D i cho sa, tú cjug h a s creído
Título srcinal:
Beata te che hai crédulo
1980 Madrid
PRESENTACION
Hace tiempo que estábamos esperando un libro del hermano Cario sobre la Virgen. A nuestra respondía: «Es demasiado pronto.» demanda O bien: «Somos demasiado complicados para escribir sobre una criatura tan transparente.» Lo que ha decidido al hermano Cario a escribir sobre Marta de Nazaret es la progresiva difusión del ateísmo moderno y la tentación a que está expuesta la fe de muchos cristianos de hoy. Marta se ha convertido en el pensamiento de Cario Carretto en la guía de la fe, especialmente cuando reina de veras la oscuridad. No dudamos en decir que ha nacido una auténtica obra maestra, donde la fidelidad a la teología tradicional está unida a una visión sin prejuicios de lo que es ¡a fe del hombre. Es un libro de corte sumamente personal, en el que el autor se compromete a fondo.
Lo que se nos revela es su experiencia, sus reflexiones, su oración. Al leer Dichosa tú que has creído se tiene verdaderamente la impresión de entrar en casa de alguien para conversar con el corazón en la mano. luz purificadora de la Palabra de Dios y A delladesierto, Cario Carretto ve las cosas en su verdad elemental y reducidas a lo esencial. Y con la simplicidad espontánea y la preocupación por los hombres de un discípulo de Charles de Foucauld, el autor escribe este libro.
Los
E ditores
MARIA, HERMANA MIA
¡Hermano! ¡Hermana! Antes de comenzar a leer, echa una mirada a la cubierta de este libro. Encontrarás anomalía. El niño que una está pequeña en brazos de la Virgen en lugar del pajarito srcinario pintado por un anónimo del siglo xv, estrecha un carrito como si fuese un juguete que le ha preparado san José con un trocito de madera. La sustitución es mía, y me explico. Tenía 36 años, y el papa Pío XII me había llamado Católica. a Roma El para dirigir la Juventud de Acción asunto noaera entonces cosa de poca monta. Hoy el movimiento católico está fraccionado en mil y un arroyuelos; entonces la organización era única y agrupaba a medio millón de jóvenes con catorce diarios y más de veinte mil asociaciones.
A menudo me sentía abrumado por el peso de la responsabilidad, y supe entonces lo que es la angustia, especialmente cuando desde la periferia viajaba hacia Roma. Sí, Roma era mi angustia, el trabajo superior a mis fuerzas, aquel indecible misterio que emanaba de aquellas la capital, el contemplar conpiedras los ojosvetustas aquelladeplaza de san Pedro, que al turista le hablaba sólo de armonía estupenda, pero que a mí me ocasionaba un sufrimiento atroz y que a veces me paralizaba. Tenía en casa una copia de aquel cuadro bastante famoso. La quería porque me gustaba y meNodecía cosas. sé que me sentí imsé muchas cómo ocurrió; pulsado a tomar los pinceles y a sustituir el pajarito por el carrito, símbolo de mi apellido. Al realizar aquel dibujo infantil, fue como si le dijese a María: «Tú estáte atenta. Me gustaría ser un juguete en manos de tu hijo, especialmente ahora que me encuentro en apuros;Lapero tú estáte atenta.» angustia de Roma no se me pasó por completo, pero lo cierto es que cuando sentía que el corazón se me oprimía, al figurarme parte de aquel cuadro tan sereno conseguía permanecer tranquilo y terminar la jornada en paz. Puedo decir que siempre, en los momentos
difíciles, mi pensamiento se posaba en aquel cuadro donde Jesús estrechaba su carrito de madera, signo de otro carrito chirriante por los polvorientos caminos del mundo. Debo decir, sin embargo, que mis relaciones con María, la madre de Jesús, estaban deterioradas por el romanticismo de aquella devoción mariana que causaba estragos antes del Concilio y que poco a poco se vaciaba de contenido. Que María fuese reina — ¡y qué reina!— , que fuese una criatura que jamás se equivocaba, que caminaba por las calles de su Nazaret con una visión totalmente clara de las cosas, incapaz de pecar y de dudar, tiene poco que decirle al que está angustiado y se arrastra por el desierto de la fe con tanto cansancio. La exaltación de esta criatura por el fanatismo de los alucinados, tan numerosos en el mundo católico, termina vaciando de auténtico contenido teológico la devoción hacia aquella que es nada menos que la Madre de Dios y que no tiene necesidad de recomendaciones para que se la considere. Basta no traicionar el Evangelio. Por eso no me he sorprendido nunca al ver en estos decenios secarse en las jóvenes generaciones la fuente del amor a María de Nazaret, y a los vendedores de rosarios cerrar sus tiendas. Era necesario que ocurriese así.
Como en tantas otras cosas, era preciso recomenzar desde el principio. ¿No hemos comenzado desde el principio con la Biblia, considerada en los años de mi juventud un libro prohibido? ¿No hemos comenzado desde el principio con la liturgia, expresada antes del Concilio en el inmovilismo de unos gestos bastante fríos, en una lengua incomprensible para la gente, como es el latín? ¿No hemos comenzado desde el principio con la Iglesia, considerada en el pasado como una pirámide clerical, mientras que el Concilio nos la ha descrito como «Pueblo de Dios» en marcha hacia la Tierra Prometida? Pues bien, así también para la Virgen comenzamos desde el principio, si bien este «comenzar desde el principio» es sólo una impresión, porque en realidad las cosas continúan, porque en la Iglesia, que es un cuerpo vivo, una realidad viva, todo continúa. Para mí, el volver a comenzar desde el principio ha tenido un momento importante. Fue durante mi larga permanencia en el desierto. Vivía en Hoggar, en una fraternidad de Her manitos del padre Foucauld, y me ganaba el pan trabajando en las pistas de Tit, Tazruk e Im Amgereel como meteorólogo. El trabajo me gus-
taba mucho porque, además del sustento, me brindaba la posibilidad de vivir en el ambiente que yo había buscado, el desierto, y de aunar con la fatiga cotidiana los grandes silencios y la posibilidad de la oración prolongada. En poco tiempo conocí a los tuareg, que vivían en tiendas de campaña; a los aradnos, que cultivaban los oasis; a los árabes, que venían del Norte; y a los morabitas, que se dedicaban al comercio. Había simpatizado sobre todo con los tuareg, que tenían los campamentos a lo largo de las gueltá (1) y en las altiplanicies, y aprovechaba las ocasiones de mis viajes para quedarme con ellos por la tarde después del trabajo. Fue en un encuentro con ellos cuando tuve conocimiento de un hecho interesante. Me había enterado, casi al azar, de que una muchacha del campamento había sido prometida como esposa a un joven de otro campamento, pero que no había ido todavía a convivir con el esposo por ser muy joven. Instintivamente relacioné el hecho con el fragmento del Evangelio de Lucas donde se cuenta precisamente que la Virgen María había sido prometida a José, pero que no había ido a convivir con él (Mt 1,18). (1) Cavidad rocosa donde aflora el agua.
Dos años después, al pasar de nuevo por aquel campamento, espontáneamente, como para dar pie a la conversación, pregunté si había tenido lugar el matrimonio. Observé en mi interlocutor una turbación, seguida de un evidente silencio embarazoso. Yo también callé. Más tarde, mientras sacaba agua de una gueltá a unos cientos de metros del campamento, viendo a uno de los siervos del amo, no pude resistir la curiosidad de conocer el motivo del embarazoso silencio del jefe del campamento. El siervo miró alrededor con circunspección, mas como tenía mucha confianza en mí por ser marabut (2), me hizo una señal que conocía muy bien, pasando la mano por el cuello con el gesto característico de los árabes cuando quieren decir «ha sido degollada». ¿El motivo? Antes del matrimonio se había descubierto que estaba encinta, y el honor de la familia traicionada exigía aquel sacrificio. Sentí un estremecimiento pensando en la muchacha muerta por no haber sido fiel a su futuro esposo (3). (2) Religiosohombre de Dios, según la terminología islámica. (3) Nuestra sorpresa a propósito de estos hechos relativos a la muerte de los adúlteros se debe a nuestra
Al cerrar la noche, bajo el cielo sahariano, quise volver a leer el texto de Mateo sobre la concepción de Jesús por parte de María. Había encendido una vela porque estaba oscuro y era una noche sin luna. Leí: «Estando desposada su madre María con José, antes de que conviviesen, se halló que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. Mas José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla públicamente, deliberó repudiarla en secreto» (Mt 1,1819).
En definitiva, José no había presentado la denuncia, y Joaquín, padre de María, no había representado el papel del Jomeini de turno matando a María como hubiera querido la ley: «Moisés nos dijo que hay que dar muerte a estas mujeres» (Jn 8,5; cf Dt 22,24).
Lo recuerdo como si fuese ahora. Sentí a María cerca, cerca, sentada en la arena, pequeña, débil, indefensa, con su grávido vientre, ignorancia de la historia. En el pasado, la defensa de la castidad matrimonial por parte de la sociedad era mismo había establecido: se déterrible. muerteEla este tipoMoisés de mujeres» (Dt 22,24; Jn«Que 8,5). Jomeini, en Irán, nos sorprende ahora con su política sociorreligiosa al ordenar fusilar a las adúlteras. En el fondo no hace otra cosa que volver atrás, cuando la misma ley castigaba de esa manera el adulterio. El Islam, que no ha tenido a Jesús, el cual corrigió las leyes con la misericordia, está siempre tentado a este retorno a la primitiva integridad de la ley.
con su imposibilidad de doblarse, silenciosa. Apagué la vela. En la oscuridad de la noche no veía las estrellas. Veía en torno a nosotros muchos ojos que brillaban como los ojos de los chacales cuando acechan a los Eran los ojos corderillos. de todos los habitantes de Nazaret, que espiaban a aquella muchacha madre y le preguntaban con toda la fuerza de la incredulidad de que son capaces los hombres, y más todavía las mujeres: «¡Qué has hecho para tener ese hijo, desgraciada, desvergonzada!» ¡Qué noche! ¿Qué puedoesresponder? ¿Que Dios el padre de este pequeño? ¿Quién va a creerme? Me quedo callada. Dios lo sabe. Dios proveerá... Pobre, dulce María, pequeña muchacha madre. ¡Mal comienzas tu carrera! las vas a arreglar para hacer frente ¿Cómo a tantoste enemigos? ¿Quién va a creerte?
Aquella noche sentí por primera vez que me estaba acercando al misterio de María. Por primera vez no la veía sobre el altar como una estatua inmóvil de cera, revestida con ropaje de reina, sino como a la hermana, a mi lado, sentada en la arena del mundo, con las sandalias rotas como las mías y con igual cansancio en las venas. Comprendí entonces por qué su prima Isabel, a la que María había ido a visitar después de aquellos hechos (siempre gusta salir del propio ambiente cuando se tiene el seno grávido y los ojos de los vecinos te miran de una cierta manera puritana), pudo decirle al término del relato que María le había hecho: «Dichosa tú que has creído.»
¡Sí, verdaderamente dichosa! ¡María, es preciso valor para creer en estas cosas! Nos resulta difícil creer lo que nos dices, atestiguándonos que ese hijo no es fruto de una aventura nocturna que no quieres explicar. Pero es difícil sobre todo para ti. Dichosa tú que has creída (Le 1,45). Es lo máximo que se le puede decir a una muchachita sencilla, humilde y pobre, que ha tenido la suerte de hablar con los ángeles, ella
que es nada y que ha escuchado que le decían que habrá de tener un hijo que será el Santo e Hijo del Altísimo; sí, precisamente ella, el último y el más pequeño «resto» de Israel. Dichosa tú que has creído (Le 1,45). Aquella noche, en la arena, cerca de la gueltá de Issakarassem, maestra en la fe. decidí elegir a María como Había establecido un contacto vital en ella. No era ya un personaje al que debía «culto»; era la hermana del corazón, la compañera de viaje, la maestra de mi fe. Sí, justamente de la fe. Y me explico. Habéis de saber, hermanos, que la marcha de la fe la he hecho del todo y... a pie. Mi suerte ha sido no haber temblado en la oscuridad y no haber aflojado el paso ni siquiera cuando no podía más. Me han ayudado los años pasados en el desierto, aunque fue precisamente allí donde conocí la «noche», la descrita por san Juan de la Cruz. Ahora me siento hermano de todos los que se llaman ateos (y son pocos), y más todavía de los que tienen dificultad para creer o no conocen aún los verdaderos términos del problema (y son muchos). Cuando haya muerto —y espero que sea
pronto, pues he conocido al Señor y ardo en deseos de ver su rostro— , si venís a mi tumba y creéis posible la comunicación entre los miembros del Reino, no me pidáis que ruegue por vosotros para que curéis de este o el otro mal. Pedidme sólo que ruegue por vuestra fe. Es el único don por el que vale la pena rezar. Pues bien, si puedo hacerlo, lo haré; miraré a los ojos de María de Nazaret en silencio e intentaré obtener de la contemplación de aquella que tuvo tanto valor para creer aquello que necesitáis. Hermanos y hermanas, os he abierto mi corazón, os lo he dicho todo. Ahora, si me escucháis, meted el rosario en el bolsillo; puede que pasen años antes de que lo recitéis bien. No importa, tenedlo cerca. Os ayudará. Si acaso, cuando os pase por los dedos, decid sólo AVE MARIA
2.
DICHOSA.
