AMANDA Y EL LIBRO MÁGICO El Camino mágico hacia uno mismo
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Hacía una mañana magnífica. El cielo azul de la India relucía sin ni siquiera una nube. El aire era limpio y suave. Rodeada de este ambiente, a Amanda le resultaba fácil hacer su trabajo. Tras más o menos una hora, la joven arqueóloga dio con algo en la tierra húmeda y marrón de las tumbas; algo que desde luego no esperaba encontrar en aquel lugar: un libro delgado con tapas blancas que parecía recién encuadernado. encuadernado. Amanda se quedó perpleja, perpleja, porque no era normal que aquel libro estuviera estuviera en tan buenas condiciones. Asombrada aún, lo cogió de la tierra y lo hojeó. Todas sus páginas estaban en blanco, igual que las cubiertas. Sus manos, sucias por el trabajo, no obstante, ninguna huella en el papel. A Amanda le empezó a dar vueltas la cabeza y se le aceleraron los latidos del corazón. ¿Cómo era posible que un libro blanco, hecho de papel y cartón, pudiera estar tan limpio después de haber permanecido enterrado en aquella tierra húmeda de color marrón? ¡Y después, además, de haberlo cogido con las manos sucias de trabajar en esa tierra! ¿Qué clase de misterio guardaba? ¿Quién lo había dejado en aquel lugar? ¿Cuándo y por qué? De repente y como por encanto, en una de las páginas del libro aparecieron escritas con tinta negra las siguientes palabras: ¿Por qué se entierra un tesoro? Para protegerlo. Pero lo que se guarda muy bien puede caer en el olvido. Sin embargo, aquello que sobrevive al tiempo está por encima de las leyes del mundo y hasta incluso de sus elementos. Aparece en el mundo,
pero no pertenece a él. Está dispuesto a darlo todo, pero no necesita nada tuyo, durante siglos permaneció inservible enterrado en la tierra oscura. Ahora vuelve a la luz del mundo y está entre tus manos. Tú lo has despertado y él te despertará a ti.
Amanda reprimió un grito y luchó por mantener el dominio de sí misma. Leyó por segunda vez una palabra tras otra, lo que estaba escrito en aquel papel con fina caligrafía. De pronto, las letras escritas, palidecieron de forma tan repentina e inexplicable como habían aparecido antes. Amanda sintió un nudo en la garganta. Su mente se rebelaba contra todo aquello que veían sus ojos, aunque no trataba de convencerla de que hubiera sido víctima de una alucinación. Confió pues en sus ojos: lo que acababa de ver lo había visto de verdad. Una profunda sensación de felicidad recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies. La cara se le iluminó, ¡Había encontrado un libro mágico! Cuando era una niña, con frecuencia soñaba con encontrar, alguna vez, en algún sitio perdido, algo fantástico, maravilloso, mágico en ese cofre de los tesoros que para ella era la tierra. Algo que hiciese al entendimiento dudar de sí mismo, pero que a la vez fascinase al corazón y llenase el alma de una alegría 2
Hacía una mañana magnífica. El cielo azul de la India relucía sin ni siquiera una nube. El aire era limpio y suave. Rodeada de este ambiente, a Amanda le resultaba fácil hacer su trabajo. Tras más o menos una hora, la joven arqueóloga dio con algo en la tierra húmeda y marrón de las tumbas; algo que desde luego no esperaba encontrar en aquel lugar: un libro delgado con tapas blancas que parecía recién encuadernado. encuadernado. Amanda se quedó perpleja, perpleja, porque no era normal que aquel libro estuviera estuviera en tan buenas condiciones. Asombrada aún, lo cogió de la tierra y lo hojeó. Todas sus páginas estaban en blanco, igual que las cubiertas. Sus manos, sucias por el trabajo, no obstante, ninguna huella en el papel. A Amanda le empezó a dar vueltas la cabeza y se le aceleraron los latidos del corazón. ¿Cómo era posible que un libro blanco, hecho de papel y cartón, pudiera estar tan limpio después de haber permanecido enterrado en aquella tierra húmeda de color marrón? ¡Y después, además, de haberlo cogido con las manos sucias de trabajar en esa tierra! ¿Qué clase de misterio guardaba? ¿Quién lo había dejado en aquel lugar? ¿Cuándo y por qué? De repente y como por encanto, en una de las páginas del libro aparecieron escritas con tinta negra las siguientes palabras: ¿Por qué se entierra un tesoro? Para protegerlo. Pero lo que se guarda muy bien puede caer en el olvido. Sin embargo, aquello que sobrevive al tiempo está por encima de las leyes del mundo y hasta incluso de sus elementos. Aparece en el mundo,
pero no pertenece a él. Está dispuesto a darlo todo, pero no necesita nada tuyo, durante siglos permaneció inservible enterrado en la tierra oscura. Ahora vuelve a la luz del mundo y está entre tus manos. Tú lo has despertado y él te despertará a ti.
Amanda reprimió un grito y luchó por mantener el dominio de sí misma. Leyó por segunda vez una palabra tras otra, lo que estaba escrito en aquel papel con fina caligrafía. De pronto, las letras escritas, palidecieron de forma tan repentina e inexplicable como habían aparecido antes. Amanda sintió un nudo en la garganta. Su mente se rebelaba contra todo aquello que veían sus ojos, aunque no trataba de convencerla de que hubiera sido víctima de una alucinación. Confió pues en sus ojos: lo que acababa de ver lo había visto de verdad. Una profunda sensación de felicidad recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies. La cara se le iluminó, ¡Había encontrado un libro mágico! Cuando era una niña, con frecuencia soñaba con encontrar, alguna vez, en algún sitio perdido, algo fantástico, maravilloso, mágico en ese cofre de los tesoros que para ella era la tierra. Algo que hiciese al entendimiento dudar de sí mismo, pero que a la vez fascinase al corazón y llenase el alma de una alegría 2
arrolladora. A los catorce años tomó la firme decisión de hacerse arqueóloga, y se imaginaba otra vez descubriendo descubriendo secretos y tesoros ocultos en la tierra que desvelaban la historia de la Humanidad. Daba la impresión de que en aquel momento estaba haciendo realidad sus sueños. Amanda miró a ambos lados, pero nadie la observaba. El colega americano se encontraba arrodillado en el suelo diez pasos a su derecha y trabajaba ensimismado y con extremo cuidado en la limpieza de un plinto budista de piedra. La colega francesa se hallaba en el otro extremo y le daba la espalda. Como por pura intuición, Amanda tomó la decisión de realizar algo que nunca había hecho antes en toda su vida profesional: se abrió la chaqueta que llevaba puesta e introdujo el libro en un bolsillo interior. La substracción de un objeto en una excavación no sólo iba contra la ética de todo arqueólogo, sino que además era un delito desde el punto de vista jurídico. Sin embargo, una voz interior le decía a Amanda que la ocultación de aquel libro mágico no era nada reprobable. ¿O acaso la aparición repentina de la escritura en él no significaba que estaba en las manos correctas? Amanda era ahora la responsable de ese tesoro que parecía proceder de otro mundo, pero que, sin embargo, existía en éste. Amanda se levantó, apretó el libro contra su corazón, que latía a toda velocidad, y le gritó al colega americano que estaría de regreso al cabo de un rato, a lo que éste respondió con un movimiento de la cabeza. Se dirigió hacia las caravanas en que vivían los arqueólogos, situadas en el campamento instalado desde hacía ya tres meses al norte de la India, con el fin de excavar las ruinas de un importante monasterio budista que databa de una época anterior a Cristo. Amanda se quitó las botas de goma y entró en su caravana. Se lavó las manos y cerró las puertas. No te puedo ofrecer ninguna comodidad, Amanda, le advirtió el director del proyecto, su colega y amigo Gerd, cuando la llamó dos semanas atrás desde la Indica; tan sólo una pequeña caravana que acaba de quedar libre, porque el compañero italiano del equipo ha tenido que marcharse antes de tiempo. Tú siempre has estado muy interesada en el budismo, Amanda. Aquí puedes examinar una de sus raíces históricas. Estamos excavando uno de los monasterios budistas más antiguos de toda la India y ya hemos encontrado cosas increíbles. increíbles. ¿Te unes a nosotros? Amanda llevaba tan sólo una semana en la zona y hacía unos minutos había hallado efectivamente algo increíble. Tras recibir la llamada inesperada de Gerd, Amanda no necesitó mucho tiempo para pensárselo; al día siguiente reservó un pasaje de avión a Nueva Delhi. Este viaje le brindaba la oportunidad única de unir su interés profesional con una fascinación personal, puesto que el budismo la había cautivado desde los veinte años, momento en que había leído un buen libro sobre el tema. Desde entonces continuó con la lectura de libros que hablaban de la vida y las enseñanzas de Buda; aprendió yoga y empezó a meditar, hasta que un día su padre le preguntó, con tu típico parpadeo, si estudiaba de verdad arqueología o budismo. Sin descuidar sus estudios, Amanda fue profundizando cada vez más en el variado mundo del budismo, en el que se sentía a salvo de una forma mágica. Y una voz interior le decía que su camino a través de la vida sería budista, lleno de meditación y creciente entendimiento, de trabajo en su propia persona y de amor hacia los demás. Y sobre todo, de búsqueda de la iluminación. Amanda sacó el delgado libro del bolsillo de la chaqueta y lo dejó con sumo cuidado sobre la mesa. Después se sentó, lo abrió y pasó las yemas de los dedos por el papel. Aunque resultara difícil de creer, era evidente que ese libro blanco como el jazmín llevaba siglos enterrado en la tierra sobre la que se había asentado el monasterio budista; budista; quizá dejado allí por unas manos que buscaban su protección. De repente, en una de sus páginas tomaron forma las siguientes palabras: Este libro está al servicio de la paz de los hombres consigo mismos y con los demás. Sin embargo, su posesión 3
originó una dura batalla, que lo dejó arrinconado en el olvido. Amanda sintió escalofríos en la espalda. Ahora estaba segura: ¡aquél libro podía leerle los pensamientos! ¡Y podía contestarle incluso en su propia lengua! Los ojos de Amanda empezaron a brillar con fuerza. Leyó aquellas palabras por segunda vez y se preguntó si volverían a desaparecer de inmediato, tal como lo habían hecho la primera vez.
En la siguiente página apareció lo siguiente: Estas palabras desaparecerán, desaparecerán, igual que desaparece todo lo efímero: la felicidad y la desgracia, la alegría y el dolor, el éxito y el fracaso, la risa y el llanto. No hay nada que puedas retener; todo acaba perteneciendo al pasado y se convierte en historia. De todo eso sólo queda el recuerdo, que no puede satisfacer tu alma; de la misma forma que el pan que comiste ayer no puede calmar el hambre que sientes hoy. En el mismo instante en que Amanda acabó de leer esta segunda masiva, empezó a borrarse poco a poco, al tiempo que lo hacía la anterior, volviéndose cada vez menos nítida hasta desaparece por completo y dejar ambas páginas en blanco. Amanda cogió la grabadora y metió una cinta en ella. - Libro misterioso, voy a grabar tus próximas palabras que no se las lleve el viento, - le explicó -. Me gustaría conservarlas. conservarlas. ¿No te importa verdad? Amanda miró el libro abierto. Sus páginas continuaron vacías. ¡Así que no contesta a todas las preguntas! - Libro mágico, este silencio ¿he de interpretarlo como un acuerdo o un desacuerdo? Amanda se echó a reír involuntariamente. Acababa de hablarle a ese libro que contravenía todas las leyes de la naturaleza como a una persona. A un libro que parecía salido de un cuento de Las mil y una noches, y que había aterrizado en el norte de la India; a un sueño hecho realidad, a una realidad hecha magia. ¿Cómo podía haberse originado esta maravilla? Amanda leyó la respuesta salida de la nada: Procede de un hombre que vio brillar en sí mismo la luz de la más alta sabiduría, y que abandonó de un salto el carrusel en permanente movimiento movimiento que es el teatro del mundo. 4
La magia de su iluminación voló a este libro que sostenía en las manos en el momento de su definitiva liberación. Desde entonces, el libro habla desde el alma de la vida. al alma del hombre que lo mantenga en su mano. De nuevo, mientras estas palabras aparecían en el papel, Amanda las fue grabando en el dictáfono. Después rebobinó la cinta de casete y contempló cómo desaparecía la escritura. Al querer reproducir otra vez aquellas palabras en el magnetófono, sólo oyó, para su asombro, el ruido del mecanismo de arrastre de aquel aparato, que hasta ese mismo día siempre había funcionado bien. Para comprobar que lo seguía haciendo, presionó las teclas de grabación y dijo una corta frase; volvió a rebobinar. - ¿Qué pasa aquí? – escuchó su propia voz insegura saliendo del altavoz de la grabadora intacta. Aparto el dictáfono. Era una evidencia que el libro no deseaba que sus palabras quedaran atrapadas, y para conseguir dicho fin, tenía la capacidad de dejar sin potencia los aparatos electrónicos. ¿Qué otras capacidades sobrenaturales poseería? Cerró el libro y acarició con las yemas de los dedos su sencilla encuadernación. Parecía un simple diario. Sin embargo, ¡era una maravilla! Un auténtico libro mágico, creado por un hombre, seguramente budista, en el momento de su iluminación, que traspasaba todas las leyes mundanas. Amanda volvió a abrir el libro y le dijo: - Cuando aún era una niña, creía en las maravillas. De alguna forma, perdí esa creencia con el paso del tiempo. Pero ahora, a mis treinta y cinco años, me he encontrado con una. El libro mágico respondió de la siguiente manera: Está bien volver a creer en las maravillas que habitan en el alma del niño. Pero aún es mejor no llegar nunca a perder esa creencia.
Amanda intentó escribir estas frases en su cuaderno de notas, pero el papel no aceptaba la tinta de su pluma estilográfica, aquella que venía usando desde hacía mucho tiempo. Esta vez ya no se sorprendió tanto con lo sucedido. Empezó a entender lo incomprensible: el libro, cuya apariencia era la de un diario en blanco, tenía el poder de producir fenómenos sobrenaturales en todo procedimiento técnico y mecánico, y manipularlos a su antojo. Amanda desechó la idea de tomar fotos de su escritura o de grabarla en vídeo. Estaba claro que tanto las fotos como las cintas aparecerían en blanco. Como a manera de explicación, sobre el papel tomaron forma estas palabras: Este momento no el pasado ni el futuro 5
este momento irrepetible es la única puerta a la vida verdadera. La abres ahora o no la abres nunca.
Como en anteriores ocasiones, estas frases se borraron. Amanda asintió con la cabeza, indicando que comprendía. Las palabras del libro mágico eran sólo para aquel determinado momento en que se las leía, porque todo lo esencial sólo puede suceder en el “ahora”. En el momento maravilloso en que todo el ser se sumerge en el presente sin la menor distracción y se hace uno con él. Cuando ni una sola fibra del alma se desvía de dicho instante. Entonces todo puede ser posible: el milagro, la magia, la iluminación. La iluminación. No sólo los budistas hablan de ella, también lo hacen muchos artistas, e incluso algunos científicos; sin embargo, cada uno parece entender una cosa distinta. Pero, ¿cómo es de verdad la iluminación? En el papel apareció la respuesta:
El Yo se da cuenta de repente de que no es una gota, sino todo el océano. Se diluye en la felicidad del entendimiento y se hace uno con el alma de la vida. -
Y cómo se alcanza la iluminación? – musitó Amanda.
La respuesta no se hizo esperar ni un instante: Ve de lo aparente a lo esencial, del palabreo a lo indecible, de lo trivial a lo auténtico. Ve de la oscuridad a la luz, de lo pesado a lo ligero, de la ilusión a la realidad.
Pero, ¿de qué manera, pensó Amanda, se es iluminado? ¿Cómo se experimenta tal cosa? De nuevo, la escritura hizo su aparición: El que era sordo por fin puede oír. El que era mudo puede por fin hablar. El que era ciego por fin puede ver. Lo que estaba preso queda por fin libre.
