ANTHONY A NTHONY M. SNODGRASS SNODGRA SS
ARQUEOLOGÍA DE GRECIA
Crítica if o
MEDUT c TR o x
E
l eminente arqueólogo británico Anthony Snodgrass examina en este libro; las causas por po r las qu quee la arque arq ueol olog ogía ía clásica apenas se ha beneficiado de los logros científicos alcanzados por la «Nueva Arqueología» y por sus consecuencias cuencias teóricas y metodológimetodo lógicas. Ligada tradicionalmente a los estudios clásicos o a la historia del arte griego y romano, se acusa a la arqueología clásica de ser una disciplina puramente descriptiva, conservadora y excesivamente vinculada a los presupuestos tradicionales de su fundador, fundado r, Winckel W inckelmann, mann, que murió hace más de doscientos años. Frente a esta situación, el autor toma por primera vez postura y adquiere un compromiso de futuro, al reivindicar para la arqueología de
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Grecia su propio ámbito de estudio, diversas vías alternativas a fin de elevar el status científico de la disciplina y de responder a las exigencias más acuciantes que plantean los nuevos objetivos en arqueología. Su lúcido análisis del paisaje rural de la antigua Grecia, el estudio del contexto social en el que se inscriben las obras más conocidas de los ceramistas griegos del período arcaico y su misma actitud frente al significado de la «edad oscura» como una adaptación al cam bio econó eco nómic mico, o, reve re velan lan la toma de conciencia de una de las grandes figuras de la arqueología clásica actual frente al reto que su pone po nenn las nuev nuevas as co corri rrien entes tes de la inin vestigación arqueológica moderna.
nthony M. Snodgrass (n. 1934) arqueológica británica en Beoda. Su es autoi uc obras tan conocidas critica del aislamiento que padece la arcomo The Dark Dark// A g e o f Greece Greece (1971) queología clásica clásica respecto a las corriencorr ieny Archa Ar chaic ic Greece: Greece: the A ge o f Exper Ex perii tes actuales de la investigación arqueo (1980). Miembro de la Academia lógica y su propia toma de conciencia ment (1980). Británica desde 1979 y de la prestigio- en cuestiones de metodología y teoría sa Society of Antiquaries de Londres, prue pr ueba bann qu quee la arque arq ueolo ología gía clásica está es tá es actualmente profesor de arqueolo- prep pr epar arad adaa p ara ar a form fo rmar ar p arte ar te de l^s cogía clásica en Cambridge y codirector, rrientes innovadoras nacidas en el mar junt ju ntoo con J. L. Bintliff, Bintli ff, de la misión co de la «Nueva Arqueofogía».
Anthony M. Snodgrass ARQUEOLOGÍA DE GRECIA
Este libro es fruto de una serie de conferencias —las Sather Lectures— impartidas por el autor en la Un Unive iversid rsidad ad de Califo Califorrnia, en Berkeley, hace pocos años. Su princ principa ipall co contrib ntribuci ución ón radica radica en demostrar demostrar el enorme potencial existente en el ámbito de la arqueología clásica para superar las críticas a que se ha visto sometida esta disciplina desde otros campos de la arqueología y para responder a los planteamientos metodológicos y teóricos nacidos de la «Nueva Arqueología». Snodgrass pone de relieve relieve la importancia importancia que tiene ti ene para la arqueología clásica clásica el ampliar amp liar sus objetivos y contribuir al debate científico mediante sus propias propias aportaci aportacione oness e innov innovaci acione oness metodológicas. Para ello, analiza diversas cuestiones que afectan a la arqueología arqueología de GreGre cia y defiende defiende que se pueden demostrar demostr ar no sólo las posibilidades empíricas del trabajo de campo, sino también la contrastación de hipótesis de acuerdo con los presupuestos metodológicos de Binford y de Clarke. Prueba de ello es su propia experiencia de campo en Beoda, que le permite analizar y recuperar el paisaje rural de la antigua Grecia desde una perspectiva histórica y reconstruir el medio antiguo y la evolución del patrón de asentamiento en el campo a partir de los los resultad resultados os obtenidos obtenidos en sus sus propio propioss trabajos de prospe prospecci cción, ón, que con contrasta con las descripciones de Pausanias y Estrabón. Su estu estudi dioo^ interpret inte rpretativo ativo de la decoración pintada en los vasos griegos de los períodos geométrico y arcaico pone de manifiesto, por otro lado, las posibilidades que ofrecen las teorías del estructuralismo fiancés como alternativa a otros modelos interpretativos, y su visión de la «edad oscura» griega muestra hasta qué punto este prestigioso arqueólogo británico ha modificado su propia postura tradicional en beneficio de una estrategia más científica e innovadora, que incorpora las nuevas corrientes metodológicas al estudio del pasad pasado. o.
ANTHONY M. SNODGRASS
ARQUEOLOGIA DE GRECIA Presente y futuro de una disciplina
Traducción castellana de MARINA PICAZO
EDITORIAL CRÍTICA BARCELONA
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, right, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Título original: AN ARCHAEOLOGY OF GREECE. The Present State and Future Scope of a Discipline University of California Press, Berkeley y Los Angeles, California Cubierta: Enríe Satué © 1987: 1987: The Th e Regents o f the University University of California California © 1990 1990 de la tradu traducción cción castellana castellana para para España y América: Editorial Crítica, S.A., Aragó, 385, 08013 Barcelona ISBN: 8474234441 Depósito legal: B. 5.7281990 Impreso en España 1990, HUROPE, S.A., Recaredo, 2, 08005 Barcelona
Maria Maria Kiinzl Kiinzl zum zum Gedenken Geden ken
AGRADECIMIENTOS En la mayor parte de los libros este apartado tiene como ob jeti je tivv o e x p re ress a r nuest nu estra ra grat gr atitu itudd a los lo s am amig igoo s, sin cuy cu y a a y u d a esta est a obra no hubiera podido concluirse. Debo aceptar que, sin la iniciativa de algunos compañeros, nunca hubiera empezado este ensayo. Mi primera y más profunda deuda la tengo con el Sather Committee y el Departamento de Estudios Clásicos de la Universidad de California, Berkeley, los cuales, al invitarme a pronunciar las Sather Classical Lectures de 19841985, me hicieron la clase de oferta que no puede rechazarse, aunque se sepa de antemano que va a causar ciertos problemas. La invitación tuvo lugar algunos años antes. Sin embargo, dejando aparte algunas apresuradas reflexiones acerca de lo que diría, llegué a California nia a finales de agosto ag osto de 1984 1984 muy p o c o prepa rado. rad o. Fue entonentonces cuando necesité y recibí el apoyo sin regateos de amigos de diver diversas sas procedencias, proceden cias, entr entree los que qu e d ebo eb o destacar destacar al jefe je fe del D e pa p a rtam rt amen ento to,, L e s l ie Threat Th reatte, te, jun ju n to a J o c k A n d er erso sonn , C ra raw w ford fo rd Greenewalt, Andrew Stewart y Ronald Stroud. En aquel momento llegó mi esposa Annemarie, que había sufrido un doloroso golpe por la muerte de su querida madre, Maria Künzl, a pesar de lo cual también me brindó toda su ayuda en una etapa tan crítica para ella. El benévolo clima —literal y figuradamente—de Berkeley hizo el resto. La cálida hospitalidad de los cole gas g as d entr en troo y f u e r a d e l D epa ep a rta rt a m ento en to d e C lási lá sica cass y e l es estí tím m ulo ul o que me infundieron los estudiantes graduados fueron una continua fuente de inspiración. Me beneficié además de la colaboración de los asistentes a las conferencias y a los seminarios de
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Santa Cruz, Stanford, San José, Davis, Los Ángeles, Malibú y Vancouver y Victoria, B. C. Disfruté también de una útil corres po p o n d e n c ia c o n L u c ia N ixon ix on en A tena te nas, s, cuy cu y o s fru fr u t o s se h an m a terializado en las primeras páginas del capítulo 4. Me gustaría destacar la especial generosidad de Hamish Forbes, HansVolk mar Herrmann Herrmann y Mer Mervy vynn Popham Poph am , que me m e han han perm itido itido reprorepr oducir planos no publicados. Debo añadir mi más sincera gratitud al Instituto Arqueológico Alemán de Berlín y a su presidente, el profesor Edmund Buchner, cuya desinteresada hospitalidad durante la primavera de 1985 me proporcionó un mes de tiempo libre, no disponible en Berkeley e impensable en Cambridge, para escribir la versión final del libro. A todas estas personas y a otros muchos colegas de Cambridge, California, París y Berlín, con los que he discutido algunas de las ideas que presento en esta obra, les debo una grat gr atitu itudd m a y o r d e la q u e pu p u e d o e x p re ress a r a través trav és d e es este te ensa en sayy o.
Cambridge junio jun io de 1985 1985
A. M.
Sn o d g r a ss
ABREVIATURAS A A A B V AJ A J A AM A M An A n n u a rio ri o Ant. Ant . K . BASO R BCH BSA CAH CRAI IG Ja J a h r b . RGZM RG ZM JF J F A JH J H S ME M E F R PCPS PdP Pd P
A r c h ä o log lo g isc is c h e r A n z eig ei g er At tic B lac la c k fig f iguu r e Va Vase se Pain Pa inter terss J . D. Beazley, Beazley, Attic (Clarendon Press, Oxford, 1956) A m e ric ri c a n J o u r n a l o f A r c h a e o log lo g y Mitteilu Mitt eilungen ngen d es D euts eu tsch chen en A rch rc h ä o log lo g isc is c h e n Insti In sti-tuts, Athenische Abteilung A n n u a rio ri o d ella el la S c u o la A r c h e o log lo g ica ic a d i A ten te n e A n tik ti k e Kunst Ku nst Bulle Bulleti tinn o f the the Ameri Am erican can Schools Scho ols o f Or Orie ient ntal al R esearch Bul Bulleti letinn de Co Correspondance rrespondance Hellénique Hellénique Annual o f the the Brit Britis ishh S choo ch ooll at Athen Athenss C am ambridge bridge Ancient History History,, 2 .“ ed. (Cambridge University Press, Cambridge, 1970—) Comptes Com ptesre rendus ndus de l ’A cadém cad ém ie des Inscri Inscripti ptions ons et BellesLettres Inscri Inscripti ptiones ones G raecae (G. Reiner y W. de Gruy ter, eds., Berlin, 1873—) J a h r b u c h d es R ö m isc is c h G e r m a n isc is c h e n Z entra en tralm lmu u seums Main Mainzz J o u r n a l o f F ield ie ld A r c h a e o log lo g y J o u r n a l o f H elle el lenn ic Stud St udies ies M élan él angg es d A r c h é o l o g i e et d ’H isto is toir iree p u b lié li é s p a r l’École française de Rome Proceedings Proceedings o f the the Cambridge Cam bridge Philological Ph ilological Socie Society ty L a Parola del Passa Passato to
12 RA REG Rh.Mus RM SMEA TAPA
ARQUEOLOGÍA DE GRECIA
Revue Archéologique Revue des Études Grecques Rheinisches Museum Mitteilu Mitt eilunge ngenn d e s D euts eu tsch chen en A r c h ä o log lo g isc is c h e n Insti Inst i tuts, Römische Abteilung Studi micenei ed egeoanatolici Trans Transac acti tions ons o f the the American Philological Ph ilological Associa tion
PRÓLOGO Hace veinte años, en ocasión de su nombramiento como Sather Professor , Sterling Dow escribió: «La arqueología ha sido evitada de forma más o menos consciente ... El único representante del estudio de la arqueología por sí misma es J. D. Beaz Be azley ley».1 ».1 E ste st e último juicio implicaba que que Dow excluía excluía de de su descripción su propio trabajo y el de otros estudiosos anteriores, tales como A. W. Persson. Desde la época en que Dow escribió estas palabras, hemos tenido, durante el curso 1974 1975, a la catedrática Emily Vermeule. Esta estudiosa sería también una representante de la «arqueología estudiada por sí misma», aunque, al mismo tiempo, manejaba la evidencia literaria con una profundidad que me siento incapaz de lograr. El hecho es que pasaron 35 años entre las primeras Sather Lectures y la elección del profesor Beazley como conferenciante y 26 años más entre Beazley y Vermeule. En cambio ahora sólo han transcurrido 10 años. Me parece que este intervalo decreciente refleja una consciencia cada vez mayor de la posible contribución de la arqueología a los estudios clásicos, más que algún tipo de tributo al cuidado con el que se ha practicado la disciplina en años recientes. El peso de la responsabilidad que recae sobre los arqueólogos que efectúan estas conferencias es aumentado por la escasez de éstos. Estas premisas, bien fundamentadas o no, conducen directamente a las primeras cuestiones que deseo plantear. ¿Hasta qué 1. S. Dow, Fifty Fifty years o f Sathers, Sathers, Berkeley y Los Angeles, 1965, p. 47.
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punto está bien equipada la disciplina de arqueología clásica para realizar este supuesto papel más importante en el futuro de los estudios clásicos? ¿Hasta qué punto merece el honor de que uno de sus practicantes haya sido invitado a ocupar el cargo de Sather Professor a mediados de los años ochenta? En pocas palabras, ¿cuál es su estado actual y potencial? Apenas puede decirse que lo que sigue constituya la base de una respuesta a estas preguntas. Debo recordar que, por mi cargo y mis conocimientos, estoy limitado a la arqueología griega y, aunque me referiré intermitentemente a la arqueología romana e italiana, no deseo que mis generalizaciones y, en especial, mis críticas se apliquen a estos campos. También quiero aclarar que no incluyo en mi definición de la arqueología las disciplinas hermanas de la epigrafía y la numismática. Puede decirse, de hecho y en cierta medida, que estas materias ya están poniendo en práctica lo que propondré. Cualquiera que utilice un título aparentemente tan presuntuoso como el mío (a pesar del uso intencionado del artículo indefinido) debe a sus lectores alguna explicación. ¿Con qué autoridad me atrevo a sugerir que existe un lugar para otra perspectiva diferente de la arqueología de Grecia frente a la tradicional y corrientemente adoptada? ¿Acaso intento plantear seriamente un programa completo de esta nueva perspectiva, con la fervorosa esperanza de que alguien lo siga? En realidad, mis objetivos son, a la vez, menores y mayores. Menores porque trataré de ser ejemplificador y no programático y porque reconozco que pueden plantearse, al menos con la misma validez, otras muchas «arqueologías de Grecia». Mayores porque no me detendré en la mera defensa. Creo honestamente que no sólo hay espacio para perspectivas alternativas, sino que, en Grecia, la fuerza de las circunstancias prácticas nos impulsará a la adopción de un importante cambio en nuestras prioridades sobre el tema, seamos griegos o extranjeros. (Estas consideraciones prácticas se plantearán en el capítulo 4.) Puesto que es mejor adoptar la innovación por elección propia más que por imposición, trataré de enfatizar algunas de las razones positivas por las que el cambio puede ser deseable.
1. LA SALUD D E UNA DISCIPLINA DISCIPLINA «Die Archäologie ist im Grunde eine naive Wissenschaft» W. H.
S c h u c h h a r d t ,
Ad A d o lf Furtwä Furtwängl ngler er (1956)
En la generación actual, muchos de los arqueólogos más escrupulosos en su profesión se han visto turbados por la sugerencia de que practican una «ciencia ingenua». Gran parte de ellos se han planteado una intensa búsqueda de alternativas para elevar el status intelectual de su disciplina. Sin embargo, entre estos últimos, hay muy pocos arqueólogos clásicos, lo que constituye un signo relativamente conspicuo de una situación tradicional y ampliamente aceptada. La gramática elemental puede sugerir que la «arqueología clásica» es una subdisciplina que forma parte integrante de una materia (la arqueología) que tiene especiales conexiones con otra (los estudios clásicos). No obstante, en este caso como en otros muchos, la gramática elemental puede ser equívoca. En primer lugar, oscurece el hecho de que la arqueología clásica, hablando desde un punto de vista operativo, está más estrechamente ligada a una tercera disciplina, la historia del arte, que a la arqueología o a los estudios clásicos. Así, en los últimos doscientos años, gran parte de las actividades de los llamados arqueólogos clásicos han estado relacionadas con la investigación y la enseñanza de la historia del arte griego y romano. Incluso ahora, más de la mitad de su trabajo es de este tipo. En segundo
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lugar, cuando pasamos del aspecto operativo al institucional, la realidad contradice de nuevo a la gramática, puesto que observamos que los arqueólogos clásicos, si trabajan en las universidades, se agrupan más frecuentemente con los clasicistas (sobre todo con los historiadores del arte) que con los arqueólogos, aunque existan excepciones. No resulta difícil discernir los factores históricos accidentales que explican estas aparentes discrepancias. Primero, los extraordinarios logros artísticos de los griegos y de los romanos y, luego, la propia formación de los arqueólogos clásicos. Si fuese tan sólo una cuestión de nomenclatura, podrían señalarse otras materias académicas (desde la «física», la «medicina» y la «historia natural» a la «retórica») que, al menos en las universidades de mayor antigüedad, conservan nombres correspondientes a sus antiguas actividades reales y a la práctica lingüística contemporánea. Sin embargo, en la actualidad, resultan términos equívocos debido a los desarrollos posteriores en uno o ambos sentidos. Pero no creo que la arqueología clásica esté en la misma posición que estas otras materias o que el tema, en este caso, s e a puramente una cuestión de nomenclatura. Yo diría que hoy en día muchos arqueólogos clásicos están persiguiendo, aunque sea de modo más organizado, los mismos objetivos que el padre fundador de la disciplina, Johann Joachim Winckel mann, que murió hace más de doscientos años. De igual modo, la normal ordenación institucional de las universidades refleja al desnudo que los resultados publicados de la actividad de los arqueólogos clásicos, aun cuando sus intereses se extiendan más allá de la disciplina misma, serán leídos y utilizados más probablemente por los clasicistas que por otros arqueólogos, historiadores del arte o cualquier otro tipo de especialistas. A partir de estas premisas preliminares, llegamos a una conclusión en cierto modo paradójica. La gramática y la nomenclatura, práctica operativa e institucional, pueden sugerir que la arqueología clásica es un elemento subsidiario dependiente de alguna otra disciplina. No obstante, esta sugerencia es falsa. La verdad es que, en la actualidad, las actividades tradicionales de los arqueólogos clásicos no se ajustan totalmente a las de cual
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quier otra materia. En esta medida (y aquí reside la paradoja), la arqueología clásica constituye una materia independiente. Las razones consideradas hasta ahora en relación a esta independencia cualificada resultan negativas, es decir, el tema está imbricado con la tradición y carece de un amplio atractivo académico. De las tres disciplinas adyacentes que hemos mencionado, al menos dos han atravesado un período de cambios o, como mínimo, de fermentos. Hoy por hoy existen una Nueva Arqueología y una nueva historia del arte. Ambos movimientos han logrado una amplia difusión en sus respectivas disciplinas, pero, al hacerlo, se han alejado de los contactos con la arqueología clásica. No ha sido esta una introducción estimulante, por lo que ahora es el momento de hablar de algo más positivo. Si uno de los mensajes de este libro es que incluso el grado actual de independencia cualificada de la arqueología clásica debe ser abandonado, se demostrará que, en mi opinión, éste no es un sacrificio importante. Ciertamente no lo es en relación a las potenciales ganancias que conlleva. Creo que el actual alejamiento de la disciplina en el plano académico debería dar lugar al tipo de vitalidad intelectual que atrae la atención en otras muchas disciplinas. Si esto sucede, pienso que la arqueología clásica seguirá siendo una disciplina excepcional, pero excepcional en su capacidad de contribuir en el logro de nuevos objetivos más que en ser fiel a los antiguos. Es mi opinión que la arqueología clásica puede responder a algunas de las necesidades más acuciantes de los nuevos movimientos arqueológicos y que su capacidad de integrar la antigua historia del arte en el estudio de la cultura material total de las civilizaciones clásicas abre paso a un tipo de aproximación artísticohistórica a menudo imposible en otros tiempos. Esta ampliación de perspectivas incrementaría, sin duda, la participación potencial de la arqueología clásica en las tareas de otras ramas de los estudios clásicos. Y a que la arqueología arqueología clásica se relaciona muy estrechamenestrechamen te con los estudios clásicos, merece la pena que examinemos con más atención el estado actual de esta relación. Algunos arqueólogos clásicos aceptarían sin problemas ser incluidos dentro
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del grupo de los investigadores de estudios clásicos y, si se les presionase, tenderían a mantener esta ordenación. Sin embargo, resulta más difícil obtener una total franqueza acerca de cómo consideran la arqueología clásica los clasicistas. Voy a intentar considerar este tema sin caer en las anécdotas. Existen ciertas consideraciones que son más relevantes en el sistema universitario británico que en otros, pero que, de todos modos, merecen ser mencionadas. En primer lugar, en Gran Bretaña, no sólo es posible sino relativamente común alcanzar una licenciatura en Clásicas, incluso un doctorado, sin haber dedicado una hora de estudio a la arqueología clásica. En segundo lugar, un tema más delicado tiene que ver con el hecho de que también es bastante común que una licenciatura modesta en Clásicas sirva de preludio a una carrera especializada en arqueología clásica. Esta segunda observación pierde gran parte de su significado si, como muchos sostienen, la arqueología clásica requiere habilidades bastante distintas a las de los estudios clásicos puros. La importancia de estas dos cuestiones depende del grado de semejanza que exista entre el modelo británico y el de otros países. A partir de aquí, es necesario empezar a emplear criterios objetivos. Así pues, dejaré de lado mis impresiones subjetivas, elaboradas a partir de experiencias en tres diferentes universidades británicas y ampliadas por breves encuentros con una serie de instituciones de otros países. Me arriesgaré a generalizar que, entre los clasicistas, ha habido, en el pasado, una escasa consideración hacia la arqueología clásica como disciplina. No obstante, esta situación está mejorando actualmente. Los investigadores de otras ramas de los estudios clásicos parecen reconocer gradualmente la relevancia de los testimonios materiales y físicos para sus propias investigaciones. Ocurre de manera esporádica entre los filósofos de la antigüedad y los filólogos, más frecuentemente entre los estudiosos de la literatura y, sobre todo, entre los historiadores de la antigüedad. Este hecho lleva a consultar, cada vez con mayor frecuencia, a los arqueólogos clásicos, sea a través de sus escritos, sea directa y oralmente. Lo primero precede a lo segundo, signo quizás de algunas dis
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crepandas en los objetivos o incluso en los códigos lingüísticos. Los resultados se observan cuando el clasicista en cuestión plantea estas materias en sus publicaciones. Aunque pueden hallarse todavía casos de desapego absoluto (declaración de una abstención total de la arqueología), incluso en conexión con temas donde la evidencia arqueológica es muy abundante, la mera inclusión de esta afirmación (en oposición a un silencio total) puede considerarse como una señal de avance. Lo más frecuente, sin embargo, sigue siendo que el clasicista apenas roce los temas respecto a los cuales existen materiales arqueológicos relevantes e incluya una nota cortés de reconocimiento a un arqueólogo determinado. A decir verdad, el arqueólogo en cuestión es alguien cuyo despacho se halla en el mismo pasillo de quien presume amablemente que domina toda la materia. Sin embargo, se ha producido un cambio notable en el tono desdeñoso y altivo tan común en este caso. Para explicarlo con un ejemplo, digamos que el tono del que rechaza orgullosamente todo conocimiento del vodevil se ha visto substituido por el de un padre que se excusa ante sus hijos por su ignorancia de la música pop. Sin embargo, a veces, el grado de compromiso admitido es mayor y algunos clasicistas están preparados actualmente para familiarizarse por sí mismos con el material arqueológico y con lo que se ha escrito sobre éste. La prueba más dura se presenta cuando se producen circunstancias en las que los testimonios literarios o documentales y los arqueológicos entran en conflicto. En tal circunstancia, todavía pueden oírse (e incluso leerse) afirmaciones que desvalorizan el segundo tipo de evidencias. En el capítulo 2 de este libro, aunque parezca sorprendente, mi propio tratamiento de algunos casos puede ser interpretado como un apoyo a estas actitudes, aunque no a su expresión formal. Todas las reacciones que hemos estado considerando se asemejan en el hecho de que implican, al menos, algún tipo de reconocimiento. Puede que la mayoría de ellas no sean compatibles con una visión de la arqueología clásica como un elemento básico e indispensable de los estudios clásicos, pero demuestran un reconocimiento de que esta materia existe y de que sus practicantes pueden enten
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der su propio lenguaje y pueden ser consultados, ocasionalmente, con ventajas. Además, como he sugerido, la relación entre los estudios clásicos puros y la arqueología clásica está mejorando, al menos de modo superficial. Aunque se acepten plenamente, puede parecer que estas afirmaciones añaden muy poco a las primeras premisas, incluso teniendo en cuenta la observación realizada en el prólogo, a saSather P ro ro-ber, que la elección de arqueólogos para el cargo de Sather fes fe s s o r de de literatura clásica no resulta tan rara en las décadas recientes. No obstante, todo aparece distinto cuando consideramos, a modo de comparación, la relación existente entre la arqueología clásica y la arqueología no clásica. La revolución epistemológica dentro de la arqueología no clásica ha recorrido un largo camino hacia la transformación de la naturaleza de esta disciplina. La mayoría de los arqueólogos no clásicos de América y de Gran Bretaña, muchos de Francia, Italia y Escandinavia, y unos pocos de Alemania y de Europa Oriental pueden ser considerados como representantes de esta línea. El movimiento revolucionario no puede mantener para siempre el título que ha adoptado, pero la «Nueva Arqueología» todavía es un término reconocible y quizás aceptable en los años ochenta. El impacto de la Nueva Arqueología ha tenido muchos efectos beneficiosos e incluso, si no los hubiera tenido, el gran número de sus seguidores la convertiría en una fuerza que debería ser reconocida. Algunas de las perspectivas y métodos del nuevo movimiento parecen reclamar su aplicación al contexto clásico. Por otra parte, la arqueología clásica necesita del estímulo que aquéllos le proporcionarían, pero, hasta ahora y desde el punto de vista de los estrechos intereses de la arqueología clásica sensu stricto, la llegada del nuevo rumbo arqueológico ha sido un desastre. Pero criticar o atacar es una cosa; otra muy distinta es ignorar la existencia de la propia materia.1 1. En relación relación a este tema, véase A. M. Snodgrass, «The New Archaeology Archaeolo gy and the Classical Archaeologist», A J A , 89 (1985), pp. 3137, artículo presentado en una reunión del Archaeological Institute of America, Nueva York, el 3 de abril de 1984.
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Existen razones obvias y subyacentes para este silencio. Por un lado, en América, gran parte de la bibliografía de la Nueva Arqueología, sea de contenido prehistórico o histórico, es norteamericana, en contenido y en autoría. Naturalmente, esta explicación no puede aplicarse a Europa. Aquí, la figura individual más influyente ha sido, sin duda, David Clarke (1937 1976).2 Puede acusárseme de ser parcial respecto a un colega arqueólogo a quien conocí y aprecié, pero con Clarke siempre tuve la sensación de que se había entreabierto una puerta a la A r q u e o l o g ía arqueología clásica. En su obra mejor conocida, Ar analítica, admitía que dos áreas —situadas, respectivamente, en el límite y dentro de la arqueología clásica— habían sido siempre consideradas «campos privilegiados» entre los nuevos arqueólogos británicos: la edad del bronce del Egeo y la Gran Bretaña romana. Es cierto que, en el índice de palabras de 13 páginas de la segunda edición (postuma) del libro citado, toda mención a términos clave como «Egeo», «romano», «obsidiana», «spondylus» y «ánforas de tipo Dressei I» ha sido eliminada como si se tratara de algo impuro; sin embargo, sigue manteniéndose la polémica, que puede ser hallada si se sabe lo suficiente para buscar conceptos claves, como «distance decay models», o nombres importantes como «Hodder, I.» y «Renfrew, C.». Por otro lado, el siguiente libro importante de Clarke, los M o d e ls in A r c h a e o log lo g y , ofreensayos que editó bajo el título de Mo cía 25 contribuciones, ninguna de las cuales trataba del mundo mediterráneo en un período posterior a la etapa prehistórica.3 Se menciona menos frecuentemente la rama de olivo que tendió, en un breve pero importante artículo, a los arqueólogos que trabajaban en culturas mejor documentadas. En él afirmaba que sus estudios «proporcionarían experimentos vitales», 2. Véase, sobre todo, su libro Ana A naly lyti tica call A r c h a e o lo g y , Londres, 1968; 19782, ed., R. Chapman (hay trad, cast.: Ar A r q u eo log lo g ía a n a líti lí tica ca,, Barcelona, 1984) y Analytical Archaeologist, chaeologist, editado por sus colegas tras su muerte, Londres, 1978. Pueden consultarse diversos homenajes a este investigador, por ejemplo, en (G. E. Daniel) Antiq An tiqui uity, ty, 50 (1976), pp. 183184, y B. Wailes, «David L. Clarke», JF J F A , 4 (1977), pp. 133134. 3. Como observó J. C. Gardin, «À propos des modèles en Archéologie», RA (1974), parte 2, pp. 341348.
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empleando el control de fuentes documentales sobre las inferencias basadas en testimonios puramente materiales.4 Este procedimiento es, como veremos en el próximo capítulo, justamente el contrario del que se ha venido utilizando normalmente en la arqueología clásica. En cualquier caso, la prematura muerte de David Clarke acabó con las iniciativas que pudiera tener y provocó un efecto desanimador en la actividad arqueológica. Sus sucesores han mostrado poco interés en retomar por su cuenta estas iniciativas o en impulsar las tareas de los que trabajan en otras ramas de la arqueología. Esta falta de comunicación no era característica de los trabajos de la anterior generación de arqueólogos no clásicos. Si leemos las obras de Gordon Childe, Christopher Hawkes o Stuart Piggott, encontraremos pruebas de una rica comunicación con los arqueólogos clásicos (y otros arqueólogos «históricos») y un importante conocimiento directo de los temas respectivos. Es por esta razón que he dicho anteriormente que, en la actualidad, las relaciones exteriores de la arqueología clásica en esta dirección parecen estar debilitándose. Pueden hallarse explicaciones para el cambio en diversos y profundos niveles. En primer lugar, existe un factor casi técnico. Puesto que muchos de los modelos teóricos adoptados actualmente en la prehistoria europea excluyen severamente la posibilidad de que las conexiones con el mundo clásico hayan contribuido al cambio cultural, la consecuencia es que la familiaridad con el material de la arqueología clásica tiene menos reclamo. A un nivel más abstracto, la mayoría de los arqueólogos jóvenes, tanto en Europa como en América, consideran que su objeto de estudio tiene más en común con la antropología que con una disciplina histórica y lingüística como los estudios clásicos. Un subproducto significativo de esta reorientación ha sido la barrera del lenguaje que se ha levantado entre los jóvenes nuevos arqueólogos y los estudiosos de mentalidad más tradicional en ésta y otras disciplinas. David Clarke intentó dar a este tipo de lenguaje un papel importante, abogando por el uso 4. D. L. L . Clarke, «Archaeology: The Loss of Innocence», Innocen ce», A Ant ntiq iqui uity ty,, 47 (1973), p. 18.
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de lo que llamaba «jerga de interconexión».5 Irónicamente, él pretendía tender puentes entre vacíos interdisciplinarios y no crear un divorcio. No participaré en el debate (usualmente bastante agrio) sobre el estilo lingüístico de la Nueva Arqueología, sino que voy a tratar de una cuestión relacionada, aunque levemente diferente: la del género lingüístico. Me sorprendió recientemente que, cuando Jeremy Sabloff fue invitado a contribuir a una síntesis sobre las tendencias intelectuales de la arqueología americana, no pudiera haber escogido una frase mejor que ésta para su título principal: «Cuando la retórica se desvanece».6 En el momento en que predomina la defensa, como ha sucedido en gran parte de la bibliografía de la Nueva Arqueología a expensas de la ejemplificación y de la práctica en general, se supone la existencia de una gran audiencia de colegas, cuyo papel principal es ser convencidos por esta defensa. La crítica más válida a la Nueva Arqueología es, con toda seguridad, que, hasta ahora, ha sermoneado mucho y su praxis, en cambio, ha sido escasa. Recuerdo al asistente social (sin duda apócrifo) que dijo: «estamos en la Tierra para ayudar a los demás; lo que no sé es para que están en la Tierra los demás». Finalmente, existe una explicación de nivel psicológico más profundo respecto a la distancia entre la arqueología clásica y la «Nueva Arqueología». Se encuentra en la categorización de los intelectos humanos. Al leer Contrary Imaginations de Liam Hudson,7 me di cuenta, por primera vez, de la existencia de una posible base científica para efectuar una distinción entre el tipo de intelecto «convergente» y el «divergente». Hudson distingue entre el tipo de mente convergente, que sobresale en la obten5. D. L. Clarke, ed., M odel od elss in A r c h a e o lo g y , Londres, 1972, p. 75. 6. «When the Rethoric Rethori c Fades: a B rie rieff Appraisal of Intellectual Trends in Am Amerierican Archaeology During the Past Two Decades», BASOR, BASOR, 242 (primavera de 1981), pp. 16. 7. Liam Hudson, Contrary Imaginations, Imaginations, Londres, 1966. Para la relación entre la mentalidad y la elección de tema, véanse pp. 42 y 157, cuadro 3. Respecto a los indicios de una correlación entre la «divergencia» y el interés por la arqueología, pp. 2627 (el biólogo disidente «Wernick») y p. 157, n. 4 (un divergente extremo); véase, en general, la p. 146 acerca de la «rebelión» entre los científicos sociales.
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ción de la respuesta correcta en relación a problemas en los que existe una respuesta correcta, y el tipo divergente, que destaca en una aptitud muy diferente, al pensar en una amplia variedad de posibles respuestas acerca de cuestiones abiertas. Los dos tipos escogen para especializarse diferentes temas académicos. El grupo de personas estudiado por Hudson estaba formado por muchachos muy inteligentes de las escuelas secundarias inglesas y esta limitación puede parecer que invita a la crítica. Por ejemplo, por la exclusión de las muchachas o por la restringida espe cialización de las materias que ofrecen las escuelas secundarias inglesas. Pero los resultados de Hudson muestran una impresionante coherencia. En el extremo convergente de la escala, es decir, entre aquellos cuya inteligencia mostraba una marcada tendencia al éxito en resolver los problemas de «respuesta correcta» y una relativa debilidad en los tests abiertos, figuran predominantemente los futuros especialistas en matemáticas, física, química, y (entre otros temas de arte) los estudios clásicos. En el extremo opuesto del espectro —el divergente—, las elecciones comunes son la historia, la literatura inglesa, y las lenguas modernas. En el libro de Hudson también se sugiere que los futuros arqueólogos, por regla general, si constituyeran un grupo claramente identificable, se encontrarían en el extremo divergente. Es una impresión reforzada por muchas manifestaciones públicas de los nuevos arqueólogos (por ejemplo, el rechazo al particularismo y al empirismo), a pesar de su defensa del método científico. No es sorprendente que algunas de las críticas más acerbas del mundo académico entre disciplinas o en el seno de algunas de ellas procedan de los extremos opuestos del espectro. ¿Puede considerarse una coincidencia, por ejemplo, que una larga crítica a la nueva arqueología, predominantemente negativa, haya procedido de la arqueología clásica: Qu’estce que l’archéologie ?, de Paul Courbin?8 La arqueología se encuentra en una posición poco usual (aunque no necesariamente desafortunada), ya que puede predecirse que los extremos de convergencia y divergencia se en8. P. Courbin, Qu’estce que l’archéologie?, l’archéologie ?, París, 1982.
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contrarán en la misma disciplina, o, al menos, en una disciplina que recibe el mismo nombre, y no resulta obvio que los resultados de esta tension hayan sido beneficiosos. Una actuación complementaria y una rivalidad fructífera requieren un mayor grado de respeto mutuo del que los dos lados de esta dicotomía han sido capaces de demostrar. Resumiendo, puede decirse que existen diversas razones por las que se podía predecir que la Nueva Arqueología mostrara menosprecio por la arqueología clásica. Pero, ¿hasta qué punto puede justificarse? Quizás algunos iniciarían en este punto una línea de razonamiento cuantitativa. Si se prosiguiese hasta su conclusión lógica, esta línea sería probablemente la siguiente: «la arqueología clásica trata de culturas que, en su extensión espacial media, cubren quizás un 5 por 100 de la superficie ocupada del globo y, respecto a su duración temporal, comprenden hasta la actualidad del 0,04 por 100 al 1 por 100 de la existencia del hombre. Ergo, merece una atención del 0,00002, o de 1 de cada 50.000 arqueólogos del mundo, o la misma proporción de tiempo de todos ellos». Naturalmente se trata de una reductio ad absurdum, absurdum, como cualquiera reconocería, y las causas de este reconocimiento tienen importancia. Van desde las consideraciones acerca del pasado (la diferente velocidad del avance cultural humano) a las del presente (el estado de nuestros conocimientos) y a las que ligan el presente y el pasado (el legado de la civilización clásica con el pensamiento y la práctica modernas). Escojo estos ejemplos porque puede pretenderse, en alguna medida, que son mensurables de manera objetiva. Es mejor no considerar otros argumentos que no pueden tener esta pretensión (admiración estética, valor pedagógico, interés). Este tosco argumento cuantitativo no es claramente decisorio, pero se pueden plantear otros. Si no es totalmente cierto que la arqueología clásica sufre una «separación de la tradición común de la investigación arqueológica» o que se ha «colocado ella misma en un rincón» (tomo estas dos frases de otros estudiosos más o menos preocupados por el tema), existen, sin embargo, elementos que van más allá de la falta de comunicación con la Nueva Arqueología. La arqueología clásica puede ser óp
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tima para ofrecer nuevas respuestas a viejas cuestiones, pero, a la larga, esto es mucho menos fructífero que plantear cuestiones completamente nuevas. Una disciplina con buen estado de salud es aquella en la que, de vez en cuando, se producen avances importantes en el modo en que se lleva a cabo la disciplina y, en consecuencia, en el tipo de gente que los realiza. Creo que esto es cierto en las disciplinas intelectualmente más vitales en la actualidad y que la frecuencia de estas «rupturas» se ha incrementado perceptiblemente en la segunda mitad del siglo xx, gracias, sin duda, a la mejora de las comunicaciones y al incremento de la cantidad total de tiempo y de dinero. La arqueología clásica se ha beneficiado de estos favorables factores, si bien de manera más modesta que otras materias. No obstante, no se puede hablar de logros interesantes o de reorientaciones del pensamiento. Otra prueba del buen estado de salud de una disciplina fue apuntado más arriba, a saber, la capacidad de mantener una relación equilibrada y bilateral con otras materias superficialmente muy diferentes. En lo que se refiere a la arqueología en su conjunto, David Clarke, en 1972, abogó por una actitud que «permita la posibilidad de que la arqueología pueda hacer contribuciones exteriores a otras disciplinas, un elemento esencial si la disciplina tiene que sobrevivir» (la cursiva es mía). Pretendía que (de nuevo para la arqueología en general) esta contribución hacia el exterior se había iniciado ya a pequeña escala «en algunas ramas de las matemáticas, en estudios y clasificaciones por computadora y en las ciencias sociales y del comportamiento».9 Sin duda, estaba en lo correcto, pero la mayoría de los arqueólogos admitirían que el intelectual «equilibrio comercial» de la arqueología respecto a otras disciplinas está en déficit. En cualquier caso, ¿qué contribución ha hecho la arqueología clásica hacia el exterior? Podrían señalarse fácilmente algunas colaboraciones fructíferas y bilaterales entre los estudios clásicos, en general, y otras disciplinas. Por ejemplo, con la antropología, como nos lo recuerdan las Sather Lectures de E. R. 9. Clarke, ed., M odel od elss in A r c h a e o lo g y (citado en η. 5), p. 75.
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Dodds, hace 35 años, y de Geoffrey Kirk y Walter Burkert, más recientemente.10 Sin embargo, durante gran parte de este período, la arqueología clásica ha participado poco en la colaboración. El comienzo de una contribución importante, con base arqueológica, a la antropología (en el campo clásico) puede ser perceptible en la obra de la escuela que surgió del Centre de Recherches Comparées dans les Sociétés anciennes de Paris,11 al que nos referiremos más adelante. Quiza hemos llegado a un punto en el que puede aceptarse, al menos en beneficio de la argumentación, que la arqueología clásica se encuentra actualmente en peligro de un cierto descrédito. Si es así, la explicación reside, en parte, en su incorporación tradicional a los estudios clásicos y en la tendencia resultante a aceptar objetivos que originalmente han sido planteados por las disciplinas hermanas de clásicas y de historia antigua. Pero la arqueología clásica tiene una existencia como rama de conocimiento independiente de estas disciplinas aliadas y este argumento lleva inexorablemente a la conclusión de que su existencia se encuentra dentro de la arqueología en su conjunto, puesto que la alternativa constituye un aislamiento bastante estéril (véanse, más arriba, pp. 1617). Para alcanzar la vitalidad intelectual que creo que está a su alcance, debe capitalizar sus elementos más poderosos. Estos derivan de factores y logros que poco tienen que ver con su tradicional subordinación a los estudios clásicos y la excusan de la necesidad de una mera imitación de las prácticas de otras ramas de la arqueología. La arqueología clásica cuenta con muchas características sólidas, efectivas e incluso potenciales. Por ejemplo, debería ser de interés para los arqueólogos de cualquier tendencia el hecho 10. 10. Véase E . R . Dodds, The Greeks and the Irrational Irrational (hay trad, cast.: L os griego griegoss y lo irracional, irracional, Madrid, 1980); G. S. Kirk, Myth M yth:: Its M eani ea ning ng a n d Func Fu ncti tion onss in A n cien ci entt and Other Cultures·, Cultures·, y W. Burkert, Structure and History in Greek Mythology and Ritual, tual, Berkeley y Los Angeles, 1951, 1970 y 1979, respectivamente vols. 25, 40 y 47 de las Sather Classical Lectures. 11. Un primer estudio estudio importante fue la publicación del coloquio coloqu io de Ischia de 1977, La Mort, les morts dans les sociétés anciennes, anciennes, G. Gnoli y J. P. Vernant, eds., Cambridge, 1982, donde ambos organizadores (A. Schnapp y B. D’Agostino) y más de la mitad de los participantes eran arqueólogos.
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de que exista una rama de su disciplina donde se puede demostrar no sólo la posibilidad empírica del trabajo de campo sino también la contrastación de anteriores hipótesis. Vamos a ver que la arqueología clásica tiene esta capacidad. De modo más prosaico, la arqueología clásica puede disponer de un cuerpo de evidencias notable por su gran cantidad y por el grado de «procesado» ya realizado. En primer lugar, existe una tradición relativamente importante de publicaciones completas sobre hallazgos procedentes de excavaciones y sobre colecciones de museo, punto que ha sido destacado por Colin Renfrew en su centennial address al Instituto Arqueológico de América en 1980,12 si bien se mostró cauteloso en no manifestar el contraste implícito con lo que sucede a este respecto en otras ramas de la arqueología. La frase «La Gran Tradición», que Renfrew utilizó como título, en esta ocasión, creo que fue concebida para aplicarla, en primer lugar y ante todo, a la arqueología clásica, y después para reflejar «grandeza» en un campo más amplio que el que simplemente se refiere al cuidado puesto en la publicación de los resultados. Vamos a considerar un pequeño ejemplo de cómo esta tradición específica de publicaciones completas puede tener un uso fructífero. Entre otras cosas, la Nueva Arqueología defiende la construcción de «un cuerpo de teoría central capaz de sintetizar las regularidades generales de sus datos».13 En M e t h o d a n d Theory in Historical Archaeology (otro trabajo en el que, a pesar de su título, tan sólo se menciona la arqueología clásica a modo de símbolo tipo), Stanley South observa una regularidad general en los patrones de comportamiento de un vertedero de desperdicios cercano a un yacimiento de ocupación y la denomina Carolina Artifact Pattern , 14 Este modelo se obtuvo a partir de las excavaciones realizadas entre 1960 y 1973 por el propio autor o por otro arqueólogo, de cinco depósitos distintos del 12. «The Great Gre at Tradition Versus the Great Gre at Divide», A J A , 84 (1980), pp. 287298, especialmente p. 295. 13. Clarke, An A n alyt al ytic ical al A r c h a e o lo g y (citado en η. 2), p. χν. 14. S. South, M eth et h od a n d T heo he o ry in H isto is tori rica call A r c h a e o lo g y , Nueva York, 1977, cap. 4.
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siglo XVIII en Carolina del Norte y del Sur, cada uno de ellos correspondiente aproximadamente a una unidad doméstica. Una vez establecido este modelo, South intentó contrastar su validez y extensión mediante la comparación con datos procedentes de otros yacimientos del mismo período en el área dominada entonces por la cultura colonial británica. Descubrió que tales datos eran difíciles de encontrar, ya que otros excavadores no proporcionaban una lista completa de artefactos. Halló un único yacimiento adecuadamente publicado, Signal Hill, en Newfoundland, que ofrecía tres depósitos de una fecha algo más tardía (c. (c. 18001860) 1800 1860) para poder poder ser comparados. Pero Per o incluso aquí se presentaba una nueva dificultad: el excavador no había registrado los clavos (este detalle tocó el corazón de un lector que, de manera intermitente durante los últimos veinte años, se ha visto con la responsabilidad de publicar los clavos de hierro de las excavaciones del Mediterráneo). South, en la clasificación «arquitectura», tuvo que inferir una proporción cuantitativa de clavos de hierro a partir del número total de todos los hallazgos antes de proceder a la contrastación (cuyos resultados fueron positivos) del Carolina Artifact Pattern. Imaginemos que South hubiese elegido realizar su estudio en la Grecia clásica en lugar de en la Norteamérica colonial. Lo que habría encontrado es que tan sólo un yacimiento, Olinto, le habría proporcionado 80 conjuntos, cada uno correspondiente a una unidad doméstica y que presentaban hallazgos con la misma variedad de tipos registrada en su localización original.15 También resulta significativo que estos depósitos, excavados entre 1928 y 1938, fueran totalmente publicados en 1952 en 14 volúmenes y donde se incluían los clavos (todo ello, a pesar de la guerra mundial y de la ocupación del yacimiento por el enemigo). Espero que este primer punto sea suficientemente ilustrativo. 15. 15. Véase D. M. Robinson, Robinson , Excavations at Olynthus, Olynthus, vol. 14, Terracotta and Lamps Found in 1934 and 1938, 1938, Baltimore, 1952, «Master Concordance of Proveniences», pp. 465510, suplemento de la «Concordance of Proveniences» de los hallazgos de metal y las pesas de telar del vol. 10 (1941), pp. 535550 y que reemplazó a anteriores catálogos parciales de concordancias en los vols. 8 (1938), pp. 344354, y 13 (1950), pp. 451453.
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Ciertamente, la arqueología clásica puede jactarse de poseer una «Gran Tradición» en obras de síntesis y de análisis, especialmente en la rama visual de la materia. Los dos nombres más importantes en este campo son los de Adolf Furtwängler (18531907) y sir John Beazley (18851970). Ambos tenían la extraordinaria capacidad de observar miles, incluso decenas de miles, de artefactos arqueológicos de un determinado tipo y, al menos durante un cierto período, acordarse de cada uno de ellos. Consideremos, por ejemplo, la que fue probablemente la obra maestra de Furtwängler, Die griechischen Gemmen (1900). Sabemos por la conferencia conmemorativa de Schuch hardt, de la que procede el epígrafe de este capítulo, que, al escribir su libro, Furtwängler examinó unas 50.000 a 60.000 piedras grabadas. En cuanto a Beazley, en sus trabajos más importantes sobre la cerámica pintada ática, clasificó y dio atribuciones a unos 30.000 de estos objetos decorados de un modo tan laborioso. Al hacerlo, cada uno de estos investigadores organizó y estableció un modelo para toda una subrama de la arqueología. El que lo hicieran «para siempre» (como sugiere Schuchhardt, con respecto al libro de Furtwängler sobre las gemas) no tiene que aceptarse necesariamente, ni siquiera desearse. Una característica admirable de muchas disciplinas académicas (aunque ello, por regla general, genere tensiones) es la combinación de una lealtad inquebrantable respecto a los héroes del pasado y la consciencia de que la vitalidad futura de la materia depende, en parte, de las debilidades de estos mismos personajes. Resulta sencillo adelantar las líneas críticas que convierten en vulnerables incluso tales obras. Beazley, por ejemplo (mucho más que Furtwängler), se abstuvo, en general, de establecer los pasos del razonamiento que le llevaron a la atribución de los vasos y se contentó, en gran medida, con dejar hablar a los resultados por sí mismos. Recordemos otro alegato del pre A n a lyti ly tica call A r c h a e o l o g y : en favor de «estudios sistemáfacio de An ticos y ordenados basados en modelos y reglas de procedimiento claramente definidos». De modo similar, es innegable que muchas publicaciones de excavaciones clásicas se contentan con
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seguir la rutina acostumbrada en la presentación de sus hallazgos, más que explicar o modificar esta rutina. Sin embargo, otro aspecto de la «Gran Tradición» de la arqueología clásica —en este caso un evidente producto subsidiario de su asociación con otras ramas de los estudios clásicos — es su conocimiento de la topografía e historia de su propio terreno arqueológico. Esto se aplica no tan sólo al territorio de Grecia e Italia sino, en algún grado, a cada uno de los veinticinco países modernos que, en algún período, estuvieron parcial o totalmente dentro de la órbita cultural de Grecia y de Roma. Si pusiéramos un dedo al azar sobre un mapa a gran escala de cualquier parte importante de Europa, Asia o Africa, contaríamos con amplias posibilidades de que alguien, en algún lugar, fuera capaz de darnos una idea de lo que estaba sucediendo en esa área específica hace dos mil años. ¿Puede decirse lo mismo de otra zona del mundo de similar tamaño? No obstante, esta jactancia no concluye la discusión. El director de un museo local, que lo sabe todo acerca de la arqueología de la provincia de Monsalvat o Münchhausen, puede también dominar las dos culturas clásicas, de manera que está preparado para realizar un trabajo de campo efectivo en otro lugar del mundo clásico (digamos, por ejemplo, el norte del África romana). También puede ser capaz de excavar (tan bien como un yacimiento clásico) un enterramiento prehistórico o una abadía tardomedieval, en tanto en cuanto se hallen en su provincia. Pero tanto su margen de tiempo como su margen espacial, aunque puedan ser grandes en una dimensión, son pequeños en otra. No sería usual que conociera o tuviese interés en los principios arqueológicos generales que le permitieran llenar los vacíos intermedios y transformar sus dos surcos interconectados en un campo cultivado racionalmente. Sin este conocimiento no puede ni tan sólo ser calificado como un «arqueólogo». Voy a dedicar el resto del capítulo al trabajo de campo arqueológico. La pretensión de que la arqueología clásica tiene una «Gran Tradición» será recibida, probablemente en este caso, con una estridente carcajada en otros círculos arqueológicos, ya que su reputación ha caído muy bajo en este apartado.
lE U K A S K a s t e pew
1.
