CONVENTO DE LOS DESCALZOS
El paseo de los descalzos
Fue fundado como convento de retiro en 1595 y se convirtió por 400 años en residencia de los religiosos franciscanos conocidos como los descalzos. Era el lugar desde donde partían los misioneros para cumplir su labor evangelizadora con l os indígenas, a quienes no sólo enseñaban la doctrina cristiana, sino tambi én a sembrar la tierra utilizando métodos más ³modernos´, a sumar, escribir y hablar el castellano, estudiar algunas artes y nuevos oficios. El trabajo de estos franci scanos en la nueva colonia española f ue duro y difícil, al punto que muchos sacerdotes perdieron la vida en su intento por llevar la palabra de Dios, especialmente en las zonas selváticas. Hoy, esos mártires, muertos a causa del ataque ataque de los nativos, animales, enfermedades y accidentes propios de una agreste naturaleza son recordados en el Convento de los Descalzos, convertido en Museo a partir de 1981. Ubicado en la Alameda de los l os Descalzos, al pie del Cerro San Cristóbal, en la cuadra dos del jirón Manco Cápac, en el Rímac, este c onvento de frailes franciscanos constituye una joya testimonial de la vida que hicieron sus f undadores, entre ellos San Francisco Solano. Fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1972 y forma parte del Centro Centro Histórico de Lima.
HISTORIA
El paseo de los descalzos
La primera orden religiosa presente en el Perú en el siglo XVI, fue la dominica, representada por el fraile Vicente Valverde, quien pisa tierra del nuevo continente al lado del conquistador Francisco Pizarro. Años más tarde, en 1533, luego de fundar en Quito su primer convento, llegan los franciscanos fray Marcos de Niza, Jodock o Ricke, Pedro Gosseal y Pedro Rodeñas,
para iniciar una intensa labor evangelizadora entre l os nativos, tarea reforzada en 1542 con la venida de doce sacerdotes de l a misma congregación, que conforman la denominada Provincia de los Doce Apóstoles. El segundo convento de la orden se ubicaría en Lima. Hacia 1548 t ambién abrirían otros en Trujillo y Cusco. Cabe recordar que su l abor sacerdotal trascendió las doctrinas de l a Ciudad de los Reyes. Trabajaron tanto en el norte, centro y sur del país, incidiendo en las zonas andinas y selváticas, donde convivieron con los indígenas, conociendo sus costumbres y lenguas, requisito primordial para la evangelización, tal cual lo establecía el Primer Congreso Limense de 1551, al subrayar que la palabra divina debía ser manifestada por curas que hablaran quechua o aymara. Luego de constituir la recolección de Ocopa, en la hoy provincia de Constitución (Junín), los franciscanos fundan una casa de oración, recogimiento y penitencia, en t errenos ubicados en el ³Arrabal de San Lázaro´, donados por dos vecinos: Doña María de Valera y su hij o don Luis Guillén. La responsabilidad recayó en el fraile Andrés Corso, quien emprendió la construcción de doce celdas de barro y quincha para los primeros ocho franciscanos, cuyo primer Guardián (Superior) fue San Francisco Solano.
El paseo de los descalzos
De este santo se dice era frecuent e verlo caminar por el barrio, vestido c on la tradicional sotana marrón, entonando cánticos gregorianos en honor a la Virgen, acompañado de su rabel. También, en este convento, en medi o del silencio de su capilla, fue sorprendido mientras oraba contemplativamente en estado de é xtasis. El convento fue abierto el 10 de mayo de 1595, 60 años después que el conquistador Francisco Pizarro fundara Lima. Su nombre oficial es ³Nuestra Señora de los Ángeles´, sin embargo por costumbre popular se hizo más conocido como de los Descalzos, en alusión a las sandalias que llevaban los religiosos de la orden franciscana.
