ROBERT DESOILLE __________________
EXPLORACIÓN DE LA AFECTIVIDAD SUBCONSCIENTE POR EL
MÉTODO DEL SUEÑO DESPIERTO Sublimación y adquisiciones psicológicas ___ Prefacio de Charles Baudouin __
Serie ROBERT DESOILLE TRADUCIDO Libros gratuitos digitales Colección TRAS LA SENDA DEL AUTOR TRADUCCIONES OLVIDADAS EDICIONES TORRE DE LOS PERDIGONES - SU EMINENCIA SEVILLA 2011
-EDICIÓN NO COMERCIAL-
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Título original: Exploration de l’affectivité subconsciente par la Méthode du rêve éveillé Sublimation et acquisitions psychologiques ___ J. L. L. D’ARTREY 17, Rue de la Rochefoucauld – Paris – IX __ 1938 ___
Copyright by R. Desoille, 1938 ___ Traducido por: Miguel Álvarez T. Serie ROBERT DESOILLE TRADUCIDO Libros gratuitos digitales
Colección TRAS LA SENDA DEL AUTOR TRADUCCIONES OLVIDADAS EDICIONES Torre de los Perdigones - Su Eminencia SEVILLA 2011 -EDICIÓN NO COMERCIAL___
Miro como siempre; sin interés de guelte. Alborozado traigo la vasija que he llenado de los manantiales de Desoille; rezume y rebosa esplendentes actitudes, impensables alturas, deslumbrantes paisajes. Triunfado en trasvasarla a nuestro cauce, gozoso os la ofrezco para que os deleitéis con su mensaje.
-No es necesaria más rúbrica; insertada está en el verso.-
Traducción sin ningún interés de índole económico; en pasos a incorporarla a los comunes bienes culturales del idioma hispánico. Sevilla, 19 de abril de 2011 _____
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Dedico este libro a mi mujer, Lucie Desoille-Bigeard, en testimonio de profundo afecto y agradecimiento por su activa colaboración en mis investigaciones y en la redacción de esta obra.
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[PÁGINA EN BLANCO]
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ANEXO Nota del que traduce: Esta traducción consta de doble paginación, la propia a pie de página (184 páginas\folio) y la intercalada en el texto, entre paréntesis y en negrita (289 págs.), que indica estrictamente donde comienza cada página del libro original en francés correspondiente a la 1ª edición francesa editada en París en el año 1938. Se facilita de esta manera la posible labor de contrastación. El índice, al final del libro, tiene en cuenta ambas numeraciones. La obra la he intentado traducir lo más literalmente posible y tratando de respetar su ritmo expositivo mientras no dificulte el entendimiento de su contenido. Considero que es versión suficientemente fidedigna. Al final del libro indico, en un apéndice, donde están situadas las particulares experiencias que se describen en él, así como de los Autores y otros mencionados. En las notas entre corchetes, [ ], introduzco términos que en el texto original se dan por sobrentendidos y también introduzco anotaciones que considero necesarias en cuanto a la propia traducción. Brevísimo apunte en cuanto a los orígenes de esta traducción. Ahondar en la sensación de ingravidez, como la experimentada en sueños o en parecidas situaciones que he vivido, ha sido el motivo principal que me ha llevado a conocer la obra de este original psicoterapeuta; no me ha defraudado, al contrario, me ha abierto insospechadas puertas. Lo que me sorprende es que su Obra no esté traducida al habla hispana. Deben de haberse reunido circunstancias adversas, históricas o de cualquier otra índole para tan lamentable olvido. Lo único traducido es su obra póstuma, dos libros, El caso María Clotilde, y Lecciones sobre ensueño dirigido en psicoterapia. Estos dos escritos son muy buenos para un acercamiento a su método y a la personalidad de este investigador. Después de haberlos leído, mi tendencia a desfacer entuertos me ha hecho localizar aquellos no traducidos. He sugerido la publicación a varias editoriales pero ha sido un fallido intento. Así que debatiéndome entre el afán de colmar mi necesidad de leerlos y también el de rebelarme ante esta laguna cultural he decidido, apoyándome en que también tengo un carácter cuidadoso y perseverante, asumir la labor de traer a nuestro común idioma lo publicado por este originalísimo y atípico investigador. Necesito indicar, ya que a mí me ha conmovido grandemente, que toda la actividad investigadora desarrollada por R. Desoille la hizo desde la gratuidad; él no cobraba a sus pacientes ni a los terapeutas que llegaban para aprender su técnica; su profesión de ingeniero industrial era la fuente de sus ingresos; aunque se ve claramente que su verdadera pasión estaba en la investigación psicológica y terapéutica. El que aquí presento es el primero de los cinco libros que publicó. Desde un punto de Sevilla, en torno a la ingravidez, hacia toda la comunidad de habla hispánica. _________ 5
(Página 9) PREFACIO Cuando, hace algunos años, tuve conocimiento por intermedio del Sr. Pierre Bovet, de las experiencias del Sr. Robert Desoille, inmediatamente mi interés fue despertado, tanto como para incitarme a publicar la relación de dichas experiencias en varios números consecutivos de la revista Action et Pensée (1931). Desde ese primer contacto, había percibido que él tenía aquí, en nuestro común campo de exploración, un itinerario original y digno de atención. Esa primera impresión desde entonces ha tenido tiempo de confirmarse. Por otra parte el Sr. Desoille ya no está solo en practicar su método; muy cerca de nosotros, un médico del Instituto de Psicagogia, el doctor Guillerey de <
> en Nyon, allí ha experimentado y sacado valiosas indicaciones para su práctica. En el presente el Sr. Desoille ha desarrollado lo suficientemente sus investigaciones como para conferirla en obra de conjunto; es con gusto que respondo a su deseo de verme presentarla ésta al público. El autor de este libro no es un profesional. Esta condición podría ser desfavorable en un hombre que careciera de prudencia y que no tuviera, por otra parte, una formación científica. No es el caso para el Sr. Desoille, quien tiene una aguda conciencia -quizá hasta en exceso- de las lagunas de su formación especial y que cuidadosamente se ha esforzado por colmarlas. Actualmente puede estar tranquilo: su bagaje bien merece -e incluso más- al de un buen número de estos profesionales, para quienes los diplomas demasiado a menudo no son más que una dispensa a instruirse. ¡Cuántos ilustres profesores y reputados médicos abordan aún estos ámbitos con una suficiencia que no tiene igual más que su ignorancia! Ellos (P. 10) lo resuelven todo, desde lo alto de sus grados, y desde sus parcialidades zanjan siempre desde un único lado. Cuando un francotirador del saber [(en cuanto a ir por libre)] tiene tan perfectamente evitado como nuestro autor el escollo de la ingenuidad y la presunción, lo que hubiera podido ser para él una inferioridad se le convierte en una indiscutible ventaja. Primero su camino está, más que el de otros, despejado de prejuicios. Pero sobre todo, el hecho de que esté orientado hacia estas investigaciones sin aquí estar llevado por obligaciones profesionales, ni por el interés material, es una prueba de este otro interés todo espontáneo, que es el más seguro garante de una vocación y que, ésta, es más rara de lo que se esperaría entre los de la profesión. A lo largo de toda la relación de estas experiencias y de la exposición de este método, tenemos la excitante y a la vez relajante sensación, y que mucho reconforta, de estar en presencia de un auténtico investigador, de un hombre que interroga a la realidad con una entera honestidad, una paciencia sin falta, por último con una perfecta modestia. Sobre todo esta modestia me agrada y alcanza. Se manifiesta en la manera respetuosa en que el Sr. Desoille aborda los hechos, en la prudencia con la cual toma cuidado en decir a cada paso: <>, también en la actitud respetuosa, y -mejor que eso- cortés, respecto a las teorías 6
y prácticas ajenas en las cuales no se pierde nunca. Este respeto hacia el trabajo de los demás, esta tolerancia de la mejor ley, este esfuerzo para comprender antes que criticar, son quizá lo que más falta hoy, singularmente en el ámbito que nos ocupa. Ante toda investigación original, no solamente se encuentra a pedantes negadores para excomulgar en nombre de algún dogma académico, sino que además los mismos investigadores, los autores de los trabajos por otra parte más estimables, nos dan demasiado a menudo el espectáculo entristecedor de una lucha de capillas, de una precipitada instauración de nuevas ortodoxias más intolerantes que las antiguas, mientras que la pasión personal les gana bien rápido sobre la preocupación por la verdad y perjudica más que todo a su progreso. ¡Cuántas (P. 11) investigaciones, en este ámbito, más aún que por la incomprensión de sus adversarios, han sido desacreditadas por el sectarismo y la falta de consideración de algunos de sus partidarios! ¿No es por fin el momento adecuado para más objetividad y serenidad? Y éste sería al mismo tiempo un golpe de enderezamiento o rectificación de lo que las opiniones primitivas sobre el inconsciente (o subconsciente) tuvieron de parcial, de parcial y de rudimentario. Las primeras tentativas que, a finales del siglo pasado y principio de éste, nos orientaron en estas regiones, las de Myers, William James, Théodore Flournoy, nos tienen bien dada la opinión de un subconsciente pleno de promesas, y que éste se extendía también por las zonas superiores del espíritu. Pero esto no era aún más que promesas. El psicoanálisis, que luego cogió su rápido vuelo, armado con la técnica que convenía para la exploración exacta e intrépida de los fenómenos psíquicos exteriores a la consciencia, fue el primero. Pero, procedente de la clínica, el psicoanálisis primero fue exclusivamente para tratar las enfermedades y sólo paso a paso es como remontó de lo patológico a lo normal, por cierto llevando sobre sí la inevitable deformación profesional que le era impuesta por sus orígenes. El psicoanálisis no abordó los fenómenos normales y superiores más que de sesgo, y con dificultad; se habría dicho, a veces, que no los consideraba más que a regañadientes y prefería, en resumidas cuentas, mirarlos como variedades de lo patológico. Francamente se puede decir que la unión no está aún operada entre los planos prometedores y un poco vagos de los primeros exploradores y los desarrollos pacientes, pero limitados, del equipo psicoanalítico. Como anteriormente deplorábamos esto no se realizará por otra parte más que al precio del abandono de las parcialidades. Es permitido estimar que el tiempo está cerca de esta unión tan deseable, hay algunos signos. No quiero por testimonio más que algunos recientes libros, que vienen a encontrarse sobre mi mesa, y bajo la impresión de los cuales no puedo no sentirme escribiendo esto. El primero, es el pequeño, pero sustancial trabajo de C. G. Jung, Traumsymbole des Indivi(P. 12) duations prozesses (Rhein Verlag, Zurich, 1936) y luego dos notables tesis, una de París, la de Roland Dalbiez, con La Méthode psychanalytique et la doctrine freudienne (Desclée de Brouwer, Paris, 1936), la otra de Ginebra, la de Albert Béguin, con Le Rêve chez les Romantiques allemands (Cahiers du sud, Marseille, 1937). El carácter, el propósito, el alcance de estas distintas obras, son muy diferentes. En tanto como signos convergentes, no son más que indicativos. El libro de Jung marca la continuación natural de una labor que se prosigue desde hace años, y que, avalada por toda una experiencia clínica, aborda cada vez más resueltamente los fenómenos espirituales al flexibilizar su método 7
tanto como a su significado le sea preciso. El libro de Dalbiez reemprende, ya con una envergadura como jamás lo ha hecho, el programa que hace poco trazaba yo mismo en mis Etudes de Psychanalyse: hacer el puente entre lo patológico y lo normal, entre los datos psicoanalíticos y una psicología más clásica y más filosófica; por su bello rigor intelectual, esta obra límpida y profunda es bien propia para disipar muchas prevenciones y sanear la atmósfera. En cuanto a Albert Béguin, éste no es un psicólogo; es un historiador de la literatura; pero, bien informado de la psicología moderna, se vuelve hacia los filósofos y los poetas del romanticismo alemán, y nos sorprende descubriendo en ellos a perspicaces precursores que tienen más que un interés histórico, ya que los problemas que ellos se plantean son los que nosotros debatimos. Y sus vistas, aunque incompletas por la ignorancia de algunos hechos, podrían, sobre otros puntos, corregir y ampliar las investigaciones de los modernos. De todas partes, aparecen buenas perspectivas. Ahora bien, al lado de las obras anteriores, es de necesidad hacer un lugar para la del Sr. Robert Desoille. A su vez, él no se parece a ninguno de ellos. Pero siguiendo en su propio camino, por su parte contribuye a la misma labor. Las aplicaciones del método que propone también llevan hacia la psicoterapia, hacia la educación, hacia la prudente investigación de los denominados fenómenos metafísicos y hacia la psicología de los místicos. Ninguno de estos ámbitos aparece aquí limitado por los otros. Y es que a la humil(P. 13) dad, como hemos dicho, ante los hechos, el Sr. Desoille adjunta un sentimiento de las proporciones, que lo obliga a reservar su sitio legítimo a cada cosa. Este sentimiento podría ser definido como un cuidado natural de elaboración y de arte: El Arte, semejante al constructor de un exacto edificio Quien rinde a cada parte una misma justicia, Da medida a los tramos y a las bóvedas su lugar Y hace florecer la rosa a la gloria de Dios. Pero también todo podría ser definido, precisamente, como un sentido de justicia. Y esto verifica una vez más que ciertas cualidades estéticas y morales no son en absoluto despreciables en la prosecución de lo verdadero.
Charles Baudouin.
Septiembre 1937.
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(P. 14) [Página en blanco]
(P. 15) INTRODUCCIÓN
En este trabajo, nos hemos tropezado con la imposibilidad de definir a un estado de conciencia; si el lector perdía de vista esta imposibilidad, estaría tentado de llevar prematuramente sobre nuestra exposición un sucinto criterio. Se puede precisar cómo se manifiesta un estado de conciencia, o aquello que lo provoca; no se puede alcanzar por ensamblajes de palabras la actitud interna de la conciencia, por ejemplo la de un hombre alegre, en tal y tal momento. Y no obstante la palabra alegría evoca una idea muy precisa [del contenido emocional]. En determinados casos, la dificultad es del mismo orden que la que se encuentra cuando se intenta explicar a un ciego de nacimiento lo que es la sensación del color. Se le puede explicar el mecanismo de la radiación electromagnética, o el mecanismo de un estado de conciencia, pero no se le puede dar a un interlocutor que no los tiene experimentados el conocimiento de esta sensación o de este estado. Así pues hemos renunciado a definir los estados de conciencia cuando ellos no formen parte de la común experiencia; para tener una idea, no hay más que un medio: la experiencia; es necesario vivir los estados de conciencia. [Es por eso que en este trabajo] hemos intentado realizar esta experiencia que es larga y difícil. Así hemos reunido ciertos materiales que nos han permitido edificar una técnica, gracias a la cual nuevas vías parecen abrirse a la investigación psicológica. Es esta técnica la que presentamos aquí. Primero referiremos en el capítulo I, sin comentarios y tal como ellas han tenido lugar, nuestras primeras experiencias. En el capítulo II, haremos el examen crítico de los procedimientos utilizados en la aplicación de esta técnica. El capí(P. 16) tulo III será la exposición general de los resultados obtenidos mientras que dedicaremos el capítulo IV al detallado examen de la aplicación de este método a la psicoterapia y a la conducta de la vida. Finalmente, en el último capítulo, trataremos de ciertos aspectos de la personalidad humana mostrando que si son todavía considerados como excepcionales, con este método, es posible provocar en muy gran número de sujetos las condiciones en las cuales aparecen.
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(P. 17) CAPÍTULO PRIMERO
<< Así se extinguió en mí el imaginar, justo después que golpeó mi rostro una luz mucho más viva que ésta a la cual estamos acostumbrados. Me volví para mirar de dónde venía, cuando una voz dijo: <>. De todo otro pensamiento ella me apartó>>. Dante. (El Purgatorio, canto XVII). ___
LA EXPERIENCIA 1º ORIGEN DE NUESTRAS BÚSQUEDAS La elaboración de la técnica que presentamos tiene por punto de partida un recuerdo de la infancia. A la edad de siete años nos fue dado asistir en una feria a una sesión de hipnotismo que afectó vivamente nuestra imaginación. Lectura de pensamiento, la puesta en catalepsia del sujeto, brazo atravesado por un alfiler de sombrero sin que una gota de sangre corriera. Este espectáculo -hay que reconocerlo que poco hace para un niño- nos interesó, sin embargo, mucho más que una sesión de circo. El deseo de hacer semejantes experiencias se instaló en nosotros (*), y dadas la edad de doce años, nos fue ofrecida una ocasión de satisfacerla. Nos había sido dicho que bastaba con encontrar un buen sujeto después pensar con una voluntad muy fuerte en la orden que se deseaba transmitirle mentalmente para que todo ello fuera ejecutado. Pasábamos las vacaciones en compañía de una pequeña niña de una decena de años que decidimos utilizarla ____ (*) [Peculiarmente, aquí el autor únicamente se está refiriendo a él mismo. El libro, excepto en dos menciones a su mujer (en la dedicatoria y en la p. 171\104) y alguna que otra palabra suelta, está totalmente redactado en <>; el motivo podría estar en que, de esta manera estaría insertando en la obra toda la viva participación de su esposa, como bien lo expresa en el párrafo dedicatorio (leer también el comentario a: Desoille-bigeard en el apéndice final). Indico, a título de completar esta observación, que la siguiente obra (Le rêve éveillé en psychothérapie) publicada en el año 1945, después de ella haber fallecido, la redacta totalmente en primera persona. -Nota del que traduce.-].
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(P. 18) como sujeto de la prueba, no obstante sin informarla. La confianza absoluta que teníamos en el resultado debía ser una de las causas del éxito. Además, una intuición, debido al puro azar, nos hizo tomar la actitud mental conveniente, condición indispensable para aquel logro. Una de estas experiencias fue totalmente destacable. Después de la comida del mediodía, nos encontrábamos reunidos en el salón. Uno de nuestros tíos mostraba un álbum de fotos a nuestra pequeña amiga. Tuvimos el deseo de hacerla subir al primer piso de la casa para que allí cogiera, del armario con espejo de nuestro dormitorio, uno de los tres sombreros que ahí se encontraban. Instintivamente, fijamos nuestra atención sucesivamente sobre cada una de las acciones necesarias para la ejecución de nuestra orden mental representándolas con imágenes visuales e imaginándolos, en cierto modo, todos los impulsos musculares correspondientes. Nuestra concentración mental duró alrededor de cinco minutos. Al cabo de este tiempo, nos sentimos agotado por este esfuerzo psíquico y, como continuaba nuestra joven amiga interesada por el álbum que le mostraba nuestro tío, creímos haber fracasado en nuestra tentativa de transmisión de pensamiento. Al cabo de algunos momentos, nuestro tío cerró el álbum. Nuestra joven amiga, la cual se había mantenido de pie al lado de él, giró sobre ella misma como alguien que busca lo que tiene que hacer después, súbitamente, se dirigió con paso resuelto hacia la puerta, salió del salón, subió la escalera, se dirigió toda recta hacia nuestra habitación (oíamos sus pasos por la casa) y, muy rápida, volvió a bajar trayendo de los tres sombreros el que deseábamos. Esta niña, que es ahora madre de familia, jamás ha sabido que nos había servido de sujeto de experiencia. Es necesario añadir que, si ella era de un natural encantador, no tenía la costumbre de darnos semejante servicio y que éste conserva un carácter totalmente insólito. Claude Bernard escribe (1): <
(P. 19) verdad, el sentimiento siempre tiene la iniciativa, él a priori engendra la idea o la intuición; la razón, o el razonamiento, desarrolla luego la idea y deduce sus consecuencias lógicas>>. Es una certeza interior, en efecto, la que nos condujo en la experiencia anterior: Certeza irracional del niño guiada simplemente por su intuición. Es sólo a la edad de veinticuatro años cuando nos vino a la mente la idea de una búsqueda metódica. Nuestra formación científica y técnica no nos había dejado dedicar apenas tiempo libre para el estudio de la psicología, pero ella debía guiarnos en la elaboración de una hipótesis que, abandonada más tarde, fue sin embargo el origen de las búsquedas sistemáticas que tenemos emprendidas. Reteniendo como un hecho incontestable el fenómeno de transmisión de pensamiento, estimábamos que debía ser comparado a un gasto de energía y ser estudiado por métodos análogos a los que se emplea en el estudio de los fenómenos de inducción en física. La guerra vino y es sólo en 1923 cuando reemprendimos esta idea, tras una conversación de las más curiosas. 2º PRIMERAS EXPERIENCIAS En el transcurso de un fiesta, una joven mujer nos dio información de una experiencia, tipo de sueño despierto, cuya descripción recordaba singularmente las fabulaciones 11
descritas por Flournoy en su famoso estudio: <>. Vivamente interesado por esta forma de sueño, hecho en un estado que parecía ser próximo o similar al de estar despierto, la rogamos de ponernos en relación con el que la hacía trabajar así, un oficial de ingenieros en jubilación, el teniente coronel Caslant, antiguo alumno de la Escuela Politécnica, que acababa de publicar un pequeño folleto titulado: <> (1). Este folleto aportaba un método, y el relato de la experiencia que nos había sido hecho nos ____ (1) E. Caslant: Méthode de Développement des Facultés Supranormales. Deuxième Edition: Meyer, Paris, 1927.
(P. 20) dio el deseo de rehacer éste, para que, luego, pudiéramos interpretarlo diferentemente afín de enlazar los hechos observados con los de la psicología clásica y en particular con la psicología de los sueños. Coincidimos con el teniente coronel Caslant que concedió de buen grado hacer ante nosotros una experiencia. Escogió como sujeto a una joven mujer de nuestro entorno, B. L..., que veía por primera vez. Precisemos que ella de las doctrinas espiritistas lo ignoraba todo. El lector debe tener presente que no buscábamos en esta experiencia más que un medio para llevar a un sujeto a reproducir fácilmente los fenómenos de lectura y transmisión de pensamiento. Le será fácil imaginar nuestra extrema sorpresa con el relato de la visión dantesca que sigue. El teniente coronel Caslant hizo acostar a la sujeto sobre un diván, en una posición tal que ninguna molestia muscular pudiera resultar de una inmovilidad prolongada. B. L... cierra los ojos y los protege con las manos de la luz que pudiera filtrarse a través de los párpados; es rogada de <> imaginando una sala que ella barre esmeradamente; finalmente le ha pedido desear un desarrollo espiritual y no mostrar impaciencia alguna. El teniente coronel Caslant propone la imagen de un jarrón que B. L... <> sin dificultad, y del que ella puede hacer una descripción minuciosa. Le recuerda a los que se ponen en las iglesias, de un azul translúcido resaltado de círculos dorados. Este jarrón, singularidad de la que se sorprende B. L..., reposa sobre un césped que se extiende bastante lejos hasta una cortina de árboles de la que se destaca un roble muy hermoso. El jarrón está llenado de agua. B. L... lo coge; está confiada y feliz. El teniente coronel Caslant le pide aproximarse al roble, subir a la copa de este árbol -lo que es imaginado fácilmente- después elevarse en el espacio imaginando una especie de pista vaporosa en forma de hélice. B. L... está tranquila, pero comienza a sorprenderse de esta ascensión. Casi inmediatamente, en el espacio por encima ella, aparece <>. (P. 21) Ésta es de un <>. Las barandas, muy amplias, parten de dos columnas. La escalera es majestuosa. B. L... la sube rápida y alegremente, hasta un rellano donde descansa un momento. Prosiguiendo su ascensión, llega a la máxima altura. Junto a las columnas en las cuales se apoyan las barandas, dos niños están allí en una postura meditativa y encantadora. Un personaje central, majestuoso y bellísimo, la recibe. Su estatura es tal que ella se siente pequeña, casi una niña cerca de él. Al principio, una barba negra adorna su rostro; ésta 12
desaparecerá más tarde. La mirada es muy buena. <>. Inmediatamente la mirada se hace más dulce aún, B. L... se reúne alegremente con este <>, que parece esperarla <>. Le da una palma, <>. Este <> lleva una amplia toga blanca; ella misma está vestida de blanco; primitivamente calzada con chinelas, marchará con los pies desnudos más tarde. Se encuentran en una especie de jardín; por todas partes flores: rosas y violetas. Se acercan a un estanque: <>. El <> le muestra una llanura muy extensa limitada por una masa de árboles oscuros. El teniente coronel Caslant demanda la significación de estos árboles: <>; los árboles desaparecen pero hay un momento penoso; la sujeto se siente sola, <>. <>. El teniente coronel Caslant evoca entonces el recuerdo del estanque y los juegos de luces en el agua; las imágenes desagradables desaparecen. B. L... reencuentra a su <> con alivio y alegría. Él le toma la mano y la lleva rápidamente hacia una nueva escalera que conduce a un circo de montañas. Suben a una de ellas por un camino pedregoso. En la cima, <>. B. L... se envuelve en la toga de su <>, que se eleva con ella por el espacio. Esta <> le parece larga; ella expresa el temor de no <> nada más. El teniente coronel Caslant la tranquiliza y la invita a la paciencia. Divisa un punto brillante, en el espacio encima de ellos; este punto <>; ella se acerca: <> me dice que deberán ser distribuidos, que no debo guardarlos egoístamente para mí. También me dice que esté confiada y tranquila. Sus cabellos están centelleantes de luz. Es necesario ahora volver a bajar... >> Esta sesión se termina con la evocación rápida de las diversas etapas recorridas. Después el teniente coronel Caslant pide a la sujeto imaginar que lleva todos los objetos recibidos: la palma, las piedras preciosas. Está por último la evocación de la habitación dónde tiene lugar esta sesión. Para terminar, el teniente coronel Caslant ruega a B. L... evocar su propia imagen en 13
____ (*) [R. Desoille indica con (sic) que son palabras textuales. Las que aquí se muestran son una traducción de ellas, ya que originalmente están expresadas en francés. -N. del que t.-].
(P. 23) una forma física y espiritual perfecta e integrándola a su persona física. La ejecución imaginaria de algunos movimientos de gimnasia sueca, algunas respiraciones lentas y profundas, reales esta vez, y B. L... es rogada de abrir los ojos. He aquí el hecho experimental; ¿que había que pensar? ¿Que relación podía aquí haber entre esta fabulación inesperada, que extrañamente recuerda a los poemas de Dante, y el estudio que perseguíamos del fenómeno de lectura de pensamiento? Si había aquí alguna, ¿no era ésta muy secundaria ante el trabajo de la imaginación que veníamos de constatar? Y si esta actividad de la imaginación era el fenómeno central, ¿que enseñanza se podía esperar de su estudio? Para estas cuestiones, y para otras, no podíamos esperar responder más que recomenzando la experiencia y nos pareció que ante todo había que agotar ésta en un espíritu absolutamente imparcial, despejado de toda idea preconcebida, de toda doctrina a priori. Así pues tomamos la decisión de servir nosotros mismos de sujeto y, al mismo tiempo, hacer trabajar regularmente a la joven mujer que se había prestado a esta primera experiencia afín de aprender, bajo la dirección del teniente coronel Caslant, el manejo de su método que él no había pensado de acercarlo al psicoanálisis, del que ignoraba entonces la técnica. Hemos trabajado así dos años, prohibiéndonos la menor crítica. Al final de este periodo, estimando tener adquirida una experiencia suficiente y relegando a un segundo plano el estudio de la lectura de pensamiento, nos hemos fijado por tarea unir los hechos nuevos, que nos era dado observar, a los hechos ya conocidos buscando en las teorías actuales y, en particular, en el análisis psicológico de la afectividad subconsciente, las disciplinas que nos permitirían hacer entrar estos hechos en el dominio de la psicología, a partir de ahora clásica, del sueño. Este nuevo proyecto debía hacernos rechazar la interpretación que el teniente coronel Caslant, ocultista convencido, (P. 24) daba de los hechos. Debía también llevarnos a modificar bastante profundamente la técnica que nos era propuesta, al menos en cuanto a los detalles de su empleo. Finalmente, hemos sido llevados a hacer un muy distinto uso de esta técnica. En primer lugar, debíamos preguntarnos qué papel jugaba la sugestión en la elaboración de toda esta imaginería. Un cierto número de los materiales de esta fabulación pertenecen evidentemente al propio sujeto, pero ¿cuál es el factor que preside a su aparición en el campo de la conciencia? Otros materiales, le parecen totalmente nuevos al propio sujeto; ¿le pertenecen ellos también, o le son sugeridos? Estas cuestiones nos llevaban al estudio de las modalidades de la sugestión y a la de un simbolismo universal que los psicoanalistas han sido los primeros en estudiar partiendo de la experiencia. Estos estudios están lejos de estar agotados y esperamos que la técnica de la que vamos ahora a exponer el principio general contribuirá a impulsarla aún más desvelando sobre todo algunas modalidades de la afectividad subconsciente que, en la mayoría de los individuos, permanece en estado latente. 3º ESQUEMA DE LA TÉCNICA APLICADA EN ESTAS EXPERIENCIAS 14
Podemos inmediatamente extraer de la experiencia anterior el esquema de una técnica empírica de la que los medios son: -la relajación muscular del sujeto; -la relajación psíquica obtenida por una representación visual simbólica del estado afectivo deseado; -la orientación de la atención del sujeto sobre él mismo, obtenida al colocarlo en un estado qué, por lo que se imagina, se emparenta con el del sueño; -un control y una dirección impuestos al ensueño del sujeto por una sugerencia [(ver en la p. de inusitada forma: la de la ascensión.
172\105, N. del que t.)]
Antes de pasar al análisis de esta técnica, diremos cuáles han sido nuestros sujetos y cómo fueron preparados. P. 25) El empleo de nuestra técnica ella misma estará justificada, más tarde, partiendo de los datos clásicos de la psicología. a) Los sujetos. Los primeros, nos han sido dirigidos por el teniente coronel Caslant. Excepto B. L..., estaban curiosos, ante todo, de desarrollar sus <>, sin que esta expresión haya tenido un sentido muy preciso en su entendimiento. Aparte de un cierto gusto por el misterio, por desgracia demasiado común para que se pueda considerarlo como mórbido, estos sujetos eran gentes normales. Todos tenían tendencias religiosas, sin adherirse por eso a una doctrina o filosofía concreta. Sus creencias eran, excepto con algunas variantes, las de las diferentes escuelas espiritistas. Más tarde, nuestros sujetos han venido espontáneamente a nosotros; nos eran enviados por los primeros que, sin darse cuenta exacta de la naturaleza del beneficio que extraían de sus sesiones, constataban no obstante la adquisición de un equilibrio que deseaban para sus amigos. Entre estos últimos sujetos, algunos sufrían una depresión, que se puede ya considerar como mórbida. Algunos raros sujetos han venido a nosotros animados por una curiosidad científica; hemos, en cambio, rechazado trabajar con los que no buscaban más que una distracción ya que desde el principio, siempre hemos considerado esta ejercitación como un medio para conocerse mejor y para realizar lo mejor de uno mismo. Estos diferentes sujetos pertenecían a todas las clases de la sociedad: obreros, funcionarios, intelectuales, rentistas. Eran de cultura y educación muy diferentes. Entre ellos, las mujeres estaban en muy ligera mayoría. b) la ejercitación. Todas las primeras sesiones tienen por objetivo inmediato ejercitar al sujeto en mantener y concentrar su atención. Un sujeto con la imaginación viva, absorbiéndose fácilmente en un pensamiento bien definido, llegará en seguida a mantener su (P. 26) atención fijada sobre una imagen y a seguirla en su desarrollo. Será necesario, por el contrario, un tiempo mucho más largo para alguien del que la atención está fácilmente atraída, por una inclinación natural, hacia los menudos hechos exteriores y que, ésta, se 15
dispersa al considerarlos sucesivamente sin allí fijarse en alguno. Un sujeto de este último tipo, si se le priva de objeto de imagen sobre la que fijar su atención, estará desconcertado y el juego de su imaginación, en las primeras sesiones será necesariamente incoherente. Pero se aplica también el mismo método a uno y otro tipo de sujeto. Para obtener el estado de atención pasiva procederemos de la siguiente manera: 1º para aislar al sujeto de las influencias exteriores, lo haremos reposar extendido, los ojos cerrados y protegidos de la luz demasiado viva que se pueda filtrar a través de sus párpados (1); se pondrá en un estado de relajación muscular tan perfecto como sea posible e intentará ahuyentar completamente toda idea obsesiva, toda preocupación, toda espera ansiosa del resultado de la experiencia. Para facilitar este trabajo preparatorio le pediremos imaginar un paisaje agradable y pensar que él allí descansa; 2º para aislar al sujeto de las excitaciones interiores, le ayudaremos a ahuyentar, desechar sus preocupaciones, no dándole simplemente la orden de hacerlo, sino por la sugerencia de una imagen de acción en apariencia indiferente, tal como el apilado de trapos (figuras de sus preocupaciones) en un saco, que una vez lleno, será invitado a tirarlo por detrás de él. Este procedimiento -deberíamos decir este <>- puede sorprender, pero hemos constatado que la autosugerencia bajo la forma de una imagen visual representativa del objetivo a alcanzar, simbólico o no, es más eficaz que bajo la forma de una representación verbal de este mismo objetivo. De otra parte, estas imágenes se emparentan con las del sueño que es siempre la realización ____ (1) Si es preciso, la sesión tendrá lugar en la oscuridad.
