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De la ciencia al sentido común por SERGE MOSCOVICI y MILES HEWSTONE
A. El juego de la ciencia
y
el juego del sentido común
a.
Sin duda, el problema que se nos plantea se enuncia de manera simple. Con pocas palabras basta: «¿Cómo piensan los individuos?». O bien: «¿Cómo comprenden los individuos su mundo?». «¿Cómo utilizan la información transmitida por la ciencia o la experiencia común?» y así sucesivamente. Cada una de estas fórmulas presenta nuestro problema desde una perspectiva diferente. Se dirá tal vez que concierne a los filósofos o a los estudiosos de la lógica. Y al mismo tiempo se preguntará por qué nos interesamos por esta cuestión en tanto que psicosociólogos. Esto se debe principalmente a la siguiente paradoja. Todo contribuye a hacer de la ciencia una parte integrante de nuestra visión de la vida cotidiana. La ciencia es inseparable de nuestra vida intelectual y de nuestras relaciones sociales. Basta con mencionar la difusión del psicoanálisis, de la biología, del discurso económico, de la relatividad, por sólo citar algunas. A consecuencia de ello, en nuestras ideologías, en gran escala, y en nuestro llamado sentido común, en menor escala, abundan imágenes, palabras y razonamientos sacados de la física, de la medicina, de la sociología, de la psicología y de otras ciencias. Por esta razón, unos ven en la ciencia una nueva religión del pueblo y otros, el valium del pueblo. Y no obstante, si se observa en sus detalles los procedimientos mentales que utiliza la mayoría de los individuos para aplicar estas palabras, imágenes o ideas de origen científico, estos individuos se comportan como si fuesen científicos sin especialización e incluso torpes. Tanto en las grandes cosas como en las pequeñas, nosotros, miembros instruidos de una civilización técnica, estamos muy lejos de pensar y comportamos según un método lógico y racional. Sin duda esto resulta sorprendente. Todo sucede como si, para vivir juntos, para comunicarse entre ellos de forma adecuada y para resolver sus problemas habituales, los individuos no pudieran jugar simplemente el juego de la ciencia. Retienen su contenido, pero modifican su forma y sus reglas. Los individuos deben transformarlo en juego del sentido común, con todo lo que esto presupone de pensamiento y lenguaje propios. La necesidad de comprender esta paradoja nos obliga a preguntar: “¿Por qué piensan así los individuos en su vida cotidiana” Y nos esforzamos por explicar la diferencia entre el ideal de un pensamiento conforme a la ciencia y la razón, y la realidad del pensamiento en el mundo social. Esta explicación pasa por la teoría de las representaciones sociales. Al principio fue concebida para estudiar cómo el juego de la ciencia se convierte, en parte, en el juego del sentido común. Saber si la operación ha tenido éxito, es otra cosa. b.
Si hablamos de ciencia y de sentido común, o en otras palabras, de epistemología científica y de epistemología popular, todo el mundo comprende de qué se trata. Aquí encontramos una vez más una oposición muy antigua, descrita en innumerables ocasiones. El hombre, al menos el hombre occidental, goza del curioso privilegio de tener derecho de residencia en dos mundos diferentes de pensamiento. En un constante ir y venir, pasa de una experiencia intelectual a otra, que pueden ser profesionales, ordinarias, disciplinadas o espontáneas, teniendo cada una de ellas su lógica y sus límites. Y tiene excelentes razones para creer que cada experiencia tiene sus propias bazas. El pensamiento racional tiene a su favor el rigor y la seguridad de sus previsiones, pero sus posibilidades de exploración y sus grados de libertad están terriblemente restringidos. En su campo nos enfrentamos, en principio, únicamente con personas competentes e informaciones garantizadas. El segundo campo, en cambio, permite tener contactos, por
efímeros que sean, con cualquier persona, amigos o vecinos, así como desconocidos, de formación variada e intereses sumamente diversos. Podríamos definirla como una “ciencia de cibistas” al margen de los canales oficiales. En ella, el hombre de la calle encuentra una experiencia intelectual que le permite escapar de la hiriente servidumbre y restricciones de la impersonalidad y de la regla. Le presenta una ciencia más accesible y digerible. Todo el mundo quiere consumir ciencia o al menos probarla, pero a condición de que ésta se presente en forma comestible, agradable al paladar. En suma, hacemos de la ciencia un bien de consumo como cualquier otro. Aquí como en otros campos, los gustos difieren. Por ello no resulta nada sorprendente que los hombres tengan tantas reticencias a la hora de elegir entre estos dos mundos de pensamiento y a la hora de atribuir la superioridad a uno de ambos, haciendo del otro un simple asunto de comodidad. Sin embargo, la elección que se inició en Grecia, adquirió su forma definitiva hace tres siglos. Esta elección conduce a una bifurcación, a una divergencia radical entre dos modos de conocimiento o de adquisición de conocimientos: uno normalizado y otro no normalizado. Para describir esta divergencia se ha recurrido a varias etiquetas: lógica y mito, pensamiento doméstico y pensamiento salvaje (Lévi-Strauss, 1962), mentalidad lógica y mentalidad prelógica (Lévy-Bruhl, 1922), pensamiento crítico y pensamiento automático (Moscovici, 1981). Pero la naturaleza de esta oposición permanece inmutable. Por una parte, el pensamiento normalizado busca y alcanza la verdad. Es un pensamiento que reflexiona. Esto significa que se controla y formula criterios para invalidar o confirmar sus razonamientos. Y el espíritu acostumbrado a seguir sus reglas postula que para cada pregunta existe una respuesta y una sola. De lo contrario no es una verdadera pregunta, ya que encierra necesariamente una parte de oscuridad. Además, la regla que conduce a formular soluciones correctas para todos los problemas auténticos es de carácter lógico. Por último, las soluciones y los razonamientos son válidos para todos los hombres, en todo tiempo y lugar. En cambio, el pensamiento no normalizado corresponde a una forma de pensamiento más “natural”, más innata, que se adquiere sin formación particular. En este caso, los individuos saben directamente lo que saben. Intentan articular su significado por sí mismo, en su vida y no en vistas a un objetivo ulterior, por elevado que éste sea. Reglas y convenciones les parecen evidentes. Se sirven de ellas libremente, según las necesidades del momento. Y este pensamiento está fuertemente influenciado por las creencias anteriores o los estereotipos de lenguaje. Pero esta bifurcación no proviene únicamente de un pensamiento dividido. También es consecuencia de una división en la sociedad y, por ende, presenta interés para la psicología social. Nadie ignora, y no hay por qué insistir en este punto, que en la cultura moderna reina una gran diferenciación. Está se manifiesta en la escisión de la ciencia, de la técnica e incluso del arte. ¿Qué significa esta diferenciación? Por una parte, los conocimientos elaborados por especialistas se hacen autónomos. Por la otra, las tradiciones vaciadas de su contenido y que han perdido su poder de crecimiento natural prosiguen su desarrollo en tanto que conocimientos sobre el terreno de lo cotidiano. De está forma, la recuperación de las tradiciones culturales por parte de los especialistas ha dado lugar a una cultura de expertos encerrada en sus instituciones y sus disciplinas. Mientras que el llamado conocimiento profano ha sido dejado a un lado, fragmentado y desecado en la cultura de masas. Todos estos cambios han provocado efectos diametralmente opuestos al sentido que habrían podido recibir el descubrimiento y la utilización por parte del hombre de los misterios de la naturaleza, conduciendo a una sociedad bifurcada: una minoría de especialistas y una mayoría de aficionados, consumidores de conocimiento succionado a través de una educación sucinta o a través de los media. En definitiva, la oposición entre el pensamiento normalizado y el que no lo está, entre el pensamiento advertido del científico y el pensamiento “ingenuo” del hombre de la calle es menos de orden lógico u orgánico que de orden social. Los psicosociólogos discuten muy poco la razón social de esta philosophia plebeia y la toman aún menos en consideración. Sin duda, no ven el provecho que podrían sacar de ella para sus experiencias. Sin embargo, esta filosofía significa que, si la epistemología popular nos preocupa actualmente, esto se debe a que comprender la vida informal de todos los días y criticarla se ha convertido en el punto de mira de la sociedad. Tarea que sin duda resulta tan urgente como comprender las relaciones interpersonales. B. El sentido común: conocimiento de primera mano
segunda mano a.
