor anunciado al principio y que sólo se hace presente al final): "Dos jóvenes consiguen escapar de un toro enfurecido que las persigue. Se suben a un árbol y se sujetan a las ramas. Debajo está el toro embravecido, listo para darles una cornada. Una de las jóvenes le dice a la otra: Sabes, Silvia, si esto fuese un sueño podría significar algo'" (ibidem, p. 157), Lo que Kanner no percibió es que el hecho de que él relate este chiste significa algo. Esta anécdota es su propio sueño, su propio acto fallido Se siente amenazado por un saber que escapa a su control el Gran Dios Inconsciente, como él mismo lo llama) y se trepa sea a las ramas del sentido común, sea a las ramas del conductismo psiquiátrico, tratando de huir de los efectos descontrolados de haber hecho el descubrimiento del AIP bajo la regencia de un saber maniqueísta (las buenas y las malas madres). A Kanner debemos el descubrimiento que hoy nos permite continuar pensando; sin embargo, como él no lo olvidó, tampoco debemos olvidar que el toro continúa abajo. Es evidente, entonces, a qué peligros nos exponemos en el caso de mantenernos en el nivel descriptivo de los comportamientos, dentro de procedimientos psicológico-psiquiátricos, ya sea atribuyendo toda causalidad a la madre o ya sea - como está más de moda en la psiquiatría norteamericana actual específicamente referida al AIP— atribuyendo todo al cerebro del hijo, Por nuestra parte preferimos referirnos a lo que aún hoy causa escándalo estamos hablando de la reacción de Lacan frente a una objeción
en el momento de la presentación de su tesis doctoral (“La posición paranoica en sus relaciones con la personalidad”): "En resumen, señor, no podemos olvidar que la locura es un fenómeno de pensamiento (apud Lacan, 1978, p.65). Por otra parte desde que en 1896 Kraepelin (apud Manoni,1971, p.103) estableció el diagnóstico de la dementia praecox comenzaron a diferenciarse entidades noseográficas relativas a la locura aplicada a la infancia. Surgen así los términos "psicosis infantil", " esquizofrenia infantil", que anteceden al término “autismo” aplicado en este sentido (Furneaux, 1982. pp. 22-3). Nacen entonces diversas polémicas acerca de si el estado esquizofrénico es una forma exclusivamente adulta o no de locura, y si es o no el destino más probable de la evolución posterior de los niños autistas. También se discute si el termino psicosis se superpone o no al de esquizofrenia y autismo. A ese respecto escribe Hender en 1942 "Hay quienes no creen en la esquizofrenia de la infancia por no haber visto nunca un caso. Tal vez ninguno de nosotros haya visto muchos casos para que podamos hacer un diagnóstico definido, precisamente por no conocer los criterios aceptables. Hay otros que prefieren llamarlas psicosis parecidas a la esquizofrenia en la infancia" (apud Kaxmer, 1951, p. 773). Eaton (apud Ajuriaguerra, 1973, p. 709) y Menolascino (1965), por un lado, y Annell (1973) por otro, coinciden en afirmar las diferencias entre esquizofrenia infantil y AIP. Annell argumenta que los niños autistas se aíslan del mundo, mientras que los esquizofrénicos mantienen con él un contacto distorsionado. Cabria señalar aquí lo que ya se hizo notar respecto de la oposición entre autismo y simbiosis en el estudio de Mahlcr (1958, pp. 77 - 83) y hasta acerca de la distinción que esta autora establece entre los tres tipos de psicosis infantiles: psicosis autista infantil, caracterizada por el hecho de que "la madre parece no haber sido percibida jamás emocionalmente por el bebé, como figura representativa del mundo exterior. Del mismo modo la primera representación de validez externa, la madre como persona, como entidad separada, parece no ser catexizada. La madre aparece como un objeto parcial, aparentemente despojado de las catexias especificas, que no se diferencia de los objetos inanimados" (Mabler, 1979, pp. 26-7), Psicosis simbiótica
infantil en la cual se observa la primitiva relación simbiótica madre bebé pero que no avanza hasta el estadio de catexia del objeto libidinal materno, La representación mental de la madre permanece, o de modo regresivo, se funde con el self, es decir, no se separa del self. Forma parte de la ilusión de omnipotencia del paciente infantil (ibidem, p. 29). La esquizofrenia del niño, acerca de la cual la autora dice que “toda la evidencia clínica refuta la argumentación de ciertos psiquiatras y psicoanalistas de que la esquizofrenia no se produce antes de la pubertad, porque el cuadro esquizofrénico se basa en la elaboración psicótica del conflicto homosexual, Creo, en primer lugar, que la principal causa de la propensión del yo a alienarse de la realidad y fragmentarse es la grave perturbación descripta más arriba (psicosis infantiles, simbiótica y autista), o sea un conflicto especifico del relacionamiento madre-hijo, sea este autista o simbiótico'' (ibidem, p.31) Tustin,1972, pp. 9-11) define al autismo patológico como "una interrupción" del desarrollo psicológico que se torna intensamente rígido, en una fase muy primitiva, o de una regresión a tal fase". Y agrega, en el mismo sentido que Mahler, que "el autismo normal es, como estado, anterior a la capacidad de pensar (prepensamiento), mientras que el autismo patológico es un estado de antipensamiento. Este último término sugiere una coincidencia clinica con lo que estamos postulando; coincidencia que, a pesar de no tener su correlato a nivel teórico, no deja de ser significativa. En efecto, encontramos, en concordancia con el punto de vista de Rosine y Robert Lefort (1983, pp. 364 66),la idea de que el autismo consiste en la ausencia de lo Imaginario/Simbólico propiamente dicho La idea es que el espejo que el intermediarlo materno ofrece al niño lo devuelve permanentemente a la esfera de lo Real, Y esto acontece porque tal intermediario no puede hacer otra cosa, ya sea por imposibilidad psíquica de sostener un lugar de circulación simbólica para ese hijo, ya sea porque el hijo está orgánicamente impedido de llegar a constituirse como sujeto por una insuficiencia neurológica. Y también puede suceder, según una tercera hipótesis, por la combinación de los dos factores. Sin
embargo, si llegamos a la conclusión de que la estructura psíquica es la misma en cualquiera de las tres variantes posibles, podría quedar esclarecida gran parte de las confusiones y discusiones que se producen alrededor de este cuadro, en el cual coinciden síntomas psíquicos pero no etiologías médicas.
3 LA CUESTIÓN ETIOLÓG1CA
En el campo de la etiología la discusión se centra en torno de cuál es el factor causal: la función materna o una alteración cerebral Nadie discute que hay incidencia de síntomas autistas en diversos cuadros patológicos de la infancia, habiendo también niños que no padecen de patología alguna, sino sólo de tales síntomas, Pero las divergencias surgen cuando se trata de definir las causas. ¿Por qué atribuir a causas diferentes estos síntomas cuando se trata de niños con enfermedades orgánicas demostradas o cuando sólo aparece el cuadro autista cuya manifestación "se define exclusivamente en el plano de la conducta "? (Ornitz, 1981). Es extraño que, en el caso de niños físicamente afectados, la mayor parte de los investigadores acepte que los factores “vinculares” pueden ser la causa de los rasgos autistas cambio, lo que se torna aún más extraño es que en los casos de AIP típico, estando éstos caracterizados medicamente sólo por expresiones a nivel del comportamiento, algunos sectores psiquiátricos insistan en la causa puramente cerebral. La hipótesis de que el autismo se debería a una lesión del sistema reticular activador es sostenida por Rimland apud Furneaux, 1982, p.34). El sistema reticular activador es una estructura localizada a nivel del pedúnculo cerebral , que ejerce influencia sobre la atención, el despertar y el sueño. Este sistema tiene, según el autor, gran importancia en los procesos cognitivos, ya que da sentido a la información recibida y
la define. Una falta en este sistema haría que el sistema nervioso del niño no estuviera suficientemente alerta, lo cual borraría el sentido del mundo circundante. Hutt y Hutt (1964, pp. 908 y ss.) opinan que la deficiencia en el sistema reticular activador produce en el niño una sensibilidad extrema, con la consiguiente reacción defensiva. Ornitz sostiene el punto de vista de que algo sucede a nivel del tronco encefálico que afecta la conexión del sistema nervioso central (1981). También se sospecha que el sistema límbico participe, junto con el sistema reticular activador, en la determinación del autismo. Deslauniers y Carlson (ápud Furneaux, 1982, p. 35) apoyan esta opinión. El sistema límbico es una zona del cerebro medio que interviene en la regulación de las sensaciones internas y, por lo tanto, de la autoestimulación. Así, la relación entre los dos sistemas puede dar como resultado estados de excesiva saciedad, que favorecen la desconexión. Foster y Jerusalinsky (1980) comunicaron la coincidencia entre ciertos cuadros de disfunción cerebral mínima y el autismo, lo cual podría apoyar en parte las hipótesis de aquellos autores. Sin embargo, exceptuando a los dos últimos, los autores que hasta aquí hemos mencionado coinciden en negar importancia a las articulaciones a nivel psíquico. Y esto resulta curioso porque, según el mismo Ornitz, «el autismo debe ser considerado como una enfermedad cuyo proceso, a diferencia de otros que se presentan en el contexto médico, solo está definido por la conducta» (1981, p. 10). Pero Deslauniers insiste en que «el niño autista es aquel que jamás tuvo la experiencia de un contacto afectivo, porque jamás tuvo la capacidad para ello» (ápud Furneaux, 1982, p. 36). Winnicott (1975, p. 68) discute este punto de vista, y bajo el título de Esquizofrenia o autismo dice que cabe pensar en «los trastornos subsiguientes a las lesiones físicas y a la deficiencia del cerebro e incluye también... las fallas de los primeros detalles de la maduración. En cierto número de casos no hay indicio alguno de enfermedades o defectos neurológicos», con lo cual el psiquiatra «se encuentra (frecuentemente) frente a la imposibilidad de decidir entre diagnosticar un defecto primario,
un caso leve de la enfermedad de Little, una simple falla psicológica en los inicios de la maduración de un niño con cerebro intacto, o bien una combinación de dos o de todas las anomalías citadas». No obstante, Winnicott subraya, partiendo del campo psicoanalítico, la capital importancia que tiene el vínculo M-H en la integración subjetiva del niño y cómo puede ser destructiva una falla en este terreno, hasta el punto de afectar físicamente al bebé (1975, pp. 42-63). En este mismo sentido se pronuncia Tustin y a este respecto cita a Winnicott: «La madre coloca el pecho real en el lugar y en el momento exactos en que el niño está listo para crearlo». Del éxito de esta satisfacción, que superpone lo real a lo alucinatorio, dependerá el curso de la constitución del yo del niño. Apoyada en esta idea, la autora sostiene que la causa puede ser una combinación de factores: por un lado, cuando «la capacidad del niño para recibir y hacer uso de los cuidados de los padres estuvo seriamente bloqueada o desorganizada»; y por otro, cuando las circunstancias de los cuidados que los padres ofrecieron al niño no facilitaron su desarrollo (1975, p. 36). Después de esta revisión, y basados en nuestra propia experiencia clínica, consideramos que el surgimiento tanto de rasgos como de cuadros autistas está íntimamente vinculado al desequilibrio del encuentro del agente materno con el niño. Y este equilibrio depende, por un lado, del estatus psíquico de este agente y, por el otro, de las condiciones constitucionales del niño para apropiarse de los registros imaginario/simbólico que entran en juego en tal relación. No ponemos en duda la posible presencia de un factor de propensión o de determinación orgánica, pero señalamos que muchas veces este factor no parece estar presente y que, cuando lo está, aparece activado en una determinada articulación psíquica. En este sentido, nos remitimos a las ideas freudianas acerca de las relaciones entre el aparato psíquico y el sistema nervioso (S. Freud, 1968, pp. 883 y siguientes). Además, insistimos en la eficacia de la compensación materna, que se ha demostrado como viable en muchos casos en que fue posible una intervención terapéutica precoz.
Respecto de la importancia del factor materno, son fundamentales las investigaciones de Suomi (1980, pp. 13-50) acerca de los modelos de depresión en los monos y del comportamiento de los primates aislados de sus madres. Ellos desarrollan conductas típicamente autistas, cuya flexibilidad de remisión depende del tiempo de aislamiento y de la ruptura de la relación M-H. Estas investigaciones son una continuación de las ya realizadas por Harlow (ápud Rappaport, 1977, p. 16) con las famosas «madres de alambre» ofrecidas a los monitos para comparar las reacciones diferenciadas de estos con madres de esponja, móviles y fijas. La regularidad con que se encuentran referencias, en la literatura específica, a las características maternas y a la eficacia de este factor cuando es tomado en las intervenciones terapéuticas deja pocas dudas acerca de su importancia en el terreno del autismo.
Nada somos fuera del lenguaje Posición epistemológica del autismo A partir de 1943, año en que Leo Kanner describió al autismo por primera vez como un síndrome, el debate acerca de su definición diagnóstica, sus causas y la pertinencia y la eficacia de las diversas intervenciones terapéuticas propuestas nunca se detuvo. El hecho de haber nacido como «síndrome» determinó en alguna medida ese destino de entidad psicopatológica polémica. Precisamente, fue ese el término que clásicamente se utilizó en la medicina para designar configuraciones patológicas que, a pesar de su repetición epidemiológica significativa y de cierta constancia de un núcleo de signos y síntomas, se presentan cercadas por manifestaciones curiosamente variables y en una 1 Nos referimos a los cambios que el informe elaborado por Abraham Flexner en 1910, respondiendo a un pedido de la Carnegie Foundation, introdujo en la práctica médica y clínica en general. La mayor parte de los criterios que en ese informe definen la «medicina científica» fueron universalmente adoptados, y a ellos nos estamos refiriendo aquí.
gran diversidad de situaciones clínicas. En particular, los síndromes no cumplen de manera satisfactoria con las tres condiciones que la medicina «flexneriana»1 define como conditio sine qua non para considerar una manifestación patológica como «enfermedad: 1) tener una determinada semiología (un conjunto de síntomas típicos de esa patología); 2) tener una determinada etiología (una causa o conjunto de causas demostradas), y 3) disponer de un método eficaz de intervención clínica para su mejora o cura. Por cierto, el autismo no satisface plenamente esas tres condiciones y, por ello, sigue siendo clasificado como «síndrome» y no como «enfermedad». Lógicamente, ese encuadre epistemológico sitúa al autismo más como un cuadro que requiere investigación y trabajo interdisciplinario, que como una categoría psicopatológica conclusiva. Dicho de otro modo, el autismo es un territorio de interrogación para los conceptos fundamentales en los que se sostienen nuestras categorías psicopatológicas. ¿El autismo es un trastorno del desarrollo? Si entendemos por «desarrollo» el conjunto de las adquisiciones que definen y organizan la relación de un ser humano con el mundo en que vive, por cierto el autismo es un problema de desarrollo. El desarrollo hoy es entendido -sobre todo después de los descubrimientos realizados en el campo de la epigenética y acerca de la neuroplasticidad - bajo una doble determinación: por un lado, está marcado por determinaciones genéticas que pautan el ritmo de la maduración neurológica básica; por otro lado, en virtud de la gran plasticidad inicial del SNC y de la permeabilidad parcial de las estructuras genéticas, la constitución del sujeto psíquico derivado del medio humano circundante moldea y orienta esas adquisiciones. La primera determinación -genético-neurológicas automática y levemente variable de individuo a individuo, mientras que la segunda se construye de manera totalmente singular para cada uno.
Los automatismos neurobiológicos, que cumplen un papel fundamental en la preservación del equilibrio vital, tienen no obstante escaso valor adaptativo respecto del mundo simbólico y cultural en que el ser humano despliega su vida. Para establecer los lazos con sus semejantes y realizar las elecciones que, para los seres humanos, no están predeterminadas, él dependerá de esa construcción singular que le será transmitida por obra del lenguaje. Esos automatismos son, precisamente, restos de una memoria acumulada por la evolución de las especies -y por la experiencia de nuestra especie en particular- que, por resultar insuficiente desde el punto de vista filogenético, fue gradualmente sustituida por una memoria colectiva externa al cuerpo: el lenguaje.2 La red de relaciones con personas y objetos circundantes está compuesta por redes discursivas sin las cuales los comportamientos automáticos no tienen significación alguna. El autismo consiste fundamentalmente en el fracaso en la construcción de esas redes de lenguaje -que brindan el saber acerca del mundo y las personas- y en la prevalencia de automatismos que, disparados de modo puro y espontáneo, carecen de todo valor relacional y ofrecen resistencia a la entrada del otro en el mundo del niño y, por consiguiente, a la entrada de él en el mundo familiar y social. Lo que podemos afirmar hoy acerca de la etiología del autismo Para que tenga lugar la transmisión de esa estructura lingüística que le permitirá al niño interpretar el mundo que lo rodea y, al mismo tiempo, hacerse interpretar, es necesario que se establezca un punto de encuentro e identificación entre cada niño y su Otro 2 Véase T. W. Deacon, The symbolic species: The co-evolution oflanguage and. the brain. Nueva York, Norton & Company, 1998.
Primordial (por lo general su madre).3 Esa identificación primaria marca la entrada en un complejo sistema de identificaciones conocido como «Estadio del Espejo», así llamado precisamente porque, a partir de ese momento, cada semejante pasa a funcionar como un espejo en que el niño contempla las múltiples variaciones de los efectos que su voz, su gestualidad y sus expresiones causan en el otro. El niño, entonces, se reconoce en esos efectos. Dicho de otro modo, se reconoce en los otros y percibe las condiciones que debe satisfacer para ser reconocido. Los trazos lingüísticos que acompañan y organizan ese intercambio especular transforman los actos de reconocimiento recíproco entre el niño y su Otro en una función simbólica: el niño y los otros pasan a ser representados por palabras, por ejemplo, por un nombre y, más aun, por un conjunto de nombres. Como se puede advertir, la «función de reconocimiento» es una operación delicada y compleja que tiene un valor fundamental: es la puerta de entrada al mundo propiamente humano. Por ello, tanto Freud como Lacan prestaron especial atención a las «identificaciones primarias»; el primero en lo que concierne al papel del padre y el segundo, a los trazos significantes que las constituyen.4 Lo que de modo invariable encontramos en la clínica del autismo infantil precoz es el fracaso de esa función primordial de reconocimiento. Las causas de ese fracaso son, en efecto, sumamente variables - d e las genéticas y neurológicas hasta las traumático-psicológicas-, pero la falla de esa delicada y fundamental operación de entrada en el campo del lenguaje aparece rigurosamente en todos los casos. De ese modo, nos vemos en la necesidad de situar el fracaso de la «función primordial de reconocimiento» como causa nodal en la 3 Escribimos, de acuerdo con Lacan, «Otro» en mayúsculas porque no se trata de cualquier otro, sino de aquel que tiene el poder, la posición autorizada, de endosar en el niño la matriz simbólica que gobernará sus actos, y «Primordial», porque se trata de la primera forma (una forma familiar) en que ese Otro se hace presente en la vida del niño; más tarde habrá otra forma: el Otro del Discurso Social. 4 Lacan llamó a esa marca fundamental «trazo unario», enfatizando de ese modo que se trata no de un trazo único, sino de un trazo que denota la singularidad de la entrada de cada sujeto en el campo del lenguaje.
etiología del autismo. Dicho de una manera más simple: se creó algún obstáculo insuperable entre el niño y su Otro Primordial. En las investigaciones en el campo genético se han hallado correlaciones de ese fracaso con el síndrome del X frágil, por ejemplo, y también con diversas alteraciones de localización genética. Entre otras hipótesis derivadas de las indagaciones y suposiciones genéticas se ha creado un síndrome -Aspergerlocalizado en la clasificación psiquiátrica del DSM IV dentro del 'espectro autista', atribuido a una causa genética aún no demostrada. En el campo neurologico se han encontrado significativas correlaciones con trazados electroencefalográficos paroxísticos en las regiones temporales (precisamente, las relacionadas con las funciones lingüísticas), escasa actividad en la región del surco temporal superior izquierdo (cercano al área de Wernicke que rige funciones interpretativas del lenguaje), alteraciones en el área 44 de Brocca (también sede de funciones lingüísticas, en especial expresivas, y, por ello, clásicamente vinculada con los trastornos de afasia), manifestaciones epilépticas diversas, trastornos en el ritmo bioeléctrico del lóbulo frontal, configuraciones atípicas en las imágenes obtenidas por medio de resonancia magnética y trastornos en el metabolismo de la serotonina. También se observa que, entre los niños autistas, hay una elevada incidencia de trastornos específicos de lenguaje, así como retrasos afásicos y disfásicos y, menos comúnmente, retrasos anártricos. Curiosamente, el autismo también puede manifestarse en niños que no presentan ninguna de las alteraciones mencionadas, pero en todos los casos sí presentan el fracaso de la función primordial de reconocimiento recíproco. En ese sentido, es importante notar que existe gran cantidad de casos de autismo y/o de trazos autistas en niños nacidos ciegos o que quedaron ciegos a muy temprana edad, en niños sordos de nacimiento hijos de padres sin ese trastorno (no se da en tal proporción entre los niños sordos de nacimiento hijos de padres también sordos) y también en niños que, por el hecho de tener síndromes que modifican sus rasgos y ponen en duda su futuro (por ejemplo, el síndrome de Franceschetti-Collins, el síndrome de Down), enfrentan muy pronto en sus vidas el rechazo en la
mirada de sus semejantes y, eventualmente, de sus padres, si bien sus síndromes no están específicamente vinculados a algún tipo de manifestación autística. Esas consideraciones nos permiten situar la etiología del autismo en el cierre de esa puerta de entrada al lenguaje que es la «función primordial de reconocimiento», cuyo fracaso puede obedecer a las más diversas causas. Lo que podemos afirmar hoy acerca de la estructura del autismo En el campo de la psicopatología psicoanalítica, clásicamente se han reconocido tres estructuras: neurosis, psicosis, perversiones, cada una de ellas caracterizada por una forma determinada de defensa del sujeto frente a las dificultades de conjugar sus deseos con la realidad. Las neurosis, con su represión: rechazo, para el registro inconsciente, de las representaciones relativas a deseos inaceptables para la conciencia del sujeto. Las perversiones, con su rechazo: conducirse como si no existiese, aun cuando se sabe que existe, aquello que se opone al goce del sujeto. Las psicosis, con su forclusión: imposibilidad del sujeto de encontrar una posición en el discurso que le permita comprender el sentido de las cosas, porque el nombre que determina esa posición no fue primariamente inscrito; el sujeto compensa la falta de sentido con un exceso de sentido en su delirio y suprime o crea los términos, según sea necesario, para poner a resguardo el sentido que él ha inventado. El autismo, en la medida en que se presenta como una ausencia de sujeto (están ausentes la demanda de reconocimiento del otro y el deseo del otro, que harían posible considerar una estructura mínima de sujeto), plantea para el psicoanálisis el problema de cómo establecer una estructura (siempre necesaria para orientar las intervenciones clínicas) que se encuentra fuera del lenguaje, en la medida en que sabemos que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Como suele suceder, fue la clínica la encargada de dar respuesta a esa cuestión: la prevalencia de los automatismos crea un mecanismo de exclusión del niño con
respecto al lenguaje. Es por ello que los autistas desvían su mirada no de cualquier cosa, sino específicamente del otro semejante, así como se hacen los sordos no ante cualquier sonido, sino específicamente ante el del otro hablante. Si bien es cierto que es difícil sostener la proposición de que «el autista se excluye», precisamente porque el se implicaría un sujeto en un caso en que su ausencia es evidente, sostener dicha proposición constituye un primer movimiento de un intento de cura: suponer un sujeto allí donde no lo hay. Es por esas razones que el psicoanálisis, aun de modo polémico, ha incorporado el autismo como una cuarta estructura: la estructura de la exclusión. ¿Hay «tipos» de autismo? En un comienzo, se distinguió el autismo innato - al que se llamó «primario»- del autismo adquirido -denominado «secundario »-. Más tarde, se reservó el término «primario» para el autismo en cuyo origen había, supuestamente, una causa orgánica innata, determinada y circunscrita, preferentemente de orden genético o debida a una estructura neurológica defectuosa, aun cuando ello no estuviese claramente demostrado. Por su parte, el término «secundario» pasó a ser usado en los casos en que el autismo aparecía como una consecuencia derivada de una enfermedad o de un daño considerado, por lo tanto, como el factor primario, aun cuando no hubiese un registro significativo respecto de una diferenciación constante en las manifestaciones específicas del autismo entre ambos tipos de casos. A partir de la diseminación del diagnóstico del síndrome de Asperger 5 surgió la distinción entre el autismo con deficiencia intelectual y el autismo de alto rendimiento. Con ello se hacía alusión a las habilidades de resolución lógica compleja que 5
Durante sus primeros cuarenta y cinco años de existencia, a partir del momento en que el doctor Asperger lo definiera en 1949, el síndrome homónimo sumó menos de cien casos en la comunicación médica internacional. Pero desde el momento en que fue incorporado al DSMIV en 1992 y que su espectro semiológico fue geométricamente ampliado, en quince años reunió decenas de millares de casos, y, curiosamente, llegaron a ser incluidos en su casuística hombres famosos como Mozart, Newton y Einstein.
poseen algunos autistas, en contraste con aquellos que o bien están afectados, primariamente, por un retardo intelectual (handicap que puede favorecer la adquisición del autismo), o bien se ven perjudicados, secundariamente, en sus aprendizajes y en su rendimiento intelectual por la pobreza de relaciones a la que su autismo los condena. De nuestra parte, consideramos verdaderamente relevante la distinción entre autismos secundarios respecto de problemas específicos (constitucionales) de lenguaje, autismos vinculados a configuraciones patológicas genéticas y/o neurológicas demostradas y autismos relacionados con historias familiares en las que hubo ruptura, quiebra o discontinuidad abrupta en cuanto a los escenarios y los personajes implicados en las identificaciones primarias (en especial, durante el primer año de vida). ¿Curable o incurable? Definir el autismo como un cuadro homogéneamente incurable implica, por un lado, una resistencia de los clínicos a reconocer la diversidad de condiciones en las que un autismo se estructura y, por otro, el posicionamiento en la idea de una causa única. Como hemos visto, la ruptura del vital punto de encuentro entre el hijo y sus padres constituido por la función primordial de reconocimiento le cierra al niño la puerta de entrada al mundo ordenado por el lenguaje, es decir, el mundo específicamente humano. En la medida en que las causas de esa ruptura, de ese distanciamiento, son de las más diversas, es necesario vincular las condiciones y las posibilidades de cura: 1) con el grado y el modo de incidencia de esas causas sobre el proceso de las identificaciones primarias, 2) con las posibilidades de control o supresión de esa incidencia, y 3) con la capacidad de la familia de persistir largamente en la reconstrucción de las condiciones que permitan producir el reconocimiento recíproco que se ha perdido; asimismo, 4) las causas deben ser sometidas a la prueba del tratamiento, dado que en su mayor parte son supuestas, y 5) afirmar desde el comienzo la incurabilidad introduce al niño y a su familia en la trampa de la profecía autorrealizada: nunca puede
ocurrir aquello que ni siquiera se intenta hacer (si no se intenta la cura, esta, por cierto, no ocurrirá y así se establecerá la «prueba» de la incurabilidad). Si el intento de cura parte del reconocimiento de su imposibilidad, lo que se espera del niño y lo que se le pide nunca exceden el círculo de lo posible, es decir, de la persistencia de su patología. Es verdad que, en la medida en que se prolonga un determinado modo de funcionamiento psíquico, este tiende a volverse fijo, automático e irreversible. La lógica clínica nos lleva a pensar que en un cuadro -como es el caso del autismo- que se caracteriza precisamente por la prevalencia de los automatismos, la disposición para que su matriz de funcionamiento se vuelva automática debe facilitar que esto ocurra en un lapso menor. Observamos, en efecto, que, si por un lado la permeabilidad y la flexibilidad frente a la intervención terapéutica psicoanalítica es de gran magnitud en los primeros tres años de vida (y en especial en el primer año), esa apertura se cierra de modo vertiginoso a partir del cuarto año, y los tratamientos se vuelven difíciles de abordar y sus resultados son bastante dudosos cuando se trata de autistas de más de 5 años de edad. Ahora bien, en los primeros años, los resultados de las intervenciones psicoanalíticas, llevadas a cabo por terapeutas con experiencia clínica específica en esta patología, logran establecer nuevas condiciones para la constitución del sujeto psíquico que, espontáneamente, allí había claudicado. Una observación final Si la intervención psicoanalítica exige, en el caso de las psicosis, que el terapeuta acompañe el delirio de su paciente, aun cuando no se identifique con sus excesos de sentido, en el caso del autismo la exigencia es más radical: el analista necesita acompañar a su pequeño paciente por el camino de su autoexclusión. Eso implica que tendrá que arriesgar un acto de reconocimiento recíproco (una identificación especular) fuera del territorio del lenguaje, con la esperanza de que su paciente lo siga en el retorno a ese territorio. Ningún ejercicio clínico es tan
revelador como el que nos dice (y debemos esta enseñanza a los autistas) que nada somos fuera del lenguaje.
