Ja v ie r A u v e r o y M a ría F e r n a n d a B e rti
violencia cia en en lo loss márgenes La violen
aimiiiilones
Ja vier Javi er Auye Auyerro (Lomas de de Zamora, Argentin Arge ntina, a, 1966] 1966] I¡:¡ |ii'(if(i:;(ii' de sociología en la Universidad de 'luxuc, Anslin. Su doctoró en sociología en The Nnw ,'leli ,'l eliue uell Inr In r S o c ia l R e s e a r c h y r e c i b i ó b e c a s de la .lalin Simón Guggenheim Foundation, de la I liury IVauk G ug gen heim F ou nd ation , del Amai'ic.uu Gounc.il oí Learned Societies y de la Nal iniial i niial S c ie n c e F o u n d a tio ti o n . E s a u tor, to r, e n tr e olnu; obra:;, de La política política de los pobres, Vidas
hnüpnnuitRs, La zona gris, y, junto a Débora í iwial.ua, de. Inflamable, estudio del sufrimiento
iiiiiliiiiiitnl, libro que ha recibido numerosos Iiciiiiiio:¡. Fue editor de la revista académica
llmiUtntivn Sociology. Su trabajo de investigaci investigación ón se co nce ntra en los temas de la la po p o b r e z a y la m a r g i n a l i d a d u r b a n a , la a c c ió n colectiva colectiva y la etnografía.
María Fernand Fer nandaa Berti (Lomas de Zamora, Zam ora, A rgentina rgen tina,, 1972 1972]] ( llil.nvo su tít título ulo de m a e str a en el Instituto 1lupi ii’ioi' ríe Formación Docente 102 de lliinüuld, provincia de Buenos Aires. I les esiilii el año 2 0 0 5 ejerce como m ae stra de escuela primaria.
Ja vier Javi er Auye Auyerro (Lomas de de Zamora, Argentin Arge ntina, a, 1966] 1966] I¡:¡ |ii'(if(i:;(ii' de sociología en la Universidad de 'luxuc, Anslin. Su doctoró en sociología en The Nnw ,'leli ,'l eliue uell Inr In r S o c ia l R e s e a r c h y r e c i b i ó b e c a s de la .lalin Simón Guggenheim Foundation, de la I liury IVauk G ug gen heim F ou nd ation , del Amai'ic.uu Gounc.il oí Learned Societies y de la Nal iniial i niial S c ie n c e F o u n d a tio ti o n . E s a u tor, to r, e n tr e olnu; obra:;, de La política política de los pobres, Vidas
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María Fernand Fer nandaa Berti (Lomas de Zamora, Zam ora, A rgentina rgen tina,, 1972 1972]] ( llil.nvo su tít título ulo de m a e str a en el Instituto 1lupi ii’ioi' ríe Formación Docente 102 de lliinüuld, provincia de Buenos Aires. I les esiilii el año 2 0 0 5 ejerce como m ae stra de escuela primaria.
L a violencia en en los márgenes márgen es
Otras obras de Javier Auyero
Patients ofthe State, Durham, n c , 2012 Inflamable. Estudio del sufrimiento ambiental (en colaboración
con Debora Swistun), Buenos Aires, 2008 Pditics under the Microscope: Readings in Political Ethnography
(en colaboración con Lauren Joseph y Matthew Mahler (eds.), Nueva York, 2008 La Zona Gris. Violencia colectiva y política partidaria en la Argentina contemporánea, Buenos Aires, 2007 Clientelismo político. Las caras ocultas, Buenos Aires, 2004 Vidas beligerantes. Dos mujeres argentinas, dos protestas y la búsqueda de reconocimiento, Buenos Aires, 2004 La política de los pobres. Las prácticas clientelistas del peronismo,
Buenos Aires, 2001
Javier Auyero y María Fernanda Berti
La violencia en los márgenes Una maestra y un sociólogo en el conurbano bonaerense
Primera edición, 2013 Primera reimpresión, 2013 (£) Katz Editores Benjamín Matienzo 1831,10s D 1426-Buenos Aires c/Sitio de Zaragoza, 6, l3 planta 28931 Móstoles-Madrid
www.katzeditores.com (£) Javier Auyero y María Fernanda Berti, 2013 ISBN Argentina: 978-987-1566-75-4 ISBN España: 978-84-92946-52-5 1. Sociología. 2. Etnología. I. Berti, María Fernanda CDD 306
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Indice
7 Prefacio 9 Agradecimientos 15 Introducción 37 1. A la vera del Riachuelo: Arquitecto Tucci 53 2. “Entre balas e nacido” 81 3. Cadenas de violencia 119 4. El Estado en los márgenes 149 Epílogo 157 Apéndice metodológico 161 Notas 167 Bibliografía
A mis alumnos, sin ellos, nada. A Camila, Luna y Alma, por ser en mi vida, todo. FB
A la memoria del viejo, otra vez, con quien primero recorrí esas calles. Y a mamá, la torera. J A
Prefacio
En la Argentina, las discusiones públicas sobre “inseguridad” suelen tener como protagonistas a los sectores medios y medio altos de la estructura social. Ellos dominan el discurso sobre la violencia urbana-son quienes más hablan de este tema- porque, supuestamente, serían los que más la sufren. Sin embargo, los que experimentan la victimización con mayor frecuencia son quienes están en lo más bajo del orden social y simbólico; allí, entre los más desposeídos, es donde encontramos la mayor can tidad de homicidios y heridos graves. A ellos, a los habitantes de los márgenes urbanos, no se los suele escuchar hablar públi camente de la inseguridad. Ellos la viven a diario, pero el discurso de la inseguridad pertenece a (es fabricado y manipulado por) otros. Así, la experiencia de la violencia interpersonal (y del miedo a esta) entre los más pobres se vuelve algo indecible; y el trauma que se vive a diario en los territorios de relegación en los que ellos habitan se torna en una experiencia negada. Fruto del trabajo en conjunto de una maestra, María Fernanda Berti, y de un sociólogo, Javier Auyero, este libro trata sobre el trauma colectivo creado po r la constante e implacable violencia interpersonal que se vive en un barrio marginalizado del conur-
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estas vivencias y percepciones para que se hagan visibles y sean debatidas. Con la intención de contrarrestar un persistente pro ceso de negación y silenciamiento, nos dedicaremos a la tarea básica de documentar —sobre la base de una laboriosa recopi lación de material estadístico, periodístico y etnográfico- la multiplicidad de violencias que existen en los márgenes urbanos, sus usos y sus formas. Son muchos los interrogantes que quedarán sin abordar ¿Cuá les son los orígenes de tantas violencias? ¿Qué tipos de efectos colectivos e individuales generan a mediano y largo plazo? ¿Fun cionan las violencias aquí expuestas como formas de control político y subordinación de los pobres por medio del terror? ¿Cómo? ¿Por qué? Este libro quizá plantee más preguntas que las que efectivamente conteste; somos muy conscientes de nues tras limitaciones explicativas. Nuestra intención aquí es comen zar una discusión seria y sistemática sobre un tema cuya rele vancia y urgencia no pueden seguir siendo encubiertas.
Agradecimientos
Este trabajo no hubiese sido posible sin la participación de los alumnos y las alumnas de las dos escuelas de Arquitecto Tucci en donde Fernanda trabajó entre el año 2009 y 2012. Ellos no son solo los protagonistas de este libro, son la razón principal por la que lo escribimos. Por ellos, por lo que vemos que a ellos les pasa, por la preocupación y la indignación frente a lo que tienen que padecer a diario, es que nos adentramos en la inves tigación y en la escritura. Quizás los habitantes de Arquitecto Tucci sientan que nuestro relato no hace justicia a su barrio. Queremos resaltar que este libro no es un retrato de un barrio (que tiene muchas más facetas que las aquí descritas), sino de un problema que azota a más de un barrio, y que está escrito con la intención de llamar la atención sobre las formas actuales y las consecuencias de corto y largo plazo de la violencia que tiene lugar allí. Nuestro agradecimiento entonces a todos los habi tantes del lugar que confiaron en nosotros para que contemos sus historias. Gracias en especial a los directores y subdirectores por abrirnos las puertas de las escuelas. Y a PD por compartir con nosotros su diagnóstico sobre la realidad que hemos inten tado describir. Fernanda, en particular, quiere agradecer espe cialmente a su mamá, sus hermanas, sus sobrinos, Ignacio y Manuel. También a sus amigas del alma y de toda la vida, Paula
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en cada encuentro, a comprometerse con este libro. Gracias también a su compañera de escuela y amiga Sandra de Alva, por su ejemplo y po r su lucha; a sus compañeros docentes y al per sonal directivo que compartieron sus experiencias, sus miradas . y también su impotencia frente a la realidad. Un agradecimiento especial merece Agustín Burbano de Lara por su infatigable trabajo etnográfico y por sus aportes analíti cos a este trabajo. Un segundo libro, secuela de este, lo contará como autor. Parte de esta investigación fue financiada por la National Science Foundation ( n s f Award S E S - 1 1 5 3 2 3 0 ) , por la Harry Frank Guggenheim Foundation, y por una beca de investigación del Office of the Vice President for Research de la Universidad de Texas en Austin. También se usaron fondos del Joe R. and Teresa Lozano Long Professorship y del AndrewW. Mellon Foundation Faculty Travel Grant, que otorga el Teresa Lozano Long Institute o f Latin American Studies ( l l i l a s ) , para financiar el trabajo de campo. Agradecemos enormemente a estas instituciones por el apoyo brindado. Vany Collins fue quien primero nos alertó sobre cómo y dónde obtener datos básicos sobre violencia interpersonal. Gracias Majo por llevarnos a Vany, y gracias Vany por embarcarnos, sin saberlo, en la aventurapor hospitales de la zona. Fernando Na varro nos puso en contacto con los directivos y doctores de hospitales y salas de salud locales, quienes nos dedicaron un tiempo que usualmente no tienen para conversar sobre un tema de común preocupación. Muchas gracias a todos ellos (para conservar el anonimato de nuestros informantes, preferimos no dar sus nombres). Gracias, en especial, a Juan Ignacio L. por compartir con nosotros su detallado estudio sobre traumas. Gracias también a Leyla Mesyngier, que colaboró con nosotros
AGR ADECIM IENTOS
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Sain nos proporcionó una serie de datos estadísticos sobre cri minalidad en la provincia de Buenos Aires que nos empujaron a refinar nuestro argumento. Ariel Dulitzky, profesor en la fa cultad de Derecho de la Universidad de Texas, nos puso en con tacto con Germán Bauche, quien nos aportó los datos sobre homicidios en Arquitecto Tucci que resultaron cruciales para nuestro argumento. Ariel Budnik y Daniel Fridman nos ayuda ron en una tarea que parecía simple al comienzo pero que re quirió de mucha paciencia y saber técnico: establecer la pobla ción de Tucci (nos hubiese gustado agradecer al personal del i n d e c por ese dato pero no supieron, quisieron o pudieron ayudarnos). Orla O’Sullivan-Roche, estudiante de grado en la Universidad de Texas, colaboró en la búsqueda de fuentes se cundarias sobre delitos en la zona. ¡Gracias a todos! Javier Auyero presentó partes de este trabajo en las universi dades de British Columbia, Victoria, Rutgers, New York, Princ eton, uc-Berkeley, Carolina del Norte, Illinois-Chicago, Florida del Sur y New School for Social Research. También presentó versiones preliminares de este libro en la Universidad de La Plata, en la Universidad Nacional de San Martín y en el Collège de France. Gracias a los participantes de estos eventos por sus co mentarios y críticas. Matthew Desmond, Alice Gofffnan, Megan Comfort, Loïc Wacquant, Matthew Dewey, Margarethe Kusenbach, Philippe Bourgois, Nancy Scheper-Hughes y Cristian Alarcón: gracias también a todos ustedes por las lecturas de borradores de este trabajo y por los innumerables diálogos so bre un tema que nos preocupa y obsesiona a todos. Los alumnos del seminario “Pobreza y marginalidad en las Américas” discutieron un borrador de uno de los capítulos y
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Derpic, Jacinto Cuvi, Yu Chen, Orí Swed, Marcos Pérez, Pamela Newmann, Kristine Kilanski, Caitlyn Collins, Michelle Mott, Elizabeth Velazques y Daniel Jester. Quizás no lo hayan advertido en su momento, pero las conversaciones y los debates que tuvi mos durante un intenso semestre fueron aportes cruciales para este libro. Cuando creíamos haber concluido el análisis y la es ¡ critura, Javier Auyero presentó buena parte del texto en un se minario en la Universidad de Rosario en Bogotá, Colombia. Gracias a los participantes que discutieron y criticaron el argu mento por su enriquecedor aporte. Y gracias a Thomas Ordóñez, Bastien Bosa y Majo Álvarez Rivadulla por una semana inolvi dable en Bogotá y, nuevamente, a la compañera de ese viaje, Nancy Scheper-Hughes, por su inapreciable ayuda a nuestra manera de pensar (y escribir) sobre la violencia.
Comienza la tarde, tomo lista en el registro de asistencia. Maitén se acerca y me dice, en voz baja, que no va a venir mañana. “Le metieron un tiro a mi hermano en Villa Ceferina, ayer. Está en el hospital, está bastante bien. Mañana no vengo.” No anoto esta conversación en mi diario. Ya no llevo libreta. Igual, escucho. Sigo tomando asistencia. Pegaditos a mi escritorio, están sentados Osvaldo y Sami. “¡Mostrale a la seño, dale mostrale! La seño no va a decirte nada...”, le dice Sami a Osvaldo. Le pregunto a Osvaldo qué está pasando y este saca de su bolsillo una bala. “Me la encontré en la vereda de mi casa, cuando venía para acá.” Ricardo acota: “Debe ser de anoche... se sentían tiros por todos lados”. Les pregunto -porque no lo sé- si está usada. “No, seño, ¿ves? Le tiene que faltar esta parte. No está usada... es de una 9 milímetros.” Yo tenía mi cámara de fotos en mi bolso. La llevé porque estoy fotografiando a mis alumnos de sexto para hacerles un video de egresados. Saqué mi cámara y retraté la bala. Sami pregunta: “¿Se las vas a mostrar a mi mamá? ¿Las vas a poner en internet?” “¿Para qué sacás las fotos?”, preguntaban. Les contesté: “¿Se acuerdan de Javier, el señor que vino hace un par de meses acá al salón? Bueno... con él estamos terminando de escribir un libro sobre la vida del barrio ¿Se acuerdan de que algo les conté? Nos gustaría contar esta historia del encuentro de la bala”. Nota de Fernanda, 27 de noviembre de 2012.
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“Pero era ridículo, por cierto. ¿Cómo podría su madre haberse escapado lejos de esa vida y comenzado de nuevo? ¿Cómo podía haber salido intacta? ¿Con qué, con escobas y palas para recoger basura? Aquí vamos, cariño, agarra mis botas de tacón alto, ponías en la camioneta, y vamos hacia el oeste. Estúpido, lo sabía.” Colum McCann, Let the Great World Spin.
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Agosto de 2012. No estaba en nuestros planes ir a visitarla tumba de Lucho, pero la insistencia con la que sus amigos y familiares más cercanos hablaban sobre los objetos y los recuerdos allí depositados nos persuadieron. Un sábado gris, con el cielo en capotado y con una persistente llovizna, nos subimos al colectivo 219 en el centro de una ciudad del sur del conurbano bonaerense e hicimos el recorrido hasta el cementerio de la calle Belgrano. En la oficina de inform ación, cerca de la puerta principal, un policía retirado nos indicó dónde debíamos preguntar por la ubicación de la tumba. De curioso, y tal vez de aburrido, nos preguntó a quién buscábamos. Le dijimos que a Luis Alberto Orijuela, un chico que había sido alumno de Fernanda en una escuela de Arquitecto Tucci. Con su mirada puesta en la casi vacía sala de espera nos dijo algo que, en más de un sentido, condénsala preocupación que atraviesa las páginas de este libro: “Se mueren cada vez más jóvenes”. “Sección 23, fila I, sepultura 71,” nos informó la empleada. El policianos indicó el camino. No recordábamos la última vez que habíamos estado en el cementerio y nos llamaron la atención los 1 Todos los nombres de lugares y personas han sido modificados para proteger el anonimato de quien es participaron en nuestra investigación. Hemos también alterad oalg as cir ncia (de tiempo y espacio), no
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fuertes colores de muchas de las tumbas más recientes (azul y amarillo, para quienes en vida habían sido hinchas de Boca Juniors; rojo y blanco para los de River; también había tumbas con los colores de San Lorenzo, Independiente, etc.). No nos fue fácil encontrar a Lucho. Su sepultura se encuentra en la parte más alejada de la entrada, donde la señalización es escasa. Luego de más de media hora de caminar intentando hallarla, tuvimos que pedir ayuda a un empleado que pasaba por allí en bicicleta. “Acá está, la próxima vez ya saben dónde está”, nos dijo con amabilidad. Lucho tenía 17 años cuando fue asesinado. En su sepultura, pintada con los colores de River Píate, flores coloridas conviven con botellas de alcohol vacías, y mensajes de sus amigos y fa miliares: “Me has dado tanto afecto, y son tan buenos los re cuerdos compartidos, que es realmente lindo acordarme de vos”; “ Te extrañamos y cuánta falta nos hacés, eras el pie donde nos apoyamos, en las buenas y en las malas, en nuestras alegrías y tristezas”. Lejos de allí, en la pared frente a la casa donde Lu cho vivió toda su corta vida, en Arquitecto Tucci, sus amigos pintaron: “Lucho, nunca te olvidaremos”. Nos quedamos un largo rato frente a su tumba, en silencio. Había un entierro cerca de donde estábamos, y a juzgar por la edad de los que allí estaban, también lloraban una muerte joven. Uno de nosotros, Fernanda, había conocido a Lucho unos años atrás, cuando este fue su alumno en la escuela 98 de Tucci. Lo recordaba como un niño de cara preciosa, uno de esos morochos lindos que seducían a más de una adolescente en la escuela. Una sonrisa encantadora. No le gustaba asistir a clase y poco era lo que hacía en el aula, pero no era un chico travieso, al menos cuando estaba con Fernanda. Siempre con su gorrita puesta -gorra que sus familiares guardaron en una pequeña vitrin a en su sepultura-, solía sentarse al fondo del aula y pres tar escasa atención a la lección del día. Fernanda lo tuvo como
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alumno al año siguiente de que muriera su madre. Reina había padecido un largo y tortuoso cáncer de útero, y el personal de la escuela aún recuerda las colectas que hacía para ayudarla a costear el remís que la llevara hasta el hospital Penna, y las re petidas negativas de algunos choferes a trasladarla hasta allí por las hemorragias repentinas que Reina solía tener en el trayecto. 1,ucho le dijo varías veces a su maestra que extrañaba a su mamá. Fernanda dejó de ver a Lucho cuando este terminó sexto grado. Sin embargo, supo de él por medio de dos de sus seis hermanos, Alvaro y Samuel, también alumnos de ella, y por otros alumnos que lo conocían. Los rumores sobre las activida
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campo en el que Fernanda, durante treinta meses, registró las historias de sus alumnos y alumnas: “Lucho está afanando” “ Está robando en la feria [La Salada], con otro pibe del barrio” “ Tiene] tres motos, todas choreadas...”. Con un tiro en el tobillo, voy corriendo hasta el pasillo... Voy llegando a la casilla, rescato mis zapatillas. Rescato mi guacho el 38, que martilla y brilla.2
La noche del 29 de febrero de 2012, Lucho recibió varios balazos en el tórax y extremidades. Murió a poco de llegar al Hospital Redael (un hospital local que queda a treinta minutos de dis tancia). Las versiones sobre su muerte son varias y nunca pudi mos corroborarlas. Sabemos sí que, en el momento en que es cribimos esto, hay un detenido en la causa; un hombre de 30 años, vecino de Tucci. Según su familia y algunos de sus amigos, a Lucho lo mató una banda de fuera del barrio que buscaba a otra persona. Si bien reconoce la corta trayectoria delictiva de Lucho, la nueva pareja de su padre, Luna, nos cuenta que “se estaba rescatando... estaba de novio, y esperaban un bebé... Por eso se quería rescatar”. En la versión familiar, Lucho estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Según otros, algunos de ellos alumnos de Fernanda, “Lucho robaba en la feria, afanaba bolsones de ropa, robaba a las combis [que traen mercadería]. Con eso compraba dro ga... lo mataron unos que no lo dejaban robar ahí”. Lucho fue velado en su casa. En el ataúd abierto, no lucía la camiseta de su club favorito, River Píate, sino la de Estudiantes de la Plata. “Es que esa le gustaba, esa le gustaba porque era 2 Se reproducen en esta sección fragmentos de canciones de Damas Gratis y McCaco.
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original, la única original que tenía”, nos contaron sus amigos, y luego nos insistieron en que teníamos que ir a visitarlo al cementerio. A los pocos días de esa visita, Luna nos mandó por celular fotos de lhijo recién nacido de Lucho; en su mensaje de texto decía: “ ¡¿Viste qué lindo?!” Nueve meses después déla muerte de Lucho, el 14 de no viembre del 2012, Samuel le cuenta a Fernanda que “ayer, dos transas [vendedores de drogas ilícitas] mataron a dos amigos de Lucho”, aparentemente después de robarles una moto. Tras el relato de la muerte de los amigos de su hermano, Samuel agrega, “en mi barrio no está quedando ni uno, ni uno... los están matando a todos”.
Septiembre de 2011. En el aula en la que enseña Fernanda, Chaco colorea una nueva versión de su dibujo favorito: un pibe chorro. Iti ilustración mezcla el cómic japonés con estética del conurhano bonaerense: el chico, de mirada desafiante, remera a rayas y pantalones rotos, porta un revólver en la m ano izquierda. “ lista es una 22”, le muestra Chaco a Fernanda. A los 13 años ya sabe distinguir entre una 9, una 22, una 38 y una 45. “Son muy ilisl in tas. Mi tío tiene una 22. Yo a veces voy con él, cuando sale a afanar. Voy de campana ¿Te conté que a mi otro tío lo mató la policía? Estaba robando un colectivo.” A fin de año, Chaco recibirá el certificado de primaria com pleta a pesar de que su nivel de aprendizaje es el de un chico de cuarto grado. Pasa los días en la escuela escuchando música en d celular. McCaco es su grupo favorito. A tinque digan que soy Negro cumbiero donde voy, le doy gracias a Dios, po r estar donde estoy. Y voy a seguir bien fumanchao, y con mis ojos colorao, con los pibe
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Chaco, sus cuatros hermanos y la mamé viven en una casa de ladrillos a la vista y techos de chapa. Allí comparte un pequeño cuarto con los hermanos. Thtiana, la rnamtli trabaja deempleada doméstica en la Capital Federal. De lunes a silbado, sale muy temprano, antes de que Chaco se levante para ir a la escuela; regresa alrededor de las nueve de la noche, poco antes de que Chaco se acueste. Con el sueldo de empleada doméstica, com plementado por un programo social del gobierno, llega con lo justo a fin de mes. El de Chaco es un mundo de carencias materiales y afectivas, y también un universo en el que k violencia interpersonal se hace presente con intermitente, pero brutal, frecuencia. No solo en su barrio, Arquitecto l\ tccl, donde, según él,"son todos tran
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sas, se cagan a tiros todos los días”, sino también en su hogar. “Yo lo quiero ver muerto”, dice Chaco sobre su papá. “En casa falta todo, y él no hace nada. Duerme todo el día. Chupa un montón. Y encima se pelea con mi vieja.” Tatiana sufrió más de una vez la furia alcoholizada de su pareja. “La última vez casi la mata”, contó Chaco. Una vecina de la familia de Chaco describió una gresca doméstica: “El tipo la arrastró de los pelos por la calle, y la puteaba a los gritos. Por suerte la salvó un vecino. Ella tuvo mala suerte. Le cocina, le lava la ropa, y él es un vago. Dice que es remisero pero no hace nada”. Chaco recuerda a la perfección la última vez que vio a su padre: “Desde que lo corrió con la cuchilla, él no apareció más. Es mejor que no vuelva nunca más”. El turbulento mundo en el que Chaco vive y crece quizás explique sus amenazas reiteradas a los compañeros de clase: “Te voy a cagar a tiros”, “ Te voy a pegar un tiro en la cabeza”, les grita, simulando tener un revólver en sus manos. Y quizá también sirva para entender el destino que cree tener, un futuro similar al de los pibes chorros que él tan bien bosqueja: “ Seño -le dice a su m aestra- un día me vas a ver en la tele. Voy a robar un banco y me van a cagar a tiros. Me vas a ver, me va a matar la policía”. La parca y la gorra me quieren llevar, la parca y la gorra me quieren matar. Porque ahí vienen ellos son los policías en acción. Hasta trajeron la televisión y si me agarran voy a la prisión.
LA VIOLENCIA EN LOS MÁRGENES: U N A R E C O N S T R U C C IÓ N E T N O G R Á F I C A
Este libro examina las formas y los usos de la violencia en la vida
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conurbano bonaerense.3 Esta violencia sofoca de tal manera la vida diaria de los más desposeídos que es difícil imaginar cómo alguien podría, para parafrasear la meditación de Jaslyn sobre el incierto futuro de su madre en el magnífico libro de Colum McCann, “salir intacto” de allí. El área donde llevamos a cabo nuestro trabajo de campo es un lugar tan hostil para vivir que, en el transcurso de los tres años que duró la investigación, nues tra preocupación constante giró en torno a las marcas difíciles de disipar que la demoledora violencia está dejando en los cuer pos, los corazones y las mentes de aquellos más afectados por ella. Fue esta preocupación -una preocupación no solo acadé mica, sino sobre todo ética y política- la que nos llevó a escribir este libro. En el transcurso de la investigación y durante el proceso de escritura también nos preocupó - y mucho- la forma de repre sentar la brutalidad interpersonal entre quienes están ubicados en lo más bajo de la estructura sociosimbólica. Las historias que contamos, los testimonios que citamos, los eventos que recons truimos pueden ser utilizados para reproducir y reforzar los estereotipos usuales sóbrelos destituidos. Una lectura superfi cial o malintencionada del material etnográfico que presenta mos aquí puede llevar a los lectores a creer que los habitantes de la zona donde llevamos a cabo nuestra investigación son brutti, sporchi, e cattivi -feos, sucios y malos, para citar el título de la comedia salvaje de Ettore Scola-. Versiones más o menos eufemísticas de este estigma acusatorio abundan en las ciencias sociales, ycadatanto resurgen, como se puedever en el renovado
3 Para los propósitos del presente análisis definim os la violencia en un sentido restringido, entendiéndola como las acciones de personas contra personas que ¡ntencionalmente amenazan, atentan o infligen daño físico (Reiss y Roth, 1993; Jackman, 2002).
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debate sobre el concepto, ahora desinfectado, de “cultura de la pobreza”. Las razones por las cuales este estigma perdura a pe sar de las investigaciones rigurosas dedicadas a desbaratarlo están más allá de los límites de este libro. Pero somos muy cons cientes de que una apropiación selectiva del material aquí pre sentado -la imagen de una casa levantada sobre un arroyo po drido, la reconstrucción de un robo a mano armada o de una disputa doméstica en la que una madre castiga físicamente a su hijo para evitar que este consuma droga- es suficiente para disparar una representación estigmatizadora de los que viven en lo más bajo de la escala social. Aun con las mejores intencio nes, académicos y periodistas pueden sumarse a la guerra sim bólica contra la gente que a nosotros más nos importa, aquellos que viven en riesgo permanente en los márgenes urbanos de la Argentina contemporánea. Es por ese motivo que durante m u chos años -desde principios del año 2009, cuando comenzamos la investigación que dio lugar a este libro- vacilamos. Escribimos secciones completas del libro y luego, atemorizados por cómo iban a ser leídas e interpretadas, las descartamos. Sin embargo, quien está en contacto diario y directo con los niños y niñas y adolescentes de la zona no puede darse el lujo -el privilegio académico, podríamos decir- de la indecisión. “Esta historia tiene que ser contada ahora”, escribió uno de nosotros, la maes tra, en su diario al final de un largo día al frente del aula. Lejos de una epifanía intelectual, fue ese sentido de urgencia el que nos hizo suspenderlas dudas que surgían de las lecturas acadé micas sobre la política de representación de los grupos subal ternos, empujándonos, dicho esto casi literalmente, a escribir estas páginas.
