CARTA XIX
Al doctísimo doctísimo y prudentísimo prudentísimo señor señor GUILLERMO DE BLYENBERGH B. D. .S. ' (Respuesta a la precedente)
Desconocido amigo: Su carta fechada el 12 de diciembre e incluida en otra escrita el 24 del mismo mes, la he recibido recién el 26 en Schiedam. De donde he comprendido su intenso amor por la verdad y que ésta es el único fin de todos sus afanes; lo que, como yo tampoco persigo otra cosa, me ha obligado a deci de cidi dirm rme e no sólo sólo a sat satisfa isface cerr plen plenam amen ente te su pe pedi dido do,, es decir, a responder, según las fuerzas de mi inteligencia, a las preguntas que ahora me ha enviado y a las qué me enviará en lo sucesivo, sino también a hacer, por mi parte, todo lo que pueda contribuir a un mayor conocimiento y sincera amistad entre nosotros. Pues, en lo que a mí atañe, entre todas las cosas que no están en mi poder, nada estimo más que entablar amistad con hombres que aman sinceramente la verdad: pues creo que entre las cosas que no están en nuestro poder, nada absolutamente podemos amar en el mundo con mayor tranquilida idad que tales les hombres. Pues es tan imposible destruir el amor que ellos recíprocamente se profesan, dado que se funda en el amor que que cada cada un uno o de ello ellos s tien tiene e por por el cono conoci cimi mien ento to de la verd rda ad, como no abrazar la verdad misma una vez
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comprendida. En efecto, entre las cosas que no están en nuestro poder es éste el amor más alto y más agradable que pueda darse, puesto que ninguna cosa, excepto la verdad, puede unir íntimamente distintos caracteres y espíritus. No hablo de las grandes ventajas que de ello derivan, para no entretenerlo todavía con cosas que, indudablemente, usted mismo conoce, y si lo he hecho hasta ahora, ha sido para demostrarle cuán grato me es ahora y me será en el futuro, tener ocasión de prestarle algún servicio. Y para aprovechar la presente ocasión iré al grano y responderé a su pregunta, que gira sobre este punto principal, a saber: que tanto de la Providencia divina, que no difiere de su Voluntad, como, del Concurso de Dios y de la
continua
Creación
de
las
cosas, parece
seguirse
claramente que no existen pecados ni mal alguno o que Dios realiza esos pecados y ese mal. Pero usted no explica qué es lo que entiende por mal, y por lo que puede conjeturarse del ejemplo de la determinada voluntad de Adán, parecería que entiende por mal. la misma voluntad en cuanto se concibe determinada de tal modo, o en cuanto contraría un mandato de Dios. Y, por consiguiente, dice usted, sería un gran absurdo (como lo diría yo, si 67
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CARTA XIX
La cosa fuera así) afirmar una u otra de estas conclusiones: que Dios realiza esas cosas que son contrarias a su voluntad o que son buenas aunque contrarían, la voluntad de Dios. Por mí parte no puedo admitir que los pecados y el mal sean algo positivo, y mucho menos que algo exista o suceda contra la voluntad de Dios. Por el contrario, no sólo digo que los pecados no son algo positivo, sino que también afirmo que sólo impropia-mente, o hablando al modo humano, podemos decir que pecamos contra Dios o que, como solemos decir, los hombres ofenden a Dios. Pues, en cuanto atañe al primer punto, sabemos que todo lo que existe, considerado en sí, sin referencia a ninguna otra cosa, contiene cierta perfección que en cada cosa se extiende hasta donde se extiende la esencia de la cosa misma: pues la esencia no es ninguna otra cosa. Tomo, por ejemplo, la decisión o la determinada voluntad de Adán de comer del fruto prohibido. Esta decisión o esta determinada voluntad, considerada sólo en sí, contiene tanta perfección cuanta realidad expresa. Y podemos entenderlo por esto, a saber: porque en las cosas no podemos concebir imperfección alguna, a no ser que consideremos otras que tienen más realidad. Y, por esto, en la decisión de Adán, cuando la consideramos en sí y no la comparamos con otras cosas más perfectas o que
