P. Amedeo Cencini, FDCC
El camino del Espíritu en la vida consagrada: desde la mediación formativa de la formación inicial hasta las muchas mediaciones de la formación permanente
Introducción 1- Formación y consagración: algunas aclaraciones 1.1- La idea en general 1.2- La docibilitas, condición personal fundamental 2 - Formación inicial: única mediación formativa 2.1- Mediación que educa 2.2- Mediación que forma 2.3- Mediación que acompaña 3- Formación permanente: muchas mediaciones formativas 3.1- “Con espíritu y verdad” (la oración educa) 3.1.1- Verdad del yo actual 3.1.2- Verdad del yo ideal 3.2- “Pan partido y sangre derramada” (la oración forma) 3.2.1- La oración, alma del apostolado 3.2.2- El apostolado, alma de la oración 3.3- “Todas mis ansias están en tu presencia” (la oración acompaña) 3.3.1- La docibilitas del corazón orante 3.3.2- Liturgia de las Horas y misterio del tiempo 2.3.3- ¿Miedo a la intimidad? (o bien, cuando no se tiene nada que decir a Dios ...)
Introducción
Creo necesario enfocar bien el contenido y el particular ángulo de visión de nuestro encuentro. En efecto, nuestra conferencia no quiere ser una mera conferencia sobre la dirección espiritual (DE), sino, si acaso, una reflexión sobre aquel camino del y en el Espíritu que evidentemente abraza la vida entera y que comienza en el período de la formación inicial a la vida consagrada (VC), en el momento en que la persona se deja educar-formar-acompañar por un hermano/hermana mayor a lo largo de los caminos del Espíritu, para percatarse de a dónde la está llevando Dios (por tanto, su propia verdad), qué se opone en ella a la invitación de Dios y llegar a tomar una opción libre y responsable.
Esa experiencia articulada debería poner a la persona misma en condiciones de continuar su educación-formación-acompañamiento durante toda la vida, liberándola de cuanto en ella “no quiere” (o no puede) dejarse educar, o por su indisponibilidad formativa, o por el miedo a dejarse acompañar (la non docibilitas, o indocibilitas). Sobre todo, debería permitirle acoger las mediaciones – idealmente, todas - educativo-formativas de la vida de siempre, como ocasión cotidiana y preciosa de crecimiento. es Nos interesa principalmente este empalme, y no tanto el hablar de la DE en sí misma. Empalme que es el punto central, y débil, de la formación permanente (FP). Comenzamos, pues, aclarando, por si acaso fuera necesario, el auténtico concepto de FP. 1- Formación y consagración: algunas aclaraciones 1
Nuestra vida o es FP, o es frustración permanente, como bien sabemos por desgracia. Sin FP va en onda el proceso contrario: la de-formación permanente, con todos los fenómenos consiguientes de cansancio, repetitividad, desaliño, dejadez general, inercia, mezquindad, jubilación precoz, pérdida de toda credibilidad, ineficacia apostólica, ... (cf. 22-23). Pero nuestra FP es también un derecho de la gente a la que somos enviados (49). 1.1- La idea en general
La FP es aquel camino de educación-formación-acompañamiento progresivo y cotidiano, llevado adelante en el propio contexto habitual de vida, con los instrumentos y las “herramientas” de la existencia de cada día, gracias a las personas que están a mi lado (que yo no he elegido y que no me han elegido). Ellas son, rigurosamente hablando, mis “maestras de formación”, o las mediaciones formativas a través de las cuales el Padre plasma en mí los sentimientos del Hijo, o es la comunidad el lugar donde Dios me ha puesto y donde me hace crecer, donde sigue alcanzándome con sus dones e incluso con sus provocaciones. Hablamos de la comunidad ante todo religiosa; pero también, si bien en un nivel ulterior aunque siempre real, de la comunidad civil, eclesial, donde me encuentro ejerciendo el apostolado (45). Conlleva, pues, aquella constante disponibilidad para aprender (=docibilitas) que se expresa en un conjunto de actividades ordinarias, y hasta extraordinarias, de vigilancia y discernimiento, de ascesis y oración, de estudio y apostolado, de comprobación personal y comunitaria, etc., que ayudan cotidianamente a madurar en la identidad creyente y en la fidelidad creativa a la propia vocación en las diversas circunstancias y fases de la vida. Hasta el último día.
La FP es exactamente este proceso humano-divino en acto; es el sujeto que de hecho se deja provocar y plasmar por la existencia de todos los días, no simplemente en las ocasiones especiales y a través de intervenciones excepcionales, sino a través de los que podríamos denominar “instrumentos (o agentes) cotidianos” de la FP misma, desde las mediaciones más humildes y ordinarias hasta aquellas más intrínseca y explícitamente formativas: la relación con Dios y con los hermanos, la Palabra-del-día y las palabras de todo día, la parroquia y el ambiente de trabajo, la comunidad religiosa y la gente de todo tipo, los acontecimientos y hasta los incidentes, los superiores y la gente humilde, los signos de los tiempos y el carisma del Instituto, lo cotidiano más ordinario y aun los imprevistos, etc. 2
Por tanto, la FP: - no es lo que viene después, sino lo que viene antes,
es regazo, idea-madre (25), comienza mientras el sujeto va adquiriendo aquella disponibilidad para aprender de la vida y de los demás. - no es proyecto humano (más o menos soportado), sino obra del Padre
por consiguiente, gracia que en la vida y a través de la vida consagrada forma el corazón del Hijo-Siervo (27.14), gracia ya presente en la vocación, que es una llamada cotidiana (“matutina”), en la Palabra-del-día, en la Eucaristía-del-día, en la Liturgia y en el año litúrgico, en algo que el Padre-Dios pone ya en acto continuamente para mí. Por lo cual la formación inicial prepara para la consagración; pero es la FP la que forma al consagrado (29-30); - no es realidad extraordinaria ni eventual, sino ordinaria y cotidiana
gestionada a través de las cosas y las personas que viven a mi lado, santas y no tan santas (cf. 87 nota 9), y que, en todo caso, son mediación, por misteriosa que sea, de la acción formativa del Padre, a través del horario y las ocupaciones y las rupturas de siempre. La FP es don ya dado (37-38). ¡”Todo es gracia” porque todo es FP! - no es realidad universal ni dada por supuesto, sino fruto de la decisión del individuo
la formación es permanente sólo y cuando la persona ha dado una perspectiva definitiva o consumada a su propia vida y a partir de ese momento; no necesariamente cuando ha terminado ni porque se ha concluido la fase denominada inicial. Cuando el consagrado toma en su corazón la decisión de seguir al Señor, ya en aquel mismo momento y sólo desde aquel momento inicia y se hace realidad la FP. Por este motivo, para alguno la FP ha comenzado muy pronto, para otros no ha comenzado nunca. - no está terminada jamás, porque en nosotros hay siempre una parte del yo menos “docible”
De hecho, nadie es entera e interiormente libre de dejarse formar durante toda la vida; hay en cada uno de nosotros una parte, un aspecto, alguna faceta del yo, una tendencia o una pulsión instintiva, una actitud o una espera inconsciente ... que queda o corre el riesgo de quedar fuera de este camino, donde somos rígidos, cerrados, no aceptamos provocaciones, y que nos vuelve sordos y mudos e insensibles ante la realidad externa (y a la Palabra misma de Dios), como una especie de zona anestesiada o paralizada que ya no responde. A veces, por desgracia, no está circunscrita a sí misma, sino que, como una célula cancerígena, tiende a extenderse e infectar el resto de nuestro mundo interior. Es menester mucha atención y vigilancia en ese sentido. La FP es, sobre todo, cura de esta área. Esta “zona salvaje” -
normalmente es menos conocida, menos conocible en sus consecuencias (en ese sentido, no está e-ducada ),
-
no ha recibido y no está disponible para asumir como norma de vida la forma de los sentimientos del Hijo (en ese sentido, no está formada ),
-
ni sabe aprovecharse de las diversas mediaciones de la vida, no es libre para dejarse condicionar, instruir y llevar por ellas (en ese sentido, no se deja acompañar ).
