AUREA CATENA HOMERI La cadena dorada de Homero o La Naturaleza develada
Libro I Traducido de la versión francesa de M. Dufoumel, que fue editada por primera vez en 1772, y realizada sobre el original publicado en Alemania en 1723, de autor anónimo y cuyo editor fue Anton Kirchweger Traducción L.
AUREA CATENA HOMERI – La Naturaleza Develada
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Aurea Catena Homeri (La Naturaleza develada) La Naturaleza develada o La teoría de la Naturaleza En la cual se demuestra, por un análisis exacto de sus operaciones, cómo y de qué se originan todas las cosas, cómo ellas se conservan, se destruyen, y se reducen de nuevo a su esencia primordial Prefacio
El primer paso que debe dar el que desea obtener el conocimiento de la Naturaleza, es examinar con la mayor atención cómo y de qué se originan todas las cosas naturales, tales como los meteoros, los animales, los vegetales y los minerales; cómo se conservan, y cómo se destruyen. Verá que esos diferentes efectos se operan por una misma causa; que cada cosa contiene en sí un principio de vida, que es también el de su destrucción; que ese principio es el mismo en todas, y que es ese agente universal que, según sus diferentes maneras de obrar, opera todas las generaciones y las disoluciones que mantienen y renuevan sin cesar este vasto universo. Esto es lo que me propongo demostrar en esta obra, que es el fruto de mis observaciones y mis experiencias. Lo he escrito particularmente en favor de los amantes de la química quienes, por falta de conocer la marcha de la Naturaleza, trabajan al azar, siguen ciegamente los procedimientos que tienen ante los ojos, y se extravían continuamente en sus investigaciones, en detrimento de su salud y su fortuna.. Ellos encontrarán aquí una teoría clara, palpable, y que tiene la ventaja de ser fácil de verificar por la práctica, sin la cual uno no puede preciarse de ser verdaderamente instruido. La he dividido en dos partes. En la primera, examino cómo y de qué todas las cosas han tomado y toman su origen. En la segunda, cómo ellas se destruyen, y he cuidado de apoyar todos los razonamientos en cosas conocidas o en experiencias fáciles. Yo prevengo que no se encontrará en este tratado elegancia o pureza de estilo, tanto más que escribo en una lengua que me es extranjera. Pero en una obra de esta naturaleza, se deben considerar las cosas, más que la manera en que ellas son expresadas. Yo prevengo también que al hablar filosóficamente de la Naturaleza, no he pretendido apartarme de verdades reveladas, estando persuadido de que, si yo no estuviera de acuerdo con estas, mi teoría sólo podría podría ser falsa.
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PRIMERA PARTE
De la generación de todas las cosas naturales Cap. I - Lo que es la Naturaleza
La Naturaleza es la masa de todos los seres que componen este mundo visible, y el principio distinguido de Dios, aunque emanado de él, que lo anima. Dios sacó la Naturaleza de la nada por la virtud de su Verbo, que él había engendrado por toda la eternidad. Él quiso, y el verbo engendró un vapor, una niebla o un humo inmenso, e imprimió en él su virtud, es decir, un espíritu lleno de fuerza y potencia. Este vapor se condensó en un agua que los Filósofos han llamado universal y caótica, o simplemente caos; es de esta agua que el universo ha sido s ido formado: es ella quien ha sido, como lo l o es todavía y lo será siempre, la materia primera de todas las cosas. La generación del mundo por el Verbo no es, sin duda, menos incomprensible que la generación de ese Verbo divino, pero nos basta con saber, para el entendimiento de la Naturaleza, que todo lo que existe no era en el comienzo más que un vapor animado por su espíritu, y que éste devino palpable por medio del agua. No costará trabajo concebir que el mundo haya sido formado por un vapor que se condensó en agua, si se considera no solamente que el agua se resuelve en vapores, y que éstos se reducen a agua, sino que todos los cuerpos cambian a vapores y agua en su disolución, como lo demostraremos en la segunda parte de esta obra. Es fácil observar que el agua se resuelve resue lve en vapores; vemos principalmente en tiempo de verano, cuando el sol calienta las aguas de los lagos, ríos, manantiales, etc., que se elevan de ellos vapores que se extienden en el aire. ai re. Igualmente, cuando cae la lluvia, y a continuación el sol arroja allí sus rayos, vemos que los tejados mojados por esta lluvia humean y despiden vapores que se disipan en el aire. Un campesino ve en su fogón, cuando hace hervir agua en una marmita, que el agua produce vapores que se exhalan en humo, y si quiere, puede, por la ebullición, reducir y cambiar toda su agua a vapores. Vemos también que los vapores cambian a agua. Cuando las nieblas se espesan en nubes, esas nubes se resuelven en lluvia o en nieve, y vuelven otra vez a su origen. Todos los destiladores ven también que los líquidos se elevan en forma de vapores al capitel de su alambique, y allí se condensan y corren por el pico, gota a gota o por chorritos. Por último, no vemos otra cosa entre el cielo y la tierra sino vapores, humos y agua, que empujados por el calor central de la tierra, se subliman y elevan de nuestra esfera compuesta de tierra y agua, a la región del aire, y si pudiéramos percibir las sutiles emanaciones y los vapores sutiles de los cielos, veríamos sus influencias, que descienden de lo alto a lo bajo, mezclarse y unirse con los vapores terrestres que se subliman; pero si no los podemos ver a causa de la debilidad de nuestra vista, debemos concebirlos por nuestro espíritu, y a continuación volverlos palpables por la práctica de la química, y sentir que todo lo que ocurre en el microcosmos ocurre también en el macrocosmos, y que lo que está en lo alto es como lo que está en lo bajo. Podemos entonces considerar como cierto que la primera materia de este gran mundo es el agua caótica, o un vapor reducido a agua, y hay dos cosas a considerar en esta agua universal: una visible que es el agua, y la otra, el espíritu invisible que le es inherente, de modo que se puede decir que esta agua es doble, es decir, dos cosas en una. El agua sin 3
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espíritu no tendría fuerza, y el espíritu sin agua no tendría acción, porque es preciso necesariamente que haya un cuerpo para operar las cosas corporales; y Dios ha querido que sea el agua el medio por el cual ese espíritu puede operar todo en todas las cosas, porque ésta tiene la propiedad de mezclarse fácilmente con todo, y por su medio, el espíritu puede penetrar, ablandar, formar y destruir todo. El agua es entonces el sujeto o el paciente, el cuerpo, la habitación y el instrumento, y el espíritu es el agente que opera todo en ella y por ella, el punto seminal y central de todas las cosas naturales. Que aquel que desee penetrar en los secretos de la Naturaleza considere bien este punto, y que después de este punto central vaya a la circunferencia, como se dirá en los capítulos siguientes, y encontrará que todas las cosas están encerradas en todas las cosas, es decir, que este espíritu con la potencia generativa está distribuido en todos los sujetos del mundo entero, y que, como todas las cosas toman de él su existencia, ellas retornan también a él, y se reúnen con él después de su última disolución, es decir, que por una vicisitud continua la circunferencia vuelve al centro, y el centro a la circunferencia.. Y si él comprende bien esto, nada podrá detenerlo en el análisis de la Naturaleza, pues de un volátil hará un fijo, del dulce hará un agrio, del mal olor uno agradable, de un veneno una triaca, y de una triaca un veneno, porque conocerá lo que es la meta de todas nuestras búsquedas, a saber, que todas esas cosas sacan su origen de una misma raíz, y que pueden ser reducidas a ella. En efecto, aquellas no son destruidas en cuanto a la materia, sino solamente en cuanto a los accidentes, según su grado de volatilidad, de fijeza o de digestión. Es por eso que todos los Filósofos exclaman: “Nuestra materia está en todas las cosas, en todo lo que nos rodea; por todas partes y a cada momento se la toca con las manos, o se la pisa con los pies: ella vuela ante nuestros ojos y nos choca, por así decirlo, a cada instante” . Ellos nos advierten sin embargo que no busquemos este espíritu en todos los sujetos indistintamente, sino solamente en aquellos donde reside en mayor cantidad, donde es de mejor calidad, y donde se lo puede encontrar más fácilmente, pues aunque se encuentre en todos los sujetos, no deja de estar en alguno en mayor cantidad, fuerza y pureza que en otros; pero en cuanto al resto, está todo en todas las cosas.
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Cómo todas las cosas se originan
En el comienzo el agua caótica universal era cristalina, clara, transparente, sin olor ni gusto particular; ella estaba también en un perfecto reposo, y todos los elementos estaban allí confundidos, pero pronto, por la acción del espíritu invisible que estaba en ella encerrado, se puso en movimiento, fermentó, se agitó, hizo nacer de sí misma una tierra, se pudrió y se volvió hedionda. Cuando llegó a su término de putrefacción, el espíritu motor, obedeciendo las órdenes del Creador, separó las partes sutiles de las groseras en orden y por grados, y cada una se ubicó en el rango que le convenía: las sutiles arriba, y las groseras abajo, según el orden que percibimos en la Naturaleza. Las más sutiles compusieron lo que llamamos el cielo o el fuego, y las subsecuentes por grados, el aire y el agua, hasta las más groseras que compusieron la tierra. Pero es preciso notar bien que estos cuatro elementos no difieren unos de otros más que por sus grados de sutilidad o fijeza, y que es siempre el agua caótica quien, de desordenada que estaba en su origen, devino cuádruple por la separación de los elementos. Después de esta separación, Dios quiso que la esfera de cada elemento fuera poblado por toda clase de criaturas de una naturaleza análoga a su grado de sutilidad; que el cielo produjera cuerpos luminosos, el aire sus meteoros; el agua sus animales, sus plantas, sus minerales, la tierra igualmente, y que todas esas criaturas tuviesen la facultad de multiplicarse. Pronto el espíritu generador, ejecutando su voluntad, produjo las simientes de cada esfera, y les dio la forma, según los modelos trazados en la Inteligencia Suprema; y es el mismo espíritu que, por la virtud multiplicativa casi infinita de la cual estaba dotado, debía operar en ellas la reproducción, habiéndose vuelto, al especificarse en todos los individuos, el punto seminal y central de cada microcosmos, como era el del macrocosmos. Dios quiso también que cada elemento produjera su semejante, o brotara continuamente de su centro una simiente, y que de esas simientes reunidas naciera un agua de la misma naturaleza que el agua caótica primordial para la generación, conservación, destrucción y regeneración de todas las cosas creadas. Yo llamo a esta agua caótica regenerada, simiente universal, e incluso alma y espíritu del mundo, porque ella no es otra cosa que el espíritu universal no especificado, vuelto visible en forma de agua. Explicaré en los capítulos siguientes lo que es esta agua, y cómo ella se engendra. Haré ver que ella está entre las manos de todo el mundo, que podemos incluso someterla a nuestras experiencias, y estas experiencias, al demostrar que ella tiene todas las cualidades que he atribuido al agua caótica universal, probarán al mismo tiempo la verdad de mi teoría sobre el desarrollo de la creación del universo.
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Cap. III - De la generación de la simiente universal, y cómo se hace ella
El espíritu motor, obrando sin cesar en el seno de cada elemento, excita un movimiento continuo que produce calor, y este calor hace salir vapores, poco más o menos como los que se exhalan de todos los cuerpos por la transpiración. Esos vapores o emanaciones se llaman ordinariamente influencias, cuando vienen de lo alto, y exhalaciones, cuando vienen de lo bajo. Son esas emanaciones del cielo, del aire, del agua y de la tierra que, como otras tantas simientes particulares, engendran por su reunión la simiente universal. La simiente del cielo se mezcla primero con la del aire, la simiente de la tierra con la del agua; después, de la unión de esos dos compuestos, como de la unión del macho con la hembra, nace un agua caótica regenerada para el nacimiento, conservación, destrucción y regeneración de todas las cosas; y eso hasta que plazca a Dios destruir este universo. El cielo y el aire son el padre, el agente o la parte activa; el agua y la tierra son la madre, el paciente o la parte pasiva: de donde se ve que, aunque los cuatro elementos parezcan muy opuestos, si se compara una extremidad con la otra, y que obrando de una manera contraria no pueden jamás producir nada, no obstante ellos operan, cuando se unen en orden, y hacen todo lo que el Creador les ha comandado hacer, sin excepción. No se puede ir de una extremidad a la otra, sin pasar por un medio. Este axioma de los Filósofos es y será siempre verdadero, y los Artistas deben inculcárselo bien, pues hay una infinidad que yerran en esto, por falta de considerar bastante este punto esencial. En efecto, el cielo no podría jamás reducirse a tierra, sino por medio del agua y del aire, y la tierra no puede jamás devenir cielo, sin el agua y el aire, que son las cosas intermedias entre el cielo y la tierra. Igualmente el cielo se reducirá muy difícilmente a agua, sin el aire; y la tierra no devendrá jamás aire sino por medio del agua. El cielo es sutil, puro, claro y muy volátil; la tierra por el contrario es grosera, espesa, tenebrosa y muy fija, y si alguien intentara unir y fijar juntos el cielo, que es muy volátil, con la tierra, que es muy fija, no lo lograría jamás, sino que lo muy volátil se evaporaría al menor calor, abandonando lo fijo. Que un Artista tenga entonces continuamente este punto ante los ojos, a saber, que jamás, en cualquier cosa que sea, lo muy sutil y lo muy fijo se dejarán atar y unir juntos, sin su medio conveniente; de otro modo perderá su materia, su tiempo y sus gastos. Así, quienquiera desee reducir el cielo o fuego a tierra, debe unirlos antes con su medio, entonces se unirán al momento, mientras que sin eso, haría falta, por así decirlo, toda una eternidad para unirlos. Haz descender el cielo al aire, que es su medio; se unirán sin combate, porque son ambos de una naturaleza sutil. Cuando estén unidos, dales el agua, como un medio entre el aire y la tierra, y se unirán todavía al momento. A continuación, dales la tierra; de esta manera la unión se hará por los grados intermedios convenientes, descendiendo de un grado muy sutil a uno sutil, de uno sutil a uno más espeso, y de éste a uno muy espeso; y no de golpe de uno muy sutil a uno muy espeso. De lado contrario, reduce la tierra a aire por medio del agua, el agua en cielo por el aire; porque son todos una misma cosa en cuanto a su materia y a su origen, también así uno debe ser la ayuda y el conductor del otro, y se debe preparar uno por el otro. Esto no puede ser de otro modo, y no se podría transgredir esta regla de la Naturaleza. Esto debe ser observado en todas las operaciones químicas, sin lo cual no se tendría éxito en nada, o en muy pocas cosas. Pero se me dirá ¿es que un elemento no sería más que un grado más grosero que aquel que le precede inmediatamente? ¿No vemos por el contrario que el
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agua es varios grados más grosera que el aire, y del mismo modo, la tierra varios grados más grosera que el agua? Sí, sin duda; el cielo y el aire, tanto como el agua y la tierra, están divididos en sus grados de sutilidades; no es la tierra más grosera la que se mezcla inmediatamente con el agua sutil, ni tampoco el agua más grosera con el aire más sutil, o el aire más espeso con el cielo sutil, pero lo muy sutil del cielo se une pronto con lo más sutil, y éste con lo sutil. Cuando éstos están unidos, influyen sobre el aire más sutil, y después de su unión, sobre uno más espeso. Después de eso influyen sobre el agua más sutil, ésta sobre el agua más espesa hasta la muy espesa, y es solamente entonces que comienza a mezclarse con la tierra sutil, hasta que deviene más y más espesa y grosera, y finalmente todo se reduce a piedra. No es necesario sin embargo imaginarse que esos grados están ubicados uno sobre otro, como en una esfera particular. La Naturaleza ha mezclado juntas la tierra sutil y la gruesa, y ha forzado al fuego a entrar allí también con el agua y el aire. Ha mezclado también de la misma manera el agua, el cielo y el aire, si bien nuestros ojos no pueden percibir más que una pequeña diferencia. Sólo es en el análisis que se ve cómo lo sutil se despega de lo grueso, sube a lo alto y se separa de él. He aquí una experiencia que prueba que la naturaleza no mezcla jamás las cosas confusamente, sino siempre conforme a sus diferentes grados de sutilidad. Toma una tierra cualquiera de los campos o de los alrededores, viértele agua y machácalas juntas para mezclarlas bien, déjalas a continuación reposar durante algún tiempo. Verás que el agua dejará caer la tierra grosera, y se cargará solamente de la sutil que es la sal. La sal, como tierra virgen, se une con el agua. Cuando esta parte terrestre ha sido sacada, el agua no puede obrar más sobre la tierra grosera que resta, porque es muy débil para eso. Es por eso que es necesario que antes reduzcas también en agua con ella y por ella la tierra virgen de la cual está impregnada, es decir que la destiles en un agua espirituosa; por ese medio, adquirirá de nuevo la fuerza de separar, en la tierra restante, las partes más sutiles de las más gruesas, de volverlas semejantes a ella y de reducirlas igualmente a agua, la cual obrará de nuevo sobre la tierra restante. Es de esta manera que la Naturaleza opera, tanto resolviendo como coagulando, en todas las cosas del Universo, sin franquear jamás los grados intermedios y convenientes. De esto un Artista puede comprender que la Naturaleza en todas sus operaciones observa siempre la regla, el peso y la medida, y no mezcla nada al azar, aunque a nuestros ojos las cosas parezcan diferentes. Un Artista no debe detenerse en las superficies, sino penetrar en lo que está escondido, y profundizar en la Naturaleza, con la ayuda de la experiencia: una manipulación lo conducirá a otra, y adquirirá todos los días nuevas luces. Para volver al agua caótica regenerada o simiente universal, decimos entonces que ella está formada de las emanaciones del cielo, del aire, del agua y de la tierra, por la retrogradación de esos elementos a su primera materia. Los elementos, como lo hemos ya observado, son absolutamente homogéneos, y no difieren más que por los accidentes. La tierra es un cielo fijo; el cielo es una tierra volátil; el aire es un agua rarificada o atenuada, el agua es un aire condensado y espesado; y como ellos han provenido del caos que no era más que agua y espíritu, dos cosas comprendidas en una, no son tampoco los cuatro más que agua y espíritu hasta en sus menores moléculas. De allí viene que puedan transmutarse uno en otro, y reunirse bajo la misma forma que tenían antes de su separación. Hemos dicho que era el movimiento excitado por el espíritu motor en el centro de los elementos, el que era la causa de sus emanaciones; pero es preciso observar que la acción de este espíritu no es inmediata en todos los elementos.
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Se sabe que más sutil es una cosa, más ella es pura, viva y móvil; y que cuanto más grosera, más impura, perezosa y adormecida es ella. Recíprocamente, más móvil es una cosa, más espiritual es ella, y consecuentemente más se acrecienta su movilidad. El cielo, como el más sutil de los elementos, es entonces también el más móvil: es él quien recibe el impulso inmediato del espíritu motor, y quien comunica su movimiento al aire, su más próximo vecino, éste se lo comunica al agua, y el agua a la tierra. De esta manera todo procede en el más bello orden, y como en un reloj donde el movimiento se comunica progresivamente, desde la primera rueda hasta la última. Ahora bien, el movimiento causa el calor, y la intensidad de éste está en razón de la intensidad de aquel; así el cielo, que por su sutilidad está siempre en movimiento, se calienta por ese movimiento perpetuo. Este calentamiento hace que el cielo, debido a que es un agua y está hecho de agua, produzca vapores y exhalaciones, que sude y gotee; este vapor o sudor, no pudiendo subir más alto por los límites que Dios le ha impuesto, está forzado a extenderse hacia lo bajo, y desciende así en el aire, que toma y retiene lo que tiene de más grueso; lo más sutil vuelve a subir a lo alto por su atracción, y revolotea de un lado y de otro hasta que, por la circulación, se espesa y engrosa al punto de que el aire lo puede retener. Es ésa la influencia y la simiente astral que recibimos del cielo por medio del aire; este último y también el agua y la tierra, dan igualmente sus emanaciones en razón del movimiento que se les comunica, y es así que todos los elementos proveen la materia de la simiente universal. Pero es bueno examinar todavía en un mayor detalle la naturaleza de los elementos, de qué manera se hacen sus emanaciones, y cómo se unen para formar la simiente universal o el espíritu del mundo.
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Cap. IV - Del cielo, y de sus influencias
Después de la separación del caos, el cielo devino el ser más sutil, el más incomprensible y el más elevado, un vapor acuoso muy sutil, puro, ligero, volátil; lo que es causa de que se haya elevado a lo alto, y de que haya tomado el lugar más elevado: él es la parte más sutil, la más llena de vida y de potencia activa. Por eso el cielo es el primer agente y el padre de todas las cosas, la simiente masculina, el alma y el licor vivificante de la vida, el néctar, la ambrosía, un aire, un agua sutilizada y una tierra volátil. El cielo y el aire, como hemos dicho anteriormente, no exhalan sus emanaciones a lo alto, sino a lo bajo, hacia la esfera terrestre y acuática, conforme la voluntad absoluta del Creador. Así como los primeros envían sus emanaciones a lo bajo, igualmente la tierra y el agua envían las suyas a lo alto, hacia el aire y el cielo. El cielo, como el más móvil, se calienta por su movimiento perpetuo, se enciende, comienza a hervir, a producir vapores, a sudar y a exhalar de una manera invisible e imperceptible todo lo que no necesita para su consistencia. Como está destinado a emanar sus vapores hacia lo bajo, este vapor desciende a la esfera más próxima, que es el aire, y como éste último no es mi demasiado espeso ni demasiado sutil, se deja asir, y se mezcla, se une y se coagula con el vapor sutil del aire; se digiere y circula de lado a lado por un movimiento perpetuo, hasta que, unidos íntimamente, se vuelven apropiados para unirse a las emanaciones inferiores de la tierra y el agua, para procrear y regenerar la simiente universal, o el espíritu del mundo, o el agua caótica. Así, una vez que el cielo se insinúa en el aire, el aire se dispone también a unirse con el agua que es su elemento más vecino. Un aprendiz no debe con todo imaginarse que al cielo le hace falta mucho tiempo para unirse con el aire, ni al aire para unirse con la tierra. Desde que se encuentran, la unión se hace, porque se preparan a ello cada vez más, de camino, por la extensión y atenuación de sus partes, por la circulación o el movimiento; después se mezclan íntimamente juntos y se unen, en su reencuentro, como el humo con el humo o el agua con el agua. Como esta cuádruple conjunción del cielo, el aire, el agua y la tierra, se hace por un vapor claro y sutil, una niebla, o un humo de forma de vapor, es fácil comprender que un vapor se mezcle muy fácilmente con otro, y un agua con otra, sobre todo cuando todas esas partes están naturalmente dispuestas a ello, porque son de la misma materia y tienen el mismo origen. Alguno podrá preguntar si el cielo, por sus emanaciones continuas, no pierde nada de su cantidad y de su fuerza, porque naturalmente parece imposible que una cosa produzca emanaciones continuas sin perder nada de su sustancia o de su fuerza, si no son reemplazadas al punto por otras; así como un hombre que traspirara fuerte y continuamente no tardaría en estar débil y abatido. Es fácil responder a esta dificultad, el nudo va a ser desatado por las reflexiones y consideraciones siguientes. No es menos seguro que visible a nuestros ojos, que ese gran espacio que está entre el cielo y la tierra está continuamente lleno de vapores, neblinas, humos, nubes y exhalaciones; que esos vapores, por poco que se condensen, se resuelven en lluvias, nieve, rocío, escarcha y granizo; y que a continuación las exhalaciones de lo alto y de lo bajo recomienzan, de manera que no hay ninguna interrupción en la producción de tales vapores, a los que damos el nombre general de aire. Todo lo que evapora o exhala, tiene una tendencia de atraer hacia sí su semejante. Cuando lo que ha sido atraído se mezcla en su sustancia, y pasa por todos sus miembros, es naturalmente forzado a evacuar sus superfluidades, o el excremento, por las vías que están destinadas a ello. Lo mismo un hombre, cuando está en un lugar donde su respiración no es libre o está agotado por el sudor, está obligado, bajo pena de perder la vida, a tomar aire, alimento, bebida, y a atraerlos hacia sí como sustancias análogas, y eso por un 9
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deseo o una fuerza natural que lo lleva a reemplazar sus disipaciones, a refrescar su cuerpo y a fortificar su vida. Pero como no todo lo que toma, sea aire, alimento o bebida, concurre en totalidad a formar la sustancia de su vida; él expulsa lo superfluo por las vías destinadas a ello: lo más sutil por los sudores, lo menos sutil por la orina, por la nariz, el moco y los esputos, y lo más grosero por las deposiciones y los vómitos. Cuando se ha desembarazado de esas cosas, recomienza naturalmente la atracción de aire fresco, alimento, bebida, y de eso se hace otra vez una superfluidad o excremento. Ahora bien, como el aire, el alimento y la bebida, cambian enteramente de naturaleza y especie dentro del hombre, y son totalmente transmutados y cambiados por el arqueo humano en la propia sustancia del hombre, al punto de que los excrementos no dan siquiera la menor indicación de la naturaleza precedente del aire, alimento o bebida, sino que todo es de una figura enteramente diferente, y está impregnado de la sustancia humana y de sus espíritus vitales, es decir de una sal volátil, como el análisis lo demuestra. Del mismo modo el cielo, el aire, el agua y la tierra, reemplazan sus disminuciones por partes que les son semejantes. El cielo recibe los vapores que suben de lo bajo a lo alto, que de camino han sido sutilizados al punto más alto, y que son atraídos a la región del aire, hasta el firmamento, y de allí a lo más alto para reemplazar las emanaciones del cielo; el cielo toma tanto como necesita, los cambia a su naturaleza, y cuando está repleto de ellos, expulsa lo superfluo o el excremento por un impulso natural hacia el firmamento y el aire. El aire se llena también, se espesa por los vapores que vienen sin cesar de lo alto y de lo bajo, resuelve lo superfluo en lluvia y en rocío, y los empuja como un excremento hacia la esfera inferior del agua; el agua descarga igualmente sus superfluidades espesas, y las da a la tierra. La tierra rebosa y se llena también de sus influencias, y arroja afuera las partes superfluas de esta agua por el calor central y natural que contiene, los resuelve de nuevo en vapores, exhalaciones, neblinas y humos, y los empuja hacia el aire. Este cambio de aumento y disminución, de atracción y de expulsión, ha sido comunicado a la Naturaleza por un orden muy sabio del Creador, para continuar así hasta que el mundo finalice por su voluntad. Un aprendiz ve ahora claramente que todo debe retomar su sustento de lo que rechaza, pero solamente después de que la alteración ha precedido. Lo que llamamos expulsiones, o excremento, se vuelve de nuevo nuestro alimento. El hombre come pan y frutos, bebe vino, cerveza, etc., de lo cual hace excrementos que son llevados a los campos, allí se siembran los granos, y así crece de nuevo alimento de sus propios excrementos. Igualmente un árbol pierde sus hojas en invierno, ellas caen sobre la tierra, se pudren, se vuelven un jugo que se escurre hasta la raíz, y engrosan y nutren de nuevo el árbol del cual salieron. Es en la observación de todas estas cosas que se conocerá lo superior y lo inferior de Hermes, la cadena de oro de Homero, el anillo de Platón; y se estará convencido de que una cosa se transmuta en otra, y vuelve a ser, por la vicisitud de las cosas, la misma o semejante a la que había sido antes. No es difícil concluir, dado que todo ha sido una sola y única materia de la cual todo tomó su origen, que hace falta necesariamente que una cosa se cambie por retrogradación a la misma de la cual ha sacado sus principios. Habiendo sido todo agua, todo debe necesariamente retornar al agua, porque el agua era su primer principio. Aplicad ahora esta regla a todo lo que seguirá en este tratado, y eso no será un adelanto pequeño en nuestro Arte. Examinemos ahora, según el orden de las materias, lo que es el aire.
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Cap. V - Del aire, y de sus influencias
El aire es el segundo principio después de la separación del gran caos, él es conjuntamente con el cielo, el padre y el forjador, el macho y el primer agente, la simiente masculina y el principio activo de todas las cosas: el cielo es el alma y la vida, el aire es el espíritu y el receptáculo del alma y la vida, y en consecuencia el espíritu vital del macrocosmos. El aire es un vapor sutil acuático, o un agua cambiada en vapor, un vapor un poco más espeso y más grosero que el cielo, y en razón de este espesor, él abraza la influencia sutil del cielo, y la fija para cambiarla a su propia sustancia y naturaleza aérea. Él recibe también los vapores todavía más espesos acuáticos y terrestres, y hace con ellos la conjunción consigo mismo y con el cielo; además de eso, por un movimiento y circulación continuos, los reduce a la unidad; se espesa finalmente por los vapores que vienen sin cesar de lo alto y de lo bajo, se resuelve en lluvia, rocío, nieve, escarcha; y esos meteoros se precipitan hasta nosotros sobre el agua y sobre la tierra, para allí ser trabajados más. Se ve entonces que el aire es el primer medio para unir el cielo con el agua y la tierra; que sin él el cielo no podría asimilarse al agua y la tierra; que él es el primero que recibe la influencia del cielo; que él junta, une y ata esta influencia celeste con las emanaciones inferiores, acuáticas y terrestres, para formar en su esfera el principio de la simiente universal de todas las cosas. Pues un vapor, como dije más arriba, se mezcla muy gustosamente con otro vapor, un agua con otra agua, una tierra con otra tierra. Pero una tierra no abraza fácilmente a un vapor, ni se mezcla con un vapor sutil, y aún cuando retuviera una parte de él –que sería la más fija-, la mayor parte se evaporaría. Por el contrario, si el vapor se vuelve agua, cuanto más espesa fuera esta agua, más fácilmente se mezclaría con la tierra, y se volvería tierra misma a fuerza de espesarse. Igualmente la tierra, sutilizándose más y más por medio del agua y del aire, se cambiaría por último en agua y en aire. Así, la Naturaleza trabaja por medios o cosas intermedias, y no va inmediatamente de un extremo a otro. La tierra y el agua deben devenir humo y vapor, así como lo vemos diariamente, todo como el cielo y el aire. Entonces se unen como cosas semejantes, y forman por su mezcla una simiente que se resuelve en rocío y en lluvia, etc., y estos rocío y lluvia caen sobre el agua y sobre la tierra, siendo el centro y el receptáculo de todas las virtudes celestes, y por ellas se hace la generación, corrupción y regeneración de todos los animales, vegetales y minerales, como dice María la Profetisa; un humo o un vapor abraza o fija al otro, así el aire abraza y fija al cielo, el cielo unido al aire es fijado todavía más por agua, la tierra recibe y fija más el agua unida con el aire y el cielo, hasta el punto de hacer de ellos una piedra y un metal. De esta manera el cielo deviene terrestre y una tierra corporal, visible, sensible y palpable; y por el contrario el agua resuelve la tierra, el aire resuelve o sutiliza el agua y la tierra cambiándolos en vapor y humo, y el aire juntamente con el agua es resuelto y sutilizado por el cielo que los transmuta a su propia naturaleza. Así, uno se transforma en otro, y deviene ora fijo ora volátil por un perpetuo cambio. El cielo deviene tierra, y el agua deviene aire, lo que vuelve a la aurea catena Homeri, al anulus Platonis, y al superius et inferius Hermetis; lo superior es semejante a lo inferior, y lo inferior a lo superior. Finalmente, podemos llamar al aire, a justo título, los riñones o los testículos del universo, porque es en su seno que se agrupa el extracto de todo el universo, y todos los humores radicales y sustanciales del macrocosmos se elaboran allí sin cesar para formar la simiente universal.
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Cap. VI - Del agua, y de sus emanaciones
El agua y la tierra están juntos, como el cielo y el aire; y los cuatro todos están aún juntos. El agua debe tener tierra, y la tierra agua, como el cielo debe tener aire, y el aire cielo; pues uno no podría subsistir ni tener acción sin el otro. El agua es el tercer principio después de la separación del caos, y el primer paciente o parte sufriente, la simiente femenina, o el menstruo del macrocosmos que debe aportar la nutrición a todas las criaturas sublunares: ella es, conjuntamente con la tierra, la madre de todas las cosas. El agua es un vapor condensado, un cielo coagulado, un aire espesado, una tierra fluida. Ella es también el segundo medio por el cual el cielo, unido con el aire como primer medio, se incorpora y mezcla con la tierra, o se terrifica y se fija. Tan pronto el cielo deviene aire, y el aire agua, rocío, lluvia o nieve, caen sobre el agua y la tierra que son inferiores y más espesos, se mezclan con ellos, comienzan a calentarse por el espíritu primordial que tienen implantado, comienzan a fermentar, a pudrirse, y obran unos sobre los otros, hasta que dan a luz y hacen nacer tales y cuales frutos, según las matrices donde se hace la generación. De todo esto un Artista debe comprender cuál es la sabiduría de la Naturaleza, y ver que ella no se contenta con un solo medio, como el aire, para terrificar el cielo, sino que ella emplea dos, el aire y el agua. Así el Artista debe regularse según la Naturaleza, y conformar a ella su arte. ¿Cómo hay alguno que suda sangre y agua para hacer la conjunción de su obra, sin poderla lograr? Sus materias sobrenadan una sobre la otra, como el aceite y el agua, o como el agua y la tierra, o bien ellas combaten tan vivamente como para romper el vidrio: es aquí que debe buscar rectamente un medio para juntarlas, y éste es fácil de encontrar. Yo descubriré a continuación la vía y la manera de hacerlo. Si un solo medio no basta, que tome dos; si éstos no bastan todavía, que tome tres de ellos; homogéneos no obstante, y no heterogéneos. Así, por ejemplo, los minerales convienen a los minerales, los vegetales a los vegetales, y lo mismo los animales a los animales. Los minerales convienen también a los vegetales, y los vegetales a los animales, pues hay una diferencia muy pequeña entre ellos, habiendo salido de una sola y misma materia. Los minerales son vegetales fijos, y los vegetales son minerales volátiles; como los vegetales son animales fijos, y los animales vegetales volátiles. Uno puede cambiarse a otro con mucha facilidad, pues los vegetales sirven de alimento a los hombres y a las bestias, que por su arqueo los vuelven de naturaleza animal. Cuando un hombre o una bestia mueren, se los entierra, y de ellos renacen los vegetales. Los vegetales se nutren de vapores minerales que por su volatilidad viajan a través de la tierra hasta su raíz, y se vuelven todos vegetales. Los vegetales, cuando se pudren y se vuelven de una naturaleza salina y nitrosa, se disuelven por las aguas, y son llevados por los senderos y grietas de la tierra, o por los ríos hasta el mar, y de allí al centro de la tierra, de donde van de nuevo a la naturaleza mineral. Poniendo atención a todas estas cosas, un aprendiz comprenderá cómo uno se cambia muy naturalmente a otro. Uno deviene fijo, el otro volátil, y según que adquiera más grados de fijeza o volatilidad, adquiere también una cualidad diferente, porque todos los cuerpos, como he dicho antes, no difieren sino por sus accidentes, así como los elementos de los que se componen. El cielo y el aire son entonces el padre y la simiente masculina de todas las cosas, el agua es la simiente femenina y el menstruo, la tierra es la matriz y el vaso en el cual los tres superiores antedichos operan todas las generaciones que les son ordenadas por el Creador.
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Mostraremos ampliamente en el capítulo de la tierra de qué manera la tierra y el agua dan sus emanaciones al aire, y exhalan vapores y humos para la procreación de la simiente universal del espíritu del mundo, y la regeneración del caos.
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Cap. VII - De la tierra, y de sus emanaciones
La tierra es el cuarto y último principio después de la separación del caos, y la parte más baja, como el cielo es la más alta, y el agua y el aire son las del medio. La tierra es la segunda parte paciente, y el esperma femenino, la matriz de todas las cosas sublunares; es un cielo fijo coagulado, un agua fija coagulada, un aire condensado, un vapor convertido en tierra, un ser fijo coagulado, el centro, el vaso de todas las influencias celestes y de la simiente universal, de la cual en la tierra y por la tierra nacen todos los minerales, vegetales y animales. Ante todo, el lector se aplicará a comprender bien mi pensamiento, que por el cielo yo no entiendo el cielo empíreo, en el cual Dios tiene su morada con sus Elegidos, el cual es privilegiado y está exento de toda alteración y operación natural, porque sólo es debajo de él que ocurren alteraciones por mandato expreso de Dios todopoderoso. Después de esta declaración, el lector pondrá atención, como lo he dicho antes, a que el cielo por su gran sutilidad es la cosa más móvil de todas, la que, en tanto Dios deje subsistir el mundo en el mismo estado, no dejará jamás de moverse. Este movimiento se comunica a lo que le es más próximo, que es el aire, pero debilitándose; y el aire obra también en el agua, y ésta en la tierra, pero todos estos movimientos se vuelven siempre más débiles y más lentos. Se ve que el aire es agitado por el cielo, porque continuamente hay un aire o viento más o menos agitado. No es necesario probar que el aire agita el agua; los navegantes saben que con frecuencia en el mismo tiempo en que están impedidos de continuar su ruta, y obligados a detenerse por la calma, el agua está extremadamente agitada por la oleada y las corrientes. Para convencerse de que el agua agita la tierra, no hay más que observar que ella arrastra continuamente la arena, las piedras, etc., que son una tierra molida que ella excava y arranca de un sitio para llevar a otro. Allá ella las esparce, aquí las acumula, y hace con ellas montañas y valles según la disposición de los lugares. Cada movimiento causa un calor, sea perceptible o imperceptible. En los animales terrestres el calor es muy sensible, pero en los animales acuáticos no se percibe calor, o muy poco, e incluso, por así decirlo, se percibe más bien una frialdad. Sin embargo toda vida debe ser causada necesariamente por el movimiento y por el calor que resulta de él, pues el frío apaga la vida. Siendo esto así, se puede concluir osadamente que hay un calor sensible y uno insensible; yo sólo lo menciono porque él está implantado en todos los elementos, ora sensible, ora insensiblemente, y de una manera o de otra él procrea siempre. Cada cosa, por pequeña que sea, aún cuando fuera impalpable por su pequeñez e invisible a nuestros ojos, contiene sin embargo al cielo con todos los otros elementos. Entonces, si contiene el cielo, tiene necesariamente en sí el movimiento, visible o invisible, sensible o insensible, pues el cielo está siempre en movimiento, aunque parezca estar en reposo, y no deja de tener sus emanaciones, sus acciones y sus fuerzas. Por ejemplo, una piedra preciosa, una raíz, o una hierba arrancada del lugar de su nacimiento, es desecada y parece como muerta porque está detenida en su crecimiento; no obstante en ella está el cielo, que no reposa, sino que por transpiración insensible él causa los más grandes efectos, al punto de que esta piedra tomada interiormente, o aún aplicada exteriormente, sin disminución de su volumen y su peso, y sin perder nada de su fuerza, causa a los hombres la enfermedad o la salud, según sus cualidades y virtudes naturales. El aprendiz ve así de qué fuerza cada cosa saca su aplicación, es decir, del cielo y de su movimiento siempre activo, de su tibieza, de su calentamiento y de su gran calor; por eso sería inútil buscar alguna cosa sobre la tierra, grande o pequeña, en la cual el cielo y los 14
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demás elementos no estén concentrados. La razón dicta también que cada cosa debe tener en sí las cualidades y propiedades de las cuales ha sacado su origen. Ahora bien, todo ha venido del caos como materia primera, y el caos no era más que agua y espíritu. Cada cosa debe entonces tener las cualidades y propiedades del agua y del espíritu; pero el espíritu es el motor y lo que calienta, y ese espíritu está extendido por todo el universo, de modo que la menor gota de agua y el más pequeño átomo de tierra están repletos de él. Él está igualmente en lo líquido y en lo seco, y como la gota de agua es agua en todas sus partes, así como el átomo de tierra es tierra, ese espíritu reside en todas las partes de una y de otro, aunque esté coagulado en la tierra, y en el agua sea fluido y disuelto. La razón por la que el agua y la tierra no son tan móviles como el cielo, viene de su espesamiento y grosor, de su coagulación o concentración. Reducid la tierra a la volatilidad del cielo, y ella será tan pronta en su movimiento como el cielo, lo que prueba aún que la diferencia entre todas las cosas sólo consiste en su volatilidad y su fijeza, es decir, que el fijo y el volátil operan las variaciones y cambios de forma de todas las cosas, sin excepción. La sola meta y el término de la Naturaleza es volver fijo al cielo, para volverlo útil y saludable para todas las criaturas sublunares. Es evidente que todas las cosas sublunares son, en comparación con el cielo, groseras, espesas y poco móviles, por eso el cielo, para volverse útil a ellas, debe necesariamente devenir terrestre. ¿Cómo podrían ellas, sin esto, apropiarse de un vapor tan sutil, si no les fuera comunicado por el aire, el agua y la tierra? Para demostrar por qué medio el agua, la tierra y el aire se vuelven vapor, humo y neblina, y de qué manera esas cosas se vuelven aire y cielo, el aprendiz debe retener bien en su memoria que no solamente el cielo y los otros elementos están en todas partes mezclados y presentes en todas las cosas, tanto grandes como pequeñas, sino que el cielo junto al aire manifiesta por todas partes, incluso en las piedras y en los huesos, su fuerza y su potencia motriz. Que los haga conocer poco o mucho, no importa; es suficiente con que se muestre allí presente. Una cosa sutil, delgada y abierta, como los animales, mostrará mejor su fuerza y su movimiento que un gran árbol inmóvil afirmado en la tierra, o que una piedra que parece del todo desprovista de vida. La tierra y el agua están siempre juntas, pues en el agua hay tierra, porque el agua corre sobre la tierra. En la tierra hay agua, pues las fuentes, los manantiales y los ríos vienen de ella; hay también grandes lagos en la tierra. Una vez conocido esto, es en consecuencia evidente que en el cielo está en el aire , y el aire en el cielo; que el cielo, el aire, el agua y la tierra están siempre juntos, y uno dentro del otro; ninguno está privado del otro en todas sus partes; y como es imposible que un hombre pueda vivir sin alma y sin espíritu, así es imposible que un elemento pueda pasar sin el otro. El agua y la tierra, están entonces repletas de cielo y de aire. El agua debe humectar la tierra, a fin de que produzca fruto. Esta humectación y engrosamiento por el cielo y el aire que están allí encerrados, y por el espíritu motor que se encuentra en la mezcla de ambos, conjuntamente con el calor extremo del sol y el calor central interno, causan un movimiento, el movimiento una tibieza, la tibieza un calor; este calor ocasiona en el agua vapores y exhalaciones. Más grandes son el calor y la cantidad de agua, más ella evapora y exhala. Este vapor, cuando está impulsado en el aire, es todavía más agitado por aire y el calor del sol que lo rodea, y por los vientos. Y cuando más agitado es, más se sutiliza, de modo que sube más y más; y más se eleva y se aproxima al cielo, más se avecina a la fuente del movimiento. Así este vapor se sutiliza y volatiliza hasta el más alto grado, hasta que el cielo lo cambia a naturaleza celeste. Del mismo modo, más cerca de la tierra está el cielo, más terrestre deviene, hasta que por la tierra es reducido a tierra y a piedras. Hasta aquí hemos explicado de qué manera este vapor se transforma en aire y en cielo; al presente examinaremos lo que es este vapor, y qué cosa contiene. 15
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Todo el mundo sabe que la tierra y el agua cuando se calientan, se evaporan, hierven y exhalan. Ahora bien, este vapor es doble e incluso cuádruple. Es doble porque está compuesto de agua y de tierra; y es cuádruple porque está compuesto de los cuatro elementos, dado que saca su origen de la primera materia de la cual los cuatro están compuestos, y que, como hemos dicho, ninguno puede estar son el otro. La razón por la cual divido este vapor en dos, es decir en agua y en tierra, es porque en comparación con el aire y el cielo aquellos son fijos; pero cuando se sutilizan por el movimiento, el agua y la tierra devienen aire y cielo. Ninguna persona dudará de que este vapor haya sido un agua, pero varias dudan de que haya tierra encerrada en este vapor. Cesarán de dudar si observan que un elemento, como he dicho antes, cambia al otro a su naturaleza. El cielo resuelve y sutiliza el aire, el aire al agua, el agua resuelve y ablanda a la tierra.. Por el contrario, la tierra espesa y condensa al agua, el agua condensa al aire, y el aire al cielo. Así, uno es el imán del otro, lo atrae, lo resuelve, lo coagula, lo volatiliza y lo fija. Un Artista debe todavía observar que, así como el caos ha sido dividido en cuatro partes, cada una de esas partes está aún dividida en sus grados; así el cielo más próximo al aire no es tan sutil como el que toca el cielo empíreo; ni el agua más alta es tan espesa como la que está en el fondo. La tierra se divide igualmente en sus partes, porque no solamente las piedras y la arena son tierra; sino que hay también sudores terrestres, como sal, pez, resina, cera, que crecen dentro y sobre la tierra, y son igualmente tierra, solamente distintas por sus grados, es decir, según su volatilidad o fijeza. No toda tierra es tan fija como las piedras, sino que hay también tierras volátiles, que no obstante pueden volverse fijas. Es a esta tierra volátil la que el agua ablanda y resuelve, toma en sí y anima por el calor, la que arrastra consigo en forma de vapor a lo alto del aire, y la lleva por un movimiento continuo incluso hasta el cielo. Es fácil probar y concluir sin dificultad, en la práctica del caos regenerado que indicaremos después, que el cielo más espeso se reduce más fácilmente a aire que el más sutil, y que el aire más sutil se cambia más fácilmente en cielo que el más espeso. Hemos bastante demostrado el primero comienzo de la naturaleza, y cómo por Dios todopoderoso y su palabra, de vapor que era, devino agua, cómo esta agua doble se dividió a continuación en cuatro partes, y cómo estas cuatro partes que tienen su origen en un vapor, niebla, exhalación, recibieron el mandato de multiplicarse y producir frutos. Ellas deben de la misma manera dar a luz a todas las criaturas, como antes han sido producidas ellas mismas. Como ellas se originan de un vapor primordial, esas cuatro partes deben también continua y conjuntamente producir un vapor parecido, enteramente de la misma materia y sustancia sin ningún defecto. Este vapor debe también volverse agua, y aún por regeneración agua caótica, de la cual todas las cosas deben ser engendradas de nuevo, conservadas, destruidas y regeneradas sin interrupción hasta el fin de los siglos. Era del todo necesario, por la voluntad de Dios, que los cuatro elementos produjesen un agua tal; e incluso por razones naturales, competentes, eso no podía ser de otro modo; pues siendo hijos de la misma madre, tienen entonces la potencia de transmitir la simiente que recibieron de ella: todos los individuos que resultan de ello están hechos a imagen de estos cuatro géneros. Los cuatro conjuntamente reunidos engendran el germen, o la simiente universal, para la procreación, conservación, destrucción y regeneración de todas las cosas. Ahora bien, como esos cuatro en su unión producen de común acuerdo una simiente universal, así también cada uno de ellos en particular ha recibido la virtud de dar a luz una producción uniforme en su esfera. Dado que el cielo es lo que hay de más sutil, de más puro, de más transparente y de 16
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más claro por encima de los otros, también produjo de sí mismo frutos parecidos, es decir sus estrellas llenas de vida y de luz. El aire produjo sus meteoros; el agua sus animales, sus plantas, sus minerales; y la tierra también sus plantas, sus animales y sus minerales. Las especies están hechas particularmente de las simientes propias de su esfera, tanto las estrellas y las otras luminarias, como los meteoros, los animales, las plantas y los minerales. Como cada esfera produjo sus especies de su propia simiente, estas especies divididas en individuos igualmente recibieron el mandato de producir su simiente y de multiplicarse según el modelo de la materia primera. No solamente cada estrella por su pureza adquirió el poder de conservarse y de vivir muy largo tiempo, sino que también se ha visto de siglo en siglo que aparecieron nuevas estrellas, y que otras se han perdido; cosas suya investigación yo recomiendo a los astrónomos profundizar. En cuanto a mí, vuelvo al aire. Todos los días se forman en el aire nuevos meteoros; apenas uno pasa y se desvanece, la misma materia da nacimiento a otro que lo sucede; pero esta reproducción continua de los seres es más fácil de observar en la esfera acuática y terrestre. Vemos que cada animal y cada planta, cuando llega a su perfección, adquiere la potencia de producir su semejante, y esta potencia multiplicativa llega casi al infinito. Apenas uno muere y perece, renace otro en su lugar, o diez veces otro tanto. Se ve lo mismo en las sustancias, las piedras y los minerales, que parecen privados de vida; pues si se sacaran tantas piedras como se sacan y se las empleara millares de años para hacer edificios grandes o pequeños, jamás se encontraría el fin, porque hasta el presente no se percibe la menor disminución, y los hombres encontrarán siempre montañas, piedras y minerales. De esto el lector debe concluir que aunque cada esfera procrea sus individuos que nos parecen distintos unos de otros, no obstante los géneros celestes, como los del aire, los del agua y los de la tierra, no son diferentes sino en razón de su volatilidad y su fijeza, y que cada individuo se distingue también de los otros, en su esfera particular, de la misma manera. Si el cielo produce criaturas luminosas, diáfanas, sólo es en razón de su pureza, sutilidad y claridad. Los elementos inferiores producen lo mismo, según su grado de sutilidad o grosor, criaturas sutiles o gruesas, y todas son distintas unas de otras; y por lo tanto no hay ninguna otra diferencia sino en razón de su mayor o menor volatilidad o fijeza. Hemos hablado bastante de la regeneración del caos, o vapor universal. Vamos ahora a considerar este vapor reducido a agua, y a probar por el razonamiento y por la experiencia que esta agua no es diferente del agua caótica universal, que tiene de ella y tendrá siempre hasta la consumación de los siglos la potencia y la fuerza; a fin de que un Artista toque con el dedo y con el ojo el sujeto de sus búsquedas, y que descendiendo de grado en grado, tenga de ello una entera certeza.
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Cap. VIII - En el cual se descubre la verdadera simiente universal, el caos regenerado,
el alma del mundo o el espíritu universal.
Hemos dicho que el cielo, el aire, el agua y la tierra, sacan su origen y espíritu del agua caótica, que han recibido el mandato de producir una simiente universal y de regenerar el caos primordial para la multiplicación, el nacimiento, la conservación, la destrucción y la regeneración de todas las cosas. Ellos producen entonces esta simiente, como lo hemos demostrado, por sus exhalaciones, y los cuatro empujan este vapor en el aire, donde se agita de lado a lado hasta que, por nuevos vapores que perpetuamente se le unen de lo bajo y de lo alto, se espesa, y se hace agua. Esta agua se llama comúnmente rocío, lluvia, nieve, escarcha, helada, granizo, pero en el fondo es la verdadera simiente y el verdadero caos regenerado. He aquí la prueba. Si esta agua es tal que puede procrear y producir todo lo que ha sacado su esencia del antiguo caos primordial, ella debe también tener en sí la potencia y la fuerza de contener en sí los cuatro elementos; y si ella tiene en sí esta cualidad, es preciso necesariamente que contenga y opere todo lo que contienen y operan estos cuatro elementos. Decimos entonces que cada cosa debe retornar a aquella de la cual se ha originado, y que el mismo medio por el cual ella fue hecha, es también aquel por el cual retrograda, se resuelve y se reduce a su primera naturaleza; ex quo aliquid fit, in illud iterum resolvitur, et per quod aliquid fit, per illud ipsum resolvi, atque reduci in suam primam materiam, arque naturam necesse est. Los elementos se originaron del agua y del espíritu, deben entonces reducirse de nuevo a espíritu y a agua, por el espíritu y por el agua. Que el rocío y la lluvia son un espíritu y un agua tal, o un caos regenerado, de la misma naturaleza que el primero, eso se ve por los efectos cotidianos, más conocidos quizás por los campesinos y los jardineros, que por los pretendidos Filósofos que permanecen en las ciudades. El análisis prueba también que por ellos son producidos los cuatro elementos. La experiencia cotidiana prueba también que no solamente todas las plantas y las hierbas sacan de esta agua su vegetación y su crecimiento, sino también que los minerales y los animales son por ella procreados, conservados, destruidos y regenerados. Los animales toman de ella su nutrición y crecimiento, puesto que respiran continuamente el aire, y después se sirven de los vegetales producidos por esta agua, para el mantenimiento de su vida. Sería superfluo probar que los vegetales sacan de ella su crecimiento, cada campesino lo ve claramente. Probaremos en un capítulo particular que los minerales igualmente nacen de esta agua y de esta simiente. Hasta el presente hemos demostrado por la teoría que el rocío y la lluvia son el caos universal regenerado, la simiente universal y general del macrocosmos, el espíritu y el alma del mundo, de la cual y por medio de la cual todo lo que existe es, no solamente conservado hasta su término, sino también destruido y regenerado, y lo será hasta el fin del mundo, como lo haremos ver pronto más largamente en un capítulo particular. Al presente examinaremos por el análisis esta simiente universal conocida, o este caos regenerado, para descubrir lo que allí está encerrado. Para esto tomad y acumulad rocío, o lluvia, nieve, escarcha, o granizo, lo que queráis (el procedimiento será más pronto y mejor si tomáis agua de lluvia, sobre todo cuando truena); ponedla en un tonel apropiado; pasadla antes por un filtro para que no retenga ninguna 18
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suciedad de los tejados, o del trueno. Tendréis un agua cristalina, clara y transparente, que no tiene gusto particular, que se parece al agua de fuente, en resumen, un agua muy límpida, muy pura y muy buena para beber. Poned esta agua en un lugar templado bajo techo, donde el sol, la luna, el viento y la lluvia no puedan llegar, cubridla con un lienzo o con un fondo de tonel, a fin de que no pueda caer ninguna impureza; dejadla en ese estado durante un mes sin removerla. Veréis durante ese tiempo una gran alteración en su naturaleza: ella comenzará pronto a ser puesta en movimiento por el espíritu que allí está implantado; ella se entibiará y calentará insensiblemente, se pudrirá, y se volverá hedionda y nebulosa. Se verá allí al espíritu o al arqueo operar una separación de lo sutil de lo grueso, de lo claro de lo espeso, pues se elevará una tierra que aumentará más y más, se volverá pesada, y caerá al fondo. Esta tierra que el arqueo separa es de color moreno, esponjosa, tan suave al tacto como una lana fina, viscosa y oleaginosa. Es el verdadero guhr universal. El curioso verá sensiblemente dos cosas, a saber, el agua y la tierra, en las que le cielo y el aire están escondidos; pues nosotros no podemos ver el cielo a causa de la debilidad de nuestra vista; vemos bien el aire cuando vuela en su esfera en forma de vapor, humo, o niebla; pero aquí el aire está reducido a agua, está contenido en el agua lo mismo que el cielo. El aprendiz encontrará entonces dos elementos visibles, el agua y la tierra. Antes no había más que un agua volátil; al presente la tierra se ha vuelto visible, por la benignidad de la putrefacción o de la tibia digestión. En cuanto al cielo y al aire, es preciso que los busquemos por otra vía. Después de que el agua de lluvia se ha así enturbiado, removed todo junto, vertedla en un matraz de cobre que pondréis sobre un horno, haced fuego por debajo a fin de que el agua comience a evaporarse, y veréis salir del matraz un vapor, exhalación, humo o niebla: éste es el aire que encierra en sí el cielo. Si queréis tomar el aire y reducirlo a agua, conjuntamente con el cielo, no tenéis más que adaptar al matraz un capitel con su vaso, como hacen los destiladores de agua de vida. Este vapor se elevará en el capitel, y se condensará en forma de un agua clara y cristalina en el recipiente; destilad la cuarta parte del agua que habéis puesto en el matraz, y tendréis el aire y el cielo juntos, y separados del agua y de la tierra, bajo la forma de una bella agua. Distinguiréis el cielo por su brillo luminoso, pues esta agua, sobre todo su ha sido rectificada, será mucho más brillante de lo que era antes, o de lo que es un agua de fuente por límpida que sea: lo que demuestra claramente que ella contiene una virtud superior, o que ella encierra en sí una cualidad celeste. Después que hayáis destilado el aire y el cielo, los pondréis aparte, adaptaréis otro recipiente y continuaréis destilando hasta una consistencia espesa como de miel fundida, pero no hasta la sequedad, pues quemaríais la tierra virgen todavía tierna y que no ha adquirido la suprema fijeza. Pondréis aparte esta segunda agua destilada que es el tercer elemento. En cuanto a lo que resta en el matraz, es decir la tierra todavía muy húmeda, la retiraréis propiamente y la pondréis en un plato de vidrio, que será expuesto al sol para desecarla totalmente, hasta que podáis reducirla a polvo con los dedos: Así tendréis los cuatro elementos separados ante vuestros ojos. Asegurémonos ahora de que esos son los verdaderos elementos, pues sino lo que hemos dicho sería falso, a saber, que es de ellos que todas las cosas sublunares se originan. No es preciso que alguien vaya a imaginarse poder producir con esta agua estrellas y meteoros, porque esta agua es ella misma una producción meteórica, así que no hablaré de ello. Examinaremos solamente si esta agua cuádruple puede procrear lo que nos es necesario, es decir los animales, los vegetales y los minerales, los que sirven a nuestro uso y de los cuales sacamos nuestra subsistencia. 19
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Tomad entonces esta tierra, y si queréis hacer de ella minerales, humectadla un poco con su agua en un matraz, y exponedla al calor del sol en un sitio donde sus rayos no puedan darle de lleno. Cuando esté seca, humectadla de nuevo con su agua, pero no con el cielo y el aire, o con aquella que encierra el cielo y el aire. Repetid esas humectaciones y desecaciones varias veces, y si queréis, reduciréis así toda la tierra a tierra mineral; encontraréis que por las humectaciones y desecaciones la tierra se volverá pesada y arenosa; notad que bastará que el matraz esté cerrado con un tapón de papel solamente, e incluso no muy apretado, a fin de que el aire pueda penetrar mejor. Cuando veáis que la tierra sea reducida a arena, no dudaréis de que la arena sea un mineral, pues seguramente no es de la clase de los vegetales, ni de la de los animales, en consecuencia no podría ser más que un mineral. Cuando tengáis una cantidad de esta arena, tomad un poco, y haced un examen con ella, como se hace con una tierra mineral; y veréis allí un vestigio de oro y de plata. Si de la tierra antedicha queréis sacar un vegetal, tomad de esta tierra desecada y pulverizada por el calor del sol dos partes de su agua y una parte de cielo y aire; mezclad estas aguas juntas y humectad la tierra, como hacen los jardineros, de manera que no esté ni muy seca ni muy húmeda, y exponedla al aire, no al sol; y veréis crecer allí toda clase de pequeñas hierbas. Si ponéis allí el grano de una planta, el fruto de esta semilla no dejará de crecer, así tendréis una procreación vegetal. Si queréis sacar de ella un animal, tomad la susodicha tierra desecada al sol y pulverizada, y la remojaréis con una parte de agua y dos o tres partes de cielo y aire mezclados, y agregando de esta mezcla hasta que la tierra tenga la consistencia de miel clara fundida; ponedla en un lugar tibio a un pequeño calor del sol, de manera que no hieran demasiado sus rayos, y veréis en pocos días un movimiento y un hormigueo de toda clase de animalitos de diferentes especies. Si el agua y la humedad disminuyen demasiado, humectaréis de nuevo con la misma mezcla de agua, a fin de que todo quede de la misma consistencia melosa. Veréis que los primeros animales desaparecen en parte, que nacerán otros, que algunos servirán en parte de alimento a otros que sacarán de ellos su subsistencia y crecimiento. Yo enseñaría aquí de buen grado una manipulación, por la cual sería posible producir toda clase de animales de la especie que se quisiera, pero, a fin de que no se me acuse de inmiscuirme en las funciones del Creador, prefiero guardar silencio. Se debería sin embargo razonar con mayor solidez, y pensar que Dios ha creado todo de nada y sin materia, mientras que nosotros al quererlo imitar débilmente, no sabríamos pasar sin la materia ya hecha y creada. Dios no nos ha prohibido recrearnos en sus obras y en sus criaturas, sino que les ordena más bien a sus Elegidos, y les ha enseñado en secreto como una ciencia cabalística, por la cual pueden llegar más y más al conocimiento de Dios. La mayor parte de los hombres no se ocupan más que de vanos debates, y ésa es justamente la fuente de todo error, y lo que les impide lograr el conocimiento de Dios; ellos discuten todos de Dios, y al final de su disputa, no están más adelantados que antes. En cuanto a mí, yo digo que aquel que quiere adquirir este conocimiento, debe comenzar por la tierra, y por medio de ésta elevarse hasta el cielo, como de un grado a otro; en otro caso se encontrará entre aquellos sobre los que cae el reproche hecho por Jesucristo: Vosotros no entendéis lo que es terrestre y está ante vuestros ojos, ¿cómo pretendéis comprender lo que es celeste? Puesto que el agua de lluvia y la tierra que ella encierra devienen fértiles y pueden producir toda clase de cosas, como acabamos de mostrar, podemos entonces considerar como cierto que esta agua es la simiente universal de la cual se puede procrear todo lo que fue 20
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producido por la primera. Un campesino y un jardinero no tendrán dificultad en creer lo que decimos de la fecundidad de esta agua, ellos ven diariamente en sus campos que todo lo que es humectado crece muy bien, pero hay poca gente que conozca la causa de esta fecundidad. Cada uno sabrá verdaderamente, y no fallará en decir, que es el espíritu ayudado por el agua quien hace crecer. Sí, con seguridad es el espíritu, pero no siendo más que un espíritu volátil, no haría gran efecto en las cosas sublunares, es preciso necesariamente, para que pueda serles útil, que tenga y tome en sí mismo un cuerpo sensible, palpable y visible; pues lo que debe hacer fructificar las cosas corporales y terrestres, debe igualmente ser o devenir corporal y terrestre con ellas. Muchas gentes tocan a menudo con sus manos este espíritu corporificado, y lo pueden recoger en cantidad, pero a pesar de eso, hay muy pocos que conozcan esta simiente corporal, en cuanto a su origen; la razón de ello es que ella lleva otro nombre distinto del que debería tener, pues según su verdadero origen y su raíz, se debería llamarla simiente del macrocosmos, espíritu universal, caos regenerado, visible, corporal y palpable. Éste es el título que le conviene, porque ella es la simiente concentrada, coagulada, condensada, corporal, y el espíritu del mundo en un cuerpo diáfano y visible como un cristal; un agua que es un agua seca que no moja las manos; una tierra que es una tierra acuosa y llena de fuego, que contiene también frío como el hielo; un cielo coagulado, un aire coagulado, una cosa más excelente y más preciosa que todos los tesoros del mundo. Para presentar este espíritu corporal ante vuestros ojos, y ponerlo en vuestras manos, a fin de que lo podáis considerar suficientemente, tomad del agua putrefacta del tonel antedicho un vaso de vidrio lleno, hacedla evaporar sobre el fuego hasta un tercio, dejadla enfriar, filtradla bien de todas las heces en un vaso o plato de estaño, de vidrio o de madera.; sumergid este vaso en agua fresca. Veréis en una noche este espíritu del mundo mostrarse allí en dos formas diferentes. o tomar dos cuerpos diferentes: uno cristalino, diamantino y transparente, que se adherirá a los costados y a los bordes del vaso, y si se colocan en el vaso trocitos de madera, se adherirá a estos también; y el otro cuerpo quedará en el fondo en una forma tirando a oscura. Tomad separadamente el que se adhirió a los costados y bordes del vaso, conservadlo bien; retirad también el que está en el fondo vertiendo el agua por inclinación, secadlo bien al sol o dulcemente sobre un horno tibio, conservadlo también separadamente; dirigios con estos dos al cojo Vulcano, él os dirá quiénes son ellos y cómo se llaman. Arrojad el primero que se adhirió a los costados del vaso sobre carbones ardientes; su inflamación súbita os enseñará que es el nitro. Arrojad también el segundo sobre los mismos carbones, mediante el ruido que hará reconoceréis la sal, una sal ordinaria alcalina y decrepitante. De estos dos, es decir el nitro y la sal, todas las cosas sublunares y visibles nacen y se conservan, se destruyen, y se regeneran. En el aire son volátiles, en la tierra son corporales, y son también según sus grados de fijeza, cosas fijas, más fijas y muy fijas; por último no se encontrará ningún sujeto sublunar en cuya resolución estas dos cosas no se encuentren; todo lo que existe toma de ellos su existencia, como lo diremos y probaremos después más ampliamente. El nitro es ácido y la sal es álcali. Aquel es el alma y el espíritu, éste es el cuerpo: el padre, la madre, la simiente masculina, la simiente femenina, el azufre primordial, la sal primordial y el mercurio 21
AUREA CATENA HOMERI – La Naturaleza develada el cielo y el aire el acero el martillo lo activo
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el agua y la tierra el imán el yunque lo pasivo
Y los dos juntos constituyen la simiente universal. En el comienzo, esta simiente era volátil en todas sus partes, lo que podréis conocer haciendo destilar agua de lluvia, desde que la habéis juntado y antes de su putrefacción, veréis que ella pasará toda y será muy volátil. Sólo es después de su putrefacción que adquiere una base de fijeza por la precipitación de la tierra, que estaba encerrada en ella. La volatilidad de esta agua da nacimiento a los animales; cuando deviene un poco más fija, produce los vegetales; y cuando es totalmente fija, ella hace los minerales. Si de esta agua queréis hacer minerales, tomad las partes más fijas y más gruesas, es decir la tierra y el agua, como lo he dicho antes. Si queréis tener vegetales, agregaréis un poco de cielo y de aire. Si queréis hacer animales de ella, agregaréis del volátil en mayor cantidad, es decir, más del espíritu vivificante del cielo y del aire; pues los vegetales tienen el medio entre los minerales y los animales, y se puede hacer tan fácilmente una piedra como un animal, como lo demostraremos más ampliamente a continuación. La causa que nos ha hecho tener éxito en restituir la simiente universal, visible y palpable, nos ha provisto la principal llave que abre y desata todo lazo y todos los cerrojos naturales, es decir la putrefacción. Lo que causa la putrefacción, es este espíritu implantado que jamás tiene reposo y obra continuamente, con tal de que tenga su instrumento propio, por medio del cual opera todo, es decir el agua. Entonces trabaja sin pausa, visible e invisiblemente, sensible e insensiblemente. Él hace de un volátil un fijo, y por el contrario, de un fijo un volátil, y continúa alternativamente este trabajo sin ningún descanso; él rompe las piedras que había coagulado, y las reduce a polvo y arena; él causa la carcoma de los árboles, pudre a los animales, hace un árbol de la piedra reducida a polvo o de un animal podrido; del árbol apolillado un animal, una piedra o un mineral, y así sin cesar. Un campesino conoce todos estos efectos, aunque ignore su causa, pues tiene el disgusto de ver todos los días ante su puerta que los gusanos carcomen su madera, y que de sus antiguos muros ruinosos renacen árboles y plantas, él ve también que las moscas producidas por un buey podrido atestan su habitación y su casa. Hemos demostrado, descendiendo por grados desde el primer principio, cómo del vapor primordial se ha formado el caos, que éste se dividió en cuatro partes, y que éstas recibieron el mandato de regenerar sin cesar el vapor primordial, y de éste el agua caótica. Hemos mostrado la simiente volátil invisible e impalpable, de su invisibilidad la hemos vuelto visible, a fin de que cada uno pueda verla con sus propios ojos, y que llevando sus investigaciones más lejos, pueda admirar su fuerza. Es esencial destacar que el nitro y la sal sacados del caos regenerado o el agua de lluvia, no difiere sensiblemente del nitro y de la sal comunes; ellos fulminan o decrepitan igualmente al fuego, producen también los mismos efectos en todas las operaciones; y se puede unir indiferentemente el nitro sacado del agua de lluvia con su sal o con la sal común, y el nitro común con la sal sacada del agua de lluvia, a menos que uno esté más purificado que el otro; pero si son de igual pureza, vale tanto uno como otro, y un Artista no debe dej arse engañar. Si alguno dijera: éste es el nitro vulgar, pero aquel otro es el nitro de los Filósofos, eso sería pura superchería. Puesto que el nitro común me hace el mismo efecto que yo deseo, como no dejará de ocurrir, me sirve tanto como el nitro de los Filósofos. 22
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Los Artistas poco experimentados quieren tener todas las cosas dobles; una debe ser llamada sujeto vulgar, que es ordinariamente despreciada, la otra debe ser llamada el sujeto de los Filósofos. Es el que ellos prefieran, y después de haber tanto indagado, no saben por sí mismos cuál es un sujeto vulgar vulgar o un sujeto sujeto de los Filósofos, entonces deciden que el espíritu humano es demasiado corto de entendimiento para discernirlo; que es preciso que Dios haga siempre un milagro y que revele ese sujeto en sueños, o mediante un adepto, aunque la mayor parte del tiempo el fracaso no se debe más que a la incapacidad profesional del que trabaja, porque no examina la naturaleza del sujeto s ujeto que tiene entre las manos y sobre el que trabaja, ni cuál puede ser su efecto. No considera las circunstancias, y no busca por una mera reflexión sacar una mayor ventaja de una cosa que habrá encontrado por azar, no dirá “Tal cosa ha producido tal otra, ¿cómo se ha hecho esto? est o? Si yo agregara tal cosa, o quitara tal otra, ¿qué resultaría de ello?” Él deja pasar todo ante sus s us ojos sin poner atención, aunque sepa muy bien el proverbio que dice inventisfacile est addere. Que un albañil ignorante construya una casa según su capacidad; cuando esté terminada, observará con el tiempo las fallas que ha realizado en algunos sitios, y de eso concluirá: “Si hubiera hecho esos lugares de tal manera, serían más cómodos; aquí hubiera debido poner en el muro una barra de hierro para hacerlo más fuerte; allá hubiera debido poner una viga, o una gruesa y buena piedra; en este sitio hubiera debido levantar un aposento cuadrado, alto o bajo, etc.” Si no quisiera guardar esta casa y la vendiera para construirse otra, ¿no tendría ya mucha ventaja para construirla mejor que la precedente? Un discípulo que trabaja en química, ¿no debe hacer lo mismo y examinar con cuidado, cuando comete una falta, en qué consiste ella, qué ha puesto de demasiado, o de demasiado poco, qué efecto produce una cosa y qué retardo o avance da tal otra? Pero para esto debe profundizar la naturaleza y la propiedad de cada cosa, a fin de no mezclar juntos los contrarios. Para comprender que el nitro sacado del agua de lluvia no es mejor que el nitro vulgar, el lector debe considerar que éste se origina del primero, y concluir de ello que la sangre de este hijo es de la misma naturaleza que la de su padre; y si el hijo tiene todas las cualidades del padre y la misma virtud en todas sus operaciones, ¿no es, en toda su sustancia, el padre mismo? Se debe decir otro tanto de la sal universal con relación a la sal común de la cual es la madre. Además, como ya lo he observado: Ex quo aliquid fit, in illud rursus resolvitur. Y puesto que todas las cosas sin excepción tienen su origen en el nitro y la sal universales, los animales tanto como los vegetales y los minerales, es preciso necesariamente que retrograden a aquellos y que se resuelvan y reduzcan a ellos; consecuentemente el nitro y la sal que provengan de un cuerpo, cualquiera sea, no difieren del nitro y la sal universales. No se puede dudar que todas las cosas tienen su esencia en ese nitro y esa sal, y que son procreadas por ellos, pues no hay nada en la Naturaleza en e n lo que no se encuentren. Es lo que demostraremos en los capítulos siguientes.
