Paidós Básica
Alasdair Maclntyre
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Por qué los seres humanos necesitamos las virtudes
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s. México
Título srcinal: Dependent Rationál Animáis Publicado en inglés, en 1999, por Carus Publishing Company Traducción de Beatriz Martínez de Murguía Revisión técnica de Fernando Escalante Gonzalbo Cubierta de Mario Eskenazi
SUMARIO
Prefacio
Quedan iigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del bajo copyright, las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o pareja! de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos l a reprog rafía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
© 1999 Carus Pubhshíng Company © 2001 de la tradu cción, Beatr iz Martínez de Murguía © 2001 de todas las ediciones en castellano Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona y Editorial Paidós, SAICF, Defensa, 599 - Buenos Aires http://www.paidos.com ISBN: 84-493-1103-9 Depósito legal: B-29.506/2001 Impreso en Novagráfik, S.L. Vivaldi, 5 - 08110 Monteada i Reixac (Barcelona) Impreso en España - Printed in Spain
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1. Vulnerabilid ad, dependencia , animalidad 15 2. El ser humano en comparación con los animales, el ser humano como animal 25 3. La intelige ncia del delfín 35 4. ¿Pueden tener creencias los animales que carecen de len guaje? 45 5. ¿Cua n pobre es el mundo del animal no humano? . . . . . 61 6. Razones para actu ar 71 7. Vulnerabi lidad, florecimiento, bien es y «bien» 81 8. ¿Cómo llegamos a ser razonadores prácticos e indepen dientes? ¿Qué papel desempe ñan en ello las virtudes? .. 99 9. Relacion es sociales , razonam iento práctico, bienes comu nes y biene s individu ales 119 10. Las virtudes del reconocimiento de la dependencia 141 11. Las estructu ras políticas y sociales del bien común . . . . 153 12. Representantes , amigos, veracidad 173 13. Compromiso moral e investigación raci onal . . . . . . . . . .
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índice analítico y de nombre s
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En 1925, John Dewey pronunció la primera serie de Conferen cias Paul Carus (patrocinadas recientemente por la familia CaOpen rus) que poco tiempo después fue publicada por la editorial Court Experience Nature. con un el título Conferencias ron y son homenaje al doctorand Paul Carus,Las licenciado por lafue Universidad de Tubinga, fundador de Open Court y de Monist, y director de la editorial Open Court hasta su fallecimiento, en 1919. La comunidad de filósofos estadounidenses ha tenido, durante más de setenta años, motivos para sentir un agradecimiento permanente hacia Paul Carus, la familia Carus y la editorial Open Court. Sumo, ahora, mi agradecimiento también. El presente libro es una versión revisada y ampliada de las tres Conferencias Carus que dicté en 1997, en las reuniones ce lebradas por la Pacific División de la Asociación de Filósofos de Estados Unidos. Al reescribirlas me he dado cuenta de que de bería haber dicho mucho más de lo que entonces dije y al releer ahora la versión escrita me he percatado aún más de la insufi ciencia de mis respuestas a las dos preguntas principales que he abordado. Estoy mucho más convencido ahora de lo que es taba al inicio de este trabajo de la importancia fundamental que tienen estas preguntas, no sólo en la investigación filosófi ca sino también para quienquiera que se preocupe por reflexio
nar sobre las dimensiones morales de su vida práctica.
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Las dos preguntas a las que me refiero son las siguientes: ¿Por qué es importante estudiar y entender lo que el ser huma no tiene en común con miembros de otras especies animales inteligentes? y ¿Por qué es importante que los filósofos de la moral estudien la vulnerabilidad y la discapacidad humanas? Ninguna de ellas, muy especialmente la segunda, ha recibido suficiente atención por parte de la filosofía moral. Por ello, puede dar la impresión de que éste sea un trabajo de enmienda, y así es. Pero el filósofo a quien quiero corregir es a mí mismo: No he sido capaz de darme cuenta de la importancia de estas preguntas y por eso deseo, fervientemente, enmendar los erro res y las limitaciones que de ello han derivado. De modo que este librodenoalgunas es sólo tambiénen una coTras la rrección de una mis continuación, investigacionessino anteriores virtud, Whose Justice? Which Rationality? y Tres versiones uva les de la ética. En Tras la virtud procuré ofrecer una explicación del lugar que ocupan las virtudes, entendidas en el sentido aristotélico, situándolas en el marco de las prácticas sociales, de la vida de los individuos y la vida de las comunidades, al mismo tiempo que independizaba esa explicación de lo que denominé la «biología metafísica» de Aristóteles. No obstante, aunque hay buenas razones para rechazar algunos elementos importantes de la biología de Aristóteles, ahora considero que me equivoqué al suponer que era posible una ética independiente de la biología, por lo que agradezco a aquellos críticos que defendieron esta idea en contra de mi opinión. Ello se debe a dos razones distin tas, aunque relacionadas entre sí. La primera es que ninguna explicación de los bienes, las normas y las virtudes que definen la vida moral será satisfactoria si no logra explicar (o apunt ar al menos hacia una explicación) cómo es posible la vida moral para seres constituidos biológicamente como el ser hacia humano, ofreciendo una explicación del desarrollo humano esa forma de vida y dentro de ella. Ese desa rrollo tiene como pu nto de partida la condición animal srcinaria del ser humano. En segundo lugar, la incapacidad para entender dicha condición y para entender cómo puede ser iluminada por la comparación
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entre el ser humano y otras especies animales inteligentes, de ja rá en la pe nu mb ra as pect os fund am en ta les de ese de sa rr o llo. Una de las limitaciones que resultan de ello, de enorme im portancia en sí misma, es la incapacidad para comprender la naturaleza y el grado de vulnerabilidad y discapacidad del ser humano. El no reconocer adecuadamente este aspecto central de la vida humana me impidió percatarme de otros aspectos relevantes del papel que desempeñan las virtudes en la vida del ser humano. Un segundo campo en el que es necesario que corrija y desa rrolle lo que había escrito anteriormente se refiere al vínculo que existe entre Aristóteles y santo Tomás de Aquino, tal como lo había expuesto en Whose Justice? Which Rationality? y en Tres versiones rivales de la ética. En general, aún comparto la idea de los comentaristas que sostienen que santo Tomás de Aquino no sólo fue, en sus indagaciones filosóficas, un aristoté lico, sino a menudo también un agudo y perspicaz intérprete y adaptador de Aristóteles. Pero me equivoqué al subestimar el grado y la profundidad de las diferencias en sus actitudes con respecto al reconocimiento de la dependencia, debido en parte al uso que hace santo Tomás, en su interpretación de Aristóte les, de algo semejante al principio de caridad de Davidson. Esta idea se me ocurrió por primera vez al leer una oración de santo Tomás en que pide a Dios que le conceda la posibilidad de com partir lo que tiene, felizmente, con aquellos que lo necesitan, y la posibilidad de pedir humildemente aquello que necesita a quienes lo poseen; aunque no estuviese en la intención de santo Tomás, esta oración ruega, en efecto, no compartir algunas de las actitudes de la megalopsychos de Aristóteles. Ello me hizo pensar que la explicación de las virtudes de santo Tomás no sólo complementa la de Aristóteles, sino que también la corrige en mucha mayor medida de lo que me había dado cuenta. Esta idea ha tenido para mí consecuencias mucho mayores, que no se refieren tan sólo a mi interpretación de algunos pasajes de la filosofía de la moral de santo Tomás. La primera vez que cobré conciencia de la importancia que tiene en la vida del ser humano la vulnerabilidad ante los peli-
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gros y daños físicos y mentales, no fue gracias a la filosofía. Tardé más tiempo del que debería en darme cuenta de la tras cendencia que tenía el hecho de que una gran parte de la filo sofía moral no se hubiese ocup ado de ello. La relectura de santo Tomás no sólo me puso de manifiesto dicha trascendencia, sino que orientó mi trabajo hacia algunos de los recursos que santo Tomás aporta para explicar las virtudes que se refieren no sólo a la condición animal del ser humano, sino a la necesi dad de reconocer la vulnerabilidad y dependencia que resultan de ella. Mi explicación de las virtudes entra en conflicto, en grado di verso, no sólo con otros puntos de vista aristotélicos sino tam bién con las interpretaciones kantianas, utilitaristas y contractualistas, debido precisamente a que es aristotélico-tomista. En diversos pasajes de este libro doy cuenta de algunas de esas de savenencias, pero con el propósito fundamental de aclarar mi propia explicación. No debe suponerse que con ello pretenda, ni siquiera remotamente, haber refutado esas otras explicacio nes. Se trata en todo caso de una invitación: mostrar que cada una de esas perspectivas puede otorgar un lugar adecuado a los hechos relativos a la animalidad, discapacidad y vulnerabilidad y a la necesidad de reconocerlos. Desde luego, siguen sin estar resueltos muchos temas filo sóficos. He dado por supuesta la validez de algunas posturas filosóficas, cuya defensa requeriría una extensa argumentación y sólo he apuntado el sentido de tales argumentos. Es necesario destacar principalmente cuatro áreas: la identidad humana, la percepción, la relación entre el juicio de valor y el juicio de he cho, y la realidad psicológica de ciertos rasgos de carácter. Las posturas que asumo suponen un rechazo de las explicaciones de la identidad personal derivadas de Locke, de las interpre taciones kantianas o cuasikantianas de yla también percepción, de una serie de puntos de vista en la metaética del escepti cismo con respecto a la realidad psicológica de los rasgos de carácter y, por lo tanto, con respecto a la realidad de las virtu des y los vicios. Cada una de dichas posturas exigiría un trata miento extenso, lo que no ha sido posible en este espacio.
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Por último, deseo mencionar, con la más cálida gratitud, a aquellos con quienes he contraído una deuda personal: a mi pa dre, que me hizo reparar en estos temas hace tiempo; a aquellos cuyos estudios reforzaron esa conciencia, especialmente en sus diferentes sentidos, Eva Feder Kittay, Hans S. Reinders, Anita Silvers y Thomas I. White; a quienes leyeron este libro, o par te de él, en los diferentes momentos de su elaboración y que impidieron que cometiera algunos errores, y que en ciertos ca sos opinarán, al leer esta última versión, que apenas aprendí nada de ellos: Robert Brandon, Owen Flanagan, Eugene Garver, Eva Feder Kittay, Robert B. Louden, John McDowell, Janet Mann, Anita Silvers, David Solomon, Thomas I. White, Margaret D. Wilson fallecida) y los miembros University del departamento de fi losofía del (ya Boston College, Georgetown y la Univer sidad de Notre Dame, que comentaron versiones anteriores de algunas partes del texto; y a Larry D. Russell, por su participa ción fundamental en la producción de este libro. Mi mayor deu da la tengo con mi esposa, Lynn Sumida Joy, mis hijas, Toni, Jean y Helen, y mi hijo Daniel. ALASDAIR MACINTYRE
Durham, Carolina del Norte Octubre de 1998
1 VULNERABILIDA D, DEPENDENCIA, ANIMALIDAD Los seres humanos son vulnerables a una gran cantidad de aflicciones diversas y la mayoría padece alguna enfermedad grave en unou otro momentos de su vida. La forma como cada uno se enfrenta a ello depende sólo en una pequeña parte de sí mism o. Lo más^frecuen te es que t odo individuo dep enda ,de los demás para su supemvencia, no digamos ya para su floreci miento, cuando se enfrenta a una enfermedad o lesión corpo ral, una alimentación defectuosa, deficiencias y perturbaciones mentales y la agresió n o negligen cia human as. Esta dependencia de otros individuos a fin de obtener protección y sustento resulta muy evidente durante la infancia y la senectud, pero entre estas primera y última etapas en la vida del ser humano suele haber períodos más o menos largos en que se padece alguna lesión, enfermedad o discapacidad, y hay algunos casos en que se está üf discapacitado de por vida. Estos dos conjuntos de hechos relacionados entre sí, los que ¿ se refieren a la vulnerabilidad y las aflicciones, y los que se re0 fieren al grado de dependencia de unas personas con respecto \M a otras, son tan importantes por sí mismos que ningún autor que aspire a dar una explicación convincente de la condición humana puede dejar de concederles un lugar privilegiado. Sin embargo, la historia de la filosofía moral en Occidente parece decir lo contrario. Desde Platón hasta Moore y en adelante, tan
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sólo suele haber, con raras excepciones, referencias de paso a la vulnerabilidad y aflicción humanas y a la relación entre éstas y la dependencia entre las personas. Con cierta frecuencia se re conocen algunas limitaciones del ser humano, así como la ne cesidad de la cooperación, pero en la mayoría de los casos ape nas se hace mención de ello y el tema se deja de lado. Cuando se habla en los libros de filosofía moral de los enfermos o de quienes padecen alguna lesión o sufren alguna discapacidad, se les trata casi exclusivamente como individuos que pueden ser objeto de benevolencia por parte de los agentes morales, quie nes aparecen, en cambio, como sujetos continua y constante mente racionales, con buena salud y que no padecen alteración alguna. De ese modo, al reflexionar sobre la discapacidad, se invita a pensar en los «discapacitados» como «ellos» diferentes de «nosotros», como un grupo de personas distintas y no como individuos como nosotros, en cuya situación nos hemos visto alguna vez, o nos vemos ahora o probablemente nos veremos en el futuro. Adam Smith sirve de ejemplo. Al comentar qué es lo que hace que los «placeres de la riqueza y la grandeza... enciendan la imaginación como algo magnífico y hermoso», señala que «durante la languidez de la enfermedad y la fatiga de la senec tud», todo ello deja de ser tan impresionante, puesto que en esos momentos uno se da cuenta de que la obtención de rique zas y grandezas deja a quienes las poseen «tan expuestos como siempre, y en ocasiones aún más que antes, a la ansiedad, al miedo y la pesadumbre, a las enfermedades, al peligro y a la muerte». En opinión de Adam Smith, empero, indagar más en ello sería una equivocación. Fijar la atención en ese aspecto supone adoptar una «filo sofía pesimista», consecuencia de la «enfermedad o el desáni 1
mo»y sobre una imaginación «que constreñida encon el do lor la tristeza», de modo que dejaparece de estar «encantada la belleza de ese espacio que reina en los palacios y la economía de los grandes...». Adam Smith reconoce que la imaginación 1. Adam Smith,La teoría de los sentimientos morales, capítulo TV, I.
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de quienes gozan «de mejor salud o mejor ánimo» favorece lo que podrían ser sólo ilusiones tentadoras sobre los placeres de la riqueza y la grandeza, pero son ilusiones beneficiosas desde el punto de vista económico. «Esta ilusión estimula y mantie ne en movimiento continuo la laboriosidad del género huma no.» Incluso alguien tan perspicaz como Adam Smith encuen tra de inmediato una razón para dejar a un lado la enfermedad y la senectud, cuando se detiene a pensar en el horizonte que ofrecen. En esto, Smith representa a la filosofía moral en ge neral. Con la dependencia sucede lo mismo que con la vulnerabili dad y la aflicción. Suele reconocerse con frecuencia y en térmi nos dependencia de lospositivas, demás, normalmente como algogenerales necesariolapara alcanzar metas perolpor lo gene ral falta un reconocimiento de la magnitud de esa dependencia y del hecho de que, de varios modos, proviene de la vulnerabilidad y las aflicciones. Recientemente, la filosofía feminista ha dado un gran paso adelante para corregir esto; primero, porque com prender que la ceguera respecto a la mujer y su denigración es tán vinculadas con los intentos masculinos de negar el hecho de la dependencia, pero también porque subraya la importancia de la relación madre-hijo como paradi gma de las relaciones mo rales (tengo en mente, en particular, la obra de Virginia Held). Incluso, más recientemente, se ha llevado a cabo un sorpren dente trabajo de análisis filosófico sobre la naturaleza de la dis capacidad y la condición de los discapacitados y las personas dependientes: por ejemplo, Hans S. Reinders en Holanda y en Estados Unidos Eva Feder Kittay, quien también ha contribui do de manera importante en debates feministas. Este tipo de 2
Future of the Disabled in Liberal Society, 2. Véanse la obra de Hans S. Reinders, Notre Dame, Notre Dame Press, 2000, y Eva Kittay, «Human Dependency and University Rawlsian of Equality», en Feminists Rethink the Feder Self, Diana Tietjens Meyers (comp.), Boulder, Colorado, Westview Press, 1996; «Taking Dependency Seriously: The Family and Medical Leave Act Considered in Light of the Social Organization of Depen dency Work and Gender Equality», Hypatia, en 10, 1, invierno de 1995; y «"Not My Way, Sesha, Your Way, Slowly": "Maternal Thinking" in the Raising of a child with Profound Intellectual Disabilities», en No easy answers: Mothering in the US today, Julia Hanisberg y Sara Ruddick (comps.), Nueva York, Beacon Press, 1998. Su Love's libro Labor:
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estudios apenas están comenzando a ejercer una influencia sis temática en la filosofía moral predominante en Occidente, lo que no es muy sorprendente teniendo en cuenta los rasgos del legado de la filosofía moral que hemos comentado. Por lo tanto, la pregunta que surge es: ¿Qué consecuencias tendría para la filosofía moral considerar el hecho de la vul nerabilidad y la aflicción, y el hecho de la dependencia como ¡rasgos fundamentales de la condición humana? Y una pregun ta adicional: ¿De qué modo deberíamos empezar a responder a esta pregunta? En el campo de la filosofía, generalmente el pun to de partida determina en parte el resultado de la investiga ción. Un punto de partida posible es reconocer que los hábitos mentales que han impedido que los filósofos morales vieran con claridad la importancia de los fenómenos de la aflicción y
plican una incapacidad para reconocer la importancia de la dimensión corporal de la existencia, o incluso el rechazo de dicha dimensión. Es posible que esas actitudes estén arraigadas en la conciencia, y en todo caso son reforzadas por el hecho de que el ser humano se concibe y se imagina a sí mismo como di ferente del animal, libre del peligro de una condición de «sim ple» animalidad. Esta concepción defectuosa de sí mismo, esta imagen incompleta puede darse en el plano del pensamiento y la práctica cotidianos coexistiendo con frecuencia, y sin ex cesiva dificultad, con un reconocimiento teórico de la historia evolutiva del ser humano. A menudo ios prejuicios culturales separan el presente del ser humano de su pasado y a veces en cuentran un punto de apoyo en una teorización filosófica, en sí misma desprejuiciada. De manera que las teorías filosóficas
la dependencia no difícil sólo están ampliamente extendidos, resulta realmente desprenderse de ellos. Al fin sino y al que cabo, son nuestros hábitos y forman parte de un modo de pensar que no proviene sólo de las investigaciones de la filosofía moral, sino que se adquiere como parte de la cultura más amplia que sirve de trasfondo a dichas investigaciones. De manera que se ría bueno comenzar recelando de nosotros mismos, puesto que cualquiera que sea el lenguaje filosófico en que se formulen las primeras investigaciones, cualesquiera que sean los recursos fi losóficos con que contemos para esbozarlas, estaremos inclina dos a pensar de tal manera que nos será difícil comprender cuan sustantivo es el cambio que hace falta en nuestro punto de vista. Las discapacidades física y mental son aflicciones del cuer po; por lo tanto, los hábitos de pensamiento que expresan una actitud de negación de la discapacidad y la dependencia imEssays on Women Equality.and Dependence, Londres y Nueva York, Routledge, 1998 va a ser un importante punto de partida para nuevos debates. Véanse también Susan Wendell, The rejected body: Feminist philosophical reflections on Disabitüy, Nueva York, Rou
que se ocupan de otras la distinción los miembros de la especie humana y los de especiesentre animales pueden, aparentemen te, justificar la creencia de que la racionalidad del ser humano en cuanto ser pensante es, de algún modo, independiente de su animalidad (como se verá más adelante, algunos teóricos han sostenido que los animales no humanos no pueden tener pen samientos, creencias o razones para actuar). En consecuencia, el ser humano puede olvidarse de su propio cuerpo y olvidar que su manera de pensar es la que corresponde a una especie animal. Existe también otra relación, quizá más fundamental, entre la condición animal del ser humano y su vulnerabilidad. Una de las ideas centrales de este libro es que las virtudes que el ser hu- § i manoriecesita para desarrollarse a partir de su condición animal inicial y llegar a ser un agente racional e independient e, así % como las virtudes que requiere para hacer frente a la vulnerabilidad y la discapacidad (tanto las de uno mismo como las de los demás), perte necen a un único conjunto de virtudes: las virtu- ( des propias de los animales racionales y dependientes, cuyos
Ethics tledge, 1996, y la reseña de la misma realizada por Anita Silvers, en 108, 3, abril, 1998. Otro libro determinante va a ser Disábility, Difference, Discrimination: Perspectives on Justice in Bioethics and Public Policy, de Anita Silvers, David Wasserman y Mary Mahowaíd, con un epílogo de Lawrence Becker, Lanham, MD, Rowman and Littíefield, 1999.
rasgos de dependencia, racionalidad y animalidad deben ser entendidos en sus relaciones recíprocas. Por lo tanto, para tener en cuenta debidamente los fenóme nos de la discapacidad y la dependencia, quizá sea necesario
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comenzar con una nueva afirmación de la animalidad humana. Una manera de hacerlo consiste en volver a los escritos de Aris tóteles, aunque sólo sea porque ningún otro filósofo se ha to mado más en serio la animalidad humana. A pesar de todo, sus obras más importantes pueden ser interpretadas, y han sido en ocasiones interpretadas, de modo que pierden su utilidad y su capacidad educativa. «Todos los animales no humanos», escri bió Aristóteles, «viven mediante la percepción y la memoria y poseen muy poca experiencia, pero la especie humana también vive mediante la sabiduría y el razonamie nto». A veces, el argu mento de Aristóteles para definir al ser humano como un ser propiamente racional se ha interpretado como si hubiese queri 3
do decirsino que lala propiedad racionalidad es enalsíser misma una de propiedad animal, quenosepara humano su ani phromalidad. Aristóteles no cometió tal error, por supuesto. La nesis, la capacidad para el razonamiento práctico, es una capa cidad que él, y posteriormente santo Tomás, atribuyeron tanto al ser humano como a algunos animales no humanos, en virtud de su capacidad para prever. Esto, claro está, obliga a pregun phrónesis de ciertas clases tarse de qué manera se relaciona la de animales no humanos con la racionalidad específica y dis tintiva del ser humano. No obstante, algunos comentaristas han pasado por alto este problema, por lo que no han formula do las preguntas pertinentes acerca de la relación que existe en el ser humano entre la animalidad y la racionalidad. Han su bestimado la trascendencia que tiene el hecho de que el cuerpo del ser humano sea un cuerpo animal, que tiene la identidad y la cohesión de todo cuerpo animal, y no han sido capaces de re conocer debidame nte que, en lo que se refiere a esta vida, resul ta cierto que el ser humano no simplemente tiene un cuerpo, sino que es su cuerpo. Otros comentaristas sí han comprendido 4
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esto; la lectura de Aristóteles comentario IbnesRushd, llevó a santo Tomás a sostener:y del«Puesto que elde alma part e del 3. Aristóteles,MetafísicaA, 980b 25-28. 4. Aristóteles,Ética nicomáqueaVI, 1140b 4-6, 20-21. 5. Ibid., 1141 a 26-28.
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cuerpo del ser humano, el alma no es la totalidad del ser huma no y mi alma no es Yo». Á lo mejor ésta es una lección que de bamos aprender de nuevo quienes nos definimos hoy en día como aristotélicos modernos a partir quizá de aquellas investi gaciones fenomenológicas que también hicieron posible que Merleau-Ponty concluyera que yo soy mi cuerpo. Olvidarse de la condición animal del ser humano no es, des de luego, el único obstáculo para el reconocimientojde la aflic ción y la dependencia. El propio Aristóteles ejemplifica otras dos actitudes que impiden ese reconocimiento. Entendió muy bien la importancia de ciertas formas de experiencia para la práctica racional («es posible ver» escribió, «que quienes po seen experiencia son más eficaces que quienes poseen razón pero carecen de experiencia»); sin embarg o, ni en la ética ni en la política concedió peso alguno a la experiencia de aquellos que con más seguridad debían padecer aflicciones y dependen cia: las mujeres, los esclavos y criados, quienes trabajaban en labores productivas como campesinos, pescadores y obreros. «En los asuntos importantes deliberamos con otras personas y desconfiamos de nosotros para tomar decisiones». Pero re sulta de la mayor importancia quiénes son las otras personas que escogemos pa ra delib erar con ellas, y es posible que la difi cultad de Aristóteles para reconocer la aflicción y la dependen cia fuese, en parte al menos, consecuencia de sus exclusiones políticas. El segundo obstáculo está constituido por dos característi cas de la virtud masculina según la concibe Aristó teles. Cuando comenta la necesidad que el ser humano tiene de los amigos, particularmente, en momentos de adversidad o de pérdidas, sostiene que quienes poseen hombría se distinguen de las muje res porque no desean que otros se entristezcan por su pena. No 6
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6. Santo Tomás de Aquino,Commentary on Paul's First Letter to the Corinthians XV, 1,11; hay que señalar también que santo Tomás, a diferencia de la mayoría de los autores modernos, se refiere con frecuencia a los animales no humanos como «los de más animales». 7. Aristóteles,Metafísica A981a 14-15. 8. Aristóteles,Ética nicomáqueaIII, 1112b 10-11.
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desean hacer sufrir a los demás, al compartir su pérdida. Cla ramente da por supuesto que efhombre que actúa como mujer a este respecto, es inferior en su virtud masculina. Además, al hombre magnánimo, que es el modelo de la virtud en la teoría de Aristóteles, le desagrada reconocer de cualquier modo su ne cesidad de ayuda o consuelo por parte de los demás. «Le aver güenza recibir ayuda, porque es propio del superior prestar ayuda y propio del inferior recibirla.» Enseguida, señala Aris tóteles que «el hombre magnánimo olvida lo que ha recibido, pero recuerda lo que ha concedido, y no le agrada que le re cuerden lo primero, pero escucha con agrado lo segundo». De esta manera, Aristóteles precedió a Adam Smith, así como
primeras actividades de la infancia como posteriormente, el ser humano se comporta en relación con el mundo de una mane ra muy similar a la del resto de animales inteligentes: a pesar de trascender algunas de sus limitaciones, no -se separa nunca enteramente de lo que tiene en común con ellos. De hecho, la capacidad para trascender esas limitaciones depende en parte de algunas de esas características animales, entre ellas el carác ter de su identidad. No es cuestión sólo de que el cuerpo humano sea un cuerpo animal con la identidad y la consistencia de un cuerpo ani mal, como ya hemos dicho. La identidad humana es fundamen talmente corporal (aunque no sea sólo_Ci?q5oraí) y es, por lo
a muchos otros, seal considera introducir enn superiores la filosofíapomoral punto de vista de quienes r suelautosufi ciencia, y de quienes fijan sus criterios a partir de aquellos que se consi deran superiores por su autosuficiencia. En consecuencia, Aris tóteles también fue precursor de esa típica incapacidad para reconocer debidamente la aflicción y la dependencia. De todas maneras, para tratar de corregir ese defecto de la filosofía mo ral, será necesario (en eso consistirá mi planteamiento) apoyar se en muy buena medida en conceptos, tesis y argumentos de Aristóteles. A pesar de que es importante rechazar ciertos ar gumentos de Aristóteles y de algunos aristotélicos, Aristóteles aportó los mejores recursos con los que contamos hasta ahora para identificar en qué yerran dichos argumentos y cómo po drían enmendarse esos errores. De modo que en ciertos temas será necesario usar a Aristóteles en contra del propio Aristóte les, a veces con la ayuda de santo Tomás, con el propósito de defender tres conjuntos de tesis. El primero se refiere a las similitudes y rasgos en común del ser humano con miembros de otras especies animales inteli
tanto, identidad animal; la consistencia con los demás en parte se define con respectodea las esa relaciones identidad ani mal. Entre los diferentes males que afligen al ser humano están aquéllos que alteran esa consistencia (la pérdida o lesión de la memoria, por ejemplo, o la desfiguración que impide que ios demás nos reconozcan), así como aquéllas que nos discapaci tan de otra forma. Un^segundó conjunto de tesis se refiere a la importancia mo ral que tiene reconocer no sólo la vulnerabilidad y la aflicción, sino también la dependencia que generan. La filosofía moral moderna ha puesto un gran énfasis en la autonomía del indivi duo, en su capacidad para formular elecciones independientes, lo cual es comprensible y correcto. Sin embargo, mi idea es que las virtudes de la actuación racional independiente sólo pueden ejercerse adecuadamente acompañadas de lo que denomina ré las virtudes del reconocimiento de la dependencia y que si esto no se comprende, tampoco podrán verse con claridad cier tos rasgos de la actuación racional. Además, los dos conjuntos de virtudes son necesarios para realizar las potencialidades es
gentes. Sostendré la idea déexistentes que, a pesar de el la ser importancia damental de las diferencias entre humano yfun to das las demás especies, también es importante que tanto en las
pecíficas que caracterizan al animal racional humano; ahora bien: para comprender su importancia y su lugar en la clase de vida que permite el florecimiento humano, hace falta averiguar cómo y por qué son necesarios. ¿Qué tipo de relación social y qué-concepción del bien co mún se requieren para que dentro de un grupo social se conser-
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9. Ibid., IX, 1171b 6012. 10. Ibid. ,IV, 1124b 9-10. 11. Ibid., 12-18.
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ven y transmitan las virtudes de la independencia racional y del reconocimiento de la dependencia? Es posible encontrar res puestas para esa clase de preguntas en un tercer conjunto de te sis, con las cuales quiero argumentar que ni el Estado-nación moderno ni tampoco la familia actual pueden proporcionar la clase de asociación social y pol ítica que sería necesaria.
EL SER HUMANO EN COMPARACIÓN CON LOS ANIMALES, EL SER HUMANO COMO ANIMAL Los animales se aproximan cuando se les llama por su nombre. Igual que los seres humanos. L. WlTTGENSTEIN
Desde sus primeros usos en el siglo xvi, en inglés y otros idiomas europeos, la palabra «animal» y las demás expresio nes asociadas a ella se han utilizado para denominar a una clase compuesta por arañas, abejas, chimpancés/delfines y por seres humanos, como distintos de las plantas, los seres inanimados, los ángeles y Dios, pero también para denominar a la clase formada únicamente por animales no humanos. En la cultura occidental moderna ha sido predominante esta úl tima acepción y, con ella, se ha hecho también predominante un modo de pensar que desvía la atención de todo lo que el ser humano comparte con otras especies animales y se sitúa en oposición a las viejas formas de pensamiento aristotélicas y al naturalismo evolutivo moderno posterior a Darwin. El aristotelismo centraba su atención en la distinción entre lo vivo y lo inanimado, incluyendo al ser humano dentro del géne ro «animal», de manera que incluso la racionalidad específica
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del ser humano debía entenderse como una racionalidad ani mal. De Darwin, por otra parte, ya se debería habe r aprendido a estas alturas que la historia humana, antes que cualquier otra cosa, es la historia natural de una especie animal más, y que siempre puede ser necesario, y con frecuencia lo es, poner la en comparación con la historia de algunas otras especies animales. Aunque todos nosotros, o casi todos, sabemos eso, también tendemos a olvidarlo en demasiadas circunstancias; es una ten dencia cultural que se ve reforzada por el hecho de que se pres te atención casi exclusivamente a lo que en efecto distingue al ser humano de las demás especies, y que se tiende a exagerar
del lenguaje. Finalmente se concluye que, debido a que los ani males no humanos no poseen lenguaje, o al menos el tipo de lenguaje requerido, carecen por ende de la capacidad o facultad en cuestión. Así es como se ha argumentado de diferentes ma neras que los animales no humanos no pueden tener pensa mientos, que deben carecer de creencias, que no pueden actuar movidos por razones y que, en su interacci ón con los objetos de su experiencia, los conceptos les son ajenos. * Los filóso fos que llegan a estas conclusio nes suelen se r, por lo general, cuidadosos y no niegan que los animales no huma nos perciban, sientan y en algunos casos muestren al menos cierta inteligencia. La insensatez cometida por Descartes al
esa diferencia. Existe cierto tipo y de filosofía reciente contribuido a consolidar esta idea cuya influencia resultaque deha cisiva debido a sus extraordinarios logros en la investigación sobre la naturaleza del lenguaje y sobre la variedad de formas en que el uso del lenguaje permite al ser humano relacionarse con aquellos con quienes habla y con aquello sobre lo que ha bla. Estas investigaciones han ocupado un lugar central, con frecuencia el lugar central, tanto para los filósofos guiados por los nombres de Wittgenstein, Austin, Quine y Davidson, como para los que han sido influidos de modo decisivo por Husserl, Heidegger y Gadamer. Estos dos grupos de filósofos comparten los mismos patrones arguméntales con respecto a los animales no humanos. Los argumentos discurren, comúnmente, del modo que si gue. Se toma como objeto de investigación una determinada capacidad humana: la capacidad para albergar pensamientos, creencias o para actuar movidos por razones, o la facultad para formular y utilizar conceptos. Entonces, se demuestra que, en contra' de la opinión de algún filósofo precedente, el ejercicio
insistir en que los animales no humanos no sólo carecen de pensamiento e inteligencia, sino también de capacidad para sentir o percibir de manera genuina, ha resultado ser una advertencia muy saludable. Pero sucede también por lo gene ral, con pocas aunque importantes excepciones, que rara vez se detiene alguno de estos filósofos a considerar que podría resultar interesante en sí mismo desde el punto de vista filo sófico, el estudio de las semejanzas y analogías de las percep ciones, los sentimientos y las acciones inteligentes de ciertas especies no humanas, o bien que ese estudio podría servir para entender mejor la percepción, los sentimientos y la inteli gencia práctica del ser humano. Quizás ello se deba en parte a qué sus conclusiones les llevan a esbozar una única línea divi soria entre el conjunto de los animales no humanos, por un lado, y el ser humano, por otro, motivo por el cual no se pres ta especial atención a especies concretas de animales no hu manos cuyas características pudieran ser de particular impor tancia. Desde luego, eso no significa que esos filósofos no mencio nen, ocasionalmente, a miembros de especies concretas para usarlos como ejemplo. La lagartija de Heidegger, el perro y el gato de Malcolm o el perro de Kenny, son personajes habitua les en los análisis (Descartes recurrió a ejemplos con ovejas y lobos, así como con cabras, orugas y gusanos). Pero es sin duda excepcional el profundo estudio filosófico que Jonathan
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humano de esa capacidad concreta requiere la posesión y el uso 1. Para conocer ios debates sobre la relación entre Aristóteles y Darwin, véanse E. Gilson, From Aristotle to Darwin and Back Again, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1984 (trad. cast.: De Aristóteles a Darwin (y vuelta), Navarra, Eunsa, 1988) y, especialmente, Larry Arnhart, Darwinian Natural Right: The Biological Ethics of Hu man Nature,Albany, Nueva York, State Universit y of New York Press, 1998.
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Bennett desarrolló a partir de lo que se sabe de las abejas, o el de Thomas I. White, sobre los delfines. El desinterés hacia las especies particulares de animales importa porque hay diferen cias significativas y relevantes entre ellas; pero también porque implica un grado de abstracción y distanciamiento que nos ale ja de ma si ad o de esa rela ci ón in me di at a co n mi em br os co nc re tos de especies concretas, de la que en última instancia deriva nuestra capacidad de comprensión interpretativa de los anima les, humanos o no. Las equivocaciones de Descartes se refieren tanto a los seres humanos como a los animales no humanos, y tienen su srcen en la convicción de que las ideas que los hu manos se forman sobre los pensamientos, sentimientos y deci siones de los demás están basadas, enteramente, en inferencias a partir de su conducta y expresiones manifiestas. Es cierto que a veces es necesario «conjeturar» por inferencia lo que otra persona piensa o siente; pero incluso en esos casos existe el JjP apoyo de un conocimiento interpretativo primario y funda•j |- > mental de los pensa mient os y senti mient os de los demá s, que ni tiene una justificación inferencial ni la necesita. ¿Qué tipo i,-.=* de cono cim ien to es éste? Es un a forma de cono cim ient o prá cti co, un saber cómo interpretar, que se deriva de interacciones sociales complejas, donde nuestras reacciones ante los demás y sus reacciones ante nuestras reacciones generan un reconoci miento por ambas partes de los pensamientos y sentimientos a los que cada quien está respondiendo. Por supuesto, todos po demos cometer errores alguna vez, pero la capacidad misma / pa ra identific ar di ch os er ro re s su po ne la facultad de pe rcib ir /con sc ien teme nt e lo qu e lo s de má s pi en sa n y sien te n. La cb má jtáí* prensión interpretativa de los otros deriva del contacto con / v e - " ellos y es inseparable de ese contacto; una duda cartesiana 2
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acerca de los pensamientos y sentimientos de los demás sólo
2. Jonathan Bennett,Rationality,Londres, Routledge & Kegan Paul, 1964, pági\n i. j j K F* : ñas. 8-32. 3. Thomas I. White, «Is a Dolphin a Person?», enDiscovering Philosophy, Upper Saddle River, Prentice Hall, 1996, y junto con Denise L. Herzing del Proyecto sobre el Delfín Salvaje, «Dolphins and the Question of Personhood», Etica en & Animali,nú mero especial sobre los animales y la condición de persona, 1998, págs. 64-84.
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puede surgir en quienes están privados de dicha relación, bien sea por algún defecto psicológico grave o, como en el caso de Descartes, por influencia de una teoría filosófica. Esto no quiere decir que el conocimiento de los demás sea cuestión de simpatía y empatia sensible, suscitadas por la ac ción e interacción; sin ellas, no sería posible imputar razones a las acciones de otros qu e haga n intelig ible su conducta y permi tan una respuesta que resulte, a su vez, inteligible. (Desde luego, a veces puede responderse, sin ninguna dificultad, a una acción aunque no se tenga conciencia de las razones, si las hubiera, que le dieron srcen. Pero sucede con frecuencia que se reacciona de una manera concreta frente a una acción precisamente porque ésta obedece a una razón y no a otra, y se sabe cómo reaccionar gracias a que es posible identificar dicha razón.) Nada de esto es objeto de mayor debate cuando se trata de la relación entre un ser humano y otro. Pero lo que me interesa plantear es que no existe una gran diferencia en el caso de la re lación entre un ser humano y miembros de algunas otras espe cies animales. Pensemos, en primer lugar, en la manera como el ser humano desarrolla en general y de modo característico la capacidad para saber cuándo algún otro individuo está sintien do dolor. Un niño, que aún no habla, se cae, se lastima y grita; su madre le dice: «¿Te duele?» y le coloca una venda. En ese momento, el niño aprende a reemplazar, en situaciones seme ja ntes , el grit o o la me nt o po r u n «me due le» , y se da cu en ta de que los demás han reconocido el significado de esa expresión cuando dicen, refiriéndose a él, que «le duele». Los niños que aprenden que ésa es una manera de obtener la atención de los adultos dicen «me duele» o «tengo dolor» aunque no sea cierto. Por lo general, tanto las madres como otros adultos saben cómo reconocer esas mentiras y responder a ellas debidamente, aun que alguna veces se dejen engañar. En este caso, la inferencia tiene lugar, pese a que sea un lugar secundario: «No te quejes así. Un golpe tan leve no puede dolerte tanto-». La secuencia comienza como una serie de respuestas inte ractivas y se transforma, primero, en el reconocimiento de las intenciones que están implícitas en las respuestas y, después, en
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el reconocimiento de que cada intención incluye la intención de ser reconocida por la otra persona como tal intención. Frases tales como «Le duele» o «Está preocupada porque me duele» dan expresión a esos reconocimientos prelingüísticos. La capa cidad del ser humano para utilizar y entender la manifestación de dichas frases depende de que se disponga del conjunto de res puestas y reconocimientos correspondientes. Las palabras «respues ta» y «reconocimi ento» no son, desde luego, m ás que formas ab re viadas de aludir a una amplia gama de diferentes movimientos reactivos, así como diferentes tipos de identificación, reidenti ficación y clasificación, moldeados por una atención perceptiva dirigida. No obstante, lo que importa por el momento es darse
«Resulta que, en ciertos casos, la orden "siéntate" exige una enorme cantidad de trabajo... El perro se sentará en medio del patio, pero no a un metro de la verja... Sentarse cuando está tranquilo no es lo mismo que hacerlo cuando otro perro le invi ta a jugar... Hago que se siente en situaciones tan diferentes como el ingenio y la suerte lo hagan posible.» Aun así, eso no significa que se siente en cualquier situación: «Sentarse en un charco de agua es completamente inaceptable.» El perro ha cap tado que el concepto «Siéntate» se amplía hasta que llega a un límite. En una tercera fase, cuando el perro introduce cambios en sus rutinas comunica sus propia intenciones. Juguetea o mues
cuenta de quey somos lo que otras perso nas piensan sienten,capaces inclusodeloidentificar que piensan y sienten sobre ¿¿nuestros pensamientos y sentimientos, debido a que participá is mos en un cierto sistema de respuestas y reconocimientos, y sólo por esa razón. No hay diferencia, a este respecto, con la identificación que 'realiza el ser humano de los pensamientos y sentimientos de f'~ miembros de algunas otras especies animales. Vicki Hearne ha \k aportado una explicación excelente y de primera mano de lo que implica la relación de mutuo entendimiento que se desa rrolla entre un entrenador humano y un perro. En una primera fase, el entrenador corrige el comportamiento espontáneo del perro hasta que éste reacciona ante las correcciones y se mues tra dispuesto a obedecer las órdenes. En una segunda fase, el perro reconoce las intenciones del entrenador cuando, por ejemplo, recorre la línea del collar de aprendizaje, o cuando le dice: «{Siéntate!» o «¡De pie!». En este momento, el perro ya se muestra atento a las intenciones del entrenador y éste recono ce las intenciones del perro cuando responde de u na maner a y no 4
de es decir,sino el perro no sólo aprende la orden de otra; «jSiéntate!», que también reconocealaresponder intenciónadel en trenador al darle esa orden. 4. Vicki Hearne , «How to Say "Fetch!"»,Raritan en III, 2, otoño de 1983, págs. 1-33, reimpreso como capítulo III enAdam's Task, Nueva York, Vintage Books, 1987.
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tra inquietud. Incluso los perros bien entrenados manifestarán inquietud cuando se les aproximen personas que tienen miedo a los perros, porque no saben cómo comportarse, no digamos ya comunicarse con ellos. Hearne denomina a este tipo de per sonas natural bitees, o personas propensas a ser mordidas. Es tos individuos «son personas cuya aproximación a los perros... está contaminada por la epistemología». Son personas que buscan premisas a partir de las cuales se pueda inferir el com portamiento del perro, para predecir Si tratará de morderles o no. La contaminación epistemológica impide a las personas afecta das (¿infectadas?) participar en la única clase de relación que permite adquirir un conocimiento interpretativo de los pensa mientos y sentimientos de los perros (y de los miembros de al gunas otras especies); es decir, relaciones expresadas en el com portamiento receptivo y sensible. El tipo de conocimiento que puede adquirirse por la interacción receptiva y sensible, bien sea con niños pequeños o con perros, con chimpancés, gorilas, elefantes o delfines, justifica que se mire con suspicacia cierta clase de teorizaciones filosóficas sobre los animales. 6
A esta argumentación se le podrían oponer al menos dos ti pos de respuestas. La primera consistiría en decir que tanto la explicación de Hearne sobre su comprensión de los perros como 5. ibid., pág. 16. 6. Ibid., pág. 17.
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lo que yo sostengo sobre los bebés humanos, está tan influido por una teorización filosófica, tan «contaminado» como las opi niones que criticamos. Es posible que Hearne haya aprendido de un gran número de entrenadores, desde Jenofonte hasta William Koehler, pero expone lo que sabe de los perros en tér minos que muestran en particular su deuda con Wittgenstein; de hecho, encuentra la manera de aplicar la noción de un «jue go de lenguaje» a la práctica del entrenamiento. Asimismo, mi explicación del aprendizaje del lenguaje, del dolor en los niños pequeños proviene directamente de Wittgenstein y de ideas su geridas por la teoría de Paul Grice sobre la génesis del significa do. No obstante, hay que decir que en ninguno de los dos casos
para actuar y capacidad para poseer conceptos o de encontrar aplicaciones para los conceptos. De manera que sólo hará falta discutir, y hacerlo en términos filosóficos, si se llega al extremo de negar que a veces, en este campo, los argumentos filosóficos necesitan ser corregidos desde el punto de vista de la práctica y la experiencia. No siempre los filósofos han tenido razón cuan do han dicho: «Así debe ser» en contra del parecer de quienes poseían la experiencia pertinente que a su vez decían: «No es así». ¿Qué se debe hacer en adelante? Mi argumento general se va a desarrollar en tres partes. Pri mero, haré un recuento de algunos de ios hechos observados en miembros de una especie concreta de animales inteligentes no
fundamentos la filosofíaLaaporta losúnicamente para las afirmaciones signi ficativas. filosofía proporciona una manera de caracterizar los diferentes tipos de experiencia de interacción interpretativa sin los que el ser humano sería incapaz de atri buir pensamientos y sentimientos a los demás, ya fuesen huma nos recién nacidos, perros u otra cosa. Claro está que las expe riencias interpretativas no son idénticas en ambos casos; de hecho, importa apelar a la experiencia entre otras cosas, para recordar que las experiencias interpretativas a través de las que se adquiere esta capacidad son, en gran medida, propias y ca racterísticas, específicas de la especie. Al argumento anterior podría oponérsele la siguiente réplica: las explicaciones sobre la práctica interpretativa y la experien cia, como la que ofrece Hearne, pueden mostrar cómo de hecho se atribuyen pensamientos, sentimientos e intenciones a algu nas clases de animales no humanos; sin embargo, no dicen que ese hecho esté justificado; son irrelevantes para determinar cuándo es justificable esa atribución de pensamientos, senti mientos e intenciones. Y podría argumentarse que eso es algo
humanos, en cuyo caso, de acuerdo con está la opinión de casila todos los que han interaccionado con ellos, justificada atribu ción de creencias, pensamientos, sentimientos, razones para ac tuar y la adquisición y uso de conceptos. En segundo lugar, ex pondré los argumentos filosóficos que llegan a la conclusión de que dicha atribución no puede justificarse, ya sea para un subconjunto de dichos factores o bien para todos ellos. Por último, plantearé la pregunta de si la descripción de un comportamien to inteligente, expuesto en la primera parte, no justifica que se lleven a cabo algunas distinciones que los argumentos expuestos en la segunda parte han omitido o han tra tado sin concederles la importancia debida. También argumentaré que tales distincio nes tienen implicaciones importantes para nuestras ideas acerca de la animalidad inteligente no humana y acerca de la relación del ser humano con otros animales, y con respecto a su propia animalidad. Voy a partir de la descripción del comportamiento de un animal en particular, extremadamente inteligente.