1.2- La docibilitas, condición personal fundamental
Si es gracia, es preciso tener una actitud correspondiente (como ocurre siempre en lo tocante a la gracia), una disposición pertinente, humilde, aguda, flexible, receptiva, emprendedora, o sea, la docibilitas3, dado que de ninguna manera hemos dicho que “errando se aprende”. Una actitud de ese tipo debería ser objeto de atención en la primera formación y fruto de la misma. En cierto modo, es más bien el punto de encuentro entre formación inicial y permanente, en torno al cual gira todo nuestro razonamiento y que, de hecho, posibilita continuar la formación de la persona durante toda la vida. Pues es lo que lo hace libre de dejarse tocar-educar por la vida, por los demás, por toda situación existencial, y de aprender de la vida y de la experiencia (cosa que de ningún modo hay que dar por descontada); docibilitas que no es sólo docilitas, porque es aquella inteligencia del espíritu que conlleva algunos factores precisos, además de la acogida “dócil”, obediente y una pizca pasiva, a saber: -
la plena implicación activa y responsable de la persona, primera protagonista del proceso educativo;
-
una actitud fundamentalmente positiva en relación con la realidad: de reconciliación y gratitud hacia la propia historia personal y de confianza hacia los demás, porque de hecho la vida y los demás me han formado, mi formación no es un hecho autónomo, nadie se-ha-hecho-por-sí-solo;
-
la libertad interior y el deseo inteligente de dejarse instruir por cualquier fragmento de verdad y belleza del entorno, gozando de lo que es verdadero y hermoso;
-
la capacidad de relación con la alteridad , de interacción fecunda, activa y pasiva con la realidad objetiva, ajena y diversa respecto al yo, hasta dejarse formar por ella.
Estas actitudes ponen al sujeto en condiciones de “aprender a aprender”, o sea, de vivir en perenne estado de formación durante toda la existencia. Precisamente este constante estado interior de libertad para aprender en la vida y de la vida es el punto de llegada de la formación inicial; y precisamente en ese punto la formación inicial se “abre” a la formación continua y se suelda con ella. 2 - Formación inicial: única mediación formativa
Así, pues, vamos a intentar hacer ver cómo la primera formación habría de crear un cierto habitus , entrenando al joven en recorrer recorridos precisos, que son como procesos pedagógicos, conexos con las clásicas articulaciones de educar-formar-acompañar , y que habrían
de continuar después durante toda la vida, si bien con modalidades diversas. Digamos de inmediato que tales mediaciones suponen, por su propia naturaleza, una relación explícita, metódica y regulada por leyes precisas, con un hermano/hermana mayor, en la fe y en el discipulado. 2.1- Mediación que educa 4
La primera mediación es la de educar, en el sentido de e-ducere , sacar o e-vocar la verdad de la persona, lo que ella es, a nivel consciente e inconsciente, con su historia y sus heridas, sus dotes y sus debilidades, para que pueda conocerse y realizarse del mejor modo según sus posibilidades. 5 Por tanto, es una intervención directa sobre el yo actual del individuo. Y ha de preceder absolutamente a la formación verdadera y propia: si antes no se descubre la verdad y no se provee a liberar al sujeto de cuanto le impide realizarse en la verdad del yo, la sucesiva intervención formativa no surtirá efecto.