y
conocimiento de
Una vez dadas estas indicaciones preliminares entraremos en la parte principal del tema. Una epistemología popular tiene por objeto estudiar un tipo determinado de conocimiento, a saber, el sentido común. Por esta razón, primero debe describir el tipo de conocimientos y al individuo que conoce. Evidentemente, esta descripción depende del punto de vista que se adopte. El nuestro se basa en la teoría de las representaciones sociales. Sin duda, no estamos en condiciones de trazar una frontera, de decir dónde comienza y dónde termina el sentido común, ni cuáles son los límites del pensamiento ingenuo, y así sucesivamente. No obstante, podemos hacernos una idea por contraste con la ciencia, al igual que comprendemos lo nuevo por oposición a lo viejo. La formación de imágenes y el establecimiento de lazos mentales son las herramientas más generales que nos sirven para aprender. El elemento crucial de la inteligencia humana consiste en ver las cosas y en establecer lazos entre ellas. También puede trascender lo dado, discriminar esquemas, jerarquías y contextos. El sentido común incluye las imágenes y los lazos mentales que son utilizados y hablados por todo el mundo cuando los individuos intentan resolver problemas familiares o prever su desenlace. Es un cuerpo de conocimientos basado en tradiciones compartidas y enriquecido por miles de “observaciones”, de “experiencias”, sancionadas por la práctica. En dicho cuerpo, las cosas reciben nombres, los individuos son clasificados en categorías; se hacen conjeturas de forma espontánea durante la acción o la comunicación cotidianas. Todo esto es almacenado en el lenguaje, el espíritu y el cuerpo de los miembros de la sociedad. Esto otorga a dichas imágenes, a estos lazos mentales un carácter de evidencia irrefutable, de consenso en relación con lo que “todo el mundo conoce”. Como decía Walt Whitman: La lógica y los sermones no convencen. La humedad de la noche penetra más profundamente mi alma. Sólo lo que se demuestra a cada hombre y mujer es tal. Sólo lo que nadie niega es tal. De esta forma podemos ver en el sentido común un cuerpo de conocimientos reconocido por todos. Además parece propio de los hombres de espíritu puro e inocente: éste es el sentido que se da al adjetivo ingenuo. Es decir, aquellos cuyo intelecto no ha sido corrompido por la educación, la especulación filosófica o las reglas profesionales. Esta suposición acerca de su ingenuidad conduce a otra. A saber que, según el sentido común, los individuos ven las cosas tal como son. También en esta acepción se trata de un conocimiento de primera mano. Al parecer, las ciencias tan sólo refinan y tamizan los materiales ordinarios proporcionados por el sentido común. En ellos distinguen realidades que en un principio se hallaban confundidas. Y en su progreso hacia la claridad y la simplicidad ilustran las contradicciones que habían permanecido enterradas durante milenios. Esto permite, por una parte, seleccionar las hipótesis pertinentes y, por la otra, proceder a generalizaciones válidas. De esta manera, por ejemplo, la idea ordinaria de fuerza, que describe el esfuerzo muscular o la acción de una máquina, ha sido modificada y transformada en un concepto matemático. El trabajo de la ciencia aparece así como un trabajo de dilucidación y de ordenamiento de materiales populares, religiosos e incluso mágicos. Por medio de la razón transforma lo que ha sido acumulado por la tradición. Somete al control de la experiencia lo que sólo estaba sujeto al control de la práctica y del grupo. En pocas palabras, la ciencia no sería más que el sentido común sistematizado. Quizás el lector nos reproche que le hagamos perder el tiempo recordando cosas tan conocidas. No lo habríamos hecho de no ser para decir que esta relación entre el sentido común y la ciencia no es la única. No cabe duda de que la mayoría de los sociólogos y psicólogos tienen presente esta relación cuando estudian la etnometodología, la psicología ingenua o la epistemología popular. Y en general, cada vez que intentan analizar los métodos y las explicaciones a las que recurren espontáneamente los individuos cuando desean comprender el mundo en que viven. Sí, esta visión es, por así decirlo, clásica, pero no corresponde a la realidad contemporánea. Decir que nos encontramos en un punto en que los modos anteriores de conocimiento, normalizado o popular, ya no sirven para gran cosa, no es un efecto retórico. Lo propio de la ciencia contemporánea no es partir del sentido común, sino romper con él y trastornarlo de arriba a abajo. Con una excavadora destruye, piedra a piedra, la casa del pensamiento en la que los hombres han colocado, generación tras generación, el fruto de sus observaciones y reflexiones. Y su vida y entorno cambian a medida que cambia su espíritu. Por otra parte, la revolución de las comunicaciones, primero a través de los libros y los periódicos, y luego a través de los medias, ha permitido la difusión de imágenes, nociones y lenguajes que la ciencia inventa incesantemente. Estos se convierten en parte integrante del bagaje intelectual del hombre de la calle. Actualmente, todo el mundo tiene un conocimiento más o menos vago de las teorías económicas del
desempleo o de la inflación, de las teorías psicológicas de la neurosis o de la evolución del niño, de las teorías del origen del universo, etc. Las socio tecnologías y las psicotecnologías (terapias individuales y de grupo, encuestas de opinión, etc.) han iniciado a amplias colectividades en los misterios de las relaciones interpersonales y les han impuesto un modelo. Hace casi un siglo, Duhem, el gran filósofo de las ciencias, observaba: “El fondo del sentido común no es un tesoro enterrado en el suelo al que no viene a añadirse pieza alguna; es el capital de una sociedad inmensa y prodigiosamente activa, formada por la unión de las inteligencias humanas; siglo tras siglo, este capital se transforma y se acrecienta; la ciencia teórica contribuye en gran parte a estas transformaciones, a este aumento de riqueza, difundiéndose incesantemente a través de la enseñanza, la conversación, los libros y los periódicos. La ciencia penetra hasta el fondo del conocimiento vulgar, despierta su atención sobre los fenómenos hasta entonces olvidados; le enseña a analizar nociones que se habían mantenido confusas y enriquece así el patrimonio de las verdades comunes a todos los hombres o, al menos, a todos aquellos que han alcanzado cierto grado de cultura intelectual” (1981, pág. 397). Actualmente, en la escuela, en la televisión, en el cine, en las artes, en los ciclos de conferencias, durante las pausas para tomar café, en los documentos oficiales, y la lista no es exhaustiva, se nota un consumo desenfrenado, una bulimia de noticias procedentes de la ciencia que casi sobrepasa el apetito de noticias políticas. Algunos estudios (Roqueplo, 1974) exponen los motivos que llevan a los individuos a interesarse por estas noticias. He aquí la lista: a/ adquirir una competencia adecuada para la sociedad en que se vive; b/ comprender “de qué se trata”, “cómo funcionan las cosas”, lo que las cosas son en realidad; c/ dar un sentido a la vida y dominarla; d/ una curiosidad por los problemas de los orígenes (de la vida, del hombre, del universo) y por las grandes cuestiones: “¿qué es la vida?”, “¿qué es la materia?”, a fin de llegar a una visión unificada del hombre y la naturaleza. Y no hay por qué no pensar que las inyecciones de conocimiento engendran una especie de habituación. Son una droga para el hombre de la calle, al igual que lo son, a la larga, para el investigador. En una de sus novelas, el escritor Naipaul describe un personaje que ha adquirido la costumbre de informarse. Salim, un comerciante de origen indio que vive en África, declara que lee “una revista de divulgación científica, género de lectura al que había comenzado a tomar gusto. Me gustaba recibir esos pequeños fragmentos de saber, y al leer un artículo, me decía que la ciencia o el tema determinado del que trataba era aquello a lo que habría debido consagrar mis días y mis noches, añadiendo un conocimiento a otro, haciendo descubrimientos, haciendo algo mío, utilizando todas mis facultades. En mi mente era casi como si hubiese llevado realmente esa vida "de erudito” (Naipaul, 1982, pág. 55). Este ejemplo, sacado de la literatura, pero tan próximo a la realidad, nos muestra cuán poderosos son los motivos que nos llevan a incluir los conocimientos científicos en nuestro pensamiento cotidiano. Estos motivos van desde el puro deseo de saber a las ansias de participar, por modestamente que sea, en la gran aventura de nuestro tiempo. Cada individuo, erudito o ignorante, desea devorar la parte del pastel de la ciencia que le corresponde legítimamente. En dicho proceso, estos conocimientos se desprenden cada vez más de las coacciones, de un método o de un sistema, se mezclan más unos con otros de lo que están en sus ciencias respectivas. Para los especialistas existen las ciencias, para el público, existe la ciencia, y esto cambia todo. Sin duda hay que tomar estas observaciones cum grano salís, pues son válidas en numerosos casos, pero no en todos ni siempre. No obstante, apuntan hacia lo que es específico y particular en las sociedades contemporáneas. Así, el nuevo sentido común, derivado de la ciencia y caracterizado por la razón, es un conocimiento de segunda mano que crece asimilando estos elementos de distinta procedencia yfundándose en ellos. Por lo general, depositamos nuestra confianza en la autoridad de la ciencia debido a sus éxitos pasados o porque ella encarna los más altos valores de la humanidad. Uno de los autores del presente artículo ha llegado a escribir que “las ciencias inventan y proponen la mayor parte de los objetos, conceptos, analogías y formas lógicas que empleamos para enfrentarnos a nuestras tareas económicas, políticas o intelectuales. Lo que se impone, a la larga, como resultado de nuestros sentidos, de nuestro entendimiento, es en realidad un producto secundario, re-trabajado, de las investigaciones científicas. Este estado de cosas es irreversible” (Moscovici, 1976, pág. 22). Resumamos. Lo que se denomina sentido común aparece en dos formas. Primero, en tanto que cuerpo de conocimientos producido de forma espontánea por los miembros de un grupo, basado en la tradición y el consenso. Siendo un conocimiento de primera mano, es en su terreno donde nace y prospera la ciencia. Segundo, en tanto que suma de imágenes mentales y de lazos de origen científico, consumidos y transformados para servir en la vida cotidiana. En este sentido, el sentido común es penetrado por la razón y sometido a la autoridad legítima de la ciencia. Este es un conocimiento de segunda mano que se extiende y establece constantemente un nuevo consenso acerca de cada descubrimiento y cada
teoría. Añadamos que cada una de las formas tiene sus propios medios de comunicación. En todas partes, el antiguo sentido común sigue la vía oral, la de las conversaciones y los rumores. Es un pensamiento mediante palabras. El nuevo sentido común, situado a un lado de esa vía, se difunde a través de la imprenta y la película. Se convierte, de forma más completa, en un pensamiento a través de imágenes. E incluso se descompone en tantas ciencias populares o vulgarizadas como hay ciencias profesionales: psicología popular, antropología popular, etc. Este desarrollo es uno de los signos del cambio que se opera entre las dos esferas del pensamiento humano. No cabe duda de que tiene consecuencias profundas, pero pocos investigadores parecen haber tenido la curiosidad de describirlas o analizadas. b.