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que sólo la argumentación e investigación filosóficas puede evaluar y decidir. Ahora bien: lo que corresponde exclusivamen te a la filosofía es determinar los límites de aplicación, el uso correcto de conceptos tales como creencia, pensamiento, razón 7. Especialmente Investigaciones filosóficas, 244.
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3 LA INTELIGENCIA DEL DELFÍN Los animales inteligentes de los que me voy a ocupar per Turtenecen a diferentes especies de delfines, especialmente el siops truncatus o delfín mular y el Delphinus delphis o delfín co mún. Podría haber hablado también de varios otros tipos de animales, como chimpancés, gorilas, perros, caballos o elefan tes, pero me referiré a ellos sólo de manera ocasional. La elec ción de los delfines obedece a varias razones. El comporta miento de los delfines ha sido objeto de numerosos estudios. La proporción de masa cerebral en relación con la masa corpo ral es similar a la de los primates superiores antropoides y su corteza cerebral está muy desarrollada, aunque con una arqui tectura diferente de la corteza cerebral humana. Los delfines habitan en grupos y manadas y su estructura social está bien definida. Aunque todavía no se comprenden muy bien las se cuencias de silbidos y chillidos que emiten, no hay duda de que su aprendizaje verbal es notable y se comunican entre sí de ma neras muy diversas. Crean diferentes tipos de vínculos socia les y muestran afectos y pasiones; pueden sentir miedo y pade cer estrés; albergan intenciones y son juguetones y participan 1
1. Las fuentes más importantes para mi argumento en torno a l comportamiento de los delfines son Dolphin Societies: Discoveries and Puzzles, Karen Pryor y Kenneth S. Norris (comps.). Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1991.
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deliberadamente en los juegos, así como en la caza y otras actividades. A pesar de no ser tan semejantes al ser humano como los chimpancés y gorilas, con quienes éste comparte mu cho más debido a su herencia evolutiva, son capaces de interaccionar muy bien con el ser humano e incluso, a veces, son ellos mismos quienes inician la interacción. Por supuesto, es mucho más importante la naturaleza de la interacción entre un delfín y otro. En un trabajo dedicado fundamentalmente a re sumir los recursos que el delfín individual posee para apren der de la experiencia, Louis M. Hermán ha hecho hincapié en la necesidad de dicho aprendizaje para que cada delfín sea capaz de responder a otros delfines de manera que contribuya a su propio florecimiento. Hermán señala que su estilo de vida «impone a los individuos severas exigencias de aprendizaje de las características de identificación, incluyendo las conductas de muchos otros individuos y de las modificaciones de la con ducta de esos individuos debidas al contexto social y ecoló gico... En última instancia, lo que determina el éxito de cada delfín individual puede ser el conocimiento social, puesto gue el delfín es dependiente de la matriz social prácticamente en todos los aspectos de su vida». Ese conocimiento social que se adquiere con el desarrollo de una serie de relaciones, que van de la dependencia inicial respecto a la madre en el mo mento del nac imiento hasta la plena, pertenencia a un grupo adulto. Eso quiere decir que los delfines de varias especies sólo pue den desarrolla rse y florecer porque .han aprend ido a alcanza r sus objetivos mediante estrategias concertadas con otros miem bros de los distintos grupos a los que pertenecen o con los que se encuentran. Al menos desde Aristóteles, para muchos obser2
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2. Véase K. Martin, K. Sharifl S. Psarakos y D. J. White, «Ring Bubbles of Dolphins», en Scientific American,275, 2, de agosto de 1996. 3. Louis M. Hermán, op. cit.,pág. 359; véase también K. S. Norris y P. T. Dohl, «The structure and function of cetacean schools», enCeiacean Behavior; Mechanisms and Functions,Louis M. Hermán (comp.), Nueva York, John Wiley and Sons, 1980. 4. Aristóteles, Historia de los animales 631a, 7-64.
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vadores han resultado evidentes las similitudes que existen en tre las estrategias que emplean los delfines para alcanzar sus objetivos y las de los seres humanos. Para reconocer los objetivos de los delfines, como los de los seres humanos, hace falta distinguir las acciones propiamente dichas de lo que no son más que secuencias de movimien tos corporales. En el caso del delfín, al igual que en el del ser humano, una misma serie de movimientos corporales puede sucederse en diferentes acciones: por ejemplo, el delfín pue de saltar intencionadamente en el transcurso de una caza y puede saltar juguetonamente mientras nada después de ca zar; de modo similar, las mismas acciones pueden realizarse en diferentes ocasiones, con diferentes movimientos corpora les: por ejemplo, reconocer el terreno para la manada durante una caza. Precisamente debido a que las acciones, a diferencia de las secuencias de movimientos corporales, están orientadas ÉSLH?^propósito, la identificación y clasificación de muchas de las acciones de los delfines obliga a atribuirles una búsqueda intencionada de objetivos determinados. ¿Qué capacidades ejercitan los delfines en esas actividades? Está la capacidad para reconocer percepciones y para prestar atención a lo que se percibe, pero también la capacidad para dar una variedad de respuestas distintas ante lo que es percibi do y reconocido como un mismo individuo o una misma clase de individuo, y la capacidad para una diversidad de expresiones emocionales distintas. Cuando el delfín muestra curiosidad ai inspeccionar algo que ha llamado su atención, puede fijarse primero en un aspecto del objeto y luego en otro; y el mismo objeto o tipo de objeto puede provocar diferentes respuestas: puede ser tratado como comida o como una oportunidad para jugar. Igu almente, el delfín exp res a afecto hacia o tr os ind ividuo s a los que reconoce y manifiesta temor hacia ciertos depreda dores. Por otra parte, la cooperación implica la coordinación de las acciones de un delfín con ías acciones de otros que persi guen un mismo objetivo. Sólo en la medida en que se atribuye a 5
5. V. M. Bel'Kovich y otros, «Herd Structure, Hun ting and Play» op. cit., , págs. 69-70.
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los delfines la capacidad para el ejercicio de una variedad de fa cultades, se les pueden atribuir diferentes objetivos y es posi ble, posteriormente, relacionar su capacidad para lograr esos objetivos con su éxito o su fracaso para desarrollarse y florecer según las características propias de su especie. El bien, dijo santo Tomás,)tiene la vatio de un fin (finis). Un bien mueve a un agente a orientar su acción hacia ese fin y a tra tar el logro de ese fín cómo mi bien logrado. De manera que los seres humanos orientan su acción hacia un fin en virtud de su capacidad para reconocer los bienes propios de su naturale za, que deben ser alcanzados. Según la argumentación tomista, para cada especie hay un conjunto de bienes que le son propios, ;.d e modo qu e ía orien tació n de lo s delfines hacia la consecu ción de objetivos justifica que se hable de los bienes propios y característicos de los delfines, con el mismo fundamento con que la orientación de la acción humana hacia fines concretos permite hab lar de los bienes propi os y característicos de los seres humanos. Y en los delfines, como en los seres humanos, es obser vable una relación muy cercana entre la identificación y el lo gro de bienes concretos por parte de delfines concretos, y el desarrollo y florecimiento de esos mismos delfines según su na turaleza específ ica. ,—•—Sf:,,^ Si se atribuyen bienes a los delfines es lógico qué, también se les atribuyan razones para hacer una gran parte de lo que ha cen, puesto qvie en virtud de un similar reconocimiento de los bienes que le son propios se le atribuyen al ser humano razones para una gran parte de sus actos. Warren Quinn ha señalado que «una razón para actuar de cierta manera no es más que algo bueno en sí mismo que [la acción] realiza o ala que sirve, o, en su defecto, algo malo en sí mismo que[la acción] evita». De ma nera que si se le pide a una persona que exprese la razón por la que ha llevado a cabo una deteminada acción, ésta señalará el bien al que ha servido la acción, el bien hacia cuya realización estaba ónentaHaT Lo que hace que ésa afirmación sea falsa o 6
:
v
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Summa Theologiaela, 5, 3-5. 6. Santo Tomás de Aquino, 7. Warren Quinn, «Putting rationality in its place»,Morality en and Action,Cam bridge, Cambridge Univ ersity Press, 1993, pág. 234 (la cursiva es del srcinal).
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verdadera es el hecho de que la acción estuviese o no dirigida hacia la realización de ese bien concreto, y esa orientación no depende de lo que uno puede haberse dicho a sí mismo o lo que haya dicho a los demás antes de actuar o en el momento de ha cerlo, sino que es una consecuencia de que las acciones sean orientadas por lo que el individuo juzga que es su propio bien, aunque ese juicio permanezca inarticulado. A veces sucede que ía persona, que actúa por una razón, se diga a sí misma o diga a los demás algo así: «Haciendo A con tribuiré a que suceda B, y B es el bien que deseo alcanzar». Su razón para hacer A es que mediante A se consiga B; es decir que, según su cálculo, al hacer A logrará que suceda B puesto que,está, si calculara manera no también haría A deseee (a me nos, claro que existadealgún otrodiferente bien C que lograr y que se consiga mediante A). Eso significa que un agen te puede tener una idea adecuada de sus acciones, y sus accio nes pueden estar adecuadamente orientadas hacia su finalidad sin que el actor haya manifestado explícitamente el conjunto de razones que tenía para actuar del modo que lo hizo. Por lo tanto, el hecho de que especies de animales inteligen tes no humanos, como los delfines, carezcan de los recursos lingüísticos para articular y manifestar sus razones no es impe dimento para que se atribuyan razones a su acción. Lo que se ^ii Í < para atribuir razones a las acciones de miembros de dichas especies es identificar el conjunto de bienes que los miemb ros de la especie desean a lcanzar, el conjunto de cálculos a partir de los cuales las acciones son o pueden ser eficaces para lograr dichos bienes, y un conjunto de proposiciones con dicionales contrafácticas ciertas que permitan relacionar la orientación hacia el bien con los cálculos sobre la eficacia. De modo característico, esos tres aspectos se identifican en con u
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junció n uno con otr o. Así sucede con los seres hu man os y así sucede también con los delfines. Comer pescado es uno de los bienes en la vida de los delfi nes. Como es natural, la caza de peces es una actividad funda mental. Una descripción precisa de los acontecimientos que se suceden en el transcurso de la caza obliga a asentar la veraci-
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dad de proposiciones condicionales contrafácticas exactamente iguales a las que reqLieriría una descripción precisa del com portamiento humano. Pongamos un ejemplo: los delfines piloto presencia que buscan peces para la manada detectan su y los demás miembros de la manada, que han reconocido lo que su cede, modifican el rumbo de su nado, de modo que se unen a los delfines piloto y comienzan la caza. Al establecer la razón afirmando que tiene la manada para cambiar su rumbo, se está a la vez dos cosas: primero, que la manada no habría cambia do de rumbo para nadar hacia donde estaban los delfines piloto si no hubiese reconocido que éstos habían detectado la presen cia de peces; y segundo, puesto que los miembros de la manada
La investigación realizada por Hermán sobre esas capacidades le llevó a concluir, y no sé de ningún investigador que disienta de ello, «que en su mund o natura l, el del fín está bien prepa rado para percibir, reconocer, clasificar y recordar la multitud de so nidos e imágenes que recibe a través de sus sentidos auditivo o visual». Difícilmente puede exagerarse la importancia que tie nen para los delfines el sonido y la capacidad para ecolocar de los delfines y Hermán no sólo interpreta que aprenden a cono cer el srcen de los diferentes sonidos a partir de la experiencia, a lo largo del tiempo, y que lo confirman con la identificación visual y «a través de la observación social de las respuestas de otros a los sonidos», sino que añade que el aprendizaje «en los
ya participaban en los preliminares caza, sipiloto, no hubiesen cambiado de dirección para ir hacia de los ladelfines ello se debería o bien a que tuviesen otra razón de igual importancia para mantener el rumbo (por ejemplo, que hubiesen descubier to al mismo tiempo la presencia de peces justo delante de ellos, o bien a que hu en el rumbo en que ya habían estado nadando) biesen encontrado algún obstáculo o riesgo físico al dirigirse hacia los delfines piloto. Consideremos otra situación: cuando están buscando alimen to, los delfines ponen en práctica, primero, una táctica para lo grar su propósito, pero si en ese momento descubren que no re sulta eficaz, la cambiarán por otra. Bel'kovich y sus colegas describen episodios de ese tipo: cuando los delfines mulares, por ejemplo, intentan dirigir un banco de peces hacia la costa, para cercarlos ahí, pero cuando fracasan en su intento, conducen a los peces hacia el mar, donde se encuentra el resto de la mana da. Para esta interpretación resulta indispensable, desde luego, que haya un fundamento adecuado para atribuir a los delfines las capacidades de percepción y comunicación necesarias para
miembros¡más puede social ser apoyado «posiblemente través de algunajóvenes» clase de tutoría más directa por parte de a los adultos.» Las actividades que están implicadas en el aprendizaje a par tir de la percepción y en la posterior puesta en práctica de aquello que han aprendido, hacen que los delfines no sean sim plemente receptores pasivos de la experiencia. Además, al igual que el ser humano, el delfín disfruta con las actividades que re quieren el ejercicio de sus facultades y habilidades. Cuando Aristóteles afirma que toda actividad de percepción procura placer y que el placer se produce cuando la actividad ha sido concluida, su afirmación parec e ser tan cierta en el caso de los delfines como en el de los seres humanos. Pensemos ahora en toda la variedad de facultades que han atribuido a los delfines algunas de las personas que más han in teractuado con ellos: no sólo las facultades de percepción y atención hacia lo que se percibe, de reconocimiento, identifica ción y reidentif icación, sino tam bién la facultad de tener deseos y emociones y manifestarlos, de realizar cálculos, de albergar intenciones, de dirigir sus acciones hacia fines que constituyen
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ser conscientes de los hechos correspondientes. El comportamiento de los delfines en el océano y lo que han demostrado que son capaces de aprender con entrenadores hu manos prueban que los delfines cuentan con esas capacidades. 8. V. M. Bel'kovich y otrosop. , aí.,«Herd Structure, Hunting and Play», pág. 43.
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9. Ibid., pág. 357. 10. Aristóteles,Ética nicomáqueaX, 1174b, 20-21. 11. Ibid., 23-33. 12. En el sentido del logro y del placer que sienten los delfines en el logro, véase Pryor,op. cit, pág. 346.
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LA INTELIGENCIA DEL DELFÍN
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sus bienes específicos y, por lo tanto, de tener razones para ac tuar. Pero si hay justificación para hacer esas atribuciones, pre sumiblemente también habrá justificación para atribuir a los delfines pensamientos y creencias. Sería difícil, entonces, evitar la conclusión subsiguiente de que los delfines poseen determi nados conceptos y saben cómo utilizarlos. En este punto, por lo tanto, se entra en conflicto con los diversos argumentos filo sóficos que niegan la posibilidad de que tengan pensamientos, creencias, razones para actuar o conceptos los animales que carecen de lenguaje. Ahora bien: antes de analizar la relación de cada argumento concreto con la interpretación de la con ducta de los delfines y de otros animales, es necesario pregun tarse qué es lo que sus autores han entendido o entienden por «lenguaje». Nadie pone en dtida que los delfines poseen un sistema de comunicación sofisticado, como también lo tienen los chim pancés, gorilas y otros animales. En el caso de los delfines, aún queda mucho por entender sobre su sistema de comunicación, por lo que sería posible que fuese mucho más semejante al len guaje humano de lo que parece indicar la evidencia de que sé dispone hoy en día. Pero no hay duda de que tienen una capaci dad sobre sali ente par a un cier to "'tipo 'de'^mpi%hen¿$ nt'!Bngüística. Louis M. Hermán y sus colegas han inventado un len guaje acústico artificial simple y han enseñado a los delfines a entender frases formuladas en ese lenguaje y a responder a ellas; los delfines que han sido educados de ese modo son capaces de identificar una diversidad de objetos y de acciones cuando se les habla usando frases del mencionado lenguaje. Según Her mán, esa capacidad implica sensibilidad para las diferencias sintácticas en tre frases y para los cambios en el orden de las pa labras, pero también la facultad de distinguir entre frases con 13
una sintaxis normal y frases que se salen de la norma. duda alguna se trata de un logro de enorme importancia para evaluar la capacidad comunicativa y lingüística de los delfines;
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13. Louis M. Hermán, «Whal the dolphin knows or might know in its natural world», en Pryor y Norris, op. cit., pág. 351.
no obstante, una idea exacta de su trascendencia sólo puede surgir de su comparación detallada con el aprendizaje de los miembros más jóvenes de la especie humana y con la forma como adquieren el lenguaje. Por esta razón dejo por el momen to de lado los debates sobre ese logro, con el fin de que el argu mento pueda desarrollarse de acuerdo con las tres fases pro puestas. En primer lugar, caracterizaré de manera improvisada e incompleta, aunque espero que adecuada, algunos de los ras gos más destacados y característicos de los lenguajes humanos. A continuación, analizaré aquellos argumentos filosóficos que, partiendo de ciertas premisas sobre la naturaleza del lenguaje humano, llegan a la conclusión de que los animales no humanos, por muy inteligentes que sean, son incapaces de tener pensamien tos, creencias, razones para actuar y conceptos. Por último, me plantearé qué relación tienen esos argumentos, en la medida en que sean sólidos, con el problema de la caracterización correcta del comportamiento inteligente de los delfines.
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4 ¿PUEDEN TENER CREENCIAS LOS ANIMALES QUE CARECEN DE LENGUAJE? ¿Cuáles son las características más destacadas y propias del lenguaje humano, manifiestas en los más de cuatro mil qui nientos lenguajes naturales que posee la cultura humana? En primer cada lenguaje natural de posee un vocabulario: conjuntolugar, de palabras y un conjunto expresiones, muchas un de las cuales consisten en una serie de palabras («bueno en», «es rojo») y no una sola. Los hablantes de cada lenguaje concreto poseen un conjunto de fonemas compartidos que les permite pronunciar esas expresiones de manera reconocible y en oca siones poseen un conjunto de señales gráficas que sirven para la expresión escrita. En segundo lugar, todo lenguaje tiene una serie de reglas para combinar expresiones y formar frases. Es tas reglas forman la sintaxis del lenguaje. Las frases simples (que pueden descomponerse en expresiones, pero no en otras frases) pueden combinarse de diferentes maneras para formar nuevas frases, de extensión y complejidad ilimitadas. En tercer lugar, los tipos de expresiones con las que se construyen las fra ses son: nombres, descripciones definidas, predicados, cuantificadores, demostrativos, pronombres e indicadores tales como «aquí» y «ahora», y esas conexiones lógicas que hacen posibles la negación, la disyunción, la conjunción y las relaciones de im plicación, vinculación y equivalencia lógic a. Si se quiere enten der lo que las expresiones significan y proporcionar al lenguaje
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su dimensión semántica, es necesario comprender la relación que existe entre un nombre y aquello que se nombra, entre una descripción y lo que se describe, entre un demostrativo o un pronombre y aquello a lo que hace referencia y entre indicado res como «aquí» y «ahora» y las ubicaciones de tiempo y espa cio a las que se refieren. No obstante, para poseer un lenguaje y saber utilizarlo no basta con disponer de un conjunto de expresiones, saber cómo organizarías en concordancia con las reglas sintáticas o ser ca paces de relacionar los nombres con sus portadores («Fido» con Fido), los predicados con propiedades («verde» con verde) y los indicadores con aquellos a lo que hacen referencia, etcé tera. También es necesario saber utilizar las oraciones para ejecutar actos de habla (empleo «actos de habla» para incluir la escritura) tales como afirmar, interrogar, pedir u ordenar, asentir o prometer y otros similares, y entender los contextos en que esos usos son adecuados. Además, también se debe sa ber cómo realizar cierta clase de tareas lingüísticas mediante actos de habla: anunciar la solución de un enigma con una afirmación, expresar una duda formulando una pregunta, in dicar un objeto de deseo con una petición y así seguidamente. Expresar, a intervalos regulares, oraciones impecables desde el punto de vista sintáctico no implica que se tenga capacidad para usar el lenguaje; ni siquiera el uso de esas oraciones para la expresión de una serie de actos de habla significa que se po sea esa capacidad. El uso de las oraciones en actos de habla debe servir a un propósito inteligible ulterior; inteligible en términos de la situación y propósitos del agente, y_eñ términos del contexto social. Él individuo efectivamente comunica lo que quiere decir cuando formula una oración sintácticamen te ordenada de tal manera que expresa cierto tipo de acto de habla, ejecutado de modo que sirva a un propósito, inteligible (generalmente claro para cualquier observador que conozca el mismo lenguaje). Es necesario resaltar muy especialmente dos aspectos de este argumento. El primero es que en esta explicación, el uso del lenguaje está inserto siempre en las formas de la práctica
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social y para entender bien lo que en ocasiones concretas se dice en un determinado lenguaje hace falta tener por lo menos algunas de las capacidades de quienes participan en la práctica social correspondiente. A menudo, esto suele pasar con fre cuencia inadvertido en el aprendizaje elemental de una lengua extranjera, sobre todo cuando se trata del lenguaje de alguna cultura muy cercana a la propia. Muchas de las situaciones sociales típicas están sumamente estereotipadas y las oraciones que en ellas se utilizan suponen de antemano o hacen referen cia a situaciones sociales en sentidos que ya emplean la capa cidad requerida (como en los libros de frases para aprender idiomas: «¿Dónde está la parada de autobús más próxima, por favor?», «¿Cuánto cuesta esteresulta libro?»). la diferen cia cultural es importante, fácilPero quecuando se fracase en la comunicación y se malinterpreten las intenciones incluso sa biendo construir frases en otra lengua, si no se conoce sufi cientemente bien las prácticas sociales pertinentes o se carece de la capacidad para participar en ellas comprendiendo su sig nificado. Bernard S. Cohn ha descrito un ejemplo clásico: los europeos, especialmente los británicos, que viajaban a la India durante los siglos xvn y xvm intepretaban la práctica de dar y recibir regalos como si se tratase de un intercambio comercial según el cual «todas las cosas y todas las personas tienen un "precio"»; la consecuencia era una interpretación errónea de las creencias y las intenciones que podrían haberse comunica do correctamente si los británicos hubiesen sido instruidos en las prácticas sociales vigentes en la India. La incomprensión en este caso no se debía a ninguna particular ineptitud en lo que se refiere a las habilidades de construcción o desglose de oraciones. Podría preguntarse por qué son importantes para el argu 1
mento nos ocupa ejemplos éste. La respuesta es que entre losque animales no hum anoscomo de las especies a las que vamos a referirnos especialmente, el éxito en la comunicación de creen1. Bernard S. Cohn,Colonialism and Its Forms of Knowledge, Princeton, Princeton University Press, 1996, págs. 18-19.
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cías e intenciones se halla tan integrado en las prácticas socia les como en el caso del ser humano. Esto es igualmente cierto en la comunicación entre miembros de una misma especie, en el contexto de la vida social de una manada de delfines o de leones por ejemplo, como en la comunicación que se establece entre ios seres humanos y los demás animales en los muy pe culiares contextos sociales que genera el entrenamiento. Desde luego, hay que tener cuidado para no establecer una equipara ción entre aquello que los miembros de una u otra especie son capaces de hacer en su habitat natural, aislados de todo con tacto con el ser humano, con lo que llegan a ser capaces de hacer como resultado de un entrenamiento. Si se toma en
gue a un gato; el gato ha trepado a un árbol y el perro espera ansioso bajo el mismo: es posible decir que el perro piensa que el gato está en el árbol. Pero no es posible decir de un perro, o de ningún otro ser vivo que carezca de lenguaje, que tiene el pensamiento de que... Pues «aunque se emplee la palabra "pen sar" referida a los animales y se utilice como un verbo transiti vo con una frase preposicional como objeto, ello no implica que el animal haya formulado una proposición o haya pensado en una proposición». De esta manera, Malcolm equipara tener Un pensamiento con tener en mente alguna proposición, y una proposición debe ser susceptible de ser expresada en lenguaje: «Por lo tant o, estoy de acue rdo con los cartesia nos en que no es
cuenta advertencia, es posible hacer en inferencias santes aesta partir de lo que puede observarse animales intere entre nados. Dicha observación, por ejemplo, puede enriquecer el conocimiento que se tiene de las facultades de una u otra espe cie, de manera que cuando se observe su comportamiento en su habitat natural sea posible identificar el ejercicio de esas fa cultades. Soy plenamente consciente de que es muy limitado lo que he dicho sobre los diversos aspectos del lenguaje y sobre su uso en lo que se refiere a vocabulario, sintaxis, semántica, la ejecución de actos de habla y su inserción en las prácticas sociales; pero acaso sea suficiente para explicar y evaluar las diversas afirma ciones de algunos filósofos contemporáneos que suponen que la carencia de lenguaje en los animales implica también otra se rie de carencias. A continuación me voy a ocupar de esos argu mentos, comenzando con algunas de las ideas propuestas por Norman Malcolm. La preocupación central de Malcolm, en el ensayo en que expuso estas ideas, era la afirmación de Justus Hartnack de que «no puede haber pensamientos ni es posible
posible la capacidad para albergar pensamientos a los animalesatribuir que carecen de lenguaje». No obstante, Malcolm no estaba de acuerdo con los carte sianos en un sentido muy importante. Descartes negaba que los animales pudieran tener pensamientos porque negaba que los animales pudieran tener cualquier tipo de vida mental. Malcolm no aporta fundamento alguno para sostener esa ne gación. Él se limitó a decir que los animales sin lenguaje no pueden formular proposiciones y considerarlas con indepen dencia de su comportamiento. Nadie que utilice la palabra «proposición» en el sentido en que lo Hizo Malcolm podría es tar en desacuerdo con él; pero nada de lo que dice obliga a concluir que los animales que carecen de lenguaje no pueden tener, por ejemplo, creencias. Del perro de Malcolm, quizá pu diera decirse que cree que el gato está subido al árbol. Para ex presar esta creencia no necesita del lenguaje, del mismo modo que el ser humano tampoco necesita del lenguaje para expre sar muchas de sus creencias. Además, el perro actúa de acuer do con su creencia, por lo que puede al menos preguntarse si
pensar si no hay lenguaje». respuesta de Malcolm en distinguir lo que significaLaatribuir la capacidad de consistió pensar y la de tener un pensamiento. Pensemos en un perro que persi-
la también creencia lees proporciona sólo la causaa éste del comportamiento del perro, si una razón para actuar comoo lo hace. No obstante, llegados a este punto surgen algunas difi-
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and Knowledge, 2. Norman Malcolm, «Thoughtiess Brutes», Ensayo 2,Thought en Ithaca, Cornell University Press, 1977. 3. Justus Hartnack, «On Thinking»,Mind, en 81, 1972, pág. 551.
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4. Ibid.,p&g. 50. 5. Ibid., pág. 50.
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cuitadas mayores, puesto que ni siquiera es posible formular esta pregunta a menos que efectivamente esté justificado atri buir a los perros la capacidad de albergar creencias. Y existen numerosos y diversos argumentos cuya conclusión es que no es posible atribuir creencias a ningún animal que no tenga len guaje. Cuatro de esos argumentos tienen una especial impor tancia. . Donald Davidson ha expuesto dos de ellos en un ensay o cuya tesis principal es «que ningún ser puede albergar pensamientos a menos que sea un intérprete del habla de otro». La primera afirmación de Davidson se funda en un argumento cuyo resul tado «plantea que la atribución de deseos y creencias (y otros 6
pensamientos) debedeterminar ir de la mano conotro la interpretación ha bla». Es posible lo que individuo ha del elegido sólo si es posible también atribuirle a ese mismo individuo el conjunto de creencias pertinente: «La persona que toma una manzana en lugar de una pera cuando se le ofrecen ambas pue de estar expresando una preferencia por lo que está en la mano izquierda y no en la derecha, por lo que es rojo y no lo que es amarillo, lo que ha visto primero o lo que ha calculado que es más caro». «Si se piensa que todas las elecciones revelan una preferencia, que dicen que una frase es cierta y no la otra», ha brá que reconocer que la interpretación de lo que el otro indivi duo quiere decir con sus frases y la correcta atribución de de seos y creencias son tareas inseparables. Pero con seres que no ,. tienen capacidad para expresar frases, resultará entonces impo nible contar con los fundamentos suficientes para atribuir créen la cias o deseos concretos y definidos. ^ Esta conclusión conduce de mane ra natu ral a una nueva # pregunta: Si no se dispone d el fundamento suficiente para atri buir creencias o deseos concretos y definidos a quienes carecen 7
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de lenguaje, ¿hay fundamentos para atribuirles la capacidad 6. Donald Davidson, «Thought and Taik», capítulo 11Truth de and Intérpretation, Oxford, Clarendon Press, 1984, pág. 157 (trad. cast.: De la verdad y de la interpretación, Barcelona, Gedisa, 1989). 7. Ibid, pág. 163. 8. Ibid, pág. 163.
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para tener alguna creencia? Davidson expone un segundo argu mento que parece aportar razones concluyentes para sostener que no es posible. El argumento se desarrolla en dos fases. En la primera, Davidson llega a la conclusión de que sólo pueden tener el concepto de creencia los miembros de una determina da comunidad de habla que participan en la intepretación del habla de los demás, atribuyéndoles creencias. De manera que sólo aquellos que tienen lenguaje pueden tener el concepto de creencia. Davidson se pregunta a continuación: «¿Puede un ser vivo tener creencias si carece del concepto de creencia?». Su respuesta es que no, puesto que sólo puede tener creencias aquél que «entienda la posibilidad de errar», y eso es algo que requiere que se entienda la diferencia que existe entre una creen cia falsa y otra verdadera. De ahí que sólo puedan tener creencias quienes posean lenguaje. Stephen Stich ha formulado un tercer argumento que expo ne las dificultades existentes para atribuir creencias a los ani males que carecen de lenguaje. Stich ofrece el mismo ejemplo que Malcolm, excepto que el perro, Fido en esta ocasión, ha acorrala do a una ardilla en un roble: «resultaría de lo más natu ral decir que el perro cree que la ardilla se encuentra subida al roble». Pero, ¿es eso realmente lo que el perro cree? «¿Acaso no existe un sinnúmero de posibles seres vivos que no son ardi llas pero que Fido trataría del mismo modo como trata a las au ténticas ardillas?» Por otra parte, el perro no distingue lo vivo de lo inanimado o a los animales de las plantas. «¿Cómo se puede sostener que el perro cree que se trata de una ardilla, si ni si quiera sabe que una ardilla es un animal?» Los problemas que surgen cuando se tra ta de atribuir al perro una creencia sobre las ardillas surgen igualmente si se pretende atribuirle una creen cia sobre los árboles. Dado que el perro carece de un lenguaje 9
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9. Ibid, pág. 70. 10. Stephen Stich, «Animal Beliefs» 5.5, From folk psychology to cognitive science: The case against belief, Cambridge, Mass., MIT Press, 1983; véase también su trabajo anterior «Do animáis have beliefs?», Australasian en Journal ofPhilosophy 57, 1 1979 11. Ibid., pág. 104. 12. Ibid., pág. 105.
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para el cual haya un uso común que determine el empleo de «ardilla» y «árbol», ¿cómo es posible ofrecer una caracteriza ción de la creencia del perro? Es importante tomar nota de que la conclusión de Stich di fiere de la de Davidson en un punto interesante. Stich compara a quienes han estudiado las creencias de los animales centran do su atención en contrastes «en los que sólo resulta adecuada una similitud superficial» y que, por lo tanto, no han encontra do problemas para atribuir creencias a los animales, con aque llos otros, como Davidson, que se han interesado por «contras tes que subrayan semejanzas más sutiles», y a partir de esto han llegado a la conclusión de que la atribución de creencias a los animales es un error. En su ensayo anterior, Stich había concluido que «la cuestión de si los animales tienen creencias es discutible», pero posteriormente ha llegado a la conclusión de que en el contexto de ciertas situaciones de diálogo, atribuir una creencia a un animal concreto en una circunstancia concre ta puede ser válido, mientras que la atribución de esa misma creencia al mismo animal ante los mismos hechos será errónea en circunstancias diferentes. John Searle ha apuntado un cuarto argumento, aunque su no ofrece un intención al exponerlo era precisamente decir que fundamento suficiente para negar que se puedan atribuir esta dos intencionales, como los de las creencias y los deseos, a ani males que carecen de lenguaje. El argumento se desarrolla de la siguiente manera. En los casos en que está justificada la atri bución de creencias, siempre es posible distinguir entre el esta do de creer algo y estados tales como los del simple suponer, adivinar, sentirse inclinado a pensar, conjeturar y otros simila res. Pero estas distinciones sólo pueden emplearse referidas a seres que son capaces ellos mismos de distinguir tales estados, 13
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13. Ibid., págs. 105-106. 14. Ibid., pág, 106. Midwest Studies in Philosophy XIX; Philosop15. John Searle, «Animal Minds», en hical Naturalis m,P. A. French, T. E. Uehling, Jr. y Howard K. Wettste in (comps.) , Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1994, pág. 210. En este debate tengo una gran deuda con el ensayo de Searle.
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y sólo pueden hacerlo los seres que poseen lenguaje; de ahí que el concepto de creencia no pueda aplicarse a quienes carecen de lenguaje. ¿Qué se puede concluir de estos cuatro argumentos? Como expondré a continuación, mi opinión es que todos ofrecen algún aspecto interesante, pero ninguno aporta una justificación sufi ciente para negar que tengan creencias quienes carecen de len guaje. Permítanme que comience analizando el argumento de Davidson sobre la verdad y la falsedad. No hay duda de que Da vidson tiene razón al sostener que sólo el lenguaje permite re flexionar sobre la verdad o falsedad de las creencias y, por lo tanto, evaluar reflexivamente cualquier creencia concreta. Pero no hace falta el lenguaje para señalar la distinción más elemen tal entre lo que es verdadero y falso. Searle recurre de nuevo al ejemplo del perro que ladra al gato que está en el árbol y pregunta: «¿Por qué, repentinamente, deja de ladrar al árbol y se dirige corriendo al patio del vecino? Porque no cree que el gato esté en el árbol ahora, sino en el patio del vecino; porque acaba de ver (y de oler, sin duda) al gato meterse corriendo en el pa tio del vecino... Lo que importa es que los animales corrigen con tinuamente sus creencias, de acuerdo con sus pecepciones». És decir, que hay un reconocimiento rudimentario de la distin ción entre verdad y falsedad incorporado en la forma como cambian las creencias del animal, siguiendo los cambios en el objeto percibido. Aunque el animal no pueda hacerlo, nosotros sí podemos describir su comportamiento correctamente dicien do que reconoce que ya no es cierto que... Así sucede con mu chas otras especies, y así sucede también con el ser humano. En el caso del ser humano también existe una distinción prelmgüística elemental entre lo verdadero y lo falso, incorporada en el cambio de creencias que surge como respuesta inmediata a la percepción de cambios Al en hablar el mundo y sedistinción traduce enprelincam bios en el comportamiento. de una gtiística, no quiero decir que exista sólo en la fase más tempra na de la vida, cuando aún no se ha aprendido a hablar. Incluso 16. Ibid, pág. 212.
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después de haber aprendido a distinguir lo que es verdadero de lo que es falso mediante diversos recursos lingüísticos, el ser humano sigue distinguiendo ambas cosas de ese modo prelingüístico; si no fuese así, resultaría difícil comprender cómo es capaz de utilizar las palabras «verdadero» y «falso» y otras se mejantes. La adquisición de lenguaje pemite describir las dis tinciones prelingüísticas y no lingüísticas, y reflexionar sobre ellas de varios modos, pero existe una continuidad importante entre la capacidad" preiingüística y la lingüística: la prime ra proporciona la materia que es descrita mediante el ejercicio de la segunda, y al hacerlo impone límites al empleo de los con ceptos lingüísticos de verdadero y falso. De modo que sería prudente pensar en los miembros de al gunas otras especies: perros, delfines, gorilas, chimpancés y otros, como seres prelingüísticos en lugar de no lingüísticos. Es importante tener esto en mente al analizar los otros tres argu mentos: el argumento de Davidson de que la conducta resulta insuficiente por sí misma para determinar cuál entre varias po sibles creencias (o deseos) alberga un individuo en un momen to dado; el argumento de Stich sobre la indeterminación se mántica de los términos que se emplean para atribuir creencias a los animales carentes de lenguaje, y el argumento expuesto, aunque no suscrito por Searle, cuya premisa fundamental es que en las supuestas creencias de animales que no usan el len guaje no es posible distinguir entre los varios modos psicológi cos: distinguir la creencia tentativa de la creencia sin reservas, y otras modalidades similares. Estos tres argumentos poseen algo en común: todos mues tran que, en algún aspecto concreto, no es posible atribuir a los animales carentes de lenguaje creencias con el tipo de defini ción que es posible gracias a la posesión y al uso de lenguaje. Las argumentos no se refieren únicamen te a conclusiones los límites dede lo estos que puede atribuirse a los animales carentes de lenguaje, sino a los límites de las capacidades que poseen. Lo que hay que pregunta r es si dichos argumentos demu estran efec tivamente que los animales que no usan lenguaje son incapaces de tener creencias. Mi opinión es que no, por dos razones .
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Pensemos primero en un ejemplo. Un experto me ha contado que cuando un gatito se encuentra por primera vez con una mu saraña, lo habitual es que la trate como si fuese un ratón. Esto es, intenta atraparla y, si lo logra, juega con ella, la mata, la des pelleja parcialmente y se la come. A continuación, el gato se pone terriblemente enfermo, por lo que no vuelve a molestar a las mu sarañas nunca más. Desde ese momento aprende a distinguir en tre una musaraña y un ratón. Lo que sus acciones muestran que cree respecto a las musarañas es ya distinto de lo que muestran que cree sobre l os ratones. ¿Cómo debe caracterizarse el cambio en las creencias del gato? Desde luego, no se trata de que el gato no creyese antes, pero cree ahora que hay que distinguir a los ratones de ylasStich musarañas comoque comestibles. Los argumentos Davidson recuerdan lo que distingue el gato nodees precisamente lo mismo que distingue el ser humano al emplear los términos «ratón» y «musaraña». Una primera aproximación podría ser decir algo así como que el gato ahora cree que no-hayque-comer o hay-que-evitar los objetos-vivos-que-tratamoscomo-musarañas. Pero lo importante no son descripciones tan complicadas, y que aún podrían complicarse mucho más, sino la posibilidad de reconocer improvisadamente (aunque sea improvisadamente) las distinciones y creencias del gato a partir de las nuestras, y además observar cómo el gato afina sus distin ciones y corrige sus creencias a través de su propia experiencia. La creencia del gatito es indeterminada también en otros sentidos. Al no tener lenguaje no dispone de cuantificadores, por lo que no es posible caracterizar su creencia diciendo que cree que todas las musarañas son perjudiciales para los gatos, o bien que cree que al menos algunas musarañas son perjudicia les para los gatos. Como apunta el argumento de Searle, tampo co es posible decir que cree, con bastante certeza, que algunas musarañas son perjudiciales para los gatos o bien que sólo cree que es probable que algunas musarañas sean malas para ellos. Pero nada de eso permite concluir que el gato no tenga creen cias o que no las haya cambiado. Las creencias indeterminadas son creencias y el cambio de una creencia indeterminada es un cambio de creencias.
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Parte de la importancia de este tema se manifiesta en una se gunda línea de argumentación, que se refiere al ser humano y no ( a los gatos, porque las creencias humanas con frecuencia son inj deter min ada s de ma ne ra aná log a. Pense mos en cie rtas actitudes i y conductas que tienden a evitar algo. Puede suceder que veamos en alguien, o en nosotros mismos, una tendencia a evitar cierto tipo de situaciones: encontrarse con alguien, tomar una determi nada comida o hacer un viaje. ¿Qué tipo de creencia supone esta conducta? En ocasiones, resultará ser una creencia tan indeter minada como la del gato en cuanto a los cuantificadores y las mo dalidades psicológicas. Ahora bien: a diferencia del gato, el ser humano puede reconocer esa indeterminación como un primer paso encaminado a precisar más,esa creencia o a inducir a al guien más a precisar su creencia. Pero el ser humano comparte otras cosas con algunos animales que no usan lenguaje, y no sólo el fenómeno de la indeterminación de las creencias. Ya he señalado que en algunos aspectos, aunque no en todos, las creencias de cierta clase de animales que no usan lenguaje pueden ser reconocidas a partir de las nuestras (ésta es precisa mente la tesis que defiende Stich) y es posible hacerlo porque, hasta cierto punto, se puede establecer una correspondencia entre nuestras formas de reconocimiento perceptivo, identifica ción, reidentificación y clasificación y las suyas. También hemos anotado que la investigación mediante la percepción y la aten ción hacia lo que se percibe desempeñan a menudo el mismo papel en otros animales y en el ser humano. Ahora, es posible ir más allá. Pensemos en el niño humano, que aún no tiene ca- * pacidad para usar el lenguaje pero que ya investiga con interés su entorno, presta atención, reconoce, reidentifica, distingue y clasifica y, como resultado de esa investigación, actúa de acuer do con creencias y, de vez en cuando, cambiando sus creencias. Las distinciones que realiza el niño como resultado de su re conocimiento, sus identificaciones y clasificaciones, pueden ser equiparadas con las nuestras y es posible reconstruir sus creen cias a partir de las nuestras, tal como hacemos en el caso de animales no humanos. En el caso del niño, lo hacemos con bas tante seguridad, incluso a veces con mucha más seguridad de la
que estaría justificada, porque sabemos que cuando el niño aprenda a hablar y a articular sus creencias en frases, hacien do distinciones mediante adjetivos, sustantivos y verbos, esas creencias y esas distinciones serán sustancialmente las mismas que las nuestras, en todos aquellos aspectos en los que recono cemos la identidad y la diferencia. Está claro que al adquirir el lenguaje, el niño sustituye muchas de sus creencias indetermi. ^ P H?^determinadas, y que al hacerlo encuentra nuevas maneras de corregirlas y de añadirles algo. Pero el con tenido de sus creencias, tanto las determinadas como las inde terminadas, continúa dependiendo de un conjunto de reconoci mientos, identificaciones y clasificaciones discriminatorias que a
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or creeric:
son compartidas, en unaespecies, medida tanto muy las considerable, miembros de diferentes que utilizanporel los len guaje como las que no lo utilizan. Espero que esta explicación saque a la luz los dos aspectos en que se asemejan ciertas creencias del ser huma no y de los miem bros de algunas especies no humanas. Primero, he planteado ^. aj ^u na s^ creencias del ser huma no son tan indeterminadas como las que puedan tener los perros, los monos o los delfines El ser humano expresa precisamente este tipo de creencias me diante las diversas formas en que se mueve irreflexiva o prerreflexivamente en el mundo natural y social, con un comportamien to corporal que hace que su interacción con las cosas y los animale s resulte de una ma nera y no de otra, y que da expresión a una serie de creencias derivadas de la percepción. En este pla no, la forma como deben ser descritas las creencias de otros se res huma nos es, en ocasiones, t an problemática como lo es en el caso de los perros, monos o delfines. En segundo lugar, incluso cuando el ser humano, haciendo uso del lenguaje, se vuelve reflexivo y es capaz de expresar en ^. frases bien construidas lo que apr ende medi ante la percepción, sigue dependiendo en gran medida del mismo tipo de reconocí- f ¡JjP h mieñtos, discriminaciones y ejercicios de atención perceptiva Jjfi con que contaba antes de po der usar sus facultades lingüísticas. Eso significa que, en sus creencias, utiliza y expresa exactamente H j kfi el mismo tipo de reconocimientos, discriminaciones y ejercicios fi
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de atención perceptiva que utilizan y expresan ciertas especies de animales no human os en las creencias que guían su acción. Una gran parte de lo que el ser humano tiene de animal inteligente no es específicamente humano, pero eso puede no ser visto con claridad si se supone que existen argumentos bien fundados para concluir que los seres que carecen de lenguaje no pueden tener creencias o que su acción no puede ser motivada por creen cias. Sin embargo, esa conclusión, según lo he tratado de expo ner, no puede justificarse ni siquiera por los argument os má s fir mes que se han aducido hasta el momento a su favor. He recurrido a ejemplos tan manidos de perros persiguiendo a gatos o ardillas debido a que son los que predominan en los estudios recientes, aunque hubiese podido defendersobre más fácilmentemás el punto que me interesa aludiendo a ejemplos la diversidad de comportamientos de los delfines, los gorilas o los chimpancés, en su habitat natural y en sus relaciones sociales, o incluso de perros participando en relaciones más complejas y en actividades más exigentes. Para reforzar y ampliar la defen sa de mi argumento va a ser necesario tener en cuenta justa mente ese tipo de ejemplos, incluyendo ejemplos de capacida des exhibidas en cierta clase de interacción, con seres humanos y como resultado de esa interacción. Pensemos en uno. Los del fines mulares que habían aprendido a entender frases en él len guaje acústico artificial inventado por Hermán y sus colegas no sólo eran capaces de distinguir la frase «Lleva la tabla de surf al frisbee» de la frase «Lleva elfrisbee a la tabla de surf», sino que también podían entender instrucciones nuevas, formadas a partir de nuevas combinaciones de palabras en un orden sin táctico reconocible, e incluso, en algunos casos, instrucciones que suponían una ampliación desconocida hasta entonces de las reglas sintácticas. 17
hechos son interesantes porque muestran aque la capaci dadEstos de los delfines para reconocer referencias objetos puede adoptar una forma lingüística, y eso sólo es posible en virtud de sus capacidades prelingüísticas. La identificación y reidentifica17. Op. cit.