(P. 27) de un deseo. Es por eso que la relajación psíquica es obtenida más fácilmente por una representación visual que implica, en cierto modo, la relajación deseada, que por un simple deseo de relajación. Estando así obtenido el estado de atención pasiva, el experimentador activará la actividad imaginativa del sujeto, sugiriéndole una imagen cualquiera; ésta será válida con la sola condición de ser puesta entre las escenas o los objetos de la vida corriente, esto para respetar el principio del paso progresivo del estado de conciencia normal a otro estado. La imagen debe ser formada, tanto como sea posible, de manera que ella sólo evoque una idea general, con la exclusión de una escena ya vivida o de un objeto familiar ya que puede llevar, por asociaciones de ideas o de sentimientos, a retornar al estado de atención activa. El experimentador pedirá luego una descripción exacta de la imagen para que la atención se fije cada vez más sobre ella; hará completar esta imagen, si se trata de un objeto (un jarrón, por ejemplo), pidiéndole la descripción del lugar donde se encuentra. El sujeto será rogado describir el lugar imaginado y que piense que él allí se pasea sin jamás, no obstante, seguir un camino descendente, esto para evitar la aparición de imágenes desagradables. Estos paisajes, la mayoría de las veces, le parecerán muy nuevos, pero <>; por transiciones lentas los haremos transformar en paisajes de montañas que imaginará subir hasta la cumbre. Todo ello durará alrededor de tres cuartos de hora. Este trabajo será suficiente para una primera sesión; lo terminaremos rogando al sujeto que recuerde en sentido inverso, pero muy rápidamente, todas las etapas que tendrá recorridas, esto para facilitar el retorno sin contratiempos al estado de conciencia normal conforme a ciertos resultados cuyas experiencias se tratan en el capítulo II. Antes de hablarle de abrir los ojos, nos dedicaremos de cinco a diez minutos a un trabajo 16
que consiste en concentrar la atención del sujeto hacia su cuerpo y en la idea de que se encuentra bien y de que todo es normal en él. Es del método Coué, (P. 28) modificado, sin embargo, por el hecho de que se reemplaza la representación verbal <> por representaciones visuales. Haremos completar esta representación invitando al sujeto a respirar profundamente con un ritmo lento y muy regular, escuchando los latidos de su corazón que deben ser bastante fuertes, lentos e igualmente muy regulares. Llevaremos luego su atención hacia las diferentes partes de su cuerpo, con sus diversas funciones, invitándolo, si es preciso, a formar las imágenes representativas de una buena salud. El sujeto imaginará, por ejemplo, todo el sistema nervioso partiendo del cerebro, continuando por la médula espinal para llegar a las terminaciones nerviosas. <> circular la <> en toda la red nerviosa (1). El sujeto retornará así a la forma de atención activa. Terminaremos por una imagen de conjunto rogándole verse con buena salud, en plena forma física y espiritual y le pediremos incorporarse esta imagen. Por último, le rogaremos hacer con el pensamiento algunos movimientos de gimnasia sueca y finalmente abrir los ojos. Más tarde, estas imágenes serán inútiles; gracias a su ejercitación el sujeto habrá asido intuitivamente el mecanismo íntimo del <>; le bastará evocar su régimen psicofisiológico habitual para retornar en algunos segundos. Las tres o cuatro sesiones que seguirán estarán llevadas de la misma manera; si los primeros resultados son satisfactorios, llevaremos la experiencia más lejos procediendo tal como sigue: Después de haber ayudado al sujeto a modificar su imagen hasta la representación de un lugar elevado, montaña u otro, usaremos la sugerencia de la ascensión rogando al sujeto de aún elevarse más. Le daremos como apoyo mental la imagen de un avión, de una escala, de una pista en espiral ____ (1) La imagen, insistimos sobre este punto, no tiene ningún valor en sí y no vale más que como medio para fijar la atención ; si la imagen es extraña o curiosa, sólo es mejor para recordarla.
(P. 29) constituida por una niebla blanca, etc. Poco importa que la imagen sea en realidad representativa de un acto imposible; debemos dejar al sujeto en el ensueño. Mantendremos su atención fijada sobre la idea de la ascensión. Sucederá que se mantendrá así, penosamente, con la sensación de estar entre cielo y tierra. Será necesario alguna paciencia y perseverancia para impedirle regresar a una imagen de la vida normal; se renovará para eso las imágenes de apoyo mental, escalas, cuerdas, escaleras, etc. Al cabo de algunas sesiones, a veces a la primera, como en la experiencia descrita más arriba, el sujeto llegará a un lugar más o menos iluminado. A menudo se le despertará la sensación de estar acogido a un ser diferente de él mismo (1). A partir de aquí, el sujeto ya no está en su estado de conciencia habitual. La actitud mental más conveniente a observar por el experimentador, excepto en muy raras excepciones, es considerar que el sujeto sueña y es de rogarle comportarse en consecuencia, es decir como si la imagen fuera la de una escena realmente vivida, en el instante mismo, y esto independientemente de toda creencia y de toda idea preconcebida. Es necesario, en efecto, para las necesidades del estudio, entrar en las vistas momentáneas del sujeto, dejarle vivir la escena de la que la imagen retiene su atención y, por otra parte, 17
de la que no está en absoluto engañado, ya que conserva la memoria completa de este ensueño sobre el cual podrá luego ejercer su espíritu crítico. Varios sujetos nos han dicho: << ¡Pero esto no es más que un juego de la mente! >> Siempre les hemos respondido: << ¿Que otra cosa queréis que esto sea? >> No hay aquí, en efecto, más que una exploración de la imaginación de la que solicitamos la facultad de construcción. Así que cuando un sujeto se figura que está en presencia de un <>, no discutiremos con él la cuestión de saber si este ser tiene una existencia distinta o no a él mismo (2); nos defenderemos de tomar posición y nos limitaremos consecuentemente a constatar que, como en nuestros sueños, los ____ (1) Estas representaciones de seres no aparecen más que al final de la preparación, ellas marcan simplemente una etapa. ____ (2) Por nuestra parte, pensamos que estos seres no son -la mayoría de las veces- más que representaciones sobre las cuales el sujeto hace un desplazamiento afectivo. Son desde el punto de vista psicoanalítico o de la novela subliminal, interesantes a estudiar. [En el original hay una pequeña incorrección tipográfica, ya que la llamada a pie de página repite para esta anotación el (1) cuando lo que debía de indicar es que la anotación está insertada en la siguiente p. 30. Aquí en esta traducción, como está estructurada indiferentemente a la posible extensión que, en sí, pueda tener cada página, he trasladado la anotación, que está en el original en la p. 30, a esta p. 29 que es donde verdaderamente debía de estar, aunque parte del texto del libro hubiera pasado a la siguiente página. -N. del que t.-].
(P. 30) personajes, los animales, las plantas, animan la imagen considerada. Invitaremos al sujeto a examinar si el ser en cuestión es benévolo o no. No extraeremos conclusión prematura del hecho que, en las primeras experiencias, para un hombre, el ser es a menudo una mujer y para ella, recíprocamente, es el de un hombre. Si el ser se presenta benevolente, rogaremos al sujeto que lo siga y le pediremos que describa minuciosamente sus representaciones y que ensaye a encontrar por él mismo una significación simbólica. Si el ser parece agresivo, cauteloso, duro, en fin, desagradable de cualquier manera, pediremos al sujeto de quitárselo de encima. Esto no será siempre fácil; se podrá, por ejemplo, rogarle que dé vueltas rápidamente sobre sí mismo imaginando que prosigue su ascensión; lo invitaremos luego a continuar su ascensión hasta que llegue de nuevo a un lugar claro y agradable. Como lo hemos dicho, antes de practicar los ejercicios de retorno al estado normal, habrá que rogar al sujeto que recuerde todo lo que ha visto, pero sin <> sus imágenes y omitiendo los recuerdos desagradables. Notamos, en efecto, en algunas personas, muy poco numerosas, es verdad, una disposición desafortunada a caer en un estado próximo a lo hipnótico con pérdida de memoria durante el retorno al estado normal, como ocurre para los sueños que no podemos recordar. Esta disposición desaparece muy deprisa con la práctica de la que el resultado es, precisamente, corregir todas las tendencias mórbidas de este género. Cuando hayan sido hechas con éxito estas primeras sesiones, proseguiremos pidiendo al sujeto impulsar siempre más lejos sus <>. Constataremos, entonces, que las imágenes cambian profundamente de carácter; representativas de la vida habitual, al principio, ellas se vuelven más tarde, cada vez más brillantes e inmateriales, hasta no ser ya más que una sensación de luz intensa en la cual (P. 31) unas formas, muy simples y armoniosas, aparecen como un juego de luces destacándose sobre un fondo deslumbrante de claridad. Estas imágenes están acompañadas de un estado eufórico notable que el sujeto lo traduce en palabras de serenidad, felicidad, etc. Muy a menudo la representación visual está acompañada de representaciones auditivas y olfativas: música y cantos espléndidos, perfumes deliciosos. 18
Cuando el sujeto, al cabo de un año de ejercitación, por ejemplo, a razón de una sesión cada quince días, esté suficientemente confirmado en este género de trabajo, será posible hacer con él experiencias extremadamente variadas. Incluso él solo podrá hacer experiencias y veremos, más adelante, la opción práctica que puede sacar de esta ejercitación. No obstante tenemos que dar sosiego al lector que habrá ciertamente notado que, en el sueño despierto como en el sueño común, el simbolismo de las representaciones visuales, expresando un estado afectivo, presenta un carácter netamente regresivo. Así pues ¿sería útil preguntarse si podría ser de una dudosa ley toda esta fabulación? Ciertamente lo sería si un sujeto tenía que [solamente] ahí quedarse. Responderemos a esta cuestión cuando abordaremos las aplicaciones de esta técnica a la psicoterapia [p. 148\90], explicando los escollos que hay que evitar en su empleo. ________ (P. 32) [Página en blanco] (P. 33) CAPÍTULO II EXAMEN CRÍTICO DE LA EXPERIENCIA ANTERIOR 1º ORIENTACIÓN DEL SUEÑO DESPIERTO Hemos mostrado el esquema de la técnica a aplicar en nuestras experiencias. Ahora vamos a pasar al examen crítico de los procedimientos empleados, estudiando sucesivamente el papel de la sugerencia, las leyes que presiden la formación de las imágenes y las condiciones necesarias para su aparición; finalmente abordaremos los efectos fisiológicos de los que la observación justifica las precauciones que hacemos tomar al sujeto durante su retorno al estado normal. a) ¿Que entendemos nosotros por sugerencia? Papel de esta última en nuestras experiencias. Nos repugnaría llevar a dificultad introduciendo neologismos en el lenguaje; es por eso que, aún a riesgo de ser mal entendido, hemos conservado, desde el principio, los términos de uso corriente, tales como las palabras sugerencia, autosugerencia, sugestionabilidad [(no aceptado en el D.R.A.E.)], a las cuales algunos medios científicos han atacado en un sentido peyorativo, sea a causa del mal uso que unos empíricos han hecho de los procedimientos de la sugerencia, ya a causa de la gran sugestionabilidad observada en algunos individuos afectados de trastornos psíquicos. O bien, se ha agregado a estas palabras un sentido puramente médico, demasiado restringido para el uso que teníamos que hacer de ellas. (P. 34) Se quiere ver un signo mórbido en la sugestionabilidad excesiva, olvidando que un cierto grado de sugestionabilidad es una aptitud normal, común a todos los hombres, y que, cuando adopta un carácter peligroso para el individuo, es porque la facultad reguladora de la sugestionabilidad, que no es otra que el juicio o sentido crítico, está ella misma dañada. El signo mórbido no es pues una determinada disposición a recibir una sugerencia, sino la 19
abolición del sentido crítico, abolición que hace posible esta aceptación. He aquí un importante matiz precisado, además, por autores como Pierre Janet cuando dan un sentido limitado a la palabra sugerencia. En su sentido corriente, el más general, la sugestionabilidad no es más que una aptitud a recibir, conscientemente o no, un impulso que viene de otro. Este impulso puede, a veces, ser la condición de la formación de la mente. Por estas razones, precisaremos el sentido exacto que damos a estas palabras: conservaremos en la palabra sugerencia su sentido habitual de presentación de una idea, de una imagen cualquiera; de proponer una idea a alguien, rechazando todo carácter misterioso al hecho de poner la palabra bajo su sentido etimológico. Lo mismo la autosugerencia consciente es un proceso psicológico normal según el cual un individuo hace elección voluntariamente, de conformidad con las dadas en un juicio o criterio sano, de una concreta disciplina en vistas a establecer en él mismo un automatismo de elección. Más tarde este automatismo debe presidir a sus actos para que éstos permanezcan conformes a lo que el individuo considera como deseable para él mismo, sin que, cada vez, una deliberación previa al acto sea necesaria. Queda entendido que una sugerencia, es decir la proposición de una idea, puede ser dañina y que, en este caso, su aceptación por el interesado, si no es debida a un simple error de juicio sino a una carencia de examen crítico, reviste un carácter mórbido. Del mismo modo, una autosugerencia puede tener un carácter (P. 35) mórbido si está en el origen de un automatismo dañino para el individuo y si éste último no llega a corregir este automatismo por un simple esfuerzo de su voluntad guiada ésta por un examen crítico correcto. Hemos constatado, en el capítulo anterior, que es posible provocar un sueño bajo una forma tal que se puede seguirlo, como se sigue las fases de un movimiento en una película pasada al ralentí, sin nada perderse. Esto permite substituir al sueño ordinario por el sueño despierto a fin de estudiar la afectividad subconsciente de un sujeto. El procedimiento no parece nuevo; sabemos cuál es la potencia creadora de la imaginación en un sujeto en estado de hipnosis. Una idea sugerida da lugar a una representación teniendo por un instante la fuerza de una realidad y el sujeto experimenta los sentimientos y las sensaciones que experimentaría en el estado normal ante la misma realidad vivida. Rindiendo homenaje a la ingeniosidad de los experimentadores que han empleado la sugestión y sin querer disminuir en nada el valor considerable de las observaciones ya recogidas, se puede sin embargo notar que falta a veces a estas investigaciones un método que se inspire en principios de orden general. El lado maravilloso, en apariencia, de la hipnosis ha podido hacer creer que sólo este estado que recuerda al del sueño permitía reproducir determinados fenómenos. Si bien es verdad que la hipnosis permite determinadas investigaciones, sería falso creer que este medio es el único a nuestra disposición. La hipnosis no puede ser empleada más que con algunos sujetos y, además, privándonos de un precioso auxiliar : los sujetos a menudo no recuerdan nada y no pueden aportar al experimentador el concurso de sus propias observaciones ; por último, su sentido crítico está abolido y recaemos así en las dificultades de un sueño ordinario. Estos inconvenientes pueden ser fácilmente evitados. El lector si quiere constatarlo se dará 20
cuenta en las observaciones que siguen. (P. 36) El experimentador actúa en el sujeto ya sea conscientemente o inconscientemente. 1º Acción consciente. Puede ejercerse de tres maneras diferentes: a) por vía perceptible directa, con pleno conocimiento de causa por parte del sujeto y, que acepta o rechaza deliberadamente, con o sin examen reflexivo: se le sugiere la idea de movimiento por la palabra escrita u oral, o por el gesto; b) por vía perceptible indirecta; el sujeto no se da claramente cuenta de la reacción afectiva provocada y cede a un impulso más o menos reflexionado. Ejemplo: para actuar sobre un sujeto que dice no poder despertarse por la mañana, haremos nacer en él el miedo al ridículo, por burla amistosa; le diremos en presencia de los suyos: <>; c) por transmisión de pensamiento. Rogamos al lector, incluso si es escéptico respecto a esto, que admita provisionalmente la realidad de este fenómeno, que se observa muy raramente en sujetos en estado normal, pero bastante frecuentemente sobre sujetos colocados en estado de relajación como hemos descrito más arriba (1). 2º Acción inconsciente. Ella tiene lugar cuando el experimentador transmite al sujeto un pensamiento o un estado afectivo sin tener él mismo conciencia del hecho. A esta influencia ejercida la designaremos con las palabras <>; preferimos en este caso esta expresión a la de transmisión de pensamiento; en efecto, ya que no hay aquí acción voluntaria por parte del experimentador: es el sujeto quien lee en sí mismo el pensamiento de su compañero. A esta acción que parece haber sido poco estudiada, le adscribimos ____ (1) Freud admite la transmisión de pensamiento, al menos el inconsciente, en su última obra: Nouvelles conférences sur la psychanalyse. Gallimard, Paris, 1936.
(P. 37) una importancia capital; volveremos a ella [p. 187\114 y sigs.] para dedicarnos a todo el desarrollo que esta cuestión implica. Tenemos así una selección entre numerosas modalidades de sugerencia, de como se entiende esta palabra en el sentido limitado o en un sentido más general, coincidiendo con Pierre Janet, de <>. La sugerencia nos permitirá colocar al sujeto en un estado de atención pasiva que no hay que confundir con el estado de credulidad de la hipnosis, estado incompatible al del mantenimiento de una mente sana. Este punto es esencial; es necesario bien comprender que esta experiencia no puede ser llevada a buen término más que por un trabajo en perfecta colaboración con el sujeto y con pleno conocimiento de causa por su parte. A él no le es posible dejar su imaginación libre y, al mismo tiempo, orientarla y ejercer su espíritu crítico sin volver a caer en el ciclo de sus ideas habituales. El papel del psicólogo está precisamente, ya que permanece él mismo en un estado de atención activa, en poner su propia actividad a la disposición del sujeto, manteniéndolo en un estado tal que la atención pasiva le sea posible, condición sine qua non para que la experiencia triunfe. Pero no utilizaremos más que con una extrema prudencia estas numerosas variedades de sugerencia, limitando nuestro papel activo a lo mínimo estricto compatible con la necesidad 21
de estimular la imaginación del sujeto. La única sugerencia de la que no podemos absolutamente pasar, para realizar la experiencia, es la de la ascensión o la del descenso, las otras formas de sugerencia no siendo más que accesorias, se llegan a suprimir al cabo de un cierto número de sesiones, cuando el sujeto está ya preparado. Nos ha ocurrido incluso poder limitar nuestras sugerencias a partir de la primera sesión. Por ejemplo en la sesión con B. L... [p. 20\12], se puede admitir que las cuestiones que le han sido planteadas no conllevan ellas mismas sugerencias propiamente dichas. Esta imagen motriz, propuesta al sujeto y mantenida durante alrededor de un tercio de la sesión debe ser suficiente para hacer aparecer todos los estados de conciencia latentes. (P. 38) ¿Porqué la imagen de la ascensión provoca la aparición de otras imágenes, sensoriales y afectivas? Este punto no ha sido completamente elucidado. Sin embargo las causas deben ser buscadas, sin ninguna duda, 1º en nuestra constitución física; 2º en ciertos hábitos de los cuales algunos resultan de esta misma constitución. En primer lugar, conviene hacer notar que la postura del hombre es vertical, que el encéfalo está en lo más alto del cuerpo y que es también en la cabeza donde están localizadas las funciones más nobles: lenguaje, visión, audición, olfato. Estos hechos implican determinados hábitos que deben necesariamente tener una influencia considerable sobre nuestras representaciones: el hombre que vive, el hombre sano, el vencedor, están de pie; contrariamente, el muerto, el enfermo, el vencido están en tierra. A estas imágenes se asocian miles de recuerdos, los unos dinamógenos y los otros inhibidores. En fin, la visión de las cosas que nos rodean contribuye a reforzar estas imágenes: el geotropismo de las plantas, el hecho de que la luz nos viene desde lo alto, nos obligan a asociar las ideas de impulso vital, de plenitud, con la de la ascensión. En oposición, el hecho de descender bajo tierra, a un sótano por ejemplo, nos priva de luz y calor; existe el riesgo a ser debilitado nuestro bienestar y asociamos las ideas de tristeza, de privación, con la del descenso. Explicaremos por consiguiente, bastante fácilmente, los hábitos del lenguaje que asocian las ideas de belleza, de bondad, de nobleza, a lo alto y, por oposición, todo lo que parece feo, triste, lo asociamos a la idea de bajo. Hablamos de sentimientos elevados y de acciones bajas. Para los sencillos, el Infierno está abajo y el Cielo está arriba. Comprendemos que Dante nos invite a descender para considerar los vicios y que nos obligue a subir para contemplar las virtudes. Algunos gestos, como el trazado de una línea ascendente, (P. 39) son dinamógenos; otros, como el trazado de una línea descendente, son inhibidores (1). Es el hábito inveterado de todo este simbolismo, no de la visión de nosotros mismos y de las cosas que nos rodean, quien ha establecido esta especie de reflejo condicionado que la experiencia revela: a la sugerencia de la ascensión le está vinculada la representación de nuestras aspiraciones más generosas y nuestras posibilidades más constructivas; la sugerencia de descenso evoca, por el contrario, los instintos primitivos de muerte así como nuestras posibilidades de depresión. Cuando hablamos de reflejo condicionado, no se trata de nuestra imaginación, ni de una simple analogía; pensamos que existe una relación de causa-efecto entre las imágenes motrices, por una parte, y las imágenes visuales por otra. No necesitamos por prueba más 22
que el hecho siguiente: cuando queremos afirmarnos, cuando tenemos el sentimiento del triunfo que sigue a una acción bien lograda, nos crecemos. Inversamente, el sentimiento del fracaso, la depresión de ánimo nos hacen bajar la cabeza. Aquí, la imagen motriz que condiciona la actitud física está determinada por los sentimientos. En el caso de la ascensión, es a la inversa: la imagen motriz determina la aparición de las imágenes afectivas; en los dos casos, se trata de una relación recíproca de causa-efecto entre las dos especies de imágenes. La experiencia repetida millares de veces sobre numerosos sujetos prueba que, cuando una persona ha sido colocada en un estado de atención pasiva, basta con sugerirle <> o <> para que sus imágenes cambien completamente de carácter y esto siempre de la misma manera. En la técnica que describimos, mantener presente la representación de una ascensión, orienta la atención del sujeto hacia aquellas de sus tendencias que son las más dinamógenas y hacen aparecer las más optimistas de sus disposiciones, las más generosas de sus tendencias, en una palabra, todo lo que nos ____ (1) Charles Henry : Sensation et Energie. Institut Général Psychologique, Paris 1911.
(P. 40) hace la vida mejor. Esto es un hecho de experiencia perfectamente controlado. La sugerencia, decíamos nosotros, debe en principio estar limitada a la idea de la ascensión, o del descenso. En la práctica, será difícil atenerse rigurosamente a esta regla. El experimentador será llevado a venir en ayuda del sujeto, al proponerle una modificación de imagen, o incluso para quitarle de tal o tal incómoda imagen. Hasta llegará para liberarlo, por ejemplo, a proponerle una rotación imaginaria rápida sobre sí mismo ; si esto no basta, el experimentador tendrá que construir y proponerle una imagen que implique las ideas de bienestar y de calma, e incluso, si esta imagen es ineficaz, le dirá que abra los ojos. Será necesario, en este último caso, comenzar por calmarlo durante la interrupción de la sesión, y luego, hacerla reanudar, para evitar que experimente aprensión en sesiones ulteriores. Si se trataba de una imagen obsesiva, aquí habría que hacer lugar para analizarla; estudiaremos este caso en el capítulo IV. En 14 años de experiencia, estar obligado a hacer abrir los ojos a un sujeto sólo nos ha ocurrido una vez y esto porque habíamos omitido tomar todas las debidas precauciones; además, de esto no ha resultado ninguna turbación para él e incluso no ha conservado mal recuerdo de esta sesión. Si el experimentador es llevado a veces a proponer otras imágenes que la de la ascensión, no es menos verdadero que tiene que hacer prueba de la mayor discreción, esta discreción manifestándose no solamente por la limitación a lo estricto necesario del número de imágenes directamente propuestas al sujeto, sino también por la elección de estas imágenes y en general en la manera en que se conduce la experiencia. Para asegurar, en efecto, esta perfecta colaboración de la que más arriba hemos indicado la importancia, es indispensable que la experiencia jamás pueda producir el efecto de una intrusión en el fuero interno del sujeto; que el experimentador, por ello, conserva en él mismo un respeto muy real por la personalidad del sujeto y de su subconsciente. En consecuencia, tomará siempre como punto de partida las imágenes que le aporta espon(P. 41) táneamente el sujeto; si es llevado a modificarlas, lo hará por imperceptibles transiciones. Siempre propondrá, nunca impondrá. Evitará con el mayor esmero cualquier choque emotivo que pueda perjudicar al sujeto. Aparte de estas recomendaciones, no hay reglas precisas que podamos enunciar. 23
Sin embargo, podemos añadir que todos los medios preventivos que puedan ser empleados serán medios de sugerencia. Escogeremos la forma de esta sugerencia, según se pueda temer la naturaleza del choque emotivo. Y la imagen sugerida como contrasugerencia será escogida inspirándose en las creencias o costumbres espirituales del sujeto. De las imágenes que siempre nos han sido útiles están las de protección física del cuerpo: abrigo, algodón en las orejas, velo sobre los ojos, etc. Estas imágenes, que parecen no presentar ninguna relación con el objetivo que se persigue, son sin embargo muy superiores a las recomendaciones verbales tales como <>; o aún <>. Todo parece transcurrir como si el sujeto realizaba menos fácilmente una inhibición emotiva cuando ésta es sugerida por un símbolo verbal en vez de un símbolo visual. Esta observación ya la habíamos hecho. El experimentador deberá siempre recordar que sugerencias involuntarias de su parte pueden deslizarse incluso en la forma o en el tono de las cuestiones planteadas al sujeto; velará pues en lo que a la respuesta, implícitamente contenida en la cuestión, aunque solamente fuese por el tono del que ella esté poseída, no sea sugerida al sujeto. Evitará hacer aparecer reminiscencias que, por su carácter afectivo, puedan cambiar bruscamente el estado del sujeto. Le explicará lo que hace, a fin de evitar hacer nacer en él la sensación de prácticas misteriosas y de provocar una resistencia en lugar de la colaboración deseada y necesaria ; sin embargo, no se extenderá más que en términos generales sobre el contenido probable de las ulteriores sesiones, para no arriesgar a deformar o falsear el avance del resultado. Se desconfiará de las reglas fijadas de antemano, de las opiniones preconcebidas sean las que sean: todo, en la aplicación del método es cuestión de buen sentido, tacto y prudencia. (P. 42) b) Condiciones de compatibilidad entre las componentes del sueño. Freud ha desvelado la causa real que provoca la aparición de tal o tal imagen onírica y al mismo tiempo ha revelado la verdadera significación de esta imagen. Las tendencias afectivas, las rememoraciones, las excitaciones sensoriales son tantas componentes de las cuales la imagen onírica es la resultante. Sin embargo no habría que establecer una rigurosa analogía entre el sueño y la estática. En estática, cualquiera de las componentes dará siempre una resultante, mientras que el sueño no puede ser la resultante más que de ciertas componentes. Bergson (1) es el primero, creemos, que ha atraído la atención sobre el hecho de que una selección previa se establece, entre todas las componentes posibles, en función de una de ellas que desempeña el papel de inductora principal de la imagen onírica. Da el ejemplo del durmiente que oye realmente un silbido y que sueña con un barco que está a punto de salir: el silbido es traducido en la conciencia por una llamada de sirena. Bergson deduce que una previa condición de armonía explica la aparición, de la imagen resultante, de tal recuerdo en detrimento de todo otro contenido de la memoria. Esta ley se debe generalizar. Un sueño puede ser desencadenado por un excitante externo (percepción sensorial) o interno (tendencia afectiva, sensación interna). Este elemento, inductor de la imagen, no podrá constituirse más que con las rememoraciones y las tendencias que son ellas mismas seleccionadas inconscientemente. Es evidente que esta selección se hace según una cierta ley de asociación, siguiendo un <> general que permanece inconsciente; es lo que Dalbiez ha llamado la ley de la inconsciencia relacional (2). Esto para el sueño ordinario. El empleo de nuestro método nos revela que, en el sueño despierto, este <> 24
general está suministrado por el simbolismo de la <> o del <> a los que les está vinculado, a cada uno, un ____ (1) L'Energie Spirituelle. Alcan, Paris. ____ (2) Roland Dalbiez : La Méthode Psychanalytique et la Doctrine Freudienne. Desclée de Brouwer et Cie, Paris 1936, Tome I, page 81
(P. 43) conjunto de tendencias afectivas que se excluyen las unas a las otras. Sería imposible, por ejemplo, pedir a un sujeto descender y sugerirle una imagen de serenidad. La palabra serenidad evocará bien, solamente, un recuerdo abstracto de esta emoción, pero la sensación de serenidad, ella misma, no podrá ser experimentada; como mucho se podrá obtener, gracias a las debidas contrasugerencias (*), una neutralidad afectiva. Para ayudar a un sujeto a fijar su atención sobre la idea de la ascensión, no le sugeriremos trepar por una escala de cuerda si tiene una imagen de luz sin ninguna forma y si tiene la sensación de encontrarse en un lugar irreal; pero podremos sugerirle dejarse <> por esta luz <>. O también, si adoptamos las precauciones de contrasugerencia (*), le diremos que imagine una armadura de diamante y no una armadura cualquiera. Si sugeríamos mal respecto a la imagen habitual de un objeto cualquiera, traeríamos brutalmente al sujeto a su estado de conciencia normal. Recíprocamente, sugerir a un sujeto, que se encuentra en un estado de conciencia próximo al estado normal, una imagen paradisíaca no tendría ningún efecto. Haríamos evocar al sujeto un recuerdo de <>, pero no haríamos aparecer las imágenes que tendrá, más tarde, gracias a la sugerencia de la ascensión. Es evidente, que toda sugerencia teniendo un carácter afectivo deberá ser escogido en función del momento mismo del estado afectivo del sujeto. Por ejemplo, cuando aparecen imágenes de paz y alegría, no podríamos evocar una imagen de pesadumbre más que con la ayuda de las contrasugerencias apropiadas hechas previamente. Lo dicho anteriormente hará comprender al lector que nuestro método, todo de matices, exige un desarrollado sentido estético por parte del que quiere emplearlo con resultado. c) Papel del contraste en la orientación de la atención. No discutiremos la naturaleza misma de la atención ya que las observaciones que tenemos que presentar permanecerán ____ (*) [El término: contrasugerencia, es sinónimo de: sugerencia de protección, ver págs., 40\23-41\23-55\32-85\51. No está aceptado en el D.R.A.E. igual que, tematismo, sugestionabilidad, metanógmico, supranormal, etc. No haré más referencia a esta cuestión cuando el significado de estas expresiones sea suficientemente claro; a mi parecer podrían ser considerados como neologismos. –N. del que t.-].
(P. 44) válidas sea cual sea la teoría a la cual el lector se adhiera (1). Tenemos que precisar aquí las condiciones de la orientación de la atención. Todo fenómeno que provoca una excitación en nuestro sistema psicofisiológico, puede hacer aparecer en el campo de la conciencia una representación de este fenómeno; se concibe que deba ser posible forzar o suscitar esta representación, por asociaciones, a surgir bajo una u otra forma y, en particular, bajo la forma visual. Un perfume, por ejemplo, puede evocar un lugar, una persona, etc. Recordamos, por otra parte, que la conciencia de un fenómeno depende, por cierto, de la atención a este fenómeno: 1º por la cantidad de energía que el sujeto ha recibido (intensidad y duración de la excitación); 25
2° por un cierto factor que, según el punto de vista en el que pueda colocarse, lo llamaremos a veces <>, (entre el objeto estudiado y lo que le es semejante por algún lado), <> (del objeto y lo que le está vecino), o <> del campo de la atención. Las ideas de contraste, aislamiento y limitación del campo de la atención, no son más que tres aspectos de una misma condición que se impone en la aparición del fenómeno de conciencia. Utilicemos un ejemplo en el ámbito de la sensación: para darnos cuenta que es luminosa una barra de hierro candente, es necesario que nuestra atención esté dirigida hacia ella, que la intensidad de la luz que emita sea lo bastante grande, y finalmente, que la iluminancia de su superficie presente con la iluminancia de los objetos circundantes, un suficiente contraste; es así que ella no aparece luminosa a pleno sol, aun cuando al sol se recibiría la misma cantidad de energía. En este ejemplo, no es más que cuestión de energía luminosa y del contraste entre los elementos exteriores al sujeto; pero en un fenómeno puramente interior, ____ (1) Ver un excelente resumen del estado de la cuestión en Journal de Psychologie Normale y Pathologique, Janvier-Février 1931, por H. Piéron.
