DECÁLO GO CO NTRA LA APATÍA POLÍTICA POLÍTICA
Según un habitual tópico, el apego a la democracia se desarrollaría por sí solo. Sería causa y efecto de la propia democracia: cuanto más democracia, más virtud democrática. iUn círculo maravilloso! La democracia sería la única forma de gobierno perfectamente autosuficiente en lo relativo a lo que Montesquieu denominaba su ressort, su muelle espiritual. Sería suficiente poner la democracia en funcionamiento; después, después, las cosas irían por sí mismas por el mejor de los caminos. Pues bien, algunos decenios después de la proclamación de la Constitución, un famoso escrito de Norberto Bobbio señalaba el espíritu democrático como una de las «promesas incumplidas de la democracia» . En lugar del apego, crece la apatía política. En Italia —y tal vez no sólo allí— se es democrático no por convicción sino por costumbre; pero la costumbre puede llevar al aburrimiento, incluso a la náusea y al rechazo. Es verdad, no obstante, que la participación puede estallar de improviso y vientos de movilización pueden eliminar la indiferencia en situaciones excepcionales. Son, sin embargo, reminiscencias que no prometen nada bueno. Los electores, excitados, se movilizan en frentes opuestos para someterse a eslóganes: bien-mal, amor-odio, verdad-error, vidalítica despachan como revancha de los valores sobre el relativismo relativismo de la democracia. Palabras que podrán quizá servir para ganar unas elecciones, pero que mientras tanto esparcen veneno sin que una opinión pública consciente sepa defenderse una vez que la routine cotidiana la ha convertido en obtusa. Un defecto y un exceso: uno debilita las raíces, el otro las f uturo de la democra dem ocracia, cia, FCE, México, 21996. 1. Cf. N. Bobbio, El futuro
sacude. Apatía y sobrexcitación sobrexcitación dem uestran que el ethos de la demo cracia no se produce por sí mism o.
Monarquías, Monarquías, despotismos, aristocracias y repúblicas han tenido sus
pedagogos. Las revoluciones han tenido sus catecismo catecismo s. La dem ocraci por po r el con trario, tiene po litólogo litólogo s y constitucion alistas. alistas. Pero no es sufi:
sacude. Apatía y sobrexcitación sobrexcitación dem uestran que el ethos de la demo cracia no se produce por sí mism o.
Monarquías, Monarquías, despotismos, aristocracias y repúblicas han tenido sus
pedagogos. Las revoluciones han tenido sus catecismo catecismo s. La dem ocraci por po r el con trario, tiene po litólogo litólogo s y constitucion alistas. alistas. Pero no es sufi: ciente. Su tarea es estudiar y explicar reglas externas de fu cionamien-
to, pero lo que realmente importa, el factor espiritual, normalmente se les escapa. Su público, además, no es ciertamente el ciudadano común, como debería ser en tanto que vivamos en una democracia.
El decálogo que sigue es una simple propuesta:
La fe en algo que tiene valor. La democracia es relativista, no institución de co njunto, no hay fes o valores absoluabsolutista. Como institución
tos que defend er, excepto excep to aquellos sobre los que se basa. Es decir, debe
creer en sí misma y saber defenderse, pero más allá de estos valores es relativista en el siguiente y preciso sentido: fines y valores son considerados relativos a quienes los propugnan y, en su variedad, son
considerados igualmente igualmente legítimos. Democracia y verdad absoluta, de-
mocracia y dogma, son incompatibles. La verdad absoluta y el dogma
valen en sociedades autocráticas, no en sociedades democráticas. Desde el pun to de vista de los individuos, po r el contrario, relativi relativism sm o significa significa que «todo es relativo», relativo», que una cosa vale igual que otra, es decir, que nada tiene valor. Ahora bien, mientras el relativismo del conjunto es condición para la democracia, el nihilismo o el escepticismo escepticismo sociales
son un a am enaza. Si no se tiene fe en nada, ¿por qué defender una fora de gobierno com o la demo cracia cracia que sirve sirve en tanto se pueden hacer valer las las propias conv icciones? Para este tipo tipo de person a, lo lo que cu enta,
si es que cuenta algo, es su propio bienestar. Alegrémonos, por tanto, si la democracia en su conjunto es relativista. Únicamente Únicamente de este modo la sociedad puede ser libre; quien se lamenta esconde pensa-
ientos ientos autocráticos. autocráticos. No obstante, es necesario necesario com batir en todo lugar la apatía apatía prom oviendo ideales, program as y —¿po r qué no?— u topías. El cuidado de las individualidades.