Para Amanda fue como si un manto de nubes, que hasta ahora le había nublado la luz de su consciencia, se disipara de golpe. Los rayos de sol de un entendimiento profundo le acariciaron con una suave intensidad. Y se dio cuenta de la existencia de un presente luminoso de gran fuerza, de una sabiduría sobrenatural frente a la cual el entendimiento no cuenta, como la luz de una vela a pleno sol. Y el libro mágico percibió lo que estaba pasando: 6
Ésta es la sabiduría que va más allá del muro del entendimiento, que te conducirá a la iluminación, siempre que la sigas con total confianza. Amanda respiró profundamente, dejó el libro abierto sobre la mesa y lo contempló durante un largo rato. Sus pensamientos callaron, su consciencia se quedó vacía. Sin embargo, ese vacío estaba lleno de vida, relucía, vibraba, traspasaba todas las fibras de su ser. Era una sensación grandiosa que, con su luminoso silencio mágico, le regalaba una profunda confianza. Cuando ese sentimiento desapareció, al tiempo que lo hicieron las palabras en el libro mágico. Amanda sintió el fuerte deseo de seguir experimentando ese maravilloso vacío, de sentirlo aún más profundamente, para llegar a lo más hondo de él. A Amanda nunca le había bastado un concepto de la vida como algo que se agota con la aceptación de lo evidente. Tenía el presentimiento de que su vida gozaba de un sentido oculto más alto, que no se podía percibir con los ojos del entendimiento. Amanda había buscado trabajosamente durante años ese misterioso sentido, pero no lo había encontrado, para acabar, decepcionada, refugiándose en su trabajo, en el mundo de la arqueología. Su tendencia innata a buscar en el fondo de la vida la llevó en el pasado a seguir las huellas de culturas ya perdidas. Sin embargo, el sentido de la vida sólo se podía percibir en el presente. Lo había estado buscando en un tiempo equivocado. Amanda cogió de nuevo el libro mágico entre sus manos con sumo cuidado, e impulsivamente lo besó. Los trabajos de excavación habían terminado para ella. Había hallado una auténtica maravilla, que ya había empezado a transformar su vida. El descubrimiento de este libro mágico fue un acontecimiento tan formidable que iba a necesitar tiempo para comprender toda su trascendencia. También iba a necesitar a alguien a quien poder mostrarle su hallazgo y con quien poder hablar de ello. Alguien en quien poder confiar, con quien compartir ese secreto que le resultaba demasiado grande y fascinador. Amanda decidió tomar el primer avión que saliera de vuelta a Alemania. Se levantó y volvió a esconder el libro en el bolsillo interior de su chaqueta, con el mismo cuidado que emplearía si se tratara de un sensible y delicado ser vivo. Se dirigió hacia el lugar donde se hallaba Gerd, el director del proyecto, para comunicarle su decisión. Seguramente se sentiría decepcionado, al saber que Amanda les dejaba al cabo de tan sólo una semana. Ella sabía que Gerd, aunque tímido de carácter, la respetaba desde hacía muchos años, y que su decisión de invitarla a ir a la India la había tomado llevado por la esperanza de que Amanda aceptara acompañarle durante aquellos trabajos de excavación. Lo encontró junto a la estatua de piedra de tamaño sobrenatural de Buda, situada en la sala de meditación del antiguo monasterio, el hasta entonces más espectacular hallazgo del equipo internacional de arqueólogos. Cuando Gerd vio que Amanda se acercaba a él, salió a su encuentro con su habitual sonrisa insegura. - ¡Una pieza de lujo! ¿No te parece? – le preguntó lleno de entusiasmo mientras señalaba con la mano aquella impresionante obra artística que representaba a Buda, y que había permanecido inalterada a través de los siglos, ajena a los influjos del medio Ambiente. Amanda hizo un movimiento afirmativo con la cabeza y la bajó. Odiaba defraudar a las personas agradables que habían depositado su confianza en ella y Gerd era una de esas personas; ni siquiera era capaz de transmitirle sus sentimientos. ¿Y por qué no? Se trataba de un brillante arqueólogo, un buen hombre y un solícito amigo, pero nada más. - ¿Qué pasa Amanda? 7
Amanda suspiró profundamente y miró a Gerd a los ojos. - tengo que volver de inmediato a Alemania. Voy a hacer ahora mismo las maletas. Gerd tragó saliva, apretó los labios y bajó la vista. Carraspeo y dijo con voz ronca: - ¡Eso es inesperado! Amanda le cogió suavemente por el hombro y contestó: - ¡Si también lo es para mí! Gerd, te agradezco mucho que me invitases a venir a la India. Este viaje ha supuesto un enriquecimiento para mi vida. - Y no obstante, ¿estás decidida a marcharte enseguida? ¡Quédate unos días más! Amanda sacudió la cabeza negativamente. - Tengo que regresar a Alemania por razones muy personales. Por favor, no lo tomes a mal. Gerd, quiso poner buena cara, pero no le salió muy bien. - ¡Bueno, pues si tienes que irte, vete! – le contestó a Amanda mientras dibujaba una sonrisa forzada-. Suena triste esto que acabo de decir. Como el estribillo de una canción de moda. ¡Es igual! Ha sido magnífico que hayas podido estar con nosotros una semana, a pesar de no haber tenido tiempo el uno para el otro. Quizás haya más suerte en mayo en el congreso de París. Iras, ¿verdad? Amanda se echó a reír, dio un paso hacia delante y abrazó a Gerd, cosa que aún no había hecho hasta ese momento. Era su forma de agradecerle la oportunidad que le había dado de encontrar el libro mágico y que, sin él, no habría tenido nunca. Amanda se separó de él y se dirigió con pasos presurosos a su caravana. - ¡Amanda! ¿Te puedo llevar al aeropuerto? – le gritó Gerd. Ella se volvió e inclinó la cabeza en señal de aprobación. El vuelo fue largo y cansado. Cuando Amanda despertó a primera hora de la tarde en su casa y echó un vistazo al despertador, comprobó que había dormido dieciséis horas seguidas. Resultaba agradable despertarse en su propia cama y saber que todas las fatigas e incomodidades del largo viaje de vuelta habían quedado atrás. Un rayo de luz que se filtraba entre las cortinas caía sobre el libro blanco que había encima de la mesilla de noche. Al verlo, Amanda se despertó de golpe. Se sentó en la cama, lo cogió y lo observó con ojos fascinados. Tenía un libro mágico en las manos que se había traído de la India a Alemania, y nadie sabía nada de aquello excepto ella misma. Amanda lo abrió y lo hojeó. Como siempre, todas sus páginas estaban tan blancas como la nieve recién caída. Probablemente, esta maravilla no dure mucho, pensó Amanda. Hasta el momento, Amanda siempre había creído que las maravillas tenían una corta vida, que la realidad las cambiaba de forma incomprensible y desaparecían en la niebla del pasado, hasta convertirse en una leyenda, un cuento que se les contaba a los niños. Este libro blanco era la manifestación imperecedera de una consciencia iluminada. Según parecía, su sentido se basaba en contestar cariñosamente a las ardientes preguntas de los hombres. Pero, si su misión era la de servir a los hombres, ¿por qué llevaba una eternidad enterrado en el suelo de aquel monasterio de la India? 8
Este libro puede mover a los hombres pero no puede moverse a sí mismo. Permanece allí donde está, hasta que una mano lo coge.
Una vez más, Amanda se vio invadida por el mismo sentimiento de felicidad rebosante que había sentido al contemplar por primera vez la escritura del libro mágico. Fue maravilloso, aunque también asustaba un poco, que el libro pudiera leer sus pensamientos y, seguramente, no solamente los suyos. En el papel aparecieron estas palabras. Este libro sólo puede leer los pensamientos de los hombres que lo abren. Tú lo has abierto porque tu anhelo de un conocimiento más alto te ha llevado a él. Amanda cerró el libro y salió a comprar algo de comida, porque recién llegada del viaje, no tenía nada en la despensa. Subió las compras a su espaciosa buhardilla. Mientras se tomaba aquel desayuno tardío, pensó con quién podía compartir su secreto. Se le pasaron por la cabeza varias personas pero, al final, tan sólo había unas pocas que pudieran ser candidatas. E incluso ellas, ¿podían participar de verdad en aquel secreto? ¿Eran totalmente dignas de confianza? Cuanto más reflexionaba sobre este respecto, más claro le parecía que sólo había una persona a la que poder confiar con seguridad su secreto. Se llamaba Roland, y era su padre. No obstante, antes de ponerse en camino para visitarlo, quiso preguntarle algunas cosas al libro mágico. Preguntas que habían aflorado a su conciencia desde siempre. Preguntas a las que antes no había conseguido encontrar respuesta; ni en los libros, ni en otras personas, ni en sí misma. Amanda fue a su dormitorio, se sentó en la cama, cogió el libro mágico de la mesilla de noche y lo abrió. Siempre le había inquietado saber el valor de su vida. En ocasiones, sentía que era muy valiosa y la idea de la muerte la asustaba. Y es que Amanda amaba la vida, incluso aunque, en ocasiones, hubiera horas y días en los que dudase de su valor, tiempos difíciles de tristeza, desesperanza, tiempos de profundo vacío interior.
Involuntariamente echó un vistazo al libro mágico y vio cómo se formaban algunas frases en él: Existen dos clases de vacío interior. El uno es el fruto insoportable
del dolor en la vida. El otro es el fruto valioso del pleno presente, Cuando los pensamientos cesan y el alma se ha consciente de su radiante libertad.
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Amanda se dio cuenta de que conocía esos valiosos momentos en que la vida empezaba a refulgir de repente y el presente se cargaba de significado y de magia, mientras la existencia cotidiana actuaba como una especie de sueño en la plena consciencia. Esos tiempos de máxima felicidad tenían tres características en común: un presente perfecto, un cesar de los pensamientos y el vacío iluminador, a sus treinta años, estando en la cama poco antes de dormirse. En aquella ocasión le sucedió algo completamente desconocido, pero que, curiosamente, le resultaba familiar. Estaba acostada en la cama inmersa en la oscuridad de su habitación, pensando alegremente que pronto llegarían las vacaciones de verano. Al instante, sus pensamientos desaparecieron de un plumazo, como si nunca hubieran existido. En el silencio Amanda escuchaba su propia respiración atentamente. Era capaz de oír el silencio de la noche; veía una luz tenue en la oscuridad y sentía que dentro de ella había algo todavía superior y más grande que sus mejores sentimientos y pensamientos, algo que relucía, que era libre e ilimitado. Desde aquella noche, Amanda experimentó esa especie de encantamiento varias veces: en el amor, en la música, en el silencio, en la naturaleza y en sí misma. Sin embargo, la magia se le escapaba de las manos en cada ocasión. Casi siempre lo atribuía a su forma de ser inestable, a su carácter difícil, continuamente oscilando entre la felicidad y la tristeza, entre la euforia y la resignación, entre la rutina y la aventura. Se sintió encantada de poder volar hasta lo más alto, aunque eso significara caer de vez en cuando en lo más profundo. Pero siempre aparecía dentro de ella una fuerza fiable que hasta entonces la había ayudado a levantarse tras cada caída, una vitalidad al parecer indestructible, sin la cual no hubiera podido vencer fácilmente las debilidades, en ocasiones extremas, de su disposición de ánimo. No obstante, aquellos valiosos momentos del encantamiento en que su vida despertaba del sueño cotidiano, no se habían repetido con frecuencia en los últimos tiempos. Amanda intentó compensar esta carencia con un fuerte compromiso profesional, aunque nunca se había sentido del todo bien en esa situación. Pero precisamente su profesión había hecho posible su encuentro con el libro mágico, con la llave que abría la puerta del reino de lo maravilloso. ¡Con qué intensidad y durante cuánto tiempo había ansiado aquella sensación que se adueñaba de su persona por completo, y que volvía a experimentar al ver aparecer la escritura en las páginas del libro: la sensación de un encantamiento total. En ese instante, Amanda decide hacerle al libro una pregunta que le había rondado por la cabeza durante mucho tiempo, una pregunta decisiva: quiere saber el significado de su vida. Y ésta es la respuesta del libro: En la inabarcable inmensidad del Universo existe todo tipo de significados, adecuados para cada hombre, ya sea éste un jefe de estado o un mendigo. Todos los hombres son simples partículas de polvo en el interminable viento del Universo.
Amanda asintió involuntariamente con un movimiento de cabeza. Sí, a la vista de la ilimitada extensión del Universo, el significado de la propia persona, al que por otra parte, a veces se le da tanta importancia, es algo diminuto, apenas reconocible. El ser consciente de la propia futilidad dentro del juego sin fin del Universo tiene algo de provechoso. Ayuda cuando la tristeza nubla el cielo de la vida, hasta que el sol de la esperanza vuelve a hacer su aparición. Brinda consuelo cuando los años han pasado demasiado rápido y 10
la añoranza no ha recibido aquello que necesitaba. Es una buena medicina contra la certeza de la llegada de la muerte y la incertidumbre que ésta trae consigo. - ¿Qué pasa con los hombres después de la muerte? – le preguntó Amanda al libro. Las palabras no se hicieron esperar: Las almas de los hombres regresan tras su muerte corporal nuevamente al mundo, sin recordar Su vida anterior, para comenzar una nueva existencia en un nuevo cuerpo. Pero quien conozca este proceso y no desee estar inmerso en él durante más tiempo, puede liberarse. Puede vivir si haber nacido. Puede vivir sin tener que morir. Será un alma liberada en un Universo ilimitado. Esta liberación se llama iluminación.
Cuando la escritura mágica despareció, a Amanda le vino a la memoria una escena de una película que había visto unos días antes de iniciar su viaje hacia la India. En ella, una mujer mayor le decía a una jovencita: ¡Morir es mejor que nacer! Aprende a odiar la vida. Porque está llena de sufrimientos e inutilidades. Amanda pensó, haciendo un gesto de desagrado, que era la filosofía de vida de una vieja amargada. No obstante, su paz interior se vio perturbada, porque no podía evitar pensar que aquellas palabras de la mujer, que le habían desagradado, contenían una verdad a la que no se podía sustraer. Y es que muchas cosas en la vida ocasionaban sufrimiento y muchas otras resultaban inútiles; la absoluta certeza de la muerte hacía que los sufrimientos, las tribulaciones y los castigos de la vida, y también todo lo que se aprende de ellos, pareciesen inútiles. Pero la mujer había olvidado los momentos de felicidad, a los pequeños y a los grandes amigos; había ignorado el amor, la amistad, la naturaleza, la música, la poesía, la pintura y la danza. Y también había olvidado el reluciente vacío y el presente ilimitadamente libre. Quizá este último fuera un nivel previo a la iluminación desde el que no faltara más que un último paso para la liberación total. Amanda creía en la existencia de la iluminación. Y además creía que no sólo la había alcanzado Buda, sino también otros hombres de todos los tiempos y de todas partes del mundo. Hombres que no habían hablado de ello, y de quienes la historia no tenía noticia alguna. En principio, todo hombre que busca de verdad la iluminación, puede alcanzarla siempre y cuando su anhelo de ella sea suficientemente grande, y también lo sea su madurez, y siempre que su alma no sólo sea libre sino que además, desee ser libre. Amanda conocía a algunas personas que se extrañarían enormemente si les transmitía estos convencimientos. Gente que juzgaría como una locura el simple pensamiento de una forma de existencia superior a la vida del ser humano. Gente a la que jamás confiaría su idea de que el sentido de la vida consiste en último término en vencer esta última y llegar a una existencia superior, para que el alma inmortal quede liberada para siempre del peso de cada nuevo cuerpo mortal. Cuerpos que quieren vivir una y otra vez, amar, disfrutar y permanecer jóvenes y que, sin embargo, padecen tanto dolor y 11
sufrimiento, heridas, decepciones y enfermedades y, por último, la inevitable vejez, el abandono de las fuerzas vitales y la amenazante cercanía de la muerte. Y no obstante, a veces la vida es tan bonita, tan valiosa, que uno se olvida del lado oscuro. Amanda echó un vistazo al libro mágico y observó cómo se dibujaban estas palabras: Por encima de las nubes del pensamiento hay un cielo de silencio maravilloso, que sólo conoce el alma, pues ésta no siente ningún miedo a volar. “Mi alma no tiene ningún miedo a volar”, pensó Amanda. “No hay nada más bonito. El momento en que más alto he volado ha sido cuando he amado. ¿Acaso se puede volar sin amar?” El libro mágico le dio la respuesta: ¿Qué es la libertad sin amor? ¿Qué es la belleza sin amor? ¿Qué la magia sin amor? Una libertad sin sentido, una belleza hueca, una magia falsa. el amor es la fuerza que da sentido y también la vida a todo. El amor es el camino hacia la iluminación.