4 FUNCIÓN MATERNA Y FEMINEIDAD
Desde un punto de vista estrictamente formal, la única función es la del padre, en el sentido de que la única alternativa para que se produzca un sujeto se articula a partir de lo Simbólico. Sin embargo, varios autores lacanianos (Godino Cabas, 1980, p. 35; Sami-Ali, 1979, pp. 72-118) y hasta el mismo Lacan aceptan hablar de función materna, en un sentido descriptivo, como del lugar que ocupa el agente de intermediación de lo simbólico para el infans (Maci, 1983, pp. 118-20). Prematuro como es, el cachorro humano requiere la presencia real de un agente que lo reciba en un espacio virtual (el lugar de su falta), espacio en el cual ese infans se espeja (se imaginariza). Ese espacio se cava en el agente materno en la medida en que existe en él una referencia a lo simbólico. Para ser más precisos, es necesario que ese agente esté capturado por la castración simbólica, inscripto metafóricamente en el Nombre-del-Padre. O sea que no hay verdaderamente agente materno sin referencia a la Función del Padre porque este agente se constituye como tal solo en su nombre. Solo así el hijo es objeto de deseo; y solo así, entonces, la madre inscribe (¿escribe?) en su cuerpo las marcas de lo simbólico, Esta es por excelencia, la función de la madre. Godino Cabas nos ayuda en este punto: "Si Freud insistió en que el niño es an-objetal, lo hizo sobre todo porque quiso subrayar el
hecho de que el objeto se construye. Seria necesario decir ahora que la imago del seno materno es su piedra fundamental. Ella proporcionaría los elementos para la construcción de la función materna en la cual la mujer encuentra un objeto primordial de su sexualidad" (1980, pp. 35-6). Se trata de la ecuación [pene=hijo] — falo (Lacan, 1971, p. 284) que caracteriza a la maternidad, en la medida en que, en la mujer, la falta se especifica en el deseo del hijo. Este lugar vacío es simbólicamente llenado por el niño, con el cual se ímaginariza una completud, insostenible, sin embargo, en el nivel simbólico: el niño también es afectado por la falta. Esta dialéctica del deseo se realiza en un circuito en el cual el infans se ve totalizado en un "otro" que lo espeja; completud imaginaria que contrasta con la inmadurez que, de su propio cuerpo, percibe. Así, para mantener este Ideal de si mismo, el niño desea el deseo de la madre. Y como consecuencia de ello "el lugar simbólico de la madre revela la dimensión de poder del Otro de la primera dependencia" (Maci, 1983, p. 118). Este poder actúa marcando en el cuerpo del hijo (en el inicio fundamentalmente visual y oral) la direccionalidad de la pulsión para el encuentro con el objeto de deseo: el rostro y el pecho y sus sustitutos, A este respecto informa Sami-Ali que "en el origen de la constitución de los objetos podemos discernir un proceso circular que, por un lado, parte del niño, pasa por la madre y llega al objeto; y que, por otro lado, parte de la madre, pasa por el niño y llega al objeto. La palabra hace su entrada sobre ese fondo de objetos (primordiales) que se corresponden entre sí y que reflejan la correspondencia fundamental del propio cuerpo y del objeto materno" (1979, p. 72). Todo este proceso se sintetiza en la fórmula de la metáfora del Nombre del Padre S S (tachado)
S´ (tachado) -----> S X
1 s
En esta fórmula las S mayúsculas son significantes, y la s minúscula es el significado "inducido por la metáfora, que consiste en el reemplazo de la cadena significante", o sea, en el pasaje de S a S´ "La elisión de S´, representada aquí por la barra, es la condición para el éxito de la metáfora" (Lacan, 1975, p. 242), Esto informa que solamente cuando la marca significante del nombre del padre opera sobre la madre la ley que restringe el campo de su goce a los lugares externos al incesto, la madre es deseante. Deseante del único que podría serlo: de lo que le falta, o sea del objeto residual del incesto primordial: el hijo, Hijo que, por ser objeto real, se convierte en fetiche de la madre para acceder, por esa vía, a la dimensión simbólica. Como fetiche de una madre normalmente neurótica, queda referido al Otro (A) portador de la ley, o sea, pasa a ser significado como falo en lo imaginario materno y, por lo tanto, referido al significante de ía falta (precisamente el falo) en lo imaginario propio. La fórmula propuesta se toma más comprensible del siguiente modo: Nombre del Padre: Deseo de la madre (tachado) -> ------------------------------- - ------------------------------------Deseo de la madre (tachad) Significado al sujeto ---> Nombre del Padre ( A ) Falo
Si seguimos la fórmula paso a paso, tendremos: el Nombre-delPadre, como significante que, por ser portador de la ley (de prohibición del incesto), hace una falta en la madre, o sea, la deja deseante. Este Deseo de la Madre, que en el primer elemento juega como significado, en el segundo lo hace como significante (encima de la línea). Este movimiento está viabilizado por el carácter dialéctico del deseo que, en un juego de espejo M-H, hace que el deseo del hijo por parte de la madre sea reencontrado en él como deseo de ese deseo de la madre dirigido a él mismo. En ese desear el deseo de la madre el hijo descubre en ella la
falta: ella está afectada por una restricción de su goce con él y, por causa de esta falta, se dirige al Otro (A), que no es el hijo, en la esperanza de resolverla, Ese otro está representado por el significante del Nombre-del-Padre. Lo que este significante significa (en última instancia lo que hace la diferencia sexual) es deseado por la madre y, entonces, pasa también a ser deseado dialécticamente por el hijo, De este modo, el Deseo de la Madre hace este pasaje a la categoría de significante, cuyo significado consiste en la imaginarización de un sujeto que participa de la insignia fálica, que no es más que el Nombre-del-Padre (Significante Primordial) metaforizado. A través de toda esta arquitectura de la Castración Simbólica, la madre, capturada en el actuar del Significante, cumple su función transmisora, apoyándose en un juego de soportes corporales —el del hijo y el propio— que refiere estos cuerpos a una constante reconstrucción imaginaria desplazada incesantemente a través del campo angustiante de la falta. Así ocurre en la neurosis, Pero cuando la falta se sutura, porque la ley pierde su eficacia, el Nombre-del-Padre no se metaforiza. La madre no es deseante de un hijo, sino de un gajo que la complete, porque en su imaginario la falta (la diferencia sexual) no es irremisible. Aquí entrevemos, en el repudio de la diferencia sexual, el fondo perverso de la madre fálica. El deseo materno, a través de la Forclusión (Vererfung) del nombre del Padre esquiva al Otro con su deseo y en la imagen recíproca de este deseo, captura indisociadamente al hijo. Aquí tenemos el punto de partida de una estructura psicótica. Sin embargo, nos parece que en el autismo no hay captura, a no ser en la imagen recíproca del mero deseo de muerte: el muerto. Aquí es esquivado no solamente el Otro, sino también el cuerpo del hijo. Muchos autores han analizado la cuestión de la función materna partiendo de puntos de vista diversos. Por lo tanto, en una tentativa de ordenamiento de los problemas, podemos diferenciar este primer nivel formal de los otros niveles en que se acostumbra conceptualizar la función materna. Hay un nivel de cuidados reales, que atiende a las necesidades del niño. Esto es lo que se ha llamado puericultura; es lo que las enfermeras y los pediatras focalizan como eje de sus
preocupaciones: alimentación, movimentación, higiene, enfermedades, salud, etcétera. Y otro nivel, que se ubica a mitad de camino entre lo psícoanalítico y lo pediátrico y que, combinando observaciones con recursos teóricos, trata de articular una imagen de la función materna, en el vaivén que la caracteriza, entre la satisfacción de necesidades y la estructuración de lo Imaginario/Simbólico. Aquí se arman verdaderas "funciones" en el sentido de mise en scene del "vínculo" M-H. Sí bien por un lado este nivel de análisis carece del rigor de las consideraciones formalizantes, tiene por el otro la ventaja de servir como guía clínica para muchos legos y aun para muchos participantes. Guía, no en el campo de la puericultura, sino en el campo de lo imprescindible "innecesario" que se debe hacer presente en la relación M-H, para que el individuo de la especie se constituya como sujeto. Sin duda cabe aquí nuevamente lo que ya señalamos en la introducción: Winnicott detalla cuestiones relativas al espejamiento M-H, sin entrar en el análisis de la función que los separa. Se mantiene, pues, en el campo de lo imaginario. Es precisamente en este plano que ubicamos sus contribuciones (1965, pp. 72, 75,79) respecto del papel de la madre en las primeras etapas de la vida. Sin embargo, debemos destacar su aporte acerca del objeto transicional (1972, pp. 17 y 45), que se ubica en el campo de la teoría formal psicoanalítica y que define el papel de la madre en el rigor de su función articuladora de Jo imaginado recubriendo la aridez de lo real. Es más aquí de la muerte, y más allá de la cosa, que la madre realiza su función. Por eso, como dijo Lacan: "Lo importante no es que el objeto transicional preserve la autonomía del niño sino si el niño sirve o no como objeto transicional para la madre. Y ese suspenso no entrega su razón a no ser en la misma proporción en que el objeto entrega su estructura. A saber, la de un condensador para el goce, en la medida en que, por la regulación del placer, tal estructura es robada al cuerpo" (Lacan, 1980, p. 210) Wínnicott (1972, p. 147) refiere los cuidados maternos primarios como características del papel materno y los define en tres funciones:
a) Manutención (holding) b) Manoseo (handling) c) Presentación del objeto o presentación del mundo En un articulo publicado en español en El niño y el mundo externo Winnicott incluye un cuarto elemento: la relación triangular entre los miembros de la familia (1965, p. 15). La manutención se refiere a la asignación del lugar, el mantenimiento de la mirada, la protección general contra los sentimientos de desamparo que inicialmente se apoderan de los bebés, se refiere "a ver al hijo como un ser humano en un momento en que él aún no es capaz de sentirse entero" (ibidem, p. 17), ya que el niño es naturalmente prematuro, aunque nacido a término, para enfrentar el nuevo estado extra uterino. El manoseo, desde la movilización hasta la higiene, cubre todas las zonas de contacto con el niño, "Todos los detalles del cuidado físico precoz constituyen para el niño cuestiones psicológicas" (ibidem). La "mostración del objeto denomina el acto de llevar al niño en dirección al mundo circundante de una manera gradual y no contingente, ya que este mundo tendrá interés para el niño en la medida en que la madre le muestre la importancia que ese mundo tiene para ella y para el propio hijo" (ibidem). De todos los objetos del mundo que rodean al niño y a su madre, existe uno que el deseo de ella subraya especialmente. Se trata del padre, que la articulación psíquica materna colocará en un lugar de valor, variable de acuerdo con su propia estructura. Aquí aparece, entonces, el segundo elemento de la función materna, primera sustentadora de la función del Padre frente al hijo. "No es solamente de la manera en que la madre acepta a la persona del padre que conviene que nos ocupemos, sino también del caso que ella hace de su palabra digamos el término, de su autoridad; dicho de otro modo, del lugar que ella reserva para el Nombre-delPadre en la promoción de la ley" (Lacan, 1975, p. 269). Es aquí, probablemente, donde podemos incluir la función de triangulación a la que Winnicott se refiere y que, sin duda, constituye un postulado de nivel teórico absolutamente diferente de las primeras tres funciones formuladas. Y es también aquí que
debemos cuestionar este salto de categorías por parte de Winnicott, al introducir por mera yuxtaposición sumatoria lo que, en un efecto contrario a tal procedimiento cuantitativo, recalifica todo. O sea el Triángulo Edípico. Es este exabrupto en un médico tan sensato lo que, por la excelencia de su verdad conceptual, desnuda la insuficiencia de los postulados de los cuidados maternos primarios para analizar cuestiones de salud y enfermedad psíquica en los niños. Si así no fuese, Winnicott no necesitaría haber agregado nada. Su percepción de que problemas tales como la psicosis y la delincuencia infantiles no pueden ser abordados puramente a partir del medio ambiente lo lleva a incorporar este tema de la triangulación. Nos preguntamos si tal formulación, así presentada, bastará para cortar el camino a quienes, apoyándose en las tres primeras consideraciones tan realísticamente explicadas por Winnicott, consideran que es el medio ambiente el que enferma al niño y, en consecuencia, lo que lo puede curar. Una vez definidos los cuidados maternos primarios, quedan aún por responder las siguientes preguntas: ¿qué condiciones deberán cumplir esos cuidados para que resulten eficaces en la operación de sujetamiento del infans y ¿qué condiciones deberá cumplir esa madre en la función de significar el Nombre-del-Padre para que asuma expresión específica en el hijo? O sea, de un modo más preciso, cuáles serían las condiciones para la efectivización de la Metáfora-del-Nombre-del-Padre, No parece ser ésta la preocupación central de los que "en su búsqueda de las coordenadas del 'ambiente' de la psicosis se apartan, como almas en pena, de la madre frustrante y de la madre hartante, no sin sentir que, al encaminarse en dirección al padre de familia, se queman, como se acostumbra decir en el juego infantil del objeto escondido" (Lacan, 1975, p. 263). El bebé no dispone de la comprensión del lenguaje para ser informado de los deseos de la madre, ni para Informarle sobre sus necesidades e inquietudes. El sistema del lenguaje preexiste al niño, pero fuera de él. Se hace entonces necesario que el niño se inscriba en el orden del lenguaje, incorporándolo a si mismo para conseguir la asunción de toda su condición humana. Es cierto que la condición previa para que esto suceda es que, a partir de los
padres, el hijo esté inscripto en ese orden simbólico marcado por la escala de valores inaugurada por la Función Paterna. Pero esta marca simbólica no opera directamente sobre lo Real, sino sobre lo "real construido", o sea sobre lo otro de lo real: lo Imaginario. La madre agrega a las necesidades del hijo una significación que las transforma. Así, toda manifestación del hijo, todo objeto circulante entre él y su madre se instala en un espacio intermedio entre los dos personajes reales. Es el fenómeno transición al (Winnitcott, 1972). Para que esto se produzca es necesario que la madre establezca una serie de puentes de actividades significantes que traduzcan su discurso en un idioma que se aproxime a les condiciones de insuficiencia constitucional del cachorro humano. Es el idioma de la actividad maternal de interpretación de dos sistemas que se despliegan paralela y simultáneamente: 1) su propio discurso regido por el sistema de lenguaje 2) el sistema de actividades constitucionales del niño. Este último se agrupa en los cinco subsistemas que caracterizan a los engranajes constitucionales del bebé: los reflejos arcaicos, la gestualidad refleja originaria, el tono muscular, la actividad postural y espontánea y los ritmos biológicos; ellos componen los códigos constitucionales a los que la madre otorgará significación psíquica, Para romper el paralelismo de estos dos sistemas la madre cuenta con una doble ayuda: por un lado, el papel de la imago del semejante y. por otro, la permeabilidad al significante, que son características de los individuos de nuestra especie. La permeabilidad al significante se resume en parte en la maduración y en la capacidad de composición asociativa. Pero fundamentalmente en la repetición característica del funcionamiento psíquico, derivada de la base genético-instintivopulsional propia del ser humano (S. Freud. 1948, pp, 1089 y siguientes). La cuestión de la imago se refiere a la prevalencia de la imagen del semejante que, aunque en otras especies se muestre mecánicamente determinante de la maduración (o de ciertos aspectos de ella), en el ser humano queda relativizada a un efecto
de captura del cachorro por parte del deseo materno. Esta captura actúa por medio de las operaciones maternas de saturación psíquica de esta imago, operaciones que están, por el imperio en la madre de la marca significante, decisivamente vinculadas al sistema del lenguaje. A su vez, este sistema asegura, a través de la síntesis de la cultura por él contenida, el sujetamiento del cachorro, o sea, su condición de sujeto Lacan, 1971. pp. 1MB}, En setiembre de 1979 en un trabajo presentado con Coriat, en ocasión del 5° Congreso Brasileño de Neuropsiquiatría infantil afirmábamos que “las características del encuentro M-H en el período inicial de la lactancia están determinadas por la madre. Ella tiene una personalidad estructurada, una manera de ser de su femineidad que otorga a su hijo un significado y un valor definidos para cada caso, integrando, según sus características personales, las normas de crianza que la cultura y la familia le han transmitido. El peso de todo este cuadro, preexistente en la madre, es muy grande. Todo rasgo singular que el niño presente adquirirá su significado en función de esta estructura previa" (Coriat y Jerusalinsky, 1583, p. 12), Tenemos así tres aspectos centrales en la composición de las funciones del agente materno: --- cuidados maternos primarios (nivel de lo real) — Doble traducción - lenguaje x acción (circulación imaginario/simbólica) Acción x lenguaje — sustentación primaria de la Punción Patema o triangulación edípica (nivel de lo simbólico) Podemos agregar aún que la función del agente matemo está sujeta a las condiciones de que represente:
a) discontinuidades que permitan al niño experimentar los contrastes imaginarios que lo llevaran a incorporar sistemas de oposiciones necesarios para absorber las series de la significación b) coherencia y articulación indispensables para constituir un sistema en el cual el niño se vea incluido, para que el agujero que señala el lugar a partir del cual hablará sea distinguible.