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Exc avaciones de D örp feld en la llanura llanura de Nidri, L eucas (plano) (según (según W. Dörpfeld)
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Sin embargo, fue, en otro tiempo, un deseo razonable y de eso no hace tanto como podría imaginarse. Quiero brindar, a continuación, unos ejemplos que demostrarán algunas de las características distintivas de la arqueología clásica, aunque espero no dejar de estar convencido de las limitaciones que revelan los mismos. Espero que servirán para aclarar una de las razones por las que creo que la arqueología clásica proporciona una contribución única para hacer avanzar la práctica arqueológica. Voy a empezar, quizá de forma inesperada, con una figura de un pasado bastante alejado, cuyos métodos han sido criticados a menudo y de manera comprensible: Wilhelm Dörpfeld. Puede decirse que los métodos empleados durante sus largas campañas de excavación en la llanura de Nidri, en la isla de Leucas de la Grecia occidental (figura 1), durante los años 19011913, estaban lejos de ser ejemplares. Estas excavaciones son recordadas, principalmente, por el motivo que las inspiró, a saber, la inamovible convicción de Dörpfeld —a pesar de los fuertes contraargumentos y a costa del menosprecio, incluso ridiculizante, de sus contemporáneos— de que Leucas tenía que ser identificada con la ítaca de la Odisea de Homero en vez de la isla llamada más recientemente ítaca. Esta convicción no era absurda; no ha sido descartada de manera concluyente en los siguientes ochenta años e incluso, en 1949, la primera edición del Oxford Classical Dictionary mantenía que la cuestión «sigue estando abierta». Dörpfeld fue insistente, al menos cuando pensaba cuidadosamente lo que estaba diciendo, y afirmaba que el propósito de su excavación en Leucas no era pr p r o b a r la identidad de Leucas y la ítaca de Homero, sino contrastar la validez de sus teorías.16 Mostraba, por tanto, una concepción realista 16. Sobre todo lo planteó claramente claramen te en su controversia con Wilamowitz: Wilamowitz: «Da ich mehrmals ausdrücklich habe, daß ich durch diese Grabungen nicht erst die Identität von Leukas mit dem homerischen Ithaka beweisen will, sondern nur die Probe auf die Richtigkeit meiner Darlegungen zu machen gedenke, so ist mir Sinn und Ton seiner [es decir, las de Wilamowitz] Worte nicht verständlich. Ich habe allen Grund, mit den bisherigen Resultaten der Grabungen zufrieden zu sein» (AA (A A [1904], p. 74). Pero en otros lugares y, en especial, en Alt A ltI Ith thak akaa , Berlín, 1927, pp. 120, 150 y 154, afirma ingenuamente que el objetivo de las excavaciones en la llanura de Nidri era hallar «die Stadt des Odysseus».
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2.
Vista general de la llanura de Nidri
del hecho de que los hallazgos arqueológicos de una etapa pre p rehi hist stór óric icaa no p u e d e n , en prin pr inci cipi pio, o, demostrar la la identificación de una entidad como «el palacio de Odiseo». Había sido testigo de primera mano del escepticismo que, en algunos círculos, ha bían bí an recib re cibid ido o los desc de scub ubrim rimie ient ntos os de Schli Sc hliem eman ann n en Hiss Hi ssar arlik lik,, Micenas y Tirinto. Según su criterio, sus excavaciones estaban lejos de ser el fiasco que algunos de sus oponentes sugerían; pode po dem m os a cep ce p tar ta r su p a lab la b r a cuan cu ando do dice que qu e esta es tab b a muy mu y satis sa tisfecho de sus resultados. Como se ha demostrado posteriormente, estos resultados no sirvieron para su ulterior propósito, porque, en su mayoría, no pertenecían a la fecha apropiada para su ubicación en la Odisea. Sin embargo, lo que encontró y el modo en que lo encontró constituyeron algo bastante impresionante, en especial por tratarse de la primera década de este siglo. Sus viajes preliminares a Leucas, además de persuadirle de la identidad de ésta con la ítaca homérica, le llevaron a una localidad, la llanura de Nidri (figura 2), núcleo principal de los
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asentamientos prehistóricos de la isla. Varias consideraciones que derivaban del texto de la Odisea le dispusieron a buscar una ciudad y un palacio que no fueran una ciudadela ubicada en una colina, como Micenas y Troya, sino localizados en terreno llano. Predijo que los encontraría en la llanura de Nidri y confió en sus argumentos de manera suficiente para embarcarse, año tras año, en abrir trincheras en un área considerable. Eran trincheras profundas (figura 3) y descubrió niveles prehistóricos a una profundidad media de 4 a 6 metros. (Un primer punto de interés es el hecho de que las superficies de los niveles prehistóricos, identificadas correcta y agudamente por Dörpfeld a partir de las dispersiones de los fragmentos cerámicos, habían estado enterrados bajo depósitos aluviales. La experiencia de Dörpfeld en Olimpia, uno de los pocos yacimientos griegos de primer orden, en el que se daba una situación semejante, debió ayudarle.) Las trincheras, que aparecen en la figura 1 a modo de líneas oblongas, corrían, principalmente, de norte a sur de la llanura y, durante largo tiempo, no apareció en ellas ningún resto arquitectónico. Pero Dörpfeld se adelantó a su época en el hecho de reconocer y observar el significado de las superficies enterradas de los niveles prehistóricos, aunque se sintiera frustrado por la ausencia de edificaciones. Finalmente, su suerte cambió. Cada uno de los símbolos de letras de la figura 1 representa un descubrimiento significativo de estos años y nos concentraremos en una docena de ellos. Este mapa cubre un área de 500 m2 y podemos ver, por la densidad de estos importantes hallazgos, que Dörpfeld no estaba persiguiendo una quimera. Su ojo en la localización del asentamiento prehistórico más notable (seguramente e l más importante de la isla, como lo confirmó la naturaleza de los hallazgos) no se equivocó. Además, entre las muchas tumbas dispersas, encontró 3 necrópolis prehistóricas fundamentales: una muy grande, del bronce antiguo, contaba al menos con 33 círculos de tumbas y estaba situada en R (en el extremo inferior derecho de la figura 1) y otras 2 menos extensas, del bronce medio, en F (noroeste de R) y S (hacia la parte superior izquierda). Dio también con un asentamiento de casas ovales (probable
3.
V ista ist a d e una un a d e las la s trin tr inch ch eras er as e x c a v a d a s p o r D ö r p f e l d en la llan ll anur ura a de N id ri, ri , L e u c a s
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mente del bronce medio) en las laderas de la colina de Amali, sobre la llanura (en el fondo, a la derecha del centro, sin ninguna indicación de letra). Halló un sistema de conducciones de agua (línea de rayas y puntos alternados, que va del noreste a B, abajo en el centro) que también supuso que era prehistórico. Descubrió asimismo un gran edificio, uno de cuyos lados tenía unos 40 metros de longitud, en P (cerca de R). Como es natural, lo identificó con un palacio, aunque probablemente pertenece al bronce antiguo. Sus cimientos se encuentran bajo un nivel de agua freática, lo que ayuda a explicar por qué hasta ahora sigue estando excavado de manera incompleta.17 Parece que Dörpfeld dejaba raramente de lado su texto de la Odisea', sin embargo, consciente o inconscientemente, estaba actuando como un arqueólogo de campo de primera clase y no como un exponente fracasado de los estudios homéricos. Lo verdaderamente significativo de sus descubrimientos es que, por encima de su hipótesis original, siguen siendo, ochenta años más tarde, los hallazgos más ricos de su época y los que proporcionan una mayor información del occidente del territorio griego, en parte gracias al hecho de que Dörpfeld los publicó con considerable detalle. Las tumbas R son probablemente las más impresionantes de Grecia durante este período, y sus contenidos son una guía para localizar el principal poblamiento de Leu cas y quizá de un área más amplia de la Grecia occidental. Nada de esto se habría logrado si sus métodos operativos no hubieran sido tan sólidos, tan exhaustivos y tan innovadores para su época (1901). Los arqueólogos extraerán diferentes conclusiones de esta historia. Para algunos constituirá un ejemplo de la dependencia de la arqueología clásica respecto a los objetivos literarios. Pero esta crítica razonable del tema, en su conjunto, no nos debe llevar a la conclusión insostenible que Dörpfeld no llevó a cabo 17. 17. Para las tumbas tumbas R , véase Alt A ltI Ith thak akaa (mencionado supra, supra , n. 16), pp. 178, 181, 184186, 217250; las tumbas F, en las pp. 173, 213217; las tumbas S, en las pp. 164, 179, 181, 207213; el asentamiento de la colina de Amali, en las pp. 175, 201203; el sistema hidráulico, en las pp. 159, 196198, y el gran edificio, en las pp. 174175, 177 178, 198201.
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ARQUEOLOGÍA DE GRECIA THEOKOLEON THEOKOLEON
4.
O lim li m p ia : p la n o d e las e xc a v a c io n e s d e l tall ta ller er d e Fidi Fi dias as,, 1 9 54 -195 -1 95 8 (seg (s egún ún A . M a llw ll w itz) it z)
una «buena» arqueología o, en su caso, «real». Los descubrimientos de Dörpfeld no son menos reales o sus métodos (para su época) menos buenos por la aplicación o la mala aplicación del principio de que una realidad arqueológica debe buscarse tras la épica homérica. Este principio, en líneas generales, no pued pu edee desc de scar arta tars rsee sin cualifi cua lificac cación ión,, tras tra s los extr ex traa ord or d ina in a rio ri o s r e sultados arqueológicos que proporcionó entre los años 1870 y 1940. Desarrollaré el caso con dos ejemplos de períodos históricos que son tratados estrictamente por la arqueología clásica y que además son de época más reciente. En primer lugar, Olimpia, donde las excavaciones de los años setenta del siglo pasado realizadas por alemanes han tratado de descubrir —lo que no se ha logrado de maner m aneraa concluyente conclu yente— — un edi edifi ficio cio de hace 17 1700 años, al que se refiere Pausanias en su Descrip Des cripción ción de Grecia Grecia (5.15.1). Se trata del taller en el que, seis siglos antes del propio
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5.
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D o s v ista is tass d e l ja r r o co n la in s c rip ri p ci ó n d e l n o m b r e d e F idias idi as
Pausanias, el escultor Fidias había trabajado en la estatua de Zeus, que se convirtió en una de las siete maravillas del mundo. La localización general, al oeste del santuario principal, no pla pl a n teab te abaa duda du das. s. Los edificios edific ios A y C (figura (fig ura 4) se p rese re sen n tan ta n como probables candidatos, aunque resulta imposible elegir entre los dos a partir de la evidencia hallada. En 1954, bajo la dirección de Emil Kunze, los alemanes volvieron a trabajar en ello; buscaban las huellas de actividad escultórica que no habían encontrado sus antecesores y también testimonios para fechar dicha actividad.1 activid ad.18 8 Los hallaron h allaron en gran cantidad can tidad en la parte par te exex terna de la pared sur del «Edificio A» y parcialmente bajo (y po p o r tan ta n to a n teri te rio o r) el «Edificio «Edifi cio C » . E s to les perm pe rmiti itió ó iden id entif tific icar ar el «Edificio A» (hasta donde sé, de manera unánime) como el taller de Fidias. También les permitió establecer (a satisfacción general, aunque no universal) una controversia sobre la datais .
D ie W erk er k Para Pa ra la excavación, en general, véase A. Mallwitz Mallwitz y W. Schiering, Schiering, Die stat st attt des de s Pheid Ph eid ias ia s in O ly m p ia , vol. I, Olympische Forschungen, n.° 5, Berlin, 1964; pero la exposición más completa sobre los restos materiales de tipo escultórico sigue siendo N euee De utsch uts chee A usgr us grab abun un gen ge n im M ittel it telme meer erge gebi biet et un d im Vord Vo rdere eren n la de E. Kunze en Neu Orient, Berlin, 1959, pp. 277-295. Sobre los problemas de interpretación de los moldes, H eilig igtu tum m un d Wettk We ttkam ampfs pfstät tätte, te, Munich, 1972, p. véase H. V. Herrmann, Olympia : Heil 254, n. 605; W. Schiering está realizando un nuevo estudio sobre el tema.
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6.
D etalle de la inscripción de Fidias
ción de la estatua en el desarrollo de la obra de Fidias, aun cuando las diferentes opiniones de la polémica cubren, como máximo, un período de sólo treinta años. Por primera vez, estas investigaciones arrojaron una directa y detallada luz sobre los métodos de trabajo griegos con materiales no típicos (oro, marfil, madera y otras materias), con los que se fabricaron esta y otras estatuas excepcionales. Apareció además otro hallazgo todavía más espectacular: un jarro de barniz negro, en cuya base estaban grabadas las palabras «pertenezco a Fidias» (figura 5). Surgió una divertida sensación, aunque no válida, de que el hallazgo era «demasiado bueno para ser verdad» y de que la inscripción era un fraude, realizado quizá por un dotado y malicioso estudiante. Este rumor parece haber sido desechado actualmente, ya que el examen microscópico de la superficie de la arcilla en la zona donde están grabadas las letras ha demostrado que la incisión es antigua, anterior a la ruptura en diagonal (a su vez de considerable considera ble antigüedad antigü edad)) (figura 6).1 6) .19 Nos No s enco en cont ntra ram m os de nuev nu evo o con co n u n a excava exc avació ción n p lane la nead adaa pa p a ra solu so luci cion onar ar u n p rob ro b lem le m a o, si era er a posi po sibl ble, e, dos. do s. A m bos bo s fue 19. 19. Véase Véa se W.-D . Heilmeyer, «Antike Werkstättenfu Werkstättenfunde nde in Griechenland», Griechenland», A A (1981), pp. 447-448.
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Ubicación deducida del Solarium Augusti, con las zonas excavadas en 1979 y 1980 (según E. Buchner)
ron resueltos y uno de ellos (el de la localización) no sólo con un grado razonable de posibilidad, sino incluso más allá de toda duda razonable. Bajo mi punto de vista, esta conclusión debe mantenerse, aunque la investigación posterior sugiera que la posición del material escultórico resulta más complicada de lo que parecía a primera vista, es decir, no es preciso que todo el material tenga que asociarse con la colosal estatua de la obra de Fidias y el taller pudo también haber sido empleado de nuevo en época posterior. Sin embargo, como hemos visto, la actividad de Fidias está más allá de cualquier duda. Mi ejemplo final comprende otra gran obra de la antigüedad clásica: el reloj de sol y el calendario erigidos por el emperador Augusto en el Campo de Marte de Roma el año 9 a.C. En 1976, por medio de una compleja serie de argumentos, Edmund Buchner llegó a ciertas conclusiones sobre la localización, for
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ma, nivel y función de una gigantesca red horizontal de una extensión de 160 m por 75 m, donde se tomaban las lecturas del reloj de sol (figura 7). Buchner estaba trabajando a partir de un único dato arqueológico: la localización y la altura aproximada del obelisco que había formado el puntero del reloj de sol, hallado en 1748 y situado en un lugar diferente. El estudioso concluyó su argumentación con estas palabras: «Un mero fragmento de esta red nos daría una imagen de todo el conjunto y confirmaría o refutaría mis conclusiones».20 Predijo también que, teniendo en cuenta la historia posterior sobre el verdadero lugar, la evidencia de la red debería poder hallarse. Tres años más tarde logró contrastar sus conclusiones mediante una excavación en un área densamente construida, cerca del corazón de la ciudad moderna, donde el espacio más amplio disponible (figura 8) tenía tan sólo la anchura de una estrecha calle. De hecho, fue en el sótano de una casa (48 de la Via di Campo Marzio), lugar en el que Buchner había predicho la intersección de los «espacios mensuales» en la porción de calendario de la red, donde tuvo lugar el hallazgo decisivo. A una profundidad de 6 metros bajo el nivel de la calle, se halló un bloque de travertino en el que se había empotrado una letra A de bronce de nueve pulgadas de alto. Le seguían otras letras, que demostron que la A era la segunda letra de p a r t h e n o s (Virgo) en la forma latina más familiar del calendario zodiacal (figura 9). En este caso, como en el hallazgo de Kunze en Olimpia, todo el conjunto resultó ser algo menos claro de lo que las primeras impresiones sugirieron. Buchner halló la red del reloj de sol a una altura algo superior a las predicciones, lo que fue aclarado más tarde. No se trataba del reloj de sol original de Augusto, sino de otro algo más tardío (quizás de Domiciano), que, por razones obvias, tenía que estar justo encima de su predecesor (puesto que, probablemente, el obelisco todavía no ha 20. «Schon ein Stückchen des Liniennetzes Linien netzes könnte uns uns ein Bild vom ganzen ganzen vermitteln —und meine Ergebnisse bestätigen oder widerlegen» («Solarium Augusti und Ara Pacis», RM , 83 [1976], p. 365; este artículo fue reeditado por E. Buchner, D ie Sonnenuhr des Augustus, Augustus, Maguncia, 1982).
8.
Solarium Solarium Augu sti: vista vista de la la excavación excavación en ta Via Via Ji Ca m po M a n io
9.
Solarium Augusti: vista de la excavación de 1980 en el sótano del n.° 48, Via di Campo Marzio
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bía sido movido).21 Pero de nuevo, como en el caso de Olimpia, habían sido establecidas la localización y la identificación más allá de toda duda. ¿Qué es lo que prueban estos ejemplos, colectiva o individualmente? ¿Qué sólidas características de la arqueología clásica ilustran? Al nivel más simple, demuestran que existieron y existen excavadores que contrastan sus hipótesis y validan su solidez general; en los dos últimos casos comprobando su corrección específica. Esto último resulta bastante raro en arqueología. ¿En qué otro lugar, excepto en el mundo clásico, puede excavarse un estrecho agujero de más de 6 m y hallar en el fondo casi exactamente lo que se ha predicho? ¿Dónde más se podría excavar el lugar de una actividad individual conocida de 2.400 años de antigüedad y hallar el autógrafo real de este individuo? Soy consciente de que cosas similares ocurren ocasionalmente en la arqueología de Egipto, del Próximo Oriente y de China y podría decirse que suceden siempre en esta otra arqueología con la que se encuentran más frecuentemente los legos, la arqueología descrita para el gran público. En busca del arca arca perdida perd ida es sólo el ejemplo más reciente de una larga línea de variaciones sobre el tema. Pero todo ello está muy alejado de la experiencia normal del arqueólogo y aún más de los ideales de la Nueva Arqueología. Sin embargo, ¿hasta qué punto es grande esta distancia y en qué consiste exactamente? En varios sentidos, la característica más sobresaliente de los tres ejemplos expuestos es la que tuvo lugar antes del comienzo de la excavación. Dörpfeld examinó el paisaje de una determinada porción de territorio y luego se dedicó a una parte más pequeña como localización más probable de lo que estaba buscando. Aunque de manera distinta a la que esperaba, los resultados posteriores reivindicaron su opinión, lo que, en última instancia, quizá fue igualmente beneficiosa para la arqueología. Kunze se planteó hallar la solución a dos controversias que duraron ochenta años y lo hizo de manera convincente. Buchner desa21. Véase E. Buchner, «Horologium Solarium Augusti», R M , M , 87 (1980), pp. 355 373, reeditado igual en Die Sonnenuhr des Augustus Augustus (citado en π. 20).
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rrolló una compleja y muy específica hipótesis y la publicó antes de contrastarla con éxito resonante. Hasta ahí puede decirse que estos excavadores estaban observando las normas de la Nueva Arqueología: «Desarrollar premisas explícitas y luego contrastarlas». «Atravesar los límites de las disciplinas establecidas haciendo nuevas contribuciones a otras disciplinas si ello es posible.» «Contar, medir y cuantificar cuando sea posible.» Son máximas que fueron puestas en funcionamiento en los casos mencionados. Pero a partir de este punto se abre un vacío. Los tres términos más peyorativos que usan los nuevos arqueólogos para condenar las perspectivas tradicionales son «empirismo ciego», «pura descripción» y «particularismo». Espero haber demostrado que ningún esfuerzo de imaginación puede permitir que se introduzca el primero de los cargos en estos casos, ya que los métodos de los tres excavadores mencionados no fueron «ciegamente empíricos». En cuanto al segundo cargo, he oído la frase «puramente descriptiva» aplicada a toda la disciplina de la arqueología clásica, sobre todo en contraste con la calificación de «explicatoria» o «explicativa» utilizada para los planteamientos que se dirigen a responder a la pregunta «¿por qué?». Puede argumentarse que cada uno de estos descubrimientos inició cuestiones de tipo explicativo, acerca de las cuales los propios excavadores meditaron cuidadosamente. En el caso de Dörpfeld, la pregunta obvia, como él mismo la planteaba, era por qué un nombre de lugar griego, «ítaca», debería haber migrado de una isla a otra entre el período de formación de la épica homérica y el comienzo de la historia griega, y sabemos que se preocupó mucho por este problema. Los hallazgos de Kunze demostraron, como aceptó la mayoría de los investigadores, que la estatua de Zeus de Olimpia fue la obra de un Fidias de avanzada edad, después de que finalizara su trabajo en el Partenón de Atenas. Pero, en este caso, ¿cómo y por qué surgió una fuerte tradición en la antigüedad según la cual fue perseguido y murió en prisión inmediatamente después de su trabajo en Atenas? El descubrimiento de Buchner de una antigua ubicación del reloj de sol de
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Augusto sugiere una conexión con este hecho (atestiguado por Plinio el Viejo pocos años después de su construcción). El reloj de sol original empezó a funcionar incorrectamente. ¿Por qué sucedió esto? Debe reconocerse, no obstante, que el trabajo de campo que se realizó en cada caso no estuvo dirigido directamente a responder estas cuestiones. Ha de decirse también que estos logros entran de lleno en la tercera crítica: son decididamente particularistas. Y, en palabras de Lewis Binford, «Una vez ... que el centro del estudio se mueve hacia el reconocimiento de patrones comparativos y hacia la evaluación de la variabilidad, las perspectivas particularistas son triviales, poco interesantes y aburridas, incluso para sus defensores».22 Con las últimas cuatro palabras, Binford llega, sin duda, demasiado lejos —hemos visto cómo y por qué las perspectivas particulares continúan interesándonos—, pero vamos a dejarlo. Más importante es el hecho de que algunos nuevos arqueólogos han aceptado que las perspectivas particularistas pueden actuar como trampolines para otros avances de tipo más aceptado. Así, en el mismo libro en cuya intruducción Binford emplea las palabras citadas, Stanley South escribe: «El hecho de que Noël Hume utilice una perspectiva particularista no significa que las clasificaciones descriptivas y los datos que surgen de su trabajo no puedan usarse bajo otras perspectivas».23 Iré más allá y diré que, sin la base y el contraste proporcionados por los trabajos tradicionales de espíritu «particularista», los nuevos arqueólogos encontrarían mucho más difícil hacer avanzar las perspectivas teóricas, universales, orientadas antropológicamente y que pretenden, en ocasiones, establecer leyes. Es difícil imaginar, en trabajos posteriores, un trampolín mejor que la obra de Dörpfeld (al menos para su época) sobre el poblamiento prehistórico y el uso de la tierra en el área estudiada. O que el de Kunze para esa exótica manifestación de la empresa creativa humana, la escultura de oro y marfil. O el de Buchner para el estudio de las primeras mediciones del tiempo. 22. Introducción Introducció n a S. South, South , M etho et hodd a n d T heor he oryy (citado en n. 14), p. 23. M eth et h od a n d T h e o r y , p. 10.
x i.
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Hemos visto que la arqueología clásica sobresale justo en los puntos donde esperamos que destaque, a saber, en hallar una respuesta correcta o al menos bastante convincente respecto a las cuestiones que tienen una única respuesta. La arqueología necesita las dos perspectivas. Necesita confirmar sus hipótesis teóricas, no una vez, sino de forma reiterada, y, si algunas de las confirmaciones se aproximan a una total certeza —sólo posible en el campo de la arqueología clásica por su rica base de datos—, será mucho mejor para la arqueología en general. Admito que en la arqueología clásica se tiende poco a generalizar, pero no creo que importe mucho si esta carencia se remedia desde dentro o desde fuera. Si la resuelven de algún modo los propios arqueólogos clásicos, sería interesante que el hecho fuera al menos advertido por el resto de los arqueólogos. W. H. Auden afirmaba que la «historia es, estrictamente hablando, el estudio de las preguntas; el estudio de las respuestas corresponde a la antropología y a la sociología ... La cultura es historia que está en estado latente o extinguido».24 La mayor parte de la arqueología trata de períodos de tiempo de tal magnitud que, de manera inevitable, se preocupa de la «cultura» en el mismo grado que lo hace la antropología. La mayor parte, pero no toda. Existen épocas del pasado del hombre donde el estado de los testimonios permite al arqueólogo estudiar «preguntas» que eran, a menudo, planteadas por primera vez, y examinar la evidencia material empleada en los primeros intentos para contestar estas cuestiones en lugar de examinar la «historia extinguida» de una respuesta ampliamente aceptada. La arqueología clásica trata quizás de la más importante de estas épocas excepcionales. Sin embargo, no todo en la arqueología clásica entra dentro de este tipo de investigación y la propia historia estudia muchas clases de preguntas distintas. En los próximos capítulos intentaré demostrar cómo podría aumentar la vitalidad intelectual de la disciplina, sobrepasando algunas de las barreras artificiales más limitadas impuestas por sus propias restricciones, es decir, lo que se ha permitido aceptar. 24.
The Dyer's Hand, Hand, Vintage Books, Nueva York, 1968, p. 97.
2. ARQUEO ARQ UEOLOG LOGÍA ÍA E HIST HISTOR ORIA IA Entre la primera edición del Oxford Classical Dictionary de 1949 y la segunda de 1970 se consideró oportuno reescribir completamente el concepto «arqueología (clásica)». Uno de los cambios que el autor de la segunda versión, John Cook, hizo a la primera, de Stanley Casson, fue omitir un comentario sobre la arqueología clásica que decía: «sus contribuciones al estudio de la historia antigua son directas y obvias». La omisión de esta frase, fuese deliberada o no, está hasta tal punto en armonía con mi argumentación, que voy a considerarla como «texto», o más bien como intertexto, de este capítulo. Si se está de acuerdo, en líneas generales, con la afirmación de que el primer campo de investigación de la arqueología clásica tradicional fue, como se dijo al comienzo, el estudio de las obras de arte antiguas, se aceptará, probablemente también, que una subsiguiente cuestión importante la constituyó la interacción entre arqueología e historia antigua. En el primer campo de investigación han destacado los nombres más sobresalientes de la historia de la disciplina. La arqueología clásica ha alcanzado en dicho campo sus cotas más altas de prestigio, no sólo entre los demás clasicistas, sino también entre el público en general. Para los primeros clasicistas porque pueden encontrar en este tipo de investigación ciertas cualidades que son apreciadas, como son su utilidad, un tipo de analogía con sus propios trabajos, y, lo que siempre es importante para ellos, criterios para juzgar lo que es excelente. Para el público en general, porque el estudio de las obras de arte antiguas se considera,
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posiblemente, su función más importante, según el grado de información que aquél tenga de lo que es la arqueología clásica. Con todo, quiero posponer la consideración de este tema a un próximo capítulo. Lo hago no sólo porque piense que la arqueología clásica es invulnerable a la crítica en este aspecto; y tampoco porque lo considere un anatema para la escuela de pensamiento representada por la Nueva Arqueología, aunque, sin duda, sea claramente así. Lo prefiero, más bien, porque considero que la necesidad más urgente de cambio se encuentra específicamente en la interrelación entre la arqueología de Grecia y la historia de Grecia. La relación entre estas dos materias es muy antigua y suele ser aceptada con pocas dudas por ambas tendencias, como implicaba la primera versión del Oxford Classical Dictionary. E l resultado de esa aceptación es que tal relación y semejante colaboración entre la arqueología y la historia se ha hecho muy estrecha; probablemente más que en ningún otro campo de los estudios antiguos, con la única excepción del matrimonio, mucho más tormentoso, entre la historia del Antiguo Testamento y la arqueología del Israel moderno. Pero, al igual que en el caso de otras relaciones aparentemente armoniosas, ésta debe su carácter pacífico, en parte, a la premisa tácita, pero sólidamente asumida, de que una de las dos partes está subordinada a la otra. Esto lo sugiere la consideración de que la arqueología es la «doncella de la historia», tan común en los círculos clásicos de hace un par de genera gen eracio cione nes.1 s.1 No voy voy a molestarme molestarm e en disdiscutir esta imagen, sino que argumentaré que la arqueología griega ha estado casada o a la espera de estarlo con un tipo equivocado de historia. Debo aclarar, en primer lugar, la afirmación que acabo de hacer y que luego ejemplificaré. Mi tesis parte de una pretensión más amplia que ya he expresado en otros lugares: la arqueología clásica ha sido un tema dominado, durante algún tiempo, por diversos tipos de positivismo y ha caído en tal pro1. Este Est e aforismo, quizá quizáss obsoleto en la actual actualidad, idad, está citado por T . J. Dunbabin, The Greeks and Their Eastern Neighbours, Neighbours, Londres, 1957, p. 14.
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ceso en una forma de «falacia positivista».2 La falacia consiste en convertir en términos prácticamente intercambiables la importancia de lo arqueológico y lo histórico, es decir, igualar lo que es observable con lo que es significativo. Esto puede ejemplificarse mediante las interpretaciones procedentes de la excavación de un asentamiento. La línea argumentativa que guía este proceder puede ir en la siguiente dirección: «En la secuencia del depósito de nuestro yacimiento, los elementos más destacados son éste, éste y éste» (refiriéndose a los cambios arquitectónicos que incluyen destrucción de edificios, sus características, así como un cambio en la incidencia de los productos de buena calidad o importados). «De ahí se deduce que los episodios que representan estos elementos fueron los más importantes de la historia del yacimiento y, por tanto, se considera correcto consultar los registros documentales del mundo clásico para tales períodos con el fin de encontrar qué sucesos registrados podrían estar representados, o ejemplificados, por los elementos de este yacimiento.» Opino que cada uno de los pasos de esta argumentación es, en gran medida, érroneo. En primer lugar, vamos a tratar de aproximarnos al problema desde el punto de vista histórico. El objeto de estudio de la historia de Grecia, considerado tradicionalmente, consiste en investigar los grandes episodios políticos, constitucionales y militares que parecen haber tenido un efecto decisivo sobre el desarrollo de la civilización griega. En años recientes, se ha ampliado este objeto y se investigan también las grandes «constantes» del proceso social (esclavitud, demografía, moralidad popular, relaciones entre los sexos, agricultura, cría de animales, y el problema de la muerte y sus rituales), al igual que acontece en la investigación histórica medieval y moderna. Pero los años forma tivos de la arqueología clásica como disciplina coincidieron con el «antiguo orden» de la historia (como sucedió con la historia del arte) y por ello su respuesta a los cambios en curso ha sido más lenta. Por un lado, quizás porque recibe las influen 2. En M. H. Crawford, Crawford, ed., Sources Sources fo r Ancient Ancient History History , Cambridge, 1983, pp. 137 184, especialmente 142143, 145146, 163.
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cías de segunda mano y, por otro, porque, tradicionalmente, el campo de actividad que cubría había sido considerado útil. Muchos importantes sucesos políticomilitares griegos de los siglos vi, V, IV, ni y π a.C. pueden datarse en el año, el mes o incluso en el día en que tuvieron lugar. Puesto que se supone que muchos tipos de artefactos griegos (debo recordar que estoy excluyendo de mi definición de arqueología las monedas y las inscripciones) son datables en períodos de 25 años o menos, parece una inferencia razonable que los resultados de una excavación cuidadosamente registrada puedan ponerse en relación con la historia tradicional. Se puede esperar que este proceder tome una de estas tres formas: confirmar o acentuar el conocimiento histórico existente, complementarlo y contradecirlo o, potencialmente, negarlo. En las épocas centrales de la historia de Grecia (centrales en el sentido geográfico y cronológico) se supone que la función de confirmación es la norma para la arqueología. Cuanto más nos alejemos del centro geográfico de las regiones central y meridional de Grecia o del centro cronológico de los siglos V y I V a.C. (lo que en el caso de Grecia significa trasladarnos a períodos anteriores) es más probable que la documentación histórica sea más escasa y menos fiable y, por consiguiente, sean más importantes las formas complementaria y de contradicción que aporte la evidencia arqueológica. Un proceso comparable se aplica a la historia de las provincias romanas o a la época central del final de la República y comienzos del Imperio (en este caso, especialmente, cuando nos movemos en períodos más tardíos). En la historia griega más antigua nos vienen a la mente diversos episodios, para cuyo esclarecimiento la evidencia arqueológica tiene, al menos, tanta importancia como la evidencia histórica: las colonizaciones, el surgimiento de la polis, la «Guerra Lelan tina», la adopción del armamento y de la táctica hoplíticos, el comienzo de la construcción de barcos de guerra a remo, sin mencionar tópicos claramente arqueológicos, como la aparición de la arquitectura monumental. Quiero detenerme a continuación en el primer tema de la lista, pero, primero, debo considerar de nuevo la mencionada «falacia positivista» y un tipo específico de proposición a que da lugar.
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Empezando desde la hipotética línea de razonamiento esbozada a grandes rasgos más arriba, muchos excavadores de yacimientos clásicos presentan, esencialmente, sus resultados en forma de narrativa histórica tradicional y llegan a la conclusión de que determinados acontecimientos tuvieron lugar en sus yacimientos en determinadas fechas aproximadas. Esta práctica es aceptada, de igual manera, por arqueólogos e historiadores, aunque sea a modo de aproximación convencional. Pero está abierta a dos líneas de examen crítico. La primera, la cronológica, es técnica, limitada y tan sólo de interés «particularista»: ¿cómo se ha establecido, con el deseado margen de precisión, la datación del material arqueológico? ¿Es absolutamente independiente de la fecha del presumible acontecimiento histórico con el que se está asociando? ¿No existe una cierta circularidad en el argumento? Y, en cualquier caso, ¿estamos seguros de que actuamos correcta y sólidamente? La otra crítica es más abstracta y de mayor alcance, ya que no se refiere a la exactitud de las fechas, dadas de manera aproximada, sino a la realidad de la existencia de los acontecimientos determinados. Vamos a volver a examinar la naturaleza exacta de la hipotética argumentación del arqueólogo, resumida más arriba. Si está realmente identificando elementos o episodios de su yacimiento con acontecimientos históricos conocidos, tiene que ex plicitar (o asumir) los siguientes pasos en su argumentación: primero, aceptar q u e ocurrió un determinado episodio; segundo, inferir el momento aproximado en que aconteció, y, tercero, realizar una inferencia acerca de cómo tuvo lugar, es decir, en qué circunstancias se manifestó, las cuales no necesariamente proceden de las causas. La siguiente fase de la argumentación, la correlación con un acontecimiento histórico conocido, proporcionará, en muchos casos, la causa del mismo. De este modo, se realiza una ecuación entre una observación directa y reciente extraída de la tierra y un dato histórico preexistente (que procede, generalmente, de un comentario de un escritor antiguo) que, lejos de ser una afirmación factual simple, puede implicar cierto grado de abstracción o de interpretación de los sucesos.
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Todo el mundo estará de acuerdo en que, en términos relativos, los sucesivos pasos de esta argumentación (el «qué», el «cuándo», el «cómo» y la relación con el suceso histórico) representan una secuencia de controversia ascendente. Lo que intento plantear es que, desde el primer paso, es decir, desde la aseveración de que el episodio arqueológico está «presente», toda la secuencia está rodeada de grandes dudas que nadie parece dispuesto a admitir, al menos en público. Aquí puedo hallar un aliado, no inesperado, en la Nueva Arqueología. Por sus antiguos alumnos sé que David Clarke solía extenderse en este punto durante sus clases y que publicó, al menos, una advertencia al respecto. El peligro de la narración histórica, como vehículo para alcanzar resultados arqueológicos, es que resulta elegante por su forma y su aparente finalidad, mientras que los datos en los que se basa nunca son amplios, no tienen una única interpretación y descansan sobre probabilidades complejas. Los datos arqueológicos no son datos históricos y, por consiguiente, la arqueología no es historia.3 Pienso, llegado este punto, en las cualidades propias de los hallazgos arqueológicos: no son completos, son ambiguos y complejos. En primer lugar, no son completos. Si un arqueólogo registra que el yacimiento que está excavando fue incendiado y luego abandonado, el historiador y el lego, en general, entenderán que esto sucedió en todo el asentamiento o en una parte sustancial del mismo. De hecho, lógicamente, esa inferencia sólo puede ser cierta si el yacimiento ha sido excavado totalmente o en gran parte. Incluso en Grecia, donde algunos yacimientos se han excavado de manera intermitente a lo largo de los últimos cien años, raramente se cumple esta condición. Aunque un horizonte de destrucción se encuentre en todas partes, la conclusión de que esta destrucción fue sincrónica, que constituyó un 3. p. 12.
D. L. Clarke, Ana A naly lyti tica call A r c h a e o lo g y , Londres, 1960; 19782, ed. R. Chapman,
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único episodio, es, probablemente, una inferencia de sentido común más que una demostración. Por ejemplo, el grado de precisión cronológica de las series de cerámica mejor datadas es improbable que justifique una distinción entre un día y, por ejemplo, diez años. Puede ser innecesario recordar, llegados a este punto, que la historia documental ofrece ejemplos en los cuales un asentamiento fue destruido dos veces en un período de tiempo muy breve. Además, los depósitos de destrucción contienen, frecuentemente (y predeciblemente), materiales que estaban lejos de ser completamente nuevos en el momento del desastre. Vemos, por tanto, que el hecho de que los datos no sean completos afecta a la aplicación del «qué» y del «cuándo» a sucesos tales como la destrucción de un asentamiento. También la ambigüedad y la complejidad afectan a estas materias y, más esencialmente, a la cuestión del «cómo». La distinción entre desastres naturales, como son los terremotos o los incendios accidentales, y los resultados de una acción militar es crucial en el contexto de la reconstrucción histórica. Sin embargo, para el arqueólogo que excava un yacimiento, tal distinción resulta, a menudo, muy oscura, incluso imperceptible. Existe una cuestión altamente problemática con respecto de hasta qué punto los recursos militares del mundo antiguo eran capaces de llevar a cabo una destrucción total de la superficie de un área de asentamiento. Incluso, podía fácilmente haber tenido lugar, sin dejar huellas arqueológicas visibles, la eliminación de toda una población, seguida por el abandono permanente del yacimiento. Vamos a considerar una hipótesis no demostrada (hasta la fecha). Leemos en las fuentes antiguas (Tu cídides 7.29; Pausanias 1.23.3 y 9.19.4) que la ciudad beocia de Mykalessos fue saqueada por las enfurecidas tropas mercenarias tracias que luchaban junto a los atenienses en la guerra del Peloponeso en el año 413 a.C. Se dice que mataron a todos los seres vivientes que encontraron y que saquearon los templos y las casas. El emplazamiento de Mykalessos se ha identificado, con toda probabilidad (véanse pp. 9697, infra), pero éste, al contrario que las necrópolis, no se ha excavado aún. Cuando se excave, ¿hasta qué punto serán aparentes las huellas del episodio
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del 413 a.C.? Los estilos cerámicos del momento tienen una datación bastante ajustada en su secuencia. Pausanias, que escribía casi seiscientos años después, dice, en el primer pasaje citado, que el desastre fue tan terrible que Mykalessos nunca fue reocupado; y ciertamente estaba abandonado en su época. Sin embargo, existe evidencia de que, a pesar de lo correcto de la moderna identificación del yacimiento, Pausanias se equivocó, ya que existen monedas de Mykalessos correspondientes al siglo I V a.C. (podría añadirse también que los enterramientos asociados al presunto emplazamiento de Mykalessos tienen una cronología que va del siglo vin al m a.C.). No es correcto censurar a los futuros excavadores por lo que puedan o no puedan hacer, pero, en virtud de las prácticas del pasado, estoy tentado a decir que las huellas de destrucción del yacimiento, se daten o no con seguridad, se asociarán presumiblemente al saqueo del 413 a.C. y, en el caso de que no se identifiquen en absoluto esas huellas, la identificación del yacimiento se considerará, entonces, dudosa (a menos que se encuentre evidencia epigráfica concluyente), quizás no por los excavadores, pero sí por otros investigadores. Surgirán diversos problemas si la secuencia de ocupación no encaja con la de las monedas y la de las tumbas cercanas. Y así sucesivamente. Una ilustración todavía más clara de que los datos arqueológicos no son completos, pero sí ambiguos y complejos, se encuentra representada, no una sino muchas veces, en la arqueología del bronce egeo, probablemente el período en el que primero pensamos cuando nos referimos a la interpretación de destrucciones registradas en los asentamientos. No sería correcto, en este caso, detenernos excesivamente en el aspecto cronológico, puesto que todo el mundo está de acuerdo en que la datación de las secuencias cerámicas y de otros artefactos es menos precisa que la de los períodos plenamente históricos. Sin embargo, en este ámbito tenemos notables dudas respecto a si algunos importantes yacimientos de la edad del bronce sufrieron una destrucción militar y, en ese caso, cuándo y cómo. Será suficiente mencionar tres ejemplos y detenernos algo más en un cuarto.
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En primer lugar, nos referimos al controvertido debate sobre la destrucción del palacio de Cnoso. Durante los últimos veinticinco años se ha tendido, de manera cada vez más insistente, a hacer más reciente la fecha original propuesta por sir Arthur Evans (hacia el 1400 a.C.) para ese acontecimiento, sin mencionar la amplia serie de conjeturas que se han vertido sobre la causa del mismo. Actualmente, muchos investigadores apoyan una fecha tardía (hacia el 1200 a.C.) para tal destrucción. No obstante, todavía se mantienen posiciones intermedias. Una de ellas reconoce d o s niveles de destrucción, el primero se produciría no mucho después del 1400 y el último cerca del 1200 a.C.4 En cuanto al debate, algo más reciente, pero en cierto sentido similar, acerca de la destrucción del palacio micénico de Tebas, de nuevo, en este caso, se han producido presiones recientemente para retrasar la fecha propuesta por su primer excavador, A. D. Keramopoullos, y también aquí existe una opinión estimable de que hubieron dos destrucciones.5 Una de las características comunes de estos dos casos está presente también en un tercero, que comprende no sólo la destrucción, sino también el abandono de un yacimiento, TellelAmarna, en Egipto.6 Todos estos ejemplos son propios de ciertas características técnicas arqueológicas que raramente se comunican al lego. La repetida tendencia a hacer más recientes las fechas arqueológi f i n a l de un período de ocupación no es enteramente cacas del fi sual. Por regla general, esta tendencia surge al incrementarse la información disponible. La reanudación de las excavaciones en un yacimiento revela la presencia de nuevos depósitos de cerámica en contextos de destrucción. Cuando estos depósitos son anteriores a los conocidos previamente, el hecho puede atraer poca atención, puesto que un depósito tiene que datarse por el 4. Para un completo y reciente recien te resumen de este debate, deba te, véase W .D . Niemeier, «Mycenaean Knossos and The Age of Linear B», SMEA, SMEA, 23 (1982), pp. 219287. 5. H. W. Catling, J . F. F . Cherry, R. E . Jones Jone s y J. T . Killen examinan examinan la polémica polémica tebana en «The Linear B Inscribed Stirrup Jars and West Crete», BSA, BSA, 75 (1980), pp. 49113, especialmente 9498. 6. Véase V . Hankey, «The Aegean Aegean Deposit Deposit at El Amarna», en Acts Ac ts o f the th e Inte In tern rnaational tional Arch aeological Symposium Symposium «The Mycenaeans in the Eastern Mediterranean» Mediterranean» (Nicosia, 1973), pp. 126136.
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material más tardío que aparece en él, pero cuando los nuevos hallazgos son más recientes (y, por la ley de promedios, puede predecirse que esto sucede en ocasiones), el resultado tiene que ser un reajuste. Alternativamente, puede llegarse al mismo resultado, no a causa de nuevas excavaciones, sino por nuevos estudios realizados sobre materiales ya conocidos o sobre el contexto arqueológico en el que aparecieron. En general, podríamos decir que el primer caso es el que Tebas ejemplifica y el segundo queda ilustrado por Cnoso y TellelAmarna. El ajuste cronológico puede hacerse en términos «históricos» («el palacio de Cnoso y el de Tebas fueron destruidos hacia el 1200 más que hacia el 1400 a.C.»), pero si la cronología histórica está sólidamente establecida entonces se altera simplemente la escala de tiempo arqueológico («cuando Tellel Amarna fue abandonado algo antes del 1350 a.C., el estilo cerámico llamado “heládico reciente III A” no se encontraba en el punto medio de su desarrollo, sino que éste ya había finalizado»), Estos tres ejemplos son importantes por el efecto que tuvieron en la reconstrucción «histórica» del bronce reciente egeo y conllevaron la reelaboración de los relatos narrativos. Esto debería servir de aviso al historiador de períodos posteriores que intenta derivar narración histórica de observaciones arqueológicas. Todavía resulta más crítico el caso de Micenas, ya que afecta a la consideración de otros muchos importantes yacimientos que comparten la misma cultura. Normalmente se considera que existen tres horizontes sucesivos de destrucción en la propia Micenas y que el segundo corresponde al momento histórico más importante, ya que se pone en relación con las principales destrucciones de Tirinto, Pilos y otros lugares. La primera destrucción de Micenas está prácticamente limitada a los edificios exteriores de la ciudadela propiamente dicha y corresponde a una etapa tardía, quizás muy tardía dentro del «heládico reciente III B» de la cerámica micénica. La segunda destrucción corresponde al final de la misma fase y afecta a la mayor parte de las estructuras de la ciudadela. Volveremos dentro de un momento a la tercera destrucción.
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La línea que divide las dos primeras destrucciones es, en términos cerámicos estrictos, muy sutil. Es razonable plantearse, llegado este instante, si el conocimiento de la secuencia cerámica micénica ha alcanzado el punto en que puede mantenerse una clara e indiscutible distinción entre estadios: «hacia finales de» o «a finales de» de una determinada fase. Las mismas dudas aparecen cuando se intenta comparar esta secuencia con la de otros yacimientos situados a alguna distancia de Micenas. En relación a la propia Micenas, puede existir otro elemento oculto en el razonamiento, aunque sea perfectamente respetable. El sentido común nos llevaría a esperar que los edificios exteriores, no defendidos, «cayeron» antes que los fuertemente fortificados. Pero lo que da interés a todo el asunto es la opinión, avanzada de forma convincente en 1975 por uno de los excavadores más recientes de Micenas, de que el primer horizonte de destrucción de Micenas fue en parte o enteramente provocado por un terremoto y no por la acción militar que se presumía tácitamente en la mayoría de las reconstrucciones anteriores.7 A esta propuesta debe añadirse una nueva información procedente de las actuales excavaciones alemanas en Tirinto, situado unas pocas millas al sur, donde se ha descubierto evidencia, igualmente convincente, de una destrucción debida a un terremoto. En este caso, sin embargo, el desastre fue el fin, una gran destrucción que afectó al palacio y la ciudadela. El director de estas excavaciones, K. Kilian, ha llegado a la conclusión natural de que lo que se aplica a Tirinto debe aplicarse también a Micenas y, en ambos lugares, el segundo y decisivo horizonte de destrucción debió ser provocado provocado por un un terr t errem emoto oto.8 .8 D e manera m anera que dos «episodios militares» sucesivos de Micenas tienen que rein terpretarse como desastres naturales (aunque también podría probarse que fueron aspectos de una misma catástrofe), de lo que se deduce que toda una serie de intentos por explicar la caída de la civilización micénica están, en gran medida, viciados. 7. G. E. E . Mylonas, Mylonas, lo más más reciente en Myc M ycen enae ae R ich ic h in G o l d , Atenas, 1983, pp. 145148, 161. 8. Véase K. Kilian, «Zum Ende der Mykenischen Mykenischen Epoche Epoch e in in der Argolis», Ja J a h r b . RGZM, RGZM, 27 (1980), pp. 166195, especialmente pp. 182, 185 con fig. 7.
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No obstante, aún nos queda, la tercera y última «destrucción de Micenas». En 1924, A. J. B. Wace publicó los resultados de su excavación de un edificio que se encuentra junto a la entrada principal de la ciudadela y que identificó como un granero.9 Consideró que había sido incendiado en una fecha considerablemente posterior a la de la catástrofe principal del asentamiento, es decir, en algún momento del período heládico reciente III C. Wace no pretendió que este episodio formara parte de un amplio horizonte de destrucción en Micenas, pero este simple dato de observación arqueológica, un incendio que no pudo demostrarse que hubiese afectado más que a un edificio de tamaño modesto, se convirtió en una especie de símbolo: la «destrucción del granero» de Micenas fue, durante largo tiempo, el testimonio material más positivo que se podía correlacionar, aproximadamente, con las indicaciones cronológicas dadas por varios escritores antiguos para la invasión de los dorios en el Peloponeso (esto es, la última parte del siglo xn a. C.). Pocos prestaron atención a la sensata opinión, avanzada en 1962 por el investigador sueco Per Álin, de que la destrucción del granero de Micenas fue el resultado probable de un fuego accidental. De nuevo, en este caso, trabajos posteriores en Tirinto han proporcionado su nivel de destrucción correspondiente, al menos en una de las casas del interior de la ciudadela. No obstante, esta observación pierde su interés crucial cuando se sabe que esta misma casa sufrió al menos tres destrucciones por el fuego en una sola subíase del período heládico reciente III C.10 Se puede apreciar aquí el deseo natural de los legos en la materia y de los investigadores por alcanzar algún tipo de reconstrucción histórica, pero, al mismo tiempo, si se lleva a cabo un análisis profundo de los fundamentos de las reconstrucciones que se han sugerido hasta el momento, se sufre una experiencia decepcionante. 9. «Excavations at Mycenae: The Granary», B S A , 25 (19211923), pp. 3861. 10. 10. P. Alin, Alin , Das E nde der M ykenischen Fundst Fundstätt ätten en a u f dem griechischen griechischen Festland, Festland, Studie Studiess in Mediterranean Mediterranean Ar chae ology, olog y, n.° 1 (Lund, 1962), p. 150; cf. pp. 1213, 15, 24. Para la contemporánea destrucción de Tirinto, véase Kilian (citado más arriba, η. 8), pp. 183186, fig. 7, complementado con artículos posteriores en AA A A (1981), p. 159; (1982), pp. 395396; (1983), pp. 280281.
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10. 10.
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Reconstrucción de la muralla de A nton ino, desde el este (segú (según n D. D . J. B re eze ez e )
Puede pensarse que abordar el tema de la edad del bronce egeo no es «juego limpio», ya que su registro arqueológico se reconoce problemático y que las versiones propuestas acerca del período tampoco pretenden, de manera seria, ser consideradas «historia». Volvamos por tanto, quizá de manera algo abrupta, a lo que podría llamarse el extremo opuesto, es decir, un período relativamente bien documentado posterior en más de un milenio. Espero demostrar que, en este caso, prevalecen condiciones muy similares y se presentan problemas casi igual
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mente inabordables. El lugar y el tiempo en los que estoy pensando pertenecen a los límites del imperio romano, allá por el siglo il d.C. y cae dentro de los prolongados intentos de los ejércitos romanos por establecer una frontera septentrional sólida para la provincia de Britania. La construcción de la muralla de Antonino en las tierras bajas de Escocia (figura 10) constituye un episodio notable, aunque relativamente breve. En este caso, todas las versiones, incluyendo las de las fuentes históricas antiguas, coinciden en que en el año 142 d.C., o muy cerca de él, el emperador Antonino Pío ordenó la construcción de una barrera que atravesase el istmo entre los estuarios del Forth y del Clyde, el punto más estrecho de todo el territorio de la Gran Bretaña. También se está de acuerdo (aunque en esta ocasión ninguna fuente antigua lo atestigua directamente) en que las excavaciones han demostrado que esta muralla antonina fue ocupada por los romanos durante un período y luego se abandonó, brevemente, tras alguna evidencia de destrucción local. Por último, fue ocupada de nuevo después de una cierta reconstrucción necesaria. En este punto de la historia, la opinión arqueológica está de acuerdo en que nos encontramos todavía en el principado de Antonino, lo que quiere decir que la reocupación empezó antes de su muerte en el año 161 d.C. Sin embargo, la historia todavía no está completa, pues tenemos que saber cuándo fue abandonada finalmente la muralla antonina por los romanos. Sobre esta cuestión no puedo hacer otra cosa que citar las palabras de uno de los más recientes investigadores del tema: «en los últimos cien años, las fechas que se han propuesto han fluctuado desde la década de los sesenta a la década de los ochenta del siglo II, hasta el 197 o el 207 y, finalmente de nuevo, a la década de los sesenta de ese mismo siglo. No hay garantías de que la fecha del 163, que es la comúnmente más aceptada por los especialistas, sea la correcta; se trata tan sólo de la más probable, a la luz de la evidencia de que se dispone actualmente».11 En esta historia de las diversas fechas propuestas vamos a destacar, 11. 11. D. J. Breeze, The Northern Frontier Frontierss o f Rom an Britai Britain, n, Londres, 1982, p. 118.
