Juventud y Democracia Hacia un concepto ampliado de ciudadanía
Alejandra Reyes Lizama Universidad de Chile
Licenciada en Filosofía, Licenciada en Educación y Profesora de Filosofía, Postitulada en Educación en Valores. Universidad de Chile. Chile. Académica del Centro de Estudios de Ética Aplicada de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. En la actualidad se encuentra cursando el Programa de Magíster en Bioética en la misma Facultad.
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INTRODUCCIÓN Un tema de preocupación permanente para las autoridades, pero sobre todo en tiempos cercanos a elecciones, es el hecho de que un número considerable de la población, fundamentalmente de jóvenes, no se inscribe en los registros electorales, dando cuenta con ello de su distanciamiento creciente respecto de la política. En efecto, datos entregados por el Servicio Electoral, aportan evidencias que verifican este fenómeno, el mismo que en un nivel simplemente intuitivo resulta también bastante reconocible. En la primera sección de este estudio, se revisarán algunos datos estadísticos que dan cuenta del decreciente grado de participación electoral de la juventud en las últimas décadas. Se abordará también, de manera crítica, el hecho de que la participación en los procesos electorales sea concebida usualmente como el paradigma de la acción ciudadana. Puesto que, si bien es cierto, el problema de una escasa participación de la juventud en estos términos resulta de importancia por las consecuencias que de él se puedan derivar, quizá se lo ha sobredimensionado al concebirlo como el acto principal o el único mediante el cual las personas ejercen su ciudadanía. Según veremos en la segunda sección, concebir el fenómeno electoral como el eje de la actividad participativa y ciudadana –como suele hacerse en el discurso cotidiano– menoscaba el concepto mismo de “ciudadanía” al reducirlo fundamentalmente a este procedimiento eleccionario, cuando en realidad, el ser ciudadano tiene múltiples facetas y no se agota en el voto. De modo que el objeto de este apartado será explorar otras connotaciones que el ser ciudadano también posee. Para ello, se revisará principalmente un texto de la filósofa española Adela Cortina: “Ciudadanos del Mundo; Hacia una teoría de la ciudadanía” en donde se recogen de una manera bastante esquemática y clarificadora, los distintos sentidos que el concepto “ciudadanía” ha ido adquiriendo a lo largo de la historia. De este panorámico recorrido nos interesará rescatar particularmente un tipo de
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INTRODUCCIÓN Un tema de preocupación permanente para las autoridades, pero sobre todo en tiempos cercanos a elecciones, es el hecho de que un número considerable de la población, fundamentalmente de jóvenes, no se inscribe en los registros electorales, dando cuenta con ello de su distanciamiento creciente respecto de la política. En efecto, datos entregados por el Servicio Electoral, aportan evidencias que verifican este fenómeno, el mismo que en un nivel simplemente intuitivo resulta también bastante reconocible. En la primera sección de este estudio, se revisarán algunos datos estadísticos que dan cuenta del decreciente grado de participación electoral de la juventud en las últimas décadas. Se abordará también, de manera crítica, el hecho de que la participación en los procesos electorales sea concebida usualmente como el paradigma de la acción ciudadana. Puesto que, si bien es cierto, el problema de una escasa participación de la juventud en estos términos resulta de importancia por las consecuencias que de él se puedan derivar, quizá se lo ha sobredimensionado al concebirlo como el acto principal o el único mediante el cual las personas ejercen su ciudadanía. Según veremos en la segunda sección, concebir el fenómeno electoral como el eje de la actividad participativa y ciudadana –como suele hacerse en el discurso cotidiano– menoscaba el concepto mismo de “ciudadanía” al reducirlo fundamentalmente a este procedimiento eleccionario, cuando en realidad, el ser ciudadano tiene múltiples facetas y no se agota en el voto. De modo que el objeto de este apartado será explorar otras connotaciones que el ser ciudadano también posee. Para ello, se revisará principalmente un texto de la filósofa española Adela Cortina: “Ciudadanos del Mundo; Hacia una teoría de la ciudadanía” en donde se recogen de una manera bastante esquemática y clarificadora, los distintos sentidos que el concepto “ciudadanía” ha ido adquiriendo a lo largo de la historia. De este panorámico recorrido nos interesará rescatar particularmente un tipo de
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ciudadanía: la ciudadanía civil. Pues, en virtud de algunas de sus notas peculiares, se satisface, en buena medida, la búsqueda –que emprendemos en este ensayo– de una mayor identificación de parte de la juventud con el ámbito público. Esto, por cuanto apunta a una visión no tan legalista como subjetiva de la ciudadanía, que interpela a los sujetos de una manera más personal, a diferencia de las otras acepciones del concepto descritas por Cortina: ciudadanía jurídico-política, social y económica, que tienden a mantener una visión más clásica del concepto de ciudadanía y que interpela desde un ámbito institucional y normativo. En la sección siguiente, luego de una breve exposición sobre la teoría de la sociedad civil, esbozada desde el pensamiento comunitarista, como marco de referencia para un concepto ampliado de ciudadanía, se verá en qué medida las necesidades de la juventud apuntan más hacia una búsqueda de identidad ciudadana, a partir de escenarios públicos no convencionales —lo que se acercaría al modelo de ciudadanía civil mencionado anteriormente— anteriormente— y no tanto al imperativo que las autoridades públicas promueven, vinculado al hecho exclusivo de concurrir a los registros electorales. Desde aquí se comenzará a sostener la hipótesis de que el problema central no es que los jóvenes se hayan desligado de la sociedad y de sus conflictos —cuestión que aparentemente se manifestaría en la no inscripción electoral— sino que, probablemente, los canales y vías de participación que el grupo joven necesita específicamente, no han sido suficientemente visualizados. Así, la exploración de la actividad propiamente juvenil, su legitimación, y su estimulación, debiera ser preferentemente la línea a seguir por las políticas públicas, la educación y la sociedad en general, para hacer más partícipes a los jóvenes, en la construcción de la democracia. Junto con señalar la necesidad de apertura de la ciudadanía a diversos ámbitos o formas de la actividad social, veremos también cómo este fenómeno — la ampliación del concepto de ciudadanía— está siendo parte del programa de algunos sectores del gobierno que están orientando su mirada en esta misma
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dirección, formulando propuestas concretas para incentivar la participación juvenil en ámbitos públicos no convencionales. Luego, se aludirá al rol importante que cumple la escuela en la formación de ciudadanía en los jóvenes. Se revisará su importancia como institución socializadora y como fuente de estimulación de la juventud, que es lo que parece estar faltando. También se explorará brevemente en qué medida se ha plasmado en los currículos escolares el concepto de ciudadanía y apuntaremos a la idea del consejo de curso , como una instancia peculiar dentro del diseño escolar, mediante la cual la juventud cuenta con un espacio propio para sus necesidades específicas, por lo cual podría ser un ámbito idóneo de aprendizaje y ejercicio de la ciudadanía. Finalmente se concluye señalando que las causas y posibles soluciones para la desafección que reina en la juventud, están ligadas al modelo de ciudadanía que pretendamos promover. Pero aún apropiándonos de la ampliación del concepto propuesta; la ciudadanía civil, conviene intentar resolver el problema no desde una sola perspectiva. Antes bien, parece decisivo enfrentar estas cuestiones desde una mirada integrada, holística, formulando propuestas que sean interdependientes entre el plano político y el educativo.