Educar, en ese sentido, es típico del Padre-creador, que creando educe, saca las cosas del caos y las criaturas de la nada, para dar orden y transmitir vida; o bien Dios Padre es de nuevo el modelo de este proceso pedagógico cuando educa a su pueblo, sacándolo de la esclavitud de Egipto con mano poderosa y brazo extendido, atrayéndolo hacia Sí con ataduras de bondad y ternura, pero también reprochándole y corrigiéndole como hace un padre con su hijo (cf. Dt 1,31; 6,21; 9,26). En este caso, educar significa siempre participación en la acción creativa y constructiva de Dios; es algo que regularmente se extiende en tiempos largos; significa dejarse escudriñar continuamente por su ojo y su palabra; o la valentía constante de sacar a la luz la propia verdad, sin contentarse con la sinceridad. Así, pues, será importante que la primera formación sugiera un método que permita vigilarse a sí mismo, de modo inteligente y agudo, para llegar a discernir la presencia de inmadureces y, sobre todo, a identificar con precisión el personal conflicto central . No basta, pues, con aprender a observar el comportamiento externo , ni contentarse con lo que se descubre dentro de sí. En verdad se deja educar sólo quien sabe percibir, además de la conducta observable y de las costumbres, sus actitudes, o sea, sus predisposiciones para obrar o sus estilos de vida, listos para su uso como un esquema fijo (por ejemplo, cómo reacciona cuando se le ofende, o sus criterios para enjuiciar, sus gustos y, en definitiva, su conciencia); para pasar a continuación a los sentimientos , a la identificación de lo que siente en las diversas circunstancias de la vida (por ejemplo, no basta con que perdone, es menester ver qué siente dentro de sí hacia el otro); y finalmente llegar a las motivaciones , a la tentativa – con otras palabras – de pasar del qué he hecho (=comportamientos) al cómo he obrado (=actitudes y, en parte, sentimientos), para comprender por fin por qué y por quién he actuado, cuál es la raíz del sentir y del obrar, de ciertas decisiones o de la opción vocacional misma (¿el amor de Dios u otros objetivos?, ¿el abandono en las manos de Dios o la pretensión de autogestionarse, o miedos varios? ...). Tales operaciones tienden a descubrir la así denominada inconsistencia (o inmadurez) central que, cuando es inconsciente, se coloca en el centro de la vida psíquica y desde allí “chupa” como un extractor una notable cantidad de energía; es indispensable saber reconocerla cuanto antes, para intervenir tempestivamente y no perder tiempo y energías preciosas, e impedir que el problema se haga crónico e insoluble creando en la persona una especie de sordomudez que le impide no sólo comunicarse, sino valerse asimismo de las numerosas ocasiones que ofrece la vida para seguir en el camino del conocimiento de sí mismo, empresa por su propia naturaleza jamás terminada. O, aún más, la inconsistencia es o crea una especie de equívoco de fondo , confunde y distorsiona el juicio de la mente y del corazón, burla al individuo y lo impele a buscar su bien y su felicidad allí donde no podrá encontrar ni el uno ni la otra. Es un equívoco que causa un increíble desperdicio de energías, y también de punzantes desilusiones. Una buena educación es siempre preventiva; pero es igualmente la que pone al joven cada vez más en condiciones de “obrar por sí mismo”, proponiéndole un método gracias al cual aprenda, y continúe después, a conocerse y a descifrar sus estados de ánimo, a no contarse mentiras y a comprender de dónde provienen sus problemas, sus miedos y defensas, sus distorsiones perceptivas y expectativas no realistas. Aquí comienza y recomienza siempre, desde el principio, la libertad de la persona: ¡desde el pesado trabajo de decirse la verdad! Podríamos afirmar que es el método inteligente y humilde del examen de conciencia, o del examen de la conciencia ... No se pretende – precisemos, pues – que la primera formación cancele todas las inconsistencias del sujeto, sino que le ayude a precisarlas, a ponerse frente a ellas con sentido de responsabilidad , para encontrar el camino que le permita ser cada vez menos dependiente de las mismas, e impedir – en especial – que falseen su relación consigo mismo, con los demás, con Dios y su palabra. Si no se produce este desbloqueo interior en el período de la formación inicial, será muy difícil que el sujeto esté disponible para aprender o para dejarse formar, o “docible”, en las fases sucesivas de la vida. Porque algo que no conoce y que, sin embargo, le vive dentro, condiciona su ser en todos los niveles: desde amar a decidir, desde percibir gozos y esfuerzos a interpretar nerviosismos y temores. El sujeto podrá, asimismo, hacer muchas experiencias y tejer una infinidad de relaciones, poseer una cierta cultura y tener un cierto número de oportunidades que disfrutar, etc.; pero, si no se conoce suficientemente, de modo especial en sus propias inmadureces y en las consecuencias, es como si estuviera bloqueado por dentro, “trabado” de forma inextricable en torno a ellas. Efectivamente, la inconsistencia crea un modo correlativo de
ver las cosas y de gestionar los acontecimientos, hace brotar atracciones y repulsiones, orienta la sensibilidad y la conciencia misma; al límite, nos vuelve ciegos y sordos, o excesivamente susceptibles y malpensados6 ... Y, naturalmente, aleja cada vez más de la verdad sobre uno mismo, impidiendo a la persona aprovechar las oportunidades de los demás y de la relación interpersonal para llevar adelante su camino educativo hacia la verdad. Por ejemplo, ante una maledicencia o una ofensa contra él, esa persona reaccionará sintiéndose ofendida y resentida, vengándose o haciéndose la víctima; pero, en todo caso, sin tener la valentía y la libertad de descubrir la verdad, quizás parcial, de aquel contenido. Quien ha aprendido a conocerse en su verdad aprovecha también las situaciones penosas (maledicencias, fracasos, malogros, problemas relacionales ... y reacciones subjetivas a estas situaciones) para proseguir en esta peregrinación hacia la raíz del yo. Pero hay otro objetivo importantísimo hacia el que debe tender la primera educación y que forma parte siempre de aquel método saludable que la persona ha de poseer: el de aprender a vivir la consciencia de las propias debilidades frente a Dios y a la cruz del Hijo . Esas debilidades son instrumento misterioso mediante el cual encuentra y experimenta la misericordia divina y supera y abandona la pretensión de merecerse el amor divino; y, aprendiendo a reconocer y aceptar su fragilidad, comprende y acepta también las debilidades ajenas. La primera educación no tiende a crear superhombres del espíritu, sino individuos que, como Pablo, tienen la valentía de descender a los infiernos y detectar la raíz de sus males, llegan a experimentar la impotencia ante ellos y, precisamente en esta debilidad aceptada y vivida ante la cruz del Hijo, experimentan una radical liberación, la del narcisismo invasivo. Por consiguiente, en esta fase educar significa educar en el descubrimiento de sí y en la aceptación del otro; es pasar de la sinceridad a la verdad . Es educación en la oración “con espíritu y verdad” (Jn 4,24): en la oración como lugar ideal donde esta verdad de sí mismo resuena ante la verdad de Dios, donde el creyente puede escuchar y contar a Dios “toda la verdad” (como la hemorroísa cuando se vio descubierta) y, al verse acogido, puede abrirse – a su vez – a la acogida del otro y de su entera verdad. 2.2- Mediación que forma