La dem ocracia está está fundad fundad
sobre los individuos, no sobre la masa. Como ya lo vio Tocqueville,
la masificación masificación es un peligro peligro m ortal. ortal. Precisam Precisam ente la dem ocracia, pro-
clamando una igualdad media, puede amenazar los valores persona-
les, anulando libertad e individualidad en una masa informe. Y la masa
informe puede contentarse con un demagogo con el que identificarse instintivamente. Los regímenes totalitarios del siglo pasado son la prueba: una democracia sin cualidades individuales se entrega a los jefes
del pueblo; aquéllos, a su vez, necesitan hombres-masa, no hombres-
del pueblo; aquéllos, a su vez, necesitan hombres-masa, no hombresindividuos. Por ello, la democracia debe cuidar la originalidad de cada uno de sus miembros y combatir la pasiva adhesión a las modas que embotan los espíritus. Debemos mirar con preocupación la homologación de muchos niveles de la existencia, consumo y cultura, diversión y comunicación, todos «de masa». Quien no se adecua es en el mejor de los casos considerado un original, en el peor un «desplazado». Es necesario considerar «desplazados» «desplazados» a los otros, a los pasivos consumidores de estilos de vida, los homologados al ambiente. La democracia es discusión, razonar juntos: filología en sentido socrático. Quien odia discutir —el misólogoodia la democracia, forma de gobierno de la discusión por antonomasia: prefiere la imposición a la persuasión. Sócrates, maestro insuperable del arte del diálogo (es decir, de la filología), denunciaba dos peligros opuestos: existen —dice— «personas absolutamente carentes de cultura» que aman «tener razón a toda costa» e, insistiendo, llevan consigo a los demás al error; pero también están quienes «gastan su tiempo en razonamientos contrapuestos y que terminan por creerse que son sapientísimos y que ellos son los únicos en haber comprendido que ni en las cosas ni en los razonamientos no hay ninguna sana ni firme, sino que todo lo que existe simplemente va y viene arriba y abajo» . Debemo s cui darnos de ambos peligros: la arrogancia de quien ha tomado partido y el remordimiento remordimiento de quien no halla nada íntegro en el razonamiento. Para Para preservar la honestidad del razonamiento debe ser respetada, en primer lugar, la verdad de los hechos. Son dictaduras ideológicas aquellas que manipulan, tergiversan, tergiversan, e incluso crean y recrean ad hoc. Son regímenes corruptores de las conciencias «hasta la médula» aquellos que tratan los hechos como opiniones e instauran un «nihilismo de la realidad», poEl espíritu del diálogo.
niendo sobre el mismo plano verdad y mentira. Los eventos de la vida no
son ya «hechos duros e inevitables» sino un «conglomerado de sucesos y eslóganes siempre cambiantes (yendo y viniendo, precisamente) en la que la misma cosa hoy puede ser verdadera y mañana falsa» según el interés del momento. Por ello, la mentira intencionada —instrumento ordinario de la vida pública— debería tratarse como crimen contra la Platón, Fedón, en Íd., Apología de Sócrates. Fedón, CSIC, Madrid, 2002, pp. 156-158. Arendt, «Las secuelas del régimen nazi. Informe desde Alemania» [1950], en Íd., Ensayos de comprensión 1930-1954. Escritos no reunidos e inéditos, Caparrós, Madrid, 2005, p. 305. 2.
