experiencias de lo sagrado más allá de la dualidad
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La experiencia de lo sagrado más allá de la dualidad
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. Lo sagrado es, en un contexto tradicional, lo inconmensurable, lo invisible, las energías que modelan y mantienen la vida, las estaciones, la fertilidad, etc. El ser humano premoderno es una criatura que no ha perdido aún el vínculo con la naturaleza, que se siente naturaleza y que, a medida que ha ido organizando su vida con la racionalidad y con el lenguaje, se ha distanciando de la conciencia unitaria original. Esa distancia es como un exilio, una escisión interior que le hace vivir experiencias diversas y fragmentarias, percibiendo progresivamente ámbitos diferenciados de vida donde hasta ese momento no existía ninguna división.
Surge entonces la idea de lo sagrado como una experiencia de distanciamiento, de olvido, pero al mismo tiempo es esa misma idea de lo sagrado la que va ensanchando la brecha, estableciendo con firmeza la dualidad en la mente del ser humano. Para reducir esa distancia éste se ve abocado a realizar ciertas representaciones y ritos que impliquen experiencias de unidad, de integración con el grupo, con la naturaleza, con la realidad.
El pensamiento moderno, en su afán analítico y deconstructivo, reconoce ya con toda claridad una división entre lo sagrado y aquello que no lo es. René Guénon meditaba, hace ya casi un siglo, sobre la naturaleza de lo sagrado, sobre su papel en la conformación de las visiones tradicionales del mundo y su desenlace en una modernidad que había ido restringiendo y acotando su espacio progresivamente hasta reducirlo a un ámbito privado y casi testimonial en la vida comunitaria de los seres humanos.
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Desde entonces, la modernidad no ha dejado de percibirse también, entre otras cosas, como un proceso de desacralización que afecta, no sólo a la vida pública de las sociedades, a los valores socialmente aceptados y promovidos a través de la dominante cultura del espectáculo sino a las formas de vida de las personas, a actitudes, valores, visiones y tendencias que acaban expresando su carencia y su necesidad de lo sagrado, de visiones unitivas y holísticas.
Hablar de sociedad global puede resultar paradójico dado que el modelo de globalización predominante está destruyendo la memoria de los pueblos y las formas de relación social tradicionales. Con ellas desaparecen los vínculos que el ser humano ha ido tejiendo durante milenios no sólo con la Divinidad y con la naturaleza sino ahora con sus propios congéneres y tal vez por ello ya no se siente parte de una comunidad sino más bien un ser autónomo y aislado que no puede descansar de la alteridad, de la sensación de ‘objetividad’ que le producen su visión mecanicista y su materialismo existencial.
2. Sagrado y profano son conceptos que surgen de una experiencia y una conciencia duales. La idea de lo sagrado que tiene la modernidad trata de acotar ciertas parcelas de experiencia abiertas a la vida trascendente, junto a otras en las que lo trascendente está vedado en aras de lo pragmático, de lo materialmente objetivable y cuantificable. Así, esta polaridad, su naturaleza conceptual, dual, ahonda precisamente en la desacralización, en la fragmentación y en la distancia dado que la naturaleza humana puede vivir su dimensión trascendente en cualquier contexto y situación.
No hay acciones sagradas y acciones profanas. La experiencia de lo sagrado no es sino una experiencia de Unidad. Delimitarla y concederle un espacio ‘frente’ o ‘junto’ a otra cosa, conceptualizarla, implica precisamente una ‘desacralización’, una manera de olvidar nuestra verdadera naturaleza. Todo es sagrado en la creación divina, toda actividad humana es un acto de adoración,
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todo ser humano puede acceder a su divinidad interior sin intermediarios, cualquier lugar puede ser un lugar de oración, toda expresión o acontecer puede llegar a ser vivida como lo que en realidad es: una señal divina que le muestra su trascendencia.
3. En la época de Guénon, el hombre laico-industrial comenzaba a presentir que, tras la apariencia visible de las cosas materiales y más allá de su mente mecanicista, seguían existiendo otros ámbitos de experiencia que habían sido relegados y casi olvidados. En nuestro tiempo, la proliferación de movimientos espiritualistas expresa con claridad la conciencia de esa necesidad de recobrar lo sagrado, la vivencia espiritual o trascendente en la experiencia cotidiana y actual del ser humano, con relación a sí mismo, a la naturaleza y a la realidad.
En el ‘Reino de la Cantidad’ guenóniano han comenzado a agitarse las almas de hombres y mujeres que buscan respuestas satisfactorias, en algunos casos de manera casi heroica, que practican la autoindagación, la meditación, el yoga, el recuerdo de Dios, la oración, el diálogo íntimo, la acción social, expresando con todo ello una apuesta clara por un cambio real, por la actualización de una conciencia integrada, de unidad, que les ha sido sustraída a fuerza de ser definida como utópica.
La ciencia contemporánea habla de holismo, fractalidad, interconexión, de campo unificado, de realidad cuántica. Estos conceptos y las teorias que se derivan de ellos chocan frontalmente con el paradigma dual y mecanicista que sustentó a la modernidad. En muchos casos se trata de propuestas que tienen en cuenta lo no cuantificable, las realidades invisibles, las energías sutiles, el mundo espiritual…
Así, la ecología es una ciencia netamente posmoderna que trata de conocer las interrelaciones y las dinámicas que se producen en un determinado sistema biológico o ecosistema. Apunta ya claramente hacia el desarrollo de una conciencia holística, integradora, que vuelve la mirada a la naturaleza, una conciencia que comienza a contemplar, tras la aparente multiplicidad de los
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fenómenos, vínculos que relacionan claramente todos estos fenómenos entre sí.
4. La rendición a determinadas imágenes a través de una gestión de ‘lo sagrado’ ha sido la forma tradicional que han utilizado los poderes para crear un consentimiento colectivo a las construcciones y modelos sociales que garantizan la continuidad de sus privilegios, del status quo sociocultural. Hoy en día vivimos en una cultura de la imagen que se sustenta en la publicidad en todas sus variantes, desde la publicidad orientada hacia el consumo de bienes materiales hasta la difusión y promoción de determinados estereotipos étnicos, de clase, estéticos, caracteriológicos, y la demonización de otros diferentes.
Este modelo de globalización implica una forma de vida que tiende a homogeneizar las prácticas culturales y las identidades, y que se vislumbra como un proceso de aculturación irreversible pues muestra una capacidad sorprendente para neutralizar cualquier disidencia y homologar u homogeneizar cualquier diferencia.
5. Las nuevas tecnologías de la comunicación y la información están mediatizando intensamente las relaciones interpersonales y, en el mejor de los casos, podrían servir al propósito de restablecer ciertos vínculos que la visión dual moderna debilitó intensamente.
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—En el contexto de la globalización ¿En qué ámbitos de la experiencia humana se manifiesta la idea de lo sagrado?
—¿Implica la globalización alguna forma de sociedad o comunidad cuando el ser humano casi ha olvidado sus vínculos no sólo con lo sagrado sino con la naturaleza y con sus semejantes? — ¿Está la ciencia contemporánea rozando o invadiendo el terreno de lo religioso?
— ¿Es concebible una experiencia de lo sagrado sin el concurso de las tradiciones religiosas?
— ¿Es el concepto de Gaia la concreción de una experiencia agnóstica de lo sagrado?
— ¿En qué medida lo que se ha denominado ‘religión del mercado’ o ‘monoteismo de mercado’ responde a la necesidad de ‘lo sagrado’?
— ¿Qué importancia tiene ‘lo sagrado’ en la vida del ser humano contemporáneo? — ¿Puede el ser humano de la sociedad de la información recobrar una dimensión comunicativa satisfactoria participando de una creciente cultura de la imagen?
— ¿Qué papel tienen las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en este proceso? ¿Aportan algún elemento inédito en el contexto de la ‘desacralización’?
— ¿Nos aboca el desarrollo de las tecnologías a una deshumanización irreversible? Y si no es así ¿Cómo puede desarrollarse una cultura humanista en el marco de un desarrollo creciente de la tecnología? Estas y otras cuestiones serán abordadas a lo largo de una serie de entrevistas a personas de diferente creencia y formas de pensar Hashim Cabrera
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Regla Contreras
egla Contreras es una poeta y escritora en la piel de un ama de casa sevillana, madre de nueve hijos y esposa de su eterno enamorado, hijo del mar. Mística y científica, vidente y escéptica, danzando entre la majestad y la belleza construye los instantes de su ser cotidiano. “Aquellos ojos míos que el día que nací el mar me robara –y para quienes nunca existieron la distancia ni el tiempo-, miraban lejanos por mí, sorprendiendo alojados en aquel recóndito lugar, a aquellos extravagantes símbolos que ellos supieron descifrar en un instante y traducir al lenguaje de las ideas y de las formas, con toda fidelidad.” (Regla Contreras. ¡Perdón por atreverme! (Sapere Aude). Editorial Ituci Siglo XXI.)
“La gente no busca la verdad, quiere estar cómoda”
(La autora, durante la presentación del libro en Sevilla) EXPERIENCIAS DE LO SAGRADO MÁS ALLÁ DE LA DUALIDAD
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Hashim Cabrera: Ibn ‘Arabi nos prevenía hace ya muchos siglos de los grandes peligros de vivir la experiencia espiritual con relación al Dios creado en la creencia, a ese Dios que acaba siendo definido de manera siempre contradictoria por medio de las ideas que nos hacemos de Él, pues Dios está libre de esas atribuciones e interpretaciones. En tu libro ofreces bastantes pistas sobre las experiencias que te llevaron a cuestionar aquella rígida idea de Dios que recibiste a través de la institución religiosa donde te educaste y de algunas influencias familiares.
— Regla Contreras. Muy pronto me di cuenta de que esa Divinidad que desde en mi infancia ya en mí latía, poco o nada tenía que ver con ese Dios dogmático que el colegio y mi madre me enseñaran, y que a mí hasta llegaba a darme miedo, ya que siempre me decían que había que temerLe y que habíamos matado a Su hijo con nuestros pecados. Yo me rebelaba porque no estaba dispuesta a cargar con ese crimen que se me adjudicaba, ya que no era ni soy capaz de matar una cucaracha. Mi padre era un gran coleccionista de arte y en aquella casa había un montón de cuadros religiosos, y yo estaba harta de tener que pedir perdón por ese crimen cada vez que pasaba ante un cuadro representando al Cristo, bien atado a una columna, bien apareciendo ante el pueblo hecho un “ecce homo”, bien crucificado, o con la cara chorreando sangre de una corona de espinas –como aquel Cristo de Limpias- y una cara de un sufrimiento tan impresionante, que yo ya no lo podía soportar…
Y esos cuadros solían estar en los rellanos de las escaleras, por donde tenía que subir y bajar muchas veces al día, o en sitios muy de paso, como una galería. También estaba harta ya de imitar a los santos haciendo inútiles sacrificios torturándome y privándome de muchísimas cosas con tal de subir a los altares, que era a lo máximo que se podía aspirar. Y pensé que algo debía marchar mal, no en ese dios que así me pintaban, sino en las personas mayores que tal dios me enseñaban. Existen ciertas personas, dotadas de una especial sensibilidad, que se sienten naturalmente atraídas por lo sutil y etéreo, y que sienten una irrefrenable necesidad de desEXPERIENCIAS DE LO SAGRADO MÁS ALLÁ DE LA DUALIDAD
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velar lo oculto. Creen en lo invisible, en Dios, en lo profundo, tienen una intensa vida interior llena de resonancias imaginales, y sienten a menudo el mundo material y cotidiano como una mordaza que aprisiona los movimientos de su itinerario trascendental...
— Alguna vez leí que cuando desde pequeña ya sientes la llamada de lo Sagrado, lo Misterioso y lo Infinito o Eterno, es porque ese Infinito ya te ha apuntado a ti antes. Y se produce como una Boda Secreta y Alquímica entre una niña y un Bello y Divino Gigante al que no conoce pero a Quien se entrega con plena confianza y Amor y sin ningún miedo. (Curiosamente, esto va a repetirse de una manera real y como una metáfora, en mi adolescencia, con esa otra boda con un “bello y divino gigante” que representara –como apunto en la dedicatoria del libro- a algunos de los atributos de La Divinidad: el Amor y la Belleza).
Pero como esto no sería justo -ya que en el fondo todos tenemos implícitamente como meta el Infinito- yo interpreto que algunas personas sienten esa llamada prematuramente; otras, más tarde, y la mayoría de ellas se va de aquí sin haber tenido ni idea de lo que fueron ni para qué vinieron, ya que para sobrevivir en este planeta esos sentimientos no son imprescindibles: y habrá otras ocasiones más adelante…
Las ideas sobre Dios, la amalgama entre la moral, el dogma y las convenciones sociales de un momento y lugar concretos pueden llegar a resultar insoportables para quienes tratan de vivir la experiencia religiosa desde el núcleo más puro y esencial de sí mismos, para quienes han degustado en algún momento las mieles de su ser verdadero. Casi todas las tradiciones de sabiduría han sido olvidadas o malinterpretadas en muchos casos. ¿Es posible, a tu juicio, vivir una experiencia espiritual genuina al margen de una tradición religiosa concreta? — A las religiones nunca les ha interesado que haya Místicos, ya que así se les acaba ese “juego” de la dependencia de terceros
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o de un pastor que guie sus almas. Pero, por lo que a diario constato con asombro, la mayoría de las personas se sienten borregos y necesitan de un pastor que les guíen, y estar metidas en el redil, ya que así se sienten más seguras, pues en el fondo y aunque no lo confiesen, lo que tienen es muchísimo miedo.
Normalmente las tensiones y contradicciones interiores suelen aflorar con mayor intensidad a medida que el ser humano se va haciendo adulto, unas veces en la adolescencia, otras en plena juventud y muchas en el período de la madurez. Sin embargo en tu caso concreto este proceso se adelanta y eclosiona en la infancia, en el momento en que el lenguaje propone al niño lecturas e interpretaciones de la realidad que chocan frontalmente con la experiencia que hasta ese momento había vivido. En tu libro describes una intensa vida espiritual aún en los primeros años de vida.
Mi verdadera rebelión o eclosión ocurrió una mañana de Mayo que era Domingo: aquella mañana, cuando iban a vestirme para ir a misa, me encontré con una extraña vestimenta gris a los pies de mi cama. Cuando pregunté, extrañada, la razón de aquello, la persona que me cuidaba me respondió que a mi abuelo paterno –a quien yo adoraba porque era mágico- “se lo había llevado Dios y había que rezar por él para que no se condenara y se fuera al infierno”. Y fue entonces cuando “la armé de verdad”. No lo cuento en el libro, pero está narrado en otra parte.
Yo tenía 7 años, y a partir de aquel día nada iba a ser igual… y creé yo misma un Dios a la medida que mi corazón me iba dictando –por supuesto, libre de sustos, castigos, infiernos, adoraciones, y otros dogmas-, y ese Dios es el que sigue permaneciendo en mí ahora, en la madurez, sólo que ha ido creciendo a medida que se iba ampliando mi nivel de conciencia. Por supuesto, no lo veo como un Padre: ¡Qué tontería eso de tener que necesitar toda la vida un papá! Así nunca creceremos.
Sé que en esta dimensión no podré abarcarlo entero, pero lo acepto y me conformo con que Eso me abarque a mí, ¡Ja, ja, ja! Y entonces me abandono confiada a ese Mago que está siempre
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a mi lado y se manifiesta haciéndome muchos guiños para indicarme Su Presencia…, y hasta algunas veces intercambiamos jugadas muy mágicas; y otras, me hace unas jugarretas muy raras que yo no entiendo… como ponerme una y otra vez palos en las ruedas de mi carreta. Y como una niña, me enfado, frunzo el ceño, me cruzo de brazos, doy dos patadas en el suelo y le digo que eso no vale y que ya no juego…
¿Que dice que hay que sufrir para crecer, etcétera? Le grito que me deje ser bajita, que mi padre no era muy alto, y que en este “juego” yo también voy a poner mis condiciones, ya que al ser divina, también me siento muy “poderosa” sabiendo transmutar algunas de sus “Reglas”; ¡y si no, no hay juego!.
Aquel deseo de santidad que me hizo leer la casi totalidad de la Hagiografía que tenía en mi cuarto, por imitar a los santos, provenía de un falso concepto que se me daba de lo que era Dios. Y claro: en ese orden, yo quería llegar a lo máximo, porque en el fondo, algo dentro de mí suscitaba muy altas aspiraciones, que nada tenían que ver con aquello. Hay una escena que me ha resultado muy reveladora. Junto a tus muchos hermanos compartes un espacio concreto de la casa. Cada uno ocupa un lugar, cerca de una ventana para usar la luz, cerca de una puerta, junto a una mesa de trabajo… cada cual materializando sus sueños entre juegos y veras, y tú te quedas en un rincón, sentada en una silla de anea frente a una pared vacía donde vas dibujando mentalmente una ventana por donde te asomas a tu mundo interior… y allí descubres el secreto de tu nacimiento, el mar, sus profundidades insondables. Dices “¿Olvidas que ese mar cercano –hoy apacible, pero aquella noche rugiente y bravo- robó mis verdaderos sentidos apenas nacer, y ando desde entonces con otros sentidos prestados?”. Me gustaría que nos hablases del mar, de esas fuertes resonancias natales que en él has encontrado. ¿Qué te dio y qué te robó el mar?
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— Mis ensoñaciones ante una pared blanca en la que yo previamente dibujaba mi propia “ventana” y era como si yo la traspasara, me traían ideas, imágenes y recuerdos imposibles de separar unos de otros. Y en aquellas ensoñaciones siempre estaba el Mar muy en primer plano. ¿Qué me dio y qué me robó el Mar? En principio me dio la vida: me contaron que allí aterricé yo un verano la misma noche en la que danzan en el cielo Las Perseidas, y yo era muy inocente y me lo creí. Pero también robó mis sentidos, pues como narro en el libro, “para que el mar dejara que mis padres le robaran ese cuerpo que él creía suyo” tuvieron que acceder a un pacto; y el pacto era que el mar dejaría que ellos rescatasen mi cuerpo con la condición de que las aguas ladronas me devolvieran sin parte de mis sentidos y mi memoria. A partir de entonces, quedé por completo desconectada de mis orígenes y de la dimensión de donde yo procedía. Desde que “ese amante celoso” se quedó con casi todo para él, he estado buscando mi verdadera identidad y me he visto muy descolocada en este planeta, y como si fuera ciega y sorda, y por eso no acabo de comprender muchas cosas que el resto de las personas comprenden sin ningún problema…
Por supuesto que esto no deja de ser una bella metáfora, pero cuando poco después descubrí mi verdadero nacimiento, a muy pocos metros de ese mismo Mar, no distaba demasiado de esta otra realidad.
Describes a tu madre como una mujer tradicional y conservadora, y a tu padre como un librepensador superviviente en el desierto intelectual de la posguerra española. Leyendo tu descripción de su matrimonio uno puede deducir fácilmente que el amor no tiene que ver necesariamente con las ideas y las creencias sino más bien con esas vibraciones inevitables que va modulando la intimidad y la convivencia.
Tu experiencia tiene mucho que ver con las relaciones entre lo religioso, lo ético y lo espiritual. Te has atrevido
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a hablar de ello en tu libro, aún a sabiendas de la dificultad que entraña traducir a conceptos y palabras una experiencia que ha rozado muchas veces lo inenarrable, y a riesgo de ser malinterpretada en lo que se refiere a la doctrina religiosa, a esa teología de la liberación que se abre paso en tus conclusiones infantiles sobre Dios, el sentido de la Vida y la Trascendencia. ¿Cómo podemos resolver de forma creativa esa experiencia paradojal? ¿Dónde acaba el ámbito de la mente y empieza la vida del corazón?
