A TRAVÉS DE TI Anand Dílv Dílvar ar
A todos mis maestros. A Alan W. W. Watts: Watts: Por tu elocuencia, tu claridad cl aridad y tu maravilloso sentido del humor. Gracias.
A través de ti Primera edición edici ón Septiem Septiembre bre de 2014 Francisco Javier Ángel Real © Swami Anand Dílvar Todos los derechos reservados © All Rights Rights Reserved Reser ved El Camino Rojo Ediciones, S.A. de C.V. Artes 139 Col. Estanzuela México México 07060 DF
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Los piratas son delincuentes, deli ncuentes, no hagas tratos con ellos. ell os.
A TRAVÉS DE TI Anand Dílv Dílvar ar
PARTE PRIMERA Mi experie e xperiencia ncia hu hum mana
UNO Mi destino era morir morir el 7 de marzo marzo del 2002… en una especie de profecí profecíaa auto-cumplidora auto- cumplidora y de forma totalmente inconsciente había yo “decidido” seguir los pasos de mi padre quien murió resistiéndose a un asalto cuando yo tenía veintiún años. Su muerte fue una tragedia terrible para mí. Lo quería muchísimo. Él era mi héroe, mi cómplice y uno de los pocos amigos que tenía en ese entonces. Estaba deprimido. Su más grande ilusión en la vida era ser millonario y lo logró… por un unos os moment omentos. os. Después Después de decenas de años de trabajar arduament arduamentee día tras día, incapaz de descansar, de relajarse o disfrutar; intento tras intento, idea tras idea, proyecto tras proyecto, llegó a juntar juntar una buen buenaa suma suma de dinero y, al invertirlo en la bolsa de valores, valore s, lo multipli ultiplicó có hasta hasta llegar a los millones ill ones que tanto tanto deseaba para después… perderlo todo. A muchos les pasó. El 19 de octubre del 1987 hubo un desplome internacional en la bolsa de valores y cientos de miles de personas en todo el mundo perdieron hasta la camisa. Nosotros por suerte no no debíamos nada, nada, así que muy bien bie n pudimos pudimos haber haber continuado continuado nuestra vida de familia de clase media baja que, para el resto de nosotros, era más que suficiente.
Sin embar embargo, go, algo cambió en mi padre. padr e. No estaba triste ni amargado, amargado, estaba incluso incluso más relajado rela jado que antes. antes. De hecho, hecho, organizó un viaje a Europa con el poco dinero que nos quedó y, mientras mi hermano se encargaba de la empresa familiar, mi madre, mi hermana, él y yo recorreríamos una buena uena parte de Europa Europa por treinta treinta y dos días, en uno uno de esos tours tours en los que ves todo con tanta tanta prisa que en realidad no ves nada. Un tour tour típico típic o para famili familias as de clase media como la nuestra. En ese entonces yo ya llevaba dieciocho meses en Estados Unidos en un exilio autoimpuesto y persiguiendo el sueño americano. Decidimos entonces que nos encontraríamos en Inglaterra. (Ni idea tenía yo en ese tiempo que mi verdadero sueño era viajar vi ajar por todo el mun undo. do. Lo descubrría quince años después.) —¡Mira ¡Mira nada más más dónde nos volvemos volvemos a encontrar encontrar m’ijo! —me —me dijo, dij o, con lágrimas lágrimas en los ojos, dándome un fuerte abrazo en el lobby de un hotel de tres estrellas en el centro de Londres. Tan cansado estaba yo del viaje que me pareció un sueño. Ahora sé que los recuerdos, todos los recuerdos, son como un sueño. Van cambiando con el tiempo en nuestra mente para darle coherencia a la historia que nos contamos. Ese fu fue el primer primer viaje en el que que lo vi disfrutando disfrutando realmente realmente sin la necesi necesidad dad de repetir una y otra vez: “¿Qué hacemos aquí perdiendo el tiempo? Deberíamos mejor estar trabajando”, como solía decir en cada una de nuestras vacaciones. Recuerdo también que tomó vino en sus comidas sin emborracharse como solía hacerlo, así que no nos tocó ninguno de los ridículos que tanto miedo nos daban a todos cuando bebía demasiado. Fue en ese viaje viaj e que que me me convenció convenció de volver a México… Junt Juntos os íbamos a hacer hacer grandes negocios. Ya nos nos habían asaltado asa ltado en la casa cas a unos unos años antes. antes. Esa vez no nos hici hicieron eron