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I. JÓVENES Y PARTICIPACIÓN CIUDADANA: ALGUNOS DATOS AL RESPECTO Un distanciamiento creciente de los asuntos relativos al mundo político y público parece ser la tónica general que caracteriza el comportamiento de la juventud en su conjunto. Un hecho que podría conducir a la formulación de un juicio de esta naturaleza es que una gran parte de la población juvenil no se inscribe en los registros electorales. Y siendo la elección de representantes un fenómeno esencial para legitimar los gobiernos democráticos, resulta preocupante el alto porcentaje de jóvenes que se abstienen de ejercer este derecho ciudadano. A partir de la siguiente tabla sobre la evolución de la inscripción electoral desde el año 1988, puede obtenerse una idea de la cada vez más baja inscripción de los jóvenes. EVOLUCION DE LA INSCRIPCIÓN ELECTORAL POR GRUPOS ETAREOS, EN PORCENTAJES 1988 – 20011 PROCESOS ELECCIONARIOS PLEBISCITO 1988 PRESIDENCIAL Y PARLAMENTARIAS 1989 ELECCIÓN CONCEJALES 1992 PRESIDENCIAL Y PARLAMENTARIAS 1993 ELECCIÓN CONCEJALES 1996 PARLAMENTARIAS 1997 PRESIDENCIAL 1999 ELECCIÓN CONCEJALES 2000 PARLAMENTARIAS 2001
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18-19 20-24 años años % 5,11 15,14
25-29 Total % años 14,52 34,77
%
2,59
14,72
14,85
32,16
%
2,36
11,54
14,73
28,63
%
2,66
10,35
14,24
27,25
%
0,96
7,25
12,68
20,89
% %
0,81 0,76
6,60 4,24
11,59 9,67
19,00 14,67
%
0,78
3,58
8,91
13,27
%
0,52
3,25
7,86
11,63
www.servicioelectoral.cl, acceso en octubre 2004 5
Como se aprecia en la tabla, el porcentaje de jóvenes que se inscriben en los registros electorales ha ido decreciendo considerablemente después de 1998, año en que se generó la más alta tasa de inscripción juvenil. Este fenómeno se debe a que en ese año se reabrieron los registros electorales, luego de haberse mantenido cerrados durante casi todo el período de la dictadura militar. Resulta evidente, que en ese momento, la población, incluidos los jóvenes, tenía un profundo interés por ejercer su derecho a voto ya que para ello había un propósito muy claro y concreto: retomar la senda de la democracia, mediante la elección popular de sus representantes. El voto fue entonces, una posibilidad cierta de decir “no” a un sistema de gobierno autoritario y acceder a un sistema de gobierno democrático. Sin embargo hoy, que ya se disfruta de algunas virtudes de la democracia, el instrumento voto ha ido perdiendo su fuerza y representatividad para encarnar las aspiraciones de la población. Por otra parte, para obtener una aproximación objetiva más general sobre el estado actual de la relación entre juventud y política, podemos observar algunas cifras que el gobierno ha proporcionado recientemente, a partir de un estudio realizado con jóvenes de entre 15 y 29 años, de todo el país, el segundo semestre del año 20032. La encuesta revela interesantes cuestiones relativas a las diversas problemáticas propias de los jóvenes, pero dentro del plano político, llaman la atención resultados como los que a continuación se señalan. Sobre el grado de confianza que los jóvenes declaran tener hacia distintas instituciones del sector público, existe una considerable deficiencia en lo que se refiere al mundo político. Quienes más desconfianza suscitan son los diputados y senadores, los partidos políticos, los alcaldes, el gobierno y los jueces. En tanto que quienes gozan de mayor confianza entre la juventud son las instituciones de educación, salud y la familia. Como se aprecia en la siguiente tabla, los partidos políticos son los que generan menor confianza entre los jóvenes.
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Partidos Políticos
Congreso
Sistema Judicial
Gobierno
8,9
18,4
20,3
33,7
Munici Medios Iglesia palida de Católica des comunic.
40,9
52,1
53,2
Carabineros
57
Servicios Escuelas UniversiSalud Liceos dades
63,7
80,5
81,6
Familia
96,9
Resulta interesante comentar que un estudio sobre Educación Cívica realizado en varios países del mundo, indica que los estudiantes chilenos “tienen una menor confianza en las instituciones públicas que los estudiantes de la muestra internacional”.3 Respecto de las personas que representan estas instituciones, el panorama es más o menos similar, salvo porque el Presidente de la República suscita mayor confianza (45,8%) que la institución que representa (33,7%), y quienes cuentan con mayor confianza, son los profesores (83,4%). Con respecto a los partidos políticos la juventud manifiesta que estos no representan las necesidades reales de los jóvenes; sólo un 12,3% se considera representado en sus inquietudes por los partidos, en tanto que un 78,5 % de los encuestados señaló que los políticos tienen poca preocupación por los jóvenes.4 Además, declaran en su mayoría (74%) no identificarse con ninguna agrupación política (Concertación, Alianza por Chile, Independientes, etc).5 Tampoco manifiestan mayor interés por participar en la actividad de los partidos políticos, como lo muestran algunos resultados de la versión anterior de esta misma
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INSTITUTO NACIONAL DE LA JUVENTUD, Cuarta Encuesta Nacional de Juventud. Centro de Documentación, Santiago, septiembre de 2004. 3 Este Estudio Internacional de Educación Cívica, realizado durante los años 1999-2000, fue coordinado por la International Association for the Evaluation of Educational Achievement (IEA). Los países que formaron parte del estudio fueron: Alemania, Australia, Bélgica, Bulgaria, Colombia, Chile, Chipre, Dinamarca, Eslovenia, Eslovaquia, Estados unidos, Estonia, Finlandia, Grecia, Hong Kong, Hungría, Inglaterra, Italia, Letonia, Lituania, Noruega, Polonia, Portugal, República Checa, Rumania, Federación Rusa, Suiza y Taiwán. Educación Cívica y el ejercicio de la ciudadanía. Los estudiantes chilenos en el Estudio Internacional de Educación Cívica . Santiago, Unidad de curriculum y Evaluación, Ministerio de Educación, Octubre 2003 4 INJUV Resultados preliminares Cuarta Encuesta Nacional de Juventud 2003, Doc. de trabajo Nº 5 Departamento de Estudios y Evaluación, Abril 2004 p. 4 . www.injuv.gob.cl 5 INJUV, Cuarta Encuesta... p. 61 7
encuesta, aplicada el 2000. Un 88,7% declara no tener interés en participar, en tanto que un 10,4% señala que sí le gustaría, y sólo un 0,9 lo hace de hecho 6. Como se deja ver, no es errado el diagnóstico que señala que la juventud no participa masivamente en los procesos electorales y de cierto espacio público. Más bien, estos datos hacen patente una realidad; que juventud y política se han venido manifestando, hasta hoy, como términos antitéticos. Y esta situación es realmente preocupante en tanto que el hecho de que la manifestación de las personas y de lo que desean para su comunidad, se expresa primordialmente a través del voto, constituye gran parte de lo que entendemos por democracia (modelo de gobierno que reconocemos como el mejor posible dado el estado de la moralidad de las sociedades contemporáneas). Sin embargo, a pesar de lo patente del fenómeno mencionado, la aseveración de que estamos en presencia de un estado generalizado de desvinculación de parte de la juventud hacia la política y la participación ciudadana, cuya manifestación más preocupante sería la no participación electoral, sólo es posible si se ha tomado la noción de ciudadanía en un sentido restringido. La idea de que los jóvenes están desvinculados explícitamente de la cosa pública puede no necesariamente estar indicando un alejamiento irreversible o una carencia en sí de la juventud. En efecto, ha habido un notable cambio en la consideración que los jóvenes tienen de la democracia: en la tercera encuesta, aplicada el 2000 un 51,2% de los jóvenes chilenos, es decir, algo más de la mitad, consideró que la democracia es sólo una forma de gobierno como cualquiera otra. La Cuarta encuesta, en cambio, demostró que la mayoría de los jóvenes (72,5%) considera que la democracia es preferible a otro sistema de gobierno7, y casi la totalidad de los encuestados piensa que Chile es un país democrático pero que debe perfeccionarse. Señalan algunos que la sociedad chilena sería más democrática si hubiera mayores oportunidades (48%) y menor desigualdad social 6
INJUV, Tercera Encuesta Nacional de Juventud, Informe ejecutivo final , Santiago, septiembre 2001, p.88 www.injuv.gob.cl 7 INJUV, Resultados preliminares Cuarta Encuesta …, p. 7-8 8
