Descripción: Bajtín, Mijaíl (1982). El problema de los géneros discursivos. En Bajtín, Mijaíl, Estética de la creación verbal (pp. 248-293), México, Siglo XXI. Elaborado por Omar Villarreal Salas. Resumen: EL PROBLEMA DE LOS GÉNEROS DISCURSIVOS 1. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA Y DEFINICIÓN DE LOS GÉNEROS DISCURSIVOS. Las diferentes esferas de la actividad humana están relacionadas con el uso de la lengua, que se lleva a cabo en forma de enunciados que reflejan las condiciones específicas y el objeto de cada una de las esferas por su contenido, su estilo verbal, por la selección de recursos léxicos, fraseológicos y gramaticales y por su estructuración. Cada esfera del uso de la lengua elabora sus tipos estables de enunciados individuales, a los que denominamos géneros discursivos. La heterogeneidad de los géneros discursivos es tan grande que no puede haber un solo enfoque para su estudio. Se han estudiado los géneros literarios desde su especificidad artística, dentro de los límites de lo literario y no como tipos de enunciados que se distinguen de otros tipos pero tienen una naturaleza verbal común. Se han estudiado también los géneros discursivos desde el punto de vista de la lingüística general, pero estos estudios tampoco han podido conducir a una definición correcta de la naturaleza lingüística común del enunciado, porque su definición se limitó a la especificidad del habla cotidiana. Hay que prestar atención a la diferencia entre géneros discursivos primarios (simples) y secundarios (complejos). Los géneros secundarios surgen de la comunicación cultural compleja, desarrollada y organizada, principalmente escrita; y absorben y reelaboran diversos géneros primarios (simples) que se constituyen en la comunicación discursiva inmediata. El estilo es indisoluble del enunciado y de las formas típicas de enunciados, es decir de los géneros discursivos. En tanto que todo enunciado de cualquier esfera de la comunicación discursiva refleja la individualidad del hablante, posee un estilo individual. Sin embargo, no todos los géneros son susceptibles al reflejo de la individualidad del hablante. Los estilos lingüísticos o funcionales son estilos genéricos a los que les corresponde una función determinada: científica, técnica, periodística, oficial, cotidiana, etc. El estilo se relaciona con determinados tipos de estructuración de una totalidad, con los tipos de conclusión y de relación entre el hablante y otros participantes. El estilo es un elemento en la unidad genérica del enunciado. Así, la estilística como disciplina solo es posible si se funda en una constante consideración de la naturaleza genérica de los estilos de la lengua y un estudio de los géneros discursivos. Los cambios históricos en los estilos de la lengua se vinculan con los cambios de los géneros discursivos. En ese sentido, la lengua literaria incluye los estilos de la lengua no literaria y representa un sistema complejo y organizado. Para comprender su compleja dinámica histórica, hace falta elaborar la historia de los géneros discursivos (secundarios y primarios) que reflejan las transformaciones de la vida social. Cualquier extensión literaria está relacionada con la penetración de nuevos procedimientos genéricos para estructurar una totalidad discursiva, para concluirla, para tomar en cuenta al oyente o participante, todo lo cual lleva a una restructuración y renovación de los géneros discursivos. Así, la cuestión metodológica acerca de las relaciones entre el léxico y la gramática, por un lado, y entre el léxico y la estilística, por otro, desemboca en el problema del enunciado y de los géneros discursivos. En cualquier fenómeno lingüístico, la gramática y la estilística convergen y se bifurcan: si se analizan dentro del sistema de la lengua, se trata entonces de un fenómeno gramatical; pero si se analizan dentro de la totalidad de un enunciado individual o de un género discursivo, se trata de un fenómeno de estilo. Estos dos puntos de vista deben combinarse orgánicamente sobre la base de la unicidad real del fenómeno lingüístico. Es más, el estudio del