El reciclaje de la ciencia en tanto que sentido común nos aporta una nueva imagen de ésta. También nos proporciona una justificación para formular las preguntas que la psicología social debe plantearse acerca de esta cuestión. Comencemos por un hecho muy conocido. Si examinamos la epistemología científica, observaremos que la cuestión principal es la del paso del conocimiento ordinario al conocimiento sistemático, de la protociencia (o pseudociencia) a la ciencia natural. O como escribe el célebre filósofo Frank: “El problema esencial de la filosofía de las ciencias consiste en saber cómo pasar de los enunciados del sentido común a los principios científicos generales” (Frank, 1957, pág. 2). Por consiguiente podríamos decir que el problema de la psicología en este campo es exactamente el mismo, pero tomado de forma inversa. Después de todo, lo que se propone a la consideración de los hombres no es el mundo objetivo de los seres y las cosas, la información que debería existir independientemente de la vida humana colectiva. Desde el principio es una teoría, una imagen, en definitiva una interpretación a la que la ciencia aporta su contribución. Este pasaje es un proceso que tiene un anverso y un reverso. En el proceso tiende a la racionalización, por parte de la ciencia, de todas las esferas de la sociedad, incluyendo el sentido común. Ahora bien, cuando los investigadores presuponen que el hombre de la calle debería seguir el modelo racional de la encuesta científica (Nisbett y Ross, 1980), consideran a este proceso como algo concluido. Sin embargo, cuando constatan que, de hecho, el hombre de la calle no emplea las reglas formales o las aplica incorrectamente, fuera de tiempo o correspondencia, ninguna explicación viene en su ayuda para avanzar las causas de este fallo. Esto se debe simplemente a que esta presuposición no se ha verificado, ni tampoco el paso de la ciencia al sentido común ha sido analizado por sí mismo. De esta forma, extrañamente se incriminan las leyes del pensamiento del hombre de la calle... como si tuviese un cerebro diferente del cerebro de un científico, como si viviese en otra sociedad o perteneciese a una especie determinada de primates distinta a la de la especie humana. En realidad debemos considerar conjuntamente estos fenómenos de socialización y racionalización. A este respecto, la tarea de la psicología social se desmarca claramente de la de la sociología, por una parte, y de la psicología, por la otra. Si la primera hiciese su trabajo estricto, debería interesarse por el fenómeno de socialización. Por su parte, la psicología debería preocuparse más por el fenómeno de racionalización, en el que las facultades mentales actúan sobre las relaciones con el medio físico y social. Pero la psicología social, en la medida en que pretende estudiar a individuos y grupos, debe captar su movimiento común. Todo lo que concierne a la vida de los espíritus sociales sigue siendo un enigma, nos fascina y lleva en si mismo una promesa de fecunda investigación. c.
La gente que considera a la ciencia como un violín de Ingres
He aquí, pues, el tipo de conocimientos que nos proponemos describir. La imagen resultante es la del sentido común en tanto que subproducto de la ciencia y producto de los intercambios cotidianos. Ahora def inamos al hombre de este conocimiento, a quien lo emplea y crea. Se le sitúa cerca del científico e incluso se le compara con éste. De ahí la fórmula empleada tan a menudo por algunos psicólogos: homo scientificus. Por este término se entiende que cada uno razona u observa los hechos ordinarios de la forma que lo hace el científico en su laboratorio o ante la pizarra. Pero es evidente que existe una diferencia, ya que el hombre de la calle, en general, no es un experto, no ha recibido una educación especializada en una ciencia determinada. Para tomar en consideración esta diferencia, los psicólogos norteamericanos hablan de un científico “ingenuo”, “intuitivo” o “profano”. Ahora bien , esta denominación y esta concepción tan extendidas nos parecen inadecuadas. Por una parte, al considerar al hombre como mi científico “ingenuo”, hacemos de él una especie de Adán en el día de su creación, desprovisto de prejuicios, de esquema de las cosas, un individuo pre-sociaI que abre sus ojos ingenuos a un mundo de impresiones sensoriales puras que aún no han sido coordenadas en una estructura conceptual de un género u otro. Incluso si reconocemos que posee un conocimiento básico o un marco implícito de referencias, hacemos las siguientes tres suposiciones: primero, inocencia de la observación; segundo, neutralidad frente al mundo exterior, y tercero, transparencia
de la información que trata. Por consiguiente, si se viola una de estas suposiciones, se reprocha al sabio ingenuo tener una prevención, mostrarse indebidamente influenciado por teorías anteriores y generalizar erróneamente en base a muestras deformadas de acontecimientos o comportamientos. En una palabra, se le acusa de ser irracional. Por otra parte, esta calificación no corresponde a ninguna realidad sociocultural. No existe ninguna clase de persona cuya actividad pueda ser definida y estudiada en tanto que “ingenua”, “intuitiva”, etc. Es una ficción, una creación abstracta que conservamos por pereza desde la época en que se creía en los filósofos “salvajes”, en los hombres “naturales”, en la “mentalidad primitiva”. De esta forma se asimilaba al hombre de la calle, al niño y al primitivo, todos ellos igualmente privados de las luces de la ciencia y del empleo del pensamiento adulto y civilizado. Teniendo en cuenta estas dos razones y la naturaleza del nuevo sentido común, hemos asociado al hombre que conoce con el sabio “aficionado o amateur” (Moscovici, 1976). Este último pertenece a una categoría sociocultural existente, confirmada desde hace mucho tiempo. Esta categoría subsiste de manera difusa en casi todas partes y se distingue claramente de la categoría del sabio “profesional”, aparecido más tarde por oposición al primero. El aficionado es un consumidor de ideas científicas ya formuladas, un lector asiduo de revistas y obras de divulgación, que sigue con pasión las novedades de la ciencia. Como todo el mundo adquiere sus conocimientos en sus contactos con los médicos, psicólogos, técnicos o los obtiene de los discursos de los hombres políticos sobre los problemas económicos o sociales, etc. De esta forma, el sabio aficionado que tanto abunda en nuestras sociedades, cree saber loque hace a cada persona feliz o infeliz, rica o pobre, lo que aprovecha o perjudica a sus congéneres. Y también cómo han evolucionado las especies, cómo el universo ha llegado a ser lo que es, etc. A falta de una formación determinada, todos sus conocimientos son autodidácticos. Estos conocimientos provienen de sus propios esfuerzos, de las conversaciones y de la observación, de su reflexión personal sobre la manera de interpretar las diversas relaciones entre padres e hijos, entre hombres y mujeres, etc. En un estudio sobre las representaciones sociales hemos descrito la manera con que este aficionado aplica sus conocimientos para descifrar los enigmas de la vida psíquica de los hombres. No repetiremos ese análisis aquí. Lo que no nos impide precisar aún mejor sus rasgos y trazar de forma más concreta su significado social, su prototipo. La mejor manera de hacerlo es, en nuestra opinión, recurriendo a materiales literarios. Regresemos pues a la novela de Naipaul. Salim, el mercader, se evade de su mundo prosaico leyendo publicaciones de divulgación científica. Ahora bien, un día le proponen comprar cierta cantidad de uranio. Como no tiene a nadie a quien pedir consejo, ¿cómo puede saber si está haciendo un buen negocio? Pues bien, simplemente se hunde en la lectura de sus revistas y fascículos enciclopédicos a fin de documentarse sobre el uranio. “Es una de esas cosas de las que todo el mundo oye hablar, pero poca gente sabe lo que representa. Como el petróleo. Al haber leído artículos sobre las reservas de petróleo y haber escuchado hablar de ellas, creía que el petróleo fluía en arroyos subterráneos provistos de sifones. Pero mis fascículos enciclopédicos me enseñaron que las reservas estaban en piedra e incluso en mármol, y que el petróleo se hallaba en minúsculas bolsas. Supongo que es así como la gente, al enterarse del inmenso valor del uranio, se lo había representado como un metal super-precioso, como pepitas de oro. También Mancini, el cónsul, lo debió haber creído. Mis lecturas hablaban de toneladas de este material que había que refinar y reducir, pero reducir en pesados bloques” (Naipaul, 1982, pág. 115). La descripción de la actividad del personaje que intenta saber todo sobre el uranio corresponde exactamente a las observaciones que hemos hecho. Y no obstante, en nuestro caso se trataba de adquirir conocimientos sobre el campo técnico, médico o psicoanalítico. El hecho de que esta actividad se encuentre tan extendida nos indica el contexto en el que los hombres abordan sus problemas y llegan a una decisión en una situación ordinaria. Esta búsqueda de información debe continuar siendo nuestro modelo. Sin duda es erróneo suponer que exista en el sabio aficionado una tabula rasa de la cultura. Por el contrario, existe super-abundancia y, a menudo, desorden. Cada uno de nosotros tiende a ser un sabio aficionado. Flaubert inmortalizó esta tendencia y el tipo humano que le corresponde en su novela Bouvard el Pécuchet. Los dos héroes de esta novela ilustran perfectamente al sabio aficionado que avanza la teoría de las representaciones sociales. El novelista describe a sus personajes en una época en que la ciencia era un pasatiempo muy extendido. Abundaban los sabios aficionados, quienes se esforzaban por comprender la naturaleza, el espíritu o la sociedad, por su propio interés y deleite. Todo el mundo “hacía” ciencia sin intenciones de provecho o carrera. Se coleccionaban especimenes, se experimentaba con productos químicos. Algunos construían microscopios y telescopios; otros fabricaban aparatos. Algunos de estos “virtuosos” alcanzaron una gran celebridad, pero la mayoría de ellos eran literalmente incultos. No redactaban tratados, ni siquiera artículos y, en realidad, no escribían en