(36%)8. De modo que la opinión frecuente de que existiría una suerte de indiferencia o escepticismo generalizado de parte de la juventud, parece errar en algunos sentidos, si asumimos que respuestas como estas son producto de una reflexión y evaluación sobre la democracia por parte de los jóvenes, cuestión que a su vez presupone un cierto grado de interés en estos temas. Sobre estos datos volveremos más adelante. De momento, retomemos la mirada que percibe un quiebre de carácter más bien pesimista entre juventud y política. Esta perspectiva, arraiga en la idea difundida de que el modo esencial de participación es la inscripción en los registros electorales y la elección de determinados candidatos, así como la adhesión a ciertos partidos políticos. Si sólo éste fuera el problema, podría resolverse rápidamente modificando el modelo de inscripción en los registros electorales, que actualmente es voluntario, por un modelo automático. Así, la inscripción no podría sino aumentar. Pero puesto que la alteración del modelo en tal sentido exige –como se sugiere comúnmente– que la votación comience a ser voluntaria, sería previsible que un grupo similar de jóvenes que hoy no se inscriben, tampoco concurriría a las mesas de votación. Si bien, esta modificación traería, a pesar de lo mencionado, importantes beneficios, no subsana el problema de fondo que es aquel que dice relación con el grado de adherencia a los valores de la democracia que las personas manifiestan sin coerción. Si intentamos, pues, responder a la cuestión de por qué los jóvenes no se inscriben en los registros electorales, cabría preguntarse si este fenómeno encuentra su raíz en la propia naturaleza de la juventud de nuestro tiempo o quizá más bien en el planteamiento de las autoridades frente a este tema, que suelen poner énfasis en una concepción de la participación ciudadana principalmente entendida como participación electoral. “Hoy en día la ciudadanía, considerada en sí misma, supone el desempeño de un papel básicamente pasivo: los ciudadanos son espectadores que votan. Entre elecciones y elecciones los funcionarios les 8
INJUV, Cuarta Encuesta …, p. 58-59 9
brindan un servicio mejor o peor.”9 De modo que el problema de la desconfianza y la desconexión de la juventud, trasciende el problema de la no-participación electoral. Probablemente esta focalización en la participación electoral, que toma a la parte por el todo, que pasa de la ciudadanía a lo específicamente electoral, tiene su origen en el hecho de que la participación electoral de las personas es un elemento determinante para legitimar los gobiernos y, en general, el poder político. De no contar con un número considerable de electores y votantes, los procesos pierden validez, como está sucediendo en algunos países de Europa, en donde la población, por las razones que sea, ha ido abandonando paulatinamente su participación en las elecciones10. De modo que los actores políticos ven en la no participación un inminente peligro contra los sistemas de gobierno y la focalización en la participación electoral en detrimento de la participación ciudadana en general, podría deberse entonces a una motivación particular del poder político, más que a un real interés por conocer las necesidades y preferencias de la comunidad. Si bien la participación electoral suele concebirse como el paradigma de la participación ciudadana, por cuanto constituye un procedimiento clave como fundamento de la democracia, no basta con ejercer este derecho, así como tampoco sería exacto juzgar que la juventud está desligada de los asuntos públicos, sólo porque no hay suficientes inscritos en los registros electorales, como si este fenómeno fuera la manifestación de un desarraigo de lo público, o una falta de interés connatural a la juventud. “La democracia no es sólo el acto procedimental que permite cada cierto tiempo renovar autoridades […]”11
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WALZER, Michael: Democracia y Sociedad civil: la idea de sociedad civil. Una vía de reconstrucción social . En DEL ÁGUILA, Rafael, VALLESPÍN, Fernando y otros: “ La democracia en sus textos” . Alianza. Madrid. 1998. p. 385 10 Antecedentes sobre la participación electoral en Europa pueden encontrarse en International Institute for Democracy and Electoral Asistance. www.idea.int
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Intentando explorar una salida optimista al panorama que se ha venido describiendo, podemos formular desde ya una primera propuesta: que la ciudadanía, la participación y la democracia no dependen tanto de la ley, como de cuán cercanos estamos en cada uno de nosotros, en nuestras convicciones e ideas de bien, con aquellos valores que están detrás de las leyes y que son respetados por fuerza, gracias a la formulación del derecho positivo. Rastrearemos entonces, un concepto ampliado de ciudadanía, que reconozca diversas formas de ser ciudadano, que están antes de la ley, pero que se encuentran en barbecho o no exploradas, precisamente porque no se valoran lo suficiente. A continuación revisaremos, a partir de un texto de Adela Cortina, diversos tipos de ciudadanía, de los cuales rescataremos un concepto de ciudadanía que trascienda el mero factum de haber nacido en una nación, poseer un carné de identidad o elegir representantes. II. APROXIMACIÓN A UN CONCEPTO AMPLIADO DE CIUDADANÍA Adela Cortina explora el concepto de ciudadanía introduciendo al comienzo de su libro Ciudadanos del Mundo, hacia una teoría de la ciudadanía 12 una interesante y terrorífica novela acerca de un científico que quiso transformar animales en hombres a partir de la “mentalización”. Es decir, la introducción de ciertas leyes humanas en sus mentes, que debían repetir hasta saber de memoria y conducir sus actos según aquellas. Por ejemplo, caminar en dos patas y comer con decencia. Y en caso de transgredir las leyes, los “humanimales” eran castigados con el látigo. Esta novela sirve como analogía de las leyes humanas que los propios humanos debemos memorizar. Sin embargo, así como los “humanimales” volvían cada cierto tiempo a sus conductas animales, olvidando la ley, los humanos olvidamos a menudo que es 11
INSTITUTO NACIONAL DE LA JUVENTUD: Los jóvenes tienen derecho a una democracia de calidad , Centro de Documentación, Doc-8 2198, Santiago, 2002. p.5 12 CORTINA, Adela: Ciudadanos del mundo: hacia una teoría de la ciudadanía , Alianza. Madrid. 1999. 11
deseable respetar ciertas leyes que yacen ahí, en el derecho. Mas, este olvido sólo es posible porque probablemente la ley nunca ha sido asimilada verdaderamente. Así, cuando se acude a votar sólo porque de no hacerlo somos multados, se pierde el real sentido de la democracia. Lo mismo sucede con todo tipo de participación ciudadana que al no llevarse a cabo de manera voluntaria, va perdiendo naturalidad, va perdiendo su sentido. No es posible asegurar el respeto irrestricto a las leyes que tenemos por buenas si pretendemos “ ‘humanizar’ a las personas sin buscar en ellas más elementos de sintonía que la repetición de la ley y la amenaza de castigo social o legal”13 A continuación veremos que el concepto “ciudadanía” no es unívoco. Por el contrario, en distintas épocas se lo ha concebido de maneras diversas, e incluso en la actualidad muestra múltiples ángulos. Cortina reconoce una ciudadanía política, social, económica, civil, multicultural y finalmente, cosmopolita. De modo que la comprensión amplia que podamos lograr sobre este concepto, es el paso necesario, primero para desmontar la idea frecuente de que ser ciudadano consiste principalmente en elegir representantes y luego para examinar la relevancia que tienen en sí mismas otras formas de participación, pero que de hecho parecen no ser tomadas en cuenta al momento de plantear las políticas públicas para la comunidad, y en nuestro caso específico, educativas, para los jóvenes. Ciudadanía política* En primer término se presenta el concepto de “ciudadanía” como fue concebido en la polis griega. El buen ciudadano es aquél que participa activamente en los asuntos públicos. Esta raíz ateniense que concibe la ciudadanía como participación en los asuntos públicos es el antecedente primero
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Ibíd., p. 17-18 Éste y los siguientes apartados siguen la misma secuencia que Cortina ha seguido en su libro. En algunos casos, los títulos varían levemente. *