05 ASPECTOS CONSTITUCIONALES DEL BEBÉ Y SU INFLUENCIA EN LA RELACIÓN MADRE-HIJO
AI principio las respuestas del niño están forzosamente encaminadas por la vía de la actividad refleja, por la actividad espontánea y por las expresiones de su tono muscular y su gestualidad. La viabilidad y condición de estas actividades en el niño realimentarán un circuito afectivo con centro de determinación en la madre. Esta retroalimentación podrá ocasionar cambios en la posición de la madre respecto del niño, modificando así el lugar simbólico que el hijo ocupa y el valor que significa. El niño existe psíquicamente en la madre mucho antes de nacer y. más aún, mucho antes de ser gestado. Cuando el niño nace, todo ese engranaje que lo precede se pone efectivamente en
movimiento. Podemos decir que un recién nacido dispone de un "enganche" para articularse en el proceso materno que lo contiene; "enganche" éste que se compone de: actividad refleja arcaica, gestualidad refleja, tono muscular, actividad postura] y espontánea y ritmos biológicos. a) Actividad refleja arcaica. Cuando el niño nace presenta una serie de reacciones automáticas, "desencadenadas por estímulos que impresionan diversos receptores". Estas reacciones constituyen algunas de las huellas que guían la actividad del bebe. Estamos refiriéndonos fundamentalmente a los reflejos madurativos, al conjunto de los reflejos orales, de la madre, de Moro, tónico-cervicales, a los relativos a la maduración de la actividad ocular, a las reacciones cutáneas y a los reflejos posturales y superficiales de los miembros inferiores (Coriat, 1974, y Coriat y Jerusalinsky, 1983). No es nuestro objetivo describir estos mecanismos, que ya están tratados en una vasta bibliografía, sino internarnos en el análisis del valor que tales reflejos pueden tener para los intercambios madre - hijo. Partiendo de esa perspectiva y considerando los reflejos orales, nos parece útil recordar aquí las reflexiones de Langer (1976} acerca de la importancia que para la madre y el niño, tiene una lactancia feliz: "No sólo el niño sino también la madre se perjudica por la renuncia a amamantar". Helen Deutsch encuentra 'una estrecha relación entre el trabajo de parto y la lactancia, al comprobar que la succión del lactante estimula las últimas contracciones del útero, de manera que con el comienzo de la lactancia termina función dinámica de este órgano, que cede su primacía a las mamas. La lactancia, además de ayudar a la madre a vencer el trauma que: le causa la brusca separación de su hijo, sirve también para mitigar el efecto de su propio trauma de nacimiento (apud Langer, 1976) La activa succión por parte del bebé tiene efectos múltiples para la madre: produce el vaciamiento del pecho, calmando la tensión y estimulando la glándula mamaria, con lo cual la secreción láctea aumenta. Las mujeres deseosas de su maternidad sienten en esta producción láctea la continuidad de su potencial corporal, que se
desplaza poco a poco hacía el cuerpo de su hijo y. en la medida en que éste crece, pone en evidencia el efecto de la donación materna. Este ciclo de satisfacción parte del ofrecimiento del pecho, circula por la succión del bebé, retorna glandular y psíquicamente sobre la madre, que se siente así más próxima de su hijo, transformando la brusca separación del parto en un distanciamiento corporal gradual y lento durante el cual el bebé recibe el don materno. Don que se expresa primero en forma de leche, como alimentación y apoyo, protección y enseñanza, y que va re significándose en otros objetos en la medida en que el niño se vuelve capaz de alimentarse por si mismo. Este círculo maternal envuelve otro ciclo con el que se superpone y se entrecruza: el ciclo de hambre y dolor, succión consuelo, saciedad y satisfacción. El bebé experimenta todo esto con los ojos fijos en e! rostro de la madre, ojos que lo enganchan y lo transportan hasta el universo en el cual su cuerpo, la boca y la leche adquieren su inscripción: el universo simbólico. Círculos que se tocan, superposición tangencial que articula, junta y separa los espacios de la madre y del hijo en un vaivén que se expresa más tarde incluso en la aparición de las representaciones gráficas, de cuyo fenómeno nos da un ejemplo el juego del Squiggle propuesto por Winnicott 1979). Es preciso hacer notar que el punto de contacto, que en el ángulo psíquico está apoyado en una serie de representaciones maternas, en el ángulo biológico se apoya en automatismos reflejos, fundamentalmente orales y visuales. El pecho se ofrece y el rostro del niño gira, por el reflejo de búsqueda, y chupa en una secuencia pausada y fija. En la primera quincena de vida predomina la alineación óculo-troncal y, poco a poco, los ojos acompañan a la cabeza en sus seguimientos perspectivos. Las manos y los brazos se flexionan cuando el bebé siente hambre y ansiedad y se van relajando y extendiendo en la medida en que la alimentación avanza, la madre "lee" en los ojos que se entornan y en el cuerpo que se relaja el goce que su leche proporciona. Los reflejos orales adquieren un sentido de aceptación, goce, plenitud; son significados porque están allí, son como el trazo
para la escritura o el sonido para la palabra: su presencia da un soporte para que esta palabra, la materna, tenga un destino cierto, b) Gestualidad refleja El llanto inicial del bebé es obviamente reflejo, un puro automatismo. Ligado al principio a la respiración aérea, forma parte de las reacciones vitales más arcaicas del ser humano, Pero de allí en adelante, y casi sin interrupción, se repetirá en situaciones de dolor e incomodidad que afecten al niño. Nada existe de adquirido en esa manifestación primaria, por lo menos en el recién nacido. A partir del primer mes de vida es posible notar cambios en el llanto que, constitucional al comienzo, se incorporará a estructuras que, poco a poco, lo llevarán a adquirir la significación social que tiene para el mundo de los adultos. En las primeras semanas el llanto aparece como desencadenado automáticamente frente a cualquier síntoma de dolor o de incomodidad, como directamente asociado a sensaciones corporales inmediatas y realmente presentes. Con cinco semanas de vida, se presenta como efecto de los sueños, sin duda el bebé "ve" o "siente" transitar por su mente una serie de imágenes que movilizan su gestualidad de manera muy activa. Mientras duerme presenta succión espontánea, contracción del rostro, emisión de sonidos, sonrisas, movimientos de los párpados, eventualmente un llanto breve e interrumpido bruscamente, como obedeciendo a una imagen que pasara fugazmente, ya que si fuese una molestia corporal la queja se reiteraría. Esta pequeña secuencia evolutiva nos muestra cómo, sutilmente, el llanto se transforma de una reacción automática en un elemento de comunicación. Basta para ello observar las reacciones de quienes cuidan al bebé frente a su llanto: lo consuelan y calman, le hablan, lo cambian y Jo acarician, le atribuyen dolores y lo abrazan. Lo mismo sucede con la sonrisa, que inicialmente aparece durante los momentos de saciedad y somnolencia que suceden a la amamantación , como un gesto puramente reflejo. Hacia el final del segundo mes la sonrisa empieza a aparecer como uno de los "organizadores" centrales en la relación M-H al adquirir el carácter de respuesta frente a la sonrisa del rostro de otro ser
humano. Es evidente que las reacciones frente a las sensaciones corporales inmediatas, reales y de contacto directo, poseen un valor completamente diferente del de las respuestas gestuales y del de las gesticulaciones frente a imágenes oníricas y por lo tanto, ausentes y evocadas. Las reacciones frente a los contactos concretos, presentes desde los primeros instantes de la vida, se adscriben al equipamiento constitucional contenido en el código genético; las de la segunda categoría del orden de la gestualidad, que empiezan a aparecer cerca del tercer mes, son adquiridas a través de la inscripción que, sobre aquellos primeros mecanismos automáticos, realiza el sistema de comunicación humana que la madre utiliza y en el cual incluye a su hijo. c) Tono muscular, Ya hemos señalado que las emociones se expresan a través de sutiles variantes del tono y de las actitudes, y que el tono muscular presenta variantes fisiológicas motoras: con el sueño disminuye al mínimo, pero durante el llanto aumenta. En efecto, el recién nacido a término, una vez normalizado su tono, lo cual por lo general sucede alrededor del quinto día de vida, presenta claras reacciones automáticas vinculadas s sus sensaciones de dolor y de placer. Frente al dolor y la Incomodidad aumentan las contracciones, y las masas musculares se relajan durante el placer y la tranquilidad. Sin duda se trata de mecanismos neuromusculares constitucionales que ofrecen a la madre elementos para conocer el estado de su hijo, en la medida en que ella desea conocerlo. Este sistema de reacciones sólo puede mantenerse durante pocos meses si no es apoyado por la función materna, que le imprimirá toda su significación afectiva. Es conocida la total indiferencia con que los bebés carenciados afectiva y/o nutricionalmente responden a los estímulos del medio ambiente, después de cierto tiempo de privación. Nos parece necesario destacar el valor que, en la relación M -H, adquieren las expresiones tónicas que brindan una sutil referencial para el "enganche" materno. d) Actitudes posturales y actividad espontánea. En la práctica es difícil disociarlas del tono muscular y de la actividad refleja. Aun
cuando cierta discriminación sea didáctica, conviene llamar la atención sobre los riesgos de un esquematismo que pretenda estudiar aisladamente cada reflejo. En realidad se trata de un esfuerzo analítico que nos ayuda a percibir con más detalle un proceso que recorre, compleja y simultáneamente, todos los niveles desde el psíquico hasta el biológico y viceversa. Estos diferentes niveles no responden a las mismas leyes ni componen las mismas estructuras, pero a pesar de ello hoy es evidente para nosotros la necesidad de profundizar la comprensión de la dinámica de influencia e Interdeterminación que existe entre esos niveles. En ese sentido, el reflejo tónico-cervical asimétrico constituye una sinergia que, además de favorecer la coordinación ojo mano boca, induce al niño a adoptar una postura que facilita el amamantamiento y favorece en la madre la colocación de pequeños juguetes cerca de la mano del niño y frente a su boca, dentro de su campo de visión. Esto facilita la tarea de enseñar al bebé. Algo similar podríamos decir del relativo predominio del tono flexor al comiendo de la mamada, que induce la rotación cefálica y tina postura que se amolda mejor al hueco de los brazos matemos, mientras que el relajamiento progresivo lleva al niño a una postura abierta y extendida, sensible, sin embargo, frente a la más misma motivación que produce en él un esbozo de "Moro" incompleto. Es como si el cuerpo del niño informara a la madre acerca de sus necesidades, su saciedad, su goce o su disgusto. El constante esfuerzo del lactante durante el primer trimestre de su vida para conseguir el control cefálico está íntimamente vinculado a reacciones posturales de defensa frente a la posibilidad de asfixia por obstrucción de las fosas nasales o de los canales aéreos, como también sucede con las reacciones de los automatismos producidos por la maduración de los reflejos del cuello en et recién nacido a término. Es claramente observable la gran influencia que sobre los progresos del mantenimiento de la cabeza ejercen los estímulos visuales y, muy especialmente, la movilización y la comunicación humana. Recíprocamente podemos señalar cuán poco alentador es
para la madre intentar el encuentro con el rostro de su hijo cuando éste está persistentemente imposibilitado de responder, ni siquiera con groseras tentativas, a la llamada materna, La postura adecuada y flexible es natural e inconscientemente reconocida hasta por la madre más inexperta, dentro de los amplios limites de variación de la normalidad. Cuando posteriormente se verifica en el bebé alguna patología, esas madres positivamente ligadas a sus hijos suelen relatar que les había llamado la atención tal o cual actitud de sus pequeños.. Es ésta una clara evidencia de un registro que no llegó a constituir significante por desconocimiento o por la negación derivada del temor materno de confirmar que algo andaba mal. La actividad espontánea, caracterizada por la franca tendencia pasiva que se apodera del neonato después de la hipertonía del primer día, y que suele durar cinco o seis días, se manifiesta a partir de la segunda semana, fundamentalmente en los movimientos de brazoss, que podríamos llamar "de bailarina thailandesa", por la semejanza que tienen con los movimientos plásticos realizados por las mujeres que practican las danzas folklóricas de Thailandia. También aparecen los clonus, temores de inmadurez más frecuentes en la barbilla y en las extremidades inferiores. Los movimientos son lentos y pausados, a veces entrecortados, y se presentan de forma reactiva, aunque inicialmente inconstantes, manifestándose cuando alguien le habla al bebé o mueve lenta mente objetos frente a él. Alrededor de la quinta o sexta semana aparecen ya los movimientos globales y agitados de respuesta, alternados por momentos de total quietud durante los cuales el niño fija la atención en un objeto o en una persona, como en estado de concentración. El pasaje madurativo por esas etapas va desde la actividad totalmente indiferenciada del comienzo hasta la asimilación de los primeros esquemas de acción e inhibición que tienen un carácter francamente adquirido. En esta secuencia de la actividad espontánea se favorece el contacto de las manos con la boca y con los objetos externos, inclusive el pecho y rostro maternos, en encuentros casuales que constituirían sin embargo la guía de loa futuros contactos
intencionales. Estos con- tactos fugaces iniciales ofrecen a la madre múltiples oportunidades para poner en juego las interpretaciones acerca de las supuestas intenciones del bebé, manifestadas a través de sus movimientos. Ella va inventando un verdadero "recorrido" cuyas fronteras sólo reconocen, por un lado, los limites de la creatividad y de la imaginación maternas; pero, por el otro, sólo pueden extenderse en el espacio dibujado por la riqueza de movimientos del niño. e) Ritmos biológicos. Consideraremos aquí, de entre todos los ritmos biológicos, solamente los que poseen especial importancia para el intercambio M-H, Son ellos la acompasada secuencia respiración-deglución, la respiración misma, las alternancias hambre-saciedad, sueño-vigilia, y la frecuencia excretora, Pocas cosas alarman tanto a una madre como la falta de evacuación de su bebé o el hecho de que éste se ahogue con la leche que está mamando o regurgitando. También pocas cosas tienen tanto poder de irritación para una madre como la inversión del ritmo de sueño del hijo. En estas regulaciones la ansiedad materna y la capacidad de contención paterna tienen un papel decisivo para detener los efectos de esos contratiempos. Cuando en un niño existe una patología neurológica que distorsiona inevitablemente estos procesos, surge por contraste la importancia de estas regulaciones biológicas para la conservación del equilibrio de las relaciones primarias con el bebé, En estos casos, la flexibilidad materna tiene que ir instrumentando la sustitución de un ritmo constitucional que se manifiesta como ausente y que reclama, en alguna medida, su reconstrucción para permitir tanto al niño como a la madre articular su relación y hacer un puente en dirección al mundo circundante. Es evidente, y nosotros nos proponemos destacarlo, el relevante papel que estos ritmos desempeñan en la sobrevivencia del individuo. Nos preocupa que puedan ser poco valorizados respecto a su papel de proporcionar una vía de encuentro para la madre, que se ve forzada en su función a escuchar con otros oídos a ese niño que aún no habla. Insistimos en la determinante incidencia de la personalidad materna, pero no debemos olvidar la evidente influencia de estos factores.
En efecto, lo actividad materna decodifica aquello que el niño expresa en su propia actividad. Los códigos que la madre usa integran el conocimiento inconsciente que ella llene de esos elementos constitucionales del recién nacido. Por eso la madre espera del niño ciertos tipos de reacción en concordancia con ese conocimiento previo. Además anticipa una imagen global del niño en términos corporales, cuya confirmación irá a buscar una y otra vez en el contacto con su hijo. El concepto de diálogo tónico mencionado por Ajuriaguerra (1970) sintetiza, en un par de palabras, la naturaleza significante de este proceso. Así, puede decirse que la madre informa a su hijo sobre la contabilidad de sus esquemas para conectarse con el mundo que lo rodea. También se puede decir que el hijo "informa" a su madre, a través de su respuesta, acerca del grado de adecuación de la actividad materna a sus sensaciones y a su estado interno. La madre construye para el niño una imagen contenida en su subjetividad; además, esta imagen guardará una inevitable relación con los datos que el niño le ofrezca. Nuestras observaciones clínicas señalan que tal relación existe, aunque puede ser sumamente variable. La madre construye, al abrazar al hijo, al mirar al hijo, en su contacto corporal con él, el perímetro de su imagen. Perímetro que llenará con el significado nacido de lo que ella desea en el niño. Pero éste puede facilitar el abrazo u oponerse involuntariamente a él si una parálisis cerebral lo torna rígido. Puede ir al encuentro de su mirada o parecer huir de ella, si un estrabismo grave lo afecta. Por eso diremos que, si bien es cierto que en el niño no hay sujeto constituido desde el comienzo, en la madre hay un sujeto para si misma y otro para prestarle a su bebé. Esta intersubjetívidad sostenida por la madre necesita de una ilusión de respuesta psicológica, y el soporte de esta ilusión está dado por la respuesta material de los mecanismos constitucionales. Podemos decir que la intersubjetívidad de la comunicación inicial M-H, cuyo centro reside en la Función Paterna que se instala en la cadena significante, opera, sin embargo, a través de la intersección de la actividad materna con la actividad del niño. Y que la actividad del recién nacido tiene verdadera importancia en las características de
esta relación ofreciendo un espacio que ejerce sus propias influencias sobre el signifícame materno,
6 CAMPOS Y FUNDAMENTOS DE LA INVESTIGACIÓN PSICOANALÍTICA PARA LA PREVENCIÓN Y LA INTERVENCIÓN TEMPRANA EN LOS PROBLEMAS DE LA ESTRUCTURACIÓN DEL SUJETO
Yo amaba a Ofelia: cuarenta mil hermanos que tuviera no podrían, con todo su amor junto, superar el mío. ¿Qué estás dispuesto a hacer por ella? (W. Shakespeare, Otelo)1 La causalidad psíquica La brecha entre las series complementarias (lo constitucional, las experiencias infantiles, la situación actual) y el orden de la palabra, que Freud intenta incesantemente cerrar, es finalmente suturada por Lacan. Lo constitucional pasa a ser lo originario, es decir, el tejido de significaciones que preceden al sujeto y guían su constitución. Las experiencias infantiles se configuran como inscripciones, pues tienen el valor de letras de un texto (el texto de la novela familiar). La situación actual se configura como la forma en que el sujeto se representa en el discurso social. Precisamente, el Otro Social generalizado no es un personaje concreto –aun cuando se invista en representantes imaginarios-, sino una abstracción interiorizada en términos de discurso. Así se hace evidente la razón de que el inconsciente esté estructurado como un lenguaje y, por consiguiente, de que responda de modo tan sensible al campo de la palabra. En la medida en que se considera el descubrimiento del inconsciente como la instancia del Otro que habla en nosotros, se explica la posición de lo sexual en tanto etiología de las neurosis, en tanto el saber sobre el objeto de la satisfacción se constituye, en nosotros, alienado. Ya no se trata de una reminiscencia instintiva - animal - como mero residuo hereditario de la evolución de las especies, sino de una marca simbólica sobre lo 1 Citado por J. Lacan en su clase del 22 de abril de 1959.
real que, solo después de ser marcado por los bordes del significante, se convierte en resto. Es interesante señalar que es, precisamente cuando el corte producido por el significante en el cuerpo diferencia un borde erógeno - e n el momento en que el objeto se constituye como tal creyendo que éste, imaginariamente, pasa a hacernos falta. Es por ello que el significante simboliza la falta de objeto y es también por ello que el significante funciona en la exacta proporción en que el objeto falta. El psicoanálisis evoluciona en esa dirección desde la primera teoría de Sigmund Freud sobre los instintos hasta los capítulos dedicados a las pulsiones en el Seminario XI (Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis) de Jacques Lacan. Ahora bien, además de señalar que en los seres humanos la falta no es del orden de una pura necesidad biológica, tanto Freud como Lacan recurren a las representaciones geométricas con el propósito de investigar y establecer las formas que ese corte -producido por el significante- podría llegar a tener. Se trata de una interrogación sobre el resto real de la operación simbólica, lo que equivale a interrogarse acerca de cuánto hay de arbitrario y cuánto hay de «imperativo categórico» (nos permitimos esa pequeña ironía sobre el apotegma kantiano) como característico de esa operación. En otras palabras, cuál es la lógica a la que obedece ese trazo que hace un corte en el cuerpo inaugurando la sexualidad en términos de realización fálica, es decir, inaugurando el dominio arbitrario de la alteridad. Es interesante señalar que la geometría proyectiva que constituye la topología también recibe el nombre de Analysis situs y es considerada, entre los matemáticos, como mucho más intuitiva que la geometría métrica, basada en la noción de distancia y no en la de línea como la proyectiva. Pero lo que para los matemáticos de comienzos del siglo XX aún permanecía adherido a la aritmética, en la medida en que todavía prevalecía un concepto euclidiano de lo que podría recibir el nombre de «lógica», hoy permanece alejado de esa lógica elemental para dar lugar a una interrogación más profunda acerca del lugar en que se encuentra aquello que determina un sistema lógico. A pesar de haber hecho un uso muy modesto de la topología, Freud tuvo el mérito de seguir el camino de una lógica cualitativa en mucha mayor
medida que el camino de lo cuantitativo. Los modelos de reflexión de Freud nunca atravesaron el territorio de la teoría de las probabilidades ni, por lo tanto, de las estadísticas. En Freud, las tesis económicas (las relativas a las cargas pulsionales) siempre dependieron, para causar sus efectos, de la posición de su inversión en lo concerniente a un artefacto estructural topológico. Lacan retoma ese hilo con todo desenfado, del mismo modo en que retomó el del lenguaje. Es necesario precisar que la topología que Lacan utiliza como instrumento de investigación acerca de la lógica de las cadenas significantes (y, por lo tanto, de la lógica del lenguaje que constituye al sujeto) es considerada como una tercera geometría - la mencionada como Analysis situs- diferente de las geometrías métrica y proyectiva, ya que en ella se reduce a la mínima expresión toda cuantificación poniendo en su lugar aquello que, hoy en día, llamaríamos «prevalencia lógica». Resulta esclarecedor el comentario de Poincaré en este aspecto: Pero hay una tercera geometría, en la que la cantidad está suprimida por completo, y que es puramente cualitativa: el Analysis situs. En esa disciplina, dos figuras son equivalentes siempre que sea posible pasar de una a otra por medio de una deformación continua, cualquiera sea la ley de esa deformación, con la condición de que respete esa continuidad (1913, citado en Fréchet y Fan, 1959, pp. 5-6).
Aun cuando él considere el Analysis situs como más intuitivo, por la resolución representacional que requiere, es solo por medio del descubrimiento de la ley lógica de la transformación que es posible concebir la continuidad que la percepción, por sí misma, desmentiría. La cuestión que se ha de investigar es: ¿cómo funcionan nuestros registros? ¿Cuál es el carácter de nuestras representaciones? ¿Cuál es la lógica de nuestra memoria? Si en las especies superiores el imaginario orienta al individuo en la elección de sus objetos, en los seres humanos esa función le corresponde al lenguaje. El nivel de vaciamiento del significado de los objetos reales, que la cultura produce, obliga al individuo de nuestra especie a convertirse en sujeto de un trabajo suplementario: la incesante marcación arbitraria de ese real para intentar darle un significado del que innatamente carece. La
instancia del Otro Social hace hablar a la sexualidad exactamente allí donde, para funcionar sin tropiezos, debería permanecer callada. Pero esa es precisamente la imposibilidad: para ello tendría que soportarse la disolución subjetiva. ¿Qué tipo de ciencia es el psicoanálisis? El descubrimiento freudiano del inconsciente puso en jaque la ilusión de la modernidad en cuanto a la posibilidad de transformar todo saber en conocimiento. Aun nacido en la cuna de la ciencia, el psicoanálisis terminó por demostrar la imposibilidad de formular un enunciado capaz de capturar un real sin que nada sobre fuera de ese círculo del lenguaje. Para esa demostración, el psicoanálisis no se apoya básicamente en la evidencia de la vastedad inabarcable de lo real -lo que lo situaría fuera de la ciencia y expuesto a las especulaciones místicas- sino en la propia condición del sujeto que produce ese enunciado. Y en la medida en que la propia existencia del sujeto depende de ese enunciado, es precisamente ese enunciado la materia que lo constituye. Por consiguiente, su funcionamiento no puede ser otra cosa que la lógica del discurso que, al mismo tiempo, habita y del que, él mismo, está hecho. Una lógica, por lo tanto, necesariamente paradojal, pues es el propio sujeto el que produce la verdad que cree descubrir. Ese descubrimiento tiene dos grandes consecuencias en el campo del saber. La primera es el reconocimiento de que el cuerpo real de los seres humanos está regido por un orden simbólico que despliega sobre él efectos imaginarios; un orden que prevalece sobre los automatismos neurovegetativos. Esto cambia la lectura de sus sufrimientos y establece los principios de una nueva clínica. La segunda es que, aun cuando no constituya una nueva epistemología (para ello haría falta tener la fe en el método que la ciencia contemporánea tiene), por cierto produce una nueva episteme, es decir, un nuevo punto de partida para la apertura de caminos del saber. Los más de cien años de práctica psicoanalítica dieron lugar no solo al despliegue de esos nuevos senderos - en los campos de la antropología, de las artes, de la lingüística, de la historiografía, de
la filosofía, de las ciencias jurídicas, de la medicina, de la psicología, de la literatura, entre otros-, sino también a cierto saldo de conocimientos surgidos de su práctica de lectura de los enunciados desde el vértice de la enunciación. Ahora bien, esa perspectiva exige que el operador sitúe el referente que permita el desciframiento. Esto introduce la condición de una decisión y de una elección que, aun cuando sea un momento común a todas las ciencias, no tiene - e n el psicoanálisis- la contrapartida, que sí tiene en todas ellas, de la configuración imaginaria de los enunciados como universales. El orden académico se rige, precisamente, por esos universales que permiten postular los enunciados que se transmiten como certezas. Del mismo modo, la reglamentación de las profesiones se apoya en la idea de una garantía de saber (como si esto pudiera constituirse simplemente por obra de la letra jurídica). Las dificultades de la conjugación de la práctica analítica con la práctica universitaria, así como su resistencia a ser reglamentada por algún aparato estatal, residen en esa contraposición entre principios y postulados. Pero su vocación por las «rebarbas» de los enunciados –como no podía dejar de ser- tuvo y tiene consecuencias también para la formulación de su propia teoría. En efecto, la formación –que siempre es la del inconsciente- conduce a los analistas a tomar lo que excede al enunciado del otro, con lo cual no hace más que cumplir con su papel de analista. Lo que en cualquier otra práctica teórica constituiría una posición gratuitamente implicante al aprovechar una serie de banalidades para cuestionar el trabajo del colega, en el caso del psicoanálisis constituye la senda más apropiada, la uia regia, de la elaboración teórica. La multiplicidad de enfoques, en lugar de desmentir, contribuye así a confirmar el fundamento de su práctica. El riesgo del eclecticismo se hace de inmediato presente ante una actividad científica así delineada. El conjunto de las proposiciones derivadas de ese modo de trabajar en los bordes del saber humano puede, con facilidad, adquirir la apariencia de una torre de Babel. Es por ello que se torna necesario establecer la condición de la prueba que toda proposición debe pasar. En este caso, el rigor consiste en exigir la prueba de la interpretación, lo cual significa
que toda formulación en este ámbito corre el riesgo (o tal vez debamos decir la suerte) de ser, ella misma, interpretada. Y esa exigencia, por lo demás, no sitúa las cosas en el camino de una coexistencia pacífica de las diferentes versiones. Sin embargo, en la medida en que el psicoanálisis pretenda mantenerse dentro del terreno de la ciencia, por la condición impuesta por su propio descubrimiento, tendrá que sacrificar la paz para acercarse a la verdad. De otro modo, el psicoanálisis no sería más que la práctica de una opinión. Pero se equivocaría el psicoanálisis si, con el pretexto de la exigencia de rigor, pretendiese unlversalizar sus propias proposiciones. Si así lo hiciera, terminaría por borrar con el codo lo que la mano tanto se resistió -finalmente- a escribir. Sobre la investigación psicoanalítica Es un lugar común del ámbito psicoanalítico la idea de que la investigación freudiana siempre fue desplegada en el terreno de la clínica. Pero esa definición es insuficiente para describir la extensión y la variedad de las indagaciones, los descubrimientos, los métodos y modelos aplicados durante más de un siglo en la práctica psicoanalítica con el propósito de consolidar teorías y validar formas de intervención en el psiquismo. El descubrimiento del inconsciente planteó el interrogante acerca de su constitución, lo que por lo menos quiere decir dos cosas: su origen y la lógica de su funcionamiento. Pero, asimismo, cuáles son los tipos de representación propios de él y cuáles las razones de la fuerza de su capacidad de determinación. A su vez, esas cuatro cuestiones se convierten en problemas epistemológicos porque para responderlas es necesario analizar las relaciones entre el saber y la verdad. En la medida en que el psicoanálisis no se presenta apenas como una técnica curativa ni como un sistema enunciativo productor de cosmovisiones o de dogmas (es decir, ni psicoterapia, ni sistema filosófico, ni religión), sino como un sistema de lectura que permite descifrar las diferentes formas de intersección del sujeto con el discurso social -lugar y modo esencial de producción del
síntoma-, no encuentra su demostración de la verdad ni en la eficacia de la producción de una vida exitosa, ni en una metafísica explicativa del universo, ni en algún tipo de correlación entre dogmas proféticos y realización de destinos. La verdad psicoanalítica se establece mediante la coincidencia, siempre a posteriori, entre la estructura significante que marcó y determinó la posición del sujeto (en lo que concierne a su modo de gozar, sus deseos y sus identificaciones) y los acontecimientos que inconscientemente es -por esa estructura- llevado a producir o en los cuales es, inconscientemente, llevado a participar. Ahora bien, esa definición que acabamos de enunciar de un modo en extremo condensado, que se fundamenta en las contribuciones lacanianas, no abarca el conjunto de problemas que Freud y Lacan explícitamente dejaron pendientes, ni tampoco denota las vicisitudes que la episteme psicoanalítica debió atravesar en sus poco más de cien años de existencia. Hagamos un poco de historia. Cuando en 1895 Sigmund Freud le escribe a su amigo Fliess la famosa Carta 52, establece un principio que habrá de marcar rumbos para el desarrollo de las ciencias y las artes humanas durante el siglo siguiente: la memoria humana no se estructura almacenando trazos reales de objetos, sino trazos verbales que los representan; esta es la razón de la arbitrariedad de las formas imaginarias que esos objetos pueden adoptar, así como del valor simbólico que pueden adquirir. También, y de modo fundamental, allí reside el poder de la palabra: ella es capaz de producir la misma excitación que el objeto real aun cuando este está ausente. Si, por un lado, Freud presta atención al campo de la palabra y le dedica obras tales como La interpretación de los sueños, El chiste y su relación con lo inconsciente, Psicopatología de la vida cotidiana, Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas y El significado de la aliteración de las vocales -entre otras-, el problema de la carga excitatoria ocupa gran parte de su trabajo de investigador clínico. En ese sentido, adopta una serie de modelos operatorios que, seguramente, provenían de sus estudios médicos y que, posiblemente, le permitían compensar los escasos recursos que en ese entonces la lingüística y la antropología podían ofrecer.