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demuestran
un
estado
más
perfecto,
no podremos
descubrir ninguna imperfección. Antes bien, se la puede comparar con infinitas otras cosas que a su respecto son mucho más perfectas (versión holandesa: imperfectas), como piedras, troncos de árboles, etc. y esto también lo admitiría en verdad, cualquiera: pues ciertas cosas que en los hombres se detestan y se miran con aversión, se contemplan con admiración en los animales, así p. ej. las guerras de las abejas, los celos de las palomas, etc. que en los hombres se desprecian; y no obstante juzgamos más perfectos a los animales. Si es así, se sigue claramente que puesto que los pecados no indican otra cosa sino imperfección, no pueden consistir en algo que expresa realidad, como la decisión de Adán y su ejecución. Además, tampoco podemos decir que la voluntad de Adán choca con la ley de Dios y es mala porque desagrada a Dios; pues si algo ocurriese contra su voluntad o si quisiese algo de lo que no fuese dueño, y si su naturaleza estuviese determinada de tal modo que, como las criaturas, tuviese simpatía por éste y antipatía por aquéllos, no sólo supondría una gran imperfección en Dios, sino que también chocaría enteramente con la voluntad de la naturaleza divina; pues dado que esta voluntad
no
discrepa
de
igualmente imposible que
su algo
entendimiento,
sería
ocurriese contra su
voluntad como contra su entendimiento, es decir, que lo que ocurriría contra su voluntad debería ser de tal
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naturaleza que también chocara con su entendimiento, como un cuadrado redondo. Por tanto, dado que la voluntad o la decisión de Adán, considerada en sí, no era mala, ni, para hablar con propiedad, contraria a la voluntad de Dios, se sigue que Dios puede, antes bien, debe ser, por la razón que Vd. observa, su causa; pero 68 CARTA XIX
no en cuanto fue mala, pues el mal que había en ello no era más que la privación de un estado que Adán debía perder a causa de esa acción. Y cierto es que la privación no es algo positivo y se llama así con respectó a nuestro entendimiento, pero no con respecto al de Dios. Pero esto pro-viene de que a todas las cosas singulares de una misma especie, verbigracia, a todas aquellas que tienen la figura externa del hombre, las expresamos con una sola y misma definición, y, por tanto las consideramos a todas igualmente aptas para alcanzar la suma perfección que podemos inferir de tal definición. Pero cuando encontramos uno cuyas acciones chocan con esa perfección, juzgamos que está privado de ella y que se desvía de su naturaleza; lo que no haríamos si no lo hubiésemos referido a tal definición y no le hubiésemos atribuido tal naturaleza. Pero como Dios no conoce las cosas abstractamente ni forma definiciones generales de esa clase, y como a las cosas no les compete más realidad que la que el entendimiento y el
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poder divino les infundió y efectivamente les concedió, se sigue con evidencia que esta privación sólo puede llamarse tal con respecto a nuestro entendimiento, pero no con respecto al de Dios. Con
esto,
según
mi
parecer,
la
cuestión
está
completamente resuelta. Pero para hacer más llano el camino y
eliminar
todo escollo, considero
necesario
responder a las dos cuestiones siguientes, a saber: primero, por qué dice la Sagrada Escritura que Dios exige que los impíos se conviertan y también por qué prohibió a Adán comer del árbol, puesto que había decidido, sin embargo, lo contrario; segundo, que de mis palabras pareciera seguirse que los impíos con su soberbia, codicia, desesperación, etc. veneran a Dios no menos que los piadosos con su generosidad, paciencia, amor, etc., porque también cumplen la voluntad de Dios. Para responder a la primera, digo que la Escritura, porque se adapta y sirve sobre todo a la plebe, habla continuamente al modo humano; pues la plebe es incapaz de comprender las cosas excelsas. Y ésta es la razón por la cual estoy persuadido de que todo lo que Dios reveló a los profetas como necesario para la salvación, fue escrito al modo de leyes; y de esta manera los profetas imaginaron parábolas completas; a saber, primero, a Dios, que había revelado los medios para la salvación y para la perdición de aquellos cuya causa era, lo representaron como un rey o un legislador; a los medios, que no son sino causas, los
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llamaron leyes y los redactaron en forma de leyes; a la salvación y a la perdición, que no son sino efectos, que fluyen necesariamente de esos medios, las propusieron como premio y castigo. Y como ordenaron todas sus palabras más bien conforme a esta parábola que conforme a la verdad, y representaron siempre a Dios a semejanza del hombre, ora, enojado, ora misericordioso, ya ansioso por el futuro, ya presa de celos y de desconfianza y hasta engañado por el mismo diablo. De modo que los filósofos, y también todos los que están por encima de la ley, es decir, los que siguen la virtud no como ley sino por amor, porque es excelentísima, no deben sentirse ofendidos por tales palabras. 69 CASTA m
Por tanto, el edicto dado a Adán consistía solamente en esto, a saber: que Dios reveló a Adán que comer de aquel árbol producía la muerte, modo que nos revela a nosotros, por medio del entendimiento natural, que el veneno es mortífero. Pero si usted me pregunta con qué fin le reveló esto, respondo: para volverlo mucho más perfecto en conocimiento. Por tanto, preguntar a Dios por qué no le dio a Adán una voluntad más perfecta, sería tan absurdo como preguntarle
por qué no le dio al círculo todas las
propiedades de la esfera, como se sigue claramente de lo dicho arriba y como demostré yo mismo en el escolio de la 7
proposición 15 de la primera parte de los Principios de Descartes, demostrados según el modo geométrico. En lo que atañe a la segunda dificultad, es por cierto, verdad que los impíos expresan, a su modo, la voluntad de Dios; sin embargo, por esto, de ninguna manera, deben equipararse con los píos. Pues cuanto más perfección tiene alguna cosa, tanto más participa de la divinidad y tanto más expresa la perfección de Dios. Puesto que los píos tienen
incomparablemente
mayor
perfección
que
los
impíos, su virtud no puede equipararse con la virtud de los impíos, porque éstos carecen del amor divino que fluye del conocimiento de Dios, y por lo cual solamente, según nuestro entendimiento humano, nos llamamos siervos de Dios. En verdad, porque ellos no conocen a Dios, no son sino como un instrumento en manos del Artífice que sirve inconscientemente y sirviendo se gasta; los píos, por el contrarío, sirven conscientemente y sirviendo se vuelven más perfectos. He aquí, señor, todo lo que puedo contestar, por ahora, a su cuestión. Mi mayor deseo es satisfacerlo. Pero, si todavía encuentra alguna dificultad, quiero que me lo comunique, para ver si me es posible eliminarla. No tenga ningún temor en- molestarme hasta que no se crea satisfecho; me gustaría conocer los motivos de ello para que finalmente la verdad salga a luz. Me gustaría mucho escribir en la lengua en que he sido educado, entonces podría expresar quizá mejor mi pensamiento. Le ruego que tenga la amabilidad
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de corregir los errores y considerarme su devotísimo amigo y servidor. Largo Boogart, 5 de Enero de 1665.
Debo permanecer aquí en Boogart todavía tres o cuatro semanas; después tengo el propósito de volver a Voorburg. Pienso que he de recibir primero su respuesta, pero si sus ocupaciones se lo impidiesen, tenga la bondad de escribirme a Voorburg 'a la siguiente dirección: calle de La Iglesia, casa del maestro Daniel Tydeman, pintor . B. DE SPINOZA. 70
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