enunciado como una unidad real de la comunicación discursiva permitirá comprender de una manera más correcta la naturaleza de las unidades de la lengua que son la palabra y la oración. 2. EL ENUNCIADO COMO UNIDAD DE LA COMUNICACIÓN DISCURSIVA. DIFERENCIA ENTRE ESTA UNIDAD Y LAS UNIDADES DE LA LENGUA (PALABRA Y ORACIÓN). En la mayoría de los enfoques sobre las funciones del lenguaje ponen en primer plano la función de generación del pensamiento independientemente de la comunicación. Es decir, se subestima la función comunicativa de la lengua, la cual se analiza desde el punto de vista del hablante, sin tomar en cuenta su relación con otros participantes de la comunicación discursiva. Cuando se analiza la función del oyente, se le asigna solamente el papel de comprender al hablante; mientras que el enunciado tiende hacia su objeto, es decir al contenido. Estos enfoques dejan así parecer que la lengua sólo requiere al hablante y al objeto de su discurso, dando un concepto distorsionado de la comunicación discursiva. En los cursos de lingüística general Saussure presenta esquemáticamente a los dos participantes de la comunicación discursiva: el hablante y el oyente. Ofrece un esquema de los procesos activos del discurso en cuanto al hablante y de los procesos pasivos de recepción y comprensión del discurso en cuanto al oyente. Sin embargo, una comprensión pasiva del discurso percibido es tan sólo un momento abstracto de la comprensión total y activa que implica una respuesta. Así, toda la comprensión real y total tiene un carácter de respuesta activa y no es sino una fase inicial y preparativa de la respuesta. Del mismo modo el hablante cuenta con esta activa comprensión y no espera del oyente una comprensión pasiva. Todo hablante es un contestatario y no es el primer hablante, sino que presupone la presencia de ciertos enunciados anteriores. Por lo tanto, todo enunciado es un eslabón en la cadena complejamente organizada de otros enunciados. En los enfoques antes mencionados, términos como “discurso” o “corriente discursiva” permanecen intencionalmente indefinidos y suelen designar aquello que está sujeto a una división en unidades de lengua: fónicas (fonema, silaba, periodo rítmico del discurso) y significantes (palabra y oración). La palabra “discurso” no ha sido convertida en un término estricto porque el problema del enunciado y de los géneros discursivos está muy poco elaborado. La unidad real de la comunicación discursiva es el enunciado. El discurso solo puede existir en forma de enunciados concretos pertenecientes a los hablantes o sujetos del discurso. Los enunciados poseen rasgos estructurales comunes y tienen fronteras bien definidas. Estas últimas se determinan por el cambio de los sujetos discursivos, es decir por la alternación de los hablantes. Todo enunciado posee así un principio absoluto y un final absoluto. Esta alternación adopta formas variadas según distintas funciones del lenguaje, las cuales se observan de una manera simple en el diálogo real donde los enunciados de los interlocutores (dialogantes), llamadas réplicas, se sustituyen mutuamente. Las relaciones que se establecen entre las réplicas de un diálogo son imposibles entre unidades de la lengua (palabras y oraciones) porque son tipos de relaciones entre enunciados enteros en el proceso de la comunicación discursiva que pueden ser posibles sólo entre enunciados que pertenezcan a diferentes sujetos discursivos porque presuponen la existencia de otros. En el diálogo y sus réplicas es necesario explicar el problema de la oración como unidad de la lengua, a diferencia del enunciado como unidad de la comunicación discursiva. Una de las diferencias entre oración y enunciado estriba en que los límites de una oración como unidad de la lengua jamás se determinan por el cambio de los sujetos discursivos. Tal cambio enmarcaría la oración en un enunciado completo, pues la oración está enmarcada por otras oraciones dentro del contexto de un mismo enunciado perteneciente a un solo hablante: la oración es una idea concluida que se relaciona con otras ideas de un mismo hablante dentro de la totalidad de su enunciado. En segundo lugar, la oración no se relaciona con el contexto de la realidad extraverbal (situación, ambiente, prehistoria) ni con los enunciados de otros ambientes, sino que se vincula a ellos a través del contexto verbal que la rodea, es decir a través del enunciado en su totalidad. En cambio, si representa un enunciado completo y concluso, se enfrenta a la realidad (al contexto extraverbal del