Para explicar el funcionamiento psíquico, Freud adopta modelos fisiológicos (de las membranas osmóticas y de las membranas resistentes, la oposición dolor-placer ligada al desequilibrio fisiológico en contraste con la homeostasis, la actividad sexual ligada a la preservación de la especie, las «cargas» libidinales coincidentes con el impulso a la preservación de la vida), modelos geométrico-topológicos (el de las capas de la cebolla como esferas concéntricas que organizan la conciencia, el preconsciente y el inconsciente; el del «peine» como esquema que coloca el polo del estímulo opuesto al polo motor separados por complejos mnemónicos inconscientes; el de la vejiga que distribuye los espacios del Yo, el Ello y el Superyó articulados en las posiciones relativas al sistema «Percepción-Conciencia», el preconsciente y el inconsciente), el modelo hidráulico (de los diques, de las rupturas de la represión por exceso de carga o por rajaduras en la barrera de contención, de los vasos comunicantes para la recuperación del equilibrio). En suma, modelos fisiológicos, geométricos y físicos que prestaban ayuda a Freud en su trabajo de validar una lógica del inconsciente que -como él nunca dejó de sostener-, aun cuando respondiese al campo de la palabra, no contaba todavía con el apoyo de una lingüística lo suficientemente moderna y capaz de verificar de manera científica aquello que la clínica demostraba a diario. Freud hace escuchar al inconsciente y Lacan extrae la conclusión obvia: si es posible escucharlo es porque está estructurado como un lenguaje (Braunstein, 1983, p. 7). Jacques Lacan retoma el hilo freudiano e incorpora la lingüística de Ferdinand de Saussure a las contribuciones de Benveniste y de Roman Jakobson, desplegando la lógica del lenguaje del inconsciente y situando las funciones de la represión, de la resistencia, de la repetición, de la transferencia y del síntoma en el campo del significante y del discurso. En el esfuerzo por precisar a qué lógica responde el lenguaje, formula su famoso apotegma: «El inconsciente está estructurado como un lenguaje», pero ¿cuál sería el lenguaje del inconsciente? Por esa vía, Lacan toma el camino del materna y de la topología combinatoria en una audaz investigación que busca -a lo largo de cuarenta años de trabajodescifrar los códigos de la lengua, sus modos de funcionamiento
en la articulación entre lo individual y lo colectivo, su particular temporalidad al mismo tiempo sincrónica y diacrónica, los límites de su arbitrariedad en la producción del mundo propiamente humano. Estos términos que acabamos de recorrer son los que definen un campo al que podemos calificar como el fundamental de la investigación psicoanalítica: el campo de su episteme. Es decir, los modos en que el psicoanálisis produce su saber sobre el psiquismo, los modos en que el psicoanálisis fundamenta la racionalidad de sus teorías. Eso equivale a interrogarse acerca de cuál es la semiótica con la que el psicoanálisis da sentido a sus enunciados. Para tener una idea de la diversidad de campos de investigación que esa interrogación ha abierto, vamos a tomar una lista de posiciones semióticas que han caracterizado las diferentes corrientes psicoanalíticas, según una proposición de David Maldavsky (1975, p. 9): 1) Inconsciente 2) Preconsciente 3) Pulsiones 4) Complejo de Edipo y su declinación 5) Sujeto y objeto 6) Ideal del yo y sentido de realidad 7) Consecuencias de la inserción de la lengua en el sujeto 8) Simbolismo 9) Estadios de desarrollo 10) Precondiciones para la inserción de la lengua en el sujeto 11) Mecanismos psíquicos 12) Formaciones del inconsciente 13) Pensamiento 14) Teoría especial de la neurosis 15) Teoría de la técnica 16) Estudio de los emergentes Y podríamos aun añadir: 17) Teoría de la comunicación 18) Teoría de la transferencia empática 19) Teorías evolutivas de la libido 20) Teorías de la sugestión Etc., etc., etc.
En realidad, esa fragmentación del campo de investigación obedece mucho más a divisiones político-institucionales que a principios lógico-científicos. En efecto, se podría reunir toda esa lista bajo el paraguas único de «Semiótica del discurso psicoanalítico». Pero la investigación sobre la episteme 2 psicoanalítica reconoce otros campos además de su semiótica: la interpretación, el enlace y la definición de los registros psíquicos (real, simbólico, imaginario), las formaciones fundamentales de las estructuras del sujeto (sexuación, filiación, identificaciones, sinthoma), las estructuras psicopatológicas y su movilidad o fijeza (la querella del diagnóstico),3 y la «prevención» en la medida en que, si no podemos evitar las vicisitudes del acto de vivir, al menos «es función del analista que el sujeto sea advertido» (véase Lacan, El saber del psicoanalista), los fundamentos de la «cura» psicoanalítica. Para un psicoanalista, cada caso es una investigación que requiere la reinvención de su metodología. Y ello por la simple razón de que los significantes, aun cuando puedan ser los mismos, se transforman de un sujeto a otro debido a sus diferentes posiciones. 2 Hacemos aquí una diferencia entre «episteme» y «epistemología». Puesto que este último concepto se refiere a la disciplina que estudia las condiciones de producción necesarias para adquirir un conocimiento verdadero, reservamos el concepto de «episteme» para denominar una perspectiva particular de saber sobre el mundo. En nuestro entender, el término «episteme» se corresponde de modo más preciso con el estatus de los conocimientos psicoanalíticos, ya que estos, en efecto, permiten abrir perspectivas de nuevas significaciones sin poner el acento en la producción de un sistema 3 Véase «A querela dos diagnósticos», de J. Lacan et alii, 1989. En especial, «A psiquiatría inglesa e a Guerra», de J. Lacan, 1947, y «O empirismo e a semiología psiquiátrica», de Georges Lantéri-Laura (pp. 11-26 y 84-98).
Consideraciones metodológicas acerca de la prevención en edades tempranas, en psicoanálisis En términos de prevención, hay que decir de entrada que cualquier indicador relativo a la garantía de salud mental y de desarrollo normal del niño está sometido a la vicisitud inherente a la lógica imprevisibilidad de los acontecimientos históricosociales y familiares. Es necesario comenzar por esta advertencia porque esta es una variable interviniente de fuerte expresión en una proposición de la naturaleza de la que vamos a considerar. La prevención siempre es una proposición de realización futura, en la que el nivel de eficacia está condicionado por una alta correlación de causa-efecto relativa a los fenómenos que se pretende evitar, anular o controlar. Se espera, así, que la operación sobre las causas provoque una modificación segura y direccionada de los efectos. Contrario sensu, en el tema que nos ocupa, las correlaciones no son entre una causa y un efecto puntualmente correspondientes en una alta correlación bi-unívoca. La naturaleza y las características de los fenómenos que se pretende prevenir en este caso -fenómenos psíquicos- marcan, en ese sentido, las siguientes diferencias fundamentales: 1. Las relaciones se establecen no entre causa y efecto, sino entre acontecimientos y consecuencias. Ello implica, en primer lugar, que, dado que se trata de acontecimientos, estos conlleven una significación subjetiva que no tiene equivalencia con la significación extrínseca propia del concepto de causa. Y, en segundo lugar, la sustitución del término efecto por el término consecuencia implica que no se trata de un resultado que concluye con la modificación del efecto, sino que se determina en ese punto la apertura de una nueva experiencia para el sujeto en cuestión, que, en un momento posterior, puede llevarlo a cambiar sus síntomas o simplemente a convivir con ellos de un modo más productivo para sus deseos. 2. Las correlaciones tienden por ello a una dispersión, en función de la variabilidad de significación de los acontecimientos y de la
variabilidad de las experiencias que surgen en el campo de las consecuencias. Esta variabilidad es, precisamente, deseable -a pesar de ser inconveniente para la precisión científica- respecto de lo que en psicoanálisis recibe el nombre de «cura». 3. El registro, de acuerdo con estas consideraciones, debe ser valorado en términos no de medición, sino de lectura. 4. Por ello, en este tipo de investigación clínica, el resultado no puede ser establecido por una medida de correlación, sino por una relación de eficacia entre cuatro términos: a) registro de un signo indicador y su lectura', b) intervención, que no necesariamente debe dirigirse a la supresión del signo -como ocurre en los casos en que se registra una relación puntual causa-efecto-, sino que puede dirigirse a su cambio de significación; c) modificación de la experiencia del sujeto en cuestión; d) cambio de síntoma o de su posición. 5. Es importante tener en cuenta que, a diferencia de las investigaciones e intervenciones de prevención en las que prevalecen las correlaciones causa-efecto biunívocas y en las que el indicador -el que despierta el llamado de alerta suele coincidir con el factor causal o, por lo menos, está fuertemente asociado con él, en un modelo de investigación de carácter psicoanalítico, los propios indicadores pueden formar parte de las consecuencias, o bien constituir variantes de pasaje necesarias para ese sujeto en particular para la formación de su estructura psíquica, más allá de su aparente funcionamiento como causa patogénica.4 Por este 4 Tomemos aquí como ejemplo la cuestión de la mirada en el autismo. Por cierto, se trata de un indicador fuerte que permite anticipar el riesgo de que se llegue a construir o a afirmar un cuadro autista aún latente. Surge entonces la pregunta: ¿ese niño corre el riesgo de hacerse autista porque no mira el rostro de sus semejantes o no mira el rostro de sus semejantes porque está en riesgo, digamos en el camino, de llegar a constituirse como autista? La experiencia clínica demuestra que forzar a un niño a que dirija su mirada hacia otra persona no reduce en absoluto su tendencia al aislamiento. Sin embargo, la superación de su tendencia al aislamiento provoca cambios sustanciales y definitivos en la dirección correcta de su mirada
motivo, puede ser una conducta clínica o educativa imprudente intervenir de manera directa sobre el indicador para suprimirlo sin antes haber hecho una lectura de su significación. Esas diferencias, que impone la propia naturaleza del «objeto» de nuestro estudio, y el campo de nuestra intervención llevan la metodología a un terreno conjetural que, desde el punto de vista del ideal de una precisión requerida por anticipación (precisamente cuando se trata de una propuesta de prevención), exige un cuestionamiento. Se trata de un cuestionamiento respecto de en qué medida ese procedimiento puede asegurar que se den efectos de mejora en las condiciones del desarrollo y en la salud mental en la infancia. La superación de esta objeción y del nivel conjetural puede desplegarse, de una sola vez, por tres caminos: 1. Por el alto nivel de aceptabilidad de los sistemas de lectura propuestos con respecto al desarrollo y condiciones mentales en la infancia, sirven de orientadores para las intervenciones correctamente orientadas hacia resultados deseables. Esta aceptabilidad deriva de la larga experiencia clínica y experimental desarrollada, así como de la amplia bibliografía que la apoya y la refiere, al menos en los últimos cincuenta años, de un modo creciente y constante. 2. Un registro paralelo de los efectos de los pasos seguidos, a través de indicadores derivados de otras disciplinas -no psicoanalíticas, como la neurología y la psicología- que permiten objetivar consecuencias secundarias (madurativas y funcionales, respectivamente) y medir en otra escala los cambios que se vayan obteniendo a lo largo de las intervenciones de fin preventivo. 3. Establecer no solo indicadores de alerta sobre el riesgo precoz -que justifiquen la intervención-, sino también indicadores de mejora que permitan acompañar paso a paso lo producido por las intervenciones. Estos tres procedimientos (referencia de antecedentes experimentales, clínicos y bibliográficos; indicadores derivados
de otras disciplinas; utilización de indicadores) permiten incrementar de modo significativo el nivel de validación de los resultados en la investigación psicoanalítica. Se propone, pues, desplegar estos tres procedimientos para validar la eficacia del carácter preventivo del cumplimiento de los cuatro pasos enunciados como los cuatro términos necesarios en el cuarto punto. Indicadores de alerta Ellos se ordenan en tres formaciones inconscientes fundamentales, las cuales van a constituir el fantasma que organizará el funcionamiento mental de relación de ese niño con el mundo circundante: sexuación, identificación, filiación. Cuando estos procesos fracasan, rugen los síntomas. Clasificamos los trazos que provocan marcas que organizan la memoria, y por tanto el enlace de cada nuevo acontecimiento en una red de significaciones, en dos grandes destinos en cuanto al papel que habrán de cumplir: producir la inscripción del sujeto que encuentra, a partir de allí, un modo de representarse en el discurso y un modo de descifrar y dar sentido a sus sensaciones; organizar y definir el circuito pulsional (no nos referimos aquí a la diferenciación sexual, es decir, a la elección de objeto, sino al nivel de separación-alienación en que se va constituyendo su subjetivación). Fallas en la inscripción 1. Cuando los trazos que marcan y ordenan la vida del bebé no se insertan en una serie placer/displacer. Es decir, cuando la madre solo atiende las necesidades y no se preocupa por registrar la relación de sus acciones con las reacciones de placer/displacer de su hijo. 2. Cuando los trazos no se insertan en una serie de relaciones de significación. Es decir, cuando la madre no coloca sus acciones como si formaran parte de cierto argumento vital que va más allá de los enunciados meramente descriptivos de las operaciones de alimentación, higiene, etc., insertando a ellas mismas en un
campo de fantasías, en un campo ilusorio de significaciones figuradas; esto es lo que permite tornar simbólico este trazo. 3. Cuando los trazos no se correlacionan con un tiempo lógico que corresponde a las manifestaciones espontáneas, rítmicas, de los tiempos corporales del bebé (recurrimos aquí a lo que Freud llama real-ich, y a la correspondiente pulsación de la pulsión). 4. Cuando los trazos se ofrecen en un espacio ajeno o fuera de la extensión posible (de acuerdo con el momento madurativo) del espacio de proyección del Yo-real (corporal) del niño. 5. Cuando el modo aleatorio de presentación de los trazos, la impersonalidad de su ofrecimiento por parte de la madre, impide que ellos se estructuren como fuente diferenciada de autorreconocimiento en ellos por parte del niño (nos referimos al hecho de que la madre no está ofreciendo la posibilidad de que su hijo pase del autoerotismo al narcisismo, atravesando el estadio del espejo). 6. Cuando los trazos que surgen de la relación con el hijo (en especial los que este produce) no llevan a evocar ninguna historia familiar por parte de la madre, ni tampoco a constituir con ellos alguna «novela». Se trata, entonces, de la falta de una significación argumental de los pequeños eventos propios de la vida del pequeño hijo (nos estamos refiriendo al hecho de que, en este caso, los trazos no funcionan como enigmas fundantes de un fantasma). 7. Cuando no hay, por parte de los padres, una lectura de los signos significativos, para ellos mismos, de diferenciación sexual. Se puede ver que en cada punto lo que se plantea es, en primer lugar, la necesidad de una lectura de los trazos que se ofrecen a la observación; la conclusión siempre es la consecuencia de una deducción o de una interpretación. Esto implica que el signo no tiene un significado per se, y esto es lo que marca la diferencia con una semiología. En más de cien años de experiencia clínica, el psicoanálisis ha puesto a prueba sus tesis principales y ha producido descubrimientos y conocimientos inéditos sobre el psiquismo humano. La contribución psicoanalítica es todo lo que concierne a un tratamiento más humanitario de los enfermos mentales graves -en especial, de los psicóticos-, al reconocimiento de las
características de la sexualidad femenina y de la infancia y a la apertura de un amplio espacio de comprensión del sufrimiento psíquico, que brinda a cada sujeto un vasto campo de experimentación, no tiene precedentes en la historia de la ciencia. El psicoanálisis ha hecho de cada sujeto un investigador de sí mismo y del discurso social, y de ese modo abrió un amplio campo para el cuestionamiento del preconcepto y del estatus preestablecido. Podemos decir, con razón, que el psicoanálisis le ofrece al sujeto el mayor espacio de cuestionamiento y de libertad al que puede aspirar ante su gran Otro. Verdad psicoanalítica y discurso parental La lógica psicoanalítica cuestiona los tradicionales referentes de la lógica clásica. Sigmund Freud demuestra en su obra en general -y, magistralmente, en Psicopatología de la vida cotidiana (1948, v. 1, pp. 627 y ss.)- que los enunciados no se ajustan a los valores de verdadero o falso, ya que en ellos «circula una incesante corriente de autorreferencia de la cual generalmente no tengo noticia alguna. Es como si hubiera algo que me obligase a comparar con mi propia persona todo lo que oigo acerca de otra persona; es como si mis complejos personales fueran puestos en movimiento al entrar en contacto con la existencia de los otros» (ob. cit., p. 638). Es por eso que, dado que detrás de todo enunciado hay una corriente de deseo que consiste en esa referencia al Otro que nos hace falta, se hace imposible hablar de verdad sin hacer referencia a esta cuestión de la reciprocidad en el discurso. Este movimiento discursivo -y de enunciados se trata – genera una máscara. Máscara simbólica que, recubriendo lo Real, no podría sin embargo ser acusada de mentirosa, pues sustenta lo que del Otro se supone como verdadero. La función de lo simbólico es ocultadora de lo Real, pero no por eso deja de ser reveladora de la intersección con ese Otro que hace de nosotros sujetos de deseo porque nos marca una falta en el narcisismo. ¿En qué punto se revela por excelencia esa articulación del deseo (expreso en la cadena significante, libremente asociativa) con el
Otro del discurso como función social? En las formaciones de lo inconsciente, en las expresiones que, por cortar la continuidad de la máscara discursiva, dejan asomar los personajes en juego y los eslabones afectivos que los vinculan, y también, allá en el fondo, dejan percibir la sombra de lo real (el cuerpo que siempre retorna). Son los actos fallidos, los síntomas, los olvidos, las lagunas, los errores, los falsos recuerdos, los sueños, bruscos desplazamientos que dejan adivinar un sentido diferente. ¿Qué son ellos? ¿Verdaderos a falsos? Son «en Falso: ese tercer valor entre verdadero y falso aparece súbitamente como un conjunto vacío; designa, en hueco, aquello que la simple contraposición de una verdad fáctica y otra formal no puede encubrir» (Ritvo, 1983, p. 23). Es en este punto donde el psicoanálisis encuentra su concepto de verdad: en la revelación de un deseo; aun cuando no se trate de una revelación en el sentido de un sortilegio, sino, muy por el contrario, de un contraste dialéctico entre la presencia y la ausencia del objeto deseado, que lesiona la omnipotencia del sujeto. Esa omnipotencia que fue ilusoriamente urdida en el imposible idilio con el «otro». Por eso la verdad, a diferencia del concepto que habitualmente se tiene de este tema, se forja en el terreno de lo imposible, de lo no previsto, de aquello que de momento se considera no posible, o de lo que solamente no se tiene en cuenta. La verdad simplemente habla. «El inconsciente, que dice lo verdadero sobre lo verdadero, está estructurado como un lenguaje... Freud supo, bajo el nombre de inconsciente, dejar hablar a la verdad» (Lacan, 1971, p. 352). En los siglos XVII y XVIII, «el debate sobre el orden de lo inteligible indica el alcance de los problemas implicados en la relación entre lo posible, lo real y lo verdadero. El desarrollo de las cuestiones ilustra una alternativa: o bien se postula que la razón impone lo verdadero en el orden de lo posible, sin depender de un ente que la funde, o bien es resuelta en la ecuación que identifica a la verdad absoluta como un ente supremo» (Maci, 1979, pp. 410-1).
Es evidente que la conceptualización psicoanalítica no solo se opone a la lógica bivalente, sino también a estas dos últimas alternativas. Desde nuestro punto de vista, que es psicoanalítico, «la verdad es hija de la coyuntura -de una coyuntura, conjunción, articulaciónrepetidamente demarcable por elementos y relaciones que cambian de valor según una dirección especificable con rigor y exactitud» (Ritvo, 1983, p. 29). En apoyo de nuestra opinión queremos citar más extensamente a Maci, por ser sus afirmaciones sumamente apropiadas para el trabajo que nos proponemos: analizar la cuestión de la verdad en el psicoanálisis y, más específicamente, en el campo de las psicosis, para convalidar nuestra metodología de trabajo en este terreno. La verdad se delata en la estrategia que la elude... Lo verdadero no está reservado en lo oculto, sino en la superficie. La condición de la verdad reside en la convención a cuyo ocultamiento responde y demuestra allí su alcance simbólico. Revelar la convención es lo que descubre en la mentira la verdad, ya que la dialéctica entre una y otra tiene en ella su esencia. La verdad es producto de un ocultamiento en el cual lo sustraído la revela al denunciar el código al que responde la mentira. Es la verdad lo que el ocultamiento proyecta retroactivamente, como su sombra, en el movimiento dialéctico en que avanza el discurso mentiroso.» El síntoma constituye un campo específico de verdad que, en las psicosis, está representado por lo que irrumpe en lo real en la medida en que éste es expulsado y relata, así, una dimensión inédita de lo Real. En la máxima alienación del delirio se afirma lo que es inaceptable como verdad (1979, pp. 412-3; la bastardilla es nuestra). Este último punto será retomado más adelante, al tratar de los momentos psicóticos.
Verdad psicoanalítica y discurso parental La lógica psicoanalítica cuestiona los tradicionales referentes de la lógica clásica. Sigmund Freud demuestra en su obra en general y magistralmente, en Psicopatológica de la vida cotidiana (1948, v. I, pp. 627 y ss,), que los enunciados no se ajustan a los valores de verdadero o falso, ya que en ellos "circula una incesante corriente de auto-referencia de la cual generalmente no tengo noticia alguna. Es como si hubiera algo que me obligase a comparar con mi propia persona todo lo que oigo acerca de otra persona; es como mis complejos personales fueran puestos en movimiento al entrar en contacto con la existencia de los otros ' (op. cit.. p, 638). Es por eso que, dado que detrás de todo enunciado hay una corriente de deseo que consiste en esa referencia al Otro que nos hace falta, se hace imposible hablar de verdad sin hacer referencia a esta cuestión de la reciprocidad en el discurso. Este movimiento discursivo —y de enunciados se trata— genera una máscara. Más simbólica que, recubriendo lo Real, no podría sin embargo ser acusada de mentirosa, pues sustenta lo que del Otro se supone cómo verdadero. La función de lo simbólico es ocultadora de lo Real, pero no por eso deja de ser reveladora de la intersección con ese Otro que hace de nosotros sujetos de deseo, porque nos marca una falta en el narcisismo. ¿En qué punto se revela por excelencia esa articulación del deseo (expreso en la cadena significante, libremente asociativa} con el Otro del discurso como función social? En las formaciones de lo inconsciente, en las expresiones que, por cortar la continuidad de la máscara discursiva, dejan asomar los personajes en juego y los eslabones afectivos que los vinculan, y también, allí en el fondo, dejan percibir La sombra de lo real (el cuerpo que siempre retoma). Son los actos fallidos, los síntomas, los olvidos, las lagunas, los errores, los falsos recuerdos, los sueños, bruscos desplazamientos que dejan adivinar un sentido diferente, ¿Qué son ellos? ¿Verdaderos o falsos Son "en Falso”: ese tercer valor entre verdadero y falso aparece súbitamente como un conjunto
vacío; designa, en hueco, aquello que la Simple con contraposición de una verdad fáctica y otra formal no puede encubrir'' (Ritvo, 1983, p. 23) Es en este punto donde el psicoanálisis encuentra su concepto de verdad: en la revelación de un deseo; aun cuando no se trate de una revelación en el sentido de un sortilegio, sino, muy por el contrario, de un contraste dialéctico entre la presencia y la ausencia del objeto deseado, que lesiona la omnipotencia del sujeto. Esa omnipotencia que fue ilusoriamente urdida en el imposible idilio con el "otro'. Por eso la verdad, a diferencia del concepto que habitualmente se tiene de este tema, se forja en el terreno de lo imposible, de lo no previsto, de aquello que de momento se considera no posible, o de lo que solamente no se tiene en cuenta. La verdad simplemente habla, "El inconsciente, que dice lo verdadero sobre lo verdadero, está estructurado como un lenguaje. . .Freud supo, bajo el nombre de inconsciente, dejar hablar a la verdad" (Lacan, 1971, p, 352). En los siglos XVII y XVIII, "el debate sobre el orden de lo inteligible indica el alcance de los problemas implicados en la relación entre lo posible, lo real y lo verdadero. El desarrollo de las cuestiones ilustra una alternativa: o bien se postula que la razón impone lo verdadero en el orden de lo posible, sin depender de un orden que la funde, o bien es resuelta en la ecuación que identifica a la verdad absoluta como un ente supremo" (Maci. 1979, pp. 410-1). Es evidente que la conceptualización psicoanalítica no sólo se opone a la lógica bivalente, sino también a estas dos últimas alternativas. 1 En alemán hay términos específicos para cada caso. Warheit: verdadero; Falsch: falso: Verfehlt: en falso. Sin duda, esta clara diferencición significante facilitó a Freud el análisis de los valo- res singulares de “verdad” que, para la ciencia, tienen los actos fallidos (Verschentrich), llevado a cabo en Psicopatología de la vida cotidiana (1948 v I, pp. 707 y ss).