No basta educar; también hay que formar, proponer un modelo preciso, como un nuevo modo de ser o una “forma” que constituye la nueva identidad del consagrado, lo que está llamado a ser, su yo ideal . Esa forma está constituida por la vida del Hijo, por su pasión por el Reino, por el Padre, por la humanidad entera, por sus sentimientos. Pero una auténtica forma de vida se transforma también en norma, se encarna en normas precisas y concretas, no se detiene simplemente en el plano ideal o emotivo, sino que dicta después un correlativo estilo existencial, una regula vitae, un ordo que da linealidad y coherencia a la persona y a sus actividades. Una forma que no se hace norma, corre el riesgo de quedarse aérea e insignificante; una norma que no se inspira en una forma, carece de alma y genera legalismo y moralismo. En el camino inicial formativo es, pues, importante ser precisos y no confundir los horizontes: la VC no tiende a la autorrealización, como si el primero y único mandamiento fuera el de afirmarse en la vida, quizá compitiendo y perjudicando a los demás, y sin novedad alguna para un yo destinado a repetirse hasta el infinito. El proyecto de consagración tiende a una superación de lo humano que, mientras llama al individuo al nivel más alto de sus propias posibilidades, le da también tantísimas cosas; lo atrae porque es fuente de su verdad, mientras que le propone un camino liberador (y, sin embargo, penoso) de conversión. 7 Así, si el educar es evocativo de la verdad del hombre, el formar comporta una pro-vocación de lo humano, una proposición que, precisamente porque pide dar el máximo de sí mismo, desvela finalmente aquello de que es capaz el individuo. En todo caso, una auténtica actividad formativa tiene efectos rompedores: es novedad que sorprende y a veces asusta, crea nuevas expectativas y solicitaciones, conlleva tensión e incluso insatisfacción, pide cambiar las costumbres y los viejos estilos de vida, desplaza hacia adelante el equilibrio de la persona en dirección a horizontes insospechados, abre una nueva fase de vida, pero solicita también resistencias y defensas ... Si educar es roturar el terreno, formar es inyectar en él la vitalidad de la semilla, como fuerza prorrumpiente y portadora de vida nueva; aquella semilla que cae en tierra, muere y fructifica.
Aún más, si el educar corresponde al Padre, el formar parece ser actividad principal del Hijo, obviamente sin ninguna rígida y exclusiva atribución. En efecto, el modelo típico de la VC, como hemos indicado ya, son “los sentimientos del Hijo”; por consiguiente, ¿quién mejor que el Señor Jesús puede llevar adelante esta paciente obra de formación en el corazón del joven consagrado? Es muy importante – no sólo sugestivo – sentir así la relación con Cristo, el verdadero (padre) Maestro de la vida, el camino, la verdad y la vida, el único que de veras puede transmitir y “plantar” en el corazón su sentir, hacer vibrar con su amor, volver contagiosa su pasión por el Reino ... Si Él y sus sentimientos son el objetivo final de la formación, sólo Él podrá ser el alfarero del que habla el profeta Jeremías, que trabaja con infinita y testaruda paciencia con su arcilla y la trabaja y la cincela, la modifica y perfecciona, la corrige y embellece ... hasta volverla “como mejor le parece” (Jer 18,4); “Señor, ... nosotros la arcilla y tú el alfarero” (Is 64,7). Punto crucial del camino formativo es el momento en que el consagrado reconoce en Cristo su propia identidad . La verdad-belleza-bondad del valor llegan a ser entonces progresivamente la verdad-belleza-bondad del sujeto; los sentimientos de Cristo se convierten cada vez más en los sentimientos del joven. Es el punto neurálgico de todo el proceso pedagógico, que hay que vivirlo con la totalidad de las fuerzas psíquicas: con el corazón para que se enamore de Dios, con la mente para que lo contemple, con la voluntad para que aprenda a desear sus deseos. Por un camino que deberá continuar toda la vida, pero que difícilmente podrá darse después si la chispa no ha saltado en la primera formación. En concreto, se tratará de reanudar el camino desde el punto aquel a donde había llegado la acción educativa, desde aquel equívoco de fondo o desde aquella inconsistencia que daba a la vida una orientación errada e ilusoria; con el proceso formativo la persona debería sustituir lentamente el equívoco con una nueva opción de fondo, ahora modelada sobre la decisión de seguir al Señor Jesús y su pascua de muerte y resurrección. Es como un camino de nueva subida partiendo desde el nuevo centro, que es la cruz de Jesús, que imprime una nueva forma a motivaciones, sentimientos, actitudes, comportamientos. Es el nacimiento y crecimiento del hombre nuevo. La formación, concebida así, es de veras libertad que nace de la verdad: libertad de dejarse atraer por la hermosura del Hijo y de sus sentimientos; una libertad, pues, que penetra en la mística; y, además, libertad de dejarse plasmar por el Espíritu del Padre; y, por consiguiente, libertad que se vuelve ascética. El consagrado es un esteta de lo divino, hasta el punto de saberlo diseñar en lo humano, incluso en aquella realidad tan humana como son los sentimientos. 2.3- Mediación que acompaña
Finalmente, la tercera articulación, que en cierto modo representa el estilo pedagógico general. El educador-formador de quien hemos hablado es un hermano mayor, mayor en la experiencia existencial y en el discipulado, que se pone al lado de un hermano menor para compartir con él un trecho de camino y de vida, a fin de que éste pueda conocerse mejor a sí mismo y el don de Dios, y decidir responderle en libertad y responsabilidad 8. La faceta del yo que aquí se convierte en objeto específico de atención es el yo relacional. El acompañamiento es el estilo de Emaús, icono de todo acompañamiento en la fe. Pero, sobre todo, es el estilo del Espíritu Santo, el “dulce huésped del alma”, la compañía de Dios en nosotros, el iconógrafo interior que plasma con fantasía infinita el rostro de cada uno según la imagen de Jesús. “Su presencia está siempre al lado de todo hombre y mujer, para plasmar y modelar tal identidad exactamente según el modelo del amor divino. Este ‘troquel divino’ el Espíritu santificador intenta reproducirlo en cada uno, como paciente artífice de nuestras almas y ‘consolador perfecto’” 9. Es fundamental, pues, que el joven sienta al Espíritu como a su amigo fiel, como memoria de Jesús y de su Palabra, como a aquél que lo conducirá al pleno descubrimiento de la verdad y a la sabiduría del corazón, como guía con la mirada celosa sobre Jesús y sobre los llamados para hacer de ellos sus testigos. La consciencia y el gusto de la “compañía” del Espíritu harán al joven consagrado cada vez más disponible para hacerse acompañar por un hermano mayor, sin pretender que sea perfecto. Quien se confía al Espíritu se fía también de sus mediaciones; quien ha aprendido a entregarse al