— Nuestros padres eran un claro ejemplo de cómo conciliar lo paradójico y lo opuesto. Si bien es verdad que ellos opinaban de muy diferentes maneras y a veces estaban incluso en las antípodas de la religión y la política –y eso lo palpábamos todos: cuando en el Ajedrez uno jugaba con las blancas, el otro jugaba con las negras, ¡ja, ja, ja!-, siempre vimos que se tenían un mutuo respeto y que se pusieron de acuerdo en lo más importante, que era la educación de sus hijos. Como los queríamos por igual, supimos comprender que cada uno nos estaba mostrando una parte de la Verdad, y ya cada cuál, iba haciendo sus componendas. A eso se le llama Creatividad y Sinergia. Y aunque a mi madre la pinto muy seria en el libro, también era muy dinámica y creativa, y se le ocurría un montón de cosas que luego siempre llevaba a la práctica, ya que tenía una voluntad férrea y ni un tsunami era capaz de tumbarla.
A veces es muy difícil separar lo que proviene de la mente, de lo que pertenece al corazón, porque no hay una línea definida como esas rayas divisorias que pintan en las carreteras. Entre una y otro no hay solución de continuidad, pero en un estado meditativo que no hace falta que sea muy profundo, lo percibes claramente y ves que con el corazón se sufre pero que con la mente no. En el corazón puede albergar el Amor o el odio; la alegría, o el dolor; la humildad y la confianza, o el temor. La mente es mucho más fría y no aloja el temor ni el dolor, pero sí genera mucha soberbia y frustraciones que confundimos con el dolor y el sufrimiento, pero es el ego, que se manifiesta a cada paso, a poco que no estemos alerta y nos descuidemos, pues
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siempre va a estar ahí al acecho y pidiéndonos alimento -como un hambriento perro callejero- para que lo alimentemos.
La modernidad ha sido un escenario poco propicio al encuentro entre ciencia y religión, pero en tu libro la lógica no desaparece sino que trata de suplir ese abismo. Meditas en los postulados de la nueva ciencia, en la mecánica cuántica, en las teorías más recientes sobre la naturaleza del universo, intuyendo la eclosión de una nueva era y de una nueva conciencia. ¿Cómo describirías esa nueva conciencia?
— Tanto a La Mística como a la Ciencia Actual, las veo como si fueran distintos lados de una pirámide: en las bases de esos lados hay todavía división, confrontación, dualidades y diferencias; pero a medida que se estrechan, se encuentran hasta converger en esa Unidad de la Cúspide. Entonces no importa saber por qué lado se ha llegado –si a través de la Mística o de la Ciencia- pues lo importante es haber llegado. Y por supuesto, en la Cúspide desaparecen todos los lados, todos los caminos y demás dualidades que nos han ido separando.
Esto aún cuesta admitirlo a algunos científicos, que no quieren ser comparados con nada que suene a religión o misticismo. Otros, sin embargo, ya lo van admitiendo, y la Nueva Conciencia es eso precisamente: Darse cuenta –en medio de este aparente mundo dual- de que más allá de esa dualidad nos espera la Unidad (ni ciencia, ni religión). Dependiendo de nuestro estado o nivel de conciencia, estaremos más arriba o más abajo en esa nuestra escalada por los lados de esa pirámide. ¿Qué hace falta para atreverse?
— ¿Qué hace falta para atreverse? ¡¡¡Sentir que si no lo haces, vas a explotar!!! Pertenezco a una generación en la que, lo que no estaba prohibido, era pecado, o bien era ordinario. Y crecimos encorsetadas mental y físicamente. En mis diálogos internos a través de esas “ventanas” que yo dibujaba en una pared blanca, algo dentro de mí me decía que se vivía de una manera equivo-
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cada y yo sentía que había que romper con muchas cosas, pero en el ambiente en el que yo me crié, eso era más que imposible y sólo te valía llevar a cabo esa ruptura tú sola por dentro. Hasta que ocurrió lo del “sueño” que narro en el libro. Y entonces sólo había que esperar el tiempo adecuado. Y ya apenas tienes que hacer un esfuerzo para atreverte: sólo ocurre que pierdes el miedo de pronto y decides un día tirarte a la piscina confiando en que no va a estar vacía. La Fe Creativa (no hay que confundirla con la pasiva) es tan poderosa y tiene tanta fuerza, que si estuviera vacía, sé positivamente que por el camino esa piscina se estaría llenando de agua. ¿Cuál es, en definitiva, tu principal propósito en la Vida, tu verdadera razón de ser?
— Todas mis energías últimamente van dirigidas a tratar de vivir cada instante estando muy alerta de mí misma y siendo plenamente consciente de mis actos y de mis pensamientos, como en un permanente estado de meditación. Así habrá pocas posibilidades de sembrar errores, ya que no nos damos cuenta de que con cada estímulo que recibimos del exterior podemos reaccionar con actos y palabras, y cada uno de ellos conlleva una repercusión inmediata en nuestro entorno; y en esa cadena de reacciones podemos estar desatando un vendaval o estar sembrando Amor.
También hay que tener en cuenta que cualquier pensamiento dependiendo de si es positivo o negativo- se traduce en nuestro propio organismo para mantenernos sanos o generar algún tipo de enfermedad; y no podemos luego culpar a nadie. Yo quiero estar siempre muy consciente para no causar daños a terceros ni a mi propio cuerpo. Quiero morir muy sana, ya que, aunque en el Universo nuestros actos no se computen como morales o inmorales, buenos o malos, ni se registre ese concepto infantil llamado "pecado" —a ese Ser Infinito nada ni nadie Le puede ofender—, sí se registran los errores, y esto se paga indudablemente.
"Obras, son amores, y no buenas razones". Hay que actuar, porque los deseos o pensamientos sin una obra posterior, son como
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un aborto o proyecto sin acabar y estaríamos hablando ya de otra historia más compleja que implicaría otro tipo de realidades como otras dimensiones y universos paralelos en los que no voy a entrar, toda vez que yo me expreso desde éste. Y en torno a estas premisas y valores se desenvuelve mi vida diaria personal, familiar, con el trato entre parientes, vecinos y amigos, procurando hacer cada día más lo que realmente me gusta y evitando confrontaciones y cosas desagradables que contaminen y dañen mi plano emocional, para poder mantenerme serena, alegre y contenta.
He tenido que aprender a decir "no" a muchas cosas a las que antes, por debilidad, decía "sí" y al final me sentía mal pues en esas decisiones por compromiso, se me iban muchas energías. Descubro curiosamente, que ahora que nadie tiene tiempo para casi nada, yo, paradójicamente, estoy empezando a sacar tiempo para casi todo lo que me apetece, y vivo una buena parte del día haciendo lo que me da la gana y eso no tiene precio pues hay un cambio de valores y prioridades y terminas convirtiendo tu vida en todo un lujo y es todo como muy mágico.
Como sé que somos en gran medida (no suelo expresarme nunca en términos absolutos) responsables de lo que nos sucede, me preocupo de ir modelando y configurando cada mañana, desde mi rostro y mi cuerpo, hasta mis propias circunstancias. Y cuando te consideras también co-creadora, y por tanto, "poderosa", el Universo se confabula contigo y te envuelve con su Magia y notas que cuando estás feliz, haces feliz a los demás y el Universo entero es como si se conjurase y te agradeciese que estés cooperando en la evolución del Planeta y los seres sin tener que hacer demasiado ruido ni grandes algaradas para que los que te rodeen sean receptivos a esas energías y, por sintonía, den también un paso al frente remando en la dirección adecuada en esta nave planetaria en la que vamos todos embarcados navegando por unas aguas muy procelosas en unos momentos muy difíciles y apenas muy pocos nos damos cuenta y somos conscientes de ello. Yo, de pequeña era muy seria, muy "mística", muy tímida y huidiza y muy sosa; siempre estaba triste y melancólica, sólo rondándome la idea de querer ser santa, y apenas me permitía EXPERIENCIAS DE LO SAGRADO MÁS ALLÁ DE LA DUALIDAD
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reír y tampoco hablaba y tenía tendencia a comunicarme sólo con mi niñera, los escarabajos, los nudos de la madrera y una pared blanca... Ahora le doy capital importancia a la comunicación entre las personas, a la risa y al sentido del humor y procuro torturarme poco: ya lo hice con creces de pequeña, y más tarde me sacrifiqué tanto criando, cuidando y tratando de educar a nueve hijos muy seguidos, con no pocas dificultades, que creo que yo entonces ni siquiera era consciente de que existiera.
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Teresa Forcades
eresa Forcades es monja benedictina, doctora en medicina y en teología. Tiene un doctorado en salud pública y otro en teología. Entre sus escritos figuran Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas (Cuadernos CiJ 141), La Trinitat, avui (Abadía de Montserrat, 2005) y La teología feminista en la historia (Fragmenta, 2007). Actualmente está radicada en el Monasterio que la Orden benedictina tiene en Montserrat. Tuve ocasión de saber de la existencia de Teresa Forcades durante la crisis de la pandemia de la gripe A, en la que jugó un importante papel crítico hacia las compañías farmacéuticas y puso en evidencia muchos de los males sociales que hoy nos atenazan con una fuerza y valentía que cautivó a muchos y que devolvió una cierta autoestima a una ciudadanía que estaba comenzando a sufrir los embates de la crisis económica.
Más adelante compartimos reflexiones en un programa de TVE2 donde hombres y mujeres de creencias diversas hablamos de la realidad espiritual a partir de los elementos naturales tradicionales. A partir de entonces, la lectura de sus declaraciones y textos no ha dejado de sorprenderme.
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Hashim Cabrera. Me sorprende, sobre todo, la naturalidad con la que abordas esas cuestiones difíciles de las que casi nadie quiere hablar. También me llama la atención la doble vertiente de contemplación y acción social que muestra tu trayectoria personal. Tu discurso sugiere una experiencia holística, integral, una superación de la vieja dialéctica entre lo sagrado y lo profano como ámbitos sin conexión alguna. ¿Qué te ha llevado a asumir una posición tan comprometida en temas considerados tabúes por las diversas instancias políticas y religiosas?
— Teresa Forcades. Creo que es fruto del conjunto de mi experiencia: los estudios previos que me permiten evaluar críticamente con conocimiento de causa ciertos postulados en materia de sanidad pública o de investigación biomédica; la vida monástica que me ofrece espacios de silencio y soledad para tomar conciencia a diario de hacia dónde quiero dirigir mi vida y qué sentido le doy; las personas con las que comparto inquietudes y proyectos y la amistad con Dios que me da libertad interior. Tu discurso nos invita a la unidad trascendente de las religiones tal y como preconizaba René Guenón. En tus palabras se presiente una profunda experiencia mística. Leo que tu tesis doctoral en teología trató el tema de la trinidad. ¿Cómo concibes la relación entre unidad y diversidad?
— La noción de la Trinidad me fascina porque sitúa la diversidad en el ámbito de Dios y no solamente la declara compatible con la unidad, sino que la convierte en su condición de posibilidad: solamente donde hay diversidad puede establecerse la maravilla de amor que llamamos unidad. Si no hay diversidad solamente tendremos uniformidad. La unidad implica distinción. La distinción, la diversidad, no son en este modelo subóptimas como en el pensamiento platónico, sino que pasan a pertenecer al ámbito de lo perfecto. Creo que si nos creyéramos esto muchas cosas cambiarían en nuestras comunidades y familias.
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El pensamiento moderno, en su afán analítico y deconstructivo, reconoce y al mismo tiempo propone con toda claridad una división entre lo sagrado y aquello que no lo es. Guénon meditaba, hace ya casi un siglo, sobre la naturaleza de lo sagrado, sobre su papel en la conformación de las visiones tradicionales del mundo y su desenlace en una modernidad que había ido restringiendo y acotando su espacio progresivamente hasta reducirlo a un ámbito privado y casi testimonial en la vida comunitaria de los seres humanos. Ahora que la modernidad nos ha dejado en una tierra hasta cierto punto desacralizada ¿Es concebible una experiencia de lo sagrado, una experiencia de unidad, sin el concurso de las tradiciones religiosas?
— Creo que la iniciativa de la experiencia de lo sagrado siempre es de Dios y que se manifiesta en unas circunstancias y con un lenguaje distinto para cada persona. Las tradiciones religiosas son lugares privilegiados para que se produzca esta experiencia, pero no la agotan y, a veces, son incluso un contratestimonio. La experiencia estética o musical es para muchas personas motivo de conmoción profunda y de gozo secreto; muchas personas se sienten ante la belleza como si se les confiara un secreto al cuál deben la alegría de vivir aunque no puedan describirlo con palabras ni identificarlo con ningún Dios conocido.
Un fenómeno para mí muy significativo es el de la eclosión de las teologías feministas. Hace más de diez años era difícil imaginar una relación coherente entre el feminismo y las tradiciones de sabiduría. Sin embargo, el emergente feminismo islámico, por ejemplo, plantea la emancipación de la mujer en un contexto integral de género, atendiendo sobre todo a los valores, buscando en la Revelación claves teológicas para indagar en las relaciones humanas en general y en las de género en particular. Ahora, visitando la página de la Orden Benedictina de Monserrat, leo que actualmente eres vicepresidenta de la
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Asociación Europea de Mujeres en la Investigación Teológica (ESWTR) (www.eswtr.org/es), y que has desarrollado una amplia labor intelectual en el ámbito de la ‘teología feminista’. ¿Qué peculiaridades tiene esta teología? ¿Qué fines persigue?
— Para mí lo más importante de la teología feminista es comprender que Dios nos impulsa a trabajar juntos, mujeres y varones, para abrir espacios nuevos que ahora apenas imaginamos, espacios de relación interpersonal más allá de los estereotipos de género y de sus condicionamientos culturales; atrevernos a mirarnos los unos a los otros como si cada uno fuera ‘pieza única’. Salirse de los estereotipos de género en las relaciones concretas es difícil tanto para mujeres como para varones, pero creo que es lo que hacen las personas espirituales.
Tu conoces bien los problemas que ha planteado la teología, en el ámbito del diálogo interreligioso. A veces me da la sensación de que la teología ha servido más para fundamentar los asuntos de la economía y de la sociedad que para liberar al hombre de sus cadenas interiores. Y esto ha ocurrido y ocurre en todas las religiones históricas ¿Puede la teología, a tu juicio, contribuir a mejorar las relaciones entre creyentes de diversas tradiciones hasta el punto de que puedan superar las barreras separadoras que la historia y la propia teología han erigido durante siglos?
— Puede, mas con una condición: que no se tome demasiado en serio a si misma; que reconozca que Dios está por encima de cualquier palabra y por tanto de cualquier teología. Lo cual no significa optar por una religiosidad a la carta o de tipo oportunista. No. Mi compromiso debe ser radical con mi propia tradición, pero esto no debe privarme de pensar a Dios como el que está más allá de todo lo que me han contado de Él... o Ella.
Se habla cada vez con más frecuencia de unidad. Parece ser una palabra que va ganando terreno en las reflexiones cultas y en la vida cotidiana, como un talismán que abre la puerta a un nuevo paradigma, a una nueva edad,
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pero el diálogo interreligioso acaba frecuentemente con una exposición de similitudes y diferencias, sin una proposición clara de unidad en lo trascendente. ¿Qué otros medios se te ocurren que podrían servir a ese propósito de unidad trascendente de la humanidad contemporánea? ¿Compartir la acción? ¿Tal vez orar conjuntamente?
— Considero importante que no se construya la unidad a base del denominador común, como si solamente pudiera aceptarte en la medida que eres como yo. El ideal para mí es precisamente lo contrario: acercarme a ti con más gusto cuanto más distinto seas y decubrir en este acercamiento la propia transformación. ¿Cómo llevar esto a la práctica? En primer lugar, facilitando espacios de crecimiento personal, de soledad y silencio a los creyentes de todas las religiones, que se valore mucho este aspecto de experiencia personal de amistad con Dios. Orar conjuntamente es fundamental.
En el Reino de la Cantidad han comenzado a agitarse las almas de hombres y mujeres que lanzan preguntas y buscan respuestas trascendentes, en algunos casos de manera casi heroica, que practican la autoindagación, la meditación, el yoga, el recuerdo de Dios, la oración, el diálogo íntimo, la acción social, expresando con todo ello una apuesta clara por un cambio real, por la actualización de una conciencia integrada, de unidad, pero ¿Puede el ser humano de la sociedad de la información, abocado como lo está a una vida cada vez más individualizada y con una presencia creciente de la tecnología, recobrar y aún desarrollar vínculos significativos con sus semejantes, con la naturaleza, con Dios?
— Sin ninguna duda. No considero que nuestro entorno cultural y socio-económico sea menos conducente al encuentro con la Bondad y la Verdad que los entornos de épocas anteriores. Para las mujeres o para las personas homosexuales de ambos sexos, por ejemplo, hay una clara ventaja en cuanto a autoestima y
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posibilidades de desarrollar los propios talentos. Estoy de acuerdo en que el individualismo y el abuso tecnológico nos alejan de Dios, mas debemos evitar la crítica fácil. Me gusta la individualidad y me gusta la tecnología y creo que ambas son logros de la Modernidad que en ningún caso deben debilitarse. Más bien debemos fortalecer las relaciones comunitarias (subirlas de nivel, que no sean la obediencia al líder sino democracias verdaderas) y debemos aplicar la tecnología de forma inteligente, de manera que nos ayude a aprovechar y agradecer los dones de la naturaleza y no a menospreciarlos ni a sustituirlos.
Sagrado y profano son conceptos que surgen de una experiencia y una conciencia duales. La idea de lo sagrado que nos ha legado la modernidad trata de acotar ciertas parcelas de experiencia abiertas a la vida trascendente, junto a otras en las que lo trascendente está vedado en aras de lo pragmático, de lo materialmente objetivable y cuantificable. Más allá de esa delimitación y de esos conceptos ¿Qué es para ti lo sagrado?
— San Benito nos dice en la Regla monástica que profeso que ‘el monje trate todos los objetos del monasterio como si fueran vasos sagrados del altar’. Para mí lo sagrado es lo que se ve en el mundo, en los demás, en una misma, cuando se mira con los ojos de Dios, es decir, cuando se ama.
Hablamos cada vez con mayor frecuencia de un cambio de paradigma que iría desde la visión dual y mecanicista hacia un marco de comprensión holístico e integrador. ¿Crees posible un cambio de esta naturaleza? Y, si es así, ¿Cómo imaginas a la humanidad que ahora está aflorando?
— En este punto no estoy segura de si se trata de un cambio de paradigma en el sentido de un ‘novum’ histórico, o bien de una tensión que ha existido siempre y que siempre existirá entre dos modos de situarse ante la propia existencia y ante los retos de la propia libertad. No me siento muy cómoda con los anuncios apocalípticos ni tampoco con los redentoristas. Quizás sí llegue
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un novum histórico, pero para mí lo importante no es eso, sino que Dios me llama cada día a vivir la vida con intensidad, con sencillez y haciendo honor a la verdad, tal como la concibo desde mi pequeñez.