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de lo que hoy se conoce como “participacionismo”**, esto es, que la comunidad entera, es decir, los ciudadanos civiles tienen un espacio para tomar decisiones, no tan sólo los especialistas. Un buen ciudadano es el que trabaja por una buena polis, y mediante su participación busca el bien común. Roma, mayor en extensión y en número de ciudadanos, estableció otro tipo de ciudadanía. La que tiene que ver con la protección de los miembros de la comunidad. La ley ya no interviene en la vida privada de los individuos, sino que la protege. Se puede decir entonces, que el hombre entendido como “zoón politikón” pasa a convertirse principalmente en “homo legalis”. y cabe entender la ciudadanía como “un estatuto jurídico más que una exigencia de implicación política, una base para reclamar derechos y no un vínculo que pide responsabilidades.”14 Estas dos concepciones de la ciudadanía, una entendida como participación política y la otra como pertenencia a una comunidad cuyas leyes protegen los derechos individuales, cristalizan en lo que desde la modernidad ha comenzado a llamarse Estado . Que en palabras de Cortina es una forma de ordenamiento político cuya peculiaridad es la centralización del poder en un territorio delimitado “y el ejercicio de la soberanía a través de técnicos”.15 Ciudadanía social. Probablemente la ciudadanía social, como uno de los sentidos de ciudadanía, es el que ha tenido más repercusión en el último tiempo. De acuerdo con esta segunda definición, el ciudadano es aquel que además de poseer derechos civiles y políticos, libertades individuales (liberalismo) y participación política (republicanismo) respectivamente, cuenta con los derechos sociales **
Interesantes consideraciones sobre participacionismo y representacionismo se encuentran también en Cortina, A.: Ética sin Moral , cap. 9 y Ética aplicada y democracia Radical caps, 6 y 7. 14 CORTINA, Adela: Ob. Cit., p. 54 15 Ibíd. p. 57 13
llamados de segunda generación, tales como el derecho al trabajo, a la educación, a una vivienda, a la salud, seguros de desempleo, pensiones de vejez, etc. Acceder a estos beneficios es, ciertamente, un gran avance para la identificación de las personas hacia su comunidad, para configurar una auténtica ciudadanía. Pues como señala Cortina, “sólo puede sentirse parte de la sociedad quien sabe que esa sociedad se preocupa activamente por su supervivencia y por una supervivencia digna”.16 El garante de estos derechos es el Estado social de derecho. Ciudadanía Económica. Si la ciudadanía social, entendida principalmente como posesión de ciertos derechos en la ausencia de la obligación de participar en la vida pública es tildada según algunos de “pasiva”, el modelo de ciudadanía económica aboga por una ciudadanía activa , es decir, que no sólo sea depositaria de derechos, sino que asuma también responsabilidades, lo cual exige o presupone, participación. Pero para hablar de una auténtica ciudadanía económica es menester que la participación civil en las decisiones de esta índole sea significativa. Donde “significativa” quiere decir; una participación que se dé de hecho y que tenga reales repercusiones en la toma de decisiones económicas. Esta idea preliminar puede analizarse y afirmarse a la luz de dos corrientes que han comenzado a establecerse por de pronto en el mundo europeo: la ética del discurso aplicada a la empresa y a la economía por un lado, y “el “Stakeholder capitalism ” o “capital de los afectados” por la actividad empresarial, por otro. Ambas teorías, en sus lenguajes respectivos; filosófico y económico, enfatizan en que la acción económica involucra no sólo a los actores in situ , sino también a todos los posibles afectados por la toma de decisiones en el terreno de la
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Ibíd. p. 66-67 14
economía. Todos los afectados por decisiones económicas son así, ciudadanos económicos. Estos tres modelos de ciudadanía, descritos hasta aquí, tienen sus virtudes pero también sus limitaciones pues no suscitan esa adherencia espontánea que precisa hoy la actividad ciudadana. En el caso de la ciudadanía concebida políticamente, el haber nacido en un Estado no implica necesariamente una identificación de la comunidad con la ley. Y la idea –o ideal– de participacionismo o es un mito o es impracticable, dado el nivel de moralidad de nuestra población o sencillamente por el desarrollo demográfico de las sociedades contemporáneas. Por lo que respecta a la ciudadanía social, el Estado social de derecho se ha manifestado históricamente como un Estado de bienestar, que se caracteriza básicamente porque –como sugiere Cortina– reconoce y protege derechos que hoy nos parecen irrenunciables, pero a costa de convertirse en un Estado paternalista que pone el acento principalmente en los derechos, de las personas, dejando un poco de lado los deberes que también les caben. Del mismo modo, es claro que en el momento presente la ciudadanía económica no ofrece los derechos ni el respeto a todos los afectados que las teorías mencionadas proponen. Ciudadanía civil. Pero, ante la insuficiencia de estos modos de la ciudadanía, encontramos una cuarta ciudadanía que es la ciudadanía civil. Que aparece tan pronto comprendemos que el sujeto no es sólo un sujeto de derechos de primera y segunda generación (ciudadanía política y social), sino también y mucho antes, un miembro que pertenece a una comunidad, que se identifica con algunos de sus
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aspectos. “Somos sociables por naturaleza, y lo éramos antes de convertirnos en seres políticos o económicos.” 17 En efecto, además de la pertenencia económica, política, social, hay otra necesaria para conformar esa ciudadanía por adhesión voluntaria, autónoma, que es la que nos convoca desde la sociedad en su conjunto y sus diversas instituciones que no son ni políticas ni económicas principalmente, sino civiles, partiendo por la familia, el colegio, la iglesia, el equipo de fútbol, los vecinos, la etnia, los medios de comunicación, etc. Todas ellas constituyen un entramado que es la base de la socialización de cada individuo y que desde los 80 ha comenzado a ser objeto de un renovado interés, por parte de diversos teóricos, especialmente, los filósofos comunitaristas. “Con las palabras “sociedad civil” se hace referencia tanto al espacio cubierto por asociaciones humanas no coercitivas como a la red de relaciones creadas para la defensa de la familia, la fe, los intereses o las ideologías que cubren este espacio”18 A diferencia de la obligación de votar o amar una bandera, que son cuestiones ajenas a las necesidades “naturales” –por así decirlo–, toda vez que el individuo no ha asimilado los otros modos de ciudadanía mencionados anteriormente en la configuración personal de sí mismo como miembro de una comunidad, esta perspectiva enfatiza mucho más en una dimensión subjetiva de ciudadanía que tiene como base, el hecho natural e innegable de pertenecer a un grupo. La pertenencia, la identificación con una cultura determinada, resultan así, aspectos mucho más atractivos para la configuración de una ciudadanía auténtica. Cortina ha sostenido a lo largo de su relato de manera más o menos implícita, que el tipo de ciudadanía que le parece más deseable es una ciudadanía espontánea, natural, sanguínea, subjetiva. Con “espontánea” y “natural” se quiere 17
WALZER, Michael: Ob. Cit., p. 384
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decir que no sea un artificio del Estado sino que esté allí antes que él, tal como la lengua y las costumbres lo están. Con “sanguíneo” y “subjetivo” se alude a que la adhesión a la ciudadanía sea desde dentro de cada individuo, desde su emocionar . Porque a partir de Kant nos hemos acostumbrado a pensar que lo bueno desde el punto de vista moral es lo malo respecto de la dimensión del deseo. En efecto, para el filósofo la felicidad no puede ser nunca un principio moral, ya que pertenece al terreno de la subjetividad y por tanto carece de la universalidad necesaria para la ética. Pero como hemos visto, el formalismo kantiano parece insuficiente para el concepto de ciudadanía que demanda la democracia hoy. Ciudadanía Intercultural y Cosmopolita Hemos venido revisando diversos conceptos de ciudadanía que satisfacen en mayor o menor grado las necesidades de una ciudadanía efectiva, actual. Por otra parte, Cortina piensa que si lo que buscamos es una teoría de la ciudadanía que sea capaz de congregar a la población y hacerles a los individuos sentirse y saberse plenamente ciudadanos, entonces es preciso reconocer y evaluar un hecho que en nuestros tiempos crece de manera ingente, y que desde hace algunas décadas ha venido manifestándose a tal punto que hoy nuestras sociedades pueden identificarse esencialmente con ello; se trata del multiculturalismo. Diversas concepciones del mundo; etnias, religiones, lenguas, conviven en un mismo territorio. Debido a esto, es necesario reconocer que no existe una interpretación unívoca de la realidad con la cual deban estar de acuerdo todas las personas, sino más bien existe una pluralidad de interpretaciones, algunas con grados considerables de validez. Pero el pluralismo que constituye a la ciudadanía multicultural no apunta a una coexistencia indiferente de las diversas culturas, sino más bien a una comunicación intercultural que es la base del reconocimiento y del 18
