clonaI de los asuntos en juego rel~jellxl que propone como evidentes mediante su misma existencia, es decir, el no-rccor.ocimiento [méconnaissancej de la arbitrariedad de) valor que le confiere. Esta creencia originaria está en el origen de las inversiones [investissemenlsj y sobreinversiones [.1iiurinvestissemell1sj (en el sentido de la economía y del psicoanálisis) que no pueden más que reforzar continuamente, mediante el efecto de la competencia y la escasez así creadas, la ilusión bien fundada de que el valor de tos bienes que inclina a perseguir está inscrito en la naturaleza de las cosas, como el interés por estos bienes está en la naturaleza de los hombres.
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~ 8.
Los modos de dominación
La teoría de las prácticas pwpiamentc económicas C~ un caso particular de una teoría general de la economía de las préicticas. Incluso ctIa ndo presenta n todas las apariencjcls del desi nIcrés porque escapan a la lógica del interés «cconómico» (en ~cntido estricto), y se orientan hacia ohjetos /el~iellxJ no materiales y difícilmente cuantificables. como sucede en las sociedades «preca-
pitalistas» o en la esfera cultural de las sociedades capitalistas, las prácticas no dejan de obedecer a una lógica económica. Las co~ rrespondencias que se establecen entre la circulación de las tierras vendidas y compradas de nuevo, la de las vengan7.as «prestadas» y «devueltas» o la de las mujeres otorgadas o recibidas. es decir, entre fas especies diferentes del cnpital y los modos d~ circulación correspondientes. obligan a ahandonar la dicotomía de lo econ6mico y )0 no-económico que impide aprehender la ciencia de las prácticas «económicas» como lIn caso panicular de una ciencia capaz de tratar todas las prácticas, incluso las que se quieren desinteresadas o gratuitas. liheradas por tanto de la «economía». como prácticas económicas, orientadas hacia la maximizadón del beneficio material o sitnhdlico. El capital acumulado por los grupos, esta energía de la física social l. puede existir bajo 1 Aunque no sacara de ello ninguna consecuencia real. Bertrand R lI!\~cll ~x presó claramente la intuición de la analog.ía entre la energía y el poder que po
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diferentes especies (en el caso concreto, el capital de fuerza de combate, ligado a la capacidad de moviliztlción, al número y él la combatividad por tanto, el capital «económico», tierra, ganado, fuerza de trahajo, ligada también a la capacidad de movilización, yel capital simbólico asegurado por UIl uso acorde con las otras espeCies de capital)~ aunque sometidas a estrictas leyes de equi. valencia, y, por consiguiente, mutuamente convertibles, cada una de ellas sólo produce sus efeclOs específicos en condiciones es':' pecíficús. Pero la existenciü del capital simbólico, es decir, del ca~ pital «material» en tanto que no reconocido !méconnlJ} y reconocido, r~cuerda que la ciencia social no es una física social, sin invalidar por ello la analogía entre el capital y la energía; que lo~ acto:) lJe cuwJ('Ímienw que implican el no-reconocimiento {méCOJlJWÜSilllce! y el reconocimiento forman parte de la realidad social y que la subjetividad socialmente constituida que los pro-' duce pertcn~ce a la objetividad. Gradualmente se pasa de la simetría del intercambio de do· nes a la disimetría de la redistrihución ostentosa que está en la hase de la constitución de la autoridad política: a medida que nos akjamos de la reciprocidad perfecta, que supone una relativa, igualdad d~ situación económica, la parte de las contraprestaciones que se entregan bajo fllrma típicamente simbólica de tcsti-monios dé gratitud, homenajes, respeto, obligaciones o deudas, morales, se incrementa necesariamente. Si aquellos que, como Polanyi y Sahlins, vieron con claridad la función determinante d~ la rcdistribución en el establecimiento de una autoridad política y en el funcionamiento de la economía tribal (donde el circuito acumulación-redistribución desempeña funciones análogas a las dd Estado y de las finanzas públicas) hubieran sido cons· rientes de esta continuidad, habrían pcrcibido probahlemente la opcra<:Íún l'~ntral oC' ~ste proceso, eS decir, la reconversión del ('apital económico en (¡¡pi tal simbólic(,), que produce relaciones de dep('nticllcia económicamente fundadas aunque disimuladas bajo el vdo d~ relaciones morales. Al considerar sólo el caso particular de los inlen:ambios destinados a cO/lsagrar unas relacio-
nes simétricas, o al retener únicamente el efecto económico de los intercambios asimétricos, nos exponemos a olvidar el efecto ejercido por la circulación circular en la que se engendra la plus~ valía simbólica, a saber) la legitimación de lo arbitrario, cuando recubre una relación de fuerza asimétrica.
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Es importante observar, como lo hace Marshall D. Sahlins, prolongando un análisis de Marx 2, que la economía precapitalista no ofrece las condiciones para una dominación indirecta e impersonal asegurada de manera cuasi-automáticaipor la lógica de) mercado de trabajo 3, V, de hecho, la riqueza no puede funcionar como capital si no es en relación con un campo propiamente ecónomico, que supone un conjunto de instituciones económicas y un cuerpo de agentes especializados, dotados de intereses y de modos de 'pensamiento específicos. Así, Moses FinJey muestra claramente que l~ que falta a la economía antigua no son los recursos sino los medios i(1stitucionales para «superar los límites de los recursos individuales» mo~ilizando los capitales privados. es decir, toda la organización de la prod!Jcción y de su financiación, Y. especialmente, los instrumentos de créditQ:4. Este análisis vale, afortiori, para la antigua
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poder milÍlOlr o de la inl1ucncia cjcrrid~ sohre la opinión que, por su parte, puede· tamhiell Lh.:rlvur tic 1'-1 ri4L1aa» (Russdl, ¡J(IIra, .,1 NL'II' Soáal .-llllJl.l'sis, I.on· dn:s. Cicllrgc Alkn y l!ll\\in I.IJ" pjgs. 12-/3). Y JcJillc con alieno el programa de Ulla l'icnóa de l'llll\CfSioIlCS de dilcrcntcs filrluas de la energía sllL"i¡¡j: ({Dehe wlj::,idú¡.\fsC que el puJe!'. COIllO la elll!rgía, PUS;,¡ continuamente lic una forlllil a otra, (lll1~i~ticlld\IIJ larca dI" la delicia ::'o~i;1I ~I\ bLl~Lar las kycs de e~t,ls 11;\I1:.rOrmaLilllh:~)} (pag':>. 13-14).