Desde nuestro punto de vista, que es psicoanalítico, "la verdad es hija de la coyuntura —de una coyuntura, conjunción, articulación
— repetidamente demarcable por elementos y relaciones que cambian de valor según una dirección especificable con rigor y exactitud" (Ritvo, 1983. p, 29). En apoyo de nuestra opinión queremos citar más extensamente a Maci, por ser sus afirmaciones sumamente apropiadas para el trabajo que nos proponemos: analizar la cuestión de la verdad en el psicoanálisis y. más específicamente, en el campo de las psicosis, para convalidar nuestra metodología de trabajo en este terreno, "La verdad se delata en la estrategia que la elude. Lo verdadero no está reservado en lo oculto, sino en la superficie. La condición de la verdad reside en la convención a cuyo ocultamiento responde y demuestra allí su alcance simbólico. Revelar la convención es lo que descubre en la mentira la verdad, ya que la dialéctica entre una y otra tiene en ella su esencia. La verdad es producto de un ocultamiento en el cual lo sustraído la revela al denunciar el código al que responde la mentira. Es la verdad lo que el ocultamiento proyecta retroactivamente como su sombra, en el movimiento dialéctico en que avanza el discurso mentiroso." "El síntoma constituye un campo específico de verdad que, en las psicosis, está representado por lo que irrumpe en lo real en la medida en que éste es expulsado y relata, así, una dimensión inédita de lo Real. En la máxima alienación del delirio se afirma lo que es inaceptable como verdad (1979, pp.412-3; la bastardilla es nuestra). Este último punto será retomado más adelante, al tratar de los momentos psicóticos. Partiendo de esta fundamentación nuestra metodología se orienta hacia la escucha del discurso que articula el deseo circulante entre padres e hijos. Son las fracturas de ese discurso las que nos revelarán tales puntos de articulación y. por lo tanto, las alternativas con las que cuenta el niño para constituirse, él mismo, como sujeto deseante. Sólo cuando es preservada su circulación simbólica, el objeto puede quedar como faltante en una red imaginaria, por ser sustituible (por obra de la metonimia) por un significante. Esta operación instala al niño en el universo del lenguaje desde el principio, Lo contrarío —la remisión a lo real— la sitúa fuera de la mirada deseante de los padres y, por lo tanto, distante de
cualquier circuito de comunicación y, aún más, de las más elementales formas de demanda. En este caso nos encontramos con el autismo. En la ecuación de la femineidad encontramos una caída del deseo materno, sea esta caída originada en una falla en la constitución de la femineidad, sea por el efecto traumático de la ruptura de lo imaginario materno, sea por la llegada de un hijo verdaderamente anormal. Lo que, de cualquier modo, implica siempre una imbricación en el nivel psíquico, ya que una limitación en el hijo repercute insistentemente como imposibilidad en lo real, produciendo sus efectos de estructura en la madre, Estos efectos se viabilizan porque en la madre lo real del hijo fue recapturado en la dimensión del significante (equivalencia fálica del hijo) que establece un horizonte imaginario y una marca simbólica para él. Todo contraste ofrece el riesgo de una caída del deseo, y la insistencia irreductible del contraste forcluye (Verwerfung} en el inconsciente materno la inscripción del deseo del hijo. La articulación o desarticulación de este deseo que se revela en las fracturas del discurso parental, estructurante del sujeto en el hijo, tiene, en términos de principios psicoanalíticos, el mismo tercer valor de verdad que el "acto fallido": el valor de un enunciado en falso (Verfehlt) que dialécticamente revela aquello que oculta.
Parte II CASOS ILUSTRATIVOS
LENY: EL MONSTRUO MARINO"
Orestes; "¿Conoces tú ese sueño, de modo que puedas explicármelo?" Coro: "Según día dice, te pareció que había parido un dragón. . . " (Esquilo. Orestiada 498 A.C.) Leny llegó al tratamiento psicoterapéutico por indicación neurológica, en razón de la inexistencia —después de la realización de una serie de estudios médicos— de causa orgánica alguna que justificase su estado de desconexión autista Esto sucedió cuando la niña tenia 18 meses de vida. Escuchamos la información de los padres y constatamos que hasta los 6 meses de edad Leny era una niña normal en todos los sentidos, observándose sin embargo una leve tendencia pasiva y contemplativa, acompañada de rasgos de hipotonía, cuya base parece haber sido una labilidad depresiva, producto de una identificación primaria con la madre, que vivenció el parto como un acontecimiento traumático y que pasó un periodo de duelo puerperal excesivamente prolongado. Debemos señalar que todas estas características se presentaron hasta entonces como variantes de la normalidad, ya que la revisión de un detallado registro fotográfico, organizado por el padre, permitió evaluar el ritmo de maduración psicomotora y el registro de actitudes de conexión afectiva, mostrando un desarrollo sin alteraciones visibles basta ese momento. En la primera entrevista, la madre comenta, respecto de la alopecia de la hija: "La familia de mí marido no tiene pelo, pero la mía tiene mucho; la cabeza de Leny se parece a la familia de él, pero de los ojos para abajo es como mis parientes " La dentición de la niña fue tardía: el primer diente le salió alrededor de los catorce meses. Después de algunas preguntas sobre el modo en que fue recibido el nacimiento de Leny, preguntas que fueron respondidas "formalmente", los padres cuentan que, en el período inmediatamente posnatal, surgió la sospecha de un síndrome de Down. Esta hipótesis, a pesar de no tener mucha consistencia,
aumentó los temores maternos y no permitió al principio eliminar totalmente la posibilidad de una incidencia patológica genética. Una vez controlada esta información a nivel neurológico, no queda totalmente descartada la hipótesis de un factor genético no sindrómico, y se decide iniciar la psicoterapia recurriendo a la modalidad interdisciplinaria de prueba terapéutica, Hubo una tentativa de esclarecer ese aspecto genético, pero el cultivo cromosómico fracasó, y los padres se resistieron a realizar un nuevo examen. Después la madre señala: "A los miembros de la familia de mi marido les faltan los dientes." La madre está manifestando su convicción intima de que ha dado a luz un ser extraño: sin cabello, sin dientes, asociado a algo sombrío que se vincula con el hombre (¿el marido?). Mario, el hermano mayor de Leny, que por entonces tenia cuatro años de edad, empezó su dentición a los "3 meses" (j?), "como en mi familia" —dijo la madre—-, "en la cual todo el mundo tiene dientes muy buenos". Una queja materna es que Leny ha empezado a morder y, según la madre, "pone el dedito igual al abuelo (paterno) y cruza los pies tal como él". Sin embargo, al referirse a Mario comenta: "Él es diferente, no tiene tantas cosas de las dos familias. Leny (insiste) tiene el cuerpo bajo, como la familia de Álvaro (el marido) y con cintura" (sic). Analicemos este conjunto de datos: la madre describe a su hija por los defectos que la identifican con el grupo significante familia del padre de los ojos para arriba, y familia de la madre de los ojos para abajo. Pero la proximidad con los significantes del cuerpo materno tienen poca extensión (¿o ninguna?) porque "tiene el 'cuerpo bajo' como la familia del padre". Cynara (así se llama la madre) aparta a Leny de su propia "cintura" y la coloca bajo los influjos de otra cintura de significantes extraños y monstruosos y, además, genera equivalencias con el padre, a despecho de su condición de niña. Habiendo la madre rebajado tanto el cuerpo del hombre, es preciso que nos preguntemos lo que sucede en la relación con su propio padre. La madre inicia, después de las primeras entrevistas, su psicoanálisis individual y, a través de lo que se va revelando en él,
conseguimos entender en parte el sentido de este discurso. Su padre murió hace 18 años y. hasta hace 3 años, Cynara tenía la sensación de que podía estar en la casa de la playa. "Mi madre nunca me dio nada", dice ella; "por eso, cuando murió mi padre me quedé vacía y triste". Dedicada a la pintura nos cuenta la secuencia del contenido de sus cuadros a lo largo de esos 18 años. Primero fueron figuras sin rostro, y la desaparición del rostro coincide con el periodo de duelo. Después pinta plazas, parques, edificios totalmente desiertos, en noches de lluvia, con límites esfumados. Más tarde figuras que ahora asocia con "fetos y lápidas" (sic)J con collares rojos, sanguinolentos. Finalmente pinta monstruos marinos extraños, indefinidos, surrealistas, que coinciden con el periodo en que quedó embarazada de Leny. Interpretando: para Cynara, nadie queda en este mundo cuando su padre se va. El deseo de retenerlo más allá del límite de la muerte necesita de un objeto imaginario que anule el límite en lo real: objeto de efecto simétrico en un espejo que, por esta misma operación, se borra; se anula la distancia entre lo real y lo virtual, justamente por la simetría perfecta que disuelve toda diferencia; lo Simbólico y lo Real se yuxtaponen, dando lugar a la locura . , de Leny. Y solamente de Leny porque, en el imaginario materno Leny es el único objeto afectado por la forclusión del significante que la simboliza, Si en Leny la identificación no es posible, en la madre persiste, siendo ahora identificación con el objeto perdido. Precisamente para que éste conserve su carácter de perdido, es necesario que se mantenga en el orden de lo simbólico. Por eso Cynara pinta acerca de lo que se perdió. La identificación de la madre con el objeto perdido, sin embargo, se mantiene, tal como es preciso para que sea "perdido", en el orden de lo simbólico. Entonces ella pinta: el monstruo marino condensa en su metáfora el incesto y la residencia marina del padre; incesto que da lugar a un feto nacido de la unión con el túmulo-lápida. El deseo de anulación de la muerte de quien es irrenunciable sustentador de la imagen de Cynara (sin ella queda sin rostro) requiere la encarnación de ese objeto-monstruo, aunque objeto de deseo. Cuando nace Leny el pánico se apodera de la madre. Después del goce sobrevienen la culpa y el terror. No puede aceptar haber
deseado "eso", El deseo de la hija es reprimido y en su lugar queda la encarnación de un monstruo representante de la muerte y de los hombres crueles que la abandonan, monstruo sin carga, reducido a puro cuerpo informe y desvitalizado. Si alguna imagen hay para Leny, es sólo ésta, que la devuelve a un lugar sin espejo, porque no hay semejante. Por eso Leny no juega, sólo manosea y vuelve a manosear los objetos, descatexízados y sin ningún investimento imaginario. Sin embargo, percibimos una brecha: Leny lleva en su nombre la inicial del nombre del abuelo materno, y "el padre no se opuso", dice la madre. Aparece aquí una marca simbólica sujeta a la Ley del Otro; para la madre, la legitimación de la marca de su propio padre en su hija atravesó el espacio simbólico de su marido. En este simple juego de nombres autorizados hay una estructura circulando: la edípica; y por algúnn lugar Leny fue incluida, capturada en ella. Tendremos que buscar las huellas de esta brecha. En el periodo inmediatamente posterior al comienzo del embarazo de Leny, su hermano mayor, que entonces tenia 2 años y 6 meses, se quiebra un brazo jugando. Debe hacer reposo y ello lo confina, junto con la madre, en el interior de la casa. Se reactiva así el sentimiento de soledad catastrófica y se acentúa la evocación melancólica de la figura paterna. La madre cuenta que en el momento del parto tenia la nítida sensación de que su bebé "iba a salir mal". Sintió que "todos me abandonaban, me dejaban sola en el momento más difícil". Pocas horas después del parto, y luego de un intercambio de ideas a nivel médico y con el padre, uno de los médicos le dijo ingenuamente a la madre: "No tiene que preocuparse porque es evidente que su hija no es mongólica." Esto fijó la certeza inconsciente de la madre de que acababa de dar a luz un monstruo. Entre el primer hecho traumático, la muerte de su padre, y el segundo trauma, la soledad en el parto y la negación paradójicamente confirmatoria de sus temores respecto del bebé, la serie de cuadros, el brazo quebrado de Mario constituyen el puente que sustenta la fantasía de un hijo incestuoso con el padre muerto. Este hijo imposible, sin imagen narcisista en la madre,
solo feto esfumado y ensangrentado, monstruo marino indefinido, es Leny. Un sueño materno actual resignifica el arriba y el abajo de Leny. Sueña que su padre le extiende una mano fría "desde allá arriba", mano que ella toma y que después no consigue soltar. Aparece ahora más claro lo que está diciendo Cynara cuando cuenta que Leny "de los ojos para arriba es de la familia del padre". También nos dice: "Mi padre, para mimarme, decía que yo no era de este mundo. Me siento encerrada allá arriba y no consigo descender al común de las personas." Leny tiene 18 meses y no gatea, no habla, pasa de un objeto a otro sin detenerse en nada, no fija la mirada, evitando especialmente el contacto con la mirada del otro. No responde a llamados, ni a su nombre, ni a otros sonidos. Sentada, se balancea y permanece con su mirada fija en el vacio. Parece no registrar la presencia de su hermano, que la llama para jugar. Leny se sienta bien sin apoyo, libera las dos manos, se mantiene bien parada con apoyo, prefiere los objetos a las personas, aunque no demuestre gran apego tampoco por ellos. Presenta el mismo nivel de desarrollo psicomotriz que tenía a los 6 u 8 meses. Sin embargo en aquella época se interesaba más por las personas, sonreía, ensayaba juegos de verbalizaciones que hoy han desaparecido. ¿Qué sucedió en esos primeros 6 meses? Sabemos que la madre había abandonado sus estudios universitarios cuando murió su padre y que los retomó 17 años después, cuando la hija cumplió 6 meses. Por esa época deja de pintar, señalando así la relación establecida por ella entre las representaciones pictóricas, la producción personal y la muerte de su padre. El retomar sus estudios universitarios le exige salir por la mañana, a las nueve, y regresar alrededor de las seis de la tarde, con un pequeño descanso en la casa a mediodía para darle el almuerzo a la niña, Cynara se ausenta siempre de la casa dejando severas instrucciones para que nadie toque a su hija, ya que nadie, fuera de ella, "puede atenderla adecuadamente". Es importante señalar que, para Cynara, este "atender adecuadamente" quería decir que su hija era un enigma (¿la Esfinge?) inaccesible; o mejor dicho, un enigma que nadie debía develar y que por lo tanto debía ser silenciado. Es esto lo que ella dice cuando afirma que
"nadie puede entenderla" Quince meses después todavía afirma que nadie puede entender a Leny ni atenderla como ella lo hacia. Es importante señalar los efectos de aquella brusca separación a los 6 meses: la niña bajó bruscamente de peso, empezó a perder el cabello, su hipotonía aumentó, presentó desconexión visual primero y auditiva después, y también rechinar de dientes (bruxismo). Estos síntomas se fueron instalando progresivamente y alcanzaron su punto culminante entre los 16 y los 18 meses. Leny queda literalmente detenida en el tiempo a los 6 meses. A los 18 años de la muerte de su abuelo materno y a los 18 meses de edad Leny inicia su análisis y su madre también. El tratamiento comienza con entrevistas del binomio madre-hija, dos veces por semana y una tercera con todo el grupo familiar. Después de un breve periodo la demanda materna de un análisis propio y su dificultad para establecer contacto con su hija nos llevan a recomendar un trabajo individual con esta última tres veces por semana, espaciando las entrevistas familiares a una cada quince días. El padre, íntelectualizador nato, distante, con marcadas características esquizoides, se angustia, sin embargo, y esto lo lleva a buscar un camino para aproximarse a la hija. No sabe "qué pensar de ella" y se hace evidente que el retardo de la niña amortigua aún más sus afectos, ya naturalmente inhibidos. Su autoconcepto de "genio" hace particularmente dolorosa la presencia de una "hija problema'". Esto explica que él no haya conseguido reemplazar en la función materna lo que la madre no consigue dar, Leny es una niña sin imagen, que necesita, para que ésta se constituya, que alguien recorte sus semejanzas y sus diferencias con respecto al "otro”. Hay un perímetro corporal que es necesario ubicar (¿demarcar?) colocando las marcas que señalen puntos de desdoblamiento imaginario de su cuerpo. Desde una simétrica y recíproca concavidad homocélica inicial entre el hijo y la madre, habrá que ir marcando diferencias. No se trata de espejar imitativamente, sino que es necesario avanzar partiendo del punto que la niña toca para devolverle "otra" cosa, El analista construye ortopédicamente un espejo simbólico, para que Leny pueda establecer su red imaginaria. Si tal cosa no se hiciera, los
objetos continuarían siendo arrojados o continuarían cayendo de su mano del mismo modo que caen de su mente. Estrictamente no se trata de jugar (el juego vendrá después), sino de armar un espacio de circulación humano, de abrir un rumbo en lo Real, para que la palabra tenga la fuerza de imponer la verdad de su ilusión. Esta ortopedia se puso en juego porque Leny no podía correr el riesgo de esperar los resultados del análisis materno, bajo el peligro de que se produjesen deterioros irreversibles. Durante un recorrido conjunto gateando —habilidad que Leny adquiere dos semanas después de iniciado el tratamiento— la niña registra, con extrañeza, la sombra de un adulto que la acompaña y le devuelve (aunque no en pura copia) cada gesto, cada movimiento, cada inmovilidad. Y el hecho de que a veces esa figura se separe lentamente de ella, le produce diversión, júbilo. y Leny ríe. Es el "otro" que, por la referencia simbólica tal Otro), empieza a nacer. Es la insistencia en tratar de comunicarse con ella lo que abre la brecha. El analista también ríe y no necesita forzar nada, porque su alegría es genuina; es la misma alegría que el infans experimenta frente al semejante, expresando con suspiros y movimientos el entusiasmo de su identificación. El deambular conjunto se transforma en una especie de diálogo corporal, activo, divertido, placentero. "Cuando yo paso, tú pasas. Cuando tú paras, yo escapo. Cuando miras, me oculto y vuelvo para redescubrírme en tu mirar. Quién eres tú, quién soy yo, Este toque, este sonido que no consigo descifrar." Este discurso atribuido interpretativamente a Leny, significante de la función materna, le es devuelto verbalmente para que alguna vez, haga el sentido en el après coup que la fusione con la cadena significante, Un dia, gateando con un cubo de madera en la mano, Leny golpea casualmente un mueble que le devuelve un sonido estridente. Nos apresuramos a golpear con nuestro cubo. (Leny nos mira y golpea una vez mas. Empieza entonces un juego de golpes, diálogo elemental de tambores monótonos aunque innovadores: siempre un golpe en cada objeto devuelve un sonido diferente, Leny hace del cubo su "oreja", pero también la boca del "otro". Después de algunas sesiones tenemos un toc-toc privilegiado: el mueble Original. Son ya dos golpes contra dos golpes; toc-toc, toc toc /
toc toc, toc toc. Mayúscula del "Autre", minúscula de "l'autre". "A" y " a " que se oponen en un juego de espejo que desplegó el espacio, dejando lugar para que algún eslabón pueda nacer en ese agujero, algún eslabón que pueda nombrar aquello que sustenta esta tensión entre Leny y el analista: el deseo. El objeto " a " cayó, y Leny todavía está allí. Es Leny quien está y ya no su puro cuerpo. Leny empieza a ponerse más sonora, pronuncia silabas y mira a los ojos al otro, ya no da la impresión de ser una deficiente auditiva. Empieza a presentar un síntoma en cuerpo. Esto es alentador porque antes su cuerpo todo era el síntoma de la neurosis de la familia. Ahora se ha producido en él una discontinuidad. Su cuerpo "significa". El síntoma aparece como un tic en los ojos. Mira con el rabillo del ojo. El padre lo interpreta médicamente y se hace un examen neurológico que arroja resultados negativos. Esos tics se presentan frente a objetos y situaciones nuevas. En esas situaciones empieza a instalarse en la falda del analista y partiendo de allí, lentamente explora el nuevo cuerpo. Leny empieza a llamar al hermano con un nombre inventado por ella: Mió (.contracción de Mario). La madre reclama: "No dijo mamá " El padre se ha aproximado bastante a ella y la niña dijo: pa. Significativamente, la oposición fonemática habitual p-m no aparece bajo los signos de padre-madre sino en los signos pa-mio. Esta exclusión completa del signo madre no es sin duda, insignificante. Este signo es reemplazado por el significante de lo que la madre efectivamente desea: Mario/Mió. Poco tiempo después, en un acting-out la madre se somete a una cirugía plástica de senos, sin haber avisado previamente a nadie, ni siquiera a su marido. Más tarde cuenta: "En seguida todo el mundo se preocupó por mí y entonces percibí lo que sentían por mi. Creo que tuve una amnesia parcial después de la cirugía. Fue como despertar de un sueño. Me acuerdo de que hablé con el médico sobre un libro que se llama Los dioses de Raquel, no me acuerdo de qué trataba, pero confundo Raquel con -Rebeca, una mujer inolvidable." El relato que ella hace, sin embargo, se refiere al argumento de Jane Eyre, una novela juvenil, Recordamos que esta novela cuenta la desaparición de una mujer loca junto con su
mansión, a la cual ella misma prende fuego. Por obra de esta muerte, la heroína de la novela queda liberada de una sombra que, hasta entonces, desconocía. Tres meses después muere el perro de la casa, a consecuencia de un paro cardíaco después de un paseo. Cynara dijo: "Me dio asco, porque se ensució todo al morir, pero sentí como si fuera un hijo," Este recorrido por los objetos "a": seno cortado, heces de la muerte, la mirada del otro (la cirugía es estética), parece un paseo por la locura, por la fragmentación en el cuerpo. Y sin duda fue necesaria una amnesia parcial (una represión) para que esto pudiera transformarse en relato, en novela, para que Cynara retomase el lugar de su trazo unario \Lacan, 1875. pp. 11 y 62) y se establezca así nuevamente la sede de su deseo. Fue a buscar en el propio cuerpo sus marcas simbólicas más primitivas, sintió al muerto como hijo, pero separada de él por el asco. La ruptura del aislamiento de Leny y los efectos del propio análisis dan lugar a una demanda de la madre que la coloca en la posición de quien quiere restituir lo que le falta; y esto determina el acting que, sin embargo, pone en escena lo que requiere ser olvidado: el cuerpo mutilado. La mutilación vivida en el seno se refiere a la maternidad; Cynara está herida en su narcisismo de madre. Esta "fea en el seno" y lo repara a través de la mecánica de la cirugía. Pero las cosas no terminan allí: realiza nuevamente el parto, pero esta vez acompañada. Casi como en un exorcismo, los dioses (.su propio Yo Ideal y su Padre) desaparecieron en la fogata de la locura para que otra Cynara pudiera vivir, lejos ya da la antigua mansión. ¿Cuál será ahora su casa? Para Leny se abrió un espacio, y esta brecha se ensancha en la madre dejando lugar para oír su demanda. Entonces, ella la manifiesta. La madre empieza a sentir celos del analista de la hija. Leny ya camina y empieza a hablar. Comienza a frecuentar el Jardín de Infantes, se comunica con los otros niños, juega. En una entrevista conjunta con la madre y la hija, el analista está conversando con la madre y no escucha los llamados verbales de Leny. Entonces ella toma un cubo de madera, se dirige resueltamente al mueble original da dos golpes. El analista
reacciona y responde a su llamado ahora verbalmente. Leny sonríe y le ofrece juguetes. La madre dice: "Esto si que es difícil de aguantar, Yo sé que usted hizo mucho por Leny, pero me da mucha rabia verlo y no sé por qué." Está claro que Cynara está muy irritada consigo misma, con su padre y con todo lo que le impidió desempeñar un papel participante con Leny en la aventura de su entrada en el universo humano. El analista, por el hecho de haber desempeñado tal papel, evoca para Cynara su propia ausencia. Ahora que la madre ya no está ausente, este intruso se vuelve insoportable. La triangulación edípica todavía está, para Cynara, en el terreno de la neurosis, que ya no se interrumpe más por los momentos psicóticos, lo que no obliga a Leny a retornar al orden de lo Real. La interrupción del tratamiento se aproxima. Algunas sesiones después, el analista, que lo sabe) inconsciente y defensivamente se desconecta. Leny reclama e1 cubo y con él llama al analista. En una sesión este le responde haciendo toc-toc con los tacones de los zapatos, caminando en dirección a la puerta. El deambular es la primera gran distancia material entre un hijo y su madre Leny ya puede tomar distancia porque su imagen, que ahora es metáfora, ya no se disuelve. Por eso, un día, Leny no vuelve más.
8 ORESTES: "EL ROBO DEL AUTO" ----------MADRE
Orestes: "Si la serpiente salió del mismo vientre del cual yo salí; si fui envuelta en mis propios pañales y se prendió voraz a los pechos que me criaron y saco de ellos leche y sangre, razón tuvo la que eso soñó, yo seré la serpiente.” (Esquilo, Orestiado. 498 a.C.)