Ibíd. p. 376 17
respeto de unos hacia otros. Comunicación que además debiera propiciar el entendimiento y el acuerdo sobre valores mínimos que a pesar de las diferencias pudieran valer universalmente. Cortina propone pues, una ciudadanía que consista en el reconocimiento legal y emocional de unos hacia otros en su diversidad, dentro de cada nación. Pero también entre distintas naciones, teniendo como base la idea de que a pesar de nuestras diferencias, hay algo que todos tenemos en común, un grupo con el cual todos nos sentimos identificados: el de los humanos. De ahí que pueda también hablarse de una ciudadanía cosmopolita. IV. ARGUMENTOS PARA UNA CIUDADANÍA COMO PERTENENCIA. Hasta aquí se ha venido tratando de acceder a un concepto ampliado de ciudadanía, en el entendido de que en la actualidad la “ciudadanía” concebida como un conjunto de derechos reconocidos a los individuos, se muestra insuficiente. Y esta insuficiencia la hemos descubierto en el estado actual de la relación entre juventud y política, términos que parecían –de buenas a primeras– ser incompatibles. Pero hemos sugerido también, que a partir de una ampliación del concepto hacia la ciudadanía civil , esta dicotomía podría ir sintetizándose. Un interesante argumento podemos comentar a favor de una ciudadanía concebida como pertenencia, apoyado en las teorías comunitaristas aludidas en el apartado sobre ciudadanía civil. Este argumento, se sitúa en el seno de una importante discusión contemporánea del terreno de la filosofía política. Con respecto a en qué clase de sistema político es donde puede realizarse mejor una vida buena, discrepan liberales y comunitarios , principales teóricos que conforman este debate. En términos generales, los primeros proponen como el mejor modelo para cultivar una vida buena, aquél que permite total libertad a los individuos para desarrollar sus proyectos de vida (ciudadanía política en su sentido liberal). Este modelo, tiene su principal idea fuerza puesta en la economía. De modo que su propuesta sería la reducción de la intervención estatal a un mínimo en los asuntos económicos, con el fin de potenciar un mercado libre, y salvaguardar la autonomía
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de los sujetos, para que puedan por sí mismos procurarse una vida buena. Sin embargo, por más que la autonomía de los sujetos es un valor apreciable más o menos universalmente, a este modelo le es inherente otro disvalor no menos reconocido universalmente como tal: la desigualdad. Por lo que respecta al comunitarismo, este sostiene, en términos generales, que la vida buena puede realizarse con mayor propiedad no obteniendo libertad e independencia como individuo, sino formando parte de una comunidad. Una comunidad, que como antes aludimos, existe, y por ello nos interpela, antes que el Estado, antes que la ley; la comunidad a la que pertenecemos naturalmente, desde que nacemos. Y en sus múltiples organizaciones, es donde empezamos a establecer vínculos y compromisos a partir de los cuales vamos ejercitando nuestro ser ciudadanos. “En las organizaciones voluntarias de la sociedad civil –Iglesias, familias, sindicatos, asociaciones étnicas, cooperativas, grupos de protección del medio ambiente, asociaciones de vecinos, grupos de apoyo a las mujeres, organizaciones de beneficencia– es donde aprendemos las virtudes del compromiso mutuo”19. Acerca de por qué estas asociaciones suscitan mayor adhesión es probablemente porque la cohesión que ejercen es de índole más emocional que legal. Así, aquel que falta a un compromiso, no paga una multa ni va a la cárcel, pero recibe la desaprobación de los amigos, familiares, compañeros. Lo que en términos afectivos, resulta mucho más frustrante que el castigo impuesto desde fuera, por una ley que le es más o menos ajena. Y por el contrario, la aprobación que resulta de cumplir satisfactoriamente los compromisos, es un estímulo para seguir actuando. Es en este terreno pues, donde “interiorizamos la idea de responsabilidad personal y compromiso mutuo, y aprendemos el autocontrol voluntario que es esencial para una ciudadanía verdaderamente responsable.”20 En la sociedad civil es donde se cultiva la ciudadanía. Resulta entotonces que –sin descontar la importancia de algunas 19
KYMLICKA, Will: El Retorno del ciudadano , en Revista La Política, Paidós. Barcelona. 1997. p.17
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facetas del liberalismo–, el “concepto de ciudadanía está íntimamente ligado, por un lado, a la idea de derechos individuales y, por el otro, a la noción de vínculo con una comunidad particular.”21 Algunas objeciones se han formulado a este énfasis en la sociedad civil como fuente de aprendizaje para la ciudadanía22. Por ejemplo, que el fin principal por el que las personas se reúnen en colectividades no es siempre el de educar en valores ciudadanos. Por el contrario, la pertenencia a una iglesia podría fomentar la intolerancia religiosa o el pertenecer a una familia puede conllevar el aprendizaje de la dominación del hombre sobre la mujer, o en fin, en otro tipo de asociaciones puede fomentarse la sumisión a la autoridad. Por eso es que en este artículo se propone como una de las instituciones principales de la sociedad civil como centro de cultivo de la ciudadanía, la escuela, en donde se da una intención explícita de educar en ciudadanía. En la siguiente sección abordaremos este tema, pero de momento señalemos que algunos teóricos de las virtudes liberales 23 apuntan al sistema educativo más que a otras instituciones que operan desde “el discurso privado y el respeto a la autoridad” para desarrollar ciertos valores ciudadanos.24 Hemos visto que en las sociedades contemporáneas que se pretendan democráticas, es indispensable una visión de pertenencia y contexto, como la que estamos proponiendo. Pero este argumento es igualmente válido para cualquier persona/habitante de la comunidad. Lo que nos interesa, por el contrario, es la adhesión específica –y que parece ser un punto aparte–, de la juventud. Y en este sentido es que merece la pena considerar nuevamente algunos resultados de la última encuesta sobre juventud, para ver en qué medida, la caracterización actual 20
Ibíd. p.18 Ibíd. p.5 22 Ibíd. p.18 23 Teóricos de corte liberal que a pesar de ello, han indagado y puesto énfasis en la importancia de la virtud cívica. Amy Gutmann, Stephen Macedo, William Galston. Éste último rescata principalmente el cuestionamiento hacia la autoridad y la voluntad de involucrarse en los asuntos públicos. Kymlicka, Ob. Cit. p.20. 24 KYMLICKA, Will: Ob. Cit. p. 21 21
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de la juventud exige, más que ningún otro sector de la sociedad, una concepción de la ciudadanía como la recién esbozada. Si bien los jóvenes declaran en su mayoría (77%) no participar de ninguna organización política, un importante porcentaje (47,8%) afirma participar en otro tipo de organizaciones y otro tanto (28,7%) ha participado alguna vez.25 De modo que la escasa participación electoral no constituye un indicador claro de que la juventud no participe de la vida pública. La juventud ocupa otros ámbitos de participación y asociaciones diferentes de los que se consideran propiamente eficientes para los propósitos del mundo político adulto. Los jóvenes parecen verse interpelados por situaciones particulares que les atañen directamente que tienen que ver con problemáticas sociales más que con los problemas de política globales. A modo de ejemplo, recordemos las importantes manifestaciones que los estudiantes llevaron a cabo el 2001 cuando su pase escolar para la locomoción colectiva fue gestionado disfuncionalmente. Esta concentración en los problemas particulares, a los que se orientan los jóvenes, tiene su origen en el hecho de que cada vez más nuestra sociedad se concentra en el bienestar del individuo, consecuencia del liberalismo predominante. Pero también, el colectivo juvenil ha ido cobrando cada vez más fuerza e independencia en cuanto a estilos, orientaciones, intereses, etc. “Una (micro) cultura autogestionada parece corresponder a una “subjetividad expandida” donde los jóvenes afirman su autonomía y responsabilidad, lo cual daría origen a formas no políticas ni ideológicas de constituirse como actor social” 26 Observemos también que de los jóvenes que aún inscritos no volverían a inscribirse, las razones principales son similares a las de los jóvenes que no se han inscrito: no les interesa la política (50%), se sienten decepcionados de la oferta política (36.5%). La desconfianza (9,5%), poca motivación (11,1%) y desilusión por los actores y la política en general (15,9%) son los sentimientos generalizados de quienes han ido perdiendo el interés por ejercer su derecho 25 26
