TRASTORNOS NEUROCOGNITIVOS
Resuelva los casos clínicos sobre los trastornos neurocognitivos, utilizando el DSM-5. Posteriormente súbalo al aula virtual en la fecha indicada. No es necesario volver a copiar los casos clínicos, envíe solamente los diagnósticos.
Caso 1
La paciente es una mujer de 75 años. Es viuda y vive sola. Ingresó a un servicio de traumatología después de quebrarse una pierna. Motivo de Consulta:
La paciente estaba tan confusa e inquieta que merodeaba por la sala de traumatología durante la noche, molestando a los otros pacientes. Se la derivó para una evaluación psiquiátrica debido a que presentaba obnubilación de conciencia y comportamiento comportamiento hiperactivo. Dos días antes se había caído en el baño y fracturado el fémur. Se la internó y se le practicó una operación de osteosíntesis. Después de la operación comenzó su confusión. Su conciencia se obnubiló y redujo su capacidad de atención y notación. No recordaba qué le había sucedido o por qué estaba internada. Durante el día mostraba una leve agitación sin objetivo. No podía leer ni mirar televisión y no siempre reconocía a los parientes que la visitaban. Sacaba al personal del hospital a empujones cuando querían lavarla o cuidarla. Se la vio conversando con personas imaginarias y mirar fijamente a un punto en el techo. Se mostraba irritable y solía tener explosiones de enojo. Entre estas crisis, la paciente se calmaba y podía dormir durante media hora, pero de noche parecía no poder hacerlo y su agitación aumentaba. Cuando los otros pacientes se dormían, vagaba por la sala y los despertaba. Iba a las habitaciones de otros pacientes y trataba de meterse en sus camas. Varias veces intentó salir del hospital en bus pero fue detenida y traída nuevamente a su habitación. Antes de la operación, la paciente se había comportado normalmente y sus hijos no habían notado deterioro en su memoria o en su concentración. Antecedentes:
La paciente había vivido sola durante 20 años después de la muerte de su esposo, quien había sido contador en una compañía de publicidad. Tenía dos hijas mayores de edad
que vivían en el mismo distrito. Habitaba un departamento alquilado y había podido vivir sola sin ayuda hasta este episodio. Siempre había sido una mujer callada e introvertida, pero aparte de eso, no había habido nunca nada inusual con respecto a su persona. Aparte de una diabetes no insulinodependiente durante los últimos cinco años, había estado bien desde el punto de vista somático. Nunca había estado internada antes de este incidente. No había recibido ninguna medicación regularmente y no tomaba alcohol. Datos actuales: Durante el examen, la paciente se mostraba perpleja y no prestaba
atención. Estaba totalmente desorientada y no cooperaba. Se encontraba sentada, musitando, y casi no percibía la presencia del examinador. No se la notaba deprimida ni ansiosa. Tampoco podía cooperar en ninguna prueba mental. El examen físico, que incluyó la evaluación neurológica, no detectó anormalidades, aunque fue incompleto por la falta de cooperación de la paciente. Las pruebas de laboratorio dieron una moderada desviación en los electrolitos del suero el primer día después de la operación, pero al momento de realizarle l a evaluación psiquiátrica se había normalizado.
El
hemograma
y
los
parámetros
hepáticos
eran
normales.
El
electrocardiograma mostró un infarto menor antiguo y su presión arterial era normal en límites inferiores.
Caso 2 Hank Altig
Dos años antes de que el Hank Altig se mudara a Sunny Acres, aceptó un empleo para dar la bienvenida en un gran almacén comercial. Había estado retirado durante varios años, y a los 66 deseaba tener más actividad. “Ya no quiero estar sentado y ocioso más tiempo”, le dijo al entrevistador durante la exploración física previa a la contratación. “Todavía me quedan unos buenos años”.
Si bien indicó su dirección, su número de seguridad social y un número celular de memoria, se preguntó en voz alta por qué en ocasiones entraba en una habitación y no podía recordar la razón por la que estaba ahí. “¿No nos pasa a todos?”, fue la respuesta. La ocupación anterior de Hank (había trabajado casi 40 años como contador) hacia necesaria la concentración y una gran tolerancia al hastío; encargarse de dar la bienvenida sólo requería su presencia y la disposición de sonreír. De esto tenía suficiente. “Presentarse explica 80% del éxito”, citó.