Recibimos a Orestes (3 años y 10 meses) y sus padres en una apresurada consulta el día anterior a nuestra salida de vacaciones. Los padres, alarmados después de una consulta neurológica, habían solicitado vernos con urgencia. Hasta entonces habían pensado que con Orestes las cosas no iban bien pero tenían la esperanza de que los problemas se fueran superando con el crecimiento del hijo. La médica consultada fue quien llamó la atención hacia el problema e indicó la necesidad de un tratamiento. El caso nos es derivado con la siguiente nota: "Derivo el niño Orestes, que presenta retardo del desarrollo psicomotor, principalmente de comunicación, una serie de estereotipos, anda en puntas de pie, se balancea, etcétera". dando por sobreentendido el resto de los síntomas que encontraríamos, coincidentes con un cuadro de autismo. Nos llama la atención el estado de prevención y temor en que llegan los padres, como esperando lo peor pero temiendo oírlo y no mostrándose muy dispuestos a escucharlo. De hecho, parecía que esto venia efectivamente ocurriendo, porque más tarde llegamos a saber que el pediatra había conversado varias veces con ellos acerca del significado de los problemas de Orestes de los cuales los padres parecían no haber tomado conocimiento. Los padres son jóvenes (37 años el padre y 33 la madre), con un nivel de educación medio. Tienen tres hijos, siendo el mayor un
niño de 7 años “que prefiere la bisabuela a la madre” ya que aquella (madre del padre de la madre) vive junto con ellos. Orestes es el del medio y hay también una niña de 8 meses, cuyo nacimiento “hizo que Orestes empeorase, aunque en algunos aspectos hizo que mejorase, él parece estar imitando algunas cosas de ella: por ejemplo se interesó por la mamadera y por algunos juguetes de la nena”. Observamos la distancia que hay entre sus padres y sus hijos. Una distancia que hizo que el mayor eligiese el apoyo de la bisabuela, mujer muy anciana y poco lúcida, y que Orestes no diferenciase a la madre y al padre de los otros conocidos. La presencia de la hermanita parece haber despertado en él un interés para el que estaba capacitado, pero que los padres no supieron o no consiguieron despertar. El padre trabaja mucho y permanece afuera de la casa todo el día. Más tarde observamos que él no había distinguido hasta entonces entre lo que es jugar y lo que Orestes hacia con los objetos. De hecho, en las entrevistas Orestes no juega en el sentido verdadero del término, ya que nada agrega a los objetos en sí ni tampoco a las personas. Sólo manipules, arroja o coloca los objetos frente a sus ojos y, extrañamente, no lleva absolutamente nada a la boca. El padre se sorprende cuando le señalamos, en el transcurso de las entrevistas iniciales, la diferencia entre lo que Orestes hace y lo que sus hermanos hacen con las cosas. Hasta la más chica incluye los objetos en una cierta secuencia imaginaria, pero con Orestes esto no sucede nunca. Llama la atención el hecho de que el padre no se entristezca con este descubrimiento; por lo contrarío, parece experimentar un cierto goce intelectual a partir de lo que acaba de comprender y asocia con lo que el hijo mayor hacia a la edad de Orestes. En esa entrevista inicial, la madre (que no trabaja fuera de la casa) dice que lo que más los preocupa es el comportamiento extraño, el hecho de que él no hable, aunque "tararea algunas canciones infantiles, pronunciando las letras enteritas", y el hábito de balancearse. Pregunta sí lo que Orestes tiene es grave y si no podrá desaparecer a medida que él crezca. Frente a nuestro silencio, sus ojos se llenan de lágrimas y dice que tiene "miedo de que mi remedio le haya hecho mal a él". Entonces cuenta que sufre de "disritmia" y describe crisis que parecen corresponder a
convulsiones del grand mal. Esa enfermedad se le declaró al comienzo de la adolescencia y es evidente, por su relato, que los padres la disimularon y le ocultaron el significado de esos episodios, acerca de los cuales se estableció una especie de compromiso de silencio. Tal vez el hecho de ser hija única haya favorecido la dificultad de los padres para aceptar su enfermedad. Es probable que su abuela paterna (bisabuela de los niños) haya sido la tentativa parental, secreta, de garantizarla en el mantenimiento de sus hijos, frente al peligro representado por sus crisis. Actualmente su enfermedad está relativamente controlada por medio de medicación, aunque continúen manifestándose episodios, bajo la forma de ausencias que suelen durar tres o cuatro minutos, presentándose una o dos veces por día y tornándose más frecuentes cuando se aproxima la menstruación. En esta deconstrucción de su relato, verbalizado por ella con notoria angustia y tratando de minimizar la importancia de todo ello, se perciben los componentes psíquicos de su cuadro epiléptico: parece haber alguna representación sexual silenciada (reprimida) vinculada a su primera menstruación y después a la menstruación en si. La enfermedad queda inscripta en su familia como su incapacidad, que la lleva a permanecer en una posición infantil, que la hace sumamente irritable y que, por lo tanto, frente a la imposibilidad de la simbolización, la arroja a la esfera de lo real, o sea a la psicosomática de sus crisis (Lacan, 1983, pp. 14752). Todo esto habría de confirmarse más tarde con algunos relatos y episodios. En la sesión numero 43 la madre tiene una crisis de ausencia: empieza a hablar de su disritmia, en lo cual se evidencia que percibió inconscientemente el efecto de "aura" que anuncia la proximidad de la crisis. Empieza a sonreir sin motivo y se acuesta suavemente en el piso, Después empieza a emitir profundos suspiros (¿de placer?). Después se levanta. Le comunicamos que ha tenido una crisis pero ella no parece tener conciencia de ello y le cuesta retomar su proceso mental normal. Orestes, que estaba ocupado con algunos objetos de una caja de juguetes, suspende su actividad y se acerca a ella, permaneciendo casi inmóvil durante toda la crisis, con la mirada fija y distante.
En la entrevista inicial, y directamente asociado con su enfermedad, la madre hizo el siguiente relato; "Creo que no tiene importancia, pero lo mismo se lo voy a contar. Yo me caí de lo escalera con Orestes cuando él tenia 6 meses de edad, Él se quebró la tibia y estuvo 15 días enyesado. Pero no parece que el comportamiento de él haya cambiado mucho, aunque la verdad es que no me acuerdo. De lo que sí me acuerdo muy bien" —y aquí su angustia crece bruscamente— "es del robo del auto; hasta hoy no puedo sacarlo de mi cabeza (sic). Yo estaba embarazada de 4 meses, ,, no fue la perdida del auto. . . mi padre me lo había regalado, nuevito, y yo tenía tantas ganas de manejar y el médico por fin me había autorizado, y mi padre me compró el auto. Me acuerdo que el comisario me dijo: ese auto, no lo vi nunca más. Habían pasado cuatro horas del robo cuando me di cuenta. Del propio garaje de mi padre ¿se imagina? ¡No es posible!" El verbo es en presente muestra el carácter presente del trauma de la pérdida que aparece vinculada, por un lado, a Orestes cayendo de sus brazos y. por otro, a la "perdida en la cabeza". Pero tay también otro elemento: el auto regalado por el padre, ése si no es posible que lo robasen. Tal vez podrían haber robado otro, pero el recibido del padre, no. El carácter traumático de la pérdida, que tiene plena vigencia hoy y en todos los días de su vida, se establece precisamente porque lo robado "no es el auto ", como ella misma dice. El significante auto ocupa el lugar de otro significante que no puede ser revelado: el hijo pene del padre, significante fálico que faltó en ella desde el momento de la primera menstruación (habilitación para la sexualidad adulta) en virtud de una historia anterior aún no revelada, pero que se eterniza en la oscuridad por obra del pacto de silencio de la familia alrededor de lo que pasa en su cabeza. “Es como si me hubieran robado todo", dirá en una sesión posterior a la entrevista inicial. Esta frase, en esencia, reveía todo por obra del discurso. El embarazo tuvo poca importancia para ella al lado de lo que el padre le regaló: un auto que, antes que nada, es insignia fundamental Pero ¿qué significante es ése que no acepta ser disociado del objeto de la realidad? ¿Que cuando se pierde el objeto va junto con él, dejando un agujero "en la cabeza"? Es el falo ilusoriamente recibido en la apropiación del auto,
es el falo ilusoriamente perdido en la primera menstruación, es el falo ilusoriamente retenido en la infancia de la madre de Orestes, Cuando ella pierde el falo /auto, ya no es posible tolerar la falta, porque no hay nada para encubrirla, ni un mísero significante. Allí todo carece ya de sentido y, como ella cuenta más tarde: "Entré en una depresión que ya nadie sabía qué hacer; lloraba todos los días. No era el auto en si, era la rabia, qué sé yo , . . Era como sí eso (ya sé, es una tontería) fuera el centro de todo." Once meses después del robo del auto, aun ganada por la depresión, que se prolongó "hasta que Orestes cumplió un año", ella dejó caer a Orestes en la escalera y no se dio cuenta de la importancia de eso, porque, centrada en su pérdida, nada tenia fuerza suficiente para conmoverla, "Él se curó pronto", dice ella, mostrando su sentimiento de culpa, como una niñita que teme ser acusada. ¿Será que teme la repetición del castigo que la dejó privada de falo? Así es su actitud en las sesiones frente a nuestros planteos: como una niñita que escucha lo que debe hacer. Ella es cariñosa y pasiva con Orestes, no sabe muy bien cómo comportarse con él y cuenta; "Él era muy tranquilo, yo realmente estaba poco disponible con esa historia del auto, después de la caída él se sentó y poco después empezó a balancearse. Como se quedaba tranquilo con eso, nosotros lo poníamos en la mecedora. No sabíamos que era malo para él. La mecedora es su seguridad." Esta valoración actualizada de la seguridad colocada en un objeto muestra que la madre devuelve a Orestes la imagen de sí misma sin ninguna modificación. Nada del hijo se simboliza a través del espesamiento materno, lo importante es tener un objeto significante de la seguridad y nada más importa. Porque ése es el deseo de ella, cerrado en un circuito narcísistico vinculado al propio padre y cumpliendo ella el papel de hija pero no de madre. No hay deseo del hijo, hay mero espejamiento en el más puro estilo de Narciso: la muerte del "otro" que culmina en la pura muerte. No sólo porque se desee matar, sino porque no hay otra forma de vivir sino siendo el "otro". Aquí no hay deseo porque no hay distancia simbólica. Lo único que se repite es el objeto de lo real: el balanceo, o el auto, significantes de la seguridad (de la madre, pero no de Orestes) que se desconstítuyen como tales cuan do, en la búsqueda del significante siguiente, éste no puede ser
encontrado. Porque Orestes siempre es devuelto por la madre a su silla, o a su cuerpo en la esfera de la necesidad, en la realización del puro goce. En las sesiones él deambula y la madre contempla, Se olvida de él y habla de sí misma. Como se puede ver, no es por casualidad que Orestes aparece postergado en este relato. Es la eficacia del narcisismo materno lo que se infiltra en este discurso determinado por la transferencia reciproca, La histeria de la madre seduce al analista y así ella obtiene el falo de su escucha, ¿Acaso no se acuesta en el suelo de la sala de sesiones, suspirando fuertemente? La madre está satisfecha, el analista "le gusta". Sin embargo, la transferencia erótica aparece reprimida. Es por esta represión que, a pesar de todo, la palabra tiene espacio. Insistimos en el universo de la palabra, interpretando: "Más hijo que Orestes es el auto; a los 6 meses Orestes se quebró una rueda " Ella se sorprende. Agarra el camión verde de Orestes y lo mira. Sujeta el camión como si fuese un bebé y Orestes lo pide. El niño se sienta en su falda pero ella, en lugar de aceptarlo como habitualmente hace, agarra el camión amarillo que el analista tiene en la mano y juega a golpear con el de Orestes. Constatamos, en este juego, que se establece un espejamiento marcado por lo simbólico: su auto robado y Orestes chocan en nuestra interpretación. La madre, tomada por el efecto de la colisión discursiva que aproxima en la cadena significante el valor de hijo asumido por su auto, establece un choque entre el camión, hace ya tiempo elegido por Orestes como su objeto fetiche en las sesiones, y nuestro camión, que nos ha quitado de la mano. Orestes se fija en el camión verde y responde a los golpes, sonríe y repite la exclamación onomatopéyica de la madre: "Aum". Orestes, durante tas tres primeras semanas de tratamiento. protesta para entrar; poco después protesta cuando tiene que esperar; y poco después protesta porque no quiere irse. Esto no es absolutamente regular, aunque es lo que predomina. Desconfiado al principio, no nos mira nunca, se golpea las piernas con la muñeca derecha, trata de armarse y le tira de los cabellos a la madre, en cuya falda está. Las sesiones iniciales con Orestes y su madre (así trabajamos) lo muestran desconfiado, rígido y distante.
Pero paulatinamente empieza a bajar de la falda de la madre y a sentarse en el suelo para tocar los objetos que allí están: una cuchara, un camión verde y otro amarillo (los dos iguales, porque imaginamos que esto puede evocar en él algo del orden de lo semejante), tres aviones (uno de los cuates insistimos en llamar "papá" porque el padre jugó con ese objeto todas las veces que estuvo presente), algunos platitos y tres muñecos grandes. Además, hay en la sala cubos de madera de diversos tamaños y dos pelotas de tamaño mediano, una azul y otra roja. Orestes demuestra poco interés por los juguetes, pero poco a poco va eligiendo el camión verde y un pequeño triángulo de madera, que insiste en acariciar. En la sesión del 9 de marzo sucede algo especial Anotamos: "Se enoja, está desconfiado, se golpea. Pongo mi brazo entre su muñeca y su pierna. Si continúa así tendrá que golpearme a mi, vacila. Hay una diferencia., captada por él, entre él y otro. Finalmente golpea y espera. Parece sentirse confiado cuando ve que yo no reacciono, pero aparta mi brazo para volver a golpear se." La agresívízacíón del otro se da en forma auto-erótica, a nivel del narcisismo primario: si hay una imagen de si en "otro ", ella se deshace y vuelve a su cuerpo, porque no hay un Otro que sostenga la ley que separa la imagen de lo Real. Por eso, sorprendiéndose, agarra nuevamente nuestro brazo y lo mira como un objeto, y lo devuelve a su lugar, como si no percibiese que es nuestro. Evita mirarnos ostensiblemente. Parecería insistir en mantener la fragmentación del cuerpo, evitando la anticipación de la totalización visual. Una vez más adelantamos el brazo, pero con una taza en la mano. Él mira la taza y fingimos beber café. Su madre nos imita; él nos mira alternativamente a los dos. Se ha generado una cierta tensión, su mirada está capturada en un juego de espejo donde él fue lanzado fuera y se incluye con la mirada. La madre no espera, le da café; él bebe, esperando encontrar el liquido de verdad y se sorprende visiblemente con el vacío que encuentra; muerde la taza: la agresivización deriva sobre el objeto porque en él ha aparecido un agujero. Habría allí espacio para el significante, esperamos que la madre lo introduzca, pero ella se ríe; se ríe de la ingenuidad de Orestes —"¡él esperaba encontrar café, ja, ja!"— y mueve la cabeza como comentando la falta de
discernimiento del hijo. Pero ese movimiento está destinado a nosotros, como para subrayar que ella no estaba dándole el café de verdad", y que ella está situada en un lugar diferente del lugar del hijo. Es precisamente esta insistencia suya la que plantea la duda: ¿está ella en un lugar diferente? Sólo del otro lado del espejo, pero en la posición simétrica de lo real en oposición a lo real del hijo: café de verdad x café de verdad, el primero es de Orestes y es si; y el segundo es de la madre y es no. Pero en ambos casos, sea negado o afirmado, es lo real. La madre no deja caer el objeto "a" para dar lugar al significante. Y Orestes vuelve al pedacito de madera y lo acaricia, Pensamos: la próxima vez no esperaremos. Nosotros, que ya hemos aparecido —brazo— en la relación de lo real de Orestes, dejaremos caer el objeto que nos articula. Esa próxima vez fue la interpretación a la madre: "Orestes a los 6 meses se quebró una rueda," En la secuencia del Juego de golpear, Orestes dice "Ca” y lo repite varias veces, Se queda colgado de nosotros con la mirada, diciendo "Ca" una y otra vez. Discusión Desde el punto de vista du la función materna, es evidente la ausencia de fallas a nivel de la satisfacción de las necesidades de Orestes. Muy por el contrario, el problema consiste en las dificultades de la madre para mantener una relación con Orestes más allá del terreno de lo real. El padre, que poco se relaciona con Orestes, planteó la hipótesis, en una sesión, de que su hijo podría estar habitado por otro (él es espiritista) y podríamos coincidir con él si estuviéramos articulando esta referencia en el orden simbólico: el auto robado (ausente) lo habita; además, es su único habitante, Pero el padre no habla (conscientemente, por lo menos) en este sentido; lo otro de que él habla es otro cuya ley no es humana, tanto que ni siquiera es cierto que este habitante sea humano. Nos pregunta si conocemos los trabajos de un psicólogo (parapsicólogo) que se dedica a analizar esas cuestiones e interpretamos que, inconscientemente, nos pide que desalojemos de su hijo un objeto extraño. Es el objeto " a " que no ha caído.
En esta familia el espejamiento funciona en un circuito absolutamente narcísistico, donde el único objeto catexizado no aparece como de deseo porque no es sustraído: está allí. El fantasma está allí, en el hijo, lo robado está allí, en Orestes, Orestes no tiene otra salida que ser ese objeto presente; el auto, No hay en él sujeto, no hay red imaginaria, aunque el perceptum establezca fugaces registros. Su evolución posterior, favorable, muestra la posibilidad de introducirlo en el universo del significante. Él toma la primera clave de este universo: "Ca". Es la sílaba inicial del nombre del objeto que por casualidad, lo singularizó: carro*
• Carro: auto, automóvil
9 ROSA: "EL DESASTRE" Clitemnestra: "Todos están acusándome como si yo fuera el peor de los crimínales. Yo, que tan cruelmente fui tratada por quien más debía amarme; yo, degollada por manos matricidas, no tengo ni un solo dios que sienta indignación mi suerte. ." (Esquilo, Orestlada. 498 a.C.) Derivada por un servicio de fonoaudiologia llega a la consulta una niña de 4 años y 11 meses de edad, con secuelas de embriopatia rubeòlica, razón por la cual es recibida por el sector médico de nuestro equipo. Se le había diagnosticado una hípoacusia severa bilateral no susceptible de equipamiento otoamplificador e hípotonía significativa. La anamnesis reveló una cardiopatía congénita que se compensó espontáneamente, y cirugías de fisura de paladar a los 2 meses y de catarata congénita en el ojo derecho a los 6 meses. Su estado de desconexión desde muy pequeña fue absoluto y la madre siempre pensó que "no había nada que hacer", mientras que el padre tenía la idea de que "Rosa podía más de lo que parecía," Su aspecto es inexpresivo, ausente, pero no desagradable. Da la impresión constante de estar en estado de sorpresa, y eso genera una cierta tensión a su alrededor. Toca las cosas muy suavemente, retirando en seguida la mano y prefiere permanecer acostada sobre superficies duras. Los esfuerzos paternos habían estado centrados en sus sentidos, pero el contacto prolongado con una fonoaudióloga particularmente sensible y dispuesta a comunicarse con Rosa más allá de su función educativo técnica, produjo en el último año mejoras significativas. Esto alertó tanto a los padres cuanto al servicio de rehabilitación sobre la posibilidad de que algo a nivel psíquico estuviera aconteciendo en ella y la mantuviese muy por debajo de sus posibilidades. Este fue el motivo de la consulta. En la primera entrevista anotamos: "Madre fria, inexpresiva, Rosa mira de manera directa, se conecta, pero en muchos momentos se aísla, evitando mirar." Rosa tiene un trapo en la mano y la madre
comenta: "Lo lleva siempre con ella. Ese trapo es la tristeza. Ni siquiera puedo lavarlo." Pregunto si es "la tristeza" porque está sucio o porque, para la madre, Rosa y tristeza van siempre juntas. La madre confiesa que no se siente bien con Rosa: "Yo no quería otro hijo, y todavía me sale, , , esto, Porque yo sé que usted me va a criticar, pero Rosa es un desastre ¿no?" Nos sentimos tentados de darle la razón pero nos detiene el hecho de desconocer el alcance de la palabra desastre en la semántica de Sandra (llamaremos así a la madre). En la segunda entrevista Sandra manifiesta: "Cuando el nació yo quedé aterrorizada. Sentí un verdadero espanto y durante dos años no la acepté. Empecé a aceptarla hace más o menos un año y medio. Al principio ni quería salir con ella de casa. No la aceptaba. No sé cómo puedo aceptarla ahora." Mientras tanto, Rosa sigue acostada en la mesa, jugando con sus dedos y mirando extrañamente por el rabillo del ojo en nuestra dirección. No acepta que el analista se aproxime, lo que por lo general sucede con todos los extraños. Su pasividad es extrema pero muestra curiosidad por su imagen en el espejo. Busca detrás de él su propia imagen, se muestra desilusionada y vuelve al juego con los dedos. Poco después se interesa por un autito con ruedas y nos sorprende cuando toma ruedas sueltas y trata de colocarlas. aunque sin mucha precisión, Esto por sí sólo muestra que hay una organización de categorías de pensamiento a nivel figurativo, lo cual plantea muchas dudas sobre su pretendida debilidad mental) y presenta expectativas de normalidad de potencial intelectual. Lo comentamos con la madre y con el padre, que entonces agregan más datos: "Ella juega con cualquier cosa. Arma escenas con el Play Mobil (un juguete complejo compuesto por personajes con ropas y accesorios desmontables)," La madre comenta: "Fue la hermana (10 años) la que le enseñó. ¿Pero acaso eso quiere decir que sea inteligente?" Respondemos afirmativamente. El padre dice: "Yo siempre creí eso, pero ella nunca creyó", y la madre agrega: "Es cierto, el único que creyó en ella fue el padre.
Yo tenia miedo de tener una esperanza y después desilusionarme." Se trata exactamente de eso. En presencia del padre, Rosa tiene un comportamiento muy diferente del que manifiesta cuando la madre está cerca. En esta última situación se desconecta completamente y empieza a balancearse y a tocar los objetos indiferenciadamente, en presencia del padre se anima, se pone más activa, más alegre y más predispuesta a responder a solicitaciones, aunque es, aun así, muy resistente. No acepta alimentos sólidos ni variaciones en los alimentos. Sólo come papillas y gelatina y una sopa {¡que sólo acepta del padre!) "con todo molido adentro", Tiene rituales fijos para irse a la cama y no comparte la mesa con la familia, comiendo poco a poco y en forma desordenada a lo largo de todo el día, No parece haber momento fijo para nada, ni siquiera para dormir. No controla los esfínteres, no acepta ropas nuevas ni el contacto con la arena, No puede ser contrariada porque se enfurece. La madre no tiene con ella ni entendimientos ni desentendimientos. El contacto entre ambas es de una absoluta complementariedad. Parecería que Sandra siente temor de oponer a Rosa alguna imagen que no sea el exacto molde en el negativo. Si ofreciera una imagen discrepante estaría agrediendo el espacio real de Rosa. Entre Sandra y Rosa no hay agujero circulante, el espació está totalmente sellado. Sin embargo, esta relación es la más fuerte para Rosa. El padre, autoritario, delegó en Sandra el cumplimiento de su papel. Esta perspectiva le impidió percibir la imposibilidad de Sandra. Sandra tiene un hermano que es el preferido de su madre y que nació cuando ella tenía 12 años. Su primera menstruación quedó asociada con el brusco abandono materno que, operado por una madre hipocondriaca y dominante, la dejó apoyada en un padre débil y descalificado. Esto se inscribió en ella como el temor de no ser capaz en la femineidad. Este temor asumió dos formas: temor neurótico de perder el marido y temor de no saber cuidar bien a los hijos. La madre de Sandra se encarga de atacarla en estos dos puntos cada ves que tiene oportunidad y el padre nunca fue capaz de defenderla. El horror de Sandra se realiza en Rosa. Entonces ella dice: "Cuando Rosa nació yo me volví loca. Y toda-
vía no me he recuperado." A partir de entonces el odio contra su madre recrudeció violentamente y el miedo de perder al padre se transformó en obsesión. Rosa evolucionó favorablemente a lo largo de cuatro años de tratamiento psicoanalítico del grupo familiar, que a cierta altura incluyó un tratamiento realizado por una psicopedagoga y fonoaudióloga, cuyo objetivo era simplemente descubrir formas de simbolización viables para Rosa. Este trabajo favoreció la elaboración del lugar que Rosa ocupaba para la madre. Los ataques que, por vía inconsciente, la hipocondríaca abuela materna había realizado contra la madre de Rosa, la habían convencido de su incapacidad para tener un hijo normal. Tal era la descalificación de su femineidad, Además, la unión con un padre (el abuelo de Rosa) subalternizado, la dejó sin recursos simbólicos suficientemente consistentes para defenderse de la irrupción de una hija anormal. Rosa era el objeto real. La realización, en la madre de Rosa, de los deseos de muerte de la abuela materna. De ahí entonces la vergüenza de mostrarla: tal era el alcance del término "desastre" proferido en la primera entrevista. La elaboración materna, juntamente con el nacimiento de una demanda más sistemática en Rosa, producto de la ruptura de su complementariedad, tuvieron como consecuencia su salida del lugar de lo real. Después de este proceso Rosa buscó un sistema para hablar y empezó a participar normalmente de la vida familiar, aunque se presentaran algunos síntomas ligados al proceso de su diferenciación sexual. Discusión El ajuste absoluto de la madre al campo de pulsión de Rosa produce una coincidencia completa del fantasma con el objeto "a". Este ajuste no deja lugar para la falta. No hay entonces fantasma propiamente dicho, sino puro reflejo de lo real, teniendo aquí la palabra reflejo el mismo sentido que tiene en física. Rosa es las heces de la madre, el "desastre", la "vergüenza". Es eso "que no se puede mostrar". Es como una máscara que
reproduce a la perfección el mismo rostro que cubre: no hay espacio para lo simbólico, no hay red imaginaria. Rosa está condenada a ser lo que es: un cuerpo mutilado, un sujeto ausente, un "no-ser", en la medida en que el significante "desastre" no se desprende de su propia piel ni pasa a ser una mera máscara entre ella y la madre. La madre de Rosa empieza a buscar el rostro de la hija por detrás de la máscara capturada en el término "desastre". Es a través de esta búsqueda que tal término adquiere el status de palabra, o sea, cuando Sandra desgarra el velo de los otros "desastres" de su vida: el temor de ser ella misma las heces de su madre.
10 MALU: "LA MANCHA"
Ifigenia: "Hasta los niños que no hablan tienen cierto presentimiento de los males ... " (Eurípides, Ifigenia en Aulida. 405 a.C.)
Con un diagnóstico inicial de sordera y deficiencia visual. Malú llega a una consulta neurológica en la cual, a través de estudios complementarios, se determina su normalidad sensorial. La sintomatología es extraordinariamente clara y abundante y permite un diagnóstico inmediato de autismo. Además la niña, que en esa época contaba con 11 meses de edad, presentaba notables señales de hipotonía generalizada, evaluada a nivel neurológico como congénita, y una hipertricosis asociada a la obesidad, lo que determinó más amplias investigaciones metabólicas y genéticas. Por último se llegó a la siguiente conclusión: hipotonía congénita, presentando rasgos dismórficos leves no compatibles con ningún síndrome conocido. La niña llega a nuestra consulta con este diagnóstico y la presunción de autismo. Malú presenta mirada de reojo, se balancea cuando está irritada (lo que sucede con suma facilidad), toca los dedos pulgar e índice entre si en un constante abrir y cerrar en ambas manos, y manosea la cadena que sujeta el chupete, quedando fascinada, se mira las manos y entra en éxtasis cuando se pone el chupete en la boca, cerrando las dos manos sobre él. Además, al hacer esta maniobra da la impresión de que girase los ojos hacia adentro, quedando levemente estrábica y chupándose la lengua.
