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Pezzani Agustina Teoría de la cultura II Prof. Fernando Ordoñez PhD 23/11/2011
Lectura y análisis de: “Antropología del cuerpo y modernidad" - David Le Breton
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El cuerpo es algo que no se puede tomar como “ya dado”, como un dato natural, fijo y universal de las sociedades humanas. La variedad de significados que ha adquirido dentro de las prácticas humanas, y la multiplicidad de dimensiones en las que ha jugado un rol protagónico lo hace un producto histórico-cultural. (Turner)
La realidad de una persona se construye desde el espacio y tiempo donde se encuentra y desde ese lugar estructura una manera de ser-estar que marca los escenarios de dónde y cómo se relaciona con los demás, de cómo organiza su cuerpo para transitar la cotidianeidad. Es a través del cuerpo que una persona habita el espacio y el tiempo de la vida (Le Breton, Antropología 100), y es su cuerpo el que marca el límite fronterizo, que delimita, ante los otros, su presencia como sujeto (22). La historia de un individuo es la de una posible perspectiva del mundo, la cual se construye y sostiene por una red de tejidos simbólicos que dan sentido y valor a su vida y a la de la sociedad en la que habita. “El simbolismo social es la meditación por medio de la que el mundo se humaniza, se nutre de sentido y de valores y se vuelve accesible a la acción colectiva” (182). Pensar que un individuo puede fragmentarse entre su cuerpo y su historia, es decir entre su cuerpo y su ser, significa separarlo de sí mismo. “Entre el siglo XVI y XVIII nace el hombre de la modernidad: Un hombre separado de sí mismo, de los otros y del cosmos” (57). La visión moderna del cuerpo ve a este como una posesión del individuo y no como una unidad del cuerpo-ser, lo toma como un objeto que es parte del sujeto pero no su esencia. Estas ideas surgen de los cambios en la concepción del cuerpo desde la medicina y su investigación. Una clave de esta transformación la encontramos en Vesalio (anatomista flamenco, 1514-1564) quién se interesó en profundizar en los conocimientos anatómicos haciendo uso de cadáveres para su investigación. De este modo hizo una separación entre el cuerpo y el sujeto: El cuerpo no es más que un cuerpo, su significación no remite a ninguna otra cosa (55). Otro individuo clave que definió el camino de esta concepción fue Descartes (1596-1650), quién sostenía que el único poder de juicio era su
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pensamiento, ya que los sentimientos y las percepciones corporales no daban una información real del mundo. “Como no es un instrumento de la razón, el cuerpo, diferenciado de la presencia humana, está consagrado a l a insignificación” (69). En estas bases se sienta la visión del cuerpo moderno: Es visto como una máquina, como un objeto perteneciente al sujeto que funciona como su vehículo de transporte y de materialización. Pero si el cuerpo realmente fuera una máquina, como un reloj, marcaría el tiempo, no estaría afectado por él (248), no se desgastaría, no moriría ni envejecería. Hoy, la medicina occidental busca ocultar los procesos naturales del cuerpo. Su objetivo es que las partes fraccionadas de éste tengan un buen funcionamiento para que la máquina en su totalidad trabaje óptimamente. A diferencia de otras culturas como la de los Canacos, que ven en la muerte un proceso natural y orgánico de transformación que lleva al ser a otros estados de existencia (17-18), la medicina occidental moderna ve en este proceso el fin del sujeto, lo marca como una experiencia dolorosa que intenta evitar a toda costa, sin importar a veces las condiciones de vida en la que una persona puede continuar “con vida”. El cuerpo es visto como “una máquina maravillosa” (248) a la que se le hace ajustes (cambios de piezas, arreglos, etc.) para que responda de la manera más eficiente a las necesidades y deseos de los individuos. “…Se cuida del cuerpo como si se tratase de una máquina de la que hay que obtener un rendimiento óptimo”. (159) Considerando que el gran motor de la globalización es la optimización de recursos, el cuerpo de la modernidad, como un objeto más y como instrumento de uso diario del sujeto, también tiene ese mismo fin, el de ser una máquina eficaz. Según Michel Guillou, “todo lo cotidiano se convierte en rendimiento” (247). Para andar en la vida cotidiana es necesaria una organización corporal; en la modernidad, esa organización (forma de cómo ser-estar en el cuerpo) es concebida para funcionar en un espacio y no para vivir en él (107).
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Pero esta manera de transitar la vida tiene grandes carencias que se denotan en las necesidades de las personas volcadas en actividades como el yoga, la danza, los masajes, y tantos otros ejercicios de moda en la actualidad. Estas son prácticas que buscan “integrar los diferentes niveles de existencia” (126) perdidos u olvidados en la concepción del cuerpo moderno. Demuestran una necesidad en las personas de reencontrarse con eso que inevitablemente son: El cuerpo. De encontrar en él la identidad. Stuart Hall sugiere que la globalización a nivel cultural (pensado aquí como corporal) ha traído la fragmentación y la multiplicación de identidades y que esto requiere un regreso a lo familiar, al estar cerca de las personas (Cohen y Kennedy 507). Si miramos hacia atrás, encontramos que las primeras comunidades concebían que el cuerpo está hecho de una misma sustancia que el universo y que un sujeto existe sólo por su relación con los demás (Le Breton 19). Esta “lógica discursiva” es totalmente opuesta a la concepción individualista en la que hoy funcionamos, en la que los deseos de cada individuo son priorizados sobre las necesidades de la comunidad. Las personas somos grandes máquinas de deseo (Freaud) que la ciudad incita y exalta a través de su mecánica de consumo. Hoy, las herramientas tecno-científicas amplían nuestro campo de posibilidades e incitan a pensar que “todo es posible”, nuestros deseos se convierten en voluntad. Desde nuestras individualidades concebimos una posibilidad mayor de lograr lo deseado, nos aferramos a las ideas de lo que queremos hasta alcanzarlas, sin tener conciencia del colectivo ni de cómo pueden afectar nuestras acciones en una mirada más m acro que la esfera de nuestra propia persona. A su vez, este campo de necesidades y deseos es cada vez mayor. Lo que antes eran las necesidades básicas son hoy sólo una parte de lo que parecería que necesitamos para “vivir bien”. La decisión de consumir determinados objetos o servicios habla de la persona que los usa. Hay una necesidad en los individuos de mostrar a través de objetos y otras formas de consumo lo que son, de construir una imagen de sí mismos que los “otros” (la sociedad) puedan reconocer e identificar, que a primera vista se perciba de esa persona una identidad.
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“El cuerpo es la condición del hombre, el lugar de su identidad” (248) y por lo tanto es sobre él dónde se decide mostrar lo que una persona es. Las demarcaciones como los piercings, los tatuajes y las perforaciones son una forma más de mostrar algo, de decir algo de sí mismo (de l a persona) a la sociedad. La ropa que usamos, cómo llevamos el pelo, la bebida que elegimos tomar, son todas formas de definir quienes somos, son decisiones que creemos (o sentimos) que surgen de un deseo propio pero que son creadas por nuestro entorno, por la información que recibimos de los medios de comunicación masiva y por todo lo que es la cultura en la que vivimos. Nuestras subjetividades están cada vez más afectadas por el afuera, “… por las imágenes externas, por las cosas y por las apariencias”. (Porzecanski 5). “Cada vez más, lo que uno es se está transformando en cómo uno luce” (Deberry, ctd. en Porzecanski 6). Estamos en el tiempo de la estética, de la necesidad de una imagen que nos defina pero al mismo tiempo nos haga pasar imperceptibles en la cotidianidad por la que transitamos. Nos encontramos hoy en la búsqueda de una realidad totalmente visible y objetiva a los ojos de todos (ideas bases de la globalización), queremos una realidad del mundo que podamos controlar, que podamos modificar a nuestro gusto y antojo. Pero “el mundo es infinitamente más complejo e imprevisible de lo que las tecno-ciencias aseguran” (237), todas las sociedades están compuestas por una parte de imprevisibilidad y es allí donde se encuentra la existencia más simbólica de las personas. Hôlderin ha dicho maravillosamente: “Poéticamente habita el hombre la tierra”, esto podría interpretarse, según José Antonio Marina (con quién concuerdo), como la necesidad del ser humano de vivir en la ficción, de ir más allá de la realidad que vemos, de vivir en el proyecto. La visión de un único mundo habitado por la concepción de EL cuerpo es la restricción de una inmensidad de culturas y realidades (o ficciones) que son lo que más personas nos hacen. “¿Y no será que en este mundo hay cada vez más gente y menos personas?” (Mafalda, Quino)
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Referencias bibliográficas:
1. Cohen, Robin y Paul Kennedy. Global Sociology (second edition). Nueva York: New York University Press, 2007. Impreso.
2. Lavado, Joaquín Salvador (Quino). “Frases de Mafalda”. Todo historietas. Web. 15 nov. 2011
3. Le Breton, David. Antropología del cuerpo y modernidad. Trad. Paula Malher. Buenos Aires: Nueva Visión, 2008. Impreso.
4. Le Breton, David. “El sentido del cuerpo”. Entr. Elisabeth Gilles. Tendencias21. 4 dic. 2002. Web. 20 nov. 2011
5. Lubrano, Filippo. “David Le Breton: el cuerpo es la extensión del alma”. Cafebabel.es. 28 oct. 2007. Web. 20 nov. 2011
6. Marchant, Julieta y Valentina Escobar. “Resumen de normas MLA”. Revistalaboratorio. Web. 21 nov. 2011.
7. Porzecanski, Teresa. “Autoritarismo publicitario y saturación social: compre, adelgace y sea exitoso”. Medios de comunicación y vida cotidianda. Montevideo: Ed. Goethe Institute de Montevideo, 1995. Impreso.
8. Turner, Bryan. El cuerpo y la sociedad. México DF: Fondo de Cultura Económica. Prefacio a la edición española, 1989. Impreso.
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