Es una pena, pensó Amanda, que sea tan difícil encontrar el amor y tan fácil perderlo. De lo contrario, había más hombres llenos de amor. Amanda leyó: En el mar del amor sólo puede nadar aquel que está preparado para olvidar sus miedos, sobre todo el miedo a ahogarse. Entonces, son los miedos los que nos impiden llegar al amor y en último término a la iluminación, reconoció Amanda. El miedo al rechazo, a la decepción, a ser heridos y a la tristeza. El miedo al sufrimiento. La escritura apareció de nuevo: El anhelo de experimentar el amor tiene que ser más fuerte que el miedo a fracasar en él.
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“Anhelo frente a miedo”, pensó Amanda. La eterna lucha de la que sale vencedor el miedo en la mayoría de los hombres. Y en mi caso, ¿qué? ¿Acaso no tengo también miedo al amor? ¿Y quién no tiene en realidad miedo al amor? ¿Quién no ha sufrido ya, quién no se ha sentido herido y engañado? ¿Quién no conoce la amargura de la decepción o la tristeza del fracaso? ¿Quién no ha aprendido de sus experiencias? Amanda miró al libro y leyó: Las experiencias pueden ser útiles pero también peligrosas. Tienes que aprender de ellas, pero también has de saber olvidarlas, para poder sentir la magia del presente. Tú pasado está muerto. No puede llevarte a lo más profundo de la vida.
Cuando estas palabras desaparecieron del papel, Amanda cerró el libro. ¡Era hora de enseñárselo a su padre! Ya no podía guardar este secreto para sí por más tiempo. Las preguntas que aún guardaba en su alma se las haría al libro más tarde. Se levantó impulsivamente, y con cuidado guardó el libro en el bolso. Se paró a pensar si debía llamar a su padre para anunciarle su visita, pero decidió darle una sorpresa.
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Amanda manifestó a su padre su alegría en el mismo momento en que éste le abrió la puerta. Se abrazaron y él le acarició el pelo con cariño, igual que lo hacía cuando era una niña. - ¡Amanda! Pensaba que aún estabas en la India. - Ya estoy de vuelta. - ¿Tan pronto? Tenías la idea de quedarte un mes. Amanda sacó el libro mágico del bolso. - Ésta es la razón. Su padre arrugó la frente. - No te entiendo. Ven, vamos a sentarnos. ¿Quieres beber algo? - Un poco más tarde, Roland. Este libro es mucho más de lo que parece a simple vista. Lo encontré en las excavaciones y lo he traído de la India. - Eh, Amanda, no me mientas. ¿Pretendes que crea que este libro completamente limpio ha estado enterrado durante siglos? Da la impresión de que lo acabas de comprar. - No, no te miento. Creo que ha permanecido mucho tiempo allí y que verdaderamente tiene un valor inapreciable – dijo Amanda. - Bueno, pero ¿es que te piensas quedar ahí todo el rato? – le preguntó su padre mientras la agarraba de la mano y tiraba de ella hacia dentro de la casa. Se dirigieron al salón y se sentaron. Amanda le entregó el libro mágico a su padre. - Toma ¡Convéncete por ti mismo! Su padre lo cogió y lo hojeó. - Es más bien un cuadernillo en blanco para apuntar notas o quizá un diario con las cubiertas de cartón, - constató su padre -, sin nada impreso en él ni nada escrito. En suma, ninguna razón para que una arqueóloga abandone un lugar de excavaciones tan interesante antes de tiempo. - Sí, si hay razones suficientes para hacer tal cosa, Roland. ¡Hazle una pregunta al libro, al mismo tiempo que miras las páginas que has pasado! - ¿Qué dices? - ¡Hazle una pregunta! Simplemente hazlo, aunque suene a locura. - Vale. Si es tu gusto. Amanda hizo esperanzada un gesto afirmativo con la cabeza. El padre miró el libro abierto que tenía en las manos y le preguntó: 14
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¿Se ha vuelto loca mi hija?
Amanda sonrió y se sentó en el sofá al lado de su padre para poder leer junto a él la respuesta del libro, pero no apareció ninguna. - El libro no me contesta, Amanda, lo que por otra parte tampoco me sorprende. - Es que le has hecho una pregunta equivocada, Roland. Sabes perfectamente que no estoy loca y el libro también sabe que tú lo sabes. Así pues, considera que no es necesario una respuesta. Roland miró a su hija sorprendido. - ¿Y cómo sabe el libro que yo lo sé? - Porque puede leer tus pensamientos tan pronto como lo abres. Hazle una pregunta que realmente te sea importante y observa sus páginas. Aunque el padre de Amanda no lograba entender el sentido del juego, no tenía ninguna intención de ser un aguafiestas, así que, tras una corta reflexión, le pidió al libro lo siguiente: - Nómbrame una de las cualidades más importantes a la que hay que aspirar en la vida. Acto seguido, Roland se sobresaltó asustado, pues vio cómo en una de las páginas del libro hindú aparecía una escritura que parecía provenir de la nada: Una de las cualidades más importantes a la que se debe aspirar en la vida es la serenidad. Se origina en el conocimiento del carácter transitorio de la vida. Toda vez que la serenidad ha arraigado en el hombre, Se convierte en una gran ayuda en su camino hacia la luz.
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¡Eh! De repente ha aparecido algo escrito, Amanda. ¿Lo ves tú también?
Amanda se inclinó sobre el libro, pero sólo divisó dos páginas vacías. - Y ahora se borra todo, Amanda ¡Increíble! Era la respuesta a mi pregunta; una respuesta nada usual por otra parte. ¿Qué clase de libro es éste? - Es un libro mágico, padre. Una maravilla en un mundo real. Ha estado enterrado en la tierra durante una eternidad sin sufrir ni un solo rasguño. Es un desafío a las leyes de la naturaleza. Es capaz de leer los pensamientos de las personas que lo abren y responder a sus preguntas. ¡Quién sabe de qué más es capaz! Roland miro a su hija a los ojos. Le brillaban con un fulgor perdido desde hacía mucho tiempo. Volvió a mirar el libro y le preguntó: - ¿Cómo es un hombre en el que ha arraigado la serenidad? Las palabras aparecieron de nuevo: Calla, cuando otros se lamentan. Comprende cuando otros preguntan. Nacido para morir, se da cuenta de que cada nuevo día 15
le puede traer algo valioso; algo que sólo con la mirada clara de la serenidad puede descubrir. -
¿Qué te dice el libro, Roland?
El padre lee en voz alta lo que está escrito en el libro. - ¡No puedo entenderlo! He visto muchas cosas en la vida pero este libro… ¡y las palabras vuelven a desaparecer, como siempre! ¿Por qué no lo puedes ver tú? - Solamente puede leerlo aquél a quien va dirigido, Roland. Y siempre se borra, porque únicamente está escrito para el instante en el que se lee. Así que, entiendes el significado de sus palabras en ese preciso momento o no. Roland dejó el libro sobre la mesa, se levantó e intranquilo, empezó a dar paseos por la habitación. - Quizá el libro me hable de serenidad, porque la necesito urgentemente – dijo al cabo de un rato -. Amanda, ¡es imposible que exista un libro así! Mi entendimiento se niega a creer lo que han visto mis ojos. - A mí también me pasó lo mismo, Roland, cuando descubrí el libro. Es una maravilla. Ya sabes que yo creía en las maravillas cuando era una niña. Roland volvió a sentarse al lado de Amanda. - Sí, creías en las maravillas y ¡ahora resulta que has encontrado una! ¿Estás pues convencida de que este libro puede leer los pensamientos de un hombre? Amanda asintió con la cabeza. - Los míos los lee y responde a mis preguntas. - ¡Increíble! Tengo que averiguar si también puede leer los míos – decidió Roland y abrió el libro. Entonces le hizo al libro la primera pregunta que se le vino a la cabeza e intrigado, miré el papel Pero esta vez no hizo su aparición ninguna escritura, sino una imagen que cubría ambas páginas. Mostraba el rostro de una mujer, Esther, muerta hacía ya cinco años, tal como era cuarenta años atrás, cuando la vio por primera vez y se enamoró de ella. Le sonreía igual que lo hizo aquel día. Todo era tal como había sido cuarenta años antes: su fisonomía, sus gestos, su peinado y su encantadora sonrisa. Tras algún tiempo, aquella imagen se borró. Roland respiró profundamente, cerró el libro y lo dejó con sumo cuidado sobre la mesa. Después miró a su hija a los ojos y dijo en voz baja: - Acabo de ver la cara de tu madre. Tal como era el día que la conocí, hace cuarenta años. En aquel momento tenía treinta y dos años, estudiaba biología, estaba sentada en un banco del parque y leía un libro. El sol brillaba. Cuando pasé por delante de ella, nuestras miradas se encontraron y yo me quedé parado. Ella me lanzó su encantadora sonrisa, que ahora acabo de volver a disfrutar. Le había preguntado al libro por las etapas más importantes de mi vida, y me las ha mostrado. - ¿Has visto una imagen de Esther? - No, no era exactamente una imagen, más bien como una escena de una película. La cara de Esther estaba allí, vivía, sonreía y echaba la cabeza un poquito hacia un lado, exactamente igual que el día que la conocí. También mis sentimientos era iguales. Ha sido como si hubiera vuelto a vivir aquel instante. No puedo creerlo. - Así es que el libro también puede reproducir imágenes – afirmó Amanda fascinada -. Quizá ha tomado las imágenes de Esther de tus propios pensamientos y ante tus ojos las ha vuelto a traer a la vida. 16
- Ya veo lo que puede hacer este libro y me pregunto qué es lo que en realidad no puede conseguir. - No puede moverse del lugar en el que está por sí mismo. Si nadie lo levantara de esta mesa, se -
quedaría aquí para siempre. ¿Estás segura de eso? – murmuró Roland. Me lo ha dicho él mismo. De hecho me ha dicho muchas cosas importantes y, entre ellas, la que más importante me parece: que lo había despertado y que él me despertaría a mí. Eso suena a promesa, ¿Cuándo te ha dicho eso el libro? Poco después de encontrarlo en la tierra. ¿Por qué no le preguntas lo que ha querido decir? – le propuso Roland a su hija, mientras le tendía el libro -. Así interpretarías sus palabras con exactitud. ¿Qué he de entender con eso de que me despertarás? – preguntó Amanda al libro mágico tras unos segundos de vacilación.
Y él le dio la respuesta: Casi todos los hombres creen que duermen sólo durante la noche y que están despiertos durante el día, Pero se equivocan. Duermen continuamente. Tú sueñas con despertarte. Tú sueño se hará realidad. -
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¿Qué ha escrito el libro, Amanda? Que sueño con despertarme y que mi sueño se hará realidad. Vaya, un mensaje muy poético – susurró Roland -. ¿Qué más sabes sobre este libro? ¿Cómo se ha originado? Hace mucho, mucho tiempo, vivió un hombre en la India que alcanzó el estado al que los budistas llaman “Iluminación”. Durante el momento de su iluminación tenía este libro en las manos por casualidad o de forma deliberada, y la magia de su liberación fluyó a este libro. ¿Conoce alguien aparte de nosotros dos la existencia de esta maravilla?
Amanda dijo que no. -
Muy bien. Así debe seguir. Pero, Roland, este libro es para todo el mundo, no sólo para nosotros dos. No debemos contemplarlo como algo de nuestra propiedad. Me dijo que hablaba desde el alma de la vida al alma de los hombres. Tenemos que compartir este tesoro con los demás.
El padre de Amanda arrugó la frente y se pasó las manos por el pelo, que ya se había vuelto gris. - Amanda, no debemos obrar con precipitación. Este libro es una bendición, pero también podría llegar a ser una maldición si cayera en manos equivocadas. Amanda asintió con un movimiento de cabeza. - Una vez en la India, hubo una lucha por la posesión de este libro, que acabó ocasionando su completo olvido – quizá una lucha sangrienta. - Esa lucha sería hoy exactamente igual de sangrienta que lo que fue entonces. Hay gente que pasaría por encima de los cadáveres que fueran necesarios para adueñarse de este libro. Tenemos que ser muy conscientes de nuestra responsabilidad en este asunto. Amanda, este secreto debe quedar entre nosotros, al menos por ahora. Amanda calló pensativa. 17
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Amanda, ¿cómo he de interpretar tu silencio? En tu opinión, ¿a quién deberíamos enseñar esta maravilla? ¿A nuestros mejores amigos, quizá? El intento de poseer este libro puede convertir a un amigo en un ladrón. ¿Cuánto crees tú que sería capaz de pagar un hombre rico para conseguir algo que en realidad es impagable?
Amanda bajó la vista. - y ¿Cuánta gente no perdería la vida antes de que la lucha por la posesión de este libro terminara? ¿Acaso este libro debería producir voracidad, violencia, traición y derramamiento de sangre, para al final desaparecer durante décadas entre el tesoro de un rico desalmado y falto de escrúpulos, que no sepa reconocer su verdadero valor? Amanda levantó la vista hacia su padre y asintió. - Sí, tienes razón, ¡desgraciadamente! No hay más remedio que esconder este tesoro para que no se convierta en el objeto de caza de los ricos y los poderosos. - No necesitaríamos hacerlo nosotros, Amanda. Él sabe ocultarse por sí mismo muy bien. No muestra a primera vista lo valioso que es. Más bien parece un simple cuadernillo. Basta con que nadie, excepto nosotros, lo abra. ¿Acaso conoces a alguien con quien compartir nuestro secreto sin vacilar? Amanda se recostó en el sofá y buscó una respuesta a la pregunta de su padre. Primero pensó en Eric, su anterior pareja con la que convivió durante tres años. Tras la separación, hacía un año, continuaron siendo amigos. Se veían de vez en cuando y compartían lo que aún quedaba entre ellos. En esas ocasiones, Amanda se sentía muchas veces como si ambos se encontraran en medio de las ruinas de lo que en otro tiempo había sido una bonita casa. Por otra parte, estaba su amiga de tantos años, Sophie, que tenía un gran corazón e irradiaba ternura y alegría de vivir allá por donde iba, y que, además, tocaba muy bien el violín. Sophie tenía muchas y muy buenas cualidades y gozaba de varios puntos fuertes, pero entre ellos, desde luego, no se encontraba el de la discreción. También estaba Claudia, con quien podía hablar de todo, pues sabía callar muy bien. Entre ellas se había creado una profunda armonía que, por otra parte, podía desaparecer de forma tan inesperada como había surgido. Amanda ya le había confiado a Claudia algunos secretos. Pero la idea de ponerle el libro entre las manos le producía un extraño malestar. Por último, estaba David, con quien había comenzado una relación hacía apenas tres meses, tan intensa como inconstante. David la fascinaba, pero algunas veces tenía la impresión de que le ocultaba algo importante. De hecho, en alguna ocasión se había visto tentada de romper su relación con él. - No, Roland – dijo Amanda -, por desgracia, no conozco a nadie, excepto a ti, a quien mostrar este
libro sin vacilar, plenamente convencida.
Roland puso la mano sobre el libro, como si quisiera protegerlo. - Entonces será un secreto entre nosotros de momento, ¿no? - Sí -, le confirmó Amanda. - De acuerdo, ¿Puedo hacerle aún algunas preguntas al libro? Amanda le tendió el libro a su padre. Había decidido dejar a solas con él durante un rato, de modo que se marchó al jardín y se sentó en un banco de madera situado junto al pequeño estanque. Amanda se sintió aliviada. Había sido una buena idea enseñarle el libro a Roland y poder compartir con él su secreto.
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El padre de Amanda siempre se había tenido por afortunado, hasta el día en que su mujer murió en un accidente de coche. Desde hacía cinco años lloraba la muerte de su esposa, y lo seguiría haciendo, porque no creía ese dicho de que el tiempo cura todas las heridas. Era consciente de que su amor por Amanda, que había heredado muchas cosas de su madre, le había protegido de una aflicción mayor. A través de su hija Amanda continuaba queriendo a su mujer. Cuando Amanda reía, veía reír a Esther. Y por un momento, Esther recobraba la vida. Había enseñado Historia en la universidad, pero llevaba ya tres años jubilado. Su vida, llena de experiencias, le había puesto en contacto con personas muy diversas, y como que era un oyente comprensivo, muchas le habían hablado acerca de sus vidas. Así, con el paso del tiempo, había llegado a la conclusión de que la mayoría de los hombres no eran felices. Algunos incluso eran manifiestamente desgraciados. 19
Las humillaciones y las enfermedades, las decepciones y los miedos, los deseos insatisfechos, los fracasos, las privaciones y los dolores los habían atormentado desde la cuna hasta la sepultura. Y las pequeñas alegrías y los raros momentos de felicidad apenas podían hacer olvidar levemente el hecho de que su vida transcurriera de muy distinta manera a como habían soñado en su juventud. Prácticamente todos tenían que trabajar hasta su vejez, para asegurarse la subsistencia. A muchos les hacía desgraciados su propio trabajo. A otros lo hacía el hecho de no encontrar trabajo. Había muchas posibilidades de que un hombre fuera desgraciado. Y muy pocas de que fuera feliz. ¿Por qué era la vida de tal índole que apenas ningún hombre conseguía amarla con toda su alma? El padre de Amanda abrió el libro mágico y leyó: ¿Por qué son los hombres de tal índole que no consiguen amar la vida con toda su alma? Porque la unión de su alma inmortal con el cuerpo perecedero y frágil es una fuente permanente de sufrimiento.