daño y en realidad se robaron cualquier cosa: unas cuantas joyas que tenía mi madre, una suma de dólares nada importante y artículos electrodomésticos viejos y pasados de moda. Sin embargo, el susto fue enorme y peor aún la terrible impotencia, la tremenda rabia y la asesina asesi na frustración frustración de mi mi padre. pa dre. —A mí no me vuelven a asaltar, primero me matan —pro-fetizó —pro-fetizó aquel día cuando cuando terminó el incidente. El 14 de marzo de 1988, en el segundo asalto, mi padre estaba lavando su coche en la calle como hacía todos los días a las siete de la mañana. Un par de vándalos lo amagaron y lo forzaron a meterse a la casa, mientras otro par nos amagaba a mi madre, a mi hermano y a mí en nuestra habitación. Por suerte mi hermanita ya había salido desde temprano a la universidad. De pronto, oímos un golpe. Yo pensé que había sido la puerta de lámina de la entrada que habían azotado con fuerza.
Había sido si do un balazo. Los dos malandros que nos amagaban salieron corriendo. Yo no entendía por qué o qué había pasado. Busqué desesperado la pistola de mi padre que guardaba en su habitación y salí corriendo por el pasillo que llegaba al garaje. Salí en pijama y descalzo con un arma en la mano que, en realidad no sabía ni usar y sumido en una completa confusión. Algo hacía que mis pies se resbalaran y no fue hasta que vi a mi padre tirado en el suelo que entendí entendí que lo que pisaba era su sangre. sangre. Se resistió resis tió al asalto y en el forcejeo le dispararon en la pierna, justo en la arteria femoral, y su sangre, toda su sangre, había escurrido por la pendiente de cinco metros que iba de la entrada entrada del garaje hasta la puerta puerta de mi cuart c uarto. o. Noventa oventa segun segundos dos tarda una una persona en desang desangrarse rars e si se lastim l astimaa la femoral. femoral. Ahí estaba mi querido padre–amigo–cómplice–confi-dente… rendido boca abajo en el piso. En su cara noté miedo y paz al mismo tiempo. En lugar de salir corriendo a perseguir erseguir a los maleantes con la pistola, di media vuelta vuelta para abrazar a mi madre que venía detrás de mí con la misma confusión y terror que me embargaban. De nada nada sirvi si rvióó busca buscarr ayuda. ayuda. De nada nada sirvi si rvióó que que llegara lle gara un un doctor unos unos minut minutos os después. Noventa segundos duró el último episodio en la historia de mi padre. En noventa segundos, todos sus esfuerzos, anhelos, ambiciones, proyectos y logros salieron de su cuerpo. En ese brevísimo periodo todos sus traumas, sus miedos, frustraciones, enojos y asuntos asuntos pendientes pendientes se derramaron rojos en e n el piso. pis o. Mi pobre madre estaba es taba en shock shock y el doctor doc tor que nos nos vino vi no a ayu ayudar dar le l e aplicó apli có un fuerte fuerte sedante, lo cual empeoró la situación para ella. Ese doctor no sabía que mi madre es una mujer increíblemente fuerte que podía con eso y con cualquier cosa que le presentara la vida. vi da. En lugar lugar de estar present prese ntee y poder ver la l a realidad real idad cara ca ra a cara, ca ra, quedó noqueada, balbuceando en una silla mientras amigos y vecinos trataban de consolarla. Nos creemos débiles y asum asumimos imos que todos los dem de más lo l o son. Le Le tenem tenemos os tanto tanto miedo miedo a la muerte que la escondemos, la negamos, la disfrazamos; mentimos al respecto, le mentimos a otros y nos mentimos a nosotros mismos. A mí tambié tambiénn me distrajer distra jeron on de los hechos: mi mi tío, el hermano hermano de mi mi padre, padr e, me me llevó lle vó de inmediato a la policía a declarar e intentar hacer un retrato hablado de los delincuentes, lo cual fue una total pérdida de tiempo, porque en realidad no recordaba nada con claridad y solo me alejó también de ver lo que pasaba en mi casa. De estar con mi madre y mis hermanos. ¿Quién ¿Q uién levantó lo que que quedaba de mi mi padre del suelo? suelo? ¿Qu ¿Quién ién cerró sus ojitos? ¿Quién limpió su cara sucia?¿Quién se encargó de arreglarlo todo? ¿Cómo se limpian cuatro litros de sangre? Nunca me enteré.