Debía aceptar el papel de muchacha madre. ¿Quién iba a creerla? ¿Quién iba a creer las palabras de una muchachita que llegara a casa a decirme: «Mira..., este niño que llevo en mi vientre es el Hijo del Altísimo»? En mi casa, por lo menos, habría recibido una bofetada vivíamos el Piamonte; en de casamide padre, algunay otra familiaenmás hacia el Sur le habrían dicho: «Vete, no queremos volver a verte, porque has deshonrado a la familia.» En alguna casa árabe, escita o judía de tiempos pasados... hubiera corrido la sangre. María, por la fe, tuvo el valor de confiar en el Dios de lo imposible y dejarle a El la solución de sus problemas; la suya era fe pura. Fue un descubrimiento dulcísimo el mío, hecho en un ambiente estupendo como el desierto, y... aquel desierto. No lo olvidemos; la Biblia fue escrita precisamente en aquel terreno entre el desierto y la estepa donde viven las caravanas, pacen los asnos y las ovejas, y los hombres saben interrogar al cielo porque es la única esperanza de vida. Y también yo estaba allí. Cuando por la noche preparaba el campamento al borde del camino y encendía el fuego para cocer el pan y hervir el té, María estaba cerca de mí. Me bas-
taba sacar el rosario que me había hecho con trozos de madera escogidos en eloued de Issa karassem y que tenía siempre en el bolsillo, para sentir su presencia junto al fuego. El desierto es toda una iglesia con el cielo estrellado por bóveda y la arena fina y cálida como estera en la que sentarse a rezar. ¡Qué dulzura perder la noción del tiempo y del espacio y vivir la comunión con los santos como dulce realidad! Había ido al desierto precisamente para esto. Quería romper la frontera entre lo visible y lo invisible, entre el cielo y la tierra, y a menudo lo conseguí en la fe. ¡Qué paz ir más allá de las cosas! Vivir como si el Evangelio fuese escrito ahora, vivido ahora. Ver abrirse el reino de las cosas de Dios para mostrarte su presencia invisible, su realidad divina. Poder hablar con los santos. Conseguir la experiencia de la presencia eu carística bajo la tienda transformada en tabernáculo. Una noche intenté conversar con María. ¡Me resultaba tan fácil! ¡La quería tanto! —Dime, María, cómo ocurrió. Cuéntamelo como se lo contaste a Lucas, el evangelista.
—Tú ya lo sabes — me dijo— , porque conoces el Evangelio. ¡Todo fue muy hermoso! Yo vivía en Nazaret, en Galilea, y mi vida era la vida de todas las jovencitas del pueblo: trabajo, oración, pobreza, mucha pobreza, alegría de de vivirIsrael. y, sobre todo, esperanza en el destino Vivía con Ana, mi madre, en una casita muy sencilla, que tenía un patio delante y una tapia construida adrede para que nosotras las mujeres nos sintiésemos con libertad e intimidad. Allí permanecía a menudo para trabajar y rezar. En mí mezclaban y otra cosa, y me sentía llenase de paz y deuna alegría. Aquel día estaba sola en el pequeño patio y una gran luz me envolvía. Rezaba sentada en un taburete. Tenía los ojos medio cerrados y sentía que una alegría me invadía toda. La luz aumentaba, y comencé a entreabrir los párpados, que había cerrado para no quedar ofuscada. Estaba contenta de dejarme llenar por aquella luz. Me parecía el reino de la presencia de Dios, que me envolvía como un manto. De pronto, aquella luz tomó el aspecto de un án-
gel. Siempre pensé en los ángeles como lo vi en aquel momento. Tú sabes cómo es el problema de la fe. No sabes nunca si la visión está dentro o fuera. Ciertamente está dentro, porque si estuviese fuera podrías dudar como si fuese una ilusión. En que cambio, dentro, ilusión; es así, sabes es así; Dios no te esexiste testigo. Yo permanecía muy quieta por miedo a que todo desapareciese. Por el contrario, el ángel habló. También aquí no sabes nunca si la voz la sientes en el oído o más profundamente. Sin duda es profundamente, porque si fuese sólo en el oído podrías engañarte. La voz la sentí allí donde Dios mismo es testigo. — ¿Y qué te dijo? —Me dijo: Ave María, llena de gracia, el Señor es contigo. — ¿Y tú qué sentiste? —Naturalmente, quedé turbada. Era como si fuese visitada por cosas demasiado grandes para mí y para mi dimensión tan pequeña. Puedes pensar en las cosas de Dios con un inmenso deseo, pero cuando te tocan no puedes menos de sobresaltarte. De hecho, me dijo en seguida: «No temas, María» (Le 1,30).
Me animé, porque esa misma frase la había escuchado en la sinagoga cuando se leía la historia de Abraham. «No temas, Abraham. Yo soy tu protector»
(Gén 15,1). Luego, el ángel me comunicó el anuncio de la maternidad en pocas palabras, pero tan claras que tenía la impresión de que me estaban naciendo dentro. Jamás me había ocurrido escuchar palabras como si fueran acontecimientos. —Dime, María, ¿te quedaste sorprendida? ¿Nunca habías pensado antes que tú..., precisamente tú...? — ¡Oh, sí! Lo había pensado. Nosotra s, las muchachas judías, no pensábamos en otra cosa. Sabíamos que eran aquéllos los tiempos y, cuando orábamos en la sinagoga, el aire estaba saturado de expectación del Mesías. — ¿Qué entendiste cuando el ángel te dijo que eras tú la elegida y que el Mesías nacería de ti? —Comprendí exactamente lo que quería decirme, sólo que quedé estupefacta por lo extraordinario de la noticia. ¿Cómo era posible, si yo era virgen? El ángel me explicó las cosas, y me fue fácil aceptar porque me sentía inmersa en Dios como en aquella luz vivísima de mediodía. Confusamente comprendí las complicaciones
que se habrían de seguir si no conseguía explicarme con mi madre, y especialmente con mi prometido José; pero no hubiera podido detenerme; tanta era la certeza con que Dios se había adueñado de mí y tal la certeza que me infundían las palabras del ángel. «Para Dios nada es imposible, para Dios nada es imposible, , para Dios nada es imposible» (Le 1,37).
Poco a poco la luz fue disminuyendo, y dejé de ver al ángel. Vi a mi madre, Ana, atravesar el patio, y sentí ganas de hablar, pero no fui capaz de hacerlo porque no encontré las palabras adecuadas. Comprendí de pronto que no eran las palabras las que podían explicar las cosas. Y lo mismo los días que siguieron; incluso, cuanto más iba adelante, más silenciosa me volvía. Más difícil fue hablar con José, mi prometido. Tú sabes cómo ocurrían las cosas en nuestras tribus. La esposa era prometida al esposo muy pronto. Era como un pacto entre familias. Mas, por ser tan joven la futura esposa,
seguía viviendo en la familia en espera de la madurez. Entonces con gran fiesta, de noche, se verificaban los esponsales, y el esposo, acompañado de sus amigos, iba con muchas luces y cantos y alegría a tomar a su esposa y conducirla a casa. Desde aquel momento estaban verdaderamente desposados. Cuando el ángel se me apareció para anunciarme la maternidad, yo estaba todavía en casa. Había sido prometida a José, pero no había ido aún a convivir con él. Bastaron pocos meses para que todo resultase complicado a los ojos de los hombres. Yo no podía esconder mi maternidad y mi vientre me delataba. Comprendí entonces lo que era la fe oscura, dolorosa. ¿Cómo explicarme con mi madre? ¿Cómo discutir con mi prometido José? Viví momentos verdaderamente dolorosos, y el único consuelo lo encontraba en repetir: «A Dios todo le es posible, a Dios todo le es posible.»
A El le tocaba explicarse, y yo tenía gran confianza. Pero esto no quitaba mi sufrimiento, que en ciertos momentos me desgarraba el alma. ¿Cómo encontrar palabras para decir que
aquel niño que llevaba en mi seno era el Hijo del Altísimo? Entretanto no me atrevía a salir de casa, y una vez vi a una vecina mirándome por encima de la pared del patio con evidente atención puritana. momentos terribles, y como tembléadúltera. al pensarFueron que podía ser denunciada Se precisaba muy poco. Bastaba que José fuese a la sinagoga a explicar las cosas, y no le faltarían celosos que le siguieran con las piedras para lapidarme. No era la primera vez que se daba muerte en Nazaret a una adúltera. Pero es verdad que «Dios lo puede todo». Y él se explicó. Se explicó primeramente con José, el cual me dijo que había tenido un sueño verdaderamente extraordinario y que no había perdido la confianza en mí y que se casaría conmigo lo mismo. ¡Qué alegría cuando me lo dijo! Mas ¡qué miedo había sentido! ¡Qué oscuridad! Sí, el hecho me hizo ver que ésa es la condición de la fe y que hemos de habituamos a vivir en la oscuridad. Hubo también un hecho extraordinario que alivió mis penas en aquellos meses.
Tú sabes que el ángel me había dado una señal para ayudar mi debilidad. Me había dicho que mi prima Isabel estaba en el sexto mes de una maternidad extraordinaria, pues todos en la familia sabíamos que era estéril. Debía ir a verla a Judea, a AinKarim, donde No vivía. me hice de rogar para partir. Había sido idea de mi madre, pues estaba preocupada de que la gente de la aldea me viese con aquel seno grávido, y no quería habladurías. Partí de noche, pero muy gustosa de alejarme de Nazaret, donde había demasiados ojos indiscretos y no podía contar todos mis problemas. Encontré a mi prima cercana ya al parto y tan feliz la pobrecita. ¡Había esperado tanto un hijo! El Señor se había explicado también con ella, pues cuando llegué fue como si lo supiera ¡todo! ¡todo! ¡todo! Se puso a cantar de alegría, y también yo cantaba con ella. Parecíamos dos locas, pero locas de amor. Había, además, un tercero que parecía enloquecido de alegría. Era el pequeñín, el futuro Juan, que salta-
ba en el vientre de Isabel como para festejar a Jesús que estaba en el mío. Fueron días inolvidables. Pero Isabel, que entendía de fe, y de fe oscura, y que tanto había sufrido en la vida, me dijo una cosa que me agradó y que fue como el premio a toda la soledad de aquellos meses: «Dichosa tú que has creído» (Le 1,45). Y me lo repetía todas las veces que me encontraba, y tocaba mi vientre como para tocar a Jesús, el nuevo Moisés que estaba para venir al mundo.
El fuego en el que había cocido el pan se estaba apagando. La noche estaba ya avanzada y me sentí solo. La presencia de María estaba ahora en el rosario que tenía en la mano y que me invitaba a rezar. Sentía frío, y me envolví en elbournous (1) que tenía conmigo. La oscuridad fue completa, pero no tenía ganas de dormir. (1) Capa árabe de lana de oveja, albornoz.
Quería gustar la meditación que María me había regalado. Sobre todo quería entrar con dulzura y fuerza en el misterio de la fe; la verdadera, la dolorosa, oscura y árida. ¡Oh, no! No es fácil creer; es más fácil razonar. No es fácil aceptar el misterio que te supera siempre y que va ensanchando siempre los límites de tu pobreza. ¡Pobre María! ¡Tener que creer que el niño que llevaba en su seno era Hijo del Altísimo! Sí, fue sencillo concebirlo en la carne, ¡pero extremadamente comprometido concebirlo en la fe! ¡Qué camino! Sin embargo, no existe ningún otro. No existe otra opción. ¿Quieres, María, aterrada por creer, volverte atrás, pensar que no es cierto, que es inútil intentarlo, que es una ilusión la de un Dios que se hace hombre, que no hay un Mesías de salvación, que todo es un caos, que en el mundo domina lo irracional, que será la muerte la que venza al fin y no la vida? ¡No! Si creer es difícil, no creer es muerte segura.
Si esperar contra toda esperanza es heroico, no esperar es angustia mortal. Si amar cuesta sangre, no amar es un infierno. ¡Creo, Señor! Creo, porque quiero vivir. Creo,a porque quiero salvar a alguien que se ahoga: mi pueblo. Creo, porque creer es la única respuesta digna de Ti, que eres el Trascendente, el Infinito, el Creador, la Salvación, la Vida, la Luz, el Amor, el Todo. Qué cosa tan extraña, por no decir maravillosa: apenas he dicho con toda el alma la palabra «creo», veo que la noche se vuelve clara. Ahora cierro los ojos, porque precisamente ella, la noche, me deslumbra con su luz más allá de toda luz. Sí, no hay nada más claro que esta noche oscura, nada más visible que el Dios invisible, nada más cercano que esto infinitamente lejano, nada más pequeño que este Dios Infinito. De hecho, ha conseguido permanecer en tu pequeño seno de mujer, María, y tú le has podido calentar con tu bello cuerpecito. ¡María! ¡Hermana mía!
Dichosa tú que has creído, te digo esta noche con entusiasmo, como te lo dijo tu prima Isabel aquella tarde cálida en AinKarim.
DIOS MIO, HIJO MIO
Durante el adviento me encontraba en las dunas claras y cálidas de Beni Abbes, el estupendo sahariano. Habíaoasis decidido prepararme para la Navidad en soledad y había escogido como lugar el pozo de Ouarourout, donde el agua era abundante y una pequeña gruta natural podía servir de capilla. Partí después de la fiesta de la Inmaculada con un tiempo hermosísimo y con gran deseo de soledad. Mas... el tiempo no tardó en cambiar, y el desierto se volvió cárdeno y frío por la alta bruma que cubría el sol. También la soledad resultó difícil, porque me había descubierto Alí, hijo de Mohamed As sani, un verdadero amigo que pastoreaba sus once ovejas por aquellos parajes y que tenía sed de compañía y de conversación. Parecía que lo hacía adrede, pero no sabía 3.