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Ibrahim Albert
Reflexionando sobre las vías de superación del viejo paradigma mecanicista en el contexto de la globalización Ibrahim Albert viene estudiando algunos aspectos teóricos y prácticos del islam desde la década de los años ochenta. Doctor en Filología por la Universidad Complutense de Madrid, se ha dedicado al aprendizaje y a la enseñanza, y al mundo de la administración y la gestión, sobre todo en la Administración General del Estado, en el Centro Cultural Islámico de Madrid, en el proyecto de Universidad Averroes/Ibn Rushd, de Córdoba, en la Universidad Complutense de Madrid, donde ha impartido clases como Profesor en el Departamento de Estudios Árabes e Islámicos, y en la Universidad Autónoma de Madrid, donde actual-
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mente imparte clases como Profesor en el Departamento de Estudios Árabes e Islámicos y Estudios Orientales.
Su obra académica gira en torno a la recuperación de un concepto originario de islâm como actividad que dota de sentido pleno a toda la existencia. Es autor de un ensayo sobre las Epístolas de los Hermanos de la Pureza, donde expone el profundo sentido humanista de la cultura y la espiritualidad islámicas.
Hashim Cabrera. Partimos de un ambicioso encabezamiento: ¿Cómo trascender la dualidad, la multiplicidad, desde una posición de diálogo? ¿No es el diálogo precisamente un reconocimiento y una expresión de la alteridad, de la diversidad que hace posible cualquier intercambio? Albergamos una cierta confianza en la palabra, una clara esperanza en que los conceptos nos ayuden a acercarnos a la verdad pero ¿hasta donde nos puede llevar el lenguaje en nuestro recorrido hacia la conciencia de unidad?
— Ibrahim Albert. Si concebimos nuestro punto de partida como una situación de dualidad, si entendemos que la palanca con la que podemos mover nuestro mundo es una situación de alteridad y extrañamiento, entonces nos impulsaremos desde el trampolín de todo cuanto constituya la situación que estemos concibiendo.
En esa situación de concebirnos como un sujeto en un mundo establecemos relaciones con los habitantes de ese mundo, interaccionamos con ellos, dialogamos con ellos. El diálogo y su instrumento, el lenguaje, que actualiza con sus frases-nombres las referencias compartidas en el mundo que habitamos, son ocasión de transcender la distancia que creemos que nos separa, en ese punto de partida, de la dualidad. Pero, a la vez, no cabe diálogo sin dualidad, sin escisión en el tejido de la existencia. En el diálogo el sujeto puede reconocerse en otro sujeto. El diálogo puede ser un espejo que posibilite al sujeto el descubrimiento de una subjetividad compartida en el seno de la multi-
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plicidad. El diálogo permite descubrir una unidad velada bajo las apariencias de diversidad. En el diálogo somos conscientes de que las diferencias son relativas y de que son la condición y las circunstancias en que, dado nuestro punto de partida, encontramos, en el otro, el yo desde el que miramos al mundo.
Cuando el lenguaje refleja y elabora la imagen del mundo como una pluralidad de egos puede llegar a dibujar una pintura que corre el riesgo de aparecer como un mundo autónomo, un ámbito del pensamiento, una noosfera en la que puede vagar y perderse el sujeto desvinculado del diálogo en el que adquirió esa imagen del mundo, alejado de la situación de diálogo que le ha proporcionado ese mundo mental. Ese es un mundo de conceptos que bien puede atraparnos en el solipsismo de la unidad egocéntrica ajena a la inmediatez del contacto con el otro. Pero la unidad que abarca al mundo es la que descubre al otro como otro yo en el diálogo permanente.
Pero el diálogo que nos descubre al otro no nos deja indiferentes. El sujeto que realmente dialoga (y que no se limita a remedar una conducta verbal autista que nada tiene que ver con la interrelación) ya no puede ser la mónada ingenua que recién abre los ojos a un panorama que todavía no concibe como mundo sino como extensión instrumental que idolatra a la propia subjetividad. El sujeto que realmente dialoga "vuelve a casa" transfigurado, habiendo descubierto quién era en realidad. El encuentro con el otro es un reencuentro con quien realmente somos y a quien no conocíamos antes de dialogar. El diálogo del que hablamos, por lo tanto, no es un mero intercambio de conceptos y otros constructos mentales, sino un darse al otro en el lenguaje, pero no solo en el lenguaje, sino en toda la actividad que nos constituye. Por lo tanto, sí, el lenguaje es una palanca para recuperar la unidad y la identidad que subyacen a la pluralidad y a la alteridad; pero a condición de que sea un lenguaje que busque el en-
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cuentro, no el desencuentro. El lenguaje que nos restituye la unidad de la que no éramos conscientes es el lenguaje amigo del que busca al otro, no el gesto agresivo y destructivo proferido en forma de palabra. El diálogo, como invitación a un viaje de mutuo descubrimiento, es camino de superación de eso que, después del viaje, aparecerá como separación ilusoria entre aspectos diversos y enriquecedores de lo que somos en común. La modernidad, con el triunfo de la lógica mecanicista, ha establecido firmemente una forma dualista de pensar, una conciencia fragmentaria que no puede trascender su propio marco epistemológico. Así, por ejemplo, sagrado y profano son conceptos que se asientan en una experiencia y una conciencia duales. Esta polaridad ahonda aún más profundamente en la desacralización, en la banalización y en la pérdida de la dimensión trascendente en cualquier contexto y situación de la experiencia del ser humano de nuestro tiempo. Por otro lado, la ciencia nos habla ahora de unicidad, de holismo, de interconexión, etc., y nos lleva de nuevo hasta el umbral de lo sagrado e inconmensurable. ¿Está asumiendo hoy la ciencia el papel que antaño tuvieron las religiones?
— En este sentido tiendo a distinguir, por un lado, entre algunas respuestas y esperanzas tomadas de una ciencia banalizada, en las que esta juega el papel de un opio y consuelo para quienes no reconocen el carácter sagrado y milagroso de la existencia; y, por otro lado, la potencialidad que todo conocimiento tiene de llevarnos a la conciencia de la unidad. Y aquí ya depende de quién estemos hablando. Cada sensibilidad lleva a un enfoque diferente de esa unidad. Una sensibilidad educada en las ciencias físicas quizás anhele y sea sensible a un principio único que se manifieste en toda la existencia física; pero una sensibilidad educada en restituir las intuiciones transmitidas en el lenguaje desde una época anterior contemplará la verdad implícita en una frase como aquella de que "health is wholeness and wholeness is health". Y aquí una traducción sería traición.
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Pero una ciencia, ya sea concebida como búsqueda del conocimiento o como recopilación de conocimientos más o menos provisionales, no colma de por sí la totalidad de la personalidad de toda la humanidad. El hecho real es la diversidad de temperamentos, caracteres y actividades sobre los que orbitan las diversas visiones del mundo que desplegamos en él mismo. Imponer la uniformidad en esta multiplicidad desde la que partimos es una petición de principio que no nos lleva a ningún sitio como no sea a una agudización de las divergencias. Si queremos confluir en algún sentido el camino no puede pasar por la mutilación de nuestras personalidades sino por el encuentro donde cada uno se reconozca a sí mismo al presentarse a los demás. Y una ciencia reductora no es un marco de encuentro para todos.
La ciencia que nos puede llevar a la unidad y dotar al mundo de sentido como una religión más no puede empezar negando los hechos; si algo tiene que negar es la apariencia de valor absoluto de cuantos objetos pretenda explicar y reconducirlos a aquellos principios que expliquen su existencia y su diversidad. Esa ciencia sí puede ser una bendición para esa parte de la humanidad cuya constitución la lleva a confiar en sus métodos y caminos de descubrimiento de la unidad. Pero una ciencia que exija una fe negadora de la realidad que vivimos en nuestra subjetividad no es más que un fantoche degenerado, un arma arrojadiza de intereses particulares que nada tiene que ver con el saber ni la verdad.
En el contexto del encuentro intercultural e interreligioso se insiste en el hecho de que la unidad ha de buscarse más allá del plano de las creencias que implican las diferentes tradiciones religiosas, más allá del plano teológico y doctrinal, pero ¿Es concebible una experiencia de lo sagrado sin el concurso de las tradiciones religiosas? — Como seres humanos que somos, las formas son algo que nos constituye, que nos hace posibles. Lo que nos limita es algo que nos posibilita. La realidad que somos no existe en un estado informe, sino bajo toda una serie de condiciones cambiantes. Si
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lo sagrado está "más allá" de las formas religiosas, la experiencia de lo sagrado se da desde nuestra constitución particular, que pertenece de pleno al mundo de las formas; y como seres formales que somos necesitamos del apoyo y guía de las formas para llegar más allá de ellas. Solo el espíritu puro está más allá de las formas; pero nuestro camino hacia el espíritu pasa por las formas, salvo lo que el espíritu mismo manifieste con independencia de ese caminar.
La oración, la plegaria, el ayuno, la limosna, todo nuestro peregrinar por el mundo de las formas es el trabajo de la semilla en la tierra, que por supuesto de nada vale sin la lluvia del espíritu en la tierra de nuestro caminar. Pero, ¿quién tiene tanta fe como para no ocuparse de preparar la tierra y plantar la semilla? La arrogancia, el creerse por encima y no necesitado del concurso de la revelación divina, no es que sea un pecado de una voluntad enferma que se rebela, sino una mera debilidad, pura y llana miopía de quien confunde el recipiente humano, con sus formas particulares, y el espíritu divino que infunde vida en cuantas formas revela para atraer hacia sí a esta doliente humanidad que reprocha a la Luna su lejanía y palidez, como si pudiera mirar de frente al Sol.
La rendición a determinadas imágenes a través de una gestión de ‘lo sagrado’ ha sido la forma tradicional que han utilizado los poderes para crear un consentimiento colectivo a las construcciones y modelos sociales que garantizan la continuidad de unos privilegios, de un status quo sociocultural. Hoy en día vivimos en una cultura de la imagen que se sustenta en la publicidad en todas sus variantes, desde la publicidad orientada hacia el consumo de bienes materiales hasta la difusión y promoción de determinados estereotipos étnicos, de clase, estéticos, caracteriológicos, y la demonización de otros diferentes. ¿En qué medida lo que se ha denominado ‘religión del mercado’ o ‘monoteismo de mercado’ responde hoy a la necesidad de ‘lo sagrado’?
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— Es cierto que las imágenes actúan con la fuerza de la inmediatez. Y las imágenes pueden ser providenciales en determinados caminos que nos lleven de lo trivial a lo sagrado. El anhelo de algo que nos sacie está ahí, y cuando alguien intenta manipular el anhelo ajeno para satisfacer sus apegos o dar rienda suelta a sus desprecios el anhelo es víctima de la ignorancia última del manipulador. Pero una imagen vacía, que no forme parte de una pedagogía del espíritu, que no sea un medicamento en una terapia del alma, es un placebo que carece de eficacia para el corazón enfermo que es ajeno a la consciencia de la inmediatez última de la única realidad.
El anhelo es un síntoma de la necesidad de realizar el viaje desde lo trivial a lo sagrado, pero si el puente lo tiende quien no conozca las dos orillas es fácil de prever el naufragio que cabe esperar.
El modelo de globalización dominante implica una forma de vida que tiende a homogeneizar las prácticas culturales y las identidades, y se vislumbra como un proceso de aculturación irreversible que muestra una capacidad sorprendente para neutralizar cualquier disidencia y homologar u homogeneizar cualquier diferencia. En un sentido, por supuesto, muy general ¿Qué otras formas de vida podrían ofrecerse como alternativas a este modelo?
— La globalización es un espejismo. No es irreal, pero tiene la realidad relativa del espejismo. Vivimos en circunstancias constitutivamente diversas, y solo un viaje que parta de nuestra inmediatez puede llegar a algún sitio real. El contacto con nuestro medio material, por mucho que alguien intente homogeneizarlo, la consciencia de lo que sentimos y de aquellos con los que compartimos nuestras experiencias, todo eso es nuestro punto de partida y lo que nos hace individuos únicos e irrepetibles. Ni siquiera es cierto que los apóstoles de la globalización quieran la homogeneidad total, porque entonces dejaríamos de ser sus peones. Lo que somos, lo que nos enriquece y permite el diálogo,
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el encuentro y el reconocimiento, es la diversidad de circunstancias que no cabe reducir a una aldea global inexistente en un sentido absoluto. Las referencias podrán ser cada vez más compartidas o no, pero la consciencia individual irreductible estará siempre ahí como garantía de una alteridad necesaria para la tensión que se resuelve en la reunificación.
Todas las tradiciones de sabiduría, a través de sus textos revelados nos acercan a una experiencia trascendental, a los fines de la existencia humana. La cosmovisión coránica, por ejemplo, no contempla la división dualista entre lo sagrado y lo profano: En el Corán todo es sagrado, toda expresión de vida lo es, al ser una manifestación de la verdad, pero ¿En que se diferencia lo sagrado que nos muestra el Corán de otras ideas y experiencias de lo sagrado? ¿Cuál es su especificidad fundamental?
— Lo sagrado es lo sagrado sea cual sea el recipiente que se desborde al intentar contenerlo. Lo que es diverso es el recipiente, y lo que es diverso es el símbolo y la enseñanza que vehiculan su manifestación. La Verdad es una y única; lo que es diverso y múltiple es la Revelación.
Y eso es necesariamente así dada la diversidad de receptores de esa única Verdad. Lejos de mí toda pretensión de limitar las vías por las que llegue a actuar el espíritu, y aquí solo puedo atreverme muy superficialmente a exponer mis sospechas, nada convencidas, del tipo de humanidad que reconoce en el Corán su camino a lo sagrado. Con esa salvedad insalvable bien grabada en la mente, e intentando no caer en la mercadotecnia de las religiones, me parecería que la espiritualidad coránica puede atraer por la simplicidad teológica y la denuncia de las construcciones imperiales teológicas y eclesiales (por eso declara legítimas las enseñanzas de los demás maestros espirituales de la humanidad); por la universalidad de su mensaje sin apego a particularismos étnicos, que su-
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pera sin eliminarlos (este es otro aspecto de su insistencia en aspirar a la unidad); por la recuperación del carácter sagrado de todos los ámbitos de la vida (frente a las tendencias centrífugas de la vida de dispersión de lo trivial); por su enseñanza realista e integradora de las facetas del individuo y de los diversos ámbitos y funciones de la sociedad (otro énfasis en la unidad).
Y ya empiezo a acercarme peligrosamente al terreno de las odiosas comparaciones, al borde de hablar de lo que no conozco. O, lo que en la práctica viene a ser lo mismo, a punto de hablar en general, como si fuera posible un discurso humano general y universal, cuando lo más a lo que podemos aspirar es a tejer un diálogo con otro ser de carne y hueso, nariz y pescuezo, en un medio material compartido, en un anhelo de reconocimiento mutuo y no en una empresa inútil de crear una torre que todo lo abarque desde las alturas del cielo. Por eso también hay que relativizar y desidolatrar todo este discurso sobre la unidad, que además ronda peligrosamente en torno al riesgo de la uniformidad.
Hablaríamos de lo sagrado con una mentalidad aún moderna, con una vocación analítica, deconstructiva, teñida de dualismo y abocada a la separación si no fuese por la conciencia de que tras la multiplicidad o ante ella, o en ella, late la unidad, lo único real que sostiene las manifestaciones infinitas. ¿Podrías hablarnos de la unicidad que mana del texto coránico y de cómo contempla la diversidad?
— Sabios han habido y han sido reconocidos entre los musulmanes, que han comentado cómo veían ellos la diversidad y la unicidad en el texto coránico. Cada una de esas maneras de verlo y de expresarlo puede ser una bendición para cada lector del Corán. Yo me siento incapaz de producir un texto más, esta vez en el vacío. Todo lo más que puedo hacer es ofrecer un par de ejemplos que me vengan a la mente, pero poniendo por delante que lo que pueda valer de lo que decimos es lo que le decimos a alguien concreto, y no la verborrea que podamos desplegar en la feria de "a ver quién la dice más grande".
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A mí me gusta el pasaje de "os hemos creado pueblos y tribus para que os conozcáis los unos a los otros", donde veo una bendición en la multiplicidad y en las diferencias como condición en la cual es posible el encuentro, gran necesidad material, afectiva e intelectiva de nuestra humanidad.
Y por otro lado me gusta cómo se resume en la azora 112 un tercio del Corán: el tercio de las relaciones entre el siervo y su Señor; junto a los otros dos tercios que no están ahí explícitamente: el tercio de las relaciones de cada siervo consigo mismo, y de los siervos unos con otros. Como también me gusta cómo el total de la existencia queda simbolizado por el texto coránico entero, y este se remite arquetípicamente a la Fâtiha, esta a su vez a la basmala, esta a su primera palabra con sus tres letras, esta a la primera letra, y esta al punto que tiene debajo. Este recipiente de una meditación sobre el conjunto de la existencia (como puede serlo también, por ejemplo, la azalá) es, como digo, una ocasión para retornar mediante el texto coránico al ámbito de la unidad. Pero recordando que nuestro concepto de unidad no es más que una metáfora, una imagen poética de una realidad que no se deja reducir a conceptos, aunque la podamos sentir en el fondo de nuestro ir siendo, dando tumbos, en cada alto del camino de nuestro existir.
Hablar de sociedad global puede resultar paradójico dado que el modelo de globalización predominante está destruyendo la memoria de los pueblos y las formas de relación social tradicionales. Con ellas desaparecen los vínculos que el ser humano ha ido tejiendo durante milenios no sólo con la Divinidad y con la naturaleza sino ahora con sus propios congéneres y tal vez por ello ya no se siente parte de una comunidad sino más bien un ser autónomo y aislado que no puede descansar de la alteridad, de la sensación de ‘objetividad’ que le producen su visión mecanicista y su materialismo existencial. Por otro lado, las nuevas tecnologías de la comunicación y la infor-
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mación están mediatizando intensamente las relaciones interpersonales y, en el mejor de los casos, podrían servir al propósito de restablecer ciertos vínculos que la visión dual moderna debilitó intensamente. ¿Qué riesgos y ventajas detectas en el uso de estas nuevas herramientas?
— Cualquier herramienta es producto de una visión proyectada sobre el mundo, pero al mismo tiempo todo cuanto existe es real en la medida en que manifiesta una posibilidad de existencia y responde a un arquetipo del cual es ilustración. Desde ese punto de vista toda circunstancia es ocasión para hacernos conscientes de los vínculos constitutivos de nuestra existencia. Si una herramienta es manifestación de las tendencias dispersantes y separadoras que han llevado a su confección, sin embargo la consciencia despierta a la unidad última del mundo en la medida en que es real no demoniza esa herramienta sino que la convierte en palanca e instrumento con el que se remite al origen único de todo. Todo momento y ocasión es un medio apropiado para reconocernos en el otro que participa de un diálogo de retorno a la unidad.
La herramienta tiene riesgos y ventajas en dependencia de la consciencia que guíe su utilización. Dicho lo cual, y como el ser humano está condicionado por unas circunstancias particulares, es cierto que la inmediatez de lo real se manifiesta con más fuerza y nitidez desde la cercanía de un contacto en el que la herramienta esté ausente o, por lo menos, revele su carácter de interposición con más claridad. Una herramienta que parezca no ser herramienta, que parezca no estar ahí, nos hace correr el riesgo añadido de caer en la falsa consciencia de no concebir nuestro auténtico sitio en la realidad.