Pero, ¿por qué se une el alma al cuerpo, quiso saber Roland, si esto sólo le proporciona sufrimiento? Leyó la respuesta: El alma se une al cuerpo por costumbre, por miedo a lo desconocido, miedo a su verdadero ser. Pero este miedo le ocasiona siempre un sufrimiento, y este dolor le obliga a aprender que puede vivir sin un cuerpo. ¿Es la muerte la separación definitiva entre el alma y el cuerpo? – murmuró Roland. Sólo la muerte que precede al despertar del alma. Cualquier otra muerte lleva a un nuevo nacimiento.
Pero, ¿por qué tiene que aprender el alma que puede existir sin el cuerpo? Se preguntó Roland. ¿Por qué no lo sabe desde un principio? Al principio, el alma es ignorante como un niño pequeño, y el cuerpo la induce una y otra vez a nuevas uniones y diestramente la ata a sí misma. El alma tiene que ser capaz de buscar su libertad; nadie se la va a regalar.
Aunque Roland no se sentía necesariamente un hombre religioso, le vino a la cabeza la imagen de un alma liberada de toda preocupación y sufrimiento. ¿Y cómo debería ser la vida de un alma liberada? Miró al libro y leyó: Es una vida sin guerra, Sin odio, sin miedo, sin necesidades. No existe la desgracia,
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ni la mentira, ni el engaño. Tampoco la violencia ni el dolor; no hay ningún nacimiento ni ninguna muerte.
¿En qué esfera se halla el alma liberada? – preguntó Roland. Se sitúa por encima de las oposiciones, más allá de las contradicciones. El alma individual entiende su sentido en el gran juego del alma universal. La fantasía alcanza aquí la realidad y no puede suceder nada malo, porque sólo se despiertan las alma. Que no encierran nada oscuro dentro de sí, por ello, despertar significa también iluminación.
“Entonces me pasaré el resto de mi vida, dijo Roland para sí, aportando luz a los lugares más ocultos de mi alma. No será fácil, pero lo intentaré”. Por primera vez tras la muerte de su mujer dejó de sentir la carga que soportaba su alma desde hacía años. Cuando transcurrido un tiempo, Amanda entró en el salón, su padre la miró con los ojos brillantes. - Amanda, hada buena – dijo con voz suave -, has descubierto una maravilla y ¡esa maravilla es efectiva! Este libro me ha mostrado el camino hacia la luz. Por primera vez desde la muerte de tu madre vuelvo a sentir una seguridad absoluta. ¡Ven y déjame darte un abrazo! Había llegado la hora de que Amanda se marchara. Salió de casa de su padre con el libro mágico y subió al tranvía. Estaba anocheciendo y ya lucían las farolas de la calle. La verdad es que tenía la intención de dirigirse directamente a casa, pero, al pasar por el centro de la ciudad, se bajó del tranvía de forma espontánea para pasear un rato por sus calles. Se quedó parada ante el escaparate de una librería en el que se veían un montón de textos interesantes recién publicados. Involuntariamente, tocó el bolso de piel con la mano para palpar el libro mágico. ¿Qué valor tenían todos aquellos libros del escaparate en comparación con el que tenía en el bolso? Por supuesto que había libros maravillosos, pero ella había encontrado algo más, había encontrado una auténtica maravilla.
Aquella mujer especial con el pelo moreno y rizado llamó la atención de Florián de inmediato, nada más verla bajarse del tranvía con pasos presurosos. Pasó por delante de él sin darse cuenta de su presencia. Florián le lanzó una mirada inquisitiva al rostro, la ropa y el bolso, e impulsivamente la siguió. 21
Tras recorrer unos cien metros, la mujer se quedó parada ante el escaparate de una librería y durante un rato se dedicó a mirar en su interior. Era evidente que llevaba algo de valor en aquel bolso de cuero negro, porque incluso en una ocasión lo acarició como si quisiera asegurarse de que seguía allí. Florián pensó que la mujer echaría a andar de nuevo rápidamente. Se acercó a ella en silencio y se quedó a dos pasos por detrás. Estaba tan concentrada contemplando el escaparate, que no notó la presencia del hombre. Éste miró a derecha e izquierda para comprobar la presencia potencial de algún perseguidor. La situación era favorable. Florián se subió el cuello del jersey hasta los ojos, sacó unas tijeras y cortó con un rápido movimiento las asas del bolso. Antes de que la mujer pudiera darse cuenta de lo que pasaba, el hombre le quitó el bolso por el hueco formado entre el brazo y la cadera y se dio a la fuga. Florián siempre había sido el más rápido en las clases de gimnasia en la escuela y, gracias al entrenamiento regular, se mantenía en forma. Todas las mujeres a las que había robado y que habían intentado seguirle, no contaron con ninguna posibilidad de alcanzarle desde el principio. Y tampoco la tuvieron los hombres que vinieron en su ayuda. De hecho, no eran muchos los que se aventuraban a seguir a un ladrón de bolsos que corría como un huracán por las calles, para recuperar el dinero de una desconocida. Florián ya estaba al otro lado de la calle, cuando la mujer reaccionó. Ésta gritó y su grito hirió a Florián en lo más profundo de su ser, porque sonaba como el lamento de una madre a la que le hubieran robado el niño. Pero por otra parte, aquel grito despertó la curiosidad de Florián acerca del contenido del bolso, una curiosidad mucho mayor de la que había sentido nunca. Tampoco esta mujer le había visto la cara, al igual que sus predecesoras. Lo único que sabía era que se trataba de un hombre delgado que corría a gran velocidad. Florián ocultó el bolso debajo de su chaqueta y se internó rápidamente en una calle adyacente. Después dio la vuelta a una esquina y, por último, torció a la derecha. Llegado este punto puso fin de golpe a la vertiginosa carrera, liberó su rostro del cuello del jersey y continuó su camino como un ciudadano normal. Miró hacia atrás. Nadie le había seguido. Se resistió a la tentación de abrir el bolso allí mismo. El examen del botín le proporcionaba una sensación parecida a la que tenía de niño cuando abría los regalos de su cumpleaños. Y la alegría anticipada era una vez más la mayor de las alegrías. Cuando Florián llegó a casa, dejó el bolso encima de una mesa y se sentó. ¿Cuánto dinero habría dentro? El cariño con que la mujer lo había acariciado, hacía pensar que quizá hubiera una importante suma de dinero. Cogió pues el elegante bolso negro y pasó la mano por su suave piel. Después, decidido, lo abrió y vació su contenido en la mesa. En lo primero que se fijaron sus ojos fue en el monedero. Lo abrió y sacó las monedas: una de cien, una de cincuenta, tres de veinte, dos de diez. En total había sólo doscientos treinta marcos. Florián se quedó decepcionado. Esperaba encontrar más y se preguntó por qué aquella mujer, aparentemente bien situada, había gritado de aquel modo por una suma de dinero tan pequeña. Después se fijó en el billetero. Lo abrió y comprobó su contenido. Retiró las tarjetas de crédito y los cheques. No quería tener nada que ver con el dinero de plástico. Sacó el carné de identidad. - Te llamas Amanda – murmuró -, ¡y naciste el diez de febrero! ¡Vaya, has nacido el mismo día que yo! Dio la vuelta al carné.
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¡Y vives muy cerca de aquí! Quizá te haya visto en el supermercado de la esquina. Tienes los ojos azules. Y una cara especial. Siento haberte asustado tanto, pero no era nada personal, ¿sabes? Es mi trabajo.
Florián dejó el carné y siguió inspeccionando el billetero. Sólo encontró otras tarjetas de crédito y dos tarjetas de visita con la dirección y el número de teléfono de su víctima. Además, había un puñado de llaves que no le interesó lo más mínimo porque no se dedicaba a forzar cerraduras. No se sentía seguro dentro de las casas. Su zona de actuación era la calle abierta; sólo en ella podía aprovechar su rapidez y agilidad. Resultaba sorprendente todo lo que Florián había llegado a encontrar en los bolsos de las mujeres. Esta vez, aparte del monedero, el billetero y el puñado de llaves había un libro completamente en blanco que parecía bastante sencillo. Seguramente sería e diario de Amanda. Con la esperanza de poder enterarse de algunas cosas interesantes de la vida de aquella mujer, Florián abrió el libro y lo hojeó, para comprobar decepcionado que todas sus páginas estaban en blanco. Florián se sentó en el sofá y hojeó otra vez el libro con detenimiento, para comprobar si quizá dentro podía haber guardado algún billete entre las páginas; no tuvo suerte. De mal humor, hizo una mueca con la boca y se preguntó nuevamente por qué aquella mujer había gritado de una manera tan horrible, al darse cuenta de que le habían robado el bolso. Los doscientos treinta marcos no era más que calderilla para alguien como ella. De repente, se sobresaltó de miedo y abrió los ojos por completo, pues en una de las páginas del libro abierto que tenía en las manos aparecieron las palabras: La mujer ha gritado tan horriblemente porque el reconocimiento de que nada es seguro en la vida resulta doloroso. Sin embargo, necesitaba ese conocimiento para iniciar su camino al despertar, Tú la has ayudado en ese aspecto, así que también serás ayudado a encontrar el conocimiento que necesitas. Las manos del ladrón empezaron a temblar. La cabeza se le movía sin querer de un lado a otro, mientras volvía a leer aquellas palabras. Después se borraron tan inesperadamente como habían aparecido, y la página se quedó nuevamente en blanco. Florián cerró aquel inquietante libro y, perplejo, lo dejó otra vez sobre la mesa. Se levantó, fue a la cocina y se preparó un combinado de vodka y limón con hielo. Al hacerlo se dio cuenta de que aún le temblaban las manos. Vació el vaso de un solo trago, se sirvió un segundo, encendió un cigarrillo y se sentó a la mesa de la cocina. Conforme se fumaba el cigarrillo se fue tranquilizando. Había tenido una alucinación. Ese tipo de cosas pasan. Había visto aparecer y luego desaparecer un escrito en una página en blanco. Un escrito que era capaz de leer sus pensamientos y contestar a sus preguntas. O sea, algo imposible. Estaba claro que sus ojos le habían hecho una jugarreta. Florián se sirvió un tercer vaso de vodka y sintió que su estado volvía a normalizarse. Había tenido una alucinación totalmente loca. Mucha gente tenía esa clase de experiencias, alucinaciones, sueños diurnos, visiones. Ahora él era uno de ellos. Podía soportarlo con tal de que no se repitiera nunca más. Tras el tercer vodka y el segundo cigarrillo, Florián tuvo claro que ni el alcohol ni la nicotina le iban a ayudar a olvidar lo que había vivido. No tenía más remedio que volver a probar. De modo que se puso en pie y se dirigió de nuevo al salón. Encima de la mesa estaba aquel libro blanco y delgado. Se sentía 23
indispuesto, por lo que pensó que quizá sería mejor irse a la cama sin más. Sin embargo, tenía la certeza de que no conseguiría dormir sin antes averiguar si lo ocurrido había sido real o no. Y es que podía no haber sido una alucinación. Así pues dejó de lado su indisposición, fue hacia la mesa y tomó el libro entre sus manos. Lo abrió y contempló las páginas en blanco. Si volvía a aparecer algún escrito en él, es que no se trataba de ninguna alucinación. Florián deseó que no ocurriera. Pero sí apareció, como creado por una mano insegura. Y leyó: El que huye de la verdad,
huye de sí mismo. ¡Quédate parado y espérate! Este libro te hará compañía mientras tanto.
Florián notó que se le aflojaban las rodillas y se hundió en el sofá con el libro en las manos. Las frases desaparecieron. Observó la página en blanco. Ahora sé, pensó, por qué gritó la mujer. Por este libro increíble. ¿De dónde lo habría sacado? ¿Cuál sería su procedencia? Durante muchos siglos estuvo en manos de un alma que había iniciado el camino al despertar y fue encantado por la luz que ésta irradiaba, Y así ha permanecido protegido de las fuerzas de la naturaleza, Para obrar en el mundo intemporalmente. Ahora está en manos de un ladrón de bolsos.
No sé si comprendo, pensó Florián, pero estoy muy impresionado. He leído algunos libros y, desde luego, tú eres muy especial. Entonces, dices que tengo que pararme y esperar. ¿Y por qué tendría que hacer tal cosa? Para que puedas decirte
a ti mismo la verdad que no quieres oír, Y que, sin embargo, debes escuchar
para preservarte de grandes daños. Bien, de acuerdo, pensó Florián, voy a participar de este juego. Me quedaré parado y esperaré y además escucharé lo que tengo que decirme. Entretanto, tú me harás compañía. Es muy amable de tu parte. Al fin y al cabo no soy más que un ladrón de bolsos. A los ojos de la sociedad soy un delincuente, un elemento dañino. ¡Y tú quieres protegerme de grandes daños! Pero ¿quién eres en realidad? De este libro sale la voz del espíritu de la iluminación, para llevar luz a la oscuridad 24
de las ilusiones. Entonces, ¿Vivo en la oscuridad de las ilusiones? Sueñas que vives, y sólo puedes despertar con la muerte. Sin embargo, existe un despertar antes de la muerte.
¿También para un ladrón? – murmuró Florián. Lo que un ladrón roba a los demás habrá de serle robado a él mismo por otros, para que pueda alcanzar un conocimiento más alto. Todo lo que haces a los demás, te lo han de hacer otros, para que puedas entenderlo por completo. Porque sólo cuando lo comprendes totalmente, eres capaz de deshacerte de ello para siempre.
Florián lanzó un quejido. Aquello no presentaba muy buenas perspectivas. Le apetecía levantarse a beber otro vaso de vodka, pero esto tampoco sería de mucha ayuda. Había robado un libro encantado que le hablaba directamente a su conciencia, lo que le hacía sentirse a medio camino entre la fascinación y el malestar. ¿De modo que al ladrón le robarán todo aquello que él previamente ha usurpado? ¿Y quién se ocupa de realizar tal acto de justicia? ¿Quién lleva la cuenta de los daños de los que ha sido responsable? Florián sólo les había quitado un poco de dinero a algunas mujeres de buena posición. ¿Es que eso era tan malo? Miró al libro y leyó: Tienes que reconocer y cuidar a los demás en ti mismo. No causes daños a los demás para no dañarte a ti mismo. No robes a los demás para no robarte a ti mismo. Porque lo que tomas te será arrebatado. y lo que das te será dado.
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Eso no puede ser verdad – murmuró Florián.
Había robado un libro con el que se podía conversar sin siquiera pronunciar una palabra. ¡Una cosa así tenía que ser única en el mundo! Seguramente se podría vender a un precio desorbitante, con lo que Florián tendría la vida asegurada económicamente hasta el final de sus días. En este mundo, cada vez más material, todo tiene su precio, incluso una maravilla. Pero quien desee vender una verdadera maravilla, deberá tener mucho cuidado para no ser engañado. 25
El malestar de Florián fue en aumento. Este asunto le venía grande. Él no era más que un ladronzuelo de piernas rápidas, que se había especializado en los bolsos de las señoras. No reunía los requisitos necesarios para hacer negocios de esta magnitud. Florián lanzó un quejido y se pasó las manos por el pelo. Había tenido la suerte de robar un libro mágico que se suponía gozaba de un gran valor, pero no tenía ni de lejos la oportunidad de convertirlo en dinero sin jugarse el todo por el todo en la operación. La vida era injusta. Y el mundo, mala cosa. - Dime, libro sabio – musitó -, ¿por qué es tan malo el mundo? Y leyó: El mundo es tan malo o también tan bueno como lo experimente el hombre. Para el desesperado es un valle de lágrimas, para el feliz es un paraíso. Pero todos se equivocan. Para el iluminado es un enigma que ha adivinado. Eso no me basta, pensó Florián. Yo no soy el único que siente que el mundo es malo. Hay mucha gente que piensa como yo. El mundo es injusto y gris; está lleno de violencia y odio, de guerra y enfermedad. Los criminales comercian con hombres indefensos como si fueran mercancías. Los asesinatos están a la orden del día. Los ricos con su codicia se ríen en la cara de los hambrientos. La honradez no es más que una palabra. Incluso las parejas se mienten entre sí y los amigos se traicionan. El honrado es en la mayoría de los casos el tonto. Yo solo soy un ladrón de poca monta que asusta a las mujeres. Los hay peores que yo, mucho peores. En este preciso momento, aparecieron las siguientes frases: No debes compararte con los que son aún peores, sino que debes dirigir tus ojos a los mejores. De lo contrario ¿cómo podrías mejorar?