DICHOSA.
encontrar para sus animales pastos más convenientes y más ricos que los de Ouarourout. Daba vueltas a mi alrededor, de lejos se entiende, porque sabía que cuando estaba en oración debía... estar lejos y no molestarme. El pozo era común, y por tanto estaba justificado acercarse cuando iba a coger agua. Naturalmente, aprovechaba para invitarme al té, que él preparaba después de haber tomado todo lo necesario de mi tienda. Alí hacía bien el té y le gustaba tomarlo conmigo, acompañándolo con pan que yo había cocido al rescoldo. Luego se iba a los pastos y durante toda la jornada se contentaba con mirarme de lejos, buscando en la arena pequeños fósiles y hallazgos arqueológicos, como puntas de flechas de la edad de piedra, que luego me vendía regularmente. El tiempo empeoró más y hube de reforzar las cuerdas que sostenían la tienda en previsión de la tormenta, que en el desierto es terrible. Muy pronto se desencadenó la tempestad. Quien ha estado en el desierto sabe lo que es una tempestad de arena. Para expresar lo que puede ocurrir, basta recordar que en pleno día hay que encender los faros del coche para ver el camino y que
los cristales y la pintura se vuelven esmerilados por la violencia de la arena. Mi único refugio fue la gruta, y allí pensé permanecer día y noche porque no quería interrumpir el retiro. Pensando en Alí, al que no había vuelto a ver, me convencí de que él debía de haber comprendido a tiempo las cosas y, para no dejarse sorprender por la tempestad, habría llegado sin duda al aprisco y a la tienda paterna, que se encontraban a una docena de kilómetros de Ouarourout, exactamente en el cruce de la carretera de Bechar. ¡Pero quia! Estaba en la gruta, cuando le veo entrar corriendo, completamente agitado y con su cayado de pastor. «Ven, ven, hermano Cario. Las ovejas se están muriendo en la arena; están perdidas... Ayúdame.» Corrí al coche, y con él nos adentramos en el desierto sacudido por el viento y por la arena que nos cegaba. No fue fácil encontrar en aquel infierno las ovejas. Estaban aterradas, debilitadas y vagaban de acá para allá entre las ráfagas de arena y de lluvia que había comenzado a caer. No había visto jamás nada semejante, y una
vez más experimenté cómo en el desierto la vida y la muerte están muy cerca de casa. Mientras guiaba el coche e intentaba no perderme, Alí se precipitaba sobre las ovejas y una a una las metía en el coche exhaustas y atontadas por el miedo. Conseguimos llevar las ovejas a la gruta, único refugio posible para evitar aquel huracán que nos cortaba la respiración. La pequeña gruta quedó llena de lana, de balidos y de acre olor a rebaño. No me era difícil pensar en la gruta de Belén, e intentaba calentarme poniéndome cerca de las ovejas más grandes que, caladas como yo, temblaban en la semioscuridad de la noche. Quité la eucaristía del tabernáculo y me coloqué la cajita al cuello bajo el bournous. Naturalmente no conseguimos encender fuego para la cena, y hubimos de contentarnos con comer pan y una lata de sardinas. Pero a Alí le gustaban las sardinas. Yo tenía ganas de rezar y comprendí pronto que, en el fondo, no me había ido mal con todo aquel trastorno. Quizá podría pasar una noche un poco especial. Estaba cerca Navidad. Estaba en una gruta con un pastor. Tenía frío.
Había ovejas y hedor a estiércol. No faltaba absolutamente nada. La eucaristía que había colgado al cuello me llevaba a pensar en Jesús presente bajo el signo del pan, tan semejante al signo de Belén, tierra del pan. Caía la estragos noche. en Fuera, la tempestad seguía haciendo el desierto. En la gruta todo era ya silencio. Las ovejas llenaban el espacio disponible. Alí dormía envuelto en su bournous con la cabeza apoyada en la espalda de una oveja grande. A sus pies tenía dos corderitos. Yo rezaba, repitiendo de memoria el Evangelio de Lucas. «Y sucedió que, hallándose allí, le llegó la hora del parto. Y dio a luz a su hijo primogénito, y envolvióle en pañales, y lo reclinó en un pesebre, porque en el mesón no había lugar para ellos» (Le 2,67). Callé y permanecí
a la espera. María se convirtió en mi oración y la sentí cercana, cercana. Jesús estaba en la eucaristía precisamente allí cubierto con la capa. Toda mi fe, mi esperanza, mi amor estaban en un punto. No tenía ya necesidad de meditar: bastaba contemplar en silencio. Tenía toda la noche
a mi disposición y el alba estaba todavía lejana.
¿Soñaba? ¿Velaba? No lo sé. Todo ello era una sola cosa. Por lo demás, ¿qué diferencia existe entre el sueño y la realidad cuando el sueño se refiere a la venida de Dios a la tierra y la realidad es una gruta como la descrita por los evangelistas? Creer que Dios se ha hecho hombre es el sueño más grande para un hombre. Se diría que fue tal el deseo de unir la tierra con el cielo, que Navidad se convirtió en la realización de aquel deseo. En definitiva, Navidad, la venida de Dios a la tierra, ¿la extraordinario he deseado yocomo y la un he sueño soñadoque o es un hecho se ha realizado? Pienso que lo uno y lo otro; tan extraordinaria es la cosa. Ciertamente la venida ha anticipado el sueño, pues ninguno de nosotros hubiera sido capaz de tener un sueño tan único y bello. ¿Qué dices tú, María, tú que eres la más interesada? ¿No te parecía un sueño tener un hijo así?
¿Te parecía algo real? Haberlo engendrado en la carne no era nada en comparación con la fatiga de engendrarlo en la fe. Ver a un niño, a tu niño, era fácil; pero creer, creer, mientras le ayudabas a hacer «pipí» en una esquina, que justamente él, tu niño, eraLael fe Hijoerade ciertamente Dios, no eraoscura cosa fácil. y dolorosa también para ti, no sólo para nosotros, tus hermanos, en esta tierra de vivientes. Yo tengo aquí, bajo la capa, colgada al cuello, la cajita que contiene la eucaristía. Es un pequeño trozo de pan consagrado por la fe de la Iglesia; lo llevo conmigo, lo amo, lo adoro, pero... ... no es fácil creer. ¿No es así, María? ¿No es así también para ti? No existe cansancio más grande en la tierra que el cansancio de creer, esperar y amar; tú lo sabes. Tenía razón tu prima Isabel al decirte: Dichosa tú que has creído.
Sí, María, dichosa tú que has creído. Dichosa tú que me ayudas a creer, dichosa tú que tuviste la fuerza de aceptar todo ei misterio de navidad y el valor de prestar tu cuerpo a semejante acontecimiento, que no tie
ne límites en su grandiosidad y en su inverosímil pequeñez. En la encarnación se tocaron los extremos: lo infinitamente lejano se hizo lo infinitamente cercano, y lo infinitamente poderoso se hizo lo infinitamente pobre. María, ¿entiendes lo que hiciste? Conseguiste permanecer firme bajo el peso 'de un misterio sin límites. Conseguiste no temblar ante la luz del Eterno, que buscaba tu vientre como casa para calentarse. Conseguiste no morir de miedo ante la risa •sarcástica de Satanás, el cual te decía que era imposible que la trascendencia de Dios pudiera encarnarse en la inmundicia de la humanidad. ¡Qué valor, María! Sólo tu humildad podía ayudarte a soportar semejante choque de luz y de tinieblas. Hasta ayer estaba acostumbrado a decir «Padre nuestro que estás en los cielos». Entendámonos bien: tampoco esto es tan fácil. Creer que Dios creador, potencia infinita, es padre, y un padre de amor, es ya fruto de un largo camino en la fe. En el pasado, bajo los estampidos del true
no y entre el fuego de los relámpagos, era más fácil pensar en un Dios «padrino», es decir, en un Dios que te infundía miedo. Por algo la preocupación del infierno y de las penas eternas ha perseguido nuestras noches de pecadores. Es casi natural tener miedo de un Dios creador. Un Dios incomunicable, justiciero, único. Ante El, tan poderoso, no queda otra cosa que ponerse en tierra de rodillas. La unicidad y la trascendencia de Dios son la primera fuente del terror. Leyendo el Antiguo Testamento sentí su eco profundo y reparé en el largo camino que el Pueblo de Dios realiza en su largo éxodo desde la esclavitud a la tierra prometida. Se escucha acá y allá la voz del profeta que anuncia ya el amor: «¿Puede una mujer olvidarse de su hijo, sin que tenga compasión del hijo de sus entrañas? Pero aun cuando ella pudiese olvidarlo, yo no me olvidaré de ti» (Is
49,15). Pero también se escucha la del legislador, que dice: « Dios no deja impune, antes castiga la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación» (Ex 34,7). Leed el Levitico, los Números y, sobre todo, el Deuteronomio, y os convenceréis de si no
es cierto que el «temor de Dios es el principio de la sabiduría».
Mas esta noche estoy aquí, y no pienso ya ni en el Levítico , ni en el Deuteronomio. Estoy aquí en un establo junto a María y me sumerjo en el Evangelio, y el Evangelio me dice: «María dio a luz a su hijo primogénito» (Le 2,7). La trascendencia se ha hecho encarnación, el miedo se ha convertido en dulzura, la incomunicabilidad en abrazo. Lo lejano se ha hecho cercano, Dios se hizo hijo. ¿Comprendéis el cambio operado? Por primera vez una mujer pudo decir con toda verdad: «Dios mío, hijo mío.» Ahora ya no ’engo miedo. Si Dios es aquel niño colocado sobre las pajas de la gruta, Dios noYme da ya miedo.yo puedo murmurar al lado si también de María «Dios mío, hijo mío», el paraíso ha entrado en mi casa trayéndome verdaderamente la paz. Puedo tener miedo de mi padre, especialmente cuando no le conozco todavía, pero no de mi hijo. De un hijo que cojo en brazos, al que estrecho contra mi piel sedienta de él, de un hijo que me pide protección y calor, no.
No tengo miedo. No tengo miedo. No tengo miedo. La paz, que es ausencia de miedo, está ahora conmigo. Ahora el único trabajo que me queda es creer. Y creer es como engendrar. En la fe sigo engendrando a Jesús como hijo. Así lo hizo María. Ciertamente le fue más fácil engendrar a Jesús en la carne; le bastaron nueve meses. Para engendrar a Jesús en la fe hubo de emplear toda la vida, desde Belén al Calvario. María, creo como tú que aquel niño es Dios y es tu hijo, y le adoro. Adoro su presencia en la cajita que llevo bajo la capa, donde El está escondido bajo el signo fragilísimo del pan, más frágil aún que la carne. Te oigo, María, repetir de cuando en cuando, como en Belén: «Dios mío, hijo mío.»
Y yo te respondo: «Dios mío, hijo mío.» Es el rosario de esta noche. Como entonces. Y el aliento de los animales calienta la gruta como entonces.
Apenas hemos nacido, y ya comienzan las represiones. [Parece imposible lo difícil que es vivir en esta pobre tierra! Ahora Jesús está solo en el amargo camino y quizá esta noche no encuentre siquiera una gruta para resguardarse del frío. «Entretanto Herodes, Y prosigue viéndose burladoMateo: de los magos, se irritó sobremanera y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y toda su comarca, conforme al tiempo que había averiguado de los magos. Viose cumplido entonces lo que predijo el profeta Jeremías, diciendo: En Rama se oyeron las voces, muchos lloros y alaridos: Raquel qt e llora a sus hijos, sin querer consolarse porque ya no existen» (Mt 2,1618).
Parece imposible que se pueda llegar a semejante brutalidad. Estolímites. es el poder, y su prepotencia no conoce Y los humildes y los pobres lo pagan. Herodes, pues, en el intento de dar muerte a Jesús había organizado uno de tantos pro grom de la historia. ¡Me imagino aquella noche! Los soldados
han rodeado el territorio de Belén y han comenzado la matanza en la oscuridad. Tenían las listas de los recién nacidos y les fue fácil hacer saltar las puertas de tantos pobres. ¡Oh, qué gritos de las pobres madres en la noche! ¡Oh, el horror de la sangre inocente! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Y todo ello no había servido de nada, pues Jesús se había escapado. La red tenía una malla rota y el pequeño había escapado como «avecilla del lazo de los que iban a cazarla», según dice el salmo 124. ¿Cómo se puede ocultar semejante noticia? El desierto tiene el telégrafo sin hilos y las noticias se difunden con la velocidad del viento. Un camellero que iba también hacia el Sur da alcance a la pequeña caravana que lleva a Jesús, y las palabras que queman dentro se comunican como el fuego. — ¿Sabéis la noticia? Herodes ha mandado matar a todos los niños de Belén. Ninguno ha escapado. Ha sido horrible. Fueron de noche y rodearon las casas. María escucha en silencio y estrecha a su hijo contra su pecho; el corazón le late a
una velocidad inverosímil, como si fuera a rom perse. José mira a María con un estremecimiento. —Te lo decía; tenía miedo. No estaba tran quilo allá adentro. Sentía que debía huir, lo sentía. ¡Y luego... aquel sueño! espolea su cabalgadura, losEldoscamellero esposos se quedana paralizados el unoy junto al otro. También Jesús mira el sol en silencio. ¿Por qué, Dios mío? ¿Por qué, Dios mío? ¿Por qué, Dios mío? ¡Qué noche! ¡Qué noche! ¡Qué noche! Pensar en Dios cuando todo marcha bien, es fácil; pensar en El en esta oscuridad, ¡qué duro es! María, dime alguna cosa. Pero María calla. Siente como un agudo cuchillo penetrando en Lesu vienen corazón. a la mente las palabras del anciano Simeón allá en el templo, cuando tomó en brazos a Jesús para la purificación: «Este está destinado para ruina y resurrección de muchos en Israel, y como signo de contradicción. Y una espada traspasará tu alma» (Le 2,35).