absoluto. Es en este tipo humano, tan extendido en los Estados Unidos, que debía pensar Peirce cuando escribía: “No se propone ser racional y a menudo habla despectivamente de la débil y engañosa razón del hombre. Así que dejadle pensar en lo que le gusta” (Peirce, 1957, pág. 3). He aquí una máxima que muchos de nosotros deberíamos aplicar al estudiar el pensamiento como se presenta en la vida de todos los días. En cualquier caso, Bouvard y Pécuchet (cuyos nombres hacen pensar en ganado) la siguen religiosamente, así como Flaubert. Estos dos personajes aúnan sus esfuerzos a fin de estudiar las diversas ciencias, examinar sus teorías y trasladadas a su universo familiar. Lo que realizan conjuntamente es obvio: copian y reproducen. De esta forma, el contenido de cada uno de los libros que leen sufre una metamorfosis. El novelista analiza sutilmente el trabajo cognitivo a través del cual, los conceptos de anatomía, química, medicina, historia, etc., salen cada vez más irreconocibles de sus manos. Una vez llevado a cabo este trabajo, los personajes experimentan y producen una información capaz de confirmar su representación de la teoría y lo que han comprendido de ella. Además, teorías e informaciones constituyen la trama de las comunicaciones y relaciones sociales, caracterizando las preocupaciones cotidianas en la aldea donde viven los dos héroes. Esto merece ser destacado. Mientras que la imagen del científico «ingenuo» lleva la huella del hombre individual y anónimo, la del sabio aficionado se sitúa de forma inmediata en la sociedad y la cultura. Bouvard y Pécuchet son dos individuos asociados y complementarios: dos copias no conformes. Toda su existencia está repleta de comunicación y sociabilidad; intercambian observaciones sobre lo que leen, conversan sobre temas científicos, escriben a eruditos, etc. Los conocimientos que han adquirido les procuran un prestigio seguro y un'<1 posición en la aldea. Tras haber hecho ciencia como aficionados en casi todos los campos, se dedican, como aficionados, a la psicología,' discutiendo sobre frenología, que estaba muy de moda por aquel entonces. La frenología había realizado una importante contribución a la psicología, al avanzar la idea de que las diferentes partes del cerebro no tenían funciones idénticas. Además, esta idea desembocaba en la hipótesis de que, 'si '<11gunas capacidades se desarrollaban en un individuo, la parte correspondiente del cerebro sería más grande, pudiéndose notar en el cráneo la protuberancia correspondiente. Esto es lo que '<1mbos personajes intentan decidir un día de mercado: «Gall se equivoca (les replica el médico, su adversario) y os desafío a que legitiméis su doctrina eligiendo, al azar, a tres personas de las que se hallan en la tienda. La primera era una campesina de graqdes ojos azules. Al observada, Pécuchet dijo: "Tiene una gran memoria". Su marido confirma el hecho y se ofrece a su vez para la exploración. "Ah, usted, buen hombre, no es fácil de convencer." Según los otros, no habla en el mundo una persona tan testaruda, etc.» (F1aubert, 1952, págs. 957958.) Podemos pasar sin grandes esfuerzos de la novela a la realidad. Cada vez que aparece una nueva teoría y capta la imaginación, observamos cómo miles de personas hablan de ella, intentan comprender su significado y en qué las concierne. En sus memorias, el gran físico Thomson cuenta la siguiente anécdota acerca de la relatividad. Cuando cenaba en la ciudad, sus vecinos de mesa no cesaban de rogarle que les explicara en términos simples dicha teoría. En una ocasión, en el Athenaeum Club, Lord Saunderson, quien desde hacía largo tiempo ocupaba el cargo de secretario del Foreign Offic, se acercó a él, pidiéndole que le ayudase. En efecto, Lord Haldane había hecho una visita al arzobispo (Randall Davidson) y le había dicho que la relatividad tendría una gran influencia sobre la teología. Por consiguiente, el deber del jefe de la Iglesia anglicana era informarse sobre este tema. El arzobispo había comprado varias obras sobre la relatividad e intentado leerlas, sin lograr hacerse una idea precisa. Por esa razón había. Recurrido a Lord Saunderson. A su vez, éste había recorrido las obras en cuestión y había preparado un memorándum que deseaba someter al examen del físico para conocer su opinión sobre la cuestión .. Aquí vemos a un científico «aficionado» dirigiéndose directamente a un científico experimentado, al igual que Bouvard y Pécuchet se dirigían, por escrito, a los diversos sabios y autores de libros a quienes consultaban. Si conociésemos el texto del memorándum sobre la relatividad redactado por Lord Saunderson, podríamos ver cómo la relatividad de Einstein ha penetrado en el sentido común de su época y cuál fue su representación social en ese medio inglés. Los héroes de Flaubert son los arquetipos, digamos culturales, de todos' aquellos que han hecho de la ciencia su violín de Ingres o, al menos, de to-
. dos aquellos que la consumen por placer y para dominar su mundo. Y por consiguiente, son los arquetipos de la mayorí13. de nosotros en un momento o en otro. Sus principales motivos son el placer, la energía mental, así como la necesidad de comunicar y entrar en relación con otras personas. Para ellos, un contacto personal con la cienci13. significa una relación ininterrumpida con la mayor fuente de la verdad y el significado del mundo; e incluso con la realidad, ya que tienen una gran confianza en la correlación inmediata entre el pensamiento y el mundo, entre las palabras y las cosas. Poco importa que se comprenda comenzando por el primero o por el segundo: el resultado es el mismo. Quizás al lector le parezca que hemos dibujado con gran lentitud el retrato del hombre' que conoce, asociado al nuevo sentido común. Esto se debe a que' teníamos que darle cierto relieve y consistencia frente a otras imágenes y conceptos que predominan en psicología social.
D. El reciclaje de la ciencia en tan~o que sentido común «Tampoco podemos negar que la teorla de la cognici6n es actualmente una de las ¡oyas de la psicologla cientlfica.» (Ch.
S. Peirce, 1902) El ejemplo anterior nos ha permitido trazar con mayor precisión el retrato del sabio «aficionado» en tanto que prototipo del hombre ávido de conocimientos. Oal menos nos hemos aproximado un poco a la realidad cultural y social. Al mismo tiempo hemos afinado el conjunto de razones que nos llevan a asociar a este tipo con el género de conocimientos que nos interesa. La primera pregunta a la que nos enfrentamos es la siguiente: ¿Cómo alcanza su objetivo el «sabio aficionado»? Dicho de otra manera: ¿Cómo reproduce el contenido de la ciencia para obtener un conocimiento de sentido común que le sea de alguna utilidad? Así, aquí tenemos nuestra tarea: penetrar en el interior de su espíritu y analizar su actividad cognitiva. La tarea no es nada fácil y no esperamos encontrar una solución simple y garantizada. Por el contrario, la solución sólo puede ser provisional. En principio, la cognición se basa en la información; ese es el paradigma común. Es decir, en datos físicos y sociales, dispuestos a ser examinados y explicados. ¿Qué implica este paradigma? Simplemente que los individuos adquieren el conocimiento reconociendo y seleccionando los elementos de información que les llegan del mundo exterior. Al intentar poner las cosas en orden y, obtener una visión estable del mundo físico o social, cada individuo realiza inferencia s que le permiten atribuir causas a los efectos y hacer previsiones. A falta de información· apropiada, numerosos son 'los que sucumben a los prejuicios y los errores sistemáticos. Si buscamos la fuente de dichas·prejuicios y errores, la encontraremos en las «teorías implícitas», los «esquemas» y otros sistemas conceptuales que canalizan el flujo de informaciones que hay que tratar. Este hecho es demasiado conocido como para insistir aún más en él. Todas las teorías sobre la epistemología del sabio aficionado, atribución causal o cognición social, están basadas en la visión de la actividad cognitiva tal como la acabamos de describir. Podríamos acumular numerosos argumentos en su contra. Principalmente el siguiente, si bien banal, pero decisivo. Nuestro pensamiento. y nuestro lenguaje se refieren a significados. Ahora bien, el significado no se desprende de la información en sí. Sin duda nos hallamos ante elementos de conocimiento, pero éstos nunca se nos muestr·an en estado bruto: lo que constituye su definición inicial. Tan sólo tienen valor en relación con una teoría, una representación, que difiere de un individuo a otro, de un grupo a otro. En suma, el significado no está determinado por la claridad de la percepción o la exactitud de las inferencias, por los hechos o los elementos de información; sino que depende, en gran parte, de compromisos anteriores con un sistema conceptual, una ideología, una ontología y un punto de vista. Por lo tanto, para nosotros es más importante comprender cómo se edifican estos sistemas en la sociedad; esa es la finalidad distintiva de la teoría de las representaciones sociales. lnteresándonos mucho menos la forma en que es tratada la información o cómo realizan inferencias los individuos. Parafraseando a san Fmncisco de Asís: «Lo que buscamos es saber lo que es buscar».
b.