Florián pensó involuntariamente en Amanda seguro que ella era mejor persona que él. Lo más probable, es que se sintiera muy triste en aquellos momentos. Entonces y para su gran sorpresa, la vio en las páginas del libro como si apareciera en una pequeña pantalla. Y también la podía escuchar. Tenía la cabeza agachada y lloraba. Junto a ella estaba un hombre mayor de pelo gris y rizado que la consolaba. La abrazaba y decía: - Por favor, Amanda, no te hagas ningún reproche. Así no solucionarás nada. - ¿Por qué no me fui en el tranvía directa a casa? – oyó Florián que decía Amanda entre sollozos. - ¡No podías imaginarte que un ladrón te iba a robar el bolso! Después la imagen se borró de las páginas del libro. Florián sintió pena por Amanda y volvió a escuchar el grito desgarrador. El libro mágico había dicho que con aquel robo, Amanda tendría el doloroso conocimiento de que nada es seguro en la vida, y que es necesario reconocer tal cosa para poder tomar el camino al despertar, sea esto lo que fuera. Por lo tanto, la había ayudado con su robo, de tal manera que de lo malo se había originado lo bueno.
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El libro había afirmado que la vida era un sueño, aunque existe un despertar antes de la muerte. ¿Cómo sería ese despertar? ¿Cómo podría conseguirlo el hombre? ¿Sería un regalo o habría que ganárselo a fuerza de trabajar? En una de las páginas del libro mágico apareció lo siguiente: Para aquel que lo añora con toda su alma será un regalo. Todo lo esencial sucede por sí mismo, cuando llega la hora. El pelo no crece más deprisa porque se tire de él. Un esfuerzo disparatado puede incluso ser perjudicial en el camino hacia la luz.
Y en qué consiste esa luz misteriosa, le preguntó al libro con sus pensamientos.
Apareció la respuesta: No es el cuidado de los propios intereses, el silencio ante el error, el derroche de fuerza y tiempo. No es presión y dificultad, estrechez y necesidad, enfermedad y sufrimiento, engaño y decepción. Vale, pensó Florián, no es nada de eso. Pero, ¿qué es? Es la liberación Del alma de las cadenas del engaño. Es el alegre reconocimiento de haber sido siempre feliz
sin haberlo sabido. Es el fin de la incertidumbre, la consecución del círculo de los renacidos, la despedida del ser humano. ¡Ah, pensó Florián, eso sí que es fuerte! ¡La despedida del ser humano! Y entonces, ¿en qué se convierte uno cuando deja de ser un ser humano? Ya no es ola por más tiempo, sino océano. No se es parte, sino el todo.
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No se es “Yo”, sino “Nosotros”. No se es temporal, sino eterno.
Todo eso suena muy imponente, se dijo Florián, pero también muy abstracto. ¿Podrías ser quizá algo más concreto? De repente, las páginas del libro se volvieron aún más blancas, como si en ellas despertara una luz que hubiera permanecido dormida hasta entonces. Florián miró embelesado aquella luz que salía a chorros del libro, y que cada vez se hacía más brillante y reluciente. Sintió como fluía en su interior a través de sus ojos abiertos y cómo se extendía por él. Y aquella luz continuaba haciéndose más y más magnífica y mágica. Parecía contener en sí misma todo lo que era fuerte, bello y bueno. Florián olvidó todo lo que le rodeaba, se olvidó de sí mismo. Lo único que importa era aquella maravillosa luz. Sintió fuerza, armonía y una paz dentro de sí que no había experimentado nunca antes. Su conciencia estaba clara y no parecía conocer ninguna frontera. Se notó ligero como una pluma. Pero, de pronto, la luz fluyó de nuevo al libro blanco. Florián no sabía cuánto tiempo había permanecido aquella luz en su interior, pero se dio cuenta de que algo esencial dentro de él había cambiado, y que ese cambio era un regalo del cielo. Había comprendido que existía una vida más alta, con cuya belleza y magnificencia nunca habría osado soñar. Imposible de detener, la luz salió de él y regresó a su foco de procedencia. La tristeza que esto le producía se vio superada por la alegría que sentía Florián de haber podido experimentar aquella luz celestial. Ahora sabía que había algo que hacía que la vida fuera no sólo valiosa, sino además interesante, llena de sentido e intensa: La búsqueda de la luz del libro mágico. De golpe, Florián se vio afectado por un cansancio insoportable; se tumbó en el sofá y cayó en un sueño profundo que le sumió en una pesadilla que nunca olvidaría. En aquel sueño, Florián se vio a sí mismo sentado en una silla de madera a la que estaba atado, en una habitación vacía con una puerta cerrada. No podía mover ni las piernas ni los brazos. Mientras se preguntaba cómo había podido acabar en aquella desagradable situación, la puerta se abrió. Una mujer elegantemente vestida entró en la habitación, se dirigió directamente hacia Florián, estiró una mano y le robó un ojo. Extrañamente no le hizo ningún daño y tampoco sangraba. Pero Florián estaba muerto de miedo. Cuando la mujer salió de la sala, lanzó un grito de desesperación. Después entró una segunda mujer. Se acercó a Florián con risa maliciosa, le arrancó la nariz en un instante y desapareció con pasos rápidos. Aterrado, sintió que no podía respirar por la nariz, así que, necesariamente, tuvo que abrir la boca. Cuando Florián vio que entraba una tercera mujer, le gritó suplicante: - ¡Por favor, no me quites la boca! Me sería imposible respirar y moriría. La mujer que iba vestida tan elegante como sus predecesoras, se quedó parada ante él. - ¡No tengas miedo! No te voy a quitar la boca. No pretendíamos matarte. Si te mueres, no puedes sufrir. Y si no sufres, no serás capaz de entender, ¿comprendes? Se echó a reír, extendió los brazos y tiró con un fuerte tirón de las manos de Florián. Él gritó, aunque no sentía dolor. Tampoco esta vez sangró. Únicamente se quedó sin manos como si, de hecho, no las hubiera tenido nunca. La mujer hizo una mueca y se tapó los oídos. - Debería haberte robado la voz. Pero estaba interesada en tus manos. Sin ellas te será imposible robar. Un ladrón sin manos es un ladrón acabado. Entonces entró la cuarta mujer. Tampoco demostró ninguna compasión. Se acercó a Florián con pasos rápidos y le arrancó de un fuerte tirón las dos orejas. Ya no podía oír, ni siquiera sus propios gritos. 28
Por último entró en la sala una quinta mujer. Llevaba un traje negro, con mucho estilo. A Florián le pareció haberla visto ya antes en algún lugar. También las anteriores cuatro mujeres le resultaban conocidas. De golpe cayó en la cuenta de qué las conocía: ¡Eran cinco de las víctimas a las que había robado el bolso! La quinta mujer no hizo ningún gesto mientras se acercaba a Florián; se quedó parada ante él, estiró la mano y le quitó el otro ojo. Florián aullaba de terror y desesperación. Ahora todo estaba oscuro, era un espacio sin fin, inquietante y profundamente negro. Florián dejó de ver, oír y oler; respiraba jadeante a través de la boca. Había caído en unas terribles tinieblas que amenazaban con devorarle. - ¡Perdonadme! – gritó, sin oír su voz, sin saber si alguien le entendía -. Por favor, perdonadme todas a quienes os haya robado. No sabía lo que hacía. Lo siento. ¡Nunca más volveré a robar! ¡Nunca más! Cuando entró la sexta mujer, pensó que al menos a ésta no la veía, ni oía sus pasos ni podía oler su perfume. Seguramente me quitará algo. Si es la boca, moriré. A Florián empezó a temblarle todo el cuerpo. Sentía auténtico pánico de la muerte y de quedar encerrado para siempre por ella en aquella oscuridad espantosa que no tenía salida. De repente, Florián sintió que unos labios se posaban en su boca. Unos labios cálidos que le besaban con ternura. Y, después, como por arte de magia, otra vez podía ver, oler y oír y las manos volvieron a su lugar. El beso de aquellos labios le había devuelto todo lo que antes le habían robado. La mujer, a la que Florián devolvió el beso, le sonrío y las ataduras de las manos y de los tobillos se cayeron. Se levantó y miró a su salvadora a la cara. Era la mujer a la que había sustraído el libro mágico, Amanda. ¿Por qué le había besado, si le había robado una maravilla? ¿Estaría loca? ¿O acaso le gustaba? No, ¿por qué le iba a gustar alguien como Florián? ¡Un miserable ladrón de bolsos que atacaba por detrás, ocultando la cara y huyendo como una liebre! Pero ella le sonreía sin moverse del sitio, y él era incapaz de comprender que aquella mujer le acabara de devolver la vida. Con su beso le había salvado de un infierno y le estaba eternamente agradecido, aunque no alcanzaba a comprender cómo podía demostrárselo. Y precisamente entonces ella le dice: -
¡Gracias!
Su perplejidad era tan grande que se despertó bañado en sudor. Reflexionó largamente sobre aquel sueño del que podía recordar hasta el último detalle. Se le pasaron por la mente los tres últimos años de su vida; años durante los cuales había asustado terriblemente y robado a un sinnúmero de mujeres, mientras tranquilizaba su conciencia y su vergüenza con el argumento de que no era más que un ladronzuelo, que los verdaderos criminales hacía cosas mucho peores que sustraerles el bolso a las señoras de buena posición. Sin embargo, en aquel momento Florián comprendió que había hecho daño a muchas personas y que no era una disculpa que en el mundo existiera gente mucho peor que él. Sabía que no podía ocultar por más tiempo su culpa y, sobre todo, sabía que no podía seguir aumentándola con sus actos; muy al contrario, era la hora de remediar los daños. Se propuso empezar de inmediato. En su sueño había prometido a la mujer que no volvería a robar, y mantendría su palabra. Su carrera como ladrón se había terminado en aquel punto. Nada más tomar esta decisión, Florián cayó en un sueño profundo y durmió tan bien como no lo había hecho desde hacía muchos años. 29
Amanda se quedó paralizada por el espanto, al darse cuenta de que alguien le había robado el bolso en el que llevaba el libro mágico. Era como si no pudiera seguir respirando. Después, el horror y la parálisis se descargaron en un grito involuntario. Se volvió y divisó a un hombre que se alejaba corriendo por la otra acera de la calle. Llevaba el bolso en la mano, pero corría a tal velocidad que a Amanda no se le ocurrió ni siquiera tratar de perseguirle. Justo en aquel momento, el hombre se metió por una calle adyacente y ya no se le vio más. Una señora mayor se acercó a Amanda. - ¿Qué ha pasado? – preguntó -. ¿Por qué ha gritado usted? - Un ladrón me ha robado el bolso. - ¡Entonces tiene que ir a la policía y denunciar a ese tunante! Hay que impedir que esos pícaros sigan repitiendo estos actos. - Ni siquiera sé el aspecto que tenía. - ¿Ah, no? Pues en ese caso, jovencita, me temo que no volverá a ver el bolso. ¿Llevaba mucho dinero? Amanda hizo un gesto negativo con la cabeza. - No. Pero si había algo que no se puede pagar con dinero. - Lo siento mucho – respondió la mujer -. A veces la vida es dura. 30
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Sí – susurró Amanda y echó a andar.
Caminó por las calles del centro de la ciudad sin rumbo fijo. Las lágrimas le cegaron los ojos. Un hombre se dirigió a ella y le preguntó si podía ayudarle de alguna forma. Amanda contestó que no con la cabeza y continuó su camino. Al final comprendió que sin darse cuenta se dirigía a casa de su padre. ¿Adónde iba a ir si no? Las llaves de su apartamento estaban en el bolso. Por segunda vez en el mismo día, se hallaba frente a la puerta de su padre; se secó las lágrimas del rostro y llamó al timbre. Cuando Roland abrió y vio la cara de su hija, asustada, preguntó: - ¡Amanda! ¿qué te ha pasado? - No fui directa a casa. Me bajé del tranvía en el centro, porque me apetecía pasear un poco por las calles. Me paré ante el escaparate de una librería y un ladrón aprovechó la ocasión para robarme el bolso con el libro dentro. Su padre se mordió los labios, tomó a Amanda de la mano sin decir ni una palabra y la llevó al salón. - Encontré un libro mágico y lo he perdido enseguida. No lo he sabido proteger bien. No he cumplido con mi obligación. Su padre la abrazó: - Por favor, Amanda, no te hagas ningún reproche. Así no solucionarás nada. - ¿Por qué no me fui en el tranvía directa a casa? – se decía Amanda entre sollozos. - ¡No podías imaginarte que un ladrón te iba a robar el bolso! - Quizá debía suceder así – admitió Amanda. - ¿Qué quieres decir? - Si el libro mágico no lo hubiese querido, quizá no habría ocurrido. Tenía la intención de hacerle aún muchas preguntas, pero es posible que haya perdido mi oportunidad. Pensaba que podría preguntarle mañana y pasado mañana. A lo mejor lo que pretendía enseñarme es que no hay nada en lo que se pueda confiar. Que todo puede pasar de repente y que por eso, necesariamente, hay que aprovechar el momento. Pero, ¿por qué tenía que enseñármelo de una forma tan amarga? Amanda comenzó a llorar otra vez. Su padre le acarició el pelo con cariño. - Amanda, lo mejor es que vayamos a la policía y denunciemos el robo. Seguramente te enseñarán fotos de ladrones y quizá puedas reconocerle. - Eso no tendría sentido, Roland. No le he visto la cara. Ni siquiera sé si tenía el pelo claro u oscuro. No sé absolutamente nada de él. No tenemos más remedio que aceptar que hemos perdido el libro mágico para siempre. Roland quiso replicar a su hija, pero no era de esa clase de hombres a los que les gustara dar falsas esperanzas, y mucho menos a alguien a quien quería. Sabía que Amanda tenía razón. Lo más probable es que el ladrón no se diera cuenta del significado de aquel libro blanco, y lo tirara directamente a una papelera. En el caso de que comprendiera que había robado un libro mágico, intentaría venderlo al precio más alto posible. En ambos casos, las posibilidades que Amanda tenía de recuperar el libro eran nulas. - ¿Quieres quedarte aquí a pasar la noche? – le preguntó. Amanda se soltó de los brazos de su padre y respondió: - No Roland. Gracias. Es muy amable de tu parte, pero ya sabes que prefiero estar sola cuando estoy triste. ¿Me dejas las llaves de mi apartamento que guardo aquí y algo de dinero para el tranvía? 31
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¿Ahora no te vas en tranvía! Yo te llevo a tu casa en coche, Amanda. Y si me necesitas para algo más, me llamas e iré de inmediato.