Contempla tantos rostros de niños conocidos de Belén, hijos de la misma tribu de David, que habían nacido en el mismo período* que su hijo. La punta de la espada penetra profundamente en su corazón de madre. ¿Por qué éstos y no El? ¿Por qué el Omnipotente ha permitido el exterminio? ¿Por qué no los ha defendido? ¿Por qué no inmovilizó con la muerte al cruel Herodes? ¿Por qué? ¿Por qué? No hay respuesta para tanto dolor. María está doblada en dos sobre el árido camino. José está como vaciado en el fondo de sus entrañas. Jesús, envuelto en unas pobres ropas, mira extático el sol, que se pone entre llamas bermejas. El pollino muerde la punta de un etel que hay al lado del camino.
Sí, creer en Dios no es fácil, esperar en su presencia ordenadora es todavía más duro,
amar a los hombres cuando son asesinos es sobrehumano. ¿Qué debo hacer? Mañana llegará un alba nueva, y la vida continúa. ¿Cómo es posible todavía recitar contigo, María, oración ra que tulosentusiasta míos, ahora que del tus Magníficat ojos están ahollenos de la tremenda visión del progrom consumado por Herodes en Belén? jY precisamente a causa de El, de tu hijo! ¡Decir contigo: «Mi alma glorifica al Señor»; cómo es posible decir contigo: « Derribó del solio a los poderosos y ensalzó a los humildes»!
¿Cómo es posible? Tú estás sufriendo, y Herodes está allá en su trono. Tú tienes el corazón destrozado, y los pobres son despreciados. El poder, no tú, domina la historia.
Y, sin embargo... Y, sin embargo, ¡no es así! Pues podemos decir que justamente él, el poder, ha sido burlado.
¿Acaso ha triunfado en su intento de dar muerte a Jesús? ¿De qué le sirvió su astucia? ¿De qué rodear el pueblo de noche con tantos soldados? Bastó una malla rota de la red, y la trampa no funcionó. Justamente el que se buscaba no estaba. ¡Qué burla para el poder! Sí, es cierto, «deshizo las miras del corazón de los soberbios» (Le 1,51). Es cierto; su designio se malogró. ¿Pero los otros? ¿El sacrificio de tantos inocentes? Entretanto podemos decir que han sostenido su combate, han cumplido su misión. Esto es lo que cuenta. Al atraer sobre sí los golpes, evitaron que alcanzaran a Cristo que huía; al atraer con sus frágiles cuerpos la atención de los soldados, dieron tiempo al Mesías para que se alejara de la matanza; al distraer a los estrategas de la muerte con el tiempo empleado en matarlos, le procuraron a Jesús la salvación. Era necesario que Jesús no muriera aquella noche. Para ellos fue necesario pagar por él. La hora de la muerte no tiene importancia. Lo que tiene importancia es cumplir nuestra misión. Jesús cumplirá su misión más tarde en el
Calvario; los pequeños inocentes la cumplieron aquella misma noche. Los poderosos no consiguieron desviar la historia de la salvación; solamente intentaron hacerlo, pero sus «miras fueron deshechas» (Le 1,51). Sí, en María, di también esta dilo nocheplenamente; tu Magníficat el amargo camino; dilo, porque también esta noche te encuentras implicada en el grandioso designio de Dios, y nadie puede tocarte si Dios no quiere. ¡Dilo! Dilo, porque nadie puede tocar a tu Jesús, aunque es tan pequeño y tan débil. Dilo,y no porque historia está en manos de Dios, de losla hombres. Dilo, porque les faraones son vencidos uno a uno, y los pobres son liberados. ¡Dilo! También yo quiero decirlo contigo. Y estoy seguro de que mientras lo dices, uno a uno los pequeños mártires vienen a tu alrededor ya transfigurados en el reino de lacomo luz ángeles, por el que han luchado, testimoniando con la muerte más que con la palabra la llegada del Salvador. ¡Cómo quisiera ser, María, uno de ellos!
Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios Salvador mío. Porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava. Por tanto ya desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes aquel que es poderoso, cuyo nombre es santo. Y cuya misericordia de generación en generación sobre los que le temen. Hizo alarde del poder de su brazo, deshizo las miras del corazón de los soberbios. Derribó del solio a los poderosos, y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despidió sin nada. Acordándose de su misericordia, acogió a Israel su siervo. Según la promesa que hizo a nuestros padres, a Abraham y su descendencia para siempre.
El camino de Egipto es largo todavía. Animo, José, partamos. Dios proveerá.
Estábamos muy contentos por la presencia de Jesús, el cual miraba a menudo hacia Je rusalén con un interés particular. José pensó que sería bueno no estar demasiado cerca de aquella ciudad, aunque Herodes hubiera muerto. No podíamos olvidar lo que había ocurrido añosinsidiosa antes. de las capiJerusalén es unos la más tales, y son dos los poderes: el político y el religioso. Las cosas no estaban claras, y preferimos permanecer alejados. Nos establecimos en Nazaret de Galilea, donde había mayor libertad y donde yo, María, había pequeña. Belén, tierra de su José vivido hubierade preferido tribu; pero no tuvo dificultad para organizarse en Nazaret, tanto más que era un buen artesano. Estableció su taller y conocimos años felices. Jesús crecía en edad y en gracia (Le 2,40). Era muy guapo y ayudaba a José en el taller. Yo le miraba como se mira el misterio. Jamás conseguí mirarlo simplemente como a mi hijo. No lo lograba, y no dejaba de hacerme sufrir.
Poco a poco comprendí que aquélla era mi misión, que no había otro camino; pero sufría. El misterio de aquel nacimiento me superaba siempre; el pensamiento de que Jesús era Hijo de Dios me obligaba a salir de mí misma y a entrar en la fe. Esto era siempre doloroso. Era como si no hubiera podido nunca penetrar hasta el fondo el secreto de mi hijo. Lo había engendrado en la carne de una vez por todas, pero debía engendrarlo en la fe continuamente, sin cesar, hasta el fin. Tuvo lugar un episodio que marcó mucho mi vida, y al que hube de referirme a menudo para comprender las cosas. Todos los años íbamos en peregrinación a Jerusalén con motivo de la fiesta de pascua, y al cumplir él los doce años lo llevamos con nosotros. ¡Qué trastorno era la peregrinación! ¡Pero qué alegría, qué vida! Parecía que la primavera lo invadía todo; los chicos andaban sueltos. En Jerusalén ocurrió algo verdaderamente nuevo en las relaciones que mantenía con Jesús. Mientras emprendíamos el viaje de regreso,
Jesús se quedó en Jerusalén sin que nosotros lo advirtiésemos (Le 2,43). Persuadidos de que venía con algunos de la comitiva, anduvimos una jornada entera, pero...
Fue una sorpresa nada agradable. Por primera vez habíamos perdido el contacto con él. Volvimos inmediatamente a Jerusalén en su busca, angustiados y atemorizados. ¿Qué podía haber ocurrido? No tenía la menor duda; era él quien había optado por la fuga. No conseguía comprender, y José estaba asustado como yo. Era como si de improviso su misterio y el de su ser hubiese expresado y tuviera necesidad de se distanciarse de nosotros. Yo volví a senti* que la espada anunciada por Simeón penetraba en mi corazón. Lo buscaba con angustia, como hubiera hecho cualquier padre y cualquier madre en Jerusalén; pero yo me daba cuenta de que había otra cosa. que Jesús pudieraSi conducirse Era comoimposible un muchacho cualquiera. había procedido así, era para decirnos algo nuevo. Su fuga estaba vinculada al camino de fe que seguíamos juntos. Había llegado el momento en que debíamos experimentar que nuestra maternidad y pater-
nidad eran muy relativas respecto a su libertad. Jesús estaba tomando conciencia de ser «el Hijo» (Mt 4,3) antes que nuestro hijo. De hecho, cuando lo encontramos en el templo nos dijo claramente: «¿No sabíais que yo debo emplearme en las cosas que atañen al servicio de mi Padre?» (Le 2,49).
Era la verdad; pero una verdad capaz de hundir más profundamente la espada en el corazón. Mi sufrimiento era su aislarse, ver claramente que El buscaba su espacio, lo cual iba en contra de mi naturaleza de madre. Debía dejarle libre, y esto me costaba. Nunca dudé de que aquella ausencia de tres días era el anticipo de los tres días tremendos de ausencia en su muerte. Quería liberarse de mí para estar con todos. Quería liberarse de mí para morir por todos.
Al volver a Nazaret a su vida de costumbre, comprendí que habían cambiado muchas cosas y que comenzaba un nuevo período para mí. La fe se purificaba más y la transparencia de El era más grande.
Mi tentación de ser una madre posesiva había recibido un tremendo golpe. «¿No entendéis... No sabéis... que debo emplearme en las cosas que atañen a mi Padre?» (Le 2,49). Este estribillo no lograba quitármelo de mis oídos. No..., no sabía... y por esto comprendía. de no Lucas dice de mí De hecho, el Evangelio y de José «... ellos no comprendieron su respuesta» (Le 2,50). No es fácil comprender la infinita transparencia a que nos invita Dios en nuestros sentimientos fundamentales. Es un camino..., y el camino está hecho para aprender... en el camino nos cansamos... ¡QuisiéramosY parar! Yo, joven madre, me inclinaba a pensar que aquel hijo era mío, sólo mío... ... y, ¿en cambio? Debía llegar a aceptar que aquel hijo era de todos, de todos..., ¡de todos! Volvimos a Nazaret después de la peregrinación. viaje deel vuelta tarme En de el la cabeza episodionodeconseguía Abrahamquien el monte Moria, cuando fue invitado por Dios a sacrificar a su hijo Isaac. Mas sacrificar un hijo no es fácil, en especial si es el unigénito, como era Jesús para mí.
Otra cosa que me enseñó el tiempo pasado en Nazaret en la escuela de Jesús, fue la divinidad de las cosas comunes. Si Dios estaba conmigo, en mi casa, en mis cosas, todo era divino. Cielo y tierra estaban fundidos sin solución de continuidad. ¿Dónde estaba la entrada del reino, si Jesús estaba ya conmigo? Yo estaba ya en el reino; bastaba que tomara conciencia de ello. reino hecho, repetía menudo: (Le«El17,21). de De Dios está El dentro de avosotros»
Esto es algo muy importante para dar a las cosas de la tierra su justo valor. ¡Cuántas veces en la tierra nos sentimos tentados a considerar el trabajo, el pan, el deber como cosas vacías de Dios, laicas, indiferentes! Mas no es así. Si Jesús está presente en tu trabajo, tu trabajo es sagrado. Si Dios vive en tu deber, tu deber es oración; si en tu casa está Jesús, tu casa es verdadera iglesia. Sí, es una de las cosas más importantes que debes comprender: la frontera de lo invisible está en la fe, no en la realidad. Después de la encarnación, la realidad se ha vuelto divina porque Jesús ha entrado en ella, y tú al tocar la realidad tocas lo divino. Si el Verbo se ha hecho carne, toda la carne se ha hecho Verbo.
Todo el universo se ha convertido en Palabra de Dios. Lo visible del universo es el signo de la Palabra, y lo invisible de él es su Espíritu. No, los hombres no escaparán a esta infinita solicitación de lo real, investido y habitado ya No poresDios. posible. Ahora puedes comprender la importancia de la fe, de la esperanza, de la caridad, que te trasladan más allá de la frontera de lo visible. En la fe hablas con Dios, en la esperanza escuchas a Dios, en la caridad experimentas a Dios. Nazaret era para mí el ambiente de Dios, porque era el mío real. Y no debía apoderarme de él. Una de las tentaciones más sutiles es la de apoderarse de algo. Y apoderándote de ello, les quitas a las cosas su transparencia, su libertad, su identidad. Apoderándote de la creación, instrumentali zas la creación y te conviertes en su esclavo. Cada cosa tiene su vocación, y la libertad es la voz de cada vocación. Yo tenía a mi hijo Jesús, pero mi hijo Jesús era perfectamente libre y nuestro amor debía madurar en la libertad recíproca.
¡Qué difícil es vivir en el amor sin caer en la posesión, que es esclavitud! Y nosotros estamos llamados a la libertad. Nazaret era para nosotros escuela de libertad, y Jesús era la libertad. Esto era lo que nos enseñaba y vivía: libertad del dinero, libertad de los ídolos, libertad de la opinión pública, libertad del miedo, libertad de todo. Debíamos poseer como si no poseyésemos, llorar como si no llorásemos, reir como si no riésemos (1 Cor 7,30). Sentíamos entre aquellas paredes que todo era nuestro, pero que nosotros éramos de Jesús y Jesús era de Dios (1 Cor 3,23). Mientras tanto, seguíamos adelante y El me ayudaba con su presencia y su amor. confianza recíproca era la base de nuestrosLaencuentros. No obstante, me superaba siempre, y cada vez me sentía más pequeña ante El, que iba creciendo. Me asombraba siempre su silencio, y debía alimentar mi esperanza de espera. No conseguía entender cuándo comenzaría su verdadera misión, y todos los días eran buenos para aumentar mi sed. Cuando me recitaba fragmentos de la Escri-
tura de memoria, me hacía temblar y me entusiasmaba. Le gustaba mucho Isaías, y diría que sus cantos preferidos eran los del Siervo de Yavé. Comprendía que se identificaba con ellos; diría que iba tomando conciencia poco a poco de Entonces ser el Siervo de Yavé. adquiría una dulzura peculiar y juntaba frases que más tarde reconocí en su discurso de las bienaventuranzas. Dichosos los pobres. Dichosos los que lloran. Dichosos los perseguidos. Nazaret fue realmente para mí el tiempo más hermoso de El. mi vida de madre y de mi permanencia con Me había tocado estar con El de pequeño, y era muy feliz; ahora me tocaba estar con El en su vida de adulto. Yo no deseaba otra cosa sino estar siempre junto a El. No sabía nada, pero El mismo se convertía en Nimisiquiera sabiduría. sentía necesidad de ir a la sinagoga, porque su palabra me bastaba. Recordando aquel tiempo, me lleno de entusiasmo. Me parecía que rezaba; mejor, que estaba siempre en oración.