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ÍN IIH MAH(.I NCS
dinill lil Irtgli’il lio lil loy del lalión: se ejerce como represalia, MUI líenle a una ofensa previa. Ojo por ojo, diente póh illoillo. En oslo, la violencia en la zona se asemeja a la que til ght'llo negro y al inner city en los Estados Unidos, a la filh'lii en el Brasil, a la comuna en Colombia y a tantos otros loi'l'lloi'io.s urbanos relegados de América. Pero existen otras lo rutas de agresión física que ocurren tanto dentro como fuera d el bogar, en la casa y en la calle, que transcienden el intercam bio interpersonal y adquieren una forma menos demarcada, más expansiva. La violencia no queda restringida a un ojo por ojo, sino que se esparce, y se parece a veces a una cadena, que conecta distintos tipos de daño físico, y otras a un derrame, un vertido que si bien se origina en un intercambio violento, luego se expande y contamina todo el tejido social de la comunidad. De acuerdo con Charles Tilly (2003), los observadores de la violencia humana se distinguen entre quienes ponen el acento en la conciencia como la base de la acción violenta, quienes se centran en la autonomía de los motivos, los im pulsos y las oportunidades que están en el origen de la agre sión, y quienes hacen foco en las interacciones de las que surge la violencia y a través de las cuales los individuos desarrollan prácticas y personalidades violentas. Este último grupo, en el que se ubica Tilly y que nos ha servido de inspiración para nuestro análisis, no niega la existencia de ideas ni de motiva ciones, pero sostiene que las primeras son producto del in tercambio social y las segundas operan solo en contextos in teractivos. Es por ello que en este libro el énfasis está puesto sobre las concatenaciones y las interacciones violentas, más
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lenta: alguien roba o deja de pagar, otro le responde con una amenaza o con una demostración de fuerza física, que es luego respondida de igual manera o con más violencia. La reacción violenta de una mujer frente a la agresión física de su marido puede ser vista desde esa misma perspectiva: retribución in terpersonal. Ahora bien, cuando unos transas entran por la fuerza a una casa, apuntan a la cara de la madre de un adicto y reclaman un pago, sin tener en cuenta la presencia de niños y niñas que son testigos del despliegue de armas y de golpes y empujones, y cuando esta misma madre amenaza con “ro m perle los dedos” a su hijo (o le pega hasta “ver salirle sangre de la cara”, o llama a la policía, a la que sospecha involucrada en el tráfico, para que “se lo lleve preso porque ya no sé más qué hacer con él” ) para evitar que robe objetos de su casa -objetos como por ejemplo una televisión que luego venderá para fi nanciar su hábito, pero que no pertenecen a su madre sino al segundo marido de esta, quien, alcoholizado y furioso por el robo, suele castigarla con patadas y golpes de p uño-, en estos casos, entonces, creemos que necesitamos una mejor y más abarcadora imagen para dar cuenta de las formas y los usos de violencia en los márgenes. Es aquí donde la noción de ca dena y de derrame, creemos, nos pueden ser de mayor utilidad que la de simple represalia. Desarrollaremos este argumento -es decir, que la violencia transciende la represalia recíproca y se transforma en algo sim ilar a un derram e- mediante la demostración empírica y privilegiando el mostrar por sobre el contar. Antes que relatar y afirmar que distintos tipos de violencia se encadenan unos a otros, queremos que se vea , a través de nuestro material etnográfico, cómo estos encadena ientos se generan en un tiemp cio reales. Hemos
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hemos visto, oído y presenciado. Lo que intentaremos hacer en este libro es -parafraseando a la antropóloga Nancy Scheper-Hughes- una reconstrucción lo “suficientemente buena”, y creemos que es algo sumamente importante porque no que remos abusar de nuestra autoridad como autores ni de la con fianza de los lectores. Sabemos que el contexto es crucial a los efectos de evitar in terpretaciones equivocadas o estigmatizadoras de la violencia en los márgenes urbanos. En otras palabras, para entender y explicar la violencia interpersonal que permea muchas de las interacciones de la zona es necesaria una contextualización ra dical. Cada episodio violento percibido deberá ser entonces ubicado en su contexto estructural más amplio, así como en su contexto situacional más específico. Eso es más fácil de decir que de hacer, por cierto. Frente a cada interacción violenta, nos fue difícil, parafraseando al novelista Richard Ford, “mantener en la mente, de manera simultánea”, los contextos objetivos “muy juntos” a los contextos subjetivos. Dado que el material etno gráfico será desplegado en detalle, quienes lean estas páginas sabrán juzgar si lo hicimos con efectividad. Sin una comprensión de las maneras en que las personas involucradas en la violencia le dan sentido a esta (cómo la uti lizan, con qué propósitos, cómo la experimentan y entienden), nos quedaríamos con un examen bastante limitado y limitante de la violencia, como “ causada” por fuerzas macroestructurales. Es cierto es que “grandes estructuras y amplios procesos” -com o el Estado patriarcal, la profunda informalización de la econo mía, la expansión del mercado de las drogas ilegales, etc - son factores centrales para aprehender la persistencia de la violen cia cotidiana. Pero no son suficientes para entender, aun menos explicar, la enorme cantidad de formas de brutalidad interper
INTRODUCCIÓN
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conectan unas con otras. Para eso, necesitamos reconstruir las perspectivas de aquellos que com o víctimas, testigos o victim a rios están “dentro” del maélstrom de las múltiples, y muchas veces despiadadas, formas de agresión física. Parte del“porqué” del derrame de violencia está en su “cómo”. Por ello, si bien hacia el final de este breve libro especularemos sobre factores que están en la raíz del derrame, del carácter encadenado que adquiere la agresión física en el terreno (fac tores tales como la explosión de la comercialización de narcó ticos, la presencia selectiva, intermitente y contradictoria del Estado en los márgenes, la informalización y la desproletarización), nuestro énfasis está puesto en describir con el mayor de talle posible el curso de la violencia, en tiempo y espacio reales. Las estructuras y los procesos que sobredeterminan nuestro universo empírico y tienen un impacto crucial en la persistencia de la violencia serán objeto de estudio más detallado en otro libro que sucederá a este. La violencia es, en más de un sentido, como el clima: com plicada, cambiante y, en cierto sentido, impredecible, pero re sulta de causas similares que, en combinaciones variables en distintos tiempos y lugares, la producen. Siguiendo este razo namiento, explicar la violencia implica vislum brar causas, com binaciones y contextos. El libro que sigue a este estará basado en buena medida en una variedad similar de interacciones violentas que aquí describimos. Sin embargo, focalizará más la atención en los factores, muchos de ellos externos al espacio social del barrio, que alimentan el funcionamiento de la “cadena de violencia” (buena parte de la literatura sobre la “violencia en Am érica Latina” reconoce a estos factores como im portan te naufraga a la hora de especificar las
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¿Cru ¿C rueld eldad ad? ?
Alg A lgu u n os de los epis ep isod odio ioss aquí aq uí reco re cons nstr trui uido doss pued pu eden en aparecer, aparec er, a simple vista, como ejercicios de crueldad, esto es, como una imposición imp osición intencional de dolor físico a un ser más débil con el fin de causar angustia o miedo (Shklar, 1985). Sin embargo, los actos actos violentos que parecen tener tener “ un fin” fin ” (humillar, (humillar, amedren am edren tar), tar), en realidad, realida d, tienen otro que solo so lo se deve de vela la tras una un a atenta atenta y sostenida sost enida ob obse serv rvac ació ión. n. Escu Es cuch chem emos os a la l a m adre ad re que qu e solo para de pegarle al hijo cuando ve sangre en sus sus manos o a otra que encadena encad ena a su hija o que la azota azota con un palo p alo o con sus puños. Escuch Esc uchemos emos también tamb ién lo que acompaña acom paña a esos rela relatos tos.. No N o solo describen la mecánica m ecánica de la la violencia - l a form a de los los golpes, golpes, las marcas, sus efecto efectoss físicos-, físico s-, tambiénh tamb iénh ablan abla n de la frustración frustración y la im p ote ot e n c ia que qu e la m otiv ot ivan an.. Sigam Sig amos os aguz ag uzan ando do el oído oí do e invariablemente invariablemen te veremos veremo s que el fin último ú ltimo de ese ese ejercicio de la vio v iole len n cia ci a sobre so bre u n ser m ás déb dé b il no es exclus exc lusiv ivam amen ente te pro p rod d u cir ci r miedo en la víctima (lo cual, sí, efectivamente apuntaría a un ejercicio ejercicio de la “ crueldad” ). La producción del miedo es, desde el punt pu nto o de vista delpe de lperp rpet etra rado dor, r, un m edio ed io p a r a evit ev ita a r un m al m a (la adicción, las malas compañías). La violencia, desde el yo y o r (la
punto de vista del perpetrador, perpetrador, parece intentar romper rom per lo que es percibido com o un cada vez más peligroso encaden encadenamie amiento nto de eventos eventos (que a veces vec es toma, como c omo veremos, verem os, esta esta forma: form a: drogas ->■ robos -*• prisión).
E L P L A N D E L LI L I B RO RO
Este Este texto texto es product prod uctoo de la colabor cola boració ación n entre una maestra que trabaja en la zona desde hace una década y un sociólogo que conoció por po r primera prim era veze ve zell barrio hace veinticinco veinticinco años, años, cuando era militante militante político, y regresó allí como investi investigado gador, r, de manera mane ra
I NTRODUC NTRODUCCI CIÓ ÓN I
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intermitente, entre los años 2009 2009 y 2012. 2012. El E l libro libro está basado en notas notas de campo tomadas a diario al terminar la jornada de tra tra bajo al frent frentee de vario va rioss grados grado s en tres escuelas escuelas locales, en en dibu dib u jos jo s que q ue rea r ealiz lizaro aron n los alu al u m n os y alu a lum m nas na s de estas es tas escuelas escue las sobr so bree los aspectos negativos negativos y positivos del barrio, barr io, en fotografías fo tografías que ellos ellos y ellas ellas tomaron como parte de un u n taller taller que organizamos en una de las escuelas, en entrevistas en profund profu ndida idad d llevadas a cabo por nosotros con residentes de la zona, doctores de los hospitales locales y directivos directivos y persona pers onall de las escuel escuelas. as. D urante urante el año 2011, Agustín Agu stín Burban Burb anoo de Lara (por entonces entonces estudia estudiante nte del último último año de la carrera de sociología) sociología) se sumó sum ó a la investi investi gación gación y condujo observaciones observaciones en uno de los los comedores co munitario mu nitarioss de la zona y entrevi entrevistas stas en en profundidad a una docena de habitantes del lugar. lugar. A q u í utilizaremos algunas a lgunas de las historias que Agustín reconstruyó a lo largo de los seis meses que duró su trabajo de campo -señalando debidamente cuando estas provienen provienen de esa esa inm inmersión ersión etnográfica-. El segundo libro libro -co -c o n fines más explicativ explicativos os que desc d escriptiv riptivosos- centrará más la atención atención en dicho material. El apéndice metodológico describe con ma yo y o r detalle deta lle las técni téc nica cass de p rod ro d u cc cció ión n de datos da tos que qu e están est án en la base de este libro. No comenzamos nuestro trabajo de campo con la intención de estudiar la la violencia en la zona. Queríamos Queríam os replicar un estudio estudio que uno de nosotros, junto a una “antropóloga nativa”, había llevado a cabo en un barr ba rrio io altamente altamente contaminado, contaminado, Villa Infla In fla mable (Auyero y Swistun, 2009). Nos interesaba saber cómo se experimentaba la contaminación cuando c uando sus fuentes no eran tan visi vi sibl bles es como com o en el b a r r io adya ad yacen cente te al po polo lo petr pe troo q u ímic ím icoo de Dock Do ck Sud. Sud. A las pocas semanas de comenzar nuestro trabajo de investigac investigación, ión, los alumnos alum nos de d e la escuela con quienes empezábamo
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En realidad, en los dos años y medio que duró nuestra investi gación, fue escasa la agresión física interpersonal que presen ciamos en el interior de los establecimientos educativos donde trabajamo traba jamoss (algunas amenazas entre entre alumnos alumno s y un par de peleas peleas entre ellos a las que haremos referencia más adelante, y un epi sodio en el que una madre intimó verbalmente a una maestra, sobre el cual volveremos al final de este libro). El capítulo 2, “Entre balas e nacido”, sitúa el aumento de la viol vi olen enci ciaa inter int erpe perso rsona nall en el conu co nurb rban anoo bonaere bon aerense nse en un con co n texto más amplio. La mayoría de los países de la región han sufrido incrementos en nuevas formas de violencia y buena b uena parte parte de estas se concentran en territorios de relegación urbana -co munas, muna s, favelas, favelas, poblaciones, cantegri cantegriles les,, villa v illass-,, a tal punto que que se h a convertido en “ la característica característica definitoria de dichos asen tamientos tamientos a comienzos comienzos del siglo siglo xx x x i” (Rodgers (Rodgers y otros 2013:15) 2013 :15).. Si bien este capítulo emplaza nuestro abordaje etnográfico de la violencia interpersonal interpersonal en el contexto contexto dé d é la vasta v asta bibliografía bibliografía sobre el tema, no ofrecem o frecemos os nada nad a que se se asemeje asemeje a una “ revisión de la bibliografía”. Nuestra tarea consiste en describir las simi litudes y diferencias diferencias que la idea id ea de “ cadena de violencia” estab establec lecee con el trabajo académico -tanto teórico como empírico- que existe al respecto. En este capítulo, nuestra estrategia narrativa reproduce, en parte, el progreso de nuestro trabajo de campo. Comenzam Com enzamos os en el interior de la escuel escuelaa y luego nos movemos hacialas hacia las call calles es ylos ylo s hogares hogare s del del barrio. Presentamos Presentamos un conjunto de historias historias que, que, al al inicio, nos m ostraron ostraro n la recurrencia con la que los niños, niñas y adolescen adolescentes tes del barrio bar rio hablan h ablan de distin tas formas de violencia. Luego, en el capítulo 3,“ 3 ,“ Cadenas Cad enas de violencia”, violencia”, nos nos centramos en un conjunto más limitado de “casos” y excavamos en pro fundidad para escudriñar posibles conexiones. Los distintos retratos retratos -d e eventos, eventos, de de personajes, personajes, de momentos en la vida de
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estos- confluyen, esperamos, en la pintura de un paisaje que dé cuenta de las formas, los usos y las experiencias de la violencia en un territorio marcado por la pobreza, la informalidad y la acción intermitente, selectiva y contradictoria del Estado. El capítulo 4, “ El Estado en los márgenes” analiza etnográficamente las formas en que el Estado, en particular “las fuerzas de la ley y el orden”, se hace presente en el territorio. Con la excepción de un breve bosquejo en el capítulo 2, no se encontrarán en el libro grandes declamaciones teóricas, de talladas recetas analíticas, ni abultadas referencias bibliográficas; y para quienes quieran profundizar en algunos de los temas planteados, en las notas al final de cada capítulo ofrecemos un conjunto de sugerencias bibliográficas. La mejor prueba de una teorización acertada o de una receta adecuada (y de una cuidadosa lectura de la literatura existente) no se encuentra en un capítulo que describa el “marco” de la investigación, sino en la puesta en práctica de estas herramien tas teóricas y analíticas en la ejecución de la investigación y en la presentación narrativa de la mism a. Dej amos así para revistas académicas especializadas el tratamiento más “escolástico” de nuestra cuestión. Y como son demasiados los malos ejemplos del uso teoricista de la teoría, nos vemos llevados a repetir lo siguiente: las historias, los retratos y relatos que presentamos fueron (re)construidos con un conjunto de preocupaciones teóricas y analíticas (sobre el origen, formas y efectos de la vio lencia interpersonal) en mente. Distintas perspectivas teóricas guiaron la construcción de nuestro objeto pero preferimos, por razones de estilo -pero también por convicciones sobre los usos apropiados de la teoría sociológica-, enraizaría en la narrativa, antes que separarla de ella bajo la forma, lamentablemente muy usual, de un marco preliminar repleto de citas de autoridad y
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I LA VIO LEN CIA EN LOS M ÁR GEN ES
Para finalizar esta sección queremos puntualizar que, así como este libro no versa sobre la violencia en la escuela, tampoco es una investigación sobre Arquitecto Tucci; no estudiamos el barrio sino que estudiamos en el barrio una serie de temas (las formas y usos de la violencia, sus manifestaciones y experien cias). La distinción es importante porque el lector no encontrará aquí un tratamiento acabado de otros “temas” o “problemas” allí presentes, como la dinámica de la feria de La Salada que limita con el barrio, para citar el más obvio. Haremos sí refe rencia a la feria (y a otros temas) en la medida que nos sea de utilidad para esclarecer el problema que concita nuestra aten ción analítica.
LAS PARADOJAS Y LOS ENIGMAS DE LA VIOLENCIA COTIDIANA
Si bien el énfasis está puesto en la documentación de las formas y los usos de la violencia, a lo largo de este texto, los lectores confrontarán una serie de paradojas y de enigmas -historias encubiertas, difíciles, al inicio, de comprender-. Algunas de es tas “ideas extrañas, opuestas a lo que se tiene generalmente por verdadero o a la opinión general”5 (por ejemplo, la descripción de un “mercado informal” protegido por el Estado) solo que darán registradas como tales y remitirem os a trabajos existente sobre el tema particular para que las personas interesadas pue dan inspeccionar más en profundidad el origen, la dinámica y las implicancias de la paradoja. Otras de esas historias “difíciles de creer” o “difíciles de comprender” -p aradojas y enigmas que 5 Tal es la definición de “paradoja”, de acuerdo con María Moliner, Diccionario de uso del español, Madrid, Editorial Gredos, 2007.
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nos fascinaron y nos confundieron- merecerán una atención más detenida porque son ellas, justamente, las que nos permi tirán em pujar nuestra descripción hacia fines más explicativos - o sea, movernos del “cómo” de la violencia hacia el “porqué”-. Sabemos que cualquier explicación sociológica de la persisten cia y el aumento de la violencia en la zona tendrá que tener en cuenta factores exógenos a ella (la informalización, el creci miento en el tráfico y el uso de drogas, por nombrar solo dos). Sobre ellos reflexionaremos hacia el final del texto y planteare mos algunas ideas para futuras investigaciones. La parte prin cipal de este texto se centra, sin embargo, en lo que los propios actores hacen, piensan y sienten sobre las violencias - y los enig mas y paradojas que estas prácticas, creencias y sentimientos presentan-. Cuando una mujer toma una manzana y la parte con sus dos manos, diciéndonos que fue así, “practicando” con una fruta desde pequeña, que adquirió lo que ella denomina “técnicas de matar”, y que fue su abuelo quien le “enseñó” a defenderse de sus propios hermanos, el relato nos alertará sobre el carácter “aprendido” que puede tener la violencia -carácter central a la hora de entender su normalización-. Cuando un chico nos muestra un nuevo celular y nos dice que fue su padre, policía de la provincia, quien se lo regaló luego de habérselo decomisado a un ladrón, la historia nos empujará a reflexionar sobre la presencia del Estado en la zona. Cuando veamos cómo madres de los adolescentes de la zona, agobiadas por la adicción o por los comportamientos violentos de sus hijos, llegan a re currir a una policía de la que desconfían profundamente, como instrumento de disciplinamiento sobre sus seres más queridos, la descripción detallada de lo sucedido nos develará una forma de control, antes no vislumbrada, de la que participan, “volu
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a partir de una disputa por drogas, o cuando inspeccionamos un caso de violencia colectiva y vislumbramos que fue una res puesta a un intento de violación, “las anécdotas” nos alertan sobre la posible existencia de formas encadenadas de violencia.
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A la vera del Riachuelo: Arquitecto Tucci
Con una población de aproximadamente 170.000 habitantes en el año 2010,1 Arquitecto Tucci está situado al sur del conurbano bo naerense junto a la ribera del contaminado Riachuelo, un extenso colector de efluentes industriales al que la Defensoría del Pueblo de la Nación definió como el “peor desastre ecológico del país”. Tucci está conformado por una histórica superposición de tres formas urbanas distintas (barrios obreros, asentamientos y villas). Los asentamientos más recientes se formaron hace tres años y están actualmente en franca expansión horizontal y vertical Los terrenos tomados son las áreas del barrio más propensas a sufrir inundaciones (durante nuestro trabajo de campo, en varias ocasiones vimos cómo estos terrenos bajos fueron relle nados con materiales, como arena con escombros dragada del Riachuelo, desechos de construcción y basura). Junto a los asen tamientos informales recientes, hay zonas del barrio que tienen las características típicas de las villas, con estrechos y sinuosos pasillos que comunican docenas de viviendas. Su crecimiento se ha detenido en esta última década debido a la expansión de los asentamientos informales aledaños. La zona más antigua del barrio se formó y creció desde los años cuarenta en adelante al
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compás del proceso de industrialización, y aún conserva el pa trón de urbanización clásico conocido como “forma damero” por su semejanza a un tablero de damas. A diferencia de los pasillos y los pasajes de la zona de “villa”, los asentamientos informales comparten este patrón geométrico de urbanización. En términos generales, los residentes de los antiguos barrios obreros son propietarios y están en una mejor situación econó mica que los residentes de las villas y de los asentamientos, que todavía no han resuelto el problem a de tenencia de la tierra. Las fotos que presentamos fueron tomadas por alumnos de sexto grado de una escuela local. Retratan, con singular nitidez, las condiciones de privación extrema de infraestructura urbana básica que cotidianamente sufren los habitantes del lugar, o lo que podríamos llamar “la dimensión material del abandono es
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LA VIOL EN CIA EN LOS M ÁR GEN ES
están expuestos los habitantes y que el Estado municipal, pro vincial y federal desconoce, no quiere o no puede resolver y que origina lo que en otro trabajo llamamos sufrimiento ambiental. Escribió Fernanda en su diario: 9 de junio de 2010. La madre de un estudiante vino a verme. Su hijo, Manuel, había faltado varios días. Me dice que Manuel está lleno de granos... como el resto de sus otros ocho hijos. Viven junto a la orilla del Riachuelo. En la enorme mayoría de las más de trescientas fotos tomadas por alumnas y alumnos, la basura, el olor y las molestias que genera son una presencia constante. En varias ocasiones los alumnos señalan como responsables a los propios vecinos, pero, al mismo tiempo, destacan que la irregularidad en la recolección de basura es la causa de que ellos arrojen los desechos en la calle o en el arroyo cercano. El contraste entre las (muchas) calles de tierra -que, como vim os en más de una oportunidad, los obliga a envolver el único par de zapatillas que poseen en bolsas de plástico para poder transitar porque “cuando llueve, con el barro, te hun dís”- y las (pocas) calles asfaltadas también fue un tema re currente en las fotos. Los arroyos,“ todos podridos”, y (nuevamente) la basura que allí se acumula fueron temas varias veces enfatizados. En una de las conversaciones que surgieron a partir de las fotos, varios alumnos nos contaron que habían visto que el barro (altamente contaminado con toda clase de tóxicos) dragado del Riachuelo -como resultado del proceso de limpieza que comenzó a par tir de una decisión de la Corte Suprema de la Nación- es de positado en los terrenos del nuevo asentamiento para nivelar los terrenos.
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“En esa esquina tiran mucha basura. Pasa el camión pero no todos los días. Y la basura la rompen los perros.” “Tiran basura ahí, hay olor a caca de perro.” “No me gusta. Ahí vivo yo, no me gusta porque hay barro y tiran basura... no me gusta la basura.”
“Es feo, la calle está toda rota y no pueden pasar los colectivos. A mí me gustan las calles asfaltadas. En las de tierra, se llena de
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“Es todo barro. No me gusta porque cuando llueve te hundís. Se inun da todo porque el río rebalsa.”
“Esta calle sí me gusta. Está asfaltada. Me gusta porque casi ninguna está asfaltada por ahí.” A LA VER A DEL R IAC HU ELO : AR QU ITECTO TUCCI
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A LA VER A DEL R IAC HU ELO : AR QU ITECTO TUCCI
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“Está todo lleno de basura, los vecinos tiran basura y contaminan... no me gusta.”
Varias fotos combinan el disgusto por la ausencia de infraes tructura básica con la criminalidad circundante y la adicción a las drogas.
“Este es un coche al que le prendieron fuego los pibes... está lleno de basura.”
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v i o l e n c i a
e n
l o s
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“No me gusta la plaza, se robaron todo lo que había.” “No, no me gusta la plaza. No tiene juegos. Rompieron todo el tobogán, no tiene nada. Se llevan las cosas.”
“No me gusta porque ahí los pibes fuman porro, destruyeron el pasto, no hay más juegos. Los pibes se drogan y se pelean.”
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“Es un camión que quemaron los del bajo. Era el camión de Luis, el del kiosco. Le robaron a Luis, le sacaron todo del camión y le prendieron fuego. Son todos chorros en este barrio.”
Dado que la consigna del taller de fotografía era retratar el es pacio del barrio, los alumnos no tomaron fotos del interior de la escuela, donde también se manifiesta la extrema relegación -e n el sentido literal de “olvido”, “apartamiento” a una situación inferior-. Por ejemplo, la planta purificadora de agua, que limita con una de las escuelas, a menudo deja de funcionar, de modo que se inunda el patio de la escuela y, más usualmente, entra un olor pungente en las aulas. Com o Fernanda escribió en el diario de campo el 11 de mayo del 2010: Hoy, el olor de la planta es insoportable. No podemos abrir la ventana del aula porque estamos justo al frente. Durante
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LA VIOLEN CIA
EN t o s
MÁ RG EN ES
El edificio de la escuela primaria en donde Fernanda trabajó durante los años 2010 y 2011 tampoco está en condiciones idea les. Como habíamos anotado en nuestro diario de campo:
15 de mayo de 2010. Para ir al comedor, hay que pasar por el patio de afuera porque el patio cubierto está cerrado. Está a punto de caerse el cielorraso. 3 de agosto de 2010. Llego a la escuela a las 7:30 de la mañana y el director me dice que parte del techo del área principal de la escuela se cayó. Esta parte está ahora cerrada. El otro sector que fue cerrado meses atrás todavía no fue reparado. Sin embargo, a pesar de estas imágenes, sería erróneo afirmar que Arquitecto Tucci se encuentra totalmente abandonado por el Estado. La existencia de varios establecimientos educativos, un importante hospital público (que fue ampliado hace unos años), distintas salas de cuidados primarios y la recientemente inaugurada Unidad de Pronta Atención ( u p a ), que, si bien está ubicada algo por fuera de sus límites geográficos, sirve a la población de Tucci, marcan la presencia del Estado en la zona. Junto a estas instituciones, varios planes de asistencia social (de distintos niveles de gobierno) encarnan la aparición del Estado en Arquitecto Tucci proporcionando un muy necesitado (aun que limitado) alivio a sus habitantes. El más importante de todos es la Asignación Universal por H ijo (a u h ), un programa de transferencia condicionada de dinero efectivo que el go bierno nacional puso en marcha en 2009. Los habitantes tam bién son beneficiarios, aunque en mucha menor medida, de otros dos program as sociales (Argentina Trabaja y Plan Vida). En una serie de 110 entrevistas con residentes d éla zona detec tamos que en 2011,54% de los adultos habían sido beneficiarios
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de al menos un programa. Es importante remarcar que, si bien “asisten” para satisfacer las necesidades más básicas, ninguno de estos programas, por cierto, impulsa a los beneficiarios por sobre la (pobre) línea de pobreza. Junto a los planes de asisten cia, las redes políticas informales y los comedores fundados por la Iglesia católica o financiados por el Partido Justicialista tam bién nutren de recursos básicos (medicinas y alimentos) a los más necesitados. A pesar de una década de crecimiento económico sostenido a nivel nacional y de la asistencia estatal brindada, Arquitecto Tucci continúa siendo un barrio con altos niveles de pobreza e indigencia, un espacio relegado, habitado por masas de traba jadores informales y desempleados intermitentes con bajísimos ingresos. Anotó Fernanda en su diario: 6 de mayo de 2010. Cuando entro al edificio de la escuela, la madre de Luis se acerca para hablarme. Luis ha dejado de asistir a la escuela durante el último mes. Ella me dice que han estado viviendo en la calle, durmiendo en una especie de depó sito. Les permitían quedarse ahí hasta las 5 de la mañana. Luego, empezaban a buscar comida en la basura y a pedir comida en los restaurantes y en los bares. Ahora están alqui lando una casa en un barrio cercano. Son todos de la provin cia de Formosa [...]. Empieza a llorar mientras me cuenta su historia. Me dice que estaba muy asustada mientras dormía en las calles. Estaba preocupada por Luis, no quiere que pierda más clases. La cara de Luis está llena de cicatrices. Junto a la albañilería, el reciclaje de basura y el servicio domés tico, una importante fuente de ingresos en la zona es la feria
48 I L A V I O L E N C I A E N L O S M Á R G E N E S está constituida por tres grandes mercados (Urkupiña, Punta Mogote y Ocean), adonde, dos veces por semana, miles de per sonas van a comprar ropa, pequeños electrodomésticos y comida. Con sus casi veinte laberínticas hectáreas, La Salada “es un emblema mundial de la producción y falsificación de mercade ría de marca”, de acuerdo con la Unión Europea (La Nación., 10 de marzo de 2009). Sangre Salada, de Sebastián Hacher, retrata muy bien la lógica de este universo, sus reglas implícitas y ex plícitas y las estrategias que pergeñan los principales actores que conforman los distintos nichos de los que está hecho el mundo de las ferias: los taxistas que llevan y traen clientes y comercian tes al lugar, los jóvenes que organizan los estacionamientos de autos y buses, los “ peces gordos” que dirigen la estructura ope rativa de las diferentes ferias, los encargados de cobrar los im puestos internos a los puesteros, los policías que colectan “coi mas”, los puesteros con sus mercaderías variopintas, los trabajadores de los talleres que las manufacturan, los comer ciantes que proveen la materia prima, etc. Otro libro ,L a Salada, de Nacho Girón, además de aportar a la comprensión de la lógica social del mercado, describe la gran cantidad de conexio nes que quiénes estuvieron y están al mando de este mercado informal han tenido que construir con autoridades delgobierno para establecer, mantener y expandir su funcionamiento. Si bien La Salada ha sido retratada, en más de un trabajo periodístico, como un caso de dinamismo económico tanto en tiempos de crisis como de bonanza y como un universo que ha propulsado a varios individuos hacia el éxito económico, lo que nos interesa destacar aquí no es solo la intensa relación econó mica y laboral entre la población de Tucci y La Salada (relación que incluye altos niveles de explotación y trabajo infantil), sino también la violencia interpersonal que acompaña las operacio nes del mercado informal.