Amanda asintió y trató de sonreír pero no lo consiguió. Cuando su padre la dejó en casa, Amanda se dejó caer en la cama y se hundió en un mar de tristeza en el que no prosperaba ninguna esperanza. Había encontrado un libro mágico sólo para perderlo poco después y no lo iba a encontrar nunca más. No tenía más remedio que aceptarlo. ¿Por qué aquel maldito ladrón la había elegido a ella precisamente? A lo mejor el propio libro mágico quería castigarla de esta manera, por no estar dispuesta a compartirlo con nadie más que con su padre. ¡Preguntas absurdas! Pensó Amanda. Lo que ha pasado no tiene vuelta de hoja. Amanda se secó los ojos llorosos. Necesitaba dormir, simplemente dormir, pero el sueño no llegaba y la tristeza se le hacía insoportable. Se hizo tan fuerte que Amanda abandonó la lucha, como el ahogado que ya sin fuerzas se entrega al agua que le quiere tragar. En ese preciso instante desapareció su desesperación de forma mágica. Cuando Amanda estaba dispuesta a abandonarse por completo, su dolor se disolvió en el aire dejando lugar a una inesperada tranquilidad que le llenó todo su ser. Una tranquilidad que le hizo entender que todo lo que sucedía tenía un sentido. Una desgracia podía ser una felicidad enmascarada y una felicidad podía convertirse en una desgracia con el tiempo. No había nada seguro; muchas cosas aparecían disfrazadas. Había que traspasar los disfraces. La mirada debía ir a lo esencial. Se necesitaba sabiduría y paciencia, y tranquilidad, tanto al ganar como al perder, pues había algo que no se perdía nunca, que no se ganaba, porque siempre estaba presente y siempre lo estaría. Pronto aquella tranquilidad que Amanda había encontrado tan sorprendentemente le trajo el sueño que añoraba.
Amanda se despertó a la mañana siguiente con el sonido del teléfono. Somnolienta contestó con un susurrante: - ¡Dígame! - ¿Es usted Amanda? – preguntó una voz que no reconoció y que según parecía pertenecía a un hombre joven. - Sí. ¿Quién es usted? - Me llamo Florián. Soy el hombre que le robó el bolso ayer por la noche. Al instante, Amanda se despertó. 32
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Quisiera pedirle disculpas. Si hubiese sabido lo que le robaba, no lo habría hecho. La asusté y la puse muy triste, y lo siento de verdad. Intentaré remediar el agravio. Quisiera devolverle el libro y, por supuesto, también el monedero, el billetero y las llaves. También le daré un bolso nuevo que acabo de comprar y que apenas se puede diferenciar del suyo. ¿Cuándo puedo darle todas esas cosas? La dirección que está en su carné de identidad sigue siendo correcta, ¿verdad?
Al cabo de unos segundos, Amanda se oyó a sí misma decir: - Sí, es correcta. ¿Cuándo le viene bien a usted? - Preferiría que fuera ahora mismo. ¿Es posible? - Sí. Muy bien. - Pues, de acuerdo – dijo el joven y colgó el teléfono. Los sentimientos y los pensamientos de Amanda se arremolinaron como las hojas de una tormenta de otoño. ¿A qué loco juego estaba jugando la vida con ella? Se levantó, se aseó rápidamente y se vistió. Acababa de peinarse cuando sonó el timbre. Abrió la puerta del apartamento. Allí se encontró con un joven delgado de unos treinta años, que le tendía un bolso negro con una sonrisa insegura. - Está todo dentro – murmuró, y bajó la cabeza. - ¡Pase, por favor! – respondió Amanda. El hombre pareció alegrarse de la invitación y la siguió hasta el salón. - Siéntese, Florián! ¿Le apetece beber un zumo de naranja? - Sí, muchas gracias. Mientras Amanda servía un par de vasos de zumo, el joven sacó el libro del bolso de piel y lo dejó cuidadosamente sobre la mesa. - ¿Sabe lo que es? – le preguntó Amanda. Florián asintió. - Algo que parece imposible que exista. Es una maravilla. ¿De dónde lo ha sacado? - De las excavaciones de un monasterio budista al norte de la India. Un hombre, supuestamente un budista hindú, que hace muchísimo tiempo buscó un conocimiento más alto y consiguió encontrarlo, lo impregnó para siempre de la magia de su iluminación. Está por encima de las leyes materiales de este mundo. Así es como ha podido permanecer intacto una eternidad bajo la tierra de aquel país. - Ya no me sorprende nada – explicó Florián. Amanda le miró a los ojos y le preguntó: - ¿Por qué me devuelve este libro? Podría haber hecho una fortuna con él. - Hay cosas más importantes en la vida que hacer fortuna. Sobre todo, cuando se ha vivido como yo lo he hecho en los últimos años. Este conocimiento se lo debo a este libro mágico. Me ha convertido en otro hombre; un hombre que tiene muchos agravios por deshacer. Amanda respiró profundamente. Sintió que la tristeza que le había impedido dormir durante mucho tiempo, empezaba a desaparecer, dejando paso a la luz de la alegría que la invadía, pues había encontrado aquel tesoro que ya daba por perdido para siempre. Sabía que en aquel momento estaba aprendiendo algo esencial que no acertaba a nombrar. - Entonces, ¿Está decidido a devolverme el libro? - Sí. Y me gustaría contarle una cosa, si me lo permite. - ¿Sí? Le escucho. 33
Florián buscó las palabras correctas. - Bueno, anoche soñé con usted. En este sueño me encontraba desamparado en manos de seis mujeres a las que robé una vez en la realidad. Esas mujeres estaban furiosas conmigo, muy furiosas, y se vengaron de mí. La primera me quitó un ojo; la segunda, la nariz; la tercera se llevó mis manos, la cuarta, las orejas, y la quinta, el otro ojo. La sexta mujer era usted. - ¿Yo? ¿Y qué le quité yo? - Usted me besó en la boca. - Perdón, ¿qué dice que hice? - Sí. Me besó y todo volvió a mi cuerpo: los ojos, las orejas, la nariz, las manos y la vida. Usted me salvó de un infierno de miedo y desesperación. Precisamente a mí que le había robado su libro mágico. Y después, usted hizo algo totalmente incomprensible. Me dio las gracias. Eso me sorprendió tanto que me desperté. - Y ¿cómo entiende ese sueño? – preguntó Amanda. - Yo creo que usted se compadeció de mí, al ver como me mutilaban las otras mujeres. Su compasión era más fuerte que su ira hacia mí. Usted venció el asco que provocaba mi rostro desfigurado y me besó en los labios. Y con ese acto me curó. Esto lo puedo entender, pero ¿por qué me dio las gracias? - Quizá porque su curación me mostró lo que la compasión es capaz de hacer. No obstante, no debe olvidar que yo sólo era una figura de su sueño. Los ojos de Florián recayeron en el libro mágico. - Tengo la impresión – dijo -, de que este libro me mandó ese sueño. Por la tarde me había enseñado un paraíso de luz y, por la noche, me lanzó a un infierno de oscuridad. - ¿Le mostró un paraíso de luz? Florián se echó a reír. - Sí. Una sensacional luz blanca salió del libro, fluyó dentro de mí y me llenó de un brillo indescriptible. Nunca antes en mi vida me había sentido tan maravillosamente. Después, la luz volvió al libro. Siempre había creído que sabía lo que quería. Pero me equivocaba. Ahora sé lo que busco en realidad: la magia, la belleza y la paz de esa luz. Amanda sonrió a Florián. Le costaba creer que aquel joven de rostro interesante y de ojos alegres fuera un ladrón. - ¿De verdad que le ha robado usted el bolso a muchas mujeres? Florián bajó la vista. - Sí, a bastantes. - Y ¿a qué se dedicaba antes de ser ladrón? - Se va a reír, hice una carrera: filosofía, porque buscaba el sentido de la vida. Pero los libros que leía, no me ayudaban mucho a decir verdad. Cada filósofo tenía su propio concepto del mundo, pero ninguno de ellos me convencía verdaderamente. Cada vez me fui sintiendo más decepcionado. Empecé a descuidar los estudios; no obstante, conseguí terminarlos. Pero tuve poco éxito por que con una formación como ésa, hoy en día, apenas existe ninguna salida profesional, incluso para la gente que los acaba con un buen expediente, cómo fue mi caso. Me presenté a muchos puestos de trabajo al finalizar la carrera, pero me rechazaron en todos. - ¿Y de qué ha vivido todo este tiempo? – quiso saber Amanda. - Me he ido manteniendo con trabajos ocasionales y temporales durante tres años. En su mayoría eran actividades que no tenían nada que ver conmigo. Preferiría ahorrarme los detalles. No me gusta acordarme de esa época; fueron los peores años de mi vida. Al cabo de un tiempo encontré un empleo aceptable, y me enamoré de una mujer fascinante. Medio año después perdí el trabajo y a mi novia en la misma semana, como si hubiera sido obra del diablo. Fue demasiado golpe, y tomé un camino equivocado. Estaba tan desesperado que… Dígame, ¿de verdad le interesa lo que le cuento? 34
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Sí, mucho – le contestó animada Amanda a Florián asintiendo a la vez con la cabeza -. ¡Por favor, siga contando!
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De acuerdo. Durante semanas permanecí tumbado en el sofá, bañado en desesperación y autocompasión. Dejé de comer apropiadamente, fumaba un cigarrillo tras otro y bebía muchísimo vodka. Económicamente también estaba en las últimas. Ya no podía pagar el alquiler. El dueño de la casa me amenazó con echarme a la calle. Mi orgullo me impedía pedir ayuda social o pedir limosna. Justo entonces vi. en una película en la televisión como un hombre le robaba el bolso a una mujer. Cortó las asas con unas tijeras, agarró el bolso y se largó corriendo. Parecía bastante sencillo, así que pensé que yo también podía hacerlo llevado por la necesidad. Decidí pues convertirme en un ladrón de bolsos. ¿Y la moral? Al fin y al cabo, usted había estudiado filosofía. Lo primero es poder comer, después viene la moral. El frigorífico estaba vacío, el banco no me prestaba dinero, el casero me amenazaba con echarme. Estaba con el agua al cuello y en una situación así se puede llegar a tomar tales decisiones, ¿comprende? ¿Y sus padres o parientes no podían ayudarle? Mi madre murió hace ya muchos años – respondió Florián en voz baja -. Ella me quería. Mi padre, no. Lo puedo decir así de claro. Me pagó los estudios, porque la ley le obligaba a ello. Cuando acabé, nunca más me dio ni un solo marco, aunque le salía el dinero hasta por las orejas. Nos peleamos hace un año y desde ese día no nos hemos vuelto a hablar. Le he decepcionado; soy muy diferente a como es él. El resto de mis parientes o están muertos o han hecho lo posible para que yo no los volviese a ver. Pero eso no es ninguna justificación para cometer robos.
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Florián asintió. - Desde luego. Ahora también yo soy consciente de ello. Pero entonces cuando empecé, lo veía de otra manera. Estaba deprimido, desesperado y tenía miedo de ser un fracasado. Tampoco quería volver a los humillantes y mal pagados trabajos temporales. La solución fue robarle el bolso a las señoras de buena posición. Con ello conseguí solucionar rápidamente mis problemas financieros. Lo hacía bien; nunca me dejé sorprender. - Hubiera llegado el día en que le pillaran – dijo Amanda. - Sí probablemente – admitió Florián -. Enseguida me hubiese fabricado una justificación para aplacar mi mala conciencia. Claro que sólo me habría engañado a mí mismo. Ahora sé que he causado daño y que debo repararlos. Espero ser capaz de ello. En el sueño que tuve anoche, usted me salvó; sin embargo, esto es la realidad. ¿Puede de verdad perdonarme que le robara? Amanda respiró profundamente, cogió el libro mágico y se puso de pie. Se dirigió hacia la ventana con pasos lentos y abrió el libro. Aunque no alcanzaba a comprender lo que le pasaba, sintió en lo más profundo de su interior que era así como debía suceder. Y después, llena de alegría, vio que aparecían las siguientes palabras en una de las páginas: El que no ha permanecido hundido en el infierno de la desesperación, no puede subir al cielo de la liberación. Amanda comprendió. Todo había sido obra del libro mágico. En su sabiduría, se había hecho robar por un ladrón para unir los destinos del uno con el otro. A Amanda no le gustaban los ladrones, pero ¿acaso no había actuado ella misma como un ladrón al ocultar el libro mágico en su chaqueta en las excavaciones en la India? Este libro pertenecía al estado 35
hindú y ella se lo había adueñado como propio. ¿Cómo podía entonces censurar a un ladrón, al que la necesidad y el orgullo le habían llevado por un camino equivocado? Ella misma no era mejor que él. Amanda cerró el libro mágico y se acercó a Florián, que se levantó sin pensar. Se quedó a un paso suyo, le miró a los ojos y le dijo: - Usted ha.. no, no puedo seguir tratándote de usted. Me has preguntado si te perdono. No tengo nada que perdonarte. Tanto tú como yo sólo obedecemos la voluntad de este libro. Nos ha unido para ayudarnos el uno al otro a encontrar conocimientos importantes, que no hubiésemos hallado solos. Cuando Amanda vio el alivio reflejado en el rostro de Florián, avanzó hacia él y le dio un beso en los labios. -
Gracias – le dijo en voz baja.
Florián se tocó los labios mientras dibujaba un gesto de incredulidad en la cara, como si no pudiera creer que Amanda le hubiera besado de verdad. - Ha sido como en mi sueño – musitó. Amanda sonrió y se sentó de nuevo. Florián siguió su ejemplo. - Dijiste que seguramente a este libro le impregnó con la magia de su iluminación un budista. No sé demasiado sobre el budismo. - No existe un único budismo – le explicó Amanda -, sino una gran variedad de tipos, escuelas y tradiciones. Por ejemplo, el budismo tibetano concede un gran valor a la expresión de la compasión. El budismo japonés, también llamado Zen, intenta traspasar el entendimiento más allá de sus límites, porque la iluminación sólo se puede conseguir más allá del pensamiento. Los pensamientos son una gruesa capa de nubes, que hay que disolver para que los rayos del sol de la iluminación puedan alcanzar el alma. - Suena poético – dijo Florián. - Sí, pero detrás de esas imágenes existen verdaderas experiencias que, nosotros los europeos, apenas conocemos, porque no nos tomamos las molestias ni el tiempo necesarios, para llegar a ellas. Se nos manda a las escuelas donde nos transmiten saber y donde se nos distrae del hecho de que nadie nos proporciona verdadera sabiduría. Llevamos a cabo una formación, elegimos una profesión e intentamos ocupar una buena posición dentro de la sociedad. Nuestros continuos esfuerzos por tener éxito profesional y felicidad en nuestra vida privada agota todas nuestras energías y ni siquiera lo notamos. Sólo en ciertos momentos sentimos un vacío inquietante, como si todo aquello que nos hemos creado tan trabajosamente no nos proporcionase ninguna satisfacción real.
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Sí. Conozco esa sensación – confesó Florián. Prácticamente todo el mundo la conoce – añadió Amanda -. La gente se agarra a la vida y consigue todo lo que puede y, sin embargo, se siente vacía. Le falta algo. De hecho, le falta lo más importante, lo esencial: La satisfacción del alma. Y empieza a buscar a sus semejantes. Algunos vuelven sus ojos al budismo. Y el budismo – preguntó Florián -, ¿les ayuda?
Amanda asintió. - Para algunos puede ser una gran ayuda. Otros necesitan una ayuda diferente. A mí me ha sido muy útil de distintas formas. Sobre todo lo fue la presencia de un hombre mayor, al que me encontré hace diez años en un pueblecito hindú. No le concedía mucha importancia a su persona, lo que es normal entre la gente verdaderamente valiosa, pero sus amigos decían que había alcanzado la iluminación. 36
Yo creo que tenían razón. Siempre tendré presente a ese hombre en mis recuerdos. A veces, aún sueño con él. Era un hombre fuera de lo común, y lo que me dijo me llegó a lo más profundo de mi alma. No me preguntes su nombre; no tenía ninguno. Había renunciado a él, como a muchas otras cosas que nosotros consideramos necesarias y apetecibles. Su alma pendía de su cuerpo de tan sólo un fino hilo. Su efecto en mí fue como el que siente el viajero en la estación, al oír acercarse el tren que le llevará a la tierra de la liberación definitiva. Florián era incapaz de apartar los ojos de la cara de Amanda. - ¿Cómo encontraste a ese hombre? - Por aquel entonces estaba de viaje por la India, en busca de un saber auténtico, que me ayudase a encontrar satisfacción para mi alma. Mi estado anímico durante ese viaje se vio sometido a fuertes debilidades. A veces estaba segura de que podía derrochar tiempo, fuerza y dinero con tal de correr detrás de una ilusión. Sobre todo, cuando daba con uno de esos hombres que se presentan como gurús o maestros, pero que al contemplarlos con más detenimiento aparecen como una especie de actores, cuya escena es la credulidad de la gente. Pero siempre que estaba a punto de interrumpir el viaje, sentía una especie de confianza de que mi búsqueda no era en vano. Y por fin encontré, gracias a una cadena de increíbles casualidades, que quizá no fueran tal, el camino a la modesta casa de aquel hombre sin nombre, que vivía a las afueras de un pueblo situado al norte de Nueva Delhi. Jamás olvidaré el instante en el que entré en su cuarto. - Lo cuentas de tal manera que tengo la impresión de haber estado allí. Amanda río. -
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Me habría alegrado de que así fuera. Supe de inmediato que había ido a la India para encontrar a aquel hombre. Me miró y todo mi mundo quedó encantado. Sentí cómo, en cuestión de segundos, me sucedía algo maravilloso y cargado de fuerza. Y dejé que obrara en mí, porque tenía una confianza ciega en aquel hombre. Sé que suena incomprensible e ilógico, pero fue lo que ocurrió. ¿Te dijo algo? – quiso saber Florián. Primero me preguntó si me había sido difícil encontrar el camino que llevaba hasta él. Yo le quise responder, pero tenía paralizada la lengua. No pude articular palabra. En realidad, tampoco era necesario, puesto que él sabía exactamente la razón que me había llevado hasta él. “Tienes que perder tu falso “Yo” para poder encontrarte a ti misma de verdad”, dijo de repente. “La imagen que tienes de ti te impide ser tú misma. Buscas la felicidad, pero la buscas fuera de ti. No está allí. La satisfacción que anhelas es la naturaleza oculta de tu propio ser. La encontrarás en lo más profundo de tu alma”. Estas fueron sus palabras.