La finalidad única de la epistemología popular consiste en proporcionar una representación de la gente y las cosas .. El único test que permite juzgar una representación y decretar si es buena o mala, es la comparación con acontecimientos observados y el acuerdo con otra persona. Ahora bien, si deseamos saber a través de qué actividades cognitivas el individuo logra sus fines, primero hemos de establecer algunas distinciones. Antes que nada, tenemos derecho a distinguir entre la capacidad de los hombres para aprender y su capacidad para representar. La primera designa su trabajo mental, destinado a almacenar y ordenar, por costumbre o de otra manera, los conocimientos recopilados por los sentidos, percibido s en el mundo exterior. La segunda se refiere a las actividades por medio de las que reproducen de una modalidad a otra las palabras por imágenes, los dibujos por ideas, las emociones por conceptos, y así sucesivamente- los diferentes conocimientos obtenidos a través de otra persona y de la realidad física. Pero también se refiere a la reproducción de los objetos ausentes, ficticios o extraños en forma de objetos presentes, reales o conocidos. De esta forma, las causas y las intenciones, los átomos o las ondas, etc., objetos invisibles por definición, se hacen visibles a través de imágenes, modelos u otros medios que dan, como escribía Shakespeare, «al nada etéreo un lugar de habitación yun nombre». Desde luego, ambas capacidades tienen su importancia. Pero resulta evidente, desde el punto de vista cognitivo, que aprendemos principalmente 10 que somos capaces de representar. Lo que se deja ver en la representación, y a través de ella, considerada en sí misma, se rebela contra los hábitos mentales o Las informaciones adquiridas. Ante este hecho, la psicología cogni. tiva, preocupada por el aprendizaje, se vuelve con evidente incomodidad. Ya que al igual que no puede ver en los sueños más que escorias del funcionamiento psíquico normal, en las representaciones tan sólo puede ver la ausencia o la perturbación de hábitos o informaciones, sin las que no puede comprender la· marcha del pensamiento. Tratándose de psicólogos, las observaciones que acabamos de hacer resultan muy simples y ordinarias. Y no obstante implican serias diferencills en el desarrollo de la teoría. Como por ejemplo la diferencia entre los procesos informativos y los procesos transformativos. Los primeros, como he: mos visto, se refieren a la organización y estabilización de los datos existentes. Hablando con mayor precisi6n, se trata de reducir los acontecimientos sensoriales y las observaciones perceptivas a alguna cognición o costumbre. Los segundos expresan literalmente una remodelación, una reestructuración de una experiencia o de una idea previa. Siempre es un viaje guiado por el mapa. Ninguna transformación puede ser descrita como algo regular, ya que cada una de ellas es tan única como una huella digital. Pero asimismo comprende etapas, y el paso de una a otra resulta sorprendentemente típico. Hay que insistir en este punto, ya que tocamos uno de los rasgos esenciales de la actividad cognitiva, tal como ésta se manifiesta en el sentido común. y no solamente en él. . Esta actividad pone en juego un mayor número de procesos transfo~mativos que de procesos informativos. Cuando los Bouvards y Pécuchets reales desean comunicar y poner en práctica las teorías e hipótesis recogidas en los libros, deben crear un «doble». Además, un Julio Verne o un H. G. Wells, quienes introducen estas mismas teorías en sus novelas, o bien un programador que quiera incluirlas en un programa de ordenador, no proceden de otra manera. En todos estos casos y en muchos otros, este doble aparece tras un largo trabajo de metamorfosis, ya sea de lenguaje, de razonamiento o de ambos 11 la vez. ¿Qué hace entonces el científico que, tras haber concebido un experimento, lo expone a sus amigos o lo populariza en una conferencia? Debe cambiar de registro, sustituir los términos especializados por expresiónes del lenguaje corriente, reemplazar las imágenes abstractas por imágenes vivas, incorporar sus informaciones en imágenes accesibles para su auditorio, recurrir a' dibujos, diapositivas o películas. Estas banal es operaciones van muy lejos, pues constituyen procesos transformativos de los que resultan «copias» más o menos simples de una suma de conocimientos y de la realidad. Las representaciones, como hemos dicho, figuran entre estas «copias». Con lo cual están más emparentadas con los procesos transformativos que con los procesos informativos. Esta es la primera conclusión que se desprende de ello. Esta conclusión significa que las representaciones fundamentales de un género est'
Ahora examinaremos sucesivamente los dos géneros de procesos y los ilustraremos mediante ejemplos. Pero antes representémonos una vez más la situación de nuestro sabio aficionado ante la ciencia y la reálidad. La primera engendra de forma continua y objetiva sorprendentes datos sobre la naturaleza humana y la naturaleza de las cosas. Nos muestra que debemos movernos en lo desconocido. Lo conocido parece haber fracasado y se aleja. Al hacerlo, la ciencia describe de forma estimulante el mundo onírico de quienes han intentado rechazar los errores de la inteligencia humana y mirar más lejos. Nos cuenta historias apasionantes, misteriosas, sin final, sobre las estrellas, los océanos, los fenómenos psíquicos, el mundo animal, cuya riqueza trasciende por mucho nuestra imaginación ordinaria. A este respecto, a menudo se cita al biólogo inglés J. B. S. Haldane, quien decía que la realidad no es solamente más extraña de lo que la concebimos, sino también más extraña de 10 que podemos concebirla. ¡Con esto queda dicho cuán extraña es! Si bien el sabio aficionado se siente atraído por este mundo onírico situado lejos del mundo de los hechos, al mismo tiempo intenta domesticarlo, hacerlo familiar. Y así incorporarlo en la prosa de su vida. En numerosas ocasiones hemos observ'cldo a personas que se dedican a esta tentativa, formándose una representación. Las consecuencias prácticas de dicha representación, que ha sido descrita varias veces (Herzlich, 1969; Moscovici, 1976; Jodelet, 1976), nos hacen pensar inevitablemente en una fant'clsía victoriana intitulada Flatland. En ella, los personajes son diversas formas geométricas que viven en un mundo de dos dimensiones. El narrador, un cuadrado de edad- madura, primero sueña que visita el País de las Líneas, región decepcionante cuyos habitantes sólo pueden desplazarse de un punto al otro. Entonces su nieto, un hexágono, le sugiere la posibilidad de una tercera dimensión, de un reino donde las cosas se mueven de arriba a 'clbajo y de izquierda a derecha. El cuadrado se enfada y niega esta absurda idea. Pero al caer la noche se topa con una esfera, que habita el País del Espacio, lo que sacude todas sus ideas. Entonces grita de viva voz: «i Es la locura o bien es el infierno!» Pero la esfera le responde tranquilamente: «Ni una cosa ni la otra; es el conocimiento; son las tres dimensiones. Abre bien los ojos y trata de observar correctamente». Esta fábula ilustra perfectamente la naturaleza de las relaciones entre personas que tienen representaciones diferentes de sí mismas y del mundo. Cada individuo afirma que la visión del otro está deformada, que es errónea, etcétera, como lo hacen los científicos. Además podemos observar lo que se produce cuando nuevos conocimientos científicos son trasladados al orden existente de las ideas y las realidades. Lo que caracteriza a los espíritus no es la información que es sometida a su atención, sino el cambio de perspectiva, la manera de representar las cosas. Teniendo presente este ejemplo, ahora queremos especificar los procesos transformativos. Con fines teóricos es posible simplific'
e individual. Era el temblor de tierra de la predicción de mi amigo B ... , temblor que había guardado la calma, que se había retenido durante los meses intermedios para, finalmente, invadir mi habit'
«complejo». Para un número relativamente elevado de personas, esta noción no significa una relación entre padres e hijos, una idea dentro de una teoría. Sino que está relacionada, por el contrario, con un objeto psíquico. E incluso con un órgano casi biológico que, por ejemplo, puede ser operado. Pero la historia está llena de ejemplos de este tipo e incluso de otros más sorprendentes. El lector quizá se pregunte por qué no hemos utilizado una palabra más familiar (cosificar, reificar, sustancializar, hipostasiar) para designar esta categoría de hechos, en lugar del barbarismo ontizar. Creemos que las palabras familiares que han sido creadas para designar una propensión, considerada negativa, del pensamiento, han dado al mismo tiempo una imagen desfigurada del proceso. En realidad, en el caso que acabamos de examinar, se trata simplemente de prolongar una imagen, de conferirle un espesor de realidad, de hacerle un lugar en la ontología del sentido común ... nada más. No nos pronunciamos sobre su materialidad real y vemos en ella un intermediario cómodo hacia algo ininteligible Ahora bien, esta transformación tiene sobre todo una importancia cognitiva. Por una parte fija las nociones en un cuadro de la naturaleza, de la sociedad o del cuerpo. Por la otra, al ontizarlas, procedimiento común para aumentar la ontología, simplifica la representación intelectual. En efecto, en la medida en que a cada <