Para mi mi tío, tío, desde el principio, castigar a los asaltantes asaltantes era un una especie especi e de consuelo. consuelo. Nunca unca entendí entendí su empecinado empecinado interés interés en lograr que se hiciera ici era “justicia”, como como si eso fuera a traernos a mi padre de regreso. Uno de los asaltantes fue a prisión y mi tío estuvo por años al pendiente de su sentencia, decía que en cuanto fuera liberado, él mismo lo mataría. Ya fue liberado. No sé si lo hizo. Dos profecías se le cumplieron a mi padre ese día: la segunda es que no llegó a viejo. Mi padre le tenía tenía un miedo tremendo tremendo a la vejez, la consideraba un castigo: “Mira, esa e sa viejita está pagando algo,” decía cuando pasábamos frente a una anciana pequeña, flaquita flaquita y encorvada que vendía trastos viejos vi ejos en uuna na calle cerca de nu nuestra estra casa. cas a. Todos Todos sabíamos que él, en secreto, iba a ver a la viejita y le daba dinero cada semana. Así era mi papi… cargaba una pena tremenda que aliviaba un poco con alcohol, se hacía el fuerte y sanaba su dolor a través de ser la mejor persona que podía ser. Así son todos los papis. Todos hacen lo únicoq ue pueden hacer. Estoy seguro de que somos co–creadores de la historia de nuestra vida. Nuestras creencias y temores más profundos se manifiestan en la realidad tarde o temprano y no por la estúpida razón que da el New Ag Agee cuando cuando dice que nuestros uestros pensamient pensamientos os son magnéticos; sino que estas profundas creencias y miedos influyen en nuestras decisiones y comportamiento y moldean nuestra historia. Y eso es el karma, no la infantil interpretación que le damos como un castigo por lo que hicimos en el pasado o en otra vida, sino la inevitable conclusión de cada uno de nuestros actos, de la manifestación en la realidad de los motivos y las intenciones que real-mente nos mueven. Nuestra Nu estrass historias histori as están entrelazadas, entrelazada s, ese final final que escrib esc ribió ió inconscient inconscie ntem emente ente mi padre para p ara su s u historia historia cambió cambió la l a historia de todos los involu i nvolucrados. crados. Nos llevó llev ó a nuevos nuevos miedos y creencias que, como permanecieron inconscientes se seguirían manifestando. Así de importante es tomar la responsabilidad de hacernos conscientes porque al sanar nuestra historia, sanamos un poco la historia de todos los que nos rodean. En ese tiempo tiempo yo yo no no sabía nada nada de eso y a mi mi papi no no le interesab interesaba, a, así que ahí iba yo derechito a repetir su karma como si algo se hubiera quedado inconcluso en su vida y yo yo hubiese hubiese tomado tomado la l a responsabilida re sponsabilidadd de completarlo. completarlo. Junto a mi padre en su ataúd yacía también toda creencia mía en un Dios bueno y justo que cuidaba de nosotros. Cuando cremaron su cuerpo ahí se quemaron también mis ilusiones de un mundo justo y ordenado en el que si uno es bueno y decente le va bien y si uno lastima a los demás lo paga. Una pobre pobr e monja, monja, tía tía de mi madr madre, e, trató trató de consolarme consol arme en el velorio velor io diciéndom dici éndome: e: “Dios sabe s abe lo l o que hace.” Pobre, no recuerdo ahora el montón ontón de insultos insultos que le propiné enfrente de todos los que nos acompañaban, pero recuerdo muy bien mi rabia y su cara