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ción de objetos mediante la percepción, previa a cualquier com prensión del lenguaje, es una condición necesaria para poder cap tar, posteriormente, las dimensiones referenciales de las frases que los delfines aprenden de Hermán y sus colegas (y lo mismo sucede con los humanos). Es decir: sus hábitos de percepción y sus actividades perceptivas les han preparado para ta compren sión lingüística y los han aproximado mucho a ella. Lo que planteo es que se puede comprender mejor a los seres | humanos si se toman en cuenta los tipos de creencias y compor-' tamientos que comparten con otras especies de animales inte- í lígentes, como los delfines, y si se entiende que las acciones y creencias humarías se desarrollan a partir de esos rasgos com -i partid os y que en cierta medida, siempre depen den de ellos. Asi mismo, para entender el comportamiento y las creencias de los miembros de dichas especies es necesario considerar que, en as pectos importantes, los aproximan a la condición de quienes usan el lenguaje. También he afirmado que los argumentos que / niegan la posibilidad de que los animales carentes de lenguaje \ tengan creencias, no han justificado sus conclusiones. Pero hay más argu mentos que hace falta discu tir (¿
5 ¿CUAN POBRE ES EL MUNDO DEL ANIMAL NO HUMANO? Todos los filósofos cuyas obras he estudiado hasta el mo mento pert enecen a una u otra versión de la tradición de la filo sofía analítica, pero no es la única tradición que ha trazado, en mi opinión, una línea divisoria rígida y poco esclarecedora en tre el ser humano y los animales no humanos. Heidegger trazó esa línea en el curso-conferencia de 1929-1930. Anteriormen te, en El ser y el tiempo, Heidegger sólo se había referido de pa «21er», de sada a los animales no humanos. (Heidegger utiliza acuerdo con la acepción común en alemán, para referirse ex clusivamente a los animales no humanos; de modo que cuando exponga sus ideas, emplearé, como sus traductores, la palabra «Tier».) Más tar «animal» cuando él utilice o hubiese utilizado de, en Carta sobre el humanismo, de 1946, se referiría al carác ter «casi insondable, abisal» del «parentesco corporal» entre el ser humano y los animales. Sólo en las conferencias dictadas entre 1929 y 1930 abunda en el tema. Las conclusiones de Heidegger son radicales. El ser humano 1
«forma él (weltlos) mundo» y (weltbildend), la piedraenesmundo» por completo «sin (weltarm). mundo» el animal es «pobre
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1. Publicado en su versión inglesa por W. McNeill y N. Walker como Heidegger, The fun damental concepts of Metaphysics: World, Fin itude, SoliBloomington tude, and Indianapolis, Conceptos fundamentales, Indiana University Press, 1995 (trad. cast.: Madrid, Alianza, 1994).
2. Ibid.,§49-50.
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Esta pobreza se expresa en el hecho de que un animal «sólo pueda comportarse [sich... benehmen] pero nunca pueda apre hender [vemehmen] algo como algo, lo que no supone negar que el animal vea o incluso que perciba en un cierto sentido. Sin embargo, en un sentido fundamental, el animal carece de percepción.» ¿De qué carece el animal? El animal es cautivo de su entorno. En ese entorno se en cuentra con «aquello que desinhibe [...] el impulso del instinto» y «le permite moverse según ciertos impulsos instintivos». Pero lo que desencadena la conducta iniciando el impulso instintivo «no es nada duradero que pudiera oponerse al animal como un posible objeto». El animal tiene una «incapacidad esencial para estar atento hacia» aquello que ha desatado su impulso instin tivo. Su ser, atrapado de esta manera por algún aspecto del en torno, «no implica nunca estar atento a los seres». ¿Qué signi fica esta incapacidad para la atención? La discusión de Heidegger, a diferencia de sus homólogos analíticos ingleses, utiliza ejemplos extraídos de una gran varie dad de animales distintos. Al inicio del argumento aparece un perro domesticado, aunque posteriormente es posible encon trar una amplia variedad de abejas, mariposas, cangrejos de agua dulce, lagartijas, erizos de mar, polillas y pájaros carpinte ros; además, cuando aparece una ardilla, no es perseguida por un perro sino que es un pájaro carpintero el que la observa fija mente. No aparecen lobos, ni elefantes, pero tampoco gorilas, chimpancés ni delfines, lo que no deja de ser significativo. La importancia que tiene esta selección de animales sólo se escla recerá al analizar la forma como Heidegger fundamenta su con clusión acerca de la incapacidad de los animales para prestar atención. De cualquier modo, es importante señalar de inmediato que aunque los ejemplos escogidos por Heidegger sólo perte necen a ciertas especies de animales, sus conclusiones hacen re3
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3. 4. 5. 6. 7.
Ibid., pág.
259. Ibid.,págs. 255-256. Ibid., pág. 256. Ibid., pág. 256. Ibid., pág. 259.
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ferencia a los animales no hum anos en c uanto tales. ¿A qué se debe que esos animales no posean la facultad de «prestar atención a otros seres»? Lo que los animales no tienen es una aprehensión de aquello con lo que se relacionan «en cuanto algo», «en cuanto algo pre sente a la mano, en cuanto ser». La lagartija sobre ía roca puede en cuanto roca. tener una cierta conciencia de la roca, pero no La luz orienta a la abeja en el vuelo, pero ésta no es consciente de la luz que incide en ella en cuanto luz. Los seres se manifiestan para el ser humano en cuanto lo que son en cada caso concreto. No se manifiestan del mismo modo para los animales; de ahí que los animales no puedan estar atentos a los seres, pues éstos 8
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no se hacenespresentes Para crearpor un eso mundo tener un mundo necesariapara esaellos. presentación, los yanima les son pobres en mundo; no están completamente sin mun do, como le sucede a ía roca, pero tan sólo poseen una forma incompleta y empobrecida de experiencia. Ser pobre en mundo es inseparable del hecho de ser cautivo del entorno; de hecho, deriva de ese cautiverio, que supone «una absorción en la totalidad de los impulsos instintivos en in teracción», estar «absorto en su impulsividad». De manera «otredad cualitativa del mun que lo que Heidegger denomina la do animal» está estrechamente vinculada a un tipo de rela ción del organismo con su entorno en que el organismo no pue de liberarse del «anillo circundante» del entorno, sino que entra en actividad sólo en el momento en que el entorno desinhibe sus impulsos. ¿Cómo ha de evaluarse esta caracterización del «mundo animal»? Resulta incompleta en dos sentidos distintos aunque relacio nados entre sí. En primer lugar, descansa en una caracteriza ción de animales no humanos en cuanto tales y supone implíci11
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8. Ibid., pág. 248. 9. Ibid., pág. 198. 10. Ibid., pág. 247. 11. Ibid., pág. 271. 12. Ibid., pág. 259. 13. Ibid., pág. 264.
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tamente que las diferencias entre las especies no humanas no tienen ninguna o casi ninguna importancia en aspecto relevante alguno. De manera que no importa de qué especies concretas se extraen los ejemplos. Ya he llamado la atención sobre el sesgo de la selección de ejemplos ofrecida por Heidegger; ahora bien: ¿Por qué trató Heidegger el mundo de los animales no humanos sólo es como si fuese homogéneo? Porque, según su argumento, posible compr ender a l os animales no h uman os en comparac ión con la condición del ser humano, y lo que comparten todos los animales no humanos es que carecen de aquello que tiene el ser humano: una relación con los seres en la que no sólo se revelan los seres, sino también la diferencia entre los seres y el ser. Esa relación de la «en capacidad humano para aprehen cuantodel tal ser y tal». der lo quedepende aprehende El «en cuanto» del que carecen los animales no humanos es el «en cuanto» sin el que no puede haber logos, discurso. De manera que para Heidegger, como para los filósofos analíticos que han rechazado la posibilidad de que los animales no hu manos tengan creencias, la presencia o ausencia de lenguaje tie ne una importancia fundamental. Pero sería un error ver en Heidegger a un precursor de Davidson en este aspecto: no sólo porque la explicación del lenguaje que estaba desarrollando ( Heidegger fuese tan diferente de la ofrecida por Davidson, sino sobre todo porque para Heidegger (al menos en estas conferen cias) lajc.arencja fundamental de los animales no humanos no es el lenguaje, sino la capacidad conceptual que hace que él len guaje sea posible; lo que Heidegger denomina «la estructura-éñcuanto». La tesis de que los animales no humanos carecen de la estructura-en-cuanto resulta convincente en el caso de las mari posas, cangrejos, lagartijas y otros animales semejantes, pero 14
no está tan claro varias si se piensa en los gorilas, delfines y otras especies. Lo perros, primerochimpancés, que hay que tener en cuenta es que los miembros de estas especies suelen mani festar una diversidad de comportamientos que Heidegger omite: 14. Ibid., págs. 312-315.
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no sólo responden a las característi cas de su entorno, sino que también lo exploran activamente; dedican una atención perceptiva a los objetos con que se topan, los examinan desde diferen tes ángulos, reconocen los que les resultan familiares, identifi can y clasifican, en ocasiones pueden tratar un mismo objeto, primero, como algo con lo que jugar y, posteriormente, como algo para comer, y algunos de ellos se percatan cuando algo les falta e incluso se lamentan por ello. Más importante aún: mues tran en su comportamiento intenciones que suponen creencias e intenciones guiadas por creencias, y son capaces de entender las intenciones que otros les comunican y responden a ellas, tanto si provienen de otros miembros de su propia especie como del ser humano. La visión es para ios miembros de algu nas de estas especies tan importante como para el ser humano; para otros, como los delfines por ejemplo, el oído es un sentido más importante, y aun hay otros en los que el sentido del olfa to tiene un papel sobresaliente. Pero aunque estas diferencias imaginar en ocasiones cómo sensoriales pueden hacer difícil ciertos animales pueden aprehender lo que aprehenden, las li mitaciones de la imaginación no deberían ser obstáculo para entender hasta qué punto y de qué manera la perspectiva de Heidegger malinterpreta e impide ver con claridad los alcances de la percepción y la intención en estos animales. No hay duda de que algunas de las afirmaciones de Heidegger en cuanto a los animales no humanos son ciertas. No son capa ces de tener una comprensión del mundo como un todo y no pueden tomar distancia de su entorno más inmediato. (En par ticular, carecen de las ideas asociadas al recuerdo del pasado y a la perspectiva del futuro, que sólo el lenguaje hace posible, por lo que no pueden situar el presente en un contexto tempo ral.) Su manera de aprehender a los seres difiere, en muchos aspectos, de la del ser humano. Pero la imagen que tiene Hei degger del animal no humano como un ser meramente cautivo del entorno circundante, que sólo se pone en movimiento por las características del entorno que desinhiben sus impulsos ins tintivos, mientras que el ser humano, por el contrario, logra li berarse de esa cautividad debido a sus facultades conceptuales
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y lingüísticas, es una exageración retórica. Algunas de las espe cies que Heidegger omite no tienen un único entorno «circun dante»: se mueven en entornos diferentes y sus modos de apre hensión de esos entornos y su interacción con éstos forman parte de lo que cada entorno es para ellos. Con referencia a los seres humanos, un lugar común es que no es posible caracterizar sus entornos debidamente en algunos aspectos si no se tiene en cuenta que al menos ciertos rasgos de esos entornos son interpretados por los mismos seres humanos. Pero algo semejante parece ser cierto para los miembros de al gunas especies no human as. Su atención es selectiva y su entor no está en parte constituido por aquello que es destacado por sus exploraciones y descubrimientos. Con las mismas razones que son válidas para los seres humanos, se puede concluir que su entorno no es un mero conjunto de restricciones y de es tímulos que despiertan impulsos. Pero el argumento de Heideg ger es erróneo también en otros aspectos. El tipo de animal no humano que Heidegger omite es capaz de distinguir individuos y reconocerlos, se percata de su ausen en cuanto alimento o cia, celebra su regreso y responde a ellos en cuanto fuente de alimento, en cuanto compañero de juego u objeto de juego, en cuanto acreedor de obediencia o proveedor de protección, etcétera. Aunque sólo sea de una forma elemen tal, este comportamiento, ya sea de delfines, gorilas o cualquier otro animal, muestra precisamente esa estructura-en-cuanto que, según Heidegger, pertenece exclusivamente al ser humano. Estos animales no humanos, esto es, se encuentran con los ob jetos pa rticul ar es co mo un «este-tal» (no es un a casu alid ad qu e, en este punto, la terminología sea aristotélica. La reflexión de Heidegger de la estructura-en-cuanto se presenta a sí misma como una exégesis de Aristóteles). Clasifican cada objeto par en cuanto pertene ticular y reaccionan ante él en una ocasión en cuanto tiene ésta o aquella ciente a tal clase, en otra ocasión en cuanto perte propiedad y, a veces, en una misma ocasión neciente a más de una clase. Con respecto a la precisión con que se puede caracterizar esas clasificaciones e identificaciones de los animales, es necesario tener en mente la advertencia de
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Stich. Pero incluso siendo lo bastante prudentes, se seguirán encontrando numerosos casos en los que sea necesario utilizar la expresión «en cuanto» en contextos en los que Heidegger ar gumentaba que no era válido emplearla. El error de Heidegger consistió en que, al atribuir una única condición al conjunto de los animales no humanos, perdió de vis ta las diferencias fundamentales que existen entre ellos. Las dife rencia entre una lombriz, un cangrejo y un pájaro carpintero, por un lado (y las diferencias entre estas especies tampoco son insig nificantes) y un simio, un perro y un delfín, por el otro lado (de nuevo, las diferencias entre ellos no deben pasar inadvertidas) no sólo son importantes en sí mismas, sino que si no se les reconoce el peso debido, no será posible comprender plenamente la im portancia de la diferencia entre el ser humano y algunas otras es pecies inteligentes. En esto consiste el segundo error de Heidegger: no se trata sólo de que fuese equivocada su descripción de los ani-males no humanos, sino también de que, a consecuencia de Dasein, de ello, no pudo percatarse de aspectos fundamentales del la existencia humana. Y esas omisiones tienen relación con las de algunos filósofos analíticos cuyas ideas ya se han comentado. Al hablar de la relación que existe entre las creencias huma nas y las creencias de ciertos animales no humanos, puse el énfasis en el hecho de que el desarrollo de algunas facultades y capacidades para el uso del lenguaje que son propiamente hu manas es una extensión y una derivación de capacidades y fa cultades animales compartidas con miembros de algunas otras especies inteligentes. Mi deseo ahora es ampliar algo más esta idea. No se trata única mente de que el mis mo modo de ejercer el mismo tipo de facultades perceptivas genera, orienta y modifica creencias en los delfines (y algunas otras especies) y en los seres humanos; asimismo, todg_eJ_comportamiento corporal humano en relación con el mundo es srcinalmente un comportamien to animal, y cuando se adquiere la capacidad de usar el lenguaje y se reestructura ese comportamiento bajo la guía de los padres y otras personas, cuando se elaboran y se modifican las creencias de nuevos modos y se reorientan las actividades nunca es en teramente independiente de la herencia y la naturaleza animal.
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En parte, esto se refiere a aquellos aspectos de la condición cor poral del ser humano que simplemente no cambian, aquello que se mantiene constante incluso después de la programación y ordenación social y cultural de las funciones corporales: el entrenamiento para ir al retrete, el desarrollo de lo que culturalmente se consideran hábitos regulares para dormir y comer, y el aprendizaje de lo que se considera educado y maleducado al estornudar, escupir, eructar, ventosear, etcétera. También se refiere a la capacidad de reflexión que tienen los seres humanos sobre su comportamiento general y sobre su orientación hacia los bienes de su naturaleza animal, y en consecuencia de mo dificar y reorientar sus creencias, sentimientos, actitudes y accio nes. Es dedefundamental de que trans formarse ese modo, elimportancia ser humano else hecho convierte en unalanimal reencauzado y rehecho, pero no en ninguna otra cosa. La se gunda naturaleza del ser humano, su naturaleza culturalmente formada como hablante de un lenguaje, es un conjunto de transformaciones parciales, pero sólo parciales, de su primera naturaleza animal. El ser humano sigue siendo un ser animal con identidad animal . Las omisiones y exclusiones de Heidegg er en su argumento sobre los animales no humanos son tales que impiden ver este hecho. Cuando Heidegger quiso en ocasiones posteriores hacer hincapié en el parentesco entre los animales no humanos y humanos, en lugar de subrayar su diferencia, lo que dijo resultó más críptico y enigmático de lo que el propio Heidegger suele ser; y en mi opinión, no es por casualidad. Se había cerrado a sí mismo la posibilidad de decir lo que necesita ba decir; pero está en juego algo más que la crítica a Heidegger. En la discusión tanto de las tesis de la filosofía analítica como de las afirmaciones de Heidegger, he procurado no sólo examinar los argumentos concretos sino también, de una manera más ge neral, oponer reparos a la influencia cultural que tiene una ima gen de la naturaleza humana según la cual el ser humano es un animal y adicionalmente algo más. De acuerdo con dicha pers pectiva, el ser humano posee una primera naturaleza animal y, adicionalmentó, una segunda naturaleza propiamente humana. La fuerza del «y» sirve para indicar que esta segunda naturale-
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za sólo puede ser explicada en sus propios términos, al menos en sus aspectos más importantes; se piensa que su relación con la naturalez a biológica es externa y contingente, y hasta tal pun to que permite que se trace una única y nítida línea divisoria entre los seres humanos y los miembros de todas las especies no humanas. Esa línea divisoria separa a quienes poseen lenguaje ele quienes no lo poseen. Es necesario recalcar, desde luego, la importancia de las diferencias entre los animales que poseen lenguaje y los que no lo poseen, y algunas de ellas serán funda mentales en mi investigación. Sin embargo, prestar atención exclusiva o casi exclusivamente a estas diferencias suele impe dir que se vea con claridad la importancia de la continuidad y de las semejanzas entre algunos aspectos del comportamiento inteligente de los animales no humanos y la racionalidad prác tica, moldeada por el lenguaje, del ser humano. V La trascendencia que tienen esas continuidades y semejan zas también puede quedar oculta de otras maneras. Algunos de los estudiosos de la conducta animal que más ansiosos se muestran por subrayar aquello que los delfines y los chimpan cés tienen en común con el ser humano exageran quizá la im portancia que tiene el saber si esos animales inteligentes tienen o pueden adquirir, y hasta qué punto, un lenguaje completo con su propia sintaxis y semántica. Sin duda son interrogantes del mayor interés y han dado lugar al desarrollo de programas de investigación cuyos resultados son francamente impresionan tes en varios campos. Pensemos, por ejemplo, en los descubri mientos realizados sobre el aprendizaje vocal de los delfines y las funciones de ese aprendizaje. Los delfines mulares «producen silbidos, chasquidos y soni dos intermitentes que son modificables mediante la experien cia». Los delfines mulares son capaces del aprendizaje vocal desde su infancia; tienen facultades para la imitación; poseen 15
15. Vincent M. Janik y Peter J. B. Siater, «Vocal Learning in Mammals» Advances en in the Study ofBehavior, vol. 26, Nueva York, Academic Press, 1997, pág. 6; Janik y Sia ter ofrecen una sinopsis de los descubrimientos de las investigaciones y bibliografía sobre una serie de especies, entre las que se encuentran los delfines mulares. Sólo resu mo brevemente su trabajo.
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un amplio repertorio de silbidos, pero cada individuo emite casi siempre silbidos propios, su silbido seña. Estos silbidos seña se mantienen constantes a lo largo del tiempo y ofrecen un recurso para el reconocimiento y reidentiñcación individual, lo que hace posible que existan relaciones sociales extensas. La imitación de silbidos seña «podría utilizarse para mantener vínculos sociales o para engañar a otros individuos». Los avances obtenidos hasta el momento no ofrecen aún prue bas que permitan sostener con firmeza que los delfines mulares posean un lenguaje completo, ni siquiera cuando se toma en cuenta la impresionante aptitud que muestran para aprender los elementos de un lenguaje artificial, como ha revelado el tra bajo de Hermán y sus colegas. Pero lo que importa realmente no es lo que falta al lenguaje de esos delfines; mucho más esclarecedor es el uso que pueden dar a su aprendizaje vocal para manifes tarsus facjulta des¡je^p )!^iy^.jsnBlúg £^tir as: su capac i dad para una actividad moldeada por el reconocimiento, las cre encias y la modificación de las creencias, orientada por intencio nes, una actividad llevada a cabo en concierto y comunicación con otros. Precisamente debido a que estas facultades no son lingüísticas, sino prelingüísticas, ponen en duda esa rígida lí nea divisoria entre quienes poseen lenguaje y quienes no lo po seen, puesto que el ejercicio de alguna de estas facultades pre lingüísticas proporciona el contenido fundamental del lenguaje en el ser humano. En ninguna parte resulta más llamativo este vínculo entre lo prelingüístico y lo lingüístico como en la rela ción existente entre las razones prelingüísticas para actuar y las diversas clases de razones para actuar que son posibles única mente por el lenguaje. 16
6 RAZONES PARA ACTUAR Anthony Kenny ha negado que los animales no humanos puedan tener razones para sus acciones, en una exposición del argumento de santo Tomás sobre la voluntariedad, al explicar por qué santo Tomás rechazó la idea de que los actos de los ani males no humanos pudieran ser voluntarios en el sentido en que lo son los actos del ser humano. Tanto los animales huma nos como los no humanos utilizan medios para alcanzar sus fi nes, hacen una cosa para lograr otra distinta. En el caso del ser humano, el hecho de que su acción vaya a producir esa otra cosa constituye su razón para actuar como lo hace; pero no su cede igual en el animal no humano, a pesar de que su acción también sea un medio para lograr un fin. «Puesto que carece de lenguaje, no puede manifestar una razón; sólo aquellos seres que pueden ofrecer sus razones pueden actuar movidos por ra zones. El ser humano es un animal racional, que ofrece razo nes; el gato y el perro no lo son y, por l o tanto , no puede n actua r por una razón.» 1
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16. Janik y Slater, op. cit.,págs. 66-68, 79, 81, 83.
¿Por qué la ausencia de lenguaje tiene esa consecuencia? Porque un animal que carece de lenguaje no puede evaluar aque-
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1. Anthony Kenny,Aquinas and Mind,Londres, Routledge, 1993, pág. 82 (trad. cast.: Tomás de Aquino y la mente, Barcelona, Herder, 2000). 2. Kenny se cuida de señalar que, al otorgar esa importancia al lenguaje, lo que está manifestando es su propia opinión, y no la de santo Tomás. Para un excelente repa-
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lio que le mueve a actuar. No puede preguntarse si su razón para actuar como lo hace es una buena razón, por lo que, se gún Kenny, no tiene una razón. Santo Tomás había negado que los animales no humanos tuvieran la libertad que atribuía a los animales humanos, fundamentándose en que «quien emi te juicios tiene el poder de juzgar en la medida en que es capaz de juzgar su propia actividad de enjuiciar; porque sea lo que sea aquello que está en nuestro poder es algo sobre lo que pode mos juzgar. Pero juzgar el propio juicio es algo que correspon de exclusivamente a la razón...». Santo Tomás está absoluta mente en lo cierto cuando se refiere a la importancia que tiene el poder de juzgar nuestros propios juicios como señal de racio
siguiente modo: «Si hago A, lograré B», donde «B» significa al gún bien, la reflexión sobre esta razón exigirá que me pregunte: «En esta situación, ¿dispongo de una mejor razón para actuar, aparte de que hacer A me permita alcanzar B?». Tendré que comparar ésta como una razón para actuar con razones alter nativas para emprender acciones alternativas. De modo que sería posible que existiera alguna especie animal cuyos miem bros, o algunos de ellos, fuesen capaces de adquirir un lengua je, pero con un nivel de complejidad inf eri or a l que es ne cesa rio para esta clase de racionalidad práctica. Si existe esa especie, y si el argumento de Kenny es sólido, entonces ni siquiera con res pecto a esos usuarios de lenguaje podría decir justificadamente
nalidad y voluntariedad. La racionalidad práctica humana tiene, sin duda, entre sus rasgos distintivos la capacidad de distanciarse de los juicios ini ciales sobre cómo se debería actuar y evaluarlos con diversos criterios. Por otra parte, Kenny también tiene razón cuando alega que esta capacidad sólo puede ser ejercida por quienes usan el lenguaje, aunque lo que se requiere para el ejercicio de esta capacidad no es sólo el lenguaje, sino una clase de lenguaje que disponga de los recursos necesarios para formar oraciones con cierto grado de complejidad. Quienes han pretendido trazar una única y rígida línea divi soria entre animales humanos y no humanos han puesto énfa sis, por lo general, en la presencia o ausencia de lenguaje en cuanto tal, la capacidad para emplear y comprender cadenas de expresiones sintácticamente ordenadas y semánticamente significantes cuya manifestación constituye los actos de habla. Pero esto no basta para hablar de racionalidad humana. Hace falta, además, la capacidad para construir oraciones que con tengan como elementos las oraciones empleadas para expresar el juicio sobre el que el agente reflexiona o bien las referencias a esas oraciones. Cuando mi razón para actuar se formule del
que sonelcapaces de tener razones¿Su paraconclusión actuar. Pero sólido argumento de Kenny? no ¿es es, realmente quizás, excesivamente contundente? Santo Tomás llega a conclusiones distintas a las de Kenny, y las diferencias no dejan de ser interesantes. Aristóteles había phronesis del ser hu hecho hincapié en la diferencia entre la mano y la del resto de los animales, pero señalando que en efecto atribuimos phronesis a los miembros de algunas otras especies. Jean-Louis Labarriere ha sostenido que Aristóteles tenía en mente el hecho de que en algunos animales no huma nos hay una relación entre sus percepciones y los imperativos que rigen sus actos que implica «un analogue de raisonnement (une sorte de pensée pratique)». Santo Tomás sigue en esto el argumento de Aristóteles. Los animales no humanos, admite, «se mueven por preceptos» y en ocasiones aprenden de la experiencia pasada y reconocen una u otra cosa como amigable u hostil. En virtud de su naturaleza y de esa capacidad para aprender, son capaces de realizar lo que santo Tomás denomina «juicios naturales». De manera que ma nifiestan lo que santo Tomás llama «una apariencia de razón» y «participan de» lo que denomina «una prudencia natural». De
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so de la discusión de santo Tomás en torno a los animales, véase Judith A. Barad, Aquinas on the Nature and Treatment of Animáis, San Francisco, Intenational Scholars Publicaüons, 1995. 3. Sant o Tomás de Aquino, De Veritate24, 2.
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4. Aristóteles, Ética nicomáquea,VI, 1141a 22-28 (trad. cit.). 5. Jean-Louis Labarriere, «De la Phronesis Animale»,Biologie, en Logique et Metaphysique chez Ansióte, Séminaire CNRS-N. S. E, 1987, París, Éditions du CNRS, 1990, pág. 417.
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ahí que, cuando santo Tomás habla acerca de la capacidad de ju icio de los an im al es no hu man os y af irma qu e ac tú an a pa r tir del juicio, emplea este término por analogía con el juicio reflexivo humano, aunque los animales no tengan la misma capacidad para juzgar que el ser humano. El lobo y la oveja tienen razones para actuar como lo hacen, a pesar de no tener la facultad de la razón. (Es importante señalar que esta predi cación analógica sólo puede emplearse justificadamente si es posible atribuir a los animales no humanos de que se trate de ciertas capacidades conceptuales -—por ejemplo la capacidad para reconocer la semejanza y la diferencia de especie— exac tamente en el mismo sentido en que se atribuyen a los seres 6
humanos.) La conclusión de santo Tomás es, por ello, más restringida que la de Kenny. Ciertamente, es fundamental señalar la dife rencia que existe entre el tipo de razón para actuar que tienen algunos animales no humanos y el tipo de razones que tiene el ser humano, un ser reflexivo y que usa el lenguaje. Pero no es necesario ni hay justificación para negar que a veces estos ani males no humanos en cierto sentido tengan razones para actuar tal como lo hacen. Las premisas a partir de las que argumenta Kenny avalan esta conclusión restringida, pero no su versión más fuerte. / La disti nci ón es im po rtan te po rque tod o ejercicio de la facul tad de reflexionar sobre las razones para actuar supone que ya se tienen esas razones sobre las que es posible reflexionar, con ante rioridad a la reflexión misma. La materia inicial para la reflexión, el punto de partida para la transición hacia esa racionalidad que es posible por el dominio de algunas de las complejidades del uso del lenguaje, está en las razones para actuar que son anteriores a toda reflexión, y ésas son razones que el ser humano comparte con los delfines y los chimpancés. Si no se compartiesen esas ra zones con los delfines o los chimpancés, el ser humano no habría alcanzado ese punto de partida, y negar que posea tales razones 6. Santo Tomás de Aquino, De Vertíate,respuesta a la séptima objeción, 24, 2; véase también Summa Theologiaela, 84, 1.
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haría ininteligible la transición hacia una racionalidad específica1f mente huma na. Eso signific a que dura nte su primera infancia, los seres humanos no han realizado aún la transición entre un ani mal potencialmente racional y un animal efectivamente racional, v (Dejo de lado, en este punto , algunos interrogante s sobre la natu• raleza de esa transformación evolutiva mediante la que algunos | i primate s inteligentes pasa ron, por primera vez, de ser animale s %. inteligentes a ser animales racionales.) El primer paso de esta transición sucede cuando un niño es capaz de tomar en conside ración la sugerencia de que el bien hacia el que de hecho le orien ta su naturaleza animal es inferior a algún otro bien alternativo, de modo que este último bien le proporciona una razón mejor para actuar, comparado con el bien que hasta entonces había per seguido. Y esto sólo es posible si existe, en efecto, algún bien que haya estado persiguiendo, un bien que le haya proporcionado una razón pa ra actuar. Al igual que los delfines, los bebés de la esp ecie humana tienen razones prelingüísticas para actuar, y la compleji dad de las relaciones entre los bienes que buscan y los medios a los que recurren para lograrlos es equiparable a la que se mani fiesta en el razonamiento de los delfines; pero van más allá del ra zonamiento típico del delfín cuando, soncápaces dere~flexionar y ÍE z .^ r í"?.93B??.SH..í?^i?.^ P i n t a d o hasta ese momento. H as-~ ta donde se sabe, esta transición aún no ha sido llevada á cabo por los delhnes, pero tanto los delfines como los chimpancés y otras especies pueden enseñar mucho sobre las precondiciones para realizarla. Reconocer que existen estas precondiciones animales para la . racionalidad humana obliga a. pensar acerca de la relación entre el ser humano y lp| rniembros^e otras especies inteligentesen término s de una e sc ali o espectro, y no de una so la lín ea divisor^ entre «ellos» y «nosotros». Bn un extremo de esta escala hay ani :
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malesdepara los que la percepción sensorial no es según más que ción información, sin contenido conceptual; la recep expre sión de Heidegger, carecen de cualquier tipo de «estructura-encuanto». En otro nivel, hay animales cuyas percepciones son en parte el resultado de una investigación intencionada y atenta, y cuyos comportamientos cambian para ajustarse de algún modo,
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según lo verdadero y lo falso; entre éstos es posible distinguir aquellos cuyas percepciones y respuestas son más sutiles de aque llos otros de percepciones y respuestas más rudimentarias. Las diferencias en el tipo de intención que se manifiesta en la conducta y se comunica a otros también es importante para ubicar a las diferentes especies en esta escala. Se llega a un nuevo nivel cuando se puede concluir, como lo hacen Hauser y Nelson respecto a los chimpancés, que «los animales no humanos son capaces de ocultar información y dar señales falsas acerca de objetos y acontecimientos en el entorno». Con esos chimpan cés, como con los delfines, se ha llegado a un punto en la escala en el que hay especies cuyos miemb ros son capaces de una inte racción más o menos sofisticada con los seres humanos; un tipo de interacción en que las percepciones, las creencias, las razo nes para actuar y las intenciones de los participantes no huma nos desempeñan un papel muy similar al que cumplen las per cepciones, creencias, razones para actuar e intenciones de los participantes humanos. No hay duda de que el ser humano ocupa un lugar superior en la escala, que se distingue no sólo por el lenguaje, sino por la capacidad para hacer un uso reflexivo específico del lenguaje. Pero esto no elimina lo que el ser humano comparte con otras especies animales. No es posible descartar el vínculo que exis te entre el ser humano y el delfín y el chimpancé, que no se re fiere sólo a la animalidad corporal, sino también a las formas 7
7. Marc D. Hauser y Douglas A. Nelson, «"Intentional" Signalin g in Animal Communication» , enTrenas in Ecologyand Evolution 6, 6 de junio de 1991, pág. 189. Sobre la caracterización del engaño en los animales no humanos, véanse también Marc D. Hau ser, «Minding the behavior of deception»,Machiavellian en Intelligence II,W. A. Whiten y R. W. Byrne (comps.), Cambridge, Cambridge University Press, 1997; otros ensayos en este volumen y en el anterior de 1988,Machiavellian Intelligence: Social Expertise and the Evolution of Intéllect in Monkeys, Apes and Humans, con los mismos editores y en la misma editorial, que ofrecen ejemplos excelentes sobre las actividades de los primates no humanos que avalan, desde el punto de vista que he adoptado, atribuciones no sólo en cuanto a su inteligencia, sino también en cuanto a intenciones, a la capacidad de previsión y a las razones proporcionadas por esa capacidad de previsión para dar lug ar a una intención en lugar de a otra. Robin Dunbar ofrece una visión general excelente en «The Ghost in the Machine», capítulo 5 de su obra Grooming, Gossip, and the Evolution of Language,Londres, Faber & Faber and Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1996.
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de vida. Los estudiosos más importantes de la conducta animal han puesto en práctica habilidades y sensibilidades que se ase mejan mucho a las del mejor antropólogo social o cultural; han sido capaces de hacernos entender, al menos hasta cierto pun to, en qué consiste ser un perro, un caballo, un gorila o un del fín. (Thomas Nagel está en lo cierto cuando señala que no sabe mos en qué consiste ser un murciélago, pero eso no se debe sólo a su dependencia perceptiva de la ecolocación, sino tam bién a que ía diferencia entre su forma de vida y la del ser hu mano es mucho más profunda que la que existe entre ésta y la de otros primates o delfines.) Wittgenstein señaló que «Si un león pudiese hablar, no podríamos entenderle». Quizá sea ne cesario dejar en el aire la pregunta en lo que respecta a los leo nes, pero me siento sumamente inclinado a afirmar que, en el caso de los delfines, a pesar de que su modo de comunicarse sea tan diferente al del ser humano, es cierto que si pudiesen hablar, algunos de los mejores intérpretes recientes de su com portamiento les entenderían. La idea de que el ser humano, el delfín, el chimpancé, el pe rro, el murciélago, la lagartija y la araña, se ubican en diferen tes niveles de la escala también es importante en otro sentido (no hay que olvidar que la ubicación de estas especies en dife rentes niveles de una única escala no es en absoluto incompa tible con el reconocimiento de historias evolutivas muy dife rentes). En los niveles inferiores de esa escala, la percepción desempeña un papel como causa de la conducta, quizá prove yendo de información, aunque no provea razones. En niveles superiores, el papel que desempeña la percepción para promo ver la conducta varía en ocasiones según la medida en que sea proveedora de razones o se considere que provee de razones para actuar. Los delfines, por ejemplo, malinterpretan de vez en 8
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cuando lo cuando que perciben: responden como que si estuviesen ante les un predador, no es así, si consideran su percepción provee de razones, responden actuando de una manera y no de 8. Véase Thomas Nagel, «What is iike to be a bat?»,Moral en Questions,Cambridge, Cambridge University Press, 1979. 9. Ludwig Wittgenstein,Investigaciones filosóficas II, xi, 223.
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otra. Finalmente, cuando una especie, como la humana, es ca paz de reflexionar sobre sus razones mediante el uso del len guaje; no sólo el tener razones resulta causalmente eficaz para orientar la conducta, sino el tener razones para suponer que un conjunto de consideraciones y no otro ofrece realmente razo nes en una situación particular. Las relaciones causales entre los animales y su entorno son, por lo tanto, de diferentes tipos, y la explicación de la conduc ta animal es distinta en los distintos niveles de la escala, pues to que debe asigna rse un peso cada vez en la explicación a las formas en que las diferentes especies consideran las caracte rísticas de su entorno, conforme desarrollan formas comple ja s de en co nd uc ta in teoncminimizar io na da . Tod es to quque ed a existen oc ul to si se insiste desestimar las oanalogías entre la inteligencia que se pone de manifiesto en el compor tamiento del delfín o del chimpancé y la racionalidad del comportamiento humano; es el caso, por ejemplo, de HansGeorg Gadamer cuando, siguiendo a Heidegger, argumenta que al carecer de lenguaje los animales no humanos, nunca pueden romper con «su dependencia del entorno», mientras que el ser humano, por el contrario, es capaz de adoptar «una actitud libre, distanciada» con respecto a su entorno. Lo mis mo sucede con John McDowell cuando, después de respaldar lo dicho por Gadamer, afirma que «en los que son simplemen te animales, la sensibilidad se halla al servicio de un modo de vida estructurado exclusivamente por imperativos biológicos inmediatos» y que «la vida meramente animal es configurada por objetivos cuyo control sobre la conducta del animal en cualquier momento es un resultado inmediato de fuerzas bio lógicas». 10
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per 10.and Hans-Georg Gadamer, «Animáis Truth method,Nueva York, The Seabury have Press,language 1975, pág.only 403 aequivocationem», (trad. cast.: Verdad y método, Sigúeme, Salamanca, 1997). .11. John McDowell,Mind and World,Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1994, Lecturé VI, pág. 115; para una crítica del punto de vista de McDowell, véanse John Haldane, «Rational and Other Animáis», Verstehen en and Human Understanding, Cambridge, Cambridge University Press, 1996, y Gerald Vision, «Perceptual Content», en Philosophy,73, julio de 1998, especialmente la sección VIL
McDowell señala posteriormente que «el ser humano nace como un simple animal y se transforma en un ser pensante y con intención propia en el curso de su maduración» y, como conse cuencia de la adquisición de lenguaje, al aprender «qué es una razón para qué». He sostenido la idea de que en la perspectiva de McDowell y Gadamer, esta transformación corre el riesgo de resultar ininteligible; es así porque algunas de las condiciones prelingüísticas necesarias para el desarrollo de la racionalidad humana sólo pueden darse debido a que algunos de los que tvoo McDowell llama «simples animales» se orientan ya por un de razonamiento práctico, el que se manifiesta en el hecho de que aquello, un tipo de ra asuman que esto es una razón para hacer analogía con el en zonamiento que debe ser caracterizado por tendimiento humano. Los delfines, los gorilas y los miembros de algunas otras especies no son puramente sensibles y receptivos para los estímulos que reciben sus sentidos, como tampoco lo son los seres humanos. Ellos también habitan un mundo cuyos ras gos sobresalientes tienen una importancia u otra para ellos, y también responden de acuerdo con sus clasificaciones e inter pretaciones; ellos también cometen errores y los corrigen. A pesar de ser dif erentes en aspectos impo rtantes c on respecto . al ser human o en cuan to habl ante de un lenguaje, son capaces de crear relaciones no sólo con miembros de su propia especie, sino también con seres humanos y descifrar las interacciones y propósitos de esos seres humanos, a la vez que expresan sus propias intenciones y propósitos. Es decir, que las relaciones de algunos animales no humanos con los animales humanos son . claramente análogas a las relaciones humanas, en una medida mucho mayor de la que estaría dispuesta a admitir una parte de la teoría filosófica de la que ya se ha hablado. En efecto, algunos seres humanos y algunos animales no humanos buscan sus bie 12
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nesexpresión respectivos en compañía y en cooperaciónlounos con ya otros; y la «bienes» significa exactamente mismo, se trate del ser humano, del delfín o del gorila. 12. Ibid., pág. 125. 13. Ibid.,-pág. 126.