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Esta violencia no existe solo en el pasado de La Salada (como se puede leer en las crónicas de Hacher y Girón, la violencia fue allí fundante en el sentido de que inauguró y reforzó liderazgos y delimitó y mantuvo territorios), sino que también está presente en el funcionamiento actual del lugar. A pesar de las medidas de seguridad implementadas por el Estado (la gendarmería na cional patrulla la zona los días de feria) y la seguridad privada de la propia feria -encarnada en el “corredor de seguridad” que establecen agentes fuertemente armados y atraviesa algunas ca lles del barrio durante los días en que esta opera-, los robos violentos son frecuentes en sus adyacencias. La gran cantidad de mercadería y los cientos de miles de pesos que por allí circu lan representan una atractiva oportunidad para todo tipo de emprendimientos delictivos.2Docenas de notas periodísticas, y nuestros propios entrevistados, han reportado atracos y robos durante los dos años y medio de nuestro trabajo de campo. Pero no solo los robos alimentan la agresión interpersonal. Como relata Hacher y como también nos contaron en el transcurso de nuestra investigación, el control de los estacionamientos de au tos, taxis y buses suele resolverse a punta de revólver o cuchillo. Los doctores del hospital público y de la Unidad de Pronta Aten ción nos confirmaron la asociación existente entre la feria y la violencia interpersonal: los heridos de arma blanca y de arma de fuego aumentan significativamente los días en que esta abre sus puertas al público. Ya sea como dueños o empleados de alguno de los miles de puestos o como trabajadores en uno de los cientos de talleres clandestinos que manufacturan los bienes que allí se venden, muchos residentes del barrio sobreviven gracias a (y, vale la pena
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recordarlo, son altamente explotados po r) este gigantesco mer cado informal. El 22% de nuestros 110 entrevistados trabaja regularmente en la feria.3 Varios de los alum nos de las escuelas locales también trabajan allí, ya sea como “carreros” (transpor tando mercadería), como vendedores ambulantes o como ayu dantes en los puestos a cargo de algún familiar, y como conse cuencia de ello uno o dos días a la semana no asisten a clase. La esfera de influencia de la feria no se acaba en quienes trabajan directamente allí sino que se extiende a muchas otras personas 3 Aunque la feria no está regulada por el Estado, varios de sus funcionarios realizan apariciones sorpresivas en La Salada. Tal como Scarfi y Di Peco afirman (2011: 9), el Estado puede aparecer encarnado en la agencia que cobra impuestos a la propiedad, en un juez o un fiscal que investiga presuntas violaciones a los acuerdos internacionales sobre marcas y propiedad intelectual, o en una Secretaría de Salud que dem anda sistemas de drenaje que no contaminen el Riachuelo.
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que, de manera más indirecta, obtienen ingresos derivados de la presencia de este mercado informal en la zona; por ejemplo, niñas que quedan al cuidado de menores cuando las madres de estos confeccionan prendas para la feria o pasan largas horas en los puestos de venta. Como nos relata Rocío al describir la foto que tomó durante el taller de fotografía que organizamos en la escuela: “ Le saqué a la máquina de coser. Está en un galpón atrás de la vía. En esa máquina trabaja una señora que me paga a mí, yo le cuido a los nenes mientras ella cose. Trabaja para un tipo que vende en la feria. Con lo que me paga, a veces compro mercadería y a veces me com pro algo para mí”.
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En las últimas dos décadas, la mayoría de los países de América Latina han sido testigos de un importante incremento de nuevas formas de violencia interpersonal. Si bien la violencia ha tenido una presencia continua en la historia de la región, más de un analista sostiene que el reciente aumento de la brutalidad en los grandes centros urbanos podría poner en jaque a las nuevas de mocracias del subcontinente. Si la violencia es considerada como medida del fracaso o éxito de una democracia, argumentan Arias y Goldstein (2010), entonces muchos de los países latinoameri canos estarían convirtiéndose - a poco de haber culminado sus transiciones- en sistemas profundamente antidemocráticos. Si bien el carácter “novedoso” de la violencia ha sido objeto de intensos debates entre los académicos, la mayoría acuerda en que la región ha experimentado un notable cambio en las formas de violencia prevalentes desde comienzos de los años noventa. Esta nueva violencia “se encuentra disponible para una variedad de actores sociales”, no es ya el recurso exclusivo de las élites y las fuerzas de seguridad e incluye violencia callejera y criminal co tidiana, motines, revueltas, actividades paramilitares y parapoliciales, arbitrariedad policial, etc. (Koonings, 2001). En su abarcadora reseña de la investigación sobre la violencia en la región, Imbusch, Misse y Carrión (2011: 95) sostienen que la violencia
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los países del continente” y ha sido remplazada “por otras formas, mayormente violencia social (violencia interpersonal, abuso doméstico, abuso de menores, asalto sexual) pero también crim i n a r (nuestro énfasis). Estas nuevas formas de violencia son entonces muy variadas y, a diferencia de las formas anteriores, están localizadas sobre todo en áreas urbanas. Por otra parte, esta nueva violencia urbana afecta a las poblaciones más des poseídas de manera m uy desproporcionada, particularmente a adolescentes y jóvenes tanto en su papel de víctimas como en su rol de perpetradores. Y la mayor parte de esta violencia se concentra en asentamientos informales -llám ense estos favelas, poblaciones, colonias, cantegriles, comunas, o, en el caso de nuestro país, villas y asentamientos-. En el caso de la Argentina, y de la zona metropolitana de Buenos Aires en particular, el aumento de la violencia social y criminal es también evidente (Observatorio de la Deuda Social Argentina, 2011). Datos oficiales apuntan a una duplicación de las tasas de criminalidad entre 1995 y 2008 (año anterior al co mienzo de nuestro trabajo de campo): de 1.146 a 2.010 hechos delictivos cada 100.000 habitantes, y de 157 a 536 crímenes con tra las personas cada 100.000 habitantes ( d n p c , 2008). Si bien no hay cifras confiables, el abuso sexual y doméstico también parece haber aumentado de manera significativa {La Nación, 24 febrero de 2008). La evolución de la tasa de homicidios es una manera usual de medir el aumento de la violencia, o su reverso, la pacifica ción. De acuerdo con estadísticas oficiales, en la provincia de Buenos Aires esta tasa no registró un aumento en la última década sino, por el contrario, un descenso (de 10,9 cada 100.000 habitantes en 1992, a 6,9 cada 100.000 habitantes en el 2008), con lo que se mantiene bastante por debajo de los promedios de los países de la región. Sin embargo, si uno mira con deteENTRE BALAS E NACIDO"
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oimiento estas mismas estadísticas oficiales verá que, en lo que hace a la violencia interpersonal que no culmina en el deceso de la víctim a, esta sí se ha incrementado notablemente. Decía mos más arriba que entre 1992 y 2008, los delitos contra las personas se habían casi cuadruplicado (de 157 cada 100.000 habitantes a 535 cada 100.000 habitantes). Los delitos contra las personas incluyen homicidios dolosos, homicidios dolosos en grado de tentativa, homicidios culposos en accidentes de tránsito, homicidios culposos por otros hechos, lesiones cul posas en accidentes de tránsito, lesiones culposas por otros hechos y lesiones dolosas; estas últimas abarcan casi la mitad del total de delitos contra las personas (la tasa de lesiones dolo sas, para el año 2008, es de 262,93 cada 100.000 habitantes). Para decirlo en lenguaje simple, tiros, cuchillazos o golpes de puño que no terminan en homicidio se incluyen en la categoría que ha experimentado casi 400% de aumento (los delitos contra la propiedad se incrementaron de 743 cada 100.000 habitantes en 1992 a 959 cada 100.000 en 2008). Si miramos aun con más detenimiento la trayectoria de la tasa de lesiones dolosas, com parando dos distritos (el municipio donde se ubica Arquitecto Tucci y Vicente López, un municipio con un promedio de ingreso per cápita significativamente más alto), veremos una interesante diferencia que apunta a la distribución desigual de la violencia. En nuestro municipio entre 2003 y 2008, las lesiones dolosas aum entaron 65%; en Vicente López, decrecieron 33%. Otros datos parecen confirmar un incremento en la violencia interpersonal en el área metropolitana de Buenos Aires. En un relevamiento periodístico realizado en febrero de 2012 por el diario Crítica en hospitales de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense, se afirma que entre 2006 y 2012 hubo
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un herido de bala por mes, hoy tenemos dos casos por día”, afirma un m édico en la nota periodística. Y otro, refiriéndose a declaraciones del ministro del Interior que hablaban de una disminución de la violencia social, sostiene: “No voy a discutir con el ministro, pero si sus estadísticas dicen que hay menos inseguridad, yo lo invito a pasar un fin de semana en la trinchera para que vea la cantidad de baleados y acuchillados que aten demos” ( Crítica , i de febrero de 2012). Otras cifras ratifican el aumento de la violencia en el distrito municipal donde se ubica Arquitecto Tucci. Entre junio de 2006 y junio de 2012, al hospital estatal del distrito ingresaron 669 casos de traumatismos que requirieron intervenciones quirúr gicas. Quinientos de estos fueron traumatismos abiertos (esto es, de arma blanca, 271 casos, y de arma de fuego, 229 casos). En 2006, se registraron 35 de estos casos; en 2011,110 casos. Adyacente el Cam ino Presidente Ju an Perón (tradicional mente conocido como Cam ino Negro), Arquitecto Tucci siem pre fue una “zona caliente” en términos de violencia y crimina lidad. Hace ya quince años un periodista del lugar, por ejemplo, citaba fuentes policiales que hablaban de la gran cantidad de asesinatos en el barrio (Torresi, 1998). En otros términos, la violencia interpersonal no es algo totalmente nuevo en la zona, aunque sí, de acuerdo con diversas fuentes, lo es su frecuencia. Según datos de la Defensoría General del municipio, en Ar quitecto Tucci los homicidios crecieron 780% en menos de cua tro años: de 17 homicidios simples en 2007 a 48 entre enero y octubre de 2012. El aumento es tan significativo que no puede ser explicado por posibles problemas en el cargado de los datos, ni tampoco por el crecimiento demográfico en la zona. Si bien no pudim os acceder a la información sobre el crecimiento poblacional en Arquitecto Tucci, según datos del i n d e c la pobla ción del municipio creció solo 4,2% entre 2001 y 2010. Con
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estos números, y estimando un crecimiento demográfi co simi lar al del distrito, la tasa de homicidio en Arquitecto Tucci sería de 28,4 cada 100.000 habitantes: cuatro veces mayor a la de la provincia de Buenos Aires.1 Entrevistas con personal médico que trabaja en hospitales y centros de salud de la zona hace más de una década (y nuestra propia experiencia en un lugar que conocemos desde hace casi veinticinco años) nos confirman que la violencia -ta n to criminal como interpersonal- ha au mentado de manera considerable. En una entrevista llevada a cabo en agosto de 2012, un médico con quince años de experiencia en Arquitecto Tucci nos dice que, a diferencia de cuando él comenzó a trabajar allí, ahora es más común “atender heridos de arma blanca o de fuego ... al menos uno por día”. Las cifras que nos proporcionaron en la guardia del único hospital público de la zona se acercan a esta descripción general. En el año 2010 la guardia de emergencias atendió a 109 heridos de arma blanca y 191 heridos de armas de fuego (la enorme mayoría de ellos hombres, solo 11 y 7 mujeres respecti
1 Desde posiciones cercanas al oficialismo, se intenta cuestionar la generalizada percepción de (in)seguridad urbana utilizando comparaciones entre las tasas de homicidio en la Argentina y las tasas (usualmente más altas) de otros países latinoamericanos, enfatizando al mismo tiempo el carácter social y políticamente construido que tienen las vivencias de inseguridad. Si bien acordamos en que el miedo al crimen es un artefacto susceptible de diversas fabricaciones y manipulaciones, no creemos que el uso de estadísticas comparativas sea una herramienta eficaz para probar ese punto. No se puede invalidar o descartar (en nombre de la crítica social o de un saber sociológico superior) las experiencias vividas de diversos grupos sociales presuponiendo la existencia de un “homo estadístico”, una criatura asocial que llevaría consigo una tabla de frecuencias de homicidios mediante
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vamente, y más de la mitad menores de 25 años).1 Esta cifra re presenta, de acuerdo con entrevistas realizadas en el hospital, un aumento de 10% respecto del añ o anterior. Médicos q ue trabajan en la Unidad de Pronta Atención (inaugurada hace dos años, atiende casos de Arquitecto Tucci y zonas aledañas) nos confir maron que las heridas de bala y de cuchillo son muy frecuentes - “ un promedio de 2,3 heridas de arma de fuego por dom ingo, y un prom edio de 1,5 heridas de arma blanca por dom in go ... du rante la semana, tenés un herido día por m edio”- . “ En términos de heridos de bala”, nos explicó el jefe de guardia del hospital local, “te diría que hay un aumento del 10% año tras año”. Como mencionamos más arriba, todos los médicos entrevis tados enfatizaron que los días en que una de las ferias de La Salada abre sus puertas, las guardias reciben m ayor cantidad de heridos de arma blanca o de arma de fuego. Uno de los jefes de guardia nos decía: “ La feria es un eje conflictivo, los días de feria aum en tan las agresiones. Imagínate miles de personas que vienen con plata, con su mercadería. Ahí los roban, muchos robos con arm a”. En base a inform ación periodística pudim os mapear la ubi cación concreta de veinticinco hom icidios ocurridos entre 2009 y 2012. Confirm ando las apreciaciones de los médicos, ocho de estos ocurrieron en las adyacencias de la feria, la m ayoría de los cuales estuvieron relacionados con intentos de robo. Es impor tante destacar un dato que ad quirirá m ayor relevancia al aden trarnos en el universo de los estudiantes de Fernanda: los vein ticinco asesinatos que pudimos mapear ocurrieron a menos de un kilómetro y medio a la redond a de una de las escuelas donde ella trabaja (donde realizamos el taller de fotografía), seis de ellos a menos de cinco cuadras.
No es casual que la violencia sea la preocupación primordial de los vecinos. En una serie de 110 entrevistas cortas con habi tantes de la zona, estos definieron “ la delincuencia, la inseguri dad, los robos, la venta y consumo de drogas” como “ los prin cipales problemas en su vida diaria”. Carencias de infraestructura urbana básica (el pésimo estado de las calles, la falta de agua, de alumbrado y de recolección frecuente de basura) aparecen en segundo término. Arquitecto Tucci y sus zonas aledañas son conocidos como territorios donde operan varias “ bandas” (“ La banda del gordo Mario”, “La banda de los Guille”, “Los corsarios”) dedicadas al almacenamiento, fraccionamiento, preparación y comercio de drogas ilegales. Durante nuestro trabajo de campo, varios ope rativos policiales decomisaron decenas de kilos de cocaína y miles de dosis de paco a varios de estos grupos, el más famoso de los cuales, “Los Matatigres”, funcionaba hacía más de dos décadas en zonas vecinas a Arquitecto Tucci. Pero, repetimos, es la violencia interpersonal la que le da a Arquitecto Tucci buena parte de su (mala) reputación. En el transcurso de 2010, los medios locales registraron siete asesinatos. Entre estos episodios, hay crímenes cometidos en ocasión de robos a comerciantes o clientes de La Salada y otros que tienen la apariencia de ser “retribuciones”, lo que en el len guaje local se conoce como “ajuste de cuentas”. En esta última categoría entra el asesinato de Oscar Garín, suboficial del ser vicio penitenciario, que trabajaba como guardiaprivado en uno de los galpones de la feria de La Salada y apareció muerto a principios de agosto de 2010 con un tiro en la cabeza. La semana anterior a su deceso, había sido despedido de la feria, pero apa
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adyacente a la feria. Como describe el periodista Sebastián Hacher, autor de una iluminadora crónica sobre la dinámica interna de la feria: La disputa estalló hace un mes frente al galpón de la Coope rativa 27 de Mayo, donde trabajaba Garín. Uno de los días de feria, un grupo de hombres fornidos llegó temprano e intentó ocupar parte de la calle donde hace años trabaja una coope rativa. Cuando los demás puesteros los increparon, los nuevos ocupantes intentaron justificarse: “Nosotros compramos un metro y medio de calle: le dimos 20 mil pesos a Ramón”, dijeron. Ramón era uno de los sobrenombres del penitencia rio Oscar Garín, al que algunos también llamaban “El Negro”. La semana pasada se organizó en la feria una especie de careo entre Garín y los que decían ser compradores del lugar. El guardiacárcel negó haber participado en la maniobra. Ese día lo volvieron a amenazar. Le dijeron: “Vos nos estafaste, sos boleta”. Pero “El Negro” no le dio importancia. Ese día fue despedido de su trabajo como vigilador. Una semana después lo mataron (Tiempo Argentino, 4 de agosto de 2010). Esta muerte (y otras que tanto las noticias locales como los vecinos definen como “ajustes de cuentas” ) ilustra el uso de la violencia como “represalia”. Como veremos más adelante, buena parte de la literatura pone el énfasis en este carácter de la vio lencia callejera: ojo por ojo, diente por diente. Pero la historia también arroja luz sobre el uso de la violencia para conquistar territorio. Como le relataba una fuente de La Salada al cronista citado más arriba: “si [acá] dejas un centímetro libre, enseguida
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la agresión física. Otros de estos conflictos se resuelven directa mente a punta de cuchillo o de pistola como bien describen en sus crónicas Hacher (2011) y Girón (2011). En 2011, un joven de 23 años fue linchado por un grupo de vecinos cuando pretendía robar una casa y murió a causa de las pedradas y los puñetazos ( Crónica, 13 de abril de 2011). Ese mismo mes, otro joven de 21 años apareció asesinado a cuatro cuadras del Camino Negro con dos tiros en el cuello y en la espalda ( Argendiario , 24 de abril de 2011), y un hombre de 33 años, que había sido apuñalado por dos agresores que lo asal taron cuando circulaba a bordo de su camioneta, murió mien tras era asistido en el hospital local (La Prensa, 26 de abril 2011). Meses más tarde, un policía federal fue asesinado por dos per sonas que le robaron su auto. El sargento recibió un balazo letal en el pecho (La Verdad, 19 de octubre de 2011). La crónica roja del año 2012 comenzó con la muerte de un niño de 2 años, que falleció tras recibir un balazo en la espalda, disparado por un hombre que trataba de impedir que tres la drones asaltaran a su esposa y cuñado (Crónica, 21 de enero de 2012). En mayo, un joven de 22 años murió luego de ser atacado a balazos por cuatro personas en las cercanías de la feria La Salada (Diario Popular, 28 de mayo de 2012); en julio, un feriante fue asesinado de un tiro en la espalda luego de un intento de robo (La Nación, 5 de julio de 2012; Télam, 6 de julio de 2012) y una persona murió en un tiroteo con la policía luego de asaltar un colectivo de la línea 32 (Info Región, 3 de julio de 2012). Par ticularmente violento fue el mes de octubre. Un joven de 18 años fue herido de un balazo y falleció cuando era asistido en el hos pital local (La Nueva Provincia, 1 de octubre de 2012), otro hom
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tórax y murió cuando era atendido en el Hospital Redael (La Prensa, 6 de octubre de 2012), y una niña resultó herida al reci bir un balazo en el cuello (Crónica, 1 de octubre de 2012).
Limes, 23 de abril de 2012. Hoy falleció Darío. Tenía 17 años. Nadie sabe si se mató o lo mataron. Entró en la escuela donde enseña Fernanda. Las maestras no estaban allí porque había paro de per sonal auxiliar y no se dictaban clases. Darío estaba desorientado, se cree bajo el efecto de alguna droga. En la escuela intentaron contenerlo. Llamaron al hospital para que enviasen una ambu lancia o un médico. Nadie vino. A la media hora, con claros sín tomas de paranoia según quienes lo vieron, Darío salió corriendo de la escuela; llevaba una gomera en la mano con la que amena zaba a los fantasmas que decía ver. Después de una hora, el direc tor de la escuela recibió la noticia de que Darío había muerto. Se había ahogado en el riacho podrido y pantanoso que atraviesa el asentamiento lindero a la escuela. Dicen en el barrio que tuvo una pelea con unos vecinos, y que terminó en el río, estancado, y que no pudo salir. Lo velaron en su casa. Su muerte no se reportó en ningún diario. Días antes, los vecinos cuentan que Darío había sido violentamente agredido por la policía local. “Lo confundie ron con un chorrito, lo metieron en el patrullero y lo cagaron a palos.” Nos lo cuentan con temor de las posibles represalias, y repiten, “silo ven drogado, ¿por qué no lo llevan a la casa?”. Dicen también que cuando Darío salió de la escuela agredió a unos vecinos. Estos no llamaron a la policía (¿por qué van a hacerlo si, como nos han relatado innumerables veces, “la gorra siempre llega tarde”?), sino que tomaron la justicia en mano propia y
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Las experiencias de chicos y adolescentes de las escuelas donde Fernanda trabajó en los últimos tres años confirman que dis tintas formas de violencia abundan en la vida cotidiana del barrio y, como veremos en más detalle a lo largo de este libro, tiñen las percepciones e interacciones de sus habitantes, jóvenes y adultos. Durante nuestro trabajo de campo, Fernanda dictó clases a tres grupos distintos de estudiantes (tercero, cuarto y sexto grado, entre 8 y 13 años de edad). Para ellos los tiroteos, los robos armados y las peleas callejeras son temas de conver sación habituales, esto es, regularmente presentes en sus vidas cotidianas. Los “relatos de violencia”, para decirlo de manera explícita, no son algo qué uno tenga que traer a colación como “temas” para ser discutidos y problematizados (como suele ha cerse en las encuestas). Durante los dos años y medio de inves tigación, no pasó una sola semana sin que al menos uno de los más de sesenta alumnos de las escuelas primarias con los que Fernanda interactuó a diario no nos haya descrito uno o más episodios que implicasen una o varias formas de violencia. En tre junio de 2009 y junio de 2012, los alumnos relataron vein tidós casos de muerte violenta (ya sean homicidios o muertes en enfrentamientos policiales, de ex compañeros, como Lucho, de vecinos, como Darío, de familiares o de gente qüe trabajaba en la feria). Algunas de estas muertes son recordadas en las paredes del barrio en la forma de murales callejeros como los que vemos aquí. Cualquier ocasión trivial dentro del aula de clase (como, por ejemplo, la alusión al cumpleaños de un familiar) es una opor tunidad para hablar del último episodio violento en la vida del barrio. A continuación presentaremos una serie de notas de
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30 d e m a r z o d e 2010. Marita (9 años) me pregunta si yo conozco al padre de Naria. Le respondo que no. “Él está en el cielo, le dispararon en la cabeza.” Samanta ( 1 1 años) me cuenta que su vecino, Carlitos, festejaba los 1 7 años este último domingo. “Un amigo de él vino a recogerlo para ir a dar una vuelta al barrio. Carlitos no quería ir porque era su cumpleaños pero su amigo lo convenció y se fueron.” Samanta cree que ellos iban armados. A Carlitos lo mataron. “Sus amigos lo carga ron alrededor de la manzana [como en una procesión]. Yo fui a su funeral, sus ojos estaban todavía abiertos y su casa [donde el funeral tuvo lugar] estaba llena de amigos de él. Carlitos tenía muchos amigos. La bala entró por su pecho e hizo un agujerito ahí, pero en la espalda, por donde la bala salió, ¡el agujero era enorm e!” 8 de ab ril de 20 10.
3 d e o c t u b r e d e 2011. Luis me cuenta que ayer a la mañana dos vecinos se pelearon y se tirotearon. “Uno le pegó un tiro en la pierna... le atravesó así [indicándome su rodilla] la bala. Primero se pelearon, se gritaban, y al rato se cagaron a tiros.” Estamos almorzando en el s u m (salón de usos múltiples). Joh ny está sentado con sus compañeros, se lo ve muy triste. Me acerco a preguntarle si quiere comer. “No seño, estoy mal, no quiero comer. Ayer lo mataron a mi tío ... la policía lo mató.” 1 2 d e o c t u b r e d e 2 0 1 1.
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2 0 d e o c t u b r e d e 2 0 1 1 . Miriam
mira mi celular y me dice: “Mi mamá tenía el mismo celular, pero mi papá se lo rompió. Ya le rompió d os... cuando se emborracha, le rompe las cosas y a veces también le pega”. “Mi papá estaba ayer en la feria y había unos que querían afanar una combi y él pensó que le iban a afanar a él. Se agarró con uno y puso el brazo para que no le peguen y el otro le dio con un fierro, y se lo quebró.” 2 2 d e m a r z o d e 2 0 1 2.
Hoylam am á de Julio llamó a la escuela. Quería hablar con su hijo. Durante el recreo, hablé con Julio (8 años). Me dijo que su madre tuvo que irse de la casa el fin de semana y me contó por qué: “Mi papá pasó tomando todo 13 de octub re de 2009 .
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piña en la cara, luego la agarró del pelo y la arrastró por toda la casa. También destruyó las cosas de la casa”.
15 de octubre de 2009. La mamá de Julio vino a la escuela el día de hoy. Me confirmó lo que Julio me contó hace un par de días. Me pidió que por favor observara a Julio para que esté segura de que su padre no lo haya golpeado. En m i pre sencia su mamá también le pidió a Julio que cuidase a su hermana porque tiene miedo de que su papá vaya a abusar sexualmente de ella. Como vemos, los niños, niñas y adolescentes del barrio no conviven solamente con “violencia callejera”. Con mucha fre cuencia la violencia doméstica y sexual también pone sus vidas en peligro.
Lunes, 19 de marzo de 2012. Para conmemorar el Día Interna cional de la Mujer, Fernanda propuso un ejercicio colectivo a sus alumnos y alumnas de sexto grado. Armarían un “árbol de los deseos”. La consigna fue muy simple: “Escriban en un papel lo que quieren para las mujeres en su día”. Además de los típicos clichés (“paz”, “amor”), José, uno de los alumnos más incisivos y curiosos, escribió: “No a las violaciones ni a los orales [referen cia al sexo oral] ”. La colorida lámina con el “árbol de los deseos” hoy adorna una de las descascaradas paredes del aula de Fernanda.