(P. 45) veremos aparecer, ya sensaciones más o menos intensas y prolongadas, ya tendencias que implican un verdadero dinamismo, el cual sin poder ser medido, será sin embargo comparable a una energía. Igual que en el ejemplo anterior, es posible hacer aparecer un contraste entre los elementos internos tales como sentimientos, recuerdos, etc. Si se trata de recuerdos a recuperar, por ejemplo, se impondrá al sujeto una condición de tiempo o lugar que constituirá el contraste entre los recuerdos que satisfacen y los otros. Podemos hacer variar dos al menos de los tres factores enumerados más arriba: la atención y el contraste; por consiguiente el estado de receptividad del sujeto a un fenómeno exterior a él podremos modificarlo, o bien podremos aumentar sus reacciones a tal tendencia interior que queremos estudiar. La observación anterior es muy importante. En efecto, algunos procesos de la vida interior del individuo sólo permanecen inconscientes en el estado normal, en razón de la intensidad de las excitaciones recibidas del mundo exterior; es suficiente estas excitaciones para enmascarar completamente el fenómeno interior que, por falta de contraste en el sentido favorable, escapa a la atención. No podemos modificar la intensidad del fenómeno interior a observar pero podemos suprimir las excitaciones recibidas del exterior y llevar así al sujeto a orientar su atención sobre el fenómeno en cuestión. El sueño es un estado ideal de inatención al mundo exterior por lo que los psicoanalistas estuvieron bien inspirados estudiando la actividad de la imaginación durante el descanso nocturno. Un sujeto, estando despierto, puede ser llevado a unas condiciones psicológicas cercanas a las del sueño; así pues nos hemos dirigido a provocar un sueño despierto, indicando que al sueño despierto le corresponde, como al sueño común, un estado de inhibición del psiquismo superior sin el cual la actividad del psiquismo inferior estaría enmascarada. En realidad, es perfectamente adecuada la expresión <> para establecer una jerarquía en nuestras operaciones (P. 46) psicológicas; no lo es ya cuando se trata de designar esta zona psíquica que corresponde a lo que Freud ha llamado el superyó y del que dice, con justa razón, que el 26
contenido permanece en parte inconsciente. Diremos pues que la inhibición del psiquismo superior es necesaria para la liberación del psiquismo sublimado tanto como para la del psiquismo inferior. Para llevar al sujeto a ese estado y poder aplicarle luego la ley del contraste enunciada más arriba, procedemos como sigue: La atención se concentra primero aislando al sujeto de las excitaciones exteriores tales como los ruidos y la luz; luego aislándolo de las excitaciones internas, físicas o psicológicas, tales como contracción de los músculos, inquietudes, etc. Para ayudar al sujeto, le sugeriremos una imagen de la que le haremos analizar los detalles. Velaremos, en primer lugar, por mantener su atención constantemente fijada sobre la imagen. Le propondremos aportar modificaciones de detalles, teniendo siempre cuidado de satisfacer la condición de armonía que preside a las asociaciones de ideas, precaución indispensable para evitar falsear o distorsionar la construcción de la imagen. Llevaremos al sujeto, poco a poco, por el juego de las asociaciones espontáneas, a una nueva imagen que, conforme a sus propias tendencias, será representativa del hecho psicológico que nos proponemos estudiar. Estando la atención así concentrada, es necesario luego separar el fenómeno psicológico a analizar, de todos aquellos que son de la misma naturaleza, actuando con el factor contraste. En efecto, recuperando la comparación ya hecha, un espectador puede muy bien no ver la incandescencia de una barra colocada en una sala suficientemente iluminada, incluso si es invitado a buscar un objeto luminoso ; si, por el contrario, se oscurece poco a poco la sala, la barra calentada aparece incandescente, su visión se impone. Se llega, en el sueño despierto, al mismo resultado, sugiriendo repentinamente al sujeto una modificación o un complemento a su imagen. Son los detalles de esta modificación los que serán en este caso los representativos de lo que se propone hacer consciente del estado subconsciente. (P. 47) Por último, conviene anotar que la noción de contraste tiene que acercarse, en algunos casos, a la noción de inhibición. Un deseo rechazado, por ejemplo, juega, gracias a su intensidad, el papel de contraste, por la inhibición de todas las imágenes que no son simbólicas -precisamente- de una cierta satisfacción de este deseo. La experiencia muestra que con un sujeto que tiene un malestar neurótico, el juego de las imágenes, normal al principio de la sesión, llega muy pronto a una imagen de interrupción (1). En ese momento, la representación visual del sujeto tiene para él una significación dudosa, está dubitativo: su representación es para él a la vez atractiva y ligeramente inquietante. Es necesario entonces no insistir sino hacer regresar al sujeto inmediatamente a su estado normal, o bien adaptar la sesión a un tratamiento psicoterapéutico, como lo explicaremos en el capítulo IV. La delicada aplicación de estos principios generales es todo un arte; la menor torpeza falsea la experiencia. He aquí dos ejemplos, escogidos entre los más simples, que pondrán de relieve esta noción tan importante del contraste. El primero es para aproximarlo a los que el mismo Freud tiene dados: En la calle, exponemos a un amigo las experiencias que este autor tiene descritas en la <> (*) y que una de ellas consiste en que los números enunciados libremente por un sujeto se hacen por asociaciones de ideas. La conversación es interrumpida por nuestra llegada a la estación del metro y por la atención en comprar nuestros billetes; hay mucha gente, y proponemos a nuestro amigo comprar de los de 27
<>. Sabiendo que él, en razón de pesadas cargas de familia, evita en general este gasto, vamos a la ventanilla con la intención de obsequiarle su billete; infortunadamente, no tenemos suficiente moneda. Nos vemos obligados a pedirle un poco de dinero; nos da demás, y le devolvemos el sobrante con el muy claro sentimiento de que nos muestra confianza y no sabe exactamente cuánto nos ha dado ____ (1) Ver página 152. [\93] ____ (*) [Freud en dicho libro, en el capítulo X, describe que: aún habiendo leído por tres veces con sumo cuidado las pruebas previas a la publicación de su libro La interpretación de los sueños no vio que contenía algunas inexactitudes. Con este dato, y sin ocurrírseme lo más mínimo parangonarme en nada con Freud ya que, aparte de la abismal diferencia entre crear y copiar, ni siquiera soy un profesional de la traducción así que, no es que pida indulgencia si aquí algo parecido se diese -quiera que no y si es que sí, que sean las menos ¡oh hados, oh normas sintáctico-gramaticales!-, simplemente es indicar que esto puede suceder por mucho empeño que uno ponga; mis frágiles capacidades traductoras las refuerzo con mi cuidadosa voluntad, con la constancia y con la etérea ilusión de haber incorporado en mí las invisibles alas que me alzan por los soñados parajes de lo Intelectual; desde ahí traigo cada palabra, cada verbo, cada frase, cada... el libro de R. Desoille. Indico además que, a siete páginas de acabar, sin revisar, esta labor, he tenido un sueño revelador en donde se me evidenció que: <> esta traducción -sin tener muy claro el porqué- <> un conflicto que yo arrastraba desde hacía más de veinticinco años. Con esto quiero decir que es el alma lo que estoy poniendo en este trabajo. -N. del que t.-].
(P. 48) en definitiva de dinero. Instalados en el vagón, retomamos la conversación interrumpida; nuestro amigo, que no está convencido de lo bien fundado de las teorías de Freud, nos dice: <>... <<23 significa 23 céntimos, le respondemos; le he obligado a viajar en primera clase en contra de su costumbre, habéis sido contrariado; esta preocupación que habéis juzgado de mezquina reaparece>>. << ¡Pero, yo no sé el precio del billete de primera clase! >> confiesa nuestro amigo... Le recordamos que el cálculo del precio se ha hecho inconscientemente con esa rapidez y esa seguridad que son a veces, como se sabe, lo propio de las asociaciones subconscientes (1). Nuestro amigo conviene que esto era exacto; es con su asentimiento que publicamos esta anécdota. En este ejemplo, el excitante es la contrariedad recientemente experimentada, inmediatamente rechazada y devenida a inconsciente. La oposición consciente del sujeto a la teoría de Freud va a ser el factor de contraste que aislará el objeto inconsciente a la atención; ella le hará escoger un número para refutar, con un ejemplo, la tesis propuesta. La idea general de número circunscribe inmediatamente el campo de exploración del sujeto; su atención, estando orientada, lo obliga a elegir, entre todos los números posibles, precisamente el que tiene una relación con su estado afectivo (y que está en armonía con éste); la formación de la imagen resultante, el número 23, responde bien al proceso que hemos descrito del sentimiento rechazado y revela su naturaleza. Veremos a continuación, otros ejemplos, que precisarán y justificarán las reglas enunciadas al principio de este capítulo, pero debemos decir en seguida, que esta noción de <> es de toda primera importancia para el análisis psicológico. He aquí un segundo ejemplo que hace percibir la manera de ____ (1) Ver sobre este tema el muy interesante estudio publicado por el doctor Osty. Revue Métapsychique, Nº 6 Novembre-Décembre, 1927.
(P. 49) hacer surgir una imagen de contraste y la manera de emplear la sugerencia en nuestro método. A. L..., joven mujer asténica, tiene una representación de lugar muy iluminado y con beneficiosa sensación de descanso de ánimo: no tiene otra imagen más que la de una luz 28
suave de un blanco dorado. Deseamos que realice la autosugerencia, pero su estado afectivo nos parece vago, poco intenso, insuficientemente vinculado a su representación visual. Deseamos complementar esta imagen demasiado pobre y al mismo tiempo orientar su atención sobre ella misma. Le proponemos imaginar un jarrón. Este jarrón se le presenta como memoria de un ánfora que acaba de divisar, con su aspecto terroso, en completa oposición con el aspecto inmaterial del lugar que ella tiene imaginado. La mayoría de las veces tal evocación, en ese momento de la sesión, traería bruscamente al sujeto al estado de consciencia normal. Este no es el caso, y podemos sugerirle <> este jarrón para que esté en armonía con el resto de la imagen. Ella ve inmediatamente un muy bello jarrón de cristal en el sitio del primero. Interrogada sobre la significación de este jarrón, la joven mujer nos dice : <> Al mismo tiempo toma conciencia del hecho de que puede efectivamente sentirse realizada puesto que se encuentra, desde hace un momento en un estado muy apacible. Le proponemos darse la orden de recordar inmediatamente, en pensamiento, el jarrón de cristal cada vez que una idea deprimente se presente. Esta autosugerencia se ha mostrado eficaz; sin embargo esta sesión no era más que la segunda. El lector quizá pensará que basta orientar la atención de un sujeto para que, todo naturalmente, descubra lo que él se propone buscar. En realidad, la experiencia implica dos operaciones distintas; pero ellas están a menudo tan inextricablemente unidas que es difícil separarlas para el análisis del proceso psicológico. (P. 50) La orientación de la atención es una cosa y las condiciones que permiten esta orientación son otra, bien distinta de la primera, en cuanto a la naturaleza de los hechos psicológicos. En los ejemplos anteriores, estas condiciones son : la iluminancia necesaria para distinguir una barra de hierro incandescente entre otros objetos ; la idea de número que permite a una contrariedad rechazada surgir de nuevo ; la idea de si misma, simbolizada por un jarrón vacío <>, para hacer cesar el sentimiento de falta de plenitud que padece la sujeto. La técnica del aislamiento del objeto propuesta a la atención, que llamaremos técnica del <>, aparece como una de las llaves del análisis psicológico. Es gracia al empleo, por cierto empírico, de esta técnica que el psicoanálisis ha hecho sus principales descubrimientos. Pero es también porque no han meditado suficientemente la importancia del contraste psicológico ni sabido concretar su mecanismo por lo que los psicoanalistas tienen limitado el campo de sus investigaciones no modificando la orientación de la atención del sujeto sobre éste mismo. Pidiéndole a un sujeto rememorarse un sueño, colocándolo previamente en un estado próximo al del sueño despierto, el psicoanalista orienta a la vez su atención y limita el campo de su observación, por el entorno mismo del sueño, que es aquí el factor de contraste, o de aislamiento. En otros términos, si se nos permite tomar esta expresión del lenguaje de la mecánica, el psicoanalista reduce los grados de libertad de la atención. Las asociaciones de ideas, que no son más que un inventario de cosas sobre las cuales puede fijarse la atención, no pueden ya hacer aparecer más que las que están en armonía con las imágenes del sueño en cuestión. Éste expresa, la mayoría de las veces, la satisfacción de un deseo instintivo rechazado -haberlo demostrado es el gran mérito del psicoanálisis- y el 29
instinto correspondiente está entre los objetos inventariados; debe pues necesariamente aparecer en el transcurso de esta búsqueda. (P. 51) Si hemos tomado del psicoanálisis el primer ejemplo dado más arriba, es con el propósito de resaltar lo que tiene de inestimable valor su técnica, pero también, extraído de los hechos, mostrar la insuficiencia de la teoría. Cuando no se trata más que de psicoterapia, debemos reconocer que el psicoanálisis alcanza al menos uno de los síntomas del mal. Cuando se trata de extraer de los hechos una teoría psicológica, el psicoanálisis, de su propia confesión, queda incompleto. Reduciendo el campo de sus investigaciones al sueño, el psicoanálisis no tiene estudiado del psiquismo del hombre más que la zona donde se establece normalmente el contacto entre los impulsos instintivos del subconsciente y la conciencia. Para ampliar el campo de estas búsquedas, justamente es necesario esforzarse por alcanzar la zona psíquica donde estos contactos no se establecen ya con un automatismo tan riguroso; este es precisamente el objetivo de nuestro estudio. De todas maneras hay que reconocer que la afectividad instintiva interviene en muy gran número de nuestros comportamientos, lo que se comprende, ya que nuestros instintos juegan un papel de preservación en el individuo por lo que debe ejercerse sin interrupción en el estado normal. Pero rechazamos admitir que la afectividad instintiva esté sola al intervenir en nuestra actividad psíquica, no haciendo en esto más que seguir a Freud que expresamente él mismo lo dice, cuando añade que el <> es en parte inconsciente; pero él no estudia directamente a este superyó inconsciente. Nuestro método permite esta exploración directa que es de las más fecundas. Nos alineamos así del lado de los psicólogos que han admitido la existencia de algo de la psique que no esté únicamente coloreada por el instinto. Lo llamaremos <> con Freud, o con otro muy distinto nombre como <> o <>. Diremos cuáles son las experiencias -que todo psicólogo podrá repetir- que nos obligan a adherirnos a esta hipótesis. Para desligar la atención del sujeto de la zona instintiva, distintamente sobre lo que el psicoanálisis mantiene, el único medio que (P. 52) empleamos es la sugerencia de la ascensión, como ya lo hemos dicho. 2º EL ANÁLISIS DEL SUEÑO El procedimiento, como en el psicoanálisis, será el de las libres asociaciones de ideas. No obstante, los materiales del sueño despierto no son ya los del sueño ordinario y las dificultades no serán las mismas. Debemos preguntarnos, antes de proseguir, si, realmente, los materiales del sueño despierto difieren de los del sueño ordinario. ¿No estaremos engañados por una simple apariencia: por la novedad de un simbolismo detrás del cual aún se escondería una afectividad de la misma naturaleza que la que se manifiesta en el sueño ordinario? Hemos dado a entender, en efecto, que la sugerencia de la ascensión hacía aparecer los sentimientos más elevados del sujeto: todo un ámbito de latentes pensamientos que no ocupan el campo de la conciencia en el estado de vigilia o durante el sueño. ¿Si esto es así, como se hace que el sujeto los exprese, todavía, habiendo recurso al medio arcaico del símbolo, como en el sueño ordinario? Cuando es cuestión del simbolismo de las imágenes, es necesario precisar el sentido atribuido a esta expresión. En su exposición del Psicoanálisis, Roland Dalbiez (1) hace una 30
crítica del empleo, por Freud, de la palabra símbolo ; muestra que en realidad la imagen onírica no es un símbolo en el sentido habitual de esta palabra y propone los términos de efecto-signo y de expresión psíquica para designar las imágenes del sueño reveladoras del contenido psíquico latente. No podemos reproducir aquí la discusión de este autor; nos bastará decir que ella se apoya en la observación de que no hay <>, mientras que las hay siempre entre la imagen del sueño y el contenido afectivo latente que le ha dado nacimiento. ____ (1) La Méthode Psychanalytique et la Doctrine Freudienne. Desclée de Brouwer et Cie, Paris, 1936, Volume II, p. 161 y sigs.
(P. 53) Roland Dalbiez recuerda, además, que el recurso a la imagen onírica como medio de expresión psíquica no se produce más que después de la <>, voluntario (caso del psicoanálisis o de nuestro método del sueño despierto o involuntario (caso del sueño). En el caso de nuestro método, la inhibición voluntaria del psiquismo superior es más o menos completa. Esta es la razón por la que estimamos que las imágenes del sujeto están en función del grado de inhibición realizado y que ellas deben ser consideradas unas veces como efectos-signos y otras como a verdaderos símbolos. Propiamente dicho, el recurso al simbolismo es el hecho de un trabajo puramente intuitivo del pensamiento, correspondiente a una actividad total o parcial del psiquismo superior, es decir, de la facultad de examen reflexivo. Una imagen no puede ser un símbolo más que en la medida en que la elección la hacemos conscientemente. El efecto-signo corresponde a una inhibición total del psiquismo superior; el modo de expresión psíquica particular del sueño implica una verdadera regresión -en el sentido que Freud da a esta palabra-, un retorno a los medios arcaicos de representaciones propias al psiquismo inferior liberado del control de la conciencia. Es en estos medios arcaicos de expresiones donde lo rechazado toma sus disfraces o enmascaramientos para expresarse a pesar de la censura y, en este caso, la imagen onírica es siempre el signo revelador de un estado afectivo del que es el efecto. Continuaremos, en consecuencia en esta obra, por emplear la palabra símbolo conservándole la significación amplia que le da Freud y no retomaremos esto más que cuando lo consideraremos necesario sobre las modalidades de la expresión psíquica para distinguir los casos donde hay verdaderamente regresión y estos en el que el sujeto hace un uso más o menos consciente del verdadero símbolo a falta de medios más precisos para expresar su intuición. El sueño, se sabe, favorece el retorno a los medios arcaicos, pero, además, la censura del yo, manteniendo (P. 54) los rechazos, obliga al deseo, condenado por la conciencia moral, a realizarse en una alucinación bajo una forma disfrazada, es decir simbólica. Si encontramos el símbolo en el sueño despierto, ¿no es en razón de una censura que mantiene el rechazo de las tendencias desaprobadas por el yo? En realidad, es bastante así; es cierto que el sueño despierto está, en las primeras sesiones, muy cercano al sueño ordinario y que allí encontramos los mismos elementos afectivos. Pero, más tarde, el sujeto se libera de la zona del sueño ordinario y, sin embargo, la expresión simbólica sigue siendo la norma en las sesiones siguientes. Esto no es más que al final de una práctica de varios años, cuando la imagen afectiva aparece sin el concurso o la 31
ayuda del símbolo visual. La explicación debe ser buscada, nos parece, en el estudio del promedio del comportamiento moral de los hombres. El hombre se defiende contra todo exceso, ya se trate de lo que le parece ser un exceso de virtud, o un exceso de su egoísmo instintivo. El ejercicio de una virtud aparece primero como el sacrificio de las tendencias, juzgadas legítimas, antes que ser apreciada como la satisfacción de las tendencias más generosas. El hombre se resiste al sacrificio. Se resiste pues inconscientemente a sus tendencias más generosas y se puede atribuir esta resistencia a una especie de rechazo. En este caso, es el instinto, con el asentimiento del <>, el que establece su censura contra lo que se le puede llamar nuestro apetito de ideal latente, contra las tendencias del <>. Las dificultades y el resultado del análisis son pues diferentes cuando se pasa del sueño ordinario a un sueño despierto provocado por la sugerencia de la ascensión. Las resistencias, reveladoras de los rechazos, serán en el segundo caso más fácilmente vencidas y será más fácil descubrir la tendencia buscada. El psicoanálisis resuelve los complejos, <> la emoción, mientras que nosotros realizaremos una <> haciendo vivir a nuestros sujetos sentimientos nuevos. La idea de sacrificio de las tendencias -consideradas como legítimas(P. 55) será sustituida por la visión de la satisfacción de las tendencias más nobles, poniendo en movimiento otra concepción de la felicidad. Por eso este método es, ante todo, un método de sublimación. El psicoanálisis hace revivir el pasado; nosotros anticipamos, por el contrario, con el futuro, como lo explicaremos en el capítulo IV. Cuando se reemplaza la sugerencia de la ascensión por la del descenso, las diferencias entre el sueño ordinario y el sueño despierto son también tan acusadas o intensas como en el caso precedente. Las contrasugerencias de protección empleadas en este caso son, en el fondo, unas imágenes de impunidad, de pureza conservada; ellas permiten al sujeto un trabajo de elaboración completo de la imagen representativa del estado afectivo estudiado sin que este estado afectivo -que sería, para él, infinitamente penoso- sea experimentado. Esto es lo que explica que estas imágenes parezcan absolutamente ajenas al sujeto que permanece por ello inconscientemente bajo el efecto de la previa sugerencia de impunidad. Según los conceptos de Freud, podríamos decir que la censura es completa, lo que evita la aparición de la angustia, o mejor aún que la contrasugerencia nos permite, al mismo tiempo, dar toda libertad al sí mismo de satisfacer sus impulsos, incluso los más monstruosos, dando al superyó una igual satisfacción por la certeza de que el yo no está en nada implicado en este drama. Llegamos así a rozar o tocar esta <> que Freud denomina el <> y que declara inaccesible al estudio directo por el análisis. La eficacia de estas contrasugerencias de protección, sea cual sea la teoría psicológica a la cual se adhiera, muestra cuanto de valioso puede ser el empleo de una representación simbólica, del que el sentido exacto incluso no es conocido enteramente por el sujeto. Estos hechos revelan también que la imagen puede ser tratada, bajo ciertas condiciones, como una entidad psicológica independiente, como ya lo había mostrado Pierre Janet; nosotros mismos daremos un ejemplo en el capítulo IV. (P. 56) En fin, conviene hacer notar que este procedimiento, que es un reforzamiento de la 32
censura, puede, como tal, ser muy peligroso, ya que puede mantener inconscientes las tendencias que el sujeto siempre tiene interés de saberlas, sentirlas como suyas; conviene pues de no emplearlo más que con una extrema prudencia. En el transcurso de esta obra, daremos poco lugar al análisis. La principal razón es que no tenemos nada nuevo que aportar a los procedimientos del análisis. Además el objetivo que perseguimos es la revelación al sujeto de posibilidades que él ignora. Sin embargo, admitimos que la imagen tiene siempre por causa un estado afectivo y que, por consiguiente, si este estado afectivo varía, la imagen, que lo representa, debe variar también; lo recíproco es verdadero, la experiencia lo demuestra. Así pues, si se puede hacer variar la imagen en un sentido conveniente, los estados afectivos correspondientes variarán en un sentido del que se puede prever. Resulta que el análisis, aunque es siempre útil, no es indispensable para alcanzar el objetivo que perseguimos. Nuestros recursos únicamente los tendremos aquí para liberar al sujeto de los conflictos afectivos que vayan a suponer un obstáculo para su ejercitación normal. Los ejemplos que más adelante se muestran precisarán la conducta que se debe tener en cada caso particular. El análisis muestra que en el sueño despierto, como en el sueño ordinario, la imagen es, casi siempre, un símbolo. La cualidad de ésta retendrá primero nuestra atención; distinguiremos en seguida dos categorías bien distintas de imágenes: 1º Las imágenes que representan una escena pareciéndose a las de la vida real, análoga a la que podría ser reproducida tal cual por un cinematógrafo, incluido aquí el carácter de verosimilitud o incoherencia que ella comporte. Estas imágenes son unas construcciones de lo que podríamos ver en la realidad; 2º las imágenes que presentan un carácter irreal, que se clasificarán en imágenes <> y <>. Las primeras son las imágenes de pesadilla que se le origina a un sujeto sugiriéndole la idea de descender; las segundas tienen por el con(P. 57) trario, un carácter sublime y ellas son provocadas sugiriéndole a un sujeto la idea de subir. Estas imágenes están asociadas a unos estados de conciencia bien determinados: las imágenes de la realidad, a unos estados de conciencia normales; las imágenes bajas, a estados mórbidos o simplemente desagradables; las imágenes altas, a un estado correspondiente a las aspiraciones más elevadas del individuo. La experiencia demuestra que cuanto más se hace descender a un sujeto, más pavor se experimenta; la visión podría incluso determinar un terror que, frecuentemente repetido, sería susceptible, sin duda, de provocar desórdenes mentales. Además no se debe sugerir esta idea de <> más que después de haber tomado las precauciones indicadas al final del capítulo primero. Inversamente, la sugerencia de una ascensión revela imágenes que el sujeto no habría jamás creído poder construir; ellas están acompañadas, en general, de un estado de euforia, y la sugerencia por parte del experimentador, insistimos mucho al respecto, no interviene de otra manera, en su formación, más que como un revelador haciendo aparecer una imagen que pertenece al sujeto y sólo a él. No habría que creer, como algunas personas no habiendo hecho ellas mismas la experiencia, que basta sugerir verbalmente a un sujeto una imagen paradisíaca para que la tenga. Varias veces hemos intentado la experiencia sin poder triunfar; no se puede esto conseguir más que al cabo de una cierta ejercitación del sujeto con el método del sueño 33
despierto y llevándolo progresivamente en el estado de conciencia debido; alcanzado este estado, ve formarse por sí misma la imagen, sin que se tenga ahí que sugerirla. Estos estados de euforia, a los cuales llega así el sujeto, presentarían por otra parte un peligro real si se los provocaba irreflexivamente. Pidiendo al sujeto una sublimación demasiado rápida de sus imágenes, el experimentador arriesgaría, en efecto, verlo perder contacto, en cierto modo, con las contingencias de la vida práctica, lo que va exactamente en contra del objetivo perseguido. Es suficiente, para evitar este escollo, confiar en el instinto del sujeto y de no insistir jamás si se le (P. 58) nota que la experiencia propuesta le repugna lo más mínimo. Insistiremos más adelante en esta precaución de la que nos hemos hecho una norma. La experiencia saca a la luz un primer hecho: -una representación puede estar caracterizada no solamente por su tema, sino también por la cualidad de la imagen (1). El tema de la representación puede variar al infinito; la cualidad de la imagen, por el contrario, parece no poder variar más que entre los límites que dependen del estado de conciencia originado. Este hecho permite pues una tosca clasificación de los estados de conciencia, según la cualidad de las imágenes, independientemente de su tema. Hay, en efecto, necesariamente armonía entre el estado de conciencia y la cualidad de las representaciones, sean éstas visuales u otras. Aún precisaremos en un punto: -Freud ha mostrado la importancia primordial que hay que atribuir al simbolismo, en tanto como ley de representación de la conciencia, y como medio de revelar la naturaleza humana. La simbolización es la ley psicológica fundamental que vincula la imagen con el estado afectivo. Este descubrimiento de Freud ha sido discutido y él mismo, no más que sus discípulos, no tiene aportada una didáctica demostración de esta verdad. Sólo, a nuestro conocimiento, Dalbiez ha mostrado claramente los equivalentes lógicos de las representaciones oníricas (2) y nos ha dado una justificación racional del psicoanálisis. Una de las tareas del psicólogo será pues llegar a la interpretación del símbolo. Recordaremos aquí que Freud insiste sobre la dificultad de esta interpretación y afirma que ella no puede ser dada más que cuando se conoce todos los elementos que han concurrido en la formación de la imagen simbólica. Él precisa que, sólo, el sujeto ____ (1) Para la definición de lo que entendemos por <>, ver el comentario que acompaña a las ilustraciones de este libro, página 107 [\65]. ____ (2) Roland Dalbiez : La Méthode Psychanalytique et la Doctrine Freudienne. Desclée de Brouwer et Cie, Paris, 1936.
(P. 59) puede ser llevado a conocer todos estos elementos, los que son normalmente conscientes y los que, primero inconscientes, deben devenir a conscientes. Un estado afectivo, que concurre en la elaboración de un símbolo, no es simple más que en el origen; luego evoluciona, se complica y su acción está lejos de ser fácil de determinar. Tiene así, entre todas las significaciones posibles de un símbolo, un sentido actual, que sólo debe ser retenido en el instante considerado y que sólo el sujeto puede descubrir. Para precisar lo que entendemos por sentido actual utilizaremos el ejemplo de la serpiente que puede representar la idea de falo, o ser simplemente el símbolo de la Sabiduría, como 34
en algunas figuras utilizadas para emblema de escuelas filosóficas. Citaremos una experiencia que ilustra perfectamente lo que puede haber de exagerado al interpretar una imagen según un <>. Uno de nuestros sujetos tiene su atención fijada sobre una muy hermosa rosa. Le pedimos analizar los sentimientos que evoca para él esta flor. El sujeto responde que ella es el símbolo de la caridad; se le ruega que precise, comenta entonces que la rosa tiene unas espinas de las que el aspecto le parece desagradable. El sujeto es una mujer; ¿vamos a identificar la espina <> a una representación fálica? La interpretación no sería en absoluto correcta. Preguntada, la sujeto nos da, por el contrario, las explicaciones siguientes: <>. La espina <>, evoca la idea de sangre que corre, de sacrificio; así pues encontramos mucho del simbolismo freudiano, (P. 60) pero sublimado. Estamos convencidos que, en otros casos, la espina, la descarga eléctrica, etc. pueden tener una significación sexual; pero, aquí en el presente caso ese no es el sentido actual, ese no es el que tiene una importancia inmediata para la sujeto. Es posible que haya un sentido subyacente, pero, si éste debía tener una importancia, veríamos la tendencia que lo revela manifestarse de otra manera y con mucha más fuerza; regresaremos con todo detalle sobre este punto en el transcurso de esta obra. Como lo muestra este ejemplo, el experimentador deberá cuidadosamente guardarse de interpretar él mismo la imagen simbólica ante el sujeto. Por el contrario, lo ayudará a interpretar sus propias imágenes, por asociaciones de ideas, como se debe hacerlo en psicoanálisis. 3º LOS EFECTOS PSICOFISIOLÓGICOS Las expresiones tales como <>, <>, <>, etc. reaparecen constantemente en las obras que tratan de psicología. Nosotros mismos hemos empleado las expresiones <>, <>, <>. Sin embargo hay que reconocer que estas expresiones no tienen ningún sentido preciso en el estado actual de nuestros conocimientos. Ellas implican sin embargo una verdad, en principio, que es necesario explicitar; este vocabulario está en efecto tomado de la mecánica que es una ciencia precisa y establece una analogía entre los fenómenos psicológicos y los fenómenos que estudia la mecánica. ¿Se debe limitarse, dicho vocabulario, a una simple analogía, que no sería más que una comodidad de lenguaje, o se debe, por el contrario, tomar posición y adherirse a una precisa hipótesis, se debiera no dar a éste más que el carácter de una simple hipótesis de trabajo? Nos parece que la psicología debe ser considerada como una rama particular de la biología. Si queremos pues que las expresiones, de las que hemos denunciado la imprecisión, tomen un sentido, si queremos conservar una concepción energética de los fenómenos 35
(P. 61) psicológicos, es necesario al menos buscar las concomitancias entre éstos y los fenómenos fisiológicos que, ellos, bien destacan como un gasto de energía particular que es posible de evidenciar, incluso de medir. La psicología no saldrá de la fase literaria, donde ella está todavía, para convertirse en ciencia, más que con esta condición. Con este pensamiento es con el que hemos hecho algunas experiencias de las cuales el resultado ha venido a justificar las precauciones tomadas empíricamente por el teniente coronel Caslant para traer a sus sujetos al estado normal. a) Modificación de las alucinaciones debidas a la ingesta de peyotl (peyote). En 1927 y 1928 hemos hecho una serie de experiencias sobre los efectos psicológicos de la intoxicación debida a los alcaloides de una planta mejicana conocida bajo los nombres de <> y <> (*). Se conocen los cinco alcaloides (**) de esta planta de los que el primero, la mezcalina, provoca alucinaciones visuales totalmente curiosas. En el transcurso de la primera de estas experiencias, descritas en otra parte (1), la segunda hecha sobre nosotros mismos después de la ingesta de 1 gramo de <> (*), hemos intentado, sin resultado concluyente, modificar las alucinaciones del peyote trabajando como sujeto según nuestro método. En cambio, durante el sueño que ha seguido, hemos observado que las representaciones visuales de nuestros sueños conservaban su carácter habitual mientras que al despertar teníamos aún fotofobia [(molestia, rechazo a la luz)] y, que volviendo a cerrar los ojos, las imágenes características del peyote reaparecían; nos hemos vuelto a dormir una hora y el mismo fenómeno se ha reproducido. Mientras se duerme, las imágenes del sueño no son pues nada modificadas por el peyote, aun cuando este producto provoque todavía las alucinaciones características si se pasa al estado de vigilia. Esto nos animó a intentar de nuevo modificar las alucinaciones del peyote, en el estado de vigilia, sobre dos sujetos ____ (*) [Ignoro la equivalencia al español de este término médico o técnico, es por ello que permanece tal cual se presenta en el original francés. -N. del que t.-]. ____ (**) [En la enciclopedia Encarta 2008, en el artículo: Peyote, explica, entre otras cosas, que… contiene nueve alcaloides... Por lo visto se han descubierto en esta planta más alcaloides en el transcurso de estos años. -N. del que t.-]. ____ (1) Revue Métapsychique, année 1928, nº 1, p. 37.