7 VULNERABILIDAD, FLORECIMIENTO, BIENES Y «BIEN» Los delfines son vulnerables a lo largo de su vida, relativa mente longeva por otra parte, a distintos factores letales: en fermedades, lesiones, predadores, desnutrición y la inanición ocasionada por el daño causado a sus fuentes alimenticias por las actividades pesqueras; recientemente, también se han visto sujetos a la actividad esquilmadora, a veces incidental, deriva da del uso de la red de cerco con jareta en la busca de grandes beneficios en la pesca del atún de aleta amarilla, y otras veces a la caza del propio delfín, para el mercado de carne de delfín. Los delfines nada pueden hacer para protegerse de estos peli gros, pero apenas queda duda de que sus posibilidades de so brevivir y florecer dependen en gran medida de la manera en que, en el transcurso de su vida, se estructuran las relaciones sociales mediante la asociación en grupos (grupos de hembras y sus crías, grupos dé machos subadultos, grupos de machos adultos, grupos de delfines machos y hembras adultos) y la for mación de alianzas. La identificación de los daños y peligros a que se exponen los delfines y la naturaleza de su vulnerabilidad presupone una determinada noción del florecimiento del delfín, de lo que sig nifica para un delfín florecer como miembro de distintos gru pos, a lo largo de una vida en que se alcanzan determinados logros y se realizan las actividades propias de un desarrollo
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normal y natural. Los bienes concretos que se logran en las di ferentes actividades (la actividad de la caza, de la alimenta ción, del juego, de las relaciones sexuales) se identifican como bienes porque son objetos de una actividad intencional y, por lo tanto, objetos de deseo cuya satisfacción es el término de la actividad, y también porque contribuyen al bienestar y consti tuyen una parte del bienestar. Por eso se considera que algo re presenta un daño o un peligro en la medida que obstruye o im pide el logro de tales bienes concretos o el florecimiento en general. Ya he sostenido que es posible decir que un delfín tiene una razón para actuar de cierta manera cuando actuar así le permite conseguir un bien concreto; asimismo, cuando el delfín actúa de cierta manera porque se da cuenta de que actuando de ese modo obtendrá ese bien concreto, se puede decir que actúa por una razón. Es decir: cua ndo _seatribuyen "ra zones pa ra act ua r a Jos delfines, o a otras especies que no utilizan el lenguaje, se hace por analogía con la atribución de razones al ser humano. Pero cuando se habla si florecen o no los delfines qua delfines o si flo recen o no los gorilas qua gorilas o si florecen o no los seres hu manos qua seres humanos, se utiliza el verbo «florecer» en un solo y único sentido. Las expresiones tienen un sentido unívo co y no analógico. Está claro que no florece igual el delfín que el gorila y el ser huma no, pero el con cepto de florecimiento que se aplica a las distintas especies animales y vegetales es exacta mente el mismo; de la misma manera que se aplica el mismo v concepto de necesidad. Lo que necesita una planta o un animal " es lo que necesita para florecer qua miembro de su especie, y lo i que necesita para florecer es desarrollar las facultades caracte! rísticas que posee qua miembro de esa especie. Si puede florecer o no un determinado grupo o individuo qua o miembros decuestión cualquierdeespecie a la miembro que pertenezcan es una hecho,animal a pesaro vegetal de que para saber en qué consiste florecer se requiere una investiga ción conceptual y valorativa. Como cuestión de hecho, puede encontrar respuestas en diversos campos científicos. La biolo gía y la ecología han esclarecido ciertos temas preliminares
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cuyo conocimiento es necesario para formular algunas explica ciones: la distinción entre aquellos entornos en que florecen los miembros de algunas especies y aquéllos en que no logran flo recer, así como la distinción, dentro de una población concreta, entre los individuos o grupos que logran florecer y los que no logran hacerlo. Para establecer bien estas distinciones hace fal ta identificar las características que son necesarias para que un individuo o una población de una especie concreta pueda florecer en uno u otro entornos, en uno u otro estadios de su desarrollo. Pero cuando se dice que un individuo o un grupo flo recen, se dice algo más, y no sólo que poseen dichas caracterís en virtud de que ticas, aunque florecer supone siempre florecer se posee cierto conjunto de características. En este sentido el concepto de florecimiento se asemeja a otros conceptos que im plican usos del concepto básico de bien («florecer» se traduce como eu zen y bene vivere).. Para comprender la relación que existe entre esta acepción de la palabra «bien» y otras distintas, hace falta tener en cuenta antes que nada que existen tres formas diferentes de atribuir la bondad. De un cierto tipo dé alimento se puede decir que sería \q ut t bueno comerlo en el sentido de que sería büerió comérío ser humano, es decir, sería saludable para cualquiera o cual quiera disfrutaría comiéndolo. Pero también es posible hacer la misma afirmación en el sentido de que sería bueno comerlo qua .atleta a punto de correr un maratón o qua inválido en pro ceso de recuperación. Es decir que lo bueno se atribuye tanto a lo que beneficia al ser humano como tal, como a lo que le bene ficia en s ituaciones específica s en el contexto específ ico de una i práctica. Un buen ser humano es aquél que se beneficia a sí mismo y beneficia a otros (sobre esto será necesario decir mu-' qua responsa cho más), tanto qua ser humano como también t
ble ejemplar de roles o funciones dentro del contex to de prácticas específicas, comoespecíficas por ejemplo alguien puede qua ser humano concienzudo beneficiarse a sí mismo y a otros y alegre, y qua pastor o niñero. Compare mos la expresión '«bue n ladrón» con las expresiones «buen ser humano » y «buen pastor». Un individuo puede ser un
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la eso buenas permitasólo al individuo tenerpara o hacer algún qua medio otromedida bien. en Sonque cosas obtener algo más, que es un bien en sí mismo. Pensemos ahora en una se gunda manera de atribuir bondad. Juzgar que alguien es bueno en el desempeño de un rol o en el cumplimiento de una fun ción, en alguna práctica socialmente establecida, significa juz gar como bueno a ese agente en la medida en que existen bie nes intrínsecos a esa actividad que son bienes genuinos, bienes valorados como fines que merecen buscarse por sí mismos. Normalmente sólo se descubre si existen esos bienes y se en tiende en qué consisten cuando se participa efectivamente en una u otra actividades. La excelencia en el logro de los bienes qua miem propios de una u otra prácticas significa ser bueno bro de una tripu lación de Un barco pesqu ero o qua madre de fa milia o qua jugador de ajedrez o de fútbol; significa valorar y hacer asequibles bienes que son valiosos en sí mismos. No obs tante, cada individuo debe preguntarse si para él es bueno que los bienes de una u otra práctica en particular ocupen en su vida un lugar u otro, así como cada sociedad debe preguntarse
absoluto. Gauguin tuvo que preguntarse por el lugar que de bían ocupar en su vida los bienes relativos a ía pintura. Quizá lo mejor para Gauguin qua pintor fuera irse a Tahití, pero aunque qua así fuera eso no significa que fuera lo mejor para Gauguin ser humano o qua padre. Por lo tanto, resulta necesario distin-f guir entre lo que hace que ciertos bienes sean bienes y bienes í valiosos por sí mismos, de lo que hace que para un determina-i, do individuo o para una cierta sociedad, en una situación con-| creta, sea bueno convertirlos en objetos de consideración prác-? tica. El juicio acerca de la mejor manera de ordenar los bienesj en la vida de un individuo o una comunidad ilustra el tercer modo de atribuir bondad, mediante el que se juzga incondicionalmente lo que es mejor ser, hacer o tener para un individuo o un grupo, no sólo qua agentes que participan en una u otra qua seres actividades en uno u otro rol o roles, sino también humanos. Estos son juicios sobre el florecimiento humano. De una cultura a otra, y de una situación a otra en una mis- ' i ma cultura, varía la medida en que los seres humanos necesitan elaborar y evaluar esos distintos juicios tácitos o explícitos acerca de los bienes, que proporcionan las razones para actuar. Pero desde una edad muy temprana resulta imposible evitar la pregunta: «¿Por qué debo hace r esto en lugar de aqu ello?», y es característico del ser humano que las respuestas a esta pregun ta siempre puedan ponerse en duda y que, cuando eso sucede, sólo sea posible responder, sin evadir o desestimar la pregunta, reflexionando acerca del razonamiento práctico que dio lugar a la acción o que estaba presupuesto en la acción. El ser humano necesita aprender a verse a sí mismo como razonador práctico con respecto a los bienes, con respecto a lo que es mejor hacer ¡ en ocasiones concretas y con respecto a la mejor manera de vivir i * la vida. Sin aprender esto, no puede florecer y en ello difiere cía-j
si para ellamás es bueno que los bienes deen unaladeterminada prácti ca tengan o menos importancia vida colectiva. De modo que es necesario un tercer tipo de juicio. Puede suceder que lo mejor para un individuo y para los de más sea que cierto conjunto de bienes, bienes genuinos, ocupen un lugar secundario en la vida de ese individuo o ninguno en
rament e de los delfin es, por lo que su vulnerabilidad tamb ién es de índole distinta. Para su florecimiento, los seres humanos necesitan las reíaciones sociales, igual que los delfines, pero lo que requieren de ellas es mucho de lo que.es específico del florecimiento huma no, aparte de aquello que comparten con otras especies inteli-
buen pastor sin ser un buen ser humano, pero los bienes deriva dos del pastoreo son bienes genuinos. Sin embargo, ser un buen ladrón significa ser un mal ser humano. Al decir de alguien que es un buen ladrón se están elogiando sus habilidades, pero in cluso si se o pinase que el hecho de tener esas habil idade s es bue no, eso no obliga a afirmar que sea bueno emplearlas para lo que el ladrón las emplea. Esto plantea que hay al menos una triple clasificación de maneras de atribuir lo bueno. En primer lugar, están las ocasiones en que lo bueno se atri buye por la evaluación de algo sólo como medio. Poseer ciertas habilidades, disponer de ciertas oportunidades o estar en un determinado lugar en un momento determinado es un bien, en
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gentes. Los delfines pueden florecer sin tener la capacidad de discutir con otros, ni aprender de ellos sobre el florecimiento de los delfines. En ocasiones, el ser humano no puede florecer sin discutir con otros y sin aprender de ellos acerca de su proí pió florecimiento. Por lo tanto, todo lo que pueda inhibir, frus. virar o perjudicar el ejercicio de las facultades del razonamiento ,K es potencialmente una amenaza potencial. Las sustancias tóxi; cas, las enfermedades, las lesiones, los predadores y la falta de - alimento, amenazan por igual a los delfines, al ser humano y a .otras especies, pero el desarrollo del ser humano como auténti* co razo nado r práctic o tamb ién enfrenta otras amena zas. Durante las primeras etapas después del nacimiento, los be bés, al igual inmediata que los delfines más jóvenes,delsecuerpo: orientanlahacia satisfacción de las necesidades lechelay el pecho, el cal or y la seguridad, la liberación de una u otra mo lestia o dolor, el sueño. Ésta es la primera experiencia que tiene el ser humano en el logro de bienes, por lo que si reparamos en ello tendremos que reconocer que la triple clasificación de las maneras de atribuir lo bueno ya mencionada, no es del todo completa. En una etapa primaria también se reconoce como bueno, y se denominan buenos, los placeres que se logran en la satisfacción de las necesidades corporales y, de hecho, la sa tisfacción de las necesidades en general. El desarrollo ulterior de esta etapa significa el reconocimiento no sólo de un rango de bienes más amplio, sino también de un rango más amplio de lo que es bueno. Los delfines también se desarrollan y en el curso natural de su desarrollo orientan su acción hacia diferentes ti pos de bienes, como por ejemplo los bienes sociables de la caza y el juego, Pero a medida que se hacen mayores, la orientación de sus actividades y los objetos hacia los que dirigen su deseo cambia en algunos aspectos, como parte de su desarrollo natu ral. como le sucede una No etapatienen en queque se pasar, separan de sus deseos,allo ser quehumano, implic por a un re conocimiento de bienes distintos del placer de satisfacer las ne cesidades corporales. ¿Qué quiero decir con ello? Cuando una persona expresa un motivo para hacer una cosa en lugar de otra nunca resulta suficiente, ni para explicar ni
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para justificar la acción, decir: «He hecho A porque hacer A me ha permitido hacer, tener o ser B y yo quería hacer, tener o ser B». La razón de que no baste esa explicación es que es impor tante preguntar siempre por la razón por la que se escoge ac tuar, en ese momento concreto y dadas esas circunstancias con cretas, según un deseo y no otro. Todo individuo puede tener en un determinado momento diferentes planes, objetivos y deseos. De modo que cuando se proponga actuar según un cierto de seo, debe preguntarse: «En este momento y en estas circunstan cias, ¿es lo mejor actuar para satisfacer este deseo concreto?». Si actúa de acuerdo con un deseo concreto, o bien emite un juicio o pr es up on e un ju ic io qu e dic e qu e lo mejor pa ra él es actu ar aquí y ahora para satisfacer ese deseo concreto. La expli cación o justificación d e algun a acción concreta , en el día a día, no suele concluir con el individuo diciéndose algo parecido a: «Lo hice sólo porque era lo que quería hacer.» Pero si alguien lo dijera, estaría incitando a que se le preguntara si no había al guna razón mejor para haber actuado de otra manera; es decir que su razón para actuar sería una buena razón no sólo porque deseara tales y tales cosas, sino que además no hubiese ninguna otra mejor razón para actuar de otra manera. Al evaluar de esta manera sus deseos, el ser humano se dis tancia de ellos; establece una distancia entre ellos y su persona qua razonador práctico, sólo porque da lugar a la pregunta, tan to por su parte como por parte de los demás, sobre si es bueno, de hecho, que actúe aquí y ahora de acuerdo con e se deseo co n- , creto. Este tipo de deliberación sucede, y así debe ser, la mayo- /¡f ría de las veces sin que ello implique plantearse efectivamente la pregunta. Si esta pregunta se plantease con demasiada fr ecuen- ¿ cia e insistencia, las personas se paralizarían como agentes; no ' obstante, si no existiese la capacidad para planteársela, tampoco sería posible operar como razonadores prácticos: esta capaci dad sólo la pueden adquirir quienes han aprendido a separarse, en una medida importante, de sus deseos y más especialmente de aquellos deseos más primitivos, más infantiles. El niño pe queño actúa según sus deseos siempre que puede, porque, en cuent ra en ello s razones para actuar, como les sucede a los delfi -
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^. ríes o a los gorilas. Kenny, McDowell y otros estudiosos han sub¿1 rayado que el uso del lenguaje permite lograr la evaluación de "4 las razones; pero la adquisición de lenguaje no es suficiente en sí f i misma. El niño debe a prender que puede tener una bu ena razón para actuar que no es la que le dictan sus necesidades más im periosas, y sólo podrá hacer eso cuando esas necesidades dejen de dominarlo. Eso no significa, desde luego, que el niño sea capaz de actuar sin deseo. La idea misma de que sea posible actuar sin deseo es una fantasía peligrosa. Se trata más bien de que el niño se abra a consideraciones acerca de lo que es bueno para él. De sarrolla el deseo de hacer, ser y tener lo que es bueno para él
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«¡Deja de comer eso! Ya sé que te gusta, pero es malo para ti» o «Te va a hacer daño, pe ro no te vas a curar de otro modo». Al , j,^/ aprender de los demás cómo emplear respecto a sí mismo esa f' ,¿ distinción, el niño también reconoce la diferencia entre los jui6' ffl¡L cios que expresan deseos y los juicios sobre lo que es bueno mejor para cada quien. En última instancia, cada ser humano tiene la última palabra sobre sus propios deseos. No siempre es W/ fácil saber lo que uno necesita, y a veces alguien puede no saberí? lo que realme nte necesita y pued e requ erir la ayuda de otros pa ra ' * descubrirlo. No obstante, una necesidad es algo que, en caso de que se tenga, ha de poderse decir, y a menudo sólo uno mis mo puede decirlo. Pero uno no está igualmente autorizado con p
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hacer, ser yletene r, y alhacia ha cerlo asíbien. se encue ntra moti señalar, vado por ra zones que orientan algún Es importante no obstante, que al justificar nuestras acciones y actuar a partir de uno u otro deseos hacia uno u otro objetos, no se hace refe qua deseo; lo que justifica la rencia alguna al deseo de lo bueno acción es siempre una afirmación sobre el carácter del bien en cuestión y sobre la razón por la que resulta mejor actuar de una cierta manera, en una situación determinada, para lograr ese bien. Por ello tiene importancia que en los análisis filosóficos no se equiparen, en general, las evaluaciones y las manifestaciones de deseo, pues en caso de hacerlo, no se estará en condiciones de trazar el progreso del niño desde esas primeras etapas en que no puede distinguir aún entre ambas cosas, y la etapa posterior, en que distingue las respuestas a las preguntas: «¿Qué quiero?» o «¿Qué es lo que más quiero?» de las respuestas a la pregun ta: «¿Qué es lo mejor que puedo hac er?». Está claro que el niño aprende a hacer esta distinción en su relación con otros que la emplean refiriéndose a él, antes de que
respecto jo r h acer,a los ser juicios o ten er.sobre lo que para sí mismo es bueno o me Aunque normalmente las personas se conocen más a sí mis mas de lo que las conocen los demás, en ciertos aspectos funda mentales pueden no saber más que otros sobre lo que es bueno o mejor para ellas. En el caso de un atleta, pueden saber más su ij¡$\ médico o su entrenador, o en el de un estudiante, su profesor -jT .- $ puede estar en una mejor posición para juzgar qué es bueno para él. Igual puede suceder con los amigos. Para ser capaz de ju zg ar po r sí mi sm o, el ind ividu o debe ap re nd er de los de má s sobre lo bueno en general y sobre lo bueno para él mismo, y los primer os de quienes se apren de suelen ser padres, tías, cuidado- Y p res, etcétera. Ahora bien: para desarrollar sus facultades como /¿ qua miembro de su esperazonador independiente y florecer así #Ü cié, cada individuo debe pasar de la aceptación de esas primeras enseñanzas a la elaboración de sus propios juicios independien tes respecto a bienes; juicios que puedan justificarse racional mente para uno mi smo y para lo s demás, proporcionando buena s razones para actuar de una manera y no de otra. Esta transición
él mismo sea capaz de emplearla, en expresiones tales como
tiene un triple carácter. Se inicia en la edad más temprana de los animales humanos, tan dependientes como lo son el bebé delfín o el bebé gorila, y se completa en el momento en que el ser humano se transfor ma en un razonador práctico independiente. Tiene al menos tres dimensiones, dos de las cuales ya se han mencionado. Las
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1, Lo que hace fal ta es una argumentación aristotélica, más que davidsoniana, de estas cuestiones; sobre la perspectiva de Aristóteles, véase Thomas M. Tuozzo, «Conceptualized and Unconceptualized Desire in Aristotle», en Journal of the History of Philosophy xxxii, 4, octubre de 1994, y sobre la de Davidson, su obra Expressing Evaluations, Manhattan, University of Kansas Press, 1982.
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tres son posibles por la posesión del lenguaje, aunque cada una de ellas requiere no sólo la capacidad para el uso del lenguaje sino también la capacidad de emplearlo para ciertos usos, que a su vez requieren otras capacidades. El primer aspecto que desQj? estaca de esta transición, como ya lo he indicado, es el paso que \, Srx hay entre sólo tener razones y ser capaz de evaluarlas como buenas o malas, y en virtud de esa evaluación cambiar las razo;\°y ,i\: } nes para actuar y, por lo tanto, las acciones. La transición care$ ¡yacería de punt o de parti da si el ser hum ano no compart iera la ' 0?' ,; orien tación inicial hacia ciertos bienes que también mue stra n v
de parti cipar cada vez más en esas actividades en las que los ni ños y adolescentes aprenden a reconocer una gama de diferen tes bienes, en un proceso gradual pero lleno de obstáculos, difi cultades y peligros. Cualquier lista de esos obstáculos y peligros ha de comenzar mencionando los mismos factores letales que amenazan a los delfines: enfermedades, lesiones, predadores, una alimentación defectuosa y la inanición. Además, hay que añadir todos los fac tores y estados que suponen una amenaza para el desarrollo de las capacidades lingüísticas y evaluadoras de los niños: la fal ta de un estímulo adecuado de la actividad cerebral, el retraso mental, el autismo, la inseguridad que engendra ansiedad, las condiciones que hacen a un niño incapaz de controlar su agre sividad, un miedo excesivo, la falta de entusiasmo, etcétera. La lista podría ser más larga, pero basta para orientar la atención hacia otra dimensión de la (transición, del niño de la dependen cia infantil a la condición de razonador practico independiente: A la transformación de los deseos y las pasiones del hiño. Vj^r Una condición necesaria para poder razonar de manera sóli-
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ciarse en algu na medi da de los deseos del momen to, para así poder evaluarlos. Existe el riesgo de que quienes no son ca# paces de distanciarse lo suficiente de sus deseos más inmediatf".^ . tos, aquéllo s par a quienes el deseo del bien no ha llegado a ser lo bastante poderoso, no lleguen a darse cuenta de ello. En ese W si V # ;3
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caso puede suceder que vean como un deseo para su propio bien o para el bien lo que es en realidad, como pasa a menudo, una forma no reconocida de deseo infantil, o sea, un deseo que no ha sido evaluado críticamente. De ahí que al deliberar se ra zone a partir de premisas poco sólidas y se actúe a partir de motivaciones viciadas. El razonamiento práctico sólido y la buena motivación están relacionados de forma a veces comple ja, per o la incap acidad para dist anciarse de los deseos repre senta un peligro para ambos. La historia de transición en un individuo no es sólo la histo ria de ese individuo concreto, sino también la historia de otros individuos cuya presencia o ausencia, cuya intervención o falta de intervención, tiene una importancia fundamental para de terminar que la transición se lleve a cabo con éxito. Esos otros individuos entran a formar parte de la historia en dos sentidos diferentes. Antes que nada, proveen los recursos necesarios para que la transición sea posible al cuidar, alimentar, vestir, educar, enseñar, constreñir y aconsejar. Los recursos que nece sita un individuo varían según las circunstancias, el tempera mento y sobre todo según los obstáculos y dificultades a los que se ha de hacer frente. Todo individuo necesita ayuda de los de más para evitar padecer una situación de discapacidad, pero cuando ésta llega a darse, bien de manera temporal o perma nente, y uno se queda ciego, sordo, lisiado, sufre alguna enfer medad debilitante o un trastorno psicológico, necesita de los demás para mantenerse en vida, para obtener los recursos ne cesarios, con frecuencia escasos, para descubrir las oportunida des que quedan por delante y para que hagan lo que uno no* puede hacer por sí mismo. Diferentes individuos, discapaci tados de varios modos y en distinto grado, pueden tener sus propios talentos y posibilidades, así como sus propias dificulta des: cada uno de ellos necesita que los demás perciban su parti cularidad. Aquí es importante recordar que existe una escala de discapacidad en la que todos ocupamos un lugar. La discapaci dad es, en su grado y en su duración, una cuestión de más y me nos. En diferentes momentos de la vida, y a menudo de manera impredecible, todos podemos yernos situados en puntos muy
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diferentes de la escala; y cuando pasamos de un punto a otro, necesitamos que los demás reconozcan que seguimos siendo las mismas personas que éramos antes. No obstante, los demás no sólo desempeñan ese papel en la historia de todo individuo. Desde el momento del nacimiento, y en realidad desde antes, | el niño forma par te de un conju nto de relaci ones sociales que lo definen y que no son en absoluto obra suya. Y debe transitar a un estado en que sus relaciones sociales son las de un razonado r práctico independiente con otros razonadores prácticos inde pendientes, así como con quienes posteriormente dependerán de él. Los razonadores prácticos independientes contribuyen a la formación y el mantenimiento de sus relaciones sociales, de una manera que no pueden hacerlo los bebés; aprender a ser un razonador práctico independiente supone aprender a cooperar con los demás en la formación y el mantenimiento de las rela ciones que hacen posible el logro de bienes comunes por parte de razonadores prácticos independientes. Estas actividades coo perativas suponen de antemano una cierta comprensión com partida de posibilidades presentes y futuras. Una tercera dimensión del tránsito de la infancia a la condi ción de razonador práctico independiente es el paso de la con ciencia limitada al presente a una conciencia que incluye un fui turo imaginado. Al igual que la capacid ad para evaluar razone s ! y para tomar distancia de los deseos del momento, ese paso también requiere la posesión de lenguaje y la capacidad de em plearlo para una amplia variedad de usos diferentes. Los miem bros de especies inteligentes que carecen de lenguaje no pueden hacerlo; recordemos la anotación de Wittgenstein: «Es posible imaginar a un animal (Tier) enfadado, asustado, triste, feliz, sorprendido. Pero, ¿esperanzado? ¿por qué no?». Y su comen tario posterior: un perro puede creer que su dueño está en la puerta, pero no que su dueño llegará pasado mañana. La forma como se estructura la comprensión del futuro de pende en parte del empleo habitual del reloj y el calendario, así como de los modos de planificación del tiempo en cada cultura. 2
2. Ludwig Wittgenstein,Investigaciones filosóficas II, i, 174.
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Pero todo razonador práctico debe ser capaz de imaginar diver sos futuros posibles para él, imaginarse avanzando desde el mode-:-0' mentó presente en diferentes direcciones, porque la existencia futuros alternativos y diferentes ofrece conjuntos de bienes alter nativos o bienes diferentes, y distintos modos posibles de florecí-4 miento. Es importante que todo individuo sepa visualizar tanto futuros próximos como distantes y que, aunque sea improvisadamente, piense los probables resultados futuros de uno u otro comportamientos. Para ello no sólo hace falta conocimiento sino también imaginación. Al igual que sucede con el resto de las capacidades que el ser humano necesita, el desarrollo de la clase de imaginación que ?
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hace falta es vulnerable a una serie de peligros y accidentes, además de los ya enumerados. Un niño puede obtener de su en torno una pespectiva limitada y empobrecida de sus posibilida des futuras; puede sucederle a cualquiera, aunque es un daño al que están sujetos muy especialmente quienes ya padecen un cierto grado de discapacidad. Normalmente se da por supuesto, quizá siempre haya sido así, que quien padece ceguera, sordera o alguna lesión o deformidad en las extremidades está excluido de muchas cosas, y no sólo de un breve conjunto de posibilida des; y a menudo se considera que eso es un hecho de la natura leza, lo cual impide ver que la superación de los obstáculos de rivados de esas aflicciones en buena medida depende no sólo de los recursos que posean las personas discapacitadas (lo que variará mucho de un individuo a otro), sino también de la con tribución de los demás, de quienes pueden no tener la imagina ción suficiente con respecto a las posibilidades futuras. El signiñeado real de la discapacidad no sólo depende de la persona discapacitada, sino también de los grupos sociales a los que pertenece. Pero esto no sólo les sucede a los discapacitados; los demás también pueden llegar a ser víctimas de una incapacidad para " imaginar futuros realistas alternativos, porque en algunas eta-fl' pas fundamentales de la infancia no fueron educados para imaginar posibilidades alternativas. Este fallo educativo puede ser*' de dos clases distintas. Por un lado, como sucede con los disca-
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pacitados, puede restringir el sentido de posibilidad a través de la formación de creencias falsas sobre la medida en que la vida del ser humano está determinada por circunstancias fuera de su control. Por el otro, puede fomentar una fantasía autócomplaciente que haga borrosa la diferencia que existe entre las expectativas realistas y los deseos. Cualquiera de los dos fallos producirá razonadores prácticos defectuosos: en el segundo caso, individuos incapaces de reconocer los límites de sus op ciones, y en el primero, individuos que no pueden darse cuenta de la cantidad y diversidad de alternativas que existen, entre las que pueden escoger. En cualquier caso, esas dos incapacidades implican, por lo general, una comprensión inadecuada de los
en un área, puede terminar siéndolo en las tres. Al hablar de quienes enseñan me refiero, por supuesto, muy especialmente a los padres, pero también a todos aquellos que se preocupan de los niños, interaccionan con ellos y los educan conforme lle gan al punto en que les resultan asequibles los modos de flore cimiento específicamente humanos. Cuando hablo de razona miento práctico independiente, me refiero al ejercicio de las facultades humanas de racionalidad en culturas y economías muy distintas y, por le^fanto, en contextos de práctica muy di versos, como la caza, la agricultura, el comercio o la industria. El sign ificado que el florecimiento tiene para el ser humano va ría de un contexto a otro, pero en cada uno se desarrollan las
papeles que desempeñan y puedencomo desempeñar los demás en nuestra vida, tanto para mejorarla para empeorarla. Esta tercera dimensión del tránsito de la infancia más tem prana a la condición de razonador práctico independiente está estrechamente relacionada con las otras dos. Cuando un indivi duo se pregunta si la razón que ha dado por buena para actuar en un determinado sentido es lo suficientemente buena, nor malmente es necesario que se pregunte qué otra cosa podría haber hecho, qué alternativas futuras existían. De modo seme ja nt e, pa ra ap re nd er a di stan ci ar se de los deseos más in medi a tos y ser capaz de preguntar: «¿Es lo mejor que puedo hacer, aquí y ahora, para satisfacer este deseo concreto?» hace falta reconocer los diferentes objetos de deseo y los diferentes bienes que ofrecen los futuros alternativos. Es necesario que el ser humano aprenda a verse a sí mismo orientado hacia una diver sidad de objetivos que están más o menos distantes de la situa ción presente, así como a ordenar sus deseos de manera corres pondiente. La relación que existe entre las tres dimensiones mencio nadas es compleja, pero todas ellas contribuyen a un único pro ceso de desarrollo, y un grado de incapacidad importante en cualquiera de las tres áreas tenderá a generar o reforzar una in capacidad significativa en cualquiera de las otras dos. Sucede así con quienes deben aprender y con quienes enseñan a ser ra zonador práctico independiente: quien es deficiente educando
potencialidades florecer de unlas modo específicamente hu mano cuando elpara individuo ejercita capacidades propias del razonador práctico indepeñdleñter Por lo tanto, para enferidér cómo sería buen o que vivies en los seres humano s, hace falta sa ber qué significa la excelencia en un razonador práctico inde pendiente, es decir, cuáles son las virtudes del razonamiento práctico independiente. Pero es necesario saber más que esto. Dada la importancia del papel que los demás desempeñan en el tránsito de la infancia más temprana a la condición del razo nador práctico independiente, también hace falta saber qué sig nifica para esas otras personas la excelencia en el desempeño de su papel, cuáles son las virtudes del cuidado y la ense ñanza y cómo se relacionan con las virtudes del razonador práctico. Al preguntar en qué consiste el florecimiento humano, enseguida nos percatamos, como le sucedió a Aristóteles, que estamos preguntando cuáles son las virtudes y qué significa vivir la clase de vida que requiere el ejercicio de las virtudes. Se dirá que no es nada sorprendente: formular la pregunta en términos aristo télicos, tal como lo he hecho, conduce de manera natural a que la respuesta se desenvuelva también en el sentido aristotélico. Puede decirse, sin embargo, que esa formulación implica una petición de principio; es decir, que asume pero no demuestra la superioridad del punto de vista aristotélico respecto a otros puntos de vista posibles. Hay que admitir que es cierto, pero es necesario hacer dos clases de observaciones.
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Primero: todo pun to de partida de una investigación filosófi ca implica igualmente una petición de principio. No existe un punto de partida sin presuposiciones. Lo que justifica un punto de partida u otro es lo que sigue, la investigación que con ello se lleva a cabo y el resultado en el logro de un tipo específico de entendimiento de algún tema. Una señal de que la comprensión es adecuada es que permite explicar de manera retrospectiva por qué una investigación bien diseñada podría adoptar algu nos puntos de partida, pero no otros. Los supuestos y métodos iniciales se justifican cuando se llega al final a una formulación adecuada del conjunto correspondiente de primeros principios. No obstante, frente a ello es posible decir que he ofrecido más argumentos a mis críticos, puesto que he añadido ahora, a un punto de partida más o menos aristotélico, una concepción más o menos aristotélica de cómo debe desarrollarse la inves tigación. Debo admitir de nuevo que es cierto: todavía queda mucha investigación filosófica por hacer, que no llevaré a cabo aquí. Es así en particular en un área concreta. He enumerado una diversidad de modos de atribución de lo bueno, de usos de «bien» y de sus términos afines. Esa enumera ción toma como usos centrales de «bien» aquellos en que se refie re directa o indirectamente al florecimiento de los miembros de alguna especie animal o vegetal qua miembros de esa especie. Es tos usos centrales ofrecen la unidad subyacente en cuyos térmi nos es necesario explicar la multiplicidad de atribuciones. Parto de que el significado del florecimiento para un a u otra espe cies es una cuestión de hecho, aunque a veces se discuta su sentido en aspectos concretos; por eso me siento comprometido a ofrecer lo que en cierto sentido es una explicación naturalista de lo bueno y del «bien», puesto que si un vegetal o un animal pueden florecer es porque poseen el conjunto apropiado de características natu rales. Estolano implica que darse significado de «bien» mediante elaboración de pueda una lista de el características naturales, ni siquiera si se trata de una larga lista disyuntiva; decir que el bien es una propiedad que procede de un determinado conjunto de características naturales es dar un nombre al problema de la relación entre la bondad y esas características, pero no resolverlo.
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Aunque en esta área surgen problemas filosóficos sin duda difíciles, no voy a abordarlos, pero sí quiero hacer notar que sólo enumerar los usos de «bien» de esta manera hace que aparezcan inverosímiles ciertas teorías filosóficas acerca del «bien». Sea lo que sea que signifique el florecimiento de un individuo de una determinada especie, sea lo que sea que signifique que al canza su bien, o que esto o aquello es bueno para el sujeto por que conduce a su florecimiento, no puede suponerse que con esas afirmaciones le estemos atribuyendo alguna propiedad no natural o expresemos una actitud, una emoción o un respaldo (afirmaciones como esas pueden hacerse de los cardos y las co les, de los burros y los delfines, usando en el mismo sentido las expresiones «florecer» y «bien»).
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¿CÓMO LLEGAMOS A SER RAZONADORES PRÁCTICOS E INDEPENDIENTES? ¿QUÉ PAPEL DESE MPEÑ AN EN ELLO LAS VIRTUDES? . ^ ¿Qué relaciones sociales necesita el ser humano para ser un razonador práctico independiente? ¿Hay también relacio nes sociales que son necesarias para que se mantenga como razonador práctico independiente? ¿Cuáles son las virtudes sin las que estas relaciones no pueden producirse ni mantener se? Para responder a estas preguntas, antes que nada hace falta una nueva explicación, y más precisa, sobre las dimen siones del desarrollo del niño para salir de la dependencia in fantil. En gran parte de la filosofía moral el punto de partida supo ne ya la existencia de razonadores prácticos, independientes y maduros cuyas relaciones sociales son del mundo adulto. Si se llega a hablar de ella, la infancia es un tema al que se presta poca atención y de manera circunstancial. Pero los razonado res prácticos entran al mundo adulto con relaciones, experien cias, actitudes y capacidades que traen consigo desde la infan1
1. Por supuesto, hay algunas, aunque sorprendentes, exce pciones, entre las que se encuentran el Emilio, de Rousseau, y, más recientemente, la obraThe Philosophy of Childhood,de Gareth B. Matthews, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1994. La negligencia en el tratamiento de la infancia es análoga a la negligencia respecto a la senectud y las experiencias, en todas las etapas de la vida, de discapacidad y depen dencia.
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cia y la adolescencia, y que en una gran medida no pueden de sestimar ni eliminar. Llegar a ser un auténtico razonador práctico independiente es un logro, pero siempre es un logro para el que los demás también han contribuido de manera esencial. Las primeras contribuciones se refieren directamente a la existencia animal del ser humano, a lo que comparte en su desarrollo con miem bros de otras especies inteligentes: todo individuo debe a sus padres, sobre todo a la madre, a los tíos, abuelos o quienes les sustituyen, el cuidado necesario desde la concepción hasta el nacimiento, la primera infancia y la niñez, el mismo que deben los delfines también a sus mayores, que les proporcionan cui dados maternales y de otro tipo. En la vida del ser humano, como en la de los delfines, existen patrones de reciprocidad, que perdura n y se extienden más allá de la vida de los individuos concretos. Los delfines, que han recibido cuidados, cuidan a su vez de otros, a veces más allá de su propia especie, y ofrecen cuidado incluso a seres humanos. En un diálogo en que compa raba las excelencias de los seres marinos con las de los anima les terrestres, Plutarco atribuyó a los delfines «esa virtud tan buscada por los mejores filósofos: la capacidad para la amistad desinteresada», en contraste con lo que, en su opinión, era el limitado interés propio de las golondrinas. Aunque esta idea acerca de los delfines pueda resultar atractiva, destaca una se mejanza a costa de ocultar una diferencia. El cuidado de los demás desempeña un papel fundamental para mantener la vida en común de los delfines; no obstante, es un papel que ellos mismos no pueden analizar, pues carecen de la capacidad para mirar retrospectivamente su primera infan cia o prever el envejecimiento y la muerte, como puede hacerlo el ser humano. Tanto los delfines como el ser humano tienen una identidad animal y un pasado animal. El ser humano pue de desestimar este hecho o puede ocultárselo a sí mismo, ima ginándose como una persona lockeana o una mente cartesiana 2
2. Plutarco,Moralia LXIII.
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o incluso como un alma platónica; pero también, a diferencia de los delfines, tiene la posibilidad de entender su identidad animal a través del tiempo desde la concepción hasta la muerte, y entender con ello su necesidad de contar con el cuidado de otras personas en diferentes etapas de la vida pasada y futura. Es decir, sabe que ha recibido atención y cuidado, y sabe que se espera que a su vez preste esos cuidados de vez en cuando; y sabe que habiéndose ocupado de cuidar a otros, tendrá necesi dad también de vez en cuando de que los demás le cuiden. Para que el ser humano no se limite a ejercitar sus capacidades ani males iniciales y pueda desarrollar también la capacidad pro pia del razonador práctico independiente, necesita a los demás de varias maneras: los necesita para mantener relaciones que estimulen la capacidad para evaluar, modificar o rechazar sus propios juicios prácticos, la capacidad para preguntar si lo que considera que son buenas razones para actuar son realmente buenas razones; los necesita para desarrollar la capacidad de imaginar con realismo futuros alternativos posibles, de modo que pueda elegir racionalmente entre ellos; los necesita para adquirir la capacidad de distanciarse de sus deseos, para poder indagar racionalmente lo que es necesario para buscar su pro pio bien aquí y ahora y orie ntar sus deseos y, en caso de ser ne cesario, reeducarlos para alcanzar el bien. Debemos analizar en primer lugar este último aspecto. Ya hemos indicado que una de las primeras causas de in competencia para el razonamiento práctico es la incapacidad para distanciarse suficientemente de los deseos, para ser capaz, cuando sea necesario, de juzgar esos deseos desde un punto de vista externo. He sugerido que ello suele ser el resultado de una incapacidad para independizarse lo bastante de aquellas otras personas de quienes se ha dependido, primero para el sustento durante la infancia y luego para la iniciación en el proceso del razonamiento práctico. No se trata sólo de que el bebé desee la 3
3. Véase para una exposición sobre algunos de los temas y argumentos filosóficos relevantes Eric T. Olson,The Human Animal: Personal Identiíy Without Psychology, Ox ford, Oxford University Press, 1998.
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satisfacción inmediata de las necesidades que siente imperiosa mente, sino que esos deseos se concentran en cualquier perso na y en cualquier cosa que satisfaga esas necesidades; y las acti tudes del niño hacia los objetos de sus deseos están moldeadas por vínculos y afectos (con las privaciones, dolores y temores que llevan aparejados) que para él definen las primeras relacio nes sociales. Es posible que todo esto parezca demasiado evidente para que merezca la pena destacarlo, pero ayuda tener en mente te mas que son sumamente necesarios para entender cabalmente la dificultad que enfrentan los padres y otras personas cuyo pro pósito és hacer que los niños, aún dependientes, sean capaces de transformarse en razonadores independientes; razonadores prácticos que no sólo tengan la capacidad de llegar a sus pro pias conclusiones, sino que también sean responsables de ellas ante otras personas. Los recursos con los que cuentan para esta tarea se derivan en gran medida de la dependencia inicial del niño; éste habrá aprendido, a través de sus experiencias afecti vas y emocionales, que para satisfacer sus deseos debe compla cer a su madre y a otros adultos, y se comporta de modo que pueda complacer a esos adultos. No obstante, para que el niño realmente llegue a ser un razonador práctico independiente, los no actuan adultos deben enseñarle que podrá complacerles, do para complacerles, sino actuando para hacer aquello que es mejor y es bueno para él, incluso si no es del agrado de algu nos adultos. A todos los adultos les resulta difícil enseñar esto y para algunos es imposible. De modo que el aprendizaje más temprano del niño es, por regla general, un aprendizaje imper fecto en manos de maestros imperfectos, donde el niño se en frenta a exigenc ias contra dictorias y reaccio na, si esos maestro s logran sus objetivos, luchando contra esa imposición. Es impor tante destacar que la imperfección del maestro no se debe sólo a la dificultad de la tarea, sino también al hecho de que el maes tro fue asimismo, en su momento, un aprendiz imperfecto. El niño que logra independizarse tanto de sus propios de seos como de la influencia excesiva de los adultos lo habrá he cho, generalmente, por medio de una serie de conflictos. Pero
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participar en un conflicto sin ser destructivo, ni para los de más ni para uno mismo, es una habilidad más que es necesario aprender tempranamente, y que también suele aprenderse de manera imperfecta. De ahí que el ser humano no consiga nun ca desligarse completamente de los vínculos afectivos ni de los antagonismos típicos de la primera infancia, y acaso tampoco sería deseable que lo hiciera. La reflexión sobre la práctica del psicoanálisis, y en particular la obra de D. W. Winnicott, debe rían habernos enseñado que la incapacidad para transformar las actitudes y relaciones de la primera infancia tiene como consecuencia que sea imposible alcanzar la independencia, que sea imposible reconocer con sinceridad y realismo las de pendencias y afectos, de modo que uno queda cautivo de esas dependencias, afectos y conflictos. El reconocimiento de la de pendencia es la clave de la independencia. Puesto que quienes ño pueden liberarse de ese cautiverio pueden no ser capaces si quiera de adquirir una apropiada conciencia de sí mismos como personas independientes con una unidad como agentes. Winnicott ha demostrado que en la formación de ese sentido de sí mismo existe una secuencia en la que el «relajamiento en condiciones de confianza basada en la experiencia» es seguido por «una actividad creativa mental y física, que se manifiesta Lina en el juego »\ de manera qué se produce, por último, «suma de estas experiencias, que forman el fundamento para el sentido de sí mismo». (En el pasaje que cito, Winnicott uti liza esta secuencia para narrar la historia de un análisis, pero también se aplica a las historias de la primera infancia.) Jugar es importante porque permite explorar, porque libera de las presiones que impone el sentimiento de necesidad, porque am plía tanto la variedad de actividades que merece la pena buscar por sí mismas como los placeres que pueden encontrarse en esas actividades, y porque al pasar de la clase de juego que practican tanto el ser humano como los delfines a formas más elaboradas de juego, se está transitando de la inteligencia ani-* 4
4. D. W. Winnicott,Playing and Reality,Londres, Tavistock, 1971, pág. 56 (trad. cast.: Realidad y juego,Barcelona, Gedisa, 1982). V
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mal a un razonamiento específicamente humano. Lo que los analistas pueden proporcionar a veces a aquellas personas cu yas experiencias de la primera infancia fueron deficientes, es lo que las madres y otros adultos son capaces de ofrecer a los »| niños cuando hacen bien su cometido; es decir, una situación Ken que la confianza absoluta del niño en esos adultos libera las I facultades creativas mentales y físicas que se expresan en el juego, lo que r esu lta en un sent ido de sí mismo suficiente p ar a alcanzar un grado cada vez mayor de independencia en el ra zonamiento práctico. Al adquirir un sentido adecuado de sí mismo, uno llega a ser capaz de preguntarse por la relación entre el conjunto de deseos
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y motivos queUna tiene en un momento dadouna concosa lo que es bue| no para uno. buena razón para hacer en lugar de p otra, para actuar a partir de un determinado deseo y rio otro, es
que hacer una cosa en lugar de otra sirva a lo que es bueno para uno, contribuya a su florecimiento qua ser humano. Pero, ¿qué sucede si los deseos se orientan de otra manera? En un inicio, los niños mu y pequeños sólo pueden persegu ir la satisfacción de sus necesidades inmediatas, sin referencia alguna a un bien más allá de esa satisfacción. En el caso de los adultos, sucede a menudo ff".en situaciones concretas que lo mejor para ellos sería una deter% minada cosa, pero quieren hacer otra distinta. Tanto en el caso f del niño como en el del adulto, existe unajbrecfía entre lo qüé^tíe1 nen buenas razones para hacer y lo que podría satisfacer un de seo del momento o a otro componente de lo que Bernard Wi lliams ha denominado «el conjunto motivacional subjetivo del agente», que definido de manera amplia se refiere a las «actitu des de evaluación, patrones de reacción emocional, lealtades personales» y el compromiso con proyectos diversos. Williams ha sostenido que no es posible que un agente con 6
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creto tenga una razón para actuar externa e independiente de 5. Véase D. W. Winnicott, «The Baby as a Person», capítulo 13 ThedeChild, the FaMass., Addison-Wesley, 1987. 6. Bernard Williams, «Internal and externa! Reasons», Moral en Luck,Cambridge, Cambridge University Press, 1981, pág. 102. 7. Ibid., pág. 105.
mily, and the Outside World,Reading,
los componentes de su conjunto motivacional, aunque tiene cuidado de señalar que no debe pensarse ese conjunto como I «estáticamente dado». Es decir que Williams concede que un agente pueda llegar a estar motivado por consideraciones que ¿ en el presente no le motivan; lo que había sido una razón externa puede llegar a ser una razón interna. Las conclusiones de Williams sí excluyen, sin embargo, la posibilidad de que para que un agente concreto pueda ser lo mejor qua ser huma no o V qua tía o qua granjero hacer una determinada cosa, y que por lo tanto ese agente tenga una buena razón para hacer eso, con independencia de que tenga o no en el presente o pueda tener en*' el futuro la motivación necesaria, incluso si por sus circunstan- : 8
cias está impedido para tener esa motivación. Según parece, ello se debe a que, según Williams, una cosa es afirmar que lo bueno y lo mejor para un agente sería que hiciese algo, y otra muy distinta afirmar que ese mismo agente tenga razones para hacer eso. La explicación ofrecida por Williams da lugar a un desarrollo moral de algún tipo, pero impide ver con claridad la manera en qué los agentes,^ en varias etapas, deben aprender a trascender las; limitaciones que ha tenido hasta entonces su conjunto motivacional y aprender que, en caso de mantenerse dentro de esas limitaciones^ fracasarán rotundamente en su de sarrollo moral. Un niño que transita del ejercicio infantil de la inteligencia animal al razonamiento práctico independiente debe lograr la transformación de su conjunto motivacional, de modo que lo que en su srcen eran (según la terminología de Williams, aunque aho ra entendida de manera diferente) razones externas, se convier tan también en razones internas. Éste es el paso de desear A y querer que el deseo de A sea satisfecho, simplemente porque uno así lo desea, a desear A qua bueno y querer que el deseo de A sea satisfecho, sólo en la medida en que es un deseo de lo que es bueno y es lo mejor para uno. Las cualidades que debe desa rrollar un niño, primero para reorientar y transformar sus de seos, y después para orientarlos consistentemente hacia los bie8. Ibid, pág. 105.
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nes de las diferentes etapas de su vida son las virtudes morales e intelectuales." Las virtudes ocupan el lugar que ocupan y tie nen la función que tienen en la vida del ser humano debido a que la incapacidad para adquirirlas hace imposible la transi ción de la que venimos hablando. ¿Cómo nos capacitan las vir tudes para ello? Antes de poder ofrecer una respuesta mínima mente adecuada, es necesaria una explicación más amplia del tránsito que el niño debe realizar, así como de su estado final, pero con lo dicho está claro que algunas respLiestas quedan des cartadas. Justamente debido a que el grado de éxito o fracaso en la ad quisición y la práctica de las virtudes determina en gran medi da lo que resulta agradable y útil, resulta equivocado caracte rizar las virtudes, en los términos de Hume, como cualidades que son general y naturalmente agradables y útiles. Pensemos en la virtud de la templanza, la virtud que se refiere a los place res y dolores del comer, beber, la sexualidad y otras actividades y condiciones del cuerpo. La posesión de esta virtud no sólo su pone saber cómo evitar los extremos del apetito autocomplaciente e incluso adictivo, por un lado, y el puritanismo despecti vo e insensible, por el otro, sino hacerlo también, como señaló Aristóteles, con la atención puesta en las circunstancias concre tas de cada uno. La templanza no le exige a un atleta en proce so de entrenamiento lo mismo que a un convaleciente, necesita do de recobrar sus fuerzas; tampoco le exige lo mismo a quien sufre la tentación de comer en exceso y a quien se dedica faná ticamente al culto de la forma física y el cuidado de su peso. La persona que haya llegado a ser temperante sabrá disfru tar de la moderación, y el exceso le resultará no sólo desagrada ble sino también doloroso. Esa persona no ejercerá ya la mode ración a pesar de sentir un deseo por los placeres del exceso, sino porque su deseo mismo se habrá transformado: ya no le resultará agradable y útil lo mismo que antes y la templanza en sí misma le resultará ahora agradable, a la vez que la reconoce rá como útil. Eso signi fica que entre las virtudes hay alguna s, al menos, como la templanza, qu.e resultan agradables a quienes las poseen, que las identifican como útiles, pero que bien pue-.