A fin de comprender los procesos internos hay que recordar que las representaciones son teorías o representan el papel de tales. Por consiguiente, en esta cualidad deben mostrar «cómo suceden las cosas». Dicho de otra manera, las representaciones tienen por misión: primero, describir; después, clasificar, y por último, explicar. (He aquí por qué las representaciones incluyen las d~nominadas «teorías implícitas» que sirven únicamente para clasificar a personas o comportamientos, y los esquemas de atribución destinados a exp1icarlas.) Pero existe una considerable diferencia, ya que la ciencia tiende a subrayar la incertidumbre de sus conceptos y sus experiencias. Advierte contra cualquier salto precipitado hacia una explicación. El positivismo y el empirismo incluso han negado, en un momento dado, todo valor a las teorías que responden a la pregunta «por qué», reconociendo únicamente el valor de aquellas que resuelven el problema
del «cómo». Sin embargo, fuera de este marco propio, los individuos tienden a sobrestimar la certeza y la consistencia de la ciencia. En base a ello, manifiestan una cierta inclinación a dar un contenido unitario para cada representación, pasando sin transición de las respuestas al «qué» a las respuestas al «cómo», y de éstas a las respuestas al «por qué». La representación tiene por finalidad eng1obarlas, como si, en oposición con 10 que sucede en la ciencia, una «teoría» no pudiese seguir siendo únicamente descriptiva, clasificadora o explicativa. Teniendo en cuenta este rasgo particular se comprende1ue Heider (1958) haya reservado a la causación el lugar principal dentro de la psicología del sentido común y que los sociólogos (Windisch, 1978) le reconozcan un importante papel· dentro de la ideología. Por consiguiente resulta evidente que el proceso interno se traduce en la transformaci6n casi automática de la descripci6n en explicaci6n, Al final, la representación se ha hecho, por decido así, completa. Esto le confiere una fuerza apremiante. Parece tener respuesta para todo y estar en condiciones de saturar cualquier campo de realidad. En pocas palabras, mientras que en la ciencia tiende a dominar el componente descriptivo, el más próximo de la observación, en el conocimiento del sentido común es el componente explicativo, el más alejado, el que predomina. Pero también el que va más directamente al corazón del hombre. Añadamos algunas precisiones. Podemos decir que una representación desempeña simultáneamente las tres funciones de una teoría. He aquí un ejemplo para ilustrar esta afirmación. Diversas investigaciones realizadas por 10sneur610gos han puesto de manifiesto la existencia de una 1ateralización de las funciones cognitivas del cerebro. El hemisferio izquierdo parece dominar los conocimientos verbales y analíticos, mientras que el hemisferio derecho sería la sede de los conocimientos perceptivos y globales. El estudio de l~s datos obtenidos llevó a los estudiosos del tema a la conclusión de que, a pesar de todo, la especialización de cada una de las dos mitades del cerebro no es una cuestión absoluta, sino que nos traslada más bien a un continuum (Springer y Deutsch, 1981). Examinada desde una perspectiva lógica, la teoría elaborada en este campo es exclusivamente descriptiva. Por razones que merecerían ser analizadas en profundidad, esta teoría ha sido objeto de una extraordinaria difusión. Un inmenso público de sabios aficionados se ha lanzado sobre ella con auténtica gula, naciendo así una neurociencia del sentido común. En esta ciencia, y en ello reside 10 extraordinario de todo ello, las dos mitades del cerebro (o del espíritu) se han convertido en dos cerebros (o espíritus) que corresponden a dos modos separados de pensamiento, de sensibilidad y de comportamiento: el cerebro izquierdo y el cerebro derecho, 10 racional y 10 intuitivo, 10 consciente y 10 inconsciente, lo masculino y 10 femenino, la lógica y la mística, etc. Es una representación fuerte, tanto desde el punto de vista de la imagen que reemplza al concepto, como desde el punto de vista del carácter ontológico que recibe. Veamos ahora cómo una periodista científica, autora de The Aquarian Conspiracy, la formula y metamorfosea. Su libro pretende ser una especie de tratado de neurociencia del sentido común, dirigido a los sabios. aficionados. En primer lugar constatamos la presencia de una «teoría descriptiva»: . «El hemisferio izquierdo dómina esencialmente el lenguaje. Suma, resta, coloca guiones, levanta separaciones; denomina, clasifica y observa los relojes. El hemisferio derecho es más musical y sexual que el izquierdo. Piensa en imágenes, observa a través de conjuntos, descubre esquemas» (Ferguson, 1977, pág. 78). La dicotomía se acentúa con una certeza imperturbable y llevada al extremo. TQda distinción se transforma en contraste, toda relación en exclusión. El cerebro es ontizado de forma eficaz: el contenido de cada hemisferio no sólo es cargado de realidades que nos resultan familiares (contar, medir, etc.), sino también multiplicado: en lugar de un solo cerebro, tenemos dos. Más tarde, al extender el campo de aplicación de esta visión del cerebro a las personas ya las situaciones, es transformada en red de clasificación. Este procedimiento permite organizar a los individuos en categorías. De esta forma se distingue a las personas «con cerebro izquierdo», por una parte, y a las personas «con cerebro derecho», por la otra. A cada una de estas categorías se le imputan rasgos específicos y en ellas se clasifica a los tipos bien conocidos y, por ende, concretos. La misma autora .escribe: «Para decenas de miles de ingenieros, de químicos, de psicólogos con cerebro izquierdo, y para sus colegas más espontáneos e imaginativos con cerebro derecho, las drogas constituían un pasaporte para Xanadú, sobre todo en los años sesenta» (pág. 89). Una cosa es evidente: esta clasificación se introduce en el modelo convencional, aunque le otorga un nuevo significado y una nomenclatura diferente.
En tercer lugar, la representación se hace completa, explicando algunos comportamientos y ciertas situaciones sociales. Por ejemplo, al estar dotados los ricos de un tipo de mente y los pobres de oti-o, llegan a resultados desiguales en sus respectivas empresas. Lo que lleva a Marilyn Ferguson a afirmar: «A causa de la ventaja o desventaja inicial, debidas a un sistema nervioso diferente, a primera vista parece que los ricos se hacen más ricos y que los pobres se desalientan» (pág. 88). Resulta evidente que todas estas proposiciones van mucho más allá de los datos científicos y se alejan en gran medida de la realidad. E. El pensamiento informativo y el pensamiento representativo
Los procesos internos y externos de transformación de un contenido científico en contenido del sentido común son los que creemos observar en el sabio aficionado. En lo ésencial, estos procesos resultan familiares para el hombre de la calle. Estos procesos llevan a cabo el paso de 10 que podemos llamar un pensamiento informativo a un pensamiento representativo. Hay que suponer que cada urio de estos pensamientos tiene su propia racionalidad. Podemos contrastarlos de la siguiente manera, según sus caracteres dominantes, aunque no exclusivos: Pensamiento informativo
Pensamiento representativo
Conceptos y signos Validez empírica Dominado por el «cómo» Tipos fijos de inferencia Limitación de la sucesión de los actos mentales Ciertas formas sintácticas disponibles
Imágenes y símbolos Validez consensual Dominado por el «por qué» Elección de los tipos de inferencia Flexibilidad de la sucesión de los actos mentales Todas las formas sintácticas disponibles
Toda representación de una teoría física, de la física, psicología, sociología, biología, etc., situada en el interior del sentido común, implica desde luego una alteración profunda del contenido, pero también de la estructura cognitiva. Una vez realizada, esta alteración confiere un esquema en apariencia coherente a 10 caótico o a lo extraño. ¿Qué sucede con la información? Podemos decir que, una vez en posesión de una representación de lo que las cosas pueden ser o deben ser, los individuos se ponen a buscadas. Buscar no es el término adecuado. Podemos afirmar que los individuos crean para confirmar sus previsiones o sus explicaciones. Como hicieron Bouvard y Pécuchet cuando comenzaron a recopilar indicios para poder discutir su interpretación de la frenología. Esto es aún más cierto cuando se trata de fenómenos sociales, de relaciones entre personas, como observan algunos investigadores (Snyder et al.) 1900). El testimonio del escritor Canetti nos proporciona una ilustración de cómo tiene lugar la penetración de los conceptos de origen psicoanalítico. En sus Memorias cuenta que, durante sus años de estudios, el nombre y la teoría de Freud se habían hecho tan comunes que aparecían en cada conversación. El psicoanálisis del sentido común· se hallaba en gestación: «Las personalidades influyentes de la Universidad aún la rechazaban, pero los «actos fallidos» se habían convertido, no obstante, en un juego de sociedad. A fin de poder emplear con frecuencia esta palabra adorada, se