Por lo demás, ¿qué es la oración sino «estar con Dios»? Y yo permanecía con Dios las veinticuatro horas También El del vivíadía; así,siempre. se veía. Bastaba mirarlo. Era la unidad perfecta entre lo que pensaba y lo que hacía. Estaba siempre consigo mismo, y al mismo tiempo obedecía a una realidad que habitaba en lo profundo de El. Estaba habitado. «Túa en mí y para yo en (Jn 17,21), susurraba menudo, queti»seamos consumados en la unidad. Y yo sabía que hablaba del Padre.
5.
DICHOSA..
En Caná de Galilea iba a celebrarse una boda, a la que yo estaba invitada, y también lo estaba El. Le pareció buena la ocasión para un primer encuentro. Fue a Cafarnaúm y reunió a todos sus amigos.Caná se encontraba en el mismo camino, y allí nos encontramos con motivo de la boda. Me sorprendió el número de los que Jesús había llevado consigo. Había gente para hundir la bodega. Se puso buena cara al mal tiempo; me pareció que un cortejo así era exagerado para la familia tan humilde que nos invitado.bien El ruido era enorme, y nohabía se entendía de qué hablaban. El asunto de la boda no era más que una excusa; los compañeros de Jesús estaban todos ocupados en hablar del Mesías y del reino. Parecía un clima de exaltados, y el vino ayudaba a aumentar la excitación. templo; los ojosSe dediría los que más habían cercanosasaltado a Jesús el resplandecían. Jesús era ahora el jefe. Naturalmente, con todos aquellos invitados achispados y festivos, lo primero que comenzó a faltar fue el vino. En seguida observé una preocupación en los
esposos, que seguían sonriendo, pero que interrogaban con una cierta inquietud al maestresala, era un Deque hecho, no pariente quedaba nuestro. ya vino. Por primera vez en mi vida me sentí como invadida por la misma exaltación que los discípulos. Cielo y tierra estaban encontrándose en aquel reducido patio de Caná, donde se celebraban las nupcias de unos amigos. No, el vino no llegaría a faltar porque se encontrabael entre nosotros damos vino del Reino.alguien que habría de Todo era posible con El. Los gritos, los cantos, la alegría, subían hasta las nubes. Me acerqué a Jesús con los ojos brillantes y le dije cogiéndole por el brazo: «Notienen vino» (Jn 2,3). Jesús me miró con una cierta dureza y me pareció sorprender en El un instante de vacilación. Mas yo me sentía entusiasmada y no hice caso ni de la mirada, ni de las palabras un tanto duras que me dijo. Quería como obligarle. Estaba tan entusiasmada, que estaba segura de lo que decía. La cabeza me ardía. Les dije a los servidores con aplomo: «Haced lo que os diga»(Jn 2,5). Luego, me oculté entre la gente, donde nadie
notaba mi presencia, y comencé a orar con fuerza. Todo le es posible a Dios. Todo le es posible a Dios. Todo le es posible a Dios.
Esta era la frase que recordaba siempre desde Jesús que elqueángel habíadelde Señor venir. me había hablado Sí, «todo le es posible a Dios». Fue una jornada memorable, y la alegría arrastraba a todos. Parecía que aquel vino produjera vértigo. Sí, todo era posible a Dios, y aquel río de vino que corría era la señal de la alegría que produce el encuentro con Dios y la exaltación de su abrazo. Gritábamos, bailábamos: el matrimonio de nuestros amigos se había convertido en signo de otro matrimonio mucho más radical y gozoso: los esponsales del hombre con Dios. Sí, tiene razón Juan al colocar las bodas de Caná como el primer encuentro gozoso de la Iglesia con Jesús. Fue fiesta, porque el encuentro con Dios es fiesta. Más tarde vivimos otro tipo de exaltación en Pentecostés; pero ya allí, en aquel pequeño patio de Caná, a los pies del Tabor, éramos felices porque Dios estaba con nosotros.
La soledad de Israel había terminado. La viudez de Israel estaba olvidada.
En Caná se encontraban Pedro, Juan y Santiago. Estaban, además, Andrés, hermano de Simón Pedro, Felipe de Betsaida, Natanael, que hablaba mal de Nazaret, pero que se entusiasmaba con cada palabra de Jesús, y muchos otros. Después del suceso del vino, no me atrevía a dejarme ver. Tenía la impresión, aunque estaba muy contenta, de haber exagerado y de que mi cometido era permanecer en la sombra. No quería en modo alguno estorbar a Jesús con mi presencia, y me prometí a mí misma vivir ocultamente y callar siempre. Eran los doce los que contaban, y no faltaban los que presionaban para hacerse notar por Jesús. No era difícil caer en la cuenta de que mantener unido un conjunto tan heterogéneo era una empresa complicada; y si bien aquel día todos daban la impresión de «creer en Jesús» (Jn 2,11), no habrían de faltar los días oscuros y comprometidos. Sobre todo hubiera sido difícil convencer a
todos de que aquel tipo de vino que habían bebido solamente Jesús podía darlo. Allí, en medio de la alegría, comprendí dónde estaba el verdadero misterio de la Iglesia v del apostolado, y la dificultad de aceptar este misterio por parte de los hombres. que ycomenzaba ya cierta a sentirse jefeIncluso de la Pedro, compañía a tener una importancia, no podía hacer lo que Jesús había hecho. Jesús era el único, porque era Dios. Sólo El te podía escanciar en la copa el vino del Reino. A nosotros, los servidores, a todos, nos incumbía la tarea preparar narlas de agua de y de esperarlassijarras, acaso dea lleservirlo. Mas el misterio de aquel vino era Dios mismo. Ya desde aquel día me di cuenta de que existiría en la Iglesia la eterna tentación de arrogarse la posibilidad de dar aquel vino sin esperarlo de Jesús. die.Mas sería un vino que no convencería a naLos hombres pueden dar el vino de sus viñas, no el vino del Reino. La Iglesia no podía dejar de ser contemplativa, y si llegaba a olvidar aquel gesto radical de esperarlo todo de Dios, como la transforma
ción de aquel vino, se convertiría en una gran tienda que podía vender diversas cosas, pero no ciertamente lo divino. Me prometí a mí misma me afanaría siempre por recordar a todos que la necesidad de proceder como si todo dependiese de nosotros, pero de esperar en oración como si todo dependiese de Dios, porque el Reino es de Dios, no nuestro, aunque se realice con nosotros, como puede parecer.
Otra cosa que aprendí de aquel día de Caná es la alegría. Si bebes el vino que Dios mismo te ofrece, te encuentras alegre. Oh, no quiere decir esto que tal alegría sea siempre fácil, y que esté exenta de dolor y de lágrimas, peroocurrir es alegría. Te puede que bebas ese vino de la voluntad de Dios bajo los golpes de las contradicciones y de la amargura, pero sientes alegría. Dios es alegría aunque estés crucificado. Dios es alegría aunque estés muriendo. Dios es alegría siempre. Dios es alegría porque sabe transformar el agua de nuestra pobreza en el vino de la resurrección.
Nada resiste a este poder de transformación, a esta infinita capacidad de renovar las cosas, a esta perenne novedad de los cielos nuevos y de la tierra nueva. A nosotros nos basta creer, esperar y amar, y el milagro se realiza siempre. Y alegría dees Jesús la respuesta agradecida. Sí, nuestra el discípulo debe vivir en la alegría, debe difundir la alegría, debe embriagarse de alegría. Y esto será siempre su verdadero apostolado.
Y otra cosa más me recordó aquel vino dado con tanta abundancia por Jesús: la extrema igualdad del Pueblo de Dios. El vino del Reino era bebido por todos sin distinción, alegraba a todos y se daba gratuitamente y a todos. El último podía como lael profecía primero, era la realidad divina eracoger de todos, de todos, la santidad era de todos, el sacerdocio era de todos. Ahora comprendía lo que me decía Jesús cuando me hablaba del Reino y de que todos los hombres redimidos serían un pueblo de
santos, un pueblo de profetas, un pueblo de sacerdotes (1 Pe 2,9).
Las castas con sus orgullos inconfesados habían terminado, las exclusiones habían terminado, los pobres bebían en la misma mesa que los ricos. Iglesia se regocijaba aquel vino eraLauna Iglesiaqueuniversal; ya no de había ni hombre ni mujer, ni griego ni escita. Todos podían profetizar, porque el espíritu de aquel vino los invadía. Todos podían ser santos, porque era santo el que te había quitado la sed. Todos eran sacerdotes, porque aquel vino había sido dado por el sacerdote eterno. Aquel día, yo, María de Nazaret, me sentí sacerdote del Altísimo y llamada a ofrecer a mi Jesús como sacrificio eterno.
LA VIDA Y EL DOLOR
Apenas comenzó Jesús la vida pública, comenzaron las contradicciones; apenas aludió a distribuir la vida, comenzó el sufrimiento. Las dos cosas estaban unidas. No se puede dar la vida sin beber en el cáliz del dolor. El parto es siempre doloroso. El ambiente oficial le era decididamente contrario desde el principio; estaba demasiado alejado de El, y sus pensamientos no eran los pensamientos de Jesús. Pero dejaba las cosas porque se sentía seguro de sí, y trataba a Jesús como a un profeta cualquiera de provincia, cuya carrera debería ser corta. En el fondo, Jesús sentía predilección por temas que interesaban poco a los grandes: los pecadores. Quería hacer comprender a todos que El había venido para ellos y se sentía solidario ellos,nocercano De de hecho tardó aenellos. dirigirse al Jordán,
donde estaba el Bautista, y quiso ser bautizado por él como si fuese un pecador público, El, Jesús, el Santo de los santos. Juan no quería y se resistía; pero Jesús le obligó. Comenzaba justamente desde el fondo, este fondoderrota formado por verdadera pobreza y continua Los pecadores le sintieron cercano y pronto se hicieron amigos suyos. Jesús era menos duro que Juan y no hablaba nunca de la segur puesta a los pies del árbol. No aterraba a los pequeños. Con estas etiquetas encima de amigo de prostitutas y de publícanos, en no podían faltarreligioso. los escándalos, precisamente el terreno De hecho... Los primeros en darse cuenta fueron los fariseos, que eran considerados los puros, los verdaderos, los espirituales. Jamás perdían ocasión de atacarle en su mismo terreno. fariseos la perfección en Los la ley y nocolocaban soportaban la actitud de de Israel tolerancia y de compasión que animaba a Jesús; les parecía una debilidad. Mas Jesús no cedía y se veía cada vez más rodeado de gente pobre. En su predicación desplazaba el acento de la ley al amor, del cas-
tigo a la misericordia, de la dureza a la compasión. Que el hombre era un pecador, todos más o menos estaban convencidos de ello. La novedad en Jesús era que podían ser amados. Sí, fue un gran acontecimiento para Israel, acostumbrado maldecir al pecador y a querer extirparlo de laa ciudad santa. Se diría que Jesús no perdía la estima por el hombre en pecado, antes demostraba claramente que lo amaba y que lo amaba con un amor de predilección. Esto escandalizaba, porque Israel estaba demasiado habituado a alabar a los que cultivabanTener la leyconfianza y a los todavía perfeccionistas la Torá.y en una deadúltera creer en un publicano significaba exactamente ir contra corriente. Y Jesús iba contra corriente. Célebre fue la conversación de Zaqueo, el publicano. Este hombre rico, que había estafado en negocios ilícitos, que había sido marginado por los cultivadores de la moral, al sentirse estimado por Jesús, él, pecador público, ai sentirse digno de sentarse a la mesa con el Santo... no cabía en sí de gozo. ¡Qué no habría hecho por Jesús, que seguía repitiendo: «He venido a salvar lo que estaba perdido» (Le 19,10)!
Sí, el que se sentía perdido se abrazaba a Jesús. Al ver las muchedumbres que le seguían, se tenía la impresión realmente de que sólo los pecadores podían comprenderle. Ellos, en su pecado, habían identificado la verdadera, la eterna pobreza del hombre. Los verdaderos pobres eran ellos, y tenían necesidad de Jesús para salvarse. La frontera de Israel no era va un pedazo de tierra que había que conquistar, sino una santidad que había que vivir. Los enemigos de Israel no eran ya los cana neos o los filisteos, sino el propio orgullo, la propia sensualidad, el propio egoísmo, el propio miedo. El éxodo se había convertido todo él solamente en un signo de otro éxodo verdaderamente universal, que comprendía a todos los hombres nacidos de mujer y que tenía como tierra prometida la libertad que Dios mismo les prometido y que era la libertad misma había de hijos del Altísimo.