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en primer lugar, la combinación que se establece entre la búsqueda de precisión y la duda que se genera posteriormente. La primera característica inequívoca que se desprende de propuestas tales como la del «197» y la del «207», es la de pretender aunar la observación arqueológica con el suceso histórico. Pero ¿cuál es la explicación del lapso de tiempo relativamente amplio cubierto por las propuestas rivales? Después de todo, se trata de una época bastante conocida en sus líneas maestras, aunque no sea la mejor documentada de la historia clásica. Conocemos muchas de las fechas históricas del reinado de los emperadores, incluso a nivel mensual y con determinación del día, y este es un hecho que tiene repercusiones inmediatas en hallazgos como las monedas y las inscripciones que llevan, a menudo, el nombre del emperador. Desde el punto de vista estrictamente arqueológico, también la primera base cronológica, las series de cerámicas procedentes de los talleres de la Galia central y oriental, es relativamente ajustada. Sin embargo, como hemos visto, las estimaciones sobre la amplitud del período de reocupación han variado de 2 a 46 años depués de la muerte de Antonino, que constituye el último terminus histórico aceptado generalmente. Al igual que en los ejemplos de la edad del bronce egea, creo que la verdadera explicación del problema surge de las características inherentes y permanentes de la excavación arqueológica y de las observaciones que se derivan de ello. Deberíamos recordar, de nuevo, la naturaleza provisional y ambigua de las interpretaciones de esa evidencia. Por un lado, pueden realizarse revisiones y refinamientos en la datación del tipo más abundante de material, la cerámica, aún dentro de límites más estrechos que los de una era prehistórica.12 No obstante, son más importantes las dificultades que se encuentran para interpretar una secuencia estratificada de ocupación. D. J. Breeze, cuyo resumen de la cuestión he citado más arriba (n. 11), se refiere de pasada a algunas de estas complejidades. Existe una, 12. Sobre la cerámica, véase B . R . Hartley, «The Roman Rom an Occupation of Scotland: The Evidence of the Samian Ware», Britannia, Britannia, 3 (1972), pp. 155.
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muy frecuente, que deriva de la práctica de los ejércitos romanos. En Birrens (un fuerte que se encuentra tras la muralla an tonina), Breeze advierte que «el ejército romano pudo haber destruido su propio fortín antes de un cambio de guarnición, ya que esta práctica era bastante usual». En New Kilpatrick (Bearsden), al menos un fortín de la muralla parece haber corrido tal suerte. Confirma también este autor un punto general que hemos discutido anteriormente: «la arqueología puede probar que un fuerte fue reconstruido, abandonado durante un tiempo o incluso destruido, pero raramente puede probar la razón de estos sucesos».13 Hemos de advertir, asimismo, que la aceptación de la fecha «antigua» (c. 163 d.C.) para la retirada de los romanos depende de que dejemos de lado la incómoda presencia de testimonios de signo contrario. Por ejemplo, en uno de los fuertes de la muralla, Castlecary, se construyó un templo romano, al parecer bastante después de esa fecha —probablemente en la década de los setenta sete nta o de los oche o chenta nta del siglo n —, lo que puede sugerir una reocupación, al menos local, de estos puestos avanzados. Empieza a verse por qué Sheppard Frere, en 1967, mantenía todavía una fecha situada en los años ochenta del siglo π en su manual sobre la Gran Bretaña romana.14 El tema se complica con otro problema: ¿hubo o no una tercera ocupación romana breve de la muralla tras el abandono del que hemos hablado? Sir George MacDonald propuso en 1934 que esa ocupación existió, pero Frere había considerado esta opinión «muy dudosa»,15 y Breeze parece rechazarla. Estas dudas han surgido a pesar del amplio trabajo de campo desarrollado en la muralla an tonina, al igual que el llevado a cabo por la arqueología brita norromana durante las últimas décadas y, también, a pesar de contar con otra importante ventaja, el tamaño relativamente pequeño de los yacimientos, lo que reduce el riesgo de resultados equivocados provocados por una excavación incompleta. Breeze, Northern Frontiers Frontiers (citado en n. 11), p. 120. 14. 14. S. S. Frere, Fre re, Britannia (Londres, 1967), pp. 155165. 15. Ibid., p. 163 y η. 4.
13.
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El salto en el tiempo y en el espacio que hemos efectuado no nos ha librado de los problemas y las dudas propias de la interpretación arqueológica. Por el contrario, el caso que hemos presentado procede de un área ampliamente investigada, lo que nos ha permitido ofrecer un mejor ejemplo de las dificultades que encuentra la hipotética argumentación del arqueólogo en cada etapa de su desarrollo (véase supra, p. 51). De hecho, el último y más vulnerable paso de dicha argumentación, la relación entre la evidencia arqueológica y los sucesos históricos, no se ha logrado a causa de los problemas de los pasos anteriores. La posibilidad de que tanto un agente romano como un agente enemigo pudiese destruir un fuerte romano constituye un argumento de la dificultad que plantea la cuestión del «cómo». Evidencias como la del templo de Castlecary están obviamente relacionadas con la cuestión del «cuándo». E incluso el paso más elemental, la inferencia q u e un episodio tuvo lugar, parece problemática en el caso del «período de la tercera ocupación». El principal objetivo de este libro, sin embargo, es la arqueología clásica y vuelvo a ella después de dos experiencias correctoras en campos adyacentes. La colonización griega es un tópico y su época, en general, un período para el cual se reconoce como indispensable la contribución de la arqueología. Incluso ya en 1925, cuando apareció el volumen 3 de la primera A ncient nt History, History, que trata de los siglos edición de la Cam bridge Ancie entre el 1000 y el 600 a.C. aproximadamente, dos de los seis autores que realizaron los artículos sobre la Grecia arcaica eran arqueólogos y un tercero, J. L. Myres, como sabe el público de las Sather Lectures, tenía mucho de arqueólogo. De manera que hoy en día, cuando tenemos a nuestra disposición la evidencia de docenas de yacimientos coloniales arcaicos en unos diez países diferentes, resulta imposible llevar demasiado lejos una discusión sobre la naturaleza, datación y causas de las primeras colonias griegas sin incluir este material (figura 11). Podría decirse que la experiencia de combinar la evidencia histórica con la arqueológica durante las dos generaciones pasadas ha sido alentadora. En ocasiones, la información que pro
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porcionan las fuentes antiguas se ha visto satisfactoriamente reforzada y, en otras ocasiones, se ha visto completada, de manera útil, por los resultados de las excavaciones. Sin embargo, la mera existencia de un consenso en este campo es, potencialmente, una señal de advertencia de que se han empleado argumentos circulares. Concretamente, el historiador inquieto deseará saber hasta qué punto se sostiene el testimonio de los hallazgos de las excavaciones, independientemente del esquema histórico al que se ajuste. En el caso de la colonización griega arcaica en Sicilia, las dudas se centraron en el aspecto cronológico. Tucídides, en unas pocas frases preciosas situadas al principio de su libro sexto (6.3.15.3), ofrece fechas muy concretas para una serie de ciudades griegas en Sicilia, con la indicación del año exacto de su fundación. Para este período tan antiguo existe muy poca evidencia categórica de este tipo, aunque proceda de una fuente trescientos años posterior; los primeros excavadores de Siracusa, Gela y otras colonias tenían en mente, de forma natural, las fechas de Tucídides, cuando buscaban los depósitos más antiguos de sus yacimientos. Lo que resulta más
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importante es que los investigadores que trabajaron algo más tarde, también utilizaron más las fechas de Tucídides que los demás testimonios combinados, cuando establecieron una cronología ajustada de los estilos cerámicos griegos arcaicos. Tomemos, Tomem os, por ejemplo, ejem plo, el caso de Gela. Gela . Tucí Tuc í dide didess da una una fecha para su fundación que corresponde al año 689688 a.C. de nuestro calendario. Una exploración notablemente extensa del yacimiento y de sus necrópolis ha proporcionado una gran cantidad de cerámica (gran parte de la cual, correspondiente a las etapas más antiguas, es de factura corintia). Este hecho pareció confirmar la creencia de que el comienzo de esta serie cerámica correspondía a los primeros años de vida de la colonia. No había cerámica anterior a la fase llamada protocorintia media, de modo que se supuso, por esta razón, que el estilo proto corintio medio empezó a producirse alrededor del 690 a.C.16 Esta línea de argumentación era bastante sólida, aunque, reflexionando un poco, se comprobará que dependía de ciertas hipótesis «escondidas», al margen de la obvia consideración de que la fecha de Tucídides era la correcta. Así, por ejemplo, la hipótesis de que una gran cantidad de cerámica griega implica presencia de habitantes griegos y viceversa. Pero ¿qué podemos hacer para contrastar la validez del argumento? Está claro que sólo se podrá admitir aquella evidencia descubierta después de haber llegado a un amplio acuerdo sobre el esquema cronológico de la cerámica corintia (es decir, después de la publicación, por parte de Payne, de la Necroco rinthia ).17 La continuación de las excavaciones en Gela constituye el factor básico para lograr una mayor acumulación de información, pero una cierta reflexión demuestra que la evidencia que se logre sólo podrá reforzar la hipótesis original de una manera muy lenta y laboriosa, y que puede, por otro lado, socaló. ló . Esto Es to presenta el argumento en su forma original. original. Los posteriores descubrimientos han modificado la premisa menor de la misma manera que en el caso de Selinunte (véase infra, infra, p. 68); cf. J. N. Coldstream, Greek Geometric Pottery, Pottery, Londres, 1968, pp. 326327. 17. 17. H. G. G. Payne, Necrocorinthia, Necrocorinthia, Londres, 1931, pp. 2127, una exposición que fue elaborada en un trabajo más reciente por K. Friis Johansen y otros.
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varia, fácil y rápidamente. Incluso el descubrimiento de miles de piezas más del protocorintio medio en Gela serviría meramente para confirmar la premisa existente, es decir, que el desarrollo de este estilo se produjo durante la vida de la colonia. Por contra, un sólo hallazgo substancial de cerámica más anti gua gu a en Gela trastornaría todo el argumento. Un ejemplo casi antagónico lo encontramos en las fechas de destrucción correspondientes al bronce reciente del Egeo. Aquí, el incremento de la información arqueológica ha tendido a provocar un descenso de las mismas, aunque se permiten cierto tipo de ajustes, dada la imprecisión de las fechas que sugieren la mayoría de los documentos históricos. En este caso, contar con más información producirá transformaciones en sentido contrario. En cambio, la existencia de una tradición histórica precisa, como la cronología de Tucídides, permite poco o ningún espacio para maniobrar y genera conflictos de una manera casi inevitable. De hecho, en Gela, este proceso ya se ha iniciado (véase supra, n. 16). En general, la dificultad que surge para los períodos más recientes es mayor que la de los ejemplos prehistóricos que hemos citado anteriormente. Con todo, en mi opinión, la realidad arqueológica de los dos períodos es esencialmente la misma: incompleta, ambigua y compleja, como acostumbra a ser en general. Una fundación posterior, Selinunte, nos proporciona un me jor jo r ejemplo ejem plo ilustrativo. E n esta ocasión, ocas ión, vamos vamos a tratar trat ar de exex presar, en forma de silogismo, la argumentación que se utiliza para establecer el esquema cronológico de la cerámica (Selinunte también proporciona testimonios cruciales en este tema): Premisa principal·. Creemos que Selinunte fue fundada en el 629628 según Tucídides, nuestra mejor fuente informativa. Premisa menor: La cerámica (corintia) más antigua de Selinunte es de los inicios de la fase antigua del corintio maduro. Conclusión : Por tanto, la fase antigua del corintio maduro debe haber comenzado hacia el 630625 a.C.
Como en el caso de Gela, pero aquí de una manera más destacada, la evidencia posterior pondría a prueba, con fuerza,
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esta argumentación. Una cantidad de materiales, desconocidos para los pioneros que habían propuesto la hipótesis, fue descubierta en los almacenes del Museo de Palermo veinticinco años después de la publicación de Necrocorinthia. Al parecer, la serie procedía de tumbas de Selinunte y su cronología había que situarla antes del comienzo del corintio maduro antiguo,18 lo que implicaba que la premisa menor del anterior silogismo era errónea. Resultó muy interesante la reacción de algunos arqueólogos ante este descubrimiento. Cuando un lógico descubre que la premisa menor de un determinado silogismo es falsa, imagino que, instantáneamente, suspende su creencia en la conclusión hasta que el argumento vuelva a ser reexaminado. Esto no es g u sta st a b a su conclusión y lo que hicieron los arqueólogos.19 Les gu pretendieron justificarla en base a uno o dos descubrimientos llevados a cabo en otras partes del mundo griego durante los veinticinco años transcurridos. Estos descubrimientos armonizaban con la creencia en una datación de c. 625 a.C. para el comienzo del corintio maduro antiguo. En vez de abandonar la hipótesis y asumir que el cambio de estilo tuvo lugar, después de todo, un poco más tarde (y así explicar la presencia de la fase precedente en Selinunte), recurrieron a otras medidas. El caso de Selinunte difiere del de otras colonias sicilianas porque cuenta con una datación de la fundación de la ciudad alternativa a la de Tucídides y que procede de otras fuentes antiguas. Esta datación resulta igualmente creíble, alrededor del 650 a.C. Por tanto, abandonando la premisa mayor (la fecha de Tucídides), al igual que la menor, la conclusión se mantendría intacta, aunque fuera de manera algo precaria. No debería seguirse a Tucídides: Selinunte habría sido fundada hacia el 650 a.C., no en el 629 628 y, de acuerdo con la nueva evidencia, la cerámica del corin18. Véase G. Vallet y F. Villard, Villard, «La Date Da te de de fondation fondation de Sélinonte: Les Données Archéologiques», BCH, BCH, 82 (1958), pp. 1626. 19. 19. Una excepción es J.P J. P . Descoeudres, Descoeud res, «Die vorkla vorklassis ssische che Keramik aus aus dem G ebiet des Westtors», en A. Hurst et al., Eretria, Eretria , Berna, 1976, vol. 5, pp. 1358, especialmente 5054.
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tio maduro antiguo empezaría más o menos una generación después de la fundación.20 Lo sorprendente de esta versión revisada de la hipótesis es que no es necesariamente errónea, aunque carece de rigor lógico e, incluso, del más simple instinto de conservación. Porque si abandonamos el barco de Tucídides para coger el salvavidas de Diodoro Siculo, Eusebio u otros autores posteriores, los cuales, normalmente, no se consideran tan fiables como el primero en cuestiones cronológicas, nos privamos a nosotros mismos del derecho a usar las dataciones de Tucídides para toda la serie de fundaciones coloniales occidentales; y sabemos que para alguna de ellas necesitamos, en gran medida, la fecha de Tucídides. Al proceder de esta manera, destruimos nuestra confianza en toda la estructura cronológica de la cerámica griega y, por tanto, en todos los resultados porporcionados por la arqueología griega del período comprendido entre el 735 y el 580 a.C. Quizás esto no constituya una pérdida irreparable; sin embargo, vale la pena buscar otras posibles explicaciones de los fenómenos antes de aceptar la alternativa. De hecho, y aunque nos adelantemos al desenlace, la historia, en este caso, ha tenido un final feliz convencional. Posteriores excavaciones llevadas a cabo en Selinunte han demostrado que el grupo de vasos antiguos hallados en el Museo de Palermo constituyen un fenómeno extraño y probablemente su procedencia no sea fiable: tanto la evidencia del asentamiento como la de los santuarios de Selinunte (podemos suponer que ésta tiene una mayor relación con la presencia de los colonos griegos que la de la cerámica griega de las tumbas) empieza en todos los casos demostrables con la fase corintia madura antigua. De modo que no sólo la fecha de Tucídides, sino también la utilización de la misma por Payne, con propósitos cronológicos, parecen haber sido vindicadas.21 20. Vallet Va llet y Villard (citado (citado en n. 18). Es E s significativ significativoo que, de manera independiente, estos investigadores hubieran anticipado la misma conclusión en un artículo anterior: «Les dates de fondations de Megara Hyblaea et de Syracuse», BCH, BCH, 76 (1952), pp. 318321. 21. R. Martin, «Histoire «Histoire de de Sélinonte d’après d’après les fouilles fouilles récentes», CRAÏ (1977), (1977), pp. 4663, especialmente pp. 5051.
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Es mejor dejar aquí la crítica negativa y buscar las lecciones positivas de esta historia, teniendo en cuenta que este suceso reciente es poco probable que sea el último. Un mensaje recurrente para mí es el peligro de esperar que la evidencia de las excavaciones nos hable en el mismo y claro lenguaje de los sucesos históricos. En el caso de Selinunte, la evidencia arqueológica ha mostrado, de forma ejemplar, sus cualidades inherentes (en particular, el hecho de que es incompleta), pero esto ya se ha ilustrado de manera suficiente en otros casos. Probablemente, resultan más significativos los ejemplos de ambigüedad que se han producido, ya que, aun cuando asumamos que podemos aceptar que un yacimiento nos ha proporcionado sus materiales más antiguos sin haberlo excavado completamente, ¿por medio de qué criterios vamos a decidir el instante en que un asentamiento se convierte, de manera reconocible, en una colonia griega? La aparición de un solo vaso griego en una tumba es una evidencia demasiado escasa para tal fin, puesto que la tumba puede corresponder a un indígena no griego que adquirió el objeto en un período anterior a la colonización. Parece claro, igualmente, que la construcción de un templo griego monumental resulta un criterio excesivo, ya que esta empresa sólo era probable cuando la colonia estaba firmemente establecida. Como hemos observado, podemos vernos inclinados a dar un énfasis diferente a la evidencia del asentamiento y de los santuarios y a la de las necrópolis. Podemos especular más todavía y preguntarnos si podemos asumir que la palabra «colonia» (apoikia) tiene en nuestras fuentes el mismo sentido en los términos materiales con los que ha de tratar la arqueología. Las mismas cuestiones se plantean de nuevo cuando consideramos otros aspectos de las colonias griegas, que son más amplios que sus fechas de fundación. Una de estas amplias cuestiones (de hecho, quizás la más fundamental de todas) es la de la propia existencia de una colonia griega. Uno de los episodios de la colonización griega registrado en nuestras fuentes (aunque no en Tucídides) es el establecimiento de los focenses en diversos lugares de la costa mediterránea de España. Dos colonias en concreto, Mainake y
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Hemeroskopeion, se han mostrado problemáticas. Si fueron realmente fundadas desde la jonia Focea, las consideraciones históricas generales hacen muy improbable que se fechen en un momento posterior al siglo vi a.C. y, de hecho, la primera mención de su existencia, aunque preservada en una obra posterior, la Ora maritima de Avieno, se remonta, según la mayor parte de los investigadores, a una fuente anterior al 600 a.C. Pero ni en esta obra ni en fuentes posteriores encontramos información topográfica suficientemente precisa para su localización exacta: apenas podemos ir más allá de decir que Mainake se hallaba en la costa oriental de Málaga, mientras que Hemeroskopeion estaba localizada más al noreste, en la proximidad del Cabo de la Nao, al sur de Valencia. El problema reside en que la intensiva exploración de la costa española en estas dos áreas no ha logrado descubrir ningún yacimiento que parezca una colonia griega jonia de fecha arcaica. Nos hallamos, claramente, ante un problema que deben resolver los arqueólogos y son ellos los que han planteado propuestas de solución, algunas de las cuales resultan bastante drásticas. Respecto a Mainake, J. P. Morel se planteaba hace ya casi veinte años si, en realidad, había sido una colonia fócense;22 en 1971, M. Tarradell fue más lejos y describió ambas colonias como «fantasmas».23 En un caso como éste en que la tradición escrita sobre las fundaciones es menos completa y explícita que el relato rela to de Tucí Tu cí dides dides sobre las colonias coloni as sicilianas, debemos tra t ra-tar de no pedir demasiado a los testimonios arqueológicos, ya que el mínimo requisito de un yacimiento con una razonable cantidad de material griego que se remonte al siglo vi y preferiblemente al siglo vil a.C. puede ser suficiente. Si adoptamos esta línea de razonamiento, podemos considerar favorablemente la reciente propuesta de H.G. Niemeyer, quien sugiere que f e n i c i o que él mismo ha estado excaMainake era el yacimiento fe vando los últimos veinte años. No se trataría, en sentido estricto, de una colonia griega, pero tal vez eran admitidos habitantes 22. Véase P d P , 21 (1966), p. 391, y, de forma más completa, «L'Expansion phocéenne en occident», BCH, BCH, 99 (1975), pp. 853896, especialmente pp. 886892. 23. Citado Citado por J.P J. P . Morel, «Colonisations «Colonisations d’occident», M E F R , 84 (1972), p. 731.
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focenses en el seno de una comunidad fenicia mucho más antigua, lo que habría dado lugar (a ojos griegos) a la noción de que era una ciudad griega.24 La opinión de Niemeyer satisface los requisitos mínimos mencionados anteriormente, puesto que existe cerámica griega del siglo vil en su yacimiento. Además, este autor resalta uno de los puntos que he planteado, a saber, la dificultad de distinguir, en términos materiales, que se trataba exactamente de una colonia griega. Es posible, aunque probablemente improbable, que futuras exploraciones proporcionen una «Mainake» alternativa que corresponda más estrechamente a las espectaciones de un helenista. Pero, mientras ese descubrimiento esté pendiente, me parece más prudente adoptar, como mejor solución sobre la identificación de Mainake y como un principio para aproximarse al problema todavía no resuelto de Hemeroskopeion, una actitud liberal hacia la evidencia arqueológica sin exigir ni demandar demasiado de la misma. Nuestra experiencia nos hace escépticos a la hora de aceptar la pretensión de que la evidencia arqueológica ha confirmado las fuentes históricas o las ha desacreditado o refutado totalmente. Mi ejemplo final en el campo de la colonización nos lleva de nuevo a Sicilia y a Tucídides. Se trata del pasaje (6.2.6) que precede de manera inmediata a la narración sobre el asentamiento griego en la isla, y trata de las colonias fenicias, no de las griegas.25 Una sola frase contiene la información esencial: En toda Sicilia había fenicios que se habían establecido en promontorios e islas adyacentes, los mejores lugares para comerciar con los sículos. Pero cuando los griegos llegaron en gran cantidad por el mar, se retiraron de la mayoría de los lugares y se concentraron en Motya, Soloeis y Panormos, cerca de los eli mios, porque confiaban en la alianza elimia y porque el paso marítimo a Cartago es más corto. 24. H .G. .G . Niemeyer, «Auf der Suche nach Mainake: Der D er Konflikt zwisch zwischen en literarischer und archäologischer Überlieferung», Historia, Historia, 29 (1980), pp. 165189. 25. Para una discusión discusión notablemente notable mente equilibrada equilibrada sobre esta cuestión, cuestió n, véase E . Fré zouls, «Une Nouvelle Hypothèse sur la fondation de Carthage», BCH, BCH, 79 (1955) pp. 153176.
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Debería explicarse, en primer lugar, que los sículos y los eli mios eran pueblos ya establecidos en Sicilia (según Tucídides) antes de la llegada de fenicios y griegos. La llegada de los primeros griegos se especifica en el siguiente pasaje del historiador griego, quien la sitúa en el 735734 a.C. Según esta información, puede considerarse que este fragmento afirma o implica cuatro proposiciones importantes: 1. Los fenicios estaban establecidos en Sicilia antes del 735 734 a.C. y se hallaban situados especialmente en promontorios e islas adyacentes a la costa. 2. Realizaban intercambios comerciales con los sículos. 3. Sus asentamientos incluían Motya, Soloeis y Panormos (esta afirmación está implícita en la palabra «mayoría», que se encuentra hacia la mitad del pasaje acotado). 4. Sus asentamientos incluían también Cartago (es la implicación de la frase final). Las cuatro proposiciones tienen en común una característica que, al menos desde el punto de vista convencional, parece arqueológicamente contrastable y, de hecho, ha sido contrastada. Los resultados han sido mayoritariamente negativos. Se ha examinado una serie de yacimientos ubicados en promontorios y en islas adyacentes a la costa y no se ha hallado un solo objeto fenicio anterior a c. 735 a.C. La naturaleza sorprendente de este resultado no cambia, creo, si se realiza la intrigante observación de que, si se aplicase la generalización de Tucídides a Cerdeña y no a Sicilia, se ajustaría bastante bien a los hallazgos arqueológicos.26 De igual modo, la localización de las principales áreas de asentamiento sículo está bien establecida y se han excavado numerosas necrópolis del período sin haber obtenido un solo artefacto fenicio, como podría esperarse de unos frecuentes intercambios comerciales. Por otra parte, de las tres específicas colonias mencionadas por Tucídides, Motya ha sido 26. H .G. .G . Niemeyer N iemeyer,, «Die Phönizier und die Mittelmeerwelt Mittelmeerwelt im im Zeitalter Homers», Ja J a h r b . R G Z M , 31 (1984), p. 50.
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excavada de forma intermitente durante más de dos generaciones sin que nada del copioso material hallado pueda datarse en un momento cercano, y menos anterior a c. 735. Lo mismo sucede, de forma más determinante aún, en los casos de Soloeis y Panormos. Por último, lo que en muchos sentidos resulta todavía más sorprendente, Cartago ha sido objeto de excavaciones, antiguas y recientes, llevadas a cabo por expediciones de diferentes nacionalidades y, aunque un depósito en concreto («capilla Cintas») mostraba indicios de una datación en los primeros tiempos del asentamiento, ni en este lugar, ni en ningún otro del yacimiento, pudo fecharse nada, de manera concluyen te, anterior a c. 735 a.C. A primera vista (y, de hecho, no sólo a primera vista) parecería que una afirmación positiva y concreta de una importante fuente antigua se ha visto desacreditada por los resultados de la excavación. En la pasada generación, se han propuesto diversas soluciones para ajustar estas embarazosas situaciones. Pero, si recordamos las lecciones de otros casos, nos inclinaremos a proceder más cautamente y aceptaremos, tal vez, la idea de que las dos clases de evidencia no pueden, simplemente, relacionarse entre sí. Si resulta difícil, por ejemplo, identificar de forma positiva las huellas materiales de una colonia griega, ¿no será mucho más difícil el caso de un puerto comercial fenicio? Además, el relativo éxito de la arqueología en reconocer el registro de la colonización griega en Sicilia puede haber obstruido la recuperación del registro fenicio. Esto explicaría el hecho, ya planteado en el artículo de Niemeyer, en la nota 26, de que en otras áreas de establecimiento fenicio, donde el material griego no ha ofrecido el mismo tipo de distracción (por ejemplo, Cer deña, Malta, España y Marruecos), la recuperación arqueológica de las huellas fenicias se ha ajustado o incluso ha sobrepasado la tradición histórica, en contraste directo con la experiencia siciliana. Y respecto al comercio fenicio con los sículos, podría haber afectado a productos no necesariamente apropiados para ser incluidos en las tumbas sículas. E incluso en Cartago y Mo tya, entre los yacimientos coloniales, pueden existir secretos no descubiertos. En pocas palabras, hay explicaciones que todavía
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permiten una conciliación entre los datos arqueológicos y los históricos e incluso pueden superar a las que sitúan las dos clases de evidencia en contradicción mutua. Según el grado en que las observaciones de este capítulo tengan un significado cronológico, perderemos, probablemente, una oportunidad de lograr una propuesta de esquema cronológico revisado de la época de la colonización. Ese intento habría sido, ciertamente, más positivo que casi todo lo que he dicho. Pero creo que tal esquema cronológico podría ser propuesto únicamente a costa de sucumbir una vez más en la «falacia positivista», es decir, exigir que la evidencia arqueológica se exprese en los términos de la narración histórica. Esta es la principal razón por la que no he hecho causa común con dos investigadores, E. D. Francis y Michael Vickers, quienes han puesto en marcha un proyecto radical para una nueva cronología de la Grecia arcaica.27 Su propuesta consiste en rebajar de una a tres generaciones la mayoría de las dataciones más importantes de la arqueología griega entre el 700 y el 450 a.C aproximadamente. Me parece que, aunque se pueda admirar la inventiva de sus argumentos (y prometen para el futuro nuevas aplicaciones de los mismos), estos descansan, al igual que la opinión ortodoxa que critican, en el supuesto de que los principales episodios de la historia griega documentada se reflejan en el registro material. Y es esta premisa la que he intentado cuestionar: los niveles de destrucción de Eretria, la carrera del general Leagros y los reflejos en el arte de la manipulación en la política ateniense de la leyenda de Teseo (tres ejemplos que Francis y Vickers han tratado en diversas publicaciones) ejemplifican, de diferente manera, el tipo de temas que, en mi opinión, no pueden cruzar la distancia entre la documentación histórica y la arqueológica. A falta de una discusión exhaustiva, la cuestión sigue siendo 27. Las exposiciones de sus sus argumentos fueron publicadas publicadas hace tiempo en «Lea«L eagros kalos», PCPS, PCPS, 207 (1981), pp. 97136; «Kaloi Ostraka and the Wells of Athens», A M , 86 (1982) (1982),, p. 264; «Signa priscae artis·. artis·. Eretria and Siphnos», JH S . 103 (1983), pp. 4967; y «Greek Geometric Pottery at Hama and Its Implications for Near Eastern Chronology», Levant, Levant, 17 (1985), pp. 131138.
) s o r t o y m a h p o P . R . M n ú g e s ( o t n e i m a t n e s a l e d s a d a v a c x e s a e r á s a l a r t s e u m e u q o n a l p : a e b u E n e i d n a k f e L . 2 1
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predominantemente subjetiva. Un último ejemplo de la Grecia arcaica, del que hablaré ahora, tiene ciertas posibilidades de ser objetivamente cuantificable. Se trata del yacimiento de Lefkandi en Eubea, el cual, aunque no era una colonia, ha sido mencionado con frecuencia en el debate sobre la colonización griega desde que se comenzó a excavar en 1964.28 Las excavaciones grecobritánicas no han sido continuas desde esta fecha y diversas circunstancias obligaron a que se concentraran sobre todo en las necrópolis y no en el asentamiento. Sin embargo, las tumbas descubiertas hasta el momento tienen poca relación directa con el período colonial, puesto que se interrumpen bastante antes de su comienzo, por lo que las inferencias del siglo vin, en Lefkandi, tienen que basarse en el área excavada del asentamiento. El plano de la figura 12, publicado en 1979, muestra la extensión del área excavada en el asentamiento principal, la cual no ha experimentado ampliaciones desde entonces. Como podemos ver, dicha área es pequeña en términos relativos, ya que, si suponemos que el asentamiento cubría toda la parte superior de la colina de Xeropolis —señalada en el plano por las lineas concéntricas—, la zona excavada alcanza tan sólo un 2 por 100 de la superficie. Todos los relatos que se han elaborado sobre la aportación histórica del yacimiento (incluyendo la historia colonial) a la Grecia del siglo viii están condicionados por esta realidad arqueológica. Y también sobre esta base descansa la imagen provisional de una ocupación bastante intensa entre el 750 y el 700 a.C., seguida de un incendio y un aparente abandono. Vale la pena recordar este plano cuando se leen las afirmaciones de la bibliografía subsiguiente, frecuentemente optimista (no me refiero a la de los propios excavadores, quienes han sido más prudentes) sobre el papel de Lefkandi en los sucesos de este período crítico y, especialmente, acerca de su destino final. Respecto a éste, hay que recordar que uno o dos de los sondeos de Lefkandi dieron algo de cerámica de fecha muy posterior, correspondiente al siglo vi a.C., aun28. M. R. Popham, L. H. Sackett y P. G . Themelis, Lefkandi, Lefkandi, vol. 1, The ¡ron Ag A g e (texto: Londres, 1980; láminas: Londres, 1979), especialmente lám. 4.
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que su función y contexto siguen estando poco claros.29 La afirmación de que nuevas excavaciones en Lefkandi cambiarán radicalmente nuestras interpretaciones momentáneas constituye algo más que una especulación remota. Probablemente, Lefkandi es la excavación del hierro antiguo griego más importante desde la segunda guerra mundial, pero esto no justifica las inca lificativas referencias al mismo, como si se tratara de un yacimiento totalmente excavado. Si la larga serie de críticas, mayoritariamente negativas, que he avanzado en este capítulo tienen algún sentido, podríamos decir que algunos de los objetivos tradicionalmente perseguidos por la arqueología clásica o, al menos, por la arqueología de la época histórica arcaica en Grecia, no se han alcanzado. Incluso, me atrevería a sugerir que muchos excavadores son conscientes de ello en el fondo de su corazón, pero las presiones externas y sobre todo el interés por dotar de carácter histórico definitivo sus hallazgos que «nunca son amplios, ni capaces de resistir una sola interpretación y descansan sobre probabilidades comple jas» jas » 30 son demasiado fuertes para superarlos. Después Despu és de todo, si pensamos en los edificios donde vivimos o trabajamos actualmente, e imaginamos las huellas arqueológicas que dejarán en unos pocos miles de años, nos daremos cuenta de hasta qué punto reflejarán pobremente los grandes sucesos históricos del siglo X X . Pierre Ducrey de la Universidad de Lausana nos ofrece un ejemplo: imaginemos la reacción del futuro excavador de Ginebra, dentro de unos 3.000 años. Descubre las ruinas del GrandThéatre de Ginebra que fue destruido por el fuego el 1 de mayo de 1951. Formaliza la hipótesis que contrasta mediante una excavación a 250 m de distancia. Descubre las ruinas del Bâtiment Electoral incendiado el 4 de agosto de 1964. Sus hipótesis se refuerzan. Sería absurdo negar que ambas destrucciones fueron producidas por el mismo suceso histórico, ya que se cuenta con evidencias cronológicas que demuestran que los dos incendios tuvieron lugar con poca diferencia de tiempo y se co29. Ibid., Ibid., p. 78. 30. Clarke, An A n alyt al ytic ical al A r c h a e o lo g y (citado en η. 3), p. 12.
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noce también la fecha de la segunda guerra mundial. Podemos predecir las conclusiones a las que llegará (al menos si sigue las prácticas de la arqueología clásica del siglo xx). Es interesante recalcar que ello, probablemente, le lleve a chocar con la evidencia de las fuentes documentales contemporáneas.31 Podemos reírnos de él, pero haríamos mejor (al menos si trabajamos en arqueología clásica) aprendiendo la lección. Deberíamos recordar que, aunque la arqueología clásica puede tener éxito (como mostraron los ejemplos del capítulo 1) en revelarnos al hombre hacedor con notable claridad, el hombre que actúa es algo diferente y mucho más difícil de captar.
31. P. Ducrey, Ducre y, «Menaces «Mena ces sur le passé», Études de Lettres Lettres (1977), parte 2, p. 13.
3. E L PAISAJE PAISAJE RURAL RUR AL DE LA GRECIA ANTIGUA «El mundo mediterráneo es un mundo de habitantes de ciudades.» Estas fueron las magistrales palabras con las que iniciaba R. G. Collingwood, hace casi cincuenta años, el capítulo sobre las ciudades en su obra básica de la Gran Bretaña romana.1 Se trata de una de esas afirmaciones epigramáticas cuyo contenido real es tan elevado que resultaría pedante tratar de oponerse a ciertos detalles. Puede servir como justificación de una situación que se ha mantenido durante largo tiempo, es decir, la tendencia urbana de la arqueología clásica. La historia de las excavaciones de Grecia ha sido la historia del descubrimiento de ciudades y pueblos, de los santuarios que frecuentemente se hallan en el interior de los asentamientos y de las tumbas y necrópolis correspondientes. Así, esta tradición podría justificarse en términos de realidad histórica, indicando, al mismo tiempo, los grandes resultados obtenidos. También podría justificarse en términos historiográficos, ya que, a juzgar por las fuentes antiguas, todos los sucesos dignos de mención, excepto las campañas y batallas, tenían lugar en las ciudades, concretamente en sus lugares de encuentro políticos, sus tribunales, sus santuarios y sus mercados. Para todos aquellos que comparten la premisa de que los objetivos de la historia antigua son también los objetivos de la arqueología clásica, era evidente, hasta época recien 1. En R . G. Collingwood Collingwood y J . N. L. Myres, Roman Britain and the English Settlements, ments, Oxford, 1936, p. 186.
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te, que, en Grecia, el marco de la arqueología de campo debía centrarse en los yacimientos urbanos. Probablemente, esta premisa inicial ha sido puesta en cuestión en los capítulos anteriores. En cualquier caso, durante nuestra generación, el estudio de la historia antigua se ha preocupado de una mayor variedad de temas que los que interesaban a los escritores antiguos. Cabe destacar, por ejemplo, los trabajos sobre la vida rural, llevados a cabo en la misma medida que los estudios sobre la vida urbana. Los tópicos más obvios los constituyen las investigaciones sobre la agricultura y la cría de ganado. El estudio de la propiedad de la tierra, que posee ya una larga tradición, tiene también una clara aplicación en el sector rural. Lo mismo sucede con la esclavitud, la tecnología y la demografía. Además, ni siquiera el arqueólogo clásico de mente más tradicional sostendrá que solamente le conciernen los textos históricos del pasado. También están los textos de los geógrafos antiguos y todo el campo de la literatura sensu stricto , en la que se refleja, con persistencia —aunque también con brevedad—, la vida rural. Podemos tomar un ejemplo al azar en la primera frase de una diálogo platónico: «¿Hace poco o hace mucho, Terpsion, que has llegado del campo?».2 Advertimos que no se contempla como posibilidad una tercera alternativa y, con ello, se nos recuerda que existe una vida fuera de las murallas de la ciudad. Lo que sucede es que, en el sentido convencional, esta vida tiene poca o ninguna «historia». Por último, en Grecia, la excavación no es el único trabajo de campo abierto al arqueólogo e, incluso si lo fuera, podría conjurar de nuevo al fantasma de Wilhelm Dörpfeld, volviendo sin descanso al suelo de la llanura de Nidri de Leucas, lejos de cualquier asentamiento antiguo documentado (aunque este tipo de métodos laboriosos no son factibles ni probablemente deseables hoy en día). Estas son las razones por las que, en Grecia, el arqueólogo actual, incluso si sostiene un punto de vista más tradicional que 2.
Teeteto, 142 a.
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el mío sobre la relación entre la arqueología y la historia, debe dirigir su atención hacia el paisaje rural griego de la antigüedad. Con todo, siguiendo la misma hipótesis, quizás no encuentre convincente el siguiente argumento que formará el núcleo principal de este capítulo, a saber, que un importante incentivo para el examen de la Grecia rural antigua es el propio hecho de que nuestras fuentes antiguas no muestran mucho interés por la misma. Algunos ponen en duda esta última afirmación; otros pueden rechazar el argumento extraído, pero, en todo caso, la premisa tiene que ser establecida. En primer lugar, expondré dos conclusiones para que sea claro lo que n o comprende la premisa. No estoy hablando de una falta de respuesta a la belleza del escenario rural. Aunque esta sugerencia podría desarrollarse en profundidad no forma parte de mi actual propósito. Tampoco me estoy refiriendo a una falta de información sobre las prácticas de tipo técnico de la agricultura. En relación al mundo antiguo en su conjunto, los escritores latinos hicieron algo más que corregir las deficiencias anteriores de algunos autores griegos. Me interesan más bien las cuestiones sobre la naturaleza del antiguo paisaje rural de Grecia: ¿cómo era, cuál era su condición en términos medioambientales, hasta qué punto estaba diversificado, hasta qué punto estaba habitado, qué había en él además de cultivos? Para decirlo en pocas palabras, ¿qué podemos conocer de la geografía económica de la Grecia rural? Existe un argumento empírico que puede avanzarse en apoyo de la hipótesis de que los escritores antiguos nos dejaron en la oscuridad respecto a estas materias. Debemos retroceder hasta los días en que las fuentes escritas formaban virtualmente nuestra única fuente de conocimiento sobre la Grecia rural antigua y moderna. En estos días de fotografías en color y de via jes je s al extran ext ranjero jero relativamente relativam ente fáciles fác iles,, puede requerir req uerir algú algúnn esfuerzo colocarnos en la posición de nuestros predecesores en los estudios clásicos, aunque no debería ser demasiado difícil para los lectores mayores hacer retroceder sus mentes a los días de su infancia, sobre todo para aquellos que no carecieron de imaginación o de maestros que hubieran viajado mucho. En la
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actualidad, la mayoría de nosotros puede obtener cualquier referencia respecto al paisaje griego, tal como es hoy en día, a partir de alguna imagen, ya sea de primera o de segunda mano. Pero, lógicamente, no siempre fue así. Si nos remontamos a la época de la Ilustración o del Romanticismo, podemos leer, en las páginas de un Keats o de un Hölderlin, unas descripciones del paisaje griego que derivan enteramente de las lecturas de los autores antiguos y de las exposiciones contemporáneas de los mismos. Dejando de lado los responsables de este hecho, estaremos todos de acuerdo en que esta imagen era equívoca. Naturalmente, estoy hablando desde el punto de vista de un europeo septentrional, hecho que, como veremos, puede también tener su importancia. Al tratar de la fundamental cuestión de hasta qué punto el paisaje de la Grecia rural actual corresponde al de la antigüedad, el botánico Oliver Rackham describe una corriente de pensamiento que surge en los escolares y artistas occidentales educados en la lite ratura clásica, cuyo trasfondo es transferido de manera incons ciente al paisaje de sus propios países. El visitante inglés o fran cés ... espera ver a los héroes cazando con lanza al jabalí en nobles bosques y a las ninfas nadando en fuentes cristalinas. Cuando se halla ante los robles de hojas espinosas y los manan tiales de poca agua de la Grecia real, llega a la conclusión de que el paisaje ha empeorado desde los tiempos clásicos.3
Esta última frase demuestra hasta qué punto esta desilusión se ha convertido en un asunto serio. Sin embargo, primero tenemos que considerar la autenticidad del punto anterior en el pasaje de Rackham. Puede demostrarse el hecho de que los europeos septentrionales acostumbraban a ver el paisaje griego en términos del de sus propios países, por ejemplo en las verdes colinas de Calauria y en los húmedos bosques de olmos y sauces 3. O. Rackham, Rackh am, «Observations «Observations on the Historical Historical Ecology of Boeot Bo eotia» ia»,, BSA, 78 (1983), pp. 345346.
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d e J. W. W ater at erh h ou se Hylas y las Ninfas de
de Teños, T eños, atravesado por el Hiperión Hip erión de H ölderlin,4 ölde rlin,4 o en los los fondos medioambientales algo absurdos con que los pintores Hy las de WaVictorianos ilustraban sus temas clásicos, como el Hylas terhouse (figura 13), en el que cada detalle coincidiría más con el sur de de Inglate Ing laterra rra que qu e con Gre G recia cia.5 .5 Se estará de acuerdo acue rdo en que estas escenas constituyen una deformación del paisaje griego tal como es en la actualidad. Pero, ¿qué puede decirse de la pre p rete ten n sió si ó n , meno me noss falsific fals ificabl able, e, de que qu e el paisa pa isaje je griego grie go de los tiempos clásicos era más parecido al de estas imágenes? Esta opinión se encuentra más extendida y es más respeta ble y d u rad ra d e ra. ra . A u n q u e R ackh ac kham am h a p lan la n tead te ado o alguno alg unoss argu ar gumentos substanciales para rechazarla, su principal hipótesis de que la cobertura boscosa de la Grecia clásica no era mayor que la de la actualidad puede ser considerada heterodoxa incluso en H yper erio ion, n, o de r D e r E rem re m it in Grie Gr iech chen en land la nd (1797-1799), J. Schmidt, ed., Frank 4. Hyp furt, 1979, pp. 63 y 16. H ylas as an d the N y m p h s , de J. W. Waterhouse, véase R. Jenkyns, The Vic 5. Sobre Hyl toria to rians ns an d A nc ien ie n t Gree Gr eece ce , Oxford, 1980, p. 190, donde remarca que las ninfas son «inconfundiblemente inglesas».
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1983. El punto de vista tradicional que critica a este autor se basa en un famoso pasaje del Critias (lllbc), en el que Platón no sólo describe la deforestación del Atica en épocas anteriores sino que también expone algunas de sus consecuencias, como la disminución de la cantidad de agua de lluvia. Como observa Rackham, el sentido del pasaje se ha distorsionado. Platón ha sido considerado testigo de un fenómeno ecológico bien conocido, la deforestación que lleva a la erosión de las laderas de las colinas con todas sus ulteriores consecuencias. Pero lo que está describiendo realmente es la secuencia contraria, una inexorable y, al parecer, natural denudación o erosión de los suelos montañosos del Ática, que, a su vez, causó la deforestación por la pérdida de las raíces de los árboles. Al ignorar la importante distinción entre los agentes naturales y los humanos, los investigadores han elaborado una larga lamentación teórica sobre la degradación acumulativa del medio ambiente. Han supuesto, demasiado fácilmente, que una serie de construc tores de trirremes, de ovejeros inconscientes, de ejércitos de in vasores, de malos administradores turcos y de leñadores rapaces (de algunos de los cuales podría haberse esperado que remedia ran el daño causado por los demás) colaboraron conjuntamente y contribuyeron a la progresiva decadencia.6
Así pues, Rackham considera que no hubo ninguna reconstrucción. Tuvo lugar un proceso de destrucción lineal e ininterrumpido, sin los procesos naturales de compensación. Por el contrario, las palabras de Platón en Cridas muestran, en primer lugar, que un ateniense reflexivo del siglo iv a.C., que construye una exposición mítica —no literal— de la prehistoria de su país, considera y a natural describir el paisaje del Atica semejante al «gastado esqueleto de un hombre enfermo». En otras palabras, en un tiempo situado en un momento todavía antiguo del desarrollo de la cultura histórica grecorromana, los lectores de Platón ya podían reconocer la desnudez sin árboles y rocosa que muchos escritores modernos han deplorado prime 6. O. Rackham, Rackham , «Observations» (citado en n. 3), 3) , p. 346. 346.
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ro y luego han achacado a la actividad destructora de la humanidad no ilustrada (lo que significa, principalmente, postclási ca). Encuentro que resulta más sencillo aceptar el punto de vista de Rackham, al menos en lo que se refiere a la cobertura vegetal. Por tanto, asumiremos que el paisaje rural de la Grecia antigua se parecía, a niveles medioambientales, al de la Grecia actual. El lector que está preparado para aceptar esta premisa puede volver de nuevo a la literatura clásica y, si busca lo suficientemente a fondo, podrá hallar muchas características que no serán desacostumbradas. Un primer punto que emerge claramente es que se diferenciaba el paisaje rural, al igual que ocurre hoy en día. La distinción más común se daba entre la oikoume n ë y la eskhata, es decir, entre el sector donde vivía la gente —o al menos donde se trabajaba— y las demás regiones, que no sólo existían en los territorios fronterizos de Grecia, sino también, a escala microcósmica, en los terrenos de muchos estados individuales, en una palabra, el sector dedicado a la caza, el pastoreo, la guerra y el entrenamiento e iniciación de los adolescentes masculinos. También recibimos la impresión, aunque menos clara, de que esta gradación del paisaje resulta algo menos abrupta de la que estamos acostumbrados a ver en las zonas silvestres del norte de Europa y de Norteamérica. Incluso la eskhata era usada regularmente, aunque de forma esporádica, para la guerra y otros propósitos. En la Grecia antigua, al igual que en la moderna, apenas se consideraba ninguna zona del territorio como absolutamente virgen. En el caso de Norteamérica existe, claro está, una enorme diferencia de escala, pero no sucede lo mismo en las tierras altas de Escocia. Dudo mucho de que hubiese o haya existido en Grecia ningún lugar donde pudiera suceder lo mismo que acaeció hace cuarenta años en Sutherland. Durante la segunda guerra mundial, un avión militar desapareció y los buscadores que entraron en el área donde había sido visto por última vez encontraron un aeroplano que se estrelló en la primera guerra mundial y que no había sido localizado zado por por nadie nadie en los treinta años intermedios. intermedios. En Grecia Gr ecia,, se enen cuentran huellas del hombre (incluyendo el hombre antiguo)
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casi por todos los sitios por los que se pasa. Por ejemplo, el paso rocoso de los alrededores del cabo entre Aigosthena y Creusis, en el golfo de Corinto, tan abrupto que las guerrillas, durante la segunda guerra mundial, pudieron cerrarlo durante largos períodos con una modesta cantidad de gelenita, fue utilizado por numerosos ejércitos antiguos, que incluían en más de una ocasión las marchas del rey Cleombroto antes de conducir al último gran ejército espartano a la derrota de Leuctra. También hay que hablar de la cuestión de los modelos de distribución de las propiedades rurales. Vamos a centrarnos puntualmente en una imagen empleada por Sófocles casi al comienzo de Las Traquinianas . Deyanira, la mujer de Heracles, se queja del estilo de vida de su esposo, que le mantiene lejos de su hogar durante largos períodos de tiempo. Espera ansiosamente su regreso y él, por su parte, apenas ve a sus hijos: «Como un campesino que ha tomado para cultivar un campo lejano y lo ve tan sólo en las épocas de la siembra y de la cosecha» (vv. 3233). La imagen debe haber sido al menos tan vivida para la audiencia de Sófocles como lo es para nosotros, aún más si estamos relacionados con los climas más nórdicos, ya que describe un tipo de cultivo que no es posible allí. El mismo Sófocles era propietario de tierras y unas tres cuartas partes de la audiencia tenían, probablemente, una experiencia directa con la agricultura (incluso si la obra fue realizada después del comienzo de la guerra de Arquidamo, como parece posible). En la actualidad pueden verse, en Grecia, trozos de tierras marginales que pa p a r e cen ce n haber sido tratadas en la forma descrita por Sófocles, obteniéndose todavía algún tipo de cosecha. En cambio, en las zonas que están lejos de la cuenca mediterránea, siempre existen actividades (arado invernal, fertilizado, limpieza de hierbas) que deben ser realizadas en diversos momentos comprendidos entre la siembra y la cosecha. De manera que incluso un poeta dramático puede evocar un momento de la vida rural. Pero el pasaje de Sófocles, aunque breve, permite también extraer más información. Me parece que da una clara impresión de que el campo exterior está a alguna distancia de las demás
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J. W. W ater at erh h ou se
de Teños, T eños, atravesado por el Hiperión Hip erión de H ölderlin,4 ölde rlin,4 o en los los fondos medioambientales algo absurdos con que los pintores Hy las de WaVictorianos ilustraban sus temas clásicos, como el Hylas terhouse (figura 13), en el que cada detalle coincidiría más con el sur de de Inglate Ing laterra rra que qu e con Gre G recia cia.5 .5 Se estará de acuerdo acue rdo en que estas escenas constituyen una deformación del paisaje griego tal como es en la actualidad. Pero, ¿qué puede decirse de la pre p rete ten n sió si ó n , meno me noss falsific fals ificabl able, e, de que qu e el paisa pa isaje je griego grie go de los tiempos clásicos era más parecido al de estas imágenes? Esta opinión se encuentra más extendida y es más respeta ble y d u rad ra d e ra. ra . A u n q u e R ackh ac kham am h a p lan la n tead te ado o alguno alg unoss argu ar gumentos substanciales para rechazarla, su principal hipótesis de que la cobertura boscosa de la Grecia clásica no era mayor que la de la actualidad puede ser considerada heterodoxa incluso en H yper erio ion, n, o de r D e r E rem re m it in Grie Gr iech chen en land la nd (1797-1799), J. Schmidt, ed., Frank 4. Hyp furt, 1979, pp. 63 y 16. 5. Sobre Hyl H ylas as an d the N y m p h s , de J. W. Waterhouse, véase R. Jenkyns, The Vic toria to rians ns an d A nc ien ie n t Gree Gr eece ce , Oxford, 1980, p. 190, donde remarca que las ninfas son «inconfundiblemente inglesas».