PATRIMONIO ARTISTICO E HISTORICO El fraile Andrés Corso, fundador del Convento de los Descalzos, llegó a Lima como paje del Virrey Andrés Hurtado de Mendoza en 1555. ³F ue un varón laborioso y sufrido, model o de
virtudes«.Hortelano, carpintero, sastre, albañil, portero, desempeñó los más modestos ofi cios.´ (José Gálvez: ³Calles de Lima y meses del año´, 1943). A él se deben además cuatro casas más en el país, como se lee en la leyenda que acompaña el cuadro colocado en la entrada del primer claustro del convento, donde además se da cuenta que era natural de la isla de Córcega y que falleció el primero de junio de 1620, a los 90 años de edad, 60 de los cuales los dedicó a la vida religiosa. ³Su cuerpo fue trasladado a la capilla de Santa Catalina del Convento Grande de Orden del Ilustrísimo Bartolomé Lobo Guerrero dada las virtudes y maravillas de este siervo de Di os´. El recinto eclesiástico está debidamente ordenado según las necesidades de los que fueran sus moradores, con aposentos dotados de servicios esenciales para que ningún hermano recoleto o seglar penitente necesitara salir. Fue l evantado en quincha y abobe, con un diseño muy rural, similar a las casas hacienda serranas, con techos altos, paredes sencillas y ambientes a desnivel, producto del aprovechamiento de terrenos ubicados en la ladera del cerro San Cristóbal, que les fueran regalados, en 1630, por el Virrey D. Luis Jerónimo Fernández de Cabrera Bobadilla y Mendoza, conde de Chinchón.
El paseo de los descalzos
A lo largo de sus 400 años de existencia, debido a la devoción de sus fieles y sin proponérselo, ha logrado acumular valores que enriquecen el patrimonio histórico y artístico de la nación. Recorrer sus instalaciones es apreciar el art e colgado en sus muros, el mensaje de sus óleos y citas bíblicas, las historias de los personajes que bu scaron en este convento el consuelo, consejo, la esperanza, así como el reposo final. Ahí se encuentran los restos de Mic aela Villegas, ³La Perricholi´, quien dispuso en su testamento ser sepultada a la ent rada de la Iglesia. Asimismo, los del Obispo Masías, muerto con fama de santidad y morador de este convento (corredor de salida). En la casa retiro está la tumba del padre Francisco María Aramburú, a quien se debe la idea de poner una cruz luminosa en el cerro San Cristóbal. Es en el Convento de los Descalzos donde se confiesa y ora ante la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles el Almirante Miguel Grau antes de partir a la gloria e inmolarse en el Combate de Angamos y es aquí también donde se puede rec oger el testimonio de vida de los sacerdotes
mártires fallecidos en su prédica por la selva peruana. Ver sus trajes, herramientas, sus rostros pintados al carboncillo. El convento está conformado por siete claustros, tres de ellos destinados a la orden, con acceso restringido y cuatro abiertos al públic o: el de la Portería, el Ayacuchano, el de San Francisco de Asís y el de Enfermería. En cada uno de ellos existen celdas, muchas de l as cuales conservan muebles de la época, imágenes de santos y elementos para los que fueron destinados.
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VALIOSAS RELIQUIAS Lo primero que destaca al ingresar al Convento de los Descalzos es el escudo de la Orden Franciscana y un mural de la Virgen del Rosario, acompañado de un salmo de la Biblia, que lleva a la reflexión. Luego está la Portería, donde sobresale su arquería y pisos de baldosas. En un muro se lee un pensamiento de San Francisco de Asís: ³Tanto vale el hombre cuando vale delante de Dios. Y nada más´. A pocos pasos, en la galería de acceso al claustro, en la parte central, se aprecia el retrato del Padre Andrés Corso, algunas pinturas de l a Virgen del Carmen y una escultura del santo de Asís en compañía de dos seguidores: Bodadomma y Lucrecio. Una vez traspuesta esta zona, se ingresa a un pasadizo, donde se ubica en primer lugar el cuarto de San Francisco Solano, primer Guardián y Vicario del Convento. El ambiente, que refleja la austeridad de l a época, tiene cuadros de la Escuela Limeña, del siglo XVII y XVIII. En uno de ellos se ve a San Francisco Solano recibiendo la maskaypacha y
pisando el cuerpo de un soldado español. En él, el autor anónimo, simboliza el sentimiento de este santo tan identificado con l os indígenas y sus costumbres. Sobresale un altar presidido por la Virgen de la Candelaria, en compañía de los santos Antonio y Bernardino, un reclinatorio y unas actas emi tidas por el Arzobispo de Lima, José Sebastián Goyeneche y Barrera, con fecha 1852, la cual concede 80 días de indulgencia a quien rece un salve en presencia de la Virgen. Al claustro de San Francisco de Asís se accede por un pasadizo. En medio del patio se encuentra la escultura del venerable patrón. Es un ambiente de mucha paz, muy próximo al cerro San Cristóbal. Ahí está una gran imagen de J esús crucificado, la escalera y el Balcón de Pilatos con cuadros de los Reyes de Judá, pertenecientes a la Escuela Quiteña. Un cuarto con un atril giratorio, máquinas y piezas de lo que f uera la imprenta, además de 30 libros c orales, escritos en latín y grabados en pan de oro, con tapas de cuero de vaca y hojas de piel de carnero.