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2 Cuan la menos fuerza sdciaJ posee el instrumento de intercambio, más ligado se halla a la naturaleza del producto directo del trabajo ya las necesidades inmediatas de quienes interc~mb¡an, y más grande debe ser Ja fuerza de la comuníJad que Jiga entre si a los individuos: patriarcado, comunidad anligua, feudalismo, régimen de corporaciones. Cada individuo posee el poder social bajo la forma de un objeto. Dt:spójeseia este objeto del poder social y habrá que otorgarselo a unas personas sobre otras. Las reladones de dependencia personal (al príncipio, puramente naturales) son las primeras formas sociales en cuyo seno se desarrolla la productividad humana, aunque todavía en proporciones reducidas y en lugares aislados. La ind,'pendencia de las pemmasfimdadlls en la dependencia material es la segunda gran forma: solamente ahi se constiluy~ un sistema de me· laboJismo sOclry R('\'il!lI', \'01. XVlIl, mimo 1, agosto J 965. pá-
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Cabjlia. que no disponía ni de los más rudimerHarios instrumentOfi de una imtitución económica. Las tierras estaban éasí en su totalidad excluidas de la circulación -incluso cuando. en las ocasiones en que servían como fianza, se encontraban expuestas a pasar de un grupo a otro-o Los mercados de pueblo o de tribu quedaban aislados y no podían de ninguna manera integrarse en un mecanismo único. La oposición (marcada por la distinción espacial entre el lugar de residencia, el pueblo. y el lugar de las transacciones, el mercado) entre la «malicia sacrílega», bien vista en las transacciones del mercado. y la buena fe que conviene a los intercambios entre parientes y familiares, tenía sobre lodo por función mantener las disposiciones de cálculo favorecidas por el mercado fuera del universo de las relaciones de reciprocidad. y no impedía de ningún modo que el pequeño mercado local quedase «inmerso en la5 relaciones sociales» (embedded in social relatiol1ships). como dice Polanyi 5. De una manera general. los bienes nunca eran tratados como capital. Esto se ve en el caso de un contrato que. como la charka del buey, presenta todas las características de un prcstamo con interés: en esta tran· sacción que sólo se concibe entre 105 más extraños de los individuos con derecho a contratar, es decir. sobre todo entre miembros de pueblos diginas. 29-45. especialmente pág. 37: cr. también Finlcy, M. l.. {(Land debt. and the man of property in classical Athens», en Po/Wcal Scfencc QuarlerlJ', LXVlII, t 953. págs. 249-268. . s PoJanyi, R., Primitú'e Ardrale and Afodem EC01wmics. George Dalton (ed.), Nueva York, Doubteday and Co., 1968. y 11fe Great TrallSformation. Nueva York,
Rinehart, 1944. (Versión española: La Gran Tran.~r()n!1acióll. Madrid. La Piqueta]. Es paradójico que, en su contribución a una o~ra colectiva editada por KarJ Polanyi, Francisco Benet, por prestar demasiada ate:nción a la oposición entre el mercado y el pueblo. silencia prácticamente todo'lo Que hace que el suq local siga controlado por los valores de la economia de la buena fe (ef. Benet, F., «Explosive markets: the berber highlands), en Polanyi, K., Arensherg. C. M. y Pearson. H. W. (eds.)-Tradeand Market in tl1e EarlJ' Empire."i. Nueva York. The Free Press, 1957. (Versión española: Comercio y mercadp en los lmperjo.~ Anli~ 8UOS. Barcelona, Labor, 1976». De hecho. el slIq. ya se ,~rate del pequeño mercado tripal o de los grandes mercados regionale::;, represe~taba un modo de transacción intermedio entre dos extremos, nunca completamente realizados: de un lado, los intercambios del universo familiar, fundados en laJ.c:onfiam.3 yen la huena fe. que autorizan el que se disponga de una información casi total sobre los productos intercambiados y sobre las estrategias del vendedl?r. y el que la relación entre los responsables del intercambio persista y deba sotlrevivir al inter~ambio~ de otro lado, las estrategias racionales del ...e!f.rl'~lIlafillg market que hacen posible la estandardización de los productos y la necesidad cua$i·mecánica de los procc~os. El slIq no 3porta ya toda la información tradicíonal; tampoco ofrece lodavía las condiciones de la infonnación racional: por eso, todas las estrntegias de los campesinos tienden a limitar la inseguridad correlativa a la imprevisibilidad. trahsformando las relaciones impersonales e instantánea~ de la tran~acción comefCial, sin pasado ni porvenir, en relaciones duraderas de !eciproddad mediante el r,~curso a garantes. testigos. mediadores. . ,
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ferentrs, y que los dos par{('ua;'C!l tienden de comtín acurrc!o a di~imu :Iar (prefiriendo el prestatario ocultar su indigencia y dcjnr creer que el
buey e!) de su rropicdad con la complicidad del prc!)tndor. que tiene el mismo interés en ocultar una transacción sospechosa de no obedecer al sentimiento estricto de la equidad). un bueyes confiado por 5U propietario, a camhio de cierto número de medidas de cehada o trigo. a un campesino demasiado pobre para comprarlo~ o hien un campesino pohre se entiende con otro para que compre un pnr de bueyes y ~e los confíe por uno. dos o tres años según el caso y. si los hueyes son vendidos. el beneficio es repartido a partes iguaJes 6. Allí donde nosotws pooríamos ver un simple préstamo. y entenderíamos Que el pro\"{'C"dor de fondos conOa un buey mediante un interés de algunas medidas tic trigo. los agentc5 ven una tramaccióll ('quitativa que excluye extracción alguna de plusvalia: el prestador aporta la fuerza de trahajo del buey, pero la equi· dad es satisrccha, pues el prestatario alimenta y cuida al buey. 10 que e( prestador se vería obligado a hacer en cualquier caso. siendo las medid::ls de trigo sólo una compensación por la devaluación del huey que su envejecimiento acarrea. las diferentes variantes de la asociación concerniente a las cabras tienen tamhién en común el hacer soportar a las dos partes la disminución del capital inicial dehida al en\'cjecimicnto. El propietario, una mujer que coloca así su peculio. confia sus cahras. por tres años, a un primo lejano, relativamente pobre. del que sabe que las alimentará y cuidará bien. Se estima el ganado)' se acuerda compartir el producto (leche, lana, mantequilla). Cada semana, el prestatario envia mediante un niño una calabaza de leche. El niño no podía regre~ar cqn las manos vacías (c({a/, el portador de felicidad o la conjuración de la desgracia. tiene una significación mágica dehido a que devolver un utensilio vad{), devolver el vado, supondría ameml7.ar la prosperidad y la fecundidad de la casa): se le da frutas. aceite, aceitunas. huevos. según la temporada. Al final, el prestatario devuelve los animales y se comparten los productos. Variantes: tasándose el rehaño de seis cabras en 30.000 francos, el guardián devuelve 15.000 francos y la mitad del rebat10 inicial, es decir, tres viejas cabras~ el guardián devuelve todo el rebaño pero se queda con la lana. Así como la riqueza sólo puede funcionar como capital en relación .con un campo económico, igualmente la competencia cultural hajo cualquiera de sus formas sólo se en~uentra constituida corno capital, cultural en las relaciones objetivas que se establecen entre el sistema de producción y el sistema de producción de los productores (él mismo cons. tiluido por la relación entre el sistema escolar y la familia). La!; socie~!adcs 6 Dado que son muy numerosos los acuerdos informales SU5ccptihles de ser engendrados a partir de los principios impllcitos que rigen las transacciones entre familiares, unos procedimientos extrem~ri1ente diferentes en Jos detalles son clasificados, 5in embargo, bajo un mismo «coflcepto)~ por las taxonomías indígenas: asf, se registran tantas variantes de la dtarka del buey como informantes.