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15. 15.
M apa de la antigua antigua B eo da (según (según W. W. Kiepert)
remos ahora al lugar donde, naturalmente, deberíamos hallar descripciones completas del paisaje rural, es decir, en los escritos de los que llamaremos, de forma aproximada, geógrafos. Lo hago con dudas porque hay muchos que saben más que yo acerca de estos escritores y soy consciente de que estas conferencias tienen lugar poco después de las eruditas Sather Lectures de Christian H abicht abich t sobre Pausa Pa usanias nias.7 .7 Pero Pe ro,, como se verá en el próx pr óxim imo o capí ca pítu tulo lo,, he ten te n ido id o seis años añ os de inte in tens nsaa expe ex peri rien enci ciaa en una región de la Grecia rural, Beocia, en el curso de una pros pecc pe cción ión arqu ar queo eoló lógi gica ca que qu e me ha lleva lle vado do a estu es tud d iar ia r los texto te xtoss geográficos antiguos. De hecho, voy a concentrarme en el paisaje antiguo de Beocia (figura 15), empezando con la descripción más extensa que se conserva en el libro noveno de la Des7.
Pau sanias ias G u ide id e to A n cien ci en t Greec Gr eece, e, Sath Sa ther er Classi Cl assical cal Véase Vé ase Christian Christian Habicht, Habich t, Pausan Lec L ectu ture ress vol. 50, Berkeley y Los Angeles, 1985. Agradezco calurosamente la ayuda prestada por el profesor Habicht durante mi estancia en Berkeley por haberme permi tido consultar sus manuscritos de las conferencias, en aquellos momentos sin publicar.
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cripción de Grecia de Pausanias, escrita en el tercer cuarto del siglo il de la era cristiana. Voy a anticipar una crítica diciendo que, sea cual sea el propósito exacto de Pausanias al escribir su libro (lo que constituye una cuestión no tan simple como pueda parecer), me doy cuenta de que no estaba intentando arrojar luz sobre los tipos de cuestión que nos preocupan en esta ocasión, por lo que no sería justo jus to atribuirle omisiones respecto respec to a este problema. probl ema. Evide Ev idente nte-mente, trataba de describir las cosas que eran más dignas de verse en el continente griego, en beneficio del viajero razonablemente bien informado e inteligente del período imperial romano. La mayoría de sus lectores debían compartir, sin duda, su propia suposición de que esto significaba, casi de forma exclusiva, los monumentos del noble pasado griego, más que su presente sometimiento. Y también compartirían su idea de que las vistas más interesantes se encontraban, mayoritariamente, en y alrededor de las ciudades. Pausanias no ignora el paisaje de fuera de las ciudades. Por el contrario, tiene una clara visión de ciertos tipos de características naturales. Pero creo que para él el paisaje rural es, en gran medida, una especie de vacío que se encuentra entre cada ciudad o santuario y su vecino más próximo, un vacío atravesado por el sistema de caminos (sin duda muy mejorado bajo el dominio romano), que permitía al viajero seguir un recorrido lineal desde el punto de partida al de destino, con poca consideración respecto a las dimensiones lineales y laterales. Sin embargo, como sucede a menudo, es mejor ejemplificar que generalizar. Vamos a considerar a continuación los primeros capítulos del libro noveno y veremos cómo conduce Pausanias a su lector a través de Beocia. Ya ha explicado en su exposición del Atica (1.38.8) que el Monte Citerón era «el límite de Beocia» y desde allí continúa en 9.2.1, donde habla de la parte del Citerón (las laderas septentrionales, según podemos inferir) que constituye el «territorio de Platea». Da, de pasada, una interesante observación de las prácticas agrícolas de los habitantes de Platea hacia el 373 a.C. (9.1.3), que, en este período, sospechando justificadamente de los tebanos, no se aventuraban a ir a sus cam
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pos más distantes, a menos que tuviesen razones para pensar que estaba teniendo lugar en Tebas una asamblea política que podía ocupar la atención del ejército ciudadano tebano. Esta misma narración histórica le da ocasión para mencionar que había dos rutas alternativas, una más directa que la otra, desde Platea a Tebas y, de hecho, nos introduce en las dos (9.2.1,3). Antes de entrar en Platea, hace un primer rodeo por Hysias y Eritras y luego, de forma característica, retrocede por sus mismos pasos. Cada elemento que menciona se relaciona con la ruta que está siguiendo («a vuestra derecha cuando giráis»; «a vuestra derecha en el camino de regreso»). Luego sigue la descripción de Platea y, a continuación, en 9.4.4, volvemos de nuevo al camino. Nuestro destino es Tebas, pero no queda claro (y esta omisión ha ocasionado un gasto de litros de tinta moderna) si la mención que hace Pausanias de la fuente Gargaphia, en la frase inmediatamente anterior, implica que se encontraba en el camino o cerca del mismo (la fuente había sido una de las principales señales terrestres en la famosa batalla del 479 a.C.). Mientras seguimos a Pausanias a Tebas, es útil saber que en Beocia, como en otros lugares de la Grecia antigua, se suponía que muchos nombres de lugares derivaban de los nombres de personajes míticos: así, Platea de la ninfa Plataia, hija del rey Asopo, que, a su vez, dio su nombre a un río, y del que se suponía que había sido sucesor del rey Citerón, el cual dio nombre a la montaña, y así sucesivamente. Todo esto es registrado fielmente por Pausanias (9.1.2). Pero consideremos a continuación su descripción de la siguiente etapa de la ruta: En el camino de Platea a Tebas corre el río Oéroe. Dicen que Oéroe era una hija de Asopo. Antes de que crucéis el Aso po, si giráis río abajo unos 40 estadios [es decir, unos 8 km], llegaréis a las ruinas de Skolos ... Hasta la actualidad, el río Asopo divide el territorio de Platea del de Tebas.
Puede advertirse que no se nos proporciona la distancia total (aunque se menciona la distancia del rodeo a Skolos). Pausanias afirma de forma suficientemente clara que se llega al río
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Oéroe antes que al río Asopo, pero el lector descuidado podría considerar su historia acerca de la relación entre los dos epóni mos como una implicación de que el primer río es tributario del segundo. No es así, ya que uno corre hacia el oeste y el otro hacia el este. En cuanto al rodeo hacia Skolos, se ha provocado un largo debate sobre si el pasaje permite o elimina la posibilidad de que Skolos estuviese en la orilla más distante (es decir, septentrional), aunque se llegase al lugar girando desde la orilla más próxima del río. Según algunas opiniones, el emplazamiento más probable de Skolos, a una distancia correcta del camino principal, está en la orilla norte.8 Es una de las muchas disputas topográficas que proceden del hecho de que no podemos estar seguros de que Pausanias haya mencionado todos los detalles importantes. De hecho, una cierta familiaridad de primera mano con el paisaje griego, que nos diera una imagen verdadera del pequeño tamaño y volumen de ríos como el Asopo, podría llevarnos a la duda de que cruzar esta corriente de agua constituya un paso «importante». Puede parecer injusto comparar a Pausanias con un hombre que ha sido llamado «el príncipe de los viajeros». Sin embargo, una comparación entre su relato y el de William Martin Leake, que atravesó el mismo camino más de dieciséis siglos después, nos dará algunos detalles que faltan en el relato más antiguo. Leake deja Platea con un rodeo inicial en dirección opuesta (es decir, hacia el sur): 29 de de dici di ci embr e de 1805. Desde el ángulo superior de las rui
nas [es decir, de Platea] cabalgué veintitrés minutos, precedido de un hombre a pie, por la ladera rocosa del Citerón hasta la fuente Vergutiani y desde alli ascendí en cinco minutos a una roca que sobresale y que sirve de refugio al ganado, en medio de un teatro natural de rocas en la parte superior de la ladera verde ubicada sobre la fuente ... Una vez hube descendido des de la fuente al camino que lleva desde Kokkla hacia el este, a los pueblos que se hallan a lo largo de la ladera de la montaña,
8. Véase W. K. Pritchett, Studies in Ancient Greek Topography, Topography , Berkeley y Los Angeles, vol. 1, 1965, pp. 107109; vol. 2, 1969, pp. 178180.
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ARQUEOLOGÍA DE GRECIA crucé la bifurcación del Oéroe, que, viniendo de Tebas, llamé la primera y, ocho minutos más tarde, una cañada cuyas aguas constituyen un afluente del Asopo; su extremidad superior está muy cerca de las fuentes del ramal más oriental del Oéroe. Aquí se produce exactamente la partición de las aguas que desem bocan, de un lado, al mar de Eubea y, del otro, al golfo de Corinto.9
Puede advertirse que Leake señala, en primer lugar, la época del año de su viaje, detalle importante para todas las cuestiones del nivel de los lagos, la media de caudal de los ríos, el límite de las nieves, etc. Puede verse también el empleo que hace de la orientación. Frases como «la ladera verde» o «un refugio para el ganado» evocan, al mismo tiempo, el paisaje y sus utilizaciones y, además, nos facilita seguir sus pasos. También es digna de destacarse la precisión que muestra en cuanto a los tiempos de los recorridos, lo que permite calcular las distancias. Finalmente, puede observarse que sitúa claramente la dirección de la corriente de los dos ríos, tema que no queda claro en la descripción de Pausanias. A pesar de las obvias diferencias en cuanto a objetivo y tras fondo, existen muchas similitudes entre Pausanias y Leake. En primer lugar, ambos describen Grecia en términos de los restos pertenecientes a períodos anteriores; los dos lo hacen con erudición y honestidad y de un modo que, a menudo, nos provoca el deseo de seguir sus pasos. Pero, sobre todo, ambos tratan de pasar inadvertidos. Pausanias no introduce en su relato sobre la batalla de Platea el hecho de que él mismo llevaba el nombre de jefe victorioso y Leake no menciona el día (probablemente algún momento del mes de noviembre de 1805) en que recibió noticias de la batalla de Trafalgar (aunque este hecho tenía una cierta importancia en su misión, que consistía en realizar una prospección confidencial de la geografía de Grecia, en vistas a la defensa del país contra los franceses si el enfrentamiento entre las dos potencias se extendía hasta esta región). Lo poco que sabemos de Pausanias mismo procede enteramente de unas 9. W. M. Leake, Leak e, Travels in Northern Greece, vol. 2, 1835, p. 326.
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pocas referencias causales que están dispersas en el texto de su libro y que no son más largas que las propias opiniones de Leake en su obra. Para terminar, los dos hombres eligieron a la perfección el momento de sus viajes: Pausanias por la descripción que nos brinda de edificios que sobrevivían y que estaban a punto de derrumbarse y Leake por la identificación de algunas ruinas antes de que también desaparecieran. Con todo, a partir de los fragmentos que hemos visto, lo que aparece con más nitidez son las diferencias de enfoque. Leake, a causa de su misión, está más interesado que Pausanias en la Grecia de su época; por otro lado, se muestra típicamente británico por su afición o, al menos, por su interés en el escenario rural. Mi motivación real para establecer una comparación entre Pausanias y Leake es demostrar que existe una posible alternativa al enfoque del primero y que la perspectiva e intere
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16. 16.
Mapa de la antigua antigua Beocia, Be ocia, sólo s ólo con la información inform ación procede pro cedente nte del libro 9 de la Descripción de Grecia de Pausanias
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ses de un Pausanias no tienen por qué ser considerados como una obligación permanente para el arqueólogo de Grecia. No tenemos que seguir frase por frase la descripción que Pausanias da de Beocia, ya que gran parte de la información esencial puede ser ilustrada por medio de un mapa (figura 16) — que contiene tan sólo los datos que Pausanias proporciona en su exposición—, pero con la incorporación de uno o dos principios necesarios, tales como la inclusión de las orientaciones aproximadas, las cuales no se encuentran en las páginas del citado autor. En el capítulo 8, Pausanias entra finalmente en Tebas, que usará como punto central en sus excursiones siguientes por el territorio beocio. La descripción de la ciudad ocupa diez capítulos. Luego inicia la primera excursión —desde el capítulo 18 al 22 inclusive — , que nos conduce al noreste, hasta la orilla del Euripo, enfrente de Eubea. Los símbolos circulares negros señalan las ciudades (o más bien las ruinas de las ciudades) que atraviesa; los símbolos cónicos negros son montañas, los símbolos cónicos grises ríos con la dirección de sus corrientes (que también son usualmente omitidas por Pausanias). Las áreas grises muestran el mar en las zonas por donde pasó y las partes de los lagos que menciona. Finalmente, las líneas de puntos marcan los pocos casos en los que Pausanias menciona límites territoriales. Las cifras de las distancias son intermitentes y el estado fragmentario del mapa, en su conjunto, refleja la ausencia virtual de referencias cruzadas laterales. Así, por ejemplo, decir si la costa a la que llega en un viaje es la misma a la que se llegó en un viaje anterior o posterior. En la primera excursión hacia el este, la omisión de la referencia a la distancia ha provocado dificultades para la localización de un yacimiento, Teumessos (TE). Un poco más adelante, en Mykalessos (MY), se plantea una curiosa cuestión debido a la referencia a un santuario de Deméter «junto al mar de (o en) Mykalessos», cuando otra referencia no permite pensar que Mykalessos estuviera en la costa.10 En este caso, el error (si puede llamársele así) reside 10. 10. J. G. Frazer, en Pausanias’ Description of Greece, Greece, vol. 5, Londres, 1898, pp. 6670, nos proporciona lo que constituye todavía la exposición más completa de este problema.
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en la imposibilidad de distinguir entre una ciudad propiamente dicha y el territorio que la rodea. La segunda excursión ocupa una extensión de dos capítulos (23 y 24) y empieza en la misma puerta de Tebas, en el lado este. Sin embargo, aunque Tebas era famosa por sus siete puertas, vemos que Pausanias sigue una dirección muy diferente, de oeste a norte, para llegar de nuevo al Euripo, concretamente a Larymna y Halas. Al igual que antes, Pausanias efectúa rodeos, pero siempre vuelve sobre sus pasos a la ruta principal de la excursión. El viaje tiene el interés de incluir el trayecto en barca de un brazo del lago Copais, entre Akraiphnion y Copai. Aquí daríamos la bienvenida a una indicación de la estación del viaje, puesto que es probable que, durante el siglo π d.C., esta área sólo estuviera cubierta por el lago estacionalmente. Se puede señalar (algunos lo han deplorado) la omisión que hace Pausanias de cualquier referencia a la fortaleza micénica de Gla. Otra dificultad está provocada por el hecho de que Pausanias da distancias demasiado pequeñas para dos pares de ciudades (11 estadios de Copai a Olmones y 7 de Olmones a Hyet tos), siendo la segunda inferior a una milla. Puesto que el primero y el tercero de estos lugares han sido localizados de manera definitiva, podemos de hecho afirmar que se trata de una corrupción del texto o de un error impensado.11 La tercera y última excursión que lleva a Pausanias fuera de Beocia, a la Fócida, empieza en una puerta diferente de Tebas y sigue una dirección aproximada hacia el oeste. Es mucho más larga y cubre del capítulo 25 al 41. Difiere de las anteriores en su desarticulación. Empezamos del modo usual, yendo hasta Onchestos, luego volvemos sobre nuestros pasos durante parte de la ruta y giramos hacia Tespias, la segunda atracción turística de la antigua Beocia. Pero luego hay dos saltos abruptos en el espacio: primero Pausanias nos conduce a Creusis, «el puerto de los tespios», que sabemos que podía alcanzarse desde el Peloponeso a través de un desagradable trayecto a base de zigzags 11. 11. Véase R. Étienne Étienn e y D. Knoepfler, Hyettos de Béotie et la chronologie des archontes fédéraux entre 250 et 171 avant J C., J C., BCH, BCH, suplemento 3 (1976), pp. 34 y 1929.
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alrededor de varios cabos. Estamos, por tanto, en el golfo de Corinto y, sin duda, Pausanias visitó esta parte de Beocia en otro viaje distinto por barco. Desde Creusis, nos embarcamos hacia el oeste hasta el puerto de Tisbe, se visita esta ciudad y luego se sigue hasta Tifas. Esto plantea la mayor paradoja topográfica del libro, ya que se han localizado los puertos de Tisbe y de Tifas y la cuestión es que, navegando hacia el oeste, se llega primero a Tifas que a Tisbe.12 La mejor explicación reside en el hecho de que la progresión lineal de Pausanias no tiene por qué haber sido en línea recta. Tanto Tifas como Tisbe se hallan en una bahía profunda y Pausanias pudo haber recorrido la forma de la bahía y luego haber retrocedido tras su primera entrada, aunque no nos lo dice. Luego sigue el segundo salto en el espacio, el más marcado. En 9.32.5 se nos dice súbitamente: «Desde Tespias hacia el interior se encuentra Haliartos». Hace cuatro capítulos que hemos dejado Tespias, pero lo que resulta más molesto es que este movimiento nos lleva a unas dos millas de un punto que había sido alcanzado antes (9.26.4), el santuario de Onchestos. Constituiría una sorpresa para algunos viajeros alcanzar una vista plena de este santuario, cuando no se había mencionado su proximidad anteriormente. Desde Haliartos vamos hacia el oeste a Coronea y Orcomenos, pasando de nuevo por el lago Copais que, sin embargo, tan sólo es mencionado porque en invierno el viento sur trae sus aguas al territorio de Orcomenos. Dejamos Beocia y vamos hacia las ciudades de Aspledon, Leba deia y Queronea, aunque para visitar estos lugares en el orden expuesto y desde Orcomenos sería necesario seguir un tortuoso itinerario que, en algunos casos, exigiría retroceder. Espero haber comunicado mediante este extenso resumen de la ruta de Pausanias por Beocia la impresión de su destacada linealidad (a pesar de las interrupciones). Su tratamiento del paisaje se representa casi todo el tiempo en una dimensión, es 12. 12. Véase R . A. Tomlinson y J. M. Fossey, «Ancient Remains on Mt. Mavrovo Mavrovou u ni, South Boeotia», BSA, BSA, 65 (1970), pp. 243263, con una explicación diferente en relación a la secuencia de Pausanias, p. 243, n. 2; y sobre el lugar, en general, E.L. Schwandner, «Die boötische Hafenstadt Siphai», AA A A (1977), pp. 513551.
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decir, cada lugar está más lejos o más cerca de la línea de la ruta que sigue; cuando efectúa un rodeo, vuelve sobre sus pasos; los diferentes caminos no están relacionados lateralmente entre sí y ni siquiera existen relaciones de tres términos en un mismo camino («B está entre A y C»). Se dan pocas o ninguna orientación y, a veces, se deja al lector que infiera los cambios o inversiones de dirección. La impresión que se tiene es la de un hombre que chapucea como un pato en una ciénaga y que no se atreve a tomar un atajo. Es interesante señalar que Christian Jacob ha sugerido13 que Pausanias pudo haber utilizado, en lugar de un mapa de dos dimensiones, un itinerario del tipo que se ha preservado en el valioso ejemplar de la Tabla Peutingeria na (figura 17), una copia del siglo xill de un «mapamundi» de hacia el 300 d.C. que muestra casi exactamente el mismo tipo de linealidad, hasta el punto de que las relaciones laterales no sólo son descuidadas sino también deformadas (en la figura 17, por ejemplo, la posición de Beocia se halla en dos puntos diferentes a lo largo de dos itinerarios independientes que conducen a Atenas). Estoy de acuerdo con la opinión de Jacob de que las indicaciones topográficas de Pausanias son efectivas, a pesar de todo, para el viajero que comparte sus intereses, con algunas probables excepciones, tales como el silencio sobre la proximidad de Onchestos y Haliartos. Pero en un tratamiento como el de Pausanias, el paisaje rural no puede realmente aparecer como un espacio de dos dimensiones. Existen pocas manifestaciones de interés por la escena rural, dirigidas principalmente a los fenómenos naturales (como en la descripción del Monte Helicón) y, en una ocasión, refiriéndose directamente a la utilización del paisaje (en el corto pero fascinante fragmento sobre las medidas de control de la corriente de una cuenca cerrada que se encuentra entre Tis be y su puerto). Sin embargo, se omiten temas relacionados con los asentamientos y la población rurales o la agricultura, puesto que requieren una consciencia del espacio rural. 13. C. Jaco Ja cob, b, «Paysages «Paysages hantés et jardins merveilleux», L' Ethnographie, Ethnographie , 76 (1981 1982), p. 41.
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A la objeción obvia de que he atribuido, de manera injusta, preocupaciones modernas a un escritor antiguo y luego he empeorado la ofensa comparándole con un autor moderno, replicaré introduciendo una comparación, bastante diferente, con dos escritores anteriores, Estrabón y el autor que durante largo tiempo recibió el nombre equivocado de pseudoDikaiar chos. Estrabón, como Pausanias, era un súbdito de lengua griega del imperio romano y procedía de Asia Menor. Casi dos siglos antes que Pausanias, compiló su Geografía durante un largo período de tiempo. Comparándolo con Pausanias, empieza con una notable desventaja, ya que, mientras nadie niega la veracidad de las descripciones de primera mano de Pausanias, «no es posible afirmar con seguridad si Estrabón vio alguna vez cualquier parte de Beocia»,14 y surgen dudas similares en relación a otras secciones de su exposición del mundo mediterráneo. Cuando se observa la Beocia de Estrabón en un mapa (figura 18) semejante al utilizado para Pausanias, hallamos ciertas cualidades que faltaban en este último. Estrabón emplea orientaciones; su Beocia tiene dos costas continuas e incluye más características y lugares de los mencionados por Pausanias. Las medidas que da Estrabón no son sólo lineales a lo largo de los caminos, sino que también cubre distancias a través del mar (así, entre Beocia y Eubea) e incluye una medida de la periferia del lago Copais. Esta última es del tipo más difícil de calcular y la cifra indicada por Estrabón, sorprendentemente alta, puede haberse basado en una laboriosa información de todos los promontorios y ensenadas. En este caso, se trataría del más notable trabajo topográfico de este nivel. Estrabón nos brinda también una gradación aproximada de las ciudades, según su tamaño y prosperidad. Estrabón, al contrario que Pausanias, no emprendió sus via jes je s de forma radial desde desde T ebas eb as;; su propósito es diferen dife rente, te, aun aun 14. 168172.
P. Wallace, Strabo’s Description of Boeotia, Boeotia, Heidelberg, 1979, p. I; cf. pp.
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18. 18.
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M apa de la la antigua antigua Be od a, sólo con la información del libro 9.2 de la la ob o b r a Geografía de d e E stra st ra b ó n
que su propia descripción de lo que está haciendo, periëgësis tés choras, recuerda de forma precisa el título de la obra de Pausanias. El plan original de Estrabón es cubrir el paisaje, tratándolo como una serie de agrupaciones regionales de ciudades y pueblos. El problema es que no mantiene su objetivo. Des pués pu és de u n a ejem ej em plar pl ar expos ex posici ición ón de la costa co sta n o rori ro rien enta tall (9.2.6 (9. 2.6 en adelante), vuelve, lógicamente, hacia las llanuras del interior (9.2.15) y las describe. Pero después (9.2.21) decide, súbitamente, desviarse y emplear el largo pasaje del Catálogo homérico de las naves (Ilíada 2.4942.516) como base de su exposición. El resultado, como observa Paul Wallace, es poco afortunado, puesto que, en Homero, la secuencia de lugares está más regida por la métrica que por la topografía y, por esta razón, la secuencia de Estrabón, coherente hasta este momento, se desvía.1 vía .15 A un así, así, su relato resulta resu lta más continuo continu o que qu e el de Pausa I b id ., p. 3. 15. Ib
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nias y su interés en características naturales es más profundo y sistemático. En pocas palabras, puede decirse que lo que nos fí s i c a . En este sentido, el paiofrece es una verdadera geografía fís saje rural está descrito con un detalle que corresponde aproximadamente a la exposición más completa de Pausanias en relación al escenario urbano. En los casos en que se requiere una autopsia del tema tratado, como la discrepancia sobre la desaparición (Estrabón 9.2.33) o la supervivencia (Pausanias 9.26.5, en una fecha posterior) de la arboleda de Poseidón, mencionada por Homero en Onchestos, tenemos buenas razones para confiar más en Pausanias. No obstante, existe un elemento negativo común en las dos obras. Estrabón, incluso en la primera parte de su descripción, más sistemática, no muestra más interés que Pausanias en el paisaje como campo de la actividad humana y, parcialmente, como producto de la misma. Ambos autores permanecen silenciosos sobre la geografía económica del territorio. Pero ¿resulta un error, por regla general, buscar información de este tipo? ¿Se trata simplemente del producto de concepciones modernas anacrónicas? Quizá resulte sorprendente, pero podemos dar una respuesta negativa firme porque contamos con ciertas pruebas que demuestran que hubo autores y lectores en la Grecia antigua que compartían, en alguna medida, las preocupaciones que han dominado este capítulo. Consuela volver a una tercera descripción de Beocia que, aunque apresurada y parcial —en los dos sentidos de la palabra—, demuestra este tipo de interés, llenando, por tanto, las lagunas de las obras de Estrabón y Pausanias. Es difícil creer que un escritor, cuya obra fue descrita en una ocasión por Wilamowitz como sin rival en el cuerpo existente de la literatura griega por su riqueza de vida, haya podido ser tan descuidada. Tal ha sido el destino de Heráclides, ho kritikos (o, posiblemente, ho Krë tikos, el cretense). Los tres fragmentos que se conservan fueron muy debatidos en los años que transcurrieron entre su examen detallado por Müller en Fragmenta Historicorum Graecorum, en 1848, y el final del siglo xix. Pero, desde entonces, se les han dedicado pocos trabajos, con excepción de la monografía
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de Friedrich Pfister en 1951.16 Debido a que los fragmentos aparecieron en dos series de manuscritos entre obras atribuidas al filósofo Dikaiarchos, durante años se ha llamado al autor de los mismos «pseudoDikaiarchos». Parece que fue F. Osann, en 1831, quien advirtió por primera vez que Apolonio, un escritor helenístico de maravillas, proporcionaba una cita casi verbatim de uno de estos fragmentos y la atribuía a un autor desconocido llamado Heráclides Creticus. Se dedicó un gran esfuerzo para datar los fragmentos a partir de la evidencia interna y el resultado es que podemos fecharlos con seguridad entre el período de tiempo que va del 275 al 200 a.C. y, de forma más dudosa, entre c. 260 y 229 (quizás incluso entre el 260 y el 251 a.C.). En consecuencia, su autor es anterior a Estrabón —un período de tiempo semejante al que separa a Estrabón de Pausanias—. Aquí nos interesa tan sólo el fragmento 1, un itinerario que va de Atenas a Calcis a través de la Beocia oriental y central. Se ve claramente, muy pronto, que nos encontramos ante un individualista y un humorista, ya que las citas, los juicios de valor (a menudo detractores) y las mofas abiertas alternan con una descripción extremadamente aguda. Por ejemplo, en el camino que va de Beocia a Oropos: Desde aquí a Tanagra hay 130 estadios. El camino atraviesa un paisaje de olivos y de bosque, libre de atracadores. La ciudad se encuentra en una eminencia rocosa y tiene una apariencia blanca, arcillosa, embellecida por los pórticos de las casas con sus pinturas votivas encáusticas. No es particularmente rica en productos locales, pero su vino es el mejor de Beocia.
El pasaje es bastante típico. Cuando Heráclides llega a una ciudad, se interesa principalmente en la descripción del carácter y del comportamiento de la gente (sobre todo de las mujeres), a menudo de forma divertida. Pero los que resultan reveladores 16. F. Pfister, Die Reisebilder des Herakleides, Sitzungsberichte, Österreichische A k a d e m ie d er W issen iss ensc scha hafte ften, n, P hilo hi loso sopp hisc hi schh H isto is tori risc schh e K lass la sse, e, n.° 227. vol. 2 (Viena, 1951), especialmente pp. 17 (identificación del autor Osann), 4448 (su fecha) y 45 (mención de Wilamowitz).
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son los pasajes entre las ciudades. Así, de Tanagra a Platea «el camino es solitario y con piedras, extendiéndose a lo largo del Citerón»; de Platea a Tebas es «liso y nivelado». Tebas es situada en su medio ambiente: la ciudad está construida «sobre tierra negra»; «bien regada, verde, con suelo profundo, tiene más jardines jard ines que cualquier otra ciuda ciudad d de Greci Gr ecia». a». Estas Es tas caracterí cara cteríssticas, sigue, y la abundancia de productos locales en venta, la convierten ep un lugar agradable para el verano, aunque en invierno es véntosa, con nieve y barro. De Tebas a Antedón, el camino es «oblicuo pero puede cruzarse y atraviesa campos». Antedón tiene árboles en la plaza del mercado. Es rica en vinos y pescados pero carece de cereales a causa de la pobreza de su suelo. Casi todos sus habitantes son pescadores y muchos de ellos construyen sus propios barcos. Respecto a la tierra, no es que la gente de Antedón la descuide, es que simplemente no la tienen. Nos gustaría hallar gran cantidad de información de este tipo. Desgraciadamente, en este punto el autor comenta: «Así es Beocia. Porque Tespias tiene gentes ambiciosas, bellas estatuas y nada más» (esto último parece ser una excusa por haber omitido la visita de un punto de importante interés respecto a Beocia). Siguen una serie de devastadores apotegmas antibeo cios que finalizan con el de Ferécrates «mantente lejos de Beocia si eres sabio». Vemos que Heráclides no nos va a llevar tampoco a Coronea, ni a Orcomenos o cualquier lugar del oeste de Tebas y nuestro único consuelo es su parcial descripción del camino que va a lo largo de la orilla de Antedón a Calcis entre colinas con bosques y bien regadas y el mar. La rareza de esta descripción entre los escritores griegos solamente aumenta nuestro sentimiento de privación. Al menos esta es mi reacción. La existencia de esta obra fragmentaria prueba que este enfoque para el estudio de la Grecia rural podía existir en la antigüedad. Porque aunque Heráclides pueda ser considerado un autor poco «serio», sus escritos tienen interés para algunos lectores. Lo más importante es el hecho de que el virtual aislamiento de su obra de las fuentes antiguas hace que no podamos utilizar las noticias escritas al
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tratar de aproximarnos al tema. A veces, podremos conseguir seguramente algunos datos e informaciones procedentes de la literatura, como hemos visto en lugares bastante inesperados, pero presentarán normalmente una forma fragmentaria. También podemos usar, de manera algo distinta, textos «universali zadores» (para Beocia, Los trabajos y los días de Hesíodo constituye el ejemplo obvio) a fin de extraer y aplicar conclusiones más específicas; sin embargo, es preciso reconocer que, en general, no tenemos información. Hoy en día, lo expuesto anteriormente no puede constituir un argumento para no proseguir las líneas de investigación arqueológica e histórica. La verdadera justificación para estudiar la Grecia rural antigua es, en sentido amplio, histórica. De nuevo en este caso, citaré el veredicto de un conferenciante Sather anterior, Moses Finley, en una de las conclusiones centrales de su libro La economía de la antigüedad. Finley encontraba justificada la opinión, basada en el trabajo de Max Weber, de que la ciudad antigua era, en primer lugar, un centro de consumo. Llegó a la conclusión de que la supervivencia de la ciudad dependía de cuatro variables, siendo la primera de ellas «la cantidad de producción agrícola local, es decir, de producto de la propia área rural de la ciudad».17Esto constituye, a mi parecer, una suficiente justificación. El arqueólogo que busca proseguir un estudio de la Grecia rural, antes de aceptar el centro de interés urbano de las fuentes antiguas como una clase de evidencia, tratará de investigar bajo la superficie de este «mundo de habitantes de ciudades» y examinará su apuntalamiento económico. El establecimiento de los medios para llevar a cabo este objetivo será la tarea del próximo capítulo.
17. The Ancient Economy, Berkeley y Los Angeles, 1973, p. 139.
4. EL PAISAJE RURAL DE LA GRECIA ACTUAL A fin de rescatar para la sociedad humana los valores originales de la vida rural Inscripción en Hilgard Hall, Universidad de California, Berkeley Estas palabras grabadas hace setenta años pueden parecer sentimentales o afectadas en los años ochenta. Sin embargo, después de pasar por debajo de la inscripción casi cada día durante más de tres meses, llegué a simpatizar con el contenido que encierra. A menudo, los arqueólogos de campo que traba jan ja n en Greci Gr eciaa se suelen emocionar emo cionar ante el paisaje rural que les rodea, lo que refleja, a mi modo de ver, un verdadero sentimiento de apego. Es cierto que, actualmente, una serie de arqueólogos están comprometidos no sólo en la recuperación del paisaje sino también en el estudio de los actuales valores rurales de Grecia para emplearlos en la reconstrucción del medio antiguo. En tiempos modernos, el paisaje griego ha sido víctima sucesivamente de una serie de procesos, cada uno de ellos destructivo a su manera. Muchos visitantes occidentales parecen ver el paisaje y sus habitantes como una especie de museo vivo y encuentran difícil tratar al campesino griego como a un contemporáneo y mucho menos como a un igual. Para el pequeño subgrupo de los visitantes occidentales que están profesional
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mente interesados en el pasado, el propio paisaje es considerado, a menudo, como una triste y maltratada reliquia de un tiempo pasado y más glorioso. Consideré esta opinión en el capítulo 3 y creí haber encontrado algunos indicios que permiten considerar que se trata de una representación equivocada. La historia de esta opinión, si se reconstruye de manera adecuada, permite reforzar esta conclusión, ya que surgió del florecimiento de los estudios clásicos en el norte de Europa e implica una supuesta imagen del paisaje del pasado y una impresión definitivamente equivocada del actual. Cuando la experiencia invalidó la última característica mencionada, pudo proponerse que el «verdadero» paisaje de Grecia todavía podía subsistir, si bien sólo lo hizo en el pasado. Me es posible hablar de esta opinión como un antiguo partidario de la misma, al menos parcialmente, y no como un observador desdeñoso. Una educación que combina una familiaridad relativa con los textos antiguos y una ignorancia total de la realidad física ya no es normal entre la juventud actual, al menos en el mundo occidental. Sin embargo, puedo recordar la sorpresa que experimenté, hace más de treinta años, cuando observé el verdadero paisaje mediterráneo, primero en Italia y después en Grecia. La traducción inglesa usual del vocabulario griego referido a la naturaleza —términos como hule (madera), bëssa (cañada boscosa), po p o t a m o s (río), krënë (fuente) y p o a (hierba) y sus sus contrapartidas contrapartidas latinas— latin as— ha sido sido equívoca, al igua iguall que el aprendizaje recibido para enfrentarse a las características reales que se nombran con esta terminología. ¿Es posible que este hilillo de agua turbia corresponda al nombre histórico de un río? ¿Dónde se han ido las cañadas verdes con sus ruiseñores? Como vimos en el capítulo 3, existía una sencilla explicación, aparentemente creíble y muy atractiva para el clasicista, a saber, el paisaje descrito por los poetas y los historiadores clásicos se ha desvanecido con ellos, víctima de la degradación del medio ambiente y del consiguiente deterioro climático de la era postclásica. Se trata, en muchos sentidos, de un punto de vista confortador y puede que no totalmente erróneo. No obstante, llegar a probarlo requiriría una exhaustiva investigación, toda-
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vía por realizar. Lo que planteaba en el capítulo 3 es que no contamos a este respecto con fundamentos ni justificaciones de los autores antiguos, ni tampoco los hallazgos de la investigación actual son concluyentes sobre este tema. Por último, deberíamos adoptar el punto de vista opuesto que, como hipótesis de trabajo, resulta más económico. En otras palabras, el paisaje rural antiguo de Grecia era, en muchos aspectos importantes, muy parecido al de la Grecia actual. O, al menos, de la Grecia de ayer; porque vamos a tratar ahora del último de los procesos de destrucción (esta vez en sentido literal y no simbólico) que ha sufrido el paisaje griego. La degradación física del medio ambiente rural, que actualmente constituye un tema de preocupación a escala mundial, no ha terminado en Grecia. Por el contrario, aunque el tacto y una cierta nostalgia me obliga a la reticencia, no recuerdo haber visto una manifestación más intensa y, al parecer, no controlada de esta enfermedad de nuestros tiempos en ningún otro lugar del mundo. La expansión de las construcciones suburbanas y de las segundas viviendas, el reemplazamiento generalizado de la piedra y del ladrillo por el cemento, las huellas de destrucción dejadas por el tractor y el bulldozer , el descuido o demolición de terrazas, la idiosincrasia del trazado urbano, la legislación sobre los impuestos griegos y, sobre todo, el vertido generalizado de desechos de la era del plástico, han contribuido a una degradación que es algo más que aparente. No se debe permitir que este catálogo degenere en una diatriba, ya que debería recordarse que cada una de estas características es en sí misma indeseable y admitirse que la mayoría son irreversibles en la práctica. Con todo, existe un efecto menor y colateral a este proceso de gran relevancia para nuestro tema y no es otro que el ritmo creciente de destrucción de los hallazgos antiguos en los yacimientos rurales. Curiosamente, en estos casos, la acción de las leyes, reconocidas por todos (incluyendo los sucesivos gobiernos griegos) demasiado permisivas, incluso promotoras, en cierta medida, de los efectos destructivos sobre el medio ambiente, tiene un efecto contrario. A causa de las leyes sobre las antigüe-
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dades griegas, que imponen una prohibición total de destruir los restos antiguos hasta que hayan sido investigados por profesionales, se ha producido un choque directo de intereses entre los funcionarios gubernamentales y la mayoría de la opinión pública. A su vez, este hecho ha provocado una retahila de consecuencias desgraciadas: un aumento de las edificaciones ilegales, un cambio significativo de la actitud popular respecto a la herencia arqueológica de Grecia y un incremento impresionante del trabajo que recae sobre el Servicio Arqueológico. No voy a discutir aquí cuestiones sobre política actual, puesto que no es mi objetivo ni forma parte del tema que estoy desarrollando; sin embargo, cualquiera puede preguntarse hasta cuándo permanecerá inalterable este equilibrio de fuerzas. Tampoco resulta difícil establecer teóricamente un diagnóstico de la causa subyacente del problema. Si existe un contraste ideológico manifiesto entre la Grecia actual y la antigua, es el cambio, más bien la inversión, de la evaluación relativa de los intereses privados y públicos. La lengua que nos ha dado la palabra idiota y sus derivados para describir al hombre que se aparta de la vida pública emplea hoy estos términos en un sentido neutral u, ocasionalmente, de aviso para advertir a los viandantes que se mantengan fuera de las propiedades privadas. El paisaje rural es un testigo mudo del hecho de que este cambio de valores no es una mera abstracción simbólica. Todo esto añade un cierto carácter de urgencia a las cuestiones que quiero plantear a propósito de las características de la futura investigación arqueológica en Grecia; sin embargo, no son sólo consideraciones prácticas las que hay que hacer al respecto. Me he referido de pasada a las dificultades con las que topa la labor del Servicio Griego de Arqueología y espero que no resulte excesivamente presuntuoso si me extiendo un poco hablando sobre ellas. La preservación poco selectiva del legado material de Grecia, una causa tan encomiable, en principio, como para que prácticamente nadie hable en público en su contra, ha provocado otra crisis, aunque menos obvia. Un visitante actual de Grecia, con consciencia histórica, ha de quedar impresionado, con razón, ante el constante incremento del número
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de museos locales, así como ante la calidad de lo expuesto. Lo que ni él ni ella quizás aprecien —y supongo que esto también es aplicable a clasicistas u otros «profesionales» no arqueólogos— es que lo que se halla realmente expuesto no es más que la bella punta de un feo iceberg. Prácticamente cada museo griego se ve obligado a ocultar en sus almacenes una gran cantidad de material poco apto para su exposición y que va creciendo, año tras año, a una velocidad alarmante. Además, ese material, frecuentemente, no está publicado y, en ocasiones, está destinado a permanecer así. Si se dotara al Servicio bien con mayores salarios o con más mano de obra, a un nivel que guardara, al menos, una ligera relación con la colosal contribución indirecta que sus actividades aportan al turismo nacional, se podría vislumbrar entonces una posible reducción de esta presión. Sin embargo, tal como están las cosas, la única previsión es que esta presión aumente rápidamente. Incluso para mantener el ritmo de crecimiento de esas «nueve décimas partes sumergidas» de patrimonio, el Servicio necesitaría un incremento apre ciable de su mano de obra. Gran parte del material ha de ser almacenado en lugares improvisados, lo que comporta dificultades de acceso para su estudio. Mientras tanto, los conservadores son desplazados a otras tareas, debido a la creciente demanda de excavaciones de urgencia generada por los factores antes señalados. Las actividades de las misiones extranjeras en Grecia contribuyen a la asunción de una de estas responsabilidades realizando excavaciones de rescate cuando son requeridas para ello. No obstante, al compartir necesariamente los mismos recursos que los museos, agravan de forma inevitable la otra carga principal, aumentando el volumen de la invisible «montaña apothëkë [almacén]». Este problema no es específico de Grecia, pero, debido a la riqueza excepcional del legado arqueológico griego, se manifiesta aquí en su forma más acusada. Cualquier excavación, incluso la de una cata de 10 m2 cuadrados efectuada para posibilitar la construcción de un modesto bloque de oficinas en una ciudad de provincias, puede producir una cosecha importante de materiales de diferentes períodos, que abarquen varios
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siglos o mejor milenios. Deben buscarse algunas respuestas a este problema en un futuro próximo, puesto que parece estar conformándose como una seria posibilidad la opción de una moratoria total de todas las excavaciones, que antes solamente existía en relación con los exámenes de los estudiantes de disciplinas clásicas. Ha llegado la hora de plantearnos si nuestro apetito de nuevos objetos, connotado por la invocación «Kala vrëmata!» («¡buenos hallazgos!»), que oímos regularmente en los encuentros internacionales de arqueólogos, es algo que pueda tolerarse de forma indefinida. ¿No podría acaso separarse del apetito, enteramente justificable, y, de hecho, deseable, de nuevos conocimientos ? Muchos de los argumentos aducidos en capítulos anteriores, si se aceptan, tienden a limitar los objetivos tradicionales de las excavaciones arqueológicas en Grecia. Estos comentarios, al igual que otros publicados por mí en esta misma línea, están destinados a suscitar críticas en algunos círculos. En primer lugar, resulta evidente que la adopción generalizada del ethos de la Nueva Arqueología comportaría una alteración del equilibrio existente entre las dos entidades que acabo de mencionar: objetos nuevos y nuevo conocimiento. Disponemos de un ejemplo concreto tomado del trabajo de campo efectuado en Grecia durante los últimos veinte años y es la publicación de los resultados de la prospección y excavación efectuadas por la expedición de la Universidad de Minnesota en Mesenia (y se podría también decir que la acogida de esta publicación). Este trabajo ha generado, sin lugar a dudas, un mayor conocimiento, en proporción a los hallazgos, que el normal que aporta cualquier otro lugar. Para llevar a cabo una valoración de los juicios emitidos sobre este proyecto, me remito, en primer lugar, a donde todos recurriríamos para obtener una evaluación realmente honesta de cualquier novedad en la arqueología del mediterráneo oriental, es decir, a una reseña de James D. Muhly. En ella, refiriéndose al yacimiento elegido para ser excavado una vez finalizado el trabajo de prospección de la expedición, escribe que «Nicho ria es posiblemente el yacimiento no excavado más erosionado de Grecia ... Si Nichoria se hubiera excavado siguiendo el sis-
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tema tradicional, por arqueólogos interesados en arquitectura monumental y artefactos de calidad museística, el resultado hubiera sido un desastre absoluto». En este caso, contamos con una memoria de excavación extraordinariamente informativa que se ha de añadir a la publicación previa de los resultados de la prospección. Muhly advierte que «sólo hay una desafortunada consecuencia de todo esto. En opinión de muchos investigadores, Nichoria confirma la creencia fuertemente enraizada de que la Nueva Arqueología ... es la arqueología del último recurso, algo que se hace cuando todo lo demás falla. En palabras de uno de sus críticos, se trata de la arqueología que haces cuando no encuentras nada». El autor prosigue ejemplificando este tipo de reacción: «Cuando se tienen los frescos de Akrotiri, ¿quién va a aburrirse recogiendo muestras de suelos?». Pero es al final cuando da la puntilla: «Precisamente la falta de una cuidadosa excavación científica en Akrotiri es responsable de la mayoría de las tonterías publicadas sobre Ther T heraa en los los último últimoss diez diez años» año s».1 .1 Me sumo sumo gustosame gustosamente nte a todas y cada una de estas opiniones, pues resulta gratificante percibir que se cuenta, al menos, con un aliado que comparte así el castigo que espera a aquellos que expresamos puntos de vista de este tipo. Existe una rama de la investigación arqueológica—en cierta manera se trata tr ata de una aplicación de la Nueva Nueva Arqueología Arqu eología — que tiene el efecto de atar prácticamente todos los cabos de la argumentación que he desarrollado en este capítulo y en los tres anteriores. Ofrece una oportunidad a los arqueólogos clásicos de utilizar los recursos de su propia disciplina, pero de modo que sólo resultará fructífera si trabajan en colaboración con investigadores de otras disciplinas. Les permite contribuir de forma sustancial a un aspecto del estudio histórico diferente al tradicional, orientado hacia el acontecimiento político, y hacerlo 1. J . D. Muhly, recensión de Excavations at Nichoria in Southwest Greece, Greece, vol. 1, A J A , 84 (1980), pp. 101112.
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no a la restringida escala de un único emplazamiento, sino a la de una región. La investigación se centra en el sector rural de la vida de la Grecia antigua, para lo cual nuestras fuentes antiguas se muestran insuficientes, y corrige el sesgo urbano de las excavaciones llevadas a cabo en Grecia durante el siglo pasado y parte del presente. Aunque genera, relativamente, escasos hallazgos materiales, representa, sin embargo, una fuente prácticamente inagotable de nuevo conocimiento. Se trata (como ya habrán advertido hace rato muchos lectores) de la prospección arqueológica intensiva. La excavación de Nichoria, que estamos considerando, constituyó, en un primer momento, el producto secundario del primer y gran proyecto pionero de prospección en Grecia, la expedición de Minnesota de la década de los sesenta. Una serie de proyectos posteriores, la mayoría a una escala geográfica mucho más modesta, han seguido los pasos del equipo de Minnesota, pero ha de reconocerse que la aplicación de esta técnica a las excepcionales circunstancias de la arqueología griega se encuentra todavía en su fase experimental. Es probable que aún presente defectos y errores notorios. No obstante, otra ventaja del método de prospección reside, precisamente, en que estos defectos y errores pueden rectificarse posteriormente, lo cual sería del todo imposible con la técnica, esencialmente destructiva, de excavación. Una franja de terreno puede ser prospectada, una y otra vez, a intervalos apropiados, bien por un primer equipo o por otros, a fin de comprobar los resultados originales. Los procesos naturales y las actividades agrícolas humanas —las principales responsables de sacar a la superficie el material arqueológico— continuarán actuando excepto allí donde fuerzas destructivas externas lo impidan y seguirán constituyendo la base informativa de las prospecciones arqueológicas. Pero prefiero dar ejemplos más que generalizar y, en consecuencia, me propongo ahora ofrecer una pequeña selección de los descubrimientos de la expedición de CambridgeBradford a Beocia, que desde 1979 ha estado dirigida conjuntamente por Joh Jo h n B in intli tliff ff de la Universidad de Bradfo Bra dford rd y por mí, con la
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ayuda de colegas y estudiantes de diferentes disciplinas de ambas universidades, así como de otras.2 En los capítulos precedentes he intentado, de algún modo, poner al lector en antecedentes, presentando el panorama general del paisaje rural de Beocia que se obtiene a partir de aquellas fuentes antiguas que informan más pormenorizadamente sobre esta región. Se conforma así el trasfondo sobre el cual comenzamos nuestro trabajo. Tal como pudimos observar, el panorama es pobre, incluso a pesar de que Beocia goza de la misma suerte que la mayoría de las regiones de Grecia en lo que a este punto se refiere. El ejemplo del fragmento perteneciente a Heráclides Creticus nos mostró que el enfoque de los escritores de la antigüedad no excluía, en principio, que nos pudieran proporcionar información valiosa sobre esta región; más bien resultaba ser la caprichosa supervivencia de los textos la que nos ha legado una imagen tan escueta de la geografía económica rural de la antigua Grecia. Sin embargo, da la casualidad de que la parte de Beocia que elegimos para trabajar no era una de las descritas por Heráclides, ya que abarca parte de los territorios colindantes de las ciudades de Tespias y Haliar tos. Heráclides pretexta desdeñosamente no haberse molestado en visitar el primer lugar, mientras que sólo menciona el segundo para referirse a la bien conocida estupidez de sus habitantes. Nuestra batida del terreno ha sido tan intensiva como cualquiera de las que se han realizado en otras zonas del mundo mediterráneo o, al menos, así lo creemos. Por ello, hemos progresado con relativa lentitud y el área prospectada en las cinco campañas efectuadas hasta estos momentos no llega a los 34 km2. Las figuras 19 y 20 ejemplifican algunos de los condicionamientos que se han de tener en cuenta en una prospección en Grecia. Por ejemplo, un campo de trigo segado, donde un equipo de cinco o seis personas puede moverse en línea recta y con una buena visibilidad entre ellas, parece augurar un avance 2. Para una exposición más detallada sobre la cuestión planteada en este capítulo, el lector debe remitirse al amplio informe preliminar titulado «The Cambridge/Bradford J o u r n a l o f F ield ie ld A r c h a e o l o g y , 12 (1985), Boeotian Expedition: The First Four Years», Jo pp. 123162.