Amanda respiró profundamente. - He leído palabras parecidas en distintos libros, pero la manera en que aquel hombre las dijo, me hizo darme cuenta por primera vez de su absoluta sabiduría y de su significado. Y supe que yo misma era el obstáculo más grande en el camino hacía mí misma o para ser más exacta, la imagen que tenía de mí y a la que me aferraba; por costumbre, por inseguridad, por miedo a lo desconocido. Sin embargo, el miedoso nunca podrá ser iluminado. El hombre que se ciñe a sus costumbres no puede superar su mediocridad. Y el que vacila pierde el momento oportuno. Sólo el decidido, que es lo suficientemente seguro para adentrarse en lo desconocido, puede hallar la iluminación. - No hay muchos hombres que sean así – reconoció Florián -. Decididos y valientes. - Por eso ha habido y habrá tan pocos iluminados. Por eso es este mundo tan oscuro. La gruesa capa de nubes de nuestras costumbres, inseguridades y miedos impide que llegue a nuestra vida la luz que necesitamos para reconocer a nuestro verdadero ser. Nosotros mismos somos nuestros más grandes obstáculos en el camino que nos saca del eterno círculo de los renacidos. Tenemos que vencernos a nosotros mismos, superarnos para lograr soltarnos del mundo. - Cuéntame algo más del sabio hindú – pidió Florián. 37
¿Qué más puedo decir? De él emanaba una tranquilidad celestial que me otorgaba ligereza y serenidad. El tiempo se quedó quieto y mis pensamientos enmudecieron. Mi alma estaba como liberada de preocupaciones, necesidades, reflexiones, de tristeza y decepción. Ya ni siquiera sentía los pinchazos de los mosquitos que me venían molestando desde hacía días. Me sentía como encantada y colmada de regalos. De repente, tuve la sensación de que el cuerpo se soltaba; yo era sólo un alma que flotaba en un maravilloso espacio, completamente libre y feliz, en busca de sus más altos deseos. Entonces oí que el sin nombre decía: “Estás muy cerca de la meta. Sólo te falta un paso. Encontrarás lo que buscas, también en esta vida”. A continuación, me acarició dulcemente la frente y un fuego artificial iluminó el cielo de mi consciencia. Cerré los ojos sin querer y perdí la sensación del tiempo. Cuando volví a abrir los ojos, estaba sola en la habitación. - ¡Fantástico! – murmuró Florián -. ¡Como en un cuento! - Sí, eso pensaba yo también. Pero la realidad me volvió a atrapar. Un amigo del sin nombre entró en el cuarto y me sacó amistosamente de la casa. Al despedirnos me pidió mi dirección. Le di mi tarjeta de visita sin imaginarme lo que haría con ella. Medio año más tarde lo supe. Recibí una carta de la India, de ese mismo hombre. Decía que el alma del sin nombre se había liberado para siempre del círculo de los renacidos. -
Florián calló. - ¿En qué piensas? – preguntó Amanda. - Me pregunto por qué los budistas quieren en realidad abandonar a toda costa el círculo de los renacidos. Resulta agradable imaginar que, tras la muerte, se puede continuar viviendo, quizá incluso mejor, otra vez en un cuerpo joven; imaginar que te regalan una segunda oportunidad. - Sólo es una idea agradable para las almas – explicó Amanda – que aún no han reconocido que cada nuevo nacimiento trae consigo nuevos sufrimientos. - Sí, pero también nuevas alegrías – objetó Florián. - Claro que sí – admitió Amanda -. Y nuevos amores que mantienen en jaque al sufrimiento como ninguna otra fuerza, transformándolo incluso durante algún tiempo en felicidad. El amor es un mágico poder divino, capaz de revolver la naturaleza de la vida terrenal y capaz de hacer ridículo el dolor. Pero el sufrimiento aguarda tranquilo en el propio olvido de los amantes y espera a que llegue la hora oportuna para hacerse recordar. Porque ya se sabe: hasta incluso los amores más grandes son pasajeros. Todo es temporal. Y por esta razón, los budistas no permiten que su corazón penda de lo pasajero, porque saben que antes o después habrán de separarse de ello. Esto no significa de ninguna manera que no abran su corazón a lo temporal. Lo abren incluso todo lo que pueden. Si aman algo o a alguien, lo hacen por completo, pero saben que no pueden retener el amor, no lo pueden poseer, y que un día lo perderán o el amor los perderá a ellos. Son conscientes de su temporalidad, de su constante peligro, lo que por otra parte, no les impide gozar de él hasta el fondo. Y es que saben que sólo aquello que han experimentado nuevamente. Y sólo un alma liberada de todos los anhelos, de todos los deseos, puede encontrar la iluminación. - ¿Piensan así los budistas? – preguntó Florián. Amanda sonrió satisfecha. - No sé como piensan los budistas. Hay cientos de escuelas, miles de corrientes. El budismo, gracias a su tolerancia, admite muchas variaciones. Hay muchos budistas no ortodoxos que intentan vivir el budismo a su manera en una época muy distinta a aquella en que vivió Buda. No siguen ninguna regla rigurosa, sino que se guían por su propia intuición. No meditan todos los días a una hora precisa, sino cuando sienten la necesidad de hacerlo. Ante todo les importa la actitud fundamental de los hombres, valores como la compasión, la tolerancia, la benevolencia y el respeto a la vida. Seguramente deben existir tantos tipos de budismo en el mundo como hombres que lo practican. El budismo es lo suficientemente liberal y tolerante como para que cada persona que se siente atraída por él, pueda seguir su propio camino. Buda fue único, y puesto que todo hombre también lo es, cada cual deberá seguir su propia vía. Tuve una vez una vecina de dieciocho años a la que nunca vi malhumorada o triste. Ella decía que era un cincuenta por ciento budista y otro cincuenta por ciento 38
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cristiana. De Jesús le fascinaba el amor que emanaba y que predicaba, su humanidad, la libertad de su espíritu y la profundidad de su rebelión contra las costumbres del mundo, contra el comportamiento de los hombres los unos para con los otros. De Buda le impresionaba su conocimiento de la responsabilidad que todos tenemos en nuestro desarrollo espiritual, en nuestros propios pensamientos, sentimientos y actos. El budista no le pide ayuda a Dios, sino que se ayuda a sí mismo, y a través de ello experimenta la ayuda de los demás, a los que a su vez también ayuda. Ningún alma encuentra por sí misma el camino a la perfección. Necesita encuentros abiertos, profundos y amorosos con otras almas. Necesita amistades cuya duración es de hecho más larga que toda una vida. Estás tan inspirada – dijo Florián -. Cuando hablas, te brillan los ojos como no había visto que le sucediera a ninguna otra persona. Nunca en mi vida me había encontrado con una mujer como tú. ¡Y precisamente a ti te tengo que robar el bolso! Ha sido una suerte que lo hicieras – contestó ella -. Para los budistas ortodoxos, este caso supondría un gran desconcierto. Has provocado un mal día y a la vez, con ello, has hecho algo bueno. No hay ninguna regla sin excepción. Tampoco en el budismo. Antes has dicho que nuestro anhelo es el motor que mantiene en marcha el círculo de los renacidos. ¿A qué anhelo te refieres? Me refiero a todos los anhelos humanos, a todos los deseos incumplidos: el anhelo de belleza, juventud, riqueza, fama y poder. El deseo de amor, de tener una buena vida, de sentirse seguro, de tener aventuras, de hacer viajes y de todo aquello que nos ofrece el mundo. Pero el alma lanza por tierra estos anhelos una y otra vez. Sólo cuando el alma ha experimentado todo tipo de vidas en muchos cuerpos diferentes, cuando sabe lo que significa amar y ser amado, odiar y ser odiado, ser famoso y ser un desconocido, ser rico y ser un mendigo, ser poderoso y ser desvalido, entonces abandona sus anhelos. Y cuando por fin ha comprendido que la muerte vuelve a arrebatar todo, se pregunta en último término por el sentido del círculo eterno, y empieza a rebelarse contra su monotonía, con el objetivo de liberarse de sus hechizos. El alma anhelante está incompleta, es imperfecta. Cuanto más satisfechos se ven sus deseos, más incompleta e imperfecta es. Y cuando por fin se libera del último de sus deseos, de la última de sus exigencias, alcanza la perfección. Y para llegar a este punto, ¿necesitas toda esa larga colección de cuerpos? – preguntó Florián. Sí. Necesita muchos compañeros para llegar a completarse, a ser perfecta. Cada cuerpo, femenino o masculino, en el que vive, es un compañero en su camino a la perfección, a la iluminación. Pero el alma completa, perfecta no necesita ningún compañero, es totalmente independiente y ya no depende de ningún cuerpo. Ha aprendido a fondo, ha alcanzado la maestría total y ha ascendido a una dimensión de la vida más alta y más exquisita, cuya belleza nosotros ni siquiera nos hemos llegado a imaginar en sueños. Una vez conocí de pasada a un budista – continuó Florián -, que estaba permanentemente obsesionado con no experimentar ningún karma negativo. Intentaba hacer el bien en todo momento, se agradable con los hombres y los animales y no infringir ningún daño a ningún ser vivo, porque estaba convencido de que todo acto que procedía de su personal, volvería a ella. Sí, ése es un pensamiento fundamental del budismo. Todo lo que haces, repercute de alguna manera en ti. Por esta razón, has de preguntarte antes si estás dispuesto a vivir con las consecuencias. Pregúntate, antes de torturar a un hombre, si serás capaz de vivir con ello, porque antes o después tendrás que sufrir esa tortura. No se puede jugar con el karma. Te da y te quita lo que das y quitas a los demás; es una forma de alta justicia en la que no creen muchos hombres. Se ocupa sin fallar ni una sola vez, de que cada cual coseche con el tiempo lo que ha sembrado previamente. Nuestra vida actual es la cosecha de la siembra de las anteriores. Y ¿cuándo nace nuestra alma? ¿O acaso existe desde siempre? Ha existido y seguirá existiendo – dijo Amanda -. Es intemporal. Por ello ha de desarrollarse, tiene que tomar consciencia de su verdadero ser. Tiene que aprender a hacer real su libertad, y para ello necesita la ayuda de la reencarnación. Con cada nuevo cuerpo al que le da vida interior, aprende aún más sobre sí misma. Algunas almas lo aprenden en un solo cuerpo, pero otras necesitan diez. Algunas se dirigen con pasos rápidos a la iluminación, otras van lentas como un caracol. Pero en algún 39
determinado momento a toda alma le llega la última reencarnación, el último compañero que la conduce a las puertas de la perfección. Y ella celebra con la última muerte corporal la ansiada despedida de la corporeidad. Algunos budistas afirma que ciertas almas iluminadas – a pesar del sufrimiento que les supone el hecho – vuelven al mundo en un cuerpo. No por anhelo o codicia, no porque le falta alguna experiencia especial, sino sólo por compasión hacia los hombres que viven en la oscuridad y necesitan ayuda en el camino hacia la iluminación, la ayuda de un alma perfecta. - ¿Y tú cuántas vidas necesitas vivir aún para alcanzar la perfección? Pregunto Florián. ¿Has experimentado y saboreado todo lo que la vida terrestre tiene para ofrecer? La mirada de Amanda se encontró con la de Florián. Durante un instante todo se quedó muy tranquilo entre ellos, como si el mundo se hubiera parado a su alrededor. - No sé. A veces me ocurre – respondió Amanda en voz baja -. A veces tengo la extraña sensación de que ésta pudiera ser mi última vida, como si este cuerpo fuera el último nexo de mi alma con el mundo. Como si este cuerpo fuera el último nexo de mi alma con el mundo. Como si pronto fuera a conocer mi verdadero ser. - Las sensaciones pueden cambiar – dijo Florián. - Los pensamientos sobre las sensaciones también – replicó Amanda. Los dos se echaron a reír en el mismo momento. Sus risas les hicieron bien y parecían no querer terminar. Mientras Florián reía con Amanda, tuvo la sensación de que había encontrado algo valioso, algo que siempre había buscado, sin saber muy bien lo que era. Y sintió alegría y agradecimiento. Cuando aflojó la risa, Florián preguntó: - ¿Sabes cómo se puede reconocer al verdadero ser? - Se reconoce porque se deja de lado lo que hasta entonces se creía ser – fue la respuesta espontánea de Amanda -. Hombre o mujer, obrero o intelectual, empleado o empresario, alemán o americano, joven o viejo, pobre o rico, feo o guapo. Hay que quitar y tirar todas las etiquetas que se ha pegado tanto uno mismo como los demás con el paso del tiempo. Hay que reunir valor y fuerza para contemplarse a uno mismo como una hoja en blanco. Florián sacudió la cabeza involuntariamente, como para indicar que esos pensamientos le sobrepasaban. ¿Cómo podía hacerse eso? Todos estamos marcados por nuestras experiencias y nuestra disposición natural. Nadie es una hoja de papel en blanco y nunca nadie lo será. - ¡Créeme, se puede conseguir! No de hoy para mañana; lleva su tiempo. Pero se consigue cuando de verdad se desea. ¡Inténtalo! ¿Qué tienes que perder a parte de tus ilusiones sobre ti mismo? Empieza por dejar parada tu fábrica de pensamientos durante unos segundos. Verás qué difícil resulta, porque a los pensamientos no los gusta ser interrumpidos en su trabajo; el apartarnos de nosotros mismos. Sin embargo, intenta parar la producción. ¡Eres el jefe! A esto lo llaman los budistas meditación. Un estado sin rastro de pensamientos. Se necesita tener ese silencio espiritual para hacerse una idea de nuestro propio ser. Florián se sobresaltó y añadió: - ¡Eso quiere decir que tenemos que dejar de pensar! Me pregunto cuánto tiempo sobrevivirá a ello el ser humano. - Vamos, Florián, sabes perfectamente de lo que estoy hablando. Tenemos que dejar de esclavos de nuestros pensamientos. Eso es lo que nos quiere enseñar la meditación. Nos tendemos o nos sentamos, y contemplamos lo que pasa en nuestro espíritu. Contemplamos nuestros pensamientos, pero no nos identificamos con ellos. Los dejamos que pasen de largo como las nubes en el cielo. Y en un determinado momento llegan sin esperarlo el instante en que el cielo se queda sin nubes, y nosotros presentimos nuestro propio ser, nuestra levedad y libertad. Las ilusiones se nos caen y percibimos la verdad salvadora que buscábamos desde hace tanto tiempo. 40
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¡Ya! – exclamó Florián -. Suena muy fácil, pero es tan difícil que apenas nadie es capaz de conseguirlo. Lo más fácil puede ser lo más difícil – afirmó ella, porque en nuestro mundo todo está en la cabeza. Piensa que vivimos en una cultura que idolatra la imagen y desestima la sabiduría; que venera el dinero y desatiende al alma; que tiende a las ilusiones y que muestra un profundo miedo a la verdad.