Espíritu no teme – hoy que es joven – compartir un trecho de su historia, encomendándola a las manos de un hermano mayor. Mañana, cuando será más anciano, aceptará que otro lo lleve a donde él no sabe, que otro lo ciña ... Así, pues, confianza, abandono, entrega de sí se transforman en las virtudes típicas, como el fruto de esta intervención pedagógica. Desde el punto de vista ... “agrario”, después de la roturación del terreno (=educación) y de la siembra de la buena semilla (=formación), el acompañamiento implica todas aquellas atenciones que el buen campesino dedica y reserva a la pequeña planta que está a punto de crecer; concretamente está a su lado, en cierto modo la ve florecer lentamente, como si su mirada favoreciera su crecimiento, la cuida y la protege. Las características esenciales del acompañamiento como método pedagógico son tres: -
La primera la da el compartir realmente, físicamente, la vida . Para observar la conducta y remontarse desde ésta a las actitudes y después a los sentimientos y motivaciones, es indispensable vivir en contacto con la persona, con una atención inteligente. La vida cotidiana, y la convivencia, son la mejor fuente de información para conocer a un individuo; poder detectar ciertos matices comportamentales - como reacciones, simpatías, antipatías, emociones, depresiones, costumbres, bromas, intolerancias, olvidos, nerviosismos, preferencias, extrañezas, etc. – permite tener un cuadro relativamente completo y así poder llegar más fácilmente a la identificación de la situación general y de la inconsistencia central.
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La segunda condición es la competencia-preparación del educador-formador que, si quiere de veras acompañar a un hermano a lo largo de los caminos del Espíritu, debe aunar la sabiduría espiritual con el conocimiento del corazón humano o de las leyes del desarrollo psicológico. En resumen, todo lo que le permita intervenir no sólo para indicar el punto de llegada, sino para detectar la verdad del individuo, a nivel consciente e inconsciente, para sugerir un método de solución de sus problemas y ayudarle a dejarse formar por la acción del Espíritu, superando resistencias y miedos. Una competencia como ésta puede ser fruto solamente de un camino regular y sistemático de formación del formador. No es la competencia del psicólogo, sino del hombre espiritual que, precisamente por ser tal, echa mano también de las ciencias humanas para disponer el corazón a acoger al Espíritu.
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Finalmente, el elemento quizá más peculiar y original del concepto de acompañamiento. Por el latín medieval sabemos que este término proviene de cum panio, que sería “el que tiene el pan en común” 10. Acompañar a un joven hacia la consagración no significa simplemente dar una dirección (espiritual) a su vida o, en todo caso, ofrecer únicamente enseñanzas o establecer una relación que va en una sola dirección; sino que quiere decir también hacer o celebrar juntos una experiencia, que será siempre nueva e inédita en cuanto que es experiencia de Dios, entre dos personas que han hecho y están haciendo un camino hacia Él. Esencialmente, acompañar quiere decir compartir , y compartir algo vital como “el pan del camino”, o sea la propia fe, la memoria de Dios, la experiencia de la lucha, de la búsqueda, del amor a Él ... No estamos diciendo que el formador deba desvelar necesariamente su intimidad, como si la relación de acompañamiento fuera sólo de tipo amistoso; sino que, en todo caso, debe ser consciente de la inevitable implicación personal de su camino de creyente, para aceptar estar cercano a aquel a quien acompaña y compartir con él cuanto él mismo ha experimentado ya como importante para encontrar a Dios y dejarse amar por Él. Un formador jamás es tan convincente como cuando sabe confesar su fe; entonces no sólo educa la fe del joven, sino que en cierto modo entra en el interior de aquel mismo camino para hacer una experiencia nueva de Dios y dejarse él mismo formar por ella. Hermano mayor y hermano menor, ambos acompañados por el Espíritu de Dios, el único formador. La suya no es simple amistad, sino amistad o compañía en el Espíritu11.
Llegados aquí, se puede decir en verdad que, acompañando a un joven a lo largo de los caminos del Espíritu, el formador lleva adelante su formación permanente.
3- Formación permanente: muchas mediaciones formativas
No es verdad siempre y necesariamente que “la experiencia enseña”, o que errando o, sin más, “pecando se aprende” (“peccando s’impara”) 12, o que “la historia es maestra de la vida”, o que “uno tiene el derecho de cometer sus errores” y otras parecidas sublimes amenidades; hay tanta gente adulta que siempre repite impertérrita los mismos errores (de los que echa regularmente la culpa a los demás) o que confunde la madurez con un título de estudio o con el fruto natural de la ancianidad; en cuanto a la historia, se ha dicho también que lo único que enseña es que algunos o quizá muchos no aprenden jamás nada de ella; y es verdad que hay que respetar el derecho de cada cual a cometer sus equivocaciones, pero aún más digno sería ayudarle a reconocerlo y, en lo posible, a evitarlos ... Si la primera formación no propone un método con el que conocerse y comenzar a liberarse o al menos liberar la percepción, la FP es sólo academia y apariencia, y, en último extremo, forzamiento (por parte de quien debe organizarla) y ficción (por parte de quien la soporta). Pero si la primera educación-formación-acompañamiento ofrecen un auténtico recorrido de conocimiento de sí y de liberación de los propios conflictos, entonces la vida entera se convierte en un recorrido de educación-formación-acompañamiento progresivo y el individuo puede trabajar sobre su propia disponibilidad formativa. Gracias a ésta, toda circunstancia de la vida (personas, compromisos, desafíos, dificultades, tentaciones, crisis, caídas, imprevistos, provocaciones, fracasos, calumnias, peticiones más o menos inéditas, peticiones que van más allá de mis simpatías y capacidades ...), en todo momento y en cualquier contexto, puede resultar mediación formativa, ocasión de FP, como mediación singular a cuyo través el Padre me modela, me plasma, me abre perspectivas, me crea desierto en torno ... para formar en mí los sentimientos del Hijo. O sea, desde la única mediación formativa de la primera formación hasta las muchas mediaciones formativas de la FP.