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Cap. IX - Prueba indudable de que el nitro y la sal están contenidos en el aire y en
todas las cosas del mundo
Como no podemos subir hasta el cielo, y estamos obligados a reconocer sus sujetos en lo inferior, diremos en pocas palabras: el cielo está lleno de luz, la luz es un efecto o un producto del fuego, y el salitre es todo fuego; concluimos de ello que el cielo es un nitro de la más grande volatilidad, y que descendiendo deviene cada vez más corporal y fijo. Que esto baste en lo tocante al nitro celeste. Hablemos al presente del aire. El relámpago, los truenos y el granizo, prueban sensiblemente que hay un nitro en el aire, pues el nitro fulmina, relampaguea, truena, congela cuando está unido a la sal, y no encontramos sobre la tierra ningún otro sujeto capaz de producir estos efectos. El nitro está procreado por el cielo; primero es volátil, pero en el aire se reduce a un cuerpo volátil espirituoso; en el aire y en la tierra, se vuelve un cuerpo visible y palpable. Probaremos por razones físicas, y a continuación por la experiencia, cómo ocurre que el nitro se inflama así en el aire, y porqué él graniza, relampaguea y truena. El nitro no fulmina, a menos que se le junte un agente contrario y sea animado por el calor; cuanto más son ellos volátiles y sutiles, tanto más actúan con fuerza uno sobre el otro. Decimos entonces que la luz, la vida y el fuego del cielo, se envuelven en el aire, se concentran allí, y de allí viene un nitro sutil y volátil que tiene necesidad de un agente contrario para su acción. Es por eso que se eleva a su encuentro, y sube desde la esfera terrestre y acuática en forma de vapor, de niebla o de humo, un cuerpo terrestre, una tierra igualmente sutil y volátil, o una sal alcalina volátil. Cuando se juntan por los vientos, y son agitados y calentados por los rayos del sol, ellos obran y se calientan más y más uno al otro, hasta que se inflaman, fulminan, truenan, y causan en el aire los pavorosos relámpagos, como se ven en los grandes calores del verano. Por el contrario, cuando el sol no está demasiado caliente, el nitro sutil y el álcali volátil se unen sin estallido, como uno puede percibir claramente en invierno y en los tiempos fríos y húmedos, porque el frío y la humedad impiden que se puedan calentar e inflamar, como lo demuestra la experiencia siguiente. Tomad salitre; hacedlo fundir en un crisol a fuego abierto, agregadle una sal volátil alcalina animal, como por ejemplo, sal amoníaco, sal volátil de orina, u otra sal volátil que queráis, o incluso una tierra volátil, como de carbones, de azufre, de aceites ace ites grasos vegetales o animales; se inflamará, fulminará y estallará como la pólvora. Cuanto más volátiles sean la tierra y la sal, con tal de que sean sales, más violento será el estallido, y ellos operan así sólo cuando son calentados por un calor seco; pero si están húmedos, se unirán muy fácilmente sin estallido, porque tienen un tercer medio que impide la fulminación, y que no permite que haya ningún movimiento ni inflamación. Si por ejemplo se disuelve en el agua sal volátil de orina, o sal amoníaco con nitro, ambas se disolverán sin la menor sospecha de ninguna alteración y atracción, pero si hacéis evaporar el agua hasta la sequedad y hasta la coagulación de las sales, y hacéis un fuego bastante fuerte para que comiencen a sudar y a disolverse juntas, se inflamarán y fulminarán. Es lo que se ve claramente con el oro fulminante. Muchos químicos han buscado la causa de este efecto, y muy pocos la han encontrado. Se lo han atribuido casi todos al azufre que está en el oro, pero sin razón. Se lo deben atribuir sólo al nitro y a la sal volátil de los cuales se carga el oro cuando se disuelve en el agua regia. Es cierto que el aceite de tártaro, u otras sales alcalinas que se usan para precipitarlo lo suavizan mucho; pero a pesar de eso, no 24
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pueden despojarlo de las sales que le dan su cualidad fulminante, lo que se ve claramente por el aumento de su peso. Veamos la cosa más cerca. El agua regia está hecha de agua fuerte y de sal amoníaco; el agua fuerte está hecha de nitro y de vitriolo. Entonces cuando el oro está disuelto en el agua regia, que es un nitro volátil, con la sal amoníaco, que es una tierra alcalina volátil, cuando se precipita con aceite de tártaro, que es una tierra alcalina fija, el agua fuerte se llena en parte con sal de tártaro que es su contraria, y se fija. Como es una tierra más abierta que el oro, lo deja caer; pero el oro está repleto y muy cargado del espíritu nitroso del agua fuerte y de la sal amoníaco volátil, y los arrastra al fondo y los retiene con él, porque él es una tierra seca, y toda tierra seca atrae ávidamente hacia sí y engulle esas sales. Y como esas dos sales, el nitro y la sal amoníaco, son muy sutiles sutiles y volátiles, se ponen en acción muy fácilmente, se inflaman por el menor movimiento o el más pequeño calor; y cuando lo sienten, estallan por lo bajo, como la pólvora estalla por lo alto. No es entonces el azufre del oro la causa de su fulminación; sino más bien la sal amoníaco y el nitro volátil, como dos agentes que actúan poderosamente uno sobre el otro. La razón por la cual este oro estalla por lo bajo, viene del oro mismo que es una tierra fija, que tiende hacia lo bajo; mientras por el contrario los carbones que están en la pólvora son una tierra volátil, y en consecuencia brotan hacia lo alto. Vemos aún otra diferencia entre el oro fulminante y la pólvora; y es que el oro estalla con tres veces más potencia que la pólvora. La razón de ello es que esta est a última está compuesta de un salitre corporal, grosero y crudo, y en el oro fulminante hay un nitro muy espiritual, volátil y sutil: ahora bien, cuanto más sutiles, volátiles y espirituosos son estos agentes contrarios, más violentamente estallan. Por eso, si en lugar de servirse de un álcali fijo –como el aceite de tártaro- para precipitar el oro, se toma un volátil –como la sal de orina, o la de cuerno de ciervo-, estallará todavía con mayor fuerza. El curioso verá por ese medio que la fulminación proviene de las sales volátiles y no del oro, verá también que en el líquido este oro no producirá ningún ningún estallido, aunque se lo deje varios años en el agua regia; pero tan pronto como se seca y siente el menor calor, comienza a estallar. Cuando este oro fulminante es secado y a continuación se lo hace hervir en agua, o con un álcali fijo como el aceite de tártaro o la potasa, o con otros álcalis, él pierde su acción fulminante, porque el aceite fijo del tártaro disuelve los agentes volátiles contrarios que están adheridos al oro, hace por la disolución una cosa tercera, y por su fijeza ata la reacción, de manera que no pueden estallar. De esto nosotros concluimos que la fulminación en general viene de un volátil nitroso, de un álcali sutil y volátil, o de alguna otra tierra volátil, como el azufre de los carbones, que cuanto más volátiles son, con más fuerza estallan, y cuanto más fijos, menos estallan. Si se vierte en un nitro fundido un aceite, o polvo de carbón, de arsénico, de oropimente o de azufre, se conocerá pronto cómo se repelen uno a otro, causando una violenta reacción, según ese agente sea más o menos fijo. Por el contrario si se pone en dicho salitre fundido una sal común fija, o sal de tártaro fija, o cualquier otro álcali fijo, o bien una tierra fija, como la tierra sigilada, la creta, la cal, que no contenga nada de volátil, se verá que no hay ninguna reacción, y que sin distinción de frío o caliente, se unirán muy apaciblemente y se fijarán una a otra sin fulminar. Por lo que hemos dicho antes, nos preciamos de haber probado suficientemente, tanto por la teoría como por la práctica, de que en el aire hay un salitre y una sal volátil, y que el rayo es un signo seguro de la presencia de ambos. Podremos aún a continuación, como hemos hecho antes, hacerlo ver de una manera sensible por al agua de lluvia por medio de la putrefacción.
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Del aire descenderemos a la tierra y al agua, los examinaremos igualmente, y veremos si el nitro y la sal, como generadores y corruptores, y conservadores y destructores, y de nuevo regeneradores de todas las cosas, se encuentran allí igualmente.
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Cap. X - Que el nitro y la sal se encuentran en todas las aguas y en todas las tierras
Hemos probado antes que el nitro y la sal pueden ser extraídos de la lluvia, de la nieve, etc. Se los encontrará también en toda tierra y en toda agua. Si tomáis de la superficie la tierra que queráis, sea en los campos, sea en las praderas, pantanos, ríos, montañas o valles, de la tierra grasa o del lodo; la hacéis disolver con agua ordinaria destilada, a continuación la filtráis, la hacéis evaporar hasta el tercio y la cristalizáis, y operáis en todo como os hemos indicado con el agua de lluvia, encontraréis un nitro y una sal en más o menos cantidad, según que la tierra haya sido más o menos impregnada de ellos. Esto no necesita una prueba particular, uno puede informarse con los que hacen el salitre; ellos darán suficientes instrucciones, ya que tienen un perfecto conocimiento de ello. Es lo mismo con todas las aguas de manantiales. En cuanto a los ríos, es seguro, porque éstos corren a través de la tierra, y disuelven el nitro y la sal, y los arrastran con ellos hasta el mar. La razón por la cual el mar contiene más sal que nitro, es que es calentado y reverberado continuamente por los rayos del sol, agitado de un lado a otro por los vientos, y está siempre en movimiento, y por este movimiento y esta reverberación continua el salitre pierde su fulminación, y se transforma en álcali. En efecto, que se haga hervir varias veces en agua el salitre con su tierra no lixiviada hasta la sequedad, y un poco fuertemente, que se vierta nueva agua para hacerlo recocer como antes; se experimentará que se fija más y más hasta que deviene totalmente fijo y alcalino, y no fulmina más; lo que prueba que la sal no es otra cosa que un salitre fijo y reverberado. Esta fijación se hace mucho más veloz con la cal viva o con otra tierra por la vía seca que conserva la mayor parte del salitre, en lugar que con el polvo de carbón que detona, se vuela, y se pierde una gran parte de él por la reacción del sujeto contrario. Se puede fijar aún más prontamente cuando está fundido, agregándole la misma cantidad de sal común, o de otro álcali fijo. Si a continuación lo hacéis fundir, y le agregáis azufre o polvo de carbón, no fulminará más, sino que atraerá a sí una parte del azufre o del polvo de carbón, y los fijará con él.
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Cap. XI - Que los animales contienen también el nitro y la sal, que están hechos de
ellos, y se disuelven finalmente en ellos.
Todo lo que debe restituir fertilidad debe ser nitroso y salino; sin eso, no abonaría las tierras. Todos los químicos juiciosos saben que los animales son de una naturaleza nitrosa y salina, pues en su análisis se encuentra sal volátil y sal fija en cantidad, y partes oleosas inflamables. Aquellos que cuecen el salitre nos muestran que el reino animal es muy nitroso, pues para buscarlo, ellos cavan la tierra alrededor de las casas de los campesinos e incluso en sus aposentos, que están sin cesar regados de la orina de sus niños. Esta orina se desliza dentro de la tierra, y forma un excelente salitre. Si después de esto alguien permanece incrédulo, que vaya a un cementerio o donde se entierre mucha gente, que tome tierra de una fosa que esté bien podrida, que la lixivie, y que examine después si el reino animal no es nitroso; no dejará de encontrar que este reino se redujo a nitro. Ahora bien, la cosa en la que algo se reduce, debe ser necesariamente la misma de la que se originó. El estiércol de las vacas y de los carneros, ¿no es también muy nitroso? ¿No lo emplean aquellos que hacen el salitre con preferencia a cualquier otra tierra? Si el salitre no fuera un alimento espermático excelente para los hombres, Dios no hubiera ordenado a los Judíos que comieran de la carne del cordero y se aplicaran a la vida pastoral. Los campesinos llevan a sus campos los excrementos de los carneros y las vacas como el mejor estiércol para abonar sus tierras, y aunque no conozcan que es el salitre el que procura esta fertilidad, experimentan no obstante que ese estiércol es el mejor. Llevan allí sus orinas, riegan con ella sus praderas, y las hierbas crecen de maravilla. Ellos llevan también sus excrementos y desperdicios, que producen trigo y otros alimentos para nuestra nutrición. Si ponemos atención a nuestro origen, convendremos en que no solamente hemos nacido entre los excrementos y desperdicios, sino que extraemos de ellos también nuestra conservación y nuestro crecimiento, y que finalmente nos disolveremos en ellos, según la palabra de Jesucristo, es decir en polvo y cenizas, de modo que nuestros cadáveres y nuestros cuerpos podridos servirán para abonar y hacer fértiles los campos, y serviremos de alimento y bebida a los hombres que vendrán después de nosotros. ¿Cuántas bestias muertas, enemigos matados o muertos de enfermedad, se han podrido en los campos y viñas, se han disuelto en jugo y en sal, y han servido para la nutrición del hombre? Lo que hemos dicho prueba bastante, sin que sea necesario emplear un más largo discurso, que los animales tienen no solamente su origen y sus partes constitutivas del salitre y la sal, sino también que deben ser disueltos en ellos por el Arqueo universal de la naturaleza, como lo confirmaremos en este tratado.
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Que los vegetales contienen el nitro y la sal, están hechos de ellos, y deben también resolverse en ellos
Cada campesino y jardinero sabe que los vegetales crecen en la tierra por el socorro del rocío y del agua de lluvia. Hemos probado antes que el salitre y la sal son la pura y verdadera esencia del rocío y de la lluvia, como así también que toda agua y toda tierra encierran en sí el salitre y la sal como su sustancia esencial revestida de la forma terrestre y acuática. Está ahora fuera de duda que el esperma universal, es decir el rocío, la lluvia y la nieve, con el salitre y la sal disueltos y escondidos en ellos, dan crecimiento a todas las cosas. Ahora bien, estos dos se encuentran, como hemos dicho, en todas las aguas y en todas las tierras; en consecuencia, es preciso que los vegetales adquieran de ellos su crecimiento, pues no crecen de la tierra sola, ni de las aguas solas, vacías y sin forma, o destituidas de simiente, sino del esperma universal. Haced fundir juntos en un crisol dos partes de sal y una parte de salitre, y disolvedlos juntos en diez veces otro tanto de agua de lluvia, meted y dejad hinchar en esta disolución una semilla vegetal, pero no demasiado, y después la plantaréis. Por otro lado, tomad de la misma semilla, que no haya sido humectada en la misma agua; plantadla aparte en la misma tierra, y comparad la prontitud de crecimiento y la belleza de frutos; veréis la diferencia que se encontrará entre esas dos plantas. El espíritu ardiente, el ácido, las partes oleosas y las sales alcalinas de los vegetales muestran sus cualidades muy nitrosas, no obstante en uno más que en otro. Se ve que los vegetales, cuando se los quema, dan una llama muy clara. Se ve que los vegetales, cuando se los quema, dan una llama muy clara. La inflamabilidad, el calor y la llama, no podrían venir más que del salitre. El espíritu ardiente, ¿no es un nitro muy sutil e incluso celeste? Pues cuando se lo inflama, su fuego es extremadamente sutil y tiene el brillo de las estrellas. En cuanto al aceite, no hay necesidad de prueba; se lo extrae de diferentes especies, animales y vegetales, y su álcali prueba que ellos contienen nitro. Los campesinos conocen muy bien todo esto; ellos recogen de los bosques una cantidad de hierbas y hojas, las ponen en grandes pilas, las dejan pudrir juntas, y las llevan después a los campos para abonarlos. Hemos mostrado antes, cuando hablábamos de los animales, lo que el estiércol encierra. Los jardineros lo conocen muy bien; están encantados cuando encuentran la podredumbre de un árbol, para emplearlo como abono para las más bellas especies de flores y plantas, pues saben muy bien que la Naturaleza ha preparado esta podredumbre muy sutilmente, la ha reducido a polvo y a tierra, de la cual, cuando se la lixivia, se puede sacar un nitro y una sal muy puras. Por esta podredumbre de los árboles, se ve no solamente que los vegetales crecen del nitro y de la sal, sino que retrogradan y se reducen a ellos como a sus principios, y que después, según la disposición de la Naturaleza, nacen de ellos otros vegetales. Creo haber explicado bastante este reino, y haber rendido al nitro y a la sal todos los honores que se les debe; puesto que son el principio de todas las cosas, y su primera materia mediata y universal, aunque no todavía especificada e individualizada; y ambas unidas se insinúan en todos los seres y procrean, según la voluntad de la Naturaleza, una cosa tras otra.
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Cap. XIII - Que los minerales contienen el nitro y la sal, que están hechos de ellos, y en
ellos se resuelven
Cuanto más se aproxima el cielo a la tierra, más terrestre, corporal y fijo deviene, menos arde y brilla, y menos se inflama; así el nitro, que desciende del cielo, está invisible, escondido y totalmente volátil en el agua, pero se manifiesta allí por la putrefacción. Cuanto más terrestre se vuelve, más alcalino deviene, y pierde más y más su cualidad fulminante por esta fijación, como veremos en lo tocante a los minerales, pues al especificarse en cada uno de los reinos, adquiere una naturaleza y una cualidad diferente, y del animal al mineral se aleja siempre cada vez más de la Naturaleza universal. No obstante, en todos esos reinos muestra más o menos el fuego que lo domina; y eso según el grado de fijeza o volatilidad que tiene en cada reino, por su oleaginosidad, pez, resina, etc. Todos los minerales son de un género pedregoso, descienden cada vez más hacia la fijeza; su azufre inflamable es privado de la inflamabilidad por la continua fijación, y adquiere otro grado, es decir la incombustibilidad. Hemos probado antes que el azufre y las otras materias inflamables son nitrosas, mostrando que la inflamación sólo puede provenir del salitre y de lo que le es propio. Vemos también que se puede encontrar sal en los minerales, cuando se los lixivia, después de que se los ha hecho enrojecer un poco al fuego. La razón por la cual la sal no se encuentra en tan gran cantidad bajo su forma salina, es que encierra en sí más proporción de tierra, y al ser más terrestre, se aleja más de su forma salina. Este axioma será siempre verdadero, y la práctica convencerá de ello a cada químico: una cosa se resuelve en la cosa de la cual fue hecha, y se resuelve también por ella. Cuando queremos disolver minerales que están atados muy fuertemente, vemos que es preciso emplear la sal, o menstruos salinos y nitrosos, sin los cuales no se los puede abrir. Cada químico sabe que todos los menstruos son nitrosos y salinos, de esto el lector puede concluir que, puesto que los minerales se funden y disuelven en la sal y los menstruos salinos, necesariamente deben tener una homogeneidad con la sal, de otro modo no podrían ser domados. Si los minerales se funden en líquido en los menstruos salinos, es ya una reducción a su primera materia, pues están hechos de agua salada. Si se reduce al tercio por destilación el agua que queda, cada químico sabe hacer de ello una sal o vitriolo; y ese vitriolo puede, por reducciones y cohobaciones, reducirse a agua salada o a espíritu salino, de los cuales ha sido procreado antes por otros cambios. Los minerales provienen de una sal y de un nitro acre, fermentados, calentados y corrompidos, que resuelven en ellos una tierra y adquieren una cualidad vitriólica y sulfurosa; se fijan después cada vez más en su grado, y como tienen su origen en un nitro y una sal acres y espirituosos, retrogradan también por este nitro acre a su primer principio, como aclararemos más en la genealogía de los minerales. No obstante, no estará fuera de tema anticipar en esta parte de nuestra obra, y extendernos un poco más en este capítulo, sobre el nacimiento de los minerales, a fin de que el lector se convenza desde el presente, por el origen de los tres reinos, que todas las cosas se originan del nitro y de la sal, o de su simiente nitrosa y salina. Los minerales nacen del agua nitrosa y salina que se desliza por las grietas y hendiduras de la tierra hasta su centro, donde esta agua salina, fuertemente calentada y fermentada por el calor central, y empujada de nuevo en forma de vapor y espíritu puro hasta la circunferencia, se adhiere a las rocas, se vuelve roedora y corrosiva. Esta agua disuelve entonces las rocas, y 30
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la tierra vuelve a coagular el agua en sal, no como era entes, sino en una sal vitriólica, tanto como ha podido asir de una vez y ha podido resolver; y así la muele en una tierra pegajosa y grasa que ordinariamente llamamos guhr. Esta tierra es a continuación disuelta más y más por los vapores corrosivos que se elevan, hasta que se transforma en azufre. Este azufre, por la longitud del tiempo y por el calor central, pierde su inflamabilidad y se transforma en arsénico; el arsénico se transforma en una marcasita, y ésta solamente es la primera materia de los metales más próxima y no el vitriolo. Vemos que el azufre es puramente un corrosivo: primeramente por su olor que infecta los pulmones, en segundo lugar por su aceite, que se saca en cantidad. Vemos que el aceite y el espíritu de vitriolo es un azufre disuelto; cuando se embebe con él una tierra, como por ejemplo la creta u otra tierra fija, y se los hace evaporar fuertemente a un fuego abierto, arden y se inflaman como el azufre. Ahora bien, ya he probado antes que el azufre era anteriormente un nitro, y que ése era su origen. He demostrado también que los minerales se resuelven de nuevo en un salitre fermentado y acre, o en un vitriolo, y éste en su primera materia. Este punto será aclarado más profundamente en su propio capítulo. De todo esto el lector puede concluir si yo comprendo o no este origen; que él avance, o que retrograde en el análisis de los minerales. Verá por experiencia cosas que no hubiera creído antes, pero si imaginara que yo quiero introducir una nueva doctrina y derribar las ideas de nuestros ancestros, que han escrito durante miles de años que el azufre, el mercurio y la sal son la primera materia de los metales, me contentaría con responderle que no es ésa mi intención. Todo el mundo sabe que ellos han planteado como base que el azufre, el mercurio y la sal son la primera materia de los metales, pero los verdaderos Filósofos saben aún mejor si hay que entender estas palabras al pie de la letra. Aquel que no me quiera seguir, ni creer que yo busco puramente conformarme a las reglas de la Naturaleza, puede seguir a otros y sacar de ellos mejores principios. No obstante, habrá algunos que estarán encantados con que yo haya sacado a luz este tratado. Es visible que el azufre y el mercurio tienen su origen en el nitro y en la sal. Cuanto más la tierra se carga de nitro que es corrosivo y ácido, más sulfurosa deviene; y a medida que se alcaliniza, o se encuentra en un sitio alcalino o salino que mata al corrosivo o azufre, proviene de allí un mercurio o un sujeto mercurial. Lo que os hemos dicho basta al presente sobre la primera materia y origen de los minerales, debe bastar para haceros ver que están compuestos de nitro y de sal, y que pueden de nuevo reducirse a ellos. Yo tendría aquí una bella ocasión de mostrar la prueba de ello también por la práctica, como por la teoría. Pero me lo reservo para la continuación de esta obra. Está entonces claro como el día, que el salitre y la sal son la simiente de todo el gran mundo volátil y fijo, según que sean aplicados. Estos dos son el padre y la madre, el agente y el paciente, el acero y el imán de todas y cada una de las cosas; y los elementos visibles, es decir cielo, aire, agua y tierra, son su casa y habitáculo, y las materias de las cuales y por las cuales operan y procrean todo. El lector podrá entonces comprender fácilmente lo que es la generación, la corrupción y la regeneración de todas las cosas, pues debe estar seguro de que el nitro y la sal procrean, mantienen, destruyen y regeneran todo, sea de una manera fija, sea de una manera volátil. De un nitro y de una sal volátil nace más bien un animal que un mineral, de un nitro y una sal semifija y semivolátil, nace un vegetal; y de un nitro y una sal fija, nace un mineral. 31
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Por esta razón, es fácil descender de la generalidad que hemos indicado a la especialidad, pues cuando se conoce una vez el origen, se conoce también la progresión y la meta; es decir el comienzo, el medio y el fin. El lector podrá al presente formarse la más bella teoría de la Naturaleza, cuando considere cómo de un vapor extremadamente sutil, ella desciende y se aproxima cada vez más, por grados convenientes, hasta la fijeza; y vuelve a subir también por los mismos grados, y jamás va de un extremo al otro. Del cielo más volátil ella hace un aire volátil, de éste un agua semifija, de ésta una tierra fija, y después muy fija; o bien ella hace del nitro más volátil y celeste un nitro volátil aéreo, de éste un nitro semifijo y corporal, o un nitro acuoso y palpable, de éste una sal terrestre o alcalina, y de ésta, siempre descendiendo, una tierra, una piedra y un mineral. Tal es la marcha de la Naturaleza. Creemos haber dicho ya bastante para poner a los discípulos del Arte en estado de observarla y seguirla, aunque hasta aquí no hayamos hecho más que una descripción de las cosas naturales. Pero lo explicaremos todavía más especialmente y entraremos en el análisis de las cosas, por medio del cual podemos penetrar hasta el centro de la Naturaleza, y considerarla totalmente desnuda. Comenzaremos con razón por la principal puerta de la Naturaleza, que es la entrada de toda generación, destrucción y regeneración; por la llave sin la cual sería difícil penetrar en su santuario. Esta principal puerta o llave es llamada por los químicos la putrefacción.
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Cap. XIV - De la principal puerta o llave de la Naturaleza, autora de toda generación y
destrucción de cosas naturales, llamada putrefacción.
El cielo, a causa de su sutil pureza, no está tan sujeto a cambio como los elementos inferiores, pero cuando desciende al aire, y de allí al agua y a la tierra, se pudre también con ellos, para producir en los elementos inferiores su semejante; los cuales elementos, por una ley particular del Creador, no pueden producir ni destruir nada sin la putrefacción. Por eso no se puede, sin la putrefacción, o sin ninguna antecedente maceración, digestión, fermentación y cocción, sea rápida o lenta, esperar ningún verdadero análisis, ni en los universales, ni en las especies e individuos, pues el rocío, la lluvia, la nieve, la escarcha y el hielo, se pudren todos sin distinción. Se conoce que esto ocurre cuando dan un olor, aunque débil, de corrupción. Los animales se pudren muy fácilmente, tanto como las cosas antedichas, y a causa de la cantidad de partes volátiles que contienen y de su nitro volátil, exhalan un hedor insoportable. Los vegetales se pudren igualmente con facilidad a causa de su demasiado grande humedad, no obstante no tan rápido como los animales, y no huelen tan mal como ellos. Los minerales se pudren y fermentan, sin embargo no exhalan, al menos la mayoría, un olor tan malo como los anteriores, a excepción del hierro que, cuando cae en maceración y se reencuentra con su homogéneo, hiede peor que una cloaca: hablaremos de ello en su sitio. Por la putrefacción los minerales devienen vegetales, y los vegetales animales. Así la Naturaleza, formando como un círculo, pone lo más alto en lo más bajo, y lo más bajo en lo más alto: ella cambia así los tres reinos a una Naturaleza universal e indiferenciada, como ya hemos dicho. Ella empuja al aire, desde el centro de la esfera terrestre y acuática, los vapores que son del reino mineral, y los vapores de la superficie de la tierra que son del reino vegetal; igualmente los vapores y exhalaciones que son de cadáveres animales, como también los de los tres reinos que están vivientes y florecientes, y allí los “caotiza” y devuelve a la universalidad. Entonces no son más ni animales, ni vegetales, ni minerales, sino ubicuos, es decir que ellos deben estar, y están en efecto en todas las cosas. Es preciso entonces considerar la putrefacción como el forjador maravilloso que hace de la tierra un agua, del agua un aire, del aire un fuego o cielo, y que del cielo hace de nuevo aire, agua y tierra. Ella realiza estos cambios sin pausa y a cada minuto, y los hará hasta que el cielo y la tierra se fundan juntos en una masa vitrificada.
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Cap. XV - Lo que es propiamente la putrefacción
Después que Dios hubo creado el vapor universal, le implantó, por su propia voluntad, una esencia activa que llamamos espíritu. Este espíritu es desde el comienzo un ser móvil que no reposa jamás, sino que está siempre en movimiento, operando y obrando continuamente y sin descanso. Sea fijo o volátil, está siempre activo, y opera con alteración y sucesivamente en todas las criaturas. Cuando cesa de existir en una, o sale de ella, en el mismo instante comienza a trabajar en otra, y así no reposa jamás un solo momento. Este espíritu es el agente, el autor y el origen de todo cambio, y comienza cada cambio por la putrefacción. Cuando la ha fomentado durante algún tiempo, separa lo puro de lo impuro, coagula y fija hasta el término absoluto de cada individuo. Después que ha empujado un cuerpo coagulado hasta su último término, comienza nuevamente a corromperlo, a disolverlo, a separarlo, hasta que haya hecho con él alguna otra cosa. Este espíritu es el generador, conservador, destructor y regenerador de todas las cosas del mundo. Este espíritu, en su origen primordial, está totalmente oculto en el vapor o en el agua, y es tan espirituoso que por el menor calor se despega y se vuela en el aire; pero cuando desciende a nuestros elementos corporales más groseros, es retenido en parte, y obligado por grado o por fuerza a volverse un cuerpo visible y palpable, o mejor dicho a tomar él mismo un cuerpo tal. Entonces aparece a nuestros ojos en una forma muy blanca, cristalina y transparente (el nitro), frío como el hielo, y no obstante de una naturaleza tan ígnea que cuando se calienta, si fuera juntado en el centro de la tierra en gran cantidad, y su contrario viniera a su encuentro, devendría tan furioso que haría saltar por los aires no solamente las rocas, las piedras, las casas y los habitantes, sino aún el globo de la tierra entero. Nos da también con frecuencia pruebas por los temblores de tierra, y sin su hermana o su mujer fría (que es la sal), a la cual se apega con una pasión amorosa muy fuerte, y que es la única que lo puede domar o suavizar, hace tiempo que habría destruido el mundo entero. Pero su hermana o esposa, cuando ambos se abrazan en su palacio ígneo infernal, no se lo permite, y lo mantiene apretado hasta que él apaga su furor. Entonces no puede causar más daño, y olvida incluso su ferocidad al punto que, cuando sus contrarios se juntan con él, no solamente no les causa ningún daño, sino que los atrae hacia sí, se asocia con ellos, y hace con ellos, por decirlo así, una alianza perpetua. Este espíritu está derramado en todas las criaturas y distribuido en ellas, y sin él, ninguna podría vivir ni existir. La putrefacción es entonces la primera llave y la primera puerta, por la cual este espíritu doble nos abre el palacio de la Naturaleza. Este espíritu no tiene jamás reposo, como hemos dicho, y por su movimiento ocasiona una tibieza, o calentamiento; este calor abre los poros de cada cosa, de modo que este espíritu implantado puede ir y penetrar por todas partes, sea para procrear, sea para corromper. Cuando ha penetrado por los miembros, comienza a disolver o a coagular, y obra así hasta que el cuerpo esté enteramente penetrado y calentado; entonces las partes sutiles, húmedas y volátiles comienzan a evaporarse más o menos, según haya sido el grado de calor, y a dar un olor por el cual uno puede percibir que el espíritu obra, que trabaja, que abre el cuerpo, lo pudre y ablanda por la digestión, y continúa obrando gradualmente hasta que llega al término destinado. Este espíritu era en su comienzo vapor y agua, y produce también todas las cosas de vapor y de agua, sirviéndose de ellos para todas sus operaciones, sus mezclas, y sus soluciones, porque todas las cosas que hace se mezclan fácilmente con el agua.
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No hay que imaginarse sin embargo que esta agua de la cual el espíritu procrea todos los animales, vegetales y minerales, es un agua sin potencia como un agua de fuente. Es un agua que encierra cuatro cosas: los cuatro elementos que en ella están en un perfecto acuerdo; tres cosas: el espíritu, el alma y el cuerpo; el mercurio, el azufre y la sal; el volátil, el ácido y el álcali; y dos cosas que son el macho y la hembra, el agente y el paciente, el nitro y la sal, de los cuales todas las cosas nacen, y por las cuales son destruidas y regeneradas. Es un agua en la cual el espíritu es el agente que opera todo, y aunque este espíritu sea diferente según la fijeza o volatilidad, y se lo pueda llamar doble, triple, cuádruple y quíntuple, sin embargo no es más que un solo y único espíritu, que difiere según sus diferentes operaciones. No había en el comienzo más que un agua simple, la cual se dividió con el tiempo, y en su división cada parte tuvo su nombre particular, aunque haya salido de una sola raíz y de un mismo principio; y recíprocamente todos los individuos del universo pueden también por reducción y resolución ser cambiados a agua. Hemos así aclarado suficientemente lo que es la putrefacción; es decir, un espíritu motor implantado que entibia, calienta e inflama; que es simple en forma doble y doble en forma simple; como también un ácido que se bate contra el álcali, siendo ambos uno en su esencia, como también tres: volátil, ácido y álcali; mercurio, azufre y sal; espíritu, alma y cuerpo. Es lo que vamos a explicar en el capítulo siguiente.
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Cap. XVI - Lo que la putrefacción opera, y lo que ella produce
En general, por la putrefacción un volátil deviene ácido, y el ácido un álcali. Por el contrario, el álcali deviene ácido; y el ácido, un volátil; según que las cosas que se quiera cambiar estén dispuestas naturalmente, o por el Arte. Para representar la operación real de la putrefacción, tomaremos como modelo el agua de lluvia, que es el agua universal regenerada caótica. Tomad entonces, del agua de lluvia, tanto como queráis; ponedla en un vaso apropiado; cuanto más haya de ella, mejor se verá la actividad del espíritu universal. Dejad reposar ese vaso bien cubierto catorce días o un mes entero; ella fermentará, como lo hemos dicho ya en su sitio, se pudrirá, se volverá turbia, impura y hedionda, y veréis formarse allí una tierra espumosa y sobrenadante; lo que prueba visiblemente que hay una alteración que es más o menos grande, según que la cosa esté dispuesta por naturaleza, o por Arte. La causa de esta corrupción del agua, de su impureza, nebulosidad y podredumbre, es el espíritu que allí está implantado y que, por su movimiento perpetuo, produce en el agua un calor imperceptible. Cuanto más él trabaja y se calienta, tanto más altera y separa, pues se encontrará día a día, siempre aumentando, más impureza o tierra, como así también más mal olor y podredumbre. Examinaremos al presente este cuerpo acuoso putrefacto y sus partes. Hemos dicho antes en su capítulo, y en varios otros lugares, que el agua, antes de su putrefacción, era un puro volátil que en la destilación pasa enteramente, pero que después de la putrefacción ella se divide en tres partes esenciales, a saber, en un agua volátil, en un ácido o nitro, y en una sal alcalina, que después de la separación, dejan todavía tras ellos una tierra que los quimistas llaman heces. Se puede ver evidentemente y concluir que esta agua encierra en sí un espíritu o un poder activo, pues ¿de dónde podrían provenir la separación y la alteración, si no hubiera en esta agua alguna cosa activa que pudiera ocasionarlas? Ahora bien, esta cosa que obra y produce este efecto, es lo que nosotros llamamos comúnmente, un espíritu. Se percibe, por la podredumbre y por el olor, que un espíritu tal está en el agua, y que él calienta esta agua, aunque imperceptible e insensiblemente. No se oye jamás decir, y no se ve, que el frío ocasione una podredumbre o un mal olor; y si en invierno incluso toda la tierra estuviera embaldosada y cubierta de cuerpos muertos, no se sentiría ningún mal olor; pero si el calor viene, se pudrirán tanto y olerán tan mal en un solo día, que persona alguna lo podría resistir. Concluimos entonces que la putrefacción sólo viene del espíritu entibiado por el calor, y el mal olor proviene, así como el bueno, del volátil que se exhala por el calor; él sube y alza vuelo de una manera invisible y sin embargo sensible al olfato, como se lo puede ver claramente en la orina putrefacta y en su hedor, cuando se la destila: es entonces solamente que sube su sal volátil, que tiene el olor más penetrante y más fuerte; pero su espíritu fijo y su aceite, así como su alcali y el caput mortum quemado en carbón, no tienen casi ningún olor. Se ve también en los vinos, principalmente en los más viejos que, cuanto más se estacionan en las cavas frescas, tanto más adquieren bondad y olor agradable; cuando se los destila, el espíritu ardiente volátil del vino sube el primero, y tiene un olor más fuerte que las partes que le siguen. La misma cosa se ve en los minerales; apenas se ponen las mineras al fuego, el volátil llega al olfato; el azufre, el ácido y el espíritu arsenical causan aturdimiento, pero las partes
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restantes casi no tienen ningún olor, excepto lo que haya podido ser fijado del volátil por el fuego. El ácido o el nitro tiene muy poco o casi ningún olor, no más que la sal o el álcali, cuando se los separa del agua de lluvia podrida, a menos que sean de nuevo excitados por sus contrarios. El olor es entonces ocasionado por el calor, y éste proviene del movimiento excitado por el espíritu motor, como ya hemos dicho; y si alguno duda de que el movimiento es la causa del calor, no tiene más que tocar el hierro que un herrero esté golpeando en frío durante un cierto tiempo, lo sentirá extremadamente caliente. Que observe todavía a los amoladores, cuando pasan un hierro sobre su piedra de afilar sin mojarla, y giran la rueda con rapidez; verá que ese hierro se vuelve tan rojo que se puede allí encender azufre o madera. Finalmente, que tome dos piedras frías o dos trozos de madera, que los frote uno contra el otro, y verá si no se calientan por este movimiento. Hemos dicho antes alguna cosa sobre la manera en que un volátil deviene ácido, y éste un álcali; y por el contrario, cómo un álcali deviene ácido y éste un volátil; o como el cielo deviene aire, el aire agua y el agua tierra; ahora examinaremos cómo se hace esta mutación.
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Cap. XVII - De qué manera un volátil deviene ácido, y un ácido álcali, y al contrario cómo un
álcali deviene ácido, y éste volátil
Este capítulo contiene un punto esencial, al cual todos los Artistas, si quieren avanzar en el Arte, deben poner la mayor atención: pues por falta de conocer este único punto, hay millares de ellos que se extravían en sus soluciones y coagulaciones, en sus volatilizaciones y fijaciones. En una palabra, el universo con todos sus universales, sus especies y sus individuos, está compuesto de una forma tal que uno no puede pasarse sin el otro, ni existir sin él: uno debe ser el conductor del otro, uno debe ser el medio y el lazo del otro; sin esto no ocurre ninguna conjunción ni ninguna separación, pues, como lo hemos ya dicho, los elementos tienen una necesidad mutua unos de los otros. Igualmente, los animales no podrían sostenerse sin los vegetales, ni los vegetales sin los minerales; y por el contrario, los minerales no podrían volverse útiles sin los vegetales y sin los animales. Pero, como ya lo he probado suficientemente, un extremo no podría unirse con otro extremo sin un medio. El cielo no podría devenir terrestre más que por medio del aire y del agua, y recíprocamente la tierra no podría devenir celeste sin el mismo medio. Parecidamente, los animales no podrían devenir minerales sino por medio de los vegetales, y el vegetal es el medio entre los animales y los minerales. Todos los universales, así como las especies determinadas, deben tener su medio para su conjunción; y cada individuo de cada reino debe también tener su medio para unir sus partes, a fin de sostenerse y de conservarse. Este medio es vulgarmente llamado ácido, el cual en todos los sujetos del mundo es específica, individual e indivisiblemente, un medio entre el volátil y el álcali, entre el superior y el inferior, sin el cual ellos no podrían jamás unirse; pues el volátil, como el superior, es extremadamente volátil, y el álcali, como el inferior, es extremadamente fijo. El volátil no se une jamás con el fijo inmediatamente, ni el volátil con el álcali, sino por el ácido: el ácido es el mediador, el copulador y el conciliador de todas las cosas, porque no es ni demasiado volátil, ni demasiado fijo, sino que está en el medio entre ellos. Por esta razón es hermafrodita y es el verdadero Janus químico. Con un ojo él observa el volátil y con el otro observa el álcali. Si se le da el volátil, se une con él inseparablemente; si se le da el álcali, se le une igualmente, y si se los une a los tres juntos, la unión se vuelve tan fuerte que los tres juntos subsisten al fuego, o se vuelan juntos. Se debe entenderlo, no obstante, del volátil, del ácido y del álcali homogéneos; aunque los heterogéneos mismos se ligan tan íntimamente juntos, que se vuelven también inseparables. He aquí un ejemplo. Tomad espíritu de vino, aceite de vitriolo, y sal fija de orina, que las tres son de un reino diferente. Verted el espíritu de vino sobre la sal de orina, agregadle después, gota a gota, el aceite de vitriolo. Veréis al comienzo una gran oposición, y escucharéis un ruido y un silbido, pero al final se tranquilizarán y se juntarán tan íntimamente que, cuando les destiléis las serosidades acuosas, no advertiréis ningún vestigio del espíritu de vino, que se ha fijado sobre al álcali con el aceite de vitriolo. Pero, para proceder en orden y no desviarnos, explicaremos de qué manera el volátil deviene ácido, y éste álcali; es decir, cómo uno se vuelve el imán del otro, pues uno atrae el otro hacia sí, y lo cambia a su propia sustancia sin ninguna interrupción, según que la fuerza y la cantidad de uno exceda la del otro.
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Sabed entonces que tan pronto como al agua de lluvia juntada comienza a pudrirse, o tan pronto como el espíritu que allí está implantado comienza a operar y a calentarla, esta agua en el mismo instante comienza a transformarse y a devenir cada vez más corporal; pues en su primer estado ella era un poco volátil, y como el volátil busca siempre volverse fijo por los grados intermedios, busca también, cuando se ha vuelto fijo, volver a ser volátil por los mismos grados. Este espíritu deviene siempre, por su movimiento continuo, más cálido y más ígneo. Este calor lo vuelve tan sensible y tan picante, que presenta al gusto una acritud que llamamos comúnmente ácido; y como el ácido ocasiona una precipitación, y manifiesta así una separación de la tierra que estaba disuelta en el agua; más acre e ígneo es el ácido, más tierra separa; pero a fin de que esta tierra no se vuelva demasiado fuerte, y que el ácido no pueda matarse y alcalizarse totalmente, este ácido toma su alimento del volátil, y como imán, él lo atrae y lo transforma a su naturaleza, y hace de él un ácido. Cuanto más este ácido atrae hacia sí del volátil, más se calienta, más fermenta, y más tierra él resuelve, sobre la cual está forzado pronto a obrar de nuevo; y cuanto más la resuelve, más deviene álcali seco y fijo. Cuando la tierra está suficientemente impregnada de ácido, y el ácido ha disuelto tanta tierra como ha podido, y ha sacado magnéticamente tanto de volátil como ha tenido necesidad para su acción, este ácido ya no es tan fuerte para obrar y para precipitar, sino que permanece en un estado mediano, igualmente lleno del volátil y de las partes alcalinas de la tierra, y su acción permanece como suspendida, hasta que el volátil o el álcali tomen la delantera, entonces él pronto se le asocia, y lo ayuda en todo a producir su semejante. Por ejemplo, si la tierra o el álcali llega a dominar sobre el volátil, vuelve al ácido enteramente alcalino; el ácido, vencido por la tierra, atrae hacia sí el volátil y lo vuelve enteramente ácido, y como la tierra adquiere daca vez más superioridad, ella lo vuelve también alcalino y terrestre hasta el más alto grado de naturaleza pedregosa. Si por el contrario el volátil es más fuerte y hay demasiado poca tierra, él transforma el ácido a su naturaleza y lo vuelve volátil, el ácido cambia al álcali en ácido, y este ácido, por la cantidad y superioridad del volátil, deviene un puro volátil. Se puede de ello ver claramente, y se lo puede probar por la experiencia, que la tierra, durante el tiempo que el ácido allí obra y trabaja, atrae hacia sí un ácido y lo transforma en álcali; que recíprocamente el ácido toma en sí la tierra, y allí se mata, se alcaliza y se fija, por lo cual su fuerza disminuye y se dulcifica al punto que ya no puede corroer ni disolver. Pero como todo ácido sólo toma en sí de una sola vez tanta tierra que al disolverla pueda de golpe transformar en álcali, toma sin embargo bastante para corporificarse y para obtener una forma visible y palpable. Se puede hacer esta experiencia con cada ácido; sólo hay que disolver en parte en él una tierra cualquiera, que se vierta lo que está disuelto, que se lo haga evaporar hasta el tercio, que se lo ponga después en un lugar frío; el ácido se cristalizará, lo que no ocurriría si contuviera demasiada tierra en sí. Que se tome por el contrario la tierra restante que el ácido no ha disuelto totalmente; que se la haga secar y enrojecer al fuego, que se la haga disolver después en agua, que se la haga cocer y evaporar hasta el tercio y que se la exponga al aire; no se cristalizará nada, o muy poco de lo que haya podido quedar de ácido, sino que se precipitará al fondo, sin cristalización, en forma de sal que llamamos álcali. Vamos ahora a confirmar y demostrar por la práctica, lo que acabamos de probar por la teoría, es decir que el volátil deviene un ácido, y el ácido un álcali, cuando éste tiene la superioridad; y recíprocamente, que el álcali deviene un ácido y el ácido un volátil, cuando es el volátil el que domina: para esto sólo es cuestión de hacer obrar juntos un volátil, un ácido, y una cabeza muerta que no contenga nada. Tomad seis partes de espíritu de vino rectificado a la prueba de la pólvora, cuatro partes de vinagre de vino destilado simplemente, y dos partes de agua fuerte o de espíritu de vitriolo;
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mezclad juntos vinagre y el agua fuerte; vertedlos a continuación en un matraz sobre tres partes de creta de Colonia, u otra tierra que no contenga ninguna sal y esté despojada de todo; verted también el espíritu de vino en el matraz, ponedlo en el baño maría, después de haberle adaptado su capitel en el cuello y su recipiente, a fin de que lo que suba pueda pasar al recipiente; dejadlo digerir y disolver un día y una noche, o dos días y dos noches, en un calor del primer o del segundo grado. Después dejadlo enfriar; verted y separad muy dulcemente lo que está claro, de la tierra que todavía no está totalmente disuelta, y que la tierra permanezca en el fondo tan seca como sea posible. Desecad todavía más esta tierra y reverberadla sobre la mufla; después lixiviadla con agua de lluvia destilada, filtrada, y encontraréis un poco de sal álcali que, del ácido del espíritu de vitriolo y del de vinagre, se ha fijado en sal álcali. Destilad el agua clara al baño maría hasta la oleosidad: de esta manera lo volátil pasará, aunque muy debilitado, pues el ácido ha fijado una parte de él en sí. Poned el aceite en un lugar frío para hacerlo cristalizar, tendréis de él un nitro o una sal nitrosa, un otro ácido, y una otra clase de salitre y de vitriolo. Examinaremos al presente estas tres partes, es decir el volátil, el ácido, y la tierra o el álcali. El espíritu de vino, que antes era muy fuerte y encendía la pólvora, y que al presente es débil como una pura flema, prueba que el ácido ha atraído y fijado el volátil del espíritu de vino. Se ve así claramente que el ácido ha absorbido y disuelto en sí una tierra o un álcali, puesto que él se ha precipitado de nuevo con ellos en un cuerpo; pues anteriormente él era un espíritu, una cosa disuelta, teniendo la naturaleza del agua fuerte que por sí no tenía nada de cuerpo o de consistencia seca, pero ahora que ha tomado en sí la creta, él representa en parte la forma del cristal, de nitro o de vitriolo. El agua fuerte o el ácido, al llenarse de tierra y de volátil, se ha dulcificado, y ha tomado una forma mediana entre el fijo y el volátil, presto a volverse uno o lo otro, según lo que se le una, un homogéneo fijo o un homogéneo volátil. Él ha perdido su corrosividad, pues no tiene fuerza y es dulce sobre la lengua como un nitro o sal común. Por la creta reverberada, y por el álcali que se ha sacado de ella por lixiviación, se ve todavía que la tierra ha atraído al ácido magnéticamente, y lo ha alcalizado; así en esta experiencia el volátil se ha vuelto un ácido, y el ácido un álcali. Ahora, tomad sólo una parte de creta con cuatro, seis u ocho partes de agua fuerte, y doce partes de espíritu de vino, de manera que el ácido y el volátil puedan disolver totalmente la tierra; proceded como antes. Tendréis un resultado totalmente diferente: la tierra se transformará en ácido, y si cohobáis allí varias veces el volátil, él transmutará el ácido a su naturaleza, y así todo devendrá volátil. Habrá posiblemente lectores a quienes estas experiencias les sean sospechosas, porque los tres principios se toman de dos reinos diferentes: pero que se los tome de un solo reino, o incluso de una sola cosa; se obtendrá siempre los mismos efectos. Yo elegí estas experiencias para extraer de ellas mis pruebas (pues habría podido sacarlas del agua de lluvia) solamente a fin de enseñar a los aficionados los procedimientos más cortos y más fáciles por los cuales ellos pueden asegurarse de la verdad de mi teoría. Encontrarán igualmente la prueba de ella en los minerales, en los vegetales y en los animales, aunque con un poco más de dificultad en los minerales, pero no obstante, llegarán a su fin, si se aplican a entender bien este tratado. Yo los he puesto sobre la vía; que hagan ellos mismos las experiencias; aprenderán más de ellas viendo las cosas con sus ojos, que con todo lo que yo podría decirles. Que ellos consideren a continuación que, como la Naturaleza opera en los casos particulares, ella opera lo mismo en lo general, pues ella transforma los universales en
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especies y en individuos, según el exceso o el defecto de tal o cual principio; y es en eso en lo que consisten las diferentes cualidades de todas las criaturas. Se preguntará sin duda porqué en las experiencias anteriores he agregado el vinagre. ¿No bastaba con poner juntos el espíritu de vino como volátil, el agua fuerte como ácido, y la creta como una tierra fija o sujeto alcalino? Lo he hecho por una razón muy esencial, cuyo conocimiento ahorraría a los Artistas muchas penas, gastos y tiempo. Se escriben cantidad de libros, pero la mayoría están llenos de especulaciones huecas y anfibológicas; no se publica ninguno, o muy pocos, que indiquen las razones por las cuales se junta tal o cual cosa en tal o cual procedimiento; lo que fija, lo que volatiliza, lo que coagula, lo que disuelve, ni porqué eso ocurre. De allí viene que cuando un pobre aprendiz cae sobre los procedimientos enigmáticos descritos en esos libros, él los sigue ciegamente hasta que se convence, por la falta de éxito de sus operaciones, de los grandes errores que ha cometido, sin quedar por eso más instruido, porque no sabría profundizar las razones de lo ocurrido. Mientras que, si los sabios se dedicaran principalmente en sus obras a dar las verdadera razón de cada procedimiento y de cada efecto, aún en los objetos de la menor consecuencia, aquellos que se apliquen al estudio de la química se sorprenderían ellos mismos del progreso que harían. Una razón y una operación bien concebida les haría descubrir muchas otras, y llevarían pronto el Arte a su más alto punto de perfección. Así, para no desviarme de mi tema: la mayoría de los Artistas hacen uso del espíritu de vino en todas sus operaciones, y sin embargo sobre cien, apenas hay uno que sepa lo que es, y cómo hace falta emplearlo. Todos le atribuyen, con razón, muchas excelentes propiedades; la de extraer el azufre, la de suavizar los corrosivos y de clarificar las sales, la de corregir y perfeccionar toda la obra, como siendo la esencia más noble. Pero a pesar de eso ¿cuántos hay que al considerar al final su trabajo, lo ven tan estropeado y tan imperfecto que quisieran no haberlo comenzado jamás, aunque se hayan servido del mejor espíritu de vino? ¿Cuál es entonces la causa de su poco éxito? Es que no se puede pasar de un extremo a otro sin un medio. El espíritu de vino es extremadamente volátil; el agua fuerte, las sales y la tierra, son de una naturaleza y un género más fijo, lo mismo que los aceites y los espíritus que se saca de ellos, tales como la sal , el nitro, el alumbre, el vitriolo, y otras sales y minerales que son todos contrarios al espíritu de vino, pues éstos son, respecto de él, un extremo; y por esta razón él no puede, sin repugnancia, conjuntarse ni ponerse de acuerdo con ellos. En efecto, cuando se los vierte uno en el otro, se oye al momento (sobre todo si el agua fuerte es buena) un ruido y un silbido que anuncia que combaten uno contra otro; pero si les dais por mediador al vinagre, que es el ácido medio propio y conveniente al espíritu de vino, ellos se conjuntan muy fácilmente y sin la menor repugnancia; el vinagre toma en sí al espíritu de vino, y lo coagula a continuación muy amigablemente con el agua fuerte; tanto que ellos pierden casi toda su acidez, y adquieren más bien la dulzura en cambio. Observad bien que no hay ningún sujeto en la naturaleza de las cosas que no tenga sus principios ocultos o manifiestos, sea un sujeto universal o un individuo, y si alguno carece de algún principio, se puede recurrir a un homogéneo semejante, o a sujetos universales, los cuales se asocian y acuerdan con todos los individuos y se transmutan en ellos; como también con respecto al origen, todos los individuos son universales, y se confunden en su última disolución. Entonces, si cada cosa tiene sus principios, o si a falta de alguno de ellos puede ser reemplazado por cosas homogéneas, resulta que ella tiene un volátil, un ácido y un álcali; entre estos tres el ácido es el medium, o el medio de la conjunción de todas las cosas.