dem ocracia. Por tanto, es necesario no obstinarse ni dejar pasar las las cosas, según la enseñ anza socrática. soc rática. Ello, a su vez, indica indica tam bién la virtud áxima de quien am a el diálogo: diálogo: saber alegrarse alegrarse de d escubrir el propio
error. Quien al final se mantiene en sus posiciones iniciales, en efecto,
sale tal como era antes de comenzar el diálogo; pero quien corrige su
posición mejora, se libera del peso del error. Si, por el contrario, el hecho
de que se haya demostrado el propio error es percibido como una derrota, o incluso como una humillación, humillación, entonces el espíritu del diálogo está demasiado lejos y dominan el orgullo y la vanidad, sentimientos
hostiles a la dem ocracia.
El espíritu de igualdad.
La dem ocracia ocracia se basa en la igualdad igualdad y es
acechada por el privilegio. La igualdad es isonomía —«la más dulce de
las palabras» , lala igualdad de las leyes que en Grecia precede al glorioglorioso siglo siglo de la demo cracia ateniense. ateniense. Sin Sin leyes iguales iguales para todos — pensem os en los privilegios, privilegios, en las leyes leyes ad personas— la sociedad se divide
en castas y la vida colectiva se convierte en dominio de oligarquías. El privilegio crea arribismo y carreras perversas. Si la movilidad social y el
acceso a los puestos m ás altos existe, existe, lala sociedad e s som etida al estrés estrés de quienes bu scan a tod a costa hacer carrera, con m alestar, frustraciones, frustraciones, e
incluso suicidios; si se cierran por insuficiente movilidad, se genera un terrible mal destructivo: la envidia social. No son necesarios ejemplos, por ser evidentes, sobre la actual caída del espíritu de igualdad. Se trata
incluso de una inversión total: la adm iración iración ocupa o cupa el pu esto del despre-
cio hacia los privilegiados, ejemplos que imitar imitar en el modo de pensar y
en el estilo de vida. Hay un lugar de culto social que expresa el auténtico espíritu espíritu de nuestro tiemp o: el estadio. Fijé onos en la e stratif stratificaci icación ón público. A la tribuna tribuna vulgarmente den om inada VIP, dond e se sientan sientan los
prominentes hombres de la política, finanzas, mundanidad, se dirigen los ojos decenas de miles de potenciales «clientes» que, en lugar de advertir la indecencia de la situación, harían de todo por ser admitidos
en este club.
El respeto de las identidades diversas.
En d em ocracia, las ideniden-
tidades particulares son irrelevantes para el derecho a vivir en sociedad. No fue así en el pasado, ni tampoco hoy lo es en realidad. Hoy el problema de la coexistencia de identidades plurales es de naturaleza ético-cultural y religiosa; históricamente el problema ha sido de carácter religioso, y derivó de la ruptura de la Reforma de la Iglesia de Roma. En nombre del orden interno, mediante el principio cuius regio, eius et religio, se imp imp uso en religiosa
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a los habitantes de las mismas tierras, haciendo posible la emigración de un Estado a otro para defender la fe junto a la vida, pero permitiendo la persecución religiosa dentro de cada Estado. La idea de la tolerancia nace para permitir mantener juntas tierra y fe, para no tener que perder una para conservar la otra. Pero la democracia no se refiere a la tolerancia. El contexto es diferente. El absolutismo, cuando se suaviza, puede hablar de tolerancia; pero no la democracia que, por el contrario, se ajusta al lenguaje de la igual ciudadanía de todos. Por tanto, si el concepto de identidad debe valer para reconocer y proteger las diferentes culturas, es irrelevante para la participación en la vida pública. El peligro procede ahora de un nuevo llamamiento a la unión entre poder civil y religión. Históricamente, dicho llamamiento ha sometido la vida religiosa bajo la potencia de los Estados. Hoy los «ateos clericales» (o como se los quiera llamar) tratan de invertir los términos: cuius religio, eius et regio, una ambigua trama de poder civil y religioso en el que cada uno se apoya en el otro (Stefano Levi della Torre). Una nueva alianza entre trono y altar amenaza con renovadas intolerancias a gran escala. Estos problemas tienen particular importancia en lo relativo a los símbolos: velo islámico y crucifijo cristiano, por ejemplo. La democracia no puede impedir a ningún particular su exposición, pero a su vez nadie puede hacer un uso agresivo de los mismos. Si —y cuando— prevalece el respeto recíproco, un problema que hoy parece tan agudo —el de la identidad asociada con la exclusión— se superará por sí mismo, sin necesidad de soluciones jurídicas.