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.. h.:~pru\·b1üS de ~st.:rilurJ.
4U~ es lo que pamilc (.:ollservar y uculIluhlf bajo una furma ubjetivada los recursos Cullllf
1 La créclll:Ía. a menudo oh~tr\'ada en h.ls religiones iniciálicas. en que el 5<1- •
b¡,:r pueJe lcal\:)milÍr~e por diferentes I~)rmas de contacto Olagico -la más típica Je las c:uaks ~l..'ria el bcsu-, rcpr~scllla un ésfuél"LO por trascénd~r hlS limites dI; este moJIl de úmsl:r.. . aLiún: «Cualquier cosa qUé aprenda. el cs-pe¡;j¡¡lisla la rcc:ibl: de airo dl/klllJ que es su gurll (maéslro); ya cualquil.:r cosu qu~ apr~nda ic llamara su ilmll (ciencía). Por illJlIJ se entiende gl.:neralmenlc UO¡¡ especie de conoci· miento abslracto y dc LlptilUJ c:::xccpcional, pt:fO los c:ipiritus «conérCh)S» y un tanto ((antkuados» Vl.:n en ella a v~¡,;~s una especie de poder magico muy real que puede, en ese CUSO, 51.:r ohjl:lO de una transmisión más directa que la ensenanza» (Gcerl" c., 711e Rdigiull t!lJiH'a. Nucva York. lhe Free Prcss 01' Glencoc, Londn:s, eoIlkr-Ma~ t\lillan Ud., 1960, pago 881_ lJ Cf. en pput:~IO por su pcrmant:nda a wll\'cnirsl: c:n objelo ue amilisí~, de conlrol. Je confnmlaci\)1l y lIc: rcllcxión (Hüvdock, E. A.. Fnfan' lo IJjcllo, C~mbrillgc. f\1..L~~ .• lI~r\"i.lld ll.P., 19().i). ~I()
correlativamente, la 4cllmu/ucidll primitiva del capiwl culwml como monopolización total (~ parcial de los recursos simbólicos, religión, filo· sofia, arte, ciencia. a través de la monopolización de los instrumentos de apropiación de esos r~cursos (escritura, lectura y otras técnicas de desciframiento), en lo suce.sivo ~onservados en textos y no en las memorias. Pero el capital encuentra las condiciones para su plena realización sólo con la aparición del sistema escolar, que otorga títulos. consagrando así de manera duradera la posición ocupada en la estructura de la distríbu· ción del capital cultural.
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Aunque está totalmente justificado recordar esas condiciones negativas del recurso privilegiado o exclusivo a las formas simbólicas del poder, es preciso recordar que no dan cuenta de la lógica espccíficá de la violencia simbólica en mayor medida de lo que la ausencia de pararrayos o telégrafo eléctrico que evoca Marx en la Inlroducción general a la Crítica de la econom[a po/tiica puedan explicar sobre Júpiter o Hcrmes, es decir, sobre la lógica interna de la mitologia griega. Para ir más allá, hay que tomar en serio la representación de la economía de su propia práctica que los agentes proponen, en lo que presenta de más opuesto a su verdad «económica». ;EI jefe es, como dice MaJinowski, «un banquero tribal» que sólo acumula alimento para gastarlo y para ate· sorar de ese modo un capital de obligaciones y deudas, que serán pagadas en forma de homenajes, respeto, fidelidad y, llegado el caso, trabajo y servicios, posibles bases para una nueva acumulación de bienes materiales. Pero la analogía no debe llevar a engaño, y los procesos de circulación circular, como la colecta de un tributo seguida de una redistribución que reconduce en apariencia al punto de partida, serían perfectamente absurdos si no tuvieran por efecto transmutar la naturaleza de la relación social entre los agentes o los grupos que se encuentran involucrados. Allá donde se encuentren, la/es ciclos de consagración tienen por efecto realizar la operflción fundamental de la alquimia social, transformar unas relaCiones arbitrarias en relaciones legítimas, unas diferencias de hecho en distinciones oficialmente reconoci· d¡,¡s. ; Se es «rico para da~ a Jos pobres)) 10. Expresión ejemplar de la 1
riqu~la.
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10 La don que bies huce: al hombre para pueda aligerar la miseria de los demás, implica. ~obre Indo, obligadon~s. Probablcmcnté la creencia en la juslicia inmanl:nte cstá:·cn el urigcn de numerosas practicas (como d juramento colectivo), contribuye a hacer de la gCllcrositlad un sacrificio que mcrcc~, comu l"cL'ulllpCnSJ, esa hCIllJi~iÓJl qul.: 1.:5 la pwsperidad. (El generoso -se die:c-
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I1cgaciú" /d(711ó;:atiollj ¡}()lliica del interés que, como la
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frcudiana, permite satisfacer el interés pero sólo bajo tina forma (desinteresada) que procura demostrar que no se ,¡) satisf..1ce (la A l{j!Jebwlg de la represión no implica, sin embargo, «una aceptación de Jo reprimido»). Se posee para dar. Pero también se posee al dar. El don que no es restituido puede convertirse en ur.a deuda, una obligación duradera~ y el único poder reconocido, el reconocimiento, la fidelidad personal o el prestigio, es el que uno se asegura cuando' da. En tal universo, no hay más que dos formas de retener a alguien duraderamente: el don o la deuda, las obligaciones abiertamente económicas que impone el usurero 1\, O las obligaciones morales y las ataduras afectivas que crea y mantiene el don generoso; en resumidas cuentas~ la violencia declarada o la violencia simbólica, violencia censurada)' C!ulemizada, es decir, irreconocible [m éCOl1 na issab/e] y reconocida. El «modo de dao>, manera, forma, es lo que separa al don del toma y daca, a la obligación moral de la obligación económica: guardar las formas es hacer de la manera de actuar y de las formas exteriores de la acción la negación (dénégatioll] práctica del contenido de la acción y de la violencia potencial que puede encubrir 12. La relación entre estas dos formas de violencia que coexisten en la misma formación socia) y, a véces, en la misma relación, es clara: puesto que la dominación sólo puede ejercerse bajo su IOrlna eleJ11ental, es decir, de persona a persona, no puede realizarse abiertamente y debe disimularse bajo el velo de las relaciones encantadas, de las que aquéllas entre parientes ofrecen el inodelo oficial; en resumidas cuentas, hacers~ irreconocible {se ¡aire méconnaftrej para hacerse reconocer. Sí }a economía pre1Jlll7g
cs amigo de Díos» (<