(P. 62) ejercitados en nuestro método. Estimando que el fracaso, en nuestro caso, era debido a una intoxicación demasiado fuerte, hemos hecho la experiencia con un primer sujeto que no había tomado más que 0,25 gramos de panpeyotl y con un segundo sujeto que había absorbido una dosis de 0,50 gramo de esta preparación. La experiencia triunfó plenamente con el uno y el otro. Ella fue especialmente interesante con el segundo cuyas alucinaciones eran mucho más nítidas y duraron varias horas. Pudimos hacer <> a uno y otro sujeto cuyas representaciones visuales fueron exactamente las mismas que de costumbre; pero, en cuanto la sesión fue interrumpida, las alucinaciones del peyote reaparecieron en condiciones idénticas a las que teníamos observadas en nosotros mismos, en el momento del despertar. Es pues posible, cuando la intoxicación no es demasiado fuerte, controlar completamente los efectos psicológicos. Nos parece que esta observación es muy importante, ya que ella evidencia el hecho de que el trabajo mental de un sujeto modifica algo a su régimen psicofisiológico y esta observación justifica la noción misma de tal régimen. Aún se observa, en el transcurso de las sesiones, un cierto número de hechos de los cuales el estudio sistemático debe presentar un interés. Es así que el ritmo respiratorio, el ritmo 36
cardíaco, varían según el estado de conciencia del sujeto. Hemos notado igualmente una bajada de la temperatura rectal, que se explica fácilmente por el estado de descanso en que se mantiene al sujeto, pero que debe también ser asociada a la disminución del metabolismo respiratorio. El ritmo respiratorio puede ser ralentizado hasta tres respiraciones al minuto e incluso menos. Veremos más adelante que intentando, en el estado normal, ralentizar voluntariamente nuestra respiración, hemos aumentado nuestro metabolismo; mientras que en los estados de conciencia por los cuales la respiración desciende, por sí misma, a un ritmo también lento, el metabolismo es disminuido. Así pues esta bajada del ritmo respiratorio no tiene siempre el mismo significado; el ritmo natural, si la (P. 63) voluntad no interviene para modificarlo, parece no obstante poder ser utilizado como término de comparación pero no tendrá su significación completa más que en función del metabolismo respiratorio. b) Medida del gasto en el organismo. Por una parte Atwater y Benedict y, Charles Richet por otra, han sido los primeros, creemos nosotros, en comparar el gasto del organismo en distintos estados de conciencia. Los primeros buscaban una correlación entre el gasto de energía calorífico y el trabajo mental. Charles Richet ponía a sus sujetos en estado de hipnosis y les sugería un completo descanso. No fue posible evidenciar un gasto de energía imputable al trabajo mental. Charles Richet, por el contrario, encuentra una disminución notable del metabolismo respiratorio en sus sujetos en estado de hipnosis. Hemos retomado estas experiencias con el Sr. Maurice Delaville (1). A condición de tomar ciertas precauciones, durante la medida y en el escrutinio del resultado por el cálculo, estas experiencias dan unas indicaciones interesantes. La primera condición es operar de tal manera que el sujeto pueda ser considerado como comparable con él mismo. Para eso basta con tener en cuenta el hecho siguiente: si se le mide el metabolismo respiratorio a un mismo sujeto dos veces seguidas con un cuarto de hora de intervalo, el resultado de la segunda medida es en general superior al de la primera, en un 5% como mucho. Así pues si la primera medida debe caracterizar al estado normal y si la segunda acusa una disminución apreciable, estaremos seguros que esta disminución es real y que ella tiene, como consecuencia, un significado. Hemos operado con un sujeto en ayunas, a partir de su despertar, rogándole moverse lo menos posible y de no hablar. La ____ (1) Ver su análisis completo en Action et Pensée, nº 7 y 8, 1931.
(P. 64) primera medida así hecha daba 62,44 calorías como gasto total por hora, valor normal para la talla del sujeto. La segunda medida fue hecha diez minutos después de la primera y mientras el sujeto, muy ejercitado, se ponía solo en estado de descanso profundo. Esta medida nos ha dado 52,60 calorías por hora, es decir una disminución del 15,7 %. Si se tiene en cuenta el aumento que debería acusar normalmente la segunda medida, la diferencia entre el estado normal de vigilia y el estado de descanso profundo en vigilia, 37
puede ser evaluada entre el 15 y el 20 %. Se sabe que para el sueño profundo la disminución está en un promedio del 12% solamente. El ritmo de la respiración bajó en unas proporciones considerables en el transcurso de esta experiencia y está permitido pensar que esta ralentización debe bastar para explicar la disminución del metabolismo. No es así; hemos hecho medir nuestro gasto de energía durante un ejercicio de ralentización voluntaria de la respiración que, en el transcurso de la medida, hemos llegado a mantener el ritmo de 2,5 inspiraciones por minuto, lo que es muy lento. Hemos constatado: 1º que el metabolismo ha aumentado un 30%; 2º que este ejercicio corresponde simplemente a una utilización más completa del oxígeno de la atmósfera. Se trata pues de una gimnasia respiratoria que acelera los intercambios en lugar de disminuirlos. ¿Cuales conclusiones se pueden intentar sacar de estos resultados? Nos parece que hay una que se impone, y es que en el estado de vigilia, el sujeto puede colocarse voluntariamente en un estado de descanso tal, que el ahorro de energía es superior al que realizaría en el sueño. La experiencia, que nosotros mismos tenemos muchas veces hecha, demuestra que, con un ejercicio puramente mental, se puede descansar muy profundamente sin dormirse; un ejercicio, de este tipo, prolongado diez minutos o un (P. 65) cuarto de hora, permite hacer desaparecer en gran parte la sensación de cansancio debida, por ejemplo, a una salida nocturna. Esto nos enseña que se puede y se debe aprender a descansar. El reposo no depende solamente de un descanso muscular sino también de una relajación psíquica que es necesario saber realizar. También podemos intentar interpretar el resultado negativo de las experiencias de Atwater y de Benedict: el hecho de que el gasto del organismo parece permanecer igual, tanto se dedique el sujeto a un trabajo mental o se abstenga. Es natural de objetar que, al medir el metabolismo respiratorio, escapen a la observación otros metabolismos que estén probablemente vinculados al trabajo mental. Se puede decir también, esta interpretación no excluye a la otra, que la expresión trabajo mental no tiene un sentido preciso. Es necesario preguntarse, en efecto, si hay una gran diferencia en el trabajo de la imaginación cuando un sujeto pasa del estado de atención pasiva (del sueño despierto por ejemplo) al estado de atención activa (caso, por ejemplo, de un problema a resolver). Si esta diferencia no es de orden energético, ella debe escapar a nuestras medidas. En cambio, para colocarse en estado de descanso profundo, nuestros sujetos tienen que esforzarse en no tener ya ninguna representación y naturalmente evitaremos toda excitación sensorial. Su estado mental es, tanto como sea posible, el que refleja la vulgar expresión de estar con <>. ¿Es bueno, aconsejable este descanso de la imaginación que es medido en el transcurso de nuestra experiencia? Nos parece que la explicación más admisible para recomendarlo está en que es difícil que un modo de representación cualquiera, verbal o visual en particular, no esté asociado más o menos a imágenes motrices. Estas imágenes motrices son verdaderos esbozos de movimiento que, sin ser visibles, implican, sin embargo, ligeras contracciones musculares 38
de las cuales el sujeto no tiene conciencia, pero que corresponden a un verdadero gasto de energía. Este gasto de energía sería medido por la diferencia entre el valor del metabolismo en el estado que consideramos como de descanso y el valor de este mismo metabo(P. 66) lismo en, lo que hemos llamado, el descanso profundo. La diferencia de un 15 a un 20% mostraría que estas inconscientes contracciones musculares son bastantes considerables; se comprende por consiguiente que esta relajación sea adecuada ya que, si este gasto de más no ofrece inconvenientes para un sujeto normal, rico en energía, éste es un derroche dañino para el deprimido en que, tal vez, dicha inconsciente actividad es aún mayor que en el individuo normal. Añadimos que los resultados que anunciamos aquí, han sido encontrados después por el doctor Goldenberg, que sugiere igualmente la inacción física y mental a sus sujetos en el estado de vigilia. Aquí se detiene nuestra experiencia en un ámbito que las circunstancias no nos han permitido explorar más allá. Nuestras constataciones son suficientes, creemos, de justificar las prácticas recomendadas para traer un sujeto, al final de la sesión, a su estado normal. Estas imágenes de <>, que han podido parecer, con justa razón, fantasiosas, no son más que un accesorio cuyo empleo no es más asombroso que el que tiene un extensor, el cual se hace estirar para recuperar una cierta flexibilidad muscular. Ellas (las imágenes de retorno) ayudan al sujeto a encontrar su régimen psicofisiológico habitual hasta que haya cogido la práctica de hacerlo intuitivamente sin representaciones visuales. 4º CONDUCTA METÓDICA DE LA EXPERIENCIA a) Resumen. El examen crítico que precede muestra que, al margen de los efectos de la sugerencia de la ascensión, los mecanismos del sueño dirigido en el estado de vigilia (*) son los de la psicología del sueño ordinario. Los procedimientos empíricos presentados en el capítulo I constituyen pues un método válido para la investigación de la afectividad subconsciente. Estos procedimientos tienden a reducir al mínimo la intensidad de todas las excitaciones, externas e internas, susceptibles de dar las componentes en la imagen ____ (*) [Aquí R. Desoille roza la definición con la que años después terminaría denominando a su método: Rêve éveillé dirigé: Sueño despierto dirigido. -N. del que t.-].
(P. 67) del sueño y de llegar a enmascarar así, por sus efectos, la componente que se quiere aislar y que, sólo, es representativa del fenómeno que se quiere estudiar. En resumen, este método consiste: 1º en colocar al sujeto en un estado de indiferencia con el mundo exterior, análogo al del sueño, pero que se distingue por el mantenimiento de su plena conciencia; 2º en emplear la sugerencia para estimular la actividad de la imaginación al mismo tiempo que la orienta. La sugerencia principal debe seguir siendo la de una imagen motriz: sea de ascensión o de descenso, la sugerencia secundaria, reducida al mínimo posible, permite aislar de todas las representaciones afectivas latentes, la que interesa al experimentador 39
sobre el momento mismo; esta es la provocación del contraste; 3º en observar la ley de armonía que preside a la formación de las imágenes, para encontrar, gracias a este contraste, el componente afectivo, que se quiere estudiar, sin arriesgar a enmascararlo por la componente ajena al sujeto que es la sugerencia; 4º en analizar las imágenes, simbólicas o no, por el procedimiento de las asociaciones de ideas como se hace en el psicoanálisis; 5º en hacer regresar al sujeto a su estado normal por transiciones lentas para tener en cuenta los efectos psicofisiológicos que hemos indicado. La tabla de la página 68 [\41] precisará con más detalle el modo de empleo de este método. Los efectos de la sugerencia de la ascensión, siendo todos difícilmente explicables, han sido verificados por varios psicólogos, entre ellos Charles Baudouin, profesor de la Universidad de Ginebra, sobre una cantidad bastante considerable de sujetos, para que no subsista ninguna duda sobre su realidad. Son estos efectos, descubiertos por el teniente coronel Caslant, los que constituyen una verdadera novedad. Ha sido dicho del psicoanálisis que éste no se enseña con la misma gran claridad que lo hace las técnicas médicas; más aún que [El texto continúa en la p. 69\42. -N. del que t.-].
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(P. 69) este método, el psicoanálisis, es un arte. El manejo del contraste y la observación de la ley de armonía de Bergson, son muy delicados. La menor torpeza falsea el resultado de la experiencia y, para salir bien ésta, es necesario una iniciación personal o, al menos, un previo psicoanálisis y tener una larga práctica en manejar a sujetos. No se puede, en efecto, respetar la ley de formación de las imágenes y su simbolismo, más que al hacer suyas en lo más profundo de sí mismo, las imágenes del sujeto; es de necesidad pues conocerlas por una experiencia tan próxima como sea posible a la suya. Un torpe empleo de la sugerencia con vistas, por ejemplo, a establecer un contraste, provoca un brusco retorno del sujeto al ciclo de sus pensamientos o de sus sentimientos habituales. Este retorno se acompaña a menudo de la imagen de una <> y, en este caso, el experimentador es advertido de su error. Pero esta caída puede no ser sentida por el sujeto y el estado de conciencia a donde se le cree haberlo llevado no puede ser estudiado. Así pues es en el conocimiento intuitivo del estado en el que se encuentra el sujeto, en el manejo del efecto del contraste en función de su estado, donde reside toda la dificultad de empleo de este método. Ulteriormente daremos algunos ejemplos. Es necesario, además, un conocimiento profundo del simbolismo y de la manera de hacer analizar por el sujeto la clara significación del símbolo. Esto no puede adquirirse más que por una experiencia personal. La exposición de las aplicaciones de este método aún precisará el modo de empleo; pero antes de pasar al estudio de estas aplicaciones, daremos algunos ejemplos de sesiones que mostrarán al lector la manera de como los principios, anteriormente expuestos y analizados, tienen que ser aplicados. b) Ejemplos de sueños despiertos provocados por estos procedimientos. Para ilustrar lo dicho, damos a continuación la relación de dos sesiones de inicio de las prácticas, de una (P. 70) tercera habiendo tenido lugar al cabo de algunos meses de ejercitación y de una cuarta presentando en el empleo del método unas particulares dificultades. Estos ejemplos no son dados más que para mostrar sin ningún problema el mecanismo del método; la interpretación completa de los resultados obtenidos no podrá ser dada más que en los capítulos siguientes. Primer ejemplo El sujeto S... es un hombre que ha pasado de la cuarentena, casado, padre de dos niños, ejerciendo la profesión de chofer. El cree ser ateo, pero en realidad, sus creencias son netamente espiritistas. Es un hombre de enorme buena voluntad, pero débil. S... nos lo ha enviado un amigo con la esperanza de que podremos ayudarle a poner un poco de orden en el fárrago de ideas sacadas en función de sus lecturas. S... pasivo por naturaleza, mantiene muy bien las imágenes; es un sujeto fácil de conducir. Después de haberlo ayudado a ponerse en estado de distensión, le proponemos la imagen de un tranquilo paisaje; él allí descansa, después pasea algunos momentos. Le invitamos a buscar una cadena montañosa y a subir a la cumbre más alta. Allí, le proponemos elevarse aún más alto, ayudándole a fijar su atención en la idea de la ascensión por imágenes de escalas, de escaleras, etc. Llega así a la representación visual de un paisaje bastante luminoso que domina desde la cumbre de una colina. Se siente tranquilo y satisfecho. 42
Le proponemos completar esta imagen por un haz de luz que cae verticalmente sobre él, esto lo hace fácilmente. Nuestra intención es pedirle que se deje <> por esta luz para ayudarle a formar imágenes más luminosas; pero en ese momento, una íntima preocupación se le presenta y el sujeto nos anuncia: <>... (Sic) (*). ¿<>? Le preguntamos. Sin responder, el sujeto añade: <> (sic) (*). Le repetimos nuestra pregunta y la respuesta es la ____ (*) [R. Desoille indica que son palabras textuales. Las que aquí se muestran son una traducción de ellas ya que están expresadas en francés. -N. del que t.-].
(P. 71) siguiente: <> No conociendo bien aún a nuestro sujeto, nos limitamos a decirle que en efecto éstas son unas tendencias que sería mejor dominarlas; la sesión habiendo ya revelado un punto muy importante del carácter y de los hábitos del sujeto, la restablecemos rápidamente al estado normal y provocamos a continuación sus confidencias. S... resulta ser, por temperamento, más que por convicción razonada, revolucionario y bebedor. Le preguntamos si quiere desembarazarse de este hábito de beber; S... nos dice desearlo vivamente; que no está llevado por sus camaradas, que él se deja llevar por la bebida. En las sesiones siguientes, lo ayudaremos a formar imágenes de autosugerencia que lo han alejado de las tabernas durante varias semanas, según su misma mujer, pero que no lo tienen curado. Damos este ejemplo para mostrar como un trastorno de conciencia se revela espontáneamente en el transcurso de la sesión por una imagen simbólica, el corazón negro, que el sujeto interpreta inmediatamente de sí mismo. Segundo ejemplo Este caso es muy diferente del anterior: se trata de una sesión consecutiva a una quincena de otras, datando ya de un año las primeras. No obstante, la escogemos como ejemplo de una sesión de principio de ejercitación, ya que los progresos de la sujeto fueron tan lentos, que el resultado alcanzado es comparable al que se obtendría en una segunda o tercera sesión con un sujeto medio. R... ha sobrepasado la cuarentena; ella pertenece a la burguesía y es medianamente culta; durante más de un año ha sido psicoanalizada por una doctora y parece haber tomado conciencia del origen de la mayoría de los trastornos de carácter de los cuales ella padece. A pesar de eso, sigue siendo poco activa y muy mal adaptada a las necesidades de la vida social. Antes de la experiencia, largamente nos habla de los rencores que guarda hacia su padre, los cuales la conducen a (P. 72) ensombrecer su infancia. Estos recuerdos, como se va a ver, nos harán orientar la sesión. Proponemos, como imagen de partida, un paisaje de nieve silencioso y tranquilo. Esperábamos un paisaje soleado; el que se presenta es un paisaje nocturno, caracterizando el estado de depresión de la sujeto; sin embargo, conservamos esta imagen de partida (1). Como representación soporte elegimos para la ascensión la imagen de un rayo luminoso, a lo largo del cual R... se desliza hacia lo alto. Llega así ella misma en una atmósfera luminosa ante unos personajes sentados; el que está en el centro representa a Dios... 43
Notamos enseguida que R... sabe perfectamente que toda esta escena no es más que el producto de su imaginación; conserva íntegramente su escepticismo ya que no es creyente (2). Ella expresa el deseo de ver disolverse la indiferencia de la que padece frente al prójimo por una forma que es la de la plegaria. R... se ve accesible a devenir a fuertes, importantes sensaciones, pero ninguna de estas sensaciones es vivida. Rogamos a R... formar la siguiente imagen: un hombre se encuentra ante una enorme roca que debe desplazar. Está acompañado de un niño; en su esfuerzo por mover la roca, empuja al niño por descuido. Formada esta imagen, rogamos a R... contemplarla algunos segundos y le preguntamos si el niño puede estar resentido con el hombre por así empujarlo. Estima que no; le hacemos entonces notar que su padre, como ser humano, tenía que luchar, consciente o no, contra sus defectos de carácter, como todos tenemos que hacerlo; en esa lucha, si ha llegado a herirla, sin duda él no es completamente responsable; no es seguro que se pueda acusarlo de maldad. R... acepta esta proposición y la de considerar a su padre, en el futuro, con el mismo ánimo con el que ella considera ____ (1) Se asociará este género de imagen a la composición <>, del que damos la reproducción. [Situado en el original y aquí, fuera de texto, entre la p. 106 y 107\64. -N. del que t.-]. ____ (2) Un sujeto perfectamente equilibrado, de alta cultura científica y de convicciones materialistas nos ha dado imágenes muy próximas a éstas. Estas imágenes son muy frecuentes.
(P. 73) actualmente al hombre de la roca; comprende que debe compadecerse de un sufrimiento del que ella nunca había pensado. Esta sugerencia no provoca aún la reacción que buscamos: no hay aquí un verdadero sentimiento, realmente experimentado. La sesión se prosigue por una nueva ascensión en un rayo de luz. Proponemos la idea de agua (imagen escogida en función de la idea de frescor, de aplacamiento). R... ve <>. Esta representación se asocia a la idea <>. Una ligera relajación es obtenida. Esta sesión es de las más triviales pero es característica de lo que se le obtiene a un sujeto cuando no está en buena salud física y de ánimo. No éramos informados sobre las tendencias profundas de la sujeto a la que no conseguimos conmover y hemos sido obligado a emplear frecuentemente la sugerencia para suplir la insensibilidad de la sujeto. Una sesión como ésta no tendría ningún interés práctico si no debía ser continuada por otras mejores. En realidad, desde que R... ha comenzado su práctica, hemos podido constatar en ella un gran esfuerzo que, en parte, lo ha podido hacer gracias al estímulo que encuentra en sus sesiones. Según su entorno, hay un progreso real, una mejora del carácter, una mayor aptitud para la acción, y podemos afirmar que estos progresos han sido duraderos. Tercer ejemplo La relación detallada que sigue es la de una sesión de la que se puede considerar como típica; este informe ha sido establecido por la sujeto, mujer cultivada, artista, mayor de 48 años. B. M... ha comenzado con nosotros su ejercitación con otro de nuestros temas (4 a 5 sesiones) y la relación que sigue es la de la quinta sesión. B. M... no presenta (P. 74) incómodas disposiciones neuróticas; no pertenece a ninguna confesión religiosa. 44
Después de los algunos minutos de necesario reposo para obtener una suficiente relajación, proponemos a B. M... imaginar flores; ella tiene las imágenes siguientes: <>. Le preguntamos si se trata de una simple reminiscencia [(rememoración)] de la Naturaleza, o si esta imagen conlleva un simbolismo. La sujeto continúa: <>. Aquí, habríamos podido comenzar por conseguir de nuestra sujeto un análisis detallado de estos símbolos como se hace en el psicoanálisis; pero como nuestro objetivo no es hacer revivir a la sujeto su pasado instintivo y sentimental sino, por el contrario, de anticipar sobre su futuro para prepararla, hemos procedido a la inversa del psicoanálisis -el procedimiento psicoanalítico correspondiente es más bien un <>- y de la imagen que la sujeto describe, hemos provocado una <> tal y como sigue: <> de la imagen
(P. 75) no existen ya, y vuelvo descender sobre el plano que acabo de abandonar>>. Hay que evitar, en los comienzos dejar en el sujeto esta sensación de ausencia total de representaciones visuales; es sólo después de una larga práctica cuando podrá sacar algo útil de tales sensaciones; ulteriormente ellas dejarán, en efecto, un profundo sentimiento de serenidad y son muy preciadas por eso. La sesión continúa de la siguiente manera: <>. Esta orientación de la sujeto tiene por objetivo la de llevarla a la autocrítica, o a la autosugerencia, que será lo más inmediatamente útil puesto que la habrá provocado ella misma, espontáneamente. La respuesta es la siguiente: <>. Habiendo así liberado un intenso dinamismo afectivo, aconsejamos a B. M... mantenerlo 45
en acción lo más posible. Después, sabiendo por sus confidencias, que ciertas desavenencias con su entorno le han sido muy penosas y que aún pueden (P. 76) perturbarla, le aconsejamos evocar, en la imagen presente, a las personas de las que tiene que quejarse: <>. Sintiendo que en ese momento el dinamismo de la imagen comienza a agotarse, pedimos a la sujeto buscar otro símbolo; he aquí lo que se presenta: <>. Este símbolo provoca en mí una emoción inimaginable: me parece que penetra de una manera, que incluso no es perceptible a mi entendimiento lo que realmente significa esta palabra. Una apacible belleza emana de esta simple y desnuda espada, una majestad infinita que me empequeñece. Es el atributo supremo de Dios, su más bella realeza. El universo y sus mundos me parecen ordenados bajo esta ley. Yo pasaría las horas -me parece- en la contemplación de esta hermosa espada, inmersa por el flujo de una incomprensible percepción, verdadero arrobamiento del espíritu; las palabras han desaparecido, las imágenes se han esfumado, pero la inteligencia es tan aguda que ella penetra en lo que no se ve ni entiende. Desde esta sesión, me es suficiente evocar esta visión para volver a tener la misma sensación, la misma misteriosa emoción: en el tumulto de los sentidos, durante ruidosas conversaciones, la hermosa espada en su pureza está en lo más alto de mí ser psíquico ajustando el ritmo profundo de la vida>>. Anotamos que si la espada debe sugerir la idea de una tendencia erótica subyacente, no hay que atribuir una significación fálica a esta imagen más que secundariamente. El análisis nos conduciría a ver en esta espada la expresión de una reivindicación personal que no es de ninguna manera rechazada por la sujeto ya que el desarrollo normal de las sesiones anteriores nos lo garantiza. Esta imagen es una condensación de la idea de (P. 77) falo y de la idea de justicia, por oposición a la idea de injusticia de la que la sujeto sufre en razón de su celibato involuntario. Sólo, la idea de justicia es retenida y sobre ella es con la que dejamos hacerse el trabajo de sublimación puesto que, en este particular caso, no debemos temer cualquier conflicto. La significación actual de este símbolo debe ser encontrada en la lección de la imagen anterior en donde no hay ya ni ofensor ni ofendido: la ofendida tiene culpas y el sentimiento profundo de la justicia la pone en igualdad de condiciones con el ofensor; sólo debe subsistir, el sentido de la armonía universal. Hay que hacer notar que el dinamismo de estas imágenes se conserva en la vida corriente y que la sujeto se sirve de él, como de un potente medio, para practicar una autosugerencia, totalmente consciente, que le permite rechazar todo lo que tendería a deprimirla. Siguiendo una feliz expresión de Pierre Janet: ha aprendido a movilizar las energías profundas de su psiquismo superior para mantenerse en un estado de equilibrio altamente deseable. El objetivo de las prácticas está alcanzado; la sujeto ha sustituido la imagen de los acontecimientos, que su instinto le había proporcionado, por una imagen conforme a la Sabiduría y que llega esto a convertirse en una directriz en su vida. 46
Añadimos que esta sesión es ya antigua y que hemos podido constatar que esta sujeto, como muchos otros, ha conservado desde entonces todo el beneficio que asegura haber encontrado en este trabajo sobre sí misma. Cuarto ejemplo Hemos dicho que la aplicación de este método es un arte, nos es pues muy difícil dar cuenta aquí de todas las variedades de aplicación de los principios generales que hemos enunciado. No obstante, otro ejemplo permitirá al lector mejor comprender hasta qué punto es necesaria una larga práctica de este método para saber adaptar todos los <> de los principios enunciados al particular caso de un sujeto o, simplemente, al particular caso de una sesión con el mismo sujeto. (P. 78) X... es una joven estudiante de 18 años, con buena salud, cuyo padre ha trabajado con nosotros. Ella desea conocerse mejor para adquirir un mayor control de sí misma. La concentración de la atención y el estado pasivo han sido obtenidos fácilmente en algunas de las sesiones anteriores; las imágenes eran simples y se formaban lentamente. La sesión que aquí referimos es la sexta. Pedimos a X... que escoja ella misma la imagen de partida y que intente mantener ella sola la idea de la ascensión rogándole no obstante describirnos sus representaciones. X... nos dice experimentar simplemente un <>. La imagen visual nos parece muy pobre, por no decir completamente inexistente; sugerimos a X... una representación visual más precisa: ella se imagina un camino ascendente en una hermosa luz blanca dorada. X... llega así a la cumbre de una montaña emergiendo por encima de un espacio azul profundo. Le proponemos que siga por los rayos verticales de luz que caen sobre este paisaje. Interrogada sobre las sensaciones que experimenta, X... nos habla de una sensación de plenitud y de la <>. Le pedimos que especifique esta última impresión y X... nos explica que esta sensación, se corresponde con la capacidad, que ella se reconoce, de ser simpática. Es, dice ella, una búsqueda de activa comunión. Los sentimientos expresados pueden no ser más que una lección aprendida; en todo caso, no creemos que hayan sido experimentados, en el mismo momento, muy profundamente. Se puede también interpretarlos como un apetito de cariño y de afecto, normal en una joven de esta edad, pero en donde el altruismo verdadero tiene aún poco lugar. La luz en la que X... se ve rodeada le parece a la vez <>. Ella se esfuerza <>. Los sentimientos expresados y las representaciones visuales, tal como venimos de describirlas, serían perfectamente concordantes, al menos en apariencia, si se tratase de una sesión (P. 79) después de un año de prácticas. No obstante <> falta; no es tanto por el análisis de las imágenes visuales, sorprendente para una sesión tan cercana del comienzo, como por la pobreza de las imágenes afectivas lo que hace retener nuestra atención. Cuando preguntamos a X..., ella responde con frases sobrias y justas, es verdad, pero lo hace después de un tiempo de reflexión muy apreciable. La respuesta no es espontánea, X... busca lo que ella debe responder. El estado pasivo no está alcanzado; algo viene a falsear la sesión; es necesario descubrirlo. Varias hipótesis se presentan a nuestra mente y vamos a tratar de verificarlas. Para eso, 47
<> primero a la sujeto proponiéndole la imagen de una plataforma luminosa sobre la cual ella descansará mientras que la interrogamos. Teniendo en cuenta el medio en el cual ella vive y de las conversaciones que ha podido oír sobre la ilusión de las representaciones visuales, le preguntamos si tiene alguna prevención inconsciente que le impida el libre juego de su imaginación; tras reconocer que la imagen visual no tiene valor en sí y de que podrá más tarde prescindir de ella, le explicamos que la propia imagen es, un medio de trabajo para ella y un control para nosotros, absolutamente indispensable. X... nos dice que no experimenta prevención pero nos confirma que está impotente, en ese momento, para formar representaciones visuales. Enfocamos entonces la hipótesis de que esta joven estudiante atraviesa una excesiva <> debido a un intenso trabajo intelectual durante el periodo de exámenes. Al principio de la sesión hemos buscado limitar el empleo de la heterosugerencia al mínimo posible para que las representaciones surgiesen con el máximo de espontaneidad. Cambiamos de táctica y decidimos intentar, ante todo, producir una más completa relajación psíquica ya que está imperfectamente conseguida. A este efecto, rogamos a X... imaginarse que marcha toda recta hacia adelante buscando una imagen. Ella todavía no <> nada. Le pedimos que (P. 80) nos diga lo que tiene bajo los pies. <> nos dice. La forzamos así a fijar su atención sobre unas representaciones en las que el interés estaba de manera insuficiente con la intención de distraerla de una restricción interior inconsciente pero no obstante muy absorbente. X... nos precisa todavía que <>. Interrogada sobre sus sentimientos los define como <>. Completamos este primer resultado pidiendo a nuestra sujeto imaginar un estanque. X... nos lo describe circular, aproximadamente de 3 metros de diámetro con un brocal; contiene agua pero de un <>. Aquí, volvemos a hacer una experiencia, hecha muchas veces, con un resultado siempre idéntico. Rogamos a X... recoger agua en su mano y le preguntamos sobre el aspecto de esta agua. <> nos dice la sujeto. La impresión de frescor unida a esta imagen visual es muy agradable. Atraemos toda la atención del lector especialmente sobre el resultado de esta experiencia; hace percibir cómo algunos detalles de las representaciones de los sujetos permiten reconocer en qué estados de conciencia ellos se encuentran; estos detalles son susceptibles de ser toscamente o mal clasificados y, al mismo tiempo que ellos, también los estados de consciencia que les están vinculados. De paso indicamos que, a pesar de su estado de excesiva tensión espiritual, la sujeto a cambiado de estado de conciencia en el transcurso de la primera parte de la sesión, antes de que cambiemos la orientación. En la imagen insólita del <> está la prueba. Aseguramos la relajación psíquica con las siguientes proposiciones: <>. Luego, le rogamos a X... contornear el estanque y pasearse <>. Este jardín es inmediatamente imaginado: <
(P. 81) árboles, cipreses; al menos estos árboles tienen la forma de cipreses pero no son de la misma materia>>. Preguntada sobre su estado afectivo, X... toma conciencia de la relajación psíquica obtenida precisando <>. X... llega a un llano en medio del cual se encuentra un gran árbol aislado. Comenta <>. Sin duda convendría aquí proceder, como en el psicoanálisis, por asociaciones de ideas, a estudiar el simbolismo profundo de este árbol. Sin embargo, preferimos, ese día, proseguir por la vía que habíamos iniciado, la de la sugerencia sedativa, reservando para una ulterior sesión las investigaciones psicoanalíticas que por cierto reconocemos necesarias. Rogamos pues a X... imaginar a un ser humano, sin decirle no obstante que éste será, de alguna manera, representativo de ella misma. X... tiene inmediatamente la sensación <>, sin embargo no siente temor. Debemos pensar que esta sensación está ligada oscuramente al simbolismo del árbol, entonces, sin buscar el verificar si es así y, a pesar de la calma de la sujeto, tomamos algunas precauciones rogando a X... imaginar una pared de cristal que la separa de <>. Le pedimos elevarse paralelamente a esta pared de cristal y de imaginar a un ser <>. Ella se representa a un ángel <>. Anotamos aquí que, en la iconografía religiosa, los personajes místicos descendentes del Cielo para aportar la paz y la consolación, y de la que la figura está plena de compasión y dulzura, están siempre representados en una posición normal; por el contrario los ángeles advertidores, los que suenan la trompeta para recordar alguna orden divina, o los ángeles destructores, cuyo semblante es severo o al menos imperioso, descienden del Cielo la mayoría de las veces cabeza abajo. (P. 82) Aunque sólo sea por la expresión de burla, siendo ésta sospechosa, le rogamos a X... ahuyentar a este personaje. Aunque no practicando ninguna religión X... es cristiana, por lo que le sugerimos, para espantarlo, hacer una señal de la cruz sobre esta figura que desaparece inmediatamente. Por tercera vez, le pedimos a X... imaginar a un ser humano <>. Éste se presenta alto, en actitud hierática, su mirada fijada sobre la de X... Es <>. Explicamos a X... que debe comportarse como en un sueño; le rogamos que interrogue a este ser como si él tuviera una existencia fuera de su imaginación y la invitamos a solicitar un símbolo. Como respuesta, el personaje presenta su mano en la cual se eleva una llama. La sensación que experimenta la sujeto ante este espectáculo es la de una <>. Esta llama es interpretada como un símbolo de caridad. Hacemos notar que reencontramos aquí la preocupación dominante del comienzo de la sesión, pero bajo una forma simbólica, así pues más espontánea, menos aprendida. La palabra caridad está empleada, pero es probable que la palabra amor traduciría mejor el verdadero apetito de X...; no obstante, sólo tenemos que tener en cuenta, por el momento, la intención consciente de la sujeto. Rogamos a X... que piense en las circunstancias de la vida cotidiana donde ella reconoce fallar de comprensión y de afecto. La sujeto nos dice recordar esas circunstancias, entonces 49