6. Desconfianza hacia las decisiones irremediables. La democracia
implica la revisabilidad de toda decisión, excepto, por supuesto, la relativa a la propia democracia. Las soluciones definitivas a los problemas, sin posibilidad de volver a pensar sobre ellas ni corregirlas, son propias de los regímenes de justicia y verdad absolutas. En cuanto perennemente dialógica, la democracia no tiene ni puede querer verdades a priori, como fruto, por ejemplo, de mandatos divinos, ni a posteriori, como consecuencia de decisiones populares, ni tan siquiera unánimes. La vía para poder decir «nos hemos equivocado» debe permanecer siempre abierta. No carece de significado que las democracias estén preferentemente orientadas contra la pena de muerte y contra la guerra, dos decisiones con efectos irreversibles. Las autocracias, por el contrario, no tienen escrúpulos. Pueden fundarse, como en De Maistre, sobre el elogio conjunto de la fuerza armada y del verdugo, continuaciones naturales de la verdad absoluta. Todos comprendemos cómo las decisiones
com o la bioética, bioética, lala tecnología aplicada aplicada a los tem as de la vida, de la mu er-
te y de la salud, o la relación entre el ser humano y la naturaleza, todas ellas sometidas al riesgo de elecciones sin vuelta atrás. La actitud experimental. La
dem ocracia está orientada por prin-
cipios pero debe aprender todos los días de las consecuencias de sus propios actos. La cita ética de la responsabilidad (junto con la ética de
las convicciones) convicciones) web eriana se puede dar aquí por descon tada. No es así
para los regímenes de la verdad absoluta. Dichos regímenes no temen
las consecuen cias fiat veritas, fiat iustitia, pereat mundus (hágase la verdad, dad , hágase la justicia, justicia, y perezca el m undo). un do). El espíritu espíritu dem ocrático es,
por el contrario, aquel en el que convicciones y consecuencias forman
un cam po en tensión que determina las norm as de lala actuación actuación responsable. Todo proyecto realizado abre problemas q ue vuelven a cuestionar el proyecto. La experiencia es el banco de pru ebas de la teoría. Imbuirse Im buirse en esta tensión form a el carácter, carácter, hace aceptables las derrotas y prom ueve nu evas energías. Conciencia de mayoría y conciencia de minoría.
En dem ocraci
No vale la máxima terrorista vox populi, vox Dei. Ésta es sólo aparentemente democrática ya que niega el derecho de la minoría, cuya opinión, por contraposición, sería vox diaboli. Antes bien, vox populi, vox hominum: voces de seres falibles, dispuestos a reconocer sus propios
errores. El m otor de este m ovimiento n o está en la mayo ría, ría, sino sino en las
minorías que asumen el lema: «Distínguete de la mayoría para cumplir
con lo que co nsideras justo». justo». Su razón d e ser es el desafío de la deliberación tom ada en previsión previsión de o tra mejor. Por ello, ello, cuando prevalece una
mayoría sobre una minoría, no es la victoria de la primera y la derrota de la segunda, sino la asignación de una doble carga: para la mayoría demostrar la validez con el paso del tiempo de la decisión tomada;
para la minoría insisti insistirr med iante razones mejores. De aqu í que ningu na votación en dem ocracia —excep to aquellas que instauran lala propia democracia— cierra definitivamente definitivamente la partida, porque el terreno para
desafío de vuelta está siem siem pre abierto.