capitalista es el lugar por excelencia dr la Y¡olenda simbólica. sr dehe a que las rrIaciolles de domirwri(úl sólo pueden ser instauradas nhí.. mantenidas o restauradas al precio de estrategias que debcn. a nesgo de aniquilarse por traicionar abiertamente su verdad. travestirse, transfigurarse. en una palnhra, ('uf{>mi:arsc: y a que las c('n51(ra~ que impone a la Illanifes{:lciün nhierta de la violencia, en particular hajo su forma hrutnlmcnte cconümica. hacen que los intereses sólo puedan satisfacerse a condiciún de ser di~imulados en y por las estrategias mismas que trnl:ln de satisfacerlos. No se dehe. pues. ver una contradicción en el hecho de que I~ violencia esté a In ve? presente y enmascarada u. Dado que no dIspone de la violencia implaenble v oculta de los mccanismos objetivos que autorizan a los domi~antcs a contentarse con estrategias de reproducción. a menudo puramente negati\'ns. e~ta economía debe recurrir sjl1wlfáneamcJ1tc a unas formas de dominación que. desde el punto de vista del observador contcmpor~íneo, pueden parecer más hrutales. más primitivas. más hárbaras y, al mismo tiempo, más suaves. más humanas, lllás respetuosas de fa persona 14. Esta coexistencia de la violencia declarada. física o económica. y la violencia simhólica más rclinaqa, se encuentra en todas las instituciones características de esta economía y en el corazón mismo de cada relacft'ln social: está 1.\ La historia cid vocahulario de Ins instituciones indo('uro~ens que escribe Emilc Bcnveniste, recoge los punto~ de referencia fingüLc;ticns dd proceso de re\'('lamicJlto y de dcscllcaJltamícnro que conduce de la violencia fisica o sirnhtilica al derecho «económico». del re.'\cale (del prisionero) a la compra. dd premio (por una ha7.añn) al s:llario. y tambirn del rcconocimiento mOfal al reconocimiento ele deudils. de In creencia nI crrclito. o. incluso. del compromiso m(lfal al compromiso ejecutorio nnle un trihun:tl. (fknvenistC', E.• ('/'. dI.. p~gs. 12J.2(1~). 101 Ln cuestión del m/or rC'1ativ() dI." los modos de d0n1in3ción -quC' r1anl('an. al menos implícitamcnte. las cVQt'aciones r{'lusotliann~ de pnraí~os originak.<; o Ins disertaciones americanoC'éntricas 50ort: la (modernízadónn- ('st6 lotalmC'nte desprovisla de sentido y sólo pucde dar lugar a det'lales inlerminables. por deli. nición. sobre las l'('/l/njas .1' /OJ il1('Olf!·C'l1ie11/('.f de lo anterior.1' /0 pos/crior. que no lienen !"ás interés que el de revelar los/cm/asmas .wn"a!es del inwstigndor. es decir, la relación no analizada que mantiene con su propia sociedad. Como en tndos los casos en que se trata de compardr un sistema con otro. s(' puede IIcvar al inlinito la oposición de rcpresent3doncs parciales de 105 dos sistemas (cnc<\tlla. miento vs. desencantamiento. por ejemplo). cuya coloración afectiv:l y connolá~ ciones éticas varían sólo según estén constituidas a partir de uno 1I otro dl' los do" sistemas tomados como punto de p3rtida. Lo~ únicos ohjetos legitimos de corno parnción son los sistemas considerados como tales. lo que impide r('afi7ar cualquier evnlunción distinta de fa que entrai\a di' h('cl1o In lógica inmanente de la
evolución.
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prcsent~ en
la deuda tanto como en el don que, a pesar de su aparente contradicción, tienen en común el poder de fundar tan,to la dependencia e, incluso, la servidumbre, como la solidaridad, segun las estrategias a las que sirven 15. Esta ambigüedad esencial de todas las instituciones que las modernas taxonomias llevarían a trinar como «económicas» atestigua que las estrategias opuestas que, como en la relación entre el amo y su khamme~', pueden coexistir, son medios sustilUibles de desempeñar la misma función, dependiendo la «elección» entre la vio)enci~ declarada y la violencia suave e invisible, del estado de las rclaClOnes de fuerza entre las dos partes y de la integración e integridad ética del grupo que arbitra. Mientras la violencia declarada, la del usurero o el amo sin piedad, tropiece con la reprobación colectiva y se exponga a suscitar bien la r~spuesla violenta bien la huida de la víclima, es decir, en los dos casos y debido a la ausencia de ("Ha/'1uie)' l~l[erlla(Na. la aniquilación de la misma relación que se quic;re explotar, la violencia simbólica, violencia suave, invisible, ignorada COq10 tal\ elegida tanto como sufrida, la ~e ~a contianza, el l:ompromiso, la fid~lidad personal, la hospltalldad, el don, la deuda, el reconocimiento, la piedad, todas las virtudes, ~n unu palahra, que honra la moral del honor, se impone comq el moJo J~ dominación más económico por ser el más conforme con la economía dd si.stcma. Es ahí ~omo una rdación social Wn próxima, en apariencia, a una simple rduciún c:ntre el capital y el trabajo, como es uquella que unía el amo a su khammcs {cspct:ic de aparcero au (Jltilll que s610 recibía una parte ITlUY p~Llucña de la cosecha. en general un quinto, con variantes Il)Caks), únkamcnlc podia mantenerse gracias a una combinación una allanancia dt: la violencia material y la violencia simbólica dir~cta Illcnte aplicadas a la pcr~ona misma que se trulaba oc vincular. El amo podía r~t~n~r a su kJwlJlmes por una deuda qu~ le obligaba í.l renovar su contrato mj~nlnlS no encontrase un nuevo amo que estuvic:ra dispuesto a abonar d montante de su o~Llda al antiguo patrono, es decir, indefinidamenle. Podia tambié'n reéurrir a medidas brululcs, como el embargo de loda la cosecha pflra cubrir el montante de sus anlicip?s. Pero' cada relación particular ~ra el producto de estrategias complejas cuya diL'ada dépénqia no sólo dI: la fuerza material y simbólica de las partes
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Finlcy muestra que ia deuda, en ocasiones llprovechada par<.! crear servidumbre, podía lambi~f1 sl:1'vir para crear n:\;}cioncs de so-
una situación de
liJariJaJ cnlre iguales (Finte}', r.,'1. E, «La Ser\ ilude pour dCllc~», ~11 Rel'/le d'/¡js· l{lir,- "11 droic /1'lmrais el drallger. 4. J serie, XI.1l1, ahril-junio 1965, numo 2, ~ págs. 15'.J-1l~·n.