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den resultar desagradables e incluso perjudiciales no sólo a quie nes tienen los vicios correlativos, sino también para aquellos a quienes les resulta útil que otros tengan esos vicios. De manera que a quienes comercializan cierto tipo de bienes de consumo les resuífa sumamente agradable y útil que haya consumidores intempe rantes: su propio vici o de codicia hace que el vicio de la intemperan cia de otras personas les resulte agradable y , útil. El progreso que experimenta el niño hacia una condición en la que es capaz de distanciarse de sus deseos y evaluarlos es, por lo tanto, en un sentido fundamental, Lina iniciación para esos hábitos que son las virtudes. Será necesario que los profe sores del niño, para poder educarlo, tengan ellos mismos esas virtudes. Pero sería un error si a partir de ello se infiriese que es necesario dar al niño una educación moral, separada de su edu cación general. Así como se ejercitan las virtudes en todo el es pectro de las actividades humanas, también se aprenden en ese mismo conjunto de actividades, en los contextos prácticos en los que se aprende de los demás a desempeñar los roles y fun ciones como miembros de una familia.^ un hogar, primero, des pués en los deberes de la escuela, y posteriormente como gran je ro s, ca rp in te ro s, pro fesores , tr ip ul an te s\ de un pesq ue ro o miembros de un cuarteto de cuerda. Educar en las virtudes y en las habilidades correspondientes es sólo enseñar a desempeñar bien esos roles y funciones. (Queda mucho por decir, desde lue go, sobre el contenido de la educación que orienta hacia las vir tudes y la que no lo hace, aunque no se hablará aquí de ello.) Por ello, los maestros en general (los padres u otros familia res en general, o quienes inician a alguien en un oficio) habrán de tener en gran medida los hábitos que buscan inculcar; pero también necesitan poseer otras virtudes que varían según el tipo de enseñanza que exige su rol. Toda enseñanza exige algún qua estudiante así como grado de atención hacia el estudiante hacia la materia que se enseña; pero en ciertas materias , como el estudio del piano o el violín por ejemplo, la exclusión brusca de quienes carecen de talento para un mayor aprendizaje (un acto de clemencia para el alumno como para el profesor, y para cualquier inocente que pase cerca) es una de las características
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del buen maestro, que posee la virtud de reconocer al que no tiene talento, para excluirlo. Por otra parte, en el caso de quie nes se dedican al cuidado y la atención del niño pequeño des de el nacimiento, y especialmente la madre desde poco después de la concepción, el cuidado que resulta instructivo es de otra ín dole muy distinta y exige virtudes también distintas. En efecto, puede parecer extraño que se considere que el papel de la ma dre es el de una educadora, porque el cuidado que el bebé requiere de su madre, el que proporciona «ía buena madre co mún» en palabras de Winnicott, es algo muy distinto de la edu cación posterior para el ejercicio de prácticas diversas; pero no hay duda de que sí es una educadora y la calidad de sus cui dados es fundamental para el desarrollo posterior del niño en cuanto ser capaz de aprender. ¿Qué es lo que aprende el niño de ella en este período tan temprano de su vida? f La buena madre común proporciona un escenario en donde el niño se siente suficientemente seguro para poner a prueba, a menudo destructivamente, lo que es confiable y lo que no es confiable de acuerdo con su experiencia. De este modo, el niño adquiere conciencia, conciencia de sí como el objeto de recono cimiento por parte de una madre que se muestra receptiva ha cia sus necesidades, que se muestra fuerte y no contraataca ante su destructividad, sin insistir en que el niño se adapte a ella. El niño que se ve forzado a someterse a las exigencias de su madre, por la combinación de sus propias necesidades y una actitud no receptiva de la madre, se ve incapaz de adquirir un sentido adecuado de la realidad externa o de su propio ser: ca rece de lo necesario para ser capaz de distinguir bien entre la fantasía y la realidad y esta distinción es uno de los funda mentos del aprendizaje posterior. 9
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9. D. W. WinnicottHome , Is Where We Start From: Essays by a Psychoanalyst, Lon dres, Pelican Books, 1987, pág. 123. 10. D. W. Winnicott, «Primary Maternal Preoccupation», Collected en Papers. Through Paediatrics to Psychoanalysis, Londres, Tavistock Press, 1958 (trad. cast.: Escritos de pe diatría y psicoanálisisBarcel , ona, Laia, 1981) y «Ego Distortion in Terms of True and False Self», enThe Maturational Process and The Facilitating Environment. Studies in the Theory of Emotional Development, Londres, Hogarth Press, 1965 (trad. cast.: El proceso de maduración en el niño, Barcelona, Laia, 1981).
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¿Qué virtudes ha de tener una madre, qué virtudes han de tener también los padres y los demás miembros de la familia, para proporcionar la seguridad necesaria y un reconocimiento adecuado y receptivo? Los padres tienen con sus propios hijos una relación diferente de la que tienen otros maestros con sus estudiantes, y es diferente en tres aspectos. Para que los padres, y especialmente las madres, proporcionen a los hijos la seguri dad y el reconocimiento que requieren, el objeto permanente de sus atenciones y de su entrega ha de ser este niño, simplemente porque es su hijo y son exclusivamente resp onsables de él y res ponsables ante él de una manera singular. Segundo, su entrega inicial ha de ser incondicional en aspectos importantes; la acti tud de los padres, especialmente la de la madre, ha de ser ex presión de la promesa: «Pase lo que pase, yo estaré ahí para ayudarte». Y tercero, aunque es cierto que este niño es su,res ponsabilidad por el hecho de ser hijo suyo, no son sus necesida des respecto a su hijo, sino las necesidades del hijo las que han de ser primordiales. Esos tres aspectos de la relación suponen ne garse sistemáticamente a tratar al hijo en proporción a sus cua lidades y aptitudes. Antes de que nazca un niño, los padres suelen querer que se ajuste más o menos a un ideal, cuyos detalles concretos varían de una cultura a otra. Por lo general se suele desear que sea guapo y no feo, que goce de buena salud e incluso sea atlético y no enfermizo o lisiado, que su desarrollo intelectual sea normal o incluso sobresaliente y que no sea lento o retardado, etcétera. Sin embargo, para proporcionar la seguridad y el reconoci miento que el hijo requiere, todo buen padre común ha de en tregarse al cuidado de su hijo igualmente si éste resulta ser feo, enfermizo y retrasado. Esto atañe tanto a los padres que tienen hijos con un desarrollo normal y que son saludables, inteligen tes y guapos, como a quienes tienen hijos con alguna desfigura ción o lesión cerebral. Un buen cuidado paterno se define en parte por referencia a la posibilidad de que los hijos sufran la aflicción de una grave discapacidad. Por supuesto, los padres que tienen hijos seriamente discapacitados tienen que ejercer las virtudes correspondientes de manera heroica, cosa que no
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necesitan quienes no tienen hijos con esa discapacidad. Esos padres han emprendido una de las tareas más exigentes que existen: son el modelo de la buena maternidad o paternidad, ofrecen el ejemplo digno de seguir y la clave para la tarea de to dos los padres. Lo que consiguen quienes cumplen la función de un buen padre es conducir al niño al punto en que éste es educable, no sólo por ellos sino también por otra diversidad de maestros. Éste es el primer paso para que el niño se independice como ra zonador, puesto que el niño, para ser educable, ha tenido que aprender a distanciarse de sus propios deseos y a preguntar si la satisfacción aquí y ahora de uno u otro deseos es lo mejor para él; de esta manera, el niño pasa de un estado animal inicial en que tiene razones para actuar de una determinada manera y no de otra, a una condición específicamente humana en que es capaz de evaluar esas razones, revisarlas o descartarlas y susti tuirlas por otras. A partir de este momento, la dependencia del niño es de otro tipo. Como ya he señalado, en esa nueva situación depende de quienes tienen la tarea de enseñar a los niños y a los adolescen tes los rudimentos de diferentes prácticas; lo que supone no sólo la adquisición de habilidades sino también la identifica ción de los bienes propios de cada práctica, esos bienes a partir de los cuales se define la excelencia en una u otra prácticas. Las cualidades intelectuales y de carácter que permiten a una per sona identificar los bienes pertinentes y emplear las habilida des necesarias para conseguirlos son las excelencias, las virtudes, que distinguen o deberían distinguir al profesor del aprendiz o el estudiante. Dichas virtudes pueden caracterizarse de dos ma neras distintas^ aunque estrechamente relacionadas entre sí. Por un lado, son cualidades que se ponen de manifiesto en la actitud ante situaciones distintas: el saber cuándo arriesgarse y cuándo ser precavido, cuándo delegar en los demás una deter minada tarea y cuándo hacerla uno mismo, cuándo ser gene roso con el elogio merecido y cuándo no insistir en el repro che merecido, cuándo ser exigente consigo mismo o con los demás y cuándo no serlo tanto, cuándo es necesario un chiste y
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cuándo lo adecuado es el enfado. Esas cualidades nos resultan conocidas pues forman parte de las listas más comunes de las virtudes: la audacia y la paciencia del valor, la justicia en el re parto de tareas y alabanzas, la templanza requerida para la dis ciplina, la inteligencia viva de un carácter afable. Pero estas mismas virtudes también pueden caracterizarse como cualida des que se ponen de manifiesto, o no, en el razonamiento prác tico de todo agente. La conclusión de un razonamiento práctico sólido y eficaz es la realización de una acción: aquélla que resulta ser lo mejor \ que puede hacer un agente concreto en unas circunstancias determinadas. El razonamiento que conduce a la acción ha de comenzar con concreta, premisas sobre los bienes que yestán en juego en una situación así como los daños riesgos que los amenazan. Identificar en la práctica los bienes que están en ju eg o en un a u ot ra si tu ac io ne s y las am en az as qu e se ci er nen sobre ellos, y hallar en esos bienes premisas para un razona miento cuya conclusión será la realización de una acción justa, supone poner de manifiesto el tipo de actitud que caracteriza a las virtudes. Más adelante, se presentarán situaciones en la vida del niño o el adolescente que le llevarán a preguntarse si lo que hasta ese momento le parecía bueno (de acuerdo con su; experiencia previa) es realmente bueno y si realmente es el bien al que mejor dedicarse aquí y ahora y en esa situación concreta; y para responder a estas preguntas, necesitará ir más allá en el razonamiento. En un principio, el niño necesita apren de r cómo identificar inmediatamente los aspectos sobresalien^ tes de cada situación: cuáles son los bienes, los perjuicios y pe ligros correspondientes a cada situación y qué respuesta exigen las virtudes. Los niños aprenden a utilizar discriminadamente las dife rentes acepciones de «bueno» y de sus términos afines ya enu merados, al aprender a reaccionar en situaciones concretas. Aprenden, o no llegan a aprender, a juzgar con acierto en una esto, porque es el diversidad de contextos que es bueno hacer aquello. Apren mejor medio disponible para lograr que suceda den, o no llegan a aprender, a juzgar que es incondicionalmente
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aquello. Final bueno, en tales circunstancias, lograr que suceda mente, aprenden, o no llegan a aprender, que, entre los varios aquél es el mejor que bienes que podrían buscar aquí y ahora, pueden buscar aquí y ahora. Para responder de la manera correcta con frecuencia habrá que obedecer alguna norma, pero ninguna norma ni conjunto de normas determina por sí misma cómo responder correcta mente. Ello se debe a que las reglas que han de respetarse siem pre, cómo «No matar» por ejemplo, nunca bastan para deter minar cómo hay que comportarse, mientras que en el caso de otras normas siempre hay que decidir si son pertinentes para una ocasión concreta y, en caso de serlo, cómo han de aplicarse.
parte del conocimien to del mu ndo na tura l y social que tiene un 4 individuo se apoya en lo que otros le han hecho saber (otros a S los que, en la mayoría de los casos, no conoce personalmente), para complementar su exigua experiencia personal. Pero el co nocimiento que tiene de sí mismo también depende en un sen tido fundamental de aquello que aprende sobre él gracias a los demás y, más aún, de que quienes le conocen bien confirmen el ju icio qu e tien e de sí, po rq ue sól o esa s pe rs on as pu ed en pr op or cionarle semejante confirmación. Muchos filósofos han sostenido, influidos por Wittgenstein, que la identidad humana tiene un doble aspecto ineludible. La persona que rememora su éxito o su fracaso en una u otra cosa y, en el acto de recordar, juzga o supone que él es el mismo ser humano que hizo o no pudo aquello, no se apoya para ello en cómo sabe ningún criterio. No tiene sentido que le pregunte que es ese mismo ser humano que hizo o no pudo hacer esa determinada cosa. Pero cuando los demás juzgan que esa per sona es exactamente el mismo ser humano que, según su recuer do, consiguió o no hacer eso que recuerdan, sus juicios están fundados en criterios y necesitan fundarse en ciertos criterios. Y tiene pleno sentido que se les pregunte cómo saben que éste es el mismo ser humano que ellas recuerdan que consiguió o no hacer aquello. El concepto de identidad humana que tenemos es posible porque las autoatribuciones de identidad sin criterio y sin fundamento coinciden, en la inmensa mayoría de casos, con las atribuciones de identidad que hacen los demás, funda mentadas en criterios. Esa coincidencia de juicios hace posible que cada ser humano sea capaz de considerar como confiables en general sus propias autoatribuciones. Es posible decir que una persona realmente sabe quién es y qué es sólo porque exis ten otros de los que puede decirse que realmente saben quién es y qué es esa persona. No resulta sorprendente que el conocimiento de uno mismo ofrezca este mismo doble aspecto, porque ese conocimiento de uno mismo supone las autoatribuciones de identidad y está su puesto en ellas. Es posible confiar en los juicios que uno tiene de sí mismo en la medida en que éstos coincidan con los jui-
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No existe un orden normativo superior en el que estas pregun tas puedan responderse universalmente. Desde muy temprano, los niños tienen que aprender, por ejemplo, a comportarse de lante de extraños; y eso significa preguntarse en cada caso si la norma que hay que obedecer es la que se refiere a la obligación de ser hospitalario con los extraños o bien la que pide tratar con recelo y suspicacia a las personas potencial mente peligro sas. No existe ningún tipo de norma, ni prohibiciones inviola bles ni prescripciones que puedan orientar la acción por sí mis mas. Saber cómo comportarse virtuosamente implica siempre algo más que el mero cumplimiento de las normas. Como ya he apuntado previamente, el razonamiento práctico tiene otras dimensiones y quienes lo ejercitan adecuadamente requieren habilidades así como virtudes y un conocimiento de sí mismos (aunque es posible que se cuente el conocimiento de sí mismo como una de las virtudes). Si careciese de todo eso, se rían incapaces de imaginar los diferentes futuros posibles que, dadas sus circunstancias sociales y sus propias características, podrían ser suyos. Es decir, que necesitan un conocimiento adecuado de las particularidades de aquellos aspectos del mun do natural y social que podrían afectarles y de las generaliza ciones que les permitirán juzgar la probabilidad de que una ac ción concreta en una situación concreta produzca un resultado u otro; pero también necesitan conocer sus propias capacida des físicas, su temperamento, carácter y habilidades. Una gran
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cios de quienes le conocen bien; del mismo modo, sLicede qu e tendrá una mayor tendencia a ser víctima de sus propias fanta sías quien se proteja a sí mismo resistiéndose a mostrarse ante los demás. No cabe duda de que cierto tipo de interacciones y relaciones sociales, lejos de evitar el encerramiento en el autoengaño fantasioso, lo producen o lo refuerzan. Pero sólo es po sible un conocimiento de sí mismo genuino y profundo a partir de relaciones sociales que ocasionalmente imponen la correc ción indispensable de los juicios que uno tiene de sí mismo: cuando una persona llega a conocerse bien a sí misma, siempre es un logro compartido. Y en la medida en que el conocimien to de uno mismo es necesario para imaginar con realismo los futuros posibles, entre los que se ha de elegir, la calidad de esa imaginación también depende en parte de la contribución de los demás. La honestidad, sobre todo la sinceridad con respecto a uno mismo y también hacia los demás, es la virtud indispensable para que una persona llegue a conocerse a sí misma en el grado necesario y tenga la capacidad para resistir todas las influen cias que contribuyen al autoengaño. Esa honestidad se ejercita no sólo en el autoexamen, sino también en la responsabilidad para con aquellos otros que tienen razones para esperar que les ayudemos a satisfacer sus necesidades, reconociendo frente a ellos nuestras deficiencias y fracasos cuando sea pertinente ha cerlo. De modo que también es una virtud necesaria para llegar a ser razonadores prácticos independientes. Llegado este pun to, quizá merezca la pena resumir lo que hasta ahora se ha di cho sobre las virtudes. He señalado en primer lugar que, en parte, las razones para actuar del ser humano se distinguen de las razone s de los d elfine s o los gorilas porqu e el ser huma no es capaz de evaluar sus razones como mejores o peores; a conti nuación he enumerado una serie de características necesarias para quiene s, en el ejercicio de esta capac idad, llegan a ser só li dos razonadores prácticos: su capacidad para desligarse de la inmediatez de sus propios deseos, su capacidad para imaginar con realismo distintos futuros posibles, y su disposición a reco nocer varias modalidades de lo bueno y para hacer verdaderos
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juicio s prác tico s co n resp ec to a ell as. He defendi do que sólo disponen de esas capacidades quienes han adquirido un cierto conjunto de virtudes morales e intelectuales. El ser humano ne cesita esas virtudes para llegar a ser un razonador práctico in dependiente, capaz de escoger por sí mismo entre las distintas opciones que se le presentan. Pero la adquisición de esas virtu des, de esas habilidades y del conocimiento de uno mismo se deben, en un sentido fundamental, a otras personas de quienes se ha dependido. Cuando la persona se convierte por fin en un razonador independiente, lo que suele suceder en la vida adul ta, ya se han superado una gran parte de esas relaciones de de-' * pendencia, pero no todas. Durante toda la vida son necesarios los demás para apoyar el razonamiento práctico. ¿Por qué? El ser humano puede equivocarse en el razonamiento prácti co en cualquier momento debido a errores intelectuales: pue de suceder que no esté debidamente informado sobre los detalles concretos de la situación en que se encuentra, o puede haber pasado por alto los datos que tenía frente a sí, o quizás haya con fiado excesivamente en alguna generalización infundada. Pero también puede desviarse debido a errores morales: puede ha berle influido en exceso el desagrado que siente por alguien o puede haber proyectado sobre la situación una fantasía en la que se encuentra atrapado, o quizá no sea suficientemente sen sible al sufrimiento de los demás. Aunque no siempre, con fre cuencia los errores intelectuales están arraigados en los erro res morales, y la mejor protección posible contra ambos tipos dé errores es la que ofrecen la amis tad y la deliberación en . comün. En el contexto de las prácticas concretas, el ser humano no suele tener en quien apoyarse para corregir sus errores, a ex cepción de sus compañeros de trabajo, que son quienes pue den ayudarle a darse cuenta tanto de los errores concretos que comete en la práctica como del srcen de esos errores, debidos a la falta de virtudes y habilidades necesarias. Fuera de esos, contextos de práctica, hace falta apoyarse en los amigos y los miembros de la familia para corregir esas mismas deficiencias. Cuando una persona no tiene la posibilidad de confiar en los
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compañeros de trabajo y los amigos, es posible que la confian za en sus propios juicios se convierta en una fuente de fanta sía, y no puede ser un razonador práctico eficaz si no puede confiar, justificadamente, en sus conclusiones. El hecho de que normalmente se siga dependiendo de los demás en el razona miento práctico no significa que no se deban defender de vez en cuando conclusiones que están en desacuerdo con los jui cios de todos los demás, incluso los de aquellos en quienes más confiamos. La independencia de opinión requiere esto, pero siempre hacen falta razones excepcionalmente buenas para hacerlo. En ningún momento del desarrollo, ni en el ejercicio del ra zonamiento práctico independiente, se deja de depender por completo de otras personas. Pero siempre puede suceder que aquellos de quienes se depende carezcan de las virtudes necesa rias para contribuir al desarrollo y ejercicio del razonamien to práctico: puede ser que por negligencia, por una orientación errónea aunque bienintencionada, o bien por manipulación o explotación o subordinación, no logren impedir una discapaci dad qLie habría sido evitable, o que ellos mismos sean la causa activa de la discapacidad, incluso en ocasiones intencionalmente y, por lo tanto, sean causa también de un desarrollo deficien te. (No pierdo de vista el hecho de que una gran parte de las discapacidades son inevitables.) Los delfines no tienen razones para temer a otros delfines, pero el ser humano sí tiene razón para .temer a otros humanos. Hasta ahora se han identificado dos aspectos fundamentales en los que las virtudes resultan indispensables para el floreci miento humano: sin el desarrollo de un cierto conjunto de vir tudes morales e intelectuales no sería posible lograr ni ejercitar el razonamiento práctico y, sin desarrollar hasta cierto punto esas mismas virtudes, no sería posible cuidar y educar debida mente a otros, de modo que logren y ejerciten su capacidad de razonamiento práctico. Hay un tercer aspecto: sin las virtudes no es posible protegerse ni proteger a otros de la negligencia, la falta de compasión, la estupidez, la codicia y la malicia. Para entender cómo cumplen esta triple función las virtudes es néce-
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sario, antes que nada, caracterizar de una manera más comple ta el tipo de;prden)eñ las relaciones sociales que requiere el fí lr ác io de la s virtudes , y exp licar la importancia de ciert as vi rtudes que no siempre reciben la atención debida en las inter pretaciones tradicionales de las virtudes.
9 RELACIONES SOCIALES, RAZONAMIENTO PRÁCTICO, BIENES COMUNES Y BIENES INDIVIDUALES El ser humano se transforma en razonador práctico por me dio de una serie de relaciones con otras personas concretas ca paces de darle aquello que necesita. Con frecuencia sucede, aunque no siempre, quien llegadeadar ser aunotros, razonador independiente está enque condiciones que lopráctico necesi tan, lo que él mismo necesitó en otro tiempo. El ser humano se encuentra ubicado en una red de relaciones de reciprocidad en la cual, generalmente, lo que cada uno puede dar depende en par te de lo que ha recibido y puede dar en la misma medida en que ha recibido. Pensemos cómo pe rdura n estas relacion es a lo largo del tiem po desde la concepción hasta la muerte, partiendo de una con cepción de la identidad humana como identidad animal. Un ser humano recibe muchas cosas de sus padres y otros adultos de la familia, de profesores y de quienes son sus maestros en general, y de quienes le cuidan cuando está enfermo, lesionado, debilitado por la vejez o incapacitado de cualquier otra forma; posteriormente, otros, los hijos, estudiantes, quienes padecen alguna discapacidad y quienes están en una situación de nece sidad imperiosa y apremiante tienen que contar con que ese individuo les dará, a su vez, lo que necesitan, A veces, esas otras personas que cuentan con lo que ha de darles alguien, son los mismos individuos de los que éste había recibido antes. Pero
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sucede con frecLiencia que se recibe de un conjunto de indivi duos y debe darse después a otro conjunto distinto. Desde este punto de vista, las relaciones a partir de las cuales se forma el razonador práctico independiente y a través de las cuales se mantiene como tal, son de tal naturaleza que desde un princi pio se está en deuda. Además, el pago de lo adeudado ni es ni puede ser un asunto de estricta reciprocidad, y no sólo porque con frecuencia uno está llamado a dar a otros individuos y no a aquéllos de quienes se recibió; incluso cuando lo que se recibe es el mismo tipo de atenciones o ayuda que se está llamado a dar, puede suceder que en un caso sea mucho mayor y más exi gente lo que hace falta dar. Con relativa frecuencia lo que se re cibe y lo que se da es inconmensurable: no hay ninguna manera apropiada para comparar lo que los padres le han dado a uno por medio de los cuidados y la educación, con lo que uno está llamado a darles a ellos, cuidándolos en la enfermedad o la se nectud, por ejemplo. Existen otras asimetrías. Cada persona sabe de quién ha reci bido y, por lo tanto, con quién se halla en deuda, pe ro a menudo no sabe a quién tendrá que dar: quizás a los padres y maestros, si sobreviven; a los hijos, en caso de haberlos tenido; a quienes las circunstancias y el aza r ponga baj o el cuidado de cada quien. Tampoco es posible saber exactamente qué necesitarán. No se puede establecer por adelantado un límite a esas posibles nece sidades, del mismo modo que quienes cuidaron de uno anterior mente no pudieron establecer de antemano límites a lo que po drían haber sido sus necesidades. Cualquiera de nosotros pudo haber padecido una lesión cerebral de nacimiento, o un autismo severo, de tal modo que quienes nos cuidaron sintiesen que era imposible desarrollar las potencialidades que srcinalmente te níamos. La clase de cuidado necesario para hacer de nosotros lo que hemos llegado a ser, razonadores prácticos independientes, tuvo que ser, para tener eficacia, un cuidado sin condiciones del ser humano como tal, al margen del resultado final; ésta es la clá1
1. Aunque esta explicación de las relaciones morales entra en conflicto en aspectos importantes con la que defiende Lawrence J. BeckerReciprocity, en Londres, Routledge & Kegan Paul, 1986, he aprendido mucho de ella.
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se de cuidado que debemos o deberemos a los demás. De quienes padecen una lesión cerebral, o han sufrido una grave incapaci dad de movimiento o son autistas, de todos ellos hace falta decir: podría haber sido yo. La desgracia de estas personas podría ha ber sido la de cualquiera, la buena suerte de otras podría haber sido la suya. Existe, por lo tanto, una relación compleja entre el cuidado y la educación que se reciben y el cuidado y la educación que se deben. En cualquier caso, se debe en virtud de lo que se re cibe. En ese caso, ¿qué sucede con quienes no han recibido? Puede haber quien haya sufrido a consecuencia de ello e inne cesariamente una discapacidad. También hay quienes han lo 2
grado llegar a ser razonadores prácticos independientes vuelven la vista atrás, hacia su educación, y no encuentranpero ra zón alguna para sentirse agradecidos; ven una educación en la que no hay casi razones, si es que hay alguna, para reconocer que se esté en deuda. Pueden haber sido víctimas de abuso se xual o de cualquier otro abuso cuando niños, pueden haber sido brutalmente privados de la satisfacción de sus necesida des más elementales, pueden haber sido injustamente tratados de una manera sistemática y haber tenido, si es que las tuvie ron, muy pocas oportunidades de aprender si no fue por su propia cuenta. Si a pesar de ello, luchando contra los obstácu los, logran llegar a ser razonadores prácticos independientes, cualquier deuda que pudieran haber contraído estaría com pensada de sobra por los males que se les haya causado. No obstante, es importante señalar que al decir esto se está carac terizando su condición precisamente en términos de esas nor mas de reciprocidad que están incorporadas en la relaciones mediante las que se forman los razonadores prácticos indepen dientes y se mantienen como tales. Sólo por referencia a esas normas podemos reconocer la justicia de su afirmación de que 2. Este hecho sobre nosotr os es lo que hace que nuestra relación con seres humanos gravemente discapacitados sea muy diferente de la que establecemos con animales de otras especies también gravemente discapacitados; para un punto de vista distinto, aunque no incompatible, véase Jeff McMahan, «Cognitive Disability, Mísfortune and Jüstice», Philosophy and Public Affairs 25, 1, invierno de 1996.
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ellos, a diferencia de los demás, no están en deuda. La única respuesta adecuada a sus reclamos es, primero, reconocer que son justos y, segundo, reconocer que la naturaleza y las conse cuencias del daño que se les ha causado pueden ser tales que ahora se cuenten entre aquellos a quienes los demás estamos urgentemente llamados a dar. Esas injusticias tienen dos orígenes diferentes. Uno es el fra caso moral individual, que surge de los vicios del carácter de una persona. El otro se halla en los errores sistemáticos de una serie concreta de relaciones sociales en que se insertan las rela ciones de reciprocidad. Estos dos orígenes se relacionan entre sí. Los sistemas defectuosos de relaciones sociales tienden a producir un carácter defectuoso, pero incluso las mejores rela ciones sociales son incapaces de asegurar que no habrá nadie que tenga un mal desarrollo. Incluso las mejores relaciones so ciales son imperfectas en gran medida. Difícilmente podría ser de otra manera. Foucault ha sido el último de una larga serie de pensadores (san Agustín, Hobbes y Marx son sus predecesores más des tacados) que han señalado que las redes institucionalizadas de reciprocidad son siempre también estructuras de distribución desigual del poder, diseñadas para ocultar y proteger esa misma desigualdad en la distribución. De manera que siempre existe la posibilidad, y a menudo el hecho, del sometimiento y la explo tación vinculados a la participació n en esas redes. Si no se tiene suficiente conciencia de ello, los juicios prácticos y el razona miento pueden extraviarse gravemente. Las virtudes que el ser humano necesita para alcanzar su propio bien y el bien de los demás, a través de la participación en tales redes, sólo operan como auténticas virtudes cuando su ejercicio se halla moldeado por una conciencia de la distribución del poder y de las corrup cionesaspectos a las quedeestá sujetoeselnecesario uso del poder. Tanto aquí con comola en otros la vida, aprender a vivir realidad del poder y a luchar contra ella. Resulta, por lo tanto, característico de la condición humana que las personas ocupen una cierta posición, y habitualmente varias posiciones distintas a lo largo del tiempo, dentro de un
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cierto conjunto de relaciones institucionalizadas: relaciones en la familia y en el hogar, en la escuela o en el aprendizaje de al guna actividad, en la comunidad más próxima y en la sociedad en general, que suelen presentarse bajo un doble aspecto. En la medida en que son relaciones de reciprocidad son relaciones sin las que nadie llegaría a ser capaz de conseguir los bienes ni podría recibir el apoyo que hace falta para conseguirlos. Son un medio indispensable para alcanzar el florecimiento huma no. Pero por lo general también son relaciones que expresan las je ra rq uí as y las formas vig entes de us os del po der que, en cu an to instrumentos de privación y dominación, a menudo frustran al ser humano en la búsqueda de sus bienes. De modo que el ser humano suele encontrarse en situaciones sociales que tienen este doble carácter, lo que puede quedar oculto cuando se habla con excesiva facilidad de «las» reglas o «las» normas que configuran y rigen las estructuras de las rela ciones sociales. En ocasiones coexisten dos conjuntos de reglas; a veces, una única regla o conjunto de reglas tienen una fun ción en un determinado momento y otra función distinta en otros casos. A veces, un modo de vida puede ser tal que el con ju nt o de reg las de reciprocid ad esté en conflicto directo co n el conjunto de reglas de jerarquía, y en ocasiones uno de ellos puede estar subordinado al otro, o ser incluso asimilado por él. Estas diferentes y a menudo cambiantes relaciones entre los dos tipos de reglas son reflejo de los diferentes resultados de una diversidad de conflictos y luchas de mayor y menor impor tancia. El peor resultado posible es que las reglas que pres criben la reciprocidad sean subordinadas a los propósitos del poder; el mejor es el que establece una distribución del poder que permite que éste sirva a los fines de las reglas de recipro cidad. Pensemos, por ejemplo, en una familia en cualquiera de las diferentes etapas de la historia de Occidente, una familia en que los padres han sacado adelante a sus hijos en términos ge nerales de acuerdo con los mejores criterios disponibles en sus circunstancias concretas. La madre les ha proporcionado exce lentes cuidados natales y prenatales, con el apoyo del padre, de
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las tías, tíos y abuelos, y todos han contribuido bien en cada etapa a la educación de los hijos; el padre y la madre no sólo han puesto a sus hijos en manos de buenos maestros, sino que también han prestado un apoyo activo a éstos. Además, los pa dres se han merecido la autoridad que ostentan, ejerciéndola con prudencia, de modo que los hijos han aprendido a recono cer esa autoridad como un ingrediente esencial de lo que han recibido, los cuidados y la educación, para que pudieran ser lo que son ahora, es decir, razonadores prácticos independientes. Los hijos también han llegado a entender, hacia el final de la adolescencia o al inicio de la vida adulta, que están en deuda con sus padres, con otros miembros de la familia y con sus maes tros, y pueden darse cuenta de que ellos, a su vez, deberán dar a sus padres y a otras personas mayores cuando lo necesiten, a sus hijos y a todas aquellas personas de cuyas necesidades sean responsables. Aquí aparece una fuente de conflicto. El padre, para cumplir con las responsabilidades que tenía con respecto a su esposa e hijos, ha tenido que renunciar a sus ambiciones profesionales, que requerían una preparación larga y ardua, pero ofrecían una perspectiva futura de riqueza, poder y gloria. Por ello, ahora proyecta sus fantasías sobre el desempe ño profesional que pudo haber tenido en alguno de sus hijos. Siente un ferviente deseo de que su hijo llegue a ser lo que él no ha podido ser, y eso le impide tener en cuenta la necesidad que tiene su hijo de ser independiente. Ese hijo, que ya ejerce sus facultades como razonador práctico independiente, cuenta con una serie de excelentes razones para no seguir la profesión que el padre desea; éste le exig e que lo haga y para legitimar la ame naza económica o cualquier otro castigo, invoca su autoridad paterna. La madre, por su parte, considera que al negarse a obedecer a su padre, el hijo está siendo desagradecido. Ha ha bido muchas culturas, y las sigue habiendo, en que las normas confieren a los padres precisamente la autoridad que justifica las actitudes de estos padres. No obstante, si el hijo hiciese lo que sus padres le exigen, fa llaría en dos sentidos estrechamente relacionados entre sí. Se mostraría deficiente en el ejercicio de las virtudes del razona-
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miento práctico independiente, y cometería un grave error en la consideración de lo que realmente debe a los demás, no es taría dando lo que, según las reglas de la reciprocidad, es la contrapartida de lo que ha recibido. En este caso, las reglas social y culturalmente establecidas para definir la autoridad parental entran en conflicto con las reglas de la reciprocidad y la concepción de autoridad parental legitimada por dichas reglas. El conflicto entre estos dos conjuntos de reglas es recurrente en la cultura occidental; la historia y la literatura ofrecen nu merosos ejemplos del padre malo, la madre mala y los perso najes correspondientes del rey malo, la reina mala y el papa malo. Desde luego, la maldad adopta diferentes formas sociales y culturales a lo largo del tiempo. El padre malo o la madre mala de la época victoriana (como la de Lytton Strachey, por ejemplo, que le impuso una educación para hacer de él lo que nunca podría haber sido) no eran en absoluto iguales al padre malo o la madre mala del siglo xin (como la madre de santo To más, que lo encerró durante un año bajo llave con el propósito de que abandonara su vocación dominica), pero el conflicto sub yacente entre los dos conjuntos de reglas con sus dos conjuntos de exigencias es el mismo. Es posible ubicar a las familias, en cada época, a lo largo de un espectro: en un extremo están los patrones familiares que expresan la conformidad forzosa con la distribución de poder establecida y en el otro los patrones fami liares que expresan las relaciones de reciprocidad que son nece sarias para el florecimiento humano. Él mal padre es malo en dos sentidos: al exigir de su hijo lo que éste no está obligado a dar es injusto; por otra parte, al de fender su exigencia como algo justo, generalmente se engaña a sí mismo, y si no se engaña a sí mismo, al menos intenta enga ñar a los demás. Para justificar estos juicios e s necesa rio justifi car las normas con cuya invocación se condena al mal padre, esto es, las reglas de reciproc idad, y es nece sario justi ficarlas de una manera más completa de lo que se ha hecho hasta este mo mento. Por ello, permítaseme reiterar y explicar con un poco más de detalle mis afirmaciones.
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Antes que nada sostengo, y quizá no sea ésta una posición muy polémica, que un elemento esencial d el pleno florecimiento del ser humano es el ejercicio del razonamiento práctico inde pendiente. Como ya se ha dicho, eso no significa que no se pueda florecer en absoluto si no se es capaz de razonar; de todas ma neras, la incapacidad para razonar con solidez en el plano de la práctica es una grave discapacidad, y es también un defecto la falta de independencia en el razonamiento. Independencia en este caso significa tener la capacidad y la disposición para eva luar las razones para actuar ofrecidas por otros, de modo que uno pueda hacerse responsable de respaldar las conclusiones prácticas de los demás, así como de las propias conclusiones. Uno no puede ser un razonador práctico independiente si no es capaz de ofrecer a los demás una explicación inteligible de su razonamiento, aunque no es necesario que sea una explicación teórica, en ningún sentido fundamental. Ni los granjeros ni tampoco los flautistas requieren, para ser sólidos razonadores prácticos, ser también expertos en lógica. Según Aristóteles, la deliberación práctica sólo se refiere a los medios y no al fin. Eso no significa que no se delibere sobre fines concretos, sino sólo que, en la medida en que se delibera sobre ellos, esos fines son tratados como medios para lograr otros fines ulteriores. La concepción de Aristóteles de las accio nes que son medios para conseguir algún fin incluye las acciones que logran un determinado fin debido a alguna relación causal contingente entre medios y fines (como cuando un grito des pierta a alguien), y también las acciones que se ejecutan como partes constitutivas de un todo, de manera que por su ejecución puede existir el todo (como un movimiento en una partida de ajedrez es un medio para jugar una partida de ajedrez, como el respeto de las reglas de reciprocidad constituye un modo de vida). El razonador práctico debe dar respuesta mediante su juic io y su ac ción a un in te rrog an te deliberativo (qu e no nece sita hacerse explícito) del tipo «Dado que se desea lograr tal o cual fin, ¿qué acción sería la mejor como medio para conseguir3
3. Aristóteles,Ética nicomáqueal132b, 33-34.
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lo?». La respuesta inicial a esta pregunta puede ser esta otra pre gunta: «Pero ¿este fin, es el mejor que este individuo o grupo, aquí y ahora, puede intentar conseguir?»; en ese caso, la res puesta a esta segunda pregunta hará referencia o supondrá la referencia a algún otro fin y será del tipo «Dado que se desea lo grar tal o cual otro fin ulterior, éste es o éste no es el fin inme diato que este individuo o grupo deben buscar aquí y ahora». Según la explicación de Aristóteles, el razonamiento que justi fica plenamente el juicio práctico y la acción remite finalmente a la primera premisa de todas las cadenas de razonamiento práctico sólido: una premisa del tipo «Puesto que lo bueno y lo mejor es tal o cual...». Sin embargo, para razonar sólidamente sobre lo que es mejor aquí y ahora, quienes poseen las virtudes necesarias, y sobre todo la virtud de juzgar con prudencia, rara vez requieren elaborar la cadena del razonamiento jústificatorio que presupone su razonamiento práctico inmediato e inclu so pueden no ser capaces de hacerla explícita, mientras que quienes carecen de esas virtudes serán incapaces de un sólido razonamiento práctico. En ese caso, ¿por qué es importante ha cer referencia a este razonamiento justificatorio presupuesto para explicar al razonador práctico independiente? Importa por dos razones. Primero, ayuda a poner en claro que quienes vayan a debatir entre sí racional y fructíferamente acerca de los medios deben estar previamente de acuerdo sobre los fines en cuestión. No significa que no pueda haber un desacuerdo racional sobre los fines, sino que para que el desacue rdo sea razonable y el debat e . no resulte estéril, debe haber en otro plano, aún más elemental, por lo menos un acuerdo parcial sobre aquellos fines con res pecto a los cuales los fines que se discutan podrían ser o podría n no ser un medio. Esto es importante en parte porque, como ya 4
ha demás dicho, «En asuntos que sonnoimportantes aselos paralos ^sKBerar, porque confiamos seen acude nosotros mismos para decidir entre las distintas alternativas». Pero tam5
4. Ibid., 1144a, 31-34. 5. Ibid, 1112b, 10-11.
*-"
Jíií
ANIMALES RACIONALES Y DEPENDIENTES 128 bien es importante el hecho de que a menudo en el curso del razonamiento práctico es necesario responder no sólo la pre gunta: «¿Qué es lo mejor que puedo hacer?», sino también ésta: «¿Qué es lo mejor que podem os hacer?». Por lo general, las per sonas son capaces de plantearse, no digamos ya responder, esta última pregunta sólo por la amplitud de los acuerdos subyacen tes acerca de los bienes y acerca del bien. De acuerdo con la perspectiva aristotélica adoptada, el razo namiento práctico es, por su propia naturaleza, el razonamien to junto con otros, generalmente dentro de un conjunto deter minado de relaciones sociales. Esas relaciones se forman en un inicio y se desarrollan posteriormente de tal manera que a tra
vés de necesario ellas cadapara persona, primeroenalcanza, y luego recibe, el apoyo mantenerse la condición de razonador práctico independiente. En general, en primer lugar están las relaciones familiares y domésticas, posteriormente las relacio nes escolares y del aprendizaje, y luego las que corresponden a la diversidad de prácticas en que participan los adultos de cada sociedad y cultura. La formación y el mantenimiento de esas relaciones son inseparables del desarrollo de las disposiciones y , actividades por medio de las cuales cada individuo se orienta hacia su transformación en un razonador práctico indepen" diente. De manera que no es posible buscar el bien de cada uno sin buscar a la vez el bien de todos los que participan en esas . ^relaciones, puesto que un individuo no puede tene r una buena comprensión práctica de su propio bien o su florecimiento se parado e independiente del florecimiento del conjunto entero de relaciones sociales en que se ubica. ¿Por qué no? Para que una persona florezca en la medida en que puede hacerlo un ser humano, es necesario que su vida entera se orga nice de tal modo que pueda participar con algún grado de éxito en actividades propiasy tenga del razonador prácticorazonable independien te, ylasque a la vez reciba una expectativa de re cibir los cuidados y atenciones necesarios en caso de ser muy pequeño, estar viejo o enfermo o padecer alguna lesión. Los in dividuos logran su propio bien sólo en la medida en que los de más hacen de ese bien un bien suyo, ayudándole durante los
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períodos de discapacidad, para que él a su vez se convierta (a través de la adquisición y el ejercicio de las virtudes) en la clase de ser humano que hace del bien de los demás su propio bien; pero no porque haya calculado que los demás le ayudarán sólo si les ha ayudado, en una especie de intercambio de ayuda: un cálculo semejante corresponde a quien tiene en cuenta el bien de los demás en la medida en que forma parte de su propio bien, es decir: una clase de ser humano diferente, particular mente deficiente en el ejercicio de las virtudes, tal como las he mos definido antes. Para formar parte de la red de relaciones de reciprocidad como lo exigen las virtudes, hay que entender que es posible que uno tenga que dary que mucho másser de que lo que ha recibido, proporcionadamente, podría no recibiera nadades de aquellos a quienes está obligado a dar. También es necesario comprender que el cuidado que se procure a los demás ha de ser en buena medida incondicional, puesto que lo que se re quiere de una persona está determinado fundamentalmente, si no es que solamente, por las necesidades de los demás. Una comunid ad florece, su red de relaciones familiares, veci nales y profesionales florecen, cuando las actividades de sus miembros que buscan el bien común están moldeadas por la racionalidad práctica. También se benefician del florecimiento de la comunidad los individuos con una menor capacidad para el razonamiento práctico independiente, los que aún son muy pequeños y los muy ancianos, los enfermos, los que sufren al guna lesión y padecen alguna discapacidad, y su florecimiento individual es un indicio importante del florecimiento de toda la comunidad. Porque una comunidad florece en la medida en que la necesidad provee las razones para actuar de sus miem bros. Es importante observar que en esta explicación del individuo no se encuentra subordinado al bien deellabien comu nidad ni viceversa. Para conseguir e incluso definir su bien en términos concretos, el individuo primero debe identificar los bienes de la comunidad como bienes propios. Por lo tanto, no debe entenderse el bien común como la suma de bienes indivi-
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duales, c omo un bien que se construye a part ir de éstos. Al mis mo tiempo, aunque la búsqueda del bien común de la comuni dad sea, para todos aquellos capaces de contribuir a él, un ele mento esencial de su bien individual, el bien de cada individuo particular no queda reducido al bien común; y también existen, por supuesto, bienes comunes distintos de los bienes de la co munidad como un todo, como por ejemplo los bienes de las familias y de otros grupos sociales, los bienes de diversas prác ticas. Cada individuo debe decidir, como razonador práctico in dependiente, qué lugar debe ocupar en su vida cada uno de esos bienes. El objeto de los acuerdos de la comunidad no deben ser sólo bienes sino también normas, precisamente debido queylareci comu nidad se constituye como una red de individuos queadan ben, y que necesitan las virtudes. El cumplimiento de las nor mas es un elemento esencial de algunas de las virtudes que se han de tener para desempeñar debidamente cada una de las fun ciones en esa red. No existe una enumeración de normas que pueda especificar de manera exhaustiva las acciones que una determinada virtud pueda requerir, pero el incumplimiento de ciertas normas puede ser suficiente para mostrar que se carece de algunas virtudes importantes. Pensemos, por ejemplo, en las virtudes de un individuo res ponsable y digno de confianza. Para que alguien sea responsa ble y digno de confianza, los demás deben poder confiar en él, incluso cuando pudiera obtener grandes ventajas traicionando s^u confianza o no le conviniese en absoluto hacer lo que se con fía que haga. Es necesario poder confiar en esa persona, no sólo en los intercambios rutinarios de la vida cotidiana, por impor tantes que sean, sino también y muy especialmente cuando uno pueda ser una carga y una molestia por causa de alguna disca pacidad. Es momentos necesario saber esacomprometido persona va a aestar dispo nible en los en queque se ha estarlo, y sa ber también que no hará promesas que no sean razonables. Es necesario saber que, en caso de emergencia, hará lo que sea ne cesario y que no se amedrentará si la tarea de la que se ha res ponsabilizado resulta ser mucho más desagradable u onerosa
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de lo esperado (como lidiar con vómitos, con un sangrado per sistente o gritos, p or ejemplo). Alguien es responsable y digno de confianza si se sabe que se le puede revelar información confidencial sin temer que se la proporcione a una tercera persona, si se sabe que no participa rá en habladurías maliciosas y que, por ocurrente que sea y por absurdo que uno llegue a ser, no hará burlas de uno que puedan provocar desprecio. En todos estos casos, resulta fundamental saber que es posible confiar en que esa persona se sienta obli gada por ciertas normas, como las que le obligan a cumplir con las promesas razonables, a ser puntual, a decir la verdad, no permitir nunca que sentimientos de asco o repugnancia le ha gan desatender su responsabilidad, no revelar nunca informa ción confidencial, etcétera. Pero ser digno de confianza supone algo más que cumplir con esas normas o cualesquiera otras. En parte, ser responsa ble y digno de confianza significa ser capaz de reconocer lo que implica la confiabilidad en aquellas situaciones para las que no existen normas por las que orientarse. Si alguien viola la norma que prohibe mentir, se mostrará poco digno de confianza, siempre y cuando estuviese autorizado a transmitir la información que sea; sin embargo, si se trata de dar a alguien información privada acerca de un tercero, habrá situaciones en que ninguna regla puede resolver las dudas: un juicio equivocado podría implicar que, sin violar ninguna norma, uno resulte no ser digno de con fianza. Pensemos en otro ejemplo. Cualquier ser humano, en cuanto razonador práctico, ha de entablar conversaciones con otras personas; conversaciones so bre lo que sería mejor que hiciera él, o que hicie ran otros aquí y ahora, o la semana próxima o el año siguiente. Una virtud per tinente en este caso es la justicia conversacional. Entre otras cosas, ésta exige, primero, que cada participante con fran queza, sin simular ni engañar, ni tener actitudeshable agresivas y, segundo, que no se tome para hablar más tiempo del que esté justifi cado po r la im po rt an ci a de lo qu e tiene que decir y los ar gumentos necesarios para fundamentarlo. Aunque el primer re quisito exige el cumplimiento de ciertas normas, lo que pide el
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segundo no puede reducirse a reglas. Al igual que con el resto de las virtudes, el cumplimiento de las reglas es una parte im portante pero no es lo único que hace falta. Sin esas virtudes y sin cumplir con las normas que son esenciales para su práctica, no sólo se sería deficiente en el de sempeño de cualesquiera responsabilidades, sino que tampoco se podría deliberar adecuadamente en torno a la asignación de responsabilidades; y puesto que dicha deliberación es necesaria para conseguir el bien común, éste no podrá lograrse. Santo To más centró su atención en este aspecto de las normas cuando las incluyó entre los preceptos de la le y natural. De acuerdo con el argumento de santo Tomás, para que un precepto sea una ley, 6
de la un clase sea, debe ser un precepto razón hacia bienque común y promulgado en ladecomunidad por orientado alguien que cuente con la autoridad necesaria. Los preceptos de la ley natural son los preceptos que Dios promulga a través de la razón, CLiya obediencia es indispensable para que los seres humanos puedan alcanzar el bien común. No obstante, los preceptos de la ley natural son mucho más que normas, pues entre los preceptos de la ley natural los hay que ordenan hacer lo que las virtudes exigen de los seres humanos. Ordenan que se haga lo que en una u otra circunstancias exija la valentía, la justicia o la templanza y que se haga con prudencia. Es necesario observar que en el plano de la práctica no hace fal ta tener una razón para actuar en deteminado momento, ade más de que es lo que exigen en esta situación una o más de las virtudes. Las acciones requeridas por el ejercicio de las virtudes son, todas ellas, valiosas por sí mismas. Siempre son además un medio para un fin ulterior, puesto que son elementos constituti vos del florecimiento humano; pero lo son precisamente en la medida en que son acciones valiosas por sí mismas. 7
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Afirmar queincompatible se ha llevadocon a cabo sí misma es en absoluto deciruna queacción se hapor realizado esano 6. 7. 8. 9.