lo producía en cadena y, en cada conversación, por animada o espontánea que fuese, llegaba el momento en que se podía leerla en la boca del interlocutor: ahí tenemos un acto fallido. Y una vez hecho esto, se podía pasar complacientemente a su explicación, revelar los procesos que habían presidido a su nacimiento y hablar así con tanta precisión como infatigable resistencia· física de cosas muy personales ... (Canetti, 1982, pág. 133). Sin duda se trata de un juego de sociedad jugado por estudiantes. Pero corresponde a ciertas observaciones que hemos hecho y posee un carácter ejemplar. A este respecto, podemos ver que la información sobre la persona es engendrada, primero, en relación con un interlocutor y luego, en el marco de una representación compartida de la vida psíquica. Todo el mundo sabe qué evidencia debe producir y acepta producirla sabiendo cómo será percibída y juzgada por los demás. No sostenemos que los individuos no traten la información de la manera acostumbrada. Pero pensamos que, en la vida social, también (o sobre todo) es creada para adaptarse a algún marco del sentido común o para desencadenar la reacción deseada ,de un amigo, de un superior, de un médico, etc. Por consiguiente, el tema al que daremos preferencia en el estudio de la epistemología popular será al tema de la transformaci6n de las cogniciones, cogniciones informativas que se transforman en cogniciones represeritativas y contenidos descriptivos que se convierten en contenidos explicativos. ¿Qué podría estar más cargado de significado que comprender cómo un concepto se transforma en imagen, un ser abstracto en una realidad y una teoría objetiva en una representación convencional? Y además en un tiempo sumamente reducido. Estos cambios se deben a que los individuos no intentan jugar al juego de la ciencia, sino que desean modificado a fin de utilizado en su juego favorito: el juego del sentido común. ' F. Imputar la realidad
El pensamiento social es un pensamiento sesgado. Esta hipótesis es aceptada de forma tan generalizada que no nos queda más que examinar sus condiciones. Resulta evidente que una representación social compartida por los miembros de un grupo introduce un cierto prejuicio en, su manera de ver las cosas y de actuar. Este prejuicio se manifiesta a través de la presencia de un desacuerdo, del sentimiento de que otros grupos no ven las mismas cosas, no piensan de la misma manera. Incluso los miembros de una misma cultura pueden tener una visión diferente de la realidad. Pero debemos matizar esta afirmación. Si se toma en consideración la inmensa cantidad de información que recibe una' percepción, entonces estaremos de acuerdo en apariencia sobre la mayoría de lo que se encuentra «allá afuera». Sin embargo, casi no prestamos atención al acuerdo. Lo que notamos es el desacuerdo. Y aunque éste se refiera únicamente a una pequeña parte de nuestra experiencia, tiende a dominar el pensamiento .. No nos damos cuenta de ello más que cuando nos sentimos amenazados en nuestra integridad. Entonces el conocimiento de que cada uno de nosotros ha recibido, exactamente las mismas señales dirigidas a nuestro cerebro, no nos reconforta en absoluto. Nos preguntamos con estupor cómo hemos llegado a tener visiones tan diferentes de la realidad y qué es en verdad la realidad. ¿Por qué nos interesamos por este problema? Por varias razones. Primero, una teoría de las representaciones sociales considera a las realidades como algo producido, constituido, durante la interacción entre individuos. A ella le incumbe decir algo sobre esta «producción», por oposición a la teoría de la percepción o de la atribución, pues para éstas, toda realidad es «determinada» en tanto que dato sensorial o información. Segundo, en este capítulo nos proponemos describir cómo las·
representaciones sociales modelan la mayoría de las explicaciones del sentido común. Pues bien, 10 hacen, en parte, definiendo el gradó de realidad de las cosas o de los comportamientos que hay que explicar. Y resulta lógico. Los individuos precisan «10 que es real» antes de preguntarse «por qué» algo sucede de la manera que sucede. Tercero, creemos que la principal fuente de prejuicios en sus razonamientos y, por consiguiente, de divergencias entre ellos, se debe a que no definen de la misma manera 10 que es «real» y 10 que es «ficticio». En ello no hay nada de abstracto ni de metafísico. Para aseguramos de ello, preguntémonos cómo es posible el prejuicio (la deformación, la distorsión, etc.). ¿Qué significa en la economía mental de los individuos? Para explicarlo se invocan diversas razones. Primero, una especie de ceguera, una negativa a ver la realidad, las cosas tal como son. Según esto, los individuos deformarían las cosas para ponerlas de acuerdo con sus deseos o sus ihtereses. De esta forma se explicarían los efectos de las ideologías, de la falsa conciencia o de la alienación. Segundo, para explicar el prejuicio se invoca el hecho de que los individuos seleccionan las informaciones, aceptando algunas y rechazando otras. Esta selección influenciada por las creencias y los prejuicios, desvía la atención del objeto en cuestión. Percibimos ciertos aspectos del objeto y excluimos otros. Los individuos generalizan partiendo de datos parciales. y cometen flagrantes errores de juicio o se hacen una imagen falsa de la realidad. Miles de estudios han mostrado que cada individuo se expone únicamente a los mensajes de su grupo, reteniendo tan sólo las informaciones provenientes de su partido o de: su Iglesia, y así sucesivamente. La máxima que dice que sólo se convence a los convencidos resume este fenómeno de filtración de las informaciones que lleva a cabo toda persona. La ceguera y la selección son evidentes en la vida social. Explican muchas cosas, pero no todas. Cualquier explicación que las adopte como punto de partida resulta parcial, ya que no tiene en cuenta que la mayoría de las informaciones que nos llegan y afectan son ambiguas ... yeso cambia todo. Son ambiguas en el sentido de que no sabemos cuál es su grado de verdad o de definición. Si una persona aprende en los libros o en la conversación algo sobre los «átomos», los «ADN», el «complejo», la «raza», la «inflación», etc., no sabe si esas cosas existen ni cómo. Saber a qué atenerse es una necesidad psíquica y social. ¿Cuál es la realidad que se esconde detrás de las palabras? He aquí una incertidumbre que sentimos constantemente. Para dilucidar este problema es necesario recurrir a las representaciones sociales, a esos «carnets de identidad». Concreticemos su intervención por medio de una analogía familiar. Imaginémonos una persona que se queja de dolores de cabeza, de trastornos y dolores sin síntomas físicos aparentes. Varios amigos discuten la cuestión. Unos dicen: «Nuestro amigo no tiene nada; es un enfermo imaginario». Otros, por el contrario, responden: «¡Qué barbaridad! Está muy ansioso, deberíamos dade tranquilizantes o aconsejade una terapia». De esta forma, lo que para unos parece una «ficción», constituye para los otros una «realidad». Para los primeros, la persona en cuestión no esté, «realmente» enferma, para los segundos sí que lo está. Es evidente que el primer grupo tiene una representación «orgánica» de la enfermedad. Por 1110 afirman que se trata de un enfermo o una enferma «imaginario/a». En· cambio, el segundo grupo tiene una representación «psicológica» de la enfermedad. y consideran que los trastornos y dolores son reales. Podríamos multiplicar los ejemplos, pero éste destaca por su claridad. En éste como en otros casos análogos, las informaciones no son deformadas ni seleccionadas. Estos son tomadoseri consideración plenamente. Sin embargo, la representación que tenemos nos lleva a clasificadas de manera diferente. Y aquellas que no corresponden a la representación tendrán un menor grado de realidad que las que le corresponden. Por consiguiente, si hay idea preconcebida, ésta se debe a que las informaciones no son clasificadas de la misma manera. Las primeras son consideradas como algo puramente ficticio, relacionadó con epifenómenos; las segundas son consideradas verídicas y, por tanto, referentes a los hechos. Cuando las clasificamos de este modo, una parte de las informaciones siguen siendo arbitrarias, podemos tomadas en cuenta o no. La otra parte se nos impone con todo el peso de los hechos. Nos encontramos en la posición de un sabio que, según la teoría en vigor, puede descartar fácilmente un fenómeno como superficial o sin importancia. En cambio tiene que tomar en consideración todas las regularidades y todos los fenómenos que prevé esta teoría. Resulta fácil demostmr que numerosos malentendidos en las relaciones políticas, sociales o interpersonales se deben a que, a causa de representaciones divergentes, los individuos no clasifican las informaciones de la misma manera. Pqr consiguiente, éstas no tienen el mismo peso fáctico para todo mundo. De ahí la pregunta que a menudo aparece en la conversación: «¿Qué quiere usted decir?», puesto que lo que es un hecho para una persona, es opinión o ficción para otra. Si este fenómeno es tan importante, hay que suponer que existe un método, un proceso de imputaci6n de realidad para una parte de las palabras, de las imágenes y de las informaciones que se recogen.