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D os vistas vistas de los equ ipos de cam po llevand llevand o a cabo una prosp ecció n intensiva en Beoda, 1981
tranquilo y rápido. Aun así, las condiciones del suelo, con una capa de rastrojos y paja, exigirán un meticuloso examen de la superficie si se quiere observar algo. Por el contrario, un viñedo bien bi en cuid cu idad ado o o un oliva oli varr reci re cién én arad ar ado o c o m p orta or tará rán n seria se riass dificultades al equipo en relación al mantenimiento de su alineamiento y orientación, incluso a pesar de que la visión de la su perfi pe rfici ciee del suelo su elo,, situ si tuad adaa inm in m e d iata ia tam m ente en te ante an te los que qu e cam ca m inan, pueda ser prácticamente completa y muestre perfectamente cada artefacto. Para calcular la significación de la visible fragmentación del material de superficie y antes de aventurarse a inferir su relación con lo que se halla bajo el suelo, han de considerarse estos y otros factores. Estos aspectos problemáticos de la prospección de superficie han llevado a algunos arqueólogos a adoptar una postura muy escéptica sobre la contribución potencial de esta técnica. Otros han dudado del valor específico de la prospección intensiva que acabo de describir. Según ellos, resulta más productivo seleccio
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nar una extension mayor de terreno, donde probablemente ya se haya identificado con anterioridad la ubicación de ciertos yacimientos, para luego pasar a examinar zonas o áreas delimitadas en busca de evidencias superficiales. Ambos polos de la polémica pueden aportar persuasivos argumentos a priori, aduciendo, por un lado, diversas consideraciones respecto de la mayor o menor meticulosidad u objetividad y, por otro, ofreciendo argumentos relacionados con la productividad y la significación histórica. Resulta obvio que la prospección intensiva es mucho más ardua y cara en proporción al área examinada que una prospección del segundo tipo, es decir, «extensiva». Para nosotros, el factor decisivo a la hora de elegir uno de los dos sistemas reside en un aspecto empírico elemental, a saber, en todos los casos en que se ha realizado en Grecia una prospección intensiva se ha descubierto una densidad de yacimientos mucho mayor —a veces, un 50 por 1.000 o incluso un procentaje más elevado— que el descubierto mediante prospecciones de tipo extensivo. (En Grecia, los proyectos de prospección extensiva constituyeron un fenómeno de los años pioneros de la década de los sesenta y los primeros de la década de los setenta, mientras que la mayoría de los proyectos más recientes han sido intensivos; la figura 21 muestra, en escala logarítmica, la magnitud del cambio que ha tenido lugar en lo que respecta a descubrimientos de yacimientos gracias a la adopción del nuevo sistema.) En la actualidad, este resultado puede parecer tan normal que hasta puede ser considerado una perogrullada. Sin embargo, plantea un interrogante a los defensores del enfoque extensivo. Significa que existe algo ahí, sobre el suelo, que puede ser descubierto si el terreno es investigado en su totalidad, pero que no parece posible que se encuentre siguiendo el método extensivo o cualquier otro modo selectivo de investigación. Ahora vamos a incidir en la cuestión de la significación, o más bien de la realidad, de los patrones de «yacimientos» que estas prospecciones dicen haber descubierto. Pero sean cuales sean los resultados de esta versión, creo que sólo está justificado excluir, desde un principio, la reconstrucción de estos patrones, si su signi
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G ráfico de la densidad de yacimientos yacimientos efectuado a partir de prospeccion pros peccion es intensivas y extensivas (según J. F. Cherry)
ficación histórica es negligible o inexistente. Supongo que resultará difícil mantener por mucho tiempo este punto de vista. Llegados a este punto, será útil consultar de nuevo la figura 15, un mapa tomado de un atlas clásico cualificado, que muestra la parte que nos incumbe de la Grecia antigua y que puede ser elaborado a partir de otras fuentes. La densidad de topónimos es visiblemente baja y el detalle mínimo (dejando aparte elementos naturales atemporales). Si se objeta el hecho de que este mapa está fechado en 1906, puede aducirse que una versión actualizada que ilustre el período clásico, tal como lo pretende este mapa, añadiría, de hecho, muy poco. Lo mismo ocurriría si se empleara un mapa de mayor escala, ya que no se podrían introducir más detalles. El único tipo de información sustancial que podría incluirse es la que se obtuvo gracias a la investigación arqueológica actual, que tendría que ser expresada mediante símbolos, puesto que no se conoce ningún nombre
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antiguo para la mayoría de yacimientos. Ya hemos visto en el capítulo anterior la explicación respecto a esta cuestión, es decir, el conocimiento y los intereses de los escritores antiguos en los que se basan las compilaciones de este tipo de mapas no nos ofrecen un cuadro detallado del paisaje rural de Grecia, a no ser que hubieran tenido la fortuna de convertirse en escenarios de una batalla o campaña militar importantes. Si comparamos esto con la figura 22, un mapa actual de la misma región, la diferencia es notoria. Por supuesto, el mapa moderno se ha simplificado en gran medida y únicamente incluye una pequeña proporción de topónimos actuales y de los datos que se podrían incluir si la escala fuera mayor. A pesar de todo, incorpora un número significativamente mayor de asentamientos, más cercanos unos a los otros, que el mapa antiguo. Esta diferencia podría explicarse fácilmente si la población de la antigüedad hubiera sido mucho menor o se hubiera concentrado en menos pero mayores asentamientos (o ambas cosas) en relación a lo que ocurre hoy en día. Incluso así, existen sólidos argumentos para pensar que, al menos para esta zona de Grecia, no resulta válida ninguna de estas explicaciones; y nuestro propio trabajo tan sólo ha servido para reforzar estos puntos. En consecuencia, se podría predecir que el paisaje antiguo contaba con una serie de asentamientos, aún por descubrir, parecidos en gran medida a los de los pueblos actuales, con poblaciones entre 1.000 y 3.000 habitantes, aunque quizá menores y más dispersos; algunos podrían tratarse de lugares tan importantes como aquéllos cuyo nombre y situación conocemos y que, por tanto, aparecen en el mapa. Parte de nuestro objetivo fue buscar estos asentamientos. Tal como están las cosas a comienzos de 1984 y una vez trazada la serie de mapas que se observa a continuación, el área cubierta por nuestra prospección en la Beocia centrooccidental tomó la forma de una gran L invertida, con el palo vertical abarcando desde el borde de la cuenca del Copais, cerca de Onchestos en el norte, hasta la antigua Tespias en el sur. Desde ahí el palo horizontal recorría el Valle de las Musas hasta su comienzo. Esta porción de terreno (figura 23) se extiende por los antiguos territorios de dos o, pro
a d o e B a n r e d o m a l e d a p a M . 2 2
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■ONCHESTOS
\ " M Mav Mavrommati/ ' '· '· AS CR CR A ■v a l l e d e ;l as musas
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P ro sp e c c ió n d e B e o d a : m a p a d e lo c a liza li za c ió n d e l área ár ea estu es tu d ia d a
ba b a blem bl em ente en te tres tr es,, de las ciuda ciu dade dess q ue p erte er tenn ecie ec iero ronn a la Liga Lig a Beocia, ya quela que la parte norte del palo vertical coincide, al menos parcialmente, con las tierras que pertenecieron a Haliartos; la sección sur de este palo y todo el brazo oriental se encuentran dentro del territorio de Tespias, y un pequeño sector hacia
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Lago Copais
Clin HH
1979 1980
Valle de
HD 1901 Ü D 1982
Valle de las Musas Tespia Tespias s
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P ro sp e c c ió n d e B eo c ia: ia : b a tid ti d a a n u a l y n om e n cl atu at u ra , 1979 19 79-1 -198 982 2
el nordeste pudo haber pertenecido, ocasionalmente, al extremo occidental del territorio de Tebas. Esta última fue, con mucho, la mayor y más poderosa ciudad de la antigua Beocia, aunque también Tespias fue una potencia importante y su centro urbano está situado mucho más cerca. La figura 24 muestra los territorios prospectados cada año. Nuestra base de operaciones era el pueblo moderno de Mavrommati y, desde allí, la pros pecc pe cció iónn se exte ex tend ndía ía a lo largo lar go de esta es ta regi re gión ón,, siem sie m pre pr e en una un a misma dirección —hacia afuera y lateralmente. La figura 25 plasma la distribución de los yacimientos pre
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históricos contabilizados, que abarcan un período de más de tres mil años, desde el neolítico reciente hasta comienzos de la etapa histórica griega. Dicha distribución resulta sospechosamente irregular y de escasa densidad. Parece que hubo una larga, aunque intermitente, tradición de asentamientos en la zona baja del extremo norte, junto a los márgenes de la cuenca del Copais. Un segundo núcleo de asentamientos, algo más denso, está situado al sudoeste, en tierras por encima de los 1.000 pies sobre el nivel del mar, en el Valle de las Musas. Sin embargo, la zona intermedia aparece vacía. Hasta aquí —es decir, en relación con la irregularidad—, tenemos un caso que sugiere que esta distribución puede reflejar la realidad del patrón de asentamiento prehistórico. No obstante, los argumentos implicados — aunque no son relevantes, de forma directa, para nuestros propósitos— resultan algo complejos y se basan en problemas de tipo climático y en la selección de suelos agrícolas en los tiempos prehistóricos, y quizá también se relacionen con el drenaje parcial de la cuenca del Copais en la etapa final de la edad del bronce. Pero la baja densidad del conjunto de la distribución es otra cuestión, y consideramos que nuestros resultados pueden no reflejar totalmente la realidad. La causa de ello hay que buscarla en la propia naturaleza de toda prospección de superficie. La mayoría de los profanos se sorprenden cuando oyen que se están encontrando restos visibles de los antiguos asentamientos en la superficie del suelo griego y que éstos pueden recuperarse sin recurrir a la excavación. Tal circunstancia es todavía más sorprendente para los períodos más antiguos, si se tienen en cuenta los muchos siglos de intensa actividad que han transcurrido desde entonces. Los trabajos de labranza y otras actividades agrícolas, aunque sólo alteren una escasa profundidad por debajo de la superficie actual, son los principales agentes responsables de la presencia de estos restos visibles. Para que los restos procedentes de suelos prehistóricos afloren a la superficie —dado que se encuentran, en ocasiones, a varios pies de profundidad—, dependemos, en parte, de los agricultores clásicos, que mezclaron sus propios residuos con los materiales prehistóricos, algunos de los cuales pueden perdurar junto a
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Yacimientos delinitivos Posible yacimiento Incierto
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25, 25, 26, 26, 27, 28. 28. Prosp Pr ospecció ecciónn d e B eo cia : cuatro m apas apa s que qu e muestran muestran la distri distri-bución de los yacimientos prehistóricos, de los períodos arcaico al helenístico antiguo, helenístico tardío al romano antiguo y romano tardío
evidencias más recientes y ser visibles en la actualidad. Todo ello únicamente nos dará una visión incompleta de los patrones de asentamientos prehistóricos, puesto que pensamos que existen yacimientos prehistóricos completamente ocultos bajo la superficie y que, por tanto, no se han localizado o bien no están alterados por los asentamientos clásicos ni por las intensas actividades agrícolas del período histórico.
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La baja frecuencia relativa de los yacimientos prehistóricos registrados en nuestra prospección resulta evidente comparada con la figura 26, que corresponde a un mapa de los asentamientos pertenecientes al período entre el 600 y el 200 a.C. aproximadamente, es decir, a las épocas arcaica, clásica y helenística antigua. En este período, aunque cubra un lapso de tiempo muy corto, hubo un nivel poblacional más elevado que en cualquier etapa de la prehistoria y sorprende la elevada densidad — aunque no uniforme— de yacimientos en este territorio. Así, en el área de 21 km2 que plasma el mapa, existen, con seguridad, 66 yacimientos de esta época. En una nueva campaña de trabajo, en 1984, se mantuvieron estables la densidad de los yacimientos y la abrumadora preponderancia de este período, incrementándose los yacimientos en más de un centenar. Podemos asegurar que la mayoría de estos yacimientos fueron ocupados durante un breve período de tiempo, entre los siglos v y IV a.C., existiesen o no en siglos anteriores o posteriores. El siguiente rasgo significativo no está registrado en el mapa. Se trata del reducidísimo tamaño medio de estos «yacimientos». Unos dos tercios de ellos están representados por una dispersión de materiales que cubre un área de media hectárea [5.000 m2] o menos, equivalente, pues, a un cuadrado de 70 m por 70 m o bien a un círculo con un radio de menos de 40 m. Cuando los restos de un asentamiento cubren un área tan pequeña, incluso tras haber sufrido una cierta dispersión por agentes naturales, se imponen estrictas limitaciones en la interpretación de semejantes «yacimientos». Volveremos más adelante a retomar esta interesante cuestión que plantea la prospección arqueológica. Mientras tanto, sería razonable preguntarnos cómo determinamos la existencia y la naturaleza de lo que denominamos «nuestros yacimientos». Una prospección intensiva pretende batir todo un territorio o una muestra seleccionada del mismo hasta donde sea posible. Inevitablemente, existen barreras infranqueables, generadas por la propia naturaleza o por el estado en que se encuentra, tales como los precipicios, una vegetación impenetrable o la presencia de casas modernas o de campos cercados. Dejando
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esto de lado, nuestro objetivo es batir cada porción de terreno con un grado de exhaustividad determinado por el espaciamien to entre los prospectores, cuyo intervalo máximo debe impedir que cualquier muestra significativa no quede registrada (figuras 19 y 20). Dicho intervalo quedó establecido en 15 m, tras un período de experimentación en condiciones normales. El equipo registra cada artefacto premoderno detectado en la totalidad del territorio. Durante cierto tiempo, el inventario es escaso, aunque rara vez inexistente. Sin embargo, un súbito incremento en la densidad de los materiales indica potencialmente la proximidad de un yacimiento. En ese momento, reducimos a la mitad el intervalo entre los prospectores, a fin de obtener un registro completo de todo lo visible en la superficie y no simplemente de lo que está a la vista de cada prospector. Si se considera que el nivel de densidad confirma la presencia de un yacimiento, entonces el equipo avanza cubriendo pequeños rectángulos de 10 m por 13 m, hasta que se haya batido la totalidad del área de alta densidad y sus límites se hayan definido completamente (figura 29). Podría sugerirse que el procedimiento más científico, en cuanto a la densidad, sería establecer un nivel absoluto como indicador de la presencia de un «yacimiento». No obstante, la prospección nos ha enseñado que existe una gran variación en la densidad de hallazgos fuera de los yacimientos, según el tipo de territorio que estemos prospectando. Este hecho nos sugiere que para concretar la presencia de yacimientos es mejor establecer una relación de densidades relativa a los hallazgos registrados fuera de ellos. Este procedimiento pudiera parecer inquietantemente subjetivo, pero lo que es evidente es que, en un territorio de alta densidad, el número de hallazgos puede ser tal que podría considerarse que la totalidad del mismo constituye un yacimiento en un «área pobre»; aun así existen núcleos que tienen una mayor densidad. Resulta tranquilizador que encontremos en todas las áreas concentraciones relativas de hallazgos del mismo orden de magnitud en extensión y con los mismos tipos de material representados. Naturalmente, diferentes niveles de intensidad en la ocupación y en los trabajos agrícolas, bien en la antigüedad o más recientemen
29. 29 .
P ro sp e c c ió n d e B e o d a : m o d e lo d e un m a p a d e un y a c im ie n to clás cl ásic ico o («Palaioipanagia 7», 1981)
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te, proporcionan distintos vestigios en el territorio. Estamos satisfechos al interpretar como yacimientos las concentraciones de hallazgos de este tipo que encontramos. En cualquier localización, se encuentran siempre, en abundancia, dos elementos, a saber, fragmentos cerámicos y trozos de tejas. Ocasionalmente, pueden verse trazados de estructuras enterradas, pero normalmente sólo aparecen aquí o allá piedras aisladas que pueden identificarse como bloques constructivos desprendidos. Incluso sin excavar, la presencia de estructuras subyacentes puede confirmarse mediante la prospección geofísica, con la ayuda de un aparato que mide la resistividad del suelo, el cual ha sido empleado con éxito en algunos de nuestros yacimientos. Obtendremos una idea aproximada de la imagen visual proporcionada por un yacimiento, si señalo el hecho de que un importante asentamiento, en un área de ocupación intensa, puede presentar de 20 a 50 fragmentos de cerámiet ro c u a d r a d o . Desde luego, cuando esto ca o de tejas p o r m etro sucede, no existe dificultad alguna para confirmar que se ha dado con la ubicación de un asentamiento o, al menos, con cierto tipo de actividad del pasado. En otros casos, la decisión puede resultar más difícil. Sin embargo, existe otro factor, mencionado implícitamente, que ha sido muy útil para determinar la realidad de nuestros yacimientos. Se trata de que la gran mayoría de los yacimientos nos advierten, previamente, de su proximidad mediante un «halo» de hallazgos circundante al núcleo actual, con una densidad más baja que la del yacimiento mismo, pero notablemente superior a la del resto. Rara vez sucede que encontremos un halo semejante sin un yacimiento en su centro o, a la inversa, yacimientos pequeños cuya carencia de tal halo exige una explicación especial. Una vez terminado el mapa de densidad de toda un área (como el de la figura 30), la naturaleza de estos halos se hace evidente, ya que constituyen un argumento adicional para dar crédito a la existencia de estos yacimientos. Existe una amplia diversidad de opiniones sobre las causas históricas que generan estos halos (se han encontrado en muchos trabajos de prospección efectuados en otros lugares). ¿Se trata del resultado de la dispersión provocada por la agri
s a e r á , s a s u M s a l e d
O D A T C E P S O R P O N
e l l a V l e n e s o t c a f e t r a 2 8 9 s o l 1 9 e 7 d 9 1 n s , ó i a c i p u s b i e r T t s i d y a i l a e g a d n a p d o a i d a i s l a n P e d e a d l e d a p a m : a d o e B e d n ó i c c e p s o r P . 0 3
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cultura moderna, al diseminar un núcleo de materiales antiguos por una zona relativamente extensa? No obstante, una cuidadosa experimentación ha demostrado que esta causa está muy lejos de constituir la principal explicación, ya que no considera toda la realidad. realidad. Probableme Proba blemente, nte, se trate de una consecuencia de los tratra bajos agrícolas antiguos de abonar los campos que rodean los yacimientos, al transportar fragmentos cerámicos y de tejas junto con el estiércol. Por ejemplo, en Gran Bretaña, se han encontrado fragmentos cerámicos de períodos históricos mucho más recientes dispersos por áreas que sabemos que han estado cultivadas en el período en cuestión y, en cambio, faltan en otras zonas conocidas de bosques y de pastos.3 De esta manera, conocemos un nuevo dato sobre nuestros yacimientos: que normalmente constituyen los focos de antiguos cultivos intensivos. Una de las ventajas de prospectar en Grecia, respecto a otras regiones con asentamientos prehistóricos o antiguos, es que contamos con una cronología relativamente precisa de los estilos cerámicos, la cual permite confirmar, no sólo la existencia de un yacimiento, sino también el período o períodos más importantes de su ocupación. Así, se pueden establecer los cambios de poblamiento de una determinada área a través del tiempo, comparando, por ejemplo, la elevada densidad de yacimientos arcaicos y helenísticos antiguos respecto a la baja densidad de los mismos en el período posterior del 200 a.C. al 200 d.C. aproximadamente (figura 27). Surgen todavía muchos problemas cuando, en este sentido, se pretende combinar la dimensión temporal y la espacial. Debe tenerse en cuenta que los yacimientos de una etapa, aunque sean más numerosos, pueden ser de un tamaño medio más reducido que los de otra. Nuestro método, al subdividir cada yacimiento en una serie de pequeños componentes, nos permite superar, hasta cierto punto, este problema. Más difícil de establecer es el hecho posible de que una población rural dispersa se concentre, posteriormente, en una aglomeración urbana, sin sufrir ninguna modificación en su nú3. Vease T. M. Williamson, Williamson, «The Roman Countryside: Countryside: Settlement and Agricultur Agriculturee in North West Essex», Britannia, Britannia , 15 (1984), p. 228.
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mero. En este caso, lógicamente extenderemos la prospección para abarcar los yacimientos de ciudades antiguas conocidas, tal como nos lo propusimos. No obstante, en el caso particular de los dos períodos considerados, cuando todas las posibilidades a tener en cuenta han conducido a tales resultados, todavía debemos concluir que el nivel de actividad humana de nuestra región de la Beocia rural disminuye considerablemente. El arqueólogo que trabaja en Grecia puede aprovecharse, de nuevo, de peculiares ventajas y recurrir a una serie de autoridades literarias, cuyos relatos, a veces específicos sobre Beocia, a veces de toda Grecia, refuerzan la idea de que los hallazgos de la prospección tienen relación con la realidad económica. Una de las referencias más antiguas procede de las advertencias de Isócrates, en el siglo iv, sobre el empobrecimiento del conjunto de Grecia y la aparición de un cierto tipo de vagabundos, de gentes sin tierra. Otros autores más tardíos nos proporcionan una información más específica. Polibio, por ejemplo, escribe, en el siglo n, acerca de la despoblación y el descenso de la producción agrícola en Grecia (36.17.5), y, en otro pasaje, describe síntomas especialmente agudos de colapso económico en Beocia (20.46). De la misma manera, la característica más destacada de las descripciones de Beocia de Estrabón y Pausanias, cuyos relatos examinamos en el capítulo 3, es que ambas presentan el abandono total de una ciudad detrás de otra o, por lo menos, una drástica reducción de su tamaño y de su categoría anteriores, bajo el dominio romano. Por supuesto, estos autores se refieren a un largo lapso de tiempo y no todos son dignos de crédito. Por este motivo, resulta satisfactorio que puedan obtenerse perspectivas independientes a partir de una documentación más específica, como puede ser la del siglo π a.C. Las inscripciones beocias prescriben medidas para combatir la escasez de cereales. Esto nos parece contradecir la imagen que se ha presentado, en la que el aspecto cambiante del territorio ofrecido por nuestra prospección tiene una correspondencia con la importancia de la contracción o el abandono de las ciudades de la región, con todo lo que ello implica respecto a la reducción de cultivos.
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Sin embargo, la imagen resultaría incompleta si no se hiciera referencia a sus inesperadas consecuencias. Inesperadas porque, esta vez, existen escasas evidencias documentales que nos prevengan al respecto, y las que existen mantienen un tono, por lo general, pesimista. Puesto que el hecho que resulta evidente en nuestra prospección —y ahora está confirmado por los hallazgos de ciertos trabajos de campo en otras regiones no griegas— es que se produce una recuperación de los asentamientos rurales en torno al 300 a.C. hasta, por lo menos, el siglo vi de la era cristiana (figura 28). El número de yacimientos rurales consigue recuperar el nivel de los períodos clásico y helenístico antiguo y, más interesante todavía, las ubicaciones elegidas fueron, en muchos casos, las mismas de la época anterior, abandonadas durante varios siglos. Probablemente, esto significa que las antiguas construcciones, aunque ruinosas, estaban aún parcialmente conservadas, y que fue fácil reconstruirlas. En muchos aspectos, los siglos iv a vi de la era cristiana constituyen el segundo período de explotación más intensiva del territorio, durante los 5.000 años de historia de esta región griega. Llegamos ahora a la cuestión central y la más importante, por lo menos para la etapa de la antigüedad clásica: ¿en qué situación estamos para interpretar la naturaleza y la función de los yacimientos que hemos localizado? Recapitularemos en relación a sus características principales. La mayoría de ellos son muy pequeños y, muchas veces, están distanciados los unos de los otros por sólo unos pocos cientos de metros. Proporcionan una gran cantidad de cerámica, tanto doméstica de factura tosca como pintada. Casi siempre se encuentran también en ellos tejas, lo que evidencia la existencia de estructuras permanentes. Finalmente, los rodea un «halo», que sugiere una agricultura intensiva, en especial, en la inmediata vecindad del yacimiento, lo cual constituyó una característica concomitante con su ocupación. Esta combinación de rasgos nos ha sugerido la conclusión provisional de que la mayor parte de nuestros yacimientos fueron granjas independientes. La conclusión es provisional, porque existen algunas dificultades que obstaculizan esta hipótesis. En primer lugar, la objeción más generalizada se basa en que
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esta imagen de un territorio poblado no es la esperada en el «mundo de constructores de ciudades» que corresponde al área mediterránea. Por ejemplo, no es característica de ciertos períodos postclásicos (dejando de lado la cuestión de los tiempos prehistóricos) y, sin ningún género de dudas, tampoco lo es del territorio actual de Beocia, ya que toda la población se halla concentrada en pueblos y ciudades y, excepto en los períodos álgidos de cosecha, los campos quedan totalmente desiertos al atardecer. Pero existen otros problemas más específicos, de entre los cuales enumeraré tres. Primero, cabe destacar el hecho de que los yacimientos aparecen todavía muy cerca de las ciudades; recordemos que el yacimiento de la Tespias antigua está situado justamente fuera del extremo sur de los mapas representados en las figuras 2528. ¿Qué ventajas proporcionaría a un hacendado vivir en su propiedad si puede recorrer cada día y de modo fácil la distancia que le separa de la ciudad? Segundo, hay que tener en cuenta el sistema de herencia de la tierra, planteado en el inicio del capítulo 3. Si es realmente cierto que en la antigua Grecia, al igual que ocurre en la actualidad, una hacienda propiedad de un individuo estaba dividida en una serie de pequeñas parcelas, normalmente separadas entre sí, entonces la residencia permanente en cualquiera de ellas presentaría más inconvenientes que vivir en la ciudad, hablando en términos de logística. Tercero, hemos de reconocer que la presencia de tejados no ha de indicar necesariamente que una construcción antigua (o moderna) sirva para ser ocupada por humanos. En el caso de que fuera así, los ocupantes no tienen por qué ser el propietario o su familia; también pueden ser arrendatarios, esclavos o un administrador. Estas soluciones «de compromiso» han de tenerse en cuenta como posibilidades, al igual que la sugerencia de que sean segundas residencias para individuos que también poseen una casa en la ciudad. Permítannos recordar, con respecto a esto último, la prescripción de Platón en las Leyes (745e) de dos casas para cada uno de los 5.040 ciudadanos de su estado ideal, localizándose la segunda cerca de los límites del territorio de la ciudad. En lo que concierne a la evidencia arqueológica respecto a
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esta materia, podemos citar testimonios epigráficos sobre la existencia de estructuras permanentes, e incluso bastante costosas, en terrenos fuera de la ciudad, en especial en la Beocia helenística.4 Sin embargo, las palabras utilizadas para referirse a estos edificios —aulë es una de las más comunes— no son ni muy específicas ni tienen un significado fijo (como es habitual en la terminología del griego antiguo).5 Por ejemplo, podrían describir, perfectamente, refugios para animales, compartidos estacionalmente por humanos en la temporada alta de las labores agrícolas (lo cual explicaría la presencia de cerámica doméstica), alrededor de los cuales pueden haberse concentrado parcelas destinadas a las legumbres u otros cultivos intensivos (lo cual explicaría la acumulación en forma de «halo» de los desechos producidos por el abono). La cuestión no puede plantearse sin disponer de evidencias de nueva índole. Aun así, la mera existencia de dichas estructuras pertenecientes a los períodos en que éstas aparecen basta para demostrar que esta parte de Beocia puede haber presentado una apariencia muy distinta de la actual, dado que es posible pasear durante varios kilómetros por el campo sin encontrar ninguna construcción permanente fuera de los poblados. Por el contrario, merece la pena dedicar unas palabras al pequeño grupo de yacimientos que posee características muy diferentes, y al que probablemente no puede aplicarse ninguna de las consideradas anteriormente. Son aún menores que nuestra media de «alquerías», no presentan generalmente un «halo» im 4. Para los los ejemplos del territorio de Tespias, Tesp ias, véase M. Feyel, Fey el, «Études «Étud es d’ épigra épigra phie béotienne», BCH, BCH, 60 (1936), pp. 175183, 389415, especialmente p. 179, líneas 24, 34 y 38; p. 182, líneas 2426; y pp. 397400, 403 y 413. Resulta particularmente útil la aportación de E. Cavaignac sobre la discusión de una antigua inscripción publicada por M. Holleaux, «Prix de terres dans la Grèce et l’Asie Mineure», R E G , , 66 (1953), pp. 9599. El texto de Hyettos (véase Feyel, p. 394, n. 1) es discutido nuevamente por R. Étienne y D. Knoepfler, Hyettos de Béotie et la chronologie des archontes fédéraux entre 250 et 171 avant J.C., BCH, suplemento 3 (1976), p. 244, n. 911. Para un ejemplo de Tisbe, véase IG , 7.2225, línea 25. 5. Como ha demostrado R . G. Osbor O sborne, ne, en «Buildings «Buildings and Residence Reside nce on the Land in Classical and Hellenistic Greece: The Epigraphic Evidence», BSA, BSA, 80 (1985), pp.
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portante a su alrededor y la cerámica hallada está muy por encima de la media, tanto en lo que respecta a su calidad originaria como a su estado de conservación, incluyendo, rara vez, cerámicas toscas. Como profesionales, nos es posible plantear una conjetura e interpretamos estos yacimientos como pequeños núcleos de tumbas o cementerios rurales, algunos de cuyos enterramientos han sido removidos por traba jos jo s agrícolas relativam relati vament entee re recie cient ntes es.. Sin embargo, emba rgo, su ubicaubic ación, algunas veces en lugares realmente apartados, puede ponerse en relación con problemas de mayor amplitud que los que se han discutido —sobre la propiedad de la tierra y la residencia. En terminos históricos y literarios griegos, sólo son, no obstante, un puñado de nuestros yacimientos más importantes los que pueden despertar, probablemente, un considerable interés. De hecho, hemos hallado media docena de yacimientos clásicos de tamaño superior al normal que, en su mayoría, se distribuyen entre dos y cinco hectáreas de superficie. Tres de ellos merecen una referencia especial. Cabe destacar, en primer lugar, el yacimiento que denominamos «Llanuras B2». Su superficie cubre dos hectáreas, contiene un número importante de construcciones de aparejos de piedra y ha proporcionado tres fragmentos de cerámica con inscripciones, algo que no se encuentra frecuentemente en prospecciones de superficie. Debido a su estado de fragmentación, no nos proporcionan gran información, pero su mera existencia sugiere que el yacimiento es un santuario, donde suelen aparecer este tipo de dedicatorias. El yacimiento está situado en el extremo norte de la llanura Tenería, precisamente a menos de un kilómetro al este del conocido yacimiento del santuario de Poseidon en Onchestos (del que sólo existen remotas y subsidiarias evidencias). Un poco más hacia el noreste se encuentra nuevamente la Montaña de la Esfinge, cuya localización puede precisarse a través de las fuentes literarias. En esta área, Pausanias (9.26.5) menciona un santuario de Heracles, el Domador de Caballos (Hippodetës) , que no ha sido sido identificado todavía con seguridad. Albert Schächter, el principal experto en cultos beocios, nos sugiere la posibilidad de que
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nuestro yacimiento pueda ser identificado como este santuario.6 Sin embargo, a esto se opone el hecho de que Pausanias, viniendo del este, lo menciona como «anterior» a la Montaña de la Esfinge, que se encuentra «más lejos»; sin embargo, en el capítulo anterior ya hemos examinado suficientemente el método de Pausanias para mostrar que esto no es una objeción concluyente, aunque sí sigue siendo problemática. A una distancia similar, al extremo oeste del santuario de Poseidón en Onchestos, está situado otro yacimiento clásico todavía mayor, y que hemos denominado «Llanuras A5». Aquí no se encontraron inscripciones, pero apareció la mayor concentración de construcciones de piedra de toda nuestra área, incluyendo una pieza de cornisa dórica. Una pequeña excavación griega realizada en 1973 descubrió dentro del área de este yacimiento lo que podía ser un ágora o un centro cívico del período helenístico. Este yacimiento, que tenía una superficie de cinco hectáreas, fue probablemente un pequeño centro urbano. Llegado este punto, nos vemos capacitados para sugerir una hipótesis opuesta a la interpretación ortodoxa. Cuando Pausanias visita Onchestos, encuentra lo que describe como po p o l e o s er eree ipia ip ia O n c h és ésto touu , las ruinas de la ciudad de Onchestos, y añade que, en su tiempo, todavía existían el templo y la estatua de Poseidón junto con (tal como expusimos en el capítulo 3) el bosquecillo de árboles sagrados. Desde J. G. Fra p o l is había zer, se consideró que el significado de la palabra po sido alterado, ya que se refería simplemente a una agrupación de edificios levantados en torno a algún santuario importante. Actualmente, creemos que Pausanias empleó la palabra en su sentido estricto, puesto que Onchestos, aunque no era una ciudad independiente (se encontraba dentro del territorio de Ha liartos), sí que constituía un centro urbano. Esto explicaría también por qué Heráclides Creticus, en el catálogo de los ViVic es beocios localizados, que forman el punto fundamental de 6. Sin embargo, W. Judeich, Judeich , en «Das Kabirenheil Kabirenheiligtum igtum bei Thebe Th eben, n, i», AM A M , 13 (1888), pp. 8586, sugirió otro lugar situado algo más al este, en el lado opuesto (meridional) de la llanura Tenería.
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su descripción, menciona a Onchestos en una lista de las nueve principales ciudades beodas.7 En cuanto a nuestro tercer yacimiento, nos trasladamos hacia el sur y subimos hasta el Valle de las Musas (figura 31). Siempre hemos pensado que este lugar era, en más de un sentido, tierra sagrada, y, sobre todo, constituye el área de asentamiento rural más densa que hemos encontrado. Los yacimientos no sólo son relativamente grandes y numerosos, sino que los hallazgos entre los yacimientos también aparecen en gran cantidad y de manera continua a lo largo del valle. Por otra parte, se trata de la zona más placentera para veranear, debido a que está situada a 1.000 pies sobre el nivel del mar, y también la más pintoresca de Beocia. Además, constituye el lugar más importante del cultivo de la vid de la región que rodea Tespias; ayudan a componer un paisaje encantador los hermosos árboles, los arroyos, el ambiente primaveral y la alta fertilidad de la tierra (figuras 32 y 33). La densidad global de los hallazgos registrados por nuestra prospección en esta área y que se incluyen en la figura 30 apoya, de manera objetiva, todo lo dicho. Cuando llegamos al valle, ya se conocían tres o cuatro yacimientos distintos: el Santuario de las Musas, situado en el nivel superior del valle del mismo nombre y que muestra la figura 33; la atalaya de finales del período clásico o de principios del período helenístico que corona la colina llamada Pyrgaki, situada en la vertiente norte (puede verse en el extremo izquierdo de la figura 31 y constituye el punto estratégico desde el cual fueron tomadas las fotografías de las figuras 32 y 33) y reconocida como lo que menciona Pausanias de lo que quedaba en su tiempo de Ascra, pueblo natal del poeta Hesíodo (la figura 34 muestra una vista más cercana de la torre); una nueva torre, esta vez del período franco —probablemente del siglo xm de nuestra era— corona la colina más baja denominada Palaiovoro (figura 31, centro; figura 32, izquierda); y la iglesia de Agios Nikolaos, situada en lo alto de la vertiente meridional del valle 7. F. Pfister, Die Reisebilder des Herakleides, Herakleides, Sitzungsberichte, Österreichische Akademie der Wissenschaften, PhilosophischHistorische Klasse, n.° Klasse, n.° 227, vol. 2 (Viena, 1951), pp. 180 y 183.
Vist Vista a pano rámica rám ica del de l Valle Valle de las Musas, Musas, Beocia. Beocia. desd e el lado lad o sur
Valle de las Musas: vista del valle desde la Torre Pyrgaki, mirando al este
Valle de las Musas: vista de la parte alta del valle desde la Torre Pyrgaki, m ir a n d o a l su r
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34. 34 .
Vista Vi sta d e la T o rre rr e y la f o r tifi ti ficc a c ió n ex te rio ri o r d e s d e la c u m b r e d e la co lin li n a de d e P y rg a k i
y donde, en 1806, Leake encontró y copió una importante inscripción sobre los juegos atléticos asociados al Santuario de las Musas (IG (I G 7.1776), que le llevó al error de creer que el santuario estaba emplazado allí mismo.8 Esperábamos determinar, especialmente, la situación exacta del pueblo de Hesiodo, Ascra. Siempre fue difícil creer que la torre ubicada en la cima de la desierta colina de Pyrgaki, a unos 2.150 pies de altura (figura 34), indicaba la situación del verdadero asentamiento. En consecuencia, resultó muy interesante descubrir que al pie oriental de esta colina se hallaba el mayor y más denso yacimiento jamás descubierto en nuestra región. Tenía 20 ha de extensión y era demasiado grande para ser batido en su totalidad por nuestros procedimientos más intensivos, por po r lo cual cu al tuvo tu vo que qu e ser se r tra tr a tad ta d o en base ba se a un m uest ue stre reo o especia esp ecial. l. Su cronología resultó particularmente interesante. Dejando de 8.
W. M. Lea ke, Travels in Northern Greece, vol. 2, 1835, pp. 492-493.
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lado la etapa prehistórica, las cerámicas más antiguas se fechan alrededor del 900 a.C. y la ocupación parece haber sido continua hasta inicios de la época romana imperial. Existe un hiato correspondiente a los tiempos de Pausanias, cuando, según sus palabras, «de Ascra quedó, para recordarla, una torre y nada más». Sigue una reocupación, al parecer inevitable, en el siglo I V a.C., que continúa durante los períodos bizantino y turco, antes de que la localidad se dedicara al cultivo del grano y de la vid. Este yacimiento no sólo era insólito por su tamaño, sino que, además, encontramos evidencias helenísticas y romanas tardías, aunque controvertidas, de la fabricación cerámica, en forma de artículos defectuosos, es decir, fragmentos de recipientes mal cocidos y desechados. A lo largo del perímetro meridional pueden verse también los restos de un muro de fortificación. El área del yacimiento cubre casi en su totalidad la depresión situada entre las dos colinas, en el extremo izquierdo y el centro de la figura 31. Otro argumento sugerente para la identificación del yacimiento se basa en un testimonio, conocido desde hace ciento veinte años, y que no ha impedido a algunos investigadores buscar el emplazamiento de Ascra bastante lejos de aquí. A un kilómetro al oeste de nuestro gran yacimiento se encuentra otro más pequeño («Valle de las Musas 27»), ocupado durante algunos períodos y donde, en una etapa más tardía, se edificó la iglesia de Agios Loukas. En 1860, se encontró en ella parte de (I G una inscripción romana, el epitafio de una muchacha (IG 7.1883). El resto de la misma inscripción ( I G 7.1884) había sido descubierta anteriormente en el mismo lugar.9 El poema, en pareados elegiacos, es puesto en boca de la joven muerta y el texto, ahora completo, incluye la frase: «La llanura ascrea me cubre». Esta es, por supuesto, una expresión poética pero no parece afortunado interpretarla en otro sentido que no sea que esta región, al menos a finales del período romano, respondía al nombre de Ascra. Además, ahora sabemos que el sitio es una 9. Véase A. M. Snodgrass Snodgrass,, «The Site of Askra», Ask ra», en La Béotie antique antique (Colloques Internationaux du CNRS), G. Argoud y P. Roesch, eds., Lyon, 1985, pp. 8795.
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genuina ocupación antigua, quizás algún remoto cementerio para el pueblo principal más cercano. En consecuencia, nuestro yacimiento puede tratarse de Ascra, casi con seguridad, pueblo del que Hesíodo nos cuenta que su padre emigró desde Jonia (Los trabajos y los días , 639640). En los últimos años, los críticos desconfían, con razón, del hábito de considerar todo aquello que se quiere entender como pasajes autobiográficos de los poetas griegos antiguos.10 Para este caso, podemos por lo menos apuntar que la asociación entre Hesíodo y Ascra había sido establecida con bastante anterioridad, ya que Plutarco (Moralia fr. 82) nos cuenta, atribuyendo la información a Aristóteles, que, en una ocasión, los habitantes de Ascra huyeron hacia Orcómenos, llevándose con ellos los restos de Hesíodo, enterrado originariamente en otro lugar, pero repatriado más tarde a Ascra. Así, este episodio no puede ser datado más tarde que Aristóteles y, por tanto, el enterramiento secundario de los restos de Hesíodo debe haber sido anterior. La cronología de nuestro yacimiento muestra que, si se trata de Ascra, ésta era ya una ocupación establecida en el momento de la llegada del padre de Hesíodo (siglo vm a.C.). La evidencia implica asimismo que el asentamiento se convirtió, al menos durante su última fase, en un lugar suficientemente importante como para fabricar su propia cerámica. Una frase de Hesíodo (Los trabajos y los días, 25) incide sobre este punto: «el alfarero envidia al alfarero» y otros pasajes de la misma obra (p. ej., 343347, 493494) sugieren que su autor vivía o, por lo menos, frecuentaba un pueblo importante. El yacimiento muestra un período de aparente abandono en la época en que Pausanias dice que Ascra estaba desierta. En ese momento, la ciudad, situada en las proximidades del Monte Helicón, está dominada por una torre cuya descripción se ajusta a la referencia que sobre ella efectúa Pausanias. Un pasaje de Estrabón (9.2.35) también nos ilustra acerca de su ubicación entre un mar de viñedos. El geógrafo, al ofrecer una interpreta ίο.
Véase, por ejemplo, M. Griffith, «Personality in Hesiod», Classical Antiquity, Antiquity, 2 (1983), pp. 3765.
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ción distinta a partir del Catálogo de Naves homérico, «Ascra rica en vinos», cae en el error de otorgar al lugar un epíteto inadecuado debido a que depende de evidencias de segunda mano. De hecho, una mayor familiaridad con la zona, e incluso con el texto de Los trabajos y los días (especialmente 609614), podría haberle proporcinado una base más sólida en la que apoyar sus opiniones. Por otro lado, no hemos conseguido justificar el menosprecio de Hesíodo por el hogar adoptivo de su familia (Los trabajos y los días, 639640). Ascra, como muchos otros lugares situados a casi 460 m sobre el nivel del mar, no goza de un clima invernal benigno; por consiguiente, su frase therei ar ga g a leë le ë i, traducida usualmente como «calurosa en verano», de claras connotaciones peyorativas, permanece totalmente oscura para nosotros y, en todo caso, nos informa más sobre el propio Hesíodo (o sobre alguien determinado) que sobre Ascra. En esta selección de hallazgos de nuestra prospección he omitido muchos e importantes temas, tanto básicos como de detalle; no obstante, puede ofrecer un marco para evaluar el método arqueológico de prospección y sus posibilidades. En ocasiones, la prospección es menospreciada al ser considerada una actividad esencialmente subordinada y parasitaria de la excavación. ¿Hasta qué punto podemos aceptar la validez de la interpretación de nuestros hallazgos —particularmente la de las numerosas «alquerías» aisladas— si no excavamos uno o más yacimientos? ¿Cómo podríamos determinar su cronología, si no fuera por los resultados de un siglo o más de labor arqueológica previa, que han permitido establecer la datación de los estilos cerámicos griegos? De hecho, ¿no podríamos haber realizado avances más valiosos si hubiéramos dedicado las cinco campañas anteriores a excavar un solo yacimiento beocio? Voy a intentar ofrecer algunas respuestas a estas cuestiones. Empezaré por la última pregunta. Si, por ejemplo, hubiéramos estado excavando un asentamiento rural durante cinco años, qué duda cabe de que dispondríamos de una gran cantidad de hallazgos bien preservados. No obstante, ¿acaso podría informarnos este material sobre algo más que no fuese el propio yacimiento?, ¿en qué medida compensaría el precioso espacio que
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exigiría del Museo de Tebas? La idea de que la excavación de un único yacimiento aporta información complementaria sobre la región donde está ubicado es común a la mayoría de los arqueólogos y son incontables las afirmaciones, o sugerencias implícitas, a este respecto presentes en sus escritos. Se suele considerar que cuanto más importante es el yacimiento, mayor será el área sobre la que ejercerá control. De esto se desprende que los hallazgos que proporcione serán representativos. Por contra, debemos preguntarnos hasta qué punto es válida esta idea. Me atrevería a sugerir que nos encontramos ante un tipo de convención arqueológica, un simple recurso de conveniencia adoptado a partir del reconocimiento tácito de que no se puede excavar una verdadera muestra significativa de la región. Si el p o l ítiít iyacimiento escogido constituye de algún modo el centro po c o , por muy pequeño que sea, de gran parte del territorio, se considera que sus hallazgos pueden hablar con mayor propiedad del territorio. Sin embargo, incluso en este caso, el alcance de lo que representen sigue siendo estrictamente limitado. La realidad de las excavaciones, muy pocas veces reconocida explícitamente, es que muy pocos de los yacimientos sometidos a investigaciones arqueológicas serán excavados en su totalidad. Como vimos en los ejemplos citados al final del capítulo 2, la excavación se parece a la prospección por implicar habitualmente procesos de muestreo y por proceder mediante inferencias desde el segmento investigado hasta la unidad total. La diferencia entre ambos procedimientos estriba en que, cuando la unidad es un yacimiento en proceso de excavación, la elección de la muestra está condicionada por la presencia de factores externos fortuitos, tales como la ubicación de modernos edificios o la disponibilidad de adquirir ciertas áreas.11 Los hallazgos de una prospección nos informan, si la muestra ha sido bien escogida, de la totalidad de una región, en 11. Estas y otras cuestiones han sido debatidas por J . F. Cherry en «Frogs Round the Pond: Perspectives on Current Archaeological Survey Projects in the Mediterranean Region», en Ar A r c h a e o lo g ica ic a l Surve Sur veyy in the th e M edit ed iter erra rane nean an A r ea , British Archaeological Reports, International Series, n.° 155, ed. por D. W. Rupp y D. Keller (Oxford, 1983), pp. 375416, y por R. Hope Simpson, en JF J F A , 11 (1984), pp. 115120.
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nuestro caso una región tan considerable como Beocia, pero también, en caso contrario, del área que haya sido realmente prospeccionada. El área prospectada es una porción de terreno donde pudo haber vivido bastante gente según las épocas y donde, sin duda, un número mucho mayor obtuvo sus principales medios de subsistencia durante largos períodos. Un mapa que registre la densidad de los hallazgos anotados sobre una zona del mismo, como el de la figura 30, está ofreciendo un cuerpo de evidencias que puede ser comprobado e investigado nuevamente a todo nivel, así como reintegrado o simplemente ampliado. Asimismo, constituye un cuerpo de evidencias que uno difícilmente puede imaginar como característico de una excavación. Esto nos conduce a otra de las cuestiones que hemos propuesto con anterioridad, a saber, la necesidad de dar validez a nuestras conclusiones a través de la excavacióntest de uno o más de nuestros yacimientos. Podríamos ejemplificar tal proceder de una manera sugerente. Una minuciosa y completa excavación de una «alquería» sería, por ejemplo, de un valor incalculable en la comprobación de hasta qué punto sus períodos de ocupación significativos coinciden con los representados por los hallazgos de superficie, pero como prueba para interpretar la función de los diferentes tipos de yacimientos sería menos decisiva. Para ello se exigiría ampliar el procedimiento a un gran número de yacimientos similares en sus restos superficiales. Incluso entonces, nada implicaría que las cuestiones que la prospección no hubiera resuelto las resolviera la excavación, pues la distinción entre ocupación estacional o permanente requiere, después de todo, una mayor sofisticación en el análisis, incluso en aquellos que se realizan sobre los materiales procedentes de excavaciones. No obstante, nuestra única intención aquí, y el futuro podrá considerarla o no equivocada, es observar hasta qué punto se puede avanzar en el conocimiento partiendo exclusivamente de la investigación de superficie. Creemos que la prospección constituye una rama independiente de la investigación y, por ello, hemos tomado conciencia de su necesidad, al menos para el contexto clásico, todo y que admitamos que la excavación puede añadir una veracidad mayor a nuestros hallazgos. 10. — SNODGRASS
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En efecto, el parasitismo se ve aumentado por la pregunta siguiente: ¿Dependemos completamente de trabajos arqueológicos previos en relación al sistema cronológico global que utilizamos? No es perjudicial admitir abiertamente nuestra deuda, pero se trata de una deuda con la totalidad de los estudios arqueológicos existentes. La datación de los estilos cerámicos griegos, que forman también parte de la realidad histórica, ha sido establecida a partir de análisis estilísticos y de hallazgos procedentes de excavaciones estratigráficas. Realmente, los excavadores, en algunos casos, pueden tener que depender de este rico filón de la investigación tradicional de la arqueología clásica tanto como los prospectores. De manera ideal, todos nuestros esfuerzos deberían verse como complementarios. He argumentado en este capítulo que, en la tarea de comprender y explicar el pasado, la prospección ofrece una dimensión nueva y potencialmente valiosa. Se trata de una dimensión que destaca claramente un aspecto descuidado en época anterior, pero enfatizado en algunos trabajos recientes no clásicos; me refiero a la relación que existe entre el registro arqueológico y el presente. «El registro arqueológico —escribe Lewis Bin ford— está aquí con nosotros, en el presente ... y las observaciones que hacemos del mismo son de aquí y de ahora»; no son «afirmaciones históricas».12 La verdad de esta observación es quizá más evidente para el prospector, terriblemente consciente de la vulnerabilidad de sus datos a causa de la actividad actual estacional o incluso efímera, que para el excavador. Todos compartimos más o menos la ilusión de que profundizar progresivamente estratos cada vez más antiguos constituye un viaje hacia el pasado. Sin embargo, no es así. Los depósitos estrati gráficos descubiertos por los excavadores empezaron a existir como depósitos de superficie en algún momento efímero y, en consecuencia, estaban sujetos a procesos de degradación, desplazamiento y dispersión, características por las cuales se critican muchas veces los datos hallados en superficie, y esto dejan12. 12. L. R. Binford, In Pursu Pursuit it o f the pa st, st, Londres, 1983, pp. 19, 23 (hay trad. cast. : En busca del pasado, pasado, Barcelona, 1988).
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do de lado los múltiples efectos causados por los factores post deposicionales, una vez que los depósitos desaparecieron de la vista. De todos modos, quizás exista un cierto valor admonitorio en un método que exhibe estas limitaciones. En nuestro caso, la contribución que creemos estar haciendo a la historia de Beocia no es, ciertamente, la de una historia concebida en términos tradicionales. Se trata de un tipo de historia que, en la actualidad, está siendo aceptada por muchos historiadores como un objetivo digno de tener en cuenta. En particular, recuperar una pequeña parte de la historia del paisa je j e rural de la antigua antigua Grecia Gre cia será algo algo casi nuevo nuevo y reforzará refo rzará la inscripción de Hilgard Hall.