Aquí nuestra disertación podría abrirse en muchas direcciones. Elegimos un solo ámbito o ejemplo, el de la oración, pues no siempre se capta la valencia educativo-formativa y de “compañía” de la oración. Si es el Señor - o, mejor, la Trinidad santísima - quien forma y transforma, el ritmo cotidiano de la FP queda jalonado, sobre todo, por su intervención y por cuanto nos permite entrar en contacto con él, partiendo, fundamentalmente, de aquel espíritu de oración que es mucho más que las así llamadas prácticas de piedad. Queremos decir que esta relación se halla en el origen de la vida, de la vocación, de la identidad, de la formación, de la verdad de la persona ...; de hecho, el PadreDios es el educador que, dándonos la vida o sacándonos del caos de la no existencia y de nuestras esclavitudes, nos desvela la verdad; el Hijo es el formador que plasma en nosotros sus sentimientos; el Espíritu es el acompañante , el “dulce huésped de las almas” que nos conduce hacia la vida13. Si “la vida en el Espíritu tiene una primacía obvia” 14, la relación con Dios constituye el respiro secreto de la FP . O sea, la oración nos educa , en cuanto excava y hace emerger 15 en nosotros la verdad de nosotros mismos; nos forma, puesto que plasma y modela en lo profundo de nuestra identidad los “sentimientos del Hijo”; finalmente, nos acompaña , porque nos hace cada día partícipes de la paternidad y providencia del Padre, además de hacernos compañeros de viaje de los hombres nuestros hermanos16. Hago nada más alguna veloz puntualización, reenviando siempre a mi texto Il respiro della vita (100-113). 3.1- “Con espíritu y verdad” (la oración educa )
La oración educa, porque orar significa ponerse delante de la verdad de Dios en la verdad de sí. Nada como la oración está en grado de sacar a superficie lo que nosotros somos en las profundidades a menudo oscuras de nosotros mismos, y no sólo porque tenemos la certeza de ser, en todo caso, acogidos y comprendidos por el Dios misericordioso, sino porque el contacto con la Verdad divina evoca necesariamente la verdad humana. Toda oración tiene esta valencia evocativa-verídica; de otro modo no es oración, ni es ciertamente oración que educa en perspectiva de FP. Entonces, el problema de la FP no es cuánto reza uno o si es fiel, como se
dice, a sus prácticas de piedad, sino la calidad verídica de su estar ante Dios, su orar “con espíritu y verdad”. Esa dimensión verídica tiene dos vertientes clásicas: una que indaga sobre el yo actual, sobre todo para detectar su componente negativo e inmaduro; en cambio, la otra intenta escrutar las posibilidades del yo ideal, lo que el yo está llamado a ser. La vertiente primera reclama el aspecto penitencial de la oración; la segunda el más mistérico y contemplativo. Juntas desvelan la verdad del orante, su trama de bien y de mal, y, por consiguiente, también las pistas de su crecimiento continuo. 3.1.1- Verdad del yo actual
Quien se acerca de veras a Dios, como hace el orante, debería experimentar también cuán distante de Él se encuentra. Es quizás un principio un poco singular, pero que vuelve a entrar en la naturaleza de la oración cristiana o en la lógica de la intimidad divina. Tal vez es, sin más, una prueba de la autenticidad de este acercamiento. Porque, cuando nos aproximamos al Radicalmente Otro, es inevitable percibir toda su alteridad y diversidad, o dejar que su luz ilumine y haga evidente cuanto se opone en nosotros a su palabra, pero que a menudo no es tan evidente. Toda oración habría de llevar en sí este acento penitencial; de lo contrario, no es verdadera, sencillamente. Y no sólo en el sentido puramente penitencial y negativo del término, con séquito de petición de perdón; sino en aquel, quizás aún más profundo, de dejar emerger el mal que hay en nosotros, nuestros demonios, las raíces con frecuencia inconfesadas de ciertas atracciones menos evangélicas, aquellas sutilísimas tendencias motivacionales que corren el riesgo de no ser descubiertas jamás y que minan en su raíz – precisamente por incontroladas – toda opción de vida evangélica ... No sólo el examen de conciencia, sino toda oración, desde la lectio de la Palabra a la oración del Salmo, habría de ser también una peregrinación hacia las fuentes del yo, y determinar un mayor conocimiento del propio corazón. 3.1.2- Verdad del yo ideal
El otro aspecto, mistérico-contemplativo, permite al creyente descubrir su propia vocación, a través de una revelación que no puede ser más que cotidiana y progresiva. La oración cotidiana educa, en efecto, y permite descubrir la verdad del consagrado/a sobre todo porque es , y en cuanto es, oración de escucha de Dios y de cuanto sale de su boca, es decir, de la Palabra-del-día. Es el maná cotidiano o el pan tierno del día que alimenta el corazón pensante y viene a desvelar al creyente el don preparado para él en aquel día por la providencia del Padre y, a la vez, la misión que el Padre mismo le confía siempre en aquel día: “toda vocación, efectivamente, es ‘matutina’, es la respuesta de cada mañana a una llamada nueva cada día” 17; y, si la llamada de Dios abre cada jornada, eso explica por qué la educación (=la escucha de esta palabra como palabra que hace emerger verdad) y la formación (=la respuesta a esta palabra que llama) no pueden ser más que cotidianas y permanentes. En concreto, eso significa no sólo la cita matutina con la Palabra como punto intocable, que no admite derogaciones, en el ritmo cotidiano del discípulo; sino una interpretación de la lectio como lectio ... continua, o sea, como meditación que se extiende, de alguna forma, a toda la jornada y prosigue durante el día, no sólo porque el creyente de buena voluntad normalmente tiene también buena memoria (que es el Espíritu santo) y de hecho la recuerda, sino porque la Palabra escuchada a la mañana necesita por su misma naturaleza los avatares del día para revelarse en plenitud y realizarse. Entonces la jornada misma, rescatada de cierto tono gris ferial, se convierte en “día que ha hecho el Señor”, como el seno de María que da a luz una Palabra y una presencia siempre nueva de Dios; y la Palabra asume toda su valencia educativa y formativa, como don de lo alto que nos plasma y acompaña en todo instante del vivir cotidiano. FP es también este modo de entender la clásica práctica de la meditación, para que no se reduzca a rito cansino y soñoliento de la mañana; inútil si no alcanza los fragmentos del vivir cotidiano, estéril si la Palabra no se deja fecundar por la vida.