Pattiendo de las observaciones que hemos realizado, he aquí los índices que imputan un cierto grado de realidad a los elementos de una representación: a) La autoridad de una persona, de un grupo o de una obra que, en virtud de su competencia, declara que una información traduce un estado de hecho y que a una noción corresponde una cosa. Pero a condición de que sea indiscutible, ya que toda declaración sujeta a controversia no es una declaración y toda competencia que discute y es discutida se debilita en igual medida. Esto puede observarse en un tribunal: las opiniones contradictorias de los expertos minan tanto el valor de sus conclusiones, como la confianza en su peritaje. Además, por eso se les hace competir entre sí: para cambiar el status de las informaciones que proporcionan, desplazándolas de la categoría de enunciados de hecho a la categoría de enunciados de opiniones. Por otra parte, en nuestra sociedad la ciencia está investida con una autoridad infalible. Se tiene la convicción de que la ciencia se basa en ideas seguras para realizar actos de brujería en el laboratorio. Se considera que se basa únicamente en hechos, que descubre un gran número de ellos e inventa hechos extraordinarios. Por esa razón, toda imagen, toda idea, toda noción proveniente de la ciencia está provista inmediatamente de una realidad. Por imperceptible que sea para los sentidos, por incomprensible que sea para la inteligencia y por paradójica que resulte para el sentido común, nos precipitamos a reconocerle una existencia más sólida de la que le concederían los propios científicos. Le imputamos un carácter fáctico y una materialidad análogos, si no es que mayores, que a los objetos o a los seres que percibimos de forma directa. b) La reducción a la matriz de las nociones e imágenes de una representación social. A fin de que una información reciba una carga de realidad, tiene que ser asociada a una autoridad reconocida. Esta condición es necesaria. Además, debe poder ser reemplazada en una serie de otras informaciones que ya han recibido esta carga. Esta condición es suficiente. Recordemos que, hablando burdamente, nuestro sentido común anticipa la unanimidad de las experiencias. Ahora bien, esta unanimidad presupone una comunidad de individuos que, se supone, observan el mismo mundo, que están constituidos psíquicamente para poder distinguir lo que se encuentra «allá fuera» de lo que está «aquí adentro», y que saben asegurarse de ello por medio de los intercambios apropiados. Cuando tiene lugar una disyunción, y toda nueva información produce una, cada persona tiene una razón apremiante para creer que se confirmará la anticipación de unanimidad. Por consiguiente, en lugar de rechazar apresuradamente la nueva información, o de modificar su juicio, la persona intenta diversas maniobras. La primera consistiría en establecer una equivalencia entre esta información y un elemento de representación que se haya convertido en parte del sentido común. Hemos visto esta maniobra al hablar de la teoría del cerebro dividido. Apenas publicada en una revista especializada, esta teoría fue trasladada al campo de los conocimientos denominados populares. Pero en lugar de conservar su carácter de hipótesis plausible, inmediatamente .se intentó establecer equivalencias con la representación - existente de dos espíritus, uno intelectual y otro intuitivo. Una vez reconocidas y establecidas las posibles equivalencias, la noción de dos espíritus en el mismo cerebro adquirió el status de hecho y es considerada tan sólida como el acero. La segunda maniobra consiste en minimizar las diferencias entre la versión de la información en la ciencia y su versión en el sentido común. Así, «la curación a través de la palabra» del psicoanálisis constituye una técnica paradójica a los ojos de la multitud. ¿Acaso no es una actuación médica sin instrumentos ni medicamentos? Por consiguiente se le con~idera como algo «irreal» o «ilusorio». No obstante, este juicio es atenuado, cuando no invertido, por un católico, desde el momento en que éste identifica la curación a través de la palabra con la confesión, considerándola una técnica profana. Entonces adopta un aspecto concreto y se concibe que puede tener cierta eficacia .. La tercera maniobra se refiere a que cada representación posee un «esquema de reducción» que comprende varias imágenes o nociones que se intenta' aplicar a toda información. Por ejemplo, en una representación mecánica del cuerpo, la imagen de una máquina (polea, ordenador) y las nociones de fuerza y movimiento sirven para examinar todos los estados del cuerpo, para explicar el funcionamiento de los órganos, etc. (Jodelet, 1'976). Se supone que toda experiencia u observación a la que se adaptan estos términos tiene un significado fáctico, mientras que el resto es encerrado entre paréntesis como algo ficticio. Por medio de la equivalencia, de la minimización de las diferencias y la aplicación de un esquema de reducción se imputa una reálidad· a una parte de la información. Y otra parte es tratada como «poco concluyente», «imaginaria»,. «subjetiva», etc. La prevalencia de la reductibilidad explica el conservadurismo, a menudo subrayado, de las representaciones sociales y del sentido común en generaL
Desde el punto de vista de la lógica, el procedimiento es análogo al de la ciencia, exceptuando cualquier posibilidad de verificación. Pero mientras que en la ciencia la reductibilidad tiene por efecto la eliminación de los seres que subsisten en ella sin necesidad, en las representaciones sociales, las multiplica de forma alocada. El sentido común se burla de la célebre navaja de Ockham y de toda economía de pensamiento. En pocas palabras, mientras que el científico profesional es por necesidad deflacionista y trata la realidad como un recurso escaso, el científico' aficionado es inflacionista y trata la realidad como un recurso abundante. e) La positividad, por último, significa la repetición en forma afirmativa de una información, minimizando sus aspectos negativos y sus calificaciones particulares. Esto es lo que facilita especialmente su comunicación dentro de un grupo y permite emplearla con muchas cosas, si no es que con todo y con nada. Ahora bien, esta misma circulación a menudo la reafirma y crea en torno a ella una realidad linguística, incluso si casi no es comprendida, como sucede con términos como «carisma», «libido», etc. Además, el hecho de poder encontrarla en campos dispares de la vida social y en las relaciones interpersonales termina por conferirle una autonomía análoga a la de los fenómenos objetivos. Entonces creemos que corresponde obligatoriamente a algo que se encuentra «allá' afuera». Tampoco se hace de' ella un producto puro del conocimiento del mundo, sino un producto del propio mundo. En otras palabras, esta afirmación que en ocasiones llega a ser obsesiva, elimina al sujeto o al autor de una información o de una noción y le da un carácter impersonal. Y en la medida en que no puede ser imputada a alguien, es imputada a algo real y existente. Estamos seguros de que estos factores de imputación de realidad a las informaciones podrían ser descritos de manera más simple. Y sobre todo de una manera que nos revele aspectos sorprendentes del pensamiento común. Si posteriormente se llega a ello, se podrá comprender mejor por qué, a la larga, lo real tiende a parecerse a nuestras representaciones. Esto sucede un poco como en la historia que cuenta Gertrude Stein. Picasso había hecho su retrata. I La primera vez que Gertrude Stein lo vio, protestó enérgicamente, ya que aquello no se le parecía en absoluto. Picasso replicó: «Ya verá usted como termina por parecérse!e». Y eso fue lo que sucedió. G. Conclusión: el pensamiento. considerado como un entorno
La creencia que se halla bajo la mentalidad primitiva, si aún se puede emplear esta expresión, es una creencia en la <
ella una función social, «tiene por finalidad triunfar sobre la ausencia y esta lucha contra la ausencia es10 que caracteriza a la memoria» (1928, pág. 221). Ella une el sentido común con los sentidos a secas y hace que 10 proveniente del pasado sea más poderoso que 10 proveniente del presente. La fuerza singular y la inteligencia de las representaciones sociales se entiende, residen en este dominio del mundo actual a [ravés del mundo de ayer, de la percepción de 10 que existe por medio de la continuidad del recuerdo de lo que ha existido. La autonomía que se reconoce a las representaciones sociales respecto al mun- . do exterior tiene su contrapartida en la dependencia respecto a la solidaridad del cuerpo y de la memoria que forma lo que se denomina mundo interior. Pero este reverso tiene su anverso. Por lo general empleamos nuestro aparato sensorial y cogitativo para interpretar las representaciones de las cosas que nunca vemos (el gene, el átomo, los complejos, una guerra en Asia, la cara oculta de la luna, etc.). En este mundo hecho por el hombre en el que vivimos, la percepción de las representaciones es más importante que la de los objetos que suponemos reales. En realidad tenemos dificultades para diferenciarlas. Precisamos un signo que permita distinguir: «esto es una representación», «esto no es una representación». El pintor René Magritte ha dado una magnífica ilustración de esta necesidad imperiosa. Pintó un cuadro en el que se ve una pipa, cuadro que se halla incluido en un cuadro más grande que también representa una pipa. Al ver el cuadro interior se ve una inscripción que dice: «Esto no es una pipa», 10 que quiere decir que «esto es la representación de una pipa». Luego nuestra mirada se desplaza hacia la pipa «real», suspendida en el aire, y percibimos que ella es el «objeto» del cual la otra no es sino una reproducción pictórica, una especie de duplicado. Pero esta impresión flO es verídica, puesto que tanto una como la otra están pintadas sobre la misma tela. La idea de que una de ellas figura en un cuadro y la otra en el espacio que a su vez es un cuadro, y por consiguiente algo «menos real>; que la otra, es una ilusión completa. Ambas son representaciones de una pipa que, a su vez, podría ser una representación y así sucesivamente. Pero una vez que hemos consentido en «entrar en el marco» del cuadro,nos encontramos atrapados, pues hemos aceptado una de las imágenes, la de la pipa grande, en tanto que objeto real. No obstante, sólo existe una realidad: la del cuadro que, colgado en un museo y clasificado en tanto que objeto de arte, provoca en nosotros una emoción estética y enriquece nuestro conocimiento del universo del artista. Las representaciones sociales que componen el sentido común y lo forman partiendo de las teorías y datos de la ciencia son como el cuadro pequeño en el grande. Esto significa que las informaciones que recibimos a través de ellos son modificadas por las imágenes y los conceptos ~