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Es igualmente cierto que una cosa se une muy fácilmente con su semejante; las sales alcalinas de los animales, vegetales y minerales, se mezclan juntas muy fácilmente; ocurre lo mismo con los ácidos y los volátiles, pues el espíritu de vino, o el espíritu ardiente de los vegetales, y el espíritu volátil de los animales se conjuntan muy fácilmente, lo mismo que su espíritu mediano, es decir el ácido vegetal o vinagre. Recíprocamente, el ácido vegetal o vinagre, de calidad homogénea, se conjunta sin ninguna oposición con los ácidos minerales, como son el agua fuerte, el espíritu de nitro, de sal, de vitriolo, de alumbre, de azufre, etc.; y ocurre lo mismo con sus sales fijas. Pero por el contrario, ningún extremo se pone de acuerdo con otro extremo: por ejemplo, el espíritu de vino rectificado, o el espíritu animal volátil, no se conjuntan en absoluto con su sal o con su álcali, sino por su espíritu medio. Ellos no se conjuntan tampoco, o muy difícilmente, no sin dificultad y muy lentamente, con los ácidos y álcalis minerales, pero si le añadís su medium, al instante se unen inseparablemente, y se mantienen tan fuertemente juntos, que sería imposible separarlos sin pérdida, ni por el fuego ni por el agua. Si vertís vinagre en el espíritu de vino rectificado, lo veréis pronto unirse sin ninguna repugnancia, agregadles después un álcali, y se disolverá allí muy dulcemente y se conjuntará tan bien que si los dos o los tres están en un peso proporcionado, y queréis destilar al baño maría el espíritu de vino o el vinagre, separaréis en su lugar, aunque hayan sido desflemados al supremo grado, una pura flema insípida; el ser, la esencia o la sal volátil del espíritu se ha fijado sobre el álcali por medio del vinagre y de su acidez. Después de la extracción de toda acuosidad, encontraréis una sal fija fusible como la cera y sin humo, siendo de tal modo fijados el espíritu de vino y el vinagre por sus sales alcalinas, que a crisol abierto, se funden como la cera, sin humear. Yo descubriré aquí, en esta ocasión, una falta muy esencial que cometen los químicos vulgares cuando quieren aguzar el espíritu de vino muy rectificado. Ellos lo hacen, según la costumbre, con la sal de tártaro o de tártaro calcinado. Yo pregunto a un practicante si él cree en esto que sigue las reglas de la naturaleza. Ciertamente, él no las sigue de ningún modo, y he dicho las razones de ello más arriba: el álcali o la sal de tártaro es un cuerpo muy fijo, y el espíritu de vino es muy volátil; son los dos extremos: ellos no pueden entonces unirse sin un medio; así no se conjuntarán jamás, o lo harán tan lentamente, que se perdería mucho tiempo y gasto. Cuando el espíritu de vino se agrega al álcali, se evapora muy pronto en la misma cantidad y deja su flema con el álcali, lo que lo vuelve más concentrado, más fuerte, más ígneo, y esto es lo que los químicos vulgares mal llaman un espíritu de vino alcalizado o aguzado; ellos lo usan también con el vinagre, como lo diré a continuación. Yo reconozco sin embargo que el espíritu de vino, por una muy grande cantidad de cohobaciones reiteradas, puede fijarse sobre el álcali, o volver al álcali volátil ¡pero qué trabajo de Hércules hace falta para esto! ¿No vale más, puesto que veo que estos dos no se acomodan bien juntos, o lo hacen muy difícilmente, que yo busque su medium propio que les ha sido quitado, y que les falta? Después de encontrar este medio, la conjunción se hará tranquilamente, incluso en un parpadeo, de una manera inseparable. Quimistas, buscad entonces una cosa mediana, y ponedla como un medio entre el álcali y el volátil, que son los dos extremos: dejad al álcali o al volátil hartarse de ella hasta que esté lleno y vacile entre un lado y el otro. Cuando el álcali esté así lleno de ácido, dejadlo beber tanto de volátil como para hartarse más todavía, cuanto más beba de volátil, mejor será; impulsadlos a continuación fuertemente al fuego, el álcali alzará vuelo a lo alto con todas las partes; agregad aún de su volátil, una o dos veces su peso, y destiladlo prontamente con fuego fuerte, veréis que el ácido y el álcali se habrán transformado en volátil, y esto es lo que debe llamarse un volátil alcalizado o radical.
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Pero yo entraré en un mayor detalle, y declararé sinceramente todo el procedimiento, para rendir servicio a aquellos que están en el error. Que ellos comprendan bien, ante todo, que todos los sujetos sublunares, cada uno en su especie, tanto en el reino animal como en el vegetal y el mineral, encierran en ellos un volátil, o un agua sutil y volátil, sea poco o mucho, y lo mismo un ácido o vinagre que pasa por el alambique después de la flema volátil, es decir un espíritu acre, acetoso, que tiene la naturaleza de su reino propio; después también un álcali propio a cada uno, que se saca de los residuos, después de la reverberación del fuego, por la lixiviación. Si entonces un químico quiere hacer un volátil radical o un ácido radical, que tome los propios principios de cada individuo, y a falta de uno o del otro, que los tome de (sujetos) homogéneos: que él ponga una parte de álcali puro en una retorta, que vierta encima tres partes de su ácido, que destile a fuego pequeño de cenizas o a baño maría: el ácido pasará tan débil como una flema, aún cuando antes fuese tan fuerte como el agua fuerte; pues el álcali ha retenido consigo, y fijado en sí, lo que tenía de acidez. Después de esto, que agregue allí de nuevo tres partes de ácido propio, y que repita la misma operación; él pasará todavía muy débil, y el álcali comenzará a estar lleno y ahíto. Verted aún por tercera vez tres partes del mismo ácido, cuanto más pongáis mejor será: destiladlo al baño maría por grados, hasta la consistencia oleosa; el álcali quedará allí disuelto y estará por entonces lleno. Se reitera estas infusiones de ácido hasta que el mismo pase despojado de toda flema y tan fuerte como se había puesto, lo que ocurrirá a la cuarta, a la tercera, y a veces a la segunda operación. Cuando el ácido esté juntado con el álcali, y esté con él en forma de aceite, los dos principios están allí unidos. Así un químico ve cómo un principio toma al otro muy dulcemente y lo retiene muy fuertemente, mientras que expulsa afuera a su heterogéneo, es decir su humedad superflua, o su flema. Tenéis entonces, por esta operación, un ácido radical. Si ahora queréis hacer con ellos un volátil radical, agregad todavía seis partes de vinagre nuevo, y hacedlo pasar por la retorta con algunas cohobaciones, este vinagre se volverá también un ácido radical. Entonces, mezcladles siete partes de volátil; ellos se unirán muy amigablemente, sin ruido ni ninguna discordia; hacedlos pasar juntos, y después que todo haya pasado, agregad nuevo volátil fresco y bien rectificado, hacedlos pasar, y repetid una tercera vez: por este medio el volátil se volverá radical, según la propia regla de la Naturaleza, y se lo podrá llamar con justicia una quintaesencia, o un magisterio de la Naturaleza, porque todos los principios están allí reunidos en uno, donde el superior está conjuntado con el inferior, y por este medio se tiene, según Hermes, una fuerza unida. Hay quienes toman de este álcali impregnado con el vinagre destilado, una parte, a la cual ellos agregan cuatro partes de guijarros calcinados, los mezclan bien juntos, y los destilan en una retorta de vidrio, dándole al comienzo durante dos horas un fuego muy pequeño; a continuación lo aumentan hasta que la llama rodea la retorta, y continúan este fuego hasta que la sal de tártaro haya pasado con el espíritu de vinagre, en forma de niebla o de espíritu. Un químico ve aquí la verdad del axioma que dice que la Naturaleza se regocija en la Naturaleza, que la Naturaleza abraza a la Naturaleza, y que la Naturaleza sobrepasa a la Naturaleza. Si un artista tomara el camino inverso de este procedimiento, de manera que el fijo o álcali tenga superioridad sobre el ácido y el volátil, haría de ellos una sal fija o un cristal fijo que se fundiría en el fuego, como la manteca, y sería una quintaesencia coagulada y fijada, así como esta primera es una quintaesencia líquida volátil: de esta manera él podrá retrogradar y avanzar, como quiera, para transformar una en la otra. El aficionado encontrará el procedimiento para ello en la segunda parte de este tratado, donde enseñaremos cómo se puede separar, y volver a juntar, los principios de todos los individuos, y cómo uno puede ser transformado en el otro. 43
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Vengamos ahora a la forma ordinaria, con la cual se acostumbra a aguzar el vinagre. Se toma una libra y cuarto de sal de tártaro, y una libra de vinagre que se destila encima, y está hecho. Que se examine ahora este vinagre: se sabe que el vinagre, simplemente destilado, no tiene más fuerza, pero aquí la ha perdido totalmente, porque la sal de tártaro retiene y fija en sí lo poco que le quedaba. Así, no pasa más que una pura flema, en lugar del verdadero vinagre aguzado y radical que se buscaba, y aunque se volviera a cohobar y destilara este vinagre diez veces sobre la sal de tártaro, perdería su fuerza cada vez más, y disminuiría en cantidad, lo que es un trabajo inútil. La sal de tártaro retiene consigo el ácido del vinagre, y se vuelve una sal fusible que se funde al calor de la llama de una candela. Ellos sin embargo, se atreven a llamar a esto un vinagre radical; pero bien experimentan ellos mismos cuáles extracciones se hacen con él. Ocurre lo mismo cuando destilan el vinagre sobre la sal amoníaco, sin que haya perdido nada de su olor. El fracaso de sus operaciones viene de que no supieron encontrar por sus reflexiones un medio que pudiera ayudarlos, pero prefieren tomárselas con el Arte, que desacreditan como falso y engañoso. La mayoría destila el vinagre en un matraz, por el alambique: de esta forma solamente el espíritu, la parte más volátil del vinagre, pasa con su flema. Muchos se sirven de él para todas sus operaciones, pero es tan débil que da sobre la lengua la impresión de una pura flema, con la diferencia de que tiene todavía un poco de gusto a vinagre, que muestra que algo de él se ha sacado. Si lo impulsan más fuerte y por la retorta, sacan un vinagre más fuerte, pero que tiene el mal olor del aceite, o que huele a empireuma; entonces lo tiran, o están obligados a quitarle este olor por una cantidad de rectificaciones. Si lo consiguen, le quitan al mismo tiempo su fuerza, y entonces no sirve más para nada. Yo quiero darles la mano y enseñarles algunas manipulaciones que, con la reflexión, podrán conducirlos a otras aún mejores y menos largas; pues con respecto a las manipulaciones más nobles, por las cuales se puede destilar juntos de una sola vez un verdadero vinagre aguzado, agrio y claro, de un olor agradable en su género y sin empireuma, ellas no son para el vulgo. Esto se llama don de Dios, la Pandora por la cual todo el Arte se manifiesta. Se puede no obstante dar una idea, por ejemplos de los cuales un espíritu penetrante podrá luego beneficiarse. Entonces, si queréis destilar un vinagre muy fuerte, claro, sin empireuma, es preciso tomar un sujeto que retenga y atraiga su aceite fétido, y que no deje pasar más que el ácido con la flema: de esta manera el vinagre pasará claro y será rectificado en una sola vez, sin empireuma, y se podrá tener varias pintas de él, mientras que, sin esto, apenas se podrá sacar una cuarta parte. Hay varios sujetos que retienen este aceite, como la cal viva, el caput mortum del agua fuerte, el colcotar del vitriolo, el minio, las cenizas de madera. Tomad entonces uno de estos sujetos, el que queráis; alguno es sin embargo mejor que otro, como lo veréis por la experiencia. Tomad una libra, y del más fuerte vinagre una o dos pintas; poned la adición pulverizada en una gran retorta proporcionada, verted encima el vinagre, y destilad a la arena o las cenizas, por grados, todo lo que quiera pasar, y al final forzad el fuego para hacer subir los espíritus agrios que fortifican mucho el vinagre: de esta manera tendréis de una sola vez vinagre claro, que a continuación hay que aguzar por diferentes sales. No obstante si hubiera pasado algún poco de aceite, haría falta volver a cohobar y destilar una vez más, entonces quedaría en estado de poder ser aguzado. Se lo puede hacer de varias maneras, como con la sal común, con el orujo de vino, con la sal amoníaco, con la sal de tártaro y la potasa, con el espíritu de nitro, de sal, de vitriolo o de azufre. No todos son igualmente buenos, no obstante podéis elegir aquel que queráis para aguzar el vinagre, y hará un efecto excelente que no está permitido poner a la luz.
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Si queréis aguzarlo con orujo de vino que está repleto de aceite, es preciso agregarle, como hemos dicho antes, un sujeto que retenga el aceite, entonces pasará solamente la sal volátil con el vinagre, en lo que consiste todo el secreto de la aguzación del vinagre. Si queréis tomar la sal de tártaro, la potasa o la sal amoníaco, es preciso igualmente unirle un sujeto, por medio del cual el vinagre pueda ser impregnado de su espíritu: este sujeto será la arcilla, o el bolo, o el hematites, o el crayón rojo, el minio, el trípoli, etc. Podéis también hacer de dichas sales una composición, y mezclar juntas esa sal con la sal de tártaro o la sal amoníaco, o las tres juntas, y destilar encima el vinagre hasta la sequedad. Yo daré aquí la receta de otro vinagre aguzado, que debe ser mejor que el vinagre radical del cual se hace uso comúnmente después de tantos años. Tomad tres partes de sal de tártaro, dos partes de espíritu de sal, y ocho o diez partes de vinagre destilado: mezclad el vinagre y el espíritu de sal, poned la sal de tártaro en una retorta, verted arriba la mezcla de vinagre y de espíritu de sal, y destilad a la arena hasta la sequedad. Retirad la sal de tártaro de la retorta, agregadle dos partes de alumbre calcinado, volvedlos a poner en la retorta, verted de nuevo lo que habéis destilado, y hacedlo destilar otra vez por el cuarto grado; tendréis un vinagre radical que en una sola vez tendrá tanto efecto como tendría en cien el que se usa comúnmente; retirad el caput mortum de la retorta, y si allí se encuentra todavía sal de tártaro, cohobad y destilad todavía una o dos veces, o hasta que toda la sal de tártaro haya pasado; entonces es perfecto. Yo hago unir juntos y con razón los ácidos y los álcalis. Si sabéis en qué consiste su diferencia, no tenéis necesidad de que os diga más. Los ácidos son sujetos que tienen más sutileza que los álcalis, pues los ácidos no tienen tanta tierra disuelta en ellos como los álcalis; esto es lo que hace toda su diferencia, pues por lo demás son iguales, y vienen de una misma madre y de un mismo origen; la mayor o menor volatilidad o fijeza hacen su diferencia. De aquí quiero mostrar que para disolver las cosas fijas hace falta un espíritu terrestre, fijo y alcalizado; mientras que para disolver las cosas volátiles, que no están tan fuertemente ligadas, hace falta un espíritu volátil, como el espíritu de vino. Poned mucha atención a la homogeneidad, pues lo semejante se regocija en su semejante. Los animales y los metales demandan un espíritu homogéneo, como lo demostraremos más adelante. El vinagre es un sujeto vegetal y débil, por eso es preciso fortificarlo, a fin de que pueda atacar con una fuerza doble lo que le viene de lo que se le agrega, lo que es demasiado fuerte para él en su naturaleza. El punto esencial que justifica el empleo del vinagre, es porque ablanda y suaviza todos los corrosivos que son peligrosos para la salud de los hombres, si no fuera por eso podríamos muy bien pasar sin él, pues el agua fuerte, el espíritu de nitro, de sal, de vitriolo y de azufre, disuelven todos los sujetos cualquiera sean sin el vinagre; pero el vinagre atempera sus corrosivos, y los vuelve agradables a toda la Naturaleza. Se ve también que los minerales tienen en verdad su volátil, pero que él es contrario al de los otros reinos; por eso se les presta un volátil del reino vegetal, como siendo aquel que tiene más afinidad con el suyo, o bien el volátil de un sujeto universal, pues un químico no está obligado a servirse absolutamente de un volátil vegetal; lo puede sacar también de la nieve o de la lluvia, y hará el mismo efecto, pero como del espíritu de vino se hace en gran cantidad, uno se sirve de él a fin de evitar mucha molestia. Decimos aún que cada reino lleva en sí su propio disolvente, y que tiene igualmente sus principios, y en caso de que le faltara alguno, se lo puede sacar de los universales, que concuerdan y se asocian con todas las naturalezas, como por ejemplo, del agua caótica regenerada, o de la lluvia, del rocío, de la nieve, etc., de los cuales, en caso de necesidad, se puede sacar un volátil en cantidad. Si se careciera de ácido o de álcali, el nitro es el ácido 45
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universal, y la sal el álcali universal; cuando se les sacan los espíritus por la destilación, ellos proveen un espíritu ácido y un álcali, que según la aplicación que se hace de ellos, se vuelven homogéneos a toda la Naturaleza. Aquellos que conciben, como lo hemos explicado bastante más arriba, que los animales, los vegetales y los minerales no tienen en su centro ninguna diferencia, que ellos son esencialmente una misma cosa, y que solamente son distintos en razón de su fermentación, de lo cual resulta la mayor o menor volatilidad o fijeza, no están obstaculizados de ningún modo: si uno no les acomoda, toman aquel que le es más próximo, que le es semejante y homogéneo. Así está probado que el volátil deviene ácido, el ácido álcali, que el álcali deviene ácido por el ácido, y el ácido volátil por el volátil; uno es el imán del otro; uno debe ser transmutado por el otro, puesto que, si yo tomo mucho volátil y poco ácido, el volátil sobrepasa al ácido, y el ácido deviene volátil; si yo tomo mucho ácido y poco álcali, el ácido domina al álcali, y el álcali se vuelve ácido; y por el contrario si yo tomo mucho álcali y poco ácido, el álcali es superior al ácido, y el ácido deviene un álcali. Igualmente si yo tomo mucho ácido y poco volátil, el ácido supera al volátil, y el volátil deviene ácido; el más fuerte sujeta en primer lugar al más débil, como lo hemos mostrado en general al hablar de la putrefacción y de lo que ella hace, pues es ella quien vuelve al fijo volátil, y al volátil fijo; y quien hace de un volátil un ácido, y de éste un álcali, y por el contrario, de un álcali un ácido, y de éste de nuevo un volátil; es decir, que ella lo reduce a su primera materia, y lo conduce a su origen. Como la putrefacción nos ha mostrado hasta aquí el volátil y el fijo, el ácido y el álcali; examinaremos al presente lo que es el volátil, el ácido, y el álcali, tanto en general como en particular.
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Cap. XVIII - Lo que es el volátil, el ácido y el álcali, tanto en general como en particular
En el capítulo precedente hemos dicho cómo un volátil deviene un ácido, y éste un álcali, principalmente y generalmente del caos regenerado, o del agua de lluvia, etc. Explicaremos ahora lo que son estas materias. Todo el mundo sabe lo que significa el término volátil, es decir una sustancia fugitiva. Nosotros la llamamos así porque es la sustancia o el agua más sutil, y la más volátil en todas las cosas, tanto en los universales como en los particulares; pues, en el análisis por el fuego, es la que se obtiene primero y antes que los otros principios, sea que ella venga en forma líquida o coagulada. El ácido es llamado así, porque él sube después del volátil, y porque lleva ordinariamente, a la nariz o a la lengua, un olor y un gusto agrio. Hemos probado que en los universales, es el nitro, sea que esté coagulado o en forma de espíritu; este ácido se llama también una cosa mediana, un hermafrodita, una naturaleza mediana entre el volátil y el álcali, entre el volátil y el fijo, y eso porque esta parte o este principio se muestra siempre en los sujetos universales después del volátil y antes del álcali, y se encuentra así en el medio de ellos. Tiene también la propiedad de la Naturaleza mediana, pues él se asocia muy fácilmente al volátil, y se adhiere igualmente al álcali al cual se lo une. Sin esta naturaleza mediana, ningún volátil se vuelve fijo, y por ella el volátil y el fijo son obligados a ajustarse, a arreglarse y acomodarse juntos, como por un tercero, árbitro y mediador. Quien descuide estas observaciones, se volverá sabio a su costa. Damos al álcali y al fijo ese nombre, porque es más constante en el fuego que los precedentes, y es el tercer y último principio en todas las cosas. Que aparezca a nuestros ojos con una forma coagulada o espirituosa, líquida o seca, si él hace conocer un efecto alcalino, se llama siempre álcali o sal alcalina. Aunque por la destilación se lo haga subir en forma de espíritu, se puede siempre, con un fijo semejante a él, volverlo a fijar al momento. Hemos mostrado al presente lo que son el volátil, el ácido y el álcali, porque ellos son las partes principales que ejecutan y hacen todas las operaciones en los universales y en los individuos. En los universales, que son el rocío, la lluvia, la nieva, el granizo, la escarcha, etc., el volátil es, en su análisis y destilación, después de haber precedido la putrefacción, un agua muy sutil, clara y transparente, sin gusto y volátil, la cual, al continuar la destilación, es seguida cada vez más e inmediatamente por un agua más grosera y pesada; después de esta agua, sigue el ácido con su gusto agrio, después viene un aceite espeso y fétido que corresponde también al ácido, pues el ácido es un aceite extendido, y el aceite es un ácido condensado: el aceite puede también, cuando se lo mezcla con la creta y el colcotar, resolverse en ácido. Después de esto no viene más nada, pero queda en el fondo una sustancia negra y quemada en carbón, que los químicos llaman vulgarmente caput mortum; cuando se la reduce a cenizas por la calcinación, se separa en dos, es decir en ceniza y en sal que se llama sal álcali; pero las cenizas pertenecen también al álcali, pues de las cenizas y del álcali se hace un sujeto que resiste al fuego, es decir un vidrio; las cenizas son la parte más fija de cada sujeto, y después la sal. Al destilar los animales después de su putrefacción, la primera cosa que sube ordinariamente es un espíritu y una sal volátil muy fuerte, muy volátil, fétida y muy penetrante, acompañada de flema, y con frecuencia, cuando se impulsa fuertemente el fugo, el espíritu arrastra consigo un aceite volátil: son esas cosas las que ordinariamente llamamos volátil en los animales. Al continuar la destilación, sigue una flema más grosera, y a continuación un espíritu o ácido animal muy agrio y muy hediondo; después de esto viene su aceite fétido que llamamos ácido. Después de todo esto, queda en el fondo el carbón o las partes alcalinas, de las cuales se saca y reverbera la sal álcali y las cenizas. 47
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Los vegetales dan en la destilación, después de su fermentación, un espíritu volátil ardiente, con su flema, y con frecuencia un aceite sutil, que es el volátil de los vegetales; a continuación viene una flema más grosera, después de esto un verdadero vinagre y un aceite espeso, fétido, que es el ácido. En el fondo queda una materia quemada o carbón, que por el reverbero, se separa en ceniza y en sal: es el álcali vegetal. Los minerales, cuando se los destila al ser sacados de las mineras, dan un poco de agua dulce y flemática, y un espíritu agrio: es el volátil mineral. A continuación viene un vapor agrio que los químicos llaman comúnmente aceite, como llaman a la primera agua espíritu. Este vapor es el ácido, que es el segundo principio; aunque este aceite, así como el espíritu, sean los dos ácidos, los quimistas no obstante no dejan de distinguirlos por términos diferentes, según la diversidad de sus cualidades. Finalmente, los residuos que permanecen en el fondo, son una tierra de color diferente según la naturaleza del mineral. Esta tierra se separa por el reverbero en dos partes, en tierra y en sal, lo que hace la parte alcalina de los minerales. Hasta aquí hemos examinado en general de qué y cómo el vasto universo se originó, cuáles han sido sus principios al comienzo, y en cuáles partes se separaron a continuación, cuántas de ellas hay, y cómo se diversificaron en los diferentes reinos, lo que ellas operan, cuál es su meta y su fin. Descenderemos ahora a las especies y a los individuos, como de lo más grande a lo más pequeño, y examinaremos igualmente su nacimiento y su origen, sus medios y sus fines, es decir que consideraremos en detalle los principios de los animales, los vegetales y los minerales, y destinaremos a cada uno un capítulo aparte para hacer examinarlos.
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Cap. XIX - Cómo nacen los animales, de qué principios se componen, y en qué se disuelven
Árbol de generación de los animales
1. Esperma mucigalinoso masculino y femenino, o guhr animal 2. Formación líquida y cristalina del niño 3. Formación membranosa del niño 4. Formación muscular y tendinosa del niño 5. Formación cartilaginosa del niño 6. Formación ósea del niño 7. Endurecimiento de un niño joven, de un adolescente, de un hombre, de un viejo En este capítulo sólo mencionaremos los animales perfectos. Todos los animales perfectos son procreados por un movimiento, por medio de la cual la simiente es irritada o provocada e impulsada afuera en forma de una materia viscosa, como la clara, que se derrama en su matriz conveniente, donde la simiente femenina se presenta también para producir su semejante. Esta simiente no es sino un agua espesa, y puede ser llamada a justo título el guhr animal. Es fácil comprender de esto que el reino animal nace de un agua o de una sustancia viscosa y acuosa. Se alimenta en la matriz de una sustancia acuosa y suculenta, proveniente de la sangre; y tan pronto nace, se nutre de alimentos húmedos, animales y vegetales, a los cuales él transforma, por su propio arqueo, en carne, sangre, piel y huesos; él toma de esos alimentos su crecimiento y el mantenimiento de su vida, hasta el término fijado por la Naturaleza. Entonces muere, se pudre en la tierra, se transforma en jugo, en flema y en espuma, y deviene una sustancia pegajosa y acuosa; esta humedad se desliza en la tierra hacia los vegetales, y se vuelve su alimento asimilándose a ellos, así como antes los vegetales servían de alimento a los animales. Pues como el animal, por su disolución y putrefacción, ha sido enteramente transformado en un vegetal, igualmente lo que de él se ha nutrido, se transforma de nuevo en animal, como ya lo hemos demostrado bastante. Tan pronto como las simientes masculina y femenina son vertidas juntas en la matriz, ellas forman sobre su superficie exterior una piel delicada que encierra dentro una humedad cristalina y muy clara, tanto e incluso más clara que el cristal. En esta humedad se coagula una pequeña bolita, una perla como un pequeño ojito de pez; ésta se alimenta cada vez más de la humedad cristalina, y se vuelve al fin un tronco o cuerpo formado y membranoso; a continuación adquiera carne, venas y nervios, después de esto comienza a endurecerse en cartílagos y en huesos blandos; finalmente después que nace, esos cartílagos se vuelven huesos duros; de niño, deviene adolescente, de adolescente un hombre joven, de hombre joven un hombre hecho y derecho, y de hombre un anciano que al final muere. Esto es en pocas palabras lo que es el nacimiento, destrucción, transmutación y regeneración de los animales en otra cosa; es decir, el animal podrido renace en un vegetal, y éste se transforma en animal, como hemos dicho antes. El análisis por el fuego nos muestra que su ser sustancial consiste en muchas partes volátiles, en menos partes ácidas, y muy poco de álcali o de partes fijas. Que la cosa es así, no lo vemos solamente por el análisis, sino que vemos también que todos los animales son volátiles, alertas, rápidos, ágiles, y más móviles que los vegetales y los minerales. Es preciso necesariamente que un animal tenga en sí un espíritu más rápido, más volátil y más móvil que ellos, sin eso no podría moverse en todos sus miembros; ahora bien, este espíritu es el volátil del cual los animales están provistos abundantemente en 49
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comparación con los vegetales y los minerales, como lo prueba su agilidad y su movimiento propio. Si los animales tuvieran una tan grande cantidad de ácido como los vegetales y los minerales, permanecerían inmóviles como ellos, pues el ácido es estíptico, compresor, astringente, coagulante, como se ve en las personas paralizadas y en los animales encerrados en las conchas, tales como los caracoles, las tortugas y todas las especies de moluscos que no se pueden mover ni caminar a todos lados tan rápido como los otros animales. Es así que todos los animales tienen, unos más y otros menos, espíritu volátil; que uno es más ágil que otro, como se observa también en los pájaros y en los cuadrúpedos. La misma diferencia se ve en los animales testáceos y no testáceos, etc. Cuanto más volátil es el espíritu que un animal tiene en sí, más débil y corta es su vida, como se ve en los pajarillos a los que el soplido de un pequeño viento es capaz de hacer morir. Cuanto más constante es el espíritu, más durable es la vida, como se ve en los cuervos, los ciervos, los hombres y los elefantes. Hay aún otra causa de la brevedad de la vida, que es una demasiado grande acuosidad y humedad. Allí donde hay poca humedad, y por el contrario mucho espíritu y sustancia, allí hay una vida durable; porque el espíritu es la vida y el bálsamo, lo que no se puede atribuir al agua; por eso el ejercicio es muy saludable, hace falta mover, calentar todos los miembros, que transpiren continuamente y expulsen afuera toda la acuosidad superflua, de manera visible e invisible, sensible o insensible. Todos los vegetales que son de una naturaleza seca y no húmeda, son un alimento sano, y propio para conservar una larga vida, así como los animales que están en continuo movimiento, como los de caza, sobre todo aquel que tiene plumas y una carne seca. Tan pronto como la vida, que no es otra cosa que una luz celeste y astral que inflama el espíritu de vida y que lo impulsa a obrar, se apaga, el animal cae, muere, y comienza inmediatamente a pudrirse; sin embargo con esta diferencia: si el animal es graso, blando y acuoso, se pudre más pronto que aquel que es seco y duro; es lo que se ve en los peces y en todo lo que es de su género, debido a que tienen poco de espíritus vitales y mucha humedad, se pudren muy rápidamente y retornan a su primera materia. Que el lector ponga en esto mucha atención: es el espíritu quien opera y quien obra, y no el agua. Cuanto más fuete y en cantidad es el espíritu en un animal, y menos tiene de agua, más alerte y vivaz es; si el animal tiene mucha agua, el espíritu animal se vuelve menos activo, perezoso y adormecido. Es preciso sin embargo que el espíritu tenga agua, por medio de la cual debe operar todo; pues sin agua, nada puede hacer. Pero es preciso que esté en una cantidad proporcionada, que no haya ni demasiada, ni demasiado poca. Esto es preciso observarlo no solamente en el reino animal, sino también en el reino vegetal y el mineral, porque el comienzo y el origen de todas las cosas no era sino espíritu y agua, y el espíritu ha comenzado a obrar en el agua y a llevar a cabo, por el mandato de su Creador, todo lo que es visible e invisible en el cielo y sobre la tierra. De esta forma, un espíritu individualizado forma en el animal, por medio del agua, la sangre, la carne, la piel, los huesos y todos los miembros del cuerpo, los hace duros y blandos, según la propiedad que el Creador le ha dado. Se ve también en la destrucción de los cuerpos que ese mismo espíritu que los hizo por el agua, los reduce por ese mismo medio a estiércol, a una materia acuosa, y por último a un agua y un espíritu como eran al comienzo. Por lo que acabo de decir el lector ve cuál es el principio que engendra y destruye el reino animal, en lo que éste deviene finalmente, de qué está formado y lo que es. El punto esencial de este capítulo, que el lector debe considerar con la mayor atención y tener continuamente bajo sus ojos, es la volatilidad y la prontitud de la putrefacción en el reino animal; puesto que se ve que cuando un animal muere, comienza, sobre todo en los grandes calores, a pudrirse en pocas horas, y que exhala un olor tan malo que no se podría 50
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permanecer cerca sin perjudicar la salud: la causa de esta putrefacción es el espíritu y la sal volátil que allí se encuentran en cantidad. Un químico que reflexionase seriamente lo que acabamos de decir, encontraría una ventaja considerable para acelerar sus operaciones. No hay químico que no pretenda saber analizar todas las cosas; sin embargo ¿cuántos hay que se extravían y se rompen la cabeza para empujar sus sujetos a la putrefacción y a la solución? ¡Qué millares de menstruos y disolventes no inventan sin sacar de ellos ningún éxito! Librados a sus errores, dispendian su plata sin fruto, pierden su tiempo y la materia que emplean, comienzan a maldecir el Arte y sus procedimientos, como si no fueran propios sino a las fantasías. Hemos dicho que no era posible hacer ningún análisis natural de otro modo que por la putrefacción. Buscad entonces, y profundizad el fundamento y la causa de toda putrefacción: este reino os ofrece un vasto campo para trabajar. Si los animales cuadrúpedos y los que viven sobre la tierra se pudren rápidamente, los peces que viven en el agua se pudren aún más velozmente; si los que viven sobre la tierra hieden mucho, aquellos que viven en el agua dan, cuando se pudren, un hedor tan insoportable que no se puede estar allí, como se ve en los peces y los cangrejos podridos. Muchos artistas trabajan en sus putrefacciones y soluciones varios meses, a veces años enteros, y cuando ese tiempo ha pasado, no aparece el menor vestigio de ésta, sobre todo cuando se trata de minerales; por eso, si vuestra obra no se quiere pudrir, recurrid al reino animal; veréis que los animales se pudren en poco tiempo, y como se pudren prontamente, comunican también la podredumbre a las cosas a las que se los aplica. Considerad bien este punto, es en esto en lo que consiste la piedra angular y fundamental de todo el Arte químico, la llave que tiene el poder de abrir las cerraduras más fuertes de la Naturaleza, y que hace volar todos los metales y las piedras por arriba de las más altas montañas de los sabios. Que se reflexione bien sobre este fundamento, y se verá que se puede abreviar el tiempo; que lo que se ha hecho en un año, se lo puede hacer en un mes; que la obra de un mes puede ser completada en una semana, y la de una semana en pocos días y en pocas horas. Poned todavía mucha atención a que este reino, sin el vegetal, hace muy poco o ningún efecto en el reino mineral, que incluso opera de una manera contraria; y que el reino animal, sin el vegetal, vuelve al reino mineral tan insípido que no se saca de él ninguna satisfacción ni dulzor químico; mientras que al unirle el vegetal, opera muy agradablemente en el mineral. Que esto baste al presente: volvámonos ahora hacia el reino vegetal.
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Cap. XX - Cómo nacen los vegetales, de qué principio se componen y en qué se
resuelven Árbol de generación de los vegetales 1La semilla seca que se resuelve después en la tierra en un mucílago acuoso, o el guhr vegetal. 2Formación de la raíz. 3Formación del tallo y las hojas ramosas. 4Formación de las flores. 5Formación de la semilla blanda en los nudos, cuando las flores cuajan para formar la semilla. 6Formación y endurecimiento de la semilla, y su perfecta coagulación. Este reino no está menos lleno de maravillas que el primero; a justo título puede ser llamado el reino azucarado y dulce, aunque tenga individuos tan amargos como los del reino animal, pues tiene la propiedad de endulzar, en pocas horas, las cosas más amargas, y de volver los venenos más perniciosos y más corrosivos tan inocentes y dulces como el azúcar y la miel. Sin embargo, no podría hacerlo sin el reino animal, porque uno ata y obliga al otro. El reino animal debe tomar su alimento y el sostén de su vida del reino vegetal, y por el contrario el vegetal es abonado y nutrido por los excrementos del otro y por sus cuerpos muertos: así uno sostiene al otro. Que un Artista ponga aquí la misma atención que a lo que ha precedido. Por otra parte, este reino es un verdadero hermafrodita, y un verdadero Janus, que no es ni animal ni mineral, pero participa de ambos. Con un ojo mira al mineral, y con el otro al animal, y puede volverse tan fácilmente animal como mineral, según la Naturaleza o el Arte emprendan el procedimiento de su transmutación. Él se asocia íntimamente con el primero y con el último, es decir con el reino animal y el mineral; hay incluso una tendencia natural, pues ¿no se ve que las plantas y los árboles se transforman en gusanos, y que así adquieren la vida? ¿No se ve también que varios árboles se petrifican, principalmente los que crecen y están plantados en el agua, sobre todo en el mar, que es muy salado? Todos los vegetales nacen de su propia semilla o de la que reciben de la influencia de los árboles, e impropiamente por la conjunción de los injertos, que son ya una simiente salida del árbol. Hablaremos aquí de la primera materia de los vegetales, es decir, de su simiente propia, para hacernos entender mejor por aquellos que no están todavía muy adelantados en el estudio de la Naturaleza. Tan pronto como la semilla es puesta en la tierra, que es húmeda, nitrosa y salada, como lo hemos probado antes, ella se humecta por el agua, o por la tierra, o por la lluvia, etc. Siendo así humectada y disuelta por las sales, se infla, se abre, y se funde en una sustancia lechosa y viscosa, como se ve por las semillas que se hacen remojar en un agua parecida de salitre y sal, donde se hinchan, se abren, y se vuelven como flema. Esta flema es entonces la primera materia inmediata de cada vegetal, y se la puede llamar guhr vegetal. Este jugo vegetal o este guhr se calienta por el calor central, y por el del sol, y comienza a exhalarse hasta arriba de la tierra. Lo más sutil se evapora en el aire y en el caos; el resto, que no es tan volátil, y cuyas partes son naturalmente más tenaces y están más ligadas, se coagula por el frío del aire en una raíz y un tallo, con hojas sutiles, tiernas y blandas. La parte más fija se vuelve raíz, la que no
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es tan fija se vuelve tallo, y la que es aún más volátil deviene hojas, pero en su comienzo todo es blando, tierno, pleno de humedad, y en consecuencia, débil. La raíz es el estómago del vegetal, que atrae su alimento de la tierra y de la lluvia, por medio del aire que también suministra alimento a la planta, hasta que se vuelve fuerte, o un árbol. Según todos los exámenes analíticos, este alimento no es otra cosa que la tierra y el agua que está oculta en ella. La tierra recibe en sí los vapores subterráneos que, de su centro, como del reino universal, se elevan hacia la circunferencia, y de allí a la superficie de la tierra; y el agua contiene en sí los dos espermas universales, es decir, la sal y el nitro. Sin embargo hay más sal que salitre, porque es el imán que debe atraer la humedad nutritiva de lo bajo y de lo alto. Estas sales son sin cesar engendradas de la lluvia, del rocío, de la nieve, etc., como antes dijimos, así como de los vapores subterráneos que salen del centro, y parecidamente del aire que nos rodea, y que está repleto de átomos. Ellos provienen también del estiércol con el cual los hombres ayudan a la Naturaleza, llevándolo a los campos, a las viñas, a las praderas, a los jardines, etc., o aún en parte de los excrementos de toda clase de bestias que se hace pacer allí. Según la tierra los reciba más o menos, ella devuelve en proporción, y sus frutos son más o menos opulentos. Dejamos todos los demás alimentos, y hablamos únicamente del alimento universal, es decir del rocío, de la lluvia, etc., y del nitro y la sal que provienen de ellos, porque todos los demás alimentos y excrementos sacan primordialmente su origen de ellos, y en su última resolución se reducen a salitre y a sal., como suficientemente lo hemos probado. La sal o la parte fija es la madre o el imán que saca igualmente su origen del salitre, el cual, como dijimos antes, se vuelve fijo por la reverberación causada por el calor central y por el del sol. Esta sal atrae el alimento y lo aumenta por el rocío y por la lluvia, procrea un salitre que atrae del agua de lluvia podrida, y lo retiene consigo, y a fin de que el calor del sol y de la tierra no puedan más separarlo de ella, fija el salitre sutil. Estas dos sales, disueltas en el agua, son atraídas por la raíz de los vegetales, que las reducen por la digestión a vapor puro y a espíritu, y este vapor sube por los poros estrechos de la raíz al tallo y a las hojas, donde se extiende más o menos, según la cualidad del vegetal. No obstante estas sales no se insinúan tales como son por propia naturaleza en los vegetales para servirles de alimento, sino que disuelven la tierra, la vuelven parecidamente sutil, y la reducen toda a un agua salada, y en ese estado puede ser todavía más sutilizada por la raíz, y volverse un alimento. La Naturaleza opera igual en los animales. Ella les dio la facultad de romper los alimentos con sus dientes, y de prepararlos con la lengua para hacerlos caer en el estómago, donde se encuentra un licor amargo y salado, que continua sutilizando este alimento preparado, y reduciéndolo a una masa licorosa dispuesta a pasar después al canal torácico, donde el mejor jugo es extraído y sublimado en vapores por el calor natural, e impulsado por los poros al hígado y las otras vísceras. Estos vapores se adhieren a los vasos del hígado, allí se destilan y se resuelven otra vez en agua que, por el calor, se resuelven vapor, se sublima y circula en las demás vísceras más altas y más elevadas, sin cesar, hasta que haya llegado a su perfección. En efecto ¿quién podría imaginarse y comprender que la Naturaleza puede elevar en los animales, y llevar a su hígado, la nutrición acuosa, suculenta y pesada? Ella se transportaría más bien abajo, y se evacuaría por vía de los excrementos. Pero si la nutrición se transforma en vapor que atraviesa todos los poros del cuerpo, como el sudor a través de la piel, este vapor bien puede en ciertos sitios húmedos y convenientes, condensarse en agua por espesamiento, hasta que por la circulación se vuelve carne, sangre, cartílago y huesos. Una prueba de que es verdad que la Naturaleza alimenta todas las criaturas solamente por los vapores, es que vemos, en el macrocosmo, cómo transforma con fuerza el agua en vapores, en el centro de la tierra por el calor central, y los impulsa hasta lo más alto del cielo donde los espesa, para transformarlos de nuevo en agua, que después, por su propia pesadez, vuelve a caer sobre la tierra.
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Eso se ve también en los animales, que son hijos del macrocosmo, pues el niño está formado sobre el modelo del padre y de la madre. La Naturaleza en ellos impulsa desde lo más profundo del estómago las humedades, en forma de vapores, hasta las últimas extremidades de la piel entre los dedos de los pies y de las manos; y por su espesamiento se resuelven y se condensan en agua, lo que llamamos sudor. Vemos que igualmente, en las minas y en las montañas hay una cantidad de vapores que se fijan en las vísceras de la tierra, y que se elevan de las tierras minerales. Si esto ocurre así en esos dos reinos ¿obrará la Naturaleza en forma distinta en el vegetal? Esta manera con que la Naturaleza mantiene todos los seres y los hace crecer, enviando el alimento a todos sus miembros en forma de vapores, es conforme a su origen, pues todos ellos han tomado su existencia del vapor universal o del caos que, por su espesamiento, se volvió agua. En consecuencia los vegetales deben también regularse según la misma ley general: como han sacado su origen de los vapores, y por ellos son nutridos y mantenidos, es preciso también que en su resolución vuelvan a ser agua, y que ésta sea transformada por el calor en vapor, el cual se insinúa después en algún otro sujeto, y devenga corporal de nuevo, según el género del sujeto. No hay que imaginarse que los vegetales atraigan su alimento acuoso todo crudo, aunque en forma de vapor, y que sean nutridos de ellos: si así fuese, y debieran tomar en ellos esta agua reducida a vapor en toda su sustancia, la mayoría de los vegetales se volvería totalmente acuoso, blandos y de poca duración, porque el agua superabundante despierta el espíritu y lo excita a obrar. Una planta estaría cruda, y al momento se pudriría. Además, si los vegetales atrajesen el agua con todas sus partes, retirarían de la tierra todo el alimento al mismo tiempo, de modo que la Naturaleza no tendría bastante tiempo para fabricar suficiente nuevo alimento. He aquí entonces cómo la Naturaleza opera. Las raíces vegetales solamente atraen hacia ellas las partes más sutiles y más volátiles: el agua más clara y pura que pasa veloz por los poros, en el tallo y las hojas, allí se espesa y coagula por la acción del aire. Por ese medio las partes del vegetal son detalladas, engrosadas y aumentadas; pero como en todas las cosas hay una diferencia y no todas operan igualmente, aquí es lo mismo; pues un vegetal tiene los poros más largos o más estrechos que el otro. Los sauces y los olmos atraen humedades más fuertes y en mayor cantidad que los demás árboles, por eso no tienen una duración tan larga. Están sujetos a toda clase de defectos y la podredumbre ocasionada por la demasiada humedad que han atraído, sobre todo cuando están plantados a lo largo de las aguas, de los ríos y de las zanjas, o en otros lugares húmedos y pantanosos. Por el contrario, la viña, el enebro, el abeto, la encina, tienen los poros tan estrechos que succionan muy poco de agua grosera y de flema, sino solamente la más sutil, y una cantidad de espíritus muy sutiles. Es por esta razón que son durables, sanos y poco sujetos a defectos, como se ve en los abetos, los enebros y los demás, que son verdes y llevan su fruto tanto en invierno como en verano. Los vegetales que abundan en jugo, pierden primero esta virtud y caen en podredumbre. Cuanto más seca y espirituosa es una cosa, tanto más vivaz y durable es. No obstante, se me podría objetar que si el abeto, etc., no atrajera la humedad en cantidad, no sería posible que se volviera tan grande, visto que en el rocío, la lluvia y la tierra, no hay bastante espíritu para que pueda volverse tan fuerte. Pero se debe observar que esas plantas crecen ordinariamente sobre las montañas altas y pedregosas, o en otros lugares secos; que cuando cae la lluvia, se precipita en cantidad de las montañas a los valles y a los fosos; que al mismo tiempo arrastra con ella tanta sal y nitro como puede encontrar, los lleva como un torrente a los grandes ríos que van al mar, que el mar bien salado penetra de nuevo hasta el centro de la tierra, donde el agua se transforma en vapores, que suben por las entrañas de la tierra. Lo que es pesado se adhiere a ellas, y allí crecen los minerales. Cuanto más ligero es este vapor, más sube y allí alcanza las raíces de los 54
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vegetales, es interceptado por ellas y se vuelve su alimento. En cuanto a los vapores todavía más sutiles y volátiles, hacen una erupción fuera de la tierra. Los animales sacan una parte de ellos para su respiración y se alimentan de ellos también; la otra parte sube en el aire para regenerar el caos o el agua caótica. Observad así de qué manera maravillosa el abeto y las otras especies parecidas deben alimentarse. He dicho que el alimento general de los vegetales era el agua de lluvia, el rocío, el nitro y la sal terrestre, con los vapores subterráneos y otros excrementos accidentales de los animales, como también las hojas caídas de todos los vegetales. Cuando el abeto está plantado sobre las montañas pedregosas, el agua de lluvia le aporta muy poco alimento, porque se precipita de arriba de las montañas hacia abajo. El rocío solo le es tanto menos suficiente cuanto que la lluvia arrastra con ella la mayor parte del nitro y de la sal. Siendo así, hay que decir que el abeto y las demás plantas de montaña se alimentan en mayor parte de los vapores continuos, subterráneos o minerales, y del rocío, que sin embargo está en muy pequeña cantidad comparado con los vapores subterráneos. De allí concluimos que el abeto, con todo su tamaño, extrae su nacimiento, su alimento y su sustento, principalmente de los vapores subterráneos de los minerales. Por eso no es tan corruptible como otros vegetales suculentos que crecen en los llanos y en los lugares pantanosos, pues los minerales se pudren muy poco y lentamente. Está claro que los vapores, al adherirse a las piedras, se vuelven agua. Para convencerse de ello, no hay más que cavar la tierra hasta un pie de profundidad, en un sitio donde haya piedras. Se verá que aunque no haya en la vecindad ni ríos ni fuentes, las piedras no dejan de estar siempre húmedas, lo que proviene de los vapores minerales. Que se tome una piedra o un mármol calentado, que se lo ponga en una cueva húmeda; si se lo deja más tiempo, se volverá cada vez más húmedo. He dicho antes que la grava o las piedras eran una sal coagulada o petrificada. Muchos estarán muy sorprendidos y no me creerán. Es fácil convencerlos por la experiencia. Tomad alguna especie de sal que os plazca; hacedla fundir y disolver en agua, filtradla: encontraréis una tierra grosera y grisácea. Coagulad esta sal; hacedla fundir una segunda vez, y filtradla de nuevo; encontraréis todavía una tierra, pero blanca; cuanto más reiteréis la misma operación, más encontraréis de tierra; y finalmente será blanca como nieve. Tomad esta tierra y dádsela a un vidriero para hacerla fundir, y tendréis una piedra que está hecha de sal: por las disoluciones reiteradas, el espíritu de sal se evapora en parte, y el resto es transformado y fijado en dicha tierra. Se replicará todavía que ésas son cosas bien extraordinarias, y que no se concibe dónde la Naturaleza podría encontrar en las montañas esas vidrierías y esos crisoles. Convengo en ello, pero la Naturaleza tiene con qué reemplazarlos con cosas semejantes. Como la sal antes era vapor, que por diferentes cambios se volvió fija y corporal, si la Naturaleza, con el tiempo, pudo hacer lo uno, podrá también hacer lo otro. Cuanta más tierra se une a la sal, y más ayudada es por los espíritus terrestres y minerales, tanto más terrestre deviene la sal. Fluye entonces con la tierra, por medio del agua, en forma de un jugo espeso, que se vuelve cada vez más fijo, hasta que se coagula en un cristal fijo, claro y transparente, o en un pedrusco, según ese jugo sea puro o impuro. Sería demasiado largo insertar aquí muchos ejemplos parecidos; con lo que hemos dicho basta. Volvamos a nuestro tema. Hemos probado de qué manera crecen los vegetales. Para no dejar nada que desear, diremos cómo puede ser que la Naturaleza pueda producir una cantidad tan grande de nitro y de sal, que sirven continuamente de alimento a los vegetales. Prestad entonces atención a lo que sigue.
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Hemos demostrado antes que en todas las tierras hay nitro y sal, lo mismo que en todas las aguas, sobre todo en los lugares donde los vegetales deben crecer, pues el nitro y la sal mineral o el vitriolo tienen su lugar particular; el nitro y la sal son procreados sin cesar en lo alto y en lo bajo; en lo alto por el rocío, por la lluvia, por el agua, y por los despojos y los excrementos de los animales y los vegetales; y en lo bajo por los vapores minerales y subterráneos que exhalan sin cesar hasta la superficie. La sal es el imán, y el nitro el acero, que es atraído por la sal, y que por la reverberación del sol y del calor central, es cambiado en su naturaleza o en sal. En efecto, al lixiviar tales tierras, se encontrará normalmente más sal que salitre, es también necesario naturalmente que haya más, pues el imán debe estar más fuerte y en mayor cantidad que el acero, sin lo cual no podría atraerlo. Hemos mostrado antes de qué manera el nitro y la sal nacen de la lluvia, del rocío, de la nieve y de todas las aguas; la razón por la que hay menos nitro que sal en la Naturaleza, y porqué nace en menor cantidad, se puede demostrar por la experiencia: si hubiese más nitro que sal, el nitro cambiaría la sal a su naturaleza; el nitro no es atractivo, sino activo; él es el agente, y la sal el paciente; ahora bien, todas las producciones de la tierra son atractivas; ellas atraen ávidamente hacia sí el nitro o esperma universal, como se ve en los vegetales que, cuando viene la lluvia después de una larga sequía, atraen el nitro volátil con una avidez tan grande que con frecuencia en una noche crecen una pulgada y más; así, si hubiese más nitro que sal los vegetales crecerían sin medida y se llevarían de una sola vez, o en muy poco tiempo, todo el esperma de la tierra; a lo que sólo podría seguir una gran esterilidad. El salitre es una sal extremadamente sutil, espirituosa y penetrante, que los vegetales pueden digerir muy prontamente; mientras que la sal es más fija y más grosera, y están obligados a digerirla más lenta y sutilmente; además de esto, la sal es un espíritu balsámico que debe conservar todo, por el contrario el salitre es un espíritu volátil, corrosivo, alterante y corruptor, lo que se ve por la experiencia. Tomad un salitre puro, que no contenga nada de sal; hacedlo disolver en agua de lluvia; regad con ella un manzano o un peral, ese año dará frutos en cantidad tan grande que os sorprenderéis, pero el segundo año casi no encontraréis uno, e incluso, si el árbol no está plantado en una buena tierra, comenzará a secarse. Si por el contrario tomáis, como dijimos antes, una parte de salitre y dos partes de sal común, la disolvéis en agua de lluvia y con ella regáis el árbol, o humectáis alguna semilla, tendréis frutos excelentes y en cantidad, y esto todos los años, con tal de que reguéis el árbol solamente una o dos veces en primavera. La razón de esta fertilidad es, como dijimos, que los vegetales atraen a sí el nitro copiosamente y con una gran avidez; pero no pueden atraer tan prontamente la sal que, conjuntamente con la tierra, tiene superioridad sobre el salitre, que en parte es fijado por los vegetales y en parte fijado en sal por medio del calor central subterráneo y el del sol: así multiplica de ese modo su cantidad y cualidad magnética, y lo que el vegetal consume es reemplazado continuamente por lo que llega de arriba hacia abajo. A fin de que todo el salitre no se vuelva sal, la Naturaleza nos lo envía copiosamente por el rocío y la lluvia, y la lluvia viene en abundancia sobre todo después de un gran calor del sol, que ya ha reverberado mucho la sal o los espermas. La sal atrae a sí con una gran avidez el nitro volátil, y trata de fijarlo; pero como los vegetales han sido muy desecados por el sol no están menos ávidos de ese nitro, y así se lo quitan a la sal por la fuerza; de manera que la sal es en parte aumentada por él, y en parte privada de él. Esta circulación ocurre sin cesar, y continuará hasta que el Creador cambie el orden que ha establecido; pues tan pronto el álcali o la sal, que en razón de la fijeza es el verdadero y más próximo principio de los minerales, llegara a dominar y a adquirir superioridad, en lugar de producir los vegetales, produciría
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únicamente minerales, piedras, arena, y no dejaría de volver estéril el lugar. Entonces, para impedir que esto ocurra, el volátil ha sido establecido como un contrario, para oponerse. ¿No se dirá que me contradigo al asegurar que la sal fija al nitro y lo reduce a sal; que después la lluvia que sobreviene reduce el álcali a nitro, mientras que antes dije que un extremo no obra sobre otro sin una cosa intermediaria? La contradicción no es más que aparente. La tierra no está nunca vacía de nitro, y aunque sea fijado por la sal, sin embargo no lo es enteramente en todas sus partes ni de una sola vez. Por eso le queda siempre su médium, por el cual el nitro volátil se adhiere al nitro corporal, y éste al álcali o a la sal; uno atrae al otro, y uno sirve de imán al otro, como dije antes. Así, el lector ve el nacimiento y el crecimiento de los vegetales, tanto como este tratado lo puede permitir. Si alguien quiere tener una explicación más amplia, que la busque entre los sabios, en ellos encontrará satisfacción. La semilla vegetal es entonces un agua coagulada, y en la solución, un agua viscosa, totalmente como los animales, y en consecuencia un guhr vegetal; se ve de ello que todas las cosas nacen del agua, que de ella crecen y toman su sustento, y que así son también destruidas y privadas de la vida, como lo mostraremos claramente en la segunda parte de esta obra, donde lo analizaremos. Se conocerá, por el análisis de los vegetales, que su sustancia firme y durable consiste en mucho de volátil, poco de ácido y aún menos de álcali; sin embargo todos esos principios en ellos son más ácidos y más astringentes que en la sustancia animal, lo que se puede percibir y conocer por su sustancia volátil ardiente, que conserva siempre algo de astringente. Su ácido o vinagre no tiene necesidad de ser probado, es visiblemente astringente; en cuanto a su álcali, es casi en todo igual al del animal. El lector debe poner atención a que él puede reducir totalmente los vegetales y los animales a volátil o a vapor ácido, o a puro álcali, según conduzca su operación: por ejemplo, si hace la destilación sin hacer preceder la fermentación, casi no sacará más que flema, que tendrá solamente, según el sujeto, un olor muy volátil, después un ácido copioso; el álcali queda en el caput mortuum; pero si antes los deja fermentar o pudrir, cuanto más tiempo los deje más volátil tendrá, de ello se ve que el volátil, el ácido y el fijo pueden ser transformados unos en otros; de lo que resulta que todos esos principios no son distintos esencialmente, sino sólo accidentalmente. Cuando un principio se evapora totalmente, se lo llama volátil; si es un poco más fijo, se lo llama ácido; y si es totalmente fijo se lo llama álcali; no obstante, todo viene de una misma raíz y un mismo origen, es decir de un agua volátil, caótica, y del espíritu que está oculto en ella, y que por la putrefacción o la fermentación se transforma, como otro Proteo, en muchos millares de figuras, según las cuales se le dan diferentes nombres. Este capítulo se hace un poco largo por mis disgresiones; pero estas no son del todo inútiles y presumo que muchos lectores me las sabrán agradecer. Ahora yo declararé muchas virtudes del reino vegetal. Muchos químicos buscaron el medio de volver mineral este reino, y después homogéneo al animal, de manera que pudiera servirle de alimento y se lo pudiera emplear para la cura y sanación de enfermedades; ya que el reino mineral se vuelve, en el análisis por el fuego, muy picante, mordiente, corrosivo, venenoso, y en consecuencia directamente contrario, muy heterogéneo y pernicioso para el reino animal. Para suavizarlo, han empleado los espíritus ardientes y alcalizados, y han tratado de todas las maneras, por la digestión, la circulación, la destilación, la adustión, etc., pero todos sus sudores y gastos no han logrado nada satisfactorio. Yo, entonces, a fin de manifestar los sentimientos de mi corazón y mi afecto por el prójimo, voy a hacer público lo que he descubierto por mis reflexiones y mis trabajos, y me atrevo a prometer a los Artistas, que siguiendo la teoría y la práctica que les enseño, sacarán de sus operaciones cien veces más satisfacción que antes.
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Comenzaré por exponer la práctica usada por los químicos para endulzar y suavizar los corrosivos, a fin de que se vea cómo difiere esta práctica de la mía. El uso ordinario hasta hoy ha sido emplear, para todos los corrosivos, el espíritu de vino muy rectificado y alcalizado, o bien se hace quemar el espíritu de vino sobre el corrosivo seis, siete, hasta nueve veces; y a eso lo llaman edulcorar, corregir, etc. Pero la experiencia les muestra que no se podría dar a los hombres interiormente los corrosivos corregidos de esta manera sin temor y sin riesgo. Yo voy a indicar ahora mi modo de edulcorar, que apoyaré con buenas razones, demostrando que el espíritu de vino no podría nunca suavizar verdaderamente ningún corrosivo, sin un médium. He probado en varios lugares de este tratado la verdad del axioma: no se podría pasar de un extremo al otro sin una cosa intermediaria. Un químico no podría poner atención excesiva a este punto, y no debe dejarlo escapar de su espíritu si quiere hacer algún progreso en la química. Todos los discípulos del Arte tienen este axioma bien impreso en la memoria, pero en la práctica no conocen lo que es un extremo o un medio, y ésa es la fuente de todos sus errores. No obstante, es una cosa muy fácil de conocer y encontrar. Un artista atento en observar la Naturaleza y el género de cada cosa, verá fácilmente lo que es fijo y lo que es volátil; pues lo que es muy volátil, como el espíritu de vino, se evapora por lo más alto del alambique al fuego más pequeño; y en ese mismo grado de fuego ningún corrosivo sube, aunque sea reducido a espíritu y se lo haya destilado volátil. Tales son el agua fuerte, el espíritu de nitro, de sal, de vitriolo, de azufre, o sus aceites; todas esas cosas suben muy difícilmente, y nunca por un alambique muy alto. Para eso hace falta un fuego muy fuerte y un alambique bajo, o una retorta. Así un Artista aprenderá que esos espíritus, comparados con la extrema volatilidad del espíritu de vino, son de un género más fijo, y en consecuencia son contrarios y con respecto a este, un extremo. Concluirá de ello que le falta un medio, y podrá encontrarlo fácilmente reflexionando sobre la homogeneidad de las naturalezas. Tomad agua fuerte bien desflemada, espíritu de nitro, de vitriolo, o sus aceites, lo que queráis, y verted encima espíritu de vino rectificado o alcalizado, pero con precaución, por temor a exponeros a algún accidente, pues son dos fuegos que se enfrentan, sobre todo el espíritu de vino y el aceite de vitriolo o de nitro. Veréis que el espíritu de vino no querrá unirse absolutamente, sino que sobrenadará como el aceite sobre el agua, y oiréis un ruido y un silbido. Es cierto que finalmente podrían unirse, pero no sería sin mucha pena, y por una larguísima y muy fastidiosa digestión y circulación. Cada uno puede verificarlo. Considerad ahora qué diferencia hay entre los espíritus sacados del vino y los sacados de su bagazo, estaréis entonces en camino de descubrir el medio que buscáis. En efecto, destilad del vino su espíritu ardiente con todas sus flemas groseras, hasta la consistencia melosa; impulsad ésta por la retorta, y tendréis un vinagre muy fuerte, o un ácido que es ya más fijo que esos espíritus que han precedido. Verted este ácido sobre un espíritu corrosivo, y considerad su pronta conjunción., verted después el espíritu de vino, y considerad todavía con qué facilidad y cómo se unen amigablemente; y así estaréis seguros de que el vinagre es de una naturaleza mediana entre el espíritu de vino y el corrosivo. A esto muy pocos le ponen atención; yo no lo he visto o leído en ningún libro, ni oído hablar de ello en ninguna parte. Tan pronto como se ha juntado el corrosivo, primero con su medio, y enseguida después con el espíritu de vino, se encuentra en él agrado y suavidad, de modo que ya es más agradable a la naturaleza humada de lo que era antes. Permanece en forma de un espíritu licoroso, volátil, muy fácil de destilar, y que por la destilación, se une y suaviza más y más, y deviene más noble.
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Hay todavía otras maneras de mortificar los corrosivos, y de hacerles perder enteramente sus cualidades corrosivas, pero no son tan suaves, tan agradables ni, mucho menos, tan buenas como la precedente. Sin embargo, las pondré aquí para hacer conocer su diferencia. Tomad el álcali del vino, es decir, la sal sacada por lixiviación del caput mortuum del vino, la sal de tártaro, u otra sal alcalina que sea pura, blanca y clara; ponedla en un alambique, verted arriba espíritu de vino muy rectificado, tanto como tres o cuatro veces de sal tengáis. Dejad caer después, gota a gota, el corrosivo que queráis; silbarán y harán ruido; continuad esta infusión hasta que el ruido cese. Después destiladles toda la humedad al baño maría, y tendréis una flema insípida, pues el espíritu de vino se ha fijado. En el fondo encontraréis una sal que ha fijado y sacado el corrosivo, y que así se vuelve tan buena que se la puede tomar interiormente sin riesgo. He aquí entonces un medio de conjuntar los corrosivos con los ácidos, y de suavizarlos por los álcalis; pero esta vía es un poco forzada, como puede verse por el ruido que hace, y no es tan amigable como la precedente, en la que se mezclan juntos como el agua con el agua y muy apaciblemente; pues el vinagre tiene afinidad en su raíz con el espíritu de vino, y también con el corrosivo, puesto que su ponticidad y su acritud prueban que lleva en sí una homogeneidad y una acidez mineral. Es este ácido que sigue inmediatamente al espíritu de vino en el análisis, pues en cuanto a la flema, la consideramos una humedad superflua; puesto que el espíritu sólo se sirve de ella para su accionar, y no toma más de lo que necesita para su existencia, como se ve al rectificarlo. Notad bien, pues, lo que sigue. Tomad tres partes de vinagre destilado fortísimo y muy ácido, y una parte del corrosivo; mezcladlos; verted suavemente cinco o seis partes de espíritu de vino rectificado; veréis una conjunción muy noble, y que se hará muy amigablemente. Se puede también suavizar de esta manera todos los corrosivos precipitados y calcinados. Comenzar primero vertiendo arriba dos tercios de vinagre, retiradlo dos o tres veces por la destilación, después de lo cual verted espíritu de vino; destiladlo también, y en caso de que el corrosivo no fuese mortificado suficientemente y el vinagre o el espíritu de vino no hubiesen sido lo bastante fuertes, verted otros, y repetid hasta la saciedad. Observad que cuanto más fuertes son el vinagre y el espíritu de vino, mejor se hace la dulcificación, y más pronta es. Sin embargo, esta dulcificación no es tan perfecta, ni con mucho, como cuando se la alía y une con el reino animal, según la práctica que enseñaré en la segunda parte de este tratado, para el alivio de los pobres enfermos. Yo no podría dispensarme de mencionar todavía otro punto aquí. Como veo que todos los médicos, sin excepción, acostumbran emplear el mercurio dulce como un grandísimo remedio en todas las enfermedades casi desesperadas, y sin embargo se lo aplica a veces con un grandísimo peligro, yo les mostraré aquí una corrección excelente, de la cual pueden fiarse con mucha seguridad. Hela aquí. Tomad vinagre preparado, como lo indicaré en la segunda parte de este tratado, en el capítulo de la suavización de los minerales; disolved en éste enteramente el mercurio dulce, filtrad y destiladlo muy suavemente al baño maría, tanto como sea posible; verted de nuevo tres partes de vinagre destilado, disolved, filtrad y coagulad siempre al baño maría hasta una consistencia oleosa. Después tomad del espíritu de vino mencionado en el mismo capítulo, verted cuatro partes, destiladlo muy suavemente al baño maría; vertedle una segunda vez cuatro partes de otro espíritu de vino, destiladlo igual, y repetid lo mismo tres veces. Si queréis, podéis dejar la destilación en consistencia de aceite, o reducirla por la coagulación en una sal o polvo muy dulce, del cual un grano o una gota operará mejor de lo que antes hubiesen podido hacerlo diez gotas, como se verá por la experiencia. Pero yo doy esta advertencia a todo artista verdadero, caritativo y aplicado que aprenda mis secretos, que en tanto su alma, su vida, su honor y su reputación le sean queridos, tiene que evitar a los poderosos y los ricos de este mundo que desprecian a las gentes simples, 59
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y que, semejantes a los abejorros, comen la miel y llevan el veneno al corazón de los demás; que prometen montañas de oro hasta haberse aprovechado de los sudores de un ignorado hombre honesto, y que cuando lo consiguen, desprecian a aquel que obró con ellos cordialmente y de buena fe. Por eso no tienen más que lo que merecen cuando se ven burlados tantas veces; reconocen entonces cuántas penas y sudores ha experimentado un Artista apasionadamente apegado al Arte. Así, mi querido lector, si por medio de esta obra quedas en estado de hacer alguna manipulación, regocíjate en secreto, sírvete de ella, en el temor de Dios, sin ruido, y con una dulce tranquilidad para bien del prójimo. Volvamos a nuestro tema. He prometido enseñar aún de qué manera un artista debe buscar una cosa mediana, cuando se encuentra detenido en sus operaciones. Se lo indicaré entonces, terminando este capítulo. Si yo quiero conjuntar dos cosas, y veo que ellas no quieren mezclarse y unirse, concluiré pronto que allí falta un medio que una; después de eso, consideraré qué sujetos tengo entre las manos. Si son del reino animal, busco en ese reino su homogéneo propio. Así, por ejemplo, si se trata de sujetos que no tienen nada volátil, como los huesos, los cuernos y las uñas, sino solamente el ácido y el álcali, y quiero darles un volátil homogéneo ¿dónde debo buscarlo? Preguntadle a esos mismos sujetos, y examinad de qué animal se han extraído; si lo conocéis y podéis tenerlo, no tenéis más que tomar su orina o sus excrementos, hacerlos pudrir, y destilar su volátil al baño maría: tendréis el medio, y con qué reemplazar las partes que os faltaban. Si no podéis encontrar ese animal, no tenéis más que examinar qué otro puede tener las mismas cualidades y virtudes; si no lo podéis encontrar, tomad el sujeto en el que están concentradas todas las potencias y virtudes animales, es decir el hombre, que encierra en su centro la fuerza de todos los animales, y cuya orina y excrementos pueden ayudaros en todo, sea que os falte un volátil, un ácido o un álcali. Si esto aún no basta, recurrid a los sujetos universales, donde todas las fuerzas animales, vegetales y minerales están concentradas, y que se asocian de una manera homogénea con todas las criaturas. Esos sujetos son el agua de lluvia, el rocío, la nieve, etc., que encierran un volátil, un ácido y un álcali, con los cuales podéis reemplazar todo lo que os falta. Entonces pudrid el agua de lluvia, destilad de ella toda la humedad, rectificadla de la flema al baño maría en un alambique muy alto, según el uso; sacad de los residuos toda la flema hasta una consistencia melosa, de esto sacaréis un vinagre, y del caput mortuum tendréis todavía una sal alcalina. Así como las cosas se hacen en los animales, se hacen también en los vegetales. En este último reino, cuando no se puede avanzar más, se toma el vino y sus partes, en los que todas las fuerzas vegetales están concentradas; y si esto no basta, se recurre por último a los universales, como acabamos de decir. Es lo mismo con los minerales, pues en el alumbre se encuentran todos los minerales blancos; en el vitriolo se concentran todos los minerales y astros rojos; pero si éstos no bastan, recurrid a los universales más fijos, como son el espíritu de nitro y de sal; tomad el volátil del agua de lluvia, el espíritu de nitro os proporcionará el ácido, y el espíritu de sal el álcali. Tenéis así un amplio campo para ejercitaros en la química. Cada reino tiene sus cualidades y propiedades particulares, de modo que son distintos uno de otro, y por esta diferencia de cualidades se proporcionan entre ellos los medios, por los que son obligados a transformar su contrariedad en homogeneidad; como por ejemplo, el reino animal y el mineral son los dos extremos, y el reino vegetal es un medio entre ellos. Si queréis volver el reino mineral homogéneo al animal, es imposible hacerlo inmediatamente; es del todo necesario hacerlo por su medio, es decir por el vegetal; y recíprocamente el reino animal no podría volverse homogéneo al mineral más que por el vegetal.
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Un químico debe entonces, si quiere hacer útil su trabajo, obrar juiciosamente, y no mezclar los animales con los minerales; sino que antes hay que mezclarlos con sus medios, es decir con los vegetales. Tampoco debe mezclar el volátil animal con el volátil vegetal; es preciso todavía, cuando éstos están unidos, que se sirva de su juicio y que no vierta esos volátiles conjuntados sobre el álcali primero, sino que comience por el ácido, y que le una después el volátil; siguiendo esta regla su trabajo será realmente provechoso, y sin esto, sólo tendrá perjuicios por todas partes. Así un Artista ve también que uno entra en el otro ordenadamente, y no confusamente como muchas personas que trabajan en este arte, y que su unión se hace por leyes ciertas y leyes convenientes. Así, por ejemplo, yo quiero disolver el oro, y ensayar esta disolución desde el más alto grado hasta el más bajo. Yo no lo haré ciertamente como muchas gentes que creen poder disolver el oro sin corrosivos, incluso con el agua sola. Es cierto que después que se lo ha martirizado con toda clase de adiciones minerales y mercuriales y se lo ha reducido a una naturaleza salina, entonces se deja disolver fácilmente, sin corrosivos, y con el agua de lluvia simple; pero los que operan así no saben lo que es el oro, y menos aún su origen; ellos no entienden tampoco lo que es un corrosivo, ni porqué los minerales se tratan ordinariamente con los corrosivos. Yo quiero entonces disolver el oro; lo reduzco a las hojas más sutiles; vierto encima espíritu volátil de orina del reino animal; veo que este espíritu no lo ataca y vierto entonces ácido animal; éste es todavía muy débil, añado vinagre vegetal; él no lo ataca tampoco. Así el Artista ve que todas esas cosas no son homogéneas, sino que son extremos, y que falta un medio. Yo voy entonces al reino mineral; tomo espíritu o aceite de vitriolo, lo vierto encima, y los hago cocer juntos; él no lo ataca tampoco, solamente le saca la tintura, y deja el oro blanco al fondo. Hay varios que se sorprenderán y dirán ¿qué menstruo hace falta entonces, si los menstruos vegetales, animales y minerales no hacen ningún efecto? He aquí la razón. El espíritu o el aceite de vitriolo es un extremo con respecto al oro, pues es lo más volátil que hay en el reino mineral, y el oro es lo más fijo. Varios de los que no han visitado las minas en las montañas podrán decir ¿cuál puede entonces ser el medio entre el oro y el vitriolo, puesto que el vitriolo es la primera materia de todos los astros rojos, y no se aman siempre la primera y la última? Esto es muy cierto, pero no sin medio. Yo os mostraré ahora claramente cuán grande es la diferencia que hay entre el oro y el vitriolo. ¿Sabéis vosotros que el oro se saca de las mineras por la fusión, y que de un quintal de mineral sólo se saca una pequeñísima cantidad de metal puro? Si sabéis esto, os indicaré breve y cordialmente cuáles son las cosas intermediarias entre el vitriolo y el oro. Considerad el vitriolo y el azufre como la primera materia y como el extremo (yo no pretendo hablar aquí de un vitriolo de Marte o de Venus). Considerad el oro como la última materia, e igualmente como un extremo; he aquí los medios que hay entre ellos: después del vitriolo o el azufre viene el arsénico; yo entiendo que el vitriolo se vuelve un azufre que, por una larga digestión, pierde su inflamabilidad y combustibilidad, sin embargo sin ser fijo todavía, y se vuelve un arsénico volátil mercurial y pesado. Por una digestión más larga se vuelve marcasita, y la marcasita es la materia más próxima del oro y del metal; pues la marcasita finalmente deviene metal por una larga cocción, y todas las marcasitas contienen, unas más y otras menos, un grano fijo de metal; mientras que el azufre y el arsénico alzan vuelo, y se reducen a escorias. Cuanto más fijos y alcalinos se vuelven esos cuerpos, tanto más pedregoso deviene el ácido del vitriolo o del azufre, y más noble y metálico, como se ve por el oro, que es el cuerpo más fijo, el más alcalino, y tan compacto que ningún ácido puede morderlo. Así se ve que si un aficionado quiere tener éxito en disolver el oro con el espíritu de vitriolo, es preciso antes reducirlo a marcasita, después hacerlo retrogradar a arsénico, y éste a 61
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una arena vitriólica o sulfurosa, o en vitriolo; entonces el espíritu de vitriolo disolvería radicalmente su semejante, y lo haría pasar enteramente consigo en forma de licor; pero no de otro modo, pues auque el oro se disuelva en los menstruos ácidos alcalizados, se lo puede siempre reducir a su primera forma, es decir a un cuerpo fijo; mientras que cuando el oro está disuelto a su primera materia vitriólica y hecho licor, como explicaremos después, entonces está retrogradado a su primer origen, o sea a vapor mineral, pues este vapor pasa y sube en forma de vapor. Cuando el oro se ha llevado a ese punto es todavía mineral y corrosivo, por eso si un hombre lo tomara interiormente le haría un efecto contrario. Para volverlo homogéneo a la naturaleza animal, hace falta de nuevo buscar un medio entra el reino mineral y el animal: es el vegetal. Pues así como el hombre no puede alimentarse de ningún mineral, sino que se sirve del reino animal y vegetal, hace falta también reducir y transmutar el oro a una naturaleza vegetal, y transformarlo después en animal; solamente entonces el reino mineral se vuelve agradable y homogéneo al reino animal, pues hace falta ir por grados de un medio a otro hasta el más alto, y no añadir al principio el más volátil al más fijo. A muchas gentes les chocará oírme decir que me sirvo del arsénico para preparar el oro; pero la plata viva, que difiere muy poco del arsénico, el azufre, el mercurio sublimado y los corrosivos más fuertes, como el agua regia, etc., con los cuales ellos lo preparan ¿no son, a su criterio, más venenosos? El sublimado les parece quizás menos fuerte que el arsénico. Yo sé sin embargo que lo es más. ¿Son los corrosivos lo bastante suaves y benignos como para no atacar el estómago? No obstante, ellos no les quitan a esas materias sus cualidades nocivas, mientras que yo puedo cambiar enteramente de naturaleza al arsénico. Que el aficionado medite bien la instrucción que voy a darle todavía; no habrá ya nada oscuro para él. Yo he dicho que el oro nacía del vitriolo, del azufre, del arsénico y de la marcasita. Si queréis reducir, según las reglas, el oro a vitriolo, hay que hacerlo retrogradar por todos los mismos principios por los que el oro ha avanzado; sin eso tendréis siempre penas y trabajos enfadosos. Yo no tomaré aquí los propios principios del oro, sino otros, por los cuales cada uno sabrá bien buscar y encontrar los verdaderos. Tomad solamente la piedra arsenical, como comúnmente se la llama, formada de partes iguales de azufre, de arsénico y de antimonio. Haced fundir la piedra muy suavemente; haced enrojecer el oro en el fuego, poned este oro en la masa fundida; se mezclará primero, y se volverá una masa quebradiza que, reverberada varias veces con el azufre, se abrirá totalmente como el hierro, y después cada ácido la disolverá fácilmente. Examínese ahora bien esas partes, es decir el azufre, el arsénico y el antimonio. El antimonio es una marcasita noble, y su minera muestra siempre en sus exámenes un grano de oro o de plata, y si se le da a una bestia de esta masa compuesta de esas tres partes, no le hará ningún mal, aún cuando la dosis fuera de medio gros, porque el azufre quita al arsénico y al antimonio todos sus venenos. Si reflexionáis bien sobre los verdaderos principios del oro, y sobre los de todos los demás metales, o tomáis la minera del oro, lo que es todo uno, o las mineras de los otros metales, os será fácil reducirlos por el espíritu de vitriolo o de alumbre a su primera materia. Así el lector verá la cualidad del arsénico, y con qué rapidez se le puede quitar su veneno y reducirlo a una mejor cualidad. Lo mismo ocurre con el mercurio sublimado, cuando está solamente quemado con el azufre; su veneno es ya muy temperado, y se puede servirse de él con mucha más seguridad que antes; lo mismo ocurre cuando los venenos son corregidos con los espíritus líquidos, es decir con el espíritu de vitriolo, con el aceite de vitriolo o de azufre, etc. Terminaremos así este capítulo tan largo, en el cual hemos explicado el reino vegetal, que es un verdadero reino hermafrodita entre los reinos mineral y animal. ¡Un artista tiene
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muy poco espíritu cuando pretende hacer una medicina para los hombres, y sacarla de los minerales sin los vegetales, o de los vegetales sin los animales! Vengamos ahora al reino mineral, en el cual se presentarán dificultades más grandes que en el reino precedente.
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Cómo nacen los minerales, de qué principio se componen, y en qué se resuelven
Árbol de generación de los minerales 1- Espíritu de nitro y de sal con 2- El vitriolo o el guhr, de allí 3- El azufre, de allí 4- El arsénico, de allí 5- La marcasita blanca o roja, de allí 6- El metal, y de allí impropiamente en su última fijación 7- él deviene vidrio Yo no hablaré aquí de los principios ordinarios, y eso no debe sorprender; están siempre sobreentendidos, es decir, el mercurio, el azufre y la sal, el volátil, el ácido y el álcali, el alma, el espíritu y el cuerpo, el cielo, el aire, el agua y la tierra, etc. Yo sé bien que al principio, en la primera descripción que haré del nacimiento de los minerales, se me harán numerosas objeciones; pero después que se haya conocido la naturaleza, el origen, el progreso y el final, se considerarán las cosas un poco de más cerca. El lector puede estar seguro de que yo sigo escrupulosamente la marcha de la Naturaleza, y razono en consecuencia. Hay muchos autores que han dado al público sus descripciones mineralógicas, unos clara, otros oscuramente, según sus ideas y sus luces. Yo no desprecio a ninguno, y les doy los elogios que merecen; también he sacado de ellos muchos conocimientos, sin los cuales hubiese permanecido obstaculizado, aunque todos los que han escrito libros no siempre hayan tenido en vista el bien público y el beneficio de los lectores. Sin embargo cuando uno relaciona las ideas de diversos sabios, descubre allí con frecuencia el punto esencial, y el objetivo sobre el cual se había dudado durante varios años. En un consejo se pone a varias personas a fin de que una encuentre lo que no se presenta al espíritu de la otra. Del mismo modo hay que consultar varios autores, porque aunque uno haya escrito cosas muy buenas, sin embargo no lo ha sabido todo, ni a podido pensar en todo. Entonces, lo que uno olvida, el otro lo menciona y lo explica; así un lector se corrige y obtiene lo que antes se le había escapado. Que se haga lo mismo con este tratado. Si un punto no complace, que se acomode a otro; encontrará alguno que valga la pena poner sobre papel. Si no tengo en todo una buena teoría, tengo ciertamente una buena práctica, o al menos buenas manipulaciones, que podrán ser muy útiles para algunos. Antes de ir más adelante, debo decir que un gran número de Filósofos describen el origen de los minerales poco más o menos en los siguientes términos. Del centro de la tierra se elevan los vapores que, subiendo hasta las venas frías de las montañas, allí se resuelven en agua y se detienen, disuelven la tierra, y así se transforman a naturaleza de caparrosa vitriólica, oleosa, salina, o aluminosa y pedregosa, que después se cuece hasta azufre y metales, según la variedad de la tierra, sutil, etc. Esto quiere decir que del centro de la tierra se elevan en las grietas y cavidades de las rocas, allí se ligan y se vuelven agua, esta agua sutiliza la tierra al disolverla, de modo que hace de ella una naturaleza vitriólica, salina o aluminosa, que después se vuelve sulfurosa, y al fin metálica; que según la tierra allí mezclada sea sutil o grosera, hacen una diferente clase de metal, etc.
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Ellos dicen, con razón, que los vapores suben, pero no explican de qué clase son esos vapores, ni cuál es su origen, su cualidad y su propiedad. Una descripción tal no puede servir de mucho a un joven aprendiz, porque igualmente suben vapores hasta nosotros en el aire, pero sólo aquellos que han hecho experiencias en las vastas entrañas de la tierra pueden conocer bien la gran diferencia que hay entre estos vapores y los que permanecen dentro de la tierra. Por esta razón, si tenéis un verdadero deseo de tener un verdadero conocimiento de éste, observad bien lo que he dicho antes, es decir que el esperma universal de todas las cosas fue originariamente agua y espíritu. Eso se prueba no solamente por esto, sino todavía por el caos regenerado; y hemos mostrado cómo ese espíritu pasa de la invisibilidad e impalpabilidad a un estado visible y palpable. Todas las cosas se originaron del caos, y este caos o vapor se volvió un agua donde el espíritu estaba oculto. De allí vinieron después todos los animales, vegetales o minerales; los dos primeros de una simiente volátil, y los últimos de una simiente más fija. En el agua caótica primordial, tanto como en el agua regenerada y en todas las otras aguas, se encuentra en su centro o mayor profundidad dos sales diferentes; es decir el espíritu del mundo vuelto visible o el esperma corporal del macrocosmo masculino y femenino; a saber, el nitro y la sal que hemos probado que es la materia primera universal de todas las cosas sublunares, no todavía especificadas o individualizadas, las que, junto con el caos regenerado, son todo en todas las cosas; como hemos demostrado que se encuentran también en todos los sujetos cualesquiera sean, fijos y volátiles, según la diferencia de sus digestiones. La prueba siguiente confirmará que ellos son todo en todas las cosas. Una cosa que es, y que debe ser todo en todas las cosas, necesariamente debe encerrar en sí la Naturaleza y las propiedades de todas las cosas, y debe también unirse, asociarse, acoplarse y conjuntarse a todas las cosas sin excepciones. Estas dos sales, el nitro y la sal, son minerales según los químicos, y según la idea común; pero eso es incorrecto, pues el hecho de que se las saque de la tierra, de debajo de la tierra y de las montañas, no implica que sean minerales, pues se las encuentra también en el mar, en los lagos, en las otras aguas, sobre la tierra, en el reino vegetal y en el animal, como hemos probado antes. Entonces habría que decir también que, dado que se las saca de los animales, son del reino animal; y que porque se las saca de los vegetales, son del vegetal. No es así como hay que razonar, sino más bien concluir, como lo demuestran las pruebas y los efectos que, puesto que se encuentran en todos los sujetos de los tres reinos, están, a justo título, en todas las cosas. Además, en todo el reino animal no se encuentra ninguna sal ni ningún sujeto que, sin transmutación, sea homogéneo al reino vegetal o al animal, excepto estas dos únicamente, es decir el salitre y la sal, que ni en los animales u hombres, ni en la mayoría de los vegetales, hacen alguna alteración evidente. Pues el hombre y todos los animales pueden servirse del salitre y de la sal para su nutrición, los vegetales también pueden servirse de ellos, lo mismo que los animales, y todos sin ningún peligro, sin embargo con tal de que sea con peso y medida, pues todo exceso es un vicio. Estas sales, que son muy generativas y conservativas, por el contrario se vuelven, cuando se emplean sin peso y sin medida, las destructoras de todas las cosas. Que se oponga a estas dos el vitriolo y el alumbre; a ambas se las cuenta propiamente entre las sales minerales, así el hombre no podría tomarlas sin náusea y sin una gran alteración; igualmente no podría tomar sujetos mercuriales ni arsenicales, ellos serían igualmente contrarios a los vegetales. Si se da interiormente a un hombre o a una bestia, como perro o gato, solamente uno o dos escrúpulos de vitriolo, pronto se verá como vomitará y se alterará. Igualmente si se vierte una lejía de vitriolo o alumbre al pie de un árbol o planta, se
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los verá perecer pronto. De ello todavía se prueba que el salitre y la sal son homogéneos a todas las criaturas sublunares, pues se ha visto antes que, bien lejos de serles nocivos, los conservan y los hacen crecer. Como estas dos sales, el salitre y la sal, están dispuestas de modo diferente para los animales y para los vegetales, están también dispuestas de modo diferente para los minerales, pues si no hubiera más que una disposición, resultaría de ella la misma cosa. Su disposición para los animales y los vegetales ha sido tratada en sus propios capítulos. Aquí trataremos de su disposición para los minerales; y diremos siempre que los minerales sólo se originaron y nacieron de un vapor agrio, ácido y corrosivo; o, para hablar más claramente, de un vitriolo, de un nitro fuertemente fermentado y agrio, y de una sal, conjuntamente con una tierra sutil que ellos han resuelto. Cuanto más sutilizada por los ácidos es esta tierra, tanto más las sales, es decir esos ácidos se vuelven terrestres y fijos por la tierra, y más puro es el metal que producen. Todos los físicos saben que todos los animales, vegetales y minerales son salados en su interior, y que según el género y la especie de cada uno de ellos, las sales son más volátiles o más fijas. Se sabe también que el aire es nitroso y salado, que el mar y todas las aguas son saladas, y que la tierra es salada interior y exteriormente. Asentado esto como seguro, un físico me permitirá decir que, si las partes del macrocosmo son más o menos saladas en su circunferencia, es preciso que el centro del mismo sea más salado todavía, puesto que, como hemos probado, las sales en parte, y principalmente las fijas, nacen en cantidad y son producidas por los vapores que vienen del centro. Se reconocerá también sin trabajo que el centro del mundo no es una fuente clara y cristalina en la cual no gotea más que un licor de vida, pues se ve por las casamatas de la tierra y también por las aguas, que toda clase de impurezas fluyen al centro; igual que llegan al estómago de los hombres y de todos los animales, y a la raíz de los vegetales, toda clase de alimentos puros e impuros, dulces y agrios. Esta mezcla caótica ocasiona, por medio de las diferentes sales, una fuerte fermentación; y cuanto más fermenta el centro, tanto más fuertes vapores y exhalaciones habrá. Los vapores son impulsados en el interior de la tierra, del centro a la circunferencia, donde los más espesos, los más fuertes o los más fijos se adhieren a las rocas, las piedras y la tierra, y allí se vuelven agua. Lo que es más volátil sube hasta la superficie de la tierra, a las raíces de los vegetales; lo que es todavía más volátil se evapora en el aire y se une a los animales; lo que es totalmente sutil se eleva mucho más alto en el aire, hacen las nieblas y las nubes, y éstas hacen la lluvia, rocío, etc. Esos vapores son salados, puesto que el centro es salado, y siendo las sales disueltas por la lluvia, se subliman por su fermentación y calentamiento. Cuanto más próximos del centro están esos vapores, tanto más picantes y corrosivos son; cuanto más se alejan de él, tanto más dulces y temperados se vuelven, porque ellos depositan la parte más considerable y fija de los corrosivos en las tierras y las rocas, al atravesar la tierra. Como el corrosivo es fuerte, ataca la tierra que encuentra, cualquiera sea, resolviendo siempre un poco de aquella que es de más fácil solución, hasta que, debido a los vapores que se suceden sin cesar, haya una cantidad de tierra corroída o disuelta. Cuando el corrosivo, siendo un espíritu volátil agrio y salino, o un espíritu de sal, ataca la tierra, se mata en ella, se coagula, y deviene corporal o vitriólico, o aluminoso, según la cualidad de la tierra. La tierra, por el contrario, es disuelta, y lo que queda de la tierra que el corrosivo no ha podido disolver enteramente, la ha preparado, y vuelto en parte más sutil, untuosa y viscosa, lo que los químicos llaman guhr metálico, o primera materia de los metales, pero sin razón, pues es la primera y más próxima materia del azufre y del arsénico. Cuando el arsénico se vuelve marcasita, ésta sí es entonces la primera y más próxima materia de los metales; pues los metales vienen inmediatamente de la marcasita, y no de ese guhr que es solamente una materia alejada de los metales. Ese guhr o materia viscosa 66
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se resuelve y sutiliza más y más por los vapores corrosivos subsecuentes, y cuanto más resuelta y hecha sutil es ella, tanto más fija al corrosivo, y lo vuelve sulfuroso y arsenical. Este arsénico madura cada vez más, hasta que se vuelve marcasita, y solamente la marcasita deviene metal. Ésa es la progresión de los metales, y la aclararemos cada vez más. Cuando los vapores suben por la grietas y hendiduras de las rocas, allí se vuelven agua por su espesamiento, por los vapores siempre subsecuentes y más abundantes. Esta agua contiene en sí los espíritus de nitro y de sal mezclados. Todos los químicos conocen esta sal por ser corrosiva, pero aquí en el centro está rodeada de mucha flema, y extendida en mucha agua. Estos espíritus, por sus corrosivos, se adhieren a las piedras y a la tierra, las corroen, las disuelven, las sutilizan, las hinchan, las vuelven viscosas, y las reducen a un guhr húmedo que permanece entre las piedras y la tierra, como una carne mechada, y con frecuencia por su hinchamiento desborda hacia afuera y se adhiere a las paredes, como se ve en las antiguas cámaras y cavernas de las minas. Cuando esta tierra disuelta se sutiliza, y se resuelve cada vez más mediante los vapores y espíritus salinos que llegan incesantemente, se hincha más todavía, y expulsa su humedad superflua que corre de nuevo al centro y a otros rincones y agujeros de la tierra. Esta tierra hinchada, o este guhr, nunca tiene reposo, pues los vapores subsecuentes que continuamente suben lo atacan cada vez más, y allí se adhieren, se fijan y se coagulan en la tierra. Cuanto más se suceden esos vapores corrosivos, más ígnea y sulfurosa deviene la tierra; cuanto más sulfurosa deviene, más se hincha; cuanto más expulsa afuera las humedades, más se seca. La cualidad sulfurosa pierde su combustibilidad, y adquiere por ello ese nombre de mercurio que debería llamarse más bien arsénico, que provino del ácido sulfuroso. Éste ya no quema, aunque sea todavía volátil. Esta volatilidad y humedad es ligada, fijada y coagulada cada vez más entre las piedras por el calor central, hasta que se haya transformado en marcasita. Si la digestión o el calor subterráneo central es fuerte, la marcasita se fija en metal; si por el contrario este calor es débil, la marcasita permanece marcasita, o se vuelve minera arsenical, sulfurosa o vitriólica. Sépase sin embargo que, cuando la Naturaleza ha llegado al punto de hacer un azufre o un arsénico, ha llenado de tal modo las cavidades y hendiduras, y ha disuelto o hinchado tanta tierra, que ningún otro vapor o humedad podría entrar allí. Entonces ella comienza la desecación, la fijación, la coagulación, y procede a la metalización o fijeza. Yo me represento el trabajo de la Naturaleza que llena las cavidades y hendiduras de la tierra poco más o menos como el de las abejas que llenan sus celdillas de miel, hasta que están repletas, y las cierran después; igualmente la Naturaleza envía los vapores uno tras otro, así disuelve e hincha la tierra más y más: esta primera tierra está llena de ácido, y se llena cada vez más; finalmente el ácido y la tierra se mezclan de tal modo que de ellos resulta una tercera materia, que difiere de la primera totalmente. Este nacimiento es totalmente parecido al de los vegetales y animales, con la única diferencia de que aquí la Naturaleza trata de hacer sujetos más fijos, más duros y más pedregosos; pero por lo demás, trabaja en el mismo orden, pues los vapores blandos y húmedos los empuja más y más hasta que los endurece en una piedra, igual que como una encina joven se endurece más y más hasta que deviene una madera dura como la piedra. La diferencia que hay entre las criaturas minerales es que ellas adquieren más o menos corrosivo unas que otras; cuanto más adquieren, tanto más fusibles devienen. Si los espíritus corrosivos encuentran una tierra o una piedra sutil y pura, la trabajan sutilmente y hacen un metal noble; por el contrario, cuanto más grosera es la tierra que encuentran, menos la pueden trabajar, es decir volverla noble y sutil por las soluciones, y más grosero es el metal que hacen. Si el calor central y la digestión son débiles, se desecan, coagulan y fijan menos. De esta manera el metal queda en camino, y se hacen mineras vitriólicas, sulfurosas y arsenicales, antimoniales, bismúticas y otras parecidas. Por el contrario si la digestión es fuerte, las mineras se vuelven
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fijas y metálicas. Si la digestión y el calor central son desiguales y demasiado fuertes al comienzo, la tierra se resuelve en verdad, pero no se vuelve volátil; se fija, se coagula en primer lugar, y se aproxima cada vez más a la naturaleza metálica. Los químicos las llaman azufres fijos embrionados, como son los bolus, el hematites, el esmeril, el imán, la tutía, la calamina, etc. Si al comienzo la digestión es débil, las materias permanecen abiertas y volátiles, como las arenas vitriólicas sulfurosas. Pero si la Naturaleza conserva un grado de calor conveniente y uniforme durante las cuatro estaciones del año, ella hace, mediante los corrosivos moderados y proporcionados, los metales más nobles, como el oro, la plata, el estaño y el cobre. El Artista ve así de dónde viene la diversidad de los minerales, y ve que la Naturaleza no ha puesto menos variedad en este reino que en los otros dos, pues los minerales no solamente difieren entre ellos, sino que cada mineral tiene todavía varias gradaciones. ¿Cuántos grados de colores diferentes no se encuentra en el oro, según haya sido más o menos trabajado y purificado por la Naturaleza? La plata tiene también distintos grados de fijeza, de pureza, así como el cobre, el hierro, el plomo, el estaño, etc.; y la misma diferencia se encuentra igualmente en los menores minerales. Como la tierra y las piedras son la madre, el fundamento o la matriz de los minerales, rl vapor o los espíritus salinos les sirven también de alimento y nutrición; el vitriolo o el guhr vitriólico es la raíz; el azufre o el arsénico, el tallo; y la marcasita, la flor y la simiente de todos los metales. Si se lixivia el guhr, se lo filtra y coagula, se encontrará en él una sal vitriólica, según el género de tierra que tenga disuelta, lo que prueba que el vitriolo se hace primero y antes del azufre y el arsénico. Yo lo llamo vitriolo, no porque sea un vitriolo común verde como el que se compra a los droguistas, sino porque tiene gusto de vitriolo o de alumbre. Se ve, por el análisis, que el azufre o el arsénico sólo se hacen después del vitriolo, pues raramente se encuentra, o muy poco, azufre amarillo ardiente con los metales blancos tales como el plomo, el estaño o la plata; pero ellos contienen una mayor cantidad de arsénico blanco, de vitriolo aluminoso, o de alumbre. Puesto al fuego, el ácido o el vapor agrio viene primero; después suben las flores del azufre; después de esto viene el arsénico, y después la marcasita volátil, pues la marcasita fija se funde en régulo y en escorias. El antimonio prueba también que la marcasita se hace del arsénico, pues el bismuto y el antimonio, reducido a flores, son muy arsenicales y volátiles. Una prueba de que los metales se forman de la marcasita por una larga fijación es que casi cada marcasita da un grano de metal perfecto o imperfecto. El lector también ve de ello cómo la Naturaleza va, de una manera bellísima y excelentísima, por grados intermedios, y jamás de un extremo a otro; ella va siempre de un vapor volátil, según su genio, a una naturaleza fija, y después más fija; pues este vapor es fijo comparado a los vapores vegetales y animales. Numerosos autores han escrito que el vitriolo es el guhr o la primera materia de los minerales, algunos incluso han añadido que al antimonio es la raíz y la madre de los metales, pero como no hicieron ninguna distinción entre ellos, un aficionado no sabría regularse sobre lo que ellos han dicho. Un químico no entra en las minas, y aún cuando entrase, de cien no hay uno que comprenda estas cosas. Puede considerar bien las paredes de las minas, las mineras y las piedras; puede ver que una cosa es negra y la otra blanca, que esta es o no es metal, pero no penetra más adelante; y en efecto, es imposible juzgarlo solamente por la vista. Que separe un trozo de mineral, que lo ponga sobre el fuego, que le destile una parte después de otra, y entonces podrá examinar más de cerca cada parte, y discernir lo que son y lo que contienen; pues en general, cuando se encuentra en ellas algún líquido, es ácido, vitriólico y sulfuroso; si se encuentran flores, son ordinariamente de azufres y de arsénicos. Se conoce el azufre por su inflamabilidad y 68
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hediondez; en cuanto al arsénico, dadle un poco a un perro; si vomita, sabréis que es verdaderamente arsénico, y en ese caso hay que darle enseguida un trozo de manteca mezclada con mitridato. La marcasita se deja conocer en que ella no sube muy alto, sino que una parte más volátil se eleva sobre la más fija, como el cinabrio o el mercurio sublimado sobre las heces, fundidlas juntas, y tendréis una masa quebradiza en forma de régulo; ésa es la marcasita. La parte más fija en parte se va en escorias, entre la cual está la matriz pedregosa mezclada, la que es causa de que una buena parte del régulo y del metal se mezclen con las escorias y se vitrifiquen; pero el régulo que está comprendido en las escorias es en parte marcasita y en parte metálico; la marcasita se evapora en el refinamiento, y el metal queda solo. Muchos autores que han llamado al antimonio la raíz o la primera materia de los metales tuvieron en parte razón, sobre todo si por antimonio entendieron la marcasita, o lo que es de la naturaleza de la marcasita. En cuanto al resto, el antimonio es una marcasita que por falta de una mayor maduración ha quedado tal como es. De esta manera un aficionado a la química podrá llegar a su fin; lo volátil siempre se va primero al fuego, y las partes más fijas sigue después. Hemos dicho antes que los metales nacen de un vapor, que este vapor es salino y espirituoso, o una sal espirituosa, y hemos añadido que esa sal es un corrosivo. Aquí recordaré el principio que ya he establecido antes; a saber, que todas las cosas nacieron de la sal y del nitro, y que todas las cosas en su última solución se reducen a nitro y a sal. Una vez conocido esto, afirmo que en el centro de la tierra esas sales están igualmente mezcladas, y que, fermentadas por el fuego central, son impulsadas a lo alto en forma de un vapor volátil, el que yo estaría tentado de llamar agua regia del macrocosmo, o agua regia mineral y primordial, al estar compuesta de nitro y de sal; pero dejaré a cada químico que la llame como quiera. Algunos la llaman vapor mercurial y sulfuroso, porque la sal es el mercurio, y el nitro es el azufre. Sin embargo aquí hay una dificultad: es que yo he dicho que el fuego central fermenta las sales y las vuelve corrosivas al sublimarlas. Esto es un punto capital que choca con la opinión común, pues casi todos los químicos rechazan los corrosivos y sólo quieren lo dulce y lo suave, aunque muy pocos de ellos conocen ese tesoro de la dulcificación y el modo en que hay que hacerla; ellos incluso llegan a pretender que no hay, ni en la tierra ni sobre la tierra, ningún corrosivo. ¿Cómo haré para probar este punto esencial, contra una oposición tan general? Sin embargo, he aquí mi respuesta. He probado antes que los vapores acuosos salinos vuelven a subir desde el centro de la tierra en las entrañas de las montañas, que allí se adhieren, se matan, se coagulan y se fijan; y que por este medio devienen, conjuntamente con la tierra, un guhr graso y viscoso; que el ácido disuelve la tierra y la tierra coagula el ácido. Si se conviene en que suben vapores salinos, no se podría negar que esa sal fuera una sal disuelta; y una sal tal es llamada por todos los químicos espíritu de sal o de nitro, ¿pero no reconocen ellos mismos que los espíritus de sal y de nitro son corrosivos, sobre todo cuando esos espíritus son rectificados y separados de toda flema y de toda tierra superflua? Cuando los vapores corrosivos se acercan a la tierra o las piedras, se adhieren a ellas y atacan la tierra disolviéndola, y así se hacen corporales, una sal vitriólica o aluminosa, lo que se puede probar por la experiencia. Tomad el corrosivo que queráis, espíritu de nitro o de sal, o agua regia, echadle una tierra que el corrosivo pueda atacar, éste la disolverá y el corrosivo se coagulará, pues si hacéis evaporar hasta el tercio y ponéis el resto en un sótano, se volverá una sal vitriólica y se coagulará en cristales, según el género de tierra que hayáis puesto; lo que prueba que el corrosivo se ha matado en la tierra al disolverla, con tal que el corrosivo 69
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haya sido desflemado. Veréis que, a pesar de esto, queda allí una acuosidad superflua, pues al destilar la humedad por el alambique después que el corrosivo ha disuelto la tierra, encontraréis en el recipiente una agua dulce y sin gusto. En caso de que hubiera habido muy poca tierra y que el corrosivo no hubiera tenido más para disolver, pasará algún corrosivo, pero muy debilitado en comparación con el primero, no siendo casi más que un agua totalmente pura. El vitriolo, o el guhr mineral, muestra por sí mismo que se ha originado del corrosivo universal, del nitro y de la sal, no coagulados y corporales, sino disueltos y espirituosos. Que un artista trate como quiera una tierra con una sal que no sea espíritu, sino cuerpo, y no logrará nunca sacar de ella una cualidad vitriólica; por el contrario lo conseguirá con cada ácido, con cada sal resuelta, con el espíritu salino del nitro y la sal de vitriolo, del azufre, del alumbre, e incluso con vinagre vegetal, fuerte y rectificado. Esta verdad de que el guhr mineral está hecho de corrosivo se prueba todavía por su reducción a primera materia, pues si se destila ese guhr o el vitriolo que se ha sacado por lixiviación, se verá que da un agua corrosiva, puesto que es preciso que una cosa se resuelva y reduzca a la misma de la cual se originó, ex quo aliquid fit, in illud rursus resolvitur. Al estar hechos los minerales de corrosivos, se reducen también a corrosivos. Que se destile arena vitriólica o sulfurosa, de una minera de alumbre, o de otro mineral, y se encontrará siempre un corrosivo en mayor o menor cantidad. El Artista que quiere conocer los principios de los metales no debe considerarlos después de ser fundidos, tal como se presentan a nuestros ojos; pues la mayor parte de su sustancia primordial les ha sido ya separada y disipada por el fuego. Pero que tome la minera tal como viene de las minas, y que todavía no haya pasado por el fuego, y entonces conocerá la diferencia: que tome este guhr o esta minera de vitriolo, de azufre, de arsénico, de oropimente, de cobre o de mercurio; que los destile a fuego muy fuerte; en todos encontrará poco o mucho de agua corrosiva. En cuanto al resto, cuanto más abierto y menos alejado del guhr es un metal, tanto más de esta agua dará, pues la fijación expulsa afuera casi toda la humedad superflua, y por esta razón los metales se hacen capaces de sostener el fuego, y casi incorruptibles. Cuanto menos humedad tiene un metal, tanto más subsiste al fuego, pues la humedad superflua es el instrumento del cual se sirve el espíritu universal; mientras esta humedad está en ellos y con ellos, lo excita siempre a la acción, puesto que en los secos no podría obrar con la misma facilidad que en los húmedos. Es por eso que los animales y los vegetales están en una alteración y una constancia perpetua, a causa de su humedad. Apenas crecen, ya avanzan hacia su destrucción. Les ocurre lo mismo a los minerales que encierran en ellos esta humedad, aunque sin embargo son mucho más durables que los vegetales y animales. Esto es lo que indujo a los antiguos Filósofos, que veían que los animales y vegetales perecían y se pudrían muy rápidamente, unos más velozmente que otros, a buscar ese espíritu balsámico vivificante y universal en los minerales, donde lo han encontrado, puesto que está concentrado en cantidad, y puesto que todo lo que hay de coagulado o de fijo en un mineral, cualquiera sea y sin ninguna excepción, es este espíritu universal y vivificante. Como ellos vieron que incluso entre los minerales había algunos que eran inconstantes y poco durables, eligieron aquellos que habían probado ser los más durables, es decir el oro y la plata y casi todas las piedras preciosas; pero como las piedras preciosas se encuentran en pequeña cantidad, se han limitado al oro y a la plata, y de ellos han preparado los remedios para la prolongación de la vida. El artista debe observar que, así como la Naturaleza separa de los minerales la humedad superflua, el Arte puede separarla más todavía, y no solamente en los minerales, sino también en los vegetales y los universales; pues si el artista analiza algunos de esos sujetos, verá la flema separase de ellos muy fácilmente por la rectificación; verá que el espíritu se condensa, 70
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se concentra, y deviene tan corrosivo y tan potente, cuando se lo reserva en pequeño volumen, que no se osaría tomarlo interiormente sin peligro, excepto en la dosis más pequeña, como lo demostraré en la segunda parte de este tratado, cuando trataré del análisis y de la corrupción de las cosas. Así, para preparar una medicina universal, el hombre no está obligado a recurrir a los minerales, a los vegetales y a los animales; él no tiene más que buscar en sí mismo, sus propias orinas y excrementos son lo bastante potentes como para preparar de ellos la medicina más excelente; porque ellos encierran en sí un espíritu universal tan perfecto como el oro y la plata y las piedras preciosas. No se trata más que de separar de ellos la humedad superflua y de reunir sus principios juntos; si resta todavía alguna humedad, hay que separarla por el baño maría, y se encontrará en el fondo un tesoro más grande que todos los remedios tan alabados para la salud. Una prueba incontestable de que en la tierra se encuentra un corrosivo efectivo, es que el azufre corroe, empuja y hace retrogradar los metales imperfectos, especialmente el hierro y el cobre, a su primera materia. Su olor, cuando llega a la nariz ¿no es tan fuerte y tan mordiente como el de cualquier corrosivo? ¿No infecta los pulmones con violencia, al punto de que un hombre apenas puede expulsarlo a fuerza de toser, escupir, babear y salivar? El azufre seco ¿no es un corrosivo mucho más sutil cuando está líquido, como se puede ver la diferencia al comparar su aceite con el del vitriolo? Él tiene un ácido tan sutil y penetrante como no se sabría imaginar, a menos de prestar una particular atención. El arsénico ¿es otra cosa que un corrosivo? ¿No corroe él todos los metales, sin perdonar incluso ni el oro y ni la plata? ¿No se ve claramente que en muchos sitios los vapores subterráneos son tan corrosivos que los mineros deben abandonar la mina para no sofocarse? Si no hubiese ningún corrosivo en la tierra ¿por qué las ropas de muchos mineros se quemarían como si hubiesen sido bañadas en agua fuerte, cuando únicamente se han apoyado en algunos sitios? Las aguas subterráneas, tales como las aguas calientes sulfurosas, las de alumbre, de vitriolo, de nitro, ¿son otra cosa que corrosivos diluidos? Que se concentre una cierta cantidad mediante la destilación, que se los caliente un poco y que se ponga allí una gallina muerta: le quitarán las plumas con la piel, y corroerán su carne, lo que un agua dulce, e incluso una salada, no harán jamás. Cuando un hombre se baña demasiado en aguas semejantes, ellas atacan violentamente su naturaleza y su piel, y lo hacen a veces horrible de ver. Las aguas minerales agrias, cuando se bebe demasiado de ellas, hacen un efecto parecido, pues se ha encontrado, después de la muerte, enfermos cuyos músculos estaban totalmente despegados y se habían vuelto tan tiernos como si se los hubiese marinado, al punto de que se los hubiera podido separar del cuerpo sin instrumentos de anatomía. Cuando se concentra varios potes, e incluso cubas enteras de esas aguas, se descubre cuán poca de esta sustancia poderosa encierran, y sin embargo cuán grandes efectos una cantidad de agua tal es capaz de producir. No es sorprendente que los químicos vulgares, y menos todavía el artista peripatético charlatán con sus cuatro elementos, no comprendan cómo se encuentra en la tierra un corrosivo tal. Hay varias razones para ello. En primer lugar, está anegado en una gran cantidad de agua; en segundo lugar, la tierra lo toma en sí y lo coagula; en tercer lugar, ningún corrosivo puede percibirse jamás en forma de vapores, sino solamente en forma de agua; por eso ninguno de los que tratan sobre las minas, ni ningún historiógrafo ha hablado de él. Cada uno de estos efectos se prueba por la experiencia.
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Tomad aceite de vitriolo, de azufre, de sal o de nitro; verted una libra de éste en tres o cuatro cubos de agua; mezcladlos bien y podréis dárselo a beber a un hombre sin peligro. Se ve de ello que el corrosivo no es perceptible. Es de esta forma que se encuentra en la tierra. Tomad después esta agua, y vertedle una o dos libras de creta; hacedlas hervir bien; quitad el agua, y veréis que la creta se ha vuelto salada. Esta sal proviene del corrosivo que la creta ha atraído y fijado. Pero todavía queda una parte de él en el agua; haced evaporar y cristalizar esta agua, y encontraréis un vitriolo que está hecho de la creta disuelta, y que la creta ha fijado. Es así como ocurre la cosa en la tierra. No es más difícil asegurar por la experiencia que el corrosivo no es perceptible cuando se eleva en forma de vapor; no obstante con excepción del azufre que es un puro corrosivo concentrado. Tomad agua fuerte, agua regia, espíritu de vitriolo o su aceite, etc., ponedlos en una taza sobre el fuego, dejadlos evaporar en una habitación; ellos harán un vapor extremadamente fuerte. Un gros llenará la habitación de vapores y de niebla. Este vapor puede ser respirado sin percibir la menor corrosión, mientras que una sola gota de esos corrosivos puesta sobre la lengua la quemaría muy vivamente. Cuanto más impulsado en el aire en forma de vapor es un corrosivo tal, tanto más se mezcla con el aire, y tanto más el aire lo suaviza y caotiza mediante su sal volátil. Un aficionado debe bien notar, en esta ocasión, que mediante la circulación, los vapores que se exhalan no solamente de todas las aguas sino de todos los cuerpos cualesquiera sean, retrogradan a la primera materia o a un agua caótica, y ¿cuántos no se exhalan todos los días, sobre todo de los vegetales y animales, sea naturalmente por la transpiración o por la putrefacción, sea cuando los preparamos para nuestra alimentación? Por lo que acabamos de decir, se verá que la Naturaleza no hace ningún metal sin corrosivos. Pues si con un agua cruda corporal y salada, o con el agua de salitre, ella debiera hacer los metales, lo que no es imposible porque toda tierra de fácil solución se altera mediante el agua caliente salada, en ese caso le harían falta seguramente miles de años de trabajo; mientras que de la otra manera no necesita cien años. Cuando la sal es espirituosa y resuelta, ataca veinte veces más que cuando no está resuelta, o que cuando está resuelta simplemente en el agua. No hay más que tomar un corrosivo o una sal espiritualizada, y hacer disolver una tierra en ella mediante la digestión, a fuego de arena, en un pequeño matraz. Tomad después la sal corporal de la cual se ha hecho el corrosivo, hacedla disolver en el agua, y vertedla sobre una cantidad parecida de la misma tierra; ponedla igualmente en solución, y observad la diferencia que habrá. Cuando las dos tierras estén disueltas, se encontrará en la solución del corrosivo un vitriolo un poco amargo y estíptico; y en la de la sal corporal otro vitriolo de una cualidad extremadamente diferente. Además, si por una parte se hace disolver un metal con una sal corporal, y por la otra con un vitriolo mineral verdadero, sea por la vía seca fundiéndolos juntos, sea por la vía líquida, se verá una gran diferencia: el corrosivo comenzará a atacarlo al instante y a reducirlo a vitriolo, mientras que la sal lo hará con una extrema lentitud, y no será nunca un vitriolo igual, en virtud y en gusto, al del corrosivo. Si después de todo lo que dicho alguno duda todavía que es verdad que la Naturaleza hace los minerales mediante los corrosivos; ah, bien, que no me crea, hasta que por la cantidad de errores y faltas que cometa, esté obligado a convenir en ello. Sin embargo yo lo envío todavía al reino animal que es mucho más volátil y más débil, en el cual encontrará un
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corrosivo bastante fuerte para atestiguarle al del reino mineral, como una prueba sacada de lo pequeño a lo grande. Si el hombre no tuviera ácidos en su estómago que pudieran atacar los alimentos ¿cómo podría hacer una putrefacción tan admirable y tan rápida de éstos? Que se dé a un hombre un metal de difícil solución , como el cobre o el hierro; al instante el menstruo del estómago lo atacará para disolverlo, pero como le son heterogéneos, causarán una convulsión y los expulsará mediante el vómito. Se ve entonces claramente que para cada solución hay necesidad de un ácido. Si en el hombre es muy fuerte, lo es más en el vegetal, y mucho más en los minerales, que necesitan de la más fuerte digestión, puesto que deben cocer la tierra cruda y fija; mientras que los vegetales no necesitan para su esencia más que una tierra sutil, ya preparada por la putrefacción, y los hombres y los demás animales sólo tienen que digerir las sustancias animales, o los vegetales más tiernos, más blandos y más suculentos. Sin embargo al ácido del estómago se lo llama un ácido corrosivo disolvente, o un menstruo corrosivo, porque corroe y ataca al sujeto, lo rompe, lo muele, lo disuelve, y lo vuelve menudo y sutil. Los químicos también llaman corrosivo al espíritu de vino más fuerte y más rectificado, así como también al espíritu de orina, que sin embargo en su destilación hacen una excelente medicina, que renueva todas las fuerzas de la naturaleza. Se ve entonces que, aunque los espíritus animales y vegetales, extendidos y dilatados, sean tomados todos los días por todo el mundo, son no obstante tan ácidos en su concentración y rectificación, que no se osaría darlos interiormente si no es en la dosis más pequeña. Si en nosotros, y en los demás animales, y en los vegetales, hay una acidez tan grande ¿quién puede dudar que la haya también en los minerales, que necesitan un ácido tres veces más fuerte para disolver la tierra cruda? Volvamos a su formación. He dicho que el ácido, o el menstruo mineral corrosivo, es decir los vapores minerales agrios, subterráneos, disuelven la tierra, y que así se reducen conjuntamente con ella a un guhr viscoso. Ahora bien, este guhr es vitriólico o aluminoso, ácido y estíptico. Cuanto más disuelto y digerido es este guhr por los nuevos vapores corrosivos que sobrevienen, tanto más sulfuroso deviene. Este azufre se digiere, se fija cada vez más, de un grado al otro, y deviene un arsénico, y éste una marcasita, que es la materia más próxima de los metales como el azufre y el arsénico volátil lo son de la marcasita, y como el guhr o la esencia vitriólica lo es del azufre y del mercurio, es decir del arsénico. Cuando el vitriolo o el guhr es sobrecargado de ácido, y desecado, se transforma en azufre, pues no se tiene más que destilar varias veces el agua fuerte o el espíritu de vitriolo sobre el vitriolo común, por el alambique, a fuego de arena del tercer grado, desecarlo, y arrojarlo después sobre carbones ardientes: se sentirá enseguida el olor del azufre. Si se hace cocer el azufre y el arsénico juntos, o cada uno separadamente (el azufre sin embargo nace primero por el amontonamiento de la sal nitrosa, o por el ácido de la sal); digo, si se los hace cocer y reducir a marcasita, ésta, por una larga digestión y maduración, o por la evaporación, la coagulación y la fijación, deviene un metal, según la fuerza de la digestión y de las propiedades accidentales. Hasta aquí hemos dado la teoría de la formación de los minerales y los metales. Vamos ahora a confirmar, tanto como nos sea posible, esta teoría mediante la práctica. Yo podría dispensarme de ello, porque un Artista bien instruido ha podido ya ver suficientemente esta explicación en varios otros lugares, y no se le podrían dar mayores explicaciones. Sin embargo, como hay también personas muy simples que con buenas intenciones se aventuran a trabajar en este arte, añadiré lo que sigue.
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Tomad una minera, de cualquier mineral que sea, antes de que se la haya trabajado al fuego, como del antimonio, del estaño, del plomo, del hierro, del cobre, del oro o de la plata. Lavad aquella que toméis sobre una larga mesa que vaya en pendiente como un pupitre, y que esté cubierta por un paño grueso, sobre el cual pondréis la minera apilada y reducida a un polvo como de granos de mijo, y no más fino, porque en este último caso formaría una masa demasiado compacta, y en la operación para la cual la preparáis se fijaría más bien que se disolvería. Regadla con agua, y frotadla con cepillos para hacer correr lo que es pedregoso; la parte metálica quedará sobre el paño. Cuando esté bien limpia, ponedla en una fuerte retorta a fuego abierto, adaptadle un recipiente, y dad el fuego por grados: veréis pasar al comienzo algún poco de agua, que es la humedad superflua; después vendrán fuertes nieblas que son el corrosivo mineral, que descenderán al recipiente, y se resolverán en agua corrosiva. Después de esto subirán todavía otros vapores, pero no tan volátiles como los primeros; pues lo volátil pasa siempre adelante, y es seguido siempre por las partes más fijas; esos vapores descienden poco al recipiente, pero se adhieren al cuello de la retorta, sobre todo si el cuello es largo; los que siguen se adhieren cada vez más hacia el cuerpo de la retorta, y esto es porque los últimos pueden siempre sufrir más el fuego. Por último, las partes que resisten más al fuego permanecen en el fondo de la retorta, en mayor o menor cantidad según el sujeto sea más o menos fijo. Examinad ahora todo lo que ha pasado y subido, como también todo lo que ha permanecido en el fondo de la retorta. Encontraréis en el recipiente: 1. La humedad superflua mezclada con el corrosivo, que es un licor más o menos sulfuroso o vitriólico, ácido o salado, según la minera haya sido más o menos coagulada, desecada o fijada. Encontraréis, por decirlo en una palabra, un espíritu de vitriolo o de cobre. 2. Encontraréis a la entrada o en el comienzo del cuello de la retorta, flores, de las cuales las primeras son muy volátiles, examinándolas sobre carbones ardientes, si arden como el azufre, y tienen el mal olor del azufre, hay que llamarlas azufre; si no arden, sino que fluyen y dan un olor arsenical, hay que llamarlas un arsénico volátil. 3. En la mitad del cuello, encontraréis flores que son un poco más fijas que las primeras: éstas son un arsénico fijo. 4. Al comienzo del vientre de la retorta, o en su parte superior, encontraréis todavía otras flores que se han sublimado allí; éstas son aún más fijas que las precedentes, y son una marcasita volátil, o bien un arsénico fijo devenido marcasita; pues cuanto más fijos se vuelven el azufre y el arsénico, tanto más pierden su primera denominación y adquieren otro nombre; el vitriolo se llama azufre, el azufre arsénico, el arsénico marcasita, y ésta un metal; ellos adquieren estas diferentes denominaciones a medida que se vuelven más fijos. 5. En el fondo de la retorta, encontraréis una masa compuesta de: a) la marcasita, más fija, que se acerca a la naturaleza metálica, y de la cual se hace el metal inmediatamente. b) el grano del metal que ha provenido de la marcasita. c) la matriz pedregosa, en la cual el metal nace, y donde ha sido fijado, como en el gran vaso o vidrio filosófico; pues esta matriz se reduce a escorias o a vidrio por el gran fuego de fundición. d) una sal fija, que se retira mediante lixiviación con el agua. Esta sal debe ser considerada como el álcali mineral, que ha sido concentrado y fijado por el fuego (aunque en muy pequeña cantidad) del espíritu vitriólico que ha pasado por el alambique, y según el sujeto haya sido más o menos húmedo. Tomad entonces esta masa que ha quedado en el fondo de la retorta: sacad de ella en primer lugar la sal mediante lixiviación; secad bien el polvo que queda, y hacedlo fundir a fuego fuerte; se precipitará al fondo un régulo, por encima del cual están las escorias. Poned este régulo, con el plomo, bajo la mufla, y soplad igual que se hace cuando ordinariamente se afina los metales, y encontraréis el grano de metal. El régulo, no obstante, se volará por la 74
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gran fuerza del fuego, aunque sin embargo él sostiene el fuego de fundición mejor que las partes precedentes. Este régulo es la marcasita más fija y la parte mercurial alcalizada, o el ácido vitriólico fijado y alcalizado: ésta es la materia primera de la cual inmediatamente nacen los metales por una larga fijación. Sin embargo, no hay que creer que esta práctica pueda aplicarse enteramente a todos los metales, sino solamente a las mineras de oro, de plata y de cobre, que se pueden afinar por el grado más alto de fuego, según su grado de fijeza y fuerte alcalización; es decir que cuando el ácido vitriólico se fija cada vez más, se alcaliza también cada vez más, y se mezcla a la tierra tan fuertemente que ya no se podría percibir allí el menor ácido, como ocurre con el oro más fino. Es eso lo que yo llamo alcalizado, porque ya no podría ser vencido por ningún ácido, a menos que este oro alcalizado sea revivificado por un álcali marcasítico, pues entonces podría volverse un ácido, por medio de un ácido sulfuroso vitriólico o nitroso. Por el procedimiento del que acabo de dar el detalle y los resultados, el lector verá la construcción del metal o de la minera. Es de esta manera que debe hacer su análisis, y no por el fuego, que expulsa las partes vitriólicas, sulfurosas y arsenicales, que son los espíritus vitales y nutritivos de las mineras. Este procedimiento le proporciona todavía una nueva prueba de que la Naturaleza opera en este reino como en los otros dos, sin franquear jamás los grados intermediarios, y de que ella avanza siempre más y más, desde las partes acuosas y volátiles, hasta las fijas durísimas y muy secas. Examinad ahora este metal que habéis exprimido, y sacado de la minera después de tantas operaciones, y que no obstante es todavía un poco constante. Comparadlo con las partes que habéis separado de él en último lugar; veréis que su cantidad es tan pequeña que hace a lo más una novena parte, y que las partes adherentes que habéis separado de él exceden su peso al menos al céntuplo. Podéis ver así cuán poco de oro y de plata fina da un quintal de minera de oro y de plata, es decir, apenas algunas onzas, y que lo superfluo se va en humo y en escorias. Reflexionad ahora sobre el tiempo que la Naturaleza está obligada a emplear en la digestión lenta para cocer el metal más imperfecto; veréis así cuántos grados hay desde los vapores volátiles, o desde el guhr vitriólico, hasta la marcasita solamente; después desde allí hasta el metal, y juzgaréis cuánto más tiempo precisa la Naturaleza para trabajar los metales perfectos, pues es siempre la misma materia; es decir una tierra sutil, resuelta y digerida por los espíritus corrosivos del nitro y de la sal, que la Naturaleza conduce por grados insensibles hasta la suprema fijación. Yo debería decir aquí cuál es la confianza de cada metal en particular, pero dejo la resolución de este problema al lector: encontrará fácilmente la solución si ha comprendido la construcción de los metales en general. Sin embargo, enseñaré aquí de qué manera se puede conocer en primer lugar si un metal o mineral tiene humedad superflua, o no la tiene; es decir cuál metal tiene acidez todavía, cuál otro es fijo u alcalino, y cuál otro tiene la naturaleza de ambos. Tomad una minera, universal o metálica, la que queráis; añadidle un ácido corrosivo alcalino, como el espíritu de nitro o el agua fuerte y el espíritu de sal. Cuando el espíritu de nitro o el agua fuerte disuelve algo, podéis concluir de ello que su ácido está todavía abierto y no fijado, o alcalizado, como se puede conocer en la plata y en el plomo, pues lo semejante se vuelve a su semejante. Pero si un metal o mineral no se deja disolver por este ácido o por el álcali mezclado con el ácido, podéis concluir que es fijo y alcalino, y juzgar que el ácido que está en tal metal o mineral está enteramente alcalizado o fijado, y que en consecuencia, debe ser revivificado con un álcali espirituoso, semejante a él, para ser apropiado a la naturaleza ácida; a fin de que el ácido, al abrirlo, pueda cambiarlo también a su naturaleza, y hacerlo
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retrogradar, por así decirlo, a su naturaleza vitriólica: tal es el oro y el estaño. En cuanto a los metales y minerales que se dejan disolver tanto con el ácido como con el álcali, podéis llamarlos hermafroditas. Han comenzado a alcalizarse y a fijarse, pero han quedado en el camino; así, son fijos y no fijos, alcalinos y ácidos, o ni alcalinos ni ácidos. Por esta razón pueden ser atacados y disueltos por esos dos menstruos, conjunta y separadamente: tales son el hierro, el cobre, y el mercurio. El estaño también se prestaría a ello de buena gana, pero se disuelve más fácilmente con el álcali. El plomo se disuelve también en el espíritu de sal o en el agua regia, pero en el agua fuerte se resuelve totalmente en agua. Alguno podrá decirme: ¿puedo reconocer el plomo y la plata como sulfurosos (pues se compara el ácido al azufre) mientras son mercuriales? ¿Y puedo reconocer el oro y el estaño como mercuriales, mientras son enteramente sulfurosos? He aquí mi respuesta: remitíos a la experiencia, y en lo que no depende más que de la especulación, dejad a los demás que parloteen y fatiguen su espíritu, hasta que finalmente vuelvan a vuestras ideas. Recordad de una vez por todas que no hay minera que no se origine del ácido universal corrosivo, el que, mediante la fijación y desecación, se vuelve cada vez más alcalino. Regid vuestras ideas sobre este ácido y este álcali, pronto aprenderéis de ellos más de lo que sabrán jamás los mercurialistas, sulfuristas, salinistas o vitriolistas. Seguid la Naturaleza paso a paso; dad a cada cosa los nombres que les son propios, y abandonad todos los demás nombres, que no hacen más que introducir confusión. No obstante si mi pensamiento no os agrada, sois dueños de seguir el de los otros. Habrá quienes dirán: si la esencia de los metales no estuviera compuesta de mercurio, de azufre y de sal ¿por qué los metales se dejarían reducir y retrogradar a esos mismos principios? ¿No han reconocido todos los antiguos Filósofos que (los metales) estaban compuestos de ellos? Yo reconozco de muy buena gana que los metales pueden ser reducidos a esos principios, pero no encuentro que, según la regla y la ley inmediata de la Naturaleza, estén compuestos de ellos. Yo no encuentro en ninguna mina el mercurio fluido, más que en su propia mina, y en aquella que él horada y atraviesa con su astro. Yo encuentro la sal y el azufre en casi todas las mineras; pero no es una sal ordinaria, es una sal vitriólica, sulfurosa y aluminosa; una arena sulfurosa que está mezclada con el arsénico o con la marcasita, etc. Hay muy pocos Artistas que comprenden la significación secreta de los principios mercurio, azufre y sal. Nuestros Ancianos los entendieron muy distintamente de lo que la multitud de ignorantes se imaginaron después. Loa Antiguos dicen en verdad que todas las cosas están compuestas de mercurio, de azufre y de sal, que son su esencia, y que deben resolverse en eso de lo que se componen; pero si de allí queréis concluir que su mercurio es el mercurio fluido, su azufre el azufre combustible, y su sal la sal común, os alejáis de la verdad más de lo que el cielo lo está de la tierra. ¿Quién es el que mostrará un mercurio fluido en el reino animal y vegetal? Sin embargo sus partes volátiles son llamadas con el nombre de mercurio. ¿Quién encontrará en esos reinos un azufre amarillo combustible y una sal común? Sin embargo esos dos reinos contienen partes que son designadas como azufre y como sal, sin ser no obstante ni el azufre ni la sal común. Veis así cómo se engañan, y cómo explican una cosa de una manera totalmente contraria. Basta que uno caiga en el lazo, para ser seguido por miles. Los Antiguos entendieron por su mercurio el mercurio universal, y no el fluido. Es lo mismo con el azufre y con la sal; y aunque se pueda sacar el mercurio fluido de todos los metales, sin embargo esto no ocurre más que por accidente, y no según la composición natural de los metales. ¿No puedo yo hacer, del mercurio fluido, un agua, un precipitado, un sublimado, un vitriolo, una sal, un aceite o un espíritu? ¿Me autorizaría eso a concluir que el agua, el precipitado, el sublimado, el vitriolo, la sal, el aceite y el espíritu son los principios de los que los metales se 76
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forman? Seguramente no, y no es por los efectos puramente accidentales que se debe juzgar la naturaleza de las cosas. Pero no se quiere profundizar nada, y es por esta razón que tantos artistas se extravían en sus investigaciones. Ellos pretenden hacer metales potables, y otros remedios sacados de los minerales, y para conseguirlo, tratan las mineras y los metales con toda clase de menstruos impropios, del reino animal, del reino vegetal y del reino mineral. O, cuando emplean un menstruo verdadero y homogéneo, se imaginan que el mineral o el metal deben volverse por sí mismos un aceite suave y dulce conveniente a la naturaleza animal, sin considerar que la Naturaleza misma ha separado los animales y los minerales por el reino vegetal, que es una Naturaleza intermedia entre ellos. Siempre han descuidado esto, o si lo han usado, ha sido sin emplear los medios convenientes, de modo que nunca han preparado más que remedios corrosivos, o miserables precipitados y polvos violentos. Me remito a ellos mismos para saber qué efectos han producido. Volvamos ahora a nuestro propósito. He dicho en el capítulo de los vegetales que el ácido es astringente, compresor y estíptico; y en éste dije que se volvía fusible. A fin de que no se me acuse de contradecirme, aclararé todavía este punto. Se ve que allí donde la Naturaleza ha juntado mucho ácido a poca tierra, no hace sino cosas constipantes, astringentes y compresoras, como puede verse en el hematite, en la sanguinaria, en el imán, en el esmeril, en el bolus, etc., pues el poco ácido se adhiere muy fuertemente a esta tierra y la resuelve; y si el calor central es demasiado fuerte o demasiado precipitado, los fija y los deseca en mineras de difícil fusión; pero si el calor no es demasiado fuerte, y el ácido y el corrosivo se encuentran en mayor cantidad, hace mineras y metales un poco más fusibles; y a causa de su gran cantidad de ácido, de un menor calor y una débil desecación y fijación, esas mineras y metales quedan más abiertos y poco constantes, como el hierro y el cobre. Por el contrario, allí donde el ácido se encuentra en cantidad demasiado grande, se hacen mineras fusibles, como puede verse por los procedimientos químicos. Tomad creta o cal viva; verted arriba un poco de espíritu de nitro, de vitriolo, de sal o de azufre, o sus aceites corrosivos y ácidos; retiradlos después por destilación fuerte, haced evaporar los residuos bajo la mufla o en un crisol, se volverá una tierra estíptica y no fusible; y si antes ha sido ya estíptica, se volverá mucho más todavía, al punto de que el ácido se dejará enrojecer, y fijar conjuntamente con la creta. Verted de nuevo sobre esta misma tierra una mayor cantidad de ácido; destilad otra vez a fuego fuerte, y hacedla enrojecer como la primera vez; veréis que comenzará a volverse más fusible que antes: cuanto más reiteréis estas efusiones de ácidos y fijéis la tierra, más fusible se volverá, y finalmente se fundirá como una sal. Todavía otra vez, el artista debe inculcarse bien, como ya lo hemos dicho en muchos sitios, que cuanto más fuerte y en cantidad está un ácido cuando trabaja sobre la tierra, tanto más ese ácido se deseca y se fija por el calor, y tanto más se alcaliza, se fija y se vuelve pesado. Al comienzo se llama sal, después azufre, y finalmente mercurio fino. Así como el mercurio no es al comienzo más que un vapor muy tenue y muy volátil, que después deviene fijo y muy pesado, igualmente, a medida que un ácido se alcaliza, desciende cada vez más hacia la fijeza, y cambia de denominación: al comienzo se llama vapor, después guhr, vitriolo, azufre, marcasita, metal. Del ácido fijo viene un mercurio, como es fácil de ver en todas las marcasitas, y se lo puede mostrar en forma de un polvo fijo, que a justo título debe llamarse mercurio precipitado. Cuando se precipita el mercurio fluido con un ácido, deviene ácido; deviene igualmente un polvo esponjoso parecido, y como no tiene suficiente de ácido sulfuroso y de oropimente fusible, cuando es fijo, se vuelve un vidrio en su reducción. En este vidrio está oculto el metal más fijo, y el mejor azufre astringente, que ha perdido su ácido fusible. Esto es lo que un químico debe notar bien, y un metalúrgico debe meditar noche y día sobre la forma de proveerse de estas cosas; a saber, primeramente de un sujeto de oropimente, 77
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es decir de un sujeto mercurial fusible, y en segundo lugar de un precipitante; y ellos no son difíciles de encontrar. Considerad solamente el plomo ¿no está todo lleno de mercurio, y no es él el sujeto más excelente para reducir los polvos fijos y volverlos metálicos, aunque por otra parte de una reducción muy difícil? Pero hay que fortificar todavía más su mercurio, sin esto es demasiado poco fusible, como se ve en su vitrificación. Es preciso reducir el plomo o su mercurio, con la adición de su semejante, a una vidrio tan fusible que incluso al calor de una vela se funda como cera. El precipitante es conocido para casi todo: el hierro precipita el cobre; el cobre, el hierro; el plomo precipita la plata, el oro y el estaño, como el mercurio precipita la plata, y la plata el mercurio; para este efecto no hay que tomar sus cuerpos afinados, sino sus excrementos, pues esos cuerpos finos no se precipitan en la fusión, sino que se mezclan con los otros cuerpos, con los que están unidos. Ahora bien, reflexionad cuál puede ser este excremento. No se vende, y no se prepara solamente en todas los negocios de los droguistas, sino en los trabajos de las minas: se lo arroja como completamente inútil. Recoged esta materia, y haced en vuestro provecho. Se me dirá quizás “vos describís bastante bien la metalurgia y la genealogía de los metales; cómo procede la Naturaleza por grados para hacer los metales y las mineras; pero si se quisiera tomar los mismos principios para producir, por los mismos grados, metales y minerales, estaríamos bien trabados”. La Naturaleza forja los metales de los vapores corrosivos de la tierra, o de las piedras; pero ella no encuentra en todas partes tierra y piedras de una misma calidad, ni de un mismo calor; y por eso ella hace mineras y metales diferentes, aunque su objetivo final sea hacer el oro. Si no encuentra tierra o piedras convenientes para producir ese metal, hace otro según la cualidad de la tierra y piedras presentes. Yo os enseñaré por amistad una experiencia por la cual podréis hacer un metal de una tierra, o de una piedra (pues una y otra son indiferentes); pero no os prometo que será tal o cual metal. Será uno cualquiera. Tomad entonces guijarros puros de río; hacedlos enrojecer varias veces; apagadlos siempre en espíritu de sal o de nitro, hasta que se hagan polvo completamente. Poned este polvo en un matraz de vidrio, y verted el mismo peso de agua regia hecha de una parte de agua fuerte y tres partes de espíritu o aceite de vitriolo, o de azufre; hacedlos digerir a la arena a grado lento; después destilad hasta la oleosidad; poned este residuo en lugar frío para cristalizarlo: tendréis en parte vitriolo o cristales, y en parte una tierra esponjosa; así, tendréis el guhr y el vitriolo. Ponedlos de nuevo a fuego de arena con la misma agua regia (la que está hecha de agua regia y de espíritu de vitriolo es preferible); destilad varias veces por cohobación y hasta la sequedad, a fin de que fluyan juntos en una piedra fusible que será muy frangible, como el azufre. Si se la vierte sobre carbones ardientes, arderá y dará un olor sulfuroso. Tomad esta piedra, pulverizadla, ponedla en un matraz a fuego de arena; vertedle de nuevo agua regia, pero no mucha, solamente lo necesario para disolverla, pues de otro modo la volverías volátil y pasaría por el alambique en forma de licor; retiradle el agua regia por destilación como antes, y en el tercer o cuarto grado de fuego ella fluirá en piedra. Pulverizadla, ponedla en un matraz, verted arriba agua de lluvia destilada y hacedla digerir en ese estado durante un mes a calor lento; y se precipitará al fondo una tierra metálica brillante, que cambiará y aumentará cada vez más y será de un género marcasítico, granujiento, en la cual está mezclado el oropimente. Poned esta tierra a fundir en un crisol con la misma cantidad de guijarros pulverizados y calcinados; cimentadlos por un grado de rotación hasta que el crisol esté muy rojo; entonces abrid el crisol, sacad la masa, ponedla bajo la mufla en una copela con el plomo, y ensayadla: encontraréis allí un grano de oro o de plata, pero con muy poco provecho; pues si con este procedimiento os imagináis enriqueceros, os aseguro que en poco tiempo os comeréis vuestros bienes; pero si queréis, podéis hacer el experimento por curiosidad.
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Se podrá decir todavía que la Naturaleza no tiene hornos ni baños de arena, ni matraz, ni crisol, etc. Dadme un fuego central, y vapores centrales en cantidad, y yo operaré precisamente como ella. De otro modo habría que esperar más de cien años para hacer nacer algo. Un químico hábil no objeta a un Artista de semejantes imposibilidades. El Arte no sabría imitar nunca las operaciones de la Naturaleza al espesor de un cabello. Él trabaja mucho más veloz o mucho más lentamente, y de mil artistas, no hay ni uno que encuentre justo el fin que la Naturaleza se ha propuesto; sino que él hace algo aproximado, por principios homogéneos semejantes. Se me podrá decir todavía ¿por qué tomáis guijarros, y no tierra? ¿Es preciso que la Naturaleza haga los metales con guijarros? Yo pensaba que la piedra era el vaso, y no la materia para hacer el metal. A esto yo respondo que hay muy pocos químicos que conozcan el guijarro. Si lo conocieran, quizás llegarían pronto a la perfección del Arte. El guijarro es el cuerpo más próximo del plomo y del oro; es de una viscosidad mercurial alcalizada, una cola mineral que resiste a todos los fuegos: se lo podría llamar con justicia el mercurio de los metales, al que sólo le falta un ácido para volverlo metálico; es el fijante muy fijo. Que solamente se de a un guijarro un color metálico, o como se explica, un azufre en su fundición, y se verá con qué facilidad lo recibe, toma enteramente su tintura, y se une con él. Si se le añade más y más, se hace finalmente un régulo, y si se examina el grano que el guijarro ha hecho por su naturaleza fijativa, se verá fácilmente su inclinación a devenir metal. Pero si se quisiera servirse de él para el Arte, hará falta emplear un fuego demasiado violento; por esta razón, aumentad su fusibilidad con los homogéneos aún más fusibles, y las cosas semejantes a él, a fin de que todas juntas se vuelvan fijas y fusibles; entonces se habrá dado un gran paso para fijar las cosas volátiles y para reducir los polvos no fusibles a naturaleza metálica. Pero en resumen, es en relación a ese guijarro que se dice que en los metales, con los metales y las cosas de su género, se hacen los metales. Que se trabaje una minera y se la examine de la manera antedicha; considéresela en su comienzo, en su medio y hasta en su fin; se encontrará diferentes sujetos, es decir, cosas acuosas, secas, volátiles y fijas; como también fusibles y no fusibles, de difícil y de fácil fusión, según la cualidad de la minera. El plomo y el estaño son más fusibles que el hierro y el cobre; la plata y el oro están en el medio, y no son ni demasiado, ni demasiado poco fusibles. El artista debe pesar bien el grado de fusibilidad que hay en el guijarro. Si es de una fusibilidad demasiado difícil, es preciso que añada un sujeto de un grado más fusible; si todavía es de una fusión demasiado difícil para su operación, es preciso añadirle más y más sujetos de más fácil fusión, hasta que la fusibilidad sea conveniente para su operación: es entonces cuando habrá encontrado el sello de Hermes, que impide que el cielo volátil se pueda escapar, pues el sello no es solamente la cerradura para cerrar, sino también para atar el volátil. El guijarro es un sujeto noble que la Naturaleza ha elevado a un grado de fijeza más alto que el oro; también es él la base y el comienzo de la constancia de todas las piedras preciosas. Es una agua muy pura, una agua de constancia y de permanencia; funde en el fuego más fuerte, como de aceite, sin consumirse, y la Naturaleza lo ha empujado a su más alto período: pues la Naturaleza no pasa más allá de la fijeza de la piedra y del vidrio; más bien ella retrograda. Del mismo modo, el Arte no puede ir más lejos que la vitrificación; después, el sujeto vitrificado retrograda a su primera materia. Tened el guijarro en fuerte recomendación, si queréis fijar una cosa prontamente; pues en él y en los grados que le corresponden, lo mismo que en el cristal que es un guijarro 79
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transparente, consiste el punto esencial de toda constancia. Se lo ve también en el crecimiento de todos los minerales, cuya matriz es pedregosa; pero hay que emplearlo con Arte, porque opera diversamente, según sus diversas preparaciones. Cuando está reducido a agua y a aceite, opera muy distintamente que en su estado natural, y opera diferente también cuando está reducido a un vidrio de difícil o fácil fusión. El que entiende bien los grados de la Naturaleza, avanza o retrograda a su gusto; vuelve el fijo volátil, y el volátil fijo, como la Naturaleza misma hace, pero en mucho menos tiempo, pues donde la Naturaleza emplea mil años él puede emplear mil días, y todavía menos. Puede hacer retrogradar el metal a marcasita, la marcasita a arsénico y azufre, éste a vitriolo, y el vitriolo a un vapor corrosivo o primera materia; o bien puede transformar este vapor en vitriolo, ese vitriolo en azufre, el azufre en arsénico, el arsénico en marcasita, ésta en metal, y finalmente el metal en vidrio y en piedra. Para ayudar a los artistas, explicaré en pocas palabras la manera de hacerlo. Si quiero hacer retrogradar un metal que ya ha sido afinado y fundido, y cuyas partes quebradizas han sido separadas por las frecuentes fundiciones, es preciso que añada de nuevo todas las partes que ha perdido, en la misma cantidad y el mismo orden que las perdió, o mejor dicho en un orden contrario. De esta manera el metal se volverá la misma cosa, y de la misma cualidad en que estaba en la mina. Así, por ejemplo, un metal perdió en su fundición el vitriolo o el espíritu del vitriolo, el azufre, el arsénico, la marcasita: hace falta en primer lugar que le devuelva su propia marcasita, u otra parecida; y así como la marcasita excedía el metal en peso y en cantidad, es necesario añadir una mayor cantidad de marcasita. Lo mismo debe ser observado en todo. Tomad entonces el metal, añadidle la marcasita, o un régulo marcasítico, y hacedlos fundir juntos; cuando estén conjuntados, añadid el arsénico; después el azufre; cuando estén bien unidos, añadid el espíritu o el aceite de vitriolo o de alumbre, según el metal sea rojo o blanco. El espíritu de vitriolo o de alumbre lo reducirá por su cantidad excedente a la misma cosa que era al comienzo, es decir a un vitriolo; y cuando es llevado hasta allí se podrá transformar el vitriolo a un vapor o un agua corrosiva, como era al comienzo. Así, el último se volvió el primero, y lo que estaba más bajo se volvió lo más alto. Inferius factum est superius. Lo mismo se hace para avanzar, pues del ácido vitriólico puede hacerse un vitriolo; de éste, un arsénico; del arsénico una marcasita; de ésta un metal y del metal un vidrio. Brevemente, hay que mezclar el metal con su azufre, su arsénico y su marcasita, después añadirle una matriz pedregosa, en igual y en mayor cantidad. Fundid todo junto, y tendréis un vidrio. Poned atención a este punto esencial: que para reducir el metal a vitriolo y a espíritu, siempre he tomado una mayor cantidad de partes volátiles, porque debían volverse volátiles. Igualmente, en este último ejemplo, se debe tomar una mayor cantidad de partes fijas, y una menor cantidad de volátiles, de otro modo toda el trabajo se perdería, pues si queréis fijar no hay que sobrecargar vuestro sujeto con demasiada cantidad de cosas volátiles. Si por el contrario queréis volatilizar, no hay que tomar demasiado de fijo, sino mucho de volátil, si no fijaríais en lugar de volatilizar. Si se ignora esta forma de volver fijo y de volver volátil, se operarán muy pocas cosas. Considerad las aumentaciones bizarras de los alquimistas que quieren fijar el mercurio fluido con los metales perfectos, empleando sin ton ni son siete, ocho, nueve y hasta doce partes de mercurio volátil, sobre una parte de metal fijo perfecto. ¿Es posible que no vean que esto es contrario a la Naturaleza, y contra todas las reglas? Cuando se quiere fijar, más bien hay que hacer todo lo contrario, es decir tomar doce partes de fijo y una parte de mercurio o de volátil; y cuando esta parte esté fija, se aumentará con el tiempo, de manera de poder añadirle una mayor parte de volátil. Es así que se podrá sacar de ello alguna utilidad, pero en el 80
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comienzo hay que tener paciencia. Esos pretendidos “aumentadores” tienen una nube delante de los ojos y no ven que aunque el mercurio se adhiere al metal, no se conjunta con él íntimamente y en sus menores partes, lo que debería hacerles notar que falta un medio. Deberían entonces buscarlo. El mercurio es un metal volátil y conglomerado, y un metal no entra en el otro con una mezcla perfecta sin los medios que se les han quitado en la fundición: recurrid entonces a ellos, y buscadlos, o tomad una cosa parecida. El mundo está lleno de errores parecidos. Se pone juntos lo muy volátil, que es un extremo, con lo fijo, que es otro extremo, y se pretende hacer al instante una conjunción. No es sorprendente que no se tenga éxito. Tómese y añádase solamente azufre volátil al oro, póngaselos juntos al fuego, y pronto se verá escaparse el azufre sin lesión del oro. Pero si se toman los medios, como el arsénico o la marcasita, y se los pone sobre el oro fundido, pronto el oro se reducirá a polvo. Apréndase de esto a conjuntar cada cosa con su semejante. ¿No se encuentran estos medios en cantidad? ¿No se tiene el vitriolo y el arsénico amarillo y rojo para los astros rojos; y el arsénico blanco y el bismuto para los astros blancos? Cada uno puede aprender a volverse sabio. Hasta ahora hemos explicado en parte el reino mineral; y discutido con cuidado algunos puntos esenciales tocantes a su origen y su fin. Pero el punto más esencial es éste. Si tratáis de fijar alguna cosa, de volverla constante, de coagularla y de espesarla, encontraréis en este reino las vías más curiosas y las más abreviadas. Sin embargo no hay que apegarse tan exactamente a este punto de la extrema fijación, porque cada reino tiene un fijativo suficiente, como lo demostraremos en la segunda parte de este tratado. Pero en cualquier reino que trabajéis, recordad siempre este principio fundamental, que es no ir de un extremo al otro más que por los grados intermedios; y en consecuencia, si queréis fijar, no juntar lo muy volátil y lo muy fijo; sino tomar el volátil y fijarlo, para después unirlo a lo muy fijo: es así que arribaréis al fin deseado. Todo se hace más bien por los homogéneos que por los heterogéneos, y solamente así se manifiesta la armonía de la quintaesencia concentrada. Terminaremos aquí la primera parte de nuestra obra, en la cual creemos haber demostrado suficientemente de qué y cómo se hace la generación de todas las cosas naturales. En la segunda trataremos de su corrupción y de su análisis; la ligaremos con la primera para una mayor aclaración, porque la corrupción precede a la generación, y también la sigue.
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AUREA CATENA HOMERI La cadena dorada de Homero o La Naturaleza develada
Libro II Traducido de la versión francesa de M. Dufoumel, que fue editada por primera vez en 1772, y realizada sobre el original publicado en Alemania en 1723, de autor anónimo y cuyo editor fue Anton Kirchweger Traducción L.
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Aurea Catena Homeri (La Naturaleza develada) SEGUNDA PARTE De la destrucción y análisis de las cosas naturales
Prefacio Así como en la primera parte traté, de una manera general y universal, sobre la generación de todas las cosas naturales, en esta segunda parte también trataré de modo general y universal acerca de su destrucción. Cada uno podrá extraer de ello las especulaciones particulares. No digo nada que no esté basado en la experiencia, y no doy ningún procedimiento que no haya practicado con mis propias manos. Si de ello alguno se esclarece y alcanza el fin deseado, que dé gracias a Dios, autor y dispensador de todos los bienes, y no a mí; y que se aplique a practicar toda su vida el principal mandamiento de Dios: la caridad con su prójimo, sin distinción de amigos o enemigos. Como yo no atribuyo lo que sé ni a mi mérito ni a mi trabajo, sino a la bondad divina, lo comunico, como un talento que me ha confiado, a los que ponen su esperanza en ella, y que a la rectitud de corazón unen amor al trabajo y firmeza. Si no van derecho a la meta, deben excusarme, puesto que no puedo trabajar con ellos. Sin embargo, que no desesperen del éxito, ya que ningún fruto madura antes de su tiempo; y del mismo modo que un niño no puede obrar como un hombre hecho y derecho, tampoco un aprendiz de alquimia puede obrar como un Filósofo. Siempre será cierto decir errando discimus et imperfecti per tempus perfecti efficimur. Árbol del análisis universal
Universalidad El volátil, con su flema y su aceite sutil El ácido, con su flema y su aceite graso El álcali, los carbones, las cenizas y la sal Animalidad El volátil, con su flema y su aceite sutil El ácido, con su flema y su aceite graso El álcali, los carbones, las cenizas y la sal Vegetalidad El volátil, con su flema y su aceite sutil El ácido, con su flema y su aceite graso El álcali, los carbones, las cenizas y la sal
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Mineralidad El espíritu ácido, con su flema El aceite ácido y corrosivo El álcali, la tierra restante y la sal
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Cap. I – De qué manera la Naturaleza destruye las cosas naturales, las reduce a s u primera materia, es decir nitro y sal, y las hace volverse vapores Hemos probado antes que la Naturaleza procrea todas las cosas del agua primordial y del caos regenerado, es decir de la lluvia, del rocío y del agua de nieve; sea que se las considere en su estado de volatilidad, como caen del aire sobre la tierra, sea que se las vea ya algo fijas y corporales, en forma de salitre y de sal. Mostraremos que esta misma agua caótica destruye, separa, disuelve y corrompe todas las cosas, tanto volátiles como fijas, y las reduce a su primera materia, es decir salitre y sal; éstos los reduce a agua, y el agua a vapores. La Naturaleza, después de haberlos formado de dichos principios subiendo de grado en grado hasta la perfección a la que están destinados, vuelve sobre sus pasos, y los conduce igualmente por grados hasta su primer origen. Hemos demostrado en la primera parte, en el capítulo de la tierra y sus exhalaciones, y en varios otros sitios, principalmente en el capítulo del nacimiento de los minerales, el método del que se sirve la Naturaleza para resolver esos espermas fijos, es decir el salitre y la sal, en agua, y después esta agua en vapores. Por eso no será necesario repetir aquí cómo son lanzados por el centro de la tierra hasta el aire en forma de vapores, etc. Después de establecer estos principios generales, comenzaremos por la esfera animal, y diremos cómo los animales caen en corrupción y retrogradan a su primera materia.
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Cap. II – De qué manera la Naturaleza destruye los animales Los animales se pudren, se transforman en polillas y en gusanos, éstos se hacen moscas, y éstas en su término se reducen a primera materia universal, es decir a naturaleza salina, nitrosa y caótica; después a agua y vapores, de donde provienen el rocío y la lluvia, y de éstos se regeneran de nuevo el nitro y la sal volatilísimos. Los animales son de una naturaleza muy húmeda, suculenta, y llena de una sal volátil; por eso, cuando su espíritu vivificante y balsámico se disipa, comienzan a pudrirse, a hincharse, a exhalar las partes volátiles que infectan el aire con un olor hediondísimo, y todo se vuelve viscoso y húmedo. Para abreviar y para no detenernos en imágenes desagradables, no diré más sobre este reino. Al tratar de la disolución de los vegetales, explicaré más ampliamente los efectos de la putrefacción, que son más o menos los mismos. Si alguno desea estudiarlos más particularmente en los animales, no tiene más que ir a un lugar donde haya carroña para contemplar, si tiene coraje para ello, los cambios que ocurren de un día a otro; verá allí pasearse gusanos en cantidad. Que tome esos gusanos bien gordos, que los encierre en una botella de vidrio y los alimente con carne podrida; que cubra la botella con un papel agujereado y la ponga a un calorcillo de sol; y verá en pocos días, incluso en pocas horas, cómo esos gusanos se metamorfosean en moscas y moscardones de diversas especies. Esto proviene principalmente de las partes volátiles animales; pero las partes más fijas se transforman en agua y en tierra, de las que se puede sacar mediante lixiviación el salitre y la sal. Esas partes restantes, es decir el salitre y la sal, se encuentran en todos los sujetos en su última reducción: lo volátil se vuela y se exhala en forma de vapor para ser caotizado en el aire; las partes más fijas se escurren en el agua y en la tierra para ser reducidas a primer esperma más fijo, es decir salitre y sal; y de esos principios nacen los vegetales. De esta manera el animal deviene vegetal, como lo hemos enseñado en la primera parte. Pero como en los animales los huesos están más coagulados y son más compactos, la Naturaleza también necesita más tiempo para reducirlos a polvo y tierra, como lo mostraremos en los vegetales de madera.
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Cap. III – De qué manera la Naturaleza destruye los vegetales Los vegetales pueden examinarse con menos disgusto que los animales; pues después de que se marchitan son humectados por la lluvia y el rocío, que recuecen el ácido que se encuentra en ellos y lo vuelven volátil; éste se entibia y se calienta, en parte por el espíritu que está implantado en él, y en parte por el calor del sol y por el calor central que se juntan. Este último se eleva continuamente de abajo, así como el del sol irradia desde arriba. Este calor de la tierra es perceptible aún en invierno, en las cavas. Ese ácido despertado penetra y recorre los poros de las plantas, calienta y excita el volátil, para hacerlo exhalar en el aire a fin de ser caotizado allí. Ablanda también las partes más fijas y más duras, las reduce a jugo y viscosidad, que se escurren en la tierra y se mezclan con ella para ser transformadas en un esperma más fijo y caótico, es decir en nitro y en sal. De las partes volátiles de las plantas nacen también polillas y gusanos, y de éstos vienen las moscas y los moscardones, cuando no han sido demasiado desecados por el calor, lo que muestra que el reino vegetal puede volverse animal y volátil, como puede verse en las plantas y árboles verdes, cuyos jugos superfluos que se escurren comienzan a pudrirse, y producen después nidos enteros de moscas y toda otra clase de insectos volátiles. Es de esta manera que ocurre la destrucción de los vegetales más débiles. Con los vegetales más fuertes, como los árboles, la Naturaleza tiene que combatir más antes de poder reducirlos a su primera materia y a agua caótica. He aquí cómo actúa ella para conseguirlo. Cuando el árbol está muerto, es decir cuanto su espíritu vegetativo ha dejado de obrar, la raíz pierde su virtud atractiva y ya no da alimento al tronco; lo que hace que las hojas caigan y que el árbol se deseque. Entonces se llena interiormente, por los poros, de vapores que comienzan a ablandar poco a poco sus partes, que fermentan y se pudren por la acción del espíritu implantado; pues tan pronto como ese espíritu, especificado en un individuo, es impedido de actuar para su conservación por algún obstáculo, él retoma su universalidad y no actúa más que para su destrucción. Así, el árbol es atacado en todas sus partes, y se vuelve, desde la médula hasta la corteza, esponjoso, tierno y carcomido. El sol, la l a lluvia y la helada lo atacan igualmente. El sol lo calienta, y a veces lo hace agrietarse, porque su humedad conservativa lo ha abandonado. La lluvia que sobreviene lo humecta, y como el árbol está calentado y desecado por el sol, atrae ávidamente a sí la humedad, por lo cual perece cada ca da vez más, ya que la humedad se pudre allí, y al pudrirse, hace pudrir al árbol con ella, el la, y lo reduce a polvo. Después de esto el sol arroja de nuevo sus rayos, lo calienta y abre sus poros cada vez más, hasta que la podredumbre penetra de una punta a la otra y lo disuelve enteramente. He aquí lo que hacen el calor y la humedad. La helada lo ataca todavía más vivamente; pues al estar expulsado del árbol el calor natural, cuando el calor del sol vuelve y lo calienta, el frío que había penetrado en sus poros se funde en agua. Esta agua se mantiene en el corazón y en la médula del árbol, y comienza a pudrirse; lo hincha tanto de adentro como de afuera, lo ablanda y lo pudre. La Naturaleza continúa esta operación hasta que el árbol esté podrido en todas su partes y caiga hecho polvo. En esto consiste la calcinación c alcinación de los vegetales. Puede verse la misma mi sma cosa con los huesos del reino animal. Esta calcinación o disolución es muy lenta; con frecuencia dura tanto como la vida de tres hombres e incluso más, cuando es una madera muy dura; porque se despegan pequeñas parcelas del árbol sucesivamente y de tiempo en tiempo. Pero vemos un ejemplo más rápido en los sauces y en los olmos, a causa de su humedad excesiva. Cuando el árbol árbol es así calcinado y reducido a polvo, se pudre más prontamente y retrograda en poco tiempo a su primera materia, es decir a salitre y a sal, como podemos ver en los jardines donde se los 6
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emplea como abono, este polvo que allí se pudre y se transforma muy prontamente en su primera materia. La calcinación de la madera es mucho más pronta cuando está reducida a pequeñas partes, como es fácil concebir y asegurarse mediante la experiencia; pues si se toman virutas de un árbol, se las riega con agua de lluvia putrefacta y se las expone al aire tibio, ellas se calientan prontamente, se pudren, se vuelven hediondas, viscosas, y se resuelven finalmente en un agua espesa. Si no se pone ningún obstáculo, esta agua se llena de polillas y gusanos, que se transforman después en moscas y moscardones. Cuando éstas alzan vuelo, no queda más que un poco de humedad terrestre, como lo he experimentado con algunas plantas y algunas maderas; pero si se impide a esos gusanos y moscas alzar vuelo, se puede abonar las tierras y jardines, o separarle los principios mediante la química, destilándolos. En esto consiste la separación natural, o la calcinación y destrucción de los vegetales, y su reducción a su primera materia. Pero se me podrá preguntar porqué yo empleo para este efecto el agua de lluvia podrida y qué puede contener ella para ayudar a la putrefacción; o cuál es el principio, en el agua de lluvia, que hace pudrir. Yo me sirvo de ella porque es el fermento homogéneo de todas las cosas. Muchos químicos, y no sin razón, le mezclan también levadura o sedimento de cerveza o de vino; pero aquí yo no empleo más que agua de lluvia, ll uvia, porque solamente quiero demostrar que todas las cosas nacen del agua caótica, y que recíprocamente se destruyen por ella. En cuanto al principio putrificante, el lector mismo puede imaginarse lo que es; puesto que el álcali es balsámico, en consecuencia el ácido y el volátil son destructivos. Es visible que el agua de lluvia es más volátil que fija, y que contiene también más ácido que álcali. Así como las partes suculentas de los animales se pudren muy prontamente, y las partes secas y duras más lentamente, igualmente las partes llenas de jugos de los vegetales se pudren más prontamente que las que son duras. Los minerales se pudren aún más lentamente, al ser de una naturaleza muy espesa, muy dura y muy seca, y la razón por por la cual las sustancias suculentas y húmedas, después de la disipación de los espíritus vitales balsámicos, se pudren más prontamente que las sustancias duras y secas, es que el Creador ha querido que el agua y la humedad fuesen el instrumento por cuyo medio el espíritu que opera todo pudiese alcanzar la putrefacción, que, como lo hemos demostrado en la primera parte, es la llave principal para abrir y cerrar todo en la Naturaleza.
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Cap. IV – De qué manera la Naturaleza destruye, corrompe y altera los minerales Todo lo que viene del cielo y de la tierra está hecho de agua y espíritu. Esta agua contiene dos cosas, a saber, salitre y sal. Estas dos últimas procrean en sus matrices convenientes todo lo que existe en este gran mundo: los animales, los vegetales y los minerales. Si en el aire esas sales están en forma de espíritu, el hombre las atrae mediante su respiración y las transforma en su propia sustancia y simiente, y así ellas se vuelven de género animal. Si caen sobre la superficie de la tierra en forma de rocío y de lluvia, de ellas vienen los vegetales. Si penetran por las hendiduras, huecos y poros de la tierra, hasta su profundidad, por medio del agua, de ellas nacen las minas. Toda la diferencia de sus operaciones sólo consiste, como lo hemos dicho ya varias veces, en sus diferentes grados de volatilidad y de fijeza. Cuanto más volátiles son, tanto más son de los animales. Si están en el medio entre lo fijo y lo volátil, son de los vegetales. Cuanto más fijas se vuelven, tanto más son de los minerales, de lo que se ve que el pasaje de un reino al otro debe hacerse por matices imperceptibles. Como todo está hecho por estas dos sales, todo es también destruido por ellas. Una es el fuego y el aire; la otra es el agua y la tierra; una es el sol, la otra la luna; una es el calor interno central, la otra es el agua interna central. El nitro es caliente e ígneo, pues es un rayo puro y concentrado del sol y de su propia esencia; su producción y su hijo, o un sol coagulado, porque es ígneo en todas sus partes cuando se pone en movimiento, aunque parezca tan frío y acuoso como el hielo. La sal por el contrario es fría y acuosa, es la verdadera materia de atracción, una producción e hija de la luna, que para la generación desea fuertemente al macho, es decir al salitre, sin el cual no siente fuerza suficiente para procrear un cuerpo perfecto, a causa de su cualidad terrestre fría, fija y acuosa. Es entonces de estos dos que se debe esperar y aguardar la generación y la destrucción de todas las cosas. Establecido este fundamento, examinaremos con qué instrumentos la Naturaleza destruye las piedras y los minerales. Ella tiene entre sus manos, como lo hemos dicho antes, un fuego. Sea que lo saque del sol, sea que lo saque del calor central, ese fuego entibia, y después calienta tan fuertemente las rocas, las piedras, en todas sus partes, que a veces se vuelven casi rojas. Tóquese solamente con las manos, en los días caniculares, una piedra o un hierro expuesto a los rayos del sol; creo que se las retirará bien rápido. Este gran calor es seguido del agua o del frío que humecta las piedras calentadas; y del combate de estos dos contrarios resulta un violento esfuerzo que hace romper la piedra y separa partes de ella. Los ataques reiterados del fuego y del agua reducen así poco a poco toda la piedra a pequeñas parcelas, con tanta más facilidad cuanto que a medida que actúan sobre ella, los poros de la piedra se dilatan y les dan un acceso más libre. Estas parcelas, expuestas igualmente a la acción del calor y la humedad, se rompen y se dividen cada vez más, y finalmente se reducen a arena y a polvo. Este polvo, que antes era piedra o tierra, siendo continuamente calentado y humectado, comienza a pudrirse y a volverse de una naturaleza salina o nitrosa, por la acción del espíritu implantado en él; pues este espíritu salino, coagulante, es despertado y excitado a actuar de nuevo sobre su propio sujeto por la humedad. Entonces la piedra avanza hacia su destrucción, como el animal y el vegetal hacia su muerte; después se une a ella la sal de la tierra y el esperma doble volátil del rocío y la lluvia. Cuando la piedra ha llegado al punto de ser reducida a polvo, y se ha vuelto salina, ella es ya de otra naturaleza, y propia a volverse vegetal. En ese estado, crecen de ella árboles y plantas que también se pudren, y de los cuales nacen gusanos y polillas. De éstos vienen las moscas, moscardones y cochinillas, o bien los animales se sirven de esos vegetales como alimento. De esta manera la piedra se transmuta por segunda vez, es decir en vegetal, y de allí en animal. Este animal se pudre y se resuelve a
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una naturaleza caótica, universal, salina, nitrosa, acuosa, vaporosa de hylé, y es así que la piedra deviene materia primera caótica. Veis entonces cómo la Naturaleza retrograda, y cómo consigue, sin más instrumentos que el fuego y el agua, destruir los cuerpos más duros y compactos. Ella lo hace muy lentamente, pero si pudiera tener en la mano una cantidad tan grande de sal como nosotros nos procuramos por el Arte, operaría tan prontamente como nosotros, y pronto reduciría las montañas más altas a pequeñísimas colinas. Si en nuestro Arte hacemos enrojecer una piedra al fuego y la extinguimos en agua salada, se quebrará en trozos, y si fuera una piedra tan grande como una casa y fuera posible hacerla enrojecer y extinguirla en dicha agua, se quebraría igualmente. Cuanto más reiteremos esta operación, más se reducirá la piedra a pequeñas partes, y finalmente se transformará totalmente en viscosidad y en agua. Si en lugar de disolver las sales en el agua, destilamos su espíritu, y disolvemos en él las piedras, se reducirán a agua de una sola vez. Esta agua puede también ser reducida muy prontamente a vapores, y éstos de nuevo a agua, mediante la destilación. El lector verá así cuanto más rápida es la operación del Arte que la de la Naturaleza, pues mientras ésta emplea muchos años para calcinar la piedra y reducirla a su primera materia, es decir a un agua nitrosa y salina, el Arte lo hace en pocas horas. La Naturaleza procede con los sujetos minerales y metálicos como con las piedras. Ella las calienta y las hace quebrar con el agua, en la cual está oculto un esperma salino, sea en pequeña o gran cantidad. Es éste el que desagrega el mineral o el metal, y poco a poco lo reduce totalmente a herrumbre y croco, disuelve este último a lo largo del tiempo a naturaleza salina, y finalmente a agua. Así la Naturaleza conduce los metales a su primer origen, y los destruye mucho más rápido que a las piedras, porque ellos tienen una sal manifiesta que solamente necesita activar por el agua y su sal para que actúe en sentido contrario; pero yo solamente hablo aquí de los minerales y los metales que todavía están encerrados en sus lugares de nacimiento o en sus matrices, y en los cuales las tierras de las montañas y las rocas están todavía conjuntados con las partes metálicas. En lo que respecta a los metales trabajados y afinados al fuego, reconozco que la Naturaleza precisaría un tiempo mucho más largo para destruirlos, porque la humedad superflua les ha sido separada por la violencia del fuego, no obstante más en uno que en otro. Por eso, como el sol y la luna están privados casi totalmente de su humedad, y también de su azufre, de su arsénico, de su marcasita; la Naturaleza no puede reducirlos a su primera materia sino muy difícilmente. Por el contrario, le es mucho más fácil destruir a Marte y a Venus, porque encierran todavía una humedad superflua, y están bien abiertos, lo que hace que el aire húmedo y el agua puedan reducir a Marte a herrumbre, y a Venus a verdín, como a Saturno y a Júpiter a cerusa. La experiencia ha enseñado que el sol y la luna, ocultos en la tierra, pueden ser excitados en ella, cuando la humedad salina de la tierra excita a obrar a su espíritu ácido, pues se ha encontrado, en lugar del sol y la luna, a sus electros, o solamente el polvo. Si se pone oro o plata en los lugares que exhalan muchos vapores arsenicales y marcasíticos, la Naturaleza conseguirá destruirlos pronto, como se ve mediante el Arte, que debe necesariamente seguir a la Naturaleza en sus grados. Cuando se funde azufre, arsénico y marcasita juntos, y después se pone en ellos oro enrojecido al fuego, el oro se reduce a polvo. Es fácil entonces disolverlos mediante las sales o mediante los vapores y espíritus salinos, y reducirlos a su primera materia. Es lo mismo con todas las cosas: ellas conservan su ser hasta que reencuentran lo que es propio a destruirlas; y esto no puede dejar de ocurrir tarde o temprano, pues la Naturaleza nunca está ociosa. Ella sin cesar destruye, o mejor dicho crea sin cesar, porque la corrupción de un ser es la generación de otro, de modo que las destrucciones que opera son más transmutaciones que destrucciones, como vemos en el hecho de que los
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animales y vegetales que nos sirven de alimento se transforman en nuestra sustancia, la cual un día debe transmutarse en vegetales, y después, en otros animales. El arte tiene también sus transmutaciones. Pues los sabios, mediante su tintura, transmutan los metales imperfectos en oro y en plata; pero no hay que creer que esta tintura sea una medicina que sane al metal todo entero, tal como crece en la minera, sino que sana las partes mercuriales más puras, que, por un largo y fuerte fuego, han sido separadas de todas sus escorias. Ningún sabio ignora que los Filósofos no toman el mineral tal como sale de las minas para arrojarle la tintura, sino que antes, por medio del fuego, le separan el corrosivo superfluo, el azufre, el arsénico y la marcasita: entonces toman el metal maleable que ha sido separado de tantas partes, pues en el gran horno de fundición, la humedad superflua, el azufre, el arsénico y la marcasita volátil se vuelan en humo en el aire, retornando al caos universal. Lo que resta de la parte más fija de la marcasita con la matriz pedregosa de la mina, o las piedras, se transforma, parte en escorias, y parte en régulo. Ellos afinan de nuevo ese régulo, y le separan las partes más fijas, que llaman escorias, hasta que tienen el grano metálico purísimo. Es este grano el que toman los Filósofos, y el que transmutan mediante su tintura en una cosa más perfecta, es decir, en oro o en plata. Se puede, con mucha justicia, llamar esta transmutación una curación de la enfermedad metálica, pues Saturno es melancólico, Júpiter es tullido, Marte es bilioso y amargo; Venus tiene el calor del hígado, Mercurio la epilepsia, la Luna la hidropesía. Yo considero el grano metálico como la médula en los huesos. Si un hombre es melancólico, la médula de sus huesos también está infectada de melancolía. Si es bilioso, la médula lo es también. El médico aplica los remedios a la médula, y no a los huesos y a las carnes. Si puede curar la médula, es seguro que curará también las enfermedades del cuerpo, puesto que la médula es lo que hay más alejado en el cuerpo, y es preciso que una medicina sea bien penetrante para poder pasar hasta la médula; pues la mayoría de los remedios, sobre todo los que se sacan de los vegetales, permanecen en la tercera o cuarta digestión, su fuerza se disipa en las venas, y se evacuan por los emuntorios, de manera que no penetran en la médula. Aunque todos los hombres se originan de una misma simiente, no obstante tienen diferentes complexiones que los hacen sujetos a enfermedades diferentes. Lo mismo ocurre con los metales: aunque todos nacen del ácido universal, toman en sus diferentes matrices diferentes cualidades accidentales, y contraen diferentes vicios; por eso todos tienen necesidad de una medicina temperada para adquirir un temperamento solar, y para ser exaltados por el Arte a una naturaleza más perfecta. Eso es lo que los Filósofos hacen mediante su tintura. Hay también en los huesos diferentes especies de médulas. Ahora bien, el médico no trata de sanar la sinovia o el cartílago duro, o el hueso esponjoso y su médula, sino la mejor médula, porque sabe que si la medicina penetra hasta la mejor médula, sanará también las partes más débiles, tanto como la naturaleza de esas partes lo necesite. No obstante, ella no las transforma en médula, solamente corrige su mala cualidad y les da una mejor. La misma cosa ocurre con los metales y minerales. No se busca sanar mediante la medicina o tintura al azufre, al arsénico o a la marcasita, sino al metal; y aunque se la arrojara sobre arsénico, azufre o marcasita, no los transformaría en sol o en luna, los transformaría solamente a una naturaleza solar o lunar. Pero así como la médula imperfecta, una vez sanada de su enfermedad, después se vuelve, por la digestión y la maduración, una médula de la mejor calidad, igualmente el azufre, el arsénico y la marcasita de los metales, vueltos solares y lunares por la medicina de los Filósofos, pueden ser reducidos a oro o a plata por la digestión y la maduración; pero no como el metal que se transforma en oro y en plata en la fundición. 10
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Descenderemos ahora de la corrupción o la putrefacción a la conjunción y regeneración del agua universal caótica, y después a la de todas las cosas naturales.
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Cap. V – Del análisis o separación, conjunción y regeneración del agua caótica, y quintaesencia. En la primera parte, hemos explicado el comienzo y el origen de la Naturaleza, cómo todas las cosas se han originado del vapor universal, o del agua caótica; cómo esta agua ha sido dividida en cuatro principios universales o en cuatro elementos; y cómo, por el mandato del Creador, esos cuatro elementos regeneran continuamente ese caos dividido y hacen de él una simiente universal, para la generación de los animales, de los vegetales y de los minerales. Al presente trataremos en forma general de su análisis, y comenzaremos, según el orden, con el agua caótica universal, o el agua de lluvia, que servirá de ejemplo y de modelo para las otras cosas. Examinaremos tanto como se pueda (pues es imposible profundizarlo totalmente), por el Arte de Vulcano, lo que ella es capaz de operar. La descompondremos y dividiremos en sus partes volátiles, medianas y fijas. Reuniremos después esas partes separadas, las coagularemos y fijaremos, a fin de que cada uno pueda ver cómo lo más volátil puede adquirir la fijeza de una piedra, y lo fijo volverse volátil; el cielo, tierra, y la tierra cielo; lo volátil transformarse en ácido y en álcali, y lo inverso: de lo que resultará una armonía concentrada, una quintaesencia o un magisterio universal. Sobre este modelo estarán obligados a regularse todos los demás, tanto los minerales como los vegetales y animales. Análisis del caos regenerado, o del agua de lluvia
Tomad agua de lluvia, o de nieve, la que queráis, que es la simiente o el esperma del universo, y nada más que agua y espíritu. Tomad, digo, agua de lluvia que viene del Occidente en el mes de marzo: filtradla después de haberla recogido en un tonel de madera nuevo, o en distintos vasos. Ponedla en un sitio ni demasiado frío ni demasiado caliente, sino que sea perceptiblemente tibio; cubridlo a fin de que no caiga basura en él, y dejadlo reposar un mes hasta que huela mal. Entonces está madura para la separación. Primera separación del caos Removed bien toda esta agua con una vara, ponedla en un alambique de cobre, cubridlo con su capitel. Poned un recipiente y destilad muy lentamente un sutil tras otro, hasta la mitad: tendréis el cielo y el aire con sus sutiles separados del receptáculo o corteza; esto es lo volátil; el ácido y el álcali, o el agua y la tierra permanecen en los residuos. Segunda separación Tomad después lo que queda en el alambique de cobre, destiladlo en otro recipiente hasta un espesor de miel. Lo que ha pasado es el elemento del agua, o las flemas abundantes, que suben antes que el ácido y el álcali, y enseguida después del volátil. Tercera separación Retirad del alambique los residuos de consistencia melosa; ponedlos en una retorta, a fuego de arena, que aumentaréis por grados. Subirá primero una flema, y después un espíritu agrio como el vinagre, que es el ácido. Éste es seguido de un aceite espeso que corresponde al ácido, pues el ácido es un aceite extendido, y el aceite es un ácido concentrado. Estas partes pueden ser llamadas a la vez aguas esenciales, aguas elementales y partes volátiles de la tierra; porque el agua y la tierra no están nunca una sin la otra, o mejor dicho ellas son una misma materia y no son diferentes sino en razón de su volatilidad, de su fijeza, o de su consistencia más líquida o más seca. Por la misma razón, estas partes también pueden ser 12
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llamadas cielo y aire fijos, como lo he explicado suficientemente en la primera parte. Remito a ella al lector. Después que todas las partes líquidas hayan sido destiladas por grados, quedará en la retorta un caput mortuum negruzco, un verdadero carbón, que arde como todos los demás carbones, y que es una tierra virgen macrocósmica o un álcali. Ahora tenéis el caos separado en cuatro partes: en cielo, aire, agua y tierra; o en volátil, ácido y álcali; o en un agua muy volátil, en un agua grosera, y en un espíritu ácido, o vinagre, en un aceite fétido espeso, y en carbón, en el cual la sal alcalina permanece oculta. Guardad y conservad separadamente cada una de dichas partes, como un elemento particular. Cada uno puede ver de esto lo que es la simiente del universo, en qué principios se puede separar, y cuál es el origen de todas las cosas naturales. Así como el caos uno y simple puede ser dividido y separado en cuatro partes, también cada una de sus cuatro partes puede ser dividida y separada en varias partes o grados mediante la rectificación, como diremos a continuación. Primera rectificación de las partes del cielo Tomad el producto de vuestra primera destilación o primera separación del caos. Ponedlo en un matraz de cuello largo; adaptadle un capitel con su recipiente; y destilad al baño maría, por el primer y segundo grados, hasta el tercero. Veréis pasar un agua clara, transparente y volátil, que es el cielo mezclado del aire más sutil. Lo que queda en el matraz es el agua más grosera. Guardad separadamente esas dos cosas, y la primera rectificación está completada. Segunda rectificación Tomad el cielo y rectificadlo por segunda vez al baño maría, como antes: destiladle la mitad; el agua se volverá más sutil de lo que era. Así habréis vuelto el cielo más sutil y más volátil. Tercera rectificación Tomad el cielo sutilizado, y destiladlo de nuevo hasta la mitad. El cielo se habrá vuelto muy sutil, y habrá adquirido un brillo de diamante. En lo que respecta a la mitad restante, hacedla pasar todavía una vez. De esta manera tendréis el cielo separado en tres partes: el cielo sutil, el cielo más sutil, y el cielo sutilísimo. Rectificación del aire Tomad ahora el aire más grosero que, en la rectificación del cielo, ha quedado detrás; añadidlo al elemento destilado del agua, que ha pasado en la segunda separación del caos. Poned estos dos juntos en un matraz al baño maría, y destilad por cuatro grados: el aire pasará, pero el agua grosera no subirá fácilmente a fuego de baño maría, sobre todo en un matraz de cuello largo, pero sí en a fuego de cenizas y en un matraz de cuello corto. Por esta operación tendréis el aire separado del agua; pero hay que rectificarlo tres veces, como habéis hecho con el cielo, destilándole siempre al baño maría solamente la mitad. Por este medio tendréis el aire sutil, el aire más sutil, y el aire sutilísimo. Les pondréis etiquetas ordenadamente. Rectificación del agua Tomad después el agua que ha quedado del aire; ponedla en un matraz cuyo cuello esté cortado, pero que no sea demasiado corto; adaptadle el capitel y el recipiente y ponedlo a fuego de cenizas. Destilad del primero al segundo grado: el agua más sutil subirá, reservadla como la primera parte. Destilad todavía la segunda parte, (a fuego) del segundo grado hasta el 13
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tercero, y ponedla igualmente aparte. Destilad después de esto la tercera parte del agua, la más grosera, del tercero al cuarto grado. Por estas tres rectificaciones, tendréis el agua sutil, el agua más sutil y el agua sutilísima. Ponedlas en orden con sus etiquetas, a continuación del aire separado y rectificado. Aunque yo debería atribuir las partes líquidas restantes al elemento del agua, puesto que son húmedas y acuosas, sin embargo no se encontrará mal que se las dé a la tierra, ya que se vuelven muy fácilmente terrestres y coaguladas. Rectificación de la tierra Después que hayáis separado y rectificado el cielo, el aire y el agua, tomaréis la tierra y la dividiréis igualmente en tres partes mediante la rectificación, del modo que sigue. Tomad el producto de la tercera separación del caos; a saber, el ácido o el vinagre con su flema, su aceite y la masa reducida a carbón. Pulverizad el carbón, moledlo con el aceite, ponedlo en una retorta, verted el ácido; poned el recipiente y destilad el ácido, al primer grado. Sacadlo y ponedlo en otro frasco; después destilad el aceite, y ponedlo aparte en otro frasco; finalmente dadle un fuego de cuarto grado durante dos horas; dejad extinguir el fuego y enfriar el horno; retirad la retorta, y sacad el carbón o la tierra. De esta manera tendréis la tierra sutil o el carbón, la tierra más sutil o el aceite, y la tierra sutilísima o el ácido. Guardadlas en orden, después del agua. Tenéis entonces el caos separado y rectificado. Ahora hay que llevarlo a la coagulación, a la fijación, a la regeneración, a quintaesencia, magisterio o arcano. Quizás habrá personas que me preguntarán lo que quiero hacer con el carbón, que ordinariamente se calcina y reverbera, o se quema en cenizas para sacar de él la sal, por lixiviación. ¿No dirán ellos que, fuera de esto, el carbón no tiene nada bueno? Pero que tengan paciencia hasta que vean lo que diré a continuación, donde les indicaré las razones que me hacen obrar así. La coagulación, fijación y regeneración de la tierra en magisterio o arcano Primeramente habéis sacado cuatro partes confusas del agua caótica, mediante la separación; y de estas cuatro partes habéis sacado doce, por la rectificación, es decir tres partes de cada una, por orden. Tomad el carbón, que es la tierra sutil; mezcladlo en un matraz de vidrio con la tierra más sutil y añadidle la tierra sutilísima, por medio de lo que las tres partes serán conjuntadas. Ponedlas al baño maría durante cuatro días y cuatro noches, aumentando el fuego de un día al otro, hasta el tercer grado e incluso hasta el cuarto. Adaptadle el capitel y el recipiente, de modo que si sube algo, pueda pasar al recipiente. Durante esta operación, la masa o cuerpo terrestre se conjuntará, se coagulará y se fijará. La prueba de que esto ha ocurrido es que si se saca el matraz del baño maría y se lo pone en un lugar frío, se formarán cristales, o bien el olor del compuesto tendrá más acritud. Cuando esto esté hecho, poned el matraz a fuego de cenizas (el cuello del matraz debe estar cortado, y no ser demasiado largo). Destilad la humedad muy dulcemente, hasta la total sequedad; hay que proceder de manera que los vapores agrios y el aceite no suban, por eso el grado de fuego debe ser muy dulce. Muchos químicos se engañan en el grado de fuego, lo hacen ora demasiado fuerte, ora demasiado débil. He aquí un método seguro para encontrarlo. Acomodad todos vuestros hornos de modo que tengan cuatro o seis registros; cuando queréis destilar algo, abrid primero dos o tres registros, hasta que veáis subir lo que queréis destilar, entonces cerrad dos registros y no dejéis abierto más que uno, que constituye el primer grado. Destilad en ese grado todo lo que puede pasar, y cuando no suba más nada, abrid el segundo registro, a fin de que destile de nuevo, y hasta que la destilación cese por sí misma en ese grado. Entonces abrid el tercero y continuad hasta que no destile más; obrad igual con los registros cuarto, quinto y sexto. Si en una hora o una hora y media no quiere pasar nada, abrid todavía otro, y cuando la destilación 14
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comience, cerrad de nuevo uno de esos registros, hasta que sea necesario volverlo a abrir. Procediendo así, no podéis errar. Hace falta entonces, como dije antes, separar toda la humedad de la tierra. Si algún poco de ácido o aceite subiera al mismo tiempo, habría que volverlo a verter sobre la tierra; pero cuidad mucho el grado de fuego, pues si lo hacéis demasiado fuerte y el aceite sube, su grasa se pegará por todo el matraz y perderéis una parte fluida y muy noble de vuestra tierra. Es una cosa esencial a observar, para la calcinación y reverberación física, que la parte más noble del agua caótica se congele y se fije, y que lo que ella tiene en exceso o de superfluo se separe por la destilación. La Naturaleza no toma en sí, de una sola vez, más que tanto como necesita. Cuando todo está coagulado, fijo y desecado, entonces necesita de nuevo la humedad: ella vuelve a tomar tanto como necesita, y deja, como la primera vez, separar lo superfluo. Observando bien este punto, uno se ahorra muchas penas, tiempo y gastos. Cuando el ácido y el aceite están bien coagulados sobre el carbón, y no ha pasado nada más que un agua insípida, sin gusto y sin fuerza, quitad esta agua, pues la misma Naturaleza la ha rechazado como superflua. Cuando esto esté hecho, aumentad un poco el fuego, a fin de que la materia se deseque todavía mejor en el matraz de vidrio y que esté totalmente seca. Ésa es la calcinación y la reverberación física que hay que repetir varias veces. De esta manera la tierra se coagula, se seca, se altera, y cuanto más se seca y altera, tanto más atrae gustosa su propia humedad: pues la sal debe humectar la tierra seca, sin lo que no sabría producir los frutos de los que es capaz. Tomad entonces del cielo sutilísimo, tres partes; del cielo más sutil, dos partes; y del cielo sutil, una parte. Mezcladlos todos en un vidrio; de esta manera un cielo habrá descendido en el otro, como lo hemos dicho en la primera parte; es decir que el cielo más sutil se dejará tomar y fijar en un cielo más espeso, y que, descendiendo cada vez más, se vuelve aire, agua y tierra, hasta que finalmente deviene totalmente terrestre, como veremos aquí. Cuando esto esté hecho, tomad del aire sutilísimo, tres partes; del aire más sutil dos partes, y del aire sutil una parte; mezcladlos igualmente. Después tomad del agua sutilísima tres partes, del agua muy sutil dos partes, y del agua sutil una parte; mezcladlas también. Estando cada parte conjuntada, tomad el agua, añadidle el aire, y después el cielo. Los tres juntos componen el néctar de ambrosía o la bebida de los dioses, que debe rejuvenecer a nuestro anciano, revivificarlo y regenerarlo. Verted entonces esta agua sobre la tierra seca, tanto como haga falta para humectarla y ponerla de un espesor meloso. Removedlas bien juntas con una espátula de madera; añadid después más agua para reducirla a consistencia de miel clara fundida. De esta manera tiene, por esta vez, humedad suficiente para su crecimiento. Poned el matraz al baño maría, al primer grado de fuego, y dejadlo digerir allí dos días y dos noches, a fin de que la tierra se humecte bien y se disuelva. Destilad después la humedad al baño maría, y si por esos grados no quiere pasar nada, destilad a fuego de cenizas hasta que la tierra, por grados lentos, se vuelva totalmente seca y alterada, al punto de rajarse. Observad sin embargo que al comienzo el fuego no sea demasiado fuerte, pues ella es todavía muy volátil. Cuando haya sido bien desecada, vertedle nueva agua. Proceded como la primera vez, embebiendo, destilando, desecando y reverberando a fuego de cenizas, y continuad esas imbibiciones y coagulaciones hasta que la tierra esté suficientemente abonada por el cielo, el aire y el agua, lo que conoceréis por la marca siguiente: Cuando creáis que ha atraído a sí mucho cielo, aire y agua, verteréis el agua que le ha sido destilada a la altura de cuatro dedos. Poned el matraz al baño maría durante veinticuatro horas, haced disolver y destilar hasta la tercera parte; dejad enfriar el horno, y poned el matraz en la cava. Si se forman muchos cristales, juzgaréis que otro tanto se ha coagulado del cielo
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volátil, de aire y de agua, y que al mismo tiempo la tierra se ha vuelto muy sutil. Cuando veáis ese signo, es tiempo de proceder a la fijación. Tomad entonces el matraz, destiladle toda la humedad al baño maría, y finalmente a las cenizas. Desecad bien la tierra, y dadle algo de fuego; ella se reverberará en el fondo del matraz, y se volverá parda o roja con otros colores entremezclados. Esta desecación y reverberación a las cenizas se completará en un día. Durante la noche, sacad el matraz y retirad la materia con una espátula de madera. Moledla muy sutilmente, ponedla otra vez en el matraz y vertedle el agua que habéis destilado, o nueva agua, hasta que se vuelva como una miel espesa. Ponedla otra vez al baño maría, y destiladle la humedad; después la coagularéis y desecaréis a las cenizas, y para hacerla reverberar, aumentaréis un poco el fuego, a fin de que adquiera el mismo color que antes. Después dejarla enfriar, sacad la tierra y moledla de nuevo; volved a ponerla en el matraz, vertedle la humedad que habéis sacado, como antes, hasta la consistencia de miel espesa; volvedla a poner al baño maría, y después a las cenizas. Coagulad, desecad, reverberad, etc. Continuaréis esta operación hasta que la tierra se vuelva en una dulce reverberación toda de un mismo color; entonces ella puede sufrir un fuego más fuerte. Cuando la tierra está en ese punto, retiradla del matraz, moledla bien menuda, volvedla a poner en el matraz, humectadla con su agua que le habíais destilado, ponedla después a las cenizas; destiladle primero la humedad dulcemente, coagulad igualmente por grados, y reverberad finalmente con un fuego un poco más fuerte que antes; pues la tierra que está en el fondo adquirirá así un color todavía más fijo, como veréis al retirar el matraz. Cuando el horno esté frío, retirad la tierra del matraz, moledla bien menuda, y proceded en todo del mismo modo que antes. Es una sola y misma operación, lo esencial de la cual consiste ahora en reverberar la tierra más fuertemente, y en hacer de modo que devenga toda de un mismo color, y cada vez más resistente al fuego. Es preciso continuar estas imbibiciones, coagulaciones y reverberaciones hasta que la tierra se vuelva, por una más fuerte reverberación a las cenizas, fija y roja como de fuego en todas sus partes. Después podréis, por grados, reverberarla todavía más a la arena, hasta que sea tan fija que pueda soportar el fuego abierto: entonces el magisterio es perfecto. Sin embargo, hay que cuidar de no apresurarse y no ponerla en seguida en un fuego abierto al salir del baño de arena, sino que la pondréis antes por cuatro y cinco grados al fuego de pepitas de hierro. Si se sostiene bien allí y resiste, entonces encerradla en dos crisoles sellados juntos, y hacedla pasar, por grados, por un fuego de rueda durante cuatro horas. Entonces al retirarla, veréis el cielo y el agua más volátiles convertidos en una piedra corporal de la última fijeza. Es en ese estado que puede decirse como Hermes: vis ejus erit integra, si versa fuerit in terram. Ésa es una medicina universal, de la cual uno, dos, hasta seis granos, curan radicalmente todas las enfermedades, y que restaura el húmedo radical, el espíritu animal, vital y natural; en resumen todo el bálsamo animal y vital. El aficionado verá, mediante este ejemplo general, cómo del vapor acuoso más volátil proviene el cuerpo más fijo y pedregoso, y que lo invisible e impalpable se ha vuelto visible y palpable. Considere el lector atentamente esta operación, pues es el modelo sobre el cual se debe regir para todos los animales, vegetales y minerales. Igualmente, hay que comenzar por hacerlos pudrir, después separarlos, rectificar, coagular, fijar, y hacerlos regenerar en un cuerpo glorioso, transparente; y esto por las cosas homogéneas, como lo he dicho anteriormente. Pero alguno dirá: “ Esta operación parece extraordinaria. Primeramente, es larguísima y muy fastidiosa. En segundo lugar, ella es contraria a las reglas de todos los Filósofos. Ellos
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hablan de putrefacción, separación, destilación, conjunción, fijación, coagulación y regeneración; pero ellos han conjuntado esos principios, después de la se paración, en ciertos pesos; los han encerrado en un frasco de modo que no pudiera salir ninguna transpiración, y menos todavía alguna agua; los han cocido en un mismo horno, en un mismo vaso, y por un mismo régimen de fuego, y sin tocarlo hasta haber alcanzado su última perfección. En cambio este autor quiere que se conjunten las partes, se las destile, se las vuelva a embeber, se las deseque, se las coagule, se las reverbere, se saque la masa del matraz, se la muela, se la embeba de nuevo, se la destile, se la deseque, se la coagule, se la reverbere todavía, se la saque del baño maría, se la ponga en las cenizas, después en la arena, después al fuego de pepitas de hierro, y finalmente a fuego abierto, método que ningún Filósofo ha enseñado. Con esto, él no dice nada de la separación de las heces, sino que deja todas las impurezas que los Filósofos todos ordenan expresamente quitar, sin lo cual, dicen, el amargor se volvería más bien un veneno que una medicina. Los Filósofos dicen también que nunca hay que dejar extinguir el fuego, que sin eso la Obra perecería, y éste interrumpe el fuego sin cesar ”. He aquí mi respuesta. Yo convengo en que esta obra es larga y enojosa, y no la he puesto aquí para que necesariamente se esté obligado a proceder así, sino solamente para que el lector vea cómo el agua caótica puede ser separada en sus grados de sutileza, de espesamiento y de fijeza. Tampoco pretendo inducir a alguien a seguir este camino, a menos que lo quiera emprender por curiosidad. Hay muchos otros métodos, más cortos y más amenos, de los que indicaré algunos a continuación. Recuerde el lector que he dicho, en la primera parte, que el gran caos primordial ha sido dividido en cuatro partes: cielo, aire, agua y tierra. Que cada una de esas cuatro todavía ha sido separada y dividida en sus grados de sutilización y espesamiento, como lo he demostrado en el octavo capítulo de la primera parte, al tratar de las exhalaciones de la tierra. Hemos mostrado en el procedimiento anterior, para utilidad del lector, esos grados de sutilización y espesamiento, a fin de que él vea que lo más sutil sube siempre delante de lo menos sutil, y se deja separar de él. Éste es inmediatamente seguido por lo grosero, éste por lo más grosero, y por último por lo groserísimo. Yo menciono este método solamente a fin de que cada uno vea con sus propios ojos cómo la Naturaleza trabaja siempre en el más bello orden, sin franquear jamás los grados intermediarios. Si el lector se imaginara que yo procedo contra las reglas de los Filósofos, yo le replicaría, como hice antes, que no busco el secreto de los Filósofos, sino que soy un físico o un “fisófilo” que sigue exactamente las vías de la Naturaleza y que imita escrupulosamente todas sus operaciones. Los Filósofos han escrito como han querido. Yo sé muy bien, quizás, sus métodos; pero como no los estimo ni los desprecio, los dejo tal como son; y sigo únicamente los míos, porque estoy seguro de que son conformes a las leyes de la Naturaleza. Es ella quien me ha enseñado a no encerrar el húmedo con el seco juntos en un frasco, como hacen los Filósofos, y a coagularlos por una digestión continua, hasta que sean totalmente desecados y reducidos enteramente a tierra por un fuego continuo. Aquel que, por la verdadera vía de la Naturaleza, llega al término y abrevia la Obra, debe llevarse el premio. A fin de que los elementos del agua y de la tierra produzcan sus frutos, la Naturaleza les da la simiente de lo alto en forma de agua, de la cual la tierra toma y retiene tanto como necesita para sus producciones. Ella hace brotar de nuevo el agua superflua y superabundante mediante el calor inferior y superior, es decir por el calor subterráneo central y por el calor del sol, la expulsa al aire en forma de vapores y de humo, de donde cae y destila de nuevo sobre la tierra. La tierra vuelve a tomar lo que necesita para sus producciones y su crecimiento; lo superfluo se eleva de nuevo en el aire en forma de vapor, humo y niebla; y la Naturaleza continuará esta circulación hasta que la voluntad del Creador coagule y fije todo junto en una
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piedra. Por esta imbibición o destilación del macrocosmo nacen todos los frutos de la tierra, cada uno según su cualidad, pues cuando la tierra es desecada y reverberada por el sol, el cielo proporciona de nuevo la humedad, y la embebe otra vez con la lluvia y el rocío; después el sol vuelve y deseca, coagula, reverbera de nuevo la tierra y la altera, para atraer a ella otra humedad. Por esta operación de la Naturaleza, cada artista debe aprender el más bello método para coagular y fijar, como en el capítulo séptimo de la primera parte, debe haber aprendido de la Naturaleza misma el más bello método para resolver y volatilizar, pues él ve que cada cosa solamente toma en sí tanto de fuego y de agua como necesita, y que deja ir lo superfluo. Muchos artistas se han arruinado queriendo coagular y fijar toda la humedad del sujeto que tenían entre las manos. Han consumido una cantidad prodigiosa de carbón, y han hecho un fuego tan grande que su matraz se ha agrietado en él y han perdido todo su tesoro en las cenizas, por lo que cayeron en una angustia y aflicción tan grande que hay quienes han muerto de melancolía. ¡Qué miserable vida! ¡Qué pérdida de tiempo! Hubiesen sido más sabios si hubieran considerado el curso de la Naturaleza, que opera diariamente bajo sus ojos, y que debe servir a todo físico de modelo y de precursor. Sin embargo no los puedo censurar. Al comienzo yo pensaba, como ellos, en hacer las más bellas cosas siguiendo mis ideas; pero la experiencia me ha desengañado. Finalmente, por una observación continua de la Naturaleza y un trabajo tenaz, he llegado al método que enseño. Yo lo doy al público tal como lo aprendí, con las continuaciones que ha tenido. Aquellos que quieran seguir esta vía, que se conformen a este tratado; sacarán ciertamente de él alguna satisfacción, al menos tanta como esperan encontrar en los demás. Si encuentran algunos obstáculos, que recurran a la Naturaleza y que la mediten. No hay dificultad que no puedan superar por este medio. Se oye gritar por todos lados “Seguid la Naturaleza”, y no se encuentra a nadie que la haya estudiado como es preciso. Es cierto que hay una gran cantidad de físicos que escribieron sobre la Naturaleza, y que pretendieron haber descrito todas las cosas con la mayor exactitud. Han hecho lo que han podido, pero la mayoría, y casi todos, solamente describieron la corteza y no el interior; y mediante esos escritos, aunque inocentemente y sin saberlo, han extraviado y arruinado a millares de personas que siguieron sus doctrinas, y que explicaron demasiado el pensamiento de otros, ora de una manera, ora de otra, según la idea que se formaron en sus espíritus. Yo no trato de dar una descripción detallada de todas las cosas. Eso sería un trabajo inmenso y por encima de mis fuerzas. Me contento, en este pequeño tratado, con mostrar en general, por la teoría y por la práctica, la marcha que la Naturaleza sigue en sus operaciones, a fin de que todos los Artistas puedan tomarla por guía en lo sucesivo. Cuando hayan comprendido algunas manipulaciones, podrán impulsar más lejos sus especulaciones y confirmarlas mediante la experiencia. De esta manera encontrarán la verdadera vía, y llegarán al fin deseado. ¿No se ve cuánto tiempo se emplea para la solución de un sujeto, y cuánto carbón y gastos hacen falta para ello? ¿Cuánto tiempo se precisa todavía para coagular un líquido y fijarlo en un polvo? Así se trabaja sobre un solo sujeto, no solamente durante varios meses, sino durante varios años, y no se recoge más que humo. El artista que quiere coagular un sujeto, debe considerar atentamente las sustancias y las partes que tiene con él, es decir el agua y el espíritu. Sea que el espíritu esté oculto en el agua, sea que esté en forma de sal o de aceite, en la de un polvo sutil o en cualquier otra forma que sea, no tomará jamás más agua de la que necesita para devenir un cuerpo coagulado y fijo. Como él deja separar de sí, por la violencia del fuego, todo lo superfluo, es preciso quitárselo
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mediante la destilación, a imitación de la Naturaleza; y sobre todo tener cuidado de no destilar a fuego demasiado fuerte, sino hacerlo a un fuego muy dulce, al baño maría, y volver a cohobar la humedad hasta que la tierra pueda soportar un mayor fuego. Entonces ya no la necesita: hace falta que se deseque cada vez más y que avance hacia la coagulación y fijación. A medida que la humedad superflua se separa, la simiente (o el espíritu) se coagula cada vez más, y más prontamente. “Pero”, dirá alguno, “¿cómo puedo conocer que el espíritu, que está en el agua, se adhiere al cuerpo fijo, se coagula allí y se fija, mientras veo que por la destilación el agua pasa en la misma cantidad que yo había puesto?” Convengo en que he encontrado la misma dificultad antes de conseguir este conocimiento; pero poned atención a lo que sigue. El agua, como el receptáculo, y el cuerpo visible y sensible en el cual está oculto el espíritu o la simiente invisible, es el único medio por el cual todas las cosas se mezclan y se unen, porque todas las cosas líquidas y húmedas se unen más fácilmente en sus más pequeñas partes que las secas. Esta agua encierra en sí el espíritu o la simiente en toda su fuerza, de una manera oculta e invisible, y ella es el vehículo del espíritu. Las aguas son sutiles o groseras, según estén extendidas, sutilizadas, espesadas, y según la simiente o espíritu sea volátil o fijo; el agua se ajusta con la simiente, y la simiente con el agua. Por ejemplo, el espíritu de vino es un agua, el vinagre es también un agua, lo mismo que el aceite; todo lo que es líquido es un agua, diferente, en verdad, según la propiedad del espíritu coagulado o resuelto; pues el espíritu no obra de la misma manera en el espíritu de vino, en el vinagre, en el aceite, en la sal y en los ácidos corrosivos. Ahora bien, es visible que todas las aguas son disueltas y líquidas, lo que proviene de la humedad superflua que contienen. Si estuvieran coaguladas, serían secas. Por eso hay que quitarles su humedad superflua por la destilación, y esto de manera que el espíritu o el ácido que permanece oculto en esta humedad no pase al mismo tiempo con ella, sino que quede atrás y se coagule. La humedad debe pasar sin ningún ácido, como una flema insípida; entonces la simiente se coagula en un instante, y tan prontamente que el Artista sentirá el mayor gozo y estará mil veces más deseoso de abrazar y practicar el Arte de la química, porque ve que sus operaciones son infalibles, como las de la Naturaleza que se propone imitar. Considerad entonces con atención, si queréis sacar provecho en este Arte, que el agua o la humedad superflua no es la parte principal que hay que coagular, sino que el espíritu o la simiente oculta en el agua es lo que se coagula, se concentra y se fija por su propia parte fija o, para hacerme entender mejor, por su propio ácido y por su parte alcalina, entonces la humedad superflua se separa, y la simiente no retiene en sí más que lo necesario para formar y para mantener un cuerpo en una humedad permanente e incorruptible. Ella retiene tan fuertemente esta humedad que ha atraído, que se funden y fluyen juntas en toda clase de fuego como la cera y sin humear. Se ve esto en el guijarro y en el vidrio, cuya humedad superflua ha sido extraída al supremo grado, sólo retienen la que les hace falta para poder fluir como el aceite en el fuego más fuerte y más violento, sin ninguna disminución de su consistencia, a menos que sean retrogradados por la Naturaleza o por el Arte. Sería un gran trabajo para el Artista, así como para la Naturaleza, si hubiera que coagular toda el agua o la humedad superflua; eso no sería, sin embargo, imposible, pero además de que sería inútil, la vida más larga de un Filósofo no bastaría para lograrlo. Que solamente se haga el ensayo encerrando agua de lluvia o de fuente en un frasco, y poniéndola al fuego para coagularla. Sí se encontrará una tierra, pero en seis meses, e incluso en un año, no se percibirá que el agua haya disminuido en cantidad, ni que se haya coagulado. Imitaremos entonces a la Naturaleza que, en el reino animal, no transforma toda la humedad en animal o partes animales. Si así fuera, no devolvería excrementos mediante la
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transpiración y otras vías. Tampoco en los vegetales se vuelve vegetal toda la humedad; de otro modo no darían gomas y resinas, como puede verse, principalmente en primavera, principalmente en los grandes árboles cuyas cortezas, por la demasiada abundancia de humedad superflua, se parten y dejan manar el jugo superabundante bajo diferentes formas. Igualmente, tampoco se une toda la humedad superflua a los minerales y a las piedras en su crecimiento; si así fuera no se vería correr de las montañas tantos grandes ríos, fuentes y manantiales. Así, no toda la lluvia, el rocío y la nieve, son empleados en el crecimiento de las producciones de la tierra; si fuera así, el calor central y terrestre y el del sol no podrían sublimar ni atraer ningún vapor o exhalación, mientras que vemos que diariamente hacen vapores, y en tan gran cantidad que de ellos se forman abundantemente rocío, lluvia, nieve, que de nuevo son precipitados sobre la tierra. Así la Naturaleza nos enseña la imbibición y cohobación del macrocosmo. Ella no da de una sola vez bastante humedad para que sus producciones tengan suficiente hasta su última perfección, sino que cohoba siempre, embebiendo continuamente, poco a poco, y desecando de nuevo. Cada uno puede entonces ver claramente que el agua solamente sirve de envoltura o vehículo a la simiente o al espíritu (como suficientemente lo hemos demostrado en la primera parte), y que no es ella misma la simiente o espíritu, y que por esta razón no puede ser coagulada toda entera, sino solamente tanto como la simiente la necesite. Si se vertiera diez moyos1 de agua sobre una onza de tierra, toda el agua volátil y la humedad se separarían de ella por la destilación, la tierra no retendría más de lo que precisa para coagularse con ella. Pero si el agua contiene también tierra o partes fijas, ellas quedarán atrás con la tierra, que es su semejante. La simiente o el espíritu opera en las especies o individuos del mismo modo que en los universales. Cuando este espíritu se ha vuelto fijo, toma y atrae a sí el espíritu volátil semejante a él para fijarlo, y deja separar el agua superflua, en la que ese espíritu volátil estaba oculto, casi en la misma cantidad que había antes. Es de esta manera que el semejante se une a su semejante, y lo atrae a sí, según el axioma: Natura naturam ambit et amplectitur; natura natura gaudet , y por la misma razón expulsa y rechaza su contrario cuando se trata de formar una unión constante. Mientras el agua y la simiente o el espíritu no están unidos verdadera y constantemente en un mismo cuerpo, jamás ocurrirá alguna unión constante y permanente, ni alguna fijeza. Eso se ve claramente en los animales y vegetales, que son de una naturaleza corruptible, y de muy fácil disolución, porque abundan en agua superflua. Muchos minerales no están tampoco privados de ella, pues en tanto la humedad superflua, insípida, no les es separada, están sujetos a la alteración, la corrupción y la disolución. Reconozca el lector que el agua sirve de martillo o yunque a la simiente o espíritu implantado en ella que, por su medio, es despertado y excitado a actuar; pues nunca podría mantenerse en reposo en las aguas, sino que allí causa alteraciones continuamente, una tras otra. Cuando este espíritu es fijado y coagulado, y por esta operación es desecado y privado de su humedad superflua, como ocurre en las piedras, los minerales, los metales, las piedras preciosas, el vidrio, etc., allí se adormece, se concentra, y es llevado a su mayor fuerza, y permanece en ese estado constante e incorruptiblemente, hasta que sea despertado por su húmedo semejante a él; entonces trata de disolver tal cuerpo coagulado a su primera materia, y lo destruye con los mismos instrumentos de que se sirvió para formarlo. Alguno me podría objetar que los excrementos de los animales, vegetales y minerales, no son un agua insípida, un ser o sustancia sin fuerza, sino que esas aguas todavía están llenas 1
Medida antigua equivalente a 258 litros
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de simiente y de espíritu, y participan mucho de la esencia del cuerpo que los expulsa; como la orina del cuerpo del hombre; las gomas y resinas, del de los árboles; y las aguas minerales, de las mineras. Yo digo primeramente, que la Naturaleza, al encontrarlos superfluos para el crecimiento del cuerpo ya comenzado o engendrado, ha querido expulsarlos; en segundo lugar, que por la voluntad del Creador, la Naturaleza no se propone la exaltación a quintaesencia, como puede hacerlo el hombre por el Arte; en tercer lugar, que ella enseña a los hombres a dirigirse a los excrementos que se escurren de los cuerpos sin dañarlos, y de buscar lo que necesitan para mantener su vida y para su conservación, sin estar obligados a atacar el cuerpo mismo, al estar cada uno de esos excrementos, según su cualidad, lleno de fuerzas y virtudes. En el reino animal la Naturaleza nos ha dado los excrementos, como la orina, principalmente el excremento, después el sudor, el moco, los esputos que vienen del estómago y los pulmones, las lágrimas de los ojos, la cera de las orejas. En el reino vegetal nos ha procurado las gomas y los líquidos que manan de ellas mismas, las semillas, las hojas y los tallos. No es necesario tomar el cuerpo entero de los animales, ni sacar de la tierra la raíz de las plantas, puesto que las cosas mencionadas tienen la misma fuerza que la raíz. Tampoco es necesario, para tener una quintaesencia del reino mineral, tomar el cuerpo mismo de los metales. En lugar del oro, un Artista puede servirse de marcasitas solares, del vitriolo solar, de las mineras sulfurosas solares, de los azufres fijos y embrionados, es decir, de aquellos que se encuentran en el antimonio, en el hematites, en el esmeril, en el imán, que participan todos de la naturaleza cordial y corroborativa del oro. Es lo mismo con los demás astros rojos y blancos, pues así como el antimonio tiene el azufre embrionado volátil del oro, el bismuto contiene el azufre embrionado volátil de la plata; la calamina y la tutía contienen su azufre fijo, y ¿no es el oro también un vitriolo lunar perfecto? Un aficionado puede ver entonces que la Naturaleza no nos ha presentado un único sujeto para la naturaleza humana, sino muchos, y en mucha más cantidad de la que necesitamos. Donde la Naturaleza termina, es preciso que el Artista comience, y que quite de todos esos sujetos la humedad superflua. La Naturaleza nos da el ejemplo de ello en las minas, y nos indica los medios por los que podemos alcanzar la quintaesencia y la fijeza incorruptible, pues en las minas ella forma los cuerpos más durables, que no pueden ser destruidos por el agua y el aire, e incluso sólo pueden serlo muy lentamente por el fuego. Es a esta fijeza incorruptible que el Artista debe tender, y tendrá así un medio de procurarse la salud y una larga vida. El secreto consiste, como lo hemos dicho, en separar del sujeto la humedad superflua o el agua recolaceum, y en concentrar el espíritu o la simiente. Pero alguno podrá preguntarme si esta humedad superflua está enteramente privada de todo espíritu, fuerza y virtud, de modo que ya no puede servir para nada. Yo respondo que el agua recolaceum nunca puede ser absoluta y totalmente separada del espíritu al punto de no contener ya ninguna fuerza oculta, ni ningún rayo de espíritu o de simiente; que es igualmente imposible que el espíritu sea enteramente separado del agua recolaceum; sino que participa siempre de esta agua, aún cuando fuera impulsado hasta la fijeza de la piedra y coagulado tanto como se quisiera, porque el agua es todo espíritu, y el espíritu es agua; no son distintos uno de otra por su esencia, sino solamente por sus accidentes y sus operaciones. No son más que una misma cosa, y todo lo que existe no es más que esta cosa, diversamente modificada. Cuanto más fijo y coagulado deviene el espíritu, tanta más fuerza adquiere para obrar. Si en su disolución, bajo la forma de rocío y de lluvia, tuviera tanta fuerza como tiene en su extrema coagulación de oro o de carbunclo, al agua de lluvia, así cruda, sería una medicina universal, y no habría necesidad de atormentarse para disolver los individuos y las simientes
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coaguladas y reducirlas a quintaesencia y a magisterio. Pero como, según la palabra de Hermes, su fuerza no es entera más que cuando es convertido en tierra, por esa razón hay que concentrar y fijar ese espíritu dilatado bajo la forma de agua; entonces él adquiere vim integram, et fortitudinem fortissimam . Así, cuando yo llamo al agua superflua un recolaceum o flema inútil, no es porque no tenga ninguna virtud; ella es como la piedra angular despreciada, que sin embargo se vuelve el sostén más sólido del edificio, pues es el propio vehículo del espíritu concentrado, por cuyo medio, cuando se insinúa en un cuerpo enfermo, este espíritu o quintaesencia es activado y mezclado con el arqueo achacoso, de lo que este arqueo es fortificado y queda en estado de poder expulsar a su enemigo, que lo enferma. La verdadera razón por la que separamos esta agua recolaceum es porque ella es una simiente que está todavía demasiado alejada en el aceite o en la primera materia, y todavía no está bastante dispuesta, o no se ha vuelto lo suficiente salada por la putrefacción o la fermentación; pues la salinidad es el comienzo y el fundamento de toda coagulación, y la cosa más próxima en la tierra para ser convertida en piedra preciosa. Es por eso que el agua recolaceum, al estar alejada de esta salinidad, no puede ser coagulada y volverse terrestre, o solamente puede hacerlo muy lentamente; mientras que el espíritu, al ser de una naturaleza salina espermática y dispuesta a coagularse, por volátil que sea, puede coagularse mucho más prontamente que el agua recolaceum. No obstante, si esta agua también se vuelve de una naturaleza salina mediante la fermentación, se deja coagular igualmente, como la simiente y el espíritu. Pero como solamente se deja coagular con una lentitud increíble, la separamos mediante la destilación, para abreviar nuestra obra y ganar tiempo. Y si la llamamos inútil, solamente queremos decir que para esta obra ella es superflua y poco apropiada, pues sabemos que el Creador ha creado el menor átomo de tierra, la más pequeña gota de agua, para su honor, su gloria, y la utilidad de todas sus criaturas. Considere bien el lector este discurso, él no contiene una sola palabra inútil. Si no penetra bien su sentido de una sola vez, que lo medite hasta que lo entienda bien. A fin de que el aficionado vea con sus propios ojos que solamente la simiente aguzada y salada puede coagularse prontamente, y no el agua recolaceum, que ponga atención al siguiente ejemplo, que lo hará tocar con sus manos lo que no puede percibir en un sujeto caótico, o universal. Tomad racimos de uva bien maduros, exprimidles el jugo, hacedlo fermentar (lo que es su putrefacción), y tendréis vino. O tomad, si queréis, un vino ya hecho, cuanto más viejo tanto mejor. Poned la cantidad que queráis en un alambique y destiladle el espíritu ardiente. Rectificadlo después, y tendréis el volátil. Destilad después de nuevo hasta consistencia de miel y mezcladlo con ladrillos molidos de los que, mediante lixiviación, hayáis sacado bien el polvo ligero, de modo que este polvo de ladrillo caiga al fondo del agua sin sobrenadar (sin lo que no podríais separar bien el caput mortuum). Haced desecar esta mezcla hasta que podáis hacer bolitas con ella; ponedlas en una retorta a fuego de arena; adaptadle un recipiente y destilad por grados. Sacaréis primero una flema grosera, después un espíritu agrio, seguido de un aceite espeso, fétido, que sacaréis por un grado de fuego abierto. En la retorta quedará un caput mortuum; quemadlo en carbón, que es la parte alcalina. Sacadlo de la retorta, reducidlo a polvo con las manos.Llenad de agua una terrina profunda y arrojad allí el polvo; la harina de ladrillo caerá al fondo y el carbón sobrenadará sobre el agua; retiradlo con una pluma y conservadlo. Tomad el agua, filtradla, coaguladla, y encontraréis la sal alcalina del vino. Tomad esta sal y el polvo de carbón, desecadlos bien a ambos. Moledlos con el aceite fétido, ponedlos en un matraz y echad encima el ácido o vinagre, y ponedlo al baño maría durante un día y una noche; después de haberlo cubierto con el capitel y haberle adaptado el recipiente, le destilaréis al baño maría por grados toda la humedad o recolaceum que quiera pasar. Sacad el 22
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capitel y el recipiente, verted sobre el residuo el espíritu de vino o el volátil, poned de nuevo el capitel y el recipiente y destilad lentamente al baño maría. Solamente pasará una pura flema o un agua recolaceum; toda la fuerza del espíritu de vino quedará con la simiente, o con el ácido y el álcali. Si subiera todavía un poco de espíritu con la flema, ese espíritu será tan débil comparado con el que había antes, que ya no pasará la prueba de la pólvora. La razón de ello es que la tierra ha atraído tanto espíritu como necesitaba, y ha dejado separar de ella lo superfluo. Mediante esta operación, el Artista podrá concebir de qué manera la simiente o el espíritu salino se coagula y se fija, y cómo deja separar de sí la humedad superflua. Este efecto no puede percibirse en el agua universal o la lluvia, porque sus principios volátiles son muy semejantes en olor, en gusto, en color, y no tienen cualidades específicas, o acidez sensible, como los del reino animal, vegetal y mineral, que están especificados. El espíritu de vino, el espíritu de orina y el espíritu de vitriolo tienen una acidez sensible. Cuando ésta es coagulada sobre su álcali durante un día y una noche, se cubre el alambique con su capitel y se le adapta un recipiente, se destila el ácido al baño maría. El agua recolaceum permanece vacía, dulce, sin olor ni gusto, como una simple agua de fuente. Así se ve que esta acidez necesariamente debe tener algunas cualidades particulares y diferentes del agua insípida; esta acidez es el espíritu o la simiente que, por la putrefacción y la fermentación, ha tomado una naturaleza salina y coagulante. Después que el Artista haya coagulado el vinagre y el espíritu de vino sobre el carbón y la sal, y que les haya destilado el agua recolaceum; que reflexione sobre la cantidad de flema y de acidez o simiente que ha sacado de su vino destilado; encontrará que el agua recolaceum excede en mucho la simiente. Que pese antes el espíritu de vino que haya rectificado hasta la prueba de la pólvora, y después que la haya vertido sobre sus partes fijas y haya destilado el agua recolaceum, que pese de nuevo esta agua, y vea cuán pequeña cantidad de acidez o de simiente estaba oculta en esta agua, aunque el artista haya creído que el espíritu de vino estaba desprovisto de toda flema, dado que encendía la pólvora. Por este examen conocerá que el espíritu de vino contiene casi tanta flema como pesa, y que su agudeza, que se deja coagular y fijar, está en muy pequeña cantidad. Para dar al agua recolaceum la alabanza que merece, debo decir que ella es un excelente húmedo radical, purificado, que restaura el de nuestro cuerpo, de la cual deberían servirse como bebida ordinaria los tísicos y los que padecen consunción; pero solamente hay que entenderlo de esta agua recolaceum de la cual ha sido coagulado el espíritu de vino que enciende la pólvora, pues ella es un mercurio purísimo, vegetal, universal, insípido, volátil y coagulable, etc. Por esta operación, el lector verá que solamente se deja coagular la simiente, el espíritu y la agudeza, o la sustancia salina espermática de todas las cosas, y no el agua recolaceum. Ahora bien, si un Artista separa el agua recolaceum de la simiente, la coagulación se hace al momento, la que es seguida inmediatamente de la fijación. Ya he dicho que la tierra se hartaba del espíritu de vino, y que dejaba pasar todavía alguna agudeza con el agua recolaceum. Se podría estar confundido sobre cómo hacer para coagular y fijar también esta agudeza, o cualquier otra que haya pasado; esto es muy fácil. Como ya lo he dicho, no hay más que desecar y alterar lo que está coagulado, o la tierra misma, por una dulce reverberación a las cenizas, es decir desecarla muy dulcemente; entonces el álcali, el coagulante o la tierra, se vuelven otra vez ávidos de atraer el resto de la simiente que había pasado, de coagularla y fijarla; y no pasará más que el agua recolaceum insípida y sin gusto, como un agua pura de fuente; y tendréis el magisterio del vino, la quintaesencia o el arcano vegetal, etc. Es igual con todos los vegetales o animales, como enseñaremos a continuación. Cuando la coagulación está hecha, sigue después la fijación, es decir que hay que reverberar a las cenizas este arcano más y más, hasta que pueda soportar el 23
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cuarto grado de fuego; después se lo pone a la arena hasta que pueda soportar ese grado, yt después se continúa por los otros grados, como lo hemos dicho antes. El lector así quod Natura gaudeat Natura propria; Natura recipiat Naturam; Natura amplectatur Naturam, et contrarium seu non necessarium ipsa repellat . Al mismo tiempo que la Naturaleza rechaza lo heterogéneo y lo superfluo, toma y atrae a sí lo que le es agradable, prontamente y no con lentitud, aunque parezca que va lentamente hacia la perfección; pues al perfeccionarse, ella se apresura con mucha diligencia, como lo experimentaréis en la práctica. La razón por la cual yo no tengo un horno, o un régimen de fuego continuo, que del baño maría paso a las cenizas, de allí a la arena, a las pepitas de hierro y al fuego abierto, y que así interrumpo el calor, es que en esto sigo a la Naturaleza que me enseña que si quiero endurecer y coagular algo, no debo siempre cocerlo en el agua, porque ella ablanda todo en lugar de endurecerlo. Como mi intención es fijar cada vez más mi medicina, doy también cada vez un grado más fuerte de fuego, como lo hace la Naturaleza; porque un calor débil no puede hacer un cuerpo constante y fijo, y yo veo que las cenizas, las pepitas de hierro y el fuego abierto dan un calor aún más fuerte, que cuanto más fuerte es el fuego, tanto más fija el espíritu, y tanto más se separa de él el agua recolaceum, y deja avanzar el espíritu y la simiente hasta la última coagulación de la piedra y del vidrio. Pues la Naturaleza, en los grados acuosos, hace los animales acuáticos fríos y de fácil corrupción; y cuanto más seco es el calor del que se sirve, tanto más durables son sus producciones. En efecto, se ve que para hacer los peces y sus especies, ella emplea el vaso del agua; que para los animales perfectos que habitan sobre la tierra y en el aire, ella se sirve de un pequeño calor seco; que para los vegetales, que tienen un cuerpo más seco y más duro que los animales, ella emplea un calor más fuerte y más seco, se ve todavía que el sol les arroja continua y fuertemente sus rayos, así como a la tierra donde crecen, y como ellos no pueden trasladarse, son extremadamente calentados y desecados, mientras que los animales móviles pueden evitar este calor, en todo o en parte, y refugiarse a la sombra o en la frescura. Por el contrario, los minerales necesitan un calor más fuerte todavía, interior y ventral, por el que son coagulados de diferentes maneras, hasta en piedra. Cuanto más se aproximan las mineras al centro de la tierra, tanto más calor tienen que soportar. Así como en un animal el calor natural más fuerte está concentrado en el estómago, principalmente en invierno, también el calor más fuerte de la tierra está concentrado en el ventrículo del gran Demogorgon, o en el centro de la tierra; sin eso la Naturaleza no podría sublimar una cantidad tan grande de vapores hasta la superficie de la tierra. Ahora bien, cuanto más próximo al centro de la tierra es un sujeto, tanto más fuertemente es fijado, con tal que la gran cantidad de humedad que sube continuamente no haga obstáculo. También se encuentran las más fuertes y mejores venas metálicas hacia el centro, las ramas se extienden menudas hacia la circunferencia, porque cuanto más sube el calor central tanto más se debilita, tanto que no puede fijar todo perfectamente. Por ello ocurre casi en todas partes que muchos minerales que llegan hasta la superficie de la tierra no han madurado totalmente a metal, sino a mineras de vitriolo, de alumbre, de azufre, de marcasita, de plomo, de estaño, etc. Se me podrá objetar y decir: “Si la Naturaleza trabaja los metales en un calor y sequedad tan grande ¿porqué hay tanta agua en la tierra?” Es cierto que hay mucho agua en la tierra, y aún más en su centro, pero es imposible que las aguas se junten en gran cantidad en los sitios donde la Naturaleza tiene la intención de formar los metales. Pues si tal cantidad de agua se reuniera en los sitios donde la Naturaleza quiere hacer el guhr metálico, esta agua ablandaría ese guhr y su sal vitriólica, lo arrastraría con ella hacia la superficie, y las cavidades de la tierra quedarían vacías, porque el agua impediría todo crecimiento metálico; pero como el agua no corre en abundancia en los lugares donde se forman los metales, la Naturaleza llena esos sitios con sus vapores corrosivos, que se 24
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adhieren a las rocas y a las piedras, las corroen y las disuelven, y hacen suficiente guhr de ellas para atestar y llenar las cavidades de la tierra, como las abejas llenan sus celdillas de cera. Cuando la Naturaleza ha llenado totalmente esos sitios, ningún vapor húmedo puede penetrar ya; por eso ese guhr se concentra, se coagula, se deseca y se fija cada vez más, hasta que se vuelve una piedra rica en metal que puede resistir al agua y al fuego. Es cierto que en los sitios donde hay una gran cantidad de agua, como los pantanos, estanques y lagos subterráneos, los vapores suben y la simiente mineral entra y se acumula, pero allí es ahogada, y cuando el agua se eleva hasta la superficie, el aire frío coagula esta simiente, y hace con ella una materia metálica que queda en las aguas, a su tiempo se precipita, y forma toda clase de electros, de gomas, de malos jugos minerales y de betunes. Lo que refluye al centro, se presta otra vez a ser sublimado a la circunferencia, y a tomar su especie en su sitio determinado. No hay entonces, en los sitios donde la Naturaleza trabaja los metales, aguas subterráneas que puedan obstaculizarla en sus funciones. Si así fuera ¿cómo los mineros sacarían de las minas tantos minerales secos, duros y pedregosos, y no blandos y acuosos? No se encuentra en las mineras más agua que la que puede provenir de los vapores subterráneos, copiosos, que se acumulan y resuelven en diversas grietas de las rocas, y que a veces manan, como pequeñas fuentes, entre las venas metálicas. Seguramente habrá lectores que tendrán una mala idea de mi operación, debido a que interrumpo el calor y dejo enfriar la obra. Deben considerar que no trato de hacer animales, sino cosas fijas como la piedra, que no se echa a perder ni se corrompe tan lentamente; y la Naturaleza me muestra el camino que debo seguir, puesto que ella cuece sus producciones durante el día, y las calienta mediante el sol, y a la noche las humecta y las refresca mediante la luna, e interrumpe así el calor sin causar ningún daño. Sobre todo, deben poner atención a que el Arte no se propone operar las mismas generaciones que la Naturaleza, lo que sería una curiosidad inútil y superflua, dado que la Naturaleza misma nos dispensa de esa pena. Él tiene en vista una generación diferente, es decir una generación en quintaesencia, permanente, inmortal, glorificada; un cuerpo espiritual y un espíritu corporal. Su meta es separar de las criaturas la humedad corruptora o recolaceum, y hacer una medicina pedregosa, salina, de fácil solución en toda humedad que, al tomarse interiormente, pueda penetrar todo el cuerpo, desde el estómago hasta la extremidad de los huesos y la médula, como el humo penetra en el aire, y cuya propiedad sea fortificar la Naturaleza y ayudarla a superar los obstáculos que perjudican sus operaciones. Resultará de ello una curación perfecta de todas las enfermedades, pues un médico hábil sabe bien que la Naturaleza débil sólo necesita ser fortificada, y no puede haber mejor confortador que la quintaesencia en la que todo está en la última pureza, y que es una medicina fija y no obstante espirituosa. Sorprenderá sin duda que en esta operación yo no haya separado las heces, pues esta operación está tan en boga que nadie quiere hacer otra cosa, sin haber examinado qué son las heces, y sin saber que arroja el grano mientras conserva la cáscara. Si yo no separo las heces, es que no conozco de ello en la Naturaleza. Yo sostengo que todo lo que ella hace, sin ninguna excepción, es puro, bueno y sano; que todo debe permanecer junto, y que no se podría privarse de ellas. Yo diré entonces, para hacerme entender, que no doy el nombre de heces más que a un contrario que se ha unido exteriormente a un sujeto. Como, por ejemplo, si doy a un hombre una piedra, un mineral, un corrosivo o un veneno por alimento, pronto se verá que le son contrarios y heterogéneos. Esto es lo que son heces para un hombre, porque la Naturaleza no los ha destinado para su alimento, sino a los vegetales como el pan y el vino, que le son convenientes y homogéneos. Es por eso que cada cosa atrae a sí su semejante, y rechaza lo que le es contrario como excremento; pero este excremento no es absolutamente heces en 25
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todo sentido, o una tierra condenada que no pueda servir de nada. Si no es propia a una cosa, destinadla a alguna otra. Así, todas las cosas heterogéneas que no deberían ser unidas inmediatamente, como los animales y los minerales, son heces, unas en relación a las otras. Sin embargo, aunque los animales y los minerales sean inmediatamente contrarios unos a otros y parezcan ser heterogéneos en sus especies e individuos, al considerarlos en su universalidad o en su esencia, son una misma cosa e intrínsecamente homogéneos, puesto que se han originado de una sola y única materia primera, y pueden fácilmente ser convertidos en homogéneos, por los medios que les son propios, sacados del reino vegetal. Yo digo entonces que no hay, hablando absolutamente, heces en la Naturaleza; es decir que nada es inútil, que todo lo que contiene un individuo o una cosa universal le es indispensablemente necesario. ¿De dónde provendrían, en efecto, tantas impurezas en la Naturaleza, puesto que todas las cosas se originaron de un Dios purísimo, y han sido hechas de Él y por Él? Pero yo voy a demostrar por la experiencia que las pretendidas heces que los quimistas rechazan, contienen la tintura más fija de cada cosa. Si se destila lentamente en un alambique un animal o un vegetal, podridos antes, se saca de ellos un espíritu y una flema recolaceum; si se impulsan después los residuos por la retorta y se les destila, por grados, todo lo que pueda pasar, se obtiene una flema grosera, después un licor fuerte y agrio, que es el ácido que yo llamo también vinagre o azoth. Este azoth es seguido de un aceite graso, fétido; y el caput mortuum queda en el fondo de la retorta, en forma de carbón. Los minerales dan igualmente por la destilación el espíritu, la flema, el ácido o azoth, el aceite y un caput mortuum , pero como son cuerpos fuertemente fermentados o coagulados, su espíritu no es tan volátil como el de los otros reinos, su flema es más sutil, su ácido es muy corrosivo, y su aceite aún más corrosivo. Los quimistas, después de la destilación, sacan la sal del caput mortuum , y las sobras son lo que llaman heces, que rechazan como enteramente inútiles. Pero que sepan que el carbón es un azufre puro o un aceite coagulado, y que el aceite es, en su centro, un carbón disuelto y líquido que se puede reducir a carbón fácilmente; pues cuando en una cucúrbita alta se le saca su humedad por grados, a fuego de cenizas, no queda en el fondo más que una materia negra como el carbón, que no obstante antes era aceite, y el húmedo que le ha sido quitado es un vinagre muy agrio, lo que todavía prueba la verdad de nuestra doctrina, es decir que los principios no difieren entre sí en razón de su origen o su materia, sino solamente en razón de su solución y coagulación, de su volatilidad y fijeza, de su sutileza o densidad. Así, el carbón es un aceite coagulado, el aceite un ácido o azoth coagulado o concentrado, y el azoth un espíritu volátil coagulado y concentrado; y por el contrario, el espíritu volátil es un vinagre rarificado y vuelto sutil, el vinagre un aceite rarificado, y éste un carbón disuelto; pero si quemáis el carbón en sal y en cenizas, adquiere una mayor fijeza, y si la ceniza y la sal son fundidas en vidrio, el sujeto está entonces en el más alto grado de fijeza constante e incorruptible. Para examinar el carbón mediante el análisis, es preciso que el Artista observe que cada cosa debe volver a ser lo que era antes, por el medio del cual se originó. Por ejemplo, el carbón antes era un aceite; el aceite era un vinagre o azoth; así, el carbón debe volverse aceite por medio del aceite, y el aceite debe volverse vinagre por medio del vinagre. Hemos probado antes que la cosa era así, mostrando que las partes sutiles se vuelven cada vez más espesas, coaguladas y fijas por la digestión; que, por el contrario, todas las cosas espesas, al digerirlas en una mayor cantidad de partes rarificadas, se rarifican y sutilizan; pues si se pusiera inmediatamente las partes sutiles con las partes groseras al mismo peso, número y medida, una no podría vencer a la otra, y resultaría de ello una cosa tercera. Por eso si se quiere transformar una cosa en otra, siempre hay que añadir una cantidad y calidad excedentes. Así, 26
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si quiero volatilizar las cosas fijas, es preciso que añada una mayor cantidad de volátil, sin lo cual no podría vencer su contrario; e igualmente, si quiero fijar las cosas volátiles, es preciso que añada una mayor cantidad de fijo, sin eso, jamás sabría atar el pájaro volátil. De esta manera, si queréis reducir de nuevo el carbón a aceite, según el orfen y la regla de la Naturaleza, tomad una parte de carbón pulverizado fino, moledlo con tres o cuatro partes de su propio aceite, espeso y fétido; vertedle después seis partes de su propio ácido; ponedlos a cocer al baño maría, en una cucúrbita alta, con su capitel y recipiente. El aceite disolverá el carbón, el ácido disolverá y extenuará el aceite; así todo se volverá líquido y subirá junto por la retorta. Si queréis volverlo todavía más volátil, verted allí su propio espíritu volátil, digeridlo al baño maría, volved a poner todo en una retorta, y subirá y pasará cada vez más rápido por el alambique, según que hayáis añadido el espíritu volátil en mayor cantidad. De ello veis cómo un principio coagula al otro, lo resuelve, lo espesa, lo sutiliza, lo fija y lo volatiliza. Es así como pueden hacerse las verdaderas quintaesencias, muy diferentes de esas tinturas débiles, extraídas por el espíritu de vino. Lo que prueba que el carbón no es las heces, sino la tintura más fija de cada cosa, es que estando disuelta una parte de carbón, ella disuelve cada vez más las otras, hasta que todo el cuerpo del carbón sea reducido a licor, pues las partes volátiles que han pasado primero deben también resolver a las partes más fijas que quedaron atrás, y volatilizarlas. Otra prueba de que el carbón no es las heces, es que si se hace fundir sal de tártaro, y se le pone polvo de cualquier carbón que sea, tanto como la sal de tártaro pueda tomar, se verá que la sal toma un color azul oscuro, negruzco y verduzco, a causa de la abundante tintura. Verted esta sal fundida, machacadla rápidamente, vertedle el espíritu de vino más rectificado; se teñirá en pocas horas y atraerá hacia sí la tintura. Después tomad esta sal de tártaro azul, fundida, cocedla bien con agua de fuente; filtradla y precipitad el azufre con un agua fuerte, un vinagre, un espíritu de vitriolo o con cualquier otro ácido; encontraréis en el fondo un azufre que no cederá en color al del sol, de Marte, de Venus y del antimonio, y que se mostrará en el agua fuerte de un color amarillo tan oscuro como el sol hubiera podido hacerlo. Así se ven las cualidades ocultas en el carbón. Los químicos harían bien en notarlo; tanto más cuanto que ellos le atribuyen a la tintura de la sal de tártaro grandísimas virtudes; pero sostienen absolutamente que esta tintura, que ellos creen tan constante y eficaz, viene de la sal. Yo les voy a probar cómo se engañan. Cuando la sal de tártaro está fundiéndose por el fuego del carbón, cada Artista puede ver que el carbón hace llamas de toda clase de colores, como rojos, verdes y azules. Ahora bien, esos colores no provienen más que del azufre del carbón, que al ser ácido, se une de buena gana a la sal que es un álcali y que lo atrae hacia sí, tanto como es recíprocamente atraído por ella. Al estar las llamas dispersas en átomos sutilísimos, esa sal de tártaro permanece largo tiempo en fusión antes de ser coloreada, pero si por inadvertencia del que trabaja salta una parcela de carbón sobre la sal de tártaro en el crisol, esa sal se vuelve azul inmediatamente. Si después de esto permanece largo tiempo en fusión, pierde su color y vuelve a ser como era antes, porque consume el carbón y lo convierte a su naturaleza por una calcinación muy violenta: así ese tesoro pasa a la forma de la sal. Voy a enseñar un método por el que se podrá hacer, en buena cantidad y más barato, no solamente la tintura de la sal de tártaro, sino la de la sal fija de un individuo cualquiera, animal, vegetal o mineral, a la que los químicos han atribuido, sin mucha razón, tan grandes virtudes; y esto por su propia sal, sin ninguna sal extraña; es decir, la tintura de la sal álcali extraída de cada sujeto, cualquiera sea, como por ejemplo del vino. Tomad de su tártaro, seis libras, o bien de cepas de viña. Poned cuatro libras en un pote no vidriado, sin cubrirlo; poned las otras dos libras en otro pote que taparéis y sellaréis bien. Poned estos dos potes en un horno de alfarero, hacedlos enrojecer bien y calcinar. Al retirarlos del fuego, encontraréis la 27
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materia del pote abierto blanca, y la del pote cubierto negra. Lixiviad la masa blanca en el agua, filtrad, coagulad, y hacedla fundir en un crisol. Tomad después la materia negra, pulverizadla y mezcladla poco a poco con esa sal de tártaro fundida hasta que fluye muy espesa y de color azul negruzco. Vertedla entonces muy rápidamente en un mortero de fundición para pulverizarla; poned el polvo en un matraz, verted arriba espíritu de vino rectificadísimo, ponedlo a un calor dulce noche y día, y extraerá la tintura. Decantadla suavemente de los residuos, y tendréis la verdadera tintura de la sal de tártaro. Tomad igualmente de un animal o de un vegetal, tanto como queráis; divididlos como antes, y quemadlos al mismo tiempo en el mismo horno, un pote abierto y el otro cerrado. Lixiviad uno de ellos, fundid la materia, verted la masa negra hasta que la otra esté suficientemente teñida, sacad después la tintura con el espíritu de vino, o con su propio volátil, y tendréis la tintura propia de cada individuo. Con respecto a los minerales y los metales, hay que retrogradarlos a vitriolo, y hacerlos calcinar en un horno de alfarero, una parte en pote abierto (sin embargo hay que tener cuidado de que el calor no sea tan fuerte como para volverlos a fundir a cuerpo metálico, sino que permanezcan en cuerpo esponjoso, como el caput mortuum del vitriolo); sacad la sal álcali de la parte calcinada a pote abierto, hacerla fundir y ponedle de la otra parte, tanto como pueda tomar, no obstante de manera que la sal permanezca fluida; la sal se coloreará; vertedla después y pulverizadla, vertedle espíritu de vino, y tendréis un extracto, o una tintura semejante a la anterior. Habréis hecho, entonces, todas las cosas con el espíritu de vino, que, sin despreciar las aguas de los boticarios, tendrá cien veces más virtud que las suyas; y si tenéis curiosidad de saber cuánta tintura contiene vuestro espíritu de vino coloreado, no tenéis más que destilarlo al baño maría: no encontraréis más que una pequeña cantidad de polvo que es el azufre del carbón, que actúa tan potentemente. Considerad entonces, señores quimistas, que al arrojar el capur mortuum o el carbón, arrojáis una tintura que en tan pequeña dosis hace efectos tan grandes que cierto autor la ha vendido como un oro potable astral, y le ha atribuido virtudes increíbles, imaginándose que había sacado del aire el azufre del sol en los días cálidos de verano. Sin embargo todo no provenía sino de un poco de polvo de carbón, que había saltado en el nitro fundido. Si un azufre tal puede operar tan grandes cosas, en tan pequeña cantidad y cuando no se ha vuelto volátil y ha sido reducido a licor todavía, sino que solamente se lo ha extraído y sutilizado en la forma fija mediante el espíritu de vino ¿qué es lo que operará cuando, por sus propios principios, sea reducido a un licor destilable? El autor mencionado antes ha llamado a su extracto un oro potable ¿Qué título se podrá dar a éste, puesto que el disolvente y lo disuelto permanecen conjuntados, y el fijo y el volátil están inseparablemente unidos? Cuando los quimistas han quemado el carbón en cenizas, y de estas últimas han separado la sal por lixiviación, se imaginan haber operado mejor y haber separado lo fijo; pero que vayan a una vidriería, verán allí que las cenizas se vuelven un cuerpo sólido, que el fuego no sabría vencer; un cuerpo regenerado, glorioso, como una piedra preciosa; y concluirán de ello, si tienen un poco de juicio, que lo que rechazan es la parte más fija: subjectum fixius, et corpus figens fixissimum. Decidme, quimistas ¿no es vuestro fin que vuestras tinturas tomen la naturaleza del vidrio, de las piedras preciosas y de los rubíes? Ahora bien, si arrojáis la esencia vitrificante ¿cómo pretendéis hacer una tintura fija y muy constante en todos los grados de fuego? ¿No veis que, en verdad, las sales se funden al fuego, pero también se evaporan continuamente y disminuyen en cantidad? ¿que el aceite no tiene ninguna constancia, y que el ácido es en sí mismo volátil? Ved entonces lo que olvidáis en todo momento, y lo que despreciáis. Es por
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eso que muchos Filósofos dicen que se toma la corteza y se arroja el fruto. Si queréis fijar, proveeos antes de un cuerpo fijo, como base de la fijeza. Un arquitecto elige las piedras más sólidas para hacer con ellas los cimientos del edificio que quiere erigir. Tomad igualmente lo fijo, y fijad después su propio volátil, según el orden y las leyes de la Naturaleza misma; entonces obtendréis una verdadera medicina. La opinión común es que los vegetales y los animales no contienen en ellos nada de fijo. Todos los espíritus están de tal modo preocupados con la idea de las heces, de la tierra condenada, que se arroja sin escrúpulo las partes mejores, las más puras, más transparentes, brillantes y fijas de todos los animales y vegetales, e incluso a veces de los minerales. Así no se ha podido fijar nada, a menos que se haya tomado prestado algo del reino mineral; pero si se hubiera considerado el azufre hermafrodita animal y vegetal del carbón, que es fijo y no fijo, y con qué prontitud se lo puede fijar y volatilizar, se hubiera juzgado muy de otro modo. Pues ¿qué son las cenizas? Ellas no son otra cosa que el azufre fijo y fijado vegetal y animal, mezclado con el polvo, la arena y otras impurezas en los hogares y en los hornos, a causa de lo cual no puede mostrar su blancura de marfil; pero si se tomara carbón y se lo dejara enrojecer en un pote no vidriado, al fuego de llama abierta más violento, hasta que fuese reducido a cenizas, se vería entonces su blancura lunar y su constancia a toda prueba. Esas cenizas, o el azufre hecho de carbón, no es sin embargo tan bueno como cuando aparece en su color de canela, como lo hemos demostrado antes, color que adquiere por su propio álcali o por otro; y éste mismo no tiene tanta fuerza como el que, con su aceite, pasa en licor de color rubí. Por todo lo que acabamos de decir, cada uno puede ver que el ácido se transforma en aceite, el aceite en carbón, y el carbón en sal y en cenizas; que cuanto más se hace fundir una sal o un álcali, tanto más terrestre deviene, y tanto más deposita en su calcinación, solución y filtración, una tierra virgen purísima, sulfurosa. Esta tierra es muy propia para fijar los principios separados antes, y para reducirlos con ella a una piedra de la naturaleza del vidrio, y no obstante de fácil solución. Esto es lo que es la quintaesencia perfecta, o el magisterio perfecto. Se podría reducir prontamente toda ceniza salina a una tierra sutilísima y blanca como la nieve, arrojándola en un álcali fundido. De esta manera, un Artista no tendría necesidad de hacer evaporar las sales por una larga y fastidiosa fundición, y podría, de una sola vez, procurarse bastante materia como para fijar su obra; pero esta operación no es necesaria, pues el carbón es suficiente para fijar, por grados, todas las partes volátiles de un sujeto. Como este sujeto se encuentra universal y particularmente en todos los sujetos del mundo entero, que me prueben que hay alguna hez en el universo, que me las muestren, y yo me reconoceré vencido. Pues si alguno sostuviera que una tierra es tal, yo al punto lo remitiría a la vitrificación. El vidrio prueba que conserva, por encima de todas las cosas, la constancia perpetua. Pero hay que poner atención a que no se puede, sin sal, reducir ninguna tierra a vidrio, cualquiera sea. Es preciso que contenga ya una sal nacida con ella, o que se le añada una exteriormente. Si las tierras contienen sal, se vuelven fusibles, y cuanto más fluyen al fuego, tanto más se evapora el húmedo superfluo. El vidrio no retiene más de lo que necesita para tomar una forma de vidrio, y retiene ese húmedo o esa sal tan fuertemente que ningún elemento le puede quitar casi nada. De ello un Artista puede extraer una gran instrucción. Si no sabe reducir su tintura salina a vidrio, que le añada una tierra sutil preparada en su peso proporcionado; que los haga fundir juntos en un crisol bien cerrado y sellado, en un horno de vidriería, durante algunos días y algunas noches: ellos fluirán juntos y adquirirán un cuerpo fusible de vidrio. Pero debe tener cuidado de tomar, para una tintura animal, una tierra preparada animal; para una tintura vegetal , una tierra vegetal; y para una tintura mineral, una tierra homogénea tal como los 29
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cuerpos metálicos la proporcionan suficientemente, después de que el azufre ha sido separado de ellas, pues cuando éste le ha sido quitado, en todo o en parte, el cuerpo se vuelve un electro o un vidrio metálico. Se ve así que puede hacerse una tintura muy fija de los animales y los vegetales, tanto como de los minerales, y aunque aquellos no sean tan fijos como éstos, y estén más sujetos a la corrupción, no obstante pueden ser conducidos al mismo grado de fijeza por la habilidad del Artista, y mostrar que contienen en su centro la incorruptibilidad tanto como los minerales. Esto prueba todavía la verdad de lo que he dicho en varios sitios de este tratado; a saber que los minerales, los vegetales y los animales no son diferentes más que en razón de su sutileza o densidad, de su humedad o sequedad, de su solución o coagulación más o menos grande, pero respecto a su origen y a su esencia son la misma cosa. Creo haber probado bastante que no hay heces en la Naturaleza, y que en consecuencia, no tengo que separarlas en la operación de la quintaesencia del agua caótica. Si yo interrumpo la coagulación y saco el cuerpo del alambique, si lo muelo, lo humecto y lo reverbero, si dejo apagar el fuego, si muelo el cuerpo otra vez, etc., todavía en esto sigo a la Naturaleza, y abrevio mi obra, pues lo que la Naturaleza seca y reverbera por el calor del sol y el calor central, ella lo humecta y lo embebe de nuevo por la frescura de la luna y de la noche, o por la lluvia; y después lo deseca, lo coagula y lo reverbera de nuevo; y continua así alternativamente y sin cesar. Que el Artista sepa bien que la Naturaleza no en vano tiene todas esas vicisitudes, y que la imite también en ese punto. No hay ninguna ventaja en hacer circuitos muy largos cuando por un camino más corto se puede alcanzar más prontamente la meta. Yo sé que los Filósofos dicen que su obra se hace en un solo vaso. Yo no tengo tampoco más que un solo alambique, y a veces me sirvo de una retorta para abreviar y para hacer subir las partes más fijas, porque ellas no suben tan alto fácilmente. En cuanto al resto, si alguno no aprueba mi método, que siga el que le parezca bueno; pero no obstante le aconsejo también ensayar el mío, verá que éste le resultará mejor. He convenido que mi práctica con el agua caótica es larga y fastidiosa, y prometí enseñar algunas otras vías más abreviadas y agradables. Voy a cumplir mi promesa y a indicar tres de ellas. La primera es según el Arte; la segunda según la propia Naturaleza, y la tercera según los Artistas partidarios de la separación de las heces. Que cada Artista elija la que más le plazca, es dueño de ello. Primera vía - Sin separación de heces Tomad el agua de lluvia putrefacta, removedla y agitadla bien, ponedla en un alambique, destilad los espíritus sutiles, y tendréis el volátil. Reservadlo aparte. Destilad después, y tendréis una flema grosera; continuad la destilación hasta un licor bastante húmedo; y guardad aparte esta flema destilada. Es inútil para esta operación purificar y suavizar toda clase de sales. Sacad el licor restante del alambique, ponedlo en una retorta, y destilad todavía, a las cenizas o a la arena, la flema, el ácido o el aceite; el carbón o la cabeza muerta quedará en el fondo de la retorta; sacadla y pulverizad, y poned en ella todo el aceite machacando. Poned en un alambique alto; digerid al baño maría cuatro o cinco días, y destilad todo lo que pueda pasar. Después añadid su espíritu volátil encima, que habíais reservado. Digeridlos juntos a baño maría de primer grado dos días y dos noches. Destilad lentamente y por grados lo que pueda pasar, y cuando ya nada pase, ponedlo a coagular y reverberar a las cenizas por el segundo o tercer grado de fuego, hasta que la materia del fondo tome un color. Sacadla entonces del alambique, pulverizadla y ponedle el líquido que le habéis destilado al baño maría y a las cenizas. Poned al baño maría dos días y dos noches, después destilad lo que 30
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pase, y verted otra vez como antes, para hacer imbibiciones ulteriores. Cuando todo haya sido destilado al baño maría, ponedlo a las cenizas y destilad todo el resto de humedad hasta la sequedad, sin embargo lentamente y por grados, a fin de no despertar los espíritus más fijos. Cuando todo esté bien seco, reverberadlo de nuevo como antes, retiradlo después, machacad, embebed, digerid, destilad, coagulad, reverberad y reiterad hasta que toda la materia tenga un color uniforme. Fijadla por todos los grados de la ceniza y la arena, como lo he enseñado ampliamente en la primera parte, y tendréis una quintaesencia y un magisterio del macrocosmo, que es tan buena como la que sigue. Segunda vía – Vía de la propia Naturaleza Tomad agua de lluvia putrefacta; destiladle, en un alambique de cobre, toda la humedad hasta un licor espeso, que volveréis a poner en otro alambique con su capitel y su recipiente. Destilad todavía al baño maría todo lo que pase; no quedará en el fondo más que la tierra, que pondréis a la ceniza en un alambique con su capitel y recipiente. Desecadla dulcemente, por grados, a fin de no quemarla, y a fin de no despertar su vinagre o su aceite, sino solamente destilar su humedad superflua. Y si notáis que por el pico del capitel pasan algunos vapores agrios, hay que apagar el fuego al momento, pues entonces es su vinagre el que sube, lo que no debe ser, y éste sería seguido por su aceite, lo que sería una operación violenta y no conforme a la Naturaleza, que procede en todo muy dulce y lentamente, hasta hacer del agua una piedra. Pues ella no hace naturalmente con facilidad, o hace muy raramente, carbón de alguna cosa, porque no quema ninguna; y nunca lo hace, tal como se hace por el Arte, exceptuando el rayo cuando quema los árboles, y en esto no hay generación ni corrupción natural, sino una violenta destrucción que hace el Vulcano superior. Después que hayáis destilado dulcemente a las cenizas toda la humedad, reverberad la tierra dulcemente, por el segundo grado. Retiradla después, y verted encima lo necesario de su flema como para reducirla al espesor de miel fundida. Poned a disolver la mezcla al baño maría, destilad después a dicho baño, y después de eso a las cenizas. Reiterad estas reverberaciones, desecaciones, imbibiciones, digestiones, destilaciones y coagulaciones, hasta que la tierra sea de un solo y mismo color en todas sus partes, pues del color pardo avanzará siempre hacia el color rojo, y cuando haya pasado varias veces por esos colores, reverberadla fuertemente, y fijadla a las cenizas, después a la arena, como hemos dicho antes, y tendréis una quintaesencia. Tercera vía – O vía muy corta para la separación de las heces Tomad agua de lluvia putrefacta; destilad por el alambique su parte volátil espirituosa, ponedla aparte y marcadla A. Destilad después la parte flemática hasta un espesor de miel fundida, reservadla también aparte y marcadla con una B. Sacad del alambique lo que quedó de consistencia melosa, y ponedlo en una retorta a la arena; destiladle primeramente una flema grosera, después un vinagre, y después por grados el aceite. En el fondo quedará el caput mortuum. Separad la flema grosera y el vinagre del aceite, por decantación con un embudo, y marcadlas con una C . Reservad el aceite aparte, y marcadlo D. Poned la flema y el ácido en un alambique bajo, al baño maría, con su capitel y recipiente; destilad, la flema pasará y el ácido quedará en el fondo. Añadid esta agua a la anterior marcada B. De esta manera tendréis todas las partes separadas. Ahora hay que rectificarlas. Rectificad el espíritu volátil marcado A en una cucúrbita alta, volvedla tan sutil como queráis, y tendréis el espíritu volátil A rectificado. Tomad a continuación el vinagre marcado C, y destilad por la retorta dulcemente a las cenizas, por medio de lo cual también será rectificado. Para el aceite marcado D, hay que rectificarlo como sigue:
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Sacad el caput mortuum de la retorta; tomad dos partes de él y tres del aceite; machacadlos juntos y poned la mezcla en una retorta; destilad a las cenizas y a la arena, y tendréis también un aceite rectificado. Tomad después el caput mortuum y calcinadlo a fuego de llama abierta, hasta que esté reducido a cenizas, y lixiviadlas con su flema B. Filtrad, coagulad, y tendréis una sal parda. Haced enrojecer esa sal al fuego, disolvedla en su flema, filtrad y coagulad de nuevo; y continuad enrojeciendo, disolviendo, filtrando y coagulado hasta que se vuelva blanca como la nieve; de esta manera tendréis todas las partes rectificadas. Conjunción Tomad dos partes de sal, tres partes de vinagre y seis partes de espíritu volátil. Verted el espíritu volátil sobre su sal en un alambique, añadid el vinagre, adaptad el recipiente y el capitel, y destilad al baño maría hasta consistencia oleosa, poned el aceite en un lugar frío y formará cristales bellísimos y muy sutiles. Retirad esos cristales y hacedlos secar. Destilad de nuevo el líquido al baño maría, hasta la mitad o hasta consistencia oleosa, haced cristalizar, y reiterad hasta que no se formen más cristales. A continuación tomad todos esos cristales, hacedlos secar dulcemente al sol o a un pequeño calor de horno, y tendréis la quintaesencia del macrocosmo o del gran mundo. Servíos de ellos como lo juzguéis oportuno. Si queréis hacer una piedra con ellos, tomad esos cristales desecados y encerradlos en un matraz después de haberlos pulverizado; poned a la arena y dad fuego por grados durante tres horas. Se fundirán como manteca, o cera, en una piedra sólida, sin dar ningún humo. Si en esta piedra queréis coagular su aceite D y fijarlo, tomad dos partes de esta piedra y tres partes de aceite. Machacadlos juntos en un plato de vidrio, ponedlos en un matraz a pequeño calor de cenizas durante cuatro días y cuatro noches, y el aceite se volverá fijo. Añadid aún dos partes de aceite, fijad de nuevo, y reiterad hasta que todo el aceite sea fijado. Dad otra vez el fuego por grados, hasta que todo se funda junto en piedra, y vuestra obra estará acabada. Esta última vía será seguramente del gusto de la mayoría de los Artistas, a causa de la separación de las heces, pero no le faltará, contra las otras dos, hacer varias objeciones, que es oportuno prevenir dando razón de algunas de mis operaciones. Yo diré entonces, con respecto la primera vía, que la razón por la cual no hice en ella desflemación o rectificación es que me gusta la brevedad, sabiendo que la tierra más fija, tal como el carbón, no retiene la flema, sino únicamente sus partes esenciales, y como ellas son todas homogéneas, no me queda ninguna duda de que pueda haber nada heterogéneo. Yo sé también que, sea que haga las imbibiciones poco a poco o que vierta todo de una vez, la tierra no puede retener más de lo que le hace falta, y que ella deja separar lo superfluo de sí de buena gana. Por último, la razón por la que no reduzco el carbón a cenizas es que él encierra el azufre esencial embrionado y yo no quiero perderlo, no más que las otras partes. Con respecto a la segunda vía, se me preguntará en qué lugar la Naturaleza opera como lo hago aquí. Yo respondo que en todas partes. ¿La Naturaleza no procede a la resolución de las cosas mediante su putrefacción? Lo vemos claramente en los vegetales; cuando un vegetal desecado y humectado por el agua de lluvia deviene flema, podredumbre y lodo, como los campesinos y jardineros experimentan sin cesar, con los grandes montones de abono que hacen de las ramas de abetos y otros árboles que, siendo humectados por la lluvia en los bosques, se vuelven finalmente una tierra o un lodo negro y graso (eso es en lo que consiste la calcinación natural). En esta tierra o en este lodo permanece oculta una sal esencial nitrosa, una grasa y un aceite que, por la calcinación cerrada, es quemada en carbón; pero en un fuego abierto la sal esencial deviene un álcali, y esto ocurre por la violencia de nuestro fuego.
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Como la Naturaleza, principalmente en la superficie de la tierra, no emprende jamás una calcinación tan violenta, sino solamente una reverberación por el calor del sol, ella no quema la sal esencial; no hace más que reverberarla para volverla ávida de atraer a sí una humedad, es decir el rocío y la lluvia, de lo cual el vegetal extrae su crecimiento. No obstante, si es continuamente embebida, como los Artistas lo practican en sus vasos donde ellos embeben y retiran la humedad por destilación, el crecimiento vegetal es impedido y desciende a una naturaleza mineral; es decir que por las continuas imbibiciones, abstracciones y reverberaciones, se vuelve siempre más fija, más terrestre y más pedregosa, y eso es lo que demandamos. Esta naturaleza pedregosa no es sin embargo semejante a una piedra de la que se ha quitado enteramente el húmedo radical salino. Nosotros demandamos, para nuestra medicina, una naturaleza salina pedregosa, una salinidad balsámica, que sola pueda restaurar nuestro cuerpo por su fijeza y fogosidad, y preservarlo de la corrupción. Así yo tuve razón en decir que la segunda vía es la de la propia Naturaleza. Que el Artista que quiera seguir esta vía la tome como modelo; no se podrá extraviar.
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Cap. VI – De las conclusiones que pueden sacarse del capítulo precedente
En el capítulo precedente he tratado de la destrucción, separación y regeneración de todas las cosas naturales en general, y en particular del agua caótica regenerada, de la cual todo nace y crece, a fin de que los Artistas tengan, en el trabajo de esta agua universal, un modelo para todas las especies y todos los individuos. Del mismo modo como he hecho la separación del agua caótica, hay que separar las partes fijas y volátiles de cada individuo animal, vegetal o mineral. Después hay que reunirlas en el mismo orden en que han sido separadas, y hacer de ellas una quintaesencia. La misma Naturaleza nos enseña todas las operaciones que debemos hacer, que son la putrefacción o solución, la destilación o rectificación, la conjunción, la coagulación, la fijación, la imbibición, la aumentación, la fermentación y la aplicación. La Naturaleza recorre todos esos mismos grados, así como hemos explicado en varios sitios de esta segunda parte y de la primera. Cuando el Artista separa, debe siempre considerar las partes volátiles como las más elevadas, es decir el cielo y el aire, las heces como el agua y la tierra; y debe distinguirlas según los términos de la química en volátil, ácido y álcali; en mercurio, azufre y sal; en alma, espíritu y cuerpo; o dividirlos en cuatro elementos, como los aristotélicos: en fuego, aire, agua y tierra. No importa qué nombres le dé a estos principios, con tal que no los confunda y que los reúna en el orden conveniente para la coagulación, pues sin esto resultaría de ello un efecto contrario. Cuando haya separado su sujeto en tres o en cuatro partes por la destilación, podrá emprender mediante la rectificación una preparación más sutil y separar todavía cada una de ellas en sus grados, como enseñé en el capítulo precedente con el agua de lluvia; es decir en sutiles, más sutiles y sutilísimos. Podrá después proceder a la conjunción, a la coagulación y a la fijación, que no demandan, ni con mucho, tanto tiempo como la putrefacción y la solución o la separación; pues si comprende su utilidad una vez, podrá abreviar la obra, por sus propias especulaciones, más de lo que yo sabría describirle. Debe considerar siempre las partes volátiles como una simiente volátil, y el vinagre o ácido como un medium o como una simiente semifija y semivolátil, o como la parte nitrosa en los universales; y en las especies como la sal esencial nitrosa disuelta. Es lo mismo con el aceite, pues el aceite es un ácido coagulado y concentrado, y el ácido es un aceite resuelto. En cuanto al carbón, debe considerarlo como la parte más fija y como un aceite concentrado y coagulado; y si es cambiado en cenizas o en sal álcali, debe considerarlo como una sal precipitada, alcalizada y fijada; pues el carbón puede reducirse, por un fuego de calcinación violento, a cenizas constantes al fuego. Si se machaca juntos el aceite y el carbón, y se les destila la humedad en una cucúrbita alta a fuego de cenizas, el aceite se transforma en carbón. Si se impulsa fuertemente el fuego, el aceite se transforma en licor ácido por la destilación; y si se pone el carbón en un fuego abierto, se transforma en cenizas y sal, con disminución de su cantidad. Es preciso que un Artista conozca estos principios ante todo, pues si trabaja sin saber lo que es el volátil, el ácido o el carbón, las cenizas o el álcali, operará sin regla ni medida. Se puede comprender entonces, mediante el capítulo precedente, el fin general de toda separación, coagulación y fijación. Que el lector medite largo tiempo antes de poner manos a la obra, y que imprima bien en su espíritu el procedimiento sobre el agua de lluvia, como su modelo. Le doy esta advertencia a fin de que si comete faltas y no tiene éxito, no me lo impute. Antes de pasar al análisis y a la quintaesencia de cada reino, añadiré todavía algunos preliminares importantes.
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Cada cosa lleva en sí el principio de su disolución y su coagulación. Este principio es el espíritu implantado en ella que, como lo hemos dicho, tiene necesidad del agua para ser puesto en acción. Donde no hay agua, no hay putrefacción, y consecuentemente no hay separación que pueda separar lo sutil de lo espeso en nuestro Arte. Por eso, cuando queremos analizar un sujeto cualquiera, si no contiene bastante humedad como para destruirlo y pudrirlo, recurrimos al agua caótica regenerada, que simpatiza con todas las cosas de este mundo, como siendo su madre, y por ese medio despertamos el espíritu coagulado y adormecido, a fin de que, después de haber sufrido el tormento de la putrefacción y la separación, el sujeto alcance, mediante la coagulación y la fijación, la gloria inmortal de la quintaesencia. Como el agua caótica regenerada, o el agua de lluvia, es primero volátil, y después deviene semifija y fija, es decir nitro y sal, debemos tomarla en su estado de volatilidad para ayudar a la disolución y putrefacción de los sujetos volátiles, tales como los animales y vegetales, porque es en ese estado que ella les es homogénea. Pero las piedras, los metales y los minerales no se dejan domar por esta agua volátil. Es preciso que tomemos el nitro y la sal, y que los reduzcamos a una misma naturaleza de la que los minerales se han originado; entonces las puertas del infierno se rompen y los habitantes se desatan. En la primera parte, al tratar de la generación de los minerales, he dicho que se originan de un ácido resuelto, salino y espirituoso, es decir del nitro y de la sal que, en las entrañas de la tierra, se agrian por una fuerte fermentación y se elevan, por el calor central, en forma de espíritu y de vapor espirituoso, hasta las vísceras de las montañas, y procrean allí toda clase de minerales. Los espíritus de nitro y de sal son, entonces, homogéneos con todos los minerales. Por su medio los minerales son obligados a retrogradar, y su propia humedad ácida, mineral, coagulada y desecada es activada para actuar y para destruir su propio cuerpo. Así, devienen lo que eran al comienzo de su coagulación, es decir una sal especificada mineral espirituosa, un espíritu salino mineral metálico, o un vitriolo; éste, por retrogradación, deviene un espíritu; y este espíritu, por regeneración, un cuerpo glorificado, penetrante, medicinal balsámico, cada uno según su especie. Cuando han sido impulsados una vez hasta allí, entonces solamente pueden ser exaltados por la simiente universal volátil, o el agua caótica, o bien por los animales y por los vegetales, a una mayor y más agradable espiritualización; y se las puede hacer fijas o volátiles, vegetales o animales, o incluso universales, como se quiera, pues cada criatura debe necesariamente dejarse transformar en todas las otras, puesto que son nacidas de una misma materia. Después de este preámbulo, emprenderemos el análisis de los animales, y buscaremos en ellos la quintaesencia.
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Cap. VII – Del análisis de los animales
Sin la putrefacción, ni en el reino animal ni en el vegetal se podría extraer mediante la separación o destilación más que un agua débil que retiene solamente el olor del vegetal o animal del cual se ha extraído. Por el contrario, todas sus fuerzas se desarrollan cuando se hace preceder la putrefacción. Se puede entonces sacar, del reino animal su sal volátil orinosa, y del reino vegetal su espíritu ardiente volátil. Debemos, entonces, comenzar el análisis de un sujeto cualquiera, animal o vegetal, por la putrefacción. Haremos después la destilación, la rectificación, la conjunción, la coagulación, la copulación y la fijación. Es por estos grados de preparación, marcados por la Naturaleza misma, que exaltaremos el sujeto a la perfección de la quintaesencia. Pero como para hacer una medicina se puede tomar tanto cada uno de los individuos de este vasto universo como un sujeto universal; lo mismo se hace una, no solamente del cuerpo entero de un individuo, sino aún de cada parte separada, como la sangre, la orina, el excremento, los huesos, la piel, los cabellos y los cuernos. Enseñaremos la manera de analizar todas estas partes conjunta o separadamente, de reunirlas después y de hacer una quintaesencia de ellas. Comenzaremos por los líquidos, y seguiremos por los sólidos. El análisis del reino animal es el más desagradable, a causa del hedor que exhala en la putrefacción, a causa de su sal penetrante y volátil. Yo, no obstante, aconsejo no trabajar con la sangre, sobre todo si todavía está caliente y recientemente sacada del animal; pues me ha ocurrido que al querer destilar las partes más fijas por la retorta, tanto de la sangre humana como de la de animales, me ha aparecido en el recipiente la figura monstruosa o el espíritu representante del animal sobre el que trabajaba, y la sangre humana ha hecho, en la retorta, un ruido como si hubiera un fantasma, lo que es muy pavoroso. Esto sin embargo no ocurre siempre. Si dejáis pudrir la carne y la sangre, da un hedor insoportable. Es mejor tomar los excrementos si se puede, como la orina y las heces, que son lo que hay de mejor y que contienen toda la fuerza del animal; después de esto las uñas, los cabellos, las escamas, etc. Sin embargo, no omitimos ninguna parte, a fin de que los Artistas no tengan nada que desear. Tomad, de un animal, el jugo o la orina y todo lo líquido, sólo una de esas cosas o todas juntas; pues, aunque una sea más volátil o más fija que la otra, son de la misma naturaleza, puesto que provienen de un mismo sujeto. Ponedlas en un vaso que cubriréis y pondréis en un sitio tibio, para que se pudran. Si queréis evitar el hedor, podéis ponerlas en un alambique, con su capitel y su recipiente bien sellados, que pondréis al baño maría de primer grado. Dejadlas allí al menos catorce días y catorce noches. Después destilad al baño maría, por grados, todo lo que pase, y conservadlo. Si lo queréis rectificar, podéis hacerlo. Separadle la flema, y tendréis un espíritu y una sal volátil orinosa muy penetrante. El ácido no sube por el alambique al baño maría; por eso poned la materia restante a la arena en una retorta, y destilad todavía por grados lentos. Pasará en primer lugar una flema; ésta será seguida de un licor muy picante sobre la lengua que es el ácido animal; después de esto subirá un aceite espeso; y por último quedará en el fondo una materia quemada en carbón, que es la parte alcalina. Habéis separado entonces el volátil, el ácido, el aceite y el carbón alcalino. Esas cosas son las que forman la sustancia intrínseca del animal, las partes de las que se compone. Si queréis reducirlas a uno de nuevo, hay que poner atención al axioma de los Filósofos: Non transire posse de uno extremo ad alterum , absque medio. El espíritu volátil y el carbón son los dos extremos, no se unirán jamás sin su naturaleza mediana; y su naturaleza mediana es el agua o la flema, el ácido y el aceite; y éstos no se unirán tampoco si no se los pone en un orden inverso, o lo harán tan lentamente que la pena y el trabajo os fastidiarán. Hay que conjuntarlos en el mismo orden en que han sido separados; 36
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entonces se unirán muy fácilmente y se coagularán juntos prontamente, por un grado de fuego conveniente. Si rectificáis esas partes, en verdad las volveréis más sutiles, pero no mejores ni de más fácil conjunción. ¿Queréis trabajar trabaj ar prontamente? Tomad el volátil con su flema, o separadle la flema si queréis; vertedlo sobre el ácido o azoth, y ambos serán conjuntados. Tomad después el aceite; moledlo con el carbón o la cabeza muerta, y verted arriba el volátil y el vinagre. Hacedlos digerir juntos dulcemente al baño maría dos días y dos noches, y después destilad por grados lentos. El espíritu volátil subirá muy débil con la flema, y la mayor parte del volátil y del ácido quedará en el fondo. Retiradlos del baño maría, ponedlos a las cenizas, coagulad y reverberad, como se dice en el capítulo quinto. Cuando los hayáis reverberado, embebed de nuevo con su volátil destilado, haced digerir al baño maría, destilad, coagulad y desecad a las cenizas, y después fijad, de la misma manera que hemos enseñado con el agua de lluvia, pues es preciso que las cosas se hagan aquí en el mismo orden; entonces la quintaesencia será perfecta. Alguno podrá preguntarme porqué digo “ Dejad la flema con el volátil, o separadla”. Si no sirve a nada bueno ¿por qué dejarla?; si es útil ¿por qué separarla? Yo respondo que es indiferente dejarla o separarla, porque aunque quede, sin embargo la parte esencial fijativa no la toma en sí, y la deja separar siempre por la destilación; pero no hay que concluir de ello que la flema es buena para nada. Tened en cuenta, como lo he dicho antes, que es una simiente no madura y no salina todavía, y en consecuencia es un instrumento y vehículo del espíritu universal, tanto activo como pasivo, por cuyo medio ese espíritu coagulado y adormecido forja todo en un cuerpo, o lo ha forjado, y lo cambia todo, o lo ha cambiado, pues tanto tiempo como la flema esté unida a él, excita siempre al espíritu a operar y a efectuar continuos cambios. Para confirmar esto, tomad la quintaesencia de un animal sobre el que toda su sal volátil esté concentrada y coagulada; ponedla en un alambique y verted encima su propia flema. Llenad el alambique hasta arriba, ponedlo en un lugar cálido, y veréis en él un juego admirable, pues el espíritu representará la figura del animal tal como era cuando todavía estaba vivo; si ponéis esa flema al frío, se disipará al momento. No hay que despreciar la flema entonces; está llena e impregnada, por todas partes, del espíritu y la fuerza espirituosa de su sujeto, de la misma manera que lo están todas las aguas destiladas de los boticarios. Cuando yo tomo interiormente la quintaesencia, prefiero esta flema que le ha sido separada a todo otro vehículo. Esta flema es también buenísima para poner a pudrir un sujeto nuevo, en lugar de servirse de otras especies extrañas como el agua de lluvia, de manantial, etc., aunque sin embargo el agua de lluvia y de manantial sean igualmente homogéneas. Esto es suficiente en cuanto a las partes líquidas de los animales. Ahora operaremos sobre las partes secas y más secas. Tomad la carne, huesos, cuernos, cabellos, uñas, piel; en una palabra las partes sólidas de un animal, todas juntas o solamente una de ellas. Reducidlas a parcelas tan menudas como podáis; ponedlas en un alambique, y verted sangre u orina, o los jugos podridos del animal, y a falta de eso, agua de lluvia podrida, o bien la orina del microcosmo, es decir del hombre, que es el centro de todo el reino animal en el que todas las virtudes están reunidas, así como en el vino están reunidas todas las virtudes de los demás vegetales, y en el oro y su guhr vitriólico todas las virtudes minerales. Verted, digo, una de esas cosas sobre vuestro sujeto reducido a partes menudas. Ponedlo al baño maría, o al vapor, o al estiércol de caballo. Hacedlo pudrir; separad después todas las partes, al baño maría, después a las cenizas, por el alambique y por la retorta; rectificad, si queréis, cada parte, como he enseñado antes; a continuación unid, coagulad, fijad, y proceded en todo como ya he dicho.
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Como los pelos de un animal son de una naturaleza casi toda grasa y coagulada y una grasa oleaginosa, y siendo que la mayoría de las cosas c osas oleaginosas son balsámicas y entran en putrefacción muy difícil y lentamente, lo mismo que los huesos y los cuernos, un aficionado podría tener temor de emprender operaciones tan fastidiosas. Pero yo le enseñaré dos manipulaciones por las que podrá alcanzar prontamente su fin. Después que hayáis cortado, raspado y limado los pelos, huesos, cuernos, uñas, etc., cocedlos con la propia orina del animal del que los habéis sacado, o con la orina del hombre, o con agua de lluvia podrida, o con agua salada, hasta que estén reducidos a jalea, lo que se hace en más o menos dos o tres veces veinticuatro horas, según su coagulación sea dura o blanda. Añadid a esta jalea una cantidad suficiente de agua u orina podrida para que solamente tenga la consistencia de miel clara fundida, y no tardará en pudrirse. Cuando huela muy mal, hay que hacer la separación y la conjunción; es decir que hay que destilar sus partes volátiles por el alambique, y sus partes más fijas por la retorta, a la arena y a las cenizas, rectificarlas y después conjuntarlas y fijarlas. La segunda manipulación no proporciona tanta sustancia como la putrefacción. Sin embargo no deja de ser satisfactoria. Tomad los cuernos, los huesos, los cabellos y la piel; reducidlos a partes muy menudas, ponedlos en una retorta con su recipiente, y destilad lentamente por grados lo que pase. Cuando hayáis hecho la separación de sus principios, conjuntadlos en el mismo orden en que han sido separados. Por este medio no encontraréis volátil, sino solamente una flema grosera, un ácido y un aceite, y el carbón; pues en las partes tan duras y desecadas una parte del volátil se ha evaporado, y la otra se ha transmutado en ácido o vinagre animal. Es en esto que consiste la separación y la conjunción del Arte, sin separación de heces, en las que todas las partes, excepto el agua recolaceum o la flema, han sido concentradas y fijadas. Es preciso que advierta aquí al lector que si yo repito con frecuencia una misma cosa, c osa, no debe imaginarse que eso sea superfluo. Lo hago a fin de que, por cada palabra en particular, pueda penetrar más adelante en la Naturaleza. Varios dirán que quiero seguir siempre a la Naturaleza, y que sin embargo embargo indico algunas vías violentas que le son contrarias. Pero yo añado siempre la vía de la Naturaleza, que no destruye ninguna cosa, o lo hace muy raramente, al punto de quemarla y reducirla a carbón. Ahora bien, es necesario que un Artista considere la meta de la Naturaleza y del Arte. La Naturaleza no trata de destruir un cuerpo vegetal o animal al último grado, porque le basta resolverlo a un jugo mucilaginoso esencial, no teniendo todavía el poder de hacer un cuerpo quintaesenciado, de una consistencia glorificada y que es en sí incorruptible, como lo puede hacer el Arte, y como lo son todos los cuerpos de vidrio que son incluso más durables que el oro y la plata. Pues jamás se oirá decir, o muy raramente, que el vidrio y las piedras preciosas se corrompan, a menos que el Artista las destruya a propósito, y las reduzca a su primera materia. Pero por las vías naturales esto no ocurrirá fácilmente. Por el contrario, vemos en las minas que el oro y la plata han sido despertados y destruidos por los vapores arsenicales, hasta el punto de no dejar tras ellos más que una flor estéril, y una piedra en forma de electro. Yo enseñaré aquí todavía dos vías, de las cuales una es la de la propia Naturaleza, y la otra es la del Arte, por las que cada uno podrá ilustrarse por sí mismo y elegir la que más le plazca. La Naturaleza opera como sigue. Ella ablanda los animales muertos y las plantas tiernas por el rocío y la lluvia, o por otras aguas y humedades, y las hace caer en putrefacción. Después ella destila las partes volátiles una tras otra, en el aire, por el calor del sol y el calor central; pero ella no podría elevar el aceite, el ácido, etc., mediante este calor débil. Los residuos hoy son llamados, en las boticas
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ordinarias, sal esencial o vegetal, y yo los llamo un vitriolo animal o vegetal, puesto que se cristaliza del mismo modo, y contiene una tierra que se puede precipitar. Esa sal o vitriolo en la destilación da un espíritu algo ácido, cuya acritud es de gusto mineral, es decir de una acidez vitriólica que es seguida de un aceite espeso, después viene el carbón. La Naturaleza no separa esas tres cosas en el reino vegetal y animal, y en el reino mineral. Ella los fija todavía más y los concentra, de lo que devienen siempre más mordientes y corrosivos, como puede verse con el espíritu y aceite de vitriolo. Después que la Naturaleza ha reducido así los animales y vegetales a sal esencial o vitriolo, los embebe siempre y continuamente con las partes volátiles, es decir la lluvia, el rocío, etc. El Artista puede hacer una operación parecida, haciendo de los animales una sustancia de sal esencial, o una jalea, y destilándola después con el espíritu volátil del mismo animal, embebiéndola con este espíritu, coagulándola y fijándola después, por reiteración, en quintaesencia. Si no hubiera volátil de ese animal, sólo habría que tomar el espíritu volátil de la orina humana, o el del agua de lluvia, del rocío, etc. Cuando la Naturaleza embebe con frecuencia la sal esencial, crece en altura, en el aire, y de ella se hace una planta o un árbol, mientras que el Artista de ella hace la quintaesencia, a lo que la Naturaleza no tiende. Para hacer la cosa más clara, añadiré aquí el procedimiento. Tomad un animal (lo mismo debe entenderse de los vegetales), reducidlo a jalea, por su propio volátil, por el del hombre, o por el agua de lluvia podrida; dejadlos fermentar y pudrir juntos. Verted después lo que está claro, filtradlo y destiladle todo el volátil al baño maría, hasta la tercera parte o hasta el aceite. Poned aparte el volátil. Sacad el aceite o el licor que resta, y ponedlo en lugar frío para que se cristalice o se espese como una jalea: esto es lo que es la sal esencial animal, o el vitriolo animal. Tomad después esos cristales o esa jalea, y ponedlos a un dulce fuego de cenizas, para desecarlos y coagularlos, sin embargo sin quemarlos a carbón.: es aquí donde finaliza la Naturaleza, y el Arte comienza. Dejad enfriar y verted encima su volátil hasta que sobrenade dos, tres, o a lo sumo cuatro dedos. Digerid de nuevo al baño maría; destilad y dejad subir lo que pase al baño maría; que nada se queme a carbón o cenizas; y cuando nada quiera pasar al baño maría, poned a las cenizas, coagulad hasta sequedad, y reverberadlo algo fuertemente: Retiradlo después, reducidlo a polvo y embebedlo de nuevo con su volátil. Destilad de nuevo al baño maría, coagulad a fuego de cenizas; y reiterad esas imbibiciones, coagulaciones, reverberaciones y fijaciones hasta que haya pasado por todos los colores, como hemos dicho más arriba, y tendréis la quintaesencia. De esta manera el volátil se fija, como debe ser, y finalmente no subirá más que una flema insípida que ha dejado atrás todas las partes esenciales concentradas, que no son más que una naturaleza animal fija, puesto que resisten a todo fuego. Ésa es la vía más simple y la más conforme a la de la Naturaleza. La segunda es de la última pureza, y no sufre ningunas heces (tal como los quimistas se las imaginan), sino que es una quintaesencia purificada. Hela aquí. Después que hayáis separado las partes volátiles, ácidas y oleaginosas de un animal o de un vegetal, rectificad y separad el volátil y el ácido de toda flema, lo mejor que podáis y como lo enseñan casi todos los autores. autores. Tomad después el aceite, machacadlo bien con dos partes de carbón y destiladlo igualmente por la retorta, a las cenizas y a la arena; o, si no os preocupa la oleosidad, machacad el aceite con su carbón, y ponedlos sobre una gavilla en un horno de panadero o pastelero, a fin de que las llamas que reverberan de arriba sobre el carbón y el aceite lo reduzcan a cenizas o a sal. Sin embargo hay que tener cuidado de poner la gavilla en un lugar donde no pueda caer madera o carbón adentro, y no obstante donde la llama pueda reverberar. Después que sean reducidos a cenizas, lixiviadlos con su propia flema, filtrad y coagulad y tendréis la sal álcali. Ponedla de nuevo sobre una gavilla, y hacedla aún reverberar y enrojecer en el mismo horno, después resolvedla en su flema o en agua de lluvia. Destilad, 39
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filtrad, coagulad, reiterad esas reverberaciones, igniciones, soluciones, filtraciones y coagulaciones hasta que la sal sea bellísima, clara y blanca. De esta manera las tres partes, es decir el volátil, el ácido y el álcali, serán grandemente purificados. Después de esto hay que hacer la conjunción. La mayoría de los Artistas acostumbrar reverberar bajo la mufla con fuego de carbón, pero yo recomiendo la reverberación a fuego de llama, que penetra mucho más fuertemente, y más prontamente que el del carbón, porque la llama contiene en ella un volátil purísimo, clarísimo y muy penetrante, mientras que el carbón encierra en sí un ácido fortísimo y corrosivo. No obstante cada uno es libre de servirse del que quiera; en cuanto a mí, yo estimo mejor el fuego de llama, porque lo he aprendido por experiencia. Tomad dos partes del álcali rectificado, poned en un alambique, verted encima cuatro partes de su volátil y añadid después tres partes de su ácido. Se unirán y se fijarán al instante, e incluso fluirán constantemente juntos al fuego, como un aceite incombustible, y al aire se fijarán como el hielo. No hay más que ponerlos con el capitel y el recipiente al baño maría, y sacarle la flema hasta la oleosidad. Poned esa flema al frío, y la quintaesencia se coagulará en cristales. Retiradlos y extraed de nuevo la flema hasta la oleosidad, o haced evaporar hasta la película, haced cristalizar de nuevo, y continuad esta operación hasta que no se formen más cristales. Es entonces que tendréis la quintaesencia. Hacedla secar dulcemente, ponedla en un pequeño matraz, a la arena, dad el fuego por cuatro grados, y se fundirá en piedra, lo que podréis ver haciendo entrar una vela por la punta del horno, pues permanecerá como un aceite y, cuando el fuego se apague, será piedra. Romped el matraz, sacad la quintaesencia, y guardadla en una caja de madera, en la que podréis llevarla seca por toda la tierra. Cuando queráis serviros de ella, sacad algunos granos y haced venir una agua apropiada de la primera botica, o ponedla en vino; allí se fundirá como azúcar o hielo, hacedla ingerir y considerad sus virtudes. Aunque hayáis separado con extremo cuidado la flema o el agua recolaceum de todas las partes, no obstante en la coagulación se encontrará más flema que quintaesencia. Veréis también en esta operación con qué rapidez las partes homogéneas se unen, se coagulan, se abrazan, y se sostienen juntas tan fuertemente que antes de separarse una de otra más bien atravesarán el crisol o el vidrio por el fondo, tanto se fijan prontamente. Y aún cuando, por adición, se las hiciera pasar, volátiles, por la retorta, ellas participan siempre una de las cualidades de la otra, y no se las sabría distinguir. He enseñado al artista toda clase de prácticas y de métodos para concentrar la sustancia entera de cada cosa (con excepción solamente del agua recolaceum o la flema), y reducirla a forma seca, fija y fusible. Puede llevarla consigo por toda la tierra. Un solo grano opera más poderosamente que muchas pintas de agua destilada ordinaria. Pero se me podrá preguntar porqué quemo el aceite, que sin embargo es una parte esencial. Yo lo hago a propósito, a fin de acelerar mi operación, y a fin de que el Artista conozca que el Arte reduce el aceite a sal, y que la sal o álcali es un aceite fijo invertido; lo que se ve también por su tintura, cuando se lo vierte encima de su ácido y su volátil, puesto que entonces toma, o una rojez de rubí, o un color amarillo como el oro, o alguna otra tintura de diferentes colores. Pero si se quiere conservar el aceite y tomar el fijo únicamente del carbón reducido a cenizas, se lo puede hacer. Y cuando la quintaesencia es fundida en piedra, se puede entonces añadir el aceite, mezclarlo con la piedra, después verter encima las flemas que le han sido destiladas, hacerlos cocer juntos al baño maría, destilarlos por grados lentos hasta la sequedad, después coagularlos y fijar a las cenizas y a la arena, y fundirlos en piedra, como he enseñado anteriormente al tratar del agua de lluvia.
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Alguno podrá todavía lamentarse y decir “Sí, este método sería bueno si se pudiera hacer en cantidad, y sería todavía mejor si los pobres, tanto como los ricos, pudieran servirse de él y los boticarios pudieran darlo barato” Esto es fácil. Que el boticario tome tres cestas llenas de una hierba, o bien que tome la orina, la sangre o la carne de un animal, y los ponga a pudrir en un gran alambique. Que después tome del mismo animal los huesos, los cuernos, las uñas, el pelo, etc., y mientras las partes líquidas o blandas se pudren, que ponga la mitad de esas partes secas, reducidas a parcelas bien menudas, en una retorta, y que les destile el ácido y el aceite, hasta (que quede) el carbón. Por este medio tendrá el ácido, el aceite y el carbón en cantidad. Que ponga la otra mitad de las partes secas en un pote, en un horno de alfarero a fuego abierto, y que saque después de las cenizas, por lixiviación, toda la sal fija que pueda. Que destile de las partes líquidas que estaban en putrefacción un volátil en cantidad, y no le quedará más por hacer que conjuntarlas y coagularlas, para tener mucha quintaesencia, que podrá vender muy barato. Sin embargo debo hacer observar aquí que los animales no dan mucha sal fija, sino mucha tierra vacía de sal. ¿A qué se recurrirá para tener sal fija en cantidad a fin de fijar las partes volátiles? Hay que recurrir a los sitios donde la propia Naturaleza fabrica mucho álcali universal. Este álcali universal es homogéneo a todas las criaturas. ¿No se encuentran montañas todas enteras de sal? Y esa sal común de cocina ¿no es el mejor bálsamo para todos los animales, y principalmente para el hombre? Es facilísimo especificarlas sobre cada sujeto que se quiere convertir en quintaesencia, tomando las partes secas del animal que se quiere calcinar y añadiéndoles, después de reducirlas a partes menudas, la cuarta o la tercera parte de sal común. De esta manera la sal se quema y se especifica con ellas, y se vuelve un álcali animal específico. Así, un Artista no tendrá que lamentarse de que no puede separar en cantidad todas las cosas. El boticario podría llenar su botica de quintaesencias que, cuando tuviera mucho de ellas, no se volverían rancias ni se arruinarían como sus aguas, aceites y ungüentos, y podría venderlas a muy bajo precio. Pues no las vendería por libras, por onzas y medias onzas, sino por granos y escrúpulos, porque éstas obrarían en pequeñas dosis. Podría hacerlas en mucho menos tiempo del que emplea para hacer sus aguas y aceites, y sacaría de ellas el mismo provecho e incluso más. Con las hierbas será más fácil todavía, como lo enseñaremos en el capítulo siguiente. Tomará una hierba en cantidad, por ejemplo tres cestas llenas. Hará fermentar y pudrir una de ellas; y las otras dos las hará secar dulcemente a la sombra. Cuando estén bien secas, quemará una de ellas hasta las cenizas en un horno de panadero o alfarero. De la otra, destilará el vinagre y el aceite; y de la que está podrida destilará el volátil. De las cenizas sacará la sal, y después de la rectificación, los conjuntará, y de esta manera tendrá la quintaesencia en cantidad. Por lo que hemos dicho, el Artista verá, por poca atención que ponga, que la Naturaleza se deja unir y separar por los medios, en un bellísimo orden. Ella misma manifiesta esos medios, y pone el vinagre entre el volátil y el álcali. Este vinagre puede encontrarse en todos los sujetos, y sin él, no se podría hacer ninguna conjunción durable. Pues no es fijo ni volátil, sino mediano, un verdadero hermafrodita, y un Jano que tiene la mirada adelante y atrás. Si es unido al volátil, le es agradable; y parecidamente al álcali. Con el volátil, se vuelve volátil; y con el fijo se vuelve fijo. Ningún autor ha explicado este punto. Es un grandísimo secreto, y espero que más de un lector me agradecerá haberlo publicado. Después de haber completado el análisis de los animales, nos volveremos, según el orden, hacia el reino hermafrodita de los vegetales, cuya cabeza toca el reino animal, y su raíz el reino mineral; para manifestar sus partes más interiores, comencemos.
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Cap. VIII – Del análisis de los vegetales Este reino, con respecto a la separación y la coagulación, es semejante al reino animal, y solamente difiere un poco de él por la cantidad de sus principios. Pues el reino animal tiene su sal fétida orinosa, y el reino vegetal tiene su espíritu fétido ardiente, aunque muchos bebedores de agua de vida lo encuentran tan agradable como el ámbar. Los sujetos de este reino difieren también entre ellos, como los del reino animal. Pues hay sujetos blandos y suculentos, tales como las hojas, raíces, jugo, fruto, goma, resina, aceite, semilla; y sujetos duros y secos tales como tallos, raíces, madera y semillas. Enseñaremos la manera de proceder con unos y otros. Tomad todo lo que es suculento y verde: machacad y aplastad lo mejor que podáis. Si por su propia naturaleza no tuviera suficiente jugo, verted agua de lluvia podrida, vino y agua salada, en cantidad necesaria para reducirlo a un caldo claro; o, si preferís, exprimid el jugo y dejadlo fermentar como el vino, o como la sidra y la sidra de pera que hacen los campesinos, pues cada sujeto blando y suculento puede ser tratado así, lo mismo que las partes duras cuando son menudamente cortadas y se les añade humedad en cantidad suficiente. Si queréis dejar juntas las hierbas reducidas a caldo, ponedlas en un recipiente de madera en un lugar tibio y dejadlas macerar así, alrededor de quince días o tres semanas, hasta que tengan un olor algo agrio o podrido. Entonces ponedlas en un alambique y destilad dulcemente el volátil con su flema sutil. Sacad los residuos, hacedlos secar bien, ponedlos en una retorta a la arena, y destilad por grados; tendréis entonces una flema grosera, después un vinagre, después un aceite espeso, y en el fondo quedará una masa quemada en carbón. De esta manera el vegetal estará separado. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, como los vegetales no son iguales unos a otros, también contienen más o menos de diferentes principios, pues unos contienen mucho volátil, y los otros más vinagre, según hayan especificado en ellos más simiente universal, y la hayan coagulado y fijado. Su virtud y su fuerza están también repartidas según esos principios, y hay que estimarlos y aplicarlos en proporción. Una hierba odorífera que tiene mucho volátil, tiene la fuerza de restaurar y sanar el espíritu volátil animal, e incluso el metal, aunque sin embargo eso no depende siempre del buen olor exterior, sino mucho más del interior que, destilado por el arqueo, restaura y sana muy prontamente los miembros afligidos. Si una hierba tiene mucho ácido, está especificada para sanar las partes más sólidas, tales como los músculos, los tendones, los huesos, los cartílagos, etc. Es lo mismo con el aceite; cuanto más espesas son las partes esenciales, tanto más confortan las partes más espesas y coaguladas del cuerpo, o las destruyen, según como son aplicadas. Cada médico sabe que una cosa volátil nunca puede servir de alimento a los huesos fijos, ni penetrar en ellos, pues cuando una sustancia tan volátil entra en el cuerpo, es impulsada inmediatamente por el calor interno a todos los miembros, y finalmente sale por los poros de la piel en forma de vapor o sudor. Un ácido no se disipa tan fácilmente, ellos se conducen por las orinas o por las deposiciones, o procuran más frecuentemente un sudor grosero. ¿No se ve que cuando se hace respirar un buen olor a una persona extremadamente melancólica, ella siente al momento un alivio y una restauración de su corazón afligido? Aunque este alivio provocado por un olor pasajero no sea de larga duración, sobre todo si su aflicción proviene de algún crimen enorme que pueda haber cometido, o si está atormentada por el número de sus deudas o por una mala fortuna; ella reconocerá, no obstante, que ese olor era agradable a su corazón y a su espíritu. Si por el contrario, por malicia se le da a oler alguna cosa de mal olor, al momento se volverá más triste, más enfermo, más afligido y más colérico. Igualmente, 42
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un espíritu cálido de una hierba o un animal, calienta un frío melancólico; y un espíritu frío narcótico o anodino, refresca un bilioso. Cuando el vegetal es así separado, la conjunción se hace de la misma forma y en el mismo orden que hemos enseñado al tratar del agua de lluvia o del reino animal. Se puede operar igualmente sobre todas las cosas, según las vías, procedimientos y métodos que hemos indicado antes. Para evitar la extensión, no las repetiremos aquí. Sin embargo es preciso que yo obsequie todavía una manipulación a los aficionados a la química. Numerosos quimistas se han atormentado para encontrar la sal volátil de un vegetal, sin conseguirlo, aunque la cosa sea facilísima. Pues si dejáis macerar y pudrir una hierba hasta que se formen gusanos, lo que ocurrirá pronto, cuando veáis ese signo, no tenéis más que destilar al baño maría en un alambique alto; subirá un espíritu animal orinoso, y la sal volátil se adherirá al capitel, lo que es una prueba evidente de que el vegetal devino animal, y que el reino animal está todo lleno de sal volátil. Que el lector advierta bien esto; encontrará, mediante sus especulaciones, muchas otras cosas, que para buscar y encontrar hubiera atormentado su espíritu largo tiempo, e inútilmente. En lo tocante a los vegetales más duros como hierbas y raíces leñosas, madera, etc., se las trata como las partes óseas de los animales. Se las raspa, lima, muele y machaca en partes menudas, lo mejor que se puede. Se vierte encima agua podrida, vino, agua salada o nitrosa, se las hace macerar o cocer hasta que se vuelven blandas y como cocidas; después se las hace pudrir o bien, se las destila en una retorta, como enseñamos respecto de los animales; y cuando están separadas, se las conjunta. Cuando la madera es destilada sin haber sido podrida, no da volátil. A riesgo de sorprender al lector, le diré todavía que el agua de lluvia, nieve, etc., es un volátil homogéneo con todos los individuos del mundo entero, y que puede servirse de ella para todas las cosas que no lo tienen. Igualmente, si trabaja sobre un sujeto que no tiene bastante de ácido o de álcali, no tiene más que tomar el salitre y su espíritu; y el álcali lo reemplaza por la sal y su espíritu alcalino. Pero si piensa que el nitro o la sal sea demasiado fuerte o corrosivo, no tiene más que separar del agua de lluvia, mediante la destilación, todo su volátil y su flema, y destilar los residuos; después de la reverberación, encontrará el álcali. De esta manera se procurará todo lo que puede necesitar. Un Artista debe bien advertir que un sujeto universal se especifica en todos los individuos. Por ejemplo, suponiendo que yo no tuviera ningún volátil, sino solamente un vinagre, un aceite y un álcali, no tengo más que añadir el volátil del agua de lluvia. Se especificará con los otros principios y tomará la misma cualidad y especificación del ácido al que ha sido añadido, pues el axioma dice: A potiori fit denominatio. El ácido, el aceite y el álcali están en mayor cantidad, y en consecuencia pueden fácilmente domesticar al volátil, y convertirlo a su naturaleza. Cada uno puede ver que los sujetos universales como la lluvia, el rocío, la nieve, etc., apenas han nacido se especifican; que al caer, se unen a las criaturas animales, vegetales y minerales, y se transforman en ellas. No hay más que cocer un animal, un vegetal o un mineral con el salitre y la sal, sea en forma líquida o seca, y pronto se verá el nitro y la sal participar de su cualidad. Sin embargo no es necesario recurrir a los universales; puesto que Dios ha dado a cada reino un sujeto principal, que generalmente encierra en sí todos los sujetos o individuos del mismo reino, y cuyos principios pueden reemplazar a los que faltan, o tomar el lugar del propio volátil, ácido y álcali. Tales son, en el reino animal, el hombre y la mujer con todas sus partes, orina, excremento, carne, piel, huesos, etc. En el reino vegetal el vino y el trigo. En el reino mineral, el salitre y la sal. 43
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Alguno podrá tener aún un pequeño escrúpulo en la separación de los reinos animal y vegetal: que en la destilación de los animales y vegetales al baño maría pasa por el alambique un aceite sutil junto con el espíritu volátil, y que yo no lo he mencionado. Pero yo he dicho antes que cuanto más abierta y sutilizada es una cosa, más volátil se vuelve.¿Qué es un espíritu ardiente, sino un aceite extremadamente extendido, o un salitre extremadamente volatilizado, y resuelto en una simiente de nitro ardiente? ¿No he probado hasta el cansancio que el volátil y el fijo, el ácido y el álcali, no son para nada distintos en razón de su esencia, sino solamente por sus accidentes, según uno u otro hayan sido vueltos más volátiles o más fijos? Es en relación a esas formas accidentales que le damos una denominación distinta, y no respecto a su materia, en razón de la cual todos son una misma cosa y universales. No se debe tener ningún escrúpulo sobre esto. Aún cuando el aceite volátil subiera desde el comienzo, no hay más que arrojarlo de nuevo sobre la parte fija en la conjunción, para rectificarlo por su medio y para coagularlo. Escrúpulos de esta naturaleza han impedido a más de un artista penetrar hasta el centro, porque se imaginaron que era preciso que eso fuera un heterogéneo, o una parte rechazada por la propia Naturaleza. De esta manera rechazaron lo mejor y guardaron en sus manos el lodo, como hacen los destiladores de agua de vida, que retienen el espíritu de vino y las partes restantes, que son las mejores y están en mayor cantidad, se las dan a comer a los cerdos. Pero yo os digo que todo lo que la Naturaleza ha compuesto, veneno o triaca, es bueno; pues el artista puede siempre hacer del veneno una triaca; no se trata más que de madurarlo y fijarlo. Todo el mundo sabe que los venenos minerales, vegetales o animales, son casi siempre volátiles, crudos e inmaduros; y que cuando se los fija, ya no son venenos sino un antídoto y un preservativo contra el veneno. En consecuencia, si la Naturaleza ha comenzado algo y lo ha dejado imperfecto, es necesario que el hombre acabe de perfeccionarlo, para tener ocasión de contemplar y admirar las obras de Dios que son tan diversas y maravillosas, y para agradecerle que le haya dado la facultad de conocerlas y de elevarse mediante ellas hasta su autor. Finalizamos así este capítulo, y nos volvemos hacia el reino mineral, que es el principal objeto de las búsquedas de los quimistas.
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Cap. IX – Del análisis de los minerales Este reino es, según la apariencia exterior, totalmente diferente de los reinos animal y vegetal, aunque interiormente sean la misma cosa. Toda su diferencia consiste solamente en que los minerales son fermentados, digeridos, coagulados y fijados más fuertemente y durante más tiempo, y que al haber expulsado fuera de ellos el agua recolaceum o la humedad superflua, con la simiente volátil y los espíritus volátiles, por un grado de calor más fuerte, son de una naturaleza más seca y pedregosa. Los vegetales y animales nacen de la simiente volátil universal. Por esta misma simiente volátil, son reducidos y regenerados a su primera materia. Pero los minerales se originan de las partes más fijas del espíritu universal, es decir del salitre y de la sal, y especialmente de los vapores espirituosos corrosivos de ambos, fuertemente fermentados; en una palabra, de los espíritus de nitro y de sal mezclados, que atacan con violencia la tierra transformada en piedra, la corroen, la resuelven, y hacen de ella un guhr vitriólico o aluminoso. Así como los minerales nacen del esperma espiritual más fijo y espirituoso, es preciso también que cada uno se resuelva y reduzca, por la simiente o por el espíritu de nitro o de sal, cada uno según su grado, a una sal esencial o vitriolo, y éste a vapores o a un agua corrosiva, según el axioma: Ex quo aliquid fit, in illud rursus resolvitur; et per quod aliquid fit, per illud ipsum resolvi necesse est. También este reino tiene, como los otros, sujetos más o menos fijos; es decir, un vitriolo, un alumbre, un azufre volátil y fijo, un arsénico, una marcasita y la piedra metálica, etc. Por esta razón, también hay que conformar el grado de disolución al grado de fijación, y a fin de no confundirse, hay que tomar los sujetos tal como la Naturaleza los da, y que todavía no hayan sido trabajados por el arte; pues aquellos que han pasado por la mano del hombre están muy alterados por el fuego, por toda clase de adiciones, y por la disminución de la cosa que se emplea para hacer retrogradar esos sujetos a su primer origen. La regla fundamental de este análisis es que el salitre y sus espíritus no atacan tan fuertemente los minerales alcalizados o fijados como aquellos que aún están llenos de ácidos; por el contrario, todos los ácidos aborrecen la sal y sus espíritus. He aquí la razón. Si el ácido es unido a un sujeto alcalizado, o allí perece y no lo ataca del todo, o se fija con él en lugar de disolverlo. Igualmente, si se une un sujeto o un menstruo alcalino a un ácido, perece y no lo ataca tampoco, o se fija en él en lugar de disolverlo. Por el contrario, un semejante disuelve un semejante; es decir un ácido disuelve un ácido, y un álcali disuelve al otro. Pero en lo que la Naturaleza ha conjuntado y unido de una manera hermafrodita (es decir donde la Naturaleza no ha trabajado, alcalizado y fijado bastante, y donde el álcali ha comenzado pero está como en equilibrio con el ácido), ambos, tanto el álcali como el ácido se sacian, como mostraremos a continuación. Entonces, he dicho que el espíritu de nitro y de sal son los menstruos universales, o las simientes más fijas del mundo, que no solamente se unen a los minerales, sino también a los animales fijos y a los vegetales. Si se considera bien este punto y se lo reflexiona, se estará más cerca de operar muchas cosas que serían sin esto larguísimas y muy fastidiosas. He dicho también que cuando el espíritu especificado, individualizado, no tiene por sí mismo humedad superflua para ser reducido a su primera materia, debe ser activado mediante adición del espíritu universal para poder obrar sobre su propio sujeto; sobre todo los minerales que son casi todos cuerpos más secos, y que en mayor parte han expulsado fuera de sí su humedad superflua. Tales cuerpos secos (a causa de que carecen de cantidad suficiente de su propia humedad) deben ser ayudados por el ácido o por el álcali universal, por medio de los
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cuales el espíritu vitriólico o aluminoso allí implantado pueda ser activado y excitado a obrar sobre su propio cuerpo, y pueda reducirlo a su primera materia. Todos los físicos conocen muy bien que en la naturaleza mineral se encuentran toda clase de jugos, de licores y de aguas, que son apropiados para disolver distintos sujetos, como por ejemplo el petróleo, la nafta, las aguas aluminosas, salinas y nitrosas, el agua de vitriolo, los baños sulfurosos, etc. Pero como todas estas cosas, en el estado en que están, son mucho más débiles para atacar un metal o una piedra verdaderamente fija, y son mucho menos capaces aún de reducirlas a su primera materia, hace falta que pongamos atención al verdadero origen y principios de todos los metales y minerales, y cómo se especifican ellos mediante diversas digestiones; es decir cómo el esperma universal, que es el espíritu del nitro y de la sal, se transforma, al disolver allí la tierra, en un guhr vitriólico y aluminoso en las entrañas de las montañas, del que a continuación, por un variado grado de calor interno, nacen diferentes sujetos. Así, puesto que la primera materia de los minerales es un guhr vitriólico o aluminoso, es preciso también que nos sirvamos de él como medio principal para hacer retrogradar los minerales y metales a su primer principio, reduciéndolos en primer lugar a una sustancia vitriólica y aluminosa semejante, que después, por una reducción ulterior, debe volverse un vapor corrosivo mineral. Solamente entonces ella toca la naturaleza mineral con su raíz, y con su cabeza, la naturaleza vegetal, y puede ser transformada con los vegetales y por los vegetales, en vegetal, y finalmente por el animal en animal, o bien con los minerales y por los minerales, en mineral o en un metal regenerado. Un aprendiz de allí verá todavía que la Naturaleza, o el Arte, pasan siempre per media mediata homogenea, de un principio a otro; lo que debe considerar con cuidado. Alguno podrá decirme: “Si no tenéis para indicarnos otro menstruo más que el espíritu de nitro o de sal, o el espíritu o aceite de vitriolo, de azufre y de alumbre, no hacía falta borronear papel para esto. Todo el mundo los conoce, y después de largo tiempo se los ha abandonado por ser corrosivos muy perniciosos” . Yo respondo que se los ha abandonado solamente porque no se ha sabido hacer uso de ellos. Sin embargo no se trata más que de hacer retrogradar los minerales del mismo modo que han avanzado en su formación, o de reducir el fijo a volátil, por los medios convenientes. Considerad entonces (no podría repetirlo demasiado) de qué y cómo la Naturaleza engendra los minerales. Veréis que ella fija, mediante la tierra, los vapores corrosivos espirituosos del nitro y de la sal, que deseca su humedad, y que cuanto más se disipa ésta, tanto más se coagulan y fijan los minerales; y que, puesto que son áridos y secos, hay que darles una humedad homogénea y superabundante, a fin de despertar de nuevo el esperma fijo y espirituoso encerrado y atado en ellos, y reducirlos a lo que eran en su origen, es decir, un guhr vitriólico y aluminoso. ¿Qué os diré ahora, a vosotros que aborrecéis los menstruos corrosivos que yo recomiendo y aconsejo? ¿Buscáis el alkaest, y queréis que sea suave y sin ningún corrosivo? No obstante, sabéis que es llamado vinagre muy agrio, acetum acerrimum. Sabéis también que los Filósofos, cuando quieren disolver algún sujeto con el alkaest, le añaden espíritu de vino; y vosotros mismos decís que es porque el espíritu de vino suaviza los corrosivos. Razonad entonces más consecuentemente: aprended la manera de usar los corrosivos, y sabed que cuando los rechazáis, rechazáis la llave principal de toda fortaleza. Al tratar sobre el análisis de los vegetales y animales, dijimos que para disolverlos había que tomar su propio jugo, cuando lo tenían en cantidad suficiente, o bien, en su defecto, el agua caótica o el agua de lluvia putrefacta. Debe hacerse lo mismo con respecto a los 46
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minerales. Cuando falta el húmedo mineral, o no se lo tiene en cantidad suficiente, hay que recurrir al húmedo universal, a fin de fortificar y despertar el húmedo universal vitriólico o aluminoso coagulado, y de excitarlo a obrar y a romper sus ataduras. Pero como los minerales son cuerpos fijos muy coagulados y desecados, requieren también un menstruo más activo y penetrante que los animales y vegetales; y por este motivo tomamos la simiente universal más fija, es decir los espíritus de nitro y de sal. Lo que el salitre no puede operar, la sal lo hace, o ambos unidos. Aunque no se debe emplear esos espermas universales más que en caso de que el húmedo mineral estuviera en cantidad demasiado pequeña, o fuera demasiado débil, siempre hay que tener la precaución de hacer una buena cantidad de espíritu de vitriolo y de alumbre, porque son un húmedo mineral apropiado para todos los astros rojos y blancos. Los Antiguos, sabiamente y con razón, han colocado el salitre al lado del vitriolo, para aguzar el vitriolo por el salitre, a fin de penetrar mejor los sujetos minerales; y sacaron del salitre y del vitriolo, por destilación, un menstruo universal para el reino mineral. Pero como después, por una larga ignorancia, no se lo supo aplicar bien, se sirvieron de él únicamente como un agua para separar, sin saber emplearlo en otros usos; aunque por una larga digestión en él los metales siempre se vuelven más volátiles, y finalmente su tintura pasa, en buena parte, por la destilación, a lo cual no pusieron atención alguna. Se lo ha rechazado como inútil por la única razón de que es un corrosivo. Lo que indujo a error es que en los corrosivos se precipita siempre algo del metal, en un polvo terrestre. En segundo lugar, que los metales disueltos en los corrosivos retoman fácilmente su primera forma por medio de los agentes precipitantes. Se ha concluido de ello que los corrosivos no eran homogéneos al reino mineral, y eso impidió comprender que ese reino fue corrosivo en su origen. Pero la razón de estos efectos es que los metales, aunque estén disueltos y dispuestos a la volatilización por los corrosivos, tratan siempre de volverse terrestres; y si se supiera cuál es la cosa que puede conservarlos siempre volátiles y suaves en el líquido, a pesar de todos los agentes precipitantes que allí se vertieren, se vería que los metales nunca producirían una forma metálica, sino que más bien se unirían con el precipitante, y formarían un tercer ser. Se debiera percibir que esta cosa no se encuentra en el reino mineral, que hay que buscarla en otra parte, y observar que los minerales alcanzan, por esta cosa, una alteración más noble, y conveniente no sólo al reino mineral, sino también al de los vegetales y animales, de modo que pueden servirse de ellos sin ningún daño. ¿No se ve que los espíritus de los vegetales, sus aguas, aceites y vinagres, permanecen volátiles más constantemente, y durante más tiempo, que los de los minerales? Y los espíritus animales gustan más aún de la volatilidad; aunque todas las cosas tengan una tendencia natural a volverse terrestres, como al lugar de su reposo, fuera del cual están siempre en movimiento. Pues vemos que todos los vinagres se desecan y se vuelven tierra, todos los aceites se transforman a naturaleza de goma espesa, y todas las aguas depositan una tierra. Con tal únicamente de que el espíritu de vino encuentre una materia a la que pueda ligarse, se vuelve tan terrestre como los demás. El fin único de todo el Arte de la Química medicinal es, en el reino mineral, que el mineral sea reducido por sus propias humedades; y después, como por esta reducción conserva una naturaleza corrosiva, heterogénea a la naturaleza vegetal y animal, que esta naturaleza corrosiva sea corregida, suavizada y transmutada a una naturaleza vegetal, y de allí a una naturaleza animal. Se han descrito una infinidad de menstruos y disolventes radicales. Cada uno creyó que el suyo era el mejor. No obstante, todos obtuvieron de ello poquísimos efectos; mientras que si hubieran examinado bien la naturaleza de las cosas, hubiesen tenido mucho menos camino por hacer; puesto que no sólo a menudo hicieron ellos mismos esos menstruos radicales, sino que los encontraron para comprarlos totalmente hechos: sólo se trataba de saberlos emplear. 47
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De dos partes de vitriolo y una o dos partes de salitre, se hace ordinariamente un menstruo llamado vulgarmente agua fuerte o agua regia. Después de calcinar el vitriolo, se lo mezcla con el salitre crudo, y se destila de ellos un agua fuerte que hace el mismo efecto, cualquiera sea la manera en que se la componga; pero ése no es el buen método, y he aquí la razón. Cuando el salitre es unido al vitriolo en el calor, el vitriolo, que tiene un azufre ardiente, es contrario al salitre y expulsa prontamente su espíritu, antes de que el salitre haya podido atacar bien y descomponer al vitriolo. De esta manera el espíritu de nitro pasa al recipiente y lleva con él una pequeña parte del azufre vitriólico más volátil, del que el agua fuerte retiene incluso el olor fétido (como se ve al comparar el olor del agua fuerte con el del espíritu de nitro, destilado con la tierra grasa), y lo que resta es el vitriolo fijado, tanto como el salitre y el fuego lo han podido hacer, porque el nitro, atormentado y fluido al fuego, ha sido más bien fijado que disuelto. El verdadero método es éste: haced un agua fuerte destilada, a la manera ordinaria, o un espíritu de nitro destilado con la tierra grasa. Tomad una libra de él; vertedlo sobre una libra de vitriolo puro y calcinado al blanco; ponedlos en una retorta y destilad el agua fuerte, a la arena, por grados lentos y únicamente hasta el tercer grado, a fin de que el vitriolo no se calcine. Pues si destiláis fuertemente el agua fuerte sobre el vitriolo, fijaréis el vitriolo antes bien que lo disolveréis. Cuando toda el agua fuerte haya pasado, añadid una libra de nueva agua fuerte, y vertedlo todo sobre el vitriolo que queda en la retorta. Hacedlos disolver y digerir juntos un día y una noche, y después destilad lentamente y únicamente hasta la tercera parte; el vitriolo permanecerá al fondo, como manteca, y graso como un aceite. Entonces es un guhr mineral regenerado y espiritualizado, que hay que reducir a un vapor licoroso si se quiere que pueda descomponer las cosas de su naturaleza. Volved a tomar el agua fuerte que había pasado, y añadid una libra de nueva agua fuerte, de manera que haya en total tres libras de agua fuerte junto a una libra de vitriolo. Verted otra vez sobre el vitriolo, disolved y digerid de nuevo un día y una noche; después destilad lentamente por grados, y veréis pasar con el agua fuerte la mayor parte del vitriolo, muy espiritualizado. Hay que cohobar de nuevo hasta que pase enteramente y no quede nada en el fondo de la retorta. Entonces, todavía se lo hará pasar, sin adición, una, dos o tres veces; y por este medio se tendrá el verdadero menstruo radical, apropiado para reducir todos los astros rojos y volverlos semejantes a él. Si queréis, podréis hacer el mismo procedimiento con el espíritu de sal, pero no es necesario, puesto que el precedente disuelve todos los sujetos ácidos y alcalinos, como veréis por la experiencia. Si se quiere hacer una diferencia entre los astros rojos y los blancos, aunque esto no sea necesario en modo alguno, hay que tomar el menstruo del vitriolo para los astros rojos, y el del alumbre para los astros blancos. El menstruo del alumbre se hace de la misma manera que el del vitriolo, con el agua fuerte o el espíritu de nitro. He aquí una manipulación que publico que la mayoría ha dejado en silencio, y de la que no tuvieron ningún conocimiento. Yo solamente la doy en pequeño, pero un Artista instruido e inteligente bien sabrá sacar inducciones de lo pequeño a lo grande; yo no podría ayudarlo más. Le doy una regla para volatilizar las cosas fijas. Si comprende bien mis razones, que guarde el secreto; pues muchos de aquellos que lean esto encontrarán grandes dificultades que no sabrán remontar, aunque la cosa sea muy manifiesta y la puerta esté abierta para entrar: aperta jam porta, intra in conclave, amice. Poned atención, que acabo de daros la llave para abrir todas las cerraduras, y aunque haga falta abrirlas por un mismo método, a menudo uno se verá detenido y obligado a hacer varios ensayos, de modo que más de uno pensará que esta llave no está verdaderamente hecha para todas las cerraduras. Por eso, quiero todavía enseñar la manera de hacer uso de esta llave, y para hacerme entender mejor explicaré en primer lugar cuáles son los sujetos alcalizados, los sujetos ácidos, y los intermedios entre unos y otros.
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Entre los sujetos alcalizados, yo incluyo todos los azufres minerales embrionados, y los azufres metálicos fijos al máximo grado, tales como son las mineras del sol, de Marte, de Júpiter, el talco, el esmeril, el hematites, y muchas otras cosas parecidas pero que no son tan conocidas, y en las cuales la Naturaleza ha reverberado fuertemente el ácido, o lo ha coagulado, fijado y alcalizado. Así, sin un ser alcalino, todas estas cosas retrogradan difícilmente a su primera materia. Entre los sujetos ácidos, yo incluyo todos aquellos en los que el ácido domina, y que éste resuelve fácilmente, porque no son todavía lo bastante fijos como para estar alcalizados. Tales son el Saturno, la Luna, el bismuto, y otros azufres blancos y arsenicales, que en los disolventes hacen conocer por sí mismos de cuál cualidad son, como lo enseñé en el capítulo de la disolución de los minerales. Tened, pues, por ácido, a todo lo que el ácido puede atacar, y por alcalino a todo lo que puede atacar el álcali, y todo lo que ataca indiferentemente uno y otro, consideradlo como de la naturaleza de ambos. Entre las cosas hermafroditas podéis contar todas las mineras y todos los metales en los que el ácido comenzó a fijarse y que, por una digestión demasiado débil, quedó en un estado intermedio. Tales son Venus, Marte, Mercurio, etc., pues tales sujetos pueden disolverse tanto por un espíritu ácido como por un espíritu alcalino, sea separados o unidos. Sin embargo, no hay que tomar esta distinción muy literalmente en relación al menstruo antes mencionado; pues si se quiere apolillar tales sujetos por los menstruos universales solamente, como el agua fuerte o el espíritu de nitro o de sal, pueden sufrir algún retardo en uno u otro sujeto a causa de la sutil ubicuidad de dichos espíritus. Pero si se los especifica con su propio ácido mineral vitriólico o aluminoso, entonces uno queda dispensado de esta advertencia. Dividiremos los sujetos, entonces, según el menstruo rojo o blanco, es decir, de vitriolo o de alumbre, en mineras metálicas rojas y blancas, de Saturno, de Júpiter, de Marte, de Sol, de Venus, de Luna; y después en mineras marcasíticas, de mercurio, de antimonio, de bismuto, de zinc, y en toda clase de otras marcasitas de Sol, de Luna, de Venus, de Saturno y de Mercurio; y a continuación en azufres fijos embrionados, a saber, el hematites, el esmeril, el bolus, la sanguínea, el imán, el alumbre de pluma, la calamina, la tutía, etc. ; y después aún en azufres volátiles embrionados que están en el antimonio, en el bismuto, en el arsénico, en el vitriolo, en los ríos de azufre, y en toda clase de marcasitas volátiles y otras mineras. Enseñaremos en general la manera de resolver estas cuatro especies, y de exaltarlas a quintaesencia. Tomad entonces una minera, la que queráis; y después de pulverizarla hacedla enrojecer en un crisol, a un fuego más o menos fuerte, según su fijeza. Cuando esté enrojecida, rociadla con una cantidad de azufre común y removed bien todo junto con un alambre de hierro hasta que el azufre esté totalmente quemado. Entonces la minera está preparada para ser disuelta en el menstruo. Si queréis prepararla mejor todavía, después de pulverizarla y antes de enrojecerla, la lavaréis sobre el paño para separar la piedra de la parte metálica. A continuación tomad de este mineral así preparado una parte; ponedla en un alambique; verted arriba tres partes del antedicho menstruo, hecho de vitriolo para los rojos, y de alumbre para los blancos; digerid al fuego de cenizas; verted dulcemente, por inclinación, lo que está claro y disuelto; y sobre lo que no lo está verted todavía el triple de su peso de menstruo, y haced digerir hasta que todo se disuelva y se vuelva licor claro. Entonces la minera está en su primer estado, pues si destiláis este licor a la arena hasta la tercera parte por la retorta o por el alambique, y dejáis enfriar el residuo y lo ponéis en la cava para que cristalice, tendréis un vitriolo y materiam primam illius mineroe renatam . Si disolvéis este vitriolo en tres partes de nuevo menstruo, lo destiláis y cohobáis por la retorta hasta que todo haya pasado, tendréis un 49
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licor vaporoso y primordial que no puede ser retrogradado sin alteración; pues si queréis hacerlo retrogradar más, ocurre una transmutación y una especificación en una otra cosa, sea en un vegetal, sea en un animal, sea en un universal; pero en tanto permanezca vapor corrosivo, está en el estado primordial de los minerales; él toca con la raíz el reino mineral, y con la cabeza el reino vegetal; y en esta situación puede ser transmutada muy fácilmente por el vegetal en animal. Aquí tenéis el mineral entero con todos sus principios; pues no ha perdido ni su azufre, ni su arsénico, ni su marcasita, como los han perdido los metales afinados en la fundición; y todos sus espíritus vitales y nutritivos han sido conservados. Si queréis coagular y fijar este licor o aceite mineral, hay que cocerlo y digerirlo al baño maría durante tres días y tres noches, en una cucúrbita baja con su capitel y recipiente, y destilarle la humedad superflua. Cuando ya nada quiera subir, volved a poner en las cenizas; destilad dulcemente toda la flema o el espíritu débil; y poned el residuo en un frasco y hacedlo coagular a las cenizas; de ello resultará una piedra salina más fluida al fuego que el aceite, y que al aire se congelará como el hielo. No es necesario cerrar vuestro frasco, pues nada sube. De esta manera tendréis la quintaesencia mineral; pero toda corrosividad es nociva para la naturaleza humana, pues en este estado, es todavía mineral. Para volverla útil a los hombres, hay que transmutarla en vegetal o en animal, por los vegetales y los animales, puesto que ellos son el alimento del hombre y no los minerales. En lo que respecta a los minerales que han pasado por el fuego, como el azufre común, el antimonio fundido, el bismuto, el oro fino, el estaño, el cobre, el plomo, hace falta que los hagamos retrogradar por los principios homogéneos, y que añadamos lo que hemos quitado por el fuego. Al antimonio crudo le hemos quitado su matriz pedregosa y su espíritu ácido sulfuroso y arsenical, por cuyo medio el antimonio podría haber sido reducido más fácilmente a su primera naturaleza, ayudándolo con el ácido universal o vitriólico. El azufre común, hecho de la minera de azufre, está privado de su espíritu, de su aceite sulfuroso y de su esencia cobriza, de los que, por lixiviación, se saca el vitriolo. El oro y la plata, y todos los demás metales, están privados de partes semejantes. He aquí la manera de preparar cada metal y mineral, y de devolverle los principios que se le quitaron. El oro se calcina con el azufre, el arsénico y el antimonio; y la cal que se hace de ellos se disuelve fácilmente con dicho menstruo. La plata, el cobre, el plomo y el hierro, lo mismo que la minera de estaño, se calcinan con el azufre y se disuelven con el mismo menstruo; como también el mercurio sublimado con el azufre y la sal común. El vitriolo se disuelve allí igualmente. El antimonio, bien mezclado con el azufre, al fuego hasta que el azufre se queme, se disuelve también en el mismo menstruo. En cuanto al azufre, como contiene un aceite seco y ningún aceite se une fácilmente con una sal o un menstruo salino, la Naturaleza nos ha mostrado un menstruo propio y homogéneo, es decir el petróleo, que es un azufre disuelto fluido con el cual hay que cocerlo en un (hígado) odorífero, que no huele tan mal como aquel que está hecho con aceite de lino o de oliva. Después este hígado se resuelve en una sal o un licor vitriólico. Después que el lector haya reducido de la manera antedicha todos los metales y minerales en un vitriolo, y éste en un licor, y que haya coagulado este licor en sal o en una piedra salina, todo está preparado y se ha vuelto propio a la transmutación vegetal y animal, como lo diremos. Yo he dicho bien, en verdad, que la cualidad corrosiva está adherida naturalmente al reino mineral, y que es contraria y heterogénea al vegetal, aunque sin embargo, menos que al reino animal. Yo he dicho también que un corrosivo no podría ser útil al hombre, sino que más bien le resulta un veneno. El artista debe saber transformar este veneno en antídoto o contraveneno, y esto no puede hacerse sino por la dulcificación.
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Esta dulcificación es un gran secreto que no se menciona en ninguna parte. Los quimistas vulgares atemperan bien los corrosivos con el espíritu de vino, pero eso sin cambiarlos de naturaleza; mientras que los verdaderos quimistas saben, mediante una verdadera transmutación, volverlos perfectamente homogéneos a las naturalezas vegetal y animal. Nosotros vamos a descubrir sinceramente su procedimiento y, para hacerlo comprender mejor, pondremos aquí bajo los ojos del lector un árbol de suavización y de armonía, que indica el orden en que el animal debe ser unido al vegetal, y éste, o ambos, al mineral.
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Cap. X - Árbol de suavización El volátil
Animal Espíritu de orina
Vegetal Espíritu de vino
El ácido
Animal Espíritu de orina
Vegetal Espíritu de vino
El ácido mineral corrosivo, el espíritu o el aceite o su sal corrosiva A fin de que el lector se persuada de que en todo lo que hago yo trato de conformarme a las leyes fundamentales de la Naturaleza, y de que la imito escrupulosamente en sus procedimientos, no hay más que considerar cómo ella misma suaviza los minerales y los vuelve homogéneos a las naturalezas humana y vegetal. Primero los vapores minerales corrosivos que se elevan del centro de la tierra depositan en sus entrañas su corrosivo más fuerte, que allí ataca las piedras y la tierra, las corroe, las resuelve y las coagula; pues no hay destilador que no sepa que los vapores minerales corrosivos nunca suben tan alto como los vapores dulces, vegetales y animales; puesto que uno se ve obligado, para hacerlos pasar, a servirse de un vaso más bajo tal como la retorta, y de un mayor grado de fuego. Cuando el corrosivo más fuerte se ha depositado en la tierra, los vapores impulsados por el calor central suben más arriba, hasta los vegetales, y lo que todavía tienen de mordiente es tomado, succionado, atraído por sus raíces, y es transmutado a su naturaleza. Lo que el reino vegetal no ha retenido consigo, sube todavía más arriba a la región inferior del aire, hasta el reino animal, donde los animales atraen mediante la respiración esos vapores, para entonces suavizados, los transmutan en su alimento, y finalmente en su naturaleza animal especificada. Esto es en lo que consiste el árbol de suavización. Así, la Naturaleza no salta de golpe del reino mineral al reino animal, sino que pasa por el reino vegetal, y es preciso que un mineral sea transformado en vegetal para que los animales puedan servirse de él como alimento. La Naturaleza desciende igualmente por grados del reino animal al mineral. Ella pudre primero los animales en la superficie de la tierra, y los reduce a una sal esencial nitrosa, de la que se sirve para hacer crecer los vegetales. Pero el agua arrastra una parte de esta sal por las grietas y hendiduras de la tierra hasta su centro donde, al encontrar una mayor cantidad de sales ya fermentadas y mineralizadas, es transmutada a su naturaleza. Pues como ya hemos dicho, no pueden hacerse cambios de una naturaleza a otra a menos que una exceda en cantidad. Si dos enemigos de igual fuerza luchan uno contra otro, ninguno de ellos obtiene la victoria; pero si uno es superior al otro, es necesario que el más débil sucumba. Es lo mismo con diferentes naturalezas, y nosotros debemos consultar esta regla para la suavización. Yo no quiero decir que para suavizar un corrosivo haga falta ahogarlo en una gran cantidad de algún licor vegetal; la Naturaleza tiene sus pesos y medidas, a los que el artista debe conformarse, y no tendrá dificultad en conocerlos. Pues si una cosa tiene demasiado de suavizante, ella dejará separar lo superfluo por la destilación, y si tiene demasiado poco, es fácil de juzgar por el gusto. Yo digo entonces: si queréis alcanzar una verdadera suavización de los minerales, es decir volverlos homogéneos a los reinos vegetal y animal, proceded como la Naturaleza; no vayáis de un extremo al otro sin pasar por el medio, sino haced avanzar los minerales hacia la animalidad mediante los vegetales.
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Si ponéis juntos los tres volátiles o los tres ácidos de los tres reinos, ellos combatirán como dos fuegos; mientras que si, siguiendo el orden de la Naturaleza, ponéis en primer lugar el volátil animal con el volátil vegetal, la conjunción se hará sin repugnancia. Después de esto, unid a ellos el volátil mineral. Entonces, si los destiláis, subirán inseparablemente juntos, o permanecerán los tres a la zaga. Tomad del espíritu volátil de orina y del espíritu de vino, partes iguales. Vertedlos uno en el otro; añadid a continuación la flema ácida del vitriolo, y se unirán sin repugnancia. Tomad igualmente del ácido animal y del ácido vegetal, de cada uno una parte; mezcladlos juntos y añadidles una parte de espíritu de vitriolo; ellos se unirán todavía muy fácilmente, pues el vegetal es el copulador que se asocia y asimila tanto al reino animal como al mineral. Pero para no dejaros nada por desear, os voy a enseñar a extraer esos diferentes principios. Tomad orina podrida, y destilad al baño maría su espíritu volátil. Rectificadlo en un frasco1, separad su flema más grosera hasta que devenga muy claro y cristalino, y guardadlo aparte; y tendréis el volátil de orina preparado. Destilad todavía los residuos al baño maría hasta (que tengáis) un licor de consistencia de miel. La flema más grosera se habrá separado; quitad esa flema y mezclad lo que resta con cenizas lixiviadas, hasta que la masa se vuelva casi seca y podáis hacerla bolitas. Ponedla después en una retorta y destiladle a la arena todo lo que quiera pasar. Tendréis el ácido animal con un aceite fétido: separad el aceite per tritorium o mediante un embudo de vidrio. Filtrad el ácido y la sal volátil que ha subido con él; destiladlo aún una vez muy dulcemente por la retorta, y también estará preparado. Tomad un buen vino viejo; sacadle el espíritu de vino a la prueba de la pólvora, y estará también preparado, como se enseña en varios libros. Después que hayáis destilado por el alambique vuestro espíritu de vino, tomad lo que queda y hacedlo evaporar en un vaso de cobre hasta que tenga consistencia melosa, o hasta que suba a la nariz un vapor agrio. Tomad este licor ácido, mezcladlo con polvo de carbón o con cenizas lixiviadas, y destilad por la retorta. Al comienzo pasará una flema bastante grosera, después el ácido del vino, y finalmente un aceite fétido. Separad el aceite del ácido per tritorium o por un embudo; rectificad el ácido de la flema dos o tres veces, y también estará preparado. De esta manera habréis preparado todo lo necesario para la suavización de todos los corrosivos, y experimentaréis que esta forma de suavizar está tan alejada de la que se usa ordinariamente como el cielo lo está de la tierra. Yo no quiero hacer su elogio, la práctica lo hará suficientemente. Método para suavizar Tomad entonces partes iguales de espíritu de vino y de espíritu volátil de orina, ponedlos juntos en una cucúrbita alta; destilad al baño maría y a las cenizas hasta que sólo quede atrás una flema bastante grosera y sin espíritu, y estarán separados. Tomad a continuación el ácido de orina y el ácido de vino, vertedlos juntos en una retorta, destiladlos, y también estarán separados. Tomad después una parte de un corrosivo cualquiera, sea líquido o seco; y vertedla sobre tres partes del ácido preparado. Ponedlos al baño maría y destilad de ellos, en un alambique bajo, la flema, hasta llegar a la consistencia de aceite. Probad después este aceite; si ya no 1
fiole : frasco o botella pequeña
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tiene corrosividad, esto basta. Si todavía tiene, verted de nuevo tres partes de ácido, y destilad como la primera vez. Repetiréis la misma operación hasta que el aceite restante ya no tenga acidez. Entonces verted sobre este aceite tres partes de espíritu de vino preparado; destilad al baño maría hasta que tenga consistencia oleosa, y se suavizará y volverá más homogéneo a la naturaleza humana. Verted todavía tres partes de nuevo espíritu de vino, destilando siempre igualmente. Cuanto más reiteréis esta operación, más suave y agradable devendrá el aceite. Hay que destacar que el espíritu de vino, tanto como el ácido, pasa casi siempre débil o flemoso, pues la sal volátil permanece con el corrosivo, suavizándolo; y esto debe ser así, pues sin ello el corrosivo no se transmutaría. Después que hayáis suavizado de esta manera vuestro corrosivo, ponedlo en una retorta, y destiladlo en aceite dulce y muy agradable que todos los animales y vegetales podrán tomar sin el menor peligro. Él es entonces la quintaesencia y el magisterio del mineral del que lo habéis sacado. Si queréis coagular este aceite en una piedra salina y fusible como la manteca, ponedla en un pequeño alambique alto, con su capitel y recipiente, al baño maría. Destiladle la humedad superflua por grados, pues la quintaesencia no sube fácilmente al baño maría; ponedla después a las cenizas, y destilad todavía por grados lentos lo que no ha querido pasar al baño maría. Ella se espesará más y más, hasta que fluya en el fuego como un aceite, y se condense al aire como el hielo. De esta manera, pues, la tendréis en líquido y en seco; agradecedlo a Dios. Observad todavía que cuanto más fuertes son vuestro ácido y vuestro espíritu de vino, tanto más prontamente se hace la suavización. Ahora bien, su fuerza consiste en que su agua recolaceum , o su flema, ha sido separada de ellos, y han sido concentrados lo más posible. Observaréis además que si queréis aplicar el mineral, o la esencia corrosiva mineral, solamente a la obra vegetal y no a los animales, la suavización con el espíritu de vino no es necesaria (aunque sea bueno conjuntar el espíritu y el ácido de orina con el espíritu de vino y al ácido vegetal), y que si queréis aplicarla a la naturaleza mineral, no tenéis necesidad para nada de suavización, a menos que queráis. La suavización, tal como acabo de enseñarla, sirve para hacer a los minerales convenientes para la naturaleza humana, y apropiados para la curación de las enfermedades. Se presentarán objeciones en masa; algunos dirán que este procedimiento es contrario a los de todos los verdaderos Filósofos, que ordenan expresamente separar de cada mineral su azufre, su mercurio y su sal, que son sus principios propios. En cambio, dirán ellos, yo hago de cada mineral una sal o un vitriolo, de éste un aceite corrosivo, y éste de nuevo lo fijo en sal. ¿Dónde quedan entonces, dirán ellos, el azufre y el mercurio en forma fija y constante? Mi querido lector; si tratáis de seguir la vía descrita en todos los libros, yo os confesaré francamente que aún no habéis profundizado bien la naturaleza de los minerales, y todavía menos habéis entendido a los Filósofos. ¿No habéis leído en sus escritos (aunque no sea necesaria aquí una tan alta inteligencia, pues su vía es una vía más elevada) que sal metallorum est lapis philosophorum et magisterium totius artis. Ahora bien, esta sal encierra y oculta en sí el mercurio y el azufre. Cuando se hace un aceite de ella, se llama azufre, y su espíritu interior activo es el mercurio. De esta manera el azufre, la sal y el mercurio están conjuntados. Cuando este aceite es de nuevo coagulado y fijado en sal (como en efecto se coagula por la lenta abstracción de la humedad); fluye constantemente en el calor como un aceite; en el frío se condensa como el hielo; y se funde en toda clase de líquidos, como el azúcar se funde en el agua, sin ninguna precipitación; entonces ella es una medicina que sana todas las dolencias, cualesquiera sean.
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Todavía se me podrá objetar y decir que esta operación no solamente está hecha con corrosivos, sino que incluso yo dejo los corrosivos en ella sin separarlos. Para responder, me veo obligado a entrar en una larga discusión, y remontarme al origen de todas las cosas. Considerad entonces que al comienzo Dios ha creado dos cosas, de las cuales todo se ha originado; a saber, el espíritu o simiente, y el agua caótica universal como cuerpo, receptáculo e instrumento del espíritu o simiente. El agua es visible y palpable, pero el espíritu que está encerrado en ella es siempre invisible hasta que, por los grados de putrefacción, separación, conjunción, coagulación y fijación, que se siguen unos a otros, devenga visible, palpable y corporal; como anteriormente lo hemos indicado suficientemente. Ahora bien, el agua es un recolaceum, y no se coagula con la simiente sino tanto como ésta la necesite indispensablemente para tomar un cuerpo. La Naturaleza expulsa afuera todo lo superfluo, mediante la violencia del fuego y del calor. Poned mucha atención a esto: el agua recolaceum es un instrumento y un receptáculo del espíritu universal o simiente, por cuyo medio el espíritu debe realizar sus operaciones, fijarse y volatilizarse él mismo, y devenir fijo y volátil, celeste o terrestre. Sin esta agua el espíritu estaría seco y permanecería inactivo, como adormecido o muerto. En tanto esta agua recolaceum esté con el espíritu, o el espíritu con el agua, nunca hay reposo alguno, y siempre es excitado a obrar. Esto se ve claramente en los animales y vegetales, sobre todo en los que abundan en humedad, y en los que el agua recolaceum no está separada. En tanto el animal vive y el vegetal verdea, el espíritu se esparce con el agua por todas sus partes, digiere, pudre, separa, coagula y reparte así el alimento para acrecentar y conservar al sujeto. Cuando ese sujeto muere, el espíritu obra lo contrario; y mientras antes ayudaba y nutría al animal o vegetal, en el mismo instante en que éste pierde su espíritu vivificante balsámico, comienza a reducirlo a podredumbre; lo disuelve y lo regenera en alguna otra cosa. Entonces, él opera todo esto por el agua, sin la cual no podría obrar, como es fácil de probar. Cuando se coagula un sujeto hasta su entera sequedad, el espíritu está entonces como muerto o adormecido, porque el agua recolaceum, que es su medio e instrumento, le ha sido quitada. Pero si vuelve a encontrar una, sea de los universales como del aire, del rocío, del agua de lluvia, o de las especies, lo que ocurre cuando se lo damos a los sujetos vegetales o animales y se lo hacemos tomar como una medicina, adquiere entonces de nuevo una humedad superflua, o un instrumento acuoso específico, que lo excita otra vez a obrar, y en ese estado sana o destruye al animal o vegetal, según cómo es aplicado o preparado. Yo digo aún que cuanto más separado está el espíritu del agua recolaceum, más fijo y concentrado deviene; que cuando este espíritu fijo y concentrado es hecho espirituoso por un calor excesivo, se vuelve un fuego y un dragón devorador, que destruye todo; y que por esta razón el espíritu de nitro, el agua fuerte y el espíritu de sal no son nada más que un fuego corrosivo, y que en ese estado son contrarios a todos los individuos, principalmente a los animales y vegetales. Pero como hemos indicado los medios para apaciguar su crueldad furiosa, y para reducirlos a una agradable dulzura, un aficionado no debe temer emplearlos. Él debe saber que si el espíritu o simiente no tiene tal mordacidad, le será imposible disolver las piedras y los metales. Por lo demás, si esta vía no le place, que trate de disolver los cuerpos tan duros con espíritu de vino o de orina, con un ácido vegetal o animal; verá por sí mismo la diferencia, y aprenderá bien, finalmente, a volverse sabio por la práctica. Responderé ahora a la objeción que se me puede hacer de que yo dejo la simiente universal o el espíritu con el espíritu de nitro, el agua fuerte, etc.; es decir, el disolvente con lo disuelto. Cuando la simiente universal está conjuntada a la simiente específica, y así ella toma la misma especificación, la madre es unida al hijo, y el hijo toma su alimento de la madre, de la sustancia y la sangre de la que ha sido formado: nada es más conforme a la Naturaleza.
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Todos los universales se vuelven homogéneos a las especies, y toman su cualidad, de manera que cuando se concentra el espíritu universal en las especies, su virtud es aumentada y exaltada; y cuanto más concentrado y aguzado es, más poderosamente opera, y en más pequeña dosis lo damos Sin embargo, yo no he enseñado a dar ese espíritu agudo a los animales y vegetales, antes de haber sido suavizado. Pero probadme mi error, dándolo después de la dulcificación. Quien no quiera creer mi teoría, lo aprenderá por la práctica, que se lo mostrará claro como el día. Añadiré solamente un ejemplo de los más simples, por el que cada artista comprenderá al instante el pronto cambio del espíritu o la simiente agudo y corrosivo, en uno dulce. Tomad una parte de espíritu de vitriolo desflemado o de aceite de vitriolo, verted encima seis partes de vinagre destilado simplemente. Destilad a las cenizas hasta la oleosidad; pasará, en una cucúrbita no demasiado baja, y al primer o segundo grado de fuego, una flema clara o un agua recolaceum . Verted seis partes de otro vinagre destilado, y destilad de nuevo hasta la oleosidad, y repetid esta operación hasta tres veces. Probad entonces el aceite de vitriolo sobre la lengua, y veréis si la mordacidad no se ha transformado en su mayor parte en dulzura. Para suavizarlo todavía más, verted encima seis partes de espíritu de vino; destilad al baño maría en un alambique hasta el aceite, lo mismo que habéis hecho con el vinagre excepto que hay que hacer la destilación el espíritu de vino al baño maría. Reiterad también tres veces esta operación.: el aceite de vitriolo, sobre todo si el ácido y el espíritu de vino han sido bien fuertes, se volverá tan dulce como el azúcar, y tan dulce que todo lo que bebáis y comáis os parecerá dulce mientras este aceite llene los poros de la lengua. Así, puesto que con solo el azoth y el espíritu de vino los corrosivos se suavizan hasta tal punto, ¿qué será cuando se añada el reino animal? Hay todavía otra objeción que se formará contra mí, diciendo que yo establezco sólo dos principios, es decir el agua recolaceum, y el espíritu o simiente oculto en ella; que en consecuencia, no hay otra cosa a separar que el agua recolaceum: resulta de ello que el entero globo de la tierra, todas las montañas, todas las piedras, las rocas, las praderas, los campos y la tierra, no son más que un espíritu, una simiente, un esperma coagulado. Si alguno no quisiera creer que la masa de la tierra toda entera sea un esperma, que tome tierra, de cualquier sitio y de la que quiera, la primera es la mejor. Que lixivie de ella la sal, a fin de que la simiente espirituosa corrosiva no muera; que la deseque y la haga enrojecer un poco al fuego. Que observe su peso y vierta encima espíritu de nitro o agua fuerte, y en caso de que no la ataquen, que vierta espíritu de sal, hasta que sea enteramente disuelta. Que le destile el espíritu, y encontrará en el fondo una tierra salina, blanca y corrosiva; esta tierra ha retrogradado por su primer principio o por su espíritu primordial a su primera naturaleza, es decir a sal. Considerad ahora esta tierra, si es ella una tierra condenada o de heces. Hace falta todavía explicar un punto en relación al cual un gran número de quimistas están en el error. Cuando ellos emplean agua fuerte, agua regia, espíritu de sal, etc., para disolver los minerales, y ven que esos disolventes, sobre todo el agua regia, no actúan sobre ellos o actúan muy poco, ellos dicen que no valen nada y que están estropeados, mientras que muy a menudo los estropean ellos mismos. Pues si quieren disolver el sol, ponen con el agua fuerte una cuarta parte de sal amoníaco o de espíritu de sal. Si el agua fuerte está bien hecha y contiene muy poca agua, ella resuelve el sol; pero si contiene poca agua fuerte y demasiado de agua, deja el sol en su estado o lo disuelve muy poco. Es de allí que proviene el daño. Si queréis disolver una minera sulfurosa solar, como la marcasita solar, una minera aurífica o de azufre solar, con un agua regia que hayáis fortificado mucho, ella disolverá apenas la octava parte, aunque antes haya disuelto el sol enteramente. ¿Cuál puede ser la 56
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causa? Es ésta. El agua fuerte es un ácido, y el espíritu de sal o la sal amoníaco es un álcali. Todo el mundo sabe que cuando el ácido y el álcali son conjuntados se matan uno a otro, se precipitan, se suavizan y se fijan; y que así resulta de ellos una tercera sal corrosiva que, en el líquido, no tiene la potencia de atacar un cuerpo tan duro, y que cuando está coagulada, más bien fija que disuelve. Entonces cuando una libra de agua fuerte es débil y tiene mucha agua, se mata, se precipita y se fija con las cuatro onzas de sal amoníaco o de espíritu de sal, y no ataca casi nada; si es fuerte ataca bien, pero sin embargo el álcali está en cantidad demasiado grande. Vemos la prueba de ello cuando con ésta queremos disolver una marcasita pedregosa. Ella ataca de más buena gana al sol, que es un cuerpo afinado, separado de todas las piedras, de todas las sulfurosidades y las gangas; pero no a la marcasita ni a la grava, aunque se los lave y se los separe de la tierra sobre el lienzo con el mayor cuidado, pues siempre conservan, en sus partes más pequeñas, una mezcla de sus matrices pedregosas, sobre la cual el ácido se fija y se mata, tanto como sobre el azufre de las marcasitas. A veces no lo ataca del todo, de modo que en las extracciones y soluciones no obtenemos ninguna satisfacción; pues cuanto más desecado y separado de toda humedad está un cuerpo, tanto menos puede obrar en él una humedad, a menos que sea activada por un húmedo del mismo grado, como la práctica lo muestra. Tomad una libra de agua fuerte, y cuatro onzas de espíritu de sal; mezcladlas, y destilad suavemente por la retorta , a las cenizas, hasta una oleosidad bastante fuerte. A continuación ponedlos a enfriar, y se formarán cristales. Éstos son un nitro regenerado, pues el agua fuerte es un ácido nitroso, y el espíritu de sal un álcali. Es así como la punta del ácido se rompe, al punto de que ya no puede atacar con la misma fuerza. Es lo mismo con la sal amoníaco o la sal común. Destilad una libra de agua fuerte sobre cuatro onzas de sal amoníaco o sal común, por la retorta y a fuego de cenizas. Sacadle le caput mortuum; comparadlo con sal amoníaco nueva, examinándolas sobre la lengua, y comprobaréis que la sal amoníaco ha retenido en sí una gran acidez del agua fuerte. Ahora bien, en tanto ésta ha perdido acidez sobre la sal amoníaco, se ha debilitado y ya no puede actuar tan vivamente. Para probar que el agua fuerte se mata con la marcasita, no tenéis más que disolver marcasita en agua regia; y cuando ya no disuelva más, decantaréis todo el líquido hasta la sequedad. Verted sobre los residuos agua de fuente, ponedla en un lugar cálido y hacedla cocer un poco. Verted después esta agua, filtradla y coaguladla hasta una sequedad razonable. Encontraréis una tierra salina o un vitriolo, que está hecho del agua fuerte y la marcasita. Se ve así que el agua regia se ha matado con la marcasita, y que ha disuelto muy poco de ella. A fin de que el agua regia, y otros menstruos parecidos, disuelvan una mayor cantidad de lo que hacen ordinariamente, hay que añadir, en verdad, sujetos alcalizados y aguzarlos con un álcali, pero no de modo que el ácido pueda matarse en ellos totalmente. Así, por ejemplo, para una libra de agua fuerte yo tomo solamente dos onzas de sal amoníaco, y las hago digerir dulcemente a la arena o a las cenizas un día y una noche. A continuación la destilo y me sirvo de ella enseguida. De esta manera, disuelvo dos, tres, e incluso cuatro veces lo que otro con su disolvente debilitado. Pero alguno podrá preguntarme porqué razón hay que añadir sal amoníaco o espíritu de sal al agua fuerte, ya que sin esto es ya bastante fuerte. Es por esto: ya he dicho que todos los minerales son formados por el ácido universal; y este ácido hace más fácilmente los metales menores que los perfectos; pues en los imperfectos toda vía no está fijado y alcalizado tan fuertemente, ni se hizo tan terrestre como en el sol y los sujetos solares, y en consecuencia en ellos todavía domina más o menos, según el mineral o metal esté más cerca o más lejos de la perfección. Por eso el agua fuerte lo disuelve, mientras no puede disolver los sujetos solares, porque un ácido ataca más fácilmente al otro, mientras que en los minerales fijados 57
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fuertemente y alcalizados, él se embota y se mata totalmente. Así, cuando queremos que sean igualmente atacados y disueltos, hace falta añadir al agua fuerte un álcali, para despertar por su medio a su semejante. El álcali fijo, una vez despertado, desata él mismo sus lazos por la ayuda del ácido, y se presta fácilmente a retrogradar en un ácido; pues todo lo que es volátil pide devenir ácido, y todo lo que es ácido pide devenir álcali o fijo. Por el contrario, todo lo que es ácido quiere devenir volátil de nuevo, a fin de que el superior devenga inferior, y el inferior superior, en una circulación perpetua. El álcali que disuelve sus sujetos alcalinos semejantes, no disuelve los sujetos ácidos. La razón de ello es que el álcali no es tan penetrante ni tan sutil, y que retiene siempre en sí una terrestreidad grasa, que le impide penetrar en sus poros; y aún cuando los ataca, únicamente los corroe y los reduce a polvo, o los hace hinchar como una esponja. Y notad que por el término álcali no me refiero únicamente a las sales alcalinas volatilizadas y las fijas, tales como todos los álcalis volatilizados de los animales, la sal amoníaco, la sal común y demás álcalis fijos, sino también la tierra alcalina volatilizada y la fija. “Vos pretendéis”, se me dirá, “despertar el álcali mediante otros álcalis, tales como la sal, el precipitado de vitriolo, o el sublimado de sal amoníaco, o de sal común. ¿Pero no resultará el álcali, por el contrario, más fortificado, y no se matará con el ácido, tanto de un modo como del otro?” Yo respondo que en verdad, cuando el agua fuerte contiene mucho de álcali volátil o fijo, ella se mata antes bien que disolverse. Pero cuando sólo contiene muy poco, eso no puede impedirle disolver. Pues la solución consiste únicamente en la saturación del menstruo, para lo cual hace falta, en consecuencia, que los poros estén vacíos. Por eso, cuando la cantidad demasiado grande de sal amoníaco o de precipitado de sal llena los poros del agua fuerte con su tierra sutil alcalina, esta agua no puede disolver una marcasita. Pero tantos poros vacíos como haya, otro tanto toma ella en sí de marcasita. Se ve de ello por qué una cantidad de practicantes no logran disolver sus sujetos. Observad todavía que la Naturaleza, en el reino inferior, hace fácilmente un ácido de un volátil, y un álcali de un ácido. Aún cuando un sujeto parece totalmente volátil, sin embargo encierra en sí una parte de ácido y de álcali, aunque el volátil tenga una superioridad que impide al ácido y al álcali dominar. Pero si el ácido tiene la superioridad, se asocia a su semejante y gustosamente toma en sí a otro ácido. Igualmente, si el álcali tiene la superioridad, aunque esté mezclado con el volátil y con el ácido, prefiere sin embargo a su semejante. A esto un artista debe ponerle mucha atención, si quiere evitar un número de errores. Yo establezco siempre los principios, a fin de que si ocurriese que me engañara en las consecuencias, pudiera de ello extraerlas más exactas, y no ser inducido a error. Los Filósofos dicen: nuestro disolvente y lo disuelto deben estar juntos, o ambos volátiles, o ambos fijos. En segundo lugar, el disolvente debe ser homogéneo a lo disuelto. En tercer lugar, nuestro disolvente debe ser mercurial ubicuo, y asimilarse a todas las cosas. Ahora bien, se duda de que el agua fuerte y el espíritu de vitriolo tengan esta cualidad. Pero yo he enseñado antes que el disolvente permanece con lo disuelto. También he probado que el nitro y la sal y sus espíritus son homogéneos a todos los sujetos, pues he demostrado que son universales; y nadie ignora que todos los universales son homogéneos a los sujetos específicos, y los sujetos específicos a los universales. Su universalidad prueba igualmente que son mercuriales ubicuos. Alguno dirá: “quiero conceder que el nitro y la sal sean ubicuos y universales, en relación a todos los seres especificados; pero el vitriolo es seguramente un ácido y un mixto,
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que parece ser contrario al menstruo universal y mercurial, porque el vitriolo contiene más de azufre que de mercurio ”. Hemos probado antes que el vitriolo es un primum ens de los minerales, y todos los artistas saben que contiene mercurio, azufre y sal. No importa que sea más sulfuroso que mercurial, puesto que hemos mostrado anteriormente que todos los sujetos mercuriales y arsenicales extraen sus esencias del azufre. Varios autores sostienen de hecho que el vitriolo es la primera materia de los metales, tanto como el mercurio, y hay quien lo ha recomendado como materia lapidis, según esta sentencia: Visita Interiora Terræ, Rectificando Invenies Occultum Lapidem . Ahora bien, si el vitriolo es la primera materia de los metales, necesariamente hace falta que, después de su resolución, tenga el poder de reducir los metales a su primera materia y que sea homogéneo a todos los minerales; si él es materia lapidis, hace falta en consecuencia que sea un extracto o una quintaesencia de todos los minerales. Está igualmente convenido que el nitro y la sal son sujetos universales; y que un gran número de autores recomiendan buscarlos en los montones de estiércol, y los llaman “todo en todas las cosas”, porque se los puede encontrar por todas partes. Puesto que son universales, son un sujeto propio a recibir toda forma y especificación. Con el vitriolo se especifican, se unen y permanecen con él, tanto volátiles como fijos. Todo lo que ellos disuelven, lo hacen de nuevo volátil, y de nuevo fijo, y permanecen con eso ligados inseparablemente; y si se intenta separarlos, sólo se separará la parte volátil, la parte fija quedará atrás; pues una simiente permanece de buena gana con otra simiente, sobre todo la especificada con la universal, y dejan separar de ellas el agua recolaceum. Es, pues, un error que roza la locura, el de varios artistas que se imaginan que separan los menstruos por abstracción o por reverberación, o al digerir y quemar encima de espíritu de vino, etc. ¡Hermoso descubrimiento! Con sólo gustar el menstruo que han destilado, bien pronto descubrirían que su fuerza ha disminuido casi la mitad, y lo verían aún mejor si con ese menstruo quisiesen disolver algunos sujetos nuevos, para lo cual sería demasiado débil. Considérese solamente los cuerpos disueltos, péseselos antes y después de su disolución. Se verá la diferencia de sus pesos, pues todo lo que debe devenir fijo, es decir el ácido, se apega a la tierra, y todo lo que debe devenir volátil, se eleva en alto. Que se jacten tanto como quieran de ser hábiles en la teoría y en la práctica; es un hecho en el que hay que convenir. Yo os aseguro positivamente que si alguno dice o escribe que él tiene un menstruo de rocío, o de agua de lluvia, o de otras aguas menstruales insípidas, etc., son puras mentiras; y que son muy condenables porque empeñan a los artistas en locos gastos que no logran más que hacerlos perecer de hambre y miseria. Que examinen los menstruos; que los separen en cuatro partes; es decir en volátil, en ácido, en álcali y en mixto compuesto de los tres. Es muy seguro que todos los volátiles, como el rocío, la lluvia, el espíritu de vino, el espíritu de orina, etc., no atacan de ningún modo un cuerpo coagulado; y aún cuando él contuviese también ácido, ellos pueden teñirse y llenarse de él tan poco, que habría que emplear cinco o seis cubos para disolver únicamente una libra; y cuando la solución está hecha, no es todavía una verdadera solución sino únicamente una extracción, pues el espíritu de vino alza vuelo mediante la destilación y el cuerpo disuelto permanece en el fondo, seco y extendido en átomos. No vale más que antes; solamente es más sutil y está reducido a partes más pequeñas. Si uno utiliza el azoth, o el ácido vegetal o animal, éstos en verdad atacarán con más fuerza que el espíritu de vino y de orina, o que un volátil extremo. Pero ¿qué clase de sujetos atacarán? No será una piedra ni un mineral alcalizado, sólo disolverán fácilmente los sujetos que, por sí mismos, son ácidos, o que están llenos de mucho ácido. Con diez libras de ácido
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de vino destilado, no se podrá disolver una libra de Venus o Marte; mientras que con dos o tres libras de espíritu de nitro o de sal, de espíritu o de aceite de vitriolo, o de aceite de azufre, yo disolvería una libra de Marte, y más aún de Venus, y reduciría esta disolución, después de la destilación, a primera materia, es decir, a vitriolo. Si retiro el ácido mediante destilación, me quedará un cardenillo o un azafrán marcial, aún en pequeña cantidad. Con un álcali espiritualizado, en verdad se disuelve más, pero sin ácido, toda disolución es casi como un golpe de espada en el agua. ¿Queréis componer, fortificar y mezclar los menstruos anteriores, para ver si no disuelven más que antes, y mejor que los corrosivos agudos solos? Mezclad espíritu de vino con vinagre, o un volátil con el ácido, o el espíritu de orina con su ácido, o bien los cuatro juntos. Vertedlos sobre una piedra calcinada, según se acostumbra, o sobre otro mineral ligado fuertemente, en suficiente cantidad. Veréis cómo ellos operan; es decir, nada. No obstante, si los vertéis sobre un sujeto abierto, o que no esté ligado tan fuertemente, como el vitriolo, el alumbre, el Venus, el Marte, la Luna, el Saturno, etc., lo atacarán de entrada y harán de él un vitriolo dulce como el azúcar. Pero ¿en qué cantidad? De una libra, sobre la que hayáis vertido seis libras de menstruo, sólo disolverá de Venus o Marte apenas un gros, o hasta una onza. Yo no hablo del vitriolo y del alumbre, pues son sales de solución muy fácil. He aquí vuestro menstruo muy poderoso y no corrosivo. Si vertéis un ácido mineral, como el agua fuerte, el espíritu de vitriolo, etc., sobre vinagre o sobre espíritu de vino, en verdad aguzáis el vinagre, pero suavizáis el corrosivo, y lo matáis de modo que ya no podrá atacar con tanta fuerza como antes. Ese menstruo, sin embargo, disolverá más que el vinagre y el espíritu de vino solos. Si vertéis agua fuerte sobre vitriolo sublimado, o un espíritu de orina o un azoth de orina sobre un corrosivo, matáis totalmente el corrosivo y hacéis de ellos una tercera sal, que sólo disuelve muy poco o nada. Ahora bien ¿cuál puede ser la causa? Es ésta. Cuanto más extendidos están los corrosivos, tanto más débiles se vuelven y menos disuelven. Por el contrario, cuanto más concentrados son, tanto más mordientes son y con mayor violencia atacan. El espíritu de vino y el azoth son corrosivos extendidos y dilatados; están enteramente llenos de agua recolaceum, e incluso cuando mediante la rectificación se los volviese muy ígneos, una libra no opera tanto como dos onzas o una onza de agua fuerte desflemada. Lo comprobaréis en la práctica. Pues si tomáis un espíritu de vino muy ígneo, y un vinagre muy rectificado ígneo; tres libras de espíritu de vino, una libra de ácido de vinagre, y una libra de sal de tártaro; vertéis el espíritu de vino sobre la sal de tártaro, después el vinagre, y los ponéis a digerir al baño maría o a las cenizas, y los destiláis suavemente, pasará una flema insípida clarísima, casi en la misma cantidad y el mismo peso que el espíritu de vino y el vinagre que habéis añadido. Pesad también los residuos de la sal de tártaro, que ha retenido en sí la agudeza, o el espíritu volátil, del vino y del vinagre; y comprenderéis así que una cantidad tan grande de espíritu de vino y de vinagre no encerraba más que alrededor de media onza de agudeza o de sal volátil. Verted, por el contrario, una libra de agua fuerte o de espíritu de nitro desflemado, sobre media libra de sal de tártaro. Encontraréis, después de haber destilado la flema, que la sal de tártaro ha aumentado su cantidad en la mitad, o al menos una cuarta parte. Considerad ahora la diferencia de los disolventes. Si alguno dice que tiene un disolvente insípido, eso no puede ser más que un espíritu salino, disuelto y fortificado por su propio ácido, y un volátil extraño; como si yo hiciera fundir juntos salitre y sal en rocío o en agua de lluvia destilada, y la filtrase. Ahora bien, si se destila un menstruo tal al baño maría o a las cenizas, se encontrará una bella sal mediana, o un ácido mortificado, parecido al nitro. Y si se lo destilara cien veces, sin concentrarlo en pequeño volumen para que el ácido dominara, siempre carecería de poder para disolver los 60
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metales. Sí toma bien su tintura, pero extrae tan poco de su azufre, mediante la destilación, que uno lamenta el trabajo y el tiempo empleado en ello. ¿Se llama a este extracto un azufre del Sol y de la Luna? ¿Pero qué azufre es? Se pretende de entrada que debe ser el mayor cordial y debe tener la virtud de rejuvenecer, como un verdadero oro potable. Con esto, algunos Filósofos dicen, quizás con la intención de engañar, que es un azufre, pero que la sal y el mercurio deben extraerse de los residuos. Ahora bien, yo le ruego a un quimista, hombre honesto, sabio y compasivo, que me diga cuánto tiempo, gastos, esfuerzo y cuidados hacen falta, qué desperdicio hay de toda clase de materias y aguas preciosas, y cuánto carbón hay que quemar, antes de solamente poder separar el azufre y la sal (pues acerca del mercurio fluido, no quiero para nada oír hablar) y reducirlos a líquido. Todo este trabajo no es más que un disparate imaginado a placer, para engañar a los discípulos del Arte y burlarlos. No diré, sin embargo, que es imposible hacer un mercurio fluido de los metales, pero es un trabajo totalmente inútil, larguísimo y muy costoso, y yo no sé cómo se ha ideado esto, ni porqué se busca el mercurio con tanto celo en las mineras y en los metales, atento a que en ninguna minera (excepto la propia mina del mercurio) se encuentra jamás mercurio fluido alguno, sino más bien ácidos vitriólicos, de alumbre, de azufre, de oropimente, de la marcasita, etc., de los que por grados nacen y se forman los metales, y no el mercurio fluido. Yo os digo a vosotros, quimistas, no os esforcéis en extraer el azufre; os engañaríais mucho en esto, pues no es más que una cierta parte del metal sutilizado, y nada más. Hace falta que el cuerpo entero del metal sea disuelto y reducido a líquido, que pueda subir en la destilación, y que sea un aceite dulce, espirituoso, o una sal espiritualizada que, apropiada para la naturaleza humana, no sea fija sino volátil, a fin de que, por el arqueo del estómago, pueda reducirse pronto a humo y vapor, y que bajo esta forma pueda penetrar en la sangre, y con ella en todas las venas, hasta en la médula y los huesos. Eso es lo que hace una verdadera medicina, pues si la medicina es fija, es preciso que el arqueo la vuelva volátil para que produzca su efecto. Hacedla entonces vosotros mismos volátil y homogénea, si queréis volver a llamar a los muertos a la vida. Aunque en casi todas partes en este tratado yo haya dicho que hay que fijar las medicinas, no lo hice sino porque tal es el prejuicio general, del que uno se desengañaría muy pronto si considerase que el animal mismo vuelve volátiles todas las cosas para su nutrición y crecimiento. Sin embargo no tenéis que imaginar que yo prefiero una medicina muy volátil, como el espíritu de vino, que al ser excitada por el calor atravesaría todas las venas demasiado rápidamente, y saldría por los poros de la piel, o se evacuaría por las deposiciones, y sólo haría poquísimo efecto. Yo quiero que sea ni demasiado volátil, ni demasiado fija, sino semifija y semivolátil, como son todos los ácidos. En ese estado medio, ella se adhiere a la sangre, se une con ella, circula con ella en todas las venas, y expulsa las enfermedades por las orinas y los sudores. Ella debe ser, pues, un ácido, con respecto a su grado de fijeza; pero en cuanto a su cualidad, debe ser dulce como el azúcar, porque la Naturaleza atrae ávidamente a sí todo lo que es dulce. Si no preparáis así vuestra medicina, y permanecéis apegados a vuestro extracto de azufre, confundís la sombra con el cuerpo. Aún cuanto los mejores Filósofos hablaran de otro modo, no los escucharía. Yo partiría siempre de este principio: que la Naturaleza nunca une los heterogéneos, y en consecuencia que no hay heces en sujeto alguno cualquiera sea, aunque varios se hayan imaginado lo contrario, según esta sentencia: animam extrahe; relinque corpus. Pero yo os digo: tomad el alma junto con el cuerpo, si queréis sanar el espíritu y el cuerpo humano. Esas clases de gentes ¿no se contradicen a sí mismas al decir que cuando la enfermedad está en la sangre o en las partes líquidas, el alma las sana; y que igualmente el cuerpo debe sanar el cuerpo; un espíritu al otro, y un cuerpo al otro? 61
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Gentes parecidas son muy condenables por haber introducido en el Arte tales errores, que son causa de la ruina de una infinidad de personas, y desgraciadamente esos falsos filósofos son demasiado comunes. Después de años de trabajo, alguno sólo encuentra por azar alguna manipulación que hubiera podido aprender en un cuarto de hora, si el destino no le hubiese sido contrario; y hace de ello tantos elogios como si hubiese concentrado el cielo y la tierra; exclama que no hay método verdadero sino el que ha practicado, y si un ángel descendiera del cielo para enseñar otro, lo consideraría un embuste, como si Dios no tuviera mil vías para ayudarnos; atormenta los escritos de los Filósofos para hacerlos concordar con su trabajo, y encantado con su raro descubrimiento, se jacta de darlo a conocer por amor al prójimo. Así, de una única cosa a la que han aplicado la física entera, más de un autor de este temple ha tenido el arte de borronear gruesos folios. Ellos comunican a las almas privilegiadas, bajo el velo de los jeroglíficos, enigmas y parábolas, los más grandes secretos, de los que el mundo no es digno; y sin embargo para el mundo añaden un par de viejas recetas oscurísimas de la tintura universal o de la piedra filosofal. Para profundizarlas, algunos sacrifican su salud y su fortuna; y cuando se observa la cosa más de cerca, a menudo se encuentra ese secreto en algún viejo libraco expuesto en venta pública; entonces el secreto es ventilado, y ya no se hace caso de él. En cuanto a mí, yo me propuse escribir claramente, en pocas palabras y sin vueltas, a fin de que todo el mundo pueda entenderme, y cada uno sea animado a hacer experiencias que vuelvan en beneficio del público. ¿De qué sirve hablar mediante parábolas y enigmas? Yo preferiría callarme antes que hacer perder a los hombres su tiempo y su dinero, y privarlos así de lo necesario, que ya les ha costado tanto trabajo procurarse. Cada autor que escribe libros debería poner atención a esto, y antes bien no escribir que inducir a los hombres a error, como ocurre cuando no es claro. Pues yo puedo entender mis propios enigmas, pero otro no puede penetrar en mi espíritu para saber de qué manera los entendí yo. Por eso cada uno los explica según sus ideas, y debido al número de esas diferentes explicaciones, ocurre una confusión y errores, que ocasionan la pérdida y ruina de los que trabajan. Yo no tendré reproches por hacerme. Las diversas maneras de proceder en los tres reinos, las he descrito sinceramente y sin oscuridad; y diré con la misma sinceridad, tocante a la medicina universal o piedra filosofal, que todo el secreto consiste en reducir los metales y los minerales a su primera materia, por el menstruo que se quiera, corrosivo o no, mercurial, sulfuroso, salino u otro, no importa, con tal de que opere prontamente y que por un menstruo tal se haga retrogradar el mineral o metal a su primera materia salina; es decir que el metal sea transformado a una naturaleza salina, vitriólica o aluminosa, o a una sal mineral que se disuelva después en el vinagre o el agua de lluvia, y que no deposite tierra no disuelta. Cuando queda, es una prueba de que no ha habido suficiente menstruo. Disolved entonces esta tierra con nuevo menstruo, y reducidla igualmente a sal, a vitriolo o a alumbre, etc. Disolved todavía esta sal, este vitriolo o este alumbre en el ácido suavizante que he enseñado y en el espíritu de vino. Proceded en todo como he dicho. Cuanto más a menudo lo disolváis con nuevo vinagre y nuevo espíritu de vino, coagulándolo cada vez hasta la oleosidad, tanto más suave y volátil devendrá, y tanto más pasará en la destilación como un aceite, y por pequeñas venas como un espíritu de vino u otro espíritu. Y después que lo hayáis desflemado, se coagulará y se fijará a un pequeño calor de cenizas, y será en el calor fluido como la cera, y en el frío condensado como el hielo; se fundirán en todos los líquidos como el azúcar, sin dejarse precipitar; será agradable y dulce al gusto, como el azúcar; y penetrará en todos los cuerpos, como un humo. Se encuentran por todas partes y en cantidad, descripciones de menstruos simples y compuestos; pero yo declaro al lector que él comience donde quiera, pero que nunca hará una verdadera y buena disolución mineral sin corrosivos, o la hará muy difícilmente. El alkaest y
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los demás menstruos radicales mercuriales son todos sacados, y deben ser, de la raíz de los corrosivos. Aunque se tenga a bien decir que son suavizados por el espíritu de vino, etc.,el corrosivo es la pieza principal de la cosa, y lo será en tanto el mundo dure. Cape, si capere potes.
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Cap. XI y Último – Del Alkaest A fin de que el lector tenga un conocimiento del famoso alkaest y del vinagre muy agudo, circulado, le haré su descripción y finalizaré así mi libro. Para no extenderme en discursos demasiado largos, diré solamente que los Filósofos, después de haber visto que los corrosivos, tales como los describí anteriormente, no podían operar un gran efecto, buscaron y encontraron un medio para conseguirlo. Si un corrosivo disuelve los metales ácidos, no disuelve los que son alcalinos; y el corrosivo que disuelve los sujetos alcalinos, no disuelve los ácidos, porque el ácido y al álcali, cuando están conjuntados, se comen uno a otro, y resulta de ellos una cosa tercera. Ellos entonces buscaron en la Naturaleza si podían encontrar un sujeto que disolviese indiferentemente tanto uno como el otro, y que hiciese el mismo efecto en la solución. Después de haber examinado todo, vieron que hacía falta que ese sujeto fuese hermafrodita, y que pudiese abrazar las dos naturalezas. Lo encontraron, entre otros, en los sujetos mercuriales tal como son los sujetos arsenicales, las marcasitas, los rejalgares, después de la separación de sus azufres combustibles, y en todos los mercurios fluidos y coagulados. Tomaron esos mercurios y de ellos hicieron una cal, cada uno según su capricho, pero la mayoría tomó un mercurio que se especifica, lo más cerca de la sustancia metálica, que en la conjunción se adhiere a ella hasta la médula, que permanece sin alteración incluso después de la separación y que, en la coagulación y fijación, no se transmuta en ningún metal sino en oro y en plata. Como vieron que ese mercurio era demasiado espeso, y demasiado poco agudo para reducir los metales a su primera esencia y para volverlos líquidos; como sabían que los metales, para hacerse homogéneos a todas las criaturas, debían tomar una naturaleza salina; como veían también que ninguna agua ni tierra simples podían disolver el mercurio ni los metales, ni reducirlos a una naturaleza salina; como finalmente bien se dieron cuenta de que, si querían reducir los metales a sal, a aceite o a agua, antes hacía falta reducir el mercurio a sal o a agua salada, a fin de que el semejante pudiese producir su semejante; por esta razón tomaron un mercurio tal y lo redujeron en parte y de diferentes maneras a sal y a agua, según la vía que les funcionó en su experiencia. Cuanto más aguzaban el mercurio, tanto más disolvía; cuanto menos, tanto menos y más lentamente; y bien vieron que, sin esta naturaleza, el mercurio no disolvería más que muy poco o nada. Se vieron obligados entonces, para reducir el mercurio a sal y después a agua, a recurrir a todos los ácidos, a todos los álcalis, y a emplear a su pesar los corrosivos, sin los cuales el mercurio no podía obrar. Pero unos tuvieron un mejor método que otros; algunos, para aguzar el mercurio, tomaron las sales animales, vegetales y minerales, según tuviesen más éxito. Entonces, recomendaron ese método con tanto ardor como si no hubiese otro en la Naturaleza, y como si fuesen los únicos que tuviesen todo, lo que hace la inversión de la Naturaleza. Después de haber reducido el mercurio a sal, pensaron bien que la Naturaleza se servía del agua en toda generación y corrupción, y en todas las mezclas; y que casi no hacía ningún compuesto salado para el que no necesitara agua. Por esta razón, redujeron ese mercurio salino a agua, por el agua, a fin de que por ese medio pudiese penetrar mejor los metales y minerales, y pudiese atacarlos hasta su centro. Tomaron entonces ese mercurio, y lo redujeron a agua por el agua. Cuanto más penetrante era esa agua, tanto más prontamente atacaba los metales el mercurio; cuanto más débil, tanto más lenta era la solución. A causa de esto, unos lo mezclaron con aguas minerales, otros con aguas vegetales, o animales, o universales; o hicieron de todas esta agua un compuesto que empujaba al mercurio de un lado al otro, hasta reducirlo con ellas a agua. Si hacían aguda y espirituosa esta agua, ella tenía un efecto tanto más pronto; si por el contrario dejaban esta agua grosera, cruda, o totalmente corporal, de modo que el mercurio no hubiese devenido espíritu con ella, su operación era imperfecta. Finalmente, cuando hubieron 64
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reducido el mercurio a una tal agua espiritualizada, la llamaron, según su agudeza: acetum acerrimum; acidum metallicum Philosophorum; acherontem infernalem; alkaest; alias etiam circulatum majus. Hay también algunos que redujeron el mercurio a agua, sin sal, solamente por medio del fuego; y como esta agua no quería penetrar, también se vieron obligados a recurrir a las aguas saladas, penetrantes y agudas; y las aguzaron con aguas minerales, vegetales, animales o universales; pero algunos eran muy tímidos y escrupulosos, y temían que si empleaban aguas minerales agudas, el mercurio deviniese corrosivo. Así, sólo la aguzaban con aguas animales y vegetales, con las que hacían sus operaciones según les resultara. Si tratáis de componer un menstruo, elegid entre todos ellos el que os plazca más. Encontraréis sus procedimientos en diversos autores, con todas sus manipulaciones. Leedlos para mayor ayuda; esos menstruos están solamente ocultos bajo diferentes nombres; podéis ejercitar en ellos vuestro espíritu. La razón más fuerte por la que los quimistas tuvieron tan poco éxito, es porque ahorraron los corrosivos. Cuando oían hablar de ellos, los prohibían como si fuesen venenos. Pero el veneno más violento para esos aficionados es el desprecio mismo que tienen por los corrosivos, puesto que los extravía, y los empeña en vanos trabajos que abrevian sus días y los hacen morir en la indigencia y la desesperanza. Si alguno quiere seguirme, que abra primeramente las cerraduras minerales con una llave mineral de la misma naturaleza, y que ataque los minerales con los corrosivos más fuertes; que después suba por la escalera de la Naturaleza de un grado al otro, es decir, de los minerales a los vegetales, de allí a los animales; que haga con ellos un homogéneo animal, vegetal y mineral, para los animales, vegetales y minerales. Haciéndolo de esta manera, aprenderá más en una hora de lo que aprendería en toda su vida trabajando sin regla y a la aventura, como hacen casi todos los que se dedican a la Química.
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