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en presencia, sino también de su habilidad para movilizar al grupo suscitando la conmiseración o la indignación. A nesgo de verse privado de lo que constituye frecuentemente el único beneficio procurado por la lación, es decir) para numerosos amos que apenas más ricos que sus khammes. habrían tenido interés en cultivar por si mismos su tierra, el estatus mismo de amo (o de no-khammes), el amo tenia interés en manifestar las virtudes de su rango excluyendo de la relación «económica» cualquier otra garantía que no fuera la fidelidad exigida por el honor y tratando como a un asociado a su khammes que, por su parte, sólo pe- día entrar, con la corpplicidad de todo el grupo) en esta ficción interesada pero idónea para proporcionarle una representación honorable de su condición. Dada hfausencia de un autentico mercado de trabajo y la escasez (el alto precio~. por tanto) del dinero, el amo no podía servir m~~· jor a sus intereses quettejiendo día a día los lazos éticos y afectivos tanlO como «eeon,órnicos}} ~que lo ligaban duraderamente a ~u khammes, 'f' cambio de cuidados y atenciones incesantes: era él a menudo quien, par~¡ retenerlo, arreglaba el;matrimonio de su khammes (o del hijo de éste) y quien lo instálaba, corrsu familia, en su propia casa; los niños, educados en común en la comu'nic\ad de bienes (rebaño, campos, etc.), se enteraban a menudo de su dondición sólo muy tardíamente. No era raro que un hijo" del khammes partiera a trabajar a la ciudad como obrero asala· fiado junto con uno q'e los hijos del propietario, al que entregaba sus ahorros. En suma, el amo sólo podía obtener de su khammes que se, consagrara duradera~ente a sus intereses en la medida en que lo aso· ciaba por entero a sus!~ntereses, hasta el punto de enmascarar) negándola simbólicamente en todos sus comportamientos, la disimetría de la relación que lo unía a 'él: el khammes es aquél a quien uno conCia sus bienes, su casa, su honor (como recuerda la fórmula «cuento contigo, asociado) yo voy a asociarme», que emplea el amo que parte a trabajar a la ciudad o a Francia); es aquel que «1rata la tierra del mismo modo que el propiet.ario» pues nada en la conducta de su amo le prohíbe reconocer para sí derechqs sobre la tierra que trabaja, y no es raro oír a un khaml11es apoyarse, basíante tiempo despues de haber dejado a su «amo», en el sudor vertido, para coger unas [rulas o penelrar en la propiedad. Y así como no se siente nunca liberado por completo de sus obligaciones hacia su antiguo amo, igualmente le puede reprochar a éste. después de lo que llama el «viraje);, la «cobardía» que entraña abandonar a quien había «adoptado».
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. Las formas suaves y larvadas de violencia tienen tantas más posibilidades de imponerse como única forma de ejercer la dominación y la ,explotación, cuanto más dificil y reprobada sea la explotación directa y brutal. Seria tan falso identificar esta economía esencialmente doble con su verdad oficial) como reducirla a su verdad «objetiva» viendo en la ayuda mutua una especie de 215
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prestación obligatoria, en el kltammcs una especie de esclavo, etc. El capital {(económico» sólo actúa bajo la forma cufernjzada del .capital simbólico. Esta reconversión del caphal, que es condición -)Je su eficacia, nada tiene de automática: ~xige, además de un perfecto conocimiento de la lógica de la ecooomía de la negación Idél1égalion/. unos cuidados incesantes y to~o un trabajo. indispensable para establecer y mantener las relaciones, y también unas inversiones [investissemenrsJ importantes, tanto materiales como simbólicas -ya se trate de la asistencia política contra fas agresiones, robos, ofensas e injurias, o de ~a asistencia económica, a menudo muy costosa, en particulár en caso de carestía-; y también la disposición (sincera) a ofrecer esas cosas c;ue son más personales, más preciosas por tanto, que los bienes o el dinero, porque, como se suele decir, no pueden «ni prestarse ni tomarse en préstarnQ), como es el tiempo 16 -el que hay que tomarse para hacer esas cosas «que no se olvidan», porque están hechas como se debe, cuando se debe, «detalles», ({geslos», «gentilezas))-. La autoridad es siempre percibida como una propiedad de la persona, porque la violencia suave exige de aquél sobre el que se ejerce que se entregue por entero 17.
La dominación suave es muy costosa para quien la ejerce. Y, en primer lugar, lo es económicamente. Debido a que su acción se añadía a los obstáculos objetivos ligados a la debilidad de los medios de producción y a la ausencia de instituciones «económicas}}, los mecanismos sociales que, imponiendo la represión del interés económico, tendían a hacer de la acumulación de capital simbólico la únicaJorma reconocida de acumulación, bastaban, probablemente, para frenar, e incluso prohibir, la concentración de capital material '8. Los más desahogados debían contar con el juicio colectivo, porque de él extrafan su autoridad y, en particular, su pdder de movilizar al grupo por o contra unos individuos o unos grupos; debían contar también con la moral oficial que les imponía no sólo las más fuertes participaciones en los intercambios ceremoniales, sino, además, las más pesadas contrib~ciones al manteni16 A quien «no sabe consagrarle a olro el tiempo que le debe» se le lanzan reproches: «Apenas has llegado y ya te estás marchando», «¿Nos dejas? Si nos acabamos de sentar... No hemos hablado todavra de nada». 11 La fides, como recuerda Benveniste. no es la «confianza» sino la «calidad propia de un ser que inspira confianza, y se ejerce en forma de autoridad protectora sobre Quien confia en él» (Benveniste, E., op. at. voJ.i, págs. 117 Ysigs.). lB y era, sin duda, excepcional que la asamblea estuvi,era obligada a intervenir expresamente, como en cierto caso contado por Mau'~ier, para conminar a alguien a «dejar de enriquecerse») (Maunicr, R., Mélallges de sociologie nord africaine. París. Atean, 1930, pág. 68). .
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En resumidas cuentas. al no estar asegurada por u na delegación oficialmente declarada e institucionalmente garantizada. la autoridad personal no puede perpetuarse duraderamente s~ no es a través de acciones que la reafirmen por su conformidad a los valores que reconoce el grupo 19: los «grandes» pueden en menor 11} Los morahitos están en situación diferente. dehido a que di~ronen de una delegación institucional en tanto que miembros de un cuerpo re~p('téldo de «funcionarios del culto) y a Que se mantienen en un estatus separado -en particular. por medio de una endogamia suficientemente rigurosa y dt' todo un conJunto de tradiciones propias. como la reclusión de sus mujeres-o No ohstante. aquéllos de los que se dice Que. «semejantes al torrente. crecen en tiempo de tormenta}}. sólo pueden. como lo sugiere el dicho, sacar pro'"ccho de su rundeln cunsi-institudo· nalizada de mediadores si encuentran en su conocimiento de las lr(ldicionC'~ y de las personas el medio de ejercer una autoridad ~imhólica quC' no existe mñs que por delegación directa del grupo: los moraf1it('l~ sólo son. en la mayoría de los ca· SOS. la coartada objetiva, la «puerta» como se dice" Que permite a 105 grupos en conflicto ponerse de acuerdo sin perder prestigio.