discurso) y a otros enunciados ajenos. Así, lo que caracteriza al enunciado frente a la oración es que se delimita por el cambio de los sujetos discursivos; tiene un contacto inmediato con la realidad (con la situación extraverbal); se relaciona de una manera directa con los enunciados ajenos; posee una plenitud de sentido y una capacidad de determinar la postura de respuesta del otro hablante; y provoca una respuesta. El lugar de la comunicación discursiva frente al sistema de la lengua se capta cuando comprendemos que la gente habla por medio de enunciados, que se construyen con la ayuda de las unidades de la lengua que son palabras, conjuntos de palabras, oraciones; el enunciado puede ser constituido tanto por una oración como por una palabra, es decir, por una unidad del discurso, pero no por eso una unidad de la lengua se convierte en una unidad de la comunicación discursiva. En la comunicación cultural complejamente organizada (científica y artística), la naturaleza de los límites del enunciado es la misma que en el diálogo real. Con toda su distinción con respecto a las réplicas del diálogo, estas otras esferas de la comunicación discursiva constituyen unidades de la misma clase. Así, una obra cuyo sujeto discursivo es el autor, está orientada hacia la respuesta de otro, hacia su respuesta comprensiva. Una obra es así u eslabón en la cadena de la comunicación discursiva, del mismo modo que la réplica de un diálogo. Como primer rasgo, una obra está separada de otras por las fronteras del cambio de los sujetos discursivos. El segundo rasgo es su conclusividad como enunciado, pues el cambio de los sujetos discursivos se da sólo porque el hablante dijo (o escribió) todo lo que quiso decir. Este criterio de conclusividad da la posibilidad de ser contestado. Esta totalidad del sentido en el enunciado no puede ser sometida ni a una definición gramatical, ni a una determinación de sentido abstracto. La totalidad conclusa de propia del enunciado se determina por tres momentos: 1) el sentido del objeto del enunciado; 2) su intencionalidad discursiva; y 3) las formas típicas, genéricas y estructurales de conclusión que posee. El primer momento se refiere a la capacidad de agotar el sentido del objeto del enunciado y es muy diferente en las diversas esferas de la comunicación discursiva, y solo casi completo en algunas esferas cotidianas, pues en las esferas de creación sólo es posible un grado muy relativo de agotamiento del sentido. En cuanto al segundo momento, en cada enunciad podemos abarcar, entender, sentir la intención discursiva o la voluntad discursiva del hablante, que determina todo el enunciado, su volumen sus límites. Determina tanto la elección del objeto como sus límites y su capacidad de agotar su sentido y determina también la elección de la forma genérica. El tercer momento se refiere a las formas genéricas estables del enunciado en las que se realiza la voluntad discursiva, mediante la elección de un género discursivo determinado. Esta elección se define por la especificidad de cada esfera discursiva que está dada por las consideraciones del sentido del objeto: la intención discursiva del hablante, con su individualidad, se aplica y se adapta al género escogido. Así, los géneros discursivos son formas típicas para la estructuración de la totalidad, relativamente estables que están dados casi como se nos da la lengua materna, pues las formas de la lengua y las formas típicas de los enunciados llegan a nuestra experiencia y a nuestra conciencia conjuntamente en una estrecha relación mutua: aprender a hablar quiere decir aprender a construir los enunciados. Sin embargo, las formas genéricas difieren de las formas lingüísticas en el sentido de su estabilidad y obligatoriedad (normatividad), pues las formas genéricas son mucho más ágiles, elásticas y libres. Aun así, las formas discursivas son tan necesarias para la intercomprensión como las formas lingüísticas, pues elegimos las segundas en función de las primeras: elegimos el tipo de oración desde el punto de vista de la totalidad del enunciado, es decir del género discursivo. Este último es el que nos dirige en el proceso del discurso y preestablece los tipos de oraciones y las relaciones entre éstas. La oración está inmersa en un contexto que adquiere la plenitud de su sentido únicamente dentro de este contexto que es la totalidad de un enunciado completo. Así, la oración viene a ser un elemento significante de un enunciado completo. Tanto la oración como la palabra en sí mismas poseen conclusividad de significado y de la forma gramatical. Sin embargo esta conclusividad es abstracta. En cambio, dentro de la comunicación discursiva, la oración y la palabra llegan a ser la