5. LAS PRIMERA PRIM ERAS S ESCENAS CON FIGURAS DEL ARTE GRIEGO El cambio de objeto de estudio en este capítulo puede parecer muy brusco. Sin embargo, bajo la aparente disparidad de la materia subyace una unidad temática. Dentro del ámbito arqueológico, se ha criticado a la arqueología clásica por su aislamiento con respecto a la corriente principal de la investigación arqueológica. No obstante, bajo mi punto de vista, la arqueología clásica está preparada para formar parte, firmemente, de esta corriente. Del mismo modo, también se acusa a la arqueología clásica de aplicar métodos anticuados a la historia del arte. También en este campo —como espero que veamos— la arqueología, en su conjunto, puede aportar algo distintivo a la disciplina. Desde el punto de vista cuantitativo, el volumen de trabajos realizados sobre la historia del arte antiguo es tan amplio que omitir los estudios de este tipo en un ensayo de arqueología griega resultaría absurdo. Si esta omisión se debiera a una cuestión de principios, constituiría un ejemplo de compartimentación doctrinaria que, precisamente, siempre he deplorado. Me parece una cualidad y no un defecto de la arqueología clásica el que haya asumido automáticamente el estudio del arte y que cuente con las mismas personas para efectuar prácticas y enseñar en ambos campos. La aportación específica que nuestra disciplina puede aportar a la historia del arte deriva de dicha circunstancia; las mismas personas pueden realizar un análisis artístico y dominar los datos ar-
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queológicos. La vieja tradición, el volumen y el largo tiempo de investigaciones sobre arte clásico, a juzgar por sus propios criterios, han sido relevantes. Aun así, sus críticas ni pueden ni deben silenciarse. Permítaseme citar una de ellas, tan general que abarcará, probablemente, un gran número de acusaciones más específicas. Ranuccio Bianchi Bandinelli, un distinguido representante de la materia, declaró en 1966 que la arqueología clásica era culpable del «abandono casi total de la historia del arte».1Esta es la clase de acusación que puede tentar al arqueólogo clásico, como la mujer de Job pidiéndole a éste que reniegue de Dios y muera. La gran inversión de tiempo y de trabajo en el estudio del arte griego y romano no ha disminuido, ni mucho menos ha finalizado durante los últimos años; su escala y su preponderancia dentro de la disciplina constituyen un tema de detracción oscilante entre los últimos críticos. Si, tras todo el esfuerzo realizado, no se puede dignificar el resultado aplicándole el nombre de historia del arte, entonces ¿para qué ha servido? Para entender la queja de Bianchi Bandinelli hay que clarificar el contexto en el que hizo su comentario. Estaba atacando lo que creía que era la obsesión de los arqueólogos clásicos por la clasificación, la datación y la búsqueda de paralelos y atribuciones, descuidando —a menudo excluyendo— la verdadera historia del arte. Sus numerosos oponentes le han replicado que, antes de adentrarnos en la naturaleza de la interpretación crítica, dicho trabajo clasificatorio representa el primer paso — absolutamente indispensable— en el campo del arte clásico, relativamente mal documentado debido a los criterios seguidos por la historia del arte. No obstante, lo que se critica de esta investigación «preliminar» es que, en sí misma, consume todo el tiempo, el trabajo y el interés del historiador del arte clásico. 1. R . Bianchi Bian chi Bandinell Ban dinelli,i, «Quelques réflexions à propos des rapports entre archéoarchéo logie et histoire de l’art», en Méla M élang nges es o ffer ff erts ts à K a zim zi m ierz ie rz M ich ic h a low lo w s k i, Varsovia, 1966, p. 262. Una opinion paralela acerca del estudio de los vasos griegos en el siglo pasado la desarrolla H. Hoffman en «In the Wake of Beazley», Hephaistos, Hephaistos , 1 (1979), pp. 6170, especialmente p. 61 para «la virtual exclusion de investigaciones concernientes al significado, función y relevancia cultural de estos objetos».
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Incluso me atrevería a sugerir que en este proceder operan factores psicológicos, como lo demuestra la atracción que sienten los intelectuales del «tipo convergente» por lo sencillo y las respuestas correctas. En la actualidad, podemos ofrecer otra clase de respuesta a la acusación de Bianchi Bandinelli, y es que los arqueólogos han mejorado, visiblemente, sus orientaciones durante el corto período transcurrido desde que hizo su afirmación. Además, podemos considerar que se está realizando una verdadera historia del arte clásico, objetivo que también comparten diferentes escuelas. Un síntoma de este renacimiento lo encontramos en el vigoroso resurgir de una de las cuestiones de la historia del arte, de especial importancia para el arte griego, que había sido relegada por las dos últimas generaciones. El problema no es otro que el de la relación entre la narrativa y la representación artística. Varias razones nos informan de la importancia de esta cuestión básica del arte griego. Dos de ellas pueden ilustrarse con las dos reivindicaciones de mayor énfasis que se han reclamado para los artistas griegos en este campo. En primer lugar, J. J . Carte Ca rter, r, en un valioso artículo sobre sob re este tema, tem a, publicado en 1972, propone que los griegos fueron los virtuales inventores del arte narrativo.2 En segundo lugar, tenemos el conocido argumento de Gombrich: lo que subyacía bajo la apariencia histórica del naturalismo griego era «el carácter de la narración griega», es decir, un don o una cualidad especial, propia hasta entonces del medio literario, inspiró a los escultores de Grecia para alcanzar el logro que Gombrich ha denominado la «revolución griega».3 Fue esta teoría de Gombrich la que Carter utilizó al estudiar su propio material, a pesar de que él escribía sobre el arte geométrico del siglo vin a.C. y la «revolución griega» de Gombrich estaba fechada, explícitamente, entre el 550 y el 400 a.C. Ambos autores estaban impresionados, al igual que otros muchos, por la frecuente presencia de escenas de contenido narrativo en 2. J. Carter, «The Beginning Beginning of Narrativ Narrativee Art in the Greek Geometric Period», Period», B S A , 67 (1972), pp. 2558, especialmente p. 26. 3. E . H. Gombrich, Art a n d Illu Il lusi sion on , Oxford, 1960, p. 110; cf. p. 99.
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el arte griego y porque, en la mayoría de ellas, ese contenido era específicamente mítico o legendario. Como ocurre siempre en esta disciplina, debemos ser cautos al emplear nuestra terminología. Por ejemplo, podríamos definir el concepto «narrativo» en un sentido tan limitado que redujera el cuerpo de datos que son propios de esta discusión, o tan amplio que ya no serían preponderantes el mito y la leyenda en el contenido narrativo, tal como hemos dicho que ocurría. De hecho, hoy en día hemos de prestar más atención a ponernos de acuerdo que a discutir sobre terminología, ya que debemos tener en cuenta nuevas interpretaciones de los mismos fenómenos, que no sólo se caracterizan por ser diferentes sino que incluso excluyen aquello que habíamos empezado a considerar. La interpretación estructuralista se ajusta al anterior postulado. Cualquier investigador familiarizado con el punto de vista estructuralista del mito (un determinado mito está conformado por todas sus variantes y carecen de interés la secuencia narrativa y el contenido de todas y cada una de ellas; lo verdaderamente importante es la estructura del mito, reflejo de la estructura del pensamiento humano) y sobre todo los que hayan leído las conclusiones más notables de LéviStrauss en su examen retrospectivo de su propia investigación sobre el mito —acerca del estudio del mito que hace posible una «conspiración contra el tiempo», incluso la «abolición del tiempo»—4 no puede sorprenderse con lo que voy a exponer a continuación. Está claro que tal concepción del mito repercute, en cierta medida, sobre la propia visión de la narrativa mítica en el arte. Si el tiempo y su secuencia son periféricos a la naturaleza del mito, tampoco deberían ser considerados ingredientes importantes del cuadro mitológico. En tal caso, ¿dónde encajar los trabajos académicos fieles a la secuencia temporal del arte grecoromano? Estos trabajos se han basado principalmente en el corpus de evidencias más rico, es decir, las pinturas de los vasos griegos y, como ya he indicado, han sido especialmente abordados por dos genera 4. p. 542.
C. LéviStrauss, L'Homme nu, nu , Mithologiques, 4, París, 1971, especialmente
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dones: la posterior a la aparición de Bild und Lied de Carl Robert, en 1881, y nuestra propia generación. Una tendencia de esta investigación se ha centrado en el análisis del interesante recurso (adoptado por ciertos pintores de vasos en la antigüedad) que combina diferentes episodios de una historia en un único cuadro, como si fueran simultáneos, pero sin permitir que una misma figura aparezca en la representación más de una vez,5 lo que constituye una restricción importantísima. Esta práctica ha sido denominada método «complementario» ( Komplettierend ), «simultáneo» o «sinóptico». Uno de los resultados más interesantes que aporta dicho método consiste en que revela que este modo de concebir un mito en términos visuales fue, por lo que a Grecia concierne, una innovación original de los artistas (y, probablemente, de los pintores de vasos) del período arcaico. Resulta significativo que los ejemplos proporcionados por el arte egeo de la edad del bronce, en los que se ha registrado un tratamiento de episodios sucesivos de una historia (por ejemplo, en los frescos y en las escenas de damasquinado6 o en las series de anillos de oro, discutidas por Axel Persson7 en las Sather Lectures de 1941), sean representativos de un método —o métodos— verdaderamente distinto, que repite cada una de las figuras —o figura— principales con el fin de mostrar el paso del tiempo. Se consigue lo mismo mediante la representación de una hilera de figuras diferentes, dibujadas con las posturas sucesivas de un personaje en concreto. Esta técnica definida correctamente no es común en el arte griego posterior, ya que en esa época el método característico es el «simultáneo» o «sinóptico». El ejemplo clásico —pido excu 5. Para una aproximación aproximació n un tanto tan to simplificada, simplificad a, véase mi Narration and Allusion in Archaic Greek Art, 11th Myres Memorial Lecture, Lecture, Oxford, 1982. 6. Véase J . L. Myres, Myres, «Homeric art», BSA, BSA, 45 (1950), p. 233, donde «el fresco del Toreador» presenta las posiciones sucesivas de un único acróbata (cf. A. J. Evans, The palace o f Minos, Minos, vol. 3, Londres, 1930, p. 223, fig. 156) y comparar con Myres, p. 245, donde aparece «la caza del león sobre una hoja de puñal» que muestra los diferentes y sucesivos movimientos del guerrero. 7. A. W. Persson, The Religion o f Greece in P rehistori rehistoricc Times, Times, Sather Classical Lectures, n.° 17 (Berkeley, 1942), pp. 2830, 47 y 8081. Las figuras 49 y 50 de este libro ilustran dos de éstas.
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Copa Co pa ática ática de figuras negra negras, s, con la escena de Circe y los los marineros de Odiseo
sas por presentarlo presentar lo otra vez— v ez— es una una copa ática de de figuras figuras negras, actualmente en Boston, datada hacia el 550 a.C. y que escenifica la historia, conocida a partir del libro décimo de la Odis e a ,, de la metamorfosis que Circe causa a los marineros de Odiseo (figura 35).8 La escena, muy fiel a la narración homérica en varios aspectos, presenta a Circe mezclando la poción que transformará a los marineros en animales y que será robada por Eu riloco, quien, a su vez, dará la alarma que provocará la llegada de Odiseo y su amenaza a Circe para que deshaga el encanto. Estos tres episodios sucesivos se representan en el momento en que acontecen (a la derecha e izquierda del centro, un poco más hacia la derecha y un poco más a la izquierda, respectivamente). Para el profano, las escenas «sinópticas» de este tipo parecen desafiar el tiempo; para el estructuralista, muestran algo totalmente distinto, a saber, la indiferencia por el tiempo. Debo reconocer que me siento un tanto incómodo al tener que exponer opiniones de este tipo. El propio LéviStrauss ha escrito mucho sobre arte, aunque su conocida predilección por estudiar el «frío», en oposición al «calor», o bien culturas bien documentadas históricamente, le ha apartado de la realización 8. Copa, Boston 99.518; J. D. Beazley, A B V , p. 198.
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de un trabajo como el que estamos contemplando. Tampoco he sido capaz de descubrir exposiciones específicas sobre este tema en los escritos de clasicistas de la «escuela de París» que, bajo el reciente liderazgo de J.P. Vernant, ha dirigido su atención hacia muchos de estos problemas. La verdad es que mis opiniones se basan en comentarios de los partidarios de la escuela de París que también simpatizan con el estructuralismo; y si no le hago la justicia necesaria a un enfoque que en realidad encuentro muy persuasivo confío que, en breve, el tema sea valorado en su justa medida en las publicaciones. La asunción central del argumento, tal y como yo la entiendo, es que la noción de «tiempo» en el contexto de tales trabajos, como se ha empleado, por ejemplo, en la descripción que acabo de ofrecer sobre la pintura de Circe, es una importación moderna anacrónica; es decir, que el propio artista no era consciente del tiempo ni, frente al público que así lo desea, de que lo estaba desafiando. Todo lo que el artista pretendía mostrar al retratar personajes distintos enredados en acciones diversas que, en la historia, tenían lugar en tiempos distintos era simplemente el atributo característico y distintivo de cada figura. Circe es la hechicera, los marinos son las víctimas y así sucesivamente. De este modo, cada uno de ellos/ellas debe ser caracterizado con el atributo o acción que los define. Así, cualquier violación aparente del tiempo era un subproducto accidental de la preocupación del artista que se centraba en otras cuestiones más importantes para él. Se puede decir casi lo mismo de los artistas posteriores, quienes, con fluctuaciones, trataron temas semejantes de un modo similar, hasta la invención de la fotografía, que es sobre todo responsable de alertar la sensibilidad del hombre con respecto a estas aparentes «violaciones» de la unidad de tiempo. Si es verdad que los productores de estas escenas y su público deseaban ver únicamente la caracterización de cada personaje con su acción o epíteto individual, tales representaciones no pueden ser calificadas de «arte narrativo». Además, siguiendo esta argumentación, podría llegarse a negar la posibilidad de la existencia de un verdadero arte totalmente narrativo. Permítaseme por una vez admitir que esta teoría, cuando se
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aplica a una serie de trabajos sobre arte griego, ofrece resultados convincentes. Puede igualmente aplicarse a otra categoría, completamente diferente, de representaciones antiguas que no son episódicas, es decir, que parecen respetar la unidad de tiempo al mostrar tan sólo acciones que ocurrieron, o pudieron haber ocurrido, en el mismo momento dentro de una determinada secuencia de episodios. Estas escenas son menos frecuentes, o menos notables, en el arte griego arcaico, pero devienen casi la norma en el período clásico pleno, cuando disminuye la pasión por representar con todo detalle relatos legendarios llenos de acontecimientos. En este caso, la explicación estructura lista afirma que la aparente «unidad de tiempo» no es sino una coincidencia, ya que las acciones o epítetos con que se caracteriza cada figura son, aquí, compatibles con otros en términos temporales, de acuerdo con la visión aceptada de la historia. Sólo si podemos detectar indicios distintos a los de una preocupación del artista por cuestiones temporales —probablemente somos más capaces de hacerlo con el primer tipo de representación (sinóptico) que con el segundo (que acabamos de describir) —, tenemos derecho a poner en cuestión una interpretación como ésta, que se ajusta perfectamente a lo que hoy en día podemos observar. Desearía, a continuación, prestar atención a p o d e m o s detectar tales unos pocos casos en los que creo que po indicios. No obstante, debo decir, anticipándome al objetivo principal de este capítulo, que para ciertos propósitos esta aparente polaridad de opiniones no precisa resolverse y puede ser omitida. Tanto si creemos que los artistas griegos desafiaban el tiempo como si consideramos que simplemente lo ignoraban, la verdad es que el producto final de sus ensayos permanece igual y es susceptible de ser analizado bajo otras ópticas en las que no sea crucial investigar los procesos mentales del artista. Ya hemos analizado, al menos de una manera sencilla, las diversas maneras en que los artistas de la antigüedad «contaron una historia» en términos visuales, bien aunando ciertos episodios sucesivos en un solo momento, bien eligiendo primordialmente un momento único o, en la edad del bronce, mostrando episodios sucesivos como sucesivos gracias a la repetición o
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multiplicación de las figuras. Con riesgo de complicar la situación un poco más, debo mencionar otro método que se utiliza en ocasiones. Éste implica la representación de una serie de proezas de un personaje heroico, con un panel o cuadro destinado a cada hazaña. En este caso, desde luego, el héroe reaparece en cada escena. El principal medio donde se efectúa un tratamiento de este tipo es el relieve escultóricoarquitectónico, aunque también aparece ligeramente adaptado en un grupo de vasos pintados que muestran algunas de las hazañas de Teseo. Se ha observado, por ejemplo, que, en las 12 metopas esculpidas del templo de Zeus en Olimpia que representan los 12 trabajos de Hércules, o bien en el grupo de vasos áticos de figuras rojas con las hazañas de Teseo que acabamos de mencionar, los artistas no representan la secuencia temporal «oficial» en la que se supone que ocurrieron los hechos, sino que se permiten re disponer el orden de cara a satisfacer su propósito artístico u omiten episodios no menos importantes que los que ellos escogen.9 Esto demuestra que existían, por lo menos, situaciones en las que el tiempo no era, por decirlo en pocas palabras, un problema de interés omnipresente —tal y como sería de esperar según el punto de vista estructuralista. Sin embargo, la verdadera prueba para la contrastación de esta opinión aparece en el contexto de los cuadros «sinópticos» con los que empezamos. Mientras que, en el caso de un tratamiento por paneles independientes, es tan sólo el espectador (antiguo o moderno) moderadamente bien informado quien se da cuenta de que existe alguna violación del tiempo/secuencia aceptado, con el tratamiento «sinóptico» es la lógica temporal la que parece infringirse y cualquier espectador moderno que se detenga a analizar la representación durante uno o dos minutos advertirá la violación. El problema con el que nos enfrentamos es el de dilucidar si el propio artista y su público contemporáneo eran conscientes de semejante situación. Usemos el lenguaje estructuralista de «atributos» o «epítetos» al aproximar 9. Compárese Comp árese V . Dasen Da sen,, «Autour «Autou r du dinos dinos de Néarchos: Essai Ess ai sur la bande dessidessinée chez les anciens», Études des Lettres Lettres (1983), parte 4, pp. 5573, especialmente pp. 6465.
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Copa Co pa laconia de figuras negras negras (Par (París ís,, B iblioteca Nacional), con la escena de Polifemo y Odiseo
nos a un ejemplo que es representativo de un gran grupo de escenas, aquellas en las que se da más de un atributo a una única figura. En una copa laconia de figuras negras, una vez más de alrededores del 550 a.C., vemos una de las pinturas de vasos más elaborada en torno a la ceguera de Polifemo (figura 36).10 Se nos muestra al cíclope devorando los miembros de los marineros de Odiseo, al mismo tiempo que está a punto de beber de la copa que le embriagará y permitirá que Odiseo y sus compañeros supervivientes lo cieguen, lo que también se observa. Según el análisis tradicional que empleamos en nuestra primera 10. Copa, París, Cabinet Cabin et de Médailles 190; C. M. Stibbe, Stib be, Lakonische Vasenmaler des sechsten Jahrhunderts v. Chr., Chr., Amsterdam y Londres, 1972, p. 285, n.° 289.
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lectura de la copa de Circe, el artista ha comprimido aquí, justo en un simple instante, tres de los cinco episodios sucesivos. Para el estructuralista, todo lo que ha hecho es caracterizar a Polifemo con dos epítetos (el canibalismo y la embriaguez, en términos generales), y con un tercero (la estaca para cegarlo) a Odiseo y sus acompañantes. En este caso, podríamos alegar que la «colisión» temporal es demasiado evidente como para no comprenderse; no obstante, al afirmar esto podríamos estar revelando únicamente nuestros prejuicios anacrónicos. Un procedimiento más aceptable puede consistir en plantear la siguiente pregunta: Polifemo puede ser el caníbal, el borracho y la víctima, pero ¿puede ser las tres cosas simultáneamente y, lo que es más importante, inherentemente ? ¿Son estas tres características los componentes esenciales de la estructura del mito? El análisis detallado realizado por Claude Calame sobre las numerosas variantes de esta historia sugiere otra interpretación. Propone que el acto de canibalismo y el acto de retribución que lo venga, la ceguera, constituyen características equilibradas y típicamente importantes de cualquier versión de la historia. Por el contrario, el papel jugado por la copa de vino no es, obviamente, tan esencial para la estructura. Polifemo (en representaciones no griegas) no «siempre» está borracho, ni en el sentido de que este detalle está presente en todas las versiones, ni en el sentido más trivial de que, en la versión griega, «siempre» está bebiendo (por el contrario, en Homero, el vino de Odiseo es un regalo especial para él). Ante tal situación nos podemos preguntar, por lo tanto, cuál es la explicación más probable, la de que el pintor incluyó todos los atributos que consideró esenciales para la caracterización de sus figuras o la de que, habiendo decidido mostrar el canibalismo y la ceguera, consideró que la transición entre las dos sería demasiado abrupta, a menos que se insertase un estadio temporal intermedio en la forma de la copa (a costa de cometer cierta torpeza, ya que Polifemo no tiene ninguna mano libre para sostenerla).11 11. Véase Véa se C. Calame, «La Légende Légen de du Cyclops dans dans le folklore européen europ éen et extraextr aeuropéen: Un Jeu de transformations narratives», Études de Lettres Lettres (1977), parte 2, pp. 4579, especialmente p. 64.
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D os vistas vistas d e la escena en el hombro de una hidria ática d e fig fi g u ras ra s negras: Neoptolemo en Troya
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Existe cierta dificultad al tener que elegir entre las dos alternativas. Me referiré, a continuación, a otra representación un poco posterior en la que está presente, junto a otras características, el mismo elemento de «epítetos múltiples» aplicado a una sola figura. Se trata de la escena que se desarrolla sobre el hombro de una hidria de figuras negras del pintor Antimenes (c. 520 a.C.) Constituye uno de los trabajos más sorprendentes de la pintura de vasos griegos que ha surgido en los últimos años (figuras 3738).12 El tema es común desde el punto de vista genérico; en cambio, desde el punto de vista individual, resulta muy raro. Se trata de la aristeia, o valor en la batalla, de Neoptolemo en Troya, tratado en una obra épica perdida titulada P e queña llíada. Desde la derecha (lo que sorprende a primera vista, dado que la izquierda es el «lado del ganador» en los vasos áticos pintados), Atenea corre para sostener a su protegido Neoptolemo, cuya cuádriga está situada inmediatamente a su izquierda. Todavía a la izquierda, vemos, en primer lugar, la obra del héroe, el cuerpo de su antagonista más notable, el tro yano Eurípilos, con una de las lanzas de Neoptolemo clavada en su cuerpo y con su armadura arrancada por su atacante. Esta fue la victoria más dura de Neoptolemo, resaltada por Odiseo cuando intenta animar el espíritu de Aquiles deleitándole con las hazañas más recientes de su hijo ( Odisea , 11. 520). Por último, vemos también a la izquierda al mismo Neoptolemo de pie, arrojando una lanza a la espalda de un auriga que huía y que, lamentándose y agonizante, deja caer su cabeza hacia atrás. Más a la izquierda, sin que tenga una relación clara con el auriga, se encuentra otro enemigo caído, Helicaón, al cual se le conoce por haber sido el hijo del troyano Antenor, pero de quien nadie sabe que hubiese muerto en Troya a manos de Neoptolemo o de cualquier otro personaje. En realidad, Pausanias habla en el ciclo épico de un incidente, cuando la mujer de Helicaón fue perdonada por Odiseo tras haber sido herido, y 12. Para estudiar esta escena esce na pintada sobre el hombro de una hidria, aún aún no publicada, de Basilea, debo basarme en las fotografías del libro de K. Schefold, Götter und Heldensagen der Griechen in der spätarchaischen Kunst, Kunst, Munich, 1978, figuras. 339340, y en los comentarios de los investigadores citados en la próxima nota.
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Marcial dice de él que escapó después de la caída de Troya y llegó a ser uno de los fundadores de Patavium, en el norte de Italia. En esta pintura, no obstante, tal como Mark Davies remarcó, todo parece indicar que Helicaón está muerto.13 Por último, en el extremo más a la izquierda, Apolo avanza blandiendo su arco para poner punto final a la carrera triunfal de Neoptolemo. La dirección de dicha carrera, representada de derecha a izquierda, explica que el héroe, al final, no triunfe. Apolo, el protector de Troya, le impedirá tomar la ciudad, tal y como hizo a su padre en circunstancias similares al final del libro 21 de la Ilíada. Dos aspectos más sobre esta pintura me sugieren que el pintor ha tenido en cuenta de una manera deliberada la dimensión temporal. En primer lugar, la muerte del auriga es una representación instantánea del momento de su defunción, situada en medio de tres matanzas. En segundo lugar, la secuencia cronológica se desarrolla de derecha a izquierda, y tiene que abarcar una amplitud de tiempo considerable. Neoptolemo ha tenido tiempo, no sólo de atravesar con la lanza a Eurípilos, sino de arrancarle su armadura. Los héroes épicos utilizan dos lanzas y es precisamente con la segunda que Neoptolemo está matando al auriga; no obstante, el pintor debe retener esta imagen para encuadrar la muerte de Helicaón, en cuyo cuerpo está clavada nuevamente una lanza (presumiblemente la misma). Finalmente, Neoptolemo será detenido por Apolo. Que esta es la secuencia de los hechos está confirmado por un duplicado parcial de esta escena realizada por el mismo pintor sobre otra hidria, en Würzburg.14 Aquí, un Neoptolemo casi idéntico está lanceando a un auriga similar, mientras que el presunto Helicaón, herido, pero aún con vida, se arrastra en vano hacia su sentenciado auriga y conductor. De esta manera, la muerte de Heli 13. Véase M. I. Davies, «The Reclamation of Helen», Ant. Κ ., 20 (1977), p. 75, η. 12; cf. también los puntos de vista de J. D. Beazley, Paralipomena Paralipomena (Oxford, 1971), pp. 119120 n.° 35 bis. bis. Las interpretaciones no coinciden en ningún caso con las del texto y los encabezamientos de Schefold —como es el caso del papel exacto que juega Apolo o el de la atribución de carros a los guerreros. 14. Hidria, Würzburg 309: AB A B V , 268, n.° 28.
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caón es un acontecimiento que tendría lugar más tarde que la historia del auriga. La secuencia temporal transcurre consecuentemente de derecha a izquierda. Desde el punto de vista estructuralista, esto se convierte en una coincidencia, ya que el artista sólo querría representar el valor de Neoptolemo, asignándole tres víctimas, como así parece por la ordenación de derecha a izquierda de los tres episodios, añadiendo una cuarta y última escena con Apolo. El último punto, junto con la observación sobre las lanzas y el énfasis puesto en el momento de la muerte del auriga, parece favorecer otra interpretación. Sin embargo, incluso en este caso, los estructuralistas podrían alegar que se trata de un vaso pintado muy inusual y que el énfasis dramático del arte griego arcaico no nos permite percibir un único momento de una secuencia narrativa determinada. Tan sólo he logrado demostrar hasta aquí que, en ocasiones, parece que ciertos artistas fueran conscientes de manipular el tiempo utilizando el método «sinóptico» de representación de la historia. Quizás este hecho se vea reforzado por un último ejemplo extraído de uno de los escasos trabajos donde el tema seleccionado procede de la historia y no de la leyenda. En su descripción del mural de la batalla de Maratón de la Stoa Poi kilë de Atenas, Pausanias (1.15.4) dice que «al comienzo» se muestra a los dos bandos a punto de empezar la contienda: «las cosas están más o menos equilibradas. Pero en el corazón de la batalla los bárbaros huyen ... y la pintura llega a su final con los barcos fenicios». Presumiblemente, la dirección de la secuencia desde el «inicio» hasta el «final» era de izquierda a derecha; pero haya sido así o no, está claro, a partir de la descripción de Pausanias, que él podía entender la dimensión del tiempo siguiendo de un lado a otro la pintura, y que el pintor debió concebirlo así. Podemos también advertir un elemento descriptivo de la narración, ya que las figuras dominantes —había varias— en el campo de batalla se mostraban exclusivamente de una en una, siguiendo la misma norma que las pinturas sinópticas, tal como hemos visto. Parece clara la conclusión de que el artista que representaba un campo amplio se veía forzado a observar las normas de una representación sinóptica, y que el
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tema expuesto, relacionado con un hecho histórico bastante reciente con circunstancias y detalles más o menos exactos, también le obligaba a utilizar la dimensión temporal de una manera clara y consciente. Aunque los ejemplos que he citado puedan o no ser representativos de todo el arte griego arcaico, es evidente que la unidad de tiempo no está presente en todos los usos genuinos del método «sinóptico». Esta afirmación sólo es testimonial y procede de una actitud descriptiva moderna; sin embargo, sigue siendo cierta a nivel empírico y debemos recordarla cuando dirigimos nuestra investigación hacia el pasado intentando buscar los orígenes de este método artístico. Para esta investigación, tenemos que remontarnos a una fecha dos siglos anterior a la de los tres vasos de figuras negras que hemos considerado, o sea a la época de las primeras figuras amontonadas que aparecen en el arte griego, la de los vasos del estilo geométrico reciente. La interpretación de estas escenas ha suscitado una intensa controversia en los últimos años y sigue constituyendo un debate irresoluto de la historia del arte clásico. El hecho de que los análisis tradicionales no hayan desembocado en un consenso sino en un estancamiento constituye uno de los motivos para escogerlo como tema principal de este capítulo. ¿Podemos utilizar la circunstancia mencionada anteriormente (son los mismos investigadores los que estudian el contexto arqueológico de los vasos geométricos e interpretan sus escenas) para empezar a construir un análisis verdaderamente integrado? En primer lugar, voy a resumir el estado actual de la cuestión sobre la interpretación de las escenas geométricas. Cada una de las dos principales escuelas de pensamiento —la que cree que estas pinturas evocan el pasado heroico y aquella que sólo las considera representaciones de la vida contemporánea — basan, en parte, sus argumentos en analogías con la literatura y el arte griego del período posterior, mejor conocidos, pero, en el fondo, ambas apelan a la credibilidad del sentido común. En consecuencia, cada una de ellas parece encontrar en las conclusiones de la otra una violación a dicha credibilidad. Los intentos por encontrar una solución intermedia de compromiso,
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sea a nivel simple (algunas de las escenas serían heroicas y otras de la vida real) o a un nivel más sofisticado (las escenas serían consideradas ambivalentes desde el momento de su creación), parecen destinados a ser rechazados por ambas partes, como suele suceder con los intentos de conciliación.15 Si existe algún modo de establecer una base común de observación objetiva e hipótesis verificables, debería proponerse sin más demora. Vamos a empezar con una exposición del contexto de estas pinturas que tiene al menos el mérito de ser cuantitativa. En el arte geométrico, las grandes escenas de multitudes con grupos de figuras sólo aparecen en los vasos figurados y, al parecer, muchos de ellos eran indicadores que se colocaban sobre las tumbas y eran vistos por los transeúntes. Predominan dos te p r o the th e sis si s o exposición del cadáver antes del enterramas: la pr miento (figura 39) y la escena de batalla, por tierra, por mar o mixta (figura 40). Ambos temas han sido tratados por Gudrun Ahlberg en valiosas monografías y sabemos, a partir de los catálogos de dicha autora, que 50 de las 52 escenas de pr p r o the th e sis si s conocidas en 1971 eran áticas, al igual que 26 de las 28 escenas de batalla, es decir, un 96 por 100 y un 93 por 100 respectivamente. Por otra parte, estos vasos no sólo tienen una restricción geográfica, sino también cronológica. Tal como observa Ahlberg en su libro sobre las escenas de batalla, la gran mayoría de ellas (16 de las 22 fácilmente datables) proceden de un único taller ateniense, cuya actividad pudo haber durado algo más de una década, alrededor del 750 a.C. en la datación convencional.16 Estamos considerando, en otras palabras, la obra de un grupo pequeño de artesanos, realizada en un solo lugar y en un 15. Véase Véa se el trabajo traba jo más más reciente recien te «Symbol and Story in Geomet Geo metric ric Art» de J. Boardman, en W. Moon, ed., An A n cien ci entt G r e e k A rt and. and. I c o n o g r a p h y , Madison, Wis., 1983, pp. 1536, donde se rechazan las asunciones propuestas por Isler y Kannicht (véase infra, infra , n. 24). 16. G. Ahlberg, Prothesis and Ekphora in Greek Geometric Art, Art, Studies in Mediterranean Archaeology, n.° 32 (Göteborg, 1971), y Fighting on Land and Sea in Greek Geom etric etric Art, Art, Skrifter utgivna av Svenska Institutet i Athen, n.° 16 (Estocolmo, 1971). Para cuestiones de producción, origen y datación, véanse los catálogos de Ahlberg en Prothesis and Ekphora, Ekphora, pp. 2329 con referencias, y cf. p. 281 para comentarios; y también Fighting on Land and Sea, Sea, pp. 12, 2526 con referencias, pp. 3940, 66.
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p r o the th e sis si s la cronolocorto espacio de tiempo. En las escenas de pr gía es más amplia y mayor la diversidad estilística, aunque ésta no se deba exclusivamente a aquélla. Sin embargo, la variedad de la composición es incluso más limitada que en las escenas de batalla —en los vasos áticos, la fórmula esencial de la pr p r o t h e sis, si s, una vez establecida, cambió muy poco en las dos generaciones de su predominio. Todo lo dicho se refiere a los productores; ¿y con respecto a los clientes? Otra característica sorprendente de las escenas de multitudes del geométrico reciente es que la gran mayoría se conocía desde hace cien años. Los hallazgos más recientes han sido muy escasos y consisten principalmente en escenas de pr p r o t h e s i s relativamente tardías y simplificadas. Puede demostrarse o al menos sospecharse que el núcleo principal de las escenas de batalla —de nuevo en este caso unas tres cuartas partes— se encontró en una serie de ricas tumbas ubicadas en la moderna calle del Pireo de Atenas excavada durante los últimos treinta años del siglo xix. Dichas escenas se desarrollaban (como en las figuras 39 y 40) sobre vasos erigidos como estelas funerarias. Aunque las piezas hayan estado esparcidas por distintos museos de varios países, su unidad esencial fue demostrada hace algunos años, cuando los investigadores descubrieron que podían unirse fragmentos procedentes de distintas colecciones.17 Esta observación refuerza lo que anteriomente hemos mencionado sobre la concentración cronológica de las escenas de batalla: la mayoría de estas pinturas fueron producidas no sólo por, sino también para, un grupo reducido de personas: el grupo o los grupos familiares que ocuparon la necrópolis de la calle del Pireo. La ausencia de céramica estrechamente comparable en los cientos de tumbas atenienses de períodos similares excavadas en los años más recientes ofrece un claro indicio de la exclusividad, en términos sociales y locales, del grupo que compró y posiblemente encargó estos vasos. Lo que acabamos de exponer impide, al menos en dos sen 17. Cf. J. N. Coldstream, Greek Geometric Pottery, Pottery, Londres, 1968, pp. 2933 con referencias a los trabajos previos de E. Kunze (1953) y F. Villard (1949 y 1954).
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tidos, descubrir el significado de las escenas de los vasos. En primer lugar, el grupo para el que estaban destinados pudo haber sido muy poco representativo de la sociedad contemporánea de Atenas, y mucho menos del mundo griego en general; por lo tanto, las inferencias a partir de lo que conocemos de otras fuentes sobre creencias y prácticas de los griegos de esa época y de lo que vemos en otras obras de arte contemporáneas pueden ser erróneas. Idealmente, tales inferencias deberían derivar de las asociaciones y circunstancias funerarias de estas pocas tumbas, pero desgraciadamente se ha perdido casi toda la información, debido a la antigua fecha de su descubrimiento. El segundo impedimento es que no podemos esperar que el futuro proporcione añadidos sustanciales al cuerpo de evidencias disponible; por consiguiente, no podemos formular hipótesis y tratar de verificarlas o refutarlas mediante nuevos hallazgos, como suelen hacer los arqueólogos. Nuestras interpretaciones, por tanto, deben basarse en un cuerpo de datos quizás demasiado limitado para lograr una conclusión convincente, y menos aún «definitiva», en términos de probabilidad. Sin embargo, me aventuraré a hacer una observación estadística sobre las escenas de batalla que procede de un comentario realizado hace una década por Nicolas Coldstream en una recensión del libro de Ahlberg, Fighting on Land and Sea in G ree reekk Geometric Geom etric A rt.18 rt.18 Hace referencia a un elemento específico en el enfrentamiento de la controversia suscitada sobre el significado de las escenas geométricas: el «escudo Dipilón» que portan muchas de las figuras de guerrero. No estoy replanteando la vieja discusión de si tales escudos pueden o no ser considerados como indicio de que el artista da a su pintura un trasfondo heroico. Lo que deseo es utilizar la figura individual como unidad estadística en lugar de la escena completa, como hasta ahora se ha hecho. Existen unas 23 figuras de guerrero que llevan estos escudos y escudos aislados sin portador en las escenas de combate opuestas a las escenas de gente andando, en procesión 18. Gnomon , 46 (1974), p. 395.
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o simplemente de pie.19 De estas 23, unas 7 o bien se hallan en un estado de conservación bastante deficiente para que nos sirvan de referencia, o bien expresan un momento en el que la lucha aún no ha alcanzado una fase decisiva. En las 16 restantes el guerrero se encuentra en el grueso de la batalla y en todas ellas parece estar perdiendo. Cuatro guerreros están muertos o a las puertas de la muerte (como en la figura 40, arriba a la derecha); otros dos están claramente atravesados por armas; cuatro están siendo desarmados, aparentemente después de la captura, y en otro vaso, probablemente, hay un quinto que ha dejado caer su escudo y está inclinado sobre su espalda. Dos de ellos podrían ser considerados como «desaparecidos» o «quizás muertos», ya que sus escudos aparecen en la cubierta de un barco, presumiblemente como botín; mientras que los tres restantes (dos de los cuales aparecen en la figura 41) están todavía en plena batalla, donde parece no haber pérdidas entre sus enemigos y en circunstancias de las que se desprende que sus cama radas están muertos o heridos. Es evidente que 16 ejemplares no constituyen una amplia muestra; las representaciones de estos escudos y de sus portadores en la batalla son inferiores en número a las que portan escudos en contextos neutrales, hileras de hombres a pie (figura 40, zona inferior) o procesiones de carros. No obstante, el registro sigue siendo curiosamente unilateral, con 13 derrotas claras y 3 probables de 16. Creo que los pintores de la docena de escenas de batalla batall a de la que proceden estas figuras figuras trataron tratar on de de caracterizar, de alguna manera, a los portadores de estos escudos, al menos en el combate, y que su significado era inteligible, como mínimo, para el pequeño círculo de sus clientes conocidos. La probabilidad de que esto sea una mera coincidencia es más baja todavía si añadimos otra característica apuntada por Coldstream en su recensión: no existe una sola escena de batalla conservada de la época geométrica en la que el mismo tipo de escudo sea llevado por miembros de bandos opuestos. Lo 19. 19. Todas estas escenas están suficientemente suficientem ente bien ilustradas ilustradas en Fighting on Land and Sea Sea (citado en η. 16); para uno o dos detalles que resultaban difíciles de entender he confiado en sus descripciones.
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41. 41. Jar Jarra ra geom étrica ática (Copenhagu (Copen hague), e), con una escena de batalla batalla ter terre rest stre re y marítima
que estoy sugiriendo no es que el contexto de estas escenas tenga que ser necesariamente heroico, sino que, probablemente, éstas poseen algún contenido narrativo. Volvamos de nuevo al tema del tratamiento del tiempo que, como hemos visto, estaba relacionado con la comprensión de las pinturas de los vasos griegos posteriores y de otras obras de arte. En otro lugar, intenté demostrar que las escenas geométricas de diversos temas muestran ejemplos rudimentarios del mé
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Fragm ento de una crátera crátera ática ática geom étrica (Atenas), (Atenas ), con escena de
prothesis
todo «sinóptico», pudiéndose decir que en una misma pintura aparece más de un momento temporal (o, en otro sentido, más de un «epíteto»).20 Incluso el más común de los temas, la p r o thesis, lo demuestra en una serie de casos. En dos ocasiones la exposición del muerto aparece en el mismo lugar que una procesión de carros completa; más frecuentemente, aparecen a lo largo de la pr p r o t h e s is unos pocos carros representativos (como en las figuras 39 y 42) y no la procesión completa.21 En cualquier ritual funerario estos dos acontecimientos habrían tenido lugar sucesivamente, no simultáneamente, de manera que los participantes pudieran presenciar los dos. Además, dichos acontecimientos, desde el punto de vista espacial, tenían que haber ocurrido separadamente —la procesión se realizaría en un amplio espacio abierto y la exposición del muerto en el exterior de su casa, junto a la puerta, o bien en el patio de la misma. 20. A . M. Snodgrass, Narration and Allusion in Archaic Greek Art Art (citado en η. 5), pp. 1621. 21. Véase Prothesis and Ekphora Ekphora (citado en η. 16), p. 185, para los n.os 20 y 33. En relación a los desarrollos laterales del espacio dedicado a la pro p roth thes esis is,, acúdase también a pp. 160170.
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Podrían utilizarse los mismos argumentos en el caso de una procesión real, en la que los ocupantes de los carros miran alternativamente hacia adelante y hacia atrás,22 lo que constituye la mejor ilustración de diferentes momentos de un ritual, como la carrera de carros, que requería dicha gesticulación. También podrían aplicarse a las pinturas con danzarines, algunos de los cuales levantan las manos y otros las bajan y a algunas de las escenas del pequeño pero interesante grupo que, según se ha demostrado, expresa leyendas específicas que nos son conocidas por la ética u otras fuentes —incluyendo los dos ejemplos que presentaremos a continuación (figuras 45 y 48) —. La idea «pro tosinóptica» no es la única relación existente, en la temática, entre las perspectivas de los artistas geométricos y las de sus sucesores. Un grupo de pinturas de género tardías que tratan la danza de una manera bastante diferente, escogiendo el momen 22. Ánfora, Ánfora , Hamburgo, 1966.89: véase Prothesis and Ekphora Ekphora (citado en n. 16), pp. 28, 189190, n.° 43, lám. 60a.
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Cántaro ático geom étrico (Copenhag (C openhague), ue), con escena de músicos y danzarines
to en el que un bailarín está saltando en el aire con las piernas dobladas hacia atrás (figura 43). Cabe destacar que en la pintura de vasos geométrica existe más de un ejemplo con este motivo, lo que muestra una preocupación por captar un sólo instante del tiempo, casi a la manera de una instantánea (figura 44).23 Está claro que una continuación en esta línea de investigación aumentará considerablemente la lista de elementos que ponen en relación las escenas de figuras geométricas con las de
23. Véase Vé ase,, por ejemplo ejem plo,, para los cántaros, cántaro s, Atenas Aten as NM 14447 y Copenhague 727, R. Tölle, Frühgriechische Reigentänze Reigentänze (Waldsassen, 1964), pp. 1214, n.os 4 (lám. 3) y 6.
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las fases posteriores del arte griego. Pero vamos a detenernos aquí para considerar qué es lo que se desprende de esta argumentación. El pintor de vasos geométricos, casi desde el momento en que empieza a plasmar figuras en grupo, muestra indicios, posteriormente renovados, de querer incluir algún tipo de historia en sus composiciones —sea cual sea el contenido preciso de esas historias—. El pintor también hace uso — de hecho hec ho es por esta esta causa que podemos det d etec ecta tarr un eleele mento narrativo en alguna de sus imágenes— de una técnica que le permite encerrar más de un elemento de una secuencia narrativa en la misma pintura: la técnica que yo he llamado «sinóptica». Así pues, podamos o no inferir del empleo de esta técnica una preocupación consciente de la dimensión del tiempo, parece desprenderse esta conclusión: sea cual sea la razón que se encuentre tras la utilización de la técnica en tiempos arcaicos y posteriores, este motivo ya existía en la última parte del s. vin a.C., cuando aparecieron las escenas geométricas con figuras. Hago estas observaciones para refutar sobre todo la tendencia, ampliamente mantenida entre los historiadores del arte clásico, de trazar una estricta línea divisoria entre el arte geométrico y el posterior. Esta separación subyace en muchas posturas respecto a las cuestiones artísticas, incluyendo la que tomamos como punto de partida, es decir, la del énfasis narrativo del arte griego. Los especialistas en este campo han considerado que el pintor geométrico, al adolecer de los medios técnicos para plasmar sus intenciones narrativas, no tuvo en su mente, desde el primer momento, tales intenciones. Es preciso reconocer que, actualmente, tenemos grandes dificultades en diferenciar un pasaje a partir de estas composiciones impersonales (y si nosotros somos capaces de inferir también pudieron hacerlo los contemporáneos). Sin embargo, no estoy convencido de que por ello tengamos una sólida información sobre los procesos mentales de los pintores. No creo que podamos rechazar fácilmente la asunción defendida por Richard Kannicht en un reciente estudio, en el que se expone que «el espectador de aquel tiempo, al igual que el actual, estuvo abierto a más de una interpreta
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45.
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Copia Co pia de una una pintura, pintura, debid d ebid a a Piet d e Jon g, de una una escena de una una jarra ge g e om étri ét rica ca átic át icaa (Aten (A tenas, as, M u seo se o d el A g ora or a )
ción».24 Resulta interesante que ciertos trabajos de corte estruc turalista empiecen a mostrar unas pretensiones bastante similares respecto a los vasos con escenas de fecha posterior 25 y también que exista un interés creciente hacia cualquier iniciativa que permita establecer analogías entre diferentes períodos del arte griego. Un buen y específico ejemplo de la diferencia que se considera que existe normalmente entre el geométrico y el arte más tardío —incluso el arte de la generación inmediatamente posterior— lo proporciona el caso de las extrañas «figuras dobles» de un sorprendente número de vasos griegos (figura 45). Un punto de vista ampliamente aceptado, propuesto por John Jo hn Cook Co ok en 1935 y mantenido con firmeza por autores más más recientes, sostiene que la figura doble es una convención artística para representar a dos hombres (la mayoría de las veces dos guerreros) de pie, uno al lado del otro.26 Esta opinión enca ja bien con el hecho de que aparece cuatro veces en una una misma misma 24. R. Kannicht, Kan nicht, «Poetry and and Art: Art : Homer and and the Monuments Afresh», Afresh », Classical Ant A ntiqu iquity ity,, I (1982), p. 85, presenta una perspectiva anticipada por H.P. Isler, «Zur Hermeneutik früher griechischer Bilder» en Zur griechische Kunst: Hansjoerg Bloesch zum 60. Geburtstag (Ant. k, k, suplemento 9, Berna, 1973), pp. 3441. 25. Como por ejemplo los de C. Bérar Bé rard, d, «Iconographie — Iconologie Icon ologie — Iconolo Icono lo gique», Éludes de Lettres Lettres (1983), parte 4, pp. 537, para escenas en una fuente sobre hidrias (p. 22) y para las representaciones de tiranicidios en vasos funerarios (pp. SO SI); de manera similar, en el artículo de V. Dasen (citado en n. 9) en la misma revista, p. 68; véase también R. Osborne, «The Myth of Propaganda and the Propaganda of Myth», Hephaistos, Hephaistos, 56 (19831984), pp. 6170. 26. J. M. Cook, «Protoattic «Protoattic pottery», pottery», BSA, BSA, 35 (19341935), p. 206; «Nada mejor que la originalidad de los artistas para enfrentarse a la dificultad de llenar un espacio demasiado amplio para una única figura y demasiado estrecho para dos». Cf. Board man, «Symbol and Story» (citado en n. 15), pp. 2526.
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vasija, entre otras cosas, en una crátera conservada en Nueva York. No obstante, la mayoría de los partidarios de esta hipótesis se han dado cuenta también de que, en el período postgeo métrico inmediato de las primeras décadas del siglo vu a.C., la misma convención (o algo muy parecido a ella) empezó a cobrar un significado totalmente distinto. En estos momentos se empezaron a representar el par de gemelos siameses que aparecen en las leyendas griegas, los hijos de Actor, quien, en una ocasión, derrotó a Néstor en una carrera de carros, en otra luchó contra él sin que el desenlace fuera claro y, finalmente, fue muerto por Heráclides. Ahora bien, sea cual sea nuestro veredicto con respecto a esta teoría, no podemos negar que propone claramente una cierta discontinuidad entre los artistas geométricos y sus sucesores inmediatos, un lapso de tiempo que sería absolutamente inteligible —y del del que encontraríamos muchos muchos paralelos— parale los— si ambos grup grupos os pertenecieran a culturas diferentes o bien poseyeran cuerpos de leyendas distintos. Sin embargo, ninguna de las dos circunstancias es apropiada para este período de la primitiva historia griega. Por el contrario, he insistido en que existen ciertos elementos de continuidad entre los pintores de vasos geométricos y los posteriores. Sería injustificable utilizar esta evidencia para inferir que hubo también continuidad en lo que respecta a la temática de los dos períodos, por ejemplo, que la posterior preocupación por representar leyendas específicas estuviera ya presente en época geométrica. Esto nos permite un análisis más profundo de la evidencia geométrica, ante todo en su propio marco, recordando que refleja los intereses de una sociedad particular —como hemos visto, una sociedad muy restringida en algunos casos, pero, de modo más general, relacionada con las comunidades griegas de finales del siglo vm, que conocemos, en cierta medida, gracias a otras fuentes. Una de éstas radica en nuestro conocimiento de la propia lengua griega moderna. Quisiera hacer un inciso para considerar una importante cuestión que debe ser planteada en cualquier discusión sobre las posturas frente al pasado heroico, heroic o, a saber, sab er, los significado significadoss de la propia propia palabra hërôs. En la edición de 1978 de Los trabajos y los días, de Hesío
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do, Martin West señaló algunas de las implicaciones del curioso hecho, apuntado por Erwin Rohde hace más de ochenta años, de que la palabra héros tiene en griego dos significados distintos y, en ocasiones, incompatibles.27 En la épica, se aplica libremente a los hombres vivos que son, ante todo, guerreros, pero que, tras morir o ser matados, pasarán irrevocablemente a un oscuro mundo subterráneo. Este uso, que aparece 74 veces en la llíada, se encuentra también en algunos pasajes de Hesíodo, así como en la Odisea —donde, sin embargo, es empleado de manera más indiscriminada (por ejemplo, para referirse a un bardo y a un sirviente), en una forma que sugiere que el concepto de hërôs ha empezado a utilizarse en referencia al mundo de los vivos—. En cambio, en la literatura posterior, alude a alguien que ha muerto —no necesariamente mucho tiempo atrás, sino, a veces, veces , muy rec recient ientem emente ente —, pero que, en otro otr o sentido, ha sido inmortalizado y honrado mediante algún culto. De este modo, el primer significado es puramente secular y el segundo esencialmente religioso. Sin embargo, ambos no son sucesivos en el tiempo, tal como lo sugiere el registro literario. En todo caso, existen indicios, aunque no atestiguados por escrito hasta las últimas relaciones del Código de Draco (c. 620 a.C.), de que la segunda utilización de héroe era la más antigua y primitiva. Más bien representan dos facetas diferentes de un sistema desarrollado por separado durante los inicios de la edad del hierro griega. West considera que puede haber una distin g e o g r á fic fi c a entre los dos en los estadios más tempranos, con ción ge el guerrerohéroe secular característico de la épica jonia y con el héroe del culto propio del continente griego. Ciertamente, la evidencia arqueológica apoya la parte segunda de esta opinión. Se concreta en la práctica de cultos oferentes en las tumbas de los difuntos antiguos o recientes, iniciada muy pronto en el continente. En 1979, se realizó independientemente y de una forma más elaborada la misma distinción en el empleo de la palabra 27. Véase M. L. West, Hesiod: The Works and Days, Days, Oxford, 1978, p. 186 en la línea 141; pp. 190191 en las líneas 159160; y en excurso I, 370373. La discusión de E. Rohde se encuentra en su Psyche: Seelencult und Unsterblichkeitsglaube der Griechen, chen , Friburgo i. B., Leipzig, y Tubinga, 18982, pp. 152199.