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medida que nadie permilirsc cllomar libertades con las normas oficiales, y deben pagar su aumento de valor con un incremento de conformidad a los valores del grupo. Mientras no se eonsti· tuya el sistema de mecanismos que aseguran con su propio mo· vimiemo la reproducción del orden establecido, no les basta a los don1inantes con dejar hacer al siSleJll{l que dominan, para ejer· cct d.unlderamente la dominación; les es necesario trabajar cotidiana y personalmente en la producción y rcproducción de las condic~ones siempr~ inciertas de la dominación. Al no poder contentarse con la apropiación de los beneficios de una máquina social todavía incapaz de encontrar en ella misma el poder de auloperpcluación, están condenados a las '/()fJ1WS elementales de domintlcü>n, es decir, a la dominación directa de una persona so· bre o~ra, cuyo límite es la apropiación personal, es decir, la esclavitud; no pucden apropiarse del trabajo, los servicios, los bienes, los homenajes, el respeto de los otros sin «ganárselos» personalmentc, sin «vinculársdos», en suma, sin crear un lazo personal, de pt:rsona a persona. Operación fundamental de la alquimia social, cuyo paradigma es el intercambio de dones, la transformación de una csp~cie cualquiera de capital en capital simbólico, posc~jón legítima fundada en la naturaleza de su poseedor, su'püne siempre una forma de trabajo, un gasto visible (sin que sea nccc.:sarii..lm~ntc oSlensivo) de lic:::mpo, dinero y cnergía, una redistribución necesaria para asegurar el reconocimiento de la dis· tribución, bajo la forma del reconocimiento otorgado por aquel que recibe a quien mejor situado en la distribución, está en situación de dar, reconocimiento de deuda que es también rcconocimi~nto de valor. Se puede observar que, desafiando los usos simplistas de la Ji~tinción entre la íl1fra~stl'UClUra y la superestructura :W, los mel:ullisll1oS s{H.:iaics qlle ascguran la producción de los hahitus l'nnl'nrml:S IlH'll1í.l11 parl~ integrantc, aquí como en otras partes, dI.: lus condiciúnes de rcproJuceión del orJ~n social y del aparato dé proJucdbn mbmo, que no podrían funcionar sin las disposiciones. que: el grupo incuk4 y refuerLa conlinuam~nte, y que hacen impt.'IJWIb!es uilas prácticas que la economía desencantada del l
«interés totalmente desnudo» hará aparecer como legítimas o, incluso, como evidentes. Pero el peso particularmente grande que corresponde a los habitus y a sus estrategias en la instauración y la perpetuación de relaciones duraderas de dominación es todavía un efecto de la estructura del cmnpo: al no ofrecer las condiciones institucionales de la'acumulación de capital económico o de capital cultural (que desalienta, incluso expresamente, mediante una censura que impone el recurso a formas eufemizadas de poder y de violencia), este orden económico hace que las es· trategias orientadas hacia la acumulación de capital simbólico que se observan en todas las formaciones sociales, sean en este caso las más racionales, por ser las más eficaces en los límites de las constricciones inherentes al universo. Es en el grado de objetivación del capital dOIlrle reside eJ fundamento de todas las diferencias pertinentes eni~re los modos de dominación: los universos sociales donde las relaciones de dominación se hacen, deshacen y rehacen en y mediante la interacción entre las personas, se oponen a las formaciones sociales donde, mediatizadas por unos me· canismos objetivos e tnstitucionalizados como el «mercado autorregulado» (selfl'egll/ating markel) en el sentido de Karl Polanyi, el sistema de,enseñanza o el aparato jurídico, tienen la opacidad y la perman~¡ncia de las cosas que escapan a las tomas de consciencia y de poaer individuales. JI
La oposición entre ur\os universos de relaciones sociales que, por no guardar en si mismos el principio de su reproducción, sólo pueden subsistir al precio de una verdadera creación continua, y un mundo social que, movido por su propia vis ínsita. dispensa a Jos agentes de ese trabajo incesante e indefinido de instauración o de restauración, encuentra su expresión directa en la historia o la prehistoria del pensamiento social. «Pan.\ Hobbes -escribe Durkheim- es un acto de voluntad lo que da nacimiento al orden social y es un acto de voluntad perpetuamente renovado 10 que le sirve de soporte» 21. Y todo permite suponer que la
rx;nnitc mU\iílilar con uilOS fines clas¡ficalurio~ y aparcnkmcnlc explicutivos loda la simboli¡;a w.IOljuiliLaJor¡¡ {k la arljUi(L'Clllra, L'smIL'tIlra por SUPUl:SIO, y, por lanto, it!/i'(J(.'j/rllC/1IW y JU/I('rl.'S(f/lcl tl fa. pero tambien ¡imdo. /imdw:ióll. (undanll'1ll0. ba\('. ~in olviJar los inimllahks pcMlIj¡)') (en profundil..lacJ) Jc (jllr~·ill:h.
21 Durkheim, E" Montesqll!(!1l el RO/lsseau précurseurs de la sociologie, Paris, Riviere et Cía" 1953, págs. 195·}97. La correspondencia con la teoria cartesi.ma de la creación continua es perfecta. Y cuando Leibniz, criticando a ese Dios qu~ está condenado él move¡: el mundo «como el carplnlero mueve su hacha o como ~l molinero dirige la rU:eda desviando las aguas o dirigiendolas hacia la noda» (Leibniz, G. W., De Ipse Nmlll'll. Opuseu/" phiJosóphica sdecta. París, Boi· vio, 1939, pág. 92), opone al mundo cartesiano, incapaz de subsistir sin asistencia continua, un mundo físico dotado de una vis propria, anuncia la crítica de toda forma de rechazo del reconocimiento dé una «naturaleza}) al mundo social, es decir, una necesidad inmancllte, que sólo encontrara su expresión mutho más larcJ~
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!u El pt.:nsumicnto en términos de «instancias») deb~ su casi inevitable exilo s\)dal al h~\:ho JI.: 4U":, como lo mo~lrari¡¡ el andlisis más c:h.:mcntal de los usos,
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ruplura con eSla visión artificialista, que es condición de la apreh~nsión científica, no podía efectuarse antes de que fueran constituido~, en rea· lidad, los mecanismos objetivos como el st!!j.regllluting markcl que, con~o subraya Polnoyi, permitía imponer la creencia en el determinismo n.