Cuando se conecta con el medio ambiente —y esto no sucede con relación a las personas— presenta coordinaciones correspondientes al tercer sub-estadio sensorio-motor según los criterios piagetíanos. Cuando el padre se aproxima, ella llora; esto se repite varias veces hasta que él comenta: "Yo soy demasiado grandote, muy torpe, tengo miedo de lastimarla." La madre agrega: "Conmigo ella se calma; es mañosa para dormir." La madre se muestra inhibida y demuestra un temor constante, mientras que el padre exhibe exagerados movimientos con los brazos y agitación, mientras habla aceleradamente y en voz muy alta. Él dice: "Es mi manera de ser, tal vez sea por eso que Malú me tiene miedo, pero yo la adoro". Preguntamos si sólo Malú le tiene miedo. Y la madre baja los ojos y enrojece. El padre se pone serlo y dice: " Y. . . nosotros tenemos nuestras peleas . . . Sucede que yo soy muy violento..." Y, como sintiendo la necesidad de justificar ese hecho, mientras Malú queda separada de él por el cuerpo de la madre, empieza a contar su historia: "Fui hijo único hasta los 5 años, cuando adoptaron a mi hermana, la preferida de mi madre." Se sintió maltratado "toda la infancia y la adolescencia, hasta los 18 años" (sic) a diferencia de la hermana, que siempre fue mimada, El cree que es por eso que tiene un carácter muy violento y contenido, "que estalla” frecuentemente sin tener en cuenta las consecuencias, Imagínese usted que hasta llegué a agarrar a mi mujer por el cuello". Bis, la madre, vive aterrorizada de su marido, desconfía de él en todos los sentidos y esto la pone muy irritable. Mientras tanto, Malú juega con su cadena, balanceándose sentada en el suelo. No presta atención a los juguetes que tiene a su lado y que los padres han distribuido como un cerco a su alrededor para después olvidarse de ella y sumergirse en el relato que acabamos de oír. Parecen estar muy ocupados consigo mismos como para poder atender a Malú. Esto no quiere decir que la niña esté físicamente descuidada, por el contrario, está extraordinariamente arreglada, muy bien vestida, llena de moños, exageradamente adornada, lo que veremos que se repite a lo largo de las sesiones. Malú permanece impasiblemente desconectada, impenetrable, y sólo a veces parece reclamar, lloriqueando, y se calma cuando
alguien, excepto el padre, se aproxima. Nunca da muestras de tener hambre y la madre la sobrealimenta dándole comida con tanta frecuencia que casi no se distingue el tiempo de comer del de no comer, a no ser por las horas de sueño, bastante más prolongadas que las que corresponderían a su edad, durante el embarazo hubo dos amenazas de aborto, y la madre atribuye la segunda a una pelea con el padre, durante la cual ella fue violentamente empujada. También durante el embarazo Bis se peleó con su cuñada, de lo cual resultó un distanciamiento familiar que se prolonga hasta hoy. Es evidente que Bis desplaza su agresividad dirigida al marido contra otros personajes, Señalamos esto y ella dice que también "se impacientaba mucho con Malú cuando lloriqueaba sin motivo". Percibimos que el verbo en tiempo pasado no es indicador de que el hecho no suceda más, sino de una maniobra inconsciente para atenuar el sentimiento de culpa. "Es que yo le tengo miedo (mira al marido). Mi padre bebía mucho y le pegaba a mi madre. Siempre le tuve miedo. Mi madre es muy sumisa... Eso me da rabia." Más tarde la madre contará que tuvo una relación sexual con otro hombre cuando era soltera y que quedó embarazada y se provocó un aborto. Este hecho quedó para ella como "una mancha y un asesinato". Debemos tener en cuenta su concepción religiosa y el hecho de que la familia viva en una comunidad de tradición rural conservadora y poco numerosa. Ella se siente "manchada" hasta hoy. Obsesivamente aseada y meticulosa en la limpieza y en el orden, el término mancha se repite asociado a la hija, adquiriendo una expresión de materialidad que rompe su sentido metafórico. De hecho, Malú siempre vino sin ninguna mancha, en un estado de aseo poco común para una niña de su edad. Es difícil decir si la mancha se asocia a Malú en la medida en que ella no responde o si queda vinculada previamente al imaginario materno en ese lugar de mancha- niño aborto. Pero si bien es difícil decir qué sucedió primero, no por eso podemos dejar de observar que esta articulación, efectivamente existente, contribuye fuertemente para reproducir y agravar la brecha de aislamiento entre Malú y los otros, empezando por sus padres.
Desde el punto de vista paterno, la reaparición de la violencia frente al embarazo de su esposa está vinculada, como él mismo comenta, a su dificultad para cederle el lugar a otro. Frente a la hija enferma él siente culpa y repite, en una letanía incesante, que aparece en todas las sesiones: "Yo soy violento, pero con Malú, no, ¡Por amor de Dios! ¡Yo amo a mi hija!" El retorno recurrente de la agresividad actuada contra su mujer muestra lo reprimido: la agresión es contra el vientre materno (el de la propia madre) y ello hace que él sienta a veces rabia de sí mismo. Sin embargo, también aprovecha el beneficio secundario del temor que inspira: todos deben obedecerle, nadie puede contrariarlo; y por eso hace de ese síntoma una constante puesta en escena exhibicionista. Malú, que recibe de él una imagen, se espeja en la rabia del padre y lo teme: el temor provoca una marca y la empuja a reaccionar en una aproximación a lo simbólico. La madre, a su vez, la trata como una mancha que debe ser limpiada; la cambia inmediatamente cuando se ensucia las bombachas en las sesiones, le limpia la nariz, la baba; y esto la ocupa y la preocupa más que cualquier otra cosa. Bis dice: "Yo veo cómo mi madre juega con ella y me sorprendo. ¡Malú le responde! ¿Se da cuenta? Es que yo no tengo imaginación." Y para comprobar el nivel de eficacia de esta formación psíquica en los síntomas de Malú, veamos lo que sucede en una sesión 5 meses después: los padres dicen que ella está "muy inquieta". Muerde cuando no le gustan las bromas. (aquí está presente la agresivización primaria.; Ya no se agita la mano sobre la cara, Si la madre entra en la habitación y no la toma, ella lloriquea (imagen de doble en la madre, aparece el deseo del deseo del Otro). Si la madre se va, ella llora (demanda de sustentación de imagen). Ya casi no se babea. Las risas son conectadas y motivadas. Generalmente conectada, sólo se desconecta intermitentemente. Agarra los juguetes que la madre le ofrece. Toma animalitos de goma y los aprieta con la intención de producir sonidos. Registra la invitación para ser sentada en la falda de las personas. Se desplaza poco porque su autoimagen todavía está muy dependiente de la madre. Manifiesta interés por el rostro de las personas, aunque su mirada de través continúa. Todavía agita los brazos y en algunos momentos se ríe sin
motivo. Está de mucho mejor humor. A veces vigila la posición de la madre en la sala y la toma como punto de referencia. Se mira en el espejo, Pide, al verla, una bebida que le gusta. Pero si ve la mano de alguien en la mamadera que está chupando, la suelta inmediatamente y deja que el otro la sostenga. El chupete parece tener el sentido de un objeto transicional, porque ella lo utiliza como intermediario para su aproximación a situaciones nuevas y como auxiliar frente a objetos o personas que le inspiran desconfianza. La madre nos pregunta si puede enojarse con ella y termina por confesar que ya lo hizo hace poco, Esto es importante, porque la madre adopta, en una postura mucho más moderada, el registro del padre, que resultó eficaz: enojarse. Malú, frente a la contrariedad de la madre, incorpora un gesto significante: su lloriqueo es un llamado para provocar alguna producción simbólica. La madre, inmediatamente olvidada de su contrariedad, responde calmando la angustia de la hija. Se ha armado así un circuito significante. Discusión La persistencia de un desarrollo intelectual vago, una significativa lentitud en e! desarrollo psicomotor y la dureza de muchos de sus síntomas, la presencia de antecedentes en el embarazo y de señales clínicas muy precoces de significación neurológica, muestran la incuestionable presencia de factores orgánicos. Sin embargo, la rápida evolución presentada por Malú en solamente 5 meses de tratamiento psicoanalítico, suyo y de su familia, evidencia la presencia de factores psíquicos en la dinámica de su autismo. Estos factores psíquicos, en lo que depende de la madre, la devolvían constantemente al campo de lo real; y desde el ángulo del padre, aunque le ofrecieran un espejamiento fuga por la propia naturaleza hiper-agresiva de espejamiento a un distanciamiento rápido y agresivo. Tenemos aquí un ejemplo de conjugación de factores psíquicos y orgánicos que contribuyen para agravar un cuadro y cuyo abordaje en la perspectiva de la función materna desarrollada por la pareja
parental abre el espacio de otra articulación simbólico/imaginaria para Malú.
Parte III NOTAS PARA UNA TEORIA DE LAS PSICOSIS DE LA INFANCIA
"...¿No ves allí, sentados en esa casa, esos niños que parecen surgir de un sueño? Los mismos que les debían amor les dieron muerte (Esquilo, Orestíada, 498 a.C.)
Si pretendemos sacar conclusiones de un material clínico que compromete los orígenes del sujeto, será inevitable que nos aventuremos en el campo de la topología inaugural de lo Simbólico, de lo Imaginario y de lo Real. En ese imprescindible sistema de oposiciones, cuya articulación hará que el infans quede aprisionado en las redes del lenguaje, tenemos que preguntarnos qué es lo que queda de cada uno de los lados. Porque, en efecto, de un lado el ojo del "otro" anticipa la totalidad en el nivel visual capturado por la dinámica del deseo. Pero si enfocamos el lado de aquí del "otro", encontraremos inicialmente una fragmentación: tantos pedazos cuantos sean marcados por el foco del "otro", o hasta por la simple necesidad. Fragmentos designados en la teoría kleiniana como objetos parciales, ¿Parciales relativos a qué totalidades? ¿Partes de qué “todo" podrían ser? Solamente de un "Todo" imaginarizado por quien tiene capacidad para totalizar; y ciertamente ese alguien no es el niño. Sólo podrá ser ese agente que vive del otro lado del espejo (agente materno) y que impone la totalización visual a partir de su propio ojo. Sin embargo, esa totalización imaginaria fracasa, porque el "contemplado" tropieza en la falla que lo afecta: llámese esta falla, distancia, inmadurez o insuficiencia. De
todos modos, queda negada al otro la ilusión de completarse con el ser ímaginarizado como perfecto del otro lado del espejo. Además, quien obliga a ese otro a mantener esa distancia es justamente el Otro que instala la diferencia y que, a través de ella, le permite la ilusoria autocontemplación en el semejante. Esperamos haber clarificado aquí la inexistencia del "objeto total" y, por lo tanto, de su complemento, el "objeto parcial". Porque, en verdad, en su pulsión visual el otro no totaliza sino que más bien unariaa, afirmando la inevitable castración del unarizado. El otro unariza porque lucha para apoderarse del pedazo cuya falta le quedó marcada por el hacha con que el Otro invadió el espacio. Esa hacha es el espejo (Vallejos, 1979, p. 80) que obliga al otro a contemplar...su propia división. En esa angustia que se genera por la distancia inocultable que lo separa del objeto (el lado de aquí del espejo), se le presenta la opción de un esfuerzo: unir esa fragmentación, compuesta no de objetos parciales sino de objetos reales (objeto "a"). Y, en lugar de reunir los fragmentos a través de una acción, lo que dejaría abierto el riesgo de volver a la fragmentación, los reune bajo el significante, y ello le permite retenerlo en otra dimensión: la simbólica. Dimensión que, en el registro imaginario, otorga al ser la ilusión unaría, captación encubierta de lo Real, en un horizonte exhaustivo. Así, en ese protosujeto fragmentado, nace, por obra del narcisismo afectado por la castración, el trazo unario del moi. Sede inicial de un sujeto que está en el nivel del yo sustantivo, pero mucho más aquí de la conciencia. Para que eso suceda no es suficiente que haya un cuerpo sano. Es necesario que se articule el triángulo edípico en el nivel de las identificaciones. Sólo así el agente materno llegará a marcar sobre el cuerpo del hijo los significantes que habrán de dar un rumbo a su narcisismo. La significación del falo debe evocarse en el imaginario del sujeto por la metáfora paterna" (Lacan, 1975, p. 242). En la psicosis de la infancia (previa, por lo tanto, a la Instancia de la palabra en el niño), la falla debe buscarse en lo que, en el deseo materno, cierra el camino para que el Nombre del Padre llegue a ocupar su lugar significante, o sea, del Otro que se imaginariza en
el falo pero que se significa fuera de sí, en la palabra que lo sostiene. Es a través de imaginarizar en el hijo lo que le falta (el falo) que la madre ocupa su propia posición en el triángulo edípico. Para que eso suceda, su deseo, orientado por lo que promete ilusoriamente su satisfacción, la buscará en un padre. Tal vez no en el padre del niño que, sin embargo, representa al propio. Allí, la fugacidad de lo que se le ofrece en lo Real (el pene del otro) la remitirá nuevamente a su falta. Falta que solamente se resuelve en el plano simbólico. Sigmund Freud, en el artículo titulado "La femineidad", señala que: "la muñeca se convierte en un hijo tenido con el padre solamente ail despertar el deseo de tener un pene, y aquél pasa a ser, de allí en adelante, el fin optativo femenino más intenso. La felicidad es grande cuando el deseo infantil de tener un hijo encuentra más tarde su satisfacción real . , . En el deseo de tener un hijo del padre, el acento cae, con frecuencia, totalmente sobre el primero de sus elementos, quedando sin relieve el segundo... Con la transferencia del deseo niño-pene al padre, entra la niña en la situación del complejo de Edipo. Pero aun así el viejo deseo de tener un pene se trasluce hasta en la más acabada femineidad" S. Freud,1948, p 847). Quedan entonces dos alternativas para la mujer: 1) anclar en la carencia corporal, realizando en la posesión del hijo la restitución péníca; 2) instalarse en la referencia al significante de la falta: el falo que, por el carácter propio de la instancia que sostiene su existencia (la instancia significante del Nombre-del Padre), quedará como faltante, aunque significado en los emblemas de la maternidad. Tiene razón el poeta Khalil Gibran cuando dice que "los hijos son como flechas disparadas por nuestro arco apuntado al futuro". Precisamente el hijo, como equivalente fálico en la ecuación niñapene, queda instalado en la cadena significante que lo marca con la falta, cuyo objeto reside siempre en otro. Este "arco" significante lo arroja en un deslizamiento sin retorno, que lo distancia inexorablemente del cuerpo materno. Si en esta segunda alternativa estamos, entonces, en el campo del lenguaje (aunque provisoriamente el niño no hable, en la primera
estamos en el terreno del cuerpo. La segunda significa la neurosis; la primera implica la psicosis. Se conoce a la primera alternativa con el nombre de madre fálica porque si bien en el sentido genérico la ecuación pene=niño - > falo toda madre es fálica, debemos señalar el caso especifico en que continúa siéndolo más allá de toda transitoriedad, porque el hijo no cae en el lugar de la castración simbólica sino en el lugar de la castración real. La madre fálica funda con su hija una célula narcisistica; el niño colma totalmente a la madre y el padre no tiene entrada; hay, entonces, una convergencia total de los deseos (recíprocos del hijo y de la madre) , y eI niño no puede salir de esa situación de espejamiento. El padre aparece como privador solamente si la madre lo reconoce como tal; si en el discurso y en el desea materno no hay reconocimiento del padre, el niño queda sometido a la relación dual y, por lo tanto, a un futuro de psicótico o de perverso" (Horstein, 1979, pp. 75-6) y agregaríamos: más que de un futuro psicótico, se trata de un presente porque el espejamiento puro sin que lo Imaginario quede dividido por la instancia simbólica, priva al niño de la constitución del gesto como significante provisorio, en la medida en que su movimiento no queda incluido en lo Simbólico materno. La continuidad corporal con que es tratado, en este caso, y la ausencia de significantes que sostengan la diferencia sexual no solamente implican una futura imposibilidad de asumir su papel sexual en la sociedad sino que anticipan ese fracaso en la acción mecánica a que el ínfans queda reducido, o en la lengua fundamental (Lacan, 1975, p. 258) que desde el principio aprende a hablar. Tal acción, que queda captada por el discurso materno en una esfera en que nada falta, sucede, entonces, sin límite. De allí surgen los síntomas que reproducen esta ausencia de limites: el interminable deambular, la agitación motora, el llanto continuo, la incontinencia esfinteriana, el atropellar todo, una demanda insaciable, la ausencia de la noción de peligro y, a veces, según la densidad de la intrusión del tercero de la relación, una agresión
peligrosa que toma como destinatario su propio cuerpo o el del otro, sin que se note en esto solución de continuidad. Podemos decir que el sujeto (que no es el del niño sino el que la madre le presta) está vinculado con esta acción, del mismo modo en que el psicótico lo está con su significante: "en el nivel en que significante y significado se estabilizan ( podemos leer: clausuran su deslizamiento) en la metáfora delirante" Lacan, 1975. p. 262). Por ello proponemos llamar a esta acción, característica de la psicosis infantil, acción delirante. Esta propuesta encuentra un apoyo en el análisis que O. Mannoni realiza de la tarea pedagógica de Itard con su joven salvaje de Aveyron: "El salvaje demostró que sabe comunicar perfectamente bien sus necesidades, no sólo en palabras sino también sin un lenguaje en el verdadero sentido del término; y esto se comprueba en el hecho de que Itard, excelente observador, comenta que el joven no utiliza un lenguaje de gestos sino un lenguaje de acción, o sea algo que, precisamente, a diferencia del gesto, no es un lenguaje (Mannoni, 1973, p. 144). El joven de Itard, a diferencia del psicótico, tuvo la "ventaja" de criarse con lobos, que, como tales, nada sabían de sus necesidades (a no ser como "saber" biológico). Por eso su acción tiene los limites exigidos por el animal que no sabe y que necesita, por lo tanto, valerse del acto para mostrar. Habitante de la manada, cuando llegó a manos de Itard, Victor (éste es el nombre inventado para el joven) conocía perfectamente el valor del signo. La manada misma se había encargado de "enseñarle", probablemente, el olor del riesgo y el modo de encontrar el camino de la presa, A diferencia del salvaje, el niño psicótico se constituye como tal porque tropieza con un otro que, humano y mucho más allá del simple signo, se constituye esquivando la castración, o sea que piensa que sabe todo y utiliza el significante no para recubrir la falta sino para confirmar la completud. Así, los niños esquizofrénicos precoces, o los simbióticos, captados en esta articulación, manifiestan una alternancia de actos que, a veces, tienen la mera eficacia de un signo, es decir, de una necesidad; a veces se pierden a través del acto delirante en la indiferenciacíón del, en este caso, infinito espejo materno; o se expresan en la pura
ecolalia de las voces, cuyos términos aparecen poco a poco impregnados de la función de lo que Lacan llama la lengua fundamental. En efecto, a los diez o doce años escuchamos ya los neologismos que solamente pueden haber surgido de la coherencia articuladora de un sistema que opera en una posición diferente de la del discurso social; se trata del discurso psicótico. El acto delirante del psicótico se opone al acto comunicante del salvaje de Itard, en el sentido de que, estando ambos fuera del lenguaje, el primero mantiene una cierta relación con el significante de la lengua materna, mientras que el segundo no tiene relación con lengua alguna. El primero no comunica, a no ser por medio del artificio de Ja interpretación de un Inconsciente (Das Unberwuste) que no le pertenece. El segundo "comunica" unívocamente, sin desplazamiento alguno, el objeto que señaliza. Aquí está la diferencia en la psicosis infantil; no se trata simplemente del cachorro no capturado en lo simbólico, sino de una captura particular que lo sitúa en una relación de delirio respecto del significante, a pesar de que ese delirio se verifique inicialmente, y sobre todo en el infans, solamente a nivel del acto. Cuando Freud (1940, p. 1197), en "El Yo y el Ello", señala que "el yo es, antes que nada, un yo corporal", está refiriéndose a los efectos de las identificaciones primarias: aquellas que los padres inducen inconscientemente a partir de los primeros momentos de la vida y que operan a nivel del Ello, por medio de una transmisión que se expresa en la dimensión corporal. Estas marcas perennes sobre el cuerpo contienen, sin embargo, los rasgos de la circulación simbólica, recubriendo lo real por medio de la carga libidinal en lo imaginario. Así, el yo corporal no aparece como una formación biológica sino como la identificación (primaria), en el cuerpo, de la operación espejante que el Otro realiza a través del "otro". Extraña metáfora ésta (la del Nombre- del-Padre) que se convierte en letra en el cuerpo y que, sin embargo, conserva tal carácter metafórico por obra de la represión primaria que la lnconscientizará. Vemos trazados, en los albores mismos de la vida, los efectos de la palabra; y es en esto donde reside la diferencia con toda y cualquier animalidad por parte de los estados primarios de la infancia y también de las psicosis precoces. En estas últimas,
como sucede con los adultos, aunque de un modo singular, se trata de una particular relación con el significante. No obstante, en el autismo, la ausencia del Otro y del "otro" (Lefort, 1983, pp, 245/53) produce una situación de exclusión que lo arroja al lugar fijo del muerto objeto "a"). Lo corporal no es yo, ni siquiera el fragmentado yo corporal del esquizofrénico o el parasitario del simbiótico, pero tampoco es pura animalidad: actúa masivamente lo contrario de la identificación, o sea, queda siempre afuera. Por eso aparece como sordo o ciego, no siéndolo o parece no experimentar frío ni dolor, a pesar de que su sensibilidad esté fisiológicamente intacta. Podríamos decir que. en oposición al concepto de yo corporal, núcleo inicial de las evoluciones posteriores, el autista se encuentra en estado de no yo. Pensamos que estas notas pueden contribuir a que las psicosis infantiles adquieran su carta de ciudadanía, frente a pregunta que Lacan lanza como desafío acerca de "si es o no correcto utilizar la misma palabra para la psicosis del niño y del adulto"; o a su afirmación de que "la psicosis no está de ningún modo estructurada de la misma forma en el niño y en el adulto" (Lacan 1983, p. 160). Los puntos de vista que acabamos de exponer dejan definida la distancia entre psicosis y pura animalidad (preponderancia del instinto) en el caso del cachorro humano, aun en los primeros años de vida. Por grandes que sean las semejanzas entre los monos de Suomi (1980) y nuestros autistas. Debemos tener claro que, a pesar de la semejanza causal de los síntomas no estamos refiriéndonos a una comunidad de estructuras, inclusive porque sólo para un neopositivista (algo que tratamos de no ser) causa y estructura pueden ser sinónimos. La especificidad del autismo, en comparación con otras psicosis infantiles (esquizofrenia, simbiosis, depresión anaclítica), además de compartir con todas ellas las características que acabamos de ver, reside en la elisión del "otro", siempre en lo visual; y a veces en lo auditivo Esta exclusión se opera por la ruptura de la correspondencia entre cuerpo y objeto materno a que hicimos referencia, que aparece como efecto causado por la sustracción del soporte para el espejamiento en el semejante. En este plano concordamos plenamente con Godino Cabas cuando dice:
“Sabemos que el sujeto se define por una alienación fundamental. Sabemos que esta alienación fundamental supone dos tiempos; el acceso a lo imaginario (estadio del espejo y relación yoica), por un lado, y el acceso a lo simbólico (el orden de la función significante), por el otro. Pues bien: es en el primer tiempo donde pretendemos situar la etiología de las Psicosis de Ausencia. No hay falo porque no hay acceso a lo imaginario, en la medida en que la función materna guarda silencio a ese respecto" (1980. p, 104) Así, la pulsión no puede hacer su bucle arrastrando en su curva su imagen en el otro, precisamente por la ausencia de éste en el punto de tránsito. Este tránsito pulsional queda configurado en un trazado en el cual nada es ajeno al punto de partida, a no ser lo real que accidentalmente enganche (algún pequeño objeto, que se incorporará a la ritmia). Pero lo real en el otro, que señalaría la falta en el horizonte imaginario y que, por referencia a lo simbólico, colocaría el objeto en el lugar del don y no de la cosa, está ausente. De ahí la radicalidad de desconexión del autista. En las otras psicosis ese real en el otro significa el complemento que totaliza al niño en su Yo Ideal, soldándolo al cuerpo materno. En este ultimo caso, es verdad, la imagen no es de si mismo, y por eso no se puede hablar de un verdadero espejamiento, a pesar de que algo de la imago materna se espeje en el hijo. El hecho de que esa imagen no sea de si mismo es un efecto de que la madre, por su centración fálico-narcisista, no espeja al hijo como un otro sino como una prolongación de sí misma. En el autismo este proceso está ausente en una dimensión radical: la forma de la presencia de esta triangulación, en lugar de escindir el espacio, o de crear la ilusión del espacio único entre la madre y el hijo, en oposición a un tercero totalmente excluida, simplemente no crea espacio alguno. Porque la ausencia del deseo de la madre corta toda captura imaginario-simbólica en las vinculaciones visual-visual, pecho boca, voz oído, heces manipulación. Las coincidencias operativas entre la madre y el ínfans no implican, en el autismo, una articulación imaginaria porque, desde la perspectiva de la madre, el soporte corporal del hijo no es soporte de nada, ya que el narcisismo materno cierra el círculo de su deseo fuera del campo de esta "excrecencia".
El niño autista es tomado muchas veces por deficiente visual o por sordo; y esto, porque en efecto la direccionalidad pulsional no se establece. Por eso, frente a una voz o a un sonido, permanece indiferente o se toca las orejas (el "otro" no existe; sólo existe su cuerpo); no mira, o lo hace de reojo; no pide alimento (no se establece la demanda) o se resiste a la introducción de cualquier cosa desconocida en la boca. Rara vez chupa los juguetes. Sus heces simplemente se derraman, y no implican —por lo menos antes de que los tratamientos surtan sus efectos— los temores de separación corporal que suelen asaltar a los niños psicóticos y hasta a los neuróticos. Su cuerpo permanece suelto porque fracasa lo que Lacan denomina la tyche aristotélica, o sea el encuentro que, proveniente de un ser que optó en su deseo (elección formulada por Aristóteles como proairesis), capta al niño en una imagen unarizante (que otorga el caracter de ser uno, en la terminología lacaniana). La tyche es lo que atraviesa la maduración del niño, confiriéndole su carácter (Lacan, 1973, pp. 66-7). De allí la catástrofe que deriva de este fracaso. En lugar de recubrirse el objeto ''a" (real) con cargas imaginarias, la primaria criatura es abandonada al mundo de sus heces, precisamente a veces por la obsesión de librarla de ellas. El caso Malú ilustra lo que acabamos de decir. El sujeto materno, en lugar de simbolizar la unidad fálica en el hijo, ve en él el horror de su castración; mutilado, el "otro" sólo devuelve al hijo a la fragmentación perceptiva y corporal. "En la medida en que un sueño llega tan lejos como puede hacerlo en el orden de la angustia, en la medida en que se vivencia una aproximación a lo real ultimo, asistimos a esa descomposición imaginaria que no es sino la revelación de los componentes normales de la percepción" (Lacan. 1983 pp 151-2). Pero ¿cómo sería una percepción sin percipiens. Este es exactamente el problema porque en el autismo se opera esta descomposición por fusión con lo real, aun cuando no haya yo para proyectar en los puntos del espacio. No hay proyección sino que todo es lanzado en el punto de contacto con lo real, y lo real devora al niño en cada punto. Recordamos a este respecto el ejemplo de Tustin (1972, p. 69) referente al niño ciego que, aterrorizado , decía que quería quedarse dentro de su propia boca.