Hace unos cuantos años, tuve el privilegio de editar tu ensayo sobre las Epístolas de los Hermanos de la Pureza. Su lectura me ha ayudado a descubrir no ya el humanismo islámico sino el humanismo a secas, universal y al servicio del ser humano, algo que hoy aparece desdibujado en
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un paisaje predominantemente tecnológico. En tu opinión ¿Cómo puede desarrollarse una cultura humanista en el marco de un desarrollo creciente de la tecnología?
— En primer lugar siento que conviene tener cuidado con el uso que hacemos de las palabras e intentar no caer en la red de los términos y los conceptos. Si caemos rehenes de las formas, si idolatramos el verbo humano, nos perdemos la ocasión de recibir la revelación del verbo divino. Digo esto porque el término "humanismo" se presta a usos diversos: unos nos reconcilian con la esencia común de las cosas, y otros nos dispersan en un mundo de caprichos destructivos.
Cuando usé el término de "humanismo islámico" quería hacer hincapié en que, en la esencia del islam, tenemos un proyecto de regeneración integral del ser humano que aspira a posibilitar la manifestación de sus potencialidades más específicas que lo convierten en una bendición para el universo.
La idea de proyecto implica en sí la necesidad de un desarrollo y crecimiento en circunstancias nuevas y cambiantes. Entre las circunstancias que vivimos se encuentra ese desarrollo creciente de la tecnología. Una humanización en ese sentido de regeneración no sólo es compatible con una educación que profundice en la esencia del ser humano como bendición para el universo, sino que será motor inagotable de un desvelo constante por proporcionar y desarrollar todos los medios que sean posibles para derramar un amor creativo a nuestro alrededor.
Se llame humanismo, se llame tecnología, se llame como se llame, la actitud que es conforme con la superación integradora del dualismo en la unidad pasa por la sensibilidad hacia las aspiraciones de todos y cada uno. La actitud que se corresponde con una visión de la unidad esencial de todos no es la actitud uniformadora del "café para todos" sino la actitud maternal del "aquí cabemos todos."
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Luis Carlos Aguilera
Luis Aguilera Ruiz es sacerdote carmelita descalzo. Licenciado en Teología, en la Especialidad de Espiritualidad, por la Universidad de Comillas, 2002. De 2002 a 2005 fue profesor del Instituto diocesano de Espiritualidad “San Juan de la Cruz” de Sevilla, impartiendo las materias: “La experiencia mística” y “Santa Teresa de Jesús, introducción a sus obras”. Ha asistido a varios encuentros y seminarios internacionales sobre la mística, entre ellos el Seminario Internacional “La Mística en el S. XXI” impartido por el Centro Internacional de Estudios Místicos de Ávila en el 2000. Ha colaborado con la revista “San Juan de la Cruz” con un par de artículos: “La Música Callada. El silencio como lugar teológico en san Juan de la Cruz” (2004) y “El desierto en san Juan de la Cruz” (2006). Actualmente es Prior de Las Ermitas de Córdoba y miembro del Carmelo Ecuménico e In-
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terreligioso. Es uno de los impulsores de los encuentros de oración interreligiosa “Mesa Unidad” que se celebran en la ciudad de Córdoba desde 2010.
Una de las características más notables de la cultura posmoderna está íntimamente vinculada con la necesidad que tiene el ser humano de recobrar lo sagrado como medio para alcanzar una visión y una conciencia unitarias, integradoras. La dualidad, la confrontación, la alteridad, todos los conceptos que han ido modelando la vida del hombre moderno han mostrado finalmente algunas consecuencias indeseables en forma de aislamiento, individualismo, desesperanza. De ahí la proliferación de iniciativas que tienen como objetivo la reunión de los diferentes, la restitución de los vínculos interpersonales, interculturales, interreligiosos, etc.
Tuve ocasión de conocer a Luis Carlos Aguilera, el ‘Padre Luis’, con motivo de una interesante iniciativa que tuvo lugar el pasado año en Córdoba, el proyecto “Mesa Unidad”, una propuesta de encuentro y oración comunitaria entre hombres y mujeres de diferente tradición religiosa. Cristianos, budistas, musulmanes, agnósticos espiritualistas, vedantas, etc, nos reunimos con cierta regularidad para compartir meditaciones, dikr, música y silencio.
Hemos hablado en más de una ocasión acerca de esa creciente necesidad que tiene el ser humano de nuestro tiempo de recobrar el sentimiento y la conciencia de unidad a través del encuentro interpersonal. También de la problemática que surge cuando desaparecen los vínculos que los seres humanos hemos ido tejiendo trabajosamente durante milenios no sólo con la Divinidad y con la naturaleza sino con nuestros propios congéneres. Tal vez el ser humano ya no se siente parte de una comunidad sino más bien un ser autónomo y aislado que no puede descansar de la sensación de alteridad, de ‘objetividad’, que le producen su visión mecanicista y su materialismo existencial.
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Hashim Cabrera ¿Crees viable una conciencia de unidad en nuestro tiempo, ahora que el ser humano casi ha olvidado sus vínculos, no sólo con lo trascendente, sino con la naturaleza y con sus semejantes?
— Luis Carlos Aguilera. Creo que el deseo de unidad es algo que late en el corazón de todo ser humano, y además está asociado al deseo de felicidad. El aislamiento destruye al ser humano (otra cosa son los periodos de retiro y soledad en los que uno renueva los vínculos más profundos con toda la realidad).
Gran parte del sufrimiento es debido a que nos hemos desconectado de nuestra dimensión más profunda, la espiritual, en la cual vivimos de manera natural la unidad de todas las cosas; en esa dimensión reina el amor. Al desconectarnos de ella hemos caído en el egoísmo y en el miedo, y así vivimos de una manera superficial sintiéndonos amenazados por todo. Pero persiste el deseo de ser amados, el deseo de ser felices… el deseo de la unidad. Por eso vuelve a surgir un despertar espiritual y hemos de aprovecharlo para construir un mundo mejor, un mundo que no se halle dominado por el interés si no por las relaciones de amor con todo lo que nos rodea.
Lo sagrado es, en un contexto tradicional, lo inconmensurable, lo invisible, las energías que modelan y mantienen la vida, las estaciones, la fertilidad, etc. El ser humano premoderno es una criatura que no ha perdido aún el vínculo con la naturaleza, que se siente naturaleza y que, a medida que ha ido organizando su vida con la racionalidad y con el lenguaje, se ha ido distanciando de la conciencia unitaria original. ¿Qué es, en tu opinión, lo sagrado para el hombre de hoy? — Yo entiendo que lo sagrado es precisamente esa conexión que tenemos con el Origen de toda la realidad, al que se le han dado muchos nombres. Ese Origen está continuamente presente porque, como se dice en la Biblia, “en él vivimos, nos movemos y existimos”, estamos siendo continuamente originados por el
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Amor. Esto hace que toda la realidad sea sagrada cuando la contemplamos en su verdadera profundidad. Este Origen de Amor es Absoluto y todo lo demás procede de él y por lo tanto es relativo a él, subsiste en él.
Cuando tenemos conciencia de nuestra conexión con él nos sentimos seguros, felices. La pérdida de esta conciencia nos vuelve inseguros, insatisfechos y nos buscamos sustitutos para compensar esa pérdida mediante los ídolos del poder, del placer y del poseer y eso es lo que acaba por convertirse de una manera práctica para nosotros en lo sagrado, “aquello de lo que pende tu corazón eso es tu Dios” decía Lutero. Buscamos la felicidad absoluta en cosas que son relativas y en eso consiste nuestro fracaso. Sin la conexión con el Origen no podemos gozar verdaderamente de la maravilla de todo lo que nos rodea, que siendo relativo nos manifiesta al Absoluto en esa unidad del Amor.
El necesario desarrollo de nuestra conciencia racional, objetiva, dual, nos desligó en parte de nuestra conciencia intuitiva, mística, unitaria. Deberíamos de armonizarlas ambas para funcionar de una manera holística y dar la talla del ser humano en su plenitud.
En nuestro tiempo, la proliferación de movimientos espiritualistas expresa con claridad la necesidad de retornar al ámbito de lo sagrado, de recobrar una experiencia trascendente en la vida cotidiana y actual del ser humano, con relación a sí mismo, a la naturaleza y a la realidad. Sin embargo, a menudo nos encontramos con hombres y mujeres que recorren una y otra vez las diferentes tradiciones de sabiduría, que cogen un poco de aquí y otro poco de allá y acaban en una especie de sincretismo, de ‘religiosidad a la carta’. ¿Por qué ocurre esto? ¿De dónde surge, en tu opinión, la resistencia a seguir una vía determinada? — Bueno, ya sabes, hay tantos caminos a Dios como hombres; así es que en principio conviene respetarlos todos, siempre y cuando no sean claramente perjudiciales para el hombre. Las
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grandes tradiciones son tesoros de sabiduría y experiencia que ayudan al hombre a su realización espiritual. En realidad el mayor problema para esta realización espiritual es el ego deformado del hombre; y la cuestión está en que cuando uno pica de aquí y de allá corre el peligro de que sea su ego el que construye el camino a “medida”, con lo cual dará vueltas y vueltas sin resolver la cuestión.
Si uno recorre una gran tradición con corazón y hasta el fondo, superará los posibles defectos de esta tradición y la profunda sabiduría que hay en ella se encargará de desarticular su ego; pero hay que perseverar hasta el fin. La cuestión sobre cuál es la tradición apropiada para cada uno es delicada, pues no podemos caer en el relativismo o en la casualidad; es una cuestión que no se puede resolver de una manera puramente lógica. Para que esto funcione ha de hacerse con corazón y de una manera total, lo cual significa que si de veras te sientes llamado a una tradición, la fe que te une a ella te llevará a considerarla como la más completa. Yo como cristiano que soy no puedo dejar de considerar desde mi fe que la plenitud del camino espiritual está en Cristo Jesús; pero claro, entiendo que un musulmán considere lo propio desde su fe, al igual que un budista o un advaíta; es necesario respetarse y al mismo tiempo ser fiel al propio camino sin dejar de considerar lo que en los otros caminos puede ayudarte a vivir el tuyo con mayor profundidad. En los encuentros que ha propiciado la Mesa Unidad hemos podido constatar hasta qué punto el encuentro y la oración comunitaria entre hombres y mujeres de diferente tradición religiosa es hoy una necesidad real y una elocuente expresión de nuestro tiempo. ¿Qué conclusiones has sacado de estos encuentros?
— Que la oración y la relación interpersonal (la amistad) son los mejores puntos de encuentro, y para un espiritual una cosa lleva a la otra. Nos hemos sentido muy a gusto con las meditaciones que hemos hecho, pero para mí la verificación de la autenticidad de esta oración está en la verdadera amistad que ha surgido
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entre nosotros: hemos compartido alegrías y penas, nos hemos comprometido los unos con los problemas de los otros y hemos mirado también a los problemas del mundo. Por supuesto que también ha habido tensiones, pero las hemos superado juntos y eso ha fortalecido nuestra amistad.
Quienes hemos tenido alguna experiencia en el ámbito del diálogo interreligioso sabemos lo difícil que resulta superar las barreras de las diferentes doctrinas, barreras teológicas que a menudo imposibilitan la consideración del otro como un igual. Sin embargo, cuando situamos el encuentro en el territorio de los fines y de los valores sí que encontramos puntos de encuentro y sentimientos de unidad. ¿No seria más fácil abandonar el ámbito de ‘lo religioso’ y plantear el encuentro y el diálogo desde otros presupuestos, quizás netamente espirituales?
— Resulta difícil abandonar completamente el ámbito de lo religioso cuando se parte de presupuestos espirituales, ya que la dimensión espiritual del hombre se expresa precisamente a través del ámbito de lo religioso. Podemos intuir y vivenciar la unidad que subyace en lo profundo de esa dimensión espiritual, pero a la hora de expresarla en un mundo múltiple va a dar lugar a diferentes formas de expresión, como ha sucedido con las religiones históricas; eso pienso que es inevitable, en el fondo somos uno, pero en la forma somos múltiples. Por eso pienso que ese intento de buscar una nueva espiritualidad al margen de las religiones al fin y al cabo acabaría por convertirse en otra nueva religión. Un amigo musulmán me comentó ese hadiz en el que le preguntan al Profeta el por qué de las diferentes religiones y le viene a contestar que esa es la voluntad de Allah. La espiritualidad siempre tomará forma en el mundo de las formas, lo cual es bueno. Eso no impide que respetando las diversas formas, incluso enriqueciéndonos con ellas podamos percibir, como los místicos, el fondo común que subyace a todas ellas y desde ahí sentirnos uno.
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Ciertamente si no nos enredamos en controversias teológicas (respetando cada cual las doctrinas del otro) y vamos a la experiencia de compartir oración y vida promoviendo aquellos valores que son comunes, sobre todo el amor, conseguiremos una mayor unidad entre nosotros y un bien para toda la sociedad.
Córdoba es una ciudad que ha ofertado insistentemente su pasado interreligioso e intercultural como un valor de cambio en el mercado contemporáneo de la cultura. Sin embargo, la realidad actual parece no responder del todo a esos ideales. ¿Crees que el imaginario juega en ello algún papel? ¿Dónde están, a tu juicio, las barreras que impiden o dificultan el reconocimiento?
— Yo creo que la casa no se empieza por el tejado. No podemos promover la unidad entrando en temas o lugares que desde el principio resultan polémicos. Es mejor empezar de una manera humilde y sin pretensiones, si de veras creemos en la oración ya se irán abriendo las puertas que tengan que abrirse. Tenemos una carga histórica de siglos de desconfianza y desgraciadamente hay todavía muchas personas que con sus comportamientos alimentan esa desconfianza. Hay que ir con cuidado y delicadeza.
Tampoco hay que caer en la idealización del pasado, es cierto que hubo una convivencia cultural e interreligiosa muy interesante y con cosas muy bonitas; pero también hubo problemas, violencia e intolerancia. Así que es mejor recoger las cosas buenas del pasado y aprender de sus errores para no volver a caer en ellos.
Eres Padre Superior y al mismo tiempo el miembro más joven de una comunidad de religiosos cristianos. ¿Qué opinan los padres mayores de esta comunidad y en general de la Orden sobre iniciativas de diálogo como la Mesa Unidad?
— Los frailes mayores ya han vivido muchas cosas y en general suelen tener una mente abierta (al haber tenido que adaptarse a muchas situaciones a lo largo de su vida). Este proyecto se ve
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con ilusión, porque además corresponde a la línea que está siguiendo la Iglesia Católica desde el Concilio Vaticano II; hace poco el Papa Benedicto XVI ha vuelto a celebrar en Asís un encuentro de oración interreligiosa por la paz. Eso si, recomiendan prudencia para no dar pasos en falso, lo cual es un buen consejo porque después arreglar las cosas cuesta más. Además de los encuentros de oración interreligiosa ¿Qué otras acciones podrían ayudarnos a un mayor conocimiento mutuo entre tradiciones?
— Pues además de lo dicho, sobre construir lazos de amistad en la vida diaria y de comprometerse conjuntamente en acciones sociales, creo que sería bueno dar a conocer en un clima de respeto las doctrinas de las diversas tradiciones, pero yendo sobre todo al sentido profundo que las inspira; porque a veces dos doctrinas diferentes que pertenecen a diversas tradiciones resulta que tienen un sentido profundo común. Conocernos, respetarnos, entendernos y buscar el espíritu común.
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Antonio Almansa Navegando por la red me encontré frente a un portal que me llamó poderosamente la atención, por su proximidad espaciotemporal y también por las afinidades y concomitancias que pude hallar con otras propuestas contemporáneas que tratan de encontrar vías de superación del ya viejo paradigma mecanicista, y que indagan tanto en la nueva ciencia como en las tradiciones de sabiduría. Propuestas que inciden en las idea de unidad, unicidad, integración, etc.
He tenido el gusto de participar también, como conferenciante, en el marco de ese proyecto de pensamiento, y así he podido constatar que Aletheia es lo que dice ser: un grupo de personas que se niegan a dejar de serlo y que, para lograrlo, “tratan de actuar, pensar y amar de tal manera que eviten que lo anterior suceda”. Marxismo utópico, cristianismo no institucionalizado, filosofías y tradiciones de sabiduría de oriente y occidente, aparecen tras el proyecto Aletheia con una vocación de diálogo, de
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síntesis, de superación de viejos paradigmas. Al plantearle, durante la entrevista, sobre la conveniencia de usar un perfil, Francisco Almansa dice:
“Creo que tanto para llegar a conocerse hasta donde esto sea posible, como para conocer a una persona, es necesario saber cuáles son las preguntas que realmente se plantea con seriedad; porque si es así, su vida misma tratará de ser una respuesta a las mismas.
Dos fueron las preguntas que más insistentemente se presentaron en mi juventud, porque a su vez surgieron de experiencias que yo denominaría como relativas a la perplejidad de ser. La primera fue tomar plena conciencia de ser, pues se puede vivir mucho tiempo sin percatarse de tal condición, y a su vez, y simultáneamente, percatarse del misterio de la propia identidad y de la maravilla de la conciencia. Y lo importante de tales preguntas, a mi parecer, es que no fueron inducidas desde el exterior, pues por aquél entonces la filosofía me era desconocida y el medio cultural en el que me desenvolvía no se preocupaba mucho por tales cuestiones; éstas fueron espontáneas, y de ahí el valor de la experiencia.
Por otra parte, mi primera formación fue técnica, y, por lo tanto, muy relacionada con ciertas ramas de la ciencia, lo que también me llevó a plantearme la pregunta sobre el misterio de la razón. Y por último, la experiencia vivida de la realidad cotidiana, tanto en el trabajo como en las relaciones familiares, sociales, etcétera, del difícil ajuste entre el ser y el deber ser. La filosofía fue para mí el fruto ya maduro de tales experiencias, pero afortunadamente, cuando accedí a su estudio, las distintas filosofías ya estaban en crisis; lo cual me facilitó la tarea de pensar por mí mismo.” Hashim Cabrera. En algún texto has llegado a decir: “…una de mis convicciones más firmes es que la desacralización del mundo constituye una de las causas fundamentales en orden a su fracaso. Sin embargo, el hablar
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sobre lo Sagrado, no cabe duda, constituye más que un reto, un peligro”. ¿Por qué supone un riesgo hablar de lo sagrado?
—Francisco Almansa. A mi entender, el hablar de lo sagrado es peligroso porque para lo Sagrado no existe un lenguaje universal, con lo que se corre el riesgo de verterlo en lenguajes que dejen en Él la impronta de aquello en relación a lo cual los mismos se estructuraron como tales. Es evidente que el lenguaje de la ciencia es uno de los menos adecuados para tal fin, pues ésta busca por principio en sus objetos aquello que los hace determinables y, por lo tanto, predecibles.
Sin embargo, el gran paso adelante de las grandes religiones, en relación al pensamiento mágico del hombre primitivo, es que postulan la existencia de una Realidad cuya relación con la misma no depende de la iniciativa humana, sino de dicha Realidad. Y precisamente, tanto en la ciencia como en la magia, la iniciativa puede partir perfectamente del hombre; estando ambas en posesión respectivamente de métodos y “técnicas” que le permiten interpelar a los objetos/sujetos con los cuales se relacionan. Digamos que dichas praxis son demasiado soberbias para captar la trascendencia de lo Sagrado, pues con Éste, como nos enseñan las religiones proféticas, se puede llegar a Pactos, siempre que la iniciativa parta de Él.