La objetivación en unas instituciones garantiza la permanencia y la acumulación de las adquisiciones, tanto materiales como simbólicas, que pueden subsistir sin que los agentes tengan que recrearlas continua e integralmente mediante una acción expresa; pero, debido a que los beneficios asegurados por estas instituciones son objeto de una· apropiación diferencial, aquélla tiende también a asegurar, inséparablemente, la reproducción de la estructura de la distribución del capital que, bajo sus diferentes especies, es la condIción de est~ apropiación y, al mismo tiempo, Ja reproducción de ia estructura de las relaciones de dominación y de dependencia. Paradójicamente, es la exiStencia de campos relativamente autónomos, funcionando segúo mecanismos rigurosos y capaces de imponer a los agentes su ne¿esidad, lo que permite que IQS detentadores de los medios para qominar esos mecanismos y apropiarse de los beneficios materitles o simbólicos producidos por su funcionamiento, puedan ahorrarse unas estrategias orientadas expresa y directamente hacia la dominación de las personas. Se trata, en efecto, de una economía, pues las estrategias tendentes a instaurar o mantener unas relaciones duraderas de dependencia de persona a persona son, ya, lo hemos visto, extremadamente costosas, lo que hace que el medio se coma al objetivo y que las acciones necesarias para asegurar la duración del p00cr contribuyan a su fragilidad. Hay que gastar fuerza para producir Derecho, y ocurre que una gran parte de la fuerza se conSU"1e en ello ". (es decir, más precisamente en la introducción a los Principios de /afi/osofta del Derecho de Hage1). 22 La existencia de mecanismos capaces de asegurar la reproducción del oro
den político de toda intervención expresa inclina, a su vez, a aceptar una defini~ ción estrecha de la poJitíca)' de las prácticas orientadas hacia la adquisíción o la conservación del poder que excluye tácitamente la competición por el dominio de los mecanismos de reproducción. Así es como, cuando se propone a modo de objeto principal -como ee la actualidad eso que se denomina «ciencia polí~ tic3»-la esfera de la política legitima, la ciencia social retorna por su cuenta el objeto preeonstituido que le impone la realidad. . 2J Se ha indicado a menudo que la Iqgica que ,convierte la redistribución de los bienes en condición de la perpetuación del poder tiende a frenar o a impedir
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El pundonor es politica en estado puro. Lleva
aacumular li-
quezas materiales que no encuentran su justificación «en sí ml~
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mas». es decir, en su función «económica» o ( al menos no depender completamente de ella para obtener la creencia y la obediencia de los otros y para movilizar su fuerza de trabajo o su fuerza de combate: y todo pero mite suponer que, como en el caso del feudalismo según Geo:ges Duby, la acumulación de capital «económico}) se hace pOSible cuando aparece la posibilidad de asegurar la reprodUCCión del capital simbólico de manera duradera y al menor coste, y de continuar la guerra propiamente política por el rango, la dlstmclOn, la preeminencia, mediante otros medios, más «económicos». La institucionalización sustituye las relaciones entre unos agentes indisociables de las funciones que desempeñan y que sólo pueden perpetuar entregándose por entero y sin cesar, por las relaciones estrictamente establecidas Yjurídicamente garantizadas entre posiciones reconocidas, definidas por su rango en un espa· la acumulación primitiva del capital económico y la aparición de la división en clases (Cf.• por ejemplo. Wolf, E.• Sons o[/he Shaking Earth, Chicago. Chicago U.P.• 1959, pág. 216).
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cío relalivamente autónomo de posiciones y que tienen su propia existencia~ distinta e independiente de sus ocupantes actuales y potcnciales~ ellos mismos definidos por unos t{lulos que, como los títulos de nobleza, los títulos de propiedad o los títulos escolares, les autorizan a ocupar estas posiciones 24. Por oposición a la a~toridad personal, que no puede ser delegada ni transmitida hereditariamente, el título, en tanto que medida de rango o de orden, es decir, en tanto que instrumento formal de evaluación de Ja posición de los agentes en una distribución, permite establecer unas relaciones de equivalencia (o de conmensurabilidad) casi perfecta entre unos agentes definidos como. pretendientes a la apropiación de una clase particular de bienes, propiedades inmuebles, dignidades, cargos, privilegios, yesos bienes, ellos mismos clasificados, regulando así de manera duradera, las relaciones entre esos agentes desde el punto de vista de su orden legítimo de acceso a los bienes y a los grupos definidos por la propiedad exclusiva de esos bienes. Así, por ejemplo, al dar el mismo valor a todos los detentadores del mismo título y hacerlos así sustitui· bIes, el sistema de enseñanza reduCe fll máximo los obstáculos para la circulación del capital cultural que se derivan del hecho de que esté incorporado a un individuo singular (sin suprimir, no obstante~ los beneficios asociados a la Ideología carismática de la persona irremplazable 25)~ permite relacionar el conjunto de los detentadotes de títulos (y también, negativamente. el conjunto de los desprovistos de ellos) con un mismo patrón, instaurando así un mercado unificado de toc;Ias las capacidades culturales y garantizando la convertibilidad en moneda del capital cultural adquirido a cambio de un gasto determinado de tiempo y tra~ bajo. El título escolar, como la moneda, tiene un valor convencional, formal, jurídicamente garantizado, libre, por tanto, de las 24 Una historia social de la noción de título, de la que el titulo nobiliario o el escolar son casos particulares, deberla mostrar las condiciones sociales y los efec: tos del paso de la autoridad personal (por ejemplo, la gratis. consideración, in· fluencia, de los romanos) al títlllo o, si se quiere, del honor al jlls honoTwn: así,_ en Roma, al definir el uso de los Utulos (por ejemplo, eques romanlls) una digo, nilíras. como posición oficialmente reconocida en el Estado (por oposición a una simple cualidad personal), se encuentra progresivamente sometida -como el uso de los insignia- a los controles minuciosos del uso o del Derecho (Nicotet, el., L'ordre éqllestre l'époque républicaine. J, «Dtfinitions juridiques et structures, sociales», Parts. 1966. págs. 236-241). 2j Medida de rango, que indica la posición de un agente en la estructura de la distribución del capital cultural, el titulo escolar es socialmente percibido como garantía de la posesión de una delerminada cantidad de capital cultural.
