Capitalismo en Guatemala El objetivo del capitalismo no es alcanzar el bienestar de las mayorías, a pesar de que los postulados liberales clásicos propugnen por la igualdad de oportunidades o justicia social, y por el ensanchamiento del conjunto de personas prósperas. Estructuralmente, el capitalismo no permite que su objetivo sea otro que el incremento perpetuo de los márgenes de lucro de elites formadas mediante la acumulación de capital mercantil, el cual transformaron en capital industrial y usurario. Elites que crecen poco porque acumulan mucho. Y que se rodean de incondicionales. Cuando las sirenas cantan que el capitalismo es el mejor sistema posible de producción de riqueza, piensan que es derecho de las elites enriquecerse sin límites y derramar sus sobras, según su buena o mala conciencia, salpicando a colaboradores y mediante la caridad y la beneficencia. El cristianismo, tanto en su versión católica como protestante, ha servido al pelo como lógica cultural de este sistema. Primero, como ideología exegética de la pobreza y de la recompensa después de la muerte; y después, como acicate para dedicar la vida a la actividad de lucrar con el fin de complacer la voluntad de un Dios que desea lo mejor para sus criaturas y por eso quiere que prosperen trabajando más para lucrar o ganar más y consumir más. El capitalismo es el sistema que racionaliza, planifica y justifica la explotación. Es por eso que la democracia participativa y representativa riñe con el sistema económico que la propone en teoría y la niega en la práctica. Esto explica que, ante la actual crisis económica mundial, los corifeos del sistema colapsado propugnen por medidas que implican un incremento de la pobreza a cambio de subvenciones estatales para la empresarialidad oligárquica, asumiendo, en lo político, posturas totalitarias de extrema derecha, que constituyen un desembozado retorno al autoritarismo fascista y al Estado militar – oligárquico. Pero a pesar de que estructuralmente el capitalismo se opone a las posibilidades reales de la democracia, la lucha por esta última ha servido para evidenciar las contradicciones básicas del sistema. La movilización efectiva para llevar a sus últimas consecuencias el ideario liberal (sin usar la retórica marxista), desembocaría en un socialismo democrático de mercado. Si las organizaciones populares y los partidos políticos convergieran en un proyecto fundado en la justicia social o igualdad de oportunidades, la libertad individual y la democracia, se podría llegar a un estadio de desarrollo capitalista mucho más democrático que el del torpe desarrollo oligárquico (que es el que tiene a países como el nuestro bajo la bota del finquero devenido industrial, mercader y banquero). Y si ese desarrollo se profundizara, podría
desembocar en un bienestar colectivo de corte socialista, pues ya no estaríamos en una sociedad regida por elites oligárquicas, sino por la igualdad ante la ley, y esta no permitiría el lucro indiscriminado de la sobreexplotación, sino sólo el circunscrito a la justicia social tutelada por el Estado. Ante el derrumbe de las finanzas globalizadoras y del paradigma neoliberal, se hace necesario construir una base distinta para que funcione el mercado, lo cual podría hacerse creando organizaciones y luchas para democratizar el capitalismo, involucrando a toda la ciudadanía en la producción, la circulación y el consumo, como parte de un gran mercado interno autónomo, regido sólo por la justicia social de un Estado fuerte, eficiente y probo. Tipos de Capitalismo