La violencia sexual es un riesgo específico que afecta mayorita-
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con otra, Noelia (9 años) le cuenta a Fernanda que “a mi sobrina casi la violan ayer [a unas pocas cuadras de la escuela]. Los vecinos fueron a la casa de los violines y les patearon la puerta abajo”. “ ¿Qué son los viólines?\ preguntó Fernanda inocente mente. “Son los que te hacen bebés”, respondió Josiana, de 8 años, con certeza y naturalidad. Como veremos más adelante, este está lejos de ser un episodio aislado. S í HEío S TA
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Junto a estos breves retratos de la violencia cotidiana por parte de los estudiantes, los encuentros con distintas formas de agre sión física permean otras actividades dentro del aula. Estos di bujos fueron parte de un ejercicio en el que los alumnos y las alumnas describieron los aspectos positivos y negativos del ba rrio. Ellos ilustran uno de los sentimientos compartidos por los estudiantes de Fernanda: los niños, niñas y adolescentes se ven a sí mismos creciendo en medio del fuego cruzado, un senti miento compartido por el autor anónimo del graffiti pintado en la pared exterior de la escuela. En uno de los dibujos, un estu diante de tercer grado retrata su barrio con la frase “ se tiran tiro” y con el dibujo de un patrullero solitario. Un año después, dos de cuarto grado lo hacen en términos muy similares. Los dibu jos expresan un punto de vista común entre los chicos. A la mayoría de ellos les gusta “jugar fútbol” y les desagradan “los disparos” y “las peleas”. En algunos dibujos, realizados por alum
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REPRESALIAS Y ENCADENAMIENTOS
Tanto la persistencia como el incremento de la violencia inter personal en ámbitos urbanos están asociados a una limitada cantidad de factores factores.. En estudios estu dios ya clásicos, estos estos factores factores abar ab ar can desde desde el nivel niv el económico de una com c omunida unidad d hasta su hete hete rogeneidad étnica y los grados de movilidad residencial; en es tudios más recientes, se examinan dimensiones tales como la prevalencia y la interdependencia de redes formales e informales, y vari va riab ables les más má s polític polí ticas as com co m o el grad gr adoo de compete comp etenc ncia ia elector elec toral al y el facci fa ccion onali alism smo. o. Si bie b ien n var v ario ioss tra t raba bajo joss socio so ciológi lógicos cos sobre sob re las características características agregadas que se correlacionan correlacio nan con el crimen y la violen vio lencia cia han ha n pro p rodu duci cid d o refin ref inam amie ient ntos os y extensi exte nsione oness mu m u y inte inte resantes de la teoría del control social, enfatizando los factores de riesgo o de protección que dan lugar al aumento o a la dis m inución de la violencia, violencia, se ha evitado abordar un tema que fue identificado en primer lugar por los estudiosos de la “justicia callejera” : el el de los usos y las form violenc ia interpersonal. fo rmas as de violencia De acuerdo con Jacobs y Wright (2006: (2006: 5): 5): “ Un número núm ero sus su s tancial de asaltos, robos, y otras formas graves de comporta miento criminal son la consecuencia directa de la represalia y la contra-represal contra-represalia ia [ ...] .. .] son las las venganzas venganzas las las que que contribuyen de manera ma nera significativa tanto a la reputación reputa ción como a la realidad realidad viol vi olen enta ta de los b arr ar r ios io s con alta alt a crim cr imin inal alid idaa d ”. La represali repr esaliaa es “m uy utilizada por los criminales callej callejeros eros urbanos para dete ner y castigar a los depredadores” (Mullins, Wright y Jacobs, 2004 20 04:911 :911). ). Desde esta esta perspectiv perspectiva, a, la violencia criminal callej callejera era tiene una form intercambio diádico diádico gobernado gobernado fo rm a principal - u n intercambio por la norma norma de recipro rec iprocid cidad ad-y -y un uso cardin ca rdin al-la represaliarepresalia-
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un gesto que, de ser aceptado, aceptado, demanda dem anda ser correspo co rrespondido ndido:: “Tu “ Tu asaltas a mi amigo, yo intento asaltarte”, “Tu me pegas, yo te pego”; ojo por ojo, diente por diente. Buena parte de esta vio lencia interpersonal, argumentan estos estudios, se mantiene confinada dentro de relaciones diádicas. Relatos Relatos etnográficos y crónicas periodísticas sobre la violen viole n cia cia en territorios de relegación relegación urbana tanto de los los Estados Uni Un i dos ghettos e inner cities como de América Latina -favelas, comunas, villas- dan cuenta de que la represalia directa (esto es, “la retribución a una disputa anterior por el afectado o por un miembro del de l grupo del de l afect afectado ado contra contra la persona o el grupo responsable de la afrenta origin or iginal” al” [Papachristos, [Papachristos, 2009: 2009: 81]) ali menta buena parte de la la violencia violenc ia allí exist existen ente. te. Junto con la re presali presalia, a, muchos mu chos de estos estos estudios estudios demuestran que la “ búsqueda búsqu eda de respeto” guía a un conjunto de acciones violentas. Las ilumin iluminadora adorass crónicas crón icas de Cristian Alarcó Ala rcón n contienen más de un ejemplo ejem plo de esta manera ma nera de entender la violencia. violencia . Uno U no de los episodios que se desarrolla frente al cronista, y que es vivi damente reconstruido en Cuando me muera quiero que me torepresalia ia como m otor y función de quen cumbia, encapsula la represal la violencia. Durante los últimos seis meses, Brian -uno de los personajes del libro- había robado a más de un vecino en el barrio y había amenazado con matar a otro joven, Rana, luego de que est estee golpeara a uno un o de los amigos más m ás cercanos de Brian (de (de la banda band a “Los “ Los Sapitos” ). Una tarde de verano, la paciencia paciencia de los vecinos se agotó y decidieron tomar la justicia en sus manos. De D e acuerdo con la descripción descripción de Alarcón (2003:129-132), revólver en mano y bajo los efectos del alcohol y las pastillas, Brian desafía así a quienes están a punto de matarlo:
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tres días de pastillas y alcohol, saltaba [... ] sobre el asfalto caliente de la calle General Pinto, semidesnudo, vestido solo con el short de un equipo equi po de fútbol; se golpeaba el pecho con la mano ma no izquierda izquierda y hacía girar sobre el dedo dedo anular anu lar el arma con la derecha. Frente a él, él, a lo ancho anch o del asfa asfalto, lto, multiplicán mu ltiplicán dose, lo insultaba la turba dispuesta a sacrificarlo. Los hom bres de cada cad a pasillo, pasillo, los jóvenes y los veteranos, rescataron las armas arm as de los roperos rop eros y del fondo de los cajones cajones con ganas de liquidarlo [ ...] .. .].. A unos u nos diez diez metros, metros, sobre sobre la calle General Pinto, gritaba, escupía, escup ía, insultaba. -¡Putos! ¡Putos! ¡Ortibas! Brian había querido matar a un pibe del barrio, el Rana. -¡V o s le pegast pegastee a mi amigo! amigo! - l e dijo. ijo. El Ran R anaa había tenido un entredicho entred icho con uno u no de los Sapitos. Sapitos. Brian le vació el cargador encima con pésima puntería. Los vecin ve cinos os no tard ta rdar aron on en salir s alir,, arm ar m ados ad os cada cad a u n o con co n lo l o suyo. Brian retrocedió apenas vio que se le venían encima una decena decena de hombres h ombres armados. En Arquitecto Tucci y en los barrios aledaños aledaños a la feria de La Salada, Salada, buen bu enaa parte parte de la violencia viole ncia se asemeja asemeja a la la descrita descrita por Ala A larc rcón ón (y por po r v ario ar ioss otro o tross auto au tores res en e n otras otr as partes par tes de d e A m éric ér ica) a):: es el resultado del resarcimiento y permanece encapsulada en relaciones entre dos individuos o grupos: ojo por ojo. Sin em bargo, al prestar atención a otras formas form as de agresión física física que tienen lugar tanto dentro de los hogares como en las calles del barrio, barri o, comenzamos com enzamos a ver que la violencia violen cia transciende el inter cambio interpersonal y toma una un a form a más expansi expansiva, va, menos demarcada. Junto Jun to a la reciprocidad específica, esto es restringida
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es menos precisa [ ...] y la secuencia de eventos menos definida” (Keohane, 1986: 4). Una visión más abarcadora tiene que abor dar la violencia interpersonal que sacude a los espacios donde viven los más pobres en el conurbano como una serie de even tos interconectados, no solo como un intercambio recíproco: una diada, pero también una cadena. La represalia es uno, pero no el único, propósito de la violen cia. Cierto es que muchos actos violentos tienen por finalidad vengar una ofensa (física o verbal), ya sea individual (una piña en respuesta a un insulto) o colectiva (un linchamiento en res puesta a un intento de violación). Pero durante estos tres años vimos en elbarrio a personas que intentaban hacer muchas otras cosas con la violencia (además de llevar a cabo una represalia). Como veremos en los relatos etnográficos que ocupan el próximo capítulo, la violencia, realizada o amenazada, es utili zada para avanzar sobre un territorio -o protegerlo- dedicado al comercio semilegal (como en la feria de La Salada, en donde, por ejemplo, los límites físicos de puestos de venta y estaciona mientos son defendidos a punta de cuchillo o revólver) o para llevar a cabo transacciones ilegales (como en los tiroteos, a veces semanales, otras veces mensuales, entre transas locales). La agre sión física es también utilizada por madres y padres para disci plinar a sus hijos e hijas; por ejemplo, para mantenerlos lejos de las “malas compañías” o, si ya “cayeron”, para intentar con trolar la adicción a las drogas o al alcohol (“La próxima vez que lo vea con un porro, le rompo los dedos”, “Volvió tan drogado, que le tuve que pegar en la cara, hasta que me salió sangre de los dedos”, “La encadené a la cama para que no salga y se ponga a fumar”). Como veremos más adelante, cuando los padres o
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La violencia física puede ser utilizada para autodefensa (“ Si trata de violarme lo mato con mis propias manos”, “La última vez que papá la atacó a mamá, le tiró un botellazo en la cabeza y lo echó de la casa” ) o para defensa de la propiedad (“M i papá tiene un arma, la usa cada vez que se nos quieren meter en el terreno”, “Mi papá se cansó del fisura que nos afanó la garrafa tres veces, a la cuarta le dio un escopetazo en la pierna” ). La violencia es también desplegada con el fin de obtener recursos económicos para financiar un hábito, ya sea el consumo de dro gas o de alcohol (como en los reiterados robos en los que jóve nes del barrio están involucrados: “Se nos acabó la cerveza y asaltamos a esta pareja para seguir tomando” ); para adquirir o mantener dominio sobre la pareja (como en las reiteradas peleas domésticas: “Estaba como loco porque ella no volvió a casa a tiempo” ); o para ser reconocido po r algún otro significativo (como en las amenazas o peleas entre amigos o en las disputas físicas entre padres e hijos: “Tenés que pegarle si querés que te respete; con un palo, con un caño, con los puños, pero tenés que pegarle para que sepa quién sos”). Estas son, demás está decirlo, distinciones analíticas que, como veremos más adelante, se desvanecen en la vida cotidiana de un barrio permeado por la violencia. Estos usos, además, no son mutuamente excluyentes. Al adentrarnos en el material etno gráfico veremos que hay diversas interconexiones. Un transa busca controlar su territorio para conducir su negocio; en el proceso utiliza la fuerza física contra los jóvenes del barrio para obtener su silencio o su protección. Este transa puede, a su vez, utilizar su reputación como un “poronga pesado” para castigar física y públicamente a una adolescente que considera una “mala
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l a s v i o l e n c i a s
: u n e n s a y o d e in t e r p r e t a c ió n t e ó r ic a
Preguntarnos sobre lo que la gente trata de lograr con la violen cia nos mueve más cerca de los sentidos que están integrados en el flujo de las amenazas o en la perpetración del daño físico. “El uso de la fuerza física, aun en sus formas más brutales y enigmá ticas”, nos recuerda el antropólogo Antón Blok (2001: 9), “rara vez carece de sentido. Por el contrario, es usualmente honorífico, especialmente en condiciones de inseguridad política en donde la gente ‘tiene que hacerse respetar’”. Para Blok, y para muchos otros especialistas en el tema, la “violencia siempre tiene sentido, al menos desde un punto de vista: el del perpetrador” ( ibid .). Para el cientista social el desafío es examinar la “circunstancialidad” de la violencia, esto es, su “forma, contexto, y sentido” {ibid .). Eso es justamente lo que estamos intentando a lo largo de estas páginas, y esa es la razón por la que privilegiamos la descripción etnográfica que “muestra” a “la gente en el lugar” (Zussman, 2004). Procuramos situar cdda hecho de violencia (hechos que nos fueron relatados o que presenciamos) en sus circunstancias a los efectos de poder comprenderlo de la mejor manera posible. La minucia, los detalles aparentemente menores de la violencia (cuándo y cómo ocurrió esta pelea, qué pasó justo antes y des pués, quiénes estuvieron involucrados, qué hicieron, cómo jus tificaron sus acciones, etc.) son centrales para aprehender los significados que la gente le da a la utilización del uso de la fuerza ificad al as violentas-
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(Jackman, 2002:387). Los estudiosos de la “violencia familiar”, por ejemplo, raramente entablan diálogos con investigadores de violencia callejera o pandillera, aun cuando los últimos de tectan recurrentemente la influencia mutua entre formas pri vadas y públicas de brutalidad (en efecto, varias descripciones periodísticas y etnográficas han documentado el hecho de que la violencia que ocurre afuera de un hogar usualmente se des plaza al interior, y viceversa). El estudio de la violencia también se encuentra altamente fragmentado dentro del campo de la psicología, donde hay “muy poco cruce” en el análisis de sus múltiples encarnaciones. Varias son las razones teóricas y empíricas que han sido es grimidas para justificar esta parcelación. Com o Tolan y otros (2006: 559) argumentan, la violencia familiar debe ser distin guida de otras formas porque “ella presupone una relación en tre los involucrados”. La violencia en el hogar -p ara utilizar el título de la colección de Kurst-Swanger y Petcosky (2003)- tiene un carácter privado que la hace analíticamente distinta de la violencia callejera de naturaleza pública, por lo cual, com o afirma Gelles (1985:359), “requiere de supropiocuerpo teórico” para ser explicada. Ahora bien, a pesar de que el análisis de los diversos tipos de violencia ha permanecido almacenado en silos inconexos, un grupo de académicos ha comenzado a resaltar la interrelación entre estos. M ary Jackman (2002) y Elijah Anderson (1999), por ejemplo, han señalado los orígenes compartidos y la similitud de los efectos de una amplia variedad de violencia privada, pública, interpersonal y colectiva. Jackman (2002: 404) afirma que la violencia es un “ género de comportamientos conformado por
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[esta diversidad] es la amenaza o el resultado de las lesiones” (ibid ., nuestro énfasis). (Asimismo, Judith Hermán [1992] ha analizado, en un trabajo ya clásico, los similares efectos psicológicos de diversos traumas). Anderson (1999), en cambio, resaltad origen común que comparten violencias de distinta índole. En la in terpretación que Anderson hace de la vid a del inner city, el “ có digo callejero” se difunde desde la calle hacia los hogares, escue las, parques y establecimientos comerciales; permea las relaciones cara a cara, nutre al crimen predatorio y al comercio de droga, exacerba la violencia interpersonal e inclusive envuelve prácticas de cortejo, coqueteo, pareja e intimidad. La fuente de diversas formas de violencia, según Anderson, la encontraríamos en la perniciosa influencia de una mentalidad belicosa. Más recientemente, Randall Collins (2008) resaltó las rela ciones teóricas entre una amplia gama de interacciones sociales violentas aparentemente inconexas. “Todas las formas de vio lencia -escribe Collins (ibid.: 8 )- calzan en un pequeño número de patrones en el sentido de que atraviesan una barrera de ten sión y miedo que surge siempre que las personas se envuelven en alguna confrontación antagonística.” En otras palabras, dis tintos tipos de violencia comparten una “dinámica situacional” : Si nos centramos en la situación interactiva-el novio enojado con un bebé que llora, el ^saltante que comienza a apretar el gatillo frente a su víctima, el policía pegándole a un sospe choso- podemos ver ciertos patrones de confrontación, ten sión y flujo emocional que están en el corazón de la situación en la que la violencia es llevada a cabo (ibid¿ 7).
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se originan en una fuente compartida (o poseen resultados si milares) ni en las posibles asociaciones teóricas entre ellas -r e laciones que al ser analizadas de cerca llevan, en el caso de Collins, a una teoría general de la violencia-. Estamos preocu pados, principalmente, en las concatenaciones que las diversas formas de agresión física -tradicionalmente estudiadas como entidades separadas- establecen en un tiempo y un espacio rea les y en las maneras en las que ellas definen la vida cotidiana de los sectores populares más relegados. En este sentido, nuestro análisis se inspira (aunque con un foco analítico más restringido) en otra corriente reciente de trabajo académico -representada en los trabajos de Philippe Bourgois y Nancy Scheper-Hughes-, que convoca al análisis descontin uo” que forman “los crímenes en tiempos de paz” o las “pequeñas violencias”, compartiendo, al mismo tiempo, el proyecto más amplio que estos autores proponen: el de ser testigos, criticar y escribir contra la violen cia, la injusticia y el sufrimiento. El libro ya clásico de Bourgois (1995), In Search ofRespect, analiza justamente la interfase entre la violencia delincuencial interpersonal (incluidas las adicciones y la brutalidad fuerte mente determinada por el género dentro de la unidad domés tica) y la violencia estructural de lo que él llama el “ innercity apartheid”. Bourgois (2009) y Scheper-Hughes (1996; 1997), para dar otro ejemplo, resaltan los vínculos típicamente oscuros en tre las formas visibles de violencia - “ya sea criminal, delincuen cial o autoinfligida” (Bourgois, 2009:18)—y otras menos visibles - “estructurales, simbólicas y/o normalizadas” (ibid . )-. Bourgois y Schonberg (2009) examinan justamente las conexiones entre la violencia estructural, la opresión de género y/o política y el
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Donde nuestro análisis se aparta de estos autores es en nues tro centro analítico exclusivo en la violencia como forma de daño físico intencional: el despliegue de fuerza, la producción de dolor en el otro. Esto no quiere decir que desconozcamos los ataques a la dignidad y al valor de la persona, de la víctima, que la violencia implica. Lo que sí excluimos de nuestro análisis son otras formas de violencia en las que estos mismos autores cen tran parte de su atención: lo que Scheper-Hughes denomina “violencia cotidiana” representada por el hambre, la enfermedad, la humillación, y lo que Bourgois llama “violencia estructural”, entendida como la privación y el sufrimiento creados por el funcionamiento de estructuras o instituciones sociales. Prefe rimos, sin embargo, restringir nuestro foco y no utilizar el tér mino “violencia” para acciones o procesos no intrínsecamente violentos porque, de h acerlo, estos nos impedirían preguntarnos por relaciones causales entre, por ejemplo, la injusticia, el pa decimiento material y la explotación, por un lado, y el daño físico, por el otro. Para reiterar, nuestro foco en la violencia como la amenaza, el intento o la producción de daño físico a otra persona es una opción analítica; esta no ignora la existencia de otras maneras de producción de “ sufrimiento social”. Hacia el final de este libro veremos cómo la persistencia y el crecimiento de distintas for mas de agresión interpersonal se vinculan con procesos más amplios que, en más de un sentido, podrían ser descritos bajo la noción de “violencia estructural”.
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Cadenas de violencia
i:l. d í a
a d ía
d f , l a v i o l e n c i a
Abril de 2012. Sentados al pie del mástil, apenas comienza el recreo, Samanta y Pedro, dos de mis alumnos de cuarto grado, conversan animadamente. Pedro pregunta: “¿A tu papá ya se le hizo cascarita el tiro? A mi viejo ya se le está haciendo”. Samanta responde: “No... los tiros de mi papá son viejos”. Este intercambio entre un niño de 9 años y una niña de 10 -q u e registró Fernanda en su diario- apunta a una dimensión de la violencia interpersonal que es más dif ícil de documentar y en tender que la frecuencia con la que la amenaza, el intento o la producción de daño físico aparecen en la vida cotidiana -algo que esperamos ya haya quedado dem ostrad o-. Esta dimensión, el carácter ordinario que la violencia tiene para los niños y ado lescentes del barrio, requiere de evidencia mayor y diferente. En este tercer capítulo del libro, comenzaremos examinando este aspecto para luego adentrarnos en la noción de “ cadena de vio lencia”. La enorme mayoría de las historias que nos relataban los alumnos apuntaban a hechos de violencia que, si bien muy
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tipos de agresión física, nos focalizaremos en otra serie de even tos que dan cuenta empírica de estas conexiones -vínculos que comenzamos a entender mejor al desplazarnos fuera de la es cuela y al conversar con jóvenes y adultos del barrio-. En las aulas por las que Fernanda ha transitado durante estos dos años y medio, las conversaciones sobre la violencia en el barrio son habituales. Las balaceras, las cicatrices que estas de jan, las armas, los robos, las peleas (y, como veremos en un apartado, la cárcel) son temas permanentes de conversación entre sus alumnos, y, sea como reportes de un hecho acaecido el día anterior o como informe sobre la situación penal de un pariente, se “inmiscuyen” en el dictado de clases con una fami liaridad que solo el atento registro etnográfico puede detectar. Como dijimos anteriormente, la violencia interpersonal - y la acción punitiva estatal- no constituyen “temas” que la maes tra tenga que “traer a colación” para ser discutidos y analizados sino que son “hechos” que están profundamente imbricados en la vida cotidiana de sus alumnos. La mención de un problema con el mobiliario en el aula o de un hecho histórico se puede transformar en una conversación sobre la violencia que, la tarde o la noche anterior, visitó un hogar o mató o hirió a alguien en una calle. A continuación presentamos cuatro instancias distin tas en las que se ilustra cómo las distintas formas de violencia constituyen lo opuesto a algo extraordinario para los niños y adolescentes del barrio.
Martes, 6 de septiembre de 2011. “Seño, ayer mi mamá cum plió 50 años”, cuenta Romina, visiblemente contenta, en voz suficientemente alta como para que todos en el aula la escu
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golpeó, le tiró el asado en la cara y cuando se fue a levantar estaba muerto”. La historia de Paula actuó como disparador del siguiente diálogo: Tamara: A mi tío, tío, seño, seño, ayer en la la feria se agarraron agarr aron a los tiros y casi le dan. Tuvo Tu vo que qu e salir sal ir c o r r ien ie n d o ... .. . Romina: Y mi m i padr pa dras astro tro... ... venía borracho de tomar con los los pibes y le quisieron q uisieron afanar las zapatillas, zapatillas, y él les les dijo: “ a vos te conozco”, conozco”, y entonce entoncess le pegaron un u n tiro en la la pie p iern rn a ... Tamara: Y el otro día... mi hermanito y yo estábamos en la puerta y había dos pibes en una moto m oto que los los seguía la poli po li cía y pararo pa raron n cerca de de mi casa y la policía polic ía los rodeaba a todos y tir t iraa ron ro n dos tiros tir os p a ra arr a rrib ibaa y a mi m i her he r m a n ito it o casi c asi le da d a un ataque, salimos corriendo.
Limes, Limes, 11 de abril abr il de 2011. Fernan Fer nanda da entra entra al aula unos segun dos más tarde que sus alumnos. Ve Ve que una pequeña viga vig a de metal sobresale de la la vent ve ntan anaa que da al patio. patio. Se sube a la silla y, y, al ver ve r que está prác pr ácti tica came ment ntee suelt su eltaa (una (u na parte pa rte del marc ma rcoo interior interior de la la ventana ventan a que está oxidado oxidad o y a punto pun to de caerse) caerse),, la arranca y la pone sobre el armario. Roberto, uno de sus alumnos, le pregunta: “¿Qué es eso, seño?”. Fernanda: Un fierro, no sé qué hace acá. Es peligroso, lo voy a guardar. Escucha un murmullo y risas entre ellos, hasta que Lautaro, desde desde un u n extrem extre m o del aula, aula, le grita a Roberto. Lautaro: ¡Che, Roberto, es como el fierro de tu amigo! Roberto Ro berto le explica a Fernanda Fernand a que un amigo de él tien tienee un “fierro, “fierro, pero de lo loss otr o tros os...... ”. Fernanda: ¿Un amigo tuyo tiene un arma? ¿Cuántos años
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LA VI OLENCI OLENCIA A EN LOS MÁRGENES MÁRGENES
Fernanda: ¿Cómo ¿Cóm o va a robar un nene de de 10 años años?? Chelita: Claro... vive en el Bajo. Ahí son todos chorros. El
roba ropa r opa ahí en la feria, feria, y la reparte entre entre los los amigos am igos que q ue son chorros como com o él, él, y la venden venden..
Jueves, Jueves, 5 de mayo de 2011. 20 11. “En Mayo de 1810,” lee Fernanda en voz alta del libro de ciencias sociales, sociales, “ el Rey Re y de España Esp aña es depuesto por Napoleón Bonaparte. Preso en Francia...”. “ Seño, Seño, señ o ... .. . ”, Carlos interrumpe interrumpe a su su maestra,“ mi tío tam tam bién está preso... no sé por qué, creo que fue por robar”. Matías, del otro lado del aula, dice: “A la vuelta de mi casa, viv v ivee uno u no que robó ro bó,, y tiene tien e auto au to nue n uevo vo,, pero no está pr p r e s o . . . ”. La lección sobre la “Revolución de Mayo” rápidamente se transform tran sformaa en un recitado recitado colectivo colectivo sobre los últimos eventos eventos de violencia violen cia en el barrio: barrio : ma taron on a Savalit Savalita? a? Le diero di eron n siete tiros, tiros, John Jo hny: y: ¿Vieron que matar ¡unos transas le quisieron robar la moto! Tatiana: ¡No fue así! El que quiso robar la moto fue él. Se la quiso qu iso robar rob ar a los transas. Fue así, ¡¡yo lo conocía!! conocía!! John Jo hny: y: No, n o ... la moto era de él. A l lado de mi casa casa hay ha y un transa, transa, la la policía viene y no Ma M a rio ri o : Al hace nada. nada. Tatiana (riéndose): ¡¡Los polis son redrogonesü Ma M a rio ri o : Y enfrent enfrentee de lo de m i hermana, un u n chorro se escap escapóó de la policía por los techos, no lo pudieron agarrar... p apá sí lo agarraron. Está preso, preso, hace hace un añ a ñ o ... Meliss Me lissa: a: A mi papá Jueves, Jueves, 1 de septiembre de 2011. “Los valores que defendía el padre de la patria, José de San Martín, son valores aún muy
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nanda otra de sus lecciones, esta vez sobre el legado de “El libertador libertado r de América” Am érica”,, cuando Ariela, Ar iela, su alumna, alum na, la inte rrum rr um pió: pi ó: “Seño, “ Seño, seño, seño, usted ust ed conoce a Luisito, Luisito, ¿no?”. ¿no?”. Fernanda Fernan da recordaba a Luis con mucho cariño: era uno de esos niños curiosos, un poco travieso. “Sí, claro, fue alumno mío hace dos años”. año s”.“ Le dicen fierrito, ahora”, ahora”, dice dice Ariela, “ porqu por quee siem si em pre anda con co n un fierro en la cintura cintu ra y le dic dicee a la gente gente:: ‘Mirá ‘M irá que yo t e n g o E l mun mun d o de “fi “f ie rr ito” no le le res u lta ajen o a Ari A riel ela: a: su padr pa dree acaba ac aba de salir sal ir de la cárcel cárc el lueg lu egoo de cum cu m p lir una condena por po r robo. Su hermano está está prófugo, acusado de asesinar a puñaladas a un amigo. Quienes escuchan una historia sobre un familiar preso (o, efec tivamente tivamente,, tienen tienen algún familiar en la la prisión) son los mismos m ismos que hablan de las “ cascaritas” casca ritas” que dejan d ejan las balas, balas, los que tocan las las marcas que deja una bala alojada alojad a en una pierna de otro, los que escuchan una historia sobre (o son testigos directos de) la muerte de un adolescente adolescente en el día de su cumpleaños, cum pleaños, o los que narra na rran n que el el día anterior un familiar fam iliar (o con menos frecuencia un desconocido) quiso violar a una adolescente vecina. Para ellos, ellos, los los tiroteos, los heridos herido s y las muertes (y también la cárcel) cárcel) tienen un carácter ordinario, consuetudinario c onsuetudinario (“ mi papá tien tienee un arma ar ma porque porqu e a veces veces nos quieren qu ieren agarrar el terreno que ocu oc u pamos en el asentamiento y los cagamos a tiros... acá se hace siempre así, a los tiros”; “todas las noches se escuchan tiros, vend ve nden en drogas dro gas.. Los Lo s trans tra nsas as se cag c agan an a tiros tir os”” ). L a vi v i d a de estos niños y niñas -desde las relaciones que establecen con eventos lejanos en tiempo y espacio como la Revolución de Mayo y la vid v idaa de José Jos é de San Sa n M a r t ín hasta las form fo rm as que qu e tom to m a n las
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neda corriente en la vida diaria de los niños y adolescentes (y, como veremos más adelante, de los adultos) del barrio. Entre los psiquiatras y psicólogos comunitarios, mucho se ha debatido y argumentado (con variada evidencia empírica) sobre la “desensibilización” frente a la violencia en comunidades en donde esta registra una alta incidencia. En base a nuestro regis tro etnográfico creemos que si por habituación o desensibiliza ción nos referimos a niños y niñas que prestan menos atención a los episodios de violencia, decenas de notas de campo en las que los alumnos y alumnas hablan casi compulsivamente del último tiroteo o asesinato probarían que no están habituados. Sin embargo, si por habituación hacemos referencia simple mente a familiarización -c om o cuando los chicos dicen, en más de una ocasión respecto de una pelea o un tiroteo, “estamos acostumbrados”- , entonces creemos que hay que tomar en se rio las voces de estos chicos y chicas. Es dable especular sobre cierto grado de “normalización” de la violencia en el barrio. Así, tanto la carencia de infraestructura básica, como la violencia interpersonal y estatal estarían en lo que, parafraseando a Michel Foucault, podríamos llamar el “orden de las cosas” barriales.
Cárcel y vida cotidiana
Mariela tiene 46 años y es una de las trabajadoras de un come dor local que sirve a adultos y niños en el barrio. En nuestra conversación de tres horas, nos reiteró varias veces que “acá vos tenés que tener cuidado”.1 Ella y Mariana, otra trabajadora del comedor, conversan sobre dos de los últimos asesinatos en el barrio -e l asesinato de Carlitos, que coincidió con el día de su
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décimo sexto cumpleaños, y el de un policía, ocurrido el mes anterior-. Como tantos otros que cometen lo que los criminólogos llaman “crímenes de oportunidad”, Carlitos estaba inten tando robar en los alrededores de La Salada (como ya hemos dicho, la frecuencia de robos y asaltos aumenta los días de feria) a una de las camionetas que salía repleta de mercadería de allí, cuando el conductor le disparó por la espalda. El policía, en cambio, murió por haberse resistido cuando un grupo de jóve nes trataron de robar su auto (ambos episodios sucedieron en la misma cuadra de la misma calle). El policía fue asesinado frente a su familia (estaban “todos los sesos desparramados por el piso” ). Mariana y Mariela coinciden en que “si ya ves que te van a robar, es mejor no resistirte, porque si empezás ellos ya saben que o sos vos o son ellos”. En la conversación entre ellas se describieron diferentes as pectos de los dos episodios. Ambas creen que los dos sucesos fueron motorizados por lo que entienden como un consumo desenfrenado de drogas entre los jóvenes del barrio: “ los pibes se ponen locos y hacen cualquiera”. Para Mariela, “no se puede hacer nada contra las drogas”. “Y como madres, ¿qué hacen para que sus hijos no se salgan de control?” Luego de un momento de silencio, Mariela comparte con nosotros una historia que, a pesar de la particularidad de sus detalles, parece ser común a muchas familias en el barrio. “Uno de los míos se descontroló y ahora está en la cárcel [con una sentencia de seis años por robo].” Mariela lo visita en la prisión -ubicada en General Alvear, a cinco horas de viaje en colectivo desde su casa- solamente cuando tiene mercadería [comida, cigarrillos, ropa, etc.] para llevarle. “No vale la pena ir si no tengo para llevarle algo que le sirva... pero lo visito bastante seguido... la mayoría de las v
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nos dice Mariela y luego añade: “Yo quise que esté ahí”. Mariela no se refiere con ese “ahí” a la cárcel en general, sino a la prisión específica donde, según ella, “él está mucho más seguro” que en la anterior, donde sus compañeros de cárcel“lo cagaron a palos” en varias disputas por drogas que “casi me lo matan”. “Esta es una cárcel de máxima seguridad. Ahora él está estudiando allí, está haciendo algo de rehabilitación de drogas. Yo traté de lle varlo a rehabilitación varias veces pero él nunca quiso.” Mariela tiene otro hijo menor que también tuvo problemas con la ley por consumo y venta de drogas. Pero a diferencia del primero, este tuvo “más suerte”. La primera vez que fue citado por un juzgado, “el juez le dijo que si continuaba comportándose así lo llevaría a la cárcel y le advirtió que ahí no la iba a pasar bien. Le dijo que si no me obedecía, o que si yo le decía que había algo raro en como se comportaba, yo podría ir a donde él a pedirle que lo meta preso. Él me dio el poder para hacer eso. Yo me dije: ‘es mi segundo hijo, con este no me voy a equivocar de nuevo. Si veo que está en drogas, llamo al juzgado’”. Mariela cree que el empoderamiento que recibió de parte del funciona rio del poder judicial tuvo muchos beneficios. Hoy en día, su hi jo “está bien. Tiene un trabajo, es cartonero; es una lucha pero todos los días sale y cartonea para mantener a su familia...”. La larga conversación terminó en Liliana, su hija de 17 años que está sentada a su lado. “Con ella sí que no jodo. No la dejo salir a ningún lado. Ella no sabe lo que le puede pasar si sale a una fiesta y hay drogas ahí. La pueden drogar sin que se dé cuenta...” Es importante remarcar que para Mariela y muchas otras personas en el barrio, la prisión no es solo una alternativa a la que pueden acudir en caso de que la disciplina de sus hijos se
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institución de la vida cotidiana en este y muchos otros territorios de relegación urbana.