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héroe en un importante libro de Gregory Nagy.28 El autor enfatiza un aspecto adicional del contraste: el héroe de la épica jonia es una figura típica de importancia panhelénica, mientras que el status del receptor de un culto heroico, al igual que el mismo culto, es normalmente una figura local. El primero es «inmortalizado» al perpetuarse sus hazañas en los cantos, pero el segundo deviene «inmortal» de una manera más práctica, recibiendo honores casi como si fuera un dios. Nagy y West consideran que los dos sistemas mantuvieron un cierto grado de competencia. El resultado de ello fue una fusión múltiple, por ejemplo, con héroes homéricos convirtiéndose también en receptores de un culto heroico. ¿Es relevante esta cuestión en lo que respecta a la interpretación de las pinturas de los vasos geométricos de la Grecia continental? Ha existido tradicionalmente cierta tendencia a encontrar paralelos entre el pintor y el poeta épico y no precisamente en lo que respecta a sus mentalidades, sino en términos de su interés sobre temas narrativos idénticos. No obstante, considero que todas estas aproximaciones a las que me he referido más arriba son un fracaso. Me alegré de leer, en un reciente trabajo de John Board man, la escueta propuesta de que «ningún artista geométrico ático jamás leyó o escuchó recitar un solo verso verso de Hom H omero ero».2 ».299 En una discusión paralela, la de los cultos heroicos geométricos en tumbas anónimas de la edad del bronce, sostuve que la absoluta contradicción entre las prácticas funerarias descritas por Homero y las de las tumbas del continente donde los cultos estaban establecidos no sugería que el culto estuviera inspirado en los relatos épicos.30 Bien pensado, creo que esta opinión 28. G. Nagy, Nagy, The Best o f the the Achaeans, Achaeans , Baltimore, 1979, parte 2, pp. 69210, especialmente pp. 114117 y 159161. 29. Boardman, Boardm an, «Symbol and and Story» (citado anteriormente en en n. 15), p. 29. 30. Véase Véas e A. M. Snodgrass, «Les Origines du culte des héros dans dans la Grèce Gr èce antique», en La Mort, les morts dans les sociétés anciennes, anciennes , G. Gnoli y J. P. Vernant, eds., Cambridge, 1982, pp. 107119, especialmente pp. 115116. Quizás exista un exceso de escritos recientes sobre este tema, como lo muestra el hecho de que algunos de los mismos puntos hubiesen sido esbozados en mi anterior trabajo «Poet and Painter in Eighth century Greece», PCPS, PCPS, 205 (1979), pp. 118130; en otro de Kannicht, «Poetry and Art», de 1982 (citado en η. 25), y, finalmente, por C. Brillante, «Episody Iliarici nell’arte figurata e conoscenza dell’Iliade nella Grecia antica», Rh. Mus., Mus., 126 (1983), pp. 97125. Ninguno de los artículos cita los restantes.
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podía haber sido defendida más vigorosamente. El contraste entre la incineración cubierta por un túmulo, descrita por Homero, y las inhumaciones múltiples en tumbas de cámara excavadas en la roca, donde fueron realizados la mayoría de los cultos, es tan fuerte que excluye positivamente la familiaridad con Homero —o, como mínimo, la identificación del objeto de culto con un «héroe homérico». En la actualidad, es posible además colocar en su lugar un nuevo testimonio. El culto heroico griego, como ya se ha indicado, puede incluir no sólo la veneración del remoto y anónimo difunto de la edad del bronce, sino también la heroización de un recién fallecido. El descubrimiento, en 1981 en Lefkandi, de un par de sepulturas excepcionalmente ricas del siglo x a.C., sobre las cuales se construyó casi simultáneamente31 una gran edificación, aparentemente un hërôôn, planteó insuperables problemas para aquellos que creían en la influencia de la épica joni jo niaa en tales prácticas. ¿Q ¿Quién uién podía imaginar imaginar que las re refer feren en-cias de Homero sobre los aspectos funerarios, o incluso sus prototipos más tempranos, fueran conocidos por la gente de la isla de Eubea alrededor del 950 a.C.? Hoy podemos interpretar este fenómeno como una temprana e inusual manifestación de un culto heroico, bien conocido en tiempos clásicos, que elevaba al rango de héroes a ciertos personajes importantes inmediatamente después de su muerte. Rohde, que definió los cultos heroicos de la Grecia clásica como «una chispa todavía ardiente de una antigua creencia, inflamada como una nueva llama», dijo más verdades que las que imaginó. La chispa estuvo encendida desde el siglo x a.C. como mínimo ( Psyche , trad. ing. de W. B. Hillis). En la actualidad, podemos empezar a trazar las líneas maestras de esta argumentación. La veneración del anónimo pero heroico difunto (figura 46) es esencialmente un fenómeno local, y constituyó una parte de la visión del mundo de varias comunidades de la Grecia continental durante el siglo vm, en es 31. Véase M. R . Popham, E . Touloupa y L . H. Sackett, Sack ett, «The Hero of Lefkandi». Antiq An tiqui uity, ty, 56 (1982), pp. 169174.
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pedal el Peloponeso (Corintia, Argólida [figura 47] y más tarde Mesenia), quizá también Beocia (a partir de la evidencia de un pasaje de Hesíodo que será analizado más adelante) y sobre todo el Atica (el lugar más relevante desde el punto de vista de los pintores de vasos geométricos). Aquí, la evidencia incluye uno de los más ricos de estos cultos en la tumba micénica tipo tholos de Menidhi (antigua Acamas), donde, como agudamente señala Peter Kahane, las ofrendas incluyeron vasos geométricos decorados con carreras de carros en un contexto funerario.32 El inicio de los Juegos Olímpicos, tradicionalmente en el 776 a.C, puede estar relacionado con tales prácticas. Como hemos visto, Eubea nos proporciona el testimonio más antiguo de heroiza 32. P. P. Kahane, Kah ane, «Ikonologische «Ikonologisc he Untersuchungen zur griechischgeometrischen Kunst», Ant. K ., 16 (1973), p. 134, n. 89.
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47. Plano de una una tumba de cámara de Micenas Micenas (Tum ba Prosymna Prosym na xix) xix) con restos de un culto más tardío (según C. W. Biegen)
ción de los recién fallecidos y su aparición en Lefkandi está acompañada por un ejemplo más tardío de la cercana Eretria.33 Posiblemente, los temas de estos cultos tempranos fueron designados con otra palabra diferente a héroe. Por su parte, Homero prefiere utilizar el vocablo hëmitheos («semidiós») para los pocos personajes de sus poemas que parecen recibir culto tras su muerte. Parece haber sido en los años cercanos al 700 a.C., con 33. Véase Véas e C. Bérard, Bérar d, «Récupérer «Récup érer la mort du prince», en La Mort, Mort, les morts (citamorts (citado en n. 30), pp. 89105.
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la fusión de las dos facetas del heroísmo y cuando los cultos funerarios locales fueron vinculados a la veneración de los denominados héroes épicos, que tiene lugar un proceso de jerar quización, desde los famosos Agamenón y Menelao al más oscuro Phrontis, timonel de Menelao y recordado en el Cabo Sunion, donde murió. Puede ser significativo además que estos cultos homéricos no se localicen nunca en auténticas tumbas de la edad heroica. Volvamos ahora al punto esbozado con anterioridad acerca de la exclusividad social y cronológica de los vasos con escenas bélicas en sepulturas atenienses. Se ha sostenido que es improbable que la épica jonia hubiese tenido influencias en el contexto de las gentes que fabricaron y utilizaron estos vasos. Realmente, es dudoso que su visión de las cosas estuviera influenciada por obras literarias de alguna clase, pero esto no constituye aquí el principal argumento. Tanto si estamos tratando con una poesía perdida o con una tradición oral puramente vernácula, es probable que el contenido de las narraciones familiares a estas gentes fuera oscuro, desde nuestra óptica y la de los griegos posthoméricos. Las leyendas podían haber incluido, en primer lugar, un cuerpo substancial de tradiciones locales, del tipo que aparecen, a menudo, en la literatura clásica posterior, con la confusión, en algunos casos, de los propios escritores que las detallaron, a causa de la predecible inconsistencia de las versiones más aceptadas. No es de extrañar, pues, que los intentos para ajustar las escenas de sus versos con los episodios conocidos a partir de la épica fueran un fracaso. Tampoco es de extrañar la falta de verosimilitud de los sujetos legendarios que fueron representados. A lo largo de esta exposición hemos llegado a dos conclusiones aparentemente conflictivas. Por un lado, el artista geométrico, en términos de sus técnicas y objetivos, muestra señales de haber comenzado a experimentar los mismos problemas que preocuparon a sus sucesores. Por otro lado, en cambio, no puede encontrar todavía la inspiración de la épica que iba a producir un impacto progresivo y cada vez mayor sobre sus sucesores y relacionado con la elección de la materia del tema. La cues
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tión de los temas de las escenas geométricas de los vasos se halla, pues, en un estado de incertidumbre del cual nunca será posible liberarla. Una posible opción para lograrlo consistiría en considerar estas pinturas como fugaces en la historia del arte antiguo, como producto de un breve solapamiento puntual entre la concepción de la Grecia continental, todavía no influenciada por la épica, y la existencia de un nuevo aparato conceptual que permitía la narración de un relato en forma visual. Si así fuese, podría especularse razonablemente que las creencias corrientes incluyeron tales elementos cuando sabemos que apareció el culto al héroe tradicional, es decir, la repetición de leyendas localmente importantes y su vinculación con los honores rendidos al remoto y anónimo difunto. Este es el espíritu que emana del pasaje de Los trabajos y los días de Hesíodo (líneas 141143), en el que el autor menciona el tributo ofrecido tras la muerte, no a los héroes, sino a los Hombres de Plata de una época aún más temprana. Ocultos bajo la tierra, llegaron a ser «espíritus del mundo subterráneo» y son recordados con honor. Sin embargo, la tradición también se extiende a los difuntos más recientes, pudiendo haber tenido lugar una fusión entre éstos y sus más distantes predecesores, en la «transformación altamente desarrollada de la veneración de los ancestros» que Nagy (siguiendo a Rohde) ve en el culto griego a los héroes.34 Si se infiltró algo de esta creencia en la decoración de los vasos geométricos, ello supondría, desde luego, una interpretación mucho más ambigua de los mismos que la perseguida por los investigadores actuales. Es improbable que seamos capaces, alguna vez, de evaluar la importancia relativa de los variados elementos de este «desarrollado culto a los antepasados», tanto en la mente del artista como en la del cliente. Por otra parte, no podemos excluir la posibilidad de que tal interpretación pueda aplicarse, no sólo a las frecuentes y anónimas escenas de muchedumbres en las que nos hemos centrado, sino también a aquellas que poseen un único contenido narrativo. Debido a la 34. Nagy, Best o f the the Achaeans (citado en η. 28), p. 115.
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48. 48.
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Cuenco ático geom geo m étrico (Londres, Museo Británico), Británico), con escena de la par p arti tidd a d e un b a r c o
obvia atracción de identificar sus temas con episodios épicos conocidos, estas pocas imágenes constituyen el campo de batalla más violento entre los seguidores de la interpretación «heroica» y sus más escépticos detractores. Cabe destacar la escena representada en un vaso conservado en Londres que muestra la partida de un barco de guerra y que pertenece, probablemente, al 740730 a.C. (figura 48). Klaus Fittschen, por ejemplo, dedica varias páginas para argumentar que no se trata de la descripción de la fuga de Helena con Paris, ni del rapto de Ariadna por Teseo, ni de la huida de Jasón con Medea, todas ellas identificaciones propuestas anteriormente.35 No obstante, ¿qué ocurre si la contemplamos bajo otro prisma, algo más oscuro, de una sociedad conocida por haber estado 35. K. Fittschen, Untersuchungen zum Beginn der Sagendarstellungen bei den Griechen, chen, Berlin, 1969, pp. 5160.
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49. 49. Im Impresión presión del sello de un un anillo de or o (Oxford, (O xford, Ashm olean Museum) Museum),, pr p r o c e d e n te, te , a l p a r e c e r , d e l p u e r to d e C n o s o
interesada en el culto al héroe y al antepasado? De ser así, querríamos comparar su iconografía con la de una escena de la edad del bronce bastante parecida y representada en un anillo de oro de Cnoso36 (figura 49). El tema del anillo de oro es diferente. El hombre y la mujer, a la izquierda de éste, no parecen estar interesados en embarcar en la galera, mientras que en la escena geométrica el hombre sí está dispuesto a hacerlo; además, en la escena minoica parece flotar en el aire una figura femenina, sin duda una diosa. Sin embargo, una conexión iconográfica, aunque indirecta, podría ayudarnos, en cierta manera, en la explicación de un rasgo confuso de la pintura geométrica. Se trata del mayor tamaño de las figuras de la izquierda. La mera existencia de tal conexión sería sugestiva para la interpretación de la obra más reciente. En este punto, los escépticos apelarían el veredicto del último trabajo de V. E. G. Kenna (véase n. 38): el anillo es, o podría ser, una falsificación moderna. Su opinión se funda, por un lado, en la preservación sospechosamente excelente de la pieza y, por otro, en la semejanza iconográfica con otras obras 36.
Oxford, Ashmolean Museum, n.° 1938.1129. 1938.112 9.
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50. 50.
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Impresión del de l sello de un anillo anillo de oro or o (Atenas, (Atenas, Museo Nacional), Naciona l), p ro ce dente del Tesoro de Tirinto
antiguas (incluyendo quizá nuestro vaso geométrico) que, en 1927, el año en que sir Arthur Evans advirtió la existencia del anillo, podían haber sido conocidas por un falsificador. Pero la escena del anillo guarda una afinidad en contenido, no en estilo, (como la tiene, en menor medida, el vaso geométrico pintado) con otro anillo de la edad del bronce que no puede ser tachado de falso porque forma parte de un tesoro excavado en Tirinto en 191537 (figura 50). Además, la autenticidad del anillo del puerto de Cnoso ha sido aceptada por una larga lista de expertos antes de Kenna, incluyendo no sólo a Evans (que estaba interesado en comprarlo más tarde), sino también a Martin Nilsson en 1928, Axel Persson en 1942, Hagen Biesantz en 1954 g e m m a e d u b i(por implicación, ya que lo excluyó de su lista de ge tandae) y Stylíanos Alexi A lexiou, ou, que propuso propuso una nueva interpretainterp retación en 1958. Fittschen, en 1969, no despreció el anillo, al igual que no lo hizo con el de Tirinto, pero subrayó (casi correctamente) que, puesto que la propia interpretación de los anillos era oscura, éstos no podían utilizarse para apoyar la interpretación de la escena geométrica.38 Mi opinión puede resumirse di 37. Véase G. Karo, Ka ro, «Schatz «Schatz von von Tiryns», AM A M , 55 (1930), pp. 124126, láms. 2.2 y 3.1 y suplemento 30.1, n.° 6209. 38. Sobre Sobr e el anillo del del puerto de Cnoso, Cnoso , véase véase Persson, Persson , The Relig Religion ion o f Greece (citado en η. 7), pp. 8182, anillo n.° 26; y también S. Alexiou, «O daktulios tés Oxfor
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ciendo que cualquier conexión entre la pintura geométrica y el anillo minoico —presuponiendo que el último es auténtico— será suficiente para plantear serias dudas sobre la lectura escéptica standard de la escena geométrica. En una palabra, representa a un intachable capitán de la marina ateniense del siglo vin despidiéndose de su esposa. No obstante, quisiera dejar esta cuestión, pues el objetivo general de este capítulo no era el de interpretar. En realidad, el objetivo era mostrar que la interpretación es prematura y que, hasta la fecha, nuestro fracaso es la consecuencia de ello. En primer lugar, debemos establecer algo más fundamental y que es el área general sobre la que hemos de dirigir nuestra futura investigación acerca de las posibles interpretaciones de las desconcertantes escenas figuradas del arte griego geométrico.
dis», en M en Min inoi oica ca:: Fests Fe stsch chri rift ft zum 8 o. Gebu Ge burts rtsta tagg von J o h a n n e s Sundw Su ndwall all,, ed. E. Grumach, Berlin, 1958, pp. 15, quien cita los primeros veredictos sobre la genuinidad del anillo y detecta un paralelo parecido con otra obra de fecha postminoica, el soporte de bronce calado de la cueva del Monte Ida. Para opiniones posteriores, véanse V. E. G. Kenna, Cretan Seals, Seals , Oxford, 1960, p. 154, bajo «3 (b)» y «7 (a)», y Fittschen, Untersuchungen suchungen (citado en n. 35), p. 58 y n. 307. Estoy en deuda con J. G. Younger, quien va a incluir el anillo en una publicación que está preparando, y ha llamado mi atención respecto a ciertos elementos (la forma del anillo y la decoración del casco del barco) que, probablemente, no se le habrían ocurrido a un falsificador del año 1927 o antes.
6. E L HIERRO HIERR O ANTIG ANTIGUO UO EN GRECIA GRE CIA Este capítulo presenta una síntesis tan hipotética y provisional como el intento de análisis efectuado en el capítulo anterior. Según David Clarke, uno de los objetivos (probablemente el más importante) de la arqueología es «el desarrollo del conocimiento de las categorías superiores o principios que sintetizan y correlacionan los materiales disponibles con alto valor predic tivo».1Voy a escoger el hierro antiguo en Grecia para proponer unos dubitativos pasos hacia ese elevado objetivo. He trabajado personalmente, de manera intermitente, sobre ese período durante algún tiempo y espero demostrar, además, que hay otras calificaciones más objetivas que lo consideran un campo propicio para este tipo de experimento. Como sugiere su nombre, el período que se desarrolló desde c. 1100 al 700 a.C. corresponde a la introducción de un nuevo metal industrial que sustituyó al bronce. El hierro antiguo se distingue del bronce reciente por toda una serie de criterios diversos. En primer lugar, durante la mayor parte de esta etapa no existió la escritura, mientras que durante el bronce reciente existieron al menos dos amplios sistemas de escritura en uno o más centros de la cultura egea. En segundo lugar, durante la transición de estos dos períodos se había perdido también, de forma temporal, la capacidad secundaria de comunicación que posee el arte representativo. En tercer lugar, tampoco conta1. p. 20.
D. L. Clarke, An alyt al ytic ical al A r c h a e o lo g y , Londres, 1968; 19782, ed. R. Chapman,
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mos para el hierro antiguo con la cualidad histórica marginal que posee el período anterior debido a la presencia de probables referencias al mundo egeo en los documentos hititas y egipcios. En cuarto lugar, el núcleo de realidad histórica del bronce reciente —se ha dicho (y podría decirse que se ha demostrado) que se halla tras la posterior leyenda heroica griega— no tiene contrapartida en el hierro antiguo; incluso las leyendas, cuyo origen en esos siglos podría argumentarse (como los relatos de fundación de las migraciones jonias), son muy pobres de contenido si se comparan con las grandes sagas que han mantenido su carisma durante los tres milenios posteriores. Asimismo, si nos referimos a la evidencia arqueológica estricta, no se registran en el hierro antiguo los conflictos bélicos y los preparativos para llevarlos a cabo que convierten al bronce reciente en el perfecto escenario para las leyendas heroicas: no se atestiguan destrucciones de asentamientos hasta el siglo v i i i e incluso las fortificaciones parecen limitadas a la Jonia y a las islas del Egeo. De hecho, durante los siglos posteriores al final de la edad del bronce, desapareció totalmente el uso de mampostería monumental. Por último, podemos resumir las observaciones precedentes diciendo que parece que los griegos posteriores no recordaron o no quisieron inventar acontecimientos ni personalidades que pudieran atribuirse a la época que cubre el hierro antiguo. Las pocas excepciones existentes, en relación a personajes, son sospechosas respecto a su existencia o a su ubicación cronológica en algunas de las fuentes griegas. Pienso, por ejemplo, en casos como el de la datación de Hesíodo y Homero en el siglo ix que encontramos en Heródoto, o la serie de fechas muy antiguas para Licurgo de Esparta. En cuanto a los «acontecimientos», la mayor parte de los mismos (como la migración jonia) jon ia) parecen pare cen prolongaciones de los largos largos procesos de migración que habían caracterizado el final de la edad del bronce. A pesar de todo, aunque el hierro antiguo aparezca claramente diferenciado de la etapa precedente, no puede considerarse simplemente como el comienzo de una nueva era de la civilización histórica griega y tampoco, por otra parte, se halla claramente separado del posterior período arcaico. En el capí-
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tulo 5 hemos considerado una de las condiciones de esta separación, es decir, la transformación de la actitud hacia el pasado heroico que se produjo con la expansión occidental de la épica jonia. jon ia. Anter An terior iorm m ente, ent e, parece que, en la Greci Gr eciaa continental continenta l (y al menos en algunas de las islas adyacentes), la idea del «héroe» estaba ligada al culto de los antepasados y no se relacionaba con una específica etapa del pasado. Posteriormente, estas actitudes se combinaron con la noción de una «Edad Heroica» eternamente situada en el pasado, en un pasado remoto, y una herencia primordial de todo el mundo griego. Junt Ju ntoo a esta divisió divisiónn de tipo intelectual intelectu al y espiritual, podemos situar otras a un nivel más mundano. En primer lugar, existe, al parecer, una notable discontinuidad de ocupación entre los asentamientos más importantes del hierro antiguo y los del período posterior, aunque debamos señalar una obvia objeción de sentido común a esta última afirmación, y es que el pro fu e r a n abandonados después del hierro antipio hecho de que fue guo los ha convertido en importantes fuentes de conocimiento para los arqueólogos interesados en esa etapa. Esta objeción tiene bastante fuerza, ya que indudablemente algunos emplazamientos famosos de períodos posteriores, como Atenas y Argos, podrían proporcionar mucha información sobre el hierro antiguo si no fuera por las perturbaciones y contaminaciones de sus niveles, causadas por la floreciente ocupación posterior. A pesar de esto, existe una realidad que no puede rechazarse con estos argumentos. Contamos con una larga lista de importantes yacimientos (asentamientos y necrópolis) del hierro antiguo que, simplemente, desaparecen del registro histórico cuando finaliza el período. Un signo manifiesto es que los conocemos, y siempre los conoceremos, por sus nombres griegos modernos. No obstante, sería difícil pretender que todos, o incluso la mayoría, de los lugares de esa lista sean importantes sólo en el sentido de que proporcionan importantes informaciones a los arqueólogos. Podemos citar, entre otros, Karphi, Kavousi, Vro kastro y Kommos en Creta; en las Cicladas, Zagora en Andros, Xobourgo en Teños, Agios Andreas en Siphnos, Koukounaries en Paros, Grotta en Naxos y el yacimiento llamado Vathy Li
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menari en la pequeña Donoussa. Más al este, Emborio en Quíos y Vroulia en Rodas (estos dos sobrevivieron en el primer período arcaico), Lefkandi en Eubea y, en el continente, Ni choria en Mesenia y Kalapodi en la Fócida (véanse figuras 56 58, pp. 203 y 207). Al menos, algunos de ellos tuvieron una real importancia regional. Zagora, por ejemplo, fue durante algún tiempo el principal asentamiento de Andros, mientras las excavaciones de los últimos dos años han demostrado que Koukou naries era un asentamiento mucho mayor de lo que se había supuesto anteriormente. Kommos tiene elementos arquitectónicos notables para esta etapa y Kalapodi era, con seguridad, un importante santuario de su región. Lefkandi, por su parte, muestra rasgos que, hasta el momento, no tienen paralelos en el resto del mundo griego. Sin embargo, todos estos lugares fueron abandonados y, en la mayor parte de los casos, de manera total y permanente y luego olvidados. Sea cual sea la explicación, ésta ha de incluir, probablemente, el reconocimiento de que la naturaleza y necesidades del asentamiento regional más importante habían variado de forma determinante. Esta circunstancia proporciona una distinción importante entre el hierro antiguo y los períodos posteriores. Y no es un rasgo único. Aproximadamente en la misma época del abandono de muchos de estos yacimientos, es decir, hacia finales del siglo vm, se evidencian otros cambios en los asentamientos que continúan ocupados. Podemos considerarlos como una culminación del hierro antiguo o como signos de la llegada de algo nuevo. Se trata, en algunos casos, de meras contrapartidas positivas de los elementos mencionados anteriormente en su forma negativa para finales del bronce. Así, podemos hablar de la recuperación de la escritura, del retorno al arte representativo en una variedad de medios y del resurgimiento de algún tipo de registro continuo histórico o pseudohistórico. En el terreno arqueológico, contamos con evidencia independiente de guerras internas organizadas que, de nuevo, constituyen una situación normativa en el continente griego. Al mismo tiempo, es el momento en el que los enterramientos con armas, como símbolo de un militarismo pri-
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vado, independiente, se interrumpe en las regiones más avanzadas de Grecia. Estas dos series equilibradas de contrastes parecían demostrar, desde el punto de vista del historiador o arqueólogo tradicional, las desvantajas del hierro antiguo en todos los aspectos. La reconstrucción de una historia narrativa, tentación para cualquier arqueólogo de la edad del bronce egeo y deber para el clasicista tradicional, es, simplemente, una imposibilidad para el arqueólogo del hierro antiguo. Incluso el análisis de la sociedad, a falta del tipo de ayuda secundaria que puede obtenerse de los textos de Lineal B o de las inscripciones y pinturas de vasos arcaicos, tiene que depender de las diversas aproximaciones arqueológicas que se encuentran en una etapa primitiva de desarrollo. Análisis recientes han sugerido que los poemas homéricos, otro recurso potencial, son tan controvertidos en su aplicación como, por ejemplo, las pinturas de los vasos geométricos. A pesar de todo lo anteriormente expuesto, mi razón para exponer esta lista de características del hierro antiguo es fundamentalmente optimista, aunque en muchos casos se trate de características negativas. Quiero sugerir que estas mismas características nos proporcionan plena libertad para aplicar ciertos procedimientos que se adoptan más comúnmente para períodos prehistóricos más antiguos y que se asocian generalmente a la Nueva Arqueología. Estos procedimientos tratan, en primer lugar, de plantear un problema claramente definido más que de enfrentarse a un período o tema. Luego, se desarrolla un modelo que comprenda las presunciones básicas que se relacionan con ese problema, sin dejar que la evidencia «hable por sí misma». De ahí se deducen ciertas proposiciones contrastables que se siguen de este modelo en vez de buscar sugestivas características en la evidencia previamente considerada. Finalmente, se procede a contrastar esas proposiciones. No prometo seguir paso a paso este procedimiento, pero creo que sería un buen comienzo escoger un problema básico del hierro antiguo en Grecia. La solución propuesta constituirá una síntesis de algunas importantes evidencias disponibles para este período.
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□ S a n tu tu a ri ri o Regiones con cerámica no griega, también, probablemente, de este periodo
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Mapa de la la distri distribuci bución ón de yacimientos ocu pados pa dos en Grecia c. 10501000 a. C.
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de las causas del final de la civilización del bronce reciente del Egeo, que redujo el patrón de asentamiento de los siglos xiv y XIII a.C. —populoso y claramente estratificado—, que podemos observar en el mapa de la Grecia micénica (figura 51), al estado fragmentario que muestra el mapa de yacimientos conocidos de finales del siglo xi, transición de la edad del bronce a la edad del hierro (figura 52). Resulta relevante el hecho de que esta sea una cuestión muy debatida y para la que se han propuesto diversas y numerosas soluciones que, globalmente, deben contar con sustanciales elementos de veracidad; resulta relevante, como hemos dicho, pero no decisivo. Lo que constituye una consideración más importante es que, aunque se pudiera conseguir una exposición enteramente convincente para esta etapa, ésta no constituiría más que el primer capítulo de cualquier síntesis sobre la naturaleza de la edad del hierro antiguo. Otro problema relacionado con el anterior y, en cierto modo, más atractivo, es el cambio del metal mismo. ¿Cuáles fueron las causas y los efectos de reemplazar el bronce por el hierro (figura 53) como materia básica para una serie, bastante reducida pero vital, de actividades industriales y de otro tipo? ¿Es posible que el impacto de este cambio haya sido tan profundo como para dar forma, en considerable medida, al desarrollo de siglos posteriores? Este enfoque tendría la gran venta ja de poder utilizar utilizar evidencia comparativa de casi la mitad del del globo, ya que prácticamente casi toda Europa y Asia estaban experimentando el mismo cambio. Esta y otras cuestiones han despertado particular interés en los círculos marxistas y Gordon Childe fue, probablemente, el primero en dar una respuesta afirmativa a la cuestión que he planteado: sí, el impacto del cambio afectó hasta sus fundamentos a todas las sociedades en las que tuvo lugar. La amplia disponibilidad del hierro y su naturaleza más económica en comparación al cobre y el estaño habrían tenido un efecto igualitario y democratizador. Puesto que este efecto es detectable en el registro material del hierro antiguo de Grecia —siguiendo algunas opiniones no marxistas —, no se puede rechazar el argumento como mero dogma. El problema, en conjunto, debe encontrarse, seguramente, cerca del núcleo
53.
O b i e r n t íp í p ic ic o s de de la la ed e d a d d e l M e r ,o ,o M i g u e
kandi, Eubea)
W ta te
en mmbas ILef-
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mismo del asunto. Con todo, como modelo explicativo del hierro antiguo, tiene un defecto que parece ser insuperable, ya que mientras explica algunos de los contrastes más notables con el bronce reciente, no hace lo mismo en relación a los posteriores períodos arcaico y clásico, en los que la industria y economía griegas siguieron basándose substancialmente en el hierro, aunque en formas radicalmente diferentes. Voy a tratar ahora de un enfoque netamente distinto y que se basa en los sistemas políticos del hierro antiguo. ¿Es posible reconstruir tales sistemas a partir de una combinación de inferencias de la ruptura de los sistemas del bronce reciente (de los que sabemos algo), de la evidencia arqueológica contemporánea y de las posibles supervivencias de los sistemas del hierro antiguo en los períodos posteriores? Creo que es posible hasta ciertos límites, aunque supongo que se puede generar, de esta manera, suficiente capacidad explicativa. Aunque lográramos establecer, por ejemplo, que Grecia, en el hierro antiguo, estaba ocupada por una red de sociedades tribales acéfalas con pocas distinciones de status y riqueza (lo que dudo que podamos conseguir), esto seguiría siendo mayoritariamente un resultado y no una causa de los procesos más fundamentales que continuarían permaneciendo oscuros. Sugiero que no planteemos el problema en los términos mencionados. La debilidad de un enfoque basado en la caída de las civilizaciones de la edad del bronce reside en que puede dar luz únicamente sobre el comienzo del hierro antiguo, pero no informarnos de su duración. El enfoque basado en el cambio del metal puede explicar por qué algunos rasgos del período tomaron la forma que conocemos, pero no por qué tardaron tanto en desarrollarse de una manera diferente, mientras que el enfoque propuesto a partir de los sistemas políticos difícilmente puede alcanzar una dimensión temporal, dada la pobreza e imprecisión de la evidencia directa. En otras palabras, los tres enfoques fracasan en proporcionar una explicación de la duración del período con los rasgos que estamos tratando de explicar. ¿Podemos plantearnos directamente la cuestión de su duración? El problema podría plantearse tal como sigue: ¿por qué existió
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un período de cuatro siglos en el que parece haber variado tan poco la cultura material griega? ¿Por qué tardaron tanto en aparecer, o reaparecer, la escritura, el arte representativo, la arquitectura monumental y otros elementos en la forma en que lo hicieron? ¿Por qué los griegos posteriores aceptaron, al parecer sin problemas, una interrupción tan larga en el registro de su pasado? He intentado evitar exponer estas cuestiones de manera intencionada, enfatizando la apariencia más que el contenido real del registro material. Otra de las lecciones que deberíamos aprender de la Nueva Arqueología es la urgente necesidad de desarrollar lo que Lewis Binford llama «teoría de alcance medio» (Middle Range Theory), es decir, una teoría que al relacionar los rasgos aparentes del registro arqueológico con las realidades que los causaron permita que aparezcan en su forma originaria. Binford escribe: «Tenemos ... que dar respuesta a cuestiones del tipo “¿qué significa?” y “¿a qué se parece?”. Sólo si pueden obtenerse respuestas fiables a estas preguntas se lograrán trabajos válidos sobre la cuestión de “¿por qué sucedió?”».2 Ya que esta última pregunta corresponde al tipo de problema que nos estamos planteando, tenemos que prestarle una mayor atención. No podemos asumir ingenuamente que el registro material de nuestro período significa lo que parece significar. Y tampoco podemos evadir los problemas planteando simplemente todas nuestras cuestiones en términos de la apariencia actual de la evidencia, puesto que las respuestas, triviales o interesantes, no deberían preceder al argumento principal. En cierta forma, hemos dado el paso intermedio desde el registro —tal como aparece en los años ochenta— a la realidad material de aquel período. Como sucede frecuentemente, los que trabajamos en Grecia somos relativamente afortunados en cuanto a la cantidad de 2. L. R. Binford, In Pursu Pursuit it o f the Past, Past , Londres, 1983, p. 194. Es también importante su argumento (p. ej., en la p. 213) de que, entre los nuevos arqueólogos, la utilización de la evidencia de contextos no arqueológicos es vitalmente necesaria para el desarrollo de una teoría arqueológica de «alcance medio», más que una moda meramente pasajera, como creen algunos de sus críticos.
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evidencia externa, no arqueológica, que podemos utilizar, si la comparamos con la que puede obtener, por termino medio, el resto de los arqueólogos. En la incierta situación actual, podemos hacer uso de esa circunstancia. Gracias a los textos de Lineal B, sabemos que se hablaba griego en la Grecia central y meridional, así como en Creta, durante el bronce reciente. Sabemos que en estas regiones y en otras se encontraba la gran mayoría de la población de los siglos vm y vu a.C. Podemos, por tanto, inferir que, en gran medida, era la misma gente la que generó el registro material desde el primer período al último, pasando por el hierro antiguo. Era esencialmente la misma gente la que, al parecer, perdió la escritura y luego la redescubrió en forma diferente; abandonó el arte representativo en diversos medios y luego lo reanudó, parcialmente, en los mismos medios; abandonó la arquitectura monumental de cuidada mampostería y, luego, la adoptó de nuevo. Por tanto, resulta razonable suponer que aconteció un profundo cambio que obligó a paralizar unas actividades que, antes y después, se habían mostrado apropiadas para vivir en tierras griegas. Vamos a suponer, sin embargo, que algunas de esas «interrupciones» son aparentes y no reales; que los cambios en el registro fueron producidos por los cambios que David Clarke denominaba de «comportamiento deposicional».3 En este caso, puede haber continuado existiendo la escritura o el arte representativo, aunque realizados sólo sobre materiales perecederos; la arquitectura monumental pudo haber seguido realizándose, pero en contextos enteramente nuevos que las excavaciones todavía no han detectado o, al menos, reconocido como pertenecientes a este período. Incluso, se podría seguir pensando que un «profundo cambio de circunstancias» podría todavía mantenerse como opción: después de todo, ¿qué podría inducir a la gente a alterar sus hábitos tan radicalmente? De hecho, creo que podemos llegar a demostrar que nuestra imagen del hierro antiguo no es tan ilusoria. En lo que se refiere a la escritura, por ejemplo, debe tenerse 3. D. L. Clarke, «Archaeol «Archaeology: ogy: The Loss of Innocence», Ant A ntiq iqui uity ty , 47 (1973), p. 16.
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en cuenta que no nos enfrentamos sólo al hecho de que no se hayan conservado trazas de escritura sobre materiales duraderos durante un período de más de cuatrocientos años. Se puede observar además que no existe ningún punto de contacto entre la escritura Lineal B, tal como existía a finales del siglo xin a.C., y las primeras escrituras alfabéticas de mediados del siglo vm a.C. Sin embargo, algunos elementos nos permiten pensar en algún tipo de interacción, ya que el Lineal B, aunque era una escritura silábica, tenía cinco signos para las vocales simples, a, e, i, o y u, cuando éstas se utilizaban en posición inicial. Los creadores de los primeros alfabetos griegos encontraron deficientes los signos que, para estas vocales, proponían los modelos semíticos que estaban adaptando y, por ello, tuvieron que elaborar nuevos signos. Si los alfabetos griegos hubiesen procedido directamente de la escritura Lineal B, se podría esperar que se conservara algún vestigio de relación en los signos elegidos en ambos sistemas de escritura para un propósito esencialmente igual. Pero no hay ninguna huella de tal relación. De manera que, aunque tengamos que conceder la posibilidad de que el intervalo de analfabetismo fuese considerablemente menor a esos aparentes cuatrocientos años, es difícil creer que no haya existido. Pueden hacerse planteamientos semejantes con respecto a la arquitectura monumental. En cualquier caso, podemos estar prácticamente seguros de que no se continuaron empleando las fortificaciones que habían constituido, quizás, el elemento más impresionante de esa arquitectura. Y esto a pesar de algunos casos interesantes en los que ciertas fortificaciones del bronce final se habían conservado y fueron reutilizadas para proteger asentamientos de la edad del hierro. En cuanto al resto de estructuras, podemos señalar, por lo menos, un ejemplo cuya escala de construcción habría exigido, a ojos de un arquitecto mi cénico, el uso de una planta rectangular con refuerzos de madera y quizá cimientos de manipostería. Se trata del edificio de Lefkandi identificado como un hërôôn por sus excavadores, mencionado en el capítulo anterior ( figura 54).4 Tenía más de 4. Véase M. R. Popham, Popham, E. Touloupa Touloupa y L. H. H . Sackett, «The Hero Hero of Lefkandi» Lefkandi»,, Antiq An tiqui uity ty,, 56 56 (1982), pp. 169174.
a e b u E . i d n a k f e L e d
n ô ô r ê h e l b a b o r p l e d o n a l P . 4 5
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30 pies de ancho y al menos 150 pies de largo, siendo mayor que el edificio central de un palacio micénico. Sin embargo, sus paredes poseían un zócalo o plinto de piedras toscamente talladas y una superestructura de adobes de sólo unos 2 pies de grosor. No está claro todavía si estas características tienen algo que ver con la escasa duración de utilización de este edificio, la cual ha sido estimada en una sola generación. Si contamos con suficientes ejemplos que expresan una ruptura con las prácticas tradicionales, también podemos añadir otros en los que la evidencia negativa no solventa el asunto. Es un hecho, por ejemplo, que a finales de la edad del bronce grandes áreas del continente griego abandonaron el enterramiento múltiple en tumbas colectivas para adoptar el enterramiento individual, ya sea la inhumación (figura 55) o la cremación. El registro es continuo desde una etapa a la siguiente. De igual modo, cuando consideramos las plantas de los edificios más que los materiales de construcción, existen en muchos yacimientos claras muestras de que la planta absidal (figura 56) empezó a reemplazar a la rectangular en las mismas regiones centrales y meridionales del continente griego, a veces superponiéndose directamente a las estructuras rectilíneas del bronce reciente. En estos casos, debemos centrarnos, directamente, en la cuestión del sentido de los cambios más que dedicar tiempo y esfuerzo al problema de si estas aparentes transformaciones tuvieron lugar realmente. Podemos decir lo mismo en lo referente al cambio de metal que mencionamos anteriormente; el hierro sustituyó al bronce para un mismo tipo de objetos (en primer lugar, armas ofensivas y herramientas cortantes) que se encuentran en los mismos tipos de contextos (sobre todo enterramientos) . Por el contrario, nos enfrentamos a un caso diferente si abordamos el tema de la despoblación aparente de Grecia en este período, tema que mencionamos anteriormente de manera indirecta (véase supra, p. 194). En este caso existen muchos factores potenciales que podrían haber distorsionado el registro arqueológico. Así, la disminución del número de yacimientos ocupados podría explicarse por una mayor concentración de la pobla
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Una Un a típ ica ic a tu m b a d e c ista is ta d e la e d a d d e l h ierr ie rro o a n tig ti g u o (tu (t u m b a 46 d e K e ru m e ik o s SXI. A te n a s )
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Reconstrucción Recon strucción de una una casa absid ab sidal al de Nichoria, Nich oria, Mesenia (según (según W. W. A. Mc M c D on a ld et. al.J
ción, o bien por la posibilidad de que nuevos emplazamientos se encuentren en lugares insospechados que todavía no se han descubierto. Alternativamente, podría existir algún tipo de error en nuestro esquema cronológico basado en la secuencia de los estilos de la cerámica pintada. La disminución del número y de la frecuencia de los enterramientos podría explicarse también si supusiéramos que, a finales del bronce, se introdujo algún tipo de selectividad en los enterramientos. De hecho, estos y otros argumentos han sido utilizados por aquellos investigadores que ven imposible aceptar la norma espacial aparente, tal como se presenta, por ejemplo, en la figura 52. Por tanto, sería más prudente que nos limitáramos a hablar, en este caso, de un fenómeno aparente más que de un fenómeno demostrado. Afortunadamente, puede que este hecho no esté directamente relacionado con nuestra investigación. Muchos autores mantienen actualmente que el nivel de población es un factor que acompaña y no determina los principales procesos históricos y, por tanto, no puede explicar por sí sólo esos procesos sino meramente ilustrarlos.
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Volvamos ahora a la formulación del problema elegido. ¿Cuáles fueron los cambios de circunstancias que provocaron que la sociedad griega, perdida la escritura, abandonase muchas formas de arte representativo y dejase de utilizar la arquitectura monumental y las plantas rectagulares para mantener estas aparantes privaciones durante varios siglos? ¿Cuál fue la causa que provocó, en el mismo período, la sustitución permanente del bronce por el hierro y el cambio casi igualmente permanente en muchas áreas de las tumbas colectivas por los enterramientos individuales? ¿Qué provocó el aparente abandono de un gran número de asentamientos muy antiguos, durante varios siglos, en la mayor parte de los casos? Finalmente, ¿qué impidió que los habitantes de Grecia, durante estos mismos siglos, lograsen algo digno para que lo recordaran sus descendientes? ¿Podemos encontrar «principios que sinteticen y correlacionen los materiales existentes, al tiempo que posean un alto valor predictivo», en palabras de Clarke? Quizá podamos empezar con una premisa extraída de recientes trabajos realizados por la arqueología prehistórica. La mayor parte de las explicaciones actuales sobre el cambio cultural enfatizan el elemento adaptativo. En la mayoría de los casos, las innovaciones son consideradas como el resultado de una respuesta colectiva a nuevas necesidades o a condiciones cambiantes. Tradicionalmente, los mismos fenómenos habían sido atribuidos a conquista o inmigración, o bien explicados mediante supuestos, como las características raciales específicas, o incluso se consideraban debidos a intuiciones generadas por individuos excepcionales. A estas alturas, es evidente, o lo debería ser, que las nuevas tendencias ofrecen más probabilidades que la tradicional para resolver el problema que hemos elegido y en la forma que lo hemos planteado. Cuando nos planteamos el p ersi sist sten enci ciaa de ciertas condiciones, sobre todo si éstema de la per tas, al parecer, son desfavorables, se obtiene, obviamente, una posibilidad explicativa mayor a través de un modelo de acomodación adaptativa positiva a esas condiciones que mediante una hipótesis única y general acerca de cómo surgieron esas mismas condiciones. Veamos dos ejemplos específicos. Puede ser que
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el cambio de la planta rectangular a la absidal en los edificios refleje, simplemente, un retroceso en las habilidades técnicas; o, quizá quizáss mejor me jor,, la pérdida pérdida de de unas unas medidas medidas comunes, comune s, estable est able-cidas centralizadamente, que tendrían los ladrillos —medidas que hasta este momento habrían obligado, de alguna manera, el uso de ciertos sistemas constructivos — . Por esta causa, se ha planteado recientemente que se habría producido un retorno a prácticas improvisadas que sustituirían el uso de ladrillos nor p i s é (tierra o barro apelmazado).5 Pero es necemalizados por pi sario encontrar algún otro factor que explique el largo período de tiempo que transcurrió hasta la reanudación de las antiguas prácticas funerarias. Podría proponerse que la adopción del enterramiento individual refleja la llegada de nuevas gentes que usaban comúnmente este ritual funerario, pero incluso así tendríamos que preguntarnos por qué esta innovación se impuso en muchas partes del país a los griegos, no sólo a los de las generaciones inmediatamente posteriores, sino a los que vivieron durante gran parte de la civilización clásica. El modelo «adaptativo» es, en este caso, especialmente atractivo, pues podría entenderse la elección que mantuvieron los griegos posteriores si pensamos que la adopción del enterramiento individual se explica como una libre elección llevada a cabo por personas que ya no consideraban apropiada la construcción de una tumba colectiva para un grupo familiar que no podía comprometerse a residir en un mismo lugar durante varias generaciones. Creo que en el caso del hierro antiguo de Grecia las investigaciones anteriores (incluyendo la mía propia; de hecho, quizá, la mía especialmente) han enfatizado excesivamente los aspectos negativos de los cambios que tuvieron lugar a comienzos de este período. Ahora, pienso que la larga duración de las respuestas y de las presuntas innovaciones negativas exige que consideremos el período de una manera distinta. En ciertos aspectos importantes, estas innovaciones y respuestas deben haber sido consideradas una solución satisfactoria para las condiciones de vida de Grecia en esta etapa. Deben haber constitui5. G. Gullini, intervención en una discusión en An A n n u ario ar io,, 59 (1981), p· 344.
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do un sistema que parecía funcionar razonablemente bien, aunque ese sistema no tuviese elementos de interés para la posteridad, como fue evidentemente el caso. ¿Cómo fue ese sistema? Varios tipos de evidencia sugieren que se caracterizó por la movilidad física. En primer lugar, tenemos las tradiciones literarias sobre migraciones que cubrirían, al menos, las primeras fases del período. Sin embargo, incluso aquellos autores que, como Nicholas Hammond en la segunda edición de la Cambridge Ancient History,6 aceptan completamente estas tradiciones en todos sus detalles, sólo las pueden extender hasta el período alrededor del 1000 a.C. Contamos también con abundantes testimonios arqueológicos, de nuevo para los siglos xii y xi a.C., que apoyan, de un modo general, la idea de una población poco estable y que, aunque se refieran a movimientos locales de poco alcance, no dejan de ser, en todo caso, movimientos poblaciona les. Sin embargo, despu después és de ese período, siglo sigloss x , ixy ix y vm, vm , el punpunto de vista ortodoxo se apoya en el hecho de que la inestabilidad había terminado y prevalecía ya una continuidad pacífica de los asentamientos, los cuales permanecían en los mismos lugares. Creo que ahora ha llegado el momento de cuestionarse este punto de vista. En mi opinión, la imagen de país estable que prepondera para esta época se ha forjado porque, para muchos, los movimientos de población son inseparables de la guerra, de la invasión y, en general, de la agresión. Puesto que la evidencia de estas últimas características (niveles de destrucción, fortificaciones e innovaciones tangibles de la cultura material, como la aparición del enterramiento individual) se hace muy escasa en los años posteriores al 1000 a.C., se ha inferido tácitamente que los movimientos poblacionales también llegaron a su final. Debe concederse que hay un grupo de asentamientos importantes donde la evidencia sugiere una continuidad más o menos ininterrumpida a partir de este período, por ejemplo, es el caso de Atenas, Argos y Asine en el continente y de Cnoso, en Creta, pero, más cuestionable es el caso de Nichoria en Mesenia y aún más dudoso el de Lefkandi en Eubea, donde hay dos mis 6. «The Literaty Tradition of the Migrations», Migrations», CAH CA H (19752), (19752), vol. 2, parte 2, pp. 678712
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Reconstrucción del yacimiento de Vroulia Vroulia , Rodas (según W.D. Heilmeyer)
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teriosas interrupciones en la secuencia establecida. Cuando buscamos en otros lugares, nos encontramos repetidamente con que la evidencia de ocupación parece empezar o terminar, o ambas cosas a la vez, de manera súbita, en algún momento del hierro antiguo. Teóricamente, las inferencias de este tipo deberían basarse en asentamientos excavados, pero esto es una empresa aventurada debido al problema inherente de la excavación incompleta de los yacimientos, como vimos en el ejemplo de Lefkandi, mencionado en el capítulo 2. Con todo, podemos señalar una serie de casos en los que el asentamiento es relativamente pequeño y ha sido bastante excavado y otros en los que, por su posterior importancia histórica, se ha investigado a fondo en busca de los restos de la ocupación más antigua. De los lugares mencionados en las pp. 189190, por ejemplo, sabemos que, durante el siglo ix, se ocuparon, por primera vez, Zagora, Koukounaries, Vathy Limenari y, problamente, Xobourgo. Hacia la misma época, o en fecha anterior, pudo haber tenido lugar la primera ocupación del asentamiento de Esparta; más tarde, quizás hacia el 800, se inició el asentamiento en otra importante ciudad clásica, Eretria. En el siglo vin se ocuparon Agios Andreas y Embono (figura 57) en las islas y se constata una amplia dispersión de lugares rurales en el Atica; contemporáneamente, o un poco antes, se establecieron por primera vez en Mesene. El más tardío de todos los asentamientos, Vroulia, en Rodas (figura 58), fue ocupado hacia el 700 a.C., en el mismo momento en que se producía el abandono de otros yacimientos isleños (Lefkandi, Zagora, Vathy Limenari). Podemos reforzar esta lista de cambios en la localización de los asentamientos si añadimos una serie de necrópolis que, al parecer, fueron utilizadas durante un período limitado. En este caso, tenemos que admitir la posibilidad de explicar de otra manera tales rupturas aparte de considerar el factor de una exploración incompleta. Por ejemplo, si se trataba de un solo grupo familiar que hacía uso del mismo terreno funerario, la discontinuidad de los enterramientos puede significar simplemente la disolución de ese grupo. Pero incluso en este caso, un cambio de residencia, aunque fuese a nivel individual, podría haber
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producido este resultado. De cualquier modo, resulta evidente que muchas de las necrópolis más estudiadas del hierro antiguo tuvieron una «vida» bastante limitada. En la Creta centro oriental, la necrópolis de tholos de Panagia y las cremaciones de Olunte (ambos yacimientos se iniciaron a finales del período minoico) parecen haberse dejado de utilizar durante el siglo x. Se aplica una cronología similar a una serie de cementerios de la isla de Cefalonia. Un túmulo funerario de Vranesi (Agios Spyri don) en Beocia fue empleado desde el siglo x hasta comienzos del siglo vin. En Tesalia, existen grupos importantes de tumbas en Halos, Marmariani y Homolion, que también se iniciaron en el siglo x y fueron abandonados en el ix o en el vm.7 Es cierto que esta es una pequeña muestra de los yacimientos de la edad del hierro (escogidos, como he dicho, por haber sido relativamente bien investigados); sin embargo, refleja una historia de ocupación semejante, relativamente breve, precedida y/o terminada por un aparente movimiento de gentes, aunque sea a pequeña escala. Si exceptuamos los yacimientos de importancia histórica en los que el asentamiento era permanente (Esparta, Eretria, Mesene), la «vida» media de esta serie de lugares, asentamientos y necrópolis, es de unos 150 años. No se trataría de un período transitorio a ojos contemporáneos; no obstante resulta significativamente más corto que la duración media de un asentamiento de la anterior edad del bronce y, aún más claramente, del posterior período clásico. En última instancia, sea cual sea su significado, creo que estamos ante uno de los elementos que caracterizan el período del hierro antiguo como es la interrupción en el desarrollo a largo plazo de la cultura griega. Esta característica puede probablemente relacionarse con otro aspecto mucho más familiar de la ocupación humana durante el hierro antiguo, a saber, la relativa escasez de yacimientos de cualquier tipo. Es un elemento que no se ha modificado ni minimizado, sino que se ha reforzado, en gran medida, por el progreso de la arqueología griega en la última década. Así, no hay prácticamente nuevos nombres que añadir al mapa de 7. Sobre estos yacimientos, yacimientos, véase véase A.M . Snodgras Snodgrass, s, The Dark Age of Greece , Edimburgo, 1971, cap. 4, con referencias allí.