Las verdaderas pruebas las tuvo Jesús en Je rusalén.
Era aquélla la ciudad que más le interesaba y que más temía. En Galilea estaba como en su casa, y mientras le rodeaban los pobres se sentía a gusto. Mas cuando caminaba por las calles de Jerusalén y entre sus paredes se asomaban los rostros deentonces los poderosos grandes, sufría. y los espías de los Lo demás no constituía un problema; Jerusalén era el problema. Allí habría de producirse el choque; estaba claro para todos; y si hubiera dependido de nosotros, no hubiéramos vuelto jamás a Jerusalén. Mas El... Es necesario... Y volvía. Volvía. Un día tuve la clara sensación de que la verdadera cuestión era política, y que el resto era barniz. El que rodeaba a Jesús quería poder. No quería aceptar la derrota. En el fondo esperaban un Mesías victorioso; molestaba su predicación sobre las bienaventuranzas y sobre la no violencia. Los partidarios de semejantes visiones eran los más. Jesús no conseguía explicarse; le arrollarían. Es triste, pero es así; Israel no conseguía 6. DICHOSA.
descubrir el rostro de su Mesías, de su Cristo, el rostro del Siervo paciente. Quería otro. Jesús no le satisfacía. Quería un vencedor. La situación política de servidumbre a los romanos justificaba su deseo de liberación. Si Moisés había para obrado así poniéndose la cabeza del pueblo liberarlo, el nuevo aMesías había de hacer otro tanto y batirse entre los romanos. Jesús callaba sobre la cuestión política, intentaba no manifestarse, pero hacía ver claramente a los suyos que la liberación estaba ahora en el fondo del hombre. El gran para li-de berarse deléxodo faraónrealizado no era por másMoisés que figura un éxodo permanente, el éxodo de nosotros mismos, de nuestras esclavitudes, del faraón que anida en cada uno de nosotros. Jesús era ahora el Moisés de cada hombre de la tierra, el liberador auténtico del Espíritu; volver a las cuestiones políticas era volver al ghetto de siempre. La salvación propuesta por El era universal:
la liberación de la muerte. Israel no quiso aceptar semejante proyecto y no consiguió descubrir el rostro de Cristo. ¡Qué sufrimiento en Jesús y en mí! Digo en mí, María, porque tampoco entre
los apóstoles se intentaba adherirse al designio de Jesús sobre las bienaventuranzas. También entre nosotros había zelotes que creían en las armas, en el poder, en el Cristo triunfante. Hasta el final.
¡Qué lejanos estaban los hombres de la revelación que realizaba Jesús acerca de la realidad, de la vida, de Dios! Sobre todo de Dios. Dios había permanecido en sus mentes como el castigador de turno, celoso de sus prerrogativas y deseoso de ver el mundo arreglado y tranquilo como un colegio de pensionistas. La semoral era el en colmo de su solicitud, su celo expresaba la perfección de lay ley y en el castigo de los pecadores. Se diría que a un Dios derrotado por el hombre desobediente y pecador no le quedaba más alegría que construir un infierno para castigarle. El hombre mezquino se forjaba un Dios mezquino, de novedad y de de salvación. ¡Qué incapaz lejos estaba el pensamiento Jesús de las preocupaciones moralistas del templo!
¡Y qué limitada era la visión humana sobre las verdaderas cosas de Dios! Mas Dios en Jesús estaba revelando su identidad. ¡En la tierra estaba estallando el cielo! Tanta era la luz, que obligaba a todos a cerrarHasta los ojos. Satanás quedó burlado por el fulgor de aquel relámpago y no se repuso de la sorpresa. ¿Cuál fue la revelación? Fue la revelación de un Dios pobre, que sufre, derrotado. El hombre, habituado a los truenos del cielo y al ruido a Jesús muertodeenloslacastigos, cruz. se encontró frente Entre todos los rostros que el hombre había imaginado en la oración sobre el Mesías, el más atinado había sido el vislumbrado por Isaías: el rostro del Siervo que sufre. Era el Amor, que se vestía de pobreza y de dolor para salvar al hombre caído en la pobreza el dolor. Era yelenAmor, que se hacía solidario con el amado, el hombre, y no dudaba en descender hasta el fondo de su pecado para salvarlo. La muerte fue para Jesús el instante supremo de la suprema pobreza. Dios había escogido el camino de la pobre-
za para salvar al hombre, y ningún instante de este camino suyo había estado tan saturado de pobreza como el instante de su muerte. Dios muerto era la pobreza más absoluta: no se podía llegar más allá. Al llegar Cristo hasta este abismo oscuro ybres doloroso, todos los ahomque elhabía Padrellegado habíahasta predestinado ser hijos, pero que su desobediencia había perdido. Al entrar Jesús en el caos de las contradicciones del hombre perdido y desilusionado, se hacía solidario de las cosas perdidas dando un significado de salvación incluso al pecado. El fuego del amor al abrazar al «no amor» había conseguido el poder de fundirlo. La fuga del hijo pródigo se convirtió en positiva porque desveló los abismos de la misericordia del Padre. El amor había vencido; el hombre estaba salvado. La libertad se había convertido en heredad de la tierra. Aceptar la muerte como acto de amor no es fácil, y creo que ésta ha sido la obra maestra de Cristo en su afán de amar. A nosotros, a pesar de nuestra infinita debilidad, nos toca imitarle.
Pero la muerte, la verdadera, no es la física; ésa, si acaso, es sólo su signo, su representación horrible, visible, sensible. La muerte verdadera es la «separación» de Dios, y ésta es intolerable; la muerte verdadera es la no fe, la no esperanza, el no amor. que la conoce, la conocemos porqueEl estamos inmersosy en ella, conocetodos lo que es el dolor y la tristeza. La muerte verdadera es el caos en que termina el hombre cuando desobedece al Padre, es la maraña inextricable en que se ve envuelto por sus pasiones, es la derrota más radical de todos sus sueños de grandeza y la desintegración todo verdadera el hombre.es el vacío, la oscuriLa de muerte dad, la angustia, la desesperación, el odio, la destrucción. Pues bien, Cristo consintió en penetrar en esta muerte, en esta separación, a fin de hacerse solidario de todos los que se encontraban en la separación y salvarlos. Cuando hubo llegado al fondo de su desesperación, anunció la esperanza con su resurrección. Cuando estuvo en el abismo de su incapacidad de amar, les comunicó el gozo infinito del amor con su resurrección.
Resucitado de entre los muertos, Cristo renovó todas las cosas. Resucitado de entre los muertos, abrió los nuevos cielos. Resucitado de entre los muertos, abrió la vida.
El que sueña en esta tierra con una Iglesia triunfante se equivoca, y sin quererlo vueive al pasado, o mejor, a su concepción infantil de Dios y del hombre. La verdadera Iglesia es la Iglesia de los derrotados, de los débiles, de los pobres, de los marginados. Lástima que las reuniones de los cristianos se hagan con demasiada frecuencia en la plaza de San Pedro, donde Bernini, hijo de una época pagana tocada de triunfalismo, lo diseñó todo como un triunfo. ¡Hay que estar atentos! Nos sentimos bien cuando somos muchos fuertes, jubilosos. De esto también yo sé algo. Pero, ¡atención! En aquella plaza no hay rastro de la agonía de la Iglesia y de los hombres, y... puede resultar un gran equívoco si me olvido de la
realidad, si bien todo aparece a mis ojos bellísimo. Las reuniones de los cristianos deben hacerse en las cárceles, en los hospitales, en los manicomios, allí donde se sufre, se llora y se paga en la propia carne las devastaciones del pecado, la prepotencia de los ricos y de los poderosos. El rostro de Jesús está allí, y se revelará allí, porque allí hay que salvar lo que«estaba perdido» (Le 19,10). Los aplausos son una droga de la que deberían guardarse los cristianos con más atención. Las procesiones colosales deberían dejarse para más tarde en el Reino. Los paños y brocados del culto deberían usarse para cubrir a los desnudos del Tercer Mundo, y las riquezas de la Iglesia enviarse para quitar el hambre de los niños que mueren de inanición. El Evangelio es mucho más serio sobre el verdadero triunfo del hombre y sobre el modo de orar y de expresar la santidad. María bajo la cruz me hacía ver el rostro de Jesús. Era el rostro del hombre transfigurado por el amor crucificado. Ningún otro rostro podía ser más bello.
El primer día de la semana, al amanecer, cuando todavía estaba oscuro, fue María Magdalena al sepulcro, y vio quitada de él la piedra. Y echó a correr, y fue a encontrar a Simón Pedro y aquel otro discípulo amado de Jesús, les dijo: — Sey han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Con esta nueva salió Pedro y el dicho discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían ambos a la par, mas este otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Y, habiéndose inclinado, vio los lienzos en el suelo, pero no entró. Y llegó tras él Simón Pedro, y entró en el sepulcro; y vio los lienzos en el suelo. Y el sudario que habían puesto sobre la cabeza de Jesús, no junto con los otros lienzos, sino separado y doblado en otro lugar.
Entonces el otro discípulo, que había llegado el primero al sepulcro, entró también, y vio, y creyó. Porque aún no habían entendido la Escritura, según la cual Jesús debía resucitar de entre los muertos. Entretanto María estaba fuera llorando, cerca del sepulcro. Con las lágrimas, pues, en los ojos, se inclinó a mirar al sepulcro, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde estuvo colocado el cuerpo de Jesús. Dijéronle ellos: —Mujer, ¿por qué lloras? Respondióles: —Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Dicho esto, volviéndose hacia atrás, vio a Jesús en pie; mas no conocía que fuese Jesús. Dícele Jesús: —Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Ella, suponiendo que sería el hortelano, le dice: —Señor, si tú le has quitado, dime dónde fe pusiste, y yo me lo llevaré. Dícele Jesús: —María.
Volvióse ella al instante, y le dijo, en hebreo: —«Rabboní» (que quiere decir: Maestro). Dícele Jesús: —No me retengas, porque no he subido todavía a mi Padre; mas ve a mis hermanos y diles: mi Dios María cípulos: — He
Subo a mi Padre y a vuestro Dios. y vuestro Padre, a Magdalena fue a anunciar a los disvisto al Señor, y me dijo esto (Jn
20 ,1-18 ).
Aquel mismo día, siendo ya tarde, y estando cerradas las puertas de donde se hallaban reunidos por miedo de losdejudíos, vino Jesúslosy,discípulos apareciéndose en medio ellos, les dijo: — La paz sea con vosotros. Dicho esto, mostróles las manos y el costado. Llenáronse de gozo los discípulos con la vista del Señor. Jesús les repitió: La paz así sea osconenvío vosotros. Comoa mi Padre me—envió, también vosotros. Dichas estas palabras, alentó hacia ellos y les dijo: —Recibid el Espíritu Santo. Quedan perdonados los pecados a aquellos a quienes les per
donareis, y quedan retenidos a los que se los retuviereis. Tomás, empero, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle después los otros discípulos: —Hemos visto al Señor. Mas él les respondió: —Si yo no veo en sus manos la hendidura de los clavos y no meto mi dedo en el agujero que le hicieron, y mi mano en su costado, no lo creeré. Ocho días después, estando otra vez los discípulos en el mismo lugar, y Tomás con ellos, vino Jesús estando cerradas las puertas, y púso seles en medio, y dijo: —La paz dice sea con vosotros. Después a Tomás —Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; trae tu mano, y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. Respondióle Tomás, y le dijo: — ¡Señor mío y Dios mío! Dijóle Jesús: ¿Porque mever has creyeron visto has(Jn creído? Dichosos—los que sin 20,1929).
María, he querido referir todo el capítulo de Juan en que cuenta el hecho de la resurrección precisamente porque no sabía cómo arreglármelas para explicarme contigo. ¿Qué me dices? ¿Es suficiente para los hombres encerrados en su oscuridad el relato de un acontecimiento semejante? Y, ante todo, ¿qué experimentaste tú cuando la Magdalena te dijo que había visto a Je 5,ús en el huerto? ¿Y cuando Pedro y Juan llegaron corriendo para contarte que habían visto la tumba vacía? ¿Qué ocurrió aquel día? ¿Qué significa creer que Cristo ha resucitado de entre los muertos? Y tú, ¿volviste a verlo aquellos días? Porque el Evangelio no habla de ti. Y eres la más interesada. ¡Eres su madre! ¿Por qué no se te apareció a ti? ¡Cuánto me ha hecho pensar este silencio del Evangelio! ¿Es que Jesús quería aludir a ti al decirle a Tomás «Dichosos los que sin ver creyeron» (Jn 20,29)? ¿Acaso eras tú la única que no tenía necesidad de ver para creer?
Y eras dichosa. Yo creo que sí. Y por esto eres nuestra maestra en la fe, y el elogio de Isabel desde el principio fue el más grande elogio que se te podía hacer. Dichosa tú que has creído.