“Hijita mía, Estrellita, perdón por todo lo que está pasando. Te prometo que nunca más va a pasar. Cuando yo salga de acá, vamos a estarjuntas para siempre y nunca más vas a tener que pasar por esto. Vos sabés que yo te amo y tu papá también. Cuando esté con ustedes no vamos a sufrir más. En dos o tres meses vuelvo para que me visites. No estés triste. Pórtate bien, hacele caso a la abuela y hacé las cosas de la escuela .”
Estrella (11 años) llegó tarde a la escuela hoy. Nunca la vimos tan contenta. “Fui a ver a mi mamá”, cuenta, emocionada. Y nos muestra la carta que su mamá, Susana, le escribió. Susana está cumpliendo una sentencia de cinco años de prisión por tráfico de drogas; la cárcel queda a una hora y media de donde ahora vive Estrella con su abuela. Su padre y su abuelo también están presos por tráfico. “Le llevé azúcar, cigarrillos, yerba y milanesas. Mi abuela me llevó a verla”, nos cuenta Estrella. Susana fue tras ladada a una cárcel cercana para que su familia (su madre y sus cuatro hijos) pueda visitarla durante cinco días. Habían pasado tres años desde la última vez que Estrella la había visto. “Ella está bien”, nos cuenta. “Ella dice que está bien y yo veo que está más gorda.” Mientras cuenta esto, Estrella acaricia y nos muestra su nuevo anillo y su nueva pulsera: “Mi mamá los hizo para mí. Los hizo en la cárcel y hoy me los regaló”. También recibió un collar con una medalla que dice “Susana” en un costado y “Te amo” en el otro. anda de que fuer stada. So
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local organizaron una colecta para ayudarla y también la asis tieron para que obtuviera un subsidio para su familia. En su casa no tenía una cocina y ella no podía ni siquiera calentar la leche para sus hijos. Dada su extrema pobreza, es difícil imagi nar que fuera algo más que una pequeña y recién iniciada transa. Estrella llega tarde todos los días de la semana. Es entendióle; su tiempo con su madre es mucho más importante que la escuela.“ H oyle llevé fiambre, y cigarrillos... Com imos sanguchitos juntas, sentadas en unas mesitas que ellas tienen en la cárcel. Me hicieron sacar m i anillo, mi pulsera y mi collar para entrar. Hay unas policías que nos revisan todo. Me hicieron sacar la ropa.” Estrella nos cuenta que su hermano no quiso ir a la cárcel con ella hoy; él ha estado llorando todo el día: “Él quiere mucho a mi mamá; no quiere que se la lleven lejos”. Estrella no es un caso aislado. Una tercera parte de los alum nos del grado que en el año 2011 Fernanda tuvo a su cargo tenía a algún familiar cercano en la cárcel.
Según datos proporcionados por el c e l s , en Buenos Aires la tasa de encarcelamiento creció de 71 por cada 100.000 habitan tes en 1990 a 198 cada 100.000 en el 2010. Casi el 70% de las treinta mil personas que sufren las condiciones infrahumanas de las cárceles bonaerenses no tiene sentencia judicial; 30% de ellos serán declarados inocentes cuando sus casos concluyan, según datos del propio gobierno. El 78% de la población carce laria en la provincia de Buenos Aires tiene entre 18 y 44 años (96% son hombres) y proviene de los sectores más desposeídos: 7% nunca asistió a una institución educativa, 23% no terminó
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Estas cifras, contundentes como son, poco nos dicen sobre algo a lo que apunta la historia de Estrella y sobre lo que nos alertaron muchos de los testimonios de los alumnos de Fer nanda: los efectos concretos del creciente encarcelamiento o, más específicamente, las formas en que la cárcel socializa no solo a quienes están allí alojados sino a sus familiares, parejas, hijos e hijas. Poco sabemos sobre las modalidades en que el sistema penitenciario, hoy una presencia constante en los barrios de relegación que se han multiplicado en la provincia en las últimas tres décadas, afecta la vida cotidiana de los pobres. Uno de estos efectos se nos hizo obvio durante nuestro trabajo de campo: con sus padres o madres o ambos tras las rejas -e l 85% de las mujeres encarceladas en el ámbito federal tienen hijos (tres, en promedio, de acuerdo con un estudio reciente del c e l s ) —, niñas y niños de los sectores más desposeídos son for zados a asumir roles adultos (alimentar a sus padres, contener afectivamente a hermanos menores, etc.) cuando apenas asoman a la adolescencia.
Fernanda no puede ocultar sus lágrimas al leer la carta de la mamá de Estrella. Sus estudiantes están sorprendidos; nunca antes la han visto llorar. Mientras trata de recomponerse y reto mar la clase (el tema de hoy es: fracciones), una estudiante se acerca silenciosamente a su escritorio. Noelia, otra de sus alumnas, le entrega un pedazo de papel, también cuidadosamente doblado. Es una carta de su padre, que ha estado en la cárcel durante los últimos cuatro años. Igual que la de Susana, la carta de Pedro habla de un futuro a salvo de sufrimientos y lleno de
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Si bien no es nuestro tema central, cualquier intento por dar cuenta de la violencia de todos los días en el barrio no puede dejar de lado un hecho crucial: hoy, a diferencia de hace dos décadas, la prisión se ha convertido en una presencia constante en la vida cotidiana de los pobres urbanos. Son varios los casos que Fernanda registró en su diario: Miércoles, 6 de abril de 2011. Jazmín se me acerca al concluir el canto a la bandera. Me pide que vaya a “consolar” a su prima, Josiana. Veo que está sólita, lejos de sus compañeros de primer grado. “Extraña a su papá”, me dice Jazmín. “Está preso y ella lo extraña un montón.”
LA VIOLENCIA Y SUS FORMAS
16 de mayo de 2012. Luego de leer sobre algunas leyendas urbanas - “la llorona”, “el pomberito”- , Fernanda les propuso un ejercicio colectivo a los alumnos de sexto grado: “ ¿A qué le tienen temor ustedes?”. Los alumnos y alumnas aprovecha ron la oportunidad para conversar sobre lo que realmente les importa. El anzuelo fue: “A ustedes, ¿qué sonidos les dan miedo?”. Cinco de los siete sonidos que quedaron anotados en el pizarrón son los sonidos de la violencia circundante: “Pasos en el techo, ratas, tiros, gritos cuando le roban, gatillocargador, tormenta, cuando roban y queman los autos y explotan”. En varias otras ocasiones, los alumnos nos contaron que habían
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naza de un tiroteo o de pasos en el techo, reacomodaban los muebles, apilándolos frente a la puerta de entrada para evitar que alguien penetrase, o se ocultaban (y a veces dormían) en el único lugar de la casa sin ventanas, el baño.
17 de mayo de 2012. “A ver, chicos, vamos a trabajar sobre las
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anotó: “Entrar a la droga”. “A eso le tengo miedo”, dijo. “Cár cel”, dijo otro. “Muerte,” soltaron al unísono dos alumnas. “La cosa es así”, dijo Mario. Pasó al pizarrón y anotó: la calle -> juntas -> droga —>cárcel ->■ muerte. “ Es una cadena, seño”, le dijo a su maestra. “En la calle, hacés bardo. Te juntás con los pibes, te hacen probar droga y te gusta, y querés más, y empezás a robar para drogarte. Y un día te cae la policía, te llevan a la cárcel. Te quedás cuatro, cinco, seis años, pero los policías abusan de vos. O si no, te matan.” Para Mario, y para muchas otras personas con las que conversa mos en el transcurso de estos dos años y medio, la idea de cadena se refiere a una suerte de camino causal en donde una acción, un lugar o un proceso conducen a otros. Las “malas compañías”, nos dijeron en repetidas ocasiones tanto adolescentes como adul tos en el barrio, llevan a la droga, la droga al robo, el robo a la cárcel, etcétera. Si bien es importante a la hora de comprender el modo en que la gente de la zona explica parte de lo que allí sucede, no es este el sentido que le queremos dar a la noción de “cadena de violencia”. Desde nuestra perspectiva, la cadena hace referencia a las maneras en que distintos tipos de violencia, usual mente pensados como fenómenos apartados y analíticamente distintos (por el lugar donde ocurren, por los actores a los que pone en contacto, etc.), se vinculan y responden unos a otros: un intento de violación seguido por un linchamiento, un ajuste de cuentas entre vendedores y consumidores seguido de una pelea entre hermanos, un intento de robo seguido por una paliza a un hijo. Fue la historia de Melanie, que reconstruimos a con tinuación, la que nos alertó sobre la posible interconexión entre
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simplemente que la idea de “represalia diàdica” (el ojo por ojo, restringido a intercambios recíprocos) no agota la explicación de lo que sucede en este espacio. La venganza individual es aquí complementada por encadenamientos más complejos que solo el trabajo sostenido y sistemático en el terreno, en tiempo y es pacio reales, puede ayudar a develar.
La violencia sexual y la retribución colectiva: Melanie
Melanie vive en El Bajo, la zona que, con sinuosos pasillos y un alto grado de hacinamiento, tiene las características urbanas de una villa dentro del barrio. Las fotografías que Melanie tomó de su cuadra nos recuerdan vividamente la falta generalizada de infraestructura básica y el impacto que ello tiene en la experien cia cotidiana de los habitantes: calles sucias, zanjas abiertas, veredas rotas, aguas servidas pestilentes y estancadas, basura acumulada tras días sin servicio de recolección. El papá de Me lanie trabaja como cartonero para sobrevivir; su madre es una de las miles de beneficiarías de la Asignación Universal por Hijo. Melanie y Noelia están sentadas una al lado de la otra. Ambas son amigas y vecinas de El Bajo. En medio de la clase, Melanie llama a Fernanda a su escritorio levantando su mano. Últimamente no le ha estado yendo bien en la escuela porque faltó a muchas clases. Fernanda se acerca a ella pensando que necesita una mayor explicación sobre el trabajo asignado. Pero está equivocada. Melanie: Mirá lo que me pasó en mi pierna. Tengo una bala,
¿la ves? (Fernanda mira su pierna y ve un rasguño pero inme diatamente observa algo parecido a un chichón debajo de su piel. Le pregunta entonces qué sucedió.)
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vecinos siempre disparan en Navidad y Año Nuevo mientras celebran. Fernanda: ¡Ay Melanie! Eso es muy peligroso. ¿Cómo estás vos? Melanie: Bien. Fui al hospital y estoy bien ahora. No es nada. Pero no me van a sacar la bala. No sé por qué. Melanie, como Fernanda pronto se dará cuenta, no está contando toda la verdad sobre el origen de la bala. Visiblemente cansada y transpirada, luego de la larga caminata desde El Bajo hasta la escuela en un día de intenso calor, Mabel, la mamá de Melanie, se sienta en uno de los bancos del aula. Lleva en sus brazos a un recién nacido de 2 semanas. Mientras le da el pecho a Franco, Fernanda le menciona el accidente de Melanie y le dice que se imagina lo terrible que habrá sido pasar Navidad en el hospital, y todo por una bala perdida. Mabel comienza entonces un mo nólogo que ilustra claramente una de las formas más prominen tes de violencia que afecta a las niñas del barrio y que también da cuenta de una forma de (re) acción comunal frente a esta. Mabel: ¿Vio seño? ¡Ese hijo de puta las quiso violar! Fue el 24
[de diciembre]. Resulta que con mi familia, que somos muchos, habíamos mandado a cocinar un lechón y unos pollos a lo de mi vecino, a unas cuadras de mi casa. Un vecino que conozco de toda la vida. Mi cuñado trajo el lechón [ya cocinado] de la casa de mi vecino pero, como faltaban los pollos, mandamos a Melanie y a mi sobrina para que los vayan a buscar. Cuando llegaron, el hijo de puta las quiso violar. Estaba mamado, tenía un cuchillo en la mano y les dijo que
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el tipo, y se escaparon. Cuando llegaron a m i casa corriendo nos contaron lo que había pasado. Mi marido, mis cuñados, mi hermano y algunos vecinos se fueron a la casa del tipo y lo recagaron a palos. No sabe seño: lo desfiguraron, tenía la cara toda llena de sangre. Lo dejaron tirado en la casa y se volvieron, pero después de comer, después de las doce, el hijo de puta vino para mi casa y le pegó un tiro a la Melanie, que menos mal le pegó en la pierna. Entonces de nuevo se fueron todos los hombres a agarrarlo otra vez. Y lo volvieron a cagar a palos. Con todo. Ahí si me tuve que ir al Redael. ¿A usted le parece? Estuve el 24 y el 25 en el Redael. Por suerte la revisaron toda. Revisaron si estaba violada también, pero por suerte el tipo no llegó a hacerles nada. Este episodio no constituye un hecho aislado. La violencia sexual - y su amenaza- es una preocupación constante entre las ado lescentes y sus madres. Este relato vino a confirmar esta ansiedad colectiva (que ya habíamos detectado entre las alumnas de la escuela) pero también, como escribíamos más arriba, nos hizo pensar en las posibles relaciones entre episodios que, hasta aquí, suponíamos desconectados. Desde entonces comenzamos a in dagar en la secuencia de eventos que preceden y suceden a hechos de violencia.
Cadenas en acción: Norma y su familia 2
Norma (45 años) vive en una casa construida con ladrillos a la vista, madera y chapas. Los exteriores y los interiores de la casa
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muestran las marcas que dejó la adicción de su hijo Pedro (17 años) al paco. En la cara exterior de una de lasparedes de la casa de Norma, un panel de madera cubre el agujero que hace unos meses hizo Pedro cuando, en un momento de desesperación por conseguir dinero para comprar su próxim a dosis, entró a la fuerza a su propia casa para robar la ropa de su madre y sus hermanos. La ropa no fue la única cosa que Pedro robó a sus familiares más cercanos. La lista -d e acuerdo con Norm a y sus hijos- es larga: incluye una televisión, zapatillas de ejercicio nuevas, platos, ollas, sartenes, una pequeña lavadora e inclusive un inodoro. A pocas cuadras de su casa hay un negocio que se especializa en comprar a precios muy bajos la mercadería robada y en re vender, muchas veces a los dueños originales, al doble - y muchas veces m ás- del precio por el que fue adquirida. Ültimamente Norma ha tratado de no abandonar la casa (dejó de llevar a su hijo pequeño a la guardería y faltó a la cita del hospital local donde sus dos hijos menores debían recibir vacunas obligatorias) porque tiene miedo de que Pedro robe cualquier objeto de valor que todavía le quede y lo venda inmediatamente por pocos pe sos. “A la antena de la televisión me la rompió para hacerse una pipa para fumar. Con eso fuma el paco.” Pero Pedro no solo le roba a Norma sino también a sus hermanos mayores, como Carlos (27 años). Carlos, el hijo mayor de Norma, es alcohólico y la última vez que descubrió a Pedro robándole “lo cagó a palos”. “Se tiran piedras y botellas de vidrio uno al otro”, nos cuenta Norma, y otros vecinos nos comentan lo mismo: las peleas entre los dos hermanos enfermos son famosas en su cua dra. Impotente respecto de una violencia que se repite con una
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hubiera ni botellas ni piedras en el suelo de los exteriores de su casa para que sus hijos no pudiesen lastimarse seriamente. Norma: Pedro pasó la noche de ayer en la comisaría. Agustín: ¿Qué pasó? Norma: Nos robó el inodoro. Y cuando lo estaba empujando
por la calle la policía lo detuvo. Pensaron que se lo había robado de un corralón y lo arrestaron [...]. Agustín: ¿Al menos trajiste el inodoro de vuelta? Norma: No... No tengo el dinero para pagar la camioneta que me lo traiga de regreso desde la comisaría. Pero eso no es todo. Carlos lo golpeó a Pedro por haberse robado el inodoro, no ves que lo pagó él. Y hoy en venganza el Pedro le tiró un adoquín encima del pie para lastimarlo. Agustín: ¿Y cómo hizo Pedro eso? Norma: Carlos pasó tom ando los últimos tres días cerveza, vino y esefernandito [Fernet]. Estaba ahí tirado, borracho, en la vereda... [Norma llora] Mi vida no es una vida... a veces me gustaría dejarlos a todos y largarme. La violencia entre su hijo adicto a la droga y su hijo adicto al alcohol no es la única relación violenta que amenaza el hogar de Norma, donde viven sus otros siete hijos e hijas, que van desde los 4 hasta los 21 años. “Ayer no pude dormir nada”, nos cuenta mientras caminamos un viernes a la mañana hacia el comedor donde todos los días retira comida para el almuerzo. “Pedro robó la bicicleta de mi vecino. La cambió por veinte pesos. Veinte pesos para comprar la droga. A la noche, el dueño de la bicicleta vino a mi casa y me preguntó por ella. Yo le dije
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aparece pronto voy a matar a tu hijo’.” Ramiro (21), otro de los hijos de Norma, lo conoce y sabe que el vecino habla en serio. Ni Norma ni sus hijos pudieron dormir tranquilos esa noche. Algunos días antes, esa misma semana, Norma había tenido que viajar con sus dos hijos pequeños sobre sus faldas una hora y media hasta una comisaría de la ciudad de Buenos Aires adonde Pedro había sido detenido por posesión de drogas. Ú l timamente, Pedro ha empezado a comprar dosis de paco o pas tillas para otros jóvenes adictos del barrio que no las pueden adquirir porque tienen deudas con los transas. A cambio de la compra, los “pibes” le dan a Pedro una parte de lo comprado en forma de pago por su servicio de correo. Pocas semanas después de haber estado en la comisaría, unos jóvenes entraron intempestivamente en la casa de Norma buscando a Pedro. Le habían dado dinero y hasta la tarde no había regresado con la droga ni con el dinero. “Lo buscaban por todos lados, estaban todos enfierrados [armados]”, nos cuenta Norma. “Me amena zaron con que lo matarían porque se quedó con el dinero de ellos. Yo les pedí que no lo lastimaran. Les dije que les pagaría y les pedí que no lo lastimaran porque él no sabe lo que hace. ‘Por favor no lo lastimen’, les rogué.” Como Norma tenía dinero en casa, y como a los “amigos” de Pedro no les venden droga por las deudas que tienen, Norma tuvo que recorrer las calles del barrio, con las pistolas de los jóvenes adictos apuntándole, en busca de las casas de los transas donde podría conseguirla. El constante -y, como pudimos comprobar, crecientemente peligroso- conflicto entre los hijos de Norma puede, en parte, ser comprendido como consecuencia del efecto psicofarmacológico del consumo de alcohol y de drogas. Como han demos
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en comportamientos violentos. Los pequeños robos de Pedro, compelidos por la ansiedad de su deseo por las drogas, ilustran no obstante otro nivel de relación individual entre las drogas y la violencia -a l que Goldstein (1985) denomina compulsión económica.
Hasta la proliferación del consumo del crack en los Estados Unidos, la mayoría de las investigaciones atribuyeron la violen cia disparada por las drogas a los “efectos físicos y psicológicos de la ingestión de drogas o a los intentos de los adictos por conseguir los recursos económicos necesarios para mantener el hábito” (Ouseyy Lee, 2002:74-75). Desde mediados de la década de 1980, otras investigaciones descubrieron una tercera forma en la que las drogas y la violencia se vinculan: la violencia sistemica. Se trata de la violencia que puede surgir “de las exigencias de trabajar o hacer negocios en un mercado ilícito, en un con texto en el que las ganancias económicas pueden ser enormes pero donde los actores económicos no tienen recurso al sistema legal para dirimir las disputas” (Goldstein, 1985:116). En esta tercera forma, que da cuenta de la mayor frecuencia en la que la violencia se vincula con las drogas, las interacciones violentas son “el resultado de los intentos de un sistema informal de con trol llevado a cabo por los participantes del mercado de drogas quienes no pueden acudir a los agentes del sistema formal de control (la policía) para manejar sus problemas” (Ousey y Lee, 2002: 75). Las disputas entre líderes rivales y los castigos por robar o no poder pagar las drogas -o por vender productos adulterados- son los ejemplos más comúnmente citados. La familia de Norma ha tenido experiencias de primera mano con este tipo de violencia. También muchos de los estudiantes de
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La narración que acabamos de presentar no solo pone en perspectiva la coexistencia, en tiempo y espacio reales, de las tres formas en las que violencia y drogas se articulan. Cuando en su intento por financiar su hábito o pagar sus deudas, Pedro roba a sus familiares y termina en una pelea con su hermano, o cuando los jóvenes adictos aterrorizan a Norma y su familia a causa de las drogas que Pedro nunca distribuyó, también ve mos el modo en que diversas formas de violencia que tradicio nalmente han sido examinadas como fenómenos separados y distintos (violencia interpersonal, doméstica y criminal) se entrelazan. En la medida en que transas, muías y consumidores peleen por pagos, robos o calidad del producto, su violencia pública -u n a violencia que es inherente a la estructura de los mercados de bienes y servicios ilícitos- puede migrar hacia dentro de los hogares y convertirse, a veces de m anera feroz, en un motivo de pelea privada entre los miembros de una familia. La historia que reconstruimos a continuación nos ofrece más pruebas acerca de los nocivos encadenamientos de distintos tipos de agresión física.
Violencias concatenadas: Toto
La primera vez que supimos de la existencia de Toto fue cuando su mamá, Adela, se acercó a Agustín en el comedor barrial. Ella sabía que Agustín había ayudado a una vecina con la internación de su hijo en un centro de rehabilitación para adictos a las dro gas. Adela buscó su ayuda: “Agustín, dame una mano, no aguan to más”. Esa mañana, Adela le había pegado a Toto: “Hoy cobró. Hoy cuando lo vi llegar a la casa cobró. Con un palo de madera
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Nos llevó varias semanas reconstruir la historia que yacía de trás de la golpiza. Agustín pasó muchas horas en la casa de Adela, una modesta casa de chapas, piso de tierra y ladrillos a la vista, en un terreno que, con el transcurso de los años, ha sido subdi vidido varias veces dejando al hogar de Adela sin patio y con un acceso indirecto a la calle a través de un pasillo angosto. Agustín conversó con Adela en el comedor y visitó un centro de rehabi litación con Toto (a una hora y media del barrio) luego de que este expresara su deseo de “rescatarse” de su adicción a las drogas. Toto tiene 16 años y abandonó la escuela cuando tenía 14, y desde entonces consume paco. También toma alcohol con mucha frecuencia (“me pongo muy loco y no me acuerdo nada al día siguiente... Siempre me cuentan que me peleo, que amenazo a todos, incluso a mis amigos, a los pibes con los que salgo. A veces hasta los cago a piñas. Y a veces me pegan... Por eso a veces, después de una curda, me despierto todo golpeado y no me acuerdo de nada...” ). Toto financia su adicción a las drogas y al alcohol con el cartoneo, robando dentro y fuera del barrio (lo que produjo más de una altercado con la policía y un arresto), y sustrayendo objetos de su propio hogar, en particular de su mamá. Tres veces a la semana, Toto sale a recoger material para ven der en las cercanías de su casa: “cartón cuando encuentro bastante en algún lugar... pero me gusta hacer más metales... bronce, lo que más paga es el bronce y de ahí el cobre, el aluminio también paga bien, el fierro... el fierro también paga [...]. Hago treinta, cincuenta pesos por día... depende de cuánto labure. No voy a Capital porque queda muy lejos, no tengo caballo”. Como mu chos otros, Toto combina este trabajo informal con otras activi dades ilegales, como robar a comercios o residentes de la zona.