Summa Theologiae90,1. Santo Tomas de Aquino, Ibid., 90,2.
Ibid., 90,3,4. Ibid., 94,3.
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misma acción por aquel individuo o individuos hacia cuyo bien estaba orientada. Se realizan actos de generosidad, justicia y compasión por el bien de otras personas y son actos que vale la pena hacer y que son valiosos por sí mismos. Por ello, en la práctica, cuando se pregunta «¿Por qué has hecho eso?», resul ta siempre suficiente responder: «Porque era lo justo», «Porque era un acto de valor», «Porque es lo que una persona decente hubiese hecho». Pero desde el punto de vista teórico, no sólo es posible y es necesario responder otra pregunta: «¿Por qué es una respuesta suficiente?», y lo que hace que sea suficiente es que los individuos y las comunidades sólo pueden florecer de un modo específicamente huma no me diante la adquisición y el ejer
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cicio de las virtudes. Aunque no con mucha frecuencia, a veces hace falta referir télos humano, al ra se explícitamente al florecimiento como el zonar en la práctica. Por lo general es un concepto cuya aplica ción se presupone tácitamente, un concepto que permanece bajo la superficie. Pero en cierto tipo de situaciones existen ra zones importantes, desde el punto de vista práctico, para llevar lo a un primer plano y referirse explícitamente a ello. Una de ellas se presenta cuando se teme haber cometido algún error, porque se ha malinterpretado lo que exige, pongamos por caso, la justicia, la valentía o la templanza; en situaciones semejantes es posible recurrir a un argumento deductivo para descubrir si se ha cometido o no un error. El argumento tendría la forma si guiente: puesto que el florecimiento humano es así, esto es, en palabras de Aristóteles, «Puesto que aquello que es el bien y es además lo mejor es #d o cual», entonces esas cualidades inte lectuales y de carácter que son las virtudes deben ser de tal o cual clase, y puesto que la justicia, la valentía o la templanza, como hasta ahora ía he concebido, no es de esa clase, debo ha berme equivocado al respecto y, por lo tanto, debo haber malin terpretado lo que la virtud requiere. Hay que observar que en este tipo de razonamiento retrospectivo, como en su contrapar te prospectiva, el entendimiento del concepto del florecimiento humano que invoca el razonador tuvo que ser adquirido en el curso de la experiencia prá ctica. Aquellas etapas en las. que se
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aprende a ser un razonador práctico independiente y, poste riormente, se amplían las facultades del razonamiento a con textos distintos y cambiantes, son también etapas por medio de las cuales se llega paulatinamente a comprender de un modo correcto y reflexivo en qué consiste el florecimiento humano, aprendiendo a distinguir entre las relaciones que estructuran un individuo y una vida comunitaria florecientes, de esas otras relaciones que los inhiben o los frustran. Para que un ser hu qua ser humano, su vida mano llegue a florecer sin condiciones entera es la que debe florecer, por lo que el individuo debe apren der a través de la experiencia el lugar que ocupa tanto la inde pendencia como la dependencia de otros en las diferentes
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etapas una vida floreciente. la medida en que indivi duo seadecapaz de articular lo queEnhaya aprendido, seráuncapaz de hacer explícita la primera premisa de su razonamiento prácti co. Por ello, el aprendizaje práctico que hace falta para llegar a ser un razonador práctico es el mismo aprendizaje que hace fal ta para encontrar el lugar que uno ocupa dentro de una red de individuos que dan y reciben, donde se entiende que la obten ción del bien individual es inseparable de la del bien común. No obstante, esta concepción de la relación del bien común con los bienes individuales y del lugar que ambos ocupan en el razonamiento práctico es opuesta a algunas otras concepcio nes, de muy extensa influencia, sobre lo que es el razonamiento práctico. Pensemos en una de ellas, según la cual lo bueno se refiere a la satisfacción del deseo: lo bueno, según mi juicio, es lo bueno para mí, lo bueno para mí es la satisfacción de mis preferencias y lo que es mejor para mí es maximizar la satisfac ción de mis preferencias. Es decir: el individuo comienza por identificar su bien individual y preguntarse por los medios que debe emplear para conseguirlo; pero pronto descubre que si no
cada cual consiga su bien individual, y que se define en térmi nos de los bienes individuales. En el escenario así descrito, todo individuo tiene que pre-l guntarse en qué condiciones sería racional que aceptase coope rar con los demás. Debe ser en condiciones que permitan que, cada participante considere que su cooperación es racional, es decir, que deben incluirse todas las restricciones sobre maximización de preferencias que sean necesarias para que cada parti cipante considere que es racional la cooperación. Esto es, cada participante debe tener buenas razones para creer que la rnaximización restringida por las reglas que rigen el ingreso y la par ticipación en la negociación cooperativa con los demás le va a permitir tener más de lo que desea que una maximización sin restricciones. Un individuo racional tenderá a aceptar las restricciones de aquellas reglas que garanticen una negociación JLista y segura para que cada participante consiga la maximización de sus pre ferencias del mejor modo posible; cualquier otra relación que establezca, será cosa suya. Es un hecho contingente que el indi viduo se encuentre, de entrada, formando parte de una familia de fado no y de otras relaciones sociales; pero esa vinculación dice nada respecto a sus compromisos: él no escogió nacer en concreto de esos padres ni tener las tías ni los maestros que tuvo; lo que le hayan dado, habrá sido porque quisieron dárselo, y lo que él haga al respecto, si decide hacer algo, será también porque él quiere hacerlo así. El concepto de deuda no se aplica a ninguna relación o transacción que no haya sido asumida vo-^ luntariamente. Toda persona es libre de calcular qué es lo me jo r según su inte rés, y es libre pa ra elegir los vín culos afectivos que vaya a tener con los demás. Por lo tanto, desde esta perspectiva, ía relación que una per
coopera con lossusdemás, tomando en cuenta que también aspi ran a alcanzar respectivos bienes individuales, los conflic tos resultantes serán tales que harán imposible que alcance su propio bien, salvo muy a corto plazo y a menudo ni siquiera eso. De modo que tanto él como los demás encuentran en cierto tipo de cooperación un bien común que es un medio para que
sona tiene con los demás puede ser de dos clases. Por un lado, están las relaciones definidas y justificadas por las vent ajas que las partes obtienen de la relación: son relaciones de negocia ción, que se rigen por los preceptos derivados de la teoría de la elección racional. Por otro lado, están las relaciones que resul tan de la simpatía, de vinculaciones afectivas voluntariamente
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aceptadas. La diferencia entre ambas clases es esencial. Como ha señalado David Gauthier, que ofreció a mi generación la for mulación clásica de esta perspectiva: «Las demandas de simpa tía son muy distintas de las de la elección racional, y conside rarlas conjuntamente sólo produce confusión». Los requisitos morales impuestos por la elección racional únicamente se extienden a quienes son o pueden ser socios en ¿una negociación cooperativa. «Los animales, los nonatos, los impedidos o quienes sufren algún defecto congénito no pueden 'Ser incluidos en una moralidad fundada en el beneficio mutuo. La disposición para aceptar restricciones morales... sólo puede ser defendida racionalmente a partir de la expectativa de obten 10
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ción de beneficios». De modo todo lonoque se refiere nuestras relaciones {nosotros, porque supuesto, estamos impea didos ni padecemos ningún defecto) con los animales no huma nos y con seres humanos discapacitados depende del alcance de nuestras simpatías afectivas. Claro está, no obstante, que el tipo de afecto y simpatía que uno sienta, y la medida en que 1 busqu e cultivar esos sentimie ntos dent ro de sí o alentarlos en sus hijos o en los demás, será cosa suya. El hecho de que en un cierto momento alguien tenga determinados afectos y simpa tías no es un dato srcinal e inalterable; pero la razón, tal como ?la entiende el teórico de la elección racional, no ofrece orienta ción alguna para las simpatías. Esta perspectiva no la han adoptado exclusivamente los teó ricos de la eco nomía y la filosofía. Más de un gobierno ha justi ficado su política basándose en esos principios, y muchos indi viduos los han usado para justificar su estilo de vida, pero ha demostrado ser una ideología a la que es sumamente difícil ad herirse de modo completo. Y es posible que las inconsistencias que se han hecho evidentes deriven de que su explicación dicotómica desociales las relaciones sociales inadecuada: todaspor laslare bienesrelaciones laciones han de ser regidas nego ciación para la obtención de beneficio mutuo (el modelo son 10. David Gauthier,Moráis by Agreement, Oxford, Clarendon Press, 1986, pág. 286 (trad. cast: La moral por ac uerdo , Barcelona, Gedisa, 1994). 11. Ibid., pág. 286.
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las relaciones de mercado) o bien relaciones afectivas y de sim patía. Queda preguntarse por qué es incompleta esa caracteri zación. Hay algo que se omite en la dicotomía: en las formas de vida social que no sean efímeras, ambos tipos de relación estarán in crustados en un conjunto de relaciones de reciprocidad como las que se han descrito, y sólo podrán caracterizarse adecuada mente de ese modo. Pensemos primero en las relaciones de afecto y simpatía y en algunas de las complejidades que presen tan esas relaciones. Ya se ha mencionado que, normalmente, aunque no siempre, los afectos y las simpatías suelen estar bajo control del individuo en una medida importante, al menos a largo plazo. Este hecho tiene su importancia debido a que el afecto y la simpatía son la clase de cosas que se deben a otras personas concretas: siempre se debe afecto a los hijos y éstos, en respuesta, generalmente deben afecto a sus padres; se debe simpat ía a quienes sufren o se sienten afligidos y tambi én se es pera de los demás esa simpatía. A los amigos se les debe un afecto diferente del que se debe a los hijos y también se les debe la comprensión afectuosa de sus planes o problemas. Por otra parte, la reciprocidad en el afecto y la simpatía no es algo apar te, sino que está estrechamente relacionada con esas otras reci procidades que constituyen, en buena medida, las relaciones entre padre e hijo, entre amigos, etcétera. Está claro que hay individuos a los que, quizá por su estruc tura bioquímica o por la educación recibida, les resulta más di fícil que a los demás sentir o mostrar el tipo de sentimientos en cuestión; otros, en cambio, son sumamente sensibles y tienden a la efusividad y el sentimentalismo. Lo importante no es sólo que sean faltas fácilmente corregibles en general, sino que al ju zg ar la s co mo tales se es tá ha ci en do referencia a un criter io para medir el sentimiento adecuado, un sentimiento que está en proporción con sus objetos, un término medio entre lo que es excesivo y lo insuficiente. Las normas que rigen los senti mientos y determinan lo que es o no adecuado son inseparables de otras normas de reciprocidad, puesto que es en la reciproci dad en general donde se exhiben el afecto y la simpatía; y por
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supuesto, las formas de expresión de los sentimientos varían de una cultura a otra. Por ello, sólo en el contexto de las normas de la reciproci dad y en referencia a ellas es posible exponer con detalle lo que suponen las distintas clases de relaciones afectivas. El re conocimiento de esas normas es lo que da fundamento a las expectativas que las personas tienen con respecto a los demás. Los vínculos afectivos y de simpatía siempre son algo más que una cuestión de afecto y simpatía. De modo similar, las rela ciones que se dan en el intercambio racional, que se rige por normas cuyo cumplimiento resulta ventajoso para todos los participantes, tambié n están insertas en relaciones regidas por
comunitarios, las relaciones de mercado sólo pueden mante nerse si se hallan insertas en cierto tipo de relaciones no mer cantiles, en relaciones de reciprocidad no calculada. Los vínculos afectivos y las relaciones de mercado presupo nen, en una medida importante, la vigencia de las normas de la reciprocidad; si en la p ráctica social llegan a desligarse de ellas, ambos producen resultados viciados; por un lado, se produce una sobrevaloración emotiva y sensiblera del sentimiento como tal y, por otro, una reducción de la actividad humana a la activi dad económica. Son vicios complementarios que a veces pue den llegar a moldear un mismo estilo de vida, pero clasificarlos como vicios exige una mayor justificación que la que hasta el
normas de reciprocidad imposible institucionalizadas de calcular o predecir; lo mismo sucede con las relaciones que ha cen posibles los intercambios en el mercado. Sin duda es cierto que «No esperamos que la cena llegue por la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero, sino porque en ello está su interés». Y del mismo modo que el car nicero, el cervecero y el panadero actúan generalmente de acuerdo a su propio interés, así lo hacen sus clientes. Pero si un cliente habitual entrara en la carnicería, se diera cuenta de que el carnicero está sufriendo un ataque ai corazón y sólo dijera: «¡Huy!, según veo, hoy no está en condiciones de venderme car ne» y se dirigiera a continuación a la carnicería de enfrente, toda la relación del evidentemente eso dañaría completamente cliente con el carnicero, también la relación económica, aun que no haya hecho nada contrario a las reglas del mercado. En un caso no tan claro y menos cruel, incluso si el cliente reaccio nara satisfaciendo únicamente los requisitos mínimos que le permitiesen defenderse de una acusación legal de irresponsabi lidad (es decir, llama a una ambulancia y desaparece en el mo
momento he proporcionado. Por otra parte, una justificación de esa naturaleza exige una explicación de las virtudes de la re ciprocidad mayor de la que hasta ahora se ha ofrecido.
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mento en que llegan los enfermeros), de todas maneras su rela ción con el carnicero se resentirá por haber eludido una mayor responsabilidad. Para que contribuyan al florecimiento general y no socaven y perturben, como a menudo pasa, los vínculos 12. Adam Smith ,La riqueza de las naciones I, ii.
10 LAS VIRTUDES DEL RECONOCIMIENTO DE LA DEPENDENCIA La comparación propuesta por Adam Smith entre el com portamiento interesado del mercado y el comportamiento al tru ist a y bene volen te, no deja ver el tipo de acc ione s en que
Jiso
los bienes que se buscan no son más-míos-que-de-otros ni # Lfi Q más-de-otros-que-míos, sin6^que^óñ"Tnenes qüe~sólo pueden ser míós~eñ~la mé di dá en que sean tambi én de otros; son bie- 7 - " nes comunes auténticos, como los-bienes de las redes de recQ I proci dad. Pero si es neces ario, para florecer como animal ra cional, actuar en favor de esos bienes comunes, también será ; necesario transformar los deseos iniciales de manera que sea posible reconocer por qué es inadecuada cualquier clasifica ción simple de los deseos en egoístas.g_akruistas. Ya se ha he-'; cho suficiente referencia á las limi taci ones que hay en la idea ... del interés puramente egoísta, pero se han estudiado poco las de " la benevolencia generalizada. Esa benevolencia supone un otro genérico (cuya única relación con el agente consiste en ofrecer una ocasión para que ejerza su benevolencia, que le permita su buena voluntad), enj^gar_de tranquilizarse confirmando esos_otros.concretos con los que hay que aprender a compar tir los bienes comunes y participar en relaciones continuadas. ¿Qué'cualidadés só ri necesarias pa ra semejante participación? La'fórmulación dé~éllta~pfégúnta nos retrotrae al debate so bre las virtudes y por qué son necesarias. En mi explicación
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anterior he hecho hincapié en la función indispensable de las virtudes para permitirle al ser humano transitar de la depen dencia de las facultades razonadoras de otros, fundamental mente los padres y maestros, a la independencia en el razona miento práctico; y las virtudes a las que sobre todo me he referido ya estaban presentes en la enumeración de Aristóte les y en otras: justicia, templanza, veracidad, valentía y otras semejantes. Pero si las virtudes permiten al ser humano^convertirse en razonador práctico independiente, es porque tam bién le permiten participar en relaciones de reciprocidad a través de las cuales ha de conseguir sus fines como razonador práctico; para entender esta dimensión, es necesario llevar la
él. Puesto que es algo que se debe, si no se hiciese se faltaría a la justicia; puesto que lo que se debe no es posible de medir, no hacerlo sería también faltar a la generosidad. Pero no es exclu sivo de los lakota el reconocimiento de esa relación entre justi cia y generosidad. Frente a la idea de que la liberalidad forma parte de la vir tud de la justicia puede objetarse, según santo Tomás, que la jüs-, ticia se refiere a aquello que se debe y que, por lo tanto, cuando se le da a otro solamente lo que se le debe, no se está actuando con liberalidad. Desde este punto de vista, lo que caracteriza al individuo liberal es dar más de lo que la justicia requeriría que diese. Santo Tomás aborda la objeción distinguiendo las obli
investigación mucho más lejos y admitir que una buena edu cación en las virtudes será la que asigne un lugar adecuado a una serie de virtudes que son la equivalencia necesaria de las virtudes de la independencia: las virtudes del reconocimiento de la dependencia. Es posible que la interpretación tradicional de las virtudes, incluso los nombres que convencionalmente se les asignan, no sean de mucha ayuda en este punto. Pongamos un ejemplo: si buscásemos una palabra que definiera la virtud principal de las relaciones de reciprocidad, nos daríamos cuenta de que ni ¿ge nerosidad» ni «justicia», tal como éstas son comúnmente en tendidas, son del todo adecuadas, puesto que según la mayoría de las interpretaciones es posible ser generoso sin ser justo y ser justo sin ser generoso; en cambio, la principal^virtud aucse requiere para mantene r este tipo de r e c ^ contiene as pectos de justicia y generosidad a la vez. Existe una expresión en lengua lakota, wancantognaka, que se acerca mucho más que cualquier otra expresión del inglés moderno; esa palabra lakota designa la virtud de los individuos que reconocen sus responsabilidadéscon respecto a la familia inmediata, la fami lia ampliada y la tribu, y que expresan ese reconocimiento par ticipando en actos ceremoniales en los que se hacen regalos sin medida: ceremonias de acción de gracias, de conmemoración y Wancantognaka nombra la generosidad para conferir honor. que un individuo debe a todos quienes también se la deben a
gaciones son de estricta justicia y sóloque de justicia, de la jus decentia quequeexige la liberalidad: acciones son en efecto tamente debidas a otros y que son el mínimo de lo que se debe a otros. Para entender qué quiere decir con ello santo Tomás, es necesario ponerlo en contexto teniendo también en cuenta la forma como aborda la virtud de la caridad, de la amistad respecto a Dios y los seres humanos, de la virtud de la compa beneficientia. sión, misericordia, y de la virtud de hacer el bien, Cuando comenta la beneficencia, santo Tomás subraya que en una misma acción hay diferentes aspectos, que permiten ejem plificar las diferentes virtudes. Supongamos que una persona da incondicionalmente a otra lo que ésta necesita con cierta urgencia, por consideración hacia el otro como ser humano "necesitado, porque es lo mínimo que se le debe y porque al ali viar la aflicción del otro se alivia también su propia aflicción por el dolor ajeno. Según el argumento de santo Tomás, ese in dividuo estaría actuando de manera liberal, con la beneficen cia de la caridad, con justicia y por compasión. Desde luego, hay cosas exigidas por la liberalidad pero no por la justicia,
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hay lo que se debe por compasión peroacciones no por que caridad; por lo general, las virtudes requieren sean pero, a la 1. Lydia Whirlwind Soldier, «Wancantognaka: the continuing Lakota custom of generosity». Tribal Collegevn, 3, invierno de 1995-1996. 2. Santo Tomás de Aquino, Summa TheologiaeIla-IIae, 117, 5.
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vez justas, generosas, benéficas y que se realicen por compa sión. Para mantener relaciones en las que sea posible dar sin mezquindad y recibir con dignidad es necesario que la educa ción predisponga precisamente para la realización de ese tipo de actos. Como ya se ha señalado, una educación semejante debe in cluir la educación de los afectos, simpatías e inclinaciones.. Nor malmente, las privaciones a las que corresponde atender con ju sta gen ero sid ad, no so n sólo privac ion es de cu id ad o físi co" y formación intelectual, sino también y sobre todo la privación de la consideración atenta y afectuosa. Actuar como lo requiere la virtud de la justa generosidad es, po r lo tanto, a ctua r desde la
quirir mediante la práctica ese principio virtuoso, o al menos para ocultarse a sí mismo, tanto como sea posible, su carencia de ello». Ya he señalado que las prácticas de reciprocidad nutridas por una justa generosidad concreta se ejercen principalmente hacia otros miembros de la propia comunidad, con quienes se está relacionado por las funciones que cada uno desempeña. No obstante, es posible que esto haya resultado equívoco en más de un sentido. En primer lugar, a menudo las personas per tenecen a más de una comunidad y forman parte de más de uña red de reciprocidad; por otra parte, se puede entrar y salir de las comunidades. Por ello, si de aquí en adelante sigo hablando,
consideración atenta afectuosa hacia elnootro. Al respecto se dice en ocasiones quey sobre los afectos se manda, y en algu nas circunstancias puede ser cierto (uno no puede decidir aquí y ahora sentir de una u otra manera por un simple acto de vo luntad), pero lo que sí es posible, como ya se ha señalado con anterioridad, es cultivar y ejercitar la disposición para sentir, igual que es posible ejercitar las disposiciones para actu ar y, so bre todo, la disposición para actuar de acuerdo con determina dos sentimientos. La justa generosidad requiere que se actúe a partir de la consideración afectuosa; cuando eso hace falta, no tener la inclinación de actuar así es siempre indicio de un de fecto moral, de una incapacidad para actuar como el deber lo exige. Hum e, a diferencia de Kant, ent endió muy bie n esta idea: «Si el afecto natural no fuese un deber, el cuidado de los niños no podría ser un deber: y si fuese imposible, podríamos tener presente el deber en los cuidados que ofrecemos a nuestros hijos». ¿Acaso se actúa a veces por deber cuando en realidad se debería actuar por inclinación? Sí, dice Hume, se hace cuan do uno reconoce en sí la ausencia del motivo que hacía falta:
la comun en aras una de lapersona, simplicidad, de deberá idad oellatérmino red a la que tenece el lector suponer que per completaría las disyuntivas: «comunidad o comunidades», «red o redes». En segundo lugar, en el funcionamiento de las comu nidades es importante que, entre los papeles que cuentan en la vida en común, exista el «extraño», alguien ajeno a la comuni dad, que llega casualmente, y al que se debe hospitalidad, sólo porque es un extraño. La hospitalidad también es un deber que implica las inclinaciones naturales, puesto que debe ejercerse con diligencia y desinteresadamente. En tercer lugar, el alcance de la justa generosidad se extiende más allá de los límites de la comunidad. Pensemos en dos testimonios procedentes de cul turas muy distintas: el de Sófocles y el de Mencio. Según cuenta Sófocles, cuando un pastor recibió la orden de matar al pequeño Edipo, se arriesgó a desobedecer movido por la compasión, y confió al niño en secreto a otro pastor para que le encontrase un nuevo hogar. Cuando Neoptolomeo vio la he rida abierta y supurante de Filoctetes y oyó sus gritos de do lor, también actuó movido por la compasión y en contra de lo que había prometido hacer. Mencio señaló que «todos los seres hu manos poseen una mente que no soporta ver el sufrimiento de ipsÁ^á^- cuando los seres humanos ven a un niño caer den tro de un pozo, tienen todos un sentimiento de dolor y aflic-
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«una persona corazón de ese sin motivo, puede odiarse que por siente ello, y su üuede llevardesprovisto a cabo la acción sen tir el motivo, por un cierto sentido del deber, con el fin de ad3. David Hume, A Treatise of Human Nature III, ii, 1, ed. Selby-Bigge, pág. 478 (trad. cast.:Tratado de la naturaleza humana, Madrid, Tecnos, 1988).
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4. Ibid., pág. 479.
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ción», y no es porque piensen que actuar según ese sentimiento vaya a darles prestigio frente a los demás (y no porque el niño pertenezca a su hogar o a su comunidad). Si alguien no reac cionase ante la urgente e imperiosa necesidad del niño, úni camente porque es urgente e imperiosa, esa persona carecería de humanidad, que es algo sin lo que las relaciones sociales es tarían incompletas. Es posible que ese acceso repentino de compasión que modifica el comportamiento no sea en ocasio nes más que un episodio momentáneo en el que una oleada de sentimiento no racional impulsa a un individuo a actuar sin mayor reflexión. Pero santo Tomás sostiene que en la medida en que sobreviene la misericordia configurada por el apropiado 5
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ju ic io raci on al, la misericordia unadevirtud y no sólo una pa sión, y eso significa que en la es vida la comunidad resulta misericordia que va más allá fundamental esa capacidad para la mi de las obligaciones comunitarias. La razón de ello es que la sericordia implica la consideración hacia una necesidad urgen te y extrema, sin que importe quién sea la persona; la clase de necesidad y el grado de necesidad dictan lo que debe hacerse, y no quién sea el que la padece. Lo que toda persona necesita sa ber, en sus relaciones comunitarias, es que la atención que se prestará a las necesidades urgentes y extremas, las necesidades características de los discapacitados, será proporcional a la ne cesidad y no a la relación que se tenga con quien la padece. Pero sólo es posible esperar que sea así para aquellas personas misericordia. La propia vida co entre cuyas virtudes cuentan ía munitaria requiere que esta virtud vaya más allá de los límites de la vida comunitaria, y lo que hace falta es precisamente la virtud y no sólo la capacidad para sentir. El sentimiento sin ía guía de la razón se transforma en sentimentalismo, y el senti mentalismo es una señal de fracaso moral. Lo que hay que pre 7
guntarse es ¿en qué consiste esa virtud? Recurro de inmediato 5. Véase The Book of Mencius2A: 5, en Wing-tsit Chan,A Sourcebook in Chínese Philosophy,Princeton, Princeton University Press, 1963, pág. 65. 6. El autor utiliza el latín en luga r del inglés para evi tar la asociación en inglés de pity con condescendencia. 7. Santo Tomás, Summa TheologiaeIla-IIae, 30,3.
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a la explicación de santo Tomás porque las explicaciones teóricas de dicha virtud escasean, aunque sea ampliamente reconocida en la práctica, y no sé de ninguna otra explicación de pareci da extensión. Santo Tomás aborda la misericordia como una de las conse cuencias de la caridad. Puesto que la caridad es una virtud teo logal y las virtudes teologales se deben a la gracia divina, podría suceder que un lector desprevenido supusiera que santo Tomás no la considera una virtud secular, lo que sería una equivoca miseri ción. La caridad opera en el mundo secular en forma de cordia y entre quienes santo Tomás cita como autoridades, para hablar sobre su naturaleza y discutir sus desacuerdos, están Samisericordia tie lustio y Cicerón, lo mismo que san Agustín. La ne, por lo tanto, un lugar en la lista de las virtudes, con indepen dencia de su fundamento teológico. Es ésta una virtud que se orienta a aquellas personas que, sean quienes sean, se ven afligidas por algún mal importante, especialmente cuando no es producto de sus decisiones, un a reserva que quizá requiera alguna puntualización. La necesi dad extrema y urgente de otro proporciona en sí misma una ra zón para actuar, más sólida incluso que las exigencias impues tas por los lazos familiares más estrechos; a veces, aunque la necesidad no sea tan extrema ni urgente, puede juzgarse acerta damente que ésta pesa más que los requerimientos de un víncu lo familiar u otra relación social cercana. No existe ninguna norma que decida en esos casos y debe ejercerse la virtud de la prudencia para juzgar. Podría parecer que el individuo se en cuentra ante dos tipos de exigencias distintas y en ocasiones ^contrapuestas: por un lado, por parte de aquéllos con los que se tiene un determinado vínculo, en virtud del lugar que ocupan en la misma comunidad y, por el otro, por parte de quienes de. 8
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8. Ibid., Ila-IIae, 30,1. 9. Ibid., 31,3. 10. Éste es un aspecto de la explicac ión de santo Tomás que pasa inadvertid o en el, por otra parte, esclarecedor argumento de Arnhart , pen sado para mostrar cómo las te sis de santo Tomás sobre la ley natural son compatibles con un entendimiento biológico de la naturaleza humana,ibid., pág.260. 11. Ibid., 31,3, ad. 1.
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alguna manera padecen una grave aflicción, con independencia de que se tenga o no un vínculo con ellos. La explicación de santo Tomás de la virtud de la misericordia exige rechazar, sin embargo, esta contraposición, al menos en la forma como la hemos formulado más arriba. Según santo Tomás, la misericordia es dolor o pesar por la aflicción de otra persona sólo en la medida en que se entienda como propia; y eso es posible porque existe un vínculo anterior con esa otra persona (que sea un amigo o pariente) o porque se reconoce que la aflicción que sufre podía haberla padecido uno La misericor mismo. Pero, ¿qué implica este reconocimiento? dia es ese aspecto de la caridad por el que se ofrece aquello que él
comunidad. Al hablar del tipo de acción que surge de la justa generosidad, he dicho que está «fuera de todo cálculo», pero es necesario puntualizarlo ahora. La justa generosidad exige que no se hagan cálculos en un sentido concreto: no puede esperar se una proporcionalidad exacta entre lo que se da y lo qué se re cibe. Como ya dije antes, aquellos de quienes se espera recibir algo y de quienes probablemente se reciba no serán casi nunca las mismas personas a las que se ha dado; y no existen límites determinados de antemano para lo que uno está obligado a dar, y que puede exceder en mucho lo que se ha recibido: no es po sible calcular lo que uno debe dar a partir de lo que uno ha recibido. Existe, sin embargo, otro sentido en que el cálculo
prójimo necesita, y entre las virtudes que nos relacionan con el prójimo la misericordia es la mayor. De manera que enten der la aflicción de otro como si fuera propia significa reconocer a ese otro como prójimo y, señala santo Tomás, en todo lo que se refiere al amor al prójimo, «no importa si se dice "prójimo" como en I Juan, 4 o "hermano" como en Levítico, 19, o "ami go", puesto que todos ellos indican la misma afinidad». P ero re conocer a otra persona como hermano o amigo supone recono cer que la relación que se tiene con ella es la misma que la que se tiene con otros miembros de la comunidad a la que se perte misericordia hacia los nece. Por lo que orientar la virtud de la demás supone ampliarlas relaciones comunitarias hasta in cluir a esos otros; a partir de ese momento, se debe cuidar de ellos y preocuparse por su bien, del mismo modo que se cuida de quienes ya pertenecen a la comunidad. Hasta el momento he señalado tres, características destaca das de las relaciones configuradas por la virtud de la justa gene rosidad: son relaciones comunitarias que involucran a los afec tos; no se reducen a relaciones de largo plazo de los miembros ¡ de una comunidad, sino que incluyen las relaciones de hospita lidad hacia extraños que estén de paso y, mediante el ejercicio de la virtud de la miserircordia, incorporan a todos aquellos con cuya necesidad urgente se ven confrontados los miembros de la
prudente no sólo estápersona permitido, sino que requiere generosidad. Si una no trabaja paralotener algo ía en justa pro piedad, no tendrá nada que dar; si no ahorra, sino que sólo con sume, cuando llegue el momento en que el prójimo necesite su ayuda urgentemente, carecerá de los recursos necesario s para ayudar. Si da a quienes no están realmente en una situación de necesidad urgente, puede no tener suficiente para dar a quienes sí lo estén. De manera que son necesarias la laboriosidad para obtener, la economía para ahorrar y el criterio para discriminar en lo que se da; y éstos también son otros aspectos de la virtud de la templanza. Es importante observar que a estas virtudes del dar hay que añadir las virtudes del recibir: virtudes como saber mostrar gratitud, sin permitir que la gratitud se transforme en una car ga, la cortesía hacia quien da con poca elegancia y la paciencia hacia quien no da lo suficiente. El ejercicio de estas últimas vir tudes supone siempre ei reconocimiento sincero de la depen-" dencia; por esa razón, carecerán de ellas quienes pretendan ol vidar su dependencia y no estén bien dispuestos para recordar megalopsylos beneficios que los demás les han conferido. El chos de Aristóteles es un ejemplo destacado, quizás es el ejerri- i pío más destacado de esta clase de mal carácter e incluso de la incapacidad para reconocer su maldad; de él dice Aristóteles, con aprobación, que «se siente avergonzado de recibir favores, J porque es señal de superi oridad con ceder favores y de inferiori- /
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12. Ibid., 30, 4.
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dad recibirlos». Así es que el megalopsychos olvida lo que ha recibido, aunque recuerda lo que ha concedido, y no le gusta que le recuerden lo primero, aunque escucha con agrado la re memoración de lo segundo. Es posible reconocer en ello la ilusión de la autosuficiencia, una ilusión aparentemente com partida por Aristóteles, muy característica de los. ricos y pode rosos en muchos lugares y en distintas épocas, y que por eso re sultan excluidos de cierto tipo de relaciones comunitarias. Al igual que sucede con las virtudes relacion adas con el dar, las del recibir son necesarias para mantener precisamente la clase dé relaciones comunitarias por medio de las cuales ha de apren derse el ejercicio de estas virtudes. Quizá no sea sorprendente, 13
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por desde elurgente punto dehan vista relaciones, nece sidadeso, y laque necesidad de de sertales entendidas bajo launa luz particular. Lo más probable es que una persona que se encuen tre en una necesidad imperiosa necesite inmediatamente ali mento, bebida, ropa y vivienda; pero cuando estas primeras ne cesidades han sido satisfechas, lo que se necesita con una ma yor urgencia es ser admitido o readmitido en alguna posición reco nocida dentro de una red de relaciones comunitarias, donde se le reconozca como miembro activo de una comunidad delibera tiva: una posición que le permita ganarse el respeto de los de más y de sí mismo. No obstan te, el respe to de los demás no es la forma fundamental de la consideración humana que exige este tipo de vida comunitaria y falta preguntarse por qué no. Entre aquellos que se encuentran en una necesidad imperio sa tanto dentro como fuera de una comunidad, hay generalmen te individuos cuya discapacidad extrema es de tal naturaleza que sólo pueden ser miembros pasivos de la comunidad: care cen de capacidad para reconocer, no pueden hablar o al menos no pueden hacerlo de manera inteligible, sufren pero no actúan. Ya he planteado anteriormente que sería importante que los de más pe nsáramos ,, respecto a la c ondición de estos individuos: «Yo podría ha ber sido él». Pero ese pensami ento debe tra ducirse 13. Aristóteles,Ética nicomáquea1124b, 9-10. 14. Ibid., 12-18.
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en una clase de consideración especial;jd_cmdado que se requie re de los demás y el cuidado que los demás requieren de uño exi gen una entrega y una consideración que no esté condicionada P contingencias de una lesión, una enfermedad o cualquier otra aflicción. La consideración hacia otro puede ser destruida
el
11 LAS ESTRUCTURAS POLÍTICAS Y SOCIALES DEL BIEN COMÚN Para poder incorporar las relaciones de reciprocidad por medio de las cuales es posi ble alcanz ar los bienes individuales y los bienes comunes, un orden político y social debe cumplir tres condiciones1.Primero, debe ser expresión de las decisiones políticas de razonadores independientes, en aquellos asuntos en los que es importante que los miembros de una comunidad lleguen a una misma manera de pensar mediante la delibera ción racional compartida. Todos los miembros de la comuni dad que tengan propuestas, objeciones y argumentos con los que contribuir a ella deberán tener acceso a formas institucio nalizadas de deliberación; y los procedimientos para tornar decisiones deberán ser aceptables para todos, de manera que tanto las deliberaciones como las decisiones puedan ser reco nocidas como obra del conjunto. En segundo lugar, en una comunidad en que la justa genero^ sidad es una de las virtudes fundamentales, las normas de jus ticia establecidas deben ser coherentes con el ejercicio de esa virtud. Ninguna formulación simple sería capaz de contener las diferentes clases de normas que serían necesarias para diferen tes clases de relaciones justas. Las normas, entre razonadores prácticos independientes, deben satisfacer el criterio de justicia planteado por Marx para una sociedad socialista: cada quien debe recibir de acuerdo con su contribución. Por su parte, las
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normas entre quienes tienen capacidad para dar y quienes tie nen una mayor dependencia y una mayor necesidad de recibir (los niños, los ancianos, los discapacitados) deben satisfacer el criterio dé justicia que Marx proponía para una sociedad comu nista: «De cada quien, según sus capacidades, a cada quien, en la medida de lo posible, según sus necesidades». Desde luego, Marx entendió que esta segunda formulación de la justicia sólo ¿sería aplicable en un futuro todavía irrealizable, y hay que reco nocer que la limitación de recursos económicos sólo permite una aplicación imperfecta. De cualquier modo, hace falta esa muy aplicación imperfecta de la idea de justicia, incluso si es imperfecta, para que sea posible una forma de vida donde sea
Ni la filosofía política ni tampoco la filosofía social de los úl timos años contribuyen en general a dilucidar este aspecto, de bido a que los trabajos que se han llevado a cabo, con algunas raras excepciones, no abordan el problema de los bienes comu nes relativos a las asociaciones y las relaciones intermedias en tre el Esta do-na ción y el indiv iduo o la familia nuclear. No obs. ;• ' tante,, esa zona intermedia es precisamente la que hace falta T| I' compr ender , pue sto que en las rela cion es que incorp oran tanto / |*>i .,' el reconocimient o de la independe ncia de l os razonado res prác•* f ticos como la conciencia de la depende ncia humana, donde la | ju st a gene ro sida d es un a virtud fund am en tal, las acciones pr e suponen, explícita o más a menudo implícitamente, la existen-
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eficaz la deldemérito también sea eficaz la invo cación de invocación la necesidad, modo pero que sea justa para los indepen dientes y también para los dependientes. ¥ En te rc er luga r, las es tr uc tu ra s pol íticas de ben ha ce r p osi ble ':que, en las deliberaciones comunitarias sobre lo que requieren las normas de justicia, tengan voz tanto quienes poseen la capa cidad del razonamiento práctico independiente, como quienes sólo pueden ejercer un razonamiento limitado o incluso care cen de él. Estos últimos sólo podrán tener voz si existen otras personas capaces de representarles y están dispuestas a ello, y se le otorga a esa función de representación un espacio formal en la estructura política. Mi intención es imaginar una sociedad política que parta del hecho de que la discapacidad y la dependencia es algo que to dos los individuos experimentan en algún momento de su vida y de manera impredecible, por lo que el interés de que las nece sidades que padecen las personas discapacitadas sean adecua damente expresadas y atendidas no es un interés particular, lió es el interés de un grupo particular de individuos concretos y de otros,ensino es el interés de la sociedad política entera ynoesencial su que concepto del bien común. ¿Qué tipo de socie dad puede tener las estructuras necesarias para alcanzar un bien común de esa naturaleza? 1. KarI Marx,Crítica del programa de Gotha, I.
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cia bienbajo común propiodel de Est un ado tipo mod de asociación nofamipueddee un existir la forma ern o ni laque de la lia de hoy en día. ¿Por qué ni el Estado moderno ni la familia de hoy en día pueden dar cabida al tipo de asociación comunitaria en el que puede alcanzarse ese bien común? Analicémoslos por se parado. El Estado nación moderno se rige por una serie de acuerdos entre una diversidad de intereses económicos y so ciales que se hallan más o menos en conflicto unos con otros. El peso de cada uno de esos intereses varía según su poder de negociación político y económico y según la capacidad que tengan para garantizar que sean atendidas, en las mesas de ne gociación correspondientes, las opiniones de quienes les de fienden. El dinero determina de manera fundamental el poder de negociación y la capacidad para negociar, sobre todo el diñero invertido en los recursos necesarios para adquirir poder político: recursos electorales, de comunicación y las relacio nes con las grandes empresas. Esta utilización del dinero pro porciona diversos grados y tipos de influencia política a los diferentes intereses. resultado es que medida, la mayoría de pú los individuos comparte, El aunque en diferente bienes blicos como la garantía de un mínimo orden, pero la distribu ción de bienes por parte del gobierno no refleja ele ninguna manera una opinión general, alcanzada por medio de la deli beración en común regida por normas de indagación racional.