le pedimos que se de la orden de evocar esta imagen, en el momento oportuno, para así mejor lograr disminuir estas tendencias personales que su razón condena y también para consentir más fácilmente en los sacrificios que ella reconoce necesarios. Después de algunos momentos de contemplación de este estado espiritual la hacemos regresar a su estado normal. A continuación le explicamos lo que a pasado; especialmente atraemos su (P. 83) atención sobre el peligro que hay en una tensión mental demasiado grande, que una salud medianamente robusta no permitiría soportar esta tensión durante mucho tiempo sin inconvenientes; le aconsejamos reservar algunos minutos, varias veces al día, para realizar una representación visual de un paisaje tranquilo, para así llegar a una distensión psíquica indispensable en el cuidado de sus fuerzas y para la conservación de un buen equilibrio. Lo más dificultoso, en la conducción de esta sesión, era identificar desde el principio que el trabajo de la sujeto no era completamente normal. No podíamos ser advertidos más que por la comparación del estado en que se encontraba la sujeto con análogos estados de conciencia, estados que no se pueden distinguir los unos de los otros nada más que por una larga práctica de esta disciplina o, aún mejor, viviéndolos uno mismo a través de una ejercitación personal; no dejaríamos de insistir sobre la necesidad de esta preparación. Una vez reconocido el carácter anormal del trabajo de la sujeto, había que buscar la causa; en análogos casos varias hipótesis pueden ser pensadas: doctrina a priori del sujeto que tiene una falsa concepción de los medios a emplear para alcanzar el objetivo que se propone, conflicto de tendencias, tensión espiritual demasiado fuerte como en el caso presente, o, por el contrario, estado de depresión. Una vez reconocida la causa del parcial fracaso, para esquivarla, podemos elegir entre varios medios. Únicamente, el conocimiento del sujeto es lo que permite hacer la más conveniente elección. Así pues es necesario informarse sobre las circunstancias particulares de su vida, tanto como se pueda, antes y después de las sesiones. En el caso de X..., los rechazos, si los tiene, no son profundos, la excesiva tensión mental es por el contrario importante en ella, y es en vistas a una acción sedativa lo que nos ha parecido más conveniente para orientar la sesión. c) Casos particulares. Es necesario ahora indicar otras anomalías que el experimentador puede encontrar en la práctica. Algunas personas pretenden (afirman), no soñar nunca. Lo (P. 84) mismo, algunos sujetos tienen muchas dificultades para formarse una representación visual del objeto de cuya idea se le ha sugerido. O bien las representaciones son fragmentarias, fugitivas, difíciles de mantener, o ellas no se forman en absoluto. El método descrito parece inaplicable. En ciertos sujetos, la dificultad está en la poca intensidad de sus representaciones visuales; más ellos buscarán el precisar los contornos de los objetos que deseen representarse y aquí menos lo conseguirán. Es suficiente hacerles comprender que la imagen es un sustrato sin valor propio y que basta con el pensar en la idea propuesta; se calmarán y, en general, el juego de la imaginación se hará más libre, las representaciones visuales se intensificarán y serán menos sueltas. En otros, la concentración de la atención es tal que dificulta la representación: el sujeto 50
espera una imagen que no se forma. Un procedimiento, que permite la mayoría de las veces remediar este inconveniente, consiste en hacer trabajar al sujeto sentado y no acostado, los ojos abiertos, y pedirle describir un bosque, una colina, el borde de un río, que él conozca y que le guste. Cuando esté bien relajado en su propio relato, se le ruega cerrar los ojos y continuar; luego la sesión es proseguida tal y como anteriormente se tiene dicho. En algunos casos, el <> puede ser provocado por representaciones verbales en lugar de las habituales representaciones visuales. Bastan unos instantes para que el sujeto venga, de sí mismo, a la representación visual. Nos ha sucedido, en un caso especialmente difícil, que para obtener de un sujeto el libre juego de las representaciones visuales hemos tenido que hacerle oír el sonido que emite un jarrón de cristal rozado muy ligeramente con el dedo, siguiendo un procedimiento que indicaremos para el estudio de las representaciones auditivas. Estas dificultades del comienzo son muy raras y ellas no se presentan apenas más que en la primera sesión. Examinemos ahora lo que se produce cuando, en lugar de sugerir al sujeto la idea de subir, el experimentador le (P. 85) propone la de descender. Conducida así la experiencia presenta un interés puramente especulativo para el psicólogo, pero puede tener su utilidad en psicoterapia, como ulteriormente lo veremos. Cuando el sujeto <>, sus representaciones pasan de las escenas de la vida normal a las de pesadilla, para desembocar a espectáculos de escenas <>. Si la experiencia fuera hecha sin tomar precauciones, podría ésta presentar un grave peligro provocando violentos choques emotivos; por eso dicha experiencia no será jamás intentada con principiantes; un año de práctica es necesario de promedio para evitar todo peligro. Éste podrá ser invitado a <>, sólo después de haber llevado a un sujeto a unos estados de serenidad bastante profundos y también haberle dado un hábito suficiente de las asociaciones necesarias para interpretar su propio simbolismo. La manera de proceder es la siguiente: después de haber provocado en él un estado de relajación tan agradable como sea posible, acompañado de la representación de lugares muy luminosos, el sujeto será rogado de hacer las contrasugerencias previas de las que resulten en cuestión. Estas contrasugerencias consisten en simbolizar, por una representación visual, la idea de protección; el sujeto imagina que se reviste de una armadura de la que el aspecto debe estar en armonía con la imagen que tiene de ese momento mismo, por ejemplo, recubrirse con una armadura de cristal. Habrá que insistir sobre el significado y el valor de esta imagen, después dejarle descender por sí mismo; se detendrá, no obstante, inmediatamente si manifiesta la menor repugnancia. Antes de traer al sujeto a su estado normal, será necesario pedirle <>, invitándolo a representarse un paisaje tranquilo; luego le rogaremos evocar sus imágenes del inicio de la experiencia, hasta que vuelva a venir a un estado de serenidad completo durante algunos momentos; a continuación el retorno al estado normal, solamente, será resuelto por los medios indicados anteriormente. (P. 86) d) Representaciones distintas de la representación visual. Igual que dirigimos el sueño despierto con representaciones visuales, igual podemos orientarlo con el sonido, la representación verbal, o las representaciones táctiles y olfativas. Convendrá, en estas búsquedas, actuar siempre con una extrema prudencia. Si se ha 51
modificado el estado de conciencia del sujeto por la vía de las representaciones visuales, se habrá vuelto, en la mayoría de los casos, bastante indiferente a los ruidos, llegando al punto, incluso, de ser inconsciente a ellos si la concentración de su atención es suficiente. Pero si, en el transcurso de la sesión, el experimentador ruega al sujeto de estar atento al ruido, él se volverá al instante extremadamente sensible a las excitaciones sonoras. Es pues necesario, si se provoca una tal excitación, sólo producir sonidos de una muy débil amplitud. Además, parece indispensable, en los comienzos, evitar todo ruido desprovisto de calidad musical, es decir todo sonido aún teniendo numerosos armónicos algunos son discordantes, son estos los que hay que evitar. Será escogido preferentemente pues un sonido poco timbrado, como el de una flauta, o mejor aún, el de una copa de cristal ligeramente rozada con el dedo. Un sujeto, en semejante estado de conciencia tiene imágenes sublimadas acompañadas de un sentimiento de seguridad, ya no percibe solamente el sonido (la sensación normal); su percepción se complica con una propia y muy rica representación auditiva. Le parece que una nota musical estaba asfixiada, contenida en cuanto que producida, genera una verdadera sinfonía que parece repetirse en el espacio hasta el infinito. Es por ello que aquí nos sea permitido hacer una digresión. Vivekananda, el amigo hindú de William James, escribe en su tratado <>, que la caída de un alfiler sobre el entarimado produce sobre el que se encuentra en determinados estados de consciencia, el efecto del trueno. Algunos autores han considerado tener que inferir que tales estados de consciencia son infinitamente peligrosos. Hay que comprender bien que el efecto del trueno del que se trata, no es más que una simple representación, (P. 87) como el ruido del trueno que se podría oír en sueños y, tan desagradable como tenga que ser esta sensación, ella es de una índole distinta a la de la conmoción fisiológica que se produciría si un trueno realmente estallaba. Después de algunos intentos, durante los cuales habremos llevado al sujeto a escuchar en sí mismo, será posible interpretarle algunas notas de una melodía muy simple. Naturalmente habrá que escoger esta melodía de modo que su cualidad musical vaya en armonía con el estado afectivo del sujeto. Si éste vive unos estados de conciencia correspondientes a sensaciones de serenidad, de afecto, de amor al prójimo, sería desastroso interpretarle música mediocre. El paso por alguna melodía de Bach, de César Franck o de otro músico verdaderamente religioso reforzará, por el contrario, la concentración del sujeto y abrirán a su contemplación unos insospechados horizontes. Una progresiva ejercitación permitirá hacer aparecer las representaciones verbales, en general muy raras en la mayoría de los sujetos sanos. A menudo hemos constatado representaciones olfativas, pero jamás las hemos provocado. Siempre hemos evitado las excitaciones táctiles, pero es posible que sea interesante tener este recurso si se toman minuciosas precauciones. Quizás llegaríamos así a reproducir a voluntad, sobre cualquier sujeto, los fenómenos tan curiosos de dermografía. El estudio de estas manifestaciones cutáneas podría ponernos en el camino de algunos procesos psicofisiológicos de los que el conocimiento permitiría la curación de afecciones orgánicas por simple sugerencia, como es posible, al parecer, para hacer desaparecer las verrugas. Habría toda una serie de investigaciones a emprender por la vía que aquí indicamos, investigaciones que no hemos hecho más que esbozar en relación al sonido y que los orientales parecen haberlas llevado muy lejos. 52
__________ (P. 88) [Página en blanco] (P. 89) CAPÍTULO III
SIMBOLISMO, INVENCIÓN, MEMORIA 1º CARÁCTER UNIVERSAL DEL SIMBOLISMO REVELADO POR ESTE MÉTODO La personalidad humana se le aparece a los psicólogos modernos como infinitamente más vasta, más rica de posibilidades a como ellos no parecían admitirlo en el pasado. Ella se presenta sin embargo en todos con una siempre idéntica estructura general, aun cuando sus variedades son innumerables. En razón de la naturaleza misma de los hechos que buscaban de evidenciar, los psicoanalistas han hecho llevar sus experiencias sobre una limitada zona de la afectividad como ya lo hemos comentado. Para explicar otras modalidades de los sentimientos, que ellos no podían ignorar, pero que no la han sometido al control de una adecuada experiencia directa para este estudio, han imaginado la teoría de la sublimación del instinto y sobre la cual tendremos que regresar en el capítulo IV. Esta teoría encuentra una justificación notable, entre otras, en el análisis de la producción artística. Pero el estudio directo de los procesos de la sublimación está muy limitado si se atiene a los procedimientos ordinarios del psicoanálisis. Este estudio directo es, por el contrario, el objeto mismo del método que aquí presentamos. Se puede, en efecto, encontrar, en el sueño despierto, todo el simbolismo de la literatura y de las artes plásticas y, detrás de este simbolismo, todos los matices de los sentimientos que éste refleja. (P. 90) Si examinamos las representaciones de nuestros sujetos teniendo en cuenta lo anteriormente expresado, constatamos que dichas representaciones son reveladoras de un contenido psíquico común a todos los hombres y cuando empleamos la expresión <> tenemos a la vista también los <> que son considerados por Roland Dalbiez como los símbolos propiamente dichos. Este simbolismo universal corresponde a lo que C. G. Jung llama <>, que él distingue del inconsciente personal. <>. Uno de los más notables, entre estos simbolismos, es la asociación de las imágenes visuales y afectivas vinculadas a la imagen motriz de la ascensión o del descenso. Esta asociación, que se encuentra en la Obra de Dante, es el eje mismo de nuestra técnica. Sobre este simbolismo primitivo, que tenemos estudiado, vendrán a sumarse todos los simbolismos que podremos someter a un directo estudio. He aquí un ejemplo de este simbolismo universal constatado en el transcurso de nuestras 53
experiencias. Tenemos ya dicho que en las escenas imaginadas por los sujetos muy frecuentemente conllevan personajes, al menos en los comienzos de las prácticas. Estos personajes primero son <> enteramente; luego, el rostro es a menudo confuso; en su lugar, el sujeto no <> más que un halo intenso de luz. Pero la sensación que es experimentada más o menos constantemente es la de la mirada de estos personajes. Esta mirada es uno de los elementos que contribuye sin duda alguna al sentimiento de presencia, cuando este último es manifestado. La mirada de las imágenes es uno de los detalles que conviene de estudiar con la mayor atención. A menudo conlleva una considerable carga afectiva ya que es representativa, creemos nosotros, de todo lo que ha podido contribuir a formar lo que Freud, ____ (1) L'inconscient dans la vie psychique normale et anormale, p.110. Payot, 1928. [La Editorial Losada tiene editada esta obra con el título: Lo inconsciente, en la sexta edición, año 1976, dicho párrafo se encuentra situado en la p. 83. -N. del que t.-].
(P. 91) en la exposición de sus concepciones teóricas, ha llamado el <>. Sería, si se prefiere, el símbolo universal de la conciencia moral o de su contrario. El lector sabe, en efecto, que la imaginación no puede expresar lo contrario de una idea más que por la misma imagen de esta idea: la idea de justicia y la idea de la injusticia padecida éstas podrán, por ejemplo, expresarse simbólicamente por la imagen de una misma espada. Así pues a la imagen de la mirada está asociada toda la carga afectiva del contenido del <> o de su contrario. Esto se debe evidentemente a nuestra costumbre de intentar discernir en sus miradas las disposiciones de nuestros interlocutores hacia nuestro lugar. No hay que confundir la sensación de la mirada con la imagen del ojo cuyo simbolismo puede ser enteramente diferente. El ojo puede ser el símbolo de la tendencia de vigilar o, por condensación, del objeto vigilado por él mismo; en este caso, se trata de una tendencia instintiva, inconsciente en general, y no del recuerdo afectivo siempre relacionado a una enseñanza moral, que la sensación de la mirada simboliza. Es por la mirada como nuestros parientes y nuestros educadores han intentado hacernos percibir su estímulo para hacernos actuar o para la reprobación de nuestras faltas: nuestra conciencia moral ha sido formada por la mirada de los que consideramos como nuestros jueces cualificados. Aún es la mirada la que nos ha prevenido de los peligros que podíamos correr debido a nuestros semejantes. Así pues el origen de este simbolismo fácilmente hace comprender su carácter universal y lo encontramos en toda la literatura y el arte religioso donde tan a menudo es hecha alusión a la <>. La Fábula Si tenemos conocimiento de los tesoros de arte y pensamiento que estamos habituados a considerar como patrimonio colectivo de la humanidad, la gran mayoría, nos sentimos bastante desprovistos de los materiales que los artistas han insertado en sus obras. Este sentimiento es no obstante, hasta un (P. 92) cierto punto, una ilusión; la verdad es que no sabemos tomar contacto, en nosotros mismos, de todas nuestras posibilidades psicológicas. Esta verdad no ha sido proclamada por los psicoanalistas más que en lo que concierne a algunas modalidades afectivas y todavía oímos al jefe de una reputada clínica, que él mismo se ha sometido al psicoanálisis durante largos meses antes de practicarlo, decirnos, después de haber servido de sujeto para 54
conocer nuestro método: <>. Encontramos una confirmación de lo anteriormente dicho en la fábula. Numerosas discusiones han tenido lugar sobre su origen y sobre la de los mitos religiosos y de los símbolos empleados por los artistas para representarlos. Dicha escuela <> ve con Cosquin en la universalidad del folclore, no el resultado de la unidad del espíritu humano, sino la difusión de los cuentos entre las razas, a partir de un mismo centro que quiere ser la cuna de las civilizaciones arias. Existe una tesis <> de Andrew Lang, una tesis <> de Saint-Yves, una tesis <> y sin duda hay otras más. Sean cual sean las verdades que ellas expresan, las de Bergson nos parece seguir una mejor vía cuando él asigna a la función fabuladora un papel de preservación del individuo y de la especie; se acerca así al punto de vista biológico que no se debería nunca descuidar. Ha sido aplicado al estudio del problema aquí expuesto un método que es el de la Historia o de las Lenguas, cuando la experiencia directa y la simple observación de los hechos corrientes deben ser suficientes para resolver la cuestión. Desde las primeras investigaciones que tenemos hechas con el método expuesto en los anteriores capítulos, nos ha llamado la atención constatar que la gran mayoría de las imágenes descritas por sujetos de los dos sexos, de edad, medio, cultura y temperamento muy diferentes, presentaban características generales que variaban poco de uno a otro sujeto para unos (P. 93) estados de conciencia que, en tanto como podamos captar semejante cosa, parecen ser los mismos. Sólo, los matices, variando hasta el infinito, son los que permiten clasificar a un sujeto y definir su carácter. Esta misma observación ha sido hecha por Jung para los sueños ordinarios. Nos ha sorprendido, en particular, por el carácter a menudo tan pintoresco de las imágenes y por la analogía que presentaban con las obras de pintores o de escritores simbolistas antiguos o modernos. De aquí a pensar que hay una analogía entre los estados de conciencia así provocados y aquellos en los cuales se han encontrado dichos artistas en cuestión -al menos en el momento de su <>- no hay más que un paso ; repetidas experiencias nos autorizan a franquearlo. Es así que en las representaciones del sujeto, la aparición de hadas, genios, gnomos, de seres aureolados de luz, de seres alados, etc. es extremadamente frecuente. Encontramos las formas simbólicas de los pintores de la Edad media; tal vez sea, pura cuestión de reminiscencia cuando se trata de símbolos que el interesado no puede tener vistos en su existencia, pero se hace enigmático cuando se trata de símbolos que le son sin duda desconocidos y que se encuentra muy raramente en pintura o en los cuentos. Aparece así todo el simbolismo de Dante y de los grandes místicos cristianos, aun cuando el sujeto no tenga leída la Divina Comedia o la descripción de las visiones de los santos. Si se descarta la sugerencia inconsciente, incluida la posibilidad de una lectura de pensamiento de la que hasta este punto aquí la frecuencia de la repetición parece poco probable, es necesario al menos admitir que en estas construcciones de la imaginación preside una ley general, un simbolismo universal, como los psicoanalistas lo han afirmado. La potencia creadora de la imaginación, en estos particulares estados de conciencia, al principio es causa de estupefacción para el sujeto ; las más bellas creaciones artísticas le 55
parecen como banales, sin que se pueda aquí invocar análoga ilusión a la de inteligencia superior provocada por los alcaloides ; la descripción hecha descarta toda duda respecto a eso; el sujeto se encuentra en el estado de espíritu del (P. 94) artista sincero, siempre descontento de su realización que le parece inferior a su concepción. He aquí un ejemplo; aquí veremos como las creencias del sujeto se expresan bajo una forma simbólica que recuerda a ciertas composiciones pictóricas o literarias: M... es un hombre de 35 años, de origen campesino, de cultura primaria. Conociéndolo apenas, le dejamos orientarse solo, limitándonos a plantear algunas pocas cuestiones que harán aparecer sus creencias. Al comienzo de la sesión, M... se ve conducido por un personaje curiosamente vestido con un hábito azul a la francesa; este <> le hace penetrar en una ciudad. El aspecto de los edificios es hostil, el cielo lívido. Nuestro hombre divisa un montón de escorias y sobre este montón, a un individuo dormido en un estado muy lastimoso; es, dice él, una víctima del <> representado por el montón de escorias. Adelantándose aún más, M... es incomodado por un ruido que califica de infernal: gritos, lamentaciones, etc. Llega cerca de una charca de agua fangosa rodeada de arbustos en el que los troncos y ramas son reptiles. Esta charca es el símbolo de la calumnia y las serpientes representan el mal cometido por los calumniadores. Unos seres, recordando de lejos a la forma humana, rodean al sujeto y a su guía. Zarposos, aullando, desgarradoramente, en un clamor horrible, estos desafortunados tienen todos una lengua <>. Encontramos al menos, en esta ficción, los elementos de la iconografía y de la literatura simbolista que ha servido, en ____ (1) Nos apresuramos a interrumpir esta escena, comenzando con un trabajo de sublimación, como es necesario de hacerlo cada vez que un sujeto presente espontáneamente semejante imagen. Es siempre de temer, en efecto, que similar visión, cuando ella es espontánea, sea el signo precursor de un trastorno mental. Sin embargo debemos señalar que podemos encontrar en todo el mundo este simbolismo infernal y que no hay mayor peligro de investigarlo, después de bastante largo tiempo de trabajo con la <>, si se le impone al sujeto las contrasugerencias necesarias para evitarle un choque emotivo. Si, como ejemplo, hemos escogido una escena infernal es porque las visiones superiores son difíciles, incluso imposibles de describir, ya que ellas no recuerdan nada de lo conocido.
(P. 95) todas las épocas, para ilustrar preceptos morales. El tema es trivial, sin duda, y no suficiente, tal cual, para acabar una obra de arte, pero aquí encontramos los primeros materiales de los cuales el artista puede sacar partido. En otros casos no hay propiamente dichas escenas, sino que el estado afectivo del sujeto está acompañado de imágenes fragmentarias que él describe con tales expresiones que recuerdan, salvando las distancias, a las de las <> de Rimbaud, por ejemplo, en <>. Es así como los sujetos nos hablan de luces <>; inevitablemente se piensa en aquella frase de Bárbaro: <>. Si se le propone al sujeto un tema moral, lo ilustrará según la cualidad de la imagen que tendrá en el momento de la sugerencia; si escogemos convenientemente esta imagen inicial, el sujeto dará de este tema moral o una ilustración por imágenes simbólicas, recordando a los cuentos orientales o de hadas, o por el contrario realizará un comentario puramente 56
especulativo sin cambio de la imagen de partida. No podemos, aquí, más que indicar algunos de los casos que pueden observarse para mostrar simplemente cómo este método permite investigaciones en ámbitos de los más variados. La experiencia revela que las imágenes descritas, cuando dichas imágenes forman escenas, son siempre muy coherentes, si el sujeto es tranquilo y tiene buena salud: las escenas se desarrollan para llegar a un final lógico. La mayoría de estos sueños despiertos, expresando siempre los deseos o las creencias del sujeto, son la prueba de que los diferentes tipos de fábulas difundidas en todos los tiempos, en todos los países -ya sea como la expresión de un mundo mejor eternamente buscado por el hombre, o como una enseñanza moral llave de esta felicidad- no son más que la expresión de tendencias innatas, comunes a todas las razas, lo que explica su alcance educativo; encontramos necesariamente en nosotros el eco de lo que ellas expresan. La (P. 96) fábula es simple y llanamente la expresión misma de la naturaleza humana y, ésta, variando poco de una época a otra o de una raza a otra, la fábula nace, espontáneamente, por todas partes y en todo tiempo, según las mismas leyes de la expresión simbólica. Aquí, se impone una observación importante: Es preciso bien diferenciar entre la fabulación del folclore, que ilustra una cierta enseñanza moral o alguna verdad filosófica, y las representaciones visuales análogas a las de la lámina <>. Si estas últimas imágenes llevan al sujeto a expresar la misma enseñanza moral que la de la fábula, hay no obstante una diferencia profunda entre los dos estados de conciencia correspondientes. Encontramos las imágenes de la fábula en nuestros sujetos, desde las primeras sesiones. La expresión, en una forma simbólica, de las verdades morales más o menos comunes que aquí se encuentra, corresponde por su carácter arcaico a un verdadero retorno al estado prelógico, del que importa, naturalmente, hacerles salir lo más rápidamente posible. Además el precepto moral ilustrado por esta fabulación está entendido por el sujeto quien da él mismo la traducción de los símbolos; pero la sensación que puede tener es siempre débil y de las más comunes. Por el contrario, las imágenes como las de <> sólo se encuentran más tarde ; estas imágenes vienen acompañadas, como lo hemos dicho, si no cada vez, al menos muy a menudo, de un estado afectivo de rara cualidad, algunas veces incluso jamás vivido anteriormente. La enseñanza moral está extraída directamente en una forma discursiva, y no como antes que emergió del simbolismo de la imagen. De otra parte, cuando el sujeto consigue contactos suficientemente profundos con él mismo, sus imágenes son tan simplificadas que no puede ya traer cualquier simbolismo; toca al puro sentimiento, a la idea abstracta, y el estado de conciencia en el cual se encuentra no tiene ____ (1) Ver esta lámina en la p. 106 [\64]. [En el original que tengo, la lámina El Día (Le Jour) no está situada en ese sitio, se encuentra -fuera de texto- entre la p. 124 y la 125\76; entre la p. 106 y 107\64 se halla: El Crepúsculo. -N. del que t.-].
(P. 97) ya nada en común con el estado de los sueños ordinarios o de la fábula. C. G. Jung a dado el nombre de Inconsciente colectivo (1) a estas <> a las cuales pertenecen las imágenes de la fábula. Como acabamos de verlo, este Inconsciente colectivo contiene <> ellas mismas más o menos profundas; las más superficiales de estos <> son las que pertenecen a las imágenes de la fábula. 57
En cuanto a estas imágenes recordamos lo que aún dice C. G. Jung acerca de este tema: <>. (2) Con otros caracteres de novedad, la técnica que proponemos aporta la posibilidad de explorar directamente el Inconsciente colectivo y de hacer aparecer aquellas de sus manifestaciones que han seguido siendo hasta ahora las más ocultas. 2º LA INVENCIÓN En el origen de una obra -sea cual sea su naturaleza- hay un proceso que es siempre el mismo: primero una imagen más o menos concreta se presenta de repente a la mente y luego se hace un trabajo consciente, siempre lento, de puesta a punto, para someter esta imagen a las necesidades de la técnica, al precisar los contornos y hacer realizable el proyecto que ella representa. Esta imagen no surge en el campo de la conciencia totalmente al azar: ella depende de nuestros conocimientos y de una orientación general de nuestro espíritu. En cambio, el nacimiento sigue siendo bastante misterioso y éste puede sorprender en primer lugar al inventor. Éste mucho nos parece que llega como una respuesta a una llamada interior, llamada que se presenta como un problema que se le ha planteado ____ (1) Loc. cit., p. 111. [P. 84, Ed. Losada. -N.del que t.-]. ____ (2) Loc. cit., p. 112. [P. 84, Ed. Losada. -N. del que t.-].
(P. 98) -a veces desde hace ya mucho tiempo- pero no sabemos cómo los elementos de la solución se han ensamblado. Es este trabajo inconsciente el que se ha convenido en llamar <>. Ya se trate de una obra filosófica, científica o artística, el proceso de la invención nos parece ser siempre el mismo. Pero, si se puede afirmar que la obra valdrá lo que vale la inspiración, no habría que confundir la imagen, de la que la aparición, de ella, preside el nacimiento de una obra, con la idea completa que el inventor tiene de su obra cuando ésta está madura para ser realizada. Y es aquí que la experiencia, conducida según el método que hemos indicado, debe permitirnos estudiar lo que pasa a lo largo de la creación de cualquier obra. Recordemos previamente lo que Robert Mayer escribía a Griesinger, citado por C. G. Jung (1), de su descubrimiento del principio de la conservación de la energía <>, durante uno de sus viajes: <
ha demostrado que es una verdad que no solamente puede ser sentida subje____ (1) Loc. cit. P. 113 y 114. [P. 85 y 86, E. Losada. -N. del que t.]. ____ (*) [Ejercía como médico-cirujano en un barco, el cual se encontraba fondeado en el puerto más importante de la isla de Java, Indonesia. -N. del que t.-].
(P. 99) tivamente sino aún ser demostrada objetivamente. Que esta demostración pueda ser hecha por un hombre tan poco versado en física como yo, es lo que no me pertenece, naturalmente, de juzgar>>. Y todavía C. G. Jung cita el juicio aportado por Helm sobre el descubrimiento de Robert Mayer: <<Éste pertenece a estas ideas intuitivamente percibidas que, proviniendo de otros dominios del espíritu, se apoderan, por decirlo así, del pensamiento por sorpresa y lo fuerzan a transformar en su sentido las concepciones tradicionales>>. Estas <> existen, al menos durante un cierto tiempo, en estado latente. Ellas surgen por unos estados de conciencia bien particulares que parecen muy cercanos de los que nuestro método permite estudiar directamente. Es así que el inventor trabaja sobre una imagen interior, exactamente como un pintor trabaja en presencia de un paisaje. Le es preciso primero hacer apelación al conocimiento que tiene de las técnicas necesarias para la realización de su invención o descubrimiento, y, conforme surjan las necesidades, tiene todavía que apelar a la inspiración para imaginar nuevas técnicas, si las que conoce son insuficientes. Así pues si la precisión de la imagen interior es necesaria a la invención, esta precisión está lejos de ser una suficiente condición. Si especialmente consideramos más el ámbito artístico, es por el hecho de que hayamos, en nosotros mismos, conscientemente o no, el equivalente de las imágenes generadoras de la obra de arte, esto nos está demostrado por nuestra sensibilidad con la obra misma. Si esto no fuera así, una obra de arte no encontraría en nosotros ningún eco; sólo tendría sentido para su autor. Son estas imágenes suscitadas en nosotros, las que permiten al artista comunicarnos su sentimiento; si lo puede lograr, es porque a un conjunto de comparables imágenes -en cuanto a su cualidad estética- le corresponden siempre unos mismos estados afectivos. (P. 100) Es bien necesario darse cuenta, en efecto, del mecanismo del recreo o encanto que experimenta el aficionado ante una obra de arte; este agrado procede del esfuerzo que hace el espectador o receptor para superponer a ésta una serie de imágenes interiores; mientras más perfecta sea la identificación de estas imágenes con la obra considerada, mejor <>. Este mecanismo estético es el de la alegría descrito por Pierre Janet (1). Se comprende por consiguiente que un aficionado del que las imágenes interiores son pobres, guste difícilmente una obra de arte; incluso estará totalmente insensible si no es capaz del esfuerzo necesario para llegar a superponer sus propias imágenes. Es esta superposición la que se califica de comprensión artística. Un habitual error, en algunos pintores, es dejar desbordar su imagen interior sobre la imagen objetiva, a tal punto que el espectador no puede ya reconocer el objeto, y, no obstante, exigir que este último aprecie su pintura. Cuando se trata de un retrato, por ejemplo, y que el sujeto es desconocido del espectador, éste puede efectivamente apreciar las calidades pictóricas del retrato ; pero si el espectador conoce al modelo, le es imposible 59
superponer este retrato a una de las miles de las imágenes de la cara de las que su recuerdo conserva ; la sensación desagradable que le produce la falta de parecido le impide apreciar las calidades de la pintura, que pueden ser reales por otra parte, y juzga a ésta de mala sin que el pintor tenga derecho de acusar, a su vez, al aficionado de no comprender nada de la pintura. Son un mínimo de coincidencia, entre la pintura por una parte y la imagen objetiva que se puede tener del sujeto por otra, las que nos parece que debe ser exigida al pintor, si éste no quiere causar, en primer lugar, una sensación desagradable. Esto será todavía más verdadero si la imagen interior del pintor tiene, por poco que sea, un carácter obsesivo o neurótico, como ocurre a menudo. El aficionado hasta tiene el sentimiento, siempre sin saber ____ (1) De l'Angoisse à l'Extase. Alcan, Paris, 1928.