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a la que ibas a robar y no te animabas! Tenés que ir de a dos, así te das fuerza, si no, solo, te asustás y no robás nada.” Las “seducciones del crimen” (Katz, 1988) no fueron apren didas solo junto a sus compañeros de crimen. Su medio her mano, Matute, actuó como una suerte de modelo e inspiración. Si bien Toto nunca salió a robar con él, recuerda cuando “venía de laburar, se sacaba el chaleco [antibalas] y ponía las armas en la parte alta de mi placard donde no alcanzaba y pedía la llave [para cerrarlo] ”. Toto respetaba y admiraba a Matute. Este último era un “chorro” (en el universo simbólico de los jóvenes delin cuentes, los ladrones gozan de algo así como una superioridad moral sobre los vendedores de drogas - “transas”-). Los “cho rros”, según la narrativa vernácula, no hacen arreglos con la policía y están unidos por el odio colectivo hacia ella. Por el contrario, los “transas” son bien conocidos por toda una serie de acuerdos ilícitos con la policía (“arreglan con la gorra” ). Si bien la oposición simbólica “ladrón versus transa” organiza el universo moral del crimen callejero (Alarcón, 2003; 2011), en la vida real los límites aparecen más difusos. Se puede ser ladrón o transa en distintos momentos de la vida y familias enteras, como la de Toto, pueden tener miembros involucrados en am bos tipos de emprendimientos clandestinos. Robar en los negocios locales es “difícil”, según Toto, “no solo porque muchos comerciantes están armados, sobre todo los hombres” (como vim os representados en los dos murales, robar en el barrio es riesgoso: dos ladrones fueron acribillados por los encargados de los negocios cuando intentaban asaltarlos), sino también por la policía. Toto fue arrestado junto a su compañero, Lima, cuando intentaban robar un negocio en la cercana Villa
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la calle. Debe haber sido una piedrita o un vidrio que se me clavó. Me quedó la marca”. La violencia también está inscrita en su cuerpo en forma de varios tatuajes: una pistola 22 mm negra (“es distinta que la 38 mm, te das cuenta por el grosor del caño y del tambor”) en su pecho, rodeada de un par de alas a cada lado, y los cinco puntos (cuatro representan a ladrones o presos, alrededor de uno que representa a un agente policial) en su pierna derecha (“Si algún policía te encuentra este dibujo, así no hagas nada, te lleva a la comisaría y ahí te cagan a palos”).3 En su brazo derecho, tiene tatuado el nombre de su hermana de 17 años, Yani. Yani fue detenida por la policía, acusada de posesión de un kilogramo de cocaína; luego de varios meses de detención sin sentencia fue liberada, no sin antes haber sido violada y contraído vih en la cárcel. “Me roba de todo -cuenta Adela-; vivir con él ya no es vida. Mirá, si la primera vez que lo golpeé fue porque vendió un celular que ni siquiera era el mío sino de mi segundo marido. Esa fue la primera vez que lo golpeé en serio. Le agarré los dedos y le dije ‘Toto, me volvés a robar un celular en esta casa y te juro por Dios que te rompo los dedos, te agarro así (yo le agarraba los dedos como si se los fuera a romper) y te rompo uno a uno los dedos para que no puedas volver a robar’. Nunca más me volvió a robar un celular pero me robaba zapatillas, remeras, medias. Yo compro mercadería en la feria para reven der y ayudarme a llegar a fin de mes. Él me la roba y la revende 3 Co m o explica Cristian Alarcón (2003: 34): “ Son cinco marcas, casi siempre del tamaño de un lunar, pero organizadas para representar un policía rodeado por cuatro ladrones: u n o -e l vigilan te- en el centro rodeado p or los
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por 20 pesos para irse a drogar.” Un año y medio atrás, el segundo marido de Adela echó a Toto de la casa luego de que este robara (y rápidamente vendiera) el cable de la aspiradora. Adela le pega a Toto por impotencia, pero también por temor. Tiene miedo de que alguien mate a su hijo. Ejemplos de muer tes tempranas y violentas abundan en sus vidas. El idolatrado Matute, medio hermano de Toto, fue asesinado (nadie sabe por quién) en un intento de robo a principios de 2011 (fue abando nado moribundo frente al hospital local, presumiblemente por sus compañeros de crimen). Esta pérdida, según Adela, inten sificó el consumo de paco por parte de Toto (según él, “desde lo que pasó con Matute, me abandoné”). Pocas semanas antes de que Agustín y Toto se conocieran, a este lo habían baleado cuando intentaba, junto a un grupo de amigos, asaltar a un vecino. Mario, el hermano de su gran amigo Brian, perdió la vida en ese encuentro. Aquí reproducimos la descripción de Toto sobre lo que sucedió esa noche: Estábamos tomando. Uno de los pibes dijo “vamos a afanar para seguir tomando”, pero nadie sabía, yo no sabía bien al menos, si alguien tenía guita y nos íbamos a la tienda o de verdad íbamos a afanar para comprar más. Yo y Brian íbamos atrás de todos, conversando. De repente pararon a una pareja que caminaba hacia nosotros. Ahí uno de los pibes los trata de asaltar, sacó su arma... el tipo mira el arma, dice “no me hagas daño, esto es todo lo que tengo” y, buscando dentro de su campera, parecía que iba a sacar la billetera, y saca una pistola automática, o una metralleta corta, no sé bien qué sacó, pero empezó a dispararnos a todos. Al primero salí
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lira 1a primera vez que Toto sufría una herida de arma de fuego. Adela cree que su progresiva pérdida de control sobre el hijo se traducirá, más temprano que tarde, no solo en la posibilidad de que este pierda su vida sino también en un peligro para ella: “La otra noche volvió muy loco, drogado, agresivo. A mí todavía me obedece y no me levantó la mano, pero el pibe con el que se droga y a no respeta ni a su madre, está incontrolable... Yo tengo miedo de que Toto en algún rato empiece a comportarse así conmigo”. Una tarde, Adela articula este miedo frente a su hijo: Toto: Mi vieja nunca me deja tranquilo, nunca... Agustín: Ella lo hace porque está preocupada por vo s... Adela: Hijo, yo me preocupo. Así como a vos se te dificulta la
respiración cuando estás mal, a mí también se me acelera todo cuando pienso que te podrían matar. Toto (mirando a Agustín): Si lo hiciera por preocupada no me golpearía. Agustín: Toto, pero tu mamá no te golpea porque le guste. Lo hace porque se siente impotente, porque ya no sabe qué hacer por vos. Adela: ¡Toto, ya no sé cómo hacer para que reaccionés! Esa misma semana, al irse lentamente concretando los planes para que Toto fuera admitido en un centro de rehabilitación (gracias a que Agustín había desarrollado una buena relación con uno de sus directores), Adela expresó sus dudas sobre la internación: No sé... porque, aunque me toca golpearlo como hoy, Toto
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control sobre él [...]. Yo lo quiero internar para dejarlo ahí, para que se recupere, para que no le pase nada malo. ¿Y si el próximo en morir es Toto? No sabés Agustín la angustia que tengo. ¡No sabés! Y cuando lo veo llegar así loco no encuentro otra cosa más que hacer que golpearlo, porque no me entiende, porque le he hablado de todas las formas y no me escucha. Y ya no quiero golpearlo, por él, por mí, por las nenas que ven to do... yo he sufrido tanto en esta vida Agustín... Toto parecía dispuesto a buscar ayuda profesional para su adic ción; habló de su deseo de “rescatarse” de las drogas para que su pareja, Amanda, y su hijo, Ronaldo, pudieran “ estar juntos” nuevamente. Amanda le dijo a Toto que si no dejaba las drogas, él no volvería a verla ni a ella ni a su hijo. Como muchos en el barrio, Toto y Adela están muy familia rizados con el crimen y la violencia. Adela ha vendido drogas por algún tiempo (“pero no hice mucha plata, porque también consumía” ). Su primer marido, Raúl, el papá de Toto y Yani, era “un transa pesado... un pez gordo, tenía un montón de guita”. Su segundo marido, Mario Alberto (el padre de las hermanas de Toto, Jeny de 15 años, Laura de 9 y Naria de 7), era ladrón: “ Robaba en la autopista... pero no era un pirata del asfalto... robos chicos, un celular, una billetera con 100 pesos, nada grande... hasta le tenía miedo a mi primer m arido... ese sí que daba miedo”. Raúl no solo era un criminal peligroso sino tam bién un m arido temible. “Me pegaba mucho, m uy seguido... me metía unas palizas de la puta madre. ¿Sabés que me hizo una vez? Me cortó el pelo. Así cortito me lo dejó, a que veas. Y no solo me cagaba a palos. Me hacía cagar de hambre. ¿Por qué
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a palos otra vez. Quería que aborte, me golpeó en la panza para que abortara. Gritaba: ‘¡Sacame a esa nena que no la quiero ver!’.” Toto se acuerda de estas peleas: “Una vez, él casi la mata. Cuando era chico, yo juré que lo iba a matar a él”. El día que Toto tenía la entrevista con el psicólogo que lo iba a evaluar para eventualmente autorizar su internación, nadie supo dónde encontrarlo. Si bien había expresado sus intencio nes de “rescatarse”, perdió la oportunidad, que tanto había cos tado conseguir, de acceder a un tratamiento sin cargo. Adela no lo vio hasta pasados unos días cuando, borracho, intentó entrar en su casa a la fuerza. “Estaba descontrolado”, cuenta Adela. “Hoy a la mañana llegó, y cuando lo iba a cagar a palos por llegar en pedo me dijo: ‘Ahora van a ver quién es Luis Alberto Suárez. Se acabó el Luis al que le decían qué hacer. Ahora yo hago lo que se me cante, y si me mato me mataré pero en mi ley.” A los pocos días reconstruimos la sucesión de eventos que habían culminado en este “descontrol”. Toto había tenido una pelea con Amanda, su pareja (con quien se había juntado des pués que él prometió que se iba a internar). Toto había leído un mensaje de texto que ella recibió de un ex novio y, en un acto de celos, le pegó tan fuerte que Am anda tuvo que ser hospitali zada. Ninguna autoridad intervino en el episodio. Todo lo que pudo decir Adela la última vez que Agustín se encontró con ella fue: “Creeme, yo sé lo que es que te caguen a palos”. Las violencias que Fernanda registra en sus notas (los disparos,
los enfrentamientos callejeros, un intento de violación, una pe lea dentro de una casa) no son fenómenos discretos sino que más bien están -ta l como bien lo demuestran las historias de
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calle y el hogar, las esferas pública y doméstica. El “porqué” de la violencia interper sonal lo encontramos, en parte, en el “cuándo y cómo’Tagente la utiliza (otra parte del porqué, como veremos en el próxim o capítulo, lo encontramos en las acciones e inac ciones del Estado). Estas historias nos demuestran que la vio lencia es utilizada para lograr objetivos diversos, desde resolver problemas individuales o colectivos (obtener un recurso para financiar un hábito, proteger los límites de una propiedad, dis ciplinar a un hijo, castigar a un depredador) hasta construir o reforzar la autoridad dentro del hogar o (como veremos más adelante) la reputación en el barrio. Estos diversos usos de la violencia, hace falta remarcar, no solo robustecen ideas parti culares de respeto y dominio centradas en el despliegue de la fuerza física como instrumento, sino que también contribuyen a (re)producir expectativas y jerarquías de género y de edad.
Aprender la violencia: Sonia
La exposición crónica a la violencia deja marcas en la subjeti vidad. Una enorm e cantidad de trabajos de investigación en psiquiatría, psicología comunitaria y salud pública demuestran que, dependiendo de la presencia y la fortaleza de los “mecanis mos protectores” (factores como el contexto familiar y los sis temas externos de apoyo que alimentan y refuerzan a los esfuer zos de afrontamiento), la experiencia diaria de altos niveles de criminalidad, violencia familiar y sexual, puede tener serias consecuencias en el desarrollo de tantos niños, niñas y adoles centes. De acuerdo con psicólogos y expertos en salud pública, estas incluyen problemas psicológicos (ansiedad, depresión,
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Lo que ha sido menos estudiado es un aspecto que, ilustrado en la siguiente historia, merece un tratamiento muy cuidadoso y que nosotros, en este momento, apenas estamos en condiciones de plantear como tema para futuras investigaciones: el del aprendizaje de la violencia.
La violencia no solo está “allí afuera” -e n forma de episodios que la gente reporta, en el orden objetivo de las cosas barrialessino también “aquí adentro” -bajo la forma de disposiciones subjetivas, adquiridas, hacia la agresión física-. Esta disposición no es solamente una aptitud, un “know how” sobre la mecánica de la violencia (cómo pegarle a alguien, cómo estrangularlo, cómo utilizar un revólver o un cuchillo, cómo distinguir entre un 22 mm y una 45 mm, cómo y dónde adquirir un arma y las balas, cómo “saber” sobre la seriedad de las lesiones que las armas provocan - “Si es de la cintura para abajo, seño, no pasa nada... ”-), sino también una inclinación aprendida a resolver conflictos interpersonales por medio de la violencia. La historia que reconstruimos a continuación no intenta re presentar, en un sentido estadístico del término, a un grupo de individuos. Sencillamente, no sabemos cuántos habitantes como Sonia existen en el barrio (nuestra investigación no estuvo di señada para captar esa información y creemos, al mismo tiempo, que sería bastante dificultoso obtenerla). Nos concentraremos en su “historia de violencia” porque presenta un ejemplo par ticularmente luminoso de la manera en que el uso de la violen cia puede ser aprendido y normalizado por una persona en compañía de otras. Si bien la historia enfatiza que esta disposi ción adquirida tiene raíces profundas en la biografía individual no intenta sugerir que la violencia en el barrio sea la suma de
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El aprendizaje y la subsecuente normalización de la violencia es difícil de discernir empíricamente. Sonia confió en nosotros y luego narró detalles muy íntimos de su vida que nos ofrecen una mirada sobre la adquisición relacional de una disposición violenta. Su historia también demuestra que, cuando miramos desde el punto de vista del perpetrador, las líneas que dividen los actos piíblicos y privados de violencia se vuelven bastante difusas. “ Ese día te iba a matar, casi te mato”, le dice Sonia a Jordán mientras, junto a Agustín, esperan el almuerzo en el comedor comunitario. Sonia no está hablando metafóricamente; estaba dispuesta, o al menos eso dice, a matar a Jordán. Él sabe que es cierto, pero no parece ni asustado ni conm ovido. “ Estaba dro gado. .. borracho [“ locote” en palabras de Jordán] y estaba ha ciendo escándalo, molestando a las chicas (del comedor). Yo le decía a la mam á: 'Llévatelo a Jordán, llevátelo que está armando bardo, no se está portan do bien’. Se estaba burlan do de Juanita. Nadie me hizo caso. Salí un rato y cuando volví Juanita estaba llorando porque Jordán le había dicho que era una gorda fea. Lo empecé a cagar a pedos y ¿sabés qué hizo? Me escupió. Hasta ahí llegué yo. Lo agarré del cuello, le sentí la manzana que us tedes tienen a h í... la sentí con mis dedos, y te juro que se la iba a romper. Si no era por mis hermanas, te juro que se la iba a romper.” Las hermanas de Sonia, la mamá de Jordán y el coor dinador del comedor intervinieron y, luego de un breve mo mento, el enfrentamiento se aplacó. Luego de recordar ese enfrentamiento re cien te -y de reiterar que estaba lista para matar no solo a Jordán sino a cualquiera que se hubiese interpuesto en su camino-, Sonia afirma, con
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entrenó. ..m i hermano mayor era un pervertido, un degenerado, y yo soy la menor de las hermanas. 'Soniá , me dijo mi abuelo, 'algún día tu hermano va a venir a lastimarte, y cuando eso pase, sos vos o es él. No te podes dejar'. Así me dijo mi abuelo. Y me entrenó pai'a matar, para que mi hermano no me viole [... j. Si mi hermano algún día venía a violarme, yo no iba a poder gol pearlo, ahorcarlo, nada, porque él era más grande. Pero mi abuelo me enserió que la única form a de defen derm e que tenía era clavarle las uñas aquí, en el hueso que tienen ustedes en el cuello [la manzana de Adán] y girar la mano lo más fuerte hasta que lo aiTanque. Eso te mata.” Para cuando Sonia comparte esta historia, muchos vecinos ya nos han relatado varios episodios de violencia interpersonal y los chicos y adolescentes de las escuelas ya nos han ofrecido diversos testimon ios orales y gráficos. Y Agustín ya ha sido asal tado en la calle por un joven que parecía alcoholizado, Fernanda ha sido testigo de algunas peleas callejeras en las cercanías de la escuela, Javier y Agustín han visto en plena calle a un vecino con su torso descubierto y una herida prominente, aparentemente producida p or un cuchillo, en su cintura. Pero, si bien conscien tes de los altos niveles de violencia interpersonal que existen en el barrio, estaríamos mintiendo si dijéramos que estábamos preparados para esto. Sonia, creemos, percibió la sorpresa en la cara de Agustín pero no dejó pasar el momento. En una de esas ocasiones etnográficas que los investigadores ansian experim en tal-, Son ia tom ó una m anzana de la cocina y ubicó sus dedos pulgares en la parte interior y el resto en la parte superior de la fruta. “ Yo tenía 5, 6, máximo 7 años -d ic e -, y mi abuelo me hacía agarrar una manzana así y yo tenía que clavarle las uñas.
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mentó, el “tac” indica que Sonia ha partido la manzana que tenía entre sus manos, poniéndole un sonido y una imagen al proceso de “aprendizaje de la violencia” sobre el cual buena parte del trabajo académico sobre el tema nos alerta, pero que en raras ocasiones produce una evidencia empírica ilustrativa. La violencia ha tenido una presencia constante en la vida de Sonia. Ha estado rodeada de agresión física, en forma de ame nazas o de ejercicio efectivo, desde muy temprano en su vida, como testigo al principio, y como víctima o perpetradora des pués. “Mi primer recuerdo es que mi viejo le quería aplastar la cabeza a mi mamá con un tanque de metal. Yo tenía 3 años. Mi hermana me llevaba en brazos, pidiendo socorro, para que al guien ayude a mi mamá.” Recuerda que su casa estaba marcada por la violencia (“Había dos salidas, dos puertas, para escapar cuando había quilombo” ) y rememora las brutales peleas entre sus hermanos (“ Cuando mis hermanos se peleaban, en mi casa, era a matar o morir. Agarraban los culos de botella [y se daban con eso]... si lo pasas para el otro lado [del cuerpo] fuiste”). Durante sus primeros años de vida, la violencia no era algo inusual, algo fuera del curso regular de las cosas. Y se convirtió en algo “normal” (“no me sorprende”, dice Sonia) no solo den tro de su casa sino también fuera: “Estaba en cuarto grado y le saqué la nariz a uno. En quinto, le clavé un tenedor en la oreja a otro. En sexto, lo cagué a palos al director, a los 12 ya estaba arriba de la moto con piratas del asfalto”. Cuando Sonia dice que la violencia no la sorprende - y lo cierto es que, en el transcurso del trabajo de campo, no tuvimos de su parte indicación alguna de que estuviera perturbada por sus recuerdos o por los muchos episodios violentos que ocurren
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enseñado a utilizar la violencia para defender su integridad física; y no se debería pasar por alto lo paradójico de la historia: este “ knowhow ” de la violencia es transmitido como una form a de “cuidado y atención”. Supervisado por su abuelo (el único fa miliar que Sonia recuerda con cariño), el aprendizaje de la vio lencia está permeado por la emoción y el afecto. En esto, la historia de Sonia se asemeja a la descrita por Nikki Jones (2009) acerca del ghetto negro norteamericano: allí también encontra mos familiares -madres, en particular- que instan a que sus hijas se conviertan en hábiles luchadoras creyendo que están transmitiéndoles una lección necesaria para la sobrevivencia en barrios problemáticos. La investigación existente sobre el tema es concluyente: la vio lencia crónica en una comunidad -esto es la frecuente y conti nua exposición al uso de armas de fuego, cuchillazos, puñeta zos, etc.- afecta la salud psíquica y física de sus habitantes, y particularmente perniciosos son sus efectos sobre la subjetivi dad de niños, niñas y adolescentes. Como bien lo expresa Polly Wilding (2010: 738) en su estudio sobre violencia cotidiana en el Brasil: Las experiencias vividas con la violencia informan los futuros encuentros con la violencia, al reforzar o cuestionar los lími tes existentes entre formas aceptables/legítimas de agresión, si bien sujetos a revisión y contestación. Mientras que la vio lencia perpetrada en público puede actuar como un conducto de socialización a nivel comunitario, la violencia en privado contribuye a la socialización en la esfera doméstica. Los lími
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Madres y padres intentan proteger a sus hijos o amortiguar los efectos de la violencia circundante (“yo no lo dejo que salga”, “yo no quiero que se junte con ese pibe, d anda en la joda” ). A veces, estos intentos de resguardo pueden tomar formas violen tas (“si lo veo con un porro, lo cago a trompadas”, “ lo encadené a la cama para que no salga de joda”) y otras veces, como vere mos, pueden hasta involucrar a la policía, una institución sos pechada de brutal y arbitraria. En todo caso, y aun teniendo en cuenta los esfuerzos parentales, es difícil páralos niños, niñas y adolescentes escapar ilesos de esta peligrosa vorágine de violen cia comunitaria. Como señala Jill Korbin (2003:441): “Los niños pueden sufrir fracturas óseas sin efectos duraderos. No es tan fácil recuperarse de los espíritus rotos, cuando sus huesos se rompen deliberadamente por mala fe o falta de cuidado”. Dado nuestro enfoque etnográfico, no es posible conocer los efectos que en el mediano y largo plazo la cadena de violencia tendrá sobre los niños y adolescentes constantemente expuestos a ella. Pero pensando desde la historia de Sonia, que en el mo mento en que escribimos esto tiene 34 años, uno podría espe cular sobre lo que denominaríamos el “largo alcance” de una infancia violenta. Este proceso de aprendizaje no es -hay que remarcarlo- algo que los individuos elijan; es, por el contrario, una adquisición que se impone sobre los habitantes de los ba rrios de relegación por las circunstancias violentas en las que viven y crecen. ¿Es descabellado imaginar que, dentro de algunos años, Marina (la hermana de Pedro, el hijo de Norma adicto al paco) estará contando una historia de violencia similar a la de Sonia? Rodeada de -sitiada por, sería una mejor expresión- las peleas constantes entre sus hermanos, por las amenazas de con
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aquellos que crecen en medio de este maremoto de violencia interpersonal y sin poder recurrir a una protección externa, ¿no tenderán a adquirir y dominar las “técnicas” para lesionar/ma tar al otro si la situación así lo demanda? Mirando directamente a los ojos de un Agustín que sí está sorprendido, Sonia repite: ‘Yo fácilmente te puedo matar. Yo lo iba a matar a Jordán. Lo agarré del cuello y te juro que lo iba a matar. Porque yo cuando me saco, no me pierdo. Al contrario, me pongo fría, y pienso en quince formas de matar”. Mientras dice esto, en el fondo suenan varias sirenas y dos patrulleros pa san raudos frente al comedor. “Debe haber pasado algo en la feria”, dice Juana, que estaba escuchando atentamente la historia de Sonia. Esta disiente: “N o ... lo hacen para mostrarse, para ha cer quilombo”. María, otra de las cocineras en el comedor comu nitario, agrega, entre risas: “Encargaron una pizza y se les enfría”. *
No queremos concluir este capítulo sin hacer mención, por un lado, a la dimensión de género de la violencia urbana y al vínculo masculinidad-agresividad bajo el cual normalmente se la estu dia y, por el otro, a lo que podríamos describir como una luz al final de este tan lúgubre túnel. La capacidad de ejercer la violencia (o de amenazar, de manera creíble, con su uso) ha sido tradicionalmente asociada al ejer cicio y la defensa de la masculinidad: la violencia como garantía del poder patriarcal y del privilegio masculino. Como señala Nikki Jones (2009: 6), la relación entre “masculinidad, respeto, fuerza y dominio frecuentemente alienta a los jóvenes y hombres
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truimos ilustran esta dimensión de género de la violencia, otras nos demuestran que, en Arquitecto Tucci, el uso y la amenaza de violencia ni es monopolio de los hombres, ni se restringe a la construcción de identidades masculinas. Sonia no duda en utilizar sus puños en lugares públicos -como el comedor o las calles cerca de su casa, donde es muy respetada porque, en palabras de una de sus hermanas, “es brava”-, pero no ejerce la violencia en sus relaciones domésticas. “La violencia es una cadena...”, dice Sonia, dándole a la imagen de “cadena” un sentido distinto al nuestro pero similar al empleado por los alumnos de Fernanda: una trayectoria de eventos cada vez más dañinos en la vida de una persona y, probablemente, de sus descendientes. “Yo corté la cadena con mis hermanos más chi cos... Es la única manera de cortar la cadena. No les podés pegar a tus hijos, porque si lo hacés, ellos van a pegarles a tus nietos. Es así... pero se puede cortar.” Tener una disposición adquirida hacia el uso de la violencia no significa que, como bien lo ejemplifica Sonia, el comportamiento que esta genera se reproduzca y se transmita automáticamente de una genera ción a otra. Los actos de violencia (los disparos, los enfrentamientos ca llejeros, las violaciones o sus intentos, las peleas dentro de la casa) no son, repetimos, fenómenos aislados. Como demuestran estas reconstrucciones, y como ya hemos dicho, en más de una oportunidad están estrechamente vinculados. Diferentes tipos de violencia se concatenan formando una cadena que conecta la calle y el hogar, la esfera pública y el espacio doméstico. Al gunos de los eslabones de esta cadena involucran a las acciones del aparato estatal. En el último capítulo de este libro, inspec
4 El Estado en los márgenes
En El proceso civilizatorio (1994), Norbert Elias postula la exis tencia de una relación cercana entre la pacificación de la vida cotidiana de una determinada región y las acciones (e inaccio nes) del Estado que regula normativamente dicho espacio. El “proceso civilizatorio” significa, sobre todas las cosas, la sustrac ción de la violencia de la vida social y su reubicación bajo con trol del Estado. Esta intuición de Elias es particularmente per tinente para sumar un eslabón más a la comprensión de las diversas formas de violencia interpersonal y criminal que de predan las vidas de los más pobres. Apropiándonos de su pro puesta general y confrontados por la intensificación de la vio lencia urbana nos preguntamos: ¿Cómo, cuándo y produciendo qué efectos es que el Estado interviene en las disputas de los más pobres en los lugares en los que estos viven? En esta última parte, examinaremos la presencia del Estado en la zona y su relación con lo que, parafraseando a Norbert Elias, denominaríamos la extendida ausencia de paz. Al contra rio de las descripciones que se hacen en buena parte del conti nente de zonas pobres como “vacíos de gobierno”, abandonadas por el Estado, o espacios militarizados firmemente controlados
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es simultáneamente intermitente, selectiva y contradictoria. Si observamos las formas en las que el Estado aparece en los már genes urbanos bajo el microscopio etnográfico, demostraremos que la violencia se reproduce en la vida cotidiana, en parte, debido a esta particular presencia estatal. En un artículo hoy clásico, Guillermo O’Donnell (1993:1359) escribió: Imaginemos un mapa de cada país en el que las áreas de color azul designan las áreas en las que hay un alto grado de pre sencia del Estado (en términos de la existencia de un grupo de burocracias razonablemente eficaces y de la eficacia de una legalidad adecuadamente sancionada), tanto funcional como territorialmente; el color verde indica un alto grado de pene tración territorial y una presencia significativamente más baja en términos funcionales y de clase; y el color marrón, un nivel muy bajo o nulo en ambas dimensiones. [...] Brasil y Perú estarían dominados por el marrón, y en la Argentina la exten sión del marrón sería más pequeña, pero, si tuviéramos una serie temporal de mapas, podríamos ver que esas secciones marrones últimamente han crecido. Las áreas marrones, señala O’Donnell, son “regiones neofeudalizadas” donde “la destrucción de la legalidad priva a los circui tos regionales de poder, incluidas las agencias del Estado, de su dimensión pública y legal, sin las que el Estado nacional - y el orden que este respalda- desaparecen” (ibid.). En estas áreas tenemos una “democracia con ciudadanía de baja intensidad” (ibid.: 1361). El de O’Donnell no es solo un argumento topográ
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Campesinos, habitantes de barrios pobres, indios, mujeres, etcétera, con frecuencia no logran recibir un trato justo en los tribunales, ni obtener de los organismos del Estado los servicios a los que tienen derecho, ni ser protegidos de la violencia política, etcétera. [...] En muchas áreas marrones, los derechos democráticos y participativos de la poliarquía son respetados. Pero el componente liberal de la democracia es violado sistemáticamente. Una situación en la que uno puede votar libremente y en la que el voto de cada uno es contado correctamente, pero en la que no se puede esperar el trato correcto por parte de la policía o en los tribunales pone severamente en cuestión el componente liberal de esa democracia y reduce seriamente el valor de ciudadanía (ibid . ). A pesar de las apariencias, el territorio de relegación urbana donde llevamos a cabo nuestra investigación no es una “zona marrón” -d onde la presencia del Estado es baja o nula-, sino algo mucho más complejo, y empíricamente más difícil de desen trañar. La cuestión en juego -como veremos mediante la de mostración etnográfica- no es la debilidad del Estado, sino una colusión entre poder de policía y criminalidad que es análoga a la descrita por Desmond Arias (2006a, 2006b) respecto de las favelas de Río de Janeiro. En otras palabras, más que ante un fracaso del Estado, estamos frente a una activa constelación de intereses cuyo resultado es la promoción de la violencia. Para ponerlo en términos más simples, el escenario que surge de nuestro trabajo empírico no es un escenario de “abandono es tatal” sino de conexiones, usualmente clandestinas, entre acto res estatales y perpetradores de la violencia. En el terreno, esta
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decibles y arbitrarios- se asemeja al Estado nicaragüense ana lizado en detalle por Dennis Rodgers (2006b). No se trata, re petimos, de un Estado ausentesino de una forma “cualitativamente diferente de gubernamentalidad estatal, basada en la habilidad de precipitar, reiteradamente, ‘estados de excepción localizados mediante redadas aterrorizantes que demuestran simbólica mente el poder arbitrario del Estado y que refuerzan la separa ción entre [...] poblaciones‘válidas’ e ‘inválidas’” (ibid.: 325); o en la sucinta pero ilustrativa formulación de Rodgers, del “ Es tado como una pandilla”. La violencia,ya debería estar claro, abunda en la vida cotidiana del barrio: está presente en las calles y en los hogares y, según pudimos reconstruir, en varias ocasiones un tipo de violencia conlleva a otro. Frente a una violencia persistente, a veces enca denada, pero nunca “ detrás de bastidores” (Elias, 1978) sino más bien a la vista de todos, nos deberíamos preguntar, junto con el autor de El proceso civilizatorio, ¿qué hace el Estado para regular los conflictos interpersonales entre los desposeídos? El Estado es, al mismo tiempo, una entidad estructural, macro y abstracta y un conjunto de instituciones concretas que actúan a nivel micro estableciendo relaciones cara a cara con los ciudadanos de manera directa e inmediata. En esta sección nos concentra remos en este segundo nivel, en el nivel de las prácticas estatales y daremos cuenta de algunos de los encuentros rutinarios pero no siempre lícitos entre los pobres de la zona y algunos oficiales de la ley. Si bien no es el enclaustramiento dentro de una red firme de creciente y diligente atención por parte del aparato estatal, los efectos de esta presencia fracturada, intermitente y contradic
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simbólico que separa a los residentes de la sociedad que los rodea. Podríamos entonces afirmar que, en Arquitecto Tucci, lo que la presencia del Estado crea a diario es un con(dón)urbano: una malla profiláctica entre poblaciones. Antes de comenzar, queremos dejar en claro una limitación que tiene el material que presentaremos a continuación y formu lar una advertencia. Documentaremos algunos de los hechos que nos fueron relatados durante estos dos años y medio. A diferen cia de lo narrado hasta aquí - y por motivos que serán evidentes al adentrarnos en las historias-, no hemos podido corroborar mediante la observación directa mucho de lo que los vecinos contaron. Como no fuimos capaces de “triangular” los datos, optamos por la “acumulación” de información, y en este sentido, la reconstrucción de la presencia estatal no está basada en anéc dotas excepcionales sino en la recurrencia de los relatos. Asi mismo, queremos advertir que no es nuestra intención entrar en la lógica de la acusación y el enjuiciamiento; en efecto, no es nuestra tarea, y aun si lo fuera, no tenemos pruebas suficientes para señalar responsabilidades individuales. Pretendemos, sí, presentar algunas historias que nos resultan relevantes para comprender la participación del Estado, como actor colectivo, en la reproducción de la violencia.
¿PROTEGIDOS?