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También la sala de las Misiones, donde ha y óleos, grabados, vestimentas litúrgicas de cardenales, obispos, monseñores, hábitos tradicionales. Una reseña de 1630 sobre la labor evangelizadora de los franciscanos del convento de Santa Rosa de Ocopa por los ríos Huallaga, Perené, Pangoa y Ene. Asimismo, biografías, obj etos litúrgicos (asperges, portaviáticos, portavelas), cámaras fotográficas, ceramios hechos por los nativos ashaninkas y shipibos, destacando dos que llevan la representación de la cruz. Otro claustro a visitar es el de Enfermería, c ompuesto por la Botica, donde se hacían las pócimas y medicamentos a base de hi erbas. En este recinto hay balanzas, morteros, instrumentos, frascos, libros de recetas. Muy junto, están las celdas destinadas a los pacientes, donde se incluye una habitaci ón para el enfermero encargado de su cuidado. En ellas se encuentran camas con tarimas forradas en cuero de vaca, lavatorios, baños de asiento en bronce, retretes y muebles antiguos. Preside esta parte del convento, una escultura de San Diego de Alcalá, patrono de los enfermeros, además del cuadro ³Consuelo de los Agoni zantes´. La ruta incluye la Galería de acceso a la Capilla de la Virgen del Carmen, donde destaca un cuadro de grandes dimensiones, que rec oge el martirio de franciscanos en el J apón y Holanda, pintado por Juan Sánchez de la Torre, de la Escuela Limeña. Además de este, existen otros de
impresionante belleza, no sólo por la representación de escenas cristianas, sino por sus marcos en pan de oro.
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En la Capilla de la Virgen del Carmen -decorado con cuadros de gran valor artístico e imágenes de madera tallada- hay un altar trabajado al estilo barroco, dorado con pan de oro. El frontal del altar es de carey con i ncrustaciones de conchaperla y láminas de pan de oro. Antiguamente era la sala capitular, donde se tom aban las decisiones congregales, hasta que en 1733, el padre Santa María dona el retablo en el cual se encuentra la imagen de M aría llevando en brazos al niño Jesús. Las ventanas del lugar son láminas hechas de piedra de Huamanga. La Sala Bitti es otro lugar de visita obligado. En él se halla una colección de cuadros de distintos pintores. Se distingue un óleo hecho por Bernardo Bitti, de ahí el nombre; José y el Niño de Estaban Murillo (Escuela Sevillana); Jesús adolescente, Escuela Flamenca. En la Capilla de Nuestra Señora de los Ángel es, se encuentra la placa donde se hace referencia a la presencia del Héroe de la Guerra del Pacífico: Miguel Grau, a las horas en que pasó orando antes de partir. Hay, además, cuadros dedicados a la Virgen, en di stintas etapas de su vida. El claustro Ayacuchano o del Vía Crucis fue erigido en el siglo XVII. En sus muros están representados los episodios de la pasión de Cristo, pintados en el fondo de retablos con tapa de madera. Las descripciones están hechas en castellano antiguo. En un ambiente próximo, en la llamada Galería de Las Tra diciones, se ubica el óleo ³El Cristo de la Agonía´, realizado en el siglo XVII, por el pintor Miguel de Santiago de la Escuela Quiteña. El autor, para trasladar al lienzo la agoní a y sufrimiento de Jesús, atravesó con una lanza el costado de su modelo, llevándolo a la muerte. Este fue el último c uadro que hizo. Este sector recibe esa denominación en alusión a la historia recogida por Ricardo Palma en sus tradiciones. El Refectorio o comedor, presenta dos grandes cuadro s: La Ultima Cena y La Cena de Baltazar. Igualmente, en sus paredes se lucen representaciones de notables religiosos que moraron en el convento o tuvieron una participación destacada en el desarrollo espiritual de los