(P. 101) remontar hasta al origen de la obsesión; resulta entonces que un malestar [(el del pintor)] es el que le impide gustar la obra. Por cierto que algunos pintores, como el retratista, hacen esta reserva, no permaneciendo ya dueño del todo de su búsqueda, consecuentemente, está fuera ya del dominio del arte puramente pictórico. Todo esto nos lleva a concluir en la existencia de una imagen latente, especie de prefiguración de la obra de arte, y se comprenderá, por consiguiente, que nuestro método permite estudiarla directa en un sujeto. Hemos hecho ver que el inventor está obligado, no sólo a recurrir a sus conocimientos técnicos, sino incluso hasta de inventar nuevos que reflejarán justamente su inspiración y nos permitirán incluso captar la cualidad personal. Esto aparece en la diferencia que observamos entre la interpretación de un mismo paisaje por un Corot y por un Cézanne. Lo mismo ocurre en todos los ámbitos: dos ingenieros, ante el mismo río, no construirán el mismo puente. ¿La posibilidad de inventar una técnica, en un dominio que no es el de nuestra actividad habitual, nos está ella denegada? Para concretar esta cuestión, preguntamos ¿si, al menos en algunos casos, un hombre que no tiene el temperamento de un pintor, puede, bajo determinadas condiciones, ver un paisaje y hacer en sí mismo la transposición pictórica para imaginar con precisión el cuadro que él haría si la habilidad manual no le faltase? Varias observaciones nos permiten responder de manera afirmativa. Recordaremos primero el caso del Sr. A. Lesage, descrito por el doctor Osty (1). ____ (1) Revue Métapsychique, nº 6, année 1927, y nº 1 y nº 2, année 1928 : <>.
(P. 102) Augustin Lesage, nacido el 9 de agosto de 1876, hijo de mineros de Pas-deCalais, deja la escuela a los catorce años para trabajar en la mina. En la escuela, no muestra ninguna disposición particular para el dibujo. Una sola vez en su vida, a los veinte años, durante su servicio militar en Lille, entra por ociosidad en un museo y ve la pintura; allí por cierto no pone -en ese momento- ningún interés. Es a los 35 años, en 1911, que en el fondo de la mina una <> le anuncia que será pintor un día; alucinación auditiva que más bien lo deja inquieto. El hecho repitiéndose, hace que tema volverse loco. Aproximadamente un año después, en el transcurso de una sesión de espiritismo que era la segunda a la cual asistía, escribe 60
automáticamente la misma predicción. Muy abochornado, termina por obedecer a estas conminaciones que le llegan -no tiene duda, ni incluso ahora- (*) del más allá; compra colores y pinceles y se pone a la obra. El doctor Osty publica dos documentos, uno del alcalde de Burbure certificando que Lesage siempre ha ejercido la profesión de minero del carbón y no ha frecuentado jamás la escuela de dibujo, el otro, del director de la Compañía Ferfay-Cauchy, certificando que Lesage ha estado empleado como minero desde el 23 de agosto 1890 al 14 de noviembre 1897, (servicio militar [y vuelve a incorporarse a la mina a partir]) del 27 de septiembre 1900 al 12 de julio 1913 y del 11 marzo1916 al 6 de julio de 1923. Lesage pinta primero, sobre papel, cuatro motivos decorativos, que muestran ya un sentido desarrollado del color; luego, al final de 1912, pinta una tela de 3 X 3 metros, de un valor decorativo incontestable. Es, desde los primeros intentos, un pintor decorador notable. Su obra, absolutamente original, no se emparenta con nada de lo conocido. Al parecer, pinta bajo el efecto de una inspiración espontánea, sin plan preestablecido del que él tenga conciencia. La inspiración e invención de su particular técnica están aparecidas al mismo tiempo; la indispensable habilidad manual ella misma se ha revelado sin práctica previa. Lesage de la noche a la mañana ha devenido a pintor tras un trabajo ____ (*) [Augustin Lesage falleció en el año 1954. -N. del que t.-].
(P. 103) interior, que interpreta incorrectamente, del que apenas tiene conciencia; esto no es aquí, en definitiva, más que un proceso de revelación de las imágenes interiores latentes de su subconsciente, revelación indispensable sin la cual no estaría de artista. Hemos visto la obra de Lesage, pero no hemos podido verlo en el trabajo. En cambio, hemos podido observar a uno de nuestros amigos, D..., pintor de talento, que ha elaborado con la pluma unos dibujos de gran belleza. Estos dibujos han sido hechos en un estado de relajación mental y de una muy curiosa manera. Nuestro amigo D..., que por desgracia quiere conservar el anonimato, trazaba algunos puntos y algunas líneas en un sitio cualquiera de una hoja de papel; luego, sin orden ninguno, pasaba a otra parte de la hoja sin ningún plan preconcebido, y, de repente, tomaba conciencia del tema de su dibujo que era acabado muy rápidamente. Estos dibujos, netamente simbólicos, muy originales en cuanto al tema y a la factura (composición), se emparentan de una manera evidente con las imágenes de pesadilla; los dibujos incluyen una especie de sátiro del vicio donde por cierto aparece la <> del artista; los personajes son unos seres degradados, de aspecto a menudo monstruoso, que recuerdan a ciertas visiones infernales. Y, no obstante, ninguna a priori consciente idea ha presidido a su realización. El caso de la Sra. de St-P... puede ser parecido al de los dos anteriores. La Sra. de St-P... jamás ha dibujado y siempre se había mostrado muy incapaz según su entorno. Alrededor de los 45 años, un día de 1934, súbitamente, mirando a su hijo, ella vio la figura de éste cubierta y encuadrada de triángulos luminosos; ella tuvo la curiosidad de fijar esta alucinación que, para su gran sorpresa, se objetivó sobre el papel, y no tuvo, en cierto modo, más que calcarla. Ella obtuvo así un dibujo que se componía de varios triángulos y una cabeza de hombre que por cierto no es parecida a la de su hijo. Desde entonces, la Sra. de St-P... no tiene más que coger una hoja de papel para ver objetivarse unas líneas luminosas que ella sigue muy ligeramente con la punta de un lápiz. La alucinación se objetiva por fragmentos, sin que la Sra. de St-P... sepa, al principio, lo que representará el conjunto. Puede abandonar un dibujo 61
(P. 104) inacabado y reanudarlo, al día siguiente, para completarlo, exactamente como si sólo se tratase, para ella, de realizar un calco. El resultado representa unas escenas alegóricas donde están mezclados con los objetos, animales y personajes naturales, animales o personajes fantásticos: ángeles alados, serpientes, dragones estilizados, figuras de Cristo y de Buda, etc. Estos dibujos son manifiestamente los de objetos, pinturas y alegorías ya vistos, pero representados con una disposición muy personal. La calidad de la composición es siempre notable, aunque el trazo sigue siendo a menudo torpe. Queda siempre la sensación de que es muy buen dibujo calcado. La inspiración es de una gran artista y la ejecución sigue siendo la de una principiante, de la que los progresos, en un año, aparecen no obstante como muy rápidos. La Sra. de St-P... tiene la sensación de trabajar en un estado absolutamente normal; ella permanece atenta de lo que sucede a su alrededor. Parece, sin embargo, que le sea necesaria la calma interior; durante un corto período de contrariedad doméstica, no le ha sido posible dibujar. Su producción es rápida; al parecer, mucho más rápida de lo que sería la producción de un hábil artista componiendo su tema con toda conciencia de lo que querría expresar. El don de la Sra. de St-P... recuerda, por su repentina aparición -sin ninguna formación técnica previa- el caso de Lesage. Pero, mientras que éste trabaja en estado de <>, ella no tiene la más mínima sensación de cambiar de estado de conciencia. Como la de nuestro amigo D..., la alucinación de la Sra. de St-P... se objetiva por fragmentos y no es más que al final de su trabajo cuando ella toma conciencia del significado de su dibujo. Ahora citaremos una observación que hemos hecho sobre nosotros mismos, en el transcurso de un estudio sobre los efectos psicofisiológicos del peyote (1). ____ (1) <>, Revue Métapsychique, Janvier-Février 1928. Ver también, el <>, por Rouhier.
(P. 105) Habiendo ingerido la víspera un gramo de panpeyotl (*), preparado por el Sr. Rouhier, hemos ido a pasearnos por los jardines del Luxemburgo. Aunque no teniendo ya alucinaciones visuales, estábamos aún bajo la influencia de los alcaloides absorbidos (la mezcalina en particular) de manera que, si las cosas conservaban bien su aspecto normal, las mirábamos, en cambio, en un estado de ánimo totalmente nuevo para nosotros; así es que corregíamos instintivamente lo que perjudicaba a la armonía en un parterre de flores: pétalos estropeados, hojas muertas, falta de proporción en la distribución de las plantas, etc. Estábamos encantados, bastante más de lo habitual, por el color de lo que nos rodeaba. Pronto nos preguntamos cómo <> estos colores en el caso de ser pintor; instantáneamente tuvimos la visión interior de la manera en que compondríamos nuestro cuadro con todo el detalle de las correcciones a aportar en las líneas y en los volúmenes, así como en la <> que haríamos de los colores para traducir nuestra sensación. En resumen, mirábamos este jardín con el alma de un pintor, un alma nueva que no conocíamos y que no hemos a vuelto a encontrar desde entonces. ¿Se dirá que sólo es ilusión? Seguramente, es posible que si hubiéramos intentado realmente pintar el cuadro del que teníamos la visión interior tan precisa, la falta de habilidad manual nos habría traicionado, pero al menos lo habríamos sabido exactamente en que medida. E incluso, no tenemos la certeza de que haciendo la experiencia se tropezaría con un fracaso ; de los casos como los de Lesage y la Sra. de St-P... nos 62
permiten, en efecto, preguntarnos si esta indispensable habilidad manual no estaría súbitamente disponible. La experiencia completa valdría la pena de ser intentada. Sin querer negar el valor del don, desde el punto de vista puramente psicológico, podemos llegar a la conclusión de que nada, con inteligencia igual, parece diferenciar al artista de la persona común, fuera del hábito que tiene el primero de vivir en un particular estado de conciencia, que parece accesible al segundo ____ (*) [En relación a este término, me remito a lo expuesto en la p. 61\36 y sigs. -N. del que t.-].
(P. 106) -al menos durante algunos momentos- ya voluntariamente por una orientación conveniente de su imaginación a través de nuestro método, o por un medio artificial como la absorción de peyote o de mezcalina. Para ilustrar las anteriores observaciones, las láminas I y II han sido utilizadas como tipos de las representaciones visuales que encontramos en todos los sujetos que se han sometido a nuestras experiencias. Estas láminas, obras del Sr. Bureau, son la primera y la última de una serie de cuatro motivos destinados a unas decoraciones murales: El Crepúsculo, La Noche, La Aurora y El Día. No presentamos estas láminas como obras de arte -no nos corresponde como a tales juzgar de su valor- sino como documentos psicológicos. Llamamos la atención del lector hacia el hecho de que es absolutamente espontánea la inspiración de estos motivos decorativos; el Sr. Bureau jamás ha trabajado con nosotros y esto da, en nuestra opinión, bastante más valor a estos documentos. El Crepúsculo y La Noche son imágenes que expresan netamente la depresión, mientras que los caracteres afectivos de La Aurora y El Día son la relajación, la euforia, la alegría. Anotamos los colores dominantes de cada una de estas composiciones: el verde, en El Crepúsculo, los tonos azules y violetas en La Noche. El rosa, por el contrario, domina en La Aurora, mientras que el blanco y el oro caracterizan a El Día. ¿Por qué el artista ha escogido estos colores en lugar de otros? La reminiscencia de la naturaleza no explica, sola, esta elección, de la que la razón de ser debe ser buscada también en la fisiología del hombre. En efecto, las observaciones recogidas en los Institutos de la Luz han mostrado que la luz roja ha resultado ser un excitante poderoso, un afrodisíaco incluso, mientras que la luz azul ejerce una acción inhibidora que, a la larga, puede ser suficientemente deprimente como para causar una verdadera astenia (1). ____ (1) Recordemos también <> observadas por G. Bourguignon y el Sr. Monnier. CR. Ac. des Sciencies, 203, p. 347 (27 Julio 1936). ____ (*) [Cronaxia: Cantidad de intensidad y tiempo necesario que necesita la corriente nerviosa para obtener la contracción del nervio. -N. del que t.-].
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(P. 107) Podemos pues pensar que, si la luz coloreada tiene una acción psicofisiológica, el hecho de que ciertos colores están asociados a unos estados afectivos bien determinados no es solamente debido a una simple reminiscencia; responde a leyes psicofisiológicas que ignoramos y cuya existencia, solamente presentida, sugiere la hipótesis de que a los diversos colores le corresponde un simbolismo general. Es así como el <> simboliza el mal y el <> la pureza. El enorme número de este tipo de observaciones proporcionadas por la experiencia vienen para corroborar nuestra hipótesis: el color y su grado de claridad permiten no solamente clasificar las representaciones visuales, sino también -y esto es muy importante- qué constituye uno de los elementos que permite, con otros, juzgar la cualidad del estado afectivo correspondiente. He aquí una de las <> a la cual hemos hecho alusión anteriormente. Naturalmente, el simbolismo de la escena representada está también en armonía con el de los colores. En El Crepúsculo, la figura central representa a un hombre abrumado, abatido por el peso del infortunio: parece que la luz se haya solidificado en bloques, apenas indicados, que recaen en todo su peso sobre el hombre replegado en sí mismo. Además, somos conducidos hacia esta figura central a través de una alameda y una especie de entrada indicada por unos árboles muertos sobre los cuales están posados unos búhos de mirada fija y fosforescente. Estos motivos son característicos de las representaciones que tienen los sujetos, incluso los más optimistas, cuando se les hace <>. Si no se tomaba las debidas precauciones de la contrasugerencia, estas representaciones estarían acompañadas de la angustia característica de las pesadillas. Como es posible evitar este desapacible sentimiento, lo podemos reencontrar y estudiar en la calma estas representaciones que entonces se prestan a un análisis completo. La Noche se emparenta estrechamente con El Crepúsculo. En cambio, La Aurora es ya una imagen, no sublimada pero, por lo menos representativa de una cierta (P. 108) distensión psíquica. Ella marca una transición entre las imágenes de la vida real y las imágenes sublimadas. El Día ya puede ser considerada como una imagen sublimada; esta lámina es característica de un mínimo de sublimación a la que todos los sujetos sanos pueden ser llevados, pero es también el máximo de sublimación de la que se puede dar una idea, por cierto aún muy vaga. Hay que mirar esta lámina pensando que el personaje central, él mismo sólo es luz resplandeciendo en la luz; ésta fluye, chorrea, incluso a sus pies. Estas representaciones de chorros de luz son muy frecuentes. Además, toda esta luz es móvil, cambiante, estaríamos tentados de decir <>, expresión que emplean muy frecuentemente nuestros sujetos. La actitud del personaje es la de la potencia, de la alegría en la plenitud de su fuerza. El Sr. Bureau nos ha confirmado que estos son precisamente los sentimientos que ha intentado expresar en esta composición. 3º EL DESPERTAR DE LA MEMORIA Ocurre muy frecuentemente que un acto consciente, una frase escuchada, un objeto que se ha considerado, no deja constancia en la mente más que el recuerdo esquemático del acto, del discurso o del espectáculo; súbitamente se nos vuelve imposible precisar las 65
circunstancias del acto, los detalles del discurso o del espectáculo; hemos olvidado. Numerosas experiencias han mostrado que semejantes detalles, sobre los cuales nuestra atención no está fijada, y que a veces parecen haber escapado a la constatación de la conciencia en el mismo momento del hecho, dejan sin embargo su impronta en la memoria y que en el campo de la conciencia es posible hacerlas surgir. Los procedimientos psicológicos aquí descritos pueden ser utilizados por un sujeto, con o sin la ayuda de otra persona, para hacer consciente un recuerdo olvidado y nuestro método se confirma así como un precioso instrumento de estudio de los mecanismos de la memoria. (P. 109) Concretaremos el proceso psicológico a seguir al citar dos hechos, entre muchos otros, de los que hemos podido observar. La primera de estas experiencias es personal y fue tanto más instructiva en cuanto a que ella condujo a un fracaso. Momentáneamente vivíamos en provincia y habíamos encargado a un miembro de nuestra familia ocuparse del apartamento que habíamos conservado en París. De paso por esta ciudad, hemos tenido necesidad de las llaves de un secreter, y, persuadido de haberlas confiado a nuestro pariente, se la hemos pedido pero ellas no han podido ser encontradas. Muy fastidiado, hemos tenido la idea de hacer la experiencia siguiente: después de haber profundamente pensado en las llaves, nos hemos puesto, solo, en estado de relajación muscular y psíquica, luego hemos fijado la atención en la idea de subir hasta que una imagen de luz retuvo nuestra atención. Al tiempo que evaluando esta imagen, nos hemos abandonado a la sensación indiferenciada de calma y bienestar, y hemos esperado. Muy rápidamente, una imagen fragmentaria se ha presentado a nuestra mente: la de tres cajones superpuestos que pertenecen a un secreter del que el conjunto no se ha perfilado; pero teníamos sin embargo la sensación que estos cajones estaban a la derecha del mueble y, además, que las llaves se encontraban en el del medio. Hemos tenido el error, allí en ese momento, de no prolongar la experiencia y de llegar a la conclusión demasiado rápido, que las llaves debían encontrarse en el secreter que pertenece a nuestro pariente. La idea preconcebida de que nuestro pariente tenía estas llaves ha jugado aquí un papel de auto sugerencia inhibidora para la llamada del recuerdo; las llaves no estaban en el secreter. De vuelta a la provincia, el primer mueble que ha retenido nuestra atención ha sido un secreter de una forma enteramente diferente del que pertenece a nuestro pariente. Hemos tenido entonces la convicción de que las llaves se encontraban allí y al mismo tiempo, hemos intentado proseguir la experiencia descrita más arriba recordando la imagen fragmentaria que se había presentado a nuestro pensamiento en París ; nos hemos acordado de haber (P. 110) <> las llaves en el cajón del medio de la hilera derecha. Abriendo este cajón, hemos encontrado las llaves que allí habíamos guardado sin mantener el recuerdo del gesto de dejarlas. La gran dificultad, cuando se trabaja solo, es la de conseguir una forma de la atención rigurosamente pasiva. El acto voluntario debe de estar limitado a la orden que se da de pensar en el objeto del recuerdo que se quiere recuperar; esta orden actuará a lo largo de la experiencia como una autosugerencia que seleccionará las imágenes desde el momento en que se alcanzará el necesario estado pasivo. Si hubiéramos mantenido este estado pasivo, es probable que la atención, concentrándose sobre la imagen fragmentaria, ésta se habría completado y nos habría orientado hacia el 66
verdadero mueble en el cual se encontraban las llaves. Llevando más adelante la experiencia, habríamos, tal vez, revivido el momento en que habíamos guardado estas llaves y recuperado este recuerdo en su totalidad. He aquí, en cambio, una experiencia hecha con pleno éxito por uno de nuestros amigos, ingeniero distinguido. Tenía que asistir a una consulta al mismo tiempo que una alta personalidad política. En principio, los intercambios de opiniones tenían que permanecer secretos, pero fue sin embargo rogado que redactara un acta con la recomendación, no obstante, de no tomar ninguna nota durante la reunión. Ésta duró varias horas y cuando nuestro amigo intentó hacer el informe, esto le fue absolutamente imposible. Muy ejercitado en trabajar según el método que indicamos, después de un recogimiento suficientemente largo y en una distención completa, revivió toda la reunión, todos los detalles de las cuestiones debatidas, de los argumentos intercambiados, y le fue posible elaborar un acta de una precisión tal que se le preguntó que cómo había podido tomar notas sin que se le viese. Parece que las necesarias asociaciones de ideas para hacer asomar un recuerdo, y que no pueden realizarse en el estado de atención activa, se efectúan por el contrario muy fácilmente en este estado de pasividad caracterizado por una hipermnesia (*) ____ (*) [Hipermnesia: Capacidad recordatoria superdesarrollada; actividad de memorización superior a lo normal. -N. del que t.-].
(P. 111) como lo está también el sueño ordinario, que a lo largo del cual surgen tan a menudo los recuerdos que se creía olvidados. Contrariamente, cuanto más tensa está la atención activa más difícil parece rememorar el recuerdo que se escapa. Esta observación está además conforme a las que tiene hecha Pierre Janet a propósito del mecanismo de la imaginación (1). A menudo, con personas que se quejan de no tener memoria, en particular de no tener memoria de los números, hacemos la experiencia siguiente. Presentamos antes de la sesión, durante algunos segundos, un número de cuatro cifras escrito sobre una hoja de papel blanco y seguidamente comenzamos la sesión; al final de ésta, antes del retorno al estado normal, le pedimos al sujeto que recuerde el número que anteriormente le hemos mostrado. Es muy raro que se equivoque al enunciar el que le viene al pensamiento y aprovechamos este éxito para convencerlo de que su falta de memoria es debido a una mala orientación de su atención, defecto que puede fácilmente corregir. Notará el lector la diferencia entre el método psicoanalítico y el nuestro. Según el primero, tendríamos que haber procedido a realizar asociaciones de ideas que nos hubieran revelado la causa de nuestro olvido. Según nuestro método nos hemos puesto en estado pasivo y hemos esperado que el deseo de rememoración domine sobre todas las causas posibles de la inhibición de la memoria. Bien parece que se constata, en el sueño despierto como en el sueño, una hipermnesia que nuestro método permite utilizarla. No hemos llevado estas investigaciones muy lejos pero estamos persuadidos que para aquellos a los que la cuestión les interesa podrán sacar con este método, para el estudio de los mecanismos de la memoria, mucho más de lo que hemos extraído nosotros mismos. ____ (1) Les Médications Psychologiques, tome I, page 242. ____________
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(P. 112) [Página en blanco] (P. 113) CAPÍTULO IV SUBLIMACIÓN Y ADQUISICIONES PSICOLÓGICAS 1º LOS ACTOS El empleo de nuestro método rápidamente nos ha convencido que su aplicación a la conducta de la vida, en lo que corresponde a la psicagogia (*), es una de las posibilidades más interesante de todas aquéllas de las que hemos conseguido entrever. Así pues es esta aplicación, ayudando las circunstancias, la que más hemos estudiado. Al abordar este tema, no ocultamos que invadimos, a la vez, el ámbito de la medicina y el de la pedagogía, que escapan, ambos, a nuestra particular competencia. Sin embargo no hemos dudado en dar al presente capítulo un largo desarrollo en razón del considerable interés del tema que tenemos aquí que tratar. Plantearemos el problema de la educación y de la reeducación, examinando primero los mecanismos psicológicos del acto. Estos mecanismos son conocidos; sin embargo, nos ha parecido útil adjuntar a la descripción de los términos habituales un tipo o modo de traducción que no es otro más que el de presentarlos en términos de imágenes, para que el lector penetre mejor en un método del que uno de los procedimientos consiste en tratar a la imagen como a una entidad psicológica. Permaneceremos, no obstante, fieles a la concepción energética de los procesos psicológicos adoptada por Pierre Janet y por Freud, ya que, sólo, ella permite dar una exacta cuenta; ____ (*) [Arte de conducir y educar el alma. El término: psicagogia, considero que es sinónimo de: pedagogia o pedagogía. -N. del que t.-].
(P. 114) conservaremos pues la noción de <> de la imagen y, al mismo tiempo, permaneceremos en el marco de la psicología clásica del subconsciente. Algunos autores han pretendido oponer la una a la otra la concepción de Freud y la de Pierre Janet. En nuestra opinión, es un grave error y nos esforzaremos, por el contrario, en mostrar que sus concepciones se refieren a dos procesos diferentes de la evolución de la afectividad instintiva que pueden coexistir. Uno es paralelo a una evolución de la inteligencia y lleva a nuevas <>; el otro es una derivación de las fuerzas del instinto hacia otro objeto que su objeto principal, esto es la sublimación. Si Pierre Janet pone el acento en la inteligencia, él reconoce la posibilidad que tenemos de <> para ponerlas al servicio de una elección de objeto. Freud pone por el contrario el acento sobre esta última posibilidad pero reconoce, a su vez, el papel que juega el <>, en particular en el ámbito artístico. Una de las divergencias, entre las teorías de Freud y de Pierre Janet, que se ha puesto de relieve, es su diferente concepción de la energía psíquica. Freud ve en el psiquismo humano un complejo de fuerzas que pueden convertirse en antagonistas. Si dos fuerzas están equilibradas, por ejemplo la del instinto opuesto a la de la conciencia moral, hay normal rechazo. Si hay ruptura del equilibrio, lo rechazado reaparece, por ejemplo en el sueño, en el acto fallido y en las neurosis. 68
No discutiremos el caso de las neurosis que escapa a nuestra competencia, pero estudiaremos el caso del acto fallido. Pierre Janet concibe la energía psíquica como lo haría un físico. Preferimos la analogía establecida por este autor y es porque recordaremos la importante definición de la tensión psicológica; esta noción, introducida en psicología, completa muy afortunadamente a la de energía psíquica. (P. 115) a) Energía psíquica y tensión psicológica. La noción de energía psíquica sigue siendo puramente intuitiva y es solamente por analogía como el psicólogo tiene el derecho para así denominarla. Si tenemos excelentes razones para pensar que a un <> le corresponde realmente un gasto de energía, todavía ninguna experiencia de laboratorio ha podido poner esto en evidencia. Sin embargo esta noción, aunque no siendo más que una analogía, ilumina tan útilmente los hechos observados en psicología que recurriremos a esta denominación más adelante. La expresión <> implica una primera idea de <> y una segunda idea, a la vez cuantitativa y cualitativa, que denominamos tensión, caracterizando ésta a la energía considerada. Sin entrar en el detalle de las definiciones precisas, el lector podrá hacerse una idea aproximada de lo que es la tensión por la imagen de un resorte tenso. La tensión del resorte permaneciendo la misma, según las dimensiones de éste, puede ser más o menos mayor la energía almacenada; inversamente, dos resortes de dimensiones diferentes podrán almacenar unas cantidades de energía iguales bajo unas tensiones muy diferentes; uno de los resortes tendrá escasas dimensiones y estará muy tenso, el otro será de grandes dimensiones y estará poco tenso. La noción de tensión psicológica puede aún ser comparada a la del tono muscular. Un sujeto poseyendo grandes músculos puede no ser capaz momentáneamente de un esfuerzo tan intenso como otro individuo de músculos menos vigoroso; pero al cabo de la jornada, este último proporcionará una cantidad de trabajo menor que el primero. Según Pierre Janet, cuanto más complicado es un acto, más elevada es la tensión psicológica que se necesita. Esta noción permite, por analogía, comprender muchos de los hechos psicológicos que revelan diferencias entre individuos. Por ejemplo, dos individuos podrán dedicarse a unas operaciones igualmente de difíciles; uno podrá hacerlo durante varias horas y el otro solamente durante algunos minutos; mientras que un tercero, incapaz de las mismas operaciones, demasiado difíciles para él, podrá sin embargo trabajar durante mucho tiempo sin interrupción (P. 116) en otras operaciones. El primero y el tercero disponen de la misma cantidad de energía psíquica; el primero tiene una tensión elevada, es capaz, por ejemplo, de una atención muy grande; el tercero, menos capaz de atención, tiene una tensión débil o escasa. El segundo dispone de una escasa cantidad de energía pero tiene una elevada tensión; es capaz de una enorme atención pero se agota rápidamente. La noción de tensión psicológica no reemplaza a la noción de inteligencia; la tensión psicológica no interesa, no concierne directamente a las facultades de la mente, pero ella es necesaria para la síntesis de ésta, como para toda síntesis psicológica. Vamos a mostrar que esta noción contribuye a iluminar algunos procesos psicológicos. Freud, en su <> nos explica cómo la reaparición de ciertas tendencias afectivas mal rechazadas conduce al individuo a << fallar en un acto>>; pero no nos enseña porqué el mismo individuo, en idénticas condiciones exteriores, fallará 69
el mismo acto una vez y en otra, sin embargo, lo conseguirá. Según Pierre Janet, el acto fallido sería debido al descenso momentáneo de la tensión psicológica que permitiría a la tendencia rechazada reaparecer. Observamos más fácilmente un lapsus en un hombre cansado que en este mismo hombre estando descansado. El rechazo crea un complejo de representaciones interiores que tienden a vivir su vida propia escapando al control de la conciencia. Durante todo el tiempo en que la tensión psicológica está suficientemente elevada, la síntesis psicológica está mantenida; las tendencias contrariadas no pueden separarse y el acto emprendido puede ser llevado a buen término gracias a la sujeción íntegra de este rechazo. Si, por el contrario, la tensión psicológica bajase, la síntesis está rota; las tendencias rechazadas adquieren vida propia y se manifiestan parasitando el acto emprendido. La cuestión que aquí se plantea está en saber porqué la tensión psicológica desciende. Esto puede ser debido a varias causas. El cansancio, como lo hemos dicho, el estado de salud en general, (P. 117) parecen jugar un gran papel; en segundo lugar, la emoción parece siempre provocar una bajada de la tensión psicológica; en particular, un fallido rechazo es a menudo el hecho de algún choque emotivo, por muy débil que éste sea. En el estudio de los actos, convendrá pues apreciar el papel que realiza la tensión psicológica y todo sistema de educación deberá tender, ya que es posible, a aumentar ésta: veremos que nuestro método es un medio para conseguirlo. Si la ejecución correcta del acto depende de la tensión psicológica, el comportamiento de un individuo variará según la evolución de su afectividad instintiva. Es aquí donde interviene la idea de sublimación propuesta por Freud. Según este autor, las excitaciones excesivas de un instinto en lugar de permanecer fijadas a su objeto natural, pueden pasarse a otras direcciones donde ellas encuentran su empleo, de modo que, en lugar de un objetivo inútil, la sublimación asigna a las diversas tendencias un fin superior, más lejano y de un mayor valor social. Pero el psicólogo vienés no nos describe el proceso de esta evolución. Es este proceso el que vamos a intentar concretar y para eso recordaremos en general las diversas fases del acto traduciéndolas en términos de imágenes. b) Papel de las imágenes latentes. Se admite que antes del acto, hay un proceso psicológico que conduce a una representación de éste; esta representación es ella misma el resultado de una elección. ¿Cómo se hace esta elección? ¿Es la razón la que interviene aquí? No osamos afirmar que su papel es absolutamente nulo, pero nos parece que su influencia debe ser reducida a poca cosa. No debemos olvidar que un acto no puede ser estudiado aisladamente en la vida de un individuo. El que aislemos de los otros un acto particular esto sólo es para la comodidad del análisis. Para el acto así (P. 118) aislado, la razón puede ser un factor determinante. Pero si nos detuviéramos en esta explicación, el verdadero significado del acto se nos escaparía totalmente. Más bien la razón nos parece intervenir, con otras elecciones, como un factor de continuidad que no hace más que asegurar lo que nosotros podríamos llamar la homogeneidad psicológica del individuo ; es esta particularidad la que permite a un individuo -a pesar de algunas apariencias- considerarse semejante a sí mismo en el tiempo. 70
Estamos así llevados a admitir que la psique es una verdadera entidad, que tiene algo de permanente, análogo a la forma de la cara, que a grandes rasgos se conserva a pesar de la destrucción y la renovación constantes de las células que sirven de substratum (*) material a esta forma. Hay, por cierto, entre estos dos fenómenos, más que una analogía, una verdadera correspondencia (1). Hay que entender bien que un acto está unido por el recuerdo que lo ha precedido y que la lógica resulta satisfecha gracias al mantenimiento de una especie de identidad -en cuanto a su cualidad- entre esos diversos actos. Hay pues un factor que los domina, un factor común que lo sentimos a través de esos mismos actos, algo por lo que el individuo permanece siempre semejante a él mismo y que es simplemente lo que se ha convenido en llamar el carácter. ¿De qué pues está hecho el carácter? ¿Puede ser modificado? ¿Cómo interviene en tanto que él es uno de los factores determinantes del acto? Tales son las cuestiones a las cuales debemos responder. Nos representaríamos, de buen grado, al individuo como guardando en sí mismo un cierto <> de imágenes representativas de la vida en general. Decimos <> y no <>; estas imágenes no son, en efecto, siempre plenamente conscientes y el espontáneo análisis raramente preside a su ordenamiento en la mayoría de entre nosotros. ____ (*) [substratum, locución latina insertada en el original, su evidente significado en español es: Sustrato. -N. del que t.-]. ____ (1) Ver: Les caractères endocrinnéns, de Léopold Lévy; Stock, Paris, y : Figures, de Pierre Abraham. Gallimard, Paris, 1929.