Como mencionamos al comienzo de este libro, la feria de La Salada se ubica en uno de los márgenes del barrio. Dos veces por semana, miles de compradores (la mayoría de clase baja y media-
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nicos pequeños. Millones de pesos en dinero efectivo y merca dería se desplazan por las calles de Arquitecto Tucci creando un sinnúmero de oportunidades para delinquir. En estos días, la gendarmería nacional patrulla las calles horas antes y durante los días de feria. La presencia de numerosos gendarmes fuerte mente armados ha transformado el área en un espacio milita rizado. Los lectores deben notar la paradoja: La Salada es un mercado informal -y e n buena medida ilegal-, en donde muchas de las transacciones comerciales y de las prácticas laborales no gozan de regulación estatal, pero su funcionamiento es “prote gido” y regulado por uno de los brazos punitivos del Estado. Junto con la gendarmería, la seguridad privada de la feria puebla las calles -hombres y mujeres uniformados, también armados y protegidos con chalecos antibalas- formando lo que los habitantes llaman un “corredor de seguridad” en algunas de las calles de la zona, por las que se desplazarán los buses con clientes y los vendedores con su mercadería para evitar ser asal tados por los “ piratas del asfalto”. Ahora bien, esta militarización de la marginalidad no es cons tante, ya que una vez que la feria se cierra, los gendarmes des aparecen hasta el próximo día de apertura. La mal pagada, poco entrenada y pobremente equipada policía provincial conocida como La Bonaerense patrulla las calles cuando la gendarmería nacional se retira. Treinta meses de observación e innumerables conversaciones con los residentes -niños, jóvenes y adultosponen de manifiesto el carácter sesgado y contradictorio de una intermitente aplicación de la ley. Confiamos en que la serie de notas de campo que presentamos a continuación describirán esta presencia del Estado en el barrio. Todas las notas fueron
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E l hijo del policía
En sus notas de campo, Javier registró en septiembre de 2010 el caso de Julián (13 años), alumno de sexto grado cuyo padre es un policía que trabaja en La Bonaerense. Durante el primer recreo, le pide a su profesora de educación física que por favor sostenga su nuevo teléfono mientras corre con sus compañeros en el patio. Es la primera vez, me cuenta la profesora en una entrevista posterior, que ella ve un teléfono tan “sofisticado”. Ella le dice a Julián: “ ¡Qué lindo celular que tenés!”, y en res puesta, recibe un breve pero revelador comentario sobre el accionar de la policía en la zona: “ Mi papá me lo dio. Se lo sacó a los chorros... ¿Vio cuando los policías ponen a los ladrones contra la pared y los revisan? Bueno, ahí es cuando mi papá les saca los celulares, el dinero, las drogas... nunca se los de vuelve, se lo queda todo para él. A mí me regaló este celular. Está bueno, ¿no?”. La forma natural y despreocupada en la que Julián describió el origen del celular sugiere que no considera que haya nada malo en las acciones de su padre; no obstante, este no es el lugar para especular sobre las lecciones de ética aprendidas por Julián cada vez que escucha las hazañas de su padre (o lo que Jean Piaget denominaría la construcción del juicio moral). Nos preocupa lo que la historia nos dice sobre la forma contradic toria en la que el Estado se insinúa en la vida de los más pobres. Aunque algo extremo, el caso de Julián apunta hacia una forma prominente en la que la aplicación de la ley opera en el barrio: la policía actúa como el brazo represivo contra los criminales pero también actúa, según los vecinos, como perpetradora del crimen. Esto está lejos, por cierto, de ser un secreto para los
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El transa
“Yo fui chorro y transa”, nos cuenta Jorge. Tiene 40 años y apro vechamos un momento de repentina apertura, que sorprendió aun a sus seres más cercanos, para escucharlo reflexionar sobre los riesgos de su reciente pasado criminal, que en sus propias palabras incluyó “casi todo”, desde robo de autos hasta comercio de droga. Ahora está “retirado” y no ha tocado “un porro o una cerveza por muchos, muchos años”. El tipo de cosas que hizo y el trágico final de muchos de sus amigos ameritarían un libro entero: “Éramos un grupo de once pibes, pero solo tres nos seguimos viendo. El resto está en la cárcel, o están muertos. Uno murió asesinado por la policía, otro por el dueño de un local cuando trató de robarlo y otro murió de v i h Lo que nos preocupó, no obstante, fue algo más específico: la relación que su grupo mantenía con la policía y con la gendarmería. “Antes existían los códigos. Nosotros los teníamos y sabíamos que uno siempre necesita de su barrio y de su vecino. Muchas veces escapé de la policía escondiéndome en la casa de un vecino. El vecino sabía que yo nunca iba a tocar nada de sus cosas.” Los vecinos, según Jorge, “se sentían protegidos. Hoy los pibes ya no tienen códigos”. Al igual que el resto de vecinos del barrio, atri buyen estaruptura de los códigos a las nuevas drogas consumidas por “los pibes”: “Antes era solo marihuana y cocaína. Ahora es el paco, pasta base. Por las drogas los pibes ahora hacen cualquiera”. La relación antagónica que Jorge mantuvo con las fuerzas represivas del Estado cuando robaba se convierte en una relación de colaboración ilícita cuando el grupo se dedica al comercio de droga. En la descripción de Jorge, tanto la policía como la gendarmería aparecen involucradas en “el negocio”: “Cuando empezamos traficando en Las Violetas [un barrio pobre cer ”.
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sabían que vendíamos drogas pero no nos molestaban. Nos li beraban la zona. Si no les pagábamos cada fin de semana, está bamos en problemas y terminábamos en la cárcel. Cuando nos movimos de barrio, empezamos a vender mucha cocaína y, sin darnos cuenta, molestamos a la policía porque ellos ya tenían un arreglo con alguien que vendía allí. Un día unos gendarmes querían saber cuál era nuestro problema con la policía y ame nazaron con matarnos, pero en el momento en que, supuesta mente, nos iban a disparar, nos ofrecieron protección a cambio de que les pagáramos más. Los gendarmes tienen más peso que la policía y nosotros estábamos con ellos. Empezamos a domi nar el barrio, ¿viste? Todo depende del territorio en el que estés. Alguno es para los policías, otro para la gendarmería”.
La desarmadora de autos
“En esa época”, nos cuenta Amanda refiriéndose a la segunda mitad de los noventa y principios del año 2000, “no había mu chas cosas que una simple madre con tres hijos al lomo y ningún trabajo podía hacer. Yo hice de todo: desarmar autos, vender drogas y coordinar planes de asistencia social. Hice todo lo que pude para sobrevivir”. Señalando los distintos cuchillos Tramontina que estaban sobre la mesa donde habíamos almorzado continuó: “ ¿Ves estos cuchillos? Con esta punta podés abrir mu chos autos... y con la punta de este [cuchillo] de acá te desarmo un tablero en dos minutos”. Amanda trabajaba con un grupo de jóvenes que robaban autos en la capital y los llevaban a la cuadra de su casa para ser desarmados. “En una noche desar mábamos un auto cada dos personas. Al día siguiente, apenas
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un arreglo previo con ellos y con un depósito de chatarra. Muy temprano en la mañana una grúa venía del depósito y se llevaba los esqueletos de los autos. La policía nos liberaba la zona.”
DESPROTEGXDOS
La misma policía que libera unazona para las actividades delic tivas es la que emplea tácticas de shock y terror, inundando con patrulleros una determinada área del barrio donde las sirenas, las órdenes en voz alta y el despliegue de armas (y, con frecuen cia, los tiros) marcan su diligente y excitada presencia. En el transcurso de nuestro trabajo de campo, cuatro adultos, padres de alumnos de la escuela media, fueron arrestados en situaciones de ese tipo. Tal como los testimonios anteriores revelan y tal como ha sido descrito respecto de otros enclaves de pobreza latinoamericanos, la policíalocal, en la percepción de los vecinos, protege a algunos de los comerciantes de droga en silencio y persigue a otros de forma pública y ruidosa, convirtiéndose en parte integral del crimen que, según dice la propia policía, ella busca combatir. “Es fácil hacer un arreglo con la policía... ellos solitos vienen por su comisión. Si cada noche les das entre $500 y $600 te dejan en paz”, nos comentaron dos mujeres involu cradas en el pequeño comercio de drogas. Por si fuera poco, la policía también es una pieza clave en el mercado negro de armas y balas: muchas de las personas con las que hablamos en Arqui tecto Tucci saben que pueden comprar armas y balas con algún agente de La Bonaerense fuera de servicio o retirado. La aplicación de la ley no es solo intermitente y contradic
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droga o a algunos “pibes chorros” pero no a todos. Es lenta y diletante cuando tiene que actuar contra maridos violentos, y ausente cuando se trata de intervenir sobre el generalizado trabajo infantil o sobre los talleres clandestinos donde se con fecciona ropa en condiciones de alta explotación. Repetida mente escuchamos historias de violencia doméstica en las que se menciona que fue imposible encontrar a la policía (“ la po licía siempre llega tarde, después que te violan, después que te cagan a palos... vienen a recoger el cadáver o a coserte si es que te violaron” ), y casos de trabajo infantil que no son sanciona dos -varios estudiantes de las escuelas primarias de la zona trabajan en la feria, ya sea como “carreros” (transportistas de mercadería), como vendedores, como asistentes de familiares que atienden puestos, o directamente en la producción de mer cadería en talleres clandestinos-. Dependiendo del tipo de delito y de las partes involucradas, la aplicación de la ley puede ser ágil o parsimoniosa, alerta o negligente. Como resultado, los residentes que sufren todo tipo de victimizaciones tienen muchas dudas sobre si acudir a la policía, porque intuitivamente saben que los agentes no actua rán en su defensa o, lo que es peor, sospechan que la misma policía está asociada íntimamente con los criminales y con el delito que los victimizó. No estamos hablando de una simple suposición compartida entre los habitantes del barrio. Estamos ante un conocimiento del sentido común que condiciona el repertorio de respuestas posibles de los habitantes del barrio ante una situación de emergencia. Tan profundamente arraigado se encuentra que las primeras veces que tomamos conocimiento sobre episodios de violencia en los que no se acudió a las fuer
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Violencia sexual
Las respuestas a la violencia sexual no siempre toman la forma de violencia colectiva que describimos al principio, por ejemplo, en el caso del intento de violación de Melanie. El siguiente caso retrata una reacción menos común pero igualmente brutal. Reconstruida en un período de varios días y luego de varias conversaciones con algunos de los involucrados, este episodio vuelve a arrojar luz sobre algunos de los usos de la violencia que remarcamos más arriba (el mantenimiento de la reputación; el disciplinamiento de los hijos) yla permeabilidad délas fronteras entre violencia pública y privada. Mientras más excavamos en los giros de la historia y en los detalles aparentemente anecdóticos, más nos convencemos de que este caso ilumina una dimensión de la violencia que no ha bíamos anticipado al comienzo de la investigación: algunos de los vínculos de la cadena de violencia (que aquí conectan violencia sexual con violencia callejera) también pueden llegar a involucrar a los agentes de la ley. Una vez descubiertas, estas conexiones también nos ayudan a comprender por qué los residentes rara mente interpelan a la policía en casos de violencia sexual. Lucía y su amiga Soledad tienen 13 años de edad. Viven una al frente de la otra sobre la misma calle de tierra. La madre de Lucía, Matilde, es madre soltera. El padre de Soledad, Juan, es un “transa” bien conocido en el barrio. Los vecinos se refieren a él como “un poronga pesado”,lo que quiere decir que es alguien al que nadie quiere molestar. La madre de Soledad, “la Tana”, también tiene una reputaciónpor ser una mujer du ra-e x“pirata del asfalto” (robaba camiones en la autopista cercana)-. Tal como una vecina nos cuenta: “él es transa, anda armado y no tiene ningún problema si tiene que disparar a alguien. Su esposa, la
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A comienzos de septiembre de 2011, un día temprano por la mañana, los vecinos de Matilde se despertaron con los gritos de Juan y la Tana, que habían mandado a llamar a Lucía para que saliera a la puerta de calle. Ni bien ella salió, empezaron los gritos: “ ¡A mi hija (Soledad) la violaron por tu culpa! Ahora vas a ver!”. La agarraron de los brazos, la arrastraron hasta la mitad de la calle y le dieron un primer golpe en la cara. Lucía se cayó al suelo, y entre ambos le volvieron a pegar en el estómago y en la parte baja de la espalda. Desde allí la arrastraron hasta el interior de la casa de ellos. Lucía no podía defenderse. Una vez dentro, Juan sostuvo a Lucía con firmeza y la Tana le cortó el largo pelo negro. Ni bien la soltaron, Lucía corrió de regreso hacia su casa, donde Matilde la encontró metida debajo de su cama, llorando y en posición fetal. En busca de una respuesta por lo que había sucedido, salió a la calle y allí se encontró con Juan y la Tana, quienes la amenazaron: “ Si nos denunciás o de cís algo a alguien te vas a meter en problemas con nosotros”. Alguien que conoce bien a la Tana nos cuenta que Matilde no tiene muchas opciones para hacer frente a la aparente crueldad con la que la pareja había maltratado a su hija. “Ellos pueden hacer cosas. Y si los mete en problemas, o le quitan un hijo o la matan a ella.” Todo el mundo en la cuadra habló aquellos días del castigo público de Juan y la Tana contra Lucía, sobre todo porque la ofensa que Lucía supuestamente había cometido no era ni evidente ni obvia para nadie. ¿Qué había pasado? ¿Por qué Juan y la Tana agredieron y regañaron pública, física y sim bólicamente a Lucía? Nos tomó unos días averiguarlo. Aquella mañana, Lucía y Soledad habían regresado a sus casas a las 6 de la mañana luego de haber pasado la noche afuera. Los padres no sabían adonde
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Pero cuando ambas asomaron en la mañana, y Juan y la Tana vieron el cuello de Soledad “ lleno de chupones”, no les tomó mucho tiempo darse cuenta de que su hija había mantenido relaciones sexuales. Igualando un primer encuentro sexual con una violación, culparon a Lucía por la pérdida de virginidad de su hija (aunque como Matilde y Lucía nos comentaron después, Soledad “ya no era virgen, ni ahí” ). Dado el temor generalizado a la violencia sexual (“ los violines” de los que hablaban los es tudiantes en la escuela), la equivalencia entre un primer en cuentro sexual de una niña de 13 años y una violación no es descabellada. “Lucía no forzó a Soledad a hacer algo que ella no quería”, nos cuenta, un par de días después, Matilde. “Pero Juan y la Tana la culparon por lo que hizo su hija.” La atribución de culpa tomó la forma de un castigo físico ejercido por quienes se ven a sí mismos como la autoridad de facto en esta parte del barrio. “¡Ahora vas a aprender!” era lo que los padres de Soledad le gritaban a Lucía mientras la golpeaban y le cortaban el pelo. Y aunque muchos de los detalles específicos no nos interesen aquí, las historias que los vecinos nos contaron sobre los paraderos de Lucía y Soledad la noche anterior al castigo público revelaron un vínculo no anticipado entre las sospechas de los padres sobre las relaciones sexuales preadolescentes (ya sean forzosas o no) y las sospechas sobre el comportamiento de la policía en la zona. Lucía y Soledad habían pasado gran parte de la noche en la casa de Carlos, el novio de Lucía. Pasada la media noche, ambas fueron con un grupo de amigas a la feria de La Salada. Los de talles de qué sucedió exactamente allí permanecieron oscuros porque Lucía y Matilde se mostraron reticentes a compartirlos, uchos vecinos cr nos lo dijeron explícitamente y
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partes del país se convierten en burdeles improvisados. Dentro de los buses vacíos que esperan a los compradores, las adoles centes del barrio intercambian favores sexuales -sobre todo sexo oral (“petes”), de acuerdo con varios testimonios- por dinero. Según los vecinos, los choferes de larga distancia (y, también según los vecinos, algunos policías que patrullan la zona) son los principales clientes de las adolescentes. Siempre supimos que en la feria, “el shopping de los pobres” al decir de Jorge Ossona (2011), estaba en venta todo tipo de mercadería. Nunca imaginamos que los “petes” eran parte del comercio informal. Nunca pudimos verificar las historias de lo que una vecina llamó “ la policía petera”. Sin embargo, la sospecha generalizada sobre la relación entre algunos adolescentes del barrio y la po licía es importante, ya que da cuenta del motivo por el cual los habitantes delbarrio dudan en acudir a la policía para denunciar episodios de violencia sexual. Recordemos, de paso, que cuando Fernanda escuchó la historia del origen de la bala alojada en la pierna de Melanie y de la violencia colectiva a la que dio lugar el intento de violación, le preguntamos a Mabel, la madre de Melanie, si había recurrido a la policía. Fernanda: ¿Llamaron a la policía? Mabel: No, no, no... Ese hijo de puta se fue del barrio. Está
en (la provincia de) Corrientes, acá no puede volver más, se lo aseguro. Podríamos argumentar que si la gente del barrio define la exis tencia de una “policía petera” como real, esta definición com partida es real en sus consecuencias. La policía es vista como
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vernáculo, no es racional confiar en la policía local cuando de violencia sexual se trata. Casi una semana después de la brutal agresión, Lucía, todavía con uno de sus ojos hinchados, seguía en estado de conmoción y raravezse aventuraba a salir de su casa. “Al menos está saliendo un poco. El otro día la mandé al kiosco de la esquina”, nos cuenta Matilde. “La acompañaron sus hermanitos... todavía tiene miedo pero yo no puedo dejar que se quede en la casa todo el día, necesita salir.” En su simpleza y franqueza, Matilde sintetiza un sentimiento compartido por todos aquellos atravesados por la cadena de violencia: a pesar del miedo, a pesar de la real posi bilidad de ser victimizado, “necesitan salir”.
g u b e rn a m e n ta lid a d
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s p a r a d o j a s d e l m i e d o
Si bien desconfían profundamente de la policía frente a casos de violencia sexual y doméstica (“si una mujer va a la comisaría porque le pegó el marido, los canas se le cagan de risa”, nos confió una trabajadora social en una de las escuelas, y en varias entrevistas vecinas compartieron ese mismo sentimiento), al gunos vecinos creen que pueden (y, diríamos, hasta deben) acudir a esta cuando se trata de otros asuntos, por ejemplo, cuando hijos o hijas están involucrados en el consumo de dro gas. No lo hacen porque tengan confianza en “La Bonaerense” (institución a la que intuitivamente perciben como altamente corrupta) sino porque la impotencia y el miedo los obliga a depender de ella: la impotencia frente al alto poder adictivo de las drogas (como es el caso del paco) y el miedo de que un hijo
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policía) para intentar controlar a sus propios hijos. No lo hacen por algún tipo de compromiso abstracto con la justicia o porque estén convencidas de la necesidad práctica de “limpiar” el barrio de los traficantes de droga. Como Mariela, una de las coordina doras del comedor, con la voz quebrada y los ojos envueltos en lágrimas, le relata a Agustín, es el puro y simple miedo por la seguridad de sus seres queridos lo que las lleva a considerar preferible que sus hijos sean arrestados y enviados a la cárcel antes que asesinados por algún transa: “No se puede hacer nada con lo de las drogas... yo me muero si me lo m atan... no sabés la angustia que me da pensar en que se pueda morir por las drogas”. Desde esta perspectiva, la policía gozaría de la misma “ambivalencia sociológica.” que la prisión tiene para muchos de los familiares de los detenidos en los Estados Unidos.1
Los caminos del temor
Luego de que Pedro le provocara una lesión grave a su hermano con un adoquín, y siguiendo el consejo informal de un empleado del juzgado penal de la zona al que había recurrido sin saber ya qué hacer frente a las cada vez más peligrosas agresiones físicas entre sus dos hijos, Norm a, en compañía de Agustín, fue hasta 1 Luego de pasar años investigando a las mujeres que visitan a los detenidos en la prisión de San Quentin, Megan Comfort (2008) observa que ellas manifiestan una profunda ambivalencia sobre esta institución y sobre el control que ejerce sobre sus vidas. La supervisión rigurosa de sus visitas y las rígidas reglas a las que son sometidas las convierte en “cuasi prisioneras”, al mismo tiempo que erosionan los límites entre el hogar y la prisión, y modifican el sentido de la intimidad y el significado del amor. Sin embargo, en un contexto de retirada sostenida del Estado, la prisión se convierte en
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la comisaría local para pedir que la policía trasladase, si fuera necesario por la fuerza, a Pedro a un centro de rehabilitación: “que lo saquen de la casa”. A los pocos días, temprano en la mañana, un patrullero llegó hasta allí y condujo a Pedro hasta un centro localizado a unos diez minutos de su casa. En el centro, el psicólogo de guardia se rehusó a admitir a Pedro: “No puedo recomendar tratamiento de alguien que vino aquí traído por la fuerza pública”, le dijo a Norma, “tiene que venir por propia voluntad”. Turbada (“¿Y ahora qué hago con él?”, se preguntaba), No rm a vio que Pedro aprovechaba la confusa situación para escaparse por una ventana del centro de rehabilitación. Regresaría a su hogar, luego de varias horas, “como un zombi”, bajo los efectos del paco. En la casa, Pedro se encontró con una amiga de su madre, Alicia, que, enterada de lo sucedido, había acudido allí para acompañar a Norma. Alicia trabaja en el centro comunitario y tiene una larga experiencia con un hijo adicto al paco. Su relato de lo que hizo entonces y de cómo sus acciones estuvieron in formadas por su propia biografía ilumina otra dimensión de la relación entre consumo de drogas y violencia doméstica, y, al mismo tiempo, ilustra cómo la pelea entre hermanos, que llevó a un intento de internación forzosa con participación policial, termina en una nueva paliza dentro del hogar, esta vez, en nom bre del respeto. Un ejemplo más de violencia encadenada. Fui a lo de Norma y cuando vi que Pedro iba a prender otro churro [pipa de paco], le pegué con esto [mostrando su puño]: “ ¡Hijo de puta! ¿No ves que estás haciendo sufrir a tu mamá? Ella te quiere mucho y está preocupada por vos. Hacele caso i la im la la ó im má
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De acuerdo con Alicia, Pedro necesita “respetar” a su madre; un respeto que Norma tiene que ganarse si es necesario, como ella cree con una convicción adquirida por medio de sus propias relaciones y experiencias, con el ejercicio de la violencia: Yo fui pirata del asfalto, fui chorra, transa, tuve fierros... Pero mis hijos siempre me respetaron. Y cuando me faltaron el respeto, me hice respetar... mi hijo todavía tiene las marcas de los cadenazos que le di en la cabeza. Alicia no solo le pegó a su hijo, Víctor, con una cadena, sino que utilizó esa misma cadena para amarrarlo a la cama: “Cuando estaba drogado, no me obedecía. Se escapaba de casa seguido. Lo encadené a la cama para que no salga de su cuarto. Lloré tantas veces por él. Le dije que a mí no me gustaba pegarle pero que le pegaba porque estaba en las drogas”. Toda esta violencia no curó, sin embargo, la adicción de Víctor. Según ella, la prisión fue la que lo rehabilitó: “Dejó las drogas cuando fue preso, por un robo que no cometió.” Como la mayoría de los detenidos en las cárceles de Buenos Aires ( c e l s , 2 0 1 0 ) , Víctor estuvo preso sin sentencia durante tres años. Ese tiempo, según Alicia, “le hizo bien... ahora está curado”. *
La arbitrariedad y la brutalidad son parte constitutiva de los procedimientos habituales con los que la policía bonaerense se vincula con jóvenes pobres de zonas urbanas. Estos procedi mientos han sido repetidamente denunciados por organismos
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penalización de la pobreza” (Müller, 2011:16). En el barrio, ade más de una “masacre” recordada por muchos vecinos,2 existie ron cinco casos de violencia policial letal entre el 2005 y el 2011 (CORREPI, 2 0 1 2 ).
Cuando las madres del barrio acuden a la policía para inten tar ejercer cierto control sobre sus hijos, esto debería alertarnos sobre la existencia de otro tipo de relación, no exclusivamente represiva, entre el Estado y los jóvenes de los márgenes urbanos. Parafraseando a Foucault, podríamos decir que estos ejemplos nos obligan a reflexionar sobre la “productividad” de la relación entre policía, juventud, adicción y destitución, y a examinar los efectos “positivos” -e n el sentido de las creencias y los compor tamientos generados a partir de esta relación-. El material et nográfico nos permite ver que, a pesar de las conocidas prácti cas de brutalidad policial y de los sospechados vínculos entre la policía bonaerense y la comercialización de drogas ilícitas, los vecinos solicitan su ayuda (y la del sistema judicial) cuando creen haber agotado todas las posibilidades. Esto es consecuen cia del pavor y de la desesperanza frente a lo que perciben como la atracción todopoderosa de ciertas sustancias, como el paco, y su potencial incidencia perniciosa en el comportamiento de sus seres más queridos. Ese miedo y esa impotencia (que es real, dada la carencia de recursos para tratar las adicciones en la zona), paradójicamente, someten a las madres a la fuerza estatal que es, en parte, responsable de la producción del peligro al que tanto temen; y en efecto, esa responsabilidad no es solo identificada por los vecinos, sino también por quienes han estudiado en detalle al aparato policial. Foucault difícilmente podría haber imaginado un ejemplo más pernicioso del conjunto de prácticas
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y creencias mediante las cuales los sujetos son gobernados, esto
es, de gubernamentalidad.
EL ROSTRO DE JANO
En el ya clásico artículo “ Las transformaciones de la agresividad”, Norbert Elias (1978:237) escribe que, en la Edad Media, “robar, pelear, cazar hombres y animales, todo esto era parte de la vida cotidiana”. Solo de forma paulatina, en la medida en que “un poder central suficientemente fuerte para obligar a la restricción” comenzó a crecer, las personas se vieron forzadas a “vivir en paz unas con otras”. La moderación de la violencia y la “considera ción de las personas por el otro” crecen en la vida cotidiana y “no cualquiera que tenga la suerte de tener fuerza puede disfru tar del placer de la agresión física” (i b i d 238). En otras palabras, para Elias (1978; 1994), la vida relativamente pacífica de grandes masas de personas en un territorio determinado se basa, en buena parte, en las acciones de un Estado que, al regular las disputas de las personas, pacifica consistentemente los espacios sociales en los que estas interactúan. Lo que hemos mostrado hasta aquí es justamente lo opuesto a este proceso de transfor mación. La manera intermitente, contradictoria y altamente selectiva en que se aplica la ley en los márgenes urbanos refuerza la cadena de violencia que pone a los más desposeídos del conurbano en situación de constante peligro. El rostro de Jano del Estado argentino es bien conocido. El Estado reprime una criminalidad en la que también participa. La policía de Buenos Aires, por ejemplo, ha estado involucrada
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este último, y de acuerdo con Saín (2009:143), es imposible entender la expansión y la estabilización del mercado ilegal de drogas sin tomar en cuenta la “tutela policial”, que “permitió y garantizó el despliegue y el dominio territorial imprescindible”. Mientras tanto, junto con esta tutela policial del narcotráfico, en los últimos veinte años la tasa de encarcelamiento en las prisiones federales ha crecido casi 400%. Este crecimiento ex ponencial ha sido alimentado, en gran parte, por la detención de pequeños vendedores y consumidores de droga ( c e l s , 2009). Registrada la paradoja, lo que nos hace falta entender, y lo que esta última parte de este libro ha propuesto como tema para la reflexión y para futuras investigaciones, son los modos en los que esta intervención estatal paradójica se relaciona con una difundida violencia interpersonal que causa estragos entre los más pobres.
La violencia es el efecto de una compleja cadena causal cuyos orígenes se encuentran en las acciones e inacciones del Estado -n o solamente en relación con el tráfico de drogas y otras formas de criminalidad sino también, como hemos visto, con la violen cia de género-, como también en la economía. Los procesos de desproletarización, degradación general de las condiciones de vida e informalización que, en la Argentina, fueron el resultado de lo que llamaríamos, tomando prestada la expresión de Karl Polanyi, “la gran transformación neoliberal” son, junto a las intervenciones de un Estado Jano (dual) y patriarcal, dimensiones cruciales para entender los “porqués” de una violencia tan ex tendida entre los pobres. El desempl la pobreza han vulne-
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rígidas divisiones de género, puede ayudarnos a entender parte de la violencia masculina. El desempleo y la pobreza también empujan a los más jóvenes hacia estrategias que pueden incluir la violencia física. Como afirma Lo'ic Wacquant (2008:60): “Ante la falta de una red de contención viable y destrozados por el peso del desempleo y del subempleo, los jóvenes de los barrios populares seguramente continuarán buscando en el capitalismo de botín de las calles (como diría Max Weber) un medio para lograr sobrevivir, para obtener deseados objetos de consumo y para realizar los valores del ethos masculino del honor”. La informalización, por otro lado, fomenta la agresión física interpersonal de manera directa. En efecto, la violencia es el mecanismo de regulación en la economía informal en la medida en que sirve para, por ejemplo, adquirir o mantener dominio sobre un territorio (como lo hacen los transas cuando intentan delinear una zona para la comercialización de su producto, o quienes buscan ocupar o mantener un plaza de estacionamiento en la feria en un espacio físico que carece de supervisión esta tal). La violencia también es utilizada en la economía informal para resolver disputas entre participantes, ninguno de los cua les puede recurrir a la policía dado el carácter ilegal o semilegal de la actividad en cuestión (por ejemplo, cuando hay un faltante de droga o su calidad ha sido adulterada o no se ha efectuado un pago). La informalidad fomenta la violencia también de ma nera indirecta en la medida en que elimina los mecanismos de control social próximos propios del funcionamiento de orga nizaciones formales.3 Relacionada con el empobrecimiento y la informalización, la creciente presencia del destructivo comercio ilegal de drogas en
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los márgenes urbanos es un factor crucial para entender el au mento de la violencia interpersonal. Como bien señala Marcelo Sain (2009:143): El almacenamiento, corte, fraccionamiento y preparación de las drogas ilegales para su comercialización minorista se lleva a cabo en territorios y zonas controladas en forma directa o indirecta por las incipientes redes y grupos delictivos de narcotraficantes que se han ido constituyendo en áreas y barrios extremadamente pobres y altamente marginalizados de las grandes urbes, especialmente en la ciudad de Buenos Aires y en el Gran Buenos Aires. Como han demostrado varios estudios, la economía de la droga es una espada de doble filo: mientras sostiene comunidades pobres, simultáneamente las quiebra por dentro. Lo que aquí queda planteado entonces es un diagrama muy general de los factores causales, tanto políticos como económi cos, que están en la raíz de la creciente violencia. Resta indagar, de manera más sistemática, sobre las maneras que estos interactúan e impactan en las formas que adquiere la violencia. Este texto es, esperamos, un primer paso que guiará futuras investi gaciones sobre el tema. Muchos de estos factores, como advertirán los lectores, im pactan en muchos otros barrios de relegación (la desproletarización, por ejemplo) y tienen distintas temporalidades (al gunos son más bien perennes, com o el Estado patriarcal; otros más acotados en el tiempo, como la informalización creciente). Ahora bien, para intentar comprender por qué la violencia crece
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este espacio de otros. El primero y más obvio, es la existencia de las ferias de La Salada, inexistentes hace dos décadas y que crecen dinám icay explosivamente desde mediados de la década de 1990. Como describimos al comienzo de este libro, allí la violencia fue fundacional, en el sentido de que fue el medio con el cual se abrieron muchas posibilidades comerciales (es tablecer un puesto, controlar un estacionamiento, cobrar un impuesto, etc.). La crónica de Sebastián Hacher contiene mu chas instancias de esta violencia fundacional: “ En La Salada, el monto del impuesto informal es igual al poder de fuego que demuestra el cobrador” (Hacher, 2011: 69); “Cada uno maneja su pedazo y lo defiende como puede: por la fuerza, por la tra dición, incluso por la palabra” (ibid .: 83). Pero la violencia física no solo está en el origen de este gigantesco mercado informal sino que persiste en sus operaciones diarias y permea buena parte de lo que sucede en sus adyacencias. Efectivamente, la enorme cantidad de dinero y de mercadería que circula cada vez que la feria abre sus puertas proporciona numerosas opor tunidades para la pequeña criminalidad, y varios de estos robos y asaltos terminan en heridas graves o en la muerte de víctimas o perpetradores. Como describíamos al comienzo de este libro, de los veinticinco homicidios cuyos detalles pudimos recons truir ocho ocurrieron dentro de una de las ferias o en el perí metro inmediatamente contiguo a ellas. Otros tres homicidios ocurridos a pocas cuadras de allí fueron el resultado de inten tos de robo a feriantes de La Salada. El segundo factor es la expansión explosiva de la comercialización minorista de drogas ilegales en Arquitecto Tucci y sus zonas aledañas (si bien excede nuestra capacidad de análisis, la cercanía con la Capital Federal,
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LA VIOLENCIA COMO REPERTORIO
Si los lectores unen los distintos retratos que hemos reconstruido en este breve libro -retratos de personas ejerciendo la violencia, descripciones de episodios de agresión interpersonal-, el paisaje que resulta de esta unión lleva a considerar la violencia en la zona como una suerte de “repertorio”.4 Siendo usual (en el sen tido de comúnmente practicada) y aprendida (en el sentido de ser una capacidad adquirida por medio de la experiencia), la violencia parece ser una manera fam iliar de actuar sobre intereses individuales o compartidos.