franciscanos. Ahí están, entre otros, San Francisco Solano, San Antonio de Padua, el sacerdote Ramón Rojas, más conocido como padre Guatemala, hacedor de milagros; monseñor Masías, el Inquisidor Jacome de la Marea, el que fuera Guardián Leonardo Cortes y Culell. Cuenta con una tribuna, desde donde se leían los pasajes correspondientes de la Biblia, mientras se comía en silencio. Muy cerca se alza la cocina, hoy convertida en una pinacoteca para los cuadros más grandes de la colección. En la pinturas se aprecia a los mártires decapitados, como San Juan Bautista, Santiago, Pablo, Diego, Isboseth. Resalta La Investidura de San Idelfonso, obra de Jaramillo (1636).
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Complementa esta zona del convento, la bodega donde se elaboraba y almacenaba el vino para los frailes descalzos de los monasterios franciscanos de la costa, sierra y las misiones de la selva. En ella está el trapiche, los alambi ques y las tinajas donde se guardaba el licor. Contigua está la olla usada para preparar las raciones del puchero que se repartía al pueblo en la celebración de la Porciúncula, costumbre mantenida hasta nuestros días. Cada 02 de agosto, ³Día de la Indulgencia de la Porciúncula´, los hermanos f ranciscanos elaboran esta sopa ±pródiga en carnes (gallina, pollo, res y carnero), tubérculos y verduras- y la reparten entre los miles de personas del lugar. Se le puso el nombre de porciúncula por la iglesia llamada así, de la Basílica de Santa María de los Ángeles, en Asís, Italia, donde comenzó el movimiento franciscano.
CASA DE RETIRO El Convento de los Descalzos fue sitio de recogimiento de virreyes, aristócratas, gente de la nobleza, así como de algunos presidentes, mi nistros, militares y pobladores que buscaban la compañía de los franciscanos, de la paz que emanaba de este lugar en el cual podían dedicarse en silencio a la oración, reflexión, ayuno y abstinencia.
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Esta necesidad llevó al fraile español J uan Marimón a fundar, en 1744, una Casa de Ejercicios Espirituales, llamada también Casa Solano, pues en este bosquecillo pegado al cerro San Cristóbal, el santo solía orar a solas y dedicarse a la meditación. Lo llamaba con cariño ³³mi monte Alberna´. Hoy en día, el lugar sigue recibiendo al público para su retiro espiritual. Ha sido acondicionado con recursos más modernos, aunque existen todavía celdas que mantienen muebl es de la época. También atesora pinturas valiosas y reliquias sagradas. Tiene un templo con un altar con privilegio conseguido por San Franci sco Solano, el de la Recepción de la Indulgenci a Plenaria: Todo aquel que entre en la capilla obtiene por ese solo paso, la concesión de perdón y absolución de sus pecados. Como hecho anecdótico se dice que antiguamente sobre las mesas de noche de las celdas se colocaban calaveras, pero debido a que un ³retirando´ no pudo conciliar el sueño pensando en la fragilidad de la vida, fueron quitadas por el padre Javier Ampuero. También se c uenta que hasta hoy continúa cerrada la celda de un novicio, ³a quien el diablo se llevó dejando sólo una de sus sandalias. En los otros claustros del convento sin acceso para el público, se encuentran los ambientes destinados al servicio de los novicios de la orden, también la biblioteca de dos niveles con más de 15 mil volúmenes de libros de los siglos XVI al XX y otras valiosas pinturas, de una colección de más de 300 lienzos.