expresión de la postura individual del hablante en una situación concreta, funcionando como un enunciado completo. La selección de los recursos lingüísticos y del género discursivo se define por el compromiso (o intención) que adopta un sujeto discursivo (o autor) dentro de cierta esfera de sentidos. Esta selección fija la composición y el estilo en tanto que viene a ser una postura activa del hablante dentro de una u otra esfera de objetos y sentidos. Además de la intención, un segundo aspecto de la composición y estilo del enunciado es el momento expresivo. Es decir, la actitud subjetiva y evaluadora desde el punto de vista emocional del hablante con respecto al contenido semántico de su propio enunciado. Uno de los recursos expresivos de esta actitud es la entonación expresiva en la interpretación oral. La entonación expresiva es un rasgo constitutivo del enunciado. El género discursivo es así una forma típica de enunciado que incluye una expresividad determinada por el género mismo y que corresponde a situaciones típicas, a temas típicos y a contactos típicos de los significados de las palabras con la realidad concreta en sus circunstancias típicas. La expresividad genérica de la palabra es así impersonal, como lo son los mismos géneros discursivos. Pues la palabra existe para el hablante en sus tres aspectos: como palabra neutra de la lengua; como palabra ajena o de otros; y como mi palabra, compenetrada de mi expresividad. Sin embargo, la expresividad de esta última no pertenece a la palabra misma, sino que nace del contacto de la palabra con la situación real, que se realiza en un enunciado individual. Además del aspecto expresivo, el enunciado, su estilo y su composición también se determinan por el aspecto temático (de objeto y de sentido), por el objeto del discurso y por los enunciados ajenos emitidos acerca del mismo tema. Es decir por los enunciados que contestamos, con los que polemizamos. La expresividad de un enunciado contesta: es decir, no solo expresa la actitud del hablante hacia el objeto, sino también hacia los enunciados ajenos. Por más monológico que sea un enunciado, por más que se concentre en su objeto, no puede dejar de ser una respuesta a aquello que ya se dijo acerca del objeto mismo: un enunciado está lleno de matices dialógicos. El objeto del discurso del hablante no llega a tal por vez primera en su enunciado y el hablante no es el primero que lo aborda, sino que ya se encuentra hablado y discutido; en él se cruzan varios puntos de vista, visiones de mundo y tendencias que convergen y se bifurcan. El objeto se convierte en un foro donde estos puntos de vista de los interlocutores directos se encuentran. Todos estos puntos de vista representan al discurso ajeno que no puede dejar de reflejarse en todo enunciado. El enunciado no está dirigido únicamente a su objeto, sino también a discursos ajenos acerca de este último. Pero un enunciado no sólo está relacionado con los eslabones anteriores, sino también con los eslabones posteriores de la comunicación discursiva: se construye tomando en cuenta las posibles reacciones de respuesta, es decir con una orientación hacia alguien. El enunciado tiene la propiedad de estar destinado: tiene autor y tiene destinatario. Los tipos y conceptos de destinatario se determinan por la esfera de la praxis humana y de la vida cotidiana a la que se refiere el enunciado. Al hablar tomo en cuenta el fondo aperceptivo de mi discurso que posee mi destinatario: hasta qué punto conoce la situación, si posee o no conocimiento específicos sobre la esfera comunicativa cultural, cuáles son sus opiniones y convicciones, cuáles son sus prejuicios; todo esto terminará la activa comprensión-respuesta con que él reaccionará a mu enunciado. El estilo también se determina por el grado de intimidad entre el destinatario y el hablante. En los estilos íntimos se genera una sinceridad específica que resulta de una fusión completa entre el hablante y el destinatario del discurso. En cambio, los estilos neutrales u objetivos se concentran al máximo en el objeto y son ajenos a toda referencia al