Tú no tenías necesidad de ver para creer. Tú creías en tu Hijo resucitado, y te bastaba. Creer en la resurrección de Jesús significa cieer sin ver. También yo quiero creer sin ver; como tú. No quiero ya sentir la necesidad de ver; mejor, no lo pido ya. Con frecuencia, cuando estoy delante del tabernáculo, digo: Creo, Jesi s, en tu presencia en el pan eucarístico. Luego, me digo: ¿Qué ocurriría si el tabernáculo se abriese y Jesús me revelase su presencia de otro modo? ¿Si se me apareciese bajo el signo del hombre Jesús como intento yo imaginármelo cuando pienso en El? Esto es lo que ocurriría. Me volvería hacia otro lado, y lemediría: no tengo necesidad signo; bastaNo, el signo del pan. dz otro Otro signo me turbaría. No, no lo quiero. Podría ser un engaño de mi sensibilidad. En cambio, en la fe me siento seguro y te
digo, en el Espíritu, que es tu Espíritu: «Creo Creo en tu resurrección de entre los muertos. en tu presencia en la eucaristía.» No, hermanos, es inútil buscar en otra parte; no encontraréis. La única cosa seria es la fe. Los estados de ánimo os debilitarán, el sentimentalismo y la fantasía os harán fanáticos, las visiones no os convencerán, la búsqueda de lo extraordinario os alienará de lo real, las vírgenes que lloran... no os ayudarán, cualquier atajo os conducirá a la superstición. Lo único que permanece es la fe. Y por fe creo yo en la resurrección de Cristo. Y cuando creo soy invencible: «Lo que nos hace alcanzar victoria sohre el mundo es nuestra fe» (1 Jn 5,4).
María, repítemelo: ¿Qué ocurrió aquella mañana? ¿Le fue fácil a la Iglesia naciente, a Pedro, a los apóstoles, a los discípulos, convencerse de que Cristo había resucitado? ¿Y de dónde procedía la convicción? ¿De haber visto? ¿Y por qué no creyeron a las mujeres que habían visto? (Le 24,22).
¿De haber visto? ¿Qué vio, si incluso Magdalena confundió a Jesús con el hortelano? (Jn 20,15). ¿De haber visto? ¿Cómo es posible ver cuando se pasa medio día juntos en el camino de Emaús sin reconocerlo? (Le 24,16). No, no es con los ojos como se ve la resurrección de Cristo; es en la fe. Los ojos son demasiado engañosos; a lo sumo ven el signo. ¿Será más fácil por la palabra? Ciertamente. Sobre todo cuando la palabra es Palabra de Dios: «Y empezando por Moisés, y discurriendo por todos los profetas, les interpretaba en todas las Escrituras los lugares que hablaban de él» (Le 24,27). Pero incluso en el caso de la Palabra se ne-
cesita la fe, porque en la fe es donde Dios revela su presencia. « y le conocieron al partir el pan. Mas él desapareció de su vista»(Le 24,31). En la fe está el encuentro de Dios. En la esperanza está su abrazo vital. En Y lala fecaridad es oscura. está la experiencia de Dios. La esperanza es doJorosa. La caridad está crucificada.
Ayúdame, María, a creer. Dime lo que significa creer en la resurrección de tu Hijo. Voy a decírtelo, y no lo olvides. «Cuando veas en la tempestad arrancar de cuajo el bosque y a los terremotos sacudir la tierra y al fuego quemar tu casa di te a ti mismo: creo que el bosque se rehará, la tierra volverá a su inmovilidad y yo reconstruiré mi casa. Cuando oigas rumores de guerra y los hombres mueran de miedo a tu alrededor ”y se arme nación contra nación y un reino contra otro reino” (Mt 24,7), di te a ti mismo
con supremo valor: Jesús me lo había advertido, y había añadido: ” Cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas, porque vuestra redención está cerca” (Le 21,28)».
Cuando el pecado te apriete y sientas ahogarte y en las últimas, laditegarganta a ti mismo: «Cristo ha resucitado de entre los muertos y también yo resucitaré de mi pecado.» Cuando la vejez o la enfermedad intente amargarte la existencia, dite a ti mismo: «Cris 7.
DICHOSA.
to ha resucitado de entre los muertos y ha hecho cielos nuevos y tierra nueva.» Cuando veas a tu hijo irse de casa en busca de aventuras y sientas acabados tus sueños de padre o de madre, dite a ti mismo: «Mi hijo no escapará de Dios y volverá porque Dios le ama.» Cuando veas extinguirse la caridad en torno a ti, y a los hombres como enloquecidos en su pecado y ebrios por sus traiciones, dite a ti mismo: «Tocarán fondo, pero volverán atrás, porque lejos de Dios no se puede vivir.» Cuando el mundo te parezca el fracaso de Dios y sientas la náusea del desorden, de la violencia, del terror, de la guerra dominando en la tierra te parezca el precaos, dite las a tiplazas, mismo:y «Jesús murió y resucitó cisamente para salvar, y su salvación está ya presente entre nosotros.» Cuando tu padre o tu madre, tu hijo o tu hija, tu esposa o el amigo más querido estén ante ti en el lecho de muerte y les mires en la angustia mortal de la separación, dite a ti mismo ánimo.» y a ellos: «Volveremos a vernos en el Reino, Esto significa creer en la resurrección.
Mas no basta. Creer en Cristo resucitado significa otra cosa también. Significa para sor Teresa de Calcuta aliviar al moribundo, y para ti hacer otro tanto. Significa para Luther King afrontar la muerte, y para ti no tener miedo de afrontar la muerte por tus hermanos. Significa para el Abbé Schultz, Prior de Tai zé, abrir su convento a la esperanza, y para ri abrir tu casa a la esperanza. Todo misionero que parte es un acto de fe en la resurrección. Toda leprosería que se abre es un creo en la Todo resurrección. compromiso aceptado es un acto de fe en la resurrección. Cuando perdonas a tu enemigo Cuando acallas el hambre del hambriento Cuando defiendes al débil crees en la resurrección. Cuando tienes el valor de casarte aceptas el tuhijo Cuando construyes casaque nace crees en la resurrección. Cuando te levantas sereno por la mañana Cuando cantas al sol que nace Cuando vas al trabajo con alegría crees en la resurrección.
C reer n e la res urr ecci ón sign ifica m i pregn ar v icia de n co fian za, si gn ifi ca dar crédi to alherm ano , sign ifi ca n o ten er m iedode n adi e. Creer en la res urr ecci ón sign ifica p ensarqu e Dios espa dre, Jesús tu h erm an o, y yo, M aría, tu h erm an a y , si qui er es , tu "M ad re. la
Después de haber intentado decir algo so bre María de Nazaret, quisiera entrar contigo en su oración. La tradición más antigua del pueblo cristiano, la forma más popular y simple ha mantenido siempre el esfuerzo por escoger algún día para hacer a solas o en comunidad un camino de fe, poniéndonos a disposición de la acción del Espíritu, invocado precisamente por intercesión de ella, que tuvo tanta intimidad de vida con el Espíritu Santo. La elección de un período de 9 días es la que aparece más a menudo > sobre todo en la vida del pueblo, o sea, de no para tienevi-la cabeza llena de historias, sinoquien que ora vir e intenta llegar al fondo de las cosas. El libro y las meditaciones están articulados precisamente a lo largo de nueve días, y te los piopongo con simplicidad, como hacía mi ma
dre, la cual cuando nos encontrábamos apurados decía: «Hagamos una novena a la Virgen.» La oración sigue claramente dos orientaciones, que estimo sustanciales para una auténtica devoción mariana: 1) La orientación bíblica 2)
La orientación contemplativa.
La orientación bíblicatiene como fin nutrir
el alma con la Palabra de Dios, palabra que se convierte, a su vez, en inspiración teológica y sitúa al hombre en la verdadera luz de la revelación, manteniéndolo alejado de las deformaciones pietistas y de la superficialidad sentimental. La orientación conten:plativasigue otro camino, y, dando por descontado el alimento bíblico y teológico, compromete al hombre en el amor que expresa con fórmulas simples iterativas y en letanía como el rosario, las jaculatorias, etc. El tipo de esta oración es casi siempre rítmico, simple, pobre, y repite y repite las mismas cosas. A primera vista, una oración de este tipo puede parecer inmadura, formal y poco inteligente; y, sin embargo, para el que entiende, es exactamente lo contrario: oración madura, espontánea y dotada de la inteligencia más
Que la alta que es la inteligencia del corazón. esposa diga a su esposo te amo, no es algo malo. Y si se lo dice cincuenta veces seguidas, no creo que el esposo se ofenda y considere necia a la esposa porque repite las mismas cosas. Es propio del amor repetirse con el ritmo de las palabras sencillas y cálidas. Luego, para concluir: si sientes necesidad de alimentar tu oración con textos bíblicos, hazlo; pero si adviertes que al volver del trabajo te encuentras a gusto y en paz tomando el rosario en la mano y explayándote en una oración rítmica e iterativa, alégrate de ello. Y, recuérdalo: si consigues recitar todo el rosario sin preocuparte de pensar, sino simplemente contento de estar tranquilamente con la Madre de Jesús, alégrate también, porque ciertamente estás bajo la acción del Espíritu, y esto es lo que cuenta cuando se reza. Encontrarás a continuación el proyecto de nueve días de oración. La orientación bíblica se ha indicado en la primera parte con las laudes, vísperas y lecturas. La orientación contemplativa seguidamente, con la sugerencia de fórmulas y compromisos.
Consta de 50 cuentas dispuestas y subdividi das en 5 decenas, con una cuenta más grande intercalada. Es un verdadero oficio de la Virgen reducido, un modo sencillo de ayudar al pueblo a rezar. En la tradición católica ha representado un papel fundamental. Para muchos pobres ha sido la única ayuda para conservar la fe en tiempos duros y áridos. El rosario es el intento de reunir en el espacio de 15 minutos un pequeño itinerario de meditación sobre la vida de la Virgen, intercalándolo con una oración iterativa y en letanía del Ave María. El itinerario de meditación sigue tres caminos muy simples: — La alegría de María — El dolor de María — La gloria de María, y se articula en 5 cuadros, denominados misterios (el término es medieval, cuando se llamaba «misterios» a las representaciones sagradas). Para evitar la monotonía, la indicación era: lunes ( alegría de María: jueves | misterios gozosos
martes J dolor de María: viernes | misterios dolorosos sábado I gloria de María: domingo) misteriosos gloriosos Y ahora el itinerario de los 15 misterios: Misterios gozosos
1) 2) 3) 4) 5)
La anunciación La visitación a Isabel El nacimiento de Jesús La presentación en el templo El encuentro de Jesús perdido en el templo
Misterios dolorosos
1) 2) 3) 4) 5)
La agonía de Jesús en el huerto La flagelación La coronación de espinas El camino del Calvario La crucifixión de Jesús
1) 2) 3) 4)
La resurrección La ascensión La venida del Espíritu Santo La asunción de María 5) La coronación de María en el cielo
R osario
b i za nt i no
Decimos «rosario» para entendernos, pero en realidad en la liturgia bizantina se le llama «Cicotki». Es un rosario de lana con 100 cuentas, que se pasan entre los dedos, diciendo en cada una: «Señor Jesucristo Hijo del Dios vivo, ten piedad de mí, pecador.»
El srcen es el mismo de la famosa oración de Jesús del Peregrino Ruso: «¡Señor, piedad, soy pecador!»
Este repetir y repetir esta oración es un modo muy útil para «adormecer» la fantasía V la imaginación. Como la madre duerme al niño acunándolo, así el ritmo y la monotonía aplacan a estas dos «locas» de la casa, que están siempre prontas a distraer la oración. R o s a r io
i s l á mi c o
Indudablemente es el más simple y el más perfecto. Es la oración del desierto de las largas marchas, de la adoración y de la alabanza prolongada. Formado por 99 cuentas (corresponde a las 99 alabanzas de Dios; se pasa entre los dedos con una invocación única escogida entre las 99). Es verdaderamente una fuente extraordinaria de oración. El que está enamorado de Dios no se harta de repetirlo. Si vais por países islámicos, fácilenverla a los «creyentes» caminar con osel será rosario mano y pasando las cuentas entre los dedos, mientras los labios susurran: «Dios mío, qué grande eres»,
o bien: «Dios, eres el misericordioso ».
A menudo la expresión elegida se mantiene como un «secreto» personal. Yo, por ejemplo, no he conseguido que nadie, aunque sea amigo, me diga la expresión que usa en la oración. En cambio, os diré la mía, pues tengo menos vergüenza. «Dios mío, te amo, ten piedad de mí»,
y pienso hay en mundo más ninguna posa que que hayanodicho r suel esposo vecesesque yo «te amo». He aquí las 99 alabanzas de Dios: El El El La La El El El El
bienhechor misericordioso rey belleza paz fiel defensor poderoso reparador
El El El El El El El El El
grande fecundo creador vigía indulgente dominador donador dispensador victorioso
El conocimiento El viviente El que abre El opulento El que cierra El sutil El vidente El observador El atento El clemente El juez El magnánimo El justo El eterno El agradable El bien El glorificado La caridad El magnífico El prudente El guardián El que produce El dispensador El que previene La providencia El primero El majestuoso El último El generoso El manifestado El centinela El escondido El que escucha El protector El sabio El dignísimo El omnipotente El espléndido El amantísimo El testigo La verdad El que abaja El fuerte El que ensalza El que da la dignidad El derecho El perdón El que quita El juez El invencible El El amable bueno El santo digno de toda ala- El El reino banza El opulento El omnisciente La novedad El príncipe El inmutable La resurrección El señor de la muerte El único
El señor de la majes- El La tad El señor de la gene- El El rosidad El El ecuánime El El que reúne El El suficiente El rico El El que posee los bienes El El que los separa La
que los distribuye luz compasivo glorioso universal guía perfecto sublime paciente dulzura
La centésima alabanza se mantiene oculta Dios la revela personalmente a quien quier
DIA 1.°
María, hermana mía
El tema de hoy es María en mi historia. Es una tentativa. Puede que te resulte fácil, puede que no. Hazlo con sencillez. Lee el primer capítulo del libro, donde cuento mi experiencia. Cuenta tú la tuya. Luego intenta rezar. Te indico dos caminos. L audes
Salmo 8 Salmo 13 Cántico de Moisés(Ex 15,120)
V í sp
Salmo 4 Salmo 11 Cántico de Ana(1 Sam 2,111)
er a s
L ecturas
8. DICHOSA.
Génesis 1 Isaías 59 Juan 1
Te en señoun m odo uevo n de pl em ea r e\ rosa rio, de acu erdo oc n la den om inaci ón ori en tal. Tom a el osari r o y pásal o en tre los dedo s. iV era da cuent a di
Ave NLaría A . cada ece d na intercal a la jacul atoria A ve A l ar í a dicha tera. en
cone\
O bi en:
« N iadr e míay
co nfian za m í a » ,
o también:
« H ág ase
en mí se g ún t u pal ab r a» .