INJUV, Resultados preliminares Cuarta Encuesta…, p. 9 INJUV, Cuarta Encuesta…, p. 51 21
electoral, pues de hecho al momento de inscribirse estaban interesados. De modo que “se trata de un desencanto con la oferta política más que con un desinterés en los asuntos públicos”.27 Por otra parte, el descrédito en que parece haber caído la política (agentes e instituciones), aumenta en la misma medida en que crece la credibilidad en la democracia y los valores democráticos. Recordemos que en la Tercera Encuesta casi la mitad de los entrevistados declaraban considerar la democracia como un sistema de gobierno más, en tanto que la Cuarta Encuesta, muestra que un 72,5% piensa que es mejor que otros sistemas. Además un 79% considera que Chile es un país democrático, pero de estos, un 55% piensa que requiere perfeccionare. Como ya mencionamos, estas opiniones tienen implícito un sustrato de reflexión crítica que reafirma nuestra idea de que la juventud no padece una indiferencia hacia los temas públicos, sino más bien un rechazo hacia sus representantes. Finalmente, La Evaluación Internacional a la que aludimos anteriormente, que en su formato distingue entre una ciudadanía convencional (política, en el sentido restringido del término) y una ciudadanía civil, señala en sus resultados que los estudiantes chilenos valoraron principalmente este segundo tipo de ciudadanía y sugiere además que “esto puede deberse a que las actividades que contempla esta dimensión de la ciudadanía son más cercanas o más interesantes para los estudiantes”.28 Según lo revisado, y adhiriendo al informe de la cuarta encuesta nacional, la concepción tradicional que tenemos de los jóvenes como individuos prácticamente invisibles que están desligados de la cosa pública es inexacta o sencillamente falsa. Los jóvenes sí participan, pero, a través de “estructuras informales, […] que reorganizan la vida y la acción colectiva”29 inaugurando canales innovadores de participación, distintos de los institucionales. Estos canales alternativos pueden ir 27
Ibíd., p. 66 Ministerio de Educación: Educación Cívica y el ejercicio de la ciudadanía . Santiago, 2003 29 INJUV: Los jóvenes tienen derecho..., 28
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legitimándose y estimulándose, como formas efectivas de participación. Si bien no como participación “política” en el sentido tradicional de la palabra que relega esta actividad a las acciones ejercidas dentro del ámbito de las instituciones del Estado, sí como una participación en donde los actores cumplen importantes funciones sociales y de esa manera refuerzan la democracia. “Lo que antes veíamos como alejamiento de la política, ahora puede verse como abandono de una forma institucional de hacer política y posible descubrimiento de ‘una nueva dimensión de lo político’, más contradictoria y ambivalente, pero más cercana a los intereses del individuo reflexivo” 30 De modo que, además de la ciudadanía política, social y económica, deberíamos potenciar esta ampliación hacia la ciudadanía civil que facilita la integración espontánea y libre de coacciones a las organizaciones y asociaciones civiles, porque constituyen una plataforma indiscutible para la participación ciudadana efectiva. “Esta participación activa y eminentemente juvenil y heterogénea […], no corresponde con la imagen pública que la sociedad chilena tiene de su juventud. En otras palabras, los jóvenes sí participan, pero lo hacen en formas que aún no son reconocidas cómo validas. En este sentido, esta participación social exige ser reconocida y visibilizada”.31 Esta visualización de la participación juvenil podría materializarse desde diversos ángulos. A modo de ejemplo, para explorar uno de ellos, hemos revisado un informe del Instituto Nacional de la Juventud (INJUV), documento que parte de la observación de que en Chile no existe un “sujeto de derecho específicamente
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BENEDICTO, Jorge y MORÁN, María Luz: La construcción de una ciudadanía activa entre los jóvenes , Instituto de la Juventud, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Madrid, 2002. 31 INJUV: Resultados Preliminares Cuanta Encuesta… p.19 23
joven”, lo cual dificulta la elaboración y mantenimiento de iniciativas destinadas a este sector de la población.32 Reconociendo que la participación juvenil gira principalmente en torno del deporte, la religión y actividades de recreación, el documento propone en primer lugar una “Ley de fomento a las organizaciones juveniles” que sea la base para el reconocimiento formal de las asociaciones los jóvenes y otorgue respaldo a sus nuevas iniciativas. En segundo término, puesto que el informe mencionado reconoce que el comportamiento electoral, es decir, si las personas se sienten o no motivadas para ejercer su derecho, depende de cómo esté planteado el sistema electoral, se sugiere una reformulación del sistema electoral actual, que dé a los jóvenes la certeza de que su voto tiene una real repercusión como fuente de manifestación y de cambio. Para ello es necesario que el binominalismo que privilegia siempre a los partidos más grandes, deje paso a un sistema que permita también que las minorías sean representadas. Además, se espera superar las desigualdades en los procesos electorales, que se generan porque el mayor número de inscritos se encuentra en los sectores socioeconómicos medio y alto. Para ello se piensa en la inscripción automática de los jóvenes que cumplen 18 años y un “voto vinculante”; es decir, obligatorio, pero transitoriamente. Además se propone transparencia en la actividad política, reconocer el voto en el extranjero y que los jóvenes procesados por delitos no pierdan su calidad de ciudadanos, sino que se les suspenda momentáneamente. Si bien partimos este recorrido con unos datos muy poco alentadores sobre la participación política de la juventud, dijimos también que un concepto ampliado de ciudadanía, podría ayudarnos a superar este desolador panorama. Si recogemos en la definición del concepto ciertas notas que amplían su comprensión, tales como la dimensión civil que reconoce la importancia de la 32
INJUV: Los jóvenes tienen derecho….
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participación no institucional, el reconocimiento eventual del joven como un sujeto específico de derechos, la creación de espacios físicos de reunión para los jóvenes y la potenciación de los ya existentes, entonces tal vez la inicial dicotomía entre juventud y política pueda ir desvaneciéndose. Esta propuesta revisada someramente a modo de ejemplo de una iniciativa de para rehabilitar la relación entre la juventud y el ámbito público, atribuye principalmente a la política y los mecanismos legales que actualmente sustentan nuestros procesos democráticos, la tarea de impulsar un cambio que revista una mayor identificación entre jóvenes y política. Sin descartar la importancia de los impulsos de esta naturaleza, que ponen énfasis en el carácter “vinculante” de los proyectos propuestos, pensamos que no pueden estar disociados de una preparación para la comprensión, valoración y asimilación de estos mecanismos, desde otro lugar privilegiado para profundizar en estos temas, y que estimule aquella subjetividad de la que hemos venido hablando. Porque parece que de esta subjetividad dependen los auténticos procesos democráticos. Este lugar privilegiado sería la Escuela.