Se puede objetar, no obstante, que estas religiones han desarrollado lenguajes propios en relación a lo Sagrado; sin embargo, el núcleo central de los mismos lo constituye el símbolo, el cual es siempre un lenguaje frontera, que por lo mismo respeta lo que viene allende de la misma. En este sentido, se puede decir que los místicos de todas las religiones son también hombres de frontera, y por eso su lenguaje, cuando se refiere a lo Sagrado, está lleno de poesía; pues en ella, la palabra busca la síntesis que a primera vista parece imposible entre la Libertad y la Verdad. Pero, ¿no es acaso en lo Sagrado donde buscamos la unidad de ambas?
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Sin embargo, también hay que decir que el rico y fecundo lenguaje simbólico de las religiones adolece en la actualidad del poder de interpelación que en otros momentos históricos poseyó. Tales lenguajes parecen hoy oprimidos por gramáticas que los codifican excesivamente en unos casos, en otros lo someten al reduccionismo de la literalidad de los textos, y, por último, haciendo concesiones a los tiempos y compitiendo por el mercado de los fieles, acaban banalizando sus lenguajes, y con ello sus mensajes. Ahora bien, esto es lo que a nuestro entender constituye la enfermedad mortal de lo Sagrado: su banalización.
No obstante, creo que lo Sagrado se revela en la Palabra cuando el hombre, arrancándose del ruido ensordecedor de un mundo enloquecido, capta la trascendencia de ciertas palabras que hasta entonces habían sido usadas como se utiliza una herramienta cualquiera. En ese momento, por ejemplo, la palabra Amor ya no se puede poner junto a cualquiera otra palabra en un lenguaje que tiene su objeto más allá de sí mismo. No. En ese instante, la Palabra misma se hace Amor.
Sagrado y profano son conceptos que surgen de una experiencia y una conciencia duales. La idea de lo Sagrado que ofrece el pensamiento moderno trata de acotar parcelas de experiencia abiertas a la vida trascendente, junto a otras en las que lo trascendente está vedado en aras de lo pragmático, de lo materialmente objetivable y cuantificable. Esta polaridad, su naturaleza conceptual, ahonda precisamente en la desacralización, en la fragmentación y en la promoción de un ser humano desalmado, pero también ha propiciado, entre otras cosas, el auge de las tecnologías. Ahora vivimos en el contexto de una globalización que amenaza con llevar esa manera de pensar y de vivir hasta sus últimas consecuencias y que, al mismo tiempo, ofrece alternativas inéditas al pensamiento y a la creación. En el contexto de un modelo crecientemente tecnológico, ¿en qué ámbitos de la experiencia humana se manifiestan la idea y la experiencia de lo Sagrado?
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— Dices, en la segunda cuestión que propones, que “Sagrado y profano son conceptos que surgen de una experiencia y una conciencia duales”. Así como: “esta polaridad, su naturaleza conceptual, ahonda precisamente en la desacralización, en la fragmentación y en la promoción de un ser humano desalmado, pero también ha propiciado, entre otras cosas, el auge de las tecnologías”; y veo en estas frases que es en el dualismo donde se hacen radicar tanto el fracaso del hombre contemporáneo como, asimismo, algunos de sus más espectaculares éxitos, como es el hecho tecnológico. Sin embargo, y estando de acuerdo en que el dualismo significa vivir en el desgarro, creo que es importante verlo más como el producto de la clausura de un mundo en el que se revela una esterilidad absoluta tanto para alumbrar fines trascendentes como inmanentes. Para las religiones proféticas, este mundo era, o es, más un camino que un fin, pues éste último radicaba en el espacio sagrado de la trascendencia. Asimismo, el marxismo, el hijo secularizado de estas religiones, también columbró un fin en el seno mismo de la inmanencia de este mundo, al que llamó comunismo. El dualismo, pues, lo que para mí representa es la crisis del Fin.
Cuando la ciencia decretó la absoluta inmanencia del mundo, y la filosofía renunció a su fin absoluto, que es la búsqueda de la Verdad (Laplace y Nietzsche como dos máximos representantes de estas posiciones), se quiso certificar con ello la muerte de todo Fin. Sin embargo, quien perdió con dicha renuncia fue principalmente la filosofía, y con ella el pensamiento libre; pues sólo es libre el pensamiento que trasciende los límites de cualquier objeto, se afirma como uno, como una dimensión necesaria para la afirmación a su vez de la unidad integral del sujeto. Sin un pensamiento libre, tal y como lo hemos definido, el sujeto cae irremisiblemente en el dualismo de la obstinación –que no es sino una afirmación irracional de sí- y del deseo, que es la degradación del amor por una dependencia en relación a lo que no es. La «caída», pues, del pensamiento en el objeto, es lo que lo hace aparecer como de «naturaleza conceptual» a la polaridad del dua-
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lismo. No obstante, el concepto es, por su propia naturaleza, superador de lo polar, pues por él se obra el milagro de unificar lo múltiple, haciendo por ello posible singularizar sus diferencias. Gracias al concepto de instante, dos instantes pueden ser relacionados, y, por tanto, comparados; lo cual supone poner de manifiesto sus respectivas singularidades. Y cuando hablo del concepto, no lo hago en el sentido de autoobjetivación del mismo pensamiento, sino de su ser esencialmente relacionador ante todo aquello que no coincide plenamente consigo mismo. Es, en este sentido, plenitud de amor, pues sólo el amor procura unir sin violencia -o sea, respetando su diferencia real- lo que aparece como separado y, sin embargo, posee una esencia común. Pasando a la pregunta sobre «¿En qué ámbitos de la experiencia humana se manifiestan la idea y la experiencia de lo Sagrado?» en un contexto denominado como «modelo crecientemente tecnológico», creo que, en primer lugar, tendríamos que responder sobre el papel que juega dicho modelo en la forma como los hombres se relacionan entre sí y cuáles son las metas que en función del mismo se proponen. La tecnología no es sino un medio por el que pueden realizarse posibilidades exclusivamente pertenecientes a las esferas materia-energía y espacio-tiempo. Y cuando la clasificamos en la categoría de medio, lo que estamos diciendo es que es una forma de ser totalmente relativa, y, como tal, carente de fines propios.
En la tecnología, además, es donde se concilian perfectamente el absurdo y el determinismo, pues cualquier tecnología, sin la referencia externa por la cual fue concebida, aparece como un conjunto absurdo de relaciones; pero una vez desvelado el fin externo de las mismas, lo que rige entre ellas no es sino un plan determinista, y, por tanto, predecible, para alcanzar el objetivo propuesto.
Este modelo es el gran Leviatán de nuestro tiempo, pues, para el hombre, la Tecnología es el paradigma del poder y, en la confianza que en ella ha depositado, a ella se ha entregado sin la menor reserva. El modelo tecnológico significa, conforme a lo
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anterior, el triunfo casi absoluto de lo relativo, de lo que no posee un fin en sí mismo, y, por lo tanto, de lo que tampoco posee un valor en sí mismo. Es la eliminación de la comunión entre los hombres en relación a un fin común, que a la vez que los une pone en cada uno la responsabilidad de su consecución, interpelándolos de esta manera como hombres libres en la unidad del Fin. Y un fin sólo puede ser verdadero si nos interpela como hombres libres, a la vez que nos afirma en la comunión de nuestra unidad original.
Como lo Sagrado es el paradigma de lo que vale por Sí Mismo y de lo que constituye a su vez un Fin en Sí Mismo, el ámbito de lo Sagrado en el contexto del modelo tecnológico que ya se encuentra plenamente globalizado, hoy se halla, a mi parecer, como semilla en el corazón de multitud de seres humanos pertenecientes a todos los rincones de este mundo, a todas las confesiones religiosas, como, asimismo, al grupo de los no creyentes. Es la experiencia de poder mirarnos como hermanos que buscan vincularse entre sí, más allá de sus propias tradiciones históricas, conforme al sagrado proyecto de que cada hombre sea tratado como un valor en Sí Mismo, y nunca como un medio. ¿Es posible y deseable vivir más allá del pensamiento o junto a él? ¿Cómo podría el ser humano en ciernes acceder a una conciencia integrada e integradora, unitaria, solidaria, capaz de trascender ese pensamiento dual y mecanicista que nos ha legado la modernidad y que hoy por hoy ya no nos sirve?
— El pensamiento libre es la forma de conciencia que, por su poder de trascender la particularidad o la contingencia de los objetos, nos hermana como sujetos por la palabra. Como forma de conciencia que alcanza su plenitud, es, a su vez, una dimensión afirmadora de las otras formas de conciencia. El pensamiento libre, que es por tanto creador, busca la unidad entre lo subjetivo y lo subjetivo, que no es sino la unidad entre lo determinable y la libertad en la que ésta -la libertad- sea esencial-
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mente la ley de lo cuantificable. Es, por lo tanto, amor que concilia a los opuestos para alcanzar la armonía del ser. Un pensamiento dual se corresponde al verdadero pensamiento como el deseo se corresponde con el amor. Es la negación misma del pensamiento, pues su fin no es el hermanamiento como sujetos por la palabra, sino agruparnos bajo los imperativos de objetivos externos a nosotros mismos.
El pensamiento dual y mecanicista es el resultado de la identificación entre necesidad y razón, que el racionalismo metafísico y la modernidad establecieron como un dogma, con el fin de «liberar» al pensamiento de la «arbitrariedad» de los dogmas religiosos; pero con ello, si bien contribuyó al desarrollo de la Ciencia y de la Técnica, sin embargo, la dimensión espiritual del hombre fue desplazada y sustituida por un yo atomizado, que si bien fue el motor en el reconocimiento de los derechos individuales, y con ello la piedra angular del sistema democrático, este mismo yo, en su aislamiento radical, se autofagocitó hasta quedar reducido al fantasma que hoy compite por «ser», bajo el refugio de cualquier «nosotros». El «hombre sin identidad» de J.P. Sartre y de M. Foucault no son ya seres pensantes a la manera como Descartes aún concebía al hombre, sino que son seres que utilizan el pensamiento como se puede utilizar un bolígrafo. Yendo, por tanto, a la pregunta sobre si es deseable vivir más allá del pensamiento o junto a él, mi respuesta a la misma es que lo no deseable es vivir conforme a un yo para el cual todo es un medio. Un yo para el que ya nada posee un valor en sí mismo, porque él mismo se siente desvalorizado.
La modernidad no es, en esencia, sino la forma como el yo arrogante que surge del renacimiento y se afirma con el optimismo burgués del progreso, se piensa a sí mismo; y desde ese pensamiento de sí juzga el pasado, su presente, el porvenir, y marca con el orgullo que en su momento le caracterizó, los límites entre lo profano y lo Sagrado, con lo que la forma esencial de todo dualismo quedó institucionalizada.
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El hombre quiso diferenciarse radicalmente de lo Sagrado y le asignó a éste el lugar que a su parecer le correspondía. Y no sólo el pensamiento, siervo de ese yo arrogante, suscribió el dualismo que el yo había decretado, dándole legitimación mediante ideologías que significaban ipso facto la negación de su propia esencia -pues ¿qué se puede decir de un pensamiento que a sí mismo se autocalifica de ideología?: que no le queda más opción que hacerse instrumental-, sino que las instituciones de lo Sagrado acabaron por aceptar la versión más conservadora de ese hombre-yo, en una relación simbiótica entre ambos que les protegía de la erupción amenazante de ese nosotros plenamente secularizado que fue el proletariado; sujeto histórico que superó transitoriamente el individualismo burgués en tanto luchaba por su liberación.
La cuestión, por tanto, a mi entender, para acceder a la conciencia integrada e integradora, pasaría por una manera de concebir lo Sagrado -sin concesión alguna, por supuesto, para hacerlo más digerible- que sea también válida para el laicismo, haciéndole ver de paso sus propias carencias. La escisión radical entre la esfera de lo Sagrado y la secularización de la sociedad ha revelado un problema de primera magnitud sobre la cuestión de la legitimación del orden moral y las fuentes del mismo. El vacío que progresivamente ha ido dejando el repliegue de las religiones, en cuanto a legitimadoras del orden moral, ha sido en gran medida colmado por el relativismo; lo cual ha desencadenado una reacción violenta de afirmación por parte de numerosos grupos religiosos que, repudiando cualquier hermenéutica aplicada a los textos sagrados, se pretenden los legítimos intérpretes de los mismos. He aquí otra muestra del dualismo que amenaza la convivencia en paz entre diferentes sociedades y grupos humanos. Ambos -integristas y relativistas- son conscientes de lo irreconciliable de sus posiciones, porque, curiosamente, para ambos hay algo «sagrado» que defender, que con el triunfo del contrario se perdería irremisiblemente. Sin embargo, hay algo también
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que ambos tienen en común: y es que para ellos el ser humano no tiene nada de sagrado. De ahí que se le instrumentalice, se le explote, se le humille, se convierta en mercancía o en objetivo a eliminar. Muchos dirán que ellos no participan en tal hecatombe diabólica, pero sin compromiso activo no hay inocencia. Y es éste el punto donde deseaba arribar, pues si algo hay olvidado en este mundo, y la filosofía no es ajena a ello, es precisamente el tema de la Inocencia y su relación con lo Sagrado. Toda relación con lo Sagrado exige ante todo que, aun en el desconocimiento intelectual que de Él se tenga, nuestro ser entero responda con la transparencia y la mismidad que corresponden a la Mismidad y Transparencia desde la que se nos interpela. Son, por decirlo así, las galas que el hombre ha de vestir ante lo Sagrado. Porque lo Sagrado es la Ley que nos hace Presentes como Fines en Sí Mismos, y, como tales, hemos de hacernos Presentes. Pero esto es precisamente el Ser Inocente, presenciar al otro por sí mismo, como un Fin Original que no puede jamás ser utilizado como un medio. Y este presenciar no es un simple «verlo» por sí mismo, sino un actuar para que así sea. Esta inocencia activa, que dicho sea de paso es la única inocencia, es Ley de leyes; y por eso, una ley social en relación a la cual se nos juzga inocentes o no puede ella misma no ser inocente.
Decía que lo Sagrado es Transparencia, porque la transparencia es lo que nos permite ver, precisamente porque a ella no se le ve. Es la humildad de lo realmente grande. Como Transparencia perfecta es la que permite que nos presenciemos unos a otros por lo que realmente somos; y somos singularidades que buscan hacerse presentes. He aquí porqué llamo a lo Sagrado Inocencia Absoluta: porque nos afirma como singularidades, y su mediación es la que nos permite presenciarnos unos a otros como tales, y nunca como medios.
Un medio es lo que puede ser utilizado porque en su esencia está, precisamente, el no ser sí mismo; y justo por eso, nada tiene de Sagrado, que, como tal, es absoluta Mismidad. Sin embargo, la ley vigente en el mundo actual es la del medio (lo que
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en sí mismo nada es), por lo que aquello que no «sirve», o sea, actúa como medio, se le margina o simplemente se le aniquila con procedimientos más o menos sutiles.
¿Qué hacer? Pues que nuestra «inocencia» pasiva se convierta en activa y sea la ley de nuestro amor, de nuestro yo -sobre todo de éste- y de nuestro pensamiento; como, asimismo, se transforme en Ley de leyes, pues éstas sólo nos contemplan desde una homogeneidad instrumental que persigue que todo siga como está, tratando de regular los conflictos que, precisamente, surgen de hacer que todo siga como está. El desarrollo de las tecnologías parece abocarnos a una deshumanización irreversible. Sin embargo, en tus reflexiones aparece con insistencia la necesidad de los valores y su naturaleza consustancial a lo humano. ¿Cómo puede desarrollarse una cultura humanista en el marco de una concepción tecnológica y meramente instrumental de la existencia humana?
— El desarrollo de las tecnologías no es en sí misma, a mi parecer, la causa de la deshumanización en la que nuestro mundo se desliza, sino que dicha deshumanización es el síntoma que anuncia el fin de un modelo de relaciones humanas basado en la competencia como motor del progreso material. Las tecnologías son, por tanto, los medios por los que dicha competencia se hace más eficaz. Pero la competencia establecida como ley universal de la superación tanto de los individuos como de los grupos humanos, no es sino el mito que surge paralelamente con la desacralización del mundo occidental; pues perdida la referencia en relación a la cual cada uno se esforzaba en ser él mismo -ya que lo Sagrado interpela para hacernos presentes conforme a nuestra singularidad-, el ser uno mismo cuando no existe ese horizonte de referencia queda reducido a llegar a ser más que los otros «en algo». Por ese «algo» cada uno busca reconocerse como el que es; pero para ello es necesario que los otros sean menos que uno precisamente en ese «algo». Y cualquier «algo» sirve, siempre que los otros nos tomen como referente. Lo importante, cuando el refe-
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rente absoluto de nuestra identidad se ha perdido, y, por lo tanto, nos hemos convertido en unos desconocidos para nosotros mismos, es llegar a ser más que los otros en cualquier cosa. La identidad ha sido sustituida por la cantidad.
La competencia no es solamente la consecuencia de la desacralización del mundo, sino que además es el competidor más directo de lo Sagrado; pues éste es el que da el Sí para que seamos nosotros mismos, lo cual significa que nos valoriza para que nos valoricemos los unos a los otros, como, asimismo, valoricemos. O sea, demos, asimismo, nuestro «sí» como acto de gratuidad inherente a la vida cuando ésta se manifiesta en su plenitud. Pero en el competir se busca la desvalorización del otro, así como la desvalorización de todo aquello que no nos sirva para ser «más».
Es una vida, sencillamente, parasitaria de todo lo que posee valor real, pues explota y utiliza como un medio todo aquello que es un valor por Sí mismo. Incluso de lo Sagrado pretende sacar «algo», ya que frente a la franqueza de aquellos que en su momento lo negaron abiertamente, viéndolo como “el opio del pueblo”, el sistema de la competencia -considerándose, asimismo, como paradigma de la tolerancia, o sea, que tolera lo Sagrado-, se convierte en el árbitro absoluto de lo divino y lo humano. Y su técnica siempre es la misma: la desvalorización del ser real y de los fines que le son inherentes, paralelamente a la valorización de lo que no es nada en sí mismo: el medio (técnica, dinero, imagen, sueños, etc.).
Un proyecto de cultura humanista pasa necesariamente por poner lo que es auténticamente real, o lo que vale por sí mismo, como ley incondicional de todo aquello que simplemente es un medio, y que, por lo tanto, sólo sirve (y nunca ha de ser servido) para la realización de las posibilidades inherentes a lo real. Un proyecto humanista, por tanto, es una y la misma cosa que una valorización de lo que posee un valor en sí mismo. Y lo que posee, a su vez, un valor en sí mismo es todo lo que por sí
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mismo puede diferenciarse de lo que no es. De ahí que la vida, en sus más altas manifestaciones sobre todo, al ser esa realidad que se diferencia por sí misma de lo que no es afirmándose como lo que es, sea un modelo de valor en sí mismo.
Para nosotros, la conciencia es la forma esencial de la vida, que no la absoluta, por cuanto es la forma de la vida por la que ésta puede diferenciarse de lo que no es vida. Si la dignidad consiste en actuar conforme a lo que se es, entonces, sólo la vida, en tanto que conciencia, es con mayor razón acreedora de la dignidad, pues sólo en la medida que se es vida consciente puede llegar a diferenciarse netamente del ser que no posee la vida, y, como tal, actuar como aquello que se es. Por lo tanto, una cultura humanista es para nosotros aquélla en la que el ser humano, en su doble dimensión vital (conciencia-cuerpo), sea el patrón de toda otra realización. O lo que es lo mismo: que toda realización sea relativa a la afirmación de esta doble, y a su vez una, dimensión vital.