Durante el día, alaba a iSAaría asi*.
Oh, mi único alivio, rocío divino, refrigerio de mi ardor, lluvia que desciende de Dios sobre mi árido corazón, lámpara resplandeciente en la oscuridad de mi alma,
guía de mi camino, sostén de mi debilidad, vest ido de mi desnudez,
riqueza de mi extrema miseria, medicina de mis incurables heridas, término de mis lágrimas y de mis gemidos, liberación de toda desventura, alivio de mis dolores, liberación de mi esclavitud, esperanza de mi salvación... Así sea, Señora mía; así sea, refugio mío, mi vida y ayuda mía, mi defensa y mi gloria, mi esperanza y mi fortaleza. (G
ermán
de
C onstantinopla
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I-Ie¿z cjz ^ í la es clava, del Señor hágas e en mí según tu pal abr a. Y el H ijo de Dio s se hizo hom bre y habitó en tre nos otros.
Ave Alaría . . .
Hoy pued es pas ar el r osar io en tre los ded os H icien do a el ecci ón un a fórmula de l Angel us. So bre todo ésta:
H e a quí l a e sc la va de l S eñ or , hágase e n m í seg ún tu pal ab r a.
A n te s
de
la
noche,
alaba a Ts/laria sva*.
Salve, canto de los c^ierublnes y a la ba n z a d e l o s á n g e le s . Salve, paz y alegría del género humano.
Salve, jardín de delicias, salve, árbol de la vida. Salve, baluarte de los íveles y p u e r to d e l o s ti á u ir a gp s. Salve, reclamo de A.dán, salve, rescate de Eva.
Salve, fuente de la gracia y de la inmortalidad. Salve, templo santísimo, salve, trono del señor. Salve, oh casta, que has aplastado la cabeza del dragón precipitándolo el abismo. Salve, refugio de en los afligidos, salve, rescate de la maldición. Salve, oh Madre de Cristo, Hijo del Dios vivo, al cual conviene gloria y honor, adoración y alabanza ahora y siempre por los siglos. Amén por los siglos.
( E frén
si r i o
)
m
Llena hoy los espacios vacíos de tu jornada pasando tu rosario a la manera oriental con la fórmula Dios mió, hijo mío
pensando de verdad que la fe tiene el poder de «engendrar» a Dios en tu vida por el grito de tu fe, de tu esperanza, de tu amor. Alaba: Salve, Salve, sublime, Salve, Salve, Salve, Salve, cible.
madre de la alegría celeste, tú que alimentas en nosotros un gozo sede de la alegría que salva, tú que nos ofreces la alegría perenne, místico lugar de la alegría inefable, campo dignísimo de la alegría inde-
Salve, fuente dichosa de la alegría infinita, Salve, tesoro divino de la alegría sin fin, Salve, árbol umbroso de la alegría que da vida, Salve, Madre de Dios, no desposada, Salve, oh virgen, después del parto integé rrima, Salve, espectáculo admirable, por encima de todo prodigio.
¿Quién podría describir tu esplendor? ¿Quién podría referir tu misterio? ¿Quién sería capaz de proclamar tu grandeza? Tú has adornado la naturaleza humana, tú angélicas... Tú has has superado superado aa las todalegiones criatura... Nosotros te aclamamos: ¡Salve, oh llena de gracia! (SOFRONIO DE JERUSALÉN)
A Dios todo le es posible A Dios todo le es posible.
Y la alabanza: Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios Salvador mío. Porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava, por tanto ya desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes aquel que es poderoso, cuyo nombre es santo. Y cuya misericordia de generación en generación sobre los que le temen. Hizo alarde del poder de su brazo; deshizo las miras del corazón de los soberbios. Derribó del solio a los poderosos, y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos despidió sin nada. Acordándose de su misericordia,
acogió a Israel su siervo, según la promesa que hizo a nuestros padres, a Abraham y su descendencia para siempre. (Le 1,4655)
DIA 5.°
Nazaret
La meditación sobre Nazaret es abismal, y también la más cercana a tu vida y a la mía. Nazaret es el modo de vivir en esta tierra bajo la acción de la fe. Nazaret significa Dios con nosotros, significa la divinización de las cosas simples comooración el trabajo y las relaciones humanas. Significa las veinticuatro horas del día. L audes
Salmo 33 Salmo 37 Cántico de Colosenses(2,511)
V í sp
Salmo 34 Salmo 39 Cántico del Sirácida(Eclo 42.43)
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L ecturas
Isaías 53 Carta a los Efestos Lucas 4
__ Hoy podrías intentar recitar el rosario. Ya sabes cómo es el rosario de la tradición. — Anuncia el misterio, y luego recita 10 veces el Ave María. — Te indico aquí los 5 misterios gozosos:
1) 2) 3) 4)
La visitación anunciación La a Isabel El nacimiento de Jesús La presentación en el templo 5) El encuentro de Jesús perdido en el templo.
Como alabanza, aquí tienes: Salve del mar estrella, de Dios Madre sagrada, y siempre Virgen pura, puerta del Cielo santa. Pues de Gabriel oíste el Ave, oh Virgen sacra, en él mudando el de Eva, da paz a nuestras almas. A los ciegos da ia vista, las prisiones desata, destierra nuestros males, y todo bien alcanza.
Muéstrate Madre nuestra y lleguen las plegarias al que, por redimirnos, nació de tus entrañas. Virgen sin igual eres, la másel dulce tantas, libra alma entre de culpas, hazla pura y mansa. Renueva nuestra vida, el camino prepara, y así a Jesús veamos alegres en la patria. ( H imno
popular
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Podrías pasar hoy tu rosario a la manera oriental con una jaculatoria sobre el apostolado. Es el tema del día: — Padre, envía obreros a tu mies — Padre, sálvanos, que perecemos — Padre, venga tu Reino. He aquí la alabanza vespertina: Oh María, inmensidad del cielo, fundamento de la tierra, profundidad de los mares, luz del sol, belleza de la luna, esplendor de las estrellas del cielo... Tu seno llevó a Dios, de cuya majestad el hombre tiene miedo. Tu regazo contuvo el carbón ardiente, tus rodillas sostuvieron al león, cuya majestad es terrible. Tus manos tocaron al que es intocable yTusel dedos fuego de divinidad quetenazas hay enincanél. se la asemejan a las descentes con las cuales el profeta recibió el carbón de la oblación celeste. Tú eres el cesto de este pan de ardiente llama y el cáliz de este vino.
Oh María, que produces en tu seno el fruto de la oblación... te rogamos con insistencia que nos guardes del enemigo que nos acecha y que, como no se divide la medida del agua del vino, así no nos separemos nosotros de ti y de tu Hijo, Cordero de salvación. (A náfora
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Podrías dedicarte a recitar el rosario sobre los misterios dolorosos: 1) Getsemaní 2) La flagelación 3) La coronación de espinas 4) La condena a muerte 5) La muerte de Jesús en la cruz. Si quieres recitar el rosario a la manera oriental, aquí tienes algunas jaculatorias: Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya Dios mió, ¿por qué me has abandonado? Stabat mater:
La madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el hijo pendía; cuya alma triste y llorosa traspasada y dolorosa fiero cuchillo tenía. Oh cuán triste, cuán aflicta se vio la madre bendita de tantos tormentos llena cuando triste contemplaba y dolorosa miraba del hijo amado la pena.
Yf ¿cuál hombre no llorara
si a la madre contemplara de Cristo en tanto dolor? Y ¿quién no se entristeciera, piadosa madre, si os viera sujeta a tanto rigor? Por los pecados del mundo vio a Jesús en tan profundo tormento la dulce Madre, y muriendo el hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre. Oh Madre, de amor, hazme sentirfuente tu dolor para que llore contigo. Y que por mi Cristo amado mi corazón abrasado más viva en él que conmigo. y porque a amarle me anime, efl mi corazón imprime ]as llagas que tuvo en sí: ¿ e tu hijo, Señora, ¿ívi¿e conmigo ahora j $ que padeció por mí.
Hazme contigo llorar, yde desusveras lastimar penas, mientras vivo; porque acompañar deseo en la cruz, donde le veo tu corazón compasivo. Virgen de vírgenes santas llore con ansias tantas que el su llanto dulce me sea; porque pasión y muerte tenga en mi alma de suerte que siempre sus penas vea. Haz que su cruz me enamore y que en ella viva y more de mi fe y amor indicio; porque me inflame y encienda y contigo me defienda en el día del juicio. Haz que me ampare la muerte de Cristo, cuando en tan fuerte trance vida y alma estén; porque cuando quede en calma el cuerpo, vaya mi alma a su eterna gloria. Amén.
¿Qué significa para mí creer que Cristo resucitó de entre los muertos? María te lo dice. Dejemos la retórica, el sentimentalismo o el fideísmo, y entremos resueltamente en la dinámicason de el la verdadero fe, de la esperanza de lasecaridad, que terreno eny que realiza día a día la resurrección de Jesús. L audes
Salmo 62 Salmo 68 Cántico de Ezequiel(37,114)
V í sp
Salmo 66 Salmo 84 (5,113) Cántico del Apocalipsis
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L ecturas
Jonás (todo) Apocalipsis 21.22 Lucas 24
Si desgranas hoy tu rosario a la manera oriental, di: Cristo Jesús ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado,
y dilo hasta que se te seque la boca. Y antes de la noche alaba a María así: ¡Oh Virgen, de ti, como de montaña no abierta, fue sacado Cristo, la piedra angular que ha unido las naturalezas divididas. nos alegramos yPorte esto ensalzamos, oh Teotokos! ¡Venid, recordemos con corazón puro y ánimo sobrio a la Hija del Rey, al esplendor de la Iglesia, más brillante que el oro, y ensalcémosla! Salve, y regocíjate, oh Esposa del gran Rey, tú que reflejas espléndidamente la belleza de tu esposo, y exclama con tu pueblo: ¡Oh Dador de la vida, te ensalzamos!
Oh Salvador, da tu celeste ayuda a tu Iglesia; ella no reconoce otro Dios y liberador fuera de ti, que has dado tu vida por ella y te glorifica reconocida. Acepta las súplicas de tu pueblo, oh Virgen, Madre de Dios, e intercede sin cesar ante tu Hijo, a fin de que nos libre a nosotros que te alabamos de los peligros y tentaciones. Tú eres, en verdad, nuestra embajadora y nuestra esperanza. (A ndrés
de
C reta
)
DIA 9.°
Con María L audes
Salmo 89 Salmo 103 Cántico de la Jerusalén celeste (Ap 21 )
V í sp
Salmo 91
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Salmo 104 Cántico de Marta (Le1,4655) L ecturas
Isaías 42 Carta a los Filipenses Juan 17
— Hemos llegado al final del breve retiro de 9 días realizado en compañía de María. — Debes escoger, mejor forjar, tu jaculatoria fundamental, tu «secreto», que de ahora en adelante has de repetir como expresión de amor cuando te encuentres conEl. Verás cómo te ayudará a conseguir la «oración continua». 10. DICHOSA..
Dejémonos guiar por las palabras de Gabriel, ciudadano del cielo, y digamos: ¡Salve, oh llena de gracia, el Señor es contigo! Repitamos con él: ¡Salve, oh alegría nuestra tan ansiada! ¡Salve, oh regocijo de la Iglesia! ¡Salve, oh nombre lleno de perfume! ¡Salve, oh rostro iluminado por la luz de Dios y que emana belleza! ¡Salve, oh memorial inmenso de veneración! ¡Salve, oh vellocino saludable y espiritual! ¡Salve, oh clara madre de la luz naciente! ¡Salve, oh impoluta madre de la santidad! ¡Salve, oh fuente saltarina de agua viva! ¡Salve, oh madre nueva y modeladora del nuevo nacimiento! ¡Salve, oh madre llena de misterio e inexplicable! ... ¡Salve, oh vaso de alabastro del ungüento de santificación! ¡Salve, tú que valoras la virginidad! ¡Salve, oh modesto espacio que acogió en sí al que el mundo no puede contener! ( T eodoto
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CARLO CARRETTO nació en 1910 en Alessandria (Italia) y, después de hacer sus estudios en Turín, de 1946 a 1952 fue Presidente de la Acción Católica Italiana. En 1954 entró en la Comunidad de los Hermanitos de Carlos de Foucauld. Después de un decenio de permanencia en el desierto del Sahara, en 1964 volvió a Italia y fundó un centro de oración en Spello, cerca de Asís . De sus numerosos escritos recordamos los publicados en esta misma colección:
MAS ALLA DE LAS COSAS (12.a edición/256 páginas) LO QUE IMPORTA ES AMAR (11.a edición/256 páginas) CARTAS DEL DESIERTO (11.a edición/208 páginas) MAÑANA SERA MEJOR (14.a edición/256 páginas) PADRE, ME PONGO EN TUS MANOS (6.a edición/248 páginas)