Por otro lado, ¿para qué sirve una meditación que no logre arrastrar la Palabra al interior de los acontecimientos o a hacer fecundar aquella Palabra por la vida?
3.2- “Pan partido y sangre derramada” (la oración forma )
La oración cotidiana forma, puesto que da una estructura y una configuración precisas a la persona y a la existencia del consagrado/a, principalmente a través de la vida sacramental y de la lógica en ella escondida, lógica de la gracia que precede, no sólo desvelándonos identidad y verdad, sino de algún modo realizándola y plasmándola ya en nosotros. 3.2.1- La oración, alma del apostolado
Es lo que sucede, especialmente, en la Eucaristía diaria: en el cuerpo troceado y en la sangre derramada presbítero y consagrado reencuentran cada uno su propia identidad, su propia forma y norma de vida; y también la fuerza para actuarla. No podemos alimentarnos con aquel cuerpo partido y con aquella sangre derramada sin la concreta disponibilidad para partir nuestro propio cuerpo y derramar nuestra propia sangre. La fracción del pan es el desvelarse del misterio de la vida del Hijo y de quien quiere conformarse a Él en su muerte y resurrección, como una escuela permanente donde se adquiere la lógica elemental de la vida, bien recibido que tiende por su naturaleza a convertirse en bien donado, existencia que será plena en la muerte, gratitud que abre a gratuidad18. FP es penetrar cada día más dentro de esta perspectiva eucarística, dejándose educar y formar verdaderamente por ella, decidiendo cada día más convertirse en pan partido y sangre derramada, entrando cada vez más en sintonía-sincronía profunda con la pascua del Cordero. 3.2.2- El apostolado, alma de la oración
Y, por consiguiente, si es en este sentido como la oración forma, no es sólo la oración la que es “el alma de todo apostolado” 19, como nos ha transmitido aquella sabiduría (de origen monástico) que ha plasmado generaciones de apóstoles, sino que también el apostolado es alma de la oración, porque es una experiencia de Dios que se realiza sobre todo en la misión, o una posibilidad, sin más, de intimidad contemplativa con Él que es típica y peculiar del apóstol. FP es exactamente hacer la experiencia de la circularidad y reciprocidad del diálogo entre oración y acción, por lo que también el apostolado tiene su específica valencia educativo-formativa desde el momento en que educa en buscar y encontrar a Dios en la historia y en el prójimo, agudizando la mirada y la sensibilidad del apóstol, o forma lentamente en él los sentimientos del Hijo que se da por amor, y ayuda a reconocer en la com-pañía de los hombres la misma compañía del Espíritu. 3.3- “Todas mis ansias están en tu presencia” (la oración acompaña )
Finalmente, me parece que la oración, en la lógica del camino rítmico que estamos proponiendo, puede y debe llegar a ser el clima habitual y la actitud de fondo del consagrado, como una compañera fiel que orienta la marcha en la dirección justa. Y sobre todo convierte en continua la formación. Porque el “espíritu de oración” (y no simplemente la oración o las oraciones) es todo lo que permite encontrar el ritmo justo, como un equilibrio natural entre acción y contemplación, entre silencio del corazón y diálogo familiar con Dios, entre escucha y palabra, entre trabajo y descanso, soledad y relación, estudio y distensión, deseos y esperas de realización ..., convirtiendo todo en oración y alabanza al Altísimo, como un permanente estar delante de Él; pero es también lo que consiente permanecer abiertos a los imprevistos y a lo improgramable, especialmente cuando anda de por medio una persona y el bien de esa persona, un sufrimiento o una petición de ayuda, volviendo todo animado por el amor y poniendo el amor en el primer lugar, el único amor a Dios y al hombre. 3.3.1- La docibilitas del corazón orante
La oración que hace compañía es oración que puede expresar todo estado de ánimo y todo anhelo interno, de súplica e intercesión, de alabanza y acción de gracias, incluso de rabia y desilusión hacia Dios, como de pasión y compasión ...; se realiza en tiempos específicos y se extiende asimismo a todo instante y circunstancia de la jornada, abrazándola por entero, como un constante murmullo del espíritu o verdadero y auténtico respiro del alma ... La docibilitas, podemos decir, es ante todo actitud orante, puesto que es exactamente en la oración donde el ser humano, puesto frente a la Verdad y Belleza sumas, advierte la fascinación que elimina todo temor y enciende el deseo de saber y conocer. La oración es como un continuo proceso de aprendizaje del corazón y de la mente, de los sentidos y de las emociones. Pero en eso se convierte todo lo que es, en verdad, constante, es decir, cuando se transforma en una especie de red que recoge la jornada y la mantiene unida alrededor de nudos, que son las citas distribuidas ordenadamente a lo largo del día (claro está, en cuanto eso le es posible a quien no es propietario de su tiempo), que hacen evidente la “sacramentalidad del tiempo”. Y así la oración resulta cada vez menos un puro deber que toca a algunos momentos; y sí, en cambio, espíritu de oración que abraza todo el tiempo y invade toda la persona, como una actitud constantemente orante, que da sentido y unidad a todo, y que constantemente hay que anudarlo y reanudarlo al resto de la existencia, propia y ajena. Cuando un creyente descubre y vive el poder unitivo de la oración, puede decir que ha encontrado el centro de su propia vida; lo que le permite sumergirse en la complejidad no sólo sin extraviarse, sino incluso contando e indicando a todos el centro o el corazón de la vida. 3.3.2- Liturgia de las Horas y misterio del tiempo
Exactamente en esta óptica está concebida y debe celebrarse la Liturgia de las Horas , oración que es el corazón pulsante de la jornada del creyente, de alguna manera marca ordenadamente su ritmo y estructura el tiempo, haciéndolo una experiencia habitada. En efecto, logra desvelar el misterio del tiempo en la vida cristiana 20, y desvela que en el centro del mismo está el misterio pascual: “la oración cristiana nace, se alimenta y se desenvuelve en torno al acontecimiento por excelencia de la fe, el misterio pascual de Cristo. Así, a la mañana y a la tarde, en la salida del sol y en su ocaso, se recuerda la Pascua, el paso del Señor de la muerte a la vida” 21. No es simple oración, sino oración ritual que el religioso/a realiza en nombre de la Iglesia entera , no por sus personales intereses; súplica que se une a la alabanza perenne del Hijo en relación con el Padre, pero que expresa simultáneamente, con las palabras del salmista, las palabras y los dramas de todos los hombres y mujeres, en cada hoy de la historia, en toda circunstancia y contexto. Quien ora con este espíritu se deja acompañar en las vicisitudes de la vida por el Espíritu del Padre que ilumina los ojos de la mente y del corazón, y acompaña él mismo los avatares padecidos por tantos hermanos y hermanas presentándolas al Padre. Orar así es acudir cada día a la escuela de la Palabra, para dejar que la Palabra acompañe la vida, sea horizonte de toda palabra y de toda acción humana, de modo que la vida se convierta cada vez más en su lugar de resonancia. 2.3.3- ¿Miedo a la intimidad? (o bien, cuando no se tiene nada que decir a Dios ...)