Lo anterior supone la negación de la competición para alcanzar un reconocimiento que implica a su vez la desvalorización de los otros; pues la esencia de la conciencia, en tanto que ésta se toma como modelo de sí misma, arrancándose de los espejismos que la alienan, es la de ser un patrón de valoración, por lo que el valor de toda realización viene dado en la medida que afirma más o menos a la conciencia en la unidad e integridad de sus tres dimensiones esenciales: - El Yo Inocente que nos afirma como fines en sí mismos.
- El Amor como gratuidad en su dar de sí para afirmar todo otro Sí.
- El pensamiento Libre que, a su vez, nos afirma como lo que somos en la comunidad unitaria de los fines comunes.
En cuanto al cuerpo, a diferencia del cuerpo animal, que es un cuerpo instrumental, el humano ha de ser el patrón universal de todo instrumento; por lo que todo medio instrumental, además del fin para el cual ha sido concebido, ha de ser también en su uso una fuente de realización de posibilidades para el propio cuerpo. EXPERIENCIAS DE LO SAGRADO MÁS ALLÁ DE LA DUALIDAD
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Lo anterior, traducido en otras palabras, quiere decir:
- Que toda realización ha de tener como fin la afirmación de la singularidad humana, tanto a nivel de género como de individuo.
- Que toda realización ha de poseer un valor en sí misma, por lo que su resultado no busca compensación alguna. Es pura gratuidad.
- Que toda realización no puede ser ajena a un fin comunitario, pues sólo por él adquiere sentido universal. - Que toda realización inherente a la afirmación del cuerpo propiamente dicho cumpla plenamente dicho fin; a la vez que el sentido de dicha afirmación se incardine en el marco de las realizaciones anteriores.
A nuestro alcance sólo está, por el momento, el lado espiritual de dichas realizaciones, que como todo lo espiritual, en su expansión exige una doble transparencia: por un lado, la transparencia interior o de aclaración de los auténticos motivos que guían nuestra acción, para lo cual es necesario saber hasta qué punto somos inocentes activos, si nuestros actos de afirmación de los otros son gratuitos, y si nuestros fines realmente se adecuan a conseguir una comunidad humana que funde su unidad en la afirmación de las diferencias reales del ser. La otra transparencia, o la exterior, no puede ser otra que la del testimonio público de la transparencia interior en realizaciones concretas, hasta donde nuestras posibilidades materiales lo permitan.
En otro lugar de tu página leo: «el capitalismo, como sistema económico-social en el que el medio es lo absoluto, es aquél en el que la nada se ha “encarnado” plenamente. … Por lo tanto, y en relación con lo anterior, el retorno al ser, depurado de sus excrecencias pasadas, implica la subversión más radical de los antivalores de este sistema social». Esta afirmación, sin más, puede hacernos regresar a Sartre, a cierto existencialismo. ¿Qué significa para ti retornar al ser? ¿Cómo puede lograrse?
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— Sartre es el filósofo de la nada, pues del ser, según él, nada se puede decir, sino que «es»; por lo tanto, es en el espacio vacío de la nada, y siempre en referencia a ese ser cerrado sobre sí mismo, donde se desarrolla el drama humano de la existencia. Y ésta es pura contingencia y punto de partida de cada conciencia, a la que Sartre llama «para sí».
La radical contingencia, pues, del «para sí», es la que hace que éste, en la experiencia de la náusea (que es para el filósofo francés la experiencia inmediata de la conciencia de ser pura libertad), busque en el ser en sí -del que nada se sabe, recuérdese, sino que «es»- el punto de apoyo para poder ser a su vez. Esta síntesis imposible que el para sí se propone entre su «libertad», radicalmente absurda, y el ser sin sentido, puesto que es un ser absolutamente mudo, es el «proyecto». La consecuencia de todo esto es que todo proyecto está abocado al fracaso, y que en el fondo es indiferente para la conciencia la naturaleza del proyecto elegido. Se puede «elegir» ser ladrón, mártir, dirigente de un pueblo, o cualquier otra cosa, pero como siempre es una «elección» de ser, el proyecto no es sino un acto de funambulismo entre el ser y la nada.
Cuando digo, por tanto, que en el capitalismo la nada se ha encarnado plenamente, lo que quiero decir es que el «medio», o aquello que por sí mismo nada es, es el alfa y omega de este sistema. Como todos sabemos, el dinero nada es en sí mismo, aunque posea, eso sí, cada vez menos, una base material: papel, metales, tarjetas de crédito, o hasta una simple anotación contable. Lo mismo sucede con cualquier otro medio, que, por muy importante que nos parezca, siempre remite a un fin humano. La tragedia de este sistema es que de los medios ha hecho fines absolutos, y los seres humanos nos hemos metamorfoseado en medios para conseguirlos.
La competencia, como ya expliqué en la respuesta anterior, resultante de la desacralización del mundo, y su corolario de desvalorización metafísica del ser humano, es la que, en un proceso que se ha hecho autónomo en relación a cualquier voluntad, ha
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erigido el medio en tótem absoluto, que rige como el hado de los antiguos nuestro destino. Sin embargo, en tal tótem no habita el espíritu de ningún animal, sino la simple nada.
Volviendo a Sartre, aunque éste se declaró anticapitalista y luchó contra el sistema tanto a nivel técnico como al nivel de la praxis, su tragedia consistió en que le proporcionó al capitalismo argumentos filosóficos que legitimaban el radical nihilismo que es propio de este sistema. Pues, como vemos, éste lo “tolera todo” siempre que dé beneficios.
En cuanto a las “excrecencias del ser”, me refiero a las diferencias incompatibles que lo Sagrado muestra en las distintas tradiciones debido al hecho inevitable para el hombre histórico de no separar suficientemente el grano de la paja. Los intereses temporales de los grupos humanos en la historia son confundidos, frecuentemente, con fines intemporales; por lo que, como todo lo supuestamente intemporal, ha tenido que recibir la sanción de lo Sagrado.
Retornar al Ser no es, por tanto, sino retornar a la transparencia del Origen, por la que nos podamos presenciar como lo que somos. Ahora bien, como ya he comentado en otras respuestas, esta transparencia sólo se alcanza afirmándonos como lo que realmente somos. Para lo cual es necesario renunciar a esos falsos yoes colectivos que hacen percibir al yo personal como extraños, y hasta menos humanos, a los otros «nosotros mismos»; pues esto da siempre pie para la utilización de esos otros. Y esos falsos yoes colectivos por los cuales intentamos reconocernos como «lo que somos» en todas las diferencias y en todos los cambios, se disocian internamente en la medida que no existen otros a los cuales estigmatizar; con lo que también la inhumanidad de los otros aparece como una gangrena entre «nosotros».
Un diálogo que busque la auténtica aproximación a los otros pasa inevitablemente por un examen sincero de conciencia de nosotros mismos. La globalización, pese a todos los peligros, sufrimientos y retos que plantea, podríamos decir que, de alguna
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manera, también ha sido mediada por lo Sagrado, pues nos ha aproximado unos a otros lo bastante como para disipar tanto los mitos como los prejuicios con que nuestras respectivas tradiciones nos han hecho vernos y «no vernos» a la vez. Descubrimos, por tanto, que sólo hay un Hombre, y que nuestro fin es llegar a la meta de nuestra plena humanización; que a la postre coincide con el retorno a la Inocencia del Ser. El proyecto de pensamiento que ofreces en tu portal aparece bajo la denominación genérica de “Afirmacionismo o Teoría de lo Uno”. Entre los argumentos aparecen citas de los Vedas, concretamente de sus doctrinas de no dualidad. En otros contextos se denomina unitarismo a esta manera de pensar. ¿Qué elementos diferenciadores o novedosos tiene tu proyecto con relación a otras formas históricas (teístas o no) unitarias de pensamiento?
— El elemento diferencial del Afirmacionismo, en relación a otras formas históricas unitarias de pensamiento, está en su mismo punto de partida, pues a nuestro entender, dichas formas, en su radical reducción de la diferencia a la identidad, han desvalorizado en exceso las manifestaciones temporales del Ser. Cuando en ellas, de una o de otra manera, se hace de Lo Uno la ley absoluta, como por otra parte debe ser, el Ser y el no ser quedan absorbidos en una indiferenciación tal que inadvertidamente se le abre una puerta trasera al dualismo que se pretendía expulsar, siendo la consecuencia más llamativas de lo que podríamos denominar como «efecto de congelación de las diferencias». Se busca, tras el fluir del tiempo, la esencia del Ser en la Identidad, pero, en la inmanencia de este mundo, tal Identidad queda reducida al intento de congelar lo que no es sino un corte sincrónico en el tiempo de una sociedad puramente histórica. Es el caso de la sociedad de castas en la India.
Cuando lo relativo se afirma como igual a sí mismo, más allá de todo devenir histórico, sus diferencias adquieren, progresivamente, la rigidez de lo inorgánico, y con ello necesariamente la vida deja de fluir, que es precisamente (el fluir de la vida) lo que
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una visión unitaria del Ser debe de explicar; porque la vida ama tanto la diferencia del Ser, como asimismo su Identidad.
El Afirmacionismo, pues, parte, como no puede ser de otra manera para una teoría de lo Uno, de la Identidad, que es tanto ontológica como lógicamente lo primero. Lo Uno, en tanto que tal, es el principio de Identidad de todo ser; de igual manera que en lógica, sin tal principio, toda su estructura se derrumbaría. A partir de aquí, la ley de la autodiferenciación de Lo Uno coincide tanto con la lógica dialéctica como con la lógica formal, pues éstas no son sino las formas universales de la diferenciación siempre-ya-realizada de Lo Uno. Cuando hablamos de la Identidad absoluta de Lo Uno, parece que no quede más que el silencio; sin embargo, si la Identidad de Lo Uno es absoluta, significa que su afirmación, lógicamente absoluta, es asimismo la negación absoluta de lo que Él no es. Vemos cómo la más pura Identidad implica ya la negación. Y es aquí donde, a nuestro parecer, se da el error lógico-dialéctico de otras formas unitarias de pensamiento.
Si Lo Uno es Todo, lo negado por Lo Uno es «nada» o ausencia absoluta de Ser. Algo que, desgraciadamente, se confunde con frecuencia con el espacio «vacío», que, como se sabe desde la Mecánica Cuántica, no está tan vacío; pero, aunque así fuese, al espacio le es inherente la diferencia, ya que, al ser extensión, el aquí no es el allí. Por tanto, lo negado por lo Uno no es espacio, sino «ausencia» sin más; y como tal sin diferencia.
La confusión surge cuando hablamos de su contrario, que como Identidad absoluta tampoco posee diferencia alguna; y, como tal, es completamente indeterminada, y por lo tanto: Nada. Aunque esta vez estemos, a diferencia de la nada como ausencia absoluta, frente al Presente absoluto de todo ser. Pero como Identidad absoluta que este Presente es, es necesariamente «Diferencia absoluta» de lo que no es; y lo que no es, es la nada como ausencia. Si la nada es la muerte, la Nada es el Origen o fuente absoluta de toda Vida, pues es un autoidentificarse in-
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condicional por el cual se diferencia absolutamente de lo que no es: la nada, en tanto que ausencia.
Esta diferenciación entre nada y Nada, expuesta de esta manera tan sumaria, es también la diferencia original entre el Afirmacionismo y los otros pensamientos de Lo Uno. De la dialéctica de esta diferenciación se llega a un concepto de Verdad que rompe con la idea de la misma que de ella, frecuentemente, se tiene, al considerársela como un límite para la libertad, pues en el Afirmacionismo la Verdad es la forma como la Libertad absoluta de Lo Uno se autoobjetiva para servirse a sí misma de Ley.
Se puede decir, por tanto, que el Afirmacionismo es la teoría que partiendo de la Identidad absoluta, en su diferenciación de la nada llega a la Verdad como Singularidad, que no impone, sino que inspira, para que la Libertad de cada uno -que no es, a su vez, sino la afirmación de su singularidad, mediante la realización de las posibilidades que le son inherentes- se realice, a su vez, en comunión con la realización de la libertad de todos.
Se puede pensar que este pensamiento no es sino una versión adaptada de la filosofía de Hegel, por eso de «la Verdad al gusto de los tiempos». Sin embargo, para nosotros, la filosofía hegeliana es la forma como el Yo se piensa a sí mismo como Fin absoluto de todo devenir. Aunque Hegel, en su introducción a La Lógica, nos dice que el pensamiento es lo infinito, resulta que en el despliegue de la Idea, en su autoobjetivación, vemos, en La Fenomenología del Espíritu, como el Fin es un Yo que es un Nosotros, y un Nosotros que es un Yo. Es un pensamiento de autolegitimación de un Yo/Nosotros que cree haber alcanzado su culminación, pero que en realidad no es sino el canto del cisne del mismo.
Tampoco se trata desde el Afirmacionismo, como desde algunas filosofías orientales se pretende, de la negación del Yo para alcanzar la fusión con Lo Absoluto; pues Lo Absoluto se ama como Diferencia, así como la Diferencia, en la medida que puede
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justamente diferenciarse de lo que no es afirmándose como lo que es, ama la Identidad. De ahí que, en nuestro concepto de Verdad -algo que nos es imposible exponer aquí-, cuando se ama a ésta, se ame simultáneamente tanto a la Diferencia como a la Identidad.
El modelo de globalización hoy dominante implica una forma de vida que tiende a homogeneizar las prácticas culturales y las identidades, y se vislumbra como un proceso de aculturación irreversible pues muestra una capacidad sorprendente para neutralizar cualquier disidencia y homologar u homogeneizar cualquier diferencia. ¿Implica esa globalización alguna forma de sociedad o comunidad cuando el ser humano casi ha olvidado sus vínculos no sólo con lo sagrado sino con la naturaleza y con sus semejantes? ¿Cómo podría revertirse esa tendencia?
— Efectivamente, el modelo de globalización capitalista tiene un poder que diríamos casi hipnótico para neutralizar disidencias y hacer que la diferencia quede esencialmente vacía de contenido. La cuestión estriba, a mi parecer, en que la disidencia ha sido institucionalizada, y, por tanto, se le permite «competir» con otros sujetos sociales…, que es justamente asumir la ley por la cual este orden se perpetúa, y, a su vez, pretende legitimarse; puesto que negar la competencia como ley de relación humana significaría para los guardianes del mismo, así como para una opinión muy trabajada ya al respecto, albergar pretensiones totalitarias. De esta manera, han surgido unos nuevos tipos de híbridos sociales, a los que podríamos catalogar de disidentes adaptados, rebeldes acomodados o transgresores con reconocimiento social, pensadores deconstructores, y así un largo etcétera. Lo que lleva a toda esta mixtificación de identidades es la general aceptación de la ley suprema de este modelo: la de que la legítima competencia es el motor de todo progreso, y que el triunfo del vencedor merece una recompensa. Sin embargo, lo que rige la competencia es la falta, y no el Ser. Sólo se compite por aquello que nos falta (alimentos, dinero, reconocimiento social o paternal, trabajo, etc.); pues en tanto que EXPERIENCIAS DE LO SAGRADO MÁS ALLÁ DE LA DUALIDAD
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no «experimentamos» falta alguna, no nos precipitamos tampoco a competir para alcanzar lo que tenemos o lo que somos. Cuando la falta es objetiva, como sucede con el alimento o el trabajo, la consecución de tales metas no rompe con frecuencia la solidaridad con los perdedores. No sucede así, por el contrario, cuando la competencia hunde sus raíces en una falta subjetiva o espiritual; pues entonces significa una ruptura de la solidaridad humana, así como una negación querida, relativa o total, de la Mismidad de los otros, que forma parte indisociable del éxito. Pero es que además del triunfo que supone la desvalorización de los otros (los vencidos), se considera de justicia una recompensa externa a la misma realización «exitosa».
La esencia, pues, de este competir, consiste en limitar al otro en relación a maximizar la afirmación propia. Se necesita, por tanto, a los otros, porque sólo por su desvalorización se puede alcanzar mayor grado de autovaloración. Vemos cómo la competencia es una relación de valorización y desvalorización simultáneas, de manera semejante a como sucede en el proceso de explotación del trabajo analizado por Marx; pues, en éste, una parte del valor que el trabajador transfiere a las mercancías se lo apropia el capitalista. Con lo que en la medida que alguien o algo ha sido despojado de parte de su valor, y, por tanto, desvalorizado, alguien o algo a su vez recibe dicho valor.
Ahora bien, ¿qué significa desvalorizar? Para responder a esta pregunta, antes es necesario saber en qué consiste valorizar. Cuando afirmamos la identidad de algo o de alguien por sí misma, estamos valorizando ese algo o ese alguien. En relación con una de las respuestas anteriores, se verá que la valorización es la actitud espontánea de lo que llamamos «inocencia activa». Se colige entonces que el sistema de competencia universal, que es el capitalismo global, es en sí mismo la más radical negación de la inocencia. Asimismo, afirmar la identidad por sí misma consiste a su vez en afirmarla por su singularidad, por aquello que la distingue positivamente de las demás. En este sentido podríamos decir
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que la competencia, como ley reguladora social, es necesariamente la ley que afirma la vulgaridad; y que, por lo tanto, asfixia lo singular en cualquiera de sus manifestaciones. He aquí la paradoja del individualismo exacerbado del capitalismo: la creación del hombre masa. Este hombre al que la publicidad le reclama que sea él mismo comprando un producto que está pensado para que lo compren millones de personas más.
Cuando mediante la competencia se nos desvaloriza o nos desvalorizamos, nos volvemos «otro más»; o sea, se da una diferencia indiferente entre unos u otros. Esto es lo que constituye un proceso de degradación del Ser y, por tanto, de nihilización. En tanto que somos más o menos indiferentes, como objetos de desvalorización, se nos reduce a la nada; mientras que al ser valorizados se nos aparta de ella en la medida que se nos ve por nosotros mismos o por nuestra singularidad.
En cualquier pensamiento que afirme que todo es Uno, así como en toda fe que vea en lo Sagrado la fuente Absoluta de todo valor, si no quiere introducir el dualismo en el núcleo mismo de su cuerpo teórico o doctrinal, habría de rechazar la competencia como ley reguladora de las relaciones entre los hombres; pues Lo Uno es obvio que con nada compite, y en la medida que Lo Uno es el Presente en todos y de todos, competir significa negar en nosotros mismos y en los otros la singularidad inherente a la propia afirmación de Lo Uno como Único.
La negación del dualismo es una y la misma cosa que la negación del competir, pues en todo dualismo la afirmación de una parte significa necesariamente la negación de la otra; pero esto es justo lo que sucede cuando se compite. Y si Uno es concebido inmediatamente como negación de lo que Él no es, a su diferenciación le es inherente de forma necesaria afirmarse como lo que Él es; o sea, diferenciarse de lo dual. Pero sólo en la medida que diferenciarse es singularizarse se cumple tal condición; pues lo singular no compite con lo singular, sino que, en el marco de Lo Uno, lo afirma.
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Resumiendo: La diferenciación de Lo Uno, en tanto que Éste es la negación misma del dualismo, ha de ser tal, que la afirmación de la Singularidad de cada diferencia es inherente a la afirmación de la Singularidad de las otras diferencias.