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De hecho, el tamaño de los estados modernos hace que eso sea imposible, lo que no quiere decir que las relaciones con el Es tado-nación, o más bien con los diversos órganos gubernamen tales que lo componen, carezcan de importancia para quienes ponen en práctica la política de las virtudes del reconocimien to de la dependencia. Ya sólo por los recursos ingentes que maneja o por las facultades legales coercitivas de que dispone y las amenazas que lleva consigo su benevolencia torpe y dis torsionada, nadie puede evitar que su relación con el Estado tenga una importancia considerable. Toda relación racional de los gobernados con el gobierno de un Estado-nación requiere que los individuos y los grupos sopesen cualquier posible be
deben ser tan vinculantes como los lazos de parentesco y vecin dad. Una colectividad de esta naturaleza no puede existir en el Estado-nación moderno y fingir que existe es siempre un disfraz ideológ ico para ocultar realidades siniestra s. Por lo tanto, es po sible concluir que los bienes públicos que proporciona el Estadonación, que son necesarios e importantes, no deben confundirse con el bien común p ara el que se re quiere una identificación co munitaria según las virtudes del reconocimiento de la depen dencia, y que en la medida en que el Estado-nación se presente como el proveedor de algo que efectivamente es, en este sentido más fuerte, un bien común, su retórica no of rece más que ficcio nes sin duda peligrosas.
neficio contra aparece el costocomo de aluna menos en aquellos en que el Estado enorme empresa aspectos de servicios públicos. El Estado moderno también se presenta a sí mismo como el guardián de los valores y de vez en cuando apela a la necesidad de dar la vida por él, tal como lo .hace todo gobierno que afirma su legítima soberanía política y leg al sobre sus subdito s. Ningún Estado puede justificar esa afirmación amenos que sea capaz de proporcionar a sus subditos una mínima seguridad frente a uña agresión externa y la delincuencia interna; y para éso re quiere que haya agentes de policía, bomberos y soldados dis puestos a dar su vida en el cumplimiento del deber cuando sea necesario (y con frecuencia lo es). La seguridad pública es un bien al que se sirve con una devoción sin duda admirable y es un bien sin el cual nadie en ninguna comunidad podría conse guir bienes comunes; sin embargo, su importanci a no debe ocul tar el hecho de que los bienes públicos del Estado-nación mo derno no son los bienes comunes de una auténtica comunidad nacional: cuando el Estado-nación se disfraza como el guardián
La práctica de las virtudes del reconocimiento de una la depen dencia y las virtudes de la independencia requiere clase muy distinta de búsqueda compartida del bien común. Ahí don de las virtudes del reconocimiento de la dependencia se pongan en práctica deberá haber una idea comúmsobre la asignación de las responsabilidades respecto a las personas dependientes y sbfere los criterios a partir de los cuales se mida el éxito o fraca so en el desempeño de esas responsabilidades. Por otra parte, ahí donde se pongan en práctica las virtudes del razonamiento práctico independiente; esa idea común habrá de surgir de la deliberación entre todos, de modo que el acuerdo sobre las res ponsabilidades esté justificado racionalmente de manera osten sible. De ahí que quienes pongan en práctica los dos conjuntos de virtudes tengan una doblé actitud con respecto al Estádo-háción. Por un lado, reconocerán que es una presencia ineludible en el horizonte de la modernidad y no despreciarán "los recur sos que ofrece; en ocasiones, sólo el Estado puede proporcionar los medios para eliminar los obstáculos que impiden alcan zar objetivos humanitarios (por ejemplo, toda la sociedad nor
de un bienseacomún de oesadesastroso, naturaleza,o lo queLael resultado absurdo lasmás dos probable cosas a laesvez. contraparte de ese Estado-nación concebido erróneamente como una comunidad es la concepción igualmente errónea de que sus ciudadanos constituyen urt Volk, una colectividad cuyos víncu los han de extenderse al cuerpo entero de ciudadanos y aun así
teamericana tiene razones para agradecida concon quienes garantizaron la aprobación de la estar Ley de Americanos Disca pacidad y con quienes la han puesto en práctica de mane ra cons tructiva y creativa). Pero también tendrán que reconocer, por otro lado, que el Estado moderno no es capaz de ofrecer un marco político moldeado por la justa generosidad que es riécé-
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saria para alcanzar los bienes comunes de las redes de recipro cidad.^ Si el Estado-nación no puede ofrecer una forma de asocia ción orientada hacia el bien común del que hablamos, ¿qué su cede con la familia? En el mejor de los casos, la familia es una forma de asociación en donde primero se crían los hijos, se i educan } y se les inicia en las act ividades del m und o adul to, para lo cual el comportamiento dé sus padres les proporciona tanto recursos como modelos. De ahí se deriva que la calidad de la vida dentro de una familia depende en mucho de la cali dad de las relaciones de sus miembros con respecto a otras instituciones y asociaciones: él lugar de trabajo, la escuela, la parroquia, el club deportivo, el sindicato, las clases para la educación de adultos y otros semejantes. Los bienes propios de la vida familiar pueden lograrse sólo en la medida en que los hijos aprenden a reconocer como propios los bienes inherentes a las prácticas de esas asociaciones e instituciones, y los padres y los demás miembros adultos de la familia hacen lo mismo. La familia sólo florece cuando el entorno social tamJíbién florece; y dado que los entornos sociales de las familias varían mucho, también varían los modos de florecimiento de : las familias. Ño todas las familias felices son iguales y sólo un : gran novelista pudo habernos convencido de lo contrario. Lo mismo sucede cuando se trata de la fortaleza y los logros de la familia que cuando se trata de sus debilidades y fracasos: és tos también son inseparables de los rasgos del entorno social. (Con ello no quiero decir que las familias no puedan a veces florecer en condiciones sumamente desfavorables, porque de hecho sucede. Pero esos casos se deben siempre a que los miembros de la familia, y sobre todo los padres, han sabido construir una serie de oportunidades y prácticas que sustitu yen a las queuna existirían un entorno social favorable. Por ejemplo, familiaenpuede vivir bien en más condiciones de aislamiento extremo, acaso a cien kilómetros de sus vecinos más próximos, si las actividades del lugar de trabajo, de la es cuela, de la iglesia y el juego son parte de las actividades do mésticas; un hogar así se habrá transformado, de este modo,
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en un microcosmos comunitario y no será sólo una familia. No obstante, es evidente que sólo puede ser un caso excepcio nal.) En términos generales es posible sostener que los bienes de la vida familiar se alcanzan en los bienes de la comunidad y ju nt o con éstos . En general, el bien com ún de un a familia sólo puede alcanzarse en el proceso de conseguir los bienes comu nes de la comunidad a la que pertenece. La ramilia nó es autosuficiente, y por esa razón no puede alcanzarse dentro dé ella lá clase dé reconocimiento del bien común que requieren las vir tudes del reconocimiento de la dependencia, al menos en la me dida en que se conciba la familia como una unidad social dife renciada separada. De cualquier manera,e no cabe duda dedeque la familiay es un elemento fundamental indispensable la comun idad y much os aspe ctos de la vida familiar exigen el eje r cicio de las virtudes del reconocimiento de la dependencia. Como ya he planteado antes, tanto las relaciones de los padres con sus hijos pequeños como la de los adultos con sus padres an cianos son casos típicos de relaciones que sólo pueden susten tarse en esas virtudes; y lo mismo sucede con la relación entre los miembros capaces e independientes de una familia y cual quier otro de sus miembros que sufra una discapacidad tempo ral o permanente y sea por eso en parte o totalmente depen diente. Ni el Estado ni la familia son asociaciones cuyo bien común pueda conseguirse y sostenerse en el tiempo por las virtudes del reconocimiento de la dependencia. Ese lugar lo debe ocupar una comunidad más o menos pequeña, en cuyo seno haya espa cio para las actividades de las familias y del trabajo, escuelas, consultorios médicos, congregaciones religiosas, clubes de dis cusión y club es de juegos y deportes. En una comuni dad de este tipo, ¿qué lugar pueden ocupar sufren uña discapacidád'temporal o permanente? ¿Qué quienes tipo de reconocimiento hace falta para que se mantenga el respeto hacia ellos y hacia quie nes no padecen discapacidad alguna, así como su respeto por sí mismos? Deberá fundarse en la consideración hacia cada indi viduo, cualquiera que sea su discapacidad, de la qué ya hFna-
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blado anteriormente; pero a esa consideración tendría que aña dirse el reconocimiento de que cada miembro de la comunidad puede enseñar algo a los demás tanto sobre el bien común como sobre el bien de cada uno, y que pueden enseñar sobre ello algo que no podría aprenderse de ninguna otra manera. Ese respeto no depende de que los demás consideren valioso lo que uno ha conseguido; incluso cuando uno está discapacita do de tal modo que no puede emprender proyectos valiosos, también merece un cuidado atento y debe a los demás ese mis mo cuidado, sin el cual nadie podría aprender lo que los demás tienen que enseñarle. Al hablar de aprender acerca del bien común me estoy refi riendo al igual que antes, a la adquisición de un conocimiento práctico; no al dominio de un determinado conjunto de fórmu las teóricas, sino a la capacidad para orientarse hacia ese bien, incorporada en la práctica cotidiana. Ya he insistido en qué se aprende cuál es el bien común y cuáles son los bienes indivi duales, no por medio de la reflexión teórica, sino en actividades cotidianas compartidas y en la evaluación de las alternativas que imponen esas actividades. Asimismo he insistido en que se puede no llegar a aprender lo que haría falta aprender por di ferentes razones, de las que he enumerado tres: la incapacidad para separarse de los deseos y distanciarse de ellos para juzgarlos, la falta de un adecuado conocimiento de sí mismo y la incapa cidad para reconocer la naturaleza de la dependencia que se tiene respecto a otras per sonas. Veamos un ejemplo de lo que es posible aprender y en ocasiones sólo puede aprenderse en las relaciones con los discapacitados, que puede ayudarnos a des cubrir en nosotros mismos cualquiera de esas tres fuentes de error, cuya consecuencia es una serie de juicios prácticos falsos y engañosos. Pensemos en esa claseesté de horriblemente discapacidad que consiste enacaso que alguna parte del cuerpo desfigurada: un rostro hinchado, inflamado, lleno de cicatrices y supurante, que produzca un aspecto horroroso y repugnante, cuya imagen sea efectivamente un obstáculo para dirigirse al otro como ser humano. Quizá sea más fácil la tarea de los enfermeros o médi-
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eos, que tienen la obligación de entender el aspecto del sufrien te como un conjunto de síntomas de un estado subyacente, pero los demás han de encontrar alguna forma de evitar tanto el error de fingir que el otro no tiene un aspecto horrible, como el de prestar tanta atención a su aspecto que no puedan relacio narse racionalmente con él. Enfrentarnos a este tipo de dificul tades puede ayudarnos a comprender el valor que asignamos a una apariencia agradable, tanto en los demás como en nosotros mismos, y a comprender también los errores que esos juicios de valor conllevan. Los estudios de psicología social confirman lo que indica el sentido común : una gran parte de los seres huma nos está excesi vamente por el aspecto del con rostro y porfrecuencia la apariencia en general. influida En términos generales, mucha sucede que el peso que se le da a un determinado razonamiento depen de en buena medida de la persona que ló haya manifestado, de su tono de voz y su expresión facial. Por lo tanto, es necesario aprender a evaluar las cualidades personales y los razonamien tos, disociando la evaluación del aspecto físico y de la presen tación, porque al hacerlo es posible descubrir algo que hasta entonces no sospechábamos: que no hemos sido capaces de dis tanciarnos de nuestros sentimientos de desagrado, repugnancia y hasta hor ror ante la visión d e la apariencia de ciertos rostros y que, por lo tanto, no hemos podido juzgar críticamente esos sentimientos; podemos descubrir que no tenemos un adecuado conocimiento de nosotros mismos, porque no podemos saber en qué medida nuestros juicios son influidos por esos sentimien tos, que son irrelevantes, y también podemos descubrir que, al reaccionar así ante quienes ofrecen esa apariencia, hemos dado por supuesto que al menos de ellos no tenemos nada que apren2
2. Véanse , porofejempl o, K. Dion, D. BePsychology, rsche id24, y E. Walster is Beautiful Is Good», enJournal Personality and Social 1972; S. E. «What Asch expuso en of Social Psychology, «Forming Expressions of Personality», Journal en 41, 1946, que el 77% de sus sujetos inferían a parti r de la descripción de alguien co mo inteligente, habi lidoso, trabajador, cálido, decidido, práctico y precavido que ese individuo también se ría atractivo físicamente. El The Timesde Londres dio a conocer el 26 de mayo de 1988 las conclusiones de una encuesta nacional en Gran Bretaña según la cual una persona de cada tres piensa que las personas en silla de ruedas son menos inteligentes.
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der. Es decir: el encuentro con las personas discapacitadas nos permite descubrir fuentes de errores en nuestro razonamiento práctico que desconocíamos hasta ese moment o. Ahora bien: en la medida en q ue dichos errores derivan de la s norma s imperan tes en el entorno social, para liberarse de ellos en el razonamien to deliberativo, será necesario transformar ese entorno a la vez que uno mismo. Si alguien es incapaz de liberarse de esas fuentes de error, se guirá sin poder ver con claridad hacia qué aspectos y caracte rísticas de sí mismo y de los demás debería ser receptivo en dife rentes contextos, y seguirá viviendo una vida distorsionada. Es importante observar que ello no significa que no se deba distin
ticular que se ha comentado, pero que sería difícil emplearlo en el caso de formas más extremas de discapacidad y depen dencia, en que los discapacitados física y psíquicamente son prácticamente incapaces, o incapaces en absoluto, de reacción alguna ante los demás; seres humanos que ya no llegan a la condición de personas en la definición de Locke, seres huma nos cuya potencialidad para una respuesta racional o afectiva ha sido permanentemente frustrada. Podría argumentarse que estas personas sólo pueden ser, como mucho, objetos pasivos de una benevolencia encaminada a limitar su sufrimiento, seres cuya existencia sólo puede ser costosa para los demás, pero que en ningún momento aporta beneficio alguno. ¿Cómo sería posi
guir lo q louedesagradable es de apariencia y lo que es desagra dable,entre y entre y loagra que esdable horroroso, o que ya no se reconozca que tener una apariencia atractiva y una actitud encantadora son cosas buenas. El problema consiste en equivo carse con respecto a la naturaleza y los límites de ese bien, de jars e seducir por su atractivo y su be st im ar ot ra s cu al id ad es y argumentos porque proceden de una persona desfigurada y dis capacitada. Lo mismo que impide que uno se percate de las deficiencias de su conocimiento de sí mismo también impide ver las cuali dades de otras personas. Quienes están cautivados por la apa riencia y la presentación no suelen ser capaces de identificar, rio digamos ya entender, el ejemplo de coraje y fortaleza de espíritu que puede haber en sobreponerse a la aflicción produ cida por el hecho de tener un rostro desfigurado y estar disca pacitado; y eso supone no poder entender tampoco la impor tancia que tienen algunas virtudes del reconocimiento de la dependencia. Alguien que no identifique ni entienda esas virtu des tampoco sabrá, probablemente, cómo ejercitarlas cuando
ble, entonces, que ellos se transformasen en maestros de los de más? Existe la idea, ampliamente aceptada, de que el cuidado y la entrega a quienes no pueden devolver voluntariamente lo que reciben no es más que un costo y una carga; es decir, es posible tener una actitud benevolente hacia ellos, pero es una relación que sólo puede ser de una única dirección. Es un error, porque esas personas permiten aprender algo esencial: el significado de estar al cuidado de otra persona, y ser responsables de su bienestar. Todos hemos estado, de bebés, confiados completa mente al cuidado de otro, que era responsable de nuestro bie nestar^ al ap rende r lo que signif ica cuidar a alguien, pod emos entender cabalmente lo que debemos a quienes una vez nos cuidaron. Una relación de esta naturaleza tiene dos aspectos: uño implica el sustento vital y los cuidados para mitigar el do lor físico y, en ocasiones, psicológico, la tarea inmensa y agota dora de ocuparse del orinal de la cama, de los vómitos y el cam bio de sábanas, de lidiar con el resentimiento, las rabietas o las divagaciones incoherentes, de dar las medicinas y hacer cura ciones; el segundo se refiere a la función de representación de
llegue a padecer bien una discapacidad queque lo son desfigure bien cualquier otra discapacidad (como aquellas propiaso del envejecimiento, por ejemplo) que requieren los recursos que proporcionan esas virtudes. Se podría alegar, ante lo dicho hasta ahora, que el argumen to es relativamente simple y convincente para el ejemplo par-
los discapacitados que no pueden hablar por sí mismos. La fun ción de representación consiste en hablar en nombre de las per sonas discapacitadas tanto de dentro como de fuera de la co munidad, justo en el sentido en que esa persona hablaría por sí misma si fues e Capaz de hacerlo. El individuo totalmen te disca pacitado necesita a alguien que hable en su nombre como si
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mese, por decirlo así, un segundo yo. Puesto que todo ser hu mano se halla potencialmente expuesto a sufrir una discapaci dad extrema, es posible que tarde o temprano necesite a al guien que sea un segundo yo y que hable en su nombre. No obstante, nadie es capaz de hablar adecuadamente en nom bre de otra persona si no le ha conocido previamente; el repre sentante de una persona discapacitada deberá saber al menos lo que ésta consideraba, en el pasado y en situaciones distintas, que era bueno para ella, así como los razonamientos con los que sustentaba sus juicios. Sólo con ese conocimiento se podrá ha blar en nombre de otro, tal como el otro lo hubiese hecho, por eso la relación entre el individuo completamente discapacitado, incapaz de hablar por sí mismo, y quien le represente tendrá que estar fundada, en general, en una relación de amistad pre viamente existente. Hay que observar que esta relación entre individuos grave mente discapacitados, incapaces de hablar por sí mismos, y quienes hablan por ellos es en ciertos aspectos una relación muy distinta de la que existe entre los padres y sus hijos peque ños. Quizás exista en algunos casos el mismo grado de depen dencia y la misma obligación de identificar e intentar conseguir el bien de aquel a quien se debe cuidar; pero sería equívoco que un padre se preguntara có mo evaluaría su hi jo pequeño lo que es bueno para él en una u otra situación, puesto que la opinión del niño sobre lo bueno para él dependerá de una manera fun damental de la educación que haya recibido de sus padres. Los padres deben hacer, prime ro, sus pr opios juicios sobre lo que es bueno para el niño. Por supuesto, puede suceder que alguien tenga a su cargo el cuidado de una persona discapacitada, que yace en un prolongado estado de coma, y cuyas opiniones pre vias le sean del todo desconocidas; en ese caso, como sucede con los bebés, no tendrá otra opción, sino formarse su propio jui cio sobre lo que es bu en o pa ra el ot ro . En situ ac io nes me no s extremas, no es ése el caso, y es necesario mantener el propósi to de qtie cada individuo participe, en la medida que sea posi ble, en las deliberaciones de la comunidad con su propia voz, como un razonador práctico independiente.
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En el plano de la práctica, el razonamiento político no es un tipo de razonamiento especial, distinto del razonamiento prácti co ordinario. No es posible llegar a ser un auténtico razonador práctico sin ser también en cierta medida un razonador políti co, por dos razones. Primero, porque los participantes en redes de reciprocidad sólo pueden identificar sus bienes individuales a la vez que identifican los bienes comunes, y sólo es posible identificar los bienes comunes contribuyendo a la deliberación conjunta y aprendiendo en ésta de aquellas otras personas con quienes se tiene esos bienes en común; por esa razón, es indis pensable la capacidad para razonar de manera práctica sobre el bien común y razonar de manera conjunta soBre el bien común" es razonar políticamente. En segundo lugar, muchos de los bienes individuales y co munes son bienes compartidos, de tal manera que la decisión sobre la importancia que deben tener en la vida de un individuo determinados bienes no puede ser ni es independiente de las de cisiones que se tomen sobre la importancia que esos bienes tie nen para la vida de la comunidad. Un individuo no logrará que el arte dramático tenga un espacio en su vida, ni grande ni pe queño, bien sea como actor aficionado o profesional, director o tramoyista, como miembro de la orquesta o espectador, si la co munidad en la que vive no concede algún tipo de prioridad en lá asignación de los recursos comunitarios a los bienes del tea tro. La diversidad de posibilidades a biertas pa ra la vid a de cual quiera está determinada por las decisiones políticas acerca de lo que es prioritario para una comunidad, y si alguien es excluido, por voluntad propia o por obra de los demás, de la posibilidad de participar en la toma de decisiones políticas, se reduce el al cance y la eficacia de su capacidad individual para tomar deci siones. Esto indica que urge complementar, para que no conduzca a error, la explicación ofrecida hasta ahora sobre los requisitos previos de una comunidad política cuyo bien común pueda ser el de las redes sociales de reciprocidad. He preguntado por él tipo de consideración que deberían tener los individuos entre sí, estén discapacitados o no, para satisfacer las exigencias de
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virtudes como la justa generosidad, como si fuese posible res ponder primero a esa pregunta y sólo después indagar, como un asunto secundario, acerca de las estructuras políticas que pue den dar expresión a tales actitudes de consideración; no obs tante, a partir de lo dicho hasta ahora parece evidente que hace falta entender esas actitudes, desde un inicio, como actitudes políticas. Tratar a otra persona como alguien que merece^onsideración debido a que, de una u otra manera, contribuye a la educación común para llegar a ser individuos racionales que dan y reciben supone otorgarle un reconocimiento político: sig nifica tratarle como a alguien a quien sería erróneo desestimar o excluir de la deliberación política.
explotación del capitalismo) implicaban un tipo de participa ción política y un grado de participación política tan ajenos a las formas democráticas de la política contemporánea como a las for mas no democráticas. Ya he subrayado que eso no significa que en el Estado actual la política carezca de importancia. Las co munidades tienen numerosas necesidades fundamentales que sólo es posible cubrir utilizando los recursos del Estado y con la intervención de las agencias gubernamentales, pero la calidad de las prácticas políticas comunitarias es fundamental para de finir correctamente esas necesidades y para procurar que sean satisfechas. Por lo tanto, es un error, el^errar comunitarista, buscar in
La noción del razonamiento político como un aspecto del ra zonamiento práctico cotidiano tiene como contraparte una no ción déla actividad política como un aspecto de la actividad co tidiana dé todo adulto que sea capaz de participar en ella. Ello contrasta fuertemente con la concepción de la actividad políti ca propia del Estado moderno, según la cual existe una exigua minoría de la población que hace de la política su ocupación y preocupación activas, políticos profesionales y semiprofesiónales, y una inmensa mayoría pasiva que sólo debe movilizarse en momentos determinados, como en las elecciones o en situación de crisis nacional. Existen enormes diferencias entre las élites políticas, por un lado, y la gran mayoría de la población, por el otro: por ejemplo, en la cantidad de información que cada grupo requiere y recibe. Un electorado moderno puede operar como lo hace porque dispone tan sólo de explicaciones suma mente simples y pobres de los asuntos, a la vez que las élites se dirigen a los electores de un modo que deliberadamente revela tanto como oculta. La política de los estados modernos no tiene esos rasgos por accidente, como tampoco es casual la influencia del dinero éñ el proceso de toma de decisiones. Las luchas revolucionarias del pasado para derribar los obstáculos que impedían alcanzar la ciudadanía (la abolición de la esclavitud, la ampliación del sufragio, especialmente para las mujeres, el establecimiento de mecanismos de defensa de los movimientos laborales contra la
fundir a lapropios políticadedellasEstado los valores y mecanismos de parti cipación pequeñas comunidades. Ün error aún mayor es suponer que exista algo bueno en las comunidades como tales. El tamaño relativamente pequeño de las comunida des, asjf^éorno los encuentros y conversaciones que~éneliaFse producen cara a cara, son elementos necesarios para el logro compartido de los bienes comunes de quienes participan en la deliberación racional necesaria para mantener las redes de reciprocidad; pero cuando faltan las virtudes de la justa genero sidad y la deliberación común, las comunidades son siempre propensas a corromperse por la estrechez de mirásT cencía, el prejuicio contra los extraños y por una diversidad de otras deformaciones, incluyendo las que se derivan del culto a la comunidad. El enfoque histórico y sociológico contribuye a esclarecer mucho, en este punto, los debates de la filosofía moral y políti ca. Es necesario realizar un estudio comparativo con ejemplos de diferentes tipos de comunidades, que las muestren en sus mejores y en sus peores posibilidades, pero sobre todo con ejemplos de comunidades que se hayan visto enfrentadas a va rias opciones alternativas y que, en algunas ocasiones, hayan derivado hacia formas mejores y en otras hacia formas peores. Resultaría muy provechoso el estudio de la historia de algunas comunidades de pescadores en Nueva Inglaterra durante los últimos ciento cincuenta años, para analizar las diferentes ma-
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ñeras en que sus virtudes les han permitido enfrentarse, en mo mentos distintos, a las tensiones de la adversidad y a las tensio nes de la prosperidad. Sería igualmente instructivo el análisis de la historia de las comunidades mineras de Gales, de una vida moldeada por la ética del trabajo en la mina, por la pasión por los bienes del canto coral y del rugby, y por las virtudes de la lu cha sindical contra los propietarios de las minas primero y con tra el Estado después. Los ejemplos podrían ser innumerables: cooperativas agrícolas en Donegal, los pueblos mayas de Méxi co y Guatemala, y ciertas ciudades-Estado de un pasado más remoto. Estos estudios comparados podrían mostrar tanto las distin tas sociales eny las varias que pueden las redesformas de reciprocidad manerasinstitucionalizarse en que dichas redes pueden mantenerse y reforzarse, o bien debilitarse y destruirse. Condiciones distintas plantean amenazas distintas que exigen a su vez diferentes respuestas; no obstante, las tareas que han de emprenderse para hacer frente a ésas amenazas tienen mucho en común. Es el caso, por ejemplo, de las tareas orientadas a proporcionar a una comunidad pequeña seguridad con respec to a la delincuencia interna o la agresión externa, Ó^é nunca és del todo seguro delegar por completo en los organismos del Estado (ocasionalmente, será necesario incluso protegerse del pe ligro que representan esos organismos). La comunidad pide a quienes realizan dichas tareas en su nombre que, en caso dé ne cesidad, estén dispuestos a poner en riesgo su vida; pero ésta petición sólo puede justificarse si quienes aceptan ese riesgo cuentan con la seguridad de que se les vaya a proporcionar la atención necesaria en caso de quedar discapacitados, o que se vaya a velar por quienes dependen de ellos, si fallecieran. La de fensa de una comunidad cuyas estructuras se rigen por normas de reciprocidad relativamente Cálculo, si está las bien pensada, estará estructurada del ajenas mismo al modo. No obstante, formas que adopten esas estructuras variarán de acuerdo con la cultura y la historia de la comunidad. El análisis comparado de las diversas características de las comunidades que incorporan redes de reciprocidad puede ayu-
darnos a identificar mejor relaciones de reciprocidad que ya existen en las comunidades que habitamos y ayudarnos tam bién a descubrir la existencia de un reconocimiento comparti do del bien común, acaso mayor de lo que hubiésemos creído. Es necesario tener en cuentaCtres) cosas acerca de esas comunir dades. Primero, in cluso en el mejor de l os casos, el ejercicio co lectivo de la racionalidad deliberativa es siempre imperfecto y no debe ponerse tanta atención a los errores cometidos y a las limitaciones de su ejercicio, en un momento dado, sino a lá ca pacidad de corregir esos errores y superar esas limitaciones a ío largo del tiempo y a pesar dé los conflictos. El ejercicio de las relaciones prácticas en las comunidades es siempre producto
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de una historia, y lo que importa es la dirección de esa historial En segundo lugar, cuando esas comunidades están en su me jo r mo me nt o o av an za n en la dirección co rrec ta, su pol ítica ho es una política de intereses en conflicto, como sí lo es la política en el Estado moderno. La pregunta política fundamental es qué recursos necesitan cada individuo y Cada grupo para poder contribuir al bien común, puesto que, en una comunidad bien ordenada, está en el interés de todos que cada cual sea capaz de hacer su propia contribución. Por supuesto, dado que las co munidades son siempre hasta cierto punto imperfectas, tende rán a aflorar los intereses en conflicto, y por eso es importante que las comunidades, en la medida en que sea posible, estén es tructuradas para evitar que ello suceda. Desde el punto de vista económico, lo que importa es que no sean muy grandes las de sigualdades de ingreso o riqueza, porque la desigualdad en sí^ misma tiende a producir conflictos de intereses y hace difícil qué los individuos entiendan sus relaciones sociales en térmi nos de un bien co mú n. •*<;«»*» Desdé luego, éste no es más que un ejemplo para mostrar de qué manera las consideraciones económicas deben subordinar se a las consideraciones sociales y morales, si se quiere que la comuni dad sobrevi va, no digamo s ya que prospere, como red de reciprocidad. Quizá deba, haber una limitac ión voluntaria de la movilidad laboral,^ con el fin de proteger la contínuidad y la esta bilidad de las famil ias y de otras instituciones; tendrá que ha ber
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una inversión especial, acaso desproporcionada desde un punto de vista puramente económico, en la educación de niños que no son productivos económicamente. En la medida en que sea po sible, todos los miembros de ía comunidad tendrán que turnafs^ para llevar a cabo los trabajos más tediosos y arriesgados, de manera que se evite otra forma de desigualdad social qüe'perturbe el orden. No hay duda de que estas normas son más bien propias de Utopía y muy poco frecuentes fuera de ella, y que cuando se intenta ponerlas en práctica, como ya he dicho, suele hacerse de manera bastante imperfecta. Pero procurar vjvir con las normas propias de Utopía no es utópico, aunque sí supone rechazar los objetivos económicos del capitalismo avanzado. Las formas por adopten medio defórmulas las cuales puede mate rializarse unainstitucionales vida así, aunque económicas di versas, tienen los siguientes rasgos en común: no promueven él crecimiento económico y requieren un aislamiento considerable y protección contra las fuerzas generadas por los mercados ex ternos. Lo que es más importante aún, una sociedad de ésas características sería hosti l hacia la sociedad de consu mo y entra ría en conflicto con sus objetivos. Esto último nos permite repa rar en el hecho de que esas normas utópicas son efectivamente aceptadas, en alguna medida, en diferentes ámbitos: trabajo, es cuelas, parroquias, donde se produce, de manera recurrente, una resistencia a los objetivos y norm as de la sociedad de cons u mo; y esa resistencia se halla con más frecuencia en grupos que tienen relaciones sociales de reciprocidad. En tercer lugar, una de las señas distintivas de comunidades así estructuradas es la importancia que se otorga a las necesi dades de los niños y las person as discapac itadas, lo que se refi e re en parte a la asignación de los cuidados y de otros recursos. Los niños nunca son capaces de formar un grupo de interés en el sentido moderno de la palabra y lo que ellos requieren raras veces pueden suministrarlo adecuadamente sus propias fami lias por sí solas; por lo tanto, sólo están bien cuidados cuando la atención que reciben, aunque se halle inevitablemente cons treñida por los límites que imponen los recursos de que dispone la comunidad, no está limitada por ningún cálculo de lo que
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podrán aportar a cambio algún día esos niños. Lo mismo que sucede con el cuidado de los niños, sucede con la atención que ne cesitan los ancianos y las personas discapacitadas psíquica o físicamente. No sólo importa que en una comunidad de éste tipo los niños y los discapacitados reciban la atención y el cui dado necesarios, sino también que quienes ya no son niños re conozcan en los niños lo que una vez fueron, que quienes ño padecen aún ninguna disminución de sus capacidades por ra zón de su edad reconozcan en los ancianos lo que ellos serán en el futuro, y que quienes no están enfermos ni padecen ningu na lesión reconozcan en los enfermos y en quienes sí sufren una lesión lo que ellos mismos han sido a menudo y lo que serán y siempre podrían ser. Asimismo es importante que el reconoci miento de estos hechos no sea fuente de temor, puesto que per miten tomar la conciencia debida de las necesidades comunes y los bienes comunes que se generan por redes de reciprocidad y las virtudes, tanto la virtud de la independencia como la Hel reconocimiento de la dependencia. No obstante, sólo es posible adquirir conciencia de ello mediante esas mismas virtudes.
12 REPRESE NTANTES, AMIGOS, VERA CIDAD Sin duda, la explicación ofrecida hasta el momento sobre la política dentro de las comunidades de reciprocidad es exce sivamente sumaria y escueta, pero quizá sea suficiente para sentar las bases para una discusión más extensa del papel fun damental que completamente tiene en ellas quien actúa en representación las personas discapacitadas, de aquellos de in dividuos que sólo podrán hacerse oír en las deliberaciones de la comunidad si alguien habla por ellos. Ya he señalado que, en general, sólo es posible hablar en nombre de quienes su fren una discapacidad absoluta de manera temporal o per manente, y que por tanto no pueden hablar por sí mismos, si existe una amistad previa. ¿Qué clase de amistad sería la ade cuada? ¿Cómo puede aprender una persona amiga a hablar en nombre de otra? En términos generales, aunque la respuesta parezca sorprendente, se puede decir que uno aprende a ha blar en nombre de otro a la vez que aprende a hablar por sí mismo, algo que es más complejo y difícil de lo que se suele suponer. Como ya he señalado anteriormente, aprender a hablar por uno mismo, como razonador práctico independiente, obliga a enfrentar distintos obstáculos. La incapacidad para reeducar el deseo infantil de agradar a los demás puede tener como conse cuencia que uno se convierta en un individuo de opiniones in-
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defini damen.te flexibles, guiadas por una pre sión q ue las obliga a ajustarse a las opiniones de cierto tipo de personas; no se tra ta de que uno no sea capaz de ofrecer razones, incluso razones alambicadas, para sostener una determinada opinión, sino de que eso que se presenta como una buena razón está determina da por la necesidad inconsciente de aprobación. Igualmente puede suceder que, debido a un rechazo infantil de la necesidad de agradar a los demás, se actúe de acuerdo con una necesi dad, igualmente inconsciente, de ser percibido como alguien que no se adapta a las opiniones de otros, una necesidad que se expresa en la búsqueda incesante de desacuerdo. En ambos ca sos, uno no es una voz sino un eco: aún debe aprender a usar su propia voz, a expresar su propia opinión. También puede suce der que, incluso quienes logran hablar con voz propia distorsio nen su razonamiento, debido a una atención inconscientemen te selectiva hacia ciertas características del entorno social en detrimento de otras. Toda atención es selectiva, pero si la aten ción de alguien resulta ser deliberada e intencionalmente se lectiva y ello le conduce a no tomar en cuenta aspectos signifi cativos del entorno que debería considerar, su razonamiento práctico puede verse privado de premisas importantes. O bien, una vez más, puede suceder que alguien exprese las razones que tiene para actuar, las que de acuerdo con su opinión y la de los demás son sus razones, y esa declaración misma esté ocul tando, en realidad, una esperanza o un temor que motiva la ac ción. Lo que hay que preguntar es cómo es posible superar esos obstáculos y adquirir, de ese modo, las virtudes morales e inte lectuales necesarias. El ser humano aprende a examinarse a sí mismo cuando es examinado por los demás y aprende a entenderse a sí mismo cuando tratan de entenderlo los demás sometiendo a discusión
para los demás, uno descubre que también le hace falta hacerse inteligible para sí mismo. Pero se trata aquí de una clase par ticular de inteligibilidad. El comportamiento que obedece a las exigencias caracterís ticas de los roles sociales se hace inteligible referido a los roles mismos: las acciones son realizadas por individuos, pero la ma yoría de ellas se extienden como acciones que corresponden a cualquiera que desempeñe ese rol y, por lo tanto, no han de ha cerse inteligibles por referencia a las características de uno u otro individuos. El individuo que desempeña el rol de cobrador de billetes, vendedor o guardián de una prisión es sustituible en esencia y no se reacciona ante el individuo sino ante el rol que
su razonamiento pidiéndole explicaciones sobre su lo conducta. Esto suele sucedery en situaciones en que no está claro que al guien realmente trata de hacer o no está claro por qué conside ra razonable hacerlo, o ambas cosas a la vez; por eso los demás le piden que haga inteligibles sus acciones, con el fin de saber cómo responder a ellas. A veces, al intentar hacerse inteligible
ferentes su vida, generalmente no hace falta uno pe dirle unamomentos explicacióndesemejante sobre su comportamiento: es capaz de figurársela, pero a veces incluso la gente a quien se conoce bien resulta desconcertante. Para que un individuo pueda justificar sus acciones ante otros, hace falta que ofrezca al menos una explicación parcial de su manera de juzgar, como
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ocupa, menos que el individuo se salga del y actúe de alguna aforma sorprendente y perturbadora, queguión obligue a reac cionar frente a ese individuo concreto. De una cultura a otra va ría la medida en que la vida social está regida por personifica ción de funciones y roles, pero cuanto más suceda así es más probable que se atribuya importancia a la manera de desempe ñar las funciones que los individuos personifican, de modo que la individualidad se exprese a través de los roles y no separán dose de la conducta que perciben; en cualquier caso, hace falta distinguir entre lo que el individuo aporta a los diversos roles que desempeña y lo que puede extraer de ellos, y lo que son los roles en sí mismo s. Cada individuo tiene una historia que es es pecíficamente suya, y pedir a un individuo que se haga inteligi ble, como paso previo quizá para la justificación de sus accio nes, significa pedirle que cuente todo lo que haga falta de esa historia (la gran mayoría de las veces una pequeña parte de ella, pero en ocasiones mucho más). Cuando se conoce bien a otra persona, cuando se ha conoci do a un individuo en el desempeño de distintas funciones en di
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razonador práctico, tanto lo que considera que es su propio bien como el bien común, para llegar a los juicios que moldean y orientan sus acciones en ese momento. Quizá las preguntas con las que los demás pidan una explicación del comporta miento no mencionen explícitamente ninguno de estos bienes. A menudo son del tipo: «¿Qué crees que estabas haciendo al hacer eso?» o «¿Cómo puedes haber pensado que era correcto así?». Pero siempre pue (o tolerable o perdonable) tratarnos den parafrasearse en preguntas como: «¿Qué bien creías que buscabas al hacer eso?» o «¿Por qué te has equivocado respecto a tu bien o al nuestro de esta manera?». La única respuesta adecuada a estas preguntas será una explicación del bien que
go o actuar como representante, las virtudes que son necesarias para esas relaciones son las mismas virtudes que se requieren en general, aunque algunas, por supuesto, son especialmente importantes para esos propósitos, porque sin ellas no podría haber responsabilidad. ¿Cuáles son estas virtudes? Lo primero qu e se debe a los demás, e n las explicaci ones que se ofrezcan, es una veracidad fundamental, que permita que los demás aprendan de uno y que uno aprenda de ellos. Cuan do santo Tomás distingue entre las mentiras que son pecados mortales y las que no lo son, pide que uno se pregunte, con res pecto a cualquier mentira, si se refiere a algo «cuyo conocimien to es importante para el bien de alguien». Si efectivamente im
se obtener quesino haga la acción noo bien sóloquería sea inteligible, queque también esté correspondiente justificada una explicación que revele los errores cometidos por el agente y le aporte, por esa vía, razones para actuar en el futuro de ma nera diferente. Para tomar parte en este diálogo de preguntas y respuestas, mediante el que uno se responsabiliza ante los demás y se trata como responsable ante ellos, es necesario ser capaz de interio rizar el punt o de vist a del otro, de manera q ue las explicaciones que se ofrezcan respondan efectivamente a las preocupacio nes e intereses d el otro. Si se logra esa interiorización, se consi gue hablar con la voz del otro, y si la conversación se continúa a lo largo del tiempo y se refiere a un conjunto de temas lo bas tante amplio, se conseguirá hablar con la voz del otro de mane ra sistemática, esto es, afirmar, preguntar y aconsejar a la luz de la concepción que el otro tiene de su propio bien individual y del bien común. Es decir: al hacerse efectivamente responsable uno aprende no sólo a hablar al otro, sino a hablar por el otro. En ese momento, dos individuos llegan a ser amigos en el senti
porta el bienque de priva otra persona, es aquello un pecado un acto depara injusticia al otro de que mortal, se le debe. Pero este deber de justicia con los demás no agota lo que re quiere la veracidad para hacerse responsable ante otros. Para explicar de una manera veraz cualquier acción, resulta espe cialmente importante, para quien habla y para quienes atien den, no exagerar ni minusvalorar el papel que uno ha desempe ñado en los hechos que se narran; se deben evitar los dos vicios opuestos de la jactancia y del menosprecio de uno mismo. La jactan cia con sis te no sólo en exage rar lo qu e un o ha hecho, sino también en negarse a reconocer hasta qué punto lo que uno haya podido hacer dependió de la contribución de otros. En parte, el menospreciarse también supone reforzar el reconocimiento de otros, no permitir que reconozcan la contribución que uno ha hecho para que ellos alcancen sus logros. Ambos vicios centran la atención en el sujeto y ocultan su relación con los demás. De modo que la veracidad resulta ser una de las virtudes del reco nocimiento de la dependencia. Una primera agresión contra la veracidad consiste, por lo tanto, en impedir injustamente que los demás aprendan lo que necesitan aprender, y una segunda, en ocultar la naturaleza de las relaciones que tiene uno con los demás. Una tercera agre-
do preciso de la palabra, tanto en el hogar como en el lugar de trabajo o en cualquier otra actividad que compartan; aprenden así a desempeñar el papel del representante. Sin duda, en la práctica todos somos, con frecuencia, representantes muy im perfectos de quienes por su discapacidad no pueden hablar por sí mismos. Pero el tipo de caráct er que se necesita para ser ami-
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1. Santo Tomás, Summa TheologiaeIla-IIae 110, 4. 2. Ibid., Ha-IIae 109, 3.
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sión, a la que llamaré «ironía» de acuerdo con la definición de Richard Rorty, se refiere a la relación que se tiene con el len guaje compartido en que se habla con los demás y en el que se da cuenta de los actos. Rorty ha denominado «vocabulario fi nal» al «conjunto de palabras» que el ser humano «utiliza para jus tificar su s acciones , sus cr eencias y su vid a», y ha elogiado a quienes denomina ironistas, que son aquellas personas que mantienen hacia su propio vocabulario final una actitud de «duda radical y permanente», porque son conscientes de que existen otros vocabularios finales alternativos y están convenci dos de que no existen criterios racionales a los que apelar para jus tific ar un a elección en tr e vo ca bu larios . Según Rorty , los ir o 3
nistas dan cuenta de que, al describir de ynuevo cualquier cosa, es«se posible hacer que parezca bien o mal» de ellos dice que «no son del todo capaces de tomarse nunca en serio porque... siempre son conscientes de la contingencia y fragilidad de sus vocabularios finales y, por ende, de su propio yo». ¿Por qué la ironía así definida es una agresión contra la vera cidad que exigen las virtudes del reconocimiento de la depen dencia? Una primera consideración que hace falta tener en cuenta es que el vocabulario en que el individuo se hace inteligi ble y logra o no justificar sus acciones, sus creencias y su vida dentro de una red de relaciones de reciprocidad nunca es única mente suyo; ese vocabulario es siempre de todos, es un conjunto de expresiones compartidas cuyos usos se comparten y que se hallan insertos en una amplia variedad de prácticas comunes de reciprocidad, en una forma de vida común. Cuando se pide a al guien que ofrezca una explicación de sus actos, como razonador práctico, en este lenguaje valorativo compartido, lo que se le está pidiendo es que considere si es cierto o no lo que se dice so bre ella y si está o no justificado a la luz de los criterios compar 4
tidos de verdad y justificación. Ciertamente, si dicha persona mintiese, no estaría cumpliendo con lo que se requiere de ella, 3. Richard Rorty,Contingency, Irony and Solidarity, Cambridge, Cambridge Univer sity Press, 1989, pág. 73 (trad. cast.: Contingencia, ironía y solidaridad, Barcelona, Paidós, 1996). 4. Ibid, págs. 73-74.
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pero tampoco lo haría si hablara de manera evasiva, si dijera por ejemplo, en un contexto así, que «al describir de nuevo cual quier cosa, es posible hacer que parezca bien o mal»; no estaría cumpliendo con lo que se pide porque en el vocabulario com partido de la vida en común de una sociedad sólo es posible ale gar con justicia que la acción debería ser descrita de nuevo si se muestra que se ha descrito mal en algún aspecto importante. Si, por ejemplo, se le reprocha a alguien haber sido descuidado e irresponsable, puesto que tuvo en cuenta únicamente las conse cuencias más inmediatas de sus acciones sobre los demás, pue de refutar esa acusación demostrando que difícilmente podía haber actuado de manera distinta, dada la información de que disponía, o haciendo ver a los demás que sólo son responsabili dad suya las consecuencias próximas de esas acciones concre tas, mientras que las consecuencias ulteriores son responsabili dad de alguna otra persona. Lo que no se puede hacer, salvo que se insista en las evasivas, es mirar o pedir a los demás que miren con un desapego irónico esas acciones que se refieren al desem peño concreto de ciertas responsabilidades. El desapego irónico supone un distanciamiento del lenguaje común y de los juicios compartidos y, por ende, de las relacio nes sociales que presuponen el uso de ese lenguaje en la elabo ración de esos juicios. Sin embargo, como ya he señalado pre viamente, a través de esas relaciones se adquiere y se sustenta no sólo el conocimiento que se tiene de los demás, sino también el conocimiento que uno tiene de sí mismo y que depende del juicio co nfir mato rio de los de má s. De ma ne ra que si el desape go irónico de alguien es genuino y no se trata de una simple pose, no sólo pone en duda sus vinculaciones comunitarias sino tambi én el con ocimien to que tiene de sí mismo;, lo cual signif i ca que necesita encontrar un punto de apoyo fuera de las rela ciones y compromisos que le han hecho ser quien es en esos momentos. Rorty diría que él ha elogiado la actitud irónica con respecto al vocabulario final de uno mismo, pero no una actitud irónica con los compromisos y vínculos de solidaridad que son la base para la confianza que los demás pueden depositar en nosotros.