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limitaciones locales (a diferencia del capital cultural no escolar~ mente certificado) y: de las Ouctuaciones temporales: el capital cultural que de alguna manera es así garantizado de una vez por todas no necesita ser continuamente corroborado. La ohjeti\'ación que efectúa el título y, más generalmente, todas las formas de «poderes» (credentialsj, en el sentido de «prueba escrita de cualificación que corifiere crédito o autoridad». es inseparable de la que asegura el Derecho cuando garantiza unas positiol1es IN'''· manentes. independientes de los individuos biológicos que reclaman y susceptibles de ser ocupadas por agentes biológicamente diferentes aunque intercambiables bajo el punto de vista de los títulos que deben detentar. Desde ese momento. las relaciones ele poder y dependencia no se establecen ya directamente entre personas; se instauran, en la objetividad misma. entre instituciones, es decÍr, entre títulos socialmente garantizados y puestos socialmente definidos y, a través de ellos. entre los mecanismos sociales que producen y garantizan el valor social de los tfluJos y los puestos, y la disposición de esos atributos sociales entre los individuos biológicos. El Derecho no hace más que consagrar simbólicamente, mediante un registro que eterniza y universaliza. el estado de la relación de fuerzas entre los grupos y las clases que el funcionamiento de esos mecanismos produce y garantiza en la práctica. Por ejemplo, registra legitima la distribución entre la función y la persona, entre el poder y su detentador. al mismo tiempo que la relación que se establece en un momento dado del tiempo en~ tre los tHulos y los pu~stos (en función del bargaininf? pOli'e,. de los vendedores y comBTadores de fuerza de trabajo cualificada. es decir, escolarmente garantizada) y que se materializa en una dis~ tribución determinada de los beneficios materiales y simhólicos atribuidos a los detentbdores (o no detentadores) de títulos. Así, aporta la contribudón¡de su fuerza propia, es decir, propiamente simbólica, a la acción ·j9eJ conjunto de mecanismos que permite ahorrarse la reafirmaci9n continua de las relaciones de fuena por el uso declarado de la fuerza. El efecto de legiti~ación del orden estahlecido no incumbe solamente, como verri-os, a los mecanismos tradicionalmente considerados como pertenecientes al orden de la ideología, como el Derecho. El sistema,· de producción de bienes culturales o el sistema de producción de los productores desempeñan por añadidura, es decir, por la lógica misma de su funcionamiento. unas funciones ideológicas, debido a que los mecanismos por los que
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contribuyen a la reproducción del orden social y a la permanencia d~ las relaciones de dominación permanecen ocultos. Como se ha mostrado en otro lugar, el sistema de enseñanza contribuye a proporcionar a la clase dominante una «teodicea de su propio privilegio» no tanto a través de las ideologías que produce o que inculca, sino, más bien, a través de la justificación práctica del orden establecido que proporciona disimulando bajo la reladón patente entre los tílulos y los puestos que garantiza la relación que registra sllbrepLiciameJl1e, bajo apariencia de igualdad formal, entre los títulos obtenidos y el capital cultural heredado, es decir, a través de la legitimación que así aporta aJa transmisión de esta forma de herencia. Los efectos ideológicos más seguros son aquellos que para ejercerse no precisan palabras sino dejar hacer, y un silencío cómplice 26, Si es cierto que la violencia simbólica eS la forma suave y larvada que toma la violencia cuando la viole:ncia declarada resuJta imposible, se comprende Que las formas si:mbólicas de dominación hayan languidecido progresivamente, ;1 medida que se constituían los mecanismos objetivos que, hacíendo inútil el trabajo de eufemización, tendían a producir las disposiciones «desencantadas» que exigía su desarrollo 27. Se comprende también que el desarrollo de las fuer¿as de subversión y de crítica que las formas más brutales de la explotación «económica;» han suscitado, y la revelación de los efectos ideológicos y prá~Jicos de los mecanis-
mos .que aseguran la reproducción de las relaciones de dominación, determinen un retorno a modos de acumulación fundados en la conversión del capital económico en capital sitpbólicQ, como todas las formas de redistribución legitimadora, pública (política ,«social») o privada (financiamiento de fundaciones «desinteresadas», donación a hospitales, a instituciones escolares y culturales, etc.) mediante las cuales los dominantes se as~guran un ca,pital de «crédito» que parece no deber nada a la lógica de la explotación 28) o, incluso, el atesoramiento de bienes de lujo que atestigua el gusto y la distinción de su poseedor. La negación [dénégation] de la economía y del interés económico que, en las sociedades precapitalistas, se ejercía en primer lugar sobre el terreno mismo de las transacciones «económicas», de donde ha sido necesario excluirlo para constituir como tal «la economía», encuentra así su refugio predilecto en el ámbito del arte y de la «cultura», lugar del consumo puro, de dinero por supuesto, pero también de tiempo, islote sagrado que se opone de manera ostentosa al universo profano y cotidiano de la producción, refugio de la gratuidad y del desinterés que propone, como en otros tiempos lo hacía la teología, una antropología imaginaria obtenida gracias a la negación [dénégalion} de todas las negaciones que efectúa realmente «la economía»,
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~6 Es I.kdr, que lodo análisis de las ideologías en el sentido estricto de dist:ur:;o Jc kgilimación, que no contenga un análisis de los mecanismos institucionales corr~spondicntes, se expone a no ser más Que ~n:a contribución suplemen-
laria a la dicacia de esas ideologías: es el caso de todos los análisis internos (semio\ógicos) de las ideologías polílicas, escolares, religiosas o artísticas, que ol-
vidan 4Uc la función política de estas ideologías pucd~t en dct~rminados casos, l'éJudr:;;c al dc~lo de desplazamiento y dcsvio, úe disim~lludón y legitimación qu~ proUlll:t:ll al reproducir, por defecto, por omisión, en ~us silencios voluntaria o involulHariamcnlc cómpliccs, los c!ct:tos de los mecanismos objetivos. Es el caso, por ejemplo, de la ideología carismática (o merílOcrát{ca), forma particular del don del (JoO), que explica las posibilidades diferencia1es de acceso a los títulos por la dcsiguí.1ldad de los dones naturales, reforzando as~ el efecto de los rnccanis1l1llS que disimulan la rdación cIHrc los títulos obtcnidc\s y el capital cultural he. reJado, : 27 En la lucha ideológica enlre los grupos (clases de edad o· clases sexuales, por ejemplo) o las clases sociales por la definición de la realidad, a la violencia simbólica, como violencia no reconocida [méCO/lI1l111Y recon'ocida, legitima por tanto, se opone la toma d~ consciencia d~ lo arbilrario qu~ désposec a los dominanles de una pane de su fuerza simhólica aboliel1l.Jo el nu-reconocimiento {memllJlaissfllU'ej.
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28 No fue un sociólogo sino un grupo de industriales americanos el Que, para dar cuenta del efecto de los «relaciones püblicólS», forjó la «teoría de la cuenta bancaria», que «exige que se hagan depósitos regulares y IreclleJllcs al Banco de la opinión pública (Ballk 01 Pub/ic Good- WiIJ) para poder así extender cheques de esa cuenla cuando sea necesario» (citado por Mac Kean, D., Pari)' alld Prt!s' !Jure Politics, Nueva York, Houghton Miffiin Company, 1944). Se puede ,onsul· tar también Gablc, R. W., «N.A.M.: lnfluentiallobby or kiss of dealh'!}}, en The JOllTlwlo/Polilics. vol. 15, mimo 2, mayo 1953, pág. 262 (sobre los modos diferentes de acción de la N.A.M" acción sobre el gran público, acción sobre los educadores, los eclesiásticos, los líderes de clubes femeninos, los líderes agrícolas, .etc.) y Turner, H. A., «How preasure groups opera le}), en Tlle Amzals o/ihe América" Acatfl!J1lY 0./ Political and Social Scie!lce, vol. 31, septiembre 1958, p<.igs. 63-72
(sobre la manera como la organización se eleva por si misma en la estima del público y condiciona las actitudes de cura a crear un estado de opinión pública tal que el público acoja favorablemente los programas deseados por el grupo).