IV. ESCUELA Y CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA La escuela cumple un rol socializador en dos esferas. En una, por cuanto nos enseña y –de alguna manera– obliga a asumir como buenas ciertas normas establecidas por la sociedad, pero por otra parte, es una buena instancia –la menos evidente– para aprender a tener por buenas esas leyes y esto sólo es posible una vez que se ha entendido su necesidad y su justicia, desde la perspectiva de la razón y del sentimiento. Como dice A. Cortina, la idea es que germine un compromiso subjetivo, emocional con la norma, además de la perspectiva kantiana puramente deontológica del respeto a la norma por deber. Y como es evidente, un modo de atender a los valores no sólo desde la racionalidad,
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sino también desde el sentimiento es practicándolos, apreciándolos, viviendo su necesidad y su valor. “Para llegar a vivir útilmente en la colectividad nacional, es preciso empezar por aprender a vivir en la colectividad del colejio, habituándose a prestar sus servicios i aún a aceptar sacrificios personales .” 33 El aprendizaje de la ciudadanía, como un proceso dinámico, plural y multiforme precisa la integración de dos elementos: uno formativo que provea a los alumnos de conocimientos, valores, competencias ciudadanas y otro elemento práctico a través del cual “los jóvenes ensayan, negocian, construyen nuevos significados y nuevas formas de ciudadanía”34 La práctica de los valores que nos parecen buenos, es un modelo para su asimilación personal y su aceptación racional. Por otra parte, como se señaló anteriormente, los representantes que configuran el mundo político (instituciones y personas) han perdido credibilidad entre la juventud, pero en cambio, ésta mantiene o incluso ha aumentado su confianza en la democracia y ha demostrado también suficiente cohesión al organizarse y manifestar su descontento cuando le parece que vive alguna situación de injusticia. Estas manifestaciones nos dejan una sensación optimista de que la juventud está presente y las principales causas de su desafección radican en la oferta deficiente de la política, antes que en una condición desinteresada propia de la juventud. Además, este descontento generalizado presenta una faz positiva, ya que pudiera ser la base para la formación de ciudadanos críticos, la base para la estimulación de los jóvenes a involucrarse en sus propios procesos y en los procesos que les atañen en tanto miembros de una 33
AGUIRRE CERDA, Pedro: Circular Nº 88, 19 de febrero de 1918. Ministerio de Instrucción Pública, Santiago. Citado en CASTRO, Eduardo y NORDENFLYCHT, María Eugenia: El consejo de curso y el rol del profesor jefe en la construcción de una ciudadanía activa , Ediciones SM Chile. Santiago. 1999.
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comunidad. Señalamos al final de la sección anterior, que algunos teóricos de la ciudadanía rescatan el valor que la escuela tiene en cuanto un lugar preeminente en donde los jóvenes tienen la posibilidad de desarrollar un razonamiento crítico y un sentido moral acorde con las necesidades de una sociedad democrática. Los jóvenes –es tarea de la escuela– deben aprender a pensar críticamente respecto de la sociedad, pero con un creciente grado de responsabilidad hacia ella.35 Recordemos que en la ciudadanía que hemos venido descubriendo son tan importantes los derechos, como los deberes de los que las personas son sujetos. De modo que la tarea de la escuela, será la formación de ciudadanos, no sólo conocedores de la ley y que sepan repetir de memoria los Derechos Humanos, como los “humanimales”, sino que sean individuos “capaces de observar la realidad de manera crítica y desarrollar un discernimiento moral autónomo”. 36 Es necesario hacer manifiesto que los ciudadanos son constructores de la democracia, no sólo espectadores pasivos que ven desfilar ante sí los procesos sociales con cierto grado de complacencia. Sobre la importancia de la escuela para la formación ciudadana, habría que recordar además, que, como se vio al comienzo, son los profesores –dentro de los actores del sector público– los que gozan de mayor confianza y prestigio. De modo que éste es un antecedente que el magisterio debiera tener en cuenta como un elemento a su favor, cuando se trata de establecer con los jóvenes, vínculos más estrechos que aquellos que pudieran establecer los otros tipos de autoridades e instituciones. Aproximándonos entonces, a la ciudadanía en el curriculum, podríamos decir que las instituciones escolares han asumido desde antaño la importancia que tiene educar en ciudadanía. Esto lo demuestran los programas del Mineduc que 34
BENEDICTO, Jorge y MORÁN, María Luz: Aprendiendo a ser ciudadanos . Experiencias sociales y construcción de la ciudadanía entre los jóvenes . Cap. 2 Los jóvenes, ¿Ciudadanos en proyecto? Instituto de la Juventud, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Madrid, 2003. 35 GUTMANN, Amy: Democratic Education , 1987 citado en KYMLICKA: Ob. Cit. p. 21
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han venido incorporando estas temáticas. Sin embargo, hasta hace poco los tópicos sobre ciudadanía eran abordados como parte de la clase de “educación cívica” como una materia más, que se enseñaba de manera más o menos directiva y memorística. Por cierto, la cuestión en el plano educativo ha ido cambiando y un giro distinto se está imprimiendo en los programas y –es de esperar también– en las salas de clases. En la década de los 90, interesantes reflexiones de nivel internacional 37 marcan un nuevo rumbo para la educación, que apunta a una comprensión del alumno como un sujeto más autónomo y capaz de construir su propio aprendizaje y también a una educación que comienza a focalizar más en aspectos de orden valorativo y de formación de otras habilidades, además de la adquisición de conocimientos de determinadas disciplinas. Concretamente, en 1998 el currículo chileno experimenta una valiosa modificación al incorporarse en los planes, los Objetivos Fundamentales Transversales (OFT) de la Educación. Esto es, todos aquellos tópicos, actitudes, valores, etc, que apuntan a las finalidades generales de la enseñanza: a la formación de la persona en el plano personal, intelectual, moral y social, abarcando así un radio mucho más amplio en la formación del individuo. Estos objetivos se trabajan no en una asignatura determinada, sino a lo largo de todo el proceso educativo de los jóvenes, con una metodología más participativa y responden a necesidades educativas que nuestra sociedad le plantea a la educación actual, precisamente debido al surgimiento de singulares problemáticas propias de nuestro mundo contemporáneo global, tecnologizado, relativista, heterogéneo, multicultural, etc. Más allá de las clases de Educación cívica, en donde la ciudadanía es abordada desde un plano más bien teórico, sobre todo después de que durante 36
ÁGUILA, Ernesto: Participación estudiantil y construcción de ciudadanía democrática , en Revista Pensamiento educativo Vol. 22, Santiago, Facultad de Educación, Universidad Católica, 1998. p. 252 37 Algunos importantes acontecimientos que anteceden a estos procesos de cambio en nuestro currículo chileno, son la Declaración Mundial sobre Educación para Todos . (Jomtien, Tailandia,
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muchos años, en el horizonte de un régimen autoritario, las clases se vieron orientadas a la entrega de información sobre “el orden constitucional y cívico del país y la formación de hábitos de adaptación social”38, resulta favorable que la educación en ciudadanía haya comenzado a disponer de una base curricular independiente de las asignaturas tradicionales. De modo que es a partir de este giro transversal, que emerge un sustrato propicio –al menos teóricamente– para trabajar temas como Ciudadanía, Sexualidad, Medio ambiente, etc. Sin embargo, esta iniciativa se ha venido materializando con dificultad ya que el cómo y cuándo trabajar estos objetivos, no se ha señalado con suficiente claridad. Ante esto, y recogiendo los interesantes aportes de algunos investigadores39, proponemos el Consejo de Curso como la instancia prima no sólo para conocer la ciudadanía, sino para ejercerla. Se trata de un espaciotiempo específico diseñado para debatir y reflexionar sobre las necesidades propias de los alumnos, más allá de las cuestiones disciplinarias. Constituye además una instancia idónea para ejercer la ciudadanía, pues en un grupo pequeño pueden darse, de mejor manera, algunos de los elementos claves de la democracia, por ejemplo, la elección por mayorías, la representación directa, la resolución de conflictos mediante el diálogo, las consultas populares, etc. En un escenario como éste, todos y cada uno de los individuos tiene derecho y oportunidad para expresarse. También en grupos pequeños, es evidente la posibilidad de que, aún respetando los intereses de las mayorías, sea posible atender a las excepciones o casos particulares y a las necesidades de los individuos en tanto tales. Posibilidad que en las democracias de gran envergadura parece diluirse entre otras cosas, por el número de participantes. Algunos trabajos han hecho ver, también, la importancia del Consejo de Curso en la construcción de la personalidad moral de los alumnos, mediante la “construcción crítica y
1990), El Informe Delors , (Delors, 1996) y La Comisión Nacional para la Modernización de la Educación (Chile, 1995) 38 CASTRO, Eduardo y NORDENFLYCHT, María Eugenia: El consejo de curso y el rol del profesor jefe en la construcción de una ciudadanía activa . Ediciones SM Chile. Santiago. 1999. p.10 39 Ibíd. 29
autónoma de las normas y formas de convivencia y en el desarrollo de un espíritu cooperativo, solidario y de adhesión al grupo”.40 Sin embargo, el Consejo de Curso tiene que compartir su horario con las actividades de Orientación, que no dispone de un tiempo específico para trabajarse. Además, existen “indicaciones difusas en el marco curricular, que no facilitan en los docentes el sentido de formación ciudadana que este espacio podría tener”41 Asimismo, si bien el texto de los OFT explicita que uno de sus objetivos es desarrollar una actitud que les permita a los alumnos “comprender y participar activamente como ciudadanos, en el cuidado y reforzamiento de la identidad nacional y la integración social […]”42, su tratamiento es bastante reducido y no queda claro si habría un tipo específico de ciudadanía que se quisiera potenciar*. Proponemos entonces, un concepto ampliado de ciudadanía del cual la escuela debiera hacerse cargo, que distinga entre conociminetos más asociadas a la participación formal, convencional en política (propios de la Educación Cívica) y otras actividades orientadas al fortalecimiento de la sociedad civil que pudieran potenciarse en los espacios transversales de la educación. Nos parece necesario estimular mucho más este segundo modelo de ciudadanía, así como su trabajo transversal principalmente en el consejo de curso, pues favorecería la conexión de los jóvenes y la democracia en tanto que posibilita la alteración de espacios en donde suelen imponerse modelos más o menos autoritarios que tienden a negar las peculiaridades de la juventud, por otros donde los estudiantes son los protagonistas de sus propios procesos.