(P. 119) ¿Cuál es el origen de estas imágenes? Ellas toman su particular fisonomía como consecuencia de una innata disposición psicofisiológica; disposición lentamente modelada a través del choque de los acontecimientos, de las emociones experimentadas, de las ideas recibidas; estas imágenes no se modifican más que muy lentamente y es precisamente gracias a esta permanencia relativa que, en un intervalo de tiempo bastante largo, el individuo permanece semejante a él mismo. Este conjunto de imágenes dan al carácter esto que podría llamarse su forma. Esta disposición psicofisiológica es lo que se denomina como la afectividad instintiva; pero la noción de afectividad instintiva es una noción general que es necesario de especificar. Como cada instinto puede ser el origen de una determinada afectividad, conviene distinguir los instintos para diferenciar los unos de los otros. Nos parece posible representarse los impulsos del instinto como un fenómeno fisiológico que, a lo largo de la existencia del individuo, deja en la psique el trazo de una serie de actos; o bien éstos han sido simplemente esbozados, como en el pensamiento, y no han dejado en la psique más que un recuerdo subconsciente -una imagen esquemática- que en el futuro podrá ser el inicio de la imagen completa y consciente de un acto ; o aun más, estos impulsos habrán sido lo suficiente fuertes como para desencadenar un acto real del que el modelo estará conservado en la memoria consciente del individuo. En uno y otro caso, son estas imágenes, estos modelos de actitudes o de acción, los que debemos unir a un particular instinto. Pero ellas no tienen un valor igual; las imágenes de actos vividos, ya sea en una circunstancia real de la existencia, o en una imaginación frecuentemente repetida, tendrán una importancia primordial: y es que el deseo gustosamente se fijará más sobre ellas; son estas imágenes las que atraerán más fácilmente la energía inherente al instinto, y 71
es, finalmente, sobre su modelo como el acto será consumado o como la actitud será puesta. El individuo quedaría así reducido a un verdadero automatismo si no nos apareciera la posibilidad de modificar el valor relativo de las imágenes. Ahora bien, esta posibilidad existe y es (P. 120) precisamente de ella de donde sacan utilidad los métodos de educación y que nosotros mismos la hemos utilizado. En resumen, cada instinto está acompañado de una serie de imágenes más o menos coloreadas, más o menos seductoras, tanto en el sentido de la realización como en el de la abstención, según la experiencia que tiene el sujeto de la vida. Pero, si hemos atribuido a las imágenes de un mismo instinto unos dinamismos de diferente intensidad, debemos ahora comparar entre ellos y los grupos de imágenes relativas a diferentes instintos. Somos así traídos a pensar que en un grupo de imágenes, que pertenecen a un mismo instinto, puede haber un dinamismo de un conjunto diferente a éste y que pertenece a un grupo de imágenes de otro instinto. Se puede en este caso, nos parece, representarse como sigue el proceso de lo que Pierre Janet ha llamado la erección de la tendencia: La ocasión de actuar, cuando se presenta, se traduce en la conciencia por una imagen objetiva que, por un proceso inconsciente, la superponemos sobre aquella, de nuestras imágenes subjetivas preexistentes, que se armoniza mejor con la primera. La imagen objetiva se carga así de toda la afectividad latente de la imagen a la cual ella se superpone; el deseo, que determinará el acto, se fija sobre un objeto y tiende a satisfacerse de un modo que se corresponde con la imagen subjetiva preexistente. Se está de acuerdo en ver en la imagen del sueño, la satisfacción de un deseo derivado del instinto, o de la repetición de un acto. Cuando el estado de vigilia sucede al del sueño, ya no es el deseo el que determina la imagen como en el sueño ; es, por el contrario, la imagen objetiva, o un conjunto de imágenes objetivas las que despierta y orienta el deseo que encontramos en el origen del acto. En el primer caso (en el sueño), una cierta excitación interna de origen sexual, por ejemplo, hace nacer el deseo que, a su vez, se traduce en la conciencia por la imagen de su propia realización en el acto voluptuoso. En el segundo caso (en la vigilia), al contrario, es una excitación externa, por ejemplo la vista de un individuo de otro sexo del que la imagen objetiva se asocia a las imágenes (P. 121) sexuales latentes, las cuales orientan al deseo después de haberlo despertado. Según el mismo proceso, pero en otro orden de ideas, la contemplación de un individuo en situación de apuro se asocia a la imagen de solidaridad entre individuos de la misma especie, imagen que proviene del instinto de conservación; en esta imagen latente está a ella misma vinculada la idea de obligación, la de aportar ayuda a su semejante. Es, finalmente, esta imagen de solidaridad asociada a un espectáculo real la que activa el deseo de ayudar. Sin embargo, estos dos ejemplos nos muestran que hay que hacer una distinción entre las imágenes del instinto sexual y las del sentimiento de solidaridad. Las primeras están muy estrechamente vinculadas al instinto sexual [(conservación de la especie)], las segundas no se relacionan con el instinto de conservación más que de una manera mucho más lejana. Esta segunda especie de imágenes, que podemos llamar, con Pierre Janet, las imágenes de la <>, o imágenes de la conciencia moral, o aún imágenes de lo que Freud ha llamado el <>, no nos parecen de naturaleza idéntica a las imágenes 72
inmediatamente instintivas. Las tendencias que ellas representan, no pueden haberse formado más que gracias a la evolución de la especie y ellas nos parecen ser una adquisición de ésta antes que del individuo mismo. Estas tendencias, que se encuentran desarrolladas a menudo en detrimento del individuo, como la tendencia a sacrificar hasta su propia vida en interés de la colectividad, se transmiten al individuo, pero pueden permanecer en estado latente. Estas tendencias nos parece que pertenecen a una diferente zona inconsciente de la afectividad instintiva y que las imágenes del segundo tipo, las imágenes del <>, están a ellas vinculadas; se puede pues pensar que estas imágenes sublimadas latentes son el rastro de este patrimonio de generosidad heredado desde la especie al individuo. Estas imágenes no nos parecen solamente corresponder a una evolución del instinto, sino ser al mismo tiempo signos de esta hereditaria disposición. Si constatamos que un individuo evoluciona, en cuanto a sus (P. 122) sentimientos y a sus ideas, es únicamente porque toma conciencia cada vez mejor de sus posibilidades. Aprende a utilizarlas, pero no las adquiere; ellas le son reveladas, bajo el choque de los acontecimientos exteriores, por la obligación y el malestar que experimenta. Es buscando evitar estas incomodidades como recurre espontáneamente, en él mismo, a unas posibilidades de actitudes interiores que están mejor adaptadas a las circunstancias y que le descubre sus posibilidades latentes. En resumen, encontramos en el siguiente orden: -una disposición psicofisiológica innata, particular al individuo, que determina su carácter distinguiéndolo de los otros individuos de su especie; -una transformación lenta de este <> psicofisiológico, debido a las particulares circunstancias de la existencia del individuo, de las que puede tomar conciencia por las imágenes que tiene de la vida en general, imágenes que traducen esta transformación y de la que el conjunto es representativo del carácter; -una imagen, provocada por las circunstancias, que tiende a armonizarse con una de las anteriores, para tomarle toda la carga afectiva latente en ella, para aportar su dinamismo al deseo del momento considerado, para la tendencia así despertada por las circunstancias. Se comprenderá fácilmente la analogía que existe entre el proceso del acto en situación de despierto y el acto realizado durante el sueño. En los dos casos, la condición de compatibilidad, o ley de la armonía de Bergson que hemos mostrado al principio del Capítulo II [p. 42\24, 69\42,], rige la consumación del acto; este acto sólo es posible en la medida en que pueda hacerse la superposición o la combinación de dos imágenes. El deseo, a su vez, emplea esta forma de energía psíquica que llamamos la voluntad y que es simplemente un dinamismo de realización puesto a disposición del deseo; si ella es bastante fuerte, la voluntad realiza el acto deseado. Pero no hay que olvidar que el deseo puede ser intenso y que al mismo tiempo la voluntad puede estar más o menos obnubilada, por razones de salud física, por ejemplo, lo que impi(P. 123) de al acto ser consumado en su plenitud, incluso si no hay, como circunstancia agravante, un fallido rechazo. Utilizamos la palabra <> en su sentido psicoanalítico riguroso; el fallido rechazo interviene para explicar la impotencia del sujeto; en este caso, esta impotencia muestra que las imágenes, que el sujeto cree sinceramente superponer, no son realmente superpuestas. Ellas están siendo impedidas por el conflicto que surge -a espaldas del sujeto73
entre el <> o conciencia moral, y el deseo. La energía del instinto no está ya disponible para la acción. c) La sublimación de las imágenes. Hemos reconocido, al principio de este capítulo, que el acto está precedido de una elección. Esta elección no es consciente más que en la medida en que la razón allí participa. Cuando la razón interviene, el proceso es sencillo; hay comparación entre los resultados que se puede esperar del acto, habida cuenta de las posibilidades de actuar que nos son ofrecidas, y elección en el sentido del máximo de satisfacción, es decir, en favor del más intenso deseo, de la más fuerte tendencia. Cuando los móviles del acto permanecen inconscientes, debemos precisar cómo a pesar de eso una elección ha podido ser hecha. Primero consideremos sólo un acto aislado, sin inmediata elección; es evidente que, en este caso, seguimos simplemente el impulso de una tendencia que es la expresión de la continuidad de nuestro carácter y tenemos así la impresión -lo que nos es suficiente- de permanecer lógicos con nosotros mismos, sin tener necesidad para eso de entregarnos a una introspección profunda. Pero si consideramos el conjunto de nuestros sucesivos actos en la vida, a partir especialmente de los que han sido consumados en unas circunstancias análogas a la del momento considerado, podrá darse que nos encontremos con una época en donde hemos hecho una elección deliberada en las condiciones siguientes. En que a una cierta imagen que teníamos de la vida, correspondiendo ésta a una orientación media de nuestra tendencia instintiva, ha venido a yuxtaponerse una segunda imagen tra(P. 124) duciendo una nueva orientación de la tendencia. Por unas conscientes razones, de las que el deseo de imitación parece ser el origen, esta segunda imagen ha sido alimentada de energía afectiva en detrimento de la primera. Al principio, ha habido conflicto entre los deseos, a menudo opuestos, nacidos de estas dos imágenes; después, uno de estos deseos puede sobre el otro; la segunda imagen se enriquece, mientras que la primera pierde su capacidad de atracción. Así pues, la orientación de ciertas tendencias instintivas hacia nuevos fines no es siempre el resultado de una evolución inconsciente de las tendencias que se sublimarían, es decir que el dinamismo afectivo de las tendencias no sería transferido inconscientemente a un nuevo objeto. Esta nueva orientación de las tendencias de un instinto debe ser, a menudo, considerada como un modo de consciente cambio, de la preponderancia del dinamismo afectivo de un cierto deseo, en favor de un deseo nuevo a veces radicalmente opuesto al primero; el nacimiento de este nuevo deseo es debido a un acontecimiento nuevo: del ejemplo del prójimo, lectura, etc. La ejercitación, la preparación preconizada por nuestro método puede, en particular, desempeñar este papel. Si el segundo de estos deseos vence sobre el primero, es que la representación interior que tenemos de su satisfacción, se adapta mejor al sentimiento o sensación que tenemos del triunfo y que ella así nos seduce más. Así pues, bien podemos afirmar que en ese momento ha habido elección; es esta elección, lejana a menudo, la que se vuelve a encontrar en el acto, en apariencia puramente impulsivo, del momento considerado y que le asegura todavía un carácter relativamente consciente. El hábito ha intervenido, pero tenemos consciencia de éste. Buscamos especificar estas diferencias analizando más de cerca la evolución de nuestras 74
tendencias. Normalmente, el puro instinto, en el hombre, debe ejercerse como en el animal. Si esto es así, no se debe constatar rechazo y si lo hay no puede ser cuestión de la evolución de la afec- [continúa en la p. 125\77. –N. del que t.-].
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(P. 125) tividad vinculada al mismo instinto. El instinto de conservación ejerciéndose en el acto de comer es el más bello ejemplo. Pero no es así en todas nuestras tendencias instintivas. Hay, por una parte, una evolución natural de la afectividad instintiva; por otra, la evolución misma de la especie viviendo en sociedad ha venido a corregir a esta primera evolución natural. La aparición y el desarrollo de toda función instintiva está vinculada a una evolución de la afectividad correspondiente; el psicoanálisis la ha estudiado, sacando a la luz los accidentes que pueden obstaculizarla. Éste tiene precisada las fases de la evolución normal de la afectividad aquella que permite al individuo alcanzar la expansión total y armoniosa de su ser cuando se le da el sentimiento máximo de libertad en ese particular ámbito. Damos aquí, naturalmente, a la palabra libertad un sentido conforme a la ética más noble que se pueda concebir, sentido que está en lo opuesto a la idea de libertad anárquica, de ausencia de disciplina social. Cuando, por razones de orden social o de condiciones particulares en el individuo (conscientes o no), la evolución de la afectividad instintiva no sigue la norma general, la tendencia instintiva puede ser derivada de su objeto primitivo hacia otros objetos más útiles. Es a este proceso al que Freud, como lo tenemos dicho, ha reservado la palabra sublimación. La sublimación no es solamente una evolución de la afectividad vinculada al instinto sexual, sino que es un proceso que también se encuentra cuando se trata de los otros instintos. Ahora bien, tenemos dicho que es necesario relacionar un dinamismo diferente para las imágenes que pertenecen a grupos instintivos distintos. Como no hay compartimentos estancos en psicología, ningún fenómeno es simple. En el transcurso de la sublimación de la afectividad vinculada a un particular instinto, todas las formas de la afectividad padecen el efecto; es así que puede haber aquí transferencia parcial del dinamismo de uno a otro instinto. Vamos a intentar especificar estas repercusiones con unos ejemplos. Freud, él mismo, nos da un excelente ejemplo de sublimación del instinto sexual, incompleto por otra parte, en (P. 126) <>. Retengamos que Leonardo Da Vinci presentaba los rasgos característicos de la neurosis. A pesar de eso, se dedica a sus ocupaciones y utiliza sus notables dones en los estudios más variados. Y es que gracias a su genio su afectividad instintiva encuentra la derivación necesaria para el mantenimiento de su salud espiritual a pesar de sus disposiciones neuróticas. La interpretación psicoanalítica nos muestra que la <> está fijada sobre un objeto irreal. Hay sublimación, pero incompleta, ya que este objeto irreal tiende a tomar vida en la composición pictórica, obstaculiza el libre vuelo del genio, del don excepcional de Leonardo; viene en cualquier momento a parasitar su inspiración, la deforma y la vuelve irreconocible para el artista que, no reconociendo jamás su ideal en lo que pinta, no llega al acto completo; es así que él mismo llega a juzgar sus cuadros de inacabados. En el ejemplo de Leonardo Da Vinci, la tendencia amorosa no cambia de naturaleza, sino simplemente de objeto, y, gracias a la genialidad del artista, ella asegura a su obra un valor social. Al mismo tiempo, esta sublimación -incluso incompleta- permite al pintor mantener un contacto de aproximación normal con la sociedad. En este ejemplo, sólo está en juego la afectividad vinculada al instinto sexual. Es importante anotar que hay privación del objeto natural del instinto considerado, pero no destrucción de la imagen latente de este objeto que 77
reaparece cargado de su dinamismo en la obra del artista. Ahora vamos a dar un ejemplo donde la energía necesaria para la realización de un acto es transferida de una tendencia instintiva a otra por un modo de extensión de la afectividad de la tendencia primitiva, sin que haya aquí para eso privación del objeto natural del instinto primitivo. La tendencia al combate nos parece que debe estar relacionada, primitivamente, al instinto de conservación: el adulto primitivo, para quien el combate no es un juego, como lo es para el niño, libra batalla ya para defender su vida contra el ataque de los animales carnívoros, o para defender una presa en contra de su semejante que lo busca para robarle, a menos que los papeles estén invertidos y (P. 127) que él mismo ataque para robar. En estos diversos casos, cuando la huida o la privación no parecen ser la mejor solución, el hombre lucha para asegurar su existencia. Pero el hombre aún combate por la posesión de una mujer. En este caso, la tendencia al combate se relaciona con el instinto sexual. Es bajo esta determinada forma la que Pierre Bovet estudia con todo detalle (1). En fin, el hombre llega a luchar para defender a un miembro de su familia, un padre, un hermano, un hijo y extiende su tendencia al combate hasta la defensa del clan, de la patria y, hasta, de un ideal abstracto, como lo muestra Pierre Bovet. Esta disposición al combate, que en primer lugar permite al hombre conservarle la vida -o lo que es necesario para su vida- es puesta primitivamente pues al servicio del instinto de conservación; al mismo tiempo, ella puede ser puesta al servicio del instinto sexual, es decir al servicio de la conservación de la especie, aún a riesgo de comprometer, por pérdida de la vida misma, la satisfacción del primer instinto. Todo sucede como si las imágenes del instinto de conservación, tales como la imagen de la privación de la vida, la imagen de la fuga, la imagen de renunciamiento al objeto codiciado, fueran vaciadas, momentáneamente, de su dinamismo, en provecho de la imagen de la posesión de la mujer, En cambio, no hay privación permanente -salvo accidente- del objeto primitivo que es la existencia misma. Más tarde, cuando el hombre llega a una fase más perfeccionada de la vida social, la imagen de la muerte será privada parcialmente de su contenido emotivo, gracias a que ella podrá ser olvidada en provecho de la imagen de la tropa o grupo para defender. Estos dos ejemplos se corresponden con dos distintos aspectos de la evolución de la afectividad instintiva que es necesario diferenciar. Para el primero hay que reservar, con Freud, la palabra sublimación; para el otro le corresponde lo que, con Pierre Janet, llamaremos la adquisición psicológica, ya se trate de nuevas conductas sociales o de una nueva disciplina de vida interior. Resumiremos concretando que hay sublimación ____ (1) L'instinct combatif. Delchaux et Niestlé, S. A., Neuchâtel, 1917
(P. 128) cuando el instinto es privado de su objeto primitivo, y eso de un modo permanente en beneficio de una actividad de alto valor social. Si el individuo se impone esta privación de una manera perfectamente consciente, sin fallido rechazo, esta privación es una verdadera ascesis en el sentido más noble de la palabra. Si el fallido rechazo está, la sublimación no es ya completa; es el caso de Leonardo Da Vinci y de las falsas vocaciones religiosas. En el caso del éxito parcial, y sobre todo del éxito completo, asistimos, en profundidad más que en superficie, a un desarrollo del individuo. La evolución hacia <> nueva, por el contrario, aparece como una expansión del individuo explotando éste todas sus posibilidades en el marco de la sociedad. 78
Éste es un desarrollo más en superficie que en profundidad, y no conlleva la privación permanente de ninguno de los objetos naturales del instinto y a fortiori [(con mayor razón)] no conlleva rechazo (1). La evolución de los sentimientos, en uno y otro caso, no debe ser separada de la evolución de la inteligencia. El individuo recorre las diferentes etapas que marcan los progresos de la especie, tanto desde el punto de vista sentimental como desde el punto de vista intelectual, reproduciendo la evolución de ésta. Si comparamos a dos individuos llegados a unas fases de desarrollo intelectual diferentes, este límite intelectual señala, para cada uno ellos, un límite de los sentimientos a los que pueden elevarse. De dos egoístas, mientras el primero comprendiendo toda la belleza de algunas conductas altruistas, rechazará el conformarse, por incapacidad de encontrar allí una satisfacción real; el otro, al contrario, permanecerá simplemente insensible a la belleza de estos sentimientos, que le parecerán errores de conducta. El resultado práctico es el mismo; la distinción entre estos dos casos puede sin embargo ser establecida teniendo en cuenta el grado de inteligencia, es decir, empleando el lenguaje de Pierre Janet, a los grados de perfección de la conducta a la que uno y otro han llegado. ____ (1) No parece que se encuentre en el animal el equivalente de la sublimación de la afectividad instintiva, mientras que se encuentra el equivalente de la conducta social en determinados insectos y algunos cuadrúpedos que viven en manadas.
(P. 129) Recordando lo anteriormente expuesto, hemos querido atraer la atención especialmente sobre la posibilidad de ver algunas de las imágenes de un instinto perder, de una manera permanente o momentánea, su poder de fijar el deseo cuando el individuo se ha enriquecido con otras imágenes. Este enriquecimiento, en parte de la especie como del individuo, no se hace más que lentamente, es el fruto de la experiencia y de la educación. Muchas veces hemos observado esta posibilidad sobre nuestros sujetos y esto nos ha conducido a hacer la crítica de ciertos sistemas de educación, aún vigentes en nuestra época, que parecen reposar sobre el principio de que un progreso moral es el resultado de un proceso puramente racional. En la mayoría de estos sistemas, se esfuerzan por corregir un error modificando el juicio que se supone falso y se hace apelación a la lógica al menos tanto como al sentimiento. Se está obligado a recurrir a un ideal del que no se puede defender más que por una argumentación lógica a menudo pobre; ocurre así que se fracasa. El fracaso se aprecia por cierto en que el ideal propuesto no parece corresponder con ninguna imagen en el interlocutor. Mucho más, la argumentación lógica, en razón de esta ausencia de imagen, arriesga a crear un conflicto inconsciente entre la razón y la actitud afectiva que es inconsciente la mayoría de las veces y que conlleva imágenes muy fuertes [ver pág. 138\84]. Ante una imagen de los acontecimientos vinculada a una actitud sentimental penosa para el individuo porque ella deteriora -por ejemplo sus relaciones con su entorno-, hay que lograr sustituirla por una imagen que esté vinculada a un conjunto de sentimientos más generosos y que se correspondan con el ideal propuesto. El individuo primero debe vivir ese conjunto de sentimientos para tener el apetito de otra conducta y para ver nacer en él una representación de los acontecimientos que ya no le molesta y le permite comportarse con sensatez. En resumen, la educación primero tiene que modificar el mundo de nuestras representaciones y esto no puede ser hecho más que sobre un único individuo a la vez; será siempre necesario que un sistema de educación colectiva deje un amplio espacio para la acción particular y 79
(P. 130) para que cada individuo encuentre en ese sistema el equivalente al de una educación privada. 2º EDUCACIÓN Y PSICAGOGIA (PEDAGOGÍA) Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho, podemos ahora plantear el problema de la educación y más especialmente el de la reeducación. Se trata primero, para el educador, de hacer con su alumno el inventario de las imágenes que, para este último, son representativas de la vida en general. Después serán traídas estas imágenes a una clasificación que no puede y no debe ser hecha más que con el mismo interesado; se constatará así que algunas de entre ellas son perjudiciales para él. ¿Se puede esperar reemplazar estas imágenes por otras? Sí, si se cree en la experiencia de los educadores de todos las épocas. En realidad, es posible desplazar el dinamismo afectivo de un cierto esquema de acción por otro esquema de acción, siguiendo el mecanismo de la sublimación descrito por el psicoanálisis o según el de las adquisiciones psicológicas. La técnica permitiendo realizar estos desplazamientos releva de una parte las leyes del hábito, sin la cual ninguna tendencia puede establecerse; de otra parte, ella se asienta sobre un hecho experimental nuevo. La exploración del subconsciente a través del método que proponemos muestra que, al menos en el adulto, un gran número de esquemas de acción y de imágenes afectivas vinculadas a estos esquemas -que se les relaciona o no a un instinto particular como es el instinto sexual- permanecen en estado latente y están desprovistos de todo dinamismo eficaz en tanto que el sujeto no recibe un choque que venga del exterior: acontecimiento nuevo, ejemplo del prójimo, etc. Esta intervención exterior o ajena puede ser la exploración de él mismo a través del método del sueño despierto orientado (*) como lo hemos dicho. No hemos de debatir de dónde vienen estas imágenes latentes; la experiencia nos permite afirmar que, al menos en el adulto, se encuentran imágenes de conductas nue____ (*) [Otra expresión muy parecida a la anotada en la p. 66\39. -N. del que t.-].
(P. 131) vas a las cuales están vinculadas unos estados afectivos que el sujeto jamás aún ha vivido y que es posible hacérselos vivir con una intensidad y una eficacia iguales a las que caracterizan las emociones vinculadas a un recuerdo rechazado y revivido a lo largo del psicoanálisis. Además, esto es verdadero tanto en el sentido de una regresión moral (caso del descenso), como en el sentido de un progreso espiritual (caso de la ascensión). La aparición de estas imágenes y de los complejos afectivos que les están vinculados a dichas imágenes puede ser comparado al <> de una placa fotográfica: hay revelación del sujeto consigo mismo, es decir, se realiza una toma de conciencia. Toda la técnica de la psicagogia del adulto se asienta sobre una contemplación repetida de algunos esquemas de acción o actitud previamente reveladas; todo el valor educativo de nuestro método reside en el hecho de que estos esquemas están vinculados a estados afectivos vividos por el sujeto y que son nuevos para él. He aquí un ejemplo, tanto más típico en cuanto a que nuestra intervención personal se reduce por así decirlo a nada. En 1927, Y. A..., mujer soltera de treinta y tres años, con la que ya habíamos trabajado de vez en cuando, tuvo las siguientes imágenes en el transcurso de una sesión: ella se 80
<> en una atmósfera luminosa, teniendo una espada, rodeada de pequeños globos luminosos que atravesaba con esta arma y que estallaban. Por una parte esta imagen la sorprendía, y por otra, la divertía por su fantasía. Y. A..., rogada de proseguir su ascensión, tuvo pronto la visión de un Cristo en cruz que pareció impresionarla profundamente. No hemos planteado a Y. A... ninguna cuestión para esclarecer el símbolo de los pequeños globos y la hemos dejado contemplar la imagen de la crucifixión todo el tiempo durante el cual ella se mantuvo. Después no hubo allí ningún comentario por nuestra parte, ni por parte de Y. A...; sólo en 1936 hemos hablado de esta sesión con la interesada. El símbolo de los globos y de la espada es trivial y no tememos interpretarlo, viniendo de una sujeto virgen, se(P. 132) gún la simbólica freudiana; expresa el deseo del himeneo o acto conyugal. Cuando últimamente hemos hablado a Y. A... de esta primera imagen, nos ha dicho no recordarla de ninguna manera. Esto no tiene nada de asombroso; la forma simbólica que expresa este deseo es justamente la prueba de que en ese momento mismo ella es muy poco consciente; el olvido de tales imágenes acompaña normalmente el proceso de rechazo ya revelado por el simbolismo del deseo. En cambio, la imagen de la crucifixión ha dejado en los recuerdos de la sujeto una profunda sensación: <>. Es, pensamos nosotros, por una asociación de ideas bastante evidentes -la relación entre estas ideas, como es la norma, escapando en la sujeto- como surge la imagen de la crucifixión. Esta última puede ser considerada como una condensación de las ideas de pena padecida injustamente y de sacrificio consentido en nombre de un elevado ideal. La primera de estas ideas parece seguir estando inconsciente, según lo que nos dice Y. A.., mientras que la segunda, la idea de la aceptación, desde el punto de vista religioso, está perfectamente consciente. Las posibilidades de matrimonio son escasas, la sujeto lo sabe, y, por otra parte, rechaza la unión libre; no hay otra salida que la aceptación. Esta explicación nos ha parecido tan plausible, en ese mismo momento, que nos ha parecido inútil sacarlo a la luz para la sujeto que, por otra parte, no experimenta ningún malestar neurótico profundo. Así pues el respeto ante íntimas penas nos hizo guardar silencio. A pesar de eso, las consecuencias fueron considerables y ellas mostrarán al lector que el análisis es a menudo superfluo en materia de sublimación. Y. A... tiene un conocimiento perfectamente claro de su situación. Pero, comprender que actitud es lógica y, en este caso particular, necesaria, es fácil; tomar real(P. 133) mente esa actitud es mucho más difícil y, durante mucho tiempo, Y. A... no ha podido resignarse. Esta <> señala el momento de un cambio radical en su comportamiento general. Y. A... había llevado hasta entonces una vida bastante ociosa; había emprendido un cierto número de estudios y había incluso intentado, sin gran éxito, crearse una posición. Para quién la observaba, esas tentativas no estaban sostenidas por un entusiasmo muy vivo y sobre todo el buen humor no las acompañaba. El cambio radical se manifiesta al principio por un interés mucho más vivo proyectado 81
hacia una ética superior. <>. Comienza una profunda vida interior, que sin duda no dará en seguida sus frutos en el ámbito de la vida práctica, pero que es la elaboración previa indispensable para una adaptación a la vida social. La búsqueda de distracciones exteriores es cada vez menos intensa, mientras que un lugar cada vez más amplio está hecho de los trabajos del espíritu. Paralelamente, los trabajos domésticos, hechos antes con alguna repugnancia, son realizados ahora sin dificultad. Por supuesto, tiene aún recaídas, periodos de desaliento pero estos son cada vez más raros. Finalmente Y. A..., ayudada por otra parte por circunstancias independientes a su voluntad, asume franca y valerosamente bastantes considerables responsabilidades; ella hace frente a numerosas dificultades de orden espiritual y material sin ningún desmayo, aceptando una vida a menudo penosa y exigiendo una gran actividad de su parte, con una perfecta calma y un buen humor con el que ya no se contradice. Por supuesto, las circunstancias son aquí el factor principal de la sublimación; pero todo demuestra también que la sujeto ha encontrado una ayuda considerable en la imagen de la aceptación, primitivamente reducida a un esquema puramente intelectual, transformada en verdadera imagen, rica de un dinamismo afectivo del que habíamos tenido desde un principio la clara percepción, lo que nos había forzado al silencio. Sin este trabajo de sublimación que nuestra intervención a (P. 134) activado, es muy posible que Y. A... hubiera fracasado en su adaptación a las exigencias de una vida social a menudo difícil. En resumen, repetidas experiencias, nos tienen mostrado que basta: 1º revelar al sujeto, ayudándole a encontrarla, las imágenes que lleva en él mismo; 2º de ayudarle a nutrir estas imágenes nuevas del dinamismo afectivo que ellas conllevan por su cualidad, afín de que sean enriquecidas hasta el punto de que la contradicción, más bien que el conflicto, entre el deseo que hacen aparecer y el deseo vinculado al de las imágenes antiguas, desaparezca sin brusquedad por agotamiento de esta última. Aquí no hay que temer el <>. En efecto, no se trata de volver inconsciente el antiguo deseo, sino de fortalecer a uno nuevo, de tal manera que la satisfacción del primero se vuelva indiferente y no inconsciente. El individuo debe, y puede, liberarse de su primer deseo parecidamente a como un fruto podrido se despega del árbol y cae. Por analogía, diremos que el antiguo deseo envejece y lentamente se apaga en él mismo. En este proceso, es muy fácil de evitar todo violento conflicto susceptible de llevar malestar para el sujeto. Pero, en cambio, se comprenderá fácilmente que es necesario en el educador tanta paciencia como tacto y, por decirlo todo, mucho tiempo. Siendo admitida la validez de las observaciones anteriormente mostradas, examinamos como, en el papel del educador, podremos aplicar la técnica expuesta aquí. Sean cual sean los casos, los principios siguen siendo los mismos. Nos bastará, pues precisar los matices particulares de esta técnica en los diversos casos que pueden presentarse. Consideraremos en primer lugar el caso del adulto normal que separaremos completamente del caso del niño y terminaremos por el caso del enfermo tratando con la psicoterapia.