Florián contempló fascinado a Amanda durante un segundo, antes de decir: - Me pregunto cómo me he merecido encontrar una persona como tú. Hasta ahora sólo conocía a gente que al igual que yo, han pasado ciegos por el mundo. Tú eres muy distinta. Tengo la impresión de que no fue ninguna casualidad el hecho de que fueras tú quien encontrase este libro. Quizá fue el paso del que hablaba el sin nombre. El paso que aún te faltaba Amanda miró a los ojos a Florián y le replicó: - Quizá no fuera tampoco ninguna casualidad el que tú me robaras el libro. Debería estar enfadada contigo por ello pero, sin embargo, te estoy agradecida. Como en tu sueño. Ambos se miraron a los ojos. Para Florián fue como si no hubiera visto nunca antes unos ojos tan mágicos. Le dio miedo. Conocía ese miedo; lo había experimentado ya una vez en su vida. Era el miedo a enamorarse de una mujer que fuera demasiado buena para él. La primera vez que le sucedió, se trasladó a vivir a otra ciudad, pero ahora no quería huir. Al contrario, quería quedarse y tenía que sacar el valor de donde fuera para hacerlo. Como si Amanda hubiera leído sus pensamientos, le preguntó: - ¿Cómo te imaginas tu futuro? - Quiero intentar reconciliarme con mi padre – respondió Florián con espontaneidad -, y encontrar un trabajo con el que pueda hacer el bien a los demás. Pero la verdad es que el presente me domina todavía tanto que apenas puedo pensar en el futuro. Lo único que sé es que todo será muy distinto, porque yo soy un hombre distinto. Gracias al libro mágico y gracias a ti. Me encantaría poder verte con frecuencia; sin embargo, temo que seas demasiado buena para mí. Al fin y al cabo, ¿quién soy yo? Un ladrón de bolsos. - No. Florián. Eras un ladrón de bolsos. Ahora eres un hombre que comparte un secreto maravilloso conmigo. Que me ha devuelto el libro mágico, y en el que confiaría sin pensarlo lo más mínimo, y yo no suelo hacerlo fácilmente. Te voy a necesitar para elegir a las personas con las que vamos a compartir nuestro secreto. Aquéllas a las que daremos la oportunidad de leer en este libro mágico, sin temer que sean ingratos o indiscretos. Exceptuándonos a ti y a mí, sólo Roland, mi padre, conoce la existencia de este libro. Los tres buscaremos a las personas que anhelan un conocimiento más alto y que saben mirar en el corazón. Probaremos su confianza. Mi padre a su manera, tú a la tuya y yo a la mía. Y sólo cuando los tres coincidamos en la persona elegida, un buscador en el que poder confiar por completo, le dejaremos participar de nuestro secreto y le permitiremos que lea el libro mágico. ¿Quieres ayudarme? Florián miró a Amanda, con expresión en los ojos de no entender lo que le acababa de ofrecer. Como si hubiera recuperado el habla de golpe, dijo: - Es una idea maravillosa, Amanda. Por supuesto que os ayudaré a ti y a tu padre lo mejor que pueda. Te agradezco tu confianza. No te haces una idea de cuánto me ayudas con ello. Apenas puedo comprender lo que me está pasando. Se levantó, tosió ligeramente y dijo: - Creo que será mejor que te deje a solas con el libro. ¿Puedo volver a visitarte pronto? 41
Amanda sonrió y se levantó. - No puedes, ¡debes! ¿Qué tal mañana por la tarde? Sin pensarlo, ambos dieron un paso adelante en el mismo momento, quedándose tan cerca el uno del otro que Amanda podía sentir el aliento de Florián en la mejilla. Se miraron a los ojos y el tiempo se paró. Cuando se abrazaron, se echaron a llorar, como dos buenos y viejos amigos que nos e habían vuelto a ver desde hacía una eternidad y que se dejan llevar por la alegría del reencuentro. Como dos amigos inseparables que desde hacía mucho tiempo se habían prometido algo y habían mantenido su promesa. El cordial y cariñoso abrazo de Florián llevó a Amanda a la casa de su alma. Se sentía como si hubiera traspasado un umbral intangible y hubiera llegado a una habitación en la que nunca había estado antes. Era un lugar en el que por fin la apariencia perdía su fuerza y la realidad retrocedía. Un lugar donde el engaño ponía en marcha sus últimos esfuerzos, condenados al fracaso, para anular la verdad. Cuando Florián salió de la casa, Amanda se acercó a la ventana y le siguió con una mirada cariñosa hasta que se perdió al doblar la esquina. A continuación se sentó, cogió el libro mágico entre las manos y lo abrió. Ya le había dicho algunas cosas sobre la iluminación. Recordó todo aquello y le preguntó al libro, si su creencia de que todos los hombres pueden alcanzar la iluminación se correspondía con la verdad. En el papel apareció la respuesta: Todo hombre puede ser iluminado. si anhela una vida más allá de las contradicciones del mundo, una vida inspirada por la paz y la belleza por la magia y la libertad. Cuanto más grande sea su anhelo. más pequeño será el número de cuerpos con lo que su alma habrá de unirse, para estar preparada para la incorporeidad. Incorporeidad, pensó Amanda. Eso que el entendimiento no entiende y que la imaginación no se puede imaginar. Sin embargo, eso que yo siempre he anhelado. El que comprende el mundo, desea abandonarlo. Sólo los que no saben se dejan llevar por su engañoso brillo. Sólo los miedosos se aferran a él. Muchos hombres son ignorantes y otros muchos son miedosos. Se temen a sí mismos, los unos a los otros, temen la verdad. Pero también hay valientes que aspiran al conocimiento y la sabiduría. Valientes a los que no hace desesperar la dictadura de las contradicciones mundanas y que imperturbables buscan el sentido oculto que se esconde detrás del evidente absurdo. ¿Por qué en este mundo todo tiene dos caras?, se preguntó Amanda y miró al papel del libro mágico, en el que ya aparecían las palabras: Está en la naturaleza del mundo, mantener separados unos de otros sus omnipresentes contrarios. Esta separación da origen a la fuerza
que mantiene en movimiento al mundo. El nacimiento y la muerte, el calor y el frío, la luz y la oscuridad, la montaña y el llano, la noche y el día, la riqueza y la pobreza, todo esto sólo puede existir en el mundo separado uno de otro. Es el planeta de las separaciones,
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el planeta de los contrarios irreconciliables.
Sí, es un lugar donde los contrarios tienen miedo unos de otros y recorren su camino con la mirada baja, pensó Amanda. Pero es importante que las contradicciones se miren a los ojos para que puedan aprender unas de otras y llegar a desaparecer con el tiempo. Porque en el fondo todo es uno y toda separación es antinatural. Los hombres duermen con los ojos abiertos. Llevan una vida ficticia que los separa de su verdadero ser. Son unos extraños para sí mismos. Algunos se dan cuenta de todo esto y sufren por ello, pero no saben cómo acercarse a su propia persona. La vida verdadera no tiene fronteras. Y todo tiene una sola cara. Lo bueno es simplemente bueno. Lo malo no existe, porque pesa demasiado para subir a dicha vida. Se queda encadenado en el suelo. La auténtica vida no conoce el miedo. Lo bonito es simplemente bonito. Lo feo no existe. Pesa demasiado, como el miedo, como lo malo. Sólo lo ligero puede acceder a lo ilimitado, a ese espacio sin fronteras que es la vida verdadera. Amanda miró al libro mágico y leyó: Lo ligero sube a lo ilimitado. Y el montón de cuerpos femeninos y masculinos en los que vivía el alma antes de encontrar su auténtico hogar, Se convierten en una cadena de perlas que imposibilita el despertar. Y todas las perlas una por cada vida, caen silenciosas al espacio que carece de fondo.
Involuntariamente, Amanda recuerda el momento en que el libro mágico le prometió despertarla – poco después de desenterrarlo en la India. El libro mágico también le dijo que su ansia de maravillas era lo que la había llevado allí. Ya de niña había sentido esa ansia, como si se hubiera dado cuenta de la existencia de un poder más alto en el mundo, que surtía su efecto de manera inimaginable tanto en ella como en el universo. En su vida, en algunas ocasiones había estado cerca de ese poder y se había sentido encantada por su inmensa fuerza y belleza. El unirse con esta fuente oculta de todas las vidas era el anhelo más grande y más secreto de Amanda. Era el anhelo de fundirse con la fuerza sabia y poderosa que regía el universo; el deseo interior del alma de unión con el sentido más alto. Amanda había intentado repetidas veces ignorar estos deseos, y con frecuencia, quizá demasiada, lo había conseguido. Sin embargo, ahora, tras el cúmulo de sentimientos extremos que le había proporcionado a Amanda el descubrimiento de la impactante pérdida y sorprendente recuperación del libro mágico, ya no era capaz de contener esta ansia, que sube desde lo profundo de su alma de forma irresistible hasta el corazón, los pensamientos, el cuerpo, a todo su ser, y lo llena. Amanda miró de nuevo al libro mágico a través del velo de las lágrimas que empañaban sus ojos, y siguió leyendo: Solo un alma anhelante puede alcanzar la libertad. Sólo un corazón bondadoso puede regalar amor. Sólo una conciencia clara
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puede ser iluminada. Sólo un espíritu libre puede vencer el miedo a lo desconocido.
Mi alma no puede ser más anhelante, pensó Amanda. Pero ¿será mi corazón lo suficientemente bueno, mi conciencia lo suficientemente clara y mi espíritu lo suficientemente libre? ¿O quizá aún esté demasiado atada a mis experiencias, prejuicios y miedos? El libro mágico le respondió: Tus experiencias, tus miedos y prejuicios, tus pensamientos y costumbres llevan mucho tiempo ante la puerta que conduce a la libertad de la iluminación. Quítalos de en medio, pues te alejan de tu verdadero ser. Ven y descúbrete. Y por qué yo precisamente, se preguntó Amanda. ¿Qué había alcanzado o hecho ella ya en su vida, para ganarse la iluminación, la liberación definitiva del alma, que había buscado en vano un sinnúmero de personas? Ella había dedicado la mayor parte de su vida a la arqueología, y concentrado en el pasado, en los muertos, en lugar de dedicarse a descubrir en toda su profundidad el presente y a los vivos. Por un momento pensó, asustada, que había vivido su vida de forma incorrecta. Arqueología, una profesión para las personas que huyen del presente. Después le vino a la cabeza la idea de que jamás habría descubierto el libro mágico si no hubiera sido arqueóloga. Este reconocimiento despertó en ella el seguro sentimiento de que en su vida todo había estado encaminado a buscar un sentido más alto; de que no había vivido equivocadamente, sino tal y como había sido necesario. ¿Cómo puedo, preguntó Amanda al libro mágico, quitar de en medio mis miedos, mis experiencias, mis pensamientos y costumbres? Se defenderán con todas sus fuerzas; lucharán por su vida. Y son fuertes. Como respuesta apareció lo siguiente: Si te entregas por completo a este momento, si te abres en cuerpo y alma al presente, entonces desaparecerán todos los miedos, todos los pensamientos y costumbres a la luz del momento amado y vivido por completo. Esta luz es tu verdadero hogar, tu auténtica vida. sin duda ella te llevará de la ilusión a la verdad. Cuando Amanda hubo leído estas palabras, se dejó caer sin más preocupación en la profundidad del momento. Se confío a la vida como no lo había hecho nunca antes. Cerró los ojos. Sus pensamientos cesaron. Su consciencia escuchó atentamente dentro de sí. En ese punto sólo existía ella y el momento. 44
A través de sus párpados cerrados, Amanda vio cómo una luz maravillosa que salía del libro mágico empezaba a fluir como un torrente en su corazón. Cada vez se sentía más ligera y la rodeaba más claridad. Una paz celestial le invadió todo su ser. Involuntariamente, Amanda abrió los ojos y vio en la página izquierda del libro el rostro encantador de una mujer joven con rasgos hindúes, mientras en la página derecha aparecía este escrito: Esta mujer fuiste tú una vez. Eras una discípula del hombre a través de cuya iluminación este libro recibió su magia. Ya en aquel momento, hace mucho tiempo,
tu alma buscaba la luz. Desde entonces has vivido en muchos cuerpos, has sido muchos hombres y mujeres a lo largo del paso de muchos siglos. has reunido un sinnúmero de experiencias, has ganado un sinnúmero de conocimientos; has contemplado la vida desde todos sus lados, para reconocer su verdadero ser. Ahora ha llegado el momento de recolectar los frutos de las peregrinaciones de tu alma.
¿Por qué no soy capaz de acordarme de mis vidas anteriores¿ - preguntó Amanda al libro mágico. Y leyó: Aún existe un delgado muro entre tus vidas presentes y pasadas. Pero caerá; De hecho, ya se tambalea, porque no puede sostener por más tiempo los conocimientos que has ido ganando en tus muchas vidas. La mirada de Amanda se trasladó del escrito a la imagen de la joven hindú, que había sido ella misma una vez. Miró a la mujer a los ojos intensamente y se asustó. Lo que estaba observando eran sus propios ojos, el espejo de su alma. Después desapareció la mujer y tomó su lugar el rostro arrugado de un hombre mayor con el pelo blanco como la nieve, al que Amanda dirigió una sonrisa bonachona y serena. También a él le miró a lo más profundo de sus ojos y también se volvió a reconocer en ellos. Continuaron apareciendo y desapareciendo más y más rostros de mujeres y hombres con tonos de piel claros y oscuros, con pelo rubio, castaño, pelirrojo o negro. Eran tanto jóvenes como viejos, guapos o de apariencia modesta. Todos ellos, que parecían provenir de todas partes del mundo y de todas las épocas de la historia, se daban cita en las páginas del libro mágico. Pero los ojos de todas estas caras eran siempre los mismos, y Amanda comprendió sin lugar a dudas que su alma había llenado de vida a todas aquellas personas, hasta llegar a un punto que sólo había alcanzado tras una larga peregrinación. La última cara que apareció en la página izquierda del libro era la suya actual. Era como si esta página se hubiera convertido en un espejo. Amanda entendió que aquella vida sería la última reencarnación de su alma. Sería su última vida en un cuerpo humano. 45
Ahora empezaba a sentir el temblor del delgado muro del que había alcanzado el libro mágico. Un temblor que pronto se hizo tan intenso que el muro de la ignorancia no fue capaz de aguantarlo por más tiempo, y se desplomó sobre sí mismo. Una felicidad arrolladora recorrió todas las fibras de su ser; cuando Amanda consiguió sobreponerse al dominio de las contradicciones y se liberó por fin de su falso “Yo”. El fuego y el agua se reconciliaron en ella, el nacimiento y la muerte se hicieron uno, la luz y la oscuridad se fundieron la una con la otra. Por fin se abrió la puerta de la jaula. Y el pájaro que llevaba tanto tiempo en prisión, no dudó en volar en libertad. El alma de Amanda, su único verdadero “Yo”. Sintió con inesperada alegría, claridad y alivio que por fin estaba libre para decidir con independencia su posterior destino en el eterno juego del ser ilimitado. Abandonó con una dicha suprema el círculo de los renacidos para subirse a una existencia que iba más allá de los límites del poder de imaginación humano. Su sueño, que había durado tantas vidas humanas, se había acabado para siempre. Un torrente de lágrimas, causadas por la alegría, le recorría las mejillas hasta caer sobre su propia imagen en el libro mágico. Se levantó, se dirigió a la ventana y miró hacia la calle. Era como si todo lo observara con unos ojos nuevos, ojos que miraran al corazón de la vida. Una pareja se encontraba en el escalón superior de la entrada a una casa y estaban discutiendo. Un hombre de mediana edad pasó por delante de ellos sin ni siquiera dirigirles una mirada. Una mujer mayor se encaminó con pasos pesados y tristes hacia un coche y se subió a él. Amanda sintió compasión por toda aquella gente extraña que veía abajo en la calle, a la que nunca había conocido de esta manera y con esta fuerza. Percibió que los cuatro no eran libres, no eran su auténtico ser, sino que estaban prisioneros de la tristeza, la confrontación y la indiferencia. Y supo que el sentido de su presente vida en este mundo se basaría en ayudar a los hombres que anhelaban su liberación, reconocimiento e iluminación interiores, igual que el libro mágico la había ayudado a ella.
HANS KRUPPA Nació en Marl en 1952. Estudió filología inglesa y formación física en Friburgo y
vive desde 1981 en Bremen dedicado plenamente a la literatura. Aclamados por la crítica, sus poesías y relatos se han difundido con más de un millón de ejemplares. “Con sus obras transmite al lector esperanza y fuerza. Y eso es algo muy importante” decía sobre él por ejemplo la publicación Passauer Neue Presse. 46