V. NOTAS FINALES. 40
ÁGUILA, Ernesto: Ob. Cit. P.253 EGAÑA, M. Loreto, Reflexiones finales sobre el estudio: “Reforma educativa y objetivos fundamentales transversales, los dilemas de la innovación ” Programa Interdisciplinario de Investigaciones en Educación, Santiago, 2004. www.piie.cl 42 Ministerio de Educación: Objetivos Fundamentales y Contenidos mínimos obligatorios de la Educación media . Santiago,1998 * Una descripción más detallada de algunos de los problemas que enfrenta la educación en Ciudadanía se encuentra en el texto citado de EGAÑA, M. Loreto. 41
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La “ciudadanía” concebida principalmente como posesión de ciertos derechos, puede considerarse, en cierto sentido, un reduccionismo, en la medida en que algunos fenómenos de las sociedades contemporáneas parecen estar dando cuenta de que la ciudadanía involucra, o requiere, otras dimensiones, además de la política entendida convencionalmente. Así por ejemplo, resulta evidente que nuestra sociedad actual carece de suficiente adhesión de los individuos al conjunto de la comunidad, pues, derivada del liberalismo predominante, que pone énfasis en la felicidad de los individuos dejando de lado la preocupación y participación en los asuntos públicos, la noción de una vida buena, parece anclarse principalmente en el sujeto, con el consecuente distanciamiento de la colectividad. Sin embargo, parece también evidente, que hay ciertos proyectos humanos que no pueden conseguirse a partir de individuos aislados, sino que requieren del concurso social, nacional, y en algunos casos, mundial para realizarse. Por ello, hemos explorado el concepto de ciudadanía en la multiplicidad de sus significados que se extienden hacia ciudadanías económicas, sociales, civiles y multiculturales. Si bien estas ampliaciones de la ciudadanía se han ido desarrollando en una suerte de estadios evolutivos en el mundo europeo, y nuestra evolución como sociedad está aún lejos de los países desarrollados, esto no constituye un motivo para abandonar la ciudadanía civil y para que no podamos –teniendo a la vista otras experiencias– procurarnos antes, una concepción de ciudadanía como pertenencia, como si se tratara de una escala inalterable. Hemos priorizado entonces, en la idea de una Ciudadanía civil porque apunta a una visión más subjetiva de la ciudadanía que a diferencia de las concepciones tradicionales que enfatizan en el grado de participación política, económica, el hecho de pertenecer jurídicamente a una comunidad, o recibir beneficios del Estado, esta otra concepción apunta a lo que significa la pertenencia y la participación en un grupo, en una sociedad, y cómo este vínculo es la clave para generar una ciudadanía activa. En tanto que apela a “lazos ancestrales” de pertenencia que
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están antes que el Estado, y por tanto convocan a la participación con mayor entusiasmo. La ciudadanía civil encuentra notables y renovadas bases teóricas en los pensadores de la sociedad civil, quienes han enfatizado en la importancia que el contexto y las redes extraoficiales tienen en la configuración de la vida social y más aún, de la vida buena. Compartiendo esta visión de las cosas, hemos querido tematizarla en estas líneas como base para explorar una posible vía de solución al problema del desapego que manifiesta la juventud hacia los procesos políticos tradicionales. El intento por superar esta situación es patente y proviene de distintos sectores. Por una parte, hemos revisado, a modo de ejemplo de una perspectiva que apunta a la legalidad, la propuesta del Instituto Nacional de la Juventud, que aboga por un cambio en el sistema jurídico e institucional. Sin embargo, para mejorar la participación en los procesos electorales, no basta con que la inscripción y el voto sean obligatorios (antes bien, habría que tomar esta idea con mucha cautela). También hay que entregar a los jóvenes las herramientas necesarias para que aprendan a sentirse partícipes de verdad. De modo que, por otra parte, en sintonía con la búsqueda de una ciudadanía que interpele desde la subjetividad, no desde la norma, hemos visto que la escuela aparece como un escenario propicio para comenzar a aprender a ser ciudadanos, practicando. En este punto nos parece imprescindible que la educación se haga cargo de una noción de ciudadanía ampliada como la que hemos descrito, es decir, una ciudadanía que reconozca y estimule a la juventud en su especificidad. Adela Cortina sostenía en su libro la tesis de que es posible ser ciudadanos repitiendo las normas que se han establecido socialmente. Sin embargo esta aplicación automática de la norma, por condicionamiento, no asegura su cumplimiento cada vez. El único modo en que las normas, derechos de todos y deberes sean respetados siempre, es que el individuo las haya asumido libremente, que no sean una imposición, sino una adhesión auténtica, es decir, autónoma, a ciertos principios que nos parecen válidos. De modo que ese
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entrecruzamiento entre norma y voluntad, se ha develado como el paso necesario para conformar una auténtica democracia, caracterizada principalmente por la participación de ciudadanos activos. En este caso, es la escuela la primera instancia en donde ese entrecruzamiento tiene cabida, en el entendido de que practicando los valores democráticos y no sólo respetando la norma escrita, es como nos hacemos realmente ciudadanos. La escuela es el lugar primordial en donde los sujetos no sólo aprenden conceptualmente lo que es la ciudadanía, sino que también pueden ejercerla. Como afirma Cortina, la civilidad no surge de una generación espontánea, sino que requiere de un vínculo armonioso entre la sociedad y cada una de las personas, y sus tareas específicas. De parte de la sociedad una organización tal que reconozca efectivamente a cada uno de sus miembros, y de parte de estos, la adhesión e identificación suficiente para comprometerse en tareas colectivas.43 En síntesis, reconocemos la importancia de algunas de las propuestas institucionales de orden legal, pero asumimos también que estas propuestas no pueden estar disociadas de una formación ciudadana de los sujetos, a la que le antecede la masificación, ampliación y profundización de las innovaciones que han comenzado a realizarse en el plano de la educación, con el fin de ir construyendo una armonía que sustituya a la tradicional dicotomía entre sentimiento y razón por una unión entre la legalidad que aceptamos por obligatoriedad y los valores que arraigan en nosotros como personas a la vez racionales y emocionales.
43
CORTINA, Adela: Ob. Cit., p.25 33
BIBLIOGRAFÍA DE CONSULTA
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