La actitud altruista. La democracia es la forma de vida de los seres humanos altruistas. La virtud republicana de Montesquieu consiste en el amor por la cosa pública y en la disponibilidad para poner algo en común; es más, lo mejor de cada uno: tiempo, capacidad, recursos materiales, etc. Esto constituye la res publica como recurso recurso común dis
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ponible para todos. La marginalidad social es, por tanto, contraria a la democracia; la idea de que nadie puede ser abandonado a su suerte no es
un elemento accidental de la democracia. La alternativa es el darwinismo social, la ideología cruel que legitima la fortuna de los fuertes y el abandono de los débiles a su suerte.
10. El cuidado de las palabras. Siendo la democracia diálogo, los
instrumentos del diálogo, las palabras, deben ser objeto de un cuidado mucho mayor que en cualquier otra forma de gobierno. Cuidado en un doble sentido: respecto al número y a su calidad. El número de palabras conocidas y usadas es proporcional al gra-
do de desarrollo de la democracia: pocas palabras, pocas ideas, pocas po-
sibilidades, poca democracia. Cuando nuestro lenguaje político se limita únicamente al sí y al no, sólo estamos preparados para los plebiscitos; y cuando no conozcamos más que el sí, no seremos sino grey, rebaño. El número de palabras conocidas, además, asigna el puesto en la escala social. ¿Recordamos todavía la escuela de Barbiana" ? Manda quien conoce más palabras. El diálogo, para ser tal, debe ser paritario. Si sólo uno sabe hablar, o maneja la palabra mejor que el resto, la victoria no irá al mejor logos sino al más hábil con las palabras, palabras, como en el tiempo de los sofistas. sofistas. He aquí la razón por la que la democracia exige una cierta igualdad en la distribución de las palabras. «Sólo la lengua nos hace iguales. Igual es quien sabe expresarse. Que sea rico o pobre importa menos» . Y por po r ell una escuela igualitaria es condición de democracia. La calidad de las palabras. Para la honestidad del diálogo, las palabras no deben llevar al engaño: palabras precisas y directas, tenor emotivo bajo, pocas metáforas, dejar hablar a las cosas a través de las palabras, no dejar que las palabras se acumulen unas sobre otras. Las palabras de-
ben respetar —n o corrom per— los conceptos. En otro caso, el diálogo diálogo se
convierte en un modo para llevar a los demás a tu posición mediante el
fraude. Una vez más aprend em os algo del Sócrates Sócrates del Fedón: «El concep-
to quiere apropiarse de su nombre en todos los casos» . El mundo de la
política política es donde esta traición traición se consum a en m ayor m edida, com enzando
* Se refire a una fracción de un pueblo de la provincia de Florencia, Vicchio, símbolo e una revolución revoluc ión pedagógica pedagógica guiada por el sacerdote sacerdote Lorenzo ilani. Las líneas de esta acción educativa humanizadora fueron un compromiso social, la defensa del derecho universal a la educación, la reivindicación del saber como medio de participación social y la necesidad de construir un mundo más solidario y justo. [N. del T. 4. Escuela de Barbiana, Carta a una maestra, Hogar del Libro, Barcelona, 1982, p. 98.
precisamente por la propia palabra «política». Política viene de polis y d dos conceptos que indican arte, ciencia y actividades dedicadas politeia, gu erra, segregacionisa la convivencia. Pero hoy e habla de política de guerra, ta, expansionista, colonial, etc. «Esta es una época política» scribió rwell—. rwell—. «La guerra, el fascismo, los campos cam pos de concentración, las o_ rras, las bombas atómicas, es aquello en lo que pensar» . Otro engaño: la libertad, la protección de los indefensos contra los abusos del poder se ha convertido, en su uso «político», en el escudo detrás del cual los potentes esconden su prepotencia; engaños, por tanto. A quien pronuncia palabras como éstas —es más, quizá todas las palabras de la política— se le puede legítimamente preguntar: ¿de qué parte estás?, ¿del lado de los indefensos o de los poderosos?
6. G. Orwell, El León
el Unicornio,
FCE, México, 2006.
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