de espanto. De reojo vi que mi hermano asentía con una leve sonrisa y que mi mamá se mostraba de acuerdo conmigo guardando silencio y sin hacer nada por defender a la pobre monja. monja. Un par de años después me me enteré enteré que detuvieron detuviero n a los mismos mismos asaltantes y tres de ellos salieron libres sobornando al juez con monedas de oro que habían obtenido en otra de sus fechorías. Por ahí deben andar andar todavía haciendo haciendo de la l a suyas. suyas. La justicia justici a es un un invento hu hum mano, solo un un concepto que no tiene bases en la realidad. reali dad. Es una ilusión de control. En nuestra tremenda vulnerabilidad imaginamos que algo protege rotege a los buen buenos os y castiga a los malos, pero la realidad reali dad es que buen buenos os y malos estamos todos expuestos a dejar de existir en cualquier momento. Sea un asalto, un acciden accide nte o un resbalón en la regadera. re gadera. El caos es parte de esta herm hermosa osa y complica complicada da vida. Caos y orden conviven conviven al mismo mismo tiempo en este único fenómeno que es la existencia. Por supuesto que “caos” y “orden” son también conceptos que necesitamos para describir el mundo. La realidad es que todo pasa al mismo tiempo. Mientras mi padre yacía bocabajo en el frío suelo, al mismo tiempo, no lejos de ahí nacía un hermoso bebé, y mientras nosotros observábamos el más horripilante evento de nuestras vidas, en ese precioso amanecer, dos amantes se expresaban, en otra parte, lo mucho que se amaban. La muerte no es lo contrario contrari o a la vida. Lo contrario a la muerte es el nacimiento. La muerte y el nacimiento son eventos, la vida es un proceso continuo. La vida no tiene opuesto. [1] Yo ahora no necesito imaginar o creer en nada después de la muerte porque para mí es evidente que mi padre sigue vivo en mí, en mis hermanos, en el amor de mi madre hacia él. Él sigue vivo en todo lo que me enseñó, como ser honesto, creativo, perseverant erseve rante, e, generoso, generoso, decente, decente, y sigue sigue vivo en todas todas las l as personas per sonas que ayudó, ayudó, en todas las personas que le amaban por lo bueno que era. Esa es la forma en la que reencarnamos. No tengo tengo tam tampoco poco la necesidad necesi dad de verlo verl o de nu nuevo evo en el futu futuro ro porque porq ue lo veo todos los días: en mis manos que son exactamente iguales a las suyas, en mis actos bondadosos, en el amor que le tengo a mi hijita… seguro que él me amó como yo la amo a ella, y eso ¡es un montón montón de amor! amor! ¡Qué barbari bar baridad! dad! Le veo claramente claramente en mi propia historia, que es la historia de todos todos mis mis ancestros y que es la vida, el Río de la Vida Vida que, lleno de remolinos, se divierte. Los remolinos: remolinos: las pequeñas historias individuales, duran bien poco, pero el río sigue. El remolino que fue mi padre es el Río, y el remolino que soy yo, también. También mi hijita. Todos nosotros… Claro que a los veintiuno yo no sabía nada de esto. Lloré todos los días hasta los veintidós. Soñaba todas las noches que regresaba ¿sabes? Una y otra vez, en mis
sueños, su muerte no había sucedido, había sido un error, una broma de mal gusto. Para quien se queda en el ego, en la persona, en la historia, en el remolino, remolino, eso es la muerte: un hecho inaceptable. inaceptabl e. En marzo del 2002 yo también estaba deprimido, aunque no lo quería aceptar. Habían pasado cinco meses desde des de mi divorcio divorc io y mi mi ex esposa se había llevado l levado a mi hijita con ella a Estados Unidos, Unidos, así a sí que me me quedé solo en la enorme enorme residencia res idencia en la qu q ue vivim vi vimos os y que, en mi imaginación, iba a ser el escenario para la hermosa familia que no pudimos tener. —Pensé que te ibas i bas a