Pensar la violencia como un repertorio no quiere decir que todos los habitantes del lugar recurran a ella para resolver sus problemas, de la misma manera en que la existencia de un re pertorio de acción colectiva no implica que toda una población se sume a la protesta. Hablar de la violencia como repertorio tampoco quiere decir que los residentes estén desensibilizados frente al uso de la fuerza y el daño físico. Lo que sí quiere decir es que en los entendimientos compartidos de los vecinos, la violencia es un saber establecido (un “know how”) para lidiar con las dificultades que surgen en la vida cotidiana (una amenaza de violación, un asalto, una disputa territorial, un hijo “fuera de control”, etc.). L a noción d e repertorio entonces nos incita a prestar atención a las regularidades que existen en los intercambios violentos. En más de una ocasión, por ejemplo, escuchamos a vecinos
Acuñada y popularizada por Charles Tilly, la noción de repertorio busca
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definir ciertas zonas del barrio como peligrosas, es decir, lugares donde es probable que ocurran hechos de violencia (un asalto a mano armada, un tiroteo, una violación). Pero en esas mismas zonas, otros vecinos localizan el peligro en otro lugar del mismo barrio. La percepción del riesgo a ser víctima o testigo de la violencia interpersonal está entonces determinada relacionalmente: esto es, a falta de conocidos en el lugar, mayor será la posibilidad de que la zona sea considerada peligrosa. El corola rio de este razonamiento, desde nuestro punto de vista (no el de los locales), es que no hay una zona “inherentemente” vio lenta. Las relaciones son las que construyen un m apa cognitivo de la violencia interpersonal. En cuanto al desarrollo de la violencia, y aun pensando en las regularidades que surgen de nuestro trabajo etnográfico, el co nocimiento previo no parece prevenirla. Hemos visto, en efecto, que familiares y vecinos muy cercanos pueden ejercerla entre sí, y a veces de manera brutal. Lo que sí parece evitar el conoci miento previo es la letalidad de la agresión. Esto no significa que no existan episodios de violencia doméstica que terminen en la muerte de la víctima (usualmente, la mujer). Pero en la enorme mayoría de los episodios que documentamos y recons truimos, es el desconocimiento entre perpetrador y víctima lo que parece incrementar las posibilidades de heridas graves o muerte; salvo en los casos de violencia sexual, que suelen ocurrir entre conocidos, por lo general familiares menos directos (tíos segundos, padrastros, primos). De más está decir que, junto con la falta de relación previa entre agresor y agredido, el uso de armas de fuego aumenta la letalidad de la agresión. En veintitrés de los veinticinco homicidios sobre los que pudimos reconstruir
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La cadena de acontecimientos violentos puede migrar desde el interior del hogar hacia el exterior o viceversa: puede comen zar con una agresión sexual y seguir con un linchamiento, o puede originarse en una disputa callejera entre transas y con vertirse en una pelea sanguinaria entre hermanos. Ahora bien, no hemos podido detectar un curso típico más allá de esta tra yectoria general. Por más que buscamos en nuestro material etnográfico, no encontramos modalidades típicas (del tipo: si forma de violencia A, entonces forma de violencia B, y luego C), ni un “switch” que desencadene la violencia hacia un lado u otro. Lo que sí hemos podido divisar -usando un razonamiento contrafáctico- es la forma en que la particular presencia del Estado, o su selectiva ausencia, suele no impedir la sucesión de eventos violentos. En casi todos los encadenamientos, la sola presencia de un oficial del Estado confiable y responsable podría haber impedido que la violencia se multiplique y escale. “Los repertorios son creaciones culturales aprendidas, pero no descienden de la filosofía abstracta ni son el resultado de la propaganda política, sino que emergen de la lucha”, escribió Charles Tilly (1995: 26) sobre las formas regulares de formular reclamos colectivos. Así como el aprendizaje que tiene lugar entre actores colectivos (“La gente aprende a romper ventanas en señal de protesta, a atacar a los presos puestos en la picota, a derribar casas deshonradas, a preparar marchas públicas, a pe ticionar a las autoridades, a organizar reuniones formales” [ibid:. 26]), la adquisición del “saber hacer” para enfrentar las dificul tades de la vida cotidiana en los territorios de relegación es eminentemente relacional. En otras palabras, la violencia, su uso, no surge de un conjunto de valores y creencias de los que
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repertorio fue la que nos hizo prestar atención a lo largo de este texto al uso de la agresión física, a sus sentidos y a las instancias de aprendizaje relacional. La metáfora teatral de repertorio no es solo cultural en su núcleo, sino que también es profundamente política. En la for mulación de Tilly, las rutinas beligerantes emergen de las luchas continuas contra el Estado, establecen una íntima relación entre la vida cotidiana y la política, y están limitadas por las formas de represión estatal (de allí la relación recursiva entre “regíme nes y repertorios” ). Fue esta dimensión política del repertorio la que nos condujo a mirar con detenimiento las conexiones, paradójicas por cierto, entre las (violentas) formas de interacción y el funcionamiento pernicioso del Estado.
Epílogo
Tú no tienes la culpa mi amor que el mundo sea tan feo Tú no tienes la culpa mi amor de tanto tiroteo Vas por la calle llorando lágrimas de oro Vas por la calle brotando lágrimas de oro... Manu Chao
Com o aclaramos al comienzo de este libro, restringimos nues tra definición de violencia a las acciones de personas contra otras personas que, de manera intencional, amenazan, intentan infligir o infligen daño físico. Por supuesto que nuestro centro en lo que podríamos denominar la fisicalidad de la violencia no ignora otro conjunto de daños muy significativos para los in dividuos. Por ejemplo, como bien afirma Jackman (2002), en una violación, las lesiones psicológicas y sociales provocadas pueden ser aun más importantes que las físicas: la violación es fundamentalmente un atentado a la autonomía sexual, que en edida e daño social y psicológico que conlleva hu
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salud pública como en psicología y en psiquiatría, han lidiado con las consecuencias de la violencia comunitaria crónica. Nuestro foco en la fisicalidad procuró documentar la alta fre cuencia de las interacciones violentas en tiempo y espacio rea les y desentrañar su carácter encadenado. Nuestro reiterado acento en episodios de violencia interpersonal tampoco pre tende dar la impresión de que las condiciones generales en cuyo marco se desarrollan estas historias no sean centrales a la hora de comprender lo que aquí sucede. La violencia que aquí des cribimos no es producto de un comportamiento individual desviado sino de un contexto más amplio que diversos autores (Paul Farmer y Philippe Bourgois, por ejemplo) denominarían “violencia estructural” -contexto que incluye, como vimos, las perniciosas intervenciones estatales-. Basándonos en extensos y rigurosos estudios sobre la temática, no es difícil imaginar las consecuencias que, en el mediano y largo plazo, producirá la violencia que aquí describimos. Es bien sabido, por ejemplo, que una historia de victimización violenta y una historia previa de agresión son los mejores predictores de violencia doméstica; así, los niños y las niñas que han sido tes tigos de violencia entre su padre y su madre tienen un riesgo más alto de estar involucrados en hechos de violencia dentro del hogar, ya sea como perpetradores o como víctimas. Para comprender esta transmisión intergeneracional de la violencia, se suele recurrir a las explicaciones que se centran en el “apren dizaje social”. Los niños expuestos a la agresión entre quienes los tienen a su cuidado pueden llegar a creer que la agresión es una forma aceptable o eficaz para responder al conflicto y por lo tanto pueden estar dispuestos a utilizar la violencia. O, como
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déla vida cotidiana, una manera de relacionarse con otros”. Quizás aquí valga la pena recordar a Bourdieu cuando, en M editaciones pascalianas, afirmaba que estamos dispuestos porque estamos expuestos. Sea como un mecanismo para afrontar el estrés, sea como un método para resolver conflictos - o como ambos-, la violencia se aprende, directa o indirectamente. En el aquí y ahora, sin embargo, nuestra atención etnográfica estuvo puesta en los encadenamientos entre distintas formas de vio lencia que, repetimos, han sido estudiadas de manera separada. *
Lo que describimos aquí no es la violencia subalterna que, do cumentada en reiteradas ocasiones por historiadores y dentis tas sociales, se dirige contra el Estado, los poderosos o sus sím bolos, es decir, la violencia que los marginalizados y excluidos utilizan como estrategia para reconfigurar las estructuras de dominación, y que constituye una afirmación y una celebración del poder popular. De acuerdo con Franz Fanón (1990), para utilizar un ejemplo clásico, en el orden colonial la dominación es abierta y la opresión se caracteriza por la violencia física. El dominado responde entonces con su propia violencia que, al ser una característica principal del proceso de descolonización, tiene un profundo sentido político. La violencia interpersonal que aquí concentra nuestra atención carece de este sentido cons titutivo que, según el autor de Los condenados de la tierra, tendría la violencia colectiva insurgente. Lejos de ser el instrumento necesario para derrumbar un sistema de dominación, la violen cia que aquí documentamos, hace falta enfatizarlo, no es reden
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psiquis y la libera de la actitud pasiva y frustrada típica del sujeto colonizado. En realidad, creemos que la cadena de violencia aquí develada actúa, entre los residentes de Arquitecto Tucci, como lo opuesto a una expresión liberadora. Es, más bien, una con firmación de la idea de que el lugar donde viven es un espacio “otro”, estigmatizado y estigmatizante, peligroso y relegado en el sentido literal del término: un lugar apartado y subordinado. *
En numerosas oportunidades, en el transcurso del trabajo de campo, se nos plantearon dudas sobre qué respuesta dar frente a relatos como los que abundan en este libro. Fernanda, por ejemplo, escribió en su diario: “No busqué estas historias, pero un día las encontré todas juntas dentro del aula. Y ya pasaron más de dos años desde que estoy registrando estas historias, tres ciclos escolares. Y todavía no encontré qué contestarles a los nenes, todavía no sé qué decirles cuando comparten su dolor por las muertes, por las ausencias”. Escucharlos atentamente y con respeto, abrazarlos y llorar con ellos cuando estos expresa ban su angustia y su tristeza frente a la muerte o herida de un familiar o amigo, frente a la ausencia de una madre que pasaba sus días en una cárcel lejana, fue la manera que Fernanda tuvo de “decirles algo”. Pero también, fuimos lentamente convencién donos de que otra manera de “contestarles a los nenes” era por medio de un texto que, escrito a dúo, diera cuenta de lo que estaban padeciendo. Luego de treinta meses, nuestro trabajo de campo estaba lle gando a su fin. Las historias que los chicos y las chicas de la escuela
EPILOGO
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muestra. El 30 de octubre de 2012, la sección “Enfoques” del diario La Nación publicaba una entrevista con Javier en la que explicitábamos algunas conclusiones parciales de nuestra inves tigación aún en curso. Allí delineábamos, de manera muy preli minar, los argumentos centrales de este libro: los sectores más marginalizados de la sociedad argentina viven, constantemente, en peligro. Y este tiene un doble origen: proviene de un medioambiente peligroso y contaminado y de las cadenas de violencia que azotan con creciente virulencia sus vidas cotidianas. En noviembre, los alumnos de Fernanda estaban concluyendo un proyecto colectivo sobre la historia del barrio. Habían armado una maqueta en la que representaban una de las principales fuentes de sostenimiento que tiene la econom ía barrial: la feria de La Salada. Tras haber revisado el pasado y el presente del lugar en donde habitan, terminaban semanas de intenso trabajo grupal con una tarea específica: expresar sus deseos sobre el futuro del barrio. En el pizarrón, escribieron: Para el barrio, deseamos que: Dejen de robar Arreglen la vía que está rota Pinten las casas del asentamiento Limpien la basura del río No tiren basura en la calle Dejen de matar Vayan todos los ladrones presos Pinten el puente de la feria Nunca más roben en la escuela Haya más lugares en los hospitales ( u p a [Unidad
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vio le n cia
en
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En su simplicidad, en su franqueza, las esperanzas que estos alumnos y alumnas dejaron plasmadas en el pizarrón reflejan, de manera bastante evidente, que la carencia de infraestructura básica (veredas, recolección de basura, puentes, pintura, hos pitales) y la presencia de la violencia (muerte, robos) son preocu paciones constitutivas de la vida cotidiana de los habitantes de los territorios de relegación urbana donde llevamos a cabo nuestra investigación. Allí no solo se acumulan las privaciones materiales y simbólicas; también se acumula la violencia inter personal y, debido ala perniciosa intervención estatal, se retroalimenta. Allí las violencias se apilan y difunden más allá de re laciones diádicas. Se concatenan y se acumulan en los cuerpos -en forma de cicatrices (“cascaritas”) dejadas por las balas, los cuchillazos o los golpes- y en las disposiciones individuales y colectivas para actuar. Esta violencia comunitaria crónica, es dable especular, estaría entonces produciendo lo que Garbarino (1993: 112) denomina un “desastre social”: “una dramática y abrumadora destrucción” de la infraestructura de la vida coti diana justo en el “momento en el que los niños y niñas necesi tan de estructuras sociales confiables que los reasegure y que les ofrezca un compás moral”. Al finalizar la jornada, Fernanda estaba más que satisfecha con la semana de trabajo. Sus alumnos de cuarto grado habían podido articular verbalmente sus visiones del pasado, el presente y el futuro del barrio, lo habían podido plasmar en un proyecto plástico (la maqueta) y en su escritura, que, como ella ha expe rimentado muchas veces en los últimos diez años, tanto les cuesta a los chicos de esta zona. Salía ya de la escuela, cuando escuchó que la mamá de uno de sus alumnos increpaba a los
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“transas” y su tío fue asesinado por la policía mientras robaba). “ ¡Vos le estás diciendo ‘chorro’ a mi hijo! ¡No te lo voy a permi tir!”, le gritaba Ethel, la mamá de Mariano, a Elena, la compañera de trabajo de Fernanda. La madre y la maestra se increpaban mientras Mariano, sentado en un banco, lloraba desconsolada mente. En el transcurso del día, él había estado intercambiando con otros alumnos de la escuela tarjetas para hacer llamadas telefónicas por hojas, lápices y otros útiles escolares. También había utilizado esas tarjetas para comprar helados en el kiosco de la escuela. “Él me dijo que las robó de un almacén”, le decía Elena a la mamá de Mariano. Ethel bramaba: “ ¡Vos lo tratás de chorro!” “No”, replicaba la maestra, “yo le dije que no haga co sas de grandes”. La indignada y enfurecida mamá replicó con una implícita amenaza que hizo extensiva a todas las maestras que se habían reunido allí. Refiriéndose a hechos recientes de violencia en varias escuelas públicas del país (dos episodios en los que alumnos habían agredido físicamente a sus maestros y que los medios de comunicación se ocuparon de divulgar pro fusamente), Ethel clam ó:“ ¡Después se quejan cuando los cagan a palos. A mi hijo no le vas a decir ‘chorro’! Él salió llorando y diciéndome que lo trataste de chorrito”. La tensión solo se disi pó con la intervención de Mabel, la respetada vicedirectora de la escuela, que calmó los ánimos explicándole a Ethel que a la maestra Elena solo le preocupaba el bienestar de su hijo Mariano. Ethel tomó a su hijo de la mano y, con este aún llorando, salió de la escuela. Diluida la tensión, Fernanda salió de la escuela junto con su compañera y amiga, Marcela, maestra de segundo grado. Mien tras esperaban el colectivo, Marcela le preguntó a Fernanda:
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de violencia, los dos supimos que escribiríamos (que temamos que escribir ) este libro. Queremos concluir entonces parafraseando a la autora de Trauma and Recovery, hoy un libro clásico sobre los efectos psi cológicos de la violencia. Ser testigo del sufrimiento muchas veces implica -para terapeutas, en el caso de Judith Hermán, o para etnógrafos, en nuestro caso- tener que tomar partido. Son muchas las ocasiones en que terapeutas y etnógrafos tendrán que enfrentarse a la furia de otros, a veces perpetradores, otras veces cómplices, otras tantas aquellos que procurarán negar la existencia misma de los procesos y problemas expuestos. Para nosotros, cuando esto suceda, no puede haber honor mayor que estar del lado de las víctimas.
Apéndice metodológico
Este trabajo está basado en un conjunto de técnicas de produc ción de datos: el diario de campo de Fernanda, repetidas entre vistas etnográficas llevadas a cabo por Agustín Burbano de Lara, entrevistas en profundidad conducidas por los autores con per sonal de los hospitales de la zona y directivos y personal de las escuelas primarias, un conjunto de ciento diez entrevistas cor tas con habitantes de la zona, y análisis de estadísticas vitales, criminales y fuentes periodísticas. Además, realizamos dos ta lleres de fotografía con estudiantes de las escuelas primarias y conversamos sobre las imágenes con los participantes del taller. Desde abril de 2009 hasta agosto de 2012 -con interrupciones en los recesos de invierno y de verano-, Fernanda registró en su diario sus actividades como maestra, anotando historias que le contaban sus alumnos y alumnas, hechos que acaecían en la escuela y en el barrio y que le eran relatados por otras maestras, personal auxiliar y directivos, o por padres y madres de sus alumnos, o que experimentaba ella de manera directa. En todo momento, Fernanda utilizó seudónimos para identificar a los protagonistas de sus historias. En un principio, nuestro trabajo intentó replicar el estudio sobre el sufrimiento ambiental rea lizado en Villa Inflamable. Si bien los alumnos de Fernanda
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su mayor y constante atención. Fue la hiperpresencia de la agre sión física en las historias de los niños y las niñas la que nos hizo reorientar nuestro estudio y ampliar nuestra mirada hacia otras fuentes de daño. Al comienzo del registro, las historias de violencia aparecían disociadas. Como hemos contado, fue un caso de violencia co lectiva en respuesta a un intento de violación el que nos alertó sobre las posibles conexiones entre distintas formas de violencia. Desde entonces, comenzamos a indagar en esos encadenamien tos y complementamos las notas de campo con entrevistas en profundidad llevadas a cabo fuera de la escuela. Agustín trabajó como asistente de investigación entre 2010 y 2011. Visitó el barrio dos o tres veces por semana durante seis meses y estableció relación con las coordinadoras de uno de los comedores comu nitarios de la zona. A través de ellas, conoció a otros residentes con los que construyó una relación de confianza mutua. Las entrevistas que condujo tuvieron un carácter más de charlas informales que de típico intercambio unidimensional y fueron realizadas en el contexto de una relación previamente estable cida. Agustín llevó a cabo lo que podríamos denominar etno grafía urbana clásica: un tipo de “investigación social basada en la observación cercana, en el terreno, de gente e instituciones en tiempo y espacio reales, en la que el investigador o la inves tigadora se inserta cerca (o dentro) del fenómeno a estudiar a los efectos de detectar cómo y por qué los actores en la escena actúan, piensan y sienten como lo hacen” (Wacquant, 2003: 5). A lo largo de nuestra investigación, el criterio de evidencia que utilizamos fue el que normalmente se usa en la investigación etnográfica (Becker, 1958; Katz, 1988). Si bien le dimos mucho
APÉN DICE M ETOD OLÓ GICO
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En esos casos, prestamos más atención alo que había sido rela tado por muchos observadores por sobre aquello narrado por uno solo. Tanto en las entrevistas en profundidad como en las entre vistas más cortas realizadas en distintas zonas del barrio con adultos (en este caso, con un formulario con preguntas abiertas y cerradas), los temas que nos interesaba indagar fueron simi lares. Además de datos demográficos básicos, indagamos acerca del empleo, la recepción de planes de asistencia social, el tiempo de residencia en el barrio, el lugar de procedencia, una breve historia de migración, la comparación entre las condiciones de vida actuales y las del lugar anterior. También indagamos sobre la percepción de cambios en el barrio y sobre los principales problemas que según los entrevistados lo afectaban (la delin cuencia, la violencia, la presencia de drogas fueron, como diji mos, las preocupaciones fundamentales). Cuando surgía el tema de la violencia interpersonal, como solía ocurrir, preguntamos sobre las prácticas asociadas al cuidado de los hijos, la presencia policial y el rol de otras instituciones barriales. Averiguamos sobre los usos del tiempo libre y los lugares de recreación, y sobre las relaciones de ayuda mutua entre vecinos. Como parte de nuestro trabajo de campo, replicamos la es trategia metodológica que Javier Auyero había empleado junto con Débora Swistun (2009). Organizamos un taller con estu diantes de sexto grado de primaria en una de las escuelas loca les en la que Fernanda trabaja. Agustín Burbano de Lara les enseñó a los alumnos nociones básicas de fotografía, y como proyecto final, Fernanda les pidió que tomaran diez fotos de lugares o cosas del barrio que les gustaran y diez fotos de cosas
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das las fotos fueron reveladas, conversamos con los estudiantes y les preguntamos sobre lo que habían querido retratar y qué pensaban y cómo se sentían respecto de las imágenes. En el capítulo i reproducimos varias de las fotografías tomadas por los participantes en el taller. Hacia el final de nuestro trabajo de campo realizamos una serie de entrevistas con médicos de guardia de los hospitales de la zona. La ausencia de datos básicos sobre homicidios y heridos de armas de fuego y arma blanca en el distrito y en la provincia de Buenos Aires es alarmante. Con la ayuda de médicos y per sonal de la defensoría general del municipio pudimos recons truir, de la mejor manera posible, el perfil objetivo de la violen cia interpersonal en Arquitecto Tucci.
Notas
Las siguientes notas tienen por objeto guiar a los lectores en su intención de profundizar alguno de los temas planteados en este libro. INTRODUCCIÓN
Sobre retribución interpersonal en la esfera doméstica, véanse Schaffner (2007), Brush (2011). Sobre el lugar de las “grande estructuras” y los “amplios pro cesos” en el análisis social, véase Tilly (1989). Para la similitud de la violencia y el clima, véase Tilly (2003). Epele (2010; 2011) describe en profundidad los devastadores efectos del paco entre los jóvenes pobres. “ Territorios de relegación urbana” es una expresión acuñada por Wacquant (2007). Para relatos en zonas específicas de Am é rica Latina, véanse Moser y Mellawine (2004), Gay (2005), Perlman (2011), Wilding (2010), Penglase (2010), Rodgers (2007). c a p í t u l o
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Para un análisis detallado de los problemas ambientales de la cuenca Matanza-Riachuelo, véase Merlinksy (2007). Sobre la dimensión material del abandon estatal puede
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Sufrimiento ambiental es un término que acuñamos en Au yero y Swistun (2009). Para conocer interesantes historias sobre la feria La Salada, véanse Hacher (2011) y Girón (2011). c a p í t u l o
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Para profundizar en la cuestión del aumento de la violencia en América Latina, se puede consultar: Koonings (2001), Koonings y Kruijt (2007), Rodgers, Beally Kanbur (eds.) (2013), Imbusch, Misse y Carrión (2011). Sobre los debates del carácter novedoso de la violencia, véase Wilding (2010). Sobre la relación entre violencia y democracia, véanse Jones y Rodgers (2009) y Caldeira (2000). Sobre los grupos más afectados por la violencia urbana, véanse Gay (2005), Brinks (2008), c e l s (2009), Imbusch, Misse y Ca rrión (2011), Reguillo (2012), u n o d c (2011). Para estudios sobre violencia en distintos lugares de América Latina véanse: para Río de Janeiro, Perlman (2011), Penglase (2010), Wilding (2010); para Managua, Rodgers (2007); y para Medellín, Baird (s/f). Sobre las diversas formas de violencia experimentadas por los pobres urbanos en la Argentina, véase Bonaldi y del Cueto (2009); sobre el temor al crimen y las percepciones de “insegu ridad”, recomendamos leer a Kessler (2009). Para estudios clásicos sobre los factores asociados al aumento y a la persistencia de la violencia, véanse Kornhauser (1978) y Shaw y McKay (1942). Sobre la asociación entre el nivel econó mico de una comunidad y la violencia, véanse Wilson (1990, 1997) y Ousey y Lee (2002). Véase también Sampson y Groves
NOTAS
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bles más políticas, como el grado de competencia electoral y el faccionalismo, véase Villarreal (2002). Sobre elaboraciones y extensiones de la teoría del control social, véanse Sampson y Groves (1989), Sampson, Raudenbush y Earls (1997) y Villarreal (2002). Para un examen de los factores de riesgo y protección asocia dos a la violencia, véanse Turpin y Kurtz (1997) y Muggah (2012). Sobre la noción de “justicia callejera”, véanse Jacobs (2004), Mullins, Wright y Jacobs (2004), Jacobs y Wright (2006). Sobre la violencia como “don”, consultar Papachristos (2009). Sobre la violencia como retribución, véanse Black (1983) y Jacobs y Wright (2006). Acerca de 1a retribución como motor de la violencia e n terri torios de relegación urbana en América, véanse Kotlowitz (1991), Bourgois (1995), Anderson (1999), Alarcón (2003,2009), LeBlanc (2004), Venkatesh (2008), Jones (2009), Harding (2010). Sobre la violencia y la búsqueda de respeto, véanse Bourgois (1995), Rodgers (2006a), Jones (2009), Zubillaga (2009), Baird (s/f), Penglase (2010). Entre los estudios que tratan los múltiples sentidos de la vio lencia, destacan: Kakar (1996), Bourgois (1995), Armstrong (1998) y Muchembled (2012). Para profundizar en trabajos sobre violencia familiar, véanse Tolan et al. (2006), Kurst-Swanger y Petcosky (2003) y Gelles (1985). Sobre violencia callejera, véanse Jones (2009), Harding (2010), Venkatesh (2008), McCart et al. (2007) y Bourgois (1995). Acerca de los desplazamientos de esta violencia al interior del hogar, véanse por ejemplo Wilding (2013), LeBlanc (2004), Bourgois (1995), Kotlowitz (1991).
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Para los distintos usos y las críticas que se hicieron de la no ción de “código callejero” de Anderson, véanse Jones (2009), Harding (2010) y Wacquant (2002). Sobre el “continuo de violencia”, véanse Scheper-Hughes y Bourgois (2004) yBourgois (2009). Para una crítica déla idea de violencia estructural, véase Wacquant (2004). 3 Sobre la desensibilización frente a la violencia crónica, véanse McCart et al. (2007) y Guerra, Huesman y Spindler (2003). Sóbrela relación entre consumo de drogas y violencia, véanse los interesantes trabajos de Reinarman y Levine (1997), Parker y Auerhahn (1998), Goldstein et al. (1997). Contreras (2012) ofrece un reciente e iluminador trabajo etnográfico sobre el tema. Los estudios sobre las consecuencias de la exposición cons tante a la violencia son numerosos y diversos. Entre ellos, se pueden consultar: Garbarino (1993), Friday (1995), SchwabStone y otros (1995), Gorman-Smith y Tolan (1998), Osofsky (1999), Margolin y Gordis (2000), Clark y otros (2007), Farrell y otros (2007), Brennan, Molnar y Earls (2007), Walton, Harris, y Davidson (2009), Popkin, Leventhal y Weismann (2010). c a p ít u l o
4 La variada presencia del Estado en zonas pobres de América ha sido objeto de diversos estudios. Entre ellos se destacan: Williams (1992), Anderson (1999), Koonings y Kruijt (2007), Venkatesh (2008), Goffman (2009), Ríos (2010), Müller (2011). Para un c a p ít u l o
NOTAS
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Sobre la policía polic ía en las favelas, favelas, véase véase Arias (2006a, 2006b). Sobre prácticas estata estatales les,, véanse Hane Ha neyy (1996), Gupta Gu pta (2005, (2005, 2012) 2012) yS ec o r (20 (2007). 07). Sobre So bre la policía de la provinc pro vincia ia de Bueno Bue noss Aires, véanse véanse Isla Isla y M ígu íg u ez (200 (2 003), 3), Sain Sa in (2004; (20 04; 2009 20 09), ), D ewey ew ey (201 (2 010) 0) y Verb Ve rbits itsky ky (2011). También, Daroqui et al. (2009). Para elaboraciones de la noción de repertorio, véase Tilly (1995; 2006). EPÍLOGO
Sobre la transmisión transm isión intergeneracional intergeneracional de la violencia, véanse véanse Tolan, Gorman-Smith y Henry (2006), Gelles (1985). Sobre su aprendiza aprendizaje, je, consultar: consultar: Ban B andu dura ra (1 (197 973) 3) y Mihalic M ihalic y Elliot (1 (199 997) 7).. Sobre la violencia subalterna subalterna dirigida contra los poderosos p oderosos y sus símbolos, véanse Darnton (2006) y Scott (1987).
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