Durante meses, cada vez que Hank se presentaba, se había rasurado con cuidado y prestaba atención meticulosa a su ropa, sus zapatos—e incluso su pelo y uñas. “Quiero ser el que da la bienvenida al que da la bienvenida”, le había dicho a su hija, Sandy, que vivía sobre la misma cuadra y fue la informante principal durante su valoración clínica. Pero casi un año después de entrar a trabajar, comenzó a tener problemas. Cuando se le había contratado, había memorizado la ubicación de “la mitad de los productos de la tienda”. Pero cada poco día movían algo, y él parecía no poder memorizar la ubicación
nueva. Sandy le compró una libreta diminuta en la que él llevaba un registro de los productos por los cuales preguntaba más la gente. También la utilizaba para anotar sus citas—que en su mayoría eran citas para comer con Sandy —y otros datos importantes. Cada vez que Hank tenía problemas para recordar algo, Sandy sonreía y le preguntaba:” ¿Dónde está tu libreta?”. Con frecuencia Hank podía buscar lo que quería saber. Después
de un año y medio, Sandy había comenzado a preocuparse de verdad. No se había presentado un cambio dramático, tan sólo una declinación constante. Una o dos veces, mientras esperaba que Hank saliera del trabajo, se había percatado él parecía no darse cuenta de que alguien se le acercaba para pedirle ayuda. Sabía que había llegado tarde varias veces, y que en ocasiones no se había molestado por rasurarse. Si ella lo mencionaba, él levantaba los hombros y se daba la vuelta. La semana anterior habían vuelto al consultorio. Sandy informó que Hank había dejado de cocinar. En su mayoría, comía cereal frío, a menos que Sandy le preparara algo y se lo llevara. “¿En dónde le gusta comprar los abarrotes?”, le preguntó el entrevistador. Al ver
que no había una respuesta, Sandy se adelantó: “¿Dónde está tu libreta?”. Pero se quedó mirando sin expresión alguna, y la pequeña libreta nunca salió de la bolsa de su chaqueta. Diagnóstico Caso 3
Cuando Thornton Naguchi llegó a casa, su recepción no fue lo que él o alguien más de su familia hubieran imaginado. Faltaban la banda de viento y el confeti (su fantasía); por otro lado, tampoco había un ataúd, que era lo que su madre había temido todo el tiempo. “Ella cree firmemente en la ley de Murphy—si algo puede salir mal, eso sucederá”, le dijo al entrevistador en el hospital de veteranos en que había permanecido durante algunos días. Los abuelos de Thornton habían sido trasladados a Idaho durante la Segunda Guerra Mundial, lo que hizo que su abuelo desarrollara una gran amargura, y con frecuencia
despotricara contra el gobierno. Era algo así como un tirano; su venganza fue unirse a los militares tan pronto como tuvo la edad apropiada. En pocos meses, el Ejército lo había asignado a “una región de Irak tan remota que ahí nunca habían oído hablar del tofu”.
Durante la primera semana de Thornton en ese país, mientras viajaba en el último Humvee sin blindaje, la unidad había golpeado un dispositivo explosivo improvisado. Una esquirla de metal había cortado el cinto de su casco al tiempo que él volaba por el aire, de manera que cayó con todo el peso sobre la cabeza. Cuando despertó casi 24 h después, recordaba haber salido a la misión—pero no la explosión. Fue su sargento quien se la relató. Después del accidente se había sentido agradecido por estar vivo, pero al inicio había tenido cierta dificultad para concentrarse incluso para ver la televisión. Aunque siempre era brillante y agradable, se sentía enfadado y se dirigía con brusquedad a la enfermera si ella le sugería que podía levantarse y cambiar por sí mismo el canal. Mientras esperaba sus papeles de alta del servicio, Thornton había conseguido un trabajo para vender teléfonos celulares en una tienda de electrónica cercana a su hogar. Había crecido con los dispositivos electrónicos y se había mantenido actualizado sobre la industria mientras estaba en el Ejército, de manera que tenía pocas dificultades para mostrar las características básicas de los teléfonos inteligentes. Sin embargo, recordar los detalles de los distintos modelos le era complicado—mucho más para él que para cualquier otro joven con el que trabajara. “Necesito una hoja de dato s—
en mi teléfono—para guardar toda la información” señaló. “Quiero decir, estamos hablando aquí de 15 a 20 modelos distintos, por no mencionar las tabletas”. Si estaba hablando con un cliente y un colaborador le hacía de pronto una pregunta, se daba cuenta de que perdía el hilo del pensamiento por completo. “Tengo que preguntarle al cliente donde estábamos. Sé que eso me cuesta bonificaciones”. Thornton vivía con Yuki, su novia desde hacía cuatro años. Ella refería que él parecía distraído, “siempre saliéndose del cuadro”, según lo expresaba. Ella pensaba que él en realidad no estaba deprimido, pero que se mostraba enojón e impulsivo, y en ocasiones
lanzaba su ropa y azotaba la puerta. Cuando regresaba decía que sólo había ido a caminar. “Y se espanta mucho con los ruidos fuertes”.
Eso al parecer le había ocurrido una tarde mientras él instalaba las cortinas en su departamento. Yuki había dejado caer la tapa de un sartén en la cocineta, a menos de 3 m de donde él estaba parado en la escalera. Brincó, perdió el equilibrio y cayó con fuerza sobre el piso de mármol. “Murphy era un optimista”, le dijo a los paramédicos que lo subieron para su segundo traslado en ambulancia en seis meses.