En cuanto a cómo revertir la tendencia homogeneizadora de un mundo dominado por la competencia, no puede ser otra, a mi entender, que salir del círculo infernal de la competencia; lo cual no significa, ni mucho menos, el no actuar, conforme prescriben algunas interpretaciones del Taoísmo, la filosofía Zen o el Budismo, sino actuar conforme a lo que somos realmente en su plenitud. Cuando esto sucede, el actuar cambia cualitativamente a cuando competimos, ya que la realización posee un valor por sí misma, y, por lo tanto, nada se pide a cambio. Es un actuar que no «actúa» sobre su objeto, en el sentido de que lo fuerce de una u otra manera, sino que se revela como valorización gratuita, por cuanto su relación con el mismo es conforme a la afirmación de la singularidad de ambas partes.
El peligro de la no acción, según las interpretaciones a las que aludimos anteriormente, es, a nuestro entender, el que introduce un dualismo entre el mundo del Espíritu, de lo Sagrado, etcétera, y el mundo profano de la política, la economía o la ciencia. Pues el primero es concebido de tal manera que necesariamente desvaloriza al segundo. Ahora bien, lo Sagrado o lo Espiritual no compite con lo profano; su fin último es, a nuestro parecer, su plena reconciliación valorativa con éste. Asimismo, el peligro de los «activistas» es que fían demasiado en los medios para alcanzar los objetivos que se proponen, y de esa manera se olvidan, o no ven, que ese es precisamente el pecado capital de este sistema: su fe absoluta en los medios. Aquí no vale el tratar de vencerlo con sus propias armas, sino de actuar como Alejandro frente al nudo gordiano; pues como los medios no poseen valor por sí mismos, confiar en ellos para arreglar lo humano, que es lo que vale por sí mismo, es degradarlo a la condición de objeto. Por último, la homogeneización de cualquier diferencia, a la que haces alusión en tu pregunta, por parte del sistema, no es sín-
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toma de vitalidad, sino de muerte. Por lo tanto, la tendencia es irreversible, pero, a su vez, otra tendencia también irreversible está surgiendo: la de aquellos que buscan una nueva alianza por la gratuidad y por la transparencia de nuestras relaciones. ¿Acaso no es así la relación que lo Sagrado mantiene consigo mismo?
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una vía de autoconocimiento
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Esteban Díaz
Más allá del diálogo: Lenguaje y autoconocimiento Esteban Díaz, (Cardeña -Córdoba- 1952) es profesor de Lengua y literatura españolas. La edición de su obra poética se inicia en 1981, año en el que publica Qibab (Ediciones Demófilo) Le siguen La soledad de Asterión, 1995, y Regreso a Córdoba (El alma, el río) en 2001. En 1996 se instala en el Sur de India, cuya tradición de sabiduría permeará su vida y su obra, representando éstas un puente entre Oriente y Occidente con el que el poeta diseña una fértil complementariedad de sus culturas y de sus valores, cuya integración y síntesis sería un argumento firme en la construcción de un mundo fraternal, integrador y universalista, justo y cooperativo, con el fin de lograr definitivamente la armonía y la paz entre los pueblos de la Tierra. La obra inédita desde1995 ha sido publicada por Tiger Moon Productions, Bangalore. India. Entre sus trabajos en prosa publicados en esta editorial destacan El sabor de ser y Sebastián Alba: La extinción del fuego de la mente.
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Hashim Cabrera. Querido amigo Esteban: He llegado a vislumbrar unas palabras que quieren ser una reflexión compartida desde ese no lugar donde precisamente la palabra se torna incapaz de servir a su más noble y elevado propósito. Hemos hablado largamente sobre la certeza de poder vivir una experiencia de lo real, de la experiencia de unicidad con lo real, y también de la necesidad de utilizar el lenguaje que nos permita compartirla, pero ¿cómo podríamos hablar de la Única Realidad sin traicionarla?
Esteban Díaz. 1. No es que el lenguaje no sea capaz de acercarnos a Dios, Realidad Única. El lenguaje es un instrumento hermosamente único del que dispone el hombre para “saber” acerca de la Verdad. De lo que es incapaz el lenguaje es de proporcionar al hombre la “experiencia directa” de la Realidad. No tiene el hombre otro instrumento para acercarse a la idea de lo que en verdad es y comprender que lo que es no es diferente de Dios. El hombre en verdad que es la Realidad Única, lo Supremo Absoluto. Y esto lo sabrá por el lenguaje, que es la materialización del pensamiento. Por el pensamiento-lenguaje el hombre obtendrá sucesivas aproximaciones a la Realidad Suprema en un proceso que la tradiciones de sabiduría llaman “místico” o “vía de autoconocimiento” o “camino de interiorización”.
En sus primeras etapas precisará el buscador sincero del pensamiento-lenguaje para indagar acerca de la Verdad. Se trata de un camino metalógico, en el que el lenguaje, guiado por la razón rectamente conducida, le ayudará a que la comprensión sobre la Verdad sea más nítida y “comprensible” en cada paso dado. Y por el lenguaje podrá describir esos balbuceos que barruntan ya tan extraordinaria “visión” de lo Divino Inefable. Luego vendrán otros pasos que le conducirán a alcanzar tan anhelada Realidad Única, siempre en vuelo de altura (vías contemplativa y unitiva). Pero sólo cuando Ella, la Realidad, se le revele en el corazón como “Yo Soy tú; tú eres Yo” conocerá el hombre que ha llegado al final del camino. Entonces se sabrá y se experimentará a sí mismo como lo Supremo Absoluto.
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2. Pero si el lenguaje al comienzo es el compañero heroico que camina una veces por delante, otras al lado, también en otras tantas secundando al anheloso aspirante abriéndole el camino en el descubrimiento de la Verdad, en etapas sucesivas el lenguaje seguirá necesariamente a la práctica espiritual que le conducirá a conocer que él, el aspirante, el buscador sincero, es la Realidad misma que buscaba y anhelaba. El lenguaje reflejará entonces el despertar espiritual que revela la profundidad de lo Supremo latente en el interior de cada hombre. Sin duda, tras la experiencia del despertar espiritual, surgirá un lenguaje (aproximado) de esa experiencia espiritual, que es absolutamente necesaria, con el que describirá lo Inefable y lo habitará en su momento. 3. “Primero palabras, luego silencio”, decía Ramana Maharshi.
Primero el pensamiento-lenguaje. Sólo reflexionando a través del lenguaje el hombre puede saber de sí mismo. Esta es una etapa metalógica, que acompaña al hombre en su necesaria incursión hacia lo interno, en un camino de autoconocimiento (o de interiorización o de autoindagación), si en verdad quiere conocer la Realidad y habitar conscientemente en ella. El lenguaje se hace urgente y necesario en esta primera etapa. El lenguaje mismo se ofrece al aspirante, o siendo más precisos aún: es la práctica espiritual que le proporciona al buscador las herramientas que necesita en la comprensión del alcance de su aventura espiritual.
Luego silencio. Pero cuando la incursión raya los espacios de la “morada interior” el lenguaje ya no será válido, se hace improductivo. Aparece la comprensión honda, intuitiva, espontánea, sin conceptos, de forma natural y sin esfuerzo, pues es éste ámbito no conceptual, y el aspirante tendrá vislumbres profundas, visiones nítidas de lo Inefable que habita en su interior. Sabrá que lo que buscaba, Dios, es su Morador interno, su Realidad íntima, su verdadera esencia. Es la etapa de la contemplación que prepara el camino a la meditativa unicidad.
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4. En verdad que el conocimiento de la Verdad o Realidad Única es un proceso místico, descrito en todas las tradiciones de sabiduría. Si primero necesitó el aspirante usar el pensamiento-lenguaje para comprender qué cosa es (primero palabras), etapa que le proporciona la suficiente y necesaria concentración mental para poder “atender”, sin concesiones al mundo, que ya queda atrás, porque la atención del aspirante sólo reposa en Dios, la Suprema y Única Realidad, para que nada le disturbe la visión de tan próxima ya Realidad, despejado entonces el camino, podrá acceder a la absorción contemplativa y gozosa de lo Divino, por la que sabrá ahora que es Él, Dios, lo Supremo Absoluto, su Morador Interno. Ya no buscará afuera. Sabe que su Interno es lo Supremo Inefable, por lo que se apartará de los pensamientos y de las palabras (el mundo aprehendido por la razón concreta y abstracta) para entrar en la quietud contemplativa, donde las palabras son improductivas, innecesarias, en todo punto inútiles.
Es la etapa que los místicos describen como la de los galanteos y “favores” de Dios, el Amado, con lo que Él, el Único y Todopoderoso, se “regala” al alma individual. En esta etapa contemplativa el hombre comienza a saber de forma inequívoca que él y Dios son la misma cosa, que no hay diferencias, que la Unidad con Dios está tan cerca que no hay espacio que los separe. Tan intensa y gozosa es la atención del aspirante en lo Divino en esta etapa que lo Divino lo absorbe y lo hace suyo, dándole a conocer que los dos son la misma Realidad, que sólo el Uno es la Única Existencia, Suprema y Única Realidad: “Yo soy tú; tú eres Yo”. Esta última etapa mística de unicidad con la Realidad Inefable permite al buscador saber que nunca estuvo separado, que nunca dejó de ser tan Inefable Realidad Única.
5. ¿Podrá describirse con claridad, ahora, lo que la Realidad es, aun cuando las palabras nunca podrán definir esa Inefable Realidad Única? El lenguaje nunca es un obstáculo para describir la Realidad, agotado siempre en el concepto, pues sólo nombra y representa el objeto referido. Pero esta naturaleza representa-
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tiva del lenguaje no tiene por qué traicionar la Realidad. Hace su trabajo como instrumento con el que referimos la realidad objetiva, y en el caso que tratamos es un hermoso útil mediante el cual podemos los seres humanos acercarnos a lo Inefable, comprenderlo, rozarlo, aunque no realizarlo. Es un necesario y útil instrumento para acceder al ámbito de lo Divino y aventurarnos luego a la experiencia de la “Visión” última y definitiva. El obstáculo, la traición, reside en quienes hablan de la Realidad sólo cuando su experiencia sobre Ella es libresca, externa, de oídas. Ni siquiera han obtenido ese sabor y esa fragancia con la que el alma se retoza en el lecho de amor del Amado. Generalmente los libros o los maestros que hablan de Dios sin la experiencia directa de Dios estimulan la mente de los lectores o receptores a “rumiar” acerca de los atributos de Dios, embotando sus mentes de conceptos, ampliando el campo de experiencia intelectual personal.
Dios es no-concepto. La práctica espiritual conducirá al aspirante, por la fructificación del conocimiento adquirido, al silencio, que es “verdadero conocimiento”, ámbito de la contemplación y absorción meditativa en lo Supremo Absoluto que reside en el corazón de cada ser humano. ¿Cómo puede decir el hombre que ha “conocido” a Dios mediante el concepto? Sólo quien ha conocido a Dios por Dios mismo (Ibn Arabí: “He conocido a mi Señor por mi Señor”) conoce a Dios, pues se ha conocido a sí mismo en Dios, y puede entonces acercar lo Inefable al anheloso buscador, no con excesivas palabras, sino con certeras indicaciones que le faciliten el camino hacia el descubrimiento y experiencia inequívoca de Dios, que en última instancia es el hombre mismo.
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El despertar al Amor Divino
La experiencia de autorrealización
Adherida a la soledad y al abandono, ¿qué esperas, alma, a confundir tu aliento con lo que no es aliento? Has roto las amarras en alta mar y nadie sigue tu soledoso apartamiento. Sumersa ahora en tan gozosa privacidad, ¿quién habrá para solicitar tu presencia? ¿Qué pensamiento podrá desdecirte a ti, inmanente en todo, que permaneciste indivisa e inmutable en el sueño o en la vigilia o en el sueño sin sueños? Esteban Díaz, El jazmín indio. Poemas (1995-2005). Tiger Moon Productions. Bangalore, India
Hashim Cabrera. Comenzamos nuestro diálogo hablando de experiencia y lenguaje, de la necesidad de éste al comienzo del recorrido que conduce al ser humano hasta la Realidad Única, a través de la comprensión y, más tarde, del silencio. Hablamos entonces de las estaciones, de esas etapas que jalonan ese itinerario místico y que son coincidentes en todas y cada una de las diversas tradiciones de sabiduría, un itinerario que conduce al buscador sincero hasta la Verdad, hasta el reconocimiento de ese Morador Interno que habita el corazón de todo ser humano. Aún sabiendo lo difícil que es hablar de ese viaje interior sin la ayuda inestimable de la metáfora, del arte o de la poesía, me gustaría que hablases de esa experiencia que en algún momento deviene en inefable. ¿Cómo alcanzamos la genuina experiencia de la Verdad, de la Realidad Única? — Esteban Díaz 1. Conocer a Dios sólo podemos lograrlo a través de Dios mismo, una vez que nos hayamos entregado a Él de forma absoluta. “He conocido a mi Señor por mi Señor”. Únicamente en íntima compañía con Él se nos revelará como el Uno incondicionado sin que medie intermediario alguno. ¿Cómo podría EXPERIENCIAS DE LO SAGRADO MÁS ALLÁ DE LA DUALIDAD
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ser de otro modo si, como hemos visto en anteriores reflexiones, Dios vive en lo más profundo de nuestro corazón, siendo nuestro Morador interno, nuestra verdadera identidad? En verdad que ni tan siquiera el grosor de un cabello nos separa de Dios. Conocer esta verdad es el punto de partida para abandonar la idea de que somos una identidad independiente y separada de la Realidad Única cuya esencia sólo Ella misma puede conocer.
2. Todo lo que nuestros ojos alcanzan es Dios. Sólo nuestra identificación con la mente separadora nos mantiene en la falsa identidad de un sujeto independiente de cuanto percibimos en el universo de la Creación. Los seres humanos vivimos identificados con nuestro cuerpo-mente como la ola que se separa del océano cuando el viento intempestivo sacude la superficie del agua. Sólo necesitamos que el viento cese para que podamos regresar a la masa de agua del océano para sabernos el océano mismo. Regresar a nuestro origen divino, del mismo modo que la ola regresa al océano, significa que hemos descubierto nuestra verdadera naturaleza e iniciamos un “proceso” de retorno mediante prácticas espirituales adecuadas que nos permiten abandonar la idea de que somos seres separados de la fuente que un día abandonamos para identificarnos con un sujeto pensante aparentemente libre e independiente en el seno de un mundo de innumerables seres que también creen en su existencia separada. Estas prácticas espirituales son las mismas prácticas que todas las tradiciones religiosas nos aconsejan para devolvernos a la fuente universal de donde partimos, iniciándonos en un camino de interiorización en el que iremos encontrando las herramientas idóneas para abandonar nuestra identificación con el mundo, encontrándonos al fin ante la experiencia inequívoca de nuestra unidad con Dios. 3. Todas las tradiciones religiosas y místicas nos hablan de la esencia amorosa de Dios. Dios es Amor. El Amor es Dios. Sin el conocimiento de esta esencia amorosa de Dios nunca podremos conocer y experimentar a Dios. Por ello es preciso descubrir y ex-
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perimentar esta esencia divina en nuestro corazón, la morada en donde el Dios Único decidió darse a cada ser viviente. Y por ello también es preciso “regresar” al interior de nosotros mismos y saborear nuestra verdadera esencia de Amor divino. Sin experimentar este sabor de lo divino nunca tendremos la oportunidad de conocer nuestra herencia divina, y por tanto, nunca podremos conocer a Dios. En la experiencia del Amor divino que en verdad somos radica nuestro acercamiento a Dios y nuestra experiencia de Dios, sabiéndonos entonces que somos únicamente Amor y éste es indivisible, el Uno eterno e incondicionado que nunca nació y nunca murió. Esta experiencia reporta al ser humano el final de su periplo por el universo de la Creación, pues ha comprendido que la Creación y él son la misma cosa: el Dios Único. 4. Todas las tradiciones místicas nos hablan de diferentes caminos y metodología (vías de devoción, de conocimiento y de servicio a la humanidad) para lograr la unidad con Uno Absoluto. Y aunque encontramos diferentes lenguajes para exponer los procesos en los que se inicia el ser humano para lograr la Unidad y vivir establecido en ella, en esencia todas hablan de la misma de los mismos logros y experiencias: Dios es Amor y sólo en el Amor los seres humanos lograrán fundirse a Dios. El Amor es el punto de partida para que cada ser humano retorne a su origen. En el Amor, el aspirante a la Unidad podrá abandonar la idea de ser un ente individual y separado de Dios. En el Amor logrará también centrar toda su atención en el Dios universal que mora en su interior, no distinto del Dios a quien encomienda sus prácticas espirituales. En el Amor podrá al fin dar cumplimiento a la identidad “Yo soy tú; tú eres yo”.
5. No hay un único camino para vivir unido a Dios. Cada ser humano tiene su propio camino. Pero sí han de observarse ciertas prácticas comunes en todos aquellos que se aventuran en la senda que les conducirá a conocerse uno con la Realidad Absoluta. Se parta de la recitación del Nombre o del Mantra, o de la indagación acerca de la Verdad, o de la entrega de su vida al servicio de la humanidad, entendiendo esta labor como servicio a Dios, llegado a un punto del camino, todos, no importa la vía
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elegida, obtendrán devoción, conocimiento y la capacidad de entrega para servir a la humanidad, especialmente a los más necesitados. El que se entrega a la devoción recitando el Nombre de Dios, ¿cómo no logrará el conocimiento de la Verdad, si el nombre mismo de Dios expresa la Verdad que anhela? Quien indaga acerca de Dios, ¿cómo no lo hará con la devoción que exige el conocimiento de lo Divino? Y quien entrega su vida al servicio de los humildes, ¿no lo hará con la devoción y conocimiento de saber que no es al hombre al que sirve sino al Dios que habita en el corazón del mismo?
6. Todas las vías conllevan la exigencia de lo que en mística se ha llamado camino de interiorización, que es en verdad un camino de autoconocimiento, de recogimiento sostenido interior, tiempo dedicado al reposo de la mente en la quietud del alma. En esto consiste la concentración en lo interno, que es vida de Dios que reposa en quietud absorta en Sí Mismo, dentro, en el corazón de cada ser humano. Al margen de la vía elegida para lograr la unidad con Dios, se puede describir el proceso de interiorización de forma lineal, en cuya primera etapa se encuentra la concentración de la mente, cuya práctica consolida el camino de autoconocimiento. La mística también ha denominado a la etapa de la concentración como vía purgativa, en la que el aspirante a la Unidad se desapega del mundo, sin que éste logre distraerle de su entrega a Dios. El mundo deja entonces progresivamente de influir sobre el alma, que siente ya un impulso irrefrenable de conocerse y de saber aquello que ya vislumbra que es.
Si la etapa de la concentración consiste en reposar nuestra atención en lo Divino interno, o si se quiere, en lo Divino universal, la siguiente etapa, la de la contemplación (vía contemplativa e iluminativa) consiste en retener sostenidamente la mente en la quietud que esta etapa proporciona. Es la absorción natural de alma en lo Divino. En la quietud de lo Divino. Es una etapa en la que el alma se abre a la intuición mediante la cual el aspirante obtiene las “vislumbres” de lo Divino, el sabor y la fragancia del Dios que ya sabe que mora dentro. Ya no importa tanto la belleza de la flor que ve, importa la raíz desde donde brota la flor
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y su belleza, porque esta raíz es la “verdad” de toda verdadera belleza. En la etapa de la contemplación se prepara el momento cumbre de la tercera etapa, la de la unidad con lo Divino, en donde el Alma se une a Dios.