Es por esta fusión con lo real que en el Autista no hay registro imaginario continuo. El registro es fugaz, ligado a la intensidad o calidad del impulso, pero no a la secuencia asociativa significante que arranque a la cosa de su mera materialidad. No hay placer sino puro goce; goce que, además, ni siquiera es del cuerpo materno. No hay deseo y, por lo tanto, tampoco objeto, Y sabemos que "toda formación humana tiene como esencia, y no por accidente, refrenar el goce" (Lacan, 1980, p. 206), La libido retorna sobre el cuerpo, en el más puro sentido freudiano de autoerotismo anobjetal. Es por eso que en los autistas los "conocimientos" aparecen como islas de complicada mecánica, puras acciones complejizadas sobre la resistencia material de los objetos, pero imposibles de ser generalizadas por que falta la herramienta fundamental para retener los objetos y operar mentalmente acerca de ellos; el significante. Por esta razón hemos puesto entre comillas la palabra "conocimientos", ya que en el autista no se forman conceptos sino que se produce una simple acumulación de experiencias. La acción se coordina y compone ciertas articulaciones complejas de relaciones de fuerza, dinamismo, composiciones perceptivas, etc., sin embargo, tales coordinaciones no se extienden a otros dominios y, a veces, ni siquiera a otros objetos. Se trata de la regularización de actos que producen ciertos efectos en lo real y que sólo contaron para su organización con el encaje entre la organización corporal y los objetos. Simple efecto de amoldamiento orgánico, tal articulación no está en el nivel del sujeto. Además observamos que solamente cuando algo del orden del significante toca (tyche -> toche en el enlace que Lacan insinúa en Les Quatre Concept Fundamentaux, 1973) en el autista, estos mecanismos "cognitívos" adquieren alguna flexibilidad y una capacidad de transposición a otros objetos en lugar de los originales, Así, tenemos una mecánica que liga el acto autista con la cosa, ligazón que solamente encontrará su lógica en la dimensión si unificante. "No es poniendo la mano sobre una llama que el niño aprende que el fuego quema, sino después de que esta propiedad le ha sido formulada por el discurso. No es el mundo el que nos enseña, es el lenguaje. El
mundo de las palabras crea el mundo de las cosas. (Observamos, de paso, que Piaget, por su parte, pudo decir en 'La formación de la idea de número', sin alarmar a los psicólogos, que lo que convence al niño es la experiencia hablada: no son los hechos los que deben ser colocados frente a sus ojos, sino expresiones contradictorias para que ellas alcancen un conocimiento que, una vez asimilado, anticipe la percepción)" (Lacan, 1970, p. 57). Haciendo una comparación transversal, encontramos en los cuatro casos que analizamos en este trabajo la reiteración de los elementos que acabamos de mencionar. Esto es llamativo porque se trata de casos cuyos puntos de origen son muy distintos. Leny. cuyo autismo parece originado en el "sueño materno" que es victima de un automóvil robado inoportunamente, Malú, cuya hipotonía congénita y lentitud madurativa señalan la presencia de problemas de desarrollo, pero acompañados de síntomas sumamente característicos del AIP, y además con una madre cuya estructura psíquica plantea posibilidades acerca de su participación en el cuadro. Rosa nos lleva a pensar sobre lo poco que podía hacer la madre, por más esfuerzos que le dedicara, por arrancarla del aislamiento a que la condenaban sus desventajas sensoriales; sin embargo, vimos cómo el horror materno se instala como un referente que, repetitivamente, remite a Rosa al lugar de lo trágico: el lugar de lo Real; y también vimos cómo este mecanismo prolonga en el tiempo el aislamiento de Rosa, transformándola en una autista intermitente, mucho más allá de lo que los limites corporales determinaban. Esta eficacia del factor psíquico, que aparece por la vía del agente materno, se repite en todos los casos y confirma, en aquellos que presentan déficits constitucionales, lo que postulamos en la parte teórica inicial (véanse capítulos 1, 3 y 4). Encontramos otros ejemplos de esto en niños precozmente abandonados e internados en instituciones inadecuadas, como ya en 1930 lo demostrara Skeels (apud Rappaport, 1977,pp. 11- 2) y más sistemáticamente Spitz. quien en 1945 comparó sesenta y un infantes criados en un asilo de huérfanos con sesenta y nueve criados en la nursery de una prisión de mujeres. El asilo de huérfanos era un caso modelo de privación de estímulos: los
bebés pasaban la mayor parte de su primer año y medio de vida en cunas que reducían el campo visual al techo; y sólo eran retirados de allí para ser alimentados e higienizados, en la nursery la situación era prácticamente opuesta. En todos los aspectos la muestra del asilo de huérfanos será drásticamente inferior a la de los niños de la nursery de la prisión. Por ejemplo, entre los niños de menos de dos años de edad en el hogar de huérfanos ya habían sucedido doce muertes por enfermedad (en la nursery no se había producido ninguna); sólo unos pocos habían aprendido a caminar; y la mayoría carecía de todo indicio que se pareciera a la habilidad verbal normal en niños de dos años" (Rappaport. 1977, p, 13). Encontramos casos con daños similares en una institución para niños abandonados en el estado de Sáo Paulo, Brasil. Estos datos fueron comunicados en un trabajo de investigación realizado en colaboración con un equipo de la Universidad de Sáo Paulo. La comunicación preliminar fue presentada en el Congreso de la Sociedad Brasileña para el Progreso de la Ciencia, en Salvador ÍBahia) en 1981; y un análisis parcial fue publicado en la revista Didática de esa ciudad (Capaldo, 1982, pp- 103-113). Los bebés internados en esa institución no tenían contacto estable con ninguna de las celadoras, ya que éstas circulaban por los diversos sectores y cuidar a los bebés era considerado como la tarea "más pesada". Los niños permanecían días enteros casi sin salir de sus cunas, cuyos lados no eran de barrotes sino de placas de madera que impedían toda visión excepto la del techo, además, rara vez circulaban por el patio, con lo cual su mundo quedaba reducido casi exclusivamente a las cuatro paredes de la sala en la cual también dormían. Algunos de los bebés padecían de encefalopatías y otros no. Pero todos presentaban marcadas características autistas, independientemente de su condición orgánica, y sólo parecían salvarse de esta condición de autismo los pocos que por un motivo u otro habían sido mejor y más afectuosamente tratados. Sintomáticamente, los encefalópatas, que inspiraban mucha menor simpatía a las celadoras, eran los más abandonados y, en consecuencia, los más desconectados. También Bettelheim (1976) comunica varios casos de niños autistizados por malos tratos, traumas de guerra y abandono. A
partir de ésta y de las demás observaciones que hemos hecho se nos hizo evidente que en el autismo el niño queda completamente excluido de toda circulación simbólica e imposibilitado de constituir una red imaginaria. En el análisis de los casos vimos demostrada esta afirmación. Más aún, se percibió que esta exclusión es un efecto del modo en que se instala la función materna, ya que esta función no puede ser considerada como aislada del objeto que la compone; el hijo. Por eso, cuando lo Real, en cuanto cuerpo del hijo, irrumpe como una deformidad que contrasta en el horizonte imaginario de la madre, la castración simbólica, que causaba su deseo detener una descendencia, se torna castración real Todo significante vinculado con el niño, entonces, acaba en este real hablante en el cuerpo materno; el hijo se convierte en signo de la herida: es "carne cortada", cuerpo imposibilitado, queda reducido a pura cosa (das Din), en la sistemática freudiana, (apud Lacan, 1983, pp. 145 y s s ). También por otros caminos termina por acontecer lo mismo: cuando la insistencia materna, precisamente por estar capturada en lo simbólico, forcluye el conocimiento de la anormal insuficiencia de ese infans, y repite hasta el agotamiento el ensayo de una alocución sin respuesta, este significante queda reducido a pura vos, cuya única y fundamental significancia es la de la lamentación, situando inconscientemente al hijo en el lugar del muerto. Se cierra así toda posibilidad de una demanda. Reducida la palabra a voz, estamos nuevamente en el campo de lo Real. Allí el significante se degrada como puro signo: lo que falta en lo simbólico de la madre faltará en lo Real en la relación con el hijo y será pura frustración en él, cuyo horizonte imaginario queda solamente prestado por el imaginario materno. "La frustración no se explica por la mera privación de algo indispensable para la subsistencia, sino que supone denegar aquello que, como promesa, motiva expectativa" (Maci, 1983, p. 118). Hijo y madre, en este caso, se articulan solamente en aquello que, en el orden de la frustración, ambos tienen en común. En este punto estamos en el "dominio" de lo que S. Freud llamó Versagung: recusa de lo prometido. "Porque es sobre la oferta, como promesa que aquélla
frustra, que se estructura lo que fue traducido como frustración" (Ibidem). El hijo actúa y recusa; la madre experimenta la frustración. Por un efecto de estructura, como la histórica construye su trauma de seducción infantil por efecto de la persistencia de la demanda fálíca al padre, así la madre del autista, por la insistencia de la irrupción del cuerpo del niño como limitante drástico de su imaginario, instala para él una serie significante en la dimensión psicótica: sin distancia a lo Real (Lacan, 1901, Seminario del 7/12/55, pp. 10/11, y del 2/6/56, p. 11). Se trata de una lengua fundamental, dice todo, lo que equivale a nada: contra0sentido radical de un significante mudo. Es por eso que, ya se trate de un autismo causado originariamente por una insuficiencia constitucional del niño, ya de un autismo generado en la caída originaria del Otro primordial (de la función simbólica en la madre), encontramos la misma estructura, que bautizamos con el nombre de momentos psicóticos parentales (más frecuentemente maternos). Es aquello que Lacan llama, en la dimensión específica del lenguaje, precipitación del significante (ibidem, p. 10). Llamamos momentos psicóticos parentales a aquellos episodios en que los padres, aunque no posean una estructura psicótica, establecen con algunos significantes primordiales del vínculo con su hijo una relación psicótica: ellos se vuelven universales a despecho de su singularidad, su significancia opera en el terreno de la certeza anticipada absoluta, borrando el papel del Otro. Son momentos en los cuales todo significante asume la función única de revelar crudamente la frustración materna, colocando al hijo forzosamente en la actuación de la recusa. En estos momentos el sujeto materno se desdibuja y el del niño se hace imposible. Tenemos ejemplos de estos momentos psicóticos en el modo como funcionan los significantes recortados en los títulos de cada uno de nuestros casos. Para mejor ilustración veamos los siguientes: - Durante una sesión, e imitándonos, Orestes se lleva a la boca una tacita de juguete. Navegando entre pura copia imaginaria y trazo de lo simbólico en el gesto cultural y en el café imaginado (por nosotros) en la taza, nos quedamos expectantes frente a
cualquier posibilidad de que esta interrupción del puro manipuleo —que es lo que Orestes acostumbra hacer con los juguetes— pueda prolongarse en un juego. Entonces la madre dice, sonriendo con cierto sarcasmo: "creyó que la taza tenia café de verdad". Debemos reconocer que su frase describe la realidad, pero ¿cómo se podría sostener un juego con semejantes revelaciones? ¿No se está exigiendo de la palabra café que se reserve para el univoco sentido de la presencia efectiva del líquido negro? No habría allí ningún desplazamiento posible para ese significante. La libido queda cargada en el café (significante prescripto) y no en lo que, de parte del hijo, podría llegar a simbolizar. - En una entrevista con una pareja, padres de una nina de 7 años, mongólica y con rasgos psicóticos, la madre nos encara abruptamente. Es evidente que está dispuesta a hacer una jugada fuerte. Dice: "Ya tengo la solución, Ustedes, que tienen influencia en estas cosas, deberían proponer que se eliminaran del idioma las palabras mongólico, síndrome de Down y cualquiera otra que se refiera a ese asunto. Así, nadie se daría cuenta de la diferencia. Yo. por mi parte, ya he eliminado esas palabras de mi vocabulario." Esta señora nos dice algo incuestionable: sin significante, la diferencia es insostenible. Para ella, que no es psicótica, en ese momento el significante se sitúa en la función que tiene solamente en la lengua fundamental y revela, sorprendentemente, por obra de su precipitación (la de los significados que simultáneamente acuden a cumplir una relación univoca, sin efectos de après coup ni de desplazamientos su capacidad, en la supresión, para eliminar, de una vez y para siempre, la enfermedad de la hija. Se cumplen las transparencias de universalidad que ponen a este discurso en íntima conexión con las teorías que lo explican. Se trata de las mismas relaciones entre el sujeto y su discurso señaladas por Freud en el análisis del "Presidente Schreber" (1948. pp. 661 y ss.) pero, en ese caso, como presentación fugaz. En efecto, como interrupción del discurso neurótico habitual, aparece en estas madres (sólo excepcionalmente hemos observado tales formaciones en los padres) este momento de relación psicótica con el significante que especifica su vínculo con el hijo.
Se revela en este exabrupto la forclusión de su deseo dirigido a él. Estos momentos psicóticos parecen ser el efecto de repetición de un real intrusivo en el nivel psíquico materno. "Se trata de algo muy próximo a esos mensajes que los lingüistas llaman autónimos porque en ese momento es el significante mismo (y no lo que significa) lo que constituye el objeto de la comunicación" (Lacan, 1975, p. 223). Vemos así cómo esta repetición intrusiva de lo real resulta, en los diversos casos, en un mismo tipo de inscripción. Tal inscripción determina una comunidad de estructuras. Observamos que en la triangulación no sólo la función del Padre está ausente sino que también su ausencia implica que la madre como tal no existe, aunque pueda haber una mujer presente en el campo de la relación. En el caso de Leny esto aparece de manera mucho más clara cuando, al final, la madre (imposibilitada de elaborar su rivalidad con el analista, debido a una "obsesivización" de su neurosis) tiembla de rabia cuando asume ese papel. Envidia fálica que aparece en el momento en que la hija se instala como objeto de su deseo y no antes, no durante ese largo período en que contempló con indiferencia nuestra intromisión. Curiosa tolerancia en quien, en una época, no permitía que "le tocasen la nena" para que nadie descubriera aquello que estaba oculto en su propio inconsciente. ¿Habría en ella una secreta convicción de que la enfermedad de Leny era incurable? Tal vez la realización de los ciclos del tiempo —cuya clave (¿tal vez?) esté en el número 18— haya abierto, en la coincidencia, la aproximación a la verdad de tal modo que son inseparables en la estructura. Cuando aparece el nivel de lo Simbólico, el agente femenino es capturado en el deseo fálico del hijo, y aquí se abre otro triángulo. Si en el agente femenino el deseo acentúa el término padre (el propio} en lugar del término hijo, habrá un ancho espacio para que la labilidad de este último se precipite hacia su aislamiento. La imagen en el “otro” es sostenida por la introducción de un corte producido por el Otro en el espacio. Esa imagen, que retorna como trazo unario por acción de la mirada unarizante del “otro”, solamente puede ser despegada del “a” (real) en la medida en que el espejo no sea una mera intromisión mecánica (pura devolución
de acciones contra acciones) sino una transformación simbólica del espejamiento por obra de la operación significante. Así, el "otro" es soporte de esta función pero está sometido igualmente a ella. Es la función de la ley la que afecta tanto a la madre cuanto al hijo. Sin embargo, la ley no podría actuar sin soporte en la operación del espejamiento: de un lado el soporte es la madre del otro, su recíproco, el hijo. Es precisamente esto lo que no sucede en el autismo: el Otro que introduce la Función Simbólica (metáfora del Nombre del Padre) está totalmente borrado y, además, también se verifica la ausencia del soporte del “otro”. Por lo tanto, sin espejo es insostenible toda oposición en el espacio; entonces, sobre el eje horizontal se establece un continum sin dirección, ya que las cargas pulsionales no proceden de un lugar “otro” sino que se detienen indistintamente en cada punto. Este gráfico intenta reproducir esa
Tal es el esquema óptico aplicable al autismo y no del autista, porque no hay sobre quién preguntarse nada. Diríamos de este niño: "es un autismo"; y la reducción del ser al puro lugar de su alienación seria una expresión exacta. Muy diferente del efecto de reificación médica, cuando el enfermo es mencionado como “traqueotomía", anulando la dimensión simbólica del sujeto "traqueotomizado". Sólo un esfuerzo analítico para recapturar a ese ser humano en la dimensión subjetiva puede insistir en llamarlo autista, pretendiendo encontrar un agente en el niño mismo. El agente autista queda del lado del agente materno que borra, en la estructura, la Función del Padre, borrando así la suya propia, Y lo curioso es que esto le sucede solamente respecto de la ecuación del deseo: pene, hijo del padre-hijo. Ecuación en la que algún accidente que afecta su femineidad la retrae constantemente al primer término, situando a la pérdida en el cuerpo o precipitándose en lo real a través de alguna falla de su narcisismo. Pero para la estructuración autista esto no es suficiente. Se requiere que la madre establezca, con relación a esa cosa perdida (el pene) una restitución delirante, O sea que, por momentos,
desdeñe el cuerpo del hijo, arrojándolo mucho más allá de su propio circuito narcisista. Este lanzamiento en el vacío, sin experimentar culpa, está viabilizado porque la madre, por la presencia de otros hijos o por el simple repudio de este imaginariza su completamiento fálico al margen de esta cría que, entonces se mantendrá en el autismo Es interesante percibir que en estos cuatro casos relatados la herida en el narcisismo materno constituye, desde antes del nacimiento, la brecha, por la cual el hijo se precipitará en lo Real; pero también esta herida puede ser abierta por la real monstruosidad del hijo nacido deforme o discrepante, abriéndose entonces la rajadura a través de la cual, despegado de la imagen de hijo deseado caerá en la esfera de lo simbólico. En este punto afirmamos la identidad de estructuras en ambos casos. El hijo pasa a ser en el fantasma materno un objeto real frente al cual lo Simbólico fracasa: nudo del sueño, centro del trauma, expresión de horror, lugar fijo y sin nombre. Por eso, y determinado por esta estructura, el espejamiento, cuando opera, es puramente imitativo y, como sucede con Rosa, no hay distancia entre máscara y rostro, se devuelve Real por Real, se cambia Real por Real. Ello equivale a decir que no se cambia nada No se trata de un retraerse hacia los objetos internos, como diría Meltzer (1979); se trata de que este ser humano no sujeto que es el autista, carga libidinalmente el fragmento corporal inyectado, porque su " órgano libidinal' al hacer la curva de retorno, no toma, en su curvatura, la imagen que el 'otro' le ofrece. Y ello por un motivo muy simple: el "otro' está ausente. Y cuando está presente, es mudo siendo entonces solamente puro real He allí los dos destinos posibles de la libido en el autismo: las rítmias sobre el propio cuerpo, o la imitación de una máscara que nada oculta. Es por esta razón que Leny, Grestes, Rosa y Malú se detienen en el preciso lugar en que el choque es fuerte, en que el contraste se produce en lo inmediato, en lo táctil, en lo visual, en lo auditivo Podría decirse que se detienen absorbidos en sus propias orejas cuando un sonido los captura, o capturados en sus propias bocas cuando un sabor los prende, Es que no hay nadie que los "agarre" para unirlos a través de esa dispersión corporal: no hay en ellos
red imaginaria que soporte la posibilidad de contrastar un horizonte de permanencia de los objetos más allá de la pura inmediatez, porque no hay orden simbólico que opere la diferencia. En este sentido es oportuno citar a Meltzel: "Sugerimos que este primitivismo" (así califica al estado de fragmentación propio del autismo) "es esencialmente carente de actividad mental, es desmentalizado. Sus actos no pueden ser considerados actos mentales y no pueden ser experimentados de manera alguna que permita su integración en un continuo de recuerdos ni como base para la anticipación (1979, p. 28) Entonces, ¿hay objeto autista? Si insistimos en buscarlo sólo podremos hallarlo en el espacio que queda fuera del sujeto: porque si coincidimos con Lacan (1983, pp. 151/2), los limites del sujeto están marcados por su narcisismo, ¿Cuál es el narcisismo del autista? Porque él ni siquiera es ese todo que se resume en un pedazo de la madre, que es lo simbiótico. Él es pedazo a pedazo sin conexión entre si. El único narcisismo vigente aquí es el narcisismo herido de la madre que vuelve, por eso, a sus identificaciones primarias, como lo demuestran los casos de Rosa y de Leny. En esas identificaciones primarias, lo importante es la marca sobre el cuerpo mismo. Como dijo Lefort (1980, p, 53), "es un transitivismo en acción que funda la forma más arcaica de identificación". Pero el transitivismo, en estos casos, es ejercido por la madre y arroja al hijo en la esfera de lo Real: cuerpo por cuerpo. Entonces, no hay transitivismo en el niño porque, precipitado el significante por obra de la intermediación materna, no llega a hacer una marca en el niño: el goce no tiene restricción; fuente y destino pulsional se mantienen fusionados. Por el hecho de que el niño carece de recursos más allá del cuerpo, cuando la madre renuncia a utilizar sus recursos, sólo hay un curso: el del 1 Estamos refiriéndonos concepto de Lacan de que la libido no debe ser concebida como algo huidizo", fluido, que se localiza que se concentra en los espacios que le ofrece el sujeto; la libido se debe concebir como un órgano en los dos sentidos del término, órgano-parte del organismo y órgano-instrumento (1973 p.171)
objeto Real (a). En ese sentido, cuando Lefort (ibidem, p. 2531) subraya que el autismo de Marie Francoise se evidencia por haber ella quedado en el objeto Real, está diciendo que ella quedó más allá de las Identificaciones, más allá de lo Imaginario, más allá del narcisismo, pero precisamente por efecto del particular circuito narcisístico de las instituciones de que fue víctima. Ella, es como todo autista, totalmente ajena al ámbito de la subjetividad. La cuestión médica, importante sin duda en el terreno etiológico y en el campo de la investigación, puede con vertirse en un inconveniente en el campo del tratamiento, La insistencia en el cuerpo y la insistente remisión de los padres al terreno biológico proporcionan por lo general coartadas institucionalizadas para funcionar completamente aliados con el deseo parental de muerte y, por lo tanto, de retorno a la esfera de lo corporal. La Introducción, en este punto, de indignados alegatos en defensa de las madres o de apasionadas declaraciones acerca de su pretendida frialdad no hace más que reforzar las dificultades que ellas tienen para separarse del cuerpo "enfermo" del hijo o del circuito narcísistico que lo excluye. En cualquiera de esos casos el hijo queda fuera y, en la mejor de las hipótesis, cargando el peso del objeto que faltó y que ahora, en él, se presentifica. Hay quienes se preguntan si, psicoanaliticamente hablando, ser mala o buena madre no es una mera cuestión de amor o de odio. Si así fuese, el psicoanálisis nada habría agregado a la ética aristotélica ni a la filosofía cristiana. Desde un punto de vista psicoanalítico, la pregunta sobre la radical condición que afecta, en su origen, la constitución del sujeto (y en el autismo es de esto que se trata) reside en la cuestión del narcisismo, El agente materno de alto riesgo puede estar definido, entonces, por el hecho de que los límites de su narcisismo, efecto de espejamiento que le confiere identificación, quedan más acá de esa cosa que se pretende hijo. Si bien esto representa riesgo para el hijo, deja sin embargo a salvo a la madre, con el pequeño daño de los momentos psicóticos que le dan soporte a la forclusión del deseo materno. Se presenta entonces un problema ético, cuya mera formulación puede indignar a algunos: ¿hasta dónde debemos llegar en la remoción de esta recusa, por obra de la
forclusión (Verwerfung ) , con que la madre somete al hijo a la exclusión absoluta de la referencia al Nombre del Padre? La supresión interpretativa de estos momentos psicóticos implica el riesgo de una forclusión, no ya del deseo materno para este hijo, sino del deseo genérico de esa mujer. Si el mecanismo de la cura, en estos casos, exige anudar a la madre en la interpelación de la forclusión de su deseo de este hijo, ¿cuál es el límite de esta operación? Advertimos que esto puede abrir un enorme limbo en el barco que la salvó del diluvio en el momento en que todo era invadido por lo Real, por la catastrófica irrupción de su cría, y entonces respondemos: llegaremos tan lejos cuanto el deseo antitético del deseo de muerte lo permita. El límite es el propio deseo materno. El niño autista queda del lado de afuera de lo simbólico, y su pulsión sólo tiene la opción de conectarse en los órganos y en lo que su percepción contacta; es uno pulsión carente de circuito porque nace y se consume en el mismo punto que la originó. Las imágenes se establecen fugaces, sin llegar a formar una red. Y cuando el agente materno empieza a romper la adherencia al objeto " a " se observa, por ejemplo en Leny, cómo se inaugura un nuevo tejido, aún frágil y fragmentado: el precario tejido que le permite desplazar la imagen de su hijo a diferentes lugares en el espacio y, por lo tanto, en las cosas y en las personas. El autismo parece ser un caso contrario al psicoanálisis porque podríamos decir que en el autista no hay inconsciente, Pero es precisamente de esto que se trata cuando abordamos el problema psicoanaliticamente: ¿Quién puede ser uno cuando en el universo entero no hay ni siquiera un 'otro"?
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