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La manifestación mordaz y admirable que hace Rorty de sus propios compromisos y vinculaciones solidarias como socialdemócrata no parece ser en absoluto irónica. Es decir que pro bablemente nuestro desacuerdo se reduce a lo siguiente: saber si es posible o no, en última instancia, separar la actitud que uno tiene hacia el vocabulario en que se articulan sus compro misos y las vinculaciones, de la actitud que uno tiene hacia esos compromisos y vinculaciones. Es una pregunta que tiene una larga historia. Hegel elaboró una respuesta que le sirvió como fundamento para criticar a Friedrich Schlegel y su defensa de la ironía. Pero los críticos de esa concepción de la ironía, tanto de Schlegel como de Rorty, se encuentran siempre con la misma réplica: sólo la ironía permi te adoptar una actitud suficientemente crítica con respecto al vocabulario valorativo. Al fin y al cabo, el argumento de Rorty sobre el ironista tiene el propósito de hacer hincapié en la im portancia de cultivar una conciencia de que existen vocabula rios finales alternativos, con el fin de que no se acepte con exce siva facilidad el que ya se tiene. Por lo tanto, mi afirmación de que, desde el punto de vista de las virtudes, esta clase de ironía es una forma de evasión moral parecería implicar una actitud acrítica y no del todo justificada respecto a mi propio vocabula rio final, pero ¿es así? Como mínimo, implica que existe una tensión entre el.punto de vista que he adoptado con respecto a los compromisos valorativos y un cuestionamiento escéptico. En la medida en que sea necesario, para adoptar una actitud lo bastante crítica, dis tanciarnos de nuestras relaciones y compromisos y verlos con una mirada fría y escéptica, también nos habremos distanciado en ese momento de nuestros compromisos de un modo que siempre puede ponerlos en peligro. Por consiguiente, incluso si existe un tiempo para la crítica, también hay momentos en que la crítica ha de dejarse de lado, y encontrar un equilibrio entre ambas actitudes de manera exitosa es una tarea que requiere en 5
5. G. W. Friedrich Hegel,Vorlésungen über die Ásthetik I, 95 (trad. cast.:Estética, Barcelona, Península, 1991).
REPRESENTANTES, AMIGOS, VERACIDAD
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sí misma el ejercicio de las virtudes y un reconocimiento aún mayor de nuestra necesidad de las virtudes. Pero lo que no hay en ningún momento es un tiempo propicio para la ironía. No obstante, da la impresión de que al decir esto ya he ex cluido de antemano ciertas posibilidades de crítica, pues si la búsqueda de equilibrio entre la crítica y el compromiso requie re en sí misma que se siga reconociendo la necesidad de las vir tudes, tanto las virtudes de la independencia como las del re conocimiento de la dependencia, está ciertamente excluida la posibilidad, al menos en el plano de la práctica, de someter a una crítica seria ese conjunto de virtudes, y eso significa que se excluye la posibilidad de ejercer una crítica genuinamente radi cal. fuera Por que crítica radical, se dirá, es posible si uno túa dellacírculo y descarta, bien ensólo la imaginación o enselas i realidad, aquello que en uno mismo se halla comprometido con ese conjunto específico de virtudes y se separa de la vida común de esas relaciones en que se es responsable ante los demás . Úni camente así es posible hallar un punto de vista que sea suficien temente externo a las actitudes y prácticas valorativas que se han de poner en duda. Uno sigue siendo prisionero de sus pre ju icio s co mp ar ti do s en la me di da en qu e pe rm an ez ca at rapa do en relaciones y compromisos de reciprocidad. ¿Qué puede alegarse frente a esta acusación, si es que se puede alegar algo?
13 COMPROMISO MORAL E INVESTIGACIÓN RACIONAL Sólo es posible responder a la crítica mencionada antes lle vando el argumento general un poco más lejos. Recordemos las fases por las que ha discurrido el argumento. Ha tenido dos puntos de partida, distintos pero relacionados entre sí. El pri mero era un análisis de aquello que, en su naturaleza animal, el ser humano comparte con miembros de otras especies in teligentes, aunque carentes de lenguaje, como los delfines; se orientaba a mostrar no sólo que es válido atribuir a algunas de esas especies intenciones y razones para actuar, sino también que el ser humano en sus inicios como agente racional se en cuentra en una condición muy similar y que la identidad huma na es entonces, y sigue siendo después, una identidad animal. El segundo punto de partida ponía énfasis en la vulnerabilidad y discapacidad que dominan la vida humana, en la infancia más temprana, en la senectud y durante el tiempo en que se padece alguna lesión o alguna enfermedad física o mental, y subrayaba la medida en que, como consecuencia de ello, se depende de los demás. He intentado dar respuesta, desde ese doble punto de parti da, a la pregunta de qué significa florecer para el ser humano en cuanto animal racional vulnerable y dependiente y qué cua lidades de carácter hacen falta para recibir de los demás lo que uno nece sita que le den y dar a los demás lo que es necesario re-
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cibir de ellos. La respuesta que he esbozado es que para flore cer, hacen falta tanto las virtudes que permiten al ser humano operar como razonador práctico independiente y responsable, como esas otras virtudes que permiten reconocer la naturaleza y el grado de dependencia en que se está respecto a los demás. La adquisición y el ejercicio de esas virtudes sólo son posibles en la medida en que se participa en las relaciones sociales de reciprocidad, que son relaciones sociales regidas, y en parte de finidas, por las reglas de la ley natu ral. . Por último, también me he planteado cuáles son las formas políticas y sociales necesarias para alcanzar el bien común de quienes participan en las relaciones de reciprocidad pertinen
dades sociales, está dirigida hacia sus propios objetivos especí ficos, depende para su éxito de las virtudes de quienes toman parte en ella y exige relaciones y compromisos valorativos es peciales. La investigación racional sobre las creencias, relaciones y compromisos prácticos no es, por ello, algo que un individuo emprenda, intentando separarse del conjunto entero de creen cias, relaciones y compromisos que tiene para observarlos des de un punto de vista externo. Es algo que un conjunto de perso nas emprende desde su práctica compartida al preguntar, cuando se tienen buenas razones para hacerlo, cuál es la obje ción más fuerte o sólida que puede oponerse a una determina
tes. Se ha podido ver que las relaciones morales y políticas exigidas para la consecución de ese bien común conllevan compromisos, que en algunos aspectos son incondicionales, no sólo con una cierta diversidad de bienes, sino también con esos otros individuos junto con los cuales se busca el bien co mún. Aparentemente, esos compromisos impiden someter se riamente a crítica la definición práctica de bienes, virtudes, reglas y relaciones que es un presupuesto de los compromisos, y que se comparte con esos mismos otros; lo impiden porque adoptar el punto de vista del interrogador serio parece exigir que uno tome distancia y se separe de los compromisos pre vios. Pero ¿es así en realidad? ¿Es posible ofrecer una explica ción, racionalmente defendible, de la relación del compromiso moral con la indagación racional crítica que permita identifi car y satisfacer las exigencias legítimas de ambas? Se ha dado un primer paso para poder ofrecer una explicación así cuando se entiende que la indagación racional crítica no es en sí mis ma el tipo de actividad que cualquiera pueda emprender por su cuenta. He argumentado que el ser humano sólo es capaz de
da creencia o concepto que hastaextiende ese momento se daba por seguro. Esa investigación racional y amplifica el razo namiento práctico cotidiano, pues cuando alguien considera que tiene buenas razones para actuar de una cierta manera y no de otra, él mismo o alguien más siempre podrá encontrar una buena razón para preguntar si lo que se considera que son buenas razones lo son realmente. Podría ser que resultase im posible responder a esta pregunta sin someter a examen el cri terio al que se ha apelado implícitamente al evaluar las razones como mejores o peores; y podrían surgir, a continuación, otras muchas preguntas sobre la autoridad de esos criterios o sobre el fundamento de esa autoridad, de manera que resulta indis pensable plantear temas filosóficos, con el fin de hallar un fun damento racional firme para decidir actuar de una u otra ma nera. Estas investigaciones pueden proporcionar las bases para la crítica, la revisión o incluso el rechazo de muchos de los juicios vigentes, los criterios para emitir esos juicios, las relaciones e instituciones establecidas. Por otra parte, la mejor defensa ra
llegar a ser un razonador práctico y seguir siéndolo a través de sus relaciones con los demás; por las mismas razones, el ser humano únicamente es capaz de tomar parte en la investiga ción crítica sobre sus creencias, concepciones y presupuestos a través de las relaciones con los demás. La indagación racional es fundamentalmente social y, al igual que otro tipo de activi-
cional juicios, criterios, relacionesaeese instituci vigentes es que,dedelosspués de haber sido sometidos escrutinioones crítico, hayan demostrado que son capaces de superar las objeciones más fuertes que hasta el momento se hubiesen planteado en su contra. Cuando una comunidad que incorpora redes de recipro cidad funciona bien, ello se debe por lo general a que la comuni-
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dad misma ha debatido e investigado periódicamente sus jui cios, criterios, relaciones e instituciones, y su forma actual es en parte result ado de esa investigación y ese debate. No obstante, sería un error moral y filosófico inferir que ab solutamente cualquier cosa pueda ser puesta en duda justa o razonablemente. Considerar que una razón es una buena razón para actuar en una determinada situación depende, en un sen tido fundamental —así lo he argumentado—, de la medida en que se haya conseguido adquirir las virtudes correspondientes a dicha situación. Del mismo modo, depende del carácter mo ral, de las virtudes y los vicios de cada individuo lo que éste considere que es una buena razón, en una u otra ocasión, para
la ocasión. De modo que cuando se ha progresado lo suficiente en la vida moral como para haber incorporado en la práctica una orientación hacia una concepción más o menos adecuada del bien humano, y para haber transformado las inclinaciones y pasiones de manera que se haya adquirido algo más que los rudimentos de las virtudes, uno será, en ocasiones, capaz de explicar por qué es racional actuar de cierto modo, y explicarlo elaborando un razonamiento cuyas premisas iniciales se refie ren al bien humano, cuyos pasos intermedios especifiquen lo que requieren las virtudes para que el bien humano sea alcan zado, y cuya conclusión sea aquella acción que es buena y que es la mejor que puede llevarse a cabo aquí y ahora.
pedir una justificación de las razones por la queque, alguien actúalos o se propone actuar. Pensemos en un individuo teniendo recursos necesarios para proporcionar la ayuda que de él se so licita, se cruza con un extraño que está gravemente lesionado, enfermo o desnutrido, y no hay nadie cerca de ellos que pueda ayudar o esté en disposición de hacerlo. La necesidad urgente del extraño es una razón suficiente para acudir en su ayuda. Supongamos ahora que un espectador o testigo, reacio a pro porcionar la ayuda requerida, pidiese una justificación del jui cio según el cual la necesidad urgente del desconocido es una razón suficiente para acudir en su ayuda. Una de las caracterís ticas de las virtudes relacionadas con la justa generosidad es que qui en la posee no sól o está predispuesto para conside rar que la necesidad que padece alguien en tales circunstancias es una razón suficiente para acudir en su ayuda, sino que también será incapaz de pensar en que dicha razón requiera otra justifica ción o que sea susceptible de ser justificada. Ofrecer o incluso pedir una justificación así es, en sí mismo, un indicio de que se carece de virtud.
Por tanto, podría parecer que una justificación radical de la acción siempre será del tipo: «Porque actuar de esta deteminada manera contribuirá a que yo alcance lo que es bueno para mí qua ser humano». En el tipo de ejemplo que he esbozado, eso significa que si se hace lo que exige la virtud de la justa ge nerosidad, y se actúa para ayudar al extraño que lo necesita, la razón para actuar, si es una buen a razón, nun ca deberá ser úni- ? camente que el extraño se hallaba en situación de extrema ne cesidad, sino también que al actuar para aliviar esa necesidad uno contribu ye a alcanzar su propio bien. Y eso quiere decir , fi nalmente, que sí existe a fin de cuentas otra justificación para ayuda r al extraño. Pero esta objeción descan sa" sobre un error . La virtud de la justa generosidad exige, enfrentado a una si tuación en que sobre uno recae la responsabilidad de aliviar una necesidad urgente e imperiosa, la existencia de la necesi dad de una razón suficiente para actuar, y que no se requiera ni se busque ninguna otra razón ulterior. Uno tiene, efectivamen te, una buena razón para ser alguien cuyo carácter está forma do por la virtud de la justa generos idad y para act uar en conse- I • (\ cuencia: sin esa virtud, uno no podría alcanza r su propio bien; | pero en la medida en que se haya adquirido la virtud (ésta, como las demás virtudes, puede adquirirse en diferentes grados), se ; habrá aprendido a actuar sin pensar en ninguna justificación • que vaya más allá de la necesidad misma de quienes uno tiene bajo su cuidado.
Quizá anteriormente parezca, a primera que esto es con lo dicho sobrevista, la estructura delincompatible razonamiento práctico, puesto que he presentado esa estructura como deduc tiva. Debido a que el bien humano es lo que es, para alcanzarlo hace falta adquirir las virtudes, y debido a que las virtudes son lo que son, hace falta juzgar y actuar de una u otra forma según
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De modo que puede existir, para cada una de las virtudes, una 4%jfi\¿fi cadena sólida de razonamientos justifícatorios que, partiendo f j ^ ¡ de la naturaleza del bien hum ano, llegue a explicar la necesidad de f" * t $ , ,|cada virtud, y que, partiendo de lo que exige cada una de las virY 7 Í# tudes, ofrezca respuestas concretas para la pregunta sobre la ac^ ^ ^ ^ Nevarse en cada caso. L a fi rme za o la debi lidad de esa cadena de razonamiento es lo que hace que sea racional o no-racional, desde el punto de vista práctico, actuar de una u otra forma. Pero actuar como exige la razón puede ex cluir en ocasiones cualquier alusión por parte del agente a esa cadena de razonamiento; así sucede con la reacción ante una necesidad urgente e imperiosa, en esos casos donde uno tiene la responsabilidad de alivi arla. En casos semejantes, u na piedra de toque del carácter consiste en no aceptar ni siquiera una som bra de duda sobre qué se debe hacer y por qué. Es sumamente importante no confundir esta clase de carác ter, el carácter formado por la virtud de la justa generosidad, con el altruismo, tal como éste es generalmente entendido. Un presupuesto de la idea del altruismo es una concepción de los seres humanos según la cual éstos se dividen en sus tendencias y pasiones, algunos sólo miran por su interés y otros se preocu pan por el interés de los demás. Las personas altruistas son aquellas en cuyas inclinaciones y pasiones suele prevalecer, a veces al menos, el interés por los demás sobre el interés propio. El altruista es el equivalente del egoísta, y existen explicaciones convincentes según las cuales el altruismo es una forma disfra zada de egoísmo o, en versiones más refinadas, es una transfor mación del egoísmo para satisfacer de otro modo los objetivos srcinales del egoísmo. Durante la infancia, la niñez o incluso en la adolescencia, el - ser hum ano experim enta sin duda alguna con flicto s muy pro fundos entre impulsos y deseos egoístas y altruistas. No obstan te, la tarea educativa consiste en transformar e integrar esos de seos e impulsos en una inclinación hacia el bien común y hacia los bienes individuales de cada quien, de manera que uno no mire por su interés en vez de mirar por el de los demás, ni mire por el interés de los demás en vez de mirar por el suyo, es decir, ;
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que no sea ni egoísta ni altruista, sino que las pasiones e inclina ciones se orienten hacia lo que es bueno para uno mismo y para los demás. Ello implica que el autosacrificio es un vicio e indi cio de un desarrollo moral incorrecto, tanto como el egoísmo. Éti Quizá sea Aristóteles, en la discusión del Libro IX de la ca nicomáquea, quien mejor describe cómo las virtudes per miten al ser humano verse a sí mismo y a los demás, y ver su relación con los demás, como miembros o potenciales miem bros de alguna red de reciprocidad. Aristóteles sostiene que, en la medida en que el ser humano sea bueno, puede confiar en sí mismo, tal como confían en él sus amigos, y viceversa. Es im portante, desde luego, y esto no lo dice Aristóteles, que el amor que alguien siente por cada uno de sus amigos tenga que ser un amor hacia ese amigo, definido por su propia particularidad, por aquello que le convierte en un ser humano diferente con ca pacidades y recursos propios para dar y con sus necesidades propias y sus dependencias. Uno tiene razones para actuar de cierta forma hacia un amigo en particular y de forma distinta hacia otro amigo distinto, debido a aquello que es distintivo del •. r' ffi carácter, recursos y circunstancias de cada uno de ellos y, conse>fW ifi* cuentemente, de aquello que es distintivo en el carácter, reeursos y circunstanc ias de uno mismo . Sólo a través de las relacio" nes de amistad se obtiene reconocimiento de la particularidad y | el valor disti ntivo de cada individuo en cua nto que es este indivi duo concreto con su bien distintivo por alcanzar; y todas las personas necesitan ese reconocimiento para buscar con éxito el bien dentro de las redes de reciprocidad. No sólo se es depen diente de los demás miembros de la comunidad para la conse cución del bien común, sino que también se depende de otros individuos concretos para alcanzar una gran parte de los bie nes individuales. De ello se deduce que cuando se reflexiona crí ticamente en común sobre las creencias y conceptos comparti dos en la práctica, debe hacerse de manera que no se ponga en riesgo ese mutuo reconocimiento. Sólo sobre la base de este re conocimiento es posible garantizar que las deliberaciones sean 1
1. Aristóteles,Ética nicomáquea1166a 1-1166b 29.
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realmente deliberaciones de la comunidad, y no un ejercicio de confrontación de habilidades dialécticas entre individuos con opiniones enfrentadas, en que la discusión pueda socavar el prestigio de una determinada persona como miembro de la co munidad o incluso poner en entredicho la noción misma del mu tuo reconocimiento. Ésta es otra limitación que debe respetar la crítica y la investigación racionales. No obstante, la relación entre el compromiso moral y la crítica e investigación racionales no consiste única o funda mentalmente en que el compromiso imponga limitaciones y restricciones a la crítica. La deliberación en común, así como la investigación crítica en común respecto a esa deliberación
pación en cualquier trabajo común de investigación y crítica racionales. Esto no habría sido más que una inferencia lógica, si no fuera por la vida y obra heroica de Nietzsche. Califico la vida y la obra de Nietzsche como heroicas por que, se mida como se mida, demostró tener un extraordinario valor para vivir y escribir como lo hizo. Nietzsche fue cons ciente de que los demás carecían de ese valor, y así lo manifes tó, no sin desdén. En concreto, acusó de esa falta de valor a quienes permanecieron presos, a su entender, de una morali dad que sostiene ilusiones como ía de que uno es responsable ante los demás o que la receptividad y sensibilidad frente a los sufrimientos ajenos sirve para el bien de alguien. Nietzsche se
y el estilo de vida del que forma parte, sólo son posibles cuan do se comparte un cierto conjunto de compromisos morales, como sucede en las comunidades estructuradas por redes de reciprocidad. La veracidad acerca de la experiencia prácti ca compartida, la justicia con respecto a la oportunidad que cada participante tiene de exponer sus argumentos y la dispo sición de apertura hacia la refutación, son todos ellos requisi tos previos de la investigación crítica; la participación en una investigación auténticamente crítica es posible sólo si se conside ra que esas virtudes son constitutivas del bien común y se atri buye a sus exigencias una autoridad independiente de los in tereses y deseos de cada individuo. El compromiso moral con esas virtudes y con el bien común no es una limitación exter na impuesta a la investigación y la crítica, sino una condición de la crítica. Ello significa que si alguien fuese capaz de distanciarse voluntariamente, en un cierto momento de su vida, tanto en la práctica como en la teoría, de manera total y no sólo parcial, no sólo en una determinada fase o aspecto de su vida sino en todas sus actividades y sufrimientos, de todas las relaciones sociales moldeadas por las reglas de la reciprocidad y las virtudes que sostienen esas relaciones, incluidas la justa generosidad y la gratitud hacia quienes sufren alguna discapacidad y hacia quie nes no la sufren, entonces al rechazar todos los compromisos morales necesarios, también se habría excluido de toda partici-
aisló, de actos heroicos, en la medidapor en una que serie es humanamente posible,desprendiéndose, de los compromisos que exigen las virtudes del reconocimiento de la dependencia. Y fue capaz de explicar cómo se veían desde esa posición es tratégica la naturaleza y condición humanas. La explicación que ofreció está, punto por punto, en la más cruda oposición a la explicación supuesta por la práctica de las virtudes del re conocimiento de la dependencia, y es de hecho una inversión de esa perspectiva. Las dos explicaciones parten de la naturaleza animal del ser humano, aunque lo que le interesa a Nietzsche no es, como a Aristóteles y santo Tomás, la relación que existe entre la razón humana y la phronesis de otras especies inteligentes. Le interesa el contraste entre el animal como predador y el animal domesti cado. «Lo que requiere un disfraz moral no es la ferocidad del animal de presa sino el animal de rebaño con su profunda me diocridad, timidez y hastío respecto a sí mismo». Desde luego, el animal humano es propenso a la enfermedad, pero la compa sión, que es la respuesta del animal de rebaño humano, es en sí 2
misma una forma de enfermedad máspadebilitante. compa a los sión «conserva lo qu e está mad uro ra perecer;La defiende, deshereda dos y condena dos de ía vida ; a través de la abundancia 2. F. Nietzsche, The Cay ScienceV, 352, Nueva York, Random House, 1974 (trad. cast.: La Gaya Ciencia,Madrid, Akal, 1987).
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de los malformados de todas las clases que retiene en vida le da a la vida misma un aspecto sombrío y dudoso». . mí enfermedad no En opinión de Nietzsche, no se trata de que sea valiosa para mí. La vida puede ser clemente al proporcionar esta «dura enseñanza»: «una enfermedad durante años, quizá, que exija la fuerza de voluntad y la autosuficiencia más absolu tas». Si logro hacerme fuerte por la enfermedad, lo que habré aprendido será que sólo soy responsable ante mí mismo. «¿Pue des proveerte a ti mismo con un bien y un mal propios y sostener tu voluntad tan sólo sobre ti mismo como única ley?» «¿Eres ca paz de juzgarte a ti mismo y ser el vengador de tu propia ley? Es terrible estar a solas con el juez y el vengador de tu ley.» 3
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Nietzsche sostiene que de resulta mucho más difícil de lo que pueda suponerse ser capaz evitar, de manera consistente, los vínculos de obligaciones que no surgen de la voluntad de uno mismo. Exige una dureza y una condición de acero que son la antítesis de la compasión. La compasión se extinguirá puesto que conduce al desvío del camino de uno mismo, y lo que más importa es que el camino de cada persona sea el suyo. Zaratusmi camino: ¿cuál es el tuyo?" Así tra pregunta: «"Éste es ahora el ca respondí a quienes me preguntaron por "el camino". Pues mino no existe». Así es como Nietzsche ofrece una explicación alternativa y opuesta de lo que es la independencia, según la cual el entendimiento correcto de las virtudes de la indepen dencia excluye la posibilidad de que haya ninguna auténtica virtud en el reconocimiento de la dependencia. No resulta sorprendente que esta misma diferencia radical esté presente en el contraste de las dos formas de entender la amistad en las explicaciones rivales de las virtudes. Desde el 6
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3. F. Nietzsche, The Antichrist7, Londres, Penguin Books, 1968 (trad. cast..* El anti cristo, Madrid, Alianza, 2000). 4. E Nietzsche, The Will to Power,912, Londres, Weidenfeld and Nicholson, 1967 (trad. cast.:En torno a la voluntad de poder, Barcelona, Planeta De Agostini, 1986). 5. F. Nietzsche, Thus Spake ZarathustraI, «Of the way of the Creator», Londres, Penguin Books, 1961 (trad. cast.: Así habló Zaratustra, Madrid, Alianza, 2001). 6. Ibid., «Of Oíd and New Law Tables», 29. 7. F. Nietzsche, The Gay Science, op. cit., pág. 338. 8. F. Nietzsche, Thus Spake Zaratrusta III, «Of the Spírit of Gravity», op. cit.
punto de vista de las virtudes del reconocimiento de la depen dencia, como ya se ha visto, son necesarias las amistades en que cada Lino socorre al otro, amistades que perduran a lo lar go del tiempo, tanto en la guerra como en la paz, en el trabajo y en el ocio, en la salud y en el dolor, la enfermedad o la disca pacidad. Podemos apoyarnos en la idea aristotélica para carac terizar el tipo de amistad que hace falta, pero se necesita más de lo que aporta el propio Aristóteles, debido a su renuencia a aceptar el grado en que la necesidad que el ser humano tiene de la amistad se vincula con el compartir la vulnerabilidad y las heridas. (Al inicio de este libro he hecho hincapié en que, cuando Aristóteles comenta la necesidad concreta de tener amigos en los momentos de pérdida y adversidad, señala que sólo los hombres poco viriles están dispuestos a aceptar que otros se entristezcan por su dolor. Este tipo de hombres, pen saba Aristóteles, se comportan como lo hacen las mujeres. Los hombres viriles prefieren no infligir su pena a los demás com partiéndola con ellos. Sin embargo, las virtudes del reconoci miento de la dependencia deben habernos enseñado ya que éste es un aspecto en que los hombres necesitan parecerse más a las mujeres.) La explicación que ofrece Nietzsche de la amistad va mucho más allá de la reticencia de Aristóteles al excluir la posibilidad de la amistad basada en la necesidad mutua. Nietzsche ofrece, hasta un grado realmente sorprendente, la imagen de un reflejo inverso de la amistad requerida por las virtudes del reconoci miento de la dependencia. «En el amigo se debe tener el mejor enemigo. Tu corazón debe sentirse más cerca de él cuando te le opones.» Y Nietzsche concluye el discurso de Zaratustra sobre la amistad afirmando que «La mujer aún no es capaz de sentir amistad». De esta manera, Nietzsche ofrece una alternativa ra 9
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dical para pensar De la dependencia y la independencia en las abso rela ciones humanas. este modo, muestra con una claridad luta qué implica un repudio consistente y sistemático de las 9. Aristóteles,Ética nicomáqueaIX, 1171b 6-12. 10. F. Nietzsche, Thus Spake Zarathustra I, «Of the Friend»,op. cit.
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virtudes del reconocimiento de la dependencia; y en el camino a veces enseña verdades sobre esas virtudes que de otro modo no se aprenderían. No obstante, aunque es posible aprender de Nietzsche, no es posible aprender de él como de alguien que puede participar en la conversación, la crítica y la investigación racionales. La razón de ello es que, como la explicación de Nietzsche ha dejado claro, entre los compromisos y las relaciones que tuvo que rechazar, para huir de lo que él consideró que era su poder de aprisionar, están justamente aquellos sin los que la delibera ción comunitaria compartida no puede producirse. Puesto que según la perspectiva de Nietzsche, cuando se ofrece lo que se considera es de unaa razón para a una clusión enque lugar otra, en la llegar práctica o endeterminada la teoría, nocon se apela a un criterio de justificación independiente de los deseos e impulsos que uno tenga, como sucede con el criterio del bien común, sino que se da expresión, se sepa o no, a cualquier for ma que la voluntad de poder haya podido adoptar en esos de seos e impulsos, y se busca sobreponerse a cualquier obstáculo para su expresión. En lugar de la investigación compartida lo que existe es una serie de relaciones de confrontación, a menu do disfrazadas. Si se ha de poner al desnudo el carácter de esas relaciones, no puede hacerse por medio de ningún tipo de ex presión que suponga de antemano que la persona que habla y aquéllas a las que se dirige comparten algún bien común. Se puede profetizar a través de la máscara de Zaratustra, se les puede proponer una explicación genealógica de sus errores, se puede recurrir a aforismos o argumentos para disolver sus certidumbres o, en lugar de ello, se puede poner en duda la mis ma lógica y por lo tanto el argumento, pero al hacerlo sólo se puede hablar con la voz del que se encuentra fuera, de un co mentarista externo. no es posible responder a Nietzsche en Por consiguiente, sus propios términos, lo que no deja de ser instructivo, porque recuerda todo lo que está implicado en la adhesión a una con cepción del bien común que requiere tanto las virtudes del ra zonador práctico independiente como las virtudes del reconoci-
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miento de la dependencia. Puesto que éste es un bien común para los más jóvenes y los muy ancianos, así como para los adultos ya maduros, para los parapléjicos y quienes sufren re traso mental, así como para los atletas y quienes se dedican al trabajo intelectual; es un bien que tiene consideración para con cualquier vulnerabilidad a la que el ser humano se halla ex puesto debido a su identidad y naturaleza animal y debido a su condición específicamente humana. El bien común es el bien que es sólo en la medida en que la investigación racional sirve a su propósito y es parte constitutiva del mismo.
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ÍNDICE ANALÍTICO Y DE NOMBRES
Altruismo, 188-189 Amistad: particulari dad de, 189, 189 n responsabilidad, a través de la, 176, 177, 177n veracidad en, 177 virtudes exigidas en la, 177, 193 Animales (no humano s): aristotelismo sobre, 25 bienes, y, 79 clase, como, 25 comunicación, como práctica so cial, y, 47-48 creencias, y, 33, 49-55, 57, 68 capacidad para, 65 indeterminación de, 55-56 engaño en, 76n «estructura-en-cuanto», y la, 6465, 66 filósofos sobre, 26-27, 32-33, 42-43, 48, 50-53, 54, 61-62, 64-67
crítica de, 27-29, 53, 58-59, 63-64, 69 humanos, y:
continuidad de, 10, 19, 22, 25-26, 67-69, 75, 76-79, 183 diferencias entre, 65, 72-75, 79, 110, 114 entendimiento entre, fases de, 30 esfuerzos para distinguir, 1819 interacción receptiva entre, 31 semejanzas entre, 10, 22-23, 29, 66, 68-69, 74, 183 intenciones, e, 76, 76n, 79 interacción de, con el entorno, 65-66
juicio, y, 73-74 lenguaje, y, 26-27, 42, 43, 4849, 51-52, 54, 55, 67, 69, 7172,71n limitaciones de, 65 pensamientos, y, 32-33, 48-49 percepción discriminadora, 66 prelingüístico, como, 53-54, 75 racionalidad, y, 72
ANIMALES RACIONALES Y DEPENDIENTES
razón, y, 71, 73, 74, 79 razones para actuar, y, 77-78, 183 Aristóteles, 66, 95, 106 amistad, sóbrela, 193, 193n animales, sobre, 37, 37n, 73 animalidad, sobre, 20, 20n autosuficiencia en, 22 bien, sobre el, 189, 189n deliberación práctica, sobre la, 126-127, 126n, 127n dependencia, tema de la, y, 2122,21n, 22n exclusiones políticas de, 21, 21n importancia de la, para la fi losofía moral, 22 megalopsychos, sobre el, 149150, 149n, 150n percepción, sobre la, 41, 41n phrónesis, sobre la, 20, 20n, 73 , 73n, 191 santo Tomás, vínculo entre, y, 11 virtudes en, 10 viriles, como, 21-22, 22n Arnhart, Larry, 26n, 147n Aspecto facial/físico: desligar el juicio de, 162 influencia de, 161-162 Austin, J. L., 26
investigación racional, y la, 195 razón política, y la, 165 razón práctica independien te, y la, 15 7,194 reconocimiento de la depen dencia, y, 157, 194-195 comunidad, de la, 129-130,165 deliberación requerida para, 132 demás, délos, 128-129 deseo, y, conflicto entre, 104, 104n falsa dicotomía de, 141 florecimiento, y, 96-97, 141 individuo, del, 129-130 je ra rq uí as de pode r, y, 123 normas, y, 112 razones para actuar, y, 187 reciprocidad, y, 153 reconocimiento de la particu laridad, y, 189 teoría de la elección racional, 134-136, 136n Bienes comunes, véase Bien(es), común Bondad, atribución de, 83-85 Buena sociedad: características de, 153-154 reconocimiento de la depen dencia en, 150
Becker, Lawrence J., 120n Bel'kovich, V. M., 40, 40n
Chimpancés, 76 Cicerón, 147
Bennett, Jonathan, 27-28, 28n Bien(es): aprender a distinguir, 111 común, 141, 153, 155 compromisos incondiciona les, y los, 184 comunidad, en, 159-160, 169
Cohn, Bernardmoral, S., 47,e investiga 47n Compromiso ción racional, relación entre, 184 Comunidad: bien, y el, 129-130, 165 bien común, y, 160, 169
ÍNDICE ANALÍTICO Y DE NOMBRES
compromiso moral en, 190 consideración necesaria en, 151, 159-160, 165 discapacidad en, 160, 171 estructura política, como, 166 estudio comparativo de, nece sidad, 167-168 florecimiento de, 129 hospitalidad en, 145 ju st a g enero sid ad en, 144-145, 144n, 145n local y est atal, compa ración en tre, 167, 169
199
aprendizaje vocal de, 69-70, 69n bienes de, 38-39, 82, 86 capacidades de aprendizaje de, 40-41, 41n capacidades prelingüísticas de, 58, 70, 75 características de, 35-36 comunicación de, 35, 42, 77 conceptual, como, 42 conocimiento social de, 36, 36n florecimiento de, 36-38, 81, 86 humanos, y, comparación en tre, 41, 41n, 76-77, 77n, 85,
necesidades de los niños, y, 170171 normas, y, 130 normas utópicas para, 170 particularidad en, 189 reciprocidad en, 145, 150, 165, 168-171, 185 virtudes exigidas en, 171 Conocimiento de los demás, me diante la interacción, 29 Conocimiento de sí mismo: identidad, e, 113-114 relaciones sociales, y, 114 virtud, y, 114 Creencias: animales, y,véase Animales, creen cias, y, indeterminación, 55-57 Crítica y las virtudes, 180-181 Cuerpo, importancia del, 18-19
86, 100-101, 114 identificación de objetivos de, 37-38 jui cio , y, 75 lenguaje, y, 42, 70 lenguaje artificial, y, 58-59 peligros para, 81 pensantes, creyentes, como, 42 razones, y, 38, 39-40, 40n, 42, 75, 77-78, 82 Dependencia: bien común, y el, 157 filosofía moral, y l a, 17-18 ,1719n, 23 reconocimiento de la, 142,150, 154, 157 virtud, y la, 23, 157 Descartes, Rene: animales, sobre, 27, 29, 49 Discapacidad/discapacitado:
Darwin, Charles, 26n Davidson, Donald,25-26, 11, 26, 55, 64 creencias y pensamientos, so bre, 50-51, 50n, 51 n, 53,54 lenguaje, sobre, 53 Delfines, 28, 28n acciones de, 36-38
aprender escala de,de, 91 160-161, 162-164 filosofía moral, y la, 10-12 hablando en nombre de, 163164, 173 permanente, como, 183 Dunbar, Robin, 76n
200
ANIMALES RACIONALES Y DEPENDIENTES
Edipo, 145 Elección racional, teoría de la, 134136, 136n problemas con la, 136-137 Entendimiento entre animales: experiencia e interacción inter pretativa, a través de la, 30-32, 30n Estado nación, moderno: actividad política en el, 166 bienes comunes, y, 156-157 características de, 155-156 comunidad, comparación en tre, y la, 167, 169 Ética, y biologí a, relación entre, 10
comunidad, de la, 129 normas de la reciprocidad, y las, 138-139 razonamiento práctico indepen diente, y el, 95, 1 26,128 télos, como, 133 virtudes, y las, 23-24, 95, 116117, 133, 184 Foucault, Michel, 122
Familia: bienes de, 158 bienes comunes, y, 159 comunidad, y, 159 función de, 158-159 reconocimiento de la depen dencia , y, 159 Filosofía moral: aflicción, y, 18 animalidad, y, 12 autonomía en la, 23 dependencia, y, 17 discapacidad, y, 10,11, 12,16,1 8 filosofía feminista, y, 17,1 7-19n panorama de la, 9-11, 15-19, 22 vulnerabilidad, y, 9, 10-12, 1516, 18 Florecimiento: aplicación del concepto de, 8283 bien, y el, 96-97, 104 común, 141 demás, de los, 128-129 captar el concepto de, 134
ÍNDICE ANALÍTICO Y DE NOMBRES
Véase tambiénAnimales, hu
201
Investigación racional: bien común, y el, 195 compromiso moral, y el relación entre, 184, 190 en cuanto social, 184-185 Ironía: crítica, y, 181
Hablar por los demás: aprenderá, 173, 174 virtudes requeridas para, 177 Hablar por uno mismo: aprenderá, 173-174 obstáculos para, 173-174 responsabilidad, y, 174-177 roles, comparación entre, y, 175 Hartnack, Jus tus, 48-49, 48n, 49n Hauser, Marc D., 76, 76n Hearne, Vicki, 30-32, 30n, 31n Hegel, G. W. R, 180 Heidegger, Martin, 26, 27, 75, 78 animales, sobre, 61-67 crítica de, 63-68 Held, Virginia, 17
nos, y, continuidad de bienes, y, 85, 86 valorar, 88-89, 88n creencias, y, 56-58 prelingüísticas, 57 cuerpos, en cuanto, 20-21, 23 dependen cia de, los demás, 15, 21,23 deseos, evaluación de, y, 87-88 doble aspecto de, 113-114 distinciones prelingüísticas, y, 53-54 florecimiento de, 15, 85, 86, 89, 95. Véase también Flore cimiento identidad, a través de las rela ciones sociales, 113-114 lenguaje, y, 26-27, 69, 76, 8990 otros animales y, véase Anima les, humanos, y racionalidad de, y, 73 razón, y, 74-75, 87 razonadores prácticos indepen dientes, como, véase Razo namiento práctico indepen diente reflexión, y, 74-75, 77 vulnerabilidad de, 15-16, 23 Hume, David, 144-145, 144n, 145n Husserl, Edmund, 26
Jenofonte, 32 Juego, importancia del, 103-104, 103n, 104n Justa generosidad, 144-145, 144n, 145n, 185,186, 187 ámbito de, 145 características de, 148-149 comunidad, en la, 145, 148-149 fuera de todo cálculo, como, 149 Kant, Immanuel, 144 Kenny, Anthony, 27, 71-73, 71 n, 88 Kittay, Eva Feder, 17, 17n Koehler, Wolfgang, 32 Labarriere, Jean-Louis, 73, 73n Lenguaje: base del, 67 características del, 46-47 creencia, y, 49-53, 50n, 51n, 52n, 53n evaluación de las razones, y, 88 imaginación, e, 92 juici o, y, 89
Hermán, Louis M. , 36,36n , 41,42, 42n, 58, 58n, 70 Hobbes, Thomas, 122 Humanos: aflicción, y, 18 animalidad de, 19-21, 22-23, 25-26, 68, 76, 100-101, 183.
Ibn, Rushd, 20 Injusticias, 121 errores sistemáticos, a partir de, 122 fracaso moral del individuo, a partir del, 122
práctica social, y, 46-47 racionalidad, y, 72-73, 74 razón, y, 78, 90, 92 reflexión, y, 78 Véanse también Animales, len guaje, y; Humanos, lengua je^
Gadarner, Hans-Georg, 26, 78, 78n, 79 Gauguin, Paul, 85 Gauthier, David, 136, 136n Grice, H. P.,32
problemas de, 177-181, 178n
202
ANIMALES RACIONALES Y DEPENDIENTES
Ley natural, 132, 132n virtud, y, 132, 132n
Platón, 15 Plutarco, 100, lOOn
Mal padre, el, 125 Malcolm, Norman, 27, 48, 48n, 49 Marx, Karl, 122, 154, 154n Matthews, Gareth B,: The Philosophy of Childhood, 99n McDowell, John, 78-79, 78n, 79n, 88 McMahan, Jeff, 121n Megalopsychos, 149-150, 150n Mencio, 145 Merleau-Ponty, Maurice, 21 Misericordia, 146-147, 146n aplicación de, 147-148, 147n, 148n Moore, G. E., 15
Quine, W. V, 26 Quinn, Warren, 38, 38n
ÍNDICE ANALÍTICO Y DE NOMBRES
203
Racionalidad: animalidad, y, 19-20 condiciones prelingüísticas para, 79 lenguaje, y, 72-73 precondiciones para, 75 Razón práctica: investigación racional, e, 185 relaciones, a través de las, 184 Véase también Razonamiento práctico independiente Razonamiento político, 165, 166 Razonamiento práctico indepen diente: acción, y, 111 aprendizaje práctico necesa Nagel, Thomas, 77, 77n rio para, 134 Necesidad urgente, 187 bien, y el, 111, 114-115, 133, razón suficiente para actuar, 195 como, 186-187 demás, de los, 128 Nelson, Douglas A., 76, 76n Nietzsche, Friedrich, 191-193,191n, internalización de, 105 192n, 193n bien común, y el, 157 amistad, sobre la, 193 conflicto familiar, y, 124-125 crítica de, 194 conocimiento de sí mismo, y, Normas, doble carácter de las, 112-113 cooperación en, 92 123, 125 dar a los demás, y, 119-120,120n, Normas de la reciprocidad:
discapacidad, y, 91, 120-121, 121n enseñanza de, 102 errores, y, 115-116 florecimiento, y, 95, 125 habilidad, y, 112 imaginación, e, 93-94, 114 lenguaje, y, 92 juego, importancia del, y, 103, 103n razones valorativas, y,110, 114, 126 redes institucionalizadas, y, 122 relaciones sociales, y, 99, 101, 120, 128 responsabilidad en, 126-128, 126n, 127n su fomento en niños, 102 transición a, 89-94, 99, 105, 110 virtudes necesarias para, 99, 106, 110-111, 116, 142 Razones: actuar, para, 87-88, 104-105, 104n, 105n, 114 bien, y el, 187 necesidad de los demás, y la, 129-130, 186-187 virtudes, y las, 186-188 bienes, y, 38-40 lenguaje, y, 39 prelingüísticas, 74-75 Reinders, Hans S., 17n
Templanza, 106-107, 149 Tras la virtud,10 Tres versiones rivales de la ética, 10, 11
intercambiode,racional, necesidad 139 en el, 138 relaciones de mercado, en, 139 relaciones no afectivas, 138 Véase también Comunidad, re ciprocidad en Phrónesis, 20, 191
Relaciones afecto, 137y,nor mas dede reciprocidad, 138 Relaciones de intercambio racio nal: normas de reciprocidad, y, 138 Relaciones de mercado y normas de la reciprocidad, 139
Veracidad: ataques contra la, 177-178 ironía, e, 178-179, 178n Virtud(es): acción racional independiente, de la, 23-24
121-122 deliberación, y, 126-127 dependencia de los demás, y, 100, 101, 103, 115, 116 desapego necesario para, 91, 101 deseo, y, 101-102, 105,110,114
Rorty, Richard, 178, 178n, 179180 Rousseau, Jean-Jacques: Emilio, 99n Salustio, 147 San Agustín, 122, 147 Santo Tomás de Aquino, 21, 21n, 22, 125, 191 animales, sobre, 71-74, 71-72n, 74n Aristóteles, vínculo entre, y, 11 bien, sobre el, 38, 38n ley natural, sobre la, 132, 132n, 147n liberalidad y justicia sobre, 143, 143n mentiras, sobre, 177, 177n misericordia, sóbrela, 146-148, 146n, 147n, 148n virtudes, sobre las, 143, 143n Schlegel, Friedrich von, 180, 180n Searle, John, 52-53, 52n, 53n, 54 Smith, Adam, 16, 16n, 141 Sófocles, 145 Stich, Stephen, 51, 51 n, 52, 52n, 54, 55, 56 Strachey, Lytton, 125
204
ANIMALES RACIONALES Y DEPENDIENTES
acciones a partir de las, 143 adquisición de, 107 amistad, y, 190 bien, y el, 128-129, 185-187 bien común, y el, 157, 190 biología, relación entre, y la, 10 condición animal, y la, 12 confíabilidad, de la, 130-131 dependencia, y, 23-24 reconocimiento de la, 142, 149,157,177,179,191,194195 educación necesaria para las, 144 enseñanza de las, y, 107-108, 110 Estado-nación, y el, 157 florecimiento, y, 23, 95, 116117, 133, 183 inclinación, rol de, y la, 144 justa generosidad, de la, 144146, 149, 185, 186, 187, 188 justicia conversacional, de la, 131 ley natural, y la, 132, 132n maternidad, y, 108-109 misericordia, de la, 146,146n normas, y, 130-132 paternidad, y, 109-110 razonamiento práctico indepen diente, y el, 111,115,142,157
transición hacia, 99, 106 razones para actuar, y, 185, 186-187
receptividad, y, 111 reciprocidad, y, 128-129, 142, 143, 150, 184, 189 expresión lakota de las, la, 142, 143, 143n redes institucionalizadas, y, 122 relaciones sociales, y, 117 sentimiento, y, 145-146 templanza, de ía, 106-107, 149 virtud, y, 129 vulnerabilidad, discapacidad, y, 19 Vulnerabilidad: condición animal, y la, 19 filosofía moral, y la, 10, 1112, 16, 18, 23 permanente, como, 183 Véase también Discapacidad White, Thomas, 28, 28n Whose justice? Which rationality?, 11 Williams, Bernard, 104-106, 104n, 105n Winnicott, D. W., 103-104, 103n, 104n, 108, 108n Wittgenstein, Ludwig, 26, 32, 32n, 77,77n,92, 92n, 113