7. Quienes han logrado la Unidad, nos dicen que éste es el estado natural del hombre, su verdadera naturaleza. Nos alertan de que la vida que viven los seres humanos identificados con el mundo, debido a la idea que tienen de creer que son un sujeto individual separado de Dios, es una ilusión que desaparece cuando se inicia el camino de regreso a la Fuente Universal de la vida.
Por ello nos aconsejan seguir cualquiera de las vías de autoconocimiento descritas por las tradiciones místicas. En esto consiste la liberación, tan anhelada por los que se aventuran en las prácticas espirituales que les conducirán al logro de conocerse a sí mismos como la Realidad Única y vivir establecidos en tan extraordinaria verdad.
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la educación como ámbito cognitivo Educación y autoconocimiento
“Es quietud el alma. En el silencio de la mañana abierta se goza. Como frágil colibrí, revolotea sobre las fragancias de la vida, que aparece en su unidad más armoniosa. Liba, como abeja laboriosa, el néctar más fresco de la espesura frondecida y vuela hacia el regocijo esencial de cada brizna de existencia.” (Esteban Díaz, El jazmín indio, Tiger Moon Productions. Bangalore. India)
Hashim Cabrera. En tus textos existe una gran preocupación por la educación. Has elaborado metodologías que apuntan a que es posible una educación en valores verdaderamente transformadores para el ser humano, estrategias de autoconocimiento y autoindagación que permitirían a éste descubrir su naturaleza y, finalmente, su ser verdadero. Hemos hablado largamente de la unidad en lo real, de lo divino, y de lo real en el hombre, pero ¿Cómo es posible llegar a descubrir lo Uno a través del reconocimiento de la diferencia? ¿Es la Educación un ámbito adecuado para la autorrealización del ser humano? ¿Cómo lograrlo?
— Esteban Díaz. 1. No es a través de la diferencia que el hombre descubre lo Uno, sino mediante la indagación. La diferencia es sólo para quien vive en la ilusión de que el mundo objetivo es real. Del mismo modo que los presos de la caverna de Platón no podían descubrir la luz en el interior de la cueva, el hombre atrapado en la idea de que el mundo en el que se ve inmerso es real no puede conocer su esencia autoluminosa y bienaventurada. Para lograr conocerse, el ser eterno e incondicionado que en verdad es ha de salir de su prisión mental. Entonces se descubrirá a sí mismo como lo Absoluto universal.
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2. La acción de indagar es en sí misma una senda de autoconocimiento. Para descubrir lo Uno debemos primero saber qué cosa somos los seres humanos. “¿Quién soy yo?” es la pregunta más importante que el hombre puede hacerse. Responder correctamente a esta pregunta es el propósito de cada existencia humana. La respuesta a esta pregunta le llevará a saber al hombre que lo Uno incondicionado y él son la misma cosa. Los antiguos sabían que acceder al significado que encierra el aforismo “conócete a ti mismo” les revelaría todos los enigmas que la humanidad ha tratado de descifrar a lo largo de su historia. No hay nada más importante para los seres humanos que saber qué cosa son, y para esto es preciso indagar acerca de la pregunta “¿qué es verdaderamente el hombre?”. La sabiduría oriental expone este enunciado mediante la pregunta “quién soy yo”. Cuando haya conocido el hombre su verdadera naturaleza, su verdadero origen, sabrá que las diferencias son una ilusión, pues todo es lo Uno absoluto, sin división ni separación alguna. En última instancia, incluso el concepto de “unidad” es improductivo para el conocimiento del Ser, pues lo Uno no implica la unidad de los muchos. Sólo Él, lo Uno, es real.
3. La Educación es uno de los ámbitos cognitivos, junto a la religión y a la espiritualidad, para descubrir el hombre su origen divino y vivir de acuerdo a tan extraordinaria verdad.
Por tanto, el proceso educativo ha de conducir al educando al conocimiento de su identidad con lo Uno. Claro que el concepto de “unidad” jugará un papel relevante en el proceso educativo, pues el niño ha de descubrir su esencia divina en el juego conceptual que se establece entre los conceptos de “unidad” y de “diversidad”.
Descubrir la unidad en la diversidad es el verdadero propósito de la Educación. Pero una vez que conozca la falaz relación entre ambos conceptos, se deshará de ellos, sabiendo que sólo lo Uno (no matemático) es su verdadera esencia, la misma esencia de todo aquello que entra en juego de existencia fenoménica. Qué
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duda cabe que en el juego de la existencia la correspondencia que se establece entre “unidad” y “diversidad” posee un valor extraordinariamente fértil. Pues en él conocerá el hombre la unidad de la vida universal. Sin embargo, para quien conoce la verdad, la diversidad (la Creación) es sólo el velo con el que lo Uno se oculta para hacer posible el universo y su aparente juego de seres y objetos diversos y diferentes. La unidad es la meta de todo aquello que se percibe diferente, individualidad en un juego de innumerables interrelaciones. Una vez experimentada la unidad suya con todo cuanto tiene existencia, qué otra “vivencia” (conocimiento) podrá resultar de semejante experiencia que no sea la de saberse lo Uno indiviso, expresándose en/con absoluta plenitud, paradójicamente, en cada sujeto o cosa que entra en la existencia aún cuando desempeñe cualquier rol o acto? Si todo cuanto existe es la expresión plena de la Realidad Única, cada ser existente debe llegar a conocerse envuelto en esa unidad de la vida universal, sabiéndose, por experiencia inequívoca, esa misma unidad universal. En lo universal Uno no existen “ojos” para “otro” u “otros”. Sólo él es. 4. Y es precisamente la Educación el ámbito natural en el que el educando, el niño, todo ser humano, debe conocerse como lo Uno indiviso ceñido al juego interminable de roles y conductas que llamamos vida universal o Creación. Conocerse el hombre como la Realidad absoluta envuelta en la unidad de la vida es el propósito de la Educación. Será entonces cuando cada ser humano habrá dado cumplimiento al aforismo “conócete a ti mismo”. 5. No es gratuito que el término “educación” provenga de la palabra latina “educatio”, y la acción de educar de “educare”, cuyo significado es “sacar afuera” (ex – ducere). La antigüedad latina describió de forma inequívoca el propósito de la Educación con el término “educare”.
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¿Pero qué hay dentro de cada ser humano que debamos “sacar afuera” para ser exteriorizado? Todas las culturas en sus tradiciones de sabiduría nos aconsejan que debemos seguir la senda de autoconocimiento para conocer aquello que vive en nuestro interior y actuar de acuerdo a ello. Esta senda de autoconocimiento no es otra que el camino de interiorización del que nos hablan todas las tradiciones religiosas en su vertiente mística, descrito con lenguaje y claves siempre de acuerdo a la tradición religiosa a la que el sabio o el místico pertenece. Sólo la incursión a lo interno de nosotros mismos nos conducirá al conocimiento de nuestra verdadera identidad. Y aunque este proceso no siempre sea descrito con los mismos conceptos y los mismos métodos, en esencia es el mismo sendero interior a través del cual todo ser humano caminará, llegado su momento, hacia el encuentro del Sí Mismo, del Ser que mora en su interior, el universal e incondicionado Absoluto.
Cumplido el propósito de la Educación en los educandos, éstos sabrán, cada uno de ellos por inequívoca experiencia, que son el Todo universal y que en Él, en Dios, el Ser Supremo, no hay diferencias. Para el educando incurso en el proceso educativo todo es el Todo. No habrá partes individuales que permanezcan separadas en él, que ya se conocerá como el Sí Mismo. Pero para llegar a este punto de autoconocimiento y de autorrealización será preciso que se produzca su propio transcurrir a través de unas etapas que fundamentarán un proceso que le llevará a: 1) descubrirse el Ser universal, eterno e incondicionado;
2) adentrarse en el conocimiento de Sí Mismo mediante la contemplación (atención sostenida) inequívoca de la Realidad universal que Él ‘ya’ sabe que es;
3) Experimentarse este Sí Mismo como lo Uno universal, indivisible e incondicionado, lo eterno Absoluto. Es en esta ulterior etapa que el hombre sabe que “conocer” es “Ser” porque “Ser” es “Conocimiento Supremo”, y éste reside en su interior. Más aún: él mismo es ese Conocimiento Supremo.
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Es éste el final del proceso educativo. El que se “percibía” como individualidad separada se sabe ahora “Realidad Única”, lo Absoluto universal. Y es entonces cuando podrá “sacar afuera” lo que conoce como Sí Mismo, aquello que siempre permaneció incondicionado y eterno en lo más profundo de su corazón.
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Valores humanos universales La Educación, entendida correctamente como Conocimiento Supremo, no tiene base en ningún conocimiento externo, pues es Conocimiento del Sí Mismo
“¡Ah, el valle de la mansedumbre, siempre atento a la música que surge de las cuerdas de la veena del alba, en cuyas transparencias de lotos blancos, añil y rosas, la vida fructifica libre siguiendo las fértiles rutas del dharma, prendido el crisol de sus palabras al rojo bruñido del sol que incinera las tierras y consume cualquier tiempo pasado o perdurable tristeza!” (Esteban Díaz, El valle de la mansedumbre. Tiger Moon Productions. Bangalore. India. 2010)
“El Amor es que permanezcas de pie frente a tu amado. Cuando estás privado de todos tus atributos. Entonces Sus Atributos se vuelven cualidades.” (Mansur Al Hallay. Citado por Sheij Fadlalla Haeri, The elements of Sufism, Shaftesbury, Elements Books, 1990)
Hashim Cabrera. Siguiendo el rastro de esa metáfora que trata de compartir lo inenarrable, hemos visto a lo largo de nuestra conversación que el sol o la luz de la Verdad disipa cualquier rastro, cualquier nombre y cualquier diferencia, yo y mundo, interioridad y exterioridad, unidad y diversidad. Hemos podido comprender también cómo el itinerario de la experiencia mística, del sendero espiritual, que es indagación y autoconocimiento, ha de darse también en el proceso educativo, conduciendo al ser hu-
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mano, cualquiera que sea su edad y condición, hasta el umbral de su verdadera naturaleza que no es sino puro Amor. En ese tránsito, el alma que se sentía separada se va transformando paulatinamente hasta descubrirse a sí misma como real y verdadero ser, como realidad única. ¿Qué surge entonces en ella, qué cualidades, qué actitudes? ¿Cómo se traduce esa experiencia en su relación con el mundo, con el cuerpo, con los demás, cuando ya sabe que no hay mundo, ni cuerpo, ni hay otro sino Él?
Esteban Díaz. 1- La Educación, como conocimiento, es sabiduría y debe conducir, como proceso educativo, a la sabiduría. Es Conocimiento Supremo, y éste no es distinto del que brota como fuente de agua cristalina del Ser, de Dios, instalado en el corazón del hombre. Por eso dicen todas las Escrituras que “Conocer es Ser”. Ser (en el hombre) es “conocer por vivencia inequívoca” que sólo Dios es la Realidad Única, Yo Absoluto, Conciencia Suprema, el Uno o Sí Mismo, y vivir de acuerdo con tal revelación. La sabiduría no se aprende. Se reconoce como Conocimiento Supremo que viene al mundo unido al Ser que se instala en el corazón de cada criatura al nacer. Sólo precisa que, en el proceso educativo, en el caso de la Educación que nos ocupa ahora, el educando, el estudiante, reconozca que ese Conocimiento Supremo es suyo por heredad, su Esencia misma divina conociéndose a Sí Misma.
2. Como proceso educativo, la Educación es el ámbito cognitivo en el que el educando se autodescubre, se reconoce y se experimenta como la Verdad trascendente que es inmanente en todo cuanto viene a la existencia. Por experiencia inequívoca sabe que el Universo y él son la misma cosa. Que la unidad de la vida universal tiene en él, en su propio corazón, su fundamento. Que nada es separado. Que nada ha de unirse, pues siempre todo estuvo unido. Que siempre fue todo el Uno universal, no distinto de él, que ahora se reconoce en todo. Por tanto, el proceso educativo debe conducir al estudiante a conocerse como la Realidad Suprema y Última.
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3. Cumplido el propósito de la Educación en el educando, éste sabe que todo lo que sus ojos han visto es “apariencia”, cuyo tejido -todo aquello que aparece ante sus sentidos conducidos por la mente y que llamamos “vida manifestada”- sólo tiene consistencia objetiva en tanto que él es su base, el océano de donde todo surge y en donde todo tiene existencia, pues él, el educando, se ha conocido y experimentado en el proceso educativo como la Realidad Única, de cuya esencia todo emerge para que, llegado el momento, todo en él converja. Del mismo modo que la ola que ha sido levantada del océano por la acción del viento cae de nuevo al océano, no distinguiéndose entonces de la masa del agua oceánica, el ser individual, cuando conoce su filiación divina, su unidad con el Ser Supremo, sabe que no estuvo nunca separado de la Fuente Universal.
En el juego de la Creación el Ser se vela a Sí Mismo, emergiendo, de tan extraordinario e inexplicable juego, la Creación, y en ésta cada criatura debe reconocerse, al final de un periplo de conocimiento y experiencias innúmeras, como el Creador.
4. Además del propósito de la Educación, que tiene como objetivo único devolver al ser humano la consciencia de su divino origen, experimentando en sí mismo la Unidad de la Vida, es decir, su indivisibilidad, siendo éste el nivel interno de Conocimiento y de aprendizaje, la Educación ha de mostrar al estudiante cuál es la naturaleza del universo (nivel externo) y vincular ésta a la esencia divina del mismo, por lo que la relación entre mundo y hombre varía notablemente al descubrir el educando que la Realidad Única, la Verdad trascendente, es inmanente en todo cuanto sus ojos perciben. Todas las cosas son el Todo y el Todo está contenido en todas las cosas. Por ello tiene existencia el mundo. Éste “aparece” como real, hasta que el hombre descubre el juego de la Creación y se reconoce como el Absoluto Universal. Este conocimiento y su experiencia da al educando una dimensión trascendente de la vida al entender que aún cuando sus ojos físicos y su ojo mental ven sólo separación, el ojo de su espíritu ve la unidad en todo, sin rastro de separatividad o diversidad.
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5. Así, la Educación debe implicar, entonces, la comprensión profunda del Conocimiento que surge del interior, que ha de dársele a los alumnos. La Educación, entendida correctamente como Conocimiento Supremo, no tiene base en ningún conocimiento externo, pues es Conocimiento del Sí Mismo, Conocimiento interno, Conciencia Divina anclada en el corazón de cada ser humano y en cada ser existente. Junto a esta dimensión de Conocimiento trascendente ha de convivir en el proceso educativo el conocimiento de las cosas externas, del mundo, con el fin de mantener el desarrollo equilibrado y armónico (¡natural!) de la vida, atendiendo siempre al bienestar universal de la misma.
6. Lo interno ha de ser llevado al exterior. Decíamos que éste era el propósito del proceso educativo. Pero el proceso educativo conlleva, además, una finalidad: crear en el estudiante el carácter que imprime el Conocimiento que progresivamente va surgiendo de su interior (a la vez que lo adentra hacia el lugar de donde este Conocimiento mana), dotándole, de este modo, de una comprensión y experiencia profundas de la Verdad. Entonces se forja el carácter genuino del ser humano verdadero, de quien se conoce como la expresión acabada de lo Absoluto universal, la misma perfección que reclaman para cada ser humano todas las Escrituras de todos los credos. Y la exteriorización de ese carácter se realiza mediante las cualidades que son consustanciales al ser humano, por innatas, porque son eternas y vienen a la manifestación con la Conciencia divina que adviene al corazón de los seres humanos cuando éstos nacen.
Por tanto estas cualidades o valores son universales, eternos, inalterables. La Verdad, la Rectitud, la Paz, el Amor y la No violencia son las cualidades que todas las tradiciones de sabiduría establecen como valores universales e inherentes a cada ser humano. Cada tradición religiosa establece estos mismos valores, aunque los designe con diferentes nombres.
7. Junto al carácter genuino forjado en el proceso de autoconocimiento, el niño o el joven va progresivamente disciplinando su mente para sujetarla con absoluto control. La concentración de
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la mente es un requisito indispensable para avanzar el educando en el camino de interiorización y autoconocimiento. Sin concentración nada puede lograrse en la vida. Aún menos en la vida espiritual. La esencia de la Educación no es otra que lograr la concentración de la mente. Dominada la mente, el educando puede atender sin distracción o perturbación el Sí Mismo con el que el proceso educativo le pone en contacto desde el comienzo del mismo. Sabiéndose el Ser interior, puede atenderlo y contemplarlo mediante el logro de la concentración de la mente. El goce supremo experimentado en la contemplación es inenarrable. Los místicos nos dan prueba de ello. Por eso el proceso educativo debe conducir al mismo logro que el proceso místico. En verdad que son el mismo camino experimentado mediante estrategias, lenguajes, metodologías y pedagogías diferentes. 8. Cuando el hombre llega a reconocerse perfecto, expresión acabada de lo Divino universal, su vida llega a ser entonces la manifestación plena de esas cualidades o valores universales anteriormente expuestos. De su corazón surgirán, en todo momento, de forma inequívoca, sin esfuerzo, naturalmente, estos valores, como el agua cristalina brota de forma natural del manantial de agua de la montaña. Todo alumno debería llegar a este punto al final de su proceso educativo. De este modo el ámbito educativo sería ese espacio físico de paz y armonía en el que los niños y los jóvenes se educaron en la pureza del Conocimiento que les habita y les nutre en una vida de perfección, de bondad y de belleza, de nobleza y de mansedumbre, de vida en unidad y armonía con todo cuanto tiene existencia.
9. Para ello se precisa que la Educación cumpla el propósito por el cual fue instaurada por los sabios, y ofrecer a los alumnos ese proceso de autoconocimiento y comprensión profunda que les haga vivir una vida interior de perfección y pureza, lo que en verdad son en origen. Entonces su vida externa será la expresión de la perfección que ellos conocen y viven natural e inequívocamente, pues ya saben que ellos son la encarnación de esa perfección, del Dios Único.
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10. Comprender la Verdad y vivirla requiere, entonces, de un proceso, que salvando los lenguajes, las metodologías y la pedagogía, no será distinto del proceso místico, pues deberán los educandos separar de ellos mismos, de su Yo universal, todo aquello que le impide conocer y experimentarse como ese Yo Único que es la Verdad universal que a Sí Misma se expresa en una aparente individualidad con el fin de llevar al mundo de la manifestación la gloria y la dicha de una encarnación plenamente divina.
Cumplidos los logros de la concentración de la mente y de la formación del carácter. Reconocido que su Divino interno es su verdadera esencia. Experimentada la perfección de tan indescriptible Ser interior, y exteriorizados a través de sus pensamientos, de sus palabras, de sus acciones, los valores universales, los educandos están listos para procurar el bienestar universal de todo y de todos, y se habrá dado entonces el cumplimento del aforismo antiguo “conócete a ti mismo”. Entonces se producirá un lineamiento del Alma-intelecto-mente-cuerpo. La energía divina que brotará del Alma fluirá sin obstáculos y pura a través de los vehículos intelecto-mente-cuerpo. Del mismo modo que el intelecto es conducido entonces por el Alma hasta la compresión plena de la Verdad, aquél, el intelecto, conducirá a la mente siempre en la idea y en el pensamiento correcto, que brotarán como palabras que expresarán siempre la Verdad. Y siendo pura la mente, será una perfecta maestra para el cuerpo. Esto es lo que sucede en aquellos que la historia de la humanidad han sido considerados como seres humanos perfectos, profetas, sabios, santos o jñanis, en las distintas tradiciones culturales que han engalanado el proceso evolutivo de la humanidad.
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