morir sin tus güeras —me —me dijo un unaa querida amiga amiga unos unos meses después de terminados todos los tediosos trámites del divorcio. —Neehhh —Neehhh —le contesté. Y para par a esconder mi mi profunda profunda pena me compré compré una una lujosa camioneta último modelo. Yo no lo había notado entonces pero había planeado mi vida hasta los treinta y cinco años. Después de eso no tenía ni idea de qué seguía. Como si supiera que no iba a llegar más lejos. (Tal vez, sin darme cuenta, tenía el mismo deseo de mi padre de no llegar a viejo. Tal vez de verdad quería morirme por no tener ya a mis güeritas ). Un vehículo de lujo en una de las ciudades más peligrosas del mundo era una invitación implícita a que me lastimaran. ¿Lo ves? Ese 7 de marzo, salí de mi mi ridículamen ridí culamente te enorme enorme residencia resi dencia,, me me subí subí a mi mi ridículamente flamante camioneta y fui a rentar una película. Ese día dí a me secuestraron. secuestraron. Un hombr hombree mor moreno eno como de noventa kil kilos os me me abrazó abr azó por detrás de trás y me me apuntó con una una pistola al cuello. Ya había abierto a bierto yo mi camionet camioneta, a, así que él se subió atrás conmigo; conmigo; otro hombre, hombre, más delgado, de pelo neg negro ro y con barba de candado se subió al asiento del conductor, y una mujer delgada, de pelo negro, largo y chino, al asiento del copiloto. —No te te hagas hagas el valiente val iente porque porque te lleva la l a chingada chingada cabrón —m —me dijo el e l hombre hombre que me amagaba en el asiento trasero con su pistola. Yo miraba hacia abajo para no provocarlos, rovocar los, había leído leí do en algun algunaa parte que es mejor mejor no verlos a la cara. cara . —Si te portas portas bien no no te va a pasar nada güerito güerito —me —me dijo el que iba conduciendo—. conduciendo—. Te vamos a bajar una lana y ya. No hay pedo. —Está bien, no la voy a hace hacerr de pedo —le dije dij e mir mirando ando al suelo, en su mismo lenguaje para estar seguro de que me entendiera. Me quitaron el celular y la cartera que estaba llena de tarjetas de crédito, tarjetas de presentación, fotos de mi hijita, direcciones, direc ciones, teléfonos, teléfonos, en fin; todo lo que necesitaban
saber de mí en un vistazo. Se trataba de un secuestro secuest ro express e xpress, su plan era llevarme a vaciar mis tarjetas de crédito en cajeros automáticos y botarme después en alguna parte. El problema fue, como les expliqué, que desconocía los números secretos de mis tarjetas de crédito ya que no las usaba en los cajeros por razones de seguridad. Y era verdad. Tenía una tarjeta de débito que usaba para disponer de efectivo, pero que en ese momento no tenía fondos. Ya para entonces entonces el hom hombre bre de atrás me me habí habíaa obligado obli gado a agacharme agacharme sobre el asiento, asi ento, me había tapado la cabeza con mi propia chamarra y desquitaba su frustración ante mi respuesta golpeándom golpeándomee con el puño en las costillas. costil las. —Te Te vas a morir morir cabrón c abrón —me —me decía. —Se ve que tienes tienes fam famili ilia, a, ¿para ¿para qué qué te te arriesgas? —Me —Me decía el que condu conducía cía porque había había visto vi sto las fotos de mi mi hijita—. ¿Qué ¿Qué van a hacer tus tus hijos sin ti? —insistía. —insistía. —De verdad no no sé los números. números. Si los supiera se los daría —les respondí respondí suplicando. —Vam —V amos os a una una tienda y compramos compramos lo que sea, una una televisió televi siónn o una una cámara, lo que sea… —trataba de convencerlos. —Estás loco cabrón —contestó —contestó el de atrás golpeándom golpeándomee de nuevo nuevo en el costado—. Ya te cargó la verga. —¿Cuánto —¿Cuánto vale val e tu vida vid a güero? Me preguntaba preguntaba el otro mientras la mujer mujer perm per manecía en silencio. —Vale —V ale mucho mucho —le respondí re spondí gimiendo, gimiendo, el último golpe me me habí habíaa dejado dejad o sin aire. air e. —Por eso es o te digo que vayam vayamos os a una una tienda y les com co mpro lo que me me digan —insistí—. —insis tí—. No causaré causaré ningún ningún problema. problema. —¡Que —¡Que te calles cal les hijo de la chingada! chingada! —gritó —gritó el de atrás dándome dándome otro golp golpee aun aun más fuerte que el anterior. Varias horas pasaron mientras ellos deliberaban qué ha-rían conmigo. Sé que pasaron a la casa de la mujer y dejaron o recogieron algo. Sé que pasaron a recoger a otro hombre hombre al a l que le decían el jefe. —Órale jefe , dese gusto —me ofrecía el gorila de atrás como si fuera yo una bolsa de papas para que el jefe sacara su frustración frustración y su terrible terribl e enojo con la vida, golpeándome. Sé que que después después de ponerse de acuerdo en algo, dejaron dejar on al jefe y siguieron rondando la ciudad. —Te Te vamos vamos a llevar llev ar a “gu “guardar” ardar” güerito —dijo al fin el que condu c onducía—. cía—. Sabemos Sabemos dónde vives, vamos vamos a vaciar tu casa y ahí ahí nos irás i rás pagando pagando tu vida como puedas… puedas…
En todo ese tiem tiempo po que que estuvieron estuvieron dando dando vueltas vueltas por la ciudad y bajo la obscuridad de mi propia chamarra hice un análisis de mi vida. Estaba seguro que esto acabaría en mi muerte, así que hice un recuento… ¿Le debo algo a alguien? No me lo parecía. ¿Dejé algo importante de verdad pendiente en mi trabajo? No, tampoco. ¿Y mi hijita? ¡Uy! eso era lo que más me dolía. “¡Cómo la voy a extrañar!” me dije, para mi propia sorpresa… Aun los que no creemos en nada después de la muerte, tenemos la ilusión de que venimos de algún lado y nos vamos de regreso. Regresar a la nada está tremendo: en la nada, negra, fría y vacía, extrañando a mi hijita por toda la eternidad… Y no hablo de tener la ilusión como un anhelo o un deseo sino como un engaño, una ilusión óptica de la conciencia inculcada junto con nuestra forma de ver el mundo y la vida. Creemos de verdad que venimos a este mundo sin darnos cuenta de que, en realidad, salimos del mundo, y cuando el remolino, la historia, la persona desaparecen, todo lo que resta vuelve al mun undo. do. Literalmente. Literalmente.[2] [2] —¿Y ¿Y a mi ex le perdono lo que me hizo? hizo? —Seguía —Seguía con mis cavilaciones cavil aciones en el preludio de mi muerte— muerte— No —contesté —contesté en mi mi cabeza—. ca beza—. Me Me voy a morir morir sin perdonarla —me me sorprendí sorpr endí de nuevo. nuevo. Recuerdo haberme sentido profundamente estúpido: “Igualito a mi papá. No puede ser”, pensé, y en ese momento vi con claridad que repetía la historia de mi padre. Los mismos traumas, los mismos deseos, las mismas metas, la misma lucha contra el alcoholismo, la misma soledad, la misma frustración y… la misma muerte. ¡Carajo! Fue entonces entonces que decidí deci dí que que no no quería que me llevaran lleva ran “a guardar guardar”, ”, pensé pensé en la tortura que sería para mí y mis seres queridos. El martirio para mi madre y hermanos de saberme secuestrado. En ese momento decidí que escaparía o moriría en el intento. Nada de gu guardarme, ardarme, nada de torturarme, torturarme, nada de llevarm lleva rmee a ningu ninguna na parte… “¡Váyan “¡Váyanse se a la mierda!” ierda !” Con el valor que que me dio la determinación determinación de salvarm salvar me lo planeé todo: Logré ver, alzando un poco la chamarra que me cubría, dónde estaban los seguros de las puertas traseras de mi camioneta (nunca me había subido atrás). Puse atención a que aún estábamos en la ciudad porque nos deteníamos en las luces rojas del semáforo, noté también que el energúmeno me sostenía con una mano y con la otra jugaba con mi celular abriéndolo y cerrándolo nerviosamente, por lo que deduje que no tenía un arma en la mano. Supe que tenía tenía que que matarlo. Decidí Decidí que debía esperar a que estuviéra estuviéram mos en movimiento para que el conductor no pudiera ayudarle. Mi plan era hun hundirl dirlee los dedos en la parte front frontal al del cuello y apretarle la tráquea hasta que se muriera el muy cabrón. No había un ápice de duda en mí. Si se trataba de
terminar una vida por continuar con la mía, eso es lo que se requería de mí en ese momento. Esa fue fue la primera decisi deci sión ón consciente consci ente que tomé tomé en mi vida. vida . Sin embar embargo, go, para par a lograr llegar a ese punto tuvieron que pasar muchas cosas antes… DOS DOS Te voy a contar un secreto… que le he contado a muy pocos porque me avergonzaba terriblemente. En los últimos últimos meses de mi matrimonio, atrimonio, mi mi relaci rel ación ón con la mamá amá de mi hijita era terrible. Mi vida completa era un desastre. En ese entonces ya escribía yo libros de superación personal y daba conferencias motivacionales, ya era yo más o menos conocido por mis lectores. Me invitaban regularmente a programas de radio y televisión televisi ón y… era un verdadero verdader o hipócr hipócrita ita ¿sabes? ¿sabes? No es que que quisie quisiera ra eng engañar a nadie, nadie, mis mis libros expresaban las mejores mejores intenciones, intenciones, para mí mismo mismo y para los l os demás. En ellos ello s escribía escr ibía no lo que que era, sino lo que quería quería ser. La hipocresía consistía en dejar que la gente creyera que, en efecto, yo hacía lo que proponía. En lo material y las metas, lo logré todo. Curiosamente me volví exitoso hablando y escribiendo sobre cómo ser exitoso (otro ejemplo claro de que co-creamos nuestra historia). Sin embargo, todo el éxito, el dinero y las cosas, sin consciencia [3] [3] no valen nada, créeme, créeme, sé de lo l o que hablo. Además, Además, todas esas metas no eran mías mías siquiera, eran de mi padre y yo sin saberlo las había logrado por él… para él . Amamos tremendamente a nuestros padres y una parte de nosotros no deja de ser ese niñito que pasa toda la mañana haciendo un dibujo para su papá, solo para que cuando éste llegue del trabajo “no tenga tiempo” de echarle un vistazo. O solo para que al día siguiente lo encuentres en el bote de basura. Este niñito niñito de treinta treinta y cinco años le decía a su papá que había muert muertoo catorce años antes: “Mira papi, mira lo que logré, mira lo que hago por ti, mira los millones que tú que-rías, mira papi… si quieres hasta la vida doy por ti.” A pesar del éxito, de los logros y esfuerzos, esfuerzos, sentía sentía un terrible vacío en mi mi interior y nada en lo exterior lo podía llenar. Así que era el rey del mundo pero un rey mentiroso, que sentía que su trono era robado y que su reino le pertenecía a alguien más. Y este no es el secreto s ecreto terrible terri ble que quiero contarte. Mi padre lidiaba con su dolor y su frustración emborrachándose. Le daban unas crudas tremendas llenas de arrepentimiento y culpa. Recuerdo que después de sus