Fuera de esta lógica, hay quien vive aún como una obligación o un peso el cometido de rezar, o – al contrario – quien prácticamente ha decidido, con cierta suficiencia, considerarlo un optional o, sin más, deshacerse de ello; pero también quien no comprende plenamente cierta oración como la Liturgia de las Horas o infravalora su dimensión eclesial o su función “temporal” o su función ministerial de intercesión, y a lo mejor acumula expeditamente en un único momento (“así ya no pienso más en ello ...”) todo lo que debería ser articulado y distribuido a lo largo de toda la jornada. Según el Padre Scalia, el problema es un poco general y es muy serio: “por experiencia personal cada uno de nosotros sabe que sólo raramente, sólo en afortunadas circunstancias, el breviario es oración, coloquio con el Padre. Porque ‘hablar’ es escucha y respuesta. ‘Hablar’ es comunicar y acoger, hacerse modificar por el gozo y por la tristeza del otro, ver, oír que el interlocutor oye nuestras pasiones y bate al unísono con nuestro corazón. Como nosotros con el suyo” 22. Pero muchos ministros y discípulos del Señor simplemente ya no hablan con Él, no tienen nada que
decirle, no tienen ya familiaridad con su misterio, ninguna conversación en suspenso, ningún diálogo que iniciar, ninguna confidencia que confiarle, ningún entendimiento secreto como entre viejos amigos y cómplices ..., mientras que para él mismo tienen tantas cosas que hacer, o en nombre de él tantas cosas que decir y, en todo caso, con él pasan una discreta parte de su tiempo, pero usando palabras ajenas, o repitiendo fórmulas y frases hechas, o vistiendo ropas oficiales o confundiéndose en el grupo, como si tuvieran miedo de la intimidad con él, o fueran incapaces de ello. Y así la oración se convierte en un modo de defenderse de Dios y del propio yo, como una colosal mentira contada por uno que se esconde incluso de sí mismo detrás de un disfraz bien empurpurado. Es culto que no hace ninguna compañía a la vida; así como la propia vida, si no está sostenida por cierto espíritu orante, no puede hacer compañía a otra vida. Quizás, entonces, es pura verdad que aprender a amar quiere decir aprender a rezar. Mientras que la FP es este lento cotidiano aprender a hablar amorosamente con Dios, a gustar en la oración su dulcísima compañía.
1 Retomo aquí ideas que he expuesto de forma más precisa y articulada en mi volumen
Il respiro della vita. La grazia della formazione permanente, Cinisello B. 2002. Las páginas entre paréntesis en el texto reenvían al
volumen en cuestión.
2 Cf Vita consecrata, 65.71. 3 Literalmente el término debería traducirse como “enseñabilidad”, o sea, como disponibilidad del sujeto para dejarse instruir-enseñar. En nuestro contexto preferimos darle un significado más activo y emprendedor.
4 Para un tratamiento más amplio y profundo al respecto cf. A.Cencini, I sentimenti del Figlio. Il
cammino
educativo nella vita consacrata, Bologna 2000, pp. 43-51.
5 Cf C.Nanni, “Educazione”, in AA.VV., Dizionario di scienze
dell’educazione, Roma 1997, p.340.
6 Acerca de la naturaleza y el dinamismo de la inconsistencia en un contexto creyente cf. Cencini, I sentimenti , 179-182.
7 Cf C.Nanni, “Formazione”, en AA.VV., Dizionario , 432-435. 8 Cf A.Cencini, Vita consacrata. Itinerario formativo lungo la via di
Emmaus, Cinisello B. 1994, p.60.
9 Pontificia Obra para las Vocaciones Eclesiásticas,
Nuevas vocaciones para una nueva Europa. Documento final del Congreso sobre las Vocaciones al Sacerdocio y a la Vida Consagrada en Europa , Roma 5-10 de mayo de 1997,
n. 18b
10 G.Devoto-A.Oli, Nuovo
vocabolario illustrato della lingua italiana , Firenze 1988, p. 679.
11 Cf. A.Cencini, “Accompagnamento”, en AA.VV., Dizionario, 22-23. 12 Es el curioso título del libro de B.Bro (Roma 1970). 13 Acerca de esta lógica “trinitaria” de los agentes formativos cf. Cencini, 14 VC, 71; cf. también
I sentimenti , 41-51.
La formazione permanente, 22.
15 Educar viene de e-ducere (=sacar, extraer). 16 Retomaremos extensamente en la próxima publicación estas tres articulaciones o dimensiones pedagógicas.. 17 Nuevas vocaciones, 26 a). 18 Cf. Nuevas vocaciones, 36 b), c), d). 19 Cf VC, 67. 20 Cf. al respecto A.Grillo, Tempo e preghiera. Dialoghi e monologhi sul “segreto” della Liturgia delle Ore , Bologna 2000.
21 Juan Pablo II, Nei Salmi il ritmo cristiano dei giorni , audiencia general del miércoles 4 de abril de 2001, en “Avvenire”, 5/IV/2001, p. 20. 22 Scalia, Dalla
parte, 324.