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la figura 52, que se publicó por primera vez en 1971. Los resultados fundamentalmente negativos obtenidos por el método tradicional de excavación han sido confirmados por las experiencias más recientes de prospección superficial, extensiva e intensiva a la vez. Algunas cifras actuales en relación con la región de Beoda lo demuestran plenamente. Como ya hemos advertido, esta característica no se explica por sí misma, ya que, tras la aparente falta de yacimientos, pudieron haber intervenido otras causas, aparte de la mera despoblación. Ahora que sabemos que algunos yacimientos fueron únicamente ocupados durante un breve período de tiempo, parece más probable que la movilidad sea, en parte, el agente responsable de la ausencia de habitantes en la Grecia de la edad del hierro antiguo. Al menos pudo ser una causa importante. Si la gente estaba más dispuesta a cambiar sus lugares de residencia que en otros períodos, pudo haber sucedido que la ocupación en algunos lugares hubiese sido tan efímera que difícilmente dejaría indicios recuperables a través de la excavación y, muchos menos, de la prospección superficial. ¿Cuál puede ser la causa de esta tendencia a no tener raíces permanentes, que, al parecer, persistió en algunas áreas, en las que los yacimientos son tan escasos, al menos durante dos siglos, entre el 1100 y el 900 a.C., y en otras incluso más tiempo? ¿Es posible que el régimen de ocupación sedentaria en sitios más o menos permanentes, que había caracterizado el mundo egeo desde tiempos neolíticos —lo que solemos llamar de forma sucinta, aunque eufónica, «sedentarismo»— se anulase de manera parcial en el hierro antiguo? Este régimen es considerado, por razones obvias, la consecuencia normal de una economía basada en el arado. Se ha observado, a menudo, que cuesta mucho convencer a los campesinos de que abandonen su tierra. Puede parecer drástico sugerir que esta tradición se haya interrumpido, pero, de hecho, no es una opinión original. Se ha expuesto algunas veces, durante los últimos cincuenta años de estudios clásicos, generalmente a nivel apriorístico, que la sociedad griega del período posterior a la era micénica se dedicó a algún tipo de economía pastoril. Una sociedad pastoril puede tomar muchas formas. En pri
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mer lugar, debemos reconocer que el concepto de una econo p u r a durante cualquier etapa de la prehistoria remía pastoril pu ciente del Mediterráneo, incluso a escala local, es bastante improbable. La mayor parte de las formas de domesticación animal sólo son efectivas en el contexto de una agricultura extensiva. La disponibilidad de pastos en la última parte del año no es más que una de las razones. Como estrategia de subsistencia, el pastoreo resulta menos fiable que el cultivo y, naturalmente, exige un territorio mayor. Además, una comunidad pastoril tiene que ser fundamentalmente tan sedentaria como una de cultivadores. La diferencia es que, a largo plazo, el pastoreo tiende a agotar el territorio y, en consecuencia, provoca cambios periódicos de residencia. Las otras alternativas son la trashuman cia estacional y un modo de vida puramente nómada; pero creo que no existen argumentos en favor de la existencia de estas prácticas durante el hierro antiguo griego. Todavía hoy en día quedan comunidades trashumantes en algunas regiones del Mediterráneo; sin embargo, para demostrar su aparición de forma amplia en el pasado, se necesitarían un tipo de pruebas positivas detalladas de la que no disponemos para esta etapa. Además, un nomadismo bien desarrollado es muy poco apropiado para el quebrado territorio del Egeo, con sus numerosas barreras montañosas, golfos e islas. Vamos a centrarnos en la siguiente hipótesis: las comunidades del hierro antiguo dedicaban al sector del pastoreo una parte más importante de sus recursos que sus predecesoras o sus sucesor as, y esto explica alguno de los elementos característicos del registro material de este período. Para comenzar, debemos enfrentarnos a dos objeciones. En primer lugar, esta hipótesis plantea una reversión parcial, es decir, se pasa de un método más avanzado de explotar el medio ambiente a otro más primitivo. Y las comunidades humanas que han disfrutado de los beneficios de la economía agrícola no los abandonan fácilmente. Esta línea de razonamiento me ha sido sugerida por aquellos prehistoriadores a los que he planteado un avance de esta hipótesis. Durante un cierto tiempo, me descorazoné por esta reacción. Podía ser que no existiese esperanza alguna para convencer a los que creían que la suge
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renda debía excluirse desde un principio. Sin embargo, ¿cuál es precisamente el principio que la excluye? Se trata, en parte, de las características desventajas del pastoreo, que ya he mencionado. No obstante, al menos una de estas desventajas —el que una economía pastoril exige grandes demandas de espacioo — parece ci parece corresponder corresponder al hech hechoo de que que todo todoss los los testimotestimonios sugieren que se disponía más ampliamente del espacio territorial en el hierro antiguo que en cualquier otro período anterior o posterior. Considero además que las causas de la objeción se basan, parcialmente, en el supuesto de que el «sedenta rismo» es una condición deseada y de que el cambio de residencia debe ser evitado siempre que sea posible. Me ha producido satisfacción que una figura como Lewis Binford, en su último trabajo, haya atacado esta premisa y cite su propia experiencia entre los aborígenes australianos, los esquimales de Alaska, los bosquimanos !kung y los horticultores móviles de México, la cual contradice esta proposición.8 Si se pone la objeción de que estos pueblos no son pastores que hayan abandonado un régimen agrícola anterior, podemos buscar la evidencia histórica del Asia central. Owen Lattimore ha expuesto casos bien conocidos de poblaciones agrícolas sedentarias que, voluntariamente, han elegido un régimen de pastoreo, a menudo de un tipo más completo del que yo planteo para Grecia, ya que comprendía, usualmente, una movilidad de asentamiento al menos estacional.9 Una segunda línea de refutación más substancial, bajo mi punto de vista, es que el modelo de resurgimiento de la economía pastoril es extremadamente difícil de demostrar a partir de los testimonios arqueológicos, sobre todo para la época del hierro antiguo griego. Las evidencias carecen de las cualidades elementales relacionadas con la fiabilidad o la falsificación y también del poder predictivo que esperamos. No creo que esto sea totalmente cierto y espero demostrarlo. En general, la arqueología todavía no ha creado criterios efectivos para distinguir los restos materiales de una cultura pastoril de los de una cultura 8. 9.
Binford (citado en n. 2), 2) , p. 204. O. Lattimore, Studies in Frontier History H istory,, Londres, 1962, p. 246, con referencias.
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agrícola y es el momento apropiado para hacerlo. De hecho, uno de los pocos logros recientes de la Nueva Arqueología que incluso Paul Courbin acepta en su crítica es el desarrollo de la hipótesis de ocupación estacional de los asentamientos. Se trata de una idea que puede tener importancia en nuestra investigación.10 Con todo, debe considerarse seriamente esta línea de crítica. El hierro antiguo griego me parece un campo apropiado para avanzar y contrastar este modelo, porque, a pesar de la escasez del registro arqueológico, existe, como siempre, algún tipo de evidencia no arqueológica que puede dar apoyo adicional. En este último apartado, no se pueden incluir a priori las numerosas afirmaciones de que, a finales de la edad del bronce, los dorios, con otros pretendidos inmigrados a la Grecia central y meridional, tenían un fondo pastoril o incluso nómada que trasladaron a sus nuevos hogares. Estas pretensiones, aunque se hayan repetido a menudo, plantean un montón de preguntas. Por mi parte, creo que el intento científico de justificar estas propuestas se remonta a un influyente artículo sobre el origen de los Juegos Olímpicos, publicado en 1941 por el etnólogo suizo Karl Meuli11. Este encontraba correspondencias significativas entre la forma antigua antigua del festival olímpico y los los ritos funerarios fun erarios practicados por las tribus pastoriles de Asia. De ahí deducía una organización similar de la sociedad doria en la región de la Élida, alrededor de Olimpia, a comienzos del siglo vm a.C. No es necesario seguir completamente a Meuli en su aceptación del punto de vista, entonces generalmente aceptado, de que los dorios eran inmigrantes nómadas nómadas recientes procedentes del del norte, norte , para reconoc reco nocer er que existe cierta validez en las correspondencias que observó. En particular, la conexión del festival con la práctica funeraria puede reforzarse por los primeros casos de culto a los héroes y a los antepasados que consideramos en el capítulo 5. Gracias a los testimonios arqueológicos, conocemos actualmente lo que Meuli no podía saber, es decir, que este tipo de culto conmemorativo se estaba practicando en Grecia durante el período apropiado. El 10. P. Courbin, Courbin , Qu’estce que Varchéologie?, Varchéologie ?, París, 1982, p. 215; cf. pp. 111113. 11. K. Meuli, «Der «D er Ursprung der Olympischen Olympischen Spiele», Spiel e», Die Antike, Antike, 17 (1941), pp. 189208.
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COLINA DE CRONOS
Gea Temis
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59. 59.
Plano Pla no del de l santuario de Olimpia en tiempos tiemp os prehis pre histór tóricos icos (segú (segúnn H. V. V. Herrmann)
edificio de Lefkandi (figura 54), si está correctamente interpretado como hêrôôn, constituye el primer y más impresionante ejemplo. Esto reforzaría la afirmación de Meuli de que los juegos iniciaron su historia como un culto funerario en el túmulo identificado con la tumba del héroe Pelops (figura 59). Se ha sugerido con más detalle que este túmulo puede haber sido un genuino (aunque anónimo) montículo funerario prehistórico.12 Todo esto 12. 12. H .V . Herrmann, «Zur ältesten ältesten Geschichte von Olympia», Olympia», AM A M , 77 (1962), pp. 334, especialmente pp. 1819.
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me inclina a considerar con el mayor respeto la afirmación de Meuli, es decir, que la forma particular de la celebración olímpica es característica de los pastores. Como veremos pronto, esta conclusión aparece reforzada porque el Peloponeso occidental es, especialmente, una de las áreas que pueden ofrecer pruebas independientes. Algunos años después, Thalia P. Howe nos brinda una argumentación muy diferente. Analizó, por un lado, la evidencia documental de las tablillas de Lineal B y, por otro, L os tr trabaj abajos os y los días.13 Esta autora veía en el carácter didáctico del poema de Hesíodo un factor destinado a inculcar los primeros principios del cultivo en un público no familiarizado con los mismos y citaba los documentos micénicos como testimonio del predominio anterior de una economía ganadera. Debe aceptarse que traba aba-esta lectura literal de los pasajes con instrucciones de L os tr jo j o s y los lo s d ías ía s ignora la fuerza del propio género didáctico, que, generalmente, adopta un tono rudimentario. Es el mismo caso de la evidencia homérica que, aparte del problema de datación de sus orígenes, puede ser sólo el producto del género heroico, presentando como norma convencional, en esta ocasión, una dieta básicamente cárnica. Además, cobra mucha fuerza la ob jeci je ción ón planteada por Paul Millett Mille tt respecto resp ecto a que Los trabajos y los días contiene mucho material aparte de los consejos agrícolas.14 En mi libro sobre este período, publicado en 1971, utilicé el argumento de Howe,15 incluyendo la errónea conclusión de que el supuesto régimen pastoril se remontaba a los tiempos micénicos. Hoy en día está claro que la economía micénica era mixta y que la agricultura tenía un papel importante. Por tanto, la fase pastoril, si fue real, debería contemplarse en la forma en que la propongo actualmente, como un interludio que empezó en el período postmicénico. Esta opinión revisada puede obtener apoyo de la evidencia, que ya avanzaba en mi libro, sobre la aparición, por primera 13. 13. T. P. Howe, «Linear «Lin ear B and and Hesiod’s Breadwinners», TAPA, TAPA , 89 89 (1958), (195 8), pp. pp. 4465. 14. 14. P. C. Millett, Mille tt, «Hesiod and His World», PCPS, PCPS, 210 (1984), p. 103. 15. Snodgrass, The Dark Dark Age o f Greece Greece (citado en η. 7), pp. 378380.
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60.
ARQUEOLOGÍA DE GRECIA
D ibujo de una una cerámica cerám ica que qu e representa representa un m od elo de graneros, pr oced oc ed en te de una tumba del siglo ix del Agora, Atenas (según E. L. Smithson)
vez desde la edad del bronce y en los siglos ix y vin, de edificios interpretados como graneros y de pequeñas reproducciones cerámicas de estas estructuras (figura 60). Estos testimonios de la práctica de la agricultura extensiva no existen en las fases precedentes. Sin embargo, para que la hipótesis sea confirmada con propiedad se necesitarían nuevas evidencias, que no sólo deberían ser compatibles con la teoría de una expansión del pastoreo sino que le deberían proporcionar un sólido apoyo. Tal tipo de evidencias, según mi opinión, existen y voy a enumerarlas en el orden cronológico de aparición de las publicaciones, tomando como fecha base mi primera exposición de la teoría, en 1971. En 1973, Klaus Kilian publicó un artículo argumentando que las ofrendas de pequeños bronces en el santuario de Artemisa en Feras, Tesalia, podrían explicarse mejor si pensáramos que eran producto de visitas estacionales de pastores transhumantes, según indicaría el origen tipológico de estos bronces, que pueden proceder de Macedonia o de más al norte (figura 61).16 Esta explicación implica, al menos, una ruta de transhu mancia creíble y confirmada por la ruta que existía en tiempos 16. K. Kilian, «Zur eisenzeitlichen Transhumanz in Nordgriechenland», A r c h ä o l o gisc gi sche hess K o rres rr espp o n d enzb en zbla latt tt,, 3 (1973), pp. 431435.
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61. 61.
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M apa de distribuci distribución ón de colgantes colgantes en form fo rm a de anillo anillo de la la ed ad del hierro antiguo en la península balcánica (según K. Kilian)
recientes y que seguía los piedemontes de la cordillera del Pindo. Pero esto no implica que los mismos factores hubieran operado sobre toda la parte meridional de la península en aquel tiempo (los primeros bronces están fechados en el siglo vni). No debería resultarnos difícil comprobar esta interpretación en otros santuarios, ya que podría establecerse un cuadro coherente del área geográfica de este posible patrón de transhumancia y esto haría cobrar realidad a este ejemplo. En el curso de una síntesis general de la edad del hierro antiguo realizada en 1975, el investigador húngaro J. Sarkady pro-
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puso un nuevo argumento.17 Observó que, de los cientos de yacimientos micénicos abandonados con seguridad en la primera parte de la edad del hierro, muchos fueron reocupados posteriormente y en algunos de ellos los nombres dados a los nuevos establecimientos eran los antiguos, es decir, eran los nombres que los lugares habían tenido en la leyenda heroica griega, lo que significa que eran los nombres históricos de la era micénica. Incluso, si la tradición oral los conservó vivos como nombres, necesitaríamos algo más tangible para explicar cómo se había conservado el recuerdo de sus localizaciones durante los siglos en que estos lugares habían permanecido vacíos. Sarkady sugiere que las visitas intermitentes de pastores constituirían una buena explicación. Esta hipótesis podría clarificarse si tomamos nuevas ideas extraídas nuevamente del área de Beocia, que antes nos proporcionó una base para nuestro argumento. Richard Hope Simpson y Oliver Dickinson registraron 58 yacimientos de la edad del bronce en esta región, de entre los cuales 55 fueron ocupados en época micénica.18 Precisamente 3 de ellos muestran que estuvieron deshabitados a pincipios de la edad del hierro, aunque el número aumenta un tanto durante los siglos ix y vin. Sin embargo, algo más tarde una larga lista de yacimientos originariamente micénicos fueron reocupados, tales como Eritras, Creusis, Antedón, Tespias, Eutresis, Sifas, Tisbe, Corsias, Medeón, Coronea y Queronea. Actualmente, nos creemos capaces de dar a estos lugares sus auténticos nombres antiguos, pero ¿qué hacer para conocer los nombres que llevaban en época micénica? En algunos casos, podrían aplicarse argumentos filológicos, pero un argumento más general es que varios de estos lugares son mencionados en la leyenda griega, y el trabajo de M. P. Nilsson nos ha hecho pensar en la genea 17. 17. J. Sarkady, «Outlines «Outlines of the Development of Greek Society in the Period B etet ween the 12th and 8th Centuries . . » , Act A ctaa A n tiqua tiq ua A c a d e m iae ia e Scie Sc ient ntia iaru rum m Hunga Hu ngari ri c a e , 23 (1975), p. 121. 18. R . Hope Simpson Simpson y O. Dickinso Dick inson, n, A G azet az ette teer er o f A egea eg eann Civil Ci vilis isat atio ionn in the Bronze Age, Age, Gotemburgo, 1979, pp. 221224 (n.os F59F66, incluyendo F6 4A) y pp. 235254 (n.os Gl7, G931, G3347, incluyendo G40A). Todos los yacimientos fueron ocupados en tiempos micénicos, pero sólo G10, G23 y quizás G22 produjeron cerámica submicénica o protogeométrica antigua. b
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logia micénica de la «geografía heroica».19 Por otra parte, también aparecen mencionados en el Catálogo de Naves del segundo libro de la Ilíada algunos topónimos que conservan sus nombres desde el final del período micénico, según cree la mayoría de los investigadores. Todos ellos parecen quedar aparentemente abandonados durante un intervalo de tres siglos (algunos de ellos, como Eutresis, incluso más tiempo). Contamos con testimonios exclusivamente arqueológicos que apoyan lo expuesto. En 1978, fue publicada por primera vez una colección de huesos de animales procedentes de un yacimiento de la edad del hierro antiguo; como era de esperar, se trataba de Nichoria.20 Este hecho hizo posible comparar la evidencia faunística de esta fase con la de los niveles micénicos más antiguos del mismo yacimiento. En opinión de los investigadores responsables de la publicación, los testimonios ofrecían claros resultados. Primero, la utilización de especies domésticas en Nichoria mostraba un aumento en la proporción de ganado vacuno durante la edad del hierro antiguo. Segundo, se constataba un cambio en las edades de matanza de los bóvidos y los ovicápridos. Estas transformaciones se explican debido al mayor tiempo invertido en la cría del ganado vacuno, siendo su carne el principal componente. Podemos preguntarnos, llegado este punto, si, como he sugerido, una población que cría ganado y que, de vez en cuando, cambia su lugar de residencia, debe dejar una evidencia estructural directa de su existencia y de sus breves ocupaciones. En 1981, la excavación grecosuiza descubrió un testimonio de este tipo en los niveles más antiguos de Eretria, correspondientes, quizás, a los inicios del siglo vm.21 Aquí, debajo de las casas 19. 19. Véase, Véas e, especialmente, M. P. Nilsson, Nilsson, The Mycenaean Mycenaean Origi Originn o f G reek M ythology, logy , Berkeley, 1932, pp. 100136 sobre Beocia. 20. R . E. E . Sloan y M. A. Dunkan, «Zooarchaeology of Nichoria», en Excavations at Nichoria in Southwest Greece, Greece, vol. 1, G. Rapp y S. E. Aschenbrenner, eds., Mineá polis, 1978, pp. 6077. 21. L. Kahil, «Erétrie à l’époque géométrique», An A n n u ario ar io,, 59 (1981), pp. 165173, especialmente pp. 167168 (con discusión, pp. 345346); resumen en «Quartier des maisons géométriques», Ant. Κ . , 24 (1981), pp. 5556, que puede compararse con M. R. Popham, L. H. Sackett y P. G. Themelis, Lefkandi, Lefkandi, vol. 1, The Iron Age, Age, Londres, 19791980, p. 16, lám. 8b.
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absidales del período geométrico tardío, fueron detectados los restos de una serie de cabañas circulares con un simple piso de arena y arcilla, excavadas en la arena virgen de la playa; los p i s é (figumuros, algunos de cuyos trozos se conservan, eran de pi (figura 62). La estructura de estas cabañas era efímera y su ubicación debajo de las primeras viviendas permanentes indica que no podían ser residencias temporales de los constructores de aquéllas. Los excavadores las interpretan como cabañas estacionales ocupadas durante un corto período de tiempo, antes de que sus moradores decidieran fundar un asentamiento permanente; también nos muestran un paralelo de igual cronología en las estructuras curvilíneas halladas debajo de las casas geométricas del vecino asentamiento de Lefkandi. El hecho de una ocupación breve en un yacimiento es compatible y quizás puede explicarse mejor, con visitas estacionales en busca de pastos. En el mismo sentido, ha sido actualmente interpretado por su excavador como un campamento estacional de una comunidad de pastores transhumantes un asentamiento completo de este período, pero de un tipo muy distinto y emplazado en un lugar diferente. Se trata de Vitsa Zagoriou, en las montañas del Epi
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ro.22 La evidencia consiste no sólo en la altura del asentamiento respecto al nivel del mar —que hacía intolerable la ocupación invernal— sino también en la frecuencia de restos óseos de bueyes, ovejas y cabras. Una vez más, la cercanía de la conocida ruta de transhumancia de la cordillera del Pindó apoya esta interpretación, aunque sus implicaciones no deben generalizarse desde el punto de vista geográfico. Una interpretación diferente, de naturaleza a priori pero que podría ser contrastada, fue propuesta por Michel Sakella riou en un libro de 1980 y ampliada, más tarde, en una conferencia.23 Hemos remarcado, varias veces, la prevalencia del trazado absidal de las casas del continente griego durante la edad del hierro antiguo. Sakellariou sugiere que este tipo de viviendas puede asociarse, más generalmente, a pastores nómadas. Si esta afirmación puede probarse, tendría importantes implicaciones. En un espíritu similar de generalización, el veterano historiador y geógrafo Ernst Kirsten ha sugerido que otra característica de la cultura material de este período —todavía no mencionada—, la incidencia creciente de la cerámica a mano de bastante buena calidad, puede ser explicada como el producto de las comunidades pastoras nómadas que no tenían un acceso regular al torno cerámico.24 Esto puede ser rechazado como una conjetura no probada; sin embargo, el fenómeno que trata de interpretar es real. Hemos visto que el único cuerpo de evidencias de este período, los huesos de animales, ha contrastado positivamente nuestra hipótesis. Otra clase de material orgánico que podría ayudarnos en este contexto serían las semillas. En 1982, Glynis Jon Jo n es publicó publicó el primer análisis análisis de restos res tos de semillas bien fecha fec ha-das de este período, procedentes de los niveles de la edad del 22. J. P. Vokotopoulou, «Ë Ëpeiros ston ston 8° kai kai T T aiöna p. Chr.», An A n n u ario ar io,, 60 (1982), p. 89. 23. M. B . Sakellariou, Les ProtoGrecs, ProtoGrecs, Atenas, 1980, pp. 118126, intervención en la discusión en An A n n u ario ar io,, 59 (1981), p. 345. 24. E . Kirsten, «Gebirghirtentum und und Sesshaftigkeit», Sesshaftigk eit», en Griechenland, die Agäis und die Levante während die «Dark Ages», Ages», Symposion Zwettl, ed., S. DegerJalkotzy, Viena, 1983, p. 437, n. 64.
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ARQUEOLOGÍA ARQUEOLOGÍA DE GRECIA GRECIA
hierro antiguo del asentamiento de Yolco en Tesalia.25 Una vez más, los resultados son coherentes y positivos, desde otra perspectiva. Sobre los niveles del piso de ocupación de un edificio protogeométrico (siglos xi a x a.C.), fue descubierto un depósito con una enorme cantidad de semillas de legumbres; en un piso posterior de época geométrica los restos eran mayoritaria mente de cereales carbonizados. Existe, pues, un claro contraste entre los dos períodos y, dado que las legumbres pueden probablemente ser interpretadas como forraje para los animales, la aparente secuencia cuadra con una concentración inicial en la cría del ganado y, más tarde, en el resurgimiento del cultivo, al igual que nuestra hipótesis. Querría terminar añadiendo otras evidencias propias. Ya que los depósitos de los santuarios del momento más tardío de la edad del hierro antiguo son, claramente, la información arqueológica más rica, pienso que podría explotar sus testimonios, y las dedicaciones de figurillas de animales, en Olimpia, me han brindado la oportunidad para ello.26 Olimpia es quizás el lugar más rico en este aspecto y, como la edad del hierro antiguo finalizaba, el santuario empezó a atraer las ofrendas de un amplio territorio del Peloponeso y de más lejos; sin embargo, durante el período arcaico, las ofrendas de animales terminan. Entre los siglos x y v i i i a.C., la proporción de bueyes y de ovejas del conjunto de las figurillas, al principio muy elevada, muestra un declive estable, a pesar de que las figuras de bueyes, en particular (figura 63), son todavía muy abundantes. Si aislamos las ofrendas que creemos procedentes de la región inmediata de Olimpia (en la mayoría de los casos son del mismo estilo que las del noreste del Peloponeso), la proporción de bueyes y de ovejas muestra un descenso más radical, hasta des 25. G. Jon J ones, es, «Cereal and and Pulse Pulse Remains from Protogeometric and and Geometric Geom etric Iol kos, Thessaly», An A n t h r o p o lo g ik a , 3 (1982), pp. 7578. En Nichoria también se habían hallado previamente granos —véase J. M. y C. T. Shay, «Modern Vegetation and Fossil Plants Remains», en Excavations at Nichoria, Nichoria, vol. 1 (citado anteriormente en η. 20), pp. 4159— pero eran escasos en todos los períodos cronológicos. 26. Las figuras figuras que siguen siguen se basan en los catálogos en W .D. .D . Heilmeyer, He ilmeyer, Frühe Olympische Tonfiguren y Frühe Olympische Bronzefiguren, Olympische Forschungen, n.os 7 y 12 (Berlin, 1972 y 1979).
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64. 64.
Típicas Típicas ofrendas ofren das de Olimpia Olimpia en form fo rm a de figurillas figurillas de bueyes
Porcentaje de figurillas figurillas de bueyes y ovejas halladas hallada s en Olimpia de ent entre re todas las ofrendas zoomórficas
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aparecer totalmente (figura 64). La interpretación de estas figuras resulta problemática, puesto que el resto de las ofrendas, que aumentan en los años subsiguientes, representan sobre todo caballos —probablemente sin relevancia en la práctica del cultivo — . No obstante, el cambio es compatible, al menos, con la idea de que, desde el siglo x al vu a.C., los bueyes y las ove jas ja s tuvieron un papel menos importante importan te en la vida vida de las comunidades que realizaban tales ofrendas; y la disminución de esta importancia fue más rápida en la zona situada fuera de la vecindad inmediata de Olimpia, el noreste del Peloponeso. Reconozco que el hecho de que las figurillas de buey reflejen un interés por el ganado y no por la utilización de este animal para la tracción del arado es tan sólo una suposición; sin embargo, debido a su abundancia, a su asociación con ovejas y carneros y a su parecido con verdaderos bueyes, esta suposición parece ser la más acertada. En todo caso, nada contradice nuestra hipótesis, es decir, que el momento álgido de las granjas con ganado tuvo lugar durante los primeros tiempos de la edad del hierro antiguo y que el abandono de las mismas ocurrió a comienzos del período histórico. Este estudio de mis investigaciones de los últimos doce años no ha sido selectivo, pues he incluido todos los testimonios que conozco sobre el tema en cuestión. Sean como sean juzgadas, estas nuevas evidencias tienen, sin lugar a dudas, la calidad de ser independientes de la hipótesis inicial, porque eran desconocidas en el momento en que aquélla fue formulada. Incluyen, al menos, seis tipos de ítems completamente nuevos —los bronces de Tesalia, los restos óseos de Nichoria, las cabañas de Ere tria y Lefkandi, los testimonios de Vitsa, las semillas de Yolco y las figurillas de animales de Olimpia — , que son compatibles con la hipótesis original y pueden, en algunos casos, contrastarla positivamente. Que yo sepa, nada aparecido en este mismo período la refuta. Sin embargo, todo esto es sólo el comienzo, en espera de poder validar la hipótesis inicial. Ahora que ya han aparecido, es demasiado tarde para proponer que esta lista de hallazgos era predecible o deducible del «modelo de pastoreo» original.
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No obstante, sugiere que este modelo puede ser confirmado hasta cierto punto, con lo que ahora podemos predecir que nuevas réplicas del mismo tipo de hallazgos darán semejantes resultados. Quizás esto no sea suficiente si seguimos la prescripción propuesta por David Clarke en relación a la síntesis arqueológica y con la que hemos iniciado el discurso, pero, a pesar de ello, sugiero que este modelo de un aumento del pastoreo en la edad del hierro antiguo de Grecia posee cierta fuerza explicativa. Volvamos ahora al problema del principio, a saber, que el registro arqueológico es una prueba que explica la perduración de las condiciones materiales de la edad del hierro antiguo. Si, como he sugerido, las comunidades griegas de este período dependían más de la cría del ganado que las de antes o después de esta época, nos encontraríamos ante un claro ejemplo de adaptación a unas condiciones nuevas y cambiantes. El colapso del sistema palacial micénico debe haber destruido el modelo de propiedad de la tierra, y el aparente abandono de muchos yacimientos conlleva igualmente el abandono de la tierra cultivable que los rodeaba. La experiencia de migraciones internas, en un período de varias generaciones, desvaloriza cualquier tipo de ligazón con la tierra. La práctica a gran escala de la ganadería desde unos pocos lugares básicos y fijos puede ser considerada una respuesta razonable a tales circunstancias y todo ello nos llevaría de nuevo a explicar de esta manera el registro arqueológico de este período. El registro arqueológico se caracteriza por una aparente ausencia de un control centralizado y de indicios que indiquen una amplia acción colectiva y, más tardíamente, hacia la mitad del siglo xi a.C., por una ausencia prolongada de cualquier tipo de innovación. La relativa falta de necesidades que implica el modo de vida del pastoreo y la prontitud a moverse del lugar de residencia, más que el esfuerzo por consolidarlo, podrían conformar semejante panorama. Por otra parte, si añadiéramos la sorprendente persistencia de los elementos que componen este cuadro podríamos explicar que la característica más remarcable en la evidencia histórica de este período es su virtual ine-
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xistencia. Aquello que debió parecer una solución aceptable a los problemas de los que vivieron en aquella época debe haber tenido poco o ningún interés para las siguientes generaciones griegas que ocuparon aquellos lugares de otra manera. Terminaré exponiendo de una forma más precisa la hipótesis del pastoreo de la edad del hierro antiguo, matizada en ciertos aspectos gracias a los descubrimientos que hemos discutido. Propongo que, sobre la mayor parte de la Grecia central y meridional, se mantuvieron comunidades sedentarias muy dispersas, en parte gracias al cultivo de sus tierras adyacentes, pero también debido al pastoreo que aprovechó los terrenos vacíos de la geografía griega en mayor medida que sus antecesores y predecesores. En algunas áreas restringidas septentrionales, debió haberse practicado la trashumancia estacional, tal como lo indican los testimonios de Feras y Vitsa.27 En el occidente del Peloponeso, existen indicios (la fauna de Nichoria y las ofrendas de Olimpia) de que el estabulamiento del ganado debe haber sido la forma principal de pastoreo. Cuando se pretendió consolidar de nuevo la supremacía del cultivo, se producirían inevitables tensiones, ya que algunos de sus partidarios utilizarían probablemente como base los asentamientos más amplios a fin de extender desde los mismos las tierras de cultivo. Otros debieron preferir una manera de vivir ajena al pastoreo y fueron los habitantes de nuevas comunidades aisladas, cuyas características más destacadas las encontramos en el registro arqueológico del 900 al 700 a.C. Gradualmente, este nuevo orden llegó a prevalecer y se concretó en la eclosión de la cultura griega, que tomó cuerpo a finales del siglo v i i i y posteriormente, y que supuso una territorialidad basada en las ciudadesestado de la Grecia histórica.
27. Véase Véa se un paralelo parcial con respecto al caso argumentado aquí, pero basado en la distribución de cerámica de cocina de un período griego mucho más antiguo, en T. W. Jacobsen, «Seasonal Pastoralism in Southern Greece: A Consideration of the Ecology of Neolithic Urfimis Pottery», en Pots and Potters, Potters, P. M. Rice, ed., Los Angeles, 1984, pp. 2743.
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¿A qué conducen los siguientes esfuerzos? La petición de que los arqueólogos de Grecia presten un mayor cuidado en las aproximaciones y discernimientos de la arqueología no clásica y al contrario, que los arqueólogos no clásicos reconozcan en su justa medida el potencial que el campo griego ofrece; la advertencia de la inconmensurable naturaleza de la arqueología verdadera y de la historia tradicional orientada a los acontecimientos; la llamada urgente para prestar una mayor atención a la arqueología del paisaje griego, a causa o incluso debido a la relativa negligencia de las fuentes antiguas en este campo; la sugerencia para explotar las oportunidades encaminadas a integrar los estudios históricos del arte antiguo con las evidencias arqueológicas o de otro tipo; el intento de aplicar diferentes métodos interpretativos a un episodio problemático y bien conocido del desarrollo de la civilización griega. Estos esfuerzos son, en mi opinión, algo más que sacar a la luz una serie de prejuicios personales. Todos ellos tienen en común el propósito de abogar por un cambio moderado, mediante el cual una disciplina particularmente conservadora podría modificar y extender sus perspectivas sin sacrificar la verdadera fuerza que había mantenido viva hasta ahora.
REFERENCIAS DE LAS ILUSTRACIONES (Las figuras 11, 12, 14, 21, 23, 24, 30, 46, 47, 52, 54, 62 y 64 fueron dibujadas de nuevo por John Parsons, Cartografía Eureka, Berkeley.) 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11.
A ltI Ith thaa ca (1927), lám. 10. W. Dörpfeld, Alt Ibid., anexo 22. Ibid., anexo 31. A. Mallwitz y W. Schiering, Olympische Forschungen, n.° 5 (1964), fig. 2, cortesía del profesor A. Mallwitz y del Instituto Arqueológico Alemán de Atenas. Ibid., lám. 64, cortesía del profesor W. Schiering y del Instituto Arqueológico Alemán de Atenas. A rchh ä o log lo g isc is c h e r A nzei nz eige ger, r, 1981, p. 448, W. D. Heilmeyer, Arc fig. fig. 4 (Dal Athen, neg. neg. 01.72 0 1.7264), 64), cortesía cortesía del del profesor profesor W .D. .D . Heilmeyer y del Instituto Arqueológico Alemán de Atenas. E. Buchner, Die Sonnenuhr des Augustus (1982), pp. 60 61, fig. 1, cortesía del profesor Edmund Buchner. Ibid., lám. 129, cortesía del profesor E. Buchner. Ibid., lám. 141, cortesía del profesor E. Buchner. Dibujado por Michael J . Moore a partir partir de D. J . Breez Br eeze, e, The Northen Northen Frontie Frontiers rs o f R om oman an Britain Britain,, 1982, p. 104, fig. 22, cortesía de David J. Breeze. Mapa que muestra muestr a los yacimientos yacimientos de algunas algunas colonias colonias griegas de Occidente seleccionadas.
REFERENCIAS DE LAS ILUSTRACIONES
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12. M. R. Popham, L. H. Sckett y P. G. Themelis, Lefkandi, vol. 1 (19791980), lám. 4, cortesía de Mervyn R. Popham. 13. 13. Cortesía de la City Gallery, Gallery , Manches M anchester, ter, Inglaterra. Ing laterra. 14. H. A. Forbes, «Strategies ans Soils: Technology, Production and Environment in The Peninsula of Methana, Greece» (tesis doctoral, Universidad de Pensilvania, 1982), p. 149, cortesía de Hamish A. Forbes. 15. Según W. Kiepert, Formae Orbis Antiqui (1906), lám. XIV. 16. Dibujo del autor. 17. Según N. Bergier, Histoire des grands de l’empire romain, vol. 2 (1728), segmento 5. 18. Dibujo del autor. 19. 19. Fotografía de J . L. L . Bintliff. 20. Fotografía de J . L. Bintliff. ic a l Surve Su rveyy in T h e M edit ed iter erra ra-21. J. F. Cherry, en A r c h a e o l o g ica nean Area, D. W. Rupp y D. Keller, eds., 1983, p. 410, fig. 1, cortesía de John F. Cherry. J o u r n a l o f F ield ie ld A r c h a e o 22. J . L. Bintliff Bin tliff y A. M. Snodgr Snodgrass ass,, Jo logy, 12 (1985), p. 126, fig. 1. J o u r n a l o f F ield ie ld A r c h a e o log lo g y , 12 (198 23. Jo (1 985) 5),, p. 128, fig. 2. 24. Dibujado Dibu jado según según Jo J o u r n a l o f F ield ie ld A A r c h a e o l o g y , 12 (1985), p. 137, fig. 12. J o u r n a l o f Fie F ield ld A r c h a e o log lo g y , 12 (1985), p. 138, 25. 26, 27, 28. Jo fig. 13; p. 140, fig. 16; p. 146, fig. 19; p. 148, fig. 22. J o u r n a l o f F ield ie ld A r c h a e o log lo g y , 12 (1985), p. 135, fig. 9. 29. Jo 30. Dibujado Dibu jado según según el mapa mapa del autor. autor. 31. 32, 33, 34. Fotografías Fotografía s del autor. autor. A B V , 198, 35. Boston 99.518, Pintor de Polifemo en Boston AB cortesía del Museo de Bellas Artes, Boston. 36. París, Cab. Méd. 190, Pintor del Jinete, cortesía de la Biblioteca Nacional de París. 37. 38. Antikenmuseum Bas B asel el und und Sammlung Sammlung Ludwig Ludwig inv. inv. n.° BS 498, Pintor Antimenes, cortesía del Antikenmuseum Basel und Sammlung Ludwig y profesora Margot Schmidt. 39. Paris, Louvre, A 517, fotografía del del Archivo Hirmer, cortecor tesía del Museo del Louvre, París. 40. París, Louvre, A 519, según E. Pottier, Vases antiques du Louvre , vol. 1 (1897), lám. 20.
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ARQUEOLOGÍA DE GRECIA
41. Copenhague NM 1628, fotografía del Museo Nacional de Copenhague. A spec ects ts o f D ea eath th in 42. Atenas NM 43120, E. T. Vermeule, Asp Early Greek Art and Poetry, 1979, p. 17, fig. 10, cortesía del Museo Nacional de Atenas. 43. Museo de Corinto, M. C. y C. A. Roebuck, Hesperia, 24 (1955), lám. 63, cortesía de la Escuela Americana de Estudios Clásicos. 44. Copenhague Copenhague 727, fotografía fotog rafía del Museo Nacional de Copenhague. 45. Atenas Ate nas,, Ágora Ág ora P 4885, dibujo dibujo copiado copiado del del orig original inal por Piet de Jong, cortesía de la Escuela Americana de Estudios Clásicos de Atenas. 46. Dibujo del autor. 47. C. W. Biegen, Prosymna (1937), plano 5. 48. Londres, British Museum 1899.219.1, B. Scheweitzer, Greek Geometrie Art, 1971, lám. 72, cortesía de Trustees of the British Museum. 49. Oxford 1938.1129 1938. 1129,, fotografía fotografía del del Ashmolean Ashmo lean Museum, OxOx ford. 50. Atenas Aten as NM 6209, fotografía del del Museo Museo Nacional. Nacional. History ry o f the Hell H elleni enicc 51. G. Phylaktopoulos y C. Bastías, Histo World, vol. 1, 1974, p. 271, cortesía de Ekdotikë Athinön S.A. 52. Dibujo según el autor, The Dark Ages of Greece, 1971, p. 366, fig. 113. 53. M. R. R . Popham Popham,, L. H. Sack S acketty etty P. G. Theme Themelis lis,, Lefkandi, vol. 1 (19791980), lám. 244, fotografía de Mervyn R. Popham. A ntiq iqui uity ty,, 56 54. Dibujo de M. R. Popham, actualizado de Ant (1982), p. 170, fig. 2, cortesía de Peter Calligas y Mervyn R. Popham. 55. W. Kraiker, Kerameikos, vol. 1 (1939), lám. 2, fotografía del Instituto Arqueológico Alemán de Atenas. 56. W. A. McDonald et. al., Excavations at Nichoria in Southwest Greece, vol. 3 (1983), p. 37, figs. 223, cortesía del profe profesor sor Will Willia iam m D . E . Cou Coulson lson.. 57. W.D. Heilmeyer, Frühgriechische Kunst, 1982, p. 98, fig. 82, cortesía del profesor W.D. Heilmeyer y Gebr. Mann Verlag, Berlín.
REFERENCIAS DE LAS ILUSTRACIONES
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58. W.D. Heilmeyer, Frühgriechische Kunst, 1982, p. 95, fig. 80, cortesía del profesor W.D. Heilmeyer y Gebr. Mann Verlag, Berlín. A M , 77 (1962), 59. Dibujo Dibu jo de de H .V. .V . Herrmann, Herrm ann, actual actualizad izadoo de AM p. 16, fig. 2, cortesía del profesor H.V. Herrmann. 60. E. L. Smithson, Hesperia , 37 (1968), lám. 27 n.° 23, cortesía del profesor E. L. Smithson y de la Escuela Americana de Estudios Clásicos de Atenas. 61. K. Kilian, Prähistorische Zeitschrift, 50 (1975), lám. 91, cortesía del profesor Klaus Kilian. A n tik ti k e Kunst Ku nst,, 24 (1981), p. 85, 62. L. Kashil, en C. Krause, An fig. 9, cortesía de Vereinigun der Freunde Antiker Kunst y de la profesora Lily Kahil. 63. W.D. Heilmeyer, Olympische Forschungen, n.° 12 (1979), lám. 94 (Dal. Athen, neg. 01.4441), cortesía del profesor W.D. Heilmeyer y del Instituto Arqueológico Alemán de Atenas. 64. Dibujo Dib ujo según original del autor.
ÍNDICE ALFABÉTICO absidales, construcciones, 201, 205, 221 Actor, hijos de, 175 agricultura, 83, 8889, 123, 128130, 134, 215216 Ahlberg, G., 164167 Akraiphnion (Beocia), 97 Älin, P., 60 Antedón (Beocia), 105 Antonino, muralla de, 6165 antropología, 22, 2627, 48 Aristóteles, 142 arqueología clásica, crítica de la, 1620, 2528, 3033, 3738, 48, 8182, 148150, 227; definición de, 1314, 1517, 49, 52; independencia de la, 1617, 2728; relación con la arqueología no clásica, 20 26, 48, 209; 209 ; relación con la historia, 48, 4980, 8183, 113, 146147, 226227; relación con los estudios clásicos, 1720 Arqueología, Nueva, 17, 2025, 28, 4546, 50, 113, 191, 212 arte, historia del, y arqueología clásica, 15, 17, 51, 148150 Ascra (Beocia), 9293 Asopo, río (Beocia), 9293 Atenas, tumbas en, 166167 Augusto, 41, 42, 47 Avieno, 72 Beazley, J. D., 13, 30, 161 n. 13 Beocia, 90106, 115147, 179, 210, 218 Bianchi Bandinelli, R., 149150 Binford, L. R., 47, 146, 197 y n. 2, 212 Bintliff, J. L., 114 Birrens (Escocia), 64
Boardman, J., 164 n. 15, 177 Breeze, D. J., 6264 Bretaña romana, 21, 6265, 81, 130 Buchner, E., 4147 Calame, C., 158 Calcis (Eubea), 104, 105 Carolina Artifact Pattern, Pattern, 2829 Cartago, 7375 Carter, J. M., 150 Castlecary (Escocia), 6465 cerámica: a mano, 221; ática, 151153, 155156, 160162; corintia, 6770; geométrica ática, 163175, 181186; laco nia, 157 Cerdeña, 5960 cíclopes, 157158 Circe, 153154 Citerón, Monte, 9193, 105 Clarke, D. L., 2123, 26, 28, 30, 54, 79, 187, 198, 204, 225 Cnoso (Creta), 5758; anillo del puerto de, 184186 Coldstream, J. N., 67 n. 16, 148 n. 17, 167, 168 colonia, definición de, 7175 colonización griega, 52, 6576 Collingwood, R. G., 82 convergentes y divergentes, intelectos, 23, 24, 150 150 Cook, J. M., 174 Copai (Beocia), 97 Copais, lago, 97, 98, 101, 119, 123 Courbin, P., 24, 213 Creusis (Beocia), 88, 9798
ÍNDICE ALFABÉTICO cronología, 5253, 5670, 76, 143, 164166 cultos heroicos en tumbas, 176178 Cherry, J. F., 118, 144 n. 11 Childe, V. G., 194
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Ginebra, 7980 Gombrich, E., 150 graneros, 60, 215216 Grecia, arqueología en, 109113; paisaje rural de, 83147; pa p a s s im ; supuesta degradación del medio ambiente desde la antigüedad, 8487, 107109
Davies, M. I., 161 despoblación, 201203, 210 «Dipilón, escudo», 167168 dorios, 60, 213 Dörpfeld, W., 3338, 4547, 82 Ducrey, P., 79
Halas (Beocia), 97 Haliartos (Beocia), 9899, 115, 121 «halo» (elemento de la prospección), 128, 132 Hammond, N. G. L., 206 Heilmeyer Heilmeyer,, W .D ., 40 n. 19, 19, 207, 222 222 n. n. edad del bronce egeo, arqueología de la, 26 21, 5661, 5661 , 123124, 187188, 194, 196; Helicaón, 160161 arte de la, 152, 155, 184186 Helicón, Monte, 99 Emborio (Quíos), 190, 207208 Hemeroskopeion (España), 7273 Eretria (Eubea), 76, 180, 208, 209, 219 Heráclides Creticus, 103105, 115, 136 220, 224 Heródoto, 188 escritura, sistemas de, 187, 190191, 198 hërOs, hërOs, significado de la palabra, 175181, 199, 204 189 Esparta, 208, 209 Hesiodo, 106, 137143, 175176, 182, 188, Estrabón, 101104, 131 215 estructuralismo, 151, 153162, 173174 hierro, introducción del, 187, 194, 204 Eubea, 7778, 178, 179 historia antigua, desarrollos de la, 4951, Evans, A. J., 57, 185 82, 105106, 146147 excavación, informes de la, 2728, 3031, Hoffmann, H., 149 η. 1 5253; limitaciones de la, 5256, 6365, Hölderlin, F., 84 81, 111113, 143147 Homero, 102103, 153, 158161, 176178, 180, 188, 215 Hope Simpson, R., 144 n. 11, 218 fenicios en España, 7273; en Sicilia, 73 Howe, T. P., 215 75 Hudson, L., 2324 Feras (Tesalia), 216, 224226 Hyettos (Beocia), 97, 134 n. 4 Fidias, 3941, 46 figuras dobles en el arte geométrico, 174 175 175 Finley, M. I., 106 Ilíada, Ilíada, la, 102, 161, 219 Fittschen, Κ., 183, 185186 inscripciones, 52, 63, 131, 135136, 141, focenses, colonias, 7173 191 Francis, E. D., 76 Isler, H.P., 164 n. 15, 174 n. 24 Frere, S. S., 64 Isocrates, 131 funerarias, prácticas, 201203, 205 ítaca, 33, 46 Furtwängler, A., 30 Gela (Sicilia), 6668 geométrico, arte, 163175, 181186
Jac Ja c o b , C ., 99 Jon Jo n es, es , G ., 221222 221 222
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ARQUEOLOGÍA DE GRECIA
Kahane, P., 179 Kannicht, R., 164 η. 15, 173174, 177 η. 30 Karphi (Creta), 189 Kavousi (Creta), 189 Kenna, V. E. G., 184185 Kilian, Κ., 5960, 216217 Kirsten, E., 221 Koukounaries (Paros), 189190, 208 Kunze, E., 39, 42, 4547 Larymna (Beocia), 97 Lattimore, 0., 212 Leagros, general, 76 Leake, W. M., 9395, 140 Lefkandi (Eubea), 7779, 178, 180, 190, 195, 199201, 206, 214, 220224 Leucas, 3237, 82 LéviStrauss, C., 151, 153 Lineal B, textos, 191, 199, 215 Mainake (España), 7173 Menidhi (Ática), 179 Mesene, 208209 Mesenia, 112 Meuli, K., 213215 Micenas, 5860 minoico, arte, 152, 184186 monedas, 52, 63 Motya (Sicilia), 7375 Muhly, J. D., 112113 Mykalessos (Beocia), 5556, 96 Myres, J. L., 65, 152 n. 6 Nagy, G., 177, 182 narrativo, arte, 142175, 181186 Neoptolemo, 160162 New Kilpatrick (Escocia), 64 Nichoria (Mesenia), 112114, 190, 206, 219224, 226 Niemeye Niemeyer, r, H .G ., 7275 7275 Nilsson, M. P., 185, 218219 Norteamérica, arqueología en, 21, 2829 ocupación estacional de yacimientos, 145 212, 219221
Odisea, Odisea, 3337, 153, 157160 Olimpia, Juegos Olímpicos, 35, 3841, 46, 179, 213214, 222224 Olinto, 29 Olmones (Beocia), 97 Olunte (Creta), 209 Onchestos (Beocia), 9799, 103, 119, 135 137 Panagia (Creta), 209 Panormos (Sicilia), 7375 particularismo en arqueología, 47, 53 pastoreo, 210226 Pausanias, 55, 90104, 131, 135136, 141, 142, 160, 162 Payne, H. G. G., 67, 70 Persson, A. W., 13, 152, 185 Pfister, F., 104, 137 n. 7 Platea (Beocia), 9194, 105 Platón, citas, 82, 86, 133 Plutarco, citas, 142 Polibio, citas, 131 Polifemo, véase véase cíclopes prospección arqueológica, 113115, 122 147, 209 pr o thes th esis is,, 164166, 170 PseudoDikaiarchos, véase véase Heráclides Creticus Rackham, O., 8487 Renfrew, C., 28 Rohde, E., 176, 178, 182 Roma, reloj de sol de Augusto en, 4147 Sabloff, J., 23 Sakellariou, M. B., 221 Sarkady, J., 217218 Schächter, A., 135136 Schefold, Κ., 160 η. 12, 161 η. 13 Schiering, W., 39 η. 18 Schliemann, H., 34 Selinunte (Sicilia), 6871 Sicilia, 6668, 7275 sinóptico, método narrativo, 152153, 155158, 162163, 169170, 173 Skolos (Beocia), 9293
ÍNDICE ALFABÉTICO Sófocles, citas, 8889 Soloeis (Sicilia), 7375 South, S., 2829, 47 Tabla Peutingeriana, Peutingeriana, 99101 Tanagra (Beocia), 104105 Tebas (Beocia), 5758, 92, 9697, 105, 122 TellelAmama (Egipto), 5758 Tenería, llanura (Beocia), 135136 terremotos, 59 Tespias (Beocia), 9798, 105, U5, 121 122, 133, 134 n. 4, 137, 218 Teumessos (Beocia), 96 Thera, 113 tierras, abandono de, 225; fragmentación de, 8889, 133 Tifas (Beocia), 98 Tirinto (Argólida), 5860, 185 Tisbe (Beocia), 98, 99, 134 n. 4 trabajos y los días, Los, Los, 106, 142143, 175, 182, 215 trashumancia, 211, 226 Tucídides, 55, 6674 Valle de las Musas (Beocia), 119, 123, 137141
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Vathy Limenari (Donoussa), 189190, 208 Vermeule, E. T., 13 Vickers, M., 76 Vitsa Zagoriou (Epiro), 220, 224, 226 Vranesi (Beocia), 209 Vrokastro (Creta), 189 Vroulia (Rodas), 190, 207208 Wace, A. J. B., 60 Wallace, P. W., 102 West, M. L., 176 Xobourgo (Tenos), 189, 208 «yacimiento», definición de, en prospección, 117118, 125128, interpretación de, 125, 128131, 132135, 144 145 Yolco (Tesalia), 222, 224 Younger, J. G., 186 η. 38 Zagora (Andros), 190, 208
ÍNDICE Agradecimient Agrade cimientos os ...................................................................... ...................................................................... Abreviaturas Abrev iaturas ......................................................................... ............................................................................. .... P r ó l o g o .......................................................................................
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................................................ .............. La salud de una disciplina .................................. ................................................... .................................. ................. A r q u e o log lo g ía e hist hi stor oria ia E l paisaje pa isaje rural rural de la Grecia antig antigua ua .................. .................. E l paisa je rural rural de la Grecia actual actual
15 49 81
1. 2. 3. 4.
prim eras escenas con figuras d el arte griego . . . 5. L as primeras .......................................... ..................................... ..... 6. El hierro antiguo en Grecia Referen Refe rencias cias de las las ilustraciones ilustraciones .......................................... .................................... ...... índice alfabético .................................................................. .................................... ..............................
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107 107 148 148 187 187 228 232