otro, pues suponen una determinada concepción de su destinatario, una abstracción máxima en relación con su lado expresivo. La expresividad del hablante es mínima y se presupone una identificación entre el destinatario y el hablante, en cuanto a la unidad de sus puntos de vista. Así, los recursos lingüísticos adquieren su carácter real y dirigido únicamente dentro de la totalidad de un enunciado concreto, en el que el hablante los selecciona con mayor o menor influencia del destinatario para prefigurar su respuesta. Cuando se analiza una oración aislada de su contexto, todos los aspectos aquí discutidos de la comunicación discursiva, se pierden porque son
ajenos a la oración como unidad de la lengua. Todos estos fenómenos están relacionados con la totalidad del enunciado. Comentario: En este texto Mijaíl Bajtín pone en relieve el lugar específico de la comunicación discursiva frente al sistema de la lengua tal como ha sido estudiado por los enfoques lingüísticos derivados del estructuralismo saussuriano. El autor se centra en el problema del enunciado y de los géneros discursivos. Define al enunciado como la unidad real de la comunicación discursiva frente a las unidades de la lengua que han sido estudiadas por el enfoque estructural: la palabra y la oración. Con su definición de enunciado, se abre el campo de una perspectiva de estudio diferente: la del discurso, que Bajtín prefiere denominar como comunicación discursiva. Así, el discurso no sería una unidad superior a las otras unidades de la lengua que resultaría de su sumatoria, sino un orden diferente del fenómeno de la lengua: el orden de la comunicación real en situaciones concretas, confrontado con la idealización abstracta esquematizada en el enfoque saussuriano. Él enunciado como unidad real de la comunicación discursiva tiene dos características: fronteras definidas por el cambio de los sujetos discursivos y conclusividad. Más aún, el enunciado se organiza en géneros discursivos: tipos de enunciados dados, o formas típicas preestablecidas que determinan la comunicación discursiva cotidiana tanto como la comunicación cultural compleja organizada en esferas de praxis humana. Los géneros discursivos pueden dividirse en así en simples, los de la comunicación cotidiana y complejos, aquellos que pertenecen a la comunicación cultural organizada. La selección que hace un hablante o un autor de un género discursivo, está determinada por al menos dos elementos importantes para el autor: el objeto o tema y la expresividad del autor, definida como la actitud subjetiva de este hacia el objeto. Estos dos elementos se determinan por el discurso ajeno, en la medida en que todo enunciado tiene matices dialógicos: en cuanto al tema, otros enunciados de otros hablantes preceden y serán posteriores al enunciado del autor en tanto que los enunciados son y prefiguran una respuesta en la cadena de la comunicación discursiva; en cuanto a la expresividad, esta no solo se deriva de nuestra actitud ante el objeto, sino también de nuestra actitud valorativa frente a los enunciados de otros con respecto a este mismo objeto. La teoría bajtiniana sobre la comunicación discursiva se aleja de una metodología analítica estructural, en el sentido de que no pretende separar la comunicación discursiva para su análisis. Por el contrario ofrece una visión de conjunto en la que sus elementos son indisociables y a la vez tejen entre sí múltiples relaciones de interdependencia y determinación entre ellos. Así, no es posible analizar un enunciado en sí mismo, del mismo modo que la lingüística estructural analiza una oración o una palabra. Solo es posible analizar un enunciado tomando en cuenta una multiplicidad de factores que lo determinan y que van desde su posición en la cadena de la comunicación discursiva; el objeto visto como un foro en el que participan otros hablantes u autores con sus propios enunciados (discurso ajeno); la expresividad del enunciado, entendida como la actitud evaluadora hacia el objeto y hacia los enunciados ajenos; el destinatario, entendido como la orientación de cada enunciado en términos de respuesta y de prefiguración de una nueva respuesta; y por su puesto la elección de un género discursivo como forma típica de enunciados, la cual está prefigurada por todos los otros determinantes y delimita el enunciado dentro de una esfera de la praxis humana.