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(P. 135) a) Aplicación en el caso del adulto. El adulto que viene a nosotros deseando simplemente conocerse mejor o bien busca una ayuda en un momento difícil de su existencia -durante una crisis espiritual como la que atravesamos todos- porque, momentáneamente, está desorientado buscando su camino. Si este adulto tiene suficiente experiencia como para que podamos llevarlo a analizar por él mismo, a través de las circunstancias de su vida, la manera en que se ha implicado, podremos ayudarle muy eficazmente, y bastante rápidamente, haciéndole tomar conciencia de sí mismo por los procedimientos descritos en el capítulo II aplicados tal cual. El lector se sorprenderá tal vez que unos adultos tengan el deseo de someterse a las prácticas que hemos descrito; ¿pero no responde simple y llanamente este deseo al sabio llamamiento de la antigüedad de: <> La psicología ampliamente ha demostrado la dificultad de conocernos por nuestros propios medios; incluso ayudados por otros jamás lo conseguimos completamente. ¿Qué interés práctico puede tener un adulto <>, en el sentido común de esta palabra, para entregarse a una ejercitación por los medios que hemos indicado? Se puede contar con los siguientes resultados: -un mejoramiento en la aptitud de fijar la atención; -una disciplina de la imaginación del que el libre juego demasiado a menudo no es más que incoherente, incluso en las personas mejor <>; -un muy claro desarrollo de la intuición; -un mayor conocimiento de las posibilidades afectivas aquellas que son los factores determinantes en la elección de los actos de la vida cotidiana; -una elevación de la tensión psicológica que fortalece el gusto por la acción. Las observaciones hechas sobre un sujeto, ya sea por la gente de su entorno (P. 136) o por nosotros mismos, harán percibir el valor educativo de este método. B. L... tenía 26 años cuando comenzó su ejercitación con nosotros. Educada por una profesora particular en una familia donde las decisiones paternales no eran jamás discutidas, esta joven mujer, a pesar de muy reales dones, sufría de una gran timidez a la cual contribuía el sentimiento de no tener adquirida la fuerte disciplina intelectual de una enseñanza en un instituto. Sin que se pudiera, en lo que esto sea, considerarla como una neurópata, una enterocolitis aún agravaba estas disposiciones, y ella se curaba esta enfermedad al mismo tiempo que se sometía a nuestra ejercitación psíquica. Las sesiones fueron proseguidas regularmente durante casi dos años. Los resultados de este trabajo pueden resumirse de la siguiente manera: 1º Toma de conciencia de las posibilidades morales e intelectuales mal conocidas y poco utilizada hasta entonces. (Ej.: posibilidad de calma; dominio de los impulsos, prosecución perseverante de una acción lógica; introspección ya no vacía, sino constructiva). 2º Coordinación de estas posibilidades traduciéndose en un nuevo sentimiento de continuidad de sí misma. Con su familia, B. L... <> hablar, intercambiar ideas teniendo la sensación de que las suyas eran claras. En la misma proporción la atmósfera familiar mejoró; ya no sufría de ninguna restricción. Con sus amigos, se volvió más libre; uno de entre ellos, que no la había visto desde hacía un año, quedó tan impresionado por el cambio sobrevenido en ella que le preguntó: <<¿Qué 83
le ha ocurrido? Tenéis un dominio de sí que es totalmente nuevo...>> Habiendo tomado conciencia de las posibilidades físicas e intelectuales de las que dudaba penosamente antes, ella asumió unas ocupaciones; hubo de tomar unas responsabilidades, al entrar en contacto con numerosos desconocidos, ya se tratara de cuestiones materiales o de cuestiones de orden espiritual. Emprendió y llevó a cabo un trabajo literario. (P. 137) B. L... ella misma dice sentirse más <> y ya no experimentar esta dificultad o restricción que la paralizaba antes. De acuerdo con nosotros, B. L... ha dejado desde hace varios años la ejercitación de las sesiones regulares; pero ella continúa esta <> psíquica que se le ha vuelto natural. Se esfuerza -dice ella- por emplearla en todas las circunstancias de la vida, <>. No se tendría que creer que B. L... sea juguete de la más mínima ilusión; conservando toda una perfecta amabilidad, realmente ha adquirido la seguridad de la que ella se felicita. Ciertamente, la curación de su enterocolitis ha jugado un papel importante en esta transformación; no hay duda de que sus dones existían antes de nuestra intervención, pero ésta ha tenido por incontestable resultado una <>, una síntesis de la personalidad, que le ha permitido ejercer plenamente sus dones. Rogaremos aún al lector retrotraerse igualmente al tercer ejemplo dado al final del capítulo II [p. 73\44] que muestra el provecho que puede extraer el sujeto de su ejercitación. La joven mujer de la que se trata, B. M... estaba considerada por los suyos, antes de seguir esta ejercitación, como neurasténica. Ella misma piensa que lo era (1). Sin embargo, después de algunas sesiones, B. M... recuperó una actitud optimista; su familia pudo constatar un radical cambio de actitud, y según la opinión de los suyos, <> mientras que ahora es la alegría de su entorno. Ella misma nos hizo esta característica confidencia: <>. Terceras personas nos han dicho que dedicaba buena parte de su tiempo libre a aportar ayuda material y espiritual a enfermos pobres. Además estamos convencido de que, si la aplicación de nuestro método no tenía por primer resultado volver a sumer____ (1) Este estado duraba, al parecer, desde hacía varios años, pero no damos esta indicación más que bajo una total reserva y sin tener que sacar conclusión de carácter médico.
(P. 138) gir al individuo en las realidades de la existencia transmitiéndole el gusto por la acción, el sueño despierto no sería más que un juego mórbido a condenar de una vez por todas. No obstante si, el sujeto podía encontrar misterioso estos procedimientos o simplemente si estimábamos que está aún demasiado atraído por el espejismo de las satisfacciones que espera de la vida, por falta de tener éste una suficiente experiencia, emplearíamos una técnica totalmente diferente, en apariencia, pero reposando exactamente sobre los mismos principios (1). Esta técnica presenta la ventaja de poder ser aplicada en una libre conversación, sin esta puesta en escena que necesita el estado de relajación y que puede inquietar -erróneamente por cierto- a ciertas personas al evocar en su mente el recuerdo de las prácticas hipnóticas. El lector sabe que no se corrige un error de actitud por unos simples razonamientos. El 84
razonamiento, lo recordamos, arriesga por el contrario de provocar un conflicto violento entre la razón del sujeto y su instinto que le demanda inconscientemente ser satisfecho. Este conflicto será tanto más violento como mejores puedan ser los argumentos lógicos que se opongan al deseo instintivo. Se puede así provocar una <> del instinto bajo cualquier forma de cólera o acto violento y cerrarse toda vía de acceso hacia el sujeto, lo que va en contra del objetivo perseguido [ver p. 129\79]. Por el contrario, se puede llegar al resultado buscado abandonando el procedimiento de la discusión lógica, para situar la conversación sobre un terreno totalmente distinto de intercambio. Llamaremos a este procedimiento <>; consiste simple y llanamente en revelar al sujeto sus imágenes latentes mostrándoselas a través del juego de nuestras propias imágenes. Sobre el terreno de la lógica, para nuestro interlocutor necesariamente tomamos el aspecto de un antagonista. El razona____ (1) Nos oponemos, en general, al empleo de nuestro método, tal como éste está descrito en el capítulo II, en el caso de sujetos normales menores de entre 25 a 30 años.
(P. 139) miento proporciona bien el modelo de la imagen a revelar en el sujeto, pero esta es una imagen resecada, esquelética, sin sustancia y sin color. Por el contrario, la descripción de una falta, cometida por nosotros mismos nos confiere, a los ojos del que nos escucha, el aspecto de un hombre que ha sido también débil como él mismo; esto le aporta un alivio y promueve su simpatía. Si nuestro interlocutor padece un malestar real, él encuentra una esperanza gracias al contraste entre la riqueza de la imagen por la cual hemos reemplazado a la que primero nos ha inducido al error y la propia pobreza de esta última; somos para él la prueba viviente de la posibilidad de evitar este malestar ; él se siente comprendido y está en el estado adecuado para interesarse por las imágenes que queremos revelarle, imagen viva, rica en sentimientos, en la cual podrá <> para encontrar, en él mismo, la imagen latente aquella que le es propia y que se cargará poco a poco de todo el dinamismo afectivo que habremos sabido comunicarle. Se comprende, por consiguiente, el papel educativo de una confidencia, o a falta de ésta, de la narración de un caso vivido. Se hace apelación al innato apetito del hombre por todo espectáculo que le recuerde lo que él mismo es, apetito que se constata, en la mayoría, en la curiosidad por la vida de los otros, en el placer experimentado en el teatro, en el <>, independientemente incluso de toda búsqueda de orden verdaderamente estético. Se encuentra aún esta disposición en el interés que se tiene por la fábula, en la que se mezcla también el más o menos pronunciado gusto por lo maravilloso. En resumen, evocando nuestra propia experiencia es como establecemos en el espíritu de nuestro interlocutor una base, que es la imagen latente revelada, sobre la cual podremos apoyarnos luego para acabar de orientarla a través de todos los desarrollos lógicos que conlleve la situación. El conflicto, que infaliblemente habríamos provocado procediendo de otra manera, permanece sin embargo todavía posible. Probablemente se producirá; pero mientras que su causa verdadera, el deseo instintivo agregado a una imagen muy fuerte, permanecería en estado inconsciente, (P. 140) se nos hace posible, apoyándonos sobre la nueva imagen revelada, denunciar la verdadera naturaleza de la imagen primera. Nos incorporamos así al psicoanálisis, pero usando una técnica diferente a la que éste emplea. Bien entendido, que lo que acaba de ser dicho para la imagen revelada por el 85
procedimiento de la confidencia se aplica también para la imagen revelada por los procedimientos descritos anteriormente. Se comprende, por consiguiente, que esta técnica no sólo no arriesga de ninguna manera provocar rechazos, sino que, muy al contrario, si existen, ella permite detectarlos, con la ayuda eventual del psicoanálisis, apoyándose sobre un elemento afectivo que el psicoanálisis no se preocupa de elegir ni previamente reforzar. ¿Cómo emplearemos en la práctica el procedimiento de la confidencia? Utilizamos, como ejemplo, el casi general caso de los conflictos familiares. Una causa frecuente de estos conflictos encuentra su origen en el nacimiento del primer hijo sobrevenido a partir de los primeros meses que siguen al matrimonio de los padres. El caso es todavía más grave si el niño es engendrado antes del matrimonio o, peor, si su padre no es el marido de la madre. Este hecho puede provocar reacciones instintivas extremadamente violentas por parte de la madre, la mayoría de las veces, y a veces del padre. El hijo será considerado como un obstáculo a las satisfacciones del acto matrimonial; la madre rechazará este sentimiento, pero el niño sufrirá las descargas afectivas inherentes a este rechazo. La crisis alcanzará a menudo su paroxismo cuando el niño llegue a la adolescencia; se volverá en incómodo testigo de la edad de la madre. Los psicoanalistas tienen descrito suficientemente este tipo de conflicto entre el hijo y los padres por lo que es inútil insistir en la cuestión. La única manera de intervenir es hacer a la madre, y si es preciso al padre, conscientes de la verdadera naturaleza de sus sentimientos. Por supuesto, ellos tienen excelentes razones para explicar y justificar su conducta con respecto al hijo y sería peligroso intentar instruirlos con argumentos lógicos. Pero si nos encontramos con haber tenido la misma expe(P. 141) riencia, podremos servirnos del procedimiento de la confidencia, así también podremos recurrir al ejemplo de los parientes que habiendo vivido las mismas reacciones instintivas, más adelante han tomado conciencia de toda esta problemática. Haremos nuestra propia crítica, analizaremos todos los defectos que tenía nuestro hijo, en el momento de la adolescencia, los mismos que los interesados reprochan al suyo: el hijo es reservado, es perezoso, etc. Confesaremos luego, que un día nos preguntamos si no éramos responsables, en cierta medida, del desarrollo de estos defectos en el interesado. Evocaremos la mezcla compleja de sentimientos, unos alegres, otros de fastidio y de inquietud, que hemos experimentado en el nacimiento del primer hijo. Condenaremos, por supuesto, estos últimos sentimientos como indignos de buenos padres y sólo insistiremos justo lo bastante como para hacer nacer una duda en el ánimo de nuestro interlocutor. Pasaremos inmediatamente al examen de las verificaciones aquellas en las que hemos procedido: expondremos que no hemos sabido permanecer calmos, ni justos, en todas las circunstancias; que hemos dramatizados las pequeñas faltas del niño y haberlo castigado con excesiva severidad; en una palabra, reconoceremos que no hemos sabido ser un guía comprensivo para él y haremos resaltar las consecuencias de estas faltas sobre la evolución de su carácter. Defenderemos entonces nuestra propia causa, poniendo de manifiesto que es difícil canalizar la naturaleza humana, insistiendo sobre el hecho de que constantemente estamos movidos por el instinto. Sin embargo indicaremos la necesidad de rastrear con valentía los verdaderos móviles de algunos de nuestros comportamientos, por muy doloroso que pueda ser este examen. Terminaremos explicando cómo nos hemos esforzado por devolver confianza en el hijo, confesándole, si es preciso, parte de nuestros errores, y respetando mejor su personalidad, dejándolo más libre a fin de que sienta la responsabilidad 86
de sus actos, no ya frente a nosotros mismos, sino con respecto a él mismo; y pondremos de relieve los buenos resultados obtenidos. Esta larga conversación, de la que sólo indicamos el esquema, podrá hacerse en varias veces; en ocasiones será necesario (P. 142) semanas, según el grado de evolución moral y la fuerza del impacto emotivo provocado por el nacimiento del hijo, para llevar a nuestro interlocutor a identificar, por él mismo, su caso con el nuestro. Es haciendo penetrar a nuestro interlocutor en la intimidad de nuestras representaciones afectivas, al explicarle las relaciones y revelándole las imágenes de generosidad, y de respeto hacia la personalidad del otro, opuestas a las primeras, como le ayudaremos a evolucionar en el mismo sentido y a corregir sus errores (1). ¿El papel del educador debe limitarse a ayudar al individuo, niño o adulto, a tomar conciencia de sí mismo, de sus propias posibilidades? En muchos casos, parece, que se deba ir más lejos. No nos basta, en efecto, con haber tomado conciencia de algunas de nuestras posibilidades para que éstas se apliquen. Será necesario renovar, enriquecer, algunas de nuestras imágenes para que puedan ser eficaces. Una norma debe ser establecida. Ahora bien, concentrar nuestra atención sobre una imagen, enriqueciéndola, es exactamente practicar la autosugerencia. Además, ¿no se puede decir que toda disciplina aceptada o elegida, buena o mala, es de alguna manera el resultado de una autosugerencia y que, sin ésta, todos los sistemas de educación serían inoperantes? Tendremos pues, en muchos casos, la obligación de enseñar al alumno lo que es la autosugerencia y enseñarle su práctica. Recordemos respecto a este tema lo que dice Freud en su Introducción al Psicoanálisis: <
(P. 143) que desea el final de estos conflictos>>; y más adelante: <> (1). El empleo consciente de la autosugerencia es de una importancia capital. Así pues es necesario saber en cuales condiciones ella puede ser eficaz. El sentimiento desempeña el papel preponderante en la ejecución de la orden que se da a sí mismo. Por ignorar esta verdad es por lo que fracasan tantas personas que sin embargo intentan la experiencia muy seriamente. El segundo factor es la juiciosa elección de la imagen representativa del deseado resultado; pero esta imagen no está operante más que en función de lo que contiene de dinamismo afectivo en el momento en que ella es formada. No consiste en pretender autosugestionarse, sino en desear primero y luego representarse con nitidez el acto considerado como útil. De todas las imágenes, la representación visual es la más operante porque es la más habitual. Esto explica por qué la técnica que proponemos 87
es una excelente preparación para el uso de la autosugerencia. Pero antes de que un sujeto sea capaz de poner en práctica las recomendaciones expresadas, es necesario primero que haya aprendido a prescindir de nuestra ayuda. Así pues diremos algunas palabras del trabajo que se puede hacer, sin ayuda ajena, antes de tratar de la autosugerencia. b) La utilización de este método sólo por el propio sujeto. Ya hemos hecho alusión, hablando de la rememoración [p. 108\65 y sigs.], a la posibilidad de la utilización de nuestro método sin la ayuda de otra persona. Esto no debe ser hecho más que al cabo de un cierto tiempo de ejercitación y, naturalmente, limitando la aplicación de este método ya para la obtención de una relajación psíquica, ya para despertar la memoria como anteriormente lo hemos dicho, o aún para la simple contemplación de ciertas imágenes como ____ (1) Introduction à la Psychanalyse. Payot, Paris, 1922, p. 483. [En la colección <>, año 2000, de Alianza Editorial, S. A., Madrid, Introducción al psicoanálisis, p. 512 y 513. -N. del que t.-]. (P. 144) medio de autosugerencia o por simple curiosidad científica. La relajación psíquica, obtenida por este medio, es muy eficaz; basta con mantener la atención fijada en la idea de <> para llegar por uno mismo a una imagen de luz, similar a la de El Día [p. 124\76], por ejemplo, y contemplarla poniendo toda su atención sobre la sensación de calma que acompaña a esta representación. A menudo hemos practicado este ejercicio nosotros mismos y algunos de nuestros sujetos, después de haber cesado toda ejercitación con nosotros desde hace unos años, aún lo hacen. Diez minutos de semejante ejercicio proporcionan ya una considerable sensación de descanso. El empleo de este medio, sin ayuda ajena, es también muy eficaz para la autosugerencia, sobre todo si ésta es utilizada algunos momentos antes del sueño nocturno. La imagen elegida será siempre representativa de la deseada actitud o del acto a realizar. Para que esta imagen sea eficaz, es necesario que ella esté asociada a un sentimiento tan intensamente vivido como sea posible. Los ejemplos siguientes harán bien comprender los medios a emplear. c) Práctica de la autosugerencia Supongamos que nos tengamos que encontrar para un asunto cualquiera, con una de estas personas de la que es difícil tener una entrevista tranquila, porque ellas mismas tienen una gran dificultad a permanecer sobre el terreno de los hechos y a su lógico examen, o por cualquier otra razón. Semejante entrevista acaba por irritar al hombre más dueño de sí y podemos temer no poder mantener esta serenidad que es sin embargo el único medio de imponer la calma a nuestro interlocutor. Nos formaremos una imagen en las condiciones indicadas en el tema anterior; la contemplaremos en calma durante algunos momentos y manteniendo toda esta representación visual, evocaremos, además, la imagen de la persona que debemos recibir. Nos imaginaremos a ésta con el carácter impulsivo que le conocemos; (P. 145) la observaremos agitarse, muy atento a su comportamiento; al mismo tiempo, sin cesar de contemplar la circundante imagen de luz, llevaremos en parte nuestra atención sobre la sensación de calma que ella desprende y sobre la idea de una actitud personal 88
benevolente. Para terminar, nos daremos la orden de evocar estas imágenes de luz, de calma y de benevolencia en el momento que sea preciso o cuando alguna irritación tienda a manifestarse durante el encuentro real. Estas imágenes, con la ejercitación, acabarán por surgir ellas mismas, por asociación, y serán una poderosa ayuda en el mantenimiento de la calma que deseamos. Este procedimiento, cuando hemos podido emplearlo a tiempo, siempre nos ha salido bien. Si se trata de un acto a realizar, el procedimiento, en principio, sigue siendo el mismo; no será necesario formar otra representación más que la del acto mismo y de las circunstancias que deben acompañarlo. Por ejemplo, no queremos que se nos olvide hacer la compra de un regalo. Debe ser hecho a la mañana siguiente entre diversas ocupaciones, en las cuales nos será necesario poner toda nuestra atención y que nos dejará muy poco tiempo libre, de modo que arriesgamos de olvidar hacer esta compra. Nos imaginaremos el final de la ocupación que debe preceder al momento de nuestra compra y, a partir del momento en que nuestra atención estará disponible para fijarse sobre la idea de la compra, evocaremos, en todos los detalles, los gestos a realizar, con la idea constante del malestar interior que experimentaríamos si llegábamos a coger otro camino que el que debe conducirnos a la debida tienda. Este malestar interior es lo que debe ser el centro de nuestra atención. Si, al día siguiente, nos ocurre efectivamente de olvidar, este malestar aparecerá, primero confusamente, después con bastante intensidad para que, por asociaciones, la idea de la compra se presente a tiempo y permita, así, proceder a ella. Esta práctica de la autosugerencia conduce a un adiestramiento tal, que al cabo de algunos meses nos bastará darnos (P. 146) una orden, dedicando algunos segundos para la formación de las imágenes representativas del acto, para que sea cumplida con facilidad y sin fatigante tensión de la mente. Hay aquí para todos los que padecen de despiste o inatención, o tienen una cierta pereza a actuar o una irritabilidad de la que quieren corregirse, un medio de autoeducación sumamente precioso y mucho más eficaz que el método del <> o de la representación puramente verbal, que creemos que es la mayoría de las veces inoperante. Este medio se corresponde con el mínimo de energía gastada, ya que la contemplación de las imágenes representativas debe ser hecha sin alguna otra tensión interior que la necesitada para esta contemplación en la calma. Conviene pues naturalmente a todas las personas que tienen un escaso potencial psicológico; al principio, es fácil de ayudar a estas personas a hacerse representaciones correctas, sin que alguna fatiga le resulte. d) Examen en el caso del niño. ¿Los procedimientos que acabamos de describir para la educación del adulto pueden ser aplicados al niño? No estamos completamente en condiciones de responder a esta cuestión ya que nunca hemos hecho experiencias con niños; sin embargo pensamos que el <> podría ser provocado y dirigido en el niño, como en el adulto, pero estamos totalmente opuestos, en principio, a este género de experiencia. Si hacemos tener sueños despiertos al adulto, es para ayudarle a que corrija él mismo la actividad desordenada de su imaginación y, por ahí, volver a poner orden en las manifestaciones de su emotividad para que vuelva a ser dueño de la una y de la otra. Para el niño, por el contrario, basta con evitar que caiga en 89
este desorden. Los niños <>, nos dice María Montessori (1), y añade: <
(P. 147) al niño a superar ese estado salvaje y no debe ni desarrollarlo ni allí retener al niño>>. Esta observación, que hacemos nuestra, nos lleva pues a desaconsejar el sueño despierto cuando se trata de un joven niño normal. El niño debe ser constantemente mantenido en lo real; es por la acción inmediatamente útil, vivida tan intensamente como sea posible, como lo educaremos. Querríamos, sin embargo, señalar que la pedagogía moderna recurre voluntariamente a los mecanismos inconscientes para provocar las adquisiciones psicológicas en el niño. Es así, por tomar un ejemplo entre otros, que el método de Montessori establece, en principio, que los impulsos del niño deben ser libres, igual que la imaginación es dejada libre en el psicoanálisis y en nuestro método. Sin embargo, en los dos casos esta libertad está orientada (en el caso del niño, por un material didáctico adecuado). En la propia organización de la Escuela Montessori, aún encontramos las condiciones de aislamiento, de relajación psíquica comparables a las que son necesarias para la aparición de las tendencias profundas en nuestros sujetos y para sus adquisiciones psicológicas. La analogía entre los resultados obtenidos es un hecho evidente por los gráficos de trabajo que publica María Montessori (1). Podríamos utilizarlos tal cual para representar nuestras sesiones de adultos: al periodo o fase de contemplación por el niño de su propio trabajo que se corresponde con la asimilación de su esfuerzo y con la de una relajación con estado de euforia son exactamente comparables con la del análisis de las imágenes al final de la sesión y con la del estado de euforia de nuestros sujetos. El niño vive su éxito, toma conciencia de sus posibilidades, tanto como nuestros sujetos viven tal actitud afectiva en la cual ellos desean mantenerse y toman conciencia del hecho de que eso les es posible. Insiste aún María Montessori sobre el carácter explosivo de las adquisiciones del niño. Hay mucho en esta revelación para éste, ____ (1) Op. cit., tome II, p. 55.
(P. 148) con toda la alegría que comporta para él la toma de conciencia de las imágenes de las que se ha impregnado el subconsciente a su espalda, ya que pone a su disposición un automatismo del que bruscamente se siente dueño. El proceso puede ser comparado con el que sigue el adulto a quien hacemos enriquecer la imagen para llevarlo a corregir sus deficiencias y a realizar sus posibilidades latentes de una actitud correcta ante la vida. La pedagogía recurrirá cada vez más a la psicología del subconsciente para perfeccionar sus métodos, y si pensamos que ella no puede inmediatamente tomar nada de la técnica del <> tal como la proponemos aquí, al menos nos es permitido esperar que los resultados de la experiencia hecha con esta técnica podrán servirle ulteriormente en particular en lo que concierne a la higiene de la imaginación y de la emotividad así como al desarrollo de la intuición, apenas enfocado en los métodos pedagógicos más modernos y completamente obstaculizado en los antiguos que hacen un recurso abusivo de la lógica. 3º DISPOSICIONES PATOLÓGICAS REVELADAS POR ESTE MÉTODO En primer lugar volveremos sobre el carácter regresivo de las imágenes del sueño despierto del que hemos aplazado el examen hasta ahora. 90
a) Carácter regresivo de las imágenes del sueño despierto. Hemos hecho ya alusión a este carácter. Éste debe retener la atención del psicólogo ya que permite, en particular, encontrar, en el civilizado, un eco de esta mentalidad primitiva, o mentalidad prelógica, descrita por Lévy Bruhl. Ésta bien parece subsistir intacta en el civilizado y sólo estar enmascarada, encubierta por la cultura intelectual y, especialmente, por un adiestramiento intensivo en el análisis lógico. No es cierto que sólo encontremos ventajas en esta preparación. No aparece como imposible, en efecto, sin perder el beneficio de una civilización penosamente adquirida, el hecho de reeducar, o (P. 149) mejor, de no obnubilar, ciertas facultades instintivas. Puede pues aquí haber un interés para estudiar sistemáticamente todas las representaciones del sueño despierto y de compararlas con lo que se sabe de los primitivos. Pero, si las anteriores observaciones deben incitar al psicólogo a estudiar las imágenes del sueño despierto, orientando a éste en el sentido conveniente a sus búsquedas por el método que proponemos, debe siempre primero colocarse bajo el punto de vista del interés del sujeto, sobre todo si se trata de un enfermo. Insistimos pues muy particularmente sobre la necesidad de hacer comprender a éste, desde el principio -sin herir no obstante sus creencias- que el mundo de las imágenes donde lo haremos evolucionar es, esencialmente el mundo de la ilusión. Le explicaremos que éste no es más que un medio para descubrir determinadas posibilidades, algunas actitudes sentimentales latentes, conjuntos de sentimientos vividos o posibles actos, aquellos de los que tienen importancia. Por último, el objetivo que perseguiremos con él, pero sin decirlo prematuramente, será precisamente de ayudarle a liberarse del modo de expresión arcaico del ensueño; lo llevaremos, progresivamente, a simplificar sus representaciones visuales hasta el punto de reducir su simbolismo y despojarle cada vez más de la fabulación que ellas conllevan. El sujeto puede incluso llegar, con la desaparición de toda representación visual, a una percepción directa y clara de lo más profundo de su actividad psíquica que le permite perfeccionar su síntesis psicológica. Este despojamiento de las representaciones del sujeto y, paralelamente, la percepción, por él, de un nuevo modo afectivo son los únicos criterios de sus progresos. Esta manera de concebir el empleo del método tal como lo proponemos, nos separa de todos los que están tentados por asociar un valor <> a las representaciones visuales. No dejaríamos de insistir, con los médicos, sobre el peligro de esta actitud que lleva a las peores ilusiones, incluso a las peores supersticiones. He aquí uno de los peligros de este método; éste (P. 150) arriesga de satisfacer en el sujeto un gusto por lo maravilloso que sólo se corresponde con su temor a lo real. Si se cedía a esta tendencia extremadamente frecuente, se mantendría al sujeto en actitudes falsas ante las realidades de la existencia en lugar de ayudarle a volverse a sumergir valerosamente en lo real; él debe de reconocer, con sus dificultades propias, todas las posibilidades de victoria que tiene que encontrar aquí alguien con un carácter fuertemente templado. Numerosos comentarios serán pues necesarios, después de las sesiones, para que el sujeto comprenda la exacta significación y saque todo el debido provecho. Será necesario, sin embargo, velar que estos comentarios, ya que portan necesariamente 91
una sugerencia, respeten su personalidad. No podemos hacer mejor aquí que reproducir las recomendaciones juiciosas del doctor Ernest Jolowicz (1): <>. Y más adelante añade: <>. Debemos ahora poner al lector en guardia contra una falsa interpretación: el carácter regresivo es común ____ (1) Action et Pensée. Octobre 1935, p. 132 - 133.
(P. 151) a las imágenes del sueño despierto y a las del sueño ordinario; no resulta pues que este carácter sea en sí mismo mórbido e implica la idea de un estado de regresión, únicamente, en el sentido médico de esta expresión. Es cierto que los modos de expresión arcaicos -cuando no hay regresión- pueden tener un valor constructivo como es el caso de tantas obras de arte. Parece incluso que haya sido constatado que la regresión puede favorecer la producción artística: ¿No ha dejado de pintar un pintor de talento cuando, después de un psicoanálisis, hubo descubierto la fuente de algunas de sus inspiraciones? Esto no nos compromete en absoluto a concluir de que es necesario mantener al artista en este estado de regresión si, médicamente hablando, verdaderamente éste existe. Debemos reconocer la utilidad de los medios de expresión arcaicos para la producción artística y respetarlos hasta cierto punto en el artista, como en el místico, como así lo veremos al final de esta obra. Hemos ya encontrado para eso una razón: el arte pertenece esencialmente al ámbito del sentimiento y el artista, como el místico, no puede comunicar lo que siente más que por las imágenes que encuentran su eco en nosotros. Ningún discurso racional jamás podrá hacer compartir un sentimiento, por eso los medios de expresión exclusivamente racionales están prohibidos en el artista. Y, sin embargo, éste tiene que tener toda libertad para comunicarse, ya sea dándonos tal cual su imagen interior o transponiéndola [a través de la simbolización] como es el caso más frecuente. Volvamos al estado de regresión real. Éste parece estar marcado por un fenómeno típico que el doctor Guillerey, director de la Métairie en Nyon (Suiza) ha podido observar, como nosotros, buscando de adaptar nuestro método a la psicoterapia. Proponemos dar a este fenómeno -si es suficientemente verificado y si nuestra interpretación es reconocida como correcta- el nombre de imagen de interrupción (*), He aquí en que consiste. ____ (*) [La palabra: arrêt la he traducido por: interrupción, por parecerme la más adecuada de entre otras sinónimas como: parada, o: detención. -N. del que t.-].
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(P. 152) b) Las imágenes de interrupción. Por ejemplo, con ciertos sujetos, desde las primeras sesiones, una representación de intenso foco luminoso fija su atención. Si el sujeto puede ser considerado como normal, después de que hayamos asegurado que esta imagen le parece placentera o, al menos, que ella despierta su curiosidad sin ninguna reticencia, podremos pedirle que penetre en esta luz. En las sesiones del principio, esta sugerencia provocará la aparición de nuevas representaciones, de carácter más o menos simbólico, con estado afectivo más consciente y agradable. En las sesiones finales de la ejercitación, el sujeto tomará conciencia, sin intermediario simbólico, de nuevos estados afectivos. Si el sujeto, por el contrario, presenta algún carácter neuropático, estas representaciones puramente luminosas estarán acompañadas de una cierta reticencia de la que interrogándolo nos apercibiremos. Este interrogatorio debe ser extremadamente prudente; ya que si el sujeto permanece muy pasivo, y por consiguiente accesible a la sugerencia, se podría provocar en él un choque emotivo desagradable, o incluso perjudicial. Cuando parecida reticencia es manifestada, la norma general es de renunciar al empleo, tal cual, de nuestro método y orientar al sujeto hacia un previo análisis psicológico. Sin embargo, si se transgredía esta norma para llevar más lejos la experiencia y si se invitaba al sujeto a penetrar en esta luz, se provocaría la aparición de imágenes desagradables emparentándose con las de las pesadillas como acabamos de decirlo. Estas imágenes están acompañadas, a veces, de la sensación de caída, y, siempre, de una ligera angustia, características de un estado neuropático. Estas representaciones luminosas, en lugar de anunciar un cambio en la cualidad de las imágenes en el sentido de un progreso, son por el contrario una especie de << techo o límite>> que el sujeto no puede franquear; por eso proponemos llamarlas imágenes de interrupción. He aquí un ejemplo: (P. 153) B. C... es un hombre joven de veinticinco años, gran psicasténico, que nos ha sido enviado por un amigo, de acuerdo con el médico de la familia, con la esperanza de que podremos aplicarle algún tipo de tratamiento para <>. Hemos aceptado hacer una prueba, después, habiendo adquirido la certeza de que no podríamos hacer nada con él, hemos intentado, sin éxito, convencer al enfermo de hacerse tratar en una clínica. En nuestro primer encuentro, hemos aplicado nuestro método a B. C... tal como lo hemos descrito en el capítulo II. Las primeras imágenes eran muy penosas: B. C... se <> reptando a lo largo de una escarpadura rocosa, bajo el aspecto de un hombre completamente agotado. Extendido sobre una plataforma que le habíamos sugerido como imagen de descanso, él se <