El gran debate, el interminable debate, sigue siendo este: ¿por qué los latinoamericanos constituyen el segmento más pobre y atrasado de Occidente? ¿Por qué en sus universidades y centros tecnológicos, algunos de ellos con 400 años de existencia, apenas se producen hallazgos significativos? ¿Por qué la mitad de la población latinoamericana vive en la miseria? ¿Por qué −en suma− el capitalismo latinoamericano ha dado tan pobres resultados si se contrasta, por ejemplo, con el éxito de los países escandinavos o con Canadá y Estados Unidos, las otras dos expresiones europeas del otro lado del Atlántico? Casi todas esas preguntas han sido respondidas, indirectamente, en un excelente libro, Good Capitalism/Bad Capitalism, de los economistas William J. Baumol, Robert E. Litan y Carl J. Schramm, publicado por Yale University Press. El título agrega algo más para explicar de qué se trata: “La economía del crecimiento y la prosperidad”. Y la tesis es sencilla: el hecho de que exista propiedad privada y mercado no genera necesariamente desarrollo. En Haití y en Holanda hay mercado y propiedad privada, pero en un país la gente se muere de hambre y en el otro las preocupaciones comienzan a ser la obesidad y la longevidad excesiva. De acuerdo con la persuasiva explicación de los autores, no hay un capitalismo, sino cuatro: el guiado por el Estado, el capitalismo mercantilista, donde los funcionarios escogen a los amiguetes ganadores o a los desdichados perdedores; el capitalismo oligárquico, muy parecido al primero, donde un pequeño grupo de gentes adineradas pone al Estado a su servicio y convierte la actividad económica en un coto cerrado para su único beneficio; el gran capitalismo o capitalismo de las grandes empresas, donde el poder de los gigantes económicos hace girar la organización de la sociedad en provecho de sus enormes y ubicuos intereses; y −por último− el
capitalismo empresarial, donde el Estado no asigna privilegios y se limita a crear las condiciones para el surgimiento incesante de empresas que deben sustentarse en mercados abiertos y competitivos gobernados por la agónica búsqueda de innovaciones, calidad y mejores precios a los consumidores. Este último es el “buen capitalismo” de que habla el libro, y aunque no existe en estado puro en ninguna parte, es evidente la relación que se advierte entre este modelo de producción y el buen desempeño económico. De diversas maneras y grados, esto es lo que sucede en las 20 naciones más prósperas y desarrolladas del planeta. Los autores, por supuesto, no prometen que el capitalismo empresarial traerá un mundo más justo y equitativo, e incluso defienden las virtudes de los desequilibrios como parte del impulso destructor que regenera constantemente al mercado, pero sí advierten que en las naciones que lo practican es donde se observan menores desigualdades. El argumento de que todos quieren salir huyendo de Cuba, puede ser creíble, pero no podemos olvidar que acá tenemos también este fenómeno ya que según los últimos datos, un 10% de la población vive fuera de Guatemala, y en la actualidad, el 25% de compatriotas que logra salir legalmente ya sea por la vía aérea, terrestre o marítima, ya no regresa. Es importante resaltar que el territorio cubano es de 110,860 km² y su población es de 11,200,000 de habitantes aproximadamente; mientras que Guatemala tiene 108,890 km², con una población de 12,728,000 habitantes, es decir, no hay mucha diferencia. En cuanto a los índices de educación, podemos decir que Cuba tiene una tasa de analfabetismo inferior al 1%, mientras que Guatemala tiene la tasa de analfabetismo más alta de Centroamérica y esto es más grave aún, si se menciona que hay un 84.21% de analfabetismo en el área rural y un 15.97% en zonas urbanas. ¿Y que tal si hablamos de seguridad? pues según un amigo que vivió en Cuba durante varios años por cuestiones de estudios, Cuba es un país relativamente seguro. Es muy difícil escuchar casos de muertes violentas, mientras que en Guatemala ¡tenemos un escandaloso promedio de 16 muertes diarias! En fin, de ninguna manera apruebo ni critico el sistema económico cubano, simplemente porque no lo conozco. No he vivido allí y por lo tanto no puedo tener una opinión objetiva. Sin embargo si puedo opinar sobre el sistema económico guatemalteco, que a pesar de que he tenido la oportunidad de tener un excelente trabajo, no deja de parecerme injusto y paradójico que la gran mayoría de guatemaltecos pensantes pongan por lo más alto un sistema capitalista que en la cruda verdad, no nos deja vivir tranquilos. No podemos negar que nuestros índices económicos en supuesto