COMO HABLAR DE LIBROS QUE NO HAS LEIDO Pierre Bayard1
PREFACIO Habiendo nacido en un ambiente donde leer era algo inusual, siendo incapaz de experimentar el placer que muchos encuentran en la lectura y no teniendo, a final de cuentas, el tiempo necesario para consagrarme a tal actividad, frecuentemente me he encontrado en la delicada situación de tener que decir lo que pienso sobre libros que no he leído. Ya que enseño literatura a nivel universitario, no hay manera de evitar hablar de libros que, la mayoría de las veces, ni siquiera he abierto. Es un hecho, sin embargo, que la mayoría de mis estudiantes están en la misma situación; pero siempre corro el riesgo de ser interrumpido y quedar humillado por alguien que sí ha leído el libro que yo desconozco. Además, a menudo, tengo que hablar de los libros y publicaciones de otros en mis propios libros y publicaciones. p ublicaciones. Esta tarea es mucho más ardua que la anterior, dado que, a diferencia de las charlas que acostumbro hacer en mis clases –cuyas imprecisiones pasan sin consecuencia alguna – las cosas que escribo permanecen p ermanecen y pueden provocar la suspicacia de mis colegas.
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Pierre Bayard es profesor de literatura francesa en la Universidad de Paris VIII y psicoanalista.
Como resultado de estas situaciones tan comunes, creo tener cierta autoridad para, si bien no aleccionar en esta materia, al menos sí para proporcionar un conocimiento más profundo sobre la no-lectura y reflexionar sobre este tabú. *** No resulta sorprendente que pocos textos puedan gozar de la condición de la no-lectura; de hecho, para hablar personalmente sobre nuestra experiencia como no lectores –una de las motivaciones de este ensayo– , se necesita valentía, ya que hacerlo nos confronta, inevitablemente, con una compleja serie de ataduras. Importa hablar, al menos, sobre tres de ellas. La primera de estas ataduras podría llamarse “el compromiso con la lectura”.
Todavía vivimos en una sociedad donde, a pesar de su decadencia, existe un culto a la lectura; este culto tiene un particular número de textos canónicos –la lista varía dependiendo del círculo intelectual en que nos movamos – y debemos haberlos leído si queremos ser tomados en serio. La segunda, muy cercana a la primera pero, al mismo tiempo, diferente, podría llamarse “la obligación de no leer a medias”. De la misma forma que está censurado y
sancionado el hecho de no leer, lo está el hecho de leer deficientemente; esto es: hojear un libro, leer entre líneas, saltándose párrafos e, incluso, capítulos enteros. Por ejemplo, es prácticamente impensable para un “profesional de la literatura” reconocer –aunque
es el caso de la mayoría del gremio – que ha medio leído a Proust, que ha hojeado En busca del tiempo perdido , o
que se declara incompetente para siquiera leer completa una
sexta parte de la serie de novelas que lo integran.
La tercera atadura atañe a la manera en que hablamos sobre los libros. En nuestra sociedad, existe un acuerdo cultural tácito que estipula que se deben leer libros para hablar de ellos con exactitud. Personalmente, puedo decir que es posible enfrascarse en una interesante conversación sin que ninguno de los interlocutores haya leído el libro del que se está hablando. Aún más, algunas veces –como demostraré más adelante– es más fácil decir cosas trascendentales de un libro precisamente porque no se lo ha leído, porque se lo ha hojeado o, incluso, simplemente porque lo adquirimos pensando leerlo en un futuro a veces muy lejano. A lo largo de este libro insistiré en los riesgos –la mayoría de las veces menospreciados– de leer para hablar y, sobre todo, escribir, sobre un libro. *** El efecto de este sistema represivo de obligaciones y prohibiciones lectoras ha provocado una hipocresía generalizada al hablar de los libros que verdaderamente se han leído. Conozco muy pocas cosas –entre ellas están las relaciones sexuales y las finanzas – de las que se pueda decir algo con exactitud. Entre los especialistas y los profesionistas de la literatura, la mentira es la moneda de cambio y nuestra mentira es proporcional al valor cultural del libro en cuestión. Aunque me considero un lector mediocre, estoy lo suficientemente familiarizado con ciertos libros –vuelvo al ejemplo de Proust – para evaluar si mis colegas mienten cuando dictan cátedra sobre En busca del tiempo perdido y para criticar –lo que hago la mayoría de las veces– sus equivocaciones.
Estas mentiras que decimos a otros son, sobre todo, un daño que nos autoinfligimos, ya que manifestamos la enfermedad de no poder reconocer, ni siquiera ante nosotros mismos, que no hemos leído libros que son considerados “esenciales”. Con esta
clase de auto-engaños demostramos, como en muchos otros hábitos del hombre contemporáneo, que poseemos la sorprendente habilidad de sobornar a nuestra psique para obtener carta de ciudadanía en la honorable “República de las letras”. Nuestra inclinación patológica a mentir cuando hablamos de libros es una consecuencia lógica del estigma que representa la no-lectura, que, a su vez, es consecuencia de una compleja red de deseos reprimidos provenientes de nuestra infancia. Si queremos, pues, salir ilesos de una conversación sobre libros que no hemos leído, será necesario psicoanalizar la culpa inconsciente provocada por la no-lectura. De hecho, el principal propósito de este libro es disminuir esta culpa. *** La dificultad de reflexionar sobre libros que no se han leído y las discusiones que se generan en torno a ellos aumenta debido a que el mismo concepto de “no-lectura” es
oscuro, y en esta ignorancia es muy difícil saber si estamos o no mintiendo cuando decimos que no hemos leído un libro. El simple planteamiento de esta cuestión implica que podemos establecer fácilmente una línea divisoria entre leer y no leer; sin embrago, es un hecho que muchas de nuestras incursiones en la lectura se sitúan en los límites de la lectura y la no-lectura. Entre un libro que hemos leído atentamente y un libro que desconocemos por completo, existe una gran escala de matices que vale la pena considerar. El caso de libros que recordamos haber leído muestra que debemos reflexionar profundamente sobre
nuestro concepto de lectura, ya que es un término que implica varias acciones sistemáticas. En el polo opuesto se encuentran los libros que jamás hemos abierto, y este caso pone de relieve que, aunque desconocemos su contenido, podemos tener una idea muy clara de su valor e influencia en la cultura occidental. La ignorancia de los límites entre la lectura y la no-lectura me llevará, en los capítulos subsecuentes, a reflexionar, de una manera menos específica, sobre la forma en que interactuamos con los libros. Por tanto, este ensayo no se limitará a proponer técnicas para salir airosos de embarazosas discusiones literarias, sino que también intenta proponer una genuina teoría de la lectura, teoría que insistirá sobre el hecho de que esta compleja actividad tiene imperfecciones, gradaciones y aproximaciones. *** Esta advertencia me lleva a hablar sobre la manera en que este libro está organizado. En la primera sección, describiré los principales tipos de “no-lectura” que van más allá de “libros que no se han leído”; para aumentar el espectro, propongo: “libros que se han hojeado”, “libros conocidos por terceros ” y “libros que se han olvidado”.
La segunda sección estará dedicada a analizar situaciones concretas en las que estamos obligados a disimular nuestra no-lectura. La vida se encarga frecuentemente de enfrentarnos a esas crueles situaciones, las cuales son imposibles de enumerar en su totalidad. Ya que rebasa las intenciones de este libro catalogarlas y tratarlas exhaustivamente, hemos elegido unos cuantos ejemplos significativos –algunos de ellos están tomados de mis propias experiencias, aunque no aparezca mi nombre – que podrán ayudarnos a identificar algunos patrones que ayudarán a sustentar mis argumentos.
La tercera sección es la última y la más importante, pues es el eje de este ensayo: las recomendaciones de un no-lector experto. Éstas buscan simplemente evitar situaciones embarazosas y salir lo mejor librado de ellas; incluso, obtener algún beneficio al reflexionar seria y metódicamente sobre los motivos de nuestra ignorancia lectora o nuestra sabiduría no-lectora. *** Este prefacio busca no sólo explicar el contenido general de este ensayo sino también recordarnos que la Ética permea, incluso, nuestras prácticas de lectura. Para resolver esta problemática debemos, creo yo, cambiar radicalmente la manera en que hablamos de los libros y la literatura; este cambio, por supuesto, implica una revisión de la terminología vigente. Para ser coherente con el argumento de que la compleja ambigüedad de la frase “libro leído” se disimula con la simpleza de sus elementos constitutivos, cada vez que
hable de un libro especificaré mi conocimiento sobre él a través de algunas abreviaturas.2 Éstas serán aclaradas en los cuatro primeros capítulos y, de alguna manera buscan suplir –al menos en este libro– la terminología tradicional (op. cit., cfr., ibid., ídem, etc.). Creo
que, además de ser un acto más honesto, estas abreviaturas proporcionan al lector un conocimiento más preciso sobre la experiencia lectora del autor.
Son 4: LD (libro desconocido), LH (libro hojeado), LCT (libro conocido por terceros), LO (libro olvidado). 2
Las abreviaturas serán complementadas con una opinión –a veces propia, a veces de otros pero conocida por mí – acerca de los libros tratados.3 Ya que considero que, para juzgar un libro, no se necesita haberlo leído, proporcionaré al lector el juicio que la crítica especializada tiene de los libros de los que hablo, aunque sean totalmente desconocidos para mí. Este nuevo sistema de referencias –que espero algún día sea universalmente adoptado– servirá, asimismo, como un constante recordatorio de que no existe algo como una “lectura bien hecha” o una “buena lectura”, como muchos críticos se empeñan
en hacernos creer. Más que revelador, la lectura es un proceso oscuro pues está lleno de obstáculos. El verdadero valor de la lectura, creo, radica en saber cómo evitarlos.
Así se expresará esta opinión: ++ (libro cuya lectura es imprescindible), + (libro cuya lectura es recomendada), - (libro cuya lectura no es tan